LA QUIMERA DE LA PERFECCIÓN

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LA QUIMERA DE LA PERFECCIÓN Saborear los momentos Punto de quiebre ¿Aguantas la presión? Una brújula para toda la vida La Palabra de Dios nos orienta CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 19 • Número 7

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LA QUIMERA DE LA PERFECCIÓNSaborear los momentos

Punto de quiebre¿Aguantas la presión?

Una brújula para toda la vidaLa Palabra de Dios nos orienta

C A MB I A TU MUNDO C A MB I A NDO TU V I DA

Año 19 • Número 7

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A N U E S T RO S A M IG O SCultiva las virtudes ajenas

La naturaleza humana muchas veces nos traiciona. Nos formamos opiniones precipitadas sobre las personas, basadas en lo que vemos y oímos, sin molestarnos en ahondar un poco más. El apóstol Pablo advirtió a los cristianos de Corinto 2.000 años atrás: «Ustedes se fijan solo en la apariencia de las cosas»1.

Jesús también ofreció un consejo sobre el particular. Nos exhortó: «No juzguen por las apariencias»2. Si somos francos, la mayoría probablemente admitiremos que cojeamos de ese mismo pie, por lo menos en algunas ocasio-nes. El siguiente pasaje me hizo reflexionar sobre cómo veo a los demás:

«Hace falta amor, esperanza, fe y comprensión para cultivar las posibi-lidades latentes que hay en una persona y creer que lo que se ve a primera vista es solo una pequeña parte de ella. Puede que creas conocer tan bien a alguien que consideres imposible que cambie; pero ¿qué tal si se invirtieran los papeles? ¿Qué piensas del modo en que te ve y te trata a ti la gente? ¿Crees que se corresponde con cómo eres realmente y cómo quisieras que te traten?»3

Todos nos sentimos estupendamente cuando recibimos algún elogio de la gente de nuestro entorno. Ganamos confianza cuando sabemos que alguien valora nuestras ideas y pensamientos. Por eso, todos podemos hacer más por inyectar ánimo a quienes nos rodean y contribuir a que tengan una mayor estimación de sí mismos. No cuesta mucho demostrar confianza en los demás, aunque no sea más que un poquito. Los resultados pueden ser sorprendentes.

Si queremos que el mundo cambie y ver transformaciones a nuestro alrededor, empecemos por creer que las personas son mucho más de lo que alcanzamos a ver exteriormente. Hagamos aflorar lo bueno en ellas, valore-mos a cada una por lo que es, reconociendo sus dones y aptitudes. Al poner de relieve sus buenas cualidades, las reforzamos. Al fin y al cabo eso es lo que hace Dios con nosotros: «Dios nuestro Padre […] y nuestro Señor Jesucristo mismo les den mucho ánimo y los fortalezcan»4.

Gabriel García V.Director

1. 2 Corintios 10:7 (rvc)

2. Juan 7:24 (nvi)

3. Anónimo

4. 2 Tesalonicenses 2:16,17 (pdt)

Año 19, número 7

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A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

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En algún momento a todos nos ha pasado que unas palabras de aliento influyeron palpablemente en nuestro humor o alteraron radicalmente el curso de los acontecimientos, por el solo hecho de que nos inspiraron y cambiaron el cariz de la situación. Tal vez nos encontrábamos al borde del colapso, y esa infusión de ánimo nos abrió todo un nuevo horizonte de posibilidades. O simplemente estábamos agotados después de una larga jornada, y esas palabras de aliento nos reconfortaron y nos devolvieron las energías.

Un día mi marido hizo un expe-rimento que desde entonces me ha servido de recordatorio de que debo ser pródiga con mis gestos y palabras de aliento.

Íbamos en bicicleta por un sendero de montaña y, como de

EXPERIMENTO SOBRE EL ÁNIMO

costumbre, habíamos llevado a nuestra perra Iris. Le encanta andar por los montes, y es muy veloz.

Mientras pedaleábamos trabajosa-mente cuesta arriba, ella correteaba a nuestro alrededor muy acelerada y llena de energía. Sin embargo, vimos que cuesta abajo le costaba mante-nerse a nuestro lado. La superábamos un poquito en velocidad y, aunque al principio intentó seguirnos el ritmo, enseguida se desanimó y desistió.

En ese momento la solución lógica habría sido reducir la marcha para que nos diera alcance. Pero mi marido dijo: «Veamos qué pasa si la motivamos un poco». Continuando cuesta abajo la fue arengando: «¡Vamos, Iris, que tú eres muy rápida! ¡Puedes seguirnos el ritmo! ¡Corre!»

Al instante fue como si Iris se llenara de bríos y renovada energía. Enseguida nos dio alcance, feliz de estar nuevamente a nuestro lado. Pero cuando dejó de escuchar las palabras

de aliento, perdió la motivación y se quedó otra vez rezagada. Una nueva ráfaga de aliento la volvió a espolear.

