LOS ESPÍRITUS DEL RITO Ender Rodríguez, Fidel leal y José Millet (En proceso de publicación)
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LOS ESPÍRITUS DEL
RITO
Doña Paulina Garcés / foto: Ender Rodríguez / Digital / Falcón, 2000.
Del universo totalizador al ritual venezolano en
Las Turas
Rostro de anciano piaroa / foto: Ender Rodríguez / Digital intervenida / 2008
Ender Rodríguez Fidel Leal José MilletMapararí, 2008.
Las Turas , Patrimonio de la Humanidad
Desde Lara, largamente he caminado hasta llegar a esta conclusión: en la
región de Falcón se produjo una concurrencia de factores que la privilegiaron por
encima de muchas otras regiones de Venezuela. Su estratégica posición geográfica
la convirtieron en la puerta de entrada al continente que traspasaron los europeos—
españoles, alemanes…-- en el proceso de la colonización y la conquista. De ahí el
valor histórico alcanzado por el antiguo asentamiento que los aborígenes
denominaron Curiana, manipulado durante mucho tiempo con el blasón de la
Ciudad Primada de América, que lo fue sólo en el sentido anteriormente apuntado,
no cultural ni mucho menos religioso. Del mismo modo, también la geografía
habría de convertir en el antemural de las Indias Occidentales—como se llamó
entonces a lo que ahora denominamos Caribe.
Justamente la “plataforma” que nos unía al resto de los territorios, hoy
insulares, servía de puente al tránsito de la población que luego tuvo que transitar
usando embarcaciones de uno a otro punto. Los nativos u originales pobladores
estaban firmemente afincados a la “cultura del conuco” que le permitía obtener
frutos para garantizar la subsistencia. Entre ellos el maíz ha estado en la cima de los
otorgados por la que, desde entonces, fue la más fértil de las tierras que nos ha
cobijado. La metáfora de que somos “hombres de maíz” se corrobora en todo el
espacio cultural que tenemos la dicha de compartir con los pueblos hermanos que
nos circundan y cuya identidad ha sido definida como de marcada raíz caribeña.
He dicho, y de paso escrito, en varios sitios en que me ha sido permitido, que
Las Turas es una de esas páginas de la que nos debemos enorgullecer de que no
hubieran sido destrozadas por el conquistador europeo y que forman parte de la
aquella Humanidad que sí lo fue, en gran medida. Esa es una pieza del
rompecabezas que ahora estamos obligados a armar para medir hasta qué punto
aquella identidad étnica, de raíz amerindia, fue quebrada por la aplastante
colonización impuesta por el europeo a fuerza de sangrienta espada y no menos
hiriente catecismo o cultura cristiana introducida por el filo de todas las armas que
desde entonces, y hasta el presente, han utilizado para avasallarnos y dominarnos.
Entre el campo de cultivo y la naturaleza en la que él se extiende, cruzan los
espíritus de las aguas—siempre el “ojo de agua”… acechando -- venidos de lo más
recóndito de las entrañas, atraviesan la orilla y se abrazan a aquellos otros que los
reciben en la solidez de la llanura. Los contemplan los de los animales que moran
en las imponentes ramas de los árboles, dichosos porque verán caer el maná del
cielo cuando todos se unan en un solo canto.
Las Turas fue el instante, en efecto, cuando el canto de la armonía reinó en
nuestro planeta, mucho antes de que fuera quebrada aquélla por la “civilización”.
Agua, criatura humana, tierra, árboles y animales eran una misma cosa en su
marcha acompasada del día a día. A esa conjunción de fuerzas y energías, es a la
que refiere de manera orgánica y holística el ensayo: LOS ESPÍRITUS DEL
RITO Del universo totalizador al ritual venezolano en Las Turas, iniciándose
desde lo global complejo y cósmico o astral en el origen humano, hasta conectarse
lentamente a la realidad de nuestros días y especialmente, con la hermosa y
sobreviviente-resistente Danza de Las Turas en Venezuela.
Antropólogo José Millet.
“Desde el inicio todas las cosas estaban en la mente de Wakonda.
Todas las criaturas incluido el hombre, eran espíritus”
Wakidezhinga. Agenda Latinoamericana.
Simbolismo y conexiones fundamentales entre las culturas
aborígenes y Las Turas
Por Ender Rodríguez
Al principio de los tiempos en medio del misterio de todo origen, los
espíritus rondaban el universo e intentaban ponerse de acuerdo sobre la creación de
cada ser vivo, cada espacio y cada tribu. En cada aldea hubo un nuevo cosmos
que interpretar y en cada cultura una forma diferente de ver la vida.
Los relatos científicos del occidente también nos acercan al origen de la
tierra hace algunos miles de millones de años cuando el espectro de la creación,
asentó las nacientes energías cósmicas sobre una nueva materia hecha casa para el
futuro huésped planetario.
“Así sabemos sin desear saberlo, que todas nuestras partículas fueron formadas
hace 15 mil millones de años, que nuestros átomos de carbono se constituyeron en
un sol anterior al nuestro, que nuestras moléculas nacieron en la tierra y tal vez
llegaron, a veces en algunos meteoritos. Sabemos sin desear saberlo que somos
hijos de ese cosmos, que lleva en si nuestro nacimiento, nuestro devenir y nuestra
mente” (Morin-Kern, 1993, p.49).
