La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

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LA VIOLENCIA Y EL MUNICIPIO COLOMBIANO

1980-1997

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© 1998. C E N T R O DE ESTUDIOS SOCIALES, CES

Facultad de Ciencias Humanas

Universidad Nacional de Colombia

Carrera 50 No. 27-70

Unidad Camilo Torres Bloques 5 y (3

Correo electrónico: ces@bacata use.unal.edu.co

Esta publicación contó con el apoyo de Colciencias, Programa Implantación Proyectos de Inversión en Ciencia y Tecnología, Snct, Subproyecto de Apo­yo a Centros y Orupos de Excelencia 29/90

Primera edición:

Santafé de Bogotá, jul io de 1998

ISBN: 958-96259-6-7

Portada

Paula Iriarte

Coordinación editorial

Olga Lucía González y Daniel Ramos

[email protected] y [email protected]

UTÓPICA EDICIONES

www.utopica.com

Printed and made in Colombia

Impreso y hecho en Colombia

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La ^ - J d - AUTORES F E R N A N D O C U B I D E S

violencia y A N A C E C I L I A O L A Y A

• • •

ei municipio C A R L O S M I G U E L O R T I Z

colombiano

1980-1997 Facultad de Ciencias Humanas UN

Colección CES

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Contenido

Presentación 13

Introducción 17

PRIMERA PARTE

VISIÓN ESTADÍSTICA RETROSPECTIVA SOBRE EL

HOMICIDIO Y EL SECUESTRO

El homicidio en Colombia de 1959 a 1997 Catíos Miguel Ortiz 31

Especificidades de los departamentos colombianos frente al homicidio Carlos Miguel Ortiz 38

Los departamentos y el secuestro: 1982-1997 Carlos Miguel Ortiz 52

SEGUNDA PARTE

LA DIMENSIÓN DEL MUNICIPIO

Criterios de clasificación y agrupación de municipios según rangos de violencia Carlos Miguel Ortiz 61

Urabá Carlos Miguel Ortiz 71

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Magdalena Medio Carlos Miguel Ortiz 79

Bajo Cauca Ant ioqueño Carlos Miguel Ortiz 86

Sur de Bolívar Fernando Cubides 89

Un microcosmos en Boyacá Fernando Cubides 92

Caguán Ana Cecilia Olaya 96

El valle del Ariari: o t ro caso claro de contigüidad Fernando Cubides 99

Ciudades y áreas metropoli tanas: Medellín Carlos Miguel Ortiz 105

Cali (más Yumbo, Jamund í , Candelaria, La Cumbre y Viajes) Fernando Cubides 11 3

Santafé de Bogotá Ana Cecilia Olaya 1 20

Violencia, delito y justicia Ana Cecilia Olaya 1 26

Necesidades básicas insatisfechas: su dinámica y la violencia en el municipio colombiano Ana Cecilia Olaya 1 36

TERCERA PARTE

LA VIOLENCIA ORGANIZADA

La organización como factor diferencial Fernando Cubides 1 57

Presencia territorial dc la guerrilla colombiana: una mirada a su evolución reciente Fernando Cubides 1 68

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Los paramilitares como agentes organizados de violencia: su dimensión territorial Fernando Cubides 201

Las agrupaciones de narcotraficantes como agentes organizados de violencia: su dimensión territorial Fernando Cubides 212

Los funcionarios del estado como actores de violencia: violaciones de derechos humanos 1988-1995 Carlos Miguel Ortiz 223

v^onciusioncs 237

Bibliografía 246

Anexo. Cuadros, gráficas y mapas 251

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ÍNDICE DE CUADROS, GRÁFICAS Y MAPAS

Cuadros

Cuadro 1. Clasificación de municipios según rangos de violencia 253

Cuadro.2. Otros municipios con presencia de agentes organizados de violencia 264

Gráficas

Gráfica 1. Totales de muertes violentas en Colombia, 1959-1997 285

Gráfica 2. Comparación del homicidio en general y el homicidio registrado como político. Colombia, 1959-1984 286

Gráfica 3. Comparación del homicido en general y cl homicidio registrado como político. Colombia, 1968-2013 287

Gráfica 4. Colombia 1959-1997. ParticipacicSn de los departamentos en los totales de muertes violentas 288

Gráfica 5. Guajira, 1959-1996. Guajira 1959-1996. Curvas comparativas dc violencia total en Colombia y Guajira 289

Gráfica 6. Arauca, 1959-1997. Cunas comparativas de homicidio en Colombia y Arauca 290

Gráfica 7. Antioquia, 1959-1997. Curvas comparativas de homicidio en Colombia y Antioquia 291

Gráfica 8. Valle, 1959-1996. Curvas comparativas de violencia total en Colombia y Valle 292

Gráfica 9. Santafé de Bogotá, 1959-1996. Curvas comparativas de violencia total en Colombia y Santafé de Bogotá 293

Gráfica 10. El secuestro en Colombia, 1982-1997. Participación de los diversos actores según registros 294

Gráfica 11. El secuestro en Colombia, 1982-1997. Participación porcentual de los diversos actores en los totales nacionales del período, según registros 295

Gráfica 12, El secuestro en Colombia, 1982-1997 296

Gráfica 13. Participación de los departamentos en secuestros, 1982-1997 297

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Gráfica 14. Participación de los departamentos en secuestros por 100.000

habitantes, 1982-1997 298

Gráfica 15, El secuestro en Antioquia, 1982-1997 299

Gráfica 16. El secuestro en el Valle del Cauca, 1982-1997 300

Gráfica 17. El secuestro en Arauca, 1982-1997 301

Gráfica 18. El secuestro en Santander, 1982-1997 302

Gráfica 19. El secuestro en Cesar, 1982-1997 303

Gráfica 20. Municipios de Urabá (Antioquia) y el Darién (Chocó) 1980-1995, comparación de violencia en Colombia, Antioquia y Urabá-Darién 304

Gráfica 21. Apartado, 1980-1995. Comparación de violencia en Colombia, Antioquia y Apartado 305

Gráfica 22- Apartado, 1980-1996. Victimas de asesinatos políticos. diferenciadas según adscripción partidista o rango oficial 306

Gráfica 23. Turbo 1980-1995. Comparación de violencia en Colombia, Antioquia y Turbo 307

Gráfica 24. Turbo, 1980-1996. Víctimas de asesinatos políticos, diferenciadas según adscripción partidista o rango oficial 308

Gráfica 25. Medellín, 1980-1995. Comparación de violencia en Colombia, Antioquia y Medellín 309

Gráfica 26. Cali, 1980-1995. Comparación de violencia en Colombia, Valle y Cali 310

Gráfica 27. Bogotá, 1980-1995. Comparación de violencia en Colombia, Cundinamarca y Bogotá 31 1

Mapas

Mapa 1. Municipios clasificados según el Dañe 312

Mapa 2. Municipios con presencia de violencia política 31 3

Mapa 3. Presencia de actividad narcotraficante, paramilitar y guerrillera 314

Mapa 4. Presencia de actividad paramilitar y narcotraficante 31 5

Mapa 5. Presencia de actividad paramilitar y guerrillera 31 6

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Presentación

El origen del libro que tiene el lector en sus manos, es una investiga­ción que se propuso en los últimos meses del anterior gobierno y se llevó a cabo en los primeros del que está a punto de terminar. Encar­gada por la dependencia gubernamental que entonces se denominaba Consejería de Seguridad Nacional, nuestra labor consistió en evaluar la cobertura y confiabilidad de la base de datos que sobre los hechos de violencia esa oficina había construido, y ofrecer interpretaciones de las tendencias que los datos revelaban, de su distribución territorial y del contexto general que ha condicionado su intensidad. Cumplido nuestro compromiso, la riqueza de la información a la que tuvimos ac­ceso, lo estimulante de las anotaciones, criticas y comentarios que re­cibimos a medida que expusimos el informe y circularon copias de él en entidades y entre personas, además de nuestro propio interés en el tema, nos llevaron a mejorar la exposición, a ampliar la consulta de fuentes y paulatinamente a actualizar las cifras estadísticas todo lo po­sible, para llegar a un ámbito más amplio de lectores.

A la altura de 1998 ya es universalmente admitido que la violencia, en sus manifestaciones múltiples y cambiantes, es el principal proble­ma de la sociedad colombiana; a entenderla, a construir explicaciones sobre su causalidad y evolución reciente se aplican recursos, talentos y enfoques muy diversos y cada vez mayores, sin que, de igual manera, podamos considerar que el nivel de conocimiento sea adecuado o esté cerca de ser satisfactorio.

En los últimos dos años, por lo menos, ha sido importante la con­tribución de los economistas en cuanto a interpretaciones del proble­ma y a la propuesta de nuevos enfoques. El reciente debate acerca de

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la ineficiencia del aparato judicial y de los costos sociales que genera, es prueba de ello. En este debate se han hecho patentes, una vez más, los requerimientos de una información exhaustiva y confiable de los principales indicadores. Los economistas han llegado a plantear un es­timativo de perdida de por lo menos un dígito en el porcentaje del PIB, atribuible a las tasas de criminalidad y de violencia. De allí que sea fértil el análisis sobre la racionalidad implícita en los distintos agentes de violencia y sobre los costos sociales que la violencia implica.

Fue así como iniciamos un trabajo de reflexión y de escritura que se desenvolvió entre septiembre de 1994 y febrero de 1995. Al presen­tar la propuesta concebimos la primera parte dc nuestra actividad co­mo la elaboración del referente histórico —a partir de series tempora­les— y, correlativamente, como la prueba de consistencia de la infor­mación puesta a nuestro alcance mediante el recurso a fuentes alter­nas a la base de dalos que se nos suministró.

En principio, intentamos evaluar la consistencia de la información empírica recogida y sus modos de procesamiento, clasificación y orde­namiento sistemático. Nuestro balance crítico fue altamente positivo y nos permitió apreciar la importancia de que por primera vez el Estado dispusiera de una información tan seria para la toma de decisiones en situaciones de violencia, lo cual es fruto del trabajo riguroso adelanta­do en la Consejería Presidencial por Camilo Echandía y Rodolfo Esco-bedo.

Esa información, que se halla publicada bajo el nombre de Estadísti­cas Generales sobre la. violencia, fue al comienzo la materia prima princi­pal de nuestro análisis.

No obstante, no nos circunscribimos a esa fuente. Con cl ánimo de cotejarla y sopesarla, y para rastrear los fenómenos de manera retros­pectiva buscando inscribirlos en procesos históricos de más largo aliento, acudimos a otras fuentes, como la Policía Nacional en su revis­ta Criminalidad, las estadísticas de homicidio del Dañe, que dicha enti­dad rotula como Causa 55 de mortalidad, los registros de secuestro del DAS y los registros de los que este organismo denomina asesinatos, las estadísticas de Medicina Legal y los informes de asesinatos políticos y violación de derechos humanos dc los boletines Justicia y Paz y de la revista Noche y niebla. En toda esta pesquisa fue invaluablc la contribu­ción de John Jaime Correa con quien los autores desean expresar su deuda de gratitud; él, como asistente de investigación, con talento y

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Presentación

laboriosidad construyó las bases de datos y las gráficas que ilustran nuestro análisis.

A través de la investigación logramos cierta integración de equipo, si bien para el lector serán perceptibles todavía énfasis particulares, matices diversos de interpretación, algunas diferencias de apreciación y, desde luego, de estilo en la redacción del texto, que quisimos con­servar por considerarlo más adecuado que obtener unanimidad a cualquier precio. El enfoque general, el período a analizar y la meto­dología fueron plenamente compartidos, las conclusiones redactadas de consuno.

Aspiramos a que convergencias y fracturas, percibidas juntamente, den cuenta de la orientación de grupo con la cual trabajamos y prue­ben una vez más las ventajas de la cooperación sobre la base de una división de trabajo acordada.

No es pura formalidad nuestro agradecimiento a los funcionarios e investigadores a quienes acudimos en busca de información y suge­rencias; no hubo solicitud de información o de acceso documental que nr» f l l f r a r-f*QTrír.r-ir\\r\r* rsp. leí t n ^ n p r ^ maQ ffpnprn»:^ v n n n r t n n a A Ir» laror» ..,^ l u c i a , ^ T U . . U . « „ u^, . ^ m a l i c i a ..—^ t ) - " " - - ; UJJKJ . . . „ 0 „

de los meses de trabajo sostuvimos un genuino diálogo intelectual y un intercambio que han continuado.

Queremos agradecer a los directivos de entidades como el DAS y el Departamento de Estadística de la Policía Nacional y en particular a la señora Mónica Niño.

Así mismo queremos agradecer a la Universidad Nacional, al Cen­tro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas, y a los Doctores Luz Gabriela Arango y Jorge Martínez, Directora del CES y Vicerrector Académico respectivamente.

Queremos dejar constancia, finalmente, de nuestro singular agra­decimiento a los asistentes Ingrid Rusinque (socióloga) Germán Lam-buley (economista) y Wilson Pabón (historiador) por su excelente la­bor. Contar con ellos nos ratificó en las percepciones y apreciaciones previas acerca de la calidad y motivación de los egresados de Ciencias Sociales y Humanas de nuestra Universidad; nos comprueba, si falta hiciera, que en condiciones adecuadas, la vocación de investigación tiene garantía y continuidad.

El equipo recibió un invaluable aporte del geógrafo José Darío Mo­reno y de la ingeniera Sonia Cristina Fonseca en la preparación del material cartográfico y de Jaime Sepúlveda Fuenzalida en la configurá­

is

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ción, definición e impresión del material gráfico. A todos ellos nuestro reconocimiento.

Fernando Cubides

Ana Cecilia Olaya

Carlos Miguel Ortiz

Febrero de 1998

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Introducción

El territorio de la actual República de Colombia ha vivido familiariza­do, al menos durante los dos últimos siglos, con las muertes violentas; por sólo hacer referencias a la muerte violenta de índole político-militar, ahí están las numerosas guerras civiles del siglo XIX y los dos momentos más letales del siglo XX, a saber los años de la Guerra de los Mil Días y La Violencia disparada en 1947, a los que habría que agregar la espiral de muertes violentas (ya no reductibles al ámbito po­lítico-militar) en ia que nos ñauamos noy, precipitaoa mas intensamen­te desde 1984.

Las reflexiones que vamos a emprender tienen como objeto princi­pal la violencia que se expresa en la muerte o eliminación total del otro por cualquier motivo, como impedir la diferencia, hacer sentir la superioridad, defender un principio, negar el conflicto, ganar un ne­gocio, eludir un pago, vengar un agravio, etc. En un sentido más am­plio, nuestras reflexiones se extenderán hasta lo que, por sus dramáti­cas connotaciones y coincidencias con la muerte física, se ha llamado en Colombia la muerte pequeña, es decir el secuestro.

En otras palabras, la preocupación central de estas páginas es por qué nos matamos tanto los colombianos, y no sólo por qué se ha eli­minado a tantas personalidades de la vida pública (magnicidios) o por qué persisten a través de los años las organizaciones de alzados en ar­mas contra el Estado.

Somos conscientes de que aquí no se agota la problemática de la violencia, pero son éstos los límites que nos hemos trazado en nuestro estudio. No extendemos el objeto hasta el ámbito de la violencia simbó­lica, pese a lo importante que sea, salvo en la medida en que ella haga

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parte de procesos para entender la eliminación efectiva del otro-individuo o del otro-colectivo.

Mucho menos extenderemos las fronteras al vasto tema de la delin­cuencia, como algunos estudiosos que encuentran interesante estable­cer relaciones entre los homicidios y otros delitos contra la integridad personal, v.gr. las lesiones, o entre unos y otros, y los delitos contra el patrimonio. Realmente, en esta oportunidad nuestra preocupación no es el delito como tal ni la delincuencia, sino la proliferación de la muerte, sin desconocer la relación que pueda haber entre ambos fe­nómenos. Además, el soporte estadístico del que se dispone para los estudios de delincuencia es mucho más precario, en materia de subre-gistro, que las estadísticas de los homicidios.

También distinguirnos claramente entre violencia como elimina­ción total del otro, y conflicto. Nos parece sugestivo el enfoque de Lewis Coser en el sentido de que la violencia es lo contrario del con­flicto, como quiera que se propone su negación suprimiendo definiti­vamente uno de los dos polos mediante la eliminación física del oposi­tor. Tal vez esto no sea suficiente para explicar los homicidios o no explique la totalidad de ellos, pero a fe que arroja luz sobre una rela­ción interesante.

Creemos que es propio dc los regímenes democráticos la existencia y desarrollo de los conflictos, sean éstos de clases, de etnias, de ideo­logías, de opciones políticas, lo cual no significa que deban traducirse en violencia letal como en Colombia, antes todo lo contrario.

Circunscrito nuestro estudio a la violencia como muerte y a los ac­tores productores de muerte, es también necesario decir que este pa­norama no es en nada homogéneo, como quiera que la muerte provo­cada intencionalmente puede derivar de multiplicidad de móviles, de diferentes tipos de autores o agentes, o buscar diferentes propósitos.1

De entre la diversidad de homicidios o muertes provocadas, cre­emos necesario diferenciar por lo menos el homicidio proveniente de actores organizados i1 entendiendo por éstos las organizaciones consti­tuidas con algún fin, sea de lucro económico, de disputa o defensa de poderes sobre territorios o poblaciones o con cualquier otro fin, que

Ver la tesis de la rnultivalencia y multidireccionalidad de la violencia, en Colombia: violencia y democracia, Bogotá, Universidad Nacional, 1987.

Véase en especial la tercera parte de este libro, p. 155.

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Introducción

usan la violencia como recurso para alcanzar sus metas, actuando mu­chas veces a través de terceros. La llamaremos violencia organizada para distinguirla: a) de la violencia espontánea, asociada a la agresividad, que surge en la interacción cotidiana y es fruto mayormente de las pa­siones; b) de la violencia-recurso que usa la muerte para conseguir be­neficios pero procede artesanalmente, sin organización interpuesta.

Es un hecho que la violencia organizada, la que se utiliza como re­curso (de negocio o de poder) obedeciendo a un cálculo más racional y consciente de costo-beneficio, en la cual median capital, tecnología, in­fraestructura e información, ha ido creciendo en Colombia, generali­zándose y banalizándose; por tanto, creemos de suma importancia des­tacarla del resto de los homicidios.

A este tipo de violencia se acerca la categoría asesinatos tal como se utiliza en los registros del DAS y como, a partir de éstos, la utiliza por ejemplo la estadística de la Consejería para la Defensa y Seguridad Na­cional y el libro de Camilo Echandía et al., Colombia: inseguridad, violen­cia y desempeño económico en las áreas rurales? El término es impropio desde e! punto de vista jurídico, pero viene a corresponder, aproxi­madamente, a los homicidios atribuibles a actores organizados.

Ahora bien uno de los tipos de actor organizado de violencia oue requiere ser desagregado es aquel que persigue, en últimas, fines polí­ticos, o sea relacionados con la distribución del poder, factual o for­mal, en el ámbito de lo público. Esta tipificación se entiende que pro­cede independientemente de los contenidos programáticos o ideoló­gicos, de los fines filantrópicos o no, del carácter primitivo o moderno, del grado de legitimidad o de intimidación, de legalidad o de ilegali­dad, de los actores en contienda.

Están incluidos en tal suerte de actores las guerrillas, los grupos llamados de autodefensa y paramilitares y los propios funcionarios del Estado, armados o no, cuando ejercen la fuerza por fuera de la norma.

En este tipo de violencia organizada, que particularizamos como violencia política, nos interesan, más aun que las muertes de los pro­pios integrantes de las organizaciones armadas enfrentadas, las de los

3 Camilo ECHANDÍA, Rodolfo ESCOBEDO y Enrique QlJERUZ, autores; director de investigación, Jesús Antonio Bejarano, Colombia: inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales. Bogotá, Fonade y Universidad Externado de Colom­bia, 1997.

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numerosos civiles que por sus implicaciones de cualquier género, con­vicción, simpatía, ayuda forzada, etc., resultan sacrificados por uno u otro bando.

En otras palabras, estamos hablando de las víctimas de la violencia organizada política; el criterio de la militancia, función o adscripción de la víctima a los varios parlidos o movimientos políticos o sociales, puede ayudar a la identificación y a la clasificación de este tipo de vio­lencia; no obstante, debe tenerse presente que este criterio, si no se combina con el de la tipificación de los actores y con el del móvil, ex­plícito o supuesto, del acto, puede llevar a un sesgo consistente en la inflación de los casos cuyas víctimas son más afines o cercanas a las preferencias del ente o los agentes recolectores dc la información, y en cl subregistro de los casos en los cuales las víctimas son del bando contrario.

Esta fue la circunstancia que tuvimos con las dos fuentes escogidas para trabajar las series de 1980 a 1997: la revista Criminalidad, de la Po­licía Nacional, y las publicaciones Justicia y Paz y Noche y Niebla, de Or­ganizaciones No Gubernamentales vinculadas con religiosos. Hasta 1984, la única fuente que, pese a su precariedad, encontramos dispo­nible para inventariar las muertes relacionadas con los diferendos polí­ticos, fue la Policía Nacional. Es una fuente claramente más sensible al registro de muertes de agentes estatales y de ciudadanos liberales y conservadores que al de militantes de izquierda, por ejemplo; en 1984 tuvimos que prescindir de esta fuente, pues se redujo a registrar casi sólo los propios muertos de las filas policiales. Obligados, por la razón anterior, a dejar un vacío entre 1985 y 1987, para el período 1988-1997 recurrimos a dos fuentes alternas, Justicia y Paz y Noche y Niebla, pero entonces el sesgo cambió de sentido: un sobrerregistro derivado de otorgar carácter político a todos los homicidios cuyas víctimas hubie­sen sido militantes de los partidos o miembros de organizaciones sin-clicales o cívicas, y a todos los casos de masacre y de muerte con tortu­ras.

No obstante y pese a los referidos problemas, creímos ineluctable diferenciar la violencia registrada como política del resto de los homici­dios; al optar por la denominación de registrada como política, expresa­mos que somos conscientes de los sesgos, pero a la vez que existe, de hecho, una diferenciación —así fuere, por lo menos, en la forma de representársela— con respecto a los demás tipos de homicidios y a los demás usos del recurso de matar.

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Introducción

De la distinción surgen preguntas que trataremos de responder es­pecialmente en el ámbito de lo municipal, en la Segunda Parte: ¿La in­tensificación de la violencia de móviles políticos indujo el aumento de la violencia en general, por otros móviles? ¿O será más bien que la vio­lencia de visos políticos ha sido apenas el revestimiento o magnifica­ción de una violencia banal, disparada por otras causas (migración, presión demográfica, descampesinización, dinero, pobreza, desarrollo, atraso)?

Algunos estudios realizados sobre La Violencia de los 50 insinúan esto último. Jaime Arocha, por ejemplo, en su muestreo de expedien­tes judiciales de un municipio cafícultor, encuentra una gran relación entre los homicidios seleccionados bajo el criterio de justificación polí­tica y los homicidios tomados al azar, y entre el móvil político principal de aquéllos y sus móviles secundarios, no políticos.1

Otro criterio para desagregar del conjunto estadístico de los homi­cidios, la violencia con propósitos últimos de naturaleza política, es, ya no la consideración sobre las adscripciones partidistas o corporatistas de las víctimas sino ía atención hacia los actores tor^anizados^ de los cuales emana el acto violento. Tampoco este criterio está exento de di­ficultades; la mayor de ellas es que el recurso de muerte puede a veces encaminarse, en el plano inmediato, a un propósito claramente eco­nómico (v.gr. los homicidios perpetrados por la guerrilla sobre hacen­dados que no han aceptado la extorsión, para intimidar al resto de ha­cendados, o los homicidios debidos a complicaciones de un plan de secuestro), aunque el objetivo último es, tratándose de guerrillas, la pugna por el poder que constituye, incluso aceptando una eventual vandalización, la razón de su existencia.

Igual puede decirse del homicidio al que recurren los grupos pa­ramilitares. Como no hemos definido lo político por la nobleza o no de sus objetivos (lo cual sería igualmente dudoso en el caso de la gue­rrilla), sino por la disputa de espacios de poder en el ámbito de lo pú-

4 Jaime AROCHA, La Violencia en el (hiindío: Determinantes ecológicos y económicos del homicidio en un municipio cafícultor, Bogotá, Ed. Tercer Mundo, 1979. Carlos Mi­guel ORTIZ, en el libro Estado y Subversión en Colombia, Bogotá, Ed. Cerec, 1985, p. 29, afirma que, antes de registrarse el primer hecho de violencia política en su re­gión de estudio, el Quindfo, la consulta de la prensa de Armenia deja la impresión de una gran oleada de delincuencia, homicidios y asesinatos sin ninguna implica­ción de índole política.

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blico, los objetivos últimos de los paramilitares hacen que el recurso de muerte que utilizan forme también parte de la violencia organizada con propósitos de naturaleza política.

Un fenómeno que en estas distinciones puede acaecer, es que un actor organizado, de índole no política, con objetivos últimos por ejemplo de lucro simplemente económico, en el transcurso de su acti­vidad se politice, lo cual tendrá lugar cuando el éxito de sus operacio­nes económicas le requiera disputarse espacios políticos, usando para ello el recurso de muerte; nos parece que tal fue el caso de los narco-traficantes del grupo de Medellín entre 1984 y 1991, al enfrentarse al gobierno en busca de hacer eliminar la extradición y recurrir, para ese fin, a los magnicidios y al narcoterrorismo.

La violencia con fines de limpieza social, ejercida sobre delincuentes, exconvictos, indigentes, débiles mentales, prostitutas y otros grupos discriminados que de un tiempo acá han dado cn bautizar con el exe­crable calificativo de desechables, en parte puede adscribirse y en parte no, a la modalidad denominada violencia política. La índole de las víc­timas no se define dentro de la disputa de espacios de poder en el ámbito público; su indigencia y desvalidez los incapacita para ello; pe­ro los actores, muchas veces organizados, que emprenden la ejecución de estos homicidios, se abrogan la defensa de un orden moral que pretenden preservar, y se representan a sí mismos como ejecutores de una función de poder en el ámbito público: Limpiar, embellecer la so­ciedad, a costa precisamente de la violación de los derechos humanos de algunos ciudadanos.

Ahora bien, entre los tipos de actores organizados que en Colom­bia han generado violencia política, sobre uno de los que suele haber más silencio en la literatura de la violencia es el de los funcionarios del Estado, más particularmente los miembros de las Fuerzas Armadas — Ejercito o Policía— y los miembros de los organismos de seguridad.

Nuestro estudio se ha propuesto suplir esta omisión incluyéndolos como una importante categoría, particularmente en el análisis de la violencia a nivel de municipios, en las expresiones de muerte violenta y de violaciones a los derechos humanos como la desaparición y la tor­tura.

La tarea de recuperar para la información este tipo de actor no só­lo es exigencia del rigor estadístico de la base de datos: su importancia deriva del principio de que la credibilidad de un Estado para poder defender entre sus ciudadanos el régimen de democracia y para con-

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Introducción

tribuir a la disminución de la violencia, depende en primer lugar de la transparencia en lo que concierne a sus propios agentes o funciona­rios.

Con la diferenciación de la violencia política, o mejor de la violen­cia registrada como política, respecto del resto de la violencia, no he­mos querido construir dos compartimentos estancos sin relación recí­proca, y mucho menos magnificar una en detrimento de la otra. Cuando se trae a colación el bajo porcentaje que, de los totales de homicidio, representa la violencia política, como lo hizo en 1987 la Comisión Nacional de la Violencia, es más bien para concitar la refle­xión sobre la multiplicidad de móviles e intereses que han producido, más allá de la pugna de poderes del ámbito público, la generalización del uso de la muerte, y esto nos sigue pareciendo el problema esencial a tratar.

Pero tal reevaluación de dimensiones entre las modalidades de vio­lencia no significa el desconocimiento de sus mutuas implicaciones, pues la proliferación del homicidio común, sin ribetes políticos, bien puede provenir del desborde de la violencia política en la medida en que haya incapacitado al Estado para la función de justicia, o consoli­dado patrones culturales de comportamiento, o revelado la eficiencia de esta suerte de recurso de solución.

Por eso, una de nuestras preocupaciones en el presente estudio se­rá poner en relación las series temporales de homicidio en general, con los homicidios y con los secuestros protagonizados o atribuidos a actores políticos. Pretendemos rastrear esta relación diacrónicamente desde 1980 en ciertos municipios-tipo, y configurar, en la clasificación de municipios, categorías combinatorias del siguiente tenor: munici­pios con alto homicidio pero con cero asesinatos políticos; municipios con bajísirno homicidio pero con alto índice de secuestro; municipios con bajísirno homicidio, bajísimo secuestro, pero importante presencia guerrillera.

Aunque este análisis de corte municipal lo retrotrajimos apenas hasta 1980, en razón de las fuentes disponibles, fue desde el primer momento nuestro interés inscribir la coyuntura actual de la violencia en un espacio de más largo alcance. Mirar el fenómeno de la violencia a partir de los procesos que a través de los años la han producido, fue parte de la estrategia metodológica de nuestro proyecto, lo que se plasmó en la construcción de algunas series temporales.

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Los autores

Hubiéramos querido, dentro de una visión histórica de largo alien­to, avanzar en la interpretación de los tres momentos ascendentes de violencia del presente siglo, cuyas magnitudes están representadas en las respectivas curvas de muertes,5 pero no dispusimos dc fuentes para ello. Resolvimos entonces centrarnos, a nivel de departamentos, en el mediano intervalo comprendido entre la puesta en marcha del pacto político del Frente Nacional (1958), que años más tarde mostró una probable contribución al descenso relativo de las tasas de violencia, y la etapa actual, cerrada en 1995 para el homicidio —en 1997 para los otros indicadores— en razón de la disponibilidad dc datos. Su punto de inflexión se halla en 1984, año en el cual, en términos de cifras, se relanza la espiral de violencia.

En el caso de los tres aludidos momentos de alta intensidad en el siglo XX, las tasas colombianas son, de lejos, mucho más altas que las tasas globales de muertes violentas de los demás países del mundo.6

Ciertamente es distinto considerar de manera aislada la actual espi­ral de violencia, acelerada desde 1984, a considerarla como la tercera gran escalada de este siglo.

Tampoco se trata de buscar a la ligera una regularidad o tendencia hemicíclica con períodos cincuentenos, cuando ni el siglo XIX ni mu­cho menos la Colonia la refrendarían. Pero sí resultará de interés pre­guntarnos, más allá de lo cuantitativo, qué posibles semejanzas se pue­den detectar, por lo menos entre la coyuntura del país que antecedió a La Violencia y la cjue antecedió a la escalada de los años 1980, qué re­giones se afectaron más en los dos casos y hasta dónde coinciden,'

:l Ver en Fernando GAITÁN, en cl libro escrito con Malcolm DEAS, titulado Dos en­sayos especulativos sobre la violencia en Colombia (Bogotá, Fonade DNP, 1995) presen­ta unas gráficas que construyó sobre las muertes violentas en Colombia a lo largo del presente siglo. Allí hallan expresión estadística los tres momentos más letales que hemos mencionado: la Guerra de los Mil Días, La Violencia de 1947 y la vio­lencia actual. Op. cit., p. 116-118, Gráfico Dinámica de la violencia: promedio móvil quinquenal 1830-1993. Las cifras de Gaitán son bastante arriesgadas y provisiona­les, pero constituyen un primer intento de aproximación estadística; ojalá lleven a posteriores esfuerzos de precisión. (l Ver Fernando GAITÁN, Op. cit., Cuadro 1: "Tasas de homicidio en algunos paí­ses".

' Como complemento cartográfico de este ensayo, hemos confeccionado unos mapas históricos en los cuales se comparan los municipios afectados por La Vio­lencia entre 1947 y 1958 (a partir de tres diarios de circulación nacional, para

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Introducción

cómo se entreveran en los dos momentos la violencia registrada como política y el homicidio en general.

A diferencia probablemente de la Guerra de los Mil Días y de La Violencia de los años 50, la violencia de los 80 no resiste la reducción a lo político: de una parte porque, mal que bien, las contabilidades hoy existentes de los homicidios, prescindiendo de su imbricación con lo político, no permiten tal reduccionismo; en segundo lugar, porque al­rededor de la violencia actual se han construido enfoques de interpre­tación más plurales y menos mistificados, particularmente desde las formulaciones de la Comisión Nacional de 1987; en tercer lugar, por­que, en el plano de los hechos, la proliferación de actores violentos organizados y no organizados, fruto de los grandes cambios sociode-mográficos del país, y la promiscuidad entre ellos, hace casi imposible una clasificación binaria de los hechos violentos cuyo criterio fuese po­lítico.8

Examinaremos, apoyados en las bases de datos confeccionadas a partir de las diversas fuentes que hemos citado, las hipótesis más soco­rridas en los trabajos existentes: la de !a relación de la economía con la violencia, que en su versión más simplificadora pretende asociar la vio­lencia a la pobreza o a la riqueza; la del grado de presencia institucio­nal, que a veces se limita estrechamente a la presencia física sin incluir las dimensiones simbólicas de la representación de los ciudadanos so­bre el Estado como elementos de mayor o menor cohesión de las so­ciedades locales; la de la pugna, finalmente, entre actores organizados y las guerras territoriales ligadas a ella.

Pero no reduciremos, evidentemente, el trabajo a examinar la vali­dez de una u otra explicación; seleccionaremos unas zonas, a partir de nuestra clasificación de municipios según los rangos de violencia y a partir de su contigüidad geográfica, y exploraremos en ellas y en las tres mayores ciudades del país, aspectos específicos que, a través del

1947-1949, y de fuentes secundarias, particularmente Germán Guzmán, de 1950 a 1958), y los municipios afectados por la etapa presente de violencia, según las fuentes ya citadas del Dañe, para homicidios en general, del DAS para secuestro y violencia de actores organizados, de Justicia y Paz para violencia registrada como política y para violación de derechos humanos por parte de agentes del Estado. Los mapas están disponibles en el Cindec de la Universidad Nacional. De ellos in­cluimos en este libro el mapa no. 2. Ver p. 313. 8 Ver Callos Miguel ORTIZ, "Historiografía de la Violencia", en La Historia a!final del milenio, Bogotá, Ed. Universidad Nacional, 1994, vol. I, p. 421,

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Los autores

tiempo en los últimos quince años, han podido incidir en su compor­tamiento respecto al incremento o escasez del homicidio.

Analizaremos, de igual modo, la trayectoria de los principales acto­res organizados de violencia a través del tiempo y a través de la geo­grafía, no sólo como productores de hechos violentos sino a la vez como gestores de estrategias y sujetos de intereses estratégicos.

He aquí, finalmente, algunas de las especificidades del enfoque y método que hemos optado:

1) Hemos focalizado el incremento del homicidio antes que otros indicadores de violencia como la presencia guerrillera o paramilitar.

2) Proponemos una clasificación de los municipios con respecto a los indicadores de violencia, entre los cuales asignamos al homicidio el mayor porcentaje ponderado.

3) Diferenciamos, dentro del conjunto del homicidio, lo que hemos llamado violencia registrada como política, y nos interrogamos sobre la posible relación de su incremento con el aumento del homicidio en general.

4) Incluimos, entre los actores de violencia organizada, a los fun­cionarios del Estado, cuando son agentes de violaciones de derechos humanos y ejecutan actos como la tortura, la desaparición, el homici­dio de civiles inermes y fuera de combate.

5) Hemos configurado unos mapas de los itinerarios de presencia y accionar de actores organizados de violencia como guerrillas y parami­litares (Véanse los mapas 3, 4, y 5, pgs. 314, 315 y 316).

(3) Tratamos de insertar la coyuntura de 1984 a 1997 dentro de pro­cesos históricos de más largo alcance. Con este fin, como instrumento de apoyo, construimos algunas series temporales: dc homicidio, a nivel nacional y por departamentos, desde 1959; igualmente a nivel nacio­nal y departamental, de secuestros desde 1982; y a nivel municipal, se­ries de homicidio desde 1980, de secuestros desde 1982 y de violencia protagonizada por funcionarios del Estado, desde 1988.

La historización de la coyuntura de violencia es quizá la más notoria de las especificidades de nuestro estudio. Por eso empezaremos, en el Capítulo I por presentar las reflexiones que nos suscitaron las tenden­cias estadísticas manifestadas por el homicidio, en el plano nacional y en el de los departamentos desde 1959.

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PRIMERA PARTE

Visión estadística retrospectiva sobre el

homicidio y el secuestro

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El homicidio en Colombia de 1959 a

1997 Carlos Miguel Ortiz

La Gráfica 1 (p. 285), de violencia general, construida con las tasas de muertes violentas de toda índole por cada 100.000 habitantes, muestra en 1984 un gran punto de inflexión de la curva y en 1991 otra inflexión r \(* v í i -o i * 1 c o n l n r-ír\ \7 m<=>n/-\e n r a m i n r i o n n ' Ira p l i r ' V Q i~<=>ciil trx a c i r i i v i r i i r i Q KJt\~ \ L í . CX-l*^, <_W 1 t i l , C \ í »v./ j i i n „ i i V 7 , ; L / n y i i m i e . i a v . i v v j i t * i „ i i i * u . Í V , L J L * I i_t* U . L J » I _ *» » H _ l H L l í l

en tres secciones: 1) en la primera sección, inicia con un ascenso desde 1959 hasta 1961, ascenso enmarcado todavía en el contexto histórico de la transición de La Violencia al Frente Nacional; empieza a descender en 1962, siguen movimientos oscilatorios hasta 1969, se estabiliza rela­tivamente de 1969 a 1979 (salvo el pequeño descenso de 1976), cuando entonces revela un primer movimiento ascendente, no muy pronun­ciado, con la suave caída de 1982 y 1983. 2) La segunda sección de la curva representa un continuo y pronunciado movimiento ascendente de las tasas de muertes, que arranca en 1984. 3) La tercera sección co­rresponde a un ligero pero perceptible descenso de 1991 en adelante.

Las fuentes utilizadas para estas series fueron las estadísticas reco­gidas mensualmente por la Policía Nacional y publicadas en la revista Criminalidad. Aunque en el escrutinio de fuentes ésta nos reveló in­consistencias y carencias, se nos mostró, empero, la más aceptable de las disponibles para el intervalo estudiado: sus errores y dificultades pierden gravedad en la medida en que las grandes tendencias de con­junto de las series coinciden con las tendencias marcadas a partir de otras fuentes como las del Dañe y —para las ciudades en los cuatro úl­timos años— las de Medicina Legal.

Una de las preguntas que pueden surgir, dado el lugar común ali­mentado por lo conocido sobre la Guerra de los Mil Días y sobre La

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Primera parte

Violencia de los años 50, es si los momentos de tendencia creciente del

homicidio en general durante el período 1959-1997 se explican por el

aumento del homicidio registrado como político, ya sea porejue las

magnitudes de los dos tipos de homicidio coincidan, o al menos por­

que sus respectivas curvas se hallen estadísticamente cointegradas.

La verdad es que, hasta 1965 (fecha que coincide, en los libros so­

bre el tema, con la terminación de La Violencia), los incrementos (1959-

1961) y decrementos (1962-1965) de la tasa de homicidios por 100.000

habitantes están muy ligados a los incrementos y decrementos de las

muertes registradas como de carácter político, lo cual se refleja en la

cointegración de las curvas, representadas en las Gráficas 2 y 3 (p. 286

y p. 287, respectivamente).1

Para la Gráfica 2 (p. 286) la fuente son las cifras de violencia política de la revista Criminalidad de la Policía Nacional. Para la Gráfica 3 (p. 287) la fuente son los bo-letines/í«/¿c¿a y Paz y Noche y Niebla, de la Congregación Justicia y Paz y el Cinep. Nos vimos obligados a construir dos gráficas distintas comparativas de las curvas de violencia general y violencia registrada como política: a) la primera gráfica (Gráfica 2), para el intervalo de 1959 a 1984 (en 1985 la Policía cambió el criterio de recolección de cifras de muertos por bandoleros, o por guerrilleros, o por subversivos, restringiéndolo a sólo policías muertos, lo cual nos exigió abandonar en 1985 esa fuente); b) la segunda gráfica de comparación (Gráfica 3), para el intervalo 1988-1997. El intervalo 1985-1987 se quedó sin cubrir, por inconsistencia de fuentes. Otra gran limitación cjue tuvimos que asumir fue el sesgo de quienes, en su mo­mento, hicieron el registro de los homicidios selectivos clasificados por ellos como de naturaleza política. Si el sesgo de la Policía es criminalizar a los grupos arma­dos, sea de insurgentes o de bandidos, omitiendo registros de muertes en la orilla opuesta de la confrontación (subregistro), el sesgo de Justicia y Paz es precisamente el contrario, que se prestaría para un sobrerregistio: otorgarle carácter político a todos los homicidios cuyas víctimas son militantes de los partidos — particularmente de izquierda— o son miembros de organizaciones sindicales y cívi­cas, así como a todos los casos de masacre, de muerte con torturas y en general de violación de derechos humanos. Se nos preguntará por qué, entonces, trabajamos la violencia de registro político, teniendo estas reservas sobre las fuentes y obli­gándonos a presentar los resultados en forma tan discontinua. La respuesta es que lo hicimos porque las conclusiones que arrojaron los cuadros y las gráficas fueron precisamente las contrarias a las tendencias favorecidas por los sesgos. Esto es, que, aun con un alto subregistro de violencia política en el intervalo de 1959 a 1984, los incrementos y decrementos de la tasa por 100.000 habitantes en las muertes violentas en general están muy ligados a los incrementos y decrementos de las muertes violentas registradas como de carácter político, hasta 1965. La otra conclusión, referida al dramático incremento de la violencia general en la década de 1980 a despecho de la violencia política, también va cn contravía de la tenden­cia favorecida por el sesgo de la fuente Justicia y Paz, que sobi edimensionaría la

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Visión estadística...

Esta constatación a escala nacional se ve más reforzada en el caso de algunos departamentos, como Antioquia, en los cuales las curvas de homicidio general y de homicidio registrado como político no sólo es­tán cointegradas hasta 1965, sino que las tasas por 100.000 habitantes de la una y de la otra coinciden; o sea que en ellos prácticamente toda la violencia se considera política hasta 1965.

De 1966 en adelante, estadísticamente el homicidio general se des­liga del homicidio registrado como político. Históricamente, la con­frontación política armada entra en una fase diferente al no librarse ya entre conservadores y liberales sino entre el llamado establecimiento, que es el régimen del Frente Nacional y los opositores en armas a ese régimen, guerrillas de intencionalidad revolucionaria y de ideología marxista. La primera etapa de estas guerrillas en los años 60, según Eduardo Pizarro, se caracterizaría por la estrategia más bien defensiva que ofensiva.2

De 1966 hasta 1982, la violencia registrada como política se mantuvo en niveles muy bajos, tanto en la curva nacional como en las curvas de ¡QC departamentos* v la violencia ^eneral ^homicidios sin discrimina­ción del carácter político) se mantuvo bastante estacional entre 1966 y 1976, aunque en niveles de todos modos superiores a los demás países del mundo y a los del propio país en los períodos interbélicos del siglo XIX.

En los dos ascensos que refleja la curva de tasas de homicidio, a sa­ber el ascenso precursor de 1977 a 1981 y el gran ascenso de 1984 a 1991, la cointegración es muy poca respecto de la curva de la violencia registrada como política, aunque ésta también sube, pero en propor­ciones de incremento muy inferiores y marcando trayectorias diver­gentes respecto a la curva del homicidio general. Iguales características de no cointegración entre las dos curvas se comprueban en las series departamentales del intervalo 1988-1997, incluyendo la de Antioquia, que habíamos citado antes.

violencia política.

" Eduardo PIZARRO, Las Farc: de la autodefensa a la combinación de todas las formas de lucha, Bogotá, Tercer Mundo Ed., 2- edición, 1992, Ver especialmente p. 195-202, "Elementos para una sociología de la guerrilla colombiana", en Revista Análisis Po­lítico, Bogotá, Ne 12, enero a abril de 1991. Acerca de la evolución de la presencia territorial de estas guerrillas y de sus modos de presencia, trataremos en un capí­tulo posterior.

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Primera parte

En cuanto al descomunal aumento del homicidio después de 1984, alguien podría atribuirlo a los conflictos del orden político, pensando en la gran ofensiva y expansión militar y económica de las guerrillas en esos años. Ahí estarían para probarlo: la VI Conferencia de las Farc realizada en 1980, en la que se oficializa un profundo cambio de estra­tegia y hasta se añade, en el nombre, la sigla EP ("Ejército del Pue­blo"); la consolidación de un nuevo tipo de guerrilla, el M19, opuesto al ruralismo y bajo perfil de las organizaciones armadas tradicionales; en fin, la creación de la coordinadora de guerrillas, inicialmente lla­mada Coordinadora Nacional Guerrillera, pese a lo precaria que haya sido su labor unificadora.

Sin embargo, las curvas estadísticas no parecen refrendar esa hipó­tesis. La violencia general se dispara, pero sin ninguna aparente rela­ción cuantitativa con la violencia política. Si las curvas y las cifras son indicio de algo, estaríamos entrando en una era distinta en la cual, a diferencia del siglo XIX y de las dos grandes anteriores violencias del XX, la violencia letal ya no se explica enteramente, ni se desborda ni se contiene, por móviles real o presuntamente políticos.

¿Que parece, entonces relacionarse más con la gran espiral dc vio­lencia general que se inicia en 1984 y con el ascenso precursor de 1977?

Pensemos en la expansión y poder económico del narcotráfico, que venía consolidándose desde la década de 1970 al amparo de la toleran­cia oficial y de la corrupción de los funcionarios. El año de 1984 marca un hito en el tratamiento gubernamental de ese fenómeno, al optar el Presidente Betancur por aplicar el tratado de extradición con los Esta­dos Unidos, como respuesta al asesinato del Ministro de Justicia Lara Bonilla que los narcos consumaron. Lo que sigue después es igual­mente conocido de sobra por los colombianos: endurecimiento de la confrontación durante el gobierno de Barco, magnicidios y uso del te­rrorismo urbano.

En suma, 1984 lleva al campo de la ya vasta confrontación armada político-militar, la violencia generada en el negocio de las drogas, que hasta ese momento había permanecido en el ámbito de la violencia privada, careciendo sus víctimas de la significación en el ámbito públi­co que daría resonancia a la violencia de los narcos desde 1984.

Aunque sabemos que, de la cantidad de homicidios que hacen ele­var la c u n a de violencia, primero en 1977 y luego en 1984, tan sólo unos pocos son atribuibles de modo directo a las organizaciones del narcotráfico, no obstante los dos años de inflexión incremental de la

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Visión estadística...

curva, 1977 y 1984, marcan respectivamente el comienzo de dos bo­nanzas, la de marihuana y la de cocaína, y en el segundo caso también el comienzo de la confrontación del gobierno con los traficantes.

Los departamentos en los cuales la escalada de 1984 de muertes vio­lentas es más lacerante son departamentos claramente ligados a la ac­tividad de la cocaína, o que sirven como asiento de las ciudades centra­les en la distribución, tráfico y finanzas (Medellín, en Antioquia; Perei­ra, en Risaralda), o como regiones con áreas cultivadas de hoja de coca (Meta, Guaviare).

El año de 1992, cuando tanto la curva de homicidios del país como la de Antioquia y la de Medellín comienzan a descender, coincide grosso modo con la puesta en cintura, más simbólica que real, de la or­ganización de Medellín después del sometimiento a la justicia pactado entre el gobierno y el capo Pablo Escobar. En cambio, la curva de ho­micidios en el departamento del Valle inicia su descenso sólo en 1995, cuando empezó la persecución a las organizaciones de narcotráfico de ese departamento.3

Eí otro intervalo de curva ascendente 1977-1981 denota un ascenso bastante menos pronunciado que la escalada del 84, como menor es la magnitud de la bonanza de marihuana4 comparada a la bonanza co­quera.

Si continuamos hablando sólo desde el punto de vista estadístico, habría que formular las correlaciones con el homicidio para la organización de narcotráfico del norte del Valle y no tanto para la organización de Cali. En efecto, las tasas de homicidios de Cali no han sido tan elevadas si se las compara con las de Medellín o con las de Cartago, un municipio del norte del Valle. La cuna de Cali sí des­ciende en 1992, comportándose como el conjunto del país, mientras la cuna del Valle continúa en vertiginoso ascenso hasta 1994.

Para precisar los años y zonas del boom de marihuana, coincidentes con el ascen­so de violencia total nacional y especialmente con el gran ascenso de violencia de los departamentos costeños entre 1977 y 1981, véase Camilo ECHANDÍA, "La Ama­pola en el marco de las economías de ciclo corto en Colombia"; Ernesto SAMPER PlZANO, et al.. La legalización de la marihuana, Bogotá, Anif, 1980; Myléne SAULOY, "Historia del narcotráfico colombiano a través de sus relaciones con el poder", en: Memorias del V Congreso de Historia de Colombia, Bogotá, Icfes y Universidad del Quindío, 1986 (p. 523-559). Según Camilo ECHANDÍA, «la represión contra el tráfi­co en México en 1975 abre la posibilidad para el desarrollo a gran escala del culti­vo de marihuana en Colombia. (...) Las condiciones socioeconómicas de la Costa Atlántica colombiana se prestaron para el desarrollo de esta actividad. (...) En 1978, (...) la producción anual se estimaba en 20.000 toneladas; requería un ejérci-

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Primera parte

Sin embargo, los departamentos implicados con la siembra y tráfico de marihuana en la Costa Atlántica tuvieron cn esos años también e! boom de la violencia, sin alcanzar, no obstante, las tasas de los ya nom­brados deparlamentos de la cocaína en el lapso 1984-1991. Esto es tan­to más llamativo cuanto, además de los departamentos costeños que desde los 60 habían mantenido índices significativos de violencia como Guajira y Cesar (hasta 1967 parte dc Magdalena), otros como Atlántico registraron el ascenso de 1977 habiendo sido, hasta entonces, de las zonas con las tasas más bajas del país y siéndolo aun después de 1982, sobre todo entre 1983 y 1987.

Parece viable plantear, entonces, un efecto de amplificación de la violencia directa del narcotráfico sobre la vicjlencia en general, en dos sentidos: a) en cuanto el narcotráfico impuso en el medio sus para­digmas sociales de comportamiento, machismo, honor, valentía por vía de las armas, patrones estimuladores del recurso de la violencia como recurso banal; b) en cuanto el narcotráfico reclutaba, efectiva­mente, sicarios a través de sus oficinas,71 estimulaba una concurrencia y profesionalización del oficio, y adiestraba personal que simultánea o posteriormente se ejercitaría como matones independientes, sin con­trol de las organizaciones. Sobre estos dos enunciados, que rebasan el

to laboral de 20.000 productores, y el 60% de la marihuana consumida en los Es­tados Unidos se producía en el país» (Camilo ECHANDÍA, "La Amapola en el marco de las economías de ciclo corto en Colombia", p. 8-9). Sobre la crisis del negocio: «A mediados de 1981, la quiebra de los cultivadores de marihuana era evidente, los problemas sociales —especialmente en la Costa Atlántica— comienzan a salir a flote y las personas que habían obtenido importantes ingresos transitan hacia otras actividades que reporten una alta rentabilidad» (Camilo ECHANDÍA, Ibid). El estu­dio de Anif, dirigido por Ernesto SAMPER PlZANO (p. 37-67), precisa muy bien la ubicación geográfica de las áreas sembradas y sus características: según el estudio, aproximadamente el 60% se hallaba dentro de los departamentos de Magdalena, Cesar y Guajira; entre las varias entidades territoriales del país en las cuales se re­partía el 40% restante del área cultivada, se encontraban, en menores proporcio­nes, Atlántico y Córdoba. Atlántico era muy importante, en cambio, por la comer­cialización, como quiera que Barranquilla se constituyó en el primer centro de esa actividad. Una divergencia entre el estudio de Anif y el de Camilo Echandía es que este último incluye entre los departamentos de siembra a Sucre, que no figura en­tre los de Anif (pudo haber tomado el dato de Myléue SAULOY, Op. cit., p. 5.33). En nuestro ejercicio estadístico, Sucre no participa del ascenso de violencia de 1977 a 1981. 3 Véase Carlos Miguel ORTIZ, "El sicariato en Medellín: entre la violencia política y el crimen organizado", en Revista Análisis Político, Bogotá, Ns 14, septiembre a di­ciembre de 1991, p. 62, nota 2.

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enfoque cuantitativo de este capítulo, volveremos de manera argu­menta! cuando abordemos, en la segunda parte, la dimensión del Mu­nicipio.1'

Y ahora, puesto que estábamos anticipándonos a comparar cifras y tasas departamentales para avalar o descartar explicaciones del ascen­so de la curva de violencia general del país, dediquémonos a examinar sistemáticamente, una a una, las curvas de los departamentos.

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Especificidades de los

departamentos colombianos frente

al homicidio Carlos Miguel Ortiz

Para una fácil comprensión de las tendencias que las curvas de tasas de muertes violentas en general por cada 100.000 habitantes que arrojan los departamentos, agruparemos éstos en cuatro conjuntos conven­cionales:1

• Departamentos de la Costa Atlántica.

• Departamentos con altas tasas de homicidio por encima de las tasas del país.

• Departamentos andinos con tasas de homicidio cercanas a las tasas nacionales.

• Departamentos de Nariño, Chocó y Distrito Especial de Bogotá, con tasas por debajo de las nacionales.

DEPARTAMENTOS DE LA COSTA ATLÁNTICA

Los departamentos costeños se caracterizaron, durante las dos gran­des escaladas de violencia político-partidista de la primera mitad del siglo (Guerra de los Mil Días y período de La Violencia) por no partici­par casi de esa dinámica, excepción hecha de uno que otro municipio.

Para comparar y analizar las cunas de las tasas de homicidio en los departamen­tos, véase la gráfica 4 en los anexos (p. 288).

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En el intervalo que hemos estudiado, de 1959 a 1997, Sucre y Bolí­var prolongan esa tradición (en Bolívar, se exceptúan municipios del sur como Achí, Morales, San Pablo, Cantagallo, Simití, Santa Rosa del Sur, que alteran muy poco los totales departamentales); Cesar y Guaji­ra se pueden considerar relativamente violentos en todo el intervalo, pe­ro especialmente durante la bonanza de la marihuana; Atlántico, que ha sido relativamente pacífico, ve interrumpida esa trayectoria durante los años de la marihuana; igualmente el actual Magdalena, una vez El Cesar secesionado de su territorio, ha sido poco violento salvo en los años de la marihuana y recientemente, en 1991 y 1992; Córdoba, pese a la aguda violencia política protagonizada por el EPL y los grupos pa­ramilitares, ha tenido índices más bien bajos de violencia general (lo cual puede ser un argumento más en favor de la poca relación —• cuantitativa— entre la violencia en ceneral y la violencia registrada co­mo política). Veamos, dentro del grupo, el caso de cada departamen­to:

Magda lena y Cesar

Desde 1963 y antes de dividirse, el antiguo departamento del Magda­lena (Magdalena y Cesar) presenta tasas de muertes por 100.000 habi­tantes cercanas a las tasas nacionales, a veces sobrepasándolas; pero muy probablemente en ese panorama incide la tasa de muertes de la zona oriental (actual departamento del Cesar): pues en 1968, después de la secesión, serán esas mismas las tasas del Cesar, mientras la parte occidental, que conservó el nombre de Magdalena, baja abruptamente sus tasas. Ello continúa de la misma manera sólo hasta 1977, ya que en­tre este año y el de 1982, las tasas subirán por encima de las nacionales a la altura de las del Cesar. Nueve años más tarde, de 1991 a 1993, su­bieron nuevamente, en contravía del movimiento de la mayoría de de­partamentos de la Costa, incluidos Cesar y Atlántico. Mientras en el país y en casi todos los departamentos individualmente considerados, descendían las tasas en 1992, en este año precisamente Magdalena al­canza la tasa máxima de su curva: 74,9 (la del país en el mismo año fue 80,8).

En cuanto al Cesar, desde que en 1968 contabiliza sus propias cifras una vez separado del Magdalena, sus tasas siempre han estado por en­cima de las tasas nacionales, no tanto como las de los departamentos más violentos (Antioquia) pero más altas que en departamentos como el Cauca. El mayor ascenso de la tasa de muertes lo registró —ya lo di-

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Primera parte

jimos— de 1977 a 1982, años de la bonanza marimbera, alcanzando su tasa máxima de 79 en 1982, que el país en conjunto alcanzaría sólo en 1991, pero aun así todavía lejana de la tasa máxima de Antioquia. Du­rante los años de la gran escalada nacional, 1984-1991, la curva dc tasas del Cesar es más bien oscilatoria, a veces a nivel del país y a veces in­clusive ligeramente por debajo de él.

La Guajira

Las tasas de muertes violentas de La Guajira están muy por encima de las del resto de la Costa Atlántica y su curva es de muy diferente tra­yectoria a las de los departamentos vecinos. Con la curva nacional sólo se halla cointegrada de 1959 a 1962; a partir de entonces no volverá a hallarse ninguna cointegración, revelando en su violencia una gran au­tonomía respecto de las condiciones del resto del país. De 1965 en ade­lante, su curva de tasas de homicidio siempre estará por encima de la tasa del país.

¿Qué factor confiere tal singularidad a La Guajira? Es una pregunta que nos llevaría a necesarios análisis monográficos, no sólo cuantitati­vos sino cualitativos: ¿es la complejidad étnica, con sus tensiones en el interior de los nativos wayúu y entre ellos, los mestizos raizales y los migrantes y transeúntes, colombianos y venezolanos? Aunque esto ex­plicara parte de la especificidad de la alta violencia de La Guajira, no explica que sea desde 1965 cuando sus tasas se coloquen por encima de las nacionales. ¿Qué fenómeno más circunstancial estará en juego? ¿Será acaso la actividad del contrabando, estimulada en el país espe­cialmente a raíz de las medidas proteccionistas de los gobiernos Va­lencia y Lleras Restrepo?2

" El marco nacional del hipotético auge del contrabando en los 60, lo constituyen los esfuerzos proteccionistas de los gobiernos de Guillermo León Valencia (1962-1966) y de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970). Del primero sobresale, entre las medidas de política económica, la reforma arancelaria de 1964. Es más conocido, obviamente, por su significación en el fortalecimiento de un modelo proteccionis­ta integral, el gobierno de Lleras Restrepo, y dentro de él, el estatuto cambiado o decreto 444 de 1967 (Ver, entre otros, José Antonio OCAMPO et al.. Historia econó­mica de Colombia, Bogotá, Siglo XXI Ed., 1987, p. 262-268. Banco de la República, Colombia: 20 años del régimen de cambios y de comercio exterior, Bogotá, Banco de la República, 1987, p. 241-279).

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El caso de La Guajira, por lo demás, favorecería la hipótesis de la independencia de los índices altos del homicidio en general respecto del homicidio registrado como político: mientras en La Guajira la pre­sencia de la guerrilla ha sido casi nula, en los departamentos costeños en donde el enfrentamiento de la guerrilla, el Ejército y los paramilita­res en los años 80 fue tan intenso como en Córdoba, esos años estu­vieron por debajo de las tasas de muerte violenta de La Guajira, y prácticamente no pesaron —a nivel cuantitativo— en la conformación de la curva nacional. El mismo departamento del Cesar, con perma­nente presencia guerrillera desde hace años, con altos índices de se­cuestro (ver Gráfica 19, p. 303), a partir de 1984 presenta lasas de muertes violentas inferiores a las de La Guajira.

En lo que sí participa La Guajira de la tendencia común a los de­partamentos de ¡a Costa Atlántica es en que, durante los anos de la bonanza de marihuana, alcanzó las tasas más altas de muertes violentas (inferiores, sin embargo, a las de departamentos que en los años 80 han estado vinculados al tráfico de cocaína o producción de coca, co­mo Risaralda y Meta, cercanas a las del Caquetá, y muy inferiores, por supuesto, a Arauca y Antioquia). Estas tasas fueron: 105,6 en 1977; 98,6 en 1978; 117, la máxima de la curva, en 1980. Cuando, de 1992 a 1993, la tasa ciei país oescienue, i a Guajira vuelve a tener un conside­rable ascenso de tasas, de 63 a 93, aunque desde 1994 participa de la tendencia general al descenso.

ATLÁNTICO

Las tasas de muertes violentas del Atlántico se hallan siempre por de­bajo de las tasas del país, incluso en el intervalo de años en los cuales presenta un mayor ascenso relativamente a sus propios datos; nos re­ferimos a los años del boom de la marihuana, 1978-1982, en los cuales Atlántico experimenta un incremento a la manera de casi toda la Cos­ta; en 1982 alcanzó su punto máximo (32), que aún es bajo comparado con el país en el mismo momento y con los otros departamentos.

Después de la época de la marihuana, las tasas de muertes violentas descienden en el Atlántico, e inclusive cuando en el país se elevaban entre 1984 y 1987, Atlántico, al revés de la mayor parte de los departa­mentos, bajaba sus tasas notoriamente.

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C ó r d o b a

También Córdoba sostiene siempre sus tasas de muertes violentas por debajo de las tasas nacionales, inclusive cuando más suben: no en los años de la marihuana, como en los departamentos del lado oriental de ia Costa, sino en 1988, año en el cual alcanza su lasa máxima de 59, la cual es inferior de todos modos a la respectiva tasa del país.

Antes de 1988, Córdoba había mostrado un leve ascenso desde 1984, es decir, durante el intervalo de la gran escalada nacional de muertes violentas. Sin embargo, se aparta completamente de la curva nacional en 1989, pues desciende mientras el país asciende, volviendo a subir moderadamente en 1990 (tasa de 56/100.000) y a descender en 1991 (la curva del país desciende un año después, en 1992).

Estos movimientos guardan semejanza con los del departamento del Chocó. ¿Acaso se relacionan con la violencia política? En concreto, ¿con el cruento hostigamiento entre el EPL y los paramilitares, que co­bró varias vidas de la población civil? Sabido es que los escenarios de esa querella fueron los municipios de Urabá en Antioquia; Valencia, Tierralta, Puerto Escondido, Los Córdobas, en Córdoba; y el norte del Chocó, o sea el extenso municipio de Unguía y alguna parte de Acan-dí. 1988 fue el año de las tristemente célebres masacres de los parami­litares en Urabá y Córdoba: Honduras, La Negra, Punta Coquitos, en Urabá; La Mejor Esquina, en Córdoba. 1989 fue el año de las masacres de Santa María y Gilgal en Unguía, Chocó. Cuando poco después se empiezan las conversaciones entre el gobierno y el EPL, conducentes decididamente a la desmovilización, se reducen tanto las hostilidades de esa guerrilla como las masacres de los paramilitares. De hecho, la tasa máxima de muertes violentas se alcanza en Córdoba en 1988 y en Chocó cn 1989.

Sin ninguna prueba por ahora, nos atrevemos a preguntar si esos avalares de la violencia política han podido influir moderadamente en la violencia total, tanto de Córdoba como del Chocó. Y decimos modera­damente, porque —sin desvirtuar el horror de las masacres— la contabi­lidad de muertes violentas de naturaleza política, fruto del referido en­frentamiento, no habrían pesado tanto para cambiar a Córdoba y Chocó la calificación de departamentos con tasas de violencia general bastante por debajo de las tasas nacionales y de las demás tasas depar­tamentales: lo que no puede aplicarse en el caso de los departamentos costeños que vivieron el auge de la marihuana.

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Bolívar y Sucre

Bolívar y Sucre continúan siendo hoy, como en La Violencia de los años 50, departamentos poco tocados por el homicidio y el asesinato, pese a que en el sur de Bolívar han actuado desde hace años las Farc y el ELN, y pese a que en Sucre tuvo su centro de acción la minúscula guerrilla del PRT —hoy desmovilizada— que, por lo demás, no se carac­terizó por acciones letales.

Las tasas máximas de muertes violentas de Bolívar (25, en 1992) y de Sucre (27, en 1993) son las tasas máximas más bajas de todo el país, le­janamente inferiores a las tasas nacionales de esos mismos años. De cualquier manera, los dos departamentos experimentaron un leve as­censo de las muertes violentas en los años en que prácticamente todos los departamentos lo hicieron pero de manera más vertical, o sea en­tre 1984 y 1988. En el intervalo de mayor aumento de tasas de muertes violentas para la mayoría de departamentos costeños, 1977-1982, las ta­sas de Bolívar y Sucre no participan de esa dinámica.

DEPARTAMENTOS CON ALTAS TASAS DE HOMICIDIO

Estos departamentos muestran en la década de los 80 ias tasas más al­tas de muertes violentas en general, tasas por encima de las tasas na­cionales: Arauca, Antioquia, Amazonas, Meta, Caquetá, Risaralda, Quindío y Caldas. La escalada más vertical de la curva de 1980 a 1991 la presenta el departamento de Antioquia y los picos más altos de la es­tadística, el departamento de Arauca.

Ant ioquia , Arauca y A m a z o n a s

Lo primero que resalta de la gráfica de participación de Antioquia en las muertes violentas del país es la alta pendiente de su curva desde 1980 y particularmente desde 1984, sobrepasada sólo por las sucesivas crestas del movimiento oscilatorio de las altísimas tasas del departa­mento de Arauca. En 1991, año de tope también para el país en su conjunto, la tasa de Antioquia llegó a 245 muertes/100.000 habitantes, pero Arauca había alcanzado en 1978 y 1986 insólitas tasas cercanas a 530.

No obstante, es necesario destacar, para rebatir fáciles interpreta­ciones psicologistas, que esa supremacía de Antioquia en la violencia

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homicida no le ha sido permanente ni inherente, sino que tiene un claro punto de inflexión con respecto a una curva que se mantuvo por años muy cercana a la curva de las tasas nacionales, incluso ligeramen­te por debajo de ellas hasta 1966. Es decir, fue un producto histórico, y es preciso explicar sus procesos constitutivos. A lo mejor el narcotráfi­co jugó en ello un papel especial, a juzgar por la coincidencia de años entre el boom de la cocaína, sus alzas y bajas de precios, y las alzas y ba­jas de tasas de muertes violentas alrededor de la tendencia central de la curva, ya anotada, que es de ascenso a partir de 1980.3 No sobra, empero, recordar lo que dijimos a propósito de la incidencia del nar­cotráfico en la violencia total del país: que, como es obvio, la cantidad de muertes violentas no fueron causadas directamente por el narcotrá­fico, sino a través de modalidades de acción indirecta y de estímulo a la generalización del uso de la muerte como recurso banal. El sicaria-to, en su doble connotación criolla de homicidio a sueldo y de homi­cidio ejecutado por menores de edad, fue profesionalizado y promo­vido por la organización de la cocaína en Medellín, pero pronto la desbordó, no pudiendo ella controlar sino una parte de los prolíficos sicarios.'1

Ahora bien, si se comparan en Antioquia la curva de muertes vio­lentas en general y la curva de muertes violentas registradas como po­líticas (en tasas por 100.000 habitantes), encontraremos nuevamente indicios sugerentes: casi toda la violencia dc 1959 a 1961 (y antes, desde luego) provino de móviles real o aparentemente político-partidistas, siendo sus tasas altas, comparadas con otros departamentos; pero du­rante los años del gran ascenso de la violencia cn general, la violencia política, pese a que en Antioejuia fue mayor que en casi todos los de­más departamentos, constituyó una jjarte bastante jjequeña del total dc violencia. Se sabe que internamente, en los años 80 la violencia po­lítica ha estado jiresente en zonas del departamento como Urabá, Bajo Cauca, nordeste minero, Magdalena Medio y, más recientemente, Me-

3 Véase Francisco THOUMI, Economía, política y narcotráfico, Bogotá, Tercer Mundo Ed., 1994 (p. 129-138); Carlos Gustavo ARRIETA, et al., Narcotráfico en Colombia, Bo­gotá, Tercer Mundo Ed., 1990 (p. 20; 53-79). 4 Véase Carlos Miguel ORTIZ, "El sicaí iato en Medellín; entre la violencia política y el crimen organizado", en Revista Análisis Político, Bogotá, N9 14, septiembre-diciembre 1991.

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dellín con el fenómeno de los milicianos.5 Sobre el resto de violencia, recogida en las cifras del homicidio indiscriminado, el peso de Mede­llín y de los municipios del área metrotíolitana es mayor (más adelante se abordará esta hipótesis, en la Segunda Parte: la dimensión del mu­nicipio, p. 59); esto sin desconocer la cuota que invariablemente ha aportado a la violencia total el número de homicidios cometidos dia­riamente, y particularmente las vísperas de días festivos, en los muchos núcleos rurales a lo largo y ancho del departamento: muertes violentas que estadísticamente nutrieron una curva cercana a la curva nacional de tasas después de menguada la violencia política de los 50 y antes de que se consolidara el narcotráfico.

