López Rosado, La Política de Obras Públicas y La Economía Nacional, 1947

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    Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México UNAM)

    La Política de Obras Públicas y la Economía NacionalAuthor(s): Diego López RosadoSource: Investigación Económica, Vol. 7, No. 1 (PRIMER TRIMESTRE 1947), pp. 105-114Published by: Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)Stable URL: http://www.jstor.org/stable/42776139

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     La Política Je Otras Públicas y la

     Economía Nacional*

     Por Diego López Rosado.

     El aspecto más conocido de la actuación de los últimos ge

     biernos es su programa de obras públicas. Las lujosas ediciones

     que compendian los trábajos efectuados en los dos anteriores

     sexenios, han dado oportunidad a todo el mundo, para impo'

     nerse en detalle de lo que el país ha logrado en su mejoramiento

     constructivo. Esta es la causa por la cual no insistiremos más

     sobre hechos que son de sobra conocidos.

     Sin embargo, por estar convencidos de que el adelanto al'

     cansado por el país es innegable tengo el propósito, durante esta

     breve platica, de ponerlo de relieve haciendo una comparación

     con la política de obras públicas efectuada durante otras etapas

     de nuestra historia.

     Para facilitar la exposición, deseamos afirmar en primer tér'

     mino que, cuando menos en México, existe un hecho incontro'

     vertible: la política de obras públicas refleja, en todas ocasiones

     la situación financiera y la posición política que tienen los go'

     biernos; de esta manera, los programas se aceleran o se reducen

     tan pronto como el Estado atraviesa por una situación de be

     nansa o de irregularidad en sus ingresos.

     Otro hecho que debemos tomar en cuenta es la orienta'

     ción, el acento que cada época confiere a ciertos aspectos que

     se consideran fundamentales de la política de obras públicas.

     Durante la época prehispánica, tres son las obras públicas

     que sobresalen por su trascendental importancia: En primer lu'

     gar se encuentran las obras de rellenamiento del Lago de México.

     Asentados los mexicanos en un pequeño y reducido islote, ca'

     redan no tan sólo de tierras de cultivo, sino, lo que es más

     * Conferencia dictada en la Escuela Nacional de Economía, en los

     Cursos de Invierno 1946-194?.

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     importante, de la superficie indispensable para la construcción

     de sus propias habitaciones.

     Admira que esta constante y tesonera labor que repre'

     senta el acarreo de tierra para acrecentar el reducido espacio

     del primitivo islote sea de carácter anónimo, pues que yo sepa,

     no existe ninguna cita histórica que atribuya en forma concreta,

     a un gobernante determinado, el haber realizado estos trabajos.

     Como se ve, el rellenamiento fue obra del transcurso de los años

     quizá., como afirma Téllez Pizarro, apoyado en el sistema agrícola

     a base de chinampas.

     Motecuhzoma Ilhuicamina, el más belicoso y constructor

     señor de la historia azteca, auxiliado por el consejo técnico de

     Nezahualcóyotl, inició la construcción de la célebre albarrada

     vieja de los indios, imponente dique que ponía a cubierto de

     las inundaciones a la lacustre ciudad de Tenochtitlán. El dique

     macizo de más de 16 kilómetros de largo, cuyas ruinas todavía

     pueden encontrarse cerca de la carretera de Pachuca, es una

     obra de ingeniería calificada de portentosa, sólo comparable con

     la construcción de las carreteras del Imperio Romano. Los aztc

     cas tuvieron que recurrir al esfuerzo combinado de los pueblos

     ribereños, ya para entonces sometidos militarmente, para que

     aportaran los materiales de construcción y la mano de obra

     que se requería.

     Sin duda que la solución del problema de las inundaciones

     encontrada por Nezahualcóyotl fue la más apropiada pues, sin

     eliminar su habitat de pueblo lacustre, consiguieron domeñar

     la fuerza de las aguas dividiendo el lago en dos partes: la del

     oriente, de aguas saladas, que se denominó Lago de Texcoco y

     la del occidente, de aguas dulces, que pudo verse libre de la

     vesterilidad a que lo condenaban las aguas salobres, llenándose

     rápidamente de una numerosa fauna acuática y tules y caña'

     verales en sus orillas.