El ser humano a través de un recorrido de miles de años ha venido
modelando sus culturas por cada continente aproximándonos en un retorno
temporal a su cuna originaria en África, donde los homínidos más antiguos, viejos
parientes y abuelos del hombre actual aparecieron según un riguroso estudio del
proceso evolutivo, hace cinco millones de años en el Lago Kenia hacia el sureste
del continente africano.
Realizando un retorno temporal hacia el primer ser humano, encontraremos
su cuna originaria en África, donde los homínidos más antiguos, los Ancantropinos,
viejos parientes y abuelos del hombre actual aparecieron en el continente africano
hace 1.750.000 años aproximadamente según rigurosos estudios del Dr. Leakey
(Padilla, 1970, p.12).
El homo sapiens moderno ya se paseaba plácidamente por la cueva Border en
Sudáfrica hace 100.000 años aprox. Su presencia milenaria en el territorio de lo
que hoy es Venezuela, se remonta a unos 20.000 años aprox. (Strauss, 1.992, pp.
31 y 32).
Hay inmensas diferencias y similitudes en los pueblos. Unidad en la
diversidad es quizás, la ley suprema de la cultura universal junto a otras complejas
realidades que persisten y acosan a las culturas tribales.
“En los últimos doscientos años, se han perdido miles de idiomas, en el período
de tiempo de 1.800 a inicios de 1.900 había en Sudamérica 1.000 idiomas
indios, hoy día quedan menos de 200” (Agenda Latinoamericana, 1997, p.154).
Las culturas milenarias hoy en día siguen manteniéndose en un intento de
organización lenta y una progresiva reestructuración de la vida de sus habitantes,
debido a los graves problemas, transformaciones y complejos cambios que se han
generado en sus comunidades después del proceso colonizador. A pesar de ello,
en el día de hoy:
“Existen más de 5.000 pueblos indígenas diferentes con una población mayor
a los 300 millones repartidos en 70 países” (Agenda Latinoamericana 1996,
Pág. 96).
Para entender mejor las culturas aborígenes y nuestro tiempo prehispánico,
Irving Rouse y José M. Cruxent, proponen dividirlo en cuatro períodos:
“Paleo-Indio (20.000 - 5.000 años a.C), Meso-Indio (5.000 - 1.000 años
a.C), Neo-Indio (1.000 años a.C - 1.500 años d.C) e Indo-Hispano (1.500 años
d.C hasta el presente)” (Strauss, 1.992, p. 84).
Siguiendo esta división, notemos que en el período del Neo - Indio (el último
período antes de llegar los españoles), se completa la estructura de ser en nuestros
pueblos: pescadores, cazadores, recolectores y agricultores. Se puede también,
observar como dice Rafael Strauss:
“Dos centros de desarrollo cultural del Neo-indio, como son: Oriente (Cuencas
del Orinoco, Antillas Menores, Guayanas y Amazonía), y Occidente (Los
Andes y Cuenca de Maracaibo)” Strauss, (Ibidem).
En estos centros de desarrollo cultural:
-Se han encontrado objetos y figurillas ceremoniales.
-Tumbas y cuevas usadas para culto y enterramiento.
-Utensilios de piedra pulida.
-Cerámica modelada - incisa y decorada.
-Representaciones de arte rupestre en 320 lugares con petroglifos,
estaciones de conjuntos megalíticos y otras manifestaciones artísticas.
-Arquitectura de bóvedas alineadas por piedras y silos para
almacenamiento de productos agrícolas como también, construcciones
de terraplenes, campos elevados, calzadas y terrazas agrícolas; canales
de riego, práctica de la represa y canales de irrigación.
Se conoce de manifestaciones culturales usadas por los aborígenes:
algunas formas de representación teatral, expresiones de tipo literario y
prácticas de deporte ancestral” Strauss, ( 1.992, p.84).
Hay evidencias de que existía entre nuestros abuelos primigenios una
amplia red de intercambio comercial diríamos más bien, una organización
económica desarrollada para el beneficio mutuo de las culturas:
“*Los Andinos intercambiaban productos agrícolas, sal de urao y tejidos de
algodón por el pescado de los grupos del sur del Lago de Maracaibo.
*Desde las costas falconianas hubo intercambio de sal al interior del territorio.
*Existía una red de comercio entre los llanos de Barinas, Portuguesa, Cojedes
y Apure.
*Había utilización de caracoles de agua dulce como moneda y, puntos de
intercambio comercial como el mercado de pescado del Orinoco medio, el de
curare del alto Orinoco o las Playas de Tortugas del río Guaviare. Strauss
(Ibidem)”.
El ser mítico ritual
El mito es la respuesta milenaria del ser humano silvestre ante el cosmos y
ante todo cuanto le rodea como parte de toda inquietud ante lo circundante. El
mito es el proto-dato de la vida cultural por tanto, representa el primer relato
sagrado.
Entre algunos pueblos indígenas existen semejanzas que nos hacen crear
líneas de unión entre culturas cuando se logra descubrir que algunos mitos de
creación de los cerros sagrados de las comunidades Ye´kuana (Maquiritare),
Pemón, Hibi (Guahibo) y Piaroa tienen una gran similitud, los cuales están ligados
a un gran árbol gigante (el gran árbol de la vida y árbol del mundo) que al ser
cortado se convierte en cerro Marahuaka, Roraima o Autana según el mito y su
diferenciación ubicado en el Amazonas o la Gran Sabana.
Así mismo ocurre con otros pueblos donde los lugares sagrados están
identificados por árboles, nacientes, cerros o espacios naturales diversos.
