Lectio Divina Provisorios

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Lectio Divina – Encuentro de Provisorios. «Así debe brillar la luz que hay en ti» 1) ¿Qué dice Jesús?.... (...para escuchar) Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!» (Mt. 5,13-16 ; 6,23b) 2) ¿Qué me dice Jesús? (...para pensar) «Ustedes son la sal…». Jesús es muy sencillo y claro en esta comparación. La sal es la que da sabor a la comida. Sin ella, la comida resulta desabrida: nutre, alimenta, pero no gusta. Y uno termina rechazando lo que, en sí mismo, hace bien, como es el alimento. Una característica de la sal es que debe condimentar el alimento en la proporción justa: demasiada sal también produce rechazo…y hace mal. Finalmente, todos sabemos que la sal se puede usar como conservador de los alimentos: el conocido charqui criollo era carne que, ante la carencia de medios para congelarla, se conservaba sazonándola con sal. Nuestra vocación primera y fundamental es la que nos regala Dios en el Bautismo: ser en verdad…¡hijos de Dios!!: «¡Miren cómo nos amó el Padre! .Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y lo somos realmente.» (1 Jn 3,1). Ser hijos de Dios es ser sal en este mundo. Esto significa que nuestra misión es sazonar la realidad cotidiana que nos toca vivir con la Sabiduría del Evangelio. Precisamente la palabra «sabiduría» («se vincula al saborear (sapere» en latín), al gustar. La Sabiduría de Jesús no es como la sabiduría humana, siempre pasa por la Cruz: «mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio,

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Lectio Divina – Encuentro de Provisorios.

 

«Así debe brillarla luz que hay en ti»

 

1) ¿Qué dice Jesús?.... (...para escuchar)Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes son la sal de la tierra.Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?

Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.Ustedes son la luz del mundo.

No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón,

sino que se la pone sobre el candeleropara que ilumine a todos los que están en la casa.

Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes,a fin de que ellos vean sus buenas obras

y glorifiquen al Padre que está en el cielo.Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!»

(Mt. 5,13-16 ; 6,23b)

 

2) ¿Qué me dice Jesús? (...para pensar)

«Ustedes son la sal…». Jesús es muy sencillo y claro en esta comparación. La sal es la que da sabor a la comida. Sin ella, la comida resulta desabrida: nutre, alimenta, pero no gusta. Y uno termina rechazando lo que, en sí mismo, hace bien, como es el alimento. Una característica de la sal es que debe condimentar el alimento en la proporción justa: demasiada sal también produce rechazo…y hace mal. Finalmente, todos sabemos que la sal se puede usar como conservador de los alimentos: el conocido charqui criollo era carne que, ante la carencia de medios para congelarla, se conservaba sazonándola con sal.  Nuestra vocación primera y fundamental es la que nos regala Dios en el Bautismo: ser en verdad…¡hijos de Dios!!: «¡Miren cómo nos amó el Padre! .Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y lo somos realmente.» (1 Jn 3,1). Ser hijos de Dios es ser sal en este mundo. Esto significa que nuestra misión es sazonar la realidad cotidiana que nos toca vivir  con  la  Sabiduría  del  Evangelio.  Precisamente  la  palabra  «sabiduría» («se vincula  al saborear (sapere» en latín), al gustar. La Sabiduría de Jesús no es como la sabiduría humana, siempre pasa por  la Cruz:  «mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios»(1 Cor 1,22-24). La Sabiduría de Dios consiste en morir a nosotros mismos (cf.Jn 12, 24) para dar fruto abundante y sabroso. Esta lógica tiene algo de locura («Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación»: 1 Cor 1,21). Por eso es «signo de contradicción» (Lc 2,34). Pero es lo que da a la vida,  el verdadero sabor  que sólo el Amor entregado  puede  dar.   Es   la   Sabiduría  que  conserva  el  Amor  de  Dios  en  el   corazón  del  hombre  y   lo multiplica, en la proporción justa, en cada uno de los hermanos. 

«Si la sal pierde su sabor...». ¿Podemos perder la Sabiduría? Dios nos la regala como don del Espíritu en el Bautismo y la Confirmación. Es un don. Pero también es una tarea apropiarnos cada vez más de ese don: agrandar el corazón para hacerlo más permeable y capaz del Don. ¿Cómo? A través de la oración y la confianza, de la humildad y la docilidad. Dejar a Dios que obre cada día más en nuestra vida. Cuando 

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queremos arreglárnoslas por nuestra cuenta, aún queriendo ser santos, pero sin contar demasiado con la gracia, es cuando vamos  perdiendo el sabor, la Sabiduría, el Don.  Sin Dios  no servimos para nada  (cf.Jn 15,5). Con Dios somos «todopoderosos» (cf.Flp 4,13) y podemos dar sabor a nuestra vida y, principalmente, a la de quienes la comparten con nosotros. 