Al cabo de un rato redujimos la marcha para hacérselo más fácil, pero ese experimento quedará para siempre grabado en mi memoria como muestra de la eficacia y del efecto que pueden tener las palabras positivas. Me recuerda que debo tratar de infundir ánimo a quienes me rodean. Es algo muy sencillo que puede estimular a alguien a desarro-llarse en toda su capacidad.

¿Hay algún compañero de trabajo o familiar con quien tienes una relación un poco estéril? Intenta hacer uso del poder del aliento y verás cómo esa relación mejora, se revitaliza y se renueva.

Ir ena Žabičková tr abaja de lleno como voluntar ia de Per un Mondo Miglior e1 en Croacia y en Italia. ■

Irena Žabičková

1. http://www.perunmondomigliore.org

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No creo que Dios pretenda que ninguna relación sea perfecta. A mi modo de ver, Él permite que haya algunas espinas en la ecuación, factores de los que rehuimos pero que Él sabe que nos hacen bien. Te preguntarás: «¿Por qué tiene que haber diferencias, susceptibilidades, malentendidos, celos, resentimien-tos, complejos de inferioridad, sacrificios, discusiones, altibajos emocionales, temores, desengaños y adversidades? No parece que eso sirva para forjar una relación sólida».

Me recuerda el conocido refrán: «La adversidad es ocasión de virtud». Si no conociéramos dificultades en la vida, nos costaría aprender a ejercitar las cualidades que nos hacen mejores personas: la paciencia, la comprensión y el perdón.

Los malentendidos, las diferen-cias, las heridas emocionales e incluso las ofensas nos obligan a responder. Podemos optar por amoldarnos, por volvernos mejores personas, por acudir al Señor para que nos dé más amor, para que nos ayude a perdonar, y tomar deliberadamente la decisión de aprender todo lo posible de la situación.

Lo que importa es nuestra manera de afrontar las circunstancias de la vida, nuestra reacción ante ellas. ¿Aprendemos de nuestras dificultades y mejoramos, o nos endurecemos? ¿Nos volvemos más humildes o más soberbios? ¿Recurrimos a nuestra inventiva para resolver los conflictos, o nos desmoralizamos por completo? ¿Hacemos lo que sea preciso con el fin de convertirnos en la persona que hace falta para sortear las dificultades, u optamos por acusar y criticar? ¿Nos comprometemos más,

Adaptación de un texto de María Fontaine

o sucumbimos a la tentación de abandonar cuando las cosas se ponen peliagudas?

Aun cuando nos esforzamos al máximo y crecemos y maduramos, siempre hay nuevos retos. Así lo ha establecido Dios. Así es la vida. Vencemos una dificultad y pasamos a la siguiente. Pero cada victoria constituye un paso hacia adelante. Cada logro es una experiencia gra-tificante. Cada triunfo nos permite seguir avanzando por la senda del progreso.

Ahora bien, ¿qué hay de las situaciones en que sencillamente no logramos sobreponernos y da la impresión de estamos condenados a sentirnos permanentemente frustrados en algún aspecto? Si hemos hecho todo lo posible, la Palabra de Dios promete que al final saldremos victoriosos. «Pónganse todas las piezas de la armadura de Dios para poder resistir al enemigo en el tiempo del mal. Así, después de la batalla, todavía seguirán de pie, firmes»1.

Puede que Dios sepa que en el fondo esos senderos rocosos nos hacen más bien que los lechos de flores. Cuando dialogamos con Él, invariablemente nos motiva a esmerarnos en ciertos aspectos, nos elogia por lo que hacemos bien y nos ayuda a encontrar la fortaleza y la gracia para estar a la altura del siguiente reto.

M ar ía Fontaine dir ige junta mente con su esposo, Peter A mster da m, el movi-miento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■1. Efesios 6:13 (ntv)

ESPINAS

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El ruido de la batidora me atrajo a la cocina. Encontré a mamá trabajando y me puse a observarla. Era mi oportunidad de averiguar qué le ponía a la torta de chocolate que le quedaba tan rica. Como era de esperar, había choco-late de repostería. Tomé un trocito que se había desprendido de la barra y me lo puse en la lengua para que se disolviera. ¡Era amargo! Estudié los demás ingredientes que había sobre la mesa. Una taza de leche cortada. ¡Qué asco! Ni soñando iba a agregar mamá eso a la torta, ¿o sí? Tal como me temía, lo hizo, y también echó un poco de aquel espantoso bicarbonato de sodio que me había obligado a tomar la última vez que había tenido acidez estoma-cal. ¿Cómo podía resultar rica una torta hecha con esos ingredientes?

Del amargor a la dulzura

Mamá me sonrió y me dijo que esperara a que estuviera lista.

Aquella noche sirvió la torta de postre. Se veía tan rica como siempre, pero yo procedí con cau-tela. Probé una migaja, luego otra más grande, y finalmente un buen bocado. ¡No podía haber sabido más rica! Me olvidé completa-mente del chocolate amargo, de la leche cortada y del bicarbonato, y le pedí otro trozo.

