Informe Anual 2011 - Programa Dinámicas Territoriales Rurales
Las dinámicas políticas y territoriales panches ante la ...
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Las dinámicas políticas y territoriales panches ante la presencia hispana:
diálogos entre el registro documental y arqueológico.
Lic. Guillermo Ramírez
Directora Dra. Ingrid de Jong Codirector Dr. Rafael Curtoni
Tesis para optar al Título de Doctor en Arqueología. Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
2017
1
“Debemos intentar comprender el comienzo del universo a
partir de bases científicas. Puede que sea una tarea más allá de
nuestras capacidades, pero al menos deberíamos intentarlo”
Stephen Hawking
A mi hijo Esteban:
Quien ha vivido toda su vida la par de esta investigación
A esos ojos curiosos que me alentaron cada día a seguir adelante
A esas preguntas inocentes insaciables por conocer el trabajo de su padre
A ese hombrecito ávido por saber más sobre los grupos karib del valle del río
Magdalena
Realmente espero que este escrito te plantée más interrogantes de los que hemos
intentado resolver aquí.
2
Agradecimientos
Llegar a este punto del presente proceso académico no habría sido posible sin la
colaboración y apoyo de múltiples personas. En primer lugar agradezco a mi directora
Ingrid de Jong, mujer de paciencia inagotable quien aportó grandes ideas y
planteamientos a esta investigación, sin los cuales no habría encaminado este proyecto
por el camino seguido.
A mi codirector Rafael, una visión más humana de la arqueología me hizo retomar la
pasión por la investigación años atrás.
A todas las personas de la Facultad de Ciencias Sociales, en ellos encontré el apoyo
académico y la calidez universitaria estando tan lejos de mi país.
A Carlos, Patricia y Lucrecia Garay mi segunda familia, que me adoptó como a un hijo
y se convirtieron para siempre en los seres más queridos estando fuera de casa.
A mi amiga Virginia, por tantas mañanas de discusiones académicas y palabras de
apoyo desde la distancia.
A mi familia y a sus constantes asedios por saber cuando finalizaba el proceso de
elaboración de la tesis, claramente influyeron fuertemente en la terminación de la
investigación. Gracias Paola Ramírez.
A la gente del Laboratorio de Arqueología del Instituto Colombiano de Antropología e
Historia, por su amabilidad a la hora de revisar las colecciones arqueológicas.
A todos mis colegas antropólogos en Colombia, por todos los aportes que recibí durante
un café en cualquier rincón del mundo.
Por último, a los y las panches que habitaron el actual territorio de Anolaima en
Colombia hace cientos de años, el intento de conexión con su cultura es el que hizo
posible esta investigación.
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Tabla de contenido
CAPÍTULO 1 ................................................................................................................... 8 INTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 8
CAPÍTULO 2 ................................................................................................................. 26 2.1 PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN ...................................................................... 26 2.2 OBJETIVOS ............................................................................................................. 27 2.3 METODOLOGÍA ..................................................................................................... 28 CAPÍTULO 3 ................................................................................................................. 48
ESTADO DE LA CUESTIÓN ....................................................................................... 48 3.1. Cronistas españoles del siglo XVI y XVII: Primeros escritores de la historia panche.
........................................................................................................................................ 48 3.2 Primeras descripciones del territorio panche. ........................................................... 54
3.3 El legado de las crónicas: la percepción de los panches en la producción académica
de la primera mitad del siglo XX y el contexto desde el que se inició la producción
académica sobre estos grupos indígenas. ....................................................................... 56
3.4. Reconstrucciones historiográficas: la producción académica de la segunda mitad del
siglo XX y principios del XXI ........................................................................................ 60
3.5. Investigaciones arqueológicas desarrolladas en el territorio panche. ...................... 69 CAPÍTULO 4 ............................................................................................................... 108
VALLE DEL MAGDALENA: UN ESPACIO GEOGRÁFICO DIVERSO ............... 108 4.1 El río Magdalena .................................................................................................... 108 4.2 Clima, paisaje y relieve del valle medio del Magdalena ........................................ 113 4.3. Clima y paisaje registrado al momento del contacto ............................................. 122 CAPÍTULO 5 ............................................................................................................... 126 PROCESO HISTÓRICO DEL TERRITORIO PANCHE. .......................................... 126
CONTACTO, CONQUISTA E INCLUSIÓN AL NUEVO RÉGIMEN COLONIAL 126
5.1 Exploración y primeros contactos con los “panches” ............................................ 128 5.2 Exploración del territorio panche (1537 – 1544).................................................... 132 5.3 Fundación del primer enclave español en territorio panche e inicio del proceso de
conquista de los diversos segmentos ............................................................................ 139 5.4 Procesos de resistencia ante la conquista en los sectores norte y nororiental del
territorio ........................................................................................................................ 144 5.5 Conquista de la margen occidental del río Magdalena ........................................... 148
5.6 Exterminio y desaparición de la etnia..................................................................... 152 5.7 Influencia de las percepciones en los documentos escritos y las consecuencias para
el proceso de conquista y colonia ................................................................................. 165 CAPÍTULO 6 ............................................................................................................... 180 PANCHES DE MONTAÑA Y PANCHES DE RÍO: SUS DIFERENCIAS Y
RELACIONES DESDE UN ENFOQUE ETNOHISTÓRICO Y ARQUEOLÓGICO.
...................................................................................................................................... 180
6.1 Los datos de las crónicas ........................................................................................ 180 6.2 Análisis Arqueológico. ........................................................................................... 218 CAPÍTULO 7 ............................................................................................................... 267 CONFRONTACIÓN DE RESULTADOS. .................................................................. 267 7.1. Discusión y confrontación de resultados con el marco teórico. ............................ 267
7.2. Aportes de la investigación. .................................................................................. 278 FUENTES CONSULTADAS ...................................................................................... 286
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Tabla de Ilustraciones
ILUSTRACIÓN 1. RECONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO PANCHE AL MOMENTO DE LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES SEGÚN LAS
DESCRIPCIONES DE LOS CRONISTAS AGUADO [1570?], FERNÁNDEZ DE OVIEDO [1526] 1959, CASTELLANOS [1601], HERRERA [1601-1615], FERNÁNDEZ DE PIEDRAHITA [1668] Y ZAMORA [1668]; Y LAS RECONSTRUCCIONES DE
BERNAL 1946, O´NEIL 1973, ARANGO 1974, DIEZ 1982, RODRÍGUEZ Y CIFUENTES 2004. ............................... 55 ILUSTRACIÓN 2. PRINCIPALES SITIOS ARQUEOLÓGICOS AL INTERIOR DEL TERRITORIO PANCHE Y EN LOS ALREDEDORES DEL
MISMO. ............................................................................................................................................... 72 ILUSTRACIÓN 3. RÍO MAGDALENA Y SU POSICIÓN EN EL ACTUAL TERRITORIO COLOMBIANO. ......................................... 109 ILUSTRACIÓN 4. SECTOR MEDIO DEL VALLE DEL RÍO MAGDALENA OCUPADO POR LOS PANCHES EN EL SIGLO XVI. .............. 111 ILUSTRACIÓN 5. TERRITORIO CULTURAL OCUPADO POR LOS PANCHES DE LA BANDA ORIENTAL DEL RÍO MAGDALENA (EN EL
CUAL EL MISMO SE PRESENTA COMO LÍMITE NATURAL EN EL EXTREMO OCCIDENTAL DEL MISMO).......................... 118 ILUSTRACIÓN 6. ESPACIO FISIO-GEOGRÁFICO OCUPADO POR LOS PANCHES EN EL SIGLO XVI ENMARCADO EN EL RELIEVE
GENERAL PRESENTE EN LA ZONA DE ESTUDIO (DISCRIMINANDO ZONAS ALTITUDINALES Y CLIMA). LOS TONOS MÁS
OSCUROS CORRESPONDEN A ESPACIOS CON MAYOR ELEVACIÓN ALTITUDINAL Y POR CONSIGUIENTE CON MENORES
TEMPERATURAS A LO LARGO DEL AÑO. ..................................................................................................... 119 ILUSTRACIÓN 7. NUEVO REINO DE GRANADA EN 1630 (MAPA DE WILLEM JANSZBLAEU 1630). .................................. 130 ILUSTRACIÓN 8. PRINCIPALES CAMPAÑAS DE EXPLORACIÓN DEL TERRITORIO PANCHE ADELANTADAS POR LOS ESPAÑOLES ENTRE
1537 Y 1550. .................................................................................................................................... 132 ILUSTRACIÓN 9. TERRITORIO OCUPADO POR LOS PANCHES EN EL SIGLO XVI Y LAS DIVISIONES POLÍTICO-ADMINISTRATIVAS
ASIGNADAS POR LOS ESPAÑOLES EN TORNO A LAS POBLACIONES DE TOCAIMA (MARGEN ORIENTAL) Y HONDA, MARIQUITA E IBAGUÉ (MARGEN OCCIDENTAL). .......................................................................................... 138
ILUSTRACIÓN 10. TERRITORIO OCUPADO POR DIVERSOS SEGMENTOS PANCHES EN EL SIGLO XVI Y NOMBRES DE LOS
PRINCIPALES TERRITORIOS INDÍGENAS RECOPILADOS POR LOS ESPAÑOLES EN LAS CRÓNICAS DE LA CONQUISTA Y EN LOS
PRIMEROS DOCUMENTOS COLONIALES SOBRE LA ZONA (ADAPTACIÓN DE LA RECOPILACIÓN TOPONÍMICA DEL IGAC
1995). .............................................................................................................................................. 155 ILUSTRACIÓN 11. UBICACIÓN ESPACIAL DE LOS SEGMENTOS REFERIDOS EN LAS CRÓNICAS DENTRO DEL TERRITORIO PANCHE.
........................................................................................................................................................ 203 ILUSTRACIÓN 12. RESPUESTAS CULTURALES REGISTRADAS EN EL SECTOR NORTE. ........................................................ 210 ILUSTRACIÓN 13. RESPUESTAS CULTURALES REGISTRADAS EN EL SECTOR SUR. ........................................................... 210 ILUSTRACIÓN 14. PROCESOS DE RESISTENCIA A LA INVASIÓN Y/O ALIANZAS ESTABLECIDAS CON LOS ESPAÑOLES POR LOS
SEGMENTOS PANCHES EN DIFERENTES SECTORES DEL TERRITORIO................................................................... 210 ILUSTRACIÓN 15. PATRÓN FUNERARIO CARACTERÍSTICO DEL VALLE DEL MAGDALENA, DETERMINADO POR LA PRESENCIA DE
ENTIERROS SECUNDARIOS EN URNAS FUNERARIAS DEPOSITADAS EN TUMBAS RECTAS DE POZO CON O SIN CÁMARA
LATERAL. TOMADO DE DUQUE GÓMEZ 1967. ........................................................................................... 221 ILUSTRACIÓN 16. CLASIFICACIÓN MORFOLÓGICA PARA LOS CUERPOS DE LAS URNAS FUNERARIAS IDENTIFICADA POR REICHEL-
DOLMATOFF EN DIVERSOS CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS A LO LARGO DEL RÍO MAGDALENA (1943). ................... 222 ILUSTRACIÓN 17. CLASIFICACIÓN MORFOLÓGICA PARA LAS TAPAS DE LAS URNAS FUNERARIAS IDENTIFICADA POR REICHEL-
DOLMATOFF EN DIVERSOS CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS A LO LARGO DEL RÍO MAGDALENA (1943). ................... 223 ILUSTRACIÓN 18. UBICACIÓN GEOGRÁFICA DE LOS CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS REFERIDOS EN LA INVESTIGACIÓN DE REICHEL-
DOLMATOFF (1943). ........................................................................................................................... 224 ILUSTRACIÓN 19. URNAS FUNERARIAS REGISTRADAS PARA DIVERSOS SECTORES AL INTERIOR DEL TERRITORIO PANCHE. ...... 233 ILUSTRACIÓN 20. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE ANOLAIMA. ................................................................. 239 ILUSTRACIÓN 21. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE ESPINAL. ..................................................................... 240 ILUSTRACIÓN 22. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE GIRARDOT................................................................... 241 ILUSTRACIÓN 23. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE GUAMO...................................................................... 242 ILUSTRACIÓN 24. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE GUATAQUÍ. ................................................................. 243 ILUSTRACIÓN 25. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE HONDA. ..................................................................... 244 ILUSTRACIÓN 26. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE RICAURTE. .................................................................. 245 ILUSTRACIÓN 27. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE SUÁREZ. ..................................................................... 246 ILUSTRACIÓN 28. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE TIBACUY. .................................................................... 248 ILUSTRACIÓN 29. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE TIBACUY. .................................................................... 249 ILUSTRACIÓN 30. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE TOCAIMA. ................................................................... 250 ILUSTRACIÓN 31. ELEMENTOS CERÁMICOS PROCEDENTES DE VEGAS DEL SABANDIJA. ................................................. 251 ILUSTRACIÓN 32. (ESPINAL). ........................................................................................................................... 259
5
ILUSTRACIÓN 33. (GIRARDOT). ........................................................................................................................ 259 ILUSTRACIÓN 34. (RICAURTE). ......................................................................................................................... 260 ILUSTRACIÓN 35. (TOCAIMA). ......................................................................................................................... 260 ILUSTRACIÓN 36. (ANOLAIMA). ....................................................................................................................... 261 ILUSTRACIÓN 37. (TIBACUY). ........................................................................................................................... 262 ILUSTRACIÓN 38. (VEGAS DE SABANDIJA). ......................................................................................................... 262 ILUSTRACIÓN 39. DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE URNAS FUNERARIAS GRUPO 1. ............................................................ 265 ILUSTRACIÓN 40. DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE URNAS FUNERARIAS GRUPO 2. ............................................................ 266
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Tabla de Fotografías
FOTOGRAFÍA 1. PAISAJE Y COBERTURA VEGETAL TÍPICOS DEL BOSQUE SUBANDINO (BH-P Y BH-MB), DE LA VERTIENTE
OCCIDENTAL DE LA CORDILLERA ORIENTAL. ................................................................................................ 116 FOTOGRAFÍA 2. PAISAJE Y COBERTURA VEGETAL TÍPICOS DEL BOSQUE SECO TROPICAL (BS-T) EN LAS PLANICIES ALUVIALES DEL
RÍO MAGDALENA. ................................................................................................................................ 117 FOTOGRAFÍA 3. TAPAS DE URNAS FUNERARIAS REGISTRADAS PARA LA PARTE NORTE DEL RÍO MAGDALENA (TAMALAMEQUE).
MUSEO NACIONAL DE COLOMBIA. .......................................................................................................... 226 FOTOGRAFÍA 4. TAPA DE URNA FUNERARIA REGISTRADA PARA LA PARTE SUR DEL RÍO MAGDALENA (ESPINAL - GIRARDOT).
MUSEO ARQUEOLÓGICO CASA DEL MARQUÉS DE SAN JORGE - BOGOTÁ. ....................................................... 226 FOTOGRAFÍA 5. URNA FUNERARIA REGISTRADA EN EL SECTOR SUR DEL VALLE DEL RÍO MAGDALENA (ESPINAL). TOMADO DE
FONDO DE PROMOCIÓN DE LA CULTURA 1992. ......................................................................................... 227 FOTOGRAFÍA 6. URNA FUNERARIA REGISTRADA EN EL SECTOR NORTE DEL VALLE DEL RÍO MAGDALENA (PUERTO MOSQUITO -
CESAR). TOMADO DE FONDO DE PROMOCIÓN DE LA CULTURA 1992. ........................................................... 227 FOTOGRAFÍA 7. URNA FUNERARIA REGISTRADA EN EL MUNICIPIO DE ESPINAL (TERRITORIO PANCHE SIGLO XVI). TOMADO DE
FONDO DE PROMOCIÓN DE LA CULTURA 1992. ......................................................................................... 228 FOTOGRAFÍA 8. URNAS FUNERARIAS REGISTRADAS EN EL MUNICIPIO DE GUAMO (LÍMITES DEL TERRITORIO PANCHE SIGLO XVI).
MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ZIPAQUIRÁ. .................................................................................................. 229 FOTOGRAFÍA 9. URNA FUNERARIA REGISTRADA EN EL MUNICIPIO DE TIBACUY (TERRITORIO PANCHE SIGLO XVI). TOMADO DE
SALAS Y TAPIAS 2000. .......................................................................................................................... 229 FOTOGRAFÍA 10. URNA FUNERARIA REGISTRADA EN EL MUNICIPIO DE TOCAIMA (TERRITORIO PANCHE SIGLO XVI). MUSEO
ARQUEOLÓGICO DE PASCA..................................................................................................................... 230 FOTOGRAFÍA 11. URNA FUNERARIA REGISTRADA EN TERRITORIO PANCHE. MUSEO DEL ORO DEL BANCO DE LA REPÚBLICA -
BOGOTÁ. ........................................................................................................................................... 230 FOTOGRAFÍA 12. TERRRAZA ESTRUCTURAL EN LA CUAL SE IDENTIFICARON EVIDENCIAS DE UN ASENTAMIENTO HUMANO
ASOCIADO A LA OCUPACIÓN PANCHE. ....................................................................................................... 234 FOTOGRAFÍA 13. VISTA AÉREA DEL SITIO DE OCUPACIÓN PANCHE EN ANOLAIMA. VISTA DESDE EL OCCIDENTE (AL FONDO SE
APRECIAN LAS CUMBRES DE LA CORDILLERA ORIENTAL, TRAS LAS CUALES SE ENCUENTRA EL ALTIPLANO
CUNDIBOYACENSE). .............................................................................................................................. 235 FOTOGRAFÍA 14. VISTA AÉREA DEL SITIO DE OCUPACIÓN PANCHE EN ANOLAIMA. VISTA DESDE EL NORTE........................ 235 FOTOGRAFÍA 15. ÁREA DE COLINA (ROJO) Y ÁREA HABITACIONAL / DE CULTIVO (AZUL), IDENTIFICADAS EN EL SITIO DE
ANOLAIMA. ........................................................................................................................................ 236 FOTOGRAFÍA 16. ÁREA EN LA CUAL SE IDENTIFICARON ESTRUCTURAS FUNERARIAS (TUMBAS DE POZO RECTO SIN CÁMARA
LATERAL). ........................................................................................................................................... 237 FOTOGRAFÍA 17. ESPACIO PUNTUAL EN EL SECTOR MÁS ELEVADO DEL ÁREA DE OCUPACIÓN PREHISPÁNICA, EN LA CUAL SE
IDENTIFICARON LAS ESTRUCTURAS FUNERARIAS. ......................................................................................... 237 FOTOGRAFÍA 18. ESTRUCTURA FUNERARIA NÚMERO 1 IDENTIFICADA EN ANOLAIMA. ................................................. 238 FOTOGRAFÍA 19. ESTRUCTURA FUNERARIA NÚMERO 1 IDENTIFICADA EN ANOLAIMA. ................................................. 238 FOTOGRAFÍA 20. URNA FUNERARIA DEL TIPO CERÁMICO PUBENZA POLÍCROMO (PROCEDENCIA DESCONOCIDA). MUSEO DEL
ORO DEL BANCO DE LA REPÚBLICA - BOGOTÁ. ........................................................................................... 254 FOTOGRAFÍA 21. TAPA DE URNA CERÁMICA REGISTRADA EN ESPINAL. ..................................................................... 263 FOTOGRAFÍA 22. TAPA DE URNA CERÁMICA REGISTRADA EN ANOLAIMA................................................................... 264
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Listado de Tablas
TABLA 1. NOMBRES ENCONTRADOS EN LAS CRÓNICAS, CRONISTAS Y PROBABLE CORRESPONDENCIA CON LA DENOMINACIÓN
ACTUAL. ............................................................................................................................................. 203 TABLA 2. ALTITUD ESTIMADA PARA LOS TERRITORIOS DE LOS DIVERSOS SEGMENTOS PANCHES. ..................................... 205 TABLA 3. ALTITUDES REGISTRADAS PARA LOS SEGMENTOS DEL SECTOR SUR DEL TERRITORIO PANCHE. ............................ 206 TABLA 4. ALTITUDES REGISTRADAS PARA LOS SEGMENTOS DEL SECTOR NORTE DEL TERRITORIO PANCHE. ......................... 206 TABLA 5. RELACIÓN ENTRE RESPUESTA CULTURAL EXPUESTA POR DISTINTOS SEGMENTOS PANCHES Y SU UBICACIÓN
GEOGRÁFICA DENTRO DEL TERRITORIO. ..................................................................................................... 208 TABLA 6. ELEMENTOS CERÁMICOS ANALIZADOS EN LA PRESENTE INVESTIGACIÓN........................................................ 252
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CAPÍTULO 1
INTRODUCCIÓN
En el marco del proceso de conquista que generó el “descubrimiento de América” en
1492, los ejércitos españoles iniciaron su incursión al interior de la parte sur del
continente a partir de 1525, tras lo cual arribaron a la región central del actual territorio
colombiano por primera vez en 1537, encontrándola habitada por diversos grupos
indígenas con distintas características socioculturales. Esta región del interior del
continente, en la parte norte de Suramérica, presenta unas particularidades
biogeográficas y climatológicas bien particulares: por encontrarse en una posición
cercana a la línea ecuatorial, son principalmente las diferencias altitudinales las que
originan tipos distintos de hábitats, climas y ecosistemas, los cuales se mantienen
relativamente constantes a lo largo del ciclo anual. Así, la presencia de un relieve
quebrado y montañoso implica la existencia de diferentes pisos térmicos, que aunque
cercanos geográficamente, mantienen características específicas y diferenciales entre sí.
Esta condición medioambiental particular conllevó a que distintos grupos humanos
ocuparan diferentes áreas geográficas, especializándose en la extracción de recursos
específicos, lo cual en la mayoría de los casos favorecía el establecimiento de relaciones
de intercambio con grupos ubicados a otros niveles altitudinales, construyendo y
reforzando relaciones sociales de diversa índole. Esta situación parece haberse
presentado entre grupos étnicos que ocupaban diferentes espacios con recursos
igualmente distintos, como los muiscas del altiplano y grupos de la familia karib del
valle del río Magdalena o los grupos asentados en el piedemonte de los Llanos
Orientales, lo que generó relaciones de intercambio a corta y mediana distancia, así
como el surgimiento de espacios destinados a este tipo de relaciones (Bernal 1946,
Hincapié 1952, Langebaek 1987, Martínez 2005).
En algunos casos, el acceso a esta diversidad de territorios y recursos también se
registró al interior de un mismo grupo cultural, tal parece haber sido el caso de las
diversas parcialidades karib asentadas en las vertientes del valle del río Magdalena.
Entre ellas también debió haberse desarrollado un tipo particular de relaciones que
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permitieran el acceso y control sobre los recursos particulares de cada piso térmico y de
recursos estacionales propios del valle del río. Es probable que incluso el patrón de
asentamiento de estas parcialidades se viera influenciado por la disponibilidad de
recursos (en especial por recursos estacionales como la hidrofauna del río Magdalena),
lo cual nos lleva a pensar en el establecimiento de relaciones sociales inherentes a la
apropiación de dichos recursos como pudieron haber sido las relaciones de parentesco,
reciprocidad o intercambio.
Durante la llegada de los españoles en el siglo XVI al valle medio del río Magdalena, se
registró la ocupación de esta región (en ambas vertientes del mismo) por parcialidades o
grupos étnicos que compartían la misma familia lingüística karib, pero que exhibían
algunas características socioculturales que llevaron a los cronistas españoles a reconocer
que se trataba de grupos diferenciados entre sí. A partir de entonces se estableció que la
ocupación prehispánica del periodo tardío en el valle medio del río Magdalena se
componía de diversas parcialidades como pijaos, panches, pantágoras, tapaces, etc., que
componían el grupo más amplio de la gran familia karib.
Desde las primeras campañas de exploración hispana, los documentos de la conquista
identificaron que en un sector específico de las vertientes del valle medio del río
Magdalena se encontraba asentado un grupo étnico que se conoció y registró a partir de
entonces como “panches”. Esta denominación parece haber sido una percepción
europea, pues cronistas como Aguado [1570] y Simón [1627?] coinciden en que este
término fue adjudicado directamente por los españoles para describir a los segmentos de
la parcialidad panche que compartían entre otras prácticas, la deformación craneal
oblicua, la cual fue una de las características que más llamó la atención de los primeros
autores que los describieron (Rodríguez y Cifuentes 2004, Martínez 2005, Díaz 2014).
Aunque aún hoy hay falta de claridad en cuanto a aspectos sociales como la
autodenominación de estos grupos, se ha podido establecer que contamos con una serie
de rasgos físicos, culturales y sociales comunes para la población prehispánica que los
españoles encontraron en el territorio que denominaron “panche” en el siglo XVI
(Herrera 1972, O’neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Salas y Tapias 2000, Rodríguez y
Cifuentes 2004, Argüello 2004, Martínez 2005, Rodríguez 2006, Díaz 2014). Debido a
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que este ha sido el término que se ha asignado a estos grupos en la literatura desde el
mismo momento de la conquista y a que no contamos con otro referente lingüístico más
apropiado, a lo largo de la presente investigación utilizaremos el mismo para referirnos
al grupo o grupos humanos (segmentos) que se asentaron en ambas vertientes del valle
medio del río Magdalena para el momento del contacto con los españoles en el siglo
XVI.
Investigaciones recientes en arqueología, lingüística, toponimia y bioantropología
también han encontrado que las poblaciones prehispánicas que ocupaban el territorio
delimitado en las crónicas como “panche”, compartían una serie de aspectos
socioculturales específicos que nos permiten diferenciarlos de otros grupos karib que
también ocupaban el valle del río Magdalena y de otros grupos étnicos asentados en
otros ambientes geográficos como los muiscas del altiplano. Como mencionamos
anteriormente, según las descripciones de los primeros años de la conquista, así como
los datos consignados en los documentos administrativos y eclesiásticos de inicios de la
colonia, el grupo étnico identificado como panche parecería estar compuesto a su vez
por una serie de segmentos, establecidos en espacios bien delimitados del territorio y
diferenciados a su vez entre sí por características socioculturales que los españoles
manifestaron en su percepción de los indígenas.
Así como los panches, otros grupos karib como pantágoras, pijaos, colimas, etc. parecen
haber poblado el valle del río Magdalena a partir del siglo VIII como parte de un
proceso migracional karib que se desarrolló al interior del territorio continental a través
del valle del río Magdalena. Estos grupos ocuparon dichos territorios y aunque no
conocemos las variables de ocupación del espacio desde ese momento hasta la llegada
de los españoles en el siglo XVI, sí tenemos las referencias de las crónicas para la
distribución territorial que presentaban para el momento de la conquista.
De esta forma, encontramos que para el siglo XVI los panches correspondían a una
parcialidad karib compuesta por una serie de segmentos que compartían unas
características socioculturales particulares y ocupaban un territorio bien definido con
límites claros frente a otros grupos étnicos. Aunque las fuentes escritas no presentan
referencias claras en cuanto a las relaciones socioculturales entre los diversos segmentos
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panches, parece tratarse de una sociedad agroalfarera, con un patrón de poblamiento que
privilegió el establecimiento de asentamientos permanentes en sectores elevados de la
geografía, lo que favorecía el establecimiento de posiciones defensivas frente a
eventuales invasiones. Este es un aspecto importante, pues parece ser que una de las
principales características de los panches fue el haber desarrollado una fuerte tradición
bélica, sustentada en el registro de constantes y frecuentes situaciones de conflicto tanto
entre segmentos al interior del territorio panche, como con grupos étnicos foráneos al
exterior del mismo. Tampoco existe un consenso en cuanto al tipo de organización
social de los diversos segmentos panches, pero parecen haber presentado liderazgos
locales no institucionalizados sin la existencia de una entidad por encima del nivel de
segmento.
Según las investigaciones arqueológicas desarrolladas en el valle medio del río
Magdalena, la presencia karib se ha asociado al Periodo Tardío de ocupación
prehispánica, el cual sucedió a una ocupación humana anterior de difusión más amplia y
conocida como el Periodo Formativo. La presente investigación se concentrará en el
Periodo Tardío, el cual analizaremos a partir de los documentos escritos por los
cronistas españoles y referidos a la parcialidad panche del siglo XVI y en base al aporte
de los contextos arqueológicos asociados al Periodo Tardío de la ocupación
prehispánica.
Dado el fuerte proceso de exterminio cultural y físico que acarreó la conquista europea
durante los siglos XVI y XVII, especialmente frente a grupos que opusieron resistencia
al mismo y/o que fueron señalados bajo parámetros de exclusión y estigmatización
como caníbales e idólatras, grupos culturales como los panches desaparecieron en un
lapso de pocos años, sin que quedara otra referencia de ellos que los datos consignados
de manera subjetiva por los cronistas españoles que acompañaron y registraron la
conquista. Frecuentemente, en estas primeras experiencias de exploración y contacto
intercultural los grupos indígenas fueron definidos por los europeos según las
impresiones que les provocaba el entorno en el cual se encontraban inmersos (Lucaioli
2011) o por la percepción subjetiva de sus prácticas culturales, diferentes a las
consideradas correctas por la sociedad hegemónica desde la cual se describían
(Saldarriaga 2009).
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Resumiendo, ¿con qué información contamos a partir de los documentos que
escribieron las personas que tuvieron contacto directo con estas poblaciones indígenas
que denominaron panches y cuya cultura desapareció para inicios del siglo XVII? Es
claro que las percepciones subjetivas escritas desde la sociedad hegemónica
colonizadora estaban fuertemente permeadas por un objetivo moral que buscaba
estigmatizar a las culturas indígenas presentándolas en oposición a cánones
preestablecidos. De esta forma, la información escrita sesga y limita los datos descritos
para una sociedad como la panche, presentándola de manera aislada y
descontextualizada, lo que nos deja frente a una gran falencia a la hora de analizar
ciertos aspectos como las relaciones sociales y/o el tipo de organización sociopolítica, lo
que ha llevado a que durante los últimos años, diversos investigadores nos hemos
cuestionado sobre el tipo de estructura sociopolítica que pudo estar manifestando la
sociedad panche al momento del contacto en el siglo XVI.
La información escrita aportada por los cronistas españoles ha generado mucho interés
por la reconstrucción de aspectos como los procesos de resistencia de parte de la
sociedad panche. Tras empezar a encontrar referencias a formas de resistencia diferentes
al interior del mismo grupo étnico, nos empezamos a cuestionar si al interior de la
sociedad panche se estarían gestando diferentes conductas sociopolíticas relacionadas
directamente con instituciones como el conflicto, el liderazgo, las alianzas y la
resistencia ante la invasión?. De ser así, ¿sería posible establecer una relación entre
estas conductas y segmentos específicos de la población? O incluso llegar un poco más
allá y asociar estos segmentos y conductas particulares con áreas específicas del
territorio?.
A lo largo de la presente investigación le hemos dado gran peso a la identificación de la
estructura social panche del siglo XVI y a las respuestas sociales que se dieron ante la
invasión española, pues es este el punto de partida para empezar a identificar la posible
existencia de segmentos y territorios diferenciables. Estas respuestas sociales ante el
proceso de conquista y colonización son claves a la hora de abordar los cambios en la
estructura sociopolítica de un grupo, en nuestro caso, la sociedad panche.
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Tras abordar la información expuesta por los cronistas y la falencia de datos en algunos
campos, nos enfrentamos ante cuestionamientos como si realmente ¿existió una “etnia
panche”? y de ser así, ¿qué es lo que realmente se ha entendido por ella? Como pudo
haber sido su modelo de territorialidad, su economía de subsistencia o su organización
política?, y al abordar una aparente existencia de segmentos, ¿podríamos llegar a
encontrar algún tipo de diferenciación material que acompañaran o legitimaran esta
aparente diferenciación política?
El conocimiento actual de la sociedad panche enfrenta una serie de falencias en cuanto a
aspectos como su organización sociocultural, el tipo de relaciones existentes entre los
segmentos y la distribución de los territorios ocupados por los mismos al interior del
amplio territorio panche, los motivos que movieron a que diversos sectores de la
población respondieran de formas diferentes ante el proceso de invasión hispánica del
siglo XVI, la existencia de posibles diferenciaciones entre segmentos o grupos de estos,
instituciones sociales e incluso las formas de liderazgo y acceso al mismo. De esta
forma, básicamente nos encontramos frente a que desconocemos el tipo de relación que
se debió haber dado entre las acciones políticas, los territorios y la identidad de cada
uno de estos segmentos, así como la forma en la cual se pudieron haber articulado estas
tres variables al interior del territorio ocupado por los panches durante el siglo XVI.
Según las descripciones tempranas de los cronistas de indias que acompañaron las
campañas de exploración y conquista de los territorios del valle del Magdalena en el
siglo XVI, los panches constituían un grupo “salvaje y bárbaro” que mantenía
"constantes enfrentamientos" con los grupos vecinos. Esta aparente situación de
conflicto permanente parece haber llevado a que los límites territoriales constituyeran
fronteras muy permeables y móviles tanto a escala temporal como espacial: dado que el
actual territorio colombiano presentó abundantes y variadas ocupaciones prehispánicas
con filiaciones étnicas diversas, las relaciones interétnicas desarrolladas por un grupo
tan aparentemente conflictivo como los panches debió haber generado constantes
fluctuaciones y modificaciones en sus límites territoriales, lo cual obviamente fue un
aspecto desconocido para los conquistadores y los cronistas generadores de la
información escrita con que contamos sobre las culturas prehispánicas.
14
De acuerdo a lo anterior, la reconstrucción de la territorialidad panche que podemos
hacer en base a las crónicas depende de datos muy generales y sólo puede ser asimilada
para las condiciones específicas del momento histórico puntual de 1537, a partir del cual
los panches entran a hacer parte del registro escrito.
Como mencionamos anteriormente, el paisaje en el cual los grupos panches establecían
relaciones socioambientales con su entorno corresponde a un espacio que incluía una
oferta de recursos muy diversos; la disponibilidad de estos recursos presenta variaciones
tanto a escala espacial (diversos econichos al interior mismo del territorio en distancias
relativamente cortas), como a escala temporal (algunas especies de animales como la
mayoría de los peces del río Magdalena presentan ciclos migratorios en épocas
específicas del año), lo que seguramente llevó a que el patrón de asentamiento panche
incluyera algún tipo de movilidad poblacional dentro de su mismo territorio; de hecho
las investigaciones que han abordado la problemática del poblamiento panche han
planteado posiciones opuestas ya que mientras autores como Carranza (1934) y Rojas
(1975) sugieren que las ocupaciones obedecían a un patrón itinerante en constante
búsqueda de recursos, otras investigaciones como la de Diez (1982) proponen que estas
comunidades alternaban la ocupación de asentamientos estables con desplazamientos
periódicos que no implicaban un abandono permanente de los mismos. Sin entrar en
este punto a tomar partido por una u otra de estas hipótesis, encontramos que la relación
entre sociedad y paisaje ha determinado en gran medida aspectos como la distribución
espacial en el entorno, lo cual se puede evidenciar en la presencia de asentamientos
humanos en áreas estratégicas para el desarrollo de acciones defensivas ante conflictos
físicos (Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601], (Simón [1627?] 1981, Cardale 1976,
Hernández 1980, Diez 1982).
Igualmente, no podemos pasar por alto el componente ideológico a la hora de hablar de
patrones de movilidad y/o asentamiento: las diversas poblaciones humanas que
ocuparon los espacios del valle del Magdalena seguramente establecieron una serie de
relaciones con los entornos medioambientales, modificándolos, adaptándose a las
condiciones locales y en este proceso, estableciendo relaciones territoriales con otros
grupos humanos. En esta construcción social del territorio también surge la ideología
como determinante innegable de diferentes formas de distribución de los territorios y
15
ocupación de los espacios medioambientales; no obstante, es difícil que para un caso
como el panche las descripciones colonialistas como las que encontramos en las
crónicas españolas de los siglos XVI y XVII aporten información clara sobre estos
aspectos socioculturales.
De la misma forma, las descripciones de las crónicas no presentan datos contundentes
sobre la organización sociopolítica de los grupos panches, limitándose a referir que se
trataba de una serie de comunidades acéfalas, sin presencia de un eje integrador por
encima del nivel local como podrían haber sido la religión o la política, y con prácticas
propias de comunidades “salvajes”, como la antropofagia y el constante conflicto al
interior de la misma unidad cultural y en contra de otras. No obstante, las descripciones
de los españoles también resaltan la existencia de líderes militares locales, lo cual
correspondería inevitablemente a la existencia de algún tipo de liderazgo, aunque en
dichos documentos no se presenta con claridad la naturaleza del mismo.
Las descripciones realizadas durante el proceso de conquista (por testigos de primera
mano en el siglo XVI y/o compiladas posteriormente por autores que retomaron textos
inéditos de la conquista a inicios del siglo XVII), han llevado a diversas investigaciones
modernas a establecer una caracterización sociocultural que hasta el momento no ha
llegado a un consenso, pues mientras que autores como Carranza (1934), Bernal (1946),
Arango (1974), Rodríguez y Cifuentes (2004) y Argüello (2004) consideran que se
trataba de una "sociedad tribal", otros como Ochoa (1945), Rojas (1975), Diez (1982) y
Martínez (2005) consideran que la presencia de liderazgos locales corresponde a la
existencia de "cacicazgos".
Volviendo al contexto en el que se produjeron estos documentos y la forma en que se
empezó a presentar a los panches en los documentos escritos, encontramos que en el
marco de esta perspectiva colonial, los productores de las crónicas establecieron una
estrecha relación entre los espacios naturales selváticos y la característica “salvaje" e
"inhumana” de los habitantes de dichos espacios, por lo que la producción documental
generada por los cronistas españoles durante la conquista en América estuvo claramente
determinada por el contexto colonial desde el cual se elaboraron dichos documentos. En
16
este contexto, podemos identificar lo que algunos autores han llamado un “pensamiento
etnológico” relacionado con los efectos de aislamiento y fragmentación de
continuidades socioculturales en "etnias" o "unidades étnicas", determinadas por
tipologías y clasificaciones socioculturales realizadas por los observadores occidentales
sobre ámbitos como la política, la economía, la religión, la etnicidad o la cultura
indígenas (Amselle 1998: 1). Esta mirada subjetiva de las poblaciones descritas, en la
que diversos comportamientos, instituciones sociales y políticas, relaciones
interpersonales y familiares, prácticas mágico-religiosas e incluso la misma cultura
material, fueron extraídos de sus contextos particulares, conformó este “pensamiento
etnológico” desde el cual se construyó la “otredad”. De esta forma, como bien lo ha
expuesto Amselle, la etnología (y en nuestro caso particular, el “pensamiento
etnológico” desde el cual se generaron los documentos escritos mencionados aquí) está
consubstancialmente vinculada al colonialismo y de esta forma conlleva a la
conformación y establecimiento de sociedades colonizadas y colonizadoras (Amselle
1998: 5).
Al interior de este tipo de relaciones, inevitablemente surgen procesos de “etnificación”,
en los cuales la información de la población colonizada es recolectada y establecida
como verdadera por parte de la colonizante, esto conlleva a que se establezcan
relaciones asimétricas en el marco de “sistemas de dominación” (De Jong 2006).
La forma en como este “pensamiento etnológico” permeó y determinó la producción
académica durante el periodo colonial para el caso particular de los panches condicionó
y limitó de manera cuantitativa y cualitativa la información registrada sobre este grupo
humano, a la vez que el contexto moral y cristiano de la sociedad hegemónica desde el
cual se recolectó esta información inevitablemente conllevaron a la categorización de
las sociedades prehispánicas dentro de un sistema clasificatorio evolutivo en el cual los
grupos prehispánicos se ubicaron en el nivel más bajo. En este contexto, vemos que la
retórica empleada en las crónicas españolas escritas durante los siglos XVI y XVII
obedece a un objetivo moral educativo que busca el refuerzo y justificación de los
valores europeos en oposición a las costumbres “bárbaras y salvajes” de los pueblos
indígenas. Este contexto colonial implica la existencia de dos sociedades distintas, que
sin importar mucho el tipo de relaciones particulares que desarrollen, se convierten
17
inevitablemente una en colonizadora y otra en colonizada; esta situación lleva a que se
aíslen y descontextualicen diversos aspectos culturales como el político, económico,
religioso, social, familiar, etc., sin que se pueda llegar a entender de manera holística la
dinámica cultural en cuestión.
Podemos concluir así que los intereses políticos, económicos y sociales propios del
contexto desde el cual se escribe y se registra la historia generan una falencia de datos
objetivos sobre una de las dos sociedades (en este caso la colonizada), la cual entra a ser
representada en los documentos escritos de una manera subjetiva, parcial y reducida,
respondiendo a una imagen literaria determinada de antemano por la sociedad
dominante (colonizadora). En consecuencia, los registros históricos propios de estos
contextos coloniales sólo conservan y exponen cierta parte de las prácticas sociales de
una cultura, lo que nos deja frente a una falencia importante de información a la hora de
reconstruir una sociedad exterminada como los panches. Esta situación se suma a que
para el caso particular de los panches, diversos factores específicos de la conquista
llevaron a que el grupo entero fuera exterminado en un periodo de tiempo relativamente
corto, lo que determinó que para las primeras décadas del siglo XVII no existieran
referentes sociales de las formas de vida de esta sociedad.
Según Amselle, la “razón etnológica” y la conquista colonial en este tipo de situaciones,
imprime unidades separadas y discontinuas desarticulando espacios sociales continuos,
cadenas de sociedades caracterizadas por un “mestizaje original” (Amselle 1998), por lo
que propone que una de las formas de salvar el sesgo que presupone el “pensamiento
etnológico” en el estudio y análisis de grupos socioculturales, es implementar la
concepción de “lógicas mestizas”, la cual incluye un enfoque continuista que apunte a la
eliminación de distinciones y criterios clasificatorios preconcebidos. La implementación
de un estudio antropológico multidisciplinario y un trabajo de campo que incluya el
análisis de todas las variables posibles al interior de una sociedad para la cual sabemos
que la información disponible ha sido colectada desde una visión etnológica colonial,
permitiría salvar un poco el sesgo subjetivista de la producción académica colonial
(Amselle 1998). De esta forma, es claro que no podemos abordar los datos presentados
en las crónicas como verdades absolutas o datos etnográficos recopilados objetivamente
con la finalidad de reconstruir una cultura específica, sino más bien como curiosidades
18
exóticas consignadas con un fin moral y educativo de oposición entre comportamientos
sociales correctos e incorrectos. Es claro que realizar una “lectura entre líneas” de estos
documentos puede permitirnos filtrar muchos de los prejuicios de la mirada occidental
desde la cual fueron elaborados y a su vez puede llegar a darnos algunas pautas que nos
conduzcan a recrear las características de estos grupos. Es allí donde surge la
importancia de la implementación de investigaciones multidisciplinarias que abarquen
el análisis de todos los posibles escenarios en los que pudieron haber existido las
descripciones presentadas por las crónicas y a su vez contextualizarlas en el amplio
rango de posibles variables que pudieron haber existido en sociedades como la panche.
Autores como Boccara (2005) han planteado la necesidad de incorporar todos los
espacios posibles, los puntos de vista y la combinación de actividades diversas que
configuran espacios macroregionales desde los que se debe reconstruir el actuar
indígena. Igualmente, es imprescindible contemplar el “efecto sesgante de las
situaciones secundarias” (Fried 1975), que son el tipo de transformaciones estructurales
que encontramos en procesos de interacción entre sociedades indígenas y estatales, lo
cual se ha registrado y expuesto en detalle en trabajos como los de Bechis (1999),
Boccara (2003, 2005), De Jong (2007, 2009), De Jong y Rodríguez (2006), De Jong y
Ratto (2008).
Como abordaremos más adelante, los niveles de complejización social han permitido
establecer una tipología para clasificar a las sociedades humanas (Service 1984), la cual
es seguida por múltiples investigadores hasta la actualidad. Aunque es claro que no
podemos interpretar estos niveles de complejización social como una escala evolutiva
lineal en la que las sociedades con un nivel de organización social más complejo
correspondan a niveles culturales más “evolucionados” o “desarrollados”, según la
propuesta de Service, las sociedades se podrían clasificar en un marco organizativo de
acuerdo a sus niveles de complejidad, lo cual permitiría establecer la existencia de
cuatro grandes tipos de sociedades, que de menor a mayor grado de complejidad serían
Banda, Tribu, Jefatura y Estado (Service 1984).
Siguiendo estos esquemas organizativos, la concepción de una sociedad con presencia
de liderazgos ha llevado a algunos investigadores (especialmente durante el siglo
19
pasado) a clasificar a grupos como el de los panches dentro de una sociedad con
evidencia de organización cacical (Ochoa 1945, Rojas 1975, Diez 1982), mientras que
trabajos posteriores, basados en otras descripciones como el acceso al liderazgo por
méritos propios adquiridos en determinados momentos, la presencia de conflictos
internos y la inestabilidad de las mismas estructuras sociopolíticas, han llevado a
establecer una clasificación más cercana a la de una sociedad tribal (Argüello 2004,
Cifuentes 2004, Rodríguez y Cifuentes 2004, Rodríguez 2006); de la misma manera, la
ausencia de datos sobre aspectos como la institucionalización del liderazgo y la
existencia de élites claramente establecidas, han permitido proponer en estudios
recientes (Argüello 2004, Rodríguez 2006) que la sociedad panche se encontraba en un
proceso de transición entre los tipos de sociedad que en la literatura antropológica se
han descrito como "tribal" y "cacical" (Service 1984, Carneiro 1987, Sahlins 1994),
aparentemente empezando a desarrollar procesos de centralización política, surgimiento
de élites incipientes e inicio de institucionalización del liderazgo (Argüello 2004). De
esta forma, consideramos que no es prudente hablar de cacicazgos ni tribus al referirnos
a la sociedad panche del siglo XVI, por lo que proponemos hablar de "segmentos",
término con el que provisoriamente nos referiremos de aquí en adelante a los diferentes
grupos descritos en los documentos de la conquista como integrando la "cultura panche".
Lo anterior nos lleva a pensar a la sociedad panche en términos de múltiples segmentos
con líderes locales, los cuales podrían encontrarse en un proceso de conformación de
liderazgos por encima de dicho nivel local de segmento, más que una amplia unidad
homogénea igualitaria. Sin embargo, nos surgen interrogantes al pensar a la sociedad
panche por encima del nivel de segmentos: ¿qué tipos de relaciones se establecían entre
los mismos?, ¿llegaban a desarrollarse estructuras jerárquicas entre ellos? si existían
formas de liderazgo a nivel de segmento, no podrían estas eventualmente trascender el
nivel local?, ¿qué condicionantes determinaban o determinarían posibles alianzas
temporales entre segmentos?, ¿podríamos llegar a asociar las diversas conductas
sociopolíticas en escenarios como el de la resistencia a la invasión, al surgimiento de
relaciones inter segmentos que no se habían contemplado en otros escenarios?
La lectura de las crónicas desde una perspectiva que evite la retórica colonial, la visión
etnocentrista y la subjetividad propia del pensamiento etnológico desde el cual fueron
20
escritas, nos permite identificar aspectos sociales y políticos, que aunque se recolectaron
de manera aislada y subjetiva, seguramente son reflejo de aspectos y comportamientos
socioculturales reales que existieron entre una población como los panches; en otras
palabras, los aspectos sociales y políticos descritos de forma subjetiva en documentos
coloniales no siempre obedecen a invenciones de los autores sino que seguramente estas
descripciones se basaron en un comportamiento sociocultural que percibieron los
mismos. Teniendo en cuenta lo anterior y esta lectura “entre líneas” que hemos
propuesto anteriormente, los documentos escritos sobre los panches durante la conquista
pueden estar arrojando información sobre aspectos de su cotidianidad que no están
explícitamente descritos en las crónicas; algunos de estos aspectos podrían encontrarse
también representados en otras fuentes de información externa al dato escrito como
podría ser la cultura material, los contextos arqueológicos y/o la distribución espacial en
el territorio.
Tanto el referente etnohistórico como los datos procedentes de contextos arqueológicos
se constituyen así en fuentes de información complementaria que se retroalimentan y
nos permiten a su vez reconstruir comportamientos y prácticas socioculturales para un
grupo humano desaparecido.
Para nuestro caso particular, encontramos que a lo largo de un espacio geográfico como
el valle del río Magdalena, el contexto arqueológico nos ha permitido caracterizar la
existencia un elemento cultural afín a todas las ocupaciones karib del Periodo Tardío: el
horizonte de urnas funerarias. Este patrón funerario registra variaciones locales que
podemos asociar directamente con los grupos karib que ocuparon diversos espacios del
territorio durante el Periodo Tardío. Es probable que esta situación también se haya
registrado a escala más local al interior de los mismos panches y que esté reflejando
diferencias socioculturales entre los segmentos que ocuparon sectores diversos del
medio geográfico; de ser así, podríamos esperar encontrar variaciones estilísticas locales
rastreables en el registro arqueológico para las áreas ocupadas por los diversos
segmentos al interior del mismo territorio panche. En esta línea de ideas, la
implementación de un análisis comparativo que abarque la cultura material de estos
contextos funerarios, podría llevarnos a identificar posibles diferenciaciones entre los
segmentos o los grupos de segmentos que presentan las crónicas como diferentes y/o
21
que desarrollaron diversos tipos de respuesta cultural ante el proceso de conquista y
colonización española del siglo XVI.
Aclarando que al momento no existe una certeza sobre la existencia de una posible
distinción entre grupos de segmentos al interior del territorio panche (asociados a su vez
a territorios específicos) y que estamos empezando a indagar sobre la existencia de
dicha posible diferenciación, buscamos abordar diversos referentes de cultura material
que nos permitan sostener o apoyar la idea de esta diferenciación de grupos y territorios
al interior de este conjunto identificado como panche. Esto nos llevaría inevitablemente
a aproximarnos un poco más a aspectos como la organización territorial, la cultura
material y las relaciones entre segmentos panches.
Habiendo dejado en claro las características particulares que condicionaron el proceso
de conquista de los panches durante la segunda mitad del siglo XVI, el rápido
exterminio de este grupo y el contexto socio político que determinó la forma en la que la
escasa información con la que contamos sobre esta cultura quedó consignada en el
registro escrito, podemos decir que es básicamente la falta de conocimiento de diversos
aspectos socio culturales de un grupo humano que ha resultado tan atractivo y tan
mencionado en la literatura histórica de la conquista del valle del río Magdalena, lo que
nos ha despertado un especial interés por intentar entender otros comportamientos,
instituciones y formas organizacionales de esta sociedad y que se vieron silenciados
durante el proceso de la escritura de su historia: La literatura general sobre los panches
los ha expuesto como una sociedad “bárbara y salvaje” de la cual los principales datos
corresponden a descripciones de su supuesto canibalismo, hechicería y agresividad por
más de 400 años, pero, ¿Qué hay de los otros aspectos socioculturales que permeaban a
este grupo o grupos de personas y que debieron hacer parte integral de su cultura junto
con estos supuestos comportamientos “salvajes”?, ¿no sería posible que al indagar en
las relaciones particulares que estas comunidades desarrollaron entre identidad, política
y territorio encontremos nuevas interpretaciones que nos ayuden a entender mejor los
procesos que afrontaron ante el contacto en el siglo XVI?
22
Muchos grupos prehispánicos fueron descritos por los cronistas europeos bajo estos
canones de “salvajismo y barbarie”, entre ellos la mayoría de los pueblos karib, lo que
justificó su rápido exterminio físico y cultural durante el proceso de conquista, que en
muchos de los casos más bien debería llamarse aniquilación. Diversos aspectos de la
cultura de estos grupos se han visto silenciados por siglos. Sin llegar a suponer que con
un acercamiento a estos aspectos desfigurados, en el caso particular de la cultura panche,
podamos extender dicha interpretación a todos los grupos prehispánicos que afrontaron
situaciones similares, sí podemos llegar a proponer interpretaciones, datos y
comportamientos novedosos que acompañaron la historia oficial y que podrían
utilizarse como formas alternativas de releer y reinterpretar estas culturas desaparecidas.
De esta forma, la presente investigación se desarrolla partiendo de una recopilación de
información que nos ha permitido caracterizar la ocupación humana durante el periodo
prehispánico Tardío para un espacio geográfico específico, en este caso el valle medio
del río Magdalena y en particular el territorio que se encontró ocupado por los
segmentos que los españoles denominaron como panches en el siglo XVI. En este
contexto, a continuación exponemos la forma en la cual se organizó la misma y los
principales puntos abordados a lo largo de los capítulos desarrollados, lo que nos
permitió seguir un lineamiento que tomó como punto inicial de partida las fuentes
escritas:
En el Capítulo 1 presentamos la introducción a la problemática que hemos decidido
investigar a lo largo de la tesis, caracterizando un poco la sociedad que la literatura
histórica ha presentado como panche, exponiendo las falencias informativas que existen
en torno a la misma y las formas en las cuales abordaremos los datos registrados en la
información existente. En este capítulo hemos expuesto principalmente la alternativa de
implementar estrategias novedosas en el análisis de la información etnohistórica,
intentando salvar el sesgo que presupone la consignación de información desde un
contexto colonial como el que se dio durante el “descubrimiento” y conquista de
América. Igualmente se bosquejan algunos aspectos específicos de las crónicas que
aportarán datos base sobre la estructrua social panche que se intentarán identificar
posteriormente en los análisis toponímicos y arqueológicos, cuyos resultados
23
retroalimentarán la forma en como estamos interpretando a la sociedad panche del siglo
XVI.
A lo largo del Capítulo 2 se expone la hipótesis de trabajo abordada en la tesis, la cual
plantea que una diferenciación a nivel sociocultural entre segmentos panches podría
percibirse de manera discreta en la cultura material asociada a los segmentos y el
registro arqueológico vinculado con los mismos. Lo anterior nos permitiría establecer
una relación directa entre el paisaje, la construcción de la territorialidad de los
segmentos y la autonomía política de los mismos. Para desarrollar esta hipótesis de
trabajo, el objetivo principal fue la identificación de aspectos socioculturales como la
territorialidad, la organización política y las características culturales de los panches; lo
anterior enmarcado en una estrategia metodológica que partió de la lectura de fuentes
escritas de los siglos XVI y XVII, para posteriormente identificar elementos
diferenciadores en la cultura material que permitieran a su vez corroborar esta supuesta
diferenciación al interior de los panches, dando respuesta y desarrollo a la hipótesis de
trabajo.
A lo largo del Capítulo 3 hemos hecho un abordaje bibliográfico a la información
escrita existente sobre este grupo cultural, organizada en orden cronológico; de esta
forma, la lectura de las crónicas de la conquista de esta región geográfica nos permitió
empezar a delimitar y caracterizar a la población panche del siglo XVI, la cual parecía
estar organizada en segmentos interdependientes y sin la existencia de un liderazgo por
encima de dicho nivel, ocupando un territorio bien establecido. Siguiendo el orden
cronológico, la segunda parte del Capítulo 3 incluye una lectura crítica de los trabajos
que han buscado hacer una reconstrucción histórica de los panches y que se han basado
en los datos aportados por las fuentes de los siglos XVI y XVII, intentando identificar
en estas investigaciones los aportes novedosos y las falencias de cada una; finalmente,
este capítulo expone las investigaciones que han incluido el componente arqueológico
en el estudio de la sociedad panche y/o que han implementado el estudio
multidisciplinario para ahondar en aspectos que no se encuentran con claridad en las
crónicas, como la delimitación territorial, la organización social y el contexto de ciertos
comportamientos socioculturales entre otros.
24
En el Capítulo 4 hemos desarrollado una caracterización detallada del entorno
geográfico en el cual se encontraban habitando los diversos segmentos panches para el
siglo XVI, lo que nos ha permitido contextualizar aspectos como el clima, la oferta de
recursos y las características geomorfológicas del espacio ocupado por dichas
comunidades y que inevitablemente determinaron la construcción social del paisaje y
las relaciones establecidas entre el mismo y el grupo humano. La importancia de la
información desarrollada en este capítulo reside en que la caracterización de un paisaje
particular, abarcando las variables que el mismo representa en un área como la del
presente estudio, nos permite contextualizar y buscar posibles explicaciones a
comportamientos sociales descritos superficial y subjetivamente en las crónicas, que
posiblemente obedezcan a una relación entre la sociedad humana que ocupaba dichos
espacios y la construcción social del paisaje desarrollada por la misma1.
En el Capítulo 5 hemos profundizado en la lectura de las crónicas de la conquista, así
como en los documentos administrativos de inicios de la colonia, lo cual nos ha
permitido establecer una reconstrucción historiográfica del proceso vivido por los
diversos segmentos panches desde las primeras incursiones de los europeos al territorio
en 1537 hasta los últimos registros que se presentan sobre estas comunidades en las
primeras décadas del siglo XVII. También en un orden cronológico se exponen las
principales campañas de exploración y conquista descritas por los cronistas hispanos,
los diversos y diferentes procesos de resistencia de parte de la población indígena ante
el contacto y la inclusión de los diversos segmentos al régimen colonial establecido
administrativa y eclesiásticamente en la zona.
Pasando al Capítulo 6, retomamos la hipótesis de la existencia de una aparente
diferenciación a nivel sociocultural entre segmentos y buscamos relacionarla
directamente con dos aspectos socioculturales específicos: las formas de resistencia ante
el proceso de invasión y la tipología de la cultura material asociadas a sectores
específicos del territorio. Las dos asociaciones parten de establecer la existencia de dos
concentraciones espaciales de segmentos panches al interior del territorio de la banda
oriental del río Magdalena. Dejando esto claro, al extrapolar las características de las
formas de respuesta cultural indígena ante la invasión europea a la base cartográfica y
1 Curtoni 2004.
25
habiendo dejado clara la existencia de una evidente relación entre segmentos y
territorios específicos del territorio, empezamos a encontrar una correspondencia entre
tipos de respuesta a la conquista (lo que denominamos de manera más acertada “formas
de resistencia”) y sectores específicos del territorio panche. Finalmente abordamos el
caso de la cultura material, enfocándonos en los contextos funerarios asociados a los
sectores del territorio en los que hemos encontrado las formas de resistencia
mencionadas anteriormente, lo que en definitiva nos llevó a la identificación de sutiles
diferencias en los patrones estilísticos y decorativos de la tecnología alfarera registrada
para dichos contextos.
En la parte final de la presente investigación hemos articulado los resultados obtenidos
del análisis de las fuentes documentales y las conclusiones y aportes de investigaciones
arqueológicas que han abordado la problemática panche para el Periodo Tardío de la
ocupación prehispánica, encontrando información novedosa para dichas poblaciones.
Esto nos ha permitido hacer un acercamiento a las evidencias de cultura material
correspondiente al Periodo Tardío y entrar a analizar aspectos que no se han
desarrollado hasta la fecha, como las relaciones territoriales y sociopolíticas existentes
entre los diversos segmentos panches, las formas específicas de respuesta ante la
invasión hispánica del siglo XVI y las características particulares que podrían estar
reflejando una posible diferenciación entre segmentos a nivel social, institucional,
organizativo e incluso en la cultura material.
26
CAPÍTULO 2
2.1 PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN
Buscamos evitar abordar a una colectividad como los panches cómo un grupo étnico
preconcebido desde la sociedad colonizadora española, la cual se clasificó aislando las
instituciones, prácticas, comportamientos y elementos de cultura material que escogió
describir el cronista de indias del siglo XVI, para más bien intentar un abordaje
intercultural en el cual es imposible entender las realidades socioculturales de un grupo
dado extrayendo elementos de su contexto universal. Así, pudimos identificar en los
documentos coloniales datos novedosos como los tipos de relaciones territoriales,
dinámicas políticas o alianzas estratégicas al interior de los grupos que conforman la
parcialidad de los panches, los cuales nos llevaron a determinar que se trata de un
contexto segmental en el que dichos segmentos independientes claramente evidenciaban
una diferenciación al interior del grupo identificado como panche por los cronistas del
siglo XVI.
Nuestra hipótesis de trabajo es que si esta diferenciación a nivel sociocultural entre
segmentos fue tan marcada como para quedar registrada en las descripciones de los
cronistas, también es muy probable que tal diferenciación o variaciones locales se
encontraran presentes de manera discreta en la cultura material asociada a cada uno de
estos segmentos e incluso a nivel de parcialidades; en este sentido, buscamos que en el
registro arqueológico local también se hubieran conservado elementos que nos
permitieran identificar esta diferenciación, retroalimentándose con la información que
recopilamos durante la lectura de los documentos de los siglos XVI y XVII. Tras
identificar dos tipos de paisajes bien diferenciados, con grupos de segmentos que
desarrollaron comportamientos específicos y un registro arqueológico en el cual
también se vieron reflejadas estas diferenciaciones, desarrollamos la posibilidad de
establecer la existencia de un vínculo entre el paisaje la construcción de la territorialidad
de los segmentos panches y la autonomía política de los mismos.
27
2.2 OBJETIVOS
2.2.1 Objetivo Principal.
Nos hemos propuesto identificar los principales aspectos de la territorialidad, la
organización política y las características culturales de los panches en el siglo XVI,
buscando establecer el alcance de una posible diferenciación al interior de los mismos,
entre los segmentos concentrados en las “tierras altas” y las “tierras bajas” de su
territorio.
2.2.2. Objetivos Específicos.
En el marco del objetivo principal de la investigación, buscamos reconstruir los
principales rasgos de la estructura sociopolítica panche y sus actitudes ante la
incursión española en el valle medio del Río Magdalena en el siglo XVI.
También buscamos identificar en la documentación los comportamientos
socioculturales que nos permitieron suponer una diferenciación entre panches de
tierras altas y bajas, atendiendo particularmente a aquellos aspectos que puedan
tener consecuencias materiales y ser visualizados en el registro arqueológico.
En este contexto de una posible diferenciación, apuntamos a identificar
eventuales relaciones entre los dos tipos de paisaje referidos, la territorialidad de
los segmentos panches y las diversas respuestas iniciales ante el proceso de
invasión y conquista.
También apuntamos a identificar la dinámica del establecimiento de alianzas
entre segmentos a la hora de enfrentar la presencia de españoles u otro enemigo
externo a los grupos panches; el posible surgimiento de instituciones sociales o
políticas por encima del nivel segmental, el afloramiento de rivalidades entre
comunidades locales, e incluso el establecimiento de alianzas con los mismos
españoles en contra de otros grupos indígenas.
28
2.3 METODOLOGÍA
Para abordar los objetivos planteados, optamos por seguir una estrategia metodológica
que partió de la lectura de las fuentes escritas por los mismos españoles sobre esta
sociedad entre los siglos XVI y XVII, para posteriormente intentar identificar elementos
diferenciadores en la cultura material que a su vez nos permitieron proponer la posible
existencia de una diferenciación al interior de los mismos panches, profundizando así y
particularizando nuestra hipótesis de trabajo.
2.3.1 Las fuentes: Los cronistas españoles del siglo XVI y XVII como los primeros
escritores de la historia panche.
Es importante aclarar que los documentos escritos durante los siglos XVI y XVII por
los españoles conforman dos conjuntos de diferentes fuentes: por un lado, tenemos las
crónicas de primera mano de testigos presenciales que acompañaron y participaron de
las campañas de exploración y conquista del territorio ocupado por los panches en el
siglo XVI (Fernández de Oviedo [1526], Aguado [1570?], Castellanos [1601]); por otro
lado, tenemos la producción documental desarrollada durante el siglo XVII (Herrera
[1601-1615], Simón [1627?], Fernández Piedrahita [1668] y Zamora [1668]), en la cual
los autores realizaron compilaciones de documentos inéditos de exploradores y soldados
que participaron de las campañas de conquista durante el siglo anterior, pero que no
habían sido publicadas hasta ese momento (es importante mencionar que estas
compilaciones o recopilaciones documentales parecen haberse mantenido muy fieles a
las descripciones originales).
2.3.2 Recorrido seguido por la investigación: Búsqueda teórica.
Aunque en un momento inicial de la investigación se limitó la base documental escrita
sobre los panches a las crónicas mencionadas anteriormente, pues son los documentos y
autores que abordan las descripciones y proceso de conquista de los diversos segmentos
y territorios panches, posteriormente incluimos el análisis de algunas visitas,
documentos eclesiásticos y censos desarrollados durante la segunda mitad del siglo XVI.
29
En una situación como la de los panches, en la que el grupo humano y su territorio
fueron descritos, explorados, conquistados, reducidos a pueblos, encomendados y
finalmente exterminados en un lapso temporal de menos de un siglo por parte de una
sociedad conquistadora, la incorporación del grupo dominado al régimen colonial
generó “documentos oficiales” que exponen aspectos como el descenso poblacional y el
mantenimiento de procesos de resistencia al extermino. Por esta razón, también
abordamos los documentos de los visitadores de indias, cálculos poblacionales de
encomenderos y registros eclesiásticos de población asignada a las parroquias
instauradas en el territorio que abarcó nuestra investigación. Es importante mencionar
que estos documentos de inicios de la colonia se limitan a los pocos producidos en el
siglo XVI, pues para inicios del siglo XVII la población indígena que aparece en los
mismos parece corresponder a comunidades foráneas traídas al territorio panche tras la
extinción de éstos.
Aunque la literatura académica sobre los panches y su territorio los ha presentado como
una entidad cultural bastante homogénea, con límites bien circunscritos y prácticas
socioculturales específicas, también se ha descrito desde el mismo siglo XVI la
presencia de facciones y líderes locales con autonomía sobre territorios más pequeños al
interior del mismo territorio panche.
Estas descripciones realizadas durante el proceso de conquista (por testigos de primera
mano en el siglo XVI y/o compiladas posteriormente por autores que retomaron textos
inéditos de la conquista a inicios del siglo XVII), han llevado a diversos autores
modernos a establecer una caracterización sociocultural que hasta el momento no ha
llegado a un consenso, pues mientras que autores como Carranza (1934), Bernal (1946),
Arango (1974), Rodríguez y Cifuentes (2004) y Argüello (2004) consideran que se
trataba de una "sociedad tribal", otros como Ochoa (1945), Rojas (1975), Diez (1982) y
Martínez (2005) consideran que la presencia de liderazgos locales corresponde a la
existencia de sociedades estratificadas que se podrían asociar con “cacicazgos o
jefaturas”.
Los niveles de complejización social han permitido establecer una tipología para
clasificar a las sociedades humanas (Fried 1967, Carneiro 1987, Service 1984), la cual
30
ha sido seguida por múltiples investigadores hasta la actualidad y aunque se han
incluido y propuesto algunas variaciones sutiles, en términos generales se sigue
proponiendo la existencia de grados de complejidad con base a la organización
sociopolítica, lo que ha permitido seguir hablando de sociedades estratificadas e
igualitarias. Para el caso de los panches, las investigaciones que han abordado el tema
han contemplado siempre estos grados de complejización, lo que ha llevado a diversos
autores a clasificar a estas sociedades bien dentro de la tipología de tribu o bien dentro
de la de jefatura (o cacicazgo). Aunque los autores que han investigado a la sociedad
panche no han llegado a un consenso en cuanto a la tipología de la misma, para nosotros
es claro que no podemos interpretar los niveles de complejización social mencionados
arriba como una escala evolutiva lineal, en la que las sociedades con un grado de
organización social más complejo correspondan a niveles culturales más
“evolucionados” o “desarrollados”, pero sí podemos dilucidar las características que han
llevado a la delimitación de unos rasgos particulares para cada tipo de sociedad y así,
comprender los niveles “tribal” y “cacical” que han sido utilizados a lo largo de distintas
investigaciones sobre los panches.
Según la propuesta de Service, las sociedades se podrían clasificar en un marco
evolutivo de acuerdo a sus niveles de organización, lo cual permitiría establecer la
existencia de cuatro grandes tipos de sociedades, que de menor a mayor grado de
complejidad serían Banda, Tribu, Jefatura y Estado (Service 1984). Dado que las
investigaciones que han abordado la problemática panche han contemplado la posible
clasificación de la misma dentro de las categorías de Tribu y Cacicazgo, las ampliamos
a continuación según los estudios en antropología para la región del área intermedia
(extremo norte de Suramérica).
