La novedad teresiana de Américo Castro · 2017. 12. 16. · LA NOVEDAD TERESIANA DE A. CASTRO 83...

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NOTAS Y COMENTARIOS La novedad teresiana de Américo Castro La muerte de Américo Castro ha cortado ya definitivamente la esperanza de que su obra histôrico-literaria se completase alglin dia. Las tan reiteradamente pro- metidas segundas partes de sus trabajos capitales, La realidad historica de Espaiia y De la edad conflictiva, quedan, asi, en promesas. Posiblemente sus epigonos, sus alumnos 0 depositarios de sus papeles ofrezcan en 10 sucesivo nuevas piezas inéditas o esas reliquias pôstumas que él siempre temiô en sus ultimos aiios; sin embargo, sospechamos que aportaran po cas novedades y ninguna posibilidad de rectificar un pensamiento macizamente asentado desde 1962. La contienda por él desencadenada seguira con el mismo ardor que hasta ahora, pues su magisterio ha encontrado eco amplio, que no permitira se extinga la fe- cunda discusiôn que ha alumbrado tantos rincones insospechados y decisivos de la historia de Espaîia. Ni que decir tiene que este comentario no quiere intervenir en el duelo, generosa y, a veces, no tan serenamente batido entre don Américo Castro y don Claudio Sanchez Albornoz y entre sus respectivas cortes de admiradores y émulos 1. Al margen de la controversia agria, con sus· momentos. cômicos y todo (de hecho no ha faltado quien ha tildado a Castro de sefardi y a Sanchez Albornoz de cristiano viejo), 10 que se intenta aqui es acentuar la presencia de Santa Teresa en la obra de un historiador (0 pensador, como se quiera), que, pese a sus radica- lismos, a su posible rigidez, ha servido de revulsivo para alumbrar a Teresa con luz nueva. 1. Las dos edades. historÎcas de Américo Castro. El casa de las obras citadas, Aspectas dei vivir hispanico, y tantos estudios mas prueban que las. ideas de Américo Castro estan sometidas a correcciones, a matices interminables que van modelando el cauce de su pensamiento a base de trueques de titulos y subtitulos, de nuevas incardinaciones en las ediciones sucesivas, testigos grâficos de la labor de artesania y crisol muy peculiar suya. 1 Es de sobra conocida la controversia desencadenada desde que apareci6 la primera edici6n de La realidad hist6rica de Espaiia (entonces con el tltulo de Espaiia en su historia (Cristianos, moros y judfos), Buenos Aires, 1948, y que tuvo el feliz suceso de motivar otra gran sintesis encontrada en Claudio Sanchez Albornz, Espaiia, un enigma hist6rico, 2 vols., Buenos Aires, 1956. Después, seguidores de sendas tendencias se van encargando de continuar el enfrentamiento fecundo, matizando aspectos a veces decisivos. Cf., por ejempIo, las correcciones que a la pas- tura de Castro implica E. ASENSIO, «La peculiaridad literaria de los conversos», en Anuario de Estudios Medievales, 4 (1967) 327-351; y, desde la otra ladera, la serie encadenada de enco- mios para don Américo en el libro-homenaje: Estudios sobre la obra de Américo Castro. Ma- drid, 1971.

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  • NOTAS Y COMENTARIOS

    La novedad teresiana de Américo Castro

    La muerte de Américo Castro ha cortado ya definitivamente la esperanza de que su obra histôrico-literaria se completase alglin dia. Las tan reiteradamente pro-metidas segundas partes de sus trabajos capitales, La realidad historica de Espaiia y De la edad conflictiva, quedan, asi, en promesas. Posiblemente sus epigonos, sus alumnos 0 depositarios de sus papeles ofrezcan en 10 sucesivo nuevas piezas inéditas o esas reliquias pôstumas que él siempre temiô en sus ultimos aiios; sin embargo, sospechamos que aportaran po cas novedades y ninguna posibilidad de rectificar un pensamiento macizamente asentado desde 1962.

    La contienda por él desencadenada seguira con el mismo ardor que hasta ahora, pues su magisterio ha encontrado eco amplio, que no permitira se extinga la fe-cunda discusiôn que ha alumbrado tantos rincones insospechados y decisivos de la historia de Espaîia. Ni que decir tiene que este comentario no quiere intervenir en el duelo, generosa y, a veces, no tan serenamente batido entre don Américo Castro y don Claudio Sanchez Albornoz y entre sus respectivas cortes de admiradores y émulos 1. Al margen de la controversia agria, con sus· momentos. cômicos y todo (de hecho no ha faltado quien ha tildado a Castro de sefardi y a Sanchez Albornoz de cristiano viejo), 10 que se intenta aqui es acentuar la presencia de Santa Teresa en la obra de un historiador (0 pensador, como se quiera), que, pese a sus radica-lismos, a su posible rigidez, ha servido de revulsivo para alumbrar a Teresa con luz nueva.

    1. Las dos edades. historÎcas de Américo Castro.

    El casa de las obras citadas, Aspectas dei vivir hispanico, y tantos estudios mas prueban que las. ideas de Américo Castro estan sometidas a correcciones, a matices interminables que van modelando el cauce de su pensamiento a base de trueques de titulos y subtitulos, de nuevas incardinaciones en las ediciones sucesivas, testigos grâficos de la labor de artesania y crisol muy peculiar suya.

    1 Es de sobra conocida la controversia desencadenada desde que apareci6 la primera edici6n de La realidad hist6rica de Espaiia (entonces con el tltulo de Espaiia en su historia (Cristianos, moros y judfos), Buenos Aires, 1948, y que tuvo el feliz suceso de motivar otra gran sintesis encontrada en Claudio Sanchez Albornz, Espaiia, un enigma hist6rico, 2 vols., Buenos Aires, 1956. Después, seguidores de sendas tendencias se van encargando de continuar el enfrentamiento fecundo, matizando aspectos a veces decisivos. Cf., por ejempIo, las correcciones que a la pas-tura de Castro implica E. ASENSIO, «La peculiaridad literaria de los conversos», en Anuario de Estudios Medievales, 4 (1967) 327-351; y, desde la otra ladera, la serie encadenada de enco-mios para don Américo en el libro-homenaje: Estudios sobre la obra de Américo Castro. Ma-drid, 1971.