En la vida no todo es miel sobre hojuelas. Hay mucho de amargo, y nos cuesta creer que de ello pueda salir algo bueno. Sin duda, no todo lo que sucede es bueno, pero la Palabra de Dios promete: «Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos»1. ■

Anónimo

A mayor dificultad, mayor la gloria en superarla. Los pilotos hábiles ganan su reputación en las tormentas y tempestades. Epicteto (c. 55–135)

♦El hombre es muy afecto a enumerar sus pesares, no así sus alegrías. Si contara estas últimas como debe, se daría cuenta de que lo que le ha tocado en suerte trae siempre consigo una medida suficiente de felicidad. Fiódor Dostoyevski (1821–1881)

♦El indicador para determinar la valía de una persona no es dónde se sitúa en los momentos de comodidad y conveniencia, sino dónde lo hace en los de prueba y controversia. Martin Luther King Jr. (1929–1968)

♦En las profundidades del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible. Albert Camus (1913–1960)

♦De las dificultades nacen milagros. Jean de La Bruyère (1645–1696)

♦La gema no puede pulirse sin fricción, ni el hombre perfeccionarse sin dificultades. Proverbio chino1. Romanos 8:28 (ntv)

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Por naturaleza soy una persona que se deja llevar por la inspiración del momento. Hace mucho que me molesta que sea tan dispersa para fijarme objetivos. Así que me puse a buscar un método eficaz para hacer todo lo que tengo en mi agenda. Me resulta muy fácil empezar por lo que me gusta o me atrae, pero lamentablemente esa estrategia suele llevarme a postergar otras cosas, sobre todo teniendo en cuenta que con frecuencia mis trabajos preferidos no son los más importantes o prioritarios. Y como lo importante no se resuelve por arte de magia, después me las veo negras para cumplir con todo.

Desde luego, algo tenía que cambiar. Una mañana, durante mi rato de lectura devocional, le pedí específicamente a Dios que me ayu-dara a gestionar mejor mi tiempo.

Unos días después estaba curioseando en unos puestos de un mercado de pulgas cuando

¡Primero la rana!

Iris Richard

me llamó la atención un libro delgadito. Su curioso título, No se puede enviar a un pato a la escuela de águilas, se asomaba por entre una pila de polvorientos libros usados dispuestos apretadamente en una caja de cartón. Tomándolo lo abrí y me topé con una frase de Mark Twain: «Cómete una rana viva cada mañana: nada peor te ocurrirá ese día».

El artículo correspondiente explicaba la idea básica de embar-carse primero en las tareas más intimidantes —que comparaba con el acto de comerse una rana— antes de dedicarse a las más placenteras. Si bien contenía muchas otras anéc-dotas interesantes sobre alcanzar nuestras metas, esa metáfora se me quedó grabada. Me di cuenta de que bien podía ser la respuesta a mi oración para encontrar una estrate-gia que me sirviera.

Debido a que he sufrido de graves problemas de espalda desde que

tenía diez años, todos los días es indispensable que haga ejercicios y elongaciones para poder funcionar bien. Sin embargo, con los años esa gimnasia se ha convertido en una pesadez que a veces detesto. Tachar de la lista esa actividad iba a ser, sin duda, mi primera rana del día.

Al principio me resultó extraño identificar esta y otras ranas. No obstante, esta sencilla táctica ha contribuido a mejorar mis hábitos de trabajo y me ha ayudado a resistir la tendencia a postergar las cosas. Hasta en los días en que no tengo tiempo de poner por escrito lo que debo hacer me acuerdo de comenzar por buscar un par de ranas que requieran prioritariamente mi atención.

Ir is R ichar d es consejer a. Vive en K enia, donde ha participado activa mente en labor es comunitar ias y de voluntar iado desde 1995. ■

El principio de prioridad dice así: a) debes distinguir lo urgente de lo importante, y b) debes hacer primero lo importante. Steven Pressfield (n. 1943)

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Una de las cosas que me deja-ron perplejo la primera vez que vi de cerca una refinería de petróleo fue el intrincado y complejo laberinto de tubos. Uno se pregunta cómo hacen para que todo funcione de forma segura y además rentable.

En los tubos se debe mantener la presión exacta para que el petróleo fluya a la velocidad deseada, ni muy despacio, ni tan rápidamente que los haga estallar. Evidentemente los proyectistas de refinerías son unos genios, y se necesita un ejército de especialistas que se encarguen del mantenimiento y verifiquen que esté todo debidamente regulado.

Nuestra vida a veces se asemeja a esa maraña de tubos bajo presión. Amén de nuestro trabajo y de las innumerables tareas que nos ocupan a diario, tenemos un cúmulo de obligaciones para con nuestra familia, amigos y la colectividad, y recibimos un sinfín de pedidos de ayuda para causas sociales. A eso

tenemos que sumar los compromisos que hemos asumido espiritualmente en cuanto a nuestra fe, como el de cultivar nuestra relación con el Señor por medio de la oración, la lectura de Su Palabra y el contacto con otros creyentes. A veces las presiones nos parecen insoportables. ¿Cómo hacemos para no reventar?

