Lo hipodérmico

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Noelia Palma - Pablo Romero

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El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o seguramente, le ha causado la

vida que nos dan.

Pero ¿cómo cerrar la herida?*

Sala de psicopatología,

Pizarnik.

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A MODO DE PRÓLOGO

Prospera en el cielo la luz. Padre abandona la casa. Madre no discierne lo que se habla cuando se dice soledad.

Noelia pone el cuerpo, yo hago de víscera.

Pablo Romero. 14/02/15

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Querido hijo, te escribo mientras enciendo un cigarrillo. Disculpame el maltrato, acá la cosa es una avalancha de sensaciones, tener la panza redondita. Escuchame, escuchame bien: la cigüeña no llega pero yo abro las piernas. El vientre es una bola de cristal enorme, la seda blanca acunando porque el frío. Sos un saco de huesitos pequeño. Dame tu manito, ya te preparé la comida, levantate que vamos al colegio, el nene tiene fiebre. Estas cosas. Las cosas que se dicen. Dámelas. Detrás de la ventana el patio vacío. Se muere de estas cosas la madre que te engendra por voluntad propia. Mi hijo, mi hijo adorado, perdoname, papá no vino esta noche, estoy en medio de una constelación de manos que se estiran hasta estrujarte contra el pecho, la boca abierta para el llanto, el mundo arremetido en el estómago.

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Madre, y acaso porque no sé hablarte me hago pedazos contra la luz y tu cuerpo. Esto naciendo se llama hacer el adentro, ahuecarse en el otro y fecundarse azul como si incluso uno supiera hendirse. Entonces estás triste: no se puede hacer el fondo desde esta brutalidad que nos atenta. ¿A dónde la calidez de los brazos que supieron contenerte? Padre no está y mis brazos no saben ahondar en tu nostalgia. Enseñame a nadar. A dar el paso. Espero nos muramos juntos en esta urgencia de reconocer la vida, rompernos la carne en esta tristeza lúcida que somos floreciendo.

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Acá es el cuerpo casi abriéndose en su sístole-diástole. Una oración para el hijo que aprendió a dejar el patio vacío de tanto no venir. Imaginate un patio vacío, el tórax hinchado de deseos maternales, los pulmones llenándose de tristeza desde los dientes apretados, hacé fuerza, pujá, pujá, ya viene, ahí está la cabecita. Vientre sin bebé. Útero de piedras. Meses y meses gestando una redondez terrible, una gota de agua vertiéndose por las piernas para nada. Es el día de saberme sola, el día de morirnos juntos el ataúd que he construido para engendrarte.

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Madre, me decís el cuerpo pero no sé lo que es. Empieza con una C y eso es brutal porque la curvatura muestra lo terrible de la escoliosis: doler adentro, en el sacro, en lo poroso de los huesos. Es que no entiendo. Mi exterior es un braille y yo no sé usar las yemas de mis dedos porque todas las cosas son filosas y dicen el miedo de la piel. Todo afuera es tan opaco, Madre. Tan sin nada. Ahora mismo miras por la ventana: esa nada está moviéndose y es absurdo que el cielo esté tan claro después de esto creciendo en tu vientre. Dame un nombre que odie y que no sepa contenerme; apretame fuerte contra el pecho como quien ama con miedo, como quien quiere temblando.

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Le hago una ausencia a mi cuerpo y no cicatriza, litros y litros de sangre para el mundo, los ojos fijos de horror, como una vida asustada. Estiro la mano para tocar el vientre. Ésta es una fotografía de la madre con su hijo, una carta de amor: Querido hijo, me duele, me duele el cuerpo, me dolés profundamente entonces grito. Yo no estaba preparada para soportar la vida y mi madre me parió mientras yo me hacía cortes en todo el pecho y destrucciones. Ahora yo te engendro, te pongo un montoncito de cicatrices a vos para que seas en el mundo. Y ser en el mundo significa yacer como una marioneta. Querido hijo, te traigo desde mi mejor silencio para verte sonreír de dolor porque estás vivo. Te amo, hijo, pero el amor no sé decirlo, he quedado muda desde que tu padre me dio la primera pastilla. Verás, los antidepresivos son asuntos de un poeta y yo no entiendo cómo, durante la noche, caigo cada vez más: me encorvo en posición fetal y aúllo como una perra.

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Ahora todo es furia y belleza de espuma contra las cosas. Madre es una especie de Frida en extinción y el proceso de anochecerse el cuerpo ocurre de esta manera:1) Madre pone un vinilo para aprender a agrietarse, se reconoce inútil y llora. Se queda ahí, en el suelo, como vaciándose y hay que pedirle a los huesos que sepan ser sostén entre tanta caída y desplomarse.2) Inmediatamente se viste de padre y se sienta frente a un espejo. 3) Toma la tijera y se hace añicos la cabeza. Piensa en lo brutal del amor casi como culpándome pero con ternura, un abrirse la llaga para luego besarse y decirse que todo está bien, como convencida en el milagro.

Ahora y siempre es dos.

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Tu padre, que es el padre de mis antidepresivos, me rodeó la cintura con sus brazos una noche. Esa es tu historia. Simple, breve. Yo me sumí en su mismo sueño, entrecerré los ojos mientras soltaba humo de cigarrillo. Cuando se fue te convertiste en el centro de mi casa, en el silencio mecido donde todo sabe arder. Porque desde entonces estoy ardiendo. Me abrí despacio a la nueva ausencia, te di al alba un día que no soporté la belleza y entendí que por eso se había ido. Te doy este padre, acá lo tenés, un manojito de muertes puestas a temblar en tu cuerpo. Tu cuerpo, esa nada llena de ilusión adentro mío, todo metido adentro mío, hijo, querido hijo, tan dulce tu revelación siempre, tan sola yo de cara a la ventana.