A diferencia de Antioquia, Arauca y Amazonas presentan curvas de homicidio de altísimas tasas pero completamente independientes de la curva dei país: ni siquiera ios años de tope coinciden con los años dei cuadro nacional. Los dos departamentos, aunque comparten la carac­terística de zonas de frontera internacional, difieren en que Arauca tiene presencia de guerrillas, y Amazonas no.

Tanto Arauca como Amazonas contradicen el fenómeno comparti­do por prácticamente todos los otros departamentos, de tasas relati­vamente bajas entre 1969 y 1976. En cambio, entre 1987 y 1991, cuando el país alcanza los momentos más delirantes en el aumento del homi­cidio, estos dos departamentos más bien están reduciendo sus tasas.

En Arauca —y en esto es muy distinto al Amazonas— el homicidio en general se halla mucho más relacionado con el homicidio político y las dinámicas de sus conflictos y su violencia se vinculan a los actores organizados (guerrillas) mucho más que en cualquier otra región co­lombiana.

Meta y Caquetá

Otros departamentos que, jun to con Risaralda, sobresalen por las altas tasas de muertes violentas en la década de los 80, son Meta y Caquetá;

7 Sobre Urabá, véase Fernando BOTERO, Urabá: colonización, violencia y crisis del Es­tado (Medellín, Ed. Universidad de Antioquia, 1990); María Teresa URIBE, Urabá: ¿región o territorio? (Medellín, Corpourabá, 1992); sobre el Bajo Cauca, Clara Inés GARCÍA, El Rajo Cauca antioqueño (Bogotá, Ed. Cinep, 1993). Sobre el Magdalena Medio, Amparo MURILLO, María Teresa ARCILA, et al., Un mundo que se mueve como el río (Bogotá, lean, Colcultura y PNR, 1994). Sobre la violencia en Medellín la lite­ratura es más abundante.

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Primera parte

el Meta alcanza su tasa máxima, de 188.7 muertes jjor 100.000 habi­tantes, en 1988, y Caquetá la suya de 124.8 en 1991. Aunque en cifras netas la participación del Meta y Caquetá pasa desapercibida como dos departamentos más entre tantos (Antioquia es el primero en cifras ne­tas), la cosa cambia bastante cuando se observa la frecuencia de muer­tes en función de la densidad demográfica, lo cual se expresa en las ta­sas f>or 100.000 habitantes; es allí, nos jjarece, donde se rescata la ver­dadera dimensión de la violencia.

Desde 1981 el Caquetá ha mantenido sus tasas por encima de la tasa nacional, con la sola excepción de 1986, cuando coinciden. El Meta también mantuvo su tasa muy jjor encima de la nacional entre 1982 y 1988, pero después de este año en el cual llegó al tope inició un brusco descenso que lo ha llevado a coincidir con las tasas nacionales desde 1993.

R i sa ra lda y An t iguo Caldas

El siguiente departamento en tasas de muertes violentas por 100.000 habitantes es Risaralda, escindido, como todos sabemos, del Antiguo Caldas en 1966. Los primeros años del intervalo estudiado son, para el Antiguo Caldas, de altas tasas de muertes violentas, todavía muy liga­das a móviles registrados como políticos; desde 1959 hasta 1968 esas ta­sas se hallan bastante por encima de las tasas nacionales, aunque no tanto como las del Meta, Valle o incluso Tolima. En 1961 llega a su punto más alto para esa época, una tasa de 68.5, que de todos modos será inferior a las tasas alcanzadas después de 1980.

Como en casi todas las regiones del país, desde 1968 hasta 1976 las tasas son las más bajas del intervalo estudiado, y muy cercanas a las ta­sas nacionales, aunque casi siempre ligeramente por encima de ellas; sólo coinciden en 1972. Desjjués del 72 las tasas del Antiguo Caldas van acrecentando su diferencia por encima de las tasas nacionales, aunque el movimiento de la curva refleja una buena cointegración respecto al movimiento de la curva del país, que —como hemos d i c h o -estaría posiblemente muy marcada jjor el fenómeno del narcotráfico. Entre 1988 y 1993 las tasas del Antiguo Caldas en su conjunto, bordean o sobrepasan la cifra de 100.

Ahora bien, examinando en jjarticular la curva de Risaralda con respecto al conjunto del Antiguo Caldas, se infiere que Risaralda es, dc los tres dejjartamentos que lo componen (Risaralda, Quincho y

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Caldas), el que más incide en las tasas del conjunto: si esto es así desde que contabiliza datos propios en 1967, es muy probable que lo fuera igual antes de 1967.

Desde 1974 sobre todo, la diferencia de Risaralda por encima de la tasa nacional de muertes violentas es bastante grande; a partir de 1988, Risaralda sobrepasa en mucho la de por sí alta tasa de 100 del conjun­to Antiguo Caldas. En efecto, llega a 137 (punto máximo) en 1989 y a 136.7 en 1991.

Curiosamente la presencia guerrillera no es muy importante en Ri­saralda durante tales años: se redujo a un pequeño grupo del EPL, con centro en Belén de Umbría y Quinchía que —es preciso reconocer-práctico bastante el secuestro. Muchos de los casos que registramos en la base de datos confeccionada para nuestras gráficas a partir de la fuente del Boletín Justicia y Paz, sobre cuyo sesgo hemos advertido, provienen de grupos armados que se propusieron la persecución de miembros de partidos de izquierda y de dirigentes cívicos y sindicales, pero no claramente dentro de una guerra territorial con grupos insur­gentes al estilo del departamento de Córdoba o de la zona del Magda­lena Medio. En 1987 ya era harto conocida, especialmente entre los amenazados dirigentes sindicales del magisterio, la temida sigla "Colombia libre", que reivindicaba en sus volantes a luchadores «por la democracia colombiana» y «contra los sindicalistas de mierda». Des­de mediados de 1988 se sumó a la anterior otra sigla nefasta, el MAC, que lanzaba sus consignas y libelos amenazantes en la propia ciudad de Pereira, ensañados sobre todo contra los militantes de la Unión Pa­triótica. Según informes del DAS local en 1989, esos grupos tendrían origen en narcotraficantes que poseían tierras en el eje La Dorada-Mariquita. En Risaralda, por lo demás, se localizan varios de los muni­cipios más violentos del país, tanto en la clasificación de Rodrigo Lo­sada y Eduardo Vélez para 1979-1986, como en la de Camilo Echandía y Rodolfo Escobedo para 1987-1993.

En conclusión, no parece, ni por indicios cuantitativos ni por ele­mentos cualitativos de análisis, que el gran aumento de la violencia general en Risaralda desde 1984 provenga de móviles políticos; está por estudiar qué factores históricos la explican: el narcotráfico podría ser uno de ellos. En cambio, sí parece que los propios factores impul­sores de la ascendente violencia general incidieron en el incremento de la violencia política.

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Q u i n d í o

Aunque un poco menos que Risaralda, las tasas de homicidio en el Quindío son también bastante altas. Desde 1974 están siempre por en­cima de las tasas nacionales. No obstante, las tasas de muertes violen­tas registradas como políticas son ínfimas, a diferencia de Risaralda.

Entre 1990 y 1992 el incremento de homicidios es sorprendente, al­canzando este último año una tasa de 134, ajjenas comjjarable a las de Risaralda, Meta o Caquetá; singular, pues 1992 es año de descenso de la tasa en el conjunto del ¡jais y en casi todos los departamentos — incluido Risaralda—,

¿Cómo explicar esta particularidad? ¿Acaso jjor la crisis del café, en un departamento que depende exclusivamente de él? ¿Acaso por la llegada de la amapola, con dos de sus municipios (Genova y Pijao) se­ñalados en el mapa del cultivo ilícito?1' ¿Acaso por el desplazamiento de medianos narcotraficantes y de sicarios, con sus familias, desde Pe­reira, Medellín y el norte del Valle?

Caldas

De los tres departamentos del Antiguo Caldas, Caldas es el de meno­res tasas de muertes violentas, aunque desde 1981 siempre esté por encima de las tasas nacionales y alcance el valor de 98.7 cn 1991. Sin embargo, sabemos que en la zona de La Dorada y alrededores, Caldas participa de la situación común a todo el Magdalena Medio, como es la presencia de grupos paramilitares apadrinados por cl narcotráfico7; recordemos la alusión que acabamos de hacer a estos grupos al hablar de sus comentadas acciones en el departamento de Risaralda.

DEPARTAMENTOS ANDINOS CON TASAS DE VIOLENCIA GENERAL CERCANAS A LAS TASAS NACIONALES

Los dejjartamentos agrupados convencionalmente en este conglome­rado tienen en común, además de la proximidad —y generalmente la

h Véase Camilo ECHANDÍA, "La Amapola en el marco de las economías de ciclo corto en Colombia", en Revista Análisis Político, Ne 27, Universidad Nacional, San­tafé de Bogotá, enero-abril 1996, p. 3-19.

' Con motivo de las elecciones para alcaldes y Concejos Municipales en 1995, la prensa agitó mucho el tema de la financiación de campañas por parte de narcotra­ficantes en el Magdalena Medio, con epicentro precisamente en La Dorada.

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cointegración— entre sus curvas de tasas de homicidio y la curva del país, el hecho de que en los primeros años del intervalo estuvieron por encima de las tasas nacionales, algunos ligeramente, otros con dife­rencias pronunciadas. Además, las muertes violentas contabilizadas en ellos durante esos primeros años estaban muy asociadas a los grupos armados irregulares provenientes de La Violencia, identificados bajo rótulos político-partidistas. He aquí los nombres de los departamentos a los que nos referimos: Norte de Santander, Santander, Valle, Toli­ma, Boyacá, Cundinamarca, Cauca y Huila.

Algunos, particularmente Valle y Boyacá, contienen zonas caracte­rizadas por muy altas tasas de homicidio, inmensamente superiores a la tasa departamental y a los promedios nacionales; tal es el caso de la zona norte en el Valle y de la zona esmeraldífera en Boyacá. Sin em­bargo, las cifras son en. paite neutralizadas por otras zonas de bajo homicidio, dando como resultado que se coloquen entre los departa­mentos cuya curva resultante es cercana a la curva del país.

El departamento más cointegrado con el país en su curva es Norte de Santander, que hasta 1979 mostró tasas muy por encima de las na­cionales, cercanas a las que en la época registró el departamento del Meta.

En el caso de Santander, llama la atención que jjese a la activa pre­sencia de las Farc y el ELN y al lugar destacado que ocupa nacional­mente por el número de secuestros en el pequeño intervalo que ras­treamos este delito (de 1982 a 1997), sin embargo su tasa general de muertes violentas se halla desde 1976 ligeramente por debajo de la tasa nacional, aunque ascendiendo cointegradamente con ella desde 1984.

El departamento del Valle inicia su curva muy por encima de la tasa nacional, con los homicidios que provienen de La Violencia; en esos años su tasa se equipara con las altas tasas del Meta y Norte de San­tander, ya referidas, y con la tasa del Tolima. No hay duda, se trata de los departamentos en donde fue más fuerte La Violencia en su etapa tardía, o sea en la época del Frente Nacional. Entre todas, la tasa de muertes violentas del Valle sería en esa época la más alta (101), sobre­pasada por el mismo departamento sólo en 1993 (107.9) y superior a todas las del conjunto del país durante la gran escalada de violencia que fueron los años 80 y comienzos de los 90. Durante esa escalada de los años 80, el papel del Valle fue discreto; así que, de verificarse la hi­pótesis según la cual el narcotráfico incidiría en el aumento de la vio-

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lencia general, habría que considerar diferencias y grados entre las dis­tintas organizaciones regionales de tráfico de droga, en cuanto al re­curso de la violencia. Más recientemente, en los años 1992 y 1993, mientras el país descendía ligeramente, el Valle ascendió alcanzando el punto máximo de la curva, desfase al cual ya hicimos, páginas atrás, re­ferencia.

Tolima es el otro departamento con tasas iniciales considerable­mente altas, que en la gran escalada nacional desde 1984 presenta un comportamiento discreto y que, como el Valle, asciende en los años 1991, 92 y 93, acercándose al valor de la tasa nacional. Es, en estos úl­timos años, el departamento con las mayores áreas de cultivo de ama­pola, según el citado trabajo de Camilo Echandía.

Boyacá y Cundinamarca presentan tasas intermedias dentro del conjunto. Iluila y Cauca, con dinámicas parecidas en sus curvas de ta­sas de muertes violentas, registran los valores menos altos dentro de este conjunto caracterizado por la proximidad con la curva de tasas nacionales.

NARIÑO, CHOCÓ Y BOGOTÁ

Aunque de características casi en nada jjarecidas y con historias com­pletamente diferentes, hemos asociado estos entes territoriales sólo por tener en común el que las curvas de sus tasas de homicidios han estado siempre perceptiblemente por debajo de las tasas nacionales, a semejanza de los dejjartamentos occidentales de la costa Atlántica.

De los tres entes territoriales, el que más rejjlica, en el movimiento de su curva dc tasas, la curva del país, es la ciudad de Santafé de Bogo­tá: aunque de 1991 a 1992 y de 1992 a 1993, a diferencia de la tendencia nacional y de la mayoría de los departamentos, incluyendo los más vio­lentos, Bogotá no desciende sino que sigue notoriamente creciendo en sus tasas, desjjués de 1993 la curva es descendente y las tasas se tor­nan coincidentes con las del país; incluso en el año de 1997, en el cual la tasa del país sufre un leve incremento, Bogotá siguió descendiendo.

Resulta claro, además, que del total de muertes violentas u homici­dio en general, el porcentaje de muertes registradas como de índole ¡jolítica es bastante bajo en Bogotá, sin que esto subestime el alcance político y simbólico que han tenido los casos singulares de magnicidio

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o asesinato de personajes públicos que, por la función de ciudad capi­tal, tuvieron lugar en Bogotá en los años de más aguda confrontación armada entre el Estado y los grupos irregulares organizados.

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Los departamentos y el secuestro:

1982-1997 Carlos Miguel Ortiz

El análisis de las curvas de secuestro, construidas a partir de las bases de datos que pudimos configurar con los registros del DAS entre 1982 y 1997, nos permite por una parte relacionar el secuestro, la muerte pequeña, con el homicidio indiscriminado; por otra, comparar las va­riaciones a través de los dieciséis años del intervalo, entre el conjunto del país y cada departamento en particular.' Podremos también de­terminar la participación de las más importantes organizaciones, en el país y en los departamentos, con sus variaciones durante el período rastreado.

Los años que constituyen el intervalo fueron años demasiado im-portantes en otras dimensiones, tanto de la violencia como de la vida política nacional; ya hemos hecho varias alusiones, en ese sentido, en los dos capítulos precedentes. Lo primero que salta a la vista, al obser­var las curvas nacionales, es la coincidencia a nivel nacional, pero sólo en el segundo quinquenio de los años 80, entre el aumento del homi­cidio indiscriminado y el aumento del secuestro. En efecto, las gráficas muestran la subida más espectacular de las tasas nacionales de secues­tro de 1987 a 1991, lapso en el cual también, como hemos tenido oca­sión de analizar, se dio la elevación máxima de las tasas de homicidio; en cambio, la elevación de la tasa de homicidios que aconteció entre

Para mejor apreciar el contenido de este capítulo, véanse las gráficas relativas al secuestro en los anexos finales.

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1984 y 1987, de incrementos también acentuados, no parece correla­cionarse con un movimiento, en el mismo sentido, de las tasas de se­cuestro.

Después de 1991 ambas curvas descienden, la de homicidio y la de secuestro, con la gran diferencia de que en 1995 y 1996 la curva de se­cuestro vuelve a ascender mientras la de homicidio continúa descen­diendo. Estos ciclos de descenso y reascenso del secuestro entre 1991 y 1997 se repiten de manera cointegrada en las curvas de cada uno de los principales actores discriminados de secuestro: delincuencia co­mún, Farc y ELN principalmente.2

No obstante, al pasar a la composición departamental del secuestro, es llamativo que Antioquia, uno de los tres departamentos de más al­tas tasas de homicidio en el país en las dos últimas décadas, durante el mismo período sea de mediano rango en tasa de secuestros, aunque en cifras netas sea el departamento que participa con el mayor núme­ro de casos, y viceversa: que uno de los departamentos con mayores tasas de secuestro, como el Cesar, sea de mediano rango en la tasa de homicidio.

Así mismo, que departamentos con baja tasa de secuestros, como Risaralda, tienen tasas relativamente altas de homicidio, y departamen­tos de bajísimas tasas de homicidio, como Sucre, tienen un rango in­termedio en tasas de secuestro.

Una vez más Arauca precede, de lejos, la lista de departamentos con mayores tasas de secuestro, como precedió la lista de más altas ta­sas de homicidio. De manera semejante a lo dicho sobre Arauca en la relación entre el homicidio total y el homicidio político, que no es una relación favorecida en el resto del país al menos directamente, tam­bién el secuestro en Arauca es mucho más político que en otros depar­tamentos, al recaer su autoría más en el ELN y las Farc que en la delin­cuencia común. Su curva de secuestro es oscilatoria, como la de homi­cidio, sin cointegración ni correlación ninguna con la curva del país. Advirtamos que el número de casos de secuestro en Arauca es muy in­ferior al de otros departamentos, Antioquia o Valle por ejemplo, pero su bajísima densidad demográfica hace que ostente las tasas más ele­vadas del país.

Ver gráficas 12 y 10, p. 296 y p. 294, respectivamente.

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Primera parte

Otros departamentos en los que coinciden altas tasas de homicidio con altas tasas de secuestro son el Meta y Caquetá; en ambos compar­ten la autoría las Farc y la delincuencia común.

En donde la acción de la delincuencia común es mucho mayor que la acción de las organizaciones guerrilleras en materia de secuestro es principalmente en los dejjartamcnlos del Valle y de Antioquia. Sin embargo, en Antioquia existe participación significativa también de las guerrillas, Farc, ELN y EPL antes de su desmovilización, mientras en el Valle la participación dc los actores políticos ha sido mínima frente a la autoría dc los delincuentes comunes. El Valle y Antioquia son en el país los departamentos que mayor número de secuestros registran, pe­ro la alta densidad demográfica del Valle hace que sus tasas se colo­quen por debajo de la tasa nacional.3

Son departamentos de altas tasas dc secuestro, además de los ya mencionados y del Cesar, los departamentos de Casanare y el Vichada. Entre los departamentos de rango intermedio encontramos a Antio­quia, Sucre, Putumayo, La Guajira, Guaviare, Santander, Norte de Santander, Iluila y Cauca. Los departamentos, finalmente, cuya tasa de secuestro a lo largo del período 1982-1997 ha coincidido o ba estado por debajo de la tasa nacional son: Atlántico, Amazonas, Bolívar, Bo­yacá, Cundinamarca, Caldas, Córdoba, Chocó, Guainía, Magdalena, Nariño, Quindío, Risaralda, San Andrés, Tolima, Valle y el Distrito Capital de Santafé de Bogotá.

En el cuadro de actores a nivel nacional, al tomar los totales del pe­

ríodo 1982-1997 hallamos que, entre las organizaciones guerrilleras, la

que más ¡jracticó cl secuestro fue las Farc (20% del total de secuestros

del intervalo) seguida por el ELN (17%) y el EPL (6.%).4

El ELN ha realizado sus secuestros princijjalmcnte en el Cesar, An­tioquia, Arauca, los Santandcres, Bolívar, Magdalena, Cauca y Sucre. El EPL, a su turno, intensificó la actividad del secuestro sobre todo en los departamentos dc Antioquia y Córdoba, su área princijjal de in­fluencia.

3 Ver Gráficas de secuestro 10, 11 y 12 (Colombia), 10 (Antioquia), 11 (Valle) y 12 (Arauca). 4 Ver Gráficas 13 y 14, p. 297 y p. 298, respectivamente.

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Visión estadística...

Los secuestros del M-19 fueron realizados principalmente en el Cauca, Caquetá, Valle y algo en Antioquia.5

El caso de las Farc es elocuente; han actuado en casi todos los de­partamentos donde se han registrado secuestros, con excepción de Ri­saralda, Quindío y Santafé de Bogotá, en donde el secuestro es obra de la delincuencia común mayoritariamente (en el Quindío de manera exclusiva). En tres departamentos, las Farc aventajan en mucho a los restantes autores: en el Meta, Guaviare y Caquetá. En Santander, Cho­có, La Guajira y Cauca está muy repartida la autoría entre las Farc, el ELN y la delincuencia común, y en el caso del Cauca con una menor participación también del EPL y el MI9. Las Farc están aventajadas por la delincuencia común en el Valle, Antioquia, Tolima, Huila, Cundi­namarca, Putumayo, Nariño, Casanare, Caldas, Atlántico; por la delin­cuencia común y el ELN, en el Cesar, Norte de Santander, Arauca, La Guajira (allí también secuestra la disidencia del EPL), Magdalena, Bolí­var y Sucre; y por la delincuencia común y el EPL, en Córdoba.

Lo anterior nos pone en alerta sobre el papel que han jugado las Farc en ía nrona^ación de esta oráctica en Colombia: r*arece como si la organización guerrillera la hubiera iniciado en una diversidad de departamentos y después se hubiese expandido por cuenta de la de­lincuencia común. Si retrocedemos unos años, recordaremos que cuando las Farc empezaron a hacer sistemática esta práctica como re­curso de financiación, todavía las tasas en el país eran muy bajas. En la formación de los grupos paramilitares pesó mucho la amenaza del se­cuestro de las Farc y fue justamente en clásicas zonas de influencia su­ya, como el Magdalena Medio, en donde se organizaron los primeros grupos paramilitares6

Las gráficas de los anexos muestran que la participación de la lla­mada delincuencia común en el intervalo de 1982 a 1997 fue más impor­tante estadísticamente que la de todas las organizaciones guerrilleras juntas (55% frente a 45%) y sin embargo, hasta la reciente legislación

" Ver Gráficas 13 (Participación de los departamentos en los registros de secues­tros), p. 297; 15 (Antioquia), p. 299; 16 (Valle), p. 300; 17 (Arauca), p. 301; y 18 (Santander), p. 302; 19 (Cesar), p. 303. 6 Irónicamente, en 1996 y 1997 las autodefensas y paramilitares aparecen también ellos en los registros de autoría de uno que otro secuestro, según nuestra fuente consultada, el DAS. Esto sucede en ocho departamentos, de uno a tres casos anua­les en casi todos; en Cesar, en 1997, se presentaron más casos.

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Primera parte

anli-secuestro, no había prácticamente instrumentos dirigidos a conte­ner esa delincuencia, ya que la militarización de las funciones de segu­ridad y la politización en la guerra Este-Oeste dirigía toda la energía del Estado hacia los guerrilleros, en asunto de secuestro como en ge­neral en todo el problema de la violencia.

Desde el jjunto de vista del número de casos que se le atribuyen en los registros, la participación de la delincuencia común es más conside­rable, en Antioquia, en jjrimer lugar, con sus topes máximos en 1991 y 1996, seguida de estos departamentos, en orden descendente: Valle, Santafé de Bogotá, Cesar; Meta y Santanderes; Iluila y Tolima; Bolí­var, Sucre, Magdalena y Córdoba; Cauca y Cundinamarca; y, en menor grado, de otros trece dejjartamentos.

Llama la atención, una vez más, el caso del Valle, que en otras for­mas de violencia (por ejemplo el homicidio) ha mostrado también ín­dices relativamente altos sin que se asocien con la guerrilla sino con otros protagonistas. Una consideración por zonas según nuestras bases de datos muestra mayor concentración de unos y otros índices en los municipios del norte del departamento.

Las gráficas permiten contemplar a la vez la variación diacrónica (a través dc 16 años), la diferenciación geográfico-esjjacial (en 33 territo­rios), la discriminación de actores y el efecto del cruce de las tres co­ordenadas: tiemjjos, regiones, actores.

La mayoría de los departamentos inician su primer ascenso pro­nunciado de la tasa de secuestro en 1988 y alcanza el tope máximo en 1991, el mismo año en que logra su tope la curva de los homicidios; jjor las características, empero, del movimiento estadístico del secues­tro, diferente del homicidio, se detecta en su curva un segundo tope, cuya ubicación cronológica varía un poco según los dejjartamentos: en unos se localiza en 1996, en otros en 1995 o en 1997.

Los dejjartamentos que, en el recorrido de su curva de 1982 a 1997, llegan a las tasas más altas por 100,000 habitantes son Arauca, Vicha­da, Caquetá y Cesar, así: Arauca 34.2 en 1985; Vichada 20.9 en 1990; el Cesar 18.3 en 1991; Caquetá 17.9 en 1983.

A diferencia de Arauca, Vichada y Caquetá, el ascenso notable dc la tasa de secuestro en el Cesar es posterior a 1987. Su curva empieza a elevarse de manera cointegrada con la elevación de la curva del país, pero en 1989, 1990 y 1991 se dispara de modo enteramente singular.

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Visión estadística...

También el descenso de 1991 a 1994 es bastante vertical y vuelve a su­bir en los dos años siguientes.'

Resulta sugestivo que en este ascenso relativamente reciente de la tasa de secuestros del Cesar, se hayan repartido tan equitativamente los casos entre el ELN y la delincuencia común y que haya tal cointe­gración y en varios años coincidencia (con excepción de 1992 y 1996) entre las curvas correspondientes a esos dos actores. Se cumple aquí lo que en otros departamentos, con esta guerrilla o con las Farc, a saber que la delincuencia común replica la escalada de secuestro desatada por la guerrilla y viceversa.

Ver Gráfica 19, p. 303.

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SEGUNDA PARTE

La dimensión del municipio

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Criterios de clasificación y

agrupación de municipios según

rangos de violencia Carlos Miguel Ortiz

Si hasta aquí hemos trabajado series estadísticas de cifras y tasas depar­tamentales, no ha sido porque consideremos que ia unidad básica para estudiar la violencia, o cualquier otra problemática social, sea el depar­tamento sino poroue en nuestro afán de vislumbrar algunas tenden­cias globales del homicidio y del secuestro desde fines de la clásica Vio­lencia hasta ahora, no pudimos hacerlo más que con la información disponible y ésta, en cualquiera de los casos, no se conserva más que en datos agregados por departamentos. No obstante, estamos conven­cidos de que el análisis exige adoptar como laboratorio de reflexión el municipio, y que las agrupaciones de municipios que ese análisis susci­te, seguramente rebasarán los límites departamentales.

El material más elemental de estudio en los municipios será el constituido por las estadísticas de defunción del Dañe desde 1980 hasta 1995, concretamente en la penúltima de las 56 causas de muerte que esa entidad ha clasificado, a saber el homicidio, cualquiera que sea su modalidad e incluyendo no sólo los homicidios culpables sino, a nues­tro pesar, los homicidios culposos; inclusión que desvirtúa un poco nuestro propósito investigativo aunque, de todas maneras, los culpo­sos en Colombia mantienen todavía proporciones bastante pequeñas dentro del conjunto de las muertes violentas. Una vez más, estamos limitados por las fuentes disponibles, pues a nivel municipal carece­mos de otra alternativa, ya que el Dañe es una fuente con limitaciones en su recolección y en su sistematización, como la Policía Nacional,

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Seguida paite

cuyas cifras nacionales y departamentales utilizamos en la Primera Par­te.

En su libro recientemente publicado1 Camilo Echandía y Rodolfo Escobedo recurrieron a esa fuente. Con base en ella calcularon las ta­sas por 100.000 habitantes de 1988 a 1991 y establecieron, con relación a la tasa promedio nacional del jjeríodo, dos rangos dc municipios: los que la superaron en más del triple y los cjue la sujjeraron en el doble o más pero en menos del triple. Esta clasificación resulta útil, sobre todo jjuesta en relación con otros aspectos de la violencia distintos del ho­micidio común. Rodrigo Losada y Eduardo Vélez, por su parte,2 ha­bían trabajado la misma fuente para cl jjeríodo 1979-1986, y establecie­ron también dos rangos de municipios violentos —aunque construidos de manera diferente—, así como dos rangos de municipios pacíficos: municipios extremadamente violentos, bastante violentos, altamente pacíficos y bastante pacíficos.

Como jjlanteamos en la Introducción, conviene diferenciar el ho­micidio en general (buena parte de cuyas cifras están constituidas jjor homicidios generados por agresión, venganza, ajuste, etc., en los en-frentamientos simplemente interindividuales) y las muertes violentas utilizadas por organizaciones de diverso tipo, como recurso para el lo­gro de sus objetivos. Por esta razón nos parece útil el estudio que, en el capítulo II, numeral 4 de su texto, Echandía y Escobedo adelantan sobre las cifras de aquello que, siguiendo su fuente de consulta —el DAS—, llaman asesinatos? que no es otra cosa que las muertes violentas provenientes de actores organizados.

1 Camilo ECHANDÍA, Rodolfo ESCOBEDO, Enrique QUERUZ, Colombia: inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales, Bogotá, Fonade y Universidad Externado, 1997. 2 Rodrigo LOSADA y Eduardo VÉLEZ, Muertes violentas en Colombia 1979-1986, Bo­gotá, Instituto SER, 1988. "Tendencias de muertes violentas en Colombia". En: Rev. Coyuntura Social, NB 1, Bogotá, diciembre de 1989.

Es necesario advertir que esta denominación de asesinato acuñada por el DAS y retomada en el trabajo de Camilo Echandía y Rodolfo Escobedo no corresponde a la categoría jurídica con la cual se configura un tipo de delito que se distingue del homicidio común por la presencia dc unas características subjetivas del acto, como son la premeditación y la alevosía, que sólo pueden ser establecidas después de un proceso de juzgamiento y no simplemente por el sujeto o la entidad que registra el hecho, como el DAS, el Dañe o la Policía Nacional. Lejos de ello, la denominación es forjada por el DAS —como lo sugieren Echandía y Escobedo— para indicar el ca-

(continúa en la página siguiente)

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La dimensión del municipio

Recordemos también, de nuestra Introducción, que entre los acto­res organizados que se sirven de la muerte violenta como recurso, hemos reconocido una singular importancia al actor organizado que persigue, en últimas, fines políticos: sea en contra del gobierno, régi­men, sistema político o establecimiento, sea a favor de un supuesto orden sustentado obsesivamente en las tradiciones, sea en disputa por territorios o controles regionales o locales.

En estos capítulos rastrearemos ese actor a nivel municipal. A seme­janza de lo que hicimos en la Primera Parte para los departamentos, pondremos en relación, esta vez en los municipios, las variaciones del homicidio en general —es decir del homicidio no discriminado—, con las muertes ocasionadas por actores políticos violentos (grupos guerri­lleros, jjaramilitares y autodefensas y funcionarios del Estado). Lo ha­remos con la misma discrecionalidad con que io hicimos en ia Primera Parte: no hablaremos de violencia política pura y simplemente, sino de «violencia registrada como política», bajo el criterio y el sesgo de la re-vista Justicia y Paz; pese a todo, la revista fue la única fuente disponible en este campo para hacer un seguimiento por municipios que cubriera al menos una parte de nuestro período de estudio, entre 1988 y 1996.

Hemos estado muy atentos a los dos sistemas aludidos de clasifica­ción de municipios violentos y pacíficos, que corresponden, por lo demás, a dos períodos diferentes; hemos projjuesto un listado resul­tante de cruzarlos entre sí y con nuestros propios criterios. Éstos con­sistieron básicamente en examinar cuidadosamente en cada uno de los municipios existentes en el momento de nuestra clasificación (1995), apoyados en las bases de datos disponibles, en las monografías sobre varios de ellos y en otra suerte de recursos cualitativos, cinco factores básicos a los cuales otorgamos diferente peso ponderado, en el si­guiente orden descendente:

1) La cuna municipal de la tasa de homicidios entre 1980 y 1993, sus topes máximos y su relación con la tasa nacional.

i ácter organizado del actor o actores de la muerte violenta, trátese de una organi­zación armada de objetivo último político (guerrilla, paramilitares) o de naturaleza eminentemente económica (narcotraficantes). Por momentos parece que la de­nominación apunta también al carácter público de la víctima, con lo cual se genera cierta ambivalencia en el uso del término. De todos modos, es útil esta discrimina­ción con respecto al resto de los homicidios, siempre y cuando se tengan muy pre­sentes los límites y riesgos de su empleo.

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Seginda parte

2) Los indicadores de presencia y acción de las varias organizaciones gue­rrilleras entre 1987 y 1993, especialmente la frecuencia del homicidio po­lítico (bajo el rubro asesinato) y del secuestro.

3) Los indicadores de presencia y acción de las autodefensas y grupos para-militares, especialmente la frecuencia del homicidio político (bajo el ru­bro asesinato).

4) La frecuencia de violaciones de derechos humanos por [jarte de funcio­narios del Estado.

5) Con un peso ponderado inferior, la existencia de tierras del narcotráfi­co.

Como resultado de esta combinación de criterios, configuramos las siguientes categorías de municipios:4

CATEGORÍAS DE MUNICIPIOS

Municipios muy violentos

Municipios relativamente violentos

Municipios muy pacíficos

Municipios relativamente pacíficos

Otros municipios con presencia de actores organizados de violencia

18

57

77

33

545

AGRUPACIÓN DE MUNICIPIOS VIOLENTOS POR

CONTIGÜIDAD GEOGRÁFICA

La manera más fácil de agrupar los municijjios escogidos según su re­lación positiva o negativa con la violencia, es agrujjarlos por departa­mentos. Bajo este criterio, los departamentos con municijjios muy vio­lentos son, en su orden: Antioquia (7), Boyacá (3), Arauca, Casanare y Meta (2 cada uno), Caquetá y Cauca (1 cada uno).

Los dejjartamentos con municipios relativamente violentos son: An­tioquia (11), Meta (6), Santander (5), Boyacá (5); Valle, Casanare, Cundinamarca, Cauca (3 cada uno); Arauca, Caquetá, Córdoba, Cho-

4 Ver el cuadro 1 titulado Clasificación de municipios según rangos de violencia y sus 5 categorías. P. 253.

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La dimensión del municipio

có, Bolívar y Caldas (2 cada uno); Cesar, Huila, Norte de Santander, Risaralda y Putumayo (1 cada uno).

En el otro lado de la clasificación, los departamentos con munici­pios muy pacíficos son, en orden: Boyacá (14), Bolívar (4); Chocó y San­tander (3); Atlántico y Nariño (2); Córdoba, Cundinamarca, Guajira, Magdalena y Meta (1).

Finalmente, los departamentos con municipios relativamente pacífi­cos: una vez más Boyacá (21), Atlántico (10), Cundinamarca (9), Nariño y Bolívar (8), Magdalena (7), Santander (6), Chocó (2); Casanare, Cau­ca, Córdoba, Norte de Santander, Sucre y Tolima solamente con 1 municipio relativamente pacífico.

La agrupación por departamentos puede revelar condiciones inte­resantes, cuando los departamentos son relativamente homogéneos en cuanto a poblamiento, composición etnocultural, tipo de economía, presencia o ausencia de actores organizados de violencia, como el de­partamento del Atlántico o el del Quindío.

Pero en la mayor parte de los casos, la heterogeneidad interna de los departamentos es grande y se corre el riesgo de efectuar simplifi­caciones que confunden, más que exjjlican. Por ejemplo, Boyacá apa­rece simultáneamente cn las cuatro categorías municipales que defi­nimos, pero es porque posee zonas diferentes de muy distinto com­portamiento social frente a la muerte violenta. En efecto, la zona occi­dental, hasta hace un par de años, fue escenario de una larga cadena de vendettas surgidas de la economía de las esmeraldas; en cambio las zonas central y oriental, tan violentas en los años 40 y 50, hoy albergan gran parte de los municijjios muy pacíficos y relativamente pacíficos de nuestra clasificación. Antioquia, a diferencia de Boyacá, no posee nin­guna zona de municipios muy pacíficos ni relativamente pacíficos, pero entre sus municipios destacados como muy violentos o relativamente vio­lentos, existen modalidades muy diferentes. Así, la violencia de Mede­llín es de naturaleza bien distinta a la de Turbo y Apartado; una y otra, a su vez, son distintas de la violencia en el nordeste o en el Bajo Cauca.

Hicimos entonces el ejercicio de tomar en cada departamento las listas, primero de los municipios muy violentos y relativamente violentos, y confrontarlas con los elencos de municipios que integran las diversas subregiones inlradepartamentales bajo un criterio histórico-social, sufi­cientemente sustentado en obras ya conocidas de historiadores y de otros científicos sociales. El resultado fue que en esas dos categorías de violencia, casi todos los municipios reseñados hacen parte de unas

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Segunda parte

pocas y determinadas regiones, bastante bien delimitadas. Fueron po­cos los municijjios sueltos o que sólo en números muv bajos de dos o tres, hacen jjarte de una subregión.

En cambio, en las categorías de muy pacíficos y de relativamente pací­ficos, así como en las restantes categorías intermedias, la pertenencia de los municipios a una subregión específica es menos frecuente; es decir que dichos municijjios se hallan más dispersos. Puede suceder también que las subregiones homogéneamente violentas estén mejor definidas y demarcadas, justamente por el interés investigativo que suscita el que sean violentas.

De todos modos, entre los dos rangos de pacíficos, llaman la aten­ción los casos de los departamentos de Atlántico y Boyacá: el primero, porque casi la totalidad de municipios del departamento, en nuestra clasificación, se rejjarten en alguno de los dos rangos,5 excluyendo, na­turalmente, a Barranquilla; ello es coherente con la caracterización de la curva de homicidios del Atlántico que hicimos en el Capítulo II de la Primera Parte (curvas departamentales). El segundo, Boyacá, por­que, si bien su área occidental, con las dos subregiones diferenciadas de Magdalena Medio y Río Minero o zona esmeraldífera, es intensa­mente violenta, las zonas restantes, central y oriental, se caracteriza­rían por agrupar municipios muy pacíficos o relativamente pacíficos en mayor cantidad cjue cualquier otro dejjartamento, pese a cjue esos mismos municipios fueron intensamente violentos en los años 1930 y finales del decenio de 1940.

También en el departamento de Bolívar se contabiliza un buen número de municipios entre muy pacíficos y relativamente pacíficos (12), y posee, como Boyacá, su zona álgida, cjue son los seis municipios del sur (Achí, Morales, Santa Rosa del Sur, San Pablo, Cantagallo y Simití), (ICJS de ellos (Morales y Simití) destacados en nuestra clasificación den­tro del rango de relativamente violentos; ahora bien, esta zona sur de Bolívar jjrescnta muchos rasgos en común con una subregión bien di­ferenciada nacionalmente, a saber el Magdalena Medio, que cobija va­rios dejjartamentos.

7 Sobre los municipios del Atlántico, no coincidimos con la clasificación del traba­jo de Camilo Echandía, Rodolfo Escobedo y Enrique Queruz, Op. cit., en la medi­da en que estos autores consideran los conflictos de tierras como un indicador su­ficiente [jara clasificarlos como violentos, aúneme los conflictos se den con ausen­cia de homicidio generalizado. En nuestra combinación de los cinco factores, la ta­sa de homicidio es el factor al cual asignamos el mayor peso ponderado.

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La dimensión del municipio

Como vemos, las subregiones traspasan algunas veces los límites departamentales. Reiteramos que al hablar de subregiones no nos re­ferimos a grupos municipales armados convencionalmente por noso­tros bajo criterios exclusivos de indicadores de violencia, sino a subre­giones histórico-sociales, estudiadas por sociólogos, historiadores u otros científicos sociales, cuyos municipios coinciden, en proporción significativa, con los de nuestras dos categorías de violentos.

Las subregiones que contienen la mayor parte de los municipios muy violentos y relativamente violentos, de nuestros listados, son las si­guientes:

Urabá

En el sentido amplio, abarca el Urabá antioqueño propiamente dicho y el Darién chocoano. La región está compuesta por 14 municipios: 11 de Antioquia y 3 del norte del Chocó,6 de los cuales integra nuestra lis­ta de muy violentos y relativamente violentos una proporción importante, *"» c o n o * " ' o - n A n l - i n n n n \~\ t r o n I * Vi *-»*-• *-\ I M i n*-vi i n n o n l o v o r v í í~\r\ l i o z ^ o m v_ ci 3 <X U d • u n i n i L i ^ v u u i a *J y c u O l I U L U JL. r n i i i t i u i K . J 1 , c n ICÍ I v - t i i w i i , l l a C C I J C I I -

te de nuestras listas de muy pacíficos ni de relativamente pacíficos. Las zonas occidental y noroccidental de Córdoba (5 municipios,)' podrían asimilarse en muchos aspectos a esta subregión del Urabá; con ella mantienen el mayor volumen de su comercio y han compartido acto­res organizados de violencia, tanto de guerrilla como de paramilitares.

Magda lena Medio

Integrado por La Dorada (Caldas), Puerto Salgar (Cundinamarca), Puerto Boyacá (Boyacá), Cimitarra, Puerto Parra, Barrancabermeja, San Vicente de Chucurí, El Carmen de Chucurí, Sabana de Torres, El Playón y Puerto "Wilches, en Santander; Puerto Berrío, Puerto Triunfo, Puerto Nare, San Luis, San Francisco y Yondó en Antioquia; San Al-

' Antioquia: Apartado, Arboletes, Garepa, Chigorodó, Murindó, Mutatá, Necoclí, San Juan de Urabá, San Pedro de Urabá, Turbo, Vigía del Fuerte. Chocó: Acandí, Unguía y Riosucio.

' Valencia y Tierralta en el occidente; Canalete, Los Córdobas y Puerto Escondido, en la costa noroccidental del departamento. Los dos primeros han sido territorio de guerrilla y paramilitares simultáneamente; los tres últimos, de paramilitares e inversiones de narcotraficantes.

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Segunda parte

berto en el Cesar. Podrían ser más si se agregan los municijjios del sur de Bolívar, especialmente San Pablo y Simití. De esos 18 municipios, 8 hacen parte de nuestras listas, bien de municijjios relativamente violen­tos, o de muy violentos; ninguno hace parte de las dos categorías de pa­cíficos; y los que no clasifican como violentos, de lodos modos son bien conocidos por la presencia, o de guerrillas o de paramilitares o de las dos actores juntamente, como son Puerto Boyacá, Puerto Nare, La Dorada, Puerto Salgar, Cimitarra, Puerto Parra, Yondó.

Sur de Bol ívar

Esta subregión está formada por los 6 municipios ya nombrados8; puede asimilársele al Magdalena Medio (especialmente Simití y San Pablo) o al nordeste antioqueño y Bajo Cauca, zonas con las cuales li­mita.

Bajo Cauca a n t i o q u e ñ o

Esta subregión está compuesta por 6 municijjios,9 de los cuales 3 se ha­llan en nuestras listas: 2 muy violentos y 1 relativamente violento.

Nordes t e a n t i o q u e ñ o

Contiene 7 municipios,1" de los cuales 3 son muy violentos y 1 relativa­mente violento, ninguno pacífico.

Risara lda y n o r t e de l Valle

Esta región interdejjartamental está comjjuesta por: Cartago, Trujillo, Toro, El Dovio, Versalles, Bolívar, Riofrío, La Unión, El Cairo, El Águila, en el Valle; Pereira, Marsella, La Celia, Balboa, La Virginia, en Risaralda. De éstos, Cartago, El Dovio, Trujillo y Marsella son relativa­mente violentos.

8 Achí, Morales, San Pablo, Cantagallo, Santa Rosa del Sur, Simití.

Cáceres, Caucasia, El Bagre, Nechí, Taraza y Zaragoza. 10 Amalfi, Anorí, Angostura, Campamento, Remedios, Segovia, Vegachí.

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La dimensión del municipio

Río Minero y Río Negro

Esta región interdepartamental está integrada por los 11 municipios de la zona esmeraldífera de Boyacá, de los cuales 7 figuran en nuestras listas de muy violentos o relativamente violentos; se prolongaría en 13 municipios de Cundinamarca, dos de los cuales se hallan en la catego­ría de relativamente violentos, ninguno en las categorías de pacíficos y va­rios se conocen por la presencia de actores de violencia como guerri­llas y, especialmente, grupos paramilitares."

Ariar i

Esta región del departamento del Meta, contiene 5 municipios,12 de los cuales 3 se hallan en nuestras listas: 2 muy violentos y 1 relativamente violento.

Región del Caguán

Debido a la extensión de los municipios del Caquetá, esta región se reduce prácticamente a dos jurisdicciones: San Vicente del Caguán y Cartagena del Chaira, ambos municipios conocidos por la relación en­tre guerrilla y colonización13; el segundo de ellos está incluido en nues­tra clasificación como relativamente violento.

P i e d e m o n t e c a s a n a r e ñ o

De los 10 municipios que lo conforman,14 tres se hallan en las dos ca­tegorías de violentos y ninguno en las de pacíficos.

Los municipios de Boyacá son: Briceño, Buenavista, Caldas, Coper, La Victoria, Maripí, Muzo, Otanche, Quípama, Pauna, San Pablo de Borbur. Los de Cundina­marca son: Pacho, Yacopí, Caparrapí, Topaipí, La Palma, El Peñón, La Peña, Pal­me, Villagómez, Nimaima, Carupa, Vergara, San Cayetano. El único de los muni­cipios violentos de Boyacá que no está localizado dentro de la zona esmeraldífera del río Minero, es Páez, cuyas características lo acercan a otra de las agrupaciones regionales que hemos diferenciado, a saber el Piedemonte Casanareño. 12 Granada, Fuente de Oro, El Castillo, San Juan de Arama, Mesetas.

' Véase Fernando Cubides, Jaime Eduardo Jaramillo y Leónidas Mora, Coloniza­ción, coca y guerrilla, Bogotá, Universidad Nacional, 1986.

4 Aguazul, La Salina, Monterrey, Nunchía, Recetor, Sabanalarga, Sácama, Támara, Tauramena y Yopal.

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Segunda parte

Existen otros municipios que presentan contigüidad geográfica en­tre sí, aunque tal contigüidad no ha sido aún objeto de estudios que la interpreten como de pertenencia a una región histórico-socia! diferen­ciada; tal es el caso de los municijjios antioqueños de Jardín y Salgar, relativamente violentos, localizados ambos en el occidente del departa­mento. Angelójjolis constituye, en cambio, un caso más bien aislado, como quiera que está localizado en medio de municipios de JJOCO ho­micidio (aunque no en la categoría de pacíficos), como son Armenia, Titiribí y Venecia.

En los cajjítulos que siguen nos aproximaremos a varias de las subregiones enumeradas y a los tres núcleos urbanos más importantes del jjaís, jjara tratar de descifrar en sus procesos regionales, comarca­les o urbanos de construcción social, eventuales claves de producción de sus violencias.

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Urabá Carlos Miguel Ortiz

La subregión interfronteriza conocida con este nombre, que en reali­dad cobija dos subregiones, a saber el Urabá antioqueño y el Darién chocoano, es producto de una migración masiva bastante reciente, de escasos 40 años. Los hechos preliminares de esa migración fueron la puesta en funcionamiento de la carretera Medellín-Turbo y la inicia-r -M^ t f i r\^=>\ s^-i-i lf i^rs~\ __f* r í d n c i n f í f \ o r * r i í i v n A r t o r *^f* f i n n c r \ a n r A n i P t i r m c /"/"*_ •^.w^j i i u v , i \_ L4.J. L I V C i_i\„ U c L l I U I I V J 1 y j íX í ex V , A U U I t a i ? v- j . i Í . I I I \ ^ U ¡ J \_*.v, p i * _ / 1 - * * ^ __*._ I V J v,v^

lombianos, pero con préstamos, infraestructura y comercialización, en sus inicios, de la multinacional Frutera de Sevilla.

Sin embargo los primeros procesos de colonización remontan a mucho antes: cartageneros, sabaneros bolivarenses y sinuanos, cho­coanos, habían sido colonizadores a comienzos de siglo, roturando tie­rras tras los pasos de las compañías extranjeras madereras y comercia-lizadoras de tagua y de raicilla; a la sombra de este comercio se funda­ron muchos caseríos, que hoy persisten, sumados a los caóticas agru­paciones urbanas que, desde los años 60, crecieron desorbitadamente en el eje de atracción bananero.

Aunque el banano sigue siendo el sector más dinámico de la eco­nomía legal de la subregión, ocupa apenas 28.000 hectáreas1 de L052.500 que suman los once municipios del Urabá antioqueño, de los cuales sólo son bananeros Apartado, Garepa, el área norte de Chi-gorodó y la zona intermedia de Turbo.

Grandes haciendas ganaderas (de ganadería extensiva) predominan en el sur de Chigorodó, en el extremo norte de Turbo, en Arboletes y

Esa extensión es la correspondiente a los 299 predios bananeros, que, desde el punto de vista de la propiedad, se aglutinan por grupos empresariales.

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en los dos extensos municipios del Darién chocoano, a saber Unguía y Acandí; cn Necoclí y San Pedro de Urabá, en cambio, la ganadería aún se halla sustentada en fincas medianas. En total son cerca dc 300.000 hectáreas ocujjadas con ganadería extensiva en el conjunto de los once municipios, y 100.000 hectáreas ocujjadas en agricultura que, además del banano en los municijjios más dinámicos y jjopulosos, comprende la economía campesina típica dc la colonización, en Mutatá y en San Pedro de Urabá, y las chagras ribereñas de los olvidados y carentes municipios de ancestros cimarrones, Murindó y Vigía del Fuerte.

El jjroeeso de concentración ha sido muy notorio, tanto en el área de las grandes haciendas ganaderas como en el corredor bananero cjue se extiende en dirección occidental, de la carretera hasta el mar; en el banano se mantiene en general la finca de 100 a 150 hectáreas como unidad de producción, jjero la concentración opera sobre la apropiación de varias fincas por jjarte de los grujjos empresariales.

Ahora bien, la concentración ganadera, al igual que la bananera, es el resultado de procesos que se iniciaron a comienzos de los años 60. De las 50 mayores fincas bananeras de Turbo, 31 provienen de baldíos titulados sólo en el primer quinquenio de los 60, pese a que la muni­cipalidad data de 1847; en la actual jurisdicción de Apartado, la titula­ción de baldíos que darían lugar a 26 de las 35 mayores fincas, es de la misma época, cuando, además, apenas si existía Ajjartadó como case­río.

En la zona hoy ganadera, las titulaciones son un poco más viejas aunque no se remontan más allá de los años 1950 en Arboletes y 1940 en Necoclí. Actualmente continúa el proceso, y estamos asistiendo pa­ralelamente a una acentuada concentración, dc la cual, en los años 1980 y 90, han sido beneficiarios cajjitales debidos al tráfico de cocaí­na. En Arboletes una sola firma, cuyos principales socios son confesos narcotraficantes cjue se acogieron a la política de sometimiento, com­pró 48 grandes haciendas entre 1981 y 1989,2 simultáneamente con otras muchas compras en Acandí (Chocó) y en el Bajo Cauca antio­queño, mientras otros socios de la misma organización o grupo de Medellín comjjraban en el Magdalena Medio.

" Consulta de los libros de la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos de Turbo, dentro del proyecto de investigación de Carlos Miguel Ortiz, "Urabá: tras las huellas de los inmigrantes (1955-1990)", con la asistencia de John Jaime Correa.

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En la concentración del banano, en cambio, no es por lo menos auscultable la inversión de los traficantes de cocaína. Han sido grupos empresariales de Medellín y Bogotá principalmente los que han ido comprando paquetes de fincas, más algunos grupos endógenos cuyas fortunas iniciales dicen que provienen del contrabando de Turbo y del negocio de la marihuana en los años en que éste pelechó en Urabá, que fueron los últimos de la década de los 70.

En general la extracción andina de estos accionistas bananeros, trá­tese de los refinados hombres de negocios antioqueños y bogotanos o de los nuevos ricos raizales, contrasta con la pluralidad étnica de los co­lonizadores que se sucedieron a lo largo del siglo, que —como hemos dicho— eran costeños, bolivarenses, sinuanos, chocoanos, y andinos só­lo desde fines de los 50. Esta pluralidad étnica sin integrar, que no se refleja en la concentración como sí en la diversidad cultural de los co­lonos e incluso de los obreros bananeros de los últimos cuarenta años, puede ser un factor de fragmentación y atomización sobre las cuales podría descansar una parte de la violencia.3

M/ - * m i p r p m n e p m n p r n r \ f * r , w m i P \ r \ c n p r n r v c f*r\ \ r \ c Q l l p 11113.1 I T l d l t C

se exterioriza la violencia tengan una naturaleza claramente interra­cial; más bien la fragmentación como imposibilidad de una identidad social construida pluriétnicamente y políticamente diversificada, va a culminar en dos direcciones de la violencia: a) una, que lleva a la proli­feración del homicidio de múltiples y banales móviles, en lo que baten récord algunos municipios de la subregión desde el comienzo de su existencia (Apartado, Chigorodó, Turbo); b) otra, que favorece el for­talecimiento de los actores organizados de violencia (guerrilla, fuerzas regulares, paramilitares) sobre el fondo de miedo y de ausencia de identidad.

En efecto, en medio de un conglomerado de gentes de diversos orígenes, con mucho de espíritu osado y aventurero, conglomerado amorfo, donde la justicia privada imperaba por absoluta ausencia de la estatal, en un Apartado con muchos empleos que ofrecer, sin institu-

' El citado trabajo "Urabá: tras las huellas de los inmigrantes (1955-1990)" abunda en citas de documentos que reflejan bastante violencia interétnica, al menos ver­bal; los alcaldes interioranos enviados por Medellín para gobernar localidades urabaenses de mayoría negra o sinuana, a veces llegan a utilizar apelativos de ani­males, bestias, etc., para referirse a los gobernados, que no ven como pertenecien­tes a lo que ellos consideran su raza (raza mestiza, con pretensiones de blanca).

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dones a las cuales acudir, con muchos homicidios de fin de semana, prostíbulos a granel y 4.000 prostitutas en vez de médicos, maestros, jueces, autoridad... irrumpe la guerrilla de los años 60. Más politizada que la de ahora, con más credibilidad, realizando en los lugares apar­tados como ése un trabajo jjarlidista de politización, que hace difícil distinguir, en las veredas y cn los caseríos, guerrilleros de comunistas, elemento utilizado por el Ejército cuando se le envía a defender las fincas bananeras, en donde la politización del Ejército cn la guerra Es­te-Oeste ayuda a convertir inevitablemente los enfrentamientos locales en batallas de una guerra planetaria y a aumentar su parcialidad.

La guerrilla de los años 60 y 70, en esos territorios lejanos, llega ofreciendo funciones propias de la acción estatal: hacer justicia a su modo, prevenir delitos como el abigeato, tan frecuente, el consumo de droga, etc., castigar infractores, muchas veces con la aplicación unila­teral y cruel de la pena de muerte; reducir homicidios del ámbito pri­vado, aunque aumenten los perpetrados por sus propios requerimien­tos de jjermanencia y desarrollo.

No se crea que sólo los colonos jjobres apoyan la jjresencia guerri­llera; no pocos hacendados, ante la proliferación del delito y la insegu­ridad, y la lejanía e ineficacia de las instancias estatales, deciden cola­borar financieramente con cuotas periódicas o circunstanciales, a cambio de su seguridad; los guerrilleros, de su parte, se detienen cada vez menos a examinar éticamente la proveniencia de las contribucio­nes a la luz de criterios políticos, y cada vez más (sobre todo en los años 80 y 90) van poniendo el criterio económico por encima de todo, hasta resultar jjrotegiendo sin reato poderosos hacendados que les ga­ranticen ingresos de consideración.

El Ejército y la Policía parecen sometidos a la misma lógica y se mueven, más que instilucionalmente, de manera coyuntural hacia donde la jjresión de los políticos de Medellín o Bogotá los lleve en de­fensa de intereses jjarticulares, principalmente de los bananeros; se conoció inclusive una especie de vacuna del Ejército, en el sentido lite­ral de cuotas periódicas pagadas por los empresarios por vía personal, al margen de los impuestos.

Tal privatización de la función pública de los cuerpos armados, y del quehacer de los funcionarios oficiales, lleva a la corrupción, au­mentada con el agigantamiento de los poderes privados acarreado por el narcotráfico, especialmente en Turbo, Arboletes y puertos de em­barque de droga; lleva también a la complicidad hacia grupos armados

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irregulares, francamente ajenos a la institucionalidad: los grupos pa­ramilitares, y a la infracción oronda de las normas constitucionales y legales por parte de los agentes del Estado, que —en la misma lógica de la privatización— se consideran ruedas sueltas hasta para delinquir (se conocieron casos de policías que en las noches, vestidos de civil, realizaban atracos a sucursales bancarias en pueblos vecinos).

Hasta hace unos años era frecuente la mentalidad, no sólo en los soldados rasos sino en la oficialidad, de que en guerra (y era la guerra sucia) todo está permitido para lograr el éxito; principio que chocaba con el incómodo y entorpecedor síndrome de Procuraduría, como la ofi­cialidad bautizó el efecto inhibitorio de la vigilancia del Ministerio Pú­blico sobre los derechos humanos durante las tareas encomendadas al personal militar. Urabá es una de las zonas con más denuncias sobre violación de derechos humanos por agentes uniformados, según fuen­tes de la Procuraduría; Apartado y Arboletes son los que presentan, en distintos años, las cifras más altas de violaciones.

En esa lógica de rebatiña de poderes en la cual las fuerzas regulares quedan aprehendidas, los conflictos laborales de las empresas banane­ras, inherentes a la relación capital-trabajo en cualquier país del plane­ta, a fortiori en los del Tercer Mundo, resultan violentizados, es decir traducidos en homicidios, y esto en dos modalidades: en la modalidad del homicidio perpetrado contra dirigentes y activistas, que el trabajo de Echandía, Escobedo, Queruz, con fuentes del DAS, registra como asesinatos, o sea violencia de actores organizados,4 y en la modalidad

Los cuatro municipios bananeros de Urabá, a saber Apartado, Turbo, Garepa y Chigorodó, hacen parte de los municipios de mayor violencia por asesinatos, en primer rango tanto en el período 1987-1989 como en el de 1990-1992, en la clasi­ficación de Echandía-Escobedo-Queruz; simultáneamente, la proliferación de ho­micidios no selectivos los hace figurar en nuestras listas de violentos: Apartado, Turbo y Chigorodó, en nuestra categoría de muy violentos, Garepa en la de relati­vamente violentos. Apartado y Chigorodó, junto con Taraza y Segovia en Antioquia, Muzo en Boyacá y Valle del Guamuez en Putumayo, constituyen los 6 municipios de más elevada tasa de homicidios en todo el país, con índices que superan en mucho no sólo las tasas nacionales, sino las tasas de los departamentos con más homicidios (Ver Gráficas 20, 21, 22, 23 y 24, p, 304 a p. 308), No siempre coinci­den, como en los municipios bananeros, altos rangos por asesinato con altos ran­gos por homicidio. Por ejemplo, los municijjios antioqueños de Carolina, Gómez Plata, Don Matías, hacen parte ciel mapa de asesinatos de 1990 a 1992, pero, aun­que registran sus homicidios, no sobresalen bajo este criterio ni como muy violentos ni como relativamente violentos. Casos como los de marras parecen explicarse por el advenimiento reciente del narcotráfico a localidades cuya historia no ha sido antes

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del homicidio anónimo, que se ensaña contra administradores de las fincas, capataces y jornaleros rasos. Ambas modalidades dc homicidio jjroliferan cn los mayores núcleos dc población bananera: Apartado, Turbo, Garepa, Chigorodó y el corregimiento dc Currulao (Turbo). El llamado aquí homicidio anónimo (la segunda modalidad) hace parte, aunque no exclusivamente, de las altas cifras de homicidio que carac­teriza a estos municijjios aunque, como dijimos, esas tendencias esta­dísticas preceden al banano y a la llegada de las tres principales clases de actores violentos organizados.

Pese a que esa cadena de homicidios de la gente común se da fi­nalmente en el marco de un enfrentamiento a muerte de actores or­ganizados y tal vez no existiría en la misma intensidad sin su presencia, no quiere decir que todos obedezcan a jjlanes controlados de uno cualquiera de los tres actores, sino que ese enfrentamiento a muerte crea las condiciones y el pretexto ¡jara hacer valer, por la fuerza, todo género de pretensiones atomizadas y dispersas, que resultan así mez­cladas de modo confuso con las reivindicaciones supuestamente colec­tivas, políticas o sindicales. En otras jjalabras, la disolución de lo colec­tivo, al amparo de la violencia, en un sinnúmero de estrategias indivi­duales o dicho más descarnadamente, un jjulular del rebusque a través del recurso de la muerte y a la sombra de la violencia política y de sus actores contrincantes.

Por si todo lo anterior fuera poco, se suman las muertes de civiles inermes a causa del enfrentamiento entre grujjos guerrilleros, en una verdadera guerra de territorios. La primera de las organizaciones gue­rrilleras que se hizo presente en la zona fue las Farc. Desde la segunda mitad de los años 60 se pueden rastrear los gérmenes de su presencia, en lo que fueron inicialmente las llamadas autodefensas campesinas del Partido Comunista, grupos armados con tareas de limpieza de cua­treros y de finanzas y con uso de las armas para cumplirlas. Se forma­ron en el sector rural de Chigorodó, en veredas de Apartado y del norte de Turbo.

Pero es en 1973 cuando, en cumjjlimiento de las directrices de la IV Conferencia de la organizacitm, se constituye formalmente el primer núcleo del V Frente en el corregimiento de San José de Apartado, lo­calidad que hoy sigue rejjresentando una referencia fundacional, don­de, debido al arraigado proceso de jjolitización que jjrecedió, la pre-

paiticularmentc violenta.

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sencia guerrillera no ha tenido las expresiones de violencia, entendida como homicidio y secuestro, que ha tenido en otros lugares de la subregión. Su base de apoyo fueron los colonos desplazados por los inversionistas bananeros, de la franja mediterránea hacia el piedemon­te (San José de Apartado está en el pie de la serranía de Abibe).

Desde allí el V Frente realizó un gran proceso de expansión, que no conoció sino el límite que le puso al norte, desde comienzos de los 80, la otra guerrilla fuerte (el antiguo EPL). La frontera fue el límite bananero de Turbo, o sea el corregimiento de Currulao. Hacia el sur, el V Frente se extendió no sólo a Mutatá y al lejanísimo municipio de Murindó, sino que traspasó los límites departamentales, logrando con­trolar el Darién chocoano, formado por los extensos municipios de Unguía, Riosucio y Acandí, y al sur de Urabá, todavía dentro de An­tioquia, los municipios de Dabeiba, Urama y algunos más del occiden­te antioqueño. El crecimiento dio lugar al desdoblamiento de los Fren­tes 18 en Córdoba en 1982 y posteriormente el 35, y del Frente 34 en el Chocó en 1985.

Si San José de Apartado fue ei foco de expansión dei V Frente en los años 70, la ofensiva de los 80 y 90 se sustenta especialmente desde Q\ r»QrmJr>«r) corregimiento de Belén de Baürá en Jurisdicción de Mu­tatá, que es la avanzada de la colonización presente. A diferencia del foco original, Bajirá sí ha visto traducir el crecimiento guerrillero en un incremento notorio de los homicidios, muchos de ellos fruto de las tensiones internas de los militantes, y en especial de las milicias que se han sumido en una rebatiña por controles locales; este aumento del homicidio parece preocupar menos al Ejército, como quiera que su­puestamente no pondría de suyo en jaque la seguridad estatal ni los intereses particulares de los influyentes bananeros.

La avanzada de las Farc en Urabá empezó a darse en un momento de enorme decaimiento de las otras organizaciones guerrilleras. El EPL había intentado, sin éxito, penetrar en las mismas áreas rurales duran­te los 60, pero con su resurgimiento a comienzos de los años 80, que en Urabá precisamente se hizo a costa de una disidencia de las Farc encabezada por el comandante alias Bernardo Gutiérrez (hoy reinserta-do, exsenador de la República), empezó el forcejeo de las dos guerri­llas por la penetración de los organismos sindicales (Sintagro y Sintra-banano), por el reclutamiento de votos para sus respectivas alas políti­cas legales y por el control de territorios. Hasta 1985, al menos, esta guerra aportó sus cifras a la ya ascendente curva de homicidios de los

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municijjios bananeros. Sindicalistas o simjjlcs obreros simjjatizantes de uno y otro bando fueron sacrificados y, en un acuerdo tácito de las dos guerrillas, se hicieron sumar a las cifras de víctimas, de por sí sig­nificativas, de Rombos anticomunistas y grupos jjaramilitares.

He aquí el tercero de los grandes actores de violencia en Urabá: los grupos paramilitares. Configurados con alto perfil desde la época del gobierno de Belisario Betancur, se constituyeron para intimidar con la violencia a los jjresuntos simpatizantes dc las guerrillas, que cada vez más fueron todos los adherentes de corrientes políticas izquierdistas. Paradójicamente, dichos grupos se fortalecieron en el gobierno que planteara un viraje hacia el diálogo y la negociación para el tratamien­to del problema guerrillero. En Urabá las jjrirneras masacres — desafortunado signo de estos grupos— se atribuyeron a paramilitares llegados del Magdalena Medio: fueron las matanzas de Honduras y La Negra, en 1988. Luego sucedió la de La Mejor Esquina y, entre 1989 y 1990, las de Pueblo Bello en Turbo, con 42 víctimas, y Gilgal en el mu­nicipio de Unguía (Darién chocoano).

En las masacres de Pueblo Bello y de Gilgal el protagonismo ya la pertenece a un grujjo paramilitar de la propia zona hoy muy conocido, Los Táñelas, al mando de Fidel Castaño. Este jjotentado ganadero, que en la época gozaba de estrechos nexos con las comandancias de Ejérci­to y Policía en Urabá, el Darién y Córdoba, mantenía también muy buenas relaciones con la organización de narcotraficantes de Medellín, por lo menos mientras vivió Gonzalo Rodríguez Gacha; después surgi­rían enfrentamientos que lo llevaron a convertirse en el enemigo nú­mero uno del capo Pablo Escobar.

Hoy los paramilitares han avanzado increíblemente en los munici­jjios de Urabá, incluso en territorios que se consideraban inexpugna­bles de la guerrilla; han llegado a tener control, no sólo de Turbo sino de Apartado, otrora fortín electoral de la Unión Patriótica, nucleada por el Partido Comunista, de Riosucio en el Darién chocoano y de gran parte de Mutatá, que en su frontera de colonizaje ha sido el ni­cho ecológico de los hombres del V Frente de las Farc.

Uno de los efectos —quizá el más perverso de esta guerra territorial que actualmente libran los paramilitares y las Farc en Urabá— es el de los desplazados que, huyendo de uno u otro bando, llegan a pequeñas poblaciones primero, más tarde a las ciudades, después de abandonar sus escasos haberes para engrosar las filas dc los indigentes.

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Esta subregión, que en su variedad de municipios y pluralidad de de­partamentos interceptados bien pudiera considerarse una verdadera región o constituir de por sí un departamento, tiene una larga historia de colonización cuyos orígenes remontan hasta el siglo pasado.

Los estudios monográficos hablan de varias oleadas migratorias y de dos direcciones principales de poblamiento, que tienen relación con la procedencia etnorregional de los inmigrantes, a saber: los oriundos de las sabanas de los actuales Bolívar, Córdoba, Sucre y Ce­sar, inmigrantes que también llegaron a Urabá y al Bajo Cauca, se diri­gieron hacia la ribera del río y constituyeron la base de lo que con el tiempo sería la cultura ribereña? sustrato principal en la simbiosis cul­tural del Magdalena Medio; los oriundos de las breñas andinas (antio-queños, caldenses, santandereanos, tolimenses, cundinamarqueses y boyacenses) se internaron en la selva y abrieron mejoras, gran parte de las cuales serían más tarde subsumidas por las haciendas ganaderas, re­lanzando a los colonos más hacia adentro.

Los primeros focos de colonización fueron, al parecer, La Dorada y Puerto Berrío, a partir de las líneas férreas que empezaron a cons­truirse entre 1870 y 1875, aunque existían desde antes asentamientos dispersos a orillas del río, originados en el leñateo que había promovi-

Esta categoría, y las informaciones históricas aquí retomadas, provienen del tra­bajo de grupo coordinado por el PNR y publicado por este organismo, Colcultura y el Instituto Colombiano de Antropología, bajo el título Un mundo que se mueve como el río: historia regional del Magdalena Medio, Bogotá, 1994. Sus autores son Amparo MURILLO, María Teresa ARCILA, Manuel Alberto ALONSO, Giovanni RESTREPO y Gloria Estella BONILLA.

