La Piedra de Moises - James Becker

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Annotation

El detective ChrisBronson es enviado aMarruecos a investigar lasmisteriosas muertes de dosturistas. Allí comienza aseguir una serie de pistasque le conducirá desde unbullicioso mercado marroquía las desérticas cuevas deQumrán; desde los ecossiniestros de un túnelcompletamente inundado

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bajo la ciudad de Jerusalén,hasta una fortaleza azotadapor el viento, cuyo nombresignifica muerte.

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LA PIEDRA DEMOISÉS

Chris Bronson Nº2

El detectiveChris Bronson esenviado aMarruecos a

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investigar lasmisteriosasmuertes de dosturistas. Allícomienza aseguir una seriede pistas que leconducirá desdeun bulliciosomercadomarroquí a lasdesérticas cuevasde Qumrán;desde los ecos

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siniestros de untúnelcompletamenteinundado bajo laciudad deJerusalén, hastauna fortalezaazotada por elviento, cuyonombre significamuerte.

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Título Original: Mosesstone

Traductor: AndreuBaquero, Ana María

Autor: Becker, James©2011, La Factoría de

IdeasColección: ThrillerISBN: 9788498006698Generado con:

QualityEPUB v0.23C o r r e g i d o : ,

02/08/2011

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Prólogo

Masada, JudeaAnno Domini 73—No podemos esperar

más.Elazar ben Yair se subió

a una pesada tribuna demadera situada casi en elcentro de la fortaleza y bajóla mirada dirigiéndola hacialos rostros de los hombres ymujeres que lo rodeaban.

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Al otro lado de losrecios muros de piedra, untorrente de sonidos(órdenes dictadas a voz engrito, el ruido de lasexcavaciones y los golpesde las piedras cayendo unassobre otras) servía comotelón de fondo a suspalabras. De cuando encuando, por encima deljaleo, se imponía un ruidosordo seguido de un granestruendo, lo que

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significaba que un proyectilproveniente de una de lasbalistas, las imponentesarmas de asedio romanas,se había estrellado contralos muros de la fortaleza.

Ben Yair lideraba elgrupo de rebeldes judíosconocidos como «sicarios»desde hacía siete años,desde el mismo momentoen que se hicieron conMasada tras arrebatársela ala guarnición romana allí

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estacionada. Los sicarioseran un grupo extremistadentro de los zelotes. Dehecho, eran tan radicalesque entre sus enemigos secontaban los propioszelotes, así como la mayorparte de los pueblos deJudea. Durante años, lafortaleza situada en la cimade la montaña les habíaservido como base parasaquear tanto losasentamientos romanos,

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que se extendían por todoel país, como los judíos.

El año anterior, a LudoFlavio Silva, gobernadorromano de Judea, se leagotó la paciencia y atacóMasada con la legiónFretensis, compuesta porunos cinco mil soldadosavezados en la lucha. Sinembargo, Masada era unhueso duro de roer y todoslos esfuerzos iniciales porparte de los romanos para

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abrir una brecha en susdefensas habían resultadoinfructuosos. Como últimorecurso habían construidoun muro de contención( u n a circumvallatio)alrededor de una parte dela fortaleza, y a partir deahí habían empezado aerigir una rampa de unaaltura suficiente que lespermitiera usar un arietecontra la gruesa murallaque rodeaba la ciudadela.

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—Todos vosotros habéisvisto la rampa que se apoyaen nuestra muralla —comenzó a decir Elazar benYair con un tono deresignación en su voz—.Mañana o, como muy tarde,pasado mañana, los arietesromperán nuestrasdefensas. Ya no hay nadaque podamos hacer paraevitarlo y, una vez queconsigan penetrar, losromanos nos invadirán.

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Entre hombres, mujeres yniños, no llegamos a las milalmas. Al otro lado de lasmurallas nuestros enemigosquintuplican ese número.No alberguéis duda alguna,los romanos vencerán,independientemente de lafiereza y la valentía conque luchemos.

Elazar ben Yair hizouna pausa y miró a sualrededor. En aquelmomento, una salva de

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flechas, proveniente de másallá de las almenas, cruzósilbando por encima de lascabezas de los allí reunidos,pero la mayor parte apenasse inmutó.

—Si luchamos —prosiguió Ben Yair—, lamayoría de nosotros, losmás afortunados, morirá.Los pocos que sobrevivanserán ejecutados,probablemente mediante lacrucifixión, o vendidos en

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los mercados de esclavos dela costa.

Un murmullo cargadode ira se elevó por encimade la multitud en respuestaa las palabras de su líder.Los romanos habían ideadoun retorcido método paraevitar que los sicarioscontraatacaran: habíanempleado esclavos paraconstruir la rampa, y eraevidente que se valdríanigualmente de ellos para

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empujar los arietes. Y paraatacar una fortalezaocupada por judíos, nadamejor que utilizar esclavosjudíos. De este modo, paraprotegerse, los sicarios sehabrían visto obligados amatar a sus propioscampesinos convertidos enesclavos, algo que inclusoellos, que no eran conocidosprecisamente por sutolerancia o su compasión,encontraban de mal gusto.

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Esta era la razón por lacual no habían podidodetener la construcción dela rampa, y la misma queles impediría contrarrestarel ataque de los arietes.

—La elección es biensencilla —concluyó Ben Yair—. Si luchamos yconseguimos sobrevivir a labatalla, acabaremosclavados en cruces en elvalle que se extiende a lospies de la fortaleza o

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convertidos en esclavos delos romanos.

La multitud lo miró ylos murmullos cesaron.

—¿Y si nos rindiéramos?—preguntó una voz llena derabia.

—Eres libre de hacerlo,hermano —respondió Elazarben Yair dirigiendo lamirada al hombre que habíaintervenido—. Pero aun asíacabarías igualmentecrucificado o vendido como

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esclavo.—Si no podemos luchar

ni tampoco rendirnos, ¿quéotras opciones nos quedan?

—Hay un modo —dijoBen Yair—, el único paraconseguir una victoria de laque todos hablarían durantegeneraciones.

—¿Podemos derrotar alos romanos?

—Podemos derrotarlos,sí, pero no de la maneraque imaginas.

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—¿Cómo entonces?Elazar ben Yair hizo

una breve pausa y miró alas gentes con las que habíacompartido su vida y lafortaleza durante sieteaños. Seguidamente, se loexplicó.

Al caer la noche, elruido de las obras deconstrucción, al otro lado dela muralla, cesó. En elinterior, los hombres se

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dividieron en grupos y sedispusieron a preparar loque se convertiría en elúltimo acto del drama deMasada. Para ello, apilarontrozos de madera yrecipientes de aceiteinflamable en las bodegasdel extremo norte de lafortaleza, excluyendo ungrupo de habitaciones quedebían permanecer intactassiguiendo órdenesespecíficas de Elazar ben

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Yair. Más tarde, cuando losúltimos rayos de sol sedesvanecieron por detrás delas montañas que rodeabanel lugar, construyeron unaenorme hoguera en elcentro de la plaza principalde la fortaleza y laencendieron. Para terminar,prendieron fuego a losmontones de madera de lasdespensas.

Una vez concluidos lospreparativos, Elazar ben

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Yair reunió a cuatro de sushombres y les dioinstrucciones detalladas.

La construcción de larampa había hecho que laatención de los romanos secentrara en el flancooccidental de la ciudadela.Era allí donde seconcentraban la mayorparte de los legionarios,listos para el último asalto.Asimismo, había guardiasapostados alrededor del

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resto de la fortaleza, en elárido terreno que seextendía a los pies de laformación rocosa, pero enun número mucho másreducido que en los días ysemanas anteriores. En laladera oriental de Masada,la caída era de unoscuatrocientos metros y,aunque no se tratabaexactamente de unprecipicio, la pendiente eratan abrupta y peligrosa que

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los romanos noconsideraban que lossicarios fueran taninsensatos como parautilizarla, así que el númerode centinelas allí apostadosera bastante reducido. Yhasta aquella noche, teníanrazón.

Ben Yair condujo a sushombres hasta los pies delgrueso muro que protegíala meseta de Masada. Acontinuación les entregó

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dos objetos cilíndricos,ambos envueltos en tela delino y bien amarrados conuna cuerda junto a dospesadas tablillas de piedra,igualmente protegidas poruna gruesa envoltura de lamisma tela. Seguidamente,abrazó a cada uno de ellos,se dio la vuelta y se alejodel lugar. Como fantasmasen la noche, los cuatrohombres escalaron el muroy desaparecieron en silencio

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entre el amasijo de rocasque marcaba el inicio de suarriesgado descenso.

Los sicarios reunidos,novecientos treinta y seisentre hombres, mujeres yniños, se arrodillaron parapronunciar la que sabíanque sería la última plegariade sus vidas. Acontinuación, se dispusieronen fila delante de unatarima que se encontraba alos pies de uno de los

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muros de la fortaleza yefectuaron el sorteo. Unavez que todos hubieronextraído una pajita, diez deellos se apartaron de lamultitud y se acercaron denuevo a la mesa dondeElazar ben Yair esperaba enpie. Este ordenó que sehicieran constar susnombres junto al de su lídery un escriba los transcribióen once fragmentos dearcilla, a razón de un

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nombre por trozo.Después, Ben Yair se

encaminó hacia el edificioque había hecho construirHerodes, unos cien añosantes, para utilizarlo comofortaleza personal cuandosus superiores romanos lodesignaron rey de Judea.Allí ordenó que seenterraran con sumocuidado los fragmentos dearcilla, con objeto de quesirvieran como recordatorio

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del fin del asedio.Por último, regresó al

centro de la fortaleza yemitió una única orden, ungrito que resonó por toda laciudadela.

Alrededor de él, todoslos combatientes (exceptolos diez elegidos por sorteo)desenvainaron sus espadasy dagas y las arrojaron asus pies. El estruendo decientos de armas golpeandocontra el suelo polvoriento

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retumbó contra los murosque los rodeaban,transformándose en unruido atronador.

Luego hubo unasegunda orden y los diezhombres se situaron justodelante de sus compañerosdesarmados. Ben Yairobservó que una de lasprimeras víctimas daba unpaso hacia delante paraabrazar al hombre elegidopara ser su verdugo.

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—Hazlo con rapidez yfirmeza, hermano —dijomientras regresaba a suposición inicial.

Dos de sus compañerosasieron con fuerza losbrazos del hombredesarmado y lo sujetaronfirmemente. El otrodesenvainó su espada, seinclinó hacia delante, retirócon suma delicadeza latúnica de su víctima paradejar el pecho al

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descubierto y alzó el brazoderecho.

—Vete en paz, amigomío —dijo con vozentrecortada. Acontinuación, asestó unúnico golpe certero queintrodujo la espada en elcorazón de su víctima. Esteemitió un gruñido a causadel repentino impacto, perosus labios no dejaronescapar ni un grito de dolor.

Con delicadeza y

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veneración, los doshombres depositaron sucuerpo sin vida en el suelo.

El mismo proceso serepitió en cada uno de lospequeños grupos dehombres repartidos por laplaza, y en todos y cadauno de los casos culminócon diez de ellos yaciendomuertos sobre el terreno.

Elazar ben Yair dictó denuevo la orden y una vezmás las espadas alcanzaron

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su objetivo, pero en estaocasión una de ellas sesgóla vida del propio Ben Yair.

Trascurrida una mediahora, todos los sicarios,excepto dos, yacían inertesen el suelo. Solemnemente,los últimos dos hombres loecharon a suertes y denuevo una corta y poderosaestocada acabó con otravida. El guerrero quequedaba, con los ojosbañados en lágrimas,

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recorrió la fortalezaexaminando uno a unotodos los cuerpos paraasegurarse de que ningunode sus compañerosestuviera vivo.

Al final echó un últimovistazo a la ciudadela en laque ya no quedaba ni rastrode vida. Entre dientes elevóuna plegaria a su dios parapedir perdón por lo queestaba a punto de hacer, ledio la vuelta a su espada,

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colocó la punta sobre supecho y se abalanzó sobreella.

A la mañana siguiente,el ariete comenzó a golpearel muro oeste de Masada yen un breve espacio detiempo logró atravesarlo.Justo detrás, los romanosse toparon con otrobaluarte que los sicarioshabían erigido en unintento desesperado por

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defenderse, peroigualmente lo destruyeronen cuestión de minutos.Poco después los soldadosirrumpieron en estampidaen la fortaleza.

Una hora después deque se hubiera conseguidoabrir una brecha en elmuro, Lucio Flavio Silvasubió la rampa, superó laslíneas de legionarios yatravesó el agujero delmuro. Una vez dentro, miró

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a su alrededor conexpresión incrédula.

Había cadáveres portodas partes, de hombresmujeres y niños, y lasangre que cubría suspechos ya se habíaoscurecido y coagulado.Nubes de moscasrevoloteaban bajo el sol dela tarde alimentándose conavaricia, aves carroñeraspicoteaban los blandostejidos de los cadáveres y

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cientos de ratascorreteaban por encima delos cuerpos.

—¿Están todosmuertos? —preguntó a uncenturión.

—Es así como los hemosencontrado, señor. Pero haysiete supervivientes, dosmujeres y cinco niños.Estaban escondidos en unacisterna subterránea en elextremo sur de la meseta.

—¿Y cómo explican lo

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ocurrido aquí? ¿Se hansuicidado?

—No exactamente,señor. Su religión loprohíbe. En realidadhicieron un sorteo paramatarse los unos a losotros. El último de ellos —añadió el centuriónseñalando uno de loscuerpos que yacía bocaabajo y de cuya espaldaasomaba la punta de unaespada— se arrojó sobre su

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arma, de manera que fue elúnico que realmente sesuicidó.

—Pero ¿por qué? —seinteresó Silva, aunque supregunta era más bienretórica.

—Según cuentan lasmujeres, Elazar ben Yair, sulíder, sugirió que si sequitaban la vida, en elmomento y modo que elloselegían, nos privarían de lavictoria. —El centurión

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señaló al norte de laciudadela—. Podían haberseguido luchando. Lasdespensas, aquellas quedeliberadamente salvarondel incendio, están llenasde víveres y las cisternasrebosan agua potable.

—Pues, si realmentehan vencido, se trata deuna extraña forma devictoria —renegó Silva sinapartar la vista de loscientos de cuerpos que lo

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rodeaban—. Hemos tomadoposesión de Masada, por finesos miserables sicariosestán todos muertos y nohemos perdido ni un sololegionario en el asalto. ¡Leaseguro que no meimportaría afrontar muchasmás derrotas como esta!

El centurión esbozó unasonrisa complaciente.

—En cuanto a lasmujeres y los niños, migeneral, ¿cuáles son sus

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órdenes?—Llevad a los niños al

mercado de esclavos máscercano y entregad lasmujeres a las tropas. Sitodavía están vivas cuandonuestros hombres hayanacabado con ellas, dejadlasmarchar.

Justo a las afueras deMasada, los cuatro sicariosaguardaban escondidos trasun peñasco, a unos treintametros del desierto que se

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extendía a sus pies.Después de que las tropasromanas hubieran abiertouna brecha en el muro eirrumpido en la ciudadela,los generales dieron ordenal resto de centinelas deabandonar sus puestos. Aunasí, a pesar de que loslegionarios ya se habíanmarchado, los cuatrohombres esperaron a queoscureciera para completarel descenso.

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Tres días más tarde

llegaron a Ir-TzadokB'Succaca, la comunidadasentada en la cima de unamontaña (que dos mileniosmás tarde se conoceríacomo Qumrán). Tras pasarallí todo un día, los cuatrosicarios reanudaron elviaje.

Recorrieron a pie unosocho kilómetros, bordeandola costa oeste del mar

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Muerto, antes deemprender camino direcciónnorte. Pasaron por lasciudades de Kipros, Taurusy Jericó, e hicieron nocheen Fazael. El segundo díagiraron en dirección a Siloé,pero una vez dejaron laciudad y comenzaron acaminar en dirección nortepor la ladera oriental delmonte Gerizim, la marchase tornó mucho más dura ycomplicada, por lo que no

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consiguieron llegar aMahanaim hasta elanochecer. Al día siguientellegaron hasta Sicar, dondese tomaron otra jornada dedescanso porque estaban apunto de afrontar la partemás penosa del viaje, unacaminata de más de quincekilómetros por los difícilesterrenos que bordeaban laladera oeste del monte Ebalhasta la ciudad deBemesilis.

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Esa travesía les llevótodo el día siguiente y unavez más descansaronveinticuatro horas antes decontinuar dirección nortehasta la ciudad de Ginea.Llegaron allí cuando habíanpasado unas dos semanasdesde que abandonaranMasada y aprovecharonpara adquirir nuevasprovisiones para afrontar laúltima parte de su viaje.

Reanudaron la marcha

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a la mañana siguiente,caminando hacia elnoroeste a través de lospalmerales que recubríanlas fértiles tierras bajas quese expanden entre el marde Galilea y las costas delmar Muerto, y queconducen hasta la llanurade Esdraelón. La ruta queseguían fluctuaba deizquierda a derecha,esquivando los numerososobstáculos y evitando los

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terrenos más elevados quese interponían entre ellos ysu lugar de destino. Estehecho no solo ralentizómucho la marcha, sino quela hizo mucho más fatigosadebido a los implacablesrayos de sol que lesacompañaron durante todoel trayecto.

A media tarde avistaronpor primera vez su objetivo,y casi había anochecidocuando llegaron a las faldas

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de la montaña. En vez deintentar escalar la ladera yllevar a cabocompletamente a oscuras lamisión que les habíaencomendado Elazar benYair, optaron por hacernoche y reposar unashoras.

A la salida del sol, loshombres se encontraban yaen la cima de la planicie.Solo uno de ellos habíaestado allí antes y les llevó

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más de ocho horas cumplirsu cometido.

No pudieron descenderel empinado sendero queconducía a la llanurainferior hasta bien entradala tarde y era casi medianoche cuando llegaron aNaín. Por fortuna, eltrayecto resultó algo menosfatigoso porque ya noacarreaban ni los dosobjetos cilíndricos ni lastablas de piedra.

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A la mañana siguiente

fueron en busca de unalfarero y, tras ofrecerleuna cantidad de orosuficiente para evitar quehiciera preguntas, tomaronposesión de su tallerdurante el resto del día. Sequedaron allí, con la puertacerrada a cal y canto hastabien avanzada la noche,trabajando bajo la luzparpadeante de algunas

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lámparas alimentadas congrasa animal.

Al amanecer los cuatrohombres emprendieroncaminos diversos, cada unode ellos con una misióndiferente que cumplir.

Nunca más volvieron averse.

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PRIMERA PARTE

Marruecos

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1

A Margaret O'Connor le

encantaba la medina, perolo que verdaderamente lavolvía loca era el zoco.

Le habían dicho que enárabe la palabra medinasignificaba «ciudad», peroen Rabat, como en otrosmuchos lugares deMarruecos, se habíaconvertido en un término

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genérico para designar elcentro histórico de laciudad, un laberinto deangostas callejuelas, lamayoría de ellas tanestrechas que no habíaespacio suficiente para quepasaran los coches. Dehecho, había tramos en losque dos personascaminando una junto a laotra podían llegar amolestarse. En el zoco enparticular, a pesar de que

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había algunas zonas algomás amplias rodeadas porpuestos o tiendas abiertasal exterior, se podíanencontrar pasajes todavíamás reducidos y, en opiniónde Margaret, aún másencantadores precisamentepor lo que teman depintorescos. Las paredesenlucidas de las casasestaban agrietadas ycuarteadas por el paso deltiempo y el sol había

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desconchado y desteñido lapintura que las recubría.

Cada vez que Ralph yella visitaban el lugar, loencontraban abarrotado degente. Al principio habíasentido cierta decepción alcomprobar que la mayoríade los nativos preferíanvestir a la maneraoccidental (lo que más seveía eran vaqueros ycamisetas), en vez de lastradicionales chilabas que

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esperaba encontrar. La guíaturística que habíacomprado en la recepcióndel hotel le ayudó aentender el porqué.

A pesar de ser unanación islámica, solo uncuarto de la población deMarruecos era árabe. Lamayoría de ellos eranbereberes, o imazighen,como les gustaba que se lesllamase, un pueblooriginario del norte de

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África que no pertenece a laetnia árabe. Los berebereseran los nativos deMarruecos, y aunque en unprincipio se habían resistidoa la invasión de su país porlos árabes, con el tiempo sehabían convertido al islam yhabían adoptado la lenguade los invasores. Estagradual aculturación porparte de los bereberes en lacomunidad árabe no solohabía dado como resultado

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una gran diversidad en laforma de vestirse, sinotambién una llamativamezcla cultural ylingüística, haciendo quetanto el árabe como elidioma bereber tamazightestuvieran muy extendidos,así como el francés, elespañol e incluso el inglés.

A Margaret O'Connor leencantaban los sonidos, losolores y el bullicio del lugar,e incluso toleraba bastante

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bien la inagotable cantidadde niños que correteabanpor las callejuelas pidiendolimosna u ofreciéndosecomo guías a los turistasque caminaban sin rumbofijo y cuya condición deextranjeros era más queevidente.

Era la primera vez queella y su marido Ralphvisitaban Marruecos y, adecir verdad, este nodemostraba el mismo

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entusiasmo por el país quesu esposa. El gentío queatestaba las calles del zocole producía claustrofobia ylos miles de extraños oloresle resultaban bastantedesagradables. Prefería conmucho los complejosturísticos que bordeaban lacosta española, su destinode vacaciones habitual,pues, aun estando en unpaís extranjero, leresultaban infinitamente

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más familiares. Noobstante, aquel añoMargaret había insistido enviajar a algún lugar másexótico, probar algodiferente, y Marruecos leshabía parecido el lugar másaceptable a ambos.

Estaba en otrocontinente, pero losuficientemente cerca comopara no tener que soportarun largo trayecto en avión.Habían descartado

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Casablanca porque todo elmundo decía que era latípica ciudad portuaria suciay ruidosa, nada que ver conla clásica imagen románticacreada por Hollywood. Poresta razón compraron unbillete en un vuelo de bajocoste hasta Casablanca yalquilaron un coche paratrasladarse al hotel, deprecio módico, que habíanreservado en Rabat.

Aquella tarde, la última

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que pasarían en Marruecos,se dirigían una vez más endirección al zoco y,mientras Margaret semostraba entusiasmada,Ralph caminaba con unaexpresión de resignación ensu rostro.

—¿Qué es lo quequieres comprarexactamente?

—Nada. Todo. ¡Que séyo! —Margaret se detuvo ymiró a su marido—. Eres

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incapaz de sentir ni unapizca de romanticismo,¿verdad? —En realidad, nose trataba de una pregunta,sino de una afirmación—.Mira, mañana volvemos acasa. Solo quería dar unúltimo paseo por el zoco yhacer unas cuantas fotos,algo que nos sirva pararecordar estas vacaciones.Al fin al cabo, no creo quevolvamos nunca más, ¿noes cierto?

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—Si de mí dependiera,no —murmuró Ralphmientras su esposa se dabala vuelta y se encaminabahacia la medina, aunque elvolumen de su voz fue losuficientemente alto paraque llegara a los oídos deMargaret.

—El año que viene —dijo esta—, volveremos aEspaña, ¿de acuerdo? Asíque deja de quejarte, sonríey finge al menos que te

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estás divirtiendo.Al igual que en todas

las demás ocasiones desdeque llegaron a Rabat, sedirigieron a la medina porla casba de los Oudayas,simplemente porque, segúnMargaret, era la ruta másatractiva y pintoresca. Lacasba era una fortaleza delsiglo XII, erigida en lo altode una colina, desde cuyasalmenas y sólidas murallasse podía contemplar la

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antigua ciudad pirata deSalé y cuyo interior era unaauténtica delicia. Todas ycada una de las casasencaladas lucían una bandade color azul rieloexactamente del mismotono alrededor de la base,desde el suelo hasta unaaltura de algo menos demedio metro. Aunqueresultaba evidente que nohabían sido pintadasrecientemente, daba la

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sensación de que lohubieran hecho hacía pocotiempo.

Era un elementodecorativo extrañamenteatractivo que ni Margaret nisu marido habían vistoantes y, a pesar de quepreguntaron en variasocasiones, nadie supoexplicarles a qué obedecía.Cada vez que intentabanaveriguar el motivo, lagente los miraba con

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expresión de extrañeza y seencogía de hombros. Por lovisto, las casas del interiorde la casba siempre habíansido decoradas de aquelmodo.

Tras salir del recintoamurallado, continuaroncon paso firme en direccióna la medina por una callebastante amplia, quealternaba tramos llanos congrupos aislados de tresescalones que, sin duda,

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habían sido construidospara hacer más llevadera lapendiente. A su izquierdadiscurría el río, mientrasque a la derecha seextendía una zona cubiertade césped, donde la gentesolía sentarse a admirar elpanorama o, simplemente,se tumbaba a ver la vidapasar.

La entrada a la medinatenía un aspecto oscuro ypoco acogedor, en parte

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debido al contraste con laluz vespertina del exteriorpero, sobre todo, por laestructura de metal quecubría aquella parte delcentro histórico, formandoun elegante techoabovedado. Los panelesmetálicos tenían un diseñogeométrico, y aunqueaparentemente no dejabanpasar demasiada luz,conferían al rielo unaespecie de iridiscencia

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luminosa y opaca querecordaba a la madreperla.

Una vez en el interior,la penumbra hacía aún máspatentes los olores que yales resultaban tanfamiliares: a tabaco, alpolvo de metal o a maderarecién cortada, junto a unolor desconocido ypenetrante que después deun tiempo Margaretdescubrió que provenía delos talleres de curtidos. El

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nivel de ruido aumentabaconsiderablementeconforme se adentraban enel zoco, y el repiqueteo delos martillos de los orfebresactuaba de constantecontrapunto al zumbido delas conversaciones de loscompradores y vendedores,que regateaban el precio desus productos y cuyasvoces, de vez en cuando,subían de tono por laexcitación o el enfado.

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Como era habitual, ellugar estaba a rebosar degente y de gatos.

La primera vez queMargaret visitó la medina yel zoco había quedadohorrorizada ante la cantidadde gatos salvajes queencontraron, pero susorpresa fue aún mayorcuando se dio cuenta de losanos que se les veía.Pronto descubrió las zonasdonde un montón de felinos

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bien alimentados setumbaban al sol junto a losplatos de comida que lagente dejaba para los quehabitaban el mercado.Supuso que loscomerciantes aceptaban conagrado su presencia porqueasí mantenían a raya elnúmero de ratas y ratonesaunque, a la vista dealgunos de los gatos másgrandes que dormitabanfelices, era evidente que

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hacía mucho tiempo que notenían que cazar paraalimentarse.

La variedad deproductos y habilidades quese ofertaban en el zoco era,como siempre, asombrosa.Pasaron por delante depuestos que vendían farolesnegros de metal, botellas devidrio azules y verdes quetambién se hacían porencargo, piezas de cueroentre las que se incluían

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sillas, exquisitas cajas demadera de cedro, zapatos,ropa colgada de una especiede tendederos que seextendían de un lado a otrode las estrechas calles, yque obligaba a losviandantes a agachar lacabeza y abrirse paso entreellas, relojes, especias queextraían directamente deenormes sacos abiertos,alfombras, mantas y todotipo de objetos de plata.

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Margaret siempre sedetenía en un puestodeterminado y se quedaba aobservar, fascinada, cómotrabajaban con un martillolas láminas de plata paraluego cortarlas, moldearlasy soldarlas en forma deteteras, cuencos y todo tipode utensilios de cocina.

Mirara donde mirara,había puestos de comidadonde se ofertaban desdebocadillos hasta cordero

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cocinado en lostradicionales tajinesmarroquíes, recipientes debarro con una forma similara la de un embudoinvertido. La primera vezque pasearon por el zoco,Margaret quiso probaralgún producto típico de la«comida rápida» del lugar,pero Ralph le soltó unareprimenda.

—Mira en qué estado seencuentran esos puestos —

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dijo—. Si los viera uninspector de sanidadbritánico le daría unsíncope. Esta gente no tieneni la menor idea de lo quees la higiene.

Margaret estuvotentada de contestar quetodos los nativos quehabían visto hasta esemomento tenían un aspectode lo más saludable y que,seguramente, se debía aque los productos de la

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dieta local carecían de los«beneficios» de losaromatizantes, colorantes,conservantes y demáscomponentes químicos quese habían vueltoindispensables en laalimentación de losbritánicos, pero se mordióla lengua. Este era elmotivo por el cual, comoera de prever, habíancomido y cenado en el hoteltodos los días desde su

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llegada a la ciudad. Ralphdesconfiaba incluso dealgunos de los platos queservían en el restaurante,pero tenían que comer enalgún sitio y le parecía laopción más segura.

Hacer fotos en el zocose demostró mucho másdifícil de lo que Margarethabía pensado en unprincipio, porque la mayoríade los comerciantes yvendedores se mostraban

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bastante reacios a que lesinmortalizaran, inclusoaunque se tratara de unturista y, precisamente,eran los habitantes dellugar lo que quería capturarcon su Olympus de bolsillo;era a ellos lo que legustaría recordar.

Cuando, por enésimavez, otro alto marroquí segiró bruscamente al verlalevantar la cámara,Margaret murmuró irritada:

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—¡Por el amor de Dios!A partir de ese

momento bajó la cámara yla colocó a la altura delpecho, parcialmenteescondida detrás de subolso. Había ajustado lalongitud del asa, se la habíacruzado por encima de lacabeza y la sujetaba contrasu cuerpo con la manoizquierda porque les habíanadvertido de la presencia denumerosos carteristas.

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Realizaría su reportajefotográfico apretando elbotón de formaindiscriminada conformeatravesaban el zoco sinmolestarse en apuntar conla cámara. Esa era una delas ventajas de lasmáquinas digitales, latarjeta de memoria era losuficientemente grandecomo para almacenar unabuena cantidad defotografías. Cuando

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volvieran a su casa en Kentya se ocuparía de borrar lasque no hubieran salidobien. Además, llevabaconsigo una tarjetaadicional por si se llenaba lade la cámara.

—De acuerdo, Ralph —resolvió Margaret—,colócate a mi derecha. Esoayudará a que no se vea lacámara. Cruzaremos el zocohasta el otro extremo y,luego—añadió—,

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volveremos al hotel ydisfrutaremos de nuestraúltima cena en Marruecos.

—Buena idea —dijoeste.

Ralph O'Connor parecíaaliviado ante la idea dedejar el zoco, de maneraque se situó al otro lado dela estrecha callejuela dondesu mujer le había indicado.Después, presionados porun grupo de jóvenes que lesllamaron la atención a

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gritos, empezaron acaminar lentamentemientras su paseo se veíasalpicado por una sucesiónde débiles chasquidos cadavez que Margaret sacabauna foto.

A mitad del recorrido através del zoco, se toparoncon un repentino alborotoen uno de los puestossituados casi directamentedelante de ellos. Una mediadocena de hombres, todos

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ellos vestidos a la maneraárabe tradicional, segritaban y empujaban unosa otros y, a pesar de queMargaret no entendía nipalabra de árabe, sus vocesdaban a entender queestaban muy enfadados. Elmotivo de su enojo parecíaser un hombre pequeñovestido con ropas raídasque estaba de pie delantede uno de los puestos. Losdemás parecían hacer

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alusión a los productos quetenía a la venta, lo quedesconcertó a Margaretpues, aparentemente, elpuesto ofrecía una colecciónde mugrientas tablillas dearcilla y fragmentos debarro, el tipo de baratijasque se podían encontrarfácilmente excavando unpoco en cualquiera de lasinnumerables ruinas deMarruecos. Tal vez,elucubró, los árabes eran

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funcionarios del Estado yalgunos de los artículoshabían sido robados o eranfruto del saqueo de algúnsitio arqueológico.Independientemente de lacausa de la disputa, era lomás emocionante quehabían presenciado en elzoco hasta aquel momento.

Margaret hizo lo quepudo por apuntar con lacámara al grupo y empezóapretar el botón una vez

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tras otra.—¿Qué haces? —le

recriminó Ralph entredientes.

—Intento capturar unpoco de colorido local, esoes todo —respondióMargaret—. Es mucho másinteresante tomar fotos deuna pelea que de unmontón de ancianosvendiendo cafeteras delatón.

—¡Venga! ¡Vámonos! —

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dijo Ralph agarrando lamanga de su esposa yanimándola a alejarse dellugar—. No me fío de estagente.

—¡Por Dios, Ralph! Aveces te comportas comoun auténtico gallina. Noobstante, la discusión quepresenciaban empezó aponerse fea por momentos,de modo que, tras tomar unpar de fotografías más,Margaret se dio la vuelta y

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echó a andar hacia laentrada del zoco, mientrassu marido caminaba agrandes zancadas junto aella.

Cuando apenas habíanrecorrido unos cincuentametros, el tono de ladiscusión se elevó todavíamás y empezaron a oírsefuertes gritos. Segundosdespués, advirtieron lospasos de alguien que corríaa toda velocidad hacia

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donde se encontraban.Rápidamente Ralph

empujó a Margaret,obligándola a entrar en unode los callejones lateralesdel zoco y, apenas seapartaron de la calleprincipal, el hombrepequeño y vestido de formaharapienta que habían vistoen el puesto atravesó ellugar corriendo. Unossegundos después vieronpasar a los individuos que

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habían discutido con él,gritándole algo que noentendieron.

Me pregunto qué habráhecho —dijo Margaretmientras salía del callejón.

—Sea lo que sea, no esasunto nuestro —repusoRalph—. Solo puedo decirque me quedaré mucho mástranquilo cuando hayamosvuelto al hotel.

Empezaron a abrirsepaso entre la multitud pero,

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poco antes de que llegarana la puerta principal, justocuando pasaban delante deun puesto de especiassituado junto a otro de loscallejones laterales,volvieron a escuchar elgriterío. Instantes después,el pequeño árabe pasó denuevo junto a ellosrespirando con dificultad ybuscandodesesperadamente unrefugio. Detrás de él,

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Margaret avistó claramentea sus perseguidores, estavez a una distancia muchomenor.

Cuando pasó delante deellos, un pequeño objeto decolor beis se le cayó de unode los bolsillos de su chilabay, tras dar varias volteretasen dirección al suelo, sutrayectoria se viointerrumpida por un sacoabierto de especias de colorclaro. El objeto aterrizó

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justo en el centro del sacoy, casi de inmediato, quedóoculto, ya que su color eraprácticamente idéntico al delas especias que lorodeaban.

Era evidente que elhombre no se habíapercatado de que habíaperdido algo y continuabasu fuga precipitada. Al poco,media docena de hombrespasaron a toda prisa,acelerando el paso cuando

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avistaron a su presa que,en ese momento, seencontraba a apenas treintametros de ellos.

Margaret lanzó unarápida ojeada al objeto ydespués levantó la vistahacia el dueño del puesto,que se encontraba deespaldas a ellos yobservaba al grupodesaparecer. Rápidamentese inclinó hacia delante,extrajo el objeto beis del

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saco de especias y lo metiódisimuladamente en uno delos bolsillos de su chaqueta.

—¿Qué diantres estáshaciendo?

—Cierra la boca, Ralph—le ordenó Margaret entredientes al comprobar que eldueño del puesto se lesquedaba mirando. Acontinuación, le sonrió conamabilidad, agarró delbrazo a su marido y empezóa caminar hacia la salida

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del zoco más cercana.—No es tuyo —

murmuró Ralph mientrasabandonaban el mercado ygiraban en dirección alhotel—. No deberíashaberlo cogido.

—Es solo un trozo dearcilla —respondió Margaret—, y dudo mucho que tengaalgún valor. De todosmodos, no piensoquedármelo. Sabemos cuáles el puesto de ese hombre.

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Mañana regresaré y se lodevolveré.

—Pero no sabes si teníaalgo que ver con el puesto.Es posible que simplementeestuviera ahí de pie. Notenías que haberteinvolucrado.

—No me he«involucrado», como nidices. Si no lo hubieracogido, lo habría hechoalgún otro y entonces noexistiría modo alguno de

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que volviera a las manos desu propietario. Vendré atraérselo mañana, te loprometo, y después nosolvidaremos de él.

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2

Finalmente los

perseguidores alcanzaron alfugitivo en la explanadaque se extiende entre lasmurallas de Rabat yChellah, una antiguanecrópolis que actualmentese ha convertido en unlugar donde los turistasacostumbran a sentarse acomer al aire libre durante

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el día, pero que suele estarprácticamente vacío alanochecer. Se habíaescondido detrás de uno delos numerosos arbustos deflores silvestres que crecenen la zona pero,desgraciadamente, uno desus perseguidores lo vioocultarse y en pocossegundos lo agarró y loempujó violentamentecontra una roca.

En un abrir y cerrar de

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ojos el resto de losperseguidores se agruparonen torno a su prisionero. Unindividuo alto, delgado ycon nariz aguileña dio unpaso hacia delante. De niñohabía padecido unaenfermedad llamadaparálisis facial de Bell y, alno haber recibido eltratamiento adecuado, laparte derecha de su rostroestaba completamenteatrofiada. Esta dolencia

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también ocasionó queperdiera la vista del ojoderecho y la apariencia desu córnea de color blancolechoso contrastaba con sutez oscura.

—¿Dónde está, Hassan?—le preguntó con vozpausada y actitudcomedida.

El hombre que habíanapresado negó con lacabeza, lo que le provocóque uno de los que lo

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sujetaban le propinara untremendo puñetazo en elestómago. Dolorido, seinclinó hacia delantejadeando y dándolearcadas.

—Te lo preguntaré unavez más. ¿Dónde está?

—En mi bolsillo —acertóa decir Hassan al Qalaa.

El hombre alto hizo unademán y los dos quesujetaban al cautivo lepermitieron que buscara

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primero en uno de susbolsillos y luego en el otro,mientras en su rostro elagotamiento cedía paso a ladesesperación, conforme sedaba cuenta de que elobjeto del que se habíaapropiado antes de echar acorrer ya no estaba en supoder.

—Se me ha debido decaer —balbució—. Debe deestar en algún lugar delzoco.

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El hombre alto loatravesó con la mirada,impasible.

—¡Registradlo! —ordenócon brusquedad.

Uno de sus hombresinmovilizó al cautivo contrauna roca mientras otrorebuscaba entre sus ropas.

—Nada —dijo esteúltimo.

—Vosotros cuatro —espetó el hombre alto—.Volved y registrad el zoco.

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Seguid el camino quehemos recorrido einterrogad a losvendedores.

Los aludidosabandonaron el grupo y seprecipitaron en dirección ala entrada del zoco.

—Mira, Hassan —dijo elhombre alto inclinándosehacia el cautivo—, esposible que se te hayacaído, o quizá se lo hasdado a alguien, pero no

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importa. Antes o despuésaparecerá y, cuando lohaga, lo recuperaré. —Acontinuación hizo unapausa, miró fijamente alhombre inmovilizado y seacercó aún más a él—. ¿Túsabes quién soy yo? —preguntó casi en unsusurro.

El cautivo negó con lacabeza y, con expresión deterror, miró fijamente elparalizado rostro del

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hombre que tenía ante sí ysu inquietante ojo carentede visión.

—Entonces te lo diré —respondió.

Seguidamente se acercóa su oído y susurró unaspalabras.

En ese mismo instante,el prisionero comenzó asacudir la cabeza conviolencia mientras sus ojosreflejaban el terror que loembargaba.

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—¡No, no! —gritóforcejeando con todas susfuerzas—. ¡Era solo unpedazo de arcilla! ¡Te lopagaré! ¡Te daré todo loque quieras!

—¡No se trata dedinero, imbécil! ¡Y no erasolo un pedazo de arcilla!No tienes ni idea, ni la másremota idea de lo que hastenido entre tus manos.

El hombre alto hizo otroademán y uno de sus

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esbirros rasgó la túnica delcautivo dejando aldescubierto su pecho. Acontinuación, le metió untrozo de tela en la boca y loató por detrás de su cabeza,a modo de mordaza. Losujetaron firmementecontra la roca, con losbrazos extendidos demanera que, por mucho quese retorcía, no conseguíaliberarse.

El pobre diablo

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pataleaba violentamente(las piernas era lo únicoque conseguía mover), yuno de sus puntapiésalcanzó de refilón alhombre alto.

—Con esto, lo único quehas conseguido es que tusufrimiento se prolongueaún más.

A continuación metió lamano bajo su chilaba y, deuna vaina escondida entresus ropajes, extrajo una

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daga curva con hoja dedoble filo. Tras subirse lamanga derecha hasta laaltura del codo (para evitarque se le manchara desangre), se aproximó unpoco más a su víctima.Seguidamente, con cuidado,apoyó la punta del arma ensu pecho, buscando elespacio entre dos costillas,y comenzó a aumentar pocoa poco la presión queejercía sobre el mango. En

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el mismo instante en que lapunta perforó la piel, elcautivo soltó un alarido,pero este, perdido en lospliegues de la rudimentariamordaza, se quedó tan soloen una especie de gruñidoamortiguado.

El hombre alto presionóaún más y, de repente, laparte delantera de lachilaba de su víctimaempezó a teñirse de uncolor rojo intenso, mientras

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la sangre brotaba de laherida. El hombre altosiguió introduciendo la dagagradualmente sin apartar lavista del rostro delmoribundo. Cuandoconsideró que la punta delarma estaba a punto detocar el corazón, se detuvounos segundos, cambió laforma en que asía laempuñadura, apretó confuerza y la movió de unlado a otro haciendo que los

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extremos de la hojaprácticamente cortaran endos el corazón del pequeñocomerciante.

—¿Quieres que loenterremos? ¿O prefieresque lo tiremos por algúnterraplén? —preguntó unode los hombres después deque el cuerpo cayera alsuelo, desplomado.

El hombre alto negó conla cabeza.

—No, arrastradlo hasta

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allí—ordenó, apuntando aun montón de malezaligeramente más densa,antes de limpiar de sangrela hoja de su daga con laropa del muerto—. Mañanao pasado mañana alguien loencontrará.

Minutos después,mientras él y sus hombrescaminaban de regreso alzoco, añadió:

—Encargaos de quecorra la voz. Aseguraos de

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que todo el mundo sepa queHassan al Qalaa murió aconsecuencia de sus actos.Quiero que les quede claroque todo el que hable con lapolicía correrá la mismasuerte. Y ofreced unarecompensa a quien ayudea recuperar la tablilla.Tenemos que encontrarla,cueste lo que cueste.

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3

A la mañana siguiente,

poco después de las diez,Margaret caminaba devuelta al zoco con la tablillade barro oculta en elinterior de su bolso. Lanoche anterior la habíaexaminado condetenimiento en lahabitación del hotel y lehabía hecho algunas

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fotografías.En realidad la tablilla

parecía muy poca cosa.Tenía un grosor de algomás de un centímetro ydebía de medir unos docede largo por siete de ancho.Era de color marróngrisáceo, casi beis y,mientras el dorso y losbordes eran suaves yperfectamente pulidos, lasuperficie de la partedelantera estaba cubierta

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por una serie de marcasque, en opinión deMargaret, debían decorresponder a algún tipode escritura, pero que nosupo reconocer. Estabaconvencida de que no setrataba de ninguna lenguaeuropea, y tampoco separecía a las palabras y loscaracteres árabes que habíavisto en los diferentescarteles y periódicos desdeque llegaron a Rabat.

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Ralph optó por noacompañarla con lacondición de queprometiera que se limitaríaa volver al puesto, entregarel objeto y regresardirectamente al hotel.

Sin embargo, cuandoMargaret entró en el zoco ycaminó por los tortuososcallejones en dirección allugar de los hechos, seencontró con un problemacon el que no había

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contado: no había ni rastrodel pequeño hombremarroquí ni de la colecciónde antiguas reliquias quehabían estado observandoel día anterior. En su lugar,dos hombres, que no habíavisto nunca, estaban de piedetrás de un tablero, sujetocon caballetes, en el que seexponían hileras de lostípicos recuerdos paraturistas, como cafeteras delatón, cajas de metal y

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otros objetos decorativos.Durante unos segundos

se quedó allí de pie, sinsaber qué hacer, y al finalresolvió acercarse yentablar conversación conaquellos hombres.

—¿Entienden el inglés?—les preguntó, intentandohablar despacio yvocalizando.

Uno de ellos negó conla cabeza.

—Ayer había aquí otro

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puesto diferente —explicóseleccionandocuidadosamente laspalabras—. El propietarioera un señor pequeño —añadió mientras realizabaun gesto con la mano paraindicar la altura delmarroquí que había visto eldía anterior—. Queríacomprarle algunas cosas.

—Él no aquí hoy —dijofinalmente uno de loshombres—. Usted comprar

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regalos a nosotros, ¿sí?—No, no. Gracias —

respondió Margaretsacudiendo la cabeza condecisión.

Al menos lo heintentado, pensó mientrasregresaba por donde habíavenido. Al fin y al cabo, si elhombre que había perdidola tablilla el día anterior nohabía vuelto, resultabaimposible devolvérsela. Sela llevaría a casa, a Kent, y

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la conservaría como unextraño suvenir de susprimeras vacaciones fuerade Europa y comorecordatorio de lo que habíavisto.

De lo que no se percatóes de que, mientras sealejaba del puesto, uno delos vendedores agarró suteléfono móvil e hizo unallamada.

Margaret decidió dar unúltimo paseo por los

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alrededores antes deregresar al hotel. Estabaconvencida de que Ralph noconsentiría volver aMarruecos, pues no habíadisfrutado nada de suestancia en Rabat. Sinduda, aquella sería suúltima oportunidad de sacarunas fotos más, incluyendoalgunas vistas de la ciudad.

Caminó sin rumbo fijopor el zoco, haciendo fotoscada vez que la ocasión lo

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permitía, y luego abandonóel lugar. En aquel momentorecordó que no habíaconseguido convencer aRalph de que visitaranChellah, así que sintió lanecesidad de, al menos,acercarse a ver los jardines,aunque no visitara elsantuario en sí.

No obstante, cuando sedirigía a las antiguasmurallas de la necrópolis,divisó a varios oficiales de

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policía pululando justodelante de ella y, por unsegundo, se preguntó sidebía desistir y volver alhotel. Finalmente seencogió de hombros ydecidió continuar sucamino. Fuera cual fuera elproblema que había atraídola atención de aquel puñadode curiosos, no tenía nadaque ver con ella. A decirverdad, la curiosidadsiempre había sido una de

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sus virtudes (o de susdefectos, en opinión deRalph), así que decidiópasar junto al pequeñogrupo de hombres que searremolinaban intentandoaveriguar lo que sucedía.

En un principio, lo únicoque acertaba a ver eran susespaldas, pero cuando unpar de ellos se hicieronligeramente a un lado, pudodistinguir con claridad loque todos observaban con

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tanta atención. A muy pocadistancia de una gran roca,una pequeña figura yacíaen el suelo con la partedelantera de la chilabacompletamente manchadade sangre. Aunque laimagen ya era losuficientemente impactantede por sí, Margaret sequedó petrificada cuandoreconoció el rostro de lavíctima. Estaba tandesconcertada que no

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conseguía moverse dellugar en el que seencontraba.

De pronto fueperfectamente conscientede por qué el pequeñoárabe ya no estaba detrásde su puesto en el zoco, eigualmente supuso que latablilla de barro que llevabaen el bolso, el objeto que sele había caído cuandopasaba corriendo junto aellos, podía ser mucho más

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importante y valiosa de loque hubiera podidoimaginar.

Uno de los policíasadvirtió su presencia y, alverla allí de pie, con la bocaabierta y sin apartar lavista del cadáver, le hizo ungesto para que se marcharacon una evidente expresiónde irritación en su rostro.

Margaret se dirigió denuevo hacia el zoco,absorta en sus

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pensamientos. En aquelmomento decidió que nopodía seguir adelante consu antiguo plan, queconsistía en dejar la tablillaen su bolso y dirigirse alaeropuerto. Tendría quepensar en una forma desacarla de Marruecos sinser descubierta.

Y estaba claro quehabía un modo bien sencillode hacerlo.

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4

—No me da ninguna

pena volver a casa —comentó Ralph O'Connorsentado al volante delRenault Mégane que habíanalquilado y con el queabandonaban Rabat endirección al aeropuerto deCasablanca, donde debíancoger un avión que lesllevaría a Londres.

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—Lo sé —replicósecamente su esposa—. Hasdejado perfectamente claroque Marruecos está en laúltima posición de la listade lugares a los que tegustaría regresar. Supongoque el año que vienequerrás volver a Benidorm,o tal vez a Marbella. ¿Meequivoco?

—Bueno, al menos enEspaña me siento como encasa. Este país es

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demasiado «extranjero»para mi gusto. Y por cierto,sigo pensando que deberíashaberte deshecho delmaldito trozo de barro quecogiste.

—Mira, hice lo mejorque podía hacer dadas lascircunstancias, y no piensoseguir discutiendo sobre eltema.

Durante unos minutospermanecieron en silencio.Margaret no le había

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contado a Ralph lo quehabía visto en losalrededores de Chellahaquella mañana, aunque síque había enviado unprecipitado correoelectrónico a su hija justoantes de abandonar elhotel.

A unos ocho kilómetrosde Rabat el tráfico se habíaido reduciendo hastahacerse casi inexistente, yprácticamente tenían la

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carretera para ellos solos.El único vehículo que Ralphveía por los espejosretrovisores era un enormecuatro por cuatro de coloroscuro a cierta distancia deellos. En cuanto a los quese aproximaban endirección contraria, sunúmero era cada vez menorconforme se alejaban de laciudad.

Llegados a un ciertopunto, justo en el momento

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en que la carretera seestrechaba en un tramobastante próximo a la costaatlántica, el propietario delcuatro por cuatro aceleró.Como conductor prudenteque era, Ralph O'Connorempezó a prestar atencióna la distancia que losseparaba del otro vehículo,que se aproximaba a unavelocidad considerable.

Justo entonces divisóun viejo Peugeot blanco que

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venía en dirección contrariay levantó el pie delacelerador para permitirque el cuatro por cuatropudiera adelantarlos antesde que el otro turismo losalcanzara.

—¿Por qué has reducidola velocidad? —inquirióMargaret.

—Llevamos un cochedetrás que va bastantedeprisa y hay una curvapronunciada justo delante

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de nosotros. Prefiero quenos adelante antes de quelleguemos.

Sin embargo, el cuatropor cuatro no mostróninguna intención deadelantar y se limitó asituarse a unos veintemetros del Renault de losO'Connor y ajustar suvelocidad a la de ellos.

A partir de entoncestodo sucedió en un abrir ycerrar de ojos. Justo en el

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preciso instante en que seacercaban a la curva quegiraba a la izquierda, elPeugeot viró bruscamentehacia ellos. Ralph pisó elfreno con fuerza y miró asu derecha. El cuatro porcuatro, un Toyota LandCruiser con los cristalesahumados y una enormebarra de protección frontal,se encontraba justo a sulado.

A pesar de todo, el

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Toyota seguía sin mostrarninguna intención deadelantar y se manteníaimpertérrito en la mismaposición. Ralph redujo aúnmás la velocidad y elconductor del cuatro porcuatro giró el volante haciala derecha, golpeando elRenault con la partederecha de la barra deacero. Se oyó un terribleestrépito y Ralph no pudoevitar que el coche diese un

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bandazo.—¡Dios! —exclamó

apretando el freno confuerza.

Los neumáticosderraparon y empezaron aechar humo, dejando unasmarcas sobre el asfalto queatravesaban de lado a ladola carretera. El impactohabía lanzado el Renaulthacia la derecha endirección al extremo de lacurva.

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Los esfuerzos de Ralphfueron infructuosos. Lavelocidad del Renault y lafuerza del Toyota, de dostoneladas de peso, hicieronque su coche, mucho másligero, se desviarainexorablemente hacia elmargen exterior de lacalzada.

—¡Ralph! —chillóMargaret mientras el cochese deslizaba lateralmentehacia el escarpado barranco

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que quedaba a su derecha.Justo en ese momento,

el Toyota volvió a golpear alRenault. Esta vez elimpacto hizo saltar elairbag de Ralph,obligándole a soltar elvolante. A partir de esemomento estabacompletamente indefenso.El Renault impactó contrauna pequeña hilera derocas sujetas con cementoal borde del arcén.

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Mientras Margaretgritaba aterrorizada, laparte izquierda del vehículose levantó y comenzó ainclinarse hacia un lado.Seguidamente volcó porencima del borde y empezóa rodar por el terraplén casivertical hasta aterrizar,unos diez metros másabajo, en el lecho seco deun río.

Apenas el coche salió dela carretera, el

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reconfortante ruido delmotor fue inmediatamenteremplazado por unainterminable sucesión degolpes y sacudidas.

Margaret chilló denuevo mientras todo a sualrededor empezaba a darvueltas. La sensación deterror se hizo aún másintensa cuando fueconsciente de que no podíahacer nada para evitar loque estaba pasando. Ralph,

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por su parte, siguióapretando con fuerza elpedal del freno y se aferróde nuevo al volante, dosacciones instintivas que serevelaron completamenteinútiles. En aquel momentoel mundo de ambos setransformó en una voráginede ruido y de violencia. Lassucesivas vueltaszarandeaban sus cuerpos deforma brusca, mientras elparabrisas se hacía añicos y

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la carrocería se doblaba conlos repetidos impactos.Aunque los cinturones losmantuvieron en susasientos y el resto deairbags se desplegaron,ninguna de estas cosassirvió absolutamente denada.

Margaret buscó la manode su marido, pero no logróencontrarla porque losgolpes y sacudidas seintensificaron. Justo en el

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instante en que abrió laboca para gritar de nuevo,la violencia cesó porcompleto. Sintió un enormegolpe en la parte superiorde la cabeza, un dolor atrozy, de repente, la oscuridadsobrevino.

Arriba, en la carretera,tanto el conductor delToyota como el del Peugeotdetuvieron sus respectivosvehículos y, tras apearse deellos, se acercaron al borde

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de la carretera y seasomaron al cauce seco deltorrente.

El primero de ellosasintió con la cabeza congesto de satisfacción, sepuso un par de guantes degoma y comenzó adescender la pendiente atoda velocidad en direcciónal coche siniestrado. Elmaletero del Renault sehabía abierto de golpe y elequipaje de los O'Connors

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había salido disparado. Unavez abajo, abrió las maletasy rebuscó en su interior.Luego se dirigió a la puertadel copiloto, se arrodilló y,tras sacar el bolso deMargaret, introdujo la manoy extrajo una pequeñacámara digital. Se la metióen uno de sus bolsillos, ycontinúo revolviendo elinterior. Sus dedosdetectaron una bolsita deplástico hermética que

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contenía una tarjeta dememoria de alta capacidady un lector de tarjetas USBque también se metió en elbolsillo.

No obstante, eraevidente que tenía quehaber algo más, algo queno había conseguidoencontrar. Con gesto cadavez más irritado, revisó denuevo las maletas, luego elbolso y, con la narizarrugada en señal de

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desagrado, registró inclusolos bolsillos de losO'Connor. La puerta de laguantera del Renault sehabía atascado pero,después de unos segundos,la cerradura acabó cediendogracias la larga hoja de unanavaja automática que elhombre extrajo de subolsillo. Pero también estecompartimento estabavado.

El hombre cerró la

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guantera de un portazo,pegó una patada al lateraldel coche visiblementeenfadado y trepó de nuevohasta la carretera.

Allí intercambió algunaspalabras con el otroindividuo e hizo unallamada con el móvil.Seguidamente descendió laladera de nuevo, se acercóuna vez más a los restosdel vehículo y, tras sacar elbolso de Margaret y

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revolver de nuevo elcontenido, extrajo su carnéde conducir. Luego lanzó elbolso al interior del Renaulty ascendió de nuevo.

Tres minutos después,el Toyota desapareció sindejar rastro en dirección aRabat, pero el viejo Peugeotblanco permanecióaparcado junto a lacarretera a la altura dellugar donde se habíaproducido el accidente. El

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conductor se apoyó contoda tranquilidad en lapuerta de su vehículo ymarcó el número de losservicios de emergencia ensu móvil.

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—¿Y qué se supone que

debo hacer cuando llegueallí? —preguntó ChrisBronson con evidenteirritación. Aquella mañana,apenas había llegado a lacomisaría de policía deMaidstone, su superior lohabía llamado a sudespacho—. ¿Y por quéquieres que vaya yo? Tengo

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entendido que este tipo decasos es responsabilidad delos inspectores.

El comisario ReginaldByrd, también conocidocomo Dicky, suspiró.

—Mira, hay muchosotros factores queconsiderar aquí, no solo elrango de la persona que seocupará de la investigación.Nos han asignado el casosimplemente porque losfamiliares de la pareja

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fallecida residen en Kent, yyo te he elegido a ti porqueposees una cualidad queninguno de los detectivestiene: hablas francés.

—En realidad lo quehablo es italiano —puntualizó Bronson—. Enfrancés más o menos medefiendo, pero no se puededecir que lo hable bien.Además, ¿no habías dichoque los marroquíes nosproporcionarían un

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intérprete?—Sí, pero sabes tan

bien como yo que haydetalles que se pierden conla traducción. Quieroalguien que comprenda loque realmente dicen y nosolo lo que cuente untraductor. Lo único quetienes que hacer escomprobar la exactitud desus afirmaciones, volveraquí y ponerlo por escrito.

—¿Y que te hace pensar

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que su informe no seráexacto?

Byrd cerró los ojos.—No lo pienso. En mi

opinión se trata solo de otromaldito conductor británicoque se olvida de por quéparte de la carretera debeconducir y acaba liándola.Pero necesito alguien queconfirme mis sospechas yque investigue si existióalgún otro factor quecontribuyera a que se

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produjera el accidente. Talvez se debió a un fallo delcoche de alquiler. Losfrenos, la dirección… ¡Yoqué sé! O quizá haya algúnotro vehículo involucrado ylas autoridades marroquíesestén intentando taparlo.

» La familia, es decir,su única hija y su marido,vive en Canterbury. Se lesha informado esta mismamañana del accidente y, porlo que me ha dicho la

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policía local, tienenintención de ir a Casablancaa organizar la repatriaciónde los cuerpos. Quiero quellegues allí antes que ellos einvestigues un poco. En elcaso de que aún no sehubiesen marchado cuandovuelvas, me gustaríatambién que fueras avisitarlos para responder atodas las dudas que puedantener. Sé muy bien que esun coñazo de trabajo,

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pero…—Si, lo sé, alguien

tiene que hacerlo. —Bronson miró el reloj, selevantó y se pasó la manopor su oscura y rebeldecabellera—. Está bien. Iré apreparar una bolsa de viajecon ropa para un par dedías y a hacer algunasllamadas que tengopendientes.

En realidad, Bronsonsolo tenía que hacer una

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llamada. Su plan de invitara cenar a su ex mujer al díasiguiente (algo que yahabía tenido que posponerdos veces por culpa deltrabajo) tendría queesperar de nuevo.

Byrd le pasó un informedeslizándolo por la mesa.

—El billete de avión espara Casablanca porque losvuelos a Rabat estabantodos llenos. Por cierto, esde clase turista. —A

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continuación, tras unabreve pausa, añadió—: Talvez, si le dedicas unasonrisa a la azafata defacturación, consigas que tehaga un hueco enpreferente.

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—¿Eso es todo? —

preguntó David Philipsmientras observaba unaimagen en la pantalla delportátil de su mujer.Estaban sentados uno juntoal otro en el dormitorio quehacía las veces de estudio,en su modesta casaadosada de Canterbury.

Kirsty asintió. Tenía los

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ojos enrojecidos y laslágrimas habían llenado sussuaves mejillas depequeños surcos.

—Pues no parece grancosa. ¿Estás segura de quees esto lo que tu madrecogió?

Su esposa volvió aasentir con la cabeza, peroesta vez reunió las fuerzassuficientes para hablar.

—Este es el objeto queencontró en el zoco. El que

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se le cayó a aquel hombre.—Pues a mí me parece

un pedazo de arcilla sacadode algunos escombros.

—Mira, David, solopuedo decirte lo que ellame contó. Esto es lo que secayó del bolsillo de aquelhombre cuando pasócorriendo por delante deellos.

Philips apartó la vistadel ordenador, se apoyósobre el respaldo y se

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quedó pensativo unossegundos. A continuación,introdujo un CD en blancoen la unidad de disco, ehizo clic un par de veces.

—¿Qué haces? —lepreguntó Kirsty.

—Solo hay una manerade averiguar qué es estatablilla —respondió Philips—. Le pasaré la foto aRichard y le contaré lo queha sucedido. Puede escribirun artículo e investigar por

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nosotros.—¿Estás seguro de que

es una buena idea, David?Mañana salimos para Rabaty todavía no he hecho lasmaletas.

—Lo llamaré ahoramismo —insistió Philips—.Tardo solo diez minutos enacercarle el CD a su oficina.Aprovecharé para compraralgo para la comida y,mientras, tú puedesempezar a decidir lo que

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tenemos que llevarnos aMarruecos. Estaremos solodos días, ¿crees quepodríamos arreglarnos conun par de bolsas de mano?

Kirsty se secó los ojoscon un pañuelo de papel ysu marido la rodeó con susbrazos.

—Cariño —dijo este—estaré fuera solo veinteminutos. Despuéscomeremos, haremos lasmaletas y mañana, cuando

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lleguemos a Rabat, losolucionaremos todo. Y te lorepito una vez más, siprefieres quedarte en casa,no tengo ningúninconveniente en ir solo. Sélo difícil que es todo estopara ti.

—No—dijo Kirstysacudiendo la cabeza—. Noquiero que me dejes sola.Tampoco me apetece ir aMarruecos, pero tengo quehacerlo. —A continuación

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hizo una pausa y sus ojosvolvieron a llenarse delágrimas—. Es solo que aúnno me hago a la idea deque ya no están y de queno volveré a verlos jamás.¡En su correo mamá parecíatan feliz y entusiasmadacon lo que habíaencontrado! Y ahora, miralo que les ha pasado.¿Cómo es posible que todose haya echado a perder entan poco tiempo?

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—Si son tan amables,

me gustaría ver el vehículoy visitar el lugar delaccidente —dijo Bronson eninglés, intentando hablardespacio, a los dos hombresque lo miraban desde elotro lado de la mesa.

A continuación, serecostó en su asiento yesperó a que el intérprete

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de la policía tradujera alfrancés su petición.

Estaba sentado en unasilla rígida y bastanteincómoda situada en unapequeña sala deinterrogatorios de lacomisaría de Rabat. Eledificio tenía formacuadrada, estaba pintado deblanco y lo único que lodistinguía de los dealrededor era el amplioaparcamiento posterior para

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vehículos de policía y loscarteles, en árabe yfrancés, de la fachada.Bronson había llegado aRabat apenas una horaantes y, tras alquilar uncoche en el aeropuerto deCasablanca y registrarse enel hotel, se fue directo a lacomisaría.

La capital de Marruecosera más pequeña de lo quehabía imaginado y tenía unmontón de plazas elegantes

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y espacios abiertosgeneralmente unidos entresí por amplias avenidas. Lamayoría de los bulevaresestaban flanqueados pormajestuosas palmeras, y laciudad rezumaba un aire desofisticación cosmopolita yde amabilidad. En realidad,parecía más europea quemarroquí. Sin embargo,hacía demasiado calor; unaespecie de calor seco ypolvoriento que, como si de

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un horno se tratara,acrecentaba los peculiaresolores de África.

Bronson decidió que, enel caso de que el comisarioByrd tuviera razón yhubiera algo sobre el fatalaccidente que la policíaestaba tratando de tapar, lamejor manera de pillarlosera fingir que no hablaba niuna palabra de francés ylimitarse a escucharatentamente lo que decían.

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Hasta aquel momento,su plan había funcionado alas mil maravillas, exceptopor el hecho de que lapolicía local habíacontestado todas suspreguntas sin evasivas y,desde su punto de vista, latraducción había sidoexcepcionalmente precisa.Por suerte todos los agentesde policía que habíaencontrado hasta entoncesacostumbraban a conversar

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en francés. El idioma oficialde Marruecos es el árabe,mientras que el francés esel segundo más hablado, demanera que su maravillosoplan se habría ido al garetesi la policía hubiera decididoutilizar la primera lengua.

—Ya contábamos conello, sargento Bronson —respondió Jalal Talabani, através del intérprete.

Se trataba de un oficialde alto rango de la policía

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de Rabat y Bronson pensóque probablemente sucargo equivalía al de uninspector británico. Era unhombre delgado de algomás de metro ochenta, conla piel bronceada, el pelo ylos ojos oscuros, y vestidocon un impecable trajeoscuro de estilo occidental.

—Hemos trasladado elvehículo a las dependenciaspoliciales, aquí en Rabat, ypodemos ir en coche hasta

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el lugar del accidentecuando usted desee.

—Gracias. ¿Qué leparece si empezamos ahoramismo con el coche?

—Como usted quiera.Talabani se puso en pie

y, con un gesto, indicó alintérprete que podíaretirarse.

—Creo que, a partir deahora, podemosarreglárnoslas sin él —dijomientras el hombre

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abandonaba la habitación.Hablaba inglés con bastantefluidez y un ligero acentoamericano.

— O u , si vous voulez;nous pouvons continuer enfrançais—añadió con unaleve sonrisa—. Creo que sufrancés es losuficientemente bueno paraello, sargento Bronson.

Era evidente queTalabani no tenía un pelode tonto.

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—En realidad sí que lohablo —admitió Bronson—,pero muy poco. Esa es larazón por la que missuperiores me enviaronaquí.

—Me lo imaginaba. Meha dado la impresión de queseguía la conversación sinnecesidad de esperar a latraducción del intérprete.En ocasiones es posiblesaber si alguien entiende loque se está diciendo sin

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necesidad de que abra laboca. De todos modos, siusted está de acuerdo,podemos seguir en inglés.

Cinco minutos después,Bronson y Talabani estabansentados en los asientostraseros de un coche depolicía marroquí, sorteandoa toda velocidad el escasotráfico vespertino con lasluces rojas y azulesencendidas y la sirena atodo volumen. Para

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Bronson, acostumbrado a ladiscreta forma de actuar dela policía británica, estamanera de moverse por laciudad le pareció algoinnecesaria. Después detodo, se dirigían a undepósito de vehículos paraechar un vistazo a un cocheimplicado en un accidentemortal, una misión quedifícilmente podía serconsiderada urgente.

—No tengo tanta prisa

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—comentó con una sonrisa.Talabani giró la cabeza

y le miró.—Tal vez usted no —

dijo—, pero nosotrosestamos en medio de unainvestigación por asesinatoy tengo muchas cosas quehacer.

Bronson se inclinólevemente hacia él,interesado.

—¿Qué ha pasado?—Una pareja de turistas

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encontró el cadáver de unhombre con una herida dearma blanca en el pecho.Estaba en unos jardinescercanos a Chellah, unaantigua necrópolis fuera delas murallas de la ciudad —explicó Talabani—. Nohemos encontrado testigos,y desconocemos el móvil,pero lo más probable es quese tratara de un robo. Hastaahora lo único que tenemoses el cadáver, y ni siquiera

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hemos conseguidoaveriguar su identidad. Mijefe está presionándomepara que resuelva el caso loantes posible. Los turistas,por lo general —añadiómientras el coche de policíaentraba en unaparcamiento situado a laderecha con el sonido de lasirena extinguiéndose pocoa poco hasta detenerse porcompleto—, se muestranalgo reacios a visitar las

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ciudades con asesinatos sinresolver.

A un lado del depósito,una extensión de terrenocubierta de cementoresquebrajado, se podía verun Renault Mégane, aunquela única forma que tuvoBronson de reconocer elmodelo fue a través de loque quedaba de la puertadel maletero. El techo delvehículo había quedadoaplastado prácticamente

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hasta la altura del capó, ybastaba un simple vistazopara comprender que elaccidente había sido mortalde necesidad.

—Como ya le dije, elvehículo circulaba por unacarretera cercana a Rabaty, a pocos kilómetros de laciudad, tomó una curva ademasiada velocidad—explicó Talabani—. Estoprovocó que se saliera de lacalzada, chocara contra

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unas rocas que había juntoal margen de la carretera yvolcara. Había un desnivelde unos diez metros deprofundidad que acababa enel lecho seco de un río y,tras caer rodando por elterraplén, el vehículoaterrizó sobre el techo.Tanto el conductor como suacompañante murieron enel acto.

Bronson echó unvistazo al interior del

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vehículo. Tanto elparabrisas como lasventanillas se habían hechoañicos y el volante estabadoblado. Los airbags,parcialmente desinflados, leimpedían ver mejor elinterior, de modo que losapartó a un lado einspeccionó detrás. Lasgrandes manchas de sangreen los asientos y en elrevestimiento del techohablaban por sí solas.

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Alguien había arrancado lasdos puertas delanteras,probablemente los serviciosde rescate, para extraer loscuerpos, y las habíaarrojado sobre los asientostraseros. Era, se mirara pordonde se mirara, unauténtico caos.

Talabani se asomó alhabitáculo desde el otrolado.

—Cuando llegaron losservicios de emergencia,

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descubrieron que hada unbuen rato que ambospasajeros habían fallecido—dijo—. Aun así, lostrasladaron al hospital. Loscuerpos siguen allí, en eldepósito de cadáveres.¿Sabe usted quién seocupará de los trámites derepatriación?

Bronson asintió.—Tengo entendido que

la hija de los O'Connor y sumarido vendrán para

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organizado todo a través dela embajada británica. Y¿qué puede decirme de suspertenencias?

—Teniendo en cuentaque ya habían dejado elhotel, no encontramos nadaen la habitación, perorecuperamos dos maletas yuna bolsa de mano dellugar del accidente. Elimpacto provocó que seabriera el maletero y que elequipaje saliera disparado.

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Los cierres habían saltado yel contenido estabaesparcido por el suelo, perorecogimos todo lo queencontramos. Tambiénhallamos un bolso de mujeren el interior del coche. Nohabía sufrido daños peroestaba cubierto de sangre,imaginamos que de laseñora O'Connor. Todosesos objetos se encuentrana buen recaudo en lacomisaría, a la espera de

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que los reclamen losparientes más cercanos. Silo desea, puedeexaminarlos. De todosmodos, ya hemos redactadoun inventario del contenido,por si quiere echarle unvistazo.

—Gracias, me será muyútil. ¿Había algo en lasmaletas que pudiera teneralgún interés?

Talabani negó con lacabeza.

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—Nada, si exceptuamoslas cosas que se puedenencontrar habitualmente enel equipaje de una parejade mediana edad devacaciones una semana. Loque más había era ropa yartículos de tocador, másun par de novelas y unabuena provisión de lostípicos medicamentos que lagente lleva cuando sale deviaje, la mayor parte deellos sin abrir. En los

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bolsillos de la ropa quellevaban puesta y en elbolso de la mujerencontramos suspasaportes, documentosrelativos al alquiler delcoche, billetes de vuelta deavión, un permiso deconducir internacional anombre del marido, algo dedinero y las habitualestarjetas de crédito.¿Esperaba encontrar algunaotra cosa?

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—No, la verdad es queno.

Bronson suspiró,convencido de que estabaperdiendo el tiempo. Todolo que había visto y oídohasta el momento parecíaconfirmar que RalphO'Connor era unincompetente que habíaperdido el control de uncoche al que no estabaacostumbrado en unacarretera desconocida.

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Además, no veía la hora devolver a Londres para ponerde nuevo fecha a la cenacon Ángela, que tantasveces se había vistoobligado a aplazar. Habíanestado viéndoseúltimamente, y Bronsonempezaba a albergaresperanzas de darle unanueva oportunidad a sufallida relación, aunque noestaba del todo seguro deque su ex mujer pensara de

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la misma manera.—Gracias por todo, Jalal

—dijo poniéndose en pie—.Si me lo permite, megustaría echar un vistazo alas pertenencias de losO'Connor y visitar el lugardel accidente. Cuando hayaterminado, no lo molestarémás.

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Bronson se encontraba

de pie en el margenpolvoriento y sinpavimentar de unacarretera a unos quincekilómetros de Rabat.

Por encima de sucabeza, el sol se desplazabapor un cielo de un colorazul intenso en el que no sedivisaba ni el más mínimo

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rastro de nubes. Además, elaire era pesado y no corríani una pizca de viento. Elcalor era brutal, sobre todosi se comparaba con el aireacondicionado del coche depolicía que, en aquelmomento, estaba aparcadoa un lado de la carretera,unos veinte metros másabajo. Se había quitado lachaqueta, que hasta aquelmomento no le habíaestorbado, pero aun así

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comenzaba a sentir lasgotas de sudor que lecorrían por debajo de lacamisa, una sensación muydesagradable y a la que noestaba acostumbrado. Teníabien claro que no queríaestar allí fuera más tiempodel absolutamentenecesario.

Tras reflexionar unosminutos mirando arriba yabajo, Bronson concluyóque era un lugar bastante

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lúgubre para que Dios tellamara a su seno. La franjade asfalto, lisa y recta, seexpandía hacia ambos ladosde la curva junto al wadi. Aun lado y otro de lacarretera, el suelo arenosodel desierto salpicado derocas formaba ondasirregulares carentes decualquier tipo devegetación, a excepción dealguna que otra mataraquítica aquí y allá. Por

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debajo de la calzada, laestrecha sima de lavaguada parecía no habervisto ni rastro de humedaddesde hacía décadas.

Bronson no llevaba bienel calor y estaba de malhumor, pero al mismotiempo tenía la sensaciónde que algo no terminabade cuadrar. Aunque lacurva era bastante cerrada,no debería haber supuestoningún problema para un

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conductor con un mínimode experiencia. Por otrolado, la carretera discurríapor una zona abierta ydespejada. A pesar de lacurva, la visibilidad eraexcelente, de modo quecualquiera que se acercaraal lugar podía verla con lasuficiente antelación comopara afrontarla confacilidad. Pero las dosmarcas paralelas quehabían estropeado el asfalto

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y que se alargaban hasta ellugar donde el Renault sehabía salido de la carreteraindicaban que, en el caso deRalph, no había sido así.

Mirando hacia abajo,era fácil distinguir el lugarexacto donde el Méganefinalmente se habíadetenido. Una colección deartefactos y trozos delvehículo (cristales, piezasde plástico, metal retorcidoy restos de chapa) formaba

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una especie de círculo toscoalrededor de un pedazo dearena amarillenta.

Exceptuando laubicación, a unos diezmetros por debajo delmargen de la carretera, ellugar del siniestro eraprácticamente idéntico al delas docenas de accidentesque Bronson había tenidoque cubrir a lo largo de sucarrera, un tristerecordatorio de que una

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pequeña distracción podíahacer que un vehículo enperfectas condicionesquedara reducido a unmontón de chatarra encuestión de segundos. Sinembargo, en este accidentehabía algo que no leterminaba de cuadrar.

Bronson se inclinó haciadelante para observarmejor la hilera de rocassujetas con cemento almismo borde del asfalto y

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contra la cual, segúnTalabani, se habíaestrellado el coche de losO'Connor. Como él mismohabía podido comprobar enel depósito de vehículos, elRenault era de color grisplateado, y las rocaspresentaban restosevidentes de arañazos yescamas de pintura gris.Dos de las rocas se habíandesprendido de su base decemento, probablemente a

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causa del impacto del cochecuando volcó.

Todo parecía tenersentido, sin embargoBronson no acababa detener clara la causa delaccidente. ¿Era posible queRalph O'Connor estuvierabebido? ¿O quizá se habíaquedado dormido mientrasconducía? Volviendo la vistade nuevo hacia la carreteranotó que la curva erabastante pronunciada, pero

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no tan pronunciada.—Según su teoría sobre

cómo sucedió el accidente…—comenzó a decir aTalabani. Sin embargo, elagente de policía marroquíno lo dejó terminar. —Perdone, sargento Bronson.Pero las cosas no sonexactamente como ustedlas plantea. Sabemos conexactitud cómo sucediótodo. Tenemos un testigo.

—¿Ah, sí? ¿Y quién es?

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—Se trata de unmarroquí que conducía poresta misma carretera ensentido contrario, haciaRabat. Vio aparecer elRenault en esa curva, ademasiada velocidad, peroestaba lo suficientementelejos como para no verseinvolucrado en el accidente.Fue el primero en llegar allugar del siniestro y avisó alos servicios de emergenciacon su teléfono móvil.

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—¿Podría hablar con él?—preguntó Bronson.

—Por supuesto.Tenemos su dirección deRabat. Llamaré a mishombres para que le pidanque pase por comisaría estamisma tarde.

—Gracias. Sutestimonio puede ser degran ayuda para explicar alos familiares de losO'Connor lo que sucedióexactamente. —Bronson

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sabía que una de las tareasmás difíciles de los agentesde policía era trasmitir aalguien el tipo de noticiasque, inevitablemente, ledestrozarían la vida.

En aquel momento miróde nuevo a las piedras y ala parte del asfalto donde lacurva era más pronunciaday descubrió algo que hastaaquel momento le habíapasado desapercibido. Habíaunos cuantos restos de

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pequeñas escamas depintura negradesperdigadas en el mismoborde de la carretera y queapenas se veían debido a laoscuridad del asfalto.

Echó un vistazo a sualrededor y vio queTalabani estabaconversando de nuevo conel conductor del coche depolicía y que ambos estabanmirando hacia el otro lado.Entonces se agachó, cogió

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un par de escamas delborde y las introdujodisimuladamente en unapequeña bolsa de plásticode las que utilizaba paraguardar pruebas.

—¿Ha encontrado algo?—le preguntó Talabani quese acercaba hacia él desdeel vehículo policial.

—No —respondióBronson deslizando la bolsaen su bolsillo y poniéndoseen pie—. Nada importante.

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De vuelta a Rabat,Bronson, que se encontrabasolo ante los restos delRenault Mégane de losO'Connor en el depósito devehículos de la comisaría,se preguntó si estaríaviendo cosas donde no lashabía.

Había pedido a Talabanique lo dejara allí paratomar unas cuantasfotografías de los restos delautomóvil, y el marroquí

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había accedido. Bronsonutilizó su cámara digitalpara capturar una docenade imágenes, prestandoespecial atención a la parteposterior izquierda delautomóvil y a la puerta delconductor, que habíaextraído del resto de lachatarra y fotografiadoseparadamente.

El impacto contra elsuelo lleno de rocas dellecho desecado del río (el

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wadi) había sido de talmagnitud que todos y cadauno de los paneles de lacarrocería presentabanabolladuras y enormesarañazos causados o bienpor el mismo accidente, opor la posterior operaciónde rescate.

Talibani le habíaexplicado cómo se habíallevado a cabo esta última.Dado que eraperfectamente evidente que

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los dos ocupantes estabanmuertos, el oficial de policíamarroquí que acudió allugar del accidente ordenóal personal de laambulancia que esperara ydio instrucciones a unfotógrafo para quedocumentara la escena consu Nikon digital, mientras ély sus hombres examinabanel vehículo y la carretera.Talibani también le habíaproporcionado a Bronson

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copias de todas estasfotografías.

Una vez que hubieronextraído los cuerpos y losevacuaron, la policíaprocedió a la recuperacióndel vehículo. En aquelmomento no había ningunaelevadora disponible, por loque se vieron obligados ausar una simple grúa deremolque. Además, como alo largo de toda la carreterano había ningún lugar que

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permitiera el acceso devehículos, tuvieron queaparcar la grúa al borde dela calzada y utilizar lapotencia de su torno paradarle la vuelta al cochesiniestrado. A continuación,lo arrastraron ladera arribahasta la carretera yfinalmente lo subieron a laplataforma de la grúa.

Bronson no tema niidea de qué daños habíansido causados por el propio

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accidente y cuáles sedebían a la posteriorrecuperación. Sin la ayudade un estudio pericial, nopodía estar seguro de susconclusiones. El problemaera que, para llevarlo acabo, hubiera sidonecesario trasladar elautomóvil por mar hasta elReino Unido para que loexaminara un peritoforense, y sabe Dios lo quecostaría y el tiempo que

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llevaría. Sin embargo, habíaun número de abolladurasen las puertas del ladoizquierdo y en elguardabarros trasero que,según él, parecían causadaspor un impacto lateral, yque no concordaban con loque Talibani le habíacontado ni con ladeclaración del testigo.

Bronson se metió lamano en el bolsillo yextrajo la bolsa que

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contenía las escamas depintura negra que habíacogido en el lugar delsiniestro. Parecían frescas,pero Bronson eraconsciente de que eso nosignificaba nada. Es posibleque se hubieran producidomás de una docena deaccidentes en ese tramo decarretera, y las escamaspodían corresponder acualquiera de ellos. En GranBretaña la lluvia las habría

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arrastrado en apenas unpar de horas, pero enMarruecos este fenómenoatmosférico era muy pocofrecuente.

No obstante, en unpequeño lugar de la puertadel conductor encontró unarañazo que podía ser decolor azul, pero tambiénnegro.

Bronson se dirigía a pieal hotel en que sehospedaba cuando sonó su

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móvil.—¿Hay algún sitio por

ahí adonde pueda mandarteun fax? —preguntó elcomisario Byrd casigritando, y cuya voz dabamuestras evidentes deirritación.

—Imagino que el hoteltendrá uno. Espera, tebusco el número.

Diez minutos mástarde, Bronson observabaun fax de poca calidad que

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mostraba un artículopublicado por un periódicolocal de Canterbury confecha del día anterior.Antes de que pudiera leerlo,el móvil sonó de nuevo.

—¿Lo tienes? —inquirióByrd—. Uno de los oficialesde Canterbury lo descubriópor casualidad.

Bronson miró de nuevoel titular: «¿Asesinados porun trozo de arcilla?».Debajo del texto en negrita

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había dos fotografías. En laprimera se veía a Ralph y aMargaret en algún tipo deacto social sonriendo a lacámara. Más abajo habíauna imagen algo borrosa deun objeto rectangular decolor beis con una serie demarcas incisas en lasuperficie.

—¿Tú sabías algo deesto?

Bronson resopló.—No. ¿Qué más dice el

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artículo?—Léelo tú mismo.

Luego quiero que vayas ahablar con Kirsty Philips yle preguntes a quédemonios están jugandoella y su marido.

—¿Te refieres a cuandovuelva a Gran Bretaña?

—No. Me refiero a hoy,como mucho mañana.Deberían haber llegado aRabat más o menos almismo tiempo que tú. Toma

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nota de su número demóvil.

Byrd puso fin a laconversación con la mismabrusquedad con la que lahabía empezado y Bronsonse dispuso a leer el artículo.Cuando terminó, decidióque aquella historia estabaempezando a pasar decastaño a oscuro.

Según el artículo, losO'Connor habíanpresenciado una violenta

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discusión en el zoco deRabat. Inmediatamentedespués, MargaretO'Connor había recogidouna pequeña tablilla debarro que se le había caídoa un hombre a quienperseguían por lasestrechas callejuelas deaquella zona de la ciudad.Al día siguiente, cuando sedirigían por carretera alaeropuerto de Casablanca,les habían tendido una

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emboscada en un tramocercano a Rabat, comoconsecuencia de la cual,ambos fallecieron.

«No fue un accidente»,habría dicho David Philips,según el periódico. «Missuegros murieron a manosde una banda de criminalesdespiadados que lospersiguieron y asesinaroncon la intención derecuperar la valiosareliquia.»

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«¿Y qué piensan haceral respecto la policíabritánica y marroquí?»,preguntaba el artículo, paraconcluir.

—Probablemente, muypoca cosa —refunfuñóBronson mientras agarrabael teléfono para llamar aKirsty Philips.

Y yo me pregunto,pensó, ¿cómo saben ellosque la tablilla es tanvaliosa?

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9

El oficial de policía de

Canterbury no fue la únicapersona a la que llamó laatención el breve artículodel periódico local. Unhombre joven de pelo clarovio la fotografía de latablilla y, ni corto niperezoso, agarró unastijeras y recortó la noticia.Seguidamente, tras

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apartarla a un lado, siguióhojeando el resto del diario.Junto a él, en su modestoapartamento de las afuerasde Enfield, había un montónde publicaciones apiladasunas sobre otras, entre lasque se podía encontrar unacopia de todos losperiódicos de tiradanacional de Gran Bretaña,una selección de revistas deactualidad y la mayor partede los diarios provinciales.

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Le había llevado toda lamañana, y parte de latarde, repasar una a unatodas estas publicaciones yextraer los artículos deinterés (una tarea queefectuaba todos los días),pero su trabajo todavía nohabía terminado. Metió todolos periódicos y revistasmutilados en una bolsa debasura negra y despuésagarró el montón derecortes y los depositó en

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un escáner, de tamaño DINA-3, que estaba conectadoa un potente ordenador.

Uno a uno los colocó enla superficie paradocumentos y los introdujoen el disco duro,asegurándose de que todaslas imágenes estuvieranacompañadas por el nombrede la publicación en la quehabían apareado. Luego losalmacenó en una carpetaque llevaba la fecha del día

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en curso.Cuando acabó, metió

todos los recortes en labolsa de basura, junto a losperiódicos desechados, ypreparó un correoelectrónico, sin textoalguno, al que adjuntócopias de todas lasimágenes escaneadas.Algunos días, la cantidad yel tamaño de losdocumentos era tal que seveía obligado a dividirlos en

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grupos y enviarlos en dos otres correos diferentes. Ladirección a la que ibandirigidos correspondía a unacuenta de correo de Yahooy constaba tan solo de unaserie de números que noaportaba ninguna pistasobre el titular. Cuando diode alta la cuenta, secrearon también otras cincomás que formarían unacadena para evitar laidentificación del correo de

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origen. Una vez estuvoactiva, se cancelaron todasesas otras direcciones,imposibilitando cualquierintento de localizar laprocedencia.