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    Sin embargo, ésto, que da la medida de la preocupaciôn por aquilatar sus logros, no trasciende de una tarea de superficie que deja entrever cambios mas radicales a 10 largo de su vida de escritor. El viraje brus co -imprescindible para la com-prensi6n de las dos Teresas de Jesus que emergen de sus paginas- se vertebra en tomo al gran giro que le obligaron a realizar las circunstancias tragicas de 1936-1939. Rasta estos afios -hasta 1938 en concreto-, Américo Castro estaba empe-fiado (y no dejaria de lamentarlo después) en presentar una Espafia que en sus épocas histôricas se reduciria a una concrecci6n de fen6menos universales 0, al me-nos, europeos (primeras ediciones de Vida de Lope de Vega, 1919; Pensamien/a de Cavan/es, 1925; 0 de San/a Teresa y a/l'os ensayos, 1929). Cuadraban en su esquema primero las categorias de Edad Media, Rumanismo, Erasmismo, Renaci-miento, Barroco y todas las demas. Fue la fase "universalista" 0 "europeista", dentro de la cual militaba la "minoria cult a" de aquel entonces.

    "Ni yo, ni mis lectores, ni mis maestros, ni mis co1egas, ni mis alumnos tenia-mos la menor noci6n de las inmensas y ocultas fallas vo1canicas de un puebla que, a pocos afios de salir mi San/a Teresa, iba a hacerse afiicos a si mismo en altemados arrebatos de feroz ceguera" 2. La guerra civil -vocera sangrienta de la imposib1e convivencia de los espafioles- influy6 directa y decisivamente en la existencia de Castro y en su visiôn de Espafia. En 1938 se inicia un replanteamiento radical de la realidad hist6rica de los espafioles que, a través de intuiciones y datos certeros alumbrados en 1948 (fecha de la ediciôn de Espana en su his/aria), cuajara en la postura que en 19'62 cristalizarâ definitiva, tenaz y !\rriesgadamente 3. No se trata ya de esforzarse tantâlicamente en ajustar la singladura de Espafia a la historia europea, sino de bucear en 10 caracteristico espafiol, en y des de Espafia, para des-cubrir las reales (es decir humanas) estructuras que determinaron tolerancias inau-ditas y choques dramâticos, explicables sôlo por la singularidad humana de una sociedad castizamente engranada y desengranada. Es la segunda época de Castro, la que Araya califica de "singularista" y en la que aquél ha dado con el gran ha-llazgo luminoso: al objeto hist6rico (a los espafioles en este caso) hay que saber captarlos desde dentro, desde si mismos, en "su horizonte de posibilidades y de obstâculos (intimos y exteriores)", que equivale a decir en su "morada vital"; pero, ademâs, tal como fueron conscientes de su modo de vivir dentro de su morada, con-ciencia vivencial que constituiria la "vivi dura" .

    Morada vital y vividura no se reducen a neologismos incorporados tardiamente al lenguaje de Américo Castro 4, sino que condensan el escenario existencia y las vivencias encontradas -con sus ademanes, su hombria, su imposiciôn por una par-te; y con el desasosiego, la angustia, la sensaciôn de sentirse oprimido e injustamen-te marginado por otra- de tres castas en lucha ag6nica por su victoria 0, sencilla-mente, por un reconocimiento de sus derechos.

    Este es, enunciado con excesiva y obligada simpleza, el armazôn de la VISIOn hist6rica de Castro, desde que en 1938 comenzô a centrar su esfuerzo, su inteligen-cia y su intuici6n en 10 singular de 10 hispânico y vislumbr6 que la vividura de los

    2 Teresa la Santa, Gracidn y las separatismos, con otros ensayos. Madrid-Barcelona, 1972, p. 11. Citaré por esta edici6n que, aunque muy diferente de la primera de 1929, en 10 relativo a la Santa ha conservado su originalidad.

    , Para la comprensi6n de Castro es imprescindible tener en cuenta la trayectoria de su pen-samiento hist6rico, exhaustivamente analizada por Guillermo Araya, «Evoluci6n deI pensamiento hist6rico de Américo Castro», en Estudios Filol6gicos, 3 (1967) 7-55, editado aparte en Madrid, 1970; cfr. tarnbién el estudio deI mismo autor:

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    espafioles, tal como se hizo vivencia en la morada vital unica, s610 se podia expli-car teniendo en cuenta la coexistencia primera y las tensiones angustiosas después de tres castas hispanas: cristianos, moros y judÎos. Cuando los primeros lograron imponer sus valores (mezcla de asimilaciones y rechazos de los de las vencidas), se registrara en Espafia una situacion dolorosamente dual, determinada por la exis-tencia de unos vencedores mayoritarios y de una minorÎa marginada que odia, cri-tica su entorno social, cruel con ella, 0, sencillamente, se retira de él, acogiéndose en su rebeldÎa a la intimidad personal 0 a mundos nuevos 5.

    2. Santa Teresa en el primer Américo Castro.

    Como figura permanente -al igual que Cervantes, Lope, Gracian, etc., aunque desde otras perspectivas- encontramos a Santa Teresa en calidad de compafiera y testigo de la trayectoria historica de don Américo. Con una particularidad: que al ocuparse de la Santa tanto en la primera como en la segunda etapa de su evo-lucion, topamos con dos Santas Teresas, sorprendidas desde perspectivas diversas, pOl' no decir encontradas. Del peso de Teresa en los ultimos afios deI historiador nos ocuparemos después; de momento expongamos con brevedad coma la via an-tes de 1938.

    En 1929 aparecio la obra Santa Teresa y otl'OS ensayos, recientemente reeditada y refundida 6. Cuando Castro, a casi medio siglo de distancia, ha recordado la aco-gida favorable que hallo entre los crîticos de antafio, 10 atribuye a ser su Santa Teresa un libro "que no obligaba a plantearse enojosos problemas, y tras el cual se vislumbraba una vision deI pasado en el fondo alentadora y sin excesivos nuba-rrones" (p. 11), Y a que respondÎa a su lînea anterior al gran cambio, cuando "me esforzaba yo por enlazar de algun modo la civilizacion espafiola con la deI occi-dente europeo" (p. 10).

    En efecto, como reaccion contra la moda -escribia en 1928- de ver en el fe-nomeno mÎstico teresiano un efecto de neurosis, se esfuerza por emplazar a la Santa en su juste ambiente, que no debe ser ni el empÎreo (pues intenta estudiarla en su condicionante y grandeza humanos), ni la histeria mas propia para el aniilisis clini-co; eso sÎ, sus valores no pueden limitarse a los devotos y eruditos especializados; y para agrandar el horizonte teresiano, al menos para otearIo, Castro se situa en la plataforma de la historia Iiteraria, en este casa expresion magnÎfica de un alma, de una persona y de unas vivencias misticas propias.