Las sociedades de tipo tribal se caracterizan por presentar una forma de liderazgo, en la
que éste se basa en la suposición de parte de la sociedad de que el sujeto que ejerce
dicho liderazgo ostenta capacidades superiores en diversas situaciones (Service 1984),
lo que determina inevitablemente que el poder asignado al liderazgo sea limitado y
personal, es decir vinculado a una situación y un momento específico, sin que presente
continuidad en el tiempo ni institucionalidad del mismo (por ejemplo el cazador más
hábil, el guerrero más fuerte, etc.). Autores como Sahlins, han expuesto que las
31
sociedades tribales tienden a ser conglomerados de grupos de parentesco que no pueden
ser consideradas organizaciones políticas en sí, pues se mantienen unidas mediante
instituciones pantribales como clanes matrimoniales, sociedades militares y/o religiosas,
lo que determina que cada uno de los segmentos es funcionalmente independiente de los
demás y que los grados de consolidación que pueden darse entre segmentos en
momentos específicos generalmente dependen de circunstancias externas a la tribu
(Sahlins 1994: 102).
En contraparte, las sociedades de jefatura o cacicales, como su nombre lo indica
incluyen la presencia de un líder con posición institucionalizada y roles político
administrativos claros. Según Earle (1987), los cacicazgos o jefaturas son sociedades
organizadas regionalmente con una jerarquía centralizada que coordina las actividades
entre varias comunidades o aldeas. Autores como Dever han propuesto además, que la
clasificación de cacicazgo o jefatura debe incluir la presencia de una escala de amplia
magnitud, es decir la existencia de diversas comunidades de cierto tamaño, lo cual
permita el desarrollo de cierta capacidad productiva y redistributiva dentro de un
territorio específico. Las características claves en la definición de un cacicazgo o
jefatura, según este autor, serían la escala de integración de la comunidad o los
segmentos de la misma en torno a una institución jerárquica superior, la centralización
en la toma de decisiones y la estratificación de la sociedad. (Dever 1999: 14). En este
tipo de sociedades la organización sociopolítica trasciende los alcances del parentesco,
lo que determina el surgimiento de una élite bien establecida, por lo que surge el
antagonismo entre individuos que no se puede resolver a través de la decisión de un
concilio de ancianos o consenso familiar; así, comienza a emerger el poder político de
algunos hombres sobre otros porque algunas personas han heredado el poder sobre un
segmento de la sociedad, esto se logra primero por una adquisición de prestigio y luego
por un poder basado en la fuerza (Cárdenas 1996).
Es claro que los tipos de sociedades planteados no pueden entenderse como entidades
herméticas donde las características que las definen son siempre estrictas para uno u
otro tipo de organización social. Por ejemplo, Lucaioli (2011) ha expuesto cómo
sociedades en transición entre una organización de tipo tribal y el surgimiento de un
liderazgo institucionalizado experimentan patrones de reagrupación y desagrupación de
32
distintos grupos al interior de las mismas (184), al igual que la posible existencia de vías
de acceso diferencial al cargo político: una proveniente de un linaje tradicionalmente
reconocido y otra en la que el prestigio se logra por las cualidades personales (192).
Igualmente, es claro que en una situación de colonización, como la que estamos
abordando en la presente investigación, la presencia de una entidad estatal como la
sociedad española del siglo XVI y las relaciones que con la misma se estuvieron
desarrollando durante el proceso de conquista, pueden llegar a alterar la estructura
social indígena a diversos niveles, tanto en los tipos de relaciones que se daban entre
segmentos al interior de la sociedad panche, como en las respuestas y las formas de
resistencia que estos manifestaban ante la conquista española. Autores como Fried
(1975) y Bechis (1999), han expuesto la existencia de transformaciones en las
sociedades colonizadas ante la presencia de sociedades colonizadoras estatales, lo cual
altera entre otros aspectos, la organización política indígena.
Contemplando lo anterior, encontramos que en un caso específico como el de la
sociedad panche de la segunda mitad del Siglo XVI, la posibilidad de un modelo
cambiante en su estructura sociopolítica propiciado en mayor o menor medida por el
surgimiento de relaciones de diverso tipo con la sociedad colonizadora española, es un
aspecto más a tener en cuenta a la hora de intentar catalogarla bajo parámetros estrictos
de clasificación social.
Dejando en claro la base teórica seguida por las investigaciones que han abordado la
clasificación para las sociedades del tipo Tribal y Cacical, para el caso de los panches
hemos encontrado que la ausencia de datos sobre aspectos como la institucionalización
del liderazgo2 y la existencia de élites claramente establecidas, han permitido proponer
en estudios recientes (Argüello 2004, Rodríguez 2006) que la sociedad panche se
encontraba en un proceso de transición entre los tipos de sociedad que en la literatura
antropológica se han descrito como "tribal" y "cacical" (Service 1984, Carneiro 1987,
Sahlins 1994), aparentemente empezando a desarrollar procesos de centralización
2 El término “Institucionalización del liderazgo” lo entendemos aquí como la existencia de una estructura
social que permite la permanencia de un líder en el ejercicio y ejecución del poder más allá de un
momento específico en el tiempo determinado por acciones individuales adquiridas. La existencia de esta
institución infiere su permanencia en el tiempo, por lo que requiere que los individuos ocupen una
posición en la misma más allá de la brecha generacional.
33
política, surgimiento de élites incipientes e inicio de institucionalización del liderazgo
(Argüello 2004). De esta forma, la ausencia de elementos como un liderazgo
institucionalizado propiamente dicho con funciones centralizadoras a nivel político o
económico, nos ha llevado a concluir que no es prudente hablar de “cacicazgos o
jefaturas” en el caso de los panches del siglo XVI, por lo que nos identificamos más con
la definición de una sociedad tribal, al interior de la cual diversos “segmentos” podrían
estar desarrollando procesos de coalición al enfrentarse a situaciones externas que
afectaban a la totalidad del grupo.
El surgimiento de liderazgos locales por encima del nivel de segmento, en los cuales la
posición sociopolítica de un líder militar, religioso o político implica una coalición de
comunidades a niveles económicos, militares y/o ideológicos denotaría una estructura
social del grupo étnico más cercana a la clasificación de cacicazgo, la cual podría llegar
a perpetrarse en el tiempo a partir de una situación como esta en forma de un liderazgo
institucionalizado. Por el contrario, pensaríamos que formas de resistencia más pasiva,
que no generan el surgimiento de un liderazgo como respuesta a la situación de
conflicto en contra de un enemigo común, se asemejan más a lo que líneas arriba hemos
señalado como una sociedad de tipo tribal. De acuerdo a lo anterior, podemos estar
pensando en que al interior de la sociedad panche nos estaríamos encontrando frente a
dos agrupaciones de segmentos, los cuales responden de maneras diferentes ante una
situación de invasión común, lo cual conlleva al desarrollo de estructuras de liderazgo
igualmente distintas.
2.3.3 Contexto de la producción escrita en los siglos XVI y XVII.
Tras el arribo de los primeros navegantes europeos a finales del siglo XV a las costas
americanas, se creó en el imaginario de la época la noción de “descubrimiento” de
tierras desconocidas, lejanas y llenas de riquezas. Estas tierras resultarían más
fructíferas para las coronas de lo supuesto por los primeros viajeros, cuando los estudios
geográficos de Vespucci reportaron que se trataba de un nuevo continente y no de una
región desconocida del lejano oriente asiático.
34
El ingreso de todo este “nuevo mundo” (nuevas culturas, nuevos territorios, nuevos
productos, nuevos recursos, nuevas ideas, etc.) a la mentalidad hegemónica y dominante
mundial de fines de la edad media, llevó a que los actores del “descubrimiento” se
concibieran a sí mismos como sus nuevos dueños. Bajo esta concepción, se entendió
que todo lo encontrado y por encontrar era un tesoro que debía ser extraído de la manera
más codiciosa, rápida y efectiva posible, para terminar de una u otra forma en los
mercados europeos (Mora 2005: 77).
En este contexto de conquista, los primeros expedicionarios españoles “descubrieron” la
costa caribe del actual territorio colombiano entre 1500 y 1501 (Melo 1996). Luego de
encontrarse en tierra firme, el objetivo inicial se centró en buscar los grupos indígenas
con mayores riquezas, desarticular las sociedades más fuertemente consolidadas y
establecer dominio sobre las poblaciones. Acompañando este proceso de exploración y
conquista, se empezaron a escribir las “Crónicas de Indias”, documentos escritos casi
siempre por testigos de primera mano, protagonistas de diversos hechos (principalmente
vinculados con el proceso de dominación y/o adoctrinamiento de los naturales) o
personajes encargados de recopilar la información económica y las aventuras de los
“héroes” y caudillos que iban “descubriendo” y anexando nuevos territorios y pueblos
para la corona española.
Estas crónicas se enmarcan en un contexto medieval en el que la retórica colonial
empleada en las mismas busca exponer una serie de hechos, comportamientos y
ambientes (vistos de una manera totalmente subjetiva) con un fin moral y educativo, en
el que siempre está presente la “otredad” mostrando todos los aspectos relacionados con
el indígena y su medio ambiente como opuestos a la civilización, la razón y la verdad.
Así, estos documentos no buscaban presentar hechos objetivos, sino transformarlos en
narraciones con un objeto moral -en el que el tema central era la oposición entre el
indígena bárbaro y el conquistador civilizado poseedor de la verdadera fe y por
consiguiente de la verdad- apuntando a crear imágenes de personajes heroicos,
valerosos y dignos de imitar por el resto de la población blanca de la época.
Aunque la información de estos documentos está altamente sesgada por la subjetividad
del contexto en que fue producida, inevitablemente refleja los aspectos culturales y
35
medioambientales que resultaron más llamativos de las culturas y territorios recién
encontrados. Una lectura minuciosa de estas fuentes escritas expone diversos aspectos
que quedaron inevitablemente descritos en detalle mientras se buscaba silenciarlos o
cargarlos con una connotación peyorativa respecto a las costumbres hegemónicas
propias de la “civilización” desde la cual se describían.
Las diversas relaciones que se dieron durante la conquista entre estas sociedades que se
establecieron como colonizadas y colonizadoras durante el proceso colonial, se
enmarcaron en un proceso de distanciamiento entre las mismas, en el cual la sociedad
colonizadora generalmente aisló tanto territorial como culturalmente a la sociedad
colonizada, definiendo y estigmatizando los aspectos socioculturales que las hacían
diferentes y a la vez legitimando su expulsión de un prototipo “correcto” preestablecido.
Según Amselle, este proceso es el que conlleva a la invención de grupos étnicos, lo cual
inevitablemente ha tomado la forma de políticas raciales desde las cuales se ha
facilitado la generación de mapas étnicos, políticos y administrativos que permiten al
colonizador afirmar su poder sobre la población colonizada (1998: 11). En este contexto,
las transformaciones y redefiniciones de la propia identidad no solo tienen que ver con
actos de apropiación, selección y adaptación activas, sino también con el fenómeno de
“etnificación”, es decir con las segmentaciones y rotulaciones étnicas que los estados
colonial y/o republicano han impuesto como resultado de las relaciones asimétricas y en
el marco de sistemas de dominación (De Jong y Rodríguez 2006).
Esta situación la podemos evidenciar a lo largo y ancho del proceso colonial registrado
para las poblaciones prehispánicas tras el contacto con los europeos a partir del siglo
XVI y no es la excepción el caso panche, en el cual diversos tipos de comportamientos
socioculturales como la antropofagia, el conflicto, las deformaciones corporales, entre
otros, ingresaron al registro escrito europeo como una serie de datos enmarcados en un
paradigma preconcebido asociado al salvajismo y la barbarie.
La forma en como este “pensamiento etnológico” permeó y determinó la producción
académica durante el periodo colonial para el caso particular de los panches condicionó
y limitó de manera cuantitativa y cualitativa la información registrada sobre este grupo
humano, a la vez que el contexto moral y cristiano de la sociedad hegemónica desde el
36
cual se recolectó esta información inevitablemente conllevaron a la categorización de
las sociedades prehispánicas dentro de un sistema clasificatorio evolutivo en el cual los
grupos prehispánicos se ubicaron en el nivel más bajo. Tal como propone Amselle, esta
“creación de etnias” es una actividad propia de la conquista colonial y de la “razón
etnológica” formada junto a la misma, por lo que es desde allí que se imprimen
unidades separadas que entran a desarticular espacios sociales continuos y cadenas de
sociedades caracterizadas por un “mestizaje original” (Amselle 1998).
En épocas más recientes, la etnología moderna y los estudios en antropología han
propuesto la clasificación de las sociedades humanas al interior de un esquema
evolutivo lineal; Amselle ha sugerido cómo sociólogos clásicos como Morgan, Tylor,
Durkheim y Mauss han comparado diversas comunidades humanas situándolas en
diversos estados evolutivos que inevitablemente se encontrarían distanciados en el
tiempo (1998: 9). Estas clasificaciones antropológicas no escapan al “pensamiento
etnológico” y no pueden evitar crear categorizaciones preconcebidas de sociedades e
individuos vistos e interpretados de manera previa desde una plataforma de alteridad en
la cual uno es el objeto de estudio (colonizado) y el otro es el científico (colonizador),
legitimando de una u otra manera un esquema de exclusión.
Como bosquejamos anteriormente, los documentos escritos sobre los panches en los
siglos XVI y XVII y los autores de los mismos, están profundamente permeados por dos
aspectos principales: un prejuicio explorador en el que las sociedades encontradas
ingresan al registro escrito como una colección de datos exóticos y asombrosos,
opuestos a la sociedad civilizada, moral y cristiana europea; y otro prejuicio de carácter
más administrativo en el cual territorios y poblaciones entran a hacer “propiedad” de la
sociedad colonizadora, lo que conlleva a que los grupos indígenas ingresen en un
sistema administrativo que instaura (mediante cánones preestablecidos) un
conocimiento etnológico que permita al colonizador afirmar su poder y control sobre la
población, los territorios y los recursos. De acuerdo a lo anterior, elementos como los
sistemas de parentesco, la organización sociopolítica, las instituciones sociales, las
formas de acceso y mantenimiento del liderazgo e incluso el tipo de relaciones
jerárquicas entre diversos segmentos, fueron aspectos que no tenían cabida en ninguno
de los cánones preconcebidos por la sociedad colonizadora en su “pensamiento
37
etnológico”, lo cual explica que en las fuentes escritas sobre los panches no exista
registro de este tipo de información.
Amselle ha propuesto que una de las formas de salvar el sesgo que presupone el
“pensamiento etnológico” en el estudio y análisis de grupos socioculturales es
implementar la concepción de “lógicas mestizas”, la cual incluye un enfoque continuista
que apunte a la eliminación de distinciones y criterios clasificatorios preconcebidos. La
implementación de un estudio antropológico multidisciplinario y un trabajo de campo
que incluya el análisis de todas las variables posibles al interior de una sociedad para la
cual sabemos que la información disponible ha sido colectada desde una visión
etnológica colonial, permitiría salvar un poco el sesgo subjetivista de la producción
académica colonial. Además de lo anterior, surge la inminente necesidad de incorporar
todos los espacios posibles, puntos de vista y combinación de actividades diversas que
configuran espacios macroregionales desde los que se debe reconstruir los
comportamientos de las sociedades colonizadas (Boccara 2005), en nuestro caso la
sociedad indígena del siglo XVI.
Partiendo de lo anterior y del contexto colonial en que surge el “pensamiento
etnológico”, es claro que las relaciones que se empezaron a desarrollar entre las
poblaciones de los dos continentes se establecieron de una forma unilateral, legitimadas
por una justificación ideológica y/o paradigmática que partía básicamente del concepto
mental de superioridad europea. De esta forma las culturas americanas ingresaron al
nuevo orden mundial, determinado por los intereses económicos y políticos de los
comerciantes y gobernantes de la Europa cristiana de la época, como elementos que
fueron percibidos, interpretados y administrados bajo los determinantes propios de un
paradigma de exclusión.
En conclusión, podríamos decir que el pueblo americano fue percibido, incluso desde
antes de haberse conocido -pues para la población europea de la época ya existía un
imaginario sobre estos pueblos al margen de la civilización-, bajo un principio de
identidad “bárbara y salvaje” asociada directamente a su existencia en territorios
opuestos a los ocupados por los pueblos civilizados y fuera de los límites del mundo
conocido. Este paradigma conllevó a que Europa se apoderara de la humanidad del
38
bárbaro, de su alma, de sus costumbres y de sus formas de organización social y
política (Barona 1993: 30).
En este proceso de conquista y dominación, no se puede pasar por alto el papel que jugó
la religión en el contexto medieval en el cual se desarrollaba el descubrimiento e
invasión del nuevo continente. Así, desde diversas instituciones políticas y religiosas se
legitimaron y justificaron relaciones como la esclavitud, el exterminio y el
desplazamiento de poblaciones enteras. Instituciones jurídicas como la encomienda, el
concierto, la mita, el requerimiento, los pueblos de indios y los resguardos (las cuales
hicieron parte de la cotidianidad de estas relaciones por varios siglos) constituyeron una
técnica deculturadora que permitía la transformación de los nativos americanos en
"indios" cuantificables y controlables; estas instituciones y situaciones cotidianas,
estaban en todo momento permeadas por los efectos desestructurantes de la
evangelización.
2.3.4 Procedimientos con las fuentes documentales.
Siguiendo esta línea de ideas, fue clave delimitar el periodo cronológico de nuestra
investigación al momento inmediatamente anterior al contacto (1537 D.C.) y realizar
una lectura de las crónicas de la conquista en las que se describe la sociedad que
encontraron los exploradores españoles a partir de dicho momento (principalmente los
documentos de Aguado, Simón, Castellanos y Fernández Piedrahita). Sabemos que los
documentos de esta época están fuertemente sesgados por la subjetividad de los
cronistas españoles, que interpretaron comportamientos y los convirtieron en datos
(Pärssinen 1989); también que se enmarcan en un contexto medieval en el que la
retórica colonial empleada en las crónicas buscó exponer información con un fin moral,
educativo y político (Bolaños 1994, Borja 2002). De esta forma, es clave entender que
la información presentada desde la plataforma colonial expone diversos
comportamientos, instituciones sociales y políticas, relaciones interpersonales y
familiares, prácticas mágico-religiosas e incluso la misma cultura material de la
sociedad indígena colonizada, extraídos de sus contextos particulares, conformando lo
que autores como Amselle han denominado “pensamiento etnológico”, una forma de
registro y exclusión desde el cual se construyó la otredad (Amselle 1998).
39
Este “pensamiento etnológico” desde el cual se generaron los documentos escritos surge
en un contexto colonialista, en el que entran en juego sociedades de dos tipos:
colonizada y colonizadora, las cuales chocan en un mismo momento histórico – espacial,
pero se encuentran totalmente distanciadas a través de la exploración o la conquista.
Este tipo de relación implica la selección de elementos culturales descontextualizados,
invención de grupos étnicos, imposición de políticas raciales, y procesos de exclusión y
expulsión en el campo territorial y social (Amselle 1998), los cuales ingresan al registro
escrito como la descripción de elementos exóticos asociados a sociedades “primitivas y
salvajes” y/o estigmatizados de manera preestablecida.
No obstante, desde el principio nos planteamos que una lectura activa o "entre líneas"
(Burke 1993) de estos documentos nos permitirá identificar múltiples aspectos de la
territorialidad y características culturales de los grupos descritos. Autores como Nacuzzi
han expuesto cómo la consideración de algunos contextos en el análisis de los
documentos, en los cuales se pueden identificar diálogos de información entre el sujeto-
objeto y el autor que escribe sobre el mismo, se convierten en fuente de información
sobre una sociedad descrita (Nacuzzi 2002). Así, aunque los documentos escritos sobre
los panches en los primeros momentos del contacto estuvieran enfocados hacia una
estigmatización del grupo y no se concentraran en la descripción de instituciones
sociales, fue posible llegar a identificar en los mismos algunos atisbos de la
organización sociopolítica de estas comunidades.
Decidimos profundizar en el conocimiento de las prácticas socioculturales y políticas
descritas para estos grupos, así como en los procesos de resistencia y/o respuesta
desarrollados ante la invasión europea, con el propósito de intentar realizar una nueva
lectura de algunos procesos sociopolíticos que se desarrollaban al interior de una
parcialidad como los panches al momento de la llegada de los españoles a esta región.
Esto nos permitió acercarnos un poco más a la recreación de diversos aspectos de su
cultura y que probablemente se han pasado por alto en el marco de un contexto colonial
desde el cual se han leído hasta el momento. Algunos de los tipos de relaciones
descritas en las crónicas para los segmentos panches entre sí y durante el proceso de
conquista, nos permitieron extraer pistas sobre la organización sociopolítica y estructura
40
jerárquica de los diversos segmentos que encontraron los españoles ocupando dicho
territorio en el siglo XVI.
Así, mediante una estrategia doble que partió de la lectura de los documentos de la
conquista desde una visión no etnocéntrica y que a su vez apuntó a cuestionar el criterio
de delimitación étnica que supuso el contexto colonial hispano, hemos intentado
identificar elementos socioculturales que habían sido pasados por alto durante otras
lecturas en diversos ámbitos académicos sobre la cultura panche. Es claro que dicha
visión etnocéntrica representa un abordaje parcial de la información, dando por sentado
que la percepción del autor es universal y excluyendo a su vez la percepción del “otro”;
en contraparte, una percepción pluralista del “otro” tiende a incluir un método de
análisis intercultural, que contempla la existencia de sociedades, instituciones e
individuos al interior de un contexto particular del que no es posible extraer elementos
para así analizarlo en conjunto. De acuerdo a lo anterior, el implementar una
investigación multidisciplinaria que incluyó el análisis del registro arqueológico a
escalas locales para retroalimentar la lectura de los documentos de la conquista, nos
permitió formularnos nuevos cuestionamientos e hipótesis sobre la estructura
sociopolítica de los panches y los tipos de relaciones entre los segmentos al interior del
grupo.
Volviendo a la lectura de los documentos de la conquista, los panches son descritos por
los españoles como grupos acéfalos, sin ningún eje integrador, como puede ser la
religión u otra institución política. Aunque las crónicas mencionan la existencia de
segmentos locales cuyo único elemento en común parece ser la filiación lingüística y
que a lo largo de la presente investigación hemos identificado como la “parcialidad
pache”, en estas descripciones se ha resaltado la existencia de líderes para cada uno de
estos segmentos, cuyo poder parecía basarse en los méritos logrados en situaciones de
conflicto o éxitos militares (Fernández de Oviedo [1526], Aguado [1570?], Castellanos
[1601], Herrera [1601-1615], Simón [1627?], Fernández Piedrahita [1668] y Zamora
[1668]).
Según investigadores como Argüello, la carencia de líderes o instituciones por encima
del nivel segmental podría haber estado representando la inestabilidad misma de las
41
estructuras sociopolíticas y la falta de niveles de integración (Argüello 2004), lo que ha
conllevado a que diversas investigaciones sobre los panches la hayan considerado como
una sociedad de tipo tribal. Nos hemos planteado la hipótesis de que a partir de una
lectura “entre líneas” de los documentos tempranos, es posible encontrar las bases para
reconstruir las relaciones existentes entre los diversos segmentos panches, a la vez que
dicha información se puede retroalimentar con el dato obtenido del registro
arqueológico, el cual puede estar aportando pistas que refuercen o alteren las hipótesis
planteadas para el caso de la organización sociopolítica de los panches en el siglo XVI.
Así, lo que nos planteamos aquí fue hacer una lectura atenta y crítica de los documentos,
en la que su puesta en relación con los datos del registro arqueológico significara un
avance y complejización de ambos registros. Como hemos mencionado anteriormente,
aunque la información consignada en las crónicas españolas está determinada por una
retórica colonial y un contexto colonialista de exclusión, aún así hemos podido rastrear
relaciones políticas, ideológicas y sociales que aunque nunca fueron descritas por los
cronistas con este objetivo, sí pudimos identificar en tales documentos desde la “lógica
mestiza” tal y como la propone Amselle: “…el análisis en términos de “mestizo logics”
lo lleva a uno a escapar de la cuestión del origen y más bien a hipotetizar una regresión
infinita. No es cuestión ya de preguntarse qué vino primero, lo segmentario o lo estatal,
lo oral o lo escrito, sino entrar a postular un sincretismo originario, una mezcla cuyas
partes permanecen indisolubles.” (1998: 161). De esta forma lo que buscamos fue evitar
abordar a una colectividad (panches) como un grupo étnico preconcebido desde la
sociedad colonizadora (españoles), la cual se clasificó aislando las instituciones,
prácticas, comportamientos y elementos de cultura material que escogió describir el
cronista de indias del siglo XVI, para más bien intentar un abordaje intercultural en el
cual fuera imposible entender las realidades socioculturales de un grupo dado
extrayendo elementos de su contexto universal.
De acuerdo a lo anterior, la realización de una lectura desde una “lógica mestiza” como
la propone Amselle, nos permitió identificar datos novedosos como las relaciones
territoriales, dinámicas políticas o alianzas estratégicas entre los grupos prehispánicos y
específicamente entre segmentos al interior de la parcialidad panche, los cuales
claramente evidenciaban una diferenciación notoria al interior del grupo identificado
42
como panche por los cronistas del siglo XVI. Ya hemos señalado anteriormente que
suponemos que esta diferenciación a nivel sociocultural entre segmentos también se
encontraría presente de manera discreta en la cultura material asociada a cada uno de
estos segmentos. En este sentido, partiendo de la suposición de que el registro
arqueológico local retroalimentaría esta hipótesis, empezamos a cuestionarnos si estos
datos reforzarían la teoría de autores como Argüello que proponen la existencia de una
sociedad segmental tipo tribal con segmentos bien diferenciados.
Para hablar de la existencia de estos segmentos al interior de la sociedad panche,
tendríamos que tener un referente a otros niveles más allá de los meramente descritos en
las crónicas y deberíamos poder encontrar una conexión en el campo territorial,
toponímico y de elementos de cultura material que sustenten la identificación y
existencia de dichos segmentos. Una diferenciación excluyente es la que nos permite
empezar a hablar de este tipo de estructuras con denominaciones propias, territorios
específicos e incluso con estructuras socioculturales que apunten a comportamientos
indetificables. Así, hemos encontrado que para el momento específico del contacto,
diversos segmentos panches se encontraban ocupando sectores puntuales del territorio y
que ante la invasión y conquista desarrollaron respuestas culturales que también nos han
permitido diferenciarlos de otros establecidos en otros sectores.
Teniendo en cuenta lo anterior y volviendo a las lecturas que se han hecho de manera
tradicional sobre la cultura panche (especialmente durante la segunda mitad del siglo
XX), encontramos que diversos segmentos que los cronistas han englobado dentro de
una identidad y un territorio “panche” homogéneos, han sido considerados por los
investigadores bajo estrictos modelos de organización política (“tribus”/“cacicazgos o
jefaturas”) sin profundizar mucho en la naturaleza de las relaciones que se desarrollaron
al interior de este conjunto ni las que se desarrollaban entre algunos grupos panches y
otros considerados por los cronistas como no-panches. Por lo tanto, consideramos que
era necesario desarrollar una lectura que rompiera con estos paradigmas de organización
política, descartando o al menos reinterpretando estas clasificaciones, dando paso a la
existencia de otras lecturas de las sociedades prehispánicas; en este marco de ideas,
también nos surgió un gran interés por identificar el tipo de relaciones que se estaban
43
desarrollando de forma interna entre segmentos panches, así como de forma externa con
otros grupos humanos.
No podemos incurrir aquí en considerar que los modelos de clasificación de
complejización social propuestos por Service y otros autores tan frecuentemente
utilizados en antropología corresponden a marcos estrictos con límites impermeables
claramente preestablecidos. De la misma manera, debemos tener en cuenta que al
contemplar este sistema clasificatorio, el mismo no corresponde a una construcción
evolutiva lineal en la que la organización social de los grupos humanos inevitablemente
se desplaza en un sentido ascendente. Por estos motivos, al abordar la problemática de
las poblaciones karib que estaban ocupando el valle del río Magdalena para el siglo XVI,
partimos de que se trataba de una sociedad segmental compuesta por grupos
independientes con muchas de las características que se han asignado a las sociedades
denominadas “tribales”.
2.3.5 Tareas de análisis del registro arqueológico.
Volviendo a los datos materiales que han sustentado la reconstrucción de las sociedades
prehispánicas que habitaron el valle medio del río Magdalena, la arqueología regional
ha permitido determinar que el periodo tardío de la ocupación prehispánica se ha
caracterizado, entre otras cosas, por la presencia de un elemento cultural que parece
haberse generalizado a todo el territorio ocupado por grupos humanos de la familia
lingüística karib y es la práctica de entierros secundarios en urnas cerámicas. Los grupos
prehispánicos del Periodo Tardío (entre ellos los panches) se encontraban habitando la
región desde aproximadamente el año 1000 D.C., por lo que las investigaciones
arqueológicas han permitido establecer una relación directa entre los elementos de
cultura material registrados para ese periodo y las poblaciones karib que describen los
cronistas españoles.
Como se bosquejó anteriormente, las principales investigaciones arqueológicas
desarrolladas en territorio panche (ver Capítulo 3, apartado 3.5) han permitido
identificar la existencia de sutiles variaciones locales en la tecnología alfarera a nivel
estilístico, lo que nos ha llevado a pensar en que cada uno de estos segmentos podría
44
haber estado imponiendo su sello característico a los elementos de cultura material que
elaboraban y/o portaban. Sin entrar a especular aquí sobre la finalidad de estas
variaciones locales, sí podemos entrever que hay una aparente asociación entre los
segmentos que ocupan sectores específicos del territorio panche y la cultura material
utilizada por los mismos, la cual ingresó al registro arqueológico y se ha mantenido en
los territorios que ocuparon dichas comunidades.
Como mencionamos anteriormente, a partir del año 800 D.C. se generalizó la práctica
de enterramientos secundarios en urnas funerarias de cerámica, por lo que el Periodo
Tardío de la ocupación prehispánica se ha podido asociar directamente a este tipo de
cultura material y de la misma forma a comunidades karib como los panches. Teniendo
en cuenta que la ocupación prehispánica del Periodo Tardío se vio intervenida por la
invasión europea del siglo XVI, durante la cual los cronistas registraron poblaciones
panches en este sector del valle del río Magdalena, hemos podido establecer un paralelo
mediante el cual utilizamos información escrita de las crónicas de la conquista e
información arqueológica procedente de sitios ubicados cronológicamente en el Periodo
Tardío, para aproximarnos a ciertos aspectos socioculturales de la sociedad panche.
De esta forma, el análisis comparativo de los patrones funerarios y más específicamente
la tipología de las mismas urnas funerarias nos permitió establecer una caracterización
para diferentes áreas dentro del territorio, la cual parece haber estado asociada a
segmentos políticos que pudimos identificar en las crónicas y en el acervo toponímico
que se ha conservado hasta la actualidad3.
De acuerdo a lo anterior, la lectura de los procesos sociopolíticos desarrollados en torno
a la invasión europea, nos permitió caracterizar que la población panche asentada sobre
la banda oriental del río Magdalena parecería haber estado concentrada en torno a dos
3 Es importante mencionar aquí que aunque diversos segmentos panches ocuparon espacios a ambos lados
del río Magdalena (una visión más amplia de la ocupación territorial indígena durante el siglo XVI se
expone en detalle en los Capítulos 4 y 5), los procesos de exploración y conquista llevados a cabo por los
españoles determinaron que la producción documental para la banda occidental del río no desarrollara un
registro tan detallado como para la banda oriental. De la misma forma, las particularidades de las
campañas de invasión, y conquista determinaron un rápido exterminio de las poblaciones indígenas
asentadas al occidente del río. Por dichos motivos, hemos delimitado nuestro objeto de estudio a las
comunidades asentadas en la banda oriental del río Magdalena, por lo que cuando no se haga la salvedad
a lo largo de la investigación, es claro que nos estaremos refiriendo a los segmentos de esta parte del
territorio panche.
45
grandes núcleos poblacionales. Parece a su vez, que estos núcleos estaban vinculados a
paisajes y entornos ambientales diferentes (uno al norte del territorio panche en las áreas
más montañosas y otro al sur en las partes más bajas), lo que nos llevó a sospechar
inicialmente la probabilidad de una diferenciación sociocultural entre dos agrupaciones
de segmentos panches, que a su vez se encontraban ocupando espacios ecoambientales
que también diferían entre sí. Siguiendo nuestra hipótesis, supusimos que esta posible
diferenciación social también podría verse reflejada en la cultura material, por lo cual
buscamos encontrar un referente tangible en el registro arqueológico que pudiera estar
representando diferencias en el ámbito estilístico y decorativo de las urnas funerarias,
principalmente entre los grupos que habitaron en la región montañosa del territorio y los
que se encontraron asentados en las tierras bajas aledañas al valle del río Magdalena.
Teniendo en cuenta que las poblaciones karib asentadas a lo largo del valle del río
Magdalena compartían prácticas socioculturales como el tipo de patrón funerario, pero
con variaciones locales a nivel estilístico, podría ser posible que estas diferenciaciones
discretas también se estuvieran dando al interior del grupo descrito como panche y que
existieran variaciones sutiles en la cultura material asociada a los contextos funerarios
de los diversos segmentos? o de los núcleos de segmentos referidos anteriormente?.
Buscando desarrollar estos interrogantes nos propusimos entonces indagar en las
posibles variaciones de la cultura material, con miras a identificar indicadores discretos
en la cultura material que pudiéramos relacionar con los espacios ocupados por estas
agrupaciones de segmentos (desde los cuales se estarían dando diferentes formas de
respuesta cultural ante el proceso de invasión y conquista).
Abordando el tema específico de la cultura material de dichos contextos funerarios,
encontramos que diversas investigaciones arqueológicas desarrolladas en el territorio
que se encontraba ocupado por los panches para el siglo XVI, han permitido establecer
una periodización cronológica en la que se cuenta con presencia de poblaciones
agroalfareras en el área desde el 800 A.C. Haciendo un balance generalizado de dichas
investigaciones y concentrándonos en este periodo agroalfarero regional, podríamos
resumir la ocupación humana en dos grandes periodos, uno Formativo (800 A.C. - 1000
D.C.) asociado directamente al tipo cerámico Herrera y uno Tardío asociado
principalmente al tipo cerámico Pubenza, desde el 1000 D.C. hasta el momento del
46
contacto (Peña 1991, Salas y Tapias 2000, Argüello 2004, Rodríguez 2006, entre otros).
Ya que los estudios arqueológicos han permitido establecer una clasificación histórico
cultural con momentos bien delimitados y caracterizados por una cultura material
también específica (tradición alfarera), el estudio de la cerámica abordado en la presente
investigación se concentró en realizar un análisis morfofuncional de urnas cerámicas
funerarias procedentes de sitios arqueológicos en diversos sectores del territorio
identificado como panche, lo que nos permitió confirmar que la existencia de esta
aparente diferenciación sociocultural también se vio reflejada en la presencia de
marcadores discretos en los elementos de cultura material analizados.
Teniendo en cuenta que para el sector norte del territorio panche oriental no se contaba
con antecedentes de sitios arqueológicos funerarios asociados al Periodo Tardío de la
ocupación prehispánica (Peña 1987, 1991), la información que hemos obtenido del
registro arqueológico sobre aspectos estilísticos de la tradición alfarera presente en
contextos funerarios (tipología, tecnología y patrones estilístico - decorativos de las
urnas funerarias; ajuar funerario, relación y posición de las tumbas con su entorno
directo y el paisaje, cronología de las tumbas, contenido de las mismas y tipología de
los restos óseos contenidos en las urnas), nos permitió dar desarrollo a la metodología
planteada hasta este punto y llegar a desarrollar un análisis comparativo con el material
reportado en contextos arqueológicos para otros sectores del territorio panche. A su vez,
esto nos permitió retroalimentar la información arqueológica con el dato escrito y así
empezar a dilucidar aspectos socioculturales de la organización social de los panches a
nivel local y regional.
Este análisis comparativo de los patrones funerarios reportados en las tierras bajas del
territorio ocupado por los panches en el siglo XVI y el excavado durante la presente
investigación, apuntó a determinar si las posibles diferencias socioculturales
bosquejadas en las percepciones que tuvieron los primeros cronistas tenían un asidero
tangible en el registro arqueológico de la cultura material asociada con los panches.
Dejando muy en claro que al momento no se contaba con la certeza sobre la existencia
de una posible diferenciación entre grupos de comunidades al interior del territorio
panche (asociadas a su vez a territorios específicos) y que es a partir de la presente
47
investigación que se está empezando a indagar sobre la posibilidad de dicha
diferenciación, hemos buscado establecer un referente material de dicha aparente
diferenciación en el cual apoyar nuestra hipótesis de trabajo. Esto nos ha llevado a
aproximarnos un poco más a aspectos como la organización territorial, la cultura
material y las relaciones entre segmentos panches.
48
CAPÍTULO 3
ESTADO DE LA CUESTIÓN
3.1. Cronistas españoles del siglo XVI y XVII: Primeros escritores de la historia panche.
En cuanto a las fuentes documentales para el caso particular de los panches, las más
ricas descripciones sobre su territorio, costumbres, prácticas culturales, así como el
proceso de conquista y exterminio, son las presentadas por los cronistas Gonzalo
Fernández de Oviedo [1526], Fray Pedro de Aguado [1570?], Juan de Castellanos
[1601], Antonio de Herrera [1601-1615], Fray Pedro Simón [1627?], Lucas Fernández
Piedrahita [1668] y Alonso de Zamora [1668].
De estos, la publicación más temprana es la de Fernández de Oviedo, quien llegó por
primera vez a las Indias en la expedición de Pedrarias Dávila en 15144 y desde ese año
acompañó numerosas campañas de exploración y conquista en el norte de Suramérica y
Centroamérica hasta 1535. Durante su estadía ejerció cargos administrativos para la
corona española, lo cual le permitió elaborar detalladas descripciones de territorios y
costumbres apreciadas directamente entre los indígenas. Una de las más importantes
obras de Fernández de Oviedo, la “Historia general y natural de las Indias” presenta una
rica descripción del descubrimiento y colonización de diversos grupos humanos y
poblaciones en el norte de Suramérica desde la óptica de un minucioso observador de la
naturaleza y las costumbres del Nuevo Mundo.
4 Pedrarias Dávila o Pedro Arias Dávila, fue uno de los primeros conquistadores españoles de la parte
norte de Suramérica. En 1513 fue nombrado gobernador y capitán general de Castilla del Oro, que
comprendía territorios de los actuales países de Nicaragua, Costa Rica, Panamá y la parte norte de
Colombia, cargo que asumió en 1514, permaneciendo en territorio americano hasta su muerte en 1531
(Martínez 2007).
49
De la misma forma, Aguado también fue testigo de primera mano de la conquista de
diversos grupos indígenas durante su estadía en el Nuevo Reino de Granada desde 1560
hasta su muerte (aproximadamente en 1609), escribiendo su obra desde la perspectiva
de su función de cura doctrinero durante la década de 1560 hasta aproximadamente
1575; durante su estadía en el Nuevo Reino ejerció el cargo de cura en diversos
poblados del territorio muisca e incluso acompañó algunas expediciones de exploración
y conquista al territorio panche.
Otro cronista que fue testigo directo de los hechos acontecidos durante la conquista, fue
Juan de Castellanos, quien marchó como soldado a tierras americanas a la edad de 17
años (en 1539) y permaneció en el Nuevo Reino de Granada5 desde 1544 hasta su
muerte en 1607. Además de participar como soldado en las campañas de conquista, se
ordenó como sacerdote en 1559 y a partir de esa fecha fue cura en diversos poblados, lo
que le permitió registrar hechos vistos desde las dos perspectivas (conquistador y
sacerdote).
Así, en estos tres cronistas (Castellanos, Aguado y Fernández de Oviedo), tenemos las
descripciones más tempranas de la sociedad panche y su territorio, pues su estadía en
tierras del Nuevo Reino de Granada les permitió recopilar información de forma directa
durante el siglo XVI. Como abordaremos más adelante en el Capítulo 5, fue durante la
segunda mitad de dicho siglo cuando se dio el rápido proceso de desarticulación de la
sociedad panche a manos de los conquistadores europeos, a la vez que se desarrolló un
vertiginoso descenso poblacional; de esta manera, la información presentada por estos
autores resulta especialmente atractiva y rica, pues al ser testigos de primera mano,
estuvieron en contacto directo con diversas instituciones y prácticas de la sociedad
panche.
Ya para el siglo XVII, el único cronista que fue testigo presencial fue Fray Pedro Simón,
cuyo cargo de ministro provincial le permitió viajar por distintos lugares del Nuevo
5 El Nuevo Reino de Granada fue la denominación otorgada a una entidad territorial establecida por la
corona española durante su periodo de dominio americano. Hacía parte del Virreinato del Perú y su
territorio correspondía aproximadamente al actual territorio de la República de Colombia. En los primeros
documentos de la conquista, se denomina Nuevo Reino de Granada a las tierras frías del altiplano
cundiboyacense, el cual se diferencia de las áreas de “tierra caliente” que lo rodean y que corresponden a
los pisos térmicos más bajos.
50
Reino de Granada entre 1604 y 1628, e incluso acompañar campañas de conquista de
grupos indígenas que habían presentado fuertes procesos de resistencia, como los pijaos,
grupo al cual se dirigió una campaña de exterminio y pacificación por Juan Borja
durante la primera década del siglo XVII. Además de estas labores, durante este tiempo
también realizó una abundante recopilación documental en la que se incluyen sus
propias experiencias así como los datos aportados por testigos que participaron en las
campañas de conquista de dichos territorios e incluso algunos documentos del siglo
anterior, generalmente anónimos, que no habían sido publicados hasta ese momento.
Teniendo en cuenta lo anterior, la obra de Simón reviste especial importancia por dos
aspectos fundamentales: uno, como abordaremos en el Capítulo 5, parece ser que el
proceso de extinción de los relictos panches que mantuvieron procesos de resistencia
activa se dio durante esta primera década del siglo XVII, lo que convertiría a Simón en
uno de los últimos testigos de primera mano de este tipo de actividades y de la
finalización del proceso de inclusión al régimen colonial de los segmentos panches
disidentes. Dos, la obra de Simón presenta una rica compilación de descripciones que
no se encuentran en cronistas más tempranos; es claro que en su proceso de recopilación
de obras inéditas de testigos de primera mano del siglo anterior (como exploradores y
letrados anónimos que acompañaron las primeras campañas de exploración y conquista
del territorio panche), se presentan datos novedosos y/o más ricamente descritos que en
algunas de las obras del siglo XVI referidas anteriormente.
Durante el siglo XVII otros cronistas se dedicaron a la tarea de recopilar documentos
propios de la conquista, producidos principalmente durante el siglo anterior pero que
aún no habían sido publicados, exponiendo datos novedosos en el proceso de
construcción histórica de inicios de la colonia. Es importante mencionar que estas
publicaciones del siglo XVII se concentran en transcribir al pie de la letra los
documentos del periodo de la conquista, lo que lleva a que en muchos casos podamos
identificar segmentos idénticos en varios de los recopiladores, pues han tomado y
respetado la misma fuente. Tal es el caso de Antonio de Herrera, cronista mayor de
Castilla durante los reinados de Felipe II y Felipe III, quien aunque nunca estuvo en
América, realizó entre 1601 y 1615 una recopilación de documentos de otros autores del
siglo XVI (como Fernández de Oviedo).
51
Más avanzado el siglo XVII, surgen los primeros cronistas propios del Nuevo Reino de
Granada: Fernández Piedrahita (1624 - 1688) y Alonso de Zamora (1635 - 1717). El
primero de ellos, sacerdote nacido en el Nuevo Reino y que vivió allí la mayoría de su
vida (salvo seis años de estadía en España, durante la cual consultó documentos y
manuscritos en gran parte inéditos), basó su trabajo en la consulta de documentos
previos. Su obra fue publicada en 1688 con base a los documentos escritos por otros
autores anteriores como Quesada, Castellanos, Aguado y Medrano (los cuales fueron
testigos directos de campañas de exploración y conquista durante el siglo XVI).
Por su parte, Alonso de Zamora también consultó fuentes ya existentes en el siglo XVII,
en especial los archivos de los conventos de Santa Fe de Bogotá, Cartagena y Tunja, así
como las obras de Simón, Quesada, De Herrera y Fernández Piedrahita. Como producto
de esta compilación bibliográfica, su obra se publicó en 1701, resaltando el papel
jugado por la orden dominicana en el proceso de conquista y colonización del Nuevo
Reino de Granada. Desde esta óptica, Zamora aporta datos importantes con respecto a la
administración eclesiástica de algunas comunidades y la filiación cuantitativa de las
poblaciones a este tipo de instituciones durante el periodo de la colonia.
En sumatoria, la obra de estos últimos autores presenta una característica particular y es
que buena parte de los contenidos expuestos y que abordan el momento de la conquista
y las primeras situaciones desarrolladas durante el siglo XVI, no resultan novedosos
para un lector que previamente haya abordado las obras de los primeros cronistas como
Castellanos, Aguado y Fernández de Oviedo, repitiéndose de manera textual muchos
apartados. No obstante, obras como la de Zamora, enmarcadas en un claro contexto
eclesiástico presentan datos novedosos relacionados con la inclusión de las poblaciones
indígenas en el nuevo régimen colonial instaurado tras los procesos de exploración y
conquista. Esta situación hace que la información novedosa que aportan estos autores
del siglo XVII sea mucho menor a la presentada por los primeros cronistas, pero por
otro lado nos permite evidenciar que el trabajo de recopilación de los mismos ha
respetado la obra de los testigos de primera mano y la información se encuentra muy
poco alterada por la subjetividad del compilador.
52
Para el caso particular de los panches, las compilaciones de Fernández Piedrahita [1668],
así como las obras más tempranas de Aguado [1570], Castellanos [1601] y Simón
[1627?] proveen los más completos recuentos de su conquista, describiendo en detalle
las batallas, campañas militares y resultados de las mismas; de otra parte, la obra de
Fernández de Oviedo [1526] y las posteriores compilaciones de Zamora [1668] se
concentran en la descripción de sus costumbres, armas, formas de luchar, condiciones
del entorno, aspectos naturales del medio ambiente y procesos administrativos
impuestos durante la colonia. De la lectura de todos estos autores, se puede apreciar que
los documentos más tempranos (siglo XVI) corresponden a inventarios y descripciones
que dan mayor importancia a la descripción de los aspectos novedosos a los ojos de los
españoles, mientras que los documentos más tardíos del siglo XVII presentan una carga
ideológica más fuerte determinada por los intereses y subjetividades del autor (en donde
la retórica colonial de la época resalta y exacerba el papel del conquistador español
como un héroe en las campañas militares contra los indígenas).
Así, siguiendo la información consignada en los documentos de la conquista, durante el
siglo XVI los conquistadores españoles encontraron y registraron diversos tipos de
sociedades indígenas ocupando diferentes territorios de lo que se llamó el Nuevo Reino
de Granada (Fernández de Oviedo [1526], Aguado [1570]). Las campañas de
exploración y conquista desarrolladas en el marco de la colonización europea de estos
territorios incluyeron un registro escrito de diversos aspectos de las sociedades
indígenas encontradas, como los límites territoriales, las principales prácticas culturales
cotidianas y rituales, su apariencia física, sus relaciones con otros grupos étnicos e
incluso la presencia de algunos elementos de cultura material.
Al enfrentarnos a un proceso tan acelerado de exterminio y desaparición física y cultural
para dichas poblaciones prehispánicas, las crónicas escritas por los españoles durante
los siglos XVI y XVII se convierten en una de las principales fuentes de información
para el conocimiento del proceso de conquista e inclusión al régimen colonial de la
población indígena. De esta forma los datos presentados por los primeros cronistas y
testigos de primera mano de las campañas de exploración y conquista se ven
complementados por algunas recopilaciones historiales del siglo XVII en las que,
aunque los autores no fueron testigos de primera mano, siguen aportando información
53
innovadora que muchas veces no se encuentra en los documentos del siglo XVI (tal es
el caso de la obra de Zamora).
No obstante, es imprescindible tener en cuenta al analizar dichos documentos, que tanto
la producción documental de finales del siglo XVI como de principios del siglo XVII
está fuertemente cargada de una connotación eurocéntrica colonizadora en la cual la
subjetividad de los autores sesgó en gran medida las descripciones consignadas sobre
los grupos indígenas referidos, además, la retórica colonial implementada en los
documentos se caracteriza por silenciar algunos aspectos socioculturales y exacerbar
otros de los grupos mencionados, lo cual desemboca en una falencia de datos
consistentes en torno a aspectos como la organización sociopolítica, la ideología, los
patrones de movilidad, las relaciones intergrupales, etc. El objetivo retórico de presentar
a la sociedad española y en especial a los ejércitos y caudillos encargados de las
campañas de exploración y conquista como héroes invencibles portadores del objetivo
moral de imponer la cultura europea cristiana sobre las poblaciones “salvaje y bárbaras
enemigas de la corona y de la fé” es un aspecto determinante en la presentación de datos
cuantitativos en los documentos más tempranos; de esta manera resultan poco
confiables las cantidades poblacionales y/o de los ejércitos indígenas a los cuales se
enfrentaban los europeos, así como muchas de las acciones relacionadas con conceptos
morales como la percepción de lo “correcto” y lo “errado”.
Esta situación determina que las fuentes de los siglos XVI y XVII no puedan ser
tomadas como documentos etnográficos ni registros objetivos que incluyeron una
descripción holística de las sociedades indígenas referidas. No obstante las cargas de
subjetividades que unos u otros autores pudieron imprimir a sus obras, se percibe
generalmente una serie de comportamientos y prácticas socioculturales que son
comunes a lo largo de la lectura de documentos de estos dos siglos. Igualmente, con el
rápido exterminio de los panches (en relación con otros grupos culturales que lograron
sobrevivir hasta bien entrado el periodo colonial en el territorio del Nuevo Reino de
Granada) y la imposición de nuevas instituciones político administrativas como la
encomienda, se dio un cambio radical en la existencia de las prácticas socioculturales
54
presentes hasta la década de 1540, por lo que las descripciones que se encuentran en las
obras abordadas aquí mantienen una misma línea y una serie de características que
varían muy poco de autor a autor.
3.2 Primeras descripciones del territorio panche.
Partiendo de las características puntuales para la problemática panche: el rápido
exterminio del componente físico de la población, la desintegración de las instituciones
sociopolíticas durante un periodo de tiempo muy corto, la falta de información en las
fuentes de la época sobre aspectos socioculturales como la organización política y la
relación existente entre diversos segmentos, y la inexistencia de un referente etnográfico
posterior a las primeras décadas del siglo XVII, encontramos que los documentos
escritos en los siglos XVI y XVII son la principal fuente para aproximarnos a la
reconstrucción de diversos aspectos socioculturales de este grupo prehispánico. Esta
conclusión ya ha sido propuesta por anteriores investigadores que han abordado la
problemática panche y que han desarrollado y trabajado aspectos como la distribución
territorial, la ocupación del espacio y los procesos que aceleraron la extinción del grupo
(O´neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Rodríguez y Cifuentes 2004, Martínez 2005).
En cuanto al territorio ocupado por diversos segmentos panches en el siglo XVI, el
mismo parece haber correspondido al valle central del río Magdalena en el sector
occidental del actual departamento de Cundinamarca y el oriental del actual
departamento de Tolima. Reconstrucciones históricas recientes que han buscado la
delimitación de este territorio panche al momento de la conquista (partiendo de la
lectura de documentos de los siglos XVI y XVII y de la reconstrucción toponímica)
coinciden en términos generales con los límites anteriormente descritos principalmente
por Fernández de Piedrahita (O´neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Rodríguez y
Cifuentes 2004, Martínez 2005).
Así, hemos podido extraer que aunque la información más detallada y aparentemente
más acertada sobre el territorio ocupado por los panches en el siglo XVI la aporta
Fernández de Piedrahita, los demás cronistas y compiladores no difieren en mayor
medida de dicha delimitación, aunque preentan algunas variaciones sutiles, en especial
55
para el sector occidental del territorio. Al igual que en el caso de los cronistas,
investigaciones recientes también han presentado en algunos casos divergencias en
cuanto al establecimiento de los límites territoriales para los panches: aunque parece
haber un acuerdo general en cuanto a los límites orientales, norte y sur del territorio
(coincidiendo con Fernández de Piedrahita), por el contrario, diversos autores presentan
opiniones diferentes con respecto al extremo occidental del territorio. No obstante, estas
variaciones se deben a la ausencia de información del periodo de la conquista para los
territorios y los segmentos que ocupaban dicho sector del territorio panche.
Ilustración 1. Reconstrucción del territorio panche al momento de la llegada de los españoles según
las descripciones de los cronistas Aguado [1570?], Fernández de Oviedo [1526] 1959, Castellanos
[1601], Herrera [1601-1615], Fernández de Piedrahita [1668] y Zamora [1668]; y las
reconstrucciones de Bernal 1946, O´neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Rodríguez y Cifuentes 2004.
56
3.3 El legado de las crónicas: la percepción de los panches en la producción académica de la primera mitad del siglo XX y el contexto desde el que se inició la producción académica sobre estos grupos indígenas.
Como mencionamos brevemente en la introducción y como se ampliará en el Capítulo 5,
los panches como tal fueron exterminados por los conquistadores europeos durante un
periodo relativamente corto -menos de un siglo-, por lo que la construcción, percepción
e interpretación de su cultura ha estado determinada en gran medida por la forma en que
sus prácticas culturales fueron observadas y registradas por los españoles durante este
momento histórico. Como mencionamos anteriormente, múltiples autores en el siglo
XX han partido de la lectura de las crónicas de la conquista para reconstruir diversos
aspectos socioculturales del grupo indígena extinto sin abordar otro tipo de información
diferente a la escrita, esta situación ha determinado en gran medida que los aspectos
resaltados o estigmatizados en principio por los cronistas se hayan visto reforzados a lo
largo de buena cantidad de obras hasta hace relativamente poco tiempo.
Prácticas socioculturales descritas en detalle por los cronistas como la condición
guerrera de los panches, o su estado “salvaje” legitimado por las deformaciones
corporales, el infanticidio, las relaciones incestuosas durante las fiestas y borracheras, la
hechicería, el uso de venenos y ponzoñas en sus armas, etc., también se han visto bien
documentados por historiadores de principios del siglo XX (como Carranza 1934,
Bernal 1946 e Hincapié 1952), en cuyos trabajos se ve la consecuencia que la lectura de
estas crónicas ha tenido en los investigadores que buscaron hacer la reconstrucción
histórica de los grupos prehispánicos hasta la primera mitad del siglo pasado. Estas
investigaciones tomaron como única fuente la lectura las crónicas de la conquista,
buscando hacer una reconstrucción de los principales aspectos socioculturales de la
sociedad panche, con el objetivo de recrear la vida cotidiana de este grupo prehispánico
y presentarlo en un lenguaje más “amable” al público en general de lo que representaría
una lectura de los documentos del siglo XVI. Así, se caracterizó a la sociedad panche
como una cultura “violenta y primitiva”, en la que los comportamientos salvajes
dominaban a los racionales; esto llevó a que se estableciera una relación indiscutible
57
entre estos pueblos y prácticas repudiables tales como el canibalismo, la guerra y la
brujería.
Este imaginario de los panches (al igual que el de muchos otros grupos indígenas que
ocupaban tierras tropicales) en el que se les presenta como una sociedad con grado de
civilización y desarrollo muy bajo, se encuentra frecuentemente asociado -y justificado-
por el entorno selvático, húmedo y “malsano” como el ambiente típico de bosque
húmedo tropical que se encontraban ocupando a la llegada de los españoles. Esta
construcción de la “otredad”, representada por comportamientos culturales opuestos a
los exhibidos por el grupo desde el cual se ejercía el control, se identificó con la
percepción que de los paisajes americanos tuvieron los europeos (Gnecco 2006), en la
cual la asociación inevitable entre lo lejano y lo asombroso del nuevo mundo
determinaban la existencia de lo extraño o lo contrario a la naturaleza (Borja 2002).
Expuesto el contexto en el que se empezó a dar la producción académica sobre grupos
como los panches, podemos caracterizar una primera fase en la cual podríamos incluir
las investigaciones desarrolladas durante la primera mitad del siglo XX:
Una de las primeras investigaciones que plantea este tipo de reconstrucciones históricas
es la de Carranza (1934), quien partiendo de la lectura de cronistas tanto tempranos
(Aguado [1570?] 1956), como tardíos (Simón [1627?] 1981 y Zamora [1668] 1945),
presenta la típica concepción de los panches como salvajes, belicosos y antropófagos.
Coincide en la delimitación del territorio con Triana (1924) y en la idea que dichos
grupos procedían de migraciones desde las Antillas y que a su llegada al valle del
Magdalena vieron frenado su avance por los pueblos de lengua chibcha. También
menciona las principales costumbres de los panches y describe las principales batallas
que se desarrollaron en el proceso de conquista español: "Siendo los panches un pueblo
de costumbres primitivas y de temperamento guerrero […] vivía preparado
constantemente para las luchas que sostenía con los pueblos vecinos y con las diversas
tribus de su misma raza, que vagaban en su amplio territorio." (Carranza 1934: 333).
Finalmente expone su idea de que la vida sedentaria es un elemento propio de los
pueblos civilizados y que la falta de vestigios materiales en territorio del pueblo panche
58
estaría atestiguando un patrón de poblamiento nómada más acorde y consecuente con su
condición “salvaje” (Carranza 1934).
Otro trabajo similar es el de Bernal (1946), una extensiva investigación de archivo que
combina fuentes documentales de la conquista (Jiménez de Quesada [1545], Castellanos
[1601], Simón [1627?]), toponimia y documentos de archivo de época de la colonia
(Archivo colonial de Tierras de Cundinamarca), para hacer una reconstrucción del
devenir histórico del pueblo de Guayabal de Síquima (actual municipio del occidente de
Cundinamarca en cuyos alrededores se asentaron algunos de los pueblos panches que
presentaron una mayor resistencia al proceso de conquista español en el siglo XVI).
Aunque el documento se encuentra permeado por la mirada subjetiva del autor que ve al
pueblo panche como sumido en la barbarie, compila importantes datos sobre esta
cultura, como extensión de territorio ocupado al momento de la conquista, costumbres
culturales, fronteras, grupos vecinos, significados de algunas palabras, desarrollo de
campañas españolas de conquista y principales batallas. La investigación caracteriza a
los panches como una tribu, dentro de la cual existían diversos gobernantes; estos
gobernantes compartían el nombre de sus propios territorios y mantenían entre sí
relaciones de diverso tipo (Bernal asigna a estos grupos la denominación de
parcialidades y señala que aunque algunas se aliaban en situaciones de conflicto, otras
mantenían entre sí relaciones ancestrales de enemistad). La compilación presentada por
Bernal presta un especial interés a la recreación de las principales batallas que
decidieron el destino de la defensa y conquista del territorio ocupado por los panches y
en este sentido, se resalta la importancia que tuvo el líder local Síquima a partir de 1538
como eje central en torno al cual se aliaron los segmentos panches de la zona montañosa
para dirigir diversos procesos de resistencia y contrataque al empuje conquistador
europeo.
Al hacer la reconstrucción histórica de las campañas de conquista de los españoles,
Bernal resalta que en el pueblo de Síquima (al igual que en el de Bituima), durante las
campañas de 1538 (Hernán Pérez de Quesada) y 1543 (Hernán Venégas Carrillo), los
segmentos panches de las tierras altas se aliaron bajo mando de Bituima, ofreciendo una
59
fuerte resistencia a los consecutivos intentos españoles de dominar y controlar el
territorio panche. Esto se tradujo en que Bituima aparece en su relato como la
institución guerrera más importante de los pueblos panches de la región, siendo este
líder el de mayor renombre por sus proezas militares y un importante centro de
entrenamiento y alianzas en épocas de conflicto.
Un trabajo posterior es el de Hincapié (1952), quien parte de lectura de los cronistas de
la conquista que presentan las principales descripciones del pueblo panche (Aguado
[1570?] 1956 y Simón [1627?] 1981) para hacer una reconstrucción de la cultura del
grupo que se asentó en la actual población de Guaduas (dentro de la zona montañosa de
la vertiente occidental de la Cordillera Oriental). Aunque el autor reproduce la
estigmatización “salvaje” del pueblo panche, resalta algunos aspectos que causaron
fuerte impresión en los españoles, como su organización a la hora de marchar a las
batallas y la disciplina de sus ejércitos, presentando una compilación de descripciones
de su armamento, ornamentos de guerra y una breve recopilación de las principales
batallas que implicaron choques con los europeos dentro del territorio de la Villa de
Guaduas.
El interés de Hincapié por la reconstrucción de la historia de la Villa de Guaduas se
centra en la descripción de las costumbres de los pueblos que habitaron la zona, desde
sus primeros contactos con las campañas de exploración y conquista hasta 1550,
momento en que se establecieron definitivamente las poblaciones españolas. Incluye
también referencias a los principales procesos de resistencia indígena ante las campañas
de dominación española, en su afán por establecer una serie de enclaves administrativos
a lo largo de la vertiente oriental del río Magdalena.
En resumen, esta primera fase de producción bibliográfica sobre los panches
encontrados por el proceso de conquista en el siglo XVI, se caracteriza por basarse en y
analizar los datos presentados por los cronistas de los siglos XVI y XVII y reforzar
conceptos como el salvajismo, la barbarie, la belicosidad y la resistencia ante el proceso
aculturador europeo. No obstante, estas primeras investigaciones también presentan y
60
resaltan datos novedosos sobre estas sociedades, como la importancia militar y el
protagonismo político de algunos líderes locales frente a este proceso de conquista
(Bernal 1946). El abordaje de documentos más tardíos en estas reconstrucciones
historiográficas también aporta información novedosa sobre el resultado del proceso de
conquista e inclusión al régimen colonial establecido por los europeos a partir del siglo
XVII (Bernal 1946); de esta manera encontramos que el fuerte proceso de resistencia
desarrollado por la sociedad panche produjo fuertes acciones represivas en varios
niveles de la escala social, lo que desarticuló física e institucionalmente a la sociedad
panche, llevando a su exterminio a inicios del siglo XVII.
3.4. Reconstrucciones historiográficas: la producción académica de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI
Para la segunda mitad del siglo XX, las investigaciones enfocadas en la sociedad panche
-y otros grupos similares como los pijao - han superado en gran medida el sesgo
subjetivista que caracterizó las lecturas de las crónicas de la conquista realizadas en la
primera mitad del siglo XX, empezando a repensar la existencia y naturaleza de varios
aspectos (como el canibalismo) que se habían dado por sentados inicialmente
estigmatizando a estos pueblos como “sanguinarios y crueles”. Así, fue solo hasta fines
del siglo XX e inicios del XXI que se empezó a cuestionar la forma en cómo asumir los
datos descritos por las crónicas sobre esta cultura.
Partiendo del hecho de que la mayoría de la información proviene de las crónicas de la
conquista y han sido estas el punto de partida para todas las investigaciones que se han
hecho en torno a los grupos indígenas vinculados a la familia lingüística karib, son muy
importantes los aportes hechos por autores como Álvaro Bolaños (1994) y Jaime Borja
(2002), quienes han cuestionado en gran medida la veracidad de los datos presentados
por los cronistas, considerando hasta qué punto dicha información obedece más a un
esquema literario con objetivos puntuales de desacreditación de la cultura indígena y
generación de moral cristiana, que a hechos puntuales que realmente ocurrieron.
61
El trabajo de Bolaños (1994) centra su interés en contextualizar y examinar la
composición de los textos de Fray Pedro Simón, quien publicó una de las más
importantes recopilaciones documentales para el área del norte de Sudamérica entre
1623 y 1627. Bolaños analiza principalmente las confrontaciones entre los indígenas
pijaos -una parcialidad de indígenas karib vecina a los panches, que evidenció un
proceso de resistencia a la conquista más largo que éstos- y los españoles, exponiendo la
forma en que estas relaciones quedaron consignadas en los documentos oficiales de la
sociedad colonial de la época.
Básicamente, expone cómo se desarrolló en la obra literaria un proceso de legitimación
del indígena pijao como indeseable; a su vez, cuestiona los medios a través de los cuales
se cimenta este tipo de pensamientos colonialistas de desprecio a partir de cuatro puntos
fundamentales: 1) Plantea cómo alrededor de muchos grupos indígenas se construye el
imaginario de una “raza” que trae consigo elementos culturales indeseables para la
sociedad hegemónica dominante, como la barbarie, la suciedad, el salvajismo, la
sodomía, etc.; 2) Introduce el cuestionamiento realidad/ficción en la obra de Simón,
planteando la necesidad del autor de dar cabida a varios de los discursos considerados
clásicos en la época - como las novelas caballerescas - con el fin de legitimar su texto y
darle veracidad en el contexto histórico en que se ubica; 3) Explica la construcción del
indígena como caníbal, inhumano y peligroso para los españoles, representación que a
la vez que legitima, justifica la respuesta violenta de exterminio por parte de los ibéricos;
4) Expone cómo la credibilidad dada a los textos escritos de la época no estaba
determinada por la veracidad de los hechos en sí, sino por la nobleza del testigo español
que recolectaba la información, lo que tornaba incuestionable al documento.
En conclusión, expone cómo los cronistas de la conquista y sus obras siguen un
propósito educativo y moralizante más que un objetivo de recopilación o reconstrucción
histórica. Por tanto, señala que las descripciones de hechos, costumbres, y
particularidades del nuevo mundo y sus habitantes no pueden ser leídas literalmente ni
tomadas como sucesos verídicos, sino entendidas como respuestas y justificaciones
asociadas directamente con el proceso de conquista y exterminio llevado a cabo por los
españoles.
62
De manera similar, Borja (2002) analiza y expone las diferentes estrategias de la
retórica colonial de la época y las diversas influencias típicas del pensamiento clásico
occidental en los autores oficiales de los documentos escritos durante la conquista,
concluyendo que en la mayoría de los cronistas temas como el del indígena responden
más a una “realidad textual” creada por el autor, invitando a hacer una lectura de dichos
documentos enmarcada en el horizonte de expectativas propias del mundo medieval.
Para exponer esta línea de ideas, analiza la obra “Recopilación Historial” de Fray Pedro
de Aguado (escrita durante la década de 1570), haciendo una lectura que busca obviar
un poco las subjetividades, intereses y contexto medieval en el que fue escrita; en este
sentido se concentra en la forma en que se percibe y presenta al indígena, intentando
desentrañar el proceso de descripción del mismo en estos espacios discursivos.
Borja expone cómo se estableció una “verdad textual”, la cual correspondía con lo que
la organización cultural creó y estableció como “real”, concluyendo que la preocupación
de autores como Aguado no era presentar hechos objetivos, sino transformarlos en
narraciones: la verdad definida era la verosimilitud interna de la estructura textual
(Borja 2002); es decir, el hecho podía interpretarse desde la historia o desde la tradición
imaginaria, porque ambos formaban parte de un mismo cuerpo, donde primaba la
verdad del relato sobre la verdad del hecho.
Como hemos comentado anteriormente, la producción documental durante el periodo
colonial corresponde a un “pensamiento etnológico” ampliamente difundido entre las
sociedades colonizadoras durante los procesos de registro de información y estudio de
sociedades que ingresan al registro escrito como colonizadas y cuyas descripciones
están fuertemente determinadas por un concepto preconcebido de las mismas. De esta
forma y como bien lo expone Borja, los documentos de este periodo obedecen a un
objetivo moral y político, por lo que las categorías y figuras retóricas de los mismos
deben entenderse como una estrategia política enmarcada en un contexto colonialista de
exclusión, a la vez que los datos recolectados se deben interpretar como elementos
descontextualizados, cuya articulación en un sistema cultural particular debió haber
correspondido a una realidad social diferente a la percibida por los autores españoles de
los siglos XVI y XVII.
