Los Anormales

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Traducción de HORACIO PONS MICHEL FOUCAULT LOS ANORMALES Curso en el College de France (197 4-1975) Edición establecida bajo la dirección de Ewald y Alessandro Fontana por Valerio Marchetti y AntoneJJa Salomoni FONDO DE CULTURA ECONóMICA Marco -ARGENTINA- BRASIL - COLOMBIA - CHILE - EsPAÑA EsTADOS UNIDOS DE AMBRICA- PERú- VENEZUELA

Transcript of Los Anormales

  • Traduccin de HORACIO PONS

    MICHEL FOUCAULT

    LOS ANORMALES Curso en el College de France

    (197 4-1975)

    Edicin establecida bajo la direccin de Fran~ois Ewald y Alessandro Fontana

    por Valerio Marchetti y AntoneJJa Salomoni

    FONDO DE CULTURA ECONMICA

    Marco -ARGENTINA- BRASIL - COLOMBIA - CHILE - EsPAA EsTADOS UNIDOS DE AMBRICA- PER- VENEZUELA

  • Primera edicin en fr.tnc:s, 1999 Primera edicin en espaol, 2000 Cuarta reimpresin, 2007

    Fouc;tult, rvlichel Los anormales . la ed. 4a rcimp .. Buenos Aires : Fondo de Cultura Econm{ca, 2007.

    352 pp. ; 23x 15 cm. (Colee. Sociologa)

    ISBN 978-950-557-344-8

    1. Filosofia lv1oderna. l. Ttulo CDD 190

    Esta obra ba sido publicada con el apoyo del Ministerio de la Cultura de Francia.

    Ttulo original: Les aJwrmatt."

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    ellos extranjeros, ocupaba dos anfiteatros del Colll!ge de Francc. Fouc3ulr se quej con frecuencia de la distancia que sola haber emre l y su "pblico" y de los escasos intercambios que la forma del curso haca posibles.5 Soaba con un seminario que fuera el mbito de un verdadero trabajo colectivo. Hizo para ello diferentes intemos. Los ltimos aos, a la salida del curso, dedicaba bastante tiempo a responder a las preguntas de los oyentes.

    As retrataba su atmsfera, en 1975, un periodista del Nouvel Observateur, Grard Petitjean:

    Cuando Foucault entra en el anfiteatro, rpido, precipitado, como alguien que !(C arroja al agua, pasa por encima de algunos cuerpos para llegar a su silla, apar-ta los grabadores para colocar sus papeles, se saca la chaqueta, enciende una lmpara y arranca, a cien por hora. Una voz fuerce, eficaz, reproducida por los altoparlantes, nica concesin al modernismo en una sala apenas iluminada por una lu1. que se eleva de unos pilones de estuco. Hay trescientos lugares y qui-nientas personas aglomeradas, que ocupan hasta d ms mnimo espacio libre. [ ... ]Ningn efecto de oratoria. Es lmpido y tremendamente efica7 .. Sin Ir. me-nor concesin a la improvisacin. Foucaulr tiene doce horas para explicar, en un curso pblico, el sentido de su invescig:acin durante d aiio que acaba de ter-minar. Enronces, se cific al mximo y llena los mrgenes como esos correspon-sales que rodav(a tienen demasiado que decir una vez tlegados al final de la hoja. A las 19:15, Foucault se detiene. Los es[Udiances se abalanzan sobre su escrito-rio. No para hablarle, sino para parar los grabadores. No hay preguncas. En el tropel, Foucault est solo.

    Y Foucault comenta:

    Tendrfa que poder discutirse la que he propuesw. A veces, cuandf? la clase no es buena, bastara poca cosa, una pregunta, para volver a poner codo en su lugar. Pero esa pregunta riunca se plamca. En Francia, el efecto de grupo hace imposi-ble cuaJquier discusin real. Y como no hay un Canal de retorno, el curso se tea-

    ~ En 1976, con la esperall1~"1 -vana- de que la concurrencia disminuyera, Michel Fouc;uLlt ca m bi el horario del curso, que pas de las 17:45 a las 9:00 de la maana. Cf. el comienzo de la primera clase (7 de enero de 1976) de !l fout dtftndr~ la sociltt. Cours au Coll(g~ de Fram:e (1975-1976), edit:~do bajo la direccin de F. Ew;tld y A. Fontana por M. Bertani y A. Fama-na, Pads, Gallimard/Seuil. 1997 [traduccin castellana: Hay qu~ defo11der la socdad. Cuno m

    ~1 Collrg~ de Frmtce (1975-1976), Bueno.~ Aires, Fondo de Cultura Econmica, de prxima ap:trici6nl.

    ADVERTENCIA

    trali1.a. T cngo una relacin de actor o de acrbata con las personas presentes. Y cuando termino de hablar, una sensaciQn de soledad rotal ... 6

    9

    Michd Foucault abordaba su enseanza como un investigador: exploraciones para un libro futuro, desciframiento, tambin, de campos de problematizacin, que soHan formularse ms bien como una invitacin lanzada a eventuales in-vestigadores. Es por eso que los cursos del CoiiC:ge de France no duplican los li-bros publicados. No son su esbozo, aunque haya temas que puedan ser cornuncs entre unos y. otros. Tienen su propio status. Competen a un rgimen discursivo especfico en el conjunto de los actos filosficos efectuados por Michel Foucault. En e.llos, ste despliega muy en particular el programa de una genealogia de las relaciOnes s~ber/poder en funcin del cual, a partir de principios de la dcada del setenta, pensar su trabajo, en oposicin al de una arqueologa de las formacio-nes discursivas que hasta enconccs haba dominado.? . Los cursos tambin tenan una funcin en la accualidad. El oyente que parri-

    Clpaba en ellos no se senta nicameme cautivado por el relato que se construa semana tras semana, no lo seduca solamente el rigor de la exposicin; tambin encontraba en elb una iluminacin sobre el momento actual. El arte de Michel Foucault consista en abordar en diagonal la actualidad a travs de la historia. Poda habbr de Nietzsche o de Aristteles, de la pericia psiquitrica en el siglo XIX o de la pasroral cristiana: el oyen re siempre extraa de esos temas una luz sobre el

    prese~re y l~s acontecimientos de !os que era contemporneo. El poder propio de MJChel foucault en esos cursos obedeca a ese sutil cruce entre una erudicin sabia, un compromiso personal y un trabajo sobre el acomecimiento.

    * *

    Los aos setenta presenciaron el desarro!loy el perfeccionamiento de los graba-dores a casete, y el escritorio de Michel Foucault promo se vio invadido por ellos. De tal modo, los cursos (y algunos seminarios) pudieron conservarse.

    Esta edicin roma como referencia la palabra pronunciada pblicamencC por Michcl Foucaulr. Da de ella la transcripcin ms literal posible. a Habra-

    6 Grard Perirjcan. U Les Grands Pd:trcs de runiversit fram;:aisc", en Le Nouvd OhurvtUeur, 7 de abril de 1975.

    : Cf. e~_panicular "Nicr~.sche, la gnalogi~, l'histoir~", en Ditr et crirs, oh. cit., vol. 2, p. 137. Se utLh7~>ron ms espectalmcnce las grnhacLones real11~1das por Grard Burler y Jacques Lagrange. guardada.- en el Coi\Cge de France y e!JMEC.

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    mos deseado poder publicarla sin modificaciones. Pero el paso de lo oral a lo escriro impone una intervencin del editor: como mnimo, es preciso introdu-cr una Pl:lntuacin y recortar los ptirrafos. El principio consisti siempre en m;menersc lo ms cerca posible del curso efectivamente pronunciado.

    Cuando p:1rcci indispcilsablc, se suprimieron las reiteraciones y repcckio-ncs; .se rescabJecieron las frases inrernunpidas y se recrificaron l~s consrrucciones incorrectas.

    Los puncos suspensivos indican que la grabacin es inaudible. Cuando la frase es oscura, figura entre corchetes una integracin conjetural o un agregado.

    Un asterisco a pie de pgina indica las variantes significativas _de las notas urilizadas pOr Michel Foucault con respecto a la pronunciada.

    Se verificaron hs citas y se sealaron las referencias de los textos ucilizados. El aparato crtico se lmta a dilucidar los puntos oscuros, explicitar ciertas alu-siones y precisar los puntos crticos.

    Para facilitar la lectura, cada clase est precedida por un breve sumario que indica sus principales articulaciones.9

    Sigue al texro del curso el resuh1en publicado en" el Annuaire du College de Fmnce. En general, Michel Foucault los redactaba en junio, vale decir, algn tiempo tlespus de la finalizacin del.curso. Era para l una oportunidad de po-ner de relieve su inrencin y objetivos. Constituye su mejor present

  • Curso Ciclo lectivo 197 4-197 5

  • Clase del 8 de enero de 1975

    La.~ pcrias quiitricas en m

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    bilidad moral de ste. De codas formas, argumem;:remos fundados en la hipte-sis de que A. habra ejercido sobre el espriru de la joven L., de una manera cualquiera, una influencia que habra conducido a sta al asesinato de su hija. En eSta hiptesis, por ende, he aqu cmo nos representaramos las cosas y a los actores. A. pcnenecc a un medio poco homogneo y socialmeme mal estableci-do. Hijo ilcgrimo, fue criado por su madre, slo fue reconocido muy tarda-mente por su padre y conoci cmonccs a sus medios hermanos, sin que pudiera generarse una verdadera cohesin familiar. Tanto ms cuanto que, muerto d padre, volvi a verse solo con su madre, mujer de condicin bastante turbia. Pe-se a todo, estaba destinado a cufsar estudios secundarios, y sus orgenes pudie-ron pesar un poco sobre su orgullo natural. Los seres de su especie, en suma, nunca se sienten muy bien asimilados al mundo al que llegaron: de aH su culto de la paradoja y de todo lo que genera desorden. En un ambiente de ideas un tamo revolucionarias [les recuerdo que estamos en 1955; M. F.], se sienten me-nos desterrados que en un medio y una filosofa envarados. Es la hisroria de ro-das las reformas intelectuales, de rodas los cenculos; la de Sainr-Germain-des-Prs, el cxisrcncialismo,z erccera. En todos los movimientos pueden surgir per.mnalidadc.

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    g:uiva. Evidememenrc, A. hizo mal en no atenerse al programa de las c~cuelas militares y, en el amor, a las escapadas de fines de semana; pero sus paradops. no ohswnre, no tienen el valor de ideas dcliranccs. Desde luego, si no desarroll simplemcme delante de la joven L .. de manera imprudemc. lcoras demasiado complicadas para ella, si la empuj intencionalmemc al asesinato de la nita, sea para liberarse cvcncualmencc de sta, sea para probarse su poder de , sea por puro juego perverso como Don Juan en la escena del pobrc,8 su responsabilidad se mantiene nrcgramcnte. No podemos presentar de otra ma-nera que en esra forma condicional unas conclusiones que pueden ser atacadas por todos lados, en un asunto en que corremos d riesgo de que se nos acuse de .sobrepasar nuestra misin y usurpar e( papd del jurado, tomar partido a favor o en contra de la culpabilidad propiameme dicha del acusado o incluso de que se nos reproche un laconismo excesivo, si decimos sccameme lo que. J.e ser preciso, bastara: a sabL"I', que A. no prescma ningn signo de enfermedad mental y, de manera general, es plenamente responsable.