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do la navegación a vapor. Según Carlos Medina, también fue intensa, en esa época, la colonización en el Territorio Vásquez o "Partido (boyacense) del Magdalena", área que cubría el occidente de Boyacá, donde hoy se ubica Puerto Boyacá.2 Así se va desprendiendo y dife­renciando el Magdalena Medio, cjue había permanecido selvático, con resjjecto a la región momjjosina o Bajo Magdalena, que fue zona CJJÍ-

céntrica, comercial y [jolíticamente, durante la Colonia española.

Luego, en cl siglo XX, se reactiva la colonización, con el auge de los puertos ferroviarios de Barrancabermeja, Puerto Wilches, Puerto Be-rrío y La Dorada, y bajo el estímulo de las obras y el movimiento co­mercial impulsados por el petróleo en Barranca en los años 30, en el corregimiento de Casabe (actual jurisdicción de Yondó) y en Puerto Boyacá esjjecialmente desde los años 40.

En los 50, contribuye a las oleadas migratorias el acoso generado por La Violencia bijjartidista. La migración de los 60 revela nuevos po­los de afluencia y poblamiento, como son Cimitarra, Yondó, San Pa­blo.

En la segunda mitad de los 60, al ticmjjo que continúan la migra­ción y la colonización, se hace importante la presencia y actividad de la organización guerrillera, concretamente el IV Frente de las Farc que lideraba Ricardo Franco, un hombre un tanto carismático, desde Ba­rranca hasta La Dorada y en algunos municipios del Magdalena Medio bolivarense y santandereano (Barranca, San Vicente y El Carmen de Chucurí)3 el ELN.

" Véase Carlos MEDINA GALLEGO, Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colom­bia: origen, desarrollo y consolidación. El caso "Puerto Boyacá", Bogotá, Ed. Documen­tos Periodísticos, 1990, p. 72-88. Las otras informaciones son tomadas de la citada monografía del PNR, Un mundo que se mueve como el río: historia regional del Magda­lena Medio. Puerto Boyacá fue erigido municipio en 1957 con el nombre inicial de Puerto Gustavo, en honor del entonces Presidente Gustavo Rojas Pinilla (Medina, Op. cit., p. 87-88).

' Tierras en donde otrora había operado la guerrilla liberal de Rafael Rangel, de 1949 a 1933, dirigida por quien, en Barranca, se hubiera proclamado alcalde revo­lucionario el 9 de abril. Aunque Rangel después hizo política desarmada y electo­ral, los cuatro años de oposición en armas dejaron honda impronta en esa zona de colonización; se hizo tierra muy favorable para el accionar guerrillero, trátese del MRL o, desde mitad de los 60, del ELN. Es lo que uno oye en el área si aborda el tema con cierto grado de confiabilidad, y coincide con la entrevista (inédita) reali­zada por Callos Medina a uno de los jefes actuales del ELN, oriundo de la zona. Habría que precisar mucho más qué factores concretos son los que configuran la

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Hacia fines del decenio del 70 empieza a crecer un gran sentimien­to de rechazo a las Farc, cuyo IV Frente había sido sustituido por el XI que, en su forcejeo para cumplir altas cuotas económicas a la organi­zación nacional, empezaba a agobiar a los medianos y pequeños cam-jjesinos y colonos con sus contribuciones forzosas, extorsiones y vacu­nas y a los hacendados con el exagerado incremento de cuotas y se­cuestros. Ese rechazo benefició, desde comienzos de la década del ochenta,4 el fortalecimiento de grupos paramilitares, auspiciados por el Ejército y financiados por algunos narcotraficantes transformados en hacendados en varios municipios ubicados en el sur de esta vasta región: Puerto Triunfo, La Dorada y, principalmente, Puerto Boyacá.

El informe del director del DAS al Presidente Virgilio Barco en abril de 1989 que, aunque supuestamente confidencial, se filtró a los medios, ' mostraba ya importantes rasgos de organización de los para-militares, la existencia de verdaderas escuelas de entrenamiento con asesores extranjeros como la 081, el rol central del municipio de Puer­to Boyacá y de sus políticos, la injerencia de los narcotraficantes de la organización de Medellín y el apoyo de oficiales del Ejército, como el entonces coronel comandante del Batallón Bárbula, acantonado en Puerto Boyacá, quien semanas después de su retiro de filas, fue ulti­mado.

Hay que advertir que la inversión de narcotraficantes en tierras, no precisamente destinadas a cultivos de coca sino a la ganadería predo­minantemente extensiva (con alguna introducción de tecnología), pro­venía de fines de los años 70, aunque por entonces el fenómeno no

favorabilidad de la zona hacia la actividad guerrillera; no olvidemos que allá mis­mo, específicamente en jurisdicción del municipio recientemente desagregado de San Vicente, El Carmen de Chucurí, se han consolidado también grupos paramili­tares. 4 Carlos Medina señala la mitad del año 1982 como época de surgimiento de los grupos paramilitares en el Magdalena Medio con las características que aquí ano­tamos (Op. cit., p. 170). La cronología de Carlos Medina coincide con la referida monografía del PNR cuando habla de paramilitares en Puerto Berrío, otro de los municipios muy azotado por esta modalidad de grupo armado. En efecto, Gloria Estella Bonilla, en esa monografía, habla de la actuación del MAS o Macelos en Puerto Berrío desde mayo de 1982, cuando difunden un volante con la amenaza de que «iban a matar a todos los comunistas»; en junio habrían empezado a cum­plir lo anunciado, dando muerte al jefe del procomunista movimiento Unión Na­cional de Oposición, UNO. Véase Un mundo que se mueve como el río, Op. cit., p. 167. 5 El Tiempo, Bogotá, 10 de abril de 1989, p. 3A.

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había adquirido contornos de violencia. La monografía del PNR cita un número de la revista Alternativa de 1975 en el cual se habla de in­versiones de narcos en Puerto Berrío1'; curiosamente el nombre del narco al cual se refiere la revista coincide con el de quien, por la mis­ma época, ensanchaba sus haciendas en el llamado Urabá chocoano, es decir el Darién, y desde allí, —corregimiento de Balboa, municipio de Unguía—, controlaba sus operaciones aéreas de exportación ilícita7: es la historia de nexos entre el Urabá y el Magdalena Medio, que se se­guirá repitiendo hasta hoy.

La avanzada de los paramilitares anticomunistas apadrinados por el narcotráfico tuvo lugar con mayor contundencia en el sur del Magda­lena Medio, cjue corresponde a los municijjios en donde había sido mayor la inversión de los narcotraficantes en haciendas: Puerto Triun­fo, Puerto Boyacá, La Dorada y Puerto Salgar. Para los autores de la monografía del PNR, la linca de demarcación de las dos zonas del Magdalena Medio, la controlada jjor los paramilitares y la controlada por la guerrilla, sería Barrancabermeja; nosotros creemos que hoy día es Cimitarra, y que en el propio municipio dc Cimitarra se diferencian dos zonas: una de grandes haciendas y control casi omnímodo de los jjaramilitares,8 y otra donde prevalece la mediana parcela de colonos y donde se hallan presentes las dos fuerzas en disputa, guerrilla y para-militares.

Como resultado de la acción paramilitar en los municipios del sur, prácticamente se corrió de allí la guerrilla, representada por el XI Frente de las Farc. Al observar las curvas de datos de secuestro de 1982 a 1997 en esos municijjios, se constata la tendencia a su notoria dismi­nución, si bien se han dado algunos secuestros atribuibles a los para-militares. La curva de tasas de homicidio también es más baja cjue en los municijjios del norte del Magdalena Medio, aunque no dispone­mos de elementos suficientes para afirmar cjue se deba al control de los paramilitares; tampoco puede afirmarse que los altos índices de los municijjios del norte se relacionen con la guerrilla o con la coexisten-

' Varios autores, PNR, Op. cit., p. 169. Según la misma monografía, en 1990 el total de hectáreas poseídas por narcotraficantes en Puerto Berrío, ascendía a 50.000.

' Véase Carlos Miguel ORTIZ, "Urabá: tras las huellas de los inmigrantes (1955-1990)", Op. cit. 8 En 1995 se celebró en Cimitarra una reunión con delegados de las distintas zo­nas del país, para discutir estrategias conjuntas entre los grupos paramilitares.

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cia de los dos tipos de actores: ahí están los casos de Puerto Berrío y Puerto Triunfo, que aun haciendo parte de los municipios con grupos paramilitares, por sus tasas considerables de homicidio pertenecen a nuestra categoría de relativamente violentos.

De todos modos el control paramilitar no ha producido tal dismi­nución de homicidios que permita contar esos municipios en ningún rango de pacíficos y en cambio sí les ha valido a varios de ellos la men­ción en otra de las variables analizadas por Echandía, Escobedo y Que-ruz, la del asesinato u homicidio proveniente de actores organizados, así como en nuestros listados de violencia, registrada como política: Puer­to Triunfo en Antioquia, y en Santander Cimitarra, Puerto Parra y Santa Helena del Opón, que es un joven municipio escindido de Cimi­tarra. Estos no sobresalen por homicidio en general, sino por el asesi­nato selectivo.3 Recuérdese en Cimitarra cómo se llegó a exterminar los 7 concejales que pertenecían al Partido Comunista, por ende sim­patizantes de las Farc.11'

Otro fenómeno que resulta muy intenso en los municipios del sur, controlados oor los Daramilitares. son las migraciones forzosas. La monografía del PNR refiere cómo la persecución anticomunista, al al­canzar a los simples votantes y simpatizantes de los partidos y movi­mientos cercanos a las Farc (UNO, Partido Comunista y últimamente Unión Patriótica, UP), causó la expulsión de muchos colonos y campe­sinos hacia los municipios del norte del Magdalena Medio, prolongan­do así ese periplo conocido de violencia-colonización-violencia. Efecti­vamente, los municipios de Yondó, San Pablo, Puerto Wilches, Sabana de Torres, situados al norte, han visto en los años 1980 y 1990 un re­impulso de su colonización, pero también han visto llegar detrás de ella la confrontación armada y la violencia de actores organizados des­de el último cuatrienio de la década del ochenta,11 como lo reflejan los mapas de asesinato de Echandía, Escobedo y Queruz.

"' No aparecen tampoco en los listados de municipios con frecuencia de asesinatos Puerto Boyacá, La Dorada ni Puerto Salgar. Barranca, San Vicente de Chucurí, El Carmen de Chucurí, El Playón, Puerto Wilches y Sabana de Torres, o sea los mu­nicipios del norte del Magdalena Medio, combinan la variable asesinato con altos índices de homicidio. Puerto Berrío no hace parte de los municipios de asesinato, pero sí ostenta —y esto desde muchos años atrás— niveles considerables de homi­cidio que lo colocan entre los municipios relativamente violentos. 111 Carlos MEDINA, Op. cit, p. 142

Véase Un mundo que se mueve como el río, Op. cit.. p. 25; 135-139; 195-203.

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Segunda parte

Como puede sentirse en las líneas cjue acabamos de escribir, y res-

jjirarse en el ambiente mismo de los municijjios descritos, la presencia

de los actores organizados de violencia, casi siemjjre exteriores a los

municijjios, se hace bastante determinante del rumbo que toma la his­

toria local y la historia de la subregión, en sus varias instancias políti­

cas, culturales y hasta económicas. Como dice Carlos Medina, en la co­

lonización «la violencia ha ojjerado como factor determinante de los

procesos.»12

Resumiendo lo dicho hasta aquí sobre la colonización del Magdale­

na Medio vista en conjunto desde sus inicios, podemos resaltar tres ca­

racterísticas:

a) La principal característica de los procesos sucesivos de migración y colo­nización, desde el siglo XIX hasta hoy, es su naturaleza multiétnica, cris­talizada en las más diversas expresiones dc la cultura de los mediomag-dalenenses: fenómeno compartido por muchos otros procesos colom­bianos de colonización, por ejemplo el de Urabá, al cjue nos hemos refe­rido anteriormente.

b) Otra característica, también compartida con Urabá, es la frecuente mez­cla del móvil de la violencia junto a otros, desde el siglo pasado, en las oleadas de colonización; las guerras civiles primero, La Violencia de los 50 después, hasta las recientes movilizaciones de los municipios del sur hacia los del norte en los últimos once años, han estado ligadas a estos procesos en el Magdalena Medio tanto como en Urabá.

c) Una tercera característica, muy perceptible, es la insignificancia dc la ins­titucionalidad frente a la dinámica vertiginosa de los intereses y poderes privados; una muestra simbólica es el contraste del Puerto Berrío de 1950 en pleno furor de colonización, con una precaria casucha de alcal­día a la eme se reducían todos los establecimientos públicos, frente a la proliferación de prostíbulos que albergaban la no despreciable cifra de 5.000 prostitutas ': cifra cercana a las 4.000 que reportaría en Urabá el minúsculo corregimiento de Apartado, en 1967.

Digamos, finalmente, que aunque los actores organizados (guerrilla

y Ejército en los años 70, éstos y jjaramilitares en los 80 y 90) han

12 Carlos MEDINA, Op. cit., p, 100, 13 Un mundo que se mueve como el río, Op. cit., p. 150. 14 Garlos Miguel ORTIZ, "Urabá: tras las huellas de los inmigrantes (1955-1990)" Op. cit..

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constituido un factor determinante de la violencia en el Magdalena Medio, es preciso no olvidar que con bastante anterioridad a su presencia en el panorama subregional, se dieron otros factores de violencia: los conflictos de tierras, por ejemplo, datan en el Magdalena Medio por lo menos de los años 1930, y se han dado allí de diferentes maneras: entre colonos y hacendados, colonos y empresas petroleras, colonos entre sí.

La proliferación del homicidio es otro fenómeno que, en casos como el de Puerto Berrío (nuevamente semejante al caso de Apartado, en Urabá), es muy anterior a la presencia de los actores organizados. Estos no inciden en un eventual decremento pero no podemos decir tampoco que por sí mismos lo aumenten. Se trata de procesos de más largo aliento, en donde los componentes culturales pueden arrojar más luces que las explicaciones económicas o políticas.

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Bajo Cauca Antioqueño Carlos Miguel Ortiz

Extendida al norte de Antioquia, entre los ríos Cauca y Nechí, esta subregión que en la jurisdicción municipal actual comprende seis mu­nicipios,1 pose una identidad cuyas raíces se remontarían hasta los primeros tiemjjos de la Colonia, como lo estudia Clara Inés García,2

aunque paradójicamente hubo de ser repoblada y recolonizada a par­tir de los años 40. Su importancia en la Colonia jjrovino, igual que la de otra subregión, el nordeste antioqueño, de la producción de oro, oro que vuelve a ser móvil princijjal en la recolonización de los años 40. Lástima no disponer de estudios cjue analicen, o al menos contabi­licen, los fenómenos de homicidio y demás cxjjresioncs de violencia en la época colonial, que pudieran arrojar luces sobre jjrocesos de lar­ga duración conducentes o no al panorama dc la zona en los últimos años.

La recolonización procedente de los años 40 estuvo acompañada de un intenso movimiento migratorio, alimentado jjor corrientes de sabaneros de los actuales dejjartamentos de Bolívar, Sucre y Córdoba. En los 70, bajo el relance de los jjrecios del oro, se suman a las ante­riores corrientes, mineros chocoanos y cancanos de la Costa Pacífica, que se instalan principalmente en El Bagre y Zaragoza. En una y otra

El Proyecto de Ley de Ordenamiento Territorial divide esta subregión en dos, reservando el nombre de Bajo Cauca sólo para la agrupación de Cáceres, Gaucasia y Taraza; los otros tres municipios, a saber Zaragoza, El Bagre y Nechí, conforma­rían la subregión o provincia de Nechí. 2 Clara Inés GARCÍA, El Bajo Cauca antioqueño, Bogotá, Cinep e Iner Universidad de Antioejuia, 1993. Este estudio ha sido la base para la diferenciación cjue hemos efectuado de la subregión del Bajo Cauca y para la caracterización histórica de los elementos que en ella se relacionan con la violencia.

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época, además, fueron significativos los inmigrantes andinos, particu­larmente antioqueños del nordeste y del norte del departamento, y en menor proporción gentes del Viejo Caldas, tolimenses y vallecauca-nos.3 Varios de los inmigrantes llegaron huyendo de la violencia bipar­tidista, pero los más, huyendo de la pobreza.4 La migración no sólo se ha dirigido al área rural de los municipios, sino también a sus cabece­ras, particularmente en El Bagre y Caucasia, con los problemas deri­vados cuando ninguna planeación urbana ha sido predispuesta para ello.

Muchos de los mencionados lugares de origen, las sabanas de la Costa Atlántica y los caseríos costeros del Pacífico, tienen en común tanto una tradición pacífica como de pobreza y marginalidad. Otros focos de emigrantes, en cambio, como el caso del Nordeste antioque­ño, participan con el Bajo Cauca de los elementos comunes de violen­cia, lo que ha dado lugar a que algunos estudien las dos subregiones conjuntamente.5

N o p o d e m o s af i rmar e n este m o m e n t o si el i n c r e m e n t o del homi ­cidio ^t-níFTi^i]^ r\ ec noctí^rinr -A \-A lli^cr^rta He ta<¡ orcraniy^rirmps cruerri-

lleras y del Ejército en el Bajo Cauca, pues no dispusimos de datos municipales sino a partir de 1980, cuando ya guerrillas y Ejército lleva­ban años de actividad en la zona. Lo que sí es cierto es que, como bien anota Clara Inés García, aunque «el Bajo Cauca renace para sus po­bladores a partir de los años 40 (...), nace para Colombia (solamente) en el momento en que se entabla una cruenta lucha entre la guerrilla y el Ejército por el control militar de su territorio.»6

La primera organización guerrillera que actúa en la zona es el ELN a través de su Frente Camilo Torres, al que se le encomienda no sólo esta área sino el territorio contiguo del Nordeste antioqueño, ambas zonas productoras de oro y por tanto de las preferencias del ELN, de­dicado a hacer presencia en todos los centros mineros del país. Desde

Para estas informaciones sobre los procesos migratorios, véase Clara Inés García, Op. cit, p. 40-44. 4 Op. cit, p. 49.

Ver, por ejemjjlo, la monografía sobre Antioquia de Rodrigo UPRIMNY, en la se­rie del Observatorio de la Violencia, del PNR 6 Clara Inés GARCÍA, Op. cit, p. 88.

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Seguida parte

1967 el Frente Francisco Cárnica del EPL, instalado en el Nordeste an­tioqueño, extiende al Bajo Cauca el «frente político de masas.»7

Con los duros golpes cjue el Ejército propina al ELN entre 1973 y 1974, éste casi desaparece y entran a sustituirlo las Farc; comenzando la década del 80, renace fortalecido el ELN, así que los años 80 y 90 se­rán de presencia conjunta de las tres guerrillas con una ofensiva inusi­tada, traducida no sólo en acciones contra el Ejército e instituciones financieras locales sino contra las dos principales empresas {Mineros de Antioquia y la firma francesa OIC) y, más cotidianamente, en secues­tros y extorsiones cuyo blanco preferido han sido los hacendados ga­naderos y, poco a poco, en el acoso de la vacuna a sectores populares —como los pequeños mineros—. Paralelamente a la acción guerrillera, en los años 80 se dio en la zona una eclosión de movimientos cívicos de origen popular; algunas veces la guerrilla, al interferirlos, los puso en serios peligros, como cuando, en Zaragoza, en 1985, una toma gue­rrillera casi hace fracasar un movimiento de pequeños mineros.8

El fuego cruzado entre las guerrillas y el Ejército, que acude, más que en salvaguarda de la institucionalidad, al llamado de los particula­res (empresas, hacendados), ha generado éxodos de campesinos, en parle a las cabeceras municipales de Caucasia y El Bagre, en parte ha­cia fuera de la subregión, trasladando a otras partes los problemas jjropios de: carencia de tierra, en el medio rural; hacinamiento y nece­sidades básicas insatisfechas, cn el crecimiento imprevisto de los cascos urbanos; y fragmentación e insolidaridad social que puede traducirse, a su vez, en más violencia.

Del conjunto de los seis municipios del Bajo Cauca, se destacan dos desde el ángulo que nuestro análisis ha privilegiado, cual es el del in­cremento del homicidio: son ellos Taraza como muy violento y Zarago­za como relativamente violento.9

Esta es una zona más donde, en los últimos años, los paramilitares, con sus masacres, han sumado terror a la ya tensa situación de violen­cia de la cual los más afectados son los ciudadanos inermes cjue deben vivir en medio de los fuegos cruzados.

7 Ibid., p. 77. 8 Todas estas informaciones son lomadas de Clara Inés García, Op. cit. 9 Ver Gráficas correspondientes.

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Sur de Bolívar Fernando Cubides

MUNICIPIOS DEL SUR DE BOLÍVAR RELATIVAMENTE

VIOLENTOS: MORALES, SIMITÍ

Pertenecientes ambos a la Asociación de Municipios del Magdalena Medio, contiguos en la ribera izquierda del río, sus pobladores han conformado un movimiento en pro de un reordenamiento del territo­rio que dé cuenta con más coherencia de su vinculación con los muni­cipios que son epicentro de esta región socioeconómica, (Barranca-bermeja, Aguachica) que con su centro político-administrativo Depar­tamental, Cartagena,1 de la que están distanciados cerca de 14 y 15 ho­ras respectivamente. Respecto de la propuesta acerca de conformar un nuevo departamento denominado del Magdalena Medio cuya capital se­ría Barrancabermeja, y que incluiría a estos dos municipios, uno de sus autores, Orlando Fals Borda en el último Boletín —el N° 29 de di­ciembre de 1994— de la Comisión de Ordenamiento Territorial, reco­noce que «no alzó vuelo» (p.10); pero la propuesta de una figura in­termedia, la Provincia, en este caso la de Aguachica, que incluiría a Morales y a Simití, junto con Santa Rosa Sur y Río Viejo en Bolívar, Gamarra, Aguachica, San Alberto, San Martín, Río de Oro, La Gloria, Pelaya, Pailitas y González en el Cesar, tiene más asidero y apoyo.2

1 Ver Boletín de la Comisión de Ordenamiento Territorial, Ne 12, febrero de 1993. La Asociación creada incluye además los municipios de Rioviejo, Achí, Pinillos, Ba­rranco de Loba, San Martín de Loba, y Santa Rosa. Ver también COT, "Movimientos autónomos para reordenar territorios 1993", Mapa en Análisis Polí­tico, N9 20, Bogotá, diciembre de 1993, p. 97.

" Véase la Recomendación R-ol, Bases de Ordenamiento Territorial de la Comi­sión de Ordenamiento Territorial.

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Segunda parte

En el capítulo dedicado a la historia y geografía de la Violencia, del libro de Germán Guzmán, Fals Borda, y Umaña Luna, La Violencia en Colombia (Mapa N° 17) ajjarece la franja ribereña sobre c! Magdalena partiendo de Simití y de la Ciénaga del mismo nombre en dirección sureste hasta la desembocadura del río Cimitarra en el Magdalena, en territorio del hoy municijjio de San Pablo, como un área donde «esporádicamente hizo su aparición la violencia» en ese período. Las primeras columnas guerrilleras de lo cjue será después el frente José Solano Sejjúlveda se implantan hacia 1970. Con posterioridad a 1986 arriban los frentes 24 y 37 de las Farc. Ambos municipios tienen terri­torio cn las estribaciones de la Serranía de San Lucas y entre 1974 y 1978, aproximadamente, viven una cierta bonanza marimbera, contro­lada por la guerrilla, que instaura la campaña de siembra de comida ¡jara limitar las siembras de marihuana y evitar el abandono de los cul­tivos de pancoger. Existen referencias sueltas a un cierto auge reciente producto de una actividad ilícita {la bonanza gasolinera) pues desde Ba­rranca proviene un ducto en dirección a la Costa que pasa por estos dos municipios. Entrevistas realizadas jjor Carlos Medina Gallego para su libro sobre la historia del ELN3 dan cuenta de conflictos en esta área, entre el ELN y las Farc, en el jjeríodo anterior a la Conformación de la Coordinadora Guerrillera.

En las tres entrevistas a jefes del ELN que se emplearon para diluci­dar los propósitos de ese grupo en relación con el territorio, aparece mencionado el sur de Bolívar como parte de su zona estratégica, y fre­cuentes menciones a Morales, Simití, y San Pablo como poblaciones bajo su influencia. Antes y después de la Asamblea de Campolínea, llevada a cabo en el sur de Bolívar en 1972 y en la que se manifiestan tensiones y disjjutas por el liderazgo y en período inmediatamente an­terior a Anorí, el tránsito entre Remedios, Antioquia, y cl territorio de los municijjios dc Morales, Simití y San Pablo, a través de la Serranía de San Lucas, es continuo. A la columna que dirige Lara Parada, tras ser destituido como segundo comandante, se le asigna el área entre Santa Rosa Sur y Simití jjara su consolidación. Como indicador neto de la jjresencia conseguida, en la segunda ronda de los diálogos de Caracas, al discutir las áreas de cese al fuego jjara la Coordinadora Si-

'" Carlos MEDINA GALLEGO, ELN: Una historia contada a dos voces, Rodríguez Quito Ed., Santafé de Bogotá, 1996.

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rnón Bolívar, Morales aparece a partir de la 4a de las propuestas gu­bernamentales, que incluye 60 sitios de 57 municipios.

En la actualidad, ambos municipios, Morales y Simití, cuentan con presencia de grupos paramilitares, ambos tienen cultivos de coca y la­boratorios de procesamiento, y en el caso de Morales, a la presencia de los frentes del ELN y de las Farc se le añade la presencia intermiten­te de un destacamento del EPL,

Para el período 1979-1986 Simití aparece en la lista de los munici­pios bastante violentos de la clasificación de Rodrigo Losada. En 1991 se creó en esta subregión un Fondo de Emergencia Social y ambos muni­cipios hicieron parte del PNR. Pertenecientes a la categoría 52, de colo­nización activa interna, conforman con Santa Rosa y San Pablo la zona más deprimida del departamento de Bolívar. Si el NBI compuesto de Morales en el Censo de 1985 era de 81.8%, en 1993 es de 86.1 %, sien­do de los pocos casos en que, en el conjunto del país, hay una desme­jora en ese indicador. En Simití se registra una leve mejora en el com­portamiento de ese indicador pasando, para el mismo período, del 87.1% al 80.5%.

Al responder a presiones y demandas jjrovenientes de esta subre­gión, la Asamblea del Departamento de Bolívar, en diciembre de 1994, creó seis nuevos municipios: Hatillo de Loba, Cantagallo, Altos del Rosario, Cicuco y Tisquisio, aun cuando el acto, como suele ocurrir, fue de inmediato demandado, y el ejecutivo departamental se interro­gaba acerca de los recursos disponibles, y de la veracidad de las cifras demográficas aportadas por los proponentes. El fundamento de la preocupación era el del ascendiente de la guerrilla sobre el poder lo­cal en los nuevos municipios.4 El territorio del cual se segregaron per­tenecía a los municipios de San Pablo, Río Viejo, San Martín de Loba, es decir que no afectaba a los dos municipios que aquí consideramos, pero vista la situación de estos municipios en su conjunto, es un caso regional para el cual se hace necesario pensar en la comarca como una unidad, y trascender los límites municipales, e incluso la noción misma de municipio, que para el caso es principalmente administrativa.

La justificación que ofrecen los diputados, la argumentación del gobernador, y las declaraciones de los nuevos alcaldes se jjueden ver en sendas entrevistas en la revista Semana, Bogotá, marzo 21 de 1995.

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Un microcosmos en Boyacá Fernando Cubides

MUNICIPIOS VIOLENTOS: BRICENO, BUENAVISTA Y

MUZO, Y MUNICIPIOS RELATIVAMENTE VIOLENTOS:

MARIPÍ, OTANCHE, PAUNA Y SAN PABLO BORBUR

La continuidad de las muertes violentas en un período de mediana duración jjara esta zona poco extensa de Boyacá ha merecido un trata­miento detallado en la literatura reciente, y muchas crónicas en que se ajjela al color local, que acentúa los rasgos folclóricos. La guerra verde ha dado lugar tanto a una literatura periodística y testimonial, como a un seriado de televisión en que los personajes-tipos más importantes es­tán caracterizados sobre historias reales y cuyo verismo, transforman­do eso sí, por la naturaleza de la TV, los jjersonajes en estereotijjos, ha registrado gran continuidad y buena audiencia, y hasta donde es per­ceptible, los protagonistas reales se sienten bien rejjresentados por los personajes de la ficción televisiva (aun cuando en ésta la violencia es jjrcsentada como ejjisódica, de modo tenue y cn su dimensión pura­mente simbólica). A la hoya del Río Minero, de donde proviene el 80% de la producción de esmeraldas del [jais, en la literatura académi­ca se la considera «un microcosmos en el cual convergen tanto tempo­ral como esjjacialmente, todas las violencias».1 En cuanto a muertes violentas, su significación estadística a lo largo del tiempo lleva a que, por ejcmjjlo, Losada y Vélez la clasifiquen como la jjrimera de las 15 «regiones de Violencia» en cjue agrupan los municijjios contiguos.2

Ver "Continuidad y superposición de violencias: el caso de las esmeraldas" en Co­lombia Violencia y Democracia, 1987.

" Ver "Tendencias de las muertes violentas en Colombia", en Coyuntura Social NQ

I, Bogotá, diciembre de 1989, p. 119.

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La dimensión del municipio

En el ya mencionado capítulo sobre Geografía e Flistoria de las Vio­lencia de los 50, Muzo aparece como uno de los 18 municipios boya-censes particularmente afectados por la violencia. Es Guzmán quien acota, al vuelo: «En Muzo la tensión conflictiva se agudiza por razones de vecindad con Topaipí. Influye también el personal de las minas...» En los parámetros de la época, ya se distinguía la intensidad de la vio­lencia en la zona por sus rasgos y motivaciones particulares, que no eran reducibles o claramente asociados al conflicto partidista.

El compartir el mismo paisaje natural, la hoya del Río Minero, y el tener como fuente de riqueza la minería de la esmeralda, ha llevado a la Comisión de Ordenamiento Territorial, COT, a proponer como nueva Provincia, la número 17 de la Región Central, a la de Muzo. Es­taría integrada jjor los municipios de Muzo, Otanche, San Pablo Bor-bur, Coper, Buenavista, Pauna, Maripí, Quípama, Briceño, Tununguá y La Victoria; es una propuesta que proviene de asociaciones gremia­les de la subregión, que subrayan el particularismo y el alegato anti­centralista.

Para cualquier analista u observador resulta estridente el contraste entre el volumen de riqueza generada por la explotación del recurso esmeraldífero, las cifras que se manejan, y el comportamiento de los indicadores sociales de estos municipios. La de la esmeralda es pues una riqueza aluvional que no se ha traducido en un mínimo mejora­miento de la calidad de vida de la población, que no ha irrigado otros sectores productivos en la propia región. El contraste parece subrayar el carácter ilícito de las formas de apropiación de la riqueza minera. 85.1% es el promedio de población con necesidades básicas insatisfe­chas para los tres municipios de esta subregión, que clasificamos en la categoría de los más violentos, y 87.5% es el guarismo para los cuatro pertenecientes a la categoría de relativamente violentos.

El contraste es de tal magnitud que de los 18 seleccionados en nuestro criterio como municipios muy violentos, considerando las dis­tintas variables explicadas, dos de los tres más violentos de Boyacá tie­nen a la vez los dos más altos índices de NBI, y el tercero está muy cer­ca, en las cifras de 1985. Para el Censo de 1993 se registra una significa­tiva mejoría para el caso de Briceño y Buenavista: el porcentaje de NBI disminuye en cerca del 30% (atribuible sobretodo al componente del acceso a servicios públicos) en tanto que para Muzo la mejora es algo superior al 23% (de 73.3% de la población con NBI en 1985 a 49.1% en

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Segunda parte

1993, en donde también el indicador simple que mejora es el de acceso a los servicios básicos).

Es sensible a este resjjecto que los estudios sobre esta subregión se­an ricos en abordar los aspectos cualitativos del problema, pero no aborden mínimamente los indicadores básicos. De la crónica roja cjue ausjjició la leyenda en torno a los principales bandidos de la zona (desde Efraín González hasta Fl Mexicano, pasando jjor el Ganso Ariza y Gilberto Molina) como también de la historia oral ajjlicada a algunos de los protagonistas más recientes, jjuede decirse que son exhaustivas en la consideración de los actores individuales, realzados con frecuen­cia a proporciones legendarias, pero que omiten una consideración así fuere elemental de la situación social en su conjunto y de los comjjo-nentes más prosaicos.

Así es como la guaqucría —que es una institución en la zona—, la formación de grujjos rivales [jara su explotación y para cl tráfico de la esmeralda, como los de Coscuez, de Gilberto Molina y El Mexicano, la projjagación del cultivo de la coca, el arribo de los frentes XI y XXIII de las Farc, se siguen con minuciosidad en la literatura a que nos refe­rimos, y todo ello resulta necesario para comjjrender la conformación reciente de un municipio como Quíjjama (1986). Es necesario, mas no suficiente.

En la literatura que mencionamos al comienzo se han hecho algu­nas referencias comprobables a las sumas fabulosas que ban amasado los principales beneficiarios del negocio. Se ha establecido con veraci­dad en qué medida el auge de un núcleo nuevo de poblamiento como Quípama e incluso la construcción de un carreteable entre Quíjjama, Paime y Pacho (clave para destaponar la zona conectándola con Zijja-quirá y con Bogotá) dependieron de decisiones de algunos individuos de la cúpula del negocio, que las tomaron a favor de sus intereses pri­vados.

La profusión de detalles no parece haber dejado esjjacio para una explicación, así fuere incipiente, acerca de los mecanismos mediante los cuales la riqueza generada se drena hacia otras zonas u otros secto­res de la producción. Se encuentran tan sólo alusiones, por ejemplo a la trasferencia de capitales acumulados en la explotación de las esme­raldas hacia el jjrocesamiento y comercialización de la coca, y hav per­sonajes y anécdotas que lo ilustran. No existen sin embargo estimati­vos acerca del volumen de un mercado —que es en su mayor parte clandestino— o un princijjio de explicación acerca de las formas de

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distribución de un ingreso tan significativo a juzgar por la fase termi­nal del proceso (según se infiere de los datos sobre exportación y valor agregado).

Las demarcaciones territoriales entre grupos, como la surgida en torno a la quebrada la Mioca, los códigos ocultos que rigen la guaque-ría y la sumisión en las cuerdas de guaqueros, formas de organización como los Comités Regionales y la polarización entre los pobladores de dos municipios como Coscuez y Borbur, que alternan períodos de crudo enfrentamiento con otros en que se firman solemnes acuerdos de paz con presencia de los comandantes de Brigada y de Batallón y del obispo de Chiquinquirá, expresan bien las características de una subcultura de la ilegalidad que se ha formado a lo largo de al menos cinco decenios, ¿ n tooo caso, ia acogioa que encuentra aquí ia pro­puesta de conformar una provincia habla tanto de la homogeneidad que ha configurado la actividad minera, como lo que para la amalgama de los intereses comarcales ha significado la recurrencia de actos vio­lentos, el grado de tolerancia hacia ellos, y las estrategias de adapta­ción de sus habitantes. Solemnizado con la presencia del obispo de Chiquinquirá, y con el aval de la clase política departamental, se llevó a cabo hace tres años un pacto de paz entre los distintos grupos ligados a la esmeralda, que en términos generales ha sido respetado. Hasta donde se puede seguir en las estadísticas, dicho pacto se ha traducido en una disminución de las homicidios para el período en que ha esta­do vigente, pero es temprano para afirmar que se consolide como tendencia y que lleve a bajar la tasa de tal manera que la comarca es­meraldífera deje de ser ese microcosmos del que hablaban los violen-tólogos. Al menos tres de los municipios que la integran (Briceño, Buenavista y San Pablo Borbur) continúan apareciendo en los listados con altas tasas de homicidio selectivo.

En aras de comprender el microcosmos que es la región esmeraldí­fera, un interrogante básico a responder es porqué la riqueza genera­da por la esmeralda no ha redundado en un mejoramiento, así fuere modesto, de la calidad de vida de la población que la trabaja. De cual­quier modo, junto con el análisis por municipio, en el caso de estos 7 municipios, para explicar los niveles de violencia, se deben considerar los factores de contigüidad: la distribución espacial y temporal de los agentes, de los medios y de los hechos producidos en un ámbito de comarca, en lo que es común a todos ellos, es imperativo.

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Caguán Ana Cecilia Olaya

La colonización no crea un espacio nuevo para una sociedad que está deseosa de encontrar un mundo menos injusto.

En: Colonización, coca y guerrilla

Al departamento del Caquetá se le ha considerado el laboratorio don­de se mezclan toda serie de conflictos fruto de un activo proceso de colonización. El proceso de mayor ocupación esjjacial tiene sus inicios en la exjjlotación y comercialización del caucho, la misma que estimu­le') la fundación de los primeros centros urbanos: Florencia, Puerto Ri­co y San Vicente del Caguán, y encontró en el dejjartamento del Huila el principal mercado para sus productos.

El proceso migratorio imprimió una dinámica de poblamiento he­terogéneo en cuanto a la procedencia de los inmigrantes; colonos pro­venientes en su mayoría del Huila, Tolima y Caldas. En este sentido, Cartagena del Chaira, municipio catalogado actualmente como relati­vamente violento, se consideró desde su creación en 1985 como un po­lo de desarrollo en el proceso colonizador.

En la historia del poblamiento del Caquetá, la región del Caguán (alto, medio y bajo Caguán) fue considerada como de colonización armada, ya que desde su constitución, las Farc han traducido en la re­gión la coexistencia de diferentes formas de organización: jjor un lado la organización legal de las cooperativas campesinas de los años 60, y jjor otro la organización en frentes guerrilleros cjue convierten la re­gión en escenario de confrontación armada.

La guerrilla ha adquirido en los últimos años funciones político-militares que se desdibujan cuando el cultivo de coca y arnajjola jjro-vocan un flujo migratorio incontrolado en la región y traen consigo la

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La dimensión del municipio

especulación, la búsqueda de ganancias extraordinarias vinculadas a la rentabilidad y a las condiciones de producción de los cultivos ilícitos, que ni la organización guerrillera ni el Estado con su precaria acción son capaces de controlar.

Por otra parte, los obstáculos que enfrenta el departamento del Caquetá y algunos municipios cercanos del Huila en su participación en el crecimiento del país, se encuentran en la característica de los suelos pobres para la actividad agrícola, la ausencia de vías de comuni­cación, de agroindustria que produzca excedentes y a los altos precios de los productos de la canasta familiar, como reflejo de la actividad ilegal y las grandes cantidades de circulante que maneja.

Es el II frente de las Farc el que tiene un radio de acción en la subregión del Alto Caguán y parte del territorio del Huila. Según uno de sus voceros,1 «el problema regional está constituido por la deca­dencia del arraigo a la tierra, el desestímulo a la producción agrícola, del cultivo de frijol, plátano, maíz...»

De otra parte, los pobladores del territorio de las que se considera­ron por un tiempo las repúblicas independientes (Marquetalia, El Pato, Riochiquito) no es que se nieguen a cualquier tipo de intervención es­tatal, o que confronten d esquema c»e producción imperante; ios pro­pios voceros del frente guerrillero ya mencionado reconocen que el poblador del alto Caguán, en particular, sobrevive en espera de la pre­sencia del gobierno y sus programas de inversión para la región, mien­tras logra mantenerse entre la violencia militarista y guerrillera.

En su discurso ideológico, tratan de devolver la confianza en la op­ción guerrillera como alternativa de cambio. Sin embargo, esta alter­nativa se ha venido devaluando por las cruentas acciones que dejan cientos de víctimas en una gtierra que no diferencia la población civil; en la región del Caguán, específicamente, esta situación se hace crítica. La guerrilla ha cometido errores, que ha venido solucionando en ei in­terior de la misma organización, y ha provocado cambios a nivel de la base, que la hace más beligerante para evitar los descalabros en que se ha visto comprometida la organización misma. Sin embargo, lo que significó la presencia subversiva, asumida por el colono como «el rae-

Ana Cecilia OLAYA, Condiciones actuales y posibilidades de desarrollo de la región del Pato-Alto Cagián, Bogotá, 1992, Tesis para optar al grado de economista, Univer­sidad Nacional de Colombia, Facultad de Economía.

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dio para garantizar su supervivencia social y política2», ahora significa —especialmente jjara el poblador reciente— la jjrincipal causa ¡jara el maltrato y la incursión armada de la fuerza pública, que atrepella vidas y bienes en pos de dar alcance al frente guerrillero.

2 J J . GONZÁLEZ y Pablo CASTAÑEDA, "El Caquetá: de la colonización armada a la colonización coquera", mimeografiado.

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El valle del Ariari: otro caso claro de

contigüidad Fernando Cubides

Como afirmábamos antes, siendo la unidad de análisis el municipio, hecha la selección de las cuatro categorías se hace necesario examinar con más detalle el caso de municipios contiguos que aparecen en la ca­tegoría de los más violentos, siguiendo la pista de los factores regio­nales, trasmunicipales, que pudieran estar presentes en los índices de violencia.

Al tiemoo oue ha renacido un interés muv definido en la regiones. 1 1 J o

se suele señalar las ambigüedad característica del concepto de región; en una esfuerzo por dar una definición unívoca, la Comisión de Or­denamiento Territorial lo considera como el segundo nivel territorial después de la nación. En este caso, a las áreas que abarcan el territorio de 2 o más municipios se las denominará subregiones.

MUNICIPIOS MUY VIOLENTOS DEL ALTO ARIARI

(META): EL CASTILLO Y SAN JUAN DE ARAMA

San Juan de Arama fue la zona de repliegue de los grupos guerrilleros liderados por Fléctor Morales antes de la amnistía de 1953. Tras ella, mediante el programa de colonización que se esboza, que conllevaba un ajjoyo económico para el traslado de los excombatientes al Ariari, la dotación gratuita de herramientas y préstamos para iniciar los asen­tamientos, se estableció en esta zona una relativa paz. Sin embargo, al momento de hacer el balance de las fuerzas guerrilleras que actuaban en el llano y su sitio de ubicación, quedaban por amnistiar la persona y los seguidores de Dumar Aljure, quien había sido desertor del ejército y por esa razón no podía acogerse a la amnistía tal cual fue concebida

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entonces. En el recuento que hacen dc la ubicación de las distintas co­lumnas guerrilleras al momento dc iniciarse la amnistía, Guzmán y Fals Borda ubican las fuerzas de Dumar Aljure en San Juan de Arama. Por su jjarte, los dos últimos capítulos de Las guerrillas del Llano de Franco Isaza muestran el grado de fragmentación a los que está sujeto el movimiento guerrillero dc los llanos al inicio de la amnistía, frag­mentación que se acentúa tras la muerte de Guadalupe Salcedo.

El tratamiento diferencial que reciben los antiguos guerrilleros es origen de las primeras tensiones en plena vigencia de la amnistía de 1953. Las crónicas han reconstruido en líneas generales lo que hubo de común en la colonización del Alto Ariari.1 Igualmente, las entrevis­tas hechas aplicando la técnica de las historias de vida indican las ten­siones y diferencias que mencionábamos: en los reíalos compilados por Molano en Siguiendo el corte se deslizan las versiones paralelas. Mientras el Tuerto Giraldo, el cacique jjolítico del Ariari, protagonista del primero de los relatos, se autoexime de cualquier participación en la suerte de Dumar Aljure, otro de los entrevistados le atribuye una connivencia con el ejército en el propósito de liquidarlo que le permi­tiría por cierto deshacerse de un fuerte competidor. En el conjunto de estas crónicas y relatos son descritos los procesos migratorios asocia­dos, y la forma en que la subregión se convulsionó con posterioridad a la amnistía de 1953 con un nuevo tipo de enfrentamiento: entre los co­lonos dirigidos por líderes de orientación comunista, Pastor Ávila y Plinio Murillo, y grupos dispersos que practicaban el bandolerismo. Mientras que en el piedemonte de La Uribe a Medellín del Ariari se desarrolló una colonización basada en la autodefensa armada, en el Medio Ariari la colonización cjue intentó dirigirse, inaugurada en 1959 y que aspiraba a distribuir 79.000 hectáreas en torno a las parcelacio­nes de Avichure y Canaguaro, había fracasado claramente hacia 1961. Un fracaso sobre el cual hay un diagnóstico muy útil y muy actual ela­borado por el Incora.2

En particular [jara estos municipios, ver Alfredo MOLANO, "Aproximación al proceso de colonización de la región del Ariai i-Güejar-Guayabei o", en La Macare­na: Reserva biológica de la humanidad. Centro Editorial Universidad Nacional, Bogo­tá, 1989.

" Véase Víctor Daniel BONILLA, La colonización del Meta y sus problemas, Mimeógra-fo, Archivo del Incora.

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La conclusión gruesa que se establece es que para 1972, el fracaso de los distintos planes auspiciados estaba corroborado por un proceso de concentración de la propiedad agraria, claramente perceptible en los Llanos de San Martín, pero también evidente en el área de los dos municipios a los que venimos refiriéndonos. Ambos pertenecen en las categorías del Dañe a la colonización activa de frontera, y aunque San Juan de los Llanos (que fue el primer nombre de San Juan de Arama) aparece en las crónicas fundado a comienzos del siglo XVI, aquella fundación no dio lugar a un asentamiento continuo a lo largo del pe­ríodo colonial; su poblamiento continuo proviene del período repu­blicano, particularmente de fines del siglo XIX, en que la llamada tro­cha Sanjuanera y el camino entre San Martín y el Huila activan la ex­plotación ganadera. Hasta 1921, cuando se funda el municipio de La Uribe, San Juan de Arama es apenas un caserío en su jurisdicción; en el Censo de 1985, aunque ya es municipio, el cómputo total de pobla­dores es de apenas 3264.3

Para los municipios del Ariari, la construcción del puente Guiller­mo León Valencia sobre el río Ariari en 1966 le imprime una dinámica particular al poblamiento y lo reorienta en sentido suroccidental par­tiendo de Granada (anteriormente llamada con el muy descriptivo Bo­ca de Monte). A fines de los 80, ya ha adquirido una fisonomía com­pletamente urbana: es la segunda ciudad del departamento del Meta.

Al agrupar por contigüidad los municipios con alto índice de vio­lencia en el período que estudian. Losada y Vélez definen como la 9a

de las regiones de violencia a la del Alto Río Ariari, compuesta por los municipios de El Castillo, Puerto Lleras, Fuente de Oro, San Juan de Arama y Lejanías.

Mientras que la elevación de El Castillo a municipio data de 1976, y su importancia demográfica es mayor (10.649 hectáreas en el Censo de 1985), en el período más reciente ha sido más activa la colonización en el territorio de San Juan de Arama, pues una porción de éste hizo hasta 1989 parte de la llamada Reserva Biológica Integral de La Maca­rena, de la que 35.400 hectáreas pertenecen hasta ese año a su juris­dicción. Los cultivos de marihuana, que se propagaron hasta 1978 más o menos, y el cultivo de la coca, difundido a partir de ese año, se con-

' Ver José AVELLANEDA NAVAS, "San Juan de los Llanos, primera ciudad de los Llanos Orientales", en Los Llanos: una historia sin frontera. Academia de Historia del Meta, Villavicencio, 1988.

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virtieron en los móviles del poblamiento: San Juan se convierte en cl punto de penetración y el eje a partir del cual se van creando los cua­tro municijjios que rodean el territorio de lo que es hoy el Parque Na­cional Natural de la Macarena.

La inclusión de San Juan de Arama en el rango de los más violentos municijjios del país tiene que ver en gran medida con lo que era su ex­tensión anterior, previa a la creación de los municipios de Vistaher-mosa (creado en 1969), Mesetas (creado en 1981), y el recientemente vuelto a crear La Uribe, (que prácticamente había desajjarecido en 1951 y es elevado de nuevo a municipio en 1990). De allí que aparezca en forma tan protuberante en las estadísticas históricas que utiliza Ro­drigo Losada para el período 1979-1986.

La dinámica del poblamiento en estos municijjios es mayor, y muy significativamente, en el jjeríodo 1973-1985. Correspondiente al perío­do de máxima influencia de la Unión Patriótica, San Juan de Arama, y los restantes 4 municijjios cjue rodean el territorio de lo cjue era hasta 1989 la Reseña Biológica integral de La Macarena, así como el muni­cipio de El Castillo, eligen alcaldes de dicha agrupación en 1988, en la primera elección popular de alcaldes. Casi simultáneamente a esa con­solidación política de la izquierda, los datos aportados en el trabajo de Alejandro Reyes muestran cómo la subregión del Alto Ariari en la ri­bera izquierda, correspondiente a Castilla la Nueva, San Martín y Gra­nada, registra altos niveles de inversión en tierras por parte de narco-traficantes, y en el segundo de estos municipios la presencia de El Me­xicano y de sus testaferros es ostensible. Es esc poder regional nuevo, en alianza con poderes tradicionales del latifundismo en los Llanos de San Martín, el que más amenazado se siente por la consolidación de la influencia política de la Unión Patriótica en los cinco municijjios que rodean La Macarena, zona geográfica que desde la imjjlantación de la guerrilla en las riberas del río Duda y el Guayabera, teniendo a La Uribe como epicentro, viene siendo su vanguardia legal.

La expansión del latifundio como jjroducto de inversión del narco­tráfico hacia el Medio y Bajo Ariari, y la exjjansión de la influencia po­lítica de la izquierda, en este caso la Unión Patriótica, que se convierte en la vocera de los intereses de los colonos y de los medianos jjropie-tarios, tiene en el territorio de estos dos municijjios su zona de en­cuentro. Para el jjeríodo que abarca nuestro estudio, jun to con El Cas­tillo, el municijjio con un mayor índice de muertes violentas es Vis-tahermosa. A raíz de la masacre de Piñalito (21 de febrero de 1988),

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vereda hoy de Vistahermosa, se inicia una serie de muertes selectivas: alcaldes, candidatos a alcaldes, dirigentes y cuadros medios de la Unión Patriótica, racha que tendrá su mayor índice en Vistahermosa y El Castillo.

En 1990 se intenta llevar a cabo en la cabecera municipal de El Cas­tillo una experiencia del todo inédita: un encuentro entre voceros de los grupos paramilitares y de autodefensa y voceros de la guerrilla: promovido por la alcadesa María Mercedes Méndez (quien después, al terminar su período, sería asesinada) y pese a las buenas intenciones del Vicario Apostólico del Ariari y de los delegados del PNR, el en­cuentro no tuvo efecto. Voceros oficiosos de ambas organizaciones armadas argüyeron condiciones de seguridad. Por fallido que fuera, lo que se expresa en ese encuentro es la territorialidad que adquiere el conflicto armado en esta subregión. Con anterioridad al Urabá o al Magdalena Medio, la nítida demarcación entre la zona de consolida­ción del latifundio ganadero y la de los frentes activos de colonización es correlativa a la de los grupos de autodefensa y la de la presencia y control guerrillero. El hecho de que el territorio de la Antigua Reserva de la Macarena y el de estos dos municipios en particular aparezca mencionado en todas las propuestas de negociación y desmovilización (o de despeje, como se denomina en la retórica oficial desde 1994) es en sí mismo elocuente.

Lo que tienen en común ambos municipios en el aspecto de políti­ca local es el haber tenido un claro predominio electoral de la izquier­da, y a la vez ser el punto de confluencia de la expansión del latifundio restaurado por la inversión del narcotráfico y de la mediana propiedad en una medida importante auspiciada por el cultivo de la coca como materia prima y amparada por la guerrilla.

Así como El Castillo, San Juan de Arama/Vistahermosa evidencia la presencia de tres frentes de las Farc, de paramilitares, de tierras de narcotraficantes. En cuanto a cultivos ilícitos, mientras San Juan de Arama/Vistahermosa se caracteriza por la rápida propagación de la coca y la presencia de laboratorios para su procesamiento, El Castillo revela la presencia de cultivos de amapola, para la cual su zona supe­rior a 1200 msnm es apta.

En cuanto a porcentaje de la población con NBI, según el censo de 1985 y de población en miseria, es muy semejante para estos dos mu­nicipios; las variaciones entre 1985 y 1983 no son todo lo significativas que pudiera esperarse del hecho de que ambos fueron incluidos en los

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jjrogramas del PNR. Para cuando la serie de asesinatos colectivos se inicia (con la matanza de Piñalito) el éxodo de jjoblación es ya notorio, y lo atípico es que se registra de la cabecera hacia la zona rural, como ocurre particularmente en Vistahermosa, desenglobado como decía­mos, de San Juan de Arama. Vistahermosa, por cierto, bien puede ser estudiado como un caso muy representativo de los efectos demográfi­cos de la violencia selectiva y de móviles políticos de la etapa más re­ciente del país. Su núcleo urbano, de cuyo surgimiento sirvió como cronista en 1968 el geógrafo alemán Wolfgang Brücher (en su texto monográfico La colonización de la selva pluvial en el piedemonte amazóni­co de Colombia, publicado por el Agustín Codazzi en 1974, pero escrito en 1968), registra un rápido crecimiento a favor de las bonanzas ma­rimbera y coquera en los Llanos, y de la ocujjación de las tierras bal­días de la Reserva Biológica de La Macarena. Luego de la matanza de Piñalito (uno de sus núcleos urbanos veredales), del asesinato de dos candidatos a alcalde y dc un alcalde en funciones, presencia un rájjido jjroeeso de despoblamiento, y por más de un año, después de 1987 se convierte en un auténtico pueblo fantasma, un pueblo a lo Rulfo. En una visita de trabajo durante esc período, contabilizarnos al menos la cuarta parte de las casas deshabitadas (de las principales cuatro calles). Los grujjos de paramilitares se habían enseñoreado de las calles. En cambio Puerto Lucas, antes un caserío a orillas del Río Güejar y vere­da de Vistahermosa, en territorio controlado por la guerrilla, alberga­ba la población expulsada y había cobrado gran dinamismo.

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Ciudades y áreas metropolitanas:

Medellín Carlos Miguel Ortiz

Los procesos migratorios de montañas y pueblos de Antioquia hacia Medellín han sido importantes a lo largo del siglo XX. Se habla, por ejemplo, de una oleada entre 1912 y 1918, motivada por la naciente in­dustria y las condiciones específicamente citadinas (servicios, estable­cimientos educativos); así mismo, de otro movimiento migratorio de 1951 a 1964, relacionado además de los factores anteriores con La Vio­lencia y más claramente protagonizado por inmigrantes pobres.1

La violencia ha sido uno de los factores expulsores de esta migra­ción, pero no el único; las estadísticas demográficas, incluso, no per­miten deducir que sea el factor más importante: si bien es cierto que la tasa de crecimiento de Medellín entre 1951 y 1964 (años de La Violen­cia) fue de 59.4% (inferior a las de Bogotá y Cali, que fueron 70% y 71.4% respectivamente), la de 1938 a 1951 había sido de 62.6%. El caso es que la pequeña ciudad de 30.000 habitantes en 1898, ha alcanzado 79.000 en 1918, 168.000 en 1938, 718.000 en 1964 y L419.000 en 1985.2

Lo que hoy llaman comuna nororiental y comuna noroccidental (que en verdad son las comunas 1, 2, 3 y 4 en el primer caso; 5 y 6 en el se­gundo,)3 es el producto de esas sucesivas migraciones; normalmente se

1 Documentos de la Oficina de Valorización Municipal de Medellín: Alonso SALAZAR y Ana María JARAMILLO, Medellín: las subculturas del narcotráfico, Cinep, Santafé de Bogotá, 1992 (p. 21-27). 2 José Olinto RUEDA, "Historia de la población de Colombia: 1880-2000", en Nueva Historia de Colombia, Bogotá, Ed. Planeta, 1989, tomo V (p. 357-396),

En datos estimados de 1988, las comunas 1, 2, 3 y 4 (nororientales) sumaban (continúa en la página siguiente)

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olvidan otras zonas también construidas por la migración de los años 1960 y siguientes, que comparten similitudes con aquellas aunque tie­nen más necesidades, como son la comuna 8, en los cerros centroricn-tales (barrios Llanaditas, Villatina,...) y la parte montañosa de la co­muna 13, centroccidental (barrios míseros de El Salado, Nuevos Con­quistadores, La Independencia 1 y 2).

Los que en los años 30 eran barrios obreros, fruto de una migra­ción que tuvo la posibilidad de ser absorbida por sectores económicos formales, de manufactura y de obras y servicios públicos, que volaron por Gaitán en los años 40, cn los 60 ya presentaban una diferente composición social, de estratos medios-bajos, y buena jjarte de los ha­bitantes estaban ocupados en la economía informal. Nos referimos a las comunas 3 y 4, algunos de cuyos barrios, Aranjuez, Manrique, Campo Valdés, fueron, en los años 60, el habitat de aquel delincuente singular conocido como camaján, malevo, evocado en el tango y la salsa (Sangre maleva, Pedro Navajas.)4

Precisamente estos mismos barrios, en los años 80, que para enton­ces no eran los más jjobres y gozaban de buena cobertura de servicios públicos, serían el lugar en el que pelacharan las primeras y más im­portantes bandas de sicarios utilizadas jjor el narcotráfico; la relación entre lo uno y lo otro no ha sido aún estudiada.

Durante los años 60, empero, el homicidio cn Medellín no parece haberse extendido como acaecería en la década de los 80; las tasas de Medellín en los 60 y 70 (hasta 1978) no son superiores a las de otras ciudades y se hallan contenidas en los límites de las tasas del país. Los homicidios se concentraban entonces en zonas de la ciudad a las que también se confinaba la prostitución, el barrio Guayaquil en el centro y las zonas de tolerancia de Lovaina, Las Camelias y Moravia: zonas con caracteres semejantes a los de los crecientes poblados de las áreas ru-

432.500 habitantes, o sea el 26.6% de los habitantes de la ciudad sin contar sus co­rregimientos ni los municipios vecinos del área metropolitana; las comunas 5 y 6 (norocciclentales) sumaban 259.000 habitantes, o sea el 15.9% de la ciudad (Planeación Metropolitana de Medellín, Departamento de Estadística Metropolita­na). La población total estimada de la ciudad de Medellín, a fecha 30 de junio de 1988, era de 1*625.868 habitantes. El censo de 1993 desvirtuó parcialmente esas estimaciones, al arrojar un total de habitantes inferior al previsto: 1'594.967 habi­tantes. 4 Víctor Manuel VILLA, Deja que aspiren mis hijos, Medellín, Universidad de Antio­ejuia, 1989, mimeo.

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rales de colonización, donde se gastaba el dinero de las bonanzas, se quebraban las normas, se zafaban las coyundas de la sanción social y del vínculo familiar, cabía la tolerancia como escape a los rígidos es­quemas de la ética paisa del trabajo y la sobriedad.

La antigua comuna 3, que hoy correspondería aproximadamente a las 8 y 10 juntas, donde están comprendidos, entre otros barrios, el centro, Guayaquil y la periferia de las breñas centrorientales (Villatina) sigue siendo, entonces como ahora, la zona de tasas más altas de ho­micidio y más acelerado y vertical crecimiento de las mismas año tras año.5 Los años 70 vieron también la conformación de redes urbanas de las guerrillas en algunos barrios, pero esta presencia de actor orga­nizado de violencia realmente no alteró en nada los índices más o me­nos estables, y relativamente poco altos, de los homicidios. A lo mejor esa presencia dejaría sus trazas para lo que, en los años 90, va a ser el fenómeno de las milicias.

Los homicidios de Medellín marcan la pauta y dirección de las cur­vas de homicidios del departamento de Antioquia, y a tono con la ten­dencia nacional empiezan a elevarse en 1979 de manera vertiginosa desde 1984 y aún más desjjués de 1987.°

V, 1V/.3 l l i U H l ^ I L / H J J d d Cll \^Cl 111V, LI V-fL/V-ílll-ÍJUlCI., i l C l t l LU 1 1 I U \ , J 1 1 C I J l l l l U l L U

neamente a Medellín una tendencia parecida, aunque con una curva de tasas algo por debajo de Medellín, cercana a la de Bello; los restan­tes municipios (Bello, Envigado, Sabaneta, La Estrella) tienen el punto de inflexión un poco después, en 1985; Sabaneta presenta la curva más baja, pero con análoga tendencia progresiva.

Confrontadas las curvas de las tasas de homicidio en los restantes municipios de Antioquia distintos a los del área metropolitana, el mo­vimiento de la curva de tasas de homicidio es muy disparejo, y en ge­neral no presentan la analogía con el país y con el conjunto del depar­tamento que sí presentan Medellín y su área metropolitana. Esta cons­tatación lleva a suponer que, en la dirección que toman las cunas del país y de Antioquia en los años 80, están pesando bastante los datos de Medellín metropolitano.

3 Planeación Metropolitana de Medellín, Departamento de Estadística Metropoli­tana. 6 Ver Gráfica 25, p. 309.

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Los últimos años de la década del 70, cuando la curva conoce su primer ascenso, son de deterioro nacional de la economía, aumento del desemjjleo y en particular de crisis de la industria, la que se sintió con más intensidad en la capital industrial del país, 31 de cuyas empre­sas se declararon en 1979 en concordato.7 Pero son años igualmente de subida de precios e incremento del volumen de operaciones en el narcotráfico, del boom de la marihuana y de la consolidación del tráfico coquero. En la Primera Parte tuvimos ocasión de analizar la curva {jara el caso de Antioejuia y ver cómo, de 1979 a 1981, las tasas dc homicidio suben allí como en los departamentos de la Costa Atlántica, que tam­bién fueron exjjortadores de marihuana en esos tres años; jjero en es­tos departamentos, a diferencia de Antioquia, las curvas volverían a descender al final de la bonanza de marihuana.

Los dos puntos de más fuerte subida de la curva cn la ciudad de Medellín, 1984 y 1988, coinciden con la cronología de las guerras del Estado con el narcotráfico, en el gobierno Betancur y en el gobierno Barco respectivamente. Alcanza en 1991 el punto máximo de 470 ho­micidios anuales por 100.000 habitantes, tasa fuera de todo paráme­tro: la tasa más alta del país —a su vez la más alta del planeta— fue, también en 1991, de 82, e incluso la tasa de Antioquia ese año, muy por encima de la del país, alcanzó 245. Comparada con las ciudades del mundo de más alta tasa, Medellín las sobrepasa en mucho.8 Su curva desde 1984 sólo está por debajo de algunos municipios antio-queños (Ajjartadó, Chigorodó, Segovia, Taraza), de Muzo en la zona esmeraldífera de Boyacá y del Valle del Guamuez en Putumayo.

Existen, pues, elementos para trabajar la hipótesis de que la jjroli-feración del homicidio cn Medellín desde 1979, muy intensificada des-

' Alonso SALAZAR y Ana María JARAMILLO, Op. cit., p. 30. Mario ARANGO JARA-MILLO, Impacto del narcotráfico en Antioquia, Medellín, Ed. J.M. Arango, 35 edición, 1988, p. 88. 8 Un artículo de la revista Coyuntura Social compara la tasa de Medellín en 1987 (el artículo, equivocadamente, la atribuye a 1988) con las más altas tasas de ciudades en el mundo en 1990: Ciudad del Cabo 64.7; El Cairo 56.4; Alejandría 49.3 (Revista Coyuntura Social, NQ 5, diciembre de 1991, p. 51). La tasa de Medellín en 1987 es 190.9, pero lo correcto es hacer la comparación con la tasa de 1990 (de la cual el autor no disponía en ese momento): 415.0. En el mismo año la tasa de Cali fue 80 (también por encima de las extranjeras, aunque más ligeramente) y la de Santafé de Bogotá 52.0.

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de 1984, tiene que ver con un actor violento organizado: el narcotráfi­

co.

Nunca antes actor organizado alguno había mostrado tanta capaci­dad de inducir rapidísimos procesos de expansión y generalización del homicidio común, o sea de tener efectos sobre la violencia inorgánica. Es obvio que de los 7.000 y más muertos por año en Medellín, sólo una pequeña parte ha dependido directamente de la organización narcotraficante, en forma de homicidios selectivos {asesinatos), de víc­timas del terrorismo y, en un grado un poco mayor, de los ajustes de cuentas y vendettas internas. Pero muchísimos más son los homicidios que tienen relación indirecta con el narcotráfico, bien sea por el im­pulso que dio a la organización y proliferación de las bandas de sica­rios (sólo una parte de las cuales dependía del narcotráfico), por la circulación de armas que promovió y la mentalidad armamentista,2 por la corrupción de agentes del Estado que acentuó, por la organización que transplantó a otras modalidades delictivas también usuarias de la violencia,10 en fin por el modelo cultural que introyectó, punto éste que, no por ser menos cuantificable en estadísticas, es menos decisivo para explicar las propias cifras.

En los años 80 ya el homicidio de Medellín no se concentra sólo en Guayaquil y las zonas de tolerancia, sino que se desparrama por casi toda la ciudad, sin perdonar a El Poblado, el barrio de la burguesía tradicional, habitado también desde los años 80 por mañosos que se enriquecieron súbitamente. El citado artículo de la revista Coyuntura Social presenta las curvas comparativas de homicidios, entre 1981 y 1990, de las 6 comunas en que estaba dividida anteriormente la ciudad,

9 Según datos de 1988 de la Oficina de Planeación Metropolitana (Departamento de Estadística Metropolitana), ia primera causa de mortalidad en la ciudad de Me­dellín fue "Ataque con arma de fuego y explosivos", cuya tasa alcanzó al 1.3% del total de habitantes. La causa denominada "Ataque con instrumentos cortantes y punzantes" ocupó, en cambio, el tercer lugar (el segundo correspondió a los infar­tos) y su tasa por habitantes fue 0.2%. 10 Mario ARANGO JARAMILLO aporta cifras interesantes en este sentido: «No deja de llamar la atención de que a pesar de haber sido 1987 un año de reactivación eco­nómica, se incrementaron también los delitos, especialmente los económicos. Por ejemplo, mientras en 1984 se registraron 10 atracos a instituciones bancadas, en 1987 llegaron a 72, (...) y en los cuatro primeros meses de 1988 se registraron 15 asaltos bancarios por mes, contra un asalto mensual en 1984. Igualmente, en 1987 se contabilizó el mayor número de robo de automotores y motocicletas, para un total de 1140». Mario ARANGO JARAMILLO, Op. cit, p. 141.

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aunque el autor advierte que dichas curvas dc tasas provienen de los registros de homicidios según el lugar dc la ciudad donde ocurrieron, 10 cual revela mucho menos elementos que si se clasificaran según ba­rrios de residencia de las víctimas o de los victimarios."

Para efectos de la desagregación barrial del fenómeno, nos parece más significativo el censo, por barrios, de las bandas de sicarios, que ensayan Alonso Salazar y Ana María Jaramillo; lo hacen para el año tope de 1991.

Las bandas constituyen otro de los actores violentos organizados, que apenas en parte guarda nexos directos con el narcotráfico12; las bandas, o sus sicarios más o menos en conexión con ellas, serán prota­gonistas de muchos de los homicidios, aunque tampoco allí se agotan las cifras, pues debemos admitir que un buen número de homicidios todavía puede hacer parte de la violencia inorgánica (desafortunada­mente no existen fuentes discriminadas que permitan, en este punto, un tratamiento diferenciado).

Según Salazar y Jaramillo, de las 153 bandas existentes en el área melrojjolitana en 1991 (122 dentro de la jurisdicción municipal de Medellín), 87 jjertenecen a la zona nororiental (comunas 1, 2, 3 y 4), 16 a la noroccidental (comunas 5 y 6), 8 a la centroccidental, 6 a la su-roccidental y 4 a la centroriental. En las comunas de la zona nororien­tal se hallan los barrios con mayor número de bandas, como Aranjuez en donde se contabilizan 42, y Manrique con 12. Dentro de los muni­cipios del área metrojjolitana sobresale Bello, con 19 bandas en total, 11 de las cuales se localizan en el barrio Niquía, limítrofe con la co­muna 5 de Medellín. Estos barrios, tanto de Medellín como de Bello, tienen en común no ser de los más jjobres ni piratas (subnormales) ni tener grandes carencias en sus servicios públicos; están clasificados en el estrato socioeconómico 3 según la Oficina de Planeación, como sus homólogos de las comunas noroccidentales.

Aranjuez, Manrique, Bello (Niquía) no sólo sobresalen jjor el nú­mero de bandas sino por la violencia de ellas, el poder que ostentan y

11 Op. cit, p. 48, Gráfica 2 (p. 286).

Varios de los primeros enganches entre el narcotráfico de Medellín y los sicarios se hicieron a través de establecimientos legales, que para el efecto se conocieron como las oficinas (Véase Carlos Miguel ORTIZ, "El sicariato en Medellín: entre la violencia política y el crimen organizado", en Revista Análisis Político, Ne 14, Bogo­tá, septiembre-diciembre 1991, p. 62).

