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    Lo rioplatense en cuestin:el semanario Marchay la integracin (1955-1959)1

    Ximena EspecheUBA/IDES-UNGS/CONICET

    [email protected]

    Resumen: La importancia de los sucesos argentinos para el semanario Marcha, y sobre todo para el pas del que eraoriundo, Uruguay, ha sido ya suficientemente reconocida (Vior, 2003; Rocca, 2006). Aqu me interesa detenerme, en un primermovimiento, en lo que para algunos colaboradores de la publicacin el fin del peronismo habra abierto. Esto es, el recupero delas relaciones tanto de Argentina con Uruguay as como tambin entre sus intelectuales y, especialmente, en referencia a lasposibilidades de una integracin econmica primero regional y luego latinoamericana. Es claro que lo que abri fue unaparadoja definida en torno de lo que llamo aqu la cuestin rioplatense: la idea de que la cada del peronismo posibilitararecuperar una histrica vinculacin con Argentina serva al mismo tiempo de principal diferenciacin entre las caracterizacionesculturales entre ambos pases y, sobre todo, entre sus intelectuales. En un segundo movimiento, me interesa revisar si Marchapuede ser pensada como parte del circuito de publicaciones que colabor en la reconfiguracin del campo intelectual argentinodespus de la Revolucin Libertadora.

    Palabras clave: Ro de la Plata; Marcha; Peronismo; Intelectuales; Integracin.

    Title and subtitle: The rioplantense in question: The weekly Marcha and the integration (1955-1959).

    Abstract: The importance of the "Argentine events" for the weekly March, and especially to the country they hailed from,Uruguay, has been sufficiently recognized (Vior, 2003; Rocca, 2006). Here I am interested in stopping, in a first move in whatthe end of Peronism have opened for some contributors of the publication. That is, the recovery of relations between Argentinaand Uruguay as well as among intellectuals, especially regarding to the possibilities of regional economic integration first andthen American. Clearly, what he opened was a paradox defined around what I call here the "question rioplatense": the idea thatthe Peronism fall would allow recover a historical links with Argentina at the same time served as principal distinction betweenthe cultural characterizations between both countries, especially among intellectuals. In a second move, I'm interested to checkif March can be thought as part of the circuit of publications contributed to the reshaping of Argentine intellectual field after theLiberating Revolution.

    Key words: Ro de la Plata; Marcha; Peronism; Intellectuals; Integration.

    Introduccin

    Para el fundador del semanario Marcha (1939-1974), el abogado Carlos Quijano (1900-1984), la importancia del Ro dela Plata como marco sobre el que recortar la posibilidad del desarrollo uruguayo y en particular el armado de unaverdadera integracin latinoamericana, fue fundamental. Esto es comprobable en una lectura rpida de muchos de loseditoriales que dedicase al tema de la integracin sub-continental (especialmente en torno de los proyectos deintegraciones econmicas). En este sentido, lo rioplatense era un punto sobre el que el semanario, a instancias de sudirector, tendi a detenerse en ms de una ocasin.2Carlos Quijano haba seguido desde bien temprano las propuestasde integracin econmica (europeas y latinoamericanas) teniendo en cuenta la importancia que stas implicaban para laviabilidad (tanto econmica como poltica de un pas como Uruguay (Espeche, 2010). Sobre todo, la importancia regionalde esas integraciones y, ms an, la atencin que deba ponerse en un espacio geogrfico que, segn la propiainstitucin del estado nacin uruguayo, haba dependido fuertemente de los vaivenes polticos y econmicos de

    Argentina y Brasil.3Marcha fue la tribuna con la que Quijano asumi la difusin y discusin en torno de la integracin

    1 Este trabajo revisita algunas ideas manejadas ya en otra instancia: en el informe final de beca Fondo Nacional de las Artes y,

    actualmente, en mi tesis doctoral, Uruguay latinoamericano. Carlos Quijano, Alberto Methol Ferr y Carlos Real de Aza: entre la crisisestructural y la cuestin de la viabilidad nacional (1958-1968). Ambos trabajos se encuentran inditos.2La referencia era sobre el Ro de la Plata o, tambin, sobre la Cuenca del Plata. En cualquier caso, lo que a Quijano le interesaba eraespecificar el inters que tena para Uruguay ser parte de la Cuenca del Plata; es decir, una superficie de aproximadamente 3.200.000km2, integrada por tres sistemas hidrogrficos (del Ro Paran, Ro Uruguay y Ro Paraguay), y que comprendiendo territorios de

    Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay tena una poblacin aproximada es ms de 100.000.000 de habitantes. A la vez, lorioplatense pona en primer lugar la historia comn que tenan Argentina y Uruguay, hermanos y vecinos. Cuestin sobre la quevolver en breve.3 Durante las primeras dcadas del siglo XIX los estados nacionales eran en general y en particular en el Ro de la Plataconstrucciones en progreso. El ejemplo de lo que luego ser la Repblica Oriental del Uruguay no es, entonces, nico. A partir de 1811,momento en que desde la campaa y liderados por el caudillo rural Jos Gervasio Artigas, sectores de la elite y del bajo pueblo ruralapoyaran la Junta instalada en Buenos Aires por la revolucin de mayo de 1810, el armado del Estadoque luego se formulara como

    Oriental tuvo numerosos vaivenes. En primer lugar, que Montevideo se alineara con la revolucin triunfante en Buenos Aires.(Montevideo haba sido creada tardamente como parte de la colonizacin espaola de las tierras situadas al Norte del Ro de la Plata yal Este del Ro Paran y tuvo hasta el fin de la colonia una jurisdiccin limitada. El resto del territorio que hoy integra Uruguay (lacampaa) estuvo bajo jurisdiccin de Buenos Aires o de Las Misiones). Luego, la presin que sobre Artigas hicieron las elites urbanas y

    rurales ante la avanzada de una revolucin social, seguida por la invasin del imperio portugus de la Banda Oriental que lo llev a sudestierro en 1820 hacia el Paraguay. El territorio fue invadido por los portugueses en 1816 y se volvi Provincia Cisplatina delflamante imperio brasileo en 1823. Dos aos ms tarde, los 33 orientalespartieron desde Buenos Aires hacia la Banda Oriental paraliberarla y reincorporarla ese mismo ao a las Provincias Unidas. La operacin result exitosa y condujo a la guerra entre Argentina y el

    Recibido:16-I-2011 Aceptado:20-III-2011 Cuadernos del CILHA- v. 12 n. 14 - 2011 (151-170)

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    regional y de la importancia que ella tena para el Uruguay. Desde este tpico, Quijano constituy en la revista unespacio en el que discutir fuertemente contra la imagen de Uruguay como una excepcin en Amrica Latina (Espeche,2010). El semanario, que fue establecindose como tribuna y arena intelectual para gran parte de la intelectualidaduruguaya de medio siglo veinte, y que se configur en una de las principales arenas en torno de las discusiones sobrelos problemas del Tercer Mundo en los aos sesenta (Gilman, 1993; 2003), fue as en uno de los espacios privilegiadosde argumentacin sobre las complejidades de la integracin latinoamericana.