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Madre, el amor es hipodérmico y nadie sabe que habita después de la ceniza.

Tuvimos las entrañas repletas de huesos y de noches, nosotros, los henchidos de existencia. Pujame ahora que es alba y habita en nosotros la fiebre. Pujame ahora que soy violeta y mi cuerpo una catástrofe de praderas. Pujame ahora que cantamos la lluvia y estamos obligados a nacer para saciar nuestra muerte. Madre no le temas a esta cosa, el encierro, el caer al pozo cual Alicia y hacerse mierda, volverse nada, la tristeza fucsia en el medio de la vida. Es que para eso se ha vivido.

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Querido hijo, te escribo desde el hospital, anoche me decían pujá, más fuerte y yo me convertí en dolor. Imaginate abrir las piernas y no sentir tu cabeza ni la sangre. Los paños preparados, el agua tibia, las manos asistiendo. Ahora soy yo la que está en un patio pero ésta no es mi casa. Alrededor mío hay mujeres con otros problemas. Pero el mismo final: nunca se abrazaron con el hijo o no lo recuerdan. Una me vendó los ojos y me dijo que diga tu nombre. Dije: Pablo. Y sonreí. Pablo. Te llamás Pablo. Acá me dejan fumar. Es la segunda tarde que paso entre árboles. Mi madre vino a verme hace un rato, me tocaba la frente con pena. Una pena honda. Trajo cuadernos y lápices. Dibujé tu rostro y me volvieron a encerrar. Dicen que no puedo estar tanto a la intemperie y después más pastillas. Dormí enroscada como un gusano. Cuándo se termina esto, hijo, cuándo me vas a nacer, te pregunto. No te me pongas morado en el vientre, soportame, haceme esta redondez hasta el cuajo y nacé. Nacé, hijito mío, tan bicho, no quiero perderte, tengo muchas toallas por las dudas preparadas, las manos en posición como quien sostiene y acuna, el pecho hinchado como un San Martín. Te espero.

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Ramifico un pulmoncito. Madre llora, hace una ingesta excesiva de aire. Esta atrocidad se llama nacer: ceñir la pelvis en el empuje, forjar el grito: darse con el cuerpo para nunca y hacerse con sangre y delirio y lágrima. Estoy naciendo, Madre, el dolor; la presión en el cuerpo. Escupirme al afuera: darme a luz es triste e indeleble, después de la ruina no hay regreso y te pido que pares. Basta. No nombre. No cuerpo. No vida. No espíritu cárcel. Nunca esclavo de mis pies. Madre, matanos.

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Soleado. Naciste un día soleado. Estoy dolorida pero te acuno. Ah, la belleza de saber que soy una yegua cruzando el campo. Toda la fuerza, parirte con furia, sentirte en el pecho como quien acecha la locura. Mi hijo en brazos. Mi hijo, la hermosura de oler la herida. Escribiré una carta a tu padre diciéndole que lograste sobrevivir cuando todo el mundo decía que no nacerías. Y nada más. Seré breve pero amorosa. Le diré que puede visitarte. Mis amigas acá te visitan también todas las tardes. Tomamos el té bajo los árboles y cantamos canciones de cuna. Mis amigas y mi madre me asisten. Traen flores. Pablo, hijo mío, no te quiero asfixiado, violeta. La presión atroz en tu cuerpito te dejó enfermo. Caigo de rodillas pidiéndole al cielo que te salves o nos morimos los dos. Los dos juntos yaciendo una misma muerte o una misma vida. Esta cosa que se mueve en las manos.

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Abro los ojos: Este olor se llama Madre, sinónimo de herida o amor o es lo mismo. Nací solo porque no supe. Nací solo porque no supe escribir el lenguaje del Sol. No sé cuál es mi patria, fui devenido en tierra. Desvarío. El sueño era el único lugar habitable y me lo han quitado. Desvarío. Nací solo porque mi voz es río y en mis manos cabe todo el amor pero ellos no entienden: decir siempre ya es una tragedia. Mi única ambición era nacer espumacenizacalMe lo han quitado. Desvarío.En el cuerpo nada muere. El cuerpo sabe eternidad.

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Adiós. Adiós, querido hijo. Adiós hospital psiquiátrico. Amigas. Madre lloradora, en pena. Estoy lúcida. Fingí haber tomado mis pastillas en las noches anteriores. Hoy despierto con la decisión de saberme muerta. Hay que matar al perro para que se muera la rabia. Hay que matar a la madre para que el hijo no engendrado no provoque más alucinaciones. ¿Qué llevó a la muerte a Noelia Palma? Un hijo nunca puesto en el ojo de la tormenta. Una tos convulsa casi siempre, un poco de amor. Tener los brazos vacíos, el vientre seco, la piel estirada llena de sombras. Adiós. Noelia se muere hoy. Una pastilla dos pastillas tres pastillas. Un antidepresivo, un antipsicótico, un frasco de pastillas, una ventana, el sol. Adiós. He muerto. He atravesado un campo plagado también de benzodiazepinas. Un campo minado con la muerte practicable. La muerte se practica todos los días para cuando llegue el momento estar bonita. Dejo una carta: querido hijo, gracias por esperarme donde cantan los mirlos. Tu no venir me ha dejado en torno al fuego. Quieta. Adiós. Adiós para siempre a lo que nunca fue otra cosa que noches enteras de alucinaciones. Mundo de mierda. La

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panza llena de noche, el vestido blanco, las toallas esperando el parto. Me parto. Voy hacia dentro. En posición fetal y sin pedir auxilio.

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