    El ensayo no deja presentir las cotas que alcanzara el pensamiento de Américo Castro en su madurez. El maravilloso anacronismo de la mÎstÎCa espafiola deI si-glo XVI se ve ahora como un hecho "solidario de determinadas circunstancias de tiempos y lugar" (p. 46). A tenor deI ,momento "europeizante" -deI que luego renegara- la ec1osion mÎstÎCa en Espafia vendria a ser explicada coma el final deI camino de una red convergente desde Flandes y Germania a través de Paris, nucleo fecundo de contactos, y partiendo cronologicamente de la Edad Media. Al encon-trarse en Espafia un ambiente propicio, calentado por el topicamente afirmado afan individualista deI Renacimiento, expresado en la experiencia personal con Dios, florecera el singular misticismo espafiol (p. 74).

    5 Es imposible reducir a pocas Ifneas el contenido dei pensamiento de Castro. Su evoluci6n y hallazgos, cfr. en sus obras Hacia Cervantes, tercera edici6n, Madrid, 1967, pp. 13-ss.; Cervantes y los casticismos espanoles, Madrid-Barcelona, 1966, p. 143; La realidad hist6rica de Espafla, pp. [29-30], [XIV-XV].

    6 Madrid, Edic. Historia Nueva. Como hizo con otras obras suyas, en la segunda edici6n (cfr. nota 2), cambi6 el tftulo. En la 111tima, ademas de las imprescindibles anexiones entre corchetes, aparece una introducci6n de necesaria consulta y que, ademas, fue una de las cosas que escribi6 llltimamente.

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    Estos presupuestos historicos ac1aran el hecho deI misticismo tardio, que en Teresa se realiza de una manera especial, matizado (y glorificado) por su condicion de mujer. Aunque el proceso aparezca explicado por las· lecturas que la condujeron a las cimas de la mistica, inc1uso aunque se la pueda ver como una flor tardia y hermosa de la vieja cultura en engarce con la tradicion franciscana y neoplatonica, es su desatendida feminidad la que hace que en ella encontremos "la forma mas compleja y mas gracil que la palabra de mujer presento jamas en Espana" (p. 59).

    La feminidad trémula de Santa Teresa la diferencia en la explicitacion escrita de su vivencia mistica en la presencia de 10 sensible, que no se elimina ni se refre-na; por eso, "rechaza la abstraccion, prefiere el amor divino inspirado en la huma-nidad de Cristo" (p. 62). La "mistica transmutacion" se opera no en la oscuridad, en la noche, en el abismo sin fondo ni en la planicie silenciosa y desértica de Juan de la Cruz, deI Cartujano, de. Taulero, Eckhart 0 Ruysbroeck, sino en un torrente de luz cegadora. Teresa no elimina los sentidos, sino que los aprovecha y los trans-forma, como magnifico apoyo y resorte para vivir y escribir su inefable experiencia. "Alma muy femenina, transpuso su querer en su pensar, y éste arrastrara siempre, coma preciosa ganga, el tesoro de su emocion y de su fantasia" (pp. 65-66).

    Su maternidad espiritual, y la exigencia de abrir a sus hijas su alma en un magisterio transmitido en sus escritos, fue la ocasion deI desbordamiento de su alma en paginas que fueron pensadas para deguste inédito, como "un a confesion susu-rrada". Aparentemente, esta prosa, tumultuaria, puede aparecer vulgar, y de hecho desprecia ollmpicamente las exigencias minimas de correccion gramatical a veces; pero entrana la fecunda contrapartida de ensenarnos un alma coma la suya, sin repliegues, con las vivencias mas encumbradas -inc1uso de sublima do caracter ero-tico-, que manan temblorosas, por ejemplo cuando se enfrenta con textos com-prometidos deI Cantar de los Cantares, pero con la seguridad de que el destinatario sabra captarlas. Y esto es 10 alentador de una narracion que permite penetrar en esa "intimidad sorprendida" (pp. 67-75) que, a su vez, sorprende con descripciones llricas e inimitables, ya que presentan el alma de la persona misma, no la de los personajes externos al escritor, coma sospechado precedente de técnicas literarias muy posteriores en Europa y basadas en el analisis psicologico (pp. 76-89).

    Este es en sintesis el resultado de la primera incursion de Américo Castro en la persona y en el escrito de Santa Teresa. En realidad, no trasciende de una ex-posicion elemental, pero belIa, de aspectos parciales de un fenomeno dificil de abar-car. El que casi todos los teresianistas 10 haya ignorado, no resta valor al ensayo, realizado con carino y sabiduria, y que en su dia quiso demostrar que "los escritos de Santa Teresa valen no solo para la lingüistica, la pied ad 0 el sicoanalisis" (p. 89).

    3. Teresa Sanchez de Cepeda, expresion de un contlicto de castas.

    Diecinueve anos mas tarde, en la primera edicion de Espafia en su historia, y entre las muchas ocasiones en que Santa Teresa salta a sus paginas, de jar a cons-tancia de algo diametralmente opuesto a 10 escrito en 1929. Al resaltar las raices sufisde la llrica exptesion teresiana deI existir intimo acotara: "por ese camino en-tenderemos el arte de Santa Teresa, que no gana nada al ser disuelto en los topicos de la mÎstica universal, sin tiempo ni patria, sin color nisabor" 7.

    En el intervalo se han producido los conocidos sucesos que han forzado el cam-bio en el concepto que Américo Castro tenîa de 10 que fueron (y son) los espano-les; en el exilio se sumergio en la meditacion de una realidad menos idilica, sus-tancialmente tragica, de la historia de Espafia, que tiene que ser entrevista desde

    7 Espafia en su Historia, p. 330.

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    su misma entrafia y sin relaci6n casi con la dinamica de la civilizaci6n europea 8, coma un constante bataIlar por el ser, el existir 0 el querer ser coma distintos entre si los cristianos, moros y los judios, todos espafioles. Se inici6 entonces -y no an-tes- la verdadera Espafia, cuya historia tiene que ser sustantivada en vectores per-durables hasta hoy, y que tienen que reducirse en ûltima instancia en un "atroz conflicto de castas" 9.