    He aqu un texto, entonces, q~e data de 1955. Perdnenme por la longimd de estos documencos (pero, en fin, comprendern en seguida que constituyen un problema); querra ahora citar otros que son mucho ms breves, o ms bien un it~forme hecho en relacin con tres hombres que haban sido acusados de chantaJe en un asunro sexual. Leer el informe al menos en d caso de dos de ellos.9

    Uno, digamos X.,

    sin ser inrclcccualmcnre brillame. no es estpido; encadena bien las ideas y tiene buena memoria. Moralmente, es homosexual desde los 12 o 13 aos, Y en su.'> ini-cios ese vicio no habra siJu ms que una compensacin de las burlas quc'soporta-ba cuando, de nio y criado por la asistencia pblica, estaba en la Mancha [el de-partamento; M. F.]. Quizs su aspecto aCeminado agrav esra tendencia a la homosexualidad. pero lo que lo llt:v6 al chantaje fue el incentivo de la ganancia. X. es totalmente inmoral, dnico e incluso charlad.n. Hace tres mil a10s, segura-mente habra residido en Sodoma y los fuegos del ciclo lo habran Clstigado con toda justicia por su vicio. Hay que reconocer con claridad que Y. [que es la vcri-ma del chantaje; M. F.] habra merecido el mismo castigo. Puesto que en definitiva es anciano, relativamente rico y no cuvo mejor idea que proponer a X. instalarse

    8 Alusi6n a la segunda escena del tercer acro de Dom Juan ou it Fertin de pi~rre [Don ]ttan o el ft-;n d~ pi~dmJ, de Moliere (en CEuvm, publicad:1s por E. Despois y P. MeSilard, Pars, 1880, V, pp. 114-120). .

    9 Se

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    discursos de verdad que hacen rer y tienen el poder institucional de matar son, despus de mdo, en una sociedad como la nuestra, discursos que merecen un poco de atencin. Tamo ms cuanro que algunas de esas pericias, la primera en particular, se referan -como pudieron verlo- a un asunto especialmemc grave y, por lo tamo, relativamente raro; en cambio, en el segundo caso, que data de 1974 (o sea el ao pasado), lo que est en cuestin es, desde luego. el pan coti-diano de la justicia penal, e iba a decir de codos los encausados. Esos discursos coridianos de verdad que matan y dan risa escn ah, en el corazn misino de nuestra institucin judicial.

    No es la primera vez que el funcionamiento de la verdad judicial no slo es problemtico sino que da risa. Ustedes saben bien que a fines del siglo XVIII (creo que les habl de dio hace dos aos), 12 la manera en que se administraba la prueba de la verdad, en la prctica penal, suscitaba a la va irona y crtica. De-ben acordarse de esa especie, a la vez escolstica y aritmtica, de la prueba judi-cial, de lo que se llamaba en esa poca, en el derecho penal del siglo XVIII, prue-ba legal, en que se distingua toda una jerarqua de pruebas que se ponderaban cuantitativa y cualitativamente. 13 Haba pruebas completas e incomplcras, ple-nas y semiplenas, pruebas enteras, semi pruebas, indicios, adminculos. Y luego se combinaban, se sumaban todos estOs elementos de demostracin para llegar a una cierra cantidad de pruebas que la ley, o ms bien la costumbre, defina como el mnimo necesario para obtener la condena. A partir de ese momento, a parrir de esa aritmtica, de ese clculo de la prueba, el tribunal deba tomar su decisin. Y en sta, al menos hasta cierto punto, estaba arado a esa aritmtica de la prueba. Adems de esta legalizacin, de esta definicin legal de la naturaleza y la cantidad de la prueba, ~~1 margen de esta formalizacin legal de la demostra-cin, estaba el principio de que los castigos deban establecerse de una maner

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    por lo tanto, de verdad-, debe poder aceptarse cualquier prueba. No es la legali~ dad de sta, su conformidad con la ley, lo que har de ella una prueba: es su ca-pacidad de demostracin. Es la cap:tcidad de demostracin de la prueba lo que la hace admisible.

    Y por ltimo -la tercera significacin del principio de la [ntima conviccin-, el criterio por el cual se reconocer que se ha csrablecido una demostracin no es el cuadro cannico de las buenas pruebas, sino la conviccin: la conviccin de un sujeto cualquiera, de un sujeto indiferente. En cuan m individuo pensal?'te, es susceptible de conocimiento y verdad. Es decir que. con el principio de la np rima conviccin, se pas del rgimen aritmtico escolstico y tan ridculo de la prueba clsica al rgimen comn, al rgimen honorable, al rgimen annimo de la verdad para un sujeto al que se supona universal.

    Ahora bien, en realidad. ese rgimen de la verdad universal, al que la justicia penal pareci plegarse desde el siglo XVlll, aloja dos fenmenos, realmente Y en la manera en que efecrivameme se pone en accin; alberga dos hechos o dos prcticas que son importantes y que, creo, constituyen la prctica real de la ver-dad judicial y, a la vez, la desequilibran con respecto a esta formulacin estricta y general del principio de la ntima conviccin.

    Primeramente, ustedes saben que, en efecto, a pesar del principio de que nunca se debe castigar antes de haber llegado a la prueba, a la ntima convic-cin del juez, en la prctica siempre se mantiene cierta proporcionalidad entre el grado de certeza y la grayedad de la pena impuesta. Saben perfectamente bien que, cuando no est completamente seguro de un delito o un crimen, el juez -ya sea magistrado o jurado- tiende a traducir su incertidumbre en una atenuacin de la pena. A una incenidumbre no delwdo adquirida C?rrespon-der, de hecho, una pena ligera o ampliamente atenuada, pero siempre una pe-na. Vale decir que aun en nuestro sistema, y a despecho del principio de la fnti ma conviccin, las fuertes presunciones jams quedan por completo sin c::tstigo. Las circunstancias atenuantes funcionan de esta forma.

    En principio, a qu estaban ,Pestinadas stas? De manera general, a modu br el rigor de la ley cal como haba sido formulada, en 1810, en el Cdig~ Pe-naL El verdadero objetivo perseguido por el legislador de 1832, al definir las circunstancias atenuantes, n.o era permitir un alivio de la pena; al contrario, era impedir absoluciones que los jurados decidan con demasiada frecuencia cuan-do no queran aplicar la ley en todo su rigor. En panicular en el caso del infan-ticidio, los jurados provinciales tenan la costumbre de no condenar en absolu-to, porque si lo hadan estaban obligados a aplicar la ley, que era la pena de muerte. Para no aplicarla, absolvan. Y fue para devolver a los jurados y la justi-

    CLASE DEL 8 DE ENERO DE 1975 23

    cia un justo grado de severidad que en l832 se dio a los primeros la posibilidad de modular la aplicacin de la ley por las circunstancias atenuantes.

    Pero de hecho, detds de este objetivo, que er:-t explcitamenre el dcllegisb-rlor. qu pas? L:-t severidad de los jurados aument. Pero se produjo igual-lllcntc esto; que a partir de all pudo soslayarse el principio de la fntima convic ci6n. Cuando los jurados se vean en la situacin de tener que decidir sobre la culpabilidad de alguien, culpabilidad acerca de la cual contaban con muchns pruebas pero rodava no una certeza plena, aplicaban el principio de las cir-cunstancias atenuantes y daban una pena leve o ampliamente inferior a J; pre-vista por la ley. La presuncin, el grado de presuncin, se transcriba as en la gravedad de la pena.

    En el caso Goldman, 18 que acaba de desarrollarse hace algunas semanas, si el escndalo es rall en el seno mismo de la institucin judicial, si el mismo fis-cal general. que haba pedido una pena, expres su asombro ante el veredicto, fue porgue en el fondo el jurado no haba aplicado esta costumbre, que sin em-bargo es absoluramence contraria a la ley y pretende que, cuando no se est: muy seguro, se recurra a las circunstancias atenuames. Qu pas en el caso Goldman? En e! fondo, el jurado aplic el principio de la ntima conviccin o, si ustedes quieren, no lo aplic, sino que aplic la ley misma. Vale decir que consider que haba una ntima conviccin y aplic la pena tal como habh si-do .solicitada por el fiscal. Ahora bien, ste estaba tan acostumbrado a ver que, cuando haba algunas dudas, 110 se aceptaba exactamente lo demandado por el ministerio pblico sino que el fallo se si ruaba en un nivel inferior, que l mis-mo se sorprendi ante la severidad de la pena. En su sorpresa delataba ese uso absoluramente ilegal y, en todo caso, contrario al principio que hace que las cir-cunstancias atenuantes estn destinadas a marcar la incertidumbre del jurado. En principio, nunca deben servir para transcribir esa incertidumbre; si rodava la hay. lisa y llanamente se debe absolver. En reaHdad, detrs del principio de la n-cim;l conviccin, hay en consecuencia una prctica que sigue modulando la pena segn la incertidumbre de la prueba, exactamente igual que en el viejo sistema de bs pruebas legales.

    \M Pierre Goldman compareci ante el tribunal de Par!s el 11 de diciembre de 1974, bajo lll acusa-dOn de ases in aro y robo, y fue condenado a perpetuidad. El apoyo de un comit de intelecrua-lcs, ,que habian denunciado varias irregularidades en la insrruccin y vicios de procedimiento, provoc la revisin del proceso. En el juicio de apelacin, Goldman fue condenado a 12 aims de drccl por las tres agresiont'-~ admitidll.S. Cf., en sus S(llwenirJ obmm d'un juifpolonair nt tn Fran-ce, Pars, 1975. un extracto del acta de acusacin. Fue asesinado el 20 de septiembre de 1979.

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    Otra pdcrica conduce igualmente a falsear el principio de la ntima convic-cin y reconsricuir algo que es del orden de la prueba legal, que en todo caso se parece, por cienQs rasgos, al modo de funcionamiento deJa justicia tal como se lo vea en accin en el siglo XVIII. Desde luego, no vemos esta cuasi reconstitu-cin, esta pseudo reconsriqJ.cin de la prueba legal, en 1~ reconstitucin de una arirmrica de las pruebas, sino en el hecho de que -comrariamente al principio de la mima conviccin, que pretende que todas las pruebas puedan aportarse, reunirse, y slo la conciencia del juez, jurado o magistrado deb~l ponderarlas-algunas tienen en s mismas efectos de poder, valores demostrativos que son ms grandes unos que otros, e independientemente de su estructura racional propia. Por lo tanto, no en funcin de su estructura racional; en funcin de qu, entonces? Pues bien, del sujeto que las enuncia. Es as, pot ejemplo, que los informes policiales o los tcscimonios de los policas enen, erl el sistema de la justicia francesa actual, una especie de privilegio con respecto a cualquier otro informe o testimonio, porque son enunciados por un funcionario de poli-ca juramentado. Por otra paree, el informe de los expertos -en la medida en que su status de tales confiere a quienes lo pronuncian un valor de ciencificidad o, 1nejor, un status de cientificidad- tiene, en comparacin con cualquier otro elemento de la demostracin judici:.tl, cierto privilegio. No son pruebas legales en el sentido en que lo entenda el derecho ctlsico, todava a fines del siglo XVIII, pe-ro se trata sin embargo de enunciados judiciales privilegiados que enuaan pre-sunciones estaturarias de verdad, presunciones que les son inher~n(es, en funcin de quienes los enuncian. En sntesis, son enunciados con efectos de verdad y po-der que les son especficos: una especie de supralegalidad de cierras enunciados en la produccin de la verdad judicial.

    Querra detenerme un instante en esta relacin verdad-justicia, porque es, desde luego, uno de los temas fundamentales de la filosofa occidenta1. 19 Despus de rodo, uno de los supuestos ms inmediatos y radicales de cualquier discurso judicial, poltico, crtico, es que existe una pertenencia esencial entre el enunciado de la verdad y la prctica de la justicia. Ahora bien, rsulta que, en el punto en que se encuentran la institucin destinada a reglar la justicia, por una parte, y las instiruciones calificadas para enunciar la verdad, por la cera., en el punco, ms brevemente, en que se encuentran el tribunal y el sabio, donde se cruzan la insti~ mcin judicial y el saber mdico o ciemfico en general, en ese punto se formu-lan enunciados que tienen el status de discursos verdaderos, que poseen efectos

    l9 Cf. M. Foucauh, "La vrit er le.~ forntes juridiques" (1974), en Dits et t.crits. oh. cir .. vol. 2, pp. 538-623 [traduccin castellana: La verdad y lAs fOrmas }ttrdicm, Barcelona, Gcdisa, 1978].

