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eparar es restituir, resarcir las cosas, en la medida de lo posible, al estado en que se encontraban antes de la comisión del ilícito: “en sentido lato, la expresión refiérese al deber que la ley pone a cargo del delincuente, de resarcir al ofendido del menoscabo patrimonial sufrido por el delito, e indemnizarlo en su caso, respecto a las ganancias lícitas que por esa razón haya dejado de percibir...”. 1 Además, “en las recientes reformas, el artículo 20 constitucional establece que, en todo proceso del orden penal, el inculpado, la víctima o el ofendido tendrán las siguientes garantías: […] B. De la víctima […] IV. Que se le repare el daño […]”. 2 Estas reformas, asimismo, tienen por objeto lograr que en el proceso penal a quien, tradicionalmente, había sido dejado de lado (la víctima), se le incluya en el desarrollo del proceso como afectado que es. Durante la secuela del proceso penal, el acusado es el actor principal, el protagonista, la persona que tiene a su alcance todas las garantías constitucionales que se puedan hacer valer. La finalidad es lograr que el ofendido no siga en el papel de accesorio en la relación procesal sino que participe activamente en coadyuvancia con el representante social y obtener no sólo que se imponga la sanción corporal correspondiente para el acusado, sino además, el pago de los daños a la víctima. Pero ¿quién es la víctima o el ofendido? “El ofendido o sujeto pasivo del delito es aquél que resulta agraviado por él, esto es, quien sufre en su propia persona la lesión jurídica, ya en su integridad o en sus bienes”. 3 “Víctima es quien sufre en forma directa y objetiva la lesión o destrucción de un bien objeto de tutela”. 4 Otro de los fines de la reforma es establecer alternativas a la justicia penal, como la mediación, en ciertos casos, para la solución de conflictos, lo cual evita realizar una gran cantidad de procesos, mediante el acuerdo previo al proceso, entre las partes involucradas, a través de un convenio formal sin tener que acudir a la vía jurisdiccional. La víctima, hasta antes de estas reformas, se encontraba con el estigma de ser un “sujeto accesorio” en la relación procesal y propiciaba su doble victimización. El individuo sufre una doble decepción: en primer término se siente agraviado por haber sido lesionado en alguno de sus bienes jurídicos por una persona que violentó el orden 18 Libertades | Otoño 2012 La reparación del daño y el cumplimiento de la pena Rosa Amelia Tirado Ruiz* En México, la justicia penal, históricamente, ha recurrido a las sanciones corporales como recurso para la imposición de las penas. Este artículo aborda el hecho de que la privación de la libertad personal es concebida como sinónimo de sanción penal. A pesar de este ejercicio frecuente en los tribunales penales, los ofendidos o víctimas del delito se muestran insatisfechos con las sanciones. Que el responsable del delito sea castigado con una pena de prisión no logra que el ofendido se sienta restituido por los daños ocasionados en sus bienes o en su persona, con motivo del delito. * Licenciada en derecho por la Universidad Iberoamericana, campus Laguna, y maestra en derecho penal por la UAS. Actualmente es profesora en la Facultad de Derecho, Mazatlán (UAS). R

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eparar es restituir, resarcir las cosas, en la medida de lo posible, al estado en que se encontraban antes de la comisión del ilícito:

“en sentido lato, la expresión refiérese al deber que la ley pone a cargo del delincuente, de resarcir al ofendido del menoscabo patrimonial sufrido por el delito, e indemnizarlo en su caso, respecto a las ganancias lícitas que por esa razón haya dejado de percibir...”.1 Además, “en las recientes reformas, el artículo 20 constitucional establece que, en todo proceso del orden penal, el inculpado, la víctima o el ofendido tendrán las siguientes garantías: […] B. De la víctima […] IV. Que se le repare el daño […]”.2

Estas reformas, asimismo, tienen por objeto lograr que en el proceso penal a quien, tradicionalmente, había sido dejado de lado (la víctima), se le incluya en el desarrollo del proceso como afectado que es. Durante la secuela del proceso penal, el acusado es el actor principal, el protagonista, la persona que tiene a su alcance todas las garantías constitucionales que se puedan hacer valer. La finalidad es lograr que el ofendido no siga en el papel de accesorio en la

relación procesal sino que participe activamente en coadyuvancia con el representante social y obtener no sólo que se imponga la sanción corporal correspondiente para el acusado, sino además, el pago de los daños a la víctima.