    Una vez desvelada la vida conflictiva, y buceando en documentos Iiterarios, Ileg6 a tejer todo ese entramado de resistencias y asimilaciones entre las tres cas-tas y a dividir la historia de Espafia en tres nuevas épocas (con escandalo de mu-chos y en particular de los medievalistas, a los que robaba gran parte de su domi-nio), en relacion con la convivencia arm6nica (hasta fines deI siglo XIV), la rup-tura de la armonia (hasta el siglo XVII) y el predominio absoluto de la casta cris-tiana (hasta hoy) 10.

    Ante la imposibilidad de reducir la trayectoria deI pensamiento de don Américo des pués de su cambio de perspectivas, y para nuestro objeto, baste decir que Santa Teresa (0 Teresa Sanchez de Cepeda, coma se empefia ahora en Hamada), perte-necio a la casta judÎa, vencida definitivamente en 1492 y sobreviviendo agonica-mente después bajo la denominacion de cristianos nuevos, judeoconversos, etc. 11. Rota aqueIla edad de tolerancia, en que "el cristiano dominaba y combatÎa, el mu-déjar edificaba castiIIos y viviendas, el judÎo administraba las finanzas y hacia todo 10 demas" 12, Teresa, en calidad de descendiente de judÎos, vivi6 en un clima de franca ruptura, de temores contenidos y tragicos presentimientos, compartidos por cualquiera que tuviese macula en su sangre y al que la "opinion" pudiese manciIIar el honor, vidrioso por el mero hecho de no pertenecer a los cristianos viejos.

    3.1. Descubrimiento de la condiciôn social de Santa Teresa.

    Remos visto coma desde 1929 Américo Castro capt6 el poder formidable y li-rico, cautivo en la estremecida expresion teresiana de su intimidad. Esta auténtica revelacion de sÎ misma, su "arte de expresar totalmente el existir intimo" es una forma neta sufi, aunque maravillosamente superada por Santa Teresa 13, que de esta manera incorpora la tradicion palpitante de una espiritualidad evidentemente musulmana, perceptible solo a partir deI siglo XIV y en el Arcipreste de Rita, en don Juan Manuel 0 en dOlla Teresa de Cartagena 14.

    Fue precisamente la visi6n de la tortura intima de la ûltima la que le !levo a la gran intuicion: ese analisis peculiar de la intimidad, que otrora juzgara como un anticipo de modernidad psicologica, 10 veÎa ahora (1948) como un brote deI tranco hispanoislamico, "muy antiguo y' a la vez muy moderno", y seis allos des-pués, matizando mas, como una caracteristica de los judeoconversos. Son de interés los matices que se introducen en ambos textos y en ambas fechas:

    8 La realidad hlst6rica de Espafia, p. [XV]. 9 Ibid., p. [XXIII]. «La vida espaüola; en su t1ltlma instancia [ha sido] algo asi como un

    trenzado de la convivencia y de la pugna de tres castas: la de los cristianos, la de los moros y la de los judios». De la edad contlictiva. I; el drama de la honra en Espafia y en su lite-ratura. Segunda dici6n, Madrid, 1961, p. 33.

    10 De la edad conjlictiva, p. 41. 11 La terminologfa aplicada a los cristianos nuevos no siempre ha sida bien entendida.

    Cfr. algunas denominaciones . en A. A. SICROFF, Les controverses des Statuts de «Pureté de sang» en Espagne du XVe au XVIe siécle. Paris, 1960, pp. 26-27.

    12 De la edad contlictiva, p. 53. 13 Espafia en su historia, pp. 339, 340. 14 lb., p. 281.

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    "Me convendrIa mucho que dona Tere-sa de Cartagena descendiese de don Pa-blo de Santa MarIa, es decir, de un judio converso. Algunos 10 piensan, pero ca-rezco de medios para aceptarIo 0 recha-zarIo. Lo cierto es que maravilla encon-trar en el siglo XV una confesion inti-ma, con conciencia y anâlisis deI yo mâs intimo, de "mi yo". De aqui a Santa Teresa no hay sino un paso" (1948) 15.

    "Ho y se sabe que dona Teresa de Car-tagena descendfa de don Pablo de San-ta MarIa, es decir, de un judio conver-so. Lo cierto es que maravilla encontrar en el siglo XV una confesion intima, con conciencia y anâlisis deI yo mâs intimo, de "mi yo". De aqui a Santa Teresa no hay sino un paso, y es imposible no relacionar ambos fenomenos con la tra-dicion semltica de ambas escritoras" (1954) 16.

    En el entreacto, gracias al casual hallazgo de Alonso Cortés, se disipo la oscu-ridad, y habia que afirmar que Santa Teresa descendia de un abuelo paterno, Juan Sânchez de Toledo, judio convertido en el ano de gracia de 1485 17. El presenti-miento se habia trocado en certidumbre, y si hay algo que extrane es el conocimien-to tardîo que Castro tuvo de algo decisivo para su tesis. La santa reformadora se torno en un personaje que a la vez constituye un testimonio fehaciente para res-paldar la teoria y la slntesis quizâ pOCO gratas para algunos, para otros luminosas, pero a las que hay que agradecer la posibilidad de ver con luz nueva aspectos hasta entonces inexplicables en la existencia y escritos teresianos.

    3.2. La conciencia de su condiciôn.

    Es sabido para los iniciados coma los judeoconversos trataban de ocultar su condicion con mil resortes no ignorados por sus contemporâneos: emigracion deI lugar de donde fueran originarios, y en el que el sambenito colgado en la parroquia respectiva jugaba el papel de constante delator; cambios de nombres; consecucion por dinero de faIs as ejecutorias de hidalguia; fabricacion de fantâsticas genealogias; salida a las Indias cuando les era posible; ingreso en determinadas ordenes reli-giosas no excesivamente celosas en la observancia de los "Estatutos de limpieza de sangre", etc., etc. 18. Toda esta gama de recursos se registran en el casa deI abuelo, padre', tIos y hermanos de Santa Teresa. l,Logro ésto borrar en la tercera generacion -la de la santa- la conciencia de pertenecer a la casta oprimida de los cristianos nuevos?

    En su vida y en sus escritos hay bas tantes lugares que de jan entrever que ella era consciente de su ascendencia judeoconversa. Américo Castro no duda en afir-marlo de manera tajante y a ello ha dedicado varias pâginas en De la edad con-flictiva 19. AlH se hace una exégesis aguda deI lance ocurrido con el P. Graciân, cuando éste, convencido de la hidalgula deI linaje clara de los Cepeda y Ahumada, inicio una investigacion en Avila. El mismo confidente relatarâ después la reac-cion de la Madre, que "se enojo mucho conmigo porque trataba de esto" 20.