    CLASE DEL 8 DE ENERO DE 1975 25

    judiciales considera~ les y que tienen, sin embargo, la curiosa propiedad de ser ajenos a todas las reglas, aun las ms elementales, de formacin de un discurso cientfico de ser ajenos rambin a las reglas dd derecho y, como los textos que les le hace un momcmo, grotescos en sentido estricto.

    Textos grotescos, y cuando digo "grotesco" querra emplear el trmino en un sentido, si no absoluramenre estricto, al menos un poco ceido o serio. En el ca-so de un discurso o un individuo, calificar de grotesco el hecho de poseer por su status efectos de poder de los que su calidad intrnseca debera privarlo, Lo gro-tesco, o, si lo prefieren, lo ubuesco,20 no es simplemente una categora de_ injurias, no es un epteto injurioSo, y no querra utilizarlo en ese sentido. Creo que exi'S'le una categora precisa; en todo caso, habra que definir una categora precisa del anlisis histrico poltico, que sera la de lo grotesco o ubuesco. El terror ubues-co, la soberana grotesca o, en otros trminos m:s austeros, la maximizacin de los efectos de poder a partir de la descalificacin de quien los produce: esto, creo, no es un accidente en la historia del poder, no es una avera de la mecnica. Me parece que es uno de los engranajes que forma parte inhereme de los meca-nismos del poder. El poder poltico, al menos en cierras sociedades y, en todo ca-so, en la nuestra, puede darse y se dio, efecrivamentc, la posibilidad de hacer transmitir sus efectos, mucho ms, de encomrar el origen de sus efectos, en un lugar que es manifiesta, explcita, volum:triamente descalificado por lo odioso, lo infame o lo ridculo. Despus de todo, esa mecnica grotesca del poder, o ese engranaje de lo grotesco en la nlecni.ca del poder, es muy antiguo en las estruc-turas, en el funcionamiento poltico de nuestras sociedades. Hay ejemplos pa-temcs en la histOria romana, esencialmeme en la dellmperio, en que esta desca-lificacin casi teatral del punto de origen, del punto de encuentro de todos los efectos de poder en la persona del emperador, fue precisameme una manera, si no exactamente de gobernar, s al menos de dominar; esa descalificacin que ha-ce que quien es el poseedor de la majestas, de ese plus de poder con respecta a cualquier poder existente, sea al mismo tiempo. en su persona, en su personaje, en su realidad fsica, su ropa, su gesto, su cuerpo, su sexualidad, su manera de ser, un personaje infame, grotesco, ridculo. De Nern a Heliogbalo, el funcio-

    20 El adjetivo "ubuesco" se inrrodujo en 1922, a panir de la obra de A. Jarry, U bu roi, Pars, 1896 [traduccin castellana: Ubt rey, Buenos Aires, Cemro Editor de Amric Latina, 1971]. Vase Grand Lnromu ... , oh. cit., Vll, 1978, p. 6319: "Dcese de lo que, por su carcter grotesco, ab-surdo o cnricaturc.Ko, recuerda al personaje de Ub"; Le Grand Robert de f,t ktngue frnnftte, ob. cit.. IX, p. 573: "Que se parece ::ti ptrsonaje de Ub rey (por un carcter cmicamente cruel, cfnico y t:obardc a ultran:z.a)".

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    namienro, el engranaje del poder grotesco, de la soberana infame, se puso per-petuamente en accin en el funcionamiento del imperio Romano. 21

    El grotesco es ww de los procednlemo.c; esenciales de la soberana arbitra-ria. Pero como sabrn, tambin es un procedi111ienro inherente a la burocr

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    gunos ejemplos. Tambin se podra inrenra~ partir de la institucin que los sos-tiene. o de las dos instituciones que los sostienen, la judicial y la mdica, para ver cmo nacieron. Lo que tratar de hacer (aqullos de ustedes que vinieron los afias anteriores sospechan sin duda que me voy a encauzar en esta direccin) es -ms que inrcmar un anlisis ideolgico o institucionlllist~ sealar, analizar la tecnologa de poder que utiliza esos discursos e intenra hacerlos funcionar.

    Para ello, en un primer abordaje, plantear esm pregunta: qu pasa en ese discurso de Ub que est en el corazn de nuestra prctica judicial, de nuestra pdcrica penal? Teora, por lo tamo, del Ub psiquitrico penal. En lo esencial, creo que puede decirse que, a travs de los discursos de los que les di algunos ejemplos, lo que pasa es una serie, iba a decir de susrimcioncs, pero me parece que la palabra no es la adecuada: habra que decir ms bien de duplicaciones. Puesto que, a decir verdad, no se trata de un juego de reemplazos, sino de la in-troduccin de dobletes sucesivos. En otras palabras, en el caso de este discurSo psiqui;itrico de materia penal, no se rrata de insraurar, como suele decirse, otra es-cena; sino, al contrario, de desdoblar los elementos m la misma escena. No se tra-ta, por lo tanto, de la cesura que marca el acceso a lo simblico, sino de la sntesis coercitiva que asegura la transmisin del poder y el desplazamiento indefinido de sus efectos. Z(i

    En primer lugar, la pericia psiqui;.trica permite doblar el delito, tal como lo califica la ley, con coda una serie de otras cosas que no son el delito mismo, si-no una serie de componentes, maneras de ser que, claro est, se presentan en el discurso del perito psiquiatra como la causa, el origen, la motivacin, el punto de partida del delito. En efecto, en la realidad de la prctica judicial, van a constituir la sustancia, la materia misma susceptible de caStigo. Como saben, de acuerdo con la ley penal, siempre la del cdigo napolenico de 1810 -y ya era un principio que reconocan lo que se denomina los cdigos intermedios de la Revolucin-, 27 bueno, desde fines del siglo XVIII, de acuerdo con la ley penal, slo son condenables las infracciones que fueron definidas como tales por la ley, y por una ley que deber ser anterior al acto en cuesn. No hay retroactivi-dad de la ley penal. salvo para cierro nmero de casos excepcionales. Ahora

    ~C> Algunas de las ideas desarrolladas aqu se enuncian tambin en una "Table ronde sur l'experrise psychiarrique" (1974). en M. Foucmlt, Dits tt Ecrits. ob. cit., vol. 2, pp. 664~675.

    27 Sobre la produccin de los cdigos intermedios de la Revolucin (en este caso, el Cdigo Penal vnrado por la Asamblea Consriruyenrc en 1791, pero tambin el Cdigo de lnsrruccin Crimi nnl promulgado en 1808). vase G. Lepoinre, P,tit Prcis tl~s s1mrc's d, l'histoi" du droit ftan rais, Pars, 1937. pp. 227~240.

    CLASE DEL 8 DE ENERO DE 1975 29

    bien, qu hace la pericia con respecto a esa letra misma de la ley que es: "Slo ~on punibles las infracciones definidas como tales por la ley"? Qu cipo de ob-Jems saca a la luz? Qu cipo de objetos propone al juez como materia de su in-tervencin judicial y blanco del castigo? Si recuerdan las palabras -y podra ci tarJes Otros texms, tom una breve serie de pericias qtte van desde 1955 hasra 197 4-:, cules son por lo tamo los objetos que la pericia pone de manifiesto, los objeto.s que engancha al delito y Je los que consrimye el doble o el doblete? Son las nociones que enconrran1os constantemente en toda esta serie de cexms: "inmadurez psicolgica", "personalidad poco estructurada", "mala apreciacin de lo re~l~' ~?das stas son expresiones que hall efectivamente en las pericias en cuest10n: profundo desequilibrio afectivo", "serias perturbaciones emocio-nales". O bien: "compensacin", "produccin imaginaria", "manifestacin de un orgullo pervertido", "juego perverso", "erosrrarismo", "alcibiadismo", "don-juanismo", "bovarismo", etctera. Ahora bien, este conjunto o estas dos series de nociones, qu funcin tienen? En primer lugar, repetir raurolgicamente la

    in~'raccin para inscribirla y constituirla como rasgo individual. La pericia per-nute pasar del acto a la conducta, del deliro a b. manera de ser, y poner de relie-ve que esta ltima no es otra cosa que el deliro mismo pero, en cierro modo, en el esta~o de gen~ralida~ en la conducta de un individuo. En segundo lugar, es-tas senes de nociOnes nenen por funcin desplazar el nivel de realidad de la in-frac~in.' porque lo que esas conductas infringen no es la ley, ya que ninguna ley tm~tde estar afectivamente desequilibrado, ninguna ley impide tener per-t~trbac!Ones emoci~nales, ninguna ley impide siquiera tener un orgullo perver-tido Y no ~ay ~cdtdas legales contra el erostrarismo. En cambio, si lo que esas conduct;ts mfnngen no es la ley, qu es? Aquello contra lo cual aparecen, aque-llo con respecto a lo cual aparecen, es un nivel de desarrollo ptimo: "inmadu-~ez psicolgica", "personalidad poco estructurada", "profundo desequilibrio". Es Igualmente un criterio de realidad: "mala apreciacin de lo real". Son califica-ciones morales, es decir, la modestia, la fidelidad. Son adems reglas ticas.

    ~.n resume!:, la perici~ psiquitrica permite constituir un doblete psicolgi~ co ettco del deliro. Es dectr, deslegalizar la infraccin tal como la formula el c-digo, para poner de manifiesto detrs de ella su doble, que se le parece como un hermano o una hermana .. no s, y hace de ella, justamente, ya no una in-fracci~ en el sentido legal del trmino, sino una irregularidad con respecto a una sene de reglas que pueden ser fisiolgicas, psicolgicas o morales, etctera. Ustedes me dirn que no es tan grave y que los psiquiatras, cuando se les solicita hacer una pericia a un delincuente y dicen: "Despus de todo, si cometi un ro-bo, es en resumidas cuentas porque es ladrn; o si cometi un asesinato, es en

  • 30 LOS ANORMALES

    suma porque tiene una pulsin de matar", no hacen otra cosa que el molieresco anlisis del mutismo de la muchacha.28 Slo que, en realidad, es ms grave, Y no lo es simplemente porque la cosa pueda entraar la muerte de un h~m~re, como les deca hace un raro. Lo ms grave es que, de hecho, lo que el ps1qutatra pro-pone en ese momcmo no es la explic..1.dn del crimen: lo que hay que ~as~i~ar es en realidad la cosa misma, y sobre ella debe cabalgar-y pesar el aparaco JUdlc.al.

    Recuerden. lo que pasaba.cn la pericia de Algarron. Los expertos decan: "En calidad de expertos, no tenemos que decir si cometi el crimen que se le imputa. Pero [y as( empezaba el prrafo final que les lea hace un raco; M. F.] supongap mas que lo haya cometido. Yo, perito _psiquiatra, voy a explicarles cmo lo ha-bra comecido, en caso de que lo hubiera hecho". Todo el anlisis de este asumo (mencion varias veces el apellido, no importa) es en realidad la explicacin de la manera en que el crimt:n habra podido cometerse efectivamente. Los peritos dicen adem:s crudamente: "argumemaremos fundados en la hiptesis de que A. habra ejercido sobre el esprim de la joven L., de una manera cualquiera, una influencia que habra conducido a sca al asesinato de su hija". Y al final sefialan: "sin tomar partido acerca de la realid:1d y el grado de culpabilidad de A., pode-mos comprender de qu manera puJo ser perniciosa su influencia" . .Se acuerda.~ de la conclusin definiriva: "As pues, hay que considerarlo como responsable . Ahora bien, en el (merin, emre la hiptesis de que habra tenido efectivamente una responsabilidad cualquiera y la conclusin final, qu es lo que apareci? Cieno personaje que, de algn modo, se ofreci al aparaw judicial; un hombre incapaz de :1similarse al mundo, a quien le gustaba el desorden, que cor~1eda ac-ros extravagantes o extraordinarios, odiaba !J. moral, renegaba de sus leyes y po-db llegar hasta el crimen. De manera que, a fin de cuemas, .el .condenado n_o ~s el cmplice efectivo del asesinato en cuestin: es ese personaJe mcapaz de asmu-larse, que ama el desorden y comete actos que pueden Uegar hasta el crimen. ~ cuando digo que fue este personaje el efectivamente condenado, no quiero dec1r que, gracias al perito, en lugar de un culpable se hubiera condenado a un sospe-choso (lo que c;s cierto, desde luego), sino ms. Lo que en un sentido es ms gra-ve es que en deHniciva, aun si el sujeto en cuestin es culpable, lo que el juez va a poder condenar en l, a partir de la pericia psiquitrica, ya no es precisamente el crimen o el delito. Lo que el juez va a juzgar y sancionar, el punto al que se re-

    18 MoliCre, Mltkcin mA(f!i fui [1::1 mdico a pttlo~. acto 11, escena 4: "Cierra malignidad, que es causada[ ... ] por la acritud de los humores engendrados en la concavidad del diafragma. sucede que esos vapores 1 .... ] osrabtlrdus, nequeys, nrqu~:r, potarinum. quipsa mihu, eso es jusramcme lo que hace que vuestra hija. sea muda" (en rEuvm, ob. cir., 1881, VI, PP 87-88).