Pero ¿quién es la víctima o el ofendido? “El ofendido o sujeto pasivo del delito es aquél que resulta agraviado por él, esto es, quien sufre en su propia persona la lesión jurídica, ya en su integridad o en sus bienes”.3 “Víctima es quien sufre en forma directa y objetiva la lesión o destrucción de un bien objeto de tutela”.4

Otro de los fines de la reforma es establecer alternativas a la justicia penal, como la mediación, en ciertos casos, para la solución de conflictos, lo cual evita realizar una gran cantidad de procesos, mediante el acuerdo previo al proceso, entre las partes involucradas, a través de un convenio formal sin tener que acudir a la vía jurisdiccional.

La víctima, hasta antes de estas reformas, se encontraba con el estigma de ser un “sujeto accesorio” en la relación procesal y propiciaba su doble victimización. El individuo sufre una doble decepción: en primer término se siente agraviado por haber sido lesionado en alguno de sus bienes jurídicos por una persona que violentó el orden

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La reparación del daño y el cumplimiento de la penaRosa Amelia Tirado Ruiz*

En México, la justicia penal, históricamente, ha recurrido a las sanciones corporales como recurso para la imposición de las penas. Este artículo aborda el hecho de que la privación de la libertad personal es concebida como sinónimo de sanción penal. A pesar de este ejercicio frecuente en los tribunales penales, los ofendidos o víctimas del delito se muestran insatisfechos con las sanciones. Que el responsable del delito sea castigado con una pena de prisión no logra que el ofendido se sienta restituido por los daños ocasionados en sus bienes o en su persona, con motivo del delito.

* Licenciada en derecho por la Universidad Iberoamericana, campus Laguna, y maestra en derecho penal por la UAS. Actualmente es profesora en la Facultad de Derecho, Mazatlán (UAS).

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jurídico sin haber pagado las consecuencias de sus actos y, por otro lado, también se siente afectado, traicionado por el sistema ya que no le garantiza la protección de sus bienes fundamentales.

Todo ello obedece a que el Estado, al tener conocimiento del delito, se avoca, principalmente, a la persecución del responsable con el objetivo principal de imponerle una pena corporal. La mediación representa una medida óptima de solución de conflictos antes de llegar a la vía judicial, pero en aquellos casos en que no se pueda pactar un convenio entre las partes, existen otros medios para imponer una sanción al infractor de la ley y así satisfacer al ofendido con la actuación de la autoridad.

Esos medios se denominan alternativas a la prisión y se encuentran previstos en nuestro código penal. Su objetivo es castigar al delincuente sin llegar a imponer la pena de privación de la libertad, dándole así al acusado un margen de libertad para que continúe con su vida al tiempo que repara el daño al ofendido.

En la actualidad y pese a que no se trate de delitos graves, la mayoría de los jueces de primera instancia del ramo penal siguen aplicando principalmente penas privativas de libertad como sanción. Manteniendo la costumbre de aislar a quienes han violentado el orden jurídico, sin embargo, en la práctica, la ejecución de esas penas trae mayores problemas al Estado y a la sociedad.

El código penal vigente en el Estado de Sinaloa, en su artículo 28, previene:

“Por la comisión de los delitos descritos en el presente Código sólo podrán ser impuestas las penas siguientes:I. Prisión;II. Semilibertad;III. Sanción pecuniaria;IV. Decomiso y pérdida de los instrumentos y objetos relacionados con el delito;V. Trabajo en favor de la comunidad;VI. Suspensión, privación e inhabilitación de derechos, funciones o empleos;VII. Las demás que prevengan las leyes.”