    A su vez, para dos de los ms importantes crticos literarios uruguayos de la segunda mitad de siglo veinte, Emir

    Rodrguez Monegal y ngel Rama, quienes tambin dirigieron la seccin Literarias de Marcha, la cuestin rioplatensefuncion como tpico sobre el que reflexionar acerca de la generacin de intelectuales uruguayos de la que ambosparticiparon y a su vez nombraron como generacin del 45 y generacin crtica. En definitiva, fuera desde la partecultural o de la parte poltica en la que el semanario pareci dividirse, la cuestin r ioplatense (en poltica, en cultura)pona en primer plano la relacin histrica entre Uruguay y Argentina: era ms que la cercana entre ambos pases,mejor an, entre ambas capitales. Tal como lo sintetizara uno de los ms estrechos colaboradores del semanario, elhistoriador de las ideas Arturo Ardao (1967),

    Como ex-provincia del antiguo Virreinato del Ro de la Plata que haba sido tributaria de los centros de cultura transplatenses,debimos seguir contando por mucho tiempo, en las corrientes de ideas y en el campo de la educacin, para la preparacin delas clases ilustradas y el reclutamiento de los primeros elencos profesorales y profesionales, con material intelectual y elelemento humano que proporcionaba la Argentina (...) Es recin despus de Caseros que se iniciar la verdadera bifurcacinuniversitaria y cultural de los dos pases del Plata.

    El Ro de la Plata una y separaba segn los objetivos que cada uno de estos autores tuviera a la hora de definir lafuncin del semanario, los alcances de la crtica literaria, e incluso ms, la construccin de una cultura nacional,cuestiones todas sobre las que el semanario se autoproclam como seero a lo largo de 35 aos. De hecho, los sucesosargentinos fueron un tpico recurrente en una publicacin que tena entre sus ejes principales el latinoamericanismo yel antiimperialismo impulsados por Quijano, a su vez uno de los ms importantes representantes del latinoamericanismode los aos veinte.

    A continuacin analizo la cuestin rioplatense enMarcha. Esto es, lo rioplatense como una posibilidad de integrarambas orillas en aspectos comunes de su desarrollo (cultural, econmico) y que paradojalmente tambin se verificabacomo un punto sobre el que recortar las diferencias necesarias para determinan lo uruguayo. La cada del peronismohasta los albores de la Revolucin Cubana constituyen un momento privilegiado en el que advertir el peso de la cuestinrioplatense en los anlisis realizados desde Marcha del lugar de la cultura uruguaya en la regin; la alimentacin de

    diversas conexiones que hacan de la familia intelectual rioplatense un compendio de diferencias, similitudes,posibilidades y fracasos en la integracin de un campo intelectual que excediera los marcos nacionales, marcos que

    justamente funcionaban poniendo lo uruguayo en tensin.

    Marchaen Montevideo

    Es conocido el lugar central del semanario Marchaen el armado del campo intelectual uruguayo (Rocca, 1993; 2006;Gilman, 1993; 2002; De Armas y Garc, 1997 entre otros). Marcha se constituy en tribuna, escuela y arena intelectualen el Uruguay de medio siglo veinte pero, sobre todo, como espacio multiplicador de tpicos latinoamericanistas yantiimperialistas que aunque tuviera presencia ya en sus comienzos adquiri mayor relevancia luego de laRevolucin Cubana (Gilman, 2002; 2003). En este sentido, ha sido considerada la escuela en la que se form y que a suvez defini a la generacin de crticos literarios auto-denominados como generacin del 45 o generacin crtica talcomo la nombraron Rodrguez Monegal y Rama respectivamente. Esa generacin pareci constituirse en aquella quemodificara de raz la lasitud y comodidad en que haban incurrido su antecesora dependiendo de las prebendas delEstado para la publicacin y difusin de sus trabajos. Era una generacin que derruira el pasado construyendo unpresente de actualizaciones estticas y aggiornamientos profesionales: la crtica en todos sus planos tendra as suverdadero lugar y su ms conspicua funcin, esto es, ir contra todo y para reconstruir todo (literatura, cine, artesplsticas, msica)4. Era ir finalmente a la bsqueda y construccin de una cultura nacional en donde, como puede

    ya imperio del Brasil por la soberana de dicho territorio. Finalmente, tras la imposibilidad de los contendientes de decidir el conflicto asu favor, se firm en 1828 una Convencin Preliminar de Paz, por la cual la Banda Oriental se transformaba en un Estadoindependiente garantizado por Brasil y Buenos Aires, con Inglaterra como veedor principal. En ese acuerdo, el nuevo Estado ya nopodra ser anexado ni reclamado por ninguna de las dos ex colonias rivales y su espritu anexionista. En 1830 se jur finalmente laConstitucin, que sera vuelta a plebiscitar en numerosas ocasiones a lo largo de tres siglos. La concepcin de Estado tapnprovienedel anlisis del origen de Uruguay como cua imperialinglesaentre Argentina y Brasil.4 Tanto Rama como Monegal haban publicado algunos textos relacionados tanto con la problemtica generacional como con lasfunciones del escritor y del crtico en el Uruguay contemporneo. Cada uno retom esos primeros textos y los revis y ampli enestudios, biografas generacionales (Rocca, 2004) posteriormente. El estudio de Rama se public en 1972. Rodrguez Monegal hizo lo

    propio en 1966. Rodrguez Monegal y Rama abjuraban cada uno del trabajo y perspectivas del otro. Rodrguez Monegal criticaba deesta manera el trabajo de Rama: Es la gua de telfonos del Uruguay. Es un libro brillante para leer, pero usted se encuentra con 780escritores en Uruguay, y nadie se va a tomar en serio un libro crtico que hable de 780 escritores en dos o tres frases(Roger Mirza,1993). Rama, en La generacin crtica, se distanciaba de Monegal y de la denominacin que ste ltimo haba elegido para consignar

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    advertirse en un estudio de ms largo alcance, ambos trminos tambin fueron modificando sus sentidos con el correrdel tiempo.

    En este sentido, Rodrguez Monegal haba definido en 1966 que el semanario deba ser entendido en rigor como unapublicacin que en realidad era dos (dos Marchas) dividida entre las pginas de adelante (de poltica) y las pginasde atrs (de cultura). Mucho tiempo despus,Ardao especificaba de qu manera era necesario pensar mejor en dospartes, y nodos Marchas, sin las que el semanario no habra tenido identidad o fortaleza: era la culturaensentidoampliolo que las una.5Y la cultura entendida como el posicionamiento relativo a una forma de hacer crtica. Haba un

    centro de inters de la crtica (Acosta, 2003: 123-161), uncentrodesde donde se poda hacerpivote: crtica quetena que estar necesariamente en cualquiera de los dos mbitos. Ardao era quiz quien poda ser visto como conectorentre ambas partes, a partir de sus estudios sobre historia cultural que haran ingresar polticamente a travs de lasideas filosficasa los autores que eran objeto de estudio de la parte cultural, como Jos Enrique Rod (Rocca, 2006:129-130)6. La Revolucin Cubana habra logrado en especial bajo la mano frrea de ngel Rama en la seccin

    Literariasla unin de esas dos partes, dos Marchas.

    Montevideo era el centro desde donde se pivoteaba un mundoyMarchase publicaba desde esa ciudad, capital del pas.Ciudad no muy grande en un pas pequeo, en Montevideo los recorridos impuestos por las distancias claramentevisibles entre la modernidad cultural y el lugar de Uruguay en el sistema capitalista eran palpables. Marchaera posibleen ese Uruguay y en ese Montevideo de entonces, y ms an en los lgidos 40 que haban trado a la ciudad, que sequera cosmopolita, el mundo en la figura de exilados espaoles por la Guerra Civil desde la actriz Margarita Xirg alpoeta Rafael Alberti, de docentes argentinos como Jos Luis Romero profesor de Historia en la recin creadaFacultad de Humanidades en 1946 o Emilio Ravignani a quien se le ofreci y acept la direccin del Instituto deInvestigaciones Histricas en 1947, cuando el peronismo hiciera del Ro de la Plata tal como irnicamente afirmaraRodrguez Monegal (1956) en su ya famoso El juicio a los parricidaslo que para algunos fue unacortina de lata.Tambin el historiador Jos Luis Romero disfrut de la hospitalidad montevideana y su estela qued grabada en loscursos y seminarios que dict en la Universidad de la Repblica (Zubillaga, 1994). Asimismo, Montevideo cont con lavisita del antroplogo brasileo Gilberto Freyre, cuya obra divulgara tempranamente el abogado Eduardo J. Couture(Rocca, 2006: 28 y 69).