    CLASE DEL 8 DE ENERO DE t 975 3t

    ferir el castigo, son precisameme esas conductas irregulares, que se habrn pro-puesto como la causa, el puma de origen, el lugar de formacin del crimen, y no fueron ms que su doblete psicolgico y moral.

    La pericia psiqui:irrica permite trasladar el punro de aplicacin del castigo, de la infraccin definida por la ley a la criminalidad evaluada desde el punto 9e visla psicolgico moral. Por el sesgo de una asignacin causal cuyo carcter tautolgico es evideme pero, a la vez, importa poco (a menos que se intente hacer el anlisis de las estrucluras racionales de un rcxro .

  • 32 LOS ANORMALES

    Le 1 lo de una pericia que en los aos sesenca, hicieron s menciOno e CJemp ' , d 11 tres de los grandes nombres de la psiquiatra penal y resulto en la mu;~te. e~ hombre, ya q'uc el sujeto de la pericia r:ue _condenado a muerte y gu1 arma o. En refereOcia a este individuo se lee lo s1gweme:

    Junto al de.seo de sorprender, el gusm de domin:lr, de mandar. de ejercer su po-. d JI ) i muy tempranamenr~ en derio (que es otra manJfestacJOn e orgu o aparee .

    R., quien desde su infancia tiranizaba a sus padres haciendo escenas :nrc la ~~s mnima contrariedad y ya en el liceo trataba de arrastrar a sus c~mpaneros ~ -l. fl c.

    d M e . 1 p. ' 1973 {traduccin castellana; Yo. 1 zerre Rw1ert, Barcelona, prcSCilCa O por r\ILaU {, MJS, d 1 Tusquecsl. El donier, recuperado en su wralidad por J.-P. Pctcr, se examin en d sem1nano e

    CLASE DEL B DE ENERO DE 1975 33

    racin se solicaba consisriJ. efectivamente en reconstiruir esa serie absolutamente ambigua de lo infrapatolgico y lo paralcgal, o lo parapacolgico y lo infralegal, que es la especie de reconstruccin ancicipamria del crimen mismo en una escena reducida. Para eso sirve b pericia psiquitrica. Ahora bien, en esa serie de ambi-gedade..

  • 34 LOS ANORMALES

    dad y lo paraparolgico, a partir de esta pl!-esra en relacin, se va a establecer al~ rededor del autor de la infraccin una especie de regin de indisccrnibilidad ju-rdica. Se va a constimir, con sus irregularidades, inintcligencias, f.1lras e xiw. deseos incansables e inflniros, una serie de elementos a propsito de los cuales ya no puede plantearse o ni siquiem puede plamearsc la cuestin de la responsabili-dad, puesto que, en definitiva, segn estas descripciones, el sujeto resulta ser res-ponsable de todo y de nada. Es una personalidad jurdicameme indiscernible. de la que la justicia, por consiguieme, de Por ltimo, creo que la pericia psiquitrica tiene un tercer papel: no slo du-plicar el delito con la criminalidad luego de haber duplicado al aumr de la infrac-cin con el sujeto delincuente. Tiene la funcin de consciruir, invocar otro desdo-blamiento o, mejor, un .grupo de ouos desdoblamientos. Es, por una p11rtc, la constitucin de un mdico que ser al mismo tiempo un mdico juez. Vale decir que -habida cuenta de que la funcin del mdico o el psiquiatra es indicar si en el sujeto analizado pueden encomrarse efectivamente cierco nmero de conductas o rasgos que hilcen verosmiles, en trminos de criminalidad, In formacin y la aparicin de la conducta infractora propiamcmc dicba- la pericia psiquitrica tie-ne a menudo, si no regularmente, valor de demostracin o de elemenro demos-trativo de la crirninalidad posible, o ms bien de la infraccin eventual que se ;1chaca al individuo. Describir su carcter de delincuente, describir el fondo de las conductas criminales o paracriminales que arrastr con l desde la infancia, es evidenten1eme contribuir a qu: pase del rango de acusado al statu.s-dc condenado.

    No les mencionar ms que un ejemplo, a propsito de una hisroria muy reciente y que hizo mucho ruido. Se trataba de saber quin haba m arado a una joven, cuyo caci(tver haban encontrado en un campo. Haba dos sospechosos: uno era un notable de la ciudad y el otro, un adolescente de 18 o 20 aos. He aqu cmo describe el pcriw psiquiatra el estado mental del notable en cuestin (por otra parte, los expertos que le hicieron la pericia eran dos). Doy el resu-rncn -no consegu la pericia 1nisma- tal como figura en el alegato de la fiscala ante la cmara de acusacin:

    Los psiquiatras no descubrieron ningn rr:J..Srorno Jc la memoria. El sujeto les conFi los sntomas que tuvo en 1970; se trataba de diftculrades profesionales y

    CLASE DEL 8 DE ENERO DE 1975

    finaucicr;~s. Les inform que obtuvo d bachillcmw a los 16 aos y 1 1' . a los 20 1 d d' . a tcencJatura

    . . ' o9r os 1P amas de csrut.hos superiores e hizo 27 mes d .. mdtwr en Afi 1 . es. e servtcJo

    . nca t. e neme, en cahdad de subteniente. A continua ' b t>mpres d d . . Ct n, reto m . . a e su pa re y tr

  • 36 LOS ANORMALES

    Antes de rerm"mar, querra subrayar de wdas formas dos cos~s. Es qu~ tal vez ustedes me digan: roda eso est muy bien, pero usted descnbe con c1er~a agresividad una prctic~ mdico legal qut:, despus de roda, es de fecha relau-vameme reciente. Es indudable que la psiquiaua esd. en sus balbuceos Y que penosa, lentamente, estamos saliendo de esas prcticas confusas, de las que t~dava pueden enconcrarsc algunas huellas en los textos groresc~s que usted el_,_ gi maliciosamente. Ahora bien, les di~ que es r~do lo contrano Y que, e,n re.t-lidad, la pericia psiquitrica en matena penal, SI se la r~roma en_ sus onge_nes histricos, 0 sea -digamos para simplificar- desde los pnmer~s _anos de aplica-cin del Cdigo Penal (los aos 1819:.1830), era un acto medico, en sus _f~rmulaciones, sus reglas de constitucin, sus principios generales de fo~mac10n, absolut:1mente isomorfo con el saber mdico de la poca. En camb1o, aho~a (luy que rendir este homenaje a los mdicos y, en todo. cas_o, a algunos psi-quiatras), no conO"lCO ningn mdico y conozco pocos pslqt~Jatra~ que ~e acre-van a firnur textos como los que acabo de leerles. Ahora btcn, SI se megan ~ firmarlos como mdicos e incluso como psiquiatras de prctica habitual. Y SI en definitiva son esos mismos mdicos y psiqubHas quienes aceptan hacerlo~, escribirlos y firmarlos en la prctica judicial-despus de codo, se traca de la h-benad 0 la vida de un hombre-, ustedes deben darse cuema de que ah hay un problema. Esta especie de desconexin e inc~uso de involucin et~ el plano de la normatividad cientfica y racional de los discursos plantea efecnvanlent: un problema. A partir de una situacin que, a principios del siglo, x_rx, coloco las pericias mdico legales en el mismo plano que todo_el.saber med1co de la p~ca, hubo un movimienco de desconexin, un mov1m1ento por ~~ cual la_ psi-quiatra penal se liber de esa normatividad y acept, acogi, se VIO somenda a nuevas reglas de formacin. . .

    El hecho de que haya habido una evoluci~n en ese sent1do _no bastara, sm duda, para decir que los psiquiatras o los pencos son pura y _sun_plemence sus

    bl 32 E ea\1'dod la ley misma o sus decretos de aphcac111 muesuan responsa es. n r " , , . , '. con claridad en qu semido se va y por que cammos se paso par~ llegar al!~, porque, en trminos generales, las pericias mdico legales estn "reg1das, en_ pr~mer lugar, por la vieja frmula del Cdigo Penal, artculo 64:. No hay m cn-men 11 delito si el individuo se encuentra en estado de demenc1a en el momen-to de su acto". Esta regla prcricameme gobern e inform la pericia penal a lo largo de todo el siglo XIX.

    32M. Fouc;lul[ rewmar esre rema en "L'volution de !a JHltion d"individu dangereux' dans la psychiauie lgale du XIX siCde" (1978), en DitJ er Ecrits, ob. cit .. voL 3. PP 443-464.

    CLASE DEL 8 DE ENERO DE 1975 37

    A comienzos del siglo XX aparece una circular, que es la circular Chaumi, de 1903 [rectiu.r: l905J, en la cu31 ya se falsea y modifica considerablememe el papel confiado al psi

  • 38 LOS ANORMALES

    , . ) que esas tcnic.'\S de normalizacin y los poderes de normalizacin proxuna ve7. , d cin de ligados a ellas no son meramente el efecto del cnc~en.tr_o, ~ a armondlzal l

    b - l odcr ucllCI:tl smo que, e lec lO, a b concxill emre s del sa er me iCO Y e P ' . . . . d de )oder -m me 1Co n1 JU cm tr;ws de roda la sociedad mo erna, Cierto tipo . . . 1 . o

    sino otro- logr colonizar y reprimir el saber mdico y d poder _Judteta; un np d d

    e demboca en el escenario teatral del cnbunal, apoyado, e po er que 1Jna mente ...., , .

    desde lu~::go en la ins[irucin judicial y la instirucin medJca pero que, en 1~ . , l Este surgimiento del poder de norma,_

    ''

    ,,,,no nene su autonOina y sus reg .ts. l b unt so a

    7 ... 1.cin la manera en que se foim e instal, sm uscar Jamas apo~~ en . .' . . l . nsi ui establecer emre duerences msu-instirucin, sLno gractas a Juego que co g . l , ru-

    ruciones. extendi su soberana en nuestra soctedad; esco es o que querna es di:u.' Entonces, empezaremos la vez que viene.

    ' El manuscrito dkt:: "querra hacer la arqueolog(a de esto".

    Clase del 15 de enero de 1975

    Locura. y crimen -Perversidad y puerilidad- El individuo pel~e:roso - J:,l pe-rito psiqui1Ltm no puede ser sino el personaje de Ub- El nivel epistemolgico de la psiquitura y su regresin t:n la pericia mdico legal- Fin de la conflicti-vidad entre poder mdico y poder judicial- Pericia y anormales- Critica de /z nocin de represin - Exclusin de/leproso e inclusin del apeswdo -.Jnuen-cin de !.zs ft?c~nologlm positivm t:i poder- Lo nonnaf )'lo patolgico.