Por supuesto, él conocíaexactamente quién era eldestinatario o, para ser másexactos, sabía dónde serecibiría aquel correo, perono exactamente quién loleería.

Llevaba casi dos años

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destinado en Gran Bretaña,haciéndose un nombrecomo periodistaespecializado en escribirpara revistas y periódicosextranjeros. Incluso estabaen condiciones de presentarcopias de varios periódicoseuropeos que incluíanartículos escritos por él o,mejor dicho, en los queaparecía su firma. Sialguien se hubieramolestado en comprobar los

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originales de esaspublicaciones, habríaencontrado que los artículoscoincidían palabra porpalabra con los suyos, peroestaban firmados con unnombre completamentediferente. De hecho, lascopias habían sidocuidadosamente elaboradasen el sótano seguro de unvulgar edificio, igualmenteseguro, en una ciudad deIsrael llamada Glilot, a las

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afueras de Tel Aviv, con elúnico propósito de apoyarsu tapadera.

No era un espía (almenos, no todavía), perotrabajaba para el Mosad, elservicio de inteligenciaisraelí. Una de sus tareascomo agente de apoyo eracopiar todos y cada uno delos artículos que hicieranreferencia, aunque fuera depasada, al gobiernobritánico, a sus cuerpos de

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seguridad, incluyendo loscuerpos especiales, y a losservicios de inteligencia ycontraespionaje. Pero, aligual que a todos los demásagentes del Mosad, se lehabía dado una listaadicional de temas que noestaban relacionados conninguno de estos asuntos.Las tablillas antiguas, yafueran de barro o decualquier otro material,ocupaban un lugar

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prioritario dentro de esalista.

Normalmente, una vezenviado el correoelectrónico, no tenía nadamás que hacer hasta el díasiguiente pero, aquellatarde, a los pocos minutosde mandarlo, el ordenadoremitió un doble pitido queavisaba de que habíallegado un mensaje.Cuando abrió la bandeja deentrada le saltó el nombre

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en código del remitente, asícomo la prioridad.Segundos después, escaneórápidamente el correo yluego lo leyó de nuevo.

Fuera cual fuera laimportancia de aquellatablilla de barro, daba laimpresión de que el artículohabía causado un granrevuelo en Tel Aviv, y lasnuevas instrucciones hacíanhincapié en este hecho. Eljoven miró el reloj,

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valorando las diferentesopciones. A continuación,agarró la chaqueta queestaba colgada en la perchade la entrada, dejó elapartamento y se dirigió alas escaleras que conducíanal pequeño aparcamientoen la parte trasera deledificio.

Con un poco de suerte,estaría en Canterbury enpoco más de una hora.

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—Le presento a Hafez

Aziz —dijo Talabani eninglés—. Es el hombre quepresenció el accidente. Solohabla tamazight, así quetendré que hacerle detraductor.

Bronson se encontrabaen otra sala deinterrogatorios en lacomisaría de Rabat. Al otro

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lado de la mesa había unmarroquí pequeño ydelgado que llevaba unosvaqueros desgastados y unacamisa blanca.

Durante los siguientesminutos, Jalal Talabanitradujo frase por frase loque Aziz iba diciendo y, alacabar, Bronson se diocuenta de que no sabíanada que no supiera antes.Aziz había repetido puntopor punto la misma historia

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que le había contadoTalabani anteriormente, ysus palabras parecían las deun hombre honesto.

Contó que había visto elRenault aproximarse a lacurva a toda velocidad yque, al tomarla, se habíadesviado y había chocadocontra unas rocas queestaban en el margen de lacarretera. A continuaciónsalió disparado por losaires, volcó por encima del

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borde, y desapareció de suvista. Entonces detuvo elcoche justo en el lugar delaccidente, llamó a la policíay bajó como pudo al wadipara ayudar a los ocupantesaunque, desgraciadamente,era demasiado tarde.

Había una sola cosa queBronson hubiera queridopreguntar a Aziz, peromantuvo la boca cerrada yse limitó a agradecerle quehubiera ido a la comisaría.

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Cuando el marroquíabandonó la sala deinterrogatorios, Bronson segiró hacia Talibani.

—Le estoy muyagradecido por su ayuda —le dijo— y también porhaber organizado estaentrevista. Creo haber vistoprácticamente todo lo quenecesitaba. Solo me faltaechar una ojeada a lasmaletas y a las cosas querecuperaron del interior del

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coche. Me parece recordarque habían preparado uninventario.

Talabani asintió con lacabeza y se puso en pie.

—Espere aquí. Mandaréque se lo traigan—dijomientras abandonaba lasala.

Veinte minutosdespués, Bronson tuvo quereconocer que el marroquítenía razón. No había nadaen el equipaje de los

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O'Connor que pudiera serconsiderado, en algúnmodo, inusual. No es queesperara hallar algo fuerade lo común, sino solo quenecesitaba hacer una últimacomprobación. De hecho, laúnica cosa que llamaba laatención del inventario noera lo que aparecía en él,sino lo que no aparecía.Había un objeto que estabaconvencido de encontrar (lacámara de fotos de los

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O'Connor), y que,simplemente, no estaba.

—Una cosa más, Jalal —dijo—. Cuando recuperaronel coche, ¿no encontrarían,por casualidad, una antiguatablilla de barro?

El marroquí pareciódesconcertado.

—¿Una tablilla debarro? —preguntó—. No. Noque yo recuerde. ¿Por qué?

—Es solo algo que habíaoído. Pero no importa.

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Gracias por todo. Sinecesito algo más, mepondré en contacto conusted.

Lo último que lequedaba por hacer eraentrevistarse a la mañanasiguiente con la hija de losO'Connor y su esposo en elhotel en que se alojaban.Dobló el papel en el quehabían imprimido elinventario, se lo metió en elbolsillo y miró el reloj. Con

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un poco de suerte, alacabar la entrevista cogeríaun avión en Casablanca yestaría en casa a últimahora de la tarde.

Aquella tarde, cuandoJalal Talabani salió de lacomisaría de policía, nosiguió su rutina habitualque consistía en caminarhasta el aparcamiento,coger su coche y dirigirse asu casa en las afueras de laciudad. En vez de eso, se

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acercó a un bar no muylejos de allí, comió algo y setomó una copa. Acontinuación se adentró enlas calles adyacentes ycomenzó a caminarcambiando el ritmo confrecuencia y deteniéndosede vez en cuando paracomprobar que no leseguían. Cuando estuvocompletamente seguro deque nadie lo observaba, seacercó a un teléfono público

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y marcó un número queconocía de memoria.

—Tengo ciertainformación que podríaserle de utilidad.

—¿Y bien?—Hay un policía

británico, aquí en Rabat,que está investigando lamuerte de los O'Connor.También está interesado enencontrar una vieja tablillade barro. ¿Sabe algo deeso?

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—Es posible —respondióla voz masculina al otrolado del teléfono— ¿Dóndese aloja?

Talabani le dio elnombre del hotel deBronson.

—Gracias. Me ocuparéde él —dijo el hombre justoantes de concluir lallamada.

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A primera hora de

aquella mañana, en la salade juntas de uno de losnumerosos edificiosgubernativos de Israel,situados cerca del centro deJerusalén, tres hombres sehallaban reunidos. No habíasecretarias y nadie tomabanota de lo que allí se decía.

Delante de cada uno de

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ellos había dos grandesfotografías, una a color y laotra en blanco y negro, yambas mostraban unatablilla de color marrónamarillento en la que seapreciaban bastante bienlos detalles. También habíauna fotocopia de la crónicaque había aparecido en eldiario regional británicojunto a una traducción alhebreo del texto.

—Este artículo apareció

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ayer en un diario de GranBretaña —comenzó EliNahman. Era un hombremayor, delgado yencorvado, con barbablanca y una abundantemata de cabellos grisescoronada con una kipábordada de color negro,pero sus despiertos ypenetrantes ojos de colorazul claro reflejaban unagran inteligencia. Trabajabacomo experto para el

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museo de Israel, enJerusalén, y era unaautoridad en reliquiasprecristianas.

—La historia fuedescubierta por uno de losactivos del Mosad enLondres, que la envió aGlilot —continuó mientrasseñalaba con un gesto alhombre más joven queestaba sentado a lacabecera de la mesa.

Levi Barak rondaba los

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cuarenta, tenía el pelonegro y la piel oscura, y susrasgos, por lo demásregulares, estabandominados por una enormenariz que impedía quepudiera ser descrito comoun hombre atractivo.Llevaba un traje de colortostado, pero había colgadola chaqueta en el respaldode su silla, dejando aldescubierto una funda depistola bajo su axila

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izquierda, de la queasomaba la culata negra deun arma semiautomàtica.

—Como bien saben,tenemos órdenespermanentes de informar alprofesor cada vez querecibimos informes de estetipo, de manera que ayer,apenas nos llegó el artículo,me puse en contacto con él—explicó Barak—. Lo quetienen ante ustedes es laúnica información de la que

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disponemos hasta elmomento. Hemos dadoinstrucciones a nuestroactivo para que controle laprensa británica en buscade cualquier dato adicionalreferente a esta historia.También se le ha ordenadoque se acerque aCanterbury, la ciudad deKent en la que residía lapareja, y que obtengacopias de todos los diariosque allí se publiquen. En

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cuanto tenga algo, nos loenviará.

Barak hizo una pausa ymiró a los otros doshombres.

—El problema principales que disponemos de muypocos datos. Solo sabemosque una pareja de jubiladosfalleció hace un par de díasen un accidente de tráficoen Marruecos y que, enalgún momento antes deque esto sucediera, se

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hicieron con una antiguatablilla de barro. Nosencontramos aquí paradecidir qué medidasdebemos tomar al respecto,si es que hay que tomarlas.

—Estoy de acuerdo —dijo Nahman—. El primerpaso, obviamente, esdecidir si esta tablilla formaparte del conjunto, pero noserá fácil. La fotografíapublicada por el periódicoes tan borrosa que

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prácticamente no sirve denada, y el artículo noaporta ningún indicio dedónde se encuentra lareliquia en este momento.He incluido fotografías de latablilla que ya está ennuestro poder, así que almenos podemoscompararlas. —Acontinuación hizo unapausa y miró al hombrejoven que estaba sentadojusto enfrente de él—. ¿Tú

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qué opinas, Yosef?Yosef ben Halevi bajó la

vista y se quedó mirandodurante unos segundos lafotografía fotocopiada delartículo del diario.

—Solo con esto nopodemos hacer gran cosa.La imagen no vaacompañada de ningunaregla o algo que nospermita calcular la escala,de manera que únicamentepodemos hacer una

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estimación aproximada desu tamaño. Opino que debede tener una longitud deentre cinco y, como mucho,veinte o treintacentímetros. Ese es elprimer problema. Si hemosde determinar si la tablillaforma parte del conjunto, eltamaño es esencial. ¿Hayalguna forma de averiguarlas dimensiones de estareliquia?

—No. No se me ocurre

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ninguna —respondióNahman—. El artículodescribe el objeto como«una pequeña tablilla debarro», lo que nos hacepensar que estamoshablando de una pieza deno más de diez, tal vezquince centímetros delongitud. Si fuera másgrande, dudo mucho que lahubieran definido como«pequeña». Y ese, porsupuesto, es más o menos

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el tamaño adecuado.Ben Halevi asintió con

la cabeza.—El segundo factor de

comparación debe ser, porsupuesto, el texto.Observando las imágenesde las dos reliquias, meatrevo a decir que sonsimilares en la superficie, yque ambas tienen la marcadiagonal que cabía esperaren una esquina. Las líneasde los caracteres tienen

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longitudes diferentes, algopoco habitual en los escritosen arameo, pero lafotografía del periódico esdemasiado pobre y solopermite que me atreva atraducir un par de palabras.

Al igual que Nahman,Ben Halevi trabajaba parael museo de Israel, y eraexperto en lenguas arcaicasy en historia del pueblojudío.

—¿Y cuáles son esas

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palabras? —preguntóNahman.

Ben Halevi señaló conel dedo el artículo delperiódico.

—Se encuentran aquí,en la última línea. Estetérmino podría significar«altar», mientras que lasegunda palabraempezando por la derechasería «rollo» o tal vez«rollos». Pero la imagen esdemasiado borrosa.

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Nahman contempló a suamigo y colega conevidente entusiasmo.

—¿Qué grado deconfianza te merece, Yosef?

—¿Te refieres a sí creoque esta tablilla es una delas cuatro? Lasprobabilidades de que asísea van de un sesenta a unsetenta por ciento, no más.Necesitamos una imagen dealta calidad de la inscripcióno, mejor todavía, recuperar

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la tablilla. Es la únicamanera que tenemos deestar completamenteseguros.

—Es exactamente lomismo que pienso yo —dijoNahman asintiendo con lacabeza—. Tenemos quehacernos con ella.

Levi Barak miró a losdos académicos.

—¿Es realmente tanimportante?

Nahman volvió a

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asentir.—Si es lo que creemos

que es, es fundamentalrecuperarla. No teequivoques, Levi. Lo queestá escrito en la tablillapodría ser la última pistaque necesitamos paralocalizar el testimonio.Podría suponer el final deuna búsqueda que dura yados milenios. Trasmíteselo atus superiores en Glilot yasegúrate de que entienden

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la importancia del asunto.—No será fácil, ni

siquiera para el Mosad —apuntó Barak—. Tal vez nolo consigamos.

—Mira —dijo Nahman—.Esa tablilla existe ytenemos que encontrarlaantes de que lo haga algúnotro.

—¿Como quién?—Cualquiera. Por un

lado, obviamente, estaríanlos cazadores de tesoros,

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pero podemos enfrentarnossin problemas a personascuya única motivación seaeconómica. Los que mepreocupan son los otros.Aquellos que quierandesesperadamenteencontrarla paradeshacerse de ella.

—¿Musulmanes? —sugirió Barak.

—Sí, pero tambiéncristianos radicales.Siempre hemos sido una

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minoría perseguida pero, siencontráramos eltestimonio., este validaríanuestra religión de un modoque nada más podríahacerlo. Ese es el motivopor el cual tenemos querecuperar la tablilla, cuestelo que cueste, y descifrar eltexto.

Barak asintió.—Tenemos activos en

Rabat y en Casablanca. Lesdaré instrucciones para que

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empiecen a buscar.—No podemos

limitarnos a Marruecos—enfatizó Nahman—. Lapareja que la encontró erainglesa, así que tendréisque buscar también allí.Ampliad vuestra red elmáximo posible. Gracias aeste periódico, mucha gentesabrá de la existencia de latablilla. Es muy probableque tus hombres descubranque no son los únicos que la

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están buscando.—Sabemos cuidar de

nosotros mismos.—No tengo ninguna

duda al respecto. Solo tepido que cuidéis también dela tablilla. Pase lo que pase,no debe sufrir ningúndesperfecto y mucho menosser destruida.

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—Gracias por venir a

vernos aquí, a Rabat—dijoKirsty Philips mientrasestrechaba la mano deBronson.

Estaban sentados en elvestíbulo del hotel Rabat,donde ella y su esposohabían reservado unahabitación. Los ojos deKirsty estaban enrojecidos y

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su oscura cabelleraalborotada, pero daba laimpresión de que, más omenos, conseguía mantenerel control.

—David está en laembajada británica,intentando resolver losasuntos burocráticos —dijo—, pero no tardará envolver. Siéntese, le pediréun café.

—Gracias —respondióBronson, aunque, en

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realidad, no le apetecíabeber nada—. Me sentarábien.

Unos minutos despuésapareció un camarero conuna bandeja en la quehabía dos tazas con susplatos, una cafetera deémbolo, leche y azúcar.

—Siento mucho lascircunstancias que nos hantraído aquí —comenzóBronson cuando elcamarero se hubo

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marchado.Kirsty asintió con la

ateza mientras su labioinferior temblabalevemente.

—He estado hablandode lo sucedido con la policíalocal —se apresuró a decirBronson—, y todo apunta aque se trató solamente deun trágico accidente. Séque no les servirá de muchoconsuelo, pero sus padresmurieron ambos de forma

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inmediata. No sufrieronnada. —A continuación sedetuvo unos segundosmirando a la atractiva jovenque tenía ante él—. ¿Quiereque le explique cómosucedió todo? —le preguntócon suma delicadeza.

Kirsty asintió.—Supongo que es

mejor que lo sepa —contestó en un sollozo—, delo contrario, me pasaré lavida preguntándomelo.

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Bronson le hizo unesbozo de los hechos.Cuando terminó, Kirstysacudió la cabeza.

—Todavía no entiendocómo pudo suceder—dijo—.Papá era un conductorexcelente. Conducíasiempre con prudencia y,por lo que sé, jamás lepusieron una multa, ni tansiquiera de aparcamiento.

—Pero debe tener encuenta que llevaba un

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coche al que no estabaacostumbrado en unacarretera que no conocía —sugirió Bronson—. Creemosque calculó mal y no sepercató de lo pronunciadaque era la cura.Desgraciadamente no habíaguardarraíles. —Mientrasdecía estas palabras,Bronson era consciente deque ni siquiera él se creía loque estaba contando.

» Mire —dijo entonces

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abriendo su maletín—. Estaes una copia del inventarioen el que se registraron laspertenencias de sus padres.

Seguidamente pasó aKirsty los folios escritos aordenador preparados porla policía de Rabat y serecostó en su silla.

Kirsty colocó los papelesencima de la mesa quetenía delante sin apenasmirarlos. Bebió otro sorbode café y miró a Bronson.

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—¡ Es todo tan injusto!—dijo—. Me refiero a quehace relativamente pocoque decidieron tomarseunas vacaciones como Diosmanda y empezaradivertirse. Normalmentepasaban un par de semanasen España, y esta éralaprimera vez que hacíanalgo medianamentearriesgado. Y ahora, ¡mirelo que ha pasado! —Alpronunciar estas últimas

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palabras su voz se quebró yempezó a llorar en silencio—. Se lo estaban pasandogenial —continuó despuésde un minuto, mientras sesonaba la nariz—. Al menosmi madre. A decir verdad,no creo que a papá legustara demasiadoMarruecos, pero mamáestaba encantada.

—Imagino que lemandarían alguna postal —sugirió Bronson, aunque en

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realidad conocíaperfectamente la respuestaa aquella pregunta.

Teniendo en cuenta queel diario de Canterburyhabía publicado una imagende la tablilla, estaba claroque uno de los O'Connordebía de tener una cámaray haber enviado a su hijauna copia de la fotografíapor correo electrónico. Perotambién sabía que en elinventario que la policía le

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había entregado noaparecía ninguna máquinafotográfica, y que tampocola vio cuando examinó laspertenencias de losfallecidos.

Talabani le habíacomentado que las maletasse habían abierto de golpedurante el accidente, asíque, quizá, la cámara saliódisparada a tanta distanciaque la policía no la encontrócuando recuperó el

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contenido. O tal vez Aziz, oalguna otra persona de lasque acudieron al lugar delsiniestro, la cogió y decidióquedársela. Por otro lado,las cámaras digitalesmodernas solían serpequeñas y caras, demanera que lo más normales que Margaret O'Connorla llevara en el bolso o enuno de sus bolsillos.

Kirsty negó con lacabeza.

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—No. Mi madre habíaempezado a utilizar losordenadores cuando todavíatrabajaba, y estaba muymetida en el uso de lasnuevas tecnologías. El hoteldonde se alojaban teníaacceso a internet y todaslas noches me mandaba uncorreo electrónicocontándome lo que habíanhecho aquel día. —Acontinuación, dio unosgolpecitos a la bolsa negra

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que tenía en el suelo juntoa su silla y añadió—: Lostengo todos aquí, en miportátil. Iba a imprimirlospara dárselos cuandovolvieran a casa, y tambiénquería hacer unas copiasdecentes de las fotos queme mandó.

Bronson se irguióligeramente en su silla.

—¿Hizo muchas fotos?—preguntó.

—Sí. Tenía una

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pequeña cámara digitalúltimo modelo y uno deesos aparatos que puedenleer los datos de la tarjeta.Creo que lo enchufaba auno de los ordenadores delhotel.

—¿Podría echar unvistazo a las imágenes quesu madre le envió? O,mejor aún, ¿podría darmecopias de todas ellas? ¿Talvez en un CD?

—Por supuesto—

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respondió Kirsty. Acontinuación cogió la bolsa,sacó un portátil de la marcaCompaq y lo encendió. Unavez se hubo cargado elsistema operativo, Insertóun CD virgen en la unidadde disco, seleccionó eldirectorio apropiado y pusoen marcha el proceso decopiado.

Mientras se grababa elCD, Bronson acercó su sillaa la de Kirsty y se quedó

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mirando la pantalla,observando cómo pasabanrápidamente todas las fotos.Enseguida se dio cuenta deque Margaret O'Connor noera una fotógrafaprofesional. Simplementese limitaba a apuntar con lacámara a todo lo que semovía, y también a algunascosas que no lo hacían, yapretar el botón. Lasimágenes eran las típicasinstantáneas de las

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vacaciones: Ralph en elaeropuerto, esperándolasmaletas junto a la cintatransportadora; Margaretposando junto al coche dealquiler justo antes departir hacia Rabat; lasvistas desde la ventanilladel coche cuandoabandonaban Casablanca yese tipo de cosas. Noobstante, las fotografíaseran lo suficientementenítidas gracias a que la alta

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calidad de la cámaracompensaba las carenciasde la usuaria.

—Este es el zoco deRabat —dijo Kirstyseñalando la pantalla. Acontinuación, visto que elproceso de copiado habíafinalizado, extrajo el CD, lointrodujo en un sobre deplástico y se lo pasó aBronson—. A mamá leencantaba ir allí. Era unode sus lugares favoritos.

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Decía que los olores eranembriagadores y quevendían cosas increíbles.

A continuación apretó elbotón del ratón e hizocorrer el resto defotografías. Fue entoncescuando Bronson vio unasucesión de imágenes enlas que, aunque eran tannítidas como las de lasecuencia anterior, losencuadres eran bastantepobres, casi como si las

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hubieran hecho al azar.—¿Qué pasó con estas?

—preguntó.Kirsty esbozó una leve

sonrisa.—Son del día antes de

que dejaran Rabat. Me dijoque estaba intentandotomar algunas imágenes delzoco, pero que a la mayoríade los comerciantes no lesgustaba que les sacaranfotos. Al final decidióesconder la cámara junto a

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su bolso y apretar el botóna diestro y siniestro con laesperanza de conseguiralguna que mereciera lapena.

—¿Y esto qué es? —inquirió Bronson señalandouna de las instantáneas.

—Mientras estaban allíse produjo una especie depelea en el zoco y mamásacó como una docena defotos de lo que estabapasando.

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—¡Ah, sí! La historiaque salió en el periódico deCanterbury. Espero quehablara usted con alguienmás antes de acudir a laprensa, señora Philips.

Kirsty se ruborizólevemente y le explicó quesu mando David tenía uncontacto en el diario local yle había pedido quepublicara la historia.

Conforme le contaba losucedido, Bronson se dio

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cuenta de que no solohabían desaparecido lacámara de MargaretO'Connor, la memoria USBy la tablilla de barro, cuyoemocionante hallazgo habíadescrito a su hija con tododetalle en su último correoelectrónico, sino también latarjeta de memoriaadicional y el lector detarjetas.

—Mi marido estáconvencido de que no se

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trató de un simpleaccidente de tráfico —dijoKirsty—. No obstante, si latablilla hubiera estadotodavía en el interior delcoche después delaccidente, se demostraríaque está completamenteequivocado. —Acontinuación miró aBronson, escudriñándolo, ypreguntó—: ¿Encontraronla tablilla?

—No—admitió el

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detective señalando elinventario que estaba sobrela mesa justo delante deellos—. Yo mismo lepregunté por ella al agentede policía que se encargadel caso. Debería decirleque falta también la cámarade su madre y un par decosas más. Pero es posibleque un carterista «lasrobara el ultime día quepasaron aquí, o tal vezdecidiera que no merecía la

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pena llevarse la tablilla aInglaterra. Nonecesariamente nosenfrentamos a unaconspiración.

—Lo sé—respondióKirsty Philips conresignación—.Pero noconsigo que David cambiede opinión. ¡Ah! Y esposible que aumente lacobertura periodística. Elcontacto de David en elperiódico de Canterbury le

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contó la historia a unreportero del Daily Mailyeste nos llamó ayer por latarde para hablar del tema.

Creo que va a publicarun artículo en la edición dehoy.

En aquel momento, unjoven alto, de complexiónatlética y con el pelo rizado,apareció en el vestíbulo yse dirigió hada ellos conaire resuelto.

Kirsty se puso en pie y

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realizó las presentacionespertinentes.

—David, este es eloficial de policía Bronson.

Bronson se levantó y ledio la mano. El hombre queestaba ante él trasmitía unaespecie de tensión, deenergía reprimida queparecía a punto de estallar.

—Permítame adivinar,sargento —dijo Philips enun tono grave y enojadomientras tomaba asiento en

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el sofá—. Un simpleaccidente de tráfico,¿verdad? Un británico másde los muchos que cogen uncoche en un país extranjeroy acaban pegándosela enuna curva de nada. ¿O talvez conducía por el canilequivocado? ¿Qué me dice?

—David, por favor. Nohagas esto —dijo Kirsty apunto de echarse a llorar denuevo.

—En realidad no

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estamos hablando de unacurva de nada —señalóBronson—. Es bastantepronunciada, y seencuentra en una carreteraque su suegro,probablemente, no conocía.

—Usted ha estado allí,¿no? ¿Ha visto el lugardonde se produjo elaccidente? —preguntóPhilips.

Bronson asintió.—Pues yo también. Y

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dígame, ¿se considera ustedcapaz de tomar la curva sinprecipitarse por elbarranco?

—Por supuesto que sí.—Entonces explíqueme

porqué se supone que misuegro, que tenía unhistorial impoluto comoconductor, que era miembrodel IAM¹y uno de losconductores más prudentesy capacitados que yo hayaconocido jamás, no fue

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capaz de hacerlo.Bronson se encontraba

entre dos aguas. Coincidíacon David en que lascircunstancias del accidenteno tenían mucho sentido,pero al mismo tiempo sabíaque tenía que ceñirse a laversión oficial.

—El caso es—explicó—que tenemos un testigoocular que lo presenciótodo. Según él, el cocheviró bruscamente, chocó

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contra unas rocas y seprecipitó por el terraplén, ysu testimonio ha sidoaceptado por la policíamarroquí. Comprendo surecelo, pero no existeprueba alguna que sugieraque esté mintiendo.

—Pues yo no me creo niuna sola palabra de lo quedicen. Mire, comprendoperfectamente que ustedsolo está haciendo sutrabajo, pero hay algo más

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que no nos han dicho. Sé aciencia cierta que missuegros no murieron en unsimple accidente de tráfico,y nada de lo que argumenteme convencerá de locontrario.

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13

Tras dejar el hotel de

los Philips, Bronson caminóunos cientos de metros, sesentó en la terraza de unacafetería y pidió un cafémientras intentaba decidircómo actuar. Si llamaba alcomisario Byrd y le decíaque estaba de acuerdo conque la muerte de losO'Connor se había debido a

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un desgraciado accidente,podría largarse de allí, perosi le trasmitía sus sospechas(pues al fin y al cabo eransolo eso), probablementetendría que quedarse enRabat mucho más tiempodel que le hubiera gustado.

No es que la ciudad leresultara desagradable, másbien al contrario. En aquelmomento Bronson acercó lataza a sus labios y miró asu alrededor. Las mesas y

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sillas de la cafeteríaestaban repartidas por unaamplia zona pavimentada aun lado de un espaciosobulevar flanqueado porpalmeras. La mayoríaestaban ocupadas, yBronson podía oír lossonidos ligeramenteguturales de lasconversaciones en árabealternándose con losacentos más suaves ymelódicos de los

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francófonos. No, elmagnífico clima, lascafeterías siempre llenas degente y el estilo de vidarelajado de Rabat tenían unatractivo innegable, o lohubieran tenido si Bronsonhubiera gozado de lacompañía de Ángela. Yaquella reflexión le hizotomar una determinación,

—¡A la mierda! —se dijoa sí mismo—. Ha llegado elmomento de poner fin a

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toda esta historia.Se acabó el café, se

puso en pie y, justo cuandose alejaba de la mesa, cayóen la cuenta de que habíaolvidado el maletín yregresó. Fue entoncescuando su mirada se topócon la de dos hombresvestidos con lastradicionales chilabas queacababan de levantarse deuna mesa en la parte máslejana del café y que lo

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observaban condetenimiento.

Bronson estabaacostumbrado a que lagente de Marruecos se lequedara mirando. Al fin y alcabo, era un forastero enun país extraño y más omenos, era de esperar. Sinembargo, en este caso tuvola incómoda sensación deque aquellos hombres no lomiraban por simplecuriosidad. Había algo en su

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forma de observarlo que leresultaba molesto. Aun así,hizo como si no los hubieravisto, recuperó el maletín yse marchó del lugar.

Más adelante, a unoscincuenta metros de lacafetería, se detuvo en unaesquina, se acercó albordillo y miró en ambasdirecciones antes de cruzarla calle. No le sorprendiódemasiado descubrir a losdos hombres caminando

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despacio hada él y menosaún que ellos también secambiaran de acera.Doscientos metros másadelante supo, sin lugar adudas, que lo estabansiguiendo y vio que uno deellos hablabaanimadamente por el móvil.Lo que Bronson no sabíaera lo que debía hacer alrespecto.

Pero esa decisión se leescapó de las manos menos

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de medio minuto después.Además de los dos hombresque había tras de él, y quecada vez se aproximabanmás, Bronson descubrió, derepente, otros tresindividuos que se leacercaban de frente.

Era posible queestuvieran dando uninocente paseo vespertino,pero lo dudaba, y no estabadispuesto a quedarse allípara comprobarlo. Bronson

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torció en la primera esquinaque encontró y empezó acorrer sorteando lospeatones que caminabantranquilamente por laacera. A sus espaldascomenzaron a oírse gritos yruidos de fuertes pisadasque se dirigían hacia él ysupo que su instinto no lohabía engañado.

Giró en la primera callea la izquierda y luego a laderecha y empezó a coger

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un ritmo mayor conformeapretaba el paso. Searriesgó a echar una rápidaojeada detrás de él y vio alos dos hombres de lacafetería corriendo a todavelocidad para alcanzarlo,tal vez a unos cincuentametros, y una tercera figuraque corría unos metros másatrás.

Bronson viró a todaprisa en la siguienteesquina y vio a dos

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hombres que se acercabanpor su izquierda procurandocortarle el paso. Parecíacomo si hubieran adivinadoqué calles iba a coger eintentaran tenderle unaemboscada.

Aceleró una vez máspero, esta vez, dirigiéndosedirectamente hacia ellos.Pudo ver que dudaban yaminoraban la marcha, sinembargo, antes de quequisieran darse cuenta, lo

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tenían encima. Uno de losmarroquíes empezó ahurgar bajo su chilaba,probablemente intentandosacar un arma, peroBronson no le diooportunidad. Lo derribógolpeándole con fuerza enel pecho con su maletín yluego se volvió hada sucompañero, justo en elmomento en que esteintentaba atacarlo.Afortunadamente se agachó

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a tiempo para esquivarlo yle propinó un puñetazo enel estómago.

Bronson, que ya oía losgritos de los otros hombresacercándose, no esperó aver al hombre caer al suelo.Había conseguido tumbar ados, al menos por un breveinstante, pero aúnquedaban otros tres.

Sin volver la vistaatrás, echó a correr denuevo casi sin aliento.

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Sabía que tenía queterminar aquello, y cuantoantes. Estaba acostumbradoacorrer, pero el calor y lahumedad estabanempezando a hacer mellaen él y era consciente deque no podría llegar muylejos.

Torció a la izquierda,luego a la derecha, pero ladistancia que lo separabade sus perseguidores eracada vez menor y estaban a

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punto de alcanzarlo. Alllegar a una calle principal,Bronson redujo el pasoligeramente y echó unrápido vistazo al tráficobuscando un tipo devehículo muy concreto.Luego echó a correr denuevo, se metió en lacalzada y comenzó azigzaguear entre los cochesy camiones que sedesplazaban lentamente.

A unos cien metros de

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donde se encontraba, untaxi se detuvo para dejar ados pasajeros. Justo unsegundo antes de que elconductor arrancara,Bronson abrió la puerta deun tirón y se introdujo deun salto en el interior.Entonces miró al espejoretrovisor y se topó con lamirada desconcertada deltaxista.

—¡Al aeropuerto! —acertó a decir entre jadeos

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—. ¡Deprisa!Para más seguridad

repitió la petición enfrancés.

El taxista aceleró yBronson se desplomó sobreel asiento sin aire en lospulmones. Segundosdespués miró atrás a travésde la ventanilla trasera. Aunos cuarenta metros dosfiguras corrían por elasfalto, pero estasredujeron la marcha cuando

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el taxi cogió velocidad.Sin embargo, un

instante después, echaron acorrer de nuevo. Bronsonmiró por el parabrisas ydescubrió que delante deellos había una mediadocena de vehículosdetenidos que bloqueabanla calle. Si el taxi separaba,sus perseguidores locogerían.

—Gire en el primercruce —dijo Bronson

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señalando con el dedo.El conductor se volvió

hacia él.—Por ahí no se va al

aeropuerto —dijo en ingléscon un marcado acento.

—He cambiado deopinión.

El taxista dio unvolantazo e hizo lo que lepedían. Por suerte, en lacalle lateral apenas habíatráfico y, cuando el vehículoaceleró, Bronson vio a los

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dos hombres detenerse alfinal de la calle y quedarsemirando el coche que sebatía en retirada.

Diez minutos mástarde, en la seguridad de suhabitación en otro hotel deRabat (había decididocambiar por si susperseguidores lo habíanseguido desde sualojamiento anterior),Bronson cogió su móvil yllamó a la comisaría de

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policía de Maidstone.—Dime. Chris. ¿Qué has

averiguado?—preguntóByrd una vez que lehubieron pasado la llamada.

—Acatan deperseguirme por las callesde Rabat una banda dematones cuya intención noera, precisamente, pedirmeun autógrafo.

—¿Qué? ¿Por qué?—No me paré a

preguntarles. Solo puedo

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decirte que no creo que lamuerte de los O'Connorfuera tan accidental comocreíamos.

—Mierda —dijo Byrd—Lo que nos faltaba.

Rápidamente Bronsonle resumió sus inquietudessobre el accidente y losdaños sufridos por elRenault. Después le hablóde la costumbre deMargaret de hacer fotos atodo lo que se movía.

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—Kirsty Philips me hadado copias de todas lasfotografías que hizo sumadre durante su estanciay he pasado como una horaestudiándolasdetenidamente. Lo querealmente me mosquea esque uno de los hombres quefotografió en el zoco resultaser el único testigo oculardel accidente, y que en lamisma imagen aparece otrotipo que, según Kirsty, fue

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encontrado muerto a lasafueras de la medina conuna herida de arma blancaen el pecho.

» Creo que fotografióuna discusión que acabó enasesinato, lo que significaque el homicida era, casicon toda seguridad uno delos que aparecen en laimagen. Y ese—concluyóBronson—es un motivo másque suficiente para cargarsea los dos testigos y hacerse

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con la cámara.14

«El misterio de latablilla desaparecida» era eltitular del breve artículoque aparecía en la páginatrece del Daily Mal Bronsonpudo leerlo gracias a DickieByrd y a uno de los faxesde la comisaría de policía deMaidstone. Bajo elencabezamiento, elperiodista preguntaba:«¿Fueron asesinados dos

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jubilados para recuperar unobjeto de un valorincalculable?».

El reportaje no dejabade ser un refrito de lo quehabía aparecido en laedición de tarde delperiódico de Canterbury conun único añadido, queBronson estuvo seguro quehabía sido incorporado contoda intención, y quepretendía dar al texto unaimportancia que no

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merecía. Hacia el final delartículo, cuando el redactoranalizaba el valor de latablilla de barro., afirmabaque un «experto del museoBritánico* no había queridohacer declaraciones, y selas arreglaba para insinuarque aquello resultababastante intrigante, como siel «experto» supieraexactamente de qué tablillase trataba pero que, poralguna razón, se hubiera

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negado a divulgar lainformación.

Bueno, eso era algo queBronson podía comprobarinmediatamente, y ademásle servía como excusa parahablar con, Ángela. Agarrósu teléfono móvil y marcóel número directo de su exesposa en el museoBritánico, donde trabajabacomo conservadora deobjetos de cerámica. Ángelacontestó casi

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inmediatamente.—Soy yo —dijo Bronson

—. Mira, siento mucho lo dela otra noche. No teníaninguna gana de venir apatearme Marruecos, perono tuve elección.

—Lo sé, Chris. No pasanada. Ya me explicaste loque pasó.

—Bueno, aun así,quería decírtelo. Una cosa,¿estás ocupada?

Ángela soltó una

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carcajada.—Sabes que siempre

estoy ocupada. Son las oncey media de la mañana, llevocasi tres horas y mediatrabajando, y acabo derecibir otras tres cajas depiezas de cerámica que eneste momento estánesparcidas por toda mimesa. Ni siquiera he tenidotiempo de tomarme un café,así que, si me llamas solopara pasar el rato, olvídate.

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¿O es que de verdadnecesitas algo?

—Pues sí. Necesito queme contestes a unapregunta. Esta mañana haaparecido un artículo en lapágina trece del Daily Mailque habla de una tablilla debarro. ¿Lo has visto!

—Por extraño queparezca, sí. Lo he leído decamino al trabajo. Esgracioso, porque yo soy lasupuesta experta que el

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periodista había contactado.Llamó al museo ayer por latarde y me pasaron lallamada a mi despacho. Enrealidad, las tablillas debarro no son de micompetencia, pero supongoque la centralita pensó que«cerámicas» era lo mássimilar. Bueno, el caso esque había salido unsegundo a tomar un café ycuando volví el periodistahabía colgado. Así que es

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cierto, no hice ningúncomentario, pero soloporque no me diooportunidad. Típico de lamaldita prensa.

—Imaginaba que habríasido más o menos así—dijoBronson—. Pero la preguntaes: ¿crees posible que elartículo no vayadescaminado? ¿Puede serque la tablilla de barro searealmente tan valiosa?

—Es muy improbable.

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Ese tipo de tablillas sepueden comprar por nada.Bueno, no exactamente,pero sabes a lo que merefiero. Se encuentran encualquier sitio, a veces enfragmentos, pero tambiénes bastante frecuenteencontrarlas enteras. Seestima que debe de habercerca de medio millón deellas almacenadas en losdepósitos de museos detodo el mundo y que

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todavía no han sidoestudiadas o desairadas, enalgunos casos, ni siquierales han echado un vistazo.Te aseguro que abundanpor todas partes. Lospueblos antiguos solíanusarlas como documentos acorto plazo, y en ellas seescribía de todo, desdedetalles sobre unapropiedad privada, arecetas de cocina,incluyendo cualquier cosa

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que se te pueda pasar porla mente. Las hay coninscripciones en latín,griego, copto, hebreo yarameo, pero la mayoríason cuneiformes.

—¿Qué significaexactamente?

—Es una antigua formade expresión escrita. Loscaracteres cuneiformestienen forma de cuña y esetipo de escritura esparticularmente fácil de

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imprimir sobre la arcillahúmeda con la ayuda deuna púa. En realidad, lastablillas de barro son merascuriosidades que nosayudan a entender mejor lavida diaria del periodo enque se realizaron.Obviamente, tienen ciertovalor, pero normalmentelas únicas personasinteresadas en ellas son losacadémicos o el persona] delos museos.

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—De acuerdo—dijoBronson—.pero aquí, enMarruecos, han asesinado ados personas, y no solo hadesaparecido la tablilla debarro que sabemos que lamujer cogió en el zoco, sinotambién su cámara defotos. Para colmo, ayer merecorrí las calles Rabathuyendo de unos matonesque…

—¿Cómo? ¿Te refieres aunos marroquíes?

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—No tengo ni idea —admitió Bronson—. No mequedé a preguntarles quéquerían pero, si es ciertoque la tablilla en sí no tieneningún valor, tal vez lo queimporta es lo que estáescrito en ella. ¿Tú quépiensas?

Ángela permaneció ensilencio durante unossegundos.

—Todo puede ser, peroes extremadamente

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improbable, teniendo encuenta el periodo históricoen el que fueron escritas.La mayoría de ellas tienenentre dos y cinco mil añosde antigüedad. Sinembargo, lo que mellascontado es realmentepreocupante, Chris. Si estásen lo cierto y la inscripcióntiene algún valor,cualquiera que la haya vistopodría estar en peligro.

—Tengo una media

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docena de imágenes de ella,pero no tengo ni la menoridea de lo que pone. Nisiquiera sé en qué idiomaestá el texto.

—Bueno, ahí yo puedohacer algo para ayudarte.Mándame un correo almuseo con alguna foto, y selas enseñaré a uno denuestros especialistas enlenguas arcaicas. Al menosasí sabremos lo que dice ycomprobaremos si tus

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suposiciones son acertadas.—Buena idea. —Aquello

era exactamente lo queBronson esperaba quedijera—. Lo haré ahoramismo. Echa un vistazo alcorreo electrónico dentro decinco minutos.

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15

Un cuarto de hora más

tarde, Ángela abrió subandeja de entrada einmediatamente reconocióel correo que le habíamandado su ex marido.Echó un vistazo a las cuatrofotografías de la tablilla debarro en la pantalla de suordenador de mesa eimprimió una fotografía en

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blanco y negro, porque ladefinición sería ligeramentemejor que si lo hubierahecho en color. Después serecostó en su silla de cueroy las estudió condetenimiento.

Ángela había ocupadosiempre el mismo despachodesde que entró a trabajaren el museo. Era pequeño,cuadrado y ordenado,dominado por un granescritorio en forma de ele y

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sobre cuyo brazo más cortohabía un ordenador y unaimpresora láser a color. Enel centro del brazo máslargo había toda unacolección de piezas decerámica (una parte deltrabajo que estabadesarrollando en aquelmomento), algunosarchivadores y varioscuadernos de notas. En unrincón del despacho estabala mesa de madera en

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donde llevaba a cabo todossus trabajos de restauracióny sobre la que tenía unamplio surtido deherramientas de precisiónde acero inoxidable,líquidos de limpieza, variostipos de adhesivos y otrosproductos químicos. Justo allado había una hilera dearmarios archivadores y, enla parte superior de lapared, un par deestanterías llenas de libros

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de consulta.El museo Británico es

simplemente inmenso: nopodía ser de otro modo,teniendo en cuenta quetiene que dar cabida a susmil empleados permanentesy a los cinco millones devisitantes que pasan porsus puertas cada año. Laestructura cubre cerca desetenta y cinco mil metroscuadrados, es decir, unasuperficie cuatro veces

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mayor que la del Coliseo deRoma o el equivalente anueve campos de fútbol, ycontiene tres mil quinientaspuertas. Es uno de losedificios públicos másespectaculares de Londres,o de cualquier otro lugar,en realidad.

Ángela observóatentamente las fotografíasque había imprimido ysacudió la cabeza. Lacalidad de las imágenes no

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era, ni mucho menos, tanbuena como habíaesperado. El objeto de lafotografía era, sin duda,una especie de tablilla debarro, y aunque estababastante segura de quepodía identificar el idiomausado, iba a resultarsumamente difíciltranscribirlo, dado que lasimágenes aparecían muyborrosas.

Después de un minuto

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más o menos, colocó denuevo las cuatro fotografíassobre su escritorio y sequedó pensativa unossegundos. Mirar lasimágenes, inevitablemente,le había hecho pensar enChris y eso, como siempre,le hacía revivir la confusióny la incertidumbre que él leprovocaba. Su matrimoniohabía sido breve, pero no sepodía considerar uncompleto fracaso. Al menos

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seguían siendo amigos, queera mucho más de lo quepodían decir otras parejasdivorciadas. El problemasiempre había sido laexistencia implícita de unatercera persona en surelación, la enigmáticapresencia de JackieHampton, esposa del mejoramigo de Bronson. Ángelacayó en la cuenta de quetodo aquello sonaba acliché, y una sonrisa irónica

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se dibujó en sus labios.El problema de Bronson

había sido siempre aqueldeseo no correspondido porJackie, un deseo que Ángelasabía que nunca habíaexpresado y del que Jackieera completamente ajena.Nunca cometió unainfidelidad (Bronson erademasiado leal y decentepara hacer algo así) y, encierto modo, se podía decirque la ruptura había sido

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culpa de Ángela. Una vez sehabía dado cuenta de aquién pertenecía sucorazón, decidió que noestaba dispuesta a vivir a lasombra de nadie.

Pero ahora Jackieestaba muerta e,ineludiblemente, lossentimientos de Bronsonhabían cambiado. Habíaintentado, con todo suempeño, un acercamiento ya pesar de que se habían

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estado viendo últimamente,Ángela seguía guardandolas distancias. Antes depermitirle volver a entraren su vida, tenía que estarsegura de que lo que habíasucedido anteriormente nose repetiría jamás, connadie. Y de momento, noconsideraba que pudieraestar segura del todo.

Sacudió la cabeza yvolvió a concentrarse en lasfotografías.

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—Lo sabía —murmurópara sí misma—. Esarameo.

Ángela entendía algo deese idioma, pero en elmuseo había variaspersonas mucho máscapacitadas para traduciraquel texto antiguo. El másadecuado era, sin lugar adudas, Tony Baverstock, unreputado profesor expertoen lenguas arcaicas. Sinembargo, no se podía decir

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que fuera precisamente unode los colegas favoritos deÁngela. Aun así, se encogióde hombros, agarró un parde fotografías y recorrió elpasillo hasta su despacho.

—¿Qué quieres? —leespetó Baverstock cuando,tras llamar a la puerta,Ángela se detuvo ante unescritorio abarrotado decosas. Era un individuo bajoy fornido, casi con aspectode oso, y su pelo entrecano

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y el hecho de que estuvieracercano a los cincuenta nopaliaba el indefinibleaspecto desaliñado quesuelen tener los solterosvengan de donde vengan.

—Yo también te deseobuenos días, Tony —dijoÁngela con amabilidad—.Me gustaría que le echarasun vistazo a estas dosfotografías.

—¿Por qué? ¿De qué setrata? Ahora estoy ocupado.

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—Solo te llevará un parde minutos. Son unasimágenes bastante pobresde una tablilla de barro. Lacalidad no es buena y eltexto, que por cierto, estáescrito en arameo, no se vecon la suficiente claridadcomo para traducirlo. Solonecesito que me des algúnindicio sobre el contenido.Y, si puedes aventurar laépoca en que se escribió,mejor aún.

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Cuando Baverstockmiró las fotografías queÁngela le pasó por encimade la mesa, ella creyódetectar un destello en sumirada, casi como si lashubiera reconocido.

—¿La habías vistoantes? —preguntó.

—No —dijobruscamente, mientras lamiraba a los ojos y luegovolvía rápidamente la vistahacia las fotografías—.

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Tienes razón —admitió demala gana—. El texto estáescrito en una variante delarameo. Déjamelas y verélo que puedo hacer.

Ángela asintió con lacabeza y abandonó eldespacho.

Durante unos minutos,Baverstock se quedósentado en su mesaobservando las dosfotografías. A continuación,miró el reloj, abrió un cajón

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cerrado con llave y sacó unpequeño cuaderno de notasde color negro.Seguidamente lo introdujoen el bolsillo de suchaqueta, salió de sudespacho y, tras dejar elmuseo, caminó por la calleGreat Russell hasta quellegó a una cabinatelefónica.

Su llamada fue atendidadespués de cinco tonos.

—Soy Tony —dijo

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Baverstock—. Ha aparecidootra tablilla.

16Cuando le llegó el

mensaje de texto,Alexander Dexter estabaleyendo un artículo de unarevista sobre relojesantiguos y no se molestó nisiquiera en mirar elteléfono. Cuandofinalmente se decidió aleerlo, se recostó y soltóuna maldición. El texto

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decía: «CH DML 13.¡Llámame ahora!».

Tras comprobar elnúmero de la persona quelo enviaba, agarró las llavesde su coche, echó el pestilloa la puerta de la tienda ydio la vuelta al cartel demanera que se pudiera leer«Cerrado». Luego sacó deun cajón de su escritorio unmóvil con tarjeta prepago ysu correspondiente batería(siempre la quitaba cuando

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no lo estaba usando), ysalió por la puerta traserade la tienda.

Dexter era elpropietario de un negocioperfectamente legal deventa de antigüedades, unode los varios que existíanen Petworth, la pequeñaciudad de Surrey, que eraconsiderada la meca de losanticuarios y compradores.Se había especializado enrelojes y cronómetros

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antiguos y en pequeñaspiezas de mobiliario,aunque vendía cualquiercosa de la que pensara quepodía sacar algún beneficio.Todos los años declaraba aHacienda religiosamente sufacturación mediante ladeclaración de la renta. Susdeclaraciones del IVA eranigual de exactas, y en susintachables libros decontabilidad constabantodas las transacciones

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comerciales, tanto lascompras como las ventas. Elresultado de este cuidadometiculoso y la atención alos detalles era queHacienda nunca le habíahecho una inspección, ysolo en una ocasión le habíavisitado un inspector delIVA, y no esperaba recibirninguna visita a cortoplazo.

Sin embargo, Dextertenía una segunda

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actividad, un negocio que lamayoría de sus clientes (ypor supuesto lasautoridades tributarias y lapolicía) desconocían porcompleto. Se habíaconstruido diligentementeuna impresionante lista deacaudalados clientes quesiempre andaban a la cazade artículos «especiales», ya los que no les importabala procedencia o el coste.Eran clientes que siempre

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pagaban en efectivo y quenunca pedían factura.

A él le gustabaconsiderarse a sí mismo un«rastreador», aunque enrealidad Dexter era uncomerciante de artículosrobados de alta gama. Porsupuesto, los artículosnormalmente procedían delsaqueo de alguna tumba dela que nadie teníaconstancia y de otras ricasfuentes de antigüedades en

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Egipto, el resto de África,Asia y Sudamérica, y no delrobo a un particular, unacolección privada o unmuseo. Aun así, él tampocotenía inconveniente encomerciar con ese tipo demercancías, a condición deque el precio fuera bueno yel riesgo lo suficientementebajo.

Se dirigió a pie a laparte trasera de su edificio,se subió a un BMW Serie 3

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y se marchó. Poco despuésse detuvo en una gasolineraa las afueras de Petworth,llenó el depósito y compróun ejemplar del Daily Mail.Después se alejó de laciudad y, tras unos quincekilómetros, se detuvo en unapeadero de la carretera.

Dexter rebuscó en eldiario hasta que encontró lapágina trece. Echó unvistazo a la fotografíaligeramente borrosa e,

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inmediatamente después,comenzó a leer el artículo.Las tablillas de barro noeran artículos niespecialmente raros ni muysolicitados, pero esa no erala razón por la que leía concreciente interés la crónicaque había escrito elperiodista del Mail.

Cuando acabó la lecturasacudió la cabeza. Eraevidente que no habíaninformado bien a la familia

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de la pareja fallecida o,mejor dicho, no les habíaninformado en absoluto, delverdadero valor delartículo.

Pero este hecho dejabaen el aire una preguntamás que obvia: si la teoríaque planteaba David Philips(el yerno) era correcta, y lapareja había muertoasesinada a manos de unosladrones, ¿por qué habíanignorado cosas tan jugosas

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como el dinero y lastarjetas de crédito y sehabían limitado a coger unavieja tablilla de barro? Dabala impresión de que sucliente, un maleante delEast End llamado CharlieHoxton, con un gustosorprendentementerefinado en lo que aantigüedades se refería yque le puso la carne degallina desde el momentoen que lo conoció, no era la

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única persona que conocíala posible trascendencia dela tablilla.

Colocó la batería en sulugar, encendió el móvil ymarcó el número que habíaescrito.

—Has tardado mucho.—Lo siento —replicó

Dexter escuetamente—.Bueno, ¿qué quieres quehaga?

—¿Has leído el artículo?—preguntó Hoxton.

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—Sí.—Entonces la respuesta

está más que clara. Quieroque me consigas la tablilla.

—Me estás pidiendoalgo bastante complicado.Si quieres te puedoconseguir una fotografía dela inscripción.

—Eso estaría bien, perotambién quiero la tablilla.Es posible que haya algo enla parte trasera o en loslaterales que las imágenes

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no muestran. Me dijiste quetenías muy buenoscontactos en Marruecos,Dexter. Ha llegado elmomento de que lodemuestres.

—Te podría salir muycaro.

—No me importa cuántocueste. Hazlo y punto.

Dexter apagó el móvil,arrancó su BMW y condujounos ocho kilómetros.Seguidamente se detuvo en

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el extremo más lejano delenorme aparcamiento de unpub y extrajo un bloc denotas de su chaqueta. Allíestaban los nombres de pilay los números de teléfonode la gente que trabajabapara él ocasionalmente,todos ellos especialistas endiversos campos. Ningunode estos números seencontraba en las páginasamarillas y todoscorrespondían a móviles de

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usar y tirar, de manera quesus propietarios solíanproporcionarle nuevosnúmeros con regularidad.

A continuación encendióde nuevo su teléfono yabrió el cuadernillo. Encuanto obtuvo señal, marcóuno de los números.

—¿Sí?—Tengo un trabajo para

ti —dijo Dexter.—Dime.—Se trata de David y

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Kirsty Philips. Viven enalgún lugar de Canterbury ydeberían estar en el censoelectoral o en el listíntelefónico. Necesito suordenador.

—Vale. ¿Para cuándo?—Cuanto antes. Si

puede ser hoy, mejor. ¿Lascondiciones son las mismasde siempre?

—Los precios hansubido un poco —dijo la vozáspera al otro lado del

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teléfono—. Te costará milpavos.

—De acuerdo —dijoDexter—. Y haz que parezcareal, ¿quieres?

Cuando acabó lallamada, Dexter condujootros tres kilómetros,detuvo el coche de nuevo yvolvió a consultar el bloc denotas. Luego encendió elmóvil una vez más y marcóotro número, pero esta vezprecedido del prefijo 212.

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—As-Salaam alaykum,Izzat. Kefhalak?

Dexter hablaba algo deárabe y, aunque le faltabafluidez, sabía lo suficientepara salir del paso. Susaludo había sido formal(«La paz sea contigo») y lohabía acompañado de unafrase más coloquial(«¿Cómo estás?»). La razónprincipal por la que habíaaprendido el idioma era quemuchos de sus clientes

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«especiales» solicitaban eltipo de reliquias que solíanencontrarse en los paísesárabes, y le resultaba muyútil poder conversar con losvendedores en su propialengua.

—¿Qué quieres, Dexter?—respondió en inglés unavoz grave con un acentomarcado, aunque se notabaque dominaba el idioma.

—¿Cómo sabías que erayo?

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—Eres la única personaen Gran Bretaña queconoce este número.

—Vale. Escucha, tengoun trabajo para ti.

Durante más o menostres minutos, Dexter explicóa Izzat Zebari lo que habíasucedido y lo que esperabade él.

—No será fácil —dijoIzzat.

Su respuesta fue casiexactamente la que Dexter

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se esperaba. De hecho, porlo que era capaz derecordar, cada vez que lehabía encargado un trabajo,le había contestado siemprecon la misma frase.

—Lo sé. La cuestión essi puedes hacerlo.

—Bueno —dijo Zebaricon tono dubitativo—,supongo que podríapreguntar a mis contactosen la policía y ver si tienenalguna información.

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—Izzat, no me interesacómo vas a hacerlo, solo sipuedes o no. Te llamaréesta noche, ¿de acuerdo?

—Muy bien.—Ma a Salaama.—Alia ysalmak. Adiós.De regreso a Petworth,

Dexter planeó cuál era elsiguiente paso que teníaque dar. Necesitaría cerrarla tienda cuanto antes ycoger un vuelo aMarruecos. Zebari era

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bastante competente, peroDexter no se fiaba ni de supropia sombra, y si elmarroquí se las arreglabapara encontrar y recuperarla tablilla, quería estar allícuando sucediera.

A Dexter la fotografíaligeramente borrosa queapareció en el Daily Mail leresultaba muy familiar,porque hacía más o menosdos años que había vendidoa Charlie Hoxton una

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tablilla casi idéntica. Sirecordaba bien, aquellaformaba parte de una cajade reliquias que uno de susproveedores había«liberado» del depósito deun museo de El Cairo.Recordaba que Hoxton sehabía mostrado muyinteresado en adquirircualquier otra tablilla quetuviera una aparienciasimilar, pues estabaconvencido de que la que

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había comprado formabaparte de un conjunto.

Y por lo visto, no seequivocaba.

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Los dos hombres que

viajaban en la destartaladafurgoneta Ford Transittenían la típica aparienciade cualquier repartidor.Iban vestidos con vaqueros,camisetas y chaquetas decuero, y calzaban zapatillasde deporte de aspectomugriento. Además, amboseran robustos y parecían

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encontrarse en perfectaforma. De hecho,trabajaban comorepartidores para unapequeña empresa de Kentpero, de vez en cuando,realizaban una serie deencargos complementariosque era lo que lesproporcionaba la mayorparte de sus ingresos.

Delante del asiento delconductor había un GPSsujeto al parabrisas con una

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ventosa, lo que hacía que elplano de la ciudad que elhombre sentado en elasiento del copilotoestudiaba con detenimientoresultara algo superfluo. Noobstante, mientras suprimera misión eraencontrar la direccióncorrecta en Canterbury,también necesitabanidentificar cuál era la mejorruta para salir del barrio decasas de protección oficial y

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llegar a la carreteraprincipal, y ambos preferíanver la disposición de lascalles en un mapa en vezde confiar en la pequeñapantalla a color del GPS.

—Es esa —dijo elcopiloto, señalando con eldedo—. La de la derecha. Laque tiene un Golf aparcadodelante.

El conductor se echó aun lado y detuvo lafurgoneta a unos cien

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metros de la propiedad.—Vuelve a marcar —

ordenó.Su compañero sacó un

móvil, tecleó un número deteléfono y presionó el botónde llamada. Esperó unosveinte segundos y colgó.

—Siguen sin responder—dijo.

—Bien. Entonces vamosallá.

El hombre sentado alvolante metió la primera y

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levantó el pie del freno.Unos segundos después sedetuvo directamente en ellateral izquierdo de la casaadosada y apagó el motorde la furgoneta. Los doshombres se pusieron sendasgorras de béisbol, bajarondel vehículo y, tras abrir laspuertas traseras, sacaronuna gran caja de cartón desu interior.

Juntos la llevaron por elpequeño camino que

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conducía hasta la puertatrasera, pasaron junto alVolkswagen que estabaaparcado en la entrada paracoches y la depositaron enel suelo. Aunque unobservador casual habríadado por hecho que la cajacontenía algún objetopesado, en realidad estabacompletamente varia.

Los dos hombresecharon un vistazo a lacalle que quedaba a sus

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espaldas y luego miraron asu alrededor. No habíatimbre, así que el conductorllamó golpeando con losnudillos el panel de cristalde la puerta. Tal y comohabían imaginado, no seoyó ningún ruido en elinterior de la casa, de lamisma manera que un parde minutos antes nadiehabía contestado alteléfono. Segundos despuésextrajo una palanqueta del

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bolsillo de su chaqueta,introdujo la punta entre lapuerta y el marco a laaltura de la cerradura, ypresionó con firmeza. Conun agudo crujido lacerradura cedió y la puertase abrió sin problemas.

A continuaciónlevantaron la caja decartón, entraron en la casay se separaron. Mientras elconductor se precipitabahacia las escaleras, el otro

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individuo empezó a buscaren las habitaciones de laplanta baja.

—¡Aquí arriba! Ven aecharme una mano.

El copiloto subió a todaprisa y encontró a sucompañero saliendo delestudio con la CPU de unordenador de sobremesa.

—Coge el teclado, lapantalla y todo lo demás —ordenó el conductor

Seguidamente

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introdujeron el aparato enla caja de cartón yempezaron a revolver lavivienda, arrancando lassábanas de las camas,vaciando los armarios ycajones y, en definitiva,poniéndolo todo patasarriba.

—Creo que puedebastar —dijo el conductormirando el caos del salón.

Los dos hombresrecorrieron de nuevo el

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camino de entrada paracoches llevando entre losdos la caja de cartón. Luegola metieron en el espacio decarga de la furgoneta y sesubieron a la cabina. Entotal se habían ganadoquinientas libras. No estámal por diez minutos detrabajo, pensó el conductormientras introducía la llaveen el contacto. Nada mal.

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—¿Ángela? Ven a mi

despacho.Ángela pensó que la

manera en que requería supresencia era típica de él:tan breve que resultababrusca y sin el más mínimoatisbo de cortesía. Cuandoentró, estaba recostadocómodamente sobre elrespaldo de su silla de

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oficina, con los piesapoyados en una esquinadel escritorio. Tenía delantelas dos fotografías que ellale había entregado.

—¿Has descubiertoalgo? —preguntó.

—Bueno, sí y no.En opinión de Ángela

aquella forma de respondertambién era típica deBaverstock. Era un expertoreputado en dar respuestasrebuscadas a preguntas

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sencillas.—En cristiano, si no te

importa —dijo mientrastomaba asiento en la sillaque se encontraba al otrolado del escritorio.

—De acuerdo. Tal ycomo sospechabas, el textoestá en arameo, lo que yade por sí resulta bastanteinusual. Como deberíassaber —Ángela se indignócon aquel comentario tanpoco disimulado que sugería

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que no tenía ni idea—, eluso de este tipo de tablillasdisminuyó notablemente enel siglo vi antes de Cristo,simplemente porqueresultaba mucho mássencillo escribir el arameosobre papiro o pergaminocon caracteres cursivos, quehacerlo sobre arcilla consignos individuales. Pero eltexto presenta unacaracterística que yoconsideraría todavía más

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inusual, y es que nosencontramos ante ungalimatías.

—¡Por el amor de Dios,Tony! Te he pedido quehablaras en cristiano.

—Estoy hablando encristiano. La estúpida quesacó las imágenes (porquedoy por hecho que detrásde la cámara había unamujer) era un auténticodesastre como fotógrafa. Dealguna manera se las

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arregló para tomar dosinstantáneas de lasuperficie de la tablilla sinconseguir que ni siquieramedia línea de todo el textoestuviera enfocada. Resultaimposible traducir toda latablilla y, por lo que hepodido descifrar, opino quesería una pérdida detiempo.

—¿A qué te refieres?—La inscripción parece

consistir en una serie de

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palabras en arameo cuyosignificado individual estáperfectamente claro peroque, si intentas juntarlas,carecen absolutamente desentido. —Baverstockapuntó con el dedo a lasegunda de las seis líneasde caracteres queconformaban el texto, yañadió—: Esta es la únicalínea de la inscripción quese puede considerarmedianamente legible y,

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aun así, hay una palabraque no está clara. Mira,este término, 'anbí'ib,significa «cuatro», algobastante sencillo. Lapalabra siguiente significa«de» y tres de las que lapreceden se traducen como«tablillas», «cogió» y«representar», de maneraque la frase se leería«representar cogió». Luegovendría otra palabra y, acontinuación, «cuatro de».

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A eso me refería cuando hedicho que era ungalimatías. Las palabrastienen sentido, pero la fraseno. Es casi como siestuviéramos ante losdeberes de un niño, unalista de palabrasseleccionadas al azar.

—Entonces, según tú,¿se trata de eso?

Baverstock sacudió lacabeza.

—Yo no he dicho tal

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cosa. He visto muchostextos escritos en arameoy, en mi opinión, teniendoen cuenta los trazos cortosy precisos de las letras, fueescrito por la mano de unadulto. Me atrevería aaventurar que se trata deun hombre. No olvides queen aquel periodo lasmujeres normalmente erananalfabetas como, por lodemás, muchas de lasmujeres de hoy en día —

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añadió con mordacidad.—Tony… —le advirtió

Ángela.—Era solo una broma —

se justificó Baverstock,aunque ella sabía quesiempre había algo deintención en sus incisivoscomentarios sobre lasmujeres. En su opinión eraarrogante y prepotente,pero básicamenteinofensivo. Un misóginoencubierto que a duras

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penas conseguía ocultar elhecho de que le molestaranlas mujeres triunfadoras y,especialmente, las mujerestriunfadoras que tenían lapoca consideración deaunar cerebro y belleza.Ángela recordaba un par deveces en las que le habíaintentado tocar las narices,aunque en ambas ocasionesella había sabido ponerlo ensu sitio.

Ángela sabía que no era

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hermosa en el sentidoclásico de la palabra, perosu pelo rubio, sus ojos decolor avellana y eso labiosque Bronson solía describircomo «afortunados» laconvertían en una mujermuy atractiva. La mayoríade los hombres sequedaban impresionadoscuando la conocían y, por logeneral, esta impresióndejaba huella y ella sabíade sobra que este era el

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motivo por el cualBaverstock la detestabadesde el día en que seconocieron.

—¿De qué fechasestamos hablando? —preguntó.

—Está escrito enarameo antiguo, unavariedad propia del periodoque va desde el 1100 antesde Cristo hasta el 200después de Cristo.

—¡Vamos, Tony! Eso

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son más de mil años. ¿Nopuedes concretar un pocomás?

Baverstock negó con lacabeza.

—¿Sabes algo dearameo? —preguntó.

—No mucho —admitióÁngela—. Me ocupo deobjetos de cerámica yalfarería. Soy capaz dereconocer la mayoría de laslenguas arcaicas y traduciralgunas palabras, pero la

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única que domino es ellatín.

—De acuerdo. Entoncesdéjame darte una brevelección. El arameo seoriginó alrededor del año1200 antes de Cristo,cuando unas gentes quemás tarde serían conocidascomo los arameos seestablecieron en Aram, unaregión situada en la parteseptentrional deMesopotamia y Siria.

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Aparentemente deriva delfenicio y, de la mismamanera, se leía de derechaa izquierda. El feniciocarecía de caracteres querepresentaran los sonidosvocálicos, pero los arameoscomenzaron a usar algunasletras que sí lo hacían,principalmente lasconocidas como alef, he,vav y iod.

» Los primeros escritosen el idioma conocido como

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arameo empezaron aaparecer unos doscientosaños más tarde y, más omenos a mediados del siglovil antes de Cristo, pasó aconvertirse en la lenguaoficial de Asiría.Aproximadamente en elsiglo v antes de Cristo,después de la conquista deMesopotamia por parte delrey persa Darío I, losadministradores del llamadoimperio aqueménida

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empezaron a usar elarameo en todas lascomunicaciones oficialesescritas dentro de suterritorio. Los expertos aúnno se han puesto deacuerdo en si se trataba deuna política imperial o si elarameo fue adoptado comolengua franca por puracomodidad.

—¿El imperioaqueménida? ¿Puedesrecordarme algo de él?

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—Pensé que incluso túlo conocerías —dijoBaverstock ligeramenteirritado—. Se prolongódesde el año 560 hasta el330 antes de Cristo y fue elprimero de los variosimperios persas quegobernaron la mayor partedel territorio que hoyconocemos como Irán.Desde el punto de vista deterritorios ocupados, fue elmás extenso imperio

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precristiano, y abarcabacerca de cinco milkilómetros cuadrados entres continentes diferentes.Las regiones subyugadaspor los persas incluiríanAfganistán, Asia Menor,Egipto, Irán, Iraq, Israel,Jordania, Líbano, Pakistán,Arabia Saudita, Siria,Tracia…

» Lo más importante esque, alrededor del 500antes de Cristo, el idioma

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pasó a ser conocido comoarameo imperial oaqueménido y que, aladquirir un estatus oficial,sufrió muy pocasvariaciones durante lossiguientes siete siglos. Elúnico modo de averiguardónde y cuándo se escribióun texto escrito en estavariante del arameo esidentificar los préstamos.

—¿Y qué serían?—Palabras que

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describen objetos, lugares,opiniones o conceptos queno tenían un equivalenteexacto en arameo y que setomaban prestadas delidioma local para asegurarla claridad o la precisión deun determinado pasaje.

—¿Y no has encontradoninguno en el texto que hasleído? —preguntó Ángela.

—En esa media docenade palabras, no. Podríaaventurarme a decir que la

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tablilla data de una épocabastante tardía,probablemente posterior alinicio del primer milenioantes de Cristo, pero nopuedo ser más específico.

—¿Eso es todo?—Sabes perfectamente

que odio especular, Ángela.—Baverstock hizo unapausa de unos segundos yobservó de nuevo lasfotografías de la tablilla—.¿No tienes una foto con una

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calidad mejor? —preguntó—. Y a propósito, ¿de dóndeha salido esta tablilla?

Algo en la manera depreguntar de Baverstockpuso a Ángela sobre aviso.Ella negó con la cabeza.

—Que yo sepa, son lasúnicas imágenes queexisten —dijo—. Y no tengoni idea de dónde seencontró. Simplemente mehan mandado las fotos paraque las examinara.

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Baverstock resopló.—Si surgiera alguna

otra, no dudes en venir averme. Con una imagenmás nítida de la inscripción,es posible que pudieraconcretar un poco más suorigen. Pese a todo —añadió—, existe laposibilidad de que provengade Judea.

—¿Por qué?Baverstock señaló la

palabra en arameo de la

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segunda línea que no habíatraducido.

—Estas fotografías sonprácticamente inservibles —dijo—, pero es posible queesta palabra sea Ir-Tzadok.

—¿Y qué significa?—Nada en sí misma,

pero podría ser la primeraparte del nombre propio Ir-Tzadok B'Succaca. Es elnombre en arameo antiguode un asentamiento en lacosta noroeste del mar

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Muerto. Hoy en día setiende a utilizar su nombreen árabe, que significa «doslunas».

Baverstock hizo unapausa y miró a Ángela.

—¿Qumrán? —sugirióesta.

—¡Vaya! Lo has pilladoa la primera. KhirbetQumrán, si queremos usarsu nombre completo.Khirbet significa «unaruina». El término proviene

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del hebreo horbah y sepuede encontrar por todaJudea acompañando amuchos topónimos.

—Muchas gracias por laaclaración, pero conozcoperfectamente el significadode khirbet. ¿Así que piensasque proviene de Qumrán?

—No —respondióBaverstock sacudiendo lacabeza—. No te puedogarantizar que lo estéleyendo correctamente y,

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aunque así fuera, la palabrano es concluyente. Podríaformar parte de una frasediferente y, en caso de queefectivamente estemoshablando de Qumrán, esposible que se trate de unamera referencia a lacomunidad.

—Que se establecióallí… ¿cuándo? ¿En elprimer siglo antes deCristo?

—Un poco antes.

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Aproximadamente a finalesdel segundo, y permanecióallí hasta el año 70 despuésde Cristo, coincidiendo conla caída de Jerusalén. Estaes la razón principal por laque creo que la tablilla fueescrita en un periodotardío. Si la palabra Ir-Tzadok forma parte delt o p ó n i m o Ir-Tzadok BSuccaca, lo más probable esque se escribiera mientraslos yishiyim, la tribu

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comúnmente conocida comolos esenios, habitaba enQumrán. Por eso te hesugerido tal fecha.

—De manera que latablilla simplemente hacereferencia a Qumrán, perono la escribieron losesenios.

—Yo no he dicho eso.Solo he apuntado que lainscripción, posiblemente,se refiera a Qumrán y quela tablilla, probablemente,

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no fuera escrita por losesenios.

—¿Y hay alguna otrapalabra que hayas podidotraducir?

—Sí. Mira —dijoBaverstock señalando conel dedo la última línea deltexto—. Este término podríaequivaler a «codo» o«codos», pero no pondría lamano en el fuego. Y creoque este otro podríasignificar «lugar».

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—¿Y sigues sin saberpara qué se escribió latablilla?

—Estoy prácticamenteseguro de que no tieneningún valor. En cuanto asu finalidad, lo másprobable es que se utilizaraen un contexto escolar.Creo que se trata de unaherramienta didáctica y quese utilizaba para mostrar alos niños cómo se escribíandeterminadas palabras. No

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pasa de ser una curiosidadcarente de interés fuera delámbito académico.

—De acuerdo, Tony —dijo Ángela poniéndose enpie—. Es la mismaconclusión a la que habíallegado yo. Solo quería queme lo confirmaras.

Una vez se hubomarchado, Baverstock sequedó sentado unosminutos. Esperaba haberhecho lo correcto dándole a

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Ángela Lewis unatraducción bastante fiel dealgunos fragmentos deltexto arameo que habíaconseguido entender. Enrealidad, había logradodescifrar otra media docenade palabras, pero decidióque era mejor reservarse elsignificado. Hubiera podidono decirle nada en absoluto,pero no quería que salieracorriendo a buscar otrotraductor que pudiera

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interesarse en las posiblesimplicaciones de algunas delas palabras de la tablilla.

A partir de esemomento, si decidíaprofundizar en el tema, solopodía dirigirse a Qumrán, yestaba bastante seguro deque allí no encontraríaabsolutamente nada.

Unas dos horas despuésBaverstock llamó a lapuerta del despacho deÁngela Lewis. Tal y como

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esperaba, no contestónadie, pues era más omenos la hora en la queella salía a comer. Volvió agolpear con los nudillos,abrió la puerta y entró.

Pasó los siguientesquince minutos llevando acabo un rápido peroexhaustivo registro,revisando todos los cajonesy armarios, pero noencontró lo que buscaba.Tenía la esperanza de que

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la tablilla de barro estuvieraen poder de Ángela, pero loúnico que halló fueron otrasdos fotografías de lareliquia, así que decidióadueñarse de ellas. Antesde marcharse quisocomprobar su correoelectrónico, pero elsalvapantallas estabaprotegido por unacontraseña, por lo que nopudo acceder a su PC.

Supuso que todavía

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existía la posibilidad de queÁngela tuviera la tablilla,tal vez en su apartamento.Había llegado el momento,pensó mientras caminabade nuevo hacia sudespacho, de hacer otrallamada.

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Si se quiere pasar

desapercibido en unadeterminada situación, elcincuenta por ciento deléxito reside en tener laapariencia adecuada y elotro cincuenta en mostrarseguridad en sí mismo.Cuando el individuo de pelooscuro y piel morena entrópor la puerta principal del

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hotel Rabat vestido con untraje de corte occidental yllevando un gran maletín,tenía el aspecto decualquier otro cliente ycuando cruzó el vestíbulo yse encaminó hacia laescalera principal, elrecepcionista apenas leechó un rápido vistazo.

Al llegar al primer piso,se detuvo y llamó alascensor. Una vez en elinterior apretó el botón de

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la cuarta planta. Cuando seabrieron las puertas, salió,echó una rápida ojeada alcartel que indicaba lalocalización de lashabitaciones y torció a laderecha. Poco después sedetuvo ante la puerta en laque se leía el número 403,apoyó el maletín en el sueloy, tras ponerse un par dedelgados guantes de goma,sacó una dura porra decaucho y llamó a la puerta

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con la otra mano. Entrandoal hotel había visto que lamujer estaba tomando unacopa en el vestíbulo, perono tenía ni idea de dónde seencontraba el marido. Conun poco de suerte habríasalido, en cuyo casobastaría con usar lasherramientas de cerrajeríaque guardaba en el delgadobolsillo de cuero de sumaletín. Si, por elcontrario., estaba en la

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habitación, peor para él.En aquel momento oyó

unos ruidos que proveníandel interior, agarró confirmeza la porra y se pusoun gran pañuelo blancosobre la cara, como si seestuviera sonando la nariz.

David Philips abrió lapuerta de par en par yasomó la cabeza.

—¿Sí? —preguntó.Fue entonces cuando

advirtió la presencia de un

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hombre de pelo oscurojusto delante de él, con lamayor parte de la caracubierta por un trozo detela blanco. Apenas uninstante después cayó haciaatrás tras ver un objetooscuro que cruzaba silbandoen dirección a su rostro y seestrellaba contra su frente.Al principio vio unosdestellos luminosos de colorblanco y rojo que parecíanestallar en el interior de su

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cráneo. Seguidamenteperdió el conocimiento.

Su atacante echó unvistazo a ambos lados delpasillo, pero no había nadiea la vista. Cogió de nuevosu maletín, entró en lahabitación y arrastró haciadentro el cuerpoinconsciente de su víctima.Luego cerró la puerta.

La habitación no eragrande, y apenas tardócinco minutos en llevar a

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cabo un registro completo.Cuando abandonó el lugar,el peso de su maletín habíaaumentadoconsiderablemente respectoa cuando llegó y, del mismomodo que sucedió a suentrada, dejó el hotel sinque nadie le prestara lamás mínima atención.

—Siento mucho volvera molestarle con estahistoria —dijo Bronsontomando asiento frente a

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Kirsty Philips.Dickie Byrd le había

llamado unos minutos antespara comunicarle que sehabía producido unallanamiento de morada enla casa de los Philips, unanoticia que a Bronson no legustó ni un pelo. Eraevidente que el robo de suordenador guardabarelación con lo sucedido enMarruecos, el problema eraque Byrd no estaba del todo

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convencido de que asífuera.

—¿Cómo fue? —preguntó Kirsty con unamezcla de irritación ypreocupación en su voz—.Quiero decir, ¿alguno de losvecinos vio algo?

—En realidad —dijoBronson con una expresiónde disculpa en su rostro—,varios de ellos presenciaronexactamente todo losucedido. Pensaron que

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ustedes habían regresadode Marruecos y que lestraían un frigorífico o algosimilar. Por lo visto llegarondos hombres en unafurgoneta blanca eintrodujeron una gran cajade cartón en su vivienda.Estuvieron dentro unoscinco minutos y se llevaronsu ordenador de mesa,supuestamente, dentro dela misma caja.

—¿Y solo se llevaron

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eso?—Según una de sus

vecinas, la señora Turnbull,sí. Echó un vistazo alinterior de la casa y creeque solo robaron elordenador. La buena noticiaes que, a pesar de que lorevolvieron todo (por lovisto, vaciaron todos loscajones), no han causadoningún desperfecto,exceptuando la cerradurade la puerta de atrás. La

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señora Turnbull ya se haencargado de que lacambien, y nos ha dichoque ella misma se ocuparáde limpiarlo todo antes desu regreso.

Kirsty asintió con lacabeza.

—Siempre ha sido muybuena con nosotros. Es unamujer muy competente.

—Eso parece. Porcierto, ¿dónde está sumarido?

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—Ha subido unmomento a la habitación,justo antes de que ustedllegara. Debe de estar apunto de bajar.

Apenas dijo esto, Kirstyechó un vistazo hacia elvestíbulo y dio un respingo.

—¡David! —gritóechando a correr. DavidPhilips caminabatambaleándose por elvestíbulo con un hilo desangre corriéndole por la

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mejilla.Bronson y Kirsty

llegaron hasta él más omenos al mismo tiempo.Juntos lo agarraron por losbrazos y lo acompañaronhasta una silla en el bar.

—¿Qué demonios haocurrido? ¿Te has caído?—preguntó Kirsty tocando laherida de su frente con losdedos.

—¡Ah! ¡Eso duele,Kirsty! —refunfuñó Philips

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apartando la mano de suesposa—. No. No me hecaído. Estoy convencido deque alguien me hagolpeado.

—No creo que necesitepuntos, pero la contusióntiene muy mal aspecto —dijo Bronson observando laherida con detenimiento. Elbarman apareció junto a élcon un puñado de pañuelosde papel.

Bronson los cogió y le

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pidió que trajera un vaso deagua.

—Preferiría algo unpoco más fuerte —musitóPhilips.

—No es para beber —dijo Bronson.

—¡Y un brandy! —gritóKirsty al hombre que sealejaba.

Cuando regresó, Philipsdio un trago al brandymientras Kirsty humedecíalos pañuelos de papel en el

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agua y limpiaba con cuidadola sangre del rostro de sumarido, incluyendo la de laherida.

—Es evidente quetienes una brecha —dijoella echando un vistazo a lacarne abierta—, pero elcorte no es tan profundocomo para que te denpuntos. Esto debería bastarpara detener la hemorragia—añadió doblando unospocos pañuelos y

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colocándolos sobre lacontusión—. Ahora, sujétalocon la mano y cuéntanos loque ha pasado.

—Estaba en lahabitación —comenzóPhilips— cuando oí quellamaban a la puerta. Fui aabrir y, antes de que mediera cuenta, un tipo megolpeó en la cabeza. No dijoni una palabra,simplemente me noqueó.Cuando recuperé el sentido

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ya no estaba y tambiénhabía desaparecido nuestroportátil.

Kirsty miró a Bronsoncon una clara expresión deterror en su rostro.

—Van detrás denuestros ordenadores,¿verdad? —inquirió.

Bronson ignoró lapregunta.

—Acabo de enterarmede que han entrado a robaren su casa —explicó a David

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—. Los ladrones se llevaronsu ordenador de mesa.

—¡Oh! ¡Maldita sea!—¿Hace cuánto tiempo

que los compraron? —preguntó Bronson.

—Unos tres años —dijoDavid Philips—. ¿Por qué?

—En ese caso podemosconsiderarlos antiguos —dijo Bronson con rotundidadvolviéndose hacia Kirsty—.Un ordenador de tres añospodría valer, como mucho,

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unas doscientas libras. Yeso significa que,quienquiera que llevara acabo estos dos robos, noestaba interesado en losordenadores, sino en elcontenido de los discosduros, es decir, los correosque su madre mandó y lasfotografías que hizo.

—Entonces, ¿siguepensando que la muerte demis suegros se debió a unsimple accidente de tráfico?

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—preguntó David Philips.—Definitivamente, no

—respondió Bronsonsacudiendo la cabeza—. Esmás, tengo la sensación deque ahora ustedes se hanconvertido en el objetivoprincipal, y la única razónque se me ocurre son lasfotos que su madre tomó enRabat. No hay ninguna otraexplicación posible. ¿Hanresulto ya las cuestiones dela repatriación?

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David Philips asintió.—Bien. Entonces creo

que deberían volver a casacuanto antes —resolvióBronson—. Y una vez allí,no quiero que bajen laguardia. En este momentotiene solo un dolor decabeza; la próxima vez,puede que no tenga tantasuerte.

Bronson se puso en piepara marcharse y miró denuevo al matrimonio.

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—Tengo una últimapregunta que hacerles. Siestoy en lo cierto y losladrones buscaban lainformación que tenían enel ordenador, es decir, lasfotografías y demás,¿guardaban copias en elotro?

—Sí —confirmó DavidPhilips—. Los correoselectrónicos estaban solo enel portátil de Kirsty, perohice una copia de las

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fotografías y la puse en elordenador de casa. Enrealidad, es una forma decurarse en salud. Siemprelo hacemos así, duplicamosregularmente los datos delos dos ordenadores. Lo quesignifica que, quienquieraque los robara, ahora tieneen su poder las fotografíasde la pelea quepresenciaron en el zoco ylas de la tablilla queMargaret cogió. Y sin los

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ordenadores, nos hemosquedado sin pruebas.

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Ángela entró en su

apartamento y cerró lapuerta tras ella. Ibacargada con dos bolsas dela compra y, tras dejarlasen la cocina, se dirigió a sudormitorio para cambiarse.Se puso un pantalónvaquero y una sudadera yvolvió a la cocina a colocarla compra y a prepararse un

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café. Iba de camino al salóncuando oyó un ruido queprovenía del exterior.

Ángela se detuvo unossegundos y se quedómirando la puerta. Noparecía que hubieranllamado, sino más biencomo si alguien estuvieragolpeando la puerta. Dejó lataza en la mesa de laentrada, se acercó y mirópor la mirilla.

La imagen estaba

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distorsionada, pero pudodistinguir con claridad lasfiguras corpulentas de dosindividuos. Uno de ellosacababa de sacar unapalanqueta e intentabaintroducirla entre la puertay el marco, y el otrosujetaba un objeto queparecía una pistola.

—¡Dios mío! —mascullóÁngela mientras daba unospasos hacia atrás y sentíaque se le aceleraba el

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pulso.Con las manos

temblorosas colocó lacadena de seguridad,aunque sabía que aquellono supondría un granimpedimento para losladrones. Si habían traídouna palanqueta,probablemente llevaríantambién una cizalla.

Olvidándose de la tazay de cualquier otra cosa, seprecipitó hacia el

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dormitorio, agarrando subolso de camino. Una vezallí, sacó una chaquetagruesa de su armario, sepuso un par de zapatillas dedeporte y enganchó la bolsadel portátil. Luegocomprobó que tenía elpasaporte, el móvil y elmonedero en el bolso,metió también el cargador yquitó el pestillo de la puertatrasera que daba acceso ala salida de incendios.

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Echó un vistazo a laparte inferior de lasescaleras metálicas, paraasegurarse de que no habíanadie esperando, y cerró lapuerta tras ella. Justoentonces oyó un crujido queprovenía del interior delapartamento y, acontinuación, un chasquidoque probablementesignificaba que habíancortado la cadena.