    Era una ciudad que permita espacios comunes y recorridos entrecruzados: graduados del Liceo Francs o del InstitutoAlfredo Vzquez Acevedo que tambin en general seguan sus estudios universitarios en la carrera de abogaca(aunque, por ejemplo ngel Rama o Rodrguez Monegal no fueran parte de esas camadas de abogados, o el escritorMario Benedetti hubiera asistido en cambio al Colegio Alemn). Al mismo tiempo, en el micro-mundo de la Facultad deDerecho, y del Centro de Estudiantes de esa misma facultad, se vinculaban altos mandatarios, juristas, ensayistas,escritores, poetas, polticos. Pero, tambin, haba otros espacios que los agrupaban: las mesas de caf o las ruedas

    (los cafs eran el Sorocabana, el Tup viejo o el Metro, por ejemplo)7

    . Los cafs como punto de encuentro perotambin como espacios de auto-reconocimiento y vidriera eran en la Montevideo de mitad de siglo XX parajescomunes de la vida ciudadana; es decir, no slo como centro de auto-definicin intelectual. Eran, en otras palabras,tambin puntos de encuentro de una particular opinin pblica, tal como lo seran las revistas del perodo y lasredacciones de los diarios de la prensa grande (dependiente de alguno de los dos partidos tradicionales, Blanco yColorado) o los puntos de encuentro para la redaccin de los diarios de los partidos Comunista y Socialista 8.

    unamismageneracin porque crea que esa denominacin no permitira comparaciones con la otra orilla. Entre estas desavenencias,los puntos de contacto a veces complejizan los proyectos y devuelven sutilezas a las distancias enunciativas (Ver, por ejemplo, Rocca,2003 y 2006).5Pablo Rocca (2006) aclara que tanto Ardao, Quijano como Julio Castro constituan el equipo de redactores polticos. De hecho, lostres haban participado conjuntamente en otras publicaciones que han sido analizadas como antecedentes del semanario: El Nacional(Quijano y Ardao) y Accin. Cabe aqu una aclaracin: estas dos publicaciones se vinculaban directamente con la agrupacin polticafundada por Quijano en 1928, la Agrupacin Nacionalista Demcrata Social (ANDS), mientras que Marchafue un semanario planteado

    como no partidario aunque s con intereses polticos.6El uruguayo Rod haba publicado en 1900 el ensayo Ariel. All propona una condicin de lo americano afincada en lo latino, en elespritu (de all esa referencia al shakesperano Arielde La Tempestad), opuesto a lo sajn y a sumaterialsimocalibanesco. Y que,adems, obtendra influencia tanto uruguaya como continental en la primera dcada del siglo XX y, ya entrados los aos 20, seratomado como bandera en el marco de las reformas universitarias. Mucho ms adelante, esta divisin en dos en realidad parecaescanciar otra dentro de la seccin cultural: la que concerna al mbito de la cultura popular con lo difcil que es una circunscripcinde este conceptoy que sa haba estado poco menos que ausente (Remedi, 2003).7El que estaba destinado a transformarse con los aos en sinnimo de caf tradicional entre nosotros [el Sorocabana tuvo comienzosque no parecan augurarle ese destino. Surgi por iniciativa de una empresaque contaba con capitales argentinos y brasileosen elmarco de la agresiva promocin del caf llevada adelante por el Departamento Nacional del pas norteo a travs de una campaamundial, cuyo objetivo fue colocar una cosecha sobredimensionada del aromtico grano. Hasta el nombre tiene un origen brasileo:evoca a la ciudad de Sorocab, en el rea cafetera del Estado de San Pablo (Michelena, 2003).8Hay dos muy exhaustivos estudios relativos al peso de esa sociabilidad de caf, que tienen a la ciudad del Londres diociechesco comouno de sus centros. Lewis Coser (1968) se detuvo, entre otros espacios, en el estudio de la sociabilidad de los caf en la Londres defines de siglo XVIII. En el caso particular de ese mbito del caf, marc el modo en que se adverta la transformacin de un tipo deopinin centrada en el mbito privado (al estilo del saln francs) a otra que adquira, justamente en lo pblico, su mayor razn de ser

    y legitimidad. Es claro que a Coser le interes analizar el modo en que se llev a cabo la conforma cin de diferentes grupos deintelectuales que se definieron alrededor de los espacios (del saln al caf, del caf a la revista, etc.), y en el estudio de las relacionesentre intelectuales y espacios explicitar las transformaciones en el mundo intelectual occidental desde fines del siglo XVIII al siglo XX.Terry Eagleton (1999) al mencionar el mundo de los cafs de esa misma Londres cita a Belljame quien afirmaba que a travs de ellos

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    A lo largo de su extensa trayectoria el semanario tuvo secciones que fueron cambiando, como tambin cambiaronquienes las dirigan o colaboraban en ellas. Gran parte se adapt al pblico que encontraba y que, al mismo tiempo,ayud a formar. Marchatuvo suseccin femeninacon consejos para cocina, modas, y comportamiento, que dej deaparecer promediando los aos 50. Esa seccin adelgaz de tal modo que se vio como ineficaz y poco coherente con unsemanario que acabar por asumir la paridad del pblico en un solo grupo no diferenciado por el gnero (Gilman,1995: 2882). Los comentarios deportivosen especial sobre ftbolslo lo hicieron hasta mediados de la dcada de1940. En definitiva, haba un intercambio concreto entre el semanario y el pblico, y esta vinculacin tena adems una

    seccin, la destinada a las cartas de los lectores, que se mantuvo desde mediados de los aos cincuenta y lleg a contarcon ms de dos pginas en los sesenta. Pero aqu me interesa especialmente enfatizar que en las secciones culturaleses posible advertir cmo se volva fundamentalactivar la cultura uruguaya, especialmente la literatura, en la que sedetectaba un vaco generado por la falta de modernizacin en sus estilos creativos, as como por la lasitud clientelsticaen la dinmica de sus instituciones culturales.

    De a poco, Literarias fue configurndose como un espacio para la divulgacin y como una forma particular demilitancia crtica: crear nuevos y ms crticos lectores, poner las novedades literarias al alcance de la mano y renovar uncanon que se adverta como perimido. Tambin se analizaban crticamente los andamiajes de premios y subsidiosestatales que terminaban por asegurar la reproduccin de los beneficios de lo pblico en una poltica de clientelas (tristerplica de la poltica que cada vez ms se manejaba entre los dos partidos mayoritarios). Estos diagnsticos sobre lasalianzas entre creadores y Estado en las que se denunciaba a generaciones anteriores, y las matrices queproporcionaban soluciones consideradas practicables en un mbito que cuidara tanto la validez de la iniciativa cuanto lacalidad de los productos, fueron tempranamente objeto de atencin por parte del escritor Juan Carlos Onetti (tanto ensu poltica como primer secretario de redaccin como en su columna La piedra en el charco), as como de RodrguezMonegal o Rama.