    LA SE/vlANA PASADA, a la salida de la d;LSe, alguien me pregunt si en definitiva no me haba equivocado y haba dedicado mi curso a las pericias mdico legales, en vez. de dictar el curso promerido sobre los anormales. No es del mdo la misma cosa, pero ya van a ver que, a panir del problema de la pericia mdico legal, voy a llegar ni de los anormales.

    En efecto, lo que haba rrarado de mostrarles era que, segn los trminos del Cdigo Penal de 1810, los trminos mismos del famoso artculo 64, por el que no hay ni crimen ni delito si el individuo se encuemra en estado de de-mencia en el momento de cometerlo, la pericia d~be permitir, o debera permi-tir, en todo c:1SO, hacer la divisin: una divisin dicotmica entre enfermedad o responsabilidad, emre causalidad patolgica o libertad del sujeto jurdico, entre teraputica o casrigo, cnrre medicina y penalidad. entre hospiral y prisin. Hay que elegir, pues la locura borra el crimen, no puede ser el lugar del crimen y, a la inversa, ste no puede ser en s mismo un acro que se arraiga en la locura. Principio de ht puerta giraroria: cuando lo pawlgico entra en escena, la crimi-nalidad, de acuerdo con la ley, debe desaparecer. La institucin mdica, en caso de locura, tiene que tomar el relevo de la insrucin judicial. La jusriciJ. no puede prender al loco o, ms bien, la locura [rectus: la justicia] debe despren-derse del loco, desde el momento en que lo reconoce como cal: principio de la puesta en libertad, en el sentido jurdico de la expresin.

    Ahora bien, en realidad, la pericia contempor;nea susriruy esa divisin y ese principio de la divisin, claramente planteados en los textos, por otros me-

    39

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    oco a poco vemos cramarse a lo largo del siglo XIX; que podre-canJsmos que, p . . mos ver -por una especie de complicidad general, tba a d:ctr- esbozarse re ~tl-vamenre temprano: cuando en los aii.os 1815-1820, por eemplo, .se ve a lo_s JU-rados de la justicia penal declarar que alguien es culpable y adems_, al m1s~o tiempo, solicitar

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    quitrlca (y, en definitiva, la circular de 1958, creo, lo dice muy explcirameme), lo que el experto ciene que diagnosticar, el individuo con quien tiene que deba-tirse en su interrog:aorio, su anlisis y su diagnstico, es el individuo eventual-mente peligroso. De manera que tenemos, finalmeme, dos nociones que se en-frentan y de las que podrn advertir en seguida qu cercanas y vccinn.s son: por una paree, \a de perversin, que permite coser una a otra la serie de los concep-tos mdicos y la serie de los conccpms jurdicos; por la otra, la nocin de peli-gro, de inclivtduo peligroso, que permite justificar y fundar en teora la existencia de una cadena ininterrumpida de inscituciones mdico judiciales. Peligro, por lo tamo, y perversin: es esto lo que consriwye, creo, la especie de ncleo esen-ci

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    por qu, desde Pi erre Rivihe hasta Rapin 3 o las personas cuyas pericias les cira-ba el otro da, de Pierre Rivihe a estos criminales de hoy, siempre se pronuncia el mismo po de discurso. Qu es lo que se pone de relieve a travs de esas peri-cias? La enfermedad? En absoluto. La responsabilidad? En absoluto. La liber-tad? En absoluto. Son siempre las mismas imgenes, los mismos gesws, las mis-mas acticudes, las mismas escenas pueriles: "jugaba con armas de madera", "les cenaba la cabeza a los insecms", "afliga a sus padres", "faltaba a la escuela", "no saba las lecciones", ''era perezoso". Y: "concluyo de ello que era responsable". Como pueden ver, en el corazn de un mecanismo en que el poder judicial ha-ce lugar con tanta solemnidad al saber 1pdico, lo que aparece es Ub, a la vez ignaro y temeroso, pero que permite, precisamente, a partir de ah, hacer que funcione esta misma maquinaria doble. La payasada y la funcin del perito psi-quiatra se confunden: en cuanto funcionario, ste es efectivamente un payaso.

    A partir de ah, creo que es posible, tal vez, reconstruir dos procesos histri-cos que son correlativos entre s. En primer lugar, la muy curiosa regresin his-trica a la que se asiste desde el siglo XIX hasta nuestros das. En un principio, la pericia psirudtrica -la de Esquirol, Georget, Marc-era el mero traslado_ a la institucin judicial de un saber mdico que se constitua en otra parte: en el hospital, en la experiencia clnica.', Ahora bien, lo que vemos es una pericia que, como les deca la vez pasada, est absolmamente desenganchada del saber psiquitrico de nuestra poca. Puesto que, no importa qu se piense del discur-so actual de los psiquiatras, ustedes saben desde luego que lo que dice un perito psiquitrico est mil veces por deb:.~jo del nivel epistemolgico de la psiquiatra. Pero qu es lo q11e reaparece en esta especie de regresin, de descalificacin, de descomposicin del saber psiqurrico en la pericia? Es fcil sealarlo. Es algo como esto, un texto que romo prestado del siglo XVIII. Es un placet, una peti-cin hecha por una m;dre de familia para la internacin de su hijo en Bichre,

    J Sobre Pierrc Rivihe, va:;e mpm, ~Clase del 8 de enero de 1975n. e infra, "Clase del 12 de febre-ro de 1975n. Georges Rapin asesin a su :unarire el 29 de mayo de 1960. en el bosque de Fon-tainebleao. Defendido por Ren Floriot, fue condenado a muerre y se lo ejecuc el 26 de julio del mismo afio.

    4 Sobre los infOrmes redactados por J.-E.-0. E''4uirol, E.-J. G.:orget y Ch.-Ch.-H. Marca J)lrtr de la dcada de !820, vase in.fa, "Clase deiS de fdmro de 1975". Cf. el resumen del curso en el ColiCge de Frnnce en el ciclo lecdvo 1970-llJ7l: La Volont! de savoir, en M. Foucaulr, Dits et

    l:..'critJ~ oh. ce., vol. 2, p. 244: ~El seminario de ese :tfio tena como marco general d csrudio de !a penalidad en Francia en el siglo XLX. Se refiri ese afio a los primeros desarrollos de una psiquia-tra pen;~l en la poca de la Restauracin. El materiallnili7~1do consisda en gran parte en el texto de l:t~ pericias mdico legales hcchns por los conrempodncos y discpulo~ de Esquirol".

    CLASE DEL 15 DE ENERO DE 1975 45

    en ~7?8 [rectiu.r. 1728]. Lo tomo del trabajo que est haciendo actualmeme Chnst1ane Marrin sobre estas lettres de cachet." Van a reconocer en l exacta-mente el mismo dpo de discurso que hoy utilizan los psiquiatras.

    ~...a petic~~nante [es -~orlo ramo la mujer que solicita la lrurr dr cachrt para la mrernac10n de su hiJo; M. F.] haba vuelto a casarse luego de rres aos de viu-dez para asegurarse un pedazo de pan, atendiendo un negocio de mercera; cre-y conveniente admitir nuevamente a su hijo en su casa l. .. ]. Este libertino le

    pro_n~eti sari.~facerla para que le diera un certificado de aprendiz de mercero. La peucmname .qt!{;ria tiern~mentc a su hijo pese a rodas los pesares tue ste [ya] le habfa ocas10nado; .l? !uzo aprendiz y lo aloj en su casa; desdichadamente pa-ra ella Y sus [otros] hiJOS, aqul residi allf dos afias, durante los cuales le robaba diariamente y la habra arruinado si se hubiera quedado ms tiempo. Por creer que en casa de orro tendra mejor conducta, ya que e.Haba al tanto del comecio Y cr-.1. capaz de trabajar, la peticionan te lo instal en lo Jd seor Cochin, hom-bre _rrobo, comercian re mercero en la puerta de Saint-Jacques; aquel libertino fing1 dur~nte t~cs meses y a continuacin rob seiscientas libras, que la peticio-nanre se VIO obl1gada a pagar para salvar la vida de .~u hijo y el honor de .m f.lmi-lia. [._ .. ]. No sabiendo este hrihn cmo embaucar a su madre, simul querer ser rehg1oso, a cuyo cfccro interpel a varias personas de probidad, quienes, creyen-do lo que e.He pillo les deca, colmaron a su madre de buenas razones y le dijeron que respondera ante Dios de lo que le pasara a su hijo si se opona a su vocJ.cin [ ... ]. La pcticionanre, que conoca desde haca varios afias la mala conducta de su hijo, no dej de caer en la trampa y le dio generosamente [rectiu.r. general-menre.J todo lo que necesitaba para entrar al convento de Yverneaux l ... ], Ese desvcnrurado slo permaneci tres meses en l, aduciendo que esa orden no Je agra~aba Y que le gustara m:s ser prcmonstralense.5 La peticionan te, que no quena rencr nada que reprocharse, dio a su hijo roda Jo que ste le peda p

  • 46 LOS ANORMALES

    de polica; M. F.] muy humildemente que le facilitis una !ettre de cachet para encermr a su hijo y enviado a las Ishs aJa primera oporrunidad, sin lo cual nj

    JI 1 . ' "d ' "6 e a ni su marido podrn l escansar pmas y su v1 a nunca estara segura . Perversidad y peligro. Canto ven, reencontramos rthf, rcacl'ivada a cravs

    de una institucin y un s~1ber que nos son contemporneos, toda una inmen-sa prctica que ia ref()rma judicial de fines del siglo XVI/f supuestamcmc hizo desaparecer y que ahora volvemos a encontrar completamente en pie. Y esm, no simplemente por una especie de efecto de arcasmo, sino que -a medida que el crimen se parologiza cada vez ms y el juez y el perito intercambian papeles- mda esta forma de control, de evaluacin, de efecto de poder ligado a la caracterizacin de un individuo, todo esto se vuelve cada vez ms activo.

    Al margen de esta regtcsin y reactivacin de toda una prctica hoy multi-secular, el orro proceso histrico que le hace frente, en cierto modo, es una in-definida reivindicacin de poder, en nombre de la modernizacin misma de la justicia. Vale decir que, desde principios deJ siglo XJX, no deja. de reivindjcarse, y cada vez con ms insistencia, el poder judicial del mdico, o bien el poder mdico del juez. En el fondo, en los inicios del siglo XJX, el problema dd po-der del mdico en el aparato judicial.era un problema conflictivo, en el semido de que los mdicos, por razones que sera demasiado largo explicar ahora, rei-vindicaban el derecho a ejercer su saber dentro de la institucin judiciaL A lo cual, en lo esencial, sta se opona como una invasin, una confiscacin, una descalificacin de su propia competencia. Ahora bien, a partir de fines del si-glo XJX, y esto es importame, vemos al contrario cmo, poco a poco, se trama una especie de reivindicacin comn de los jueces en favor de la medic:t!iza-cin de su profesin, su funcin, sus decisiones. Y, adems, una reivindicacin paralela de b institucionali7,acin en cierto modo judicial del saber mdico: "Como mdico, yo soy judicialmente com.peteme", repiten los mdicos desde el [principio del} siglo XIX. Pero, por primera vez, en la segunda mitad de ese mismo siglo escuchamos a los jueces empezar a decir: exigimos que nuestra funcin sea una funcin teraputica, aJ mismo tiempo que una funcin de juicio y expiacin. Es caracterstico ver que, en el segundo congreso interna-cional de criminolog(a realizado en 1892, creo (en fin, no s, digamos alrededor

    6 El dcumcnto aqu citado proviene del inventario de l~ttres d~ r:achn q11C, a pedido de M. Fou cault, estableci C. Manin, fallecida antes de terminar su trabajo: ste se public en L~ Dhor~

    dr~ d~r fomilles. Lertr~1 d~ me/Jet tr Archives t ltl Basti/le, prcsenr:~.do por A. Farge y M. Fou-cault, Pars, 1982. pp. 294296.