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la particularidad de haberse conectado con el narcotráfico. En ese tri­ple aspecto fueron bastante conocidos Los Priscos y Los Monjes en Aran-juez y La Ramada en Niquía. También en barrios de estratos más bajos se conocieron bandas famosas, como la de Los Nachos en los barrios Popular 1 y 2 (de estrato 1).

Las bandas de sicarios empezaron a decaer después de 1991, por las matanzas entre ellas, en menor grado por operativos formales o clan­destinos de la Policía, y sobre todo por acción de las milicias, que se convierten en su principal enemigo. En muchas ocasiones, no obstan­te, los miembros de las bandas han optado ¡jor ingresar a las milicias, promiscuidad que ha acarreado efectos disolutorios en la disciplina supuestamente unívoca de éstas, y actualmente inciden, como factores disociadores, en la moral de los milicianos reinsertados y en sus letales querellas.

Las milicias en general aparecieron en los barrios con una oferta de seguridad para los habitantes, agobiados por las bandas de sicarios. Aunque en su estructuración muestran rasgos de las redes urbanas de apoyo de guerrillas de los años 70, y en su discurso casi todas coinci­den en un izquierdismo que acusa deudas ideológicas con las principa­les organizaciones guerrilleras (unas más radicales, las cercanas al ELN, y otras menos, las cercanas a las Farc o Milicias Bolivananas), preten­den ser autónomas respecto a aquéllas y se presentan ante la pobla­ción sólo como opción de seguridad barrial.

Según el grado de disponibilidad hacia la negociación, las milicias existentes en Medellín y su área metropolitana en 1995 podrían agru­parse en tres grandes tendencias13:

a) Las que, de hecho, firmaron los acuerdos de Santa Helena, dos grandes grupos con presencia en muchos barrios de la zona noroi iental, a saber: las Milicias Del pueblo y para el pueblo, el grupo más intransigente de los dos, de inclinaciones ELN y disidentes de las milicias ultrai radicales que en este momento se asientan en la periferia centroccidental de la ciudad,

13 Entrevistas con Gloria de Ortiz, animadora de procesos de reinserción de mili-

Nombre del corregimiento de Medellín donde se concentraron los milicianos durante el proceso de negociación, y nombre también con el cual se conocen los acuerdos que de allí resultaron.

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Segunda parte

y las milicias Del Valle de Aburra, de corle Milicias Bolivarianas (pro Farc).

b) Las que, teniendo un discurso político radical y opuesto a la negociación encaminada a desmovilizarse, estarían sin embargo, dispuestas en 1995 a negociar algunos asjjectos puntuales de alcance barrial, que podría hacer más vivible -pensamos- la cotidianidad de los vecindarios; son de estilo Milicias Bolivarianas, y podríamos estar refiriéndonos a las que contro­lan barrios como Belén-Altavista y El Picacho, en las zonas sui occidental (comuna 16) y noroccidental (comuna 6) respectivamente.

c) Finalmente las más radicales y militaristas, de afinidades con el ELN, que no aceptaban ningún tipo de negociación; en 1995 controlaban barrios poco conocidos en el boom publicitario, que son mucho más pobres que los de las llamadas comunas nororiental y noroccidental: los barrios mí­seros de los cerros centroccidentales a los que antes hicimos referencia: El Salado, Nuevos Conquistadores, La Independencia 1 y 2. En sus terri­torios habían extinguido totalmente las bandas de sicarios y, a la vez, ha­bían hecho retirar a todas las instituciones del Estado.

Ajjroximadamente a jjartir de 1993, se empezó a configurar un nuevo tipo de banda opuesta a las milicias en forcejeo con ellas por el control de los barrios; participaba de los rasgos de estructuración y disciplina de las milicias, aunque sin ningún discurso político, y a la vez de los rasgos delincuenciales de la antigua banda de sicarios que hoy tiende a extinguirse y que fue afectada jjor los goljjes ¡Jiopinados a la organización del narcotráfico; no se dedicaba sistemáticamente a de­linquir, como lo hacía aquélla, pero no tenía reato en recurrir esporá­dicamente a algún robo de auto o a algún atraco bancario si lo reque­ría para financiarse.

Su fin primordial era la oferta de seguridad, como las milicias con las cuales competía, y, consecuentemente con ello, excluía cualquier conducta delictiva dentro de sus jjropios barrios. Tienen de las milicias la logística organizativa y el dominio sobre la comunidad basado en el miedo. De esta manera lograron, por ejemplo, controlar actividades, como en los barrios 12 de octubre (noroccidente), el transjjorte colecti­vo, tan vital para los habitantes.

La curva general de la tasa de homicidios en Medellín, de manera semejante al movimiento de la curva del país y de la curva del depar­tamento de Antioquia, desjjués del tojje máximo alcanzado cn 1991 inició su descenso; {jara el último año sobre el que tenemos informa­ción disponible, el de 1995, Medellín había logrado casi rccujjerar el nivel de 1988, con 280 homicidios por 100.000 habitantes.

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Cali (más Yumbo, Jamundí,

Candelaria, La Cumbre y Viajes)

Fernando Cubides

El comportamiento de las tasas de muertes violentas y de delito en ge­neral ha sido objeto de un seguimiento continuo para el caso de Cali, posiblemente como para ninguna otra ciudad de Colombia. Centros académicos como el Cidse de la Universidad del Valle y entidades mu­nicipales como Desepaz han contribuido a formar una base de datos y, sobre ella un acumulado de conocimiento que se ha plasmado en va­rias publicaciones y en análisis comparativos de gran utilidad, aun cuando acerca de los enfoques metodológicos no haya habido la mis­ma continuidad. Es Cali la ciudad sobre la que existe una bibliografía más amplia y que abarca un período mayor, sustentada en un compila­ción de datos hecha con un mismo criterio y con rigor. Los sociólogos Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán crearon una escuela de investiga­dores que, antes de la Comisión de Estudios sobre la Violencia de 1987, había aportado los primeros análisis rnicrorregionales y de vio­lencia en el ámbito urbano, sustentados en una base empírica exhausti­va.

Basados en los estimativos acerca del comportamiento de la distri­bución del ingreso hace dos décadas hechos por Miguel Urrutia y que, para el caso de varias ciudades, y de modo particular para Cali, indican el drástico deterioro en la ¡jarticipación de los estratos medios y bajos de las condiciones sociales de la ciudad en los 70, los mencionados in­vestigadores toman éste como el hito histórico inicial del problema, aunque ninguno de ellos pretenda que ello explique por sí mismo el incremento en los distintos tipos de violencia, y dentro de ellos —de modo muy destacado— el de la violencia homicida. Descartan pues la

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Segunda parte

tesis estructuralista, jjara lo cual les basta establecer la comparación con otras urbes colombianas v latinoamericanas en que una todavía mayor concentración del ingreso no se ha traducido en incrementos significativos de violencia.

También una explicación centrada en el crecimiento demográfico, en la mayor densidad de población y la jjresión sobre la infraes­tructura urbana, es descartable a partir de las comparaciones: no pare­ce existir una correlación significativa entre el tamaño de las ciudades y sus tasas de violencia. El primero de los sociólogos mencionados, Camacho Guizado, al introducir el enfoque comparativo aporta un cri­terio conceptual cjue posibilita la clasificación de los delitos y de la vio­lencia homicida en la esfera pública o cn la esfera privada.1 Un sistema que, además, permite establecer correlaciones entre los agentes (o ac­tores) que ejercen la violencia, su origen social, sus móviles y las carac­terísticas correspondientes de sus víctimas. La concepción de las di­mensiones pública y privada de la violencia está centrada en las moti­vaciones de quienes la perpetran, en los roles asumidos por las vícti­mas y, cuando por su forma involucra el orden social, sólo se corres­ponde de modo muy aproximado con aquella otra categorización que distingue la violencia organizada de la violencia difusa.

Para cuando la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colom­bia analiza el problema, en 1987, después de Medellín, es Cali la ciudad que tiene la tasa más alta de homicidios. Pero si se adoptaba el con-cejjto de criminalidad real que abarca todo tipo de delitos, Cali mos­traba las tasas más altas del país: 70.1 jjor mil, en tanto que dicha tasa es 58,3 para Medellín y 54.7 para Bogotá. Siendo, en cuanto a número de muertes violentas, bastante inferior a Medellín, Cali mostraba ya un rasgo singular, atíjjico, cn el comportamiento de las cifras de crimina­lidad: mientras que la cifra general de delitos se mantenía estable, pese al crecimiento de la población, dentro de ella el jjeso específico de los homicidios se incrementaba significativamente.

Un alto grado de homicidios, que en la clasificación que hacían po­sibles las categorías de Camacho Guizado, se ubicaban predominan-

"Public and prívate climensions of Urban Violence in Cali" in: Violence in Colombia, Editado por Charles BERQUIST, Ricardo PEÑARANDA y Gonzalo SÁNCHEZ, Scholarly Resources Inc. Delawaie 1992. (Versión inglesa de Pa­sado y presente de la violencia en Colombia. Incluye datos actualizados y análisis com­plementarios, y un orden expositivo más claro).

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La dimensión del municipio

teniente en la esfera privada, pertenecerían en suma a esa violencia ins­trumental, en la denominación que adoptan nuestros capítulos históri­cos. Parecía hasta muy recientemente que en tanto que para Medellín ese tipo de violencia adquiría la magnitud de un problema de orden público de primer orden —se politizaba— (era el tiempo de máxima confrontación entre organismos de seguridad y las organizaciones criminales asociadas al llamado Cartel de Medellín) en Cali el mismo tipo de violencia declinaba. Y ello parecía corroborado con las especu­laciones acerca del bajo perfil con el que las organizaciones de narco­tráfico con asiento en la ciudad manejaban el negocio y sus proyeccio­nes.

La explicación que construyen Camacho Guizado y Guzmán, cen­trada en el caso de Cali, se presenta con el mayor grado de elabora­ción en una obra conjunta: Colombia: Ciudad y violencia, en cuya pri­mera edición, de mayo de 1990, las tendencias que habían observado con antelación se confirmaban. Ello les permite acentuar el contraste en la comparación con Medellín y a la vez subrayar las características singulares de la violencia en Cali:

Es notable al respecto que los hechos de violencia para la ciudad de Cali havan dictriiniii^'^ notablemente ciesoués de 1986 mientras nue en el resto del país las cifras siguen aumentando, y particularmente en Medellín, hasta hoy, la dinámica de la violencia parece incontenible"

Apreciación optimista que se sostenía a la luz de los datos, los cua­les señalaban para los dos años inmediatamente anteriores al que mar­caba el descenso, un incremento importante de la violencia, y de las muertes violentas en dos de sus modalidades organizadas: en 1985 co­mo producto de la confrontación con el M-19, que había propiciado la formación de milicias en barrios marginales, y en 1986 como un año en que los grupos de limpieza social, que interpretaban a su modo la consigna Cali limpia, Cali linda y se ensañaban con los grupos minori­tarios y desclasados; a partir de allí el descenso era perceptible.

No obstante, vista en un período de mayor duración, la curva de muertes por causa 55 de Cali, tiene un comportamiento semejante al de otra de las áreas metropolitanas: Bogotá. El punto más bajo es el

Op. cit p. 235.

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Segunda parte

año 1988, pero a partir de allí muestra un crecimiento sostenido en los años 90 y 91 y la singularidad pierde su efecto.

Un análisis minucioso de un semestre en un año más reciente, 1993, hecho por el projjio Guzmán corrobora dicha pérdida de singularidad: la violencia organizada y —dentro de ella— la violencia de móviles polí­ticos o ubicable en la esfera pública, gana en imjjortancia en Cali. Aun cuando sobre la base de una comparación con otras áreas del Valle del Cauca, particularmente el Norte y el Centro del Valle, que incluyen a polos de violencia como Trujillo, el Dovio y Cartago, jjertenecientes los tres a la categoría relativamente violentos de las que elaboramos, en cuanto a homicidio, la posición del área metropolitana de Cali des­ciende a tercer lugar en ese breve período. Se trata de un espejismo si se tiene en cuenta el auge comprobable de la violencia organizada y que dispone de instrumentos de mayor calibre y soíísticación; por ello la conclusión del autor se halla a tono con esos hechos:

La aparición de cuerpos en botaderos de la ciudad, las señales dc tor­tura y sevicia, la racionalización de la violencia llevada a sus extremos, incluso acudiendo al terror: creemos que esta forma de violencia es la cjue caracteriza la coyuntura por la cjue atraviesa la ciudad.'

El incremento de las muertes producidas por armas más sofistica­das, y una constatación empírica que aporta la pericia del legista, le permite inferir a Guzmán «formas más organizadas que subyacen a la acción». La coyuntura de la que se habla antes está corroborada por estudios de opinión que indican sin lugar a dudas una percepción ge­neralizada de inseguridad jjartir de entonces, es decir en los últimos dos años.

Debido a ello, la disminución paralela en los delitos no violentos tamjjoco podría interpretarse como un síntoma alentador, pues más bien podría atribuirse, y Guzmán acoge esa interjjretación, no a su menor ocurrencia efectiva, sino a que se denuncia menos. Al examinar las estadísticas judiciales jjara los años 1991, 1992 y 1993, sumados Cali y Yumbo los distritos más poblados, encontramos:

• Alvaro GUZMÁN et a l , "Violencia urbana y seguridad ciudadana en Cali" en Revis­ta Foro Ne 22, noviembre de 1993.

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La dimensión del municipio

ETAPA DE INICIACIÓN DE SUMARIO

Total delitos

1991 1992 1993

12.084 8.966 8.462

91-93

29.542

Vida/integridad

91

4.794

92 93 91-93

3.324 2.268 10.386

ETAPA DE CALIFICACIÓN DE SUMARIO

Procesos

1991 1992 1993 9 | .

93

13.517 17.413 13.306 44.296

Providencias

Resolución acusatoria

91

1.904

92

1.514

Cesación de procedimiento

93

3.504

+ 91 92 93 91-93

6.812 10.094 15.553 4.468 29.995

ETAPA DE SENTENCIA

Total procesos:

1991 1992 1993 9 1 -

93

3.S4S 2.S74 2.028 8.147

Sentencias:

Absolutorias

91

544

92

427

93

183

91- 91 93

1.154 2.972

Condenatorias

92 93 91-93

2.141 1.828 6.941

Fuente: Estadísticos judiciales. Dañe

Mientras que en mediciones más detalladas como las que elabora Guzmán, para los años 90, 91 y 92, para los cuales obtiene tasas de homicidio por 10.000 habitantes y de delito total, también por 10.000, que registran un incremento, y por lo menos un comportamiento es­table de la tasa de delito total, esas variaciones van en sentido contra­rio de las que registra la estadística judicial en por lo menos la primera de las etapas (en el segmento: vida e integridad) que debiera ser la más sensible al respecto.

Lo anterior corresponde a la pauta nacional y por ende parece dar la razón a quienes subrayan la impunidad como el factor de los facto­res de la violencia, tras comprobar la escasa relación existente entre la estadística criminal y la estadística judicial.

En conjunto, la estadística obtenible obliga a poner puntos suspen­sivos a la percepción corriente según la cual las organizaciones delicti­vas que actúan en Cali y su área metropolitana, particularmente las del narcotráfico, promueven y practican menos la violencia que sus homo­logas de ciudades como Medellín, y conduce a abandonar algunas de las apreciaciones derivadas de un contraste entre estas dos ciudades que durante coyunturas anteriores, hacía énfasis en la escasa asocia-

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Seguida parte

ción entre el delito general y el delito violento como una singularidad de Cali.

Pero hay otra estadística, la de las armas en tenencia y porte, que también corrobora la jjérdida de singularidad de Cali en el sentido de la disminución de la violencia, e ilustra la tendencia contraria: en cuanto al número de instrumentos para el ejercicio de la violencia, Va­lle como departamento, y Cali y su distrito industrial, están bastante jjor encima del resto del jjaís, y en forma notoria por encima de de­partamentos como Antioejuia, incluyendo armas como fusil y subame-tralladora. Tanto en tenencia como en porte de armas, y dentro de ellas las más eficaces (pistola, fusil, subametralladora) el Valle se lleva la palma; en el plano nacional, Valle es, de lejos, cl departamento más armado, y sólo aparece superado, en términos absolutos, por un con­glomerado urbano como Bogotá DC.'

La ventaja de Cali es que ha existido una continuidad en el trata­miento de la violencia, expresada ya en el hecho de que se hayan cons­tituido grupos y entidades especiales para ello, y que en el conoci­miento de la dimensión empírica se registren en la forma de una me­jo r cobertura y confiabilidad dc las estadísticas a nivel municipal; la percepción más generalizada en cambio, y la actitud jjredominante en la clase dirigente regional hasta hace muy poco, tendió a subvalorar los hechos de violencia que ocurrían en su entorno, y a emplear con largueza el estereotipo según el cual las organizaciones de narcotrafi­cantes con asiento en la ciudad no emjjleaban la violencia y en eso su­puestamente radicaba su contraste con las dc Medellín. Un estereotipo que cuando se lo emplea por parte de voceros oficiosos de los grupos de narcotraficantes entraña toda una mixtificación ideológica, una operación exculpatoria.

En un evento reciente, en que particijjaron asesores de la Alcaldía de Cali y se jjresentó el modelo explicativo con el que actualmente se llevan a cabo las investigaciones sobre violencia urbana, centrado en los conceptos de actitudes y disjjosiciones, se establecía a la vez ({Jor jjarte del investigador Alfred MacAllister, de la Universidad de Austin, Texas) una cornjjaración escueta de tasas de homicidio por cien mil habitantes, en ciudades rejjiesenlativas del continente americano y la

4 Ver los cuadros 1 y 2 del artículo de Patricia Bulla, "Control de armas y seguri­dad ciudadana" en La violencia de las armas en Colombia, Juan Gabriel TOKATLIÁN y José Luis RAMÍREZ, Eds., Bogotá, septiembre de 1995, p. 241 y 242.

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La dimensión del municipio

cifra de Cali (90.9) aparecía como la segunda en importancia, siendo

superada tan sólo por Medellín.5

3 Alfred Me ALLISTER, "Homicide Rates in American Cities and States", Seminario so­bre Seguridad y Convivencia en Ciudades Colombianas, Santafé de Bogotá, di­ciembre 4 y 5 de 1997.

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Santafé de Bogotá Ana Cecilia Olaya

A jjartir de la década del 50, Bogotá tuvo un gran dinamismo demo­gráfico como consecuencia —en jjarte— de los jjrocesos migratorios provenientes principalmente dc Boyacá y Cundinamarca; así, para 1956 Bogotá abarcaba el 7% de la población nacional.1

El auge demográfico significó, además, la presencia de otras ten­dencias modernizantes: los servicios públicos, que buscan acelerar su ritmo y aumentar su cobertura; el uso masivo del automóvil; los avan­ces tecnológicos, que entre otras cosas han permitido el tratamiento de enfermedades, sobre todo de cierto tijjo antes consideradas no tra­tables. El desarrollo vial se hizo presente con la construcción de la Avenida Caracas desde la década del cuarenta y de la carrera décima en los cincuenta, proyectos que se constituyeron en los nuevos ejes de la malla urbana.

En el marco nacional, la población —en relación al total del p a í s -representa el 10% en los años 60 y el 18% en los 90: es una ciudad de gran imjjortancia dentro del ámbito nacional desde el punto de vista urbano, de prestación de servicios y de administración pública. En lo económico, a nivel nacional la imjjortancia de Bogotá se refleja a tra­vés de su contribución al Producto Interno Bruto, en el cual ha parti­cipado con cerca del 21%; allí se genera el 25% del valor agregado y el 28% del empleo industrial.

Teniendo cn cuenta la composición de los subsectores industriales, se encuentra que Bogotá presenta una mayor diversificación frente a las princijjales ciudades y sus princijjales sectores son la producción de

Varios autores, Bogotá 450 años: Retos y realidades, Bogotá, 1988.

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La dimensión del municipio

alimentos, fabricación de bebidas, fabricación de sustancias químicas y construcción de material de transporte.

En el período intercensal 1985-1993, la evolución en la superación de las Necesidades Básicas Insatisfechas muestra deterioro en el ritmo que mostró la ciudad con respecto al período 1973-1985. Mientras en 1985 el 18.5% de la población bogotana estaba en situación de pobre­za, en 1993 la pobreza es del 13.6%. De los 5 indicadores de NBI, el ha­cinamiento crítico es el que tiene una mayor incidencia en la reduc­ción del número de hogares pobres.

POBREZA Y CALIDAD DE VIDA EN SANTAFÉ DE BOGOTÁ

Según el Censo de 1993, la ciudad capital alberga cerca del 15% de la población total del país, con una población de 4.9 millones de perso­nas, de los cuales el 17% se encuentra en situación de pobreza y el 3.5% en situación de miseria. Como antecedente, existe un estudio que se desarrolló exclusivamente en la ciudad de Bogotá, y en el cual el Dañe aplicó la metodología de Necesidades Básicas Insatisfechas: la encuesta de pobreza y calidad de vida en Santafé de Bogotá, realizada durante los meses de noviembre y diciembre de 1991, a las 19 alcaldías menores de Santafé de Bogotá, que nos permitirá hacer un seguimien­to más detallado que para otras ciudades del país del comportamiento de la calidad de vida.

Los resultados que arroja muestran que de 1T94.648 hogares en diciembre de 1991, 153.777 (12.9%) son pobres. En cuanto a los hoga­res en miseria en Bogotá, la mayor parte se registra en las alcaldías de San Cristóbal y Ciudad Bolívar. De los indicadores de pobreza, el que más incide es el hacinamiento crítico; le sigue la alta dependencia eco­nómica y la inasistencia escolar. La mayor concentración de población se presenta en Engativá y Kennedy, donde el tamaño medio del hogar es de 5.3 personas, mientras en Teusaquillo y Chapinero la población pobre es mucho menor y el tamaño medio del hogar es 4.0 personas. Ya ejue el indicador de servicios inadecuados toma en cuenta el acceso a los servicios de acueducto y alcantarillado, Ciudad Bolívar y San Cris­tóbal presentan un mayor déficit de estos servicios. En cuanto al servi­cio de energía, el déficit no es significativo, ya que muchos de los ho­gares acceden al servicio a través de conexiones piratas.

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Segmda parte

Teniendo en cuenta que la infraestructura del barrio y los servicios comunales que existen cerca de la vivienda constituyen jjarte del sen­tido de pertenencia a un entorno y a una comunidad, donde la seguri­dad y la confianza son esenciales dentro del concepto mismo de bie­nestar, las alcaldías de mayor pobreza son las que declaran no contar con Cais de Policía, ni con jjarques infantiles y con deficiente servicio de transporte en cl barrio o cerca de la vivienda.

En cuanto a la recreación y el esjjarcimicnto también relacionados con la calidad de vida, se puede observar que aunque las administra­ciones distritales se preocupen por ofrecer diversidad cultural (teatro, conciertos, eventos literarios, etc.) la tendencia es a preferir la cultura en privado y a domicilio; esto es congruente con la inseguridad y el riesgo que implica la asistencia a espectáculos masivos o tener que re­correr largas distancias. Esto es corroborado por los resultados arroja­dos por la encuesta mencionada, en donde se jjreguntaba a la jjobla-ción ocupada si dedicaba por lo menos una vez al mes a actividades como hacer deporte, asistir a cine, oír música, ir a discotecas, salir a jjasear o leer: como resultado, se obtuvo cjue el 80% de la población ocupada, pobre al igual que la no pobre, realiza alguna de las activida­des mencionadas, l a s preferencias se concentran en oír música y leer. Esta tendencia se observa también en las ciudades de Medellín y Cali; sin embargo, en esta última la preferencia es oír música, seguida de sa­lir a pascar.

VIOLENCIA EN SANTAFÉ DE BOGOTÁ

En 1984 El Dañe hizo una investigación sobre criminalidad real (denunciada o no denunciada) en 11 ciudades del país, a través de la Encuesta Nacional de Hogares. Las conclusiones de ésta destacan la jjropensión de la ciudad a ser violenta. La tasa media de criminalidad real obtenida con la investigación llega a 45 delitos por cada mil per­sonas 4.5% y su incidencia en Santafé de Bogotá es del 54.7 % delitos por mil habitantes.

En una ciudad de nadie y de todos, que acumula anualmente por migración 10 habitantes jjor cada mil, sin transporte eficiente, sin par­ques, sin teatros, sin lugares de encuentro, contaminada, no debe en­tonces sorjjrendernos lo jjreocupantc que debe significar vivir en esta ciudad, en términos de violencia —callejera e intrafamiliar—, de delin-

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La dimensión del municipio

cuencia juvenil, de maltrato a los menores, de indigencia, de crisis en sus servicios sociales.

Las tasas de homicidio por 100.000 habitantes, en Bogotá, mues­tran que hasta 1988 este delito disminuía de año en año. Sin embargo, 1988 marca un incremento inusitado de las tasas de homicidio, que re­cuerdan la siniestra amenaza que sobre esta ciudad blandió el narco­tráfico en la década del 90.

De acuerdo con Medicina Legal y de acuerdo con el número de ne­cropsias que se realizan al año, entre 1991 y 1993 hay una tendencia creciente en el número de muertes violentas catalogadas como homi­cidios: en el 93 se presenta un aumento del 16.3%, o sea 7.409 muer­tes violentas con respecto al año anterior; a partir de 1994 se evidencia un cambio en la tendencia: entre 1994 y 1995 la reducción de las ne­cropsias llega al 5.9 % (288 casos). Del mismo modo, las localidades de Santa Fe, Kennedy y Ciudad Bolívar son las que presentan el mayor número de muertes violentas. De otra parte, durante 1996 y el primer semestre del 97 el homicidio registra una disminución del 9%. La in­formación suministrada también revela que las víctimas están entre 15 y 29 años. Llama la atención, además, otro aspecto revelador: en la mayoría de muertes violentas, el alcohol estaba asociado tanto a vícti­mas como a agresores.

Otra muestra de la actitud violenta de los bogotanos es la escanda­losa cifra de lesiones personales, en distintos niveles de gravedad, que generan no sólo limitaciones definitivas a sus víctimas sino importan­tes pérdidas en términos de desempeño laboral y gastos tanto al pa­trimonio familiar como de los recursos precarios de las entidades de salud. Según la Subdirección de Vigilancia Epidemiológica de la Secre­taría de Salud, el costo promedio de atención de pacientes por eventos asociados con hechos violentos es de $1'236.469 y éstos representaron en 1993 el sexto lugar de casos atendidos con un 3.5% frente al 2.5% de 1988.

De acuerdo con los casos recibidos por Medicina Legal durante 1993, 22.234 personas menores de 30 años sufrieron lesiones persona­les por distintas causas, de las cuales se destacan: violencia común: 11.784, violencia intrafamiliar: 6.455 y accidente de tránsito: 3.391.

En lo relacionado con la violencia contra el menor, de acuerdo con los estudios del Instituto de Medicina Legal, durante 1993, 5.815 me­nores de 18 años fueron reconocidos por lesiones personales. Según la Fiscalía, en los primeros diez meses de 1993 se realizaron 1.026 levan-

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Segunda parte

tamientos de cadáveres de menores de 15 años; en 1995 se realizaron 3.799 dictámenes de lesiones no fatales por maltrato al menor: en la mayoría de casos el agresor era el jjadre, la madre del menor o un fa­miliar cercano.

Así mismo, la Fiscalía informó en diciembre de 1993 sobre la identi­ficación de 107 de las pandillas juveniles que ojjeran en la ciudad. En 1992, 2.032 delitos fueron cometidos por menores de 21 años, cifra que en el 93 ascendió a 2.140; los delitos más destacados son el hurto calificado y agravado y las lesiones jjersonales.

En 1981 el número de asaltos bancarios era de 24; en 1989, de 84; jjasó a 518 en 1993, es decir, un incremento de más del 600%. El pro­medio de robo de automotores en cada año del período 1981-1989 fue de 2.471, pasando a 6.248 carros hurtados en 1993. Los homicidios aumentan en forma alarmante: de 822 en 1983, pasaron a 2.307 en 1989 y a 5.612 en 1993, lo que pone en evidencia un agudo incremento de la violencia homicida.

Pero la justicia jjenal va cn dirección contraria: el número de deli­tos contra la vida e integridad personal que entran en la etajja de ini­ciación de sumarios entre 1991 y 1993 disminuye: de 5.965 delitos que iniciaron sumario en 1991, en 1993 esta cifra ajjenas alcanzó los 3.209 delitos.

En Bogotá, la violencia tiene múltijjles exjjresiones y motivaciones, asociadas a condiciones comunes de las grandes ciudades del mundo, que podrían caracterizar el Síndrome de gran ciudad. Aquí se concentra gran ¡jarte de las actividades económicas y la jjoblacicín del país, situa­ciones que facilitan la organización criminal, el anonimato, la corrup­ción, el auge de la economía informal, y posibilita el delito y su encu­brimiento, la proliferación dc armas, la oferta y consumo de bebidas embriagantes y droga, coadyuvantes de conductas antisociales.

En la búsqueda de explicaciones a estas tendencias y manifestacio­nes de violencia, se dice que son producto de rasgos culturales negati­vos como el machismo, la crisis familiar y la autoridad ¡jaterna, y en el caso de la juventud, hasta ahora, de la falta de jjolíticas y jjrogramas que le ofrezcan alternativas y opciones para ¡jotenciar sus habilidades constructivamente.

Además, resulta incuestionable que en el crecimiento dc la violen­cia y la delincuencia tiene que ver la crisis no superada de la justicia con su carga de morosidad c impunidad, sustituida por las vías de he­cho. La información de la justicia penal ofrece las siguientes cifras: se

124

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La dimensión del municipio

dictaron entre 1991 y 1993 3.798 sentencias absolutorias, 13.122 con­denatorias y 900 cesaron de procedimiento, lo que muestra un nivel de ineficiencia del 5% en el aparato judicial en el capital del país2

También se debe señalar que aún es débil la aceptación y práctica de mecanismos alternativos de solución de conflictos, como la concilia­ción, ante la prevalencia de una cultura litigiosa.

Todo lo anterior nos permite afirmar que en Santafé de Bogotá, la violencia, en la mayoría de sus manifestaciones, tiene un carácter eco­nómico y social. Es el resultado del progresivo aumento de la delin­cuencia y del ejercicio de la justicia por mano propia, producto de la impunidad y la intolerancia.

Finalmente, a pesar de los hechos que enrarecen y enturbian la co­tidianidad ciudadana con todas las expresiones de violencia descalifican­te que medran la calidad de vida de los habitantes de esta ciudad, es in­teresante mencionar que en la Encuesta Nacional de Calidad de Vida 1993, que preguntó a los jefes de hogar cómo consideraban actualmen­te las condiciones de vida en el hogar, se pudo apreciar que a pesar de ser una percepción totalmente subjetiva y teniendo en mente lo crudo de la realidad tratada anteriormente, los resultados fueron muy intere­santes: el 73% de los iefes de hosar consideran oue las condiciones de vida en el hogar son agradables; el 25% considera que sus condiciones son regulares y sólo el 2% que son desagradables. La apreciación no especificaba condiciones económicas, de salud, o de seguridad, pero a jjesar de lo sórdido de la realidad vivida, parece que mantiene la esjje-ranza en un futuro mejor para los hogares.

• Dañe, Estadísticas de Justicia.

125

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Violencia, delito y justicia Ana Cecilia Olaya

En la teoría económica, la microeconomía projjone algunos elementos explicativos cjue consideran que el delito se incrementa cuando el pro­ceso de crecimiento económico es más acelerado.

Así, a pesar de que el Código Penal estipule penas y sanciones para ICJS delincuentes, el crimen — que tiene como base un análisis de costo beneficio— se expande, alentado ¡Jor el rezago y la lenta efectividad de las instituciones judiciales para aplicar justicia. En este sentido, el de­lincuente como sujeto que asume individualmente sus decisiones, se encuentra con la ventaja de que los costos de delinquir son muy bajos, dada la baja probabilidad de ser capturado y en el caso de ser captura­do, la remota posibilidad de ser condenado; de esta manera la impu­nidad se erige como un mecanismo perturbador que jjrovoca descon­fianza e incredulidad en las instituciones que administran justicia y no permite que los delitos sean denunciados e ingresen al sistema judi­cial. Entonces, lo que rejjresenta una ventaja en la relación costo bene­ficio para el delincuente individualmente, para el conjunto de la so­ciedad es una pesada carga que acarrea altos costos y ofrece expectati­vas desfavorables a la inversión, corno elemento básico para una eco­nomía en crecimiento. Distintos enfoques coinciden en afirmar que cuanto más claras y transparentes las normas y más eficaces las institu­ciones judiciales, más rápido crecerá el país.

En Colombia sólo un jjequeño porcentaje del total de delitos come­tidos se denuncia a las autoridades: en 1985 esta cifra fue de 20.9%, en 1991 26.3% y en 1995 alcanzó el 31,5%, según la información de la en­cuesta de hogares (módulos sobre criminalidad real etapas 50 y 72).

A continuación podemos hacer un seguimiento de los datos dispo­nibles sobre justicia jjenal para el período 1990-1995. Esta información

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La dimensión del municipio

nos aproxima al plano de la justicia penal departamental y municipal. Es de aclarar que esta información no corresponde al número de deli­tos cometidos exactamente en este período, pero sí a los que iniciaron proceso penal en esos años.

Esta fuente corresponde a las estadísticas de justicia del Dañe, que se elaboran tomando la información suministrada por las unidades de Fiscalía y los juzgados del país. Presenta un alto grado de confiabili­dad, pues no es sólo el conocimiento de un delito sino es el resultado de la decisión de un juez que ha sabido los pormenores del supuesto delito. La información da cuenta de las resoluciones de apertura de instrucción, providencias de calificación y sentencia.

Entre los delitos por títulos del código penal que se mencionan en este apartado están los delitos contra la vida y la integridad personal, entre los se cuentan: el homicidio, que en materia penal se reconoce como quitarle la vida a otra persona y las lesiones personales; también se hace una comparación de éstos y los delitos contra el patrimonio eco­nómico, que comprenden el robo y el atraco.

In ic iac ión de s u m a r i o s ( c r i m i n a l i d a d a p a r e n t e )

Esta etapa corresponde a la indagación preliminar de los hechos. El juez debe adelantar las pesquisas necesarias para establecer si el hecho ocurrió y si está catalogado como delito por el Código Penal. El suma­rio se inicia a través de la providencia auto de cabeza de proceso.

Calif icación de s u m a r i o s ( c r i m i n a l i d a d legal)

Iniciado el sumario, el juez abre la investigación y ordena la práctica de diligencias. Hace una calificación provisional del delito mientras concluye la etapa investigativa.

Sen tenc ias ( c r i m i n a l i d a d t r a t a d a )

En esta etapa se relacionan las formas como culmina el juicio o causa, bien sea con una sentencia condenatoria o una sentencia absolutoria y por último las providencias de cesación de procedimiento.

Durante el período 90-95, en el país 916.493 delitos entraron en la etapa de iniciación del sumario; de éstos, 120.179, el 30%, correspon­dían a delitos contra la vida e integridad personal.

127

Page 127: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Seguida parte

Los departamentos de Antioquia, Valle y Bogotá afirman la ten­dencia de mantener los mayores índices de violencia, además de ser los que tienen mayor particijjación dentro del total de delitos que en­tran a ser conocidos jjor la justicia penal.

Antioquia y Bogotá están muy cercanos al promedio nacional, pero Valle —aunque con un menor número de delitos que Antioquia— es el que presenta un porcentaje más alto de delitos contra la vida e inte­gridad personal (34%), en relación al total de delitos que iniciaron jjroeeso en este período.

ETAPA DE IN IC IAC IÓN DE SUMARIO.

Delitos

Contra la vida

Homicidio

Lesiones personales

Contra el patrimonio

To ta l delitos

Fuente: Dañe,

Antioquia

41.597

9.654

27,258

50.596

140.798

Estadísticas de Justicia.

1990-1995

Valle

39.594

7.689

27.797

37.318

117.691

Bogotá

29.316

5.502

21.804

51.551

115.515

Total Nacional

275.637

58.889

197.296

325.215

916.493

Es de resaltar que a pesar de la importancia que para este análisis cobran las cifras dc los delitos contra la vida, son los delitos contra el patrimonio económico los que tienen una mayor particijjación dentro del proceso penal. En este sentido, surge la hipótesis, de que las jjrefe-rencias de los ciudadanos se orientan a no denunciar hechos violentos, jjor la desconfianza que tienen las víctimas en las instituciones del Es­tado o porque se desconoce cómo opera la administración de justicia. La encuesta del Dañe sobre criminalidad real muestra la razón más importante ¡jara no denunciar: la inoperancia de la justicia, que en 1985 representó el 42,5%, en 1991 el 25.4%, cifra que se mantiene para 1995.

De otra jjarte, si analizamos el total de delitos contra la vida, el ho­micidio, como exjjresión extrema de la violencia, no es el delito que tiene mayor representación dentro del total de delitos que comprende este título del Código Penal; por el contrario, en su mayoría éstos co­rresponden a lesiones personales (71,5%) mientras el homicidio ape­nas alcanza a ser el 21.3% del total de delitos contra la vida e integri­dad personal a nivel nacional.

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Page 128: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La dimensión del municipio

Según la encuesta del Dañe, esta diferencia puede responder a las consideraciones que las víctimas o los familiares de las víctimas hagan acerca de la posibilidad de aportar pruebas contundentes a sus denun­cias. En el caso del homicidio, cuando el autor es desconocido los fa­miliares no denuncian, bien sea por miedo a las represalias o por que prefieren hacer justicia por propia mano.

Ahora, haciendo una comparación con la información de delitos contra el patrimonio jjara el período 1990-1995, podemos observar que en Antioquia y Bogotá, esta cifra tiene una mayor participación que los delitos contra la vida que inician proceso penal. Se puede conside­rar que este comportamiento responde a que este delito, en particular, es más fácil de denunciar, pues no representa mayor riesgo para las víctimas, ni es necesario presentar pruebas contundentes para su de­nuncia. Si tomamos la información de ios delitos conocidos por ¡ajus­ticia penal durante el período 90-95 para el departamento del Valle, en donde los delitos contra la vida son más numerosos que los delitos contra el patrimonio, podemos observar que Cali, Palmira, Buenaven­tura, Tuluá y Buga son los municipios que tienen una mayor participa­ción en el total departamental:

ETAPA DE INICIACIÓN DE

Cali

Palmira

Buenaventura

Tuluá

Buga

Total Valle

SUMARIO. DEPARTAMENTO DEL

Contra la vida e integridad

19.783

3.151

2.948

1.723

I.SSI

39.594

VALLE. ! 990-! 995

Contra el patrimonio

19.106

2.720

2.335

2.016

2.202

37.318

Total de delitos

61.526

9,168

7.055

5.910

5.692

117.691

Fuente: Dañe, Estadísticas de Justicia

A excepción de Cali, los cuatro municipios restantes no hacen parte de las listas de municipios considerados muy violentos o relativamente violentos, lo que sugiere que se prefiere recurrir a la justicia en aquellos municipios donde el nivel de violencia no es extremo, como para permitir a los ciudadanos acercarse y hacer uso de los mecanismos en­cargados de administrar justicia.

Otra observación interesante es que, contrario a las consideracio­nes anteriores, sobre la participación de los delitos contra la vida den­tro del total de delitos que inician proceso penal y replicando el com-

129

Page 129: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Seguida parte

portamiento del total del departamental, en los municipios de Cali, Palmira y Buenaventura el total de delitos contra la vida es mayor que el total de delitos contra el patrimonio económico en el período 90-95.

Para el departamento de Antioejuia estas consideraciones son to­talmente contrarias. Los municijjios que mayor participan dentro del total de delitos que son conocidos por la justicia jjenal coinciden, a ex­cepción de Caldas, en ser aquellos que consideramos en nuestras listas como violentos o relativamente violentos.

Por otro lado, en estos cinco municijjios se mantiene la misma ten­dencia del total departamental y del total nacional: los delitos contra el patrimonio representan un porcentaje más alto que el total de delitos contra la vida; por lo cual nuevamente se confirma la hipótesis sobre las alternativas a las cuales resjjonde el denunciar o no los actos delic­tivos.

ETAPA DE IN IC IAC IÓN

Medellín

Bello

Itagüí

Envigado

Caldas

T o t a l A n t i o q u i a

DE SUMARIO. DEPARTAMENTO

Contra la vida e

integridad

18.479

1.841

952

890

705

41.597

DE ANTIOQUIA. i 991

Contra el patrimonio

27.170

1.877

1.617

1.467

1.058

50.596

•1995

Total de delitos

61.110

5.666

4.159

3.448

2.670

140.803

Fuente: Dañe, Estadísticas de Justicia

Ahora tomemos, para el mismo período, el comportamiento de tres departamentos que son considerados como pacíficos o relativamen­te pacíficos: Atlántico, Boyacá y Nariño:

ETAPA DE IN IC IAC IÓN

Contra la vida

Homicidio

Lesiones

personales

Contra el

patr imonio

T o t a l de l i t os

DE SUMARIO.

Atlántico

6.334

1.219

4.719

9.676

26.531

1990-1995

Boyacá

11.811

2.369

8.753

7.725

28.549

Nariño

10.235

2.235

7.687

7.742

32.303

Total Nacional

275.637

58.889

197.296

325.215

916.493

Fuente: Dañe, Estadísticas de Justicia.

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Page 130: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La dimensión del municipio

Como era de esperarse, el total de delitos para estos departamentos es mucho menor: apenas alcanza a ser el 3% del total nacional para es­te período; igualmente, y siguiendo el mismo comportamiento detec­tado a nivel nacional, la mayoría de delitos contra la vida e integridad personal se concentran en las lesiones personales, pero por una razón diferente a la mencionada para los municipios violentos, y es que si en general estos departamentos no presentan altos índices de violencia como para ser catalogados como violentos (donde el nivel homicidios es uno de los componentes para integrar las listas) es de suponer que los delitos contra la vida, que conoce la justicia penal, sean las lesiones personales.

A excepción de Atlántico, los departamentos de Boyacá y Nariño siguen la tendencia nacional y de los departamentos considerados vio­lentos: los delitos contra el patrimonio tienen una participación menor que los delitos contra la vida, dentro del conjunto de delitos que son conocidos por la justicia penal en el período 90-95.

La conclusión es obvia: si estos municipios son considerados pacífi­cos o relativamente pacíficos es porque representan bajos índices de vio­lencia y los pocos delitos que inician sumario principalmente son las lesiones personales —que pueden explicarse por la naturaleza o poca gravedad de este delito— que, como se mencionó anteriormente, re­sulta más probable que éstos se pongan en conocimiento de la justicia. Dentro del proceso penal, la etapa de calificación del sumario es com­petencia de las fiscalías, y como lo veremos a continuación resulta ser el cuello de botella, dentro de la justicia penal.

Recordemos que en esta etapa se abre formalmente la investigación y también resulta ser el momento en que la mayoría de procesos pres­criben: es la primera manifestación de la impunidad. Para el período 1990-1995, F039.998 procesos entraron a la etapa de calificación y la mayoría se concentró en delitos contra el patrimonio y delitos contra la vida e integridad personal.

En concordancia con la etapa de iniciación del sumario, en la califi­cación el número de delitos contra el patrimonio sobrepasa el de deli­tos contra la vida e integridad personal; entre los departamentos con­siderados como violentos, Antioquia supera al Valle y Bogotá y entre los 3 representan aproximadamente el 50% del total de procesos que entran a esta etapa del proceso penal.

En los departamentos considerados como pacíficos y relativamente pacíficos, este comportamiento varía. Como es lógico, en ellos el núrae-

131

Page 131: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Seguida parte

ro de procesos que entra a calificación es muy bajo, jjero es de resallar que los delitos contra la vida y contra el patrimonio jjarticijjan en la misma proporción dentro del total de procesos que entran a esta eta-jja por estos delitos.

Durante el jjeríodo 90-95 fue mayor el número de procesos que en­tró a la etapa de calificación que los que entraron a la etapa de inicia­ción de sumario. Esta situación es pertinente en el momento de anali­zar la deficiencia en esta etapa de primordial importancia dentro del proceso penal. En esta etapa, a nivel Nacional y los departamentos considerados como violentos siguen el mismo comjjortamiento que en la etapa dc iniciación. Sin embargo, para los departamentos conside­rados pacificas y relativamente pacíficos no es así.

Dentro del proceso penal la etapa de calificación permite detectar el mayor obstáculo que enfrenta la justicia: del total de procesos que entra a la etapa de calificación, sólo el 20% termina en resolución acu­satoria y continúa a la etapa de sentencia, mientras el 77% culmina en cesación de procedimiento. Dentro de las causas de cesación, la pres-crijjción (vencimiento de términos) es la que concentra la mayor can­tidad. A nivel nacional, en el período 90-95, el 4 1 % dc los sumarios terminaron en esta etapa por prescripción.

En el período 90-95, en los tres departamentos considerados como violentos se concentra aproximadamente el 20% del total de procesos que terminó en cesación en el país; en Antioquia y Valle, además, el 50% de los procesos, que terminaron en cesación tuvieron por causa la prescripción, mientras en los departamentos considerados pacíficos y

ETAPA DE CALIF ICACIÓN DE SUMARIOS.

CAUSAS DE CESACIÓN DE PROCEDIMIENTO, I 990 - I 995

Departamentos

Violentos/Pacíficos

Total nacional

Antioquia

Valle

Bogotá

Boyacá

Nariño

Atlántico

Fuente: Dañe, Estadisti

Total de

cesación

1 039.998

208.956

160.234

140.164

39.440

26.053

13.781

zas de ¡usada

Causas de cesación

Prescripción

329.140

84.999

67.178

45.958

2.095

8.302

3488

Inocencia

49.242

4.967

6.725

7.011

996

1.899

1.771

Desistimiento

73.050

3,708

6.638

27.789

2.66

6.138

1.767

132

Page 132: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La dimensión del municipio

ETAPA DE CALIFICACIÓN

Municipios violentos

Medellín

Bello

Envigado

Itagüí

Cali

Palmira

Tuluá

Buga

Cartago

Fuente: Dañe,

DE SUMARIOS. 1990-1995

Total Procesos

124.827

10.251

4.461

6.424

82.554

8.642

14.853

9.806

5.716

Lstodíst/cas de justicia.

Resolución

acusatoria

14.610

1.063

733

1,198

16.240

1.733

2.888

1.399

1.109

Cesación

106,656

8.842

3.557

4.827

64.558

6.778

11.705

8.183

4.519

relativamente pacíficos esta causa de cesación apenas alcanzó el 20%.

Durante el período 90-95, el número de procesos que entraron a etapa de calificación en Antioquia fue mayor que en el Valle; sin em­bargo, en cuanto al número de resoluciones, el Valle sobrepasa a An­tioquia. A nivel municipal, a Medellín, le siguen los municipios de Ita-gm, o d i o y iLnvígado, consioera^ios los municipios mas violentos utCt departamento de Antioquia. También los 4 municipios sobrepasaron el 70% del total de cesaciones del departamento.

Para el Valle, los municipios de Cali, Palmira, Tuluá y Buga son los que tienen una mayor participación dentro del total de procesos que entran a etapa de calificación durante este período: al igual que en Antioquia, en los municipios del Valle un 70% de los procesos termi­nan en cesación.

La etapa de sentencia, es la conclusión del proceso penal, es aque­lla donde se producen resultados; los análisis insisten en que en esta parte del proceso se logra la disminución de los niveles de criminali­dad, fortaleciendo la probabilidad de castigo (sentencia) para los de­lincuentes; esto significa que al aumentar el riesgo de condena se de­ben reducir los índices de violencia. Sin embargo, el desempeño de es­ta etapa no refleja jjor sí sola la eficiencia de la justicia en materia pe­nal: es competencia de los jueces, y a diferencia de las etapas de inicia­ción de sumarios y calificación, la mayoría de delitos que inician esta etapa se resuelven con una sentencia condenatoria o absolutoria, pero no es el argumento ni la consideración aislada para analizar niveles de

133

Page 133: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Segmdaparte

eficiencia, máxime si se recuerda que durante la etapa de calificación es donde la mayoría de los jjroccsos (77%) termina jjor cesación de procedimientos. Esto significa que sólo un 23 % de estos delitos entra en la etapa final del jjroeeso, y es sobre éstos que se dictamina senten­cia (Ver cuadro en la página siguiente).

Efectivamente, si comparamos el total de ¡jrocesos que entran a ca­da una de las etajjas que comjjeten a la justicia penal (jjeríodo 90-95) es en esta última, en la etapa de sentencia, donde un menor número de delitos no solamente entra a ser conocido jjor la justicia sino que es aquel sobre el cual se tiene que proferir un veredicto. Para este jjerío­do, el total de providencias equivalen al 25% de delitos que inician sumario y al 22% de procesos que entran a la etajja de calificación; a jjesar de la baja particijjación de esta etapa, se puede observar que la mayoría de providencias termina en sentencias condenatorias y la ce­sación de procedimientos no es significativa.

Antioquia, Bogotá y Valle concentran aproximadamente la mitad de las jjrovidencias que entran en la etapa de sentencia entre 1990 y 1995 a nivel nacional. En este sentido, se mantiene la tendencia que mostró la etapa de iniciación del sumario; aunque con esta informa­ción no podemos saber cuántos delitos corresjjonden a homicidios, sí se puede ajjreciar que en materia de justicia penal los dejjartamentos con altas tasas de violencia tienen una mayor jjarticijjación en relación con los delitos que entran a ser tratados jjor el aparato judicial.

Durante el período 1990-1995, en esta etajja Antioquia mantiene un mayor número de providencias que entran a sentencia y que terminan cn cesación de procedimiento. Para el Valle, el porcentaje de senten-

ETAPA DE SENTENCIA.

Departamentos

violentos/

pacíficos

Antioquia

Valle

Bogotá

Atlántico

Boyacá

Nariño

Total nacional

1990-1995

Absolutorias

5.561

4.091

6.683

380

1.282

1.062

34.652

Condenatorias

38.178

28078

28.977

1.486

5.493

5.448

197.411

Cesación

procedimiento

556

160

237

95

107

97

2.425

Total

Providencias

44.295

32.329

35.897

1.961

6.882

6.607

234.488

Fuente: Dañe, Estadísticas de Justicia.

134

Page 134: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La dimensión del municipio

cia que termina por cesación de procedimiento es menor, Esto puede significar que si en el departamento del Valle los delitos contra la vida e integridad personal están por encima del promedio nacional, cuan­do éstos llegan a la etapa de sentencia casi en su totalidad son fallados con sentencia absolutoria o condenatoria.

En los departamentos considerados como pacíficos y relativamente pacíficos, el total de providencias que entra a sentencia en este período es muy bajo y mantiene la misma tendencia que los departamentos considerados violentos, en cuanto a que es mayor el número de sen­tencias condenatorias que absolutorias en los cinco años referidos.

Finalmente, si el rezago de la justicia contribuye a mantener altos niveles de criminalidad y facilita el incremento de la impunidad, es po­sible concluir que aunque la desigualdad social no siempre se refleja en altos niveles de violencia, la inoperancia de la justicia —en este caso de la justicia penal— puede ser un multiplicador imjjortante cuando se analizan los índices de violencia.

135

Page 135: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Necesidades básicas insatisfechas:

su dinámica y la violencia en el

municipio colombiano Ana Cecilia Olaya

INTRODUCCIÓN

La interpretación de fenómenos sociales a través de variables econó­micas, y viceversa, es un objetivo que, en la actualidad, buscan las insti­tuciones y los organismos de planeación e investigación a nivel nacio­nal e internacional. La realidad interpretativa evidencia que unos y otros dirigen de manera individual sus objetivos y propósitos; es el ca­so de ia construcción de indicadores sociales —léase estadísticas socia­les— en el camjjo social y de las matrices insumo-producto en los análi­sis económicos.

Organismos internacionales como Naciones Unidas, y nacionales como Planeación Nacional y el Dañe, están conformando grupos in-terdisciplinarios e interinstitucionales para conseguir metodológica y sistemáticamente que los estudios sectoriales que tradicionalmente han tenido un manejo estadístico incompatible, se puedan analizar uno en función del otro, valga decir, las estadísticas sociales en fun­ción de las económicas.

La principal diferencia radica en la identificación de los agentes que son materia de estudio: agentes económicos y sociales, cjue no en­cuentran una interpretación ni cuantitativa ni cualitativa, conjunta en el conglomerado de los estudios sectoriales.

Para el caso, la matriz de las cuentas nacionales identifica produc­tores y consumidores del producto nacional (sectores financiero, no financiero, empresas, hogares). En las estadísticas sociales, cada sector,

136

Page 136: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La dimensión del municipio

educación, salud, empleo, justicia... identifica sus propios agentes: in­dividuos u hogares a los que se dirige el bienestar o que presentan in­satisfacción de necesidades básicas. Conscientes de este sesgo que aqueja el universo de la investigación y, a riesgo de quedar en el limbo meramente descriptivo, a continuación se mencionan las característi­cas del desarrollo económico del país, que las fuentes existentes en su momento han permitido reflejar a nivel municipal.

POBREZA Y CRECIMIENTO EN COLOMBIA

La dinámica del crecimiento socioeconómico colombiano se ha carac­terizado por mantener formas de organización de los procesos eco­nómicos, sociales y culturales en donde resalta la capacidad misma del sistema para sostenerse, pese a la complejidad en que se desenvuelve En este sentido, se favorece la formación de estructuras geoeconómi-cas, bajo la lógica de la centralización y el avance de la urbanización, manteniendo actividades del sector agropecuario, mientras se rezagan tanto zonas rurales como áreas periféricas que no tienen el mismo di­namismo o el mismo potencial de las áreas que participan activamente en la acumulación de capital.

Hasta finales de la década del 60, las políticas de reformismo agra­rio fueron la constante que guió la política económica colombiana. Sus propósitos: retener la población en el campo para evitar la marginali-dad y el desempleo en las ciudades. En este contexto la economía co­lombiana se enmarca en la coexistencia de dos sectores: uno agrario, caracterizado en gran medida por una organización precapitalista de producción, y otro urbano con marcada propensión capitalista, pro­ductor de bienes manufacturados e industriales. De otra parte, la evo­lución de los niveles de vida y las relaciones con las fuerzas productivas muestran una lenta evolución hacia el mejoramiento de los índices de pobreza.

Así, junto a los 4 polos semindustrializados: Bogotá, Barranquilla, Cali y Medellín, persisten Armenia y Pereira como los centros de co­mercialización del café, y se mantienen: Buenaventura (puerto princi­pal sobre el océano pacífico) Girardot (principal puerto sobre el Mag­dalena y enlace con Bogotá).

A nivel espacial, la década del 60 muestra cambios importantes: el crecimiento de Bello, motivado por el desplazamiento industrial, el de Barrancabermeja por el aumento de las exportaciones petroleras; Va-

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lledupar cobra importancia por el florecimiento de la producción de algodón, Villavicencio por la ganadería extensiva, Pereira sigue siendo centro comercializado!" de café, a la vez que fueron las ciudades que más crecieron y fueron el escenario de la violencia de los 50.

Para 1964, el censo mostró la tendencia que posteriormente se mantendría —aunque no en todos los casos—: los dejjartamentos que crecieron a tasas superiores al promedio, coincidieron en ser depar­tamentos industriales: Antioquia, Atlántico, Cundinamarca y Valle; de agricultura mecanizada: Magdalena y Valle, o ganaderos: Bolívar, Córdo­ba y Meta.

En 1972 se introdujeron jjolíticas de atracción urbana, como el in­centivo al sector de la construcción, que presionó a la clase trabajado­ra urbana, que en esc momento afrontaba jjroblcmas de desempleo, subempleo y salarios reales jjor debajo de los necesarios para subsistir. El ritmo que traía la economía y su dinámica de industrialización se desaceleró, en buena ¡jarte por la pérdida dc competencia exlerna de las exportaciones manufactureras, que fueron desalojadas jjor produc­tos extranjeros.

Entretanto, a nivel latinoamericano surgió el propósito de ahondar en el análisis de los problemas sociales de los países en desarrollo, con el fin de diseñar estrategias orientadas a impulsar el crecimiento y el desarrollo. De esta manera, a partir de 1984 el Banco Mundial JJUSO en marcha la aplicación de encuestas nacionales de pobreza. En Colombia el Dañe ajjlicó la metodología de Necesidades Básicas Insatisfechas, NBI, sobre la información del Censo 1985, y utilizó retrospectivamente este mismo jjatrón a la información censal de 1973 —la conservó, asi­mismo, para el Censo 1993—. Esto jjermite contar con un marco de re­ferencia de 3 censos para hacer los análisis correspondientes a lo que ha sido la evolución de la pobreza en los jjeríotlos intercensales (1973-1993).

Para 1973, entonces, la población colombiana sumaba 19'959.580 personas (sin incluir indígenas); en promedio sólo 29,5% de las perso­nas a nivel nacional satisfacía sus necesidades básicas. Los valores ex­tremos en los indicadores simples corresponden así: el mayor, a vi­viendas con hacinamiento crítico (34.2%) y el menor a personas en vi­viendas con alta dejjendencia económica (29%). El censo de 1973 muestra que la población colombiana ya se distribuía princijjalmente en las cabeceras municijjales, y las condiciones de jjobreza se acentua­ban en aquellas donde la densidad de jjoblación era menor. En este

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sentido, el estudio Indicadores de pobreza muestra que el índice de Ne­cesidades Básicas Insatisfechas alcanzaba el 66.8% para las cabeceras de hasta 2.500 habitantes (aproximadamente el 3% de la población to­tal), mientras en las cabeceras de más de 500 mil habitantes el índice de NBI era del 54%.

Sólo 7 de los departamentos presentan un porcentaje de población pobre por debajo del promedio nacional. Son: Antioquia (64.2), Atlán­tico (59.8%), Bogotá (56.9%), Caldas (61.6%), Quindío (61.9%), Risa­ralda (61.8%) y Valle (62%). En condición de miseria (presencia de dos o más de los indicadores de NBI), se encontró el 45% de la población colombiana.

Los departamentos con mejores niveles de vida son los que reúnen altos índices de urbanización e industrialización y / o dinámica de pro­ducción cafetera, los departamentos industriales, los de agricultura mecanizada.

CONDICIONES DE POBREZA: CENSO 1973

Desde su conformación, las ciudades han llegado a constituir un sis­tema metropolitano, que se expande siguiendo las características del sistema de producción y adaptan sus espacios de acuerdo a la pobla­ción que los habita; en este contexto sobresale Antioquia, no sólo co­mo importante zona industrial con el área metropolitana más desarro­llada del país, sino con los mejores índices de satisfacción de las nece­sidades básicas de su población.

De 957 municipios del país en 1973, Envigado, en el departamento de Antioquia, área metropolitana de Medellín, registró el porcentaje más alto de satisfacción de las Necesidades Básicas de su población (el 60%); también se distinguen 4 ciudades metropolitanas: Bogotá, Me­dellín. Cali, Barranquilla y 9 capitales departamentales: Manizales, Po­payán, Pereira, Santa Marta, San Andrés, Bucaramanga, Armenia, Pas­to eIbagué.

En el área urbana, a nivel de indicadores el de personas en viviendas con características físicas inadecuadas representa el porcentaje más alto (28.6%); el más bajo lo representa el indicador de personas en viviendas sin servicios básicos (12%). En lo rural, el porcentaje más alto corres­ponde a personas en viviendas sin servicios básicos (60%) y el más bajo a personas en viviendas con características físicas inadecuadas (35.3%).

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Durante 1973 se jjresenta el nivel más bajo en las tasas de homici­dios, situación que se mantiene hasta 1975,' y la pobreza a nivel depar­tamental muestra que más del 95% de población tiene Necesidades Básicas Insatisfechas y están en los siguientes departamentos: Boyacá, Norte de Santander, Sucre, Chocó, Nariño, Cauca, Cundinamarca, Ca­sanare, Bolívar, Arauca, Antioquia, Magdalena, Córdoba.

NECESIDADES BÁSICAS INSATISFECHAS SEGÚN LOS CENSOS DE 1985 Y 1993

La década del 80 es la de un país que crece entre la dicotomía de lo rural como signo del atraso, asimilado a la producción agrícola con tecnología obsoleta, con bajos niveles de productividad e inelasticidad en la demanda y lo urbano como signo de progreso, intcrrelacionado con la urbanización, que jjosibilita que mercancías y servicios jjuedan ser producidos y comercializados más eficientemente.

Pero (juizás lo que en realidad marca esta época son las crisis: la deuda externa, la caída de las exjjortaciones, la crisis de los servicios públicos, los altos niveles de desempleo y la búsqueda de la recons­trucción de un estado desprestigiado e ineficiente. Por todo esto bien ha dado en llamársele la década pérdida, expresión válida para América Latina en su conjunto.

A pesar de este oscuro panorama, el conjunto de la economía so­bresale como la de mejor descmjjeño en Latinoamérica, con una merma en el crecimiento jjoblacional, con una tasa de desempleo por encima del 10% y un auge inusitado del sector informal como medio dc subsistencia para enormes masas dc jjoblación.

En cuanto a los indicadores de necesidades básicas por municipios, en 1985, de los 1.017 investigados, 758 jjresentaron más del 50% de la jjoblación con Necesidades Básicas Insatisfechas. Sólo 5 dejjartamen­tos del jjaís tienen en este período más de la mitad de sus municipios erm Necesidades Básicas Satisfechas. Son éstos: Bogotá DC], Caldas, Quindío, Risaralda y Valle.

Entre los dejjartamentos que tienen mayor número de municipios, están Antioquia (122), Boyacá (121), Cundinamarca (144); este último, a pesar de no hacer parte dc los 5 departamentos donde la mayoría de

1 Rodrigo LOSADA y Eduardo VÉLEZ, Muertes violentas en Colombia, Op. cit.

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sus municipios tiene cubiertas sus necesidades básicas, muestra una mejor situación relativa respecto a los otros dos. Boyacá es el otro ex­tremo: con 2'759.709 de personas menos que la población antioqueña y con 1 municipio menos (según el Censo 85), presenta 30 municipios más que en Antioquia en donde más del 50% de su población tiene Necesidades Básicas Insatisfechas.

La magnitud de la pobreza en Colombia en 1985 es de cerca del 46% del total poblacional y el 22.8% de los colombianos se consideran en situación de miseria. De los indicadores simples, el que presenta el valor más alto es el de Viviendas con carencias de servicios públicos, equi­valente a 21.8% de las personas. Le siguen los indicadores de Hacina­miento crítico donde se ubica el 19,4% de las personas, el de Alta depen­dencia económica con un 15.9%, Viviendas inadecuadas 13.8% y el de Inasistencia escolar 11.5 %.

En 12 departamentos del país, más del 50% de su población satisfa­ce sus necesidades básicas. Estos son:

DEPARTAMENTOS

Bogotá

Quindío

Valle

Risaralda

Caldas

Antioquia

% DE PERSONAS CON

NBI

23.5%

30.7%

32.9%

33.9%

36.1%

40.4%

Tota l Naci

DEPARTAMENTOS

Atlántico

Santander

San Andrés

Huila

Meta

Cundinamarca

onal: 46.0%

% DE PERSONAS CON

NBI

4 i .5%

43.6%

44.2%

48.7%

47.7%

48,9%

Como se observa, son 9 los departamentos de Colombia que se en­cuentran por debajo de la media nacional (46%) de personas en situa­ción de carencia (incluyendo censo indígena). Se distinguen: Bogotá, que representa el menor porcentaje de viviendas en miseria el 26.4% con relación al total nacional.

El Valle y los departamentos del Viejo Caldas presentan porcenta­jes de viviendas en miseria con relación a viviendas con Necesidades Básicas Insatisfechas, que se ubican entre el 30 y el 39%. En cuanto a los cinco indicadores simples, en el Valle estos están por debajo de los promedios nacionales.

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En el Quindío, el porcentaje de viviendas con alta dependencia económica es ligeramente superior al promedio nacional; los otros cuatro indicadores son inferiores. En los departamentos de Caldas y Risaralda, los indicadores de dependencia económica y de inasistencia escolar son sujjeriores al nacional.

De las 1.017 cabeceras municijjalcs, solamente 4 tienen más de 500.000 habitantes; en éstas el 25.6% de las jjersonas en promedio presentan Necesidades Básicas Insatisfechas, y el 8% son consideradas en situación de miseria. El indicador de mayor intensidad es personas en hacinamiento crítico, 15.6%.

En las 830 cabeceras cuya población es menor a los 10.000 habitan­tes (82% respecto del total), en promedio el 45% son jjersonas con Necesidades Básicas Insatisfechas y el 26% lo conforman jjersonas en miseria. El indicador de mayor intensidad es de personas en viviendas con servicios básicos inadecuados, 18%.

Como se puede observar, el departamento de Antioquia se encuen­tra por debajo de la media nacional, con un 40% de personas con Ne­cesidades Básicas Insatisfechas. Sin embargo, su dinamismo no alcanzó a sobresalir entre los departamentos que evolucionan más rápidamen­te hacia el mejoramiento de las necesidades básicas.

Según el Censo 93, el 62.8% de las personas —a nivel nacional— sa­tisface sus necesidades básicas; el otro 37.2% presenta por lo menos una carencia. La proporción de jjersonas con NBI en 1993 es 18.4 pun­tos jjorcentuales menor con relación a 1985. En otras palabras, el índi­ce de pobreza del país para 1993 es la mitad del que se presentó a nivel nacional en 1985.

Según la incidencia de la pobreza, 11 departamentos registraron un porcentaje de jjoblación pobre por debajo del jjromedio nacional (37.2%). Estos son: Antioquia, Atlántico, Bogotá, Caldas, Cundinamar­ca, Quindío, Risaralda, Santander, Valle, San Andrés y Providencia. En este grupo, el mejoramiento de las condiciones de pobreza es más sig­nificativo en: Bogotá, Quindío, Risaralda, Valle y Providencia; a excep­ción de Providencia, en este grujjo se encuentran aquellos deparla­mentos que en el 85 mostraron mejores condiciones de vida respecto al total nacional.

Ya desde el 85 Bogotá sobresale en la superación de las necesida­des básicas insatisfechas y en 1993 lo confirma manteniendo el menor NBI (17.3%) a nivel departamental. A nivel municijjal, se calculó el ín­dice de pobreza para 1.029 municijjios (12 más que en 1985) y de és-

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La dimensión del municipio

tos, 552 presentaron más del 50% de la población en situación de ca­rencia, lo que indica que en el 54% de los municipios del país la po­breza se encuentra presente en más de la mitad de sus habitantes. En­vigado continúa siendo el municipio que presenta un menor porcenta­je de pobreza (9.2%).

Los mayores índices de pobreza se concentran en la región Caribe y Pacífica y a excepción de La Guajira en este grupo se incluyen los departamentos que mostraron condiciones de pobreza más altos en 1985 son: Chocó, Córdoba y Sucre.

EVOLUCIÓN DE LA POBREZA DE 1973 A 1993

Los diferentes niveles de desarrollo de las condiciones de vida a nivel departamental y municipal permiten aproximarse a las desigualdades particulares dentro del territorio nacional. En las últimas décadas, Co­lombia dejó de ser un país predominantemente rural y agrícola gracias al avance de la urbanización. Sin embargo, las políticas de industriali-7 q r Í Q t i y r r í i r i m i p n Í Q n p ] c^»r f r \ r *"JÍ3 J~p i j a ^ t i i r p r n inry T'=13X'~>Í1 CF1 ISS Clll"

dades suficientes oportunidades de empleo para los campesinos que llegaban del campo, con lo que se evidenciaba el contraste entre la di­námica de crecimiento y la miseria, donde grandes masas de población viven por debajo del nivel mínimo de subsistencia.

Durante el período 1973-1985, el país creció más rápido en lo urba­no (50.5%), que en lo rural (14%). En las cabeceras municipales las condiciones de vida eran más favorables que en los campos. La pro­porción de población pobre en los centros urbanos no llegaba a 60%; en el medio rural, superaba 88%. En los 12 años comprendidos entre 1973-1985 hubo regiones que no lograron integrarse a la dinámica y evolución de mejoramiento de las condiciones de vida del país; es el caso de: Chocó, Córdoba y Sucre, y en general la Amazonia y la Ori-noquia colombiana. Sin embargo, es preciso mencionar que en la re­gión central del país también se encuentran municipios con más del 95% de su población en situación de pobreza. Es el caso de los muni­cipios de Cundinamarca: Pulí, Guataquí, con el 95.3% y el 97.7% de la población con Necesidades Básicas Insatisfechas.