Una presión dosificada nos hace bien. Evita que caigamos en un letargo físico, mental y espiritual. Por otra parte, demasiada presión puede condu-cir a una debacle. Por eso necesitamos una válvula de presión, de alivio. Jesús nos ofrece precisamente eso.

«Vengan a Mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas —dice—, y Yo les daré descanso». Utilizando un lenguaje con el que podían identificarse Sus seguidores de hace 2.000 años, comparó la presión de los quehaceres y dificultades de cada día con los fardos y bultos que acarrea una bestia de carga. «Pónganse Mi yugo. Déjenme enseñarles, porque Yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues Mi yugo es fácil de llevar y

la carga que les doy es liviana»1. Si nuestro yugo nos resulta muy pesado quizá sea porque nosotros mismos nos hemos labrado uno mucho más pesado que el que Dios quiere que llevemos.

Gran parte de la labor de un ingeniero consiste en calcular la tensión que es capaz de soportar la estructura que diseña, trátese de un puente, de un ascensor o de una nave. Por eso se ven letreros en los ascensores y en las naves que indican cuántas personas pueden transportar sin exceder su capacidad e incurrir en peligro. Si se supera ese límite, el puente puede derrumbarse, el barco hundirse o el ascensor desplomarse.

Nosotros también tenemos que conocer bien nuestros límites, y no excedernos. Cuando nos veamos sobrepasados por los acontecimien-tos, podemos recurrir a Jesús y dejar que Él nos regule la presión. Él sabe en qué medida nos hace bien y cuánta podemos soportar.

Curtis Peter van Gor der es guionista y mimo2. Vive en A lemania. ■

PUNTO DE QUIEBRE

1. Mateo 11:28–30 (ntv)

2. http://elixirmime.com

Curtis Peter van Gorder 

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S E R a n t e s

Q U E h a c e r

Mara Hodler 

1. www.just1thing.com

¿Alguna vez te has preguntado si estás haciendo lo que Dios quiere? O sea, ¿con qué finalidad fuiste creado? ¿Qué deberías hacer que le daría sentido a tu vida? Esos son algunos interrogantes que me he planteado y que continúo planteándome a veces. Son preguntas inmensas y no siempre fáciles de responder.

Hace poco vi una película sobre ese tema. Se titula Este es nuestro tiempo. La historia gira en torno a cinco egresados de la universidad: dos hermanos, Ethan y Ally; el novio —y luego marido— de ella, Luke; y Ryder y Catherine, los mejores amigos de Ethan y Ally. Todos son cristianos y están empeñados en hallar su vocación, el llamado de Dios para cada uno.

El día de su graduación piden un último consejo a su profesor antes de

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salir al mundo. Él les dice: «Nunca olviden que Dios tiene un propósito para cada uno de ustedes».

Luke y Ally aceptan una invita-ción para trabajar en una misión que atiende a colonias de leprosos en la India. Ryder se interesa en la tecnolo-gía de la información, seguro de que Dios desea que ejerza una influencia desde la Internet. Catherine empieza a escalar posiciones dentro de una empresa, pues considera que su llamamiento es ser diligente y respon-sable en su lugar de trabajo.

Solo queda Ethan. Siempre ha creído que su vocación es ser escritor, pero no logra ingresar a la universi-dad que desea y termina trabajando en la cafetería de su padre. Se devana los sesos por hallar su razón de ser y siente que se ha quedado rezagado, mientras que los demás ya están cumpliendo su destino. Sigue preguntando y tratando de descubrir el llamado de Dios, pero no parece hallar respuestas ni orientación. Su profesor suele ir a la cafetería de su padre, y un día le pregunta al joven qué piensa hacer en la vida. Ethan le responde que está tratando de averiguar qué quiere Dios que haga, pero que aún no lo sabe.

Lo que me impresionó fue la respuesta del profesor: «La pregunta no es: “¿Qué quiere Dios que haga?”, sino: “¿Qué quiere Dios que sea?” Cuando uno se convierte en lo que Dios quiere, Su voluntad se hace evidente».

No pretendo estropearte la película. Basta con decir que circunstancias inesperadas alteran la vida de todos. Cuando Ethan final-mente empieza a ser la persona que Dios quiere, cobra protagonismo. De

repente, su vida adquiere sentido, y descubre el designio de Dios.

Finalmente entiende que Dios no podía dejarle hacer la tarea que le tenía reservada hasta que se convirtiera en el hombre que estaba llamado ser. Para transformarse en ese hombre era preciso que superara dificultades y decepciones, hiciera sacrificios, renunciara a ciertas cosas y tomara decisiones difíciles; mas cuando por fin comprende que su tarea consiste en convertirse en la persona que Dios quiere, encuentra paz y satisfacción. Seguidamente descubre su vocación, o por lo menos el siguiente paso que debe dar.