Por lo anterior, es dable establecer que la pena de

prisión no es la única opción, como medio de castigo, contemplada por el Estado; existen otras que, en pocas ocasiones, han sido utilizadas por la autoridad judicial, con el fin de implantar medidas de sanción o apremio para el delincuente.

Hacia un nuevo orden penal

En el antiguo sistema penal, la sanción está ligada al sufrimiento, ya sea físico o moral, que debe purgar

la persona como pago por haber quebrantado el orden jurídico. La imposición de la sanción se basa en los principios del sistema punitivo: retribución, en cuanto pago de la transgresión; prevención, para que el delincuente no vuelva a violentar el orden jurídico y; sufrimiento, que se refiere al castigo físico que recae sobre el acusado. Como dice el propio Beccaria:

“las leyes son las condiciones con que los hombres aislados e independientes que se unieron en sociedad […] cansados de gozar una libertad que les era inútil en la incertidumbre de conservarla, sacrificaron por eso una parte de ella para gozar la restante en segura tranquilidad [.] Para evitar usurpaciones se necesitaban motivos sensibles que fuesen bastantes para contener el ánimo despótico de cada hombre [...] estos motivos sensibles son las penas”.5

En el nuevo orden penal, la pena debería ser la ultima ratio, es decir, la última opción a la cual la autoridad acuda para restituir el sistema legal, sin embargo, en la práctica, es reiterada la aplicación de penas, sobre todo de privación de la libertad cuando se trata de aplicar una sanción.

No debemos olvidar que la pena de prisión se ha generalizado como sanción alternativa a la pena de muerte. En sus inicios, la pena de privación de la libertad fue establecida para aplicarse a los responsables de la comisión de delitos considerados como no graves hasta convertirse en sustitutiva de la pena de muerte. De la misma manera, la pena de privación de la libertad ha dado paso a otras formas de sanción, reservándose para el castigo de delitos considerados como muy graves: “Las grandes soluciones al rezago, a la corrupción carcelaria y a la ineficiencia de ciertas instituciones, son la justicia alternativa y las penas alternativas a la prisión”.6

La semilibertad, la libertad vigilada, la sanción pecuniaria, el decomiso y la pérdida de los instrumentos y objetos relacionados con el delito, el trabajo en favor de la comunidad, la suspensión, privación e inhabilitación de derechos, funciones o empleo son nuevas formas de sanción que tienden a desplazar a la pena de privación de libertad en el catálogo de sanciones del nuevo derecho penal.

Teorías de la pena

En lo que respecta a la pena, es indispensable mencionar las teorías que la sostienen o critican. Las teorías abolicionistas y las justificacionistas. Las abolicionistas se pronuncian por acabar con la pena, considerando que no existen fundamentos que justifiquen el ataque del Estado en contra de

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Detalle de Fotografía: Laura Madera, 2010, Carcasson, Francia.

cualquiera de sus miembros.Las justificacionistas por el contrario y como su

nombre lo indica, justifican la existencia de la pena, siempre que la misma consiga fines ulteriores, es decir, no sólo la aplicación de la pena en sí. Estas teorías se dividen en dos: las absolutas y las relativas.

Las teorías absolutas sostienen que la pena existe porque sí, por haberse cometido el delito, y no necesitan una justificación ulterior.

Las teorías relativas se encuentran en una posición contraria, ya que afirman que la pena no sólo debe existir porque sí, sino que la misma debe buscar una justificación o fin más alto.

Estas teorías se dividen en:1. Teorías de la prevención general, que señalan

que la pena sirve como ejemplo para la sociedad en general, es decir, al aplicarle la pena al delincuente, el resto de la comunidad debe tomar como muestra que el infractor fue sancionado y así se evitarán delitos posteriores.

2. Teorías de la prevención especial, éstas van directo al delincuente al sostener que la pena que se le impone al mismo sirve como ejemplo no para la sociedad, sino para él mismo.