Las diferencias en la evolución de los indicadores de Necesidades Básicas Insatisfechas, si bien es cierto que muestran una disminución de los niveles de pobreza desde 1973, (el 67% según el Censo 73, 46% según el Censo 85 y 37% según el Censo 93) este comportamiento no

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Segunda parte

ha sido homogéneo a lo largo del territorio nacional. Como se verá a través de este análisis, los cambios en los niveles nacional y departa­mental no se distribuyen de la misma manera que a nivel municipal; por el contrario, en muchos de los casos se jjresenta la tendencia con­traria: deterioro de las condiciones de vida y aumento de la pobreza.

Con fines comparativos, aquí se agrupan los municipios de acuerdo a los ritmos de evolución en la satisfacción dc las Necesidades Básicas Insatisfechas, con los cuales se clasificó la evolución en la superación de la pobreza para el jjrimer período intercensal aquí considerado (1973-1985). Esto significa imponer una condición drástica jjara la cata­logación de los municijjios, ya que se consideran bajo la misma óptica la disminución relativa dc la pobreza, que en el primer período alcan­za a nivel nacional un 35%, con una disminución de las situaciones de carencia, que en el segundo período interccnsal (1985-1993) alcanza el 18%. Sin embargo, con este ejercicio se pretende una mayor aproxi­mación a los municipios de mayor dinamismo, máxime si se considera que sea cual fuere el ritmo en que evolucione la satisfacción de las ne­cesidades básicas, las condiciones de pobreza están en constante supe­ración y ésta sigue disminuyendo a través del tiemjjo. En tal sentido consideramos los municipios de acuerdo a los siguientes criterios:

• Muy dinámicos: Cuando presentan una disminución relativa del 50% de la población pobre.

• Dinámicos intermedios: Cuando la disminución relativa de la población con NBI oscila entre el 30% y el 49.9%.

• Lenta superación: Cuando la superación de las condiciones de carencia se ubica entre el 15% y el 29.9%.

• Estancados: Si la disminución relativa de las condiciones dc pobreza está entre el 0% y el 14.9%.

• Aumento progresivo de la pobreza: Cuando no hay disminución relativa de la pobreza y por el contrarío se presenta un índice positivo entre 0.1% y más.

Para el primer jjeríodo intercensal se diferencian grujjos de jjobla­ción que responden con dinamismo al mejoramiento de los niveles de vida. Este grupo lo integran 10 municipios de Antioquia, 10 de Cun­dinamarca, 4 del Valle, 4 del Quindío, 4 de Santander, 4 de Caldas, 2 Tolima. De aquí se desprende la afirmación según la cual las cajjitales tienden a comportarse dinámicamente: lo demuestran Bogotá, Cali, y Bucaramanga. Sin embargo, esta apreciación se desvirtúa en el interva-

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lo 85-93: en este período ninguna capital de departamento mantuvo este comportamiento.

Bogotá tuvo un aumento de la población menor al que se proyec­taba con base en el Censo 85, y también una disminución en el ritmo de superación de la pobreza: revierte el dinamismo al pasar a ser un municipio catalogado como de lenta superación. Cundinamarca se man­tiene dentro del grupo de los muy dinámicos con 8 municipios (Sesquilé, Cucunubá, Suesca, Cota, Cogua, Guatavita, Lenguazaque y Chía) que presentaron una disminución de la pobreza entre 63 y 51%, pero es preciso aclarar que hubo relevo de municipios, y los muy di­námicos del período (73-85) no son los mismos que para el período 85-93 integran esta categoría. Por el contrario, los primeros sólo alcanzan a sostenerse en la categoría dinámica intermedia (Tenjo, Sopó y La Ca­lera), los 7 restantes rezagan su dinamismo: Facatativá, Zipaquirá y Ta-bio; Girardot se estancó; reversaron totalmente su evolución Cajicá, Sasaima y Mosquera, que pasaron de ser municipios muy dinámicos a presentar aumentos progresivos de pobreza.

Santander tiene un comportamiento similar a Cundinamarca, si bien es cierto que mantiene su participación dentro del grupo de los muy dinámicos con 3 municipios (1 menos que en el período 73-85), ca­talogados como de lenta superación en el período de comparación: Al­bania, Guavatá, y San Benito; este último muestra un comportamiento muy dinámico en la superación de la pobreza, ya que pasó de ser un municipio estancado durante el primer período intercensal a ser un municipio muy dinámico en el segundo período de comparación. Los municipios que fueron relevados: Girón, San Gil, Bucaramanga y Flo-ridablanca no solamente cedieron en la dinámica de superación que tuvieron en el primer período de comparación, sino que disminuyeron sus niveles de bienestar, medidos a través de los NBI, hasta catalogarse como municipios de lenta superación, luego de haberse considerado muy dinámicos.

Antioquia, que junto a Cundinamarca aportaba una mayor partici­pación en la superación de las Necesidades Básicas Insatisfechas, no se comporta de la misma manera con la nueva condición impuesta y re­versa totalmente su dinamismo, transformando radicalmente el ritmo de evolución de sus municipios, 4 de los cuales presentan aumento rela­tivo de la pobreza; 21 presentan índices intermedios en la evolución de la satisfacción de las necesidades básicas (entre los que se encuentran

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Segmda parte

Envigado), mientras el resto de los municipios se reparten igualmente entre el estancamiento y la lenta superación.

Es de mencionar el caso de Floridablanca, el municipio que mues­tra un ritmo más acelerado en la sujjeración de las necesidades básicas en todo el país durante el primer período intercensal mencionado y pasa a ser un municipio de lenta superación en el segundo jjeríodo in-tercensal, cediendo su posición frente a Sesquilé en Cundinamarca.

En orden de importancia le seguían Envigado y Sabaneta (consi­derados a lo largo de este análisis como muy violentos), que también merman su dinamismo: Sabaneta un poco menos, manteniéndose dentro del grupo de los de dinamismo intermedio, pero Envigado —a pe­sar de presentar sólo el 9.2% de personas con NBI—, conforma el gru­po de municipios de lenta superación de la pobreza en el período (85-93). Esto como testimonio de la hipótesis de Mauricio Rubio, que sos­tiene cjue en Colombia la alta y creciente criminalidad ha afectado en forma permanente el potencial de desarrollo económico del país,2 que es el reflejo de una situación de inseguridad y de las altas tasas de vio­lencia, que no aportan el ambiente projjicio de respeto por la vida y la propiedad privada (es lo que se desprende de su análisis).

Comparando la evolución de la pobreza en ambos jjeríodos inter­censales se observan cambios desfavorables, que llaman la atención en la búsqueda de la causalidad entre pobreza y violencia, para lo que al­gunos autores proponen que la violencia es el resultado del acelerado crecimiento económico (princijjal razón [jara conservar la misma cata­logación de dinamismo en ambos períodos intercensales).

Mientras en el primer período el 30% de los municipios se encon­traba en la categoría de dinámicos intermedios, la mayoría concentrados en el centro del país y algunos municipios del Meta, Arauca y Caquetá, cn el segundo jjeríodo intercensal más del 30% de los municipios se encuentran en la categoría de lenta superación. En su gran mayoría co­rresponden a municipios de Antioquia, Cundinamarca y Boyacá (sien­do los 2 primeros los que más participaron del dinamismo en la supe­ración de las Necesidades Básicas Insatisfechas en el período 73-85).

Entre uno y otro período intercensal se incrementó el número de municijjios que presentaron aumento progresivo dc la jjobreza. Mien­tras en el primer período 11 municipios presentaban un comporta-

" Revista Coyuntura económica, marzo de 1995.

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La dimensión del municipio

miento negativo en cuanto a la superación de las condiciones de po­breza, para el segundo período el número llega a 85, y Cauca y Nariño aportan la mayoría de municipios así catalogados, que al contrario de reducir los niveles de pobreza, presentan un mayor número de perso­nas con necesidades básicas insatisfechas.

Este aumento relativo de las condiciones de pobreza muestra que, contrario a la percepción de la evolución homogénea en el mejora­miento de la condiciones de vida, a nivel municipal las diferencias en el desarrollo se ahondan más. Además el dinamismo va perdiendo su capacidad de sostener los niveles de desarrollo alcanzado, a tal grado de presentar un aumento en el índice de necesidades básicas, en vez de un mejoramiento en las condiciones de pobreza, como es el caso de 4 municipios de Antioquia: Dabeiba, Alejandría, Jardín, y Valparaíso; de otros 4 en Santander: Jordán, Cepita, Cabrera y Palmar; de 4 en Cundinamarca: Páratebueno, Cajicá, Sasaima, y Mosquera, y de Gine­bra en el Valle, entre otros. Sin embargo, no se puede olvidar que esta última categoría (la de los municipios que aumentan la pobreza) es la que se puede ver más afectada al imponer los mismos ritmos de dina­mismo para ambos períodos intercensales. En este sentido, hay que tener presente que la superación de la pobreza medida a través de los indicadores de NBI, tiene un techo máximo que, llegado un grado tai de mejoramiento de las condiciones de carencia, no es posible supe­rar. Si, por el contrario, se quiere identificar la evolución en la satis­facción de las Necesidades Básicas Insatisfechas, se tendrían que esta­blecer nuevas categorías de dinamismo acordes con la disminución re­lativa de la pobreza que experimentó el país y que para el período 85-93 fue del 35.3%.

Hasta el momento únicamente se ha mencionado el indicador de Necesidades Básicas Insatisfechas como exploración indirecta de la ri­queza de los departamentos y municipios del país en cuanto a poten­cial para la superación de carencias, pero otra variable de inclusión obligada es el PIB departamental, que para el presente análisis com­prenderá el período 1980-1996 en cuanto hace a la participación por­centual dentro del PIB nacional, ya que nos permite medir el valor to­tal de la producción de bienes y servicios generados por todos los agentes económicos en un año. Esto para contrastar la evolución de los indicadores de pobreza frente a lo que ha sido la evolución de la producción nacional o el crecimiento global de la economía, particu­larmente la participación de los departamentos y, hasta donde lo per­mita la información disponible, la participación municipal, con la in-

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formación de la Encuesta Anual Manufacturera3 de la década de los 80 que nos jjcrmite acercarnos al comportamiento del sector industrial ya cjue representa el renglón más dinámico del comercio mundial hacia el cual se han cifrado las expectativas de crecimiento económico, y sin embargo no muestra la misma evolución a nivel nacional, y a nivel municipal es muy desigual, concentrándose en algunas ciudades.

Esto principalmente para demostrar que a pesar de los esfuerzos teóricos y empíricos para darle una lejgica económica al fenómeno de la violencia, no es posible demostrar contundentemente ninguna de las hipótesis a las que a continuación se mencionan.

La participación del Producto Interno Bruto departamental entre 1980 y 1995 parece sustentar lo anterior, por lo menos en la primera década: en 1981 se presenta el jjrimer punto de inflexión; el porcenta­j e del PIB antioqueño alcanza una particijjación dentro del PIB nacio­nal sujjerior al 16%, y sólo llega a recuperarse en 1988, donde participa con el 16.16% —el más alto a lo largo de 16 años mencionados— parti­cipación cjue vuelve a caer por debajo del 15% y aún no ha recupera­do, lo cual resulta consistente con la curva de violencia, que para este departamento muestra un ascenso desde 1984 hasta 1991. La relación entre estas dos variables cambia a partir de este año, donde hay un descenso de la violencia; del mismo modo, la particijjación del PIB departamental disminuye hasta los niveles más bajos del período, lo cjue en este orden de ideas indica que la reflexión pierde contunden­cia.

«LOS CONFLICTOS Y LA VIOLENCIA SON MAS FRECUENTES EN LAS ÁREAS DE MAYOR DINAMISMO»

Retomando el primer instrumento de análisis, el indicador de NBI, pa­ra el período 73-85, se tiene la primera excejjción en los municipios de Antioquia: Entremos, Carolina, La Ceja, Rionegro, y Jardín, con más del 70% de la población con necesidades básicas satisfechas, con nive­les de violencia, pero no al punto de considerarlos en la categoría de los municipios más violentos.

' La encuesta anual manufacturera incluye entre otros: café elaborado, tabaco ela­borado, productos lácteos, textiles confecciones y cueros, papel e imprenta, quí­micos y cauchos, bebidas, productos de la refinación del petróleo, maquinaria y equipo, material de transpone.

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La dimensión del municipio

Por otro lado, departamentos que además de ser dinámicos tienen el 70% de sus necesidades básicas satisfechas, en su mayoría no coinci­den con nuestra categoría de muy violentos, aunque sí tienen presencia de agentes organizados de violencia. En Cundinamarca: Tabio, Cajicá, Zipaquirá, Sopó. En Quindío: Buenavista, Armenia y Calarcá. San Gil en Santander. Parece, pues que esta premisa no resulta del todo evi­dente.

En este contexto, seguiremos con el análisis de los municipios que se caracterizan por la menor o mayor evolución en sus niveles de vida, y además hacen parte de las cuatro categorías planteadas a lo largo del estudio; buscaremos abordar las diversas explicaciones de la violencia a nivel municipal, en especial las de la tipología municipal. Aquí resul­ta importante hacer la comparación con las capitales y si las áreas me­tropolitanas se consideran o no violentas.

Continuando con el departamento de Antioquia, la producción bruta del departamento en el sector manufacturero se concentra en más del 50% en su capital, Medellín, (catalogada dentro del grupo de muy violentos). El 30% restante de la producción departamental para la década del 80 lo aportan los municipios de Bello, Envigado, e Itagüí, nuevamente municipios que integran la categoría de muy violentos.

En este caso, la hipótesis se cumple (aunque sólo para el primer pe­ríodo intercensal, pues si recordamos, todos los municipios antioque-ños ceden su dinamismo y ninguno se sostiene como muy dinámico en el segundo período intercensal).

Santander, uno de los departamentos que se considera muy dinámi­co en los dos períodos intercensales estudiados, y que dentro del esce­nario de la violencia aporta a la catalogación más violenta, en la pro­ducción manufacturera de los 80 muestra que el municipio que más aportó es uno catalogado como relativamente violento: Barrancaberme­ja, que si bien no es un municipio considerado muy dinámico, sí sobre­sale por aportar más del 60% de la producción manufacturera del de­partamento, gracias a la actividad petrolera (mientras Bucaramanga, considerada como muy violenta, sólo aporta algo más del 20% del total de la producción departamental. En cuanto a la participación porcen­tual dentro del PIB nacional, Santander además de su dinamismo en la superación de la pobreza se coloca en el quinto departamento en im­portancia por su aporte al producto nacional.

En la comparación de la curva de violencia con la evolución del PIB departamental, se puede advertir que a partir de 1980 y hasta 1990 su

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ajjorte al PIB nacional mantiene una misma tendencia, a excepción de 1987, año en que se jjresenta la mayor ¡jarticipación de los 10 años considerados; en tanto, la curva dc violencia muestra desde 1985 un ascenso vertiginoso, que jjara 1988 se ubica en cl jjunto más alto de las dos últimas décadas. En general, mientras la violencia aumenta San­tander logra mantener sus niveles de particijjación dentro del creci­miento de la economía nacional.

En el departamento del Valle, es Cali, jjrecisamente el único muni­cipio considerado muy violento y además presenta más del 70% de su jjoblación con necesidades básicas satisfechas, Además, mantiene du­rante la década del 80 una participación de más del 40% dentro de la producción bruta del sector manufacturero del dejjartamento. Por otra parte, Tuluá, Calima, y Ginebra, municijjios considerados como muy dinámicos en el período 73-85, no integran la categoría de muy vio­lentos y su particijjación en la producción anual manufacturera durante el período considerado es mínima.

Si se compara la curva de violencia del Valle con la ¡jarticipación del PIB dejjartamental dentro del PIB nacional, la curva muestra que 1984 fue crítico en el aumento de la violencia. Además, se enmarca en un período en que la {jarticipación porcentual del Valle muestra un descenso que inicia en 1981, y muestra su punto más bajo en 1990, donde el porcentaje de participacicSn al PIB nacional alcanza el 11.16%, el más bajo del período 80-95; en otras palabras, mientras la acumulación de riqueza disminuye, la curva de violencia asciende, en concordancia con la reflexión de Rubio que menciona que la continua violencia afecta el crecimiento económico, pero no valida la hipótesis que inicialmente se estaba contrastando.

Otra de las afirmaciones que se han hecho en el estudio de la vio­lencia municipal manifiesta que «la ausencia de conflictos y violencia es mayor en los municipios más atrasados y de menor actividad eco­nómica». Esto equivale a considerar que los municijjios catalogados como pacíficos son atrasados y de menor actividad económica. En este punto, retomamos los municipios cjue a lo largo del jjresente análisis hemos catalogado como muy pacíficos. Con el estricto filtro que se con­sideró para la determinación de la dinámica en la superación de la po­breza a nivel municijjal, observaremos si la ajjreciación mantiene su va­lidez.

En la determinación de los municipios catalogados como muy pací­ficos, los pertenecientes a Boyacá y Cundinamarca parecen ser los más

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La dimensión del municipio

resistentes a la tendencia de proliferación de la violencia. Para el pe­ríodo 85-93, 12 de los 123 municipios boyacenses mostraron una dis­minución de sus necesidades básicas insatisfechas del 50% y más, 4 de los cuales además son catalogarlos como muy pacíficos (Oicata, Motavi-ta, Cerinza, y Sora): se debe tener presente que, al igual que Cundi­namarca, este departamento sufre un relevo de municipios que en el período 73-85 mostraron el mayor dinamismo.

La participación de Nobsa (considerado como muy pacífico) dentro de la producción bruta del sector manufacturero de Boyacá provoca contradicción con la hipótesis planteada anteriormente. Nobsa, duran­te la década del 80, aporta más del 50% de la producción total del de­partamento, seguido por Duitama, que no presenta índices de violen­cia que permitan considerarlo dentro de la clasificación de municipios violentos, y que participa con más dei 20% de ia producción departa­mental.

La comparación de las curvas de violencia de este departamento y la evolución de la participación del PIB departamental dentro del pro­ducto nacional durante el período 1980-1995 alcanza aleo más del 3% conservando una tendencia de participación constante, diferente a lo que se puede observar en la curva de violencia que no ofrece una ten­dencia uniforme en las tasas de violencia. Algo de resaltar es el punto de inflexión que se presenta en 1981, cuando la violencia desciende de manera importante hasta 1983. Particularmente, es en 1981 en donde se presenta el mayor aporte del PIB departamental al producto nacio­nal a través de los quince años considerados.

Finalmente, confrontaremos si la afirmación planteada se com­prueba para el departamento de Cundinamarca, considerado como muy pacífico de acuerdo a los niveles de violencia, y en donde 8 de sus municipios presentan un porcentaje de superación de la pobreza su­perior al 50% y 40 más presentan una evolución de las condiciones de pobreza que los cataloga como de dinamismo intermedio. Además en la conformación del PIB nacional, Cundinamarca se ubica en el cuarto lugar después del Valle del Cauca, con una participación porcentual del más del 6% anual en el período 80-95. Del mismo modo, es intere­sante apreciar que la participación más alta la alcanza en el año 88 (6.7%) y conserva esta tendencia en el resto del período.

Contrastando lo anterior con la curva de violencia, a partir del 88 ésta empieza a ascender —aunque muy por debajo de la tasa nacional— . Sin embargo, este ascenso no parece influir la evolución de la parti-

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cipación del PIB departamental jjara el mencionado jjeríodo. En cuan­to a la jjarticijjación de la jjroducción manufacturera en la década del 80, más del 60% de la jjroducción departamental se concentra en los municijjios de Soacha, Sibaté y Mosquera (que no presentan índices de violencia).

Con las anteriores reflexiones esperamos tener las pautas para con­firmar lo que se mencionó en apartes anteriores: el fenómeno de la violencia tiene una dinámica propia, que no es posible definir explíci­tamente por la concurrencia de otro fenómeno diferente a su propio dinamismo.

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TERCERA PARTE

La violencia organizada

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La organización como factor

diferencial Fernando Cubides

Aun cuando en la base de datos que recibimos para el análisis, la gue­rrilla es el único agente organizado para el cual se construyeron series históricas y para el cual, por lo mismo, es posible examinar la forma en que han evolucionado sus relaciones con el territorio en diversos aná­lisis se ha realzado a la organización, en las varias modalidades que re­viste, como el genuino factor diferenciador entre la violencia banal, cotidiana, y aquélla con móviles más complejos. Desde la perspectiva económica, Libardo Sarmiento, al hacer el análisis de la pobreza y la violencia en el contexto municipal, adopta la división de los hechos violentos en dos grandes categorías: violencia orgánica y violencia inorgánica.'

Pero los referentes conceptuales previos ya eran claros en la nece­sidad de introducir el factor organizacional como el que permite des­lindar una modalidad de violencia de otra. Bastaría mencionar el

«Con el fin de intentar separar un tipo de violencia que se relaciona con estrate­gias de grupos con intereses políticos y /o económicos homogéneos de aquella otra violencia más inorgánica, la que como patología social estaría expresando una forma primaria de resolver los conflictos, entre individuos; esto es, con la elimina­ción física del oponente, se introdujo como variable proxi la presencia o no de grupo armados. De esta manera, se incluyen dos variables de violencia: 1) violencia orgánica, esto es municipios considerados con presencia activa de grupos armados y por tanto escenario de confrontaciones armadas; 2) violencia inorgánica, o sea las muertes violentas (sin incluir las ocasionadas por accidentes de tránsito), esto es intencionales», véase Libardo SARMIENTO en Pobreza, violencia y desigualdad: retos para la nueva Colombia, Pnud, Bogotá, 1991, p. 373.

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Tercera parte

abandono paulatino por parte de los penalistas de la clásica distinción entre homicidio y asesinato, y entre delito común y delito político tal como los definía la criminología positivista. Como se sabe, jjara esa es­cuela —desde Ferri— sólo se contempla un caso límite, una posibilidad de contacto entre esos dos tijjos de delito y de delincuente: el de un delito económico que se reviste de finalidad política para ocultar sus fines particulares, pero en el tratamiento que contempla es más con­denable y con él no cabe transacción alguna.

Dicho abandono se ha hecho inevitable si se tiene en cuenta que, dados los niveles de impunidad, dc mantener como criterio la inten­cionalidad comprobada mediante sentencia judicial, la mayoría absolu­ta de muertes violentas quedarían sin una exjjlicación. Pero el otro componente que cambia los términos del jjroblema es el de la estruc­tura organizativa y el de los medios, económicos y técnicos de que dis­ponen algunas de las organizaciones, en esjjecial las creadas por el narcotráfico.2

Tengamos en cuenta, además, que desde la década del 60 el Códi­go Penal colombiano omite la categoría de asesinato, prefiriendo la ti­pificación de diversas clases de homicidio. La antigua definición de asesinato vendría a equivaler a lo que hoy se tipifica como homicidio agravado. Aun así, por su utilidad analítica la calificación de asesinato se mantiene, no siempre con las debidas salvedades, jjara designar a la muerte violenta producida por algún agente organizado.

La rectificación se propone, sobre todo respecto de los linderos que se había trazado la Comisión de 1987, y que le permitía distinguir la violencia negociable de la que no ICJ era. Indicio de cjue cambiaba de magnitud el jjroblema es cjue, aunque sólo se considera política y ne­gociable la violencia ejercida por las organizaciones abiertamente insu­rreccionales, en la antedicha Comisión se aseveraba al ticmjjo que la violencia organizada controlaba recursos cada vez más ingentes, y se dedica un capítulo del informe a analizarla en sus rasgos particulares.

«Es razonable afirmar respecto de ellos (de los narcotraficantes) cjue las fronteras entre lo delincuencia! común y lo delincuencia! político se han vuelto difusas. SM enorme capacidad de violencia y el carácter sistemático de su utilización con el propósito de desestahilizar el Estado para forzarlo a una. solución negociada, no pueden segur siendo interpretadas, en tal sentido, en el marco restringido de lo delincuencia! común», afirma Iván OROZCO ABAD en su libro Combatientes rebeldes y terroristas: Guerra y derecho en Colombia, Iepri, Universidad Nacional, Ed. Temis, 1992, p. 132. (la cursiva es nues­tra).

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La violencia organizada

En la clasificación que allí se introduce, y que intenta ser exhaustiva acerca de la violencia y sus modalidades, se formulan 10 categorías, para las cuales 8 cuentan con algún grado de organización.

El célebre principio de dolus o mal propósito que los juristas de cu­ño romano desarrollaron cuidadosamente para ser corroborado o ne­gado mediante proceso, partía del supuesto de que la consciente vo­luntad del individuo es de la mayor importancia jurídica y moral, pero a la vez contaba con otro supuesto y era una cobertura y operancia plenas del sistema judicial. Implicaba, de suyo una valoración distinta para el hecho cometido respecto de la simple intención punible.

Pero el abandono de la dicotomía clásica no ha dado lugar todavía a una coincidencia acerca del criterio diferenciador entre homicidio y asesinato; como vimos, en recuentos estadísticos como los del DAS, el criterio que se introduce es el de la calidad de la persona asesinada. Llámase asesinato, o muerte por móviles políticos, a toda aquella en que la víctima haya tenido una representatividad o una capacidad de liderazgo. Las demás cuentan como homicidios.

En otras clasificaciones y análisis, como el de la Revista Cien Días del Cinep, el sentido que se la da a la diferenciación es más polémico: se entiende por asesinato toda muerte provocada jjor agentes del es­tado, y se define como homicidio aquella que es atribuible a cualquier otro agente, independientemente del grado de organización o de la ideología con que cuenten. Pero aun en el primer caso persiste un grado de ambigüedad: la introducción del factor organizativo como criterio diferenciador no permite todavía incluir en las estadísticas respectivas los crímenes cometidos por organizaciones delincuencia-Íes, de delito común, pero cada vez más complejas como tales organi­zaciones.

Si Losada y Vélez en su investigación de 1988 son conscientes de las imprecisiones con que se han compilado las estadísticas sobre la vio­lencia, particularmente por lo genérico de la variable homicidio, la jjropuesta con que concluyen, de tipificar al menos 10 clases de homi­cidios, no resuelve del todo el problema, ya que los tipos propuestos no son excluyentes; en todo caso en la clasificación que proponen, la organización no es el factor diferencial.3

' «Provisionalmente (mientras se logia más claridad sobre la materia) cabría dis­tinguir nueve tipos de homicidio:

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Tercera parte

En un trabajo más reciente, nutrido de un conocimiento directo de las regiones gracias a la participación de protagonistas del conflicto, de una manera tácita todavía la violencia política aparece asociada de modo esencial con el grado de organización. Aunque se admiten va­riantes y se formulan recomendaciones diferenciadas, es decir no se consideran susceptibles de un esquema negociador semejante (ni si­quiera se considera posible, mucho menos conveniente, la negociación con varios de ellos) la enumeración que contiene de los actores violen­tos según regiones conlleva la novedad. En efecto, en los análisis y en las recomendaciones de la Comisión de Superación de la Violencia de 1992, del estudio de las regiones en que venían actuando el EPL y el Quintín Lame, la enumeración incluye jjara las regiones estudiadas los siguientes actores: guerrilla, narcotráfico, funcionarios oficiales y para-militares. Es difícil hallar en toda la literatura explorada, nacional e in­ternacional, una mejor formulación ¡jara el problema de política esta­tal que involucra la tercera de las categorías. Analítica y ponderada, sopesando cada uno de los términos y la responsabilidad social que tiene el enunciarlos: la exjjresión cuidadosa en cjue concluye acierta en el meollo del problema de esa variedad de la violencia y de sus efectos multiplicadores.4

1) Homicidio causado por grupos que buscan crear otra organización política en cl país. 2) Homicidios causados por la acción de las Fuerzas Armadas en cumpli­miento de su misión legal. 3) Homicidios causados por quienes desean impedir que personas de ideologías j)olíticas contrarias a la suya, desarrollen actividades en pro de sus ideas. 4) Homicidios relacionados con la producción, procesamiento y comercialización de sustancias alucinógenas. 5) Homicidios causados por grupos que quieren impartir justicia o realizar operaciones de limpieza social. 6) Homici­dios como venganza por homicidios anteriores. 7) Homicidios relacionados con intentos de apropiarse de un bien ajeno. Más dos categorías heterogéneas, resi­duales: 8) Homicidios pasionales, por riñas de borrachos, por consumo de droga y por desarreglos psíquicos. 9) Homicidios preterintencionales y por piedad». Muertes violentas en Colombia, 1979-1986, abril de 1988, p. 64-65. 4 Por lo dicho, vale la [iena transcribirla: « Estudiada la situación de la violencia en cada una de las regiones analizadas, la Comisión ha llegado al convencimiento de que en todas ellas ha habido, además de otros actores, funcionarios estatales gra­vemente comprometidos en violaciones reiteradas de derechos humanos. Asimis­mo no se encontró ningún elemento de juicio que permita afirmar que tales viola­ciones hayan sido el producto de un designio único o de un plan diseñado desde el Estado con determinados propósitos. El gobierno nacional no ha ordenado, ni patrocinado esas violaciones; pero tampoco puede afirmarse, como frecuentemen­te se hace, que se trate de casos aislados: son demasiado numerosos y se presentan

(continúa en la página siguiente)

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La violencia organizada

Tal vez n o sea exage rado af i rmar q u e en c u a n t o a la clasificación d e

las formas d e violencia, y a la definición del t r a t a m i e n t o co r respon­

d ien te , la Estrategia Nacional contra la Violencia a d o p t a d e l leno los cri­

terios fo rmu lados p o r los invest igadores d e 1987: la mul t icausa l idad

c o m o e n f o q u e explicativo, el con jun to d e las r e c o m e n d a c i o n e s formu­

ladas p o r los au to res del l ibro Colombia: Violencia y democracia, la aten­

c ión a los niveles regional y local, y u n a concepc ión d e base : la violen­

cia es la síntesis d e diversas violencias con lógicas específicas q u e se in­

terf ieren y r e t roa l imen tan , t e n i e n d o p r imac ía las m o d a l i d a d e s colecti­

vas q u e se a d o p t a n en d icha Estrategia. I gua lmen te , a d o p t a la diferen­

ciación d e agentes , med ios pa ra el ejercicio d e la violencia e intensida­

des reg ionales . N o obs tan te , r e spec to d e la violencia ejercida p o r los

funcionar ios oficiales, la Estra tegia pers i s te en e n t e n d e r l a c o m o u n a

s imple p lura l idad de acciones individuales y dispersas :

Y finalmente, la violencia relacionada con la violación de los dere­chos humanos por parte de miembros de organismos del estado que por decisión individual, en casos focalizados y en contra de las normas institucionales vigentes, se extralimitan en el ejercicio de la guarda del orden público.

C o n todo , al ser f o r m u l a d a cua t ro años después d e la p rognos i s e n

q u e se basa, d e m o d o m u y significativo, la Estrategia co r r e el l i nde ro

e n t r e la violencia o rgán i ca y la inorgánica , y p o r e n d e el c r i te r io d e la

negociabi l idad . Basta r epasa r su def in ic ión d e los objetivos q u e se

j j r o p o n e el narcot rá f ico con la violencia q u e ejerce:

La violencia organizada y el sicariato que cobija la violencia perpe­trada por las redes criminales jjropulsoras del narcoterrorismo y la vio­lencia propia del negocio del narcotráfico, de intimidar la justicia, el Es­tado y la sociedad, eliminar rivales, dirimir asuntos relativos a los divi­dendos del negocio apuntalar actividades delictivas y ejercer hegemo­nías territoriales.

en regiones tan disímiles como para que no existan unos elemento comunes que los expliquen. Atribuir tales hechos en forma individual a uno que otro empleado que inevitablemente se habita desviado del recto cumplimiento de sus funciones, sería engañarse con el pasado.» Pacificar la paz. Comisión de Superación de la Vio­lencia, Santafé de Bogotá, 1992, p. 143. Se deduce que si no hay designio único, sí hay un propósito concertado que rebasa lo puramente individual, y que requiere el tratamiento que se da a los actores organizados.

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Tercera parte

Al observar los mapas de la forma en que ha evolucionado la pre­sencia guerrillera, la modalidad organizativa cjue ha sido objeto de un seguimiento más detallado, puede comprobarse cjue en la última etapa su crecimiento ha inducido el crecimiento correlativo y la mayor com­plejidad organizativa de su contrario dual: el conjunto de grupos pa­ramilitares. Algunas de las fuentes solían distinguir las acciones de los grupos de autodefensa de las acciones de los grupos paramilitares; tras la declaración de ilegalidad de los primeros tal distinción ha perdido sentido. A efectos del jjresente análisis, la información se agrupa bajo una sola denominación, que pese a la suspicacia que suscitó en un comienzo es la más adecuada por lo genérica.

Cuando la Comisión de Superación de la Violencia de 1991 hace el recuento de los actores violentos, región por región, da por entendido que se ocupa de los agentes organizados de la violencia y el propio sub­título de la publicación sugiere ya el criterio de la negociabilidad. Aho­ra bien, ese recuento sólo toma aquellos datos susceptibles de agrega­ción y de tratamiento estadístico para el caso de los agentes organiza­dos sobre los cjue hay registros históricos.

En los informes sobre la situación de los Derechos humanos que publica la Procuraduría desde 1991, también la organización se convier­te en el criterio diferenciador: se habla allí de la violencia difusa y de la violencia organizada. Y tal definición tiene consecuencias en la forma en que se presenta e interpreta la información. Tales informes se han convertido en la primera fuente oficial para hacer estimativos acerca del número de violaciones a los Derechos Humanos que son cometi­das por funcionarios estatales. Resulta discutible sin embargo la apre­ciación gruesa con que se introduce el II informe, por una simple cuestión de jjrojjorciones:

Este informe se presenta con la relativa tranquilidad de conciencia que da saber que en el marco de las múltiples violencias privadas cjue aquejan a la sociedad colombiana, el Estado, a jjesar de su mayor forta­leza militar, es entre los actores armados el vínico con una legitimidad fuera de duda, por cuanto es el cjue menos viola los derechos huma­nos."

7 Véase Carlos Gustavo ARRIETA en Procuraduría General de la Nación, II Informe sobre Derechos Humanos, 1992, p. 5.

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La violencia organizada

Si se pondera suficientemente el componente organizativo no de­bería ser tranquilizador comprobar que en proporción a su tamaño y función, y en comparación con otros actores de violencia de carácter privado, el estado es, tan sólo, quien menos viola esos derechos. La comparación no cabe, pues desconoce lo peculiar de la aberración de que cuando es el funcionario del Estado quien delinque, además de la mampara institucional, utiliza información, armas, indumentaria, co­municaciones, en suma recursos organizativos propios del Estado, a servicio de una finalidad privada e ilícita. Obra así con una ventaja considerable sobre cualquier contendiente por ilícito que éste sea: ni siquiera asume los costos organizacionales en que incurre.

Precisamente el derecho humanitario, a la hora de entender las responsabilidades de los distintos protagonistas en el curso de las con­frontaciones armadas, además del dominio territorial, de la coordina­ción perceptible entre sus distintas acciones y el respeto a las normas que él contiene, incluye la existencia de un grado de organización co­mo elemento diferenciador.

No se quiere decir con lo anterior que para el caso de las violaciones a los derechos humanos se haya podido confirmar la existencia de una unidad de propósito, de una organización clandes­tina que en el seno del propio Estado actúe con tal grado de coordinación y sistematicidad que, como tal organización, amerite considerársela sujeto de ese tipo de derecho: sería un contrasentido. Lo que se quiere significar es que la organización en sí, el aparato institucional de que se valen quienes delinquen dentro del Estado, sus recursos, son de tal valor que incluso el derecho humanitario a la hora de caracterizar a los actores colectivos la considera un componente básico.

Es un componente que no se puede asimilar sin más a cualquiera de los otros; las diferencias entre los asaltantes que merodeaban en el camino de Jerusalén a Jericó de que habla el Evangelio (Lucas 10:29) y los miembros de las organizaciones delincuenciales dedicadas al se­cuestro o al robo de carros (una comparación histórica en la que se apoya argumentativamente Fernando Gaitán en su libro con Malcolm Deas) no se miden por la distancia entre la espada y la subametralla-dora, sino más bien por el grado de organización, de división del tra­bajo que adopten, pues es ésta la que a su vez mejora la eficiencia, aumenta la probabilidad de que las acciones cometidas queden impu-

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nes y eventualmente las convierte, como ha ocurrido, en un lema de la agenda de jjolítica internacional en pleno contexto de globalización.

Suficientemente se ha estudiado, y no tan sólo, ni de modo princi­pal, por la sociología, la forma en cjue para alcanzar sus objetivos toda organización debe darse una estructura jerárquica capaz de contrajje-sar las luchas entre grupos e individuos. Si no tuviese control, la lucha por cl poder dentro de la propia organización redundaría en efectos jjaralizadores. No hay organización cjue funcione sin que existan en su interior, en el modo de funcionamiento JJCOJJÍO, restricciones al poder de negociación sobre los medios e instrumentos que le son específi eos.''

Tal vez por ello, al referirse a la tendencia migratoria de ciertos agentes de violencia, al cruce de escenarios en donde se superponen y retroalimentan diversas modalidades de violencia que tienen en co­mún, nej obstante ser organizadas, los violentólogos del 87 afirman en el capítulo sobre la violencia organizada y a propósito de una de las regiones con más alto índice de muertes violentas en un período de por lo menos tres décadas:

Las relaciones internas en estos complejos escenarios se agravan jjor el hecho de que la normatividad que rige las diferentes organizaciones es muy estricta e imjjlica adhesiones y lealtades muy definidas, cuya transgresión se paga frecuentemente con la muerte.'

Luego están entendiendo las organizaciones como estructuras de jjoder y ponderan la complejidad a la cjue nos hemos venido refirien­do, aun cuando no consideren todavía a la organización en sí como un criterio diferenciador. La frecuencia a la que se refieren, y el grado en el que se agravan dichas relaciones es lo que se trata de medir, más circunstanciadamente, en las Estadísticas generales sobre la violencia en Colombia.

La discusión acerca del sistema de clasificación cjue se emplea en la anterior base de datos se ha centrado en el criterio empírico y norma­tivo con que clasifican los enfrentamientos y las muertes jjroducidas

f) Ver al respecto "Influencia de las relaciones de poder en la estructura de una or­ganización", en El fenómeno burocrático, de Michel CROZIF.R, Tomo II, p. 38, Amo-rrortu Editores, Buenos Aires, 1969.

Colombia: Violencia y democracia, Bogotá, 1987. p. 85.

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entre el ejército y la guerrilla. Se considera, por ejemplo, insuficiente el número de acciones armadas que contiene y que proviene en prin­cipio de la adoptada por el DAS: contactos armados, emboscadas, actos terroristas, asaltos a población, ataques a instalaciones, asaltos a enti­dades, piratería terrestre y hostigamientos. Una objeción central es que pese a la intención exhaustiva con que se formula la anterior enumeración, sirva para disfrazar acciones irregulares emprendidas por el Ejército (el contacto armado sería una emboscada oficial) y a la vez produzca un sesgo que consiste en desconocer al guerrillero como combatiente rebelde, protagonista de violencia movido por móviles políticos.8

Más que de criterio, la confusión y la consiguiente dificultad clasificatoria pueden provenir del modo como ha evolucionado el or­den de lo real. Ello ha significado que no necesaria o ineluctablemente el guerrillero sea un rebelde: bien puede ser un partidario del sistema. En la medida en que el conflicto se polariza en algunas regiones, a la vez se guenilleriza, si cabe el barbarismo. En ellas, como se ha estudia­do para el caso del Magdalena Medio, de Córdoba y de Urabá, el mo­dus operandi guerrillero ha dejado de ser exclusivo de las agrupaciones de signo ideológico izcjuierdista.

Según se puede comprobar en un examen retrospectivo y partien­do de la información disponible, una técnica organizativa —ciertos ras­gos estructurales como organización— ha venido difundiéndose entre diversos agentes, y puede decirse que ya no hay características exclusi­vas y excluyentes. Ello resulta claro, y lo veremos, a propósito del cre­cimiento paralelo entre los frentes guerrilleros y diversas modalidades de agrupaciones paramilitares: la guerrilla como técnica bélica y como modalidad de organización, las relaciones que se establecen entre la infraestructura política clandestina y el aparato militar, y las que se es­tablecen entre los dos componentes anteriores y la agrupación política legal ya no son exclusivas.9

Ver en particular Iván OROZCO ABAD, "El guerrillero como combatiente rebelde", en Combatientes, rebelde y terroristas, Temis, Iepri, Bogotá, 1992 p. 85.

" «A ese respecto tengamos en cuenta que la guerrilla es una técnica, que por ello no es en sí misma ni de izquierda ni de derecha, como lo prueban muchos ejem­plos del pasado», Gérard CHALIAND en Stratégies de la guérilla: Anthologie historique de la Longie Marche a nos jours, Gallimard, Collection Idees, París, 1984, p. 31.

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Si en las décadas del 60 y el 70 la combinación de todas las formas de lucha parecía ser el distintivo ideológico y el rasgo organizativo JJIOJJÍO

de una de las organizaciones guerrilleras, entrada la década del 80 lo anterior no puede afirmarse sin más. En una región como el Magdale­na Medio, el proceso resulta característico: simultáneamente con la organización de corte gremial y reivindicativo Acdegam, se organizan los paramilitares de la zona y se consolida cl movimiento político de vehemente anticomunismo.

A la vez, las cifras muestran cjue para el caso de regiones como ésta, en tanto cjue el conflicto entre organizaciones se intensifica, parece cumplirse aquella exjjectativa teórica según la cual, a mayor grado de organización, de monojjolio u oligopolio de ciertas formas de violen­cia, menor número de ciertos hechos delincuenciales. Se produce el descenso de algunos dc los indicadores: mejoran los índices de moda­lidades como el secuestro, de homicidio común, en general de muer­tes violentas no asociadas al enfrentamiento armado entre aparatos militares de tipo irregular.

Como criterio general, no es cjue la existencia de una estructura organizativa redunde en el carácter político de la violencia cjue ejerza el actor en cuestión; puede comprobarse en efecto que organizaciones muy complejas, con recursos ingentes, continúan sirviendo fines muy particulares, pero en la medida en que se reconozca que la organiza­ción es, además de un recurso que potencia los demás recursos, una estructura de jjoder, se deduce que la violencia que ejerce no puede ser tratada de la misma manera que aquella ejercida de modo indivi­dual y difuso. La ¡jarticipación que han tenido en la reciente espiral de violencia homicida sugiere que aún asumiendo la carencia de fines po­líticos, en la medida cn que sean organizaciones, incluso a aquellas denominadas de delincuencia común, se les reserve nn tratamiento especial en la estrategia contra la violencia, que su desactivación se convierta en uno de los objetivos específicos de la ¡jolítica guberna­mental y merezca la asignación de recursos y operativos especiales y, consecuentemente se cree una categoría intermedia abandonando aquella rígida dicotomía; acción individual (delincuencia común-móviles individuales)/acción políticamente orientada (delincuencia política-móviles sociales).

Como lo ejemplifica el gamonalismo para el caso de la acción polí­tica legal, a escala del municipio (de la mayoría dc municipios y de su densidad promedio) es más fluida la transición entre el interés privado

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La violencia organizada

y el interés público. En la disputa por el poder a esta escala, la existen­cia de organizaciones —independientemente de las finalidades con las que hayan surgido— modifica los términos del problema, y hace espe­cialmente complicada aquella distinción que se utiliza para los actos de violencia en el marco de un conglomerado urbano.10

Como lo indican las tasas de homicidios municipales que incluimos, en una proporción decisiva los municipios más violentos son también aquellos en donde hay una mayor diversidad y mayor complejidad en las organizaciones que ejercen la violencia. Teniendo en cuenta lo an­terior, en nuestra categorización, además de las cuatro categorías de municipios según rangos de violencia homicida, incluimos a continua­ción el listado de los municipios con presencia de agentes organizados de violencia, cuando éstos mantienen de manera explícita una refe­rencia al orden social general (Véase ei Cuadro 2, p. 264).

Luego, en distintos apartados, trataremos de discernir el peso es­pecífico de cada modalidad de organización en la violencia a escala municipal, y de establecer la relación que tengan con las características socioeconómicas de los municipios en los oue están oresentes.

10 Como la que establece para el caso de Cali el estudio de CAMACHO GUIZADO, "Las dimensiones pública y privada de la violencia en la ciudad de Cali", en Pasado y Presente de la Violencia en Colombia, Cerec, 1990.

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Presencia territorial de la guerrilla

colombiana: una mirada a su

evolución reciente Fernando Cubides

Fundamentada en una amplia evidencia empírica, es creciente la acep­tación de que no es posible en la actualidad, como sí lo era hace dos décadas, establecer una relación inmediata —una conexión causal— en­tre las carencias de la población de determinados territorios, su ende­blez institucional y la presencia guerrillera. La insuficiencia de lo cjue en su momento fue considerada una explicación estructural genuina resulta patente ahora, al constatar la expansión de la guerrilla en el período más reciente, su ostensible accionar en territorios de los que ya no es posible afirmar se caractericen por un predominio de pobla­ción con necesidades básicas insatisfechas, o de los que se pueda afir­mar, con el viejo tópico, que haya ausencia del Estado.

La anterior comprobación corre jjareja con otra que precisa la magnitud de muertes violentas directamente atribuibles a la lucha guerrillera.1 Dicha cifra es mínima cuando se la relaciona con el total; no obstante, con matices de interjjretación, nadie pretende inferir de ella una pérdida de significación de la guerrilla como agente organiza-

1 «Aunque en Colombia ha subsistido por más de 40 años una actividad guerrille­ra, el número anual promedio de muertos en acciones militares que jíertenecen a las fuerzas armadas regulares o a las guerrillas es una proporción casi insignifican­te del número total de homicidios en los últimos decenios (menos de 1% en 1993)», Armando MONTENEGRO T. y Carlos Esteban POSADA, en "Criminalidad en Colombia", Borradores Semanales de Economía, N° 4 de 1994, Mimeo, p. 1.

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La violencia organizada

do de violencia. Así solo fuere porque para una porción cada vez más amplia del territorio colombiano la guerrilla ejerce un control territo­rial y, desde el punto de vista de la legalidad formalmente estatuida, es el principal factor de impunidad. (Como lo puede comprobar quien quiera que transite por una zona bajo influencia guerrillera: basta que un funcionario de nivel medio o bajo esgrima como argumento que el territorio donde se reclama su gestión es zona roja, para que se consi­dere tácitamente eximido de las responsabilidades que figuran nomi-nalmente a su cargo).

Al contrario de aquella sabiduría convencional, lo que ponen en evidencia los datos que tuvimos a nuestro alcance, como también do­cumentos en que a partir de dichos datos se formula un nuevo princi­pio explicativo2 es que ha ocurrido una creciente diversificación en las acciones guerrilleras, una rciacion caoa vez mas compleja oc ias orga­nizaciones que las llevan a cabo, con el territorio en el que aculan, y con la población que lo habita. Ya en 1990, el investigador Jorge Or­lando Meló consideraba como el rasgo distintivo en la última etapa, el que a la violencia guerrillera, marginal hasta hace unos años, se le hu­biesen añadido el incremento de la violencia delincuencial, y un com­ponente más bien inescrutable a la luz de la información disponible: .-1 •-, ^ ^ n * n ! r , ' " ' , ' ' , ' ^ " r \ c l / í r m n e Q V I I V - Ü < - , m r , < - » c , . * " - L . i l l ^ O l l L í X l I I I l l C l L l W l l U L l U U U t l J C l l l U . O . H 1 l - K X J " .

Pues, por lo que parece, la diferencia entre la guerrilla y cualquiera de los restantes agentes organizados de violencia, por ingentes que se­an los recursos de éstos y por sofisticados que sean los medios de que dispongan, es que la primera, quiérase que no, cuenta con un objetivo político, con una estrategia de largo alcance, y en concordancia con ella ha puesto en práctica una visión altamente diferenciada del terri­torio, adaptándose a sus diversas características geográficas, económi­cas y sociales, o, para decirlo en el lenguaje de uno de los jefes del ELN entrevistados por Marta Harnecker al explicar el rápido crecimiento de la organización tras superar la crisis de 1976, es el resultado del un nuevo diseño de su estructura, de una definición más adecuada del

" "Estudio del impacto de la violencia en la producción agropecuaria 1990-1993, Versión Borrador", de circulación limitada, de Santiago ESCOBAR ACEVEDO, en el que se aplica un enfoque del todo novedoso, y a nuestro juicio muy acertado.

' "Comentario sobre la ponencia de Armando Borrero" en Construir la Paz: Memo­rias de! seminario Paz, Democracia y Desarrollo, Presidencia de la República, Pnud, 1990, p. 322.

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Tercera parte

conjunto de las regiones del país, y de «planes adecuados a su especifi­cidad social y geográfica».

Tal vez cl {junto en que se aprecie mayor divergencia entre las jjar-tes, en los diversos intentos de negociación del conflicto armado co­lombiano, sea el de la dimensión territorial. Las posiciones negociado­ras en las distintas rondas efectuadas hasta ahora dan cuenta de la enorme desjjroporción entre las aspiraciones de los negociadores gue­rrilleros y las varias ofertas de las delegaciones gubernamentales. No jjarece razonable esperar que la entrada en vigor del Protocolo II de Ginebra contribuya a dilucidar las diferencias. Lo que desde ahora se percibe como el meollo de la dificultad a la hora de establecer respon­sables por las eventuales violaciones del derecho humanitario es preci­samente el grado de control sobre un territorio circunscrito.

Signo de que la evidencia empírica que mencionamos no ha dado lugar todavía a explicaciones adecuadas es que hasta donde hemos podido seguir la discusión reciente acerca de los factores de violencia, resjjecto del desplazamiento dc la guerrilla a zonas geográficas que no se caracterizan precisamente por ser marginales, se han encontrado tres concepciones: a) se le resta significación a exjjensas de afirmar que lo esencial es cjue está en todas partes y que pese a todo, ello no modifica sustancialmente el cuadro general de los hechos de violencia, y se ofrece entonces un panorama difuso en que la guerrilla es uno más y tal vez el menor de los agentes organizados de violencia b) se acentúa cl crecimiento reciente que indica el desplazamiento de la guerrilla a municipios con predominio de agricultura comercial como resultado de una lógica económica: de la decisión deliberada de obte­ner un mayor caudal de recursos que satisfaga necesidades logísticas, pero sobre todo un afán de rentabilidad, y como resultado la guerrilla se habría desvirtuado como organización política pudiéndosela asimi­lar a una organización de delincuentes de cuello blanco a gran escala, razonamiento importante jjero subsidiario; o c) se atribuye dicho creci­miento a la inercia de los procesos históricos, acentuando el carácter {juramente cuantitativo del crecimiento registrado.

No es la menor de las lecciones que se puede extraer del caso sal­vadoreño, la dc cómo evolucionaron en el curso de la guerra los facto­res de localización de la guerrilla y su relación con el territorio. Si con las salvedades debidas se ha visto la necesidad de examinar el proceso negociador de aquel ¡jais, otro tanto valdría la pena hacer con dichos factores y su adecuación a los rasgos regionales y subregionales. ¿Es

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La violencia organizada

posible una analogía entre lo que el Fmln definió como zonas de con­tención, zonas de expansión y zonas de control en diversos momentos de su estrategia y lo aplicado por la guerrilla colombiana en circuns­tancias equiparables?

Por lo pronto un analista económico ha encontrado válido tomar esas definiciones de la guerrilla salvadoreña para examinar otro aspec­to del problema: el tipo de racionalidad económica, las formas de fi­nanciación características de las diversas organizaciones guerrilleras según su estrategia y según el grado de organización de la propia gue­rrilla.4 Al hacerlo, una de las conclusiones que establece — para el caso salvadoreño, una vez más— es que los motivos económicos estuvieron siempre subordinados a los políticos y militares. Ninguna de las deci­siones acerca de los territorios a los cuales se expandió estuvo deter­minada por t_ clase uc recursos que se esperaba Ouícner v e ehos, siempre fue a la inversa: los aspectos logísticos y la actividad económi­ca desarrollada (el monto de los recursos obtenidos, y la forma de fi­nanciar el esfuerzo bélico) dependieron del grado de control militar y político que se dispusiera sobre el territorio en cuestión.

En el presente apartado se intenta hacer un análisis de la distribu­ción territorial de las organizaciones guerrilleras colombianas según las características regionales y a partir de dos tipos de fuentes: eí regis­tro detallado, a todas luces exhaustivo, de las acciones guerrilleras du­rante los años de 1985 y 1993 (el período en estudio) y su ubicación en el mapa (que hace parte de la base de datos puesta a nuestra disposi­ción por los investigadores de Presidencia de la República) y de otra parte las entrevistas a dirigentes y los documentos provenientes de las organizaciones guerrilleras en donde se han hallado explícitas referen­cias territoriales, cotejando siempre, claro está, con la secuencia que establecen los datos recogidos de otras fuentes. Con posterioridad a la terminación de nuestro trabajo, pero antes de su publicación, han aparecido varios trabajos en que el seguimiento abarca un período más amplio, cubriendo incluso el año inmediatamente anterior al pre­sente. Sin duda el más completo de los que utiliza el mismo referente

Ver "The insurgen! economy: Black market operations ofgterrilla organizations" de R. T. N.AYLOR, en Crime, Law and Social Change 20, p. 13-51, 1993, Kluwer Academic Publishers, Printed in the Netherlands. Las correspondencias que establece son: zonas de contención: essentially predaiory economic activities; zonas de expansión: fund-raising activities will shift to the parasítica! mode, particularly extortion or revolutionary taxation, y zonas de control: symbioticforms offundraising.

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Tercera parte

empírico es el elaborado por los investigadores Camilo Echandía Casti­lla, Rodolfo Escobedo y Enrique León Queruz. Compartiendo la evi­dencia —cjue en el caso de su trabajo es más exhaustiva y actual— com­partimos además las principales conclusiones a las que arriban estos autores en su examen de la forma en que ha evolucionado la presencia territorial de la guerrilla. Tan significativo es, en la etapa reciente, el escaso peso de la guerrilla cn los municijjios más pobres del jjaís (des­virtuando un tanto sus projjósitos re-distributivos y el énfasis agrarista de su plataforma inicial) como la creciente presencia en municipios de actividad productiva deslacable. A nuestro juicio son consistentes las evidencias y válidas las conclusiones cjue extraen acerca de que:

La actual presencia de la insurgencia y las manifestaciones de vio­lencia que de ella se derivan, no son entonces resultado de las condi­ciones socioeconómicas de los pobladores, sino más bien dc las deci­siones conscientes que ICJS actores organizados de la violencia toman en desarrollo de sus planes estratégicos.0

En cuanto a lo que podríamos denominar fuentes cualitativas, para el caso del ELN las entrevistas consideradas fueron tres, cn orden cro­nológico: la ya mencionada de Marta Harnecker, que se publicó en Quito en 1988 con el título Unidad (¡ue multiplica; la publicada por Ma­ría López Vigil en 1989 con el título Camilo camina en Colombia, tam­bién conocida, y un relato inédito hasta el momento en que llevamos a cabo nuestro trabajo y publicado luego por el investigador Carlos Me­dina Gallego, en la serie Historia testimonial, sobre la base de entrevis­tas exhaustivas con Nicolás Rodríguez Bautista {Gabina) del ELN. Estas entrevistas salieron a la luz en 1996 con el título ELN: Una historia con­tada a dos voces, aunque para efectos de nuestro análisis preferimos la versión inicial, más extensa, no editada, y con menos eufemismos: Ejército de Liberación Nacional, ELN: Una historia). Las cuatro entrevistas conforman una secuencia que coincide con el período estudiado, y en las dos últimas se retoma el hilo y se actualizan los temas de las dos an­teriores. Para el caso de las Farc, además de los textos firmados por Ja-cobo Arenas, Cese al fuego (febrero de 1985) y Correspondencia, secreta del proceso de Paz (junio de 1989), se examinan las entrevistas obtenidas y elaboradas literariamente por Alfredo Molano, la que sirve para la

3 Con el título Inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales, edita­do por Fonade y la Universidad Externado de Colombia, octubre de 1997.

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La violencia organizada

semblanza de Manuel Marulanda Vélez, hecha por Arturo Alape, y un documento inédito: una entrevista hecha por Carlos Miguel Ortiz a quien fuera jefe de un frente de las Farc en el Urabá, luego desertor, fechada el 6 de abril de 1992.

Para el caso de la disidencia del EPL, se tuvo acceso a algunos bole­tines y a la información archivada como Documentación disponible sobre el proceso de paz en Presidencia de la Repiiblica. Por lo demás, se hace uso de toda la literatura testimonial que ha venido apareciendo a te­nor de los distintos procesos de negociación, la cual aparece referen-ciada en la bibliografía adjunta.

GUERRILLA Y NBI: LAS DISCORDANCIAS

Si, en gracia de discusión, se admiten las posiciones formuladas entre junio y septiembre de 1991 por los voceros de la Coordinadora Guerri­llera Simón Bolívar y los delegados gubernamentales, las demandas de los primeros y las ofertas de los segundos en materia territorial consti­tuyen sendas muestras representativas de las respectivas concejjciones sobre el grado de dominio adquirido (aunque dicha negociación haya sido trunca hasta ahora). Unas y otras, exigencias y contrapropuestas, constituyen un material invaluable para este análisis.

Un ejercicio simple consistiría entonces en acudir a la información del mapa de la pobreza absoluta6 y, después de obtener el promedio para los municipios demandados u ofrecidos, compararlos con el promedio nacional. No perdemos de vista, claro está, que en la pro­puesta gubernamental pesan consideraciones de otra índole: la ubica­ción y seguridad de las guarniciones militares; el mantenimiento del control de los ejes viales; la no discusión sobre el control de los recur­sos estratégicos, amén de la seguridad de las áreas fronterizas. Correla­tivamente, en la guerrilla el sesgo está en su pretensión de consolidar su presencia en áreas fronterizas claves para el suministro logístico, amén de su maximalismo. Como posición negociadora, la exigencia por parte de la guerrilla del retiro de la fuerza pública de al menos la tercera parte de los municipios del país, no registra variaciones a lo largo de dicha ronda, pero aun así, las sucesivas propuestas guberna­mentales (si nos atenemos al procedimiento de las aproximaciones su-

Véase el mapa 1, p. 312.

173

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Tercera parte

cesivas) admiten ser interpretadas cn función de las exigencias de la contraparte. No es éste un procedimiento óptimo, pero es el posible ¡jara el investigador académico, cuando se trata de representar la pre­sencia por municipio de las distintas organizaciones guerrilleras, tal como se pudo haber expresado en ese fallido proceso de negociación. Es un intento dc lo que algunos lógicos denominan suposición aproxi­mada o abducción, un ejercicio en el cjue se intenta hacer de la necesi­dad virtud. La presencia guerrillera es una evidencia incontrastable, premisa mayor; la existencia de designios estratégicos y de fortaleci­miento en cierto tipo de territorios según planes una probabilidad que el investigador debe inferir a partir dc indicios sueltos, y para el efecto es la premisa menor, y una y otra en todo caso son más demostrables que las conclusiones a las que por ahora puede arribar el investigador acerca de la evolución inmediata del fenómeno guerrillero y de su re­lación con otras manifestaciones de violencia, las cuales caen más bien en un terreno especulativo.

Tal vez no resulte demasiado artificioso el parámetro obtenido así, y en el peor de los casos podría ilustrar las diferencias, algo así como la medida del desacuerdo. Al fin y al cabo se trata de una negociación inconclusa, sobre cuyo curso posterior la especulación no sólo es lícita, sino inevitable. Se trata de algo ilustrativo, aunque, como decimos, desde luego no demostrativo.

Hasta donde se puede recapitular, la propuesta inicial del gobierno señalaba áreas circunscritas de 15 municipios para el asentamiento de la CGSB. El primero de los comunicados gubernamentales en que se expresa tal oferta, incluye un estimativo de la superficie territorial que abarca 37.092 km . A tal listado de municipios, con un promedio de NBI de 71.36. (y si se tiene en cuenta que promedio nacional de NBI es 45,0 según los datos del Censo 85) no es arbitrario atribuirle que co­rresponde a una definición de la guerrilla como resultante de condi­ciones económicas y sociales marginales.

La anterior apreciación parece corroborada por el hecho de que 12 de los 15 municipios escogidos para el asentamiento corresponden, en la categorización del Dañe,' a la categoría de colonización {activa de

frontera, activa interna, y no activa —esta última recibe otra denomina-

' Véase el mapa 1, p. 312, el primer mapa en el que se aplica la tipología utilizada por el Dañe en 1988 para los estudios de pobreza a partir de los datos censales de 1985.

174

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La violencia organizada

PRIMERA PROPUESTA PARA ASENTAMIENTO;

MUNICIPIOS

D p t o .

A n t i o q .

A n t i o q .

An t i oq .

Arauca

Santan­

der

Caquetá

Boyacá

Cauca

C h o c ó

Hui la

Cesar

Meta

Meta

N o r t e

Stder.

To l ima

Mpio.

Dabeiba

Taraza

Remedios

Tame

La Belleza

Paujil

Fáez

Sta,Rosa

El Carmen

Algeciras

El Copey

La Uribe

Puerto Rico

Sardinata

Chaparral

" Extensiones aproximadas, pobreza. Promedio de pobt

Ext.

K m t 2

2.262

2.253

2.100

7.546

600

2.229

1.330

650

1.017

711

1.000*

7.000*

4.000*

1346

2124

El código ación con

Frentes

Farc

5.8,34

35,37

4,9,12,20,2 4.36,46,46,

47

10,45

11,23

13,14,3,15, 32

16,28,

38,39

8,29

48

2,17,26

19,41

25,27,31,4 0,44

1,7,42

33

30.6,21

JUNIO DE

ELN

17

11.19

3.4,5, 6,10,16,20, 22,23,24,2

5

7,8,

21

1 í.

1

2,15,18

13,14

9,21

de la última columna es e NBI/85: 71.38%. Fuentes:

199 1. - ÁREAS DE CESE AL FUEGO:

EPL

1.2

4

3

7

5

6

N o .

efect.

485

355

1795

540

190

640

490

217

345

350

345

1.365

368

295

350

1 de ia tipología adoptada Dañe y Presidencia de la

% NBI 71.9

79.4

73.5

59.4

61.2

61.0

Q t O

74.8

55.9

64.5

71.4

B2.3

82.0

72.3

63.1

por el Dañe en República.

15

Cód.

52

52

52

51

52

51

52

51

52

12

42

51

51

52

21

el mapa de

ción con posterioridad: periferia rural marginal, si bien la noción se mantiene). Particularmente para el caso de las Farc, los testimonios y los análisis coinciden en mostrar una directa asociación entre las ca­racterísticas socioeconómicas y agroecológicas de las áreas de su in­fluencia inicial: el territorio de las cinco repúblicas independientes, las subregiones de Sumapaz y el Pato en la Cordillera Oriental, Marqueta-lia y Riochiquito en la Cordillera Central y Ariari-Guayabero en los Llanos Orientales, y el proceso de colonización que se da con poste­rioridad a la ley de Reforma Agraria.

De allí en adelante las sucesivas posiciones varían e incluyen paula­tinamente nuevas categorías de municipios, si bien se mantiene el predominio de los correspondientes a los tipos de colonización. Preci­

as

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Tercera parte

sámente, la versión cjue la dirigencia guerrillera ofrece de las condi­ciones sociales predominantes, en todos sus matices y variantes, apun­ta siempre a las zonas de colonización como óptimas para su etapa de implantación.8 Pero una vez consolidado el núcleo guerrillero, en los mismos relatos, la meta siguiente es expandirse a áreas de mayor po­blamiento y más vinculadas al mercado: bien pudo parecerles que la primera propuesta pretendía hacerlos retroceder hacia sus orígenes.

La propuesta siguiente, de 23 municipios, conlleva variaciones im­portantes: para ese listado de municipios, si bien el promedio de po­blación con NBI se incrementa (74,83%), más significativo es cjue apa­recen nuevos tipos de municipios: minifundio andino deprimido, agri­cultura comercial y empresarial con alta población urbana, y adquie­ren mayor importancia los municipios correspondientes a la categoría latifundio de Costa Caribe.

La siguiente propuesta, que contempla un listado de 35 municipios (con un promedio de población con Necesidades Básicas Insatisfechas de 73.45%) registra una creciente diversificación en las categorías mu­nicipales. Siguen siendo una amplia mayoría los municipios en zonas de colonización: 22 de 35, pero a la vez ha crecido la proporción de municipios que corresponden a las categorías: minifundio andino de­primido, latifundio Costa Caribe y campesinado medio con otros cultivos co­merciales.

La siguiente de las propuestas enunciadas, con fecha de septiembre 17, se refiere a 60 sitios correspondientes a 56 municipios, que al promediar su poblacieSn con NBI muestran una marginalidad ligera­mente menor que la de la anterior propuesta: 71.81%. La distribución en la tipología es semejante a la anterior: de los 56 municipios, 34 co­rresponden a las diversas categorías de colonización, se duplica con respecto a la propuesta anterior el número de municipios de la cate-

«La gente que vino con Fabio exploró distintas zonas para ver dónde sería mejor iniciar el foco guerrillero. Exploraron una región de Boyacá —Miradores— donde el Partido Comunista había tenido alguna influencia y había habido guerrillas libe­rales. Exploraron por el viejo Caldas, por San Pablo, en Bolívar. Por fin decidieron quedarse por la zona de San Vicente de Chucurí, por mi tierra, poique ofrecía las mejores condiciones: zona de colonización, tradición guerrillera, base campesina...» María LÓPEZ VlGIL, Camilo camina en Colombia, p, 133. Habla Nicolás, del grupo de fun­dadores del ELN. Por otra parte en cuanto a las Farc, su relación con las zonas de colonización ha sido abundantemente analizada en la literatura reciente, por Wil­liam Ramírez Tobón y Alfredo Molano, entre otros.

176

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La violencia organizada

T PROPUESTA: ÁREAS DE CESE AL FUEGO PARA ASENTAMIENTO DE LA CGSB

Dpto.

Antioq.

Antioq.

Antioq.

Antioq.

Arauca

Bolívar

Boyacá

Caquetá

Boyacá

Boyacá

Cauca

Cauca

Cesar

Chocó

Chocó

Huila

Cesar

Meta

Meta

N.Sder.

N.Sder.

Santder.

Tolima

Mpio.

Cáceres

Dabeiba

Taraza

Remedio s

Tame

Pinillos

Chiscas

Paujil

Paya

Piez

Sta. Rosa

Argelia

Fl Cnt ipv r- /

El Carmen

Condoto

Algecira

San Diego

La Uribe

Pto. Rico

Hacarí

Sardinat

Lbellez

Chapa­rral

Ext.

3.264

2.262

2.253

2.100

7.546

1.601

774

3.229

1.330

3.290

887

650

1.000

1.017

1.020

711

650

7.000

4.000

792

1.346

600

2.124

Frentes

Farc

5,34,18

35,37

4,9,12,20,2 4,36,46,47

10,45

3,15,32,13, 14

16.28,38,3 9

8,29

48

2,17,26

19,41

25,27.31,

40,44

1.7.42

33

23, I I

21,6,30

Frentes

ELN

3.4.17.1 I I 9.22,23,24,

25

5,6.10,16,2 0

7,11,21

12

1

13.14

2,15,18

9,21

Frentes

EPL

1,2

4

3

5

7

6

No. efect.

1090

410

185

735

200

360

340

640

390

100

60

140

115

180

i 65

350

210

1365

260

150

i 45

190

350

23 MUNICIPIOS:

% NBI

88.5

71.9

79.4

73.5

59.4

95.7

73.3

61.0

97.8

74.7

74.8

85.8

71.4

55.9

70.5

64.5

71.6

82.3

82.0

91.2

72.3

61.2

63.1

C ó d .

52

52

52

52

51

42

31

SI

52

31

51

52

42

53

53

12

42

51

51

52

52

52

21

goría con predominio de campesinado medio, también la de los corres­pondientes a minifundio andino deprimido, y aparece por primera vez la categoría 22 {municipios de agricultura comercial con predominio de pobla­ción rural), manteniéndose proporcionales las otras categorías.

La propuesta que quedó sobre la mesa, sin ser discutida, cuando se interrumpieron las negociaciones (ver el Cuadro 5- Propuesta Guber­namental (No discutida). Áreas de Cese Al fuego para asentamiento de la CGSB. Septiembre de 1991, p. 183) contemplaba 81 sitios correspon-

177

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Tercera parte

dientes a 74 municipios con un NBI promedio de 71.05. De ellos, sólo una leve mayoría —40— corresponden a las distintas categorías de co­lonización, en tanto que se incrementan muy significativamente los municipios correspondientes a la categoría campesinado medio con otros cultivos comerciales (distintos al café, como dijimos) de los cjue solamen­te aparecía uno en las dos primeras listas y ahora son 12. También los correspondientes a la categoría latifundio de Costa Caribe y, de modo característico, aparecen por primera vez municipios de campesinado medio cafetero, aunque —como es notorio— no mejora sensiblemente el indicador de calidad de vida para las municipios de la propuesta gu­bernamental que quedó sobre el tapete al interrumpirse las negocia­ciones.