    15 lb., pp. 324-325_ 16 La realidad hist6rlca de Espana. México, 1954, p. 336. 17 N. ALONSo-CORTÉS, «Pleitos de los Cepedas», en Boletln de la Real Academia Espanola,

    25 (1946) 85-110. 18 Sobre éstos y otros muchos recul'SOS usados pOl' los judeoconvel'sos, cfr. las historias

    existentes en tomo a su problema, entre otras, J. CARO BAROJA, Los judios en la Espana mo-derna y contemporanea, 3 vols., Madrid, 1962. A. DOMfNGUEZ ORTIZ, Los judeoconversos en Es-pana y América, Madrid, 1971.

    19 De la edad conflicUva, p. 211-216. 20 El lance, vivazmente narrado pOl' el P. Jer6nimo Gracian en su obra Espiritu y revela-

    laciones y manera de proceder de la Madre Ana de San Bartolomé. Edlc. SILVERIO DE SANTA TERESA, Biblioteca Mfstica Carmelitana, t. 17, Burgos, 1933, p. 259.

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    Al margen de los testimonios externos, la avisada lectura de la obra teresiana, si no evidencia, si manifiesta el conocimiento que la Santa tuvo de su origen: la mencion de sus padres sin aludir a la hidalguîa como era obligado, aunque ésta se viese superada por la virtud y el temor de Dios; el tono entre jocoso y airado cuan-do se entero de los aires nobiliarios de su hermano Lorenzo; la incomodidad que siente ante la alta nobleza, asi como el menosprecio -no digamos desprecio- hacia los labriegos, etc. 21. Podrîa haber afiadido que sus principales benefactores fueron en la mayoria de los casos conocidos cristianos nuevos, la seguridad con que se mueve en los circulos y amistades de mercaderes y tantos datos mas, sensiblemente captados por Marquez Villanueva 22.

    3.3. "La honra" de Santa Teresa.

    A Castro le corresponde también el mérito de haber vertebrado la época de desgarro de Espafia en el concepto y vivencia de la honra. El subtîtulo con que aparecio la segunda edicion de La edad conflictiva 23 es 10 suficientemente explicito como para darnos cuenta de que, para él, un enfrentamiento de largo alcance, en la segunda mitad deI siglo XVI, se habia centrado en la forma peculiar de existen-cial' "la honra", identificada ésta con el correlato de la opinion, de estaI' en el otro, deI "qué diran" (mientras el honor seria el aspecto viven cial, personal, de la hon-ra) 24. POl' un proceso comprensible, a medida que la casta triunfante afirmaba su soberania, la honra vino a concretarse en pertenecer a los "cristianos viejos rancio-sos", sin macula judîa en su sangre. Los conversos, "impuros", de "sangre bautiza-da", se vieron asfixiados pOl' una sociedad injusta, cuya opinion disparaba sin cesar sus dardos, callada 0 estridentemente, contra ellos y el mundo que significaban (con-tra sus personas, propiedades y actividades). La trascendencia de tal actitud de los cristianos viejos fue decisiva en todos los ordenes, pues, al identificarse actividad intelectual y cientifica éon la casta judîa, olimpicarnente despreciada, Espafia se en-cerro en un marasmo que no necesita recurrir a la Inquisicion ni al cierre de los Pirineos para explicarse. Pero ésto -que seda largo de exponer- no nos interesa; 10 que queremos resaltar es la situacion de ahogo, de opresi6n y de c1ima irrespi-rable para quienes, como Santa Teresa, veîan c6mo la "opini6n", alcanzaba "di-mensiones omnimodas para los mas e inaguantables para los menos [ ... J, porque el sentimiento de la honra era manejado coma arma ofensiva por quienes alardea-ban de buen linaje" 25.

    Los que sabîan no pertenecer a la casta privilegiada y victoriosa tuvieron la sen-saci6n de verse colocados en un mundo minoritario de marginados. La medida na-tural deI conversa consisti6 en tomar posiciones frente a la sociedad, bien dispuesta a minar la opini6n, siempre en fragil equilibrio 26. De ahi la reaccion normal, bien perceptible en Teresa, contra la opini6n deI vulgo, reiteradamente expresada cuando habla a sus mon jas en el Camino de Perfeccioll, cuando se enoja por las pesquisas

    21 Cfr. los datos aportados en la nIntroducci6n» antepuesta pOl' A. Castro a la edici6n de 1972 de Teresa la Santa. pp. 19-32.

    22 F. MARQUEZ VILLANUEVA. Espiritualidad y literatura en el siglo XVI, el cap. dedicado a nSanta Teresa y el Iinaje», Madrid-Barcelona, 1968, pp. 160-ss.

    23 Cfr. nota 9. En la tercera edici6n, Madrid, 1972, ha cambiado el subtftulo: Crisis de la cultura espanola en el siglo XVIII. Aunque no con perspectivas idénticas, ya hacfa mucha tiem-po que Castro se habfa preocupado de este problema dei honor y de la honra; nAlgunas obser-vaciones acerca deI concepto dei honol' en los siglos XVI y XVII», en Revista de Filologla Espanola, 3 (1916) 1-50, 357-386.

    24 De la edad conflictiva, p. 89. 25 «Introducci6n» a Teresa la Santa, p. 21. 26 De la edad conflictiva, pp. 208-209.

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    linajudas de Gracian, el no importarle descender de viles villanos y confesos, el traer el mundo debajo de los pies; que no indic a sino un concepto nuevo de honra en la "honrosa" Teresa y que es un trasunto deI "anhelo de compensar con un li-naje espiritual la carencia de une socialmente estimable" 27, manera muy socorrida por los conversos.

    3.4. La liberaciôn de Santa Teresa.

    Como medio de superar la opresion llllcua, el converso, cuando fue capaz de ello, tuvo que refugiarse en SI mismo, atendiendo no a las "circun-stancias", sino a las "in-stancias". Por el monologo intimo, "el buceo en el hombre interior", el acogerse al "sacro recinto de la persona", el oprimido "suena con el mas alla y se libera ide al mente de la miseria material y moral que le asfixia" 28. Esta es la clave de la intuicion de Castro, cuando antes de enterarse de la prueba documentaI 80S-pecho la auténtica personalidad de Santa Teresa.

    Asi se llega a la fabricacion ut6pica de mundos y moradas mas cordiales para el espanol desgarrado, mas acordes con su "querer ser" y desacordes con el "tener que ser". La novela pastoril seria su expresion pristina. 0 se recurre al ataque franco 0 embozado de las circunstancias que atenazaban a la minoria, coma suce-de en La Celestina, en el Lazarillo de TOl'/nes 0, a su modo, en el propio Quijote, temas todos que han recibido un tratamiento gemelo al de Teresa en la trayectoria historica de Américo Castro.