63
No obstante, hemos encontrado que no todas las reconstrucciones historiográficas
desarrolladas a finales del siglo XX e inicios del XXI han superado la influencia
subjetiva impuesta desde los documentos de la conquista; el trabajo de Hernández y
Hernández (2002), aunque ha sido publicado recientemente, obedece al mismo tipo de
investigaciones referidas anteriormente para la primera mitad del siglo XX, las cuales se
caracterizaron por seguir reforzando este estereotipo de “salvajismo y barbarie”
adjudicado a los panches desde la producción colonial de documentos escritos.
Hernández y Hernández buscan hacer una reconstrucción histórica de los hechos
registrados en las fuentes escritas para la zona puntual del actual municipio de Vergara
y sus alrededores, desde los primeros cronistas (Aguado, Castellanos, Fernández
Piedrahita, Jiménez) hasta los documentos de archivo del período de la colonia
(archivos de resguardos y encomiendas indígenas). No obstante, la investigación está
fuertemente permeada por la visión medieval desde la cual fueron escritos los
documentos de la conquista y el prejuicio que tuvieron dichos autores a la hora de
clasificar al pueblo panche.
Con base en la lectura de las crónicas, Hernández y Hernández concluyen que fueron
“gines” y “pinzaimas” los segmentos panches que ocuparon el actual territorio de
Vergara en la parte alta de la vertiente occidental de la cordillera Oriental. Como
anteriores autores han mencionado, estos grupos asentados en la parte montañosa del
territorio hicieron parte de las alianzas que opusieron mayor resistencia ante las
campañas de conquista española. La descripción de las costumbres panches presentada
por Hernández y Hernández se centra en la reconstrucción de las batallas que se dieron
en este territorio y en las prácticas bélicas registradas durante el momento de la
conquista. No obstante, también presentan datos sobre algunos comportamientos
sociales de los panches como el intercambio, con respecto al cual se expone que estos
grupos intercambiaban productos tanto al interior de su territorio (interactuando con
otros segmentos panches) como al exterior del mismo (Hernández y Hernández 2002).
También es importante el aporte de esta investigación con respecto al análisis de
documentos del periodo colonial, pues a la vez que mencionan que para 1607 la
mayoría de los pueblos panches de la región ya se encontraban incluidos en el régimen
64
colonial de encomiendas (repartidos entre los principales soldados que hicieron parte
del ejército del adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada en Cundinamarca), presenta un
balance interesante de los perjuicios que trajo consigo el régimen de encomiendas para
diversas instituciones indígenas como el matrimonio, la familia y el control de
territorios.
El trabajo de Hernández y Hernández expone que los repartimientos de indígenas se
hicieron por clanes o familias, asignando a cada encomendero español un líder indígena
junto con todas las personas sujetas al mismo (2002). Al parecer, inmediatamente
después de las incursiones de Hernán Pérez de Quesada (1541-1542), se inició el
proceso de repartimiento de territorios y pobladores, pues los autores encuentran
documentos ya para 1565 en los que se expone las negociaciones dadas entre españoles
con respecto al control de las encomiendas ya establecidas.
Aunque para inicios del siglo XVII las poblaciones indígenas se habían visto
fuertemente diezmadas, los documentos de visitas tempranas a las encomiendas
consultados por Hernández y Hernández, reportan que una mínima parte de la población
indígena sobrevivía incluida en el régimen colonial como tributarios de encomenderos
españoles. Por ejemplo, citan la visita del Oidor Alonso Vásquez de Cisneros a los
repartimientos de Sasayma, Nocayma, Nimayma y Pinzayma en 1604 (encomienda de
Francisco de Ortega), los cuales no sumaban más de 51 indígenas bajo el mando del
“cacique” Don Francisco Cicubue. El mismo Cicubue declaró que para ese momento se
encontraban adoctrinados a la fé católica y que aunque seguían manteniendo la lengua
autóctona, acudían a confesarse y recibir misa del padre Hernando de Velasco, quien
entendía bien la lengua panche (Hernández y Hernández 2002).
La declaración del “cacique” Cicubue expone que desde muchos años antes de la visita
del primer oidor a la zona (Miguel de Ibarra en 1595), la población indígena ya se
encontraba adoctrinada y sujeta a las condiciones tributarias propias de la encomienda.
Esta declaración se ve corroborada por un documento del 3 de Octubre de 1584 (auto
del Oidor Alonso Vásquez de Cisneros) en el cual se constata que desde esa fecha el
legítimo encomendero era Francisco de Ortega, quien a su vez heredó dicha encomienda
de su padre Juan de Ortega, el cual fue el primer dueño (Hernández y Hernández 2002).
65
De esta forma, se aprecia que inmediatamente a las campañas de conquista, se incluyó a
la población sobreviviente en el régimen colonial de encomiendas y aunque hubo un
fuerte proceso de exterminio, una mínima parte de la población indígena sobrevivió
hasta inicios del siglo XVII. Para inicios de 1700 no es clara la situación de la población
indígena, pues su mención desaparece gradualmente de los documentos coloniales a lo
largo de este siglo, lo que nos lleva a pensar en posibilidades como la extinción del
grupo étnico o su disolución como como grupo diferenciado a través de vías como el
mestizaje con otras poblaciones.
Para el caso particular de los panches, los estudios de Rodríguez y Cifuentes (2004)
también representan otro ejemplo de cuestionamiento a las descripciones textuales de
los documentos de la conquista. Los autores buscan hacer una reconstrucción cultural de
la sociedad panche, explicando las diversas circunstancias que habrían llevado a un
grupo humano inmerso en un ambiente como el del valle medio del río Magdalena a
desarrollar respuestas culturales como las profusamente descritas por las crónicas.
Echando mano de datos obtenidos de algunas investigaciones arqueológicas en la zona,
así como de un análisis de las dinámicas y cambios que ha sufrido el paisaje desde
épocas prehispánicas, los autores dan por hecho la presencia de canibalismo (así como
otras prácticas rituales asociadas a la consecución de víctimas para el mismo) y lo
explican como parte de una serie de medidas culturales para mantener niveles de
población que no sobrepasen la oferta de recursos típica de este hábitat (homeóstasis),
así como respuesta ante la sobreexplotación de otros recursos proteínicos tras la llegada
de los españoles. Igualmente, argumentan el conflicto como una medida de restricción
del acceso a recursos como los bosques (Rodríguez y Cifuentes 2004).
Rodríguez y Cifuentes concluyen que una práctica tan profusamente descrita en las
crónicas como el canibalismo, parece haber correspondido a una estrategia de
subsistencia, que le permitió a un grupo como los panche mantener balanceada la
relación entre su cultura y el frágil ecosistema en el que se encontraban inmersos, a la
vez que habría sido una práctica ritual enfocada a la apropiación de energía, con
contenidos más simbólicos que económicos o alimenticios. Este es un claro ejemplo de
66
cómo tras una lectura crítica de los datos aportados por las crónicas se pueden extraer
relaciones socioculturales, ideológicas o estratégicas que están detrás de los simples
comportamientos y situaciones registradas subjetivamente por los cronistas en un punto
específico de la conquista.
El mismo Rodríguez, también hace una lectura alternativa de las descripciones para
otros pueblos indígenas que han sido estigmatizados de forma similar desde la época de
la conquista en otras zonas del norte de Suramérica. En 2005 presenta una investigación
en la región suroccidental de Colombia, donde encontramos una situación similar a las
descripciones presentadas por los cronistas para los indígenas del valle del Magdalena.
Para la región del valle del río Cauca los pobladores que encontraron los españoles en el
siglo XVI quedaron consignados en las crónicas con un rótulo de "señorío, barbarie y
canibalismo" por la ostentación de poder de sus señores mediante sacrificios humanos y
prácticas de canibalismo asociadas según las fuentes escritas con las frecuentes acciones
bélicas que sostenían las comunidades entre sí.
Basándose en investigaciones desarrolladas en otros lugares de América que han
tomado como punto de partida la arqueología experimental para analizar las prácticas
asociadas a canibalismo en vestigios materiales, el autor describe los principales tipos
de evidencias que atestiguarían estos comportamientos y presenta un balance entre las
evidencias arqueológicas que deberían hallarse en contextos de sociedades que han
presentado dichas conductas, y el registro arqueológico real que se presenta en la zona
del valle del río Cauca. Finalmente, encuentra que en dicha región no se han registrado
contextos arqueológicos con restos óseos humanos que manifiesten huellas que
permitan suponer la presencia de un canibalismo como el descrito en las crónicas de la
conquista y que el registro arqueológico refleja claramente que los restos óseos
humanos se sometieron a una serie de procedimientos post-mortem que correspondían a
un tratamiento funerario ritual cuya finalidad estaba muy lejos de la canibalización de
los individuos tal y como se encuentra descrita en los documentos tempranos
(Rodríguez 2005).
Así, el estudio es consciente de la subjetividad con que fueron escritas dichas fuentes y
propone el uso de disciplinas como la arqueología y la bioantropología para corroborar,
67
relativizar y/o complementar dichos datos. De esta forma, por medio del análisis de
restos óseos humanos, patrones funerarios, ajuar y otras prácticas post-mortem, el autor
desvirtúa la imagen de un estado de permanentes guerras en el que supuestamente
vivían las comunidades prehispánicas, como se encuentra consignado en las crónicas.
En esta investigación se puede ver claramente cómo la información sesgada y subjetiva
de las crónicas genera una visión de pueblos extintos en la que se puede generalizar y
asociar su imagen con prácticas culturales que no parecen haber existido; estas falencias
de información en la reconstrucción de relaciones históricas (y de las mismas
sociedades prehispánicas), pueden ser dilucidadas mediante la implementación de
estudios interdisciplinarios en los que se cuestione la veracidad del dato escrito por
medio de la presencia de otro tipo de evidencias.
Finalmente, otro trabajo que ejemplifica de manera muy clara el tipo de interpretaciones
que tuvieron los españoles (desde una sociedad hegemónica y dominante encargada de
escribir la “verdadera historia” de las diferentes civilizaciones y sus relaciones entre sí)
sobre diversos comportamientos socioculturales indígenas, es el de Saldarriaga (2009).
El autor sostiene que la subvaloración del indígena de parte de los conquistadores
españoles, se construyó desde el señalamiento de aspectos como la antropofagia, el
consumo de bebidas alcohólicas y la presencia de alimentos diferentes a los “bien
vistos” por los europeos. La sociedad española dominante de la época de la conquista y
la colonia, no asignó a las prácticas indígenas los significados rituales que realmente
representaban para las culturas en las que se practicaban, sino que comprendieron estos
comportamientos desde su propia perspectiva cultural, contribuyendo a la construcción
de una subvaloración del indígena desde la evaluación de sus costumbres alimenticias
(Saldarriaga 2009).
De esta forma, prácticas como el canibalismo ritual, las libaciones en que grandes
cantidades de bebidas alcohólicas se vinculaban directamente a la toma de decisiones
políticas y laborales, el consumo de alimentos culturalmente “sospechosos” o sometidos
a “extraños” procesos de cocción, se asociaban directamente a la condición “salvaje” y
subhumana adjudicada a los indígenas. Según Saldarriaga, este profundo rechazo de
68
parte de los españoles recaía tanto sobre los indígenas como sobre su patrón alimenticio.
Podríamos extender este planteamiento a muchos otros comportamientos y prácticas
socioculturales descritas por los españoles, en las que los indígenas presentaban una
serie de respuestas culturales a relaciones interétnicas, relaciones con sus territorios y
con los paisajes en los cuales existían y habían construido desde su percepción del
entorno6 (e incluso a las mismas relaciones con los españoles producto del nuevo orden
social implantado tras el contacto), percibidas como aberrantes, bárbaras y salvajes bajo
la óptica hegemónica de la “civilización”.
Como podemos concluir de los trabajos de Rodríguez y Cifuentes, Rodríguez y
Saldarriaga, la interpretación que se dio a comportamientos como el canibalismo, el
infanticidio, las borracheras, el estado de constante conflicto interétnico y las
deformaciones corporales (entre otros), condujo a la estigmatización de sociedades
como la de los panches desde el momento mismo de la conquista hasta bien entrado el
siglo XX, dado que la producción historiográfica partió del abordaje de las crónicas
tomando como verdades hegemónicas la información allí contenida. Esto revela un
problema de incomprensión de lo que significaban estas prácticas desde diferentes
ángulos sociales y culturales para los indígenas, pues se desconoció la simbología y el
contexto sociocultural que entrañaban dichos comportamientos.
Como hemos podido apreciar a lo largo de este apartado, son pocas las investigaciones
que han abordado el estudio de la problemática panche desde una perspectiva que
cuestione realmente el “pensamiento etnológico” que permea el contexto colonial desde
el cual se produjeron los documentos escritos sobre esta sociedad. Sin restar
importancia a estas investigaciones, pues han abarcado un campo novedoso en el
estudio de sociedades marginadas a partir del dato escrito desde las sociedades
hegemónicas dominantes, es claro que es muy poco lo que se ha propuesto sobre la
organización sociopolítica de los panches. Diferentes investigadores han catalogado a
los segmentos panches bien como tribus o bien como cacicazgos, incluyendo a dicha
sociedad en la clasificación evolutiva lineal propuesta por autores clásicos de la
antropología, pero sin profundizar en el tipo de relaciones personales, sociales, de
6 Curtoni 2004, 2007.
69
parentesco e institucionales que estarían determinando las formas de liderazgo y a su
vez los tipos de relaciones jerárquicas entre las mismas comunidades panches.
Es claro que en los documentos de los siglos XVI y XVII no se incluyó el
aproximamiento a ciertos aspectos socioculturales de las poblaciones indígenas (como
sus estructuras sociopolíticas, relaciones de parentesco, instituciones de liderazgo,
relaciones jerárquicas inter segmentos, etc.), lo que conllevó a que la parcialización de
la información recabada y consignada en las crónicas dejara de lado ciertos aspectos
culturales, lo que enfrenta al investigador moderno a una total ausencia de datos con
respecto a temas como los mencionados anteriormente. Consecuentemente con lo
anterior, encontramos que las reconstrucciones historiográficas desarrolladas para la
sociedad panche durante la segunda mitad del siglo XX no han abordado el estudio de la
organización sociopolítica de la misma; de hecho, no encontramos un consenso en
cuanto al grado de complejización social que pudo haber tenido la sociedad panche
encontrada por los españoles en el siglo XVI (aspecto que muchos investigadores
asimilan directamente con clasificaciones evolutivas lineales como tribu y cacicazgo).
3.5. Investigaciones arqueológicas desarrolladas en el territorio panche.
Tal como hemos planteado anteriormente y como se profundizará en las siguientes
páginas, la ocupación humana registrada para la región del valle medio del río
Magdalena se remonta a varios milenios en el pasado, hasta los grupos de cazadores –
recolectores desde finales del pleistoceno (Correal 1990, Correal y Van der Hammen
2001). Estos grupos basaban su subsistencia en el aprovechamiento de los recursos que
ofrecía el entorno natural de la época, concentrándose en la caza, la pezca y la
recolección, lo que ha llevado a que en la literatura académica se denomine el “periodo
de cazadores recolectores”.
Algunos autores han denominado a los grupos humanos de este periodo como “grupos
precerámicos”, ya que las principales tecnologías de las cuales tenemos evidencia en el
presente, son las industrias líticas (en contraparte a grupos humanos posteriores, cuya
principal evidencia la constituye la tecnología alfarera). Estamos en desacuerdo con esta
70
última denominación, pues la misma crearía confusiones con grupos de periodos más
tardíos que no implementaron la alfarería en sus desarrollos culturales. Aunque es claro
que la mayoría de grupos preshipánicos de periodos posteriores, nunca abandonaron la
elaboración y uso de instrumentos líticos, al basar su economía de subsistencia en la
producción agrícola, se popularizó entre ellos a su vez la producción alfarera, por lo
cual se han denominado en múltiples investigaciones como “grupos agroalfareros”.
Dejando en claro lo anterior, podríamos plantear una primera ocupación humana de
grupos de cazadores – recolectores en el valle del río Magdalena al menos desde finales
del pleistoceno, la cual ha sido documentada principalmente encontextos arqueológicos
como camapamentos de cacería (Correal 1990, 1991; Correal y Van Der Hammen
2001). Sobre esta ocupación, se ha propuesto para la misma una asociación entre
megafauna datada en el 14000 A.C., e instrumentos líticos que parecen haber sido
utilizados para la cacería y aprovechamiento de mastodontes en la parte baja del valle
medio del río Magdalena (Correal 2005). No obstante, las dataciones específicas de
evidencias humanas para la zona se remontan al 6000 - 5000 A.C. (Correal y Van der
Hammen 2001).
Investigaciones como las de Correal han reportado evidencias aisladas de poblaciones
humanas en contextos arqueológicos asociados a restos de megafauna, lo que ha
conllevado a establecer que la ocupación humana de esta región parece remontarse hasta
hace al menos 16000 años (Correal y Van der Hammen 2001, Correal 2005). Se ha
planteado que estas primeras ocupaciones humanas correspondían a “…pequeños
grupos con gran movilidad residencial, debido a que su economía de subsistencia se
basaba en la caza y la recolección, por lo que ubicaban sus campamentos temporales
en las terrazas próximas a las ciénagas y en las colinas y terrenos semiondulados no
inundables” (Correal 1991: 73).
Posteriormente, se ha registrado la presencia de poblaciones agroalfareras en diversos
sectores del valle, lo cual ha llevado a múltiples autores a establecer que una comunidad
ampliamente extendida del Periodo Formativo ocupó la región durante los primeros
siglos de nuestra era hasta el año 800 D.C. aproximadamente (O'neil 1973, Peña 1987,
1991, Argüello 2004, Rodríguez y Cifuentes 2004, Rodríguez 2006, Salgado et al. 2006,
71
2008). A partir del año 1000 D.C. aproximadamente se registra una innegable
ocupación humana de la región por poblaciones de tradición lingüística karib hasta la
llegada de los españoles en el siglo XVI (O’Neil 1973, Rivet 1943, Perdomo 1975,
Hernández 1989, Cifuentes 1993, Salas y Tapias 2000, Rodríguez y Cifuentes 2004,
Martínez 2005, entre otros); este último periodo de ocupación prehispánica se ha
identificado como el Periodo Tardío y corresponde a sociedades agroalfareras
portadoras de tecnologías diferentes a las registradas para el Periodo Formativo. Los
estudios bioantropológicos también han permitido caracterizar que las poblaciones del
Periodo Tardío presentaban diferencias físicas con las que ocuparon el mismo territorio
durante el periodo precedente (Rodríguez y Cifuentes 2004).
Como hemos mencionado anteriormente, las comunidades humanas del Periodo Tardío,
aunque compartían la misma familia lingüística, ocupaban territorios diferentes y
generalmente mantenían entre sí relaciones de constante conflicto, lo que llevó a los
primeros cronistas europeos a establecer una delimitación bastante tajante entre
territorios y grupos como pijaos, pantágoras, panches, colimas, entre otros. También
hemos expuesto anteriormente que la presente investigación se concentra en el grupo
identificado bajo la denominación de “panches”, el cual según los documentos de la
conquista se componía de múltiples segmentos con líderes locales. Autores como Salas
y Tapias (2000), Rodríguez y Cifuentes (2004), Martínez (2005) y Díaz (2014) han
señalado que la misma denominación “panche” fue una invención de los conquistadores
españoles para referirse indistintamente a una serie de segmentos que habitaron esta
parte del valle medio del Magdalena y que compartían rasgos físicos, culturales (que se
puede apreciar por ejemplo en la cerámica) y sociales (redes de intercambio).
De esta forma, a lo largo de la presente investigación, acotamos nuestro balance
bibliográfico a las investigaciones en arqueología que han abordado a los grupos
humanos identificados como panches en la literatura académica y al territorio asociado a
los mismos para el siglo XVI:
72
Ilustración 2. Principales sitios arqueológicos al interior del territorio panche y en los alrededores
del mismo.
Como se bosquejó anteriormente, la mayoría de las investigaciones en arqueología que
se han llevado a cabo al interior del territorio delimitado anteriormente y que parece
haber sido el espacio habitado por los panches durante el siglo XVI, han tomado como
base la lectura de fuentes escritas de los cronistas referidos para posteriormente
encontrar en el registro arqueológico datos que corroboren las descripciones presentadas
en las crónicas. Los primeros trabajos en arqueología se desarrollaron a finales de la
primera mitad del siglo XX, y sus objetivos giraron en torno al establecimiento de la
delimitación territorial del grupo cultural descrito como panche, así como a buscar
elementos de cultura material que reforzara la condición de salvajes, guerreros y
73
caníbales establecida desde la época de la conquista. Estas primeras investigaciones
dieron por hecho que el territorio ocupado por los panches al momento específico de la
llegada de los españoles -según quedó consignado en los documentos oficiales de la
época- presentaba una correspondencia directa con la ocupación de las personas
vinculadas a este grupo y los elementos de cultura material asociados al mismo; es decir,
se asociaron todos los vestigios culturales de dicho territorio a las personas y grupos
humanos que se clasificaron como “panches” y que se encontraban en dicho espacio
para el siglo XVI.
En estas primeras investigaciones en arqueología, autores como Triana, Rivet y Cuervo
abordaron la producción documental de fines del siglo XVI e inicios del XVII buscando
identificar comportamientos socioculturales y descripciones materiales que permitieran
establecer una asociación directa entre grupos humanos, cultura material y territorio.
Igualmente, para esta primera mitad del siglo XX la producción académica colombiana
en los campos de la antropología y la arqueología empieza a dar mayor importancia a la
reivindicación de la ancestralidad indígena como parte importante de la construcción de
un territorio nacional y de una ocupación humana antigua asociada a dicho territorio. En
este contexto, la corriente teórica del materialismo histórico juega un papel importante a
la hora de legitimar este pasado ancestral y surge la necesidad de asociar y clasificar los
elementos de cultura material con grupos humanos específicos y territorios
determinados, en este caso los reportados por los cronistas para el momento de la
conquista:
Así, uno de los primeros estudios que toma en consideración vestigios arqueológicos de
la zona determinada como panche, es el de Miguel Triana en 1924, en el que con base
en la distribución de dos diferentes tipos de manifestaciones rupestres (pictografías y
petroglifos), busca determinar una delimitación territorial para los grupos panches y
muiscas. Triana referencia la presencia de estaciones rupestres en el valle del
Magdalena correspondientes a grabados y de pictografías en la región del altiplano, lo
que lo lleva a establecer que los territorios chibcha (muisca) y panche corresponden a
las áreas que presentan estos tipos de manifestaciones rupestres en particular,
estableciendo una relación directa en la que concluye que los panches fueron los autores
74
de los grabados, mientras que los muiscas serían los artífices de las pictografías (Triana
1924).
Aunque el trabajo de Triana es novedoso para la época y señala por primera vez en el
ámbito académico la existencia de elementos de cultura material para el territorio
ocupado por los panches en el siglo XVI, incurre en el determinismo material al
establecer una asociación indiscutible entre cultura material y una población humana de
un momento histórico específico; tampoco considera la posibilidad de una asociación
entre la cultura material del territorio y la ocupación del mismo por poblaciones
humanas de un periodo cronológico anterior. Otra limitante que presenta es que no
considera las posibles variables territoriales en cuanto a la ocupación del espacio a lo
largo del tiempo: creemos que es arriesgado delimitar un territorio y la ocupación del
mismo por un grupo humano partiendo solamente de la identificación de algunos
elementos arqueológicos en el paisaje.
Otro trabajo que parte de la presencia de elementos de cultura material para asociarlos a
territorios culturales con fronteras fijas es el de Rivet en 1943, en el que el autor hace un
balance de los lugares de procedencia de diversos elementos de cultura material
similares, los cuales asocia directamente con grupos de la familia lingüística karib, para
reconstruir un territorio con límites bien definidos: Basándose en prácticas mencionadas
en las crónicas como las deformaciones corporales, busca identificarlas en el registro
arqueológico en elementos como las figurinas de cerámica que abundan en el "horizonte
de urnas funerarias" a ambos lados del río Magdalena; a su vez, se apoya en un análisis
lingüístico en el que la presencia de ciertos vocablos en los nombres indígenas de
lugares le permite establecer una asociación directa entre territorios y las poblaciones
humanas que los habitaron. El trabajo de Rivet concluye que el territorio que se describe
como panche en las crónicas, corresponde a los espacios en los que la toponimia sigue
el patrón de terminaciones en “aima”, deduciendo que la presencia de ciertos vestigios
arqueológicos asociados a estos territorios corresponde en consecuencia a la cultura
panche (Rivet 1943).
En la investigación de Rivet, la herramienta lingüística y el análisis toponímico son dos
enfoques que nutren y enriquecen la delimitación territorial planteada, permitiendo
75
acotar un poco más y de forma más específica los territorios ocupados por un grupo
humano en particular. Otra investigación que ha implementado los estudios lingüísticos
como principal herramienta para la reconstrucción de “territorios étnicos” es la de
Cuervo (1956), quien mediante análisis toponímicos y de vocablos karib, establece una
serie de territorios en diversas regiones de Colombia a través de los cuales se habrían
presentado las primeras incursiones de gentes de esta familia lingüística, exponiendo los
límites del territorio de los principales grupos karib -incluyendo los panches, de los
cuales hace una reconstrucción espacial del territorio, el cual coincide con el registrado
en las crónicas- y la toponimia local que se mantiene hasta el presente.
Para el caso puntual de los panches, Cuervo encuentra vocablos indígenas que se han
mantenido en la toponimia y en descripciones en las crónicas del siglo XVI,
concluyendo así un patrón en los movimientos migratorios de este grupo, en el que "La
invasión panche debió entrar por el río Bogotá […] y ocupar toda la hoya baja, la cual
anteriormente debió estar poblada por tribus chibchas, que sucumbieron o fueron
rechazadas a la altiplanicie por el empuje incontrastable de la invasión caribe"
(Cuervo 1956: 232). De esta forma, coincidiendo con el trabajo de Rivet (1943),
concluye que un vocablo tan recurrente como la terminación “ima” entre los grupos
karib del alto Magdalena, fue introducido en la región a la par de las migraciones
poblacionales (originarias de la Guayana), usándose profusamente en los nombres de
casi todos sus asentamientos, “…principalmente entre los panches, los pijaos, los
coyaimas y los natagaimas” (Cuervo 1956: 233).
Como mencionamos anteriormente, estos primeros trabajos que abordaron la
problemática panche se preocuparon por establecer una delimitación territorial clara y
asignar una clasificación histórico-cultural bien delimitada para los grupos humanos
referidos en las crónicas y la evidencia material que se empezó a reportar en el registro
arqueológico. Estas primeras investigaciones incluyen y vinculan disciplinas como la
lingüística para acotar los territorios planteados en las crónicas, lo que permitió el
establecimiento de una base más clara para el desarrollo de posteriores investigaciones
en torno a la problemática panche.
76
Hacia mediados del siglo XX el desarrollo de la segunda guerra mundial propicia la
migración de académicos europeos a diversos países latinoamericanos, los cuales para el
caso de Colombia, se integran a las nacientes instituciones académicas como el Servicio
Arqueológico Nacional y el Instituto Etnológico Nacional. Como consecuencia, las
investigaciones en arqueología incluyen nuevos enfoques teóricos y metodológicos que
llevan a que la producción académica de esta segunda mitad del siglo aborde las
problemáticas prehispánicas desde una visión más interdisciplinaria y que se empiecen a
cuestionar los paradigmas y subjetividades establecidos desde la conquista.
Para el caso panche, en esta segunda mitad del siglo XX encontramos nuevas
investigaciones que, aunque también toman como punto de partida la lectura de
documentos del siglo XVI y XVII para reconstruir algunos aspectos sociales de la
cultura panche, empiezan a tener en cuenta que existe una serie de subjetividades,
intereses y elementos retóricos en dichos documentos. Esto lleva a una nueva etapa en
el desarrollo de las investigaciones en la que se empieza a cuestionar la validez de
muchas de las descripciones sobre las costumbres socioculturales expuestas para un
grupo como los panches en los documentos de la conquista y la colonia; trabajos como
los de O’neil (1973), Diez (1982), Tovar (1996) y Cifuentes (2004) entre otros, resaltan
que dichas fuentes documentales contienen importante información a partir de la cual se
pueden reconstruir diversos aspectos sobre grupos hoy desaparecidos, como el
componente bélico y/o el patrón de movilidad espacial.
De esta forma, una de las primeras investigaciones que incluyó la excavación y análisis
de piezas arqueológicas en la región fue la de Reichel-Dolmatoff y Dussán de Reichel
en 1943, en la cual los autores encuentran un aparente continuo cultural que se
evidenciaría en la práctica de entierros secundarios a lo largo de todo el valle medio y
bajo del río Magdalena; este patrón estaría caracterizado por la presencia de urnas
funerarias y cinerarias en las cuales diversos grupos prehispánicos habrían depositado a
sus muertos luego de algún procedimiento previo (incineración, desecación,
desarticulación, etc.). Este trabajo reporta la presencia de sitios arqueológicos con urnas
funerarias en varios sitios a lo largo del Magdalena (de estos, varios se encuentran en el
área que se ha asociado con el territorio panche como el río La Miel, río Guarinó,
Honda, Girardot, Ricaurte y Espinal), y propone que este patrón funerario particular
77
exhibe “…características muy semejantes que parecen pertenecer a una cultura
homogénea, o al menos a grupos étnicos estrechamente relacionados entre sí.”
(Reichel-Dolmatoff 1943: 210).
La investigación de Reichel-Dolmatoff y Dussán de Reichel presenta una tipología
detallada de las urnas reportadas para cada una de las localidades, describiendo el patrón
estilístico de su decoración (aplicaciones, moldeado, pintura, representaciones
antropomorfas y/o zoomorfas, etc.), la disposición de su contenido y su asociación con
otras estructuras funerarias; así, gracias a la amplia muestra estudiada, los autores
pueden afirmar que aunque se presentan variaciones locales (por ejemplo algunas urnas
cuentan con tapas elaboradas con representaciones antropomorfas o zoomorfas
moldeadas, mientras que en otras áreas las tapas se limitan a cuencos lisos sin ningún
tipo de decoración), la presencia de urnas serían producto de una cadena de culturas
homogéneas con variaciones locales correspondientes a los diferentes grupos que
ocuparon esta amplia región (Reichel-Dolmatoff 1943).
A nivel de análisis arqueológico la investigación de Reichel-Dolmatoff y Dussán de
Reichel cobra especial importancia para el estudio del valle del río Magdalena, pues
plantea la existencia de un patrón cultural ampliamente difundido a escala regional y
encuentra variaciones locales para los sectores ocupados por diversos grupos étnicos
que comparten la misma familia lingüística karib. A partir de este trabajo, diversos
investigadores han dado por sentada la existencia de un referente material bien definido
como la práctica de entierros secundarios en urnas cerámicas para una región tan amplia
como el valle del río Magdalena y se han identificado variaciones locales que coinciden
con diversos grupos étnicos referidos en las crónicas que habrían estado ocupando estos
espacios en el siglo XVI. Este planteamiento teórico coincide con los datos aportados
desde disciplinas como la lingüística, proponiendo que a través del valle del río
Magdalena incursionó una oleada de poblaciones humanas que compartían entre otros
aspectos socioculturales, la misma familia lingüística hacia el interior del continente;
parecería ser que estos grupos prehispánicos emparentados lingüísticamente mantenían
diferenciaciones locales que se materializaban, entre otros aspectos, en el tipo de cultura
material que portaban, elaboraban y utilizaban.
78
A partir de este punto surge una serie de investigaciones enmarcadas en la arqueología,
que han profundizado más específicamente la problemática para las poblaciones karib
de esta parte puntual del valle del río Magdalena y sus valles tributarios, las cuales
fueron identificadas como panches por los europeos en el siglo XVI. Uno de los
primeros ejemplos de esto es el trabajo de Herrera en 1972, el cual aborda la zona
limítrofe de los territorios ocupados por panches y muiscas a la llegada de los españoles,
en los alrededores de la actual población de Pasca (Cundinamarca) y partiendo del
supuesto que se estaba frente a un área fronteriza entre dos grupos culturales bien
diferenciados, buscó encontrar diferencias a nivel de cultura material asociable a estos
dos grupos. Tras las excavaciones, se comprobó que en el registro arqueológico de
algunos sectores del municipio de Pasca se encuentran entremezcladas evidencias de
tradición cerámica asociada a grupos muiscas y panches, pero en cuanto a los patrones
funerarios reportados, se registra la ausencia de cráneos en los dos sitios donde se
hallaron huesos humanos, lo que lleva a la autora a concluir que se trata de evidencias
de comportamientos como la toma de “cabezas trofeo”, la cual ha sido una práctica
panche vinculada con la antropofagia; de la misma forma se encuentran otros elementos
típicos de los comportamientos descritos para los panches en las crónicas de la
conquista, como la deformación ósea.
Las excavaciones arqueológicas realizadas en Pasca se encuentran frente a una situación
aparentemente contradictoria: mientras que los contextos funerarios y los restos óseos
humanos parecen corresponder a ocupaciones panches, reflejando algunos
comportamientos descritos en las crónicas, las evidencias cerámicas corresponden a las
tradiciones cerámicas implementadas por muiscas y panches. Herrera concluye que en
áreas como Pasca, ubicadas en un sector limítrofe del territorio que se ha definido como
panche, se debieron haber desarrollado actividades como intercambio, invasiones y
procesos de ocupación y reocupación del espacio de parte de uno y otro grupo cultural,
lo cual es un claro indicador de que las áreas fronterizas entre muiscas y panches fueron
territorios en los que hubo un tránsito de diversos elementos de cultura material y
comportamientos sociales que seguramente actuaron de manera fluctuante a lo largo del
tiempo (Herrera 1972). Lo anterior expone claramente que las fronteras territoriales para
el caso panche no pueden ser entendidas como barreras impermeables a nivel espacial ni
79
estáticas a nivel cronológico: así como es muy probable que las mismas variaran a lo
largo del periodo de ocupación panche, es igualmente probable encontrar contextos
arqueológicos asociados a otros grupos étnicos en estas áreas limítrofes.
Otra investigación que cuestiona modelos territoriales estrictos y asociaciones directas
de espacios con elementos de cultura material es la de Mary O'neil (1973), la cual parte
de una investigación etnohistórica con base en fuentes documentales de la conquista
para llegar a contextualizar el estudio, recuento e interpretación del profuso arte rupestre
presente en el territorio asociado con los panches. Aunque trabajos anteriores ya habían
señalado la aparente relación entre el territorio panche y la presencia de manifestaciones
rupestres correspondientes a petroglifos (Triana 1924, Rivet 1943), el planteamiento de
O'neil propone que aunque para el siglo XVI los españoles encontraron grupos panches
y muiscas ocupando territorios específicos con manifestaciones rupestres diferentes, no
existe una evidencia directa que permita afirmar la autoría de dichas manifestaciones a
estos grupos particulares; por el contrario, la distribución de cerámica típica del periodo
formativo en ambos territorios (conocido como “Periodo Herrera”), la llevan a suponer
que en este periodo, ambas zonas fueron habitadas por gentes de la misma filiación
cultural (O'neil 1973). Así, el gran aporte de O'neil a la problemática panche constituye
en introducir la duda en cuanto a la autoría de evidencias arqueológicas como las
manifestaciones rupestres en un territorio específico.
Otra investigación que confronta el registro escrito con el arqueológico, es la de Arango
(1974), la cual hace una lectura de las fuentes documentales de la segunda mitad del
siglo XVI y primera del siglo XVII (especialmente las obras de Aguado [1570] y Simón
[1627?]), así como de archivos de la colonia (fondos documentales administrativos
desde 1560 hasta 1779). Arango extrae datos específicos de las fuentes escritas acerca
de diversos aspectos de los panches como límites territoriales, costumbres, armamento y
disposición de las viviendas, para buscar identificar el tipo de vestigios arqueológicos
que se encontrarían en la actualidad producto de las actividades y cultura material
descrita en los documentos analizados.
Centrándose en la zona de Tibacuy (al suroriente del territorio panche), la cual parece
haber sido un área ocupada por los panches durante mucho tiempo, pero que pasó a
80
control de los muiscas poco tiempo antes del momento del contacto (Aguado [1570],
Simón [1627?]), Arango también aborda una zona fluctuante, en la que el registro
escrito reporta una situación de frontera en la que según Fernández de Piedrahita [1668]
y Zamora [1668], los españoles encontraron en esta población fortines defensivos en los
que los muiscas mantenían “guechas7” y era considerada una de las fronteras más
inestables.
Las excavaciones desarrolladas en Tibacuy parten del planteamiento establecido por
Triana (1924) y Rivet (1943) en el que se vincula directamente la presencia de
petroglifos y el territorio ocupado por poblaciones panches, buscando encontrar
elementos culturales asociados directamente con estas manifestaciones rupestres.
Arango encuentra que los grabados en las rocas guardan una estrecha relación con el
patrón estilístico representado en las piezas de cerámica de tradición alfarera karib, por
lo que concluye que las estaciones rupestres con grabados corresponden a territorios
culturales panches en los que diseños presentes tanto en la cerámica como en las
estaciones rupestres (como es el caso de la espiral) están directamente asociados con la
cosmología de este grupo cultural (Arango 1974).
La existencia de una aparente relación entre patrones estilísticos tanto en cerámica como
en manifestaciones rupestres permitiría establecer una asociación más directa entre
poblaciones humanas que estuvieron generando ambos tipos de cultura material. Sin
llegar a aseverar que la elaboración de los petroglifos corresponde estrictamente a
grupos panches, se concluye que sí hay una “… unidad marcada dentro de las
diferentes partes del territorio panche, por lo que debió ser una tradición compartida
por todas las parcialidades que habitaron dicho territorio" (Arango 1974: 219). Este
tipo de aseveraciones permite empezar a hablar de una unidad cultural para las
comunidades humanas que habitaron el territorio definido como panche para el siglo
XVI.
7 Los «güechas» o «güeches» fueron los guerreros muiscas que tenían como misión defender las fronteras
del territorio en sectores conflictivos donde grupos limítrofes externos como los panches amenazaban con
adelantar invasiones. Según Aguado [1570] y Simón [1627?], los «güechas» pertenecían a un grupo de
personas que formaban una clase especial por sus características físicas, su personalidad, el trabajo que
desempeñaban como guardianes del territorio muisca y los estímulos y recompensas que recibían.
81
Los trabajos de Rojas de Perdomo también han abarcado espacios habitacionales en los
que el registro arqueológico refleja algunos comportamientos expuestos en las crónicas
(Rojas de Perdomo 1975). Descripciones sobre la deformación craneal, el carácter
itinerante de los grupos panches y la existencia de una economía mixta de caza y
recolección combinada con la implementación de la agricultura (Aguado [1570?] 1956)
y Simón ([1627?] 1981), parecen verse reflejados en el tipo de vestigios arqueológicos
encontrados en la excavaciones adelantadas en la localidad de Guaduas en la margen
oriental del río Magdalena.
La presencia de volantes de huso al interior del ajuar funerario y la abundancia de
material cerámico sería un claro producto de una sociedad agroalfarera con expertos
textiles, tal y como se menciona en las crónicas investigadas. De la misma forma, la
escasa profundidad del asentamiento prehispánico parecería corresponder a ocupaciones
cortas del espacio, lo cual correspondería al patrón de asentamiento seminómada
mencionado por Aguado y Simón. Aunque las excavaciones arqueológicas no
permitieron identificar contextos funerarios con presencia de urnas funerarias, sí
encontraron restos óseos humanos muy fragmentados en proximidades a áreas de
fogones, lo cual lleva a Rojas a interpretarlo como la presencia de prácticas de
canibalismo; también refuerza esta conclusión con base en la presencia de entierros
múltiples con ausencia de cráneos, lo cual parecería ser un indicador de otros
comportamientos vinculados con dicha práctica, como la captura de cabezas trofeo
(ambas prácticas aparecen descritas profusamente en las obras de Aguado y Simón).
Según las investigaciones arqueológicas abordadas hasta este momento, encontramos
que la presencia de restos óseos humanos en contextos arqueológicos panches parecen
corresponder a dos tipos de comportamientos: por un lado, tenemos los contextos
funerarios, en los que los restos humanos se depositaron en urnas cerámicas
acompañados de elementos rituales. Por otro lado, encontramos restos óseos con
aparentes evidencias de canibalismo asociados a contextos más cotidianos como la
presencia de fogones. De esta forma, diversas investigaciones desarrolladas en la zona
reportan la existencia de un tratamiento ritual funerario para ciertos individuos, en el
que el destino final de los restos es la deposición en urnas funerarias; por el contrario,
encontramos otros restos óseos que parecen haber sido objeto de canibalismo y cuya
82
disposición final en el registro arqueológico se asocia a espacios más cotidianos como
los fogones (Herrera 1972, Rojas 1975). Sin atrevernos a postular una hipótesis
definitiva, pero sí planteando un interrogante abierto a la problemática panche,
podríamos estar pensando en la existencia de un tratamiento diferencial para los restos
humanos, donde es probable que los de la comunidad local fueran depositados en
contextos funerarios, mientras que los procedentes de acciones como la toma de cabezas
trofeo y captura de prisioneros de guerra ingresaran al registro arqueológico en estos
espacios más cotidianos donde se podrían haber estado desarrollando las prácticas de
canibalismo?.
En conclusión, el trabajo de Rojas establece una correspondencia directa entre la
evidencia arqueológica recolectada y las prácticas culturales descritas por los cronistas
de finales del siglo XVI e inicios del XVII planteando que comportamientos como la
antropofagia y el carácter guerrero de los panches se desarrollaron de manera muy
similar a lo descrito en dichos documentos. Aunque no es posible aseverar que los datos
de las crónicas sean un reflejo fidedigno de las prácticas socioculturales de los panches
en el siglo XVI, sí empezamos a encontrar un reflejo de dichas prácticas en el registro
arqueológico.
Caracterizando un poco más a nivel cronológico la presencia prehispánica en el
territorio panche y estableciendo una asociación entre las ocupaciones humanas y la
presencia de tipos cerámicos, en Tocaima, en cercanías al área de confluencia entre los
ríos Magdalena y Bogotá, Cardale (1976) excavó los sectores más elevados de la
geografía local, determinando que estos fueron los sitios privilegiados por las
poblaciones prehispánicas para establecer sus asentamientos. Las excavaciones
reportaron la presencia de cerámica desconocida hasta el momento de la investigación,
la cual se denominó como “Tipo Pubenza” (reseñada posteriormente en varios sitios en
la vertiente occidental de la Cordillera Oriental).
Los trabajos de Cardale concluyen que, durante un par de siglos antes y después del año
1000 D.C., parte de la zona drenada por los ríos Panches (río Fusagasugá) y Bogotá
estuvo habitada por gentes que utilizaban la cerámica Pubenza Rojo Bañado y vivían en
pequeñas comunidades. Hacia el final del primer milenio una nueva cerámica aparece
83
en la región, con predominancia de decoraciones pintadas más similares a las
encontradas en el altiplano cundiboyacense. No obstante, no se perciben grandes
cambios en el estilo de vida y los dos tipos de cerámica se siguen usando
contemporáneamente (Cardale 1976). De esta forma, a partir de este momento, la
problemática arqueológica panche incluye el referente puntual de una tipología
cerámica para la zona durante un amplio periodo de ocupación, la cual, en posteriores
investigaciones se ha podido registrar para diversos sectores del territorio que se ha
considerado como panche durante la ocupación prehispánica. Esta situación ha
permitido establecer una correspondencia entre los grupos humanos que ocuparon la
zona y un elemento de cultura material más específico asociado a estas ocupaciones
humanas.
Las primeras investigaciones arqueológicas desarrolladas en la banda occidental del río
Magdalena se dan en la década de los 80, con el trabajo de Cecilia de Hernández (1980),
el cual sigue la misma línea investigativa, planteándose la posibilidad de corroborar o
refutar la información planteada en las crónicas para los grupos y segmentos que
ocuparon dichos territorios: Siguiendo la información presentada por cronistas como
Aguado [1570?] y Castellanos [1601], Hernández propuso explorar un sitio
arqueológico dentro del territorio identificado en las crónicas como panche y corroborar
si las evidencias materiales presentes correspondían o no al tipo de vestigios registrados
para este grupo en otras áreas del territorio que supuestamente habitaron; en esta línea
de ideas se buscó analizar si algunos rasgos descritos en las crónicas tempranas del siglo
XVI (Aguado [1570?], Castellanos [1601]), como por ejemplo la ubicación de los
asentamientos y la relación con su entorno, podían verse reflejados en los sitios
arqueológicos identificados (Hernández 1980).
La excavación de contextos arqueológicos bien diferenciados como áreas habitacionales,
basureros y sitios funerarios, permitió abordar un contexto arqueológico complejo con
el cual cotejar la información descrita en los documentos escritos. Las evidencias
materiales recolectadas permitieron reconstruir un área habitacional en la cima de una
meseta elevada sobre el paisaje circundante, en la que vestigios como fragmentos de
cerámica, huellas de cestería, volantes de huso, instrumentos líticos y molinos de mano,
84
estarían indicando la presencia de una población prehispánica agroalfarera, la cual
habría desarrollado diversas actividades cotidianas de subsistencia y de relación con el
entorno (Hernández 1980). Con base en el material arqueológico recolectado se pudo
concluir que los vestigios de cultura material identificados en el sector occidental del río
Magdalena presentaban rasgos muy similares con los reportados en otros trabajos
adelantados hasta ese momento en diversos puntos del territorio panche en el costado
opuesto del río (Arango 1974, Rojas 1975 y Hernández 1976).
Tal y como han encontrado las investigaciones arqueológicas desarrolladas hasta este
punto, Hernández también concluye que los sitios y contextos arqueológicos mantienen
características muy similares a las mencionadas en las descripciones de los cronistas
consultados: para el caso puntual de Vegas del Sabandija, se encuentra frente a un sitio
de habitación panche, en el que los indígenas escogieron áreas de habitación elevadas,
de difícil acceso y protegidas de posibles invasores, pero cercanas a los ríos y fuentes de
recursos como la caza y la pesca (de Hernández 1980: 209), tal y como se expone en las
obras de Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601] 1955, Simón [1627?] 1981 y
Fernández Piedrahita [1668] 1942. De la misma manera, a nivel regional se encuentra la
presencia de una unidad cultural bien definida como la presencia de entierros
secundarios en urnas funerarias y la existencia de una misma tradición alfarera, lo cual
si bien incluye diferencias locales, parece estar indicando la generalización de una
misma práctica tecnológica.
Otra investigación que también parte del análisis de fuentes bibliográficas tempranas,
pero que se ha concentrado más en la reconstrucción territorial y de dinámicas
socioculturales vinculadas al mismo, es la de Carmenza Diez en 1982, quien ubica
geográficamente los asentamientos panches cuyos nombres aparecen en las crónicas y
los documentos coloniales y delimita el territorio panche a partir de la revisión de
fuentes de la conquista y sobre todo de documentos de archivo de la época de la colonia,
coincidiendo la delimitación territorial que seguimos en la presente investigación y que
ha sido planteada por autores como Bernal (1946), O’neil (1973), Arango (1974) y
Rodríguez y Cifuentes (2004). Partiendo de la lectura de cronistas como Aguado y
Simón, contrasta dicha información con la registrada en documentos coloniales
85
tempranos como visitas de finales del siglo XVI (1595) e inicios del siglo XVII (1604)
al interior del territorio panche, lo que le da una visión complementaria de las
percepciones de los cronistas durante la conquista y de un momento más tardío durante
la ocupación española del territorio y la inclusión de la población indígena al régimen
colonial (Diez 1982).
Obteniendo datos demográficos novedosos como que para el momento de la conquista
española, la mayoría del pueblo panche habitaba la vertiente oriental del Río Magdalena,
Diez expone que las poblaciones presentaban un patrón de asentamiento más bien
disperso, dictaminado por el constante movimiento de población en búsqueda de la
explotación de ciertos recursos estacionales. Aunque hasta este momento no se había
determinado una propuesta clara sobre el patrón de asentamiento panche, los datos
recopilados por Diez le permiten proponer la existencia de dos situaciones
complementarias y no excluyentes: Aunque “los datos de los cronistas y la información
secreta de las visitas nos muestran que los panches sí tenían asentamientos más o
menos estables y localizados geográficamente en áreas específicas” (Diez 1982: 28),
las comunidades desarrollaban diversas actividades de apropiación de recursos
estacionales que implicaban su movilización y desplazamiento durante ciertas épocas
del año.
Tanto en las descripciones de los cronistas como en documentos coloniales (visita de
Miguel Ibarra en 1595 y de Alonso Vásquez de Cisneros en 1604), Diez encuentra
alusiones al desplazamiento entre los panches, quienes parecen estar cambiando
permanentemente de residencia. Estos desplazamientos no implicarían un patrón
nómada itinerante como se había sugerido anteriormente (Carranza 1934, Rojas 1975),
sino que "los movimientos de población podrían ser temporales, causados por
actividades económicas, tales como la estación de pesca que podría coincidir con la
subienda que se da en el río Magdalena" (Diez 1982: 28).
El trabajo de Diez también es uno de los primeros que aborda las relaciones
sociopolíticas al interior de los segmentos panches, compilando los datos que aparecen
descritos en las crónicas, lo que le permite concluir que todos los cronistas analizados
aluden a alianzas temporales que establecían diversos segmentos en tiempos de guerra
86
pero que no se mantenían en confederaciones permanentes, así como el hecho que cada
provincia panche (segmento) era gobernada por un líder principal y que la provincia
tomaba el nombre de este líder. Aunque estos datos ya habían sido mencionados
anteriormente por autores como Bernal (1946) y (O’neil 1973), el planteamiento de
Diez los expone como un dato a considerar, pero no se arriesga a especular sobre los
tipos de organización sociopolítica y/o los procesos que estarían determinando este tipo
de comportamientos e instituciones.
En cuanto a las relaciones socioeconómicas entre segmentos, Diez encuentra que los
diversos líderes y sus provincias eran más o menos independientes entre sí, pero se
aliaban en momentos de guerra (ya fuera entre los mismos segmentos panches o en
contra de un grupo étnico externo a los panches), sin que estas confederaciones se
mantuvieran de forma permanente (Diez 1982: 32): Aunque aparentemente no existía
jerarquía entre estos segmentos, ya que no hay registro de un poder mayor al de cada
liderazgo local que llegara a controlar varias comunidades, al interior de las mismas sí
existían jerarquías sociales y políticas determinadas por la autoridad del líder local
(Diez 1982).
Finalmente, mediante el análisis de los documentos coloniales de finales del siglo XVI e
inicios del siglo XVII, Diez puede concluir que tras la inclusión de las poblaciones
panches al régimen colonial, se dio una acelerada disminución de la población indígena,
la cual podría haber estado determinada en gran medida por la imposición de un nuevo
patrón de asentamiento más estricto y la supresión de prácticas socioculturales que
implicaban movimientos estacionales de la población (Diez 1982).
Saliéndonos un poco de la delimitación espacial registrada para los panches en el siglo
XVI, pero siguiendo el orden cronológico en el que venimos presentando este balance
de investigaciones para el valle medio del río Magdalena, es importante mencionar la
investigación adelantada por Castaño y Dávila (1984), en la cual realizaron una serie de
excavaciones arqueológicas mediante las cuales identificaron diversos sitios
correspondientes a sementeras, basureros, áreas de habitación y cementerios
prehispánicos, en cercanías al punto de confluencia entre los ríos Magdalena y Negro (el
87
cual hemos referido como el límite norte del territorio ocupado por los panches en el
siglo XVI).
La investigación de Castaño y Dávila se centra en el estudio de pautas funerarias,
encontrando diversas áreas de enterramiento (especialmente en el sitio Colorados), las
cuales presentan generalmente varias tumbas en un área reducida; de acuerdo a los
planteamientos de Reichel-Dolmatoff (1943) se corrobora la existencia de un patrón
funerario que implica entierros secundarios en urnas de cerámica, al interior de las
cuales Castaño y Dávila reportan restos óseos con huellas de haber sido cremados,
acompañados de copas y ollas en cerámica como único ajuar (Castaño y Dávila 1984).
El estudio de dos sitios arqueológicos karib en esta zona del valle del Magdalena
permite encontrar una diferenciación entre los mismos, pues Colorados constituye un
complejo funerario nucleado mientras que Macaya presenta un patrón más disperso. No
obstante, se refuerzan los planteamientos propuestos para las comunidades
prehispánicas asociadas al “Horizonte de Urnas Funerarias” ya que sitios con
diferencias locales como estos, comparten una común tradición alfarera y una
semejanza ritual funeraria; además de la presencia misma del entierro secundario, se
cuenta con tumbas de pozo con cámara, ajuar funerario y urnas con sus respectivas
tapas y figuras modeladas que expresan un mismo patrón cultural (Castaño y Dávila
1984: 80).
Los resultados encontrados por Castaño y Dávila enriquecen la caracterización del
Horizonte de Urnas funerarias del Magdalena, pues encuentran que además de la
presencia de urnas para entierros secundarios, los complejos funerarios incluyen una
serie de objetos utilizados como ajuar funerario con características bien determinadas
(Castaño y Dávila 1984).
Volviendo al interior del territorio ocupado por los panches en el siglo XVI,
encontramos que hasta 1987 no se había adelantado ninguna investigación en la parte
montañosa del norte del territorio, por lo que los datos disponibles hasta ese momento
correspondían a las recopilaciones realizadas a partir de las crónicas; para este año,
88
empezamos a registrar investigaciones arqueológicas como la de Peña, la cual plantea la
búsqueda de un sitio arqueológico en la vertiente occidental de la Cordillera Oriental en
el que se puedan registrar los vestigios materiales de ocupaciones del periodo Formativo
o “Periodo Herrera”. Basándose en investigaciones que incluyeron análisis de material
cerámico prehispánico durante la década del 70 (Herrera 1972, Arango 1974 y Montoya
1974), Peña busca reforzar el planteamiento que sugiere que las áreas del altiplano y el
valle del Magdalena estuvieron ocupadas durante el periodo formativo por poblaciones
humanas que compartían la misma tradición cultural. Planteamientos metodológicos
como este empiezan a cuestionar la ocupación del espacio que hasta este momento se
había considerado como netamente panche, por más de una población humana a lo largo
del tiempo.
Peña parte de la lectura de documentos de archivo de fines del siglo XVI (como folios
de tierras de 1585) y de recopilaciones documentales del siglo XVII (Fernández
Piedrahita [1668]) con el objetivo de identificar un área en territorio panche que se
localizara sobre uno de los posibles corredores de tránsito entre las tierras frías del
altiplano y la parte baja del río Magdalena, en la que los cronistas (principalmente
Lucas Fernández Piedrahita y F. Pedro Simón) hayan descrito la existencia de una
marcada concentración poblacional; de esta forma ubica su área de estudio en la vereda
Tocarema, donde encuentra un sitio con presencia de petroglifos y áreas de habitación
en la vertiente occidental de la cordillera oriental. Las excavaciones arqueológicas y el
análisis de material cerámico le permiten determinar que el sitio Cachipay presenta
abundante evidencia de material cerámico asociado con el Periodo Herrera (Formativo)
y algunas variaciones locales de material tardío.
Las conclusiones expuestas por Peña introducen a la problemática sobre el territorio
panche el cuestionamiento sobre la ocupación del mismo durante el Periodo Formativo.
Según sus conclusiones, áreas en las que los españoles encontraron a grupos culturales
totalmente diferentes como panches en el valle del río Magdalena y muiscas en el
altiplano durante el siglo XVI, habrían estado ocupadas durante el Periodo Formativo
por gentes de la misma tradición cultural (Peña 1987).
89
Otra investigación que abordó la zona montañosa del territorio ocupado por los panches
en el siglo XVI es la de Hernández y Fulleda (1989), la cual incluyó una serie de
excavaciones arqueológicas en el valle del río Negro en la región montañosa de la
vertiente occidental de la Cordillera Oriental. Hernández y Fulleda buscan determinar si
las comunidades identificadas como panche para esta parte norte de su territorio y que
frecuentemente son descritas en las crónicas del siglo XVI como guerreros
especializados, también desarrollaron una tradición alfarera que incluyera desarrolladas
técnicas para la elaboración de objetos cerámicos. De esta forma buscaron cuestionar
los datos presentados en las crónicas en los que se expone a los segmentos asentados en
esta parte norte del territorio panche como grupos “salvajes”, para los cuales solamente
se describen situaciones de conflicto intra o extra segmentos.
En este contexto, el estudio se centra en el basurero de un taller de alfarería
prehispánico, encontrando que se trata de un punto especializado de producción
cerámica, reflejo de la implementación y especialización de avanzadas técnicas en
alfarería para las comunidades que ocuparon este sector del territorio. Los resultados de
las excavaciones también les permiten concluir con base en las evidencias materiales
reportadas (el tipo de instrumentos líticos y las características funcionales de las piezas
cerámicas), que la población asentada en este sitio basaba su economía y subsistencia en
el consumo de plantas, especialmente el maíz, el cual sería el eslabón principal del
sustento del grupo que habitó esta zona del territorio. Esta conclusión difiere de la
información referida en las crónicas sobre la dieta de los panches, según la cual esta
habría estado compuesta casi exclusivamente por los productos de la pesca, la caza y la
recolección (Hernández y Fulleda 1989).
Otra investigación que refuerza el planteamiento de un complejo cultural regional para
el valle del río Magdalena durante el periodo tardío con presencia de variaciones locales
es la de Rozo (1989), en la cual se analizan dos sitios arqueológicos diferentes en el área
de confluencia de los ríos Magdalena y Bogotá. Mientras que uno de los sitios se ubica
directamente en las vegas del río Magdalena (Espinal), el otro se localiza sobre el río
Bogotá (Ricaurte) y aunque los dos sitios se encuentran muy cercanos entre sí, Rozo
encuentra que en el material cerámico se aprecia una diferencia en cuanto a los estilos
90
decorativos de los dos sitios, así como distintos tipos cerámicos, lo que lo lleva a
concluir que se trata de dos grupos culturales igualmente diferentes. Los sitios
analizados en Espinal y Ricaurte se localizan sobre un espacio fronterizo del territorio
ocupado por los panches en el siglo XVI; allí, al contrario de lo reportado para el área
de Pasca (Herrera 1972) parece existir una marcada diferenciación en los elementos de
cultura material entre áreas muy cercanas, lo cual estaría indicando la presencia de un
diferenciador material para poblaciones de distinta filiación étnica (Rozo 1989). Esta
conclusión coincide con la hipótesis planteada por otros investigadores (Salgado et al.
2006, Piazzini 2001) que sugieren la presencia de diferenciaciones locales en las áreas
de frontera del territorio que se ha considerado como panche, lo cual podría estar
sugiriendo la presencia de un límite territorial entre diferentes grupos karib como
panches y pijaos.
En cercanías a esta misma zona de confluencia de los ríos Magdalena y Bogotá, Peña
realizó una exploración en la cuenca media del río Bogotá, buscando contribuir al
estudio de las relaciones entre el Periodo Formativo (caracterizado por material
cerámico tipo Herrera) y el Periodo Tardío (tipo cerámico Pubenza). En este caso el
área puntual de estudio se localizó al interior del territorio ocupado por los panches en
el siglo XVI y buscó identificar sitios arqueológicos con evidencia de grupos tempranos
(Periodo Formativo) en la vertiente occidental de la Cordillera Oriental, en los cuales
analizar posibles procesos de reocupación del espacio por poblaciones del Periodo
Tardío (Peña 1991). La caracterización del material cerámico encontrado le permitió a
Peña concluir que el sitio arqueológico de Apulo presenta una primera ocupación
fechada en el año 10 +/- 80 A.C. (Periodo Formativo) caracterizada por material
cerámico típico Herrera; posteriormente el sitio dejó de ser ocupado por estos
pobladores y más adelante, alrededor del año 830 D.C. fue ocupado por grupos del
Periodo Tardío, portadores de cerámica Pubenza.
Como hemos expuesto anteriormente, no es esta la primera investigación enfocada a
estudiar las posibles relaciones entre sitios arqueológicos de los dos periodos
agroalfareros identificados para la región (Peña 1987): Las investigaciones de Peña en
puntos diferentes de la vertiente occidental de la Cordillera Oriental le permiten concluir
91
que las gentes portadoras de cerámica Herrera que vivieron tanto en Cachipay
(Tocarema) como en Apulo, precedieron en cada lugar a periodos cerámicos distintos.
Mientras que en Cachipay la cerámica Herrera fue gradualmente desplazada por una
manifestación temprana de la cerámica muisca, en Apulo, la misma cerámica precedió a
la cerámica del periodo Pubenza, cuyo momento más tardío podría relacionarse con los
grupos panches (Peña 1991). Conclusiones como esta han permitido empezar a entrever
la presencia de un Periodo Formativo a lo largo de la vertiente occidental de la
Cordillera Oriental que claramente no presenta una relación directa con las poblaciones
del Periodo Tardío, en otras palabras, las ocupaciones humanas del Periodo Formativo
no presentan una continuidad cronológica ni cultural con las del Periodo Tardío y estas
últimas corresponden a grupos foráneos que entraron a ocupar los mismos espacios sin
que se hubiera dado un aparente contacto, por dicha razón distintos sitios arqueológicos
del Periodo Formativo presentan reocupaciones del espacio por poblaciones igualmente
diferentes durante el periodo Tardío.
Otra investigación que refuerza el planteamiento de las variaciones locales en la cultura
material al interior de este “horizonte de urnas funerarias” es la desarrollada por
Cifuentes (1996) en el municipio de Suárez, al sur del territorio definido como panche,
en la cual se registra la presencia de urnas funerarias pero se encuentra que estas
“carecen de las figuras sedentes propias del Magdalena Medio y presentan en cambio
figuras antropomorfas en la parte media de la pieza, muchas veces insinuando una
nariguera, ojos lineales cerrados, así como figuras de lagartos o sabandijas y algunas
una pintura blanca achurada, además de una tapa a manera de casquete.” (Cifuentes
1996: 40). Al igual que anteriores investigadores, este autor propone entonces la
existencia de una serie de variaciones locales, probablemente asociadas a una
diferenciación social entre grupos de personas que se verían materializadas en
elementos de cultura material como la cerámica funeraria.
Igualmente, para los contextos domésticos y funerarios, Cifuentes reporta una alta
diversidad de tipos cerámicos para esta área específica del territorio, lo cual estaría
altamente determinado por tratarse de un espacio fronterizo en el que convergieron
diversos grupos étnicos portadores de estos diferentes tipos cerámicos. La zona del
92
actual municipio de Suárez habría sido un área de confluencia cultural entre distintas
poblaciones de grupos panches y pijaos; según Cifuentes, estos grupos habrían
desarrollado diversas estrategias de intercambio en áreas limítrofes como la de dicho
estudio, lo que se vería reflejado en la presencia de elementos de cultura material
propios de los diversos grupos en mención (Cifuentes 1996).
Para este momento, surge una de las más importantes investigaciones historiográficas
para el área ocupada por los panches en el siglo XVI, en la cual se recopila y expone
información de las primeras visitas que realizaron los encomenderos a la zona en el
siglo XVI durante la inclusión de la población al régimen colonial recién impuesto por
los españoles. Tovar (1996), partiendo de documentos de archivo de la época de los
primeros años de la colonia, analiza la situación de tres encomiendas en territorio
panche, los datos que se obtenían en las visitas a las mismas y la forma en como
quedaron consignados en los documentos de la época. De esta forma, analiza uno de los
primeros documentos conocidos tras el proceso de dominación en el territorio panche: la
Visita a la Provincia de Mariquita (clasificación sociopolítica del siglo XVI que incluía
buena parte del territorio en que habitaban los panches al momento del contacto) en
1559.
Como profundizaremos en el Capítulo 5, tras la incursión española al territorio indígena
y las primeras campañas de exploración y conquista del mismo, hasta 1559 no se cuenta
con ningún dato administrativo que permita establecer cálculos poblacionales para la
zona. Con la adjudicación de la población indígena a administradores españoles
empieza la elaboración de documentos como la Visita de Mariquita, de los cuales Tovar
extrae datos cuantitativos sobre la población indígena y los segmentos panches que
encontraron los españoles ocupando dichos territorios. La Provincia de Mariquita fue la
primera distribución político administrativa que los españoles establecieron para las
poblaciones indígenas asentadas en la banda occidental del río Magdalena en territorio
panche.
Hasta este momento la problemática panche solamente había contemplado los datos de
las crónicas, en donde las descripciones correspondían a testigos del proceso de
93
conquista o en su defecto a compiladores de segunda mano de estos documentos. Pero a
partir del trabajo de Tovar, las investigaciones empiezan a recurrir a datos generados
por la administración colonial en estos territorios, permitiendo reconstruir el proceso de
inclusión al régimen colonial y su impacto en estos grupos indígenas.
Aunque según lo han expuesto algunos autores (Diez 1982, Rodríguez y Cifuentes 2004
entre otros), los segmentos panches presentaban un patrón de poblamiento semidisperso
y supeditado a la extracción de algunos recursos estacionales como la pesca, la
imposición de una institución colonial de control poblacional como la encomienda,
implicó una serie de cambios en la estructura social de las poblaciones indígenas a nivel
de patrón de asentamiento, sistemas de producción y relaciones con el medio ambiente
circundante. Así, uno de estos primeros cambios fue la concentración poblacional en
“pueblos de indios”, la cual se acompañó de la imposición del pago de un tributo fijo y
cuantificable (en forma de trabajo o productos) a un “encomendero” español.
Tovar expone la forma en que los datos obtenidos por los españoles durante estos
primeros interrogatorios a los indígenas (enfocados a mantener un control de la
información sobre la producción local) arrojaban datos puntuales sobre la capacidad real
de tributación de cada encomienda y sus habitantes, es decir de sectores del territorio
indígena a los cuales fueron adjudicados arbitrariamente territorios ancestrales y
población humana sin importar la pertenencia a diversos segmentos y/o a territorios
específicos. La lectura que hace el autor sobre los informes de esta parte del territorio
panche para 1559, le permite comparar tres grandes territorios, los cuales constituyen
tres diferentes econichos en donde los indígenas tuvieron que desarrollar tres formas de
vida igualmente distintas acordes a las características del entorno para suplir las
imposiciones del régimen colonial: Honda, Chapayma y Calamoima (tres grandes
núcleos poblacionales que actuaban como polos de concentración de energía humana al
interior de la provincia de Mariquita). Igualmente, extrae del análisis de los documentos
valiosa información sobre el pueblo panche que no se había expuesto antes en otros
estudios sobre crónicas, pues aunque para el momento de la conquista de la provincia en
1549 no se registraron datos poblacionales o económicos de la región, estos ya aparecen
en 1559 durante la Visita en mención.
94
La investigación desarrollada por Tovar encuentra que el uso de entornos ambientales
distintos en los territorios de Honda, Chapayma y Calamoyma se relacionaba con un
tipo de poblamiento prehispánico igualmente diferente (lo cual se reflejó en diversos
grados de nucleación de los asentamientos), el cual pudo originarse en la necesidad de
aprovechar mejor los mayores espacios productivos en cada caso. Aunque el patrón de
poblamiento sufrió un altísimo grado de alteración con la imposición del régimen
colonial español, los datos expuestos durante la visita de 1559 (a solo nueve años de la
primera incursión española en esta parte del territorio indígena) cuentan con testimonios
de primera mano de la población indígena registrados por medio de intérpretes, lo que
permite a Tovar hacer una aproximación bastante acertada de los patrones poblacionales
y de apropiación de recursos de parte de la población indígena.
Para la zona de Honda, en la que predominaba el paisaje de cuestas, se registra un
patrón de poblamiento en el que los espacios productivos se intercalaban con los
espacios de residencia. Este parece no haber sido el modelo seguido por otros pueblos
de la provincia en los que se disfrutaba de otros ambientes: Chapaima muestra un
territorio más quebrado, más disperso y por consiguiente más rico y diferenciado en
recursos, en el que los bohíos se arracimaban en las partes planas y las áreas de cultivo
se concentraban en las cuestas que rodeaban estas poblaciones; finalmente, para el caso
de Calamoima, zona caracterizada por la abundancia de bosques, Tovar encuentra que
los poblados y bohíos se dispersaban entre barrancas, cuencas y arcabucos (bosques),
concluyendo que la disponibilidad dispersa de los recursos pudo crear sistemas de
control o de desplazamiento de miembros de las comunidades que no son tan fáciles de
percibir en las fuentes.