Con las salvedades ya hechas, se trata de una progresión indicativa. Por lo que se puede inferir de la documentación leída, la guerrilla no modificó sustantivamente su demanda inicial, así es que la serie de lis­tados proviene más de la iniciativa negociadora de la delegación gu­bernamental, la cual, a partir de anotaciones e indicaciones sueltas (pues las múltiples intervenciones de las delegaciones guerrilleras, sal­vo la reiteración de su exigencia original, no constituyen una contra­propuesta) y con sutileza talmúdica procura interpretarlas. Por reflejo entonces, dicha progresión va dando cuenta de las orientaciones estra­tégicas que subyacen a las demandas territoriales.

Analistas que en el curso de la negociación procuran el acerca­miento entre las partes, como Alejandro Reyes, se esfuerzan en definir una geografía de la. distensión, es decir un documento en el cjue se indica una ubicación posible para los 96 frentes identificados de la guerrilla, que cumpla como una de las condiciones principales, el que los sitios señalados estén exentos de enemigos del proceso de paz. (Parami­litares, grupos de justicia privada, narco traficantes-terratenientes, o población afectada por masacres o excesos atribuibles a las guerrillas). Labor sutil a cual más, si se tiene en cuenta el mosaico de poderes ar­mados y su distribución territorial. Refiriéndose al último de los lista­dos propuestos —de 81 puntos ubicados en 74 municipios— y al aplicar el criterio que se enunció, Alejandro Reyes encuentra indicadores de conflicto potencial entre los frentes guerrilleros a asentar y grupos armados adversos en al menos 13 de ellos. Con toda su importancia, es un análisis cjue no fue atendido en el curso de la negociación, pues hasta el momento en que interrumpe persiste una divergencia funda­mental: cómo cada una de las partes entiende el control territorial.

178

Page 178: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La violencia organizada

Los avances que se hubieran producido no alteran todavía dicha di­vergencia.

Si retrocedemos a los relatos testimoniales, y si con todas sus di­fracciones y omisiones, buscamos en ellos las orientaciones estratégi­cas de las organizaciones guerrilleras, tal vez sea posible entender que el esfuerzo por una adscripción territorial delimitada, en que se em­peña la delegación gubernamental, se halla en sentido contrario de los propósitos de paulatina expansión territorial que desde 1982, aproxi­madamente, tanto las Farc como el ELN, se han formulado. Unos pro­pósitos que, si se tiene en cuenta el crecimiento registrado desde en­tonces, aún en los estimativos más conservadores se han ido consi­guiendo.

Será menester, no obstante, abandonar algunos de los conceptos ligados a la epopeya guerrillerista de los 60, entendiéndola más bien como un mito movilizador que como una estrategia. El caso es que, sin perder la movilidad, la trashumancia y las ventajas del combate irregu­lar, sin desdecirse abiertamente de ninguno de sus mitos fundadores, de ninguna de las piezas de su retórica inicial, la propia dirigencia guerrillera ha ido modificando su estrategia y su manera de entender la relación con el territorio, como trataremos de ver.

Aquella ubicuidad cjue se expresaba en la fórmula, consagrada y ri­tual, desde las montañas de Colombia, la acción insurreccional que partía del foco y se conjugaba con la revuelta urbana, o el progresivo cerco de las ciudades por el campo, parecía excluir en principio fórmulas transaccionales, etapas intermedias o el control parcial de territorios circunscritos como no fuese en la etapa abiertamente insurreccional que precediera a la toma del poder.9 Con variantes en su concepción inicial, propias de la ideología de cada grupo, uno de los aspectos en que se registra una progresiva coincidencia entre organizaciones gue­rrilleras es, justamente, la relación con el territorio y las adaptaciones organizativas que implica.

A diferencia de lo que acontecía con el investigador de hace dos décadas, que para abordar esta temática sólo contaba con comuni­cados intermitentes y algunas entrevistas sueltas de circulación tam-

Un examen del problema en el plano más universal, pero basado en el conoci­miento especializado de los casos nacionales más representativos, incluido el co­lombiano, lo encontraremos en Gérard CHALIAND, Stratégies de la giérilla: Anthologie historique de la Longte Marche a nos jours, Op. cit.

179

Page 179: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Tercera parte

bien subrepticia, quien quiera cjue aborde hoy el problema dispone de una profusa documentación y de abundante literatura original. Ya no ha de esmerarse en distinguir lo apócrifo de la auténtico, pues por así decirlo, para el caso de las dos organizaciones guerrilleras de mayor envergadura y tradición, se dispone de textos canónicos, en el sentido en que han sido revisados y autorizados por los protagonistas, como en el caso de la secuencia de entrevistas a la dirigencia del ELN, a cjue nos referíamos arriba, o textos suscritos por el propio Jacobo Arenas. El esmero ha de aplicarse entonces al cotejo con los datos acumulados acerca de las acciones guerrilleras que correspondan a los cambios de orientación, y a establecer el beneficio de inventario resultante de la diferencia.

3a PROPUESTA. ÁREAS

Dpto.

Antioq.

Antioq.

Antioq.

Antioq.

Antioq.

Antioq.

Arauca

Bolívar

Bolívar

Boyacá

Caquetá

Caquetá

Caquetá

Boyacá

Boyacá

Cauca

Cauca

Cesar

Cesar

C h o c ó

C h o c ó

C ó r d o b a

Mp io .

Cáceres

Dabeiba

Maceo

San Luis

Taraza

Reme­

dios

Tame

Pinillos

San Pablo

Chiscas

Donce l lo

El Paujil

Albania

Páez

Paya

Sta. Rosa

Argel ia

Sn.Diego

El Copey

El

Carmen

Condoto

Pueblo Nuevo

DE CESE

Ext

3.264

2.264

398

350

2.253

2.100

7.546

1.601

2.805

774

15,000

3.229

1.012

3.290

1.330

887

650

650

1.000

1.017

1.020

835

AL FUEGO PARA ASENTAMIENTOS DE LA C G S B :

Frentes

Farc

5,34

9,47

35,37

4,36,46

10,45

5.6,24

12,20,24

3.15

14

13,32

28,29,39

8.29

19,41

48

18

Frentes Frentes

ELN EPL 3,4,11,171

9,22

1,2

10,20,23

4

7,8.21

12

1

3

13,14 5

2,15,18

7

No.

efect.

570

295

150

260

185

335

200

260

350

340

240

150

250

100

270

60

157

210

115

180

165

150

35 MUNICIPIOS

%NBI

88.5

71.9

60.0

75.7

79.4

73.5

59,4

95.7

86.3

73.3

52.7

61.0

84.6

74,1

97.8

74.8

85.8

71.6

71.4

55.9

70.5

79.9

Cód.

52

52

12

31

52

52

51

42

52

31

51

51

51

31

52

51

52

42

42

53

53

42

C/marca Caparrapí 783 22 120 78.7 52

180

Page 180: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La violencia organizada

3a PROPUESTA. ÁREAS DE CESE AL FUEGO PARA ASENTAMIENTOS DE LA CGSB: 35 MUNICIPIOS

Huila

Huila

Meta

Meta

Meta

Meta

Nte.Sder

Nte.Sder

Sntder

Sucre

Tolima

Tolima

Villavieja

Algeciras

La Uribe

P.Gaitán

P.Rico

San Juan

Arama

Hacarí

Sardinata

1.Belleza

Ovejas

Chapa­rral

Dolores

433

711

7.000

14.000

4.000

1.300

792

1.346

600

463

2.124

428

17

2

26,40,44

16

1,7,42

27,31

33

23,11

21,6,30

25

9,21

6

16,25

80

140

1025

163

325

250

150

145

190

110

350

90

73.5

64,5

82.3

69.7

82.0

61.5

91.2

72.3

61.2

73.4

63.1

496

12

12

51

53

51

51

52

52

52

42

21

12

4a PROPUESTA GUBERNAMENTAL DE ÁREAS DE CESE AL FUEGO

60 PUNTOS EN 57 MUNICIPIOS

Dpto.

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Arauca

Arauca

Bolívar

Bolívar

Bolívar

Boyacá

Boyacá

Boyacá

Boyacá

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

I I

12

13

14

15

16

17

18

19

20

Municipio

Cáceres

Cáceres

Dabeiba

San. Feo.

El Bagre

Remedios

Yarumal

Ituango

Caracoli

Chigorodó

Bolívar

Tame

Tame

Morales

San Pablo

Achí

Chiscas

Páez

Paya

Aquitania

Sitios/ Veredas

Manizales

Corrales

Llanogrande

Aquitania

Amacerí

Casan ueva

Cedeño

Sta, Rita

El Bagre

Lomas.Ads.

Farallones

Malvinas

Betoyes

Guasimal

Pozo Azul

Pueblo Nuevo

Las Mdes.

La Unuria

Morcóte

Maravilla

Frentes

Farc

5

37

4

36

35

9

10

24

26

38

PARA ASENTAMIENTO DE LA CGSB:

Frentes ELN

I I

19

10

15

5

4

3

7

12

% Pob.

con NBI

88.5

86.5

71.9

-66.3

73.5

44.6

77.5

58.7

68.5

45.3

59.4

59.4

91.6

86.3

94.4

73.3

74.1

97.8

65,1

Cód.

Dañe

52

52

52

31

52

52

21

31

12

12

I I

51

51

52

52

52

31

31

52

12

Caquetá 21 Doncello La Sonora 52.7

181

Page 181: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Tercera parte

Caquetá

Caquetá

Caquetá

Casanare

Cauca

Cauca

Cauca

Cesar

Cesar

Cesar

Córdoba

C/marca

Chocó

Guaviare

Huila

Huila

Meta

Meta

Meta

Meta

Meta

Meta

Meta

Meta

Nariño

N/stander.

N/stander.

N/stander.

Stander.

Stander.

Stander.

Stander.

Stander.

Stander.

Stander.

Sucre

Tolima

22

23

24

25

26

27

28

29

30

31

32

33

34

35

36

37

38

39

40

41

42

43

44

45

46

47

48

49

50

51

52

53

54

55

56

57

58

Solano

Sn. Antonio Getuchá

Albania

Orocué

Argelia

Sta.Rosa

Bs. Aires

Sn.Diego

El Copey

Manaure

Pueblo Nuevo

Caparrapí

SJ.Palenque

Sn José Guaviare

Villavieja

Algeciras

La Uribe

La Uribe

Pto Gaitán

Pto Lleras

Fte. de Oro

Acacias

Puerto Rico

Mesetas

Iscuandé

Hacarí

Sardinata

El Carmen

La Belleza

Bolívar

Simacota

Rionegro

Galán

Rionegro

Pto.Wilches

Ovejas

Chaparral

El 45

Entre Ja­maica y

Cpo. Alegre

Fragüita

Yarumito

Plateado

El Tambor

El Cenal

Media Luna

Chimila

Sn.josé

Puertosanto

El Cámbulo

Valencia

El Retorno

Polonia

Paraíso

La Julia

Cerro Peralta

El Rosario

R.Infierno

Maracaibo

El Diamante

Los Guayabos

Santander

Sanabria

Las Juntas

Santa Cruz

Culebrita

La Quitay

Berbeo

La Militosa

Papayal

Buenavista

Misiguay

Cayumba

Florián

Sn José.Hsas

15

14

14

39

8

32

30

19

41

18

22

1

17

2

26

EMC*

16

40

Embo*

29

33

23

I I

12

20

21

(4

2

9

5

6

24

20

25

63.6

60.9

84.6

89.5

85.8

74.6

74.3

71.6

71.4

69.4

79.9

78.7

64.6

69.9

73.5

64.5

82.3

82.3

69.7

73.2

49.6

43.8

82.0

82.3

73.2

91.2

72.3

76.6

61.2

71.3

77,8

66.6

67.9

66.6

76.3

77.4

63.1

SI

51

51

SI

52

SI

31

42

42

41

42

52

53

51

12

12

51

51

53

53

51

22

SI

51

53

52

52

52

52

52

52

12

31

12

52

42

21

Tolima 59 Planadas San Miguel 75,3 52

182

Page 182: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La violencia organizada

Tolima 60 Dolores Llanitas

Promedio de población con

* (siglas que en el lenguaje i

Mayor del Bloque Oriental

NBI/85: 71.8%

de los negociadores

, respectivamente)

25

quieren decir: Estado Mayor

49.6

• Central , y Estado

12

5a PROPUESTA GUBERNAMENTAL ( N O DISCUTIDA) . ÁREAS DE CESE A L FUEGO PARA

ASENTAMIENTO DE LA CGSB. SEPTIEMBRE DE 1991

Depto.

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Antioquia

Arauca

Arauca

Arauca

Arauca

Bolívar

Bolívar

Bolívar

Boyacá

Boyacá

Boyacá

Boyacá

Caquetá

Mun.

Cáceres

Cáceres

Dabeiba

Maceo

San Francis­co

El Bagre

Remedios

Yarumal

Ituango

Caracoli

Bolívar

Remedios

Yolombó

Turbo

Peque

Tame

Tame

Arauquita

Tame

Morales

San Pablo

Achí

Chiscas

Paez

Paya

Aquitania

El Doncello

Sitios/veredas

1 Manizales

2 Corrales

3 Llano Grande

4 La Susana

5 Aquitania

6 Anaceri

7 Casanueva

8 Cedeño

9 Santa Rita de Ituango

10 El Bagre

1 1 Farallones

12 Cruzada

13 El Rubí

l4EIGuadual

15 Santa Águeda

16 Malvinas

17 Betoyes

18 Pto.Jordán

19 Puerto Ni­dia

20 Guasimal

21 Pozo Azul

22 Pueblo Nuevo

23 Pueblo Las Mdes

24 La Ururia

25 Morcóte

26 La Maravilla

27 La Sonora

Farc

5

47

37

4

36

36

9

10

45

24

28

38

3

ELN EPL

I I

19

10

15

22

23

1

2

8

21

4

3

7

12

n° hom­bres

100

70

150

50

150

70

ISO

110

90

90

80

30

30

40

25

130

200

70

50

100

80

200

120

100

120

80

90

% pob. NBI

88.5

88.5

71.9

60,0

66.3

73.5

44.6

77.5

58.7

45.3

73.5

62.8

77.3

87.4

59.4

59.4

57,1

59,4

91.8

86.3

94.4

73.3

74.1

97.8

65.1

52.7

Cod. Dañe

52

52

52

12

31

52

52

21

31

12

I I

52

12

12

31

31

51

51

51

52

52

52

31

31

52

12

51

Caquetá Solano 28 El 45 15 150 63.6 51

183

Page 183: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Tercera parte

5a PROPUESTA GUBERNAMENTAL ( N O DISCUTIDA) .

ASENTAMIENTO DE LA CGSB. SEPTIEMBRE DE ! 99 !

Depto.

Caquetá

Caquetá

Casanare

Cauca

Cauca

Cauca

Cauca

Cauca

Cesar

Cesar

Cesar

Cesar

Córdoba

Córdoba

Bolívar

Bolívar

Cundin.

Chocó

Chocó

Antioquia

Antioquia

Guaviare

Huila

Huila

Mgdna.

Meta

Meta

Meta

Mun.

Milán

Albania

Orocué

Santa Rosa

Argelia

Santa Rosa

Buenos Aires

Sotará

San Diego

Manaure

El Copey

El Copey

Pueblo Nue­vo

Monte Líba­no

Carmen de Bolívar

Tierralta

Caparrapí

El Carmen

San J. del Palmar

Chigorodó

Condoto

San José de G.

Villa Vieja

Algeciras

Pivijay

La Uribe

Pto. Lleras

San Martín

Sitios/veredas

29 San Anto­nio del Getu-chá

30 Fraguita

3 1 El Yarumito

32 El Playón

33 El Plateado

34 El Tambor

35 El Ceral

36 La Chapa

37 Media Luna

38 San José de Ote.

39 Chimila

40 San Fran­cisco

41 Pto. Santo

42 Uré

43 El Salado

44 Matagordal

45 El Cámbulo

46 Guaduas

47 Valencia

48 Lomas Aisladas

49 San Loren­zo

50 El Retorno

51 Polonia

52 Paraíso

53 Piñuela

54 La Julia

55 Rincón del Infierno

56 Las Palmas

Farc

14

13

39

8

32

30

19

41

18

22

34

48

1

17

2

26

40

44

ÁREAS DE CESE A L

ELN

1

14

13

17

16

18

2

EPL

3

4

5

FUEGO PARA

n° hom­bres

ISO

120

70

60

120

130

1 10

20

130

80

60

40

150

40

50

25

120

30

70

80

135

ISO

80

140

15

130

55

40

% pob. NBI

60.9

84.6

89.8

74.8

85.8

74.8

74.3

62.0

71.6

69.4

71.4

71.4

79.9

69.3

80.1

87.2

78.7

55.9

64.6

68.5

70,5

69.9

73.5

64.5

77.6

82.3

73.2

45.4

Cod. Dañe

51

SI

51

SI

52

41

31

32

42

42

42

42

42

42

42

52

52

53

53

12

53

51

12

12

42

SI

51

22

Meta Pto. Gaitán 57 El Rosario 16 120 69.7 53

184

Page 184: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

La violencia organizada

5a PROPUESTA GUBERNAMENTAL ( N O DISCUTIDA). .

ASENTAMIENTO DE LA CGSB. SEPTIEMBRE DE 1991

Depto.

Meta

Meta

Meta

Meta

Meta

Meta

Nariño

N de Sarit.

N de Sant.

N de Sant.

N de Sant.

Risaralda

Santander

Santander

Santander

Santander

Santander

Santander

Santander

Santander

Sucre

Tolima

Tolima

Tolima

Mun.

Pto. Rico

La Macarena

Fuente de Oro

Acacias

La Uribe

Mesetas

Iscuandé

Hacarí

Sardinata

El Carmen

Tibú

Guatica

La Belleza

Bolívar

Simacota

Rionegro

Chima

Galán

Rionegro

Pto. Wilches

Ovejas

Chaparral

Planadas

Dolores

Sitios/veredas

58 Los Guaya­bos

59 La Tania

60 Maracaibo

61 El Diaman­te

62 Cerro Pe­ralta

63 Santander

64 Sanabria

65 Las juntas

66 Santa Cruz

67Culebrita

68 Pacheli

69 El Paraíso

70 La Quitay

71 Berbeo

72 La Militosa

73 Papayal

74 Lechal

75 Buenavista

76 Misiguay

77 Cayumba

78 Florián

78 SJ. Hermo­sas

79 S. Miguel

80 Llanitos

Farc

7

42

27

31

EMC

EMBO

29

33

23

11

12

20

46

21

6

25

ÁREAS DE CESE AL

ELN

n 7

5

6

24

20

25

EPL

6

7

FUEGO PARA

n° hom­bres

130

45

120

130

550

250

110

100

90

100

55

30

110

80

150

120

75

80

80

60

60

120

120

90

% pob. NBI

82

89.5

49.6

43.8

82.3

82.3

73.2 Q 1 "> 7 1 . í .

73.2

76.6

76,3

44.1

61.2

71.3

77.8

56.8

73.5

67.9

56.8

76.3

77.4

63.1

75.3

49.6

Cod. Dañe

51

SI

51

22

51

51

52 n

52

52

52

12

52

52

52

12

31

31

12

52

42

21

52

12

TLAXCALA: ¿UNA APOSTILLA A CARACAS?

La buena voluntad desplegada por el nuevo Consejero para la Paz que el gobierno designó poco antes de la ronda de Tlaxcala (Horacio Ser­pa, quien entró en funciones a comienzos de 1992) en el teína de la agenda en que más tropiezos encontró fue precisamente en el de las áreas de localización para el asentamiento de los frentes guerrilleros.

Al resumir las experiencias previas de las rondas en Caracas, la delegación gubernamental sacaba en claro que no había ninguna

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Llenera parte

posibilidad de que se repitiesen los errores del proceso de paz de la administración Betancur «cuya indefinición temjjoral y territorial dio como resultado la intensificación de la confrontación y la ampliación territorial y cuantitativa de la guerrilla», como dice cl comunicado gubernamental al justificar la insistencia en la necesidad de delimitar con precisión las áreas en que entraría en vigor el cese al fuego, y los mecanismos de verificación.

Para entonces, todas las cifras eran elocuentes en mostrar cómo el más drástico crecimiento de los frentes guerrilleros provenía del pe­ríodo en que estuvieron vigentes los acuerdos de cese al fuego. Se comprendía entonces que la directriz del desdoblamiento dc los fren­tes correspondió a una orientación estratégica cuidadosamente prepa­rada y seguida de recomendaciones tácticas a cada frente por jjarte de la dirigencia guerrillera de las Farc. Todo ello sin que se hubiese avan­zado un ájjice en la agenda de desmovilización. El cese al fuego había sido una más de las formas de lucha, y no había significado contra-jjrestacioncs o concesiones significativas de jjarte de la guerrilla.

Para las delegaciones gubernamentales, de Caracas a Tlaxcala, de­finir con jjrecisión la cuestión territorial, circunscribirla y acompañarla de mecanismos de verificación se había convertido en la meta esencial, síntoma mejor que cualquier otro de que el proceso de negociación avanzaba.

Con variaciones ligeras en el contenido, y algunos cambios de tono, cl documento gubernamental Propósitos para ponerle fin al conflicto ar­mado, de marzo de 1992, hace depender la verificación de la localiza­ción. Sin que se refiera exjjlícitamente al punto en que habían queda­do las cosas en materia territorial en la ronda previa, se mencionan aquí áreas razonables de extensión limitada, como una condición básica.

A la inversa, como se estableció con posterioridad, cn la Sexta Con­ferencia de Comandantes Cucrrilleros de la Coordinadora (llevada a cabo a fines de enero de 1992), los acuerdos cjue se produjeron con antelación a la ronda entre los rcjjrcsentantes de las diversas organiza­ciones guerrilleras habían desear!ado la cuestión territorial de la agen­da.

Consiguientemente, en el curso de las negociaciones por momen­tos parecía retrocederse al comjjonenle tradicional de la retórica revo­lucionaria, que excluye cualquier transacción en lo territorial, que proclama la ubicuidad en tanto se desata el jjroeeso insurreccional. Mientras cjue en las rondas dc Caracas los esfuerzos por definir con

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La violencia organizada

cierta precisión los frentes guerrilleros habían tropezado con elusivi-dad y tácticas dilatorias, en Tlaxcala la propia intención de colocarlos en la agenda se vio fallida.

Si en el documento gubernamental arriba mencionado hay una gradación mayor en las etapas de distensión y en los preliminares de cese al fuego, tal concesión no produce resultados apreciables en la contraparte, y en todo caso no produce ninguna referencia hacia el tema territorial. El acuerdo entre las organizaciones guerrilleras era el de proponer nuevas rondas de diálogo, puntuales, y procurar una ma­siva divulgación de lo tratado, insistir en diálogos regionales sin con­traprestaciones, y eludir cualquier compromiso en materia de localiza­ción. Tras la clausura de la ronda, a nadie le quedaba duda alguna que la territorial era una de las incompatibilidades básicas a las que se referi­ría después el exconsejero de Paz, Jesús Antonio Bejarano.

Como si hubiese un reconocimiento de que reconocer la presencia territorial en grados y matices redundaría en vulnerabilidad a la hora de la negociación, la dirigencia guerrillera se empeñó en retroceder al discurso característico de las etapas anteriores a cualquier negociación.

Por eso no es extraño que la declaración suscrita el 13 de marzo, a falta de referencias concretas a la agenda acordada con anterioridad, y sustituyendo aquella labor previa de identificación de características regionales, pese a su brevedad haya sido insustancial y meramente protocolaria. Si a simple vista tienen más concreción los diversos ar­gumentos en contra de la política económica del gobierno, y hay una gruesa batería de conceptos y cifras económicas invocadas por la dele­gación guerrillera, el supuesto es el de un nacionalismo integrador, de un espacio económico autárquico, que difícilmente se compagina con la diversidad regional proclamada previamente y reconocida en la forma en que se diseñaron planes de expansión, y en la forma en que se reitera la demanda de diálogos regionales. Contra la globalización, la guerrilla volvió a formular la idea de un mercado nacional integra­do, de un espacio económico único; abstrajo las diferencias regionales. Sintomático, por decir lo menos, es en ese sentido que al proceso abierto a las expresiones regionales por la Comisión de Reordena­miento Territorial, a la multiplicidad de foros, seminarios y formas de participación que promovió ese ente creado por la Constituyente del 91, desde el momento que se instaló, no hubiera arribado ninguno de los reclamos de los que la guerrilla pretendía hacerse vocera con los llamados diálogos regionales.

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Tercera parte

LA ELEMENTAL CONSTATACIÓN DEMOGRÁFICA Y SUS DERIVACIONES

Los demógrafos ubican ¡jara Colombia, a fines de los 60, la inversión demográfica: cl definitivo predominio de la población urbana sobre la rural. Ya en el Censo de 1964 tal predominio es ostensible, aun cuando para entonces, tratándose de su etajja inicial, la base social preferente jjara la guerrilla, en sus diversas expresiones, seguía siendo el camjje-sinado. Pero si 1964 fue el punto de viraje, 1985 es el que marca el predominio absoluto (urbano: 69.5%, rural: 30.4%), que hace impera­tiva e irreversible la cjue en el lenguaje de la guerrilla se llama rectifica­ción estratégica en la orientación hacia una base social y en las modali­dades organizativas.

Quienes son más explícitos a la hora de responder acerca de los cambios a que conduce esa recomposición de la jjoblación, son ios di­rigentes del ELN, presumiblemente porejue interpelaban más direc­tamente su plataforma inicial. Sendas respuestas de los dirigentes en­trevistados JJOI Marta Harnecker y María Lójjez Vigil se refieren a los cambios demográficos de las tres últimas décadas y a las rectificaciones que imponen, lo que no significa, en todo caso, cjue hubiera que cam­biar dc inmediato la projjorción de los cuadros dedicados a uno y otro sector dc la jjoblación, según afirmaban:

Pregunta: Y, ¿cuál es el jjeso de lo rural resjjecto a lo urbano? Rafael: El año pasado, el 70% de estos colectivos tenía una ubicación

rural y el 30% eran urbanos, por eso nos liemos jiropueslo desarrollar mucho más el trabajo urbano..."'

Pero no es cuestión de enunciados o disquisiciones de corte socio­lógico; la rectificación se traduce en un incremento significativo de ac­ciones a nivel urbano, como lo prueban las Estadísticas generales sobre la

111 Marta HARNECKER, Op. cit, p 88. Previamente (p. 35) a la pregunta de Harne­cker, «Cuando el ELN nace ¿cuál es el peso de la población rural?» Rafael, respon­dió: «En 1964, un 65% era rural» y, con más precisión: «¿Cayeron ustedes cn la desviación campesinista como otras guerrillas en América Latina?», a lo cjue Felipe responde: «Sí, esto ocurrió en la organización en su período inicial. Considerába­mos que el campesinado, y no el proletariado, era la vanguardia dc la revolución.» Apreciaciones más detalladas acerca de los cambios demográficos del [jais y sus derivaciones sociales y políticas pueden encontrarse en María LÓPEZ VIGIL, p. 194 yss.

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La violencia organizada

Violencia: a partir de 1985, justamente, comienzan a incrementarse las acciones urbanas del ELN, y entre 1985 y 1989, se llegan a contabilizar un total de 946, que afectaron principalmente a epicentros urbanos regionales como Medellín, Bucaramanga y Cúcuta. En el plano nacio­nal, y siguiendo la tipología del Dañe, un incremento correspondiente se puede hallar en el porcentaje de municipios de estructura urbana con presencia guerrillera en el cuadro Municipios con presencia guerrille­ra segiin estructuras y planes de desarrollo (1983-1994), elaborado por Ca­milo Echandía y citado en varios trabajos, entre ellos el de Fernando Gaitán, con sucesivas actualizaciones, hasta llegar a la versión más re­ciente, que se puede consultar en el libro de Echandía, Escobedo y León Queruz antes citado.

Con la correspondiente salvedad acerca de la diversidad de accio­nes que se cobijan bajo el rótulo de presencia, y con la propuesta de adoptar y adaptar la diversificación propuesta por Naylor, las tenden­cias que se revelan son de gran utilidad para discernir los objetivos es­tratégicos.

La categoría de municipios en donde se registra un incremento más drástico es la de campesinado medio cafetero; guiados por esa pista cobran sentido las múltiples argumentaciones y referencias que en la literatura producida por la guerrilla hallan a la crisis de un sector de la caficultura y a los coletazos de la oscilación de precios en el mercado mundial.

A un ritmo mucho mayor de lo que crece la presencia guerrillera global (en 1985 se hallaba en el 27,1% de los municipios, en 1991 en el 43,o% y en 1994 en el 56,0%) se incrementa la presencia guerrillera en ciudades secundarias: lo que era insignificante en 1985 (estaba en ape­nas el 3,2 % de ellas) pasa a ser muy significativo en 1991 (se registra presencia y actividad continuada en el 39,0% de las ciudades corres­pondientes a esta categoría) y llega a ser preponderante en 1994 (el 65,0%).

El tercer incremento en importancia se registra en la categoría de municipios de agricultura comercial con predominio de jjoblación ur­bana; la secuencia es: 1985: 13,3 %, 1991: 44,0%, 1994: 56,0 %. Un ha­llazgo empírico de la base de datos elaborada por Camilo Echandía y Rodolfo Escobedo, reclama una explicación particular. No basta con comprobar el crecimiento global, pues en tal caso el género próximo (en todos los tipos de municipio se registra algún grado de presencia, a la vez que su incremento en el período posterior a 1985) impediría

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Tercera parte

ver la diferencia esjjecífica. Mientras que la presencia de redes urbanas de la guerrilla en ciudades que son centros regionales (como lo son las capitales departamentales) está asociada ante todo a las crecientes ne­cesidades logísticas y de comunicación, el crecimiento en las demás ca­tegorías de municipios con un componente urbano definido es el re­sultado de un plan de crecimiento y de consolidación de la influencia política. Sobreviene cuando se han consolidado suficientes zonas de contención como para hacer imjjeraliva la construcción y consolidación de zonas de expansión. En el ya referido análisis de Naylor, basado en la secuencia real de la guerrilla salvadoreña, organizativamente ese cam­bio comporta que el aparato clandestino se especializa y que las activi­dades económicas, esencialmente predadoras e intermitentes que ca­racterizaban a la guerrilla de la jjrimera etapa, dan lugar a una activi­dad económica continuada: la extorsión —el secuestro— y el cobro de un impuesto revolucionario {Theparasitical rnode).

Consistentes con lo anterior resultan las decisiones organizativas y operativas adojjtadas por la VIII Conferencia de las Farc, cl 23 de abril de 1993: ampliar a 7 el número dc miembros de su cúpula {El Secreta­riado) y a 25 el número de miembros de su Estado Mayor Central. La novedad consiste, ante todo, en que en el seno del Secretariado ingre­sa de lleno un representante del frente urbano.

DEFINICIÓN DE ZONAS ESTRATÉGICAS

Los testimonios obtenidos para el caso del ELN señalan la íntegra coincidencia entre la orientación a crecer en un determinado tijjo de regiones, la práctica sistemática del secuestro (o del eufemismo acu­ñado por la dirigencia guerrillera para el caso: retenciones) y la plena asimilación de las exjjeriencias centroamericanas. Oigamos a Gabina en la entrevista de Carlos Medina Gallego:

Es a partir de 1969 que la organización comienza a realizar retencio­nes con objetivos económicos. Hasta ese momento lo básico de nuestra subsistencia había sido el jjroducto de algunas otras acciones. (...) Quie­ro resallar que es a ¡partir de 1969 que en la organización se inicia la re­tención como una práctica revolucionaria para obtener recursos ¡lara desarrollar la lucha, porque hasta ese momento lo que existía era el se­cuestro, que no es lo misino, porque este es llevado a cabo por la delin­cuencia común y su objetivo es el enriquecimiento particular. (...) Cuando se entra entonces ])or parte del movimiento insurgente en América Latina, en Venezuela, Guatemala, de manera más protuberan-

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te en Argentina y en Uruguay, la organización empieza a validar esa práctica como una forma de conseguir finanzas para la lucha revolu­cionaria. Entre 1969 y 1972 la organización tiene un salto en su desarro­llo en cuanto a la ampliación de áreas geográficas.11

Para el ELN, el caso de Arauca ejemplifica bien cómo se aplicaron las orientaciones estratégicas para expandirse territorialmente y cómo operaron los factores de localización, en momentos en que esta guerri­lla se hallaba apenas saliendo de la crisis posterior a Anorí y en plena reestructuración. Contra lo que suele pensarse, no es en el período de prospección y hallazgo de Caño Limón que se produce su arribo a la región, ni la búsqueda de una participación en el flujo de las regalías lo que decide la implantación allí. Se trata de un frente que surge con relativa autonomía, apoyándose en una supérstite organización cam­pesina (filial regional de la ANUC) y, como lo ha estudiado al detalle y con profundidad Andrés Péñate, sacando partido a fondo de las ad­versas condiciones sociales y del sentimiento de exclusión frente a los poderes regionales y locales, de los giates o colonos originarios del ¡jiedemonte andino,12 Para esta región clave otro factor de localización de la guerrilla es casi obvio y consiste en que se trata de una zona fron­teriza, con toda la ambigüedad que en esta frontera existe, y con las consiguientes posibilidades logísticas.

El petróleo y sus posibilidades vendrán por añadidura, catalizarán los componentes de la nueva estructura y a ojos de la dirigencia com­probarán las ventajas de las rectificaciones estratégicas en que ya se halla­ba empeñada.13

Citado en Ejército de Liberación nacional, ELN: Una historia, de Carlos MEDINA GALLEGO. Ver los acápites del título "Retenciones con fines económicos" y "Crecimiento orgánico y exjjansión territorial". 12 Ver Andrés PÉÑATE, "Arauca: Politics and Oil in a Colombian Province", M. Ph. Thesis in Latin American Studies, University of Oxford, St. Anthony's College, May 1991. Inédito.

' En la versión de Gabina: «Al darse cuenta que Julio Leguizamón está orientando a la desmovilización (1976), los compañeros se regresan para Arauca y práctica­mente con las uñas, le dan origen al grupo guerrillero de esa área, en plena crisis y piácticamente solos, con los pocos contactos que tenían, con escasos recursos y sin poder recibir una orientación de la organización, porque en ese momento se está dando la crisis; los compañeros del ELN en la región de Arauca, sin contar con ninguna base fume en lo material y en lo económico crean lo que después se lla­maría el frente Domingo Laín». Ver Carlos MEDINA GALLEGO, Op. cit, acápite "A la

(continúa en la página siguiente)

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Tercera parte

Sin duda, las características singulares del caso de Arauca y el ha­llazgo fortuito de Caño Limón, no serán la jjauta que explique cl itine­rario de expansión hacia otras regiones. Lo dc Arauca es a la vez es­pontáneo y fortuito, pero tan pronto se consolida, además de proveer­le de un recurso tan importante como inesjjerado, producto de la ex­torsión a la Mannesmann, abre al ELN un horizonte estratégico, le ha­ce entrever las inmensas posibilidades de la coadministración de re­cursos ingentes, la necesidad de desarrollar una infraestructura políti­ca clandestina más comjjleja y de incidir cn la forma como se distri­buyen los recursos de una región.

Cuando dichas rectificaciones comienzan a surtir efecto y se han consolidado varias zonas de confrontación, vendrá luego lo que en el lenguaje de la dirigencia será llamado el empalme geográfico. Un em­palme que consiste no sólo en garantizar las conexiones entre las áreas en donde se ha implantado (y lograr aquello que se considera el epí­tome de la movilidad guerrillera: atravesar en un sentido u otro la par­te poblada del país sin ser detectado) sino ante todo en lo que axiomá­ticamente en la literatura sobre el tema se define como la principal condición organizativa para que la implantación en las nuevas zonas tenga éxito: la construcción de una infraestructura jjolítica clandesti­na. Infraestructura que, basada en cuadros intermedios cjue hayan he­cho un reconocido trabajo político en la jjoblación, se especialice de manera creciente y esté en condiciones de adaptarse a las característi­cas económicas y sociales predominantes en cada una de las regiones. Para el caso de Arauca, de ese período de consolidación es de donde proviene multitud de boletines de Insurgenria, en los cjue en el lengua­je de los especialistas, con todos los tecnicismos necesarios, y con pro­fusas referencias a esjjecificaciones técnicas de volúmenes de exporta­ción y capacidad de transjjorte de los oleoductos, se desarrolla la ar­gumentación nacionalista sobre cl recurso petrolero.

Hay una gran consistencia entre los tres testimonios citados del ELN acerca de como se va produciendo el empalme geográfico de las zo­nas en donde se han ido imjjlantando, y en líneas generales corres­ponden a los mapas en cjue se muestra el crecimiento del ELN para el período 1983-1986, y el crecimiento, casi exponencial, cjue sugieren para el período 1988-1992, como se jjuede ver en los mapas que ilus­tran el libro de Echandía y Escobedo: Localización de los frentes guerrille-

sombra de la crisis".

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ros: ELN y su cotejo con los correspondientes a años anteriores, prove­nientes de la misma fuente. Empalme y consolidación, que lleva a los dirigentes del ELN a definir con cierta homogeneidad la que denomi­nan nuestra zona estratégica:

Nos movemos y actuamos jjor todo el país, en el camjjo y en las ciu­dades, pero tenemos nuestra 'zona estratégica', como le llamamos. Es la zona donde somos más fuertes y donde, más que hablar de control mi­litar, podemos hablar de control político de la población, porque tene­mos una base de apoyo sólida y porque convivimos permanentemente con el pueblo. Nuestra zona estratégica abarca desde el Arauca, en la frontera con Venezuela, hasta el norte de la Costa Atlántica, pasando por Santander, el noroccidente de Antioquia, el sur de Bolívar. Es una franja como de 600 Kilómetros de largo y unos 150 km". La zona donde nació el ELN está en el centro de esta franja. Nuestra zona atraviesa el país de oriente a occidente y va de la parte centro-norte hacia la costa norte. (...) En esta zona se encuentran los principales recursos naturales del jjaís, los recursos económicos más estratégicos: los principales po­zos de petróleo, las refinerías, las minas de oro y carbón y una de las principales zonas industriales.14

En cambio resulta prácticamente inescrutable para el investigador académico la cuestión de las cifras de crecimiento en número de hombres de cualquiera de las organizaciones guerrilleras. Por su pro­pio carácter resultan un tema vedado para el análisis y el cotejo objeti­vo: caen en el ámbito de los respectivos aparatos de inteligencia. Están sujetos, por ende, a todos los estratagemas de la psicología bélica. Los estimativos de la dirigencia del ELN son los de un crecimiento de un 350% en número de hombres en sólo tres años, de 1983 a 1986, y un crecimiento más acelerado aún, de 500%, entre 1986 y 1988.

Ahora bien, cualquier pretensión generalizadora asume que el con­trol de la cúpula guerrillera sobre sus frentes es íntegro; en cambio, como se puede deducir del cotejo de las entrevistas de distintas épocas y de una confrontación con los mapas históricos sobre el crecimiento de la guerrilla, los criterios de expansión varían de una región a otra, y con posterioridad a la reinserción de movimientos de fuerte arraigo regional como el Quintín Lame y el EPL en Córdoba, lo que se ha comprobado es la directriz de llenar el vacío que dejan, de sustituirlos

14 Ver María LÓPEZ VIGIL, Op. cit., p. 191. (Habla Nicolás)

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a toda costa y lucrarse dc los circuitos clandestinos creados y de los hábitos que la guerrilla reinsertada haya contribuido a configurar, es­timulando la iniciativa del comandante del frente, garantizando su margen de maniobra.

OTROS REFERENTES HISTÓRICOS INDISPENSABLES

Cuando aún no se habían manifestado las diferencias ideológicas entre las potencias socialistas, era todavía posible, como en el número co-rrespondiente a los meses de mayo y junio de 1960 de la Revista Docu­mentos Políticos (subtitulada: Revista del Comité Central del PCC) encon­trar reseñas como la de Aníbal Pineda, que con el título Lecciones de la lucha revolucionaria en China presentaban una edición criolla de los es­critos militares de Mao Tse Tung. (Ediciones Paz y Socialismo, Colec­ción China nueva, Bogotá, marzo de 1960, hoy toda una curiosidad pa­ra bibliófilos). El corolario dc la reseña apuntaba a mostrar la validez y vigencia del enfoque insurreccional de la guerra prolongada y el cerco de las ciudades jjor el campo. Sin embargo, como lo ha mostrado coherentemente Eduardo Pizarro en su libro sobre las Farc, no jjarece cjue los núcleos embrionarios de lo que serán más adelante las Farc se hayan guiado por un modelo histórico predeterminado en su estrate­gia insurreccional. Conservaron hasta bien adelante su concepción de autodefensa camjjesina, dejando a la vanguardia obrera, y a la lógica de la combinación de las formas de lucha, el meollo de la estrategia.

No hay argumentaciones igual de explícitas para el caso de las Farc sobre su interpretación de las condiciones sociales de las regiones en que ha logrado implantarse, ni acerca dc las condiciones en que busca su exjjansión. Tamjjoco referencias directas a la constatación demo­gráfica como la que citábamos del ELN, o directrices particulares para el trabajo urbano. La directriz jjara la configuración de frentes, así como un ¡jrincipio de adscripción al territorio en cjue operarían, pro­vienen de la V Conferencia de 1973.

Aparte de la retórica revolucionaria de la primera época en que la cuestión agraria era el componente determinante, lo que se encuentra más recientemente es un esfuerzo por refutar las caracterizaciones que los jjresentan como la vanguardia armada del proceso colonizador. Como si hubiesen hecho mella en su línea argumentativa las afirmacio­nes de varios investigadores sociales sobre la colonización como una válvula de escajjc en la ¡jresión jjor la Reforma Agraria integral y de

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ésta como un objetivo más reformista que revolucionario, en los co­municados más recientes de las Farc el propio concepto de coloniza­ción es refutado, y presentado negativamente. (Por ejemplo en Resis­tencia, órgano informativo del Frente XXXII, octubre de 1992).

El equivalente de las rectificaciones estratégicas lo constituye en es­te caso el conjunto de orientaciones de la VII Conferencia (1982) que implican la reformulación de objetivos políticos, de estrategias opera-cionales y de directrices tácticas. Como se sabe, de allí proviene la pre­tensión de conformarse como ejército, de formular como una meta posible en el futuro el desarrollo de una guerra de movimientos y de posiciones (por ello se le añade a la sigla tradicional la partícula EP).

Dicho nuevo modo de operar incluye una relación más directa con las reivindicaciones locales y regionales de las áreas en que actúan los frentes, así como reforzar el trabajo político, prohijar y aupar las orga­nizaciones legales surgidas en las zonas donde actúa cada frente (siempre que se puedan controlar) y desarrollar acciones ostensible­mente de cara a la población. «Combinar la acción militar con todas las demás luchas de masas», es la enunciación que le da Jacobo Arenas.

La directriz acerca del desdoblamiento de los frentes parece ubi­carse hacia 1979, y resulta del crecimiento comprobado en varios de ellos. Sin detrimento de la movilidad de las columnas y de los propios frentes, la directriz conlleva una relativa adscripción a un territorio de­limitado, aun cuando la delimitación, como se verá más adelante para un caso representativo, Urabá, está basada ante todo en la ubicación respecto de vías de entrada de armas, en el paisaje natural, en la topo­grafía y en la orografía regionales, así como en la creciente importan­cia del banano y de la agroindustria que lo exjjorta.

Como ha sido reconocido, el desdoblamiento de los frentes ad­quiere el carácter de una directriz para todos ellos, en el curso de la negociación de los acuerdos de La Uribe y a favor de las ambigüeda­des contempladas en el cese al fuego. La coyuntura fue propicia y su aprovechamiento óptimo. Pero no se trataba de una duplicación de es­fuerzos con los mismos efectivos, o su dispersión en el territorio más amplio; la consolidación que se llevó a cabo en la mayoría de los casos evidencia que cada uno de los desdoblamientos fue cuidadosamente preparado, y precedido de la construcción de la infraestructura políti­ca clandestina indispensable, acompañada de una campaña sistemática de reclutamiento de nuevos efectivos.

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Un protagonista de la directriz del desdoblamiento de los frentes, y quien como jefe de uno de ellos (el V frente, formado en torno a Apartado) contribuye a su desdoblamiento para conformar el frente XXXV, describe así el territorio que le corresjjonde al segundo de los mencionados:

Parte de Antioquia y Sucre, margen derecho del río San Pedro, por el norte hasta la desembocadura del San Jorge, parte de Peque, y de Ituango...1"

La jjarticular complejidad del conflicto en la región de Urabá, el entrecruce de siglas y áreas de influencia, tiene que ver, entre otras cosas con el hecho de que para cada una de las organizaciones guerri­lleras es la mejor salida al mar, y la ruta de ingreso más segura para el aprovisionamiento de armas y municiones, como se desprende clara­mente del conjunto de los testimonios consultados. Hay, claro, apre­ciaciones en contrario, basadas en la porosidad de todas las fronteras y en la impunidad creciente en el tráfico clandestino de armas; pero los testimonios regionales son reiterativos y elocuentes al respecto.

Es poco lo cjue se ha podido hallar hasta ahora acerca de la disiden­cia del EPL que lideraba —hasta ser detenido— Francisco Caraballo, como no sea la anotación, más bien obvia, de cjue con la cobertura de la Coordinadora, y el apoyo de las otras dos organizaciones, jjrocuró asentarse en las áreas dejadas por el grueso del EPL que se reinsertó.

Los contactos del ELN con el entonces frente Francisco Cárnica del EPL en la zona dc 1979 fueron particularmente estrechos en 1979 en la zona del bajo Cauca, y durante mes y medio al menos, según los rela­tos, los dirigentes del jjroeeso de reestructuración del ELN, Manuel Pérez y Nicolás Rodríguez Bautista, permanecieron en Córdoba, exa­minando las relaciones entre el EPL y sus organizaciones populares.

¿Qué han significado los intentos dc la coordinación de las fuerzas guerrilleras para la distribución territorial de las organizaciones que integran la Coordinadora y para sus resjjectivas estrategias de expan­sión territorial? Si la conformación en mayo de 1985 de una Coordina­dora Nacional Guerrillera projjició un acercamiento entre las organiza­ciones distintas a las Farc, a la vez definió áreas de influencia o zonas es-

3 Entrevista cedida por Carlos Miguel Ortiz, hecha el 6 de abril de 1992 a un ex-comandante del V frente de las Farc.

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La violencia organizada

tratégicas para cada una de las integrantes, y procuró eliminar las fric­ciones y las luchas territoriales que se habían presentado intermiten­temente hasta comienzos de los 80. Particularmente, los enfrenta-mientos en Arauca, a finales de 1981 y comienzos de 82, entre el ELN y las Farc, en busca de una hegemonía en las áreas adyacentes a la ex­plotación petrolera, así como al conflicto que se había presentado de modo intermitente en Urabá. Significó además la organización de ac­ciones conjuntas (se cita a modo de ejemplo el asalto a Urrao, en no­viembre de 1986 por destacamentos del M-19 y del EPL).

Desde su conformación en septiembre de 1987, la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar planeó y llevó a cabo algunas acciones con­juntas (como las realizadas por el EPL y las Farc en agosto de 1988, en Urabá), si bien —según los datos de que se dispone— no dio lugar a otras acciones significativas. Desde el 2o semestre dc 1992, sus dos in­tegrantes principales, las Farc y el ELN, cesaron de desarrollar acciones militares a través de la Coordinadora y volvieron a sus acciones típicas e individuales. Pese a todo, la Coordinadora ha propiciado la redistri­bución territorial y la sumatoria de esfuerzos para la ocupación de los territorios en los que los grupos reinsertados han dejado la acción ar­mada. La existencia de tal grado de coordinación, por imperfecto que sea, significa ante todo una posición negociadora común, como se demostró en las tres rondas de Caracas, en donde la convergencia so­bre áreas estratégicas potenció la presión guerrillera sobre ellas. En buena medida, la desproporción entre lo ofrecido y lo demandado en cuanto a territorio para la distensión tenía que ver con esa sumatoria, con ese refuerzo recíproco en la expansión de las zonas estratégicas de cada una de las organizaciones.

LOS FACTORES DE LOCALIZACIÓN: EL PANORAMA HASTA 1993

Más allá de la clara contraposición que se presenta en los meses de ju­nio y septiembre de 1991, entre la exigencia gubernamental que condi­ciona el cese al fuego a la definición circunscrita de áreas de localiza­ción para los 96 frentes guerrilleros identificados, y la renuencia de los voceros guerrilleros a aceptar parámetros que asocien el número de hombres en armas, o de acciones desarrolladas a lo largo del tiempo con un territorio circunscrito, lo que subyace es una diferencia en el objetivo político, en el enfoque estratégico de las partes.

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Tercera parte

Ni entonces ni ahora se avizoran mediaciones. Desde las primeras tratativas de paz en el gobierno de López Michelsen, cuando se discu­tían las condiciones para acordar el estatus de beligerancia que se le otorgaría a la guerrilla, la dificultad ha estribado en reconocer ese te­rritorio con un carácter circunscrito. He ahí un nudo gordiano que en cnanto a la aplicación del derecho humanitario puede zanjarse si se es­tablece la asimetría entre las partes: cualquiera que sea la actitud de los agentes organizados de violencia, quien ha de velar por su ajjlica-ción, el principal responsable de la aplicación de ese capítulo del dere­cho, es el Estado. Con todo, ello en sí mismo no resuelve las dificulta­des de la negociación.

Una de las comprobaciones iniciales, al revisar las estadísticas acu­muladas desde 1987 acerca del comportamiento de la acción guerrille­ra para cada una de las organizaciones y expuestas espacialmente, es que no parece haber una jjauta de asentamiento, o una coincidencia con alguna de las demarcaciones territoriales. Ni el dispositivo actual del ELN, ni el de las Farc, puede explicarse en función de un criterio territorial, o de unas características sociales predominantes a nivel re­gional.

Pero tal vez haya de rejjrimirse la tentación fundamentalista —o el nihilismo metodológico— de afirmar que la guerrilla está en todas par­tes, y parafrasear el proverbio pojjular, agregando: «Y no se la puede medir...» Tan importante como comprobar que actualmente la guerri­lla puede hacer jjresencia en todo tipo de municipios, es comjjrobar las metas puntuales que se fija jjara su expansión, etapa por etapa, dis­cernir su estrategia territorial examinado en qué clase de municipios ha crecido con mayor rapidez. Establecer sus pretensiones territoria­les, entender en qué grados y matices está cumjjliendo sus propias me­tas de exjjansión, hace vislumbrar un princijjio de negociabilidad.

A este respecto, se revelan ya algunas tendencias en la detallada cronología descrijjtiva que se ha ido elaborando en las dependencias que han tenido a su cargo la negociación jjor la jjarte gubernamental desde 1987. De ese consolidado empírico se pueden extraer algunas conclusiones —más bien tentativas— ya sugeridas en los escritos de Camilo Echandía y Rodolfo Escobedo:

1. Que en cl jjeríodo estudiado la guerrilla ha incrementado su presencia en municipios con un mayor grado de desarrollo, y que ad­quiere una significación ¡jarticular el crecimiento que ha obtenido en

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La violencia organizada

los municipios con predominio de agricultura comercial: esto indicaría todo un propósito estratégico.

2. Que lo anterior no significa que haya disminuido su presencia en las áreas tradicionales de asentamiento, en los municipios con predo­minio de colonización, sino que la ha diversificado. Contribuye a acla­rar esa diversidad la clasificación adoptada por Santiago Escobar (en el documento ya citado) cruzada con el criterio histórico: los municipios en cuyo territorio la guerrilla se implantó inicialmente vienen siendo áreas de refugio; los municipios en donde adquirió una presencia signi­ficativa antes de 1985, aproximadamente, se han convertido en áreas para la captación de recursos —o de aprovisionamiento logístico—; y, por último los municipios a donde busca expandirse y consolidar su in­fluencia se convierten en áreas preferentes para la confrontación armada.

La anterior clasificación es consistente con la establecida por Nay-lor (también citada arriba). Accesoriamente, ello nos sugiere que a esa diversificación territorial y a las crecientes necesidades logísticas y de comunicación, le ha correspondido en el plano organizativo una tam­bién creciente especialización y exigencias operativas específicas para cada región. Dado el volumen de recursos que se maneja, la actividad económica continuada exige un cuadro administrativo cada vez más complejo —Jacobo Arenas mencionaba ya en 1982 la existencia de un portafolio de inversiones en entidades financieras internacionales—. La guerrilla ha desarrollado nuevas ramas de su esquema organizativo y ha asignado cuadros especializados para ello. Los testimonios del ELN, por ejemplo, mencionan una menor proporción de hombres en armas respecto de los dedicados al trabajo político y al soporte logístico y de comunicaciones. Las decisiones organizativas de las Farc en 1993, a nuestro parecer, van en el mismo sentido.

3. Persisten apreciables diferencias en lo que Santiago Escobar de­nomina el índice de nomadismo. Excluida ya la guerrilla del Quintín La­me —la de menor grado de nomadismo entre las que han existido, la más circunscrita territorialmente hablando— puede considerarse que el dispositivo del ELN, menos disperso en el territorio, más referido a lo en su lenguaje se denomina nuestra zona estratégica, revela un menor nomadismo que el dispositivo de las Farc. En su intervención en el pleno ampliado del Estado Mayor Central de las Farc el 29 de diciem­bre de 1987, esa ambigüedad organizativa la expresaba Jacobo Arenas cuando propendía por la organización de bloques de frentes y bloques de compañías móviles estratégicas pero a la vez subrayaba que las de las Farc

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Tercera parte

«son fuerzas eminentemente irregulares forjadas para la guerra de guerrillas móviles; su movilidad tiene que ser total y absoluta, cuanto más irregulares y móviles sean las guerrillas mayor será su fuerza».

4. Sin perjuicio de las diferencias ideológicas, que subsisten, se ha venido produciendo una unificación en la estrategia política de las or­ganizaciones guerrilleras. Se asemejan cada vez más en su manera de concebir los vínculos entre la acción militar irregular y la acción legal, y en su propósito de ejercer un ascendiente en los poderes locales de las áreas en donde tienen presencia. La combinación de todas las formas de lucha ya no es monojjolio o distintivo ideológico de una de ellas; y con leves variantes el proceso electoral, da lugar a la jjarticijjación cre­ciente."'

En lo territorial, eso significa cjue las organizaciones guerrilleras es­tán sometidas a las contrajjrestaciones —y al desgaste— propios del juego político legal: tendrán que ser juzgadas ¡jor los recursos públicos que han llegado a controlar y por las realizaciones de las administra­ciones locales bajo su influencia. Si se presentan como un elemento de renovación, si se erigen en veedores de las administraciones locales y pretenden mayor efectividad que la veeduría ciudadana gracias al po­der de coacción de que disponen, esto no significa que puedan ejercer ese poder de manera inconteslada. Las acciones dirigidas contra alcal­des y concejales en los municipios a cuyo control asjjiran, pueden con­tribuir —en efecto y en el corto plazo— a dejjurar las administraciones locales mediante la intimidación directa, pero a la vez involucran a la guerrilla en el día a día administrativo; debido a ello no pueden sus­traerse al juicio sobre otros efectos menos inmediatos, y sobre la ges­tión emprendida jjor aquellos administradores y poderes locales cjue influyen o controlan.

'' A ese respecto es elocuente el testimonio dc Nicolás Rodríguez Bautista, en la entrevista de Carlos MEDINA GALLEGO; bajo el ajjartado que se titula "¿Todas las vías están cerradas?" se formula exjilícitamente el abandono dc la anterior orienta­ción, que excluía o condicionaba el trabajo político legal y los vínculos con la ac­ción reivindicativa legal.

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Los paramilitares como agentes

organizados de violencia: su

dimensión territorial Fernando Cubides

UNA INELUDIBLE DISQUISICIÓN SEMÁNTICA: OLIVOS Y ACEITUNOS

I I J l I l J I U U C l a O / , M C 1 1 U U J.VJL1111SL1CJ CCC U U U 1 C 1 1 1 U , ^ C s t U ^ l a v i l l c l 5 U 1 -

prendió al país con el reconocimiento de la existencia de por lo menos 140 organizaciones oue baio el rótulo de autodefensas combatían de

O 1 J

modo irregular contra las agrupaciones de izquierda legales o ilegales: tan sorprendente como el reconocimiento fue la cifra revelada, que daba cuenta de la rápida propagación de una modalidad de organiza­ción armada, de signo ideológico en el otro extremo del espectro polí­tico y con amplia presencia en el territorio nacional. Si el día inmedia­tamente anterior a esa declaración oficial su propia existencia era puesta en duda, de lo que se trataba después era de ofrecer una expli­cación elemental a tal pluralidad y dispersión.

El informe tenía visos de ser exhaustivo a la fecha, pero como suele ocurrir con esa clase de organizaciones, la detallada enunciación de nombres y características operativas no iba acompañada de una infor­mación igual de precisa acerca de su ubicación o de sus nexos con or­ganizaciones legales. De todos modos, el reconocimiento representó un viraje significativo en la política gubernamental; desde entonces fi­gura en toda la literatura sobre el tema como la primera referencia precisa y oficial: tiene ya un valor antológico. La discusión acerca de su naturaleza, de sus fines, de la estrategia de la que eran un instrumento —o de la que estuviesen gestando de modo autónomo— no hizo más que intensificarse.

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El cjue la gestación de muchos de esos grupos estuviese amparada por una norma legal, a primera vista contribuía a avalar la sospecha de que su creación obedecía a un jjrojjósito estratégico pero subterráneo. Gran parte de la discusión derivó al campo de significación del rótulo de autodefensa empleado en la norma, al cual se acogían muchos de ellos. Desde el otro flanco, voceros de la izquierda y muchos defenso­res de los derechos humanos adoptaron el término de paramilitares jjara designar a estos grupos. En el jjrimer caso la connotación se em­pleaba con fuerza jjolémica y quería subrayar que todas ellas hacían parte de una estrategia surgida en el jjropio seno de las Fuerzas Ar­madas, por ende conllevaba una inculpación. En el segundo caso, no necesariamente se implicaba ello, pero se acogió la denominación por su carácter comprensivo, unívoco y técnico: designa a todos los grujjos armados irregulares que se jjroclaman defensores del sistema, cjue jus­tifican su existencia por el jjropio carácter irregular del ojjerar de la guerrilla, y en directa contraposición a ella, defienden patrimonios y territorios que ésta amenaza o donde ha actuado. Por lo demás, es la connotación cjue el fenómeno tiene en un jjlano más universal: irregu­lares de Estado. No es una paradoja ni un contrasentido: como lo mues­tra la literatura que existe sobre el tema, abarca a todos aquellos gru­pos armados que se jjrojjonen suplir las funciones estatales, ajjuntalar un orden social amenazado, y actuar en forma paralela a las institucio­nes vigentes contra quienes las atacan, así sea infringiendo la propia legalidad que dicen defender.1 Son por lo tanto grujjos que aspiran a replicar los métodos y tácticas de las organizaciones guerrilleras y su actividad bélica pretende estar en coordinación con la acción legal de organizaciones políticas ideológicamente afínes.

Tal vez no sea superfino recordar cjue cuando adquieren sn jjrime-ra proyección jjolítica, a finales de julio de 1987, no existía claridad acerca de sus fines y del tipo de acciones que desarrollaban. A raíz de su salida a la luz pública, su existencia fue saludada por un editorial de El Tiempo, el 30 de julio de ese año, titulado El derecho a la defensa; allí

En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, se ha estudiado en detalle la tra­dición del american vigilantism, tal como se puede ver en el cajiítulo respectivo de The History of Violence in America (A report to the national Commission on the causes and prevention of violence), Bantam Books, 1969. Para las manifestaciones más re­cientes, ver "The new revolutionaries" de Gary WlLLS en The New York Revino of Bo­oks, agosto 10 de 1995.

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se hacen aseveraciones de cierto vuelo teórico-naturalista como las si­guientes:

El libro El sentido de la agresión de Konrad Laurens (sic) muestra cómo el ser viviente, sea racional o irracional, lleva en lo más profundo de su sentimiento el instinto de defensa de su territorio. Nadie puede tocárselo. Por eso los animales, como el hombre, fijan sus zonas para que el enemigo no las ocupe, y cuando lo hace las defiende hasta la muerte. El bandolerismo está llegando a las zonas de los camjjesinos, agricultores, hacendados de todas las categorías, irrumpe en sus terre­nos. Lo que ha hecho el Ejército es dotarlos de las armas necesarias pa­ra detener esos abusos.

En la medida en que se comprobaba cómo la violencia que ejercían dejaba de ser en defensa propia e interfería v retroalimentaba con otras, su inconveniencia comenzó a entenderse. Una de las recomen­daciones concretas del trabajo Violencia y democracia era precisamente abolir la norma legal, el Artículo 1 de la Ley 48 de 1968, que había permitido su existencia y posibilitado su desnaturalización. Cuando se acoge la recomendación, con los decretos-leyes 813, 814 y 815 de abril de 1989, que ponen fin a la ambigüedad de su existencia legal, no se ha suprimido el eufemismo: en el enunciado del primero se insiste toda­vía en la diferenciación semántica al prohibir los «grupos de autode­fensa o de justicia privada equivocadamente llamados paramilitares».

En sucesivas y posteriores declaraciones, ya en situación de ilegali­dad, un comunicado de las autodefensas firmado el 27 de marzo de 1990 en las montañas del Magdalena Medio seguía invocando el derecho anterior y aportando su cuota a la confusión semántica al denunciar

La perversa confusión de un lenguaje que sustituyó el término de autodefensa como expresión natural y jurídica del instinto de conserva­ción y del derecho de defensa."

Todavía en buena parte de la literatura y en la propia base de datos a nuestro alcance para el período 1985-1993 de las Estadísticas generales sobre la violencia en Colombia, se persiste en denominar a estos grupos como de autodefensa, al mismo tiempo que se afirma que «las expe­riencias en el pasado muestran cómo degeneran en bandolerismo y se

Publicarlo en El Tiempo de marzo 30 del mismo año,

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constituyen en actores que pasan de la actitud defensiva a la ofensiva generando violencia», como se afirma en el documento Violencia, y De­sarrollo en el municipio colombiano 1987-1993, dc la Presidencia de la Re­pública, que fue la base jjara nuestro análisis. Si tales son las experien­cias, en aras de la claridad conceptual proponemos cjue se abandone una denominación que es imprecisa por lo eufemística.

La denominación paramilitar se ha ido abriendo jjaso independien­temente de la primera acejjción polémica e inculjjatoria, porque es lo suficientemente genérica para englobar todas las modalidades y las va­riedades regionales de esa clase de organizaciones armadas. Quienes se hallen persuadidos de su inconveniencia, del carácter contraprodu­cente de sus acciones para la pretensión estatal de detentar el mono­polio de la fuerza legítima, no jjodrán encontrar en el prefijo para otra cosa que su connotación literal: la alusión a su existencia jjaralela (y como es archisabido las paralelas por definición no se locan) y no ne­cesariamente una sindicación de que, necesariamente las que existen en la actualidad, estén siendo en promovidas por el ejército o estén coordinando su acción con la acción de las fuerzas militares.

Aunque la denominación de paramilitares no le satisfaga a la Comi­sión para la Superación de la Violencia por su carácter genérico, preci­samente es ese carácter cl que permite abarcar, que no esconder, to­dos los contenidos que ella misma propone:

Una gran variedad de conductas y alianzas entre intereses privados y organizaciones armadas, que se sitúan entre dos polos de acción: la iniciativa local de propietarios y empresarios y la conducta de miembros de las Fuerzas Armadas.3

Por cierto que, como se ha comprobado, una de las imprecisiones en que incurría el editorial citado arriba al apoyarse en la otología de los machos territoriales de Lorenz era enfatizar esa adscrijjción terri­torial fija, el carácter muy circunscrito del territorio donde actúan. Como se puede inferir de los datos, si han logrado persistir pese a las acciones represivas y judiciales que se les han dirigido es precisamente jjor su ubicuidad, por su trashurnancia a lo largo y ancho de varias re­giones. El rejjlicar de una manera cada vez más metódica al modo de operar de las guerrillas, el asimilar la guerrilla como técnica de hacer

3 Pacificarla Paz, Santafé de Bogotá, 1991, p. 189

204

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la guerra es, claro está, la clave de su expansión y del grado de control territorial que han conseguido.4

Si las primeras manifestaciones concretas daban cuenta de 17 vere­das del municipio de Campoalegre en donde se habían organizado, y las formadas en el Magdalena Medio tenían su epicentro y su aparato logístico en el casco urbano de Puerto Boyacá, al entrar en situación de ilegalidad la ubicuidad se impone y, parafraseando a la guerrilla, firman sus comunicados en las montañas del Magdalena Medio o en al­gún lugar de Colombia.

La propia movilidad que adquieren es un indicio más de su solven­cia financiera y logística, la sofisticación creciente de su estructura y de su capacidad para mimetizarse en regiones muy diversas. Hacia abril de 1989 su ubicación abarcaba el eje Urabá-Córdoba-Bajo Cauca-Magdalena Medio-Meta y era perceptible ya un propósito de expan­sión, con la fundación de escuelas de entrenamiento en Puerto Boya­cá, en Cimitarra, y en las cercanías de Puerto López (Meta). En los re­tazos de ideología que podían extractarse de sus documentos, una afirmación que se reiteraba era la del fracaso de los distintos procesos de paz emprendidos con la guerrilla, un fracaso que medían en el nú­mero de frentes y el número de efectivos con que ahora ésta contaba.

Es bien probable que la profusión de alias y de siglas, tenga que ver con que, dada su menor trayectoria y lo fragmentario de la base social en que se apoyan, se esmeren en sacar partido de las ventajas organi­zativas con que cuentan, de la movilidad y de las redes construidas a su favor. Lo cierto es que a la hora de analizar su número en su adscrip­ción territorial, hemos hallado la mayor discordancia en las cifras. Mientras que las primeras referencias históricas son muy concretas (las 17 veredas que mencionanros y personas con nombre propio que apa­recen como responsables), a medida que el fenómeno se intensifica y se propaga, los intentos de mensurarlo se tropiezan con la indefini­ción.

Simultáneamente, según se puede inferir de información publicada por la prensa y los documentos de las llamadas Tres Cumbres Nado-

Es un tema que ha seguido explorándose por parte del autor de éste capítulo en dos artículos posteriores: "La estiategia de los paramilitares" en el libro colectivo de Ediciones Uniandes, y "De lo privado y de lo público de la violencia colombia­na: los paramilitares" en otra obra colectiva, Las violencias: inclusión creciente. CES, Universidad Nacional, 1998.

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nales del Movimiento de Autodefensas, en la asamblea de la mayoría dc los grupos cjue existen, la cual tuvo lugar en Cimitarra —en donde se llevó a cabo la primera cumbre en diciembre de 1994— ya en ese momento se había convertido en un propósito el conformar un orga­nismo coordinador a nivel nacional, y junto con él, darse una estructu­ra jerárquica, que controlara los particularismos locales y regionales, y corrigiera la tendencia centrífuga al que han estado abocados a tenor del interés privado cjue les dio origen. El reclamo de una negociación jjolítica, que se encuentra en el Documento de la Ia Cumbre, salvo la referencia a 23 frentes ubicados cn Córdoba y Urabá (9 de ellos), Ce­sar (2). Santandercs (5 frentes), Meta, Casanare y Arauca (un frente cada uno), Magdalena Medio (2 frentes) y Putumayo (2 frentes)— elu­de cualquier otra jjrecisión o adscripción. De ahí que las cifras varíen enormemente dependiendo de la fuente, y del jjeríodo a que se refie­ra.

Las cifras consultadas oscilan, para el año inmediatamente anterior, entre 80 grujjos en otros tantos municipios, y 373 municijjios con su presencia.5 En cuanto a la negociabilidad dc sus pretensiones políticas, desde que el actual candidato liberal Horacio Serpa era Procurador, en 1989, se ha reiterado la tesis gubernamental acerca de que los pa­ramilitares no son delincuentes jjolíticos y que ninguna de las tipifica­ciones del delito con móviles políticos —rebelión, sedición o asonada— se les puede aplicar a sus acciones. En la medida que ha pasado el tiempo, en cualquier caso, la reiteración del jjrincipio se va quedando corta, pues tampoco jjueden ser asimilados a la delincuencia común: han sido capaces de desarrollar acciones bélicas de tipo irregular, de manera coordinada, sujetos a disciplina y parecen contar con una es­tructura de mando.