    Teresa la Santa también sintio en su carne y en su alma los acerados dardos deI contorno cruel y de ellos se defendio a su manera. El conflicto castizo se tra-duce en su actitud social, dolorida, que le obliga -como a sus congéneres de cas-ta- a cobijarse bajo el "rebelde y confiado apartamiento", que, por otra parte, alumbraria su personal "intimismo", tan cordial para Castro, y que se puede, y se debe, expresar por 10 que otros calificarian de "individualismo", pero que él tra-duce y corrige por "absolutismo personal". El tener en cuenta la persona, mejor que atar la existencia a principios abstractos, fijos y perdurables (yen este casa injustos), se refleja en original concepto de justicia y en el atavico desprecio de 10 oficial. Lopez de Ayala, Juan de Mena, Cervantes, Quevedo (aunque enfrascado en otra casta), Gracian, Unamuno, Joaqufn Costa, pueden ser testigos de excepcion de la hispanica desconfianza hacia autoridades organizadas y hacia la justicia sur-gente deI pueblo de los incultos, de los no letrados y labriegos, tipos ideales en la época deI triunfo de los cristianos viejos; pero también 10 es Santa Teresa, con su desdén hacia las "autoridades postizas", los "reinos armados de palillos", hacia "los senores de barro" ... 29.

    El desdén hacia las autoridades postizas y sus formas de in just ici a, que -para Américo Castro- en su proyeccion posterior agresiva desembocarfa en el singular anarcosindicalismo espanol, en Teresa aboca al personalismo acogido al contacto con Dios, fortaleza de los oprimidos desde fuera 30. Por este camino, la mfstica te-resiana encuentra una explicacion coherente, aunque discutible: vendria a ser el trasunto de una rebeldia, de una evasion 0 de una liberacion que compensara el in-justo tratamiento de la sociedad con el destello de la justicia divina, sin las fallas de la administra da por los senores de barro 31.

    27 «Introducci6n)), c., pp. 27, 29. 28 La realidad hist6rlca de Espaila. México, 1971, p. 313. 29 lb., pp. 255_257, 280, 281. 30 lb., p. 292. 31 lb., pp. [XXIII, XVII], 186·187.

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    Como se ve, quedan lejos ya los esfuerzos por situar el misticismo de la santa en rebrotes anacrônicos deI europeo anterior, en actitudes erasmistas asépticas 0 en posturas férreas antirreformistas. El fenômeno glorioso deI misticismo corporeo-espiritual tiene explicaciones mas cordialmente hispanas, judaicoorientales en con-creto, como otra expresiôn -esta vez sublime- de los cruces y rechazos de las tres castas constitutivas de la realidad de Espafia, y como resultado de su atroz y conflictivo encuentro 32.

    Nada mas grâfico para captar el pensamiento de Castro en torno a la relaciôn mistica Teresa-Dios que sus propias palabras.

    "No pienso que exista relaciôn de causaUdad entre el misticismo de Teresa Sanchez de Cepeda (la futura Santa) y su conciencia de pertenecer a una familia de conversos. Pero si crea que el ardor y furia espirituales con que la santa se entregô a Dios y se lanzô a su defensa, le sirvieron de firme protecciôn y de refugio frente al ataque de quienes hallaban macu-las de judaismo en quienes eran paradigmas de cristiandad [ ... ] La privan-za de que gozaba junto al Rey de Reyes la redimia de la situaciôn con-flictiva creada por su conciencia de ser cristiana hasta los tuétanos y deI hecho de saberse expuesta en 10 exterior a quién sabe qué enojos y ver-güenzas, todo ello inicuo. Se nota un dejo amargo tras esa referencia a las autoridades postizas" 33.

    "Después de mas de cuarenta afios [escribe Castro en 1971] ha acon-tecido el descubrimiento de la auténtica personalidad de la Santa, 10 cual obIiga a variar el enfoque de su obra siempre admirable, pues con la rea-Iidad de esa obra ha de combinarse el problema de cômo se situa en ella la persona de quien la escribiô. El misticismo de Teresa de Jesus es, ade-mas de eso, la vivencia de ese misticismo en la concepcion y expresion de 10 escrito, no para la imprenta, sino para convivir, mientras escribia, con sus hijas espirituales. Son aqui inseparables las circunstancias motivantes de la vida conventual de la futura santa y el hecho de necesitar vèrterse hacia el exterior con una personalidad, con una conciencia de si misma distintas, en realidad triunfales, respecto de las que habian afligido a quien, siendo muy puntillosa en materias de "honra" (ella 10 dice a menudo), habia tenido que soportar la dura carga de sentirse sefialada como cristia-na no limpia, sin rancio abolengo" 34.

    4. El enfrentamiento de Santiago y Santa Teresa

    Américo Castro, que ha estudiado a 10 largo, ancho y profundo el papel juga-do por Santiago en la historia de Espafia 35, al pensar en el ocaso de la creencia en el apostol se encontro con un episodio deI siglo xvu: se quiso destronar a San-tiago al intentar y, en parte, conseguir que Santa Teresa fuese declarada copa-trona de Espafia pOl' Paulo V y a instancias deI monarca Felipe III (1618). El hecho, a primera vista e historicamente sin mayor trascendencia, se ve estrujado por Castro hast a las (I1timas posibilidades. Inicialmente achaca todo el suceso a los hijos de Santa Teresa, agradecidos a la "divinal" hidalguia otorgada por la Madre, y a una veleidad de Felipe III. Pero, como era de esperar, hunde su

    33 De la edad conflictiva, pp. 212, 216. 34 «Introducci6n, c., p. 20. 35 El tema llena muchas paginas de su obra fundamental La realidad hist6rica. Cfr., ademas,

    Santiago de Espafla, Buenos Aires, 1958.

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    reflexion en un artificio pletorico de gracia. Buena ocasion le da para ello el repasar los avatares de la curiosa contienda que con tal motivo conmovio a la opinion pûblica, y que habrfa quèdado reducida a otra disputa de tantas de no haber mediado Quevedo con su furibundo panfleto antiteresiano, Su espada por Santiago (1628). Al filo de esta invectiva te je don Américo paginas tan deliciosas como inconsistentes.