En cuanto al análisis del patrón de poblamiento, la investigación concluye que al ir
subiendo la cordillera la población encontraba mejores condiciones de vida para resistir
los momentos de crisis. Por ejemplo, los indígenas de Honda sustentaban su economía
de alimentos en los productos típicos del río y la yuca (Manihot esculenta), mientras
que los de Calamoima complementaban su dieta con productos de caza y cultivos como
el maíz (Zea mayz); finalmente, los pobladores de Chapayma tenían a su disposición
mayor abundancia de recursos como verduras, frutas, yuca, batatas y carnes (Tovar
1996).
95
Analizando estos datos, Tovar concluye que diversas formas de adaptación a distintas
condiciones del entorno no solo fueron propias de los primeros momentos de la
conquista, sino que ya formaban parte del patrón de subsistencia de estos grupos antes
de la llegada de los españoles. Éste fue un aspecto central que se mantuvo durante el
proceso de la administración colonial y se vio reflejado en las respuestas registradas en
estas visitas (las cuales testimonian una estrategia que permitía obtener ventajas
mediante la apropiación del "saber del otro") facilitando el diseño de sistemas de
dominación y control sobre la población de acuerdo a los diferentes entornos.
Ya para el año 2000, Salas y Tapias adelantaron una investigación arqueológica en la
zona de Tibacuy (área que había sido anteriormente investigada durante la década del
setenta por Arango), en la que se prospectaron tres terrazas coluviales en territorio que
históricamente ha sido catalogado como panche. Allí, a partir de evidencias de cultura
material como petroglifos, muros de contención, cerámica, instrumentos líticos y urnas
funerarias con restos óseos humanos, las autoras concluyen que la ocupación panche de
esta zona presenta asociaciones tanto con los grupos del Periodo Formativo (Periodo
Herrera), como con patrones culturales de grupos más recientes en la región (complejo
de urnas funerarias del Magdalena -1000 D.C.-), lo que indicaría una ocupación
constante del territorio (Salas y Tapias 2000).
Partiendo del hecho que en Colombia aún no se tienen totalmente claros los límites de la
división espacio temporal entre los grupos prehispánicos que ocuparon el altiplano y los
del vecino valle del Magdalena, las autoras encuentran evidencias culturales que
presentan asociaciones con ambos territorios, por ejemplo aunque se registran aspectos
como la deformación craneal y la utilización de urnas funerarias (asociados
indiscutiblemente con la región del valle del Magdalena en los periodos más tardíos y
que no presenta ninguna equivalencia o relación con los patrones culturales registrados
para el altiplano), también se reporta la presencia de cerámica con algunos aspectos
compartidos entre las dos regiones en el periodo Formativo (Periodo Herrera).
96
Dado que uno de los grandes aportes de la investigación es el análisis de urnas
funerarias, se presenta una comparación entre las encontradas en Tibacuy con las
reportadas a lo largo del bajo y medio Magdalena y se encuentran similitudes en cuanto
a forma, tamaño y decoración de las tapas sencillas (incisiones geométricas hacia el
borde, asociadas a restos humanos con cráneos deformados), considerando que este sitio
se encuentra directamente asociado con los pobladores prehispánicos del valle del
Magdalena, los cuales desarrollaron el patrón de urnas funerarias (ubicado alrededor del
1000 D.C.), pero se reportan sutiles variaciones locales en cuanto a elementos
decorativos de las mismas (Salas y Tapias 2000).
Esta investigación la podríamos enmarcar en el grupo de trabajos que han
contextualizado sitios arqueológicos asociados al territorio panche con el Horizonte de
Urnas Funerarias del río Magdalena, encontrando variaciones estilísticas locales que
podrían estar vinculadas también a una diferenciación poblacional. Para el caso
particular de Tibacuy, se encontraron concentraciones de enterramientos en los que las
urnas se hallaban en tumbas de pozo con cámara lateral asociadas en algunos casos a
estaciones rupestres con presencia de petroglifos. Aunque las urnas en sí presentan una
estrecha relación con las reportadas para el valle del Magdalena, se encontraron algunas
diferenciaciones locales en cuanto a decoración y un aspecto que no había sido
reportado en otras investigaciones: la presencia de perforaciones intencionales en la
base de las mismas.
Como se puede apreciar, las investigaciones arqueológicas desarrolladas a lo largo del
siglo XX siempre tuvieron muy en cuenta la información de las crónicas para refutar o
reforzar los planteamientos sobre los grupos prehispánicos allí expuestos; para el siglo
XXI seguimos encontrando la misma constante. Por ejemplo, la investigación de
Cifuentes (2004) buscó establecer una relación entre las prácticas indígenas descritas en
las crónicas asociadas a situaciones de conflicto y los comportamientos reales que
pudieron haber estado presentando estas comunidades del territorio descrito como
panche al momento de la conquista. Cifuentes realiza un balance de los datos
encontrados en las crónicas de finales del siglo XVI e inicios del XVII, en donde se
describen una serie de instituciones y prácticas comunes entre los pueblos karib
97
(centrándose en las prácticas asociadas al conflicto, la violencia y la guerra), lo que lo
lleva a concluir que se trata de pueblos con una tradición ancestral bélica reflejada en
diversos roles organizativos, el uso de armas, y un conjunto de comportamientos y
estrategias militares.
Así, en base a la lectura de los documentos de Aguado [1570], Gutierre de Ovalle [1572]
y Simón [1627?], reconstruye una serie de elementos socioculturales ligados a una
situación de aparente conflicto permanente que parecen haber mantenido los segmentos
panches entre sí, así como con los grupos indígenas vecinos. La reconstrucción de
Cifuentes resalta aspectos como el tipo de vestimenta y armas empleadas, la estructura
de las formaciones de los ejércitos, la participación de las mujeres en el choque armado
y otros componentes alternativos al choque bélico, como el componente simbólico que
acompañaba al enfrentamiento físico, lo que le permite argumentar la existencia real de
esta aparente situación de conflicto permanente tan bien descrita en las crónicas.
La situación de conflicto permanente que determina Cifuentes para diversos grupos
karib, entre ellos los panches, se habría visto bien documentada en las descripciones de
los cronistas que relataron las batallas con grupos indígenas durante el proceso de
conquista de la región en el siglo XVI. Así, siguiendo las crónicas de Simón [1627?],
cuya recopilación documental menciona la presencia de rivalidades al interior de los
mismos panches, Cifuentes expone cómo durante las incursiones militares propias del
proceso de conquista, los españoles utilizaron estas rivalidades como mecanismos de
dominación de tierras (Cifuentes 2004). En este sentido, Cifuentes es el primer autor en
sugerir la posible existencia de una diferenciación al interior de los panches y lo hace
desde una perspectiva orientada al estudio del conflicto en sociedades prehispánicas.
Aludiendo a la descripción que se realiza en las crónicas (Simón [1627?]) de diferentes
maneras de hacer frente a los ejércitos españoles por parte de los grupos asentados en
las montañas (iqueimas, lachimíes y calandoimas) y aquellos asentados en cercanías al
río Magdalena (guacana); plantea que las rivalidades intraétnicas se vieron
materializadas durante las batallas en contra de los conquistadores: “Los guacana
ofrecieron sus guerreros para atacar a los lachimíes y calandoimas, a quienes
consideraban sus enemigos" (Cifuentes 2004: 55).
98
De esta forma, este aspecto sería un indicador importante de las diferencias existentes al
interior del grupo que se ha catalogado como panche y es retomado posteriormente por
Rodríguez y Cifuentes, mencionando sutilmente la presencia de enemistades entre los
grupos asentados en las tierras bajas y altas: “los de las hondonadas tenían enemistades
con los de las lomas y los habitantes de monte arriba hacia la cordillera" (Rodríguez y
Cifuentes 2004:17).
Por su parte, la investigación de Rodríguez y Cifuentes aborda la lectura de fuentes
escritas tempranas de la conquista (Relaciones Geográficas de Indias y visitas del siglo
XVI -como la de Gutierre de Ovalle [1572] y la de Francisco Hernández [1559]- en las
que se encuentran las primeras descripciones de los panches) para rastrear
comportamientos culturales que realmente pudieran haberse dado y diferenciarlos de los
descritos por los cronistas en el marco de un proyecto retórico. El trabajo de Rodríguez
y Cifuentes está enfocado a reinterpretar los datos presentados en las descripciones de
los cronistas desde una óptica que incluye una mirada multidisciplinaria, cuestionando
las interpretaciones que se han planteado como paradigmas en torno a sociedades como
la panche desde la elaboración de los primeros documentos escritos.
La investigación también incluye un análisis de vestigios arqueológicos en el cual se
hace un balance de los estudios que han reportado presencia de diversos tipos cerámicos
en la región y se concluye que aunque hay presencia de dos tipos principales (Temprano
del siglo V AC al V DC -el cual parece tener una relación con los tipos cerámicos del
altiplano catalogados como Periodo Herrera-, y tardío entre el siglo I y el momento del
contacto), la cerámica del periodo tardío presenta similitud en cuanto a sus patrones
decorativos, con la del periodo Formativo, lo que podría llegar a ser entendido como
una continuidad cultural (Rodríguez y Cifuentes 2004). Otro aporte importante de esta
investigación es el análisis bioantropológico de restos óseos procedentes de diversos
sitios arqueológicos ubicados en el territorio que se ha descrito como panche, tras el
cual se hace una descripción muy detallada de las características morfológicas de los
pobladores prehispánicos de dicho territorio; este material óseo procede de tumbas
excavadas en las actuales poblaciones de Guataquí, Honda, Guaduas, Agua de Dios y
Tibacuy (ver Ilustración 2). Estos datos presentan información física novedosa para la
99
problemática panche como los estados de salud – enfermedad para las poblaciones del
Periodo Tardío en la región.
Los datos bioantropológicos analizados por Rodríguez y Cifuentes les permiten concluir
que la población indígena que ocupaba el territorio panche para el siglo XVI parecía
mantener altos estándares de salud hasta el momento de la llegada de los europeos a la
zona, posiblemente asociados a la alta disponibilidad de recursos alimenticios que
ofrecían los variados nichos ecosistémicos identificados para los diversos pisos térmicos
de esta zona geográfica. En contraste, parece que con la conquista española del territorio,
el establecimiento de economías netamente extractivas y la inclusión de la población
indígena en un régimen colonial -que incluía la imposición tributaria y la restricción del
acceso a ciertos recursos alimenticios como la dieta proteica-, se dio un fuerte deterioro
en la salud de las poblaciones indígenas de la región (Rodríguez y Cifuentes 2004).
Los datos presentados por Rodríguez y Cifuentes aportan valiosa información sobre las
situaciones que enfrentaron las poblaciones indígenas tras la conquista e imposición del
nuevo régimen colonial durante la segunda mitad del siglo XVI; investigaciones como
ésta exponen datos que permiten entender algunos de los procesos y variables que
llevaron a la extinción de los segmentos panches durante un periodo de tiempo tan corto
tras la conquista de su población y territorio.
Otra investigación reciente que toma como punto de partida los datos etnohistóricos
para buscar un referente material en la evidencia arqueológica es la de Argüello (2004),
en la cual el autor analiza las crónicas de la conquista concentrándose en las
descripciones de los tipos de liderazgos indígenas descritos y buscando una propuesta
interpretativa para caracterizar este tipo de institución en la sociedad panche del siglo
XVI. Argüello encuentra en los documentos tempranos del siglo XVII (especialmente
en las recopilaciones de Pedro Simón [1627?]), que las descripciones sobre la
organización sociopolítica del pueblo panche exponen características muy específicas
sobre el establecimiento de los liderazgos, los cuales no eran instituciones permanentes,
sino que correspondían a diversos niveles de integración que se materializaban en
momentos específicos. Esta presencia de líderes militares y el hecho de que en algunos
100
lugares existía una incipiente e inestable jerarquía entre dichos líderes y los grupos que
ellos representaban, estaría mostrando la inestabilidad misma de las estructuras
sociopolíticas, así como la existencia de diferentes niveles de integración (Argüello
2004).
En el contexto de los niveles de organización social de los grupos humanos propuesto
por Service (1962) y seguido por múltiples autores hasta la actualidad, Argüello busca
identificar un momento de transición entre los tipos de sociedad (tribal, cacical, estatal,
etc.), identificando un posible cambio social, que se configura en momentos específicos
y particulares más o menos mostrados por fuentes etnohistóricas. En este contexto,
incluye un componente arqueológico en el cual sobresalen los análisis espaciales y el
estudio de los patrones de asentamiento, para buscar identificar posibles procesos de
integración, ya que las cambiantes relaciones sociales pueden ser observadas en una
perspectiva cronológica y espacial a partir del análisis de la distribución de los
artefactos (Argüello 2004).
Los resultados encontrados por Argüello se concentran en los alrededores de la
población de Tocaima, una de las zonas del territorio panche mejor documentada para el
momento de la conquista española y le permiten concluir que en este sector del territorio
prevalece la ocupación prehispánica preferencial de las zonas más fértiles durante toda
la secuencia ocupacional (la cual incluye tres periodos claramente diferenciados). Al
parecer no existen diferencias que evidencien algún tipo de distinción a nivel socio-
político en el primer periodo, pero a partir de éste, parte de la población, tiende a
concentrarse en por lo menos tres sectores ubicados en los mejores suelos para uso
agrícola. Finalmente durante el periodo tardío, una de las tres concentraciones
poblacionales se configura en el área nuclear, lo que lo lleva a interpretar que la
competencia entre estas facciones en contextos internos y externos impedía el definitivo
surgimiento de jerarquías de carácter regional y solo permitía la configuración de redes
de mediano tamaño, así como de liderazgos efímeros (Argüello 2004).
Son pocas las investigaciones que han abordado el tema de la organización sociopolítica
panche y la información presentada en las crónicas de los siglos XVI y XVII no
profundizan en la descripción de temas como este, por lo que cobra un especial interés
101
los aportes que se generan desde disciplinas como la arqueología. No obstante, según
las situaciones que enfrentaron los conquistadores españoles durante el siglo XVI y el
aporte de investigaciones arqueológicas como la de Argüello, podemos empezar a
concluir que los segmentos panches consistían en “pequeñas unidades políticas con
poder de movilización dirigido por jefes con liderazgo medianamente institucionalizado,
que mostraron la guerra como su mayor baluarte pero, debido a la inestabilidad
interna y al bajo grado de cohesión, fueron fácilmente segregados y aplastados por la
invasión española” (Argüello 2004: 95).
Otra investigación enfocada en el estudio de los panches es la de Martínez (2005), en la
que el autor presenta una copiosa compilación de datos acerca del pueblo panche y sus
diversos patrones culturales a manera de etnografía, buscando que el lector desarrolle
empatía por este pueblo que trágicamente fue satanizado y exterminado por los
conquistadores españoles. Siguiendo los mismos cronistas abordados por las principales
investigaciones en torno a la problemática panche (Aguado [1570], Castellanos [1601],
Simón [1627?] y Fernández Piedrahita [1668]), Martínez presenta a esta sociedad como
pacífica, (no poseedora de una tradición ancestral bélica), portadora de una fuerte
tradición espiritual, y con un altísimo grado de desarrollo artístico, así como una
sociedad que no desarrolló ningún comportamiento similar a los profusamente descritos
en las crónicas como el conflicto, la alteración del entorno y la tradición bélica ancestral.
Además de reforzar esta imagen de grupo indígena prístino y víctima de las crueldades
de la conquista, el autor rescata y refuerza algunas ideas expuestas anteriormente por
otras investigaciones (Bernal 1956, Cifuentes 2004, O’neil 1973), como la importancia
de Bituima como oráculo militar, la participación activa de las mujeres en el conflicto y
los límites del territorio panche (Martínez 2005).
Una parte específica de la investigación toma en cuenta datos procedentes del contexto
arqueológico (en especial de contextos funerarios y rituales), analizando vestigios de
cultura material recuperados del área del actual municipio de Armero - Guayabal. De
esta forma, analiza tumbas y complejos funerarios, así como el material cerámico
presente en las mismas (urnas funerarias) y enmarca los hallazgos dentro del llamado
“Horizonte de urnas funerarias del Magdalena”. Tras su comparación con el material
102
procedente de la zona de Honda, concluye que son las urnas funerarias procedentes de
esta última área las que presentan las más ricas y detalladas decoraciones de la región
(Martínez 2005), a la vez que coincide con otros autores abordados anteriormente en la
existencia de variaciones locales en cuanto a patrones estilísticos dentro de este
Horizonte extendido para las poblaciones karib del valle del río Magdalena.
Retomando el tema de la organización sociopolítica panche, otro de los pocos autores
que ha abordado dicha problemática es Rodríguez (2006), quien parte de una serie de
características culturales que se han dado por hecho para los panches desde el momento
mismo de la llegada de los españoles como son la presencia de un líder que accede el
poder por méritos adquiridos en la guerra, la patrilinealidad, la exogamia, la existencia
de un grupo de capitanes consejeros que asesoran a este líder y la presencia de una
organización política fuerte y estable que se manifestaría en la tenaz y prolongada
resistencia que ofrecieron a los españoles. La descripción de estos aspectos se encuentra
desde los documentos más tempranos de la conquista en el siglo XVI y se presentan
reiteradamente en las compilaciones más tardías del siglo XVII, lo que lleva a
Rodríguez a darles particular importancia a la hora de abordar la problemática de la
organización sociopolítica.
Rodríguez retoma las características culturales descritas en las crónicas mencionadas,
para cuestionar que el establecimiento del poder hubiese sido una institución alcanzada
por méritos propios o si por el contrario se trataba de una sociedad patrilineal en pleno
proceso de establecimiento del poder ejercido por una élite permanente. Así, por medio
de la evidencia arqueológica recolectada en Mesitas del Colegio (actual población en la
vertiente occidental de la Cordillera Oriental), buscó determinar la presencia de niveles
de desigualdad social mediante la comparación de las agrupaciones de los
asentamientos encontrados y por medio del análisis de los materiales arqueológicos
reportados en cada caso. Como resultado, se identificaron dos escenarios claramente
diferenciados, uno del Periodo Formativo y otro del Tardío; en el escenario temprano
(Periodo Herrera) encuentra una ausencia de elementos que permitan plantear la
presencia de jerarquías o algún indicio de centralidad en la toma de decisiones, así como
la autonomía en los procesos de producción, sugiriendo la ausencia de actores que
103
tuvieran poder más allá del alcance de las comunidades locales. Por el contrario, para el
Periodo Tardío (Siglo IX al XIV), encuentra que la población comienza a agregarse en
ciertas áreas del territorio, lo que lo lleva a pensar en un grupo social que se empieza a
diferenciar del resto de la comunidad (Rodríguez 2006).
La investigación de Rodríguez y la contrastación de la información presentada por las
crónicas con el registro arqueológico analizado, le permite concluir que la sociedad
panche descrita por los españoles durante el siglo XVI se encontraba en pleno proceso
de consolidación de una élite. Parecería ser que los segmentos panches presentaban una
organización sociopolítica que no trascendía de forma significativa los niveles de la
comunidad local, es decir que “…se trataba de comunidades que estaban más cercanas
a lo que se entiende como una sociedad tribal que hacia un cacicazgo” (Rodríguez
2006: 55).
Las conclusiones de estas investigaciones que han abordado el tema de la organización
sociopolítica panche nos han llevado a caracterizarla como un amplio grupo de
segmentos ocupando un espacio bien delimitado, donde en cada parcialidad o unidad
política se mantenía un liderazgo local que no estaba plenamente institucionalizado y
que estaba claramente determinado por situaciones puntuales de conflicto a nivel local.
Aunque estos segmentos parecían mantener un muy bajo grado de cohesión entre sí y en
términos generales no se registra la existencia de algún tipo de liderazgo por encima de
este nivel, parece ser que para el momento del contacto con los españoles se estaban
empezando a desarrollar procesos incipientes de consolidación de una élite (Argüello
2004, Rodríguez 2006).
Otras investigaciones arqueológicas que se han desarrollado en los límites del territorio
ocupado por los panches durante el siglo XVI y que han arrojado datos importantes
sobre los desarrollos alfareros locales, son las adelantadas por Salgado et al. (2006 y
2008), quienes han contextualizado sitios arqueológicos locales en diversos sectores del
valle medio del río Magdalena en los cuales se registra una filiación directa con el
Horizonte de Urnas Funerarias, pero con variaciones estilísticas locales, tal es el caso de
Espinal, un sector ubicado en el área de confluencia entre grupos pijaos y panches. En
104
este sector, el Museo Arqueológico de la Universidad del Tolima ha desarrollado un
proyecto arqueológico a lo largo del cual han adelantado una serie de investigaciones en
las cuales, combinando análisis de cerámica, restos óseos humanos y animales, material
lítico y orfebrería, buscan la reconstrucción de las ocupaciones prehispánicas en el valle
medio del río Magdalena (Salgado et al. 2006).
Las investigaciones de este grupo de trabajo han partido del entendimiento de cualquier
cultura como partícipe de una relación bilateral entre esta y el entorno en el que se
desarrolla, siendo a su vez producto y constructora de unas condiciones muy específicas
en las que el entorno se construye, entiende y habita por los humanos que lo interpretan.
En este contexto se ha desarrollado el estudio arqueológico de Espinal, centrándose en
los complejos funerarios (tumbas con abundantes restos humanos, ajuar funerario, y
vestigios fácilmente fechables en la escala cronológica regional) contextualizando los
sitios investigados en una periodización arqueológica que comprende solamente las
sociedades agroalfareras y que cubre un lapso temporal de al menos dos y medio
milenios de antigüedad (1000 A.C. hasta 1600 D.C.), planteando una secuencia cultural
formada por dos grandes conjuntos cronológicos: Periodo Temprano (X A.C. - VI o
VIII D.C.) y Periodo Tardío (VII o VIII a XV-XVI D.C.).
Para el periodo temprano, Salgado et al. encuentran que el material cerámico coincide
con el reportado en otras zonas del territorio panche y que se relaciona
indiscutiblemente con el estilo y tecnología típica del Periodo Formativo reportado para
la región del altiplano y conocido en la literatura como Periodo Herrera (resaltando la
presencia de ajuares funerarios compuestos por elementos cerámicos, piezas orfebres y
otros elementos ornamentales como cuentas de collar finamente elaboradas). Para el
Periodo Tardío, encuentran una coincidencia con el resto del valle medio del Magdalena,
región en que el periodo prehispánico tardío comprende las evidencias en cerámicas del
llamado Horizonte de Urnas Funerarias (u Horizonte Cerámico del Magdalena Medio).
Tanto esta investigación, como otras llevadas a cabo en la región (por ejemplo Castaño
y Dávila 1984, o Salas y Tapias 2000), encuentran que si bien durante el periodo tardío
los grupos humanos que habitaron el valle medio del Magdalena y sus alrededores
compartieron aspectos estilísticos y tecnológicos del llamado Horizonte de Urnas
105
Funerarias (en especial la implementación de las mismas en un contexto funerario que
incluyó entierros secundarios), se presentan “manifestaciones alfareras locales”
(Piazzini 2001). En esta área puntual estarían relacionadas tanto con presencia de
materiales cerámicos procedentes de la Cordillera Oriental y la cuenca del río Bogotá,
como con cerámica tardía del alto Magdalena y materiales propios de la vertiente
occidental de la Cordillera Central.
Esta diversidad estilística al interior de un mismo Horizonte Cerámico Regional permite
concluir la existencia de diversas relaciones culturales entre diferentes territorios, que se
consolidaron en el Periodo Tardío reflejando formas de interacción social que
permitieron la creación de redes de intercambio local y regional entre diversos grupos y
áreas culturales (Piazzini 2001, Salgado et al. 2006)
La anterior investigación se vio complementada por los resultados publicados por el
mismo equipo de trabajo en 2008, en el que las excavaciones realizadas en El Guamo
permitieron establecer una secuencia cultural de aproximadamente 2.000 años, a lo
largo de la cual se identificaron tres momentos ocupacionales claramente definidos y
asociados directamente con tres tipos cerámicos (Salgado et al. 2008). El sitio de El
Guamo se encuentra ligeramente por fuera del territorio ocupado por los panches en el
siglo XVI y parecería corresponder más al territorio ocupado por los pijao, no obstante,
hemos expuesto anteriormente que dichas fronteras territoriales correspondían espacios
permeables y móviles en el tiempo, lo que nos llevó a incluir los resultados de esta
investigación en el presente balance investigativo para la problemática arqueológica del
sector medio del valle del río Magdalena.
Los datos recolectados de evidencias cerámicas, tipos de asentamiento, tipología de
tumbas y metalurgia, llevan a los autores a concluir que durante el periodo tardío
(caracterizado por la presencia de cerámica del complejo Magdalena Inciso - s.VIII a
XII-) se presenta cierta homogeneidad estilística al interior del valle del Magdalena
tolimense y de la zona andina adyacente durante casi mil años, lo cual estaría reflejando
la presencia de una población estable, con un número creciente de habitantes y unidades
familiares, los cuales estaban establecidos en medio de hábitats de humedales y zonas
106
lacustres ribereñas, rodeadas de praderas abiertas y algunas áreas boscosas con arbustos
y matorrales, de los cuales obtenían el sustento (Salgado et al. 2006).
Los autores exponen una serie de cambios socioculturales, patrones de asentamiento,
aprovechamiento de recursos y patrones funerarios registrados a lo largo de las diversas
ocupaciones, algunos de los cuales se mantienen sin mayores cambios, mientras que
otros se ven profundamente alterados durante estos periodos. Un ejemplo de esto es el
caso de las estructuras funerarias, pues mientras que durante el periodo temprano se
encuentran ubicadas sobre el mismo nivel de terrazas donde se establecen las viviendas
(pero no dentro del sitio de habitación), para el periodo Clásico Regional cambia
totalmente, apareciendo el patrón de urnas funerarias típicas del valle del Magdalena,
ubicándose en las partes altas cercanas a los grandes ríos (Salgado et al. 2008).
Según los autores, el paso del Periodo Formativo al Clásico Regional (Periodo Tardío)
sería una ruptura o cambio cultural que se presenta en esta región, alrededor de los
siglos VIII a IX D.C., con el establecimiento de los grupos tardíos y la difusión por gran
parte del territorio de un estilo cerámico con características relativamente homogéneas
(denominado complejo Magdalena Inciso), pero claramente diferenciadas de las
anteriores. Este complejo Magdalena Inciso es el que se ha visto íntimamente
relacionado con el denominado “Complejo de Urnas Funerarias del Valle del
Magdalena” por autores como Reichel-Dolmatoff (1943), Hernández (1980), Castaño y
Dávila (1984), Salas y Tapias (2000).
Las investigaciones arqueológicas desarrolladas por Salgado et al. sintetizan los
planteamientos de investigaciones locales llevadas a cabo durante la segunda mitad del
siglo XX en diversos sectores del territorio ocupado por los panches en el siglo XVI,
corroborando la hipótesis expuestas por múltiples autores en las que se propone una
ocupación humana del territorio durante el Periodo Formativo asociada a un complejo
cerámico particular ampliamente extendido para el valle medio del río Magdalena y
para otras áreas geográficas como el altiplano cundiboyacense. Para el Periodo Tardío,
se encuentra una amplia ocupación de poblaciones karib, las cuales aunque compartían
la misma filiación lingüística, evidenciaron una amplia variabilidad cultural, lo cual fue
registrado durante el siglo XVI en los documentos escritos; este Periodo Tardío se
107
encuentra directamente vinculado con la práctica de entierros secundarios en vasijas
cerámicas, las cuales aunque presentan una amplia distribución territorial, presentan
variaciones locales a niveles estilísticos y decorativos.
En conclusión, las investigaciones en arqueología desarrolladas desde la segunda mitad
del siglo XX hasta la actualidad, retomaron los datos de las crónicas y por medio de la
interpretación de evidencias y contextos arqueológicos, establecieron una
caracterización general para los grupos prehispánicos que ocuparon el espacio descrito
como panche desde el siglo XVI. La evidencia arqueológica permitió en múltiples
aspectos reforzar los datos descritos en los documentos de la conquista, tal fue el caso
del territorio ocupado por los segmentos panches, la tradición bélica ancestral del grupo
y el patrón de asentamiento itinerante vinculado con las ofertas de recursos estacionales;
en otros casos, las investigaciones arqueológicas pudieron refutar algunas descripciones
de las crónicas que obedecían a los intereses particulares de los autores o al objetivo
moral de las mismas en el contexto colonial en el que fueron producidas. En un tercer
escenario, algunas investigaciones desarrolladas durante este periodo temporal
identificaron aspectos socioculturales descritos desde las crónicas como la antropofagia
y el conflicto constante, y los reinterpretaron sin negarlos de tajo, pero
contextualizándolos en un entorno sociocultural sustentado por la evidencia
arqueológica (Saldarriaga 2009, Rodríguez y Cifuentes 2004, Cifuentes 2004).
Los resultados de estas investigaciones nos permiten establecer una delimitación
territorial más acotada, dentro de la cual podemos identificar los principales territorios
ocupados por los segmentos panches para el siglo XVI; de la misma forma los vestigios
de cultura material registrados en diversos sectores del territorio han permitido
establecer una clasificación temporal y estilística asociada con los dos principales
periodos de ocupación agroalfarera (Periodo Formativo y Periodo Tardío), de los cuales
el Periodo Formativo presentaría una uniformidad morfofuncional y estilística, mientras
que durante el Periodo Tardío la alfarería se caracteriza por una serie de variaciones
estilísticas locales enmarcadas en el denominado Horizonte de Urnas Funerarias.
108
CAPÍTULO 4
VALLE DEL MAGDALENA: UN ESPACIO GEOGRÁFICO DIVERSO
4.1 El río Magdalena
La cercanía a la línea ecuatorial de la región tropical en la que se localiza nuestra zona
de estudio lleva a que las diferencias altitudinales propias de un relieve quebrado
permitan la existencia de diversos pisos térmicos, presentando áreas muy cercanas entre
sí con condiciones climáticas distintas y constantes a lo largo del año. Así, son las
formaciones geológicas de los Andes y de los valles intermontanos de los principales
ríos las que determinan las condiciones climáticas y los pisos térmicos, mas no el patrón
estacional anual.
Esta situación permite que una población humana asentada en los valles intermontanos
pueda acceder a los recursos propios de cada uno de estos diversos climas (tanto de
flora como de fauna) mediante desplazamientos a través de distancias relativamente
cortas, situación que es tan viable para las poblaciones humanas actuales como para las
que hubieran ocupado dichos espacios durante el pasado.
Abordando el contexto del río Magdalena, en el suroccidente del actual territorio
colombiano, en el llamado “Nudo de los Pastos”, la Cordillera de los Andes se divide en
tres ramales, los cuales se dirigen hacia el norte y nororiente, formando en sus valles
interiores las cuencas de los ríos Cauca (entre la cordillera Occidental y la Central) y
Magdalena (entre la cordillera Central y Oriental). Este último alcanza una longitud de
1540 kilómetros y su cuenca abarca 14 millones de hectáreas en territorio montañoso y
12 millones en terrenos planos y ondulados (Acevedo 1981), atravesando el país por su
occidente de sur a norte, conformando un valle que desemboca en el litoral del mar
Caribe en la actual ciudad de Barranquilla (ver Ilustración 3).
109
Ilustración 3. Río Magdalena y su posición en el actual territorio colombiano.
Para la parte central del valle del Magdalena la geografía quebrada del piedemonte
cordillerano ofrece una diversidad altitudinal que fluctúa entre los 500 y los 2400
m.s.n.m., lo que se traduce en la presencia de climas que van de cálido a templado,
favoreciendo la diversidad de recursos alimenticios en áreas muy cercanas entre sí. Este
clima es muy propicio para la proliferación de bosques, los cuales fueron abundante
fuente de recursos para las poblaciones prehispánicas, tanto de fauna para cacería,
obtención de madera, frutas y miel, así como espacios en donde se mantenían cultivos
(Rodríguez y Cifuentes 2004).
Como hemos mencionado anteriormente, para el siglo XVI la población panche se
encontraba asentada en el sector medio de este valle y diversas comunidades de este
grupo ocupaban las laderas del piedemonte cordillerano a ambas márgenes del mismo
entre los ríos Guarinó y Negro al norte y Coello y Fusagasugá al sur. No obstante, la
delimitación territorial mencionada por los cronistas durante el siglo XVI para los
segmentos asentados en la margen occidental del río (Cordillera Central) presenta
algunas falencias en cuanto a temas como la distribución geográfica y los límites de los
grupos prehispánicos que ocupaban dicho territorio.
110
Como se abordará en el Capítulo 5, los datos presentados por los cronistas para la
margen occidental del río Magdalena evidencian un contexto y unas características
diferentes a las de los datos registrados para la margen oriental. Una de las limitaciones
de la información existente para dicho sector consiste en que los primeros registros
escritos de poblaciones y territorios de las comunidades panches asentadas en la margen
occidental del río corresponden a un momento tan tardío como 1551, lo cual impide un
conocimiento de las condiciones originales de estos grupos para el momento inicial de
la conquista. Además, los datos presentados por los principales cronistas no profundizan
en la descripción del proceso de conquista de la zona, de los territorios ocupados por los
segmentos allí asentados, ni de las características socioculturales de los mismos, lo cual
repercute en una amplia ausencia de datos en variados aspectos.
De esta forma, el desarrollo de una investigación que parta de los documentos históricos
de los siglos XVI y XVII encuentra que es muy poco lo que se sabe realmente sobre los
segmentos panches, sus territorios y los procesos desarrollados durante las campañas de
conquista e invasión en la margen occidental del río Magdalena. Por el contrario, las
ricas descripciones de los territorios, límites y procesos de conquista desarrollados
durante la conquista para la margen oriental del río desde la primera incursión española
en 1537 se encuentran profusamente documentados por los cronistas españoles, así
como en los documentos administrativos y eclesiásticos de inicios de la colonia.
No obstante lo anterior, geográficamente es imposible desvincular el estudio de una y
otra margen del río, pues en un contexto medioambiental como el referido para esta
zona del valle medio del Magdalena, paisajes y climas mantienen entre sí una estrecha
relación. Las “zonas de vida” determinadas en el esquema de Holdrige (1947) se
presentan de manera equivalente en ambas vertientes del valle del río Magdalena a esta
altura, por lo que los piedemontes de las dos cordilleras en los márgenes referidos
presentan los mismos tipos de cobertura vegetal a los mismos niveles altitudinales, lo
cual a su vez se ve traducido en que se manifiesten pisos térmicos y diferencias
climáticas muy similares en niveles equiparables en ambas vertientes.
111
Ilustración 4. Sector medio del valle del río Magdalena ocupado por los panches en el siglo XVI.
Algunas investigaciones que han abordado los campos de la lingüística, la
bioantropología y la arqueología para el valle medio del río Magdalena (Rivet 1943,
Reichel-Dolmatoff 1943, Cuervo 1956, Triana 1970, Rodríguez y Cifuentes 2004) han
permitido determinar que el poblamiento panche hizo parte de la incursión karib que se
desarrolló al interior del territorio continental procedente de las Antillas a través de
sectores como el valle del río Magdalena durante los primeros siglos de nuestra era
(Díaz 2014, Piazzini 2001, Rodríguez y Cifuentes 2004, Salgado et al. 2006).
Investigaciones arqueológicas a nivel regional para el valle medio del río Magdalena
han permitido establecer que para el Periodo Tardío de la ocupación prehispánica
(siglos VIII a XVI D.C.) la zona se encontró ocupada por grupos karib que compartían
112
varios aspectos socioculturales pero que a su vez se encontraban habitando territorios
bien definidos con límites relativamente bien establecidos (Reichel-Dolmatoff 1943,
Castaño y Dávila 1984, Salas y Tapias 2000, Martínez 2005), de esta forma, las
primeras incursiones españolas en el área en el siglo XVI se encontraron frente a grupos
de la familia lingüística karib como panches, pantágoras, colimas, pijaos, muzos, etc. en
diversos sectores del valle.
Según los datos escritos más tempranos (Aguado [1570?], Fernández de Oviedo [1526]
1959, Castellanos [1601], Herrera [1601-1615], Fernández de Piedrahita [1668] y
Zamora [1668]), las campañas de exploración adelantadas por los españoles entre 1537
y 1552 registraron la presencia de segmentos panches ocupando el valle del río
Magdalena y el piedemonte a ambos lados del mismo en las cordilleras Oriental y
Central. Aunque los cronistas tempranos clasifican a todos los segmentos encontrados
dentro del territorio que hemos abordado como panches (ver Ilustración 1) y los
presentan como diferentes a los grupos indígenas que ocupaban las áreas externas a este
territorio, no parece haber un mismo tipo de relaciones entre dichos segmentos:
mientras que algunos mantenían relaciones de conflicto y “enemistad” para el siglo XVI,
otros desarrollan alianzas y coaliciones al enfrentar el proceso de invasión adelantado
por los españoles.
Sea cual fuera el tipo de relaciones sociopolíticas que se estaban desarrollando
puntualmente durante el siglo XVI y que registraron los españoles en sus crónicas, es
claro que los diversos segmentos mantenían relaciones de intercambio en distintos
puntos dentro del territorio que hemos abordado como panche (Bernal 1946, Díez 1982,
Martínez 2005), sin que la barrera física que podría representar el río Magdalena
impidiera las relaciones y el tránsito de uno a otro lado del mismo. De la misma forma,
múltiples investigadores han sugerido que el patrón de residencia panche implicaba
cierto grado de movilidad durante las épocas del año en que el río Magdalena
presentaba la “subienda”8, enfocado a la apropiación de la oferta de ciertos recursos
estacionales (Rojas 1975, Diez 1982, Rodríguez y Cifuentes 2004); estos
8 La subienda es un fenómeno migratorio en el cual varias especies de peces autóctonos del río
Magdalena, ascienden por el mismo desde las ciénagas localizadas en la parte baja de la cuenca hasta los
sectores altos de la misma y las corrientes tributarias, donde realizan sus actividades de apareamiento y
desove.
113
desplazamientos en torno a un área y recurso específico, como las actividades de pesca
concentradas en la zona de los raudales de Honda (en la que los rápidos impiden que
suban fácilmente los miles de peces que cada año cumplen su ciclo natural en las aguas
del Magdalena), habrían implicado el desplazamiento de segmentos panches hasta este
sector desde ambas vertientes del territorio, lo cual de una u otra manera habría
implicado relaciones inter segmentos de diverso tipo durante el acceso a dichos recursos.
4.2 Clima, paisaje y relieve del valle medio del Magdalena
La zona media del valle del río Magdalena comprende tanto las llanuras aluviales del
mismo, como la zona de piedemonte conformada por las vertientes de las dos cordilleras
entre las cuales transcurre (ver Ilustración 4 e Ilustración 6). Siguiendo a Rodríguez y
Cifuentes (2004) podemos clasificar la región en tres tipos de paisajes a esta altura del
río, los cuales presentan diferente geomorfología, altitud, clima y cobertura vegetal:
El primero de estos tres paisajes está constituido por planicies aluviales recientes,
remanentes de las grandes terrazas pliopleistocénicas; se encuentra aproximadamente
entre los 50 y 200 m.s.n.m. (es decir en el entorno inmediato del río en la parte de
menor altitud del valle), allí se encuentran planicies de sedimentación con suelos de
textura gruesa y ricas en nutrientes aptos para la agricultura. El relieve se caracteriza por
un entorno plano que conforma la actual llanura de inundación del río Magdalena;
generalmente se trata de una terraza baja con pendiente inferior al 3% que en algunos
sectores presenta dos niveles. Asociado a este paisaje también se pueden identificar
geoformas colinadas y remanentes a media ladera, que guardan una diferencia de
alturas variables entre 5 y 10 metros, y que generalmente se interpreta como la
“paleollanura de inundación del río Magdalena” (López 1999: 34).
El segundo tipo de paisaje corresponde a las colinas aledañas del Terciario Superior
(geológicamente conocido como Formación Honda) y se encuentra a continuación de
las planicies aluviales desde los 200 hasta los 600 m.s.n.m. Esta unidad se origina en los
ciclos de erosión y sedimentación desarrollados a partir del levantamiento de los Andes.
El basamento ígneo de la cuenca sedimentaria terciaria está modelado en una serie de
colinas, mientras que remanentes de los sedimentos terciarios conforman un relieve muy
114
disectado que cubre parcialmente los materiales ígneos. De esta forma, se encuentran
colinas altas y bajas y valles aluviales estrechos (López 1999: 34). En este paisaje la
vegetación achaparrada empieza a dar paso a los bosques de maderas duras y vegetación
de mayor tamaño, constituyéndose en un bosque denso rico en árboles frutales y con
alta presencia de fauna diversa asociada al mismo (Rodríguez y Cifuentes 2004).
Mientras que estos dos primeros tipos de paisaje se enmarcan en el clima cálido
propiamente dicho y geográficamente se ubican en el área adyacente al cauce del río
Magalena,el tercero presenta temperaturas más frescas y se enmarca más en el piso
térmico templado, correspondiendo a las partes altas cordilleranas que presentan
pendientes abruptas, o piedemonte cordillerano propiamente dicho. En este último
paisaje encontramos un entorno más variado, con presencia tanto de zonas planas como
de cordillera, con alturas que oscilan desde 600 hasta 2200 m.s.n.m. Es en este paisaje
donde encontramos las principales cuencas de los tributarios del río Magdalena.
Esta primera aproximación al sector medio del valle del río Magdalena nos permite
establecer una diferenciación fisiográfica entre las tierras altas cordilleranas
(piedemonte cordillerano) y la parte de menor altitud alrededor del cauce del río
(planicie aluvial reciente y colinas aledañas del Terciario Superior): mientras que en la
parte alta de las cuencas de los afluentes se registra un alto nivel de precipitación que
llega a valores superiores a los 1600 mm anuales, en la parte baja la precipitación
desciende hasta los 1000 mm anuales. Igualmente la temperatura también presenta
valores contrastantes, pues mientras en la parte alta oscila alrededor de los 190 C
(enmarcándose en el clima templado), en las partes bajas supera los 240 C
(caracterizándose como clima cálido).
Esta diferencia en temperatura y altitud lleva a que la cobertura vegetal al interior de
estos tres tipos de paisaje también sea diferente. Así, tenemos un tipo de vegetación
xerofítica, más arbustiva y espinosa para los dos primeros tipos de paisaje (bs-T),
mientras que en el piedemonte cordillerano encontramos las zonas de vida de bosque
húmedo premontano (bh-P) y bosque húmedo montano bajo (bh-MB). Siguiendo el
sistema de zonas de vida propuesto por Holdridge (1947), el cual clasifica las diferentes
áreas terrestres según su comportamiento global bioclimático, encontramos que para
115
esta zona del valle medio del río Magdalena y para los pisos climáticos anteriormente
referidos, los tipos de cobertura vegetal también se encuentran muy bien diferenciados:
El Bosque seco Tropical (bs-T) está definido como una formación vegetal que presenta
una cobertura boscosa continua y que se distribuye entre los 0-1000 metros de altitud;
presenta temperaturas superiores a los 240 C (piso térmico cálido) y precipitaciones
entre los 700 y 2000 mm anuales, con uno o dos periodos marcados de sequía al año
(Espinal 1985, Murphy & Lugo 1986, IAVH 1997), encontrando vegetación muy verde
y exuberante durante la época de lluvias, mientras que adquiere un aspecto muy seco en
los meses de sequía.
Por encima de los 1000 m.s.n.m. el tipo de bosque cambia dando paso al bosque andino,
que suele dividirse en tres subtipos (Van der Hammen 1992), de los cuales encontramos
el subtipo de bosque subandino por encima del bs-T, caracterizado por un clima más
templado y coberturas arbóreas más densas. Según Rudas et al. (2007: 37), este es el
tipo de bosque que encontraríamos en la vertiente occidental de la cordillera Oriental
entre 1050 y 2400 m.s.n.m., con climas húmedos, muy húmedos y pluviales, que en
condiciones de no intervención favorecen el establecimiento de coberturas boscosas
densas y de porte alto (Rodríguez et al. 2006). Para esta región geográfica, dentro del
bosque subandino encontramos las zonas de vida de bosque húmedo premontano (bh-P)
y bosque húmedo montano bajo (bh-MB), caracterizadas por una temperatura media
anual de 120 C a 240 C y una precipitación promedio de 1000 a 2000 mm anuales.
El relieve también refleja las diferencias entre estos dos tipos de paisaje, pues la parte
alta de la vertiente presenta un sistema quebrado en el que sobresalen las montañas con
cimas estrechas y laderas abruptas con frecuentes afloramientos rocosos, reflejando un
paisaje de laderas de montaña con influencia coluvial en el cual es frecuente identificar
varios niveles de terrazas ubicados sobre algunas laderas próximas a afluentes como el
río Bogotá, así como algunas de mesetas de superficie inclinada. Este relieve ha
propiciado una red hidrográfica reducida en la que por lo general el lecho de sus
corrientes es profundo, formando valles en “V” y ríos con valles estrechos (Peña 1991:
20). Por el contrario, para la parte baja de estas cuencas, en cercanías al río Magdalena,
el paisaje es menos complejo, conformado principalmente por un amplio valle, limitado
116
por sistemas montañosos. En este sector las cuencas de los afluentes del Magdalena
pierden velocidad y profundidad, dando la apariencia de cursos más apacibles,
rodeados por suaves colinas cuyas alturas oscilan entre los 200 y los 400 m.s.n.m.
(Peña 1991: 19).
Fotografía 1. Paisaje y cobertura vegetal típicos del bosque subandino (bh-P y bh-MB), de la
vertiente occidental de la cordillera Oriental.
117
Fotografía 2. Paisaje y cobertura vegetal típicos del bosque seco tropical (bs-T) en las planicies
aluviales del río Magdalena.
En la Fotografía 1 y Fotografía 2 podemos apreciar la diferencia entre los dos tipos de
cobertura vegetal para los dos tipos de paisaje referidos anteriormente. Aunque ambas
fotografías fueron tomadas en la misma época del año, se aprecian las condiciones secas
y la vegetación arbustiva y xerofítica para el paisaje de planicies aluviales (ver
Fotografía 2) en contraste con la densa vegetación boscosa del paisaje más húmedo del
piedemonte cordillerano (verFotografía 1). Este es un claro ejemplo de como a
diferentes niveles altitudinales varían condiciones medioambientales como la humedad,
la temperatura y la cobertura vegetal.
En conclusión, podemos decir que para el sector del valle medio del río Magdalena en el
cual se encontraban asentadas los segmentos panches para el siglo XVI, encontramos
dos grandes unidades paisajísticas diferentes: la primera en las tierras bajas alrededor de
la misma ribera del río Magdalena con un clima cálido, bajos niveles de precipitación,
cobertura vegetal de bosque seco y un relieve ondulado a plano. Por el contrario, el
piedemonte cordillerano se caracteriza por presentar temperaturas más bajas a lo largo
118
del año, un relieve mucho más quebrado y mayores niveles de precipitación, lo que
genera una vegetación más densa típica de bosque húmedo tropical.
Estas unidades geomorfológicas y paisajísticas las encontramos de igual manera en
ambas márgenes del río Magdalena, no obstante y teniendo en cuenta que la presente
investigación se centra en el análisis de la margen oriental por las razones expuestas en
capítulos anteriores, la información geográfica que a continuación desarrollamos está
haciendo referencia solamente a esta vertiente (ver Ilustración 5).
Ilustración 5. Territorio cultural ocupado por los panches de la banda oriental del río Magdalena
(en el cual el mismo se presenta como límite natural en el extremo occidental del mismo).
Así, concentrándonos en la margen oriental del Magdalena, encontramos que la llanura
aluvial se presenta a lo largo de un eje sur-norte en cercanías del curso actual del río y
119
se extiende un poco más en dirección oriental hacia la parte sur del territorio ocupado
por los panches en esta banda del río; en cuanto al piedemonte cordillerano, este se
extiende también en un eje sur-norte en el extremo occidental del territorio panche y
presenta una ampliación en la parte norte (ver Ilustración 6).
Ilustración 6. Espacio fisio-geográfico ocupado por los panches en el siglo XVI enmarcado en el
relieve general presente en la zona de estudio (discriminando zonas altitudinales y clima). Los tonos
más oscuros corresponden a espacios con mayor elevación altitudinal y por consiguiente con
menores temperaturas a lo largo del año.
De esta manera, encontramos que aunque la parte oriental de este sector del territorio
corresponde obviamente a las zonas más montañosas y la occidental a las más bajas y
planas, también podemos acotar que el norte de dicha área corresponde a un espacio
más montañoso, mientras que en la parte sur encontramos una mayor cantidad de tierras
bajas, lo cual se puede percibir con mayor claridad al contextualizar la ubicación y
límites aproximados del territorio ocupado por los panches para el siglo XVI en el
relieve registrado para el valle medio del Magdalena.
120
Como mencionamos brevemente en el Capítulo 3, la delimitación territorial que
seguimos en la presente investigación ha partido de las descripciones de Fernández de
Piedrahita, el cual es el cronista que presenta la más rica descripción en cuanto a este
tema. Aunque autores recientes como Carranza 1934, Herrera 1972, O´neil 1973, Diez
1982, Rozo 1989, Cifuentes 2004, comparten la postura de Fernández Piedrahita, no se
ha llegado a un consenso en cuanto a la delimitación territorial de los panches para el
sector occidental del territorio.
En resumen, todas estas investigaciones que toman como base de partida las fuentes
escritas por los españoles al momento del contacto refieren que los grupos panches
encontrados en el siglo XVI se encontraban ocupando un territorio que incluía la
vertiente media del río Magdalena, incluyendo tanto las tierras bajas de las riberas del
río, como las laderas del piedemonte cordillerano a ambas márgenes del mismo.
En cuanto a las diferencias de opinión con respecto a los límites occidentales de los
panches, autores como O´neil 1973 y otros (Carranza 1934, Herrera 1972, Diez 1982,
Rozo 1989, Cifuentes 2004) dan por hecho la presencia de grupos panches tanto en la
Cordillera Oriental como en la Central aunque sin especificar la extensión de tal
ocupación. Otros autores que abordan más puntualmente el tema de la delimitación
territorial, como Arango, afirman que “del lado occidental del río Magdalena, el
territorio panche debió alcanzar partes de la vertiente oriental de la cordillera central
pero hasta poca altura, pues las montañas se hallaban ocupadas por otros grupos”
(Arango 1974: 25); en contraparte, Rodríguez y Cifuentes extienden los límites
occidentales hasta las tierras altas de la cordillera Central, donde limitarían con grupos
que ocupaban los alrededores del Nevado del Ruiz (2004: 14).
Autores como Martínez (2005) incluso han llegado a sugerir la existencia de una
frontera entre panches y pijaos en algún lugar entre las actuales poblaciones de Ibagué y
Cajamarca, estando esta última en territorio ancestral pijao y la primera en tierras
ocupadas por los panches. Por el contrario, otras investigaciones que sólo han tenido en
cuenta las descripciones de Fernández de Oviedo, han dado por hecho que el límite
occidental panche coincidía con el río Magdalena (Bernal 1946, Hincapié 1952).
121
Además de la lectura de las crónicas, un análisis toponímico como el presentado por el
Instituto Geográfico Agustín Codazzi - IGAC (1995) permite visualizar una constante
en el nombre de los poblados y accidentes geográficos que encontraron los españoles
dentro de dicho territorio, los cuales muy frecuentemente presentan una terminación en
“aima”. Este hecho ha sido señalado anteriormente por autores como Carlos Cuervo,
quien afirma que "Las tribus caribes del alto magdalena introdujeron a esta región el
vocablo {ima}, originario de la Guayana, usándolo profusamente en los nombres de
casi todos sus pueblos, principalmente entre los panches, los pijaos, los coyaimas y los
natagaimas" (Cuervo 1956: 233).
Las descripciones registradas por los cronistas que hacen referencia al territorio panche
se han visto reforzadas por otros análisis además del toponímico; tal es el caso del
enfoque etnolingüístico abordado por Paul Rivet en su investigación de 1943 en la que
establece una serie de elementos que puede rastrear en la cultura material (como las
representaciones de deformaciones corporales y la implementación de urnas funerarias)
y que estarían directamente vinculadas con los grupos de la familia lingüística karib,
para exponer que las áreas donde se encuentran dichos elementos correspondieron en
algún momento a territorios ocupados por diversos grupos Caribes. De igual manera, al
analizar el territorio ocupado por los panches, encuentra una asociación directa con las
terminaciones de los nombres de poblados y ríos citados por los cronistas, lo que le
permite hacer una delimitación del territorio que coincide con el reportado por las
crónicas.
En conclusión, podemos decir que las investigaciones que han incluido el análisis de
restos de cultura material, toponimia y una lectura más global de las fuentes escritas de
la conquista, coinciden en establecer que el territorio panche se extendía a ambos lados
del Magdalena, aunque no hay claridad sobre los límites del mismo del lado oriental del
río. Según esta reconstrucción territorial, los panches limitaban por el norte con otros
grupos karib como palenques y pantágoras en el río Gaurinó y con los colimas en el Río
Negro (también de filiación karib); al oriente y suroriente con grupos de filiación
lingüística chibcha como los muiscas, que tenían sus límites en el río Bogotá o Patí y en
algunas poblaciones como Subia, Tibacuy, Ciénaga y Tena; el límite sur del lado
occidental del Magdalena lo determinaba el río Coello (límite con los pijaos, también
122
karib), mientras que del lado oriental lo marcaba el río Panche (también llamado
Chocho o Fusagasugá) que los separaba de los sutagaos (grupos de filiación chibcha);
finalmente, del lado occidental del territorio aún existen dudas sobre este límite entre
panches y pijaos (ver Ilustración 1), pues no se encuentran datos claros en las crónicas
(Carranza 1934, Rivet 1943, O’neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Rozo 1989,
Rodríguez y Cifuentes 2004, Cifuentes 2004). Es importante mencionar que esta
delimitación se ha establecido con un objetivo práctico de acotar la ocupación panche
para el siglo XVI, pero no la podemos asumir como una frontera impermeable y rígida,
sin presencia de relaciones interculturales y físicas de parte de los grupos humanos que
ocupaban territorios a uno y otro lado de la misma.
En conclusión, es claro que el valle medio del Magdalena se encontraba habitado por
diversos pueblos de la misma familia karib, tales como pijaos, panches y pantágoras,
ocupando espacios contiguos, algunos de los cuales compartían aspectos socioculturales
muy estrechos como la lengua (Rivet 1943). Todos estos grupos mantenían relaciones
de diverso tipo entre sí (algunos como panches y colimas mantenían una situación de
constante conflicto, mientras que otros como panches y pijaos parecían mantener una
relación más pacífica en la que los nexos se limitaban al intercambio de diversos
productos), lo que ha hecho difícil la delimitación de algunas áreas del territorio.
Teniendo en cuenta lo anterior, a lo largo de la presente investigación tomaremos como
el territorio ocupado por los panches en el siglo XVI el presentado en la Ilustración 1,
dejando en claro que al interior del mismo los españoles encontraron diversos
segmentos ocupando espacios diferenciados.
4.3. Clima y paisaje registrado al momento del contacto
En la actualidad, la colonización campesina y los procesos agrícolas han repercutido en
gran medida en la cobertura vegetal del valle del río Magdalena, generando una gran
pérdida de los bosques originales y dando lugar a campos de cultivo y extensas áreas de
pastura para ganadería. No obstante, parece ser que para el momento de la llegada de los
españoles al territorio ocupado por las poblaciones indígenas, los bosques cubrían gran
parte del territorio ocupado por los panches en diversos niveles del valle medio del
123
Magdalena (especialmente en la unida paisajística de piedemonte cordillerano, pues en
las tierras bajas y las llanuras aluviales la sequedad del terreno se constituía en una
limitante a lo largo de amplios sectores para la proliferación de coberturas boscosas
diferentes a la vegetación xerofítica típica del bs-T).
Rodríguez y Cifuentes (2004) entre otros, han expuesto como tras el proceso de
invasión y conquista, los españoles impusieron una economía extractiva que determinó
la sobreexplotación de recursos típicos de estos bosques como la madera y la fauna
asociada a los mismos. Lo anterior, aunado a la dedicación de amplias extensiones de
tierra a la ganadería de bovinos y ovinos a partir del siglo XVII implicó la drástica
reducción de la producción de recursos de estas áreas boscosas. Parece ser que la caza
excesiva y el deterioro de los hábitats específicos de la fauna asociada a estos bosques
conllevó a un déficit alimenticio paras las poblaciones prehispánicas, que habían
desarrollado desde tiempos ancestrales una forma de extracción de recursos que
mantenía el equilibrio de sostenibilidad con dichos ecosistemas (Rodríguez y Cifuentes
2004, Martínez 2005).
Los relatos de los cronistas presentan el territorio habitado por los segmentos panches
como un espacio muy rico en recursos asociados a la multitud de bosques presentes en
dicho espacio biogeográfico; obras como la de Fernández de Oviedo [1526] 1959,
Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601] 1955 y Fernández Piedrahita [1668] 1942, al
realizar las descripciones de los espacios habitados por los panches y las características
de los mismos, los presentan como áreas con una gran abundancia de frutas y cultivos
de diversos productos vegetales. De esta forma, podemos percibir que una de las
mayores riquezas para las poblaciones panches fue la diversidad y abundancia de frutas
que podían extraer y/o cultivar de las plantas típicas de su entorno.
Aunque esta depredación de las coberturas boscosas y el exterminio de especies de
fauna local fue un proceso que se inició desde el mismo momento del establecimiento
de las poblaciones españolas en los territorios indígenas, fue una situación constante que
se siguió desarrollando en la zona durante la colonia. No obstante, las condiciones
climáticas que se registran en la actualidad parecen haber sido las mismas que
determinaban el entorno de las poblaciones humanas asentadas en los dos tipos de
124
paisaje descritos arriba para el momento del contacto, por ejemplo para la zona baja de
Tocaima, Patiño presenta un descripción tomada en 1544, en donde se describe el clima
para un área del suave valle del río Patí cerca de su desembocadura en el Magdalena:
La ciudad fue fundada en las riberas del río Patí en un pequeño llano dentro de
un valle, rodeado de altas montañas donde el suelo del pueblo era muy seco,
sano y el cielo alegre y claro […] El temple calidísimo excepto en las noches y
las mañanas frescas, no se cambiaba en todo el año (Patiño 1983: 45-46).
En fragmentos como el anterior podemos apreciar que las condiciones de clima cálido
registradas en la actualidad para las tierras bajas, parecen haber sido muy similares a las
existentes en el siglo XVI. Por el contrario, las tierras altas del piedemonte cordillerano
son descritas por los cronistas como sierras montuosas de relieve abrupto en las que
abundaban los bosques húmedos, lo que hacía difícil su exploración y tránsito
(Fernández de Oviedo [1526] 1959, [1570?] 1956, Fernández Piedrahita [1668] 1942,
Zamora, [1668] 1945). Igualmente, se describen especies vegetales como aguacates
(Persea americana), guayabas (Psidium guajava) y guamas (Inga edulis), las cuales
generalmente abundan en la actualidad en tierras de climas templados del piedemonte
cordillerano.
En términos generales, podemos aseverar que la ubicación geográfica y paisajística de
los territorios ocupados por los diversos segmentos panches, le permitía al grupo en
conjunto acceder a una amplia variedad de recursos asociados a las condiciones
climáticas de cada piso térmico. Sin entrar a discutir los procesos socioculturales que
pudieron determinar el acceso de cada uno de los segmentos a los diversos recursos de
la zona, ni las posibles relaciones de intercambio, distribución, redistribución y
limitación en cuanto al acceso a los recursos, podemos aseverar que el territorio
ocupado por los panches en el siglo XVI correspondía a un mosaico de pisos térmicos
en el cual existía una amplia variedad de recursos, lo cual representó una gran ventaja
para las poblaciones humanas que controlaran y accedieran a dichos recursos con
respecto a otras poblaciones y/o grupos étnicos, cuyos territorios incluían una menor
cantidad y variedad de pisos térmicos.
125
Según las descripciones presentadas por los cronistas, parece ser que la abundancia y
variedad de recursos vegetales constituían uno de los principales renglones en la
economía de los segmentos panches, lo que se traducía en que este fuera uno de los
recursos más valorados por las poblaciones prehispánicas de la región. El proceso de
conquista y posterior establecimiento de las poblaciones españolas en los territorios
ancestrales indígenas implicó la imposición de una economía extractiva y depredadora
que disminuyó en gran medida la abundancia de productos vegetales que se obtenían de
los bosques descritos para el siglo XVI; esta situación aunada a las campañas de tala y
quema adelantadas por los españoles a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI
durante el proceso de exterminio de diversos segmentos panches, así como el
despoblamiento local que se generó tras los procesos de repartimiento y encomienda
implementados desde el inicio de la colonia, determinaron en gran medida la
disminución de los campos de cultivo y por ende la producción agrícola registrada para
la zona por los primeros cronistas.
126
CAPÍTULO 5
PROCESO HISTÓRICO DEL TERRITORIO PANCHE.
CONTACTO, CONQUISTA E INCLUSIÓN AL NUEVO RÉGIMEN COLONIAL
Como hemos venido mencionando hasta este punto, el proceso de exploración,
conquista e inclusión del territorio panche y la población humana que se encontraba
habitándolo para el siglo XVI, ha quedado ricamente descrito en los documentos
escritos por los cronistas y compiladores españoles de los siglos XVI y XVII. En varios
de los autores referidos jugó un papel primordial la descripción del proceso de conquista,
allí la retórica colonial implementada en la época parece haber dado especial
importancia a describir en detalle el proceso de dominación de un grupo altamente
conflictivo y problemático para los expedicionarios españoles. De esta manera, los
documentos abordados aquí aportan abundante información sobre las estrategias y
respuestas de resistencia de parte de diferentes segmentos panches ante la conquista e
invasión europea. Por el contrario, parece ser que este afán de parte de los cronistas por
justificar las acciones adelantadas por los ejércitos españoles y describir las acciones
heroicas enfocadas a apaciguar a los panches, restó importancia a la descripción de otras
prácticas socioculturales más alejadas del proceso de resistencia tales como la ideología,
la organización sociopolítica, la cotidianidad, el idioma, etc.
De esta forma, en las crónicas abordadas encontramos una gran falencia en cuanto a
ciertos aspectos de la estructura social de los panches como el acceso al liderazgo, el
mantenimiento o la institucionalidad de estos liderazgos y las relaciones sociopolíticas
entre diversos segmentos. No obstante, al hacer una lectura detallada del proceso de
conquista y en especial del tipo de respuestas desarrolladas por diversos segmentos
panches en diferentes sectores del territorio, los documentos referidos aportan
información importante sobre distintas formas de resistencia ante la invasión, así como
estrategias y respuestas sociopolíticas que parecen haber sido igualmente diferentes.
127
Las descripciones de los cronistas en las que se relatan las campañas de conquista y
exterminio del pueblo panche exponen una clara situación de dominación desarrollada
entre 1541 y la primera década del siglo XVII. A lo largo de este proceso, las primeras
campañas de dominación y control del territorio panche se iniciaron en 1541 tras un
corto periodo de exploración a partir de 1537. El control y ocupación efectivos del
territorio panche se empezó a registrar a partir de 1544, con el establecimiento de un
enclave español desde el cual desarrollar el proceso de conquista en Tocaima, seguido
por el establecimiento de otras dos poblaciones al interior del territorio panche pero en
el margen occidental del río Magdalena como fueron Ibagué en 1550 y Mariquita en
1552 (Aguado [1570?] 1956 Libro V, Capítulo I, Simón [1627?] 1981 Sexta Noticia,
Capítulo XVIII).
Aunque los españoles establecieron enclaves poblacionales desde los cuales coordinar el
proceso de conquista desde épocas tempranas (1544, 1550 y 1552) y centros de
adoctrinamiento religioso en 1556 y 1566, ciertas comunidades panches continuaron
desarrollando un proceso de resistencia a varios niveles durante la segunda mitad del
siglo XVI9. Mientras que en los alrededores de la población de Tocaima, los segmentos
panches que ocupaban la parte sur del territorio comprendido al margen oriental del río
Magdalena experimentaron un rápido ingreso al régimen colonial entre 1543 y 1544 sin
desarrollar mayores procesos de resistencia activa, para la parte norte de este mismo
sector del territorio, los segmentos asentados en las tierras altas montañosas continuaron
desarrollando fuertes procesos de resistencia armada desde las primeras campañas de
exploración en 1538 hasta la última década del siglo XVI. De manera diferente, los
procesos de resistencia indígena registrados para la margen occidental del río
Magdalena por los segmentos panches encontrados por los españoles en dicho territorio
en 1550 fueron rápidamente sofocados, permitiendo el establecimiento de enclaves
poblacionales en dicho territorio entre 1551 y 1552.
Los procesos y campañas de conquista y exploración experimentados de manera puntual
por los segmentos panches asentados en cada sector del territorio se exponen en detalle
9 Investigadores como Gamboa han reforzado esta hipótesis, exponiendo que ni el proceso de conquista
de sociedades como la panche se dio durante los primeros años de la incursión europea, ni que la
asignación de encomiendas o el establecimiento de poblaciones españolas en alguno sector del territorio
son indicadores confiables del final del proceso de conquista (Gamboa 2013: 213-214).
128
en el Capítulo 6, no obstante, en este punto podemos dejar en claro que al interior del
territorio panche se experimentaron diversas respuestas ante la incursión española, lo
cual a su vez generó distintos desenlaces del proceso de conquista del grupo en general.
Los españoles identificaron que los segmentos panches se encontraban regidos bajo el
control de líderes locales, los cuales se describen en las crónicas con claridad pues tanto
los segmentos como los líderes de cada uno de ellos compartían el mismo nombre. No
obstante, ninguna de las crónicas hace mención a las formas de acceso o mantenimiento
de estos liderazgos locales, por lo que partiendo de la lectura de los documentos de los
siglos XVI y XVII no ha sido posible esclarecer el tipo de organización social que
presentaban los panches para el momento del contacto; tampoco se presentan
descripciones de las instituciones sociopolíticas dentro de estos segmentos, ni las
relaciones jerárquicas que pudieran existir entre los mismos.
Aunque los distintos segmentos asentados en diversos sectores del territorio ocupado
por los panches en el siglo XVI desarrollaron respuestas ante el proceso de invasión y
conquista igualmente diferentes, en términos generales el resultado fue el mismo para
todo el grupo: la extinción física de la etnia y sus instituciones socioculturales en el
lapso temporal comprendido entre 1537 y la primera década del siglo XVII (aunque en
la mayoría de los sectores se dio en un periodo de tiempo mucho más corto). De esta
forma, es claro que el proceso de esclavitud, exterminio físico y desarticulación de la
sociedad panche llevó a que esta se encontrara totalmente fragmentada y prácticamente
extinta para los inicios del siglo XVII, sin que se encuentren mayores referencias en los
documentos escritos a partir de la primera década de 1600.
5.1 Exploración y primeros contactos con los “panches”
Tras establecer algunos asentamientos en cercanías de la Sierra Nevada de Santa Marta
(1525 a 1535), desde los cuales se lideraría en los años siguientes la conquista de los
pueblos más ricos y poderosos de la costa colombiana -principalmente grupos tairona- y
se crearía una serie de asentamientos estables desde los cuales ejercer el control
político-militar (Reichel-Dolmatoff 1951), los españoles optaron por tomar el río
Magdalena como principal vía de acceso para explorar el interior de este nuevo país que
129
se empezó a conocer con el nombre de Nuevo Reino de Granada (actual territorio de
Colombia, Ilustración 7).
En este proceso de exploración y conquista, siguiendo el curso del río Magdalena10,
ingresaron al interior del continente y en esta ruta, tuvieron noticias de un pueblo en las
tierras altas del Altiplano, “tan rico en oro, que su cacique se bañaba en él” (Jiménez
1962), lo que encaminó su objetivo hacia este sector del territorio. Tras asentarse en la
región central del altiplano cundiboyacense (en donde establecieron alianzas con los
grupos muiscas locales), desplegaron desde allí una serie de campañas militares y de
exploración hacia diversos puntos, de acuerdo a los intereses particulares y posibles
recursos que ofreciera cada región.