La vida puede consistir en una serie de ciclos. A veces nuestro objetivo está claramente definido, mientras que en otras ocasiones nos sentimos lejos de donde está la acción, sentados en el banquillo, mirando y esperando que llegue nuestra oportunidad. En un equipo deportivo profesional, hasta los que están en la banca son estupendos jugadores. Y aunque pasen buena parte de la temporada sin jugar, se les pide que entrenen con la misma intensidad que los titulares.

Si llegas a un punto en que no sabes bien qué quiere Dios que hagas —todos pasamos por momentos de incertidumbre—, concéntrate en ser la persona que Él quiere que seas. Lo demás vendrá por añadidura.

Si alguna vez tengo ocasión de hablar con Moisés me gustaría preguntarle sobre su experiencia en el desierto, los 40 años que vivió allí desde cuando mató a un capataz y huyó de Egipto hasta cuando recibió el llamado de Dios en la zarza ardiente.

Imagínate. Moisés había sido formado para ser faraón o al menos un príncipe de Egipto. Recibió una educación excelente. Probablemente era un diestro guerrero y estaba acostumbrado a un fastuoso estilo de vida. Dedicarse al pastoreo de ovejas difícilmente le debió de dejar la sensación de: «¡Uy, ya encontré mi vocación!» Es posible que en ciertos momentos tuviera atisbos del plan de Dios o vislumbres del futuro, pero no recibió ningún llamado definitivo ni indicación en ese sentido. Hay quienes se pasan toda la temporada sentados en el banquillo, pero ¡figúrate lo que deben de ser cuatro decenios de suplencia!

Hasta que un día cualquiera, sin decir «agua va», ¡zas! ¡Recibió el llamado! Y su vida se transformó. Es muy posible que la mayoría no tengamos una vocación de la magnitud de la de Moisés, pero lo bueno es que la presión de encontrar algo destacado o impresionante a lo que entregarnos de lleno no recae sobre nosotros. Eso es cosa de Dios. Nuestra parte consiste en ser las per-sonas que Dios quiere que seamos.

Dios tiene un designio perfecto y maravilloso para ti. Si te parece que estás tardando mucho en descubrirlo, ármate de paciencia. Él se alegra igual cuando somos lo que necesita que seamos que cuando hacemos lo que quiere que hagamos. Para Él, lo uno suele ser lo mismo que lo otro.

Este artículo es una adapta-ción de un podcast publicado en Just1Thing1, portal cr istia-no destinado a la for mación de la ju ventud. ■

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De más está decir que bien sosas son las novelas con un argu-mento como: «Matilde es una joven alegre, hermosa, exitosa, que vivirá feliz para siempre, comiendo perdiz». Esas no suelen cautivar a los lectores ni convertirse en superventas. Es que hasta los libros ilustrados para niños deben incluir cierta tensión, algún obstáculo que el pequeño protagonista debe salvar para disfrutar de un final feliz. El relato —que tanto puede tratar del primer día de escuela de un niño como de una niñita que descubre la dicha de compartir sus juguetes— no llama la atención si todo es perfecto desde la página uno. En claro contraste, una intriga que —por ejemplo— siga las vivencias de un hombre acusado de un crimen que no cometió, que pasa años en la cárcel y finalmente resuelve escaparse para plantar cara a sus acusadores y limpiar su nombre, sí capta nuestra atención. El desa-rrollo de la trama nos mantiene en vilo. Sentimos curiosidad por saber si al final todo se resuelve. Deseamos que al personaje le vaya bien, porque

Roald Watterson

nos identificamos con él en su lucha contra la adversidad.

Pero en la vida real no son muchos los que miran con buenos ojos los momentos bajos. Nos gustaría evadirlos o poner nuestra vida en avance rápido hasta llegar a las partes más agradables en que todo el mundo está feliz, hasta la escena en que el héroe o la heroína va cabalgando hacia una espléndida puesta de sol, o en que alza la espada en señal de triunfo sobre el cuerpo inerte de Goliat mientras suena de fondo música de orquesta. La cues-tión es que son los altibajos por los que pasaron antes de la escena final los que le dan sentido a la película. De lo contrario, las producciones

cinematográficas durarían 10 minu-tos en vez de extenderse un par de horas.

En la vida real, los momentos bajos adoptan múltiples formas. A veces nos deprimimos por circunstancias personales que no dan muestras de mejorar, o nos ponemos impacientes ante determi-nadas situaciones o personas que no cumplen nuestras expectativas, o nos sobreviene una tragedia. Entonces nuestros días felices quedan rele-gados a un pasado distante o a un futuro de incierta esperanza.

En el Salmo 139:16 el rey David le dice a Dios: «En tu libro estaba todo escrito; estaban ya trazados mis

MOMENTOS BAJOS

1. (blp)

2. Salmo 40:1–3 (nvi)

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días cuando aún no existía ni uno de ellos»1. Los momentos bajos deben de tener algo que está ordenado por Dios para fortalecernos y enriquecer nuestra existencia.