En ese intento organizativo han procurado a la vez distanciarse de aquellas acciones brutalmente criminales que les dieron mayor reso­nancia internacional: las masacres, que con propósitos intimidatorios y ejemjjlarizantes, dirigieron de manera específica contra el EPL y los sectores que lo apoyaban. De lo que hay poca duda, tras 7 años de re-

7 Ver por ejernjilo la sejjarata Usted decide, de El Tiempo en el apartado "Justicia privada y violencia: ¿Cómo entienden los candidatos a la Presidencia cl problema del paramilitarismo?" mayo 25 de 1994. Allí se onece la ciña de 373 municijjios jjara el jjeríodo 1985-1991. La cifra de 80 es acogida jjor el Documento Base de nuestro análisis.

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gistro del fenómeno, es que en cuanto a estructura organizativa, en cuanto a orientación estratégica, y en cuanto a la manera de entender la territorialidad, los paramilitares, con un signo ideológico del todo opuesto, calcan los respectivos componentes de la guerrilla.

¿EN QUÉ TIPO DE MUNICIPIOS SE REGISTRAN ACCIONES DE PARAMILITARES?

De la discordancia que se anotó arriba no está exenta la base de datos que se nos suministró para este estudio. En tanto que el documento analítico se refiere a un total de 80 municipios con presencia de gru­pos de autodefensa, de los cuales el 88% se ubican en las zonas rurales y atrasadas de la clasificación de Stollbrock, en los listados en que se discriminan lodos ios agentes organizados columna por columna y su existencia a nivel de municipio, fila por fila, la cifra total varía sensi­blemente: aparecen 272 municipios.

Al aplicar enseguida la clasificación más detallada del Dañe y los es­tudios de pobreza, más aptos para captar los grados de desarrollo eco­nómico y las variaciones en la dinámica regional, la distribución varía sensiblemente: el 19% de ellos queda ubicado en municipios con pre­dominio de agricultura comercial y empresarial, 13% de ellos en don­de predomina el campesinado medio acomodado y el 5% en ciudades secundarias o centros de relevo. Es una diferencia que, nos parece, habla en favor de aplicar la segunda de las tipologías para los demás agentes organizados de violencia. La de Stollbrock, con su valor pione­ro, al aplicársela para dar cuenta de las relaciones que cualquiera de los agentes organizados tienen con las regiones y los municipios, ofre­ce un panorama difuso, tiende a avalar la explicación estructuralista más tradicional (la pobreza, la ausencia del Estado). De seguro sigue siendo útil para ilustrar la dicotomía urbano-rural, pero ya no resulta acorde con las formas intermedias.

Hechas todas las salvedades, al aplicar la lista de los 273 municipios con algún tipo de presencia paramilitar para el período 1985-1993 (que era la información de que disponíamos hasta el momento que redac­tamos el presente texto con miras a su edición), y atendiendo a la ca­tegorización del Dañe, obtenemos la siguiente distribución:

Una primera comprobación al cotejar la anterior distribución con la que para ese mismo período hizo Camilo Echandía sobre la guerrilla {Municipios con presencia guerrillera según estructuras y grados de desarro-

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lio) y la que elaboramos {jara la jjresencia de tierras de narcos (ver el cuadro Distribución de municipios en donde hay tierra de narcotraficantes según categoría, socioeconómica del capítulo siguiente, JJ. 218) es cjue el orden de importancia varía jjero las projjorcionalidades en las jjrinci-pales categorías son significativamente semejantes.

Al agrupar por departamentos, para el caso de Antioquia, Boyacá, Santander, Huila, Tolima, Cacjuetá, Valle y Chocó, resulta claro que la jjresencia de ICJS jjaranúlitares coincide en líneas generales con la de la guerrilla; al clasificar jjor categoría de municipio, tal semejanza se mantiene: en 1994 la guerrilla está jjresente en el 48% de los munici­jjios con predominio de latifundio de la Costa Caribe, en tanto cjue los paramilitares lo están en el 43.9% de ellos.

Pero el orden de importancia que adquiere cada categoría de mu­nicipio para la organización resjjectiva es también significativo y tal vez informe más acerca de las bases sociales en las que se apoya o en las que pretende tener arraigo; así, mientras la guerrilla ha incrementado su presencia en la última etapa en los municipios de campesinado me­dio cafetero, en las ciudades secundarias y en los municipios de agri­cultura comercial con predominio de población urbana —en ese or­den— las categorías en importancia de presencia de paramilitares res­ponden a una pauta más tradicional: es la periferia y, de manera carac­terística, son aquellos municipios en donde la endeblez institucional, la precaria presencia del Estado ha sido un reclamo permanente.

En ese sentido, el dispositivo que adojjtan parece responder más bien a una de las jjocas declaraciones en que han balbuceado su razón de existir, territorialmente hablando:

No es, como dice el Ministro de Gobierno, que nosotros estemos suplan!anclo al Eslado. Lo que estamos pidiendo es cjue venga el Estado a reemplazarnos a nosotros, que estamos aquí precisamente [jorque no hay Estado1'

Resulta más bien obvio comprobar que en 10 de los 18 municipios que como equipo catalogamos dentro de los más violentos, y en 42 de los 55 cjue consideramos relativamente violentos, hay presencia de los grupos paramilitares. Puede ser incluso un ejercicio tautológico: al fin

' Declaraciones de Raúl, uno de los comandantes de autodefensas de Córdoba y Urabá, para Semana, febrero 28 de 1995.

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MUNICIPIOS C O N PRESENCIA DE PARAMILITARES EN EL PERIODO 1985-1993

47

42

31

28

28

16

13

12

12

I I

10

10

8

4

N=272

Tipo de Municipio en la tipología del Dañe

Municipios con predominio de latifundio Costa Caribe

Municipios con predominio de colonización activa interna

Municipios con predominio de minifundio andino deprimido

Municipios con predominio de campesinado me­dio no cafetero

Municipios con predominio de colonización activa de frontera

Municipios con predominio de agricultura comer­cial o empresarial y alta población urbana

Municipios con predominio de agricultura comer­cial o empresarial y alta población rural

Municipios que son ciudades secundarias

Municipios con predominio de minifundio costa Caribe

Municipios con predominio de minifundio andino estable

Municipios con predominio de campesinado medio cafetero

Municipios que son ciudades/centro de relevo

Municipios con predominio de colonización no activa

Municipios que son ciudades-centros regionales

*%

17.2

IS.4

11.3

10.2

10.2

5.8

4.7

4.4

4.4

4.0

3.6

3.6

2.9

1.4

100%

Nota: El primer porcentaje (*) es la proporción dentro de los municí violencia, el segundo (**) su proporción dentro de los municipios de NBI es la sigla del indicador de Necesidades Básicas Insatisfechas.

** %

43.9

72.4

15.5

16.1

38.8

46.8

28.8

38.7

38.7

7.6

16.6

47.6

20.5

80,0

m=

58.2

NBI-85

79.1

74.5

75.6

59.7

70.6

47.2

45,4

35.1

82.3

63.0

41.1

40.7

77.8

24.0

1

pios con este agente esa categoría. Como

NBI-93

69.9

57.6

57.2

44.6

57.6

33.2

23.6

21.2

62.5

57.4

33.7

33.4

66.3

18.0

m=

45,4

de se sabe,

y al cabo, y sin vacilación, dados sus antecedentes, la presencia de gru­pos paramilitares fue uno de los criterios principales para ubicarlos en dichas categorías.

Pero eso no nos conduce a simplificar las razones de su existencia, de su relativo crecimiento, que —en tanto los registros tengan alguna confiabilidad— paradójicamente es más significativo desde que fueron decla­rados ilegales.

Es muy sensible que en la primera versión de la Estrategia Nacional contra la Violencia (que como se sabe fue formulada y divulgada en 1991) no se r e señe siquiera una mención a este tipo de organizaciones armadas. Ciertamente, para entonces ya habían sido declaradas ilega-

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Tercera parte

les, pero no por eso dejaban de existir: en ese mismo año, aun cuando había descendido el número y esjjectacularidad de sus acciones (las masacres ejemplarizantes tuvieron su máxima frecuencia en 1988 y 1989), se habían desplazado a otras zonas del país (como el Putumayo) y habían incrementando su diversidad regional. Si los informes dispo­nibles para la fecha daban cuenta fehaciente de los nexos de grupos de narcotraficantes con aquellas organizaciones con mayor arraigo regio­nal y a la vez con mayor cajjacidad logística, (las autodefensas del Magdalena Medio) y de rasgos de descomposición en su interior, así como de los goljjes que un organismo de seguridad como el DAS había projjinado a su disjjositivo, no por eso dejaban de constituir una ame­naza, también, en el 88 y en el 89. Otros informes sueltos jjodían ser interjjretados como síntomas de su recomposición; cn todo caso, en regiones circunscritas (entre ellas la misma donde se habían obtenido tales éxitos) no podía afirmarse que hubiesen desajjarecido las condi­ciones cjue favorecieron su surgimiento.

He ahí porqué, dada su persistencia y su mayor diversidad en pre­sencia regional en la 2" fase de la Estrategia {Seguridad para la gente, Presidencia de la Rejjública, noviembre de 1993) se destinan dos jjárra-fos a la definición de los efectos sociales y políticos del accionar de los grupos de justicia privada, y a las nietas para contrarrestarlos. Encon­tramos allí, de modo sintético, un acertado diagnóstico acerca de la forma en que surgen y de los componentes que han llegado a integrar­los hasta ese año; se excluye eso sí cualquier tratamiento que se aseme­j e al de delincuentes con motivaciones políticas: se enuncia, de una parte, la localización, captura y jjrocesamicnto judicial jjara sus cabeci­llas, el sometimiento a la justicia —y eventuales rebajas de pena— para aquellos cjue colaboren con las autoridades, y la sanción «a los funcio­narios jjúblicos que contribuyan a la acción de grupos de justicia pri­vada». Aun siendo necesario, el tratamiento puede resultar insuficien­te: da por descontado cjue la cajJtura de los cabecillas y el rendimiento de los demás miembros de las organizaciones existentes por una suer­te de efecto-demostración, harán desaparecer las circunstancias regio­nales que propiciaron su existencia.

Como lo ha demostrado el debate acerca de la eficiencia de la justi­cia, una solución genuina jjosiblemente conlleve más liemjjo y de se­guro requiere, además de ICJS ya mencionados, otros instrumentos; el princijjal de ellos, uno intangible: que la población de las regiones en que han surgido y encontrado resjjaldo recujjcre la confianza en el funcionamiento de la justicia regular, en la cajjacidad efectiva del Es-

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La violencia organizada

tado para mantener el monopolio, y para su empleo a la vez legítimo y legal. Cuestión de secuencia: sólo cuando se haya cumplido ese que fue declarado objetivo principal de la Estrategia Nacional contra la Vio­lencia, y enunciado como un objetivo a largo plazo, podrán considerar­se plenamente removidas las causas que han permitido el surgimiento de esa clase de organizaciones y desaparecidas las probabilidades de que surjan otras de ese tipo.

Siendo en sus orígenes un fenómeno puramente reactivo y una alianza entre los poderes regionales más tradicionalistas y reacios al cambio, su perdurabilidad tras la desaparición de aquellos barones de la droga que explícitamente hicieron de ellos piezas de una estrategia de desestabilización, su persistencia y su crecimiento han estado en función de los de la guerrilla: su persistencia no puede ser explicada sino como producto de una base social más amplia que la que le dio origen, jjor exigua que sea.

211

Page 211: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Las agrupaciones de

narcotraficantes como agentes

organizados de violencia: su

dimensión territorial Fernando Cubides

LA DISCUSIÓN. ¿CUÁNTO HAN CAMBIADO LOS

TÉRMINOS DEL PROBLEMA?

Uno de los criterios que se han tenido en cuenta de manera explícita a la hora de seleccionar áreas dc localización para los frentes guerrille­ros con miras a una eventual desmovilización, ha sido que la zona es­cogida no tuviese inversiones en tierras jjor parte de narcotraficantes. Como vimos, para el ejercicio de una geografía de la distensión el crite­rio cn cuestión complica de modo particular la escogencia. Parte de la dificultad es empírica: en la mayor jjarte de los casos la condición de narcotraficante es una presunción, no algo probado.

Se han obtenido cifras gruesas sobre el número dc municijjios en que existe inversión en tierras agrícolas jjor parte de narcotraficantes. La cifra, resultante de una encuesta en que los informantes son los ge­rentes regionales del Incora y el indicador indirecto las distorsiones cjue haya sufrido el mercado de tierras, difiere poco de la que se inclu­ye en los listados de la base de datos denominada Estadísticas generales sobre la. violencia en Colombia: mientras cjue la primera arroja 251 muni­cipios, la segunda abarca 239.

En la información básica de que dispusimos, una de las columnas — y por ende uno de los criterios en la clasificación de municipios según rangos de violencia— es la existencia de tierras de narcotraficantes. No obstante, al considerar la situación en su conjunto, o al hacer cálculos

212

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La violencia organizada

acerca de la extensión de tierras que les pertenecen, la cifra resultante es un estimativo sin posibilidad de corroborar. De uno a otro analista las apreciaciones oscilan para el último año del período en referencia entre uno y nueve millones de hectáreas. Pero la mayor dificultad pa­rece estribar en que una de las ventajas organizativas que poseen los narcos consiste en la existencia de una red de sociedades fantasmas y de testaferros.1

La totalidad de la literatura que se puede consultar sobre el fenó­meno del narcotráfico en diversas latitudes considera a la violencia un recurso consustancial, un medio específico, de la actividad narcotrafi­cante. Pero adviértase que se distingue, en el caso colombiano, entre una primera etapa en que el recurso a la violencia por lo general es controlado, que se ejerce en función del negocio, dado su carácter ile­gal y en lauto no existen recursos distintos para dirimir los litigios, y una etapa de expansión del negocio y de expansión territorial, en que la violencia se dirige contra grupos y sectores sociales que se les opo­nen en su pretensión de poder local. El carácter oligopólico de las empresas constituidas, así lo determina.

Mientras conserve las características de la primera etapa y la violen­cia se ejerza en función del mercado clandestino, el número de las muertes violentas que se le atribuyan y su peso específico como factor de violencia, no sería significativo. Precisamente eso fue lo que condu­jo a que en su etajja de gestación, al narcotráfico como actividad se lo subvalorara.

He ahí {jorqué, todavía a comienzos de 1980, a las acciones de los narcotraficantes se les ve como episodios, no dignos de figurar como registros independientes en la estadística criminal: apenas alcanzan a figurar con ribetes folclóricos en lo que subsiste como crónica roja o crónica judicial. De modo paralelo, los observadores tendían a consi­derar sus organizaciones como esencialmente móviles, prácticamente ubicuas, en función de las redes de distribución y de las conexiones in-

El interrogante, y formas tentativas de absolverlo han sido una preocupación constante en el trabajo de Alejandro REYES, autor, entre otros, del documento, "Geografía de la distensión", más recientemente ver sus artículos sucesivos: "Colombia no sabe cuánta tierra tiene los narcos" y "La compra de tierra por nar­cotraficantes" en PANORAMA, Iepri, abril y mayo de 1994, que incluyen sendos es­timativos.

213

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Tercera parle

ternacionales del negocio, pero sin una adscripción territorial conoci­da.

Las aspiraciones manifiestas de proyectar en la esfera política su poder económico creciente y la posibilidad latente de la extradición redundará en la conocida esjjiral de violencia a partir de abril de 1983. A partir de ése momento, se hace evidente la existencia de un princi­pio de coordinación entre distintos grujjos regionales, y según se ha recapitulado en diversas crónicas, se construyen aparatos militares es-jjecializados y capacitados. Se trata de una historia que no es inédita y sobre la cual existe un jjrecipitado válido de conocimiento, aun cuan­do subsiste la diferencia analítica sobre cl tratamiento que se les debe dar.

A la altura de 1987, cuando la violencia ejercida por los narco-traficantes comenzaba a proyectarse hacia afuera, y había consistido ante todo en asesinatos selectivos de personalidades políticas, los in­vestigadores de Violencia y democracia concuerdan en negar el carácter político y cualquier posibilidad de negociación con los grujjos de nar­cotraficantes constituidos. Se reconoce allí, en el apartado Narcotráfico y violencia, que las muertes producidas a jjersonalidades políticas, a miembros del poder judicial y a periodistas atribuibles a dichas organi­zaciones, alteran sensiblemente el orden público y conmueven a la nación; con todo, se reiteraba la no negociabilidad de la violencia generada jjor el narcotráfico por considerarla difusa en su realización, producto de actores individualizados y muy heterogéneos, y a favor de intereses puramente privados.

En la medida en que la violencia se intensifica, se impone una re­consideración. Vemos cómo en la Estrategia nacional contra la violencia, en pleno 1991, se acusa ya el efecto de una intensificación del conflic­to, y del emjjleo del terrorismo. No se da allí, y no se ha dado todavía, a las organizaciones de narcotráfico el estatus de organizaciones políti­cas, pero tampoco puede afirmarse que se las asimile sin más a las otras organizaciones de la delincuencia común. La simple desprojjor-cióu en los recursos que manejan, la jjretensión de influir en la nor­matividad constitucional que se está configurando y una presencia te­rritorial cada vez más perceptible, determinan un tratamiento especial. Se establece en dicha Estrategia una distinción entre la violencia projjia del narcotráfico como negocio y la «violencia perpetrada jjor las redes criminales jjropulsoras del narcoterrorismo» que acusa en ese mismo

214

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La violencia organizada

año una intensificación y una capacidad desestabilizadora tales que por momentos colocan a la guerrilla en un plano secundario.

Lo anterior parece corroborarlo el propio orden en que se enun­cian los objetivos políticos en la Estrategia nacional contra la violencia: tras enunciar como prioritario el fortalecimiento de la inteligencia a todos los niveles y en todos los organismos de seguridad por tratarse del elemento que se ha mostrado más débil en la estrategia anterior para enfrentar las diversas manifestaciones de violencia, se formulan, con prelación a las medidas de política frente a la guerrilla, las medi­das para enfrentar todos los eslabones de la cadena del narcotráfico. Se define el poder económico, bélico y la hegemonía territorial adqui­rida por los narcotraficantes como sin precedentes, con lo cual la con­cepción gubernamental del momento acusa el impacto que ha surtido ya para entonces ia estrategia desestauíiizadora que está llevando a ca­bo el narcotráfico.

Por cierto que en cuanto a estructura organizativa y al modelo de gestión económica, el documento persiste en una imprecisión: como lo han señalado algunos críticos, a las organizaciones empresariales creadas por los narcotraficantes se les continúa denominando allí car­teles, lo cual no corresponde ni a su estructura ni a la forma en que es­tá organizado el mercado. En todo caso, el tratamiento dista de ser eí recomendado 4 años antes: los términos del problema han cambiado y a las agrupaciones de narcotraficantes no se les puede tratar como a las demás organizaciones delincuenciales.2

No ha sido nuestro propósito participar en la discusión acerca de la política a seguir en lo penal y posiblemente no contemos con elemen­tos suficientes para ello. Se trata al fin y al cabo de una discusión de política criminal y de justicia. Las ambigüedades de los diálogos soste­nidos entre representantes del gobierno y voceros oficiosos de la cú­pula de una de las organizaciones del narcotráfico; aquellas otras am­bigüedades características del período en que la ofensiva narcoterro-

Ver por ejemplo lo que afirmaba ya en 1988 el actual gerente del Banco de la Rejjública cuando era columnista de El Tiempo: "Analicemos cuáles cuales son las condiciones que facilitan la creación de un cartel, o sea de un grupo que pueda controlar el mercado de un producto. En primer lugar la entrada de nuevos em­presarios al negocio debe ser muy difícil [...] Una segunda condición es el mono­polio de la tecnología [...] El negocio de la cocaína no tiene ninguna de las condi­ciones descritas ", Miguel L'RRUTIA, "El cartel de Medellín y la OPEP" en El Tiempo, maltes 7 de junio de 1988.

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Tercera parte

risla hacía una pausa y quienes la dirigían aceptaban que sus reivindi­caciones políticas y jurídicas fueran tratadas por una comisión de no­tables; la penetración sistemática cn cl Parlamento en busca de aliados abiertos o inconsútiles; todo ello en su significación política, en los al­cances que ha adquirido jjara el sistema jjolítico en su conjunto ha si­do analizado con destreza por Iván Orozco Abad, cn un artículo con un título harto significativo. Orozco Abad se vale de la metáfora del falso jugador —o jugador tramposo— {jara interpretar la actitud del narcotráfico en cl curso del proceso y diferenciarla de la de la guerri­lla, que estaría emblematizada por la actitud del enemigo del juego.3

Al conocer las interinidades y al ajjreciar los efectos, particu­larmente los políticos, tal vez no quejja duda ya de cjue a la violencia desatada por el narcotráfico es insuficiente considerarla difusa en su realización e individualista en sus móviles. Nos concierne en cambio de lleno el objetivo de evaluar y ponderar en el contexto del total de muertes violentas las producidas por las organizaciones de narcotrafi­cantes y su distribución territorial. Así mismo, evaluar el poder territo­rial que han alcanzado hasta el momento; eso lo permite la base de da­tos que consultamos —con las salvedades ya anotadas sobre el nivel de definición: no se capta el área que han acumulado, sino su presencia por municijjio—; a partir de ahí, son lícitas las inferencias acerca de su coincidencia con los otros factores de vicjlencia analizados.

Si bien se han establecido con nitidez los nexos entre las organi­zaciones empresariales de los narcotraficantes y los grupos paramilita­res, a efectos del presente análisis conviene tomarlos jjor separado; en verdad las organizaciones diseñadas expresamente para la participa­ción en el negocio, sus sistemas de seguridad y sus aparatos para el ajuste de cuentas responden a la lógica del mercado y a la estrategia empresarial de expansión, en tanto que los paramilitares responden a la estrategia de consolidación y ampliación del poder territorial y de sus bases sociales en la escala local, y por ende a una lógica de con­frontación con sus opositores a ese nivel. Como estrategias, se dife­rencian nítidamente, incluso en el tiempo: las organizaciones de nar­cotraficantes se convierten en agentes organizados de violencia cuan-

' Ver su artículo "Los diálogos con el narcotráfico: historia de la transformación de uu delincuente común en un delincuente político", en Análisis Político, N° 11, diciembre de 1990. Ver también el argumento, recogido con algunos complemen­tos en su libro ya citado, Combatientes, rebeldes y terroristas.

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La violencia organizada

do llevan ya un buen tiempo como empresas económicas y es en una fase de confrontación, tras varias frustraciones en su intento de pro­yectarse en el poder político y como un recurso de justicia privado frente a opositores o competidores potenciales, que dan el paso para la conformación de grupos paramilitares.

La ubicación de los municipios en donde coinciden las inversiones en tierras por parte de los narcos y la presencia de grupos paramilita­res puede verse en varios de los mapas que ha elaborado, con propósi­tos divulgativos, Alejandro Reyes.

Así mismo, éstas organizaciones aparecen con un tratamiento dis­tinto en cualquiera de las bases de datos o fuentes estadísticas consul­tables. Por ello, independientemente de los nexos que tengan entre ellas, es menester considerarlas de modo separado en cuanto factores de violencia.

¿EN QUÉ TIPO DE MUNICIPIOS INVIERTEN LOS

NARCOS?

Partiendo de la encuesta a gerentes regionales del Incora, Alejandro Reyes, en la primera de las publicaciones que dio a conocer sobre el tema, agrupa los 254 municipios, el total que arroja la encuesta, adop­tando una regionalización ad hoc, en donde se ha comprobado la compra de tierras debida a narcos por departamentos y regiones y se­gún las dimensiones. De allí resulta un orden de importancia que tiene que ver con los epicentros de las empresas ilegales: Antioquia (72 mu­nicipios) y el suroccidente: Cauca, Valle, Huila y Tolima (52 munici­pios); a partir de allí la distribución es más armónica. Una de las medi­das indirectas que se aplicó en dicha encuesta fue la existencia de dis­torsiones o fenómenos especulativos en el mercado de tierras de su ju­risdicción.

En nuestro caso cobra más sentido analizar la información y agru­par los municipios en que se presente la compra de tierras por narcos, teniendo en cuenta las categorías socioeconómicas del Dañe, dadas las ventajas de la comparación con las otras organizaciones de las que nos ocupamos. Son unas categorías cuya materia prima proviene del Cen­so de 1985, en donde el peso de la economía subterránea se dejaba sentir ya, y —como lo corroboran algunas cifras puntuales y todos los testimonios— uno de cuyos efectos era la distorsión del precio de la tierra en varias regiones.

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Tercera parte

DISTRIBUCIÓN DE MUNICIPIOS EN D O N D E HAY TIERRA DE NARCOTRAFICANTES SEGÚN

CATEGORÍA S O C I O E C O N Ó M I C A

N °

50

31

25

24

21

21

16

12

12

1 1

8

5

3

1

N=24C

Tipo de municipio en la categoría Dañe

Municipios con predominio campesinado

medio no cafetero

Municipios con predominio latifundio Costa

Caribe

Municipios con predominio campesinado

medio cafetero

Municipios con predominio de colonización

activa de frontera

Municipios con predominio agricultura comer­

cial y alta población urbana

Municipios de colonización activa interna

Municipios con predominio de agricultura

comercial y alta población rural

Municipios que son ciudades secundaria

Municipios que son ciudades/centros de re­

levo

Municipios con predominio de minifundio andino deprimido

Municipios de colonización no activa

Municipios de minifundio Costa Caribe

Municipios de minifundio andino estable

Municipio que es ciudad centro/regional

l

Nota: El pr imer porcentaje (*) se refiere a su proporc iór

este agente de violencia; el segundo (**) a su proporc ión

municipio

*%

20.8

12.9

10.4

10.0

8.7

8.7

6.6

5.0

5.0

4.5

3.3

2.0

1.2

0.4

**%

28.9

28.9

41.6

33.3

65.2

36.2

35.6

38.7

57.1

5.5

20.5

16.2

2.0

20.0

100%

NBI 85

49.4

80.9

40.9

66.1

43.5

77.9

43.0

37.3

37.1

77.0

77.8

79.3

60.3

24.7

m= 56.8

NBI 93

39.4

69.3

34.6

52.3

33.6

62.8

33.6

27.7

33.2

59.5

60.7

73.1

47.3

16.1

m= 45.8

i dentro de los municipios con

dentro de la categoría de

Se obtienen con ello algunos indicios útiles. El más significativo es que, de lejos, la categoría de municipio cn cjue se han concentrado las comjjras de narcos es la número 12, corresjjondiente a municipios con predominio de campesinado medio y cultivos comerciales distintos al café. La diferencia entre los 240 municipios de ICJS listados dc Presidencia dc la Rejjública y los 254 dc la encuesta utilizada por Alejandro Reyes no proviene del jjeríodo que cubren: es de sujjoner cjue cl listado acuniu-

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La violencia organizada

la los datos para el período 1987-1993, en tanto la encuesta a gerentes del Incora abarca sólo una parte de éste: los años 1989-1992. Por tener la información desagregada a nivel de municipio, ser cotejada en va­rias fuentes y permitir su cruce con otras variables, es claro que para nuestro análisis los listados del documento Violencia y desarrollo en el municipio colombiano 1987-1993 son la información preferible. En con­junto, para los 240 municipios sobre los que hay información acerca de inversiones en tierras por parte de narcotraficantes en la base de datos la distribución es como sigue (Ver cuadro en página siguiente).

Ahora bien, podría argumentarse que tal distribución obedece a una razón más simple: es la clase de municipio que predomina en las subregiones adyacentes a los epicentros de la actividad narcotrafican­te. Este factor de contigüidad podemos controlarlo adoptando el epi-centrismo regional que utilizó Alejandro Reyes: comprobamos que Antioquia, epicentro de la organización que lideró el mercado hasta inicios de 1990, tiene 46 municipios en donde hay inversiones de nar­cotraficantes, el 19% del total, y ele ellos 13 pertenecen a la categoría de municipios con predominio de campesinado medio no cafetero, que son el 26% del total de 50 de esta última categoría.

Algo semejante ocurre con la región suroccidental, cuyo epicentro es el Valle del Cauca: en esta región existen 27 municipios en donde de modo comprobado hay inversiones en tierras por parte de narco-traficantes, y aunque en ellos predominan los de categoría 12, la pro­porción no es tan elevada como para que pueda explicarse por la cer­canía: para esta región, que tiene 27 municipios, el 11.29 % del total los municipios en que hay tierra de narcos, 12, pertenecen a la catego­ría de campesinado medio no cafetero predominante.

Esa proporción registra pocas variaciones en las demás regiones construidas para este análisis: Costa Atlántica, Centro, Orinoquia, Eje cafetero, Amazonia, Nororiente y Chocó. Con lo que parece demos­trarse que para los narcotraficantes las características socioeconómicas del municipio, el tipo de infraestructura y otras ventajas inherentes a su desarrollo económico son predominantes como criterio de inver­sión. Una racionalidad económica predominante.4

En los puros comienzos de su carrera ascendente, cuando la mayoría de sus acti­vidades se desarrollaba en el plano legal, justificaba así Pablo Escobar sus inversio­nes en tierras en el primer artículo que se ocupaba del tema en la prensa colom­biana: «Solamente su hacienda Ñápales, en las cercanías de Puerto Triunfo, está

(continúa en la página siguiente)

219

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Tercera pa ríe

Si bien es cierto que se han conformado santuarios de seguridad, y que en subregiones concretas corno el entorno del municipio de Puer­to Triunfo en el Magdalena Medio la inversión masiva en tierras estu­vo determinada por las ventajas de proximidad, topografía, y facilida­des de cruce de vías terrestres y acuáticas, por célebre cjue sea el ejemplo, no parece haberse constituido en la {jauta jjara explicar la lo­calización del poder territorial dc los narcotraficantes a escala nacio­nal.5

Otro ejemplo claro, pero no suficientemente generalizable, es el de la subregión esmeraldífera al occidente de Boyacá y noroccidente de Cundinamarca. Su empalme, mediante una inversión sistemática por parte de narcotraficantes reconocidos, como El mexicano y sus testafe­rros, suele citarse como prueba de una intención geopolítica de con­trol de un área clave por la riqueza del recurso minero a la vez que como eje de comunicaciones. Al explorar la biografía de los persona­jes involucrados, el papel que en su etapa jjrevia al ingreso al narcotrá­fico tuvo la zona y la explotación esmeraldífera, el valor anecdótico que todo ello tuvo permite comprender que la mentalidad que primó no fue la del estratega sino la propia del hacendado ultraconservador que tiende a patrimonializar todas sus empresas. Por lucrativas y ren­tables que sean todas las demás, sigue considerando cjue la inversión más segura, y la que más prestigio otorga en su región de origen, es la inversión en tierra.

Obsérvese que el promedio de NBI de 1985 para los municipios en que de modo preferencia! han invertido los narcos es 56,3 %, es decir son municipios con una calidad de vida aceptable, no distante del promedio nacional (que, recordemos, es 45,0 en 1985 y 37.2 en 1993) lo cine permite corroborar que la racionalidad económica, la búsqueda

avaluada según sus vecinos en una suma cercana a los 6 mil millones de jjesos. El mismo acepta cjue el solo costo de la tierra es de 4 mil 500 millones, pero aclara cjue fue su olfato de negociante el que le indicó que esas tierras, que compró a 15 mil pesos la cuadra, con el tiempo llegarían a valorizarse hasta el ¡junto de alcanzar rápidamente el precio de un millón». Ver "Un Robín Hood paisa", en Semana N° 50, 19-25 de abril de 1983.

' En 1987, el Clan Ochoa celebraba la adquisición de la hectárea número 180.000 «con la comjjra cié una finca en el dejjartamento de Caldas. A pesar de que esta jjropiedad como tal no es muy grande, jjagaron en una zona en que la hectárea es­tá cotizada entre 400 y 500 mil pesos, 2 millones de pesos por hectárea». Ver Se­mana N° 290, noviembre 24-30 de 1987.

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La xnolencia organizada

de ventajas para hacer rentable y productiva la inversión, ha sido pre­dominante.

Los municipios que se hallan en 2° y 3" lugar en preferencias de inversión corroborarían dicho aserto, pues tanto en las áreas de lati­fundio de la Costa Caribe, como en los municipios de campesinado medio cafetero, los precios del recurso tierra en el mercado han sido favorables al comprador en el período que abarca la información.

En su identificación de municipios ubicados en subregiones de vio­lencia en donde simultáneamente se han presenciado conflictos de tierras, Alejandro Reyes y dos investigadores más utilizan la compra de tierras por narcotraficantes como una variable de referencia. Al sinte­tizar sus conclusiones, la región en que la ocurrencia de movimientos campesinos por la tierra es más intensa (aunque la subregión así con­siderada es a la vez muy extensa, como para que puedan existir otras inferencias) corresponde en gran parte a la segunda de las categorías de municipios en que se han producido compras de tierras por parte de narcotraficantes:

La movilización campesina en demanda de tierras ocurrió princi­palmente en tres regiones del país. La más importante es el arco que parte de Urabá y Córdoba, pasa por las sabanas y ciénagas de Sucre, Bolívar, Atlántico y Magdalena, desciende por el Cesar y concluye en el Magdalena Medio.6

Respecto de la categorización que corno equipo utilizamos para es­tablecer rangos de municipios según la ocurrencia de hechos de vio­lencia, vale la pena señalar que en 10 de los 18 municipios que catalo­gamos como muy violentos, existe inversión en tierra por parte de nar­cos y de ellos 8 a la vez cuentan con la presencia de grupos parami­litares.

En cuanto a los relativamente violentos, en 25 de los 55 escogidos se da la presencia de tierras propiedad de los narcotraficantes; en 21 de ellos, a la vez, hay comprobada presencia de grupos de paramilitares. Al examinar la distribución por departamento, no es ya sorpresa com­probar que 6 de los 7 municipios del departamento de Antioquia que

6 Véase Alejandro REYES, Luz Piedad CAICEDO y Ciro K.RAUTHAUSEN, Pnud-Incora-FAO, Identificación de municipios para reforma agraria en áreas de violencia, Mimeo, Santafé de Bogotá, 1991. p. 38.

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Tercera parte

ingresaron al rango de los muy violentos tienen inversiones en tierra por parte de narcotraficantes.

Con lodo, y como se explicó más arriba, mientras cjue los demás componentes, el resto de los actores organizados de violencia se con­virtieron en un criterio permanente de nuestra clasificación de muni­cipios según rango de violencia, la corroboración era posible recu­rriendo a varias fuentes, y cada uno dc ellos era entonces un factor discriminante, a la hora de hacer la selección la presencia de tierras de narcotraficantes se consideró de modo casuista, municipio por muni­cipio, cotejando con otras fuentes de información así fuere muy frag­mentarias al no considerar que dicha inversicín en sí misma es un fac­tor de vicjlencia.

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Los funcionarios del Estado como

actores de violencia: violaciones de

derechos humanos 1988-1995 Carlos Miguel Ortiz

Dentro del extenso cuadro de muerte que hemos venido analizando en las décadas de 1980 y 1990, los homicidios y violaciones de derechos humanos protagonizados por el personal del Estado deben ser, sin duda, los más preocupantes para el propio Estado. De manera increí­ble, hallamos cómo en algunos momentos y localidades llegan a ser más frecuentes estos hechos —en los cuales se esgrimen las armas con­tra los indefensos y desarmados, así sean a veces delincuentes, sicarios o apoyos de la guerrilla— que los decesos ocasionados por la fuerza pública en sus combates con los grupos irregulares o en el intercambio de disparos con los delincuentes.

La denominación de violación de derechos humanos que es objeto de este capítulo comprende: las vejaciones sobre los detenidos (indepen­dientemente del carácter justo o injusto de la detención), la tortura, el homicidio individual o asesinato fuera de combate y de enfrentamien­to armado, y la masacre u homicidio perjjetrado sobre tres o más per­sonas en esas mismas circunstancias de indefensión.

Hasta aquí ha quedado claro que las violaciones a los derechos hu­manos provienen de muy diferentes actores, como quiera que existe una gran fragmentación del poder y diversidad de organizaciones productoras de violencia y de muerte, diversidad que asimismo les sir­ve de parapeto. Sin embargo, en este capítulo consideraremos sola­mente las violaciones que atañen, de manera comprobada o presumi­ble, al personal del Estado.

223

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Tercera parte

Las fuentes consultadas fueron de tres tipos: a) La Procuraduría General de la Nación, en particular la dependencia de la Procuraduría Delegada para los Derechos Humanos: es la instancia del propio Esta­do para conocer y sancionar —aunque sólo sea disciplinaria y no pe­nalmente— las violaciones cometidas por el personal integrante del Es­tado, b) Los boletines de la Comisión Inlercongregacional de Justicia y Paz y la revista Noche y Niebla, con las debidas reservas dado el sesgo de la fuente, ya aludido cn varias ocasiones, c) Informes de ONG y de comités de defensa de Derechos Humanos y, de manera complemen­taria, archivos de prensa.

Los agentes del Estado más involucrados en estos delitos, según las fuentes anteriores, son: en el área urbana, la Policía y su órgano de in­teligencia, especialmente hasta 1995; en el área rural, el Ejército y su órgano de inteligencia, el B-2; en tercer lugar y en menor proporción, otros organismos de seguridad y justicia como el DAS, la Fiscalía o co­mités interinstitucionales conformados jjor las entidades anteriores o, finalmente, entes del orden municipal como los tristemente célebres Departamentos de Orden Ciudadano, DOC, de Medellín y de los mu­nicipios de su área metropolitana.

Algunos de estos hechos, muy JJOCOS, han merecido la difusión de los medios de comunicación, pero la mayoría pasan desapercibidos. Es el caso del fallo condenatorio proferido por la Procuraduría General de la Nación en 1991 contra varios miembros de la Fuerza Élite de la Policía Nacional, hallados responsables de la masacre de 5 jjersonas, posiblemente vinculadas con el narcotráfico, en el Centro Comercial Nueva Villa de Aburra de Medellín, a finales de 1989. El proceso reseña cómo, de manera palpablemente acomodaticia, los victimarios coloca­ron armas en las manos de los cadáveres después de perpetrado el múltiple homicidio; la Fuerza Élite se opuso durante tres horas a que un juez civil —en vez de uno militar— hiciera el levantamiento.

Ajjarte de los hechos que se atribuyen a la Policía y al Ejército en calidad de violación de derechos humanos, la situación colombiana ¡jlantca un segundo frente de delincuencia, particularmente policial: se trata de los asesinatos protagonizados por agentes camuflados de civiles, realizados a espaldas de la institución, con fines individuales de lucro. Hizo noticia, por las características de la víctima, el asesinato jjerpetrado en una calle de Santafé de Bogotá en 1993 sobre un ciuda­dano japonés, a la sazón vicepresidente de la compañía Mazda de Co-

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lombia, con la única intención de atracarlo, hecho del cual resultaron autores dos agentes de la Policía.

Obviamente, han existido factores de índole social que explican los altos índices de delito dentro del personal policivo: los bajos salarios, que no han favorecido el sentido de la dignidad profesional; el que los agentes provengan de los mismos ambientes sociales de donde pro­vienen los delincuentes y tengan que sobrevivir en medio de ellos; la poca exigencia en los requerimientos académicos de los candidatos; la generalización, desde tiempo atrás, del clima de corrupción adminis­trativa tanto en altas como en bajas instancias del Estado; en fin, la mentalidad del rebusque, forjada en procesos de años pero avivada más que nunca en tiempos de deterioro del poder adquisitivo y auge de las economías paralelas.

Hasta no hace mucho, en los allanamientos —poco importa que hu­biesen sido ejecutados por personal uniformado con orden judicial o que hubiesen sido ejecutados subrepticiamente, sin la legalización re­querida—, se entrecruzaban frecuentemente: a) los objetivos de inteli­gencia propiamente dichos, trazados desde las coma-ndancias de alta y mediana jerarquía, materializados in situ con excesos y arbitrariedades; b) los mezquinos intereses lucrativos, en donde estos procedimientos estaban acompañados del robo y el saqueo a las pertenencias de los residentes.

En muchas ciudades es vox populi que la policía cobraba vacuna a los jibariaderos o expendios de basuco y de droga en general; el mari­daje de los agentes con los jíbaros o pequeños traficantes, que captó con sus cámaras el periodista Hernán Estupiñán, y que le hizo acree­dor a un premio de periodismo en 1991, no fue un episodio excepcio­nal ni una situación exclusiva del Distrito Capital.

Por lo menos desde 1988 —año inicial del intervalo que rastreamos— hasta 1995, año límite de nuestro sondeo, en los barrios de las ciuda­des se combinaban: la vacuna descrita; el saqueo durante los allana­mientos; los cruces con la delincuencia (intercambio, alquiler o venta de armas, intercambio de información, silencio cómplice) o los robos violentos (atracos) cometidos subrepticiamente por agentes individua­les; y finalmente la tradicional mordida la cual, con el auge del narco­tráfico, incrementó notablemente sus proporciones y anudó unas complejas relaciones entre narcotraficantes y personal de la fuerza pública que, como en otras organizaciones —oficiales o incluso insur­gentes— alimentaron la corrupción y coadyuvaron a diseminar lo que

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se ha llamado el modelo cultural del narcotráfico: al efecto, basta recor­dar ICJS hechos de corrupción que dieron lugar a la purga colectiva en la Policía Metropolitana de Cali, durante 1995.

Sabido es que en esta intrincada madeja han estado envueltos, no sólo la Policía, sino el Ejército, el DAS, la rama jurisdiccional y muchos otros sectores armados y civiles.

El rebusque ha estado inmiscuido también en la violación de los de­rechos humanos de diversas maneras: ciertas veces, incitando a atrope­llos, a espaldas de los mandos, sin discriminación política alguna; otras veces acompañando, con el carácter de excesos y arbitrariedades, o de chantaje, a operativos —oficiales o clandestinos— trazados por los mandos; tales operativos pueden estar diseñados, cn términos clásicos, contra el opositor político insurgente o nutrirse de ICJS imperativos más contemporáneos de la jjersecución al narcotráfico y al sicariato o, eventualmente, dirigirse contra otros infractores delictivos.

Los hechos de violación a los derechos humanos por parte de los diversos agentes del Estado, según las fuentes que consultamos para el período 1988-1995, pueden agruparse en los siguientes tipos, que trata­remos con algún detenimiento:

• Homicidios, individuales o múltijjles, producidos por el enfrentamiento entre el gobierno y los narcotraficantes o entre el gobierno y las organizaciones guerrilleras.

• Homicidios, individuales o múltiples, perpetrados sobre dirigentes y activistas jjolíticos y de movimientos sociales.

• Desajjariciones ) torturas.

• Homicidios, individuales o múltijjles, con jjretensiones de limpieza social.

LOS HOMICIDIOS PRODUCIDOS POR EL

ENFRENTAMIENTO ENTRE EL GOBIERNO Y LOS

NARCOTRAFICANTES O ENTRE EL GOBIERNO Y LAS

GUERRILLAS

El Ejército, institución a la cual los sucesivos gobiernos civiles confia­ron desde los años 50 la labor de contrainsurgencia, ha sido varias ve­ces inculpado, en esa misión, de consumar homicidios fuera de com­bate sobre camjjesinos de las zonas de control o presencia guerrillera, sindicados de ser auxiliadores o enlaces de las organizaciones insur­gentes. En sn propósito contraguerrillero, el Ejército no siempre esca­timó alianzas: primero con los hacendados, y desde finales de los años

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70 hasta finales de los 80, con los nuevos ricos emergidos de la eco­nomía subterránea. El informe del director del DAS al Presidente Bar­co en abril de 1989, referido en la Segunda Parte, cita puntualmente una lista de vinculaciones entre paramilitares auspiciados por el narco­tráfico, y el Ejército.1

Tras el viraje del gobierno Betancur en la política oficial frente a la guerrilla y las consiguientes limitaciones impuestas al accionar del Ejército, paradójicamente aumentaron las violaciones de esta institu­ción a los derechos humanos de los ciudadanos en zonas de actividad guerrillera, y entre ellas los homicidios.

En una cierta división del trabajo, al Ejército correspondió el frente de la vieja guerra territorial (irregular) contra grupos guerrilleros de raigambre ante todo rural, mientras la Policía, destinada en principio a combatir la delincuencia urbana, se halló menos comprometida en la lucha contrainsurgente y, por lo mismo, menos politizada dentro de la hipótesis de guerra Este-Oeste que impulsó al Ejército hasta comienzos de los años 90 por lo menos. Ahora bien, al ser definida como la fuer­za prioritaria en la nueva cnierra desarrollada entre los narcotrafican-tes y el gobierno —particularmente durante la administración del Pre­sidente Barco—, la policía fue politizada en esa guerra.

El enfrentamiento a muerte que desde 1984 —y muy especialmente entre 1988 y 1991— libraron el gobierno y las organizaciones del narco­tráfico, en particular la organización de Medellín que, para el efecto, se autodenominó Los Extraditables, conllevó asesinatos selectivos, aten­tados y violación de los derechos humanos por parte de ambos ban­dos, y un sinnúmero de matanzas de orden masivo, cuyas víctimas fue­ron principalmente: modestos y anónimos policías, de una parte, y adolescentes yjóvenes en el otro bando.

La matanza de policías fue especialmente encarnizada durante el año de 1990 y la primera parte de 1991; hubo fechas, como el 24 de mayo de 1990, en que, en un solo día y en una sola ciudad —Medellín— fueron asesinados 7 policías, 3 de ellos por explosión de carro-bomba. Durante el segundo trimestre de 1990, los promedios trimestrales se incrementaron en más de 1.500% en comparación con los que se ve­nían contabilizando desde 1988.2

1 Ver El Tiempo. 10 de abril de 1989. 2 Ver holeúnes Justicia y Paz de 1988 a 1991.

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Es de advertir que con excepción de las víctimas de los carros-bomba cjue alcanzaron a los efectivos de la Fuerza Élite —creada jjor el gobierno Barco como rama especializada de la Policía en la lucha con­tra el narcotráfico3— los demás asesinatos recayeron generalmente so­bre agentes comunes dc vigilancia, un blanco mucho más fácil de ata­car, pese a cjue los operativos con los cuales se sentían incitados a la ofensiva los narcotraficantes eran realizados por esta Fuerza y no por agentes comunes. El desconcierto y la permanente amenaza que esa si­tuación generó en el personal de la Policía, inferior ante el poderoso crimen organizado, lo llevó incluso a recurrir a los Comités de Defen­sa de Derechos Humanos, en busca de una protección que no hallaba suficiente por parte de su institución y por parte, en general, del Esta­do.4

El cambio de gobierno, y la llamada política de sometimiento a la justi­cia introducida por el gobierno del Presidente César Gaviria, pronto mostraron una disminución de los asesinatos de policías; en el segun­do trimestre de 1991, desmovilizados los principales jefes de Los Extra-ditables de Medellín, desapareció tal modalidad de violencia.

En cuanto a matanzas individuales o colectivas de adolescentes y jó­venes de los medios urbanos, hay que decir que fueron considerables durante todo el intervalo estudiado (1988-1995). Aunque parecen ha­berse originado también como subproducto del enfrentamiento del gobierno y los narcotraficantes, no presentaron una reducción signifi­cativa a raíz de la desmovilización de los jefes del narcotráfico bajo la política, de sometimiento. La ciudad que registra mayor número en este género de víctimas es Medellín, particularmente adolescentes y jóve­nes residentes en las comunas nororientales y noroccidcntales de la ciudad. Según datos del boletín Justicia y Paz, en el año de 1988 fueron asesinados en Medellín y su área metropolitana 26 adultos jóvenes y adolescentes, sin reseñas conocidas de delincuencia a su haber. En 1990, en esa ciudad, las cifras se elevaron a 58 (sin contar 8 jóvenes que murieron en una misma circunstancia de enfrentamiento de ban­das).

3 Decretos—leyes 81.3, 814 y 815 del 19 de abril de 1989, por los cuales se quita pi­so legal a los grupos paramilitares (auspiciados por el narcotráfico) y se crean la Fuerza Élite y la Comisión Antisicaí ial. 4 Entrevistas con quienes eran, a la sazón, Presidentes de Comités Regionales de Defensa de Derechos Humanos, esjjecialmente en Medellín y Pereira. Revisión de la documentación de dichos Comités.

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Obviamente, no todos esos actos provinieron de la Policía; las posi­bles responsabilidades se reparten, en efecto, entre muy diversos acto­res: Milicias Populares de autodenominación revolucionaria; bandas si-cariales, en retaliación unas contra otras; autodefensas barriales de jó­venes apoyados por adultos exacerbados en lo que creían una limpieza social, con o sin participación de la Policía. En esa confusión de acto­res, las responsabilidades no se esclarecían y el Estado resultó cuando menos incapaz para garantizar los derechos fundamentales: ni siquiera se elevaron denuncias, lo cual habla de la total falta de confianza en el Estado. Pero además, en varios de los casos contabilizados en Mede­llín, al parecer estuvo vinculada la Policía; el más sonado fue, quizá, el de los cuatro jóvenes del estadio, presuntamente consumidores de ba­suco, crimen del cual fueron sindicados agentes del F2 adscritos al Comando Metropolitano, según el testimonio del quinto muchacho, que escapó de la muerte pero quedó parapléjico. Su testimonio le va­lió, en todo caso, la muerte semanas después. El testimonio quedó in­cluido, sin mucho fruto, en el expediente del Juzgado 92 Penal Militar. Ahí no paró la cadena de crímenes, pues su primo, tras reconocer al autor de este asesinato (y supuesto participante en la masacre de las cuatro), un agente del F2 que emprendió la fuga, también sufrió un atentado meses después v quedó parapléjico.

Otra masacre de 10 jóvenes en la cual cabe posible participación de la Policía, o al menos la institución no logró esclarecer lo contrario en el procedimiento disciplinario que quedó frustrado en la Procuradu­ría,3 fue la acaecida el 21 de enero de 1990 en la finca Villa Angélica del municipio de Gómez Plata (Antioquia). Muy probablemente las vícti­mas, o algunas de ellas, estaban comprometidas con actividades delic­tivas como sicarios; al menos el nombre de la persona que los atacan­tes sacaron vivo y después hicieron desaparecer, correspondía a al­guien bien conocido en los medios sicariales como jefe de la tenebrosa banda La Ramada de Bello (Antioquia), vinculada con Pablo Escobar; la inteligencia de la IV Brigada del Ejército lo sabía; pero, obviamente,

3 Cuando la Procuraduría Delegada para los Derechos Humanos efectuaba los pa­sos iniciales de la investigación, el entonces comandante nacional de la Dijin se apresuró a formular denuncia ante los jueces, culpando de la masacre a otra banda de sicarios con venganzas pendientes. Ello provocó la remisión del jjroeeso, de la Procuraduría, al Juez 7,3 de Instrucción Criminal de Medellín el 15 de marzo de 1990; remisión que de hecho descartaba —con extrema ligereza, a nuestro enten­der— la posible responsabilidad de funcionarios del Estado.

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ello no exonera a los autores de la gravedad del hecho, ya cjue en el momento del asalto a la finca los jóvenes, sicarios CJ no, estaban inde­fensos.

HOMICIDIOS PERPETRADOS SOBRE DIRIGENTES Y

ACTIVISTAS POLÍTICOS Y DE MOVIMIENTOS SOCIALES

Desde la misma época en cjue la persecución del Ejército a la guerrilla se desinstitucionalizó parcialmente, dando cabida a violaciones de los derechos humanos menos exccjjcionales sobre camjjesinos sosjjecho-sos de apoyar a la guerrilla, también se conocieron los asesinatos de dirigentes y activistas tanto de partidos de izquierda como de movi­mientos sociales.

Igual cjue en otros tijjos de asesinatos y violaciones, en éstos de cuadros políticos y de movimientos sociales, los autores son de múlti­ple procedencia. Advertimos que, por lo regular, sobre estos hechos no existen procesos en curso en la Procuraduría —que constituyó nuestra fuente oficial de consulta— sino en los juzgados.

El año más aciago del período fue 1988; el mayor número de muer­tos correspondió a la Unión Patriótica, UP; le siguieron los dirigentes sindicales, esjjecialmente en épocas de negociación de convenciones laborales, y algunos dirigentes de movimientos cívicos. En menor pro­porción, siguen dirigentes de los partidos liberal y conservador. Hubo algunas masacres, como la perpetrada en la sede de la Juventud Co­munista de la ciudad de Medellín, el 23 dc abril de 1988, de la cual so­brevivió un militante que de manera sospechosa fue de inmediato re­tenido por uniformados del Escuadrón de Carabineros de la Policía Metropolitana.

Algunas víctimas, particularmente del movimiento sindical, presen­taron indicios de tortura.

Entre los asesinatos relacionados con movimientos sociales, se cuenta el de un directivo empresarial de Cementos Nare en Puerto Nare (Antioquia) al cual le cobraron su permisividad hacia el sindicato. So­bre el cadáver se halló un letrero con esta leyenda: «Por haber permi­tido que los dirigentes sindicales de Cementos Nare hubieran adquiri­do armas jjara protegerse».

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DESAPARICIONES Y TORTURAS

La desaparición y la tortura son violaciones de derechos humanos que, en el período que estudiamos, suelen haber ido mancomunadas. Ge­neralmente se colige la tortura cuando, abandonado en algún paraje, se encuentra el cadáver de quien días antes se daba por desaparecido, y presenta indicios como estar mutilado, atado, amordazado, lacerado, quemado con ácido o incinerado.

Así como en las matanzas de jóvenes, sindicalistas, indigentes, en las desapariciones y en las torturas existe una pluralidad de actores frente a las cuales el Estado se revela casi totalmente incapaz de de­mostrar responsabilidades y de sancionar. No se puede desvirtuar la injerencia de miembros de los cuerpos armados y de seguridad, que los rumores y ciertos encadenamientos de hechos avalan.

Aquí sólo haremos referencia a algunos de los pocos casos en los cuales existe cierta información disponible, bien porque fueron eleva­das las quejas ante la Procuraduría y ella abrió los respectivos procesos disciplinarios, bien poroue son casos oue se hicieron núblicos, por contar con alguna organización, legal o ilegal {Los Extraditahles), que se apersonó de las denuncias.

Mucha gente ha estimado un contrasentido el que Los Extraditahles hubiesen denunciado violaciones de derechos humanos y exigido su respeto, cuando como nadie los violaron, tanto en sus vendettas inter­nas como en la estrategia del narcoterrorismo, o en acciones de into­lerancia política o social —aliados muchas veces con comandantes mili­tares—. Ciertamente, era contradictoria esa doble actitud, pero la con­tradicción no invalidaba por sí misma ni la pertinencia de las denun­cias ni la inaplazable necesidad de que el Estado esclareciera las res­ponsabilidades y sancionara ejemplarmente a los culpables. Dada su naturaleza y su finalidad, la entidad estatal no podría de ninguna ma­nera entrar en la misma dinámica de retaliación del crimen organiza­do.

Hemos estudiado detenidamente tres casos tomados de la Procura­duría Delegada para los Derechos Humanos: el primero (con veredicto absolutorio de Procuraduría, refrendado por la Dirección General de la Policía), se refiere a dos desapariciones ligadas al allanamiento de una finca en Acandí (Chocó) en búsqueda de uno de los capos del narcotráfico de Medellín; una de las dos víctimas apareció luego asesi­nada con indicios de tortura. El segundo proceso estudiado concierne

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a la desajjarición, en Medellín, de uno de los confidentes de Pablo Es­

cobar y al posterior rapto por la fuerza y desaparición de cuatro per­

sonas más, presuntamente conectadas con el capo. El tercer proceso,

menos documentado, corresponde a la desaparición de dos trabajado­

res de una de las fincas de Pablo Escobar, de la cual fueron tomados

por la fuerza. Los tres procesos disciplinarios muestran unos rasgos

comunes, que extrañamente son desconocidos por el ente investiga­

dor (Procuraduría o Inspección de la Policía) en el curso de la investi­

gación:

a) Por lo regular los secuestros y desapariciones forzosas de 2, 3 o hasta 5 jjersonas se han jjresentado la víspera de un operativo oficial de enver­gadura que, si bien tampoco exento de ati oj>cllos e incluso de torturas, ha contado con sus avenencias jurídicas y se ha registrado parcialmente bajo responsabilidad por lo menos de ICJS mandos intermedios.

b) Los desajiarecidos en todos los casos son jjersonas no sólo cercanas al delincuente cuya cajjtura figura como finalidad del oj>ei ativo coinciden­te, sino cjue siemjjre jjoseen informaciones exclusivas atinentes a las co­ordenadas del sitio de dicho ojjerativo y a la jjresencia en él del delin­cuente de mayor JJCSO, buscado.

c) Los operativos oficiales que suceden a las desapariciones se ejecutan bajo instrucciones directas de la cajjital de la Rejiública, JJOI tanto en contac­to con los centros de decisión de la institución que lo programa (Policía y Ejército, principalmente) y bajo la responsabilidad de los altos mandos. Los comandos locales, dentro de cuya jurisdicción se despliega el ojjera­tivo, a veces ni siquiera son jjreviamente notificados.

cl) Pese a las minuciosas ¡jrecauciones cjue se habrían tomado en los raptos violentos coiucidentes con los operativos oficiales, para no dejar huella alguna utilizable en una eventual investigación, existen en los procesos disciplinarios respectivos, elementos que, si hubiese voluntad de examen imparcial, podrían convertirse en probatorios de nexos entre lo institu­cional y lo subrejjticio, entre los mandos capitalinos, la comisión csjjecial enviada a la localidad y los actores materiales cobijados jjor el anonima­to.

e) La manera como las instituciones armadas han estudiado los procesos disciplinarios sobre los hechos consumados, ¡jai adójicameute se convier­te en argumento a favor de la existencia de un patrocinio institucional a las violaciones denunciadas y a favor del compromiso de altos mandos con tales hechos. Los términos parcializados y la retórica defensiva tan forzada, evidente para cualquier observador desprevenido que consulte los fallos proferidos, lo único cjue logran es dejar una gran sensación de complicidad y encubrimiento de parte de los jueces.

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Si son lógicas nuestras deducciones, estaríamos en presencia de de­sapariciones forzosas cuyo fin es torturar al secuestrado, sin las com­plicaciones que conlleva ese ardid cuando se practica dentro de opera­tivos oficiales. La tortura se usaría aquí como uno de los métodos de la inteligencia —institucionalizado— para obtener información conducente al éxito de un gran operativo posterior. Ahora bien, como se confía en el éxito final, se parte de la certeza que éste desplazará la atención que pudiera volcarse sobre los irregulares procedimientos intermedios. En los casos aquí estudiados, empero, falló el resultado final, con las con­secuencias contrarias a las previstas.

Podríamos llamar a este tipo de tortura, tortura defines técnicos, pa­ra diferenciarla de aquélla que persigue objetivos de venganza y reta­liación o fines de escarmiento, como la tortura que, por las secuelas marcadas en los cadáveres, se puede colegir que ha antecedido a nu­merosos homicidios de registro consuetudinario, en los cuales los sec­tores sociales que aparecen más golpeados (las raras veces que figura individualizada la víctima) son jóvenes en general y delincuentes.

Ciertamente los casos de tortura de venganza v de escarmiento, practicada por diversidad de actores (no agentes del Estado muchas veces) son los más numerosos. Infortunadamente, la mayoría de las víctimas de esta clase de tortura aparecen en las fuentes consultadas como NN, sin especificaciones de ocupación ni grupo de pertenencia, y eso aumenta la dificultad para ubicar al menos la naturaleza social de sus autores, ya que tampoco existen en torno a tales hechos investiga­ciones de ninguna clase.

Pero es la otra modalidad, la de tortura defines técnicos, fríamente — aunque subrepticiamente— calculada dentro del conjunto de un ope­rativo, aquélla en la cual más probablemente estarían comprometidos altos y medios mandos, a través, claro está, de cadenas discontinuas de actores y sin implicaciones de registros, ni de espacios, ni de medios oficiales. En cuanto a los espacios físicos destinados a la tortura, no suelen ser espacios oficiales ni fijos; regularmente sirven para ello los propios vehículos y las carreteras. La tortura como recurso investigati­vo pretendería suplir defacto las deficiencias humanas, logísticas, orga­nizativas, y los atrasos técnicos de la inteligencia, frente a enemigos po­derosos para el Ejército, como la guerrilla rural, o los narcotraficantes para la Policía.

El tratarse de un asunto de inteligencia explica también que las de­nuncias por desapariciones y torturas afecten más frecuentemente al

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organismo jjolicial o militar esjjecializado en ese género de tareas, como la DIJIN para la Policía y el B2 para el Ejército, hasta 1995. Oca­sionalmente han resultado envueltos grupos como el Uraes (Unidad de Reacción Inmediata Antisecuestro, Antiextorsión y Explosivos), de­pendiente del DAS, y mucho menos el grupo interinstitucional Uñase, cspecializadcj en frustrar las acciones delictivas de chantaje, secuestro y extorsión.

LAS MATANZAS CON PRETENSIONES DE LIMPIEZA

SOCIAL

La opinión se ha ido infaustamente familiarizando en todo el país con el término de los desechables que, salido de los victimarios, ha rodado por calles y caminos para perseguir y exterminar a un sinnúmero de compatriotas que la misma sociedad ha marginado, bien sea de la acti­vidad productiva, bien sea de los códigos morales y sanitarios prevale­cientes.

Desde comienzos de la década de los 80 aproximadamente empezó a hacer carrera, en las ciudades, el exterminio físico de estos margina­dos: Pereira, Medellín y Cali fueron algunas de las primeras ciudades en conocer tal género de violación de derechos humanos.

Existían precedentes de exterminio de ladronzuelos y posterior­mente de consumidores de marihuana y basuco en zonas apartadas del país, donde la guerrilla autodenominada revolucionaria practicó desde siempre tales métodos, conquistando a través de ellos apoyo civil para su supervivencia y para sus acciones armadas dc fines políticos.

Luegcj, el país empezó a ver esos procedimientos en los medios ur­banos, a cargo ya no de la guerrilla sino, curiosamente, de grupos con signo político contrario, cjue también lograron conquistar simpatías entre sectores altos y medios para sus propósitos.

Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán son prácticamente los primeros científicos sociales que penetraron con su análisis en ese aberrante mundo dc lo que ellos, de forma pionera, rotularon como violencia de limpieza social.1' El país ha visto pasar ya más de una década sin que se haya puesto coto a tal modalidad de exterminio.

6 Alvaro CAMACHO y Alvaro GUZMÁN, Colombia, ciudad y violencia, Bogotá, Ed. Foro Nacional, 1990.

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A partir de las bases de datos que hemos construido, podemos con­siderar 3 subgrupos dentro del conjunto genérico de desechables, a sa­ber: en el primero, los más malhadados de todos, indigentes, mendi­gos, gamines, dementes, mujeres y hombres prostituidos, basuriegos, cartoneros, expresidiarios. En el segundo subgrupo: drogadictos y ma-rihuaneros (inermes) y jíbaros (pequeños expendedores de droga). En el tercero, se incluyen incriminados con cuentas sociales pendientes, que han sido víctimas de violencia en estado de indefensión: atracado­res, delincuentes, miembros de bandas sicariales o sicarios indepen­dientes, y prófugos de la justicia.

Entre todos estos, el subgrupo que mayor número de víctimas re­gistró, comparativamente, durante el intervalo de 1988 a 1995, fue el tercero. Ese subgrupo es también aquél en el cual se halla más fre-cuentemente la tortura precediendo ai asesinato. Sobre los cadáveres los victimarios suelen dejar letreros que hacen pensar en la modalidad de tortura de escarmiento: «Ojo por secuestradores», «Ojo por jalador de carros»...

Detrás de los asesinatos de limpieza maquinan varias cabezas: las Mi­licias Populares de cuño revolucionario se hallarían vinculadas a varios casos. Otros han sido abiertamente reivindicados por grupos como Ca­li limpia, Amor por Medellín, Grupo amable de Medellín, en los que se sa­be o se sospecha que ha existido participación, aunque no exclusiva, del narcotráfico. No pocos asesinatos de limpieza, finalmente, parecen haber provenido, según indicios, de la Policía y el DAS.

Infortunadamente, lo que se diga sobre responsabilidades y auto­rías es aún hipotético, pues no existen procesos abiertos en este géne­ro de violaciones, ni en los juzgados ni en las instituciones armadas ni en el Ministerio Público, porque no hay quien eleve la queja o formule la denuncia, con excepción de algunas intervenciones de la Defensoría del Pueblo, limitadas legalmente en su alcance efectivo. Una que otra voz, de algún obispo de provincia, se alza de cuando en cuando para condenar tales crímenes. Pero el conjunto del Estado ha sido más bien tolerante.

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Conclusiones

Después de observar el panorama de los municipios, aun en medio de la gran heterogeneidad de trayectorias históricas y de las violencias que los atraviesan, se constatan ciertos comunes denominadores:

En primer lugar, el papel que ha jugado como agente de violencia la movilidad de las poblaciones en sociedades enormemente fragmen­tadas: movilidad tanto geográfica de las migraciones en distintas direc­ciones (rural-urbana, rural-rural, urbana-urbana y hasta urbana-rural), como movilidad socioeconómica a través, en ICJS años 50, de los negocios de la violencia partidista y en los 90 de los negocios del contrabando y las bonanzas exportadoras —el narcotráfico entre ellas—.

La gran mayoría de los municipios que en nuestros listados corres­ponden a las categorías de muy violentos y de relativamente violentos son municipios cuyos procesos de colonización todavía se hallan en mar­cha; es más, en general no son municipios aislados sino de contigüidad geográfica, que pertenecen a una misma subregión, considerada preci­samente de colonización.'

Los municipios muy violentos, que corresponden en la tipología municipal del Dañe a las categorías colonización activa de frontera y colonización activa interna cons­tituyen el 55.5%; los relativamente violentos, que corresponden a las tipologías de co­lonización (activa de frontera, activa interna y pasiva), constituyen el 43.6%; pero otros más, en los cuales el clasificador Dañe escogió criterios diferentes, también son, con todas las características, municipios de colonización: es el caso de Aparta­do (que el Dañe clasifica como agricultura comercial con predominio de lo urbano); de Turbo (campesinado medio de cultivos comerciales no cafeteros) que, a pesar de ser puerto y municipio desde 1847, no fue poblado en su zona rural sino a partir de 1950; de Segovia, Zaragoza y Remedios que, como dicen Clara Inés GARCÍA y otros estudiosos, fueron repoblados y recolonizados en el siglo XX. Con estas aclaracio-

(continúa en la página siguiente)

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Conclusiones

El Estado ha promovido la colonización a través de políticas míni­mas de tipo macroestructural, ñero ha_ dejado a los colonos y a sus te­rritorios al garete y abandono de la exclusiva iniciativa particular; no ha orientado ni regulado la dirección de las colonizaciones, ni ha bus­cado convertirse en una instancia fuerte dc remisión de los particula­res cn la multitud de conflictos que han germinado. Éstos se han dado precisamente a la sombra del enfoque excesivamente permisivo —o cjuizá anárquico—, que toca tanto al más grande inversionista como al más endeble de los usufructuarios del rebusque.

El Estado no ha preparado una infraestructura de servicios públi­cos, salubridad, condiciones de vivienda, para salir al encuentro de la migración que sus macropolíticas estimulan; mucho menos se ha pre­parado (ni siquiera en las zonas urbanas de migración donde ha logra­do una mucho mejor atención de servicios) para ser el referente de la organización y la cohesión ciudadana, mediante una cobertura grande y eficiente de la función de justicia, por ejcmjjlo, o de la función, cjue constitncionalinente es también jjública, de la educación.

Ni en las áreas rurales de colonización clásica, ni en los barrios jje-riféricos de la otra colonización —la urbana—, el Estado es factor de organización; por el contrario, contribuye a la desrcgulación de las re­laciones sociales, así sea por omisión.

Allí donde el Estado se ha hecho el desentendido frente al contra­bando jjara que entren sus dólares y se generen oportunidades que ni la industria ni la agricultura pueden brindar; allí donde, en vez de puertos organizados, se han decretado zonas francas jjara estimular, con complacientes exenciones, cualquier tipo de inversión; allí donde las relaciones laborales se libran a la buena voluntad de los empresa­rios, sin estorbos de funcionarios o jueces cjue contribuyan a tempe­rarla, allí, cn esos casi mitológicos territorios de nadie, temidos pero deseados, se instauran la ley del más fuerte, la estrategia del rebusque (del cmjjresario y del proletario) y la economía del dinero fácil, que so-brexplota jornaleros o trafica con armas y droga, o simplemente vive del contrabando.