    CLASE DEL 15 DE ENEI!O DE 1975 47

    de 1890; en este momento la fecha se me escapa), hubo propuestas muy serias para eJjminar los jurados, sobre el sjgujenre rema/ el jurado [est compuesp ro] de personas que no son ni mdicos ni jueces y que, por consiguiente, no tienen competencia aJguna ni en e! orden dd derecho ui en el de la medici-na. Este jurado no puede ser ms que un obstculo, un elemenm opaco, un ncleo no m:mipu!ab!c.: dentro de b inHimcin judicial, r:1l como sta debe funcionar en el estado ideal. Cmo estara compuesta la verdadera institu-cin judicial? Con un jurado de expenos bajo fa responsabilidad jurdica de un magistrado. Es decit [que tenemos] un cortocircuim de todas las instnncias judiciales de tipo colectivo, que haba introducido la reforma penal de fmes del siglo XVill, en beneficio de la reunin, por fin, pero en una unin sin ter-ceros, de mdicos y magistrados. Esta reivindicacin, desde luego, es en esa poca simplemente inciiciaria ele un movimiento; suscit de inmediato mucha oposicin entre los mdicos y sobre wdo entre los magistrados. No por ello es menos cieno que sirvi de punto de ma a roda una serie de reformas que, en lo fundamemal, se imrodujeron a fines del siglo XIX y durante el-siglo XX y que orgaHiztJron efectivtJmcntc una especie de poder mdico judicial cuyos principales elementos o manifestaciones son los siguientes.

    Primeramente, la obligacin de que todo individuo que se presente en la audiencia en lo criminal haya sido examinado por peritos psiquitricos, de tal modo que nunca Uegue al tribunal simplemente con su crimen. Llega cun el informe de la pericia del psiquiacra y se presenta anre la audiencia en lo criminal cargado co11 su crimen y ese informe. Y se trata de gue es(a me-dida, que es general y Qbligacoria para la jus(icia criminal, lo sea ~gualmenre en los lribunales correccionales, donde slo se la aplica en cieno nmero de casos, pero todava no de una manera generaL

    Segtindo signo de esta introduc~in: b existencia de tribunales especiales, los tribunales de menores, en los cuales b informacin de que est encargado el juez, que es a la vez el de la instruccin y el del juicio, es esenciaJmeme psi-colgica, social, mdica. Por consiguiente, se refiere mucho ms a ese conrexco de existencia, de vida, de disciplina del individuo, que al acto mismo que ha cometido y por el cual se lo traduce frente al tribunal de menores. El menor se presenta ante un tribunal de la perversidad y el peligro y no ante un rribunal

    7 El J~b:1re sobre la eliminacin del jurado se produjo en el JI Congre..~n lnrernaciona[ de Ancco-pologa Criminal de 1889. Las actas se publicaron Crl Archi~s d~ tanthropologi~ crimiruU~ u d~s scienusplnaln, tV, 1889, pp. 517-660.

  • 48 LOS ANORiV!ALE.I

    del crimen. De igual modo, los servicios mdico psicolgicos implantados en la administracin penitenciaria son los encargados de decir cul es la evolucin del individuo durame el cumplimienm de la pena; esto es, el caudal de pcrvcr~ sidad y el nivel de peligro que an representa el individuo en tal o cual momen-to de b pena, dndose por emendido que, si llega a un nivel suficienccmente bajo de una y otro, podr ser liberado, al menos de manera condicional. Po-dramos citar tambin mda la serie de instituciones de vigilancia mdico legal que enmarcan a la infancia, la juventud, la juventud en peligro, C(Ctera.

    As pues, esramos, en resumen, ante un sistema por partida doble, mdico y judic.ial, que se estableci en el siglo XIX y del que la pericia,

  • 50 LOS ANORMALES

    querra hacer se distingue precisamente de ese trabajo y de O[ra serie de obras escritas en esta lnea, no dira exactamente que por una diferencia de mtodo, sino por una diferencia de puma de visea: una diferencia en lo que esos an-lisis y los mos suponen, implican, en realidad, de teora del poder. Me pare-ce, en efecto, que en los an

  • 52 LOS ANORMALES

    problema de la peste y el relevamienm de la ciudad apestada. Me parece que en lo que se refiere al control de los individuos, Occidente no tuvo en el fondo ms tuc dos grandes modelos: uno es el de la exclusin del leproso; el otro es el moddo de la inclusin del apestado. Y creo que la sustitucin, como mo-delo de control, de la exclusin del leproso por la inclusin del apestado es uno de los grandes fenmenos que se produjeron en el siglo XVIII. Para ex-plicarles esco, querra recordarles cmo se pona en cuarentena una ciudad en e1 momemo en que se declaraba la peste en ella. 13 Desde luego, se circuns-criba -y verdaderamente se aislaba- un territorio determinado: dde una ciudad, eventualmence el de una ciudad y sus arrabales, que quedaba confi-gurado como un terrirorio cerrado. Pero, con la excepcin de esta analoga., la prctica concerniente a la peste era muy diferente de la referida a la lepra. Puesro que ese territorio no era el terrirorio confuso' hacia el que se expulsaba a la poblacin de la. que haba que purificarse, sino que se lo haca objeto de un anlisis fino y detallado, u_n rclevamienro minucioso.

    La ciudad en estado de peste -y con ello les menciono toda u11a serie de reglamentos, por otra pane absolutamente idnticos unos a otros, que se pu-blicaron desde fines de la Edad Media hasta principios del siglo xvm- se di-vida en distritos; stos, en barrios, y luego en ellos se aislaban calles. En c:1da calle hab vigilantes; en cada barrio, inspectOres; en cada distrito, responsa-bles de distrito; y en la ciudad misma, o bien un gobernador nombrado a esos efectos o bien los regidores que, en el momento de la peste, haban reci-bido un poder complementario. Anlisis del territorio, por lo tanto, en sus elemenros ms finos; organizacin, a travs de ese territorio as ::malizado, de un poder continuo, y continuo en dos sentidos. Por un lado, a causa de esta pirmide de la que les hablaba hace un momento. Desde los centinelas que vigilaban ante las ptlertas de las casas, en los extremos de las calles, hasta los responsables de los barrios, respOnsables de los distritos y responsables de la ciudad, tenemos ah una especie de gran pirmide de poder en la que no de-ba producirse ningLma interrupcin_ Era un poder rambin continuo en su ejercicio. y no simplemente en su pirmide jerrquica, porque la vigilancia deba ejercerse sin interrupcin alguna. Los centinelas tenan que estar siem-pre presentes en los extremos de las calles, los inspectores de los barrios y

    n Cf. J.A.-F. Ozanam, Hisroire mdica/e -~nmfe N pnrtimlii:re des maladics ipidtmiqtw, cvllffl-ginlses et !pizootiqtm, qui ont rignt m Eurvpr dq11 s trmps fes plw rrmlts jwqu il no jmm. 21 ed .. l\uis, 1835, IV, pp. 5-93.

    CLASE DEL 15 DE ENERO DE IY75 53

    disrriros deban hacer su inspeccin dos veces por da, de tal manera que na-da de lo que pasaba e~ la ciudad poda escapar a su mirada. Y todo lo que se observ::tba de este modo deba registrarse, de manera permanence, mediante esa especie de examen visual e, igualmente, con la rerranscripcin de todas las informaciones en grandes registros. Al comienzo de la cuarentena, en efecro, codos los ciudadanos que se encontraban en la ciudad tenan que dar su nombre. Sus nombres se inscriban en una serie de registros. Algunos de stos esraban en manos de los inspectores locales y los dems, en poder de la ad~1nsuacin central de la ciudad. Y los inspectOres tenan que pasar todos los das delante de cada casa, detenerse y llamar. Cada individuo tena asig-nada una ventana en la que deba aparecer y, cuando lo llamaban por su nombre, deba presentarse en ella; se entenda que, si no lo haca, era porque estaba en cama; y si estaba en cama, era porque estaba enfermo; y si estaba enfermo, era peligroso. Y, por consiguiente, h

  • 54 LOS ANORMALES

    especie de puesta a distancia, de ruptura de contacto, de marginacin. Al con erario, se traca de una observacin cercana y mericulosa. En tanto que la lepra exige distancia, la pts(e, por su paree, implica una especie de aproximacin ca-da vez ms fina del poder en rdacin con los individuos, una observacin cadd vez ms constante, cada vez ms insistente. No se trata tampoco de una suene de gran riro de purificacin, como en el caso de la lepra; en el de la peste esra-mos ame un intento de maximizar la salud, la vida, la longevidad, la fuel7.a de los individuos. Y, en el fondo, de producir una poblacin sana; no es cuestin de puriftcar a quienes viven en la comunidad, como s lo era con la lepra. Por. ltimo, como pueden ver, no se trata de una marcacin definitiva de una parte de la poblacin; se erara del examen perpetuo de un campo de regularidad, dentro del cual se 'va a calibrar sin descanso a cada individuo para saber si se ajusta a la regla, a la norma de salud que se ha defiuido.

    Ustedes saben que existe toda una lircrarura sobre Ja peste que es muy in-teresante y en la cual sta pasa por ser el momento de gran confusin pnica en que los individuos. amenazados por la muerrc que recorre las calles, abandonan su identidad, arrojan sus rilscaras, olvidan su status y se entre-gan al gran desenFreno de la genre que sabe que va a m.orir. Hay una litera-tura de la peste que es una literatura de la descomposicin de la individuali-dad; r:oda una especie de sueo orgistico de la peste, en que sta es el momento en que las individualidades se deshacen y se olvida b ley. El mo-nento en que la peste se desencadena es el momento en que se cancela cual-quier regularidad de la ciudad. La peste atraviesa la ley, como lo hace con los cuerpos. se es, al 1ncnos, el sueEo li[erario de h peste. 15 Adviertan que, sin embargo, hubo otro sue10 de la peste: un sueo poltico en el que es, al contrario, el momento maravilloso en que el poder poltico se ejerce a pleno. La pe.sre es el momento en que el reievamiento de una poblacin se Heva a su punto extremo, en que ya no puede haber nada de las comunicaciones peligrosas, las comunidades confusas, los conracros prohibidos. El momento de la peste es el del relevamiento exhaustivo de una poblacin por un poder poUcico, cuyas ramificaciones capilares llegan sin parar hasta el grano de los in-dividuos mismos, su tiempo, su vivienda, su localizacin, su cuerpo. La peste

    1~ E.sta literatura comie.m.a con Tucdidcs, !Jtnrili. !l, 47, 54. y T. Lucrc:tius Carus, De t~atum r~n11n, VI, 1/38, 1246, y se prolonga hasta A. Arr:1ucl. T/Jdrn: t:t son dnuble, Pads, 1938 [cm-duccin castellana: El uatm y m doble, Buenos Aires, Sudamericana, 1976], y A Camus, La PCJu, Par(s, 1946 [tmduccin c.1stcllana: La pme. Buenos Aires, Sudamericana, 1974].

    CLASE DEL 15 DE ENERO DE 1975 55

    trae consigo, acaso, el sueo lcrario o teatral del gran momemo orgisrico y, tambin, el sueo poltico de un poder exhaustivo, de un poder sin obsrcu-los, un poder enteramente transparente a su objeto, un poder que se ejerce en plenitud. Entre el sudw de una sociedad militar y el de una sociedad apesta-da, entre esos dos sueos cuyo nacimiento constatamos en los siglos XVl y XVII, poJr:n ve1 que .se tl'ama una pertenencia. Y en realidad creo que lo que actu polticamente, justamente a partir de esos siglos, no es el viejo modelo de la lepra, cuyo ltimo residuo o, en fin, una de sus ltin1as grandes manifes-taciones, encontramos sin duda en la exclusin de los mendigos, los locos, et-ctera, y d gran encierro. Durante el siglo XVII este modelo fue sustituido por otro, muy difereme. La peste wm el relevo de la lepra como modelo de con-trol poltico, y sa es una de las grandes invenciones def siglo XVIII, o en rodo caso de la edad chsica y la monarqua administrativa.