A su llegada al altiplano, los españoles encontraron que los muiscas mantenían
relaciones socioculturales de diversos tipos con los grupos vecinos que ocupaban otros
territorios, principalmente de intercambio (Langebaek 1987). No obstante, las relaciones
interétnicas con los grupos que ocupaban el valle del río Magdalena (entre estos los
panches) parecían estar caracterizadas por un constante enfrentamiento bélico, el cual se
veía materializado principalmente en las áreas de frontera, donde los muiscas
establecieron guarniciones militares como puntos de defensa ante eventuales invasiones
(Fernández de Oviedo [1535], Aguado [1570?]).
10 El “Río Grande de la Magdalena” fue llamado así por Rodrigo de Bastidas a su desembarco en la
desembocadura del mismo el 1 de abril de 1501 en honor a María Magdalena (a la usanza de la época).
Los grupos prehispánicos que habitaban en sus riberas le dieron diferentes nombres a lo largo de sus 1540
kilómetros de longitud, encontrándose en los documentos de la conquista denominaciones como Karacalí
en su parte baja y Guacahayo o Guacacayo en su parte media y alta (Castaño 2003, Acevedo 1981).
130
Ilustración 7. Nuevo Reino de Granada en 1630 (mapa de Willem JanszBlaeu 1630).
Tras su asentamiento en Bacatá (la capital sur de los muiscas), el adelantado Gonzalo
Jiménez de Quesada en 1537 dio la orden al capitán Juan de Céspedes de explorar
nuevas tierras en los alrededores del altiplano. En esta primera incursión al territorio de
los panches, guías muiscas conducen a los españoles hasta Tibacuy, último punto de
defensa en la frontera muisca con estos. A partir de este sitio las tropas se internaron en
territorios del líder local Conchima, donde esperaba un ejército conformado por
guerreros de las poblaciones panches vecinas: anapoimas, calandaimas, colimas,
tocaremas, coyaimas y guataquíes (Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601] 1955,
Fernández Piedrahita [1668] 1942).
De esta forma, el primer contacto entre panches y españoles se registró en 1537 durante
el proceso de exploración de parte de estos últimos hacia el valle medio del río
Magdalena. Este momento inició el proceso de conquista e inclusión de la población
panche y sus territorios bajo el dominio de la corona española. Las incursiones de los
europeos propiciaron el desarrollo de diversos procesos de resistencia entre los
segmentos panches, la mayoría de los cuales respondieron de manera activa,
131
registrándose abundantes y fuertes enfrentamientos armados, los cuales impidieron un
control y/o libre penetración en el territorio indígena hasta al menos 1544, fecha en que
se logra el establecimiento del primer enclave español en tierras panches (sin que con
ello se lograra el control total de los segmentos que ocupaban diferentes sectores dentro
del territorio panche).
Siguiendo las descripciones de Aguado [1570?] 1956, Simón [1627?] 1981 y Fernández
Piedrahita [1668] 1942, podemos establecer una reconstrucción de las principales rutas
seguidas por las diversas campañas adelantadas por los españoles durante el siglo XVI
para explorar el territorio ocupado por los panches (Ver Ilustración 8):
132
Ilustración 8. Principales campañas de exploración del territorio panche adelantadas por los
españoles entre 1537 y 1550.
5.2 Exploración del territorio panche (1537 – 1544)
Tras las primeras confrontaciones en 1537, los soldados españoles demostraron su
superioridad bélica a la vez que comprobaron la fuerte resistencia de los ejércitos
panches y el carácter aguerrido de los defensores de estas tierras, por lo que las tropas
133
de Céspedes decidieron que el contingente de esta expedición era ínfimo para hacerse
cargo de una campaña de dominación de dicho territorio. Por esta razón volvieron a
Bacatá a dar parte de la fortaleza de los ejércitos indígenas y a preparar mayores fuerzas
militares para futuras incursiones (Castellanos [1601] 1955, Simón [1627?] 1981). A
partir de este momento se da una serie de campañas de exploración del territorio
enmarcadas en un fuerte contexto militar de parte de los conquistadores.
Ese mismo año, las tropas de Jiménez de Quesada incursionan por las tierras de
Tocarema al territorio panche, provistas de una abundante caballería y aliados con un
numeroso ejército de muiscas. En ese mismo territorio montuoso de Tocarema se dio
lugar una de las batallas más grandes y decisivas entre panches y españoles, en la cual el
ejército indígena constituido por guerreros de diferentes segmentos fue vencido y
obligado a rendirse (Fernández Piedrahita [1668] 1942, Libro V, Capítulo VII). Tras la
derrota, los panches enviaron a cuatro de sus líderes más notables a entregar las armas
ante los conquistadores y hacer un acuerdo de paz que se selló, a la usanza indígena, con
el pago de un tributo de frutas (cuya abundancia era considerada por los indígenas como
una de sus mayores riquezas), ante lo cual Jiménez de Quesada aceptó los regalos e hizo
que los panches rindieran sus armas ante ellos y los muiscas, dando por asumida la
derrota ante los conquistadores (Fernández de Oviedo [1535] 1959, Castellanos [1601]
1955).
Pese a haberse rendido, al año siguiente (1538) de esta primera victoria española,
algunos pueblos panches (ambalemas, sasaimas, anapoimas, y guataquíes entre otros),
se aliaron bajo el mando de Bituima (líder de un segmento referido con el mismo
nombre, ubicada al norte del territorio panche, el cual adquiriría más renombre e
importancia en campañas militares posteriores) y pasando por las tierras de los
tocaremas y calandaimas, invadieron las poblaciones muiscas de Tibacuy, Subia, Tena,
Zipacón y Bojacá. Para este momento Jiménez de Quesada había partido a Cartagena,
dejando al mando de las tropas españolas a su hermano Hernán Pérez de Quesada, así
que este último debió contener la situación.
Las descripciones más ricas sobre esta campaña militar las aporta Fernández Piedrahita,
quien asegura que Pérez de Quesada atacó a los panches con un contingente de
134
doscientos hombres de infantería, treinta de caballería y cuatro mil guerreros muiscas
([1668] Libro 8. Capítulo 4). También describe que el ejército panche se refugió en las
tierras montañosas donde tenía su asentamiento Bituima, desde donde resistieron
recurrentes confrontaciones con el ejército español – muisca; por su parte, estos últimos
recorrieron la provincia de los panches en una campaña de exterminio de la población
local, implementando a su paso la táctica de arrasamiento de poblados y campos de
cultivo, mientras que buscaban llegar a las tierras de Tena y Tibacuy (lugares donde
tenían mayor conocimiento del terreno y encontrarían poblaciones aliadas de muiscas).
Según Fernández Piedrahita, a lo largo de esta campaña las más fuertes batallas se
dieron en el sector norte del territorio panche (el área más montañosa del mismo), en
donde se había asentado el ejército panche aliado bajo el mando de Bituima. Dado que
los panches ya se habían enfrentado desventajosamente a la caballería europea y
empezaban a adquirir experiencia en este tipo de situaciones, optaron por atrincherarse
en sierras altas de difícil acceso, desde donde pudieron ejercer la defensa de forma más
efectiva, evitando las ventajas que representaba la caballería de los españoles en terreno
abierto. Como resultado, los panches lograron resistir el ataque de los conquistadores,
mientras que estos últimos debieron limitar su campaña al arrasamiento de tierras y
ejecución de indígenas aislados que encontraron a su paso mientras volvían a las tierras
seguras del altiplano. En conclusión, en esta campaña Pérez de Quesada recorrió la
provincia de los panches, saliendo victorioso en todas las incursiones que realizó, pero
sin lograr la sujeción de estas tierras ni una victoria contundente sobre el ejército panche
(Fernández Piedrahita [1668] 1942).
No existen reportes de otros intentos de incursión al territorio panche ni de
enfrentamientos armados entre estos y españoles hasta el año de 1543, cuando el
gobernador del Nuevo Reino de Granada, don Alonso Luis de Lugo, tuvo noticias de la
existencia de minas de oro al occidente del río Magdalena, en territorio controlado por
segmentos panches asentados en la banda occidental del río. Ese mismo año comisionó
al capitán Hernán Venégas Carrillo para incursionar en territorio de los panches y
pantágoras y verificar la existencia de tal información, a la vez que le fue encomendada
la misión de guerrear a cuanto grupo de panches se cruzara en su camino. En esta
campaña de nuevo incursionaron en la parte norte del territorio panche, en cercanías a la
135
población de Síquima, donde los indígenas se hallaban aliados bajo el mando de
Bituima y ofrecieron fuerte resistencia armada, con el objetivo de debilitar la resistencia
que se había registrado anteriormente en 1538. Aunque cronistas como Fernández
Piedrahita y Aguado no describen en detalle las batallas de esta campaña, limitándose a
mencionar los resultados de la misma, la descripción más tardía de Simón [1627?] se
preocupa por exacerbar el carácter bélico y “salvaje” del ejército panche, a la vez que
calcula su número en veinte mil guerreros, lo cual es un mero cálculo especulativo
permeado por la visión subjetiva del autor y los intereses políticos y morales del mismo
a la hora de exponer una versión de los hechos acorde a la retórica colonial que hemos
referido anteriormente.
Tras una corta incursión en las tierras de la banda occidental del río Magdalena
buscando identificar la localización de las minas de oro referidas por informantes
indígenas, Venégas marchó de vuelta hacia el altiplano y a su regreso fundó la
población de Tocaima (abril de 1544) en las tierras bajas del territorio panche, con el
objetivo de tener un enclave español desde el cual dirigir la conquista de las tierras
panches y asegurar el acceso a las minas de oro recién descubiertas (Aguado [1570?]
1956 Libro V, Capítulo I, Simón [1627?] 1981 –tomo III-, Fernández Piedrahita [1668]
1942 Libro X Capítulo IV).
En cronistas como Fernández Piedrahita y Aguado no encontramos referencia a esta
incursión, por lo que las descripciones más ricas de esta primera incursión española a la
margen occidental del río Magdalena las aporta Simón en su sexta noticia historial,
exponiendo que el capitán Venégas logró identificar las referidas minas de oro, las
cuales se localizaban en dicho sector del territorio panche (al otro lado del río
Magdalena) en un área inexplorada hasta ese momento (1543). Aunque las
descripciones de Simón exponen la ocupación de este sector del territorio por otros
segmentos panches diferentes a los conocidos por los españoles en la margen oriental
del río, no se hace referencia explícita al proceso de conquista ni a las características del
contacto entre estos y los españoles para este primer momento de la conquista (Simón
[1627?] 1981 Sexta Noticia Historial. Capítulo XXXVII).
136
Simón deja muy en claro que estos territorios también se encontraban ocupados por
segmentos panches, que aunque no eran los mismos que los registrados del lado oriental
del río, si hacían parte del mismo grupo étnico. También expone que esta banda del río
(al igual que la oriental) se encontraba habitada por variados segmentos independientes:
De manera que estas dos ciudades Ibagué y Mariquita se poblaron en los
términos y sobras de la ciudad de Tocaima que por otro nombre llamaron de los
panches a quien le dieron en sus primeros comienzos por términos toda la tierra
que poblaban los indios de este nombre, aunque era dilatadísima por una banda
y otra del rio Grande y dentro de sí comprendía muchas y varias provincias,
debajo de este nombre de panches. (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia, Capítulo
XXXVII: 54).
Tras el “descubrimiento” de estas minas de oro, no encontramos más referencias a los
territorios de esta margen occidental del río Magdalena, ni a los segmentos panches que
los ocupaban, ni a las relaciones que se pudieron haber llegado a desarrollar entre
indígenas y españoles hasta el año de 1550, cuando aparece en las obras de Simón y
Aguado la referencia a las primeras incursiones de conquista propiamente dicha de parte
de los europeos.
Retomando la campaña de exploración de Venégas (1543-1544), tras la primera
incursión al margen occidental del río Magdalena y haber establecido la primera
población hispana en territorio panche (Tocaima), el ejército español retornó al altiplano
sin adelantar otras actividades de exploración ni conquista, tomando la misma ruta
anterior, con el objetivo de intentar un nuevo ataque a los panches que seguían
ocupando su posición en las tierras altas y montañosas del norte del territorio en las que
se encontraban antes. Simón describe detalladamente los pormenores de estas
confrontaciones armadas en las que los españoles de nuevo se encuentran ante fuertes
adversarios que impiden la dominación y control de estas tierras, pero no hace ninguna
mención al desenlace de estos combates, sin quedar clara la situación de los panches de
estas tierras altas con posterioridad a los mismos (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia).
137
En resumen, de la lectura de estas campañas de exploración entre 1537 y 1544 hemos
podido extraer que la ocupación panche incluía territorios a ambos lados del río
Magdalena, lo que nos lleva a concluir que diversos segmentos ocupaban espacios sobre
la cordillera central en la banda occidental del río, de la misma manera que otros lo
hacían en la margen oriental del río sobre la cordillera Oriental (ver Ilustración 8).
Aunque las descripciones de los cronistas presentan un consenso en cuanto a los límites
y los territorios ocupados por los panches para el siglo XVI en la margen oriental del río,
no presentan mayor información sobre las áreas ocupadas por los segmentos asentados
del otro costado (Aguado [1570?] 1956, Fernández Piedrahita [1668] 1942, Zamora
[1668] 1945, Simón [1627?] 1981); de hecho, ninguna crónica presenta información
sobre este territorio para antes de 1550, pues como hemos mencionado anteriormente,
tras la fugaz campaña de exploración de Venégas Carrillo en 1543, tan sólo hasta 1549
se dio autorización oficial a conquistadores españoles para que incursionaran y
adelantaran labores de conquista y fundación de enclaves españoles en la banda
occidental del río Magdalena (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia, Capítulo XXXVII;
Aguado [1570?] 1956, Libro VIII, Capítulo I).
En cuanto a los documentos escritos de la segunda mitad del siglo XVI en adelante, el
territorio ocupado por los panches se menciona bajo el título de dos grandes provincias.
De un lado, los segmentos y territorios de la banda occidental del Magdalena, las cuales
empezaron a ser administradas desde las ciudades de Ibagué, Mariquita y Honda; esta
provincia se conoció como la Provincia del Lado Occidental y aparece en los
documentos como dependiente de las tres poblaciones españolas referidas. Del lado
oriental tenemos la “Provincia de Tocaima”, bajo la cual se administraron todos los
segmentos panches asentados en la banda oriental del río Magdalena, desde el río
Coello al sur hasta el Río Negro al norte (Martínez 2005).
En la Ilustración 9 podemos apreciar cual sería la distribución político-administrativa
que se dio a partir del siglo XVI por los españoles para el territorio ancestral ocupado
por los panches al momento de la conquista. Podemos apreciar claramente que el eje
divisorio de las dos provincias fue el curso del río Magdalena:
138
Ilustración 9. Territorio ocupado por los panches en el siglo XVI y las divisiones político-
administrativas asignadas por los españoles en torno a las poblaciones de Tocaima (margen oriental)
y Honda, Mariquita e Ibagué (margen occidental).
De esta forma, al igual que anteriores investigadores que han abordado la problemática
territorial panche e intentado definir los límites territoriales para la ocupación
prehispánica (Carranza 1934, Rivet 1943, O’neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Rozo
1989, Rodríguez y Cifuentes 2004, Cifuentes 2004, Díaz 2014), encontramos que no
existen datos claros que nos permitan establecer una ubicación espacial precisa de los
segmentos asentados en el sector occidental del territorio panche en sí, ni de los límites
territoriales con otros grupos étnicos para antes de 1550. Por el contrario para la
provincia de Tocaima, su jurisdicción se encuentra muy bien delimitada y abarcaba
desde el mismo río Magdalena en la parte baja, ascendiendo por la vertiente occidental
de la Cordillera Oriental hasta limitar con las tierras frías del altiplano. De esta forma,
esta clasificación sociopolítica de inicios de la colonia incluyó un espacio diverso con
139
tierras altas cordilleranas (piedemonte cordillerano) y tierras bajas alrededor del cauce
del río (planicie aluvial reciente y colinas aledañas del Terciario Superior).
5.3 Fundación del primer enclave español en territorio panche e inicio del proceso de conquista de los diversos segmentos
Como abordaremos a lo largo del presente apartado, al iniciar el proceso de
repartimientos y concentraciones poblacionales, la mayoría de las facciones o
segmentos indígenas ingresó al régimen colonial convirtiéndose en los “pueblos de
indios” establecidos por los españoles. El patrón de asentamiento disperso típico de las
sociedades indígenas fue reemplazado por el patrón nucleado en el que fue más fácil el
control y ejercicio del poder sobre la población. “La administración de estos
repartimientos se ejercía por varios Regidores y dos Alcaldes, nombrados entre los
incondicionales del adelantado o gobernador de la provincia, que tenía por superior
inmediato, en asuntos de justicia, a la Real Audiencia, que a su vez, se subordinaba al
supremo Consejo de Indias” (Bernal 1946: 69).
Para la margen oriental del río Magdalena, la fundación de la población de Tocaima en
1544 representó para los españoles la ventaja de contar con un asentamiento al interior
del mismo territorio panche, desde el cual desarrollar varios procesos asociados a la
conquista de esta zona y sus pobladores: Uno, liderar las campañas de exploración y
conquista de las tierras referidas para el margen occidental del río Magdalena; Dos,
adelantar las campañas militares contra los segmentos que continuaban desarrollando
procesos de resistencia armada al interior del territorio indígena (en el costado oriental
del río Magdalena); Tres, establecer enclaves religiosos como conventos y claustros
desde los cuales iniciar el proceso de evangelización de la población indígena
recientemente incluida al régimen colonial.
En cuanto a las descripciones de lo acontecido durante la fundación de Tocaima, los
documentos de Zamora y Aguado presentan la mayor riqueza de datos acerca de las
características de los pobladores de esta región; ambos coinciden en que parece haber
una diferencia entre este segmento y otros registrados por los españoles hasta el
140
momento: Según Zamora el “cacique” de esta zona (refiriéndose a Guacana) era el más
poderoso de la provincia de los panches y el que mayor número de vasallos tenía a su
mando (Zamora [1668] 1945: Libro Segundo. Capítulo XIX); según Aguado, a
diferencia de lo registrado entre los otros grupos panches con los cuales tuvieron
contacto los españoles, estos guacanaes o guacanas portaban objetos y adornos de oro,
lo cual a la visión del cronista sería reflejo de una mayor riqueza económica con
respecto a otros segmentos panches (Aguado [1570?] 1956 Libro V, Capítulo I).
El proceso de conquista y colonización de estas tierras de Tocaima y sus alrededores se
encuentra ricamente descrito en las obras de Aguado y Simón, quienes coinciden en que
al llegar Venégas a este territorio habitado por los guacana o guacanaima, se encargó a
Yáñez Tafur la exploración de los alrededores, sin que se encontrara mayor resistencia
de los indígenas locales (al contrario de lo experimentado con los grupos de las tierras
altas durante las campañas adelantadas desde 1537). Según Aguado, tras el obsequio de
regalos y discursos de paz, los indígenas optaron por servir a los españoles en vez de
mostrar alguna resistencia:
[…] dándoles algunas cosas de rescates de España, como eran bonetes,
cuchillos y cuentas, que no fue poca parte para que viniesen a servidumbre
como vinieron de su propia voluntad y sin fuerza de armas; porque
considerando los bárbaros el daño que de los nuestros habían recibido, y que no
era menor el que les estaba aparejado si con obstinación tardaban en dar la paz
a los españoles, acordaron de hacer de voluntad lo que entendían habían de
hacer por fuerza; y así, otro día por la mañana, tomando de las cosas de comer
que en sus casas tenían, se fueron al real de los españoles a darles las gracias
por el beneficio de les haber soltado y enviado a sus parientes y amigos, y a se
les ofrecer a servidumbre para todo lo que les quisiesen mandar (Aguado
[1570?] 1956 Libro V, Capítulo I).
De fragmentos como el anterior, se puede percibir que los segmentos panches asentados
en el territorio de guacana no presentaron mayores procesos de resistencia ante la
incursión española en su territorio, por el contrario, propiciaron la permanencia de los
conquistadores en este sector del territorio suministrándoles distintos tipos de recursos
141
así como poniéndose a su servicio, lo que determinó que en este espacio se estableciera
el enclave buscado por Venégas.
Aguado menciona además, que el establecimiento de esta relación pacífica entre
panches de guacana y españoles se veía reflejada a diario en los regalos y tributos que
estos últimos recibían de los primeros (especialmente en alimentos); esta percepción de
los indígenas locales lleva a que las descripciones de estos en crónicas como la de
Aguado, sean opuestas a las referidas a segmentos panches de otros sectores del
territorio, oponiendo conceptos como “barbarie” y “salvajismo” a “nobleza” y
“generosidad”:
Esta gente Panche son de tan noble condición que no tienen cosa suya que no la
comuniquen y den con maravillosa liberalidad a cualquiera persona, aunque
sean sus enemigos, salvo si actualmente están en la guerra contra ellos; y así
demás de por ser ellos naturalmente inclinados a esta generosidad, por los
beneficios que el día antes habían recibido de los nuestros, les traían mucha
comida (Aguado [1570?] 1956 Libro V, Capítulo I).
En los anteriores fragmentos de la obra de Aguado se puede apreciar que la retórica
literaria con la cual se describe a estas poblaciones de guacana dista mucho del canon
“salvaje y bárbaro” implementado para estigmatizar a los segmentos descritos con
anterioridad a 1544, los cuales se encontraban asentados en otros sectores del territorio
panche explorado hasta dicha fecha. De esta forma, la lectura de obras como la de
Aguado lleva al lector a concluir que la respuesta cultural de segmentos como el de
guacana difiere de manera contrastante con la exhibida y desarrollada por otros
confrontados anteriormente.
Al parecer, no eran los guacanas los únicos grupos panches que desarrollaron este tipo
de respuesta apacible y “amable” ante los conquistadores. Venégas en su búsqueda por
conquistar las zonas adyacentes a su nuevo enclave, encargó a sus capitanes explorar los
alrededores de este sector del territorio panche, intentando atraer por la paz a otros
segmentos como el de los jáquimas y otaimas. De esta forma, aunque en un primer
momento estos grupos mostraron hostilidad verbal, se obtuvo una rápida “paz” sin
142
mayor esfuerzo con la mayoría de estos segmentos de esta zona de las tierras bajas de la
provincia de los panches (Aguado [1570?] 1956 Libro V, Capítulo I).
Aguado y Simón exponen de manera muy explícita que este tipo de respuesta “dócil” y
poco hostil de parte de las poblaciones prehispánicas de la zona favoreció el
establecimiento de alianzas entre los segmentos panches asentados en este sector del
territorio y los conquistadores españoles durante la campaña de 1544. Al parecer, al
contrario de los registros reportados para las tierras altas luego de la primera incursión
de los españoles en 1537 y 1538 (tras lo cual los segmentos indígenas continuaron
desarrollando un comportamiento beligerante caracterizado por la resistencia activa y
directa ante las posteriores campañas de exploración e invasión), los pactos de paz
establecidos con las poblaciones de esta parte baja del sur del territorio en 1544 se
mantuvieron sin mayores sublevaciones desde este momento en adelante (Aguado
[1570?] 1956, Fernández Piedrahita [1668] 1942, Simón [1627?] 1981).
Estas alianzas se dieron con líderes locales como Lachimí, Lutaima, Conchaima y
Guacana durante 1544; aunque ese mismo año se registró la sublevación de parte de
Lachimí, su apaciguamiento por parte de Venégas recibió un importante apoyo militar
de la alianza con Guacana especialmente en la batalla del 27 de junio de ese año, lo que
dejó muy bien demostrada la lealtad de este último rendía al ejército español
(Castellanos [1601] 1955, Simón [1627?] 1981).
La alianza entre españoles y guacanas (así como entre españoles y otros segmentos
panches) dio lugar a la formación de un ejército conjunto, con el cual se dirigieron
campañas de conquista y exterminio a otros segmentos asentados en los alrededores de
guacanaima, que resultaban peligrosos para los recién establecidos españoles y que a su
vez parecían mantener enemistades con los mismos guacanas. De esta forma, se libraron
batallas contra los lachimíes, lutaimas, calandaimas, anapoimas e iqueimas en las cuales
tras sangrientos enfrentamientos, siempre salió victorioso el ejército español – guacana,
logrando el control de los alrededores de la zona de Tocaima. Como resultado de esto,
para 1544 se dio parte oficial al adelantado don Alonso Luis de Lugo de la fundación de
Tocaima y de la conquista y pacificación de los líderes locales y sus vasallos a la corona
española.
143
Es importante mencionar que este informe dirigido a Luís de Lugo no presuponía el
control de la totalidad de los territorios y poblaciones panches por el ejército español. Se
había establecido el primer asentamiento europeo al interior de la llamada “provincia de
los panches” (Provincia de Tocaima), desde el cual se adelantarían campañas de
exploración hacia la otra banda del río Magdalena y de conquista a los segmentos que
continuaban presentando resistencia armada en la parte norte y nororiental del territorio
panche en la banda oriental del río.
La fundación de Tocaima implicó el establecimiento de una primera población española
al interior del territorio panche. Aunque como hemos visto, algunos segmentos se
aliaron a los invasores, muchos otros continuarían desarrollando procesos de resistencia
activa durante la segunda mitad del siglo XVI (en especial los asentados en el sector
norte y nororiental de esta parte del territorio). De esta forma, el establecimiento de un
enclave español en este sector sur del territorio oriental, representó la posibilidad de
coordinar y dirigir más fácilmente campañas de apaciguamiento, enfocadas a la
dominación de estos segmentos que continuaban representando una amenaza para el
control del área, pero no implicó un control total del territorio ni de la totalidad de las
poblaciones panches. Al contrario, lo que se empieza a vislumbrar a partir de este
momento es una diferencia entre el sector sur de esta parte del territorio panche, en el
cual se encuentra el enclave español y los segmentos indígenas bajo el control europeo,
y el sector norte, donde se encuentran los segmentos que continúan desarrollando una
resistencia armada y activa a la incursión española (Aguado [1570?] 1956, Fernández
Piedrahita [1668] 1942, Simón [1627?] 1981).
En términos generales, los segmentos del sector sur del territorio panche fueron
incluidos rápidamente bajo el control de los españoles, los cuales aprovecharon el
establecimiento de alianzas con algunos líderes locales para acelerar el control de esta
área. Este no fue el caso del sector oriental y nororiental del territorio, donde los
segmentos indígenas mantuvieron un fuerte proceso de resistencia activa caracterizado
por un constante enfrentamiento armado que se mantuvo hasta finales del siglo XVI o
incluso hasta la primera década del siglo XVII (Simón [1627?] 1981, Fernández
Piedrahita [1668] 1942).
144
5.4 Procesos de resistencia ante la conquista en los sectores norte y nororiental del territorio
Concentrándonos en la banda oriental del territorio ocupado por los panches para el
siglo XVI, en la parte más montañosa del mismo, en los sectores norte y nororiental, los
españoles encontraron que los segmentos indígenas no demostraron sumisión ante las
primeras incursiones, por el contrario parece que se organizó un contingente militar para
rechazar y defender todas y cada una de las campañas de exploración armada que se
adelantaron durante la segunda mitad del siglo XVI. Así, los cronistas registran un
fuerte proceso de resistencia armada caracterizada por constantes y recurrentes batallas,
aunque no se describe una victoria contundente del ejército español con la que se
obtuviera un control definitivo de esta parte del territorio (Simón [1627?] 1981,
Fernández Piedrahita [1668] 1942, Castellanos [1601] 1955).
Como hemos expuesto anteriormente, los segmentos panches asentados en las tierras
altas del norte y nororiente del territorio desarrollaron un fuerte proceso de resistencia
armada ante la invasión española, el cual impidió el establecimiento de enclaves
españoles en esta parte del territorio durante los primeros años de la conquista. De la
misma manera, fue un factor determinante para que las constantes campañas de
exploración y conquista adelantadas por los europeos entre 1537 y la década de 1550 no
obtuvieran el resultado esperado por estos últimos, lo que se tradujo en que el control de
estas poblaciones y territorios se dio en un momento posterior al registrado para otros
sectores del territorio panche.
Aunque varios cronistas describen en detalle las batallas que se libraron entre españoles
e indígenas en este sector del territorio durante la segunda mitad del siglo XVI (Aguado
[1570?] 1956, Simón [1627?] 1981, Fernández Piedrahita [1668] 1942, Castellanos
[1601] 1955), ninguno de los autores presenta o describe una batalla decisiva en la cual
la victoria española habría supuesto la derrota de los ejércitos panches; por el contrario
se describen continuos enfrentamientos en los que sin darse victoria de uno u otro bando,
la resistencia panche prevalece, evitando que territorios y poblaciones caigan bajo el
control de los europeos (1537 a 1589). De esta forma, nos encontramos frente a un
145
estado de incertidumbre en cuanto al momento y las condiciones en que se venció la
resistencia indígena y se obtuvo el control definitivo de la zona.
Aunque no contamos con un dato claro que nos indique el momento histórico en que se
dio el control español y derrota de estos procesos de resistencia armada, podemos tener
en cuenta datos como los aportados por investigaciones como la de Gómez, que
presentan un balance de las fundaciones de los principales centros poblados españoles
en territorios que estuvieron ocupados por los panches para el siglo XVI, los cuales
generalmente correspondían a los espacios habitados anteriormente por los segmentos
que mantenían una relación toponímica con los mismos (Gómez 2003). Sin entrar a
discutir la correspondencia exacta entre la posición geográfica de las poblaciones
españolas fundadas entre los siglos XVI y XVII, y los asentamientos de las poblaciones
descritas en las crónicas, sí podemos atrevernos a decir que las fechas de estos
establecimientos españoles debieron haber sido posteriores al control de los territorios
indígenas; en otras palabras, sólo hasta que los ejércitos españoles lograron someter los
procesos de resistencia activa tan ricamente descritos por los cronistas, pudieron haber
logrado un control de los territorios y las poblaciones tal, que les permitiera la
fundación de dichos centros poblados.
De acuerdo a lo anterior, teniendo en cuenta las fechas de las fundaciones encontradas
por Gómez para este sector norte del territorio panche (Guaduas en 1614, Honda en
1643, Quebradanegra en 1694, Chaguaní y Sasaima en 1770 y Nocaima en 1794),
podemos concluir que el proceso de resistencia indígena determinó que el control del
territorio por parte de los españoles en este sector se diera en un momento muy posterior
al registrado para otras áreas del territorio panche. Sin cuestionar qué tan inmediatas
fueron las fundaciones de poblaciones españolas tras el sometimiento de los procesos de
resistencia indígena, dado que en el intermedio pudieron haberse desarrollado procesos
de exterminio físico y cultural, al igual que estados de arrasamiento y abandono y
reocupación de los espacios locales, podemos extraer que el proceso de resistencia
armada indígena demoró al menos hasta el inicio de siglo XVII el establecimiento de
poblaciones españolas en este sector norte y nororiental del territorio.
146
A partir de 1556 el régimen colonial en búsqueda de un mejor control y sometimiento
de la población indígena, implementó la institución conocida como “encomienda”,
mediante la cual se asignaba a doctrineros y “encomenderos”, grandes extensiones de
tierra y poblaciones humanas por jurisdicción, lo que les permitía un control territorial y
físico de los segmentos locales (Bernal 1946). Los encomenderos de estas agregaciones
de poblaciones indígenas también tenían el deber de garantizar el adoctrinamiento de las
mismas, por lo que muchos de los poblados recién fundados se concentraron en torno a
una parroquia o doctrina, lo cual dio origen a muchas de las poblaciones existentes en la
actualidad y que han mantenido en su nombre el legado de los segmentos indígenas de
los que se conformaron y/o el territorio al que pertenecieron. Es importante dejar claro
aquí que la institución de la encomienda se aplicó a todo el territorio panche (así como a
otros territorios y poblaciones indígenas a lo largo y ancho del continente) por lo que
alteró las estructuras sociales, políticas, poblacionales y familiares de todos los
segmentos panches en todos los sectores del territorio anteriormente mencionados.
De esta forma, dado que no contamos con datos puntuales en las crónicas que describan
la forma en que se incluyó a la población panche de estos segmentos al régimen colonial
de finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, es necesario echar mano de datos
administrativos que nos permitan formular una aproximación a este proceso. La
distribución de tierras indígenas se vio acompañada por el establecimiento de conventos,
desde los cuales se dirigían las misiones de adoctrinamiento a los naturales,
desarrollando de manera paralela la obra de control político, social y religioso. Aunque
en el caso de Tocaima se contaba con un convento dominicano establecido casi desde el
momento mismo de la fundación de la ciudad (1544), fue sólo hasta 1566, bajo el
vicariato de Fray Francisco Venegas, que se autorizó la fundación de otros conventos y
doctrinas en esta provincia, tal es el caso del Convento de Tocarema, desde el cual se
administró la evangelización de los indígenas asentados en las tierras altas del territorio
panche durante la segunda mitad del siglo XVI (Bernal 1946).
De esta forma, la información eclesiástica para la zona expone que con el
establecimiento del primer convento de la orden franciscana en la zona (Convento de
San Vicente de Tocarema) se administró y dirigió la campaña evangelizadora a las
poblaciones indígenas del sector norte del territorio panche:
147
Para el de Tocarema y fundador de su convento, nombró el Padre Vicario
General al Padre Fr. Lope de Acuña, uno de los primeros conquistadores de la
nación de los panches. Fundó el convento con el título de San Vicente de
Tocarema y se le asignaron con sus doctrineros los pueblos de Ciénaga, Zúnuba,
Tena, Anolaima, Paima, Matima, Vituima, Zíquima y Manoa. Todos tenían sus
caciques con innumerables indios panches poblados por aquellas serranias…
(Zamora [1668] 1945: Vol 2: 180).
El establecimiento de estas instituciones religiosas y la documentación en torno a las
mismas aporta valiosa información sobre el proceso experimentado por la población
indígena durante este momento de la conquista. Por ejemplo, la descripción de un
cronista vinculado profundamente con el ejercicio religioso como Zamora, expone
claramente que para este año de 1566 la población indígena aún parece ser abundante en
los segmentos asentados en la zona. Aunque Zamora centra su descripción en el
componente religioso de la conquista, se percibe que para este momento la población
indígena aún mantiene ciertas estructuras sociales como la dependencia de un líder local
y la pertenencia a los segmentos descritos desde las primeras campañas de exploración.
Otros datos como los recopilados por Bernal para el área puntual de las poblaciones de
Síquima, Bituima y Manoá exponen que para 1606 se registra uno de los últimos
procesos de ataque indígena a los asentamientos españoles de la zona: Según Bernal,
Manoá fue un importante caserío durante la primera mitad del siglo XVII por el
desarrollo del mismo como punto de intercambio y mercadeo de productos; los registros
de la colonia le permitieron al autor rastrear uno de los últimos ataques al mismo, en el
cual los indígenas de los alrededores incendiaron la población en 1606 (Bernal 1946).
Datos como los anteriores nos permiten concluir que el proceso de conquista en la parte
alta de los sectores norte y nororiental del territorio panche estuvo mediado por un
fuerte proceso de resistencia activa y armada indígena ante las campañas de exploración
y conquista adelantadas por los españoles a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI.
Esta situación determinó que tras las primeras incursiones en esta parte del territorio
indígena desde 1537, no se lograra el establecimiento de instituciones españolas de
ningún tipo hasta 1556, año en que se establece el primer centro de adoctrinamiento
148
religioso y momento para el cual aún se mantienen diversas instituciones y estructuras
indígenas.
Desde la misma década de 1550, se empezaron a analizar diversas rutas por las cuales
podría trazarse un camino que conectara a Santa Fé (Bogotá) con el río Magdalena,
comunicando las tierras altas del Nuevo Reino de Granada con el río, pues este
constituía la única vía de comunicación y transporte desde el interior del país hacia el
océano y de ahí a Europa. Este camino real se diseñó cruzando el norte del territorio
panche hasta la ciudad de Honda y para su construcción se implementaron inicialmente
indígenas de las encomiendas de Bojacá y Facatativá (poblaciones muiscas del
altiplano). Se cuenta con registros de que la construcción de este camino, así como sus
trabajadores, fueron frecuentemente asediados por las hostilidades de segmentos
panches de los alrededores (Bernal 1946: 70), lo que es un claro indicador de la
resistencia que aún presentaban los segmentos asentados en este sector del territorio
para la década de los cincuenta y que para este momento no existía aún un control total
del territorio panche.
Aunque los procesos de resistencia se siguen registrando durante la segunda mitad del
siglo XVI, el último de que tenemos registro se da en 1606, lo cual es un claro indicador
que para esta fecha aún se conserva algún acervo de las instituciones sociales indígenas
que permitían dar continuidad al proceso de resistencia activa evidenciado durante la
segunda mitad del siglo XVI. Estos procesos desaparecen para inicios del siglo XVII, lo
que nos lleva a suponer que para dicho momento las consecuencias acarreadas por el
proceso de conquista habían desestructurado totalmente a los segmentos panches de la
zona.
5.5 Conquista de la margen occidental del río Magdalena
En cuanto a la conquista del sector occidental del territorio panche (del otro lado del río
Magdalena), las primeras incursiones militares no se dieron hasta la década de 1550,
cuando se comisionó al capitán Andrés López de Galarza para establecer una población
española en este sector del territorio (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia, Capítulo
XXXVII). Como se mencionó anteriormente, los registros escritos no reportan ninguna
149
campaña de exploración de dicho sector del territorio entre 1543 y 1550, por lo que los
datos con que contamos en cuanto a la población indígena de este lado del río son
mucho más tardíos a los referidos para el sector oriental del territorio panche:
Pero antes de que dieran esta confirmación y licencia habían dado otra en dos
de junio del año mil quinientos cincuenta a los mismos Oidores al capitán
Andrés López de Galarza para que entrase por otra parte a la misma conquista
de los panches […] para que por muchas pudiesen entrar diversas tropas de
soldados para diversas conquistas. A esta salió el Andrés López de Galarza de
esta ciudad de Santafé con razonable copia de soldados y la brevedad que pudo,
tomando su derrota al Occidente y pasando por los indios conquistados en las
provincias vecinas al Tocaima y nueva ciudad que estaba ya poblada, paso el
Rio Grande de la Magdalena, desde donde por comenzar allí su conquista, la
fue haciendo con hartas dificultades, pues compraban cada palmo de tierra que
iban ganando con sangre y vidas de soldados e indios amigos que llevaban de
servicio […] (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia, Capítulo XXXVII).
En este apartado de Simón encontramos que los segmentos asentados en el sector
occidental del territorio fueron percibidos como hostiles ante el proceso de conquista
adelantado por los españoles a partir de 1550. Tanto en la obra de Simón, como en la de
Aguado, se describe que en estas campañas de conquista los grupos de este sector
desarrollaron una fuerte resistencia armada ante la incursión europea, lo cual se expone
claramente en los enfrentamientos de Ibagué (Octubre de 1550) y Mariquita (Agosto de
1551); no obstante, estas son las dos únicas campañas que se describen para inicios de
la década de 1550 y las mismas parecen terminar con una rápida victoria absoluta del
ejército español sobre los indígenas sin mayor dificultad (Simón [1627?] 1981 Sexta
noticia, Capítulo XXXVII; Aguado [1570?] 1956 Libro VIII, Capítulo I).
En la obra de Aguado se describe la fundación de Mariquita para el año de 1552 por el
capitán Francisco Núñez Pedroso; en apartes de la descripción de estos eventos
podemos extractar que aunque existió un proceso de resistencia armada, los ejércitos
indígenas no pudieron soportar el embate español y sucumbieron rápidamente, lo que
150
implicó el establecimiento de un control de la zona en un periodo de tiempo bastante
corto:
El capitán Pedroso […] tomó consigo una parte de los españoles y volvió a la
poblazón de Vrina, donde hizo algún castigo y estrago en los indios, de suerte
que, en pocos días, después de haber andado aquella poblazón y otras a ella
comarcanas, y holládolas con algún rigor, constriñó a los naturales a que les
saliesen de paz y les fuesen amigos y feudatarios; y hecho esto en aquella parte
de Vrina que parecía ser más necesario, discurrió por toda la tierra y
poblazones de ella, y después de haberla andado y haberle salido de paz todos
los indios de ella, se volvió a su alojamiento, donde por el año de mil quinientos
cincuenta y dos pobló la ciudad de San Sebastián de Mariquita en el sitio y
lugar que hoy permanece […] (Aguado [1570?] 1956 Libro VIII, Capítulo XIII).
La obra de Aguado también expone claramente algunos hechos que demuestran que tras
la incursión armada española, sólo hicieron falta algunos castigos ejemplares para lograr
la completa sumisión de los indígenas de estos segmentos:
Los soldados tomaron los cinco indios, y a los tres ahorcaron y a los dos
empalaron, con cuyas muertes quedaron tan hostigados y escarmentados los
demás que nunca tornaron dende en adelante por mucho tiempo a intentar
ningunas novedades, especialmente los de Gualí, Guasquia y Mariquita, mas
desde en adelante vinieron al pueblo a servir en doméstica servidumbre, lo cual,
visto por el capitán Pedroso, los repartió y dio en depósito a todos los que lo
habían trabajado en aquella tierra; […] (Aguado [1570?] 1956 Libro VIII,
Capítulo XIII).
Aguado y Simón son los cronistas que presentan las mayores descripciones para las
campañas de conquista y exploración de la margen occidental del río Magdalena, pero
además de los enfrentamientos con los segmentos panches en cuyos territorios se
fundaron posteriormente las ciudades españolas ya mencionadas (Ibagué y Mariquita),
no se presentan mayores registros sobre otros enfrentamientos con grupos indígenas, de
151
donde podamos extraer datos sobre las respuestas culturales desarrolladas por las
poblaciones panches ante el proceso de conquista.
En conclusión, podemos decir que para el sector occidental del territorio panche, las
campañas de exploración y conquista se adelantaron en un momento más tardío que
para su contraparte oriental; no obstante, el proceso de fundación de enclaves españoles
desde los cuales hacer más efectivos diversos procesos de la conquista se dio de una
forma más rápida y efectiva, lo que conllevó a una pacificación fulminante y a un
control de la zona de parte de los europeos en un periodo de tiempo relativamente corto
y del cual no se presentan mayores descripciones.
Por otra parte, la falta de datos desde la llegada de los conquistadores españoles al
territorio ancestral panche en 1537, hasta el inicio del proceso de conquista del sector
occidental del mismo en 1550 no nos permite extraer conclusiones acertadas sobre el
tipo de relaciones que se mantenían entre los segmentos asentados en dicho sector, ni la
distribución espacial que mantenían entre sí o con otros grupos étnicos durante este
periodo de tiempo. De la misma forma que en el sector oriental la llegada de los
invasores propició el desarrollo de procesos de alianzas, confederaciones y
parcializaciones entre segmentos, es probable que durante el periodo para el que no se
cuenta con información escrita, las poblaciones asentadas en la margen occidental del
río Magdalena hubiesen experimentado diversos tipos de relaciones inter – segmentos
mediante las cuales hayan modificado su organización social en mayor o menor grado.
Esta situación nos limita la posibilidad de hacer un balance de los procesos y relaciones
que se pudieron haber desarrollado entre los segmentos de este lado del río para el
momento del primer contacto con los europeos y durante el periodo de exploración y
conquista del sector occidental del territorio panche (entre 1543 y 1550). No obstante,
los datos encontrados en las crónicas sí nos permiten percibir que las poblaciones
asentadas en este sector del territorio también desarrollaron un proceso de resistencia
armada ante la incursión española. Aunque no tenemos datos consistentes para suponer
el establecimiento de alianzas con los grupos foráneos o coaliciones entre segmentos
panche, los documentos de Aguado ([1570?] 1956) y Simón ([1627?] 1981) exponen
claramente como tras una rápida incursión en el área, los conquistadores lograron un
152
control efectivo de las poblaciones y los territorios indígenas sin que se mantenga
registro de un proceso de resistencia activa armada que se siguiera desarrollando a partir
de dicho momento.
5.6 Exterminio y desaparición de la etnia
Tras el proceso de exploración del territorio indígena y el inmediato proceso de
conquista y exterminio que le sucedió al mismo, tanto poblaciones como territorios
fueron rápidamente incluidos bajo un régimen colonial establecido por los europeos con
el objetivo de controlar y administrar la mayor cantidad de recursos que se pudieran
obtener de los espacios físico-geográficos recién adquiridos o usurpados. En este
contexto, surgió la “encomienda” como primera institución administrativa para
cuantificar y administrar poblaciones, recursos y territorios indígenas.
Durante la asignación de poblaciones humanas a este régimen cuya finalidad era
netamente económico, los repartimientos arbitrarios ejercidos por los encomenderos
españoles fragmentaron la organización social, familiar y territorial de las comunidades
indígenas. Para el caso panche, la nueva organización territorial de las encomiendas no
coincidió con los espacios físicos ocupados por los diversos segmentos; de la misma
forma, la requisición de indígenas para la realización de diversas labores físicas
contempló la extracción de personas de distintas poblaciones y su adjudicación a nuevos
espacios geográficos. De esta forma, la encomienda determinó una inevitable
desarticulación de la sociedad panche a niveles familiares, sociales, políticos,
institucionales y territoriales a partir de 1556.
Por ejemplo, los segmentos de la parte norte del territorio panche, que ocupaban desde
las tierras de çaçaima hasta las de los indígenas hondas (así como gran parte de las
comunidades colimas), quedaron bajo jurisdicción de la ciudad de Villeta y desde allí se
les obligó a pagar altos tributos a sus encomenderos, teniendo que trabajar en
condiciones infrahumanas en los campos o en la construcción del camino Honda –
Bacatá en beneficio de sus “amos” y marchar forzados a las minas de lugares tan
distantes como Mariquita, en donde generalmente morían, se fugaban y quedaban en el
exilio, o regresaban moribundos a sus sitios de origen (Bernal 1946).
153
Tras este primer repartimiento de territorios y poblaciones entre diferentes
encomenderos españoles, una de las principales técnicas de dominación física y cultural
implementadas fue la agrupación forzada de la población indígena en asentamientos
fijos que facilitaran su control. Este procedimiento no tenía en cuenta la filiación social
de los segmentos indígenas existentes, sino la nueva distribución territorial y espacial
que había sido adjudicada a cada uno de los encomenderos; de esta forma se podía
agrupar en un asentamiento fijo a indígenas de más de una población panche y/o dividir
a la población de un sólo segmento en más de una concentración poblacional,
desarticulando relaciones sociales y familiares (Barona 1993, Tovar 1996).
Este proceso de repartimientos y establecimiento de núcleos poblacionales determinó la
congregación de los indígenas en “pueblos de indios”, los cuales generalmente se
erigían en torno a una capilla o parroquia. En términos generales, estas primeras
poblaciones se mantuvieron con el transcurso del tiempo y terminaron convirtiéndose en
los actuales municipios, los cuales en su mayoría han conservado en su toponimia los
nombres prehispánicos del líder de la zona y/o del territorio ancestral indígena (lo cual
para el caso panche parecía presentar una estrecha relación), situación que podemos
apreciar en la Ilustración 10:
154
155
Ilustración 10. Territorio ocupado por diversos segmentos panches en el siglo XVI y nombres de los
principales territorios indígenas recopilados por los españoles en las crónicas de la conquista y en
los primeros documentos coloniales sobre la zona (Adaptación de la recopilación toponímica del
IGAC 1995 sobre la base territorial reconstruida por diversos autores analizados previamente).
Como hemos referido en apartados anteriores, no todos los segmentos panches
desarrollaron el mismo tipo de respuesta ante la incursión española en el territorio
ancestral: Mientras que en sectores como el norte y nororiental se mantuvo un fuerte
proceso de resistencia activa armada que impidió el control europeo durante la segunda
mitad del siglo XVI, otros sectores como el sur, en la margen oriental del río Magdalena
estableció rápidas alianzas con los conquistadores de manera casi inmediata a la llegada
de estos últimos; por su parte, en la banda occidental del río se dio un proceso de
resistencia armada pero el mismo fue controlado de manera rápida y contundente en un
momento muy temprano de la conquista. No obstante estos diversos tipos de respuesta,
el resultado fue el mismo para todas las poblaciones panches y en todos los casos la
situación concluyó con la inclusión de territorios y poblaciones al régimen colonial,
situación que se vio acompañada de un acelerado exterminio físico del grupo étnico
causado por diferentes situaciones puntuales.
156
Durante el establecimiento e imposición de este régimen colonial, los panches (al igual
que muchos otros grupos indígenas en diversos sectores del continente) se convirtieron
en un problema político, económico, social y religioso para la sociedad española, pues
se interponían en los intereses del nuevo reino, obstaculizando nuevos caminos como
los de Tocaima, Honda y Mariquita hacia Bogotá; igualmente interrumpían las
navegaciones por el Magdalena y se convertían una amenaza para la paz de caravanas y
poblaciones recién fundadas por los españoles. Como respuesta, los españoles
introdujeron medios de control como la mita, la encomienda y el resguardo, a la vez que
desarrollaron estrategias de tala y quema sistemática de los campos indígenas por
espacio de varios años, lo que agregó el hambre a las desventajas tecnológicas que
tenían que enfrentar los indígenas en esta guerra (Martínez 2005: 88).
Autores como Tovar exponen que esta fragmentación social y cambio en la
organización sociopolítica de la misma estructura indígena conllevó a que mucho antes
de que terminara el siglo XVI, sociedades como la panche se encontraran totalmente
desarticuladas aunque algunos miembros de la misma hubieran sobrevivido al proceso
de conquista e inclusión al régimen colonial (Tovar 1996).
Aunque se podría suponer que estas consecuencias constituirían el obvio resultado de
un proceso de conquista y colonia, también las encontramos registradas en los
documentos oficiales de la época. El primer documento estadístico para la zona lo
constituyen las Visitas adelantadas a partir de 1559, en las cuales se buscó hacer un
cálculo acertado de la población indígena existente para ese momento en el territorio
panche y de esta forma tener datos más exactos para desarrollar trámites administrativos
(Tovar 1996 Vol. IV). Uno de los pocos datos cuantificables para el estado de la
población indígena panche lo aporta la "Relación de Popayán y del Nuevo Reino de
1559 y 1560", en la cual se expone que para el año de 1544, cuando se fundó la ciudad
de Tocaima, la población de los alrededores de la misma (sector sur de la margen
oriental del río Magdalena) se constituía de entre 6000 a 7000 indígenas, pero para 1560
sólo quedaban 3201, lo cual representa una disminución poblacional de más del 50% en
tan solo 15 años (Rodríguez y Cifuentes 2004).
157
La familia nuclear indígena, tal y como la registraron los europeos en la visita de 155911
(Visita a la Provincia de Mariquita, 1559), se encontraba en un proceso de
descomposición bastante crítico. Los cálculos de Tovar encuentran una alta proporción
de niños frente a niñas, lo cual lo lleva a concluir que la población indígena estaba
realizando algún tipo de prácticas (o bien abortivas o bien de control poblacional como
infanticidio selectivo) para reducir la cantidad de mujeres y protegerlas de esta forma de
las prácticas de secuestro y violación implementadas por los españoles; esta situación
también la expone Martínez (2005) como una constante desarrollada por este y otros
grupos caribes del valle del río Magdalena ante la conquista española. Así, para un
momento tan temprano como 1559, ya se empieza a registrar que la población indígena
de diversos segmentos panches comenzaba a mostrar nuevas fisuras en esta crisis
demográfica: Dada la disminución de la población femenina, las prácticas abortivas y
el infanticidio, el futuro de la comunidad estaba comprometido biológicamente y su
destino era la desaparición física a corto plazo (Tovar 1996 Vol IV: 47).
El encontrarse frente a este proceso de conquista y exterminio llevó a que los panches
(así como otros grupos de pueblos karibs) se encontraran en situación de escoger entre
sometimiento y/o suicidio de múltiples maneras: “La situación de desespero llevó a
estas tribus a tomar acciones como el aniquilamiento físico y evitar que sus mujeres
entraran al servicio de la prostitución para los españoles y los hombres a la
esclavitud” (Martínez 2005: 89).
Esta desarticulación social también se vio acompañada de un rápido decrecimiento
físico de la población (Bernal 1946, Tovar 1996, Rodríguez y Cifuentes 2004, Martínez
2005). La resistencia armada indígena implicaba obvios enfrentamientos armados con
los ejércitos españoles, cuyas ventajas militares sobre las poblaciones prehispánicas
disminuían la población en cada encuentro armado. Tomando el caso de la banda
oriental del río Magdalena, al contrario de lo registrado en el sector sur del territorio, en
donde los segmentos locales establecieron alianzas con los españoles desde un momento
11 Esta visita respondió a una petición hecha al rey de España por Pedro de Colmenares y Alonso Téllez,
procuradores de los vecinos del Nuevo Reino de Granada, para que se cumpliera lo estipulado en la Real
Cédula de 27 de Noviembre de 1548, la cual buscaba describir a los indios en el Nuevo Reino para
proceder luego a su reparto de la manera más “justa” (repartimientos de indios). Según dicho documento,
al Rey se le dejarían las cabeceras puertos de mar y los pueblos principales, mientras que a los indios
restantes se repartirían entre los conquistadores y pobladores y las mujeres e hijos de los que lo fueron
(Tovar 1996 T. IV: 19).
158
tan temprano como 1544, el sector norte se caracterizó por desarrollar una fuerte
resistencia armada que obviamente trajo consigo constantes y recurrentes escenarios de
enfrentamiento físico en los que se veía disminuida la población indígena, hasta que
debió haberse dado un punto de quiebre en el que el cada vez más reducido tamaño de
la población no pudo haber seguido manteniendo los procesos de resistencia armada que
contuvieran los ejércitos españoles.
Al parecer los combates se mantuvieron por espacio de 70 años y llegaron a su fin
solamente con la campaña militar de Juan de Borja durante la primera década del siglo
XVII (Martínez 2005), mediante la cual se buscó una destrucción definitiva de los
grupos indígenas beligerantes que seguían oponiendo resistencia en la región del valle
medio del río Magdalena (Borja [1607] 1996). Esta campaña militar también parece
haber dado fin a los escasos grupos disidentes panches que para este momento pudieran
seguir manteniendo el proceso de resistencia activa mencionado anteriormente y que
aunque no se menciona explícitamente, si coincidiría con el momento histórico para el
que se registran las últimas acciones de resistencia armada indígena (Bernal 1946).
Aunado al exterminio físico propiamente dicho, la introducción del régimen colonial
español implicó un cambio radical en la producción alimenticia y el sostenimiento de la
población indígena a partir de los recursos que se podían obtener del medio en el cual
habitaban (Rodríguez y Cifuentes 2004, Martínez 2005). Los datos recolectados de la
visita de 1559 permiten concluir a Tovar que para este momento ya se puede hablar de
formas disueltas de las estructuras prehispánicas a sólo 10 años de la conquista (Tovar
1996, Vol. IV: 57).
El sistema tributario organizado por el régimen colonial también tuvo gran peso a la
hora del exterminio de la etnia. El tributo o impuesto era una contribución obligatoria
que tenían que pagar los indígenas, ya fuera en forma de productos agrícolas, oro,
piedras preciosas, moneda y/o jornadas laborales bajo pena de arduos castigos. Aunado
a esto, la condición física de los indígenas también se vio afectada fruto de una pésima
dieta al restringírseles el acceso a diversos recursos alimenticios (Martínez 2005,
Rodríguez y Cifuentes 2004, Saldarriaga 2009), lo que llevó a su vez a una debilitación
del componente físico del grupo.
159
Además de las consecuencias de esta desarticulación social y el exterminio físico
generado por los enfrentamientos armados, algunas enfermedades desconocidas por la
población prehispánica, como la viruela, se difundieron entre las poblaciones indígenas
a escala de epidemia, disminuyendo aún más la ya reducida población indígena. Para el
caso puntual del sector norte del territorio panche, se relatan fuertes epidemias como la
de 1587 a 1590, que alcanzó proporciones tales que arrasó con la población de
comunidades como la de Manoá. Según los documentos administrativos de la época, la
devastación poblacional fue tal que para la última década del siglo XVI el Arzobispo
Bartolomé Lobo Guerrero decidió suprimir la Vicaría de Tocarema a causa de la
escasez de población indígena (Bernal 1946: 79).
Otro dato que parece estar confirmando la disminución poblacional que afrontaba la
etnia panche ya en la segunda década del siglo XVI es el referido por Simón para 1561:
expone claramente que para este año los indígenas panches que se encontraban
ocupando sus territorios ancestrales, pero se encontraban bajo fuertes amenazas
territoriales desde la parte norte de su territorio de parte de los muzos y colimas (con los
cuales siempre mantuvieron fuertes enfrentamientos, pero anteriormente habían
mantenido al borde de sus límites territoriales como el río Negro y el río Pacho). Esta
situación también parece ser un importante indicador del descenso de la población
panche. Parece ser que antes de la llegada de los españoles (y el consecuente exterminio
poblacional que esto implicó) panches y colimas mantenían una relación hostil de
constantes enfrentamientos bélicos, pero no obstante se mantenía una frontera
relativamente estable que diferenciaba sus territorios (ríos Negro y Pacho) según han
referenciado múltiples autores (O´neil 1973, Arango 1974, Diez 1982, Rodríguez y
Cifuentes 2004, Cifuentes 2004, Martínez 2005). Podría ser que esta disminución
poblacional de los panches (en cuyo territorio se venía incursionando desde 1537 y que
desde 1544 contaba con población española al interior del mismo territorio) fuera vista
como una ventaja estratégica por los colimas para dirigir campañas militares en algunos
debilitados sectores del territorio panche (Séptima Noticia Historial Capitulo XXIV):
Estos indios colimas cuando entraron los Españoles e este nuevo Reino y
tuvieron conquistados los panches y pobladas las ciudades de Tocaima, Ibague
160
y Mariquita no habían ensanchado los términos de sus tierras por las de los
moscas en la parte oriente más que hasta el rio de Pacho, porque hasta entonces
les había hecho la buena resistencia los moscas que nos les habían dejado dar u
paso más adelante y por la parte sur, tierra de los panches, solo habían llegado
hasta el rio negro, pero desde allí se acosaba tanto con ordinarias guerras( si
bien contra los moscas no andaban tan briosos) que los panches de aquellas
provincias ya estaba repartidos y encomendados en los conquistadores vecinos
de Mariquita, ocurría a sus amos a buscar defensa con quejas de los agravios
continuos que recibían de los colimas. (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia,
Capítulo XXXVII: 222).
El mundo colonial fundó entonces una sociedad basada en la exclusión, la explotación y
la marginalidad en la que los indígenas perdieron la capacidad de seguir convirtiendo
sus energías en medios de transformación social y de progreso. Esto se debió a que la
población prehispánica fue obligada a trabajar en diferentes actividades económicas de
sus encomenderos asociadas a lugares y recursos específicos durante diferentes
momentos del año. Esta situación generaba un desplazamiento de población a sectores
diferentes del local dependiendo de la disponibilidad de recursos y requerimientos de
mano de obra para diversas tareas (Tovar 1996 Vol IV).
A manera de conclusión, es claro que los datos de la cantidad de población existente
para el inicio de la conquista no son confiables y están altamente sesgados por la
retórica colonial implementada en la descripción de las campañas de conquista (en las
cuales se buscaba exacerbar el heroísmo español al enfrentar y vencer a cantidades
exorbitantes de enemigos indígenas). No obstante, los números que reportan los datos
tempranos de los primeros documentos administrativos (encomiendas y repartimientos),
nos permiten aseverar que hubo un rápido decrecimiento de la población indígena
durante la segunda mitad del siglo XVI.
Como se expuso anteriormente, la "Relación de Popayán y del Nuevo Reino de 1559 y
1560" refleja una disminución de la población indígena en más de un 50% en el lapso
de los primeros quince años de presencia europea en el área de Tocaima (Rodríguez y
161
Cifuentes 2004). Aunque las crónicas no presentan datos cuantificables concretos, la
lectura detallada de las mismas sí permite corroborar la percepción de este rápido
exterminio para otros sectores del territorio ancestral panche; por ejemplo la obra de
Simón (escrita antes de 1627) expone que para la banda occidental del río Magdalena,
en los alrededores de la ciudad de Ibagué, la población indígena había disminuido de
más de treinta mil indígenas a aproximadamente dos mil quinientos según los cálculos
de dicho autor:
Había en estas provincias cuando se conquistaron más de treinta mil indios qué
se han venido a resolver en cosa de dos mil y quinientos, poco más o menos, por
las razones que dijimos de los Ibagué que todos han corrido igual fortuna,
repartidos e treinta encomenderos que algunos ya solo conservan este título, por
haberse totalmente acabado sus indios. (Simón [1627?] 1981 Sexta noticia,
Capítulo XXXVII: 57).
Teniendo en cuenta que las primeras incursiones de exploración y conquista de los
alrededores de Ibagué se registraron en 1551 y que la obra de Simón se escribió en
algún momento anterior a 1627, podríamos calcular el descenso de la población en más
de un 90% para este periodo histórico (menos de setenta años). Sería arriesgado
establecer cálculos estadísticos precisos con base en esta información subjetiva de las
crónicas, pero la misma sí nos permite corroborar la hipótesis del descenso poblacional
indígena a ritmo vertiginoso tras el establecimiento español en los territorios ancestrales.
Otro dato que corrobora esta hipótesis, aunque no presenta datos de partida para el
inicio de la conquista, es la visita a Mariquita en la banda occidental del río Magdalena
en 1559. En la misma, se deja claro que no se cuenta con ninguna información sobre la
población indígena que existía en la provincia de Mariquita para 1549 (año de la
primera incursión en dicho territorio). Sin embargo para la visita de 1559 se obtienen
los primeros datos sobre la provincia: “los encomenderos concentraban sus indios en
torno a tres regiones (Honda, Calamoima y Chapayma)” (Tovar 1996, Vol. IV: 39).
Para la visita de 1559 la población encomendada a los repartimientos para estas tres
grandes zonas parece ser muy escasa, pues para las 13 encomiendas existentes en las
zonas referidas, el total de la población era de tan sólo 1900 indígenas (Tovar 1996, Vol.
162
IV), la cual es una cantidad bastante baja, sobre todo si tenemos en cuenta que toda la
población indígena de esta banda del Magdalena se distribuyó en torno a tres grandes
centros (Ibagué, Mariquita y Honda).
Para las encomiendas ubicadas en la vertiente oriental del río Magdalena, hemos hecho
un recuento de documentos coloniales del occidente de Cundinamarca entre 1556
(primeros datos escritos sobre las encomiendas de este territorio) y 1807 compilados por
Tovar (1996). Tovar clasifica los documentos de acuerdo a los principales aspectos que
se trataban en los mismos y los asocia con territorios específicos (poblaciones españolas
en torno a las cuales se producían estos documentos administrativos). Al analizar la
obra de Tovar, encontramos que desde 1556 hasta 1807 se hace mención en todos los
documentos a población indígena. Aunque nunca se presentan datos específicos sobre
los segmentos de los cuales procedían, sí se deja claro que durante este amplio periodo
de tiempo los encomenderos de la región contaron con población indígena a la cual
imponer diversas tasas y modelos tributarios. Este dato parece sospechoso, pues ha
quedado claro atrás que la población indígena enfrentó un vertiginoso descenso
poblacional durante la segunda mitad del siglo XVI y todos los datos analizados hasta
ahora parecen indicar una casi total extinción para el inicio del siglo XVII. No obstante,
en el análisis de la visita a la zona norte del territorio ancestral panche (anolaima y
bituima) en 1790 se deja muy en claro que “…los indios de Anolaima y Síquima
estaban integrados por los de la sabana que habían emigrado por su pobreza.” (Fondo
de empleados públicos y cartas. Tomo 6, Folios 1064). Yendo un poco más atrás en el
tiempo y analizando otros documentos de los mismos recopilados por Tovar para las
mismas poblaciones pero en un momento mucho más temprano (1616) para la
encomienda de Anolaima, parece ser que el encomendero de la época (don Francisco de
Berrio) aboga por la relevación de los tributos a sus encomenderos, lo cual parece estar
indicando que la ausencia de mano de obra indígena y la disminución poblacional ya no
le permitía al encomendero cumplir con la tasa tributaria asignada a su encomienda. De
la misma forma, los informes de encomiendas para Síquima, consisten en su totalidad
de informes de maltrato hacia los indígenas (1595, 1596) y concluye en 1598 con el
reporte de quejas de parte de los indígenas por haber sido obligados a ir a trabajar al
camino de Villeta en otra parte del territorio. Tal y como argumentó Bernal (1946) e
Hincapié (1952), con el traslado de los indígenas a estos trabajos del camino de Honda -
163
Bogotá, el resultado fue la muerte de las personas llevadas a realizar esas actividades,
las cuales se asimilaron en la época como un fuerte castigo, del cual las personas a él
sometidas no volvían a sus tierras natales.
Este balance nos hace llegar a pensar que para inicios del siglo XVII la población local
indígena se encontraba en un proceso de exterminio muy avanzado y que las referencias
en los documentos oficiales administrativos de allí en adelante parecen corresponder a
la presencia de otros indígenas foráneos en la zona. Esta hipótesis es más coherente con
los datos revisados anteriormente y con el análisis cuantitativo de la población indígena
para esta segunda mitad del siglo XVI.
Otros documentos más tardíos nos permiten reforzar esta idea al presentar datos sobre la
ausencia de poblaciones indígenas locales durante el siglo XVII. Por ejemplo, la obra de
Zamora expone la ausencia de población indígena local durante el establecimiento de
amplias plantaciones de caña de azúcar en territorio ancestral panche durante el siglo
XVII. Teniendo en cuenta que la obra de Zamora fue escrita en 1668, encontramos que
los reportes del mismo para esta fecha presentan un panorama que parece haberse
generalizado para diversas áreas del territorio panche antes de esa fecha: Según Zamora
poblaciones como la de Calandaima (vasallo del tocaima) ya no contaba con población
indígena para este momento, por lo que los encomenderos ya en esta época
implementaban mano de obra esclavos africanos en los trabajos de sus trapiches
(Zamora 1980 Tomo I: 305).
En conclusión, el proceso de extermino y desaparición de la etnia panche se desarrolló
con algunas variaciones locales, motivadas especialmente por el tipo de respuesta
desarrollado por cada parcialidad o grupo de ellas ante la incursión europea, pero la
constante para todos los casos parece haber sido el rápido exterminio de la etnia a lo
largo del mismo siglo XVI: aunque la población prehispánica de los segmentos
asentados en las tierras altas del norte y nororiente del territorio panche desarrolló un
fuerte proceso de resistencia armada que impidió el rápido control del territorio de parte
de los españoles durante la segunda mitad del siglo XVI, tuvieron que enfrentar
diversos factores adversos como el choque armado con ejércitos que portaban
164
tecnologías superiores. Esta situación se aunó a otras que estaban experimentando los
segmentos asentados en otros sectores, como la presencia de enfermedades devastadoras
para la población local, la desarticulación social, e incluso técnicas de resistencia no
armada ante la invasión, como suicidios, prácticas abortivas y el éxodo (Tovar 1996,
Rodríguez y Cifuentes 2004, Martínez 2005). Este cúmulo de situaciones particulares
registradas para la población panche ha llevado a algunos autores a concluir que antes
de iniciar el siglo XVII la población panche ya se habría encontrado totalmente
sometida e incluida en el régimen colonial establecido por los españoles (Carranza 1934,
O’neill 1973, Tovar 1996, Rodríguez y Cifuentes 2004, Martínez 2005).