El patrimonio oral de los pueblos se expresa igualmente en leyendas y
cuentos que descubren todo el colorido, la fantasía, parte de realidad o de las
fábulas y los momentos en que el espíritu humano vuela y desanda los bosques, las
alturas, lo cósmico y lo no conocido.
Los yanomami relatan el mito del origen del trueno como una conjugación
del espíritu animal y humano hasta desembocar en creación simbólica del elemento
trueno:
“El hermano mayor de Feifeiyomi había matado una danta. La cortó y la llevó
al bohío. Pusieron a cocinar el hígado del animal. Antiguamente, el trueno
era un tapir. Cuando estuvo cocido se lo comieron. Feifeiyomi estaba sentado
cerca de su hermano mayor pero, en la repartición no le habían dado más que
el páncreas. Feifeiyomi entró en una violenta cólera, lanzó el páncreas hacia
el cielo donde se transformó en trueno. Feifeiyomi se convirtió entonces en
pájaro” (Lizot, 1.974, pp.22 y 23).
Sobre la muerte, los Wayuú relatan parte de su cosmogonía relacionándola
hacia un camino universal de los difuntos:
“Cuando mueren, los Guajiros se convierten en yoluja. Ellos van a jepira, la
tierra de los yoluja. Ellos van a jepira por la Vía Lactea, el camino de los indios
muertos, allá se encuentran sus casas.
Son las almas de los muertos las que vuelven a la tierra, a través de nuestros
sueños. Es a ellas a quien nuestras almas encuentran cuando soñamos con los
muertos” (Perrín, 1.993, p.31)
De Cora nos deslumbra con su imagen del cosmos desde un hermoso
resumen donde logra dibujar con palabras la esencia de los relatos de los shamanes:
“Cuando apareció la imaginación humana, la historia del planeta jalonada de
oscuros cataclismos de fuego y de hielo, se convirtió en leyenda: las rocas
representaron el origen del hombre, los árboles guardaron bajo su corteza la
sombra de los muertos, y las aguas ocultaron bajo de sí una legión de espíritus.
Desde entonces, desde que el hombre llenó de extrañas imágenes los huecos de
su ignorancia, los mitos invadieron el mundo, se deslizaron entre las cosas,
dándoles un sentido poético, un alma que antes no tenían, y empezaron a
relatar en mil formas distintas, con muecas espantables o risueñas, las
catástrofes de la naturaleza y las hazañas de los pueblos” (De Cora, 1993, p.
19)
Sobre los desaparecidos pueblos indígenas andinos encontramos un relato
sintetizado que recrea el origen de la Laguna de Urao a partir del momento
histórico de colonización hecho mitología:
“Cuando los hombres barbados de allende los mares vinieron a poblar las
desnudas crestas de los Andes, las hijas de Chía, las vírgenes de Motatán, que
sobrevivieron a los bravos Timotes en la defensa de su suelo, congregadas en
las cumbres solitarias del Gran Páramo, se sentaron a llorar la ruina de su
pueblo y la desventura de su raza. Y sus lágrimas corrieron día y noche hacia
el occidente, deteniéndose al pie de la gran altura, en las cercanías de Barro
Negro, y allí formaron una laguna salobre, la laguna misteriosa del Urao”
(Cordero, 1.994, p.24).
Algunos de los pueblos descendientes de los indígenas Ayamán, ubicados
actualmente en municipios Lara y Falcón, hoy en día, esparcidos por varios estados
del país debido al éxodo rural y a diversos factores como pobreza entre otros,
todavía conservan consigo una danza ritual denominada Las Turas. La esencia de
este rito, se expresa en algunas narraciones de tradición oral, como la expresada en
Mito de los instrumentos de Las Turas, recopilado y redactado en el año 2.000 por
Ender Rodríguez, y relatado por Ángel Colina, importante turero de San Pedro de
Mapararí, el cual ilustra parte de la fuente primaria del mundo mitológico de Las
Turas:
“Hace muchísimos años, los indios inventaron la Danza de Las Turas, danza
del maíz y de la vida. Tocaban y bailaban, estos ancianos antiguos, sacando
sonidos a partir de piedras huecas, inventando y descubriendo música
secreta y mágica. Cuando llegó Cristóbal Colón a estas tierras, los indios
tenían su propia fe y su religión. Colón para dominarlos, sacó una flauta y la
tocó, y así, fue atrayendo a las tribus hacia sus propios intereses. A los
indios les pareció muy curiosa la flauta y el sonido que aquel hombre hacía
salir de ella. Entonces, los ancianos inventaron sus propias flautas de
carrizo, y lograron sacar sonidos que parecían ser cantos de pájaros, música
de la naturaleza, y las hicieron de dos y tres huecos para llamarlas tura
hembra y macho. Una vez, quedó atrapado un venado en una orqueta por
sus cachos y nadie pudo sacarle. Al tiempo de morir el animal y quedar su
carama ya seca, colgando de la orqueta, el viento rozaba y hacía sonar el
cacho como si el espíritu de la naturaleza hiciera música sagrada y cantara
para enseñar a los indios algo más sobre Las Turas. De ahí en adelante, el
sonido del cacho sellado con cera de abeja, representaba el sonido del viento
y del trueno. Igualmente, las taparas a secarse y ser golpeadas con algo,
parecían crear otro sonido como el golpe que hacía el agua al caer a la tierra
en tiempo de lluvias. Los indígenas con semillas de capacho rellenaron las
taparas e hicieron maracas y al juntas todos los instrumentos, el cacho, la
flauta y la maraca, Las Turas se convertían en música salida del espíritu de
los dioses y entonces, se danzaba para agradecer todos los beneficios de las
buenas cosechas, el agua y la lluvia y la vida abundante para los pueblos
Ayamanes”
En el mito del génesis, los escritores del libro sagrado que es la Biblia nos
hablan de un espíritu superior que revoloteaba en las alturas visualizando los
espacios y preparando el mágico momento de la creación a través de los días de la
semana. Los sacerdotes y conocedores de la palabra divina en el pueblo hebreo
tenían su propia manera de ubicar la religión en su contexto social, político y
económico.