Sin dudarlo ni un

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instante se precipitó por lasescaleras lo más rápido quepudo echando un vistazo ala puerta de su piso cadapocos pasos. Se encontrabaaproximadamente a mitadde camino cuandoaparecieron dos figuras. Vioque la mirabandirectamente y uno de elloscomenzaba a bajar lasescaleras mientras elimpacto de la suela de suszapatos hacía tambalear la

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escalera de metal.—¡Dios mío! —exclamó

de nuevo Ángela intentandoir más deprisa y saltando deun rellano a otro conformese acercaba al suelo, apesar de lo cual sentía quesu perseguidor le estabaganando terreno.

Una vez en tierra echóa correr, dobló la esquinadel edificio y se dirigió a lacalle principal dondeesperaba con toda su alma

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encontrar un buen puñadode gente.

No obstante, cuandodobló la esquina del bloquede apartamentos, unhombre surgió de la partedelantera con los brazosabiertos, intentandocortarle el paso.

Durante un terroríficoinstante sintió una manoque le agarraba lachaqueta, entonces girósobre sí misma haciendo

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oscilar el maletín de suportátil con todas susfuerzas. La pesada bolsa seestampó contra la cara delhombre y este lanzó ungruñido de dolor y setambaleó hacia atrás, apunto de caer sobre elcésped mojado. Ángelaaprovechó para echar acorrer de nuevo, dejar atrásla puerta de la cerca de sucasa y salir a la acera.

Había un número

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considerable de personascaminando por la calle, einmediatamente divisó untaxi de color negro quebajaba por la calzada con laluz encendida. Ángela silbó,comenzó a agitar el brazofrenéticamente y miró haciaatrás. Los dos hombresseguían corriendo hacia ellay se encontraban tan solo aunos veinte metros.

El taxi frenó de golpe yse detuvo unos metros más

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adelante. Ángela recorrió atoda prisa la pequeñadistancia que la separabadel vehículo, abrió la puertade golpe y se arrojó en elasiento trasero.

En el mismo instanteque cerró la puerta, eltaxista, que había estadomirando por la ventanilla,arrancó el coche y seincorporó al tráfico justo enel momento en que seacercaba otro vehículo. El

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otro conductor, que tuvoque frenar de golpe paraevitar una colisión, apretócon fuerza el claxon, dandoclaras muestra de suindignación.

Ángela miró atrás. Susperseguidores se habíandetenido en la acera ymiraban hacia el taxi.

—¿Amigos suyos? —preguntó el taxista.

—¡Dios mío, no! —exclamó Ángela—. Y

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gracias. Gracias de todocorazón.

—No ha sido nada.Bueno, ¿adónde la llevo,preciosa?

—Al aeropuerto deHeathrow —respondiómientras sacaba el móvil desu bolso.

Se quedó un ratomirando por la ventanatrasera al edificio deapartamentos mientras eltaxi aceleraba por la

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carretera. A continuaciónmarcó el 999. Cuando laoperadora contestó, pidióque le pasaran con lapolicía y denunció queacababan de entrar a robaren su piso.

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Aquella tarde Dexter

cerró la tienda en Petworthy se encontró con unhombre en una cafetería alas afueras deCrowborough. Cuandoambos terminaron susrespectivas bebidas, elanticuario le pasó porencima de la mesa un sobrecerrado. Una vez en el

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aparcamiento del exterior,sacó una caja de cartón dela parte trasera de lafurgoneta blanca del otroindividuo y la metió en elmaletero de su BMW. Luegose marchó.

De regreso a Petworth,llevó la caja a su almacén ysacó el ordenador. Lo colocóen el banco que había de unlado a otro de la habitación,enchufó los periféricos y loencendió. Quince minutos

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después, gracias a que lohabía conectado también auna de sus impresoras, seencontraba observandomedia docena de fotografíasque mostraban una tablillade color marrón grisáceo yforma rectangularrecubierta por algún tipo deescritura. Las imágenes noeran especialmente nítidas,y el texto no se distinguíacon la claridad que habíaesperado, pero la calidad

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era mucho mejor que la dela imagen borrosa publicadapor el periódico.

No tenía ni la menoridea de lo que significaba eltexto, ni siquiera sabía enqué lengua estaba escrito.A continuación las metió enun sobre de papel maníla,cerró el almacén con llave yregresó a la tienda. En laoficina de la trastiendatenía un potente ordenadorcon un enorme disco duro

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que contenía imágenes ydescripciones de todo lo quehabía comprado y vendidodurante años a través de latienda y, en uncompartimento separado,protegido por unacontraseña alfanumérica deseis caracteres, tambiéntodos los detalles de susventas «extraoficiales».

Minutos más tardecomenzó a comparar lasfotografías que acababa de

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imprimir con las imágenesde la tablilla que habíavendido a Charlie Hoxtondos años antes.

Poco después se recostósobre el respaldo de la sillacon expresión desatisfacción. Tenía razón. Latablilla formaba parte de unconjunto, lo que laconvertía en un objeto degran importancia.

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—¿Y bien? ¿Cuál es el

veredicto? —preguntó ChrisBronson cuando reconocióla voz de Ángela.

—La tablilla de barro,casi con toda probabilidad,data del inicio del primermilenio y su valor esprácticamente nulo —explicó Ángela—. Pero esano es la razón por la que te

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he llamado.Bronson percibió en su

voz que algo no iba bien.—¿Qué pasa?Ángela inspiró

profundamente.—Este mediodía,

cuando volvía de comer,descubrí que alguien habíaestado husmeando en midespacho.

—¿Estás segura?—Completamente. No

es que me lo encontrara

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todo revuelto, ni muchomenos, pero estoy segurade que habían movidoalgunos papeles y otrascosas que tenía sobre lamesa. Además, faltaban dosfotografías de las que meenviaste, la pantalla delordenador estaba encendiday el salvapantallas se habíapuesto en marcha.

—¿Y qué significa eso?—Se acciona después

de cinco minutos de

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inactividad y permaneceencendida durante quinceminutos. Después, laimagen desaparece. Yoestuve fuera de la oficinaalgo más de una hora.

—Eso significa quealguien estuvo usando tuordenador entre cinco yveinte minutos antes deque regresaras. ¿Qué tipode cosas guardas en él?¿Alguna informaciónconfidencial?

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—No, que yo recuerde—respondió Ángela—. Pero elsalvapantallas estáprotegido por unacontraseña, así que,quienquiera que fuese, notuvo acceso. —Seguidamente hizo unapausa y, cuando volvió ahablar, Bronson detectó latensión en su voz—. Peroeso no es todo.

—¿Ha pasado algo más?—Esta tarde tenía unas

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cuantas cosas que hacer,así que salí del museo pocodespués de la hora de lacomida. Unos minutosdespués, cuando estaba enmi apartamento, oí un ruidoal otro lado de la puerta.Cuando miré por la mirillahabía dos hombres en elpasillo. Uno de ellossujetaba una palanqueta oalgo similar y el otrollevaba una pistola.

—¡Dios mío, Ángela!

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¿Estás bien? ¿Llamaste a lapolicía? ¿Dónde estásahora?

—Sí, la llamé. Supongoque, con un poco de suerte,a lo largo de esta semanamandarán un agente, peroyo no estaba dispuesta aquedarme allí a esperar aque aparezca. Salícorriendo por la puerta deatrás y bajé por la escalerade incendios. Ahora mismome dirijo a Heathrow.

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—¿Adónde vas? —inquirió Bronson.

—A Casablanca. Cuandollegue al aeropuerto tellamaré para darte los datosdel vuelo. Por lo visto haceescala en París, así quellegaré bastante tarde.Vendrás a recogerme,¿verdad?

—Por supuesto, pero¿por qué…?

—Soy como tú, Chris.No creo en las

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coincidencias. Hay algopeligroso en esa tablilla, otal vez en lo que estáescrito en ella. Primero mioficina, luego miapartamento. Quieroquitarme de en medio hastaque averigüemos lo queestá sucediendo. Y mesentiré mucho más seguracontigo que aquí sola, enLondres.

—Gracias. —Por unmomento Bronson se quedó

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sin palabras—. Llámame encuanto sepas algo más delvuelo. Estaré esperándoteen Casablanca. Sabes desobra que siempre te estaréesperando.

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Dos hombres vestidos

completamente de negroestaban tumbados en laladera de la colma, cerca deun macizo de arbustos,mirando con sendosbinoculares compactos endirección a la casa situadaen el valle encontraba a suspies.

Después de recibir la

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llamada de Dexter, Zebarihabía pasado un buen ratopegado al móvil haciendoalgunas investigaciones. Lasrespuestas que habíarecibido le habían llevadohasta allí: la tablilla debarro había sido robada aun hombre acaudalado, yaquel era el lugar dondeguardaba la mayor parte desu colección. La casa teníados plantas y una granterraza en la parte

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posterior que daba al jardíny desde la cual se divisabanlas colinas. En la partedelantera había una zonade aparcamientopavimentada a la que seaccedía a través de unagran puerta de acero dedoble hoja.

La propiedad estabarodeada por altos murosque, en opinión de Zebaridebían de medir unos tresmetros de altura, pero eso

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no necesariamente debíasuponer un obstáculo. Losmuros, por muy sólidos quefueran siempre se podíanescalar. Le preocupabanmucho más las alarmaselectrónicas, y ademásestaban los perros, unincordio más del quetendría que ocuparse.Desde donde se encontrabase veían dos grandesanimales de color negro,probablemente dóbermans

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o alguna raza similar,merodeandoincansablemente por todo elcomplejo y mirando una yotra vez hacia la carreteraa través de las puertascerradas de metal. Noobstante, con sendos trozosde carne cruda aderezadoscon un cóctel debarbitúricos y tranquilizantemuy pronto estaríanechándose un buensueñecito.

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Zebari miró a sualrededor y observó losraquíticos arbustos y matasque cubrían la cima y lasladeras de la arenosa colinaque había elegido comoposición estratégica. Seencontraban más o menos amedio kilómetro de la casa,lejos de la mirada de losposibles vigilantes, y estabaprácticamente seguro deque nadie les había visto.

Seguidamente echó un

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vistazo en dirección oeste yvio que el sol se sumergíaen el horizonte con underroche de tonos rosas,azules y morados. Laspuestas de sol de Marruecoseran espectaculares, sobretodo en las zonas cercanasa la costa atlántica, dondela combinación del airelimpio y puro con la suavecurva del océano creaba undespliegue caleidoscópicoque nunca dejaba de

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conmoverle.—Cuando tú me digas

—dijo su compañero casi enun susurro, a pesar de queno existía posibilidad algunade que alguien pudieraoírlos.

—Esperaremos unahora más —murmuróZebari—. Antes de actuar,necesitamos saber cuántagente hay en la casa.

Unos minutos más tardeempezó a oscurecer y el

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cielo se tiñó de un colormorado tirando a negro,para después pasar al negrointenso, y por encima desus cabezas, la vasta einmutable bóveda celeste,tachonada con la brillanteluz de millones de estrellas,comenzó a revelarselentamente.

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Apenas un instante

después de poner un pie enel vestíbulo de llegadas delaeropuerto Mohamed V deCasablanca, Ángela Lewismiró a su alrededor y divisóa Bronson. Era unos cincocentímetros más alto que lamayoría de los lugareñosque pululaban por allí, perolo que realmente le hacía

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destacar entre todos ellosera su forma de vestirevidentemente occidental(pantalones informalesgrises, una camisa blanca yuna chaqueta color claro),además de una tezrelativamente pálida bajosu alborotada mata de pelonegro. A todo eso, habíaque sumarle su innegableatractivo, que siemprehacía que Ángela sintieraun escalofrío de placer.

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Nada más verlo, unarepentina sensación dealivio invadió todo sucuerpo. Sabía que estaríaallí porque se lo habíadicho, y su ex marido eracualquier cosa menosdesleal, pero hasta aquelmomento, en lo másprofundo, había albergadouna ligera duda. Suprincipal miedo era que lehubiera sucedido algo yencontrarse sola en

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Casablanca sin saber aquién recurrir, unaposibilidad que le habíaestado atormentando todoel viaje.

Con una sonrisa deoreja a oreja comenzó aabrirse paso entre la gente.Bronson la vio acercarse yla saludó con la mano.Segundos después se situófrente a ella y sus fuertesbrazos agarraron su cuerpoy lo atrajeron hacia el suyo

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sin que ella ofreciera la másmínima resistencia. Duranteun rato permanecieronabrazados, luego ella dio unpaso atrás.

—¿Qué tal el vuelo? —le preguntó cogiendo sumaleta y la bolsa delportátil.

—Bastante normalito —respondió Ángela,intentando disimular laenorme satisfacción que leproducía volver a verle—.

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Para variar, los asientoseran demasiado estrechos,y la comida de a bordo, unasco. Estoy muerta dehambre.

—Eso tiene fácilarreglo. Tengo el cochefuera.

Veinte minutos mástarde, ambos seencontraban sentados enun restaurante a lasafueras de Casablanca,observando que el

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camarero disponía unenorme plato de tajín decordero sobre su mesa.

El local estaba a lamitad de su capacidad, peroBronson rechazócategóricamente la ofertade sentarse junto a una delas ventanas o cerca de lapuerta. En vez de eso,insistió en instalarse en unamesa al fondo, junto a ungrueso muro. A pesar deque .Ángela hubiera

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preferido tomar asiento enun lugar donde poder ver alresto de los comensales(siempre le había gustadoobservar a la gente),Bronson decidió ocupar lasilla que le proporcionabauna clara visión de lapuerta para controlar a todoel que entraba.

—Te preocupa muchotodo este asunto, ¿verdad?—preguntó ella.

—¡Maldita sea! ¡Y tanto

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que me preocupa! No megusta un pelo lo que hapasado, ya sea enMarruecos o en Londres —respondió Bronson—. Hayalgo muy feo en todo esto ylas personas implicadas handemostrado ser unosauténticos desalmados, demanera que estoy tomandotodas las precaucionesposibles. No creo que noshayan seguido hasta aquí,pero prefiero no correr

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riesgos. Y ahora, cuéntamelo que sucedió en tuapartamento.

—Un segundo. —Elmóvil de Ángela habíacomenzado a sonar en elinterior de su bolso y ella lopescó rápidamente ycontestó a la llamada.

—Gracias —dijodespués de un rato—. Enrealidad ya lo sabía. ¿Sabessi se ha presentado lapolicía? La llamé cuando

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salía del apartamento.A continuación hizo otra

pausa para escuchar lasexplicaciones de la personaque se encontraba al otrolado del teléfono.

—Bien. Gracias denuevo, May. Escucha,estaré fuera del país unosdías. ¿Me harías el favor dellamar a un cerrajero?Cuando vuelva, hacemoscuentas.

Ángela cerró el móvil y

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miró a Bronson.—Era mi vecina del

apartamento de Ealing —explicó—. Nada que ya nosupiera, excepto que lapolicía sí que se presentó.No estaba segura de quefueran a molestarse. Por lovisto me han destrozado elpiso. Por extraño queparezca, creen que no sellevaron gran cosa, si esque se llevaron algo. Maydice que la televisión y el

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equipo de música siguen ensu sitio, pero han vaciadotodos los cajones yarmarios.

—Eso me suena —dijoBronson—. Entonces,¿escapaste por la salida deincendios?

Ángela tragó saliva ycuando volvió a hablar suvoz sonaba algo trémula.

—Así es. Solo tuvetiempo de agarrar el bolso yel portátil y salir pitando.

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Uno de los tipos… —Sedetuvo, bebió un trago deagua—. Uno de ellos saliócorriendo detrás de mí. Elotro debió de bajar por laescalera interior, porquecuando corrí hacia la partedelantera descubrí que meestaba esperando.

—¡Dios mío, Ángela!Debió de ser terrible. —Bronson estiró las manos,cogió las suyas y las apretócon delicadeza—. ¿Cómo

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conseguiste escapar?—Le pegué con la bolsa

del portátil. Logré golpearleen un lado de la cabeza yeso me dio tiempo parallegar hasta la calle. En esemomento pasaba un taxi,salí disparada hacia él ysalté dentro. Por suerte, elconductor había visto lo queestaba pasando y arrancóantes de que los dos tipospudieran alcanzarme.

—A Dios gracias existen

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los taxistas de Londres.Ángela asintió con

entusiasmo.—Si no hubiera sido por

él, me habrían cogido. Lacalle estaba llena de gente,Chris. Había un montón depeatones, pero a esos tiposno les importó. Estabamuerta de miedo.

—Bueno, aquí estarás asalvo —la tranquilizó él—.O, al menos, eso espero.

Ángela asintió de nuevo

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y se recostó en su asiento.Explicar lo que habíasucedido había tenido unefecto catártico y ellamisma sentía queempezaba a recobrar lacalma.

—La buena noticia esque mi portátil parecehaber sobrevivido alimpacto. Además,aproveché el rato que paséen Heathrow para haceralgunas compras

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terapéuticas. Es por eso quellevo una maleta nueva ytodo lo demás.

—No me había dadocuenta —admitió Bronson.

—Lo sé —dijo Ángela—.Al fin y al cabo, eres unhombre.

—Haré como que no heoído nada —dijo Bronsonesbozando una sonrisaburlona—. Espero que sepasque me alegro mucho deque estés aquí.

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—Bueno, antes deempezar —dijo Ángelaponiéndose seria de repente—, necesitamos establecerunas normas básicas. Merefiero entre tú y yo. Túestás aquí porque intentasaveriguar lo que les sucedióa los O'Connor, y yo porqueestaba asustada por lo quesucedió en Londres.

—¿Adonde quieres ir aparar?

—Estos últimos meses

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nuestra relación ha ido amejor, pero aún no estoypreparada para dar elsiguiente paso. No tengoninguna gana de volver asufrir, así que dormiremosen habitaciones separadas,¿de acuerdo?

Bronson asintió, aunquesu decepción era más queevidente.

—Como quieras —masculló—. En realidad yate había reservado una

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habitación aparte.Ángela se inclinó hacia

delante y le cogió la mano.—Gracias —dijo—.

Quiero que hagamos lascosas bien.

Bronson asintió, pero surostro seguía mostrandopreocupación.

—Hay una cosa quequiero que entiendas,Ángela. El hecho de estaren Marruecos no quieredecir que estemos más

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seguros —dijo. Acontinuación le explicó loque había sucedido en elhotel de los Philips y añadió—: Ya te conté lo de labanda de matones que mepersiguió. Me he cambiadode hotel por si se lashubieran arreglado paraaveriguar dónde mealojaba, pero tenemos queintentar pasar lo másdesapercibidos posible.

—Me lo imaginaba —

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respondió Ángela con unasonrisa—. Por cierto, ¿cómoestá David Philips?

—Bien. Ni siquieranecesitó que le dieranpuntos. Tiene una fuertecontusión en la frente eimagino que tendrá undolor de cabeza de los quehacen historia. El que loatacó debió de usar unaporra o algún objetosimilar.

—¿Y no crees que

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pudiera tratarse de unsimple ladrón interesado enrobar su portátil?

—No. Revisé lahabitación y, aunque eraevidente que lo habíanrevuelto todo, solo faltabael portátil. El ladrón ignorólos pasaportes, que estabanencima del escritorio, y nisiquiera tocó el dinero o lastarjetas de crédito queDavid Philips llevaba en elbolsillo. En realidad, el robo

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fue casi idéntico al de sucasa de Kent. En amboscasos parece como si elladrón solo estuvierainteresado en susordenadores.

—¿Y eso qué significa?—Los ordenadores no

tenían ningún valor por símismos, así que losladrones debían de estarinteresados en el contenidode los discos duros, esdecir, en las fotografías de

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la tablilla. ¿Crees quepuedes fiarte del tipo delmuseo Británico? Lo digoporque,independientemente de loque piense del pedazo dearcilla chamuscado, hayalguien, aparentemente conconexiones internacionales,que lo considera losuficientemente valiosocomo para montar variosrobos simultáneos en dospaíses diferentes y noquear

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a David Philips cuando seinterpuso en su camino.

Ángela no parecía deltodo convencida.

—Le pedí a TonyBaverstock que le echaraun vistazo a las fotos y esuno de nuestros mejoresespecialistas en lenguasarcaicas. No estarásinsinuando que tiene algoque ver en todo esto,¿verdad?

—¿Quién más sabía de

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la existencia de la tablillade barro? Me refiero a lagente del museo.

—Ya entiendo adondequieres llegar. Nadie.

—Entonces, nuestrosospechoso número unodebe de ser Baverstock. Loque significa queigualmente podría estarinvolucrado en el asalto atu casa. Es más, también esposible que todo lo que tedijo sobre la tablilla tuviera

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como objetivo despistarte.Por cierto, ¿qué te dijo?

Ángela se encogió dehombros.

—Cree que la tablillatenía una finalidaddidáctica, algo así como unlibro de texto, e insistió enque carecía de valor.

Bronson sacudió lacabeza.

—Pues algún valor debede tener, porque sigopensando que los O'Connor

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murieron porque alguienintentaba recuperarla.

—Pero Margarettambién hizo fotos de unapelea en el zoco. ¿No creesque tal vez los asesinosquisieran silenciarla por esarazón y que robaran lacámara para eliminar laspruebas?

—No lo descarto, peroesa sería solo una parte dela explicación. Demostraríapor qué la cámara y el USB

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no se encontraron entre losrestos del accidente —reconoció Bronson—, pero,a menos que MargaretO'Connor se deshiciera dela tablilla antes de dejarRabat, alguien tuvo quecogerla.

—¿Y no puede ser quese limitara a tirarla?

—No. Kirsty me dijo quesu madre tenía intención deregresar al zoco al díasiguiente para devolvérsela

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al marroquí que la habíaperdido y que, si no loencontraba, se la llevaría acasa como recuerdo delviaje. Lo escribió todo en uncorreo electrónico que lemandó la noche antes deque dejaran el hotel. Sinembargo, por aquelentonces, el cuerpo del tipoestaba tirado en el suelo dela medina con una heridade arma blanca en el pecho.Kirsty recibió un último

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mensaje de su madre a lamañana siguiente diciendoque había visto el cadáver,y Talabani me confirmó queera uno de los hombres queMargaret O'Connorfotografió.

—Entonces, ¿no le dijoa nadie lo que pensabahacer con la tablilla?

—No. Su últimomensaje fue muy breve.Probablemente lo enviómientras su marido pagaba

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la cuenta del hotel o sacabael coche. —Bronson hizouna pausa y se inclinó haciadelante—. Ahora hablemosde la tablilla. ¿Qué hasaveriguado?

—Como ya te dije porteléfono, el texto estáescrito en arameo, peroBaverstock me dijo que solohabía conseguido traduciruna línea. Creo que, almenos en eso, estabasiendo sincero, porque sabe

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que yo tengo ciertasnociones de arameo. Sihubiera intentadoengañarme, lo habríadescubierto con solocomparar su traducción conel original.

—¿Y lo hiciste?—Sí. Estuve estudiando

un par de líneas de lafotografía y llegué a lamisma conclusión.

—De acuerdo —admitióBronson a regañadientes—.

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De momento, daremos porhecho que su traducción esfiel al original. Cuéntame loque dijo.

—En esa única línea deltexto, las palabras estánclaras, pero no tienensentido. Te he escrito en unpapel la traducción de esalínea y otro par de palabrasmás.

—¿Y la tablilla tienealgo de especial? Quierodecir, ¿algo por lo que

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merezca la pena robar oincluso matar?

—Nada. Baverstockdescubrió la mitad de unapalabra que podría referirsea la comunidad de losesenios en Qumrán, pero nisiquiera eso es concluyente.

—¿Qumrán? ¿No es elsitio donde encontraron losmanuscritos del marMuerto?

—Sí, pero ese dato,probablemente, es

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irrelevante. SegúnBaverstock la tablilla nosería originaria de Qumrán,sino que simplemente haríamención al lugar. Lo queresulta interesante es queuna de las otras pocaspalabras que tradujo era«codo».

—¿Y qué sería un codo?—preguntó Bronson.

—Era una unidad demedida equivalente alantebrazo de un hombre,

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de manera que era bastantevariable. Se conocen almenos doce medidasdiferentes, que van desde elcodo romano de unosdieciocho centímetros hastael codo árabe de Ornar, elmás largo de todos ellos,que alcanzaba casi sesentay cuatro centímetros. Noobstante, la aparición deesta palabra apunta a quela tablilla esté escrita enalgún tipo de código y

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podría estar indicando laubicación de algo que estáescondido. Tal vez ahíradica su importancia.

—Es evidente que noqueda otra alternativa —dijo Bronson—. Si latraducción de Baverstock esfiable, la inscripción tieneque estar codificada dealguna manera. No existeninguna otra posibilidad.

—Estoy de acuerdocontigo. Mira. —Ángela

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abrió el bolso y buscó algoen su interior—. Aquí tienesla traducción del arameo.

Bronson agarró la hojatamaño folio que ella leofrecía y echó un rápidovistazo a la lista de mediadocena de palabras.

—Ya veo a qué terefieres —dijo observandoel texto con mayordetenimiento—. ¿ComentóBaverstock la posibilidad deque se tratara de un texto

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codificado?—No, pero su

especialidad son las lenguasarcaicas, no los códigos. Esoes algo que yo sí domino.La buena noticia es que nosencontramos ante un objetode unos dos milenios deantigüedad. Y eso suponeuna ventaja porque,aunque existen muy pocosejemplos conocidos decódigos secretos o clavesque daten de esa época, los

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que sí conocemos sonextremadamente sencillos.Probablemente el másfamoso sea el códigosecreto de César, quesupuestamente utilizabaJulio César en el siglo Iantes de Cristo paracomunicarse con susgenerales. Se trata de uncódigo monoalfabético desustitución bastanteelemental.

Bronson resopló. Sabía

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que Ángela había estudiadoalgo de criptología comoparte de un proyecto delmuseo.

—No te olvides de quesoy un simple poli. Eres túla que tiene el cerebro.

Ángela soltó unacarcajada.

—¿Por qué será que noacabo de creer lo que medices? —A continuacióninspiró profundamente ycontinuó—: Cuando usas el

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código César escribes eltexto lisa y llanamente,aplicas el desplazamientoque tú quieras al alfabeto yluego transcribes elmensaje.

El rostro de Bronsonseguía mostrando la mismaexpresión de perplejidad,así que Ángela apartó a unlado el plato vacío y sacó desu bolso un trozo de papel yun bolígrafo.

—Te pondré un

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ejemplo. Imagina que tumensaje es «Avanzad» —dijo escribiendo la palabraen mayúsculas—, y quedecides aplicar undesplazamiento de tres a laderecha. Para ello escribesel alfabeto y, acontinuación, lo reescribesdebajo pero desplazandocada letra tres espacios enesa dirección, lo que sedenomina rotación derechacon clave de tres. De este

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modo la «A» se encontraríajusto encima de la «D», la«B» sobre la «E», etcétera.En este caso el mensajecifrado «Avanzad» se leeríaDYDQCDG. El problema másevidente de este método esque cada vez que apareceuna determinada letra en eltexto normal, se repite lamisma letra cifrada en eltexto codificado. Así, eneste ejemplo, que contienesolo una palabra, la letra

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«D» se repite tres veces, ya cualquiera que intentedescifrar el mensaje, lebasta utilizar un análisis defrecuencia para conseguirlo.

Ángela miró expectantea Bronson, que sacudió lacabeza.

—Lo siento, esotambién tendrás queexplicármelo.

—De acuerdo —dijoÁngela—. El análisis defrecuencia es el método

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más sencillo para rompercriptogramas básicos. Lasdoce letras más comunes eninglés son, por este orden:E, T, A, O, I, N, S, H, R, D,L y U. Para recordarlas yosuelo dividirlas en dospalabras: ETAOIN SHRDLU.Además, es muy probableque ya conozcas el ejemplomás famoso del cifradoCésar.

—¿Ah, sí? —Bronson,desconcertado, sacudió la

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cabeza—. Tendrás queayudarme.

—2001 —dijo Ángelarecostándose en su silla—.2001: Una odisea en elespacio. La película deciencia ficción —añadió.

Bronson frunció elentrecejo y luego su rostrose iluminó.

—¡Ah, sí! —dijo—. Eldirector no quería usar elacrónimo IBM para llamaral ordenador de la nave, así

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que se les ocurrió llamarloHAL que, si te he entendidocorrectamente, está usandoel cifrado César con unarotación a la derecha conclave de uno.

—Exacto. Existe otroejemplo algo estrambótico—dijo Ángela—. Si leaplicas una rotación a laizquierda de diez a lapalabra francesa «oui» seconvierte automáticamenteen «yes».

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—¿Y crees que esposible que hayan utilizadoalgo parecido en este caso?

—No —respondióÁngela con rotundidad—.Por una sencilla razón: laspalabras en arameo sonperfectamente legibles. Unade las carencias másevidentes del cifrado deCésar es que todas laspalabras del texto seconvierten en unaamalgama de letras, lo que

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evidencia claramente que eltexto está codificado. Sinduda, este no es el caso.

—¿Qué me dices dealgún otro tipo de código?—preguntó Bronson.

—Con todos ellos nosencontramos con el mismoproblema. Siempre que secodifican palabrasindividuales, estas dejan deparecer reconocibles yacaban por convertirse enuna mera colección de

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letras. Las palabras de estatablilla —dijo Ángelagolpeando ligeramente elpapel que estaba delante deBronson— están en arameoy sin codificar. Pero eso nosignifica que el texto nooculte algún tipo demensaje secreto.

—Tendrás queexplicármelo un poco mejor—dijo él—. Pero espera aque estemos de vuelta en lacarretera.

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—Aguarda aquí unmomento —dijo Bronson alllegar a la puerta delrestaurante—. Quieroasegurarme de que no hayanadie esperándonos.Cuando acabe, traeré elcoche.

Ángela lo observómientras caminaba porentre los coches aparcadosy examinaba el interior detodos ellos. Cuandofinalmente detuvo el coche

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de alquiler delante delrestaurante, cruzó la puertay subió al vehículo.

—Entonces, si laspalabras no estáncodificadas, ¿cómo esposible que el texto escondaun mensaje? —preguntóBronson mientras salían ala carretera principal.

—En vez de lasustitución alfabética, sepuede usar la sustitución depalabras. El truco consiste

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en elegir unas palabrasconcretas que signifiquenalgo completamentediferente. Los gruposterroristas islámicos llevanmucho tiempo haciéndolo.En vez de decir algo como«Colocaremos la bombaesta tarde a las tres», dicen«Entregaremos la fruta estatarde a las tres».

—De este modo la frasesigue teniendo sentido,pero el significado aparente

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es completamente diferentedel real —dijo Bronson.

—Exacto. Poco antes delatentado contra el WorldTrade Center, el jefe de losterroristas, Mohamed Atta,se puso en contacto con susupervisor y le envió unmensaje que no teníaningún sentido para lasfuerzas de seguridadestadounidenses de laépoca. Usó una frase conuna locución que más o

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menos decía: «Un pastelcon un rabo hacia abajo ydos bastones». Usando unpoco la imaginación te dascuenta de que, en realidad,haría referencia a losnúmeros nueve y once, yque le estaba revelando asu contacto en Al Qaeda lafecha exacta en que sellevarían a cabo losatentados contra EstadosUnidos.

—¿Y en esta tablilla?

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Ángela sacudió lacabeza en la oscuridad delcoche, mientras los farosformaban un túnel de luzque se adentraba en lacarretera, prácticamentedesierta, que se extendíaante ellos.

—No creo. Solo porquelas frases no tengansentido, no significa que eltexto incorpore algoparecido.

Seguidamente hizo una

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pausa y miró por la ventanalateral hacia el despejadocielo nocturno. Seencontraban ya a varioskilómetros de Casablanca y,lejos de la contaminaciónlumínica de la ciudad, lasestrellas parecían másbrillantes y cercanas, eincluso mucho másnumerosas, de lo que jamáshabía visto. En esemomento volvió a mirar aBronson y vislumbró su

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marcado perfil iluminadopor la débil luz verde jadeque emitía el panel decontrol.

—Pero existe unaposibilidad que todavía nohemos considerado.

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Izzat Zebari esperó

hasta la una de lamadrugada, cuando lasluces de la casa llevaban yamás de una hora apagadas,para dirigirse hasta laspuertas de doble chapa deacero y lanzar por los airesdos grandes filetes de carnecruda en el interior delcomplejo. Mientras volvía

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atrás y se camuflaba en laoscuridad, oyó un ligerogruñido y el rápido correteode las pezuñas de los dosperros de guardia quesalían de sus casetas parainvestigar la intrusión.

—¿Cuánto tiempotardará en hacer efecto? —preguntó Hammad cuandoZebari se deslizó al interiordel coche que habíaaparcado en una desiertacalle lateral, a unos cien

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metros de allí.A Hammad le

correspondía ocuparse detodas las alarmas antirrobou otros dispositivoselectrónicos queencontraran en lapropiedad. En el suelo,junto a él, había unpequeño maletín de tela enel que guardaba lasherramientas adecuadas ydemás equipamiento.Zebari lo sabía porque

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Hammad había abierto ycontrolado el contenido almenos seis veces desde quehabían vuelto al coche.Habían descendido la colinacon precaución justo antesde que oscureciera porcompleto, y desde entoncesesperaban pacientementeen el interior del vehículo.

—Una media hora —respondió Zebari—. Bastaesperar a que las drogashagan su trabajo. Mi amigo,

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el químico, calculó la dosiscon mucho esmero.

Zebari aguardó otroscuarenta y cinco minutosantes de dar la orden paraponerse en marcha.Bajaron del coche, cerraronlas puertas con el máximocuidado, intentando nohacer ruido, y abrieron elmaletero para sacar el restodel equipamiento. El objetomás grande era unaescalera plegable lo

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suficientemente alta paraalcanzar la parte superiordel muro que bordeaba lapropiedad.

Minutos más tarde seagazaparon junto a la tapiay, gracias a sus ropascompletamente negras,eran prácticamenteinvisibles en la oscuridad.Rápidamente Hammad yZebari montaron la escaleraencajando las diferentespartes, para después apoyar

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la base en el suelo. Elextremo superior estabaacolchado con piezas detela y no hizo ningún ruidocuando Zebari la apoyócontra la parte más alta delmuro.

—De acuerdo, sube —ordenó Zebari en unsusurro.

Hammad trepósilenciosamente casi hastael último escalón y examinóel muro con detenimiento,

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apuntando hacia amboslados con un bolígrafoluminoso cuyo haz de luzapenas era visible. Acontinuación, sacó unpulverizador de su maletínde tela, apretó la boquilla, yla dirigió hacia la zonasuperior del muro, justodonde tendrían quesuperarlo. Seguidamente,descendió de nuevo.

—No he visto ningúncable o almohadillas de

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compresión, ni tampocosensores infrarrojos o láser—informó.

—Genial —susurróZebari—. Probablementeconfían ciegamente en losperros. ¡Vamos!

Los dos hombrestreparon por la escalera, seencaramaron al borde delmuro y se sentaron ahorcajadas. Luego Hammadalzó la escalera y la bajóhasta el suelo del interior

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del jardín.Tras descender

rápidamente, Zebari seacercó con sigilo hasta laparte delantera de la casapara comprobar que los dosperros dormían a piernasuelta. Luego, amboscorrieron hasta la partetrasera de la vivienda.

En el centro del muroposterior había una antiguapuerta de madera bastantesólida, decorada con un

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diseño aleatorio dondedestacaban las tachuelas deacero, equipada con unenorme cerrojo antiguo.

Zebari lo señaló con eldedo, pero Hammad sacudióla cabeza con decisión.

—Seguramente estáprotegida con una alarma —dijo, y dirigió su atención alas ventanas situadas aambos lados. Como en lamayoría de las casasmarroquíes, estas eran

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cuadradas y de un tamañobastante reducido, paraproteger a los habitantesdel intenso calor del sol.Hammad se puso depuntillas y, con la ayuda desu bolígrafo luminoso,inspeccionó cuidadosamenteel marco en busca de cableso contactos que pudieranestar conectados a unsistema antirrobo.

—Ahí lo tienes —susurró—. Un simple

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contacto que se accionacuando abres la ventana,pero no hay ningún sensoren el cristal. Entraré por ahíy así podré abrir la puertadesde el interior.

Tras retomar suposición inicial, sacó unrollo de cinta adhesiva ypegó varias tiras en elcentro del panel, dejandoun trozo no muy largo alque poder agarrarse. Luegopasó un cortador con punta

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de diamante por todo elborde del cristal, lo máscerca posible del marco, ygolpeó con el puño en elextremo del panel. Con uncrujido, todo el panel devidrio se desplazó haciadentro y Hammad pudosepararlo del marco. Nosonó ninguna alarma.

A continuación apoyó elcristal contra el muro a unadistancia prudencial yluego, con la ayuda de

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Zebari, se encaramó y seintrodujo en la propiedad.Zebari le pasó la bolsa detela con las herramientas yesperó.

No habían pasado nitres minutos cuandoHammad, una vezdesactivada la alarma,entreabrió la puerta traserajusto lo necesario para queZebari se deslizara hacia elinterior.

Este dirigió la

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expedición por el cortopasillo, mientras Hammadcontrolaba todas las puertascon detenimiento, en buscade cables o alguna otraseñal que indicara laexistencia de un sistema dealarma. Seguidamente lasabría y revisaba lashabitaciones con ayuda deuna linterna. La tercerapuerta que abrió daba auna gran sala cuyas cuatroparedes estaban cubiertas

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de vitrinas. Parecía la salade exposiciones de algúnmuseo.

—Déjame ver de nuevola fotografía —susurróapuntando con la linterna ala hilera de vitrinas demadera, cuyos cristalesdelanteros reflejaban la luzpor toda la estancia.

Zebari sacó un folio conuna imagen impresa a colorde su bolsillo, lo desdobló yse lo pasó a su compañero.

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Dexter se la había mandadopor correo electrónico lanoche anterior.

Durante unos segundosHammad contempló laimagen del papel, luegohizo un gesto con la cabezay se acercó a la primeravitrina empezando por suderecha. Zebari, por suparte, se dirigió a laizquierda y empezó abuscar por el otro lado.

Cuatro minutos después

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ambos tuvieron claro que latablilla no estaba expuestaen ninguna de las vitrinasde la sala.

—¿Qué hacemos ahora?—susurró Hammad.

—Seguir buscando —dijo Zebari saliendo de lahabitación en dirección alpasillo.

Al final de este habíauna puerta de doble hoja.Zebari la abrió y entró en lahabitación.

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—Ahí —dijo con unaexhalación, señalando.

Resultaba evidente quela sala se utilizaba para lacelebración de reuniones oacontecimientos sociales.Había unos veinte cojinesde grandes dimensionesesparcidos por todo elsuelo, sobre los cuales losinvitados podían sentarsecómodamente con laspiernas cruzadas, al estiloárabe. Las paredes blancas

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estaban decoradas condiversas alfombras y tapicescuya antigüedad y valor eramás que evidente. Pero loque había llamado laatención de Zebari era unúnico expositor en forma decaja rematado poruñacubierta de cristal y situadoen un extremo de la largasala.

Los dos hombres lacruzaron a toda prisa ymiraron hacia abajo. En el

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interior había un pedestalde plástico y, junto a él,una tarjeta con la fotografíaa color de un pequeñoobjeto grisáceo de formarectangular y un textoescrito en árabe.

—Ni rastro de la tablilla—susurró Hammad.

Zebari sacó de nuevo elfolio y lo sostuvo porencima del expositorapuntando con la linternaalternativamente a la

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fotografía del papel y a lade la tarjeta que teníandelante.

—No, pero cogeré latarjeta de todos modos.¿Ves alguna alarma?preguntó.

Hammad examinó condetenimiento la partetrasera y los laterales delexpositor.

—No, solo veo el cablede luz —dijo señalando uncorto tubo fluorescente

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montado en la parteposterior de la caja. Acontinuación dirigió suatención hacia el cierre queaseguraba la tapa de cristal—. Aquí tampoco hay nada—dijo.

—Bien —susurróZebari. Seguidamente seinclinó hacia delante, soltóel cierre y levantó la tapa.Luego hizo un gesto aHammad para que lasujetara y se dispuso a

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meter la mano.—¡Espera! —susurró

con urgencia mirando a laparte trasera de la vitrinaque la tapa alzada habíadejado al descubierto—.Creo que eso es un sensorde infrarrojos.

Pero era demasiadotarde. Antes de quequisieran darse cuenta, lasluces de seguridadcomenzaron a encenderse yapagarse fuera de la

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propiedad, se activaron lamayor parte de las luces dela casa y una sirenacomenzó a aullar.

—¡A la puerta de atrás!—ordenó Zebari agarrandola tarjeta y metiéndosela enel bolsillo—. ¡Corre!

Recorrieron a todavelocidad el pasillo,abrieron la puerta traserade un empujón y seprecipitaron hacia laescalera que estaba

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apoyada contra el muro querodeaba la finca. Zebarillegó primero, Hammad ibajusto detrás de él.

Una vez alcanzaron laparte superior del muro,Zebari se agarró con ambasmanos a la rugosa piedra,se descolgó todo lo quepudo hacia el exterior y sedejó caer. Al tocar el suelodobló las rodillas de formainconsciente, absorbiendocon sus piernas el impacto.

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Aun así, perdió el equilibriohacia una lado y rodó unavez, luego se puso en pieileso.

Justo en ese momentoovó una ráfaga de disparosque provenía del otro ladodel muro.

Desde su precariaposición, cercana a la partesuperior de la escalera,Hammad se giró y miróhacia el terreno de lapropiedad. Habían

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aparecido tres hombres.,dos provenientes de laparte delantera de la casa yuno de la posterior, y todosellos disparaban hacia élcon pistolas.

Sus posibilidades erannulas. Debido a que sunegra silueta contrastabacon la pintura blanca delmuro, Hammad fuealcanzado casi deinmediato. Cayó hacia unlado, soltando un alarido de

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dolor cuando impactócontra el suelo.

Mientras, en el exteriorde la finca, Zebari corríacomo alma que lleva eldiablo buscando refugio enel coche. Mientras lo hacía,oyó nuevos disparos queretumbaban a sus espaldascuando uno de susperseguidores alcanzó laparte superior de laescalera y empezó adisparar.

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—Te has vuelto a

equivocar —gruñó elhombre alto con el rostroparalizado.

Seguidamente dio unpaso hacia delante ypropinó un severo revés alhombre herido, que estabasentado justo delante de él,con los brazos y las piernasatados a la silla y la cabeza

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reposando sobre su pecho.Amer Hammad estaba a

punto de morir y lo sabía.No estaba seguro de si elhombre alto finalmenteperdería la paciencia y levolaría la tapa de los sesos,o si moriría antesdesangrado por lahemorragia.

Cuando los tres guardasle habían llevado a rastrasde vuelta a la casa, loprimero que hicieron fue

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llamar a su jefe. Acontinuación le amarraronlas muñecas y le colocaronuna rudimentaria vendaalrededor la fea herida quetenía en el muslo izquierdo,la que le había producido labala cuando atravesó elmúsculo, abriendo unprofundo orificio. Aquellohabía reducido lahemorragia, pero no habíaconseguido detenerla, yHammad podía ver un

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charco de sangre que seextendía en el suelo bajosus pies.

El interrogatorio estabateniendo lugar en unapequeña estancia de formacuadrada situada en unaesquina del complejo. Lasoscuras manchas repartidaspor el agrietado suelo decemento evidenciaban queaquel cuchitril había sidoutilizado anteriormentepara propósitos similares.

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—Te lo preguntaré unavez más —le espetó elhombre alto—. ¿Con quiénestabas y qué buscabais?

Lo miró fijamentedurante un largo instante yluego agarró un palo demadera que estaba en elsuelo. Uno de los extremosterminaba en una puntaafilada. El cautivo lo miróaterrorizado a través de susojos entreabiertos,magullados y cubiertos de

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sangre.El hombre alto colocó la

punta de la estaca concuidado sobre la vendaensangrentada que rodeabael muslo de Hammad ysonrió. La mitad derecha desu rostro permanecióinmutable.

—Probablementepiensas que ya te he hechobastante daño, amigo mío,pero la verdad es que acabode empezar. Antes de que

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termine contigo estarássuplicando que acabemoscon tu vida.

Conforme hablabaaumentaba la presión queejercía con el trozo demadera, retorciendo eintroduciendo el extremopuntiagudo en la venda yen la herida abierta.

La sangre comenzó abrotar y Hammad soltó unalarido mientras elinsoportable dolor daba una

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nueva dimensión a suagonía.

—¡Para! ¡Para! —gritómientras su voz setransformó de un gimoteoen un aullido—. ¡Para, porfavor! Te diré todo lo quequieras saber.

—Sé muy bien que loharás —dijo el hombre altopresionando aún más.

La cabeza de Hammadsalió disparada hacia atráscuando un torrente de dolor

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le inundó los sentidos ydespués cayó hacia delante,inconsciente.

—Ponedle otra vendaen la pierna —ordenó elhombre alto—. Después lodespertaremos.

Diez minutos mástarde, un cubo de agua fríay un par de bofetadashicieron que Hammadrecobrara el conocimiento.El hombre alto se sentó enuna silla frente a él y clavó

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bruscamente la astilla demadera en el estómago delcautivo.

—Bien —dijo—.Empieza desde el principioy no te dejes nada.

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—¿Sabes si este hotel

tiene wifi? —preguntóÁngela empujando su tazade café hacia Bronson yhaciéndole un gesto paraque la rellenara.

Estaban sentados anteuna pequeña mesa en lahabitación de Bronson, enun hotel a las afueras deRabat. A él le seguía

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preocupando que les vierala gente equivocada ydesayunar en la habitaciónle había parecido másseguro que bajar alcomedor. Ángela todavíallevaba puesto el camisónbajo una gran bata blancaque había encontrado en lahabitación contigua. Era ungesto de intimidad queBronson apreció(demostraba que se sentíacómoda en su compañía),

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pero se sentía frustradoporque ella había insistidoen dormir en la habitaciónde al lado.

Bronson suspiró.—¿Quieres consultar

algo?—Sí. Si estoy en lo

cierto sobre las palabras dela tablilla y forma parte deun conjunto, debe de haberotras similares y el lugarmás adecuado paracomenzar la búsqueda es

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en los museos. Existe unaespecie de intranet queresulta muy útil para hacereste tipo de búsquedas.Permite a la gente con elacceso adecuado (lo que,por supuesto, me incluye amí) revisar tanto las piezasexpuestas como lasreliquias que estánalmacenadas en la mayoríade los museos de todo elmundo. Es una herramientaideal para los

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investigadores, porquepuedes estudiar undeterminado objeto sintener que desplazarte almuseo en concreto.

Bronson apartó algunascosas de la mesa, abrió suportátil y lo encendió.Luego esperó un par deminutos para que su Sonyse conectara al wifi delhotel.

—¿Cómo funcionaexactamente el sistema? —

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preguntó girando el Vaiohacia Ángela yobservándola mientrasintroducía el nombre deusuario y la contraseñapara acceder a la intranetde museos.

—Es bastante sencillo.En primer lugar, hay querellenar algunos camposque sirven para identificarde forma aproximada lo queestoy buscando.

Mientras hablaba

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colocaba el cursor sobreuna serie de casillas einsertaba breves detalles enlos campos de texto delformulario. Cuando hubocompletado la página, giróel portátil para que Bronsonpudiera ver la pantalla tanbien como ella.

—Todavía no sabemosgran cosa sobre la tablilla,de manera que tenemosque ser bastante flexiblesen nuestra búsqueda. En lo

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que respecta a la fecha, hesugerido entre el inicio delsiglo I antes de la eracristiana y el final del IIdespués de Cristo. Se tratade un periodo detrescientos años.Baverstock pensaba que latablilla databaprobablemente del siglo Ide nuestra era, basándoseen lo que consiguió traducirde la inscripción, pero dijoque no podía confirmármelo

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con toda seguridad. Encuanto al origen, he sidoigual de imprecisa. Heespecificado Oriente Medio.

—¿Y qué me dices delobjeto en sí?

En ese caso he sidobastante precisa, porquetenemos una idea bastanteclara de lo que estamosbuscando. Mira —dijoseñalando con el dedo doscampos de texto en la parteinferior de la pantalla—, he

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especificado el material delque se compone y el hechode que lleva una inscripciónen arameo.

—Entonces, ¿podemosiniciar la búsqueda?

—Efectivamente. —Ángela movió el cursorhacia un botón etiquetadocon la palabra «Buscar» ypresionó.

Era evidente que la wifidel hotel era bastanterápida, porque los primeros

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resultados aparecieron enla pantalla en apenas unossegundos.

—Por lo que parece,hay cientos de tablillas quereúnen esas características—masculló Bronson.

—Miles, diría yo —añadió Ángela—. Ya te dijeque las tablillas de barroson muy comunes. Tendréque aplicar algún otro filtroo no nos llevará a ningunaparte.

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Tras echar un rápidovistazo al listado queaparecía en la pantalla,dijo:

—La mayor parte deestas datan de un periodomuy temprano. Si reduzcoel margen de las fechaseliminaré un granporcentaje. En caso de queno encontremos lo queestamos buscando, siempreestoy a tiempo de ampliarlode nuevo.

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Cambió los parámetrosde búsqueda y restringió lafecha a los siglos I y IIdespués de Cristo, pero losresultados seguían siendovarios cientos, demasiadospara examinarlos conrapidez.

—De acuerdo —dijo—.Las tablillas de barropresentaban todo tipo demedidas y formas:cuadradas, rectangulares oredondas. Había incluso

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tablillas con forma decilindro o de cono con lainscripción rodeando elexterior. He restringido labúsqueda a tablillas planas,pero sería muy útil sipudiera poner lasdimensiones aproximadasde la que encontróMargaret O'Connor.

Bronson le entregó elCD que Kirsty le habíapreparado y ella recorriócon la vista las imágenes en

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la pantalla del portátil hastaque encontró la primeraque mostraba la tablilla. Eraevidente que MargaretO'Connor la había colocadosobre una cómoda de lahabitación del hotel y luegola había fotografiado desdediferentes ángulos. En lamayoría de lasinstantáneas, la tablillaestaba bastantedesenfocada,probablemente debido a la

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facilidad del enfoqueautomático para elegir unobjeto diferente de laimagen. En tres de lasfotografías se veía parte deun teléfono, incluida unasección del teclado.

—Esta podría servir —dijo Ángela—. A partir deaquí puedo hacer un cálculoaproximado de las medidas.

A continuación estudiócon detenimiento la mejorimagen y luego anotó en un

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papel un par de cifras.—Considero que debe

de medir unos diezcentímetros de ancho porquince de largo —dijo.Seguidamente tecleó esosnúmeros en la casillacorrespondiente de lapantalla de búsqueda.

Esta vez, con unosparámetros mucho másrestringidos, los resultadosque proporcionó la intranetde museos fueron solo

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veintitrés, y ambos seinclinaron sobre el portátilpara estudiarlos uno a uno.

Los primeros doce eranclaramente diferentes de lafotografía de la tablilla quehabía cogido MargaretO'Connor, pero la quintaimagen mostraba unaextraordinaria similitud.

—Esta se parece mucho—dijo Ángela.

—¿Y qué me dices de lainscripción? —inquirió

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Bronson.Ángela estudió la

imagen con detenimiento yguardó una copia en eldisco duro de su portátil.

—Podría ser arameo —dijo—. Revisaré lainscripción.

Seguidamente presionósobre una de las opciones yapareció una media páginade texto, reemplazando lafotografía de la tablilla.

Ángela le echó un

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vistazo, giró el ordenadorpara que Bronson pudieraverlo y se recostó sobre elrespaldo de su asiento.

—Es francés —anunció—. Te toca a ti, Chris.

—De acuerdo. La tablillase encuentra en un museo,lo que no resultasorprendente. De hecho,está en París. La compraronhace veinte años a unmarchante de antigüedadesde Jerusalén como parte de

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un lote de reliquias. Lainscripción sí que está enarameo, y la tablilla ha sidoetiquetada como curiosidad,porque aparentemente eltexto es solo una serie depalabras que parecenescritas al azar. Por lo vistotenías razón. Es otra.

—¿Dice algo sobre lafinalidad con que fueescrita?

Bronson asintió.—La descripción sugiere

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que podría haberseutilizado para enseñar a lagente a escribir arameo oque podrían ser los deberesde alguien, que es más omenos lo que dijoBaverstock, ¿verdad? Encualquier caso, el museopiensa que se cocióaccidentalmente, o bienporque estaba mezclada porerror con tablillas quefueron cocidasdeliberadamente o porque

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se produjo un incendio enel lugar donde seconservaba.

—Eso tiene sentido. Lastablillas de barro se creabancon la intención dereutilizarlas varias veces.Cuando la inscripción habíacumplido el propósito parael que fue escrita, se podíaborrar la inscripciónsimplemente pasando por lasuperficie la hoja de uncuchillo o algo similar. Las

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únicas tablillas que sesolían cocer eran las quedocumentaban algoconsiderado de granimportancia, como informesfinancieros, registros depropiedad y ese tipo decosas. Y una tablilla cocidaes prácticamenteindestructible, a menos quela rompas con un martillo ocon algún otro objetocontundente.

—Aquí hay algo más. —

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Bronson miró a la parteinferior del texto queaparecía en la pantalla.Bajó el cursor y presionó enotro enlace—. Esta es lainscripción original enarameo —dijo mientras lapantalla cambiaba ymostraba dos bloques detexto—, y debajo está latraducción al francés de loque dice. Deberíamos haceruna copia.

—No podría estar más

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de acuerdo —respondióÁngela. Seguidamentecopió una imagen de lapágina web en su disco duroy añadió—: ¿Qué diceexactamente la traducción?Tengo la sensación de quemuchas de estas palabrasse repiten.

—Efectivamente.Muchas palabras aparecenmás de una vez y, engeneral, parece que lashubieran elegido al azar.

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Tiene que formar parte delmismo conjunto. ¿Creesque merece la pena ir almuseo a verla?

—Espera un segundo —dijo Ángela. A continuaciónapretó el botón del ratónpara volver a la página dela descripción—. Veamosprimero si está expuesta.¿Qué dice?

Bronson escudriñó lapantalla.

—Aquí pone: «En

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almacén. Los investigadoresacreditados pueden accedera ella por medio de unasolicitud escrita con unmínimo de dos semanas deantelación». Luego explicaa quién hay que escribir siestás interesado y qué tipode credenciales acepta elmuseo. —A continuaciónsuspiró—. Bueno, entonceseso es todo, ¿no es así?Porque imagino que noiremos a París en un futuro

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cercano.

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Jalal Talabani reconoció

al instante la vozcadenciosa y pausada delotro lado de la línea delteléfono.

—¿En qué puedoayudarle? —preguntó,asegurándose de queninguno de sus compañerosen la comisaría de policía deRabat pudiera oírle.

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—Anoche dos de mishombres siguieron aldetective inglés, el talBronson, hasta elaeropuerto de Casablanca.Fue a recoger a una mujerque llegaba de Londres.Supusimos que sería suesposa, pero uno de missocios ha hecho algunasaveriguaciones y resultaque se llama Ángela Lewis.Aun así, se alojan juntos enel hotel de Rabat al que

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Bronson se trasladó el otrodía. Averigua quién es yházmelo saber.

A continuación seprodujo una pausa yTalabani esperópacientemente. Sabía que asu interlocutor no legustaba que le metieranprisa.

—Tienes tres horas —dijo la voz. Seguidamentela llamada se interrumpió.

Bronson ya no podía

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más. Habían pasado laúltima hora y mediarevisando dibujos,traducciones y fotografíasde tablillas que seencontraban diseminadaspor diferentes museos detodo el mundo. Aunquealgunas de las imágeneseran bastante nítidas, otrasestaban tan borrosas ydesenfocadas que noservían prácticamente denada. A pesar de todo,

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después de noventaminutos mirando unainterminable secuencia deimágenes en la pantalla delordenador, estaba a puntode tirar la toalla.

—¡Dios! Creo quenecesito una copa —murmuró recostándose ensu asiento y colocando lasmanos sobre la nuca—. Nosé cómo lo haces, Ángela.¿No te aburremortalmente?

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Ella lo miró conexpresión divertida.

—Me paso la vidahaciendo este tipo de cosas,y no solo no me aburro,sino que estoy fascinada —respondió. A continuación,tras una breve pausa,añadió—: Sobre todo conesta tablilla.

—¿Cuál? —dijo Bronsondirigiendo la vista de nuevoa la pantalla del Vaio.

La imagen a la que

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había hecho referenciaÁngela mostraba unatablilla prácticamenteidéntica a la que MargaretO'Connor recogió en elzoco. Sin embargo, según laficha, había sido robadajunto a otras reliquias delalmacén de un museo de ElCairo. Desde entonces no sehabía sabido nada de ella.Le habían hecho unafotografía en el momentode adquirirla como parte del

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procedimiento rutinario,pero nadie había intentadotraducir la inscripción (queestaba escrita en arameo),ni cuando la compraron, nien todo el tiempo queestuvo en su poder.

—Me pregunto si será lamisma que Margaretencontró en el zoco. Si lahabían robado —mascullóBronson irguiéndose yfrotándose los ojos—, esoexplicaría por qué el

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propietario, quienquieraque fuera, estaba taninteresado en recuperarla.

—Espera un segundo —dijo Ángela. A continuaciónseleccionó una de lasimágenes del CD queBronson le había entregadoy la colocó junto a lafotografía de la tablillarobada.

—Es diferente —dijoBronson—. Obviamente, notengo ni idea de arameo,

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pero incluso yo he reparadoen que las primeras líneasde cada una de las tablillastienen una longituddiferente.

Ángela asintiómanifestando suconformidad.

—Sí —dijo—, y acabo dedescubrir una cosa más.Creo que el conjunto secompone de cuatro tablillas.

—¿Cómo has llegado aesa conclusión?

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—Mira —dijo señalandola imagen situada a laderecha de la pantalla—.¿Ves esta pequeña línea endiagonal justo en la esquinade la tablilla?

Bronson asintió.—Ahora mira la otra

fotografía. Presenta unalínea muy similar en laesquina. —A continuacióncolocó el cursorrápidamente sobre laimagen de la tablilla del

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museo de París—. Y estatambién. Justo aquí.

Ángela se alejó de lapantalla y miró a Bronsoncon expresión triunfante.

—Todavía no sé de quédemonios se trata, pero meatrevería a aventurar, sintemor a equivocarme, cómose hicieron estas tablillas.Quienquiera que laspreparara dibujó unapequeña cruz en diagonalen el centro de una pieza

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de barro rectangular.Posteriormente la cortó encuatro partes iguales y lascoció. Las imágenes quetenemos delante denosotros corresponden atres de esos cuatro cuartos,y las líneas en las esquinasde las tablillas son, enrealidad, los brazos de lacruz original.

—Y la cruz se ideóprecisamente, para indicarcómo se deben disponer las

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tablillas —dijo Bronson—.Para asegurarse de que laspalabras se lean en el ordencorrecto.

Descubrir la identidadde Ángela Lewis le llevómucho menos tiempo delque Jalal Talabani habíacalculado en un principio.Primero llamó al hoteldonde se alojaban los doshuéspedes ingleses y hablócon el director.Casualmente, este se

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encontraba tras elmostrador tanto en elmomento en que Bronsonhabía hecho la reserva,como la noche anterior,cuando Ángela tomóposesión de la habitación.

—Es su ex mujer —dijoel director—, y creo quetrabaja en un museo deLondres.

—¿En cuál? —preguntóTalabani.

—No tengo ni la menor

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idea —respondió el director—. Solo sé que cuandollegaron conversaba con elseñor Bronson de su trabajoy mencionó un museo. ¿Esimportante?

—No, no se preocupe. Ygracias por la información—añadió Talabani antes deconcluir la llamada.

Poco después regresó asu ordenador, llevó a cabouna consulta en Google yabrió la página del Britain

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Express para acceder a lalista de los museos de lacapital británica. El grannúmero no solo lesorprendió sino quetambién le consternó. Aunasí imprimió la lista yempezó desde el primero.Tras desechar losestablecimientos máspequeños y especializados,empezó a llamar uno poruno a todos los demáspreguntando por Ángela

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Lewis.El séptimo número que

marcó correspondía a lacentralita del museoBritánico. Dos minutos mástarde no solo sabía queÁngela Lewis trabajaba allíy en qué departamento,sino también que se habíapedido unos días depermiso.

Cinco minutos después,el hombre de la vozcadenciosa y pausada

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también lo sabía.

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Tony Baverstock llevaba

algo más de una hora en eltrabajo cuando recibió unallamada de la centralita. Porlo visto, un particular habíallamado al museo parapreguntar por una pieza decerámica que habíaencontrado y que,aparentemente, presentabauna inscripción.

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Era el tipo de llamadasque el museo recibíaconstantemente y, en lamayoría de los casos, elobjeto en cuestiónresultaba no tener ningúnvalor. Baverstock todavíarecordaba el día en que unaanciana señora de Kent sehabía presentado con unasupuesta reliquia para quela examinaran. Se tratabade los restos mugrientos deuna pequeña taza de

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porcelana que habíadesenterrado de su jardín yque tenía una inscripciónlateral en la que se leíaparcialmente «1066» y «lade Hastings» escrita enletras góticas.

La mujer estabaconvencida de que habíaencontrado algo de interésnacional, una reliquia decasi un milenio deantigüedad, que constituíaun vestigio de uno de los

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hitos de la turbulentahistoria de Inglaterra, y senegaba a creer aBaverstock cuando le dijoque no tenía ningún valor.Hasta que no le dio lavuelta a la taza, limpió lasuciedad y le mostró la otrainscripción en la base delrecipiente, no se convencióde que estaba equivocada.El texto, escrito en letrasminúsculas, decía: «Aptapara el lavavajillas».

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—Yo no me ocupo deese campo —le espetó a lachica de la centralitacuando le describió lo quesupuestamente habíaencontrado la persona alotro lado del teléfono—.Prueba con Ángela Lewis.

—Ya lo he hecho —replicó la joven en un tonocasi tan irritado como elsuyo—, pero se ha pedidounos días de permiso.

Cinco minutos después

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finalmente consiguióconvencer al susodicho, quevivía en Suffolk, de que ellugar más apropiado paraexaminar la pieza era elmuseo local de Bury SaintEdmund. Que sea otro elque pierda su tiempo, pensóBaverstock. A continuaciónmarcó la extensión del jefede Ángela.

—¿Roger? Soy Tony.Estaba intentando localizara Ángela, pero se ve que no

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ha venido. ¿Tienes idea dedónde está?

—Sí —contestó RogerHalliwell con un tono quedaba a entender que estabahasta arriba de trabajo—.Se ha pedido unos días depermiso. Y, por cierto,podría haber avisado conalgo más de antelación. Nome dijo nada hasta ayer porla tarde, que me llamó porteléfono. Alguna crisisdoméstica, supongo.

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—¿Cuándo volverá?—Eso quisiera yo saber.

¿Puedo ayudarte en algo?Baverstock le dio las

gracias y colgó el auricular.Interesante, pensó. Muy,pero que muy interesante.

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—Entonces,

¿originariamente habíacuatro tablillas y juntasformaban un rectángulomayor?

—Efectivamente—dijoÁngela—. Y hasta ahorahemos conseguidoidentificar tres.Desgraciadamente solodisponemos de una

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fotografía nítida de una deellas, quiero decir, unaimagen lo suficientementeclara como para permitirnosleer la inscripción. Además,tenemos otro problema. Notenemos la cuarta tablilla,lo que significa que nosfalta un cuarto de lainscripción.

—¿No puedes hacernada con las tres quehemos localizado?

—No mucho —contestó

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Ángela—. De todos modos,antes de empezar siquiera aestudiarlas, tendríamos quecomprar o, tal vez,descargar un diccionarioarameo-inglés. El principalproblema es que lasfotografías de estas dostablillas —añadió señalandola pantalla— son tanpésimas que, como mucho,nos permitirán traduciralguna que otra palabrasuelta. La mayoría de ellas

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están borrosas odesenfocadas y, paratraducir del arameo,necesitamos una imagenclara del original, porquehay letras con unaapariencia muy similar.

—Aun así, merece lapena intentarlo. Sobre todoteniendo en cuenta quedisponemos de unatraducción completa de latablilla de París.

Ángela asintió con la

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cabeza.—Sí, suponiendo que

encuentre un diccionario encondiciones. Veamos quepodemos encontrar en laweb.

A continuación seconectó a la página deGoogle, tecleó «Diccionarioarameo» en la casilla de«Búsqueda» y apretó latecla de «Envío».

Los dos se inclinaronhacia delante y observaron

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la pantalla del portátil deÁngela.

—Cerca de cien milentradas —mascullóBronson—. En alguna deestas páginas debe dehaber un diccionario quepodamos usar.

—Y lo hay —dijo Ángela—. En la primera de ellas,de hecho.

A continuación hizodoble clic sobre la entradacorrespondiente y examinó

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la pantalla.—Este sitio permite la

traducción directa e inversade palabras sueltas, esdecir, del arameo al inglés yal contrario. Además, ofrecela posibilidad de descargarun tipo de fuenteindispensable para escribirel texto. El arameo es unabyad, es decir, un sistemade escritura que solo utilizasímbolos para los fonemasconsonánticos. Posee solo

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veintidós letras y, enapariencia, es muy similaral hebreo. Por eso, paraescribir las palabras y queel diccionario las reconozca,necesitamos un tipo defuente específico que sellama Estrangelo.

Ángela la descargó y lainstaló. Luego abrió unnuevo documento en suprocesador de textos,seleccionó la nueva fuentey escribió una de las

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palabras de la tablilla queMargaret encontró en elzoco.

—He empezado por unode los términos que Tonyno consiguió traducir —explicó—. Me dijo que noestaba lo suficientementeclaro.

Cuando estuvocompletamente segura dehaberlo copiado con lamayor exactitud, lo pegó enel diccionario y apretó el

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botón de búsqueda.—Mal empezamos —

farfulló mirando a lapantalla. Bajo el campo debúsqueda había parecido elmensaje «Palabradesconocida»—. Por lovisto, al menos en lo querespecta a este término,Tony tenía razón.

—Quizá alguno de loscaracteres que has utilizadono es del todo correcto —sugirió Bronson—. En esa

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fotografía la palabra estábastante borrosa. ¿Por quéno pruebas con otra?

—De acuerdo. Esta es laque Tony tradujo como«tablilla» y es una de lasque había comprobadoanteriormente. Veamos quédice el sistema.

A continuación escribiólos caracteres arameos

y copió la palabra en lacasilla de «Búsqueda». Al

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instante, el diccionarioproporcionó comotraducción «tablilla».

—¡Bueno! Hafuncionado —dijo Ángela—.Probemos con esta otra.

Seguidamente compusouna nueva combinación decaracteres,

, y apretó de nuevo elbotón de envío. El sistemala tradujo correctamentecomo «codo».

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—Parece que la cosafunciona —dijo mirando aBronson con una ampliasonrisa—. Empecemos conla tablilla de El Cairo.

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—¿La conseguiste? —

preguntó Alexander Dextermientras Zebari, esta vezvestido con ropa occidentalen vez de la acostumbradachilaba, se sentaba frente aél en el vestíbulo de unhotel de categoría media enel centro de Casablanca.

Hacía poco que habíaanochecido. Dexter había

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llegado a Rabat esa mismamañana en un vuelo directodesde Londres y despuéshabía viajado por carreterahasta la ciudad paraencontrarse con Zebari, apetición de este último.

Había sido un díaextremadamente caluroso yla noche, de momento, sepresentaba igualmentebochornosa. Dexter deseóhaber metido en la maletaropa algo más ligera en vez

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de la chaqueta y lospantalones de sport quellevaba puestos.

Zebari echó un vistazoa la sala, examinando alresto de huéspedes yresidentes. Luego volvió lavista hacia Dexter.

—No, amigo mío. No laconseguí.

A parte de la malanoticia de que no habíaconseguido su objetivo,había algo más en la voz y

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la actitud de Zebari quepreocupó a Dexter.

—Hay un «pero»,¿verdad? —preguntó.

Zebari asintió.—Sí, como tú dices, hay

un «pero». Un gran «pero».El coste de intentarrecuperar el objeto fuemucho mayor del queesperaba.

—¿De qué cantidadestamos hablando? —inquirió Dexter convencido

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de que Zebari estabaintentando timarlo a pesarde no haber cumplido elencargo.

—Probablemente muchomás de lo que te puedespermitir. Cuandointentábamos escapar, elhombre que venía conmigorecibió un disparo y fuecapturado. Creo que no meequivoco al suponer que sumuerte, porque estoyconvencido de que lo

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mataron, no fue ni rápida nillevadera.

—¡Oh, Dios mío! —musitó Dexter. Eraconsciente de la dureza delmundo del contrabando deantigüedades robadas, perono se esperaba oír algo así.—Solo teníais que robaruna maldita tablilla debarro. ¿Cómo es posible quela cagarais de esa manera?

La voz de Zebari sonófría como un témpano.

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—Uno de los muchosproblemas a los quetuvimos que enfrentarnos,Dexter, fue que elpropietario de la tablillafinge ser un hombre denegocios, pero en realidadno es más que un mañoso.Tenía la casa llena dealarmas que tuvimos quedesactivar, pero ademáshabía instalado un sensorde infrarrojos en elexpositor, que no vimos

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hasta que metí la mano.Para entonces,evidentemente, habíansaltado todas las alarmas.Yo conseguí saltar el muroy huir, pero mi compañerono tuvo tanta suerte. Por site interesa, se llamabaAmer Hammad. Llevabamás de diez añostrabajando conmigo y loconsideraba un amigo.

—¿Y no cogiste latablilla? Yo no pago a no ser

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que se cumpla el encargo.—No me estás

escuchando, Dexter. Te hedicho que no la cogimos,simplemente, porque noestaba allí. Y han surgidootras… complicaciones.Además de la muerte deHammad, claro está.

—¿Como cuáles? —quiso saber Dexter.

—El propietario de latablilla tiene muchoscontactos en el cuerpo de

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policía marroquí. Por lovisto tiene en nómina a unbuen número de oficiales.

—¿Y?—Que probablemente

no tarde mucho enaveriguar la identidad deHammad.

—¿Qué pasará con sucadáver? —preguntóDexter.

—Lo más probable esque lo metan en elmaletero de un

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todoterreno, se adentrenvarios kilómetros en eldesierto y lo dejen allítirado. Los chacales y losbuitres se ocuparán de él.De todos modos,independientemente delmétodo que utilicen, elcuerpo de Hammaddesaparecerá como por artede magia. El caso es que,como ese hombre consigaaveriguar que yo era el otroladrón, tendré serios

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problemas.—Entonces, ¿es por eso

que me has citado enCasablanca en vez de enRabat?

—Exactamente.Necesito salir cuanto antesde Marruecos y no volver,al menos, durante un año.Y eso cuesta dinero, muchodinero.

—De acuerdo. Entiendoperfectamente tu situación,pero ya te he dicho que no

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pago a menos que secumpla el encargo.

Dexter movióligeramente su silla como siestuviera a punto delevantarse y marcharse,pero Zebari lo mantuvo ensu sitio con un solo gesto.

—En realidad sí queconseguimos algo —dijo—.Una tarjeta.

—¿Eso es todo?—Sí, pero en ella hay

una muy buena fotografía

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de la tablilla y unaexplicación de la historia desus orígenes. ¿Tu clientequiere la tablilla o solo unacopia de la inscripción?

Dexter lo miróintentado evaluar suspalabras.

—¿A qué te refieres?—Creo que está

bastante claro. Algunaspersonas hablan y otrasescuchan. El hecho es quela tablilla en sino vale nada,

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pero la inscripción que hayen ella tiene un valorincalculable. Se trata deuna especie de mapa deltesoro, mejor dicho, unaparte. Como te decía, si tucliente solo quiere esepedazo de arcilla quemadapara su colección dereliquias, nuestraconversación,probablemente, acaba aquí.Sin embargo, si lo únicoque busca es una fotografía

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de la inscripción (unaimagen mucho mejor que laque me enviaste), esperoque tenga los bolsillos bienllenos, porque la tarjeta leva costar un ojo de la cara.

Dexter resopló.—Vale. Acabemos de

una vez con esto. ¿Cuántoquieres?

Zebari sacó un trozo depapel de su bolsillo y lodeslizó por encima de lamesa. Dexter lo cogió y

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miró la cifra que habíaescrito.

—¿Diez mil? ¿Diez millibras? —preguntóintentando no levantar lavoz.

Zebari asintió con lacabeza.

—Debe de tratarse deuna broma. ¿Diez mil pavospor la foto de una tablilla debarro? Mi cliente no pagaráesto.

—Entonces ni tú, ni tu

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cliente, veréis la tarjeta.Esa es mi primera y miúltima oferta. El precio noes negociable. Si no estásde acuerdo, saldré por esapuerta y no volverás averme jamás. Tengo amigosque pueden ayudarme.

Durante unos segundoslos dos hombres se miraronfijamente. Luego Dexterasintió con la cabeza.

—Espera aquí unmomento. Llamaré a mi

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cliente y veré qué quierehacer. Tardaré solo unosminutos.

—Date prisa, Dexter. Notengo mucho tiempo.

Dexter dejó el hotel, sealejó unos metros y sacó suteléfono móvil. Trasmitió aCharlie Hoxton lo queZebari le había contado yterminó dándole el precioque pedía el marroquí.Bueno, para ser exactos, ledijo que Zebari quería

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quince mil libras por latarjeta. Al fin y al cabotenía que pensar en sucomisión.

Una vez le dio la cifra,Dexter apartó el auricularde su oreja, lo que sedemostró una decisión muyacertada. La sarta deimproperios expresados atodo volumen podría haberdañado seriamente suaudición. Cuando la retahíladisminuyó, volvió a

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acercase al teléfono.—Entonces, ¿le digo

que no hay trato?—Yo no he dicho eso,

Dexter. ¿Está dispuesto anegociar?

—Ya me ha dicho queno, y yo lo creo. Está demierda hasta arriba por loque sucedió, y la únicaforma que tiene de salirairoso es vender lafotografía de la tablilla. Y loquiere ya. Si no le doy una

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confirmación cuando vuelvaal hotel, se largará. Esasson nuestras opciones.

—Maldito cabrón —dijoHoxton enojado—. Sabeque el dinero que pide esuna jodida extorsión,¿verdad?

—¡Oh, sí! No tengoninguna duda. También mecontó que, por lo visto, lainscripción forma parte deun mapa del tesoro.

Hoxton se quedó en

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silencio por unos segundosy luego dijo: —Vale. Dileque estoy de acuerdo. Ya hehecho una transferencia ala cuenta de Rabat queacordamos. Mañana daré laautorización para quesaques diez mil pavos.

Ligeramentesorprendido por larespuesta de Hoxton,Dexter se metió el teléfonoen el bolsillo y regresó alvestíbulo del hotel.

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—¿Te conformarías conocho? —preguntó. Al fin yal cabo, no tenía nada demalo regatear un poco.

Zebari sacudió lacabeza y se levantó.

—De acuerdo, deacuerdo —dijo Dexter—. Tedaremos diez. El dinerollegará a Rabat mañana.Imagino que lo querrás enefectivo, ¿verdad? ¿Endirhams?

—¡Pues claro que lo

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quiero en dírhams! ¿Metomas por imbécil?Llámame a este númeromañana por la mañanadespués de las nueve —añadió escribiendo unnúmero de móvil en elpapel que había dado aDexter—. Siempre quetengas el dinero, claro está.Entonces nos veremos enalgún sitio para acabar latransacción.

Sin una palabra más,

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Zebari se puso en pie yabandonó el hotel.

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32

A las ocho y media del

día siguiente Dexteratravesó las puertas de laoficina del banco Al Maghribsituadas en la avenidaMohamed V de Rabat.Quince minutos más tarde,tras haber realizado lostrámites pertinentes,abandonó el lugar. Cincomil libras del dinero que

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Charlie Hoxton habíatransferido a Marruecosestaban de camino a unacuenta corriente en undiscreto banco deLiechtenstein, donde, apesar de que leproporcionarían pocosintereses, estarían a buenrecaudo.

Su chaqueta de tweed,que anteriormentepresentaba un aspectopulcro y planchado, estaba

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deformada por dos bultos.Los fajos de billetes dedirhams que seencontraban en sus bolsillos(cada uno de ellosequivalente a cinco millibras esterlinas) eran muyvoluminosos y Dexter noveía la hora de encontrarsecon Zebari y poder regresara Petworth, a la calma y laseguridad de su tienda deantigüedades. Nunca lehabía gustado Marruecos

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como país, y menos aún sushabitantes.

Caminó a paso ligeropor la avenida Mohamed Vhasta que encontró unacafetería que parecíarazonablemente limpia,agarró una silla de unamesa libre y pidió un téverde a la menta, pues elcafé árabe era demasiadofuerte y amargo para sugusto. A continuación miróel reloj. Eran las nueve

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menos diez.A las nueve en punto

sacó el móvil y marcó elnúmero que le había dadoZebari. El marroquírespondió casi deinmediato.

—¿Dexter?—Sí. Tengo lo que me

pediste.—¿Estás en Rabat?—Sí.—Bien. Entonces ve

hasta la avenida Hassan II

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y camina hacia el este endirección al estuario. Pocoantes de llegar al final,justo donde tuerce endirección sudoeste, gira a laderecha y coge la calle deSebta. Una vez allí, caminaunos metros por la aceraderecha y párate en laprimera cafetería queencuentres. Siéntate en laterraza, en un lugar dondepueda verte. ¿Lo tienes?

—Sí—respondió Dexter

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estudiando el callejero deRabat. En realidad, laavenida Hassan II eraperpendicular a la MohamedV, y el lugar que habíaelegido Zebari para verseestaba a solo un kilómetroy medio de donde seencontraba—. Estaré allí enveinte minutos —dijo.

Aproximadamente amedio kilómetro de allí,Izzat Zebari cerró de golpesu móvil y asintió con la

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cabeza con gesto desatisfacción. Nunca se habíafiado un pelo de Dexter,pero esta vez tenía al ingléscogido por las pelotas yambos lo sabían. Eraevidente que el cliente deDexter se moría porconseguir cualquier cosaque tuviera que ver con latablilla de barro, y Zebariestaba bastante seguro deque no intentaría jugársela.Aun así, si intentaba

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apoderarse de la tarjeta sinentregarle el dinero,imaginaba que su pistolaautomática Walther PPK loconvencería de que lo mássensato era concluir latransacción.

Zebari echó un vistazoal vestíbulo del hotel dondehabía estado esperando.Satisfecho, abandonó eledificio con los ojosentornados por efecto de larepentina luz del sol. Miró a

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ambos lados de la calle Abdel Myumen, sacó un par degafas de sol del bolsillo desu chaqueta y se encaminóhacia la calle de Sebta.

A unos cincuentametros de Zebari, doshombres vestidos convaqueros y camisetasabandonaron la terrazadonde habían estadosentados y comenzaron aseguirle, conversandoanimadamente mientras

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caminaban. Uno de ellossujetaba un pequeñoteléfono móvil junto a suoreja.

En el asiento traserodel Mercedes negro, que enese mismo momentocirculaba desde la zona surde la ciudad en dirección ala calle Abd el Myumen, elhombre alto con la caraparalizada instó alconductor a que acelerarala marcha. Mientras tanto,

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escuchaba en su móvil lainformación que leproporcionaban sushombres. No tardaríamucho en recuperar lo quele correspondía porderecho.

En la avenida Hassan II,que era al mismo tiempo laprincipal carretera nacionalque dividía Rabat en dospartes iguales, el tráfico noera tan intenso comoDexter había imaginado en

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un principio. Entre eso, y elhecho de que hubieraconseguido pescar un taxi alos pocos segundos de dejarel café, calculaba quetardaría menos de diezminutos en llegar al lugarde encuentro.

No estaba seguro de siZebari había escogido lacafetería deliberadamente,o si simplemente habíaelegido una calle concurriday supuesto que en algún

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lugar habría un sitio dondetomar algo. Fuera comofuese, apenas hubo pagadoal taxista y girado en lacalle de Sebta, divisó untoldo blanco y un grupo demesas y sillas a unos veintemetros de donde seencontraba. Una vez allímiró a su alrededor, perono había ni rastro delhombre con el que se habíacitado. Pidió otro té verde ala menta y se dispuso a

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esperar.Cinco minutos después,

Izzat Zebari tiró de la sillavacía enfrente de Dexter ytomó asiento. Parecíanervioso y antes de hablarmiró a su alrededor condesconfianza, pero aaquella hora había muypoca gente en la cafetería ysolo un puñado depeatones. En aquelmomento dos hombresjóvenes que venían

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caminando detrás de Zebaripasaron de largo sin miraratrás, sumidos en suconversación.

—¿Tienes el dinero? —preguntó el marroquímientras el camarerocolocaba una taza de cafénegro y espeso delante deél y se marchaba.

Dexter asintió con lacabeza.

—Y tú, ¿has traído latarjeta? —inquirió.

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Zebari también asintió.Seguidamente Dexter

metió la mano en losbolsillos internos de suchaqueta, extrajo dosgruesos sobres sujetos conelásticos y los depositóencima de la mesa.

—Diez mil en dírhams,como acordamos.

Zebari imitó la acciónde Dexter: sacó un sobre ylo puso sobre la mesa.Ambos cogieron lo que el

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otro le ofrecía. Zebari abriólos sobres y pasó el dedopulgar por encima de losbilletes nuevos y crujientesque contenían, como sifueran dos barajas denaipes, y luego losintrodujo en el bolsillo desu chaqueta. Dexterdespegó el sobre marrón,sacó la tarjeta y se quedómirando lo que había enella.

—¡Por Dios! —exclamó

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tras unos instantes—. Estono es, ni mucho menos, loque me esperaba. La foto esdemasiado pequeña y lainscripción no está losuficientemente clara. —Acontinuación lanzó latarjeta sobre la mesa yañadió—: No hay trato.Devuélveme mi dinero.

Zebari sacudió lacabeza.

—La Walther que tengoen el bolsillo me dice que el

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trato sigue en pie, Dexter—dijo dejando entrever elcañón de la pequeña armasemiautomàtica—. Piénsalo.No tengo nada que perder.

A continuación se pusoen pie, dejó un puñado dedirhams sobre la mesa y semarchó calle abajo.

Hay una ligera curva enla calle de Sebta, dondeuna vía lateral la une con lacalle de Bured. El Mercedesnegro alcanzó ese punto

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casi en el mismo instanteque Zebari.

El pesado cochederrapó, se subió a la aceray se detuvo delante de él,bloqueándole la marcha,mientras otros dos hombresle cerraban la huida pordetrás.

Zebari vio que el cochegiraba hacia él einmediatamente adivinó laidentidad del propietario delvehículo. Enseguida supo

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que estaba en apuros, enserios apuros. Se dio lavuelta con la intención deechar a correr, pero doshombres le cortaban elpaso, los mismos dos quehabían pasado por delantede la cafetería unosminutos antes. Era evidenteque estaban dispuestos ainterceptarlo,independientemente de ladirección que tomara.

Detrás de él oyó el

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inconfundible sonido de laspuertas del coche que seabrían.

Zebari sacó la pistola desu bolsillo y disparórápidamente, casi sinapuntar, a los dos hombresque tenía delante,obligándolos a agacharse.Pero ellos también habíansacado sus armas, demanera que la única formaque tenía de escapar eracruzando la carretera y

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hacía allí echó a correr.Esquivó un camión queavanzaba lentamente y sedirigió a toda prisa a laacera opuesta. Estaba apunto de llegar cuandosintió un tremendo impactoen el centro de la espalda.El eco del disparo retumbóen los edificios de alrededory el marroquí cayódesplomado al suelo,sintiendo que le fallaban laspiernas. Soltó la pistola,

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que aterrizó lejos de sualcance, haciendo un fuerteruido.

Casi con indiferencia, elhombre alto y uno de sushombres caminaron a pasoligero hasta el lugar dondeyacía Zebari. Un buennúmero de personasempezó a congregarse aambos lados de la calle,atraídos por la dramáticasituación, pero ningunomostraba ninguna intención

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de involucrarse.—Te llevaste algo que

me pertenecía. ¿Dóndeestá? —preguntó el hombrealto mientras su sociorecogía la Walther deZebari.

El herido estabatumbado con medio cuerposobre la acera, hecho unovillo y prácticamenteinmóvil, rodeado por uncharco de sangre. Entoncesalzó la vista y miró al

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enorme árabe.Extrañamente, apenassentía dolor, solo unaturdimiento creciente.

—No lo tengo —dijo conun hilo de voz apenasaudible.

El hombre alto hizo ungesto y su colega empezó aregistrar con brusquedad ala figura recostada. Noencontró la tarjeta, perosacó dos sobres repletos debilletes que entregó a su

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jefe.—¿Has vendido la

tarjeta? —demandó,mirando hacia abajo.

—Sí —respondió Zebarijadeante, mientras unaoleada de un dolorinsoportable inundaba sucuerpo.

—No está nada mal,Zebari. Todo este dinerosolo por una insignificantetarjeta —dijo el hombre altocon la voz calma y

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contenida—. Sabes quiénsoy o, al menos, conoces mireputación. Estoyconvencido de que, cuandoentraste en mi casa paraintentar robar mi tablilla,sabías de sobra lo que tepasaría. Entonces, ¿por quélo hiciste?

—Era solo un trabajo —farfulló Zebari mientras eldolor empezaba a hacermella en él. Entonces tosióy una rociada de sangre

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bañó la parte delantera desu chaqueta—. Un encargode un coleccionistabritánico.

El hombre alto parecióinteresado.

—¿Tiene un nombre,ese coleccionista?