    En principio, la ofensiva desencadenada contra el mita cordial puede apa-recer como un alarde racionalista y demoledor, que no les iba a quienes quisieron revestir su real intento con la falacia de la argumentacion racional; como tam-pOCO cuadraba a Quevedo la reaccion ultramedieval con el conglomerado de batallas ganadas por la proteccion deI apostol 0 con el cumula de moros muertos desde su blanco caballo 0 con milagros asombrosos. Resulto que ambos bandos rivales luchaban con armas idénticas, sin aportar nada nuevo el patronato tere-siano, que "se alzaba sobre los escombros deI de Santiago en una aparente dua-lidad personal".

    En el fondo, 10 que se ventilaba era algo mucho mas profundo, pues no era la plebe la que renegaba de Santiago para acogerse a Santa Teresa, "sino los frailes y los teologos", que encontraron eco en los reyes. l. Qué habia sucedido? Socialmente, que la vieja concepcion masculina y bélica de la vida (peculiarida-des deI espanol castizo) en el siglo XVII habia sido erosionada por la presencia de la mujer; la prevencion contra todo 10 que sonase a actividad intelectual, compar-tida por todos los cristianos viejos, se vio compensada por el hecho de que Feli-pe IV, "rey mas de letras que de armas", se sumo a los partidarios de la Santa y logro que el papa confirmara su copatronato. Politicamente, Santiago medieval fue sustituido por Madrid, la monarquia guerrera por otra mas burocratica, que vela en Teresa un agente mas activo que Santiago ("muchas veces -dira el P. Pi-mentel- saldra mejor despachado el que invocare a Teresa que a Santiago") 36. Como puede verse, todo ello no indica sino una sucesi6n ininterrumpida de an-tanonas peculiaridades. Si antes se creia que el apostol -como un nuevo desdo-blamiento dios-coride- estaba siempre alerta para combatir por y con los cris-tianos, ahora la relacion cielo-tierra (Espana) se manifestaba en la seguridad de tener alli como una hacendosa secretaria, encargada de los negocios de Espana, y era 10 mas natural que ésta pagase los gajes de tal gestion reconociendo a su agente como patrona suya 37.

    En 1627, no obstante, Urbano VIII atenuaba la declaracion anterior, de jan do libertad para la opcion entre ambos copatronos. Esto significo un fracaso deI as alto teresiano, fracaso consecuente dentro deI esquema de Américo Castro, que llega a afirmar que "la mayorfa de los espanoles se rebelo contra tal disminucion de prestigio para Santiago". Aqui se halla el gozne de todo el suceso y otro de los muchos que escoltaron la historia intimamente turbulenta de los espanoles. No se podia robar el mito a quienes 10 identificaron (10 vivenciaron) con su ser bélico, aunque en el XVII no hubiera ya sarracenos a los que combatir; en una época en que el vulgo, el labriego en concreto, se habia tornado en encarnador de la "honra" de los cristianos ranciosos, resultaba intolerable el sustituirle por alguien que, como Teresa (y nadie recordaba ya su ascendencia) y su reforma, constitura un atentado contra los viejos ideales de la casta triunfante. El episodio minusculo, par arte y

    36 Aducido por Quevedo en Su espada de Santiago, edic., A. FERNANDEZ-GUERRA y ORBE, BAE, t. 48, Madrid, 1951, p. 445 b.

    37 Fueron muchos los autores que entraron en la controversia a favor y en contra de San-tiago. Entre los segundos, cfr. composici6n Al poema delirico de don Francisco de Quevedo, sâtira graciosa de don Valerio Vicencio, nombre tras el que se escondia el P. Carmelita Des. calzo Gaspar de Santamaria, e incluida par Fernândez-Guerra en la edic. citada.

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    gracia de Américo Castro, se ha tornado en un testigo mas deI perenne conflicto castizo espafiol 38.

    5. Sentido de la Reforma Teresiana

    El detenido analisis que Américo Castro realiza deI panfleto de Quevedo le lleva a ahondar mas en esta manifestaci6n deI conflicto, que tal coma se realiza en este lance convierte al intento teresiano en una prueba fehaciente deI encuentro hostiI de corrientes seculares en pugna no por soterradas menos violentas; se encon-traban dos dimensiones vitales espafiolas: por una parte la de la casta triunfante, representada en Quevedo, prototipo aqui deI sentimiento belicoso de los cristianos viejos; por otra, la postura carmelitana, eclosi6n de la corriente conteniplativa, mis-tica, en trance de romper las compuertas que habian mantenido callada y angustiada la vida de intimidad divina de raigambre islamica. De nuevo, en un momento rela-tivamente tardio, ha aflorado el conflicto multiforme.

    Para Américo, el fracaso deI asaIto en la tercera época de su periodizaci6n de la historia de Espafia, le permite plantear con agudeza el sentido de la reforma de Santa Teresa, pues ello sale también al paso en el escrito de Quevedo.

    La reforma carmelitana supuso un esfuerzo por integrar en el complejo espafiol una forma de vida respaldada en los pHares de la contemplaci6n divina y de la mistica, por una parte, y deI trabajo manual por otra. Si elIo enlaza con los ensa-yos de los Hermanos de la Vida Comun deI Norte de Europa, también supone, en su profundidad, la reanimaci6n de la corriente mistica islamica. Es decir, que se situa-ria en un enfrentamiento evidente con las 6rdenes mendicantes. Al ocio, a la solu-ci6n de la caridad, opuso la soluci6n de ganarse su vida por la artesania, por el trabajo que ayudase a su sustento y a la republica. Como era de esperar, surge la comparaci6n con 10 sucedido con el otro hallazgo netamente hispano de la Orden Jer6nima, tema deI que Castro se ha ocupado reiterada y espaciosamente en otros lugares 39.

    En el ardor de la contienda, Quevedo minusvalora el papel de la Santa y su Reforma: si deI conocimiento mistico se trata, poco aport6 Teresa a 10 que antes se habia dicho ya en Espafia por el Doctor G6mez Garcia [] en su Carro de dos vidas (Sevilla, 1500) 0, fuera deI ambito hispano, por Ricardo de San Victor 0 San Buenaventura; en la vertiente deI trabajo manual, ahi estan las palabras' deI "do cH-simo padre Sosa, en la Serâfica Orden de San Francisco generalisimo, y después obispo de Canari as y Osma", quien, refiriéndose a los Carmelitas Descalzos, dijo a Felipe II: "los cuales dijeron que su pretensi6n es resucitar la vida eremitica [ ... ] y esto sin ning(m gravamen de la rep'ublica, antes con mucha utilidad della, porque han de trabajar y ganar con sus manos la comida; con 10 cual no seria impedimento a los demas pobres, antes se remediaria en parte el abuso de llevar los oficiales exce-sivo precio por su trabajo, viendo la moderacion con que ellos se contentaban. Y pa-reciendo esto cos a deI cielo, se dio licencia para fundar, y en los conventos se pu-sieron telares y otros instrumentos de oficios honestos para ganar la comida [ ... ] y si se ejecut6 algo dello, dura pocos dias. Véase ahora la multitud de conventos que se han fundado en tan poco tiempo desta Reforma, y si estan solamente en los desiertos, y si viven solamente deI trabajo de sus manos, y si piden limosnas y tienen rentas" 40.