“De una costilla de hombre nace la mujer” frase explicativa de la creación
del ser femenino en el relato del génesis. Este mito conocido en el mundo actual
por los pueblos católicos, forma parte del conjunto de creencias de la segunda
religión más numerosa del planeta. Los musulmanes, quienes creen en Mahoma y
tienen sus lugares de oración en sitios sagrados especiales como la Meca, ocupan el
primer lugar con mayor cantidad de creyentes en el mundo y luego de los católicos,
los hinduistas, confucionistas, budistas, judíos, animistas, de religiones indígenas e
indiferentes (Agenda Latinoamericana, 1.995, p. 34).
Así se expresa todo un planeta de culturas espirituales en torno a sus propios
modos de expresión y junto a diversos problemas de incomprensión entre unos y
otros en algunos casos, imposición de doctrinas religiosas a través de mecanismos
de poder y también se evidencia, lamentablemente, en habitantes de estas culturas
la pérdida del sentido del propio origen y su proyección étnica.
El círculo como universo
“ Los Hijos de la luna, no podemos vivir sin libertad ... Por eso nuestras casas no
tienen muros, sólo un techo inclinado para detener el viento bajo el cual
colgamos nuestras hamacas muy juntas...”
Isabel Allende, Cuentos de Eva Luna.
En la mayoría de los pueblos primitivos el círculo representa en las más
diversas formas de vida de estas comunidades un elemento integrador ser humano-
casa-cosmos-universo sin muros o cuadrados esquemas que rompan la armonía del
todo. El círculo genera libertad a los ancestros.
Desde el infinito y el espacio sideral, el planeta tierra y los astros incluyendo
al sol están emparentados en una forma más o menos circular y en movimiento.
Los indios Ye´kuana autodenominados So´to (la gente) ubican su vivienda
circular denominada atta (churuata) como eje ceremonial de la vida en el encuentro
de la comunidad donde reunidos en círculo, colgados de sus chinchorros o
danzando, se unen como parte de cada extremo de la línea de comunicación punto
y radio. El centro de la churuata representa en el madero central el conector del
mundo de lo terrenal con el mundo de la divinidad. El centro y el círculo como
símbolos armonizan espacio y tiempo en una perfecta sincronización. La Churuata
es “considerada una réplica del macrocosmos” (De Civrieux, 1.992, p. 238).
En los pueblos aborígenes los rituales se hacen en círculo y semicírculos.
Los conucos son realizados en círculo y la vida entra en la magnífica rueda del
movimiento circular. Muerte y vida, final e inicio, todo es parte de la
continuidad del misterio.
El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (1.976, p. 158) en conversaciones
con los Sioux de Norteamérica, recopila la visión del mundo circular en palabras de
Alce Negro:
“La choza representa al universo y el poste del centro Wakan Tanka que
sostiene el universo ... La pipa pasa en círculo y en el humo asciende la tierra ...
Has visto que todo lo que hacen los indios es en círculo y es que el misterio lo
hace todo en círculos y todas las cosas tratan de ser redondas. El cielo es
redondo y he oído decir que la tierra es como una bola y el viento muy fuerte es
en remolinos. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculos porque tienen
la misma religión de nosotros. El sol y la luna giran en círculos y los dos tienen
forma redonda. Las estaciones terminan donde empiezan igual la vida del
hombre. Nuestros tipis eran redondos como los nidos y colocados en forma de
círculos ahora nos han puesto en cajas cuadradas”.
Para Geertz (1.992, p. 118) la cosmovisión tribal a través de los símbolos
sagrados como Mana, Brahma o Santísima Trinidad son parte del más profundo
pensamiento espiritual en todos los pueblos.
Los símbolos podrán ser representados como cruz, serpiente emplumada, media
luna y a través de miles de maneras diferentes. Para los oglala (sioux) el círculo
como símbolo sea pintado en una piel de búfalo o en una danza en honor al sol
cobra fuerza y da sentido a la existencia del ser colectivo en cada realidad ritual.
Para los antiguos, el círculo ha estado presente en los estudios y
descubrimientos del espacio físico, biológico y de otro tipo. Desde las hipótesis
sobre la redondez de la tierra hasta las matemáticas pasando necesariamente por el
tiempo cronológico, que va y viene en movimiento, el círculo ha representado más
que un símbolo o un tótem, el círculo ha sido parte esencial de la vida misma y del
universo como centro.
Los artistas han descubierto en el círculo y otras figuras geométricas la
manifestación de todo cuanto hay en el mundo. Da Vinci expresó la perfección del
universo y la creación a través del círculo y el ser humano dentro de él.
El círculo entonces hace continuidad con el proceso del origen del ser
humano y hoy en día el cuadrado y la no armonía dominan los espacios y crean
desajustes ambientales al romper el orden natural de las cosas o al no integrar el
conocimiento moderno al conocimiento ancestral y a las leyes que rigen ese propio
universo que es el gran círculo de la vida.