Haciendo un balance del proceso de conquista para todo el territorio panche (Ilustración
8 e Ilustración 10), partiendo de los datos presentados por los cronistas que mejor
exponen el proceso de exploración y conquista de los territorios y segmentos panches,
podemos diferenciar entre dos grandes escenarios separados por la frontera natural que
representa el río Magdalena. Por un lado tenemos el sector occidental del territorio
panche, en el que se iniciaron las incursiones españolas de exploración y conquista hasta
el año de 1550, tras lo cual, mediante rápidas y efectivas batallas se venció a los
ejércitos panches y se establecieron rápidamente enclaves españoles desde los cuales
ejercer el régimen colonial buscado. De forma diferente, para el sector oriental del
territorio, aunque el primer contacto se registró en 1537, el proceso de conquista del
territorio se extendió por varios años. Mientras que en la parte sur de este sector oriental
del territorio los españoles lograron establecer el control de las poblaciones indígenas en
un lapso de tiempo relativamente corto entre 1537 y 1544 sin mayores procesos de
resistencia armada de parte de la población indígena, para las tierras altas la inclusión de
territorios y poblaciones se extendió durante toda la segunda mitad del siglo XVI
permeada por un constante proceso de resistencia activa.
Aunque el proceso de conquista se dio de diferentes formas en los dos sectores del
territorio referidos, como resultado, encontramos un cambio radical en las formas de
vida y la erradicación de las instituciones socioculturales descritas por estos cronistas
durante la segunda mitad del siglo XVI y un exterminio físico de la población indígena
para la primera década del siglo XVII. Además de las diferencias anteriormente
referidas para las dos bandas del río Magdalena, también encontramos que el registro y
165
detalle del proceso de conquista e inclusión al régimen colonial es mucho más rico en
las crónicas para el sector oriental que para el occidental.
Enfocándonos en el sector oriental, encontramos que los segmentos asentados en el
sector sur del territorio panche presentaron un proceso de resistencia menos activa y
favorecieron en muchos casos el establecimiento de alianzas y la misma incursión física
de los ejércitos españoles; por su parte, en el sector norte encontramos un proceso de
resistencia más activa que a su vez propició el fortalecimiento de las acciones violentas
de conquista y las campañas militares españolas, lo que finalmente conllevó al
exterminio físico de las poblaciones asentadas en esta parte del territorio. En definitiva,
en ambos escenarios se obtuvo el mismo resultado: el exterminio físico y cultural de los
grupos panches durante la segunda década del siglo XVI.
5.7 Influencia de las percepciones en los documentos escritos y las consecuencias para el proceso de conquista y colonia
Habiendo desarrollado hasta este punto un interpretación más amplia y contextualizada
de los sucesos que acompañaron las campañas de exploración y conquista de territorios
y poblaciones panches, así como intentado salvar el sesgo subjetivista impuesto por las
descripciones de los cronistas españoles, a continuación exponemos la forma más cruda
en la que se consignó dicha información de parte de los primeros productores del dato
escrito y la forma en como fue interpretada dicha retórica por los lectores posteriores.
5.7.1 Primeras descripciones escritas de los panches y su territorio
Teniendo clara la forma en la que se desarrolló el proceso de exploración y conquista
del territorio y las diferentes poblaciones panches asentadas a lo largo del mismo,
pasamos a abordar las descripciones que los primeros cronistas dejaron plasmadas en el
registro escrito y que entraron a determinar el paradigma desde el cual se construyó la
imagen de la cultura panche a partir del mismo siglo XVI. Generalmente, las
características particulares del territorio montañoso ocupado por los panches quedaron
descritas de forma que al referirse a este, se hace referencia a un entorno indómito,
166
salvaje y difícil, asimilado a unos habitantes igualmente “salvajes” y difíciles de
controlar:
Yace esta provincia nueve leguas distante de Santafé, á la parte que mira de
frente, que viene á ser al Ocaso, por aquella que se inclina la cordillera de las
montañas al rio grande de la Magdalena, que por algunas partes le sirve de
término. No es fácil de averiguar la longitud y latitud que goza, respecto de ser
toda la provincia de tierras dobladas y montuosas, con pocas partes
escombradas y libres de ásperos caminos y despeñaderos grandes: tanta es la
multitud que tiene de quebradas profundas, arroyos y ríos que la cruzan con
acelerado paso. El rio Funza, que tan manso camina por los campos de Bogotá,
en demostracion de la docilidad de sus habitadores, se inquieta de manera
desde que entra precipitado en esta provincia, que parece le participan su
ferocidad los bárbaros que la habitan (Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro
V, Capítulo 1).
En descripciones como esta acerca del territorio panche, se puede apreciar que los
cronistas generalmente comparaban las tierras planas del altiplano, en donde
establecieron alianzas beneficiosas con los relativamente “apacibles” grupos muiscas
locales, con las tierras de relieve quebrado y montuoso de las vertientes del Magdalena,
región en donde se encontraban asentadas las distintas poblaciones panches.
Descripciones como la de Fernández Piedrahita nos permiten extraer que en el
imaginario de la época parece darse por sentado desde una descripción física del
entorno, que la región del valle del Magdalena corresponde a un espacio salvaje
habitado por poblaciones humanas que se perciben igual de “salvajes”, a la vez temidas
y odiadas por los españoles. En otras palabras, podemos decir que el territorio panche y
sus pobladores desde el inicio, se describieron desde una plataforma de alteridad, en
este caso oponiendo entornos geográficos y características socioculturales, a las de otros
grupos indígenas locales con los cuales se desarrollaron otro tipo de relaciones más
pacíficas y beneficiosas para los españoles que las que se presentarían con los grupos
del valle del Magdalena.
167
Como apreciamos anteriormente, es probable que esta situación también se diera a una
escala más local, pues las descripciones de los cronistas en torno al concepto de
“barbarie” aplicado para los segmentos asentados en las tierras bajas de la llanura
aluvial del río Magdalena (refiriéndonos especialmente a las poblaciones de guacanaima
y sus alrededores) difieren notablemente del asignado para los segmentos asentados en
las tierras montuosas de la parte norte y nororiental del territorio.
Los cronistas que abordan el tema del territorio (Aguado [1570?] 1956, Castellanos
[1601] 1955, Herrera [1601-1615] 1934, Zamora [1668] 1945, Fernández Piedrahita
[1668] 1942, Simón [1627?] 1981) coinciden en establecer que el territorio ocupado por
los panches para el siglo XVI se encontraba al occidente del de los muiscas, en ambas
riberas del río Magdalena, en las vertientes montañosas de las Cordilleras Oriental y
Central, donde predomina un clima cálido bien diferenciado del frío del altiplano. Entre
estos, Fernández Piedrahita presenta la descripción más detallada de este territorio y de
sus límites, enmarcándolo entre los ríos Negro y Guarinó al norte y los ríos Coello y
Fusagasugá al sur:
[…] aunque sea dificultosa su medida, tendrá Leste Oeste, poco más ó ménos de
quince leguas, que corren desde los términos de Pacho hasta el pueblo de los
Panches y sitio del Peñol, situados de esta parte del rio Fusagasugá, que baja
de los Sutagaos; y Norte Sur tendrá á diez y doce leguas más ó ménos, segun
forma sus vueltas el rio grande de la Magdalena, rio Negro y otros, que le
sirven de fosos y términos[…] (Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro V,
Capítulo 1)
Al contrario de la detallada delimitación de Fernández Piedrahita, otros documentos de
los siglos XVI y XVII se limitan a mencionar la ubicación general de este territorio con
respecto a los hitos geográficos conocidos al momento de la conquista: mientras Simón
simplemente señala que los panches se encuentran en cercanías al Nuevo Reino de
Granada al sur y suroeste de la ciudad de Vélez ([1627?] 1981), Zamora describe que
habitaban las tierras montañosas ubicadas al occidente de la ciudad de Santa Fé (Bacatá),
agregando que ocupaban ambas riberas del río Patí (hoy río Bogotá) desde su
confluencia con el río Fusagasugá hasta el Magdalena (Zamora [1668] 1945).
168
Mientras que Fernández de Oviedo [1535] menciona en su obra que la provincia de los
panches se encontraba al occidente de Bacatá y que se extendía desde allí hasta el río
Magdalena (sin mencionar ninguna referencia sobre los pobladores del otro lado del río),
las descripciones de Aguado [1570?] no establecen ninguna delimitación territorial,
pero al describir la campaña del capitán López de Galarza a las tierras del otro lado del
río (en 1550), menciona que los habitantes de esta zona también corresponden a grupos
panches (Aguado [1570?] 1956: Libro Séptimo, Capítulo tercero), lo cual confirmaría
que aunque los límites occidentales son inciertos, se encontraban ocupando tierras de
uno y otro lado del Magdalena.
En conclusión, todos los cronistas coinciden en ubicar el territorio panche al occidente
del altiplano en las tierras montañosas y cálidas del valle medio del Magdalena. Son
escasos los datos sobre el límite occidental del territorio (y los existentes presentan
contradicciones), mientras que los límites territoriales en los sectores oriental, norte y
sur se encuentran bien documentados en las crónicas por las relaciones interétnicas con
los grupos allí asentados: muiscas al oriente, sutagaos al sur, colimas y pantágoras al
norte.
En los cronistas anteriormente señalados es muy clara la existencia de un área más o
menos definida como línea fronteriza entre muiscas y panches en el extremo oriental del
territorio ocupado por estos últimos 12 . Por el contrario, ninguno de estos autores
presenta claridad en cuanto a los límites del territorio en el extremo occidental del
mismo (donde parece ser que panches y pijaos -de la misma filiación lingüística caribe-
compartían un límite territorial más fluido y fluctuante, cuya naturaleza no alcanzamos
a determinar en los alcances de la presente investigación).
También hemos mencionado anteriormente cómo las descripciones expuestas desde los
primeros cronistas crearon en el imaginario popular de la época una visión de la cultura
panche caracterizada por la barbarie y el salvajismo, lo cual determinó a su vez las
12 Aunque es imposible hablar de límites impermeables (incluso en momentos de confrontaciones bélicas
y conflicto constante) entre dos grupos culturales, el establecimiento de puestos defensivos a lo largo de
las áreas fronterizas muiscas se encuentra bien documentado desde los primeras descripciones del siglo
XVI (Fernández de Oviedo [1535] 1959, Aguado [1570?] 1956).
169
condiciones del trato a dichas gentes durante los siguientes años: a la vez que el
territorio se percibió como un área agreste y de difícil acceso, la población que lo
habitaba también se describió como una cultura “salvaje”, en la cual los cronistas
identificaron una serie de características físicas que los alejaban cada vez más de la
concepción de humanidad que primaba en la época, generando sensaciones de repudio y
temor hacia ellos. Esta situación se aprecia tanto en los primeros documentos del siglo
XVI (Castellanos, Fernández de Oviedo, Aguado) como en las posteriores
recopilaciones de documentos inéditos que se realizaron durante el siglo XVII (Simón,
Fernández Piedrahita, Zamora).
[…] gandules embijados, gente robusta, suelta y alentada, de gran disposición,
horribles gestos, frentes y colodrillos aplanados, de tal suerte, que hace la
cabeza atravesado lomo por lo alto, no por naturaleza, más por arte […]
(Castellanos [1601] 1955 - Tomo IV -: 204).
[…] no muchos en el número respecto de las otras provincias, pero Caribes y
feroces en la guerra y á la vista por lo extraño y fornido de la disposicion y
caras […] (Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro V, Capítulo 1).
Andaban desnudas estas naciones y por parecer más feroces, se teñían los
molledos y las pantorrillas y mascando las hojas de un árbol, que tiene el sumo
negro, les quedaban los dientes y las bocas abominables… Todos eran muy
corpulentos y de grandes fuerzas que se hacían temer de los circunvecinos y con
gran horror de los moscas que temblaban de los panches, por ser más valientes
y de costumbres más feroces que comían carne humana […] (Zamora [1668]
1945 –tomo I-: 300).
En estos tres ejemplos de obras del siglo XVII, encontramos la típica descripción de la
población panche, donde se resaltan tres aspectos que se vuelven recurrentes a la hora
de abordar el tema por diversos autores a partir de este momento: el canibalismo, la
barbarie y la belicosidad. Las descripciones de lo feroz de su apariencia se ven
reforzadas por las abundantes descripciones de sus prácticas culturales las cuales
siempre se dibujan resaltando los aspectos más aberrantes y rechazados por la
170
civilización desde la que se escribe, como el canibalismo, la idolatría, el infanticidio, las
deformaciones corporales y la brujería.
El caso del canibalismo es uno de los más ampliamente descritos desde autores tan
tempranos como Fernández de Oviedo ([1535] 1959), quien relata sobre los panches
“Cómense unos a otros, y aún crudos, que no se les da mucho por asarlos ni cocerlos,
aunque sean de su misma nasción y pueblos.” (Fernández de Oviedo [1535] 1959 –
Libro VII, Capítulo XI-: 91). Las descripciones presentadas en la obra de Fernández de
Oviedo son de las más tempranas para la zona, no obstante, posteriores cronistas a lo
largo del siglo XVI y XVII siguen desarrollando el tema del canibalismo como uno de
los elementos más remarcables de la sociedad panche, a la vez que se exalta el carácter
sanguinario y salvaje de esta supuesta práctica:
[…] gentes indomables, malas abominables, carniceras, que como bestias fieras
despedazan las ánimas que cazan, y se ceban dellas cuando las llevan a sus
casas; y aun si las rojas brasas son absentes, ensangrientan los dientes
importunos, y si hacen algunos regocijos, comen sus propios hijos y mujeres
(Castellanos [1601] 1955 –Tomo IV-: 202).
Otros autores que desarrollan un relato más extenso de las prácticas culturales panches,
como Aguado y Simón, presentan una descripción más contextualizada del supuesto
canibalismo y relacionan directamente las prácticas antropofágicas con el desarrollo de
las batallas y la toma de prisioneros en las mismas:
[…] y saliéndoles al camino con buena orden por unas lomas abajo con grande
gritería, les hacían muchas amenazas, y mostrándoles cantidad de catabres o
canastos y sogas, les decían en su lengua que aquellos canastos y sogas traían
para atarlos, y después de haberlos hecho pedazos, llevarlos en aquellas cestas
para con sus blancas carnes solemnizar sus fiestas y borracheras, triunfando de
su victoria dándoles sus vientres por sepulcros; lo cual ellos tenían por muy
antigua costumbre hacer con los naturales a ellos comarcanos (Aguado [1570?]
1956 Libro V, Capítulo I).
171
[…] gente tan feroz y carnicera de carne humana, que no saben estar sin
continuas guerras con sus vecinos, no por dilatar sus tierras y señoríos […] sino
por tener carne humana que comer de la que se mata en la guerra, en que se
ceban tanto que cuando no había oportunidad de guerra con los enemigos
vecinos, que lo son todos, se las movían unos a otros en su propia tierra por
leves ocasiones para comer los cuerpos que en ellas morían, sin reparar en que
fuesen de los contrarios o de los suyos, padres e hijos. Porque su bestial
voracidad y costumbre las tenían puestas en estas rabiosas hambres caninas,
pues llegaban a ser como las de los perros, de manera que si no hallaban
lumbre a la mano con que asar las carnes de los muertos, se las comían crudas
(Simón [1627?] 1981 –tomo III-:. 209).
Obras como las de Castellanos o de Fernández de Oviedo, en las que se abordan de
manera sencilla los principales comportamientos aislados descritos para los panches,
describen este supuesto canibalismo y es claro que buscan un objetivo retórico que
asocia directamente dicha práctica al carácter “salvaje” de la población Indígena. Por el
contrario obras como la de Simón y Aguado, en las cuales se presenta un balance muy
completo de diversos aspectos socioculturales de los panches, permiten entrever el
contexto en el cual pudieron haberse estado desarrollando estas prácticas:
Y aún era ley entre ellos solemnizar el nacimiento triste del primer hijo o hija
que tenían, haciendo plato a los parientes que convidaban de sus mismas carnes
el día que le quitaban el pecho, bestial condición y de ninguna nación hasta
entonces conocida y que con tanta facilidad y tan sin asco, matasen para comer
sus propios hijos y aún para darles de comer con ellos a otros (Simón [1627?]
1981. –tomo IV: 175).
Así, aunque Aguado y Simón describen la existencia de estas prácticas antropofágicas,
las presentan asociadas a otros contextos como el ritual o el del conflicto. No obstante,
es claro que la descripción de dichas prácticas en todos los autores abordados se
enmarcó en una finalidad moral que buscaba la creación de un imaginario negativo y
una estigmatización del pueblo panche, objetivo que se logró hasta la segunda mitad del
siglo XX en el imaginario popular e incluso en la literatura académica sobre el tema, lo
172
que podemos apreciar en la forma en cómo se presenta la sociedad panche por autores
modernos como Carranza (1934), Bernal (1946), Hincapié (1552) y Cuervo (1956):
Siendo los panches un pueblo de costumbres primitivas y de temperamento
guerrero […] vivía preparado constantemente para las luchas que sostenía con
los pueblos vecinos y con las diversas tribus de su misma raza. Los cronistas
mencionan que iban a la guerra como a una cacería, para satisfacer sus feroces
instintos y su antropofagia […] A los prisioneros se les sometía a crueles
tormentos como el de atarlos a un árbol y en medio de una gran fiesta cada uno
iba quitándole pedazos de carne, con afilados instrumentos de madera hasta que
al fin morían […] (Carranza 1934: 333).
La principal ocupación del pueblo Panche era la guerra, por la cual sentían
ciega idolatría. Como ya se dijo, guerreaban sin descanso unas parcialidades
con otras […] Llevados por odio y por hambre de carne humana, vivían con la
constante obsesión de perpetrar incursiones en el territorio de los muiscas […]
(Bernal 1946: 38).
Como su alimento consistía principalmente en sangre humana, siempre
anduvieron buscando la guerra a las tribus circunvecinas. En los campos de
batalla bebían con brutal regocijo la sangre de los muertos, antes de que ella se
enfriase, y a los prisioneros los llevaban como ración para los días de paz
(Hincapié 1952: 16)
Otras tribus parecían haberse fijado ya al terreno de una manera definitiva y
haberlo ocupado por varias generaciones; tal, por ejemplo, la de los panches…
se distinguían por su organización política y social, por sus costumbres que
aunque viciadas por la antropofagia, eran sin duda menos bárbaros que las
otras naciones de su misma raza […] (Cuervo 1956: 203).
En los anteriores fragmentos podemos apreciar la visión que se mantuvo desde la
escritura de las crónicas en el periodo de la conquista y la colonia, así como el efecto
que tuvo esta estigmatización cultural por más de trescientos años.
173
En el contexto retórico de la literatura de los siglos XVI y XVII, la descripción de
prácticas socioculturales que pueden carecer de sentido al verlas de manera subjetiva,
como las deformaciones corporales, los excesivos consumos de bebidas alcohólicas y/o
prácticas alimenticias sancionadas por la moral cristiana española, se convierte en un
discurso de connotaciones políticas que sirve para justificar una serie de procesos de
exterminio y colonización. En los siguientes fragmentos de Aguado, Fernández de
Oviedo y Herrera se percibe la discriminación y estigmatización a que fueron sometidos
en los documentos escritos en base a diversas prácticas culturales:
[…] pueblo de los indios Panches, a los cuales los españoles les pusieron este
nombre porque todos tienen las cabezas pandas y omolgas, por tener de
costumbre de en naciendo ponérselas sus madres entre dos tablas apretadas
como en prensas y traerlos así hasta que son ya grandes, y así les quedan las
cabezas anchas y agudas de la parte alta, que si les quitan el cabello parecen
mitras cerradas (Aguado [1570?] 1956, Libro V, Capítulo I).
Gente es bestial y de mucha salvajía, y de poca razón a respecto de la de Bogotá.
No tienen ni conoscen criador, ni adoran a nadie, sino en sus deleites está todo
su cuidado (Fernández de Oviedo [1535] 1959. –Libro VII, Capítulo XXIV-:
112).
Hacen estos indios grandes y muy continuas borracheras, en las cuales ordenan
sus guerras y venganzas de sus enemigos, y el mejor ornato que en sus
santuarios tienen son las cabezas de las personas que en guerras han muerto,
así de indios como de españoles, las cuales adornan con cierto betún que hacen,
y después de comida la carne, hinchan los huecos y vacíos que en ellas quedan
de aquel betún, dejándolas así como si estuviesen vivas y sanas (Aguado [1570?]
1956, Libro V, Capítulo III).
De los Panches ay poco que dezir en fu vida moral, porfer gente tan beftial que
no adorauã, ni creian fi no en fufdeleytes, y vicios, ni fe les daua nada, fino por
comer, y holgar, efpecialmente fi pudieran auer carne humana, y para
174
foloeftohazian siempre entradas en el reyno (Herrera [1601-1615] 1934 Vol. III
-Década VI, Libro V-:.151)
Es claro que las descripciones de los cronistas, aunque obedecen a una finalidad moral y
están escritas desde una alteridad que buscaba deslegitimar cualquiera de los
comportamientos percibidos entre los indígenas ante la sociedad hegemónica, debieron
haber tenido una base real o un referente material a partir del cual ingresaron en el
constructo mental de quienes los registraron en las crónicas; es decir que aunque
sabemos la connotación política y moral de estos relatos, no podemos llegar a negar que
algunos de estos comportamientos sí debieron haberse estado desarrollando en mayor o
menor medida entre las poblaciones indígenas.
Aunque esta finalidad retórica de las crónicas alcanzó su objetivo, estableciendo un
paradigma entre la población blanca acerca de la cultura panche desde el mismo
momento de la conquista hasta bien entrado el siglo XX, modernas lecturas de las
mismas se han cuestionado la existencia real de dichas prácticas socioculturales y/o han
puesto en duda la validez de su interpretación sin tener en cuenta el contexto ideológico,
social y ritual en el que posiblemente existieron. Así, aunque comportamientos como la
ideología, las estrategias militares o las alianza sociopolíticas no han dejado evidencias
en el registro arqueológico, otros como las deformaciones corporales y la apariencia
física fuerte descritas en las crónicas, sí han podido verse corroborados en algunos
estudios como el de Rodríguez y Cifuentes, en el que analizan restos biológicos
excavados en lugares como Guaduas, Agua de Dios, Guataquí y Tibacuy
(Cundinamarca) y han encontrado una existencia real de prácticas como la deformación
corporal en territorios de diversos segmentos panches, a la vez que exponen el buen
estado de salud de los mismos, lo que asocian con individuos fuertes vinculados
directamente con prácticas como el conflicto armado:
En los cráneos en mención se observa deformación tabular oblicua, la bóveda
craneal muy ancha y baja, con el frontal y occipital inclinados [...] En general
las vigorosas inserciones musculares y el estado de conservación de los restos
óseos y dientes, evidencian que pertenecieron a individuos muy robustos, de una
175
gran contextura física y excelente estado de salud (Rodríguez y Cifuentes 2004:
53).
Una lectura reciente de otros de estos comportamientos estigmatizados, como el alto
consumo de bebidas alcohólicas, de alimentos diferentes a los “bien vistos” por los
europeos, las recurrentes festividades e incluso un patrón de asentamiento disperso e
itinerante, también ha empezado a cuestionar la imágenes del contexto sociocultural en
que existían estas prácticas: Autores como Gregorio Saldarriaga exponen cómo la
sociedad española de la época de la conquista y la colonia no interpretó las prácticas
indígenas desde los significados rituales que realmente representaban para las culturas
en que se practicaban, subvalorando al indígena, por el contrario, se percibieron desde
una visión preconcebida de “salvaje” y “subhumana” de las mismas (Saldarriaga 2009).
Otra información extraída de las crónicas y que determinó en gran medida el desenlace
de las relaciones entre panches y españoles fue la fuerte tradición bélica que parecen
haber tenido los primeros y la percepción que de la misma plasmaron los españoles en
sus documentos. Según los datos consignados en las crónicas, los panches mantenían un
constante estado de beligerancia con otros grupos indígenas, ya fueran estos otras
parcialidades karib asentadas en diversos sectores del valle del río Magdalena (muzos,
colimas, tapaces, pantágoras, etc.), grupos muiscas asentados en las tierras del altiplano,
e incluso entre los mismos segmentos panches al interior de su propio territorio. La
retórica colonial implementada en los documentos de la conquista buscaba transmitir
una enseñanza moral y generar un sentimiento de admiración ante el “heroísmo” de las
tropas y líderes españoles; investigadores como Bolaños (1994) y Borja (2002) han
señalado la forma en que este tipo de documentos exageraban los números de
combatientes indígenas en la descripción de las batallas y/o exacerbaban las habilidades
de los mismos para el conflicto como parte de un modelo literario en el cual se
glorificaban las victorias españolas.
Parece ser que esta característica de las crónicas llevó a los autores que mejor describen
las situaciones de conquista en el territorio panche a prestar un especial interés por esta
tradición bélica ancestral y describirla en detalle a lo largo del proceso de conquista. Así,
en obras como la de Aguado, Simón y Fernández Piedrahita se encuentra una muy
176
detallada descripción de las situaciones de conflicto que protagonizaron los panches en
diferentes batallas, lo cual incluye por un lado las propias batallas que protagonizaron
los españoles, así como los relatos de batallas y temor que grupos como los muiscas -o
mozcas- decían tener de los panches.
De la misma forma en que se describen las situaciones de conflicto y el desarrollo de
esta “tradición bélica ancestral” encontramos una detallada descripción de elementos de
cultura material que acompañaban y ritualizaban estas situaciones de conflicto. En este
rico contexto descriptivo de los enfrentamientos armados encontramos referencias a
armamento defensivo y ofensivo, ornamentos, instrumentos musicales, atuendos,
etcétera:
Traian tan formados escuadrones y con tal regulada disciplina, como si fueran
banda de tudescos; unos dellos cubiertos con paveses y multitud de dardos a la
mano que mujeres armígeras traían: otros con picas largas y con mazas
pendientes de los hombros asimismo: otros con fuertes arcos y con flechas:
otros fundibularios, proveido, zurron de lisas piedras y redondas: otros también
traían cerbatanas y aljabas de saetas emplumadas que violentos soplos
despedían […] (Castellanos [1601] 1955. –Tomo IV-: 204).
Además de estos elementos de cultura material que fácilmente podrían ingresar en el
registro arqueológico en situaciones de conflicto como las descritas para el momento de
la conquista, la tradición bélica que se describe para los panches también se ve
manifiesta en otros aspectos que se describen ricamente a nivel literario, pero de los
cuales es difícil contar con una evidencia material; un ejemplo de esto son las
descripciones de las formaciones marciales o las estrategias militares de ataque y
defensa, las cuales son claro reflejo de la experiencia de los ejércitos indígenas al
momento del conflicto armado.
Así, de la revisión de estas fuentes, se pueden extraer dos grandes conclusiones: una,
que la cultura panche sí parecía poseer una tradición ancestral bélica en la que los
conflictos armados parecen haber formado parte de su cotidianidad, experiencia que se
reflejaría en aspectos como la organización de sus ejércitos a la hora de marchar a las
177
batallas; dos, que este conocimiento ancestral o experiencia en el campo del conflicto
también los había llevado a desarrollar una diversidad de armamentos efectivos tanto
para el combate cuerpo a cuerpo como para los ataques a distancia. Esta condición
beligerante y resistente a la invasión fue registrada por los mismos españoles durante las
campañas de conquista en las que combatieron contra ejércitos panches y/o en las
batallas en la que algunos segmentos panches se aliaron a estos para combatir en contra
de otras poblaciones indígenas.
Fragmentos de estas batallas presentados por cronistas como Simón, Fernández
Piedrahita y Aguado nos permiten identificar que los ejércitos panches mantenían una
estricta disciplina a la hora de marchar a las batallas, en las cuales no solamente los
hombres participaban, sino que también las mujeres desarrollaban ciertas funciones
relativas al aprovisionamiento y suministro de armas:
[…] á breves pasos vieron moverse al compas de los piés y del aire multitud de
penachos de todos colores, que llevaban en las cimeras cinco mil Gandules
embijados y dispuestos á dar batalla con tan regulada disciplina y militar
disposicion en la forma de los escuadrones, como si fuera la más bien
disciplinada banda de Tudescos, repartidos en esta manera. En los encinos
derechos de la vanguardia y retaguardia, los honderos, y en el izquierdo otros
tantos Gandules con paveses y multitud de dardos á la mano, que les
suministraban sus mujeres en la ocasion, mezclándose así entre honderos, como
darderos de vanguardia y retaguardia, muchos indios con cerbatanas y
jaculillos envenenados que despedian con el soplo. Las alas del ejército se
componian de los flecheros que también se mezclaban en el batallon formado de
picas de veinte y cinco palmos, tostadas las puntas, y de mazas que llevaban
pendientes de los hombros para cuando estrechasen (Fernández de Piedrahita
[1668] 1942 Libro V, Capítulo 1).
Asumimos que tal nivel organizativo a la hora de enfrentar a los invasores obedecía al
ejercicio de una tradición que se venía desarrollando desde el pasado y que había
alcanzado tales niveles organizativos como respuesta a múltiples experiencias en el
campo del conflicto. Las descripciones de los cronistas siempre presentan a los panches
178
como una sociedad agresiva y beligerante, la cual obtuvo reputación de valiente y
guerrera entre otros grupos prehispánicos de la región; podríamos apoyar esta
concepción con base en el grado de complejización militar registrado. De la misma
forma, se percibe en las descripciones sobre otros grupos étnicos el conocimiento y
temor de esta característica de los panches:
Y con ser tan pocos respecto de la muchedumbre de los Mozcas, los temian éstos
como á fieras indomables; Y así para resguardo suyo y de sus tierras, por la
parte que confinaban con los Panches tenia el Zipa presidios y guarniciones… y
los Bogotaes, asombrados, del susto se metian unos debajo de los caballos para
ampararse, y otros ántes de trabarse la batalla desamparaban el sitio, sin
detenerse un punto hasta verse dentro de Bogotá […] (Fernández Piedrahita
[1668] 1942 Libro V, Capítulo 1).
Descripciones como estas son un claro indicio de una sociedad preparada para el
enfrentamiento armado y acostumbrada a lidiar con situaciones de conflicto, en la cual
el mismo parecía hacer parte de su cotidianidad y la llevó a desarrollar tecnologías,
estrategias e incluso instituciones vinculadas directamente con esta condición.
Al hacer un seguimiento de las situaciones particulares que acompañaron el proceso de
conquista de poblaciones y territorios panches durante el siglo XVI y que abordamos el
inicio del presente capítulo, encontramos que todos los segmentos panches evidenciaron
esta tradición bélica ancestral: algunas de ellas la manifestaron desarrollando fuertes
procesos de resistencia armada ante la invasión española (resistencia que en casos como
el del sector norte y nororiental de la banda oriental del río Magdalena se extendió por
varios años, pero que en casos como el de los segmentos asentados en la banda
occidental del mismo fueron aplacadas de manera casi inmediata por los ejércitos
europeos), mientras que otras la hicieron evidente en sus alianzas con los ejércitos de
los conquistadores en contra de otros segmentos panches resistentes al proceso de
invasión y conquista.
No es descabellado pensar que en sociedades en las que se ha desarrollado un
componente bélico como el referido líneas arriba para los panches, este mismo ha
179
estado determinado y acompañado de un fuerte componente ideológico y sociopolítico
que sustenta dichos comportamientos y les da continuidad en el tiempo. Es probable que
en una sociedad beligerante como la panche, la ideología de la misma presente menor
disposición a la sumisión y al servilismo ante el eventual caso de un choque
intercultural con otra sociedad, lo cual habría acelerado en gran medida el proceso de
exterminio descrito anteriormente para el grupo étnico, al desarrollar diversos procesos
de resistencia (ya fuese esta armada y activa, o de tipo pasivo como las prácticas de
infanticidio mencionadas anteriormente).
También podemos deducir que el conjunto de percepciones que se formó en la sociedad
hegemónica de la época sobre la cultura panche aceleró un proceso de estigmatización
que justificó un rápido exterminio de la misma y la asimilación de los sobrevivientes al
régimen colonial. El concepto de “amenaza” que se formó ante la tradición bélica
registrada para los panches se mantuvo a lo largo de los pocos años que los
sobrevivientes del grupo étnico se mantuvieron e integraron al régimen colonial tras las
campañas de exterminio y conquista; esta situación seguramente fue un condicionante
impuesto por la sociedad colonial española que de una u otra forma tampoco permitió la
supervivencia del grupo a ningún nivel.
Según la temática abordada hasta este punto, pensamos que estos dos aspectos están
fuertemente vinculados con las condiciones particulares de la conquista y exterminio del
grupo, y que a su vez fueron determinantes para que en un lapso temporal de un poco
más de medio siglo (1537-1600) la cultura y población indígena panche se vieran
extinguidas tras su choque con la cultura europea.
180
CAPÍTULO 6
PANCHES DE MONTAÑA Y PANCHES DE RÍO: SUS DIFERENCIAS Y RELACIONES DESDE UN ENFOQUE
ETNOHISTÓRICO Y ARQUEOLÓGICO.
6.1 Los datos de las crónicas
Al hacer una lectura de las crónicas de la conquista en las que se presentan datos y
descripciones sobre los panches encontrados por los españoles en el siglo XVI,
hallamos un primer bosquejo de esta sutil diferenciación entre los segmentos asentados
en las tierras altas del territorio y los que habitaban las tierras bajas en alrededores del
curso del río Magdalena. Las descripciones que presentan los cronistas sobre las
características socioculturales de estos segmentos, sus formas de resistencia ante el
proceso de conquista y las mismas relaciones entre diversos segmentos panches,
parecen reflejar la existencia de ciertas diferencias que podrían corresponder a la
polarización de los segmentos panches en torno a dos núcleos sociopolíticos que
ocuparon espacios a su vez diferentes dentro de la geografía diversa de su territorio.
Durante la última década, sólo dos autores han llegado a sugerir la posibilidad de una
diferenciación cultural al interior de la unidad panche (considerada homogénea tanto
territorial como culturalmente desde el mismo momento de la conquista), a partir de la
lectura de documentos del siglo XVI (Rodríguez y Cifuentes 2004, Cifuentes 2004). La
investigación de Rodríguez y Cifuentes 2004 resalta el hecho de que los segmentos
asentados en las tierras altas enfrentaron a los españoles de manera diferente a como lo
hicieron los asentados en las tierras bajas (2004: 80); por su parte el trabajo de Cifuentes
(2004), profundizando un poco más en la investigación del conflicto en sociedades
prehispánicas, expone claramente las diferencias y enemistades que parecieron existir
entre los segmentos que ocupaban las tierras bajas del territorio panche, lo que podría
estar obedeciendo a una forma de conflicto intraétnico.
181
Retomando la propuesta de Rodríguez y Cifuentes sobre una posible diferenciación al
interior de la “unidad cultural panche” entre diversos segmentos y la probable
polarización de estos en torno a territorios específicos, como podrían ser los sectores
altos y bajos del territorio, desarrollaremos la búsqueda de estos aspectos en otros
ámbitos socioculturales que hayan podido haber quedado registrados en los documentos
de la conquista y/o que se puedan identificar y rastrear en el registro arqueológico. El
tipo de respuesta sociocultural manifestada por diferentes segmentos ante la invasión
europea del siglo XVI, el análisis toponímico y las diferencias sutiles en la cultura
material asociada a sectores específicos del territorio, son herramientas claves que nos
han permitido dar fuerza a la hipótesis de una diferenciación intraétnica para el caso
panche.
6.1.2 Respuestas ante la invasión europea
La primera y más marcada diferencia que encontramos, se desarrolla en torno a las
respuestas que ofrecieron los diferentes segmentos panches frente al proceso de
conquista e invasión adelantado por el ejército español al interior de los territorios
indígenas durante la segunda mitad del siglo XVI; como expusimos a lo largo del
Capítulo 5 mientras que los primeros contactos generaron en algunos casos fuertes
procesos de resistencia bélica, en otros conllevaron a la generación de alianzas entre
ejércitos indígenas y españoles. Cuales pudieron ser las causas de estrategias culturales
tan opuestas de parte de diversos segmentos panches?
Habia entre los Panches algunos pueblos que asentaron paces con Gonzalo
Jiménez de Quesada, prestando fidelidad á nuestro católico Rey; y no
atreviéndose éstos á declararse como los otros, solamente dieron
consentimiento á la empresa, prometiendo no desampararlos en lo secreto, no
tanto por sospecha del castigo que pudieran temer, como por el empeño de la
palabra dada á que no debian faltar, como que la vergüenza de romperla pesase
más que la notoriedad de la venganza á que aspiraban… pero las demas
naciones… descubiertamente coligadas y eligiendo como caudillo superior al
Bituima, pidieron paso á los Tocaremas, y por esta parte y la de Calandaima
entraron en los confines de Bogotá y Sutagaos, y abrazando los maizales y
182
demas sembrados, oprimieron de suerte los pueblos de Tibacuy, Subia, Tena,
Cipacon y Bojacá, que despues de cautivar mucha gente para alimento de su
voracidad, pasaron á cuchillo á cuantos, desconfiados de sí mismos ó
desprevenidos para la fuga, dieron en sus manos (Fernández Piedrahita [1668]
1942 Libro VIII, Capítulo IV).
Este relato de Fernández Piedrahita hace referencia especialmente a la campaña de
contraofensiva panche de 1538 y parece estar indicando cómo el proceso de exploración
y conquista del territorio panche generó diferentes tipos de respuesta ante la invasión
europea de parte de diversos segmentos. Se percibe que hay un grupo de segmentos que
opta por la resistencia mientras que otro grupo se mantiene apático a este tipo de
respuesta y mantiene relaciones pacíficas con los españoles; según el relato de
Fernández Piedrahita algunos segmentos se lanzan en una campaña bélica en la cual
llegan hasta las tierras del altiplano y arrasan con diversas poblaciones muiscas, sin que
otras poblaciones panches hagan parte de dicha contraofensiva. Aunque las crónicas
españolas no arrojan ningún dato sobre los motivos que llevaron a ciertos segmentos a
aliarse con otros en específico, podemos empezar a suponer la existencia de cierto grado
de “afinidad” entre algunos segmentos y “discordancia” entre y para con otros.
Siguiendo nuestra hipótesis de la existencia de una diferenciación entre segmentos al
interior del grupo referenciado como panches, podemos aventurarnos a proponer que
dicha diferenciación llevó en algún momento específico a la alianza o polarización de
un grupo de segmentos en contra de la invasión española, mientras que otro grupo que
presentara fuertes diferencias con esta “coalición” de segmentos resistentes, optaría por
la asociación con los españoles en contra de otros segmentos panches. Estos procesos de
agrupación de distintos segmentos al interior de una sociedad frente a situaciones
externas han sido sugeridos como indicadores de procesos de transición entre una
organización de tipo tribal y el surgimiento de un liderazgo institucionalizado (Lucaioli
2011: 184) y en nuestro caso específico parecen ser un indicador directo de la existencia
de alianzas sociopolíticas claras entre los segmentos concentrados en torno a dos centros
geográficos específicos.
183
Información como la presentada por Fernández Piedrahita también la encontramos en
otros cronistas que analizaremos más adelante, donde se percibe la polarización de
segmentos resistentes y pacíficos hacia sectores específicos del territorio panche. Si
estos segmentos asentados en sectores específicos desarrollaron respuestas
socioculturales opuestas ante la invasión, y durante el proceso de resistencia a la
conquista se dio una marcada polarización de parte de los segmentos asentados en estos
sectores específicos del territorio, podríamos empezar a rastrear la existencia de una
diferenciación social o política al interior de los segmentos panches y concentrada en
torno a áreas puntuales del territorio.
6.1.2.1 Procesos de resistencia indígena en el sector oriental y nororiental del territorio
panche.
Como se mencionó anteriormente, a partir de 1537 se iniciaron las campañas de
exploración y conquista del territorio ocupado por los panches, durante las cuales los
conquistadores europeos se encontraron con las ocupaciones de los segmentos a que
hemos aludido anteriormente. Dado que las exploraciones tomaron como punto de
partida la sabana de Bogotá, las primeras incursiones se hicieron por los límites
orientales del territorio panche (lo cual corresponde a las tierras altas montañosas de su
territorio). De esta forma, los primeros encuentros se dieron en los territorios de
Tibacuy y Tocarema (1537), ambos en la parte alta de la cordillera, para los cuales
encontramos las más ricas descripciones en las crónicas de Simón y Fernández
Piedrahita, cronistas que en el siglo XVII retomaron las descripciones de primera mano
de autores como Fernández de Oviedo, Aguado, Castellanos y otros, escritas durante la
segunda mitad del siglo XVI, y presentan una recopilación detallada de los hechos
registrados por los españoles que participaron en las campañas lideradas por Juan de
Céspedes y Jiménez de Quesada (1537), Pérez de Quesada (1538) y Venégas Carrillo
(1543) durante el proceso de exploración y conquista de los territorios indígenas.
El primer choque intercultural registrado corresponde a la batalla de Tibacuy, en la cual
el ejército español bajo el mando de Juan de Céspedes13 se encontró frente a un ejército
13 Juan de Céspedes fue uno de los ocho principales capitanes que componían la tropa de Jiménez de
Quesada en la conquista del Nuevo Reino de Granada, y a quien le fue encomendad la misión de explorar
el territorio ocupado por los panches en los límites occidentales del altiplano a partir de 1537.
184
panche conformado por los segmentos de anapoimas, calandaimas, colimas y tocaremas
en tierras del líder Conchima. Como se puede apreciar en la Ilustración 10 del Capítulo
5, este sector de Conchima o Conchaima, se localiza en la zona suroriental del territorio
que ocupaban los panches en el siglo XVI y según el análisis toponímico, los espacios
ocupados por los segmentos anapoimas, calandaimas y tocaremas también harían parte
de este sector oriental en los alrededores de la población de Tibacuy. Durante esta
primera batalla, la coalición indígena presentó un fuerte choque bélico de resistencia
ante los invasores; las descripciones de Fernández Piedrahita y Simón exponen el
resultado de las confrontaciones armadas y los papeles jugados por ambos bandos:
Pero este ímpetu de los caballos, que no pudo resistir la vanguardia de los
Panches, sostuvieron tan valerosamente en el batallon de las picas animado de
sus Cabos, que dieron lugar para que las hileras descompuestas se ordenasen y
descargasen á un tiempo multitud de flechas, dardos y piedras sobre los
españoles en tanto grado, que cubrian el cielo […] se comenzó una lid
sangrienta con tanta obstinacion y coraje, que cuando mayores estragos se
hacian en aquellos bárbaros, con tanta más furia se entraban por las espadas y
lanzas sin temor de la muerte, y era tan espesa la lluvia de piedras y flechas
sobre los españoles, que ya con notable dificultad sustentaban el combate,
falseados y rotos los escudos de los botes de las picas y dardos y atormentados
los brazos y piernas de los golpes de piedras y masas […] (Fernández Piedrahita
[1668] 1942 Libro V, Capítulo I).
[…] no sólo no les acobardaba ver caer tantos de los suyos muertos y la tierra
regada de sangre, sino que antes de esto, como a elefantes que se embravecen
con la vista de la sangre, los embravecía más y se metían sin ningún temor por
las espadas y lanzas de sus contrarios, disparando sobre ellos de sus flechas,
dardos, piedras, jaras, con las cerbatanas, macanazos y palos con los arcos
cuando se les habían acabado las flechas tan aprisa, que les daban muy bien en
qué entender a los soldados (Simón [1627?] 1981 -tomo III-: 219)
Estos dos cronistas coinciden en resaltar que aún frente a la superioridad del ejército
español (no determinada por el número de soldados sino por las tecnologías
185
implementadas como el uso de caballos, y las armas de metal, que resultaban novedosas
y efectivas contra los indígenas), la resistencia panche sólo se vio afectada por la muerte
del líder de estos últimos, tras lo cual se dieron a la retirada, determinando la derrota del
ejército indígena14:
El cual como descollaba entre los demás por su altura, mostraba más que todos
el brío que traía y de la importancia que era, para darlos a los demás. Y así,
viendo el Sanmartín sería de mucha para acabar la guerra el despachar aquel,
fue advirtiendo alguna buena ocasión para hacerlo, y hallándola, dio de las
espuelas al caballo y pasando por junto a él, le metió su lanza por un hombro y
le salió por la espalda, conque quedó sin vida despidiéndola con un valiente
grito […] Y así, asombrados todos de ver aquel gigante tendido y oir el grito
que dio, procuraron la huída por aquellas medias laderas, como desconfiados
ya de todo buen suceso (Simón [1627?] 1981 -tomo III-: 220)
De estos tres fragmentos podemos extraer que en los españoles causó fuerte impresión
el carácter aguerrido de los segmentos panches de este sector oriental del territorio, a la
vez que se empieza a vislumbrar desde este primer contacto, que esta coalición de
segmentos presenta un fuerte proceso de resistencia armada ante las incursiones de
exploración.
Aunque los panches de esta parte alta de su territorio (sector montañoso al oriente del
mismo) “aceptan” la derrota tras esta primera batalla, continúan en un claro proceso
beligerante de resistencia que se ve bien documentado en la posterior invasión que
hicieron a territorios controlados por los españoles en Agosto de ese mismo año
(Fernández Piedrahita [1668] 1942, Simón [1627?] 1981). Esta situación suscitó otra
incursión del ejército español (junto con aliados muiscas) al territorio panche con el
objetivo de pacificar esta provincia, encontrándose de nuevo con un ejército
14 A diferencia de las estructuras occidentales de la guerra, los grupos prehispánicos desarrollaron otras
formas de conflicto y finalización de los mismos. Un claro ejemplo es el expuesto por Salas y que parece
aplicar a un amplio colectivo de sociedades indígenas en el continente americano: en muchos choques
armados, tras la muerte o caída del líder indígena, el resto del ejército se rinde, dando por finalizada la
batalla y aceptando la derrota general (Salas 1986).
186
conformado por diversos segmentos panches de las tierras altas, el cual presentó otra
vez fuerte resistencia ante el embate español.
En este punto histórico empieza a hacerse mención a Síquima, el líder indígena de un
segmento del mismo nombre, asentado en las tierras altas del nororiente del territorio
panche y que gozaba de gran reconocimiento entre las poblaciones de la zona durante el
desarrollo de conflictos. Según se percibe en diversos autores (Fernández Piedrahita
[1668] 1942, Simón [1627?] 1981, Aguado [1570?] 1956), como se verá más adelante,
Síquima llegó a jugar un papel muy importante en el proceso de resistencia indígena
durante la conquista del territorio panche apareciendo como líder militar al mando de
una coalición de segmentos de esta parte del territorio.
Para el momento de esta incursión española, la influencia política de Síquima congregó
a un grupo de líderes entre los que estaban Tocarema, Buluaduaima y Matima
(Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro V, Capítulo VII), los cuales de nuevo
ofrecieron resistencia bélica al avance del ejército español al interior del territorio
panche, aunque al igual que en las anteriores confrontaciones, el resultado fue la derrota
de los indígenas, podemos apreciar que las incursiones españolas a este sector
nororiental del territorio siguen encontrando un claro y fuerte proceso de resistencia
ante la exploración.
No obstante, tal como lo percibe Simón y como se puede apreciar en el desarrollo
posterior de las relaciones entre los segmentos panches de este sector de su territorio y
los españoles, aunque tras la derrota los indígenas hicieron ofrendas de frutas a los
españoles, el pago de estos “tributos” no significó una sumisión real a los invasores de
parte de los segmentos que protagonizaron estas batallas, sino una aparente paz
momentánea durante la cual se dio un proceso de reorganización militar para continuar
con el proceso de resistencia:
Cargados de su presente y de deseos que lo quisiese recibir el general y a ellos
con él, vinieron algunos de los más viejos y principales de los panches, bien a
deshora de lo que imaginaban los nuestros, porque fue a tiempo que entendían
187
estaban tratando de la venganza y el volverse a reformar para la guerra (Simón
[1627?] 1981 -tomo III-: 287)
Hasta este punto, podemos apreciar cómo el proceso de resistencia activa en la parte alta
del territorio se siguió gestando más allá de las primeras incursiones españolas a
territorio indígena (y las consecuentes derrotas que estas acarrearon), en otras palabras,
empezamos a encontrar que los segmentos indígenas asentados en este sector
nororiental no asumieron procesos de paz con los invasores, ni desarrollaron algún tipo
de sumisión ante las derrotas en las batallas, por el contrario generaron procesos de
contraofensiva como la de 1541 en la que incursionaron y asolaron territorios muiscas
controlados por los españoles (Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro VIII, Capítulo
IV.).
Ante esta invasión adelantada por los panches en 1541, los muiscas solicitaron a los
españoles que se adelantara una incursión de apaciguamiento al territorio panche. Dada
la ausencia temporal de Jiménez de Quesada en el altiplano, varios capitanes españoles
designaron a Hernán Pérez de Quesada para que dirigiera dicha campaña buscando
apaciguar dichos procesos de resistencia. Cómo es lógico, esta campaña militar se
enfocó hacia las partes montañosas del norte y el oriente del territorio panche, en donde
se localizaban los segmentos que habían estado desarrollando los procesos de
resistencia descritos anteriormente. Así, la incursión española adelantada en 1541 se
concentró en este sector del territorio panche (Fernández Piedrahita [1668] 1942), en los
alrededores del Río Negro, donde tenían su principal asentamiento las poblaciones de
nimaimas y nocaimas, así como en el sector oriental en donde se encontraban anolaimas
y tocaremas (ver Ilustración 8 e Ilustración 10), dejando de nuevo en los documentos de
la conquista la misma impresión de fuerte resistencia armada:
[…] el campo de los Nimaimas que, con alaridos y voces, pretendian
manifestarse, y aun pareció convidaban á llegar á las manos; en que no fueron
perezosos los nuestros, pues avanzando á toda priesa se trabó un bien reñido
combate, en que si hacian maravillas los españoles, no excedian á los Panches
que, como fieras acosadas, se entraban por las lanzas y espadas sin temor de la
muerte (Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro VIII, Capítulo IV).
188
Siguiendo las descripciones de Fernández Piedrahita, quien es el cronista que presenta
las descripciones más detalladas para estas batallas, aparece en este momento el nombre
de Bituima, como un personaje importante entre estos segmentos panches del norte y
nororiente del territorio que estaban desarrollando los fuertes procesos de resistencia
bélica descritos anteriormente. Este autor da un claro ejemplo del respeto y reputación
que tenía entre estos segmentos el líder Bituima:
Tanto como esto importan las advertencias de un buen discurso: y los Panches,
que veneraban á Bituima por oráculo de la guerra, recogidos víveres para
muchos dias, y taladas las sementeras, trataron con más desvelo de su defensa
por la vecindad con que ya campeaba el ejército español (Fernández Piedrahita
[1668] 1942 Libro VIII, Capítulo IV).
Como profundizaremos más adelante, la mención de un líder político militar panche
cuyo poder e influencia trascienda el nivel local del segmento y llegue a encabezar una
coalición de segmentos en contra de un enemigo común, es un suceso que sólo hemos
registrado para esta parte del territorio y del que no encontramos referencia en otro tipo
de situaciones descritas en los documentos analizados: Aunque las alianzas o
coaliciones entre segmentos panches no son eventos exclusivos de este sector del
territorio, sí parece serlo la existencia de un líder político o militar a cargo de este tipo
de coalición de segmentos.
Para finales de 1543 la campaña de exploración de Hernán Venégas Carrillo15 lo llevó
de nuevo al interior del territorio panche; Venegas fue atacado por Síquima al inicio de
esta campaña, en el punto de confluencia de los ríos Síquima y Contador, en la parte
nororiental del territorio panche (punto rastreable hasta la actualidad pues el nombre de
los dos ríos se conserva), en inmediaciones de los territorios controlados por Bituima y
Síquima. Síquima se hallaba al mando de una coalición de segmentos panches
(çaçaimas, chapaimas y síquimas) de la parte norte del territorio (Simón [1627?] 1981
Sexta Noticia. Capítulo IX), las que pese a su aguerrida resistencia, fueron según los
cronistas, nuevamente derrotados:
15 O Fernán Vanegas como aparece en Simón [1627?].
189
[…] tenia Venégas órden de poblar una ciudad en la provincia de los Panches,
que reprimiese la ferocidad de sus armas […] marchó contra los Bituimas, que
fortificados en una peña, se pusieron en defensa, esperando aun mejor fortuna
que la que tuvieron con Hernan Pérez […] más, como fuese tan feroz asalto el
que le dieron los nuestros, que en ménos de dos horas quedase roto el ejército
de los contrarios, y el campo seguro […] (Fernández Piedrahita [1668] 1942
Libro VIII, Capítulo IV).
Así, podemos entrever que la resistencia activa registrada en el sector norte y nororiente
del territorio panche desde las primeras campañas de exploración, se sigue presentando
en 1544, lo que se ve reflejado en que la campaña de Venégas se siga encontrando
frente a un fuerte proceso de resistencia que parece hacerse extensivo a la mayor parte
de los segmentos establecidos en las tierras altas del territorio, percibiéndose de nuevo
la influencia del líder Síquima como protagonista del mismo:
[…] poniéndose con armas a la resistencia y defensa de sus tierras y pueblos, no
quedando en la tierra provincia ni cacique que no tuviera estas determinaciones,
de que fue el primer motor el de Síquima, a cuyos avisos acudieron luego todos
los principales sus comarcanos […] (Simón [1627?] 1981 Tomo III: 174)
Como se puede apreciar hasta este punto de la incursión al territorio panche, es claro
que desde 1537 hasta 1544 el área conocida por los españoles correspondía a las tierras
altas y montuosas del norte y nororiente del territorio. Igualmente, podemos concluir
que en dichos espacios los segmentos encontrados siempre presentaron un constante
proceso de resistencia bélica que impidió en todo momento establecer un enclave
español de cualquier tipo desde el cual ejercer un control real de la zona. Debido a que
el principal interés de Venégas era la fundación de dicho enclave, la constante
resistencia que encontró en las tierras altas lo llevó a explorar la parte baja de los
alrededores del río Magdalena, donde encontró una situación diferente, en la que el
proceso de resistencia fue muchísimo menor e incluso que los segmentos indígenas le
ofrecían cierta hospitalidad, como lo expondremos en el siguiente apartado.
190
6.1.2.2 Consolidación de alianzas y establecimiento de enclaves españoles en el sector
sur del territorio panche.
La situación de conflicto permanente e insumisión total a la invasión europea
desarrollada por los segmentos panches asentados en las tierras montañosas del sector
oriental de su territorio parece no haber sido la misma que encontramos para los
sectores de las tierras bajas en los alrededores del río Magdalena.
Siguiendo la incursión de Venégas Carrillo durante 1544, resulta claro que la
belicosidad y resistencia indígena de los segmentos asentados en la parte montañosa del
territorio panche dificultó a los españoles el establecimiento de un asentamiento que
pudieran utilizar como enclave para someter la provincia en dicho sector. Por ello
Venégas prosiguió por el interior del territorio en búsqueda de condiciones más
favorables, lo que lo llevó a explorar las tierras bajas junto al río Magdalena,
encontrándose con que existían aparentes rivalidades entre los segmentos asentados en
estos nuevos territorios y los conocidos por los españoles desde 1537 en la parte
montañosa, lo cual encontramos bien referenciado en cronistas como Simón, en su
relato de la exploración hacia las tierras bajas en 1544:
[…] determinaron pasar adelante, hasta entrar en la provincia que llamaban de
la sabana, gente enemiga del Síquima, con quien traían perpetuas guerras,
ocasionadas de leves y comunes encuentros, aunque muy fundadas en graves
ocasiones antiguas con que unos abastecían las carnicerías de los otros […]
(Simón [1627?] 1981. –tomo IV-:180)
Fragmentos como este de Simón, nos permiten percibir la existencia de rivalidades al
interior del grupo y territorio identificado como panche para este momento puntual de
1544 y a la vez nos sugiere que esta rivalidad entre los segmentos que ocupaban las
tierras bajas junto al río Magdalena (que Simón refiere como “la provincia de la sabana”)
y los explorados en la parte montañosa del sector norte y oriental del territorio, pudo
haberse dado durante un amplio periodo de tiempo, es decir que no habría sido generada
por el proceso de conquista español y las incursiones que se venían dando durante los
últimos siete años (1537 a 1544) sino que podría obedecer a lo que aquí denominamos
191
una aparente “enemistad ancestral” entre los segmentos asentados en los dos sectores
referidos.
En su descenso hacia las tierras bajas, Venégas se encuentra con segmentos como los
liderados por Lutaima y Lachimí, los cuales le ofrecen a los invasores una posición muy
diferente a la expuesta anteriormente por el de Síquima: En las referencias al líder
Lachimí, aunque no se describe en detalle el tipo de relaciones que mantenía su
segmento con el de Síquima, se le presenta como un enemigo de este último. En la
transcripción del discurso de Lachimí presentada por Simón, este líder indígena ofrece
al capitán Venégas un considerable contingente de batalla a disposición del mismo, con
el objetivo de dirigir un ataque en contra de los segmentos confederadas por Síquima:
No sólo esos te ofrezco, respondió Lachimí, sino dos mil combatientes bien
armados y valiente gente que sabrá defender tu persona, si los de esa tierra en
cuya demanda llevas los intentos quisieren molestaros… Jamás en mi palabra
hallarás engaño de amistad si yo no le hallare en la tuya. Y así te podrás fiar
como de buen amigo. Y en demostración de esto ofrezco seguir tu bandera y si
gustares de tomar venganza del Síquima en los agravios que te ha hecho,
acompañará a tu gente toda la que quisieras de la mía […] (Simón [1627?]
1981. –tomo IV-: 182).
Este ofrecimiento arroja valiosa información sobre la situación de los segmentos de las
tierras bajas, pues lo hemos asumido como un claro indicador de que las enemistades
existentes con los segmentos de la parte montañosa del territorio eran tan fuertes que
ante el primer contacto con un grupo desconocido y sin saber sus intereses, se le brinda
un contingente militar en contra de los enemigos ancestrales indígenas.
Rodríguez y Cifuentes también han sugerido la posible existencia de formas de
conflicto que habrían opuesto a los segmentos asentados en las tierras bajas y los de las
tierras altas (2004:17). En este sentido, aunque no hemos podido registrar en las
crónicas referencias específicas a conflictos que hubieran llevado a enfrentar a panches
de tierras altas y bajas como dos bandos unificados y contrapuestos entre sí, por el
contrario, sí podemos rastrear respuestas diferentes ante la invasión europea al interior
192
de los grupos asentados en estos dos ambientes. Asimismo, podemos identificar que las
relaciones sociopolíticas al interior de los segmentos asentados en las tierras altas del
territorio y al interior de los asentados en las tierras bajas eran totalmente diferentes para
el momento de la llegada de los españoles en el siglo XVI.
Retomando el desarrollo de la incursión española en las tierras bajas, para el momento
del encuentro con el líder Lutaima, Venégas se encuentra con que estos segmentos de
las tierras bajas presentaban una menor tendencia a la resistencia bélica, razón por la
cual le propuso la paz a este líder, el cual accedió a dar paso por sus territorios a los
españoles como primer paso de una alianza con estos últimos:
[…] mudó sus primeras demostraciones en venir desarmado con algunos de sus
nobles y hablar al capitán Vanegas, con quien asentó la paz con tanta firmeza
que jamás la quebrantó, y dio paso libre por sus tierras para las del Tocaima,
no por ventura sin intentos de verlas por aquel camino destruídas, ya que no
podía por otro quedar vengado de asedias antiguas y agravios nuevos que el
Tocaima le tenía hechos, con que estaban cebadas entre ellos sangrientas
enemistades (Simón [1627?] 1981. –tomo IV-: 216)
Este “paso libre” que menciona Simón está haciendo referencia a permitir el paso del
ejército español hacia la conquista de las tierras de otro líder de segmento, pues Lutaima
cedió paso a los españoles con el objetivo que colonizaran las tierras del Tocaima
(Guacanaima) en venganza por anteriores afrentas que éste le había hecho, lo cual
parece estar reflejando la existencia de una situación de conflicto entre los segmentos
asentados en las tierras bajas, y que parecería preexistir desde antes del contacto con los
españoles.
Algunos investigadores (Rodríguez y Cifuentes 2004, Cifuentes 2004) también han
sugerido la posible existencia de conflictos entre los mismos panches de las tierras bajas,
que se manifestaban en enfrentamientos bélicos entre dichos segmentos al momento de
la llegada de los españoles. Tras la lectura de cronistas como Simón, podemos deducir
que líderes asentados en este sector como Lutaima, Tocaima y Lachimí (Ilustración 11)
193
parecen ser enemigos entre sí y que esta situación fue aprovechada por los españoles
para incursionar en los territorios de los diversos segmentos de esta parte del territorio.
Al contrario de la situación registrada en la parte oriental y nororiental del territorio
panche, en donde los segmentos se aliaron entre sí y ofrecieron un fuerte proceso de
resistencia que se extendió por años, parece que las diferencias y enemistades existentes
entre los segmentos de la parte baja del territorio las indujo a establecer alianzas
temporales con los españoles con el objetivo de fortalecerse en contra de los demás.
Esto resultó, por tanto, en que el proceso de exploración e incursión de parte del ejército
español nunca se encontró frente a una oposición indígena realmente significativa en
esta parte del territorio.
Como podemos extraer del siguiente fragmento de la obra de Aguado, los ejércitos
indígenas de las tierras bajas presentaron una menor disposición para afrontar batallas y
una resistencia más disgregada que la ofrecida por los ejércitos panches de las tierras
altas:
Así salió Martín Yáñez con su gente, y fue a dar a una provincia de unos indios
llamados Guacanaes, donde, siendo sentido de ellos, tomando las armas en las
manos se pusieron en defensa de su tierra y casas; mas como llegasen a tentar
las fuerzas de los españoles y hallasen en ellas tanta resistencia, acordaron
aventajarse en el huir, pues no lo podían hacer en las armas. Las armas de que
estos indios usan en sus guerras son flechas, lanzas, dardos y macanas; y
aunque todos son corpulentos y de grandes ánimos, con mucha facilidad fueron
ahuyentados de los nuestros, dejando sus casas y haciendas, frágiles y de poco
precio, en poder de los cristianos; y asimismo los que con descuidados pasos se
tardaron en huir, dejaron también las vidas (Aguado [1570?] 1956, Libro V,
Capítulo I).
Aquí podemos apreciar como Martín Yáñez Tafur, encargado por Venégas de la
exploración de las tierras bajas en territorio panche en 1544, incursiona en el territorio
de los guacanaes o guacanaimas, que es el mismo segmento referenciado en el discurso
del líder Lutaima como la población de tocaima. Como podemos apreciar en la
194
Ilustración 11, donde encontramos la ubicación aproximada de los segmentos panches
en el territorio, este segmento se encontraba ocupando el área en torno a la confluencia
de los ríos Patí y Magdalena en uno de los sectores altitudinalmente más bajos del
territorio panche.
Los guacanaima, quienes también aparecen en las crónicas como tocaima,
denominación que parecen haber tomado de un líder ancestral de gran renombre entre
otros segmentos panches de los alrededores (Aguado [1570?] 1956, Simón [1627?]
1981), presentaron un comportamiento totalmente diferente al registrado para los
segmentos encontrados por los españoles en las tierras altas. Este segmento les ofreció
su hospitalidad y puso a su disposición diversos recursos, lo que llevó Hernán Venégas
a escoger este sitio como el indicado para fundar la población que buscaba en el interior
de esta provincia, como se puede apreciar del registro de la primera entrevista con el
líder guacanaima:
Respondió el indio bien a propósito, no con razones de bárbaro juicio, sino
acertadas y bien compuestas, prometiendo de su parte honradas
correspondencias de amor y buena amistad, que jamás quebró este indio ni sus
vasallos desde este día que la dieron a los españoles (Simón [1627?] 1981. –
tomo IV-: 190)
Esta estrategia pacífica de parte de los indígenas se expone detalladamente en las
crónicas de Aguado, el cual hace uso en este punto de una retórica literaria mucho más
amable que la implementada hasta ese momento para describir a los “salvajes” panches,
presentándolos como gente “noble y generosa”. Las descripciones de Aguado (al igual
que las de Simón) permiten entrever que los españoles tuvieron una percepción distinta
de los panches de las tierras altas y los de las tierras bajas, percepción que seguramente
estuvo determinada por el grado de resistencia y beligerancia que encontraron ante el
proceso de conquista en los diversos sectores del territorio:
Idos los indios Guacanes a sus casas, procuraban traer cada día comida a los
españoles en agradecimiento del beneficio que de ellos habían recibido. Esta
gente Panche son de tan noble condición que no tienen cosa suya que no la
195
comuniquen y den con maravillosa liberalidad a cualquiera persona, aunque
sean sus enemigos, salvo si actualmente están en la guerra contra ellos; y así
demás de por ser ellos naturalmente inclinados a esta generosidad, por los
beneficios que el día antes habían recibido de los nuestros, les traían mucha
comida (Aguado [1570?] 1956, Libro V, Capítulo II).
También encontramos en las crónicas que fue tal el grado de hospitalidad ofrecido por
el segmento de guacana que no se hizo necesaria la implementación de la fuerza para
lograr la sumisión de este territorio:
Martín Yáñez Tafur usó el oficio de capitán y caudillo en esta jornada, porque
con dos salidas que hizo a traer la gente y naturales de paz, se pobló el pueblo,
como adelante se dirá, y así no fue necesario que los demás usasen el oficio de
capitanes (Aguado [1570?] 1956, Libro V, Capítulo I)
Esta situación no estaría implicando que los segmentos asentados en estas tierras bajas
carecieran de ejércitos ni de una tradición bélica ancestral, por el contrario, al parecer
contaban con el componente bélico necesario para haber desarrollado un proceso de
resistencia similar al registrado en las tierras altas entre 1537 y 1544, pero las decisiones
políticas indígenas favorecieron el surgimiento de alianzas con los mismos españoles,
quienes también hicieron de la diplomacia un instrumento de su estrategia para lograr su
establecimiento en la zona. Simón [1627?] expone bien como guacanas y españoles
sellaron una de estas alianzas al momento de iniciar una campaña bélica en contra de
otros segmentos panches como los lachimíes:
No hallaba palabras el Guacana en agradecimiento de las que le dijo el capitán
Vanegas y el haber admitido su voluntad […] así, con la misma que se ofreció,
despidiéndose de los españoles y llamando a sus capitanes y gente noble, mandó
apercibiesen su gente con todos los pertrechos de guerra de su usanza, que eran
macanas, dardos, hondas, lanzas, flechas bien apercibidas de mortal veneno, y
que estuviesen a pique para salir con los españoles cuando le ordenasen (Simón
[1627?] 1981. –tomo IV-: 195)
196
De esta forma, en los autores que hacen referencia a las situaciones acaecidas en las
tierras bajas del territorio panche (principalmente Aguado y Simón), encontramos como
una constante la existencia de alianzas entre los españoles y diversos segmentos
indígenas de esta parte del territorio. Tal es el caso de los encuentros con los segmentos
de conchima y calandaima, las cuales encontró Venégas durante 1544 en su exploración
de la parte baja del territorio panche:
Recibiólos el capitán Vanegas con aplauso y cortesía de todos y en muestra de
amistad le dio algunas camisas bien hechas y labradas, bonetes, espejos y
cascabeles que estimó el Calandaima en mucho […] Hiciéronse con esto firmes
conciertos de paz con apretadas fijezas de ambas partes y demostraciones de la
del cacique, ofreciendo luego ciento de sus vasallos para que ayudasen en la
fábrica de las casas y de acudir con el tributo moderado que les señalase el
encomendero […] (Simón [1627?] 1981. –tomo IV-: 205)
No se olvidaba (Conchima) de reconocer esta amistad desde su tierra con
algunos regalos que enviaba a los españoles, juzgando serle más sano partido
conservando la amistad como lo hizo todo el resto de su vida, rendirles vasallaje
de los tributos, que estar siempre las armas en la mano y riesgo cada día de
perder la vida […] (Simón [1627?] 1981. –tomo IV-: 206).