Nelson Mandela estuvo encar-celado 27 años, que seguramente fueron los más penosos de su vida. El caso es que nunca perdió la esperanza en su país y en su causa. Aprovechó el tiempo en prisión para estudiar y prepararse; y cuando llegó el momento, estaba listo. El Nelson Mandela que salió de la cárcel casi tres decenios después era muy distinto del que había entrado. Esos 27 años tras las rejas influyeron pro-fundamente en él. Lo transformaron en la persona indicada para conducir a Sudáfrica hacia la reconciliación.

Yo creo que por eso los momentos bajos son importantes: nos hacen reflexionar sobre lo trascendente de la vida. Además, nos obligan a pensar en lo que Dios quiere de nosotros y para nosotros. Si no nos cerramos, pueden servirnos para fijar bien nuestro rumbo y adquirir perspicacia y sabiduría, aparte de dejarnos valiosas enseñanzas.

Todo el mundo se acuerda del épico combate en que David mató a Goliat, pero muchos pasan por alto que David en un principio tuvo que quedarse a cuidar del rebaño mientras sus hermanos mayores mar-chaban a la guerra. David se debió de sentir contrariado, incluso enojado. ¿Acaso no había dado cuenta con sus propias manos de leones y osos que habían atacado el rebaño de la familia?

No obstante, es precisamente al despedir a sus hermanos que se van al frente y quedarse a cargo de las ovejas cuando David comprende que en su corazón late el deseo de luchar. Por eso, cuando le piden que lleve comida a sus hermanos no desapro-vecha la ocasión. Ve la oportunidad de hacer realidad esa pasión que Dios ha puesto en su corazón.

Hace un tiempo, un amigo mío se puso a buscar, junto con su esposa, una casa que reuniera ciertas condiciones. Encontraron

opciones interesantes, pero ninguna les pareció ideal, conforme a sus expectativas. Estaban desanimados, pero hablando con ellos me di cuenta de que, con cada casa que veían y evaluaban, iban entendiendo mejor lo que necesitaban en cuanto a vivienda y vecindario. El proceso de búsqueda y espera valió la pena: cuando dieron con la casa idónea, se dieron cuenta enseguida, gracias a lo que habían aprendido.

No sé si alguna vez llegaré a disfrutar de un momento bajo. Pero como cada vez que paso por uno procuro buscar el sentido de lo que está ocurriendo, estoy empezando a aceptar que Dios con frecuencia se vale de esos trances para conducirme a un nuevo estadio en mi existencia.

Las palabras de este salmo me han consolado en los momentos difíciles: «Puse en el Señor toda mi esperanza; Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme. Puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios»2.

Más allá de los momentos bajos, la vida continúa; y luego de atra-vesarlos con valentía, Dios puede darnos una nueva canción.

Roald Watterson es redactora y autora de contenido. ■

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Soy un entusiasta de la foto-grafía. Cuando conseguí mi primera cámara —una automática de bajo costo— me quedé fascinado con el nuevo mundo de posibilidades que se me abrió. La llevaba a todas partes, y con ella capté muchos recuerdos, hasta que un día cayó contra una roca, y nunca más funcionó.

Después me compré una cámara mejor, una compacta avanzada con más opciones y un zoom integrado mucho más potente. Fue mi gran compañera durante años hasta que mis habilidades fotográficas empeza-ron a verse limitadas por ella. Quería una máquina que tomara la foto en el instante en que yo presionara el disparador.

A la larga me conseguí una DSLR. Era rápida y de buena calidad, y la curva de aprendizaje para llegar a utilizarla bien era impresionante. Justo lo que quería. Ya no me iba a perder más momen-tos irrepetibles. Al menos eso pensé.

A medida que me imbuía más del tema me obsesioné con sacar fotos perfectamente enfocadas. Me desvivía por lograr siempre fotos nítidas. Cambiaba frenéticamente la configuración con la esperanza de obtener mejores resultados, y al

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hacerlo apartaba la vista de lo que ocurría delante de mí. Aun cuando captaba lo que quería, me exasperaba si el resultado no era perfectamente nítido.

Hasta que un día leí un artículo de un eminente fotógrafo que decía algo bien profundo: «El arte de la fotografía tiene que ver con las sensaciones, no con la perfección técnica. Se trata de plasmar las emociones que sintió el fotógrafo en determinado lugar, no solo de demostrar destreza en el manejo de la cámara».

De golpe entendí que la clave no estaba en la configuración, ni en la nitidez, ni siquiera en mi destreza. Tenía que contar una historia. Los aficionados procuran que sus imágenes sean perfectas; los profe-sionales, en cambio, se proponen que sus fotos conmuevan, que causen una impresión.

En la vida nos esforzamos por que nuestro cabello, nuestro físico, nuestro teléfono, automóvil, trabajo, comida, relaciones (y un largo etcétera) estén en perfecto estado. En ese proceso se nos suele pasar por alto la alegría de la propia vida. Aunque está bien emplear nuestras habilidades para mejorar nuestra

Chris Mizrany

existencia y la del prójimo, no es preciso que nos enfrasquemos tanto en superar las imperfecciones de la vida que dejemos de saborear los instantes que la componen.