    En los aos 50, y hasta su clausura a manos de la dictadura uruguaya, en 1974, Marchase constituy adems en puntoineludible del mapa poltico-cultural latinoamericano. Ese mapa tuvo entre otros debates a Amrica Latina, a larevolucin y al Tercer Mundo como objeto principal. Un dato no menor del peso que el semanario lleg a tener en elmbito latinoamericano fue la carta que enviara Ernesto Guevara a Carlos Quijano, publicada el 12 de marzo de 1965:

    El socialismo y el hombre en Cuba. Slo a los efectos de desplegar algunos de los nombres que participaron conalguna nota en Marcha, o que fueron entrevistados, o que tuvieron unas palabras para algn redactor del semanario, oalguna nota que les hiciera responder a ella mediante una Carta del Lector, por ejemplo, valga la pena recordar a JosFigueres, Juan Jos Arvalo y Arturo Frondizi; o las colaboraciones de Salvador Allende, Jess Silva Herzog, PabloNeruda, Lzaro Crdenas, Pierre MendsFrance, Jos Mara Arguedas, Augusto Roa Bastos, Hugh Thomas, ClaudeJulin, Octavio Paz, Juan Goytisolo. Todos ellos participaron en los especiales que se publicaran en el semanario con

    motivo de su vigsimo quinto aniversario, en 1964. Esas colaboraciones aparecan adems bajo el ttulo comn de ElUruguay del futuro, dondelos grandes problemas del pas, del continente y del Tercer Mundo fueron detenidamentetratados (Alfaro, 1984: 47).

    Marchaconstituye as un punto ineludible de la trama que ayud a conformar, la de la necesidad de autoconocimientoregional y latinoamericano. Si entre los ejes principales del semanario se encontraban los del latinoamericanismo, esteno podra ser comprendido sin una contraparte poderosa: el antiimperialismo y, en particular, la denuncia constante dela amenaza que representaba el panamericanismo para la libertad y el desarrollo sub-continentales.

    La cuestin rioplatense

    La relacin entre Argentina y Uruguay fue durante el peronismo, para usar la expresin de Juan A. Oddone (2004), la devecinos en discordia. As, razones histricas y geogrficas, divergencias polticas e ideolgicas, alineacionesinternacionales contrapuestas, dismil potencial econmico y un marcado distanciamiento entre los respectivos

    gobernantes Luis Batlle Berres y Juan Domingo Pern (Oddone, 2004: 49), la signaron en sus diferentes momentos.9El primer peronismo fue una etapa dominada por la desconfianza. Para Uruguay, el peronismo auguraba una amenazade su independencia econmica. La poltica regional argentina para organizar una concertacin aduanera, el Bloque

    Austral, era interpretada como parte de los planes expansivos respaldados por el Tercer Reich en el marco de laSegunda Guerra Mundial. Los desafos que el gobierno argentino haba planteado a la hegemona regional de los EstadosUnidos en el Cono Sur ayudaban a otorgar verosimilitud a la imagen de la argentina como imperial. Los documentosdel Foreign Offce norteamericano exhumados por Oddone muestran cmo para los Estados Unidos el Uruguay parecacolaborar, con la adecuada ayuda norteamericana a obstaculizar el expansionismo argentino y doblegar as su polticaneutralista.

    se formara una opinin pblica con la que habra que contar despus (ms all de que, tal como matiza Eagleton, cabra definir que elalcance de esa opinin pblica era an pequeo). La comparacin con la Montevideo de mediados de siglo XX sera ociosa a menos quemarcara lo siguiente: el mbito del caf qued establecido como un tradicional punto de encuentro en ciertas ciudades que arm unparticular ejercicio de la ciudadana en la formacin y reproduccin de opinin pblica.9Tngase en cuenta dos datos: el primero de ellos est marcado por la descomposicin de las relaciones entre Argentina y Uruguay porun perodo de 15 aos a causa de, entre otros, el apoyo prestado por el Uruguay a los exilados antiperonistas a travs de suparticipacin en emisiones deRadio Coloniay en otros medios masivos uruguayos, instando a derrocar el gobierno peronista; el otro,es una nota aparecida en Marchaaclarando que si ahora no se la encontraba en Buenos Aires fcilmente no era producto de la censura.

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    Entrados los aos 50, las rispideces argentino-norteamericanas se destrabaron (en 1953 una serie de acuerdos hicieronver la reconciliacin mediante el ingreso al bloque hemisfrico anticomunista); frente a esta nueva situacininternacional, que con el fin de la guerra tambin dej como saldo el entronizamiento de un nuevo liderazgo mundial yregional (el norteamericano frente al tradicional peso de Inglaterra), Uruguay tuvo que recomponerse en el nuevoescenario de las relaciones internacionales. La economa uruguaya haba estado en completa coincidencia con loslineamientos de la poltica econmica inglesa, con los que colaboraba en una situacin de dependencia prctica: losproductos uruguayosprincipalmente los de la ganaderaeran comprados a tasas eficientes por el mercado ingls.

    Luego, e incluso despus de la depresin de los aos 30, y de la crisis econmica mundial que ella haba desatado,recuperara su lugar en el mundo britnico de la exportacin de carnes. Mas no era slo la economa la que marcaba esadependencia prctica para Uruguay: lo ingls era una huella que poda verse en el prestigio de un estilo de vida ycultura altamente apreciado en el que, por ejemplo, palabra de ingls equivala a compromiso cumplido (Oddone,2004: 3). Pero cada vez ms ese mundo britnico se retiraba como referencia econmica para Uruguay; Estados Unidoshaba salido de la guerra intacto y con la suficiente fortaleza para establecer criterios de intercambio en todo el orbe.

    Durante el peronismo y el fin de la Segunda Guerra Mundial, Marcha sigui siempre fiel a su antiimperialismo y, sobretodo, a la denuncia de la avanzada panamericana; es decir, de la serie de acuerdos, conferencias y, en algunos casos,injerencias concretas en la economa, poltica o territorio latinoamericano por parte de los Estados Unidos paraconformar su liderazgo regional. En este sentido, en las pginas del semanario, Quijano y sus colaboradores quehaban apoyado a los aliados en el marco de la Segunda Guerracriticaban fuertemente la poltica norteamericana paracon la Argentina. Menos porque ellos mismos apoyaran a Pern todo lo contrario que por la denuncia de unaoperacin panamericana de largo alcance. La defensa de la democracia era un latiguillo que para los redactores polticosde Marchano deba confundirse con la defensa tout courtde cada una de las avanzadas norteamericanas en la regin.Quiz el ejemplo ms claro est en la nota que enviara Julio Castro (1945) desde la Conferencia de Chapultepec, enMxico, en 194510. O, tambin, los editoriales del propio Quijano sobre los diferentes significados que podan advertirseen las menciones a la democracia no slo por parte de Estados Unidos sino tambin por parte de la Argentinaperonista: Cualquier excusa es buena para denunciar la democracia imperial y la poltica de no neutralidad Argentinacuando el Eje est casi muerto () guerra al totalitarismo muerto y Gloria al demcra ta vivoque por algo est vivo.Que por algo est vivo, precisamente.

    Las palabras de Quijano sintetizan perfectamente la distancia que tomaban los redactores polticos de Marcharespectode los sentidos que asuma la democracia, y no slo para los Estados Unidos y su inters panamericano en la regin.Esto es, que los neo-demcratas en Argentina finalmente se pronunciaban contra el Eje pero impedan mitines contrael Eje. La Conferencia de Chapultepec mostraba la danza y contradanza de las relaciones internacionales y las disputaspor los liderazgos regionales. (De hecho, el argentino Gregorio Selser (1945) publicaba en Marcha un artculo en el que

    denunciaba justamente el tipo de reconocimiento que el gobierno norteamericano daba al gobierno peronista una vezque ste se hubiese declarado a favor de los Aliados). Una vez que la Revolucin Libertadora desbancase a Pern delpoder, Quijano volvera sobre los sentidos de la democracia, y los alcances de una retrica que slo la mencionaba enfuncin de ocultar o trastocar sus verdaderos alcances.

    La cuestin peronista haba tenido numerosos seguimientos desde Marcha, y Quijano le dedic en ms de unaoportunidad sus reflexiones11. Todas las secciones se hicieron eco del peronismo como caso, y esto abarca mucho msque el ingreso del tema por el Editorial (en general bajo la pluma de Quijano): Literarias, Cine, Cartas deLectores)12. Pero aqu cabe una pequea digresin: la coyuntura argentina era central justamente porque el peso de la

    10 La conferencia se llev a cabo, a instancias de Mxico, entre el 21 de febrero y el 8 de marzo. Mxico propuso intensificar lacolaboracin de los pases miembros, y la participacin de Amrica en una organizacin mundial teniendo en cuenta el impulso que eranecesario darle al sistema interamericano y a la solidaridad econmica del continente. Recopilacin Conferencias Internacionales

    Americanas, Acta de Chapultepec, OEA: en lnea: http://biblio2.colmex.mx/coinam/coinam_2_suplemento_1945_1954/base2.htm. Delos pases invitados, el nico que no tuvo representantes fue Argentina justamente por las derivas de su propia poltica exteriordurante el primer peronismoaunque s adhiri al Acta Final en abril de ese mismo ao.11Para algunos pocos ejemplos ver Quijano, 1955; 1956a; 1956b; 1956c. Eduardo J. Vior (2003) afirm en su momento que Quijanoanaliz la evolucin de la situacin argentina, coment a veces las polticas de Pern, pero no debati sobre sus ideas () siempreestuvo convencido de la influencia de los procesos argentinos tenan sobre Uruguay. Me parece que, por el con trario, el debate estabade hecho teniendo en cuenta el mpetu demcrata con el que Quijano analizaba la vida poltica de estos pases (sin descuidar nunca lacrtica a las versiones de la democracia propiciadas por la avanzada panamericana en la regin). Por otro lado, y tal como puede verseen la cita de un editorial de Quijano (Estas manchas de sangre), la cuestin era menos distinguir ideas de poltica que est ablecer losalcances de esa poltica.12Una crtica de cine a principios de 1957 ayuda a imaginar el alcance que haba tenido el peronismo no slo en la cinematografaargentina sino tambin en el armado de una serie de sentidos comunes antiperonistas, que en Marcha se discutan: Vino la Revolucin,pero antes, durante y despus del silencio el cine argentino sigue siendo el mismo y se mantienen inclumes su afectacin y palabrero.En este segundo round de picana elctrica se trata aproximadamente del mismo tema que en el primero ( Los torturados, Alberto DuBois, 1956). En general, este film repite el error del anterior, que consiste en eludir el proceso del apasionante drama poltico queconstituy el peronismo, y en no hacer mencin a sus poco tranquilizadoras races, circunscribindolo a la famosa seccin especial de la

    polica y a su repertorio de torturas. Para el cine argentino, el peronismo y la revolucin se reducen a la picana elctrica y banderitas. Yeso es una simplificacin tan grotesca como pretender que la Revolucin francesa fue slo guillotina y Marsellesa. (...) (el film) muycuidadoso, adems, del terreno que pisa, deja bien sentado, que en la propia polica federal haba muchos (...) que estaban contra lastorturas (quiz tambin exista ahora un comisario Blanco que est en contra de los fusilamientos).

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    coyuntura en especial si se siguen los editoriales de Quijano permita hacer ingresar el tema argentino parareflexionar sobre Uruguay. Esto es, la referencia a los sucesos argentinos permitan estratgicamente una reflexin sobrelos sucesos uruguayos, porque en ella se repona en primer plano una lectura del pasado compartido y de especficasreinterpretaciones sobre los sentidos de la historia comn entre ambos pases: la importancia del Ro de la Plata comoregin y de lo rioplatense como cuestin. Quijano (1956), por ejemplo, pona el eje en Argentina para pensar elpresente uruguayo a la luz del pasado comncuando analiz los fusilamientos llevados a cabo en Jos Len Surez(Provincia de Buenos Aires) luego del levantamiento del General Valle, que se neg a colaborar con la RevolucinLibertadora13:

    La Argentina tiene una larga tradicin de fusilamientos. De fusilamientos y de asesinatos polticos. Pero era, al parecer, una viejatradicin () Los peronistas que durante tantos aos hicieron escarnio de los derechos ajenos han de sentir y comprender por estashoras que sembraron vientos () Pero estos otros militares pundonorosos de hoy, catecmenos y fideicomisarios de la democracia,dueos del poder y de la fuerza, dominados por el pnico y la venganza, no tardarn en ver tambin que la muerte trae a lamuerte. Por el camino que llev a Dorrego al fusilamiento, vinieron los aos convulsionados y trgicos que se extienden hasta laspostrimeras del siglo pasado () Deseamos de todo corazn equivocarnos. Por la Argentina a la que tan ligados nos sentimos. Pornuestro propio pas, en el cual repercuten siempre los acontecimientos de la otra banda.

    Aqu los acontecimientos repercuten y amplifican problemas que se ven en una lnea temporal que ana pasado (elperodo rosista, el fusilamiento de Dorrego, el peronismo)presente (los fusilamientos de la Revolucin Libertadora)futuro (el desarrollo de los acontecimientos argentinos, las relaciones entre ambas orillas), no parecen implicar un lugar

    residual de Uruguay para con Argentina, sino el reconocimiento de una historia comn. Quijano recortaba su propiohacer de intelectual (analizar y denunciar), y recortaba tambin un lugar de enunciacin marcado por la duda sobre lasgrandes palabras, como la democracia esgrimida por la Revolucin Libertadora. Pero, sobre todo, insista en el temade la regin, tal como lo hara en un editorial titulado La Argentina y nosotros (1956), donde lo rioplatense parecaestar signado por grandes esperanzas y tambin grandes peligros:

    Con los parientes cercanos no se hacen convenios () En lo que respecta a nuestras relaciones con Argentina ha sido, pordesgracia, una realidad. Nunca hemos celebrado con ella un tratado de comercio y todos los intentos fracasaron () La cuencadel Ro de la Plata es, por muy diversas razones, una, aunque no lo queramos () Cules son las comunes caractersticas deesta cuenca del Plata o, si se quiere, en forma ms limitada, de este regionalismo rioplatense? Dejemos de lado, por cierto quesin negarle importancia, cuanto se relacionan con la historia, la raza, el idioma, para referirnos a las de signo econmico.

    Quijano se detena en las posibilidades de un acuerdo cambiario, el signo econmico, donde pareca estar la puerta de

    entrada para la integracin sub-continental. Por otra parte, la referencia a la fraternidad entre ambos pasesnecesariamente reconoca el vnculo histrico (esto es, una historia compartida al menos hasta la Batalla de Caseros,pero tambin, que haba incidido mucho en la formacin de los intelectuales uruguayos), pero tambin haba otra estelade problemas que estaban presentes aunque Quijano no los mencionara. El del imperialismo argentino era uno deellos. Un ejemplo lo ilustra bien. A principios de 1957, la seccin Carta de Lectoresfue el escenario de una discusinsobre laverdaderanacionalidad del escritor Florencio Snchez, nacido en el Uruguay y que haba renovado el teatroplatense a principios de siglo XX.

    Un lector utilizaba el semanario como arena donde rebatir las afirmaciones de un artculo que haba aparecido en otrapublicacin, El Plata, cuyo ttulo eraFlorencio Snchez: dramaturgo porteo. Frente a ese gentilicio, el lector titulabauna contraofensiva de la siguiente manera Florencio Snchez y el imperialismo literario (SF, 1957); en ella aclarabaqueTodos sabemos que el teatro de la cuenca del Plata (ese temita de cuenca y del Plata a Usted le gusta en pila,Director) es teatro uruguayo y argentino. Tambin el lector airado afirmaba que, adems, poda hablarse de teatrorioplatense al referirse a los pases del Plata. Igual origen, idioma, costumbres, tcnica de vida, pero que, y aqu estabael nudo de la cuestin, () algunos argentinos () han hecho y hacen imperialismo literario, remedados por ()algunos uruguayos () que actan de eco. Y el mismo lector remataba con Es as como la intromisin conquistadorade una conciencia literaria, con despertar en el siglo XIX: lo bueno uruguayo, es platense. Lo bueno argentino, esargentino puro.

    Si bien no me detendr en la discusin, s entrar por esta cita a lo siguiente: la referencia a las posibles avanzadasargentinas sobre la culturarioplatense. Esos avances parecan duplicar en el mbito de laconciencia literarialo quesuceda respecto de la unidad que significaba el Ro de la Plata. Quiero decir: que el avance argentino en la cultura traaa colacin, aunque ms no fuera en el mbito de la identidad del anlisis, los temores que haban estado presentes: elavance argentino sobre territorio uruguayo en los aos del primer peronismo (otras amenazas surgiran de contemplar aese otro pariente, el Brasil). Lo interesante es aqu el uso del concepto de imperialismo; de este modo, el

    imperialismo literariode la Argentina para con el Uruguay era, para el lector que responda airado, claramente visibleen ese desvo por el que se haca de un dramaturgo nacido en el Uruguay un dramaturgo porteo. El lector

    denunciaba el imperialismo en la publicacin que claramente era vista como el rgano ms idneo para realizar una

    13 Sobre esos fusilamientos, el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh escribira su ya conocida obra Operacin masacre.

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    denuncia de este tipo. Para ese lector tambin era visible que el director de Marchatena el temitade la Cuenca delPlata en un lugar destacado, y que se destacaba aun ms de acuerdo con determinadas circunstancias. El temita de laCuenca del Plata era, as, una cuestin que en las pginas del semanario se defina al mismo tiempo como amenaza ycomo esperanza.

    La cortina de lata entre Montevideo y Buenos Aires

    Para Rodrguez Monegal no haba duda de que la cada del peronismo tenda de nuevo un puente entre las culturas deambas orillas. Pero que, adems, necesitaba de un gua para cruzarlo, que no escamoteara las diferencias y quepotenciara los puntos de encuentro. Como director de la seccin Literarias y como el principal difusor y estudioso dela obra de Jorge Luis Borgesdeline una especfica Repblica de las letras de la que Marcha era el principal centrodifusor. La metfora del peronismo como una cortina de lata que finalmente se haba cado le permita establecer unpanorama en el que dos generaciones separadas por ella se reencontraban para conocerse y analizarse mejor 14. Lametfora volva sobre la de la cortina de hierro que haca de Berln dos ciudades. Como analoga, le serva a RodrguezMonegal para justificar en un mismo movimiento el anlisis de sus contemporneos de la otra orilla, para marcardiferencias entre ambas pero, tambin, para hacer de Buenos Aires objeto de anlisis, y tal como tambin lomuestran otros espacios al interior del mismo semanarioun enclave de la propia publicacin15. Y, finalmente, paradar cuentaapenas en la mencin comparativade lo que distingua a su propia generacin del 45.

    As, por ejemplo, diferenciaba el tipo de literatura y crtica producido en ambas orillas, y en un perodo temporal similar,que tiene adems 1945 como punto de quiebre para la orilla occidental; esto es, la aparicin del peronismo como parte-aguas y como el que permite un nuevo sistema de vigencias, que hace visible lo que la generacin anterior (queRodrguez Monegal nombra como del 25) no quera ver: una realidad especfica, lo que hizo posible a Pern16.

    Rodrguez Monegal se ocup en El juicio de verificar que los montevideanos tenan una relacin con la obra demucha mayor profesionalizacin que los porteos. Un compromiso que se vinculaba a la tcnica, a la comunicacin ydivulgacinformacin de opinin, pero sobre todo de lectoresque los porteos parecan haber dominado bajo unaprofunda extensin del anlisis poltico por sobre la creacin artstica. De este modo, a los porteos recienvenidos en laliteratura y la crtica no les interesa el valor literario en s mismo: les interesa en relacin con el mundo del que surge yen el que estn insertos; incluso a quienes les interesara lo anterior, lo hacan desde una formacin erudita, y quizslo enfocados en el pasado argentino. En funcin de esto, una de las diferencias entre los crticos de ambas orillas eraque los de la oriental conocan y hacan uso de las herramientas de la crtica y de la teora, sin descuidar un estudio yrevisin de la historia. En la orilla oriental, el planteo revisionista () est hecho por quienes suman el mpetu parriciday la formacin erudita.

    Esa otra orilla portea funcionaba entonces como algo que se haba recuperado para pensar una comuninintelectual, pero para pensarla realizando el anlisis de sus componentes. El trmino generacin y, luego, el de

    parricidas, vena a disponer el juego de forma tal que fuera (o intentara ser) legible en todas sus facetas. Losparricidas le permitan mostrar en espejo la necesaria autonoma que deba drsele a la literatura, porque a esosparricidas no les interesa el valor literario por s mismo, y porque omitan en sus anlisis lo literario esencial. Estas marcas suponan una separacin respecto del concepto de la crtica tal como se la ejerce en esta orilla. Si paraRodrguez Monegal, una vez cada la cortina de lata, la Repblica de las Letras poda completarse con la generacin deescritores argentinos, para ngel Rama, lo que haba que recordar ya despus de 1959 era menos la Repblica de lasLetras que la posibilidad concreta de recuperar Argentina en tanto que partcipe de una unidad poltica-cultural. All, lamencin de rioplatense adquirira sentido estratgico (y con esto Rama reafirmaba los lineamientos del director delsemanario): de la regin al continente (Rama, 1972: 135).

    De hecho, para Rama, el nombre elegido por Rodrguez Monegal era un problema. Mucho despus de que ste ltimo

    trabajase en los parricidas, lleg a afirmar que, por el contrario, del 45 no ayudaba en nada: poda decir poco sobreprocesos sociales y polticos. Y, en particular, no permita ligar a esa generacin con otras del resto del sub-continente,en especial, con la de Argentina. Lo que claramente haca Rodrguez Monegal era plantar un espejo y separarse lo msque pudiera de l. En definitiva, del lado oriental del Ro de la Plata quedaba una semblanza particular. Es decir, la delcrtico literario que comprometido con su arte, erudito en su hacer, no dejaba de lado la historia o el presente; no haca

    panfletos. La Revolucin Cubana hara que ese tipo de posicionamientos sufriera numerosos trastornos (Gilman, 2002).En el caso uruguayo, la conformacin de Rama en el hermeneuta de la hora (Rocca, 2006) sintetiza bien lastransformaciones de las que Rodrguez Monegal haba quedado fuera.

    14 El texto se public en cuatro nmeros de Marchaa fines de 1955 y comienzos de 1956. Fue reeditado en Argentina ese mismo ao.En el texto, Rodrguez Monegal hizo un relevamiento de la produccin de los nuevos escritores-intelectuales porteos: Hctor A.Murena, Ismael y David Vias, Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Kusch, Len Rozitchner, Adolfo Prieto, No Jitrik, Ramn Alcalde, JuanJos Sebreli, entre otros. Muchos estaban nucleados en torno de revistas tales como Contorno, Centro, Ciudad, Buenos Aires Literaria,Cero, y/o se agrupaban por ser estudiantes de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires.15 En efecto, en 1957 el argentino Csar Fernndez Moreno dirigi la seccin Buenos Aires. Esta seccin se nutra de las noticias delos movimientos culturales de la ciudad vecina en Marcha.16 El antiperonismo fue una marca puntual de gran parte de la poblacin uruguaya de la poca, excediendo el posicionamiento delgobierno.

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    Buenos Aires en Marcha

    Marchaya era en los aos cincuenta muy conocida en Buenos Aires, y adems, una lectura que hiciera hincapi en unade las secciones del semanario,Cartas de Lectores, podra ver all casi siempre alguna firma de alguno que otro lectorporteo (Espeche, 2005). Segn un estrecho colaborador de Marcha, en Buenos Aires se reciba de forma asidua (Alfaro,1984). Tal como lo muestran una serie de entrevistas a ciertos intelectuales porteos, muchos de ellos la contaban comouna publicacin infaltable en sus vidas y sobre la que confirmaban el estilo formador de opinin.17Haba sido una

    escuela y una tribuna intelectual para los escritores uruguayos, sobre todo los que residan en Montevideo. Muchosporteos confirmaban lo mismo para s, tal como lo afirmara Toms Eloy Martnez (1985), el oasis de Marcha no era unespejismo:A fines de los aos 50, las pginas culturales de la revista Marchay de los diarios El Pas y El Daque sepublicaban en Montevideo, se convirtieron en la nica brjula de referencia crtica para los jvenes creadores de la

    Argentina. Eran, en Buenos Aires, tiempos de confusin y desconcierto.

    Buenos Aires y Argentina fueron el tema recurrente en las pginas de Marchadesde todas sus secciones. Una tambinrpida ojeada por las pginas del semanario entre los aos 50 y 60 permite advertir las firmas de intelectualesargentinos discutiendo temas propios de las disputas del campo intelectual porteo en la arena siempre abierta ydispuesta del semanario montevideano. Los lectores porteos tambin hacan uso de Marcha. La Seccin Carta delectorespor ejemplo, inclua cartas de argentinos denunciando las persecuciones primero del peronismo, luego de larevolucin libertadora y, tambin, las diversas interpretaciones posibles para el hecho peronista (Espeche, 2005).

    Esos tiempos deconfusin y desconciertoa qu hacan referencia? Para quienes haban reputado en el antiperonismoen el perodo en que ese rgimen estuvo al frente del poder, esa confusin y desconcierto haba sido parte de la estelaperonista que domin la vida poltica y cultural entre 1946 y 1955. En efecto, Marcha fue un espacio privilegiado dedenuncia de la censura del rgimen peronista y tambin de discusiones en torno de lo que el peronismo significaba

    realmente tanto para Argentina como para Uruguay. Era en efecto un muestreo de los totalitarismos que habandominado la Europa que recientemente haba concluido su segunda feroz guerra? Era en realidad el inicio de unatransformacin social y poltica que la Revolucin Libertadora haba cortado de cuajo? Ese hecho una vez que laRevolucin Libertadora lo desplazara violentamente del poder, oblig a un reacomodamiento tanto intelectual comopoltico; era la disputa por la direccin poltica despus del peronismo, y la direccin intelectual de cmo deba ste seranalizado y encuadrado (Altamirano, 2001a)18.

    La cada del peronismo moviliz a quienes, en principio desde la universidad, como fueron muchos de quienes RodrguezMonegal analizara en su El juicio a los parricidas, catalogaron a las clases que ahora airadas salan a festejar la cadadel peronismo bajo el mote de clases morales.Desde 1955 en adelante el peronismo oblig a reorganizar la cultura

    de izquierda. Adems, gran parte de ellase orientar a la bsqueda del encuentro del socialismo y nacin o, dicho deotro modo, de un nacionalismo de izquierda, una idea que hacia 1960, dice Ismael Vias, estaba en todos (Altamirano,2001b: 79). En este sentido es posible pensar que Marcha fue un espacio privilegiado para las acciones de esareorganizacin. Marcha era algo ms que una publicacin para ser leda; all se intervena en polmicas que hacan deBuenos Aires y Montevideo en Marcha una misma ciudad (al menos as lo permite pensar el texto de RodrguezMonegal y la seccin Buenos Aires, pero tambin las intervenciones de los intelectuales argentinos en ella).

    Ms all de que los colaboradores argentinos fueran el paisaje cotidiano, en el marco de las corresponsalasinternacionales del semanario, las firmas argentinas hacan algo ms: usaban el semanario de tribuna. De hecho, seraimposible no considerar el modo en que los argentinos David o Ismael Vias firmaban varios artculos. Ambosfundadores de la revista Contorno, que pretenda modificar el modo en que se haca crtica literaria en el pas,incluyendo entonces a la dimensin poltica como una infaltable versin de la cultura en un momento dado, hacan deMarcha una tribuna especfica donde sentar y aclarar posiciones de las disputas propias del campo cultural porteo en elun espacio grfico montevideano, que los reciba como hijos prdigos. Dos momentos ayudan a explorar esa relacin: la

    breve polmica entre el caricaturista de Marcha y a la sazn corresponsal en Buenos Aires, Roberto, e Ismael Vias porla actuacin del historiador argentino Jos Luis Romero en la Sociedad Argentina de Escritores. Y, tambin, la carta queDavid Vias (1958) le escribiera al crtico teatral J. J Carilla (quien haba publicado en otro sitio una mala crtica a unaobra de Vias, Sara Golman).

    En el caso de Ismael Vias (1956), este publicaba una nota discutiendo otra de Roberto que apareci bajo el ttulo de El

    17Gilman, Claudia, entrevistas inditas. Slo a modo de ejemplo, el periodista Rogelio Garca Lupo afirmaba que Nadie haba datoantes tanta importancia a la crtica de cine. Marchaampli la cultura del cine club.18Altamirano estudia cmo, por ejemplo, si la revista argentina Surcon algaraba dedicaba a la cada del rgimen todo un nmero, enel que el peronismo apareca tanto como irrealidad,artificioyfarsa, unamezcla de fascismo y rosismo(en el que se destacabanlos textos de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges), otros actores definan que por el contrario, la llamada Revolucin Libertadoraslohaba trado, podra decirse, la farsade una revolucin. Era una contrarrevolucin que tal como lo juzgaban Rodolfo Puiggros yJorge Abelardo Ramos haba detenido un movimiento de liberacin antiimperialista. Pero tambin moviliz a quienes, en principio

    desde la universidad, catalogaron a las clases que ahora airadas salan a festejar la cada del peronismo bajo el mote de clasesmorales(esto es, el grupo nucleado bajo la revista Contorno; revista que adems le dedic el nro. 7-8 al anlisis del peronismo). Conellas no se poda estar aunque, en un principio, todos hubieran estimado cualquier virtud del peronismo como imposible. Altamirano,2001: 10 y 37 respectivamente.

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    caso Sbato y la libertad de prensa. Roberto haba relatado a ll una asamblea en la Facultad de Derecho a partir de larenuncia del escritor argentino Ernesto Sbato a la publicacin Mundo argentino y en defensa de la libertad deprensa19. Roberto afirmaba que en esa asamblea se haba comentado otra en la Sociedad Argentina de Escritores,presidida por el historiador e interventor de la Universidad de Buenos Aires, donde no se haba tratado el caso Sbato. Yesto era preocupante justamente porque en el principal rgano de representacin de los escritores, la censura a uno deellos no haba sido parte de la orden del da. Ismael Vias le responda explicndole y al mismo tiempo explicitando queRoberto probablemente ignorara los entretelones del caso por desconocer las circunstancias argentinas.

    Es interesante el modo en que Vias repona una categorizacindecombatientes contra Pern, y del lugar ocupadopor Romero. Es decir, el de un intelectual que no habra advertidopor ser un intelectual queno ha entendido nuncademasiado bien nuestra realidadlo que est en la calle, y que ha credo de buena feque el combate contra elperonismo era contra el fascismo, y que no haba advertido la dualidadque ese combate perfilaba del bando de, porejemplo, rganos de prensa como el diario La Nacin, un rgano eminentementereaccionario. Ismael Vias entendaaunque no justificaba esa ceguera de Romero, y afirmaba que quiz este recin ahora adverta la complejidad delperonismo y del antiperonismo. Roberto le contestaba a Vias, y enjuiciaba de nuevo a Romero dicindole que suconocimiento era de primera mano, de alguien que siempre haba estado cerca de los sucesos argentinos, y mucho ms,que era un espaol republicano interesado por la unin latinoamericana.