    En trminos generales dira esto. En el fondo, el reemplazo del modelo de la lepra por el modelo de la peste corresponde a un proceso histrico muy importante que, en una palabra, yo llamarla la invencin de las tecnologas positivas de poder. La reaccin a la lepra es una reaccin negativa; una reac-cin de rechazo, exclusin, etctera. La reaccin a Ja peste es Hna reacciH positiva; una reaccin de inclusin, observacin, formacin de saber, multi-plicacin de los efectos de poder a partir de la acumulacin de la observa-cin y el saber. Pasamos de una tecnologa del poder que expuls:1, excluye, prohbe, margina y reprime, a un poder que es por fin un poder positivo, un poder que fabrica, que observa, un poder que sabe y se multiplica a partir de sus propios efectos.

    Yo dira que, en general, se dogia la edad clsica porque supo inventar una masa considerable de tcnicas cientficas e industriales. Y como bien sabe-mos, tambin invent formas de gobierno; elabor aparatos adrninisrrarivos, instituciones polticas. Todo esm es verdad. Pero -y creo que a esto se le presta menos atencin- la edad cl:isica tambin invem tcnicas de poder tales que ste ya no acta por extraccin, sino por produccin y maximizacin de la produccin. Un poder que no obra por exclusin, sino ms bien por in-clusin rigurosa y analtica de los elementos. Un poder .que no acta por la separacin en grandes masas confusas, sino por distribucin segn indivi-dualidades diferenciales. Un poder que no est ligado al desconocimientO sino, al contrario, a roda una serie de mecanismos que aseguran 1a forma-cin, la inversin, la acumulacin, el crecim.iemo del saber. [La edad clsica invent tcnicas de poder] cales, en definitiva, que pueden rr:insferirse a so-

  • 56 LOS ANORMALES

    pones institucionales muy diferentes, ya sean Jos aparatos escacales, las insci-tuciones, la familia, etctera. La edad clsica elabor, por ende, lo que puede llamarse un arte de gobernar, en el sentido en que precisamente se emenda en ese momenw el gobierno de los nifios, el gobierno de los locos, el gobierno de los pobres y, pronto, el gobierno de los obreros. Y por ''gobierno" hay que entender, si se toma el trmino en sentido amplio. tres cosas. Primero, por supuesto, el siglo XVIII, o la edad clsica, invem una reorfa jurdico poltica del poder, centrada en la nocin de voluntad, su alienacin, su transferencia, su representacin en un aparato gubernamenml. El siglo XVIII, o la edad clsi-ca, introdujo todo un apararo de estado con sus prolongaciones y sus apoyos en diversas instituciones. Y adems -querra consagrarme un poco a esto, o bien debera scrvirnle de trasfondo al anlisis de la normalizacin de la sexua-lidad- puso a punto una tcnica general de ejercicio dd poder, tcnica trans-ferible a instituciones y aparatos numerosos y diversos. Esta tcnica constituye el reverso de las estructuras jurdicas y polticas de la representacin y la con-dicin de funcionamiento y eficacia de esos aparatos. Esta tcnica general del gobierno de los hombres entraa un dispositivo tipo, que es b organi_za-cin disciplinaria de la que les habl el ao pasado. tG En qu termina este dispositivo tipo? En algo que puede denominarse, me parece, norma/.z"zncin. Este ao me dedicar, por lo tan ro, ya no a la mecnica misma de los apara-tos disciplinarios, sino a sus efectos de norrnalizacin, a lo que rienen por fi-nalidad, a los efeccos que obtienen y pueden clasificarse bajo el encabez;:do de la norrmdizacin.

    Algunas palabras ms, si me dan unos minutos. Querra decirles esto. Me gustara remitirlos a un texto que esd. en la segunda edicin del libro del se-or Canguilhem Le Normal et le pathologique (empieza en la pgina 169). En ese texto, donde se erara. de la norma y b normalizacin; hay cierto lote de ideas que me parecen hisrric;: y mecodolgicamenre fecundas. Por una par-te, la referencia a un proceso gener:d de normalizacin social, poltica y tcni-ca que se desarrolla en el siglo XVHI y que tiene deccos en el mbiro de la educacin, con fas escuelas normales; de fa medicina, con (a organizacin hospitalaria; y carnbin en el de la produccin industrial. Y no hay duda de que tambin podra ;:gregarse el mbito del ejrcito. As pues, proceso general

    16 Vase el curso de 1973-1974 en el ColiCge de France, Le Powmir psydJiatrique (en particular, clases del 21 y 28 de noviembre y 5 de diciembre de 1973). Resumen en M. Foucault. Dits et l!crit, ob. cir., voL 2, pp. 675-686.

    CLASE DEL 15 DE ENERO DE 1975 57

    de normalizacin duran re el siglo XVJIJ, multiplic.1cin de sus efectos de nor-malizacin en !a infancia, el ejrcito, la produccin, etctera. Tambin van a encontrar, en ese rexro al que me refiero, la idea, creo que imporrante, de que la norma no se define en absoluco como una ley naturaL sino por el papel de exige~cia y coercin que es capaz de ejercer con respecto a los mbicos en que se apltca. La norma, por consiguiente, es portadora de una pretensin de po-der. No es simplemente, y ni siguiera, un principio de inteligibilidad; es un elemenco a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del po-der. Concepto polmico, dice Canguilhem. Tal vez podra decirse poltico. En todo caso -y sta es la tercera idea que me parece imponame-, la norma trae aparejados a la vez un. principio de calificacin y un principio de correc-cin. Su funcin no es excluir, rechazar. Al contrario, siempre est ligada a una tcnica positiva de intervencin y transformacin, a una especie de pro-yecto normativo. 17

    Es este conjunto de ideas lo que querra tratar de poner en accin histri-C;lmenre, esta concepcin aJa vez positiva, rcnica y poHtic~ de la normaliza-cin, aplicndola al dominio de b sexualidad. Y, como pueden ver, detrs de todo esro, en el fondo, aquello con lo que quiero agarrrmelas, o de lo que querra des;:sirme, es la idea de que el poder poltico -en todas sus formas y en cualquier nivel en que se lo considere- no debe analizarse en el horizonte hegeliano de una especie de bella totalidad que e1 poder tendrb por efecto 0 bien desconocer o bien romper por abstraccin o divisin. Me parece que es un error a la vez mcwdolgico e histrico considerar que el poder es esen-cialrnence un mecanismo negativo de represin; que su funcin esencial es proteger, conservar o reproducir relaciones de produccin. Y me parece que es un error considerar que el poder es algo que se sita, con respecto al juego de las fuerzas, en un nivel superestructura!. Por ltimo, es un error conside-rar que esd esenci;:lmente ligado a efectos de desconocimiento. Ivle parece que -si se roma esa especie de concepcin tradicional y omnic.:irculanre del poder que encontramos, ya sea en los escritos histricos, ya en textos poHri-cos o polmicos acrualcs- esm concepcin del poder est consrruida, en rea-lidad, a partir de cierto nmero ele modelos, que son modelos histricos su-

    17 G. Canguilhem, Lc Nonnal ct le pathologique, 2" ec.l., P~!rs. 1972. pp. 169-222 (en particular, p. 177 par; la referencia a la norma como "concepto polmico"). Cf. M. Foucault, "L:t vie: l'exprience et la science" (1985), en Dits ,., ritr, ob. cit., vol. 4, pp. 774-776.

  • 58 LOS ANORMALES

    perados. Es una nocin compuesta, una nocin inadecuada con respecto a la realidad de la que somos secularmente contemporneos, y quiero decir con-temporneos al menos desde Gncs del slglo XVIII. . .

    En efccro, de donde se toma esa idea, esa especte de concepct6n dd poder para la cw11 ste pesa en cierta ~)rma desde afuera, masivamente, seglm una violencia conrinua que algunos (siempre los mismos) ejercen sobre los otros (que tambin son siempre los mismos)~ Del modelo o la realidad histrica, co~ mo lo prefieran, de una sociedad esclavista. La idea de que el poder -en lugar de permitir Ja circulacin, los relevos, las combinaciones mltiples de elemen-tos- tiene como funcin, esencialmente, prohibir, impedir, aislar, me parece una concepcin que se refiere a n modelo cambin hiscricamence supe~aclo, que es el modelo de la sociedad de castas. Al hacer del poder un mecamsm.o c-uya funcin no es producir, sno extraer, imponer transferencias obligatorias de riqueza y privar, por consiguiente, de los fruros del trabajo, en sntesis, al tener la idea de que tiene por funcin esencial bloquear el proceso de produc-cin y hacer que, en una prrroga absolutamente idmica de las relaciones de poder, se beneficie con ello una clase social determinada, me parece que no se hace referencia en absoluto a su funcion.;.iln.ienro rc:1l en la hora acrual, sino al funcionamiento del poder tal como s~ lo puede suponer o reconstruir en la so-ciecbd feudaL En fin, al referir.se a un poder que, con su maquinaria adminis-trativa de control, vendra .a superponerse a formas, fuerzas, relaciones de pro-duccin que esdn estaGieccbs en el nivel de una economa ya dada, al describirlo as, me parece que, en el fondo, se utiliza una vez ms un modelo histricamcme superado, esra vez el de la monarqua

  • Clase del 22 de enero de 1975

    Las tres figuras que constituyen el mbito de la anomala: el monstruo hu-mano, el individuo a corregir, el nio masturbador - El monstruo sexual establece l comunicacin entre el individuo monstruoso y el desviado se-xual- Un historial de las tres figuras- Inversin de _la importancia hist-rica de estas tres figuras - La nocin jurdica de monstruo - La embriolo-ga sagrada y la teora juridico biolgica del monstruo - Los hermanos siameses - Los hermafroditas: casos menores - El caso Marie Lemarcis - El caso Anne Grandjean.

    HOY QUERRA comenzar el an;lisis de ese dominio de la anomala cal com.o funciona en el siglo XIX. Querra tratar de mostrarles que ese dominio se cons-tituy a partir de tres elemenros. fs{QS empiezan a destacarse, a definirse, a par-tir del siglo XVIII, y hacen bisagra con el siglo XIX, introduciendo ese mbito de la anomala que, poco a poco, va a englobarlos, a confiscados y. en cierro mo-~. 'h r;:_~,y,,;~_:u;_ltlf.,, '1,1, -t~.tc'i't.7H~ .-k 1}~.R.T.I~rl{,y'.,. li:..'i'. ~~. (~Jk, 't."..R/'., r..r't."~ 't.lft!,'i',.';V{lf., son tres figuras o, si lo prefieren, tres crculos demro de los cuales, poco a poco, va a plamearse el problema de la anomala.

    La. primera de las figuras es la que llamar el monstruo humano. El marco de referencia de ste, desde luego, es la ley. La nocin de monstruo es esencial-mente una nocin jurdica -jurdica en el sencido amplio del trmino, claro es-t, porque lo que define al monstruo es el hecho de que, en su existencia mis-ma y su forma, no slo es violacin de las leyes de la sociedad, sino tambin de las leyes de la naturaleza-. Es, en un doble registro, infraccin a bs leyes en. su misma existencia. El campo de aparicin del monstruo, por lo canco, es un do-minio al que puede calificarse de jurdico biolgico. Por otra parte, el monstruo aparece en este espacio como un fenmeno 3. la vez extremo y extremadamente raro. Es el limite, el punto de derrumbe de la ley y. al mismo tiempo, la excep-cin que slo se cncuemra, precisamente, en casos extremos. Digamos que el monstruo es lo que combina lo imposible y lo prohibido.

    61

  • 62 LOS ANORMALES

    De ah se deduce cierro nmero de equvocos que van a seguir asediando -y por eso querra insistir un poco en el asunto- durante mucho tiempo b figura del hombre normal, aun cuando ste, tal como se constituir en la prctica y el saber del siglo XVIII, habr de reducir y confiscar -absorber, en cierra forma-los rasgos propios del monstruo. fste, en efecto, contradice la ley. Es b. infrac-cin, y la infraccin llevad:J. a su punto mximo. Y sin embargo, a la vez que es la infraccin (en cieno modo, infraccin en esrado bruto), no suscita, por ella-do de la ley, una respuesta que sea una respucstfl legal. Puede decirse que lo que constituye la fuerza y la capacidad de inquietud del monstruo es que, a la vez que viola la ley, la deja sin voz. Pesca en la trampa a la ley que est infringien-do. En el fondo, lo que suscita el monstruo, en el momento mismo en que viola la ley por su e~isrencia, no es la respuesta de la propia ley, sino algo muy distimo. Sed la violencia. ser la voluntad lisa y llana de supresin, o bien los cuidados mdicos o la piedad. Pero no es la ley mism:J. la que responde al ataque que, sin embargo, representa contra ella la existencia del monstruo. ste es una infrJ.ccin que se pone automcic:J.menre fuera de la ley, y se es uno de los pri-meros equvocos. El segundo es que el monstruo es, en cieno modo, la forma espontnea, la forma brucal, pero, por consiguiente, la forma natural de la con-rranaturalcza. Es el modelo en aumento, la forma desplegada por los juegos de la naturaleza misma en rodas las pequeas irregularidades posibles. Y en ese senrido, podemos decir que el monstruo es el gran modelo de todas las peque-aS diferencias. Es el principio de inteligibilidad de todas las formas -que cir-culan como dinero suelto- de la anomala. Buscar cul es el fondo de mons-truosidad que hay detrs de las pequeas anomalas, las pequeas desviaciones, las pequeas irregularidades: se es el problema que vamos a encontrar a lo largo de rodo el siglo XIX. Es la cuestin, por ejemplo, que plantear Lombro-so cuando se vea ante delincuentes. 1 ~Cul es el gran monstruo natural que se perfila dctds del ladrn de poca monta? Paradjicameme, el monstruo -pese a la posicin lmite que ocupa, aunque sea a la vez lo imposible y lo prohibi-do- es un principio de imeligibiliclad. Y no obstante, ese principio de inteligi-bilidad es un principio verdaderamente tautolgico, porque la propiedad del monstruo consiste precisamente en afirmarse como tal, explicar en s mismo todas las desviaciones que pueden derivar de L pero ser en s mismo ininreli-

    1 F..st; claro que Michcl Foucault 3C refiere aqu al conjunro de la actividad de Cesare Lumbroso en el mhito de! In amropologa criminal. vase, en panicular, C. Lombroso, L 'Uomo dt:lin~ qucnte studinto in mpporto nl/'nmropolof{irt, td!a medicina &gafe ed al/e discipline mrcerttrie, Mi-Un, 1876 (traduccin francesa de la 4~ edicin jn[iana: L 'Homme crimine!, Pars, \887).

    CLASE DEL 22 DE ENERO DE 1975 63

    gible. Por consiguicme, lo que vamos a encontrar en el fondo de los anlisis de la anomala es la inteligibilidad rautolgica, el principio de explicacin que no remite ms que a s mismo.

    F....stos equvocos del monstruo humano, que se despliegan con mucha am-plirud a Fines del siglo XVIII y principios del XIX, van a volver ;t est~lt' presentes, vivaces, desde luego modcr;dos y sigilosos, pero de todos modos realmente ac-civos, en toda esra problemtica de la anomala y rodas las tcnicas judiciales o mdicas que en el siglo XJX van a girar en wrno de elb. En una palabra, dig;~mos que el anormal (y esw hasta fines del siglo XJX y tal vez hasra el X.'\.; recuer-den b.s pericias que les le al principio del curso) es en el fondo un monstruo cotidiano, un monstruo trivializado. Va a seguir siendo an durante mucho tiempo algo as como un monstruo pldo. st; es J; primera figura que me gustara esrudiar un poco.

    La segunda, a la que volver m:s adelante y que tambin forma parte de la genealogb de la anomala y el individuo anormal, es la que podramos !!amar la figura del individuo n corregir. Tambin ste es un personaje que aparece muy claramente en el siglo XVIII, incluso nd.s recienremente que el monstruo, quien, como vern, tiene una muy larga herencia tras de s. El individuo a corregir es, en el fondo, un individuo muy especfico de los siglos XVII y XVIII; digamos que de la edad clsicJ.. Su marco de referencia, por supuesto, es mucho menos vasro que el dd monstruo. El marco de referencia de ste eran la naturaleza y la sociedad, el conjunto de las leyes del mundo: el monstruo era un .ser cosmol-gico o anticosmolgico. El marco de referencia del individuo; corregir es mu-cho ms limirad_9: es la familia misma en el ejercicio de su poder interno o la gestin de su economa; o, a lo sumo, la familia en su relacin con las institU-ciones que li11dan con ella o la apoyan. El individuo a corregir va a aparecer en ese juego. ese conflicto, ese sistema de apoyo que hay entre la f.1milia y la escue-la, el taller, b calle, el barrio, la parroquia, la iglesia, la polica, etctera. De mo-do que se es el campo de aparicin del individuo ::1 corregir.

    Ahora bien, ste tambin muestra la siguiente dife'n::ncia con el monstruo: su ndice de frecuencia es naturalmente mucho ms alto. El monstruo es la excep-cin por definicin; el individuo a corregir es un fenmeno corriente. Tan co-rriente que presenta -y sa e.s su primera paradoja- la caracterstica de ser, en cieno modo, regular en su irregularidad. Por consiguiente, a partir de ahf tam-bin van a desplegarse toda una serie de equvocos que reencontraremos durante mucho tiempo, luego del siglo XVIII, en la problemtica del hombre anormal. En primer lugar, esto: en b medida en que el individuo a corregir es muy fre-cuente, en la medida en que est inmediatamemc prximo a la regla, siempre va

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    a ser muy difcil determinarlo. Por un lado, es una especie de evidencia familiar, cotidiana, que hace que se lo pueda reconocer de inmediato, pero reconocerlo sin que haya que dar pruebas, de tan familiar que es. Por lo tanto, en la medida en que no hay que dar pruebas, nunca se podr demostrar efectivamente que el individuo es incorregible. Est exactamente: en el lmite de la indecidibilidad. No se pueden dar pruebas de l y tampoco demostraciones. Primer equvoco.

    Otro equvoco es que, en el fondo, b persona que hay que corregir se pre-senta en ese carcter en la medida en que fracasaron rodas las tcnicas, todos los procedimientos, todas las inversiones conocidas y familiares de domesticacin mediante los cuales se pudo \ntentar corregirla. Lo que define al individuo a corregir, por lo tanto, es que es incorregible. Y sin embargo, paradjicamente, el incorregible, en la ,medida misma en que lo es, exige en torno de s cierra cantidad de intervenciones especficas, de sobreintervenciones con respecro a las tcnicas conocidas y familiares de domesticacin y correccin, es decir, una nueva tecnologa de recuperacin, de sobrecorreccin. De manera que, alrede-dor de este individuo a corregir, vemos dibujarse una especie de juego entre la incorregibilidad y la corregibilidad. Se esboza un eje de la corregible incorregi-bilidad, donde m:s adelante, en el siglo XIX, vamos a encontrar precisamente al individuo anormal. Ese eje va a servir de soporte a codas las instituciones espe-cftcas para anormales, que se desarrollarn en el siglo XIX. Monstruo empalide-cido y trivializado. el anormal de ese siglo es igualmente un incorregible, un in-corregible a quien se va a poner en medio de un aparato de correccin . .J:.se es el segundo antepasado del :111ormal del siglo XIX.

    En cuanto al tercero, es el mastttrbador. El masturbador, el nio masturba-dar, es una figura novsima en el siglo XIX (o en codo caso propia de fmes del siglo XVIII) y su campo de aparicin es la familia. Podemos decir, inclusive, que es :1\go ms estrecho que sta: su marco de referencia ya no es la naturaleza y la sociedad como [en el caso d]el monsuuo, ya no es la familia y su entorno como [en el d]el individuo a corregir. Es un espacio mucho ms estrecho. Es el dor-mirorio, la cama, el cuerpo; son los padres, los supervisores directos, los herma-nos y hermanas; es el mdico: mda una especie de microclub. alrededor del in-dividuo y su cuerpo.

    Esta figura del mascurbador que vemos aparecer a fines del siglo XVIIl exhi-be, con respec[Q al monstruo y tambin al corregible incorregible, cierro nme-ro de caractersticas especficas. La primera es que se presema y aparece en el pensamiento, el saber y las tcnicas pedaggicas dd siglo XVIII, como un indivi-duo en absoluto excepcional, ni siquiera como un individuo frecuente. Aparece como un individuo casi universal. Ahora bien, de este individuo absolutamente

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    universal, vale decir, esa prctica de la masturbacin que se reconoce como uni-versal, se afirma al mismo tiempo que es una prctica que se desconoce o es mal conocida, de la que nadie habla, que nadie conoce y cuyo secreto j:wls se revela. La masturbacin es el secreto universal, el secreto compartido por .wdo el mundo, pero que nadie comunica nunca a ningn otro. Es el secreto posedo por todos, el secreto que no llega jams a la concienci:t de uno mismo y al dis-curso universal (ms adelante volveremos a todo esto), y la frmula general es la siguiente (deformo apenas lo que encontramos sobre la masturbacin en los libros de fines del siglo XVIII): "Casi nadie sabe que casi todo el mundo lo ha-ce". Tenemos ah, en b. organizacin del saber y las tcnicas antropolgicas del siglo XJX, algo absolutamente decisivo. Ese secrero, que roda el mundo com-parte y a la vez nadie comunica, se plantea en su cuasi universalidad como la raz posible, e incluso la raz real de casi rodas los males posibles. Es la especie de causalidad polivalente a la que puede asociarse, cosa que los mdicos del si-glo XVIII van a hacer de inmediato, roda la panoplia, todo el arsenal de enfer-medades corporales, enfermedades nerviosas, enfcrmed:tdes psquicas. En defi-nitiva, en la patologa de fines del siglo XVIII no habr prcticamente ninguna enfermedad que no pueda corresponder, de una u otra manera, a esta etiologa, es decir, la etiologa sexual. En otras palabras, ese principio casi universal, que encontramos virtualmente en todo el mundo, es al mismo tiempo el principio de explicacin de la alteracin ms extrema de la naturaleza; es el principio de explicacin de la singularidad patolgicJ. Visto que casi todo el mundo se mas-turba, esto nos explica que algunos Caigan en las enfermed;ides extremas que no presenta ninguna otra persona. Es esm especie de paradoja etiolgica la que va-mos a hallar, hast;. el fondo de los siglos XIX o XX, con respecto a la sexualidad y las anomalfas sexuales. As pues, no hay nada de sorprendente. Lo sorpren-dente, si ustedes quieren, es que esa especie de paradoja y esta forma general del anlisis se planteen ya de una manera tan axiomtica en los ltimos aos del siglo XVIII.

    Creo que. para situar esta especie de arqueologa de la anomala. puede de-cirse que el anormal del siglo XlX es el descendiente de estos rres individuos, que son el monstruo, el incorregible y el masmrbador. El individuo anormal del siglo XIX va a seguir m;.rcado -y muy tardamente, en la prctica mdica, en la prctica judicial, tanto en el saber como en las instituciones que van a ro-dearlo- por esa especie de monstruosidad cada vez ms difusa y di:.f:1na, por esa incorregibilidad rectificable y cada vez mejor cercada por ciertos aparatos de rectificacin. Y, por ltimo, est marcado por ese secreto comn y singular que es la etiologb general Y universal de las peores singularidades. La genealoga del

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    individuo anorrnal, por consiguiente, nos remire a e