Del inicio de la vida, la historia y sus complejidades
“ Todo el universo está en proceso de génesis. También la vida...
Leonardo Boff, El vuelo del águila.
En los misterios del inicio de la vida y del Todo, existen espíritus y seres de
la sobrenaturaleza, haciendo complicidad con el extraño ritmo de la danza vital, esa
que no es más que la vida misma.
Todo es danza, la vida y la muerte, la paz y la guerra. Unas danzas son
atroces; otras, celeste poesía. En el inicio de los inicios hubo estruendos. El big
bang por ejemplo, fue la bomba inicial del universo.
Todo está en movimiento, las vidas, sociedades, países, la Gaia o cuerpo-
tierra, los árboles, y en fin, la cultura y los pueblos -sean considerados o no
tribales-. Todo ello lo explica la holística, los interrelacionamientos entre seres es
ley de existencia. La biodiversidad nos muestra su realidad, asimismo la
pluriculturalidad. Cada pueblo desde su ethos tribal. Sin embargo, cada uno vive
sin sentirse carne del otro, no logra notarse en la creación y recreación permanente
como colectivo. Hubo una historia común, un relato que nos trajo aquí, un camino
de la evolución y hominización colectiva y creciente. Al contrario, se generalizó la
ruptura y separación. Esa fisura humana que nos divide cada vez más. Se quiebra
entonces, el huevo cósmico inicial. La vida es también luz y sombra, yin y yan. El
ser humano no escapa a ello, es también sapiens y demens a la vez. No olvidemos
que antes del ser vivo, había un inicio de ese ser: Una explosión, un mar de lava, y
una historia permanente de vidas y muertes en proceso, glaciaciones, extinciones,
adaptaciones, nuevas creaciones en evolución; y todo ello, transcurría como una
gran danza vital sin freno.
El astro sol, gigante fuego sagrado, danza de forma casi ritual y de manera
circular alrededor de nuestra galaxia, a más de 200 kilómetros por segundo. Este
rito espacial no se ha detenido por millones y millones de años.
La vida es también parte de la danza del Todo. La vida se mueve a pasos
agigantados, pero muchas veces con anti-armonías y con caos sorprendentemente
delicados. Las extrañas danzas de la actualidad, se muestran perversas, desde los
nuevos relatos y acciones de poder del ser humano del siglo XXI.
Desencadenado origen
El pensamiento primitivo en dinámica acción de vida, dio inicio a las más
insospechadas culturas humanas en su plural sentido de ser.
La religión, los mitos, las reglas sociales, las ideas, la política, el humor, el
sexo, lo lúdico y todo el cosmos humano, se abría paso en las oscuras selvas de la
evolución y en el rodar de la historia.
El complejo mundo del ser, no deja de apartarse del imaginario social, de las
mitologías del inicio y su explosiva creación espiritual diversa, y de las más
recientes teorías de la contradicción permanente entre el ser humano, y el converger
de su auto-rival histórico: Él mismo.
La historia aunque no siempre poética es historia, es el recorrido del tiempo
en el espacio, en el contexto total: De autor y autores en inter-relacionamientos.
No existe error alguno en la antropogénesis, que nos hace sabernos hijos del
mismo cosmos y familia de la misma eva negra parturienta, originaria, la primera
madre habitante del continente africano, cuna de la humanidad.
El relato, el mythos, intenta unir lo extratemporal divino con la historia real.
El ser humano es parte entonces, de la complejidad del Todo. Su integración bio-
sico-socio-espiritual le imprime también un espacio vital al ser como homo sapiens,
se expande así, el mundo de las ideas en él mismo. Su necesidad de relacionarse y
soñar el mundo, de re-pensarlo y re-elaborarlo, de interpretarlo, de intervenir e
incluso de dominarlo en parte o dominar a sus “iguales”. Esa capacidad cerebral
“avanzada” le da el privilegio del análisis, la acción desde el poder y una
concepción de nuevas y nuevas ideas.
Parafraseando a Boff y usando sus terminologías (2000), las revoluciones del
neolítico serían el paso certero de una cultura de recolectores y pescadores a
procesos más complejos, como en efecto surge una maduración técnica hacia la
revolución agrícola. Luego vino la revolución urbana con un cambio en el
nomadismo originario de las agrupaciones humanas por recorrer el todo
permanentemente, esa alucinante aventura de hacer vida andante en clanes móviles,
en crecimiento dinámico y espacial.
Se sumaban en su recorrido más y más cambios, la revolución de la
irrigación y la revolución pastoril. Con el paso de los años, una mayor complejidad
en las relaciones, encuentros y desencuentros, acciones, contracciones y
contradicciones, surge la famosa revolución mercantil y se conecta algo después, la
revolución industrial. Los intereses de algunos grupos humanos sobre otros y una
fuerte cultura de poder crece cada vez más, convirtiendo al ser humano en lobo de
él mismo (Hobbes). Acaso nuevos mitos del poder se asoman, mitos del ser
superior en una supuesta escala evolutiva competitiva –sin límites-. Se va sumando
luego a todas las revoluciones anteriores, una terrible revolución termonuclear, con
sus grandes riesgos planetarios. En esa suma y avance del tiempo, están
solidificándose a diario la revolución del conocimiento, la información y ahora, la
revolución planetaria, esa forma de conectar indefectiblemente al planeta en una
“misma dirección”.