La vida es un inmenso collage compuesto por innumerables momentos. ¿Es importante que sean todos perfectos, o que alguno lo sea? En el fondo, no. Todos forman parte de nuestra panorámica, la cual estaría incompleta si faltara siquiera uno de ellos. Por eso, no vivas a las apuradas, sin prestar atención a los momentos o borrándolos de tu memoria porque les falta algo.

Atrevámonos a hacer un alto cuando no tengamos tiempo. Respiremos profundamente cuando estemos estresados. Manifestemos amor aun cuando nos traten mal. Labremos nuestra vida de forma que sea una fuente de estímulo para los demás. Aunque no siempre impre-sionemos a quienes nos rodean, podemos dejar una impresión. Podemos conmover.

Chris Mizr any es diseñador de páginas web, fotógr afo y misionero. Colabor a con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. ■

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El día de mi cumpleaños suelo tener sentimientos encontra-dos. Por un lado me gustaría poder escaparme a una isla solitaria; por el otro, es agradable que me presten un poco más de atención. Sea como sea, coincido con Todd Stocker en que: «Un cumpleaños feliz no se mide por la cantidad de regalos que te hacen, sino por el amor que te demuestran».

Paolo, un querido amigo y colega mío desde hace 18 años, se puso como objetivo felicitar en el día de su cumpleaños a sus amigos y conocidos, ya sea por medio de una llamada telefónica o un SMS. Tiene una lista a la que va incorporando nuevas personas.

Hombres y mujeres de negocios, políticos, amas de casa, estudiantes, ancianos solitarios, ricos y pobres, ilustres o desconocidos… el corazón de todos es el mismo. Todos tienen necesidad de sentirse verdadera-mente amados. Lo he comprobado

SALUDOS DE CUMPLEAÑOS

personalmente observando las reacciones de la gente a esos saludos de cumpleaños.

Hace dos años, una viuda solitaria rompió a llorar al recibir una llamada para felicitarla por su cumpleaños. Desde entonces ha mencionado muchas veces ese inci-dente. Para ella representó un punto de inflexión en el difícil proceso de su sanación interior después que su marido falleció y ella se quedó sola en una zona apartada. Contó que el cariño y el genuino interés expre-sado en aquella llamada inesperada le devolvieron la vida a su alma.

Debo reconocer que no es tan sencillo como parece. Algunas mañanas uno se despierta con ganas de no pensar más que en sí mismo, y no tiene ánimos para dedicarse a alegrarle la vida a alguien en su cumpleaños. Lo digo porque el ejemplo de Paolo tuvo una fuerte influencia en mí, y hace algún tiempo yo también me adherí a la tradición de los saludos de

Anna Perlini

cumpleaños, aunque mi lista todavía es mucho más corta que la suya.

A veces no me nace espontá-neamente hacer la llamada, pero la reacción de la otra persona suele pagar con creces mi esfuerzo, y vuelvo a descubrir que no se necesita gran cosa para hacer a alguien un poco más feliz. En algunas ocasiones me he dado cuenta de que mis simples palabras fueron la mayor alegría que tuvo esa persona y que muy posiblemente yo fui la única que se acordó de su cumpleaños. En otras, de esa manera me enteré de que acababan de atravesar una temporada difícil, habían sufrido una enferme-dad o se les había muerto alguien muy querido. Al terminar la llamada, lo único que podía decir era: «Gracias a Dios que llamé». Sin duda, «más bienaventurado es dar que recibir»1.

Anna Perlini es cofundadora de Per un Mondo Migliore, orga-nización humanitaria activa en los Balcanes desde 1995. ■1. Hechos 20:35

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La Biblia presenta lo que Dios nos ha revelado acerca de Sí mismo, Su amor por la humanidad, la manera de alcanzar la salvación y la relación que Él desea tener con los seres humanos. También contiene instrucciones sobre cómo vivir de una manera que le agrade, que es la base para disfrutar de una existencia feliz, gratificadora y productiva en armonía con Él y con el prójimo.

La Palabra de Dios incluye consejos prácticos que nos sirven de brújula y nos ayudan a sortear los obstáculos que surgen a diario. Sus palabras expresan principios que son nuestra guía para relacionarnos con los demás y tomar decisiones, y que nos permiten distinguir entre el bien y el mal. Tales principios marcan la tónica de nuestra moral, nuestra ética y nuestra actitud frente a la vida, el amor, el mundo, el medioambiente y las relaciones interpersonales. Si bien la Biblia no aborda cada situación en que se puede ver una persona, sí nos revela los principios que hacen falta para lidiar con las complejidades de la vida de una forma que agrade a Dios.

Dichos principios espirituales nos sirven de norte a lo largo de esa travesía que es la vida. Nos permiten encarar las dificultades con la confianza de que podemos tomar decisiones prudentes y acertadas y cultivar buenas actitudes frente a la vida y nuestros semejantes. Nos indican cómo reaccionar ante los obstáculos y conflictos. Nos señalan qué dirección tomar en cada encrucijada.