    38 Toda esta cuesti6n deI patronato, en La realidad hist6rica, pp. 391-399. 39 Aspectas deI vlvir hispcinico, Madrid, 1970, pp. 60-103. ~o QUEVEDO, Su espada par Santiago, p. 447 a.

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    A Américo Castro, el lance le viene muy a proposito para enlazar la diatriba con los vectores de su historia. Estos carmelitas descalzos, "refractarios a la mendi-cidad", y que resucitaron vie jas formas de vida por su entrega "a la contemplacion divina y a cultivar la honesta artesania con fines sociales", constituian un desafio para "la estructura de vida hispanocristiana, que rechazaba tanto la serena contem-placion como el trabajo manual". Pero los intimismos y el afanoso quehacer mate-rial no pudieron prosperar; forzosamente tenian que ser rechazados por unas estruc-turas castizas que miraban con recela y con cierta nota de deshonor estos intimis-mos; y "vivir deI trabajo manual era cosa de plebeyos, en ultimo término, actividad propia de moros y judios, repelente tanto para un caballero de Santiago como para un fraile mendicante".

    El ademan deI copatronato de Santa Teresa, asi como la ofensiva de su refor-ma puso de relieve otra vez el eterno choque de dos actitudes tfpicamente hispanas: una concepcion activista de 10 divino, pragmatista, de tradicion viejocristiana, y "la vivencia de Dios en la pura contemplaci6n" de raigambre neocristiana (moro-judia); la victoria estuvo de parte de la casta triunfante desde hacîa mas de siglo y medio. Como dice Américo Castro, muy radicalmente conforme a su costumbre: "Entre las. alternativas absolu tas deI activismo bélico y la ociosidad mendicante, no qued6 espacio para el quehacer afanoso, para el diâlogo con las cos as, tan obras de Dios coma las palabras de los textos relevados" 41.

    * * * Hemos tratado de ofrecer las llneas generales deI pensamiento de Américo Castro

    en 10 que afecta a la forma de ver y presentar a Santa Teresa; ello no quiere decir una solidaridad con todas sus manifestaciones. De hecho, y sin pasion, Castro se nos aparece mas como un pensador genial de la historia que como un historiador de cuerpo entero. Deslumbrado por su gran hallazgo, de su gesti6n indiscutible, no se puede negar que para respaldar su sintesis historica, basada en el conflicto real de castas, se ha apoyado casi solo en documentacion literaria, siempre fragil y de élites, y en muchas ocasiones sin contacto' con la gran masa olvidada que hace y sufre la historia también; en este sentido, ha sido impermeable a las nuevas llneas historica~ estructural, demografica, social, economica, cuantitativa, que se acercan al hombre de carne y hileso mucho mas de 10 que él creyo y, por supuesto, mucho mas que é1 42•

    En el capîtulo teresiano, a veces riza el rizo por acomodar los datos al esquema pretrazado. Por ejemplo: en el relativo fracaso deI patronato teresiano, mas eficien-tes que movimientos profundos castizos resultaron los esfuerzos deI cabildo com-postelano, que fue quien, en realidad, por comprensibles motivos, lucho con toda energia para evitar cualquier competencia. (l,Como habrîa interpretado don Américo el hecho de que San José fuese proclamado por Inocencio XI en 1679 patrono de las Espafias, proclamacion anulada después por las mismas presiones? Naturalmente, Castro ignoro esto) 43. En cuanto al sentido de la Reforma Teresiana, el alcance de los textos de Quevedo y deI P. Sos a se desmesuran a todas luces, y los hechos fue-ron otra vez mas sencillos: al une -caballero de Santiago- le molesto el ataque contra el apostol, cuyo habito portaba, y el otro se movîa por algo normal en aquel entonces, y no es de extrafiar que su celotipia le hiciese mirar con estupor y ~usto

    41 La realidad hist6riea, pp. 396-399. 42 En él se arraig6 cada vez mas la prevenci6n hacia estas formas de historia. Cfr. las pa-

    ginas antepuestas a la Ultima edic. De la edad con/lictiva y sus apreciaciones en torno Chaunu, Braudel, Vilar".

    43 Cfr. JosÉ ANTONIO DEL NINO JESUS, «Tres documentos josefinos en el Archivo de Siman-cas», en Estudios Josefinos, 2 (1948) 231-ss.

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    el sorprendente desarrollo de una orden nueva que a la vez suponfa otra peligrosa competencia para los ingresos de la mendicidad.

    Sin embargo, con sus exacerbaciones y todo, sin olvidar la desfiguracion de algu-nos datos, cuando contemplamos con serenidad la vision teresiana de Américo Cas-tro, hay que confesar que la Santa sale engrandecida al situarla en su justo ambien-te. La gran intuicion primera de haber pertenecido Teresa al sector social de los conversos aclara muchas actitudes personales, muchos de los contenidos de sus obras, oscuridades hast a ahora insolubles e, incluso, hasta esclarece aspectos de su singular misticismo. Gracias a Américo Castro, una serie de investigadores posterio-res (Romero Seris, Marquez Villanueva, Dominguez Ortiz) nos van ofreciendo aspec-tos nuevos de la personalidad de la Santa, a partir precisamente de su condicion conversa. Es curioso, pero en la nomina de estos investigadores continuadores de Américo Castro no aparece ningun "teresianologo". Y es que se ha registrado el fenomeno de que los hijos de Santa Teresa, 0 ignoran inexcusablemente estos hallaz-gos 0 se encastillan en posturas absurdas y tendentes a disimular, como anacronicos cristianos viejos rancios os, algo que parece avergonzarIos, y que sin embargo resul-ta tan imprescindible para captar a la Santa en toda su apasionante grandeza.

    TEOFANES EGIDo, ocd Universidad de Valladolid Departamento de historia modern a