    Dos aos despus, la bajada que anunciaba la publicacin de la carta de David Vias aclaraba que ste haba solicitadola publicacin de la carta, que Vias haba sido colaborador del semanario y que, adems, publicar la carta importabaporque plantea cuestiones de inters general dentro de la literatura escnica20. Vias usaba la crtica a su obra deteatro como la excusa para discutir sobre el rol del intelectual, y sobre todo acerca de la hipocresa de la denuncia contrael peronismo y el apoltronamiento bajo las pginas del diario antiperonista La Nacin; es decir, bajo uno de losrepresentantes ms acendrados de la derecha argentina.

    Las intervenciones de los Vias no eran en ese momento intervenciones solitarias. El semanario le haba dedicado unaseccin entera a Buenos Aires en 1957, a cargo del argentino Csar Fernndez Moreno. Era un enclave porteo en elsemanario montevideano donde se publicaba la cartelera de teatro, cine, y exposiciones audiovisuales con lasconsiguientes reseas; tambin con las infaltables columnas que anunciaban los nuevos autores argentinos y sus libros(Fichero de nuevos autores argentinos), o la historia de las revistas literarias en argentina (por ejemplo, FernndezMoreno, 1957: 6), o tambin las interpretaciones a cargo de Miguel Brasc (1957) sobre las conductas de losintelectuales argentinos, en particular a la relacin entre Buenos Aires y las provincias, donde aquella quedaba muy malparada. La posibilidad de convertirse en escritor cannico pareca slo existir en la capital: Buenos Aires comoreproductora de escritores que, si no eran porteos, quedaban enclaustrados en un espritu provincianoy, quienes no,eran fagocitados as, sobreviven a duras penas. Brasco ya haba publicado en Marcha, fuera de la seccin Buenos

    Aires, un artculo en el que discuta las apreciaciones del comunista Juan Carlos Portantiero (1957) sobre la generacinde la que ambos eran parte (publicada en Cuadernos de Cultura ese ao): Una generacin se da o no se da, segnlas coincidencias de actitud esencial sean electivas o abarcativas que un grupo suficientemente importante y numerosode escritores trabaje en una direccin comn, portando unas cuantas ideas semejantes hasta que logren impregnar elespritu de su tiempo con un acento particular.

    Para Brasc, entonces, la afirmacin de Portantiero sobre las caractersticas de la nueva generacin, esto es, labsqueda del carcter nacional, era un lugar comn. Y, a la vez, Brasc adverta sobre

    La tendencia a endilgarnos a Martnez Estrada como maestro (...) El tema de los maestros de la nueva generacin no es tansimple ni se puede limitar al repertorio de antecedentes nacionales. En todo caso, influencias mucho ms generales eimprecisas la constituyen Borges, Macedonio Fernndez, Arlt (...) considero sin embargo menos aventurado decir que nuestrageneracin aprendi a escribir leyendo a Macedonio Fernndez y Borges que a pensar el pas a travs de Ezequiel MartnezEstrada.

    Esto ltimo discute las apreciaciones que, sobre esa misma generacin, haba hecho el mismo crculo contornista y, si sequiere, que haba repetido Rodrguez Monegal en El juicio a los parricidas. Es decir, ubicar al ensayista EzequielMartnez Estrada como el principal exponente de un linaje que los contornistas habran recuperado, ms all de lasfuertes desavenencias que tuvieran con l (de hecho, Contorno le dedic el nmero 4, en 1954, a esas cercanas y

    19Roberto (seudnimo de Roberto Gmez) fue un espaol republicano exilado en Uruguay con motivo de la Guerra Civil espaola. Ensus textos, varias veces enuncia la importancia de la unidad latinoamericana y, sobre todo, de que los uruguayos atiendan a los sucesosargentinos; esto lo aduce en funcin de una relacin histrica entre ambos pases. Asimismo, sigui de cerca el problema de lasnegociaciones por la extraccin de petrleo (denunciando los acuerdos anteriores a la cada de Pern); las elecciones prometidas paraterminar con la intervencin de la Confederacin General de Trabajadores (CGT) y los alargues de esas elecciones; la proscripcin delperonismo en el llamado a elecciones; el ascenso de Frondizi como esperanza de la renovacin poltica argentina. Entre otros textos,

    ver Roberto, 1956a y 1956b; 1957a; 1957b; 1957c; 1957d; 1957e y 1958a, 1958b, 1958c.20El escritor argentino David Vias nos solicita la publicacin de la siguiente respuesta a J. Carilla. Vias ha sido colaborador deMarcha; damos su carta por considerar que plantea cuestiones de inters general dentro de la literatura escnica, y no transcribimos lanota de Carilla ya que su contenido se desprende con la suficiente claridad de esta carta.

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    lejanas). Frente a estas palabras, es difcil no considerar cmo en Marcha, ya fuera sea en la seccin especfica deBuenos Aireso no, los porteos tenan una tribuna considerada legtima y, sobre todo, leda.

    Algunas conclusiones

    Puede pensarse hasta qu punto en Marchalo que se dio fue la configuracin de una misma ciudad que simblicamentehaba recuperado sus dos orillas. Al menos as lo afirmaba Rodrguez Monegal al analizar el peso del peronismoafirmando que la cortina de lata ya haba cado. O, tambin, al modo en que lo haba expuesto Quijano, era necesariotener en cuenta el mbito rioplatense que posibilitaba, en un movi miento aglutinante de pasado-presente-futuro, darcuenta del desarrollo posible del Uruguay. En esa mitad de siglo, de hecho, el Uruguay que haba dependido deInglaterra para mantener en equilibrio su balanza comercial empezaba a hacer crisis. El peso norteamericano en laregin y los contrapesos que haba hecho visibles en el armado de las relaciones internacionales con Argentina, dabancuenta visible que el Uruguay de la democracia y de la avanzada panamericana tena al mismo tiempo seriosproblemas en comerciar productos que eran competitivos con los norteamericanos. Pero, sobre todo, lo que parecainstituirse como discurso hegemnico era que lo que suceda en Uruguay era una crisis de tal tenor que tena queremover todas las estructuras. Entre ellas, la que haba sostenido la idea de que el pas era excepcional o modelo enla regin. En definitiva, lo que se puede advertir es la ambigedad de lo rioplatense: inclusivo y descriptivo, al mismotiempo que un enunciado por el que marcar las diferencias entre Montevideo y Buenos Aires; Uruguay y Argentina. A lavez, para los intelectuales argentinos que utilizaron sus pginas como tribuna legtima de enunciacin, el semanario eraun espacio posible para esa cultura de izquierda que la cada del peronismo haba puesto en crisis.

    Las estrategias de unos y de otros, de uruguayos y argentinos, desde Marcha y sobre Marchaayudan a reflexionar entorno del significado que tiene la conformacin de redes intelectuales en los estudios literarios. Quiz ayude pensar esesentido la imagen de que la red es, a fin de cuentas, una serie de agujeros atados con un hilo (Barnes, 2001). Lasestrategias personales, las dinmicas grupales, las complejidades nacionales, regionales e internacionales no puedenquedar fuera a costa de armar una teleologa de la red que pierda de vista el hilo y las manos que lo tejen. Lossignificados de lo rioplatense en las pginas de Marcha ayuda a mostrar esa complejidad.

    Bibliografa y fuentes

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