Nuestra conexión con Dios —la fuente de la vida— y la conciencia de Su presencia, junto con las palabras de orientación que Él ha dado a la humanidad y la maravilla de estar en contacto y comunicación con Él, nos permiten llevar una vida ajustada a Sus deseos.

Peter A mster da m dir ige junta mente con su esposa, M ar ía Fontaine, el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■

UNA BRÚJULA PARA TODA LA

VIDAAdaptación de un artículo de

Peter Amsterdam

La lectura de la Biblia te lleva a conocer la Palabra [de Dios]; no obstante, es cuando la cierras y la aplicas que llegas a conocer al Autor. Steve Maraboli (n. 1975)

Si quieres conocer mejor al Autor, sim-plemente invítalo a formar parte de tu vida:Jesús, te ruego que entres en mi corazón y me llenes de Tu luz y amor. Quiero conocerte mejor a través de Tu Palabra y aprender a seguir Tus amorosos principios. Amén.

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Estoy segura de que muchos padres de todas las latitudes compar-ten mi aversión por tener que lidiar con las tareas escolares de sus hijos y ayudarlos a prepararse para los exá-menes. Intentar calmar la ansiedad de mi hijo adolescente antes de una prueba o conseguir que desayune antes de ir a un examen clave son aspectos de mi labor como madre que estaré más que feliz de dejar atrás.

Después de muchas y arduas sesiones me he dado cuenta de que, más que prepararlos, debo cambiar mi actitud con relación a los exáme-nes. El problema está en la forma en que interpreto el puntaje o la reprobación. Si mi hijo saca un 60% de aciertos en una prueba, le digo: «Eso significa que entiendes el 60% de lo estudiado. ¿Qué debes concen-trarte en aprender ahora?» De un tiempo a esta parte entendemos la nota más como una señal en el mapa —«te encuentras aquí»—, no como algo que determina si el chico ha aprobado o reprobado. Procuramos

LA SUPERACIÓN ES ADICTIVA

tener como objetivo el aprendizaje, la superación.

Al concentrarnos en la superación, los errores, las preguntas, el repaso de problemas y hasta las malas califi-caciones adquieren un cariz distinto. Superarse es apasionante y gratifica-dor, algo que está a nuestro alcance, que siempre se puede lograr. Aunque mis hijos no dominen la materia, pueden aprender algo más. Así, el progreso se torna en un objetivo para toda la vida. No quiero que el temor al fracaso les impida avanzar. Prefiero que hagan el intento, que fallen, que averigüen cuáles son sus puntos flacos, que los refuercen y que arremetan de nuevo.

Eso me llevó a descubrir muchas cosas sobre mí misma. Fui tomando conciencia de que había llegado a mi techo de crecimiento porque no me atrevía a salir de mi zona de confort. Me aterraba el fracaso. Solo abría la boca cuando estaba 100% segura de estar 100% en lo cierto. Solo hacía cosas en las que sabía que me

Marie Alvero

desempeñaba bien, y en general me limitaba a mí misma.

Reconocer eso me resultó incómodo. Cuando de superarse y mejorar se trata, no basta con conservar lo conseguido: o se avanza o se retrocede. Y ¿a quién le gusta retroceder? ¿Quién quiere saber menos, tener menos salud o ser más pobre hoy que ayer?

Desde que me decidí a superarme y crecer, he descubierto infinitas oportunidades: sesiones de ejercicio más intensas, conversaciones incó-modas, nuevas recetas, inversiones más riesgosas, solicitudes de ascenso en el trabajo, cursos de capacitación. Ah, y estacionar el auto marcha atrás. Cada paso de superación que doy me impulsa a dar otros.

M ar ie A lvero ha sido misioner a en Á fr ica y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la r egión centr al de Tex as, EE .UU. ■

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Tu vida puede experimentar una transformación, porque Yo cambio a todo el que se acerca a Mí buscando que Mi voluntad se cumpla en su vida. Da igual el carácter o la perso-nalidad que hayas tenido o por cuánto tiempo hayas sido así. Si Yo creé el mundo y todo ser vivo que hay en él, ¿no te das cuenta de que para Mí es poca cosa transformar una vida y convertirla en una mejor a fin de cumplir Mis designios?

Todo comienza con una chispa de fe. Puedo hablarte al corazón y encender en él una llamita de fe, convencerte de que puedo y quiero ayudarte. De todos modos, para seguir obrando en tu vida y producir la transformación que deseas hace falta que creas y tengas un corazón sumiso. Acude a Mí, lee Mi Palabra y acepta gustosamente hacer lo que te pido. Entonces podré ayudarte a efectuar los cambios que deseas. Aun así, no se producirán de la noche a la mañana. Ciertos aspectos de ese milagro pueden darse instantáneamente, apenas creas, me presentes tu petición y te sometas a Mí; otros llevarán más tiempo. Pero si continúas acudiendo a Mí y pones de tu parte, esa transformación se hará realidad. ¡Te lo prometo!

Si puedes creer, para Mí todo es posible1.

PUEDES CAMBIAR

De Jesús, con cariño

1. V. Mateo 19:26; Marcos 9:23