Los conflictos de la paz

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Los conflictos de la Paz MONTES DE MARÍA LOS DESAFÍOS DEL DESARROLLO RURAL EN UNA REGIÓN QUE SUFRIÓ LA GUERRA PROYECTO HOJA DE RUTA MONTES DE MARÍA LOS CONFLICTOS DE LA PAZ

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Después de doce semanas 16 investigadores, identificados como líderes en la región, llegaron hasta el último rincón de los Montes de María. En bus, en lancha, en moto, sobre un burro, a caballo, sin importar el terreno o lo lejano, se recorrieron los 137 corregimientos de esta zona.

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Los conflictos de la Paz

MONTES DE MARÍA

LOS DESAFÍOS DEL DESARROLLO RURAL EN UNA REGIÓN QUE SUFRIÓ LA GUERRA

PROYECTO HOJA DE RUTA

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MONTES DE MARÍAPROYECTO HOJA DE RUTAEsta publicación fue posible gracias al apoyo del pueblo de Estados Unidos, a través de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). El contenido de esta publicación es responsabilidad de Fundación Semana y no reflejan necesariamente las opiniones de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional ni del gobierno de Estados Unidos.

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MONTES DE MARÍA

Equipo Fundación Semana Bogotá

Claudia García - Directora Ejecutiva

Alejandro Bernal - Gerente Administrativo y Financiero

Indira Mercado - Asistente Administrativa y Financiera

Diana Páez - Asistente Administrativa y Financiera

María Alejandra Cabal - Gerente de Proyectos

María Luisa Montalvo - Área de Proyectos

Luisa Fernanda Trujillo - Área de Proyectos

Paola Rodríguez - Área de Proyectos

Joaquín Salgado - Área de Proyectos

Margarita Rosa Agudelo - Asistente Fundación Semana

Rosario Arias - Coordinadora de Comunicaciones y Cultura

Juan Alfonso Aguilera - Diseñador, Área de Comunicaciones

Iliana Gutiérrez - Área de Comunicaciones

Daniel Montoya - Área de Comunicaciones

Reynaldo Urueta - Área de Comunicaciones

Maribel Román - Apoyo oficina

Consejo Asesor Hoja de Ruta

Ricardo Esquivia, Monseñor Nel Beltrán, Alfonso Gómez, Juan Carlos Gossaín,

Ana Elvira Gómez, Alejandro Reyes, David Luna, Eduardo Díaz, Maria Claudia Lacouture,

Roxana Segovia, Judith Pinedo, Soraya Bayuelo, Rafael Colón, María Isabel Cerón.

Equipo Hoja de Ruta

Diego Bautista – Gerente General del Proyecto

Marta Ruiz – Coordinadora del Proyecto

Alfonso Henríquez – Coordinador de Desarrollo Rural

Angélica Tovar – Coordinadora Desarrollo Económico Olga Acosta – Coordinadora Salud y Educación

Marta Salazar – Coordinadora de Tierras

Elsy Miranda – Coordinadora Infraestructura

Rosario Arias – Coordinadora de Cultura

Adriana David –Asesora en Desarrollo Rural

Miriam Villegas –Asesora en Desarrollo Rural

Juliana Ramírez – Analista

Santiago Fandiño – Analista

Daniel Montoya – Asistente de Investigación

Investigadores

Héctor Gazabón Óscar Jurado Miguel Miranda Jorge Paredes Nancy Montes Gabriel Carmona Liz Merlano Deisy Cabrera Pedro de la Rosa Yina Trespalacios Jackeline Moguea Gabino Salas Milady Vásquez Pedro Medina Osverto Pérez Dairo Caro

Coordinación Editorial

Marta RuizTextos

Claudia García, Álvaro Sierra, Marta Ruiz, Diego Bautista, Alfonso Hamburger, David Lara Ramos, Iliana Gutiérrez, Daniel Montoya, Andrés Wiesner, Equipo Hoja de RutaCorrección de Estilo

Luis SilvaFotos

Álvaro Sierra, Kristian Sanabria, César Molinares, Daniel Reina, Reynaldo Urueta, David Lara, Rodolfo Palomino, Juan Alfonso Aguilera,Equipo Hoja de Ruta, Archivo SemanaDiseño

Hernán Sansone, Juan Alfonso Aguilera, Jimena LoaizaPreprensa

SemanaImpresión

Printer Colombiana S.A.

Junta Directiva Fundación Semana

María López - Alejandro Santos - Elena MesaFelipe Vegalara - Roberto Pizarro - Rosario Córdoba Mario Pacheco - Soraya Montoya - Alfonso Gómez

SUMARIO

6. La hora de la paz 8. Montes de María: En pocas palabras

10. TIEMPO DE TRANSICIÓN

12. Posconflicto: Las preocupaciones de la gente20. La plaga que unió a la Alta Montaña24. El sembrador

26. TIERRAS GANADAS, TIERRAS PERDIDAS

28. Más que la tierra es el territorio30. “Nuestra lucha es por democratizar la tierra”32. La nueva apuesta de Argos34. La caja de pandora de la tierra35. Poniéndole límites al latifundio36. Zonas de reserva campesina: prueba ácida para la paz38. “Hay que proteger radicalmente las fuentes de agua”

40. EL PESO DEL PASADO

42. Así fue el conflicto en Montes de María*46. La reparación colectiva: ¡qué difícil!50. El regreso a Las Palmas: Entre el entusiasmo y la incertidumbre

52. HOJA DE RUTA

54. Qué es la Hoja de Ruta de Montes de María

56. Panorama social de los corregimientos56. Agua58. Salud60. Desarrollo productivo64. Educación65. Medio ambiente, cultura, comunicaciones

66. Se oye un rumor en los Montes69. Juglar, narradora y memoriosa70. Los indios farotos y sus viejas gaitas74. ¿Por dónde empezar? 78. El desafío de la paz territorial 82. Agradecimientos

Foto: César Molinares

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MONTES DE MARÍA

La hora de la paz

Hace seis años se creó la Fundación Se-mana como un laboratorio que preten-día tomar un símbolo de la violencia en Colombia, para el caso la población de El Salado, en cuyas calles ocurrió una de las más trágicas masacres de la historia colombiana, y convertirlo en un símbo-lo de reconciliación.

La idea buscaba que Publicaciones Semana, y su naturaleza de medio de comunicación representante de una Co-lombia moderna, con acceso a las comu-nicaciones y a la tecnología, trazara un puente de comunicación con el país rural, anclado en el abandono histórico, carente de servicios de agua y luz y de acceso a carreteras, cuyos habitantes habían sido víctimas de una crueldad que se desco-nocía en las ciudades. La idea de la Fun-dación, en síntesis, era articular el trabajo de muchas entidades públicas y privadas para construir, de la mano de los pobla-dores, el desarrollo que la guerra y el olvi-do oficial les quitó.

Esta suerte de laboratorio se ha con-vertido en un lugar de aprendizaje para

comprender la importancia del detalle y observar de cerca los retos del desarrollo y de la reconciliación.

El principal logro de la Fundación es dejar enseñanzas. Todos estamos apren-diendo. El Salado ha permitido que em-presarios, funcionarios públicos, comu-nidades, ONG y demás involucrados, entiendan de cerca las realidades de las zonas rurales colombianas, y los desa-fíos que estas entrañan. Reconstruir no es donar cemento y ladrillos, sino reali-zar esfuerzos coordinados, que resuelvan la cadena de problemas con la ayuda ar-mónica de empresarios y gobernantes. Y hacerlo desde la igualdad, alejados de cualquier actitud mesiánica: porque no se trata de asignarle al pueblo su destino, sino de acompañarlo para que lo recupere por sí solo.

Hoy estamos trabajando, de la mano

con el Banco Interamericano de Desarro-llo –BID–, en tres pilotos de la región: El Salado, la Alta Montaña y San Basilio de Palenque. El objetivo es impulsar la eco-nomía local de estos tres lugares a partir de la particularidad de cada uno de ellos.

Las iniciativas han sido disímiles, pero corren en la misma dirección. En El Sala-

do, por ejemplo, el impulso de la recons-trucción surgió desde la empresa privada. En Palenque, en cambio, la iniciativa fue del actual gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín, quien decidió convocar a esta alianza para acompañar una inver-sión sin antecedentes en un gran plan de etnodesarrollo para ese corregimiento. Y en la Alta Montaña, por último, el motor partió de la comunidad misma, que lleva varios años haciendo un proceso de re-conciliación, y que decidió movilizarse de manera pacífica para convocar al Estado y a la empresa privada a trabajar con ellos, especialmente en la recuperación de las más de 4000 hectáreas de aguacate que perdieron por cuenta de una plaga, y que afectó considerablemente su economía.

Dada la coyuntura de los diálogos de paz, del énfasis que se ha puesto al de-sarrollo territorial, de la institucionali-

dad que se ha venido preparando para el posconflicto, y de la presencia de tantos líderes y procesos sociales que hoy tiene la región, la junta directiva de la Funda-ción Semana ha decidido concentrar sus esfuerzos en la región de los Montes de María durante los próximos años, para aprovechar las dinámicas de integración

El desarrollo rural es el mayor desafío que tiene Montes de María en el postconflicto. La Fundación Semana, junto a sus aliados, quiere ayudar a convertir en realidad las oportunidades que la paz le ofrece a la región. Por Claudia García Jaramillo

LA CLAVE DEL DESARROLLO DE LA REGIÓN SE ENCUENTRA EN LA INTEGRALIDAD.

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EDITORIAL

La hora de la pazque se pueden dar con el objetivo de im-pulsar la construcción de paz y el desa-rrollo en dicha zona.

Para conseguirlo, construimos una hoja de ruta de la mano de la USAID, la Agencia del Gobierno de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, con el apoyo de universidades, empresas priva-das y entidades de cooperación. La idea era promover el diálogo y la movilización de las comunidades en torno de sus prio-ridades de desarrollo.

La Hoja de Ruta, liderada por Marta Ruiz y Diego Bautista, determinó una agenda organizada por ejes temáticos, arrojada tras conversaciones con insti-tuciones públicas, organizaciones cam-pesinas y empresas privadas, que giran en torno del bienestar de los Montes de María y que se construyó desde lo más local (corregimientos), pasando por los municipios y los gobiernos regionales. Un grupo de 19 investigadores de la zona recorrió los 139 corregimientos que com-ponen los 16 municipios de los Montes de María, delimitados entre los departa-mentos de Sucre y Bolívar.

Las conclusiones de la Hoja de Ruta indican que, más que la ejecución de un proyecto prioritario, la clave del desarro-llo de la región se encuentra en la inte-gralidad: es tan importante solucionar el problema de la tierra, como facilitar el acceso a los mercados, mejorar la calidad de la educación, establecer vías de trans-porte, desarrollar las comunicaciones, promover la cultura como eje del desa-rrollo y trabajar en modelos de atención en salud para zonas rurales. Y semejante propósito solo se logra con la coordina-ción de todas los actores públicos y pri-vados, articulados en torno a una misma información. El desarrollo rural de los Montes de María debe pensarse desde un enfoque de derechos, de moderniza-ción, democratización, identidad cultural y reconciliación. La idea es impulsar las líneas gruesas de la región, fortalecer la

economía campesina y promover la apli-cación de los derechos esenciales de los pobladores por parte del estado.

Los aprendizajes de estos años seguro nos ayudarán en esta alianza público-pri-vada a trabajar por la región con premisas claras. Sabemos que el desarrollo se debe construir desde la región; sabemos que no hay fórmulas mágicas y que la única manera de trabajo exitoso es el colectivo. Entendemos que el trabajo debe ser asu-mido con una actitud de iguales y no de redentores, y asumimos la perseverancia como el gran valor que nos debe unir a todos por igual en este esfuerzo. No se trata de montar proyec-tos sino facilitar procesos; no se trata de financiar, sino de comprometernos en cum-plir un rol en un momento histórico para el país. Las virtudes fundamentales para sacar adelante estos retos son el compromi-so, la paciencia, la arti-culación, la humildad y la presencia. Por eso es necesario fomentar el diálogo social y man-tener el trato digno y horizontal entre comu-nidades y actores de la región.

También de cambiar vidas y no cifras. Colom-bia está llena de proble-mas minúsculos que a la luz de los periódicos son números, pero que vistas de cerca son tragedias sin resolver. Y arreglar el país no debe ser un esfuerzo que se piense en términos de grandes rubros, sino de casos pequeños, de tristezas con rostro.

Hay que alentar con-

versaciones entre quienes piensan distin-to, de eso se trata la reconciliación. Hay que conseguir un modelo de desarrollo en que todos quepan; hay que demostrar que la economía campesina sí es viable. Y hay que trabajar desde una igualdad ver-dadera, entendida a fondo.

Montes de María fue una muestra de la crueldad del conflicto colombiano. Pero entre todos, y entre iguales, seguro será una muestra, también, de cómo se puede superar.

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Claudia García Jaramillo, directora

ejecutiva de la Fundación

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MONTES DE MARÍA

Potencialidades y problemas de una región diversa, rica y en movimiento.

En pocas palabras

Montes de María

MENOS POBLADORES RURALESLa población rural disminuyó en la última década.

En 1993 era el 34,9% del total,

en 2005 pasó a ser 28,8% y en 2013 solo

RESERVAS, EN VILOExisten tres zonas de reservas naturales: 1 La Reserva Forestal Protectora Serranía de Coraza y Montes de María 2 El Santuario de Fauna y Flora Los Colorados 3 El Santuario de Flora y Fauna El Corchal.

25,4%

TIERRA MÁS CONCENTRADALa concentración de la propiedad de la tierra en la subregión, de acuerdo con el índice Gini, fue de 0,86 en 2012. En comparación con el 2000 aumentó la concentración de la propiedad en 0,09. Tolúviejo es el municipio de mayor concentración con un índice de 0,98. Ovejas es el de menor con 0,60.

MENOS TIERRA SEMBRADAEn 2012 el área total de tierra cosechada por el sector agrícola en Montes de María fue del 60,9%, un 7,6% menos que en 2007. Los cultivos que más disminuyeron fueron los transitorios (maíz, yuca).

TIERRA DE JUGLARESAquí nacieron el rey de la gaita Toño Fernández; los maestros del vallenato Alfredo Gutiérrez y Lisandro Mesa; el “duro” de la cumbia Andrés Landero; el reconocido juglar Adolfo Pacheco; el gran Lucho Bermúdez, la cantaora Ceferina Banquez… la lista sigue y es larga.

DESPLAZADOS A LA FUERZA*Entre 1998 y 2009 hubo 215.505 desplazados en Montes de María. En virtud de este flagelo, en Sucre fueron abandonadas 14.254 hectáreas y en Bolívar 71.862 para un total de 86.116, de las cuales 54.312 pertenecen a Carmen de Bolívar.

Foto: Daniel Reina

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Fuente: Lineamientos y estrategias de desarrollo rural territorial para la región Caribe colombiana. Grupo Diálogo Social, ESAP y PBA.*Fuente: Pastoral Social

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ENFOQUE

CAEN UNOS, CRECEN OTROSDurante 2012 el área total cosechada en cultivos permanentes fue de 27.324 hectáreas de las cuales 45,6% fueron de ñame, 20,3% de palma de aceite, y 13,9% de aguacate. El área cosechada con cultivos permanentes creció en 44,8% mientras los transitorios como maíz, yuca y arroz cayeron 33,8%.

SIN INDUSTRIA El sector de servicios es la principal fuente de generación de ingresos no agrícolas en Montes de María. El 71% de las unidades económicas corresponden al sector de comercio y servicios mientras que el 0,1% a unidades industriales relacionadas con la extracción de piedra caliza y de aceite de palma.

Y LA CALIDAD, ¿QUÉ?La cobertura en educación por niveles de formación es de 63,2% en transición, 95,6% en primaria, 71,9% en secundaria y 34,3% en media. Cobertura no quiere decir calidad.

TOMANDO RIPIOEn Montes de María la cobertura de acueducto no supera el 60%. Seis municipios técnicamente no cuentan con el servicio de agua potable.

MUCHO GANADODe las tierras de uso agropecuario, correspondientes a 557.675 hectáreas, el 46% es destinado a la ganadería y el 23% a la agricultura.

ALGO SE MUEVE

En la región hay más de 1.500 organizaciones sociales y por lo menos 10 procesos de integración y acción colectiva.

POBREZA Y MISERIATodos los municipios superan el 80% de pobreza, siendo los peores Palmito con un 97,4%; El Carmen de Bolívar con 96,8%, y Zambrano 96%.

SUBSIDIADOS Y SIN TRABAJOEl 82% de la población se encuentra afiliada al régimen subsidiado. En Colosó, Palmito, Córdoba (Bolívar), El Guamo, y Morra hay niveles cercanos al ciento por ciento.

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Tiempo de transición

MONTES DE MARÍA HA DEJADO ATRÁS EL CONFLICTO ARMADO, PERO NO PUEDE DECIRSE

QUE VIVA EN PAZ. LA GUERRA HA DEJADO HUELLAS PROFUNDAS, Y NUEVOS CONFLICTOS.

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MONTES DE MARÍA

El periodista Álvaro Sierra Restrepo recorrió los Montes de María para escuchar a sus pobladores y encontró una región en la que emergen los nuevos y complejos conflictos que trae consigo el fin de la guerra. Un espejo para el país.

E n la ruta hacia la paz, Montes de María está unos años por delante del resto de Colombia. Esa ven-

taja puede convertir a una de las regiones que más sufrieron por la guerra en el gran laboratorio para construir la paz. Pero los retos son colosales.

Como dice Guillermo Vargas, director de la Fundación Red de Desarrollo y Paz, en Montes de María no hay paz, pero hay calma. Más allá de si se trata de la región más importante en una situación de posconflicto –un tema polémico–, es un hecho de que el conflicto armado y sus horrores, y los grupos que los protagonizaron, son cosa del pasado. Basta viajar por sus alrededores para percibir que el terror que caracterizó esos tiempos ha ce-dido y que las preocupaciones de la gente, hoy, son muy distintas.

Dominan los conflictos propios de la paz, no los de la guerra. Esto no significa que muchos de los que alimentaron el enfrenta-miento armado se hayan ido para siempre.

En algunos municipios los reciclajes de la violencia hace rato asomaron las orejas. Los Urabeños y otros grupos ilegales llena-ron el vacío dejado por los paramilitares y se dedican al tráfico de cocaína a gran escala por la Costa y al microtráfico en las zonas urbanas. En María la Baja, Morroa, Córdo-ba, y Zambrano existe la intimidación para quienes piden restitución de tierras o de ex-tinción de dominio de haciendas que fueron de narcotraficantes. Allí hay nuevos miedos.

Estos grupos no solo representan un desafío de seguridad ciudadana sino que se están convirtiendo en cantos de sirena para uno de los sectores más olvidados de

la sociedad local: la juventud.Reclutan jóvenes o los sumen en el

consumo de drogas, y se nutren de fenó-menos que la región no conocía, como las pandillas, que se han vuelto un proble-ma de primer orden en el Carmen o San Onofre. El mototaxismo le ganó la pelea a la agricultura como alternativa de empleo para una juventud que deja el campo en masa y a la que el modelo económico no le da alternativas. ¿Cómo hacemos para que los jóvenes no se vayan tras esas luciérnagas alum-brando en la noche que son Barranquilla, Car-tagena y Sincelejo?, se pregunta el intelectual sucreño Inaldo Chávez. No hay un cine en 15 municipios. Billar y cerveza son la recreación, dice Benjamín Anaya, coordinador de la región Caribe de PBA, una ONG que tra-baja en apoyo al desarrollo rural.

La lista de problemas es tan nutrida como la debilidad de las respuestas. Falta una política efectiva de desmantelamiento de los grupos de crimen organizado herederos de los paramilitares. Según una investigación de ILSA, una ONG de derecho alternativo, en 2012 y 2013 hubo 136 amenazas contra líde-res y activistas, 100 de ellos reclamantes de tierras, y 13 asesinatos de estos últimos entre 2006 y 2013, la mayoría en San Onofre. La gente espera que los pocos jueces, fiscales y policías que hay en los Montes expliquen: si se acabaron los grupos armados, ¿quién mata y quién amenaza?

La vieja política no ha cambiado: el de ‘la mochila’ sigue comprando votos en eleccio-nes y en varios lugares gobiernan herederos de parapolíticos o personajes ligados a caci-ques viejos y nuevos. La salud y la educación

están entre los desvelos más importantes de la gente en los 137 corregimientos de una re-gión que cuenta, junto a la región del Pacífico, con los peores indicadores sociales del país.

Los municipios no tienen ingresos propios, pues prácticamente no hay em-presa privada y el recaudo por predial es mínimo. Los presupuestos dependen en más de 90 por ciento de transferencias y regalías. La vida de nosotros es lo que nos gira el gobierno, dice Dacy Robles, secretaria de Planeación de Colosó.

La pobreza en algunas zonas indíge-nas y campesinas es patética. El campo envejece y cultivos tradicionales como el aguacate, está siendo diezmado por un hongo, y el tabaco, es inestable y poco rentable para el campesino.

Según una líder de San Onofre, la re-cuperación de la tierra es el problema central de la región. La política de restitución abrió posibilidades. Y una caja de pandora. No solo hay conflictos entre despojadores y despojados; entre labriegos y ONG, de un

Posconflicto: Las preocupaciones de la gente

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TIEMPO DE TRANSICIÓN

lado, y grandes empresas, del otro, y entre terratenientes y campesinos sin tierra, sino tensiones entre campesinos que dejaron o vendieron sus predios y otros que los com-praron u ocuparon de buena fe.

Un estudio del Banco de la República cita que más de 134.000 hectáreas de tierra fueron adjudicadas por el Incora a 10.700

familias campesinas entre 1963 y 2007, pero casi la mitad habría cambiado de manos du-rante el conflicto armado. El problema no es solo de despojo sino de la vieja inequidad en la tenencia. El académico Daniel Men-co calcula que 367 predios ocupan 165.000 hectáreas y, según la Mesa Campesina, hay 3.210 familias sin tierra. Mientras los con-

flictos más notorios se presentan con em-presas palmeras y forestales, la ganadería es, de lejos, la que ocupa y acapara más tierra.

Además, modelos viables para econo-mías tradicionales como el tabaco, están por definirse, así como los de nuevas ac-tividades, como la apicultura o el ajonjolí. La provisión de agua para riego y consu-

mo humano es una necesidad urgente.Si la paz no logra convertir la restitución

en un modelo de convivencia y reducir drásti-camente la desigualdad, será un fracaso anun-ciado. Y esa no es sino parte del problema.

Prevenciones y conflictos de tierras con ‘los paisas’, como llaman a los gran-des inversionistas que no pertenecen a la

región, son la punta del iceberg del debate clave de los Montes de María: cuál será el modelo de desarrollo.

El campesinado, sus organizaciones y varias ONGs le apuestan a la ‘finca mon-temariana’, que rescata las tradiciones de diversidad y pequeña economía campesina de la región, y a la creación de dos zonas de reserva campesina de más de 90.000 hectá-reas, que restringirían la gran propiedad. Ello en un territorio donde hoy existen grandes empresas ganaderas, palmeras y forestales; donde se explora petróleo y gas; y en la que empieza a promoverse el turismo.

¿Pueden esos modelos convivir? ¿Cómo llegar a acuerdos entre sectores tan distintos como las 156 organizaciones de la Mesa Campesina o los dueños de un ‘revolcaero ‘e burro’, como les dicen a los microfundios, y grandes actores con estra-tegias distintas como Carlos Murgas, Pi-zano o el Grupo Argos? Preguntas clave. Si hablamos de reconciliación y paz no podemos excluir a ningún actor, por mucho que haya dife-rencias entre nosotros, dice Guillermo Vargas.

No hay que olvidar que esta es una región de víctimas: más de 197.000 es-tán registradas, un tercio de la población. Cada persona con la que se habla cuen-ta una historia terrible. Eso demanda no solo reparación monetaria sino un vasto programa de atención sicosocial.

La gran fortaleza de la región es el nivel de organización de la gente. Aunque algu-nos le critican al Laboratorio de Paz que promovió la Unión Europea que no logró cambios políticos, como comenta Alfonso Enríquez, coordinador temático de la Hoja de Ruta de la Fundación Semana, sin esos di-neros que se invirtieron en 2005-2010, no habría sociedad civil con la cual trabajar.

Basta levantar una piedra para encontrar un líder o una organización de base, que ha-cen por sus comunidades mucho más que el Estado. ¿Cómo involucrar a esta, la parte más dinámica de la sociedad montemariana, en la construcción de la paz?

La paz territorial que se está diseñan-do en La Habana debería prestarles aten-ción a tales complejidades y asumir a esta región como un lugar decisivo para poner a prueba las políticas del posconflicto. Posiblemente, Montes de María le pue-de mostrar a Colombia el camino, difícil, pero necesario, hacia la paz.

Posconflicto: Las preocupaciones de la gente

NO HAY QUE OLVIDAR QUE ESTA ES UNA REGIÓN CON 197.000 PERSONAS REGISTRADAS COMO VÍCTIMAS

Tras las puertas de las casas, la vida flu-ye hacia la normalidad. Inés Arredondo y su familia, pasando a la sombra el feroz calor de la tarde.

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MONTES DE MARÍA

M aría la Baja encarna uno de los debates centrales en Montes de María: ¿pueden los pequeños

campesinos convivir con la agroindustria?De la mano del empresario Carlos

Murgas, la palma llegó en 1998 y hoy hay unas 9.000 hectáreas sembradas. La zona goza de una de las productividades más altas del mundo para ese cultivo (14 tone-ladas por hectárea).

El modelo que promueve Murgas in-volucra a campesinos cultivadores, entu-siastas de la palma, pues les ha proporcio-nado una alternativa para un mejor vivir. Los defensores de estas ‘alianzas produc-tivas y sociales’ sostienen que proporcio-nan una economía lícita y mejoran la cali-dad de vida de los participantes.

Los críticos del cultivo afirman que este absorbe el agua del distrito de rie-

go de María la Baja, el más grande de los Montes; que los palmeros compran tierra alrededor de las represas y los sistemas de riego, talan y los contaminan, y que la cié-naga de María la Baja está siendo afectada. “La palma ha desplazado la agricultura tra-dicional a favor de la agroindustria”, dice un líder. Alegan que genera poco empleo y que, aunque los cultivadores ganan has-

La palma de la discordia

MARÍA LA BAJA

H abitado, pero aún en ruinas más de diez años después de haber sido destruido, Chinulito, en

Colosó, es un testimonio patético de las

dificultades del Estado para sanar las heri-das del pasado y lidiar con las angustias del presente.

Este parece un pueblo en guerra. Mudas y silenciosas casas destruidas, manchadas de grafitis, salpican el poblado. Los grupos ar-mados se robaron hasta los postes. La male-za devora el terreno y las paredes sin techo del colegio agropecuario, otrora orgullo de la región, ahora luce como si lo hubieran

Una reparación que ha tardado una década

CHINULITO

ta tres salarios mínimos, les toca comprar más cara la ‘comida’ que antes producían en sus parcelas.

Más allá del debate sobre la palma, es preocupante el entorno en el que este se adelanta. Dos jóvenes de un grupo que promueve la siembra de árboles y lucha en defensa del agua en el embalse del Playón fueron amenazados a finales del año pasado.

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bombardeado.A otros municipios de Montes de Ma-

ría les pasó lo mismo a finales de los 90 y comienzos de 2000. Lo insólito es que aquí, aunque la gente volvió hace más de una dé-cada, todo siga igual. Esto es lo mismo que en tiempos de la guerra, solo que con gente, dice Mi-leidys Jaraba, de la asociación de desplazados. Y, como si las heridas sin sanar que dejó la violencia pasada no bastaran, el abandono,

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LA PICHEDe cal y piedra

P ara Carsucre, es daño al medio am-biente; para nosotros es el mínimo vital, dice el capitán indígena Agustín

Durán, echando un vistazo profesional al ritmo al que los hombres que trabajan con él en la cantera de La Piche, cerca de Toluviejo, van llenando el camión de 17 toneladas con piedras arrancadas a punta de dinamita y maza a un cerro del que ya queda solo la mitad.

En Toluviejo, los conflictos de la tierra tienen que ver menos con el suelo que con el subsuelo. Según Paulo Funes, un líder local, más de un tercio de los 18.000 habitantes del municipio viven de la minería artesanal de caliza y piedra. La estatua emblemática del casco urbano es uno de esos mineros.

Agustín es heredero de una larga tra-dición que hunde sus raíces en una vieja disputa jurídica. Su comunidad, La Piche, vive de la minería artesanal. El problema es que solo un puñado de empresarios tiene títulos para explotación legal. Casi todos los pequeños mineros, como él y su gente, son informales y, por tanto, ilegales para la CAR local, Carsucre. Vienen a sacarnos todos los días, dice Agustín.

Según Paulo Funes, como Toluviejo fue originariamente territorio indígena, desde 1896 habría una escritura que consagra la propiedad del municipio, no de la Nación, sobre la tierra y el subsuelo. En 1938, el Consejo de Estado aceptó una demanda en ese sentido, cuyo expediente, sin resolver, se quemó en la toma del Palacio de Justicia. La demanda se reconstruyó y fue fallada en contra a comienzos de los años 90. Una dé-cada después, el Estado entregó una veinte-na de títulos de explotación a Tolcementos,

antecesora de Argos, a algunos individuos influyentes, entre ellos Jorge Luis Feris Chadid, detenido por parapolítica y herma-no del comandante paramilitar 08, y a tres asociaciones de pequeños mineros.

Como esos títulos se entregaron en plena vio-lencia, las organizaciones nos quedamos quietas. Como dijo Fals Borda, nos pusimos el caparazón de hicotea, dice Mayerlis Colón, quien ha animado estas luchas. Sin embargo, desde 2005, los mineros de La Piche y de otras explotaciones informales que no tienen tí-tulos aún están luchando para que no los saquen de sus canteras.

Primero, buscaron ser cobijados por una ley que ordena que donde hay minería ancestral indígena se deben hacer contratos de cesión con las comunidades, pero la ley no se aplica. Hace dos años se conformó una mesa departamental para formalizar a los pequeños mineros y hay un proyec-

to nacional que incluye a Toluviejo, pero según Paulo Funes, no ha habido avances. Entonces, los mineros indígenas de La Pi-che optaron por utilizar la herramienta de los débiles y los vivos en Colombia: en ju-lio pusieron una tutela porque no se hizo consulta previa para adjudicar los títulos. El fallo suspendió solo la explotación de una persona. Los mineros apelaron de la sen-tencia y aún está pendiente de una decisión.

El conflicto no puede ser más complejo. El cerro a medio excavar es un testimonio a cielo abierto de lo depredadoras que son la grande y pequeña minerías. De una de ellas vive una comunidad entera que no tiene otra fuente de sustento. No posee títulos, pero lleva años allí, mientras otras grandes explotaciones sí disponen de ellos. Cual-quier parecido de este conflicto por el sub-suelo, con los conflictos por el suelo en el resto de Montes de María, es pura realidad.

la pobreza y la falta de perspectivas dominan el presente.

Todos los días tengo presente lo que pasó. Aquí mataron a mi compadre; allí a un amigo. Todos aquí tenemos esas cosas en la mente, dice Jairo Manuel Estrada, uno de los primeros en volver, en 2004. Pese a que hay un plan de reparación colectiva aprobado para las 400 familias, este no ha comenzado, según ex-plican, porque depende en parte del ente territorial y el municipio de Colosó, al que pertenece Chinulito, es de los más pobres de Montes de María. De atención sicosocial, ni

hablar. Y el problema para la reconstrucción es que la gente figura con ayuda de vivienda en el Inurbe, desde antes del desplazamiento, añade Mileidys.

Jairo arrienda una hectárea de tierra y cuenta que el año pasado, por el verano, la yuca y el ñame no pegaron y el maíz se que-dó chiquito. Le remendaron su viejo rancho después del retorno, pero las paredes están cuarteadas y el techo apenas se tiene en pie. Y aparece con casa digna en Bogotá, dice un veci-no. Hay familias que se acuestan sin comer. Otras, tienen suerte si se comen un ñame cocido al día, dice Jairo. Todas las ONGs han venido. Todas hablan

bonito, recogen firmas y se van, dice Franklin Jara-ba, inspector de Policía. Hasta ganaron una tutela para reconstruir el colegio. Y nada. No hay puesto de salud, ni ambulancia. La escue-la, sin baños ni agua potable, tiene tres salo-nes para diez grados, y hay que dictar clase bajo los árboles.

Chinulito, entre los fantasmas del pasado y las angustias del presente, aún está muy le-jos de la paz. Impávido durante una década, el Estado debería escuchar a Mileidys: Hay que empezar a hacer algo ya, así sea alguito. La gente está muy desmoralizada y no confía en nada.

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MONTES DE MARÍA

A la pequeña comunidad de Las Piedras, en Toluviejo, no la van a recordar por la masacre sino por

sus mujeres. La frontera invisible entre los paramilitares de ‘Cadena’ y el frente 37 de las Farc era la troncal que va de Tolu-viejo a Cartagena. Las Farc estaban en la montaña, los paras en la costa. Por eso, de la vía hacia la montaña los primeros con-sideraban a todos guerrilleros y de la vía hacia la costa, los de la guerrilla buscaban ‘sapos’ de los paramilitares.

Las Piedras tenía la desgracia de estar en medio de todos los caminos, a unos ki-lómetros de la pavimentada, del lado de la montaña. La gente cuenta que la paranoia de los armados era tal que luego de que el gobierno de Álvaro Uribe entregara unas reses a los campesinos para repoblación bovina, las Farc llegaron un día preguntando ‘¿dónde está el ganado de Uribe?’ y se nos llevaron 31 reses. Hasta una señora que se había ganado una novilla en una rifa la perdió.

El 10 de enero de 1999, los paramili-tares mataron a ocho personas y empezó una racha de asesinatos selectivos, come-

tidos por ambos bandos, que terminó por desplazar a todo un pueblo. Después de la desmovilización paramilitar, en 2005, la gente empezó a volver. Temerosa, sin sa-ber cómo recuperar la vida perdida. Hasta que las mujeres tomaron una decisión.

El comienzo fue la reconstrucción de la igle-sia, dice Rosa Martínez, una de las impul-sadoras. En agosto de 2008, con el apoyo del sacerdote Rafa Castillo, figura emble-mática de la resistencia en Montes de Ma-ría, convencieron a los hombres de ‘echar-le mona’ (maza) a la iglesia, que estaba en ruinas y llena de grafitis, y a todo el pueblo a que contribuyera para reconstruirla. Fue un ejercicio de resignificación que cortó en dos la historia del corregimiento. La gente empezó a ha-blar, a reunirse, a hacer las cosas por sí misma, dice Mayerlis Colón, quien participó en el proceso junto con la Iniciativa de Mujeres por la Paz, la Fundación de Desarrollo y Paz de los Montes de María, entre otras organizaciones.

Hicimos unas memorias históricas con las víc-timas y pintamos varias piedras con sus nombres, afirmó Rosa, hablando del monumento que, junto a la iglesia, recuerda esos tiem-pos aciagos. Luego hicieron un proyecto de patios productivos y pidieron ayuda para gallinas y marranos. La cooperación suiza contribuyó con una motobomba, reconstruyeron el talud de la represa del pueblo y conectaron el agua a la red de

acueducto. Consiguieron un tanque de 50.000 litros. Para el mantenimiento, cada hogar aporta 1.000 pesos al mes.

Han involucrado a los jóvenes en talleres de formación y liderazgo. Tienen 45 niños en un grupo ecológico de limpieza y refo-restación. Y una banda infantil de paz. Hasta lograron elegir un concejal y, después de 27 años, que se arreglaran las calles.

Llaman a lo que hicieron “suma de vo-luntades” y solo hace un año organizaron una asociación. De estas mujeres, que devol-vieron la vida, el agua y el tejido social a un pueblo huido y sin norte, tienen mucho que aprenderles quienes, desde la distante Bogo-tá, planean el posconflicto.

Las mujeres que le devolvieron la vida a un pueblo

LAS PIEDRAS

El investigador y su municipioSAN ANTONIO DE PALMITO

Ó scar Jurado tiene un diagnóstico preciso de su municipio. Él es uno de los investigadores que ade-

lantaron la Hoja de Ruta de la Fundación Semana en 137 corregimientos de los 16 municipios de Montes de María. Recorrió uno por uno los del suyo, San Antonio de Palmito, reuniéndose con cada comunidad para determinar las preocupaciones más apremiantes y las soluciones de la gente.

Como sus colegas, no es un ‘investigador’ externo, caído en paracaídas. Es un líder local, que vive en el pueblo y dirige Son Cañaveral, un grupo cultural y folclórico de jóvenes.

El 80 por ciento de la población rural de Palmito es indígena. Hay 19 cabildos de la etnia zenú cuyo único resguardo es el de San Andrés de Sotavento, que cubre parte de Sucre y Córdoba. En el casco urbano existen dos cabildos y una escuela indígena. Hoy se mantienen dos organizaciones en las zonas indígenas, Azeupal, de artesanos

de caña flecha, y Asproimpal, de producto-res, medicina tradicional y recuperación de semillas. La salud la presta Manexca, una entidad indígena controlada por la familia Pestana, de gran influencia política y fuerte-mente cuestionada por parapolítica.

Sentado en el porche de su casa, dice que “educación, salud y agua” fueron los temas más tocados en esas correrías por los corregimientos –Pueblo Nuevo, Mar-tillo, Guaimí, Algodoncillo y Pueblecito–. La unificación de los cabildos (hay fuertes divisiones políticas entre los indígenas) y la titulación de tierras también son importan-tes en la agenda de los pobladores.

Hay mucha pobreza en las zonas indígenas, comenta Óscar. Escasean los acueductos y en la mayoría de lugares el agua no es potable. Las instalaciones para recreación son escasas, aun en el casco urbano. No hay oferta de educación superior para los jóvenes, aunque los resguardos tienen algu-

nos convenios con universidades. Los que pueden, van a Sincelejo, que está cerca, pero para otros no hay opciones y pasan el día bajo uno de los árboles del parque, esperan-do clientes para sus motos que, a menudo, ni siquiera les pertenecen. La mayoría de los ‘tinteros’ (vendedores de tinto) de Cartagena y Sincelejo son jóvenes indígenas que se fueron por la falta de oportunidades, afirma.

Pese a todo, Óscar ve como una de las grandes fortalezas del municipio la organi-zación: Aunque muchos apenas sí saben firmar, la organización indígena es impresionante. Una sóli-da base, sin la cual la construcción de la paz en San Antonio de Palmito serán palabras que se lleve el viento.

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S i hay un lugar en Montes de María donde se respira un ambiente de temor es en San Onofre.

Allí, el comandante paramilitar ‘Ca-dena’, uno de los más truculentos jefes de las autodefensas, tuvo su centro de exterminio en la finca El Palmar, en las afueras del pueblo, camino a Rincón del Mar, una playa paradisiaca, donde tenía una casa de recreo. El árbol de caucho –que presidía la finca– donde citaban a la gente, a menudo para matarla, se volvió un símbolo del terror. Además de la labor contrainsurgente, un objetivo central de los paramilitares fue el control de la costa Caribe, por donde salía la droga que llega-ba de otras partes.

Pero el miedo de hoy no es por los pa-ramilitares. Desde que estos se desmovili-zaron, en julio de 2005, esos tiempos te-rribles pasaron, pero nuevos grupos como los Urabeños pronto coparon ese vacío controlando el tráfico y determinando las dinámicas del municipio y la zona costera. “Hoy estamos viviendo las consecuencias del esta-do de inseguridad tremendo que se vivió”, dice una líder que prefirió dejar su nombre en

el anonimato.Hay una marcada violencia intrafami-

liar y contra los niños, afirma. Los jóve-nes, para los que no hay oportunidades, están en la mira de esos grupos. Tenemos un problema de pandillas tremendo. Son los jó-venes que eran niños cuando la guerra y ahora están armados. Hoy son propensos a que los recluten. Crecieron en ese ambiente en el que veían que era el malo el que protegía. Muchos de ellos vieron matar a sus familiares. Y no tienen oportunidades.

Según ella, entre enero y octubre de 2014 hubo once asesinatos, ligados a ajus-tes de cuentas. Hay microtráfico y consu-mo de drogas. Los atracos en las noches se han vuelto un problema y todo el que tenga algo es extorsionado, desde profe-sores hasta campesinos. A finales del año pasado quemaron un almacén de calzado, al parecer, porque su propietario se negó a pagar.

A esta situación de inseguridad gene-ralizada, se suman ataques contra líderes y activistas locales. Entre mayo de 2010 y junio de 2011 fueron asesinados Rogelio Martínez, líder de restitución de tierras;

Eder Verbel, del movimiento de víctimas, y Antonio Mendoza, concejal del Polo. No ha habido otros asesinatos de líderes, pero un activista de la Mesa de Víctimas fue amenazado recientemente y tuvo que irse. Cerca de 30 más cuentan con medi-das de protección. Nadie sabe a quién atri-buirlos, aunque ella cree que están ligados a los reclamos por la tierra, que cambió intensamente de manos en tiempos de los paramilitares y ahora sus antiguos pro-pietarios quieren que se les devuelva (a comienzos de 2013 había solicitudes de restitución por más de 7.000 hectáreas en San Onofre).

El miedo bajó, pero la situación empeoró. Antes usted sabía quién era quién; ahora no, dice, al comparar con tiempos de los para-militares. Yo viví esa época. Uno iba y hablaba. Ahora no. Hoy, si me amenazan, me voy.

Pese a todo, ha habido un renacimien-to de las organizaciones. Existen nueve consejos comunitarios (los afro son ma-yoría en la población) y cuatro cabildos indígenas, asociaciones campesinas y de mujeres y grupos culturales y de jóvenes. La cultura les ayudó a muchos jóvenes. Los que formaban parte de grupos culturales se salvaron de los grupos armados, señala, apuntando a un elemento que fue clave en la resistencia en el pasado y que puede serlo hoy.

SAN ONOFRELa seguridad, un gran desafío

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MONTES DE MARÍA

E n Don Gabriel, Ovejas, hay tres personas que viven de la mo-tosierra. No son paramilitares.

Se adentran en la montaña que lleva a Chengue, marcan las grandes ceibas que se levantan majestuosas en el bosque, y en unas horas convierten en tablones lo que tomó un siglo en crecer.

Si usted va a parar una casa, necesita 14 docenas de tabla. Ellos venden a 90.000 pesos la docena, afirma un poblador que prefie-

re omitir su nombre porque lo han ame-nazado. Desde hace unos años esta tala artesanal hace estragos con las ceibas de Don Gabriel y otros árboles apreciados cuya madera la venden en varios mu-nicipios cercanos El Propio, un diario de la región, denunció hace unos meses que lo mismo ocurre en la reserva de Coraza, en Colosó.

Esta vereda de 1.400 personas vivió una violencia terrible en el conflicto. Los paramilitares la usaban como lugar de paso, pero era un bastión de las Farc que, según la gente, mataron selectivamente a 43 personas en poco tiempo, “buscando

La muerte del gran árbol

DON GABRIELun sapo”. Hoy hay otros cadáveres. Una caminata de una hora monte arriba y apa-recen los tristes muñones de las ceibas escogidas en medio del bosque por la necesidad y la ignorancia de los tres ase-rradores que la gente dice que talan aquí. Y, por supuesto, las de sus compradores.

Esta era la tierra de la guacamaya y el tití y ya no se ve ni uno. Aquí no se usaba abanico y ahora hay una caloría muy intensa”, dice el poblador. Y añade: “Lo que está quedando es un rezago de montaña. La gente no sabe cuánto valor tiene un árbol. Yo quiero que hagan un curso. ¿Sabe cuántos litros de agua tiene un caracolí?, concluye.

Foto: Álvaro Sierra

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C uando el río era río –ahora es una cloaca–, Zambrano era puerto. Había ganaderos alemanes, fábricas de hielo,

de mantequilla, de tabaco, almacenes y grandes bodegas, israelíes, turcos… Cuando la decaden-cia empezó, emigraron y quedaron los apellidos: Hasbún, Mordachs, Cohen, Schmidt, dice un líder local.

Hoy la Albarrada, el antiguo malecón, es un camino enmalezado lleno de casco-tes de ladrillo, flanqueado por las casonas republicanas, abandonadas y en ruinas, que albergaron esos negocios.

El gran teatro Marina cerró hace años, pero gente como Ramiro Mesa, dueño de una tienda que bombardea al ministerio de Cultura con toda clase de iniciativas, mantiene viva una vieja riqueza: la cultura. Hay Casa de la Cultura, grupos de teatro y folclor, investigadores e historiadores, cuenteros y compositores y al menos una docena de fiestas tradicionales, enumera. En el puerto se llevó a cabo un encuentro de bibliotecas y casas de la cultura de los Montes de María. Hoy avanza un proyecto para una biblioteca itinerante. Lanzamos 22 libros de zambraneros, dice.

En mujeres como Mercedes de López, que hace todos los días los pasteles típicos de arroz, y en recetas como el mote de ba-gre y el garapo de galápago sobrevive la tradición culinaria. Brilla el fútbol, que les

dio a los zambraneros el campeonato inter-colegiado en Chile-2013.

Una tarde con Daniel Vergara y Vicen-te Cohen muestra la potencia que conser-va la cultura. Entre muchos otros cuadros que cuelgan por todo Bolívar, el primero ha ilustrado la leyenda del encanto del Peñón, de una bella indígena malibú que aparecía desnuda sobre el río. El otro hace “teatro crítico callejero”, como llama a las piezas de doble sentido que monta en car-naval para burlarse de los políticos. Pueblo que no tenga identidad cultural no es pueblo, dice Vergara.

De cultura se habla abiertamente, pero ciertos temas se tocan en voz baja en Zambrano. Pintada de verde, la casa que albergó al paramilitar Van Basten ya no causa miedo, pero los conflictos por la tie-rra y los playones recuerdan esos tiempos.

Los playones comunales son una tra-dición. En Providencia viven 300 familias campesinas; en Pereira, 450. Son la despensa del municipio. Ahí se cultiva de todo, dice un habitante sobre esos lugares donde antes se escondían los ‘paras’. Se quejan de que la alcaldía a veces les encierra las reses en el matadero y cobra 20.000 por cada una para devolverlas.

En otros playones, los conflictos no son tan simples. La finca Guasimal del extraditado paramilitar Cuco Vanoy, de 1.700 hectáreas, está en extinción a favor de campesinos, luego de un fuerte con-flicto con un senador que alegaba tener títulos de propiedad sobre ella y que la ha-bía llenado de ganado. Los ocupantes lo-

graron una resolución a su favor en 2010, pero fueron desplazados “por presiones de los Méndez” (creadores de los prime-ros grupos paramilitares en la región), se-gún versiones.

Hay denuncias de que en dos antiguas fincas del narcotraficante Micky Ramírez, en la Playa de las Bestias y la Esmeralda, pasa lo mismo. En la primera quemaron varios ranchos hace año y medio y hoy les ofrecen a sus ocupantes un millón y medio por las mejoras para que se vayan. La Esmeralda, por su parte, es un terreno de la Armada Nacional que usufructúan terratenientes que ocupan los playones e impiden el tránsito y el uso comunales.

Finalmente, el proyecto de recupera-ción del río Magdalena no se ha discutido con los zambraneros y casi nadie lo co-noce. Pero una gran pregunta flota en el ambiente: ¿volverá la grandeza al puerto y pondrá el Estado coto a los abusos en los playones y las grandes propiedades?

Cultura y playones: dos viejas tradiciones

ZAMBRANO

T odo lo que pasa en Flor del Monte, pasa primero por Guayacán Estéreo, dice con orgullo Édwar Ortega, el joven

director de la emisora rural más consolida-da de los Montes de María, que nació con el apoyo de Colombia Responde.

Con una audiencia cautiva de 2.000 per-sonas y un sistema de transmisión que no es por ondas sino con cuatro altoparlantes insta-lados en el cerro que domina el pueblo, don-de hace 20 años se desmovilizó la Corriente de Renovación Socialista, una disidencia del Eln, esta radio comunitaria animada por un puñado de jóvenes entusiastas lleva tres años siendo la voz de Flor del Monte.

Emiten tres horas diarias, en la mañana

y en la noche. Pasan noticias y cumpleaños, anuncios de las fiestas patronales y música, así como extras con el jingle de RCN cuan-do la información lo amerita. Con la zozo-bra del conflicto armado, el carnaval dejó

de hacerse por una década, pero se dieron a la tarea de revivirlo y lo coronaron con una reina que se elige por concurso radiofónico. Aunque en el pueblo no hay Internet, tienen página de Facebook, que alimentan yendo a un café en Ovejas. Trabajan en el local de la antigua inspección de Policía y su único gasto son los 17.000 pesos de energía mensuales, pues todos los “periodistas” son voluntarios.

Actualmente cuentan con un grupo de ‘reporteritos rurales’, entre los 9 y 12 años de edad, que recorren las veredas en busca de noticias. Así mismo, hacen sondeos de audiencia para saber qué le interesa a la co-munidad. Y como tema social y deportivo montaron una campaña de donaciones para terminar la cancha de fútbol que queda fren-te a la iglesia.

En suma, están en el centro de la vida del pueblo. Una comunidad bien informada toma buenas decisiones, dice Edward.

La increíble Guayacán Estéreo

FLOR DEL MONTE

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Foto: Álvaro Sierra

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MONTES DE MARÍA

S i se le mira a través del micros-copio, la phytophthora es apenas un bicho parecido a un renacuajo

diminuto que se mueve incesantemente en la humedad. No se sabe si llegó junto al crudo invierno de 2010, cuando llovió incesantemente sobre toda la costa Cari-be, y el agua inundó pasturas y cultivos, o si fue el largo abandono que vivió la Alta Montaña cuando a comienzos de 2000 casi todos los campesinos tuvieron que dejar sus fincas, e irse a pasar las verdes y las maduras en las ciudades. O si fueron, simplemente, los años, la lon-gevidad acumulada en los árboles, que ya, como los humanos, no aguantaron ni el agua fría ni el arduo trabajo.

El caso es que la phytophthora lle-gó como un tifón, arrasando a su paso

con cinco mil hectáreas de aguacate. Los árboles tomaron primero un color blan-quecino. Les salían manchas blancas, como a las personas cuando las afecta el hambre. Y se iban marchitando. Pri-mero las hojas, las ramas, el tronco, y las

raíces ya podridas sin remedio. El agua-cate se fue acabando.

En la Alta Montaña el aguacate era una especie de maná que brotaba sin nece-sidad de sembrarlo, ni de cuidarlo dema-siado. Era un fruto prodigioso que estaba allí desde que tienen memoria los que hoy la habitan. Un campesino, acongojado, cuenta que solo uno de sus árboles le daba más de mil aguacates por cosecha. Estos frutos de Montes de María se distinguen por ser suaves como mantequilla, ama-rillos, muy grandes y de sabor más bien discreto. Por su gran tamaño son menos comerciales en mercados internacionales. Para la exportación gusta el aguacate pe-queño. Los grandes que se ven en carretas en todos los pueblos y ciudades, son para familias numerosas, en cuyo plato, aparece

una delgada tajada. El aguacate es un fru-to exótico, así como sofisticado.

Curiosamente, este terminó siendo el producto emblemático en esta región, cuando realmente fue sembrado hace casi 80 años como sombra de los cafe-

tos. Sí, antes de que los Montes de Ma-ría fuera todo lo que fue, era una región cafetera cuyos granos crecieron saluda-bles y a la que un día le auguraron una broca segura. Arrancaron el café, pero quedaron los aguacates que empezaron a morir en 2010 y que dieron de comer a sus cultivadores durante muchos años.

En aquellas casas donde el ingreso promedio era seis millones por hec-tárea al año, aun después del retorno, pasó a ser cero. El hambre se instaló en

La plaga que unió a la Alta MontañaEl conflicto armado dividió a comunidades que antes eran hermanas. Paradójicamente, un hongo que atacó el aguacate, las ha vuelto a unir.Por Marta Ruiz. Fotos: Kristian Sanabria.

EL AGUACATE ERA UNA ESPECIE DE MANÁ QUE BROTABA SIN NECESIDAD DE SEMBRARLO. ERA UN FRUTO PRODIGIOSO

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la Alta Montaña. Una palabra impensa-ble para muchos de los que habían cre-cido creyendo que siempre estarían ahí. Que los árboles no morían. Que aque-llo de la plaga eran castigos celestiales inmerecidos. Y, sin embargo, había que hacer algo. Y fue la phytophthora la que en el fondo creó el milagro de la reconciliación y de una organización campesina vigorosa. Ese vil hongo, apenas perceptible, se convirtió en una especie de levadura, para unir lo que la guerra había dividido.

SE ABRE UN CAMINOComo los Montes de María es una re-gión de colinas pequeñas, la parte alta del Carmen, donde los cerros alcanzan una altura de 1.600 metros, se convir-tió en un sitio ideal para las guerrillas. Cuenta Ciro Canoles, líder de Macayepo, que por estos caseríos han pasado en los últimos 20 años, nueve grupos armados. Primero el Epl que venía buscando ar-mar una revolución del campo a la ciu-dad. Luego la Unión Camilista-Eln, que fusiló a una niña luego de pasearla por

todo el pueblo. Allí, en un viejo Caraco-lí, ahuecado por un incendio que casi lo tumba, está el testimonio de esa muerte. Y luego todas las siglas posibles: Farc, Erp Prt, Crs. Y, por supuesto, Auc.

De Macayepo era el temido Rodri-go Cadena, un comerciante de aguacate y matarife. Carnicero. Su familia había

En abril de 2013 los campesinos de 54 veredas lanzaron un S.O.S al Gobierno con una marcha pacífica

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MONTES DE MARÍA

sido perseguida por la guerrilla, y él se alió primero con la Armada, y luego con los paramilitares. En todos los Montes de María se cometieron 62 matanzas duran-te la dictadura de las Auc. Macayepo pasó a ser visto por obra y gracia de Rodrigo Cadena como una base paramilitar.

Así, la Alta Montaña, un sistema ecológico de arroyos y bosque seco tro-pical, donde todavía existe la ruta del ja-guar y donde los caracolíes centenarios se entrecruzan en el cielo y hacen som-bra para el viajero, mientras sus raíces mantienen húmeda una tierra cuya capa vegetal es exuberante; donde la agri-cultura de los pequeños campesinos es todo, quedó partida en dos.

Por un lado, Macayepo, que cargaba el estigma de ser un pueblo paramilitar y, por el otro, otras cuarenta comunidades, unas fuertemente influidas por las Farc y otras por los paramilitares. Chengue, corregimiento de Ovejas, fue sin duda el caserío más golpeado por esta guerra, cuando el 17 d enero de 2001, Cadena

y sus hombres cometieron una masacre inolvidable, en el que mataron a garrote a 27 de sus habitantes y destruyeron la vida de toda su gente. Entre las huestes bárbaras había personas de Macayepo y eso se ha convertido en una herida que todavía sangra para quienes antes eran dos pueblos hermanos.

Chengue fue el peor, pero no el úni-co poblado de la Alta Montaña que car-gó con la violencia. El propio Macayepo sufrió una masacre por la cual está con-denado Álvaro García Romero, quien fuera el cacique político más poderoso de la región y quien propició el despla-zamiento de toda su gente en el 2000.

En 2004 un grupo de 22 familias decidieron retornar a Macayepo con acompañamiento de la Armada. “Cuan-do nos bajamos del helicóptero, yo no reconocí donde estaba. Las calles eran puro monte”. Sin embargo, el aguacate seguía allí, y en pos de sus cosechas ge-nerosas, fueron llegando uno a uno los desplazados en un retorno difícil, pero con la esperanza de dejar atrás las renci-llas y los sufrimientos. Justamente para

enero de 2007, cuando se cumplían seis años de la atroz matanza de Chengue, los líderes de Macayepo quisieron bus-car un gesto de reconciliación.

Siguiendo el camino del arroyo de Macayepo, aguas arriba, hay una loma que conduce a Chengue y a otras vere-das que también sufrieron los rigores del conflicto. En tiempos inmemoriales, este era un sitio de tránsito común, las familias de un lado y otro estaban fuer-temente vinculadas. Durante la violen-cia, el tránsito por allí era prohibido, estaba completamente minado, además, en este sitio se sucedieron emboscadas y ataques que fueron hundiendo al pueblo en el abandono y en la maleza.

Un primer gesto de reconciliación que buscaron los habitantes de Macaye-po con quienes estaban al otro lado de la colina, era limpiar el camino. Chengue no atendió el llamado, pero sí lo hizo otra comunidad, la del Tesoro. Ellos co-menzaron de allá para acá y nosotros de acá para allá y nos encontramos con cinco minas

quiebra patas… cuando nos encontramos todos la gente celebraba… Cuando llegamos nos vi-mos con el líder y le dijimos que nos queríamos reconciliar, que nosotros no somos paramilita-res, cuenta Ciro Canoles, y sigue: Yo lo abracé. Él dijo que le daba gusto vernos porque él pensaba que nunca más nos iba a ver. En-tonces se puso a llorar. Luego vinieron los campeonatos de fútbol y los sancochos y la loma volvió a ser un lugar de tránsi-to e intercambio. Y se sentaron las bases de la confianza que permitió, años des-pués, una lucha común contra la famosa phytophthora.

LA MONTAÑA SE MUEVECorría el 2012 y los campesinos de la Alta Montaña estaban desesperados al ver morir sus árboles. Nada, ni el maíz, ni el ñame, ni la yuca reemplazaban un cultivo como el aguacate. A pesar de la división que la guerra les había creado, tenían que unirse para buscar alternati-vas. Por esos días, vieron cómo la gente de Mampuján, corregimiento de María La Baja, había organizado una marcha pacífica para llamar la atención del Go-

UNA PLAGA TERMINÓ IMPULSANDO LAUNIÓN DE LA ALTA MONTAÑA. PERO LA RECONCILIACIÓN TODAVÍA ESTÁ CRUDA

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bierno sobre sus múltiples necesidades, y pensaron que podrían hacer lo mis-mo. Buscaron a Sembrando Paz, una ONG que trabaja desde años atrás por la reconstrucción del tejido social en los Montes de María, y trabajaron durante seis meses para preparar la marcha. Lo más difícil fue romper la desconfian-za. De un lado estaba Jorge Montes, de Guamanga, líder social y político, a quien los propios dirigentes de Ma-cayepo consideraban de la órbita de la guerrilla. Y del otro, Aroldo Canoles, a quien a su vez la gente de otros corregi-mientos creía que era base social de los paramilitares. No obstante, a la vuelta de pocos meses, ya Montes y Canoles eran inseparables, y fueron, junto a otros, el alma de una marcha que se inició en la montaña y terminó en la carretera.

Ese 6 de abril salieron 727 personas que se habían preparado durante cinco meses para marchar y exigir una repa-

ración comunitaria, y sobre todo, una solución al problema del aguacate. La Unidad de Víctimas donó 300 sombri-llas y 700 sombreros, y la consigna fue La montaña se mueve por la reconcilia-ción. Las comunidades eligieron como símbolo de la marcha el mico tití, un habitante de la región que está en vía de extinción.

Fueron varios días comiendo en ollas comunes, durmiendo en hamacas, viejos, niños, adultos, mujeres. Compar-tiendo unos con otros, los que otrora no se daban ni el saludo. Los gobiernos nacional y regional también se movili-zaron antes de que la marcha llegara a Cartagena. A la altura de San Jacinto se establecieron mesas de trabajo, y se firmaron 92 acuerdos a los que hoy se les hace seguimiento, y sobre los cuales sigue habiendo una vigilancia.

Sin embargo, pocas semanas des-pués de que se produjo la movilización de abril, Jorge Montes fue capturado por la Fiscalía. Un viejo proceso por homicidio que parecía ya aclarado, re-vivió, y desde entonces Montes está en la cárcel de Valledupar. Ni los campe-sinos, ni su abogado defensor, Ricardo Esquivia, dudan de que se trata de una argucia para frenar o castigar la movi-lización. Sectores militares señalaron que las Farc estaban detrás de la mar-cha, sin que nunca dieran pruebas sobre ello. Y algunos panfletos intimidatorios circularon durante un tiempo en la re-gión. Sin embargo, el movimiento se ha mantenido. En julio de este año, se hizo una cadena humana sobre la troncal de la costa, para presionar el cumplimiento de los acuerdos.

Sobre la Alta Montaña se han cen-trado algunas acciones del Estado y de organizaciones, como la Fundación Se-mana, pues hay conciencia de que esta es una gran despensa agrícola de la re-gión, y que la base de su desarrollo es la economía campesina. Y la prioridad, repoblar de aguacate la zona, y de otros cultivos que sean igualmente rentables.

Una plaga terminó impulsando la unión de la Alta Montaña. Pero la re-conciliación todavía está cruda. Chen-gue y Macayepo aún siguen divididos por la brutal herencia de dolor que dejó esa otra “plaga” que fue la guerra.

Ciro Canoles, líder de Macayepo se dirige a su comunidad.

Uno de los marchantes.

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MONTES DE MARÍA

E l primer recuerdo que tiene Ri-cardo Esquivia de su niñez es un largo viaje en un barco que partió

de Cartagena y atracó en Honda, Tolima. Una travesía de dos semanas, donde él y sus hermanos se apretujaron en la bodega, porque su madre no tenía dinero para pa-garles los pasajes. A veces él y sus dos her-manos salían a la cubierta de los marineros para respirar el aire tropical del Magdalena, para ver sus aguas rutilantes, y deslumbrar-se con los peces saltarines. Y de vez en cuando, aterrarse con los cadáveres que ya para aquellos años lejanos de la década del 60 pasaban flotando aguas abajo.

La familia atravesó medio país en medio de penurias inenarrables, para llegar hasta

Agua de Dios, en Cundinamarca, ese pueblo devenido en campo de concentración, don-de su padre había sido obligado a vivir por la lepra. Era un pueblo blanco, limpio, un hospital inmenso, pero una reclusión injusta y dura, donde los niños vivían tan atrapados y discriminados como sus padres.

Una casualidad hizo que la vida de Es-quivia diera un giro. Unos misioneros me-nonitas que iban para el cono sur a fundar un hospicio para niños, tuvieron que parar en Bogotá, y allí alguien los convenció de que ayudaran a los hijos de los leprosos de Agua de Dios. Los menonitas crearon un internado para educar a estos niños des-protegidos, y Ricardo, que quería sobre todo tener un techo, y un plato de comida

en su mesa, se hizo menonita. De la mano de esta iglesia pudo terminar la secundaria en el Colegio Americano de Bogotá y es-tudiar Derecho en el Externado.

Hecho profesional empezó a trabajar en Montes de María en 1985, en San Ja-cinto, con los líderes de la región. Con las ilusiones que suscitó la primera elección de alcaldes, se metieron en la política; pero la violencia no se hizo esperar. Mataron a varios de los líderes, empezaron los alla-namientos, las detenciones y el estigma. Tuvo que salir huyendo, literalmente, para salvar su vida. La historia se repetía en casi todo el territorio nacional.

De nuevo en Bogotá trabajó con Justa-paz promoviendo la objeción de concien-cia. Sus convicciones pacifistas no le agra-daban a la inteligencia militar que mantuvo un asedio constante contra su labor. Al punto que en el 93 tuvo que irse a la Uni-versidad de Virginia, Estados Unidos. Allí estrechó lazos con quien ha sido su amigo y cómplice por años, el también menonita Jean Paul Lederach, autor de uno de los textos de referencia en el mundo en mate-ria de paz: La imaginación moral.

De regreso al país, el gobernador de Bolívar, el Alto Comisionado de Paz, y el ministro del Interior (Horacio Serpa) atendieron el llamado de un grupo de personas para empezar una experiencia de paz en Montes de María. Entonces, Esquivia se trajo a Lederach y juntos em-pezaron a trabajar en lo que ellos mismos llaman “la levadura”, o la construcción de una infraestructura para la paz, para la im-plementación de los acuerdos que creían en aquel tiempo fructificarían. Pensábamos que lo más importante no eran los acuerdos sino lo que viniera después de ellos. Porque si no se tenía gente preparada para estos se iban a perder. Pero no hubo acuerdos, y vino la guerra con la llamada ruta de la muerte de los paramili-tares que se inició en 1997, con la masacre de Pichilín, y se extendió por meses, por años.

De esa experiencia, sin embargo, sur-gió un “Plan de Desarrollo Integral para Montes de María” avalado por las gober-naciones de Sucre y Bolívar, que dio paso luego al documento Promontes, finan-ciado por el PNUD y elaborado por la Universidad de Cartagena y la Fundación Territorios. Había que construir un espacio de

El sembrador

Durante más de 30 años Ricardo Esquivia ha trabajado por la paz. Hoy es uno de los líderes que busca la “levadura” de la paz territorial en la región.

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transformación creativa, pero a la gente le gustan mucho los aparatos; le fascinan. Así fue como se creó la Fundación de Desarrollo y Paz para Montes de María, con la participa-ción también de tres obispos católicos. Sobre esa base, el Gobierno estructuró el tercer laboratorio de paz, con apoyo de la Unión Europea.

Sin embargo, Esquiva es crítico con aquella experiencia. La gente de la región res-pondió muy positivamente, pero cometió errores. La Fundación tenía tantos empleados –llegó a tener 60– que era como un archipiélago. Múlti-ples razones hicieron que con el tiempo se marginara de este proceso.

LA GUERRAEn 2003 Esquivia se instaló en Sincelejo y creó la Asociación Sembrando Semillas de Paz. Los paramilitares estaban con una agre-sividad impresionante y la guerrilla tampoco se quedaba atrás, entonces esto se volvió una guerra, uno amenazaba a este, y el otro amenazaba al otro. El jefe paramilitar ‘Cadena’ era lo más te-nebroso de aquí de la región y la gente temblaba con solo oír su nombre.

Tanto los paramilitares como los gue-rrilleros mantenían el asedio contra las igle-sias evangélicas que tienen fuerte influencia en la región. Para entonces, Esquivia era el representante de estas en el Consejo Na-cional de Paz, donde estuvo cerca de 10 años. Y es así como todos los días recibía llamadas de cristianos amenazados, que buscaban su ayuda. “Para esa época eran como 250 pastores y líderes de iglesias no católicas que habían sido asesinados”, recuerda. Por ellos fue hasta El Caguán a hablar con las Farc, buscando desactivar la campaña violenta contra estas iglesias. Y por ese mismo motivo terminó cara a cara

con Cadena en Santa Fe Ralito, para que detuviera la orden de matar a uno de los pastores de Montes de María.

Es una de las entrevistas más impactantes que he tenido, dice. Este hombre tenía la vio-lencia encarnada. Estaba plenamente convencido de que sin plata y violencia no se lograba abso-lutamente nad. Esto es lo que Esquivia re-cuerda que le dijo Cadena: Yo trabajé con los

militares; después me contrataron los ganaderos, quienes me dieron 15 hombres, 15 fusiles y una plata. Como a las dos semanas se me acabó el dinero, entonces le dije al ganadero que necesitaba más recursos. Y él me respondió: ‘Mira, Rodrigo, un campesino con un machete alimenta 12 hijos, ¿cómo es que tú con 15 fusiles no vas a alimentar 15 muchachos? Busca plata’. Entonces me fui donde el vecino de la finca más cercana, le dije que necesitábamos dinero y me dio cinco millones de pesos, después donde el otro y me dio más. En ese momento descubrí que el fusil da plata”.

EL PERSEGUIDOEn Colombia, durante muchos años, el trabajo por la paz es mirado con sospecha a través de los organismos de inteligencia. Esquivia no escapó a la estigmatización. Recientemente se enteró que en el DAS reposaba una carpeta con 450 folios de-dicados a él. Chuzadas de teléfono, segui-mientos, fotos, y toda clase de espionajes, a lo largo de toda su vida. “Había un al-mirante de la Armada que pensaba que yo no debía estar en la directiva de la Fundación de

Desarrollo y Paz de Montes de María porque allí se iba a manejar mucho dinero y que yo podía desviar eso para la guerrilla, porque, según él, yo era asesor de la guerrilla en Montes de María. También estaban en la lista de “espiados” otros líderes como Amaury Padilla, el pa-dre Rafael Castillo, y el investigador Al-fredo Correa de Andreis, quien luego fue detenido mediante un montaje judicial, y

posteriormente asesinado por las Auc.Cuando se le pregunta por qué cree

que los organismos de inteligencia se en-sañaron en él, no duda en responder: Por-que creo en la organización social y política de la región y soy un hombre de procesos. De hecho, Esquivia es el guía espiritual de comuni-dades campesinas como las de Mampuján y la Alta Montaña, que son altamente or-ganizadas. Su secreto es la construcción de confianza entre la misma gente.

Hoy, este líder menonita sigue buscando crear la “levadura” de la paz en Montes de María, como uno de los principales anima-dores de la paz territorial que permitirá que se implementen en el territorio los acuerdos de La Habana. Es que yo tengo una maestría en miedología y un doctorado en esperanza, dice este hombre que ha dedicado toda su vida a sembrar semillas de paz.

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“YO TENGO UNA MAESTRÍA EN MIEDOLOGÍA Y UN DOCTORADO EN ESPERANZA”

Esquivia acompaña a comunidades de la Alta Montaña del Carmen de Bolívar, Pichilín en Morroa y Libertad en San Onofre.

TIEMPO DE TRANSICIÓN

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Tierras ganadasTierras

perdidasLA LUCHA POR EL TERRITORIO ESTÁ EN EL

ALMA DE LOS MONTEMARIANOS DESDE HACE MÁS DE UN SIGLO. Y CONTINÚA.

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MONTES DE MARÍA

L a historia de Montes de María es la disputa por la tierra entre latifun-distas o empresarios y los campesi-

nos pobres. De los orígenes de esa discordia se ocupó con detalle Orlando Fals Borda en los cuatro tomos de su Historia Doble de la Costa, cuando narra cómo afros e indígenas perdieron en el siglo XIX los títulos que les había dado España. Por él también es que se sabe que quizás el primer despojo de tie-rra que hubo en Montes de María ocurrió en San Onofre, Sucre, cuando un tal Rafael Prieto quiso quitarle a Felicita Campos sus 700 hectáreas, y la mujer, negra por lo de-más, y de apenas 27 años, no se dejó. Cuenta Fals que ella fue tan aguerrida en la defensa de su finca, que la detuvieron 30 veces y que incluso llegó a reunirse con el presidente de la república para pedirle la defensa de los títulos que tenía en su poder. También que recurría a los embrujos y la hechicería. Pero de nada le valió su lucha. Murió despojada y sin un peso.

Felicita no estaba sola. En Montes de María se fundaron los primeros sindicatos agrarios entrada la década de los años 30, en pleno auge de la industria tabacalera, y de corte muy liberal y en algunos casos, bajo influencia socialista. Estos sindicatos, in-fluyeron fuertemente a los campesinos sin tierra que creyeron que la reforma agraria del 1936 acabaría con la gran hacienda. Pero no fue así. De la frustración que dejó la in-conclusa Revolución en Marcha, y sus pro-mesas incumplidas surgieron en los años 60 las ligas agrarias, de inspiración maoísta, que luego nutrirían a la ANUC. La reforma de Carlos Lleras (1966-1970), a pesar de haber-se frenado con el Pacto de Chicoral (1972), logró dotar de tierras a muchos campesi-nos. Según cifras oficiales, más de 120.000 hectáreas se titularon en aquel tiempo en

la región. Sin embargo, la tierra no estuvo acompañada de programas de asistencia ni de una fuerte dotación de bienes públicos, y muchas familias terminaron arruinadas, bien porque tuvieron que partir sus parcelas en-tre herederos o porque se quebraron con las crisis del tabaco y el algodón.

En los años 80, a medida que la lucha por la tierra entró en declive, en parte por la fuerte presencia de las guerrillas y para-militares, en los Montes de María, espe-cialmente en la zona costera (San Onofre, Toluviejo) y la aledaña al río Magdalena (Zambrano, El Guamo) los narcotrafi-

cantes acumulaban hectáreas, casi siem-pre para la ganadería. Así lo documentó Alejandro Reyes en su libro Guerreros y Campesinos. La reforma agraria se rever-tía sin remedio, además, porque a la en-trega de tierras no le siguió un programa integral que les permitiera a los campesi-nos un verdadero desarrollo. La ley 160 de 1994 produjo una nueva ola de titula-ciones de parcelas, que en pocos años la gente perdió por culpa de la guerra.

DESPOJO MASIVOEn 1997, en Pichilín, municipio de Mo-rroa, en Sucre, comienza lo que se conoce como La Ruta de la Muerte, una ola de masacres cometidas por las Autodefensas Unidas de Colombia, Auc, acompañada por muertes y amenazas selectivas, de las que también formaron parte las guerrillas,

y que tuvo su pico en el 2000. La estrate-gia paramilitar fue desocupar las tierras. El desplazamiento tuvo dimensiones bíblicas entre 1998 y 2008. Según Pastoral So-cial hubo por lo menos 86.000 hectáreas abandonadas y más de 120.000 personas expulsadas del territorio. Pueblos enteros murieron. Al éxodo le siguió una depre-sión en los precios de la tierra, así como el deterioro de la infraestructura básica de los corregimientos y veredas.

No obstante, hacia 2008 la situación había cambiado. Las Auc se habían desmo-vilizado, y las guerrillas, como el Erp y las

Farc, habían sido aniquiladas militarmente. Se daba un cambio radical en las condicio-nes de seguridad, por lo que el gobierno de Álvaro Uribe otorgó incentivos para que llegaran grandes inversionistas. No había planes de retorno, ni existía para entonces un programa de restitución de tierras. El statu quo que había dejado la guerra pare-cía ser inamovible y muchos campesinos, endeudados y sin esperanzas de volver, vendieron a compradores foráneos que lle-garon ofreciéndoles precios ridículos por sus parcelas. Según el Observatorio de Res-titución y Regulación de Derechos de Pro-piedad Agraria, el despojo se configuró en algunos casos con violencia, pero en otros, como resultado de una fuerte asimetría de poder e información.

El despojo por violencia está docu-mentado por el Grupo de Memoria His-

Más que la tierra, es el territorioEn Montes de María el suelo es crucial porque no solo tiene un valor productivo. Es una reivindicación política de vieja data, y la base de un sistema cultural sobre el que se cimienta la memoria del trabajo, el sufrimiento, la violencia y la resistencia.

LAS VENTAS MASIVAS DE TIERRAS SE DIERON POR LA ASIMETRÍA DE INFORMACIÓN Y PODER ENTRE CAMPESINOS Y EMPRESARIOS

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TIERRAS GANADAS, TIERRAS PERDIDAS

tórica (hoy Centro Nacional de Memoria Histórica) en su texto La Tierra en Dispu-ta. Es, por ejemplo el caso de la finca La Alemania, en San Onofre, donde murie-ron 10 líderes en defensa de un predio que fue entregado en tiempos de Rojas Pinilla a 114 familias. El último episodio de vio-lencia se presentó en 2014 cuando Andrés Narváez, uno de los líderes de este predio, recibió cuatro impactos de bala por par-te del jefe de seguridad de un empresario que compró buena parte de estas tierras.

El caso de la asimetría de información y poder se ha dado sobre todo en El Car-men, Ovejas, San Jacinto y María la Baja

donde los campesinos no pudieron prever la etapa de posconflicto e inversiones es-tratégicas para la región, y sin instrumen-tos jurídicos para defender sus tierras, las vendieron de manera masiva a un pequeño grupo de inversionistas que pagaron en promedio 300.000 mil pesos por hectá-rea, y en algunos casos las revendieron en cuestión de meses a la empresa Argos, por ocho o diez veces el valor pagado. La Su-perintendencia de Notariado y Registro y el Ministerio de Agricultura, en el llamado Libro Blanco dice que en Montes de María se detectaron 1.600 irregularidades en la transferencia de aproximadamente 40.000

hectáreas en las cuales se cometieron infracciones a las normas de protección de tierras por despla-zamiento forzado, inobservancia de prohibiciones para la venta de predios objeto de reforma agraria y fraudes en los procesos de transferencia de bienes pertenecientes al Fondo Nacional Agrario.

Las ventas de tierra se facilitaron por-que muchos de los labriegos habían re-cibido las parcelas en los años 90, con la condición de que el Gobierno (a través del Incora) subsidiaba el 70% del predio, pero el campesino asumía una deuda a 15 años con la Caja Agraria, lo que implicaba un pago aproximado de 280.000 pesos men-suales. Finalmente, los parceleros obten-drían su título. Pero vino el desplazamien-to, la incapacidad de pagar las deudas, y la huida sin ningún soporte entre las manos.

Durante el primer gobierno de Uri-be, cuando se crea el Incoder, esta carte-ra morosa pasa a manos de una entidad privada: CISA. Muchos de estos predios terminaron rematados, y en manos de compradores que vieron una oportunidad de negocio. Para entonces, Colombia no tenía una Ley de Víctimas ni se hablaba de restitución. La justicia investiga si com-pradores masivos tuvieron acceso a infor-mación privilegiada ya que los testimonios aseguran que algunos de ellos llegaron directamente a quienes tenían deudas acu-muladas y les ofrecieron saldar las mismas para luego comprarles a precios irrisorios.

Antes de 1997, año que partió en dos la historia de Montes de María, no existían agroindustrias. El tabaco se había venido abajo y la economía era sobre todo de pancoger, muy pobre. Hoy, en un contex-to de posconflicto, a la histórica disputa por la tenencia y el acceso a la tierra, se su-man conflictos emergentes por el uso del suelo. La llegada de los cultivos de palma y forestales, con todas sus implicaciones sociales y ambientales; la entrega de títu-los mineros en buena parte del territorio; las aspiraciones de titulaciones colectivas por parte de por lo menos 80 comuni-dades afro e indígenas; la propuesta de implementación de dos zonas de reserva campesina, y el inminente comienzo de megaobras como puertos y vías de alto impacto, son el nuevo escenario de esta región cuya mayor urgencia es, quizá, un reordenamiento del territorio en función de la reconciliación y la construcción de la paz.

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El tabaco es el cultivo más tradicional de los Montes de María.

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MONTES DE MARÍA

“Nuestra lucha es por democratizar la tierra” Jesús Pérez vive en Los Palmitos, Sucre, y es uno de los fundadores de la ANUC.

Cuenta los orígenes del movimiento agrario, y cómo se radicalizó luego del Pacto de Chicoral.

A Jesús María Pérez le bastó con que su hermano Adelmo le en-señara a leer, escribir y las cuatro

operaciones matemáticas, por allá en 1945, para convertirse en un lector consumado, y para que al cabo de sus 80 años, tenga cua-tro libros escritos, incluidas sus memorias y un tratado sobre derecho agrario. Cono-cimiento y lucha por la tierra se imbricaron muy temprano en su vida. A sus escasos 12 años leía Jornada, el periódico gaitanista, que su papá, aunque analfabeta, compraba sagradamente, pues era ferviente seguidor de las ideas liberales. Se había quedado es-perando la revolución en marcha que ini-ció Alfonso López Pumarejo, y que estaba seguro, retomaría Gaitán. En aquel tiempo Palmito era una finca y no un municipio, y en ese ambiente de esperanza por una re-forma agraria fue creciendo Chucho.

Tenía apenas 14 años cuando mataron a Gaitán. Eso fue tremendo. Todos los liberales de aquí se reunieron a esperar la orden para proceder contra los conservadores. Estuvieron como hasta las 2 de la mañana con escopetas y machetes. Pero no pasó nada porque por aquí no había conservadores. Aquí todos éramos gaitanistas, cuenta.

Con sus ochenta años a cuestas, Chucho Pérez trabaja cada día en una parcela rigu-rosamente diseñada, donde un bosque ser-penteante protege la quebrada y hay cultivos de todo. Este hombre es un símbolo de las luchas agrarias de Montes de María, uno de los fundadores vivos de la legendaria ANUC.

Pasaron dos décadas antes de que desde Bogotá se volviera a hablar de reforma agra-ria. Lo haría Carlos Lleras, en pleno Frente Nacional, cuando entendió que no habría modernización en Colombia con la estructu-ra agraria que existía, basada en el latifundio improductivo. Posiblemente una de las peo-res reparticiones de la tierra que había era justamente la del Caribe.

Es que aquí todo eran terratenientes. Era una zona tabacalera, y los propietarios de tierra les arren-daban a los campesinos para sembrar tabaco y las ma-ticas de yuca. Pagaban con tabaco. Ahí venía el des-pojo porque entonces no compraban el tabaco por kilo sino por quintales. Los campesinos, como no sabían leer, recolectaban la cosecha y se la llevaban al patrón

votamos la reforma y apoyamos a Lleras Ca-margo, pero cuando aprueban el acto legisla-tivo de 1959 de la paridad política, nosotros nos retiramos. Los gaitanistas de esa época conformamos el MRL.¿Cuántas hectáreas tenía esta finca en aquella época?Imagínese, la finca tenía como 4.000 hectá-reas. Es que no crea que es mentira la con-centración de la tierra y esa es la importan-cia que tuvo la ANUC. Y logramos avances, porque precisamente todas las fincas eran con un capataz y dos o tres ordeñadores. No más. Entonces, en este predio se asien-tan unas 400 familias y hoy ya esto son nú-cleos poblacionales.¿Estas tierras fueron tomadas?No las tomamos por derecho, en vista de que a Carlos Lleras Restrepo se le antojó la de-mocratización de la tierra y que el campesino fuera el sujeto de la reforma agraria. Pero es que en una administración no se resuelven problemas acumulados de cientos de años, entonces la ley que había implementado Lle-ras con el propósito de distribuir la tierra se frenó con el siguiente presidente. Nos tocó seguirla por vías de hecho.

y cuando ya le entregaban toda la cosecha les decía: ‘Miren, ustedes me deben tanto porque yo les di tanto y este tabaco no dio sino tantas libras y así el quintal de tabaco que yo les di a ustedes no alcanza para pagar’. Al siguiente año les daba otro avance y así siempre los campesinos estaban endeudados hasta que se rebelaron y se organizaron en sindicato agrario y comenzaron a presionar la lucha por la tierra. Por eso las primeras fincas las adquirió el Instituto de Fomento Tabacalero, que se acabó cuando se creó el Incora.¿Y a usted le tocó ser de sindicato agrario?Yo no fui sindicalista ni comunista como se ha dicho. Los que se metieron aquí fueron liberales que trabajaban en Barranca y traían la experiencia sindical. Ellos organizaron los sindicatos, los liberales.¿Usted era antigodo?Claro, porque ellos nos perseguían. Era delito ser liberal. Yo era eminentemente religioso, mi mamá salía de aquí todos los domingos, a las 3 de la madrugada, en burro, y a las 6 es-tábamos entrando a Corozal a oír misa. Yo la acompañaba en el anca del animal, pero ahí había un cura de apellido Salcedo que desde las 4 ya estaba incitando a los conservadores a asesinar a los liberales porque eran ateos y masones. Un muchacho de 8 años qué dia-blos sabe de ateísmo ni que carajos. Yo le cogí odio al cura. De ahí nunca más volví a misa. Yo sigo creyendo en Dios, pero no me alineo en esas cosas.¿Qué pasa durante el Frente Nacional?Cuando se viene el Frente Nacional nosotros

Jesús Pérez vive en Los Palmitos. Actual-mente es uno de los líderes de la Agenda Rural, un plan de desarrollo sostenible construido por las comunidades.

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“Nuestra lucha es por democratizar la tierra” Jesús Pérez vive en Los Palmitos, Sucre, y es uno de los fundadores de la ANUC.

Cuenta los orígenes del movimiento agrario, y cómo se radicalizó luego del Pacto de Chicoral.

¿Por qué Lleras se metió en ese cuento de la Reforma Agraria?Por un lado, él era consciente de que ya había movimiento guerrillero aquí y estaba cogien-do fuerza. Lleras decía que el abandono del campesinado era una bomba de tiempo y ha-bía que desactivarla y la única forma era que los campesinos se hicieran sujetos de refor-ma agraria, o sea, teniendo acceso a la tierra y derecho a los servicios del Estado. Y ahí también juegan presiones internacionales, por ejemplo, Cuba. Los mismos norteame-ricanos reunieron a los presidentes de toda América Latina en Punta del Este, Uruguay y les dijeron: el presidente que no haga reformas sociales en beneficio de los campesinos no cuenta con el apoyo del Gobierno norteamericano.Además Lleras creó la ANUC…Claro, y la audacia de Lleras fue que ya con el decreto en la mano, creó la División de Organización Campesina con 55 funciona-rios. Todos esos promotores eran gente de tendencia socialista. Ellos fueron los que nos ayudaron a montar las estructuras de las organizaciones municipales, veredales, de corregimientos, y la nacional. Lleras nos faci-litó la organización y nos la financió. Porque todo eso era sufragado por el Estado.Si tenían el apoyo del Estado ¿por qué se pro-ducen luego las tomas de tierra?Eso fue hacia 1971 porque ya los procesos de negociación directa de tierras se habían acabado por el Pacto de Chicoral. Cambió la administración y Misael Pastrana Borrero era enemigo acérrimo de la ANUC.¿En qué andaba usted cuando se firmó el Pacto de Chicoral?Yo era miembro de la Junta Directiva Depar-tamental de Sucre y miembro de la Junta Di-rectiva Nacional de la ANUC. Sabíamos que ya no había alternativas para la reforma agra-ria por la vía legal sino por las vías de hecho.Y se divide la ANUC en línea Sincelejo y Ar-menia…Correcto. Pero eso no fue sino un invento del Gobierno y de los políticos para estigma-tizarnos, satanizarnos y destruir la organiza-ción. Porque lo que sucedió fue que Lleras no creó la reforma agraria con consenti-miento del Congreso, sino como siempre se

vivía en Estado de Sitio, la creó con el Decre-to 755 de mayo de 1967, en el que decía, tex-tualmente: “crease la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de los Servicios del Estado”, entonces por eso no podía haber más ANUC, porque decía crease la ANUC, no las ANUC.¿Entonces ustedes fundan el Mandato Cam-pesino?El mandato campesino es una respuesta a la negativa del Pacto de Chicoral. Nosotros nos apropiamos de nuestra propia ley y entonces nos planteamos que no había otra alternativa que tomarnos la tierra.¿Cómo fue eso?Se hicieron asambleas y se preparó a la gente. El entusiasmo era general y el apoyo inmen-so. Hasta los pequeños propietarios accedie-ron apoyarnos. Es que la organización ponía en favor a los pequeños y medianos. Los enemigos eran la clase terrateniente.Y ¿se debilitó esa clase?¡No!, ¡qué se iba a debilitar! Siguió fuerte porque tenía el apoyo del Estado y con la división de la ANUC, nos debilitaron fue a nosotros.Y ahí se funda la ANUC línea Sincelejo…

El Congreso se hizo en Sincelejo porque teníamos una organización fuerte y el apoyo del Magisterio. Se llevó a cabo en el colegio Antonio Lenny, que era como una Univer-sidad Nacional pequeña, a pesar de que nos cortaron el agua y la energía. Esa fue una movilización como de 10.000 campesinos.

¿Y empieza la toma de tierras?El 21 de febrero de 1971 nos tomamos 69 fincas. En algunas llegaron hasta 300 parce-leros. Así fue como logramos la titulación de 546 predios, 118 mil hectáreas de tierras. Se conformó un comité de emergencia que asesoraba al Incora para efectos de las nego-ciaciones de tierras. Los propietarios exigían que nosotros los dirigentes debíamos estar presos porque ellos reclamaban daños en cosa ajena, ocupación de predios, perturba-ción de la propiedad, todo ese tipo de deli-tos que establece el código civil y que son sancionables penalmente.

Pero yo decía: La Constitución, que es ley de leyes, y de la que nace el código civil, dice que prima el interés social y la propiedad priva-da tiene que ceder ante el interés social. Como estábamos dentro de una emergencia los propietarios cedieron lotes con contratos precarios mientras se seguía el proceso de negociación, el estudio de suelos, los ava-lúos, que eso duraba como 2 o 3 años. Así se legalizó a las familias para que no tuvie-ran el carácter de invasoras.¿Qué pasó en los años siguientes?

Hemos estado en todo. Desde el PNR, hasta ahora que trabajamos en la Agenda Rural que nos ha servido para negociar con todos los alcaldes la política pública.

Chucho Pérez y su familia en los tiempos de la ANUC.

TIERRAS GANADAS, TIERRAS PERDIDAS

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MONTES DE MARÍA

En octubre del año pasado Argos sor-prendió a Montes de María con la noticia de que crearía una fundación

llamada Crecer en Paz a la cual le entregaría como patrimonio las 6.600 hectáreas que ha-bía comprado años atrás en Carmen, Ovejas y San Jacinto. La decisión está enmarcada en una apuesta por el postconflicto y pretende ser el epílogo de una larga y aún inacabada controversia sobre las compras de estas tie-rras y el modelo de desarrollo de la región.

Se puede decir que la llegada de Argos a Montes de María tiene su origen en un docu-mento Conpes emitido en 2003 en el que se creaban incentivos para los cultivos foresta-les. La cementera, hoy una de las más gran-des de América Latina, como gran generador de óxido de carbono, tiene que compensar esa contaminación con bosques. Y según explicó a esta revista el presidente de Argos, José Alberto Vélez, eligieron la teca por ser una madera fina que se exporta a muy buen precio, y que ya venían cultivando desde los años 80 en Puerto Libertador, Córdoba.

Pero el documento Conpes, que alen-taba la creación de nuevos bosques ma-derables se convirtió en una posibilidad de expansión. La primera idea que tuvo Argos fue buscar la Altillanura, por los precios y la disponibilidad de tierras. Pero

había un problema enorme: la lejanía de los puertos y la dificultad de transporte.

Entonces la empresa buscó una zona más cercana al mar, y puso sus ojos en San Onofre por el régimen de lluvias y su ubi-cación geográfica.

Departamentos como Magdalena, Cesar, Bolívar y Sucre eran perfectos para eso, pero la teca no puede tener periodos muy largos de sequía, ni en departamentos de altísima lluvia como el Chocó.

Es así como Argos adquirió 2.100 hec-táreas en San Onofre, específicamente en Palmira La Negra, un lugar que para la fecha en la que llega la empresa, 2005, venía de so-portar la destrucción impuesta por Rodrigo Cadena, quien ese mismo año se había esfu-mado de Santa Fe de Ralito.

Vélez asegura que en San Onofre no se acumularon baldíos, ni se compraron parcelas de reforma agraria sino que se les adquirió a campesinos medios. En parti-cular a la familia Martínez, que tenía bas-tante tierra. Y que se pagó a 1´800.000 la hectárea en aquel entonces, transacciones que se registraron por ese precio.

Hicimos un estudio tan profundo que mira-mos hasta las cédulas reales del Archivo de Indias para saber a qué familias españolas les adjudi-caron esas zonas tan grandes y llegamos a tener

trazabilidad de esas tierras desde la época de los españoles, dice Vélez.

Armamos el vivero y hoy tenemos a 160 perso-nas permanentes en el cultivo. Este se hizo por etapas. En cinco años se sembró todo el cultivo, con el vivero, con todo y con unas muy buenas prácticas en seguri-dad industrial y salud ocupacional.

En Palmira la Negra Argos pavimentó la carretera, hizo 30 casas de madera inmu-nizada, una escuela, un centro comunitario, y otorgó las garantías del empleo formal a quienes trabajan con él.

Sin embargo, su intervención no ha estado exenta de críticas. La seguridad ali-mentaria está fuertemente afectada en esta zona, y el modelo monocultivo ha sido cuestionado por las comunidades y auto-ridades ambientales. San Onofre fue el se-gundo municipio de Montes de María, más afectado por el desplazamiento, después de Carmen.

Y fue justamente en El Carmen donde Argos puso sus ojos para expandir sus culti-vos, luego de que justamente allí las Farc fue-ran aniquiladas y su máximo líder en la región, Martín Caballero, muerto en un bombardeo.

Según la versión de Argos, en 2009, cuando empiezan a adquirir tierras allí, el Gobierno estaba promoviendo la inver-sión privada, luego de haber obtenido un

Luego de una intensa controversia sobre las compras masivas de tierra, la cementera desiste de su proyecto forestal en Carmen, San Jacinto y Ovejas. Existe expectativa y muchos interrogantes sobre la Fundación Crecer en Paz.

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La nueva apuesta de Argos

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triunfo en seguridad. Para entonces ya es-taban disparadas las compras masivas por empresas casi todas de empresarios paisas. Agropecuaria el Carmen, Tierra de Promi-sión y personas como Raúl Mora o Álva-ro Enrique Echeverría fueron algunos de ellos. Echeverría vendió la mayoría de los predios que adquirió Argos y que según su presidente se pagaron a tres millones de pesos, muy a pesar de que meses atrás estos compradores las habían obtenido a 400.000 pesos máximo. Argos adquirió al-gunas de las 6.600 hectáreas directamente a través de su reforestadora, y otras a fidu-ciarias. En total fueron 135 predios, según Sergio Osorio, vicepresidente de ese grupo empresarial. De estas tierras, ya hay 1.100 hectáreas sembradas en teca.

Tal como lo demostró La Silla Vacía en un reportaje titulado: “Así se concen-tró la tierra en Montes de María”, los pre-dios del Carmen quedaron en poquísimas manos. El problema es que muchas de estas tierras eran parcelas “Incoradas” y protegidas por el Gobierno para que los desplazados no las perdieran. De hecho, el 80% de los predios agrícolas del Carmen fueron entregados a campesinos en ante-riores intentos de reforma agraria, afecta-da por el desplazamiento.

En contraste con la profunda investiga-ción que Argos hizo en el caso San Onofre, en Carmen la empresa dice no haber cono-cido sobre las compras masivas ni haber en-contrado nada extraño en transacciones tan recientes a tan bajo precio.

La situación de Montes de María ya era para entonces tema nacional, y es así que tanto el ministerio de Agricultura, el Incoder y la Superintendencia pusieron sus ojos en esas transacciones. Luego vino la ley de Víc-timas y empezaron las demandas de restitu-ción. Al finalizar 2014 Argos reconoció que 800 hectáreas tienen demandas por restitu-ción. Sin embargo, estas pueden ser más en el futuro.

El proceso de restitución aún está a mitad de camino y muchas personas podrán interponer demandas en el futu-ro. Si se tiene en cuenta que la carga de la prueba en la Ley está del lado de los reclamantes, en este caso son los com-pradores quienes deben demostrar que lo hicieron de buena fe. Vélez dice que esta se demuestra en que ellos llegaron

a la región invitados por el gobierno (de Uribe) a través de un Conpes forestal. El proyecto original de Argos era tener 30.000 hectáreas en la región, pero los planes han cambiado.

A la compleja situación del Carmen se sumó una demanda de restitución inter-puesta por los Martínez en San Onofre, y la posición de Argos es que si bien de-siste de su proyecto forestal en Carmen, peleará a brazo partido por las tierras ya sembradas que tiene en San Onofre.

Para entender el tamaño del negocio que está en juego hay que decir que en una hectárea caben 1.100 árboles de teca y cada uno de ellos se vende en 180 dólares. A los ocho años del cultivo hay una entre-saca, y en 15 años la cosecha.

LA FUNDACIÓNEn medio de la gran controversia que desató las compras de las tierras la crea-ción de la Fundación es una noticia po-sitiva que ha contado con el respaldo de muchas instituciones y del Gobierno. La Fundación ha hablado de constituir un la-boratorio de paz, y por eso ha llamado a personas de otras instituciones a formar

parte de una junta de seis miembros de los cuales dos son de Argos y el resto inde-pendientes. Los anuncios iniciales hablan de beneficiar a 600 familias con un mo-delo de negocios inclusivos, que combi-nen sembradíos forestales con agricultura campesina y alianzas productivas.

Directivos y funcionarios de Argos reconocen que a su llegada a la región no

se tuvo en cuenta la cultura de la gente, su tradición y el difícil panorama de actuar en una zona que sufrió los rigores de una guerra sin cuartel.

EL BOSQUE SILENCIOSONo obstante, el anuncio hecho por Argos, los interrogantes que hay en la región son muchos. Uno de ellos es sobre el impacto del monocultivo, no solo para el caso de la teca sino también de palma de aceite, en el sector de María la Baja.

A la teca la llaman los ambientalistas el bosque silencioso porque en sus árbo-les no anidan los pájaros. Si bien es cierto que el bosque seco tropical es apto para los cultivos forestales, y Montes de Ma-ría tiene ese gran potencial, la diversidad y riqueza de cultivos es uno de los valores que los campesinos más destacan de su región y, por tanto, temen que se pierda.

La mesa de interlocución de actores, que agrupa a más de cien organizaciones campesinas, afros e indígenas también se ha formulado preguntas como quiénes y con qué criterio elegirá la nueva fundación a las familias beneficiarias, y qué papel jugarán las víctimas de despojo en su proyecto. Y, por supuesto, ¿cuál será el modelo que se usará? ¿El comodato? ¿La parcelación individual? ¿Las alianzas productivas?

Al respecto lo que ha dicho Argos es que cree que en la región pueden convivir modelos de pequeña propiedad y agroin-dustria. Y esa será su apuesta. No obstante, las comunidades están atentas por conocer cómo será en detalle el modelo de desa-rrollo que propondrá Crecer en Paz, pues justamente allí está planteado el debate de la implementación de los acuerdos de paz, en los que la zona de reserva campesina y la economía familiar de los pequeños pro-ductores juegan un papel preponderante.

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LOS AMBIENTALISTAS LLAMAN A LA TECAEL BOSQUE SILENCIOSO PORQUE EN SUS ÁRBOLES NO ANIDAN LOS PÁJAROS

José Alberto Vélez, presidente del Grupo Argos.

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MONTES DE MARÍA

U n conflicto claro enfrenta a los campesinos de la finca La Europa con un empresario paisa. Un cen-

tenar de familias campesinas recibió la finca de 1.321 hectáreas del gobierno de Gustavo Rojas Pinilla primero, y después les fueron tituladas en el mandato de Carlos Lleras Res-trepo, en los años 60, bajo una figura de ex-plotación colectiva, de uso común e indiviso, en el marco del proceso de la ANUC.

Atrapados entre todos los fuegos a fina-les de la década de los años 90 y comienzos de los 2000, casi todos huyeron y dejaron sola la finca. En 2008 dicho empresario, su-puestamente, compró el predio, y es allí don-de comenzaron los nuevos problemas.

Andrés Narváez es uno de los propie-tarios originales. Con un sentido de la justi-cia que combina la fe y las tradiciones de la ANUC, decidió defender sus derechos. Me dieron un curso audiovisual y una cámara y empecé a grabar los daños que nos hacía el ganado (del nuevo propietario), contó frente al Centro Familiar Cristiano de Ovejas, al que asiste religiosa-mente, como muchos de sus compañeros.

Hace dos años pidieron la restitución de todas sus tierras. Sufrieron presiones, algu-nos ranchos fueron quemados. En julio pa-sado, en una disputa con el administrador de la empresa que se dice dueña de la finca, este le propinó cuatro tiros. Narváez está con-vencido de que Dios lo salvó. El administra-dor está preso, Andrés anda con un escolta policial y la finca La Europa está pendiente de que los jueces de tierras decidan quién se queda con ella.

Un conflicto más complejo es el que en-carnan Juan Carlos Márquez, su padre y un hermano, en la zona de La Emperatriz, cerca de El Salado, en el Carmen. Les falta poco para cumplir diez años de ocupación (con lo que adquirirían derechos de posesión) de ocho hectáreas del predio Cuestecita, cuyo propietario oficial es Ramiro Parra, otro campesino.

Nunca tuvieron conflictos con Parra, pero este, en 2008, le vendió al empresario paisa Álvaro Echevarría, que acumuló más de 6.000 hectáreas en Montes de María durante las llamadas compras masivas. En 2012, Parra reclamó la restitución de su pre-dio y el fallo salió a su favor. Hace poco, un juez del Carmen llegó hasta las parcelas de Juan Carlos y sus familiares y los conminó a abandonarlas y devolverlas a Parra. No trajo ni copia de la sentencia, dice. Y añade: Nosotros no nos opusimos (a la demanda de restitución) porque pensamos que no era necesario. Confiaban en que podrían seguir ocupando el predio sin problemas.

Ahora tienen que irse. El Grupo Argos, que compró a Echavarría otros terrenos en la zona de La Emperatriz y enfrenta en ellos algunas demandas de restitución, les ha pro-puesto pasarse a esos predios. La Alcaldía y la Unidad de Víctimas del Carmen les pro-metieron asistencia. Juan Carlos dice que la administración no ha cumplido y muestra la carta que dirigió en octubre pasado a los señores institucionales, pidiéndoles que nos com-prendan y ayuden a resolver esta situación ya que nos vamos a reubicar en la misma vereda a otras parcelas.

Como casi todos los campesinos de la zona, Juan Carlos apenas sí tiene con que vi-vir. En 2014 no pudo sembrar por el verano y vivió de los exiguos jornales que le pagan por arreglar la carretera. Sin la ayuda prome-tida, volver a parar casa será muy difícil.

Esto es una lástima, dijo en octubre, miran-do, como si ya los hubiera abandonado, su cobertizo de zinc y su rancho de paja, que debió reconstruir un año antes, después de un incendio.

Esta es la caja de pandora que ha abier-to el proceso de restitución de tierras. Una herramienta que puede hacer justicia a campesinos como los de La Europa, pero también generar nuevos conflictos entre labriegos como en La Emperatriz, en una región en la que la posesión colectiva o la ocupación son la regla y títulos, escrituras y registros, la excepción, mientras la tierra cambiaba de manos.

La caja de pandora de la tierraLos jueces de restitución de tierras tienen el reto de deshacer el nudo gordiano que se formó con las compras masivas a finales de la década pasada. Texto y fotos: Álvaro Sierra.

A Andrés Narváez casi lo matan por el conflicto de las tierras de La Europa.

Juan Carlos Márquez y su familia fueron desplazados por la restitución de tierras.

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Poniéndole límites al latifundioEn Córdoba, El Guamo y Zambrano, a orillas del río Magdalena, en Bolívar, los campesinos claman por una zona de reserva campesina que proteja la economía familiar. Texto y foto: Álvaro Sierra.

L a hora que toma llegar de Zambra-no a Córdoba por

una amplia carretera desta-pada es un viaje a la gran propiedad. Miles de hectá-reas de melina, una espe-cie forestal, pertenecen a la empresa Monterrey, de Pizano, desde 1980. Las haciendas se suceden una tras otra. La Joya, una in-dustria agropecuaria de 3.000 hectáreas, antecede el casco urbano. Según los pobladores, Álvaro Echa-varría, uno de los grandes compradores de tierras en Montes de María, tiene varios miles de hectáreas. Esa es la de Nacho Becerra, el dueño de este pueblo, dice alguien al pasar una larga cerca de madera pintada de amarillo. Con los Méndez, añade otro en voz baja. El nombre de los Méndez, grandes propietarios y, se-gún estudios y murmullos, creadores de los primeros grupos paramilitares en la década de los años 80, planea sobre el municipio.

Paradójicamente, esta tierra de terrate-nientes es centro de uno de los procesos que marcan el postconflicto en Montes de María: la creación de una de las dos zonas de reserva campesina que cubrirían varias decenas de miles de hectáreas en la región y limitarían la gran propiedad. La más grande cubre el centro de los Montes, de norte a sur, a lado y lado de la alta montaña, en 12 municipios. La otra se alarga sobre la ribe-ra del Magdalena, en El Guamo, Córdoba,

Zambrano y San Juan Nepomuceno.Desde 2006 empezamos a reorganizar la

ANUC en los 15 municipios, cuenta uno de sus animadores, refirié a la gran tradición de organización y lucha campesina en la que Sucre y los Montes fueron un baluarte en los 60. En 2008, iniciaron el proceso de creación de las zonas de reserva campesina, que está avanzado. Aspira a que el Incoder compre fincas como Jacinto, Babilonia, Barcelona, que Echavarría estaría vendien-do, y las adjudique a campesinos. Y a que los grandes propietarios no se apropien

de las mangas públicas y liberen la ciénaga El Puyal, que La Joya ha cerrado con una compuerta, afectando a quienes han vivido tradicionalmente de la pesca.

Córdoba plantea otra pregunta inquie-tante hacia el futuro. Si se firma un acuerdo en La Habana, las zonas de reserva campe-sina perderían la connotación subversiva que les atribuyen los militares. ¿Podrán los gran-des propietarios convivir con los pequeños productores que se organicen bajo esa figura o seguirán recurriendo a tácticas non sanctas para preservar sus privilegios?

Luis David Medina, de la ANUC en Córdoba, es uno de los promotores de una de las zonas de reserva campesina. Aquí aparece mostrando el lugar donde La Joya, una gran explotación agropecuaria, cerró la circulación de agua entre el río y la ciénaga del Puyal, acabando con el pescado.

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MONTES DE MARÍA

Ni republiquetas, ni refugios guerri-lleros, ni inventos castro-chavistas. Las Zonas de Reserva Campesina

(ZRC) se las inventó el exministro de Agri-cultura José Antonio Ocampo, quien orgu-llosamente dice: Reclamo la paternidad plena de esa figura, pues fue él quien las dejó consigna-das en la Ley 160 de 1994 luego de una con-versación de varias horas con el sociólogo y escritor Alfredo Molano.

Estas zonas fueron pensadas, junto a las de desarrollo empresarial, como instru-mentos de ordenamiento del territorio co-lombiano para frenar el crecimiento de la

frontera agrícola y para que la dinámica de desigualdad, la apertura económica y la atávi-ca tendencia al latifundio en nuestro país, no arrasara con los campesinos.

Otra cosa bien distinta es que la guerra haya hecho inviables a muchas de ellas; que las 11 que existen estén en zonas de influen-cia guerrillera; y que las Farc hayan defendido esta figura en la Mesa de La Habana. Todo ello ha ocasionado la estigmatización de las ZRC, que se les vea como un “arma” contra la agroindustria o como un muro de conten-ción al capitalismo rural. Pero nada es más le-jano a la realidad. En su espíritu, estas zonas

defienden todo lo contrario: la propiedad ru-ral. Y si se hacen bien podrían ser un motor de desarrollo para los campesinos pobres.

En Montes de María, desde hace cuatro años, se viene trabajando en la propuesta de dos zonas de reserva campesina, una en la parte montañosa de la región, y la otra en la ribereña del Magdalena. La propuesta la viene diseñando el Comité de Impulso de la ZRC con apoyo de la Mesa de Interlocución de Actores, que reúne además a comunida-des afro e indígenas. La iniciativa ha contado con el apoyo del Incoder, y algunas entida-des de la cooperación internacional como el

Zonas de reserva campesina: prueba ácida para la pazCon el propósito de que se declaren dos zonas de reserva campesina como parte del ordenamiento del territorio, las organizaciones agrarias de la región están unidas. El mayor reto es la concertación con las comunidades étnicas y que el Gobierno les dé el apoyo que necesitan.

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PNUD. La propuesta está tan avanzada que ya se cuenta con toda una cartografía del te-rritorio, efectuada por el Centro de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali, en cabeza del profesor Carlos Duarte. Adicionalmente se han redactado dos planes de desarrollo que presentan en detalle cómo sería el ordenamiento del territorio bajo estas figuras, y que respetan las agroindustrias ya existentes, aunque buscan frenar que se si-gan expandiendo en zonas donde el despla-zamiento fue masivo o donde la economía campesina es crucial.

¿QUÉ PROPONEN?La primera zona de reserva campesina que se propone estaría ubicada en los municipios de Montaña donde predomina la agricultu-ra tradicional, de parcelas. Su vocación se reafirmaría en la producción agropecuaria, combinando la economía agroalimentaria (un 56% de la zona se dedicaría a ella) con lo forestal e industrial, pero se excluyen agroin-dustria y minería. Municipios como Chalán y Morroa estarían ciento por ciento en ella.

El modelo de producción que inspira a estas zonas ya está probado aunque sus resul-tados económicos son objeto de controver-sia. Es el modelo de finca montemariana que impulsó el Programa de Desarrollo y Paz de Montes de María y que está demostrado es el más sostenible en lo ambiental y humano. No obstante, económicamente no está justi-ficada su rentabilidad. Esto se debe en parte a que este modelo de finca se implementó en un momento de exacerbación del conflicto, de destrucción o abandono de tierras y de deterioro o ausencia de bienes públicos y con una carencia total de instituciones.

Por eso, contrario al prejuicio que existe con estas zonas, su implementación requiere de mucho Estado, así como de organización social. Por eso es una propuesta que suena bien para un escenario de posconflicto.

La segunda proposición está a orillas del río Magdalena, entre Zambrano, Córdoba, El Guamo y San Juan Nepomuceno. Una zona de alto desplazamiento forzado y concentra-ción de tierras especialmente para ganadería. Esta región tendría la importancia de proteger los ecosistemas del río, y entre las dos zonas se tejería un corredor ambiental para preser-var la diversidad ecológica, que es una de las mayores fortalezas de Montes de María.

LOS PEROS Implementar estas zonas ha tenido muchos obstáculos. Para empezar, el ministerio de Agricultura ha dejado quieto el tema hasta tanto no se firmen los acuerdos de paz con las Farc, y estas formen parte de su imple-

mentación. Algo injusto para una región que viene trabajando autónomamente en este proyecto. En segundo lugar no está claro cómo sería la creación de estas zonas en una región donde no hay baldíos y, por tanto, la fi-gura y su conveniencia tendrían que ser fruto de una amplia consulta con los propietarios,

muchos de los cuales creen que estas zonas limitarían sus capacidades de crecimiento.

En tercer lugar hay múltiples conflictos e intereses sobre el territorio. Los indígenas de 64 cabildos aspiran a que se les otorgue un resguardo, ojalá único, y temen que la ZRC entre en conflicto con esta aspiración. Al mismo tiempo las comunidades afro, que ya están en proceso de constitución de Consejos Comunitarios esperan que se les adjudiquen títulos colectivos. Por eso el proceso de concertación será arduo hacia adelante.

A eso se suma que de 2005 a 2010 hubo lo que se ha denominado una feria

de títulos mineros que se contraponen con áreas de las zonas de reserva.

Hay factores también demográficos que hacen más complejo el asunto. El des-plazamiento forzado trajo como conse-cuencia un desarraigo de las nuevas gene-raciones, muchas de las cuales no ven en la

pequeña agricultura un futuro. Por eso las ZRC, si bien son la aspiración de muchos campesinos, requieren de un gran esfuerzo en dotación de bienes y servicios para los corregimientos, lo que haría atractivo en los jóvenes quedarse en el campo.

En definitiva, las ZRC se constituyen en un instrumento para frenar el despojo histórico, para organizar ambiental y social-mente la región, pero requerirá de negocia-ciones muy duras. Una verdadera prueba para construir la paz en Montes de María.

CONTRARIO AL PREJUICIO QUE EXISTECON ESTAS ZONAS, SU IMPLEMENTACIÓN REQUIERE DE MUCHO ESTADO, ASÍ COMO DE ORGANIZACIÓN SOCIAL.

En amarillo pueden verse las dos zonas propuestas para reserva campesina.

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A gua, agua, agua. En estas palabras se puede resumir el mensaje que dejó José Antonio Ocampo en

Montes de María en agosto pasado cuando durante toda una jornada escuchó a un cen-tenar de líderes campesinos. Ocampo, exmi-nistro de Agricultura, exdirector de la Cepal y quien estuvo en el sonajero para director del Banco Mundial hace pocos años, es la cabeza de la Misión Rural, un grupo de expertos al que el gobierno de Juan Manuel Santos le co-misionó la tarea de trazar los lineamientos de una política en materia agraria, con miras al desarrollo económico y social. Una propues-ta para cerrar la brecha entre campo y ciudad, pero con enfoque territorial, para acuñar el

término de moda. Pero sin agua nada de eso será posible, por eso Ocampo no tiene duda en afirmar que el gobierno debe proteger de inmediato las fuentes de agua, prohibir la agricultura, la ganadería y la minería alre-dedor de ellas. Y si requiere instrumentos judiciales o policiales, debe usarlos.

En agosto pasado Ocampo estuvo en El Salado, El Carmen de Bolívar, donde escu-chó a medio centenar de líderes campesinos de toda la región que clamaron por dos co-sas: agua y tierra. Dos de los elementos que más preocupan a su grupo de trabajo.

La sequía estaba en todo su esplendor y por eso el ex ministro también fue enfáti-co en que las regiones deben recuperar sus

ecosistemas ancestrales, y mejorar la gober-nabilidad de la infraestructura de riego que existe. En el caso de Montes de María los dos temas son críticos.

Hasta ahora las recomendaciones de la Misión se mueven en cinco grandes áreas: la primera es garantizar los derechos básicos a la población rural (agua, salud, educación, vivienda y protección social), pues es una deuda que no se ha pagado; en segundo lu-gar dotar al campo de bienes públicos que lo hagan competitivo ya que el sector agra-rio ha visto descender su productividad sin remedio. En ese terreno la Misión le da un valor especial a la protección a la propiedad, creando una judicatura rural. Solo los títulos

“Hay que proteger radicalmente las fuentes de agua”

El director de la Misión Rural, José Antonio Ocampo, habla sobre la tierra, el agua y las instituciones agrarias que marcarán la ruta de la política del sector en los próximos años.

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de propiedad garantizan que haya mercado y, en ese sentido, la economía se puede mover correctamente. El tercer punto es el del me-dio ambiente, donde los grandes retos son el agua, el calentamiento global, y los conflictos de uso del suelo especialmente con la mine-ría. En ese terreno no tiene dudas: el Estado debe regular más. Y el último y prácticamente principal tema es el institucional. La adminis-tración Uribe destruyó la institucionalidad que había. La creación del Incoder fue un desastre para el de-sarrollo rural, dice y a esa debilidad institucio-nal se le atribuye gran parte de la crisis del campo.

EL DESBARAJUSTE Para el director de la Misión Rural el mayor reto que tiene el Estado en los años que vienen es reconstruir su institucionalidad y adaptarla a nuevas realidades. Considera que aunque entes como el Departamento de Prosperidad Social trabajan muy bien, no se ve una acción integral. Ministerios como el de Salud o Educación deberían tener depen-dencias dedicadas a lo rural. En lo regional, señala una gran paradoja, mientras la rela-ción municipios –departamentos - nación no es fluida y generalmente está mediada por un control político fuerte, y en lo local hay una efervescencia de iniciativas y pro-yectos. Eso lo demostró el pacto agrario con más de 4.600 proyectos que vienen de abajo, comentó.

Si algún cambio que ha encontrado en este “regreso” al país, luego de años de estar en escenarios académicos de Estados Uni-dos o en entidades multilaterales, es que el vacío que dejó el Estado en el sector rural lo llenaron cientos de fundaciones, organi-zaciones de la sociedad civil y la cooperación internacional. Y es con estos procesos que tendrá que abocarse el reto del desarrollo rural. Volver al centralismo sería una locura his-tórica. Tenemos que ver cómo se apoyan los procesos locales para que se vuelvan fuertes y ejerzan vigilan-cia sobre las instituciones políticas locales, dice. La diferencia radical entre lo que se debe hacer a futuro y lo que se hizo en el pasado es la cantidad y calidad de procesos de la socie-dad civil, y la necesidad de que esta tenga capacidad de negociación.

REPARTIR TIERRAEl intercambio con los campesinos le rati-ficó a Ocampo su posición sobre el acceso a las tierras: que el Estado debe adquirir para redistribuir, ya que el fondo de tierras del que se ha hablado en La Habana no se puede nutrir solo de tierras en extinción de dominio. También ratificó que no es solo de acceso, sino de la propiedad de la tierra, “pues se trata de una aspiración de la gente”.

“Hay que proteger radicalmente las fuentes de agua”

Según comentó, en su experiencia de tantos años cree que en tierras arrendadas se pue-den hacer desarrollos, pero estas se comen mucha plata de la producción. Ahora, así como otros expertos, reconoce que la tierra por sí sola no resuelve nada, especialmente para el pequeño productor, y por eso es ur-gente una atención integral.

Por tanto, a los ojos del ex ministro, el proceso de restitución es un avance. Sin em-bargo, cree que hay que estudiar sistemas no

formales y comunitarios como los que usa-ron en Liberia, para evitar que la ruta jurídica sea la única vía para resolver los problemas de tenencia. Así mismo, manifiesta que hay que hacer más expedita la extinción del do-minio, acudiendo a mecanismos como la compensación en casos donde se presenten errores.

LA ECONOMÍA CAMPESINAES VIABLEEn conclusión, Ocampo es un convencido de que con acompañamiento y un incre-mento de la asociatividad, los campesinos pequeños pueden lograr ser muy produc-tivos. Destaca que en Colombia ha habido modelos exitosos como el cafetero y más recientemente el de Valle en Paz, que a su juicio debería ser replicado en otras regio-nes. No obstante, no descarta que em-

prendimientos agroindustriales o de otras industrias también puedan beneficiar a los pobladores de las zonas rurales, pues no to-dos tienen vocación agraria, especialmente las nuevas generaciones que buscan man-tener una vida más urbana, con acceso a la tecnología y la innovación.

Foto: César Molinares

La región es rica en fuentes de agua pero no hay

infraestructura para que esta llegue a la gente.

Los Montes de María están salpicados de jagüeyes, represas, ojos de agua que, en los feroces veranos de la región, ayudan al cultivo campesino.

“EL ESTADO DEBE COMPRAR TIERRA PARA DISTRIBUIR. LA PROPIEDAD ES UNA ASPIRACIÓN DE LA GENTE”

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El peso del pasado

EL CONFLICTO ARMADO DEJÓ DESTRUCCIÓN Y HERIDAS PROFUNDAS. LOS ESFUERZOS PARA REPARAR TANTO DAÑO APENAS COMIENZAN.

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MONTES DE MARÍA

La versión oficial dice que el pa-ramilitarismo de Sucre nació en 1997 en una reunión en la

finca Las Canarias de la zona rural de Sincelejo que pertenecía al exgoberna-dor Miguel Nule Amín, cuando se selló una alianza contra-guerrillera entre un centenar de finqueros y políticos con algunos jefes paramilitares de Córdoba. Sin embargo, el conflicto en los Montes de María venía subiendo de tono mu-cho antes de que Salvatore Mancuso y Carlos Castaño hubieran siquiera pisado estas tierras.

En la década de los años 80 brotaron pequeños grupos de matones armados en distintos puntos de la que-brada geografía montemariana. En la zona urbana de El Carmen de Bolívar estaba ‘La Mano Negra’. En Sincelejo, una banda llamada ‘La Cascona’, que incluso figuraba en la lista de paramili-tares que reveló en octubre de 1987 el entonces ministro de Gobierno, César Gaviria, ante el Congreso. En esa misma lista, aparecía la banda ‘Muerte a Secuestradores y Comunistas’ en el de-partamento de Bolívar. Y estaban ‘Los

RR’ en San Juan Nepomuceno, ‘Los Benítez’ en San Pedro y los ‘Encapu-chados de Colosó’.

En Macayepo (zona rural de El Carmen de Bolívar) había una banda de ladrones y asaltantes de buses, conoci-da como ‘Los Rodríguez’. El pueblo se armó con 28 escopetas para sacarlos, pero el comandante de la Armada Nacional insistía en los consejos de seguridad que Los Rodrí-guez eran gente decente, cuenta un líder político de la región.

Así fue el conflicto en Montes de María*Cronología y los principales hechos que marcaron una violencia que empezó hace casi 50 años, y que dejó profundas huellas en la vida de Sucre y Bolívar.

Montes de María ha estado militarizada por muchos años. Aquí tropas de la Infantería de Marina patrullando cerca de Zambrano.

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A finales de los años 80 surgió otro grupo paramilitar llamado ‘Los Mesa’, que se movía de Chalán a Ovejas y hasta San Pedro en el centro de Sucre. La gente los asociaba con los políticos de la región, en particular con Álvaro García Romero, y se les atribuyeron varios desaparecidos. Algu-nos miembros de Los Mesa, hermanos y primos, entre otros, fueron capturados años después como autores del asesinato del diri-gente de la ANUC Rodrigo Montes.

Informes de la Procuraduría de mediados de los 90 dan cuenta de las múltiples matanzas que cometió un grupo llamado ‘Los Valdés’ en Bajogrande, corregimiento de San Jacinto. Según Salva-tore Mancuso, jefe de las Auc, este grupo fue el que cometió una de las primeras grandes masacres de Sucre, la de Pichilín (Morroa), el 4 de diciembre de 1996.

Antes de que llegaran los paras de Mancuso a El Guamo, otro municipio ribereño, ya había comprado fincas allí el narcotraficante ‘Chepe’ Barrera. Según un informe del Observatorio del Progra-ma Presidencial de Derechos Humanos de 2003, el narcotraficante ‘Chepe’ Barrera compra tierras (en El Guamo) y establece un grupo de autodefensa, que ampara la extensión de su dominio territorial establecido en el depar-tamento del Magdalena.

Una historia similar, al parecer, fue la de la familia Méndez que adquirió predios en Córdoba-Tetón, Bolívar. Ese grupo que debió ser de seguridad privada del próspero empresario de ese apellido, se conoció luego como la banda de Los Méndez que dejó víctimas en Carmen de Bolívar y hacia el oriente, en Zambrano. Algunos le atribuyen también la primera masacre de El Salado.

Según lo documentó Alejandro Reyes, los municipios de Sucre donde se registraron las mayores compras de tierra por narcotraficantes en esos años fueron

los del litoral, como Tolú, Toluviejo y San Onofre, ya que lo que buscaban era un buen corredor de salida para la droga por el Golfo de Morrosquillo. También en la zona aledaña a la ribera del río Magdalena, donde grandes capos como Luis Enrique Ramírez Murillo, alias ‘Miki’ Ramírez se hicieron a las mejores fincas, como la hacienda El Hacha, comprada por Ramírez en 1994.

Ramírez, que años después fue condenado por concierto para delinquir, estaba detrás de la Convivir Montes-mar, creada en noviembre de 1995 con Gabriel Enrique Zapata y Jorge Hernán López Sandoval como responsables. Zapata era jefe de seguridad de la em-presa de Ramírez, Frutas Tropicales de

Colombia S.A., cuya sede también era en Zambrano.

La primera manifestación guerrillera fue del MIR-Patria Libre, un grupo que no pasó de los cien tipos, cuenta Alejandro Suárez, exdirigente de la ANUC. Patria Libre terminó fusionándose con el Eln y luego se convirtió en la disidencia conocida como Corriente de Renovación Socialis-ta, que se desmovilizó en Flor del Monte, Ovejas, en 1994.

A partir de 2005 en San Onofre se entregaron centenares de cuerpos de personas asesinadas por “Cadena”.

El Oso es el inolvidable paramilitar que esclavizó y torturó a la gente de Liber-tad, en San Onofre.

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MONTES DE MARÍA

El 7 de noviembre de 1985, los primeros cinco guerrilleros de las Farc que llegaron a Sucre, celebraron la muerte de los guerrilleros del M-19 en el Palacio de Justicia. Esta guerrilla no fue amiga de la organización campesi-na ANUC, a la que miraba con desdén porque había negociado con el gobierno la titulación de sus tierras.

Las guerrillas les hicieron la vida difícil a los campesinos, según cuenta don Joaquín Maza de Mampuján. Uno iba a las zonas de cultivos y aparecían dos o tres tipos armados y preguntaban que si uno había visto al ejército; y luego venían a la casa los del ejército a preguntar por los guerrilleros. A uno lo ponían en una situación de inseguridad. Muchos prefirieron irse, dice.

Los guerrilleros empezaron a extorsionar sobre todo a los grandes finqueros. Secuestraron a Alfonso Torres, el más grande ganadero de su corregi-miento. Él pagó vacunas, rescate y al final se fue y le entregó las tierras al Incora. Muchos ganaderos encontraron que esa era la mejor solución ante el acoso guerrillero.

La primera masacre en los Montes de María, según lo ha documentado el investigador José Francisco Restrepo de la Corporación Universitaria del Caribe (Cecar) en Sincelejo, ocurrió en sep-tiembre de 1992, en El Cielo, un pue-blito de Chalán. Hombres armados que aún hoy no se sabe si fueron guerrilleros o paramilitares, entraron a la casa de una familia Yepes Parra y mataron a ocho personas.

Los frentes 35 y 37 de las Farc, los del Eln y el Erp que era un grupo pe-queño, pero muy arraigado en la región, se concentraron donde había mayor riqueza o donde pudieran controlar un corredor estratégico de salida al mar. En Bolívar coparon la serranía de San Jacinto, del Carmen hasta María la Baja. Se extendieron al oriente hacia el río Magdalena, en Zambrano, El Guamo y Córdoba-Tetón, y en los municipios en la vía hacia Cartagena, como San Juan Nepomuceno. También extorsionaban en Ovejas, Corozal y Colosó.

Los primeros secuestrados de las Farc datan de 1989 y después comenza-ron a asesinar a los que no pagaban. El 27 de junio de 1995 mataron al exgo-bernador de Sucre, Nelson Martelo, un hombre muy querido por todos.

A mediados de los 90 el conflicto se salió de cauce en los Montes de María. En 1996 hubo 36 secuestros extorsivos en Sucre. Las quemas y bombas en las fincas eran cosa diaria. La Federación de Gana-deros calcula pérdidas multimillonarias. También quemaban tractomulas y peajes en la carretera troncal de occidente.

El 21 de noviembre de 1994 asesinaron a Rodrigo Montes, un dirigente de la ANUC y por esos mismos días del 94, fue amenazado de muerte el alcalde de Chalán, Edinson Zamora, del Movimiento Cívico de Sucre, el único que les disputó espacio político por las vías democráticas a los caciques tradicionales liberales y conservadores en la región.

A algunos políticos tradicionales también les resultó conveniente esa gue-rra sucia. Un grupo de jóvenes liderados por Luis Miguel Vergara, estudiante de medicina, los comenzaba a derrotar en las urnas con una promesa de hacer un gobierno cívico y le dispararon cuando llevaba un bebé en brazos. Había sido alcalde de Corozal y era diputado. A Luis Cárdenas, que era director de la cárcel, le pidieron que dejara fugar a los asesinos y él se negó. Más tarde lo asesinaron.

En total mataron a quince concejales del Movimiento Cívico de Sucre, según las cuentas de simpatizantes suyos.

Para cuando se creó la primera Convivir en los Montes de María, en abril de 1995, ya la alianza de políticos-ga-naderos sucreños (entre los que había narcotraficantes) y el paramilitarismo de los Castaño en Córdoba y Urabá se había fraguado por distintas puntas.

Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, el más sanguinario jefe de las

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Autodefensas Unidas de Colombia, formó parte de la banda de Los Rodríguez. De guía de la Armada pasó a ser escolta de Ja-vier Piedrahita, quien había comprado una hacienda llamada Simba, en la vía que de Sincelejo conduce a San Antonio de Palmi-to. Piedrahita, cuyo nombre está asociado a la génesis del paramilitarismo en Antioquia, era un caballista cercano a la familia Ochoa Vásquez, del Cartel de Medellín. Cadena pasó de ser su escolta personal a uno de los hombres fuertes de la Convivir que en 1996 registró Piedrahita y que tenía el paradó-jico nombre de Nuevo Amanecer. Un año después, cuando las Convivir son ilegaliza-das, Cadena se convierte en el temido jefe paramilitar de la región.

También, a mediados de la década de los años 90, en Córdoba-Tetón y Zam-brano, Bolívar, otros finqueros y agroindus-triales buscaron la ayuda de los “exitosos” paramilitares de Urabá. El narcotraficante Miki Ramírez ya contaba en la región ribereña con su grupo armado.

Para entonces, la justicia ya sabía de todo lo ocurrido desde finales de 1997. Para la época el fiscal de derechos humanos Virgilio Hernández dictó en Bogotá varias órdenes de captura contra los jefes de esa organización incipiente. Pero recibió ame-nazas y después fue despedido de su cargo.

En Sincelejo empezó a correr la voz entre las familias de tradición que había que apoyar a los Castaño y a Mancuso. Algunos tomaron la decisión de no respaldar a los paramilitares, y familias prestigiosas y adineradas de toda la vida como los Fadul o los Arrázola prefirieron irse, vender barato o perder la tierra. Otros en cambio, como Salomón Feriz, se convirtió en el ‘comandante 08’. Su hermano Jorge Luis fue condenado por parapolítica, así como su cuñado, Víctor Guerra de la Espriella, creador de la convivir Orden y Desarrollo.

Según ‘Diego Vecino’, Orden y Desarrollo realmente fue la convivir de los ganaderos de Sucre que le encomendaron como gerente a Guerra de la Espriella. En otras palabras, fue la versión anti-cipada, del trato sellado en la finca de Miguel Nule Amín, Las Canarias, donde los políticos-ganaderos y los paramilitares formalizaron su macabra alianza.

A medida que aumentaban las incursiones del paramilitarismo en los Montes de María, crecían los ataques de la guerrilla. Entre 1994 y 1996 el núme-ro de homicidios en los municipios de Montes de María y en los vecinos a estos, prácticamente se duplicó. Las masacres se multiplicaron por seis en Sucre. Y entre 1996 y 1999, en plena expansión de los paramilitares, los secuestros de la guerrilla se recrudecieron.

El terror de unos, alimentaba el odio de los otros. Violencia trajo violen-cia. Y para cuando se inició el proceso de desmovilización en 2003, la guerrilla en los Montes de María estaba entera y su jefe ‘Martín Caballero’ seguía haciendo retenes en las carreteras y volando torres de energía. Y así como las Farc con todo su odio no les consiguió una hectárea de tierra a los campesinos, el paramilitarismo con todo su terror no les trajo un día de tranquilidad a los mismos.

El 24 de octubre de 2007 las fuerzas armadas bombardearon el campa-mento de Martín Caballero. Murieron él y casi todos sus hombres. Montes de María es una de las pocas regiones en las que las Farc fueron derrotadas militarmente.

Desde 2008 la región ha entrado en una etapa de posconflicto que se caracteriza por criminalidad emergente, retornos, restitución de tierras, reparación y nuevos conflictos alrededor del uso y la propiedad de la tierra.

*Esta cronología está basada en el informe: “Así se fraguó la tragedia de los Montes de María”, publicado por VerdadAbierta.com. Adaptación autorizada por ese portal.

Por lo menos seis guerrillas hicieron presencia en Montes de María como lo revelan estos grafitis. En el medio, el temible Rodrigo Mercado Peluffo, y dos soldados patrullando. Abajo, un memo-rial para las víctimas

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MONTES DE MARÍA

L os daños que tuvieron los Mon-tes de María durante más de diez años de conflicto fueron tan gra-

ves, que posiblemente no haya una región del país donde tantos pueblos y caseríos estén viviendo procesos de reparación bien sea de manera individual o colectiva; por orden judicial o vía administrativa, material o simbólica. También son mu-chos los casos de pueblos donde aún ni siquiera se habla de esto.

En Colombia hay cerca de 200 casos de reparación colectiva, que involucran a 300 “sujetos de reparación”, esto es comunida-des u organizaciones enteras. Para entender la dimensión del reto hay que decir que una quinta parte de los municipios de toda nues-tra geografía fueron afectados por la guerra.

La reparación colectiva se ha conver-tido en el desafío más grande para la Uni-dad Nacional de Víctimas, ya que se trata, no de girar un cheque o contratar unas obras, sino de reconstruir el tejido social destruido durante el conflicto. Hoy existen 172 procesos en marcha, entre los que se cuentan El Salado y la Alta Montaña, en Carmen de Bolívar; Flor del Monte, en Ovejas; Chinulito, en Colosó; Pichilín, en Morroa; Libertad, en San Onofre; Las Pal-mas, en San Jacinto, y Mampuján, en María la Baja.

Este tipo de reparación se hace a tra-vés de propuestas que salen de las mis-mas comunidades. Se construyen mo-numentos que honren la memoria de las víctimas; se organizan retornos colecti-

vos; se intenta recuperar la vida produc-tiva y cultural. Margarita Gil, encargada de las reparaciones colectivas de Mon-tes de María explica: “Son cuatro los pasos que, además, son definidos por la oferta. Primero se entra en una fase de identificación, luego se da un acer-camiento a la comunidad, después un proceso administrativo de alistamiento y, por último, se realiza un diagnóstico del daño”.

Mampuján (María la Baja), Libertad (San Onofre), y Cambimba y Pichilín (Morroa), representan diferentes ejem-plos sobre lo difícil que es la reparación. Mampuján se debate entre si retornar completamente o de manera parcial; Li-bertad representa la lucha por recuperar

La reparación colectiva:

¡qué difícil!Hace más de una década que en por lo menos 10 poblaciones de Montes de María se viene hablando de esta propuesta. Pero los resultados son, hasta ahora, poco alentadores. Por Daniel Montoya. Fotos: Reynaldo Urueta.

Punta Sabanetica, vereda costera de Libertad, corregimiento de San Onofre. Los habitantes de

estas playas viven de la pesca artesanal.

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las manifestaciones culturales que aplastó el conflicto, y Cambimba y Pichilín, el dra-ma de la restitución y el retorno.

MAMPUJÁN: ENTRE RETORNAR Y QUEDARSEExisten dos Mampuján en Montes de Ma-ría: uno abandonado por el desplazamien-to y otro que se vio obligado a resurgir a la orilla de la carretera, cerca de su cabecera municipal. En el viejo Mampuján no vive nadie, solo se ve maleza, un arroyo casi seco, y obras en curso que buscan que la gente retorne a su tierra. El otro Mampu-ján, más conocido como Mampujancito, está lleno de colores, de casas renovadas gracias a los recursos de reparación judi-cial que recibieron la mayoría de familias.

Mampuján es un corregimiento de María la Baja cuya población se desplazó en marzo de 2000, durante el avance pa-ramilitar del Bloque Héroes de los Montes de María al mando de alias Diego Vecino. Se instalaron en las afueras del municipio en carpas. El hacinamiento era inhumano. Toldas pequeñas y frágiles en la temporada de invierno. Algunas negras que concen-traban el calor en verano; que no tenían un piso; donde era imposible vivir más de cuatro personas.

Dado que todos eran campesinos, que viven del cultivo de la tierra, desde 2002 empezaron a volver durante el día a sus parcelas para cultivar maíz. Pero nadie era capaz de quedarse a dormir en lo que se

había convertido un pueblo fantasma. Los altos costos del transporte impedían que la gente pudiese ir todos los días, por lo que los cultivos no rendían.

En 2011 un tribunal de Justicia y Paz produjo la primera sentencia de reparación a las víctimas justamente para el caso de Mampuján y obligó al Estado no solo a in-demnizar a las familias, sino a reconstruir el viejo pueblo.

Con esa sentencia llegaron recursos económicos y con ellos ladrillos, baños, luz, ventanas para las casas de Mampujan-cito. Pero al mismo tiempo, la Unidad de Restitución de Tierras promovió el retor-no a través de la construcción de viviendas y nuevos planes de cultivo de yuca, ñame, cacao y plátano en Mampuján. En este momento, una gran parte de la población no sabe en cuál de los dos se queda a vivir.

Gledys es una mujer que pasa los 50 años y vive en Mampujancito en una casa ampliada, posiblemente una de las mejores de su vecindario. Sin embargo, ella quie-re retornar al viejo Mampuján. Sus razo-nes tienen cierto aire de realismo mágico: “Mira que al arroyo le dio muy duro que nos desplazáramos, ya no crece con el ím-petu que lo hacía antes; y los árboles ya no dan frutos. Es como si la naturaleza se hu-biera resentido”.

Pero esta nostalgia es casi que exclusiva de los mayores. Las nuevas generaciones que nacieron y han crecido en el desplaza-miento, no cono cieron el antiguo pueblo

ni sienten nostalgia por él. No jugaron en el arroyo, ni se subieron a los árboles de mango y guayaba que se levantaron silves-tres en esas tierras. No saben de esas ma-riposas amarillas que Gledys describe en los jardines porque en Mampujancito no los hay. Crecieron en un mundo urbano y sienten a este pueblo nuevo como propio, y no como el refugio temporal que segura-mente es para sus padres.

Por eso muchos de los sobrevivientes y retornados creen que se necesita una re-paración en los dos lugares porque eso es lo que el conflicto le dejó a Mampuján: una división, dos pueblos en lugar de uno. Hoy, el dilema del retorno es el principal proble-ma de la comunidad.

LIBERTAD: UNA CULTURA AMENAZADALibertad es el corregimiento emblemáti-co de la reparación a las víctimas en San Onofre. Ubicado apenas a quince minu-tos de las playas de Punta Sabanetica, en el golfo de Morrosquillo, sobre sus calles polvorientas siempre hay un sol canicular que resalta el paisaje tropical. Hoy casi to-dos los liberteños viven de la pesca. Pero durante la ocupación paramilitar el mar estaba vetado para ellos. Era la ruta que usaban las Auc y sus cómplices para trafi-car armas y droga.

La historia de lo que hizo Marco Tu-lio Pérez, ‘El Oso’, en Libertad, no tiene

Mural del ‘viejo’ Mampuján que muestra cómo era la vida antes de la violencia.

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MONTES DE MARÍA

nombre. Sus hombres mataron a los líde-res; violaron a las mujeres, especialmente a las menores de edad; bloquearon caminos; destruyeron cultivos; torturaron; esclaviza-ron, y hasta impusieron sus propias fiestas. Una de las mayores víctimas de Libertad fue la cultura. Las Auc prohibieron desde los velorios hasta el bullerengue, los tam-bores y la tradición oral.

Aunque se supone que este fue uno de los primeros pueblos focalizados para la reparación colectiva, el proceso empe-zó allí de manera errática y ha tenido que

reorientarse en el camino. La reparación colectiva empezó con la intervención de la Comisión Nacional de Reparación y Re-conciliación, CNRR, creada por la Ley de Justicia y Paz, pero en ese entonces no se tuvo en cuenta el enfoque diferencial que tuviese en cuenta el alto impacto cultural que tuvo la guerra, y el carácter étnico de su población. De hecho, Libertad es la pri-mera población en Montes de María en constituir un Consejo Comunitario, cuyo

líder principal es Yamil Caraballo, repre-sentante de los afros en Sucre.

Solo cuando se creó la Unidad de Víctimas es que la comunidad pudo in-cluir sus demandas culturales en el plan de reparación. En enero de 2014 se hicie-ron las primeras fiestas patronales, des-pués de una década. Con ellas se buscó reconstruir el tejido social perdido entre generaciones. Ahora hay un grupo de danza y tamboras para que los niños y jóvenes aprendan sus tradiciones. Lo que se busca al poner la cultura como eje de

la reparación es reconectar a la comuni-dad con su propia identidad, devolverle aquello único y específico que la guerra le quitó.

Por ahora la reparación colectiva se ha cumplido a medias. El puesto de Po-licía prometido como una medida para garantizar la no repetición del conflicto no funciona de manera óptima, según la comunidad. Y en el plano de la cultura, aunque hay tambores en cada esquina, no

existe un lugar o centro para el desarrollo del arte y la tradición.

CAMBIMBA Y PICHILÍN: LOS DILEMAS DE LA RESTITUCIÓN

En 1999 la violencia llegó de manera desbordada a los corregimientos de Mo-rroa. Allí convivían tres actores armados: las guerrillas, los paramilitares y el Ejérci-to. El día a día era violento, con enfrenta-mientos de todos contra todos donde los campesinos quedaban en medio del fuego cruzado. Cuando se hizo insoportable la situación, toda la comunidad se desplazóy abandonó sus tierras. Al regresar, muchas de ellas estaban ocupadas.

Para llegar a Cambimba hay un reco-rrido de unos 40 minutos en moto desde Morroa, en medio del olor a tamarindo, de grandes árboles cargados de mangos; y de unas montañas de un verde intenso, adornadas por un arroyo transparente y sonoro. En Cambimba no hay agua ni luz ni vías. Y hasta el 2013 cuando comenzó el retorno, tampoco había gente.

Hoy, cerca de 70 familias han vuelto al corregimiento gracias a la Ley de Víctimas y al apoyo de la Unidad de Restitución de Tierras (URT). Pero el regreso ha impli-cado un nuevo desplazamiento. Algunos campesinos que viven, y que han llegado

EN MONTES DE MARÍA HAY REPARACIÓN COLECTIVA, Y TAMBIÉN JUDICIAL. INDIVIDUAL Y COLECTIVA.

Libertad, San Onofre.

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EL PESO DEL PASADO

por sus propios medios, alegan que no se ha investigado en manos de quiénes está la tierra que se está restituyendo, y que se están cometiendo injusticias que pueden llevar a nuevos conflictos. Hay labriegos pobres, no terratenientes, que compraron tierras y que hoy las están perdiendo por-que los vendedores las piden en restitución. No están en contra de la restitución, según dicen, pero sí de la manera como se está haciendo. Para esta gente perder su tierra de nuevo, ya no bajo la presión de la violen-cia, sino por un acto administrativo o judi-cial del propio Estadon es incomprensible.

Algunos de los afectados se han radi-calizado contra la restitución. Es el caso de Orlando, un hombre de talla mediana que se mueve entre su finca con botas pantane-ras y cultiva un ligero bigote. Antes de que llegara la violencia, era el cuidandero de una finca en Cambimba, pero cuando irrumpie-ron los grupos armados, el dueño no pudo volver nunca más. Según Orlando, él le ven-dió un pedazo de la finca, y en todo caso,

él se considera poseedor de buena fe sobre esas tierras. Pero el dueño pidió restitución y es muy probable que Orlando pierda todos sus derechos sobre ella. “Si me la quitan van a quedar dos enemigos. Él allá y yo acá, o alguno de los dos en el cementerio. Porque esta tierra yo no me la he robado y a ningu-no de los que le han quitado tierra le han devuelto un peso”, asegura Orlando.

Don Eduardo (ver recuadro: El resis-tente de Cambimba), líder de la comuni-dad, es el mediador entre los campesinos enfrentados. Aquí restitución tiene que aclarar e indemnizar de un lado o de otro, porque si no se va a volver a la violencia, advierte.

A mediados del año pasado circuló un comunicado conjunto de las Farc y el Eln que generó zozobra en Morroa. El pasquín les pide a los campesinos de Cambimba que pidan reparación y no restitución. Compañeros campesinos de Morroa y el depar-tamento de Sucre, […] les pedimos abstenerse de reclamar tierras que fueron vendidas legalmente y eviten enfrentamientos entre ustedes mismos, dice

el panfleto que las autoridades militares y de policía consideran apócrifo.

En Pichilín ocurre algo similar. No solo se han restituido tierras de pequeños propie-tarios que han debido irse de la región, sino que hay temor porque la mayoría de los habi-tantes que han retornado no tienen títulos y temen perder sus parcelas, así como conver-tirse en nuevos desplazados.

Esto es aún más grave si se considera que Pichilín está dentro de los sujetos de reparación colectiva identificados por la Unidad de Víctimas, reparación que no ha podido comenzar porque los conflictos de la restitución no lo han permitido.

A eso se suma que estas dos comunidades están en un abandono estatal casi absoluto. La carretera es sencillamente terrible; no hay puesto de Policía; en Pichilín existen dos pues-tos de salud, pero ninguno presta servicio, ni tiene los instrumentos necesarios para la aten-ción primaria; a la escuela de Cambimba se le cayó el techo y hoy las únicas que asisten son las vacas extraviadas de una finca aledaña.

E n 1999, cuando todos en Cam-bimba se vieron obligados a desplazarse, el único que no lo

hizo fue Eduardo Mercado. Se quedó allí, solo, ya que sus padres habían muer-to años atrás, y su único hermano había sido blanco de la barbarie. En medio de esa soledad tuvo que soportar al Ejército que acampaba en el colegio; a la guerrilla que usufructuaba su aljibe, y los parami-litares que lo increpaban cada vez que pasaban por allí.

Tan solo vivía que llegó a pasar has-ta dos semanas sin ver, ni oír, ni hablar con nadie. Los momentos de soledad eran tan largos y callados que comenzó a hablar con los burros, las mascotas, las plantas y frutales. La necesidad de escu-

charse a sí mismo y pensar en alguien o algo lo llevó a conectarse con todo lo que tuviese vida. En dos árboles que juntan sus ramas en la copa encontró la com-pañía que necesitaba. Los llamó ‘papá’ y ‘mamá’, porque eran su única fuerza. Sus únicos amigos. Eso lo transformó en un verdadero líder, hecho con el carácter que los batazos del conflicto le forjaron. Un líder que entre 1999 y 2013, es decir, du-rante 14 años, vivió en un lugar desolado.

A partir de la restitución han re-tornado 70 familias a Cambimba, que confían en el liderazgo de Eduardo para enfrentar los nuevos conflictos, como los de los segundos ocupantes. No to-dos están dispuestos a entregar su tierra para que los desplazados regresen, pero Eduardo está tan cansado de la guerra que dice que si le tocara repartir su pro-pia tierra para evitar un nuevo conflicto, lo haría con gusto.

El resistente de CambimbaEduardo Mercado vivió en Cambimba, solo, durante 14 años. Tuvo que hablar con los árboles y los burros para soportar la soledad.

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MONTES DE MARÍA

E l 25 de febrero de 1999, Alexánder Herrera se desplazó de Las Palmas, corregimiento de San Jacinto, Bolí-

var. Tenía 22 años.Dos días después de aquella fecha del 99,

un grupo de paramilitares llegó al pueblo y asesinó a sus amigos Tomás Bustillo y Rafael Sierra. Me dolió mucho –comenta– porque Tomás quería venirse conmigo. Le pedí que se quedara… porque no sabíamos para dónde coger… le dije que apenas yo me organizara, regresaría por él, cuenta, al llegar a su tierra, 15 años después de haber-la abandonado. Hoy tiene 37 años.

Alexander vive hoy en Calabazo, La Guajira. Luego de 12 horas de viaje llegó a Las Palmas la noche del 11 de diciembre de 2014, fecha en que 77 familias que divaga-ron, habitaron y sufrieron en ciudades como Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Montería, Sincelejo o Riohacha, decidieron volver a sus tierras con el acompañamiento de varias ins-tituciones del Estado.

Las fechas escogidas para el regreso (11, 12 y 13 de diciembre) coinciden con las fiestas de Santa Lucía, patrona de Las Palmas, y como es costumbre la gente vuelve a su tierra en las fiestas patrona-les. El 12 de diciembre, víspera de Santa Lucía, se hizo un acto simbólico prepara-do por la Unidad Integral de Restitución de Víctimas. Había tarima, proyección en pantalla gigante, antorchas con los nom-bres de las 15 personas asesinadas en el lugar, y de las desplazadas que decidieron regresar para quedarse.

Al ambiente festivo se sumó la Superban-da 11 de Junio del municipio de Zambrano, Bolívar, que amenizó tres noches de fandan-go y revivió la tradicional alborada, la madru-gada del 13 de diciembre. Comenzó a las 5:10 de la mañana y culminó a las 7:30 a.m., luego de un recorrido por las calles del pueblo.

Los desplazamientos en Las Palmas ocurrieron desde 1995. Primero fueron las

muertes y amenazas de los frente 35 y 37 de las Farc, luego las del bloque paramilitar Hé-roes de los Montes de María. Al comenzar la década de 2000, un pueblo que albergaba a más de 500 familias, se había quedado prác-ticamente solo.

Los fandangos del 11 y 12 de diciem-bre de 2014 fueron muy concurridos. Los músicos se subieron a una pequeña tarima de palos y tablas, ubicada arriba de la calle de la iglesia, y las familias dieron vueltas alrededor de la tarima, a ritmo de porros y puyas. Son las que retornaron con la in-tención de hacer de las Las Palmas el pue-blo próspero de los 80.

Alexánder también lloró cuando vio su casa destruida y abandonada. El lugar donde creció al lado de sus padres y abuelos.

Sin entrar y con el antebrazo puesto en sus ojos, dijo que la casa tenía 19 puertas, que las contara. Que había un jardín en el patio con círculos de cemento en el suelo, que

Entre el entusiasmo y la incertidumbreEl retorno se ha convertido en una hazaña para muchas comunidades que vuelven a los pueblos abandonados. Texto y fotos: David Lara Ramos.

El regreso a Las Palmas

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entrara y viera, que él se la había hecho a su abuela, que la casa tenía cuatro cuartos, un tanque de cemento en el patio, una ventana de hierro en la última habitación donde él se subía para ver el nivel del agua; que siguiera y me diera cuenta.

Entré a la casa. El llanto de él fue más intenso cuando le dije que todo era como lo había dicho. No había jardín en el patio sino maleza, pero los huecos de cemento estaban allí, así como las puertas, la ventana del últi-mo cuarto y el tanque para almacenar agua.

Le pregunto que si ha venido con su familia y me dice que esta se quedó en La Guajira. Que él vino fue a ver si las condicio-nes de ahora son mejores que las que tenía cuando abandonó Las Palmas.

Manifiesta que la carretera está igualita. Le han pasado la cuchilla (maquina nivelado-ra) por algunos sectores, pero generalmen-te es la misma “carretera”, como la llama Alexánder. Es un camino de menos de cinco metros de ancho y de 15 kilómetros de largo que se recorren en 50 minutos a pie.

A él lo preocupa la educación de sus hijos. En Las Palmas había primaria y un bachillera-to antes del desplazamiento masivo de 1999. Hoy no existen colegios. Los pocos estu-diantes de primaria ocupan la iglesia de Santa Lucía y los de bachillerato van a San Jacinto cuando la carretera está buena o cuando tie-nen para el transporte, pues la ida y vuelta, en mototaxi o en jeep, cuesta 20 mil pesos.

También si habrá electricidad que les permita tener mejores condiciones de vida. La luz eléctrica que hoy posee el pueblo es generada por dos plantas eléctricas alimen-tadas con ACPM, contratadas por la Go-bernación de Bolívar con la multinacional Bristol, especialista en generación de ener-gía temporal.

La permanencia del servicio depende de la Gobernación que tiene que firmar un nuevo contrato con la multinacional o que Electricaribe se decida a prestar el servicio que los palmeros merecen. La comunidad ya ha solicitado a la Defensoría del Pueblo que los ayude con el asunto de la luz, pero la energía permanente solo depende de Electricaribe.

Igualmente le interesa la señal de tele-fonía celular. El pueblo está incomunicado. Hay tres puntos donde se activa la señal. En lo alto de la tienda frente a la iglesia; en la loma frente a la casa del señor Marcial Reyes, y frente al Cementerio.

Las maniobras para poder hacer una lla-

mada en los tres puntos mencionados son diversas. Una de ellas es colocar el celular sobre una horqueta de más de dos metros de largo, se cuelga el celular que debe ser de la gama más baja posible, luego se conecta el manos libres y se marca sin bajar el celular de la horqueta. El día del retorno, alquilar un ce-lular de gama baja e insertarle el chip propio, costaba 300 pesos el minuto.

Así mismo, Alexánder está impaciente por las tierras para cultivar y cuidar el ganado. En agosto de 2014 la Unidad de Restitución de Tierras, URT, visitó Las Palmas, escuchó las necesidades, las posibilidades de titulación y los problemas de posesión, pero aún se es-peran los fallos.

También le llama la atención el agua para los cultivos y el consumo. Las Palmas no tie-ne acueducto. La gente recoge agua lluvia en grandes tanques plásticos.

Podría uno intentar establecer cómo se manifiesta la ausencia estatal, pero los mora-dores tienen formas de precisarla. Un cam-pesino al ser preguntado cómo es la situación del agua, responde: No le voy a decir si está bien o está mal, lo que sí le puedo contar es que aquí hay sapos de cinco años que todavía no saben nadar.

En conclusión, Alexander tiene dudas so-bre el futuro que les espera a sus hijos en Las Palmas, pero su deseo es volver cuando su in-certidumbre halle mejores respuestas y cons-truir su vida en la tierra que le hace falta.

La memoria de los muertos es un aliciente y un acto de dignidad para los

sobrevivientes.

A pesar de la precariedad, la gente regresa feliz a su hogar.

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Hoja de RutaLA FUNDACIÓN SEMANA RECORRIÓ TODOS

LOS CORREGIMIENTOS DE MONTES DE MARÍA PARA SABER CÓMO VE LA GENTE DEL CAMPO SU FUTURO. HAY MUCHO POR HACER.

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MONTES DE MARÍA

Qué es la Hoja de Ruta de Montes de MaríaDurante 2014 la Fundación Semana, con apoyo de Usaid, realizó un diálogo social con las comunidades rurales, que busca movilizar soluciones de corto y mediano plazos. Así fue esta experiencia.

Se dice que Montes de María es una de las regiones más diagnos-ticadas e intervenidas del país; y,

efectivamente, en las últimas dos déca-das se han producido importantes do-cumentos de manera participativa y con aportes técnicos significativos sobre sus problemas y oportunidades. Todos estos estudios previos sirvieron de base para

que la Fundación Semana, con apoyo de Usaid, empezara a diseñar su Hoja de Ruta en 2014 en Montes de María, y que emprendiera un trabajo que se puede considerar complementario de los an-teriores, ya que se concentró exclusiva-mente en la zona rural, tomando como unidad de acción los corregimientos.

La Hoja de Ruta recoge el diálogo

con y entre más de 4.000 personas, en 90 talleres, recorridos y observaciones en 137 corregimientos y dos agrupa-mientos de veredas de 16 municipios de la región. Primero se acumuló informa-ción directamente de las comunidades, sobre sus necesidades y potencialidades, prioridades y propuestas. Se trabajó con comunidades de base y no solo con lí-

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HOJA DE RUTA

Qué es la Hoja de Ruta de Montes de María

deres, y de manera amplia involucrando al maestro y el agricultor, al niño y el joven, a la ama de casa, con una agenda abierta.

Luego se validó este proceso hacia el orden municipal en 16 talleres en la ma-yoría de los cuales participaron los alcal-des y sus gabinetes. Posteriormente, y una vez sistematizada la información, se hicieron nueve mesas temáticas regio-nales que, complementadas con las de

En los 90 talleres de corregimientos y 16 de municipios no solo participaron líderes sino amas de casa, niños, maes-tros y campesinos de base.

expertos, arrojaron una agenda de cor-to, mediano y largo plazos. Esta agenda es concertada con actores públicos, pri-vados y de cooperación para garantizar que no se convierta en un documento más, sino que se lleve a la práctica.

La Hoja de Ruta no está concebida como un escrito corriente sino como una estrategia de acción que busca mo-vilizar a las entidades y comunidades en pro de soluciones viables y creativas.

Tampoco pretende hacer un listado de proyectos para que el gobierno ejecu-te, pues para eso están los planes de desarrollo, sino activar un proceso de colaboración, reconocimiento y coor-dinación entre diferentes actores del territorio. Por consiguiente, se busca el diálogo y la acción de las empresas pri-vadas, las instituciones estatales en to-dos sus niveles, y las comunidades.

Finalmente, uno de los aspectos más importantes de la Hoja de Ruta es que se ha construido en un momento en el que Montes de María transita claramen-te hacia la construcción de la paz, y se puede decir que va adelante en esta ma-teria. Y aunque eso es una fortaleza para la región, también existen muchas incer-tidumbres sin resolver, como se verá en este informe.

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MONTES DE MARÍA

Así se vive en los corregimientosDe la Hoja de Ruta surgieron varios temas relacionados con la vida rural y que forman parte de las preocupaciones y prioridades de las comunidades. Aquí, los datos y situaciones más relevantes.

A demás de todos los puntos que ha señalado la Misión Rural so-bre las condiciones críticas del

campo, destacamos como un tema urgente y crucial el del agua. Para consumo, no exa-geramos al mencionar que nadie en la zona rural de Montes de María la toma potable. Existen corregimientos críticos como San Agustín en San Juan Nepomuceno, donde la bombean directamente del río Magdale-na. Igual los corregimientos de Córdoba, la cual es salobre, la de Canutal en Ovejas está contaminada con plomo, o sitios en Chalán o El Carmen en donde caminan dos o tres

horas para conseguirla de jagüeyes de los cuales se abreva el ganado. Hay precariedad de tanques y reservorios.

Los planes departamentales del pre-ciado líquido están diseñados para zonas urbanas y aunque algunos alcaldes tienen proyectos de acueductos para la parte ru-ral, estos les han sido devueltos de ma-nera sistemática por razones técnicas. En algunos casos hay experiencias de uso de métodos alternativos de almacenamiento, como en Toluviejo, y experiencias como la de Los Palmitos que a través de una lucha continua, y una agenda de negociación

permanente con las sucesivas alcaldías, han logrado su objetivo para por lo menos el 80 por ciento del sector rural.

Agua para riego es un tema igual-mente crítico y hoy se puede decir que es el que más afecta la productividad. En la región hay distritos de riego que no funcionan porque su mantenimiento es muy costoso. En Montes de María hay suficiente agua, pero se requieren solu-ciones diversas dependiendo de la sub-zona. Sobre todo que el líquido venga en el paquete completo de los proyectos de tierras y productividad.

2014 fue el año de la sequía. Pocos jagüeyes como este resistieron el

desafío del clima.

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E sta es la única represa comunita-ria en 360 hectáreas, dice, acoda-do sobre un alambrado, mirando

el ojo de agua como si fuera su hijo, Ed-win Navarro, de la vereda Villa Amalia, de El Carmen de Bolívar. Hay uno o dos años con lluvia y uno o dos sin ella. La solución son represas como esta, afirma, apuntando a uno de los problemas más importantes de los Montes de María: el agua.

Por toda la región hay represas, jagüe-yes y ciénagas. Y toda clase de problemas en torno de ellos. Acá dependemos netamen-te del agua. Si no llueve, estamos listos. Y solo ahora (en octubre), los jagüeyes se están llenando, cuenta Wilfredo Miranda, presidente de la Junta de Acción Comunal de El Bálsamo, en El Carmen, hablando de lo duro que fue el verano en 2014. Muchos lugares pú-blicos tienen instalados inmensos tanques plásticos negros para acopiar la lluvia y en verano, la gente, sobre todo los niños, ca-minan por horas para recoger el líquido.

Burros cargados de timbos de agua for-man parte del paisaje rural.

La falta de distritos de riego es uno de los problemas más graves de la comuni-dad. Diarreas y otras enfermedades intes-tinales son comunes, como entre los indí-genas zenúes de San Antonio de Palmito, que consumen aguas insalubres a falta del líquido potable. El alcantarillado es una rareza en Montes de María, así que cada vez que llueve las calles se convierten en arroyos, como en El Carmen de Bolívar, donde los aguaceros son fiestas de los ni-ños en esos ríos improvisados, cuando no se tornan en inundaciones.

Hay soluciones, pero casi siempre re-sultan de la iniciativa de la gente, no de la acción del Estado. La Asociación de Mu-jeres de Las Piedras, por ejemplo, logró recuperar una represa y conectarla al acue-ducto, con ayuda de la cooperación suiza.

Y donde hay agua, hay conflictos. En María la Baja, muchos se quejan de que

el cultivo de palma absorbe el agua de los canales que deberían alimentar a todos y que los químicos contaminan la ciénaga y afectan la pesca. Playones como Buca-relia o la Playa de las Bestias junto al río Magdalena en torno de Zambrano, que son tradicionalmente despensas en las que se cultivan toda clase de verduras y pasta el ganado, son cercados por latifundistas. En Córdoba, otro municipio ribereño, hay quejas de que La Joya, una gran ga-nadería, y la finca Casa ‘e Tabla, “de los Echeverría”, cerraron las mangas públi-cas. La Joya hizo un jarillón en la ciénaga El Puyal que acabó con la pesca de la que proveían su sustento muchas familias. Un jagüey que la gente usaba en Villa Amalia está ahora ocupado por búfalos, que con-taminan el agua.

La Alta Montaña es una fábrica de agua y de ella descienden cientos de arroyos, pero en tiempo seco la gente y los cultivos de Montes de María se asfixian de sed.

Agua que no puedes beber…El fenómeno del niño tiene azotado a Montes de María debido a que no hay acueductos y casi todos los distritos de riego están en crisis. Por Álvaro Sierra

A falta de acueductos rurales, en Montes de María el agua se carga en burro.

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L a salud resultó ser la principal preocupación de la gente por la falta de acceso al servicio. Gene-

ralmente, la población está asegurada a través del régimen subsidiado, pero la per-cepción es que este es lejano, intermitente, inoportuno e ineficiente.

La infraestructura es muy regular y en al-gunos casos, pésima. No hay pertinencia re-gional en la prestación del mismo, ni se adapta a las necesidades locales. Hay una profunda

sensación de inseguridad y miedo a enfermar-se, dadas las condiciones de pobreza donde, por supuesto, existe vulnerabilidad.

Surgieron evidencias de muchos problemas administrativos y de colisión de funciones e intereses entre las EPS, las instituciones prestadoras del servi-cio, las alcaldías y la Gobernación. Un hallazgo muy importante fue el alto gra-do de discapacidad existente y la escasa atención que recibe la población.

La vacuna del Papiloma

L a vacuna contra el VPH busca pre-venir enfermedades de transmisión sexual, el cáncer de cuello uterino y

las verrugas genitales, por lo que es una en-fermedad que solo afecta a las mujeres. Hoy existen en el mercado dos vacunas: Cervaix y Gardasil. Esta última fue la que se aplicó en El Carmen en una campaña impulsada por el Ministerio de Salud y que desde mar-zo generó una crisis sin precedentes.

En 2014, cerca de 600 de las niñas que fueron sometidas a este procedi-miento han sufrido síntomas de lo que podría ser una reacción adversa a la va-cuna, aunque ya el Instituto Nacional de Salud descartó esta hipótesis. Los sínto-mas son frío en las extremidades, insen-sibilidad en manos y pies, inmovilidad, palidez y desmayo. Los padres de familia de El Carmen insisten en que el Gardasil es el causante de las extrañas dolencias en sus hijas.

En El Carmen de Bolívar fueron vacu-nadas más de 3.000 niñas contra el virus del papiloma humano o VPH.

Muchos centros médicos están en lamentables condiciones.

SALUD

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S u llegada estaba anuncia-da: el 6 de diciembre de 2013 se dieron los prime-

ros casos en América, en las islas del Caribe. Se propagó rápida-mente por Centroamérica, luego llegó a Venezuela, las Guayanas y, finalmente, a la Costa Caribe colombiana. Lo más alarmante es que alcanzó su pico más alto y se-gún cifras del Ministerio de Salud se espera que puedan presentar-se unos 700.000 casos, números que superan hasta cuatro veces el dengue cuando logró estar en los problemas epidémicos más altos del país.

El chikunguya es una enfer-medad que se transmite a través del mosquito Aedes Aegypti y Aedes Albopictus, mismo transmisor del dengue. Viene de África, donde fue descrito por primera vez en

En jaque por el chikunguya

1952, al sur de Tanzania. Su nombre es una palabra del idioma Kimakon-de, hablado por la etnia Makonde de ese país, y traduce ‘doblarse’, haciendo una referencia a como las personas se contorsionan por los síntomas.

La enfermedad carece de un tratamiento específico, por lo que lo único que se puede hacer es tra-tar los síntomas y esperar a que salga del sistema, algo que demora más o menos dos semanas. Gene-ra dolor de cabeza, alteración en la piel, conjuntivitis, dolor difuso en la espalda y en diferentes múscu-los, náusea, vómito y dolor en las articulaciones, y en el 4 por ciento de los casos es mortal.

Bolívar y Sucre son dos de los departamentos más afectados por esta epidemia que ya se ha extendi-do por todo el país.

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Foto: Álvaro Sierra

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L os problemas en esta materia son ampliamente identificados en trabajos anteriores y la Hoja

de Ruta ratifica sencillamente la gravedad y profundidad del problema. La falta de acceso a la tierra hace que mucha gente tenga que arrendar por meses una parcela para sembrar cultivos de corta duración y bajo rendimiento. La falta de títulos es endémica, y en consecuencia, el acceso a

servicios del Estado, como crédito y asis-tencia es muy marginal.

La comercialización se puede definir en una frase: el campesino de Montes de María no vende, sino que le compran. No hay información ni un mercado racional. La asociatividad es muy baja, y los costos de producción, por los problemas de in-fraestructura y transporte, son muy altos. Prácticamente no existe valor agregado.

David Giovanni (con el saco) y Jesús vuelven el día de mercado junto con su madre hacia su casa en el playón Providencia, cerca de Zambrano.

Los puestos de comida salpican los pueblos de los Montes, como este en Ovejas, rescatando tradiciones culi-narias y callejeras que son tan viejas como la región.

El mototaxismo es casi la única posibilidad de empleo para los jóvenes de Montes de María. Con frecuencia, la moto ni siquiera es de su propiedad. Aquí, un joven en San Antonio de Palmitos, convenientemente abrigado para el ‘frío’ matinal.

DESARROLLO PRODUCTIVO

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José Manuel y Gamal Montes (con el trapo rojo) son dos herma-nos que mantienen la cultura del tabaco en la vereda El Oso, entre

Carmen de Bolívar y Ovejas, que venden entre 3.800 pesos el kilo de primera calidad y 1.900 el de tercera, a una empresa local.

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La pavimentación de la Transversal de Montes de María, que une las dos troncales de la Costa, será crucial para el desarrollo rural. Siempre y cuando las carreteras terciarias también mejoren.

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E s en este aspecto donde más se sienten las huellas del conflicto. Hay deficiencia en la educación

básica sobre todo por la escasez e ines-tabilidad de los maestros. Una muy baja o a veces inexistente oferta de educación técnica y superior, que es la demanda más sentida de los jóvenes. En general, la in-fraestructura tiene muchas fallas, la per-tinencia regional de la educación es nula, y de regular calidad. El transporte escolar es intermitente. Todo lo anterior influye en que los jóvenes emigren del campo.

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La región posee una conectividad muy precaria en telefonía celular como en Internet. Lo que oca-

siona un retraso en el acceso a servicios productivos, de mercado, educativos y de salud. Igualmente, las vías de ac-ceso, aunque han mejorado en su nivel primario y secundario, como es el caso

Cultura

L a cultura no es solo, como se dice a manera de cliché, una zona de resistencia del conflicto. Es una

de las mayores expresiones de capital so-cial de la región, y una oportunidad para el desarrollo. Es lo que unifica a la comu-nidad, lo que le da sentido. Esta área fue altamente valorada en La Hoja de Ruta, en el entendido de que la región es portadora de un gran patrimonio material e inmate-rial. Existe temor de que el desplazamien-to haya roto la transmisión natural de las tradiciones entre las generaciones más viejas y las nuevas. Eso es particularmente sensible en la zona rural donde las comu-nidades reclamaron mayores espacios e in-fraestructura en este terreno, y sobre todo, continuidad y pertinencia. Hay programas culturales que se hacen ocasionalmente, pero mantener el esfuerzo y, sobre todo, convertir esta área en una posibilidad pro-ductiva y profesional para la población es una de las tareas que se vienen dando en la región.

de Ovejas, están en regular estado en el terciario y en algunos lugares como Paraíso y San Cristóbal, en San Jacinto, son críticos. Respecto de la comunica-ción masiva y el acceso a información es muy bajo dado que hay pocas emisoras comunitarias y los medios de comunica-ción son ineficientes.

Medio Ambiente

E sta área es particularmente sensi-ble para comunidades que viven en el sector más montañoso. En

Colosó, por ejemplo, se manifestaron pre-ocupaciones por la tala. También en Car-men por la desaparición de especies como el mico tití y el jaguar. Al mismo tiempo que hay preocupación, existe conciencia

de que la riqueza ambiental es un recur-so potencial para la región, si se hace un ecoturismo razonable. Incluso en algunas comunidades de la Alta Montaña se plan-teó el uso de medios de transporte alter-nativos como los cables, para no construir carreteras que causen impacto en los eco-sistemas vigentes.

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CULTURA

MEDIO AMBIENTE

Medio AmbienteCOMUNICACIONES

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E l premio Nobel de economía Amartya Sen ha llamado la aten-ción en varios de sus textos sobre

el hecho de que ninguna hambruna ha ocurrido en países donde hay una fuerte libertad de expresión. Sen dice que esta libertad tiene incidencia directa en la ca-lidad de vida de las personas, dado que a través de ella se les puede hacer segui-miento a las políticas públicas que afectan a los pueblos, se puede proteger a los más desfavorecidos, se promueve el análisis crítico, se crean espacios para el cambio social y se aprende a vivir con la diversi-dad y la diferencia.

Por contraste, allí donde no hay liber-tad de expresión crece la corrupción, el despotismo, la concentración del poder, la sumisión y la miseria. En los Montes de María, a la precariedad histórica de los medios y espacios de comunicación, se sumó el conflicto armado de los años 90 y parte de la década pasada. Eran tiempos aciagos. Todos los días ocurrían hechos violentos y nadie se atrevía a hablar sobre ellos, a señalar responsables y cómplices. El miedo reemplazó a la palabra. Sin em-bargo, mucha gente estaba dispuesta a en-contrar otras maneras de hablar, de contar

lo que acontecía en su territorio. Fue así como surgieron colectivos, redes y medios de comunicación alternativos. Se instaura-ron grupos de teatro, de cine club, emi-soras y canales comunitarios, como expre-siones de libertad en medio del conflicto. Algunos de ellos sobreviven todavía, e intentan ser útiles en tiempos de reconci-liación. No obstante, existen dificultades, falta de recursos y medios, para hacer más efectiva, continua y profesional su labor, y lograr mayor impacto en las comunidades. A continuación algunas de las experien-cias más significativas de la región:

SAN ONOFRE: LA ALTERNATIVA ERA HABLARDurante el conflicto los habitantes de San Onofre, Sucre, perdieron la interacción que tenían con el otro, con el vecino, to-dos se encerraban a una hora determinada y las dinámicas de socialización que an-tes formaban parte de la cotidianidad, la guerra las fue silenciando. Más adelante y gracias a la gestión de Olegario Melén-dez Espinosa llegó la emisora Playa Mar Stéreo en el 2000 logrando la licencia en 2008. Este grupo radial se sostiene con ri-fas y eventos y con servicios que prestan

a la Alcaldía, sin embargo, se ven alcan-zados en el pago de parafiscales de Sayco - Acinpro, un verdadero dolor de cabeza para todas las emisoras comunitarias. Este espacio informativo cuenta con una pro-gramación completa y variada, en la que también participan la comunidad y los colectivos de comunicación de las zonas aledañas, así como un semillero de repor-teritos, entre otros.

RINCÓN DEL MAR: MARÍA MULATAUna de las experiencias en comunicación alternativa de los Montes de María más reconocida es la que ha liderado la Corpo-ración María Mulata, en Rincón del Mar, San Onofre, Sucre. La biblioteca se inició porque Marcelina, una líder que tenía una miscelánea en su casa, empezó a traer ho-jas de revistas que le parecían interesantes y con ellas fabricó una especie de enciclo-pedia para que los niños y jóvenes con-sultaran allí sus tareas. Un amigo la animó para crear una biblioteca con libros dona-dos y los que se pudieran comprar para que los estudiantes tuvieran un sitio don-de investigar. Así que en el patio de la casa de Marcelina empezó María Mulata, una biblioteca con sala de sistemas, un espacio

Se oye un rumor en los MontesLa comunicación se convirtió en una forma de resistencia a la violencia en Montes de María. Hoy las emisoras, los centros de producción audiovisual y los colectivos y redes de comunicación son clave para la reconciliación.Por Iliana Gutiérrez. Fotos: Rodolfo Palomino.

Osvaldo Castro, director de San

Cayetano Stereo.

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para reciclar y elaborar materiales de uso como sillas, papel artesanal, un proyecto que se hace con madres cabeza de hogar, un taller para elaboración de tambores, otro taller para danza y un Cine Club.

Aunque se han ganado convocatorias del Ministerio de Cultura y la mayoría de equipos y materiales de trabajo son par-te de donaciones, no tienen algo fijo para sostenerse y las personas que apoyan las capacitaciones y talleres de formación son voluntarias que así como llegan se van.

EL MILAGRO DE LA RADIO EN SAN CAYETANOExiste un pueblo al sur de Bolívar que lleva el nombre de un santo italiano que dedicó toda su vida a ayudar a los más necesitados: San Cayetano, corregimiento de San Juan Nepomuceno. Su primer acto prodigioso fue curar a una persona a quien le iban a amputar una pierna. Y casi como siguien-do el camino del santo y de manera mila-grosa, la emisora comunitaria San Cayetano Stereo, sale al aire a pesar de tener apenas una grabadora de CD, un reproductor de DVD, un micrófono, un par de audífonos antiguos y una pequeña consola que traba-ja a medias porque le cayó un rayo. Tiene sede gracias a que la parroquia le ofreció un espacio a Osvaldo Castro más conocido como “Gordolo”, quien hace las veces de locutor y periodista.

Este comunicador empírico, locutor, director de la emisora, invidente y todo un maestro en piquería, se inició en la radio con Vigía Todelar 8.20 am, luego en el programa Acordeones de mi costa y ahora es el director de San Cayetano Stereo la emisora que se escucha hasta en los radios apagados. Con él trabaja un grupo de cinco personas que lo apoyan con los programas sobre temáticas diversas, nin-guno es profesional en radio, cada uno hace lo que puede. La emisora se sostiene

con la venta de pasteles o lo que a veces la alcaldía le proporciona.

EL GUAMO AÚN ESPERA LA LICENCIASi existiera el premio a la paciencia por los actos derivados de burocracias admi-nistrativas, El Guamo, Bolívar, sería un participante fuera de concurso. Está si-tuado a 79 kilómetros de Cartagena y no tiene señal de AM ni FM; y aunque posee una emisora comunitaria, esta no funcio-na hace cinco años porque aún no cuen-ta con la resolución de adjudicación por parte del Ministerio de las Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones.

Gustavo Carmona, integrante de la Red de Comunicadores de los Montes de María y de la Corporación Cultural que re-presenta dicha licencia, dice que el espacio radial empezó en 1999 con una emisora llamada Sensación Stereo, la cual finalizó sus emisiones en 2009, ya que dentro de las exigencias para solicitar la licencia es que debían suspender las emisiones ilega-les. Así lo hicieron y se quedaron apaga-dos y a la espera de que la ley les autoriza-ra salir de nuevo al aire. El Guamo cuenta hoy con una emisora que se llama Caribe Stereo, con programación musical y algu-nos esquemas informativos. El acceso a la televisión es por medio del sistema priva-do satelital y el canal 100 que llega desde su vecino, San Juan Nepomuceno.

MUCHAS GANAS Y POCA PLATA EN SAN JUANSanjuaneros es el gentilicio de las perso-nas que viven en un municipio ubicado en el norte de Bolívar y que enfrentó el conflicto armado a través de una “resisten-cia artística”. Cuentan que fueron tantos los toques de queda en ese entonces, que la gente aprovechó el silencio para crear, por medio de la literatura, la música y las iniciativas de organización comunita-

ria algo de libertad de expresión. En ese contexto nacieron la emisora comunitaria Innovación Stereo, liderada por Jorge Lo-zano Martínez, y el canal Asosanjuan TV, medios en los que también participan los integrantes de la Red de Comunicadores de Montes de María.

Asosanjuan TV funciona desde 2009 como una empresa de televisión comu-nitaria, pero está a punto de desaparecer ante la competencia que representan los grandes operadores de televisión por ca-ble y la precariedad de su propia señal. Si a eso se suman los impuestos y aranceles que tienen que pagar especialmente a Say-co y Acinpro, más los servicios públicos y el arriendo del espacio de trabajo, su exis-tencia se hace inviable.

LA RADIO SILENCIADA DE SAN JACINTODesde hace más de diez años un grupo de sanjacinteros, con ganas de hacer algo por su comunidad, conformaron la Corpora-ción para la comunicación, la cultura y el desarrollo de San Jacinto, la cual está com-puesta por representantes de cada gremio de la comunidad. Ellos mismos empeza-ron a liderar el proceso de la emisora y activamente trabajan para darle vida a este espacio radial.

Sin embargo, dejaron de emitir ya que la licencia se encuentra en trámite ante los entes de control, así que lo que están haciendo es producir radio revistas y enviándolas a centros de información y producción de los Montes de María, y a espacios nacionales como Blue Radio, Ra-dio Nacional, Unisucre, el Cesar, y hasta Popayán. La resolución está demorada, a pesar de las varias solicitudes que se han hecho ante el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

La Corporación está integrada por co-municadores que llevan trabajando en me-

HOJA DE RUTA

Jorge Paredes, comunicador

popular de Ovejas.

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MONTES DE MARÍA

dios comunitarios hace más de 10 años sin ningún título que los acredite como tales, por esta misma razón solicitan ser recono-cidos por los demás medios ya que en al-gunos eventos les impiden su participación por no tener un carné que los identifique como profesionales.

Esta Corporación publica cada año la revista Alanpazos en el marco de la Fiesta del Pensamiento. En este evento se resal-tan los personajes del municipio que han sobresalido por su intelecto y capacidades artísticas. Existe una radio escolar apoyada por un profesor que también forma parte del equipo de la emisora y un grupo inde-pendiente de jóvenes que producen televi-sión.

ZAMBRANO, GRANDESSOBERANOS EN RADIOLa Red de Comunicadores Populares en el municipio de Zambrano, fue conformado por la Fundación Desarrollo y Paz de los Montes de María y que hace veinte años producen para el Canal 9 liderado por ellos. La Casa de la Cultura es la sede de la sala audiovisual donde hacen los programas apoyados por la Alcaldía ya que el grupo no cuenta con sede propia. Además, hace su participación en el periódico El Monte-mariano y en una radio revista que se emite de 8 a 10 de la mañana todos los días por Soberana Stereo la cual transmite música en el resto de su programación.

Algunos de sus integrantes forman parte de la Corporación Social y Comu-nitaria RAL Comunicaciones. Desde los tiempos del conflicto el grupo de teatro La Calle, que integra dicha Corporación, utili-za el arte como medio de expresión. Hoy continúa con la misma estrategia para evi-tar el reclutamiento de niños y jóvenes de esta zona por parte de los diferentes gru-

pos armados ilegales que aún subsisten en esta región del país.

MORROA: CON EQUIPOS, PERO SIN GENTEDos personas son las que hacen posible que la emisora comunitaria sea el entreteni-miento diario para los pobladores del muni-cipio de Morroa, ubicado al noreste del de-partamento de Sucre. Morroa Stereo es un espacio radial que está en funcionamiento desde 1993, acompañando a la comunidad, con todo el esfuerzo que exige mantener una emisora comunitaria.

Julio Alberto Domínguez, quien tam-bién escribe para el periódico Montemaria-no y forma parte de la Red de Comunica-dores Populares de Montes de María, fue el fundador de la emisora que obtuvo la licen-cia en 1997, pero que aún no se ha podido renovar, a pesar de que ya se enviaron los documentos para tal fin. No obstante, con-tinúan al aire todos los días con solo pro-gramación musical, la cual se escucha en la zona urbana y rural del municipio.

¿DÓNDE ESTÁN LOS LADRONES DE SAN ANTONIO DE PALMITO?En 2004, Rafael Pérez, Mario Ruiz, Leonel Pérez, Pablo Pérez y Manuel Serpa em-prendieron la idea informar lo que sucedía diariamente en la localidad y decidieron hacerlo oralmente, así que la difusión por megáfono fue el primer paso, luego con gran esfuerzo y dedicación gestionaron los equipos de radio comunicación y con el tiempo empezaron a tramitar la licencia lo cual implicó suspender las emisiones por un tiempo. Cierto día, cuando iban a grabar un programa, se percataron de que los dueños de lo ajeno se habían llevado los equipos. Ahora esperan con ansias la licencia y planean una radiotón con el pro-

pósito de recolectar fondos para la adqui-sición de los implementos de radio que les fueron hurtados.

EN OVEJAS ESTÁN LISTOS PARA COMENZARLos procesos comunitarios en comunica-ción popular fueron relevantes hace unos años para Ovejas, Sucre, ya que tenía emi-sora, un canal comunitario y un grupo de personas animadas y dispuestas a liderar el movimiento de comunicación popular que se estaba gestando en ese momento. Sin embargo, poco a poco fueron desapa-reciendo.

Jorge Paredes es uno de los líderes que recuerda aquellos buenos tiempos donde la emisora le abría el espacio a la comuni-dad. Además comenta que a pesar de las amenazas de los grupos armados en los tiempos del fuerte conflicto armado, jamás cerraron. Sin embargo, fue hace menos de dos años que fue clausurada ya que no te-nía licencia y su frecuencia interfería con las demás emisoras de la región, así que “se la hicieron” cerrar y por esta razón se perdió todo lo que se estaba gestionado en su mo-mento para la consecución de la licencia. La emisora comunitaria para mí fue una escuela, la gente se despertaba a las 4 de la mañana para escuchar el programa ‘Despertar Gaitero’, dice Paredes. En este momento hay un recurso de apelación en trámite. También había un canal comunitario que se llamaba TV Gaita, pero intereses políticos hicieron que se ce-rrara. Ahora en Ovejas solo se escuchan las emisoras de Sincelejo y vecinas.

En la zona rural existen emisoras parlantes creadas por Colombia Responde en Gua-yacán, Santana, Canutalito, Almagra y Flor del Monte. Esta iniciativa ha sido una expe-riencia exitosa en temas de comunicación comunitaria para el municipio de Ovejas.

Manuel Serpa, periodista de

San Antonio de Palmito.

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L o único que yo sabía en este mundo era que iba a ser periodista, yo no sé hacer más nada que gestora cultural y periodis-

ta, dice Soraya Bayuelo la precursora de los medios comunitarios populares, tanto en El Carmen de Bolívar, su pueblo natal, y los Montes de María. Estudió Comunicación Social en la Universidad Autónoma del Ca-ribe. Los primeros semestres y casi que la mayoría de la carrera me los pagué a punta de cuñas radiales. Para entonces ya tenía una larga experiencia en periodismo comunitario, pues en 1988 la Casa de la Cultura del Carmen había crea-do una escuela de narradores, y Soraya, que se sabe todas las historias del Peyo Arrieta, y de los mitos y realidades de Montes de María, estaba allí. Así fue naciendo un co-lectivo de comunicaciones de los gestores culturales de El Carmen cuya sede, según Bayuelo era una banca rota del parque donde nos reuníamos a escribir poemas, cuentos y guiones para el programa de radio que teníamos en ese momento.

Muchos años antes de que se empezara a hablar de posconflicto, el Colectivo ya es-taba en el cuento de construir la paz a través de las estrategias de comunicación. Con el eslogan de formar ciudadanos y ciudadanía y reconstruir la memoria histórica iniciaron el proceso en su propio territorio. Esa se-

ría la base del Colectivo Línea 21: progra-mas investigativos para radio, un semillero “formando formadores”, que se volvió la política y metodología del Colectivo. Luego gestionaron un medio de televisión ya que no se logró la licencia para la radio propia. Fue así como se montó una parabólica, Li-nea 21 televisión, la mejor imagen del Carmen el Bolívar, la cual duró 15 años al aire.

Otro de los proyectos insignias del Co-lectivo Línea 21, fue el primer plan dirigido a las instituciones educativas de los Montes de María llamado “radios escolares”, el cual fue creado con el propósito de dinamizar el aula de clase con la comunicación, basándose en la triada manejada por el colectivo: cultura, comunicación y educación, para la cons-trucción de ciudadanía, el medio ambiente y la paz, afianzando la identidad, la cultura, el desarrollo comunitario y la participación ciudadana.

CON MIEDO BAJO LAS ESTRELLASCuando apareció el conflicto armado los es-pacios de comunicación creados se fueron cerrando, ya que el traslado de una zona a otra implicaba pasar por campamentos pa-ramilitares y los colectivos que venían de las zonas que estaban señaladas de ser “guerri-

lleras” no podían pasar; así que el Colectivo se quedó en El Carmen. De este modo na-ció el cine club ‘la Rosa Púrpura del Cairo’.

Fue una de las estrategias que de alguna ma-nera le hace el quite a la guerra, era como mantear en medio de esa tormenta a fuerza de películas, y llevamos cine bajo las estrellas, muertos de miedo en medio de la oscuridad de la noche, en medio de la zozobra, de la angustia, de la muerte, de la muerte en todo sentido de la palabra, nada se movía, todo mundo lleno de miedo, dice Bayuelo.

En la primera proyección con un man-tel blanco, se pasó la película brasileña Es-tación Central. Luego hicieron una primera muestra audiovisual, con cinco produccio-nes. “Nos propusimos que cada joven que venía aquí se lo quitábamos a los guerreros de las manos, podían venir 40, pero si uno solo se entusiasmaba para nosotros era una ganancia”.

La idea del Colectivo es no solo apren-der a manejar la cámara, tomar fotos, hacer guiones, sino formar a seres humanos com-prometidos con su región.

UN MOCHUELO CON ALASOtra de las propuestas más innovadoras que se le ocurrió a Soraya Bayuelo en apo-yo con el Colectivo Línea 21, es El museo del Muchuelo, una estrategia de recupera-ción de la memoria histórica. Se trata de una plataforma de reparación simbólica de las víctimas del conflicto que nació como una investigación etnográfica del territorio y que es sobre todo un espacio artístico que les rinde homenaje a los ausentes, a quienes murieron en las más de cincuenta masacres que hubo en el territorio. Haciendo la línea de tiempo ahora, nos hemos encontrado con hechos victimizantes mucho más grandes de los que han registrado los medios, porque es poner la voz de la gente allí, es el relato mismo que puede contrarrestar el relato oficial, comenta.

Considerando que la responsabilidad de hacer reparación es del Estado colombiano, la propuesta de El Mochuelo es la repre-sentación de la misma sociedad civil que se construye con ellos mismos a través de una consulta regional, no es desde los profesionales sentados desde un escritorio, es desde la misma comu-nidad que están poniendo las bases de esa informa-ción, concluyó Bayuelo.

Juglar, narradora y memoriosaSoraya Bayuelo es un símbolo de la resistencia cultural. Ahora tiene en sus manos uno de los museos más importantes del país. Por Iliana Gutiérrez

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MONTES DE MARÍA

Los indios farotos y sus viejas gaitas

Antes de que la guerrilla y los paramilitares señalaran la geo-grafía de los Montes de María a

punta de bombas y plomo, Adolfo Pache-co ya había pintado esta región del nor-te de Colombia con magníficos colores. Lo hizo en versos. Lampaceó la hamaca grande. Emuló el Cerro de Maco a la al-tura del pico más alto de la Sierra Neva-da. Pinceló la nostalgia cantando al Viejo Miguel. Y como Adriano, el ciego, pintó los repliegues del alma, pensando en que lo negro algún día sería bello. Hizo una parábola con el mochuelo pico e maíz y se preguntó si en verdad para el animal no habría un Dios que lo bendijera.

Pacheco no estuvo solo en la eman-cipación de la región en sus cantos. San Jacinto, su tierra natal, esa especie de co-razón de Colombia, considerado el núcleo humano más importante de la colonia es-pañola después de Cartagena, fue desde sus comienzos una especie de cruce de caminos, por donde pasaron varias civi-lizaciones, con asentamiento supremo de los zenúes, indígenas mansos, habilidosos para la música y la artesanía, que ya esta-ban allí cuatro mil años antes de Cristo.

Algunos les decían los indios parran-deros, pero Pacheco, con su fuerza poéti-ca los bautizó en su hamaca grande como indios farotos y sus viejas gaitas, quizá pensan-do en que las farotas eran la forma más ingeniosa que tuvieron los nativos para pillarse a los españoles con sus mujeres, vistiéndose como féminas. Esas eran sus historias sagradas, contadas y cantadas por sus trovadores y juglares.

Los indios que halló Antonio de La Torre y Miranda a su llegada, el 8 de agos-to de 1776, en la misma fecha que nació Pacheco 164 años después, sin la forta-leza física para soportar el trabajo duro y sin libertad, enfermaban con facilidad, por lo que el español llevó refuerzos des-de Piletas, hoy Corozal, Sucre. Y después se formaron los palenques de la Haya y Matuya, zona rural del municipio, que fueron no solo un apoyo para el trabajo duro, sino para imprimirle más fuerza a la música, con sus tambores libertarios.

En San Jacinto se dieron las dos escue-las de la gaita: la negra y la indígena. Lo mismo pasó con el vecino municipio de El Carmen de Bolívar, la tierra de Lucho Bermúdez, de donde llegó el músico que los empujó a la modernidad, el maestro Manuel Vicente Caro, fundador de la pri-mera banda de músicos de viento, quienes eran tan bebedores que les decían La Se-cante, porque achicaban todo el guaro de las parrandas. El refundador los diferenció cortándoles el cabello, por eso a los nativos de San Jacinto les dicen “Los mochos”. Y a los peludos carmeros “Los colones”.

En su labor de cronista, Adolfo Pa-checo no estuvo solo. A los 8 años se le pegó, literalmente a un hombre que era más que todo el mundo, Toño Fernán-dez, el gaitero más grande del planeta, quien tuvo la osadía de ponerle versos a la gaita, que entonces era muda. Toño era el hombre que le amenizaba las pa-rrandas al viejo Miguel Pacheco, el due-ño del famoso Gurrufero, un salón de baile inmortalizado por su hijo, antes de

que una quiebra económica lo mandara para Barranquilla, buscando paz, con-suelo y tranquilidad. Pacheco Blanco, contador público empírico, se había le-vantado en la casa Matera, de origen ita-liana, que tenía fábrica de hielo, jabón y exportaba ganado.

Adolfo Rafael, quien funge como el más moderno de la escuela de los Montes de María, además de ser docto intelectual, recibió la influencia de Andrés Landero, rey de la cumbia, quien subyugó su obra. Solo tres dedos de su mano derecha le bastaron para recoger el sentir de la mon-taña y pasar los sonidos de la naturaleza que venían en la gaita y llevarla a los pitos de un instrumento mágico y nostálgico venido de Alemania y que había penetra-do por todos los caminos reales, después de trepar por los ríos. Landero tiene mo-numentos en el mundo y es motivo de ins-piración para músicos norteamericanos

Vallenato, gaitas, décimas, bandas de vientos. Montes de María es una potencia musical que intenta mantener viva su tradición. Crónica de Alfonso Hamburger.

Tambores y gaitas representan la mezcla de indios y afros en Montes de María.

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que lo hicieron antológico al lado de Elvis Presley. Siendo un profesor enamoradizo, que para algunas pretendientes “eso no era nada” Pacheco recibió el influjo de los músicos de San Juan Nepomuceno, que eran cultos y tocaban guitarra y piano. Igual, se tropezó en su carrera con dos grandes, Miguel Manrique, quien pide que a su muerte la guitarra se la pongan por cruz y Ramón Vargas Tapias, el compadre Ramón, quien sí tocaba con los cinco de-dos de sus manos y se le metió por dentro al acordeón, lo desarmó y lo armó sin que le sobraran tuercas.

LA MEZCLAViajando de Cartagena a Sincelejo, mi-rando el monte y los paisajes sabaneros que se explayan a lado y lado –donde están todos los recuerdos–, por la ven-tanilla del automóvil, a lo lejos se ve el cerro de Maco, a la derecha, en lo alto. La diferencia con el cerro de La Pita, que se halla en el vecino Ovejas, a unos 24 kilómetros en línea recta, en el mismo cordón montañoso (estribaciones de la

cordillera Occidental) no es demasiada. Ambos cerros cumplen una función co-municativa estratégica. Con una sola di-ferencia, al Cerro La Pita no lo mencio-nan los compositores, mientras al Cerro de Maco, Adolfo Pacheco, lo usó como el horcón esquinero en el que se cuelga

su hamaca. Lo hizo un símbolo regional.Después de la curva de Los Cacaos

al frente de los montes de los Colorados, que es la mayor reserva ecológica de San Juan Nepomuceno, empiezan a aparecer nombres que emparentan la región con hechos históricos del país. El primero es la finca Regeneración, en el Palmar del Río. Después viene Palo Negro y Pera-lonso, que hacen alusión a tres batallas de la guerra colombiana. Esas haciendas

no llevan esos nombres en forma anto-josa, pues el primer alcalde costeño en regir los destinos de Bogotá, era de Este Sitio, llamado así porque fue varias veces sitiado en la guerra de los mil días, la que propició varios éxodos, de los que surgie-ron otros pueblos, como El Difícil, en el

valle de Ariguaní, Magdalena, donde son comunes las riñas de gallos, las fiestas en corralejas y las bandas de vientos que suenan los porros.

Es la cultura de sabanas más próxima al valle del Cacique Upar, que se antepo-ne con su estilo picado en la ejecución del acordeón, a la gran despensa montemaria-na, sabanera, epicentro de grandes batallas de flores. Los vallenatos cambiaron la pala-bra guerra por parranda en los versos del

TOÑO FERNÁNDEZ, EL GAITERO MÁS GRANDE DEL PLANETA, TUVO LA OSADÍA DE PONERLE VERSOS A LA GAITA, QUE ENTONCES ERA MUDA

Foto: León Darío Peláez

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amor amor, que provenían de España. Y más que una guerra, los éxodos perma-nentes y flujos y reflujos, que tuvieron en el río Magdalena un punto de encuentro, permitieron el intercambio de notas mu-sicales.

De la región de Plato llegó Francisco “Pacho” Rada, con su lira plateña, quien le dio alusiones a Landero, que a su vez tenía ancestros en Arroyo Hondo, anti-guo Magdalena. Ya con la construcción del puente sobre el río (cuyo nombre es Alejo Durán), a la altura de Plato, los esti-los terminaron mezclándose en la sangre y un día no hubo raza pura. También llega-ron Alejandro Durán, Alfredo Gutiérrez Acosta y Calixto Ochoa, quien venía hu-yendo de una pena de amor. Un día, llegó Luis Carlos Vélez, con Luis Enrique Mar-tínez, quien trajo la caja vallenata en reem-plazo del llamado gaitero y el formato de acordeón con bombo, platillos, maracas y redoblante, fue quedando a un lado.

LA VIOLENCIALa geografía sabanera está marcada por la violencia, pero fueron en el pasado los

compositores, quienes se encargaron de perdurar la memoria. Escribieron lecciones de geografía, cantándoles a sus pueblos, algunas veces señalando hechos luctuosos como el siniestro de Ovejas y la muerte de Eduardo Lora. El primero de febrero de 1950, un bus escalera que iba de Sincelejo para Ovejas, se incendió en la Curva de la Santa. Carlos Araque, un guajiro residen-ciado en Ovejas, hizo del siniestro un me-rengue alegre para narrar un hecho trágico, en el que “Los santos también lloraron”. De la tragedia solo queda un sobreviviente, el acordeonista Héctor Romero, quien vive en San Juan Nepomuceno.

Sobre la muerte de su amigo Eduardo Lora, Andrés Landero, quien tenía apenas 22 años, escribió en su mente la letra aún con el cadáver fresco. Landero, poco le-trado, quien solo tocaba su acordeón con tres dedos, dio respuesta a los interrogan-tes básicos de la notica. La gran elegía, comparada solo con la muerte del pintor Molina, Alicia Adorada, empaquetada en unas notas tristes, en que el acordeón llora a su mejor compañero, al verlo “tendido en la carretera”, es una de las crónicas ju-diciales supremas en los cantos regionales.

EL DESPLAZAMIENTOA 23 kilómetros de San Jacinto, al sureste, ya casi besando las aguas del río Magda-

lena, estaba Bajo Grande, un pueblo de 92 casas arrasado finalmente por los para-militares. Es una zona árida, de trupillos, zarzas y pringamozas, pero sobre todo cactus de todos los estilos, especialmente el cardón de tres filos, apetecido por las vacas, al que le dicen pitahaya, el tubo de una gaita. Es la zona de San Jacinto más pobre, tupido banco para la fábrica de la chuana, el instrumento amerindio que más se identifica con sus músicos. De allí son los hermanos Escobar, anónimos in-térpretes de la gaita. Ellos fueron los más afectados por la ola de violencia que atacó al municipio desde 1987, cuando guerri-lleros del Epl mataron al inspector de po-licía, Ramón Ortega Arroyo, luego de un juicio popular en la plaza, donde hicieron concurrir al pueblo. De allí se fueron de a pie y cuatro horas más tarde, hicieron lo mismo con el inspector de policía de Jesús del Monte, en jurisdicción de El Carmen de Bolívar.

En el sector de la Variante de San Ja-cinto, en la bajera, sobre su taburete eter-no, hay un viejo que espera sin que sepa realmente qué espera. El periodista, que lo ha visto allí desde siempre como una postal de olvidos, lo sorprende una tarde de junio, en medio de los festejos de la selección Colombia. El viejo, de un me-tro con ochenta, de ojillos pequeños em-

El conflicto puso en riesgo la tradición musical, pues el desplazamiento hizo más difícil el diálogo entre generaciones

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puñados, desdentado y con una calvicie extraña en un gaitero, deja ver unos ralos cabellos cuscos, con un rictus de sorpre-sa en su gesto arrugado. Tiene 90 años y como al mítico coronel, hace mucho tiempo que no le llegan cartas del Go-bierno. En el pequeño patio, comprimi-do por una burda paredilla que recorta la brisa, no hay un maíz que asar ni un gallo de pelea. No hay un burro que arañe los vientos. Hasta los patios, antes esplen-dorosos, hoy les son negados. La ciudad tiene sus males para el campesino.

Avelino es el último sobreviviente de los gaiteros de Bajo Grande, quienes al-guna vez fueron invitados por Toño Fer-nández a integrar su selección, pero no se movieron de lo que entonces era un paraíso, hasta que llegó la violencia, en un pueblo donde no hubo una muerte violenta autóctona en más de cien años. Tenía fama de embustero y exagerado en todo lo que emprendía (tanto en el tamaño de su sexo compartido con las pollinas a las que les metía billetes en las orejas, como en las grandes cantidades de comida que consumía) había conquis-tado a Elida Reyes, pese a sus diferencias de edad y de estatura.

Ella era mansa y sumisa, di-minuta y risueña. Él, alto, altivo y altanero. Tuvieron ocho hijos en medio de diversas tragedias económicas, pues la carpintería no era buena, en un pueblo de 92 casas, que era como un pa-réntesis en el camino real que iba al río, donde había un car-pintero más fino. Y la gaita no daba plata. Solo tocaban por ron y para alegrar a sus vecinos en las fiestas de Santa Catalina, los 25 de noviembre, única fecha en que iba el cura a sacar la tarea de bautizos y matrimonios acumu-lados el resto del año.

Terco como una mula, Aveli-no pretendía poner a su segundo hijo con el nombre de John F. Kennedy, cuando este era el pre-sidente de USA, pero el padre Javier Cirujano Arjona, casto y prudente, muerto después por la guerrilla del Epl, se lo impi-dió. Lo puso Máximo Avelino, como su padre. Eso no bastó, pues el pueblo le decía Kennedy. Después, siguiendo la tradición, puso a otro el nombre de Nixon y a una de sus dos hijas, María

Eugenia, cuando la hija del general Ro-jas Pinilla aspiraba a la presidencia de Colombia.

Paradójicamente, Nixon y Kennedy, hoy yacen enterrados en el cementerio

de los liberales en San Jacinto. Nixon fue muerto por los paramilitares y Kennedy presa de una extraña enfermedad. De los ocho retoños quedan solo seis.

Con el pago del Gobierno por in-demnización administrativa, los Escobar Reyes adquirieron una casita pequeña, de cuarto, sala y cocina, en San Jacinto, don-de siguen la tragedia de ser pobres. Ave-lino espera sentado en su puerta –casi ciego– y las gaitas fueron desterradas de su vida, porque aunque sus cantos son de tristeza, el luto quedó viviendo con ellos hasta la eternidad.

LUCHO BERMÚDEZEl Carmen de Bolívar, con toda la fie-bre de sus montañas, de los tres bellos pueblos el más adentro de la sabana, fue emblemático en su hidalguía para

derrotar la violencia, que allí había co-menzado antes que en todas partes por la disputa sangrienta de dos familias que se cazaban en los caminos como a venados. La gente que se lo pintaba tal como lo sugiere Lucho Bermúdez en su porro magistral, como un edén, se llevaban la frustración de encontrarse con un pueblo minado y en completo olvido, de donde se había alejado has-ta la musa, si no es porque en medio del dolor, surgieron los versos de Julito Cárdenas, un muchacho de ojos viva-ces, que se le metió a la leyenda vallena-

ta y levantó su casa a punta de versos y trofeos.

Lucho Bermúdez, el abridor de la trocha, for-mó parte de los sabane-ros que llegaron a la zona bananera de Santa Marta, atraídos por la bonanza. De 12 años, bebió en las mismas aguas historiales de García Márquez. Y de 36 inició la expedición de mú-sicos que desde Cartagena se tomaron a Bogotá con la orquesta del Caribe, que implementaron en Colom-bia 40 años de imperio del porro, hasta que irrumpe el vallenato y la bonanza ma-rimbera, en los años 70.

Fue tan importante Lu-cho Bermúdez, que el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán murió enguayabado. La no-che anterior había partici-pado en uno de sus salones porrísticos. Fue el primer músico popular en lograr portada en la revista Sema-na, que título: “Colombia ha descubierto otra forma de bailar”.

LUCHO BERMÚDEZ, EL ABRIDOR DE LA TROCHA, FORMÓ PARTE DE LOS SABANEROS QUE LLEGARON A LA ZONA BANANERA DE SANTA MARTA ATRAÍDOS POR LA BONANZA

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E l desarrollo rural de los Montes de María se debe pensar desde un enfoque de derechos, de mo-

dernización, democratización, identidad cultural y reconciliación. El enfoque de derechos es que se cumpla con las de-mandas de las comunidades, a veces lla-madas de manera despectiva una “lista de mercado”, pues son sus necesidades

básicas que aún no han sido satisfechas, así como los bienes públicos que debería disfrutar cada ciudadano.

Respecto de la modernización, hay dos factores críticos en la región: el modelo de desarrollo, y la educación. En relación con el primero, se han diseñado políticas pú-blicas dando fuertes incentivos a grandes inversionistas para que lleguen al territo-

En Montes de María está claro qué hay que hacer para superar la pobreza, la inequidad y la violencia. En lo que no hay acuerdo es en cómo hacerlo. La Hoja de Ruta aporta a este debate necesario en la región.

¿Por dónde empezar?

rio, en el entendido de que el gran capital puede jalonar la modernización agraria, activar la economía y la productividad.

No obstante, la Hoja de Ruta encon-tró que si bien ese camino genera riqueza y modernización, pues construye élites capitalistas donde no existían, también re-produce la inequidad, y se aleja de un mo-delo más incluyente. La apuesta del desa-rrollo rural debe ser la modernización por la vía de construir una clase media rural, de pequeños y medianos propietarios, y de personas educadas, que reciban tantos o mejores incentivos que los grandes capi-talistas para generar empresas y empren-dimientos rentables. Apuntar a una clase media contribuiría también a transformar las relaciones sociales y políticas que están muy influenciadas por prácticas premo-dernas como el clientelismo.

Por consiguiente, la huella de la gue-rra, con sus exclusiones, estigmas y mie-dos, está viva en los Montes de María, por eso la democratización es el tercer elemento crucial para el desarrollo de la región. Que se oxigene la democracia en su territorio, desde las organizaciones de base, donde esta tampoco fluye, hasta los niveles de gobierno. La participación debe ser el eje de la democratización, buscando que esta sea activa, que tenga real inciden-cia y realmente representativa. Así mismo, que se dé el incremento de la libertad de expresión.

Hoy, la gran fortaleza de Montes de María es la cultura, y si se quiere es su an-claje. Por eso el desarrollo rural debe estar basado en esta dimensión que va desde el imaginario de región que existe, pasando por el respeto a las diferencias, la recupe-ración crítica de las tradiciones de todo tipo, incluso las productivas, hasta poten-ciar los encuentros que dan vida al patri-monio material e inmaterial de la región.

En conclusión, Montes de María ape-nas está comenzado a construir un clima de paz. Cualquier propuesta de desarrollo en la región debe tener en cuenta que toda ella vivió los embates dramáticos de la guerra. El reconocimiento de esta realidad y del impacto que ella ha tenido en el terri-torio y su población es esencial. Cualquier iniciativa de salud, educación, producción, seguridad, cultura, entre otras, debe partir de esa base.

Por tanto, basados en los anteriores criterios, consideramos que las siguientes premisas también deben acompañar un enfoque de desarrollo rural en Montes de María:

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PENSAR LA REGIÓN COMO UNIDAD POLÍTICAMontes de María es una región imaginada. Nació como un territorio cultural, pero la reconfiguró la guerra. Lo que hoy llama-mos Montes de María es una zona estra-tégica para el conflicto que estaba entre el río Magdalena y el mar Caribe, y entre el Canal del Dique y la sabana sucreña, y que luego se consolidó como comarca en tér-minos de atención humanitaria. Pero no existe políticamente y en ese sentido se puede decir que hay un vacío institucional.

HAY QUE ACTUAR RÁPIDAMENTESi bien es claro que en Montes de María prima la dinámica del poscon-flicto, hay que actuar rápido para tramitar los conflictos emergentes. Si no se hace pronto se pierde una oportunidad de consolidar la paz. El prin-cipal es el que proviene de la disputa entre modelos de desarrollo y por el ordenamiento del territorio. Hay mucha fragilidad en la situación de seguridad, dado que no existe un diseño en esta materia para el poscon-flicto, y en cambio hay amenazas, proliferación del crimen organizado, y retorno de actores perturbadores para el territorio como lo son los jefes paramilitares y guerrilleros eventualmente desmovilizados.

AGLOMERAR PARA FOCALIZAR BIENES Y SERVICIOSHay corregimientos viables, donde la gente está retornando y que han mejorado su infraestructura. Por tanto, se les deben ofrecer incenti-vos para que haya aglomeración alrededor de ellos. La tendencia de la región es a una vida cotidiana suburbana, con trabajo en el campo, lo que exige buena movilidad y medios de transporte. En zonas aparta-das, donde es imposible aglomerar, es importante brindar soluciones creativas y de innovación.

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DEJAR DE PENSAR LO RURAL SOLO COMO LO AGRARIOCon el Informe de Desarrollo Humano del PNUD se em-pezó a tomar conciencia en Colombia de que lo rural no es solo lo agrario. Montes de María tiene potencialidades económicas, sociales y culturales en terrenos como la logís-tica, el turismo, las artesanías, el transporte, entre otros. Los jóvenes no aspiran a ser campesinos de machete. Quieren ser propietarios de parcelas modernas, a las que se llega en moto o carro, y que sean pequeñas empresas. También a te-ner ofertas educativas diferenciadas que incluyan lo cultural, lo comunicativo y lo tecnológico.

PENSAR EN UNA NUEVA INSTITUCIONALIDAD Y ARTICULAR LO QUE HAYLos desafíos del posconflicto en Montes de María rebasan las posibilidades de un solo actor. Ni los gobiernos locales, ni el nacional, ni las comunidades, ni los privados pueden con todo. Por esto es necesario pensar que una nueva institucionalidad, enfocada en superar las huellas del conflicto, debe recoger los esfuerzos de todos los que están en el territorio y que tengan capacidad real de concertación.

LA TIERRA Y SU VALOR COMO TERRITORIOEn Montes de María la tierra no solo tiene un valor produc-tivo para la gente, sino cultural y de arraigo al territorio. La tenencia del suelo es una aspiración histórica, de décadas, y la lucha por este está en el alma de la identidad monte-mariana. Por eso la tierra no puede ser vista solo como un problema de mercado, sino como la base de la construcción de la comunidad y su proyecto de vida.

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PROCESOS, NO PROYECTOSSe necesita un enfoque integral del desarrollo rural en Mon-tes de María. Trabajar en simultánea en todos los aspectos críticos, con visión de largo plazo y entendiendo que los procesos tienen altibajos. Los proyectos deben aportar a esos procesos, pero no convertirse en fines últimos.

PARTICIPACIÓN, SOLO PARTICIPACIÓNLa participación es la principal estrategia para construir ca-pital humano. Esta se suele hacer en fases iniciales de los proyectos, de manera formal y rápida, utilitarista muchas ve-ces, y sobre todo, con grupos de interés que tienen agendas específicas. El desarrollo rural en Montes de María requiere romper los moldes de la participación y meter a las comuni-dades en el protagonismo de su desarrollo. Romper la lógica de ser “receptores” y generar una actitud proactiva.

SISTEMAS DIFERENCIALESMontes de María, como casi todas las zonas rurales apar-tadas, necesita modelos diferenciales para la atención en salud, educación y servicios básicos. Prototipos como la escuela flexible, o la salud para zonas dispersas, y solucio-nes alternativas para brindar energía, agua o saneamiento, forman parte de lo que ha visualizado la Hoja de Ruta. Es-tos modelos flexibles deben incorporar las particularidades del territorio en lo étnico, lo histórico y lo cultural.

LA TIERRA Y SU VALOR PRODUCTIVOEstá claro que la tenencia o acceso de la tierra no resuelve el problema del desarrollo productivo. Sin embargo, en Montes de María hay una alta población atrapada en una paradoja. No tiene tierra titulada, luego no puede pensar en cultivos permanentes que son los más rentables y adecuados para el bosque seco tropical. La falta de tierra tiene efectos no sola-mente en materia de empobrecimiento de la gente, sino de los suelos, que es otro de los grandes problemas de la región. A los pobladores, la falta de títulos también los deja por fuera de la oferta institucional para el desarrollo rural.

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Este año y los que vienen serán defi-nitivos para iniciar el tránsito por la senda de la construcción de paz para

todos los colombianos. La voluntad firme y manifiesta del Gobierno de ponerle fin al conflicto armado devela también los enor-mes desafíos que requerirá esa construcción de paz. Para enfrentarlos, necesitará del con-curso de todos los miembros y estamentos de la sociedad, sus representantes y sus or-ganizaciones.

El Gobierno deberá sentar las bases que permitan iniciar ese proceso de construcción conjunta de paz. Una paz que haga posible el reconocimiento permanente de los derechos de todos los colombianos, y que involucre de manera activa, directa y pertinente, a los pobladores de las regiones del territorio na-cional, con énfasis en aquellas que han pa-decido con mayor intensidad los efectos del conflicto. Esto requerirá empezar a cimentar los fundamentos y las condiciones para desa-rrollar el concepto de lo que Sergio Jaramillo, el alto comisionado para la paz, ha llamado la Paz Territorial.

Obedeciendo al diseño y la lógica del modelo de negociación establecido en La Habana, la implementación de los acuerdos se deberá iniciar una vez se estampen las fir-mas que le pondrán fin al conflicto armado con las Farc, y ojalá con el Eln, y de una ma-nera más vigorosa y decidida, una vez se sur-ta el proceso de refrendación con todos los colombianos. Sin embargo, en algunas regio-nes como Los Montes de María el conflicto armado ya cesó.

Los montemarianos no tuvieron el tiempo ni la guía para detenerse a planear el postconflicto o a elaborar una agenda para la construcción de paz territorial. Salvo por los avances de la Ley de Víctimas, han tenido

Montes de María se está preparando para la implementación de los acuerdos de La Habana. No será fácil. Por Diego Bautista.

que afrontar la transición como una región más, con las extraordinarias limitaciones de las políticas de desarrollo territorial. Mientras aprendían, nos enseñaban cómo avanzar ha-cia la reconciliación, la reivindicación de los derechos, el reconocimiento y la documen-tación de la memoria histórica, las medidas para restablecer los derechos de propiedad sobre la tierra, la búsqueda de soluciones al desplazamiento, y la convivencia pacífica en-tre víctimas, victimarios y resistentes.

A pesar de que hoy no se puede hablar de una presencia de excombatientes de la guerrilla, la agenda y los puntos de los acuer-dos de La Habana son absolutamente perti-nentes y relevantes para el proceso de post-conflicto que se vive esta región.

La paz territorial significará, en primer lu-gar, un proceso y no la aplicación inmediata de fórmulas y esquemas previamente deter-minados, como es tradicional; y en segundo lugar, que ese proceso debe ser ampliamente participativo, llevado a cabo a partir de diá-logos entre las instituciones estatales, a las organizaciones sociales y a las comunidades en el territorio, a la academia y las iglesias, y al sector privado y a sus empresas. Parodiando una reciente campaña: el Gobierno en solita-rio no va a ser capaz.

Un reto será definir cómo funcionarán esos espacios de participación y cuáles se-rán sus instrumentos y metodologías. Para su diseño, habrá que acudir no solo a la ex-periencia internacional sino a las lecciones aprendidas de los espacios y procesos que existen hoy en los territorios y que pueden ser emulados en otras regiones. La histo-ria del conflicto también es una historia de construcción permanente de paz.

En la última década, como saldo po-sitivo de ese postconflicto informal y algo

desamparado que se ha dado en la región, Los Montes de María han sido objeto de múltiples intervenciones que han dejado un saldo positivo en procesos, asociatividad y liderazgos en distintas dimensiones. Esto ofrece una oportunidad grandiosa para la ta-rea colectiva que se requiere para consolidar una paz estable y duradera.

Sin embargo, sin demeritar logros y avances, hay que decir que la riqueza en ca-pital social no ha redundado en una mejora notoria y acelerada de las condiciones políti-cas, económicas y sociales de la región. Hay poca articulación de estos ejercicios con los gobiernos locales y sobrepasar la fase de reivindicación es una tarea pendiente. Con pocas excepciones, estos no han podido responderles integralmente a sus ciudada-nos; y el sector privado, es percibido con desconfianza y en ocasiones, como si fueran en contravía de la reconciliación. Por eso los

El desafío de la paz territorial

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Montes de María necesitan esa paz territorial.Pero la participación en sí misma no

será suficiente si no se logra que estos pro-cesos sean activos, legítimamente represen-tativos y tengan incidencia en las decisiones públicas.

Hay que decirlo con claridad: la arqui-tectura institucional vigente hoy no es fun-cional a la construcción de paz. Una institu-cionalidad adecuada será aquella que logre poner al territorio como la unidad básica para el diseño de las políticas, la planeación y la asignación de los presupuestos; y que sea capaz de innovar en los mecanismos de relacionamiento nación-región.

Una mirada optimista nos indica que celebraremos la firma del fin del conflicto, y que si el gobierno en su conjunto mejora la pedagogía, comunicación, y avanza en hechos, votaremos masivamente a favor de la refrendación. Pero una mirada realista

hace visibles las complejidades que afron-tará la construcción de paz.

En 2016, los nuevos mandatarios lo-cales se enfrentarán al cumplimiento de los acuerdos en materia de seguridad, víctimas, reinserción, reconciliación, res-titución de tierras, sustitución de cultivos, entre otros. Tendrán que lidiar con sus problemas tradicionales, asociados a la deuda social histórica en materia de acceso a servicios; y también enfrentar los nuevos conflictos que han venido emergiendo por el ordenamiento y el uso del territorio, y por concepciones distintas sobre el mode-lo económico para sus regiones.

Se necesitarán además condiciones de seguridad en los territorios que hagan via-ble la construcción de paz; la voluntad y acción de transformar, de manera tangible, las relaciones clientelistas que determinan las relaciones políticas y el uso de los re-

cursos públicos, y la consolidación de un sistema de justicia más legítimo.

Como ha dicho el Gobierno, esta qui-zá sea la última oportunidad para cerrar el conflicto. También puede ser la última para establecer las condiciones favorables para una sociedad más justa. ¿Podremos dar el salto cualitativo? Yo creo que sí. He-mos sido capaces de sobrevivir asimilando incluso la barbarie, ¿por qué no vamos a lograr superar esos desafíos si vencemos la desconfianza y ordenamos, movilizamos y encauzamos las energías que se derivarán de la firma para el fin del conflicto?

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El ejercito que patrulla la zona de los Montes de María, usan las casas aban-donadas que dejaron sus habitantes para descansar, cargar baterias y cocinar con fogatas.

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D espués de doce semanas 16 in-vestigadores, identificados como líderes en la región, llegaron hasta

el último rincón de los Montes de María. En bus, en lancha, en moto, sobre un burro, a caballo, sin importar el terreno o lo lejano, se recorrieron los 137 corregimientos de esta zona.

Queremos agradecerles a todos nuestros aliados que formaron parte del Consejo Ase-sor quienes demostraron, una vez más, su compromiso constante e incansable por el desarrollo de los Montes de María. A las al-caldías de los 16 municipios y las gobernacio-nes de Sucre y Bolívar que gracias a su gestión permitieron el avance de los diferentes talle-res y el interés demostrado en este proyecto para la construcción de paz en la región.

A las agencias locales que mostraron un alto compromiso para poder desarro-llar con normalidad todos los talleres rea-lizados. A los más de veinte voluntarios de diferentes carreras de la Universidad de los Andes que, sin pedir nada a cambio e im-pulsados por el motor de los nuevos vien-tos del posconflicto, dedicaron su tiempo a la consolidación de la base de datos levan-tada por los investigadores.

Al equipo de la Fundación Semana tanto en Bogotá como en campo, que sin ser necesariamente parte del equipo Hoja de Ruta, estuvo pendiente de cómo se ade-lantaba el proyecto y dispuesto siempre a ayudar en lo que fuese necesario.

A las universidades Jorge Tadeo Loza-no, Tecnológica de Bolívar y San Buena-

ventura por el apoyo brindado en muchas ocasiones, así como a Pilar Tafur y a An-drés Felipe García.

Por último, un agradecimiento espe-cial a todas las comunidades. Ellas son el corazón y la razón de ser de la Hoja de Ruta, son la esencia para el posconflicto y la confirmación de que es a partir de las comunidades que se deben construir las políticas públicas que nos lleven a él. Así mismo, queremos agradecerles el recibi-miento tan cálido y especial que les dieron a los diferentes integrantes del equipo que los visitaron, y la atención que les brinda-ron en cada uno de los talleres. Sus aportes resultaron más que valiosos, pues fueron los que nos permitieron llenar de conteni-do esta revista.

¡Gracias!

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