Se estimula, en esas zonas alejadas y promisorias, la inversión privada en banano o en petróleo o cn oro o —hasta no hace mucho— en cocaí­na, o cl contrabando y el comercio ambulante en las crecientes ciuda-

nes, en nuestro criterio el 70.5% de los municipios muy violentos y relativamente vio­lentos son de colonización.

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Conclusiones

des. Todo esto, para que a la economía del país le vaya bien y para ba­jar los guarismos del desempleo, que crónicamente alimentan las mi­graciones generadas por la sinsalida de la economía campesina tradi­cional y por la violencia misma. Pero si interesan las metas globales del país gracias a la colonización y el dinamismo de tres o cuatro ciudades, parece importar menos lo que allá adentro, en el corazón de esas tie­rras de nadie o en los imprevisibles barrios que crecen de un mes a otro, se esté generando.

Dinero, rebusque, homicidios, prostitución, pronto ceden el paso a la presencia de actores violentos organizados que tienen, a su favor, la gran fragmentación de esas sociedades locales. Sobre el telón de fon­do de la fragmentación, reforzada por la trashumancia, por la hetero­geneidad etnocultural de los inmigrantes, por la inestabilidad de los poderes que la movilidad geográfica y social van configurando, por la disolución de las tradicionales nexos de cohesión familiares y locales de los pueblos de origen, campean el desarraigo y el miedo como los grandes resortes de poder de los varios actores violentos organizados, en gran parte exteriores a esas sociedades.

La presencia de estos actores es ambivalente: promueven de alguna manera formas de organización y de solidaridad bajo su férula, pero impiden cualquier brote de organización cuando es civil y autónoma; atacan al Estado pero ejercen hasta cierto punto funciones que son de índole estatal, como las de policía y justicia; pretenden disminuir los homicidios banales pero aumentan los asesinatos selectivos y, con el tiempo, los propios homicidios como efecto de las querellas de poder y del rebusque pelechado al abrigo de sus causas revolucionarias o con-servatizantes según sean de un bando o de otro; se arraigan en las po­blaciones gracias a sus ofertas de seguridad (tanto las guerrillas como las milicias urbanas o los paramilitares), pero terminan practicando de­litos (secuestro, extorsiones) que exasperan a las poblaciones y auspi­cian la necesidad de armarse contra ellos, igualmente por vía de justi­cia privada.

Aunque este proceso es, por antonomasia, el de las zonas de colo­nización, revela rasgos atribuibles al conjunto de la sociedad colom­biana: básicamente, la atomización de la sociedad civil y la delantera tomada por los poderes armados. No sólo el homicidio es estadística­mente importante; en buena parte, es avalado por los ciudadanos, considerado un recurso de uso, y quienes lo practican, más que delin­cuentes, son percibidos como miembros de entidades a las que no les

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Conclusiones

queda más camino que temer o fingir ignorar: en este sentido, buscar la paz será el equivalente de deslegitimar el recurso dc matar y no sólo de ganar, por la muerte, la entrega del otro.

Ahora bien, lo que aquí concluimos de nuestras comparaciones es que esa realidad de sociedad débil aunque dinámica, con un Estado incapaz de representar la tercería aceptada de los conflictos, es más vi­sible en dos tipos de localidades: las zonas rurales de colonización y los barrios periféricos de las ciudades cn acelerada expansión: Urabá, Magdalena Medio, el Caguán, cl Ariari, Arauca, Casanare, colinas orientales y occidentales de Medellín, nororientc de Cali, barrios del suroriente de Santafé de Bogotá.

Nuestras bases de datos muestran cjue es en esos dos tijjos de loca­lidades en donde la presencia de los actores organizados se asocia más contundentemente con las altas tasas dc homicidios indiscriminados, a la vez que también son altos los homicidios selectivos (llamados asesi­natos). En otros tipos de municijjios (Boyacá, Santander montañoso) la presencia de guerrillas o paramilitares no se ha traducido, como en aquéllos, al menos hasta el momento, en proliferación del homicidio.

Cuando la violencia exacerbada toca los intereses de sectores na­cional o departamentalmente influyentes que hacen parte de la reba­tiña en las abandonadas áreas de colonización (las empresas petroleras en Arauca, los bananeros en Urabá, hacendados políticos —algunos de ellos vinculados con el narcotráfico— en Córdoba, Magdalena Medio o Bajcj Cauca Antioqueño), o cuando se afectan puntos geopolíticamen-te importantes en la economía nacional (como los oleoductos), se en­vía al Ejército (en los barrios, a la Fuerza Élite de la Policía) para cjue, como tínica presencia del Estado, acallen la violencia y devuelvan la paz.

Pero las condiciones en que deben actuar, la desarticulación res­pecto al conjunto del entramado estatal, la endiablada lógica de los poderes armados y las máquinas de muerte que se han enquistado en las localidades, marcan también la actuación de los cuerjjos armados, de tal modo que casi nunca logran realmente aclimatar la paz —si esta meta se midiera en variación de curvas de homicidios, en indicadores dc seguridad o de libertad de movimiento, etc.— de las poblaciones.

Por el contrario, se constata que la violencia y la zozobra resultan prolongadas, con un nuevo poder en disputa. La figura de la Jefatura Civil y Militar, donde se ha utilizado, no ha sido feliz cn este sentido.

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Conclusiones

Entonces se intenta, en zonas convulsionadas, otra modalidad de presencia estatal: se ensaya el Plan Nacional de Rehabilitación. Lo que el PNR ofrece, y lo que las poblaciones le demandan, no cambia mu­cho el tradicional concepto instrumental del Estado que, en esas loca­lidades, venía siendo compatible con la presencia de los otros poderes armados y con la insignificancia de la institucionalidad para los dife­rendos decisivos en que se juega la vida y la muerte. Vías, acueductos, electricidad, es lo que las gentes han exigido del Estado —en las últi­mas décadas, al menos de la colonización y la expansión de los citadi-nos barrios subnormales—. En los años 60 lo hicieron acompañados de las organizaciones armadas de izquierda, cuando las tasas de homicidio eran más bajas que hoy y menos cruenta y menos delictiva (con res­pecto al secuestro) la guerra irregular.

Las grandes inversiones del PNR no han logrado tampoco volver pacíficas las llamadas zonas rojas de la violencia.

Una primera mirada a la multiplicidad de títulos aparecidos, en Co­lombia y en el extranjero, acerca del fenómeno de la violencia entre nosotros, permite comprobar que no hay teoría que no se haya utili­zado para explicarlo. En este caso, la diversidad crece y se convierte en la pauta. Sin embargo, nadie se ha atrevido a afirmar todavía que se trata de un problema sobrediagnosticado: la profusión de títulos y monografías no ha logrado superar la brecha existente entre la masa de datos y las interpretaciones ofrecidas; las más audaces de las últi­mas concluyen con demasiada frecuencia en el reclamo de una mejor compilación o la creación de nuevas categorías en las modalidades de violencia.

La falta de un acumulado de conocimiento y de registros históricos acerca del comportamiento violento, bien pueden inducir la tentación de una extrema relativización, y conducir a afirmaciones ingeniosas y consoladoras, pero no demasiado sustanciales, como la que sostiene que, visto en el largo plazo, Colombia no ha sido un país especialmen­te violento.

En tal sentido, hemos contado a nuestro favor con circunstancias excepcionales por lo favorables: pueden controvertirse —y en algunos casos lo hemos hecho— los criterios, o las categorías con las que se ha

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Conclusiones

organizado la información estadística en la base de datos de que dis-pusimos; jjueden discutirse —y era nuestro deber hacerlo— las explica­ciones cjue formulan quienes se han ocupado dc compilarla acerca del jjeso esjjecííico de cada uno de los factores en la esjjiral de violencia reciente, pero es innegable que gracias a ellos existe ya la masa crítica, el acervo empírico de conocimiento que hará posible que las interpre­taciones abandonen de una vez por todas el jjlano meramente especu-lativo.

Para el período más intenso de dicha espiral, que parte de 1987, ya no resulta valedero el argumento de la inconsistencia de la informa­ción, de su falla de criterio o de continuidad. Flaco consuelo sin duda, pero en todo caso, la jjroliferación de muertes y hechos violentos, la abundancia de esa materia prima, por lo menos ha servido para per­feccionar los instrumentos de registro, para mejorar los mecanismos de captura de información y hacer unánime el consenso acerca de la imjjortancia de un conocimiento del problema de la vicjlencia empíri-camente bien fundamentado.

Hace 8 años, cuando un grupo de especialistas y de funcionarios se reunió para examinar de modo conjunto los tres componentes de Paz, democracia y desarrollo, la ponencia de Jorge Orlando Meló, al referirse a los desequilibrios del sector público, señaló cjue uno de los principa­les era que el ejecutivo, en Colombia, solía operar sobre la base de un sistema primitivo de información, sin una continuidad técnica en su políticas frente a la violencia, a causa de la alta rotación de los profe­sionales que comjjilaban hechos e informaciones y producían análisis sobre el orden público.

Respondiendo a dicha observación crítica, hoy puede decirse que esa continuidad técnica existe, que el propio período que abarca la ba­se de datos sobre vicjlencia y desarrollo municipal —desde 1987— es una respuesta a dicho requerimiento.

También habla en favor de esa dirección el hecho de que la docu­mentación de los diversos procesos negociadores haya sido compilada con criterio archivístico y temático y puesta al acceso de los estudiosos del problema, con algunas salvedades. En asuntos tan graves como el orden público y la seguridad ciudadana, una mínima continuidad del soporte técnico —la construcción diaria de la memoria institucional por parte de los entes que contribuyen a diseñar una parte tan esen­cial de la política pública y la tienen legalmente a su cargo— es cues­tión de responsabilidad y democracia.

242

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Conclusiones

Imperfecta como puede ser, una tipología de los municipios co­lombianos cambia el enfoque del problema: la agrupación o regionali-zación de ellos a partir de ciertas homogeneidades de su sistema pro­ductivo y de los rasgos de su poblamiento en un período de mediana duración —la vía inductiva— responde a aquello que desde 1987 se re­conoció como un imperativo de análisis: captar el problema de la vio­lencia en su dimensión regional.

Hablar de las violencias y no de La Violencia, no ontologizar el pro­blema, usar el plural y dejar de considerarlo como si fuese una cuali­dad o la disposición congénita de todo un pueblo, fue uno de los lla­mados de aquellos investigadores de 1987 que aparece recogido desde la primera Estrategia Nacional contra la violencia.

El reconocimiento de la pluralidad de manifestaciones del fenóme­no y la renuencia a adoptar explicaciones monocausales habían sido ya actitudes de base para los primeros estudiosos de la violencia. Pero la geografía de la violencia que se elabora entonces, por falta de instru­mentos y de información, sólo accede al municipio de modo descripti­vo.

Si bien es cierto que a raíz de los primeros estudios académicos so­bre la violencia de los 50 se produjo una especie de divorcio entre tjuienes desde las ciencias sociales analizaban el problema y quienes desde el Estado tomaban las decisiones para solucionarlo, hace rato que el divorcio se superó y que la relación entre esas dos instancias es fluida. De seguro que, sin excluir las críticas y las disensiones, la men­cionada Estrategia es la traducción, en la esfera de las políticas guber­namentales, del grueso de las recomendaciones que la Comisión de 1987 había formulado.

Precisamente uno de los supuestos de la Estrategia es excluir el in­mediatismo, considerar que el conjunto de las medidas que contiene requiere tiempo para surtir efecto: es la advertencia de que «no será inmediato el resultado de la política estratégica contra la violencia», y junto con la advertencia, exige una cuidadosa demarcación de los nive­les de responsabilidad de las diversas entidades en la ejecución de la política.

Tal vez no sea excesiva simplificación si afirmarnos que con poste­rioridad a ello dos enfoques han prevalecido en el análisis del proble­ma: el que se centra en los factores y el que se fija en los actores o pro­tagonistas. En el primero, se trata (según la lógica causa funcional-efecto) de ponderar el peso específico de cada una de las que se esta-

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Conclusiones

blecen como causas en los niveles de vicjlencia; en el segundo enfoque, la exploración y el conocimiento de las lógicas de acción de los prota­gonistas CJ promotores (o en exjjresión sumaria, actores) de la violen­cia puede conducir a su desactivación, induciendo paulatinamente una racionalidad en cl conflicto, una más clara representación de los inte­reses en juego y conduciendo al reconocimiento de la tolerancia como valor fundamental.

No son, sin embargo, enfoques incomjjatibles, y en todo caso han convergido en un elemento clave del diagnóstico: la práctica inope-rancia del sistema judicial. En el método del análisis factorial, la medi­ción de los distintos factores que intervienen conduce a la comproba­ción de que los delitos que efectivamente reciben una sanción son una porción ínfima, y que por ende, en proporción equivalente, la crimina­lidad y la violencia reciben un estímulo. De este análisis, la impunidad resulta como el factor de los factores.

Partiendo de otros supuestos, el discernimiento de las lógicas de acción de los actores, sociales e individuales, conduce a una conclu­sión parecida: la violencia, los niveles de irracionalidad con ICJS que se tienden a tramitar los conflictos, está determinada por el escaso valor que se les asigna a las formas institucionales creadas para dirimirlos.

Los dos enfoques terminan interpelando al Estado en busca de nuevas estrategias, o de ajuste en las ya formuladas. Del primer enfo­que se deriva como recomendación el rediseño del aparato de justicia, su organización según el principio de la eficiencia, la reingeniería y la calidad total como pautas dignas dc imitar, mutatis mutandis. El segun­do se plantea la solución en términos dc mayor legitimidad, en lo que hace al aparato institucional y dc gradual concientización de los dere­chos humanos por parte de la sociedad.

También en el terreno de las soluciones los enfoques se comple­mentan, y en ambos casos se descarta cjue puedan obtenerse resul­tados significativos en el corto plazo.

La rutinización de las dinámicas dc la vicjlencia o, si se prefiere, el efecto inercial de la vicjlencia preexistente, se reconoce mutuamente como el escollo más importante a remover.

Es posible que tales mecanismos o formas adaptativas a la violencia, que a su vez tienden a perpetuarla, se entiendan mejor cuando se to­ma el municipio como unidad de análisis. Como lo señalaba a este propósito Daniel Pécaut, aceptada la necesidad de la diferenciación regional en las formas de violencia, surgen como inconveniente adi-

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Conclusiones

cional los problemas de definición que el propio concepto de región plantea. Y ante ello la mejor posibilidad de análisis, y, subsidiariamen­te, de acción gubernamental, está en el nivel del municipio. Como en ningún otro ámbito, es en el municipio (y específicamente ahondando en las características de los municipios más violentos) en donde mejor se puede entender «la manera como la gente adapta su conducta a un ambiente impregnado por una gran presencia de la violencia».

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ANEXO

Cuadros, gráficas y mapas

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Cuadros Cuadro 1. Clasificación de municipios violencia

Municipio Cód. P.Total NBI

según

%MIS.

rangos de

P.G. PP T N FO

A. MUY VIOLENTOS

Ant ioqu ia

1 Anorí

2 Apartado

3 Campamento

4 Chigorodó

5 Segovia

6 Taraza

7 Turbo

52

21

31

12

22

52

12

11.083

44.235

9.818

22.601

20.744

13.532

69.910

83

55.8

72.4

67.9

57.4

79,4

77.3

51.9

29

46.8

43.6

35

54.1

53

Fc-EIn-Epl

Fc

Fc-EIn-Epl

Fc-Eln-Epl

Fc-Eln

Fc-EIn

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

**

Arauca

1 Saravena

2 T~~.~

51

5 ¡

17,920

13.652

60.3

57.4

32

16.1

Fc-Eln

Fc-E!n

* **

**

Boyacá

1 Briceño

2 Buenavista

3 Muzo

31

31

52

3.492

6.227

14.612

91.9

90.1

73.3

51.4

56.4

47.9

Farc

Farc

Farc

*

* *

Caquetá

1 Valparaíso 4,818 73.9 37,1 Farc *

Fuentes: Los autores elaboraron estos cuadros tomando como información primaria las Estadísticas generales sobre la violencia y aplicando los criterios expuestos anteriormente (p. 61).

Convenciones (Cuadros I y 2): @: Presencia de cultivos ilícitos cód: Código en la tipología municipal de! Dañe P. Total; Población total NBI: Necesidades Básicas Insatisfechas % Mis.: Porcentaje de población en situación de miseria según el censo de 1985. PG; Presencia guerrillera PP: Presencia paramilitar TN: Tierras de narcotraficantes FO: Con denuncias de funcionarios oficiales que han incurrido en violación de derechos humanos.

253

Page 253: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Clasifi violencia

Municipio

icación de municipios

Cód. P.Total NBI

según

%MIS,

rango s de

P.G. PP T N FO

Casanare

1 Aguazul

2 Monterrey

51

51

10.864

4.876

58.6

61.6

32.5

37.3

Fc-Eln

Fc-Eln

*

*

Cauca

1 Bolívar ® 52 46.620 73.2 44.7 Fc-Eln * **

Meta

1 El Castillo ®

2 S.Juan de Arama

51

SI

10.649

3.264

64.2

61.5

39.9

37.7

Farc

Farc

*

*

*

*

**

**

254

Page 254: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Clasificación

Municipio Cód.

i de municipios según rangos de violencia

P.Total NBI %MIS. P.G. PP T N FO

B. RELATIVAMENTE VIOLENTOS

Ant ioquia

1 Angelópolis

2 Carepa

3 Jardín ®

4 Mutatá

5 Puerto Berrío

6 Puerto Triunfo

7 Remedios

8 Salgar

9 San Luis

10 San Rafael

11 Zaragoza

I I

52

12

53

21

31

52

I I

31

12

53

5.651

12.393

11.891

8.587

26.960

7.276

17.585

20.755

13.300

17.249

10.917

42.6

72

30.6

69.3

50.2

65.6

73.5

54.5

75.7

65.1

76.6

20.7

47.3

13.8

45

26.3

38.4

51.6

22.4

53.3

38.2

47.2

Fc-EIn-Epl

Fc-EIn-Epl

Fc-Eln

Fc-Eln

Farc

Fc-Eln

Fc-EIn-Epl

Fc-Eln

Farc

Fc-Eln

*

*

*

i-

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

*+

**

Arauca

1 Arauquita

2 Cravo Norte

51

51

10.218

2.677

86.9

67.1

60.2

48

Fc-Eln

Fc-Eln

* **

Bolívar

1 Morales

2 Simití

52

52

15.437

7.845

91.8

87.1

79.4

73.4

Fc-EIn-Epl

Fc-Eln

*

* * *+

Boyacá

1 Maripf

2 Otan che

3 Paez

4 Pauna

5 S. Pablo Borbur

31

31

31

31

31

8.945

9.633

5.076

10.708

6.844

92.9

86.2

74.1

83.8

86.7

71.1

54.9

50.6

54

59.7

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

*

*

*

*

*

*

+

*

*

**

Caldas

1 Belalcazar I I 13.118 47.3 22

2 Viterbo 22 13.445 39.9 15.9

255

Page 255: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro \. Clasificación de municipios según rangos

Municipio Cód . P.Total NB I %MIS.

de violencia

P.G. PP T N FO

Caquetá

1 Cartagena del Chaira

51 2.818 76.5 50.1 Farc * **

Casanare

1 Sabanalarga

2 Tauramena

3 Trinidad

SI

SI

51

2.122

4.974

4.697

62.6

81.7

56.6

15.3

31.9

32.1

Fc-Eln

Fc-Eln

*

*

*

*

+

Cauca

1 Cal oto

2 Jámbalo

3 Miranda

32

32

22

22.919

S55

17.029

63.7

85.4

42.6

31.8

43.6

20,2

Farc

Farc

Farc

*

**

Cesar

1 San Alberto 12 13.326 57 32.7 Fc-EIn-Epl * **

Córdoba

1 Canalete

2 Pto.Libertador

42

52

11.197

14.557

95

92.3

84.5

74.5

Epl

Fc-Epl

*

*

*

Cundinamarca

1 Cabrera ®

2 S.Cayetano®

3 Vergara

32

31

31

4.010

6.142

9.314

63

80.6

76

31.2

38.4

42.6

Farc

*

Chocó

1 El Carmen

2 Unguía

53

53

5.159

8.962

51.2

83.3

21.7

59.1

Fc-Eln

Farc * * **

Hui la

1 Palestina ® 31 6.178 73 42.3 Fc-Eln * *

Meta

1 Castilla Nueva

2 Cubarral ®

53

SI

6.282

14.752

64.3

53.5

25.9

57.9

Farc

Farc

*

*

*

*

3 Mesetas/La 51 17.489 82.3 27.7 Farc Uribe

256

Page 256: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Ciasifi

Municipio

4 Puerto López

5 Puerto Lleras

6 San Martín

caciór

Cód.

51

SI

22

i de municipios según rangos de violencia

P.Total

7.480

7.844

18.949

NBI

57.1

73.2

45.2

%MIS.

42.5

37.6

20

P.G.

Farc

Farc

Farc

PP

*

*

*

T N

*

*

*

FO

Santander del Nor te

1 El Zulia 52 12.400 63.5 30.8 Fc-EIn-Epl * **

Putumayo

1 Valle Guamuez 51 *

Risaralda

1 Marsella I I 19.489 36.3 13 **

Santander

1 Barrancabermej a

2 Carmen de Ch.®

3 El Playón

4 Pto. Wilches

5 S.V.de Chucurí @

62

52

12

52

22

IS 1.357

12.719

21.049

49.187

39.3

67.3

76.3

58.5

19.7

36.6

51.4

35.6

Fc-EIn-Epl

C_ C l _

i c-cin

Ein

Farc-EIn

Fc-Eln

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

Valle

1 Cartago

2 El Dovio

3 Trujillo

61

12

I I

96.071

12.245

18.769

31.2

47.2

44.2

10.6

17.5

16.7

Ein

Ein

*

*

*

*

* **

257

Page 257: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

A nexo

Cuadro l. Clasificación de municipios según rangos de violencia

Municipio Cód. P.Total NB I %MIS. P.G. PP T N FO

C. RELATIVAMENTE PACÍFICOS

At lánt ico

1 Campo de la C.

2 Candelaria

3 Galapa

4 Manatí

5 Palmar de Várela

6 Piojo

7 Ponedera

8 Santo Tomás

9 Suan

10 Usiacurí

41

41

42

41

41

42

42

41

41

42

25.044

8.841

14.046

15.555

14.285

3.593

13.115

16.206

9.554

5.959

75

87.3

48.2

83

63.9

80

72

62.1

75.4

64

54.1

64.1

20.7

55

34.5

47.8

45

29.2

41

28.9

*

*

*

*

Bolívar

1 Arjona

2 Margarita

3 Mompós

4 San Jacinto®

5 San Martín

6 Talaigua

7 Turbaná

8 Villanueva

42

41

41

42

42

41

41

41

36.986

8.682

32.393

23.206

22.684

18.768

9.444

12.516

79.1

96.4

74.8

96.8

92.2

76.7

86.8

85.5

48.4

81.5

57.6

66.4

75.6

57.5

62.2

69.2

Ein

Ein

*

**

Boyacá

1 Boyacá

2 Covarachía

3 Cucaita ®

4 Cultiva

5 Chivata

6 Firavitoba ®

31

31

31

31

31

32

6.004

5.624

3.152

2.214

2.773

6.244

80.9

93.4

62.3

75.5

95.3

63

55.9

68.3

44.5

29.6

50.6

31.5

7 Guacamayas-® 31 3.056 67.7 34.9

258

Page 258: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Clasificación de municipios según rangos de violencia

Municipio

8 La Capilla

9 Monguí

10 Nuevo Colón

II Pesca

12 Ráquira

13 Sáchica

14 Sotaquirá

15 Sutamarchán

16 Tinjará

17 Tipacoque

18 Toca

19 Tota

20 Turmequé

21 Tuta

Cód.

32

12

32

32

31

31

32

31

31

31

31

32

31

P.Total

3.566

6.149

5.746

12.640

6.05

2.333

7.96

4.867

2.475

5.263

8.968

5.695

7.85

7.469

NBI

66.9

56.9

63.4

71.5

80

59.7

69.6

87.8

91.4

81.6

82.4

88.1

-T7.7

74.1

%MIS. P.G. PP T N FO

20.6

25.3

27

26.1

43.5

22.7

32,6

49.2

45

52.6

35.3

50.7

1 O O 1 O. 7

4.06

Casanare

1 La Salina 31 950 84.4 52.61

Cauca

1 López 53 10.458 66.7 31.3

Córdoba

1 Momil 42 10,106 83.2 66.6

Cundinamarca

1 Anapoima

2 Cucunubá

3 Gachancipa

4 Jerusalén

5 Nariño

6 Nemocón

7 Nilo

12

31

12

31

31

12

32

7.521

5.614

3.52

3.641

2.189

6.692

3.297

54.5

84,8

52.3

80.4

73.8

41.4

63.2

31.7

46.9

17.5

62.3

46.6

16,9

30

8 Sutatausa 32 3.374 62.8 40

259

Page 259: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Clasificación

Municipio

9 Tibacuy

Cód .

31

i de mur

P.Total

4.28

licipios según rangos de violencia

NBI

60.6

%MIS. P.G. PP T N FO

37.5

Chocó

1 Bajo Baudó

2 Lloró

53

53

16.412

5.607

82.5

91.1

45.6

46.2

Magdalena

1 El Piñón

2 Guamal

3 Salamina

4 San Zenón

5 Santa Ana

6 Sitio Nuevo

7 Tenerife

42

42

42

42

42

41

42

12.806

22.486

7.259

7.465

27.514

16,482

17.201

88.6

80.5

73.3

85.2

84.7

85.6

84.7

64,6

62.1

50.8

67.2

71,4

58,3

71.1

Nar iño

1 Cumbal

2 Imués

3 Magui

4 Mosquera

5 Feo Pizarro

6 Santa Bárbara

7 Tangua

8 Yacuanquer

12

31

SI

51

63

51

32

32

3.519

7.260

3.951

2.738

6.340

6.530

10.295

8.025

34.2

79.5

90.7

100

90

73.2

59.4

56.4

12,2

47.3

38.2

51.5

49.2

46.6

32.4

31.7

Santander nor te

1 Pamplonita 31 4.532 63 41.7

Santander

1 Cepita

2 Pinchóte

3 S.José de Mirand

4 San Miguel

32

32

31

31

2.419

3.470

6.831

4.237

75.9

64.2

74.8

85.1

24.7

21.7

45.6

59.3

5 Valle de S.José 32 4.573 46.9

260

Page 260: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1 . Clasificación de muí

Municipio

6 Vetas

Cód. P.Total

32 1.880

licipios según nangos de violencia

NBI

39,2

%MIS. P.G. PP

13.6

T N FO

Sucre

1 Galeras 42 11.365 77.8 56.1

To l ima

1 Piedras 32 5.307 66.7 40.3

261

Page 261: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Clasifii

Municipio

:aciór

Cód.

i de municipios según nangos de violencia

P.Total NBI %MIS. P.G. PP T N FO

D. MUY PACÍFICOS

At lánt ico

1 Puerto Colombia

2 Sabanalarga

42

41

18.788

13.661

44.2

55.6

12.6

36.9 *

Bolívar

1 El Guamo

2 San Estanislao

3 San Fernando

4 Soplaviento

42

41

42

42

6.740

12.341

8.970

11.365

86.7

76.6

93.3

78.5

64,1

50.1

81.5

53.5

Boyacá

1 Beteitiva

2 Boavita

3 Busbanzá

4 Cerínza

5 Floresta

6 Iza

7 Motavita

8 Nobsa

9 Oicatá

10 Panqueba

1 1 Salivan orte

12 Sativas ur

13 Sora

14 Soracá

31

32

31

31

31

32

31

12

31

31

31

31

31

32

3.163

14.290

747

5.150

5.017

1.608

4.799

11.311

2.360

2.601

4.325

1.364

3.014

5.592

88.7

70.8

88.4

71.4

82.4

46.8

91

28

88.8

76.7

85.9

76.2

96.9

86

63

35.1

58.2

23

42.6

19.3

54

6.3

33.5

46.4

58.5

47.9

50

40.1

Córdoba

1 Purísima 9.476 83.7 64.6

Cundinamarca

I Gama 31 4.246 58.3 41.7

262

Page 262: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 1. Clasificación

Municipio Cód.

i de municipios según rangos de violencia

P.Total NBI %MIS. P.G. PP T N FO

Chocó

1 Alto Baudó

2 Nuquí

3 Sipí

51

53

53

8.040

3.861

1.835

88

63.4

98.1

44.6

18.8

73.6

Guajira

1 Uribia 41 4.046 76.4 51.1

Magdalena

1 Cerro S.Antonio 41 16.426 88.9 70.4

Meta

1 Sn Juanito 32 1.528 49,2 22.7

Nar iño

1 Ospina

2 Sapuyes

32

32

5.871

6.186

69.2

60.3

48.9

32.5

Santander

1 Confínes

2 Jordán

3 Palmas.Socorro

31

31

32

2,140

1.296

1.978

79.4

55.5

67,3

40

25.5

27.4

263

Page 263: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Cuadro 2 Otros organizados de vii

Municipio

municipios con presencia de alenda Cod P.Total % NBI %MIS.

agentes

P.G P.P T .N F.O

Ant ioqu ia

1 Abriquí

2 Alejandría

3 Amaga

4 Amalfi

5 Andes

6 Angostura

7 Arboletes

8 Armenia

9 Barbosa

10 Belmira

1 1 Bello

12 Betania

13 Betulia

14 Bolívar

15 Cáceres

16 Cañasgordas

17 Caramanta ®

18 Caracoli

19 Carmen de Viboral

20 Carolina

21 Caucasía

22 Cisneros

23 Cocorná

24 Concordia

25 Dabeiba

26 El Bagre

27 Entrerríos

32

32

I I

12

I I

31

41

12

22

32

61

I I

12

I I

52

12

I I

12

22

12

21

12

32

12

52

52

12

2.649

4.615

20.931

17.103

37.226

12.303

34.884

6.861

28.445

5.341

210.662

12.518

14.436

27.774

16.957

18598

7.680

6.292

29.042

3.858

38.606

9.085

27.751

20.277

19.608

18.879

5.217

58

55.6

38.1

67.5

40.5

71.8

89

48.1

47.8

53,8

23.5

49.3

60

45.2

88.5

64.3

39.5

58.7

48.5

29.1

64.9

45.6

79.6

56.1

70.2

66.3

28.5

21.1

34,1

15.2

40.2

16.4

53.2

78.6

18.4

20.5

21.2

6.7

18.7

37.1

18.8

69.4

42.6

13.9

29.1

22,3

10.9

39.3

1 1.9

52.7

29.1

51.2

38

10

Farc

Farc

Epl

Farc-EIn-Epl

Eln-Epl

Farc

Farc-Epl

Epl

Farc-EIn

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn-Epl

Eln-Epl

Farc-EIn

Farc-Epl

Farc-EIn

Epl

Farc

Ein

Farc-EIn

Farc-EIn-Epl

Eln-Epl

Farc

Farc-EIn

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

**

**

**

*+

**

28 Envigado 61 90.470 13 1.8 Ein

264

Page 264: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otnos municipios con pnesencia de organizados de violencia

Municipio

29 Fredonia

30 Frontino

31 Giraldo

32 Gómezplata

33 Granada

34 Guarne

35 Guatapé

36 Heliconia

37 itagúí

38 Ituango

39 Jericó

40 La Ceja

41 La Estrella

42 La Unión

43 Liborina

44 Maceo

15 Marinilla

46 Montebello

47 Murindó

48 Necoclí

49 Nechí

50 Peñol

51 Peque

52 Pueblorrico

53 Puerto Nare

54 Retiro

55 Rionegro

56 San Carlos

57 San Francisco

Cod

I I

12

31

12

12

12

12

12

61

31

I I

21

22

12

31

12

22

I I

52

42

42

12

31

I I

12

12

21

22

32

P.Total

22.628

24.258

3.710

8.967

18.448

23.253

4.189

7.636

136.883

22.218

14.738

27.870

29.138

13.261

10.411

8.866

31.038

8.871

1.566

24.861

10.630

13.633

6.768

8.979

15.207

10.874

55.664

25.163

% N B I

36

64.6

76.4

44.3

56.5

49.2

44.2

66.5

21.4

77.4

38.1

29.4

28.5

33.9

57

60

46.6

53.8

100

89.7

93.1

57.6

87.4

44.2

62.2

38.3

29.6

61.3

% MIS.

11.2

37.5

42.5

13.6

22.9

19.4

12.1

33.1

4.6

54.6

9.5

9.6

5.1

8.9

22.7

31.8

23.5

26.5

46.2

78.1

70.6

27.6

69.6

15

34

8

8

30.4

agentes

P.G

Ein

Farc

Farc

Farc

Farc

Ein

Farc-Epl

Epl

Ein

Ein

Farc

Farc-EIn

Farc

Ein

Farc

Farc-Epl

Farc-

Farc

Farc-Epl

Epl

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc-EIn

P.P T .N F.O

*

*

* * *+

*

* + 4, ±±

*

*

* *

*

**

* *

*

* * **

*

* *

*

58 San Jerónimo 12 9.775 58.3 25.8 * **

265

Page 265: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con pnesencia de onganizados de violencia

Municipio

59 S.J.dela montaña

60 S.J. de Urabá

61 S.Pedro de Urabá

62 San Roque

63 Santa Barbara

64 Sta.Rosa de Osos

65 Santo Domingo

66 Sonsón

67 Sopetrán

68 Támesis®

69 Tarso

70 Uramita

71 Urrao

72 Valparaíso

73 Valdivia

74 Vegachí

75 Venecia

76 Vigía del Fuerte

77 Yarumal

78 Yolombó

79 Yondó

Cod

12

41

41

12

I I

12

12

22

12

I I

1 1

31

12

I I

31

31

I I

53

21

12

52

P.Total

2.659

20.526

18.435

25.705

22.834

15.143

38.595

12.243

19.936

6.674

8.354

25.786

8.163

12.233

11.561

12.162

6.120

32.495

20.151

6.825

% N B I

33.5

91.3

65

39.5

40.6

56.9

47.1

54.4

48.4

59.9

83.2

62.6

35.6

70.1

74.8

49.1

100

44.6

62.8

84,6

%MIS.

1,7

85.2

39.2

15.6

16.8

22.1

19.7

27

16.6

27

62.7

43.4

13

43.5

49.7

17.9

57.9

19.5

34.6

66.1

agentes

P.G

Farc

Farc

Farc-EIn

Ein

Farc

Farc

Farc

Epl

Epl

Epl

Farc

Epl

Farc

Farc-EIn-Epl

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc

P.P T .N

* *

* *

*

*

*

*

*

*

*

*

* *

* *

*

*

* *

*

* *

F.O

**

**

**

*+

**

**

*-+

Arauca

1 Arauca

2 Pto. Rondón

22

51

67.167

1.507

61.3

49.5

32.4

10.3

Farc-EIn

Farc-EIn

**

At lánt ico

1 Baranoa

2 Luruaco

42

41

33.647

17.075

44.1

68.9

16.8

45.7

*

*

3 Malambo 52.389 32.7 13.5 Ein

266

Page 266: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros organizados de vii

Municipio

4 PuebloNuevo

5 Repelón

6 Santa Lucía

7 Soledad

8 Tubará

municipios con presencia de olencia Cod

41

42

41

61

42

P.Total

9.874

16.373

7,336

164.008

6.460

% NBI

51.9

76.9

71.5

31.7

63.1

% MIS.

24.3

49.1

46,5

13.3

28.7

agentes

P.G

Farc-EIn

P.P

*

*

*

*

T.N F.O

Amazonas

1 Leticia

2 Puerto Nariño

61

53

13.379 35.4 13.6

Farc

*

*

Bolívar

1 Cartagena

2 Achí

3 Barranco de Loba

4 Carmen de Boli.

5 Córdoba

6 Magangué

7 Mahates

8 Pinillos

9 Santa Catalina

10 San Pablo

1 1 Santa Rosa

12 Turbaco

13 Rioviejo®

62

52

42

42

42

62

42

42

42

52

42

42

52

528.021

23.384

15.490

62.339

14.168

87.002

18.918

26.369

14.911

15.714

9.075

34.030

17.482

41.9

94.4

88

80.1

91.6

72.9

80.3

95.7

91.6

86.3

98.9

58.3

99.4

21.9

81.9

75.7

63.9

75.7

55,1

55,6

87.4

64.6

71.4

79.6

33.1

84.8

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn-Epl

Ein

Ein

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc-EIn

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

**

**

**

**

Boyacá

1 Aquitania ®

2 Almeida

3 Berbeo

4 Caldas ®

12

31

32

31

16.803

4.679

2.259

4.688

65.1

84.7

55.9

72.5

33.6

47.4

13.5

33.4

Farc

Farc-EIn

Farc *

*

**

5 Campohermoso 31 5.322 87.0 57.1 Farc

267

Page 267: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros organizados de vi'

Municipio

6 Coper

7 Cubará

8 Chiquinquirá

9 Chiquizá

10 Chiscas

1 1 El Cocuy®

12 Gachantivá

13 Gámeza

14 Garagoa ®

15 Labranzagrande

16 La Uvita®

17 La Victoria

18 Miratlores®

19 Mongua

20 Moniquirá

21 Pachavita

22 Paya

23 Pajarito

24 Pisba

25 Puerto Boyacá

26 Rondón

27 San Luis Gacen

28 San Eduardo®

29 San Miguel de S.

30 Santana

3 1 S. José de Pare

32 Santa María®

33 Socotá

municipios con pnesencia de olencia Cod

31

52

21

31

31

32

31

32

22

31

52

12

32

12

32

52

52

31

52

31

31

31

32

31

31

52

32

P.Total

5.667

2.994

34.898

5.092

7.566

7.587

3.836

6.231

14.178

5.509

11.600

3.124

9.818

6.324

19.887

3.895

2.452

2.824

1.633

30.745

3.783

7.273

3.306

3.946

6.977

6.439

6.194

12.725

% NB I

94.0

72.1

40.0

91.2

73.3

65.0

86.9

63.7

44.6

94.6

74.7

5*3.9

64.4

54.3

60.1

69.9

97.8

81.3

100

51.5

82.3

67.5

79.8

64.1

72.3

71.6

64.1

80.2

% MIS.

54.1

50.1

15.2

47.2

40.2

52.2

56.6

20.5

15,6

70.9

45

74.7

32.5

27.7

32

37.4

86.9

43.1

74

23.6

56.9

41.2

40.2

33.6

44.3

37.2

45.3

47.3

agentes

P.G

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Ein

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc-EIn

P.P T .N F.O

*

*

*

*

* +

*

*

34 Socha 32 9.004 64.8 27.4 Farc-EIn

268

Page 268: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con pnese onganizados de violencia

Municipio

35 Sogamoso

36 Tenza

37 Togui

38 Tópaga

39 Tunungua

Cod

61

32

31

32

52

P.Total

80.559

5.440

5.724

3.759

1.770

% NBI

31.8

69.4

84.1

65.2

85.8

ncia de

% MIS.

11.7

28.3

44.1

35

51.5

agentes

P.G

Farc

Farc

Farc

Farc

P.P

*

T.N F.O

**

Caquetá

1 Florencia

2 Albania

3 Belén de los. ®

4 Curillo

S El Doncello

6 Milán

7 Montanita

8 Morelia

9 Paujil

10 Puerto Rico®

1 1 S. José de Fragua

12 S.V. Caguán®

13 Solano

62

51

51

51

51

51

SI

51

51

51

SI

SI

51

76.689

9.362

13.933

17.246

5.029

11.931

2.404

8.656

26.631

17.423

10.094

47,7

84,6

66.6

52.7

60.9

78.3

74.9

61.0

71.3

76.2

61.3

22.5

S4.S

40.8

22.5

36.2

53.5

45.9

27.3

43.8

51.3

56.6

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

Caldas

1 Manizales

2 Aguadas®

3 Anserma

4 La Dorada

5 Marmato

6 Marquetalia

7 Neira

8 Palestina

62

1 1

I I

61

32

1 1

1 1

I I

295.105

26.221

33.707

53.766

5.872

13.944

24.863

16.552

22.3

39.0

34.2

43.1

44.3

49.4

40.8

42.2

5.6

13.7

10.5

18.3

21.7

13.9

IS.I

15.5

Farc-EIn

Epl

Epl

Epl

Farc

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

+*

**

9 Riosucio 12 21.386 28.1 12 Epl

269

Page 269: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros organizados de vi

Municipio

10 Risaralda

1 1 Salamina

12 Supía

13 Victoria

14 Samaná

; municipios con pnesencia de olencia

Cod

I I

I I

22

52

I I

P.Total

18.384

23.183

19.472

10.170

32.771

% NBI

38.7

33.5

50.1

52,3

68,0

%MIS.

13.6

7.4

22.9

27

36.2

agentes

P.G

Epl

Epl

Farc

Farc

P.P T .N F.O

* *

*

Casanare

1 Yopal

2 Chameza

3 Hato Corozal

4 Maní

5 Nunchia

6 Orocué

7 Paz de Ari poro

8 Pore

9 Recetor

10 Sacama

1 1 San L. Palenque

12 Támara

13 Villanueva

SI

31

SI

51

SI

SI

SI

51

SI

SI

53

28

51

22.261

1.61 1

6.590

6.155

4.923

2.941

9.558

4.634

1.853

723

4.504

5.623

6.693

S3.9

92.7

79.9

72.9

87.5

86.5

73.8

90.1

86.9

100

85.5

83.8

59.4

26.6

56.4

38.2

37.1

66.1

57.2

36.3

63.6

59.3

49.2

39.4

57.5

41.5

Farc

Farc

Ein

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc

Farc

* *

* *

* * *

Cauca

1 Popayán

2 Almaguer ®

3 Argelia ®

4 Buenos Aires

S Caldono

6 Cajibío

7 Corinto

8 El Tambo

62

31

52

31

52

31

12

31

154.599

14.793

12.539

31.307

9.509

26.800

19.772

34.200

30.3

84.3

85.8

74.1

51.7

81.4

56.8

76.9

13.8

59.6

66.5

51.6

29.5

57.2

29.8

52

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc-Epl

Farc

Ein

Farc-EIn

Farc

Farc

* **

* **

* * **

*

**

*

9 Inza 32 11.671 74.6 53.5 Farc

270

Page 270: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

C u a d r o 2 Otnos municipios con pnesencia de organizados de violencia

Municipio

10 La Sierra®

1 1 La Vega ®

12 Mercaderes ®

13 Morales

14 Padilla

15 Patía®

16 Piendamó

17 Puracé

i 8 Rosas

19 Santander de Q.

20 San Sebastián®

21 Santa Rosa®

22 Silvia®

23 Sotara ®

24 Timbío

25 Toribío ®

26 Totoro ®

Cod

32

32

31

32

12

12

12

32

32

21

52

52

12

32

12

32

31

P.Total

9.985

14.322

23.470

10.073

7.246

26.644

19.108

6.017

8.200

52.339

6.652

4.906

10.106

6.260

21.635

1.592

5.453

% N B I

61

67.3

75.3

70

61.2

60.3

52

59.4

62.6

45.9

61.7

73.6

43.9

62

57.1

38.6

66.1

%MIS.

38

43.5

50.1

43.5

23.8

38.4

25.8

29.9

34.1

23.4

31.9

42.5

22.1

34.3

29.1

3.2

42.1

agentes

P.G

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc

Farc-EIn

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc

Farc-EIn-Epl

Farc-Epl

Farc

Farc

P.P T .N

*

*

*

*

*

*

*

*

* *

*

*

*

*

*

F.O

**

**

**

**

Cesar

1 Valledupar

2 Aguachica

3 Agustín Codazzi

4 Astrea

5 Becerril

6 Bosconia

7 Curumaní

8 Chimichagua

9 Chiriguaná ®

10 El Copey

62

61

21

41

42

42

42

42

42

42

187.206

48.724

39.492

16.501

1 1.911

20.911

24.694

22.767

16.209

24.061

47

59.7

56.5

89.6

87.1

75.7

72.2

70.7

61.7

71.4

25.7

31

30.5

83,1

54.5

48.3

50

53.2

38.2

48.6

Farc-EIn

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc Ein

Ein

Ein

Ein

Farc-EIn

* *

*

* *

*

*

*

*

* *

*

**

**

**

**

**

**

I I El Paso 42 14.563 79.3 63.7 Ein

271

Page 271: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

C u a d r o 2 Otnos municipios con pnesencia de

onganizados de violencia

Municipio

12 González

13 La Gloria

14 La Jagua

15 La Paz

16 Manaure

17 Pailitas

18 Pelaya

19 S. Diego

20 S. Martín

21 Tamalameque

Cod

12

42

42

42

42

42

42

42

42

42

P.Total

8.742

9.314

15.129

16.834

4.800

12.210

10.227

14.005

12.276

10.776

% N B I

60.1

73.5

70.8

64.5

69.4

64

76.7

71.6

77

74.6

%MIS.

41.6

50.6

50.5

43.7

39.7

43.2

48.2

44.7

51.2

53.4

agentes

P.G

Farc-EIn

Ein

Farc-EIn

Farc

Farc-eln

Ein

Farc-EIn

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn

P.P

*

*

*

*

*

*

*

*

*

T.N

*

*

F.O

**

**

Córdoba

1 Montería

2 Ayapel

3 Buenavista

4 Cereté

5 Chima

7 Chinú

8 Ciénaga

9 Lorica

10 Los Córdobas

1 1 Montelíbano

12 Planeta Rico®

13 Pueblo Nuevo

14 Pto Escondido

15 Sahagún

16 S.Andrés de S.

17 San Antro

18 S. Bernardo del V.

62

42

42

42

42

42

41

42

42

42

42

42

42

42

42

42

41

222.432

35.129

12.600

53.816

9.877

29.231

38.259

75.520

9.363

33.887

44.248

17.359

11,627

58.009

28.764

12.738

21.856

52.1

84.7

78

62.5

88

77,2

80.4

79.4

94.2

69.2

77.1

79.9

95

71

93.6

89.3

90.5

31.1

67.8

57.7

38.2

73.5

51.9

59.1

59.5

80.1

50.5

57.1

63.2

85.2

49.8

80.4

65

75.3

Ein

Farc-Epl

Ein

Farc

Ein

Ein

Farc-Epl

Farc-Epl

Farc

Ein

Eln-Epl

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

**

19 SanCarlos 42 17.082 90 77.4 Epl

272

Page 272: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros onganizados de vii

Municipio

20 Tierralta

21 Valencia

municipios con pnesencia de olencia Cod

52

52

P.Total

52.577

20.684

% N B I

87.1

90

% MIS.

77.1

77.2

agentes

P.G

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn

P.P

*

*

T.N F.O

*

*

Chocó

1 Quibdó

2 Acandí

3 Bagado

4 Bahía Solano

5 Con doto

6 Itsmina

7 Jurado

8 Novita

9 Riosudo

10 Tadó

62

53

53

53

53

53

53

53

52

53

74.353

8.129

5.021

5.325

12.928

19.839

2.044

7.300

19.663

14.532

80.4

79.9

884

60.7

70.5

83.9

71.4

93.2

97.4

88.9

39.1

57.2

40.3

23.2

23.8

53.3

22.5

53

64.7

44.7

Farc

Farc

Ein

Farc

Farc-EIn

Farc

Farc

Farc

*

*

*

*

*

**

*

Cundinamarca

1 Albán

2 Beltrán

3 Bojacá

4 Cajicá

5 Caparrapí

6 Cáqueza

7 Cota

8 Chaguaní

9 Choachí ®

10 El Peñón

1 1 Fómeque

12 Fosca

13 Funza

14 Fusagasugá

12

31

12

22

52

12

12

32

12

31

32

31

21

61

5.443

1.893

3.729

20.388

17.332

16.340

8.080

49.45

11.091

6.489

1 1.049

6.669

26.753

55.795

41.8

85.2

57.6

22.1

78.7

63.5

46.1

60.6

47.7

73.9

65.5

73.2

38.3

38.4

18,7

47

20.4

4.5

52.3

33

15.5

32.7

19.2

41.1

34.2

41

9.7

16.6

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

*

*

*

*

*

*

*

*

**

15 Guaduas® 12 20.255 47.8 23.1 Farc

273

Page 273: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con presencia de organizados de violencia

Municipio

16 Guayabal

17 Guayabetal®

18 Gutiérrez®

19 La Palma

20 Medina®

21 Ninaima®

22 Pacho

23 Paratebueno

24 Pasca®

25 Quetame®

26 Sasaima

27 S.Bernardo®

28 S.Rioseco

29 Pto Salgar

30 Pulí

31 Sopó

32 Topaipí

33 Ubaque

34 Une

35 Usme

36 Villagómez

37 Yacopí

38 Zipaquirá

Cod

31

32

31

31

31

31

22

32

32

31

12

12

12

52

31

12

31

32

32

31

52

61

P.Total

3.818

4.099

3.859

13.187

12.411

4.150

23.923

3.978

9.428

5.733

8.389

11.640

10.368

11.332

4.133

8.172

5.931

7.437

6.769

2.475

18.675

54.940

% N B I

62.8

62.1

68.8

78.3

77.3

74.7

51.3

56.2

48

74.1

35

51.4

57.6

59.7

72.1

28.8

81.7

68.3

59.2

66.8

82.2

25.2

% MIS.

29.9

43.7

32

49.8

53.9

46.9

24.6

34.5

13.6

43.6

16.3

20.7

29.9

31.4

33.5

6.4

42.6

27.8

26.3

27.4

56.2

7.6

agentes

P.G

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

P.P T .N F.O

* *

**

* *

*

*

+

*

*

*

* *

*

Guajira

1 Riohacha

2 Barrancas

3 Fonseca

4 S.Del Cesar

32

42

42

42

69.717

13.632

26.272

24.471

50.5

64.7

46.8

47.9

25.8

38.6

23.1

18

Epl

Farc

Farc

* **

*

5 U ramita 42 8.800 68.5 47.6 Ein

274

Page 274: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con pnesencia de agentes onganizados de violencia

Municipio Cod P.Total % NB I % MIS. ¡»!G P.P T .N F.O

Hui la

1 Neiva® 62 193.139 34.3 14.9 Farc-EIn * **

2 Acevedo® 32 14.463 68.7 33.3 Farc

3 Algeciras® 12 18.006 64.5 36.6 Farc *

4 Aipe 12 8.948 59.5 33.9 Farc

5 Baraya® 12 7.759 51.6 26.2 Farc

6 Campoalegre® 22 23.631 52.5 24.1 Farc

7 Colombia® 31 9.848 72.2 48,6 Farc *

8 Garzón® 21 39.786 46.5 23.3 Ein *

9 Gigante® 12 20.022 49.8 21.4 Farc

10 Iquira® 12 6.714 62.5 38.1 Farc

11 Isnos® 32 15.130 65.1 34.8 Farc-EIn

12 La Plata® 22 34.301 55.4 27.3 Farc

13 LasArgent. ® 32 6,831 59.7 26.1 Farc-EIn

Magdalena

14 Nataga® 32 4.339 62.7 43.1 Farc

15 Pitalito 21 49.962 44.4 20.7 Farc-EIn

16 Rivera® 12 11.118 49.6 19,4 Farc

17 S.Agustín® 12 20.785 63.4 36.2 Farc-EIn

18 Santa María® 32 8.473 60.1 32.6 Farc

19 Saladobla® 32 7.463 66.9 35.3 Farc

20 Suaza® 32 8.484 59.3 36.5 Farc

21 Tello® 12 10.683 60.4 28.9 Farc

22 Teruel® 12 6.421 58.9 32,7 Farc

23 Timaná® 12 15.292 35.6 12.9 Farc-EIn

24 Villavieja 12 6.864 73.5 43,3 Farc

25 Palermo® 15.389 46.3 22.2 Farc

26 Paicol® 4.167 60.2 23,9 Farc

27 Pital® 10.039 60.3 33.1 Ein

275

Page 275: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con prese organizados de violencia

Municipio

1 Sta. Marta

2 Ariguaní

3 Aracataca

4 Ciénaga

5 Chivólo

6 El Banco

7 Fundación

8 Plato

9 Pedraza

Cod

62

42

42

61

42

42

21

42

42

P.Total

215.101

24.160

34.196

1 19.1 15

10.818

41.836

41.825

61.705

12.622

% NB I

32.9

80.8

73.1

57.2

90

71.8

56

84,6

89.9

ncia de

% MIS.

12.9

59

44.9

31.7

79.4

54.5

32.7

71.9

69.3

agentes

P.G

Farc-EIn

Ein

Ein

Eln-Farc

Ein

Ein

Eln-Farc-Epl

Ein

Farc

P.P

*

*

+

*

*

*

*

T.N

+

*

+

*

*

*

F.O

**

*+

**

Meta

1 Acacias

2 Cumaral®

3 El Calvario®

4 Fuente de Oro

5 Granada®

6 Guamal

7 La Macarena

8 Lejanías

9 Pto Gaitán

10 Pto Rico

1 1 S.Carlos Gua

12 V. Hermosa

22

51

31

51

21

12

SI

51

53

51

51

51

24.887

10.051

2.726

2.138

29.604

7.900

S.09I

9.763

5.813

10.142

3.424

18.820

43.8

43.7

47.1

49.6

55.9

53.1

89.5

62

67.3

82

64.6

81.6

15.5

19.7

6.5

25.4

27.9

25.8

65.3

36.2

36.2

59.8

34.2

62.9

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

*

*

*

*

*

*

*

*

+

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

**

Nariño

1 Pasto®

2 Ancuya®

3 Consaca

4 Cumbitara®

5 El Rosario

31

32

31

31

241.175

8.887

9.716

6.050

6.729

31.1

72.6

61.9

88

84.8

11.6

49

38.2

57.6

57.3

Farc-EIn

Farc

Farc

Farc

Farc

**

6 Guaitarilla 12.689 70.5 37.8 Farc

276

Page 276: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otnos municipios con pnesencia de onganizados de violencia

Municipio

7 Ipiales®

8 Leiva®

9 Linares

10 Los Andes

1 1 Mallama

12 Olaya

13 Policarpa

14 Puerres®

i r r-, . . : . ffh I D oainamego-'

16 Sandoná

17 San Pablo

18 Santa Cruz®

19 Taminango

20 Túquerres®

Cod

61

31

31

31

31

51

31

32

12

12

12

31

32

22

P.Total

63.261

8.482

10.313

9.879

5.016

13.578

7.595

8.456

43.653

26.684

17.098

6.694

16.148

33.151

% N B I

47.6

84.4

77.3

69.1

59.6

93

86.9

63.8

85.8

68.7

61.9

91.2

80.2

58.8

% MIS.

23

62.4

49.5

43.9

22.9

52.1

60.7

37.1

66.5

39.2

31.9

74,2

51.6

35.3

agentes

P.G

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

r 1 di C

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

P.P T .N F.O

*

*

**

Nor te de Santander

1 Cúcuta

2 Ábrego

3 Arboledas

4 Cachira

5 Cacota

6 Convención

7 Cucutilla

8 Chinácota®

9 Chitaga

10 Durania

11 El Carmen

12 Hacarí

13 Gramalote

62

32

31

31

31

52

31

12

31

12

52

52

12

375.822

28.497

10.650

16.756

3.216

17.378

9.442

10.409

9.270

4.574

12.721

9.891

7.410

38.8

84.5

65.1

72.4

64.2

61.8

72

35.2

72.3

60.6

76.6

91.2

48.1

15.9

51.8

44.1

41.4

28.3

38.7

44.4

14.3

46.6

22

54.1

69

19

Farc-EIn-Epl

Eln-Epl

Farc-EIn

Farc-EIn

Ein

FArc-EIn-Epl

Ein

Ein

Farc-EIn

Farc-EIn-Epl

FArc-EIn-Epl

Farc-Epl

* *

*

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

+*

**

**

14 Labateca 31 6.776 66.8 34.5 Ein

277

Page 277: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros onganizados de vi

Municipio

15 La Playa

16 Ocaña

17 Pamplona

18 Salazar®

19 Santiago®

20 San Calixto

21 San Cayetano

22 Sardinata®

23 Teorama

24 Tibú

25 Toledo

26 Villacaro

27 Villa Rosario

municipios con presencia de olencia Cod

31

61

61

32

32

52

32

52

52

52

12

31

61

P.Total

7.898

65.077

37.842

10,921

2.477

22.01 1

2.728

21.836

14.912

32.462

15.933

4.789

63.424

% NB I

77.3

43.4

29.2

67.1

60.5

88.8

61.6

72.3

85.4

76

69.7

84.5

Sl . l

% MIS.

51.3

22.9

11.8

37.2

28.7

64.2

30.5

50,7

56.4

56.3

38.6

43.4

21.8

agentes

P.G

Ein

Farc-EIn

Ein

Eln-Epl

Farc

Ein

Farc

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn-Epl

Farc-EIn

Epl

P.P T .N

*

*

*

*

+ *

*

*

*

*

F.O

**

**

**

**

**

**

Quindío

1 Armenia

2 Buenavista

3 Calarcá

4 Genova®

5 La Tebaida

6 Montenegro

7 Pijao

8 Quimbaya

9 Salento®

62

I I

I I

I I

I I

I I

12

I I

12

183.510

3.267

51.925

9.771

18.398

29.323

7.760

29.331

6.044

24.2

24.2

29.7

32.9

41.3

42.5

45.1

38.7

41.9

6.3

6.3

9.2

10.1

15.3

13.7

13.1

14.1

11.6

Farc

Farc

*

* *

*

*

*

*

*

*

Risaralda

1 Belén de U.®

2 Guatica®

3 La Virginia

4 Mistrató

I I

12

21

52

22.422

12.427

24.460

9.769

44.4

44.1

46.6

57.7

15.2

19.1

19.9

26.2

Epl

Epl

Epl

*

*

+

*

**

5 Quinchía 27.014 57.6 34.

278

Page 278: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con pnesencia de onganizados de violencia

Municipio

6 Sta.Rosa deC

7 Pueblo Rico®

Cod

21

52

P.Total

60.085

9.419

% NBI

33.8

53.1

% MIS.

11.6

23.5

agentes

P.G

Epl

P.P T .N F.O

* *

*

Santander

1 Albania

2 Aratoca

3 Barbosa

4 Betulia

5 Bolívar®

6 Carcasi

7 Cerrito

8 Cimitarra

9 Concepción

10 Contratación

1 1 Chipata®

12 Curití

13 Charalá

14 Enciso

15 Floridablanca

16 Guepsa

17 Landázuri

18 Chima

19 El Guacamayo

20 Florián®

21 Girón

22 Guaca

23 Guavata

24 Jesús María

25 La Paz

31

32

22

52

52

31

31

12

31

12

31

32

12

61

31

52

46

31

31

61

31

31

31

31

5.781

6.866

16.706

5.766

21.585

6.261

5.906

16.557

7.080

4.274

6,559

8.764

16.057

4.821

143.454

3.618

10.456

3.812

2,762

6.607

50.469

7.718

6.039

4.004

7.096

78.3

7136

44.7

65.3

71.3

78.6

77.8

73,8

68.6

4.08

76.3

68.4

46.3

82.8

19.2

74

69.7

73.5

77.9

88.2

34.1

76.5

73.8

71.4

81.5

48.3

42.4

18.3

33.3

43

49.6

48.3

39.6

47.8

15.9

50.8

32.4

20.8

58.3

4,5

47.3

30.4

49.5

39.7

61.2

13.8

47.3

42.1

40.2

50.1

Farc

Farc-EIn

Farc

Farc-EIn

Farc

Ein

Ein

Farc

Ein

Farc

Farc

Ein

Farc

Ein

Farc-EIn

Farc

Farc-ELn

Farc

Farc

Farc

Farc-EIn

Ein

Farc

Farc

Farc

*

*

* *

**

**

**

**

26 Lebrija 12 21.099 54.2 26.6 Farc-EIn

279

Page 279: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros organizados de vi

Municipio

27 Málaga

28 Matanza

29 Mogotes

30 Ocamonte

31 Piedecuesta

32 Pte Nacional

33 Pto. Parra

34 Rionegro

35 Sabana de Torres

36 S. Andrés

37 San. Gil

38 Sta. Barbara

39 Sta.Helena Opion®

40 Simacota

41 Socorro

42 Suaita

43 Sucre®

44 Tona

45 Vélez®

46 Zapatoca

municipios con presencia de olencia Cod

22

12

32

32

21

12

52

12

52

31

21

32

52

52

22

32

31

31

52

12

P.Total

16.022

5.760

11.831

4.807

47,605

14.925

5.756

27.403

19.886

12.708

31.374

2.287

4.706

9.706

21.716

10.754

12.086

5.463

16.011

10.314

% N B I

39.3

48.2

62.3

55.3

39.1

66.7

74.8

56.8

54.7

66.1

29.6

70.7

83.1

77.8

30.5

48.5

64.2

56.8

52.6

38.2

% MIS.

14

13.2

32.7

20

13.1

27.9

47.4

31.7

26.2

32.9

7.5

37.7

65.1

53.2

10.1

24.7

33.8

20.8

18.2

13.6

agentes

P.G

Ein

Ein

Farc

Farc

Farc-EIn

Farc

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Ein

Ein

Farc

Farc

Ein

Farc

Farc

Farc-EIn

Farc-EIn

Farc-EIn

P.P T .N F.O

*

*

*

*

*

*

*

*

**

**

**

**

**

**

**

Sucre

1 Sincelejo

2 Caimito

3 Coloso

4 Corozal

5 Chalán

6 Guaranda

7 Majagual

62

42

42

42

42

41

42

135.380

8.309

8.951

46.000

3.747

10.277

22.537

51.8

85.2

89.7

64.8

91.1

96.9

91.6

33.3

72.7

73.3

38

75,1

82.1

83.2

Epl

Farc-EIn

Ein

Ein

Farc-EIn

Ein

*

*

*

*

*

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8 Morroa 42 8.941 77.8 54.6 Ein

280

Page 280: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros organizados de vi

Municipio

9 Ovejas

10 Palmito

1 1 Sampués

12 San Benito

13 San Betulia

14 San Marcos

15 San Onofre

16 San Pedro

17 Sucre

18 Tolú

19 Toluviejo

municipios con presencia de alenda Cod

42

42

42

42

41

42

42

41

42

42

42

P.Total

20.655

4.607

19.822

18.351

8.434

31.250

41,692

14.738

19.655

22.874

14.203

% N B !

77.4

93.7

79.7

90.7

76

74.4

89.7

73.4

95.3

70.3

84.5

% MIS.

54

78.2

55.5

75.9

56.4

54.8

73.9

53.3

50.5

48.4

61.4

agentes

P.G

Farc

Ein

Ein

Farc-EIn

Ein

Farc-EIn

Eln

Ein

Eln

P.P

*

*

*

*

*

*

+

T.N F.O

**

*

*

*

*

*

*

To l ima

1 Ibagué®

2 Ambalema

3 Alpujarra

4 Alvarado

5 Ataco®

6 Cajamarca

7 Carmen de Apicalá

8 Coyaima

9 Cunday

10 Chaparral®

1 1 Dolores®

12 Falán

13 Fresno

14 Guamo

IS Honda

16 Icononzo

62

12

32

12

52

12

12

31

31

21

12

32

22

12

21

12

290.795

7.652

5.616

8.357

21.459

17.310

4.742

25.165

14.137

41.720

10.653

15.116

26.295

33.333

25.663

10.789

29.2

41.6

50

54

79.5

42.1

44.3

84.8

64.9

63.1

49.6

57

51.7

62.9

25.1

61.7

9.7

8.7

18.3

21.7

51.8

14.9

17.2

69.1

36.9

38.8

34.2

24.7

23.5

33.7

7.2

26.5

Farc-EIn

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

*

*

*

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**

*

*

17 Lérida 12 9.402 38.5 13.9

281

Page 281: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con presencia de organizados de violencia

Municipio

18 Líbano

19 Mariquita

20 Melgar

21 Natagaima

22 Ortega®

23 Planadas

24 Purificación

25 Rioblanco®

26 Rovira®

27 Saldaña

28 S. Antonio®

29 Villarrica

Cod

21

22

22

32

31

52

22

52

12

12

12

12

P.Total

42.481

24.051

14.708

17.714

30.971

15.567

22.066

23.686

22.385

12.740

17.540

8.039

% N B I

39.4

46.7

49.3

70.1

75.5

74.7

51.6

73.9

64.6

50.2

65.4

49.3

% MIS.

15.3

22

24.1

51

47.3

44.8

21.2

50.1

41

25

36.1

20.7

agentes

P.G

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

P.P T .N

*

*

*

*

*

*

*

F.O

**

**

**

Valle

1 Alcalá

2 Ansermanuevo

3 Argelia

4 Bolívar

5 Buenaventura

6 Buga

7 Bugalagrande

8 Calima®

9 Dagua

10 El Cairo

1 1 El Cerrito®

12 Florida

13 Ginebra

14 Jamundí

15 La Unión

I I

I I

12

12

62

61

22

12

12

12

21

21

12

21

22

12.687

17.873

8.142

16.820

191.623

92.492

21.694

10,279

30.529

1 1.170

40.078

39.519

14.173

40.070

20.377

49.2

47.3

38.1

49.7

45.9

30.9

36.5

33.5

46.8

47

38.8

45

33.6

48.4

39.4

19.7

21.1

9.3

20.9

19.4

9.7

15.2

13.2

17.7

14.6

10.7

14.3

II.1

22

14.6

Farc

Eln

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

Farc

*

*

*

* *

*

*

* *

*

* *

*

* *

*

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**

**

**

16 La Victoria 22 14.428 35.5

282

Page 282: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Cuadro 2 Otros municipios con presencia de organizados de violencia

Municipio

17 Obando

18 Palmira

19 Pradera

20 Restrepo®

21 Riofrio

22 Roldanillo®

23 San Pedro

24 Sevilla®

25 Tuluá

26 Ulloa

27 Versalles®

28 Yumbo

29 Zarzal

Cod

12

61

21

12

12

22

12

I I

61

I I

12

61

21

P.Total

14.139

212.596

32.678

12.003

14,743

29.776

11.325

50.238

120.598

5.633

10.896

50.050

31.974

% NBI

49.8

31.8

47.7

41.4

45

33.2

44

36.1

33

40.8

38.5

41

36.4

% MIS.

20.4

10.8

21.1

11.6

15.9

9.4

13

9.9

8.8

12.5

10.3

15.9

10.2

agentes

P.G

Farc

Farc

Eln

Farc

Eln

Farc

P.P

*

*

*

*

*

*

T.N

*

*

*

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*

*

*

+

F.O

**

**

Vaupés

1 Mitú 51 2.912 60.3 40 Farc

Vichada

1 Puerto Carreño 51 5.791 43.4 20.5 Farc *

Guaviare

1 S.José del G. 51 30.474 69.6 47.7 Farc * * **

Putumayo

1 Mocoa

2 Orito

3 Pto. Asís

4 Villa Garzón

12

51

SI

51

19.154

14.865

42.569

11.681

50.3

67.2

66.2

68.7

24.4

27.3

27.4

38.4

Farc

Farc

Farc

*

*

*

*

*

*

**

283

Page 283: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997
Page 284: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

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1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

2009

2010

2011

2012

2013

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on predominio de latifundio Cosfa Caribe

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on predominio de colonización activa Interna

on predominio de colonización no activa

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ntros Regionales

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Facultad de Ciencias Humanas

Centro de Estudios Sociales

Fuente Cartográfica ; IGAC - 1.985

Elaborado en PC ARC/INFO

p o r : SONIA CRISTINA FONSECA G. - C o n s u l t o r i o SIG

JÓSE OARIO MORENO p. - Depto. Geografía

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Page 312: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Mapa 2. Municipios con presencia de violencia política.

MUNICIPIOS CON PRESENCIA DE VIOLENCIA POLÍTICA

O APARENTEMENTE POLÍTICA (RESUMEN)

PROYECTO VIOLENCIA Y DESARROLLO MUNICIPAL EN COLOMBIA

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Facultad de Ciencias Humanas

Centro de Estudios Sociales

Fuente Cartográfica : IGAC -1.985

Fuente de la información: Coilos M. Ortiz

Elaborado en PC ARC/INFO

p o r : SONIA CRISTINA FONSECA G. - Merca lo r SIG Ltda

JOSÉ DARÍO MORENO P, - Depto. G e ó g r a f o

313

Page 313: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Mapa 3. Presencia de actividad narcotraficante, paramilitar y guerrilla.

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Page 314: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Mapa 4. Presencia de actividad paramilitar y narcotraficante

PRESENCIA DE ACTIVIDAD

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Page 315: La Violencia y El Municipio Colombiano 1980-1997

Anexo

Mapa 5. Presencia de actividad paramilitar y guerrilla.

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