En ambos fragmentos de Simón se puede percibir la forma en la que el contacto con
estos segmentos panches de las tierras bajas en 1544 no estuvo determinado por ningún
tipo de conflicto, por el contrario, parece ser una constante la amabilidad y sumisión de
los líderes indígenas a las tropas de Venégas16. Al igual que en lo registrado para
guacanaima y lutaima, parece que conchima y calandaima no sólo ponen recursos y
16 Es importante resaltar que durante las campañas de exploración del territorio en 1537 ya se había
registrado un primer contacto con una coalición indígena bajo el liderazgo de conchima, en la cual los
segmentos asentados en las partes montañosas del oriente del territorio presentaron un fuerte proceso de
resistencia armada ante la incursión española; aunque es arriesgado atrevernos a especular las causas por
las cuales un segmento como el de conchima desarrolló dos tipos de respuestas tan diferentes ante el
contacto europeo en dos momentos de la conquista, sí podemos concluir que para este segundo escenario
ni el segmento ni su líder aparecen como aliados a otro grupo de segmentos, lo que nos lleva a suponer
que durante 1537 la respuesta armada se pudo haber dado por la influencia de estos segmentos, los cuales
registran formas de resistencia activa durante todas las situaciones de contacto experimentadas en el
sector montañoso del oriente del territorio.
197
víveres a disposición de los españoles sino que incluso les ofrecen sus ejércitos para
continuar en su misión de exploración y conquista del territorio.
Como se mencionó brevemente en los Capítulos 3 y 5, esta campaña de 1544 finalizó
con la fundación de la ciudad de Tocaima en las tierras bajas del territorio panche, el
cual era el objetivo de la expedición adelantada por los españoles durante este año.
Aprovechando la alianza establecida con el segmento de guacanaima, la cual parece que
fue la más fuerte de las logradas en esta parte del territorio, se estableció la primera
población española en territorio panche, desde la cual se dirigieron en lo sucesivo los
procesos administrativos, religiosos y exploratorios de la región.
Como se puede apreciar al hacer una lectura de las acciones referidas por los cronistas
para la parte alta del territorio, el dominio y control de las tierras bajas de parte de los
españoles no implicó enfrentar un proceso de resistencia indígena tan largo ni tan fuerte
como el descrito para los segmentos en la parte oriental y nororiental del territorio, por
el contrario, el tipo de relaciones entre grupos indígenas y colonizadores europeos fue
muy pacífico desde el momento en que las campañas de exploración ingresaron a esta
parte del territorio panche. De esta forma, nos encontramos frente a dos tipos de
respuesta política indígena ante la invasión europea en el siglo XVI:
En el sector oriental y norte del territorio, donde se encuentran las áreas montañosas de
alta pendiente, los segmentos indígenas presentaron una fuerte y constante resistencia
ante la incursión española en su territorio. Los líderes de los principales segmentos se
unieron entre sí y al parecer se organizaron políticamente bajo el mando de Síquima,
designado como líder común en este momento crucial de la historia para dirigir el
proceso de resistencia en contra de la invasión española. Aunque no es claro el alcance
del poder de este líder y/o la institucionalidad de este liderazgo, sí es evidente que la
respuesta sociocultural a la invasión de parte de los segmentos concentrados en este
sector del territorio panche, fue la coalición entre los mismos con el objetivo de
enfrentar a un enemigo común.
Por el contrario, entre los segmentos asentados en las tierras bajas del territorio no se
registra la existencia de una unidad durante la exploración española, sino una situación
198
de conflicto intraétnico en el que la enemistad entre segmentos panches conllevó al
establecimiento de alianzas individuales con los españoles, lo cual a su vez conllevó al
dominio y destrucción de otros segmentos indígenas.
Estas dos situaciones exponen claramente la existencia de una unidad sociopolítica por
encima del nivel de segmento para el siglo XVI en la parte alta del territorio panche.
Aunque no es claro si el surgimiento de dicha unidad o confederación de segmentos
tuvo su origen en el momento de la conquista como respuesta a la invasión española o
presentaba un antecedente que implicara la institucionalización del liderazgo (ya fuera
social, político, económico o religioso), sí podemos aseverar que las relaciones
socioculturales existentes entre los segmentos de este sector del territorio favorecieron
el surgimiento y mantenimiento de un líder al menos durante el proceso de resistencia
indígena que desarrollaron dichos segmentos. En cuanto al tipo de relaciones registradas
para los segmentos de las tierras bajas, se puede evidenciar una disgregación cultural
determinada tal vez por relaciones de conflicto entre estos; el registro de las crónicas a
nivel sincrónico no nos permite atrevernos a dilucidar las causas de este conflicto
intraétnico, pero si permite concluir la existencia de relaciones sociopolíticas entre
segmentos muy diferentes a las registradas para los segmentos del norte y oriente del
territorio.
Otra gran conclusión que podemos extraer de la comparación de escenarios en los
documentos de la conquista, es la existencia de dos patrones de comportamiento ante la
invasión europea: mientras en las tierras altas se registra una fuerte resistencia armada
que se extiende por varios años, en las tierras bajas no se encuentra una oposición
armada real ante la incursión europea en territorio indígena. Podríamos atrevernos a
pensar que dentro de la concepción sociocultural de los grupos de las tierras altas no se
contemplaba la sumisión de los territorios bajo ninguna circunstancia y aunque los
constantes enfrentamientos concluían siempre en la derrota de los ejércitos indígenas,
nunca hubo un acto de rendición verdadera mediante el cual se aceptara la invasión de
los españoles. Este no fue el caso de los segmentos asentados en las tierras bajas, para
las cuales encontramos un proceso mucho más diplomático en el que mediante el
diálogo y el establecimiento de alianzas se permite el ingreso y ocupación del territorio
a los españoles desde el momento del primer contacto.
199
La existencia de estos dos tipos de respuesta ante la incursión europea (resistencia
activa por un lado y formación de alianzas locales por otro) podrían explicarse por los
grados de cohesión social y consolidación incipiente de un liderazgo por encima del
nivel local de segmento. Como expusimos anteriormente, es muy probable que los
segmentos asentados en el sector norte y nororiental del territorio se encontraran en un
proceso de surgimiento de liderazgo institucionalizado; de ser así, es claro que la
consolidación de dicho liderazgo implicara una unidad más sólida y homogénea de los
segmentos (sin importar aquí las estrategias o mecanismos por medio de los cuales se
dio dicha agregación de éstos). Por el contrario, es claro que en un escenario como el
descrito para el sector sur del territorio, en el cual no existe una institución de ningún
tipo por encima del nivel local de segmento, cada uno de estos se encuentra en una
situación de competencia con los demás, lo que se traduce en la existencia de
enemistades constantes y pugnas por alcanzar diversos tipos de poder y control sobre
los otros.
De acuerdo a lo anterior, es muy claro que los mismos españoles se enfrentaron a dos
escenarios totalmente distintos, lo que los llevó a desarrollar acciones igualmente
diferentes para lograr la incursión y posterior control de los territorios y sus poblaciones.
Enfrentar un grupo de segmentos fuertemente consolidado, organizados política y
militarmente bajo una unidad radicalmente resistente, generó una estrategia de ataques
directos enfocados a la destrucción física del enemigo, mediante constantes y
recurrentes embates en los que la superioridad tecnológica hacía mella tras cada batalla
(aunado a procedimientos de destrucción económica como la técnica de tala y quema de
los territorios indígenas). Por el contrario, en el escenario de las tierras bajas, el
encontrarse frente a segmentos fuertes en su unidad, pero enfrentados entre sí por
conflictos internos y posibles pugnas por el poder entre sí, conlleva al grupo
conquistador a fomentar dichas enemistadas y diferencias, establecer alianzas fugaces
con cada uno de los segmentos y sacar el mayor provecho de estrategias de guerra como
la diplomacia.
Por encima de la existencia de las diferenciaciones descritas anteriormente, la lectura de
las crónicas también expone claramente la existencia de una “tradición bélica ancestral”
200
(Cifuentes 2004) que se hace extensiva para los segmentos asentados en todos los
sectores del territorio, materializada en la existencia de ejércitos bien disciplinados,
soldados entrenados y desarrollo de armamento ofensivo y defensivo especializado.
Esta tradición bélica fue adjudicada por los cronistas a todos los segmentos panches
(Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601] 1955, Fernández de Oviedo [1526] 1959,
Fernández de Piedrahita [1668] 1942, Simón [1627?] 1981), lo que hace evidente que
previo al momento de la conquista los panches ya se encontraban inmersos en un estado
de conflicto con existencia real de enfrentamientos armados (ya fueran ofensivos o
defensivos, en contra de otros segmentos panches y/o en contra de otros grupos étnicos).
Esta situación pone de manifiesto que ante la invasión española del territorio panche
como amenaza real para la subsistencia del grupo cultural, todos los segmentos
contaban con los medios físicos para implementar una defensa armada del territorio; el
hecho que no se diera dicha resistencia de parte de todos los segmentos no obedece
entonces a una razón tecnológica o material, sino a una causa política, ideológica o
social que determinaba la existencia de una diferenciación entre estos mismos
segmentos.
Surge así la pregunta que abre paso al siguiente aparte: es posible realizar un
seguimiento de esta diferenciación en el espacio geográfico estableciendo una relación
entre los segmentos y el territorio?
6.1.3 Espacios físicos ocupados por diversos segmentos
Como hemos mencionado anteriormente, la onomástica geográfica actual de esta parte
del territorio colombiano conserva abundantes vocablos de clara ascendencia karib (en
especial todos aquellos terminados en ima o aima), distribuidos en el valle medio del
Magdalena a ambos lados del río. Allí, especialmente en los territorios ancestrales de las
comunidades pijaos y panches se han conservado hasta la actualidad nombres con estas
terminaciones en poblaciones, ríos, cerros y veredas17, lo que permite establecer una
conexión entre espacios geográficos y entidades socioculturales como las poblaciones y
segmentos panches que hemos venido refiriendo hasta este punto.
17 La Vereda es un término usado en Colombia para definir un tipo de subdivisión territorial rural de los
diferentes municipios del país.
201
Los nombres de actuales poblaciones, ríos y sectores rurales pueden ser rastreados con
bastante precisión en las crónicas españolas de la conquista. Aunque no podemos
aseverar que los nombres de los territorios actuales correspondan exactamente con los
ocupados por los segmentos panches descritos con las mismas denominaciones,
suponemos que la ubicación de estos puntos geográficos en torno a un referente
toponímico sí nos permite establecer una relación espacial bastante cercana a los
espacios ocupados por los segmentos sociales mencionados en dichos documentos.
Ya hemos mencionado que para la organización sociopolítica panche no existe claridad
en cuanto a si el líder local tomaba el nombre del territorio o el territorio recibía su
nombre al acceder dicho líder al poder. Lo que sí es claro es que para el siglo XVI los
españoles describieron una serie de segmentos indígenas en los que tanto su líder, como
su territorio y la denominación étnica del grupo coincidían en la misma palabra. Así,
por ejemplo el líder Anolaima citado en las crónicas de Fernández Piedrahita era el
cabecilla de un segmento identificado como los “anolaimas” y ocupaban un territorio
que llevaba el mismo nombre; al hacer una lectura y recorrido por la toponimia actual,
encontramos una población rural que lleva el nombre de Anolaima y en cuyo territorio
muy probablemente tuvieron sus principales asentamientos los indígenas de dicho
segmento panche.
Nuestros principales pasos metodológicos fueron los siguientes: en primer lugar,
realizamos un análisis toponímico, que presentamos a continuación, compilando y/o
contrastando los datos lingüísticos y etnohistóricos registrados para los segmentos
panches mencionados en los documentos de la conquista (Tabla 1. Nombres
encontrados en las crónicas, cronistas y probable correspondencia con la denominación
actual.Tabla 1). Posteriormente, rastreamos dichos topónimos en la cartografía actual y
en los trabajos que se han ocupado de realizar reconstrucciones de los nombres de los
territorios ancestrales (IGAC 1999). Esta espacialización tuvo el objetivo de identificar
una localización geográfica aproximada de los espacios ocupados por los segmentos
presentados en las crónicas. Finalmente, cruzamos esta información con las situaciones
de contacto registradas en las tierras bajas y altas del territorio panche a inicios de la
conquista buscando identificar los espacios geográficos en los que se dieron los
diferentes tipos de respuesta indígena al proceso de conquista, lo que nos permitió
202
identificar dos grandes centros geográficos a los cuales podemos asociar los segmentos
que desarrollaron uno u otro tipo de respuesta cultural al proceso de invasión y
conquista española.
Vocablos panches
encontrados en las crónicas Hace referencia a:
Topónimos
actuales
Ambalemas Segmento panche Ambalema
Anapoimas Segmento panche Anapoima
Anolaimas Segmento panche Anolaima
Buluadaima Líder panche Bulundaima
Bituima Líder político y militar panche /
Segmento panche Bituima
Cacaima / Çaçaima /
Sasaimas Segmento panche Sasaima
Calandaima / Calandaimas Líder panche / Segmento panche /
Territorio panche Calandaima
Colimas Segmento panche Colima
Conchima Líder panche Conchaima
Chapaima Segmento panche Chipaima
Guacana Líder panche Guacaná
Guacanaes / Guacanes Segmento panche / territorio
panche Guacaná
Guacanaima Segmento panche Guacanaima
Guataquíes Segmento panche Guataquí
Lachimí Líder panche
Lutaima Líder panche Lutaima
Matima Líder panche Mátima
Nimaimas Segmento panche Nimaima
Siquima / Síquimas
Líder político y militar panche /
Segmento panche / Territorio
panche
Síquima
Tocaima Líder panche Tocaima
203
Tocarema / Tocaremas Líder panche / Segmento panche /
Territorio panche Tocarema
Tabla 1. Nombres encontrados en las crónicas, cronistas y probable correspondencia con la
denominación actual.
En la reconstrucción presentada en la Ilustración 11 hemos ubicado espacialmente los
principales datos extraídos de las crónicas sobre segmentos panches: haciendo un
seguimiento de los nombres de poblaciones actuales, ríos, cerros y territorios rurales
(veredas), hemos situado la probable ubicación de los principales segmentos panches
dentro de su territorio (es importante recordar que nuestra área de estudio ha tomado
como límite occidental el río Magdalena):
Ilustración 11. Ubicación espacial de los segmentos referidos en las crónicas dentro del territorio
panche.
204
Anteriormente hemos dejado claro que los vocablos panches descritos en las crónicas
hacen referencia a líderes, territorios y grupos humanos, los cuales parecen guardar
entre sí una estrecha relación. Aunque el contexto colonial en el cual se dio la
producción documental se caracteriza por la recolección de datos descontextualizados y
el aislamiento de los mismos (Amselle 1998), encontramos aquí que sí existe una
relación directa entre liderazgo, territorio y grupo étnico, es decir entre espacios físicos
relativamente bien identificados, la población o segmento que lo habitaba en el
momento específico de la conquista y las estructuras sociopolíticas de liderazgo que
interactuaban entre estos dos puntos.
Como hemos bosquejado anteriormente y como se puede apreciar, en la Ilustración 11
encontramos que los principales segmentos panches referidos en las crónicas se
concentran en torno a dos núcleos primordiales, uno hacia la parte nororiental del
territorio y otro hacia la parte sur del mismo; de esta forma, de los 18 segmentos
panches identificados, 10 se concentran en la parte norte del territorio y 8 en la parte sur.
Esta concentración de segmentos en torno a dos áreas principales representa un primer
indicio de diferenciación entre los espacios que hemos sugerido anteriormente.
Siguiendo las descripciones de los cronistas, se percibe que los segmentos referidos para
el sector nororiental ocupaban territorios de relieve más montañoso enmarcados en el
paisaje que hemos descrito en el Capítulo 4 como piedemonte cordillerano (partes altas
cordilleranas que muestran pendientes abruptas), mientras que para el territorio ocupado
por la mayoría de los segmentos del sector sur, los cronistas mencionan que se trata de
un espacio mucho más plano de sabanas y valles, el cual hemos identificado como
planicies aluviales (Aguado [1570?] 1956, Fernández de Piedrahita [1668] 1942, Simón
[1627?] 1981).
Al compilar datos sobre la altitud (m.s.n.m.) en la cual se encuentran actualmente las
poblaciones que han conservado sus nombres indígenas, podemos establecer un
estimativo para las dos agrupaciones de segmentos identificados en la Tabla 2,
encontrando que todos los segmentos asentados en norte y nororiente del territorio
ocupan espacios por encima de los mil cien metros sobre el nivel del mar, mientras que
205
para la concentración sur, los segmentos han ocupado espacios con diversos niveles
altitudinales, pero prevalece una marcada relación con las áreas más bajas del territorio:
Poblaciones Altitud
Ambalema 250 m.s.n.m.
Anapoima 710 m.s.n.m.
Anolaima 1657 m.s.n.m.
Buluadaima 1200 m.s.n.m.
Bituima 1627 m.s.n.m.
Calandaima 1000 m.s.n.m.
Conchaima 1500 m.s.n.m.
Chapaima 1700 m.s.n.m.
Tocaima (Guacanaima) 400 m.s.n.m.
Guataquí 227 m.s.n.m.
Lachimí 500 m.s.n.m.
Lutaima 550 m.s.n.m.
Matima 1800 m.s.n.m.
Nimaima 1185 m.s.n.m.
Nocaima 1105 m.s.n.m.
Sasaima (Çaçaima) 1203 m.s.n.m.
Siquima 1630 m.s.n.m.
Tocarema 1700 m.s.n.m.
Tabla 2. Altitud estimada para los territorios de los diversos segmentos panches.
Esta información nos indica que el grupo de segmentos agrupados en el sector norte del
territorio panche parecen haber privilegiado la parte montañosa del oriente del mismo,
mientras que los agrupados en el sector sur los encontramos ocupando principalmente
las tierras bajas occidentales en áreas más cercanas al río Magdalena.
206
Poblaciones Altitud
(m.s.n.m.)
Ambalema 250
Anapoima 710
Calandaima 1000
Conchaima 1500
Tocaima
(Guacanaima) 400
Guataquí 227
Lachimí 500
Lutaima 550
Tibacuy 1650
Tabla 3. Altitudes registradas para los
segmentos del sector sur del territorio panche.
Poblaciones Altitud
(m.s.n.m.)
Anolaima 1657
Buluadaima 1200
Bituima 1627
Chapaima 1700
Matima 1800
Nimaima 1185
Nocaima 1105
Sasaima
(Çaçaima) 1203
Siquima 1630
Tocarema 1700
Tabla 4. Altitudes registradas para los
segmentos del sector norte del territorio
panche.
De lo anterior (Tabla 3. y Tabla 4. ) podemos concluir que el 100% de los segmentos
rastreados geográficamente en la agrupación poblacional norte, se encuentran asentados
por encima de la cota de los 1100 m.s.n.m., mientras que en el sector sur los segmentos
han ocupado espacios distribuidos en todos los niveles altitudinales que ofrece el
entorno (desde el mismo nivel del río Magdalena a aprox. 200 m.s.n.m. para el caso de
guataquí y ambalema hasta las tierras altas cordilleranas en límites con otros grupos
étnicos al oriente del territorio). Esta información nos lleva a encontrar una primera
diferencia real entre los segmentos concentrados en estos dos sectores del territorio
panche, en cuanto a la existencia de un patrón de asentamiento que privilegia ciertos
entornos naturales; en otras palabras, el patrón de asentamiento de los segmentos
concentrados en el sector norte favoreció el establecimiento de los centros poblacionales
en las partes más montañosas del mismo, mientras que los segmentos asentados hacia la
parte sur privilegiaron el establecimiento en las partes más bajas y llanas del territorio.
207
La siguiente diferenciación que encontramos dentro de este primer análisis espacial, se
relaciona con el tipo de estrategia desarrollada de parte de los segmentos indígenas ante
las campañas de exploración y conquista en el siglo XVI (lo cual, según hemos
bosquejado anteriormente, parecería ser un reflejo de los grados de cohesión entre
segmentos y el posible surgimiento de un liderazgo incipiente por encima del nivel
local). Aquí hemos podido establecer una clara diferenciación entre dos grupos de
segmentos panches, los asentados en las tierras montañosas del oriente y nororiente del
territorio, y los que ocupaban las tierras más bajas en cercanías al río Magdalena en el
sector sur del territorio. Siguiendo el proceso de contacto con los españoles durante el
siglo XVI descrito en la primer parte de este mismo capítulo, encontramos que estos
grupos de segmentos desarrollaron respuestas notoriamente opuestas ante el proceso de
exploración e invasión del territorio panche. Hemos encontrado una relación directa
entre dos sectores del territorio indígena referidos anteriormente (uno concentrado en la
parte nororiental y otro hacia la parte sur) y dos tipos de estrategia política desarrollada
por los segmentos asentados en los mismos, ante la invasión europea.
Como planteamos anteriormente, la lectura de las fuentes analizadas aquí nos ha
permitido identificar que el proceso de invasión y conquista europeo al interior del
territorio panche se encontró o ante segmentos que opusieron un fuerte proceso de
resistencia armada activa que se mantuvo a lo largo de todo el siglo XVI y que parece
solo haber llegado a su fin con la extinción física y social del grupo étnico, o ante
segmentos que por diversos motivos ofrecieron sus recursos económicos, humanos o
militares a favor de los españoles incluso para favorecer el proceso de conquista de
otros segmentos resistentes. Teniendo en cuenta esto, en la Tabla 5 hemos establecido
un paralelo entre estas formas de respuesta ante la invasión europea al territorio
indígena y la ubicación geográfica de los segmentos o poblaciones panches que
desarrollaron tales tipos de respuesta:
Líderes y/o territorios
panches mencionados en las
crónicas
Respuesta cultural ante el
proceso de conquista
(resistencia / alianza)
Relieve
Ambalema Resistencia 1541 Planicie Aluvial
Anapoima Resistencia 1537 Montaña
208
cordillerana
Anolaima Resistencia 1541 Montaña
cordillerana
Buluadaima Resistencia 1538 Montaña
cordillerana
Bituima Resistencia 1541 / 1543 Montaña
cordillerana
Çaçaima Resistencia 1543 Montaña
cordillerana
Calandaima Resistencia 1537
Alianza 1544 Área de transición
Conchaima Alianza 1544 Montaña
cordillerana
Chapaima Resistencia 1543 Montaña
cordillerana
Guacanaima (Tocaima) Alianza 1544 Planicie Aluvial
Guataquí Resistencia 1541 Planicie Aluvial
Lachimí Alianza 1544 Planicie Aluvial
Lutaima Alianza 1544 Planicie Aluvial
Matima Resistencia 1538 Montaña
cordillerana
Nimaima Resistencia 1541 Montaña
cordillerana
Nocaima Resistencia 1541 Montaña
cordillerana
Siquima Resistencia 1538 Montaña
cordillerana
Tocarema Resistencia 1537 / 1538 / 1541 Montaña
cordillerana
Tabla 5. Relación entre respuesta cultural expuesta por distintos segmentos panches y su ubicación
geográfica dentro del territorio.
De los 18 segmentos panches referidos en la Tabla 5, 13 presentaron un proceso fuerte
de resistencia, mientras que 4 establecieron alianzas con los españoles durante la
209
conquista (un caso particular lo representa el segmento de Calandaima, que parece
haber evidenciado los dos tipos de respuesta analizados en momentos diferentes de las
incursiones españolas al territorio indígena). Analizando la ubicación geoespacial
(Ilustración 11) y el tipo de respuesta exhibida (Tabla 5), encontramos que todos los
segmentos que presentaron alianzas se encontraban asentadas geográficamente en las
tierras bajas del territorio.
Es claro que esta correlación no puede ser entendida como una regla estricta ni como
alguna forma de determinismo ambiental que nos permita aseverar que la ocupación de
un tipo de espacio implique o conlleve siempre al mismo comportamiento cultural. Tal
es el caso del segmento de calandaima, el cual presenta una situación particular, pues
registra ambos tipos de respuesta cultural en diferentes momentos temporales. No
obstante, de la información analizada sí podemos ver que la mayoría de los segmentos y
sus formas de respuesta ante el contacto se presentan como una muestra bastante
homogénea en la que podemos apreciar la existencia de un patrón bien definido.
En conclusión a los datos de la Tabla 5y la existencia de dos grandes agrupaciones de
segmentos en distintos sectores del territorio panche (ver Ilustración 14), podemos
establecer que todos las 10 segmentos asentados en las tierras altas cordilleranas
desarrollaron procesos de resistencia ante la invasión europea, los cuales retrasaron la
exploración y conquista de esta parte del territorio por varios años; así mismo, en este
sector no se registró ningún tipo de alianza de parte de los segmentos indígenas con los
ejércitos hispanos por lo que la zona se percibe como un espacio sociopolítico más
homogéneo y reacio a la incursión europea. Por el contrario, de los 8 segmentos
asentados en la parte sur del territorio, la mitad de ellos ofrecieron alianzas a los
españoles desde el momento del primer contacto, lo que permitió su ingreso a este
sector del territorio y la dominación de otros segmentos resistentes en un periodo corto
de tiempo; esta situación denota la existencia de otro tipo de respuesta cultural ante la
invasión en este sector sur (Ilustración 14).
En la Ilustración 12 e Ilustración 13 podemos comparar el tipo de respuesta cultural
registrada para cada uno de los sectores identificados en la Tabla 5 y en la Ilustración 14:
210
Ilustración 12. Respuestas culturales
registradas en el sector norte.
Ilustración 13. Respuestas culturales
registradas en el sector sur.
Ilustración 14. Procesos de resistencia a la invasión y/o alianzas establecidas con los españoles por
los segmentos panches en diferentes sectores del territorio.
La existencia de estas aparentes reacciones diferenciales de parte de los segmentos
asentados en distintos sectores del territorio, por encima de caracterizar el tipo de
respuesta cultural desarrollado en cada sector, son un claro indicador del potencial de
confederación de los mismos segmentos para cohesionarse en contra de un enemigo
común. Esta “capacidad de cohesión” o “confederación” podría ser el reflejo de la
existencia de relaciones más estrechas entre dichos segmentos; es probable que vínculos
más cercanos de parentesco, ideología o intercambio estuvieran propiciando el
211
surgimiento y consolidación de liderazgos por encima del nivel de segmento, lo cual
hemos podido rastrear tras la lectura de las crónicas y parece verse reflejado en el tipo
de acciones de resistencia ante la incursión española durante la segunda mitad del siglo
XVI.
No podemos suponer que el establecimiento de alianzas de parte de los segmentos
asentados en el sector sur del territorio estuvo dictaminado por el carácter “sumiso” de
los mismos, pues hemos encontrado claramente que la tradición bélica ancestral se hace
extensiva para toda la población panche. Por el contrario, es muy probable que
estrategias como el establecimiento de alianzas con un grupo foráneo que incursiona en
los territorios locales, se estuviera dando como respuesta a la pugna de segmentos
enfrentados entre sí, en los que no existe una institución por encima de los liderazgos
locales.
El análisis de distribución espacial y la ubicación aproximada de los territorios de los
segmentos, así como la ubicación en una base cartográfica de los principales procesos
de resistencia y alianza desarrollados ante la invasión europea en el siglo XVI, nos
permiten reforzar en este punto la hipótesis de trabajo inicial, en la que propusimos que
una diferenciación a nivel sociocultural entre segmentos, extraída de la lectura de los
cronistas, también se podría ver reflejada de manera discreta en la cultura material
asociada a cada uno de estos segmentos o poblaciones, es decir al registro arqueológico
de los sectores ocupados por dichos segmentos; lo anterior nos permitió establecer la
existencia de un vínculo entre el paisaje, la construcción de la territorialidad de los
segmentos panches y la autonomía política de los mismos.
En conclusión de este apartado y para pasar al siguiente, encontramos que las batallas
registradas entre 1537 y 1544 se concentraron en la parte norte montañosa del territorio
panche, donde hay una recurrente referencia a Síquima18, encabezando el proceso de
resistencia bélica de los otros segmentos panches ante la invasión española. A nivel
geográfico, encontramos una franja de territorio panche hacia el sector oriental y
nororiental del mismo, en la que se encuentran los segmentos que desarrollaron este
fuerte proceso de resistencia. Por el contrario, cuando las campañas europeas de
18 Un líder indígena que ostenta algún tipo de poder político o ideológico sobre los demás segmentos de
esta parte alta del territorio
212
exploración y conquista invadieron el sector de tierras bajas junto al río Magdalena a
partir de 1544, se encontraron frente a segmentos panches que desarrollaron distintos
tipos de respuesta ante el contacto19 y en general, la ausencia de una coalición fuerte que
impidiera la incursión hispana a este sector sur del territorio.
Mientras que líderes panches como Bituima y Síquima mantuvieron un proceso de
resistencia a la cabeza de un grupo particular de segmentos, que no se vio afectado por
las constantes derrotas en las batallas ante los españoles, otros como Tocaima y Lutaima,
a pesar de contar con el componente bélico necesario para hacer frente a la invasión,
cedieron sus territorios e incluso pusieron sus recursos y ejércitos a disposición de los
españoles, lo que determinó el rápido control de poblaciones y espacios en un sector
particular del territorio panche. Podríamos interpretar esta fuerte diferenciación en las
respuestas que adoptaron los segmentos asentados en las tierras bajas y los del sector
montañoso del territorio panche ante el primer contacto con los ejércitos españoles,
como un indicador de la existencia de una diferencia sociopolítica importante que
incidía en las relaciones internas entre los segmentos asentados en dichos territorios. En
otras palabras, mientras que para el sector nororiental parece existir alguna forma de
estructura social por encima del nivel de los liderazgos locales, que conllevó a la
coalición de los mismos ante un proceso que amenazaba la existencia del grupo como lo
fue la conquista; en el sector sur nos encontramos frente a algún tipo de diferencias
sociopolíticas entre segmentos, lo que habría propiciado un enfrentamiento al interior de
los mismos panches, facilitando la incursión europea y la dominación de esta área y sus
poblaciones.
De esta forma, podemos ver que el proceso de conquista registró dos tipos diferenciales
de respuesta cultural ante la incursión europea, lo cual hemos interpretado aquí como un
reflejo del grado de integración que podía estarse registrando por encima del nivel de
comunidad local (en este caso, segmentos) en dos sectores bien diferenciados del
territorio panche.
6.1.4 Diferencias referidas en cuanto a la cultura material.
19 Varios segmentos desarrollan procesos de alianza con los españoles en contra de otros segmentos
panches.
213
Volviendo con las descripciones que presentan los cronistas españoles para el momento
del contacto con los panches, hemos podido identificar una aparente diferenciación en
cuanto al tipo de cultura material mencionada para los sectores que hemos discriminado
en el anterior apartado: Algunos cronistas mencionan que los pobladores de las
poblaciones asentadas en las tierras bajas de los alrededores del río Magdalena portaban
diversos adornos de oro, mientras que no registran la existencia de este tipo de
materiales para las poblaciones asentadas en las tierras altas del territorio panche,
situación que llevó a que autores como Aguado [1570?] y Simón [1627?] consideraran a
estos grupos como “ricos” en contraste con las del nororiente del territorio:
Pasaron con esto los soldados sin encuentro a las tierras del Tocaima (líder
Guacana) […] que representaba bien su grandeza y la sangre hidalga de sus
venas, en la nobleza de su condición, disposición, gentileza, valor y autoridad
[…] en que excedía con ventajas conocidas y sin comparación a todas las
provincias sus convecinas […] Pues aunque el común vestido de todos era el
que les dio la naturaleza […] el cuello, frente, brazos, molledos y pantorrillas
traían siempre de gala con piezas de oro fino y sartas de cuentas de diversos
colores […] cosa que entre los de las otras provincias aún no pudieron los
nuestros rastrear […] (Simón [1627?] 1981. –tomo IV-: 187)
Es claro que los españoles percibieron una diferencia en cuanto a ciertos elementos de
cultura material, referenciando por ejemplo, la existencia de piezas de orfebrería entre
los pobladores asentados en las tierras bajas de la parte sur del territorio, especialmente
en el segmento de guacanaima (Tocaima); en contraparte no encontramos mención a la
existencia de este tipo de elementos entre los segmentos asentados en el sector norte y/o
nororiental del territorio en ninguno de los cronistas analizados, ya que durante ninguna
de las campañas de arrasamiento y saqueo desarrolladas entre 1537 y 1544 al sector
norte, se reporta la obtención de este tipo de elementos.
Reforzando esta idea de una aparente exclusividad de ciertos elementos materiales para
uno de los dos sectores, encontramos dos referencias puntuales para los primeros
214
momentos del contacto20. Por un lado, la campaña de Jiménez de Quesada en 1537
enfrentó y venció a un grupo de segmentos panches del sector norte, tras lo cual los
indígenas al ser obligados a una rendición temporal, ofrecieron como tributo una gran
cantidad y variedad de frutas: […] determinaron pedir paces á Quesada, y para el
efecto eligieron embajadores á cuatro indios principales que fuesen á capitularlas,
llevando un buen presente de guamas y aguacates […] (Fernández Piedrahita [1668]
1942 Libro VIII, Capítulo VII). Este acontecimiento fue registrado por los testigos
como una donación de los elementos autóctonos que los indígenas más valoraban, es
decir que siguiendo la interpretación de los cronistas, las frutas parecen haber sido un
recurso muy apreciado por estas comunidades (Fernández de Oviedo [1535] 1959,
Castellanos [1601] 1955, Fernández Piedrahita [1668] 1942).
En contraparte, durante el primer contacto de los españoles con los segmentos asentados
en las tierras bajas del sector sur (1544), tanto Simón [(1627?] 1981) como Aguado
[1570?] 1956 coinciden en que los indígenas de la población de guacanaima poseían
“…mucho despojo de oro en chagualas, que son como patena… y otras piezas de oro
que los españoles llaman caracoles, los cuales acostumbran estos indios a traer
colgados en las narices. Tomáronse asímismo muchos catabres o canastos de cuentas
blancas y cinchos de lo mismo, entretejidos en ellos muchos caracoles pequeños, que es
un género de adorno para ellos de que usan en sus borracheras y bailes.” (Aguado
[1570?] 1956 Libro V, Capítulo I) y que al llegar los españoles a dicho territorio, la
población local ponía constantemente a su disposición alimentos, su servidumbre y las
posesiones materiales que estos tenían (encontrándose frecuentes menciones a dichos
“caracoles”). De lo anterior extraemos que la población asentada en este sector del
territorio poseía piezas orfebres (así como otro tipo de adornos que no se encuentran
referidos para el sector norte), que las mismas eran comunes entre los indígenas y que a
su vez fueron utilizadas como regalos o dádivas a los españoles en diversas situaciones
vinculadas con el proceso de conquista de la zona.
De las situaciones anteriores podemos comparar dos eventos similares en los que los
segmentos indígenas (voluntaria o involuntariamente), se encuentran en la condición de
tributar elementos materiales al grupo colonizador, registrando que los tributos en los
20 En los que en dos situaciones de conflicto, los grupos indígenas vencidos pagaron algún tipo de tributo
material tras la derrota por parte del grupo vencedor (Salas 1986, Vargas [1599] 2003).
215
dos sectores corresponden a elementos diferentes (frutas en las tierras altas y piezas
orfebres en las tierras bajas). También hemos podido concluir que en los documentos
escritos por los españoles hay una recurrente alusión a piezas orfebres para sólo uno de
los dos sectores del territorio indígena. Esta situación también la encontramos en las
descripciones de las campañas de arrasamiento y saqueo tan frecuentemente
desarrolladas durante el proceso de invasión y conquista: mientras que en las tierras
bajas las campañas descritas consisten en saqueos a los segmentos que ofrecieron
resistencia y de los mismos se reporta la obtención de piezas orfebres (Aguado [1570?]
1956 Libro V, Capítulo I), por el contrario, en el sector norte del territorio se
desarrollaron campañas de arrasamiento, tala y quema, enfocadas a destruir la
producción y abastecimiento agrícola de las poblaciones asentadas en dicho sector, sin
que se reporten iniciativas enfocadas al saqueo ni la existencia de elementos atractivos
para los españoles como piezas orfebres (Fernández Piedrahita [1668] 1942).
En campañas como la de Hernán Pérez de Quesada en 1538 en contra de los segmentos
asentados alrededor del Río Negro al norte del territorio, se percibe que el principal
objetivo de los españoles no era el saqueo (hemos llegado a suponer que esto se debiera
a que dichos segmentos no contaban con elementos “saqueables” para los intereses
económicos de los conquistadores), sino el arrasamiento de los territorios y los recursos
de los que se abastecían los pobladores de los mismos:
[…] mandó que como fuesen encontrando las poblaciones quemasen las casas y
abrasasen los campos sin perdonar ni aun los árboles frutales que tenian los
indios para su recreo (Fernández Piedrahita [1668] 1942 Libro VIII, Capítulo
IV).
En este punto es importante acotar que las concepciones de “riqueza” o “pobreza”
adjudicadas a las poblaciones indígenas que encontramos en los documentos de la
colonia, están fuertemente permeadas por los intereses económicos y la subjetividad de
los conquistadores europeos en su condición de sociedad colonizadora. En dicho
contexto, conceptos como los de “riqueza y nobleza” asignados por algunos cronistas
(Aguado [1570?], Simón [1627?]) a las poblaciones panches del sector sur del territorio
no pueden ser tomados aquí como indicadores de diferenciación a nivel económico o de
216
status con respecto a otras, sino simplemente como un marcador diferencial a nivel de
presencia de elementos de cultura material. Es claro que la ideología propia de las
sociedades indígenas adjudicó a ciertos elementos materiales valores diferenciales tanto
en la esfera económica como en la simbólica y de prestigio, pero no está contemplado
en la presente investigación la aproximación a esta problemática en el caso de los
panches21. Lo que sí es claro hasta este punto es la existencia y uso de ciertos elementos
de cultura material de manera exclusiva en sectores específicos y por segmentos
claramente identificados.
No obstante lo anterior, esta aparente asociación entre determinados elementos
materiales y segmentos específicos de la población panche ya ha sido mencionada
sutilmente en investigaciones como la de Bernal (1946), Tovar (1996) y Rodríguez y
Cifuentes (2004). Según Bernal los segmentos asentados en los alrededores de la actual
ciudad de Tocaima, (territorio ancestral de las poblaciones de tocaima / guacanaima)
eran los únicos grupos panches que practicaban la orfebrería y “…fundían el oro con el
que fabricaban brazaletes, narigueras con metal adquirido en lejanos mercados.”
(Bernal 1946: 39). Igualmente, expone que la presencia de dichos objetos no se
encontraba entre otros segmentos panches: “Salvo los “Guacanas” o “Tocaimas” que,
en joyas de oro y en habitaciones, tenían mayor lujo, todos los restantes se guarecían
en humildes bohíos de techo cónico, cubiertos de palmicha y defendidos por fuertes
cercos de madera.” (Bernal 1946: 37).
De su parte, Tovar en su compilación de las Visitas al territorio panche durante el siglo
XVI expone la “Descripción De La Ciudad De Tocayma Del Nuevo Reyno De Granada
Hecha Por Don Gonzalo Perez De Vargas Vezino Della” fechada en 1572, en la cual se
resalta también que los indígenas asentados en los alrededores de la población de
Tocaima exhibían en su cotidianidad el porte de zarcillos y colgantes de oro. Siguiendo
la descripción de Gonzalo Pérez de Vargas presentada por Tovar, la denominación en
lengua indígena para este tipo de adornos era “caricuries” (Tovar 1996, Tomo 3: 373),
término muy similar al de “caracoles” presentado por Aguado [1570?] para describir
este mismo tipo de objetos: “Traen zarzillos en las narices a los cuales llaman
21 A simple vista parecería que para los segmentos asentados en el sector montañoso del territorio la
producción vegetal constituía su mayor baluarte, mientras que para los grupos del sector sur los objetos
orfebres podrían estar representando objetos de gran valor.
217
Caricuries y también los trahen en las orejas y sartas de quentas en la garganta y en la
cintura…” (Tovar 1996, Tomo 3: 373).
Otros investigadores como Rodríguez y Cifuentes (2004) han ido un poco más allá y
han propuesto que esta aparente exclusividad en el uso y porte de elementos orfebres de
parte del segmento de guacanaima podría estar relacionada con un proceso de
centralización del poder, materializado en la posesión de este tipo de elementos de
cultura material; según estos autores, “Algunos jefes gozaban de mayor prestigio, por
ejemplo el Guacaná, cacique de Tocaima, pues la población allí era más numerosa que
en otros territorios” (Rodríguez y Cifuentes 2004: 62). Sin aventurarnos aquí a validar
o refutar dicha hipótesis, sí podemos concluir que los registros escritos de las campañas
de exploración y conquista reflejan claramente la existencia de elementos de cultura
material exclusivos para ciertos sectores del territorio panche (Fernández de Oviedo
[1526], Aguado [1570?], Castellanos [1601], Simón [1627], Fernández Piedrahita
[1668]).
En cuanto a los resultados expuestos por las investigaciones desarrolladas en la zona
(Castaño 1992), encontramos que casi no hay referencias directas a presencia de piezas
orfebres en los contextos y/o sitios arqueológicos identificados para el territorio panche
en el Periodo Tardío (de hecho, investigaciones como la de Salgado et al. 2006 sólo
reportan la presencia de este tipo de piezas en contextos funerarios para el Periodo
Formativo en varios sitios arqueológicos en el valle medio del río Magdalena). Esta
situación parece deberse a la fuerte práctica de guaquería (saqueo de contextos y/o sitios
arqueológicos) que se desarrolló en la zona desde el momento mismo del contacto en el
siglo XVI y que se ha registrado especialmente para las zonas aledañas al río Magdalena.
Por lo anterior, es importante aclarar que al hablar de esta presencia de piezas orfebres
como un elemento diferencial de determinados sectores del territorio, estamos partiendo
de una lectura e interpretación de los documentos escritos más no de un referente
medible en el contexto arqueológico.
Con base en lo anterior, al menos en cuanto a presencia de elementos orfebres, podemos
concluir para los primeros momentos del contacto, que los mismos se registraron entre
los segmentos asentados en las tierras bajas del sur del territorio, constituyéndose en
218
elementos de aparente exclusividad que podrían haber representado un factor
diferenciador intraétnico. Lo anterior continúa reforzando la hipótesis de la existencia
de una diferenciación entre dos grupos de segmentos panches que se ve materializada en
algunos elementos de la cultura material asociada a ciertos sectores específicos del
territorio; podríamos entonces encontrar esta asociación vinculada a otros elementos de
cultura material?, quizás en la cultura material registrada en contextos arqueológicos
asociados a estos sectores del territorio panche?.
6.2 Análisis Arqueológico.
Como hemos mencionado en capítulos anteriores, la región del valle del Magdalena ha
registrado evidencias de pobladores humanos desde al menos 5000 A.C. en una serie de
ocupaciones que abarcan el Periodo de Cazadores - Recolectores, el Periodo Formativo
y el Periodo Tardío. Dado que la delimitación cronológica de la presente investigación
se circunscribe a este último, aclaramos que los datos y referencias que se presentan a
continuación corresponden a las ocupaciones humanas del Periodo Tardío del valle del
río Magdalena.
Según lo expuesto anteriormente, diversas investigaciones arqueológicas, lingüísticas y
etnohistóricas desarrolladas a lo largo del siglo XX, han caracterizado la región media
del valle del río Magdalena como un espacio que estuvo ocupado por poblaciones
indígenas de filiación karib desde aproximadamente el año 800 D.C, y que se
mantuvieron allí hasta el momento del contacto con los españoles en el siglo XVI
(Periodo Tardío de la ocupación prehispánica). Autores como Rivet (1943) y Cuervo
(1956) establecieron que la principal característica que definía a estos grupos era su
filiación lingüística; yendo un poco más allá de esta conclusión, Rivet encontró que
estos grupos karib también compartían algunos aspectos socioculturales y tecnológicos
que se podían rastrear en el registro arqueológico como la tradición cerámica y la
práctica de deformaciones corporales (1943). Pero es con el trabajo de Reichel-
Dolmatoff y Dussán de Reichel (1943) que se establece un elemento cultural común a
estos grupos y a la región del valle del Magdalena, el cual es la práctica funeraria de
entierros secundarios en urnas cerámicas.
219
De esta manera, en el presente, los principales elementos de cultura material con que
contamos para las poblaciones prehispánicas del Periodo Tardío proceden de contextos
arqueológicos y han permitido a múltiples investigadores caracterizar el registro de
cultura material asociada a las poblaciones humanas que ocuparon este territorio durante
el periodo referido, especialmente en cuanto a la tradición alfarera desarrollada y
utilizada por dichas poblaciones (Reichel-Dolmatoff 1943, Arango 1974, Hernández
1980, Diez 1982, Castaño y Dávila 1984, Salas y Tapias 2000, Rodríguez y Cifuentes
2004, Salgado et al. 2006, Díaz 2014). Tal y como referimos en el Capítulo 3, uno de
los aspectos más frecuentemente registrados en estas investigaciones arqueológicas han
sido los contextos funerarios del Periodo Tardío, de los cuales se ha podido recuperar
una abundante y rica muestra alfarera. Dejando claro lo anterior, a continuación
exponemos las características del patrón funerario identificado para el valle medio del
río Magdalena asociado a dicho periodo de la ocupación prehispánica, lo cual a su vez
nos permitirá contextualizar los resultados encontrados y propuestos por nosotros para
los territorios asociados a los diversos segmentos panches y que nos ha permitido
sustentar la hipótesis de una diferenciación sociocultural entre dichos segmentos.
6.2.1. Enterramientos secundarios y las Urnas Funerarias del río Magdalena
De acuerdo a evidencias arqueológicas y estudios etnológicos entre comunidades
indígenas actuales en diversos lugares de Suramérica, se ha propuesto que la práctica
del “enterramiento secundario” se asocia a la idea de que el muerto permanece en un
estado de “limbo” inmediatamente después de su fallecimiento, estado durante el cual
interfiere en diversa forma dentro de la vida social de la comunidad a la cual pertenece
y/o perteneció; la comunidad y sus deudos asumen diversas actitudes de duelo hasta
cuando sus restos óseos son objeto de una segunda ceremonia de entierro, dándose fin a
este estado liminal o de transición tanto del muerto como de la sociedad. Esta práctica
de entierros secundarios, ampliamente difundida en las culturas prehispánicas, generó
un verdadero arte funerario, expresado en la riqueza y variedad de urnas funerarias
reportadas para diversas regiones de Colombia, Ecuador, Brasil, Venezuela (Pineda
1992).
220
Para el caso del valle del río Magdalena, el trabajo de Reichel-Dolmatoff y Dussán de
Reichel (1943) se enfocó en la caracterización de los patrones funerarios a lo largo de
las áreas ocupadas por grupos karib en dicha región durante el Periodo Tardío, lo que
les permitió identificar la existencia de un continuum cultural evidenciado en la
presencia de urnas funerarias y cinerarias (cerámica) en las cuales los grupos del
Periodo Tardío en el valle medio y bajo del Magdalena habrían depositado a sus
muertos luego de algún procedimiento previo como incineración, desecación,
desarticulación, etc. (Reichel-Dolmatoff 1943). Este “Horizonte de Urnas Funerarias”
correspondería a una manifestación funeraria de tipo ritual que manifiesta la presencia e
implementación de una tradición alfarera cuyo elemento primordial lo constituye la
práctica mortuoria del enterramiento secundario en grandes recipientes cerámicos.
Mediante esta investigación los autores identifican que la tipología en cuanto a
decoración y forma de las piezas cerámicas (especialmente las tapas de las mismas)
difiere notablemente al analizar diversas áreas a lo largo del curso del río, al igual que
las materias primas locales implementadas en la elaboración de las urnas. Es decir que
para diferentes áreas geográficas a lo largo del río, la población prehispánica
implementó y desarrolló tecnologías sutilmente diferentes dentro de esta misma
tradición alfarera y práctica cultural (Reichel-Dolmatoff 1943).
En muchos de los contextos funerarios reportados a lo largo del valle del río Magdalena,
las urnas cerámicas se han caracterizado por llevar sobre sus tapas riquísimas
representaciones antropomorfas (Reichel-Dolmatoff 1943) y/o diversos estilos
modelados y pintados en los cuerpos de estas (Rodríguez y Cifuentes 2004), situación
que en múltiples investigaciones se ha asociado directamente con los personajes
depositados al interior de las mismas (Pineda 1992). No obstante, muchos otros
contextos arqueológicos en sectores como Tibacuy (Salas y tapias 2000) han reportado
patrones decorativos menos elaborados, lo que refuerza la tesis inicial de Reichel–
Dolmatoff sobre la existencia de diferenciaciones locales en el ámbito de la decoración.
Reafirmando la propuesta de Reichel-Dolmatoff acerca de la existencia de un amplio
“Horizonte de Urnas Funerarias” a lo largo del valle del río Magdalena, posteriores
investigaciones han encontrado que la presencia de entierros secundarios fue una
práctica generalizada entre los grupos karib. De la misma forma, parece haber un
221
consenso en cuanto a la existencia de variaciones locales a nivel estilístico y decorativo
para diversos sectores a lo largo del valle medio y bajo del río Magdalena (Cadavid y
Herrera 1975, Hernández 1980, Castaño y Dávila 1984, Rozo 1989, López 1991, Salas
y Tapias 2000, Piazzini 2001, Salgado et al. 2006).
Aunque se ha asociado la práctica del entierro secundario a los grupos karib que
ocuparon dicha región durante el Periodo Tardío de la ocupación prehispánica hasta la
invasión europea del siglo XVI (Reichel-Dolmatoff 1943, Duque Gómez 1967, Castaño
y Dávila 1984), autores como Castaño han propuesto que la popularidad de dicha
práctica experimentó un decaimiento entre los siglos XIV y XV, pero se mantuvo en
amplios sectores hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI (Castaño 1992: 22).
En términos generales, el patrón funerario asociado a las urnas, corresponde a tumbas
de pozo con o sin cámara lateral, con un abundante ajuar funerario constituido
principalmente por otras piezas cerámicas de menor tamaño (Duque 1967, Castaño
1992). La mayor parte de las urnas poseen en su interior restos óseos humanos, algunos
con huellas de tratamientos cinerarios y otros con evidencia de aparente canibalismo
ritual (Cadavid y Herrera 1975), ver Ilustración 15.
Ilustración 15. Patrón funerario característico del Valle del Magdalena, determinado por la
presencia de entierros secundarios en urnas funerarias depositadas en tumbas rectas de pozo con o
sin cámara lateral. Tomado de Duque Gómez 1967.
222
A grandes rasgos, las urnas funerarias del Valle del Magdalena se caracterizan por ser
vasijas en cerámica que incluyen dos elementos: cuerpo y tapa. Estos dos elementos han
llamado la atención en trabajos descriptivos de cerámica prehispánica como el de
Fonseca (1992), en el cual se resalta la riqueza decorativa de la mayoría de las tapas de
las urnas funerarias, así como la magnitud del cuerpo de las mismas. Mediante el
abordaje de las piezas arqueológicas en diversas colecciones hemos encontrado que dos
de los principales aspectos diferenciales en cuanto a las urnas funerarias del valle del
Magdalena consisten en la morfología de las urnas y el patrón estilístico/decorativo de
las mismas y sus tapas. La existencia de diferenciaciones locales en estos dos aspectos
se empezó a vislumbrar desde los trabajos de Reichel-Dolmatoff en 1943:
Ilustración 16. Clasificación morfológica para los cuerpos de las urnas funerarias identificada por
Reichel-Dolmatoff en diversos contextos arqueológicos a lo largo del río Magdalena (1943).
223
Ilustración 17. Clasificación morfológica para las tapas de las urnas funerarias identificada por
Reichel-Dolmatoff en diversos contextos arqueológicos a lo largo del río Magdalena (1943).
224
Ilustración 18. Ubicación geográfica de los contextos arqueológicos referidos en la investigación de
Reichel-Dolmatoff (1943).
La información presentada por Reichel-Dolmatoff (resumida en las ilustraciones
anteriores: Ilustración 16, Ilustración 17 e Ilustración 18), encuentra que para la parte
norte del Magdalena existe cierta uniformidad decorativa en cuanto a la implementación
de la figura antropomorfa en posición sedente sobre las tapas de las urnas, predomina la
225
representación de personajes masculinos, sentados (generalmente sobre un banco
ceremonial) con las piernas entreabiertas (Reichel-Dolmatoff 1943). Según
investigadores como Reichel-Dolmatoff (1943) y Rivet (1943) todas estas
representaciones antropomorfas evidencian manifestaciones de deformaciones
corporales, ya sea en el antebrazo o en la pantorrilla, lo cual ha sido asociado
directamente con la profusión de esta práctica entre los karib. Para el sector sur del valle
del río Magdalena, también parece existir una uniformidad estilística en cuanto a las
tapas de las urnas (pues la mayoría de las mismas presentan forma de casquetes
esféricos sin elementos modelados), pero la riqueza decorativa prácticamente
desaparece, caracterizándose las mismas por una ausencia de elementos decorativos
modelados. En cuanto a la forma de las urnas, los sitios arqueológicos analizados por
Reichel-Dolmatoff también reportan una clara diferenciación estilística a lo largo del río
Magdalena como podemos apreciar en las Ilustración 16 e Ilustración 17.
Tras analizar el balance presentado por Reichel-Dolmatoff, es claro que las tapas
diseñadas para cada una de estas urnas en la parte norte del río Magdalena, han
desarrollado un complejo proceso de diseño, manufacturación y decoración (Fotografía
3), lo cual muy probablemente obedeció a un importante procedimiento ritual que
acompañaba la elaboración de dichas vasijas y en especial sus tapas; esto ha sido
interpretado por autores como Castaño, como la existencia de elementos rituales de
elaboración exclusiva para dichas actividades (1992). Por el contrario, hacia el sur del
río, encontramos que los diseños de las tapas son menos complejos y generalmente
corresponden a formas de casquete con un mínimo de decoración modelada (Fotografía
4) e incluso en algunos sectores como Tibacuy, se ha propuesto que algunas tapas
corresponden a piezas de cerámica utilitaria como cuencos sencillos de uso doméstico
reutilizados para la función ritual del enterramiento secundario (Salas y Tapias 2000).
226
Fotografía 3. Tapas de urnas funerarias registradas para la parte norte del río Magdalena
(Tamalameque). Museo Nacional de Colombia.
Fotografía 4. Tapa de urna funeraria registrada para la parte sur del río Magdalena (Espinal -
Girardot). Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge - Bogotá.
Así, los resultados encontrados por investigaciones como la de Reichel-Dolmatoff
(1943) han permitido concluir que aunque existe una práctica cultural bien definida y
ampliamente documentada para los grupos karib del río Magdalena (materializada en la
presencia de urnas funerarias como principal elemento de cultura material asociado a la
práctica de los entierros secundarios), hay diferenciaciones estilísticas y decorativas que
se pueden rastrear y asociar a diversos sectores al interior del territorio ocupado por las
distintas poblaciones karib durante el Periodo Tardío. Una primera clasificación
227
estilística (Reichel-Dolmatoff 1943, Castaño 1992) ha llevado a proponer que existe una
gran diferenciación tipológica entre las urnas funerarias asociadas al sector norte del río
Magdalena (urnas de forma cilíndrica acompañadas de tapas con figuras antropomorfas
en posición sedente) y las asociadas al valle medio propiamente dicho (caracterizadas
por vasijas globulares con tapas con forma de casquete sin mayor decoración)
(Fotografía 5 y Fotografía 6), lo cual podemos apreciar en los resultados presentados
por Reichel-Dolmatoff (ver Ilustración 16 e Ilustración 17).
Fotografía 5. Urna funeraria registrada en el
sector sur del valle del río Magdalena
(Espinal). Tomado de Fondo de Promoción
de la Cultura 1992.
Fotografía 6. Urna funeraria registrada en el
sector norte del valle del río Magdalena
(Puerto Mosquito - Cesar). Tomado de Fondo
de Promoción de la Cultura 1992.
228
Ya contextualizados en la ocupación karib del valle del río Magdalena y en la práctica
del enterramiento secundario en urnas funerarias para el Periodo Tardío, encontramos
que las piezas cerámicas asociadas al territorio ocupado por los panches en el Siglo XVI
mantienen cierta uniformidad en su estructura general, evidenciando formas globulares
con elementos decorativos pintados y/o modelados en la mitad superior de las mismas
(que en la mayoría de los casos corresponden a rostros antropomorfos) y tapas en
formas de casquete esférico sin decoración modelada (ver Fotografía 7, Fotografía 8,
Fotografía 9, Fotografía 10 y Fotografía 11):
Fotografía 7. Urna funeraria registrada en el municipio de Espinal (territorio panche siglo XVI).
Tomado de Fondo de Promoción de la Cultura 1992.
229
Fotografía 8. Urnas funerarias registradas en el municipio de Guamo (límites del territorio panche
siglo XVI). Museo Arqueológico de Zipaquirá.
Fotografía 9. Urna funeraria registrada en el municipio de Tibacuy (territorio panche siglo XVI).
Tomado de Salas y Tapias 2000.
230
Fotografía 10. Urna funeraria registrada en el municipio de Tocaima (territorio panche siglo XVI).
Museo Arqueológico de Pasca.
Fotografía 11. Urna funeraria registrada en territorio panche (Espinal - Tolima). Museo del Oro
del Banco de la República - Bogotá.
En las fotografías presentadas anteriormente se exponen los principales rasgos
tipológicos de las urnas funerarias reportadas en contextos arqueológicos y/o por
prácticas de guaquería en el territorio ocupado por los panches en el siglo XVI, lo que
nos permite exponer una caracterización que coincide con la expuesta por Cifuentes:
231
“carecen de las figuras sedentes propias del Magdalena Medio y presentan en cambio
figuras antropomorfas en la parte media de la pieza, muchas veces insinuando una
nariguera, ojos lineales cerrados, así como figuras de lagartos o sabandijas y algunas
una pintura blanca achurada, además de una tapa a manera de casquete.” (Cifuentes
1996: 40).
En conclusión, haciendo un amplio balance de la tipología de las urnas funerarias a
nivel formal y decorativo a lo largo del valle del Magdalena, podemos afirmar que los
diferentes grupos karib, aunque mantuvieron la práctica común del enterramiento
secundario, imprimieron características propias durante los rituales de preparación de
las urnas y sus tapas, lo que se vio materializado en la morfología y decoración de los
cuerpos y tapas de sus piezas cerámicas. Seguramente estas prácticas ideológicas y
rituales también presentaron variaciones locales y aunque estas no son tan fácilmente
rastreables en el registro arqueológico, el análisis comparativo de la cultura material sí
nos permite determinar las diferenciaciones locales entre grupos karib. Nos
preguntamos: ¿podremos rastrear la existencia este tipo de variaciones también a un
nivel más local? ¿Nos permitirá un análisis comparativo encontrar indicios de
diferenciación entre grupos de segmentos al interior de un grupo como los panches?.
6.2.2. Las urnas funerarias del territorio panche
Concordando con la hipótesis de que la presencia de diversos grupos karib en el
territorio se ha visto reflejada en variaciones locales en los aspectos decorativos y
estilísticos de su cultura material (específicamente en las urnas funerarias), exponemos a
continuación una caracterización morfológica y decorativa de las urnas funerarias
reportadas para los diferentes sectores del territorio ocupado por los panche en el siglo
XVI, para así intentar identificar la existencia de variaciones más sutiles al interior de
este espacio.
La muestra arqueológica abordada en la presente investigación corresponde a piezas que
se conservan en diferentes colecciones museográficas en Colombia. Las urnas
cerámicas registradas corresponden tanto a piezas excavadas en investigaciones
arqueológicas, como a elementos procedentes de hallazgos fortuitos y prácticas de
232
guaquería confiscados recientemente. Las piezas que se conservan en la actualidad en
diversas colecciones museográficas locales (poblaciones actuales ubicadas en el
territorio que hemos definido como panche) y nacionales (en Bogotá se conservan
piezas confiscadas o donadas por coleccionistas privados en instituciones como el
Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Museo del Oro, Museo Nacional y
Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge; de igual manera, en el Museo
Antropológico de la Universidad del Tolima se encuentran en la actualidad urnas
funerarias registradas en diversas investigaciones arqueológicas desarrolladas en
territorio panche), fueron abordadas mediante visitas y registro fotográfico a dichas
colecciones. Para otras piezas, como las reportadas por algunas investigaciones y de las
cuales se desconoce su ubicación actual, se tomaron en cuenta los registros gráficos y
fotográficos presentados por los diversos autores. A nivel global, todo el material se
graficó con el objetivo de estandarizar la escala y perspectiva del mismo, lo cual se
puede apreciar en las imágenes expuestas en adelante.
Teniendo en cuenta que la presente investigación buscó el análisis estilístico y una
posible asociación del mismo con espacios geográficos puntuales, se tuvieron en cuenta
todas aquellas piezas de las que se contara con información sobre su procedencia y que
de esta forma, se pudieran asociar a un sector específico del territorio. Es claro que se
descartaron aquellos elementos de procedencia dudosa o desconocida, pero se tuvieron
en cuenta elementos fragmentarios siempre y cuando fuera posible la reconstrucción de
la morfología y el patrón decorativo de las piezas originales. Igualmente y como se
ampliará más adelante, se incluyeron algunas piezas arqueológicas procedentes de
excavaciones de contextos funerarios en territorio panche (Anolaima / Cudinamarca).
En conclusión, la muestra arqueológica abordada corresponde a urnas funerarias y tapas
de las mismas procedentes de once sitios diferentes ubicados en diversos sectores del
territorio panche (ver Ilustración 19). Es importante señalar que la cantidad de piezas
cerámicas que se han registrado en cada uno de dichos contextos arqueológicos varía de
lugar a lugar, por lo cual no podríamos establecer un balance cuantitativo de las piezas
233
de cada sitio arqueológico 22 , pero sí una aproximación a los patrones estilísticos
presentes en cada uno de los sectores analizados:
Ilustración 19. Urnas funerarias registradas para diversos sectores al interior del territorio panche.
Como hemos mencionado anteriormente, los pocos contextos funerarios reportados para
la zona han sido altamente afectados por prácticas de “guaquería”, lo cual determina que
la muestra sea realmente limitada, no obstante en la presente investigación hemos
abordado las siguientes piezas cerámicas (las cuales se relacionan a continuación y en la
Tabla 6):
22 Aspectos como la práctica de guaquería en ciertas zonas, seguramente han sido factores determinantes
en la conservación de contextos arqueológicos completos. Igualmente es importante tener en cuenta que
la mayoría de las investigaciones arqueológicas se han concentrado en el área que hemos denominado en
la presente investigación “tierras bajas”, por lo cual no es posible establecer un paralelo cuantitativo a la
hora de realizar el análisis comparativo.
234
Anolaima:
Para el sector de Anolaima no se habían reportado sitios y/o contextos arqueológicos
hasta el momento de la presente investigación, no obstante, se contaba con algunos
reportes de estaciones rupestres en la zona (Ramírez 2009), así como los resultados
expuestos por Peña (1987) de ocupaciones humanas del periodo prehispánico en el
vecino municipio de Cachipay. De acuerdo a esto, y partiendo de algunos reportes de la
población local de hallazgos fortuitos de fragmentos cerámicos dispersos en superficie,
se seleccionó un espacio identificado como un área de ocupación del periodo
prehispánico tardío (panche), el cual correspondió a una terraza estructural inmersa en
el entorno montañoso circundante:
Fotografía 12. Terrraza estructural en la cual se identificaron evidencias de un asentamiento
humano asociado a la ocupación panche.
235
Fotografía 13. Vista aérea del sitio de ocupación panche en Anolaima. Vista desde el occidente (al
fondo se aprecian las cumbres de la cordillera oriental, tras las cuales se encuentra el altiplano
cundiboyacense).
Fotografía 14. Vista aérea del sitio de ocupación panche en Anolaima. Vista desde el norte.
El sitio arqueológico de Anolaima parece haber sido un espacio ocupacional panche en
el cual las poblaciones humanas del periodo tardío utilizaron el área plana de terraza
tanto como espacio habitacional, como para áreas de cultivo. Al interior de este espacio
ocupacional, se habrían utilizado los espacios habitacionales de los sectores más
elevados de la terraza (colina) como contextos funerarios también (reportándose tumbas
con urnas funerarias al interior de los espacios cotidianos en dichos sectores):
236
Fotografía 15. Área de colina (rojo) y área habitacional / de cultivo (azul), identificadas en el sitio
de Anolaima.
En el ámbito de la presente investigación y con miras a caracterizar el patrón estilístico
y morfológico de las piezas cerámicas procedentes de contextos funerarios en la parte
norte del territorio panche, realizamos la excavación de tres estructuras funerarias, las
cuales correspondían a tumbas de pozo recto sin cámara lateral con profundidades de no
más de un metro y que al parecer se ubicaban en los mismos espacios habitacionales de
las poblaciones prehispánicas del periodo tardío. Estos espacios ocupacionales los
hemos relacionado con los territorios que se mencionan en las crónicas como ocupados
por los segmentos de Anolaima y Matima (aunque no es clara la división territorial
entre los espacios ocupados por estas poblaciones panches), de los cuales se conservan
estas denominaciones en la toponimia local en la actualidad.
237
Fotografía 16. Área en la cual se identificaron estructuras funerarias (tumbas de pozo recto sin
cámara lateral).
Así, las excavaciones realizadas en Anolaima nos permitieron identificar tres tumbas
diferentes, las cuales se encontraban en inmediaciones de dos sitios puntuales al interior
de área de asentamiento prehispánico. Como se mencionó, los dos sitios excavados
corresponden a sectores bastante planos en inmediaciones del relieve montañoso típico
de este sector del territorio panche. En cuanto a las tumbas en sí, cada estructura
funeraria contenía una urna cerámica en cada caso (en uno de los sitios se registraron
dos tumbas separadas entre sí cuatro metros y en el otro solamente se reportó una
tumba).
Fotografía 17. Espacio puntual en el sector más elevado del área de ocupación prehispánica, en la
cual se identificaron las estructuras funerarias.
238
Como se puede apreciar en las siguientes fotografías y en la Ilustración 20, las
estructuras funerarias identificadas en Anolaima corresponden a tumbas de pozo recto
sin cámara lateral, en las cuales las urnas funerarias reportan la utilización de vasijas
similares a manera de tapas, sin que se registren otros elementos a manera de ajuar
funerario:
Fotografía 18. Estructura funeraria número 1 identificada en Anolaima.
Fotografía 19. Estructura funeraria número 1 identificada en Anolaima.
239
Pasando al material cerámico registrado, cada tumba incluía una urna y su
correspondiente tapa, sin ningún tipo de ajuar funerario ni presencia de otras vasijas al
interior de la misma. En la Ilustración 20 se puede apreciar un dibujo de las urnas
registradas en las tumbas de este sector: La primera de ellas presenta una tapa con forma
de cuenco y decoración de pintura polícroma, mientras que la urna en sí corresponde a
una olla globular de cuello evertido y boca bastante amplia. La segunda urna presenta
un cuerpo más cónico que globular, de hombro ancho y boca de borde directo; su tapa
corresponde a una vasija con la misma morfología pero de dimensiones mucho menores;
ninguna de estas dos piezas presentan algún tipo de decoración. La tercer urna
presentada en la Ilustración 20 corresponde a una vasija subglobular con cuello y borde
evertido sin ningún tipo de decoración; en este caso la tapa de la urna corresponde a una
vasija de las mismas dimensiones y morfología de que la urna, colocada de manera
invertida sobre la misma; estas dos piezas no presentan ningún tipo de decoración:
Ilustración 20. Elementos cerámicos procedentes de Anolaima.
Espinal:
Las vasijas reportadas para el sector de Espinal corresponden a las excavaciones
realizadas por Reichel-Dolmatoff (1943) y las presentadas por el Fondo de Promoción
de la Cultura (1992). La constante para estas piezas es la presencia de tapas en forma de
240
casquetes esféricos (platos pandos) sin ningún tipo de decoración y urnas de cuerpo
generalmente cónico, borde directo y decoración modelada en alto relieve en la parte
superior del cuerpo de las mismas. La decoración corresponde generalmente a rostros
antropomorfos y en la mayoría de los casos exhiben representaciones de narigueras,
aunque Reichel–Dolmatoff también menciona la existencia de representaciones
zoomorfas como batracios y reptiles (1943: 258):
Ilustración 21. Elementos cerámicos procedentes de Espinal.
Girardot:
Para el sector de Girardot Reichel-Dolmatoff (1943) presenta algunas piezas obtenidas
de hallazgos ocasionales y descontextualizados (Ilustración 22), por lo que se
desconocen las características del sitio arqueológico en que fueron halladas. No obstante,
podemos apreciar que se trata de urnas de cuerpo globular y representaciones
antropomorfas en la parte superior del cuerpo de las mismas. Aunque no hay registro de
las tapas de las mismas, la similitud del estilo de las urnas con el vecino sector de
Espinal (representaciones de rostros antropomorfos modelados en la parte superior del
cuerpo de la urna) y el tipo de borde recto y boca estrecha, nos hacen suponer que las
tapas de las mismas también corresponden a casquetes esféricos en forma de platos (de
241
la misma forma, como podemos apreciar en la Ilustración 26, las urnas de Ricaurte
presentan las mismas características y este tipo de tapas).
Ilustración 22. Elementos cerámicos procedentes de Girardot.
Guamo:
Las urnas funerarias registradas para el sector de Guamo corresponden a un hallazgo
fortuito, por lo que se desconoce el contexto funerario en que fueron registradas. No
obstante, se trata de urnas de cuerpo cónico, borde directo y decoración modelada en
alto relieve en la parte superior del cuerpo de las mismas (rostros antropomorfos),
mientras que las tapas corresponden a casquetes esféricos sin ningún tipo de decoración.
242
Ilustración 23. Elementos cerámicos procedentes de Guamo.
Guataquí:
En el sector de Guataquí se han reportado hallazgos fortuitos de urnas funerarias, pero
en la actualidad se desconoce el paradero de las piezas. Aun así, el municipio conserva
réplicas de las mismas mediante las cuales pudimos reconstruir la morfología y
decoración de las originales (Ilustración 24): Las urnas parecen presentar las mismas
características generales descritas para Guamo y Espinal (vasijas de cuerpo
generalmente cónico con representaciones de rostros antropomorfos en la parte superior
del cuerpo de las mismas).
243
Ilustración 24. Elementos cerámicos procedentes de Guataquí.
Honda:
Las urnas funerarias registradas para el sector de Honda corresponden a las referidas por
Reichel-Dolmatoff (1943) y según el mismo autor, presentan una influencia cultural
pantágora (grupo karib asentado espacialmente al norte del territorio panche), lo cual se
evidencia en la presencia de cuellos rectos altos en la urnas y ricos motivos modelados
en la parte superior de las tapas. Las excavaciones adelantadas por Reichel-Dolmatoff
señalan la presencia de tumbas de pozo con cámara lateral con profundidades de hasta 9
metros y registran que la decoración de las urnas funerarias de Honda se concentra en la
parte superior de los cuellos cilíndricos y en las tapas de las mismas, correspondiendo
generalmente a motivos modelados (1943: 239). Morfológicamente hablando, las tapas
de las urnas corresponden a casquetes esféricos con elementos modelados en la parte
superior de las mismas; las urnas en sí, presentan una forma más globular, con hombros
bien marcados y un cuello recto cilíndrico, en el cual se concentran los elementos
decorativos de la vasija:
244
Ilustración 25. Elementos cerámicos procedentes de Honda.
Ricaurte:
Las urnas reportadas en el sector de Ricaurte corresponden a la investigación de
Reichel-Dolmatoff (1943) registrando la presencia de varios grupos de urnas funerarias
ubicadas al interior de un área de asentamiento prehispánico; las agrupaciones de urnas
se distribuyen de manera dispersa y a distancias irregulares entre sí. El área se concentra
en una terraza sedimentaria del río Magdalena y las tumbas son sencillas, de pozo recto
y con una profundidad promedio de un metro. Para el caso de Ricaurte, Reichel-
Dolmatoff encuentra que todas las urnas identificadas presentan tapas y mantienen el
mismo patrón morfológico (vasijas globulares de borde directo, sin cuello o con un
mínimo cuello recto y con representaciones de rostros antropomorfos en la parte
superior del cuerpo de las mismas). De la misma forma, todas las tapas corresponden a
casquetes esféricos sin ningún tipo de decoración.
También en el sector de Ricaurte Rozo (1989) reporta el mismo tipo de urnas y tapas,
pero encuentra que la decoración también incluye motivos zoomorfos como podemos
apreciar en la Ilustración 26:
245
Ilustración 26. Elementos cerámicos procedentes de Ricaurte.
Suárez:
Las urnas funerarias reportadas para el sector de Suárez también corresponden a las
registradas por Rozo (1989). Como podemos apreciar en la Ilustración 27 presentan
características muy similares a las referidas para los sectores de Guamo, Guataquí y
246
Espinal, aunque para el caso de Suárez la forma de las urnas es más ovoidal que cónica;
por lo demás, también presentan decoración en alto relieve en la parte superior del
cuerpo consistente en rostros zoomorfos; de igual manera, las tapas corresponden a
casquetes esféricos sin ningún tipo de decoración:
Ilustración 27. Elementos cerámicos procedentes de Suárez.
Tibacuy:
La muestra arqueológica de contextos funerarios para el sector de Tibacuy es de las más
completas con que contamos y corresponde en su totalidad a los resultados encontrados
por la investigación de Salas y Tapias (2000), en cuyo trabajo se registraron diversas
tumbas en una terraza que parece corresponder a un espacio habitacional panche. Los
contextos funerarios corresponden a tumbas de pozo con cámara lateral con
profundidades de hasta 1,50 metros, en los cuales se recolectaron 8 urnas y 7 tapas.
Morfológicamente hablando, la totalidad de las urnas corresponde a vasijas globulares
sin cuello y de borde directo, mientras que la totalidad de las tapas corresponde a
cuencos de borde recto. Como se puede apreciar en la Ilustración 28, en cuanto al patrón
decorativo, mientras que la mayoría de las urnas no presentan ningún tipo de decoración,
algunas presentan dibujos de diseños lineales pintados; por su parte, los cuencos
247
(Ilustración 28 e Ilustración 29) combinan decoración pintada e incisa (en ambos casos
con diseños lineales). Salas y Tapias proponen que los cuencos utilizados como tapas en
el complejo funerario registrado en Tibacuy originalmente correspondían a elementos
de cerámica utilitaria que fue reutilizada para una función funeraria posteriormente
(2000: 23).
248
Ilustración 28. Elementos cerámicos procedentes de Tibacuy.
249
Ilustración 29. Elementos cerámicos procedentes de Tibacuy.
Tocaima:
La única urna que hemos podido reportar para el sector de Tocaima procede de un
hallazgo fortuito y se encuentra totalmente descontextualizada de su entorno funerario.
Sólo se conserva la urna, la cual corresponde a una vasija globular de hombros
ligeramente marcados y un pequeño cuello de borde recto cilíndrico. Como se puede
apreciar en la Ilustración 30 la urna cerámica combina tanto decoración pintada
(motivos espiralados y lineales) como aplicaciones en alto relieve de elementos
zoomorfos:
250
Ilustración 30. Elementos cerámicos procedentes de Tocaima.
Vegas del Sabandija:
Para el sector de Vegas del Sabandija Hernández excavó un área habitacional panche
ubicada en un sector que consideró logísticamente estratégico (por tratarse de la cima
estrecha de una meseta con buena visibilidad y fácilmente defendible ante posibles
ataques). Al interior de dicho espacio ocupacional se identificó una tumba de pozo recto,
la cual contenía una urna funeraria y su respectiva tapa (al interior de la urna aún se
encontraban los restos óseos de dos individuos). Las piezas cerámicas de Vegas del
Sabandija corresponden a dos vasijas globulares de diferentes dimensiones, sin ningún
tipo de decoración, de borde evertido y boca ancha, implementadas una como tapa de la
otra:
251
Ilustración 31. Elementos cerámicos procedentes de Vegas del Sabandija.
Como se aprecia en la información presentada en las Ilustraciones 19 a 30, contamos
con una muestra de piezas cerámicas funerarias para diversos sectores del territorio que
hemos definido como panche, las cuales se pueden resumir en la siguiente tabla,
reflejando la existencia de una muestra representativa de los tipos de tapas y urnas
registrados en cada sector del territorio:
Ubicación Geográfica Elementos arqueológicos reportados
Urnas Tapas
Anolaima 3 3
Espinal 3 2
Girardot 1 0
Guamo 2 1
Guataquí 1 0
Honda 1 1
Ricaurte 8 2
Suárez 2 2
Tibacuy 8 7
252
Tocaima 1 0
Vegas del Sabandija 1 1
Tabla 6. Elementos cerámicos analizados en la presente investigación.
En términos generales todas las piezas corresponden a contextos funerarios y aunque en
muchos casos la información es fragmentaria y limitada dadas las condiciones de
saqueo a las que se vieron condicionados los sitios arqueológicos, para piezas como las
reportadas en Vegas de Sabandija, Tibacuy, Ricaurte, Honda y Anolaima la realización
de excavaciones arqueológicas controladas han permitido llevar un registro más
detallado del contexto arqueológico del cual hacían parte.
En resumen, los contextos funerarios reportados para el territorio panche parecen
corresponder a las mismas áreas de los asentamientos permanentes de los diversos
segmentos, es decir, los panches habrían utilizado los mismos espacios de habitación
para enterrar a sus muertos en las urnas funerarias referidas anteriormente (Reichel-
Dolmatoff 1943, Hernández 1980, Salas y Tapias 2000). Los contextos funerarios que
se han registrado para los cuatro sitios en que se han adelantado excavaciones
controladas (Vegas de Sabandija, Tibacuy, Ricaurte y Anolaima) han permitido
determinar que las tumbas fueron de pozo con o sin cámara lateral y que parecen haber
diferido en profundidad de un sector a otro del territorio (Reichel-Dolmatoff 1943,
Hernández 1980, Salas y Tapias 2000). No obstante, la constante para todos los sitios es
que los restos humanos fueron depositados al interior de urnas cerámicas con tapa y
aunque en algunos casos se mencionan otras vasijas como ajuar funerario, el elemento
central y constante de todas las tumbas es la presencia de dichas urnas.
Lo anterior concuerda con el planteamiento formulado en capítulos anteriores que
presuponía la existencia de una constante en cuanto al patrón funerario para la
ocupación panche, lo cual se vería reflejado en un registro arqueológico con
características bien definidas. En términos generales las urnas cerámicas mantienen
proporciones constantes a lo largo de toda la muestra del territorio (con dimensiones
verticales promedio de 40 a 45 centímetros y horizontales de 35 a 50 centímetros) y
según el análisis presentado aquí, los dos principales elementos diferenciales entre las
mismas ha consistido en la forma y el patrón estilístico decorativo de urnas y tapas.
253
En cuanto a la tipología cerámica registrada, las investigaciones que han abordado este
aspecto en la problemática arqueológica panche, han expuesto que la cerámica
predominante para el periodo tardío de la ocupación prehispánica (panche para nuestra
área de estudio) corresponde generalmente a los tipos “Magdalena Inciso”, “Pubenza
Rojo Bañado” y “Pubenza Polícromo”, siendo el Magdalena Inciso y el Pubenza
Polícromo los tipos característicos de las piezas cerámicas registradas en los contextos
funerarios.
6.2.3. Cerámica arqueológica del territorio panche.
Las investigaciones arqueológicas que han abordado el territorio panche han propuesto
una clasificación cerámica que permite determinar que durante la ocupación
prehispánica del periodo tardío se implementó una tecnología cerámica bien particular
para dicho territorio, la cual se resume a continuación y podemos asociar directamente
con la ocupación panche:
Uno de los primeros trabajos y el más influyente para la clasificación de cerámica
prehispánica lo constituye el de Cardale 1976, en el que la autora pudo asociar dos tipos
cerámicos bien particulares (Tipo Pubenza Rojo Bañado y Tipo Pubenza Polícromo)
para la fase tardía de la ocupación prehispánica. Según Cardale, ambos tipos cerámicos
habrían coexistido entre los siglos X D.C. y XIV D.C., sin embargo la aparición del tipo
Rojo Bañado se remontaría a unos siglos antes del X D.C. (Cardale 1976: 418); esta
hipótesis de trabajo ha sido reforzada por Peña, quien encuentra material Pubenza Rojo
Bañado asociado con material cerámico del Periodo Formativo (400 A.C. al 1000 D.C.)
en la cuenca media del río Bogotá (1991).
La cerámica estilo Pubenza se ha reportado también para contextos arqueológicos en
diversos sectores del territorio panche como son Jerusalén, Tibacuy, Pasca, Agua de
Dios, Ricaurte y Anolaima, y registra fechas de 965 D.C. (Pubenza Rojo Bañado) y
1320 D.C. (Pubenza Polícromo) (Salas y Tapias 2000).
Siguiendo las descripciones de Cardale, el tipo Pubenza Rojo Bañado se caracteriza por
presentar una pasta de color rojizo con abundantes inclusiones muy finas de color gris
254
claro o negro, cuarzo y a veces mica, en la que la principal característica es el baño de
color rojo, anaranjado y/o blanco (Cardale 1976: 348). Por otra parte, el tipo Pubenza
Polícromo se caracteriza por una pasta de colores claros (blanco, crema o naranja) con
abundantes inclusiones de cerámica triturada y decoración en pintura roja y/o negra
sobre el fondo de color crema, rosado o anaranjado de la pasta (Fotografía 11 y
Fotografía 20). Los motivos decorativos de este tipo cerámico están basados en líneas
rectas y curvas, siguiendo patrones como achurado cruzado, triángulos, espirales, y
líneas paralelas (Cardale 1976: 377):
Fotografía 20. Urna funeraria del tipo cerámico Pubenza Polícromo (procedencia desconocida).
Museo del Oro del Banco de la República - Bogotá.
Así, según estos autores, los dos tipos cerámicos Pubenza corresponderían a un
elemento material característico de las poblaciones prehispánicas del territorio que
hemos definido aquí como panche, siendo el Pubenza Polícromo el tipo cerámico más
popular y característico de esta ocupación humana (Cardale 1976, Peña 1991).
Otro tipo cerámico que ha sido registrado para los contextos arqueológicos ubicados en
el territorio que hemos definido como panche, es el Magdalena Inciso, el cual se ha
identificado para esta zona del valle medio del Magdalena entre los siglos VII D.C. y
255
XVIII D.C. La cerámica de dicho complejo se caracteriza por el sencillo tratamiento de
su superficie, la escasez de formas y una decoración incisa con diversos diseños
geométricos, motivos presionados, apliques, muescas y baños de tonalidades rojas y
cafés. También se destaca la presencia de vasijas sencillas de mediano y gran tamaño,
acompañadas por otras que pueden hacer las veces de tapas. Son comunes los
recipientes globulares con asas, cuencos, platos, figurinas sólidas y volantes de huso con
motivos incisos (Salgado et al 2008: 290). También se ha asociado en otros sectores del
territorio panche, el Periodo Tardío a tipos cerámicos como El Peñón, Guaduas Habano
Liso, Guaduas Habano Medio y Guaduas Habano Burdo (Rojas de Perdomo 1975: 267).
Las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en la zona norte del territorio panche,
en inmediaciones del río Magdalena y sus afluentes (Cadavid 1970, Hernández 1976
Díaz 2005 y 2014, Peña et al 2013) han permitido establecer una caracterización bien
particular para este sector del territorio panche. Al parecer para el momento de
transición entre el Periodo Formativo (Siglo V A.C. al I A.C.) y el tardío (Siglo VII D.C.
al XVI D.C.) se popularizaron ciertos tipos cerámicos que sólo se han registrado para
dicha zona: tipos cerámicos como los denominados Carmelita Rojizo, Café Oscuro con
Engobe, Habano Pardo, Gris Oscuro y Crema Rosada (Hernández 1976) y los tipos
Gualí E, F, G H e I (Díaz 2005). Estos tipos cerámicos del periodo intermedio se han
asociado al tipo Pubenza Rojo Bañado (Cardale 1976) con base en la similitud de
diseños y técnicas decorativas así como por la forma de algunos bordes (Díaz 2005: 103,
104).
Por otra parte, para el Periodo Tardío el material cerámico registrado parece tener una
mayor similitud con el Complejo Colorados identificado más al norte del territorio
panche (Castaño y Dávila 1984). Tipos como el Honda Castaña Fina, Honda Rojiza
Fina, Honda Rojiza Áspera, Honda Ocre Áspera, Honda Gris Burda, Honda Habana
Burda, Honda Rojiza Bañada, Honda Roja Pintada, Honda Crema Sencilla y Honda
Naranja Arenosa (Cadavid 1970) Gualí A, B, C, y D (Díaz 2005) y Sabandija Carmelita
Rojiza, Sabandija Habana Rosada, Sabandija Café Oscura, Sabandija Gris Claro,
Sabandija Crema y Sabandija Roja (Hernández 1980), presentarían afinidad entre ellos
y habrían sido los tipos cerámicos característicos de la zona para el Periodo Tardío
(Siglo VII D.C. al XVI D.C.).
256
En conclusión, aunque se han registrado tipos cerámicos particulares para la transición
entre el Periodo Formativo y el Periodo Tardío (los cuales presentan diferencias
substanciales con los registrados para las ocupaciones del Periodo Formativo),
contamos con tipos cerámicos bien específicos que se popularizaron en la zona a partir
del siglo X D.C. Así, el Periodo Tardío se caracteriza por la presencia de cerámica
asociada con el Complejo Magdalena Inciso y el tipo Pubenza Polícromo, siendo este el
material más popular registrado en los contextos funerarios de la ocupación panche.
También podemos concluir que el sector de Honda y sus alrededores presenta otro tipo
de tipos cerámicos, los cuales parecen tener más influencia cultural de los grupos
prehispánicos asentados al norte del territorio panche. De igual forma, al analizar la
morfología de las urnas funerarias, podemos apreciar que las tapas registradas para este
sector del territorio presentan diferencias substanciales con las registradas en los otros
contextos funerarios, pues son las únicas que exhiben decoraciones modeladas en las
tapas (de manera similar a como se ha registrado en otros sectores del valle del río
Magdalena al norte del territorio panche) (ver Ilustración 18, Fotografía 3 y Fotografía
6). Estos datos podrían estar reforzando la hipótesis de ciertos investigadores que han
propuesto la zona de Honda como un espacio multicultural en el que convergían
diversos grupos étnicos del valle del Magdalena a realizar diversas actividades de
intercambio y adquisición de recursos, lo cual se pudo haber visto reflejado en la
presencia de elementos de cultura material con mayor diversidad estilística y
tecnológica.
6.2.4. Análisis comparativo del material cerámico reportado en diversos contextos
funerarios.
Retomando la tipología de las urnas funerarias que hemos expuesto anteriormente para
los diversos sectores del territorio panche, pasamos a abordar el análisis comparativo de
las mismas, buscando establecer posibles asociaciones entre sectores del territorio; para
257
esto hemos tenido en cuenta aspectos morfológicos de las urnas y sus tapas, así como
patrones decorativos de las mismas23.
La primera gran diferenciación que encontramos hace referencia al material cerámico
procedente de la zona de Honda (ver Ilustración 25), en el cual encontramos tapas de
urnas con ricos elementos modelados encima de las mismas. Como hemos expuesto a lo
largo del presente capítulo este elemento decorativo es típico de las urnas funerarias
registradas más al norte del valle del río Magdalena (Reichel-Dolmatoff 1943, Castaño
y Dávila 1984), en las cuales los fabricantes han prestado mayor énfasis a la decoración
de las tapas que a la de las urnas en sí. De igual manera, hemos expuesto cómo los tipos
cerámicos registrados en esta zona del territorio definido como panche presentan
diferencias substanciales con los tipos cerámicos registrados más al sur, al interior del
mismo (Cadavid 1970, Hernández 1976, Martínez 2005, Díaz 2005 y 2014, Peña et al
2013).
Según los documentos escritos por los cronistas españoles, en la zona de Honda (en la
cual se localiza una zona de raudales del río Magdalena donde es frecuente la
acumulación de grandes cantidades de peces durante la temporada de “subienda”) se
congregaban diversos grupos étnicos (como panches, pantágoras y guarinós, entre otros)
para la realización de intercambio de productos y acceso a ciertos recursos del río;
podríamos atrevernos a considerar este punto como un “área de confluencia cultural”
con presencia de gentes portadoras de diferentes tradiciones y tecnologías (entre ellas la
cerámica), lo que habría influido en que el registro arqueológico de este sector del
territorio panche difiera en algunos aspectos del identificado en otros sectores menos
heterogéneos. Igualmente, es muy probable que durante la ocupación prehispánica las
fronteras territoriales entre los grupos que venimos analizando hasta el momento, fueran
muy móviles y hasta permeables debido entre otros aspectos, al tipo de relaciones
intraétnicas de conflicto y acceso a los recursos que hemos referido anteriormente.
23 En este punto del análisis comparativo, hemos encontrado algunos aspectos que se hacen extensivos a
los contextos funerarios identificados en territorio panche, como son el tipo cerámico predominante (el
cual corresponde al complejo Magdalena Inciso o al tipo Pubenza Polícromo), las estructuras de las
tumbas en sí (las cuales corresponden a pozos rectos con o sin cámara lateral) y el tamaño de las vasijas
(las cuales en todos los casos mantienen dimensiones y proporciones similares). La uniformidad en estos
aspectos nos permite caracterizar el patrón funerario para el territorio panche y a su vez los dejamos por
fuera de nuestro análisis comparativo dado que mediante el mismo buscamos identificar los
diferenciadores discretos al interior de la muestra analizada.
258
Teniendo en cuenta lo anterior, así como la posible existencia de fronteras permeables y
móviles a lo largo de la ocupación prehispánica, es claro que sectores como el de Honda
pudieron corresponder a espacios de confluencia cultural en los que el registro
arqueológico parece estar representando tradiciones culturales de diversos grupos e
incluso fusiones de las mismas. Por lo anterior, consideramos aquí que el patrón
estilístico de las urnas funerarias para la zona de Honda no sería un indicador confiable
de la tipología estilística y morfológica que estamos analizando para los segmentos
panches en específico y que la presencia de elementos típicos de otras regiones del valle
del Magdalena (como la rica profusión de elementos modelados en las tapas de las urnas)
podría corresponder más a elementos foráneos que a aspectos asociables directamente a
tradiciones culturales panches.
Salvando este primer sesgo, con respecto a las demás piezas cerámicas analizadas,
podemos establecer una primera división en dos grandes grupos, concentrándonos en las
características morfológicas y decorativas de las urnas en sí; por un lado tenemos las
urnas cerámicas que presentan decoración modelada en la parte superior de las mismas
y por otro lado encontramos las urnas que no presentan ningún tipo de decoración. El
primer grupo de urnas se caracteriza por ser piezas de forma cónica o globular que
generalmente corresponden al tipo Pubenza Polícromo y su principal elemento
decorativo consiste en rostros antropomorfos (Girardot, Espinal, Guamo, Guataquí,
Suárez) o figuras zoomorfas de reptiles (Ricaurte, Tocaima) en relieve:
259
Ilustración 32. (Espinal).
Ilustración 33. (Girardot).
260
Ilustración 34. (Ricaurte).
Ilustración 35. (Tocaima).
Dentro de este primer grupo encontramos que algunas urnas conservan relictos de una
decoración pintada acompañando el modelado descrito anteriormente (Ilustración 35);
esta situación no es extraña dado que el tipo cerámico Pubenza Polícromo se caracteriza
entre otros aspectos por la presencia de diseños lineales en la superficie de la pasta (ver
261
Fotografía 11 y Fotografía 20, aunque de procedencia desconocida, esta es una urna que
manifiesta las características típicas de este grupo cerámico).
Por otro lado, tenemos el grupo de urnas funerarias en las que el cuerpo de las mismas
presenta un relieve liso y ningún tipo de decoración modelada (Anolaima, Vegas de
Sabandija, Tibacuy) o que en algunos casos presenta motivos lineales pintados pero
siempre sin ningún tipo de relieve (Tibacuy):
Ilustración 36. (Anolaima).
262
Ilustración 37. (Tibacuy).
Ilustración 38. (Vegas de Sabandija).
En conclusión, podemos aseverar que existe un primer grupo de urnas cerámicas
caracterizadas por la presencia de elementos modelados en la parte superior de las
mismas, y otro grupo que no presenta decoración modelada y que sólo en algunos casos
manifiesta diseños pintados (pero siempre en ausencia de relieve).
263
Al abordar el análisis de las tapas de las urnas, hemos podido establecer también dos
grupos: Por un lado tenemos las tapas de forma de casquete esférico sin ningún tipo de
decoración (Fotografía 21) que se encuentran de manera generalizada en los sectores
que presentan urnas con decoraciones en relieve (Espinal, Guamo, Girardot, Guataquí,
Ricaurte y Suárez); por otro lado encontramos las tapas que corresponden a vasijas
cerámicas en sí mismas (con formas como cuencos y ollas de borde evertido) y que en
casos como el de Anolaima y Tibacuy presentan algún tipo de decoración pintada
(Fotografía 22):
Fotografía 21. Tapa de urna cerámica registrada en Espinal. Museo del Oro del Banco de la
República.
264
Fotografía 22. Tapa de urna cerámica registrada en Anolaima.
Parece existir una marcada relación entre los dos tipos de tapas y los dos tipos de urnas
referidos: Mientras que todas las urnas cerámicas que presentan decoraciones
modeladas se han encontrado asociadas a tapas en forma de casquete esférico (sin
ningún tipo de decoración) y que parecen haber sido elaborados con esta finalidad, las
urnas funerarias sin decoración modelada han registrado tapas que corresponden a
vasijas cerámicas que podrían cumplir otras finalidades funcionales más allá de la de
tapas de urnas (incluso, para algunos casos se ha sugerido que las mismas podrían haber
sido piezas utilitarias reutilizadas (Salas y Tapias 2000)).
Al identificar los espacios geográficos en los que se han registrado los diferentes tipos
de urnas y tapas, encontramos una concentración espacial que parece ser excluyente
entre sí: Las urnas funerarias con representaciones modeladas y tapas de casquete
esférico solamente se han registrado en las tierras bajas en torno al río Magdalena al sur
del territorio definido como panche. Por el contrario, en los sectores montañosos del
norte y oriente del territorio panche solamente se han registrado urnas funerarias sin
decoración modelada y con tapas de formas aparentemente funcionales. Es importante
mencionar que solamente un reporte arqueológico constituye la excepción al patrón
propuesto y lo representa el sitio Vegas de Sabandija, el cual corresponde a un espacio
asociado a tierras bajas del río Magdalena con registro de urnas sin decoración
265
modelada y tapas con morfología de olla globular de cuello evertido (el patrón
morfológico registrado en las tierras altas montañosas del norte y oriente del territorio).
Al incluir esta información en el componente cartográfico de la presente investigación,
podemos evidenciar la presencia de dos grupos de elementos cerámicos funerarios
asociados a sectores con condiciones geográficas específicas al interior del territorio
panche:
Ilustración 39. Distribución espacial de urnas funerarias Grupo 1.
266
Ilustración 40. Distribución espacial de urnas funerarias Grupo 2.
En conclusión, omitiendo las urnas cerámicas registradas para la zona de Honda,
podemos establecer la existencia de dos grandes grupos con características morfológicas
y decorativas bien particulares: por un lado encontramos urnas cuyo principal elemento
decorativo lo constituyen los motivos antropomorfos y zoomorfos en la parte superior
del cuerpo de las mismas (Ilustración 39), las cuales se encuentran asociadas (en los
casos que se pudo registrar), a tapas de casquetes esféricos sin ningún tipo de
decoración; por meros parámetros denominativos, a este primer grupo lo
denominaremos aquí “Grupo 1”. Por otro lado, tenemos un tipo de urnas sin decoración
(Ilustración 40) o con decoración de motivos pintados que presentan como tapas otras
vasijas de menor tamaño y la cuales sí manifiestan motivos decorativos (exclusivamente
patrones lineales pintados) y que bien podrían haber correspondido a piezas cerámicas
reutilizadas para este fin (“Grupo 2”).
267
CAPÍTULO 7
CONFRONTACIÓN DE RESULTADOS.
7.1. Discusión y confrontación de resultados con el marco teórico.
Es claro que la principal fuente de información con que contamos para el abordaje de la
sociedad panche encontrada por los españoles durante el proceso de conquista, se
constituye por las mismas descripciones registradas de parte de los cronistas de indias
durante la segunda mitad del siglo XVI. Tanto testigos de primera mano, como
compiladores de obras inéditas, aportaron datos descriptivos que permitieron a los
lectores de dichas obras realizar una reconstrucción de la sociedad panche del siglo XVI.
El contexto y los objetivos con que fueron escritas estas recopilaciones, conllevaron a
que la subjetividad de los autores y el sesgo que permeó las descripciones en sí, se
vieran directamente reflejadas en la interpretación y lectura de la cultura panche a partir
del mismo siglo XVII. Así, en aspectos como la territorialidad, organización
sociopolítica, ideología, etc., nos encontramos frente a una falencia grande de
información más acertada sobre el tipo de sociedad indígena encontrada por los
españoles en el siglo XVI. Un ejemplo de lo anterior, es la interpretación de una unidad
homogénea al interior del territorio definido como panche desde las primeras
descripciones.
Como se mencionó en el Capítulo 2, aunque los documentos escritos sobre los panches
en los primeros momentos del contacto estuvieran enfocados hacia una estigmatización
del grupo y no se concentraran en la descripción de instituciones sociales, a lo largo de
la presente investigación pudimos llegar a identificar en los mismos algunos atisbos de
la organización sociopolítica de estas comunidades.
268
Al abordar las fuentes escritas desde una perspectiva más amplia, propiciando una
lectura activa de las mismas (Burke 1993), en la que buscamos integrar los datos
descritos en las crónicas de la conquista y los documentos administrativos de inicios del
periodo de la colonia, empezamos a emprender un abordaje intercultural, en el que los
datos no son interpretados de forma aislada y fuera de su contexto de producción. Esto
nos llevó a relacionar la información que de una u otra forma permitió reconstruir
aspectos como la territorialidad, las relaciones al interior de esta aparente unidad
cultural panche y la o las formas de resistencia ante la dominación española.
Así, según lo expuesto en los capítulos anteriores, tras la lectura y análisis de la
información aportada por los documentos escritos por los españoles en los siglos XVI y
XVII, parece ser que la sociedad panche encontrada por los conquistadores en el siglo
XVI, no correspondía a una unidad cultural homogénea, sino que más bien se
enmarcaba en un contexto social de tipo segmental en el que varias comunidades
independientes componían el grupo identificado como panche por los cronistas. La
lectura de los documentos en que se relatan las características particulares del proceso
de conquista y resistencia a la misma, abordada desde una “lógica mestiza” (buscando
superar el sesgo impreso a la interpretación de un grupo como los panches desde una
visión etnológica), en la cual apuntamos a establecer relaciones entre todos los datos
recabados y exponerlos en un contexto general de lo que pudo haber sido la sociedad
panche del siglo XVI, como la propuesta por Amselle (1998), nos permitió rastrear una
serie de comportamientos diferenciales asociados a dos grupos de segmentos indígenas.
De la misma forma, al incluir un análisis que relacionara los datos obtenidos de las
fuentes escritas y el acervo toponímico que se conserva en la actualidad en la zona
estudiada, pudimos identificar que estos dos grupos de segmentos también parecían
presentar un patrón de asentamiento caracterizado por la presencia de dos grandes
núcleos poblacionales al interior del mismo territorio panche.
De esta forma, hasta este punto nos enfrentamos a la primer gran conclusión de la
investigación: la aparente unidad cultural panche referida por los cronistas y
compiladores españoles, más bien obedecía a una sociedad compuesta por un agregado
de segmentos locales. Aunque estos segmentos compartían algunos elementos
269
socioculturales como el dialecto y ciertas prácticas frecuentemente referidas por los
españoles, es claro que en otros aspectos como su cultura material, sus formas de
resistencia a la conquista, e incluso en sus procesos de inclusión al régimen colonial, se
evidencia que se trataba de unidades más independientes diferentes entre sí.
A lo largo de los Capítulos anteriores hemos expuesto diversos aspectos que nos
permitieron llegar a dicha conclusión, sin embargo el caso de las formas de resistencia
ante el proceso de conquista e inclusión al régimen colonial, resulta ser uno de los de
mayor peso a la hora de interpretar las diferencias entre segmentos, lo que
posteriormente nos llevó a sugerir la posibilidad de encontrarnos frente a diferentes
formas de organización sociopolítica:
Uno de los elementos más resaltados y copiosamente descritos en las crónicas españolas
(no sólo en el caso de los panches), es el de las campañas de exploración y conquista de
territorios y poblaciones indígenas. Aunque estas descripciones están claramente
influenciadas por objetivos morales, religiosos, políticos y económicos con un fin
retórico enfocado en difundir una “idea legítima” de la conquista y los conquistadores,
para el caso de los panches, tras la lectura de dichos textos se puede percibir que los
mismos manifestaban una “tradición bélica ancestral” para el siglo XVI (Cifuentes
2004); esta “tradición bélica” debió haber sido parte importante de su cultura durante un
amplio periodo de tiempo tal, como para haber alcanzado un grado de especialización y
complejidad, que los españoles pudieran ver reflejado tanto en la efectividad y
diversidad de las armas como en la organización, disposición y disciplina de los
ejércitos y los guerreros indígenas. Esta condición de conflicto constante que parece
haber sido generalizada para los diferentes segmentos panches, cobra especial interés
tras la lectura y análisis de las crónicas de la conquista, pues en las mismas hemos
encontrado que se dieron diferentes tipos de respuesta de parte de los diversos
segmentos panches ante el contacto con los europeos en la segunda mitad del siglo XVI.
Así, el abordaje que hemos hecho a las fuentes escritas, nos permitió concluir que todos
estos segmentos panches desarrollaron un proceso de resistencia ante la invasión y que
el mismo se manifestó de formas más o menos activas (entendiendo los grados mas
activos de resistencia como la sublevación y el choque físico directo, y los grados más
270
pasivos como las estrategias de rechazo a la dominación sin llegar al conflicto físico y
armado). A nivel de formas de resistencia, la diversidad en las respuestas que
desarrollaron las poblaciones panches ante una situación común de invasión, conquista
y exterminio, la hemos interpretado como un indicador claro de la diversidad segmental
al interior del grupo étnico. Estas diversas conductas sociopolíticas estarían vinculadas a
áreas territoriales que también hemos podido rastrear en el espacio y en las cuales
parecería que se empiezan a generar nuevas estructuras sociopolíticas.
Al extrapolar estas formas de resistencia al mapa mental de ocupación del territorio, en
el cual encontramos dos grandes agrupaciones de segmentos, terminamos encontrando
que cada una de las formas de resistencia se relaciona con los segmentos establecidos en
uno u otro sector del territorio. En otras palabras, que las formas de resistencia ante la
invasión y las posibles estructuras sociopolíticas asociadas a los segmentos panches se
manifiestan de manera diferencial en dos sectores del territorio.
No queremos limitarnos a un condicionamiento medioambiental que sugiera que
algunos sectores del territorio o el paisaje socialmente construido, determinaron ciertas
formas de comportamiento cultural como tipos de resistencia o lo que sería igual, pensar
que las condiciones medioambientales propiciaron el surgimiento de determinadas
estructuras sociopolíticas en algunos segmentos de la población panche. Tampoco
podríamos atrevernos a aseverar que tras el proceso de conquista, la respuesta cultural
de parte de las poblaciones indígenas fue una inmediata reorganización de la estructura
sociopolítica de nivel segmental o suprasegmental, pero si es claro que podemos
establecer cómo diversas conductas sociopolíticas asociadas a diversos segmentos de un
mismo grupo étnico se desarrollan en sectores diferenciales al interior del territorio de
este grupo.
Lo realmente novedoso que estamos encontrando aquí es que los grados de complejidad
sociocultural por encima del nivel de segmentos locales habrían sido diferentes en
diversos sectores del territorio panche para el momento de la conquista. Parece ser que
mientras que los segmentos asentados en uno de los extremos del territorio ocupado por
el grupo étnico, se vieron más propicios al surgimiento y establecimiento de un líder
271
político, ideológico o militar por encima de los liderazgos locales, entre los segmentos
asentados en otro de los extremos del territorio nunca se dio este tipo de situación.
Entonces, ¿cómo llegamos a interpretar niveles de complejidad diferentes para sectores
del territorio y segmentos distintos a partir del análisis de las situaciones de conflicto
activo o pasivo y los procesos de resistencia indígena ante la invasión europea?: Una de
las variables de más peso en ese punto de la lectura de las crónicas fue la “tradición
bélica” manifestada por los panches y que hemos referido anteriormente (aunque no
somos los primeros en señalar la notabilidad de la misma). Al tener claro que en todos
los segmentos era común esta manifestación cultural y que todos se encontraban tanto
física como tecnológicamente preparados y dispuestos para el conflicto, interpretamos
que la existencia de diferentes formas de respuesta ante la invasión europea debió haber
obedecido a motores sociales, políticos o ideológicos; es decir, estamos proponiendo
que aunque a nivel de segmentos, todos se encontraban preparados para desarrollar un
proceso de resistencia similar, a la hora del contacto, se dio una situación sociopolítica e
ideológica que conllevó a que sectores de la población panche reaccionaran de formas
distintas. Estas formas diferenciales ante la invasión parecen estar relacionadas con el
surgimiento de estructuras sociales entre ciertos sectores de la población, por encima del
nivel local de segmento, como parece ser el caso del liderazgo político o militar.
Sin profundizar por ahora en el tipo de relaciones que se estaban dando entre segmentos,
hasta este punto sí podemos establecer que hay una relación directa entre sectores
físicos del territorio y tipos de respuesta cultural manifestados por los segmentos que los
ocupaban. En otras palabras, en ciertos sectores del territorio panche se dieron algunos
tipos de respuesta cultural opuestos a los registrados en otros. Dado que son los grupos
humanos, en este caso las poblaciones, quienes desarrollan estas respuestas culturales y
que dichas poblaciones se encuentran ocupando territorios específicos, al asociar
segmentos panches con tipos de respuesta diferentes, ubicados en territorios particulares,
hemos podido darle fuerza a una primera parte de la hipótesis original de la presente
investigación y concluir que sí existe una relación clara y directa entre grupo étnico y
territorio, en este caso particular, los segmentos referenciados por los cronistas y
sectores específicos del territorio ocupado por los panches en el siglo XVI.
272
Ahora, ¿cómo encontramos que se manifiesta esta relación entre territorio y grupo
étnico a nivel segmental en el caso panche durante el siglo XVI? Como expusimos en
detalle en el Capítulo 5, el sector norte del territorio panche se caracterizó por ser un
espacio en el que las campañas de exploración y conquista española no lograron el
sometimiento de las poblaciones asentadas allí durante toda la segunda mitad del siglo
XVI, por el contrario, el sector sur del territorio panche experimentó una rápida
incursión de los conquistadores, los cuales establecieron un dominio sobre territorios y
poblaciones para un momento tan temprano como la primera década de la segunda
mitad de dicho siglo (es decir la primera década de su incursión en la zona).
En una situación de invasión y conquista como la de nuestro caso particular, es claro
que siempre se genera una serie de procesos de resistencia y que esta se puede
manifestar tanto de formas activas como pasivas (Gamboa 2013). El caso de la rápida
dominación y control del territorio de los segmentos panches concentrados en el sector
sur, no puede interpretarse nunca como una conquista absoluta y ausencia de resistencia
de parte de la población indígena, simplemente hemos llegado a interpretar que se trató
de formas más pasivas o menos físicas ante la invasión; en contraparte, formas más
activas se manifestaron en el sector norte del territorio, lo que conllevó a que la
dominación física se prolongara por casi medio siglo tras el arribo de los europeos a la
zona.
Entonces, no podemos compartir una posición tan estricta como la propuesta por
Cifuentes (2004) en la que a partir de la lectura de las crónicas, se determina que
algunos segmentos permitieron la conquista inmediata de los españoles mientras que
otros se opusieron de manera tajante a la misma. Más bien estamos proponiendo que lo
realmente distinto fueron las formas de resistencia (no ausencia / presencia de la misma),
las cuales se manifestaron de formas más activas en el sector norte y de manera más
pasiva en el sector sur.
Dejando claro lo anterior, pasamos a la relación que podría existir entre estos sectores
con formas de resistencia bien diferenciada y los tipos de relación intersegmental que se
pudieron haber estado dando en los mismos. En el Capítulo 5 expusimos que la
“tradición ancestral bélica” panche referida anteriormente, no solo se registró durante
273
las descripciones de batallas con los españoles durante las campañas de conquista, sino
que también hay referencias a conflictos al interior de los mismos segmentos
(Castellanos [1601] 1955, Simón [1627?] 1981); esto deja claro que en todos los
sectores del territorio panche, diversos segmentos poseedores de la referida “tradición
bélica ancestral” ocupaban espacios específicos y manifestaban liderazgos locales no
institucionalizados. También encontramos que en el sector sur del territorio las
campañas de incursión española encuentran enemistades entre diversos segmentos
(Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601] 1955, Simón [1627?] 1981) y que las
mismas se registran tanto durante el momento de la invasión española, como en los
reportes que los mismos indígenas presentan al referirse a otros segmentos, es decir que
estas “enemistades” o más bien, situaciones de conflicto a nivel intersegmental, no
surgen a partir de la invasión europea en la zona, sino que parecen haberse venido
desarrollando desde un momento previo.
Con lo anterior, estamos apuntando a que no fue la invasión española un evento directo
al que podemos adjudicar, por sí mismo, la generación directa de un cambio social que
alteró las estructuras sociales y jerárquicas a nivel organizacional entre los segmentos
panches, pero sí que frente a dicha situación, estructuras de liderazgo por encima del
nivel de segmento, que seguramente se venían gestando durante algún tiempo,
encontraron la oportunidad adecuada para materializarse y hacerse efectivas, como en el
caso de los segmentos asentados en la parte norte del territorio, los cuales se
confederaron bajo el liderazgo político y militar de Bituima y posteriormente Síquima
lo que favoreció el que manifestaran formas de resistencia activa24.
A lo largo de los Capítulos 2 y 3 hemos expuesto como recientemente se ha cuestionado
que la sociedad panche se pudiera encasillar en cánones estrictos de “tribu” o
“cacizago”; autores como Argüello (2004) y Rodríguez (2006) han propuesto que para
el siglo XVI la sociedad panche podría encontrarse en un estado de transición incipiente
entre estos dos tipos de estructura social. En concordancia con esta idea, parece que
estamos encontrando una situación tangible de lo anterior, materializada principalmente
24 A lo largo del Capítulo 5 hemos expuesto como algunos segmentos del sector norte del territorio se
confederaron ofreciendo una fuerte resistencia activa ante la incursión española en territorio panche. Los
relatos de los cronistas mencionan el nombre del líder Bituima durante los primeros años de exploración
hispana (principalmente entre 1538 y 1541) y posteriormente el surgimiento de otro líder, Síquima como
caudillo de los segmentos del sector norte del territorio durante el resto de la década de 1540.
274
en el surgimiento de liderazgos por encima del nivel de segmentos locales, desde los
cuales se desarrollaron procesos de resistencia que vieron continuidad en el tiempo
durante la segunda mitad del siglo XVI.
En el Capítulo 2 sugerimos que en una situación de surgimiento de liderazgos locales
por encima del nivel local (en es caso, segmento), “la posición sociopolítica de un líder
militar, religioso o político implicaría una coalición de comunidades a niveles
económicos, militares y/o ideológicos denotaría una estructura social del grupo étnico
más cercana a la clasificación de cacicazgo, la cual podría llegar a perpetrarse en el
tiempo a partir de una situación como esta en forma de un liderazgo institucionalizado”.
Para el caso de los líderes Bituima y Síquima, los cuales se parecen suceder en el
tiempo, podríamos estar encontrando la evidencia de esta situación, la cual sería un
indicador de la propensión de los segmentos que entran a hacer parte de esta
confederación, a la unificación bajo una institución de liderazgo por encima del nivel
segmental que en el caso de una hipotética supervivencia del grupo étnico, podría haber
llegado a perdurar en el tiempo, convirtiéndose en un liderazgo institucionalizado y
apuntando a la estructura social que hemos definido anteriormente como “cacicazgo”.
En este punto, se hace cada vez más clara la existencia de una relación directa entre
territorio y grupo étnico, pues estamos encontrando que el sector norte parecería estar
ocupado por segmentos más propensos a la confederación, mientras que los asentados
en la parte sur del territorio presentan una estructura inter segmental que no favorece el
surgimiento de un liderazgo de ningún tipo, incluso ante la aparición de un enemigo
común al grupo. Así, los datos aportados por las crónicas también nos permiten apreciar
la existencia de “enemistades” entre segmentos panches de manera exclusiva para el
sector sur del territorio (Aguado [1570?] 1956, Castellanos [1601] 1955, Simón [1627?]
1981), lo que nos permite proponer que segmentos asentados en dos territorios
diferentes parecen también presentar estructuras sociales disímiles entre sí.
Tras las campañas de exploración, conquista y el inicio de la ocupación española
propiamente dicha en territorios indígenas, el establecimiento de instituciones que son
claro reflejo de la dominación de territorios y poblaciones también nos ha llevado a
reforzar la hipótesis desarrollada hasta este punto: en el sector sur del territorio
275
registramos la fundación de ciudades hispanas desde 1544 (Castellanos [1601] 1955,
Simón [1627?] 1981) y la repartición de encomiendas a partir de este mismo momento
(Bernal 1946); por el contrario, territorios y poblaciones en el sector norte solamente
empezaron a ser asignados a doctrineros y encomenderos a partir de 1556, e incluso, las
primeras fundaciones de poblados en este sector se registran a partir de 1614 (Gómez
2003). Esta situación refleja la implementación de dos formas diferentes de resistencia y
reacción a la conquista, asociadas a dos sectores específicos del territorio ocupado por
los panches; estos procesos de resistencia activa / pasiva también los hemos identificado
en las crónicas, pues mientras que el registro más tardío de confrontaciones indígenas –
españoles en el sector sur se registra en 1544 (el mismo año del establecimiento oficial
de la ocupación y la fundación de las primeras poblaciones españolas), para el sector
norte, en un momento tan tardío como 1606, se siguen registrando ataques indígenas a
los incipientes establecimientos españoles en dicho sector (Bernal 1946).
Como bosquejamos líneas arriba, esta información nos lleva a concluir que la estructura
sociopolítica que parece haberse desarrollado en el sector norte, por encima del nivel de
segmentos, conllevó al desarrollo de un fuerte proceso de resistencia que limitó o al
menos retrasó el control efectivo de esta zona del territorio, mientras que en el sector sur
la ausencia de la misma favoreció la inclusión de los segmentos allí asentados al
régimen económico, productivo y religioso impuesto por la conquista.
Hemos podido llegar hasta este punto a partir de la información obtenida e interpretada
de las crónicas de la conquista y de los documentos eclesiásticos y administrativos de
inicios de la colonia, lo que nos llevó al siguiente paso de la investigación: buscar un
referente material que pudiera estar reflejando esta diferenciación entre los grupos de
segmentos que hemos referido anteriormente y así llegar a establecer una relación entre
estas aparentes diferencias socioculturales y lugares específicos del territorio en los
cuales se registraran los objetos que elaboraron y utilizaron las personas que allí
habitaron. El empezar a establecer una asociación directa entre grupos de personas y
territorios específicos, con el registro arqueológico asociado a estos territorios en
particular, da forma a nuestra hipótesis de trabajo (relación entre paisaje, construcción
de territorialidad y autonomía política de los segmentos panches) y nos permite
276
retroalimentar la información concluida de la lectura de los documentos escritos con la
obtenida del registro arqueológico.
Si asumimos la disciplina arqueológica como una ciencia que nos permite abordar
elementos materiales concretos que se encuentran en un punto específico del espacio, y
a su vez establecer que un grupo determinado de personas estuvo allí fabricando y/o
utilizando estos elementos; inevitablemente llegamos a asociar objetos materiales,
grupos humanos y espacios específicos (o territorios). Posteriormente, la arqueología
establece una relación entre este conjunto de personas y su cultura material con un
momento específico del paradigma temporal, es decir de una línea de tiempo
preestablecida y socialmente aceptada; en últimas, nos permite proponer qué tipo de
actividades socioculturales estuvo realizando un grupo de personas en momentos
específicos del pasado, a partir de los elementos de cultura material que hemos rastreado
desde y en el presente.
Partiendo de este planteamiento, el abordaje de piezas de cultura material como urnas
funerarias identificadas para un espacio particular (el referido en las crónicas como
ocupado por los panches en el siglo XVI) y relacionadas con una tipología cerámica que
se ha asociado con el periodo tardío de la ocupación prehispánica (siglos VII D.C. al
XVI D.C.), nos ha llevado a asumir que estas piezas cerámicas mantienen una
asociación directa con las personas que hemos identificado como panches a lo largo de
la presente investigación, quienes estuvieron ocupando estos territorios específicos
durante unos siglos antes de la llegada de los españoles y que son estos vestigios y
contextos arqueológicos los que nos permiten recrear algunas de las actividades
socioculturales que estuvieron realizando estas comunidades durante el pasado.
Tras abordar las investigaciones arqueológicas que se han desarrollado hasta el
momento a lo largo del valle del río Magdalena, específicamente en el territorio
ocupado por grupos de la familia lingüística Karib, hemos podido identificar que existe
un patrón funerario común a esta ocupación humana del periodo tardío, caracterizado
por la presencia de entierros secundarios en urnas funerarias. También hemos concluido
que las urnas cerámicas asociadas a territorios ocupados por grupos bien diferenciados
como panches, pijaos, pantágoras, colimas, etc., presentan distinciones estilísticas y
277
decorativas bien marcadas entre sí, lo que ha llevado a diversos investigadores a
establecer una asociación entre tipos de cultura material, grupos étnicos y territorios
(Reichel-Dolmatoff 1943, Castaño 1992, Salas y Tapias 2000, Piazzini 2001), tal y
como esperábamos establecer para los territorios ocupados por los diversos segmentos
panches.
En este contexto, el registro arqueológico ha evidenciado que las urnas funerarias
reportadas para el sur del territorio ocupado por los panches en el siglo XVI
corresponden a cuerpos ovoidales a esféricos, con tapas relativamente sencillas con
formas de casquetes esféricos o cuencos; la decoración de las urnas corresponde a
motivos pintados o aplicados en la parte superior de las mismas, mientras que las tapas
carecen de decoración o solamente presentan motivos pintados. Este patrón decorativo y
morfológico difiere notablemente con el registrado para la zona norte y oriental del
territorio panche que hemos abordado en la presente investigación, donde el elemento
característico es el modelado de figurinas antropomorfas y zoomorfas en las tapas de las
urnas, mientras que los cuerpos generalmente carecen de cualquier tipo de decoración y
presentan forma cilíndrica.
En este punto es de vital importancia señalar que aunque estamos encontrando una serie
de características puntuales para los patrones estilísticos y decorativos asociados al
registro arqueológico de los contextos funerarios, no podemos atrevernos a establecer
una relación directa y estricta entre ciertos espacios medioambientales y la cultura
material identificada en los mismos. En otras palabras, no queremos establecer una
correlación directa entre tapas utilitarias y tierras montañosas, o entre cuerpos decorados
y zonas bajas, lo cual se podría llegar a interpretar como una forma de determinismo
ambiental en la que uno u otro tipo de paisaje habrían conllevado a grupos humanos (en
este caso segmentos o grupos de ellos) a generar formas específicas y excluyentes de
cultura material. Lo que realmente estamos encontrando al analizar la distribución
espacial de las formas y patrones estilíticos a nivel de cerámica funeraria, es que esta
“unidad cultural” panche de la que se habló a partir de la lectura de las crónicas de los
siglos XVI y XVII no es tan homogénea y que la existencia de segmentos locales al
interior del grupo étnico no solamente se identifica a nivel social, sino que la misma
278
tiene un reflejo en la cultura material elaborada y utilizada por las personas al interior de
la población.
Mas adelante, lo que hemos podido apreciar, es que así como al interior del territorio
parece existir una nucleación poblacional en la que los grupos de segmentos asentados
en uno u otro sector manifestaron diferentes tendencias a nivel de organización
sociopolítica, también se percibe un marcador discreto a nivel de cultura material, en
este caso evidenciado en la alfarería funeraria, el cual encontramos que se relaciona
directamente con los espacios ocupados por estas agrupaciones poblacionales.
En conclusión, como hemos expuesto gráficamente a lo largo del Capítulo 6, es clara la
existencia de un patrón diferencial a niveles decorativo y morfológico para la alfarería
funeraria registrada en territorios de diversos grupos Karib a lo largo del valle del
Magdalena. Para el caso específico de los panches encontramos una situación similar:
los resultados de las principales investigaciones arqueológicas desarrolladas en territorio
panche (ver Capítulos 3 y 6) nos han permitido identificar la existencia de sutiles
variaciones locales a nivel estilístico en la alfarería funeraria. Teniendo claro que existe
una relación estrecha entre los segmentos panches y el territorio ocupado por ellas,
¿podríamos pensar que las variaciones estilísticas en la cultura material también estarían
directamente relacionadas con segmentos determinados y el territorio específico
ocupado por estos?. En otras palabras, que cada uno de estos segmentos podría haber
estado imponiendo su sello característico a los elementos de cultura material que
elaboraban y/o portaban?. Los resultados encontrados en nuestro análisis morfológico y
decorativo de la muestra abordada, nos llevó a agrupar la muestra cerámica en dos
grandes grupos con características particulares y bien definidas que parece mantener a
su vez una relación con dos sectores específicos del territorio ocupado por lo panches en
el siglo XVI.
7.2. Aportes de la investigación.
Como se expuso anteriormente (Capítulo 6), la muestra arqueológica abordada
corresponde a urnas funerarias y tapas de las mismas procedentes de once sitios
diferentes al interior del territorio ocupado por los panches en el siglo XVI. La tipología
279
cerámica reportada en todos y cada uno de estos contextos funerarios, así como la
estructura de tumbas de pozo, representan una constante en cuanto al patrón funerario
para la ocupación panche. En otras palabras, mediante la presente investigación
identificamos varios contextos funerarios, los cuales pudimos asociar a la ocupación
prehispánica del periodo tardío, es decir a la ocupación de segmentos panches que
encontraron los españoles en el siglo XVI en este territorio.
Lo anterior nos permitió dejar en claro que los contextos funerarios abordados
correspondían a la ocupación panche y en consecuencia, que un análisis morfológico y
decorativo de las piezas cerámicas identificadas en los mismos, nos podría llevar
establecer una asociación de éstos con los segmentos asentados en dichos sectores del
territorio. Esta situación se ve reforzada por el análisis de materiales cerámicos expuesto
en el Capítulo 6: los tipos cerámicos Pubenza y Magdalena Inciso corresponderían al
elemento material característico de las poblaciones prehispánicas del territorio que
hemos definido aquí como panche para el periodo comprendido entre los siglos VII D.C.
y XVIII D.C.; estos tipos cerámicos se registraron también en todos los contextos
funerarios analizados, lo cual es un claro indicador de que el material arqueológico de
los once contextos funerarios abordados, puede ser asociado directamente con el
periodo tardío de la ocupación prehispánica, es decir, con las poblaciones panches que
encontraron los españoles en el siglo XVI y que ocuparon físicamente estos territorios.
Con base en el planteamiento anterior, el primer paradigma arqueológico que debía
buscar la presente investigación, fue establecer que los once contextos funerarios
abordados se encontraran directamente asociados a la ocupación panche y que
evidenciaran elementos uniformes que se pudieran hacer extensivos para la cultura
material adjudicada a este grupo humano. Así, estableciendo con base en el registro
arqueológico de contextos funerarios, que existe un patrón bien diferenciado para los
territorios panches con respecto a otras zonas de ocupación Karib a lo largo del valle del
río Magdalena, se encontró una serie de sutiles variaciones locales a nivel de patrones
estilísticos y decorativos:
Es importante mencionar que encontramos una primera gran diferenciación en cuanto a
la cultura material procedente de los contextos funerarios para el territorio panche: las
280
urnas funerarias identificadas para los alrededores de la zona de la actual población de
Honda (en el límite norte del territorio panche en el valle puntual del río Magdalena)
presentan atributos que no se registran para otros sectores del territorio. La alfarería
funeraria de la zona de Honda manifiesta ricas decoraciones modeladas sobre las tapas
de las urnas, lo cual parecería tener una estrecha relación con la tipología referida para
las regiones al norte del territorio panche. Como se mencionó anteriormente, la alfarería
funeraria de los grupos Karib asentados al norte de la zona de Honda se caracteriza
principalmente por la presencia de ricas manifestaciones modeladas en las tapas de las
urnas, ya sean estas antropomorfas o zoomorfas.
Si tenemos en cuenta que la zona de Honda parece haber sido un espacio de confluencia
de varias parcialidades Karib como pantágoras, colimas y panches entre otros, muchos
de los cuales accedían estacionalmente a dicha zona en búsqueda de abastecimiento de
recursos, no es de extrañar que en dicho sector el registro arqueológico también refleje
diversidad de estilos a nivel cerámico, lo cual sustenta la presencia de un estilo
decorativo diferente al registrado para el resto del territorio panche. De acuerdo a lo
anterior, hemos llegado a concluir que las tapas y urnas funerarias registradas en los
alrededores de Honda difieren del patrón estilístico típico panche y que la alfarería
funeraria reportada en dicho sector se encuentra fuertemente influenciada por el estilo
decorativo más común en la región norte del territorio.
Lo anterior nos llevó a excluir la muestra de alfarería funeraria reportada para la zona de
Honda de nuestro análisis estilístico y decorativo abordado y propuesto para el resto del
territorio panche.
El resto de la muestra analizada procedió de once contextos funerarios a lo largo del
territorio panche; estos contextos funerarios habrían estado relacionados directamente
con espacios ocupados por segmentos específicos. Pero, ¿cómo hemos establecido que
estos territorios estuvieron asociados a segmentos panches específicos?. Es allí donde
hemos tenido en cuenta el registro escrito aportado por las crónicas de la conquista y los
documentos administrativos de inicios de la colonia.
281
Según los datos que hemos recopilado sobre los panches, parece ser que los diversos
segmentos se establecieron en territorios bien definidos, desde los cuales se realizaban
actividades de defensa del mismo ante eventuales situaciones de invasión. También
hemos encontrado una estrecha relación entre la asignación de denominaciones de estos
territorios y cada segmento en específico, lo cual también se hacía extensivo a los
líderes de los mismos, los cuales a su vez utilizaban los mismos nombres de los
territorios y los segmentos que los ocupaban.
Esta información se ha visto sustentada por los datos aportados por el análisis
toponímico, el cual nos permitió rastrear hasta la actualidad que los espacios ocupados
por los segmentos panches, han conservado los vocablos Karib en la denominación de
los espacios geográficos. Es con base en el planteamiento anterior que hemos llegado a
asociar los contextos arqueológicos registrados en sectores específicos del territorio, con
los segmentos referidos en las descripciones de los cronistas; esto es lo que al final de la
investigación nos llevó a asociar sectores del territorio con estructuras sociopolíticas
ligeramente diferentes.
Dejando en claro el establecimiento de esta relación entre territorios y grupos de
personas o segmentos, volvemos a los elementos arqueológicos y a las variaciones en
los contextos arqueológicos que estábamos esperando encontrar:
Omitiendo las piezas cerámicas registradas para los contextos funerarios de la zona de
Honda, podemos establecer la existencia de dos grandes grupos con características
morfológicas y decorativas bien particulares para el territorio panche y la muestra
abordada. Los tipos de decoración de las urnas y sus tapas difieren substancialmente en
dos sectores del territorio panche. Encontramos un primer tipo de piezas en las que su
principal elemento decorativo lo constituyen los motivos antropomorfos y zoomorfos
modelados en la parte superior del cuerpo de las urnas; estas piezas se encuentran
acompañadas de tapas que corresponden a casquetes esféricos sin ningún tipo de
decoración. De otra parte, registramos otro tipo de piezas en las que las urnas no
presentan ningún tipo de decoración, o la misma se limita a motivos pintados, y que a su
vez, cuentan con tapas que corresponden en todos los casos a otras vasijas (no casquetes
282
esféricos), con o sin decoración pintada, las cuales pudieron haberse tratado de piezas
cerámicas utilitarias reutilizadas para dicho fin.
En el Capítulo 6 utilizamos una clasificación meramente denominativa, la cual
mantenemos aquí, sin que obedezca a ningún tipo de parámetro discriminatorio más allá
del descriptivo. Las urnas con decoración modelada y tapas de casquete las hemos
denominado como “Grupo 1”, mientras que a las de decoración pintada o ausencia de la
misma y tapas con formas de vasijas utilitarias, las hemos clasificado como “Grupo 2”.
Partiendo de lo anterior, concluimos que aspectos como la decoración mediante
modelado, es una técnica que se hace exclusiva para la muestra de urnas funerarias
asociadas al “Grupo 1”, mientras que en las urnas del “Grupo 2” se encuentra ausente.
A nivel de tapas de urnas, también aparece un elemento diferenciador, pues la
reutilización de vasijas con formas utilitarias y posiblemente de uso cotidiano,
solamente se registra en el “Grupo 2”, mientras que para las piezas del “Grupo 1”
parecen haberse elaborado exclusivamente para dicha finalidad.
Al exponer la ubicación espacial de los contextos arqueológicos en los cuales
registramos estos dos grupos de alfarería funeraria, encontramos que los dos “Grupos”
identificados se distribuyen de manera excluyente entre sí en el territorio panche del
siglo XVI. Mientras que los registros del “Grupo 1” se concentran en las partes más
bajas junto al lecho del río Magdalena (específicamente hacia el sector sur del territorio),
los contextos funerarios con piezas del “Grupo 2” se registran en el 66,6% de los casos
en los sectores montañosos del norte y oriente del territorio panche.
Uno de los casos del “Grupo 2” constituiría la excepción a este patrón que parece estar
desarrollando en cuanto al uso del espacio de parte de personas que implementan uno u
otro tipo de alfarería funeraria. El material hallado en Vegas del Sabandija corresponde
al “Grupo 2” pero no se encuentra en la zona alta de montaña en la cual se han
registrado todos los contextos funerarios con este tipo de alfarería; de hecho se localiza
en la parte baja del territorio, en cercanías del río Magdalena.
283
Para 1980, la investigación de Hernández en Vegas del Sabandija se planteó como
metodología de estudio abordar un sitio geográfico que manifestara algunas de las
características descritas en las crónicas de la conquista para los grupos panches. De
acuerdo a esto y haciendo una lectura de grupos indígenas muy caracterizados por lo
que aquí hemos venido denominando como “tradición bélica ancestral”, Hernández
buscó identificar un área del territorio que se asimilara a las supuestas “fortificaciones”
o sitios de difícil acceso que hemos referido en algunos cronistas a lo largo de los
Capítulos anteriores de la presente investigación. Según varios cronistas, los guerreros
panches se guarecían y fortificaban en las partes más altas de las montañas, en las que
cuchillas y filos de difícil acceso les permitían la fácil defensa de sus asentamientos
(Aguado [1570?] 1956, Fernández Piedrahita [1668] 1942, Simón [1627?] 1981), lo
cual llevó a Hernández a escoger un sitio con dichas características para realizar su
investigación, en la cual registró un contexto funerario con las características que hemos
referido anteriormente.
Podríamos pensar entonces que el sitio de Vegas del Sabandija correspondió a un
espacio habitado por algún segmento panche con características de resistencia activa,
tales como las descritas para los segmentos que ocuparon las partes más montañosas del
territorio?. De ser así, podríamos asociar todos estos espacios en los que se
desarrollaron fuertes procesos de resistencia activa, o exponiéndolo de otra forma, áreas
en las que se asentaron los segmentos menos propensos a la conquista y subordinación,
con las áreas en que se registran los contextos funerarios que hemos asociado como
“Grupo 1”?
Es claro que Vegas del Sabandija constituye un caso excepcional al resto de los espacios
muestreados y referidos a lo largo de la presente investigación. Si por un momento
omitiéramos su ubicación tan cercana al río Magdalena, contamos con que los contextos
funerarios abordados y asociados directamente al “Grupo 2” se ubican específicamente
en la zona montañosa del territorio ocupado por los panches en el siglo XVI, mientras
que los contextos del “Grupo 1” se ubican siempre en las tierras bajas al sur del mismo.
Al cruzar esta información con las áreas de resistencia activa y resistencia pasiva
expuestas gráficamente en el Capítulo anterior, encontramos una innegable relación
284
entre estas y los sitios donde se registraron contextos funerarios con presencia de uno u
otro “Grupo”.
En otras palabras, encontramos una relación directa entre la cultura material y el espacio
en dos áreas diferenciadas entre sí al interior del territorio panche del siglo XVI: Los
segmentos asentados en las partes más montañosas del territorio desarrollaron los
procesos más fuertes de resistencia ante la invasión europea caracterizados por la
aparente emergencia de líderes político militares ante la situación de invasión y la
confederación de segmentos; en estos sectores del territorio parece haberse estado
utilizando una cultura material diferencial, la cual se registra en los contextos funerarios
y presenta características totalmente diferentes a nivel decorativo con respecto a los
sectores de las tierras bajas del territorio. En los alrededores inmediatos del río
Magdalena, en el sector sur del territorio panche, donde se han registrado la mayor
cantidad de sitios arqueológicos de dicha ocupación, los segmentos allí asentados
presentaron un tipo de resistencia más pasiva ante la invasión europea, propiciando
incluso la formación de alianzas con los españoles, lo que se tradujo en una rápida
incursión y establecimiento de los españoles en la zona. Parece ser que entre estos
segmentos fue común el uso de otra alfarería funeraria con variaciones estilísticas
propias y que difiere notablemente de la registrada en las tierras más altas y que hemos
denominado aquí como “Grupo 2”.
Tras la interpretación de los datos aportados por el registro arqueológico y el análisis de
las piezas de cultura material abordadas, volvimos a las conclusiones que hemos
expuesto al inicio de este último Capítulo y buscamos retroalimentar nuestra propuesta
a nivel de una diferenciación en el campo de las estructuras sociopolíticas para los
grupos de segmentos asentados en dos sectores al interior del territorio panche. Si
estamos frente a dos grupos de segmentos establecidos en sectores bien delimitados del
territorio, en los cuales ha sido posible identificar relaciones sociopolíticas igualmente
diferentes al interior de los mismos, estaríamos proponiendo la existencia de una
diferenciación cultural al interior del mismo grupo étnico. No sería de extrañar que esta
diferenciación cultural también buscara la autoidentificación a niveles como el de
cultura material. La existencia de una tradición alfarera con sutiles marcadores
diferenciales excluyentes entre sí y asociados directamente a los mismos territorios en
285
los que se están gestando procesos sociopolíticos diversos, no sería un indicador
material que refuerza y sustenta las conclusiones que hemos venido desarrollando y
obteniendo a partir del análisis de fuentes escritas?. A nuestro parecer, si.
Así, con base en la cultura material abordada, y dando respuesta al planteamiento inicial
de la tesis que buscaba encontrar una posible relación entre territorios, estructuras
sociopolíticas y cultura material, podemos entrever que hay una aparente asociación
entre los segmentos que ocupan sectores específicos del territorio panche y la cultura
material utilizada por los mismos, la cual ingresó al registro arqueológico y se ha
mantenido en los territorios que ocuparon dichos segmentos. No es posible en este
punto atrevernos a especular sobre la finalidad de estas variaciones locales y/o las
causas de las mismas, o su posible significado a nivel ideológico tanto al interior como
al exterior de cada una de estos segmentos o grupos de estos, pero sí es clara la
existencia de un diferenciador de cultura material que podemos asociar con sectores
específicos del territorio y con las personas que ocuparon los mismos durante la
ocupación que se ha denominado como panche. Incluso, podríamos atrevernos a decir
que esta diferenciación a nivel de cultura material acompañó y seguramente legitimó a
los grupos de segmentos en los cuales se estaba empezando a gestar un proceso de
cambio sociopolítico en uno u otro sector del territorio indígena en el siglo XVI.
286
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