«Ustedes son la luz del mundo.». La luz proviene de una ignición, es decir, de un fuego. Por eso la luz da calor. Luz, fuego y calor son inseparables. La chispa divina que Dios enciende en nosotros en el bautismo, que nos hace capaces de ser Sagrarios, Templos de la Trinidad (cf.Jn 8,12; 14,23), es indeleble (es lo que se llama carácter o sello). Esta chispa divina enciende en nosotros un fuego santo (cf. Lc 3, 16), el mismo que incendia el Corazón de Cristo: «He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12,49). Por eso Jesús es la Luz del Mundo (cf. Jn 12,46) y en Él, cada uno de nosotros es luz para  cada   rincón  donde nos   toca  vivir.  Pero,   lo  principal,  es  que  dejemos  que esa  Luz  de  Dios  vaya iluminando aquellos  lugares de nuestro corazón que todavía  «permanecen en tinieblas»  (1 Jn.1,5).  Así podremos transparentar la Luz de Dios que enciende nuestro corazón…la Luz que iluminó la vida de los santos, y, a través de ellos, la de tantas vidas que yacían en la oscuridad… 

«No se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón…”». Jesús nos dice algo obvio…pero ¡cuántas veces nos sucede esto! ¡Cuántas veces estamos tentados de  meter nuestra luz debajo de un cajón…!  Este «cajón» que tanto nos hace acordar  a   la  muerte,  puede ser  nuestra  vergüenza,  nuestra indiferencia,  nuestra  negligencia,   la  desidia,  el   respeto  humano,   la   falsa  diplomacia,  el  acomodarse  a situaciones poco claras, el no decir las cosas con claridad, el callar…aún el usar el Evangelio para nuestros propios intereses… Son tentaciones tal cual las sufrió el mismo Jesús (cf. Mt 4,1ss.)

«…que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre…». La Luz que llevamos no es nuestra. Es de Dios (1 Jn 1,5). Por eso no debemos confundirnos cuando, extasiados por la belleza de esta Luz que transmitimos, algunos quieran glorificarnos. Jesús siempre es Camino al Padre. Tal es su referencia a Él que sus discípulos le piden: «Muéstranos al Padre y eso nos basta» (Jn 14,8). ¡Qué ternura infinita nos muestra Jesús al hablar del Padre! Sus largos momentos de oración, de día y de noche, no hacen más que revelarnos su Corazón totalmente volcado en el Corazón del Padre, aún en el momento supremo de su entrega: «Abba –Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya» (Mc. 14,36). Por eso, la luz de nuestras buenas obras no hace más que reflejar la Infinita Luz del Corazón Tierno del Padre Eterno. Es esa Luz, que no es nuestra, que ofrecemos… porque «gratis la hemos recibido y gratis la damos» (cf. Mt 10,8), para que todos los hombres que caminan a nuestro lado puedan glorificar al Padre…

«Si la luz que hay en ti se oscurece ¡cuánta oscuridad habrá!». «El Pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz»   (Mt  4,16):  Así   el   evangelista  nos  presenta  el   comienzo  de   la  misión  de   Jesús,   viendo cumplida, en él, la profecía de Isaías. Esta profecía también se cumple hoy cuando Cristo se hace presente en su Iglesia, es decir, en cada uno de nosotros. Los hombres de hoy también «se hallan en tinieblas». El misterio de las  tinieblas es un misterio siempre actual:  «La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron» (Jn 1,5)…«los hombres prefirieron las tinieblas a la luz» (Jn 3,19).Puede sucedernos a nosotros, que somos «luz en el Señor» (Ef 5,8) que las «tinieblas nos sorprendan» (Jn 12,35) y nos invadan. Esto se da cuando   el  «dios de este mundo»  (2   Cor   4,4)   nos   enceguece.   Así   nuestra   luz  se oscurece…¡cuánta oscuridad!...Cuánta  oscuridad  puede  provenir  de  nuestro  enceguecimiento.   Si   vivir  en la luz  produce «frutos de bondad, justicia y verdad» (cf. Ef 5,9)…¡cuánta maldad, injusticia y mentira se producirá cuando no sabemos ser «luz en el Señor»! Pero Dios es fiel…¡nunca nos faltará su Luz!