Las teorías mencionadas se refieren casi siempre a una de las penas más aplicadas en la práctica: la privación de la libertad personal. Surgió como una alternativa a la pena de muerte, las penas crueles o las penas infamantes, de común aplicación en occidente hasta finales del siglo XVIII y muy frecuentes en la actualidad en sociedades al margen de la tradición jurídica occidental.

Las penas que se aplicaban a los infractores de la ley eran llevadas a cabo con excesiva crueldad, no se tomaba en cuenta al acusado; la investigación se llevaba en forma secreta, con confesiones obtenidas mediante tortura y sin oportunidad de defensa. La ejecución de la sanción era un acto público, en medio de la plaza, bajo el principio de ejemplaridad.

Prisión preventiva, pena de prisión: pena y prisión

Durante largos años los castigos tuvieron siempre la característica de lo externo, el cuerpo del acusado. Aún hoy, es difícil diferenciar la prisión preventiva de la pena de prisión. En el pasado, la privación de la libertad era una medida precautoria y mientras se llevaba a cabo el proceso (en el que siempre se le encontraba culpable): la prisión preventiva era una pena en sí misma. La libertad bajo fianza o caución son medidas alternativas a la prisión preventiva que evitan la pena anticipada a quien aún no ha sido encontrado culpable.

Alarmada por el alto índice de ejecuciones legales que se llevaban a cabo, la sociedad ha dejado a salvo el bien máximo del ser humano: la vida, sustituyendo la pena capital por la pena de prisión. Aunque al mismo tiempo en que protege ese bien fundamental, también se afecta otro que es indispensable para llevar a cabo los objetivos del individuo: la libertad personal.

La privación de la libertad personal como pena, trae a la par la figura de la prisión, que ha sido cuestionada a lo largo de su existencia. Al imponerse a una persona una sanción de privación de su libertad personal, se le segrega del resto de la sociedad a la cual ha lesionado, con el fin de internarlo en una institución especial para que durante el tiempo que transcurra cumpliendo con su pena, se le prepare y sea “rehabilitado” y al abandonarla se le pueda reinsertar en la sociedad de la que se le había apartado. “La pena privativa de libertad implica quitarle a la persona este bien tan preciado por un tiempo determinado, en proporción a la gravedad del hecho ilícito y a la culpabilidad del autor”.7

Es mucho lo que se ha escrito acerca de la vida en el interior de un centro penitenciario. A pesar de ello, todavía hay mucho que decir. En sus orígenes, el objeto de la vida en la prisión es cumplir con una pena por haber violado el orden jurídico existente. Pero al internar a una persona en un penal, el fin no sólo es que cumpla la pena, es decir que transcurra el tiempo en que debe pagar por el delito cometido; simultáneamente, la autoridad deberá implantar actividades especiales con el objeto de que el interno, al tiempo en que cumple su pena, lleve a cabo un trabajo útil y se le prepare para que, al salir, pueda dedicarse a algo digno y lícito. “Se admite que, si de un 100% de los internos en el país, sólo un 57% desarrollan alguna actividad laboral (lo cual necesariamente constituye algún tipo empleo permanente y remunerado), entonces el resto no lo hace. En otras palabras: el 43% restante de la población interna se encuentra totalmente desempleada”.8

En la práctica este objetivo de readaptar al delincuente para que, al salir del penal, esté en aptitud de trabajar, sin tener que recurrir al delito como forma de vida, resulta francamente ineficaz. Desafortunadamente, el estigma con el que carga el acusado de haber estado en una prisión, es algo difícil de borrar y ellos mismos se apartan de la sociedad al considerar que son “ señalados” por haber estado en una prisión.

En nuestro país, las cárceles son comúnmente

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denominadas como “Centros de Readaptación Social”, para indicar que en ese lugar las personas, que se encuentran en calidad de internas, están sometidas a un tratamiento y al salir habrán sido “readaptadas”.

Recientemente, en nuestro Estado, las reformas al sistema penitenciario modificaron la denominación de “Centro de Readaptación Social (CERESO)” al de “Centro de Ejecución de las Consecuencias Jurídicas del Delito (CECJUDE)”.

El objetivo de esta reforma, en mi particular opinión, puede interpretarse de dos formas:

1. Dar un carácter más jurídico al centro de internamiento.

2. O bien, que el Estado se ha dado por vencido en lo que respecta a la readaptación de los internos, por lo tanto, cambia la denominación para nombrarlo únicamente como el lugar en el que se va a compurgar una pena.

La pena de prisión en la actualidad

Se ha dicho que el internar a una persona en uno de estos centros no implica que ésta se readapte o rehabilite, en algunos casos, por el contrario, al abandonar el penal, el ex reo, estigmatizado, se ve imposibilitado para encontrar un trabajo digno. En otros casos, el ex convicto es un auténtico egresado de la “universidad del crimen” y con una conducta más corrupta que la que tenía antes de ingresar al penal. “Lejos de contribuir a su plena reintegración social como ciudadanos respetuosos del orden y la legalidad, durante su reclusión, pueden (los internos) convertirse en profesionales del delito, situación que ocurre cuanto más tiempo permanecen en prisión”.9

Por otra parte, el hecho de que el responsable del ilícito sea privado de su libertad no garantiza que al sujeto pasivo se le reparen los daños causados, por el contrario. Al imponerse al acusado una pena privativa de libertad en una sentencia condenatoria que ha causado ejecutoria, también se le impone la sanción pecuniaria por el delito cometido y en su caso, el pago de la reparación del daño a la víctima. El acusado, al ser condenado a pasar un tiempo (más de 5 años) privado de su libertad personal, tiene la idea de que ése es el pago por el delito cometido; de esta forma es impensable para él (además de que en muchos casos está imposibilitado económicamente) pagarle al ofendido.

En nuestro Estado, concretamente en nuestro municipio de Mazatlán, los jueces penales tienen la idea de que ellos no son cobradores, que no tienen la obligación de hacer efectivo el pago de la reparación del daño, de tal suerte que el ofendido que quiera hacerlo valido, deberá pedir copia certificada de la sentencia ejecutoriada y llevar por separado un juicio en la vía civil para hacer efectivo el pago. Lo anterior, cuando el acusado se encuentra capacitado económicamente para responder por los hechos. Pero es más común el hecho de que el infractor no tenga aptitud para llevarlo a cabo.

Conclusión

Nuestro código penal vigente, en su artículo 28, establece diversos tipos de sanciones, además de la pena de prisión. Entre nuestros jueces es común imponer como sanción una pena privativa de libertad y en muy pocas ocasiones acuden a la imposición de sanciones alternativas a las penas de prisión. Por otro lado, es frecuente que el ofendido, en una causa, se encuentre desesperado porque la solución de su problema legal no llega con la eficacia y la prontitud que espera; después de un buen trecho, se siente decepcionado del sistema legal al ver que el tiempo transcurre sin que se le hayan cubiertos los gastos ocasionados ni reparado el daño causado por el delito.

El trabajo a favor de la comunidad, como medio alternativo de sanción, debería gozar de mayor consideración entre los juzgadores. El Poder Judicial del Estado y las instituciones encargadas de la ejecución de las consecuencias jurídicas del delito deberían establecer procedimientos expeditos para la aplicación de esta clase de medios alternativos de sanción, con modalidades, por ejemplo, de trabajo a favor del ofendido, para garantizar la multa, la sanción pecuniaria y la reparación del daño.

Si el acusado no cuenta con los medios para garantizar la caución o en su caso, pagar, va a estar privado de su libertad el tiempo que tarde en reunir la cantidad en cuestión. En este tipo de situaciones y si el acusado no ha cometido un delito grave, es primo delincuente y demuestra un modo honesto de vivir, se debería establecer, con mediación de la autoridad, un convenio por el cual el acusado se obliga a cumplir, en un plazo determinado, con la reparación del daño.

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