La vida se hace cada vez más compleja. Su autor principal: El ser humano,
busca separarse de la cadena biológica inicial y no sólo la ha interrumpido en cierta
forma, influenciado o intervenido, sino que la dirige a veces, como un piloto
planetario que a su vez, está encadenado a la furia del planeta mismo (desde sus
estruendos y reacomodos). Gaia es un planeta vivo, dinámico, sufriente y
cambiante, no estático. Ya lo sabían los griegos más que el propio Einstein, cuando
descubrieron las uniones del universo interconectado. Esta realidad de
interconexiones cambiantes o dinámicas, se muestran al interior de las sociedades
humanas en general. Ello, queda al descubierto al notar los cambios dramáticos de
las culturas tribales, urbanas, del centro o periferia, de diversas raíces o
procedencia, “civilizadas” o etnocéntricas, dominantes o dominadas. Todo está
conectado de alguna forma.
Los mitos primitivos ante la ciencia, la racionalidad occidental y ante la
movilidad de sus pueblos hacia las urbes y sus nuevos rituales modernos, encantos
y desencantos, religiones o engaños; hace que estos relatos originarios como
mitologías tiendan a perder vigencia, valor y por tanto, tiendan a morir y perderse,
rehabilitarse, renacer o a reconstruirse en algunos casos. La antigua cadena de
uniones entre jóvenes aborígenes y ancianos aborígenes “considerados sabios”, se
va rompiendo lentamente al igual que los rituales. La sedentarización, el
crecimiento desequilibrado de los pueblos, la invasión de pueblos mestizos o
extranjeros –caso mineros o migrantes-, la visión de desarrollo del estado nacional,
junto a la pobreza y exclusión históricas, se hacen hoy día, desfarorablemente parte
de la vida sustancial de los pueblos indígenas actuales. Y entonces simplemente,
todo cambia, sólo cambia. Los valores y concepciones se transforman.
Arte y cultura sobre piedra y piel
“Mis dedos recorren febrilmente el trazo rojizo que se despliega en la roca, tratando de penetrar en otro tiempo y espacio ...Todas las piedras han desaparecido menos WAIPU...“
Roberto Colantoni, Formas del Inicio.
Los pueblos indígenas nos han dejado como herencia de su expresividad y
creación artística el reflejo de su mundo en piedras, objetos u otros elementos y en
la propia imagen de sus cuerpos tatuados y dibujados en actos de ritualidad. El
arte sobre piel se hace arte de expresión espiritual en cada rito y en lo material, el
arte se hace tangible en todo objeto, instrumento, roca, montaña, cueva, etc.
La memoria histórica de los pueblos ha quedado fijada en las rocas como
enfrentándose a la adversidad de las lluvias y el tiempo. Según Lelia Delgado
(Catálogo G.A.N. Formas del Inicio, No. 123, Mar-May 1.992, p. 5 y 6) en la
pintura rupestre se encuentran representadas diversas formas figurativas y diseños
geométricos tales como círculos concéntricos o unidos por paralelas, espirales,
soles, triángulos, rombos, laberintos, figuras antropomorfas, figuras animales y
otras formas registradas todas desde una óptica occidental de clasificación, por
cuanto sólo para entender el significado del arte en petroglifos habría que volver a
reiniciar la era del primer hombre y su interpretación del mundo.
En las rocas se expresa el arte indígena al igual que en la cestería, en la
alfarería, en los tejidos, en las tallas de madera, flechas, elementos ceremoniales y
otros. Específicamente en la cestería de tipo indígena también se encuentran
figuras geométricas y símbolos expresando diferentes usos tales como utilitarios,
artísticos o de tipo ritual.
Los ancianos sabios utilizan elementos artísticos tallados en madera,
instrumentos musicales y otros. Algunas maracas son talladas con diversas formas
por diferentes piaches, de igual manera éstos crean instrumentos especiales para
expresarse a nivel espiritual envueltos en aroma de tabaco o en presencia de
alucinógenos y mediante cánticos secretos y mágicos, para generar actos de
exorcismo espiritual y purificación donde se logra sanar a las personas de la
comunidad y los hijos de esa cultura milenaria a través de la transmisión de la
fuerza espiritual del shamán y la preservación del círculo cósmico de protección.
En los pueblos aborígenes los rituales han formado parte integral de la vida
de los habitantes como una manera de expresión religiosa, teatral y artística en
climas de mucha intimidad familiar. Los rituales forman parte de una manera de
expresión y especialmente de celebración o trascendencia en algunos hechos de la
vida diaria o acontecimientos especiales (de tipo mitológico, fúnebre, de sanación,
matrimonial, de iniciación shamánica o de diversos orígenes) practicados en una o
varias comunidades, etnias o pueblos donde el mohán o el piache juega un papel
fundamental a la hora de mantener la salud física y espiritual de los habitantes de
una tribu.
Según Aretz (1.991, pp. 37-49) Los rituales generalmente van acompañados
de cantos diversos a través de las voces y los más variados instrumentos musicales
como los siguientes: hojas y flecos de palma, bastones de ritmo, caparazones de
tortuga, tambores de madera, tambores de calabaza, tambores de 2 parches,
collares, pulseras de tobillo, maracas, birimbaos, palos zumbadores, zarandas,
silbatos, kenas, mirlitones, flautas de hueso y de pan, cachos, turas, trompetas,
caracolas, trompas de cuerno y de bambú, trompetas de cántaro y clarinetes.