—Yo he estadonegociando con unintermediario, unmarchante.

—Y ¿cómo se llama?Zebari no dijo nada y el

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hombre alto se inclinó aúnmás.

—Dime cómo se llama—dijo—. Si lo haces, esposible que te dejemosmarchar y salves la vida.

Con una mezcla deterror y fascinación, Zebarise quedó mirando el ojoblanco e inmóvil del hombrealto.

—Dexter. Todo elmundo lo conoce solo porDexter.

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—¿Y dónde puedoencontrarlo?

—Aquí mismo, enRabat. Acabo de venderle latarjeta.

—Bien —dijo el hombrealto irguiéndose—. Loencontraremos. Ahmed,acaba con él.

—¡Te he dicho todo loque sabía! —gritó Zebariaterrorizado—. Dijiste queme dejarías marchar.

—Te mentí—murmuró

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el hombre alto mientras ellado izquierdo de su rostrose alzaba con una sonrisafingida. A continuación hizoun gesto al otro tipo. El ecodel segundo disparoretumbó con la mismafuerza que el primero. Unnuevo charco de sangreempezó a extendersealrededor del cráneoreventado de Zebari,mezclándose con el otro,que comenzaba a

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coagularse y que ya cubríauna gran área tanto de lacalzada como de la acera.

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Mientras conducía su

Citroen hacia el sur, endirección a Casablanca,Alexander Dexter suponíaque se había saltado todoslos límites de velocidad delas carreteras deMarruecos, pero aun así sesorprendió de lo poco quetardó en cubrir los más decien kilómetros que lo

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separaban del aeropuertointernacional.

Cuando se alejaba de lacalle de Sebta había tomadouna rápida decisión, y, adecir verdad, bastantesencilla.

Acababa de presenciarel asesinato de Zebari. Lohabían localizado yasesinado a plena luz deldía en el centro de Rabat, apesar de las precaucionesque había tomado para

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proteger su seguridad.No obstante, lo que más

le había impactado habíasido la crueldad de suasesino, el hombre con elojo blanco cuyo rostroparalizado jamás olvidaría.El hombre que, sin lugar adudas, estaría buscándoloen ese preciso momento.

Tenía el pasaporte, lacartera y las llaves delcoche de alquiler en elbolsillo, y lo único que

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había dejado en lahabitación del hotel eranalgunas prendas de vestir yla bolsa de aseo, nadaimportante. Dada laevidente pericia del asesinode Zebari, Dexter sospechóque, aunque volviera alhotel de inmediato, habíamuchas posibilidades deque ya hubiera un par dehombres esperándolo.

Esta reflexión le hizocambiar de opinión, de

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manera que pidió al taxistaque le dejara en unaesquina a poca distancia deledificio, se dirigiódirectamente al Citroen quetenía aparcado en la calle yse marchó del lugar.

Cuando había llegado aMarruecos lo había hechocon un vuelo de Air Franceque salía de Heathrow yaterrizaba en Rabat. Teníael billete de vuelta en elbolsillo de su chaqueta,

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pero no había manera deu t i l i z a r l o . Eso, pensó,hubiera resultadodemasiado obvio, y, sobretodo, peligroso. Estabaseguro de que el asesino deZebari ya habría mandado aalguien al aeropuerto deRabat-Salé, que seencontraba a unos ochokilómetros al norte de laciudad. La decisión deDexter de desplazarse encoche hasta Casablanca era

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un intento de poner ciertadistancia entre él y susperseguidores y, con unpoco de suerte,despistarlos.

Una vez en elaeropuerto, no se molestóen devolver el coche en elmostrador de Hertz, sinoque se limitó a aparcarlo,cerrarlo con llave y tirarladebajo. Cuando volviera aInglaterra, si es que loconseguía, se acercaría a la

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oficina local de Hertz y lesdiría dónde estaba, peroaquella era la última de suspreocupaciones en aquelmomento.

En cuanto llegó alvestíbulo de salidas, Dexterrevisó los panelesinformativos de los vuelos.Descartó todos los de RoyalAir Maroc,independientemente de sudestino, porque quería volarcon una compañía aérea

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que no fuera marroquí,pero andaba un poco justode tiempo para coger elvuelo compartido de AirFrance y KLM a París. Unhombre corriendo por elaeropuerto, como casi porcualquier otro lugar,siempre llama la atención,de manera que caminó apaso ligero hasta elmostrador de Air France,compró un billete de ida yvuelta a París y pagó en

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efectivo. Rehusó emplear latarjeta de crédito, porqueno quería dejar constanciade su nombre.

Sabía lo suficientesobre la amenaza terroristacomo para darse cuenta deque comprar un billete deavión y pagar en efectivoera bastante inusual, perosi hubiera adquirido unbillete de solo ida habríalevantado sospechasprovocando que lo

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retuvieran y le hicieran unmontón de preguntas, algoque quería evitar a todacosta. Y la única manera deimpedirlo era comprar unbillete de ida y vuelta.

Aunque estaban apunto de anunciar elembarque, antes dedirigirse a la puertacorrespondiente, Dexter sepasó por una de las tiendasdel aeropuerto paracomprar una bolsa de viaje

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que no fuera muy cara. Acontinuación, en otroestablecimiento, adquiriómedia docena de prendasde vestir, un tercer necesery un par de novelas. Enrealidad no necesitabaninguno de esos artículos,pero sabía que todos losviajeros llevaban algún tipode equipaje y su principalpreocupación era pasar lomás desapercibido posible.Con esos complementos

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tenía el aspecto de unhombre de negocios querealizaba un viajerelámpago a París paraasistir a alguna reunión oconferencia, y no el dealguien que huía de unapanda de asesinos a sueldo.

Los agentes de aduanasmarroquíes abrieron labolsa y revisaron elcontenido como hacían concasi todos los pasajeros,pero ese fue el único

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retraso. Apenas media horadespués de su llegada alaeropuerto, Dexter seencontraba haciendo colaante la puerta deembarque, dispuesto a subiral Airbus 319. Veinteminutos más tarde, pudorelajarse en su asiento conla bebida alcohólica másfuerte que Air France podíaofrecer mientras el avión sedirigía en dirección norte,rumbo a París. En todo ese

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tiempo no había visto nadani nadie que le hicierasospechar que el asesino deZebari o sus hombrestuvieran la más mínimaidea de dónde seencontraba.

Una vez en Parísaprovechó para comer algoantes de coger el vuelo quele llevaría a Heathrow.Prácticamente no habíaprobado bocado en todo eldía y, en aquel momento,

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se dio cuenta de que suapetito había aumentadoconsiderablemente una vezse sintió, al menos por elmomento, a salvo. Aprimera hora de la noche yaestaba de vuelta en su casade Petworth, con lapequeña tarjeta rectangularen el escritorio, delante deél, y un gran vaso dewhisky al alcance de sumano.

Fue entonces cuando

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decidió que esperaría más omenos una hora antes dellamar a Charlie Hoxton.Primero tenía que hacerunas cuantas fotos de latarjeta e intentar averiguarpor qué su cliente estabatan desesperado porconseguir la tablilla debarro.

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34

Estaba anocheciendo y

arriba, en la habitación deBronson, él y Ángelaparecían haber llegado a unpunto muerto.

El misterio que rodeabala tablilla conservada en elmuseo de París había sidobastante fácil dedesentrañar. En solo unosminutos Bronson había

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traducido al inglés laspalabras en francés y lashabía puesto por escrito.Sin embargo, la tablilla deEl Cairo había resultadomucho más complicada,debido a la poca claridad ydefinición de la únicafotografía que habíanlogrado encontrar en losarchivos del museo.

Habían pasado variashoras intentando encontrarla equivalencia entre las

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letras de la fuente quehabían descargado y loscaracteres de la fotografía,un proceso lento y pesadoque no había dado losfrutos esperados.

—Creo —dijo Ángelamirando fijamente laimagen de la pantalla de suportátil—, que esta imagense tomó con el únicopropósito de servir comoidentificación básica.Seguramente pidieron a

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alguien que fotografiaratodos los artículos quehabía adquirido el museosolo para tener un registrovisual de las reliquias. Lomás probable es que lasimágenes para investigar ypara la traducción setomaran después, con unacámara de mayor resolucióny una iluminación muchomejor.

—¿Puedes sacar algo enclaro de ella? —preguntó

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Bronson.—Sí pero,

probablemente, solo lamitad de las palabras de lastres primeras líneas. Lasotras están tan borrosas ydesenfocadas que es comosi no estuvieran.

Durante más de unahora Ángela y Bronsonestudiaron la imagen,intentando interpretar yanotar los desconocidossímbolos que componían el

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alfabeto arameo, y con losque estaban tan pocofamiliarizados. Acontinuación Ángelaintrodujo los resultados enel diccionario en líneaarameo-inglés.

—Entonces, ¿quétenemos? —preguntófinalmente alejándose delordenador y estirando susdoloridos músculos.

—¿Qué te parece si voya buscar algo de beber? —

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sugirió Bronson—. Merefiero a algo que contengaalcohol, por supuesto.

—No me vendría mal ungin-tonic. Preferiblementelargo y con mucho hielo.

Bronson dejó lahabitación y regresó unosminutos más tarde llevandouna bandeja con dos vasosaltos llenos de hielo queemitían un incitantetintineo. A continuacióndejó las bebidas en el

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pequeño tocador y regresóa su privilegiada posición aun lado de la cama.

—Gracias —dijo Ángela.Se llevó el vaso a los labiosy bebió un buen trago—.Esto está mucho mejor.Bueno, ¿dónde estábamos?

—He tomado nota detodas las palabras quehemos conseguido traduciry he realizado una especiede boceto de cada tablilla —dijo Bronson—. Además, he

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dejado un espacio en blancopor cada palabra que nohemos descifrado para quetengamos claro cuálesfaltan.

Colocó una hoja tamañofolio en la mesa delante de.Ángela y ambos miraron loque estaba escrito en ella.Bronson había dibujado tresrectángulos con unasmedidas muy similares, yen el interior de cada unode ellos se podía leer el

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significado en inglés de laspalabras que Ángela habíatraducido del arameo,respetando la posición queocupaba la palabra originalen la tablilla. El resultadono era muy alentador.

—Esta primera —dijoBronson señalando uno delos recuadros—, es latablilla de El Cairo. Si estásen lo cierto respecto alsignificado de la cruzcentral, sería la de arriba a

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la izquierda.Tal y como ambos

imaginaban, había muchosmás espacios en blanco quepalabras:

—Si tenemos en cuentaque el arameo se lee dederecha a izquierda —dijoBronson entregando otrofolio a Ángela—, las

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palabras que hemosconseguido traducirdeberían leerse en esteorden.

En la nueva hoja sehabía limitado a escribir laspalabras una tras otra,incluyendo todos losespacios en blanco, exceptolas dos últimas líneas, delas cuales, hasta esemomento, no habíanlogrado descifrar ni unapalabra.

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La verdad es que no nosdeja mucho margen deactuación —musitó

Ángela. A continuaciónvolvió a centrarse en elpapel.

—Esta es la tablilla delos O'Connor —explicóBronson.

Baverstock soloconsiguió traducir ochopalabras de este texto —

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dijoÁngela—y, en mi

opinión, esta segunda líneano tiene ni pies ni cabeza.

No podría estar más deacuerdo —dijo Bronson—.Mira, este sería el ordencorrecto de las palabras:

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El último rectángulo,que contenía el texto de latablilla que se encontrabaen el museo de París, decía:

dentro de undías asentamientorollo ben nuestrapiedras deB'Succaca de elahora ladoJerusalén platatener el nosotrosde el nosotros

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cueva completadonuestro alturaescondida cisternalugar ahorainvasores a de dede último

Y esta es la lista de

palabras en el ordencorrecto:

ben rolloasentamiento días

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un de dentro el deB'Succaca depiedras nuestra eltener plataJerusalén ladoahora completadocueva nosotros elde nosotros ahoralugar cisternaescondida alturanuestro último dede de a invasores

—Cuando Baverstock

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describió esto como ungalimatías, no bromeaba —añadió Bronson—. ¿Tú leencuentras algún sentido?

—No —rezongó Ángela—, pero,independientemente delsistema de codificación queutilizara el autor de estastablillas, tiene que ser algobastante sencillo. En aquelperiodo de la historia noexistían los cifradoscomplicados. Se nos tiene

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que estar escapando algo,algo muy básico. La únicacosa obvia es queBaverstock tenía razónacerca de Qumrán.

A continuación, señalólos dos rectángulos queBronson había dibujado enla parte inferior.

—Según él, estapalabra de aquí, «Ir-Tzadok», podía hacerreferencia a Qumrán. Enarameo, el nombre

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completo del lugar era «Ir-Tzadok B'Succaca», y lasegunda parte de ladenominación aparece justoaquí, en la tablilla de París.No obstante —añadió—, nisiquiera así tiene sentido.

—¿Por qué?—Porque el arameo se

lee de derecha a izquierda,no de izquierda a derecha.Sin embargo, «Ir-Tzadok»se encuentra en la tablillade la izquierda y

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«B'Succaca» en la de laderecha. Es decir, si tengorazón respecto a la cruzque grabaron en el centrodel bloque de arcilla antesde cortarlo en tablillas,deberíamos leer primero latablilla de la derecha yluego la de la izquierda. Deesta manera, esas dospalabras se leerían«B'Succaca Ir-Tzadok», loque no tiene sentido,porque no significa nada.

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—Ya veo a qué terefieres —dijo Bronsondespacio. A continuación serecostó en la silla, sedesperezó y añadió—: Mira,llevamos todo el díaencerrados en estahabitación intentando sacaralgo en claro. ¿Qué teparece si bajamos a comeralgo? Tal vez nos ayude aaclararnos las ideas y,quién sabe, quizá nosvenga la inspiración.

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35

—Te lo juro, Charlie,

tuve suerte de salir convida de Marruecos. Si esecabrón hubiera descubiertoque me encontraba allímismo, entre la gente, mehabría liquidado en esemismo instante.

—¿Y todo esto sucedió ala vista de todo el mundo?—Charlie Hoxton estaba

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escuchando por primera vezel relato de la escena queDexter había presenciadoen Rabat. Ambos se habíancitado en un bullicioso pubcerca de Petworth y Dexteracababa de entregarle latarjeta que le había dadoZebari—. ¿A plena luz deldía?

Dexter asintió.—Esta misma mañana,

poco después de las nueve.Y la calle estaba a rebosar

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de gente. Pero a él no leimportó lo más mínimo.Uno de sus hombres le volóla tapa de los sesos; luegose subieron al coche y semarcharon. Yo salí pitandode allí, directo alaeropuerto. Ni siquiera mepasé por el hotel a recogermis cosas.

Hoxton sacudió lacabeza, volvió a mirar latarjeta que tenía entre susmanos y la giró de un lado

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a otro.—Y lo único que le

interesaba era recuperaresto —dijo en voz alta, perocomo si hablara consigomismo—. Eso está bien.Más que bien, diría yo.

—¿A qué te refieres conque «está bien»? —preguntó Dexter. —A que siel asesino de Zebari estátan desesperado porrecuperar la tablilla, debede saber que es auténtica.

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Pero ¿dónde demoniosestará?

Dexter ignoró lapregunta.

—Ese tío esjodidamente peligroso,Charlie, y sabe cómo mellamo. Es posible que yaesté aquí, en Inglaterra,buscándome. Y no meextrañaría que te estébuscando también a ti.

—Yo también soyjodidamente peligroso,

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Dexter. No te olvides.Desde el otro lado de la

mesa, Dexter podía ver elinconfundible bulto quedejaba la funda de la pistolabajo el brazo izquierdo deHoxton.

—Además, no estoymuy impresionado por estajodida tarjeta —dijo Hoxtoncon brusquedad—. Laimagen no es mucho mejorque las que ya tenemos, y,sin duda, no vale quince mil

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libras. ¿No podías habercancelado el trato una vezque la viste?

—Lo intenté —sejustificó Dexter— pero meapuntó con una pistola.

Hoxton emitió ungruñido de desagrado.

—¿Y qué coño poneaquí? ¿Es una copia deltexto en arameo? Dexternegó con la cabeza.

—No. Solo es unaexplicación del lugar de

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procedencia. Está en árabe,pero te he hecho unatraducción, así, por encima.

Hoxton soltó la tarjetasobre la mesa y cogió elfolio que le ofrecía Dexter.Seguidamente lo desdobló yleyó el texto en inglés.

—¿Es exacta? —lepreguntó.

—Yo no diría tanto. Misconocimientos del árabe noson tan buenos, pero creoque se acerca bastante.

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Hoxton no respondió yse limitó a echar un vistazoa lo que estaba escrito.

—No me parece que nosaporte gran cosa, ¿verdad?—concluyó—. Parece una deesas tarjetas que se colocanen las exposiciones de losmuseos.

Dexter asintió.—Zebari me dijo que la

tablilla había estado en unexpositor en una de lassalas comunes de la casa

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del propietario con latarjeta al lado.

Hoxton leyó en voz altalas primeras líneas de latraducción de Dexter.

—«Antigua tablilla debarro encontrada en elyacimiento de las ruinas dePirathon o Pharaton(griego), dondeactualmente se encuentrala aldea árabe de Farata, enIsrael. La inscripción estáen arameo, pero el texto es

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indescifrable y el significadono está claro. Posiblementeforma parte de unconjunto.» ¿Y dóndedemonios está esta Pirathono Pharaton?

—Lo he buscado. Erauna pequeña ciudad en laregión conocida comoSamaría, no muy lejos delmonte Gerizim y a unostreinta kilómetros deJerusalén. Nunca fue unlugar importante y

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prácticamente no quedanada del asentamientooriginal.

—¿Y qué se supone quehacía allí la tablilla?

—Ni siquiera sabemos sialguna vez estuvo allá —contestó Dexter—. Lo quepone la tarjeta podría sersolo la versión que seofrecía para consumopúblico. Después de todo,no iban a poner que larobaron de un museo, ¿no

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crees? No te olvides que tutablilla una vez pertenecióa un museo de El Cairo,pero imagino que no es esolo que cuentas a la gentecuando enseñas la reliquia.

—Como comprenderás,no.

Dexter señaló con ungesto el papel que Hoxtontodavía sostenía en susmanos.

—Ya tienes una de lastablillas y unas cuantas

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fotografías borrosas de otra.¿Qué vas a hacer ahora?

—Yo no voy a hacernada —dijo Hoxton—.Nosotros vamos a hacertodo lo que esté ennuestras manos porencontrar la reliquiaperdida.

—Pero solo tienes unatablilla, Charlie, y yasabemos que el conjuntoconsta de cuatro. ¿Cómodemonios piensas encontrar

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algo si te falta más de lamitad del texto?

—Tengo a Baverstockconsultando en las bases dedatos de todos los museos alos que tiene acceso paraver si encuentra cualquierotra tablilla que haya sidorecuperada en los últimosaños. Si consigue unafotografía decente dealguna otra, calculo que,con dos tablillas, más latraducción parcial de esta

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de Rabat, podremosdesentrañar el misterio.Aun así, tanto si lo consiguecomo si no, iremos aOriente Medio. La imagenque aparece en esta tablillaes mejor que cualquiera delas otras fotografías que hevisto, y Baverstock deberíaser capaz de descifrar, almenos, la mitad.Probablemente no volverá apresentársenos unaoportunidad como esta.

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—¿No pretenderás quevaya yo también?

—Pues sí, Dexter. Túvienes con nosotros porqueme hacen falta tuscontactos, y Baverstockporque necesitaremos susconocimientos lingüísticos.A menos que hayas añadidola traducción del arameoimperial al resto de tushabilidades.

Dexter frunció el ceñopero, después de un

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instante, se dio cuenta deque pasar una semana o asífuera de Gran Bretaña talvez no era tan mala idea. Siel asesino de Zebari habíaenviado a algunos de sushombres a localizarlo,probablemente lo estaríanbuscando en Marruecos yen el Reino Unido, no enIsrael o en cualquier otrolugar que Hoxton tuviera enmente.

Suspiró y se recostó en

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su asiento. Al fin y al cabo,tal y como estaban lascosas, no tenía elección.

—No, Charlie —dijo—.Todavía no sé leer elarameo. Entonces, ¿cuándopartimos?

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36

—¿Sabes? —dijo

Bronson mientras él yÁngela paseaban por unacalle cercana al hotel,disfrutando de la frescabrisa nocturna—. Hay algode lo que todavía no hemoshablado. Me refiero alpropósito de las tablillas.¿Qué ocultabanexactamente las personas

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que las hicieron? ¿Cuál erasu tesoro?

Habían acabado decenar y Ángela habíainsistido en que necesitabaestirar las piernas antes devolver a la habitación. Lehabía dicho a Bronson que,si todavía le preocupabanlos hombres armados que lehabían estado siguiendo,saldría sola. Después detodo, nadie sabía queestaba en Marruecos. A

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Bronson no le gustaba laidea, pero accedió aacompañarla. Sabía que sile sucedía algo a Ángela, nose lo perdonaría nunca.

—Fuera lo que fuera,debía de tener un granvalor para ellos, porque setomaron muchas molestias.Primero cifraron el mensajeen las tablillas, y luego,supuestamente, lasescondieron en lugaresdiferentes para que el

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escondite de su tesoro solose pudiera descubrirrecuperando las cuatrotablillas. Y hay algunosindicios en lo que hemosdescubierto hasta ahora. Enparticular, una mediadocena de palabras que meparecen bastantesignificativas.

—Déjame adivinar. ¿Teestás refiriendo a «rollo»,«tablilla», «templo»,«plata», «escondido» y

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«Jerusalén»?Ángela asintió.—Exactamente. Hoy en

día cualquier tipo de rolloantiguo resulta de interéspara los arqueólogos, pero,el hecho de que un rollofuera escondido hace dosmilenios, sugiere que yapor entonces eraconsiderado un objeto degran relevancia. Y si uneslas palabras «rollo» y«plata» surge una

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posibilidad muyinteresante… —En esemomento Ángelainterrumpió su explicaciónporque Bronson la habíaagarrado del brazoobligándola a detenerse.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—No me gusta… —comenzó a decir Bronsonmirando primero haciadelante y luego hacia elcamino que habían

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recorrido.A unos veinte metros

delante de ellos unafurgoneta blanca acababade detenerse junto albordillo, dejando el motorencendido. A unos quincemetros a sus espaldas, unMercedes negro se acercabalentamente pegado a laacera. Por último, máscerca, mucho más cerca, unpuñado de hombresvestidos con chilabas

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caminaban a paso ligerohacia donde seencontraban.

Cabía la posibilidad deque toda la escena fueratotalmente inocente, unamera serie de hechosindependientes e inconexos,pero el ojo experimentadode Bronson le decía quetenía toda la pinta detratarse de una emboscada.Entonces se detuvo uninstante y luego reaccionó.

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—¡Corre! —le susurró aÁngela en tono apremiante—. ¡Sal corriendo de aquí!—A continuación señalóhacia una calle lateral y dijo—: Vete por ahí. Lo másrápido que puedas.

Ángela echó un vistazoa sus espaldas, vio porprimera vez a los hombresque se acercaban y se alejó.

Bronson, por su parte,giró sobre sí mismo parahacer frente al grupo, y

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empezó a caminar con pasofirme hacia atrás,intentando no ceder terrenopara proporcionarle aÁngela una medida deprotección. Miró hacia atrásy vio que esta había llegadoa la esquina de la callelateral y empezaba a correrpor ella. Se dio la vueltapara seguirla, pero en esemomento los hombres quese aproximaban echaron acorrer y en pocos segundos

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lo habían alcanzado.Sintió un repentino

tirón en el hombro cuandoalguien lo agarró e intentógirarse para enfrentarse asus atacantes. Luego sintiódos fuertes golpes en laparte posterior de sucabeza. Perdió el equilibrioy cayó hacia delante y sucuerpo se desplomó sinfuerzas contra la superficieirregular de la acera.

Lo último que escuchó

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antes de perder elconocimiento fue un chillidodistante de Ángela, quegritaba su nombre.

SEGUNDA PARTEInglaterra

37

Una de las primerascosas que hizo Kirsty Philipscuando regresó a GranBretaña y terminó de

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deshacer las maletas fueacercarse con el cochehasta la casa de sus padres.Lo había estado haciendocada dos días durante laestancia de estos enMarruecos para echar unvistazo a la casa, regar lasplantas de interior, recogerel correo, revisar elcontestador y, en general,asegurarse de que todoestuviera en orden.

Aquella mañana, aparcó

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su Volkswagen Golf en elcamino de acceso a lapequeña casaindependiente, en unatranquila calle de un barrioresidencial al oeste de laciudad, sacó las llaves yabrió la puerta delantera.Como siempre, había unmontón de sobres tiradosen el felpudo, la mayoría deellos correo basura dediversa índole. Los recogióy los llevó a la cocina,

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donde los colocó junto a losque se habían estadoacumulando desde que suspadres dejaron la casa porúltima vez. Esta idea hizoque se le empañaran losojos, pero decidió dejar aun lado su tristeza ycomenzar su habitualrecorrido por la propiedad,inspeccionando todas lashabitaciones una por una.Por último, fue al salón ycomprobó el contestador,

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pero no había mensajes.Abrió la puerta que

daba a la entrada einmediatamente seencontró cara a cara con unhombre al que no habíavisto nunca.

Tenía la piel y el cabellooscuros, era alto y delgado,pero de complexiónrobusta. En la manoderecha sostenía algún tipode herramienta negra ylarga, quizá una palanca.

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El intruso fue elprimero en reaccionar.Blandió la palancadibujando un pequeño yferoz arco y estrelló labarra de metal contra ellado izquierdo del rostro deKirsty, fracturándole elpómulo y haciendo pedazosel lateral del cráneo. Fue ungolpe mortal. Ella sintió porun instante un dolorespantoso y entumecedor,luego se tambaleó y perdió

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el conocimiento a causa dela potencia del impacto. Acontinuación se desplomósobre la alfombra mientrasla sangre comenzaba amanar a borbotones por sucara, justo desde donde lapiel se había desgarradobrutalmente. Pero no fueeso lo que la mató.

El mayor daño fueinterno. En su cerebro,media docena de vasossanguíneos se desgarraron

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por los huesos astillados.Fragmentos del mismohueso fracturado habíanpenetrado profundamenteen su cerebro, causando undaño irreparable. Todavíarespiraba mientras estabaallí tumbada pero, a todoslos efectos, ya estabamuerta.

El hombre se quedómirando un largo rato,luego saltó por encima delcuerpo y continuó su

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camino hacia la puerta deentrada. No había oídoningún ruido del interior dela casa antes de forzar lapuerta lateral, y había dadopor hecho que el coche quehabía aparcado en laentrada pertenecía a losO'Connor, una suposiciónque se había demostradoerrónea.

Miró a su alrededor, vioque no había ni rastro decorreo y regresó a la

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cocina. Tendría que revisartodas las habitaciones unapor una hasta encontrar elpaquete.

Sobre la mesa de lacocina vio el correocuidadosamenteamontonado a un lado yempezó a revisarlo. Sinembargo, no había ni rastrodel sobre que estababuscando, de manera que,quizá, su jefe se habíaequivocado.

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Duranteaproximadamente unminuto se quedó de pie,indeciso, preguntándosecómo debía proceder. Notenía ni idea de quién seríaaquella mujer joven (talvez un vecina o laasistenta) y estabaempezando a arrepentirsede haberla golpeado contanta fuerza. Quizá debíaintentar sacar el cadáver dela casa y deshacerse de él.

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A continuación rechazó laidea. No conocía losuficiente la zona y elriesgo de que lo vieranarrastrando el cuerpo o deque un agente de policía loparara con el cadáver en elcoche, era demasiado alto.

Entonces abrió lapuerta, miró a su alrededor,y se marchó.

38Conforme empezaba a

recuperar la conciencia,

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Bronson percibió un dolorpunzante en la parteposterior del cráneo.Instintivamente se llevó lamano a la cabeza o, paraser más exactos, intentóhacerlo, porque su brazo nose movió. En realidad noconseguía mover ningunode los brazos, lo que ledesconcertó enormemente.Ni tampoco los pies. Sentíaun dolor lacerante en lasmuñecas y los tobillos y un

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embotamiento que lebajaba por el lado izquierdodel pecho. Entonces abriólos ojos, pero no consiguióver nada. Todo estabaoscuro. Durante unossegundos no logró recordarlo que había pasado, peroluego, lentamente, empezóa hacer memoria.

—¡Mierda! —dijo entredientes.

—¿Chris? ¡Gracias aDios! —La voz provenía de

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la oscuridad, de algún lugara su izquierda.

—¿Ángela? ¿Dóndedemonios estamos? ¿Estásbien?

—No lo sé. Me refiero adónde estamos. Y sí, estoybien, aparte deencontrarme atada a estacondenada silla.

—¿Por qué no veonada?

—Estamos en un sótanoy esos cabrones apagaron

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las luces después deatarnos.

—Pero ¿qué ha pasado?Solo recuerdo haber sentidoque me golpeaban en lanuca.

—Iba corriendo por lacalle y me di la vuelta paraver lo que estaba pasando,justo en el momento en queuno de ellos te agarraba yotro te asestaba un mazazocon una porra o algosimilar. Te caíste como un

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saco y, por unos segundos,creí que estabas muerto.Volví corriendo…

—No deberías haberlohecho, Ángela. No habíanada que pudieras hacer.

—Lo sé, lo sé —suspiróÁngela—. Y también sé quela culpa de que estemosaquí es solo mía. No deberíahaber insistido en salir atomar el aire. Y luego,cuando vi que estabasherido, lo único que me

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importaba era socorrerte.—Bueno, gracias por

intentarlo, pero hubierasido mejor que temarcharas porque podríashaber llamado a la policía. Yentonces, ¿qué pasó?

—Lo tenían todo muybien planeado. Dos de ellosme agarraron y meamordazaron (yo no hacíamás que gritar con todasmis fuerzas), y luego memetieron a empujones en la

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parte trasera de lafurgoneta blanca queestaba aparcada unosmetros más adelante. Meataron de pies y manos conuna especie de cuerda deplástico…

—Seguramente cableplastificado—la interrumpióBronson—. Esprácticamente irrompible.

—Luego otros tres tiposte levantaron como unfardo y te metieron de mala

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manera en la furgoneta.Eso, probablemente,

explicaba el dolor delpecho, supuso Bronson.

—Todos ellos semetieron en la partetrasera —continuó Ángela—, y cuando empezaste amoverte, te ataron igualque habían hecho conmigo.A continuación condujerondurante unos quince oveinte minutos y luegopararon y dieron la vuelta.

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Cuando las puertas seabrieron, solo acerté a verla pared de color blanco deuna vivienda. Después mesacaron, me metieron por lapuerta y me bajaron a estemaldito sótano. Aquí abajohabía dos sillas y me atarona una de ellas. Luego unpar de tipos te bajaron yrepitieron el procesocontigo. Al final apagaronlas luces y se largaron. Deesto hace varias horas y

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llevo sentada aquí desdeentonces. —Hizo una pausay añadió—: Lo siento, Chris.

A Bronson no lesorprendió oír que su voz sequebraba. Ángela era unamujer muy fuerte (nadie losabía mejor que él), peropodía entender lotraumatizada que estaríapor los acontecimientos dela noche, especialmente siconsideraba que todo lo quehabía sucedido lo había

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provocado ella.—No es culpa tuya —

dijo con ternura.—Sí que lo es. Y ¿sabes

lo que más me desconciertade todo esto?

—¿El qué?—Durante todo el

proceso (el secuestro, elrecorrido en furgoneta ycuando nos recluyeron ynos ataron en este sótano),ninguno de ellos dijo ni unasola palabra. Nadie dictó

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órdenes ni se hicieronpreguntas. Es más, nisiquiera hicieron el másmínimo comentario. Todossabían perfectamente loque estaban haciendo y esome preocupa, Chris. No setrata de un rapto al azarpor una banda de matones.Quienquiera que hayadirigido todo esto, lo hizopor una razón y es evidenteque se trata de unaoperación planeada

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cuidadosamente.Eso también preocupó a

Bronson, pero no estabadispuesto a admitirlo.

—Bueno, no creo quedebamos quedarnos aquípara averiguar qué quieren.Tenemos que encontrar elmodo de escapar.

Sin embargo, cuandoempezó a estirar, sin éxito,las ataduras de plástico quesujetaban sus tobillos ymuñecas, Bronson supo que

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no iba a ser tan fácil. Sihubieran tenido unacuchilla o algo similar, sehubiera liberado encuestión de segundos, peronada de lo que hacía surtíaningún efecto.

Aun así, siguióintentándolo y, hasta queno sintió la sangre quecorría por sus manos y quebrotaba de los cortes que sehabía hecho en lasmuñecas, no se rindió y

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aceptó la realidad de lasituación. Estaba muy bienatado y no podía hacernada para soltarse.

Varias horas después,por fin, las luces del sótanose encendieron. Bronsoncerró los ojos con fuerzapara protegerse delrepentino resplandor, yluego los abrió con cuidadoconforme se acostumbrabaa la nueva situación.

Ángela estaba sentada

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a unos tres metros de él, enuna silla de madera, con lostobillos y las muñecassujetos a la estructura pormedio de unas ataduras decable de plástico. Tenía laropa hecha un desastre,pero su expresión eradesafiante.

El sótano era pequeño,un cubículo más o menoscuadrado con las paredes yel techo de un mugrientocolor blanco y el suelo

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cubierto de baldosas.Estaba prácticamente vacío,a excepción de las dos sillasen las que estabansentados. Justo enfrente deellos había un corto tramode escaleras que conducía auna sólida puerta demadera.

Bronson volvió la vistahacia Ángela, que en esemomento miraba fijamenteal suelo. Acababa deabrirse, dejando al

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descubierto un pasadizopintado de blanco bajo suspies. Oyeron un lejanomurmullo de voces y luegoel ruido de pasos que seacercaban.

Unos instantes después,dos hombres de piel oscura,vestidos con chilabas,bajaron por las escalerasque conducían al sótano yse detuvieron delante deBronson.

Este levantó la vista y

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los miró fijamente,intentando memorizar suscaras. Uno de ellos tenía unaspecto bastante común,con la piel oscura, el pelonegro, los ojos marrones yunas facciones regulares,sin embargo el otro teníaun rostro que Bronsonjamás olvidaría. Le sacabauna cabeza a su compañeroy su mejilla izquierda caíaligeramente, haciendo quesu amplia boca se torciera

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formando casi una ese,mientras que el ojoderecho, blanco y sin vida,contrastaba con su pieloscura. Sin embargo, teníaun aire de seguridad en símismo y de una fuerzacontenida que Bronson supoinstintivamente que teníaque ser el jefe de la banda.

—Usted es ChristopherBronson —dijo el hombrealto con una voz calma ypausada.

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No se trataba de unapregunta, pero Bronsonhizo un gesto deasentimiento.

El hombre alto se giróligeramente hacia Ángela.

—Y usted es ÁngelaLewis, antigua señoraBronson —continuó con uninglés fluido pero con unmarcado acento.

—¿Son amigos tuyos,Chris? —preguntó ella enun tono hermético.

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—Por supuesto que no—espetó Bronson sinapartar la vista de la figuraque tenía frente a él,mientras sus pensamientoscomenzaban a agolparse.¿Cómo era posible queaquel hombre, al que nohabía visto en su vida,supiera tanto sobre ellos?Vale que conociera sunombre, al fin y al cabo, noera difícil averiguarloconsultando el registro del

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hotel o la lista de pasajerosde su avión, e incluso el deÁngela por las mismasfuentes, pero ¿cómo sabíaque habían estado casados?

—Sabe quiénes somos—dijo Bronson—. Y ahora,dígame, ¿quién demonios esusted y qué quiere?

El hombre alto nocontestó y se limitó a hacerun gesto a su colega, quese acercó a un rincón ycogió una silla plegable. La

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colocó cerca de losescalones de cemento yesperó a que su jefe tomaraasiento.

—Ha llegado elmomento de que hablemos.Creo que uno de ustedestiene algo que mepertenece —dijo el hombrealto.

Bronson sacudió lacabeza.

—No creo —contestó—.Y ¿de qué estamos

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hablando exactamente?El hombre alto con el

rostro paralizado se quedómirándolo durante unosinstantes.

—Mire, esto funcionaasí. Yo hago las preguntas yusted me da las respuestasque yo quiero.

Seguidamente se giró ehizo un ademán al segundohombre que seguía de piejunto a la silla.

El hombre avanzó

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lentamente, se detuvodelante de Bronson y, sinprevio aviso, le asestó unpuñetazo en el estómago.

Bronson se inclinó degolpe dando arcadas ytirando de sus ataduras.

—¡Déjalo en paz,cabrón! —gritó Ángela.

—Ahmed —dijo elhombre alto con suavidad.

Ahmed pasó por detrásdel cuerpo retorcido dedolor de Bronson, se situó

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delante de Ángela y lapropinó una sonorabofetada.

Ella se balanceó haciaun lado y, a causa delgolpe, la silla se tambaleómomentáneamente sobredos patas y cayó haciaatrás.

Ahmed se acercó a ella,agarró el respaldo y lalevantó. Casi sin mirar aÁngela, regresó de nuevojunto a su jefe.

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—Bueno, empecemosde nuevo. Creo que se hanapoderado de algo que mepertenece —dijo el hombrealto con la misma vozreposada y razonable. Acontinuación miró aBronson y añadió—: Lomejor será quecomencemos con usted. —Seguidamente indicó aAhmed que se colocará a unlado del hombre atado ydijo—: Me han robado una

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pequeña tablilla de barro,¿la tiene?

Bronson negó con lacabeza.

—¿Se refiere a latablilla que MargaretO'Connor cogió en el zoco?—preguntóentrecortadamente yrespirando con dificultad.

El hombre alto asintiócon un gesto.

—No tenemos ni idea deadonde ha ido a parar —

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respondió Bronson—. ¿No laencontró cuando sushombres echaron su cochede la carretera?

—Eso no está nada mal,Bronson —dijo el hombrealto con aprobación—. Almenos ha conseguidoaveriguar eso. No, no laencontramos y la policíatampoco la localizó cuandoexaminaron los restos delaccidente.

—¿Cómo lo sabe?

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—Tengo muchoscontactos.

—Entonces, ¿por quédemonios supone que latenemos nosotros?

—Porque usted haestado tratando con la hijay el yerno. Es obvio que, silos O'Connor no sedeshicieron de la tablilla, yestoy convencido de que nolo hicieron, ellos son losúnicos que pueden tenerla.

—¿Y cómo se supone

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que se la hicieron llegar? —preguntó Bronson sinquedarle otra.

Tras un gesto delhombre alto, Ahmed seacercó a él y le dio unpuñetazo en la parteizquierda del rostro.

—Es usted un pocolento, Bronson. He dichoque yo hago las preguntas,¿recuerda? Bueno,intentémoslo de nuevo. ¿Latablilla la tiene la hija?

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Bronson escupió unabocanada de sangre sobreel suelo descolorido.

—No —masculló—. Nola tiene. Ni tampoco sumarido. Está buscando en ellugar equivocado.

Durante unos segundosel hombre alto permanecióen silencio y se limitó aestudiar a sus cautivos.

—¿Y por qué será queno me trago ni unapalabra? —murmuró—.

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Creo que ha llegado elmomento de preguntarle asu ex esposa.

—Ella no tiene nadaque ver en esto —dijoBronson levantando la vozy en un tono apremiante—.Ni siquiera conoce a la hijade los Bronson.

—Lo sé. Y tampoco creoque sepa nada de la tablilla,pero pienso que, si lapresionamos un poco, quizále ayude a hacer memoria.

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A Ahmed le encantan estetipo de cosas —añadió.

—¡Ni se le ocurratocarla! —gritó Bronson.

Ahmed rebuscó entrelos pliegues de su chilaba,sacó una navaja automáticay apretó el botón para sacarla hoja. Luego metió lamano en otro bolsillo yextrajo una pequeña piedrade color gris. Acontinuación se apoyócontra una de las paredes

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del sótano y, como quien noquiere la cosa, empezó adeslizar la piedra por lacuchilla, emitiendo unsiniestro silbido con cadapasada. Después de un parde minutos comprobó el filodel arma con el pulgar ehizo un gesto desatisfacción.

—Mátala —ordenó elhombre alto mientrasAhmed se acercaba a la sillade Ángela—, pero tómate tu

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tiempo. Para empezar,limítate a hacerle algunoscortes. Tal vez en lasmejillas y la frente.

Ángela no abrió la boca,pero Bronson pudo ver elterror en su rostro y elesfuerzo que hacía para nodejar entrever su miedo asus captores.

—Verá, Bronson —dijoel hombre alto con un tonodialogante, casi cordial—,siempre he pensado que mi

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tablilla formaba parte de unconjunto. Y posiblementeustedes han llegado a lamisma conclusión, ¿verdad?Yo tengo una teoría. Creoque las tablillas, todo elconjunto, revelan elparadero del rollo de platay, tal vez, incluso la de laalianza mosaica, aunqueeso, quizá, es algo menosprobable. Merece la penaluchar por estos dostesoros, e incluso matar si

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hace falta, de manera queya sabe por qué quiero queme devuelvan la tablilla.

Bronson forcejeabadesesperadamente contralos cables de plástico que leataban a la silla de madera,consciente de la inutilidadde sus esfuerzos, peroempeñado en escapar sihubiera podido.

—Pero yo no tengo laputa tablilla. ¿Es que no haoído ni una palabra de lo

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que le he dicho? ¡No tengola jodida tablilla! Y ningunode nosotros tiene ni la másremota idea de dónde está.

—Eso habrá que verlo—dijo el hombre altogirándose ligeramente haciala silla de Ángela paraobservar mejor el trabajode su esbirro.

—¡No lo haga! —suplicóBronson—. ¡Se lo ruego!¡No lo haga!

—No nos llevará mucho

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tiempo —dijo el hombrealto—. Cuanto antesempecemos, antes acabarásu sufrimiento.

Ahmed estaba de piejunto a la silla de Ángela,acariciando suavemente susmejillas con una ligerasonrisa dibujada en su cara.

Ángela tenía los ojosabiertos como platos yrespirabaentrecortadamentemientras luchaba contra las

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ataduras que la manteníanfirmemente a la silla.

—¡Espera! —dijo elhombre alto cuando Ahmedempezó a levantar la hojade su navaja hacia el rostrode Ángela—. Primeroamordázala. No quiero quehaga demasiado ruido.

Ahmed asintió, cerró elresorte de su arma y sacóde su bolsillo una cinta decolor negro. Cortó un trozode unos veinte centímetros,

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se colocó detrás de Ángelay le puso la cinta sobre laboca.

—Procura no taparle lanariz. No queremos que seahogue.

Ahmed se aseguró deque la cinta quedara biensujeta, se colocó a un ladode la silla y volvió a abrir lanavaja.

—¡Pare! ¡Por favor,deténgase! —suplicóBronson.

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—Demasiado tarde —dijo el hombre alto antes dehacer un gesto a Ahmed—.Adelante, empieza de unavez.

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39

—¿Alguna novedad? —

preguntó Eli Nahmanentrando en la sala deledificio ministerial enJerusalén, seguido muy decerca por Yosef ben Halevi.

—Sí—respondió LeviBarak haciendo un gesto alos dos académicos paraque tomaran asiento—.Gracias a uno de nuestros

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operativos en Marruecos —comenzó—, tenemos másdatos sobre la reliquia. Noobstante, seguimos sinconocer su paradero. Ennuestra opinión, lo másprobable es que la pareja laenviara por correo a sucasa.

—¿Puedes mandar aalguien para que locompruebe? —preguntóNahmad.

Barak sacudió la

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cabeza.—No hace falta —dijo—.

Nuestros agentes en elReino Unido ya hanempezado a investigar.

—¿Y?—Han descubierto que

no somos los únicos queandan detrás de ella.

Nahman miró a BenHalevi.

—¿Quiénes son? —preguntó.

—Hay dos direcciones

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en Gran Bretaña queconsideramos indispensablecubrir —explicó Barak sincontestar de forma directa ala pregunta de Nahman—.La residencia de losO'Connor y la de su hija yel yerno. Las dos seencuentran en Canterbury,en Kent, al sudeste deInglaterra. Hemosestablecido vigilancia enambas. Ayer, el equipo quecubría la propiedad de los

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O'Connor vio a su hija quellegaba a la casa y entraba.Unos diez minutos mástarde avistaron a undesconocido delante de lapuerta lateral. Se habíaacercado al lugar por laparte trasera, a través deun estrecho camino sinasfaltar, en vez de hacerlopor la entrada principal. Esaes la razón por la cual no lovieron llegar. Nuestroshombres le hicieron algunas

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fotos.Barak pasó dos

instantáneas a cada uno delos hombres. En ellas seveía a un individuo de pieloscura y pelo negro queestaba de pie a un lado dela casa. Era evidente quehabían sido tomadas con unpotente teleobjetivo.

—Llevaba una palanca—continuó Barak—, queutilizó para forzar la puertalateral. Por lo visto

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desconocía que habíaalguien en el interior. Unosminutos más tardeabandonó el lugar a todaprisa por donde habíallegado, atravesando eljardín y usando el caminosin asfaltar.

» Poco después unavecina entró en la casa (esposible que hubiera visto elcoche de la hija aparcadodelante) y salió, tras unossegundos, gritando

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desesperadamente.Llegaron varios coches depolicía y una ambulancia yahora sabemos que KirstyPhilips, la hija de losO'Connor, ha sidoasesinada. Obviamente lohizo el intruso.

—¿Y quién es? —preguntó Nahman.

—No lo sabemos —replicó Barak—. Hemospedido ayuda a todos losservicios de inteligencia con

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los que tenemos buenasrelaciones a fin deaveriguar su identidad, perono tengo muchasesperanzas de que su rostroaparezca en sus bases dedatos. Creemos que se tratade un miembro de algunabanda de delincuentesmarroquíes.

—¿Y consiguió latablilla?

—En nuestra opinión,no. Seguimos teniendo la

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casa bajo vigilancia ynuestros hombres hanvuelto a verlo por losalrededores. De todosmodos, no se ha acercado ala casa, seguramente acausa de la presencia de losagentes de policía. Esevidente que, si hubieraconseguido la tablilla, no sele habría visto el pelo.

—Y entonces, ¿dóndepuede estar?

Barak se encogió de

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hombros.—No lo sabemos. Quizá

sigue en alguna oficina decorreos, o tal vez seencuentre en poder de lapolicía británica y esténexaminándola. Si así fuera,lo sabremos hoy mismogracias a nuestros contactosen las fuerzasmetropolitanas.

—¿Y si no?—He dado órdenes

estrictas a los hombres que

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vigilan la casa. En cuantoreaparezca, y lo haráapenas la policía abandonela casa, lo capturarán y lointerrogarán.

Una expresión dedesagrado atravesó elrostro de Nahman.

—A mí nadie me haconsultado sobre laposibilidad de emprenderese tipo de acciones.

Barak sacudió lacabeza.

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—Lo siento, Eli, peroeste asunto ha subidomuchos puestos en laescala de importancia. Hevenido a informarte porpura cortesía, peroactualmente recibo órdenesdirectas de la cúpula delMosad. En este momento miprincipal prioridad esrecuperar la tablilla. Elresto de consideraciones sehan vuelto secundarias y seestima aceptable cualquier

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tipo de daños colaterales.Eso significa que,cualquiera que intenteevitar que nos hagamos conla reliquia, se consideraráautomáticamenteprescindible.

El rostro de Nahmanmostró una clara expresiónde horror.

—¡Dios mío! —murmuró—. ¿Es realmentenecesario?

Barak asintió con la

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cabeza y miró a los doshombres.

—Si vuestro análisis delas imágenes que hemosrecuperado es correcto,esas cuatro tablillas debarro podrían conducirnos ala clave fundamental de lasoberanía judía. Haremostodo lo que esté ennuestras manos pararecuperar esa reliquia.

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40

Ahmed agarró con

fuerza la cabellera deÁngela y tiró de su cabezahacia atrás hasta apoyarlaen el respaldo de la silla.Luego deslizó por susmejillas el dorso de la hojade su navaja, primero una yluego la otra, jugando conella, mientras la punta delfrío acero dejaba un fugaz

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surco blanco en su piel,ligeramente bronceada, unamarca que se desvanecíahasta hacerse invisibleapenas pasaba la cuchilla.

—¿Por qué ladoempezamos? —susurróacercándose a su oído—. Estu cara. Puedes escoger.

Ángela lo miró con losojos desorbitados mientrasintentaba decir algo detrásde la cinta que tapaba suboca y un hilillo de moco le

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salía de la nariz. Bronsonjamás había visto unaexpresión de terror comoaquella en un rostrohumano, y no había nadaque pudiera hacer porevitarlo.

—¡Les diré todo lo quesé! —gritó desesperado.

—Dígame dónde está latablilla —respondió elhombre alto alzando elvolumen de la voz hastaconvertirse casi en un grito

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al final de la frase.—¡No lo sé! —replicó

Bronson amargamente—. Yseguiré sin saberloindependientemente de loque me hagan, o de lo quehagan con Ángela.

—Entonces ella morirá,y también usted. Empiezade una vez, Ahmed —añadió.

En aquel mismoinstante se oyó unrepentino ruido en el piso

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encima del sótano. Elhombre alto hizo unamueca de fastidio, se pusoen pie y se dirigió a lapuerta. Ahmed, por suparte, se quedó inmóvil conla cuchilla apoyada en lamejilla izquierda de Ángela.

Bronson se quedómirando la puerta. Entoncesoyó otro ruido, voces que sealzaban y el repiqueteo deunos pasos sobre elcemento. El hombre alto

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gritó algo en árabe en unclaro tono de irritación.

—Espera aquí.Enseguida vuelvo —ordenóa Ahmed. A continuacióncomenzó a subir lasescaleras.

Durante dos o tresminutos se oyeron ruidosconfusos en la partesuperior, gritos depreocupación o quizá deenfado, una sucesión dedébiles ruidos sordos y

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luego se hizo el silencio denuevo. Bronson, que nohabía apartado la vista deltramo de escalones decemento, vio una figuravestida con una chilaba quedescendía por ellos. Enaquel momento sintió unapunzada de miedo. Elhombre alto regresaba, yestaba vez nada ledetendría.

No obstante, cuando lafigura puso los pies en el

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sótano, Bronson alzó lascejas desconcertado. Elhombre sujetaba un grantrozo de cartón delante deél, que ocultaba porcompleto su rostro y partede su torso.

Bronson miró a Ahmed,que tenía la mismaexpresión de perplejidad.

—¿Yacoub? —preguntó.Tanto la respuesta

como lo que sucedió acontinuación se revelaron

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totalmente inesperados.—No —dijo el hombre,

dejando caer el trozo decartón.

Bronson reconoció deinmediato los rasgosfamiliares de Jalal Talabanique, con expresión adusta,alzó la pistola que sosteníaen la mano derechabuscando su objetivo.

Ahmed soltó unamaldición y alzó la navajahacia el rostro de Ángela

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justo en el preciso instanteque Talabani apretaba elgatillo. La pistolasemiautomàtica estabaprovista de silenciador, porlo que el sonido del disparono pasó de un estallidoapagado. La tapa del armasalió disparada hacia atrás,la carcasa de latón de uncartucho cayó rodando alsuelo y Talabani disparó denuevo, y luego una vezmás.

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Al otro lado del sótano,Ahmed se echó la mano alpecho y cayó hacia atrás,mientras la navaja seresbalaba de su mano.Cuando chocó contra elmuro, un repentino chorrode sangre brotó de supecho, formando un amplioarco que salpicó el suelo.

Talabani se precipitóhacia su víctima, le tomó elpulso e introdujo su pistolaen la funda que escondía

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bajo su chilaba. Acontinuación se inclinó denuevo, agarró la navaja ycruzó el sótano en direccióna Bronson.

—¡Dios, Jalal! No sabecuánto me alegro de verle—dijo entrecortadamente.

—Ha tenido muchasuerte, amigo mío —dijo eloficial de policía marroquímientras cortaba los cablescon la hoja recién afilada,liberando a Bronson de la

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silla.—Deme —dijo Bronson

y cogió la navaja deTalabani. Rápidamenteliberó a Ángela y le retiró lacinta de la boca.

—¡Gracias a Dios!¡Gracias a Dios! —sollozóaferrándose a Bronson conuna enorme fuerza, frutode la desesperación.

Todavía abrazado aÁngela, Bronson se giróhacia Jalal.

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—¿Cómo demonios selas ha arreglado para llegarhasta aquí? —le preguntó—.¿Y dónde están sushombres?

—Un viandante llamópor teléfono para informarde su rapto y se las arreglópara coger la matrícula dela furgoneta —explicóTalabani—. El número sedifundió inmediatamente ytenemos varias patrullasque llevan buscándoles toda

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la noche. Yo pasaba pordelante de esta casa, queestá en las afueras deRabat, cuando la viaparcada. Evidentemente,pedí refuerzos, pero decidíintentar entrar yo mismo.Arriba había solo un par detipos, y no tuve problemaspara deshacerme de ellos,ni tampoco de ese hombrealto con un solo ojo, que sellama Yacoub y su nombrees muy conocido entre

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nosotros, cuando subió aver qué pasaba. El resto, yalo han visto.

Bronson sacudió lacabeza.

—Gracias a Dios que lohizo —dijo—. Ese cabrón alque acaba de dispararestaba a punto de cortarlela cara a Ángela.

Esta se estremeció aloír sus palabras.

—Larguémonos de aquí—farfulló entre las lágrimas

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que surcaban su rostro.—¡Váyase, amigo mío!

—lo apremió Talabani—. Enunos minutos este sitioestará plagado de agentesde policía y estoy seguro deque ninguno de ustedesdesea verse envuelto ensemejante circo. ¿Por quéno cogen mi coche? —dijosacando del bolsillo unjuego de llaves—. Regresenal hotel. Si fuera necesario,siempre puedo pasarme por

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allí a tomarles declaración.—¿No le ocasionará

problemas, Jalal?—Nada que no pueda

solucionar. Váyanse.—Vamos, Ángela —dijo

Bronson—. Salgamos deaquí. Y gracias, Jalal. Ledebo una.

Subieron las escaleraspara salir del sótano,Ángela todavía agarrada aBronson, y caminaron porla entrada hasta la puerta

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abierta, de par en par, de lacasa. Ángela se estremecióal ver dos figuras,despatarradas en el suelodel pasillo, con las chilabascubiertas de manchas colorcarmesí. Pasó por encimade ellas con cautela,intentando evitar elcontacto con los cuerpos.Bronson echó un vistazo yabrió la puerta de unahabitación para descubrirotra figura silenciosa que

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yacía inmóvil en el suelo.Era evidente que Talabanihabía sido muyconcienzudo.

En el exterior de la casaempezaba a amanecer.Ángela se detuvo e inspiróprofundamente varias vecesintentando llenar suspulmones de aire fresco, yde pronto vomitó en elsuelo arenoso.

—¡Dios! ¡Qué pesadilla!—musitó sacando un

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paquete de pañuelos depapel de su bolsillo paralimpiarse la boca—.¿Cuánto crees quetardaríamos en llegar alaeropuerto?

Dos minutos más tarde,Bronson se alejaba de lacasa blanqueada en elRenault de Talabani y sedirigía hacia el centro deRabat con Ángela sentada asu lado, todavía tensa ytemblando por la terrible

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experiencia.Jalal Talabani estaba de

pie en la entrada y, trasobservar como su coche sealejaba por la carretera,volvió al interior de la casa.Atravesó la entrada, saltópor encima de las figurasinmóviles que yacían en elsuelo y atravesó una puertaque daba a una habitaciónlateral.

Sobre un par degrandes cojines, apoyados

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contra la pared de enfrente,había un hombre tumbadoboca arriba, con una granmancha roja que cubría laparte delantera de suchilaba.

El hombre alto con elrostro paralizado seincorporó, se quedó sentadosobre los cojines y apoyó laespalda contra la pared.Miró a Talabani y asintiócon un gesto de aprobación.

—Así exactamente es

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como quería que lo hicieras.¿Has tenido algún problemacon los dos hombres defuera?

Talabani negó con lacabeza.

—Cuando me vieronentrar, sacaron las pistolas,pero fueron mucho máslentos que yo. ¿Por quéquisiste que los matara? —preguntó—. ¿Y también aAhmed?

Yacoub se puso en pie.

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—Porque Bronson teníaque creer que todo esto erareal. Él y Lewis debíanpensar que habían logradoescapar y que yo estabamuerto. Era la únicamanera de que se sintieranlo suficientemente seguroscomo para seguir el rastro yencontrar las reliquias. Loshombres, todos ellos, eranprescindibles.

—¿Y ahora qué?—Mis hombres ya están

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en sus puestos. Seguirán aBronson y a Lewis y,cuando encuentren lo queestoy buscando, se loquitaré. Y luego los mataré.

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Bronson pagó la cuenta

de las dos habitaciones enrecepción, llevó las maletasal coche de alquiler y cogióla carretera que salía deRabat hacia el sur, endirección al aeropuerto deCasablanca. Acababan dedejar atrás las afueras de laciudad cuando sonó sumóvil.

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—¿Quieres queresponda yo? —preguntóÁngela mientras Bronsonrebuscaba en su bolsillopara sacar el teléfono.Cuando estaban en el hotelhabía insistido en que setomara un vaso de brandy yestaba sorprendido de lorápidamente que se habíarecuperado de la terribleexperiencia.

—No, gracias. Debe deser del trabajo —respondió.

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Tan pronto como vio unespacio abierto, Bronsondetuvo el coche a un ladode la carretera y respondióla llamada.

—Llevo un montón detiempo intentandolocalizarte, Chris —dijo elcomisario Byrd—. Súbete alprimer avión que salga.Aquí ha habido algunasnovedades en relación conel caso.

—¿En Inglaterra? —

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preguntó Bronson—. ¿Quétipo de novedades?

—Kirsty Philips haaparecido muerta,asesinada para ser másexactos, en la casa de suspadres en Canterbury.

—¡Dios mío! ¡Eso eshorrible! ¿Y su marido?

—Está destrozado.Tengo un equipo trabajandoen el homicidio, pero tenecesito aquí para queactúes de enlace, solo por si

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hay alguna conexión entresu muerte y lo que lessucedió a sus padres enMarruecos. ¿Cuánto creesque tardarás en llegar?

Bronson miró su reloj.—En estos momentos

voy camino del aeropuerto—dijo—, pero no creo queconsiga estar en Londreshasta última hora de latarde. ¿Nos vemos en lacomisaría mañana por lamañana para hablar del

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tema o prefieres que vayaderecho a la escena delcrimen?

—Será mejor que vayasdirectamente allí, apresentarte al inspector quelleva el caso. Se llama DaveRobbins. Probablemente losforenses y los de lacientífica sigan en la casa.Luego te mando unmensaje de texto con ladirección. Pásate a vermepor la tarde. —A

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continuación hizo unapausa y añadió—: Parecesun poco tenso, Chris. ¿Tepasa algo?

—He tenido una nochebastante movidita. Ya tecontaré mañana.

Bronson cerró de golpesu teléfono móvil y se giróhacia Ángela.

—Era mi jefe —dijo congesto sombrío—. Y nollamaba precisamente paradarme buenas noticias. Han

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asesinado a Kirsty Philips.—¡Oh, Dios mío! Seguro

que tiene que ver con latablilla de barro, ¿verdad?

Bronson arrancó denuevo y se incorporó a lacarretera.

—Sí—dijo—. Y, dehecho, los dos sabemos quela gente que la busca estádispuesta a cualquier cosa.—Tras una breve pausapreguntó—: ¿Qué vas ahacer ahora? No creo que

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estés en peligro ahora queel hombre alto, el queTalabani llamó Yacoub, estámuerto. Pero puedesmudarte a mi casa si tepreocupa quedarte en tupiso.

Ángela se lo quedómirando durante un buenrato; luego suspiró y seretiró el pelo de los ojos.

—Gracias. Meencantaría —dijosimplemente—. Pero

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¿sabes? Todavía no hefinalizado la búsqueda.Cuando aquel tipo estaba apunto de cortarme la cara arebanadas, el otro, el talYacoub, dijo algo que nopuedo pasar por alto. Dijoque, según él, la inscripciónde las tablillas podía revelarel paradero del rollo deplata y de la alianzamosaica.

—¿Te acuerdas de eso?—Créeme, Chris.

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Recuerdo cada segundo delo que pasó en aquel sótanoy todo lo que allí se dijo.

—Nunca he oído hablardel rollo de plata —dijoBronson—. ¿Y qué es eso dela alianza mosaica?

—En 1952, losarqueólogos que excavabanen Qumrán encontraron unrollo hecho de cobre, lo quede por sí ya era bastanteinusual. Lo realmenteextraordinario era que,

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aunque casi todos los rollosdel mar Muerto conteníantextos religiosos, el rollo decobre era simplemente unalista de lugares donde sehabían enterrado unostesoros. El problema radicaen que las indicaciones notenían ningún sentidoporque eran muy vagas.Pero una de las listas hacíareferencia a un segundorollo que había sidoescondido en algún otro

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lugar, un rollo queproporcionaba más detallesde dónde se escondieron lostesoros. A ese documento,que nadie ha encontradotodavía, se le conoce comoel rollo de plata.

—¿Y la alianza mosaica?Ángela asintió con la

cabeza.—La palabra «mosaico»

tiene varios significados,que incluyen el concepto detaracea de múltiples colores

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y componentes. Perotambién significa otra cosa:«perteneciente a Moisés».

—¿Moisés? ¿Te refieresal de los diezmandamientos?

—Exactamente. Elprofeta Moisés. El autor dela Tora y líder de losisraelitas. Ese Moisés.

—¿Y eso de la alianza?—preguntó Bronson—. ¿Noestaremos hablando de losdiez mandamientos?

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Ángela asintiólentamente con la cabeza.

—Ese el significadoexacto de la alianzamosaica. Lo que quierodecir es que te olvides delarca de la alianza. Erasimplemente una caja demadera cubierta de placasde oro que se usaba paratrasladar la alianza de unl a d o a otro. El arcaprobablemente se pudrióhace siglos y se quedó en

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nada. Pero esta es unaposible pista del paraderode la alianza en sí: lastablas para las que seconstruyó el arca que lasalbergaría.

—No puedes hablar enserio, Ángela. ¿Existealguna evidencia tangiblede la existencia de Moisés?

—Ya hemos hablado deeste tipo de cuestiones enotras ocasiones, Chris —dijocon una leve sonrisa—y

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creo que sabes lo queopino. Como de Jesús, noexiste ninguna evidenciafísica de que Moisés fuerauna persona real pero, adiferencia de este, apareceen más de una fuenteantigua, así que, solo poreso, tiene más credibilidad.Se le menciona en losescritos de numerososhistoriadores griegos yromanos, así como en laTora, e incluso en el Corán.

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» No obstante, tanto siMoisés fue una realidadhistórica como si no, eso eslo de menos. Si aquelhombre, Yacoub, teníarazón, la gente queescondió las reliquias ypreparó las tablillas hacedos mil años sí que creíaposeer algo que pertenecióa Moisés. Eso significa que,independientemente de loque sea la reliquia, ya porentonces era antigua. Y

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cualquier tablilla de piedrade más de dos milenios deantigüedad tendría un valorextraordinario desde elpunto de vista arqueológico.

—Entonces, ¿hasdecidido emprender labúsqueda?

—Sí. No puedo dejarpasar una oportunidadcomo esta. Una ocasión asísolo se presenta una vez enla vida.

Bronson la miró a la

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cara. La palidez había dadopaso a un rubor deexcitación y sus preciososojos de color avellanabrillaban de ilusión.

—¿A pesar de todo loque has pasado hoy?Estuviste a punto de moriren aquel sótano.

—No hace falta que melo recuerdes. Pero Yacoubestá muerto, eindependientemente de loque sus hombres planeen

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hacer a partir de ahora,dudo mucho queperseguirnos para intentarrecuperar la tablilla debarro esté entre susprioridades. En cualquiercaso, dentro de un par dehoras habré abandonado elpaís, y no creo que ni elrollo de plata ni la alianzamosaica estén enMarruecos. La referencia aQumrán es losuficientemente clara, y

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tengo el presentimiento deque, independientementede lo que escondiera lagente que grabó lastablillas, están enterradosen Judea o en algún lugarde esa zona. La tablilla queencontraron los O'Connordebería indicarnos elparadero exacto.

Bronson asintió.—Bueno, si quieres

seguir investigando, muchome temo que tendrás que

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hacerlo sola. Tengo quevolver a Maidstone pararedactar el informe y esposible que me veaenvuelto en la investigacióndel asesinato de KirstyPhilips. Estoy seguro de queno seré capaz de convencera Dickie Byrd de que, derepente, tengo quelargarme a Israel. ¿Estássegura de que merece lapena seguir con esto?

Ángela lo miró.

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—Completamente —dijo. A continuación, abriósu bolso, extrajo algunosfolios doblados y empezó aobservarlos.

—¿Es el texto enarameo? —preguntóBronson.

Ángela asintió con lacabeza.

—Sí. Todavía no consigoentender cómo funcionabael código que utilizaron.¡Estaba tan segura de que

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constaba de cuatro tablillas!Sin embargo, la posición delas dos palabras «Ir-Tzadok» y «B'Succaca»echan por tierra mi teoría.

Bronson bajó la vistahacia las hojas de papel yluego volvió a la carretera.

—Explícame otra vezcómo crees que prepararonlas tablillas —sugirió.

—Ya lo hemos habladomuchas veces, Chris.

—Hazme ese favor —

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dijo Bronson—. Dímelo otravez.

Ángela se armó depaciencia y le contó suteoría de que la pequeñalínea diagonal que habíaobservado en las fotografíasde cada una de las tablillasindicaba queoriginariamente eran unaúnica plancha de barro, lacual había sido cortada encuatro cuartos, y que cadalínea diagonal formaba los

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brazos de una cruz,grabada en el centro de lalosa para indicar la posiciónoriginal de esos cuartos.

—Así que tienes cuatrotablillas, cada una cubiertade un texto en arameo, quesiempre se lee de derecha aizquierda. Sin embargo, enlas dos de abajo el únicomodo de que Ir-Tzadok yB'Succaca aparezcan en elorden correcto es leer lasdos palabras al revés, de

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izquierda a derecha, ¿estoyen lo cierto?

—Efectivamente —respondió Ángela—. Y esaes la razón por la cual debode estar equivocada. Loúnico que tiene sentido esque las tablillas se leanlinealmente de derecha aizquierda. Pero, en esecaso, ¿cuál es la finalidadde las líneas diagonales?

Bronson permaneció ensilencio durante un par de

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minutos, mirando la cintade asfalto que sedesenrollaba delante delcoche, mientras su cerebroconsideraba ciertasposibilidades que más tarderechazaba. Luego sonriólevemente y después soltóuna carcajada.

—¿De qué te ríes? —preguntó Ángela conexpresión irritada.

—Es evidente, evidentea todas luces —dijo—. Hay

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una manera sencilla de quepuedas colocar las tablillasformando un cuadrado,como tú sugieres, y seguirleyendo las dos palabras enel orden correcto. De hecho—añadió—, es tan evidenteque me sorprende que no tedieras cuenta tú misma.

Ángela miró el papel ysacudió la cabeza. Luego lagiró y miró a Bronson.

—Vale, listillo —dijo—.Ilumíname.

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Ángela desplegó sus

notas sobre la mesa quetenía ante ella y se inclinópara estudiar lo que habíaescrito. Se encontraban enel vestíbulo de salidas delaeropuerto Mohammed V,esperando a queanunciaran el vuelo aLondres.

—Creo que tu solución

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al enigma de las tablillas debarro es la correcta. Heanotado todo lo quehabíamos descifrado, peroen el orden que tú sugieres,y ahora parece tener muchomás sentido. Solo desearíatener mejores fotografíasde las tablillas del museo deEl Cairo y de la de losO'Connor. Sería muy útilpoder leer unas pocaspalabras más de lasinscripciones de esas dos.

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Bajó la vista de nuevohacia los papeles que teníadelante. La idea de Bronsonera tan simple que ellatambién estaba sorprendidade que no se le hubieraocurrido.

El arameo, había dichoél, se escribía de derecha aizquierda, y ambos estabanmás o menos de acuerdo enque en un principio existíancuatro tablillas queformaban un cuadrado.

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Bronson le había sugeridoque quizá el texto se podíaleer empezando por laprimera palabra delextremo derecho de laprimera línea de la tablillasituada arriba a la derecha(que, por supuesto, notenían) y luego leer lapalabra en la mismaposición en la tablillasituada arriba a laizquierda. Luego debíanmoverse a la de abajo a la

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izquierda y, finalmente, a lade abajo a la derecha. Acontinuación tenían quevolver a la de arriba a laizquierda y continuar elproceso siguiendo unaespecie de círculo endirección a las agujas delreloj. De ese modo, almenos, las palabras «Ir-Tzadok» y «B'Succaca»podían leerse en el ordencorrecto.

Pero, aun así, esta

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técnica no produjo nadaque pareciera totalmentecoherente (solo formabaunas frases muy cortas einconexas) hasta queintentaron leer una palabrade cada línea y acontinuación la palabra dela línea justo debajo, enlugar de la siguientepalabra de la misma línea.Solo entonces, el textoempezó a cobrar ciertosentido. Lo que en ese

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momento leyeron fue:

—¿Has intentadorellenar alguno de losespacios? —preguntóBronson.

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—Sí—le confirmóÁngela—. Pero no es tansencillo como crees, porquese corre el riesgo de acabaradaptando el texto a tuconveniencia. Lo heintentado, y algunas de laspalabras que faltan parecenbastante obvias, como porejemplo, el final de laúltima línea. La palabra«invasores» destaca por lodiferente que es del restode la inscripción, de manera

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que, en mi opinión, podríaformar parte de unaproclama política, algo asícomo «nuestra lucha contralos invasores de nuestratierra». Sería una forma dejustificar su oposición,probablemente, a losromanos, que estaban portoda Judea durante el sigloI después de Cristo.

» El resto es más difícil,pero hay un par de cosas delas que podríamos estar

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seguros. Estas tablillas síque hacen referencia aQumrán: las palabras «Ir-Tzadok B'Succaca» así loconfirman. Y en la mismafrase, o posiblemente alprincipio de la siguiente,estoy bastante segura deque esas tres palabrassignifican «rollo de plata».Eso es lo que realmente meentusiasma. El problema esque, si el autor de estetexto poseía el rollo y luego

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lo escondió en algún sitio,supuestamente en unacisterna, que es lo queespero, seguimos sin saberexactamente dóndedebemos comenzar nuestrabúsqueda, a excepción deQumrán, evidentemente. Yel país, por supuesto,estaba lleno de pozos ycisternas en aquel periodo.Cada asentamiento, desdeuna casa individual hastalos grandes pueblos o

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ciudades, necesitaba teneruna fuente de agua potablecerca. No tengo ni idea decuántas cisternas había enla Judea del primer siglodespués de Cristo, perosupongo que el númerosuperará las mil, tal vezincluso haya decenas demiles.

Seguidamente bajó lavista hacia el texto quehabían descifrado y estudiólas pocas palabras que

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habían conseguido traducir.Si al menos pudieranrellenar un hueco o dosmás, quizá tendrían algunaidea de por dóndeemprender la búsqueda.

La siguiente preguntade Bronson se hizo eco desus pensamientos.

—Suponiendo que elmuseo te permita viajar aIsrael, ¿dónde crees quedeberías empezar a buscar?

Ángela suspiró y se

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frotó los ojos.—No tengo ni idea, pero

la referencia que hemosconseguido descifrar es laprimera pista tangible queconduce a una reliquia decuya existencia se vienesospechando desde hacemás de cincuenta años. Lamitad de los arqueólogosque se dedican a estascuestiones con los que hehablado ha pasado algúntiempo investigando el

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tema del rollo de plata, y laotra mitad lo handescartado por considerarloun mito. Pero la tablilla debarro de los O'Connor esprácticamentecontemporánea a la reliquiay creo que la referencia esuna prueba losuficientemente fiable comopara seguirla. Y hay unacosa más.

—¿Qué?—No conozco lo

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suficientemente bien lahistoria de Israel y delpueblo judío, por lo que voya necesitar la ayuda de unespecialista. Alguien quehable hebreo y que conozcael país y su historia.

—¿Has pensado enalguien?

Ángela hizo un gesto deasentimiento y sonrió.

—¡Oh, sí! Séexactamente con quiéndebo hablar. Además,

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reside en Israel, enJerusalén para ser másexactos. De modo que seencuentra en el lugarexacto.

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43

Bronson estaba

agotado. Tenía la sensaciónde haber pasado todo el díaanterior sentado en elavión, y el clima húmedo ylos cielos grises eran undesagradable recordatoriode que había vuelto aInglaterra, encontraposición a los pocosdías cálidos y soleados que

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había pasado en Marruecos.Introdujo la dirección queByrd le había mandado porSMS en el navegador delcoche camuflado y se dirigióa Canterbury.

Cuando llegó a la casahabía dos furgonetas de lapolicía aparcadas en laentrada y un par de cochesen la calle, fuera de lapropiedad. La puertadelantera estaba entornaday, tras agacharse para

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pasar por debajo de la cintaque delimitaba el lugar delcrimen, se introdujo en lavivienda.

—Usted debe de serChris Bronson, ¿verdad?—dijo a modo de saludo unhombre fornido con elrostro enrojecido y que ibavestido con un mugrientotraje gris.

Bronson asintió y lemostró su placa.

—Bien. Yo soy Dave

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Robbins. Venga conmigo alcomedor. Así nomolestaremos a los de lacientífica. Acaban determinar con el salón yluego vendrán aquí fuera.Bueno —dijo cuando los doshubieron tomado asientotras la mesa—, sé porDickie Byrd que usted hatenido algunos contactoscon la víctima.

—Me entrevisté con ellay con su esposo un par de

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veces en Marruecos —confirmó Bronson.Seguidamente le explicó loque les había sucedido a lospadres de Kirsty Philips.

—¿Cree usted quepuede existir algunaconexión entre la muertede estos y su asesinato? —preguntó Robbins.

Bronson se quedócallado unos instantes antesde contestar. Estabaconvencido de que las tres

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muertes estabanrelacionadas, y que latablilla de barrodesaparecida estaba en elmeollo de la cuestión, perono se le ocurría ningunarazón por la queexplicárselo hubieracontribuido a encontrar alasesino de Kirsty.

—No lo sé —respondiófinalmente—. Si no estánconectados, es unasorprendente coincidencia,

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pero no se me ocurre quétipo de relación puedehaber. ¿Qué pasó aquíexactamente? ¿Cómomurió?

Robbins le explicó agrandes rasgos lo que lapolicía encontró al llegar ala casa.

Conforme escuchaba, lamente de Bronson seremontó al hotel de Rabat ya la apariencia de Kirstycuando la vio: era una

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joven llena de vida y suvivacidad natural solo seveía atenuada por la dobletragedia que habíadiezmado a su familia.Intelectualmente, él aceptóla verdad de lo que Robbinsle había contado, perodesde el punto de vistaemocional todavía lecostaba aceptar lo quehabía ocurrido.

—¿Quién dio la alarma?—preguntó.

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—A una de las vecinasse le ocurrió pasar a darleel pésame por la pérdida desus padres. Fue a la puertalateral, descubrió a Kirstytirada en el suelo y, trascruzar la calle dando voces,llegó a su casa y llamó a lapolicía. Ya hemosinterrogado a todos losvecinos, pero ninguno viollegar a Kirsty, y solo dosde ellos vieron a la vecinarecorrer los cien metros

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lisos gritando como un almaen pena.

—Entiendo —dijoBronson—. No veo quéconexión puede tener estocon Marruecos. En miopinión, lo más probable esque interrumpiera a unladrón, uno de esoscabrones enfermos queinvestigan las muertesrecientes para asaltar suscasas. Y, dado que la golpeósolo una vez, es posible que

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ni siquiera tuviera intenciónde matarla. Si creía que lacasa estaba vacía y derepente se dio de naricescon ella, es posible que laatizara con la palanca comoacto reflejo y que lagolpeara más fuerte de loprevisto. Lo más probablees que nos encontremosante un crimen que noguarda relación con ningúnotro hecho.

Robbins asintió con la

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cabeza.—Tiene bastante

sentido. Y lo más seguro esque nos encontremos anteotro jodido crimen quequedará sin resolver. Demomento los forenses nohan encontrado pruebas, aexcepción de algunashuellas que puedenpertenecer al intruso. O talvez no. Por lo visto elasesino forzó la cerradura,entró, golpeó a Kirsty

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Philips en la cabeza y selargó por donde habíavenido. Es posible que hayaalguna otra pista, pero enese caso, todavía no lahemos encontrado. No hayindicios de que se hayallevado nada, ni siquierahabía nada fuera de susitio. No tenemos pruebas,ni testigos, ni sospechosos,ni un móvil. Es decir, notenemos nada de nada.

—Sí —coincidió Bronson

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—. Es la pesadilla decualquier policía. Mire, amenos que haya algunaotra cosa que puedacontarle, le dejaré hacer sutrabajo.

—De acuerdo, Chris.Gracias por todo —dijoRobbins poniéndose en pie—. ¿Le importaría dejar lapuerta abierta cuandosalga?

Los dos hombres seestrecharon la mano,

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abandonaron el comedor yse marcharon endirecciones opuestas;Robbins hacia la partetrasera de la casa donde losmiembros de la policíacientífica seguíantrabajando, y Bronson haciala izquierda. Al llegar a laentrada, Bronson miró elfelpudo que estaba delantede la puerta de entrada yvio un puñado de sobrestirados. Era evidente que el

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cartero había pasado porallí mientras conversabanen el salón, y que lo habíadejado todo sobre laesterilla en vez deintroducirlo por la ranuradel correo, simplementeporque la puerta todavíaestaba entreabierta.

—¡Ha llegado el correo!—anunció en voz alta, einstintivamente se agachópara recogerlo.

Reparó en el paquete al

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instante, pues uno de losextremos asomaba pordebajo de un sobre blancode correo basura. Era elmás voluminoso, y lossellos marroquíes lo hacíaninconfundible.

De pronto supoexactamente cuál debía deser el contenido delpequeño paquete yentendió lo que estabahaciendo el supuesto ladrónen la casa. Su problema era

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que se había presentadocon dos días de antelación.

Bronson sabía que noestaba bien, sabía queestaba manipulandopruebas, y que lo queestaba haciendo podíaprovocar su expulsióninmediata del cuerpo, peronada de eso lo detuvo.Mientras el inspectorRobbins se giraba ycaminaba hacia él, Bronsonse agachó, agarró el

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paquete y lo introdujo en elbolsillo de su chaqueta conla mano izquierda. Con laderecha recogió el resto delcorreo, se incorporó y mirótras él.

Robbins se acercaba,con la mano extendida, yBronson le entregó elcorreo y se giró paramarcharse.

—Típico —masculló elinspector revisando lossobres—. Por la pinta, diría

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que se trata de un montónde correo basura. BuenoChris, ya nos veremos.

Cuando Bronson sesentó en el asiento delconductor de su cochedescubrió que, a pesar delfrío, tenía la frente cubiertade gotas de sudor. Por unossegundos se preguntó sidebía volver y dejar elpaquete tirado en elexterior, o tal vez ponerlosobre la alfombra. Pero

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entonces se dijo a sí mismoque la presencia o ausenciade una tablilla de barro dedos mil años de antigüedaden la escena de un crimenen Canterbury no tendríaningún efecto sobre el éxitoo el fracaso de Robbins enla resolución del crimen. Ytambién sabía que Ángelaestaría encantada deecharle el guante.

Sintiendo un repentinosubidón de adrenalina, giró

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la llave de contacto y sealejó del lugar a toda prisa.

44—Tengo algo para ti —

dijo Bronson entrando en elsalón de su pequeña casaen Tunbridge Wells.

—¿Qué es? —preguntóÁngela, cogiendo el paqueteque le entregaba.

Entonces echó unvistazo a los sellosdesconocidos que cubríanuno de los extremos

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mientras lo giraba en susmanos.

—Marruecos —masculló.A continuación rompió

el sobre, examinó elinterior, sacó un pequeñoobjeto envuelto en plásticode burbujas, y lodesenvolvió.

—¡Dios mío, Chris! ¡Lahas encontrado! —exclamólevantando la voz, presa dela emoción.

—Espero que sea eso —

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dijo Bronson tomandoasiento frente a ella yobservando con curiosidadla reliquia. Era muchomenos impresionante de loque esperaba, un simplepedazo de barro quemado ymugriento de color marróngrisáceo que tenía una delas superficies cubierta demarcas y garabatos quecarecían de sentido para él.

Ángela sacó un par deguantes de látex de su

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bolso antes de tocar latablilla directamente. Luegola levantó y la examinó concuidado, casi conreverencia, con la miradachispeante.

—Tenías razón —dijoobservando la dirección delsobre—. Los O'Connor se loenviaron a sí mismos.

—Sí. Y yo acabo desustraerlo de la escena deun crimen.

—Pues no sabes cuánto

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me alegro de que lohicieras, siempre que no teacarree algún problema.

—No tiene por quépasarme nada —dijoBronson encogiéndose dehombros—. Nadie me viocogerlo y los únicos queconocen su existenciaprobablemente piensen quesigue en Marruecos. Mejuego mi pensión a que, enlo que respecta al resto delmundo, este objeto

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simplemente hadesaparecido. Mientrasnadie sepa que lo tenemos,no corremos ningún peligro.Y, en teoría, tampocotendría que peligrar mimísera pensión.

Ángela extendió unatoalla sobre la mesa decentro y, con mucho tacto,colocó la tablilla sobre ella.

—No parece gran cosa—dijo Bronson.

—Estoy de acuerdo —

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contestó Ángela—, pero tenen cuenta que loimportante no es la reliquiaen sí, sino el significado dela inscripción. —Las yemasde sus dedos cubiertas delátex se deslizaronsuavemente por encima delas incisiones de lasuperficie de la tablilla, yluego levantó la vista ymiró a su ex marido—. Note olvides que ya hanmuerto varias personas: el

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mercader, los O'Connor,probablemente KirstyPhilips e incluso Yacoub ysus matones. La razón porla que están muertos esalgo que tiene que ver coneste sucio pedazo de barrococido de dos milenios deantigüedad.

Bronson asintió.—Dicho así, suena muy

diferente. ¿Y ahora?Ángela volvió a mirar la

tablilla.

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—Esta podría suponerun giro radical en micarrera profesional, Chris.Si Yacoub estaba en locierto, esta inscripciónpodría conducirnos al lugardonde se esconden el rollode plata y la alianzamosaica. Aunque existierasolo una mínima posibilidadde encontrar cualquiera delas dos reliquias, estoydecidida a seguir las pistas,me lleven adonde me

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lleven.—¿Y qué has pensado

hacer? ¿Vas a proponer almuseo que monte unaexpedición?

—Ni hablar—respondióÁngela con rotundidad—.No te olvides que soy unade las empleadas másjóvenes y con menosexperiencia. Si me presentoallí y le cuento a RogerHalliwell lo que hedescubierto, se mostrará

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absolutamente encantado y,sin duda, me felicitará.Luego me apartará a unlado cortésmente y, en unpar de semanas, laexpedición Halliwell-Baverstock llegará a Israelpara seguir el rastro de lasreliquias perdidas. Si, porcasualidades de la vida,consiguiera meter baza, lomás que obtendría es queme dejaran examinar algúnresto de cerámica que

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encontraran.Bronson la miró con

expresión ligeramentesocarrona.

—Yo creía que en elmundo académico eraistodos hermanos yhermanas de armas y queluchabais juntos en aras delsaber y en pos de unamejor compresión de lahistoria de la humanidad.

—Pues estabasequivocado. Apenas alguien

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olfatea la posibilidad de undescubrimientotrascendental, cada unopiensa solo en sí mismo yse abre paso con uñas ydientes por ser la persona acuyo nombre se atribuya elhallazgo. Todo ese apoyofraternal se desvanece y elasunto se acabaconvirtiendo en una peleade gallos de alto nivel. Losé de sobra. Lo he visto conmis propios ojos. Me

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limitaré a decirle a Rogerque me tomo unos días depermiso para ir a Israel aestudiar unos textos enarameo.

Ángela señaló con labarbilla la tablilla de barroque estaba en la mesa decentro delante de ella.

—Ahora tenemos estatablilla, lo que significa quepodemos leer más de lamitad del texto original. Esonos dará una oportunidad

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de oro para averiguar elsignificado de todo el texto.Me deben más o menos unasemana de vacaciones y nose me ocurre ninguna razónpor la que no pueda pasarlaen Israel, ¿no te parece?

—Supongo que tienesrazón, pero ¿estás segurade que Israel es el lugaridóneo para empezar abuscar?

—Sí, por la referencia aQumrán. Después de todo,

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¿quién sabe?—De acuerdo —

concluyó Bronson—.Entonces voy contigo.

—No puedes, Chris.Estás en mitad de unainvestigación por asesinato.

—No. Ya he redactadoel informe sobre lo quesucedió en Marruecos, notengo nada que ver con elcaso de Kirsty Philips y a mítambién me deben diez díasde vacaciones.

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Probablemente a DickieByrd no le hará ningunagracia, pero me da lomismo. —En aquelmomento Bronson alargó elbrazo por encima de lamesa y cogió la mano deÁngela—. Mira, no me gustaque te largues a Israel túsola. Quiero estar losuficientemente cerca paracuidar de ti.

Ángela le apretó lamano con dulzura.

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—¿Estás seguro? Esosería maravilloso, Chris. Enrealidad, no me apetecíanada seguir investigandopor mi cuenta. Y hacemosun buen equipo, ¿no crees?

Bronson la sonrió.—Y que lo digas —dijo.

Y no solo como entusiastasbuscadores de tesoros,pensó. Pero sabía que nopodía precipitar las cosas…

—De acuerdo —dijoÁngela con brío—. Miraré

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en internet a ver siencuentro vuelos a TelAviv. Cuando los tenga,seguiré estudiando un pocomejor la tablilla. Con eltexto completo en arameo ylos fragmentos que tenemosde las demás, estoy segurade que podremos averiguaradonde conducen las pistas.Necesitamos tener másinformación que ningúnotro sobre estas reliquias.Solo así podremos entrar a

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matar.—Espero que se trate

solo de una forma de hablar—respondió Bronson.

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45

Tony Baverstock estaba

mirando una nueva lista detablillas de barro en lapantalla de su ordenadorpreguntándose, como ya lehabía sucedido otras veces,si realmente merecía lapena continuar labúsqueda. Debía de haberestudiado varios cientos deellas, y ninguna, al menos

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por el momento, se parecíaen lo más mínimo a la queestaba buscando.

Por si eso no bastara,había aproximadamentemedio millón de tablillas debarro en los sótanos ydepósitos de los museosque nunca habían sidotraducidas. Por lo general,la única informacióndisponible sobre este fondode tablillas era una o dosfotografías de mala calidad

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y tal vez una brevedescripción de laprocedencia del objeto:dónde se encontró, la fechaaproximada y ese tipo decosas.

Había dos razones porlas que tenía que llevar acabo esa precipitadabúsqueda. La primera, queCharlie Hoxton le habíallamado el día anterior y lehabía dicho que lo hiciera,lo que ya de por sí era un

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incentivo suficiente; y lasegunda, que su tarea sehabía vuelto crucial deforma repentina la tardeanterior, cuando se habíacruzado con Roger Halliwellen el pasillo, justo delantede su despacho. El jefe deldepartamento le habíaparecido más irritado de lohabitual.

—¿Algo va mal, Roger?—le había preguntadoBaverstock.

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—Se trata de Ángela.Se ha vuelto a largar paraembarcarse en otra de susestúpidas búsquedas sinfuturo —le había soltadoHalliwell—. Acabo deenterarme de que se hapasado los dos últimos díasen Marruecos y ahora va yse toma otro permiso parairse a Israel a estudiar nosé qué texto en arameo.¡Por el amor de Dios! Nisiquiera es su campo.

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Debería ceñirse a lo querealmente se le da bien.

Baverstock no habíahecho ningún comentario,pero de repente estuvoseguro de que, o bienÁngela se las habíaarreglado para encontrar latablilla desaparecida, ohabía conseguido unafotografía decente de lainscripción. Eso había sidosuficiente para queredoblara sus esfuerzos.

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No obstante, a pesar desu búsqueda exhaustiva, nohabía conseguido anotarsesu primer tanto hasta lamañana siguiente. La fotode la tablilla era de unacalidad bastante pobre, yhabía pasado casi veinteminutos estudiando lainscripción en arameo hastaque finalmente se diocuenta de que estabaobservando la tablilla queCharlie Hoxton ya tenía en

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su poder, y que Dexter lehabía «conseguido» de unmuseo de El Cairo.

Con un bufido cerró laventana de la pantalla desu ordenador y reanudó lainvestigación. Dos horasmás tarde, tras habercambiado los parámetros debúsqueda en cincoocasiones con la intenciónde reducir el disparatadonúmero de reliquias quehabría tenido que

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comprobar, acabótopándose con la tablilla deParís. Imprimió todas lasimágenes disponibles en labase de datos en laimpresora láser a color desu despacho y pasó unosminutos estudiando cadauna de ellas con la lente deaumento de su mesa hastaque, finalmente, decidiócerrar la conexión con laintranet del museo.

A continuación salió de

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su despacho, cerró con llavey abandonó el edificiodiciendo a su ayudante quele había surgido unimprevisto y que estaríaunos días fuera. Luegocaminó por la calle GreatRussell, se detuvo en elmismo teléfono público quehabía usado en otrasocasiones y llamó a Hoxton.

—Me he pasado lasúltimas doce horasbuscando esas malditas

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tablillas —comenzó.—¿Has encontrado

algo? —preguntó Hoxton.—He perdido como

media hora estudiando tutablilla, la que me pedisteque tradujera, hasta que hecaído en la cuenta de cuálera. Las fotografías eran deuna calidad pésima. Pero alfinal he tenido suerte. Hayuna tablilla en el depósitode un museo de París que,sin lugar a dudas, forma

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parte del conjunto. Por lamarca que presenta en unade las esquinas, sería la quese sitúa en la parte inferiorderecha del bloque.

—¿Crees que podríastraducir el texto a partir dela fotografía? —preguntóHoxton.

—No va a hacer falta —respondió Baverstock—. Porsuerte los franceses yatuvieron la amabilidad dehacerlo por nosotros.

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Evidentemente, lotradujeron al francés, pero,como comprenderás, eso nova a ser ningún problema.Solo necesito un poco detiempo para averiguar laexacta equivalencia de laspalabras en inglés.

—Bien —dijo Hoxton—.Espero que ya hayas hecholas maletas.

—Por supuesto. No meperdería este viaje por nadadel mundo. Seguimos

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teniendo la reserva para elvuelo de esta tarde,¿verdad?

—Sí. Te veré enHeathrow, como acordamos.Tráete todas las fotos de latablilla de París, latraducción francesa delarameo y tu versión eninglés. Este va a ser el viajede tu vida.

TERCERA PARTE

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Israel

46A pesar de que no

tuvieron problemas con elvuelo, Bronson y Ángelatardaron varias horas enllegar a Israel, y eso que yahabían desembarcado delavión. El problema era elpequeño cuadrado azulestampado en suspasaportes con la palabra«Sortie» impresa en una

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línea vertical en el ladoizquierdo, una fecha en elcentro y unas palabrasescritas en árabe quecruzaban desde la partesuperior hasta el ladoderecho: los sellos de salidade Marruecos.

Las autoridadesisraelíes desconfíanparticularmente de losvisitantes que llegan acualquiera de sus fronterastras haber estado

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recientemente en algúnpaís árabe, incluso en unotan distante comoMarruecos. Apenas el oficialde inmigración descubriólos sellos, apretó un botónescondido y, en solo unosminutos, Bronson y Ángelafueron llevadosrápidamente a sendas salasde interrogatorio, mientrasalguien se encargaba delocalizar sus equipajes yregistrarlos

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exhaustivamente.Bronson ya contaba con

este tipo de recibimiento, yambos habían tomado lasprecauciones necesariaspara que ninguna de lasfotografías de las tablillasde barro o de sustraducciones de los textosdel arameo permanecieranen el portátil de Ángela, porsi acaso a los israelíes seles ocurría inspeccionar elcontenido del disco duro.

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Ella había traspasado todosesos archivos a un par dememorias USB de altacapacidad; uno estabametido en el bolsillo de lospantalones vaqueros deBronson y el otro escondidoen la caja de maquillaje queÁngela llevaba en el bolso.Durante su breve estanciaen Londres habían acudidoal banco de Ángela, dondetenía una caja de seguridaden la que guardaba las

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escrituras de su piso y otrosdocumentos importantes.Fue allí donde depositaronla tablilla de barro, porqueno querían arriesgarse aviajar con la reliquia.

El interrogatorio fueminucioso y muyprofesional, y no lespermitieron ni siquiera unapausa. ¿Qué habían estadohaciendo en Marruecos?¿Cuánto tiempo habíanestado? ¿Habían visitado el

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país anteriormente? Encaso afirmativo, ¿por qué?El proceso se repitió deprincipio a fin una y otravez, siempre con lasmismas preguntas, aunquela forma de expresarlascambiaba con frecuenciacon el fin de descubrirdiscrepancias omodificaciones en lasrespuestas. A Bronson, queposeía una experienciaconsiderable al otro lado de

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la mesa, interrogandosospechosos, le sorprendiósu minuciosidad. Esperabaque su placa policial y elcarné que identificaba aÁngela como empleada delmuseo Británicocontribuyeran a verificarsus referencias.

Solo hacia el final de losinterrogatorios, cuandoaparentemente estabansatisfechos con lo quehabían estado haciendo en

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Marruecos, comenzaron ainteresarse por los motivosque les habían llevado aIsrael. Bronson habíadiscutido esta cuestión conÁngela durante el viaje, yhabían decidido que laúnica respuesta adecuadapara esa pregunta tenía queser «de vacaciones».Cualquier otra les habríacausado problemas y, sinduda, habría generado máspreguntas.

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El interrogatorio seprolongó hasta bien entradala noche, cuando finalmentelos adustos israelíes lespermitieron abandonar lassalas donde los habíanretenido.

—No me importan loscontroles de seguridad quese llevan a cabo aquí—dijoÁngela—. Al menos, tehacen sentir bastanteseguro de viajar con El Al.

—Nosotros veníamos

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con British Airways —puntualizó Bronson.

—Lo sé. Me refiero aque, cuando coges un aviónque sale de un aeropuertoisraelí, las posibilidades deque alguien consiga pasarlos controles con un arma ouna bomba sonprácticamente nulas.¿Sabías que someten todoel equipaje de mano a unabajada de presión en unacámara sellada a prueba de

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bombas? Esta simula laaltitud que alcanzan losaviones por si en algunamaleta hubiera una bombaconectada a un interruptorbarométrico. Y eso, despuésde que hayan pasado todopor un aparato de rayos X ypor una manada de perrosentrenados para rastrearexplosivos.

—No —admitió Bronson—. No tenía ni idea. Y tengoque admitir que es muy

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reconfortante,especialmente si locomparas con otrosaeropuertos tan chapucerosy con tantas goteras comoHeathrow. La seguridad allíes de chiste.

Ángela lo miró conexpresión burlona.

—Me alegro de que nome lo dijeras antes dedespegar.

El aeropuertointernacional de Ben Gurión

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estaba cerca de la ciudad deLod, a unos quincekilómetros al sudeste de TelAviv, de manera que elviaje en tren les llevó solounos minutos. La línea deferrocarril seguía la mismaruta que la principal vía deacceso a la ciudad (dehecho, durante algunostramos circulabaentremedias de las dosautopistas), y Bronson yÁngela se bajaron en la

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estación HaShalom, junto ala zona industrial y casi a lasombra del descomunalAzrieli Center.

Como era de esperar, lamayor parte de los hotelesde Tel Aviv se encontrabanfrente a la costa delMediterráneo, pero losprecios eran prohibitivos,así que Bronson habíareservado dos habitacionesen uno algo más modestoescondido en una de las

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calles laterales cercanas ala plaza Zina, no muy lejosde una oficina de turismo.

Una vez en HaShalomcogieron un taxi hasta laplaza Zina, se registraronen el hotel, dejaron suequipaje y recorrieron a piela corta distancia que lesseparaba del paseomarítimo de Lahat quebordeaba la playa deFrishman, dondeencontraron un restaurante

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y disfrutaron de una cenabastante decente. ABronson se le pasó por lamente la idea de compartirhabitación, pero decidió noforzar las cosas. Estaban enIsrael trabajando juntos. Y,de momento, tendría queconformarse con eso.

El vuelo de BMI habíaaterrizado en Tel Avivpuntualmente a última horade la tarde. Dos de los trespasajeros que viajaban

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juntos con pasaportesbritánicos cruzaron laaduana de inmigración sinapenas demoras. El tercero,Alexander Dexter, fueapartado y sometido aaproximadamente una horade detalladas preguntasantes de que se lepermitiera continuar. Pero aél no lo cogió de sorpresa:sabía que se debía al sellode salida de Marruecos, asíque no le molestó.

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Una vez en el exteriordel aeropuerto, se reunióde nuevo con Hoxton yBaverstock, que ya habíanrecogido el Fiat Punto dealquiler que habíanreservado con anterioridad.Luego se dirigieron juntos asu hotel en el centro de TelAviv.

Algo más de dos horasdespués de que el vuelo deBMI aterrizara en BenGurión, llegó un vuelo de

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París. A bordo seencontraban cuatrohombres cuyo aspectoárabe era innegable. Suspasaportes franceses, en losque no había nada queindicara que hubieranpasado por Marruecos, nolevantaron ningunasospecha, aunque suequipaje fue sometido a uncontrol exhaustivo porparte de los oficiales deaduanas israelíes.

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Una vez dejaron elaeropuerto en su Peugeotde alquiler, en dirección aun hotel que ya habíanreservado en las afueras deJerusalén, el hombresentado en el asiento delcopiloto hizo una llamadade teléfono a un número dela ciudad, utilizando unmóvil con tarjeta prepagoque había comprado enParís justo antes deembarcar. Una vez acabó la

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llamada, se recostó y mirócon indiferencia por elparabrisas.

—¿Todo bien? —preguntó el conductor.

—Sí —respondióescuetamente el hombrealto conocido solo porYacoub—. Sé exactamentedónde están.

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47

El sol matutino hizo que

los dos se despertarantemprano (sus habitacionesestaban la una junto a laotra y orientadas hacia eleste, hacia el distrito de TelAviv conocido comoHaqirya, en vez de hacia lacosta), y Bronson y Ángelabajaron a desayunar pocoantes de las ocho.

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—Bueno, ¿por dóndeempezamos? —preguntóBronson mientrasdisfrutaban de un café.

—Debería llamar aYosef para ver si podemosvernos hoy.

—¿A quién? —preguntóBronson.

—Yosef ben Halevi.Trabaja en el museo deIsrael, en Jerusalén. Loconocí hace unos años,cuando trabajaba en un

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proyecto conjunto con elmuseo Británico.

—¿Y para qué lonecesitamos, exactamente?

—Principalmenteporque es experto enhistoria judía y yo no.Tengo ciertos conocimientosde la zona (de Qumrán, porejemplo), pero no domino losuficiente la historia deIsrael como para interpretartodo lo que hay en latablilla. Necesitamos a

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alguien como él, y es laúnica autoridad en lamateria que conozco eneste país.

Bronson se mostró algoindeciso.

—Bueno, de acuerdo—dijo—. Pero, teniendo encuenta que no lo conoces losuficiente, será mejor queno le muestres lasfotografías de la tablilla nitampoco la traducción. Creoque, al menos de momento,

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deberíamos mantenerlo ensecreto.

—Sí, esa era miintención —dijo Ángela—.Lo llamaré ahora mismo —añadió.

A continuación sedirigió a la recepción delhotel. Unos minutosdespués regresó a la mesa.

—Estará todo el díaocupado, pero ha aceptadovenir a vernos esta noche.Ahora, obviamente,

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necesitaríamos intentartraducir la tablilla, perotampoco nos vendría malvisitar Qumrán. Es el únicoemplazamiento quesabemos con seguridad quese menciona en lacombinación deinscripciones, de maneraque es un buen punto departida. No es que espereencontrar muchas cosas deinterés allí pero, al menos,nos dará una idea del tipo

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de terreno en el quetenemos que buscar aquí,en Israel.

—¿Es difícil llegar?—No tiene por qué. Al

igual que Masada, es unyacimiento arqueológico derenombre, de modo que nome extrañaría que hubieraalgún tipo de transporteregular de visitas.

—Hay una oficina deturismo a pocos metros deaquí —dijo Bronson—.

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Pasamos por delanteanoche, cuando íbamoshacia la playa. Será mejorque nos acerquemos a versi podemos comprar billetespara algún viajeorganizado.

En realidad, no habíaninguna visita guiada paraQumrán. O mejor dicho, loshabía, pero solo endeterminados días de lasemana, y el siguiente condisponibilidad estaba

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programado para tres díasdespués.

—No pasa nada —dijoBronson mientras salían dela oficina de turismo—.Alquilaremos un coche.Necesitaremos movernospor ahí durante nuestraestancia. ¿Quieres quevayamos ahora?

Ángela negó con lacabeza.

—No. Antes prefierotrabajar en la inscripción.

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Iremos esta tarde.—No quiero que pienses

que soy un paranoico —dijoBronson—. No se me ocurrecómo hubieran podidoseguirnos hasta aquí, perosigo pensando quedeberíamos pasar lo másdesapercibidos posible, asíque preferiría que notrabajáramos ni en elvestíbulo del hotel ni enninguna de las salascomunes.

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Ángela se agarró de subrazo.

—Estoy de acuerdo,especialmente después detodo lo que hemos pasado.Mi habitación es un pocomayor que la tuya, ¿porqué no nos instalamos allí?

De vuelta a lahabitación, Ángela sacó unvoluminoso libro de tapasblandas de la bolsa de suordenador.

—Encontré este

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diccionario de arameo enLondres, en una libreríaespecializada cerca delmuseo. Me pareció bastantedecente. Entre esto, y lapágina de traducción enlínea, creo que podemosarreglárnoslas.

—¿Puedo hacer algo?—Sí. Puedes ir

comprobando las palabrasen el diccionario mientrasyo las introduzco en lapágina web; así podremos

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hacer una especie deverificación que nosconfirme que lo estamoshaciendo bien. Esfundamental hacerlodespacio y prestando muchaatención, porque no solo noestamos familiarizados conel idioma, sino tampoco conlos caracteres individuales.Algunos son muy similares,y tenemos que estarcompletamente seguros deque hemos reconocido el

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símbolo correcto de lasfotografías. Déjame que teenseñe a lo que me refiero.

Agrandó la imagen quehabía en la pantalla de suportátil y fue marcando unopor uno cinco símbolos que,a los ojos de Bronson, eransorprendentementesimilares. Luego los copióen una línea horizontal enun trozo de papel. En ellase podía leer:

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—La primera letra —dijo— se llama dalet, y secorresponde, más o menos,con los sonidos «d» o «dh».La segunda es la kafo «k»;la tercera, nun o «n», lacuar ta resh o «r» y laúltima la vav, que secorresponde con la «w».Estoy relativamentefamiliarizada con laapariencia del idioma pero,por lo general, no me ocupode traducirlo. Para mí y, ni

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qué decir para ti, estoscaracteres parecenprácticamente idénticos.Pero obviamente elsignificado de una palabracambiaría completamente sipones la letra equivocada.Y, sin olvidar que tambiéndebemos tener presenteslas posibles idiosincrasiasde la caligrafía de lapersona que preparó latablilla, considero que estonos va a llevar bastante

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tiempo.Ángela no se había

equivocado. Tardaron másde una hora solo encompletar la traducción dela primera línea de latablilla, aunque al finalidearon una técnica queparecía que les funcionaba.Cada uno de ellos debíamirar por separado cadapalabra y decidir de quéletras estaba compuesta. Acontinuación debían

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apuntarlas en un papel y,finalmente, intercambiarlospara ver si coincidían. Sihabían llegado aconclusiones diferentes,estudiaban de nuevo laletra. Para ello Ángelaagrandaba la imagen de lapantalla (había utilizadouna cámara de ochomegapíxeles paraasegurarse la máximadefinición) y así podíanexaminar cada carácter con

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todo lujo de detalles. Solocuando ambos estabanconvencidos de que lasletras eran las correctas,volvían a echar mano de losdiccionarios.

No obstante, a pesar delas precauciones, seguíanresistiéndoseles las tresprimeras letras de laprimera línea de la tablillaaunque, al menos, no eranlas que iniciaban el texto.Volvieron a revisar una por

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una todas las letras,buscando diferentesalternativas, y al finalllegaron a la conclusión deque la segunda y la tercerapalabra significaban«cobre» y «el», pero laprimera,independientemente de lascombinaciones decaracteres que intentaranintroducir, no aparecía nien el diccionario impreso nien ninguna de las versiones

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en línea.—De acuerdo —dijo

Ángela sin poder ocultar sufrustración—. Yavolveremos a estudiarlamás tarde. Pasemos a lasiguiente línea.

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Hassan estacionó el

coche de alquiler en unaparcamiento (que enrealidad no distaba muchode ser un descampado) quese encontraba en lasafueras de Ramala, unapequeña población al nortede Jerusalén y dentro delterritorio de Cisjordania.Casi en el mismo instante

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que detuvo el coche, otrosdos vehículos aparecieronen el lugar y frenaron apoca distancia. CuandoHassan y Yacoub seapearon de su coche, cuatrohombres, todos ellosvestidos con vaqueros ycamisetas, descendieron delos otros vehículos ycaminaron hacia donde seencontraban.

—Salam aleikom —dijoYacoub formalmente—. La

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paz sea con vosotros.—Y contigo —respondió

el que parecía el líder delgrupo. A continuaciónpreguntó—: ¿Tienes eldinero?

Yacoub se giró haciaHassan, que metió la manolentamente en el bolsilloexterior de su chaqueta,sacó un fajo de billetes ydio unos pasos haciadelante. Yacoub levantó elbrazo para evitar que

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siguiera avanzando.—¿Y vosotros? ¿Habéis

traído la mercancía? —preguntó—. Quiero verla.

El hombre asintió con lacabeza y se dirigió a uno delos coches. Cuando él yYacoub llegaron, uno de susacompañantes abrió elmaletero y los tres seasomaron al interior. En elfondo había dos maletinesnegros de piel llenos demarcas y arañazos. El

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hombre miró a su alrededory luego se inclinó, soltó loscierres y levantó las tapa.Cada maletín conteníamedia docena de pistolassemiautomáticas de variostipos, cada una de ellas condos o tres cargadores. Losinnumerables golpes ymuescas evidenciaban quehabían sido usadas enmúltiples ocasiones, peroestaban limpias yengrasadas, lo que sugería

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que las habían cuidado conesmero.

Yacoub se inclinó haciadelante y cogió variasarmas para inspeccionarlas.

—Nos quedamos con lasdos CZ-75 y dos Brownings—dijo—. Y también doscargadores para cada una.¿Tienes municiónsuficiente?

—Por supuesto.¿Cuántas cajas necesitas?

—Cuatro bastarán —

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dijo Yacoub.El hombre abrió otro

maletín, esta vez máspequeño, sacó tres cajas decartuchos de 9 mmParabellum y se las entregóa Hassan, que les pasó eldinero que tenía en lamano.

—Gracias, amigo —dijoYacoub—. Ha sido un placerhacer negocios contigo.

—En cuanto a lasarmas… —dijo el hombre

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tras comprobar el dinero ycerrar el maletero de golpe—. Cuando hayáis acabadocon ellas, llamadme. Siestán intactas os lascompraremos por la mitadde lo que habéis pagado.

—¿Solo la mitad?—Ese es nuestro precio.

O lo tomas o lo dejas. Yatienes mi número.

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Conforme Ángela y

Bronson avanzaban con latraducción, más fácil lesresultaba y, aunque leshabía llevado más de unahora desentrañar la primeralínea, consiguieron acabartoda la inscripción en pocomenos de tres horas. AÁngela le pareció que noestaba nada mal, a pesar de

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que seguía habiendo trespalabras que se resistían arevelar su significado.

Para recompensar suesfuerzo, decidierontomarse un par de bebidasdel minibar antes deempezar con la fase máscomplicada de la operación,intentar descifrar elsignificado real del texto enarameo. Tal y como habíahecho en las ocasionesanteriores, Bronson anotó

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todas las palabras quehabían traducido en elorden en que aparecían enla tablilla de barro:

A continuación, invirtióel orden para que sepudieran leer en lasecuencia correcta:

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Bronson observó lo quehabía escrito y luego volvióa hojear los folios que teníadelante.

—De acuerdo —dijo—.Ahora incorporaré estaspalabras al resto de latraducción y tal vezpodamos empezar a ver elbosque en lugar de solo losárboles.

Trabajó durante unos

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minutos y luego pasó aÁngela la versión definitiva,o al menos la definitiva conla información disponible:

—Probablemente podríarellenar un par de huecos

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con palabras que no hemosconseguido descifrar —dijoÁngela señalando la terceray la cuarta línea—. Creoque en este fragmento pone«el asentamiento conocidocomo Ir-Tzadok B'Succaca».Lástima que no tengamosalgunas más…

Su voz se fue apagandomientras contemplaba lapágina y Bronson la miró derepente.

—¿Qué pasa? —le

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preguntó.—Las líneas justo antes

—dijo—. Por el tono de latraducción, ¿cómodescribirías a la personaque lo escribió?

—No te sigo.—A ver si me explico,

¿crees que era una especiede sacerdote? ¿O quizá unguerrero?

Bronson releyó el textoy se quedó pensativo.

—No hay mucho en qué

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basarse a parte del últimofragmento, donde parececomo si estuvierajustificándose por lucharcontra los invasores. Demanera que, si tuviera queintentar adivinar, diría queprobablemente se trata deun guerrero, tal vez unmiembro de la resistenciajudía o lo que fuera queexistiera en aquella época.

—Exactamente. Ahoramira esta parte, desde

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donde dice «el rollo decobre» hasta «la cueva».Recuerda que alrededor delinicio del primer milenio losjudíos no tenían un ejército.No estaban organizados delmismo modo que losromanos, en unidadesmilitares con carácterformal. Eran más biencuadrillas de guerreros que,cuando les venía bien, seunían para combatir alinvasor. El resto del tiempo

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luchaban entre sí, cuandono se dedicaban a asaltarasentamientos para robarcomida, dinero y armas.

—¿Como las guerrillas?—sugirió Bronson.

—Exacto. Teniendo encuenta este hecho, creo quepodemos dar algo más desentido a esta parte deltexto. Si ponemos laspalabras «que nosotros»delante de «cogimos de»,podríamos encontrarnos

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ante la descripción de unasalto. Atacaron algúnasentamiento y una de lascosas que se llevaron fueun rollo de cobre.

—¿Y?—Pues que obviamente

se percataron de que no eraun simple rollo de cobre,porque, según parece,decidieron esconderlo enuna cueva, y queprobablemente esta seencontraba en Qumrán, ya

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que la referencia a Ir-Tzadok B'Succaca aparecemuy poco después. —Ángela hizo una pausa ymiró a Bronson—. ¿Quésabes de Qumrán? —preguntó.

—No mucho. Sé que allíse encontraron losmanuscritos del mar Muertoy, por lo que tengoentendido, los escribió unatribu conocida como losesenios, que los escondió

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en las cuevas cercanas.Ángela asintió con la

cabeza.—Esa es una de las

teorías, pero lo másprobable es que seaerrónea. Es cierto queexistía una comunidad enQumrán, y también que losmanuscritos del mar Muertose encontraron en oncecuevas situadas justo aloeste del asentamiento.Estos contienen múltiples

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copias de los libros delAntiguo Testamento eincluyen todos los libros dela Biblia hebrea a excepcióndel libro de Ester. Alrededorde un ochenta por cientofueron escritos enpergamino y el resto, conuna excepción, en papiro.Esos son los hechos, elresto no son más que merasconjeturas.

» Uno de los problemases que el arqueólogo que

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excavó por primera vez enQumrán en 1949, el frailedominico Roland De Vaux,de la École Biblique deJerusalén, que partió de lascuevas y los rollos, dio porsentado que la comunidadde Qumrán los habíapreparado y utilizó estocomo base para susdeducciones sobre loshabitantes de la comunidad.En cierto modo es como si,dentro de mil años, alguien

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excavara los restos de labiblioteca Bodleiana y, trasencontrar tan solo algunosde los antiguos textosromanos que allí seconservan, diera porsentado que la gente deÓxford hablaba latín y queeran aficionados a lasluchas de gladiadores.

—A decir verdad,mucha gente en Óxfordhabla latín —señalóBronson—, y no me

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extrañaría que algunos deellos también se dedicarana jugar a los gladiadores.

Ángela sonrió.—No te digo que no,

pero sabes perfectamenteadonde quiero llegar. Elhecho es que el padre DeVaux dio por sentado que,ya que los rollos habíansido escondidos cerca de lacomunidad de Qumrán,tenían que haberlos escritolos miembros de la

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comunidad, a pesar de queno existía ni la más mínimaprueba empírica queapoyara esta hipótesis.Además, si los esenioshubieran escrito losmanuscritos, ¿por quéeligieron esconderlos tancerca del lugar donderesidían? Como método deocultación, no tienedesperdicio. Sin embargo,una vez que De Vaux se fijóesta idea en mente, esta

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condicionó su opinión sobretodas y cada una de laspruebas que con las que setopaba.

» Llegó a la conclusiónde que las gentes deQumrán eran miembros deuna secta judía llamada losesenios, un grupo muyreligioso. Cuando,finalmente, empezó ainvestigar el asentamientoen sí, afirmó que habíaidentificado un scriptorium

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(el lugar donde los monjeso escribas habrían copiado opreparado los manuscritos),basándose simplemente enel descubrimiento de unbanco, dos tinteros y unpuñado de utensilios paraescribir.

» No obstante, existenmuchas otras posiblesinterpretaciones. Podíahaberse tratado de unaescuela, o una oficinacomercial o militar, por

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ejemplo. Además, nunca seha encontrado ni el másínfimo fragmento de rolloen el supuesto scriptorium,lo que es sencillamenteridículo porque, sirealmente se hubieratratado de una sala que seusaba solo para esepropósito, hubiera estadollena de herramientas ymateriales propios de losescribas. Como mínimo,cabía esperar que en las

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ruinas se encontrara algúnpedacito de papiro sinescribir o los restos dealgún rollo.

» Para apoyar sucreencia de que los esenioseran una especie decongregación religiosa,también identificó variascisternas del lugar comoespacios donde serealizaban baños ritualesjudíos o miqva'ot. Sihubiera estudiado Qumrán

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de forma aislada, sinconocimiento de los rollos,probablemente habríaasumido que se trataba desimples depósitos de agua,que hubiera sido ladeducción obvia y lógica.Asimismo, De Vaux ignorómuchos otros vestigios quefueron recuperados en ellugar. No olvides que losarqueólogos son expertosen hacer caso omiso de loshechos que no se ajustan a

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sus necesidades. Llevanaños y años de práctica.

—Pero yo creía que laarqueología era una ciencia—dijo Bronson—. ¿Qué fuedel método científico, elproceso de revisióncontrastado por sus pares,la datación por carbono ytodo lo demás?

—Sigue soñando. Comole sucede a la mayoría de lagente, los arqueólogos sonfamosos por manipular los

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resultados o pasar por altotodo aquello que no encaja.En fin, el caso es que, si lateoría del padre De Vauxfuera acertada, los eseniosdeberían haber llevado unavida austera, en la máspura miseria, peroexcavaciones posteriores enel yacimiento recuperarondinero, cristalería, piezas decerámica, utensilios demetal, ornamentos y unsinnúmero de reliquias

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similares, que parecíanindicar que los habitantesdel lugar eran laicos yllevaban una existenciaacomodada.

—Pero si Qumrán noera un emplazamientoreligioso, ¿qué era?

—Existen diversasteorías mucho más fiables.Algunos estudiosos sugierenque se trataba de unapróspera finca agrícola,otros que debía de ser la

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residencia principal de unaimportante familia local oincluso su segunda casa, ytambién se ha hablado deuna supuesta posada paralos fieles que peregrinabana Jerusalén, una fábrica dealfarería, una fortalezamilitar o una especie demercado fortificado.

» Otra de las cosas quehizo De Vaux, fue impedirel acceso a los rollos a todoaquel que no perteneciera a

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su selecto grupo deinvestigadores, e inclusoimpidió la distribución defotografías. Al menos en loque respecta a los que seencontraron en la cueva 4,que representanaproximadamente elcuarenta por ciento de todoel material recuperado.

—Pero imagino que sepublicarían detalles dealgunos de ellos, ¿no?

—Sí, pero solo de los

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objetos menos importantes.Los textos encontrados enla cueva uno vieron la luzentre 1950 y 1956.Posteriormente, en 1963,se publicaron en un únicovolumen los escritos deotras ocho cuevas, y dosaños más tarde seempezaron a conocerlosdetalles del llamado «rollode los salmos», encontradoen la cueva 11. Y, porsupuesto, estudiosos de

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todo el mundo seapresuraron a realizartraducciones de todos estostextos.

» No obstante, elmaterial encontrado en lacueva 4 no se publicó hasta1968 y, aun así, se tratabasolo de una pequeña parte.Por aquel entonces parecíacomo si la última voluntaddel padre De Vaux hubierasido negar el acceso a losrollos a todos los demás

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investigadores e imponeruna estricto secretismo quepermitía que trabajaran enellos solo los miembros desu equipo original o laspersonas designadas por él.De Vaux murió en 1971,pero su muerte no cambiónada: los expertos seguíansin tener acceso al materialde la cueva 4, ni tansiquiera a las fotografías delos rollos. Esta situación seprolongó hasta 1991, es

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decir, hasta medio siglodespués de sudescubrimiento, cuando,casi accidentalmente, seencontró un set completode fotografías de losmateriales de la cueva 4 enuna biblioteca de SanMarino, en California, queposteriormente fuepublicado.

—Pero si los esenios, oquienesquiera que vivieranen Qumrán, no escribieron

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los manuscritos, ¿quién lohizo? —preguntó Bronson.

—Nadie lo sabe. Laexplicación más probable esque los elaborara algunasecta religiosa de Jerusalény que un grupo de judíos,que huía de las tropasromanas durante uno de losfrecuentes periodos deagitación política, losdepositara en las cuevas deQumrán.

—¿Y qué contienen

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exactamente? —preguntóBronson.

—La mayor parte deellos son copias manuscritasde conocidos textosliterarios, principalmentematerial bíblico del AntiguoTestamento, pero,obviamente, se trata demodelos anteriores a losque existían hasta aquelmomento. Por ejemplo, haytreinta y tantas copias delDeuteronomio. También se

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encontraron muchos textosseculares, la mayoría deellos desconocidos, quearrojaban nueva luz sobrela forma de judaísmo que sepracticaba durante lo quese conoce como el periododel Segundo Templo. Estese corresponde con la épocaen que se reconstruyó eltemplo de Jerusalén aimagen del original, eltemplo de Salomón, que fuedestruido en el año 516

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antes de Cristo. El periododel Segundo Templo seextendió desde entonceshasta el año 70 después deCristo, cuando los romanossaquearon Jerusalén,destruyeron el templo yacabaron con la granrevuelta judía que habíaempezado cuatro añosantes.

» Además, el rollo decobre no encaja con nadade lo que se encontró en

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Qumrán. En 1952 unaexpedición financiada por eldepartamento deAntigüedades de Jordania,que trabajaba en la cueva3, encontró un objeto únicoen su género denominado3Q15, que simplementeindica que es la reliquianúmero 15 encontrada enla cueva 3 de Qumrán. Setrataba de una delgadalámina, de unos dos metrosde largo, compuesta casi

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exclusivamente de cobre yque, aparentemente, separtió en dos durante supreparación. Como era deesperar, después de dos milaños en la cueva,presentaba altos niveles deoxidación, estaba muydeteriorada y eraincreíblemente frágil.Evidentemente, todo estohacía que no se pudieradesenrollar así como así.Por lo demás, era diferente

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de cualquier otro rollojamás encontrado, tanto enQumrán como en cualquierotro yacimientoarqueológico, ya fuera porsu tamaño (era la piezamás grande de texto arcaicograbado en metal jamásconocida), como por sucontenido.

» El problema al que seenfrentaron los arqueólogosera decidir la forma másadecuada de abrirlo. Tras

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pasar casi cinco añosestudiándolo, finalmentetomaron la decisión menosadecuada. Lo enviaron a lafacultad de Tecnología de launiversidad de Manchesterpara que lo cortaran ensecciones longitudinalesutilizando una cuchillaextremadamente delgada.Esto permitió abrir el rollocompletamente y dar a losinvestigadores una serie detiras de cobre curvadas que

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podrían ser estudiadas.Desgraciadamente, losexpertos de Manchester (ycasi todo el mundo) pasaronpor alto dos cosas sobre elrollo: cuando lodiseccionaron, se descubrióque los espacios entre lasláminas de cobre enrolladoestaban llenos de unmaterial compacto similar albarro cocido. En unprincipio se dio por hechoque no eran más que restos

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de polvo y otros detritosque se habían idoacumulando a lo largo delos siglos, pero no era así. Anadie se le ocurrió analizarlas condiciones de la cuevade Qumrán donde fueencontrado. Si lo hubieranhecho, habrían descubiertoque la tierra de aquellascuevas era muy fina, casipolvo, y que carecía delsilicio necesario parasolidificarse. Incluso si se

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humedece, esta tierravuelve a convertirse enpolvo apenas se seca.Quienquiera que escribierael rollo, cubrió una de suscaras con una capa dearcilla antes de enrollarlo y,seguidamente, lo coció enun horno para endurecerla.

—¿Para qué? ¿Paraproteger el cobre?

—Por extraño queparezca, lo más probable esque pretendiera

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precisamente lo contrario.Hoy en día la mayor partede los investigadores opinaque los autores del rollo decobre esperaban que elmetal se corroyera y que eltexto del rollo quedaraimpreso en la arcilla. Esa esla otra cosa de la que elequipo de Manchester no sepercató.

» El texto estaba escritoprincipalmente en hebreomisnaico, acompañado de

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un puñado de letras griegascuya finalidad y significadotodavía se desconocen. Dehecho, en el rollo aparecencatorce letras griegas y, deellas, las diez primerascorresponden al nombre de«Akenatón». Era un faraónque reinó en Egiptoalrededor del año 1350antes de Cristo que, entreotras razones, pasó a laposteridad por fundar laque probablemente fue la

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primera religión monoteístade la historia. Sin embargo,el rollo de cobre se realizóal menos un milenio mástarde, por lo que lapresencia de su nombre seconsidera un misterio.

—¿Y por qué setomaron tantas molestiaslos autores del rollo?

—Probablemente —explicó Ángela—, debido asu contenido. Da lasensación de que quisieran

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asegurarse de que eldocumento sobreviviera elmayor tiempo posible, porejemplo, mucho más de loque lo hubiera hecho unrollo de papiro. Y la razónera que casi todo lo que hayen el rollo es una lista deun tesoro, probablemente eldel Primer Templo deJerusalén. Si las cantidadeslistadas son correctas, suvalor actual ascendería amás de dos billones de

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euros.

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50

—Entonces, ¿el rollo de

cobre es, en realidad, unmapa del tesoro? —preguntó Bronson.

—No. No se trataexactamente de un mapa.Es un listado de sesenta ycuatro emplazamientosdonde, supuestamente, seesconden grandescantidades, en ocasiones

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toneladas, de oro y plata.Sin embargo, el número 74indica la localización de unduplicado del documentoque, aparentemente,aportaría nuevos detallesde los tesoros y el lugardonde se esconden. Algunospiensan que podría tratarsedel denominado rollo deplata.

» La única pega es quenadie tiene ni idea de si elrollo de plata existe ni, en

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el caso de que así sea,dónde encontrarlo. Laindicación del rollo de cobredice, simplemente, que estedocumento acreditativo seencuentra «en el pozocolindante al norte, en unagujero excavado hacia elnorte, y enterrado en laentrada». No hace falta quete diga que no es,precisamente, unaubicación muy concreta.

—¿Y qué pasó con el

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rollo de cobre? —inquirióBronson.

—Cuando el padre DeVaux se enteró de suexistencia, se percatóenseguida de que entrabaen contradicción con todo loque él y su equipo habíansostenido hasta elmomento. Una comunidadreligiosa que practicaba elascetismo no podía ser ladepositaría de unasveintiséis toneladas de oro

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y sesenta de plata (siempreque las cantidades se hayantraducido correctamente).En consecuencia, hizo loque los científicos y losacadémicos acostumbran ahacer cuando se lespresentan pruebasplausibles que ponen enduda su cómoda teoría:declarar que el rollo decobre era una patraña, unafalsificación o una broma.

» Ninguna de estas

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propuestas resultabaconvincente. Si no setrataba de un documentogenuino, había quepreguntarse por qué suscreadores se tomarontantas molestias en suelaboración. Al fin y alcabo, ¿qué sentido tenía? Apesar de que no sabemosprácticamente nada de lascomunidades que existíanen Judea durante esteperiodo, nunca nadie ha

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sugerido que ninguna deellas fuera aficionada agastar bromas. Además,aunque lo hubieran sido,¿por qué se habríanesforzado tanto en crear elrollo para luego esconderloen una cueva remota dondeprobablemente nadie loencontraría durante cientoso, tal vez, miles de años?Conviene recordar que losmanuscritos del mar Muertose encontraron

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accidentalmente.» En todo caso, lo

realmente importante esque el listado del rollo decobre es nada más y nadamenos que eso: un listado.Junto a cada uno de losartículos enumeradosaparece su ubicación, perosin ningún tipo de adorno.Es un mero catálogo debienes, y eso le confierecierta credibilidad.

—¿Y esos tipos de

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Manchester lo hicieronpedazos?—preguntóBronson.

—Así es. No fueroncapaces de comprender quela arcilla era, al menos, tanimportante como el cobre, ylo primero que hicieron fueretirarla. Desconozco quémétodo emplearon pero,independientemente de latécnica, también dañaron elcobre, es decir, metieron lapata doblemente.

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Probablemente hubiera sidomucho mejor dejar intactala arcilla y retirar el metalpieza a pieza. En vez deeso, cubrieron el exteriordel rollo con una capa deuna potente sustanciaadhesiva y lo cortaron dearriba abajo con una sierraprovista de una delgadacuchilla. Como resultadoobtuvieron unas dosdocenas de láminas decobre curvadas que

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permitían a losinvestigadores comenzarcon la traducción. Sinembargo, como era deesperar, el simple hecho decortarlo destruyó una partedel texto.

—¿Se ha encontradoalguno de los tesoros? —preguntó Bronson—. Si asífuera, el rollo cobraríavalidez, ¿no? Sedemostraría que el listadoes auténtico.

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Ángela suspiró.—¡Ojalá fuera tan

sencillo! Losemplazamientos que seespecifican en el rolloprobablemente significabanalgo al inicio del primermilenio, pero hoy en día notienen prácticamenteningún sentido. El listadodice cosas como: «En lacueva junto a la fuente,propiedad de la casa deHakkoz, excavar seis codos:

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seis barras de oro». No estámal, si sabes quién eraHakkoz y dónde seencontraba su fuente, perodespués de dos mil años,las posibilidades de hallarun tesoro con unasindicaciones tan vagas sonprácticamente nulas. Dehecho, sabemos algo deesta familia en concreto,que es más de lo quepodemos decir de lamayoría de los nombres que

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se citan en el rollo, porqueaparece en algunosdocumentos históricos. Losmiembros de una familiacon ese nombre fueron lostesoreros del SegundoTemplo de Jerusalénaunque, para serte sincera,ese dato no ayuda mucho,porque desconocemosdónde vivían e,indudablemente, es posibleque el rollo se refiera a otrafamilia completamente

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diferente que llevaba elmismo apellido.

Bronson se puso en pie,intentó distender su espaldadolorida y se acercó alminibar a cogerse otrabebida.

—Lo que no entiendo esqué tiene que ver todo estocon el rollo de plata y lastablas de Moisés.

Ángela cogió el vasoque Bronson le ofrecía.

—Echa un vistazo a lo

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que dice la inscripción. Enla referencia al rollo deplata se da a entender quelo escondieron en unacisterna en alguna parte.Más adelante, el texto diceque, en algún lugar, seocultaron unas tablas. Sinembargo, no se trata deunas viejas tablascualesquiera. Eran lastablas del Templo deJerusalén, y eso esapasionante. Significa,

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también, que tal vez Yacoubestuviera en lo cierto y queexiste una posibilidad, porremota que sea, de queestemos hablando de laalianza mosaica. Enconclusión, este texto enarameo, una parte del cualse encontraba en la tablillade barro de MargaretO'Connor, nos habla de tresreliquias independientesque fueron escondidas: unrollo de cobre, un segundo

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rollo hecho de plata y estastablas mosaicas. Y ahoracreo saber por qué ytambién cuándo. Acabo decaer en la cuenta de laimportancia de una palabramuy concreta del texto.

—¿Cuál? —preguntóBronson inclinándose haciadelante.

—Esta —dijo Ángelaseñalándola con el dedo.

—¿Ben? —preguntóBronson.

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—Sí. No muy lejos deaquí hay una famosafortaleza llamada Masadaque, tras un largo asedio,acabó sucumbiendo a losromanos en el año 73después de Cristo. A losrebeldes que se refugiabanallí se les conocía como lossicarios, y su líder era unhombre llamado Elazar benYair. ¿Te das cuenta? ¡Ben!—enfatizó—. Ninguno de losdiccionarios que hemos

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utilizado incluye nombrespropios, y eso explicaría porqué no conseguíamostraducir esta palabra —añadió indicando una seriede caracteres arameos en lapantalla de su portátil—. Esposible que nosencontremos ante el relatode cómo un puñado desicarios escaparon deMasada poco antes de lacaída de la ciudad yescondieron el rollo de

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cobre en una cueva deQumrán. Eso tambiénexplicaría por qué es tandiferente del resto demanuscritos del marMuerto. No se escribió paraque formara parte de lamisma colección.

» Piensa un poco, Chris.—Sus ojos color avellanabrillaban de emoción—. Elrollo de cobre no se pareceen nada a los otrosmanuscritos del mar

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Muerto. Es el inventario deun tesoro escondido. Elresto de rollos se ocupa casiexclusivamente decuestiones religiosas, y lagran mayoría son, enrealidad, textos bíblicos. Laúnica característica comúnes el idioma en que seescribieron, el hebreo, eincluso eso resulta extraño.La inscripción del rollo decobre está en hebreomisnaico, una variedad de

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este idioma que se utilizabapara poner por escrito lastradiciones orales de laTora, los cinco libros deMoisés. —Seguidamente serecostó en la silla y sequedó pensando unossegundos—. La únicaexplicación plausible es queeste rollo, el rollo de cobre,procediera de una fuentecompletamente diferente.

Bronson asintió con lacabeza. Como casi siempre,

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la lógica de Ángela eraaplastante.

—Ya sé lo que me hasdicho antes, pero ¿creesque es posible que los otrosobjetos, el rollo de plata ylas tablas del Templo, seescondieran también enQumrán?

Ángela negó con lacabeza.

—No lo creo. Si lohubieran escondido todo enun solo lugar, esperaría que

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la inscripción dijera algocomo «y en Qumránescondimos dos rollos y lastablas», pero el texto hablade que escondieron elprimer rollo y, másadelante, relata queocultaron los otros objetos.Eso da a entender que allíescondieron una reliquia yque después se trasladarona otro lugar a esconder elresto.

Dicho esto, Ángela se

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quedó mirando a Bronson.Su determinación pararesolver el misterio era tal,que casi se podía tocar conlas manos.

—Y ahora noscorresponde a nosotrosaveriguar dónde lospusieron —concluyó.

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—¡Ya lo tengo! —

masculló Tony Baverstockmientras sus ojosrepasaban la hoja de papelque tenía delante.

Los tres hombresestaban sentados en suhabitación en el hotel TelAviv. Desde su llegada aIsrael, Baverstock habíaestado enfrascado en la

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traducción de los textos enarameo que había copiadode las tablillas de barro.

—¿Has conseguidodescifrarlo? —preguntóCharlie Hoxton colocandosobre la mesa una botellade cerveza Dancing Camelque había comprado esamisma tarde. Acontinuación, se dirigióhacia la mesa dondeBaverstock había estadotrabajando.

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—Al principio, mepreguntaba si en vez deuna tablilla, nos faltabantres pero, en ese caso, laslíneas de las esquinas nohubieran tenido sentido.

Entonces intenté unirlas tablillas formando uncuadrado y volver aexaminar la inscripción. Lasolución era tan sencillaque hasta un niño podríahaberla descubierto. Hayque empezar por la primera

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palabra de la derecha de laprimera línea de la primeratablilla que, por supuesto,es la que nos falta.

Baverstock indicó con labarbilla los papelesdesperdigados por la mesa.Había preparado cuatrohojas tamaño folio y, entres de ellas, había escritolas versiones en inglés delas inscripciones en arameoque había conseguidotraducir, y luego las había

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colocado en posición. Elcuarto folio, el que estabaen la parte superiorderecha, estabaprácticamente vacío, aexcepción de una pequeñaraya en la parte inferiorizquierda que coincidía conotras líneas similaresdibujadas en las otras trespáginas.

—A continuación —prosiguió Baverstock—, hayque leer la palabra que se

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encuentra en la mismaposición en el resto detablillas siguiendo, porsupuesto, la dirección de lasagujas del reloj. De estamanera, tenemos «porElazar ben», por lo tanto laprimera palabra, la quefalta, probablemente será«seleccionó», «ordenó» oalgo similar. La siguientepalabra de la tablilla que notenemos es, casi con todaseguridad, «Yair», lo que

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completaría el nombre dellíder de los sicarios deMasada. Sin embargo, esapalabra no aparece en laprimera línea de lainscripción. En vez de eso,hay que coger la primerapalabra de la línea inferior,y repetir el proceso concada una de las tablillas. Esun sistema muy elemental,pero increíblementeingenioso.

—Vale, creo que lo he

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pillado —masculló Hoxtoncon impaciencia—. Muyingenioso. Pero a mí lo queme interesa es saber quénarices dicen las malditastablillas.

—Ya sé lo que dicen —dijo Baverstockbruscamente, entregándoleotro folio.

Hoxton leyódetenidamente lo que elexperto en lenguas arcaicashabía escrito en letras

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mayúsculas.—Impresionante, Tony

—concluyó Hoxtonasintiendo con la cabeza—.Y ahora explícame de quéva todo esto. ¿Qué esexactamente lo queestamos buscando?

—Hubiera jurado queestá bastante claro a qué serefiere la inscripción —replicó Baverstock conacritud—. El textocodificado menciona

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explícitamente el «rollo decobre» y «el rollo de plataperdido».

—Pero, a menos quehaya dos rollos de cobre,esa reliquia ya ha sidoencontrada —dijo Dexter.

Baverstock resopló.—Por eso mismo. Si

miras la inscripción, verásque el descubrimiento delrollo de cobre en Qumránconfirma lo que está escritoen estas tablillas. Esa

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reliquia se encontró en lacueva 3 en 1952, porque lagente que preparó estastablillas la puso allí. Lo diceaquí.

Baverstock subrayó elpasaje relevante con unlápiz.

—Déjame completaralgunos de los espacios enblanco con algunas de mismejores conjeturas —dijogarabateando algunaspalabras en el folio—. De

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acuerdo. Más o menosquedaría así: «El rollo decobre que cogimos de Ein-Gedi lo hemos escondido enla cueva de Hammad, ellugar de los rollos de…».Nos falta la siguientepalabra porque está en lacuarta tablilla. Luego eltexto continúa: «… junto alasentamiento conocidocomo Ir-Tzadok B'Succaca».Es la afirmación más claraque jamás encontrarás

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sobre dónde se escondió elrollo de cobre.

» Desconozco cual esesta palabra de aquí, la quese encuentra entre «de» y«junto a», pero lo másprobable es que se refiera aun lugar o a una persona.Tal vez se trate de Jericó ode Jerusalén, o quizá de lapersona o la tribu queposeía los otros rollos. Esuna lástima que no losepamos —reflexionó

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Baverstock—, porque nosrevelaría de una vez portodas quién escribiórealmente los manuscritosdel mar Muerto. A pesar detodo, resulta muyinteresante que lainscripción indiqueexpresamente que el rollode cobre provenía de Ein-Gedi.

—¿Y dónde está eso?—Ein-Gedi era un

importante asentamiento

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judío construido alrededorde un oasis cercano a lacosta oeste del mar Muerto.De hecho, está muy cercade Qumrán. Y eso nos daotra pista, o más bien laconfirmación de que lagente que preparó estastablillas pertenecía a lasecta de los sicarios. Segúnla información que heencontrado en internet, elúnico asalto significativo aEin-Gedi se produjo en el

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año 72 o 73 después deCristo, y lo llevó a cabo undestacamento de sicarios deMasada. Eso concuerda a laperfección con las primeraspalabras de la inscripción,porque en aquella época sulíder era Elazar ben Yair. Enla masacre murieron cercade setecientos habitantesde Ein-Gedi y los asaltantesse apoderaron de todo loque cayó en sus manos. Porlo visto, entre los objetos

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que encontraron estabanlos rollos de cobre y plata.

Mientras Baverstockexponía su teoría, Hoxton yDexter estudiaban lainscripción.

—¿Y qué me dices deestas «tablas del Templo»?—inquirió Hoxton—.¿También procedían de Ein-Gedi? ¿Y qué son,exactamente?

Baverstock sacudió lacabeza.

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—La inscripción no diceque formara parte del botínde los sicarios, de maneraque, tal vez, seencontraban ya en supoder. La frase completaprobablemente sea «lastablas del Templo deJerusalén». Quizá se refieraa algún tipo de placadecorativa o, tal vez, eranunas tablillas en las quehabía grabada algunaplegaria o algo similar.

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Independientemente de loque sean, a nosotros no nosinteresan. Nuestro objetivoes el rollo de plata.

—Y, por supuesto, lacuestión principal —intervino Hoxton— esdónde empezar a buscar.Esta inscripción dice que elrollo de cobre estabaescondido en Qumrán.¿Significa eso que tambiénpusieron allí el rollo deplata?

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—No —dijo Baverstock—. El texto se refiere a lasdos reliquias por separado.El rollo de cobre fuedepositado en la cuevaQumrán, pero el otro loescondieron en una cisternaen algún otro lugar. Demomento no estoy muyseguro de a qué se refierela inscripción cuando hablade «el lugar del nosequé finde los días». Lainterpretación más simple

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sería «el lugar del fin de losdías», pero necesitoinvestigar algo más antesde darte una respuestadefinitiva. Mientras tanto,será mejor que empecéis abuscar el equipamientonecesario. Una vez nospongamos en marcha, lomás probable es quetengamos que actuar conrapidez.

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Bronson y Ángela se

dirigían en direcciónsudeste hacia el marMuerto, para lo cualtuvieron que atravesarJerusalén.

Bronson no estaba deltodo seguro de qué ideaprevia se había hecho dellugar, pero se sorprendió alver lo fértil que parecía la

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tierra que atravesaban, almenos la franja que seextendía a lo largo del lacosta mediterránea.Probablemente esperabaencontrar un paisaje muchomás árido, casi desértico,pero en realidad la únicazona de Israel a la quepodía llamarse desierto erael limitado triángulo detierra que se extendía alsur del punto más ancho delpaís hasta el golfo de

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Aqaba. Esa área, limitadapor Rafah en la costamediterránea, el extremosur del mar Muerto y elcentro turístico israelí deElat, comprendía el desiertode Negev, una extensióndesolada, tórrida yprácticamente deshabitada.

—Según el mapa —anunció Ángela, que seencontraba en el asientodel copiloto, con eldocumento en cuestión

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desplegado sobre su regazo—, deberíamos llegar a lafrontera de Cisjordania enunos diez minutos.

—¿Crees que va asuponer algún problemacruzarla?

—No debería. Solotenemos que estar atentosa los controles de carreteray a los pasos fronterizos. Notenemos más remedio queatravesar algunos de ellos.

Llevaban algo de

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retraso por culpa del tráficode Jerusalén, lo que no erade extrañar, teniendo encuenta que en el árearelativamente pequeña queocupaba la ciudad residíacasi un millón de personas.Una vez fuera de los límitesde la metrópolis, lacarretera giraba hacia elnordeste y pasaba justo alsur de Jericó (la ciudadfortificada más antigua delmundo), antes de virar

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hacia el este, hacia lafrontera con Jordania. Unavez en el extremo másseptentrional del marMuerto, Ángela indicó aBronson que girara a laderecha y luego condujeronhacia el sur, atravesando elkibutz de Nahal Kalya yadentrándose en la costaoccidental del mar Muerto,la superficie terrestre demenor altitud de la Tierra.A poca distancia de allí

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estaba Qumrán.El tráfico seguía siendo

bastante denso, e inclusodespués de haber dejadoatrás los terribles atascosque atestaban lasconcurridas calles deJerusalén, tenían varioscoches tanto delante comodetrás. Lo que Bronson noadvirtió, es que uno deestos vehículos (un Peugeotcon dos ocupantes), llevabadetrás de ellos desde que

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habían dejado Tel Aviv, sinaproximarse nunca a másde unos setenta metros,pero sin perderlos de vista.

Una vez se adentraronen los territorios deCisjordania, el paisajecambió significativamente yla tierra, por lo generalfértil, de la zona oeste deJerusalén dio paso a unpaisaje más escarpado einhóspito que, conforme seacercaban a Qumrán, mutó

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una vez más para dar pasoa una cadena de colinasrocosas salpicadas porprofundos barrancos.

El mismo Qumrán seencontraba en parte sobrela ladera de una colina, enuna meseta a un kilómetroy medio al oeste de la costadel mar Muerto, que ofrecíaunas vistas espectacularesde la llanura desértica a suspies. El antiguoasentamiento estaba

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parcialmente rodeado deunas colinas de colormarrón claro, ribeteadascon sutiles sombras queindicaban los diferentesestratos de tierra. Algunasde ellas estaban salpicadasde orificios oscuros, lamayoría de ellos con formade óvalo irregular. Bronsonpensó que era un esconditeextraordinario.

—¿Son esas las cuevas?—preguntó señalando hacia

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el oeste cuando llegaron ala llanura.

—Sí, las famosascuevas —confirmó Ángela—. En total hay doscientasochenta, y la mayoría seencuentran entre cienmetros y un kilómetro ymedio de distancia delasentamiento. Se hanencontrado restosarqueológicos en casisesenta de ellas, pero lamayor parte de los

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manuscritos del mar Muertoprovienen solo de once.

» La más cercana está asolo quince metros delborde de la meseta, lo queprobablemente es una delas razones por las que elpadre Roland de Vaux creyóque los habitantes deQumrán eran los autores delos rollos. Simplemente nocreía que los esenios (oquienesquiera que seasentaran allí) vivieran

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ajenos a la existencia de lascuevas y a lo que había ensu interior. En una de ellasse encontraron lo queparecían los vestigios deuna serie de estanterías, yeso condujo a la teoría deque los habitantes deQumrán las usaban comobiblioteca. No obstante,como ya te expliqué antes,toda la hipótesis de Qumrány los esenios presentamuchas lagunas.

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A continuación se quitóel sombrero y se secó lafrente con un pañuelo, queestaba ya húmedo. El calorera insoportable. Tras elascenso desde el lugardonde habían aparcado elcoche, los dos sudabancopiosamente y Bronson sealegró de que se les hubieraocurrido pasarse por unatienda, cerca del hotel TelAviv, para comprar un parde sombreros de ala ancha

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y varias botellas de agua. Sino tenían cuidado, corríanel riesgo de deshidratarse.

—En realidad, teniendoen cuenta lo cerca queestán las cuevas —dijoBronson—, resultaríasorprendente que la genteque vivía aquí no supiera loque había en ellas.

—Estoy de acuerdo,pero eso no significa quefueran los responsables deescribirlos. Como mucho, es

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posible que se considerarana sí mismos los guardianesde los rollos.

Bronson miró hacia ladesolada llanura que seextendía bajo la meseta ycontempló el monótonodesierto, aliviado solo porcúmulos aislados devegetación, dondepequeños grupos de árbolesde algún tipo luchaban porsobrevivir. A mediadistancia, el mar Muerto

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parecía una hendidura azulbrillante, una intensa bandade color que ocultaba ladesolada realidad de susaguas sin vida.

—Es como estar en elmismísimo infierno —farfulló secándose la frente—. ¿Por qué motivo querríaalguien vivir en un lugarcomo este?

Ángela esbozó unasonrisa.

—Al inicio del primer

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milenio esta era una zonaextremadamente fértil ypróspera —dijo—. ¿Vesaquellos árboles de allí? —preguntó señalando laspequeñas manchas verdesdispersas en el suelo deldesierto que Bronson yahabía notado—. Aquellospocos árboles son lo únicoque queda de las antiguasplantaciones de dátiles.Existen documentos, quedatan de tiempos bíblicos,

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que cuentan que toda lazona que se extiende desdelas costas del mar Muertohasta más allá de Jericóestaba completamentecubierta de plantaciones dedátiles. De hecho, Jericó eraconocida como «la ciudadde los dátiles» y los dátilesde Judea eran un fruto muycodiciado, tanto comoproducto comestible comopor sus propiedadesmedicinales. De hecho, la

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palmera datilera seconvirtió en una especie desímbolo nacional de Judeahasta el punto de apareceren las monedas conocidasc o m o Iudaea capta, queacuñaron los romanos trasla caída de Jerusalén y laconquista del país. En todasellas aparece una palmeracomo parte del dibujo deldorso. Esta zona tambiénproducía balsamina, por lovisto la mejor de la región.

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—¿Y qué esexactamente la balsamina?

—Puede referirse amuchas cosas, desde unaflor a un árbol, pero enJudea la palabra hacíareferencia a un granarbusto. Producía unaresina de un aroma dulzónque tenía muchasaplicaciones en el mundoantiguo y que se utilizabatanto en medicina como enla elaboración de perfumes.

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Además, la región eratambién una importantefuente natural de betún.Uno de los antiguosnombres del mar Muertoe r a Lacus Asphaltites, olago del asfalto. Es unnombre algo extraño paracualquier masa de agua, yla razón por la cual lollamaban así es que el aguaestaba cubierta por grandescúmulos de alquitrán,también conocido como

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asfalto.—¿Te refieres al asfalto

como el que se emplea paralas carreteras? ¿Esa cosanegra y pringosa que seutiliza por sus propiedadesaglutinantes? ¿Para quédemonios lo usaban hacedos mil años?

—Para una nación quese dedicaba casiexclusivamente a la pesca,era un productofundamental, porque les

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servía para impermeabilizarel fondo de susembarcaciones yprotegerlas de posiblesfisuras. Sin embargo, losprincipales consumidoresdel betún de Judea eran losegipcios, y ellos hadan unuso muy diferente.

—¿Cuál? —preguntóBronson.

—Durante el proceso demomificación, el cráneo delos difuntos se rellenaba de

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betún líquido y resinasaromáticas. Teniendo encuenta que en el siglo IIIantes de Cristo la poblaciónde Egipto rondaba los sietemillones, había muchoscadáveres que embalsamary el comercio de betún eraaltamente lucrativo.

Bronson miró conincredulidad el extrañopaisaje circundante. Parasus ojos no adiestradosQumrán no era más que un

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enorme pedregal y soloalgunas de las piedrasparecían formar muros.Entonces pensó en laturbulenta historia de laregión, en las terriblesprivaciones que tuvieronque sufrir los esenios paraintentar combatir lastemperaturas extremas y laausencia de agua fresca enlo que tuvo que ser uno delos hábitats más hostiles delplaneta. Para él, y a pesar

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del espléndido sol, Qumrány todo el perímetro teníanun aspecto siniestro, tal vezincluso peligroso, de unaforma difícil de explicar. Enese momento, y a pesar delcalor asfixiante, unescalofrío recorrió sucuerpo.

—Bueno —dijo—,cuando quieras nos vamos.No veo la hora de volver alas comodidades del mundocivilizado.

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Ángela frunció el ceño yle puso la mano sobre elbrazo.

—Entiendo cómo tesientes. A mí tampoco megusta mucho este lugarpero, si no te importa, megustaría echar un vistazo aun par de cuevas.

—¿Es realmentenecesario?

—Mira, si quierespuedes esperarme en elcoche con el aire

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acondicionado encendido,pero yo voy a subir. Heleído prácticamente todo loque se ha publicado sobreestas cuevas y losmanuscritos del mar Muertoy la mayor parte de mitrabajo guarda relación conesta zona. Sin embargo, esla primera vez que tengoocasión de visitar unantiguo asentamiento judío.Ya que hemos llegado hastaaquí, me gustaría echar un

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vistazo al interior de un parde ellas, solo para ver cómoson. No tardaré mucho,Chris, te lo prometo.

Bronson suspiró.—Había olvidado lo

decidida que podías llegar aser —dijo con una sonrisa—. Voy contigo. No mevendrá mal pasar un rato ala sombra, aunque sea en elinterior de una cueva.

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Yacoub tenía el teléfono

móvil apoyado en su oreja yescuchaba a Asan, que leiba informando mientrasseguía a Bronson y aÁngela por el asentamiento.Aunque estabaacostumbrado a las altastemperaturas de Marruecos,y a pesar de que llevaba lospantalones y la chaqueta

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más ligeros que habíapodido encontrar, el calor leresultaba agobiante.Hubiera preferido llevar unachilaba y una kufiyya, peroese tipo de indumentaria lohabría identificado comoárabe, y eso era algo quequería evitar a toda costaporque, precisamente enIsrael, habría llamadodemasiado la atención.

—Se están comportandocomo simples turistas —

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informó Hassan—. Han dadoun paseo por las ruinas,pero ahora parece que semarchan.

Durante unos segundosse hizo el silencio, peroluego el hombre habló denuevo.

—No, espera. No sedirigen al aparcamiento.Parece que van a subir a lascuevas.

—Bien —dijo Yacoub—.En mi tablilla hay una

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referencia a Qumrán. Esposible que piensen que lasreliquias estén escondidasaquí. Síguelos e intentaacercarte lo máximoposible. A ver si consiguesoír lo que dicen. Si entranen alguna cueva, síguelos,siempre, claro está, que nosea demasiado pequeña. Túeres un turista más, y no teconocen, así que no deberíahaber problemas.

—¿Y si encuentran las

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reliquias?—Es obvio —dijo Yacoub

—. Acabas con ellos y luegome llamas.

—No es muy profunda—comentó Bronson trasdetenerse a la entrada deuna de las cuevas cercanasa la llanura de Qumrán—.Más que una cueva, pareceuna grieta en la montaña.

La abertura tenía unmetro de ancho por metro ymedio de alto, pero la

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cueva en sí tenía unaprofundidad de unos cincometros y estabacompletamente vacía.

—Tienes razón —convino Ángela—, pero hayotras por aquí que sonmucho mayores. Vamos aechar un vistazo a una más.Luego nos vamos.

—Por mí, perfecto —dijoBronson tomando ladelantera.

Una vez en el exterior

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miró a su alrededor yseñaló hacia la partesuperior de la colina.

—Aquella parece algomayor —sugirió, indicandoun óvalo mucho más ancho,abierto en la roca, a unosochenta metros de distancia—. ¿Te parece bien?

Ángela miró haciaarriba y asintió con lacabeza. A ambos lescostaba hablar por el calorsofocante.

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Cuando se pusieron encamino, eligiendo concuidado el sendero quedebían seguir, Bronson miróhacia atrás y divisó a unhombre que subía la laderahacia donde seencontraban,aparentemente en direccióna una de las cuevas. Enrealidad, desde aquel lugarse veía bastante gente enQumrán y en las colinas delos alrededores y, aunque

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ese turista en particular noparecía muy diferente detodos los que pululaban porallí, no pudo evitar que supresencia lo inquietara.

Cuando habían salidode la primera cuevapequeña, el hombre sedirigía directamente haciaellos, o quizá hacia la cuevaen sí, pero en ese momentohabía cambiado de direccióny una de dos, o caminabahacia la gran cueva que él y

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Ángela habían elegido, ointentaba cortarles el paso.Fuera como fuera, Bronsondecidió no quitarle ojo.

Ángela fue la primeraen llegar a la cueva yentrar en el interior.Bronson lo hizo pocodespués, no sin antes echarun último vistazo hacia lapendiente. El hombre seencontraba a unoscincuenta metros dedistancia, y seguía

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caminando tranquilamentehacia ellos, en apariencia,sin ninguna mala intención.

Bronson hizo una señala Ángela para que guardarasilencio, volvió a la entraday se asomó al exterior concuidado de permanecer enla sombra. La figura que seacercaba se detuvo a unostreinta metros y Bronsonvio que se metía unteléfono móvil en el bolsillode su chaqueta.

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—¡Mierda! —mascullóBronson al verlo sacar unapistola semiautomàtica desu cinturón, extraer elcargador de la culata pararevisarlo, colocarlo en sulugar y amartillar el arma—. Ahí fuera hay un tipoque se acerca con unapistola.

—¿No será un policía?—preguntó Ángelaesperanzada.

—Ya me gustaría a mí—

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dijo Bronson—. Pero lapolicía no lleva ese tipo dearmas.

En ese momento echóun vistazo a la cueva. Habíasolo dos pasillos cortos, unoa cada lado de la entrada, yambos estabanparcialmente cubiertos porrocas desprendidas. Los dospodían suponer una trampamortal, pero solo si elhombre que se acercabasabía que había alguien

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escondido.—¡Deprisa! —dijo

Bronson apuntando a suderecha—. Corre a esepasillo y escóndete detrásdel montón de rocas.

—¿Y tú? ¿Qué vas ahacer?

—Estaré allí, al fondo.Intentaré atraer suatención haciendo un pocode ruido. En cuanto pasepor delante de ti, sal yvuelve al coche.

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—No, Chris —dijoÁngela con voz temblorosa—. No pienso dejarte aquísolo.

—Por favor, Ángela.Tienes que hacerlo. Estarémucho más tranquilocuando sepa que estás asalvo. Bajaré en cuantopueda.

Bronson se dio la vueltay se adentró en la húmedaoscuridad. No llevabapistola, pero tenía una

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linterna que habíarecordado comprar por siacaso entraban en lascuevas. En ese momento laencendió dando gracias aDios por tenerla. Tras éloyó los pasos de Ángela quecorría, miró atrás y la viodesaparecer en el túnellateral.

Seguidamente, elbrillante óvalo de luz queindicaba la entrada de lacueva se oscureció

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parcialmente con la sombrade una figura que entraba.

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Bronson avanzó en la

oscuridad.La cueva parecía

adentrarse bastante en lapared de la montaña, talvez treinta o cuarentametros, y el espacio entrelas paredes se estrechababruscamente conforme sealejaba de la entrada. Elsuelo rocoso era irregular y

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estaba lleno de surcos,piedras sueltas y algunaszonas arenosas. Lasparedes, por su parte, eranbloques de piedraagrietados y con fisuras,con frecuentes pasillos sinsalida de apenas un metrode longitud. Y hacía calor.

Mucho calor, ya que,además de las altastemperaturas, no corría niuna pizca de aire.

En aquel momento se

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giró y miró hacia laentrada. La figura parecíainmóvil, justo a la entradade la cueva, probablementeintentando acostumbrarse ala oscuridad. Pero cuandoBronson miró, el hombre sedio la vuelta y dio un par depasos hacia el pasillo dondeÁngela se había refugiado.Rápidamente Bronson pegóuna patada, lanzó unaspocas piedras rodando porel suelo rocoso y encendió

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de nuevo la linterna.—¡Interesante! —dijo

alzando la voz a propósito,mientras dirigía la luz haciael interior de la cueva—.Será mejor que echemos unvistazo.

Al oír su voz la figura sedetuvo, se dio la vuelta,dirigió la atención hacia elhaz de luz y hacia la voz deBronson, y dio unos pasosintentando no hacer ruido.

Bronson vio que la

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figura sacaba la pistola, ydivisó la inconfundiblesilueta negra que parecíauna siniestra extensión desu brazo derecho. La buenanoticia era que el hombrese había alejado del lugardonde se escondía Ángela,pero, la mala, e igualmenteobvia, es que se dirigíadirectamente hacia él.Consciente de que susopciones y su libertad demovimiento eran cada vez

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más reducidas, Bronsonavanzó hacia el interior dela cueva y hacia la angostaoscuridad que teníadelante.

Después apuntó con lalinterna hacia el final de lacueva en busca deinspiración. Intentabadescubrir o bien unescondite, o algún modo dedistraerlo. No obstante,prácticamente no habíaningún lugar donde

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ocultarse y las pocasopciones no le gustarondemasiado.

—Creo que podría sereso de ahí —dijo en vozalta, fingiendo que Ángelaseguía a su lado—. Quédateaquí y sujeta esto.

Bronson colocó lalinterna sobre una rocailuminando un pequeñogrupo de piedras situado aun lado de la cueva que casiparecía que habían sido

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apiladas a propósito con laintención de que sirvierande mojón.

A continuación pasó pordelante del haz de luzcerrando los ojos paraconservar su visiónnocturna. Al hacerloproyectó una sombraenorme en la pared rocosadel final de la cueva que,con un poco de suerte,serviría para que elinoportuno visitante

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creyera que se encontrabalejos de la linternabuscando algo en lapenumbra.

Pero en realidad no eraallí donde iba a estar. Encuanto se encontró fuera dela influencia de la linterna,se agachó y se dirigió denuevo hacia la entrada dela cueva. Sin separarse dela pared, observó a la figuraacercarse, que seencontraba ya a unos cinco

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o seis metros de él.La atención del hombre

parecía centrarse en la luzde la linterna, que seguíaencendida sobre el montónde rocas. Se movía despacioy con sigilo hacia la luz,manteniéndose en el centrode la cueva y, obviamente,intentando no hacer ruido.

Bronson necesitabamantener la atención de suenemigo justo allí, mirandohacia el fondo de la cueva.

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Entonces agarró un par deguijarros y, con cuidado, loslanzó por los aires haciaatrás, un truco viejo peromuy efectivo. Las piedrasrebotaron contra el suelo dela cueva en algún lugarcercano a la linterna.

La figura continuócaminando, acercándoselentamente, y Bronsonpudo distinguir claramentela pistola que empuñabafirmemente en su mano

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derecha.De repente se oyó una

especie de fricción, seguidode un repiqueteo queprocedía de la entrada de lacaverna. Se trataba deÁngela, que había salidocomo pudo de su esconditey se precipitaba hacia laentrada de la cueva.

En aquel momento elhombre se dio la vuelta,levantó la pistola y apretóel gatillo.

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El sonido del disparoresonó como un trueno enel reducido espacio yBronson no tuvo tiempo decomprobar si la bala habíaalcanzado a Ángela pues,por aquel entonces, ya seestaba moviendorápidamente.

Justo en el precisoinstante en que la figura noidentificada disparó supistola, Bronson echó acorrer. Se apartó del muro

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de la cueva, cruzó a todaprisa el suelo rocoso y seabalanzó sobre el hombre,golpeándolo con el hombroen el estómago. Este,sorprendido, emitió un gritoahogado de dolor y sedesplomó contra el suelo,soltando la pistola, queaterrizó con un ruidometálico a cierta distancia.

Bronson no le diotiempo a reaccionar.Mientras ambos forcejeaban

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sobre el suelo de piedra dela cueva consiguió liberarsu brazo derecho ypropinarle un puñetazo enel plexo solar que le obligóa expulsar todo el aire quele quedaba en lospulmones. A continuación,le hundió la rodilla en laentrepierna y presionó contodas sus fuerzas. Tal vezno fue una buena ideaporque, al hacerlo, la rótulade Bronson se raspó contra

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las rocas, provocándole undolor punzante que lerecorrió toda la piernaderecha.

Pero el hombre al quehabía atacado se tensó, y seagarró la entrepierna consus manos. Bronson supoque lo había dejado fuerade juego, al menos porunos instantes.

Entonces consiguió aduras penas ponerse en piey se quedó mirando la

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figura hecha un ovillo quegemía en el suelo. Lapistola. Sabía que tenía queapoderarse como fuera delarma del hombre,aprovechar la oportunidad,pero no conseguía verla porninguna parte. Corrió atoda prisa hacia el fondo dela cueva, agarró la linternay regresó hacia su víctima.Apuntó con la luz a sualrededor, buscado el brillorevelador del metal. Nada.

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Entonces divisó un objeto,algo que emitía un destellopálido, y se acercó paraestudiarlo.

Efectivamente, setrataba de la pistola, perohabía aterrizado entre dosrocas, en el interior de unagrieta prácticamentevertical solo un poco másancha que el arma, y nopodía introducir la mano losuficiente para, ni siquiera,tocarla. Para sacarla habría

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necesitado o mover una delas rocas, algo que noparecía demasiado sencillo,o encontrar un palo o algosimilar que pudiera usarcomo palanca. Aun así nohubiera tenido tiempo,porque el hombre al quehabía atacado seencontraba ya de rodillas.

Cuando se puso en pie,Bronson intentó golpearleen la mandíbula, pero erróel golpe cuando su objetivo

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se apartó hacia atrás.Entonces oyó un chasquidoque no auguraba nadabueno y vio el brillo delmetal de una navajaautomática cuando esta seabrió de golpe. Bronson seretiró justo en el momentoque el individuo intentabaclavársela en el estómago,y luego se abalanzó sobresu agresor con la únicaarma que tenía a sudisposición: la linterna.

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Aquella mañana, en latienda, había estadomirando varios modelos,pero él era de los quepensaban que, ante laduda, era preferibledecantarse por la calidad, yhabía elegido una pesadalinterna de aluminio enforma de tubo, para usoindustrial, que contenía trespilas de tamañoconsiderable. En aquelmomento se alegró de

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haber gastado algo más dedinero.

La linterna se estrellócontra el lateral de lacabeza del hombre y estecayó de bruces contra elsuelo. Para sorpresa deBronson, seguíafuncionando, aunque sentíaque presentaba una enormeabolladura en un lateral.

Se quedó mirando unossegundos la figura inmóvil yluego estiró el brazo, la

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cogió del hombro y lavolteó. Apuntó con la luz ala cara por un momento yluego asintió lentamentecon la cabeza.

—¡Vaya, vaya! —musitó—. ¿Por qué no mesorprende?

Entonces hizo un últimointento por recuperar lapistola de la grieta entre lasrocas, y salió de la cueva.Ángela lo esperaba unosveinte metros más abajo,

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escondida detrás de unmontón de rocas con unapiedra del tamaño de unapelota de criquet en sumano derecha.

—¡Gracias a Dios! —dijoponiéndose en pie pararecibir a Bronson—. ¿Estásbien?

Él le posó la manosobre el hombro y le frotósuavemente la mejilla, quepresentaba un pequeñotiznajo.

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—Sí. ¿El disparo no teha alcanzado?

Ángela negó con lacabeza.

—En realidad creí quete disparaba a ti —dijo—.¿Qué ha pasado ahí dentro?

Bronson esbozó unasonrisa burlona.

—Hemos tenido unapequeña diferencia deopinión pero,afortunadamente, yocontaba con un elemento

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sorpresa.—¿Está muerto?—No. Solo está echando

un sueñecito. Menos malque tenía la linterna.

A continuación señaló alarma improvisada queÁngela acababa de lanzar yque rodaba por la ladera dela colina.

—¿Qué pensabas hacercon eso? —preguntó.

—No tengo ni idea pero,como comprenderás, no iba

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a dejarte aquí solo.—Bueno. Será mejor

que nos vayamos. El hechode que haya conseguidodeshacerme de un hombreno quiere decir que no hayamás observándonos.Tenemos que darnos prisa.

55—Entonces, ¿quieres

seguir con esto? —inquirióBronson mientrasconducían de regreso a TelAviv.

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Habían recorrido ladistancia que les separabadel aparcamiento en untiempo récord y en aquelmomento conducía todo lodeprisa que le permitían lascondiciones de la carretera.Era evidente que alguienlos había seguido hastaQumrán desde el hotel TelAviv y, en ese momento, suprincipal objetivo eraregresar a la ciudad yencontrar lo antes posible

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un nuevo alojamiento.—Sí—respondió Ángela

—. Para serte sincera, estoyaún más interesada enencontrar el rollo de plata yla alianza mosaica,especialmente ahora quehemos descubierto que nosomos los únicosinteresados. Creo que noqueda ninguna duda alrespecto, ¿no te parece?

Bronson asintió sinapartar la vista de la

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carretera.—Aun así —continuó

Ángela—, no consigoimaginar quién más puedeestar buscando estasreliquias.

—No lo sé, pero cuandovi la cara de ese hombre dela cueva supe de inmediatoque lo había visto antes. Nosuelo olvidar una cara, yestoy seguro de que erauno de los que aparecían enlas fotografías que Margaret

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hizo en el zoco de Rabat, loque significa que pertenecea la banda de losmarroquíes. Imagino quetenía órdenes de seguirnose intentar recuperar latablilla de barro que Yacoubpensaba que estaba ennuestro poder.

—Deberías haberlomatado y haberte quedadocon la pistola.

Bronson sacudió lacabeza.

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—No te creas —respondió—. Es lo peor quepodría haber hecho. Dejarlosolo con un fuerte dolor decabeza implica que lapolicía israelí no se veráinvolucrada y eso nos vienede perlas. Quise coger lapistola, pero se cayó en unagrieta entre las rocas y nopude sacarla. —Seguidamente hizo unapausa y añadió—: Sicontinuamos con esto, la

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cosa puede volverse muypeligrosa para ambos.¿Estás lista para algo así?

—Sí—respondió Ángelacon resolución—. Tenemosque encontrar el rollo.

Aquella noche Bronsony Ángela cenaron pronto enla habitación de ella, en elpequeño hotel al que sehabían trasladado a todaprisa apenas regresaron deQumrán. Bronson habíaelegido un lugar bastante

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alejado del centro de TelAviv, con la esperanza deque hubiera menosposibilidades de que susposibles perseguidores leslocalizaran y donde le seríamucho más fácil detectar siestaban siendo vigilados.Cuando terminaron decenar disponían todavía deuna hora antes de su citacon Yosef ben Halevi, demanera que echaron otrovistazo a la traducción de la

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inscripción.Ángela se conectó a la

página web que permitíatraducir del arameo, quehabía encontradoanteriormente, y comenzó aintroducir todas las palabrasque podía leer, incluyendolas de la tablilla del museode París, por si había algúnerror de traducción,mientras Bronson buscabalas mismas palabras en eldiccionario impreso.

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Una media hora mástarde se recostó en elrespaldo de su silla.

—Aparentemente, solotenemos que hacer algunoscambios —dijo— y, por loque he podido comprobar,ninguno de ellos esdeterminante. En laprimera línea habíamosescrito «asentamiento»,aunque también podríasignificar «aldea» o«agrupación de viviendas».

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En la tercera línea «oculto»también podría ser«escondido» y en la cuarta,la página web sugiere«caverna» en vez de«cueva». Por último, en laquinta sería más adecuadotraducir «pozo» en vez de«cisterna». No obstante,siguen siendo palabrasdiferentes que tienen unsignificado muy similar. Essimplemente una cuestiónde interpretación.

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Bronson abrió dosbotellines de ginebra quehabía sacado del minibar,añadió tónica y dio uno delos vasos a Ángela.

—¿Ha habido suerte conlas palabras que noconseguiste traducir la otravez? —preguntó.

—Con algunas sí. Mejuego lo que quieras a quela primera palabra de laderecha de la primera líneaes «Elazar», que formaría

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parte del nombre Elazarben Yair. Y por fin helogrado traducir esta.

A continuación señaló lapalabra «Gedi», que habíaescrito en la cuarta línea desu traducción de la tablillade Rabat, sustituyendo elespacio en blanco que habíaanteriormente.

—¿De dónde la hassacado?

—Como no aparecía enningún diccionario, pensé

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que podía tratarse de unnombre propio, como«Elazar». Entonces empecéa buscar versiones enarameo de apellidos ytopónimos y encontré esto.

—¿Gedi? —preguntóBronson pronunciándolacomo «Jedi», el de Laguerra de ¡as galaxias.

—Sí. Pero no conozconingún emplazamientorelevante cerca de Qumráncon esa denominación.

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Espero que Yosef puedaproporcionarnos algunaidea.

—¿Y qué me dices de lapalabra de al lado? ¿Hasconseguido algo?

Ángela asintiólentamente.

—Sí —dijo—. Setraduce «Mosheh», que esla versión en arameo deMoisés. Y eso significa queahora la frase se leería:«Las tablas de Templo de

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Jerusalén ——Moisés el —».Considerando lainformación de quedisponemos, me atrevería adecir que el originalprobablemente dice algo asícomo: «Las tablas delTemplo de Jerusalén y deMoisés, el gran líder» o, talvez, «el famoso profeta».

Ángela hizo una pausay miró a Bronson.

—Es evidente queYacoub tenía razón —dijo—.

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Es casi seguro que «lastablas del Templo» serefiere a la alianza mosaica,las tablas del profetaMoisés, la alianza originalsellada entre Dios y losisraelitas.

Bronson sacudió lacabeza.

—No puedes hablar enserio.

—En realidad no —dijoÁngela—, pero quienquieraque elaborara esta tablilla,

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estaba convencido de ello.—Los diez

mandamientos.—No. Todo el mundo

piensa que había diezmandamientos, pero no esdel todo exacto. Tododepende de la parte de laBiblia que tomes, pero laslistas más fiables aparecenen el capítulo 20 del Éxodoy en el 5 del Deuteronomio.En ambas fuentes se afirmaque Moisés bajó del monte

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Sinaí con catorcemandamientos.

—¿Los catorcemandamientos? La verdades que no suena igual debien.

Ángela esbozó unasonrisa.

—Tienes toda la razón,pero si estudiasdetenidamente el Éxodo sepueden encontrar más deseiscientos, incluidasalgunas perlas como «No

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dejarás con vida a los quecomentan brujería» o «Noafligirás al forastero».

—¿Y en qué época vivióMoisés? Suponiendo, claroestá, que realmenteexistiera.

—Como suele sucederen este tipo de asuntos, larespuesta varíadependiendo de qué fuenteprefieras. Según el Talmudnació aproximadamente enel año 1400 antes de

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Cristo, de una mujer judíallamada Jochebed. Cuandoel faraón Feraz ordenó quese matara a todos loshebreos recién nacidos, sumadre lo colocó en unacesta de juncos y lo dejó ala deriva en las aguas delNilo. Fue encontrado pormiembros de la familia realegipcia, que lo adoptaron.Esa es la historia que lamayoría de nosotrosconoce, y es más o menos

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la misma que la del reySargón de Acad, que vivióen el siglo XXIV antes denuestra era, excepto que elrío en el que él flotaba erael Éufrates.

» Existen muchasversiones diferentes de losmitos y leyendas querodean a Moisés, pero lamayoría de los cristianos yjudíos creen que fue elhombre que guió a losisraelitas desde la

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esclavitud en Egipto hastala Tierra Prometida, en laactual Israel. Lo realmenteinteresante es la frecuenciacon que Moisés aparece enlas sagradas escrituras delas diferentes religiones. Enel judaísmo, por ejemplo,aparece en una grancantidad de historias de losapócrifos judíos, así comoen la Mishnah y en elTalmud. En la Bibliacristiana aparece tanto en

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el antiguo Testamento comoen el nuevo, y también esuno de los personajes másrelevantes del Corán. Losmormones incluyen el librode Moisés (la supuestatraducción de sus escritospersonales) en su canon deescrituras sagradas. Porúltimo, si queremos aportaruna nota algo másdesenfadada, L. RonHubbard, el fundador de lacienciología, afirmaba que

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Moisés poseía una pistoladesintegradora con la quecombatía a losextraterrestres que habíaninvadido el antiguo Egipto.

Bronson sacudió lacabeza.

—¿Qué quieres decircon todo esto? ¿Que existióo que no? Y en caso de queexistiera, ¿cómo es posibleque existiera la alianzamosaica?

—Nadie sabe si Moisés

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fue un hombre de carne yhueso —respondió Ángela—, pero la validez históricade la alianza mosaica esalgo muy difícil de rebatir,principalmente porqueexisten innumerablesreferencias de la época alarca, la caja dorada en laque se guardaba. Los judíostrasladaron algo en suinterior, algo de crucialimportancia para sureligión.

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En aquel momento,Ángela miró su reloj y sepuso en pie.

—Tenemos que irnosya. No quiero hacer esperara Yosef. —Seguidamente,tras una breve pausa,añadió—: Escucha, Chris.No debemos mencionar lastablillas de barro y muchomenos la alianza mosaica.De hecho, preferiría que medejaras hablar a mí.

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56

Su nuevo hotel se

encontraba cerca de NamalTel Aviv, el puerto en elextremo norte de la ciudad,un laberinto de calles deuna sola dirección, perocerca de la avenida Rokach,que Bronson esperaba queles sirviera como rutarápida para salir de laciudad si surgía la

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necesidad. Ángela habíaquedado con Yosef benHalevi en un bar, justo a lasalida de Jabotinsky, cercade los jardines deHa'Azma'ut y del HiltonBeach.

Era un corto paseo enel relativo fresco de lanoche, pero Bronson decidiótomar la ruta másagradable simplementepara comprobar que nadieles seguía, de modo que, en

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vez de bajar directamentepor Hayark o por BenYehuda, siguieron el paseopeatonal que pasaba pordelante del Seraton Beach yluego atravesaron el hotelHilton.

La ciudad era unhervidero de gente, yencontraron numerosasparejas elegantementevestidas que paseabanjunto a las profundas aguasazules del Mediterráneo,

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mientras el sol se sumergíaen el horizonte formandouna caótica paleta decolores primarios, que ibandel rojo al azul, pasandopor el amarillo. Noobstante, apenas entraronen el laberinto de estrechascallejuelas situadas al estede los jardines deHa'Azma'ut, muchas de lascuales llevaban el nombrede grandes ciudades comoBasilea, Fráncfort y Praga,

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la escena cambióradicalmente. Los hotelesdieron paso a edificios deapartamentos pintados decolor blanco, de no más decuatro o cinco pisos dealtura, cuyas fachadasestaban tachonadas deaparatos de aireacondicionado y donde lasplantas bajas estabansembradas de bares ytiendas blasonadas conexóticos carteles escritos en

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hebreo. Por lo visto, noquedaba ni un solo huecopara aparcar, y losconductores, frustrados,intentaban abrirse paso consus vehículos, que sedesplazaban lentamente através de las multitudes depeatones, buscando un sitiodonde estacionar.

—¡Ahí está! —dijoBronson ayudando a Ángelaa cruzar la calle endirección al bar. Hasta ese

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momento no habíadetectado a nadie quemostrara el más mínimointerés por ellos.

Por alguna razón,Bronson se había hecho a laidea que Yosef ben Halevisería un venerable profesoruniversitario encorvado,con el pelo cano yprobablemente cercano alos setenta. Sin embargo, elhombre que se alzó parasaludarles apenas entraron

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en el pequeño y tranquilobar no era ninguna de estascosas. Rondaba latreintena, era alto, esbeltoy atractivo, con unaabundante mata de pelonegro y ondulado y con unpeinado que le hacíaparecer un héroeromántico.

—¡Ángela! —exclamómostrando una perfectadentadura de un intensocolor blanco que

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contrastaba con su tezbronceada.

Bronson le cogió maníainmediatamente.

—¡Hola, Yosef! —dijoÁngela poniendo la mejillapara que este la besara—.Te presento a ChrisBronson, mi ex marido.Chris, este es Yosef benHalevi.

Apenas tomaronasiento, Ben Halevi se giróhacia Ángela.

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—Tu llamada me hadejado muy intrigado —dijo—. Dime, ¿qué estáshaciendo aquí y en quépuedo ayudarte?

—Es algo complicado…—comenzó Ángela.

—¿No lo es siempre? —interrumpió Ben Halevi conotra sonrisa cautivadora.

—Estamos devacaciones, pero tambiénme han encargado queinvestigue algunos aspectos

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de la historia de los judíosdel siglo I, a propósito deunas inscripciones que hanaparecido en Londres.

—Unas vacaciones detrabajo, entonces —sugirióBen Halevi echando unvistazo a Bronson.

—Efectivamente. Enconcreto, estoy recabandoinformación sobre losacontecimientos quetuvieron lugar en lasinmediaciones de Qumrán a

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finales del siglo I despuésde Cristo.

Yosef ben Halevi asintiócon la cabeza.

—Imagino que terefieres a los esenios y a lossicarios, ¿verdad? Sinolvidarnos de las legionesromanas y los emperadoresNerón, Vespasiano y Tito.

Era evidente que sabíade lo que hablaba yBronson se alegró de queÁngela hubiera elegido un

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sitio tan tranquilo paraencontrarse con él. Habíasolo un puñado de clientesen el bar, y podían hablarcon toda libertad en laesquina donde seencontraban sin miedo aque los oyeran.

Ángela asintió.—Una de las cosas que

me desconciertan es lapalabra «Gedi». He pensadoque podría tratarse de unnombre propio o parte de

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uno. ¿Te suena de algo?—Por supuesto.

Obviamente, dependerá delcontexto, pero lo másprobable es que se trate deuna referencia a Ein-Gedi.Además, en ese caso, esprobable que guarderelación con los sicarios.¿Dónde lo encontraste?

—Aparece en unainscripción que hemosdescubierto —dijo Ángelacon soltura.

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—Bien —dijo Ben Halevi—. Ein-Gedi es un oasismuy fértil situado al oestedel mar Muerto, el que losantiguos solían denominarl a g o Asphaltites, no muylejos de Qumrán y deMasada.

—¿Eso es todo? ¿Unoasis? —dijo Bronson—. Noparece muy emocionante,que digamos.

—No se trata de unsimple oasis. Se le

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menciona en numerosasocasiones en la Biblia,especialmente en lasCrónicas y en los libros deEzequiel y Josué. Apareceincluso en el Canto deSalomón (Ein-Gedi es lainterpretación más obvia dela palabra «Engaddi» queaparece en un verso) y,según se dice, el rey Davidse escondió allí cuando eraperseguido por Saúl. Fue unlugar muy importante

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durante un largo periodo dela historia del pueblo judío.

—¿Y los sicarios?—Estaba a punto de

llegar a ellos. Según Josefo(espero que hayas oídohablar de él), mientras losromanos asediaban Masada,algunos miembros de laguarnición de sicarios se lasarreglaron para escapar ysaquear el asentamientojudío de Ein-Gedi. Fue unataque en toda regla y

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asesinaron a más desetecientas personas. Esimportante recordar que, enaquella época, losenfrentamientos entrejudíos no eran taninfrecuentes.

» No se sabe gran cosade los habitantes de Ein-Gedi de la época, perodebía de tratarse de unoasis bastante prósperopara poder sustentar atanta gente. Probablemente

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los sicarios buscabanvíveres y armas que lespermitieran continuar lalucha contra las huestesromanas que cercabanMasada. Por supuesto —concluyó Ben Halevi—, noles sirvió de mucho, porquela ciudadela sucumbió pocodespués y todos los sicariosperecieron.

—Eso es muyinteresante, Yosef —dijoÁngela tomando nota

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mentalmente. Acontinuación, cambiando detema, añadió—: Nosinteresa mucho el trasfondohistórico del arca de laalianza. ¿Te importaríaexplicarlo también? A Chrisno le vendría malconocerlo.

—¿El arca de la alianza?—inquirió Ben Haleviacercándose un poco más aÁngela. Demasiado, para elgusto de Bronson—. Muy

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bien. De acuerdo convuestra Biblia (con elAntiguo Testamento,obviamente), uno de losobjetos más sagrados paralos israelitas fue el arca dela alianza, que duranteaños se conservó endiferentes santuarios deJudea, incluidos los de Silóy Shechem. Cuando el reyDavid conquistó Jerusalén,decidió construir un lugarpermanente para albergar

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la reliquia y, por razonesobvias, el Monte delTemplo, situado en la parteantigua de la ciudad,pareció la opción másacertada.

» Salomón era elsegundo hijo del rey David,y ascendió al trono deIsrael en el 961 antes deCristo. Durante su reinadocontinuó la labor que habíainiciado su padre ycompletó el Templo en el

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957 antes de Cristo. Eledificio no solo sirvió paraalbergar el arca, que teníauna cámara especialllamada devir, que significasanctasanctórum, sinotambién como lugar deoración. Según cuenta laleyenda, aunque lasdimensiones del Temploeran bastante reducidas,tenía un patio lo bastantegrande para dar cabida a ungran número de fieles.

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Aparentemente, en unprincipio se construyó conmadera de cedro, pero connumerosos adornos de oroen el interior. Este pasó allamarse el Templo deSalomón y, posteriormente,sería conocido como elPrimer Templo. Se mantuvoen pie unos trescientossetenta años hasta queNabucodonosor, rey deCaldea, arrasó Jerusalén ydestruyó el edificio. Por

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aquel entonces, y duranteun largo periodo, el arca dela alianza no volvió amencionarse en las fuentesescritas.

—¿De qué materialestaba hecha el arca? —inquirió Bronson—. De oro,supongo.

Ben Halevi negó con lacabeza.

—La mayoría de lasfuentes coinciden en queparecía de oro, pero

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actualmente se cree que,en realidad, estaba hechade madera de acacia ycubierta de láminas de oro.Por lo visto estabaprofusamente decorada, conuna llamativa tapaornamental y unas anillasen los laterales quepermitían trasladarlaintroduciendo unas barras.Si la descripción escorrecta, lo más probable esque la madera acabara

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pudriéndose y que el arcase desintegrara hacetiempo, de manera que nonecesariamente fue robada.

» En cualquier caso —continuó Ben Halevi—aproximadamente un siglodespués comenzaron lasobras para erigir elSegundo Templo, queprobablemente tenía undiseño similar al del Templode Salomón, pero a unaescala más modesta. Los

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romanos lo destruyeron enel año 70 después de Cristoy, como seguramentesabes, desde entonces noexiste ningún templo judíoen el monte y este hecho seha convertido en elproblema principal demuchos judíos.

Ben Halevi hizo ungesto al camarero, quetrajo una botella de vinotinto y rellenó los vasos.

—¿Porque carecen de

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un lugar donde oficiar susritos religiosos? —preguntóBronson.

Ben Halevi sacudió lacabeza.

—No solo por eso,aunque, indudablemente,es un punto importante. Enrealidad, para comprenderdel todo hasta qué puntoresulta crucial la ausenciade un templo, es necesariohurgar en vuestro AntiguoTestamento. En el libro del

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Apocalipsis, para ser másexactos. Imagino queestaréis familiarizados conél —añadió mientras unaleve sonrisa asomaba ensus labios.

Bronson y Ángelanegaron con la cabeza.

—¡Qué vergüenza! —dijo con un tono algopaternalista—. Dejadmeque os lo explique.Presuntamente elApocalipsis, también

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conocido como el libro de laRevelación, fue escrito porun hombre llamado Juan dePatmos. Es posible que setrate del apóstol san Juan,pues se cree que se exilióen la isla del mismo nombredel mar Egeo, a finales delsiglo I después de Cristo.Probablemente, dentro delos libros que componenvuestra Biblia, este sea elmás difícil de interpretar,ya que tiene un carácter

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enteramente profético ytodo él tiene que ver con lasegunda llegada y el fin delmundo. Esta es la razón porla cual se le denomina elApocalipsis de san Juan. Adecir verdad, nadie sabe siel autor fue realmente elapóstol san Juan o algúnotro, del mismo modo quenadie sabe si el hombre quelo escribió era un verdaderovisionario, alguien quedescribía con precisión una

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serie de imágenes que Diosle enviaba, o si se tratabade un pobre chiflado queperdió la cabeza a fuerza deestar expuesto al sol delEgeo, pasando las horassobre una roca y rodeadode cabras.

» El problema es quemucha gente ha tomadotodo lo que está escrito enel Apocalipsis como lapalabra de Dios, y hancreído a pies juntillas todo

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lo que en él se cuenta.Como era de esperar, lamayor parte de estosfundamentalistas vive enEstados Unidos, losuficientemente lejos deIsrael, pero muchos de miscompatriotas comparten lasmismas creencias. Y una delas ideas principales que seexponen en él es que seproducirá una segundallegada, un día delApocalipsis, en el que Jesús

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regresará a la Tierra. Sinembargo, en esta ocasiónno vendrá como un mesías,sino como un guerrero, y sullegada anunciará la batallafinal entre el bien y el mal.Tras el combate, cuando,como no podía ser de otramanera, los ejércitos delbien resulten vencedores,Jesús reinará en un mundopacífico durante mil años.

—¿Tú crees en todosesos cuentos? —preguntó

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Bronson con una expresiónclaramente escéptica.

—Yo soy judío —contestó Ben Halevi—. Melimito a recordaros lo quecuenta vuestra Biblia. Loque yo crea carece deimportancia.

—¿Pero lo crees o no?—insistió Bronson.

—Ya que me lopreguntas, te diré que no,pero lo que importa es loque cree la mayoría y te

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sorprendería cuánta gentepiensa que el mundoacabará tal y como prediceel Apocalipsis.

—¿Y todo esto guardarelación con el TercerTemplo? —sugirió Ángela.

—Efectivamente. Segúnuna de las interpretacionesdel Apocalipsis (aunque notodo el mundo lacomparte), Jesús noregresará a la Tierra hastaque los judíos se hayan

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apoderado de toda la TierraSanta. Lo más cerca queestuvimos fue en 1967,cuando nuestros soldadoscapturaron Jerusalén y, porprimera vez en casi dos milaños, recuperamos elcontrol del muro occidentaly del Monte del Templo. Sinembargo, Moshe Dayandecidió, casi de inmediato,devolver el control delMonte a los musulmanes.

—¿Y por qué diantre

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hizo algo así?—Bueno, por aquel

entonces Dayan eraministro de Defensa, asíque la decisión lecorrespondía a él e inclusopodría decirse que tal veztomó la decisión acertada.El Monte del Templo yaestaba ocupado por laCúpula de la Roca y lamezquita de Al Aqsa, dos delos lugares más sagradospara los musulmanes. Si

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Israel se hubiera quedadocon el control del Monte,hubiera recibido unaenorme presión para que sedestruyeran estos edificioscon el fin de erigir el TercerTemplo. En ese caso, nosabríamos visto envueltos enuna guerra contra todo elmundo musulmán, unaguerra que, casi con todaprobabilidad, habríamosperdido. La decisión deDayan nos trajo cierta paz

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o, al menos, la esperanzade que algún día lleguemosa conseguirla.

Ben Halevi lanzó unsuspiro y Bronson intuyóque estaba pensando en losrecientes disturbios y en loscontinuos enfrentamientosentre palestinos e israelíes.

Ángela se inclinóligeramente hacia delante ymiró a su colega.

—Una última cosa,Yosef. ¿Qué opinas del rollo

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de cobre? ¿Se tratarealmente de un listado detesoros o de un engaño?

El israelí esbozó unatímida sonrisa.

—La respuesta a esapregunta es muy sencilla —dijo—. La mayoría de losinvestigadores concuerdanen que se trata de unlistado auténtico y que lostesoros existieronrealmente. También se hasugerido que su intención

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era registrar los esconditesde un tesoro durante uncorto periodo de tiempo, yque la idea era recuperarlosen algunos meses o, comomucho, unos años despuésde ocultarlos. Pero en esecaso, ¿por qué no loescribieron en papiro? ¿Quénecesidad había de tomarsetanto tiempo y trabajo enpreparar un documento quepodía durar una eternidadsi el texto solo sería

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aplicable durante unosaños?

» Además, si el rollo decobre es realmente unlistado, eso sugiere que lareferencia a otrodocumento, el conocidocomo rollo de plata,también es real, en cuyocaso la teoría de que setrataba de un esconditetemporal se encuentra conotro escollo. ¿Para quéelaborar el rollo de cobre y

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luego otro, posiblemente deplata, para registrar algotan efímero? Hasta ahoranadie ha sido capaz de daruna explicación convincentea esa incongruencia.

» De todas las teoríasque he oído, la única creíblees que los dos rollos teníanque leerse juntos paradescifrar lo que decían. Enotras palabras, el rollo deplata serviría paraidentificar de forma

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concluyente el área dondese escondió algo, y luego lareferencia detallada delrollo de cobre serviría paraguiar al escondite exacto.En ese caso, tendría sentidoesconder los dos rollosseparadamente, lo quesabemos que se hizo,porque en Qumrán no seescondió nada parecido alrollo de plata.

Bronson y Ángela semiraron. Era una especie de

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confirmación de lo quehabían deducido de lainscripción de las tablillas.

—En cierta medida —concluyó Ben Halevi—, elhecho de que el rollo decobre no estuvierarealmente escondidoconfirma esta teoría. Enrealidad, estabasimplemente almacenadoen una cueva junto a otrosmuchos rollos. Y sí quehabla de que el rollo de

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plata se ocultó debidamenteen algún lugar. La preguntaes: ¿significa eso que existerealmente? No tengo niidea, pero sabemos que elrollo de cobre es real y lamayor parte de losestudiosos coinciden en queel listado es auténtico, loque me hace pensar que esmuy posible que exista otrodocumento escondido enalgún lugar.Desgraciadamente, no

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tenemos ni la menor ideade dónde.

Seguidamente echó unvistazo a su reloj y se pusoen pie. Luego le dio la manoa Bronson y se despidió deÁngela con un par de besos.

—Se ha hecho un pocotarde, y mañana tengo quetrabajar —se excusó—.Leyendo entre líneas, tengola impresión de que andastras la pista de algo muyinteresante, por no decir de

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gran importancia. Por favor,mantenme informado y, sinecesitas algo, haré todo loque esté en mi mano paraayudarte.

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—¿Dónde están? —

preguntó Yacoub con voztranquila y controlada.

—Han dejado el hotel.—Eso ya lo sé, Musab —

dijo el hombre del rostroparalizado, sin alzar la voz—. No te he preguntadoeso. Quiero saber dóndeestán ahora.

Musab, uno de los

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hombres que Yacoub habíaescogido para que leacompañaran a Israel parala operación, desvió lamirada, incapaz de sostenerla de su jefe.

—No lo sé, Yacoub —admitió—. No me esperabaque dejaran el hotel.Habían reservado para unasemana.

—¿Y qué piensas hacerahora?

—Uno de nuestros

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contactos está comprobandotodos los hoteles de TelAviv. Los encontraremos, telo prometo.

Durante unos segundosYacoub no respondió y selimitó a dirigir su miradasesgada a su subordinado.

—Sé muy bien que loharéis —dijo por fin—. Loque me preocupa es cuántotiempo vais a necesitar. Nosabemos dónde están, ni loque están haciendo y

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hemos llegado demasiadolejos para perderlos ahora.

—En cuanto sepa algo,te lo diré.

—¿Y si se hantrasladado a Jerusalén? ¿Oa Haifa? ¿O a alguna otraciudad de Israel? O lo quees peor, ¿y si se han ido aalgún otro lugar de OrienteMedio?

Musab se iba poniendopálido por momentos. Eraevidente que no había

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considerado ninguna deesas posibilidades.

—Quiero que losencuentres, Musab. Y que lohagas ya mismo. En cuantolo consigas los cogeremos,porque es posible que, paraentonces, ya hayanencontrado las reliquias. Yaunque no fuera así, hallegado la hora de que noscuenten lo que saben. ¿Hasentendido?

El otro hombre asintió

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con entusiasmo.—Le pediré a mi

hombre que empiece abuscar en otros lugaresinmediatamente.

Yacoub se giró hacia elindividuo que estaba de piejunto a la puerta de suhabitación de hotel.

—¡Ve a por el coche! —ordenó—. Daremos unavuelta por la ciudad paraver si los encontramos. Lamayoría de los hoteles

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están en la zona oeste de laciudad, cerca del mar.

—¿Quieres que vayacon vosotros? —preguntóHassan, que estabatumbado en la cama conuna bolsa de hielo en ellado de su cabeza dondeBronson le había golpeadocon la pesada linterna.

—No —respondióYacoub—. Tú quédate aquí.—Seguidamente,dirigiéndose a Musab,

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añadió—: Cuando loslocalices, llámame al móvil.

—Te diré algo en menosde una hora. Te lo prometo.

—Eso espero. De locontrario, eres hombremuerto. Sin embargo, serégeneroso. Te concedonoventa minutos.

Cuando Musab se dio lavuelta para coger elteléfono, apenas podíacontrolar el temblor de susmanos.

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—¿Ha sido útil? —

preguntó Bronson.Habían salido del

pequeño bar y caminabansin prisa por las calles deTel Aviv en dirección a suhotel. La noche era cálida yla ciudad estaba a rebosarde gente que caminaba abuen ritmo por las aceras oconversaba animadamente

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en la entrada de los bares.Por un instante Bronsondeseó que su estancia enIsrael fuera solo para pasarunas relajadas vacaciones,y que él y Ángelacaminarandespreocupadamente haciasu hotel después de haberdisfrutado de una cenaromántica. En vez de eso,escudriñaba entre lassombras cualquier indiciode hombres armados,

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mientras los dos sedevanaban los sesosintentando averiguar pordónde debían empezar abuscar un par de reliquiascasi míticas de las quenadie sabía nada desdehacía más de dos milenios.

—Ahora empieza acobrar algo más de sentido—dijo Ángela—. Creo que,cuando los sicariosarrasaron Ein-Gedi,encontraron algo más que

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víveres y provisiones, yprecisamente es de eso delo que trata la inscripción.Incluso existe la posibilidadde que, durante el asalto,encontraran todas y cadauna de las reliquias a lasque se refieren las tablillasde barro. Existentestimonios escritos de laépoca que mencionan que,durante las guerras con losromanos, se sacaron deJerusalén importantes

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tesoros para ponerlos abuen recaudo. Como biendice Yosef, Ein-Gedi era unode los asentamientos másimportantes en lascercanías de la ciudad, talvez incluso el másimportante, de manera que,es posible que fuera ellugar elegido paramantener a salvo variosobjetos. Pero antes de quepudieran restituirse alTemplo de Jerusalén, o a

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dondequiera queprovinieran, los sicariosasaltaron el oasis y seapoderaron de todo lo queencontraron. Además, sihacemos caso a la parte deltexto que hemosconseguido descifrar hastaahora, eso incluíaexplícitamente el rollo decobre, el de plata y lastablas del Templo deJerusalén

—Entonces, ¿estamos

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en el buen camino? —preguntó Bronson.

—Sin duda. Pero ahorahay que averiguar dóndedebemos iniciar labúsqueda.

Durante algo más de unminuto caminaron ensilencio, Ángela absorta ensus pensamientos yBronson explorando lazona, intentando descubrirsi alguien los vigilaba o algopeor. Pero allá donde

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mirara, la gente parecíanormal e inofensiva, algobastante tranquilizador, ypoco a poco comenzó arelajarse. Tal vez su idea decambiar de hotel de formainesperada habíafuncionado y habíanconseguido despistar a loshombres de Yacoub, puestoque Bronson estaba segurode haber reconocido a suagresor en Qumrán.

Esta sensación de

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seguridad se prolongó solohasta que llegaron a laavenida Nordau, el ampliobulevar que corría endirección este desde elextremo norte de losjardines de Ha'Azma'ut.

Tras cruzar la calle parallegar al paseo centralflanqueado de árboles, sevieron obligados adetenerse al borde de lacalzada para dejar paso aunos cuantos coches. El

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último de ellos era unPeugeot blanco queavanzaba lentamente, loque permitía que, gracias ala suave iluminación de lacalle, se entrevieran lassiluetas del conductor y dela persona sentada en elasiento del copiloto.

Cuando el vehículo pasójusto delante de ellos,Bronson miró conindiferencia al conductor,un hombre de pelo negro y

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tez morena que jamáshabía visto antes. Luego, elpasajero, que hablabaanimadamente por el móvil,se inclinó hacia delante.Bronson vio su rostro conclaridad en el mismoinstante en que el hombredel coche lo reconoció, y,por una fracción desegundo, sus miradas secruzaron. Seguidamente elcoche pasó de largo pordelante de ellos.

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—¡Dios! —dijo Bronsontambaleándose hacia atrásy agarrando el brazo deÁngela—. ¡Ese era elmaldito Yacoub!

—¡No puede ser! —protestó Ángela—. Estámuerto.

Justo en el momento enque se daban la vuelta yechaban a correr, Bronsonoyó tras ellos el chirrido delos neumáticos que indicabaque el Peugeot había girado

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bruscamente. Entoncesescuchó unos gritos enárabe y el sonido de unaspisadas que golpeaban laacera en dirección a ellos.

—¡Espera! —gritóÁngela al llegar al extremosur de la avenida Nordau.

—¿Qué pasa? —Bronsonla miró y luego observó elcamino que habíanrecorrido. Su perseguidor(solo podía distinguir unafigura y estaba seguro de

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que no se trataba deYacoub) estaba apenas aunos cincuenta metros dedonde se encontraban.

Ángela lo agarró delbrazo, se desprendió de unode los zapatos de tacón, ydespués se inclinó y sequitó el otro.

Mientras lo hacía se oyóun disparo, y una bala seestrelló contra la pared deledificio que tenían detrás, asolo unos centímetros por

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encima de sus cabezas, yluego rebotó en laoscuridad. El rotundochasquido del disparoretumbó en los bloques decemento que los rodeaban ypareció silenciar los ruidosde la ciudad.

—¡Mierda! —farfullóBronson.

—¡Vámonos! —gritóÁngela abandonando elzapato en la acera.

A algunos cientos de

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metros detrás de ellos,Yacoub rodeó corriendo elPeugeot y se lanzó sobre elasiento del conductor. Cerróla puerta de un portazo,metió la primera y pisó confuerza el acelerador. Alllegar al primer cruce giróel volante a la izquierda,obligando a salirse de lacalzada a un coche que seacercaba y cuyo conductor,irritado, apretó el claxoncon todas sus fuerzas.

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Yacoub ignoró el ruidomientras salía disparado porDizengoff, con su atencióncentrada exclusivamente enencontrar el primer cruce ala izquierda para poderinterceptar la huida a lapareja.

Musab había cumplidosu palabra. Su contactohabía averiguado en quéhotel se habían registradoBronson y la mujer, y habíallamado a Yacoub para darle

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la información justo antesde que se cumpliera elplazo que le había dado.Curiosamente, Yacoub sedirigía hacia el hotelmientras hablaba conMusab al teléfono, cuandomiró por el parabrisas y losdescubrió de pie, al bordede la acera, justo delantede él.

Yacoub no conocía lazona, pero suponía que, sitorcía tres veces a la

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izquierda, acabaría delantede su presa. La primeracalle a la que llegó, Basilea,era dirección prohibida, conuna fila de coches queesperaban para salir deella, pero la siguiente eraJabotinsky, otro ampliobulevar. Giró a la izquierdareduciendo la velocidad yluego viró una vez más,entrando en el laberinto decalles estrechas quediscurrían detrás de las

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calles principales.Tenían que estar por

allí.El ruido del disparo fue

recibido por gritos yalaridos y, mientrasBronson y Ángela corríanpor Zangwill, la gentechillaba y echaba a correr.La confusión y el pánico sepropagaron por la multitudy Bronson confió en que esoles facilitaría la escapada.Una cosa era perseguir a

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dos figuras que corrían poruna calle concurrida, y otramuy diferente era hacerlocon toda una muchedumbredesfilando despavorida.

Zangwill era una callede una sola dirección y trescoches bajaban por elladirectamente hacia dondese encontraban, pero estosse vieron obligados areducir la marchabruscamente cuando losasustados transeúntes

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empezaron a invadir lacalzada, intentandoaveriguar de dóndeprovenían los disparos.

—¡Por aquí! —dijoBronson señalando. Seabrieron camino por delantedel primer coche queacababa de detenerse ysubieron a la aceraizquierda. Justo en esemomento un grupo depersonas salió a empujonesde un bar delante de ellos

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atraídos por el jaleo delexterior. Bronson se chocócontra un hombre y lo tiróal suelo, pero apenas sedetuvo y se limitó a echarla vista atrás paracomprobar que Ángelaconseguía seguir el ritmo.

El hombre que lesperseguía iba armado y yahabía demostrado que notenía reparos en disparar.Bronson sabía que la únicaposibilidad que tenían de

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salir con vida era seguircorriendo y mantenerse lomás lejos posible de él. Eraconsciente de que, comoplan, dejaba mucho quedesear, pero en aquelmomento no se le ocurríanada mejor. Además,estaba preocupado porÁngela. Hasta aquelmomento conseguíaseguirlo pero, teniendo encuenta que iba descalza,bastaría que pisara una

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piedra algo afilada o untrozo de cristal para que secayera. Tenía que haceralgo, o bien para librarsedel hombre de Yacoub opara desarmarlo.

Al menos superseguidor no había vueltoa dispararles. Tal vez elhecho de encontrarse entrela multitud lesproporcionaba una ciertaseguridad. Tal vez noquería arriesgarse a

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alcanzar a un inocenteviandante o, con mayorprobabilidad, habíaescondido la pistola paraevitar que le identificarancomo el pistolero. Podíahaber policías o militares enla zona que no tendríanreparos en cargarse a unhombre que se paseaba conun arma en ristre por unacalle concurrida.

Bronson miró haciaatrás buscando a su

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perseguidor, pero en esemomento el tumulto defiguras corriendo por lacalle era tal, que noconsiguió verlo. Eso podíasuponer una ventaja, o almenos darle un respiro.

—¡Por aquí! —dijoBronson jadeante, con lavoz áspera y crispada. Enese momento agarró aÁngela por el brazo y laarrastró hacia un bar.

Una docena de jóvenes

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israelíes, entre los quehabía tanto hombres comomujeres, se quedaronmirándolos con asombro alverlos irrumpir en el local.

Ángela se inclinó, apoyólas manos sobre sus muslosy empezó a boquearintentando recuperar elaliento. Bronson se giró ymiró hacia la calle por lasventanas delanteras delbar, intentando divisar a superseguidor. En el exterior

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la escena era un completocaos. La gente corría entodas direcciones y, por unmomento, creyó que habíanconseguido darle esquinazo.

Entonces lo vio, aapenas treinta metros,corriendo directamentehacia la puerta del bar yesbozando una sonrisa nadamás divisó a Bronson.

Bronson se dio lavuelta, agarró a Ángela yechó a correr, llevándola

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casi a rastras hacia la partetrasera del bar. A suderecha había un pasadizoabovedado con una placaesmaltada atornillada almuro lateral en el quehabía dos palabras: unaestaba escrita claramenteen hebreo, la otra parecíaárabe. No entendía lo queponía, pero justo debajohabía otra placa, muchomás pequeña, en la que seveían dos figuras, una de

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ellas con un vestido. Elsigno universal queindicaba que allí estaban losservicios.

—¡Métete ahí! —leapremió—. Y echa elpestillo.

Ángela negó con lacabeza.

—No —dijo jadeante—.Yo voy contigo.

—No discutas. Sin tipuedo correr más deprisa.Saldré por la puerta de

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atrás. Cuando se hayatranquilizado todo, vetecorriendo al Hilton. Nosveremos allí.

Luego le dio unempujón hacia el pasillo yechó a correr hacia lapuerta trasera del bar. Alllegar golpeó la barra deseguridad con el pie, que seabrió de golpe con unchirrido de las bisagras. Laatravesó y se precipitóhacia la parte posterior del

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edificio. Era un pequeñopatio con murosdescoloridos en tres de suslados y con cajas debotellas vacías apoyadas enellos. A su derecha habíauna puerta entreabiertaque daba a un callejón.Justo antes de dirigirsehacia ella, echó un vistazoal interior del bar.

La puerta del bar seabrió de par en par y elhombre de pelo negro entró

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con decisión, metiendo lamano en el bolsillo de suchaqueta.

Bronson se agachóinstintivamente y se decidiópor ir hacia la derecha. Enese mismo instante unabala atravesó el cristal de lapuerta, y lo hizo estallar enmil pedazos, pero el ruidode los vidrios rotos apenasse oyó por el retumbar deldisparo. Los gritos yalaridos de terror

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recorrieron el bar. Bronsonse arriesgó a echar unúltimo vistazo paraasegurarse de que elhombre corría hacia él yluego salió disparado. Teníaque hacer todo lo queestuviera en su mano paraalejar a aquel tipo deÁngela.

Se precipitó hacia lapuerta del muro lateral ymiró a ambos lados. Notenía elección. Era un

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callejón sin salida querecorría el lateral del bar yacababa en un muro deladrillos de unos tresmetros. Bronson corrióhacia la derecha, de vueltaa la calle. Tras él se oyóotro disparo en el momentoen que su perseguidorcruzó la puerta trasera delbar, y la bala alcanzó elmuro tan cerca de sucabeza que una lluvia depiedrecillas cayó sobre él.

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Una vez en la calle, lagente escapaba en todasdirecciones, pero Bronsonsabía que no podíaarriesgarse a ocultarse enningún grupo. No teníaninguna duda de que elesbirro de Yacoub nodudaría en dispararle y,probablemente, también acualquiera que seinterpusiera en su camino.

Se introdujo entre lamultitud serpenteando a

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izquierda y derecha y, alfinal, consiguió abrirse pasocorriendo hacia el final dela calle.

Yacoub oyó con claridadel sonido de dos disparosbastante seguidos, mientrasentraba con su Peugeot enla calle Basilea para volveren dirección a la costa.Delante de él vio unsinnúmero de figurasmoviéndose en tropel,hombres y mujeres que

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corrían aterrorizados haciala calle que tenía a suderecha, esquivando loscoches en busca de un lugardonde refugiarse.

A lo lejos se oyó elenervante sonido de lassirenas. Alguien,probablemente el personalde algún bar o restaurante,había llamado a la policía yYacoub supo que disponíasolo de algunos minutospara acabar con todo antes

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de que la escena se llenarade agentes.

Allí debían de haberserefugiado Bronson yÁngela. Con un poco desuerte, su hombre actuaríacomo un batidor empujandola presa hacia el cazador.Todo lo que tenía que hacerera esperar sentado a queaparecieran. Como ya sehabía encargado de advertira su hombre, Bronson eraprescindible, pero quería

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capturar a la mujer convida. Estaba seguro de quepodía convencerla para quele contara todo lo quequería saber. Esa agradableperspectiva hizo que unasonrisa ladeada y cruel sedibujara en su rostro, perorápidamente se desvaneció.Antes tenían queencontrarla y capturarla.

Aminoró la marcha,como los conductores de losvehículos que tenía delante,

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y se apartó a un lado de lacalle, pero sin salir delcoche. Sabía de sobra que,con su aspecto peculiar,resultaba fácil de recordar.Solo se dejaría ver en casode que fuera indispensable.

Casi de formainconsciente, mientrasseguía escudriñando a lagente que pasaba pordelante de él, Yacoub bajóla ventanilla del conductor,rebuscó en el bolsillo de su

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chaqueta y sacó unapistola. A continuación,retiró la corredera y sacó elprimer cartucho delcargador. Luego quitó elseguro que se encontrabaen el lado izquierdo delbastidor, sujetó el arma consu mano derecha pordebajo de la ventana yaguardó.

Bronson llegó al cruceen forma de «te» al final dela calle, y torció a la

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derecha en dirección aHayark, una calle paralela ala costa. A su alrededor lagente corría despavorida,pero no podía arriesgarse aaminorar la marcha. Notenía ni idea de a quédistancia se encontraba superseguidor, y no se atrevíaa mirar por miedo a perderel equilibrio o,simplemente, a tropezarcon algo o con alguien.

Bordeó a un grupo de

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adolescentes que estabande pie mirando hacia lacalle, cruzó a la otra aceray aceleró.

Yacoub vio a Bronsonaparecer por la calle de laderecha y echar a correrpor ella. Entonces levantóla pistola, pero la bajó denuevo al darse cuenta deque su objetivo estabademasiado lejos como paraarriesgarse a disparar.

Luego miró a la derecha

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confiando en ver a ÁngelaLewis siguiendo a Bronson,pero no había ni rastro deella. En ese momento vioaparecer a su hombrecorriendo a toda velocidad aunos cincuenta metros,empuñando la pistola, yYacoub intuyó lo que habíasucedido. Lewis habíaconseguido darle esquinazo,pero era a ella a quienquerían, no a Bronson.

El marroquí se asomó

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por la ventanilla y empezóa hacer señas con el brazomientras tocaba el claxon yencendía y apagaba lasluces. El hombre miró a laizquierda, vio el coche, einmediatamente cambió dedirección, escondiendo almismo tiempo la pistola.Luego se detuvo delante delcoche, respirando condificultad, y se agachó.

—¿Dónde está la chica?—preguntó Yacoub.

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—La estabapersiguiendo. Estaba conBronson.

—¡Serás imbécil! Acabode ver a Bronson y tepuedo asegurar que estabasolo. Vuelve por dónde hasvenido. Ha debido deesconderse en algún sitiode esa calle.

—¡El bar! La última vezque los vi juntos estabanentrando en un bar.

—¡De acuerdo! Vuelve

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allí y encuéntrala —ordenóYacoub.

—¿Y qué hacemos conBronson?

—¡Déjalo! Quiero queme traigas a la mujer.

En esa misma calle,unos sesenta metros másadelante, Bronson estabaagazapado entre dos cochesestacionados, mirando haciadonde había venido. Por finse había atrevido a mirarhacia atrás y, por primera

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vez desde que había echadoa correr, no vio nada queindicara que le estabansiguiendo. La calle estaballena de gente, pero no sedivisaba por ninguna parteal hombre que le habíaestado persiguiendo.

Estaba seguro de queiba tras él al salir del bar. Ano ser que hubieraconseguido despistarloentre la multitud, solohabía una explicación

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posible. Querían cargárselo,pero estaban intentandocapturar a Ángela. Elhombre de la pistola debióde darse cuenta de que yano estaban juntos y habíavuelto en su búsqueda.

Durante unos segundosBronson se quedó allívacilante, sin saber cómoactuar. Le había dicho aÁngela que saliera del bar yfuera al hotel Hilton, pero¿y si no había conseguido

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huir? ¿Y si en aquel mismoinstante Yacoub y suhombre la estaban sacandoa rastras del bar paraintroducirla en un coche?

Solo había una cosa quepudiera hacer.

Bronson echó un últimovistazo a la calle, se pusoen pie y empezó a corrertodo lo deprisa que pudo endirección a la calle Zangwilly al bar donde había dejadoa Ángela.

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Yacoub miraba en ladirección equivocada,observando a su hombrecorriendo por donde habíallegado, y no vio a Bronsoncruzar la calle a todavelocidad.

En aquel momento, elruido de las sirenas eramucho más alto y, cuandomiró por el espejoretrovisor, vio el primercoche de policía que girabaen redondo y entraba en la

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calle detrás de él, con lasluces azules encendidas.Entonces soltó el freno delPeugeot y condujo concalma hasta el final de lacalle Basilea, donde torció ala izquierda alejándose deltumulto.

Bronson aminoró lamarcha conforme seacercaba al bar. Habíanpasado unos minutos desdeque se produjo el últimodisparo y la gente parecía

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más calmada una vez sehubo marchado el únicohombre armado y parecíahaber pasado el peligro.Bronson no quería llamar laatención corriendo, aunquehasta la última fibra de sucuerpo le impulsaba aapresurarse.

En ese mismo instante,dos coches de policía sedetuvieron en seco con unchirrido, bloqueando lacalzada. De su interior

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surgieron un montón deagentes, vestidos conuniformes azules yempuñando sus armas, einmediatamente losvehículos fueron rodeadosde gente que gesticulaba.Bronson los ignoró y pasócaminando despacio,deteniéndose a unos metrosdel bar.

El establecimientoparecía casi vacío y solohabía un par de personas

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de pie cerca de la puerta,mirando hacia el interior.Pero entonces Bronsondivisó al matón de Yacoubsaliendo del callejón con lasmanos vacías. Justo en esemomento el marroquí lodescubrió, al mismo tiempoque vio a la policía a pocosmetros de distancia.

Durante un buen ratolos dos hombres se miraronfijamente a los ojos.Entonces alguien gritó

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señalando al marroquí yBronson lo vio sacar lapistola y descubrió el cañónnegro que apuntaba haciaél.

La gente, al ver lapistola automática, echó acorrer aterrorizada.Bronson se giró y seescondió detrás de uncoche, aun a sabiendas deque la delgada chapa nofrenaría mucho la granvelocidad del proyectil.

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Entonces se tiró al suelo,haciendo lo posible porreducir al máximo lasposibilidades de resultaralcanzado.

El marroquí disparó y labala cubierta de cobreatravesó la luna trasera y lapuerta, golpeó el asfalto amenos de treintacentímetros de la cabeza deBronson y se perdiósilbando en la oscuridad dela noche.

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Incluso antes de que elruido del disparo sedesvaneciera, el hombrevolvió a disparar, esta vezpor encima de las cabezasde los viandantes, queseguían agrupadosalrededor de los coches depolicía. Todo el mundo seagachó para protegerse,incluidos los policíasarmados y, para cuando sehubieron recuperado, elhombre se encontraba a

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unos cincuenta metros dedistancia y seguíaalejándose a toda prisa porla calle.

Los agentes no podíandispararle a causa del grannúmero de civiles queabarrotan la vía y, encualquier caso, se hallabademasiado lejos paraalcanzarle. Los coches de lapolicía israelí estabandirigidos en la direcciónequivocada y los tres

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agentes que pretendíandarle caza iban cargados dechalecos antibalas y depesados cinturones conmunición. Iba a ser unacarrera bastantedesequilibrada.

Pero cuando elmarroquí llegó al final de lacalle, otro coche de policíaapareció por la curva y paróen seco. Bronson vio alpistolero levantar a lacarrera la pistola y disparar

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al vehículo, pero entoncesdos agentes de policíaisraelí salieron del cochecon las armas en ristre y seoyó una fuerte descarga. Elmarroquí pareció tropezar ycayó de bruces sobre larígida superficie del asfaltoy se quedó tendido,completamente inmóvil.

Los agentes seaproximaron con cautelaapuntando con sus pistolasa la figura inerte. Uno de

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ellos apartó de una patadaun objeto que seencontraba junto almarroquí (presumiblementesu pistola) y luego presionósu arma contra su espalda,mientras sus compañeros loesposaban. A continuación,se retiraron y enfundaronlas pistolas. Por la forma deactuar de los policías,Bronson supo que, o bienestaba muerto, o seencontraba gravemente

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herido.Desde la posición

estratégica que habíaelegido, a unos cien metrosen el extremo este de lacalle de Basilea, Yacoubestaba sentado en elPeugeot de alquiler yobservabadesapasionadamente elúltimo acto de la terribleescena. En el momento enque su hombre apuntó conel arma al coche de policía,

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Yacoub supo que su suerteestaba echada. Deberíahaber pasado de largo ymantener la pistola fuerade la vista. Fue un errorestúpido y lo pagó con suvida.

Además, después de losucedido, estaba claro queBronson y la mujervolverían a cambiar dehotel. Musab y suscontactos tendrían queaveriguar de nuevo su

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paradero. No obstante,reflexionó Yacoub, parecíaque no se les daba nadamal.

A Bronson no lepreocupaban ni Yacoub nisu esbirro. Lo único que deverdad le importaba eraÁngela.

Se abrió paso hacia elbar. Los dos israelíes delinterior se lo quedaronmirando, pero no hicieronnada por detenerlo.

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Probablemente dedujeron,por la expresión de su cara,que no habría sido unabuena idea. Caminó hacialos servicios y abrió todaslas puertas. No había nadie,pero en el suelo de uno delos cubículos de las señoras,había una mancha desangre.

Bronson se dio la vueltay salió del bar, de vuelta ala calle, preguntándose sihabría conseguido escapar y

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lo esperaba en el hotelHilton, o si el esbirro deYacoub la habríaencontrado, la habíamatado y había arrojado sucuerpo en el patio trasero.Esa espantosa idea loacompañó mientrascaminaba por el callejónadyacente y entraba en elpatio.

El suelo estaba cubiertode cristales rotos quebrillaban como si fueran

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joyas por el reflejo de la luzdel bar pero, por lo demás,el pequeño espacio cerradotenía el mismo aspecto queanteriormente. Bronsonsuspiró aliviado. Había vistoal hombre de Yacoub salirdel callejón de manera que,si el cuerpo de Ángela noestaba en el bar ni en elpatio trasero, tenía queestar viva en algún lugar.

Corrió de nuevo haciala calle y volvió a mirar a

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su alrededor. Tenía que ir alHilton lo antes posible.

Apenas había dado unadocena de pasos cuandooyó que alguien lo llamabapor su nombre.

—¡Chris!Entonces se giró y la

vio. Llevaba la roparevuelta, la cara llena depolvo, sudor y lágrimas, eiba descalza, pero seguíasiendo la cosa más bonitaque había visto en su vida.

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—¡Dios mío, Ángela! —exclamó acercándose yatrayéndola hacia sí—.¡Estás bien!

—Ahora sí —musitóhundiendo la cara en suhombro. Durante unosinstantes permanecieronabrazados fuertemente,ajenos a la multitud que seagolpaba a su alrededor.

—¿Qué haces que noestás en el Hilton? —preguntó Bronson con

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dulzura, cuando Ángela seapartó de él, mucho mástranquila.

—No conseguí llegar —explicó—. Creo que hepisado un trozo de cristal.Me duele horrores el pie.

Eso explicaba lamancha de sangre delcubículo.

—¿Puedes andar?—No demasiado —dijo

Ángela.Bronson echó un

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vistazo a su alrededor. Lacalle estaba a rebosar degente y en ese momentohabía cuatro coches depolicía y al menos unadocena de agentesarmados. Si quería protegera Ángela, probablementeaquel era el lugar másseguro de todo Tel Aviv.

—Vamos allí—dijoBronson indicándole un barque seguía abierto y quetenía varias mesas vacías

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en el interior.Ángela le echó el brazo

por encima del hombro yempezó a cojear hacia lapuerta. Él la abrió de unempujón y le acercó unasilla para que tomaraasiento. Cuando llegó elcamarero, Bronson pidió uncoñac.

—Quédate aquí—leordenó poniéndose en pie—. Yo voy a por el coche.

—De acuerdo. No veo el

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momento de meterme en lacama.

Bronson sacudió lacabeza.

—Lo siento, pero estanoche no podemosquedarnos en Tel Aviv.Tenemos que largarnoscuanto antes. Yacoub y suobediente esbirro no hanaparecido aquí porcasualidad. No sé cómo,pero está claro que hanconseguido averiguar dónde

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nos alojábamos. Tengo quevolver al hotel, cogernuestras cosas y salirpitando. Espérame aquí —añadió—. Volveré en cuantopueda y nos largaremos.

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—Pero Chris, ¿cómo es

posible que siga vivo? —preguntó Ángela,retomando una vez más untema que ya había sacado arelucir en varias ocasionesdurante lo que resultó seruna larga e incómoda noche—. ¿Estás seguro de queera Yacoub?

Estaban sentados en el

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coche de alquiler en elaparcamiento de unrestaurante de horariocontinuo a las afueras deJerusalén, esperando queabrieran para poderdesayunar.

Bronson no había vistoa ningún sospechoso, ni enel interior del hotel ni enlos alrededores, cuandohabía corrido hasta allídespués de dejar a Ángelaen el bar. Había revisado

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exhaustivamente el exteriordel edificio y luego habíaentrado, había recogido susescasas pertenencias, habíapagado la cuentaentregando un puñado debilletes al desconcertadorecepcionista del turno denoche y se había largado.Llevaban en el cocheprácticamente desdeentonces, porque susintentos de encontrar unhotel que aceptara nuevos

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huéspedes después de lamedia noche habíanresultado infructuosos. Alfinal, Bronson habíaclaudicado y se habíadirigido a Jerusalén y elaparcamiento delrestaurante le habíaparecido un lugar tan buenocomo cualquier otro parapasar el resto de la noche.

Una vez estacionaron,había limpiado con cuidadoel corte que Ángela se

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había hecho en la planta delpie izquierdo. No era muyprofundo, pero era evidenteque tenía que ser muydoloroso. Le había puestoun trozo de gasa y unastiras de esparadrapo quehabía comprado en unafarmacia de guardia en TelAviv. Ángela se habíapuesto un par de zapatillasde deporte y habíaintentado dar algunospasos. No era muy

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elegante, pero al menospodía volver a caminar,pues, por algún tiempo, nopodría correr.

Bronson suspiró.—Mira —dijo—. La cara

de Yacoub no es,precisamente, fácil deolvidar. Y no te lo dijeantes, pero lo que hizo JalalTalabani cuando nos rescatóme pareció demasiadosencillo. Aun contando conel elemento sorpresa, a un

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hombre solo le resultaríamuy difícil deshacerse detres hombres armados,especialmente teniendo encuenta que se encontrabaen una casa en la que nohabía estado antes. Creoque contó con ayuda y laúnica explicación posible esque Yacoub lo organizaratodo.

—Pero Talabani mató aaquellos hombres, ¿no escierto? —preguntó Ángela.

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—No tengo ningunaduda al respecto. Yo mismoexaminé el cadáver deAhmed.

Ángela sintió unescalofrío.

—Entonces Yacoub nodudó en sacrificar al menosa tres de sus hombres,Ahmed y los dos de arriba.Y todo eso, ¿para qué?

—Para convencernos deque él, Yacoub, habíamuerto, y así poder seguir

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el plan que había tramado.La palabra «despiadado» sequeda corta para describirlo que está dispuesto ahacer. Quería que nosotros,mejor dicho, tú, estuvierastan decidida a encontrar elrollo de plata y la alianzamosaica que vinieras aIsrael y lo guiaras hasta lasreliquias. En realidad elplan no estaba mal, porquetú cuentas con losconocimientos y los

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contactos para desentrañarel misterio. Lo único quetenía que hacer eraseguirte, y eso es lo que haestado haciendo hastaahora.

—Pero el tipo de lapistola intentó matarte,Chris.

Bronson asintió con lacabeza.

—Lo sé. Supongo queestá perdiendo la paciencia.Probablemente me quiere

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muerto para poder raptarte.Entonces intentaríaconvencerte de que leindiques dónde buscar lasreliquias.

A la luz del amanecer,el rostro de Ángela parecíaespecialmente pálido.

—¡Santo Dios! Mealegro mucho de quevinieras conmigo, Chris. Letengo verdadero terror aYacoub. Ni siquiera tendríaque torturarme. Bastaría

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que me mirara y se losoltaría todo.

Bronson echó unvistazo a la carretera quehabía más allá delaparcamiento. Controlabatodos los vehículos desdeque habían llegado, por sitenían que salir corriendo.A continuación miró denuevo a Ángela.

—Mira —dijo—, siquieres dejarlo todo, loentenderé. En unas pocas

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horas podemos estar en unavión que salga delaeropuerto de Ben Guriónen dirección a GranBretaña, no volver nuncamás a Israel y olvidar todala historia de las reliquiasperdidas. Tú decides. Yoestoy aquí por ti.

Ángela permaneció ensilencio unos instantes conla cabeza ligeramenteinclinada y las manos en elregazo. Casi parecía la

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imagen de una virgen.Luego sacudió la cabeza ygiró la cara hacia Bronson.

—No —dijo con firmeza—. Si me fuera ahora, mearrepentiría toda la vida. Esla mayor oportunidad de micarrera, de la de cualquierarqueólogo, de hecho, y noestoy dispuesta a rendirme.Basta que nos aseguremosde mantenernos siempre unpaso por delante de Yacouby de sus matones

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pistoleros. Y ese es tutrabajo, Chris —añadió conuna leve sonrisa.

—Entonces, no mepresiones —respondióBronson devolviéndole lasonrisa—. De acuerdo, si lotienes claro, tenemos quedecidir qué hacemos apartir de ahora. Me refieroa cuando este sitio hayaabierto de una vez y noshayamos metido algo en elestómago.

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Mientras hablaba, loscarteles luminosos delrestaurante se encendieronde repente y Bronson vioalgunas figuras que semovían en el interior deledificio.

—¡Por fin! —exclamó—.¡Vamos a comer algo!

Una hora más tarderegresaron al coche.

—¿Tienes alguna idea?—preguntó Bronson,acomodándose en el asiento

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del conductor. Ángela sehabía llevado al restaurantevarios folios con notas yhabía estado leyéndolasmientras desayunaban sinapenas abrir la boca.

—Es posible. Dame unpar de minutos más.Bronson hizo un gesto conla cabeza como si acabarade tomar una decisión y seinclinó hacia Ángela.

—¿Puedo preguntarteuna cosa? Se trata de algo

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personal.—Sí —respondió ella

con cautela alargando unpoco la palabra—. ¿Quéquieres saber?

—Se trata de Yosef benHalevi. Trabajasteis juntos,¿no es así?

—Sí. Creo que fue haceunos cinco años. ¿Por qué?

—Entonces, se podríadecir que no lo conocesdemasiado, ¿verdad?

Ángela se encogió de

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hombros.—Supongo que no. Era

solo un compañero detrabajo.

—De acuerdo. Te lo digoporque… No sé… Hay algoen él que no me acaba degustar. Tengo la impresiónde que nos oculta algo. Ytampoco me hizo muchagracia la manera en que tetanteaba. Está claro queintentaba averiguar lo queestamos buscando.

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Ángela sacudió lacabeza.

—Tienes que entenderque es especialista enlenguas arcaicas e historiade Israel. Es normal quenuestras preguntas lodejaran intrigado.Probablemente intuyó quenos encontramos tras lapista de algo y le gustaríaestar en el ajo. Estoysegura de que no se tratade nada más. —

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Seguidamente preguntó conuna tímida sonrisa—: Noestarás celoso, ¿verdad?Bronson negó firmementecon la cabeza.

—No, para nada. Es soloque, a partir de ahora,preferiría dejarlo a un lado.No me fío de él.

Ángela volvió a sonreír,preguntándose si larepentina desconfianza deBronson se debíaexclusivamente a su

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instinto policial, quetrabajaba a toda máquina osi, en cierta medida,guardaba alguna relacióncon el innegable atractivode Ben Halevi. Por su parte,no creía que hubiera motivoalguno para pensar que elisraelí se traía algo entremanos, pero quizá no erauna mala idea mantenerloal margen, sobre todo enun momento en el que, ensu opinión, se encontraban

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tan cerca de su objetivo.—De acuerdo —dijo

concentrándose de nuevoen sus notas—. Volviendo alaño 73 después de Cristo,he intentado imaginar quéhubiera hecho yo si hubieraformado parte del grupo desicarios. Tenían queesconder tres importantesreliquias judías. Una deellas la depositaron enQumrán (tal vez no era elemplazamiento más seguro

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pero, fíjate por dónde, queel rollo de cobrepermaneció escondidodurante dos milenios) yluego se desplazaron a otrositio con las otras dos, elrollo de plata y la alianzamosaica. Se me ocurre que,ya por aquel entonces,Jerusalén era la ciudad másimportante de Judea, y talvez no resulta tandescabellado que lasescondieran allí.

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—Pero, en ese caso —objetó Bronson— estoyseguro de que ya lashabrían encontrado.Jerusalén ha estadoocupada y se han libradobatallas por su controldurante, al menos, losúltimos dos mil años.¿Cómo es posible que elrollo de plata hayapermanecido oculto todoeste tiempo?

—En realidad —aclaró

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Ángela—, los primerospobladores se establecieronallí alrededor del año 3500antes de Cristo, pero yo nome refería a Jerusalén ensí. Lo más probable es queeligieran un esconditedebajo de ella. El subsuelode toda la ciudad, incluidoel Monte del Templo, escomo un panal de abejas.Hay túneles por todaspartes. En el año 2007,durante unas excavaciones

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arqueológicas quepretendían encontrar laantigua vía que salía de laciudad, revelaron laexistencia de un pequeñocanal de aguas residualesque desembocaba en unenorme túnel que partíadesde el Monte del Temploy que pudo llegar hasta ellejano río Cedrón, o inclusohasta el estanque de Siloé,en el extremo sur deJerusalén. Es posible que

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los habitantes de la ciudadlo utilizaran para huirdurante el asedio romanoen el año 70, y también quese usara para sacar algunostesoros del Templo. El ríoCedrón discurre endirección este de la ciudad,pero a medio camino delmar Muerto se divide endos y, mientras uno de losbrazos desemboca en elmar Muerto, el otro sedirige directamente a

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Khirbet Qumrán.—Una vez más, Qumrán

—observó Bronson.—Sí—dijo Ángela—.

Algunos consideran que, alinicio del asedio, variossacerdotes judíos yguerreros de confianzareunieron todos los rollosdel Segundo Templo yescaparon por el túnelhasta Qumrán, donde losescondieron en las cuevascerca del asentamiento,

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dando lugar a lo que mástarde se conocería como losmanuscritos del marMuerto. En mi opinión, esuna teoría tan convincentecomo cualquier otra.

—¿Y qué me dices delas reliquias que estamosbuscando? ¿Dónde creesque pueden estar?

—Tengo una idea.Obviamente la gente queenterró el rollo de plata noimaginaba, ni por lo más

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remoto, la tormentosahistoria que finalmente sedesplegaría alrededor delMonte del Templo, perocreo que no resultadescabellado que eligierauno de los túneles yaexistentes cerca de la rocacomo lugar seguro para lasreliquias. El problema esque, con la actual situaciónpolítica de la ciudad, notenemos ningunaposibilidad de acceder a los

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túneles. Ni siquiera se lespermite a los arqueólogosisraelíes que actúan debuena fe.

» No obstante, lainscripción de las tablillasde barro se refiereexplícitamente a un tipomuy concreto de espaciosubterráneo: una cisterna.Creo que en el últimorecuento se identificaronalrededor de cuarenta ycinco cisternas diferentes

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en las diversas cuevas ycámaras que discurren pordebajo del Monte delTemplo, así que tienesentido. Creo que lossicarios que escondieron lasreliquias escogierondeliberadamente unescondite debajo del lugarque las tres religionesprincipales (el judaísmo, elcristianismo y el islam)consideran el lugar mássagrado de Jerusalén y,

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posiblemente, del mundoentero.

—Vale, ¿pero en cuál deellas? —preguntó Bronson—. Si, como dices, hay másde cuarenta, y además nopodemos acceder a ellas, nohay nada que hacer.Aunque averiguáramosdónde está escondida lareliquia, no habría manerade recuperarla.

—No necesariamente —respondió Ángela

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esbozando una sonrisa—.He estado estudiandonuestra traducción de lainscripción y he descubiertoalgo. La inscripción no dice«una cisterna», sino «lacisterna», lo que significaque se refiere a unacisterna muy concreta, unacuya existencia fuerasobradamente conocida, yalrededor del inicio denuestra era había un lugarcerca del Monte del Templo

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que todo el mundo conocíacomo cisterna. El escritorde las tablillas sin dudatenía que estarfamiliarizado con ella.

—¿Y bien?—El túnel de Ezequías

—respondió Ángela—.Espero que te guste elagua.

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—¡Ahí están!La joven, que estaba

sentada en el vestíbulo delhotel Tel Aviv, bajó elperiódico e inclinóligeramente la cabeza haciadelante, para acercar suslabios al diminuto micrófonosituado bajo la solapa de suchaqueta.

—Los tres están

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saliendo del hotel. Lostengo justo delante.

El hotel estaba siendosometido a una estrictavigilancia por parte delequipo del Mosad desde queHoxton, Dexter yBaverstock pusieron pie entierras israelíes.

—Recibido. A todas lasunidades móviles. Estadatentos y permaneced envuestros puestos. Corto ycambio.

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Una ristra de mensajesde radio confirmó que todoslos miembros del equipo devigilancia del Mosadestaban conectados ypreparados para intervenir.

Levi Barak, que seencontraba en el asientodel copiloto de un turismoaparcado a unos sesentametros de la entrada delhotel, apuntó con susprismáticos al edificio. Justoen ese momento

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aparecieron tres hombresque empezaron a caminarpor la calle en direcciónopuesta. Unos segundosdespués, una mujer baja,de cabello oscuro, abandonóel hotel con un periódicodebajo del brazo y comenzóa caminar tras ellos a unoscuarenta metros dedistancia.

—De acuerdo. Ya sabeslo que tienes que hacer —dijo Barak—. Mantenme

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informado —añadiómientras salía del coche.

Los tres hombresparecían ajenos al hecho deque les estaban vigilando ycaminaban con paso firmehacia un pequeñoaparcamiento, pues el hotelcarecía de garaje propio.

Barak se quedó de pieen la acera durante unossegundos, observando a sushombres, que tomabanposiciones disimuladamente

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para cubrir todas lasposibles salidas delaparcamiento.

Minutos después, uncoche blanco salió del lugary accedió a la calle.Segundos más tarde unagran motocicleta y unturismo de aspecto anodinocomenzaron a circularlentamente detrás. Tanpronto como los tresvehículos desaparecieron desu campo de visión, Barak

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cruzó la calle y se dirigió ala entrada del hotel.

Menos de cinco minutosmás tarde, un técnicocargado con un voluminosomaletín entró en elvestíbulo. Barak le hizo ungesto con la barbilla y luegose acercó a la recepción,donde lo esperaba eldirector con una llavemaestra en la mano. Lostres hombres entraron en elascensor y el director

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apretó el botón con elnúmero tres.

Una vez en lahabitación de TonyBaverstock, lo primero quevio Barak fue un ordenadorportátil sobre el escritorioque estaba junto a laventana. Entonces hizo ungesto con la barbilla altécnico, y este se acercó alaparato y lo encendió, peroincluso antes de que secargara el sistema

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operativo la pantalla mostróuna ventana en la que sesolicitaba una contraseña.El hombre masculló algocon evidente irritación.Sabía que nuncaconseguirían averiguarlo yque el portátil dispondría deun sistema de acceso queregistraría cualquier intentofallido, de manera quepresionó el botón de inicio ylo mantuvo apretado hastaque se apagó. Tenía una

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solución mucho mássencilla.

Extrajo un CD de unode los bolsillos traseros desu maletín y lo introdujo enel lector. Este contenía unprograma de arranque quele permitiría iniciar elordenadorindependientemente delprograma del disco duro yal mismo tiempo evitaría laventana de la contraseña. Acontinuación tomó asiento,

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volvió a encender elaparato y se quedó mirandola pantalla. El programa dearranque le permitió elacceso a todas las carpetasdel disco duro y, tan prontocomo el sistema terminó decargarse, introdujo unaclavija en uno de lospuertos USB, conectó undisco duro externo de altacapacidad y copió todos losarchivos del ordenador, asícomo los correos

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electrónicos y la lista depáginas web que el usuariohabía visitadorecientemente. Mientras sellevaba a cabo el proceso decopiado, echó un rápidovistazo a las carpetas queimaginaba que podíancontener detalles ofotografías de las tablillas(principalmente carpetas dedocumentos e imágenes),pero no encontró nada útilo revelador.

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—¿Hay algo ahí? —preguntó Barak, quesujetaba varios folios entrelas manos.

—En principio no —respondió el técnicoencogiéndose de hombrosmientras desconectaba eldisco duro externo y loguardaba en su maletín.Sabía que, si la informaciónestaba allí, los expertos deGlilot la encontrarían.

Cuando abandonó la

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habitación, una vezconcluida su misión, Barakle saludó levemente con lacabeza y miró a sualrededor. Su búsqueda nohabía sido especialmenteproductiva, pero habíaencontrado una caja mediovacía de Parabellum de 9mm en una maleta quehabía en el armario, lo quehabía elevadoconsiderablemente su nivelde preocupación por esos

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tres ingleses. Tambiénhabía encontrado variaspáginas con una serie denotas garabateadas y que,tras sus conversaciones conEli Nahman y Yosef benHalevi, sabía que podíanformar parte de lainscripción de la tablilla debarro que buscabandesesperadamente.

Además, en uno de losfolios había tres palabrasque le habían llamado

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poderosamente la atención.Alguien había escrito «túnelde Ezequías», hecho que loindujo a llamarinmediatamente al jefe delequipo de vigilancia queseguía a los ingleses. Erauna posibilidad que habíaconseguido cubrir.

Ben Halevi le habíallamado aquella mismamañana para informarle delo que los otros implicados,Christopher Bronson y

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Ángela Lewis, le habíanpreguntado la nocheanterior. Todo parecíaindicar que uno de los dosgrupos estaba a punto deencontrar las reliquias. Loúnico que tenía que hacerel Mosad era sentarse,esperar y actuar en elúltimo momento. Todoestaba saliendo comoesperaba.

A continuación, pasópor encima de las páginas

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que le interesaban unpequeño escáner de bolsilloy luego las colocó en lamesa en el mismo lugar enel que las había encontrado.Echó un último vistazo a lahabitación, saludó aldirector y se marchó.

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—¿Es eso de ahí? —

preguntó Bronsonabanicándose con elsombrero. Habían estadohaciendo algunas compras,y Bronson llevaba una bolsaimpermeable dondeguardaban unas linternas yvarias pilas de repuesto.Tanto él como Ángelallevaban pantalones cortos

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y camisetas y unas chanclasde la marca Croes.

Se encontraban cercadel ángulo más estrecho delvalle de Cedrón, que teníaforma de uve, mirandohacia la ciudad palestina deSilwan. Más abajo, a suderecha, había unempinado tramo deescalones de piedra queconducía hasta un arco demampostería, detrás delcual no se veía

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absolutamente nada.—Sí, este es uno de los

extremos —le confirmóÁngela—. Se trata de laentrada al manantial deGuijón. Este túnel era unasignificativa obra deingeniería, sobre todo sitenemos en cuenta que seconstruyó hace casi tres milaños. Jerusalén está situadaen una colina, y erabastante fácil de defenderde posibles atacantes

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gracias a su situaciónelevada. El único problemaque tenían los defensoresera que su principal fuentede agua, que está justodelante de nosotros, estabaaquí fuera, en el valle deCedrón, a una distanciaconsiderable de las murallasde Jerusalén. De este modo,cuando los enemigossitiaban la ciudad, que enaquella época era el modomás habitual de hacerse

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con un objetivo militar,acabaría irremisiblementecon su captura porque,antes o después, sequedaban sin reservas deagua.

» A mediados del sigloXIX, un estudiosonorteamericano, llamadoEdward Robinson, descubriólo que actualmente seconoce como el túnel deEzequías, que toma elnombre del gobernador de

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Judea que lo mandóconstruir alrededor del año700 antes de Cristo.También es conocido comoel túnel de Siloé, porque vadesde el manantial deGuijón hasta el estanquedel mismo nombre.Evidentemente, el túnel seconstruyó para que actuarade acueducto y quepermitiera canalizar el aguahasta la ciudad. Tiene máso menos forma de ese, mide

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aproximadamente mediokilómetro y presenta unapendiente de algo menos deun grado de inclinación, loque aseguraba que el aguacorriera en la direccióncorrecta.

» Su construcción debióde suponer una arduaempresa, teniendo encuenta las herramientas deque disponían loshabitantes de la ciudad, yalgunas teorías recientes

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sugieren que en realidaduna parte del túnel era unacavidad natural queocupaba la mayor parte delrecorrido. En uno de losextremos se encontró unainscripción que indicaba quelo construyeron dos gruposde obreros que comenzaronen los extremos opuestos.Después bloquearon elmanantial y se desviaronlas aguas para que llegarana Jerusalén. Esta es

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básicamente la leyenda y,más o menos, lo que cuentala Biblia.

» Sin embargo, en1867, Charles Warren, unoficial del ejército británicoque exploraba el túnel deEzequías, descubrió otraconstrucción, mucho másantigua, que actualmentese conoce como el canal deWarren. Este consistía enun reducido sistema detúneles que comenzaba en

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el interior de los muros dela ciudad y terminaba en unpozo vertical encima deltúnel de Ezequías, cerca delmanantial de Guijón. Estepermitía a los habitantesbajar cubos que sumergíanen el agua del túnel sinnecesidad de salir de lasmurallas. Los intentos deestablecer una fecha deconstrucción lo bastanteexacta han sidocomplicados, pero la mayor

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parte de los estudiososcoinciden en queprobablemente se construyóen el siglo X antes deCristo.

—¡Guau! —exclamóBronson—. ¡Hace tres milaños! Eso es mucho tiempo.E imagino que insistirás enexplorarlo en profundidad—añadió mirando conescaso entusiasmo laabertura que les permitiríaacceder al manantial—.

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Venga. Vamos allá. ¿Dijisteque había mucha humedad?

—Por eso nos hemosvestido así. No se trata deun simple túnel húmedo.Nos encontramos ante unacueducto. Con un poco desuerte nos bastará conmeter los pies en el agua,pero es posible que inclusotengamos que nadar.

—¡Qué bien! —dijoBronson entre dientesmientras se dirigían a los

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escalones.Una vez descendieron

el tramo de escaleras ypasaron bajo el arco, sedetuvieron unos segundospara acostumbrar sus ojos ala oscuridad.

—Parece bastanteprofundo —dijo Bronsonmirando fijamente el agua,que se veía casi negra en elsombrío interior—. Y frío —añadió.

A continuación abrió la

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bolsa impermeable y sacódos linternas. Comprobóque ambas funcionarancorrectamente, entregó unaa Ángela y cerróherméticamente la bolsa,que todavía contenía laspilas de repuesto.

—Espero que el tipo dela tienda no nos engañaracuando dijo que laslinternas eran sumergibles—dijo.

—Yo me conformo con

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que al menos una de ellasfuncione. No hay cruces nitúneles secundarios, así quetendremos que caminarhasta llegar al otroextremo.

—Bueno. Pero antes denada necesito que merecuerdes qué esperasencontrar ahí dentro.

—De acuerdo. El túneltenía ya casi ochocientosaños cuando los sicariosbuscaban un lugar donde

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esconder el rollo de plata—explicó Ángela—. Creo quela referencia a una cisternaen las tablillas de barrosignifica que lo escondieronaquí, de modo que tenemosque buscar grietas en laroca en las que se pudieraesconder algo, o algunacavidad que pudieran haberexcavado ellos mismos. Siestá aquí, espero que losarqueólogos no lodescubrieran, porque todo

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el mundo cree que se tratade un simple acueducto. Porlo que sé, nadie ha buscadoninguna reliquia, entreotras cosas porque nadie ensu sano juicio esconderíaalgo en un pozo o en unacisterna.

—Solo que nosotrossabemos que sí lo hicieron.

—Efectivamente.¿Quieres que vaya delante?—preguntó Ángela algodubitativa—. Al fin y al

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cabo, ha sido idea mía.Bronson le puso la

mano en el hombro einmediatamente recordóque nunca le había gustadodemasiado la oscuridad nilos espacios cerrados.

—No. Lo haré yo —respondió encendiendo lalinterna y entrando en lasoscuras aguas.

—Ten cuidado con lacabeza —dijo Ángela,siguiéndolo justo detrás—.

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En algunos tramos la alturano llega al metro y medio.

Tras unos pocos pasos,el agua les llegaba ya a laaltura de las rodillas. Yestaba muy fría. A la luz delas linternas, los muros y eltecho, de una roca de unmarrón grisáceo, parecíansalpicados de pequeñospuntos blancos.

—Son las marcas quedejaron los picos y el restode herramientas que

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utilizaron los hombres delrey Ezequías cuandoexcavaron el túnel —explicóÁngela.

—Tienes razón. Debe dehaber sido una obra detitanes —dijo Bronson. Suvoz retumbó ligeramenteconforme penetraban en laoscuridad.

De repente, la luz de sulinterna mostró que el túnelse bifurcaba a la izquierda yque la altura del techo

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disminuía cada vez más.Torció por ahí agachándosey apuntando con la linternahacia arriba. El breve túnelacababa de forma abrupta,pero justo encima de elloshabía una abertura en eltecho. Bronson se detuvo yse apartó ligeramente haciaun lado para que Ángelapudiera agacharse junto aél.

—¿Qué es eso? —preguntó—. Parece como si

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hubiera una especie detúnel o canal que asciendeen vertical.

—Es exactamente eso.Lo que tienes justo encimaes la parte inferior del canalde Warren. Allí arriba esdonde los habitantes deJerusalén venían con suscubos para recoger agua.Los bajaban por ese túnel.

Mientras iluminaba lasparedes de piedra quetenían sobre sus cabezas,

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Bronson sintió que se leaceleraba el pulso ante laexpectativa de encontrarlas reliquias. Sin embargo,no había ni el más mínimoindicio de un posibleescondite.

—Me hubierasorprendido mucho sihubiéramos descubiertoalgo ahí arriba —dijoÁngela—. Esta zona y elpozo han sido examinados aconciencia en ambas

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direcciones. Si el rollo estáaquí, no se encuentra en unlugar tan obvio como este.

A continuación,volvieron atrás y siguieronhacia delante mientras elnivel del agua, la altura y laprofundidad variabanconsiderablemente amedida que avanzaban.Hacía mucho frío, estabaoscuro y ambos estabantemblando porque sus ropasse hallaban completamente

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empapadas. Bronson cayóen la cuenta de que, en vezde ponerse pantalonescortos y camisetas,deberían haber llevadotrajes de buzo o inclusobotas altas de goma.Siguieron caminando y latemperatura siguiódescendiendo y el agua sevolvió todavía másprofunda. Bronsontemblaba cada vez más yempezó a preguntarse

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cuánto tiempo resistirían enesas condiciones.

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—¿Estás seguro de que

es aquí? —preguntó Dextermoviendo de arriba abajo laluz de la linterna,iluminando las paredes.

Los tres estaban con elagua hasta las rodillas ytenían los pantalones cortosy la parte inferior de lascamisetas empapadas.Hasta aquel momento no

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habían encontradoabsolutamente nada.

—¡Ya te he dicho queno lo sé! —dijo Baverstockvisiblemente enfadado—.Me pareció la opción másprobable, teniendo encuenta la mención a lacisterna que aparece en lastablillas de barro. El túnelde Ezequías era la fuentede agua potable másimportante de las gentes deJerusalén, de manera que,

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por lógica, teníamos quebuscar aquí. Además, estálo suficientemente cerca delMonte del Templo comopara que se corresponda,también, con la referencia a«el fin de los días».

—El problema es que setrata de un túnel excavadoen la roca —dijo Dexter—.Por lo que he podido verhasta ahora, no hayprácticamente ningún lugarque se pueda utilizar como

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escondite.—Bueno, lo que está

claro es que no vamos aencontrar nada si nosquedamos aquí discutiendo—gruñó Baverstock—.Moveos y seguid buscando.No me gustaría tener quevolver otra vez.

Bronson y Ángelallevaban unos veinticincominutos caminando cuandosus linternas mostraron unasección del techo bastante

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baja, que tenía forma caside pagoda. Allí la rocaformaba una elegante curvahacia abajo mientras losextremos se extendíanligeramente hacia arriba.Esa parte del túnel erabastante ancha.

—Este es el punto deencuentro —explicó Ángela—. Aquí se reencontraronlos dos grupos deexcavación en el año 701antes de Cristo.

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—¡Es asombroso! —exclamó Bronson—.Especialmente si pensamosen lo fácil que hubiera sidoque no consiguierancoincidir. Piensa en losconocimientos técnicos quese necesitaron cuandoconstruyeron el túnel delcanal de la Mancha paraasegurarse de que los dosequipos llegaran al mismolugar en el mismomomento.

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Siguieron avanzando ypoco después Bronson sedetuvo de nuevo.

—Aquí hay otro túnel —dijo—. Es muy corto.Apenas mide unos metros.

—En realidad hay dos —le dijo Ángela—. Parececomo si los hubieranempezado los obreros queexcavaban en dirección almanantial, pero luego sedieron cuenta de que ibanen la dirección equivocada y

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los hubieran abandonado.Examinaron centímetro

a centímetro del falso túnel,por encima y por debajo delnivel del agua, y luegopasaron al segundo yrepitieron todo el proceso.

—Tanto los muros comoel techo son bastante toscosen algunas zonas, pero nohe notado nada que pudieraservir para esconder nisiquiera una caja decerillas, ni mucho menos un

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rollo de más de mediometro —dijo Bronson—. Ydoy por hecho que el objetoque estamos buscando tienemás o menos ese tamaño,¿no?

—Es probable. Y nodescarto que sea aún mayor—dijo Ángela con un tonoalgo alicaído—. Sigopensando que este es elescondite más probable,pero tal vez malinterpretélas pistas. De todos modos,

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ya que estamos aquí, serámejor que sigamosbuscando.

Unos minutos mástarde, cuando seaproximaban al estanque deSiloé y la altura del techose alzó considerablemente,Bronson divisó un óvalooscuro en lo alto del muro.

—Creo que deberíamosechar un vistazo —dijomoviendo la luz de lalinterna alrededor de la

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abertura, intentandoiluminarla mejor—. Creoque es una cavidad.

Ángela la miródetenidamente.

—Puede que tengasrazón —dijo en un tonoalgo más esperanzado.

Bronson encontró unpequeño saliente y apoyóen él su linterna parailuminar mejor el lugar.

—Debe de estar a unostres metros —dijo—. Si te

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subes a mis hombros, quizáconsigas meter la mano.

Ángela apagó sulinterna y se la guardó en elbolsillo del pantalón.

Bronson entrelazó lasmanos y ella colocó un pieen el estribo que habíaformado, apoyó la espaldaen el muro del túnel y sealzó. Cuando colocó los piessobre los hombros deBronson, este se movióligeramente hacia delante y

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apoyó los brazos a amboslados del túnel.

—¿Llegas? —preguntó.—Sí. Estoy intentando

introducir la mano. —Seguidamente, tras unabreve pausa, la voz deÁngela, potente yentrecortada por laemoción, anunció—: ¡Aquíhay algo!

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—¿Vosotros también

habéis oído voces por allídentro? —preguntó Dexter.

—Sí, pero no tepreocupes —respondióBaverstock, quitándoleimportancia—. Muchosturistas realizan esterecorrido. Creen que lesayuda a estar más cerca deDios. Sigue buscando.

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—No veo la hora desalir de aquí —mascullóHoxton—. Este lugar mepone la carne de gallina.

Bronson sintió que lospies de Ángela se movíanligeramente sobre sushombros mientras alargabael brazo para introducirloen la cavidad.

—¿Qué es? —preguntó.—No lo sé. Algo

redondo y sólido. Espera.Estoy intentando sacarlo.

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Se empinó un poco másy tiró del objeto que habíapalpado con la punta de losdedos. A continuación seoyó una especie de chirridoy luego se le escapó.Entonces algo se desplomó,chocó contra el muro depiedra y cayó al agua,salpicando.

—¡Maldita sea!A menos de veinte

metros detrás de donde seencontraban, Tony

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Baverstock se detuvo degolpe y se quedó encompleto silencio,escuchando. Luego se giróhacia Hoxton.

—Yo conozco esa voz —dijo en un susurro—. EsÁngela Lewis, lo quesignifica que el hombre,probablemente, es su exmarido. Son los dos de losque te hablé. Eso quieredecir que están siguiendo elmismo rastro que nosotros.

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Ha estado estudiando lasmismas pistas que yo y hadebido de llegar a la mismaconclusión.

—Pero ¿ha encontradoel rollo de plata? —preguntó Hoxton—. Lodemás me importa unbledo.

—No lo sé —dijoBaverstock—. Será mejorque nos acerquemos aaveriguarlo.

Sin decir ni una

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palabra, Hoxton y Dexter sepusieron en marchasiguiendo el sonido de lasdos voces, mientras elprimero sacaba una pistolasemiautomàtica del bolsillo.

—¿Crees que era elrollo? —preguntó Bronson.

—No lo sé, pero estoysegura de que era algo.Espera. Déjame ver si hayalguna otra cosa en elagujero. —Tras una brevepausa añadió—: No.

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Además, no se trata de unacavidad. Es más bien unaespecie de cornisa.

Rápidamente bajó delos hombros de Bronson ypuso los pies en lasuperficie del túnel.

—Ha debido de caer poraquí —dijo Bronsoniluminando el agua con lalinterna.

—¡Bien! —dijo una vozdesconocida, mientras seencendían dos linternas que

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rápidamente deslumbrarona Bronson y a Ángela.

—¿Quién demoniossois? —preguntó Ángela.

Nadie respondió, peroBronson reconoció elinconfundible chasquido deuna pistola automáticacuando se retrae lacorredera para colocar unnuevo cartucho.

—Ponte detrás de mí,Ángela —dijo.

—¡Muy noble por tu

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parte! —se burló la voz—.Pero si no os largáis ahoramismo, los dos acabaréismuertos. Tenéis cincosegundos.

—Pero… —empezó adecir Ángela hasta queBronson la cogió del brazo yempezó a arrastrarla por eltúnel.

—Vamos, Ángela —dijoBronson—. Salgamos deaquí.

Hoxton esperó a que el

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chapoteo de las pisadas deBronson y Ángelaalejándose por el túnelfuera casi inaudible y seaproximó al estanque deSiloé.

—De acuerdo —dijovolviéndose hacia Dexter yguardando la pistola.Seguidamente apuntó conla linterna hacia la oscurasuperficie del agua—. Elladijo que cayó aquí. ¿Por quéno averiguas qué era?

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—¿Yo? —preguntóDexter.

—Que yo sepa, no haynadie más aquí. Yo haréguardia, para asegurarmede que esos dos no vuelven.

Dexter murmuró algoentre dientes, entregó sulinterna a Hoxton, inspiróprofundamente y seagachó. A continuación,metió la cabeza bajo lasuperficie mientras susmanos tanteaban el suelo

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del túnel y unos segundosdespués asomó de nuevosujetando un objetoredondeado.

—¿Qué es? —preguntóimpaciente Baverstockacercándose para reunirsecon sus compañeros.

Hoxton apuntó al objetocon la linterna y farfullóalgo con evidentedecepción. Lo que Dextertenía en sus manos no eramás que una roca

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redondeada de unos diezcentímetros de diámetro.

—¿Es eso?—Es lo único que he

podido encontrar ahí en elfondo —dijo Dexter—, peroecharé otro vistazo.

Seguidamente entrególa piedra a Hoxton y sezambulló de nuevo.

—Ahí abajo no haynada más —dijo unossegundos después,poniéndose derecho y

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sacudiéndose el agua de lacabeza.

Hoxton alzó la linterna,la pasó a su alrededor yluego se centró en el mismosaliente que Bronson habíadetectado.

—Seguramente estabaallí arriba —dijo cortante ylleno de resentimiento—.¡Menudo chasco! Estabaconvencido de que lohabíamos encontrado.Imagino que llevaba en ese

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saliente varios millones deaños. Bueno. Vámonos.

Bronson y Ángelaatravesaron el oscuropasadizo abovedado y, conlos ojos entrecerrados porla brillante luz del sol,salieron al exterior por elestanque de Siloé. Elrecorrido por el túnel deEzequías les había llevadobastante más de una hora,pero habían realizado elúltimo tramo lo más rápido

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que habían podido,preguntándose quiénesserían aquellos tiposarmados y qué querrían.Además, seguían con lasmanos vacías, aparte de lapequeña bolsa impermeableen la que llevaban las pilasde repuesto.

El estanque estaba enla parte inferior de unespacio rectangular entrealguno de los antiguosedificios de piedra de

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Jerusalén. Casi enfrente delpasadizo había un tramo deescalones de cemento, conel lateral abierto protegidopor una barandilla de acero,que conducía a la calle queestaba arriba. Media docenade niños vestidos conpantalones andrajososjugaban en el agua,salpicándose, riendo ygritando, y su alegríacontrastaba con el estadode ánimo de Bronson.

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—Ha sido una completapérdida de tiempo —refunfuñó mientras él yÁngela subían las escaleras.Ambos estaban chorreandoy todavía tenían frío,aunque el calor del solempezaba ya a secar susropas.

—No ha sido una de lasexperiencias másagradables de mi vida —convino Ángela.

—Lo importante es que

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hemos conseguido salirsanos y salvos. ¿Estássegura de que lo quesacaste del saliente era solouna piedra? ¿No teníaforma de cilindro o de algoparecido?

—Estoy completamentesegura. Era redonda ypesada. Por el tacto, erasolo una piedra, y el ruidoque hizo al golpear contrala pared del túnel me loconfirmó. Y ahora, ¿quién

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demonios eran esoshombres?

—No tengo ni idea. Loúnico que sé es que nuestravida corre peligro. Es lasegunda vez en dos díasque nos enfrentamos a unhombre armado. En los doscasos hemos tenido suertede escapar, y no sé hastacuándo nos acompañará lafortuna. Tampoco séquiénes eran esos hombres(su acento era demasiado

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inglés para formar parte dela banda de Yacoub), peroes evidente que buscaban lomismo que nosotros. Mira,creo que ya basta por hoy.No merece la pena morirpor ninguna reliquia, ¿no teparece?

—Lo siento, Chris perosi nuestras suposiciones sonacertadas, mucha gente hamuerto durante siglos,tanto buscándola, comointentando protegerla. No

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pienso rendirmeprecisamente ahora queestamos tan cerca deconseguirla. Estoy dispuestaa llegar hasta el final,cueste lo que cueste.

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Bronson y Ángela

decidieron pasar la nocheen Jerusalén. La opción dealojarse en Tel Aviv sehabía demostradodemasiado peligrosa, o talvez demasiado fácil deaveriguar por alguienpeligroso, así que Bronsondecidió que era mejor evitarlos lugares más grandes.

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Tras dar unas vueltaspor las afueras, finalmenteescogió un pequeño hotelen el barrio de Giv'atSha'ul, al noroeste de laciudad. El distrito estabasituado principalmente enlas colinas de Judea ydominado por un enormecementerio. El hotel seencontraba en una callelateral, estrecha y enpendiente, cubierta de losasde piedra y en la que

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apenas había espacio paraque pasara un vehículopequeño. Bronson nisiquiera se molestó enintentarlo y aparcó el cochede alquiler a la vuelta de laesquina. Luego regresó aledificio y cogió doshabitaciones en la terceraplanta.

Giv'at Sha'ul era unaextraña mezcla de estilosarquitectónicos. Adiferencia del antiguo

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corazón de Israel, donde sepodían tocar muros depiedra que llevaban allívarios milenios, la mayoríade los edificios de la zonaeran casas pequeñas de unasola planta, la mayor partede las cuales estaba encondiciones lamentables, apesar de que no debían detener más de medio siglo.Intercaladas con estas,había una serie de anodinosbloques de apartamentos, la

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mayoría de poca altura,aunque algunos teníancerca de doce pisos o más,y de vez en cuando tetopabas con una casaindependiente querecordaba a los lejanos díasde elegancia y sofisticación.Un puñado de hoteles,cafeterías y restaurantescompletaban la imagen.

La predominantearquitectura de bloques depiedra o cemento

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cuadrados, se aliviaba enalgunos puntos por algunasáreas arboladas, pero Giv'atSha'ul no era un barrio degrandes aspiraciones, sinosimplemente un lugardonde la gente vivía,trabajaba y oraba. Erasencillo y funcional yBronson esperaba que lessirviera para pasardesapercibidos. Su únicapreocupación era que elrecepcionista del hotel

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había insistido en fotocopiarsus pasaportes porque loshoteles israelíes tenían laobligación de cargar el IVAa todos los clientes que nose encontraran en viajeturístico, y había rechazadola oferta de Bronson depagar el impuesto y lacuenta del hotel al contado.El empleado le explicósecamente, en un inglésalgo precario, que la ley erala ley.

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Una vez se registraron,Bronson y Ángela dejaronel hotel. Estaban muertosde hambre, pues no habíanprobado bocado desde eldesayuno, pero todavíafaltaba una hora para queabrieran el pequeñocomedor del hotel.Caminaron en dirección alcentro de Giv'at Sha'ul yrápidamente encontraronuna cafetería que ya estabasirviendo la cena. Ocuparon

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una mesa justo al fondo,desde donde Bronsonpudiera divisar la entrada, ycenaron a toda prisa sinapenas intercambiarpalabra.

Al salir estabaoscureciendo y el oeste delcielo estaba decorado conotro de sus espectacularesatardeceres.

—Es precioso, ¿verdad?—murmuró Ángeladeteniéndose unos

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segundos en la aceraagrietada para observar lasbandas irregulares y lasespirales de color quemarcaban la posición del soldel crepúsculo.

—Sí—se limitó aresponder Bronson,colocándose junto a ella ycogiéndole la mano. Unavez más deseó que fueranunos simples turistas, dospersonas disfrutando de susvacaciones, en vez de estar

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envueltos en una búsquedaque le parecía que seestaba volviendo máspeligrosa cada hora quepasaba.

—Bueno, volvamos alhotel. Tenemos mucho quehacer.

Bronson esbozó unasonrisa irónica cuando segiró para seguir a Ángela.Cinco segundos paradisfrutar de la puesta de soly luego, de vuelta al

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trabajo. Para ella labúsqueda de las reliquias sehabía convertido casi enuna obsesión.

Las habitaciones delhotel no tenían minibar, asíque, mientras Ángela sedirigía a las escaleras,Bronson pidió un par deginebras y una botella detónica en el bar paratomarse una copa antes deirse a la cama.

Una vez en la

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habitación, con las bebidasen la pequeña mesaredonda que tenían delante,Bronson le hizo la preguntamás obvia.

—Bueno, después de lapaliza que nos hemos dadoen el túnel de Ezequías,¿qué hacemos ahora?

—Lo que se supone quedebería hacer cualquieragente de policía —dijoÁngela mirándole conimpaciencia—. Examinar las

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pruebas. Tenemos quereleer el texto y evaluar lasposibles opciones. —Acontinuación, recostándoseen el respaldo de su silla,añadió—: En mi opinión,hay solo tres posibilidades.La primera, y más obvia, esque hayamos estadobuscando en el lugaradecuado pero que, enalgún momento durante losúltimos dos milenios,alguien más examinó el

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túnel de Ezequías, encontróel rollo de plata y lo vendió,lo fundió o vete tú a saberqué. Obviamente, esperoque no sea el caso.

—Entonces, ¿es posibleque estemos buscando algoque ya no existe?

—En teoría sí, aunqueme parece bastanteimprobable. Lo normal esque algo tan único yrobusto como el rollo deplata, haya sobrevivido

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intacto. Si alguien lohubiera encontrado, habríaimaginado que el valor delmetal en sí era muy inferiora la importancia históricade la inscripción. Y en esecaso, creo que habría algúndocumento histórico quehiciera referencia alhallazgo.

» La segundaposibilidad es que lareliquia siga oculta en algúnlugar cerca del Monte del

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Templo, pero no en el túnelde Ezequías. En ese caso, lacosa se pondría muycomplicada. Sabemos de laexistencia de un grannúmero de túneles bajo elMonte, pero es imposibleacceder a ellos porque, obien han tapiado lasentradas, o estánbloqueadas por toneladasde escombros. Para colmo,hay más de cuarentacisternas en el Monte

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mismo, en lo que se conocehoy en día como laexplanada inferior, yalgunas de ellas sonenormes.

» Recuerda que elMonte del Templo es uno delos terrenos edificables másantiguos de la historia.Docenas de arquitectos yconstructores han dejado suhuella en él durante siglos.—En aquel instante hizouna pausa y añadió—:

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Espera. Lo entenderásmejor si te lo explico sobreel papel.

A continuación sacó unplano del Monte del Temploy empezó a indicarle lospuntos más destacados.

—El Monte consta decuatro muros erigidosalrededor de una colinanatural y que forman unaestructura de un tamañoconsiderable culminados poruna superficie plana. Los

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muros del este y del sur sonvisibles, pero el de la caranorte está completamenteoculto por casas y otrosedificios construidosposteriormente. También elextremo norte del murooccidental está oculto porotras construcciones y, dehecho, una buena partepermanece bajo tierra. Hayotra explanada construidaen lo alto del monte, y estaincluye también el lecho de

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roca de la colina original. Esprecisamente allí donde sealza el Domo de la Roca, laespectacular estructuracoronada por una cúpuladorada, y que se considerael lugar más sagrado deJerusalén para losmusulmanes.

El edificio se construyóalrededor de una rocadesde la cual, según elislam, Mahoma ascendió alos cielos para iniciar su

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viaje nocturno. Justo debajohay una pequeña cuevaconocida como el Pozo delas Almas, donde, segúncreen los musulmanes, losespíritus de los muertos sereunirán con Dios el día delJuicio Final.

—De acuerdo —dijoBronson—. De momento, tesigo.

—Bien. —Ángela esbozóuna sonrisa y Bronson tuvoque contenerse para no

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inclinarse y besarla en loslabios.

—Bueno, todo eso estáen la explanada superior,pero en realidad es lainferior la que cubre lamayor parte de la superficiedel Monte. En un extremoestá la mezquita de AlAqsa, el edificio con lacúpula de color gris. Aloeste y al norte hayjardines y, en el extremomás al norte, una escuela

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islámica. En esta plataformahay una fuente conocidacomo Al Kas, queantiguamente obtenía elagua de los estanques deSalomón, en Belén,alimentado por unacueducto mayor. Hoy endía están conectadas con laprincipal red deabastecimiento de aguas deJerusalén.

Ángela indicó un puntoen el extremo del plano.

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—Los muros tienendiferentes puertas deacceso, pero probablementela más conocida sea lapuerta Dorada. Según latradición judía, es la queusará el Mesías cuandoentre finalmente enJerusalén, pero más valeque se acuerde de traer unmartillo y un cincel, porqueactualmente estácompletamente tapiada. Dehecho, todas las puertas

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están selladas, entre lasque se incluyen las puertasde Huida, conocidas comolas puertas dobles y laspuertas triples, porquetienen dos y tres arcosrespectivamente.Antiguamente eran lasprincipales vías de acceso alrecinto del Templo desde elOfel, la parte más antiguade Jerusalén. Luego estánlas puertas de Barclay que,por supuesto, no tiene nada

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que ver con el banco, y lade Warren, llamada así porCharles Warren. Ya te lo hemencionado un par deveces pero, igualmente,deberías saber de sobraquién era.

—¿Yo? ¿Por qué?—¿Has oído hablar de

Jack el Destripador?—¿Ese Charles Warren?

¿El comisario de ScotlandYard? ¿Y qué demonioshacía en Jerusalén?

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Ángela sonrió de nuevo.—Antes de fracasar en

su intento de capturar almayor asesino en serie dela historia británica, sirviócomo teniente en el RealCuerpo de Ingenieros deGran Bretaña. En 1867 sele encargó que dirigiese unaexploración al Monte delTemplo financiada por laFundación para laExploración de Palestina. Lainvestigación reveló varios

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túneles que discurrían bajola ciudad de Jerusalén ybajo el Monte, incluyendoalgunos que pasabandirectamente bajo elantiguo cuartel general delos caballeros del Temple.

Otros túnelesdesembocaban en variascisternas por lo que,supuestamente, eranacueductos que habíancaído en desuso.

» Además de explorar

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estos túneles, tambiénexcavó el interior de variasde las puertas selladas. Lapuerta Dorada, la deWarren y la de Barclaypermitían el acceso apasajes y escaleras queoriginariamente conducíana la superficie del Monte delTemplo. Detrás de laspuertas de Huida, habíavarios túneles quedesembocaban a ciertadistancia del Monte donde

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unas escaleras llevaban a lasuperficie norte de lamezquita de Al Aqsa.

» Lo realmenteinteresante de todo esto esque, al este del pasadizoque salía de la puerta triple,había una enorme cámaraabovedada, comúnmenteconocida como los establosdel rey Salomón, aunque enrealidad no guardanninguna relación con ellegendario rey de los judíos.

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La cámara fue construidapor Herodes cuandorealizaba las obras deextensión, y existenpruebas que demuestranque fue utilizada comoestablo, probablemente porlos cruzados. Warrendemostró que una de lasfunciones de esta secciónera la de sostener laesquina del Monte delTemplo.

» Asimismo, descubrió

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que había numerosostúneles que discurrían pordebajo del pasadizo de latriple puerta y por debajodel nivel base del Monte.Iban en direccionesdiferentes, pero no tenía niidea de su función ni delpropósito con que fueronconstruidos. Y, porsupuesto, desde lainvestigación llevada a cabopor Warren en el siglo XIX,nadie ha conseguido el

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permiso para acceder alinterior del Monte delTemplo para comprobarlo.

—Entonces, ¿nopodemos acceder a laspuertas o a los túneles?

—No —respondióÁngela—. En 1910, uninglés llamado MontagueParker sobornó a la guardiamusulmana que custodiabael Monte del Templo y unanoche comenzó a excavarcerca del pozo de Warren.

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Cuando lo descubrieron,hubo grandes protestas, eincluso disturbios, y tuvosuerte de escapar con vida.Fue una historia complicadaque incluía a un místicofinlandés que asegurabahaber descubierto una seriede pistas codificadas en laBiblia, en concreto en ellibro de Ezequiel, queindicaban el lugar donde seescondía el arca de laalianza. Espera —añadió—,

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te lo enseñaré en internet.Tras introducir una

serie de palabras clave enGoogle, seleccionó una delas entradas e hizo dobleclic en el enlace. La páginase abrió, y avanzó por unaparte del texto que aparecíaen la pantalla.

—Este es MontagueParker —dijo señalando unafotografía de un hombrecuyos rasgos no seapreciaban con claridad y

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que llevaba lo que parecíauna gorra de un oficial de laMarina británica. Estaba depie en la terraza de unhotel cuyo nombre se leíaparcialmente detrás de él.

Seguidamente alargó lamano para hacer clic, peroBronson se lo impidió conun gesto.

—¿Has leído eso? —dijoapuntando al texto quehabía debajo de lafotografía.

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—No —respondióÁngela acercándose un pocomás. Tras un par deminutos se recostó en lasilla y exclamó—: ¡Mierda!Ojalá hubiera visto estapágina web antes de ir alestanque de Guijón. Nosabía que habían hecho eso.

El texto que estabanestudiando explicaba condetalle cómo la expediciónde Montague Parker habíapasado casi tres años

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excavando y ensanchandoel túnel de Ezequíasbuscandodesesperadamente el arcade la alianza.

—¡No me lo puedocreer! —dijo con gesto deevidente irritación—Debería haber investigadomás. No solo fue unapérdida de tiempo, sino quecasi morimos en el intento.

—¿Qué me dices deestas otras cisternas? —

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preguntó Bronsoncambiando de tema conmucho tacto.

—Bueno. La mayoríason de diseños yconstrucciones variados,probablemente porquefueron construidos pordiferentes grupos depersonas en épocasdiferentes a lo largo de lossiglos. Algunas de ellas sonsimples cámaras excavadasen la roca, mientras que

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otras fueron construidascon mayor cuidado yatención. Un par de ellas,las conocidas comocisternas 1 y 5, podíanhaber cumplido algunafunción religiosarelacionada con el altar delSegundo Templo, debido asu situación en el monte. La5 contiene también unaentrada bloqueada contierra, de manera que esposible que exista otra

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cámara, o quizá más deuna, de las que conocemosactualmente.

—¿Y qué capacidadtienen? ¿De algunos litrosde agua o son realmentegrandes?

—Algunas son enormes.En la cisterna 8 cabenvarios cientos de litros, y laonce tiene un potencialpara almacenar casi cuatromil metros cúbicos. Lasdemás son más pequeñas,

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pero todas ellas fuerondiseñadas para dar cabida agrandes cantidades deagua. Ten en cuenta que enla antigüedad las reservasde agua eran esenciales, yla intención de estascisternas era contener cadagota de lluvia que caía.

—Pero, por lo que dices,no es posible saber conseguridad de qué épocadatan, de manera que nosabemos cuál de ellas

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existía ya cuando lossicarios buscaban un lugaren el que esconder susreliquias.

—Efectivamente.—Déjame echar otro

vistazo a la traducción quehicimos —le pidió Bronson.

Ángela abrió su bolso ysacó media docena de foliosdoblados por la mitad.Bronson comenzó ahojearlos.

—Lo que imaginaba —

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dijo—. El texto especifica«la cisterna», y la siguendos palabras que no hemosconseguido descifrar. Acontinuación dice «lugarde», después otro espacioen blanco y, finalmente«final de los días». Nosotrosinterpretamos que ponía «lacisterna en el lugar del finalde los días». Si había másde una cisterna en el lugardonde los sicariosescondieron las reliquias,

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¿no hubiera tenido mássentido que pusiera «lacisterna en el extremonorte del monte» o algosimilar? Creo que lo queescribieron implica que enel lugar que escogieronhabía solo una cisterna, ysería una cisterna que todoel mundo conocía.

—Esa es la razón por lacual pensé en el túnel deEzequías. Sabemos conseguridad que existía en

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aquella época, y era la másconocida y la mayor detodas las cisternas deJerusalén. Pero estainformación echa abajo todami teoría.

—Entonces hay solouna conclusión quepodemos extraer de todoesto —dijo Bronson.

—¿Cuál?—Que hemos estado

buscando en el lugarequivocado.

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Independientemente dedónde escondieran lasreliquias los sicarios,probablemente no fue enJerusalén.

Bronson bostezó. Habíasido un día muy largo.

—Tenemos que estudiarde nuevo la inscripción.

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65

—Estaba convencida de

que estábamos en lo cierto—dijo Ángela—. Todoparecía cuadrar,especialmente teniendo encuenta que el túnel deEzequías es la más obvia detodas las cisternas.

Acababa de amaneceren la ciudad más sagradade todas, y el cielo color

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salmón presagiaba otro díade calor abrasador. Leshabían despertado lasllamadas de los muecines,amplificadaselectrónicamente, queconvocaban a los fieles aorar, un discordante einolvidable coro matutinoque irrumpía en el airetranquilo desde lasmezquitas de Jerusalén.

Estaban sentados unavez más en la habitación de

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Ángela, bebiendo un pésimocafé instantáneo empeoradopor la leche en polvo.Bronson había dormidocomo un tronco, pero elrostro de Ángela estabapálido y tenía unas oscurasojeras bajo los ojos.Bronson imaginó que habíapasado la mayor parte de lanoche en vela, dándolevueltas al significado de lainscripción y al paradero delrollo perdido.

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Bronson cogió los foliosen los que habían escrito latraducción de la inscripcióny pasó la mirada por eltexto inconexo en busca deinspiración.

—La expresión «el finalde los días» encajaríaperfectamente con el Pozode las Almas, la caverna enel Monte del Templo donde,según los musulmanes, losespíritus se reunirán en díadel Juicio Final —dijo. A

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continuación, tras unabreve pausa, añadió—: No.Espera un momento. Lossicarios no eranmusulmanes y, de hecho, elislam como religión noexistió hasta quinientosaños después de la caída deMasada, así que nuestrahipótesis sobre lalocalización debe de sererrónea.

Ángela sacudió lacabeza.

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—No es tan sencillo,Chris. Yo no estabasugiriendo que el esconditetuviera algo que ver con elPozo de las Almas. Miinterpretación de laexpresión «el final de losdías» era que se refería alas creencias judías sobre elTercer Templo: creen que elfin del mundo se producirápoco después de suconstrucción. Por si no lorecuerdas, Josef ben Halevi

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nos habló de esto. Al igualque los musulmanes, losjudíos también creen que lomás probable es que «ellugar del fin de los días», elsitio donde acabará elmundo, sea el Monte delTemplo.

Bronson parecíaalicaído.

—¡Maldita sea! —masculló—. Creí que habíadescubierto el defectoprincipal de tu

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razonamiento. Entonces, siel Armagedón tendrá lugarcon toda seguridad aquí, enJerusalén, los sicarios lodebieron de esconder enalgún punto de la ciudad. Loúnico que sabemos aciencia cierta es que no loocultaron en el túnel deEzequías.

Ángela se lo quedómirando durante unossegundos con una expresióninescrutable.

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—¿Qué pasa? —preguntó Bronson.

—¿Te he dicho algunavez que eres un genio? —preguntó Ángela con lamirada brillante.

—No lo suficiente—dijoBronson modestamente—.¿Qué he hecho esta vez?

—Acabas de establecerla evidente conexión que amí se me había escapado.Estaba tan segura delMonte del Templo, que me

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olvidé por completo deArmagedón, algo muydiferente.

—Pero yo creía que elArmagedón era unacontecimiento, no unlugar.

—La mayoría de lagente, cuando habla de ello,suponen que se refiere alfin del mundo, sin embargose trata de un lugar muyconcreto. Se llama HarMegiddo, la colina de

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Megido, y se encuentra aunos ochenta kilómetros deJerusalén. Allí es donde,según la Biblia, tendrálugar la «batalla del fin delos días», donde seenfrentarán por última vezlas fuerzas del bien y delmal.

—Entonces, «el lugardel fin de los días» levendría como anillo al dedo.

—Se corresponderíaperfectamente con la

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expresión. No sé gran cosasobre el lugar, de maneraque tendré que haceralgunas averiguaciones.

—Pero ¿cómo hasllegado hasta «HarMegiddo» a partir de«Armagedón»? —preguntóBronson.

—Bueno, no se trataexactamente de un error detraducción de la Biblia —dijo Ángela—. No como laexpresión del camello que

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pasa por el ojo de unaaguja.

—¿Ese es un error detraducción? —preguntóBronson—. No tenía ni idea.

—Sí. ¿Por qué demoniosiba a pasar un camello porel ojo de una aguja? Setrata de otra más de lasexpresiones bíblicas que notienen ningún sentido, peroque los predicadores hanrepetido hasta la saciedaddesde sus pulpitos sin que

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ninguno se preguntara quése suponía que quería decir.Por supuesto, se trata de unerror de traducción.

—¿Y cuál sería laexpresión correcta? —preguntó Bronson.

—La mayor parte delAntiguo Testamento seescribió en hebreo, exceptolos libros de Esdras y deDaniel, que fueron escritosen arameo, pero el NuevoTestamento se escribió en

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griego koiné. La primeratraducción al inglés la inicióun hombre llamado JohnVvycliffe y finalmente laterminó John Purvey, en1388. Para la versión delrey Jacobo, se reunió a ungrupo de unos cincuentaestudiosos que no solotrabajaron a partir de lasversiones en hebreo y engriego, sino que tambiénestudiaron todas lastraducciones existentes

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hasta el momento.» Fue un proyecto

realizado por una comisión,por lo que no es deextrañar que se cometieranerrores. Hay dos palabrasen griego muy similares:camilos, que significa«cuerda» y camelos, que setraduce por camello.Quienquiera que se ocuparade esa parte del NuevoTestamento confundió la«i» del griego con una «e»,

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y la iglesia ha mantenidoeste error desde entonces.Increíble, ¿verdad?

Bronson sacudió lacabeza.

—Pensándolo bien,supongo que sí. Entonces,¿qué me dices deArmagedón?

—De acuerdo. Elnombre del lugar en hebreoes Megiddo y normalmentese le antepone la palabratel, que significa

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«montículo» o, máscomúnmen te , har quequiere decir «colina». Nohace falta pensardemasiado para apreciarque el nombre Har Megiddo,con los años, hadegenerado en Armagedón.Megido era una de lasciudades más antiguas eimportantes del país, y lallanura que hay a sus piesfue escenario de la primerabatalla campal

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documentada. De hecho,allí han tenido lugardocenas de batallas, creoque más de treinta, y tresde ellas han pasado a lahistoria como «batallas deMegido». La última se libróen 1918 y en ella seenfrentaron el ejércitobritánico contra las tropasdel imperio otomano. Noobstante, la más famosa fuela primera, en el siglo XVantes de Cristo, entre las

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tropas del faraón egipcioTutmosis III y un ejércitocananita, dirigido por el reyde Kadesh, los cualeshicieron causa común con elsoberano de Megido.Kadesh se encontraba en laactual Siria, no muy lejosde la ciudad de Hims y, aligual que Megido, era unaimportante ciudadfortificada. Se sabe muchode esta batalla, porqueexiste un registro de lo

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ocurrido grabado en losmuros del templo de Amón,en la ciudad egipcia deKarnak.

—Entonces, ¿es el lugardonde se libró la primerabatalla de la que existendocumentos y donde tendrálugar la última?

—Si hacemos caso a loque dice el Apocalipsis, sí.De acuerdo con esa fuente,Har Megiddo o Armagedón,será el lugar de «la batalla

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del fin de los días», elúltimo combate entre lasfuerzas del bien y del mal.Es, sin duda, el lugar del findel mundo.

66Dexter viró a la derecha

el volante del Fiat dealquiler y aceleró por lacalle que iba desde la partetrasera del hotel en Giv'atSha'ul donde, según suscontactos en Jerusalén, sealojaban Ángela Lewis y

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Chris Bronson.Junto a él, en el asiento

del copiloto, Hoxtonintroducía cuidadosamentevarios cartuchos de 9 mmParabellum en el cargadorde una Browning HiPower.A sus pies, en el suelo delautomóvil, oculta de lavista, había otra pistola,una Walther P38 vieja, peroque todavía cumplía sufunción, y que ya habíarevisado y cargado.

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Dos días antes se habíaencontrado con un antiguooficial del ejército israelí alas afueras de Tel Aviv.Hoxton sabía que el precioque le había pedido por lasarmas y la munición (lehabía proporcionado trespistolas) era abusivo, peroera la única persona queconocía en el país que lepudiera conseguir lo quequería y, lo que era másimportante, sin hacer

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preguntas.—En cuanto puedas,

para —ordenó Hoxton.Dexter encontró un

hueco libre en el ladoizquierdo de la calle yestacionó el coche al sol delamanecer.

—Su hotel está justo ala vuelta de la esquina —dijo Hoxton entregándole laWalther.

—No se me dan bien lasarmas —farfulló Dexter sin

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levantar la vista del aceroazulado de la pistola quesostenía en sus manos—.¿Es realmente necesarioque la lleve?

—¡Maldita sea! Puesclaro que es necesario. Hellegado muy lejos comopara que estos me ganen lapartida justo ahora. Vamosa encontrar el rollo deplata, y la única forma degarantizarlo es conseguirtoda la información de que

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disponen esos dos, ya seanfotografías, traducciones olo que sea. Si para ellotenemos que cargárnoslos,lo haremos y punto.

Dexter seguía conexpresión compungida.

—Es muy fácil —leexplicó Hoxton—. Solotienes que apuntar yapretar el gatillo. Primeromatamos a Bronson, que esel más peligroso, y ÁngelaLewis estará mucho más

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dispuesta a cooperardespués de ver morir a suex marido.

Los dos hombressalieron del coche, con laspistolas bajo las chaquetasmetidas en la cinturilla delos pantalones. Torcieron laesquina, bajaron por lacalle del hotel y entraronen el vestíbulo.

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67

—Entonces, ¿dónde está

Megido? Porque imaginoque vamos a ir.

—¡Oh! Por supuesto quevamos a ir. Se encuentra alnorte del país, en la llanurade Esdraelón, desde dondese domina el valle deJezreel.

Ángela hizo clic en suportátil y abrió un detallado

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mapa de Israel.—Esto es Esdraelón —

dijo, indicando un áreacercana a la frontera nortedel país—. El valle deJezreel ocupa una superficiede forma triangular en estelado, con la punta en lacosta del Mediterráneo y labase paralela al río Jordán,justo aquí. Antiguamentetoda ella estaba bajo elagua. De hecho, era la víafluvial que conectaba el

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principal cuerpo de agua delinterior, el mar Muerto, conel Mediterráneo. Hace dosmillones de años, undesplazamiento de lasplacas tectónicas provocóun alzamiento del territorioque se extiende entre elvalle del Rift, en África, yeste extremo delMediterráneo, originandoque la vía fluvial se secara.Cuando el mar Muerto dejóde tener salida al mar, su

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nivel de salinidad seincrementó, dando comoresultado lo que conocemoshoy en día.

—¿Y qué hay enMegido? ¿Las ruinas de uncastillo?

—Más o menos. Laprincipal característica deMegido es que tenía ungran valor estratégico. Enla antigüedad existía unaimportante ruta comercialconocida como Via Maris,

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voz latina que significa«ruta del mar», y DerechHaYam en hebreo. Ibadesde Egipto, pasando porla planicie junto alMediterráneo, hastaDamasco y Mesopotamia.En consecuencia,quienquiera que ocuparaMegido, controlaba lasección de esa rutaconocida como el Nahallron(la palabra nahal significa«río seco») y, por lo tanto,

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el tráfico de toda la ruta.» Debido a su

localización, Megido es unode los lugares habitadosmás antiguos de esta partedel mundo. A decir verdad,de cualquier parte delmundo. El primerasentamiento data del año7000 antes de Cristo, esdecir, hace más de nuevemilenios, y fue abandonadoen el siglo V antes deCristo, de manera que fue

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ocupado sin descansodurante seis mil quinientosaños.

—Entonces, cuando lossicarios fueron allí,suponiendo que estés en locierto, el lugar ya estaba enruinas.

—¡Oh, sí! —convinoÁngela—. En aquella épocadebía de llevar más dequinientos añosabandonado.

—¿Y crees de verdad

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que podría ser el sitio alque se refiere lainscripción? Quiero decir,¿ahora piensas que es másprobable que el túnel deEzequías o que cualquierotro lugar bajo el Monte delTemplo?

—Sí —dijo conexpresión contrita—.Echando la vista atrás,supongo que debería haberreflexionado un poco más y,sin duda, tendría que haber

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investigado lo que se habíahecho en el túnel en elpasado. Además, como túmismo señalaste, con todala actividad que se hadesarrollado durante siglostanto en el exterior comoen el interior del Monte, lasposibilidades de que algocomo el rollo de platapermaneciera sin descubrireran bastante escasas.

—¿Y qué me dices deMegido? ¿También allí han

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excavado montones dearqueólogos? —Bronson noparecía muy seguro.

—Por extraño quepueda parecer, no.Evidentemente, se hanllevado a caboexcavaciones, pero notantas ni tan exhaustivascomo se podría esperarteniendo en cuenta suhistoria. Hasta 1903,prácticamente nadie excavóen la zona. Por aquel

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entonces un hombrellamado GottliebSchumacher dirigió unaexpedición respaldada porla Sociedad Alemana deEstudios Orientales. Veinteaños más tarde, John D.Rockefeller financió unaexpedición del InstitutoOriental de la universidadde Chicago que se prolongóhasta la segunda guerramundial.

—Espera un momento.

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Eso son más de quince añosexcavando —apuntóBronson—. Seguro quecubrieron de sobra todo elasentamiento.

—Efectivamente setrató de una excavaciónmuy larga, pero Megido esenorme. Como te dije, elmontículo de la ciudadcubre seis hectáreas y lamayoría de lasexcavaciones suelenconcentrarse en un área

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bastante reducida y suelenser verticales en vez dehorizontales. Normalmenteestán interesados enexcavar las diferentes capasque representan las variascivilizaciones que hanocupado el lugar, y eso es,sin lugar a dudas, lo quehizo el equipo de Chicago.

» Desde entonces, noha sucedido gran cosa enMegido. Un arqueólogoisraelí llamado Yigael Yadin

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investigó un poco la zonaen los años sesenta, ydesde entonces se hanrealizado algunas otrasexcavaciones, financiadaspor la Expedición Megido,que tiene su sede en launiversidad de Tel Aviv.

—Me sigue pareciendomucha actividad —dijoBronson sin convicción.

—Puede que sí—reconoció Ángela—, pero sialguna de estas

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expediciones hubieraencontrado el rollo de plata,el mundo entero lo sabría. Yno olvides que ninguno deesos arqueólogos buscaba loque podría describirse comoun tesoro enterrado.Simplemente intentabandesentrañar la historia dellugar. A diferencia denosotros, que estamos aquípara buscar un objetodeterminado en un lugarmuy concreto.

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—Entonces, ¿hayalguna cisterna en lacolina? —preguntó Bronson.

—A decir verdad, no —contestó Ángela—. Y eso esuna buena noticia. Lascisternas son lugares dondese almacena agua, pero unpozo o un manantial es unafuente de agua. Cuandoestudiamos la transcripciónusando el diccionario enlínea, este sugería que lapalabra que yo había

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traducido como «cisterna»se podía traducir másexactamente por «pozo». Y,precisamente, lo que hayen Har Megiddo es un pozo,no una cisterna. Es otroindicador de que estamosen el buen camino.

—De acuerdo —dijoBronson—. No hay tiempoque perder. Iré a recogermis cosas. Una vez en elcoche estudiaremos la rutaa seguir. —A continuación

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miró el reloj y preguntó—:¿Nos vemos en cincominutos?

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68

—Están en la tercera

planta —musitó Hoxtonmientras apretaba el botónpara llamar al ascensor—.Tienen habitacionescontiguas, la 305 y la 307.No debería llevarnos muchotiempo.

Salieron juntos delascensor, echaron a andarpor el estrecho pasillo y se

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detuvieron delante de lahabitación 305. Hoxton seinclinó hacia delante yapoyó la oreja sobre lapuerta.

—Hay alguien dentro —susurró dando un pasoatrás y sacando la Browningde la cinturilla del pantalón—. Tú cubre la otra puerta—dijo a Dexter. Trasobservar a su compañeroavanzar unos metros por elpasillo, preguntó—: ¿Listo?

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Dexter parecía turbado,pero aun así agarró confirmeza la pistola y asintió.Hoxton llamó a la puertacon varios golpes secos.

—¿Quién es? —inquirióBronson.

—Mantenimiento —respondió una voz pocodefinida, aunqueclaramente masculina—. Hahabido algunos problemascon una de las luces de suhabitación y he venido a

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repararla.Bronson retrocedió.

Había dos cosas que leinquietaban de lo queacababa de oír. La primera,que todos los miembros delpersonal con los que habíahablado hasta ese momentohablaban inglés solo hastaun cierto punto, algunosentrecortadamente, y otroscon algo más de fluidez. Sinembargo, el hombre queesperaba fuera no solo

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hablaba inglés. En opiniónde Bronson, aquel tipo erainglés. ¿Y qué diantre hacíaun inglés trabajando en unpequeño hotel deJerusalén?

Por otro lado, sabía quetodas las luces de lahabitación y del bañofuncionaban perfectamente.

—Un momento —dijoBronson—. Acabo de salirde la ducha.

Seguidamente,

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moviéndose a todavelocidad por la habitación,metió todas suspertenencias en la bolsa deviaje que había estadopreparando, se acercó a lapuerta que conectaba con lahabitación 307 y llamó consuavidad.

—Enseguida voy —gritómientras se abría la puerta.

Rápidamente entró enla habitación de Ángela,cerró la puerta y echó la

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llave.—Tenemos compañía —

dijo—. Coge tus cosas.Tenemos que salir pitandode aquí.

Ángela introdujo todassus cosas en la maleta.Mientras tanto Bronsoncerró el ordenador portátil ylo metió, con todas lasnotas, en el maletín. Justoentonces oyó un ruido comode astillas que provenía dela habitación contigua.

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Mientras se dirigía agrandes zancadas hacia lasalida, Bronson se cambióde mano la bolsa y girósuavemente la manivelacon la derecha. Sinembargo, mientras abría,una figura pateó la puertadesde el exterior,provocando que golpearacon fuerza contra la pared,y a punto estuvo dealcanzar a Bronson. Cuandoeste miró hacia el pasillo, lo

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primero que vio fue lapistola que el hombreempuñaba.

Bronson reaccionóinmediatamente. Lanzó subolsa hacia el rostro deldesconocido y le dio unapatada con el pie derecho.El golpe le alcanzó elantebrazo y la pistola saliódisparada. Seguidamente lepropinó un contundentepuñetazo en el estómago.El hombre se dobló de dolor

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y el arma cayó al suelo conun gran estruendo. Bronsonlevantó la rodilla derecha yle golpeó en la cara.

El desconocido soltó unalarido y un chorro desangre empezó a brotar desu nariz rota, salpicando laalfombra del pasillo.

—¡Corre! —gritóBronson indicando a Ángelaque tomara la salida deincendios, situada al finaldel corredor.

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Mientras Ángela salíacorriendo, Bronson estiró elbrazo e intentó coger lapistola, pero el otro hombrefue mucho más rápido y sehizo con ella. Bronson le diouna patada y mandó lapistola todo lo lejos quepudo. Luego se giró y siguiólos pasos de Ángela. A susespaldas oyó una serie demaldiciones, acompañadasde gritos de dolor, eimaginó que el compañero

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de su atacante iba tras él.El pasillo tenía una

curva en ángulo recto, queBronson tomó a todavelocidad, pero luego sedetuvo en seco. El resto delpasillo era recto, y Ángelatodavía estaba a mitad. Amenos que lograra reducirla marcha de superseguidor, ambos seconvertirían en una presafácil tan pronto como elhombre doblara la esquina.

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Miró a su alrededorbuscando un arma, mejordicho, cualquier cosa quepudiera servirle como tal.Lo único que encontró fueun extintor de incendiossituado en la pared. Tendríaque arreglárselas con eso,así que soltó la bolsa deviaje y lo desenganchó.

Bronson se movióligeramente hacia delantehasta situarse justo en laesquina y escuchó el sonido

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de los pasos que corríanhacia él, intentando calculara qué distancia seencontraba su perseguidor.Entonces dio un paso haciadelante y lanzó el extintorcon todas sus fuerzas,dibujando un feroz arco a laaltura de la cintura.

El hombre, que corríahacia él empuñando unapistola automática en lamano derecha, no tuvotiempo de reaccionar. El

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extintor lo acertó de llenoen el estómago y cayó deespaldas dando boqueadas.Aun así no soltó la pistola, eincluso mientras caía alsuelo, apretó el gatillo.

El estruendo del disparoen aquel espacio cerradofue ensordecedor. La balapasó a menos de un metrode Bronson y agujereó lapared y el techo. Sabía queel hombre se recuperaría encuestión de segundos, por

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eso no dudó a la hora dearrojarle el extintor.Después agarró la bolsa yechó a correr.

La salida de emergenciaestaba allí mismo, al finaldel pasillo. Bronson alcanzóa su ex mujer justo cuandollegaba a la puerta, ypresionó la barra horizontalque la mantenía cerrada.En ese mismo momentosaltó la alarma. Bronsonempujó a Ángela hacia el

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exterior en el precisoinstante en que se oía unnuevo disparo. El chasquidode la bala al chocar contrala pared que tenían detrásse oyó con toda claridad.

Delante de ellos habíauna pequeña plataforma decemento, varios tramos deescaleras que bajaban enforma de zigzag hasta lacalle, y otro que permitíaacceder a las plantassuperiores del edificio.

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—¡Tú primero! ¡Rápido!—dijo Bronson.

A continuación volvió lavista atrás y miró hacia elcorredor. Al fondo descubrióal hombre que habíaderribado. Corría a todavelocidad hacia él, con lamano izquierda sujetándoseel estómago y la pistola enla derecha.

Entonces disparó denuevo y Bronson supo queno le quedaba mucho

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tiempo.Se pasó la bolsa a la

mano izquierda, saltó loscuatro peldaños del primertramo, se agarró a labarandilla de seguridad y secolocó de un saltó ante elsiguiente tramo deescalones.

Más abajo, Ángelaestaba llegando a la calle.

—¡Corre! —gritóBronson—. ¡Ve hacia ellateral del edificio!

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Segundos después lavio alejarse de la escalerade incendios con las bolsasen la mano.

Bronson llegó a la parteinferior y miró hacia arriba.Su atacante acababa dellegar a la plataforma decemento y se asomaba porencima de la barandilla,pistola en mano. Sabía quelos rellanos y los escaloneshacían prácticamenteimposible que lo alcanzara,

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pero si echaba a correr seconvertiría en un blancofácil.

Sin embargo, tenía queescapar de allí. Lo másnormal habría sido seguir aÁngela, pues la esquina deledificio estaba a apenas seismetros de donde seencontraba, pero Bronsonimaginó que aquello eraprecisamente lo que elhombre esperaba. En vezde eso, saltó por encima de

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la barandilla y echó a correren zigzag hacia la otraesquina del hotel.

Pudo oír el ruido quehacía el hombre al dirigirseal otro lado de laplataforma y a continuacióndos disparos, uno detrás deotro, que se estrellaroncontra las losas del suelo, apoca distancia de él.Entonces llegó a la esquinay consiguió escapar de suatacante. Estaba a salvo, al

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menos de momento.Tras correr hacia la

entrada del hotel, encontróa Ángela apoyada contra lapared mirando nerviosa endirección al lugar por dondeella había logrado escapar.

—¡Estoy aquí! —dijocogiéndola del brazo—.Rápido. Sígueme.

Se alejaron corriendodel hotel, calle abajo, haciadonde Bronson habíaaparcado el coche. Este

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abrió con la llave, arrojó lasbolsas en los asientostraseros, arrancó el motor yse marcharon sin apartar lavista de los espejosretrovisores.

Ángela temblabaligeramente, ya por elesfuerzo o por el miedo,aunque probablemente porlas dos cosas.

—No lo digas —musitó.—No lo haré. Ya sabes

lo que pienso. Lo que

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estamos haciendo es muypeligroso, pero estoycontigo hasta el final.¡Armagedón! ¡Allá vamos!

—¡Creo que ese cabrónme ha roto la nariz! —dijoDexter mientras se alejabana paso ligero del hotel—. Nosiento nada.

—Ya lo has dicho almenos cinco veces —leespetó Hoxton, respirandoentrecortadamente—.¡Cierra la boca y camina!

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—¿Adónde vamos?—Volvemos al hotel.

Quiero saber si Baverstockha conseguido averiguaralgo más de la inscripción.

—¿Y qué hacemos conBronson y Lewis?

—De momento loshemos perdido, pero anteso después mis contactosdarán con ellos. Lo másprobable es que se busquenotro hotel. En cuantosepamos algo, nos haremos

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con la información quetienen. Hemos llegadodemasiado lejos pararendirnos justo ahora.

—¿Y qué haremos conBronson?

—En lo que a mírespecta, Bronson eshombre muerto —respondióHoxton.

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—Hemos estado

buscando en el lugarequivocado —anuncióBaverstock entusiasmado alver entrar a Hoxton por lapuerta de su habitación—.¿Qué te ha pasado? —preguntó cuando vio aDexter en el pasillo con lacamisa cubierta de sangre.

—Se le ha reventado la

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nariz —respondió condesdén—. ¿Me estásdiciendo que el rollo deplata no está bajo el Montedel Templo?

—Sí. De repente hecaído en la cuenta de dóndese encuentra el «lugar delfinal de los días», y no esen Jerusalén.

Hoxton tomó asiento.—Entonces, ¿dónde

está?—En Har Megiddo,

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también conocido comoArmagedón. Según elApocalipsis es el lugardonde se librará la batallafinal, el últimoenfrentamiento entre lasfuerzas del bien y del mal yque supondrá el fin delmundo tal y como loconocemos.

—No te pongasmesiánico conmigo,Baverstock, y dime dóndedemonios está.

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—Aquí. —Baverstockdesdobló un detallado mapade Israel y señaló con eldedo un punto al sudeste deHaifa—. Aquí es donde lossicarios escondieron el rollode plata. Estoy convencidode ello.

—También estabasconvencido de que lohabían escondido en eltúnel de Ezequías —observóHoxton—. ¿Estáscompletamente seguro?

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—Al noventa por ciento—respondió Bronson—. Laclave está en la referencia ala cisterna o el pozo. Teníaque haberme dado cuentaantes. Jerusalén y toda elárea circundante estánplagadas de instalacionespara el almacenamiento deagua. Pensé que los sicarioshabían escogido el túnel deEzequías porque era laprincipal fuente deabastecimiento de agua

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potable, pero, cuando volvía estudiar la inscripción, medi cuenta de que estabaequivocado. El túnel deEzequías no era unacisterna, sino un acueductoque conectaba la ciudad conel manantial de Guijón. Unacisterna es un depósito deagua, generalmentesubterráneo. Si los sicarioshubieran escondido lareliquia allí, habríanutilizado otra expresión.

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—¿Y hay una cisternaen la tal Megiddo?

Baverstock asintió.—A decir verdad, es

otro manantial, pero lo querealmente importa es ladescripción de Har Megiddo.Estoy seguro de que elautor del rollo se refería aesa ubicación.

Hoxton se giró haciaDexter.

—Ve a lavarte —dijo—.No quiero que pongas

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perdidos de sangre losasientos del coche. Y dateprisa. En cuanto acabes noslargamos de aquí. —Seguidamente miró aBaverstock y añadió—:Bronson y Lewis nos handado esquinazo, peroapuesto lo que quieras aque ya han averiguado queel rollo de plata seencuentra en Megido.Tenemos que llegar allícuanto antes.

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La ruta elegida porBronson y Ángela les habíallevado hacia el noroeste deJerusalén, bordeandoCisjordania y Tel Aviv y através de Tikva y Ra'ananahasta llegar a la carreteradel litoral, a la altura deNetanya. Seguidamenteviajaron en dirección nortea lo largo del Mediterráneo,bordeando la llanura deSharon hasta la ciudad deHaifa.

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Pero antes de llegar aMegido, Bronson quisoabastecerse de algunasprovisiones, así que giróhacia el oeste en direcciónal centro de Haifa.

—¿Nos vamos decompras? —preguntóÁngela.

—Efectivamente. Nocreo que haga falta comprarunas aletas, porque nopienso que haya que nadaruna distancia muy larga,

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pero estoy seguro de quevoy a necesitar unas gafasde bucear y probablementeuna cuerda.

Veinte minutos mástarde, de vuelta al coche,Bronson introdujo en elmaletero una pequeñabolsa de plástico y unamochila vacía. Acontinuación abandonaronHaifa y se dirigieron haciael sureste en dirección aAfula. La ruta que habían

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seguido no era el caminomás corto hasta HarMegiddo, pero se habíanahorrado tener que subir ybajar la cordillera del monteCarmelo, que dividía las dosáreas a nivel del mar quedominaban la zona (lallanura de Sharon y deEsdraelón), y el recorridohabía sido mucho mássencillo y, probablemente,también más rápido.

—Todavía es media

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tarde —dijo Bronson—.¿Qué te parece si vamosdirectamente y echamos unvistazo? Si tienes razón y loque buscamos es un túnelsubterráneo, no importa silo hacemos de noche o aplena luz del día.

—Tienes razón —reconoció Ángela—, perotenemos que tener cuidado,porque no creo que sea unabuena idea dar vueltas porMegido con las linternas.

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Cualquier luz, después deque hayan cerrado, llamarála atención.

—¿A qué te refieres conque «hayan cerrado»? —preguntó Bronson.

—Bueno, el lugar recibenumerosas visitasturísticas. En esta época delaño cierran a las cinco yhay que pagar para entrar.

70Levi Barak contempló

con satisfacción las notas

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que había garabateadomientras se comunicaba porradio con los diversosobservadores. Los dosgrupos de sospechosos sedirigían exactamente almismo lugar, en el nortedel país. Bronson y Lewisiban a la cabeza y en esemomento se encontraban alas afueras de Haifa, trasuna breve escala en laciudad.

—Bronson se dirige al

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sureste —informó uno delos agentes del servicio devigilancia. El altavoz hacíaque su voz fueraacompañada de un levechisporroteo—. Ha cogido lacarretera que lleva a Afula,o tal vez va camino deNazaret.

—No lo pierdas de vista—ordenó Barak— yasegúrate de que no tevean. No quiero que seasusten precisamente

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ahora. Me reuniré contigoen breve.

—¿Vas a venir paraaquí? —El hombre parecíasorprendido.

—Sí. En cuanto sedetengan, házmelo saber.Aunque solo sea para tomaralgo.

—Entendido.Barak se apartó del

micrófono y agarró elteléfono interno.

—Aquí Barak —dijo—.

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Quiero que me consigas elnúmero directo delcomandante en jefe delSayeret Matkal. Y luegomándame un helicópteromilitar. Tiene que estaraquí en treinta minutos,con dos pilotos y el depósitolleno. Si se puede, megustaría que estuvieradotado de escáner deinfrarrojos y cámara devisión nocturna. —Acontinuación miró su reloj y

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echó un vistazo por laventana, calculando eltiempo y las distancias—. Yasegúrate de que no seretrasa. El juego está apunto de terminar.

71La llanura de Esdraelón

se extendía ante ellos, unmosaico de campos verdesy fértiles salpicados depequeños bosques yalgunos macizos de árboles.La carretera se alejaba

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serpenteando de HarMegiddo hacia las bajasladeras de colinas que sealzaban ondulantes hacia ellejano horizonte,desvaneciéndosegradualmente en la calima.

Bronson siguió lasindicaciones de la carretera,escritas en hebreo e inglés,y al llegar a la intersecciónde Megido giró hacia elnorte y entró en la nacional66. Tras un par de minutos,

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giró a la izquierda y, casi deinmediato, volvió a torceren la misma dirección. Acontinuación estacionó elRenault en un hueco delaparcamiento que había alos pies de la colina y apagóel motor.

Ángela y élpermanecieron sentados yen silencio durante unosinstantes, observando laescarpada pendiente que seelevaba ante ellos.

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—¡Es enorme! —dijoBronson.

—Ya te dije que laciudad tenía una extensiónde más de seis hectáreas.

—Lo sé, pero no sonabatan grande. Sin embargo,cuando ves algo así enpersona, es sobrecogedor.¿Estás segura de saberdónde tenemos queempezar a buscar?

—Sí. Aquí hay unaúnica fuente de agua, y la

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entrada del túnel que llevahasta ella es una de lasconstrucciones más grandesen la actualidad. Todas lasguarniciones asentadas aquía lo largo de los siglostuvieron el mismo problemaporque, al igual que enJerusalén, la única fuentede abastecimiento de aguase encontraba fuera de lasmurallas de la fortaleza y,en ambos casos,procedieron exactamente

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igual: excavaron un túnelsubterráneo que llegabadirectamente a la fuente.

—De acuerdo —dijoBronson—. No sacaremosnada en claro quedándonosaquí sentados hablando deltema. Vamos a echar unvistazo.

A un lado delaparcamiento había unpequeño edificio quealbergaba el museo y laoficina de información

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turística.—Entremos ahí primero

—sugirió Bronson mirandoel reloj—. Aún falta muchopara que cierren.

El museo lesproporcionó unainformación muy valiosa.Tenía numerosos panelesque explicaban cuáles eranlas diferentes secciones delasentamiento y unaimpresionante maqueta quemostraba el probable

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aspecto de Megido en laantigüedad. Cuandosalieron del edificio ambostenían una idea mucho másclara de la disposición delas ruinas y Bronsonaprovechó para compraruna guía en inglés queincluía un mapa detalladode todo el complejo.

Seguidamente cogieronel sendero que conducía ala entrada, situada en lacara norte de la colina,

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comenzaron a ascender y,casi inmediatamente, sevieron rodeados porantiguas construcciones demampostería.

—Según este libro —dijo Bronson señalando unaantigua estructura situada ala derecha del sendero—,esas son las ruinas de unaantigua puerta del siglo XVantes de Cristo, y justo altorcer la esquinadeberíamos encontrar la

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entrada principal de lafortaleza, conocida como lapuerta de Salomón.

La entrada seencontraba en condicionesbastante buenas. Elaboradacon piedra maciza, eraevidente que había sidoconstruida no solo pararesistir las embestidas delas tropas enemigas, sinotambién los estragos deltiempo. A ambos ladoshabía dos cámaras que

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también se conservaban enbuenas condiciones.

—Cada una de estascámaras —apuntó Bronsontras consultar de nuevo a laguía— fue diseñada paraalbergar un carro acorazadoy dos caballos,supuestamente para quepudieran bajar rápidamentea la llanura para resolvercualquier tipo de problema.Algo así como los cochespatrulla de la actualidad,

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supongo.Posteriormente

torcieron a la izquierda,siguiendo un caminotrillado, pasando pordelante de los restos de losestablos de Ajab, aunqueBronson pensó que no separecían en nada a la ideaque tenía de unos establos,pues eran un conjunto demuros derruidos y depiedras esparcidas. Pocodespués llegaron a un lugar

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que ofrecía unas vistasespectaculares de la llanuradel Jezreel hacia la ciudadde Nazaret, que seenclavaba en las colinas deGalilea.

Se detuvieron cerca deuna gran estructura, casicircular, a la que se accedíapor un lateral a través deuna media docena deescalones. Ángela cogió laguía y apuntó:

—Este es el altar

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circular, que fue renovado(no construido, sinorenovado) hace más decuatro mil años —explicó—.Probablemente se utilizabapara el sacrificio deanimales. Ese templo —añadió, indicando otromontón de piedras— seconstruyó más o menos enla misma época. Se leconoce como el templo delEste y cuando se erigióconstaba de un vestíbulo,

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una sala principal y elsanctasanctórum al fondo,que era la parte del edificiomás cercana al altarcircular.

A continuación hizo unapausa.

—Es extraordinario, ¿note parece? Cuesta creer quetodo esto sea tan antiguo.—Seguidamente miró aBronson con los ojosbrillantes y la expresiónradiante y Bronson sintió

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que el corazón le daba unvuelco

—Soy consciente de quetú no lo ves de la mismamanera. Tu vida y tutrabajo no podrían ser máscontemporáneos, pero yovivo y respiro por este tipode cosas y no puedo pasarde largo e ignorar algocomo esto.

Luego cogió su mano yjustos caminaron hacia lasección meridional de la

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vieja ciudad.—Esto sí que es

impresionante —exclamóBronson dirigiéndose a unaverja de hierro que rodeabaun enorme pozo, que seasomaba a las oscurasprofundidades. Debía detener unos diez o quincemetros de diámetro y más omenos la mismaprofundidad. Era un enormeagujero excavado en elduro suelo y rodeado de

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piedras. Su realizacióndebía de haber supuesto untrabajo ímprobo.

—¿Es esta la cisterna?—preguntó.

—No. Es el silo deJeroboam. Data del sigloXVIII antes de Cristo y seutilizaba para almacenarcereales. Por lo visto teníacapacidad para unas trecemil fanegas.

—¿Y qué son lasfanegas?

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—Es una medida decapacidad que equivale,aproximadamente, a trescentímetros cúbicos. ¿Ves laescalera doble?

Bronson se asomó denuevo y miró hacia dondeapuntaba Ángela. Pegadasal muro de piedra había dosrudimentarias escaleras,cada una de ellas de apenasmedio metro de anchura,que bajaban en espiraldesde la parte superior

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hasta la base, y quecomenzaban en el ladoopuesto de la estructura.

—Supongo queconstruyeron dos para quelos trabajadores quellevaban y traían el granopudieran bajar por una ysubir por la otra, sinmolestarse los unos a losotros —sugirió Bronson.

Ángela asintió mirandoal interior del silo.

—No creo que me

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hiciera mucha gracia tenerque bajar hasta ahí. Sondemasiado estrechas y laprofundidad es más queconsiderable —añadióBronson.

—Es por eso que haninstalado la barandilla deacero —dijo Ángelaretrocediendo.

El silo era laconstrucción más completade todas las ruinas quehabían visto hasta ese

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momento y estaba rodeadapor las siluetas de antiguasedificaciones que habíanquedado reducidas a unaserie de murosachaparrados de apenastreinta centímetros dealtura. Las palmeras,probablemente datileras enopinión de Bronson, seabrían paso a través de loque otrora habían sido lossuelos de habitaciones o talvez pasadizos. Asimismo, el

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montón de piedras de colorgris claro, casi blanco,esparcidas por todas partes,confería al lugar unainequívoca sensación deantigüedad de demasiadosaños como para que lamente pudiera abarcarlos.En ese momento se percatóde que, a pesar del calor,.Ángela estaba temblandoligeramente. Le pasó elbrazo por encima de loshombros y emprendieron de

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nuevo la marcha.—Aquí estaban lo que,

en otros tiempos, se pensóque eran los establos deSalomón —explicó Ángela—. No obstante, tras unasegunda datación, se piensaque se construyeron en laépoca de Ajab,posiblemente en el lugardonde se encontraba elpalacio del rey Salomón.Ajab fue el monarca deIsrael en el siglo IX antes

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de Cristo, y se calcula quelos establos teníancapacidad para quinientoscaballos y sus respectivoscarros. En aquella época,Megido era conocida como«la ciudad de los carros»,los cuales jugaban un papeldecisivo en cualquierbatalla o escaramuza quese librara en la planicieinferior. Eran el equivalentea lo que hoy día conocemoscomo tropas de asalto

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acorazadas.Seguidamente echó un

vistazo a su alrededor yañadió:

—Bueno, ahoratendríamos que seguir estesendero en direcciónsuroeste. Debería llevarnosa la entrada del túnel queconduce a la cisterna.

—¿De qué época data eltúnel? —preguntó Bronsonmientras comenzaban elrecorrido.

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—En un principio secreyó que se remontaba alsiglo XIII antes de Cristo,pero estudios más recienteshan llegado a la conclusiónde que se construyó en elsiglo IX antes de Cristo, loque significa que —Ángelahizo una pausa paracalcular— tiene casi tres milaños de antigüedad —concluyó mirando aBronson con una sonrisa.

—Entonces, ¿el

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principal abastecimiento deagua se encontraba fuerade las murallas de laciudad?

—Sí. Procedía de unmanantial que está en unacueva que hay por allí —explicó Ángela apuntandomás allá de sus cabezas—.Cuando Salomón gobernabaaquí, ordenó a sus súbditosque excavaran un conductoa través de las paredes dela cueva para acceder más

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fácilmente al manantial,pero eso no hubiera servidode gran ayuda en caso deque la ciudad estuviera bajoasedio. Ajab se revelómucho más ambicioso. Hizoconstruir un conductomucho más amplio, lo quesuponía excavar desde aquíarriba, atravesando lasdiferentes capas de lacolina, incluida una partedel lecho de roca. Elconducto concluyó a setenta

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metros de profundidad yentonces empezaron lasobras propiamente dichas.Sus hombres excavaron untúnel horizontal en la rocaque llegaba hasta la cueva,una distancia de unosciento veinte metros, queles proporcionó un accesooculto e inexpugnable almanantial. Para rematar,Ajab ordenó bloquear laentrada de la cueva con unmuro de piedra maciza que

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posteriormente fue cubiertode tierra para que losposibles enemigos nosupieran de su existencia.

Mientras Ángelaexponía su explicación,llegaron a la entrada deltúnel, un enorme agujeroen la tierra con los bordesen pendiente, tan grandeque hacía que el silo, encomparación, resultarainsignificante. A diferenciadel almacén de cereales,

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esta estructura parecía quenunca había sidocompletamente revestida depiedra, sencillamenteporque no era necesario,pero se veían restos devarios muros de contencióny gradas por todo el caminohasta el fondo. Los restosderruidos de una viejaescalera de roca descendíanpor el lateral del foso dondela pendiente era menospronunciada, aunque a

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Bronson le seguíapareciendo que loshabitantes de la ciudadtenían que enfrentarse auna agotadora escalada,especialmente si ibancargados con cántaros deagua.

Una valla protectora deacero, enclavada en laparte superior de un bajomuro de piedra, rodeabaprácticamente todo elperímetro. En una parte

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había un hueco quepermitía acceder a unaescalera de cemento dereciente construcción. Estadisponía de una barandilla yuna sucesión de rellanospara compensar lapendiente, lo que permitíaque los turistas pudieranbajar hasta el fondo sinproblemas.

—Sigue siendo unaescalada considerable—dijoÁngela—. Debe de tener

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unos doscientos peldañospero, por suerte, solotendremos que bajar. Hancreado una salida en el otroextremo, a través del muroque Ajab construyó hacetres mil años.

Bronson echó unvistazo a su alrededor. Eraya media tarde y losúltimos grupos de turistascomenzaban a encaminarsehacia la salida.

—Tendremos que salir y

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permanecer ocultos duranteun rato —dijo—. Además,será mejor que saque elcoche del aparcamiento yque lo esconda en algúnlugar cercano. No quieroque nadie note nuestrapresencia. Tenemos motivosmás que suficientes parapensar que los dos hombresque han intentadoasaltarnos esta mañanasiguen intentando dar connosotros.

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Ángela lo mirópreocupada.

—Intento no pensar enello —dijo—. Vamos a pasarpor la cisterna para ver quéaspecto tiene.

Al llegar, la galeríasubterránea se reveló unasorpresa. Bronson seesperaba algo similar altúnel de Ezequías, unagalería estrecha y retorcidacon el techo bajo aunque,con un poco de suerte, sin

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agua bajo los pies. Sinembargo el túnel de Megidoresultó ser recto, ancho ybastante alto(probablemente en algunostramos alcanzaba los tresmetros). Además, estababien iluminado y el suelo sehallaba cubierto de unapasarela de tablones quepermitía a los visitantesrecorrerlo cómodamente.

Durante el trayecto noencontraron a nadie más.

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Una vez al final, había unasescaleras que conducían alpozo en sí. Bronson yÁngela se detuvieron en eldescansillo inferior y seasomaron a la masa deagua.

—Parece bastanteprofundo —dijo él.

—Lo es —le confirmóÁngela—. Al fin y al cabo,se trata de un pozo.

—Y frío —añadióBronson con un suspiro,

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consciente de que le tocaríaa él sumergirse—. Elproblema será salirdespués. Me alegro dehaber traído la cuerda. —Tras unos segundos ensilencio, dándole vueltas aeste hecho, concluyó—: Deacuerdo. Ya hemos visto loque necesitábamos. Ahoravámonos.

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72

A última hora de la

tarde, cuandoprácticamente habíaoscurecido, Bronson aflojóla marcha del Renault, salióde la carretera a unos cienmetros del aparcamiento deMegido y, tras detenersedetrás de un poco demaleza que hacía quequedara oculto, apagó el

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motor.Habían abandonado el

complejo unas cuatro horasantes y, después derecorrer unos treskilómetros, encontraronuna cafetería abierta dondehabían tomado una cenaligera. Luego Bronson habíaaparcado el coche a lasombra de un grupo deárboles que crecían en undescampado a las afuerasde Afula, y había intentado

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echar un sueñecito,consciente de quenecesitaría todas lasreservas de energía para loque le esperaba aquellanoche. Mientras dormía,Ángela repasó una vez mástodas sus notas paraasegurarse de que no se lehabía escapado nada.Cuando Bronson sedespertó revisó por últimavez el equipamientocomprado en Haifa y luego

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ambos se cambiaron,poniéndose ropa deportivade color oscuro y zapatillasde deporte.

Habían regresado aMegido con el sol vespertinode frente, mientras losverdes campos de la llanurade Esdraelón se ibanapagando conforme el solempezaba a sumergirse traslos picos de la cordillera delmonte Carmelo. A pesar deque su cima más alta

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superaba apenas losquinientos metros, lacadena montañosa seextendía más de veintekilómetros en direcciónsudeste desde la costa delMediterráneo cerca deHaifa.

Bronson se giró haciaÁngela.

—¿Preparada? —preguntó.

—Nunca lo he estadomás en mi vida —contestó.

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Bronson extrajo lamochila del maletero,examinó el contenido y sela echó a la espalda.Finalmente cerró el cochecon llave y se pusieron enmarcha.

Sabían con seguridadque la puerta principalestaría cerrada, peroBronson no creía que esosupusiera un problema. Eraprácticamente imposiblecerrar por completo un

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lugar tan grande comoMegido y, de hecho, habíaciertas partes delasentamiento que estabanprotegidas solo por unasvallas de poca altura. Enalgunos lugares el terrenoera tan escarpado que notenía ningún sentidoconstruir barreras físicas.

—Este podría valer —dijo Bronson empezando asubir por una pendiente endirección al final de una de

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las alambradas.Aquella tarde había

descubierto un hueco que lehabía parecido losuficientemente grandepara que cupieran los dos.

Cuando llegaron alfinal, Ángela entró primeropor el agujero y, acontinuación, Bronson lepasó la mochila y se reuniócon ella.

—Ve directa a laentrada del túnel —dijo

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intentando no alzar la voz—, y ten cuidado con esasrocas. Algunas son muyfrágiles y están algosueltas.

Después observó queella empezaba a subir laempinada cuesta quellevaba hasta la cima.

El complejo estabacompletamente desierto y,sin pensárselo dos veces, sedirigieron hacia el enormesocavón que marcaba la

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entrada al túnel de Ajab ybajaron los escalones hastael fondo del foso. La puertade acero estaba aseguradacon un pesado candado.Bronson apoyó la mochilaen el suelo y levantó latapa superior. Tras rebuscaren su interior, sacó unacizalla extensible, desdoblólas asas y colocó lasmandíbulas alrededor delcierre del candado. Acontinuación apretó con

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fuerza, intentando unirlosdos mangos y, mientras surostro mostraba una muecapor el esfuerzo, losmúsculos de sus brazos sehincharon con la tensión.Tras un repentino crujido,el acero se partió y lostrozos del candadoaterrizaron en el suelo conun gran estruendo.

—Lo conseguimos —dijoBronson volviendo a meterla cizalla en la mochila y

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abriendo la puerta.—Es espeluznante —

susurró Ángela conforme seadentraban en la oscuridad—. Nunca imaginé losiniestro que podía llegar aser un lugar como este enplena noche.

—Desgraciadamente nopodemos encender lasluces, de lo contrariocorremos el riesgo de quenos descubra algúnvigilante. Tendremos que

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conformarnos con la luz delas linternas.

Los dos estrechos hacesde luz resultaron bastanteútiles. Al menos podían verpor dónde iban. Aun así,Ángela tenía razón, el lugarera espeluznante. Los doseran muy conscientes delpeso de las rocas y de latierra sobre sus cabezas, ytambién del peso de lahistoria en torno a ellos.

No había razón alguna

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para molestarse en buscaren el túnel, pues lainscripción aludíaespecíficamente a un pozo ocisterna. Si la reliquiaseguía en las ruinas, estabaclaro que la encontrarían enel manantial y en ningúnotro sitio.

Al final del túnel habíaunos escalones con suscorrespondientesdescansillos, que permitíanque los visitantes se

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pudieran acercar al pozo.Descendieron hasta el másbajo, que se encontraba apoco más de medio metrode la superficie del agua.Una vez allí Bronson abrióde nuevo la mochila y sacóun rollo de cuerda.Rápidamente ató uno de losextremos a la barandilla deacero situada en la últimaparte de la escalera yluego, por precaución, laamarró también al

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pasamano de madera quebordeaba la plataformadirectamente encima delagua. De este modo podríasubir y bajar por la maromadesde la misma plataforma.Antes de lanzar la cuerdapara descolgarse endirección al agua delmanantial, Bronson hizouna serie de nudos, dejandouna distancia de treintacentímetros entre ellos.

—¿Para qué sirven? —le

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preguntó Ángela, queenfocaba con la linterna lasmanos de Bronson para verlo que estaba haciendo.

—Cuando salga delagua tendré mucho frío. Nobromeaba cuando dije queestaría congelada. Además,lo más probable es quetenga las manosentumecidas y los nudos meservirán para agarrarmecuando escale por lacuerda.

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Rápidamente, Bronsonse desprendió de loszapatos y los calcetines y, acontinuación, se quitó lacamisa, los pantalones y laropa interior.

Una vez desnudo en lapenumbra, sonrióbrevemente a Ángela. Acontinuación sacó unasgafas de bucear de lamochila, se colocó la cintapor detrás de la cabeza ycogió una pesada linterna

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de goma negra, mayor quela que había usado en eltúnel de Ezequías.

—¿Podrías pasármelacuando esté dentro delagua? No me atrevo asaltar. No sabemos quéprofundidad tiene, nitampoco si hay rocas o algoparecido bajo la superficie.

De repente Ángela seinclinó hacia delante y loabrazó con fuerza.

—Ten cuidado, Chris —

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susurró.Bronson echó la pierna

por encima de la barandillade madera, agarró lacuerda con ambas manos ydescendió a toda prisa haciala boca de la cisterna.

—¡Dios! ¡Está helada! —se quejó conforme ibametiendo los pies en elagua. Sujetándose a lacuerda con una mano, seajustó las gafas de bucear yestiró el brazo para coger la

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linterna.Primero apuntó con ella

a su alrededor, examinandolos muros del pozo, peroparecían bastante lisos y sinninguna característicaespecial. Luego miró aÁngela, le dirigió unasonrisa tranquilizadora yalzó las piernas parazambullirse en las oscurasaguas.

A poco más de un metropor debajo de la superficie,

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Bronson se agarró a unaroca que sobresalía paraconseguir algo deestabilidad y evitar subirdisparado hacia lasuperficie. La boca delmanantial era demasiadoestrecha para poder bucearpor ella, de manera quesabía que tenía que seguirsumergiéndose yagarrándose a algo que lepermitiera permanecer bajoel agua mientras

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examinaba las paredes.La buena noticia era

que la linterna funcionabaperfectamente y su luziluminaba sin problemas laroca marrón grisácea de lasparedes del manantial. Lamala era que los murosparecían demasiado lisos yno presentaban ningúnorificio, ya fuera natural oartificial, que hubierapodido utilizarse paraesconder algo.

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Empezó a buscar concuidado, sujetando lalinterna con la manoizquierda mientras recorríael muro formando uncírculo, pasando de unasujeción a otra. Luego sesoltó y subió a la superficiepara tomar un poco de aire.

—¿Has encontradoalgo? —le preguntó Ángelaapenas se asomó.

Bronson negó con lacabeza, respiró hondo y se

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zambulló de nuevo. Estavez descendió algo más,unos dos metros, pero elresultado fue el mismo.Estaba completamenterodeado de unas sólidasrocas de color marrónoscuro.

De vuelta a lasuperficie, se retiró lasgafas de la cara.

—He bajado casi dosmetros —dijo mirando haciaÁngela—. No he visto nada.

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No creo que la gente queescondió la reliquia pudierahaber buceado mucho másabajo, ¿verdad?

—No tengo ni idea, peroestás dando por hecho queel nivel del agua era elmismo entonces que ahora,y probablemente no sea así.Si cuando la escondieron elnivel del agua hubiera sido,digamos, tres metrosinferior, y los dueños delrollo bucearon dos metros,

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ahora se encontraría acinco metros de lasuperficie.

—No había pensado eneso —admitió Bronson. Acontinuación se colocó denuevo las gafas ydesapareció una vez más.

Durante los siguientesveinte minutos repitió elproceso, sumergiéndose,agarrándose a algo paramantener la estabilidad, ybuscando en vano cualquier

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tipo de agujero o grieta enlos muros de roca. Y cadavez que salía a lasuperficie, la sensación defrío y cansancio era mayor.

—No creo que aguantemucho más—dijo,finalmente, castañeteandolos dientes—. Probaré tres ocuatro veces más y luego lodejo.

—Has hecho lo que haspodido, Chris. Nunca penséque tuvieras que bajar

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tanto para encontrarlo.—Ni yo —respondió

Bronson ajustándose unavez más las gafas. Si es querealmente está aquí, pensómientras se adentraba denuevo en las profundidades.

Esta vez bajóaproximadamente un metroy medio por debajo delpunto que había alcanzadoanteriormente, se agarró aotra sección de la roca, ymiró a su alrededor. Por

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encima de su cabeza sedivisaba el tenue círculo deluz que había en lasuperficie y que provenía dela linterna de Ángela, yalrededor de él el manantialparecía abrirse ligeramente,de manera que su linternaapenas podía iluminar elmuro opuesto. Parecía comosi el pozo tuviera la formade una campana, con unagarganta estrecha en laparte más alta que se iba

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ensanchandoconsiderablemente en elfondo que, según suscálculos, sería de unos seiso siete metros.

Consciente de que solopodría aguantar bajo elagua unos veinte segundosmás, Bronson se concentróen la parte del muro quetenía delante. Como era deesperar, tenía la mismaapariencia que el resto delas secciones que había

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examinado hasta esemomento. Cambió deposición y se colocó de ladopara observar el resto delmuro. Nada.

Sus pulmonesempezaban a protestar, asíque Bronson se soltó de laroca a la que estaba sujetoy se dejó llevar hasta lasuperficie. Mientras lo hada,su linterna iluminó algodiferente, algo que no habíavisto antes. Un objeto que

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parecía tener una formadefinida, no redondeada,como las protuberancias deroca que había estadoutilizando para agarrarse,sino que se proyectabahorizontalmente desde elmuro de piedra delmanantial.

Luego lo dejó atrás ysiguió su camino hacia laluz y el aire purificante.

—Alguien ha cortado elcandado —masculló Hoxton

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enfocando con la linternalos trozos esparcidos por elsuelo—. Se nos hanadelantado.

Habían llegado en cochea Megido desde Tel Aviv, unajetreado viaje con Dextertumbado en el asientotrasero, quejándose deldolor de su nariz rota.Baverstock había leído malun par de carteles de lacarretera a las afueras deHaifa, lo que había

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retrasado ligeramente sullegada, pero ellos, al igualque Bronson y Ángela,habían esperado hasta queel complejo cerrara parasaltar la valla protectora.En ese momento estaban depie junto a la puerta quedaba acceso al túnel.

—Bien —dijo Dexter—.Le debo una a Bronson porlo que me hizo en la nariz.

—Si se trata de Bronson—dijo Hoxton—, sabemos lo

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peligroso que puede llegar aser, así que tendremos quetomárnoslo con calma eintentar pillarledesprevenido. Debemosapagar las linternas yacercarnos sin hacer ruido ycon la boca cerrada. Somostres contra dos y vamostodos armados, así que nopodrán ofrecer resistencia.Haremos que parezca untrágico accidente, o tal vezbastará con que tiremos los

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cuerpos a la cisterna.¿Entendido?

Dexter y Baverstockasintieron con la cabeza.

—Todos hemos visto lasfotos del túnel —le dijoBaverstock—. Como sabéis,hay una pasarela demadera con barandillas aambos lados, de modo que,una vez dentro, podemosabrirnos paso agarrándonosa ella. Bronson,probablemente, estará

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usando una linterna o unfarol, y divisaremos la luzdesde lejos antes de llegaradonde se encuentra.

Sin una palabra más,los tres hombres seadentraron lentamente enel túnel subterráneo.Cuando llegaron a lapasarela de madera,Baverstock les obligó adetenerse unos segundospara que sus ojos seacostumbraran a la falta de

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luz.—¿Veis aquel

resplandor? —susurróapuntando hacia delante—.Ya han alcanzado lacisterna. A partir de ahorano digáis nada, limitaos acaminar despacio y concuidado, y nos detendremosa cierta distancia de losescalones del final.

Sin apenas hacer ruido,los tres hombresempezaron a desplazarse

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hacia la tenue luz al finaldel túnel de agua.

Bronson asomó lacabeza una vez más y seagarró a la cuerda quecolgaba de la barandilla.

—¿Has descubiertoalgo? —preguntó .Ángela,más deseosa queesperanzada.

—Creo que sí. Lointentaré una vez más.

Bronson tomó aire y loexpulsó varias veces,

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hiperventilando paraexpulsar el dióxido decarbono de sus pulmones,antes de tomar una granbocanada y sumergirse enel agua de nuevo.

Se impulsó con fuerzahacia la parte más profundadel manantial, el lugar quehabía estado examinando laúltima vez que se habíazambullido, intentandodivisar el objeto que habíavisto anteriormente. Pero

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una vez más los murosparecían iguales, sinninguna diferenciadestacable de una parte aotra de la cisterna.Conforme se desplazaba porel agua paseando la luz dela linterna por los muros depiedra, sentíaincrementarse la necesidadde respirar.

Tal vez se habíaequivocado. Quizá sus ojosle habían engañado, o era

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posible que hubieramalinterpretado lo quehabía visto. Estaba a puntode darse por vencidocuando, de repente, la luziluminó algo por encima desu cabeza, algo con losbordes cuadrados queparecía sobresalir del muro.Había bajado demasiado yhabía estado buscandodemasiado lejos.

Bronson agitó laspiernas y subió, sujetando

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la linterna firmemente parano perder de vista el objeto.Una vez al lado, sintió quesus pulmones estaban apunto de estallar, perodecidido a averiguar lo queera.

Parecía casi como untronco de madera, pero encuanto su mano se agarróal extremo, supo que era demetal. Bronson tiró de él,pero parecía encajado enuna fisura natural de la

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roca. Cambió la sujeción ytiró de nuevo, apoyando laotra mano contra el murode la cisterna, con los dedossujetando con torpeza lalinterna.

Esta vez el objeto semovió. Tiró de nuevo y derepente, acompañado deuna nube de detritos, sedesprendió.

Bronson comenzó aagitar las piernasalejándose del muro y

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subiendo a la superficie.Cuando asomó la cabeza,inspiró profundamente yluego repitió el gesto unavez más.

Seguidamente, pasó lalinterna a Ángela y seagarró a la cuerda.

—¿De qué se trata? —preguntó ella levantando lavoz por el nerviosismo.

—No lo sé —dijoBronson que seguíarespirando afanosamente—.

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Estaba encajado en unagrieta del muro. Creo quees de metal. Cógelo.

Ángela se puso derodillas y estiró ambosbrazos hacia Bronson. Trasagarrar el objeto, lodepositó con cuidado sobrela plataforma, mientras élcomenzaba a trepar por lacuerda.

La subida no fue tandifícil como había pensado,pues pudo apoyar los pies

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en los laterales de lacisterna, y en unossegundos se encontraba depie en la plataforma,temblando.

Ella revolvió en elinterior de la mochila y sacóuna toalla.

Sin dejar de temblar yde golpear con los pies enel suelo para entrar encalor, Bronson se secó yempezó a vestirse. Mientrastanto Ángela movió la

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linterna para enfocar lo queeste había encontrado en elpozo.

—Parece una lámina demetal enrollada en elinterior de un cilindro —dijocon la voz tomada por laemoción. Bronson se diocuenta de que tambiénempezaba a temblar—. Estacubierta de algas, pero creoque tiene algunas marcas.¡Dios mío, Chris! Creo quehas encontrado el rollo de

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plata.

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—Yo también lo creo —

dijo una voz diferente queprovenía de algún lugar porencima de Bronson yÁngela.

De repente elresplandor de un trío depotentes linternas abrió unafisura en la oscuridad. Laluz los cegó. Era como sivolviera a repetirse la

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escena del túnel deEzequías, excepto que enesta ocasión no teníanninguna posibilidad deescapar. Estaban atrapadosen un callejón sin salida,desarmados e indefensos.

Bronson y Ángelaestaban de pie, inmóvilessobre la plataforma demadera, cegados por la luz,y mirando fijamente a loshombres que los apuntabancon las linternas desde lo

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alto del final de la escalera.Hoxton movió la suya

ligeramente hacia atráspara iluminar la pistola quesujetaba con la manoderecha.

—Como podéis ver,vamos armados —dijo—.Será mejor que no intentéishacer ninguna tontería.

—¿Qué queréis? —preguntó Bronson.

—Creía que habíaquedado bastante claro —

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dijo Baverstock—. Hemosvenido a por el rollo.Gracias por encontrarlo pornosotros. Ni siquiera hemostenido que mojarnos lospies.

Ángela reconoció la vozinmediatamente.

—¿Tony? Tendría quehaberlo adivinado. ¿Quéestás haciendo aquí?

—Lo mismo que tú,Lewis. Buscar el tesoro queescondieron los sicarios

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hace dos milenios. Mealegro mucho de que lohayas encontrado. Esto vahacerme muy rico.

—¡No digas tonterías! —le recriminó Ángela en untono cortante—. Si este esel rollo de plata, tendrá queser analizado y conservadocomo Dios manda. Habráque llevarlo a un museo.

—¡Oh! No debespreocuparte por eso. Anteso después acabará en un

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museo —le aseguróBaverstock—. Lo que tenéisen vuestras manos es, casicon toda seguridad, el mapadel tesoro más famoso delmundo y, cuando hayamostraducido el texto,tendremos acceso a lamayor colección de tesorosocultos de la historia.Pasaremos los próximosaños desenterrándolos yvendiendo con cuidado lasmejores piezas en el

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mercado negro. Mi amigoDexter, aquí presente, esun experto en ese campo.Luego nos retiraremos paravivir de las ganancias.Después volveré al museoBritánico con el rollo y minombre será tan famosocomo el de Howard Cárter.

—Siempre te consideréun académico, Tony —espetó Ángela, cuya vozrezumaba desprecio—, perohas demostrado no ser más

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que un repugnante ladrónde tumbas.

—Soy un académico,pero de vez en cuando, megusta hacer algún que otrotrabajito por mi cuenta.Igual que tú, de hecho.

—Y si os damos el rollo,¿nos dejaréis marchar? —preguntó Ángela.

—No seas ingenua —respondió Hoxton—. Si osdejáramos con vida,hablaríais a todo el mundo

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de la existencia del rollo y,en cuestión de días, todoOriente Medio se llenaría debuscadores de tesoros.Vuestras carreras yvuestras vidas acabaránjusto aquí.

—Olvidas que soy unagente de policía británico—le advirtió Bronson—. Sime matas, todos losmaderos de Gran Bretañate buscarán.

—Si estuviéramos en

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un sótano de Inglaterra, note diría que no, peroestamos bajo una fortalezadesierta en medio de Israel.Nadie va a saber que habéismuerto. Ni siquiera sabránque estuvisteis aquí.Vuestros cuerpossimplementedesaparecerán. Ese pozoque tenéis detrás es losuficientemente profundopara ocultar vuestroshuesos para toda la

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eternidad. Y ahora, dameese rollo. —Hoxton apuntóa Baverstock—. Cógelo,Tony.

Baverstock dio un pasohacia la escalera que bajabaa la plataforma para cogerla reliquia sin dejar deapuntar a Ángela, peroBronson decidió jugárselotodo a una última carta.Agarró el rollo, saltó haciaatrás y sujetó la reliquiajusto encima de las oscuras

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aguas de la cisterna.—Si das un paso más,

lo dejaré caer —lo amenazó—. No tengo ni idea de laprofundidad exacta delmanantial, pero te aseguroque es mucha. Necesitaríaisun equipo de buceadoresprofesionales pararecuperarlo, si es quealguna vez lo conseguís.Como tú mismo has dicho,este pozo puede guardar unsecreto para toda la

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eternidad.Durante varios

segundos todos se quedaroninmóviles y en silencio.Entonces se oyó un únicodisparo que retumbó portoda la caverna con un granestruendo.

En ese mismo instante,un hombre lanzó unbramido de dolor.

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Dexter se tambaleó y su

pistola cayó al suelo con ungran estrépito, justo en elmomento en que se echabalas manos a la rodilla,conmocionado por elimpacto del proyectil. Luegoel dolor lo golpeó y soltó unalarido.

Baverstock se tiró alsuelo y empezó a rodar,

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intentando escapar de lalínea de fuego. Hoxton segiró de un salto y dirigió lalinterna hacia el túnel,buscandodesesperadamente el origendel disparo mientrasempuñaba con fuerza supistola. La luz iluminó tresfiguras inmóviles a apenasquinientos metros de dondese encontraban.

En el momento en queescuchó el disparo, Bronson

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dejó caer el rollo sobre laplataforma de madera yempujó a Ángela hacia unlado, obligándola aguarecerse detrás de lasrocas que flanqueaban lacueva.

Antes de que Hoxtonpudiera apuntar con supistola a su objetivo, fuecegado por dos haces de luzy escuchó el sonido de unsegundo disparo.

Sintió un fuerte impacto

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en el pecho y, en esemismo instante, cayó deespaldas sobre la pasarelade madera. Entonces unasensación apabullante yentumecedora se extendiópor su pecho mientras lasluces de su alrededorparecían desvanecerse.Luego no sintió nada más.

Los haces de laslinternas se desplazaron,mientras los hombres quelas sujetaban buscaban un

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nuevo objetivo. En estaocasión se detuvieron sobreBaverstock, que estabaagachado a un lado de lapasarela, pistola en mano.Dos disparos resonaron enla caverna, tan seguidosque parecían uno solo, yBaverstock se desplomóhacia atrás. Cayó desde lapasarela sobre el suelorocoso del túnel que habíadebajo.

Cuando el eco de los

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disparos se desvaneció, sehizo un silencio que nopresagiaba nada bueno yluego se oyó un nuevo gritode dolor.

—¡Dios mío! ¿Quédemonios está pasando ahíarriba? —susurró Ángela.

—Tú no te levantes. Nocreo que nadie nos estédisparando a nosotros. Almenos, de momento.

Bronson agarró lamochila y rebuscó en su

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interior. Sacó una palanca,se puso en pie y metió lafría herramienta de aceroen la parte posterior de suspantalones. No era grancosa como arma, pero erala única que tenía. Se lashabía arreglado con menosanteriormente, se dijo a símismo. Con mucho menos.

—Ha sido pan comido.Han caído como ratas enuna ratonera. —La vozapenas se distinguía debido

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a los aullidos de dolor deDexter.

Los tres hombresavanzaron con cautela,paseando la luz de laslinternas por el suelo.

Uno de ellos se detuvojunto a Dexter, miró alhombre herido y jugueteócon la linterna por encimadel charco de sangre que seiba extendiendo alrededorde su muslo destrozado.

—Ayúdenme, por favor

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—lloriqueó Dexter,agonizando de dolor—.Necesito que llamen a unaambulancia o morirédesangrado.

—No, no lo harás —dijoel hombre de la voz serena—. Y tampoco necesitarásuna ambulancia.

Casi con indiferencia,apuntó con la pistola a lacabeza de Dexter y apretóel gatillo.

Uno de ellos se acercó

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al extremo opuesto de lapasarela, apuntó con lalinterna hacia el cuerpohecho un ovillo y cubiertode sangre de Baverstock yemitió un gruñido desatisfacción. El tercerocruzó hacia donde yacía elcadáver inmóvil de Hoxton.Rápidamente registró susropas, encontró algo en unode los bolsillos y llamó a sucompañero.

—Tenías razón —dijo—.

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Tenía una de las tablillas —añadió enarbolando el trozode barro cocido queacababa de sacar delbolsillo de Hoxton.

El otro hombre seacercó a él, cogió la reliquiay la estudió a la luz de lalinterna.

—Es una diferente —dijo—. Guárdala. Tengo queacabar aquí abajo.

Desde la plataformainferior, una vez que los

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disparos cesaron, Bronson yÁngela apenas oían unmurmullo de voces. Luegose hizo el silencio, seguidodel sonido de unas pisadasque se aproximaban.

Bronson se asomó conprecaución y pudo distinguira un hombre altodescendiendo la escaleraempuñando una pistola,pero la oscuridad no lepermitió ver su rostro. Trasél, otros dos hombres

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armados los observaban sinquitarles ojo. No había nadaque Bronson pudiera hacer,a excepción de alzar lasmanos, al menos hasta queel hombre estuviera máscerca.

La figura llegó a laplataforma y se quedó allíde pie, mirando fijamente aBronson y a Ángela. La luzde la linterna que sujetabauna de las figuras que habíaarriba barrió brevemente su

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cara y Bronson esbozó unasonrisa cuando descubrió elrostro medio paralizado y elojo marmóreo.

—No puedo decir queme sorprenda, Yacoub —dijo—. Desde de que nosvimos en Tel Aviv,imaginaba que, antes odespués, aparecerías poraquí. Supongo que tushombres han estadosiguiéndonos desde quellegamos a este país.

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Yacoub asintió con lacabeza y sonrió. El efectoera sobrecogedor.

—Eres muy listo,Bronson. Esa es la razónpor la cual te dejé escaparcon vida de Marruecos. Yapor entonces sabía quebuscarías el rollo de plata ysupuse que teníasposibilidades deencontrarlo. —Acontinuación, señaló elcilindro metálico de color

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grisáceo que estaba en laplataforma—. Y no meequivocaba. Pero ahoraserá mío.

—Debería ir a un museo—dijo Ángela poniéndose enpie.

Durante un par desegundos el marroquí sequedó mirándola.

—Todo el mundo meconoce por Yacoub, peroese no es mi verdaderonombre. ¿Sabe por qué me

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llaman así?Ángela negó con la

cabeza.—Estoy seguro que ha

oído hablar de la escalerade Jacob.

—Es una especie deescalera de cuerda que seusa en los barcos —explicóBronson.

—Efectivamente —dijoYacoub—. Y también es elnombre de una planta. Perotiene un tercer significado.

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En la Biblia cristiana Jacobtuvo una visión de unaescalera que subía hasta elcielo. Esa es la razón por lacual me llaman Yacoubdesde que tenía quinceaños. He mostrado a muchagente el camino hacia elcielo. —Tras una brevepausa, continuó—: Sinduda, os habréis dadocuenta de que voy armado,y también mis compañeros.Vosotros no, así que será

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mejor que me entreguéis elrollo y os dejaremosmarchar. Si os negáis,estoy dispuesto a dispararosy llevármelo de todosmodos.

—Acabas de matar atres hombres a sangre fría—dijo Bronson—, y tushombres asesinaron a losO'Connor en Marruecos. Siestás dispuesto a algo asípara recuperar una tablillade barro, ¿cómo sabemos

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que no nos matarásigualmente?

—No hay modo desaberlo, Bronson. Ahoratenéis que tomar unadecisión. No soy un hombrepaciente.

Bronson entregó el rolloa Yacoub. La barra dehierro seguía metida en suspantalones pero, con dospistolas apuntandodirectamente hacia él, sabíaque estaría muerto mucho

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antes de que pudierasacarla.

—¿Qué vais a hacer conél? —preguntó.

—Este rollo contieneuna lista de ubicaciones deltesoro de los judíos. Tengointención de encontrartodas las piezas que puedapero, a diferencia de esospedazos de mierda —añadióseñalando a la escalera,donde yacían los cuerpos deDexter, Hoxton y

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Baverstock—, que queríanquedarse los tesoros paraellos, yo pienso vender lamayor parte de lo querecupere a los museos ycoleccionistas israelíes. Solome quedaré algunas de lasmejores piezas para micolección privada. Y luegotodo el dinero que mepaguen los israelíes, loentregaré a los palestinospara ayudarles a expulsarde este país a esa plaga de

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indeseables. Es una especiede justicia, realmente, usarel dinero de los judíos paraayudar a sus enemigos.

Entonces miró una vezmás a Ángela, que seguíaallí de pie, junto a Bronson,con expresión desafiante.Seguidamente les dio laespalda, comenzó a subir laescalera e indicó a sushombres que seencaminaran de vuelta altúnel. Bronson y Ángela se

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quedaron allí solos, en laoscuridad, escuchando elruido de las pisadas sobre lapasarela de madera.

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75

Mientras los pasos de

los tres hombres sedesvanecían a medida quese alejaban por el túnel,Bronson se terminó devestir. Cuando huboterminado, rodeó a Ángelacon sus brazos.

—Al menos hemosencontrado el rollo de platay lo hemos tenido en

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nuestras manos —le dijo—.Eso es algo que muy pocosserán capaces de decir. Esuna pena que hayamostenido que entregárselo aYacoub, pero no teníamoselección. Al final, todosnuestros esfuerzos han sidoen vano.

—Tal vez —dijo Ángelaen voz baja—. O tal vez no.

Bronson tuvo lasensación de que no sonabatan decepcionada como

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habría esperado.—¿A qué te refieres?—Los sicarios sostenían

que habían escondido algomás aquí, algo queconsideraban tanimportante como eso oincluso más.

Bronson silbó.—¡Por supuesto! Las

tablas del Templo deJerusalén. Pero ¿sabesdónde buscar?

Ángela le sonrió en la

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media penumbra de la luzde la linterna.

—Creo que sí. Yotodavía no me doy porrendida. ¿Y tú?

Bronson cogió lamochila y se encaminóhacia la escalera seguidopor Ángela. Una vez arribaesquivó los cadáveres deDexter y Hoxton, pero eltercer cuerpo no se veía porningún lado.

—¿Dónde está

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Baverstock? —se preguntóen voz alta.

—Tal vez hayaconseguido escapar.

—Lo dudo mucho.Yacoub no tuvo reparos endisparar a los otros dos abocajarro, ¿por qué iba adejarlo con vida? —Seguidamente echó unvistazo a su alrededor endirección al final del túnel ycruzó al otro lado de lapasarela donde había un

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hueco entre la madera y elmuro. Luego apuntó con lalinterna hacia abajo—. Estáaquí. Se ha debido de caerde la pasarela al recibir losdisparos.

—No me importa, Chris.Todos ellos han recibido loque se merecían y susmuertes no me quitarán elsueño, ni siquiera la deTony Baverstock. Vámonosde aquí.

Mientras Bronson y

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Ángela caminaban por lapasarela en dirección a laentrada del túnel, se oyó unsonido que provenía delfondo, como si algo seremoviera cerca de lacisterna. Unos segundosdespués Baverstock se pusoen pie sobre la pasarela congran esfuerzo. Tanteó en laoscuridad en busca de lapistola que había perdido alcaer, y rápidamente laencontró.

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Una de las balas que lehabían disparado habíaerrado por completo, la otrale había pasado rozando elhombro, dejándole unaherida que sangrabacopiosamente y que le dolíahorrores. Cuando habíacaído hacia atrás desde lapasarela, había decididohacerse el muerto, con laesperanza de que a ningunode los atacantes se leocurriera volver a

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dispararle.Por suerte, había

funcionado. Estaba vivo,podía moverse casi sinproblemas, y ahora teníauna pistola en su bolsillo. Ylo que era más importante,había oído todo lo queÁngela le había dicho aBronson sobre las tablas delTemplo, y sabíaexactamente de lo queestaba hablando. Inclusosabía dónde iban a empezar

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a buscar.Baverstock se volvió a

agachar y palpó la pasarelade madera hasta queencontró una linterna. Trascomprobar que todavíafuncionaba, se encaminóhacia la entrada del túnel.

Ángela y Bronsonsalieron del túnel al airefresco de la noche en mediode la fortaleza de HarMegiddo. Subieron lasescaleras y, tras detenerse

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unos segundos pararecuperar el aliento, sedirigieron a las ruinas delos templos.

—Si piensas en el modoen que fue escrita lainscripción —dijo Ángelaencaminándose hacia elenorme altar circular que seencontraba junto a lasruinas del templo—, sugiereque los sicarios escondieronel rollo de plata y las tablasen el mismo lugar: el rollo

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en una cisterna y las tablasen un altar.

Y cuando estuvieronaquí, en Megido, el únicoaltar que existía era el quetenemos justo delante.

A continuación sedetuvo, buscó en su bolsilloy sacó el folio que habíaestado estudiando esamisma noche mientrasBronson dormía junto a ellaen el coche. Apuntó con lalinterna a lo que había

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escrito.—Mira. La inscripción

dice: «Las tablas de ———Templo de Jerusalén», loque lógicamente se traducepor «las tablas del Templode Jerusalén». La siguientefrase de relevancia es:«altar de —describe un———». Hay varios espaciosen blanco, pero creo queprobablemente ponía: «Enel altar de piedra quedescribe un círculo». El

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siguiente fragmento es algomás fácil de adivinar.Nosotros lo tradujimos por:«————cuatro piedras———la cara sur ————una profundidad de y altura—codo a ——cavidad dentrode». Creo que significa:«Quitando cuatro piedrasde la cara sur, de unaprofundidad de algunoscodos y altura de un codo,para poner al descubierto lacavidad inferior».

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—¿De «algunos codos»?—preguntó Bronson—.Comprendo por qué piensasque la altura es de un codo,pero la profundidad es unpoco vaga, ¿no crees?

—Sí, pero no creo queimporte demasiado. Lo querealmente importa es que lainscripción de las tablillassostenía que existe unacavidad dentro de este altary que accedieron a elladesde la cara sur, tras

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retirar algunas piedras. Asíque eso es lo que vamos ahacer.

Se acercaron al altar,utilizando las linternas paraasegurarse de que notropezaban con nada, puesla zona era traicionera, conpequeños murosentrecruzados y unasucesión de hoyoscuadrados y bastanteprofundos, cuya finalidadBronson creyó adivinar.

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Decidir qué parte delaltar estaba en la «carasur» resultó bastantesencillo. Bronson solo tuvoque mirar al cielo,identificar la Osa Mayor yllevar a Ángela al ladoopuesto de la estructuracircular.

—Eso de allí es el norte—dijo apuntando alfirmamento—, así que estaes la cara norte del altar. —Seguidamente se agachó y,

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con ayuda de la linterna,examinó las piedras queformaban el lateral de laestructura—. Parece comosi nadie hubiera tocadoestas piedras durantesiglos. —Luego soltó unacarcajada—. ¡Como nopodía ser de otra manera!Bueno, ¿por dóndeempezamos?

—La única informaciónque proporciona lainscripción para la altura de

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las piedras que los sicariosretiraron era un codo,suponiendo que mitraducción de la palabraaramea sea correcta ysignifique «codo» y no«codos».

—Ayúdame a hacermemoria. ¿Qué longitudtenía un codo? —preguntóBronson.

—Cuarenta y cincocentímetros, más o menos—dijo Ángela—. Pero

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estaban retirando piedraspara acceder a una cavidaddentro de este altar, y creoque se limitaron a adivinarel tamaño de la aberturaque habían creado. Por elaspecto de estas piedras,bastaría quitar dos de ellaspara dejar una abertura conuna altura vertical de mediometro, así que, como pista,no aporta gran cosa.

Bronson observó denuevo el lateral del antiguo

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altar.—Bueno, supongo que

podríamos empezar más omenos por la mitad y veradonde nos lleva.

—Probablemente existeuna forma más sencilla—dijo Ángela—. No hayargamasa entre las piedras,y una de las cosas quepusiste en la mochila erauna percha de alambre. Sila desdoblas obtendremosuna sonda de un metro,

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aproximadamente. Y si laintroduces entre laspiedras, tal vez consigaslocalizar la cavidad.

—¡Qué gran idea!Bronson sacó la percha

y un par de alicates yempezó a desdoblar elacero. En un par deminutos había conseguidoestirarla del todo, aexcepción de un extremo enforma de te que debíaservirle como mango.

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—Empieza por aquí —lesugirió Ángela, indicandoun amplio espacio entre dospiedras.

Bronson introdujo lasonda en el espacio, peroesta penetró solo unosveinte o veinticincocentímetros antes detoparse con un objetosólido, probablemente otrahilera de piedras detrás delas del exterior. La sacó y lointentó de nuevo, pero con

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el mismo resultado.—Creo que esto nos va

a llevar un buen rato —dijoempujando la sonda en otrohueco—, pero sigue siendomucho más rápido que irsacando piedras al azar.

Después de casi diezminutos, todavía no habíaencontrado ni rastro de lasupuesta cavidad detrás delas piedras. Entonces, deuna forma tan inesperadaque le cogió desprevenido,

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la improvisada sonda sedeslizó más profundamente,mucho más profundamente,en un hueco. Bronson lasacó y la introdujo denuevo, pero el resultado novarió. En vez de detenersedespués de, más o menos,veinticinco centímetros, lavarilla de acero penetrabamás de sesenta.

—Estoy seguro de queaquí detrás hay un espacio—dijo Bronson—. ¡Venga!

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Vamos a empezar a mirar.Seguidamente abrió de

nuevo la mochila, sacó labarra de acero, la introdujoentre las dos piedras e hizopalanca. No sucedió nada,así que se fue al otro lado yempujó en el otro extremo.Esta vez, se desplazóligeramente. Bronsonrepitió el proceso en laparte superior e inferior y,poco a poco, la piedraempezó a ceder. Tras un

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par de minutos la habíadesplazado lo suficientepara permitirle introducir lapalanqueta en el vacío en loalto de la piedra y extraerladel muro. La roca seestrelló contra el suelo conun ruido sordo. Bronson laapartó a un lado y luegoÁngela y él se asomaron alhueco que había dejado.

Desgraciadamente,había otra piedra justodetrás de la que Bronson

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había retirado.—Creo que esa es la

razón por la cual la sondaconseguía entrar —dijoapuntando al agujero—. Laesquina de la piedra queacabo de extraer sealineaba perfectamente conla que hay justo detrás. —Por todos los demás sitiospor los que he probado ameter el alambre, esta setopaba con una de laspiedras de la fila posterior.

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—Vuelve a meter lasonda —sugirió Ángela.

Esta vez, cuandoBronson introdujo ladelgada varilla de acero enlos orificios que habíaalrededor de la hileraposterior, apenas encontróresistencia. Era evidenteque entraba en una especiede hueco.

—Quitaré otra piedra dela capa exterior —dijo—. Asíconseguiré un poco más de

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espacio para trabajar.Luego sacaré un par de lasegunda fila.

Después de haberextraído una de las piedras,sacar una segunda fue pancomido. A Bronson lepreocupaba la estabilidadde las piedras que habíaencima del agujero quehabía hecho en el lateraldel altar, pero no parecíaque fueran a caerse. Lascapas interiores resultaron

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más fáciles de mover,porque su tamaño eraligeramente inferior, yBronson rápidamente quitótres piedras, dejando aldescubierto un pequeñoespacio abierto.

—Pásame la linterna,por favor —murmuróponiéndose de rodillas yapoyándose con las manospara asomarse al interior.

—¿Ves algo? —preguntóÁngela, con voz temblorosa

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por la emoción—. ¿Quéhay?

—Parece vacío. No.Espera un momento. Hayalgo plano en el fondo de lacavidad. Échame una mano.Creo que pesa bastante.

Bronson extrajo lagruesa losa de piedra delagujero que había hecho y,con ayuda de Ángela, laapoyó contra el muro delaltar. Ambos dieron un pasoatrás y, durante unos

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segundos, se quedaronobservándola.

—¿Qué demonios es? —preguntó Bronson—. Y aquíhay otra. Creo.

En menos de un minutohabían sacado una segundalosa y la habían colocadocuidadosamente junto a laprimera.

—Ya está —dijo. Luegomiró en el interior delagujero que había hecho, yutilizó la luz de la linterna

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para inspeccionarlo.—No hay nada más en

la cavidad —informó— aexcepción de algunosescombros y un montón depolvo.

Ambos se quedaronmirando las dos placas depiedra de hito en hito. Eranmás o menos rectangulares,con la base cuadrada y laparte superior redondeada,tal vez de unos doscentímetros y medio de

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grosor, unos cuarenta dealto y veinticinco de ancho.La superficie de ambaspresentaba una detalladainscripción y Bronson, queen los últimos días habíavisto suficientes textoscomo para estarprácticamente seguro dereconocerlo, pensó queestaban escritas en arameo.Además, parecían idénticas.

—Te has puesto perdidode polvo —afirmó Ángela

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mirándolo.—Sí, y de dos milenios

de antigüedad, supongo.Ángela apuntó a las

tablillas.—Pero no hay ni una

mota de polvo en ningunade ellas.

Bronson las observó conmás detenimiento.

—Es posible que sehaya desprendido mientraslas sacabas —sugirió—.¿Qué son? El texto en

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arameo parece una especiede lista. Más que un textocompacto, parece una seriede líneas independientes.

Durante unos segundosÁngela no contestó y selimitó a arrodillarse yestudiar las dos placasmientras deslizabasuavemente las yemas delos dedos por encima de loscaracteres arameos. Luegoalzó la vista hacia Bronsoncon el rostro

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completamente pálido.—Nunca imaginé que

pudiéramos encontrar algoasí —dijo casi en un susurro—. Creo que podríamosencontrarnos ante lo que seconoce como las tablas delTemplo de Jerusalén y deMoisés. En mi opinión, debede ser una copia realmenteantigua del decálogo.

—¿De qué? —Bronsonse percató de que Ángelaparecía tener ciertas

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dificultades para respirar.—Estoy hablando de los

diez mandamientos, laalianza mosaica. Las queDios entregó a Moisés en elmonte Sinaí. El pacto entreDios y el hombre, las tablasque establecieron las basesde la fe. —Tras una brevepausa, Ángela miró aBronson con los ojos muyabiertos, casi asustada—.Olvídate del arca de laalianza. Podríamos

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encontrarnos ante doscopias de la mismísimaalianza.

—¿Quién ha dicho quese trata de copias? —preguntó Baverstocksurgiendo desde detrás deellos, empuñando unapistola.

76Ángela y Bronson se

giraron hacia Baverstock,sin dar crédito a lo queveían sus ojos. La luz de

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sus linternas iluminó elcañón de la pistolaautomática que apuntabadirectamente hacia ellos.

—Te dábamos pormuerto —masculló Bronson.

—La idea era esa.Siento muchodecepcionaros —dijo con untono sarcástico queevidenciaba la falsedad desus palabras—. Hubierapreferido que fueraisvosotros los que murierais

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ahí abajo, en el túnel. Nointentéis deslumbrarme.Apuntad con las linternas alas tablillas o, de locontrario, dispararé a unode vosotros sin pensármelodos veces.

Bronson y Ángelabajaron las manos sinrechistar y dirigieron loshaces de luz hacia las losasque acababan de extraer dela cavidad del altar. Las dosantiguas piedras parecían

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casi irradiar luz propia.—No puedes hablar en

serio —dijo Ángela—.¿Estás sugiriendo que estaslosas podrían ser losoriginales de la alianza conDios que Moisés bajó delmonte Sinaí? ¿Creesrealmente que estas tablasfueron grabadas por lamano de Dios?

—Por supuesto que no.Quienquiera que esculpieraestas losas, era alguien de

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carne y hueso, pero, por lodemás, estoy hablandototalmente en serio. No hayninguna duda de que existióalgo conocido como laalianza mosaica, porque losisraelitas construyeron elarca para transportarla deun lado a otro. El arcadesapareció sin dejar rastroalrededor del 600 antes deCristo, cuando losbabilonios destruyeron elprimer Templo de

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Jerusalén, pero no existeuna tradición sobre lastablas en sí. La mayoría delos arqueólogos dan porhecho que, cuando losbabilonios saquearon elTemplo, robaron las tablasde la ley y también el arca,pero no hay nada en losregistros históricos que loconfirme.

Baverstock interrumpiósu discurso y miró concodicia las dos losas de

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piedra que reposaban sobreel lateral del altar circular.

—¿Y qué va a pasarahora? —preguntó Ángela—. Deberíamos llevarlas aun museo para que lasexaminen y valoren suautenticidad.

La carcajada deBaverstock en la oscuridadera de todo menos graciosa.

—Me temo que no,Ángela. No tengo ni la másmínima intención de

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compartir la gloria connadie. El rollo de plata seme ha escapado de lasmanos, pero eso no va asuceder con las tablas. Voya llevármelas y vosotrosvais a morir.

—¿Me estás diciendoque estás dispuesto a matarpor tus patéticos quinceminutos de fama? Eso esmuy triste, Tony.

—No serán solo quinceminutos, Ángela. Será una

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gloria eterna. Y vuestrasmuertes únicamenteañadirán un poco más desangre a los miles de litrosque se han derramado eneste lugar a lo largo de lossiglos.

De repente la luz de lalinterna de Baverstock losdeslumbró y Bronson vioque dirigía la pistola haciaellos.

El policía reaccionó deinmediato. Lanzó la linterna

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directamente haciaBaverstock y la luz semovió sin control por elsuelo rocoso, haciendo quese distrajeramomentáneamente. Luegose apartó a un lado, empujóa Ángela al suelo, yarremetió contraBaverstock.

Este consiguió esquivarel misil volante, y empuñóde nuevo el arma paraapuntar hacia su principal

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objetivo: Ángela.Entonces Bronson se

abalanzó sobre él,golpeándolo en el brazoderecho justo en elmomento en que apretabael gatillo. La bala atravesósilbando la antiguafortaleza y se adentró en laoscuridad de la noche sincausar ningún daño.Bronson giró sobre símismo, a punto de perder elequilibrio. Alargó la mano

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para agarrarse al brazo delotro hombre, peroBaverstock se zafó, dio unpar de pasos hacia atrás yblandió la pistola y lalinterna para apuntarle.

Durante menos de unadécima de segundo Bronsonlo miró aturdido, sincomprender lo que estabapasando, sin apartar lavista del cañón de la pistolasemiautomàtica. Entoncesse tiró al suelo y aterrizó,

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con mucho dolor, sobre lasafiladas rocas.

Baverstock empezó agirarse para disparar denuevo, pero de repente sedetuvo en seco. La cabezase desplomó y dejó caer losbrazos, haciendo que lapistola y la linternachocaran contra el suelocon un gran estrépito.Seguidamente se llevó lasmanos al estómago, alzó lacabeza y emitió un

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estremecedor gemido dedolor y desesperación queretumbó en las rocas ypiedras de alrededor.

Bronson agarró supropia linterna, que habíacaído cerca y que todavíafuncionaba, y apuntó haciaBaverstock. El extremopuntiagudo de una delgadahoja de acero sobresalía ala altura del diafragma.Cuando Bronson miró,horrorizado, la hoja se

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movió hacia arriba,mientras la sangre manabaa borbotones de la heridaabierta. Los dedos deBaverstock se aferraron alacero intentando,infructuosamente, liberarsede él. En ese momento lasangre empezó a fluir porentre sus manos mientrasla carne se desgarraba ysus aullidos agonizantes seintensificaban.

Lo que presenciaba era

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tan inexplicable que, tal vezpor un par de segundos, sequedó allí de pie,boquiabierto.Seguidamente, corrió haciael hombre herido, pero nollegó nunca hasta él.

Antes de que Bronsonhubiera dado un par depasos, el cuchillo se movióbruscamente hacia arriba.Los alaridos de Baverstockse detuvieron en seco y sucuerpo cayó desplomado sin

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fuerzas. Luego dio unasacudida y se quedóinmóvil. Justo tras él, lainquietante y conocidafigura de Yacoub se puso demanifiesto, blandiendo ensu mano derecha uncuchillo de hoja larga quetodavía chorreaba sangre. Asus espaldas surgieron de laoscuridad sus dos hombres,cada uno de ellosapuntando hacia Bronsoncon una pistola.

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—Era un asunto quetenía pendiente —dijobrevemente Yacoub,agachándose para limpiar lasangre de la hoja en lospantalones de Baverstock.El cuchillo desapareció bajosu chaqueta y en su lugarsurgió una pistola—. Penséque lo habíamos matado enel túnel. Vuelve allí —indicóa Bronson con un gesto.

—Ponte detrás de mí—dijo Bronson cuando se

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detuvo junto a Ángela y segiró hacia Yacoub.

—Muy noble por tuparte —se carcajeó Yacoub—. ¿Estás dispuesto a morirpara protegerla? Eso noserá un problema. Tengobalas suficientes para dar ytomar.

—Dijiste que nosdejarías marchar—le espetóBronson—. ¿No te bastabacon quedarte el rollo deplata?

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—Eso era hasta queencontrasteis estas piedras.He oído todo lo que hadicho Baverstock. Si esasdos tablas son realmente laalianza mosaica, podríancambiar por completo elcurso del conflicto de estepaís. Mis camaradas deGaza sabrán hacer un buenuso de ellas.

—Deberían ir a unmuseo —dijo Ángela llenade rabia—. No deberías

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jugar a hacer política conunas reliquias tan antiguase importantes como estas.

Yacoub le hizo unademán irritado con lapistola automática.

—Le guste o no, en estepaís todo guarda relacióncon la política. No importaque sea antiguo o nuevo.No dudaremos en utilizarcualquier arma que esté ennuestro poder. Y ahorapodéis ver por qué sois

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prescindibles. Nadie deberásaber jamás que estaspiedras se encontraron enIsrael. Pero serémagnánimo. Ambosmoriréis rápidamente.

A continuación, alzó lapistola y apuntó haciaBronson.

Sin embargo, antes depudiera apretar el gatillo,se escuchó un disparoamortiguado que proveníade algún lugar cercano, y

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un objeto levementeluminoso atravesó el cielo.En pocos segundos seencendió, ardiendo con labrillante luz intensa delmagnesio e iluminando laoscuridad.

Durante un momento,Yacoub y sus hombres sequedaron rígidos,petrificados, mirando haciaarriba.

Y entonces, bajo laimplacable luz blanca que

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proyectaba la bengala aldescender, y como criaturasespectrales que surgían dela mismísima tierra, mediadocena de figuras vestidasde negro, con la caracubierta de pintura decamuflaje, aparecieron amenos de veinte metros dedistancia desde detrás delos bajos muros de piedraque se erigían a un lado delaltar. Todos ellos ibanarmados con rifles de asalto

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Galil SAR.Yacoub gritó algo en

árabe y sus dos hombrescorrieron en busca derefugio y empezaron a abrirfuego sobre sus atacantes.Tras un momento de calma,el silencio se viointerrumpido por unaráfaga de disparos. Losmatones de Yacoubintercambiaban tiros con loshombres armados, y elestruendo de sus pistolas

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automáticas de 9 mm dabael contrapunto discordantea los chasquidos apagadosde las balas de 5,56 quedisparaban los Galils.

En el preciso instanteen que la bengala prendió,Bronson reaccionóagarrando a Ángela delbrazo y llevándola consigohasta el lateral del antiguoaltar de piedra. Una vezallí, se agacharon yutilizaron las sólidas piedras

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como un efectivo escudocontra las balas que veníanen dirección a ellos.

—¡No te levantes! —susurró Bronson justo en elmomento en que unproyectil se estrellabacontra uno de los bloquesde piedra que estaba sobresus cabezas, provocandouna cascada de astillas ypolvo.

Se arriesgó a echar unrápido vistazo alrededor del

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lateral del altar. Loshombres de Yacoub estabanagazapados detrás de otrode los pequeños muros depiedra, que eran lacaracterística dominante deaquella parte de la viejafortaleza, disparando a susatacantes, pero estos lessuperaban en número ytenían más armas, yBronson supo que elenfrentamiento solo podíaacabar de un modo.

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Mientras observaba,una de las figuras vestidasde negro se desplazó pararodearlos, moviéndosecomo una flecha por elexterior del templo enruinas y aprovechando cadamontón de piedras queencontraba para refugiarse.En apenas veinte segundoshabía alcanzado unaposición desde donde podíaver claramente a los doshombres de Yacoub y

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apuntó cuidadosamente consu Galil.

A pesar de ello, nodisparó. En vez de eso,gritó algo en árabe.

Al oírlo, los hombres deYacoub se giraron yapuntaron hacia él. Ese fuesu último error. El Galilemitió un sonido sordo y,en menos de un segundo,una ráfaga de proyectileshizo que los dos marroquíesse tambalearan y cayeran

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desplomados contra el suelorocoso.

La figura corrió haciaellos y se agachó paraexaminar los cuerpos. Acontinuación, se puso enpie y miró a su alrededor.

—¿Y Yacoub? —preguntó Ángela de repente—. ¿Dónde demonios estáYacoub?

—No lo sé. No lo hevisto. —Bronson se asomócon precaución por encima

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del altar circular hacia ellugar de donde habíansurgido los hombres denegro y seguidamente miróa ambos lados. El marroquíse había desvanecido.

En ese momentoescuchó un disparo queprovenía de algún lugardetrás de donde seencontraban.

El hombre queempuñaba el Galil, y queestaba a unos seis metros

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de distancia, se llevó lasmanos al pecho y cayóhacia atrás dejando escaparel rifle de asalto. Casi deinmediato, una figura alta yoscura se materializó detrásde él y agarró el arma justocuando la bengala emitía unbreve parpadeo y seapagaba, sumiendo en laoscuridad la cima de lacolina.

Bronson se puso en piey obligó a Ángela a hacer lo

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mismo.—Ese era Yacoub —

susurró—, y ahora tiene unrifle de asalto. Tenemos quesalir de aquí.

No obstante, apenas seirguió, se oyó un ruidoatronador y a continuaciónotro sonido sordo y unpotente viento. Laoscuridad de la noche fuebarrida por un brillante hazde luz de color blancoazulado que provenía de

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algún lugar por encima dedonde se encontraban.

Ángela y Bronsongiraron sobre sí mismos conintención de echar a correr,pero en ese mismo instantese toparon con el rostro deYacoub, cuyo ojo de colorblanco lechoso y su bocatorcida relucían a la luz delfaro de visión nocturna delhelicóptero que se cerníasobre ellos.

—¡No deis ni un paso

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más! —gruñó Yacoubapoyando el cañón de supistola en el estómago deBronson—. Vosotros dossois mi boleto para salir deaquí. —Seguidamenteapuntó con el cañón delGalil hacia la zona próximaal altar circular—. Poned lasmanos en alto e id paraallá. Los dos.

—Ponte a mi izquierda—susurró Bronson a su exmujer mientras se giraba

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para hacer lo que le pedían—. Y camina unos pasos pordelante de mí.

Ángela obedeció susórdenes y se desplazó haciadelante con el rostrodesencajado.

—¡Rápido! —les espetóYacoub clavando con fuerzael cañón sobre la columnavertebral de Bronson.

Y eso era,precisamente, lo queBronson esperaba y la

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razón por la cual habíapedido a Ángela que seadelantara.

Dio un par de pasos,inspiró profundamente y,tras levantar el brazoizquierdo con los dedosextendidos como unacuchilla, lo echó hacia atráscon todas sus fuerzas. Ellateral de su mano golpeóel antebrazo izquierdo deYacoub, con tal ímpetu quedesplazó su mano (y la

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pistola que empuñaba) lejosde Ángela.

Lo que sucedió acontinuación fue unacuestión de velocidad.Bronson se giró,manteniendo apartada lapistola del marroquí, y lepropinó un contundentepuñetazo en plena cara.Yacoub se tambaleó haciaatrás, intentandodesesperadamente sujetarla pistola.

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Pero Bronson no habíaconcluido. Dio un paso máshacia su atacante y leasestó un gancho con elpuño izquierdo con todassus fuerzas. Sus nudillos seestrellaron contra la basede la nariz de Yacoub,haciendo pedazos losfrágiles huesos nasales, quepenetraron en el cráneo delmarroquí. Fue un golpemortal. Yacoub cayó deespaldas, sus extremidades

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comenzaron a dar sacudidasy su cuerpo sufrió variosespasmos mientras sucerebro comenzaba a morir.

Bronson agarró lapistola que el marroquíhabía soltado al caer, y ledisparó dos veces en elpecho. Las sacudidascesaron y, tras una últimaconvulsión, Yacoub sequedó inmóvil.

Durante unos segundos,Ángela y Bronson se

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quedaron mirando elcadáver del hombre quetanto dolor les habíacausado.

Seguidamente se dieronla vuelta. Tres de loshombres vestidos de negroestaban a unos seis metros,apuntándolos con susGalils. Uno de ellos hizo ungesto a Bronson. Este miróla pistola que todavíasujetaba y la arrojó lo máslejos que pudo. Tanto él

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como Ángela alzaron losbrazos en señal derendición. Bronson no sabíaquiénes eran, aunque podíahacer algunas conjeturas.Lo que resultaba evidentees que no eran amigos deYacoub, así que, tal vez,estaban en el mismo bando.Además, teniendo encuenta que los estabanapuntando con variosfusiles de asalto, tampocoles quedaban muchas

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opciones.Uno de ellos dictó una

orden en un idioma que aBronson le sonó a hebreo yotro se acercó a ellos yrápidamente los esposó porla espalda y los registró enbusca de posibles armasescondidas. Tan prontocomo hubo acabado, elnivel de tensión se redujoconsiderablemente.

Con un fuerte traqueteoinconfundible, el helicóptero

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tomó tierra en una zonadespejada y bastante llana,a unos quince metros dedonde se encontrabanlevantando una enormenube de polvo y detritosque se extendiórápidamente por elasentamiento. Bronson yÁngela se dieron la vuelta ycerraron los ojos.

Apenas el aparato tocóel suelo, el rugido de losmotores disminuyó y la

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nube de polvo se disipó.Bronson se dio la vueltapara mirar hacia elhelicóptero, una figuranegra y voluminosa, queapenas hubiera sido visibleen la oscuridad del cielonocturno, de no ser porquetodavía tenía encendidas lasluces anticolisión y las denavegación. Gracias a laslinternas que sujetaban loshombres que los rodeaban,distinguió dos figuras que

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caminaban hacia ellos.Los dos hombres se

detuvieron justo delante y,tan pronto como vieron susrostros, Ángela emitió ungrito ahogado.

—¡Yosef! —exclamó—.¿Qué haces tú aquí?

Yosef ben Halevi esbozóuna sonrisa.

—Yo podría preguntartelo mismo —replicó—. ¿Quéhacéis tú y tu ex maridohusmeando en plena noche

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en uno de los yacimientosarqueológicos másimportantes de Israel? —Luego sonrió de nuevo yañadió—. No obstante, creoque ya conozco larespuesta.

Seguidamente se giróhacia su compañero y lesusurró algo. Este asintiócon la cabeza e hizo ungesto a uno de sus hombrespara que les quitaran lasesposas.

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—¿Quiénes sois? —inquirió Bronson—.¿Miembros del Shin Bet?¿Del Mosad?

Nadie respondió a supregunta y, tras unossegundos, Yosef ben Halevise volvió hacia sucompañero.

—Acabamos depresenciar cómo Bronsonasesinaba a un hombredelante de media docena detestigos. No pasa nada si le

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decimos quién eres y paraquién trabajas.

—Sí. Supongo quetienes razón. —Acontinuación, dirigiéndose aBronson, añadió—: Deacuerdo. Mi nombre es LeviBarak y soy un oficial dealto rango del Mosad.

—¿Y ellos? —preguntóBronson señalando a loshombres vestidos de negroque se encontraban a pocosmetros—. ¿Pertenecen al

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ejército israelí?—No exactamente —

respondió Barak—. Sonmiembros del SayeretMatkal, un cuerpo deoperaciones especiales quetrabaja para el servicio deinteligencia militar. Es unaunidad de élite dereconocido prestigio que seocupa de operaciones deantiterrorismo. Algo asícomo el SAS británico.

—Lo sé. He oído hablar

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de él —dijo Bronson—. ¿Nofueron los que rescataron alos rehenes de Entebbe?¿Cuando el Frente Popularpara la liberación dePalestina secuestró unavión de Air France y lodesvió a Uganda?

—Efectivamente —admitió Barak, asintiendocon la cabeza—. Hicieron unexcelente trabajo, pero noestamos aquí para disertarsobre acciones militares

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pasadas. Tenemos quedecidir qué vamos a hacercon usted y con ÁngelaLewis.

—Y con lo que hanencontrado—terció BenHalevi—. ¿Dónde están lasreliquias?

—Las tablas de piedraestán allí, apoyadas contrael lateral del altar —dijoÁngela, señalando con eldedo—. Pero no tengo niidea de dónde está el rollo

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de plata. El hombre que hamatado Chris nos lo quitóen el túnel.

Barak ordenó algo a sushombres y dos de ellos seacercaron al altar circular,cogieron las tablas y lasllevaron hasta donde séencontraba Ben Halevi.Luego las depositaron concuidado contra un murobajo.

El académico se agachódelante de ellas y, mientras

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Barak las iluminaba con sulinterna, deslizó sus dedoscon delicadeza, casi condevoción, por encima de laantigua inscripción.

—Arameo arcaico —dijoen voz baja. Luego se pusoen pie.

—¿Son lo que suponías?—preguntó Levi Barak.

—No quieroprecipitarme —respondió—,pero me atrevería a decirque parecen auténticas.

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—Yo también —dijoÁngela—. Porque te estásrefiriendo al decálogo,¿verdad? A la alianzaoriginal. A las tablas queMoisés llevaba consigocuando descendió porsegunda vez del monteSinaí.

Yosef ben Halevi asintióen silencio, sin poderapartar la vista de lasantiguas reliquias.

—Bien —dijo Barak

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bruscamente—. Usted hamatado a un hombre —añadió dirigiéndose aBronson—. Y, como agentede policía, debería saber loque eso conlleva.

—¡Fue en legítimadefensa! —intervino Ángelaacaloradamente—. Sirealmente presenció losucedido, debería saberlo.

—En efecto, lo vi. Perohay un pequeño problema.Los oficiales del Sayeret

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Matkal son miembros de lasfuerzas armadas israelíes, yestán autorizados parallevar armas y utilizarlas.Sin embargo, ese hombre—dijo apuntando a Yacoub—murió asesinado con unapistola. Y no precisamentede las que utilizamosnosotros. —Barak se giró ehizo una seña a uno de sushombres para que seacercara—. Deme su arma—le ordenó.

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Tras vacilar unossegundos, el oficial despególa tira de velero de la fundade su pistola y se laentregó.

—Esta —dijo Barak— esuna SP-21 de 9 mm,fabricada por la industriaarmamentística israelí. Unade sus principalescaracterísticas es la formahexagonal del cañón. Esapistola —explicó, señalandoel arma que Bronson había

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arrojado al suelo— es unaCZ-75 y tiene un cañónconvencional. Cuando lehagamos la autopsia,encontraremos en su pechouno o dos proyectilesdeformados de 9 mm, y lasestrías indicaránclaramente el modelo depistola que las disparó. Elforense sabráinmediatamente que estehombre no murió a manosde ninguna de las tropas

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que yo dirigía. Ese es elproblema.

Barak se acercó al lugardonde yacía el cadáver deYacoub y, con un únicomovimiento, alzó la pistolay disparó al pecho delmarroquí. El impactoprovocó que el cuerpo sesacudiese una vez más.

Seguidamente se retiróy entregó la pistola al oficialdel Sayaret Matkal.

—Ahora —dijo—, el

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forense encontrará una baladisparada por una SP-21 ysacará las conclusionespertinentes.

—¿Y qué me dice de losotros dos proyectiles?

—Creo que la autopsiarevelará que atravesaron elcuerpo y que nunca serecuperaron. Y ahora —concluyó—, tienen que irse.Debemos limpiar el lugarantes de que empiecen allegar los primeros turistas.

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Además, todavía tenemosque averiguar dóndeescondió el rollo de plataeste tuerto cabrón.

Tres minutos después,Bronson y Ángela mirabanhacia abajo desde la puertaabierta del helicóptero,cuando este despegaba deHar Megiddo. A sus pies, seempezaban a instalar variashileras de focos parafacilitar la búsqueda delrollo de plata, mientras una

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multitud de hombresvestidos de negro invadía lacima de la antiguafortaleza.

77Los primeros rayos de

sol empezaban a bañar lostejados y los pisossuperiores de los edificiosque los rodeaban, lo quehacía que las piedrasblancas adquirieran uncolor plateado. Justo en esemomento, Bronson detuvo

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el coche de alquiler en unazona de aparcamiento justoal lado de la calle del SultánSuleimán, cerca de laparada de autobús ydelante del barriomusulmán en la antiguaciudad de Jerusalén.

Ángela y él se apearony se encaminaron endirección suroeste, hacia lapuerta de Damasco. Habíanpasado tres días, y teníanuna reserva en el vuelo que

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partía esa misma tardedesde el aeropuerto de BenGurión y que les llevaría aLondres por cortesía delMosad. Desde el incidentede Megido habían pasado lamayor parte del tiempo enuna sala de interrogatoriosen un edificio ministerialanónimo, explicando contodo lujo de detalles losucedido desde que Bronsonrecibiera instrucciones deviajar a Marruecos, algo

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que parecía haber sucedidovarias semanas antes. Alfinal, Yosef ben Halevihabía decidido que notenían ninguna otrainformación que pudieraserles útil y Barak sugirióque lo mejor para todos losimplicados era queabandonaran Israel cuantoantes.

Bronson y Ángelahabían decidido de comúnacuerdo aprovechar su

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último día visitando la zonaamurallada. Apenascruzaron la calle paraemprender la marcha a lolargo de los sólidos muros,Bronson miró atrás.

—¿Siguen ahí? —preguntó Ángela tomandosu mano.

—Sí. Dos hombresgrises vestidos con trajesgrises.

Levi Barak había dejadobien claro que podían ir

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adonde quisieran antes decoger el vuelo, pero insistióen que serían vigilados entodo momento y notardaron mucho enacostumbrarse a lacompañía de sus dossilenciosas sombras.

No había ni rastro deturistas, y apenas se veíaalgún que otro lugareño.Además, la temperatura eramuy agradable, aunque elcolor rosa y azul turquesa

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del cielo presagiaba unajornada extremadamentecalurosa.

—Parece como si laciudad al completoestuviera a nuestra enteradisposición —comentóÁngela.

No obstante, lasensación de calma yquietud se prolongó solohasta que llegaron a lazona situada delante de lapuerta de Damasco.

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A pesar de que todavíaera relativamentetemprano, ya había unamultitud de personasarremolinándose alrededorde las docenas de puestosambulantes (muchos de loscuales consistían enpequeños carros con untoldo que protegía alvendedor y la mercancía) yque estaban situados entrelas majestuosas palmerasdel lugar. Ángela y Bronson

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pasaron por delante devarias mujeres vestidas conlos tradicionales trajesbordados, que vendíanguisantes extraídos de susvainas y que exponían ensacos abiertos, y el aireestaba impregnado de unaroma a menta fresca. Envarias zonas Bronson viouna serie de coloridoscarteles que mostrabanimágenes de jóvenesatractivos y que estaban

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extendidos por el suelo,como si fueran alfombraspara orar.

—Son estrellas árabesde la música pop —le indicóÁngela, a pesar de quetodavía no había formuladola pregunta.

Descendieron una seriede peldaños de piedradesgastados por lasincontables pisadas a loslargo de los años y, trasatravesar un pasadizo

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abovedado coronado portorretas, se adentraron enel bullicioso y vibrantemundo del zoco de Khanez-Zeit. Un mundocaracterizado por lasestrechas callejuelasadoquinadas; los cafésatestados de hombres quejugaban a las cartas yconversaban mientrasexhalaban el humo de suspipas; los zapateros, lossastres, los vendedores de

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especias y los puestos quevendían tejidos dellamativos colores; lostenderos rodeados de cajasde verduras y de piezas decarne colgadas y loshombres arrojandogarbanzos en enormescalderos de aceite hirviendopara hacer falafels. Lamúsica árabe (algodisonante para el gusto deBronson), proveniente depequeños transistores y de

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enormes radiocasetesportátiles, casi ahogaba losgritos de los comerciantes,que pregonaban lasbondades de susmercancías, y el constantezumbido de los clientes queregateaban o discutíansobre la calidad de losproductos expuestos.

Seguidamente torcierona la izquierda y llegaron ala Vía Dolorosa, dejandoatrás el bullicio. Bronson

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aprovechó para coger lamano de Ángela.

—Bueno, supongo quehemos conseguido algo —dijo.

—Por supuesto —contestó Ángela—. Esta hasido una semanamemorable para laarqueología en general, ypara la arqueología judía,en particular.

Sin mover ni un dedo, aexcepción de movilizar un

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puñado de soldados de élitey unos pocos agentes devigilancia, los israelíes hanrecuperado el legendariorollo de plata, lo quesignifica que, si realmentehay algún tesoro judíoescondido en el desierto,será descubierto porarqueólogos judíos, comodebe ser. Pero claro, esollevará años, teniendo encuenta el tiempo quepasarán estudiando el rollo

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para averiguar la mejormanera de abrirlo y poderleer la inscripción.

—Solo espero que no seles ocurra enviarlo alequipo de investigadores deManchester que destrozó elrollo de cobre.

—Es muy pocoprobable. La plata(suponiendo que realmentesea de plata) es mucho másresistente que el cobre, y elhaber estado sumergida en

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agua fresca durante los dosúltimos milenios apenashabrá hecho que pierda sulustre. Existe incluso laposibilidad de que consigandesenrollarlo y leerlo tal ycomo se escribió, aunquequizá estoy siendodemasiado optimista.

Entonces Bronsonformuló la pregunta que lehabía estado atormentandoen los últimos días.

—¿Y qué me dices de

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las tablas, Ángela? ¿Creesrealmente que Baverstockestaba en lo cierto? ¿Quéencontramos la alianzamosaica?

Ángela sacudió lacabeza.

—Yo soy una académicay, como tal, me pagan paramostrarme escéptica encasos como este. Pero… nosé —añadió—. Realmenteno sé qué pensar. Por loque he leído acerca de las

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descripciones del decálogoque aparecen en la Biblia,eran bastante similares,pero puede ser queocurriera todo a la inversa.Es posible que las tablas seelaboraran con la intenciónde que se correspondierancon las descripcionesbíblicas. En otras palabras,que las hubieranconfeccionado a propósitopara dar validez a lastradiciones orales y dar a

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los errantes judíos algosólido en lo que creer.

» No obstante, unaparte de mí (solo unapequeña parte) piensa queBaverstock podía tenerrazón. Esas dos piedrastenían algo que me ponía lacarne de gallina, algo casisobrenatural. Como elhecho de que nopresentaran ni una mota depolvo, a pesar de que lacavidad estaba a rebosar

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del mismo. Y el modo enque parecían brillar con luzpropia cuando lasiluminamos con laslinternas—añadióestremeciéndose—. ¡Oh,Chris! Me estoy oyendo yno me reconozco.

—¿Qué crees que haráncon ellas los israelíes? —preguntó Bronson mientrasgiraban a la derecha paradirigirse hacia la plaza delKotel y al muro de las

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Lamentaciones.—Sin duda, las

guardarán como oro enpaño—respondió Ángela—.Tuve ocasión deintercambiar unas palabrascon Yosef ben Halevicuando terminaron losinterrogatorios. Le preguntéexactamente lo mismo y surespuesta fuetremendamenteinteresante. Me dijo quetrabajarían rápidamente y

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que, además de habertomado cientos defotografías, ya habíanllevado a cabo una serie depruebas para examinar lapátina que las recubre,determinar la forma en quese grabaron las letras ytodo ese tipo de cosas quesirven para calcular laantigüedad. Pero luego mereconoció que habíarecibido instrucciones (y,por la forma en que lo dijo,

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provenían de las más altasinstancias de la Knéset) deno sacarlas a la luz nirevelar su existencia por lasrepercusiones políticas queeste hecho podía acarrear.

—Y entonces, ¿quépiensan hacer con ellas? —inquirió de nuevo Bronson.

—Yosef dijo quevolverían a su lugar deorigen.

—¿Cómo? ¿Al altar deMegido?

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Ángela negó con lacabeza y luego señaló haciadelante, a la plaza delKotel.

—Aquel es el muro delas Lamentaciones —dijo—.¿Sabes por qué lo llamanasí?

—No tengo ni idea.—El origen del nombre

es bastante sencillo.Después de que losromanos destruyeran elSegundo Templo, en el año

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70 de la era cristiana, losjudíos tuvieron prohibidovisitar Jerusalén. Eso duróhasta el inicio del periodobizantino. A partir deentonces, se les permitióacudir al muro occidentaluna vez al año, en ocasióndel aniversario de ladestrucción del Templo. Losjudíos que venían seapoyaban contra el muro ylloraban la pérdida de sutemplo sagrado. Fue así

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como se acuñó el nombrede muro de lasLamentaciones.

Bronson contempló denuevo la enorme estructuraque se alzaba al otro ladode la plaza.

—Pero, en realidad, esemuro nunca formó parte delTemplo, ¿verdad? Era soloun muro de contención parasujetar el terreno en el queantiguamente se erigía.Entonces, ¿por qué los

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judíos lo veneran tanto?—Tienes toda la razón.

A decir verdad, no teníanada que ver con elSegundo Templo en sí, perolos judíos ortodoxos creenque la divina presencia, loque llaman la shechinah,todavía reside en el lugaren el que se encontraba elTemplo. Cuando este seconstruyó, elsanctasanctórum, la cámarainterna donde se

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conservaba el arca de laalianza, se encontraba en elala oeste del edificio, y allíes donde habríapermanecido la shechinah.Las leyes judías prohíben laentrada a todos los judíos alMonte del Templo, demanera que ese muro es lomás cerca que pueden estardel lugar —apuntó—. Y esaes la razón por la que estan importante.

—¿Y?

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—Que supongo quepodríamos argumentar quesi el arca de la alianza secustodiaba en algún lugardetrás de ese muro, estesería el lugar másapropiado para conservar laalianza misma.

Caminaron hacia la caranorte de la plaza del Kotel,hasta el lugar por donde seaccedía a la Fundación delPatrimonio del Muro, dondecomenzaban las visitas

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guiadas de los túneles quese encontraban detrás.

—¡Qué extraño! —dijoÁngela. Las puertas estabancerradas y había un enormecartel que indicaba que laexposición y los túneles sehallaban cerrados porriesgo de derrumbes.

Ni corta ni perezosa seacercó un poco más y echóun vistazo por entre laspuertas hacia la penumbra.A continuación se dio la

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vuelta y regresó junto aBronson con una sonrisa desatisfacción dibujada en sucara.

—¿Qué pasa?—Hay luces en el

interior y he visto ciertomovimiento. Mesorprendería mucho que seprodujera un derrumbe enel Kotel. Las piedras sonincreíblemente grandes (lamayor pesa unasseiscientas toneladas), y

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descansan sobre el lecho deroca. Cuando he visto queestaba cerrado, he tenidomis sospechas, pero elhecho de que haya genteen el interior me las haconfirmado. Los israelíesvan a depositar las tablasen su lugar de origen, enalguna especie de santuariooculto tras el muro de lasLamentaciones. De esemodo, los devotos queacudan a orar a partir de

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ahora estarán más cerca dela alianza mosaica de lo queha estado nadie en losúltimos dos milenios.

Bronson se quedómirando la entrada de laFundación durante unosinstantes y luego asintiócon la cabeza.

—Sí —concluyó—. Loque dices tiene muchosentido.

Seguidamenteregresaron al lugar donde

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habían aparcado el cochesin que Bronson les quitaraojo a los dos escoltas.

—¿Sabes una cosa?Todavía no has contestadoa mi pregunta —dijo.

—¿Cuál?—La que te hice en el

helicóptero, cuando salimosde Har Megiddo. Te dije quedeberíamos formar unequipo. Por lo que parece,somos muy buenosencontrando reliquias

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perdidas.Ángela asintió y luego

soltó una carcajada.—Pero ¿no te llama la

atención que, cada vez quealguien desenfundaba unapistola, era para apuntarnosa nosotros?

—Sí —respondióBronson con calma—, pero,a pesar de ello, hemossobrevivido, ¿verdad? —Tras una breve pausa lamiró directamente a los

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ojos y añadió—: ¿Qué teparece si dejamos nuestrosrespectivos trabajos y nosdedicamos a buscartesoros?

—¿Lo dices en serio? —preguntó Ángela.

—Sí. Ya te he dicho queformamos un gran equipo.

—¿Y crees que nuestracolaboración podría ir másallá de lo estrictamenteprofesional?

Bronson inspiró

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profundamente.—Ya conoces la

respuesta a esa pregunta —dijo—. Es lo que más deseoen este mundo.

Ángela se quedómirándolo durante unossegundos y luego sonrió.

—¿Por qué no hablamosde eso durante la comida?He visto un restaurante conuna pinta bastante decenteen la Vía Dolorosa.

—¡Excelente idea! —

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dijo Bronson cogiéndola delbrazo mientras caminabanpor la calle Cadena hacia laiglesia de san Juan elBautista y en dirección alantiguo y atormentadocorazón de la más antiguade las ciudades.

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Notas del autor

A pesar de tratarse de

una obra de ficción, heprocurado cerciorarme deque esta novela, en lamedida de lo posible, seciñera a la realidad de loshechos. Los lugares que hedescrito existen realmente,y la mayoría de losacontecimientos históricosacaecidos en el siglo I antes

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de Cristo aparecen ennumerosas fuentes escritas.

Masada

He puesto todo miempeño en que ladescripción de la caída deMasada se ajustara almáximo a lo que realmentesucedió, siempre teniendoen cuenta que se trata deun hecho que tuvo lugar

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hace casi dos milenios. Elasedio concluyó tal y comolo describo, con un suicidioen masa por parte de lossicarios, que prefirieronsacrificar sus vidas antesque claudicar ante elejército romano. Tambiénes cierto que hubo dossupervivientes, en concretodos mujeres, queposteriormente relataron loocurrido al historiadorJosefo. La mayoría de los

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eruditos consideran queesta descripción refleja conbastante exactitud lo queocurrió durante las horasprevias a la caída de lafortaleza.

Entre 1963 y 1965 elarqueólogo israelí YigaelYadin llevó a cabo una seriede excavaciones en elemplazamiento, durante lascuales se encontraron onceostracas (pequeñas piezasde barro o piedra) delante

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del palacio que se erigía enel ala norte delasentamiento. En una deellas se podía leer elnombre de «Ben Ya'ir», ellíder de los sicarios, y encada una aparecía unnombre diferente. Aunqueno se puede asegurar conrotundidad, todo apunta aque se trataba de losnombres de los guerrerosque llevaron a cabo laejecución de los sicarios

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antes de que los romanosirrumpieran en la ciudadela.

El túnel de Ezequías yel estanque de Siloé

Con más de tres milaños de antigüedad, estetúnel sigue siendoconsiderado unaextraordinaria pieza deingeniería.

La ciudad de Jerusalénestá situada en una colina,y era relativamente fácil dedefender contra los posibles

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agresores, debido a suposición elevada. El únicoproblema al que seenfrentaban los habitantesera que la principal fuentede agua potable seencontraba en el valle deCedrón, a cierta distanciade los muros de Jerusalén.Este hecho ocasionaba queun asedio prolongado, enaquella época la táctica másextendida para hacerse conla mayoría de los objetivos

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militares, acabaríairremisiblemente con lacaptura de la ciudad ya que,antes o después, seagotaban las reservas deagua.

Alrededor del año 700antes de Cristo, el reyEzequías, al que lepreocupaba seriamente quelos asirios, dirigidos porSenaquerib, sitiaranJerusalén, decidió atajar elproblema del

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abastecimiento de agua,aunque actualmenteexisten ciertas dudas sobresi realmente merece talreconocimiento.

En 1838, un académiconorteamericano llamadoEdward Robinson descubriólo que hoy día llamamos eltúnel de Ezequías. Tambiénse lo conoce como el túnelde Siloé, porque discurredesde el manantial deGuijón hasta el estanque

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del mismo nombre.Obviamente, el túnel seconstruyó para que sirvieracomo acueducto ycanalizara el agua hasta laciudad. Tiene más o menosforma de ese, mideaproximadamente mediokilómetro y presenta unainclinación de algo menosde un grado, lo cual permiteque el agua fluya en ladirección adecuada.

Su construcción debió

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de suponer un enormedesafío, teniendo en cuentalas rudimentariasherramientas de quedisponían los habitantes dela ciudad, y algunas teoríasrecientes sugieren que, enrealidad, una buena partedel túnel se correspondíacon una cavidad naturalque ya existía previamente.Al final del túnel seencontró una inscripciónque daba a entender que lo

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llevaron a cabo dos gruposde trabajadores quecomenzaron desdeextremos opuestos.Posteriormente se selló elmanantial, permitiendo quelas aguas fluyeran hasta lamismísima Jerusalén. Estoes, básicamente, lo quecuenta la leyenda y, más omenos, lo que se puede leeren la Biblia.

No obstante, en 1867,Charles Warren, un oficial

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del ejército británico queexploraba el túnel deEzequías, descubrió unsegundo sistema decanalización, mucho másantiguo, que actualmentese conoce como el canal deWarren. Se trata de unconjunto de canales de pocaextensión que parte delinterior de las murallas dela ciudad y que termina enun pozo vertical justoencima del túnel de

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Ezequías y muy cerca delmanantial de Guijón. Estepermitía que los habitantesextrajeran el agua pormedio de cubos queintroducían en el túnel sinnecesidad de arriesgarse asalir de la ciudad. A pesarde que se ha demostradoextremadamentecomplicado determinar suantigüedad, se consideraque, probablemente, seconstruyó alrededor del

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siglo x antes de Cristo.Por si no bastara, unos

años después, en 1899, sedescubrió un tercer túnelmucho más antiguo quetambién desembocabadirectamente en elestanque de Siloé desde elmanantial de Guijón. Se loconoce como el canal de laEdad de Bronce, y secalcula que data del 1800antes de Cristo, de maneraque tendría casi cuatro mil

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años de antigüedad. Setrata de una simpleacequia, excavada en elsuelo, que fue cubierta congrandes losas de piedraque, a su vez, estabanocultas bajo el follaje. Sinlugar a dudas, el hecho deque discurriera por lasuperficie y no bajo tierra,podía resultar un puntodébil en caso de asedio.

En consecuencia, y a laluz de las últimas

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investigaciones, pareceevidente que Ezequías nodecidió construir unacueducto a partir de lanada, sino que se limitó aestudiar los túnelesexistentes, detectar susdeficiencias yperfeccionarlos. Se podríadecir, incluso, que su túnelera, en realidad, unaversión ampliada ymejorada del canal de laEdad de Bronce.

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Qumrán y losmanuscritos del marMuerto

El asentamiento deQumrán está situado enuna meseta desértica, a unkilómetro y medio de lacosta noroeste del marMuerto, cerca del kibutz deKalia. Es probable que lasprimeras edificaciones se

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erigieran a principios delsiglo I antes de Cristo y elemplazamiento fuedestruido en el año 70 de laera cristiana, por parte dela X legión Fretensis delejército romano, siguiendoórdenes del emperador Tito.

La mayoría de lasfuentes coinciden en quelos manuscritos del marMuerto fueron descubiertosde forma casual por unpastor beduino llamado

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Mohamed Ahmad el-Hamed,conocido por elsobrenombre de Edh-Dhib,que significa «el lobo». Porlo visto, entró en una cuevacerca de Qumrán,posiblemente en busca deun animal extraviado o, talvez, porque arrojó unapiedra para hacer salir auna de sus cabras. El casoes que oyó el ruido de unobjeto que se hacía añicos.Como consecuencia de esto,

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descubrió un conjunto detarros de cerámica quecontenía una serie de rollosenvueltos en tela de lino.

Al darse cuenta de laantigüedad, y sospechandoque podían ser muyvaliosos, El-Hamed,ayudado por otrosbeduinos, extrajo algunosde estos rollos (la mayoríade los estudiosos sostienenque en un principio seretiraron solo tres de ellos),

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y se los ofreció a unhombre que residía enBelén y que comerciaba conantigüedades. Este, sinembargo, se negó aadquirirlos creyendo que loshabía robado de algunasinagoga. A partir deentonces los rollos pasaronde unas manos a otras,incluyendo las de otromarchante de antigüedadesllamado Khalil EskanderShahin, conocido como

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Kando. Aparentemente,este animó al beduino arecuperar más rollos, o talvez visitó el lugar y lo hizoél mismo. Sea como fuere,Kando llegó a poseer, almenos, cuatro rollos.

Mientras negociaba laventa de estas reliquias,Kando se las confió a untercero, un hombre llamadoGeorge Isha'ya, que eramiembro de la iglesiaortodoxa jacobita. Tras

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reconocer la importancia delos rollos, Isha'ya llevóalgunos al monasterio desan Marcos, en Jerusalén,para que los examinaran.Fue entonces cuando MarAthanasius Yeshue Samuel,el metropolitano dePalestina y Transjordania(un cargo eclesiástico pordebajo del patriarca y porencima del obispo, y queequivale más o menos al dearzobispo), oyó hablar de

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los rollos y, tras estudiarlos,consiguió adquirir cuatro deellos.

Otros rollos fueronapareciendo en los dudososmercados de antigüedadesde Oriente Medio, y tresllegaron a manos delprofesor Eleazer Sukenik,un arqueólogo israelí. Pocodespués, Sukenik se enteróde que Mar Samuel teníaotros ejemplares en supoder y, aunque intentó

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comprárselos, nuncallegaron a un acuerdo.

A partir de esemomento apareció enescena un hombre llamadoJohn Trever, que trabajabapara el Colegio Americanode Estudios Orientales(ASOR) y que era unfotógrafo entusiasta, unaafición que resultófrancamente útil. Enfebrero de 1948 conoció aMar Samuel y tomó una

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serie de instantáneas de losrollos que estaban en supoder. Con los años, estosse habían ido deteriorando,pero su álbum defotografías ha permitido alos estudiosos observar quéaspecto tenían en aquellaépoca, y ha facilitado suestudio y la realización detraducciones de los textos.

La guerra árabe-israelíde 1948 provocó que losrollos fueran enviados a

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Beirut para que estuvierana salvo. En aquella épocalos académicos eran ajenosal descubrimiento de losrollos y, debido al periodode agitación que vivía elpaís, el estudio de suprocedencia no resultabafactible. Finalmente, enenero de 1949, unobservador de las NacionesUnidas descubrió la quepasaría a conocerse comocueva 1.

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Una vez se descubrió laprimera, se llevaron a cabootras exploraciones en lazona y se examinaron otrascuevas. Once de ellascontenían rollos, peroninguno de ellos seencontraba en el mismoQumrán, y ni siquiera sedescubrió ni el más mínimofragmento.

La primera expediciónarqueológica a Qumrán laefectuó el padre Roland de

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Vaux, de la Escuela Bíblicade Jerusalén. Lasexcavaciones se iniciaronen la cueva 1, en 1949, ydos años más tardeempezaron a hacerlotambién en Qumrán. Lamanera en que se enfocópresentaba un defecto debase, porque De Vaux diopor hecho que los rolloshabían sido escritos por loshabitantes de Qumrán, yutilizó su contenido para

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explicar el tipo decomunidad que residía en ellugar.

Era el clásicorazonamiento circular, y elresultado era más quepredecible: dado que losrollos contenían,principalmente, textosreligiosos, De Vauxconcluyó que los habitantesde Qumrán pertenecían auna secta extremadamentedevota conocida como los

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esenios. A partir deentonces todo lo que él y suequipo encontraban, seinterpretaba de acuerdo consu teoría, a pesar de que noexistían pruebas empíricasque sustentaran estasconclusiones. De este modo,una cisterna se convertíaen un lugar para realizarbaños rituales, y asísucesivamente, hasta elpunto de que cualquierdescubrimiento que pusiera

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en tela de juicio estahipótesis se ignoraba o seconsideraba que se debía auna contaminaciónposterior.

Por supuesto, el rollo decobre y su listado detoneladas de tesorosocultos, desmontaba porcompleto la interpretaciónque había hecho De Vauxdel asentamiento, así que larechazó categóricamente,argumentando que se

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trataba de un engaño o deuna especie de broma.

El rollo de cobre

El rollo de cobre siguesiendo uno de los misteriosmás desconcertantes de lahistoria de la arqueologíade Oriente Medio.Descubierto por Henri deContenson en 1952, en lacueva 3 de Qumrán, no se

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parecía en nada a cualquierotra reliquia encontrada, yasea anteriormente o desdeentonces. Aunquegeneralmente se leconsidera uno de los rollosdel mar Muerto, estasuposición se basaexclusivamente en el hechode que se encontrara juntoa otros rollos en una de lascuevas de Qumrán. Noobstante, desde cualquierotro punto de vista, ya sea

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el material de que estáhecho, el contenido o elidioma de la inscripción, nopodría ser más diferente.

Fabricado en unaaleación de cobre de unapureza de un noventa ynueve por ciento, y con unalongitud de casi dos metrosy medio, su elaboracióndebió de serextremadamente compleja.El rollo es, simple yllanamente, un inventario,

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un mero listado de loslugares donde se sepultó unenorme tesoro. El lenguajeutilizado es bastanteinusual. Se trata de unaforma arcaica de hebreo, loque se conoce comoescritura cuadrada, y queparece tener algunaafinidad lingüística con elhebreo premisnaico eincluso con el arameo. Noobstante, alguna de lasexpresiones utilizadas solo

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las pueden comprendercompletamente los lectoresfamiliarizados tanto con elárabe como con el acadio.En resumen, el estilo de laescritura y la ortografíausados en el rollo de cobrees diferente de cualquierotro texto conocido en laactualidad, ya sea deQumrán o de cualquier otrolugar.

Otra peculiaridad es laaparición de un puñado de

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letras griegas que siguen aalgunas de laslocalizaciones listadas y, taly como se relata en lanovela, si se toman lasprimeras diez, se puedeleer el nombre del faraónegipcio Akenatón. Lasteorías abundan, pero hastaahora nadie ha elaboradouna razón convincente delporqué.

Se ha sugerido que elrollo de cobre contiene unos

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treinta errores del tipo quese podrían esperar de unescriba que copia undocumento escrito en unidioma con el que no estáfamiliarizado, lo quesugiere que el contenido delrollo hubiera podido sercopiado de otra fuente,probablemente anterior.Esto, una vez más, es unasimple conjetura.

Las localizaciones deltesoro oculto, listado en el

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rollo de cobre, no solo sonextremadamenteimprecisas, sino tambiéncompletamente inútiles. Porejemplo, describe con todolujo de detalles laprofundidad a la cual seenterró un alijo de oropero, para descubrir lalocalización exacta, senecesitaría un conocimientoexhaustivo de esa ciudad deJudea del siglo I, queincluyera no solo el nombre

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de las calles, sino tambiéninformación sobre lospropietarios de lasviviendas, unosconocimientos que se hanperdido a lo largo de los dosúltimos milenios.

La mayoría de losarqueólogos coinciden enque es altamente probableque el rollo de cobre seaauténtico, y que los tesoroslistados se escondieran enel desierto de Judea. Es

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posible, incluso, que sehaya encontrado uno deellos: en 1988 se halló unpequeño recipiente de barrococido en una cuevapróxima a Qumrán quecontenía un aceite oscuroque despedía un olordulzón. Una interpretaciónde uno de los listados delrollo de cobre sugiere quepodría ser uno de losobjetos registrados en él.

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El rollo de plata

De todas las entradasque aparecen en el rollo decobre, tal vez la másintrigante sea la última,que afirma que se habríaescondido otro documentoque aportaría informaciónmás detallada sobre lalocalización de los diversostesoros. Una traducción deeste enigmático fragmento

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del texto dice: «Una copiade este inventario, suexplicación y las medidas ydetalles de cada uno de losobjetos escondidos seencuentran en la suaveroca de Kohlit, en lacavidad subterráneaorientada al norte, con lastumbas en su entrada».

Este otro documento,conocido como el rollo deplata, sería uno de losvarios tesoros que se

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escondieron en la ciudad deKohlit, pero se desconoce elemplazamiento exacto.Existe una demarcaciónllamada Kohlit, al este delrío Jordán, pero no se hanencontrado pruebas quesugieran que el rollo decobre se refiera a este lugaren concreto. No obstante, elúnico otro «Kohlit» enOriente Medio es K'eleyKohlit, en Etiopía,demasiado lejos para que

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sea una posibilidad. La otrapista es la referencia a las«tumbas en su entrada».Esto podría indicar que lacueva se encuentra cercade un lugar deenterramiento pero, aunasí, este dato no aportagran cosa.

A pesar de todo, lorealmente importante esque, si el rollo de cobre es,efectivamente, un listadode un tesoro enterrado,

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entonces la referencia alrollo de plata también setiene que considerarauténtica y debemos asumirque el legendario objetoexistió realmente. Por lovisto, los autores del rollode cobre sabían conexactitud dónde se ocultó elrollo de plata, debido a ladescripción detallada(aunque carente designificado para nosotros)de su localización. Pero eso

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no quiere decir que lareliquia se encuentretodavía en el mismo lugarque especifica el rollo decobre.

El primer siglo denuestra era fue una épocatremendamente convulsaen Judea, con constantesrefriegas entre bandas dejudíos rebeldes y laslegiones romanas y, sinduda, es posible queimportantes objetos, entre

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los que implícitamente seencontrarían tanto el rollode cobre como el de plata,fueran extraídos de susescondites para ponerlos abuen recaudo. Las cuevasde Qumrán sirvieron a estepropósito, y demostraronser un depósito seguro paralos manuscritos del marMuerto durante casi dosmilenios. Es bastanteposible que Ein-Gedi fueraconsiderado otro.

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Ein-Gedi

Tal y como se cuenta enLa piedra de Moisés, el oasisde Ein-Gedi era uno de losasentamientos másimportantes, fuera deJerusalén, en el siglo Idespués de Cristo, y fuesaqueado por los sicariosdurante el asedio deMasada, exactamente como

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lo describo. Sin duda, esposible que los sacerdotesjudíos creyeran que elTemplo estaba en peligroinminente por el avance delejército romano y hubieranintentado trasladar sustesoros más importantespara ponerlos a buenrecaudo. En ese caso, esmuy posible que hubieranelegido Ein-Gedi.

Si en aquella época elTemplo de Jerusalén

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hubiera sido el lugar dondese custodiaba el rollo decobre, el de plata y laalianza mosaica, lapresencia de estas reliquiasen el oasis junto al marMuerto no habría resultadoextraña. Y durante elsaqueo, los sicariosprobablemente se habríanapoderado de todo lo quecayera en sus manos.

En el caso de que estegrupo de zelotes se

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hubieran encontradoinesperadamente enposesión de tres de lasreliquias más sagradas de lanación judía, hubieranhecho todo lo que estuvieraen sus manos para evitarque los odiados romanos sehicieran con ellas, de ahí mirelato ficticio de los cuatrosicarios descendiendo de lafortaleza de Masada.

El Monte del Templo yel muro de las

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Lamentaciones En realidad,el muro de lasLamentaciones es solo unasección del muro occidental,uno de los cuatro muros decontención del Monte delTemplo, y su construcciónmuestra una marcadagradación desde la parteinferior a la superior. Lashileras de mampostería dela base, y que suponenaproximadamente dostercios de la construcción,

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están formadas por grandesbloques individuales depiedra de color claro, de lascuales, las más grandesmiden al menos un metrocúbico. Por encima de ellasse usaron piedrassignificativamente menoreshasta llegar a la parte másalta.

El muro no es unaestructura única, aunque dala impresión de que la parteinferior sí lo fuera. De

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hecho, solo las siete hilerasinferiores presentan bordestallados, lo que indica quedatan de la época deHerodes, que reforzó elMonte del Templo en el año20 antes de Cristo. Lassiguientes cuatro capas depiedras son ligeramentemás pequeñas y fueroncolocadas durante elperiodo bizantino, quetranscurre desde el año 330al 640 después de Cristo.

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La tercera sección, porencima de esta, seconstruyó después de quelos musulmanes capturaranJerusalén, en el siglo vil, yla capa que está en la partemás alta es la más reciente,añadida en el siglo XIX. Lacosteó el filántropobritánico sir MosesMontefiore. Lo que no esvisible son las otrasdiecisiete hileras depiedras, todas ellas bajo

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tierra, debido a lasconstantes construcciones yreconstrucciones que hantenido lugar en esa parte dela ciudad.

El origen del nombre«muro de lasLamentaciones» es muysimple. Después de que losromanos destruyeran elSegundo Templo, en el año70 de nuestra era, seprohibió a los judíos quevisitaran Jerusalén, una

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prohibición que se prolongóhasta los inicios del periodobizantino. A partir deentonces, se les permitióacudir al muro occidentalsolo una vez al año, en elaniversario de ladestrucción del Templo. Losjudíos que iban al muro seapoyaban en él y llorabanla pérdida de su templosagrado, y así fue como seacuñó el nombre.

A los judíos se les

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prohibió visitar el muro denuevo entre 1948 y 1967,cuando la ciudad fuecontrolada por los jordanos,pero durante la guerra delos Seis Días losparacaidistas se apoderarondel Monte del Templo y deesa zona de Jerusalén. Nolo hicieron por ningúnmotivo estratégico, pero ellugar había tenido siempreun inmenso significadoreligioso y simbólico para la

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nación. En cuestión desemanas, más de un cuartode millón de judíos visitó elmuro. Cuando los israelíesse hicieron con el control, lamayoría de lo que hoy díase conoce como la plazaKotel ya estaba construiday la única parte del murooccidental que era accesibletenía unos treinta metrosde longitud, y solo unostres metros de ancho. Losisraelíes arrasaron la zona

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y nivelaron y pavimentaronla plaza.

Merece la pena destacarque el muro occidentalnunca formó parte delTemplo, sino que se tratabade un muro de contenciónpara evitar corrimientos delterreno donde una vez seerigió el Templo. Noobstante, los judíosortodoxos creen que ladivina presencia, lo queellos llaman la shechinah,

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reside todavía en el lugardonde se encontraba.Cuando el Templo seconstruyó, elsanctasanctórum, la cámarainterior donde secustodiaría el arca de laalianza, se encontraba en elala occidental del edificio, yese sería el lugar dondehabría permanecido lashechinah. Las leyes judíasprohíben a todos sus fielesacceder al Monte del

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Templo, en el lugar dondese erigía el templo original,de manera que el murooccidental es lo máscercano que pueden estarde ese lugar. Y esa es larazón por la cual es tanimportante para ellos.

A la izquierda del murode las Lamentaciones, másallá del muro del edificiocontiguo con sus dos sólidoscontrafuertes, se encuentrael túnel del Kotel, un

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pasadizo abierto al públicoy que se ha convertido enuna de las principalesatracciones turísticas. Laentrada es un pasajeabovedado, situado casi enel centro del edificio, con unescrito en hebreo en formade curva que sigue la formadel arco. Bajo él se puedeleer la traducción:«Patrimonio del muro de lasLamentaciones».

La visita guiada

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comienza en una salaconocida como «los establosde los burros», un epítetoque le adjudicó elexplorador británico CharlesWarren. Los arqueólogos yobreros tardaron diecisieteaños en retirar losescombros y la suciedadacumulada en esta sala.Desde ahí los visitantesacceden al pasadizosecreto. Según cuenta laleyenda, el rey David habría

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utilizado este pasadizo parasalir de forma clandestina ysin ser visto de suciudadela, que seencontraba más arriba,hacia el oeste, en el Montedel Templo.Desgraciadamente laspruebas arqueológicassugieren que el túnel fueconstruido por los árabes afinales del siglo XII despuésde Cristo. Para ello, habríannecesitado alzar el nivel de

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esa sección de la ciudad yconstruir unos sólidoscimientos. De hecho, eltúnel se habría utilizadopara permitir el acceso alMonte del Templo a losresidentes musulmanes deJerusalén, no para los fielesjudíos. Más tarde, lascámaras abovedadas sesegmentaron para usarlascomo cisternas, que servíanpara facilitar que losciudadanos que vivían justo

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encima del túneldispusieran de agua potablede forma permanente. Estepasadizo finaliza de formaabrupta con un montón deescombros, un mudorecordatorio del estado enque se encontraba ellaberinto subterráneo antesde que los arqueólogosjudíos empezaran aexcavar.

En la «sala de losasmoneos», una amplia

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cámara que data delperiodo del SegundoTemplo, hay una columnacorintia situada más omenos en el centro. Uno delos indicadores de la fechaen que se construyó lacámara es la forma en queestá revestida la piedra,una marca del modo en quellevaban a cabo su trabajolos constructores deHerodes. No obstante, lacolumna data de la Edad

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Media y se instaló paracontener el techo, queestaba dañado y agrietado ynecesitaba una sujeciónadicional.

Más adelante, conformese avanza por el túnel, seaccede a un estrecho pasillodonde se encuentra unapiedra única dedimensionesextraordinarias. Mide unosdoce metros de longitud,casi tres y medio de altura

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y entre tres y cuatro deespesor. Se calcula quepesa cerca de quinientastoneladas, lo que laconvierte en una de lasmayores, si no la mayorpiedra jamás utilizada enuna construcción en ningúnlugar del mundo, superandoincluso las usadas en laspirámides de Egipto. Lamayoría de las grúas que seutilizan en la actualidadsolo pueden levantar la

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mitad de ese peso, así quela pregunta más obvia escómo se las arreglaron losobreros de Herodes paradesplazarla. Y no solo esoporque, aunque seencuentra aaproximadamente un metropor encima del nivel delsuelo del túnel,originariamente el nivel dela calle era al menos seismetros inferior y el lecho deroca se encuentra solo

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algún metro por debajo.Esa piedra forma parte

de lo que se conoce como el«trazado maestro» y losinvestigadores sugieren quese hizo por una buenarazón. Durante laconstrucción del muro no seutilizó ningún tipo decemento o argamasa, demanera que estas enormespiedras servían paraestabilizarlo. Su enormepeso mantenía en su lugar

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las piedras que seencontraban debajo yproporcionaba una basefirme para las hilerassuperiores. Hoy en díasabemos que el muro hapermanecido intactodurante unos dos mil años yque ha sobrevivido a variosterremotos, lo quedemostraría que los obrerosde Herodes sabían lo quehacían.

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Har Megiddo

El nombre de estehistórico lugar es Megido, ynormalmente va precedidode la palabra tel, quesignifica «montículo» o,más comúnmente, de har,que quiere decir colina,aunque también se leconoce como Tel-al-Mutesellim, «la colina delgobernante». Con el paso

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de los años, el nombre HarMegiddo ha degenerado en«Armagedón».

Megido fue una de lasciudades más importantes yantiguas de Judea, y lallanura que se extiende asus pies fue el escenario dela primera batalla campalde la que tenemosconstancia. De hecho, enese emplazamiento se handesarrollado docenas debatallas y tres llevan el

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nombre de «batalla deMegido». La última tuvolugar en 1918, y en ella seenfrentaron el ejércitobritánico y las tropas delimperio otomano.

No obstante, la másconocida fue la primera, ytuvo lugar en el siglo XVantes de Cristo entre lasfuerzas egipcias, dirigidaspor el faraón Tutmosis, y unejército cananita lideradopor el rey de Kadesh, quien

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se había aliado con elgobernante de Megido.Kadesh se encontraba en laactual Siria, no muy lejosde la moderna ciudad deHims y, al igual que Megido,era una importante ciudadfortificada.

Existen tres posiblesrutas que el ejército invasorpodría haber tomadocuando se dirigían al norte,hacia el valle de Jezreel,donde se habían apostado

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las tropas enemigas. La máscorta era la rutaintermedia, una travesíarecta a través de Aruna,pero que obligaba alejército a recorrer unestrecho barranco. Lasotras dos, que discurríanpor el este y el oeste, eranconsiderablemente máslargas, pero también muchomás seguras.

Tutmosis envió unoshombres para reconocer el

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terreno y descubrieron queel enemigo había dado porhecho que evitarían tomarla ruta intermedia. Lastropas se habían dividido endos para cubrir el otro parde accesos, pero habíandejado el barrancoprácticamente sinprotección, pues supusieronque los egipcios no seríantan estúpidos como paramandar sus tropas por unterreno mortal. Esa es la

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razón por la que el faraónen persona guió a sushombres a través delbarranco. En Aruna solo sehabían apostado unas pocastropas enemigas, y elejército egipcio no tuvomuchos problemas endispersarlas rápidamente yentrar en el valle sinencontrar resistencia. Unavez allí se enfrentaron alejército del rey de Kadesh,lo derrotaron, y acabaron

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asediando la fortaleza deMegido, que finalmentecayó. Excepcionalmentepara la época, los egipciosperdonaron la vida a loshabitantes y dejaron laciudadela intacta, haciendoque esta victoria marcara elinicio de cerca de cincosiglos de dominación egipciaen la zona. Hoy en díaconocemos con detalle eldesarrollo de esta batallagracias a un registro de lo

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ocurrido que se grabó enlos muros del templo deAmón en Karnak.

La alianza mosaica

Hoy en día la mayorparte de los expertoscoincide en que el arca dela alianza fue un objetoreal, probablemente unacaja de madera de acaciarecubierta con láminas de

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oro y profusamentedecorada con múltiplesornamentos que losisraelitas llevaban de unlugar a otro. La suposiciónmás lógica es que tambiénla alianza fue un objeto realy tangible y que seguardaba en su interior.

Según el AntiguoTestamento, en el tercermes después del Éxodo,Moisés entregó las llamadas«tablas de la alianza» o,

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para ser más precisos, las«tablas del testimonio» alpueblo de Israel, a los piesdel monte Sinaí. Estaalianza era un pacto entreDios y el pueblo elegido,diez simples reglasconocidas como los diezmandamientos, que mástarde establecieron lasbases tanto de la fe judíacomo de la cristiana(aunque, tal y comoexpongo en el libro, el

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Éxodo especifica que enrealidad los mandamientoseran catorce).

Posteriormente, Moisésregresó al monte Sinaí y, asu vuelta, descubrió que supueblo ya se había desviadodel camino que les habíatrazado y que habíandesobedecido el segundomandamiento, que prohibíala construcción de cualquiertipo de ídolo para laadoración. Aarón, hermano

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de Moisés, había hechofabricar un becerro de oro yhabía erigido un altardelante de él.

Moisés, enfurecido,arrojó las dos tablas de laalianza al suelo, y acabaronhechas pedazos.

Dios se ofreció aesculpir personalmente unduplicado de las tablas yMoisés regresó al monteSinaí a recogerlas. Estasfueron las que se

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introdujeron en el arca dela alianza y, de hecho, elcofre debería denominarsemás correctamente el «arcadel testimonio».

El arca desaparecióalrededor del año 586 antesde Cristo, cuando losbabilonios, liderados por elrey Nabucodonosor,destruyeron el PrimerTemplo. No obstante, noexisten documentos escritosque se refieran a las tablas

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en sí, sino solo al arca, lacaja en la que secustodiaban. Se ha asumidoque, cuando los babiloniossaquearon el Templo, sellevaron el arca y las tablasde la alianza, pero no hayningún documento históricoque lo confirme.

A pesar de todo, es unhecho que, por aquelentonces, el arca se habíaconvertido en un objeto deculto, de modo que es

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posible que, cuandoNabucodonosor y sushordas invadieronJerusalén, las tablas yahubieran sido puestas abuen recaudo, dejando elarca en el Templo.Independientemente de loque ocurriera entonces, locierto es que las tablas deltestimonio, la auténticaalianza mosaica,desaparecieron como porarte de magia hace más de

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tres mil años.Lo que es prácticamente

seguro es que, fuera lo quefuera que sucediera conestas tablas, no estabanperdidas. Eran demasiadoimportantes para la religiónjudía como para que seextraviaran. SiNabucodonosor no seapoderó de ellas, lo másprobable es que lasescondieran antes de quecomenzara el conflicto, y

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que para ello se escogieraun lugar fuera de Jerusalén,ante la posibilidad de quelos invasores saquearan laciudad y se apoderaran detodos sus tesoros. Una vezmás, el oasis de Ein-Gedipodría haber sido unescondite posible, e inclusoprobable.

Al final del librodescribo cómo los israelíesesconden la alianza mosaicaen una cavidad detrás del

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muro de las Lamentaciones.Si alguna vez se encontraraesta reliquia, y la situaciónpolítica impidiera a losisraelíes anunciar larecuperación del objeto,creo que ese esexactamente el lugar dondequerrían ponerlo, paradevolver la alianza al lugarmás cercano en el queoriginariamente estuvo elarca.

De ese modo, volverían

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a reunir la shechinah (ladivina presencia) con elprimer documento del pactoentre Dios y los hombres.

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ÍndiceLA PIEDRA DEMOISÉS 4

Prólogo 8PRIMERA PARTE 59

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6 1847 1928 2229 25710 27111 28412 30813 34415 38717 43318 44519 48520 512

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64 154765 159567 162368 164169 166872 172673 177674 178975 1813Notas del autor 1954