     La construcción del acueducto de Chapultepec que con'

     ducía el agua potable a la ciudad, es la tercera y última de las

     obras públicas de esta época que vamos a examinar; en ella pode'

     mos ver también una obra palpable del adelanto de la técnica

     arquitectónica de los antiguos mexicanos: aprovechando la exis'

     tencia de los manantiales que brotaban al pie del cerro de Cha'

     pultepec, el agua se hizo entrar por un doble conducto, hecho

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     POLÍTICA DE OBRAS PÚBLICAS 107

     de manipostería, que la llevaba hasta el centro de la ciudad,

     repartiéndose después en numerosas fuentes particulares y pú'

     blicas.

     El estado azteca logró, con sólo estas tres obras, un pres'

     tigio que no podrá borrar el tiempo, por el alcance social y

     por el beneficio público que representan.

     El gobierno colonial se preocupó fundamentalmente por la

     construcción de caminos. Más de 26,000 kilómetros alcanzó

     el desarrollo de las vías de comunicación de la Nueva España,

     de los cuales una tercera parte cuando menos, era de caminos

     carreteros y el resto de caminos de herradura. El propósito

     esencial que se perseguía al edificar estos caminos fue el de

     facilitar el tránsito de los minerales preciosos desde sus centros

     de producción hasta los puertos de embarque con destino a Es'

     paña; sólo el camino de México a Guadalajara, que sirve como

     ruta de abastecimiento de productos agrícolas, escapa a esta

     regla.

     Cortés, con una perspicacia que aumenta sus méritos de

     organizador y de gobernante, fue el primero que planeó y esti'

     muló la construcción de caminos; a él se debe el primer proyecto

     para unir con una ruta interoceánica el Istmo de Tehuantepec.

     Mendoza, Velasco y Revillagigedo, unen su nombre también a

     este esfuerzo que honra la administración de los virreyes.

     A simple vista, la edificación de templos, monasterios y,

     en general, construcciones religiosas no es en sí, parte integrante

     de un programa de obras públicas. Sin embargo, para el costo de

     estas obras, la Real Hacienda contribuía con una tercera parte,

     dividiéndose por igual entre los encomenderos y los indios del

     obispado, el resto de los gastos.

     Resulta impresionante la cifra de las construcciones reli'

     giosas efectuadas durante los tres siglos de la colonia, pues las

     818 que consigna Benitez en su libro, representan el esfuerzo

     material y externo de la intensa propaganda religiosa efectuada

     por los sacerdotes y misioneros.

     El número de escuelas y hospitales erigidos por los espa'

     ñoles contrasta notablemente con la actividad desarrollada en

     la construcción de edificios religiosos, pues mientras los primeros

     sólo se encuentran en las ciudades de mayor importancia, las

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     iglesias se localizan hasta en los más pequeños poblados, con

     una suntuosidad, con un derroche, hoy maravilla del turista,

     que sólo es explicable por el uso constante de la mano de obra

     gratuita que, en cantidades ilimitadas proporcionaron los indi'

     genas.

     Las frecuentes inundaciones que padeció la Ciudad de Mé'

     xico durante el período colonial, pronto se convirtieron en la

     sempiterna pesadilla de las autoridades. Aún cuando los tra'

     bajos del Desagüe del Valle de México tienen un carácter local,

     ninguna otra obra ocupó por tanto tiempo la atención y los

     recursos de las autoridades. El Desagüe de la Ciudad de México

     y las vicisitudes por las que atravesó su construcción, reflejan

     con claridad la calidad de las administraciones que sucesivamen'

     te tomaron a su cargo los diferentes proyectos; son también el

     mejor exponente del adelanto de la ingeniería hidráulica de la

     época.

     En las obras del Desagüe del Valle de México se invirtic

     ron más de ocho millones de pesos, en su mayor parte producto

     de los impuestos con que se gravaba la introducción a la Ciu'

     dad de México, de ciertas mercancías como el vino, el aceite y

     la harina.

     De hecho, el problema de las inundaciones de la ciudad

     no quedó resuelto sino a principios del siglo XX, en que la ad'

     ministración del Gral. Díaz las dió por concluidas.

     La guerra de independencia trajo consigo muy serios tras'

     tornos para la economía nacional pues, además de la destrucción

     que es común a todo conflicto de carácter militar, muchos sec

     tores de la producción quedaron paralizados por largos años,

     afectando notablemente la posición financiera de los primeros

     gobiernos independientes.

     Cuando menos hasta el año de 1876 los gobernantes que

     se sucedieron en el poder, no pudieron hacer otra cosa qüe

     procurar cubrir de alguna manera las urgentes necesidades ad'

     ministrativas del Estado. La inestabilidad del gobierno, favore'

     cida por la continua agitación política interna y las frecuentes

     invasiones extranjeras, no permitió llevar a cabo ninguna obra

     que sea digna de mención en esta etapa turbulenta de nuestra

     historia. En ocasiones, por lo contrario, urgido de fondos el

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     POLÍTICA DE OBRAS PUBLICAS 109

     gobierno, echó mano de recursos que, en forma expresa, estaban

     destinados a la construcción y reparación de los caminos.

     El régimen porfiriano fue más afortunado pues, después

     de consolidar la paz usando dé su conocida política de pan y

     palo , pudo efectuar un vasto programa de obras públicas que

     es, hasta hoy, el más socorrido reducto de los pocos defensores

     que aun le quedan.

     El tendido de 25,500 kilómetros de vías férreas es sin lugar

     a dudas, la obra más sobresaliente del porfirismo. Por ahora,

     debemos confesarlo claramente, la Revolución no ha podido

     superar la magnitud de estos trabajos. A su vez, es conveniente

     mencionar que de los $ 700.000,000 que las instalaciones fe'

     rroviarias representan, la gran mayoría fue invertida por erri'

     presas extranjeras. El Estado sólo contribuyó en mínima parte

     en estas erogaciones, concediendo tierras o subvenciones de unos

     cuantos miles de pesos por kilómetro construido.

     Estoy convencido, siguiendo a Bulnes, de que el régimen

     porfiriano no tuvo en realidad un plan propio para la construc

     ción de esta extensa red de caminos de hierro; existen docu'

     mentos que prueban que el general Díaz se opuso a que se

     otorgaran concesiones ferrocarrileras a las compañías extran'

     jeras que las solicitaban. En esta forma resulta que las cons'

     tracciones ferroviarias, no fueron planeadas por el Estado, sino

     impuestas por presión exterior. El telegrama de nuestro emba'

     jador en Estados Unidos, señor Zamacona, es concluyente : Puc

     de usted estar seguro de que si no entran los rieles norteameri'

     canos en México, entrarán las bayonetas .

     Durante la misma administración se ejecutaron las siguien'

     tes obras: El Desagüe del Valle de México, terminado a prin'

     cipios de este siglo, costó cerca de 16 millones de pesos; la

     introducción de agua potable y saneamiento de la Ciudad de

     México, 12 millones; la construcción de algunos edificios pú'

     blicos, como el Correo y la Secretaría de Comunicaciones y

     Obras Públicas, y algunas otras mejoras, representan 61 mille

     nes de pesos.

     Durante los treinta años que se mantuvo en el poder, el

     general Díaz manejó cerca de 1,200 millones de pesos, dando

     un acentuado énfasis a su programa de obras públicas.

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     110 INVESTIGACIÓN ECONOMICA

     Actualmente se da una atención preferente a la política

     de irrigación, de construcción de plantas eléctricas y de caminos,

     pues sólo estos tres renglones absorben el 70% de las inversie

     nes realizadas en los últimos períodos gubernamentales. El pre'

     supuesto que se ha destinado a los ferrocarriles, tiene el doble

     objetivo de la construcción de las líneas, que unirían a las Pe'

     nínsulas de Yucatán y de la Baja California con el resto del

     territorio, así como la rehabilitación de equipo que sufrió necc

     sanamente las consecuencias del uso constante y anárquico de

     las operaciones militares efectuadas durante la revolución. Se

     calcula que el demérito resentido por el sistema durante la etapa

     armada solamente, fué de más de 36 millones de pesos.

     No ncesitamos hacer un elogio exagerado de la política

     actual de obras públicas para convencer fácilmente de su orien'

     tación decidida hacia un mejoramiento social de las grandes ma'

     sas de la población.

     Sin la construcción de obras de riego, la reforma agraria

     fracasaría totalmente y sin la edificación de plantas hidroeléc

     tricas la industrialización nacional sería inalcanzable.

     Por demás está insistir en que la edificación de escuelas,

     hospitales y edificios públicos supera en cualquier aspecto a

     todo lo que en esta materia se había hecho anteriormente.

     Hasta aquí he hecho mención del aspecto material y Ob'

     jetivo de las obras públicas, más su significado no podrá enten'

     derse cabalmente hasta en tanto no conozcamos la forma en que

     el Estado logró su financiamiento.

     Hay dos sisteams de financiamiento perfectamente dife'

     rendados: es el primero aquel que utiliza en forma exclusiva

     los recursos derivados de los ingresos normales del gobierno y

     el segundo que se apoya en la obtención de créditos, bien sea

     interiores o del extranjero. Es claro que estos dos sistemas pue'

     den combinarse de diferentes maneras.

     En el período prehispánico no podemos hablar de la exis^

     tencia de un régimen monetario propiamente dicho, pues aunque

     ya era conocida la moneda y la había de diferentes clases, los

     ingresos del Estado no se calculaban ni se percibían en esta

     forma. Los pueblos sometidos y los mismos aztecas pagaban tri'

     butos en especie que eran almacenados por funcionarios espe

     cíales.

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     POLÍTICA DE OBRAS PUBLICAS 111

     Las obras públicas eran entonces efectuadas por un pro*

     cedimiento que exceptuaba el uso del dinero, es decir, los azte'

     cas usando de su poderío militar, obligaban a los pueblos some'

     tidos a proporcionar la mano de obra y los materiales que eran

     necesarios para las obras públicas. Por otra parte, sería aven'

     turado afirmar que hubiese algún plan coordinador de estas

     actividades, más bien debe entenderse que las obras públicas

     se efectuaban hasta aquel momento en que la amenaza de los

     agentes naturales, como en el caso de las inundaciones, o las

     necesidades públicas, como en el caso del abastecimiento de agua

     potable y el rellenamiento del lago, lo exigían imperiosamente.

     Los presupuestos coloniales no son conocidos en detalle

     sino hasta 1785 en que el virrey Revillagigedo comisionó a los

     señores Urrutia y Fonseca para organizar la Hacienda Pública.

     Apoyándonos en estos datos, sabemos que a fines del siglo XVIII

     los ingresos de la Nueva España alcanzaban más o menos 20

     millones de pesos: una parte importante era remitida a España

     como contribución colonial; otra partida de consideración era

     destinada a proporcionar cierta ayuda a Guatemala, Puerto Rico,

     Filipinas, Habana, Florida y la Legación de España en Filadelfia;

     el resto se destinaba al pago de los sueldos y gastos de admi'

     nistración. Prácticamente no había una partida determinada

     para obras públicas.

     Las obras públicas que hemos señalado para este período

     fueron financiadas sustancialmente con el valioso concurso de

     la mano de obra gratuita que en cantidades ilimitadas propor'

     donaron los indígenas.

     El recurso de los impuestos especiales fue usado amplia'

     mente: los impuestos de avería, de peaje y alcabala se destina'

     ban a la construcción y reparación de caminos, a la continuación

     de las obras del desagüe y en fin, a las obras públicas más ur'

     gentes.

     Las aportaciones particulares no carecieron de importancia,

     pues muchos acaudalados españoles y criollos dedicaron su for'

     tuna a ciertas fundaciones piadosas o de beneficencia.

     En la época independiente se origina la deuda pública me'

     xicana. Se acepta que fue durante el gobierno de Iturbide cuan'

     do se empezó a solicitar créditos en el extranjero, garantizándolos

     con los productos de las recaudaciones aduanales.

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     112 INVESTIGACIÓN ECONOMICA

     Carente de recursos y obligado a combatir las frecuentes

     guerras civiles, el gobierno contrajo numerosos compromisos

     que acrecentaron la deuda nacional, de tal suerte, que para el

     año fiscal de 18694870 ya importaba más de 120 millones de

     pesos. Unos cuantos años más tarde, en 1888, llegaba a más

     ae 139 millones.

     El régimen porfiriano no escapó a la costumbre de solicitar

     créditos en el extranjero. Para 1907, punto culminante de este

     período, la deuda pública se encontraba en el siguiente estado:

     Deuda Exterior

     Deuda Interior

     Deuda Flotante

     Ursula Hicks distingue tres tipos de deuda pública:

     DEUDA LASTRE. - Aquella en la que se incurre a con'

     secuencia de ciertos desembolsos que de ninguna forma aumen'

     tan la capacidad productiva de la comunidad y que no da ni un

     ingreso monetario ni una futura corriente de utilidades. Tal es

     el caso de los gastos de guerra.

     DEUDA PASIVA. - Aquella en la que se incurre a con'

     secuencia de ciertos gastos que aún cuando proporcionan uti'

     lidad y disfrute a la comunidad como edificios públicos, par'

     ques, etc., no producen por sí mismos ningún ingreso monetario

     ni aumentan la eficacia y productividad del trabajo y el capital.

     DEUDA ACTIVA. - Es aquella en la que se incurre a

     consecuencia de desembolsos de capital en proyectos autoliqui'

     dables o aquellos desembolsos de tal índole que tienden, directa

     o indirectamente, a aumentar el poder productivo de la comü'

     nidad, como por ejemplo, los gastos en higiene o educación pú'

     blica, o los destinados a la mejora y conservación de los recursos

     naturales.

     Un poco arbitrariamente, podemos aceptar que la deuda

     pública contraída a partir del gobierno de Iturbide y hasta 1870,

     tiene el carácter de deuda lastre, puesto que no aumentó en

     forma alguna la capacidad productiva de la comunidad ni su

     ingreso monetario, antes bien, constituyó una pesada carga que

     hubieron de llevar sobre sus hombros todos los mexicanos, pues

     sus productos los consumió así íntegramente la guerra.

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     POLÍTICA DE OBRAS PÚBLICAS 113

     Durante el porfirismo se combinan los tipos de deuda pasi-

     va y la deuda activa. Cuando menos los 61 millones invertidos

     en edificios públicos pertenecerían al primer grupo y los 16

     millones gastados en la terminación de las obras del desagüe

     del Valle de México, los 12 millones invertidos para la dotación

     de agua potable y los 120 millones destinados a las mejoras ma'

     teriales de los puertos de Veracruz, Tampico, Manzanillo, Coat'

     zacoalcos y Salina Cruz, deben alinearse en el segundo grupo.

     La obra constructiva de la Revolución se ha financiado en

     parte, por conducto de la deuda pública, la cual al 30 de junio

     de 1946, asciende a cerca de 1,400 millones de pesos. Distribuidos

     en diferentes emisiones de bonos de caminos, de la industria

     eléctrica, de ferrocarriles, de riego, de la defensa, de puer'

     tos libres y de obras públicas; sin embargo la importancia

     social y económica de esta deuda, que casi íntegramente perte'

     nece al grupo de la deuda activa, no puede subestimarse.

     La acción del gobierno en el campo de las obras públicas

     se ha reflejado necesariamente en el volumen y estabilidad de

     los ingresos gubernamentales; en un sólo año los actuales gobier'

     nos disponen de un presupuesto que numéricamente es superior

     al que dispuso el porfirismo en- los 30 años que se mantuvo en

     el poder.

     Hasta aquí nos hemos limitado a exponer en forma suma'

     ría, más bien descriptiva, los esfuerzos que en cada época los

     gobiernos han realizado en materia de obras públicas. El ba'

     lance favorece por todos conceptos a la Revolución y sus re'

     presentantes pueden sentirse satisfechos de la importancia y

     magnitud de su programa de obras públicas. Las inversiones

     han estado en consonancia con el alcance y trascendencia de

     los problemas a resolver. Mucho se ha logrado hasta hoy, pero

     en un futuro próximo quizá las obras públicas lleguen a tener un

     sentido social y económico muy diferente al que hasta hoy se

     les ha atribuido.

     El desenvolvimiento nacional, palpable y objetivo que se

     advierte por todas partes, requiere ya de un plan madurado y

     técnico de las obras públicas con miras a hacer frente, con la

     mayor eficacia posible, a los movimientos cíclicos de la econo'

     mía mundial que nos afectarán cada vez en forma más profunda.

     No negamos que por su mismo carácter, algunas obras públicas

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  • 8/18/2019 López Rosado, La Política de Obras Públicas y La Economía Nacional, 1947

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     1 14 INVESTIGACIÓN ECONOMICA

     sean inaplazables, pero otras, menos urgentes, pueden ser reser-

     vadas para ejecutarse en períodos de depresión, con lo que se

     alcanzaría una elasticidad en el plan de obras públicas que per'

     mitiera usarlo con eficacia, para lograr menos dolorosamente la

     recuperación.

     El régimen actual, que se inicia bajo los mejores auspicios,

     está más obligado que ningún otro, a promover un estudio de

     esta naturaleza. Queda pues en sus manos la resolución del pro-

     blema, elaborando un plan que aproveche la experiencia acumu'

     lada en otros países y los inmensos recursos que hoy tiene a

     su disposición.