Aretz (Ibidem) plantea en cuanto a la fenomenología en los cantos una
diversidad de expresiones ligadas a emociones, alegrías, dolor, sacrificio, curación
y otras. Estas expresiones se reflejan en efectos vocales, exclamaciones,
imitaciones de animales, recitado, unifonía, heterofonía, glisados, sonidos diversos,
nasalización, canto aspirado, entonaciones y oscilaciones, monorritmia, birritmia,
heterorritmia, variantes, improvisación, gritos, llantos, otros.
En todas las culturas del planeta los ritos han dado sentido y profundidad en
las relaciones entre lo sagrado y lo profano en cada sociedad.
Los descendientes de los Ayamanes, ubicados actualmente en algunos
municipios de los estados Falcón y Lara, realizan un ritual llamado danza de Las
Turas donde rinden pleitesía a los espíritus y los santos por las buenas cosechas,
por salud de los pueblos, por la buena cacería y la abundancia de plantas
medicinales, así como por un mejor porvenir para los hijos de su cultura y sus
nuevas generaciones.
La danza de Las Turas apenas representa uno de los diversos modos de
expresión que milagrosamente se escapó de la extinción a la que han estado
sometidas las culturas y de manera especial las danzas indígenas de carácter ritual
que perecieron con los siglos y con la presión de los poderes políticos, económicos
y religiosos a partir de la colonia.
Para José Millet (Atlas Etnográfico del Estado Falcón, 2008, p. 5), Las Turas
representan:
“Fragmentos de un todo que no deja ver su fondo, los cuales, en efecto, están
dotados, de movimientos y de una dinámica que nos remiten a procesos
simbólicos o a sistemas culturales lamentablemente desaparecidos o en vías de
ocaso, de los tenemos la suerte de contar en nuestro país con firmes
exponentes, tanto humanos como espirituales, que nos permiten presumir su
fortaleza y trascendencia en muchos y complejos sentidos”
En la propia danza de Las Turas, se puede notar una gran estructura de
complejidad y dinámica muy interesante y con enlaces en el mundo aborigen de
nuestro país y a nivel universal inclusive.
Alrededor del árbol sagrado (árbol de la vida, de la abundania y del mundo)
al cual representan a manera de palacio cósmico y centro de las fuerzas de unión
energética, se encuentran las rondas circulares y semicirculares de danzantes y
músicos que a través del sonido y del espíritu animal suenan y crean música
sagrada destinada a atraer las lluvias y la bondad, alejar las enfermedades y las
malas acciones.
En la danza de Las Turas, los jefes o capataces, “autoridades indígenas”,
quienes hacen las veces de shamanes con sus instrumentos elaborados de cachos de
venado, flautas de carrizo y las maracas con semillas de capacho, envuelven los
círculos de energía y protección que como vaivén recorren los espacios a su vez,
como rondas universales que mantienen un diálogo permanente con los dioses y
espíritus protectores de los Ayamanes.
Actualmente existen en los medios campesinos fiestas y danzas pero, en el
caso de las Turas se puede decir que el tiempo ancestral se prolongó y dio vida
continua a un ritual en medio del mestizaje, como si quedase registrado en la
historia en “cierto proceso de congelamiento”, muy fragmentado y transformado
ese proceso claro está, pero mostrándose dignamente como sobreviviente en la
actualidad.
En algunos pueblos de descendencia Ayamán se encuentran instrumentos
como la maraca del jefe o capataz en la práctica de la danza de Las Turas (ritual de
la tierra y de la vida misma) donde se expresa parte del lenguaje de la ancestralidad
y la imaginación creadora a través del arte de la talla del propio instrumento.
El dibujo presentado en plano bidimensional por Ender Rodríguez (Figura 1),
pertenece a algunas imágenes y diseños encontrados en objetos del ritual de Las
Turas, específicamente, en maracas de algunos tocadores que tallan alrededor de la
circunferencia del instrumento tales figuras simbolizando el mundo espiritual y
cosmogónico que les envuelve y expresando obras de arte popular. En este caso,
se va creando una especie de arte Neo-rupestre.
El diseño en cuestión expresa un sub-mundo de simbología donde según palabras
del propio autor ejecutante de Las Turas, Casiano Castillo, nos demuestra en la
figura señalada, los elementos de la tierra y el cielo, la escalera del pensamiento, la
cordal de la vida, la mano divina, las cruces de la fe, los propios tureros, el sol y la
luna y otras diversas conexiones que se acercan a la profundidad de las cosas donde
la poesía y la filosofía se confunden con la religión.
En las zonas cercanas a la población de San Pedro de Mapararí en el
municipio Federación del estado Falcón, se han encontrado objetos que revelan la
presencia aborigen a través de posibles cementerios indígenas y elementos como
puntas de flecha y una escultura antropomorfa la cual, se encuentran en manos del
Capataz de las Turas, Don Rodolfo Garcés (Véase Fotografía).
La figura fotografiada por Ender Rodríguez y recuperada por Rodolfo
Garcés, capataz de Las Turas de San Pedro de Mapararí, representa una evidencia
histórica de la existencia de los pueblos indígenas posiblemente Ayamanes y de su
potencial artístico, resaltando en este caso la imagen de la mujer quizás, diosa o
reina de la fertilidad. Esta figura de exaltación como escultura, es parte del
conjunto del rico material encontrado en muchas de las culturas registradas en
Venezuela en las diferentes regiones del país junto a hallazgos de collares,
símbolos, utensilios y restos humanos.
El arte sobre piel pertenece a una muy especial expresión profundamente
vivencial como es el tatuarse el rostro, alguna parte del mismo o diferentes zonas
del cuerpo. Normalmente, la pintura realizada con pigmentos vegetales,
minerales o carbón nos conecta con la vida de manera directa. En algunos casos
entre la etnia Piaroa, se realizan dibujos a los niños para que a través de los rasgos
de algún animal representado en sus huellas o formas se intente dar protección al
pequeño a través del espíritu del animal identificado como familia. Los sellos en
madera son bastante usados entre los Piaroa o Ye´kuana del Amazonas quienes
utilizan figuras geométricas en su composición.
Entre los Yanomami, se puede notar como la multiplicidad de formas en la
pintura del cuerpo responde a una expresión y faceta de la vida diaria como es de la
representación de algún ritual, del enfrentamiento o de algún aspecto cotidiano u
otro.
En la danza ritual de Las Turas existe un evento denominado el
embariquizamiento el cual, proviene de utilizar la tierra como pigmento pudiendo
estar combinada o no, a un bejuco según el caso, denominando esta pintura final la
bariquía. Con la bariquía se pinta el rostro de los presentes o de algunos lugares
especiales o sagrados utilizando en el dibujo figuras de astros, círculos o cruces.
Se embariquiza a los presentes en dicha danza, a los tureros y sus instrumentos y
las zonas del árbol de la abundancia y del palacio realizado con cañas y madera al
igual que se embariquizan los frutos en un acto de bautizo o purificación de tipo
shamánica donde todos deben ser sanados de los malos espíritus o protegidos de la
propia maldad que envuelve al propio espíritu humano en sus lados más oscuros
imprimiendo así un elemento de profundo misticismo en la realización del acto en
si.
Ha existido una relación directa entre ritual y danza, y entre salud y curación
en el desarrollo de las manifestaciones de tipo indígena en general, sea cual sea el
espacio geográfico.
Estrada (1.996, p. 22) explica desde su propia experiencia con shamanes
mexicanos que el conocimiento médico para curar enfermedades proviene de la
comunicación del curandero con la planta. Esto lo encontramos todavía en muchas
culturas indígenas y específicamente expresado en la mitología donde de manera
maravillosa se relata que los seres humanos fuimos antes plantas, animales o
minerales y por ello, hoy en día los sabios pueden comunicarse con la naturaleza
para hacer el bien y curar a los enfermos. Si hemos sido parte de la misma esencia
el parentesco permite la directa compenetración universal, ese diálogo cósmico con
el todo.
Según el conocido estructuralismo de Strauss, las culturas humanas en
general obviando diferencias, poseen estructuras básicas similares en todos sus
niveles, ello explica las impresionantes similitudes y conexiones en rituales, mitos,
acciones y la forma de vida de los pueblos milenarios a nivel mundial. Esto
además concuerda con un origen común tomando en cuenta las más serias
investigaciones, la casa antigua del ser humano, su vientre originario se halla
entonces en África.
Nelly de Rodríguez, citando al Dr. Miguel Acosta Saignes, hace referencia a
los elementos o componentes similares entre la danza de Las Turas y las danzas del
área del Caribe (en especial el Areíto y Maremare), mientras se menciona que
poseen en similitud:
“Duración prolongada; carácter colectivo; enlace entre danzantes; formación de
círculos abiertos; compases en las pasos y en las voces; intervenciones orales;
giros sinistroversos; ingestión de bebidas, figura sigmoidal (representación de
acción giratoria de los vientos); ejecución axial (capataz es el eje de los
movimientos de la ceremonia); ondulación serpentina del círculo giratorio de
danzantes (relación con la serpiente); uso del látigo (expresión de jefatura,
mando); y sujeción a un reglamento (ceremonial inalterable)”.
En la cosmovisión de los pueblos primitivos existe toda una complejidad de
planos y espacios, sean celestes, terrenales, subterráneos y diversos donde se
encuentran los diferentes espíritus de la naturaleza y sobrenaturaleza, animales
sagrados y espíritus malignos del inframundo o demonios que se esconden entre los
mantos de la imaginación y la realidad.
A quien cada creyente católico llama Dios, las diversas culturas americanas
han llamado: Gnechen (para los indios Mapuches); K´ucumatz (para los Mayas);
Sigsij (para los Cañaris); Paba Y Nana (complemento sagrado de dos figuras
fundidas en un gran espíritu, para los Kuna).
Clodomiro L. Siller compara las diferentes figuras religiosas de los pueblos,
de la siguiente manera:
“Dios, se hizo persona humana en el Señor de Tula, Quetzalcoatl, para los
mesoamericanos; en Wiracocha, para los Quichuas; y en Jesucristo,
para los Judios ” (Agenda Latinoamericana 1.995, p. 79).
En Venezuela, existen importantes fiestas y danzas registradas por los
especialistas, donde se puede notar que a nivel general se encuentran elementos
tradicionales de corte indígena o africano entrelazados por un imponente
sincretismo religioso en lo católico y español como en la danza de los Negros de
San Jerónimo o de los Vasallos de la Candelaria practicada en el estado Mérida.
Rituales y realidad
Según Elaine de Beauport (1980), el cerebro básico del ser humano es el
cerebro reptil, el cual está ubicado en la base del cráneo. Éste es el más antiguo e
inclusive, es el responsable de los instintos más silvestres del ser, la delimitación
del territorio, los rituales y rutinas, entre otras importantes tareas de comprensión
delimitada en aspectos de la vida. Ahora bien, también podemos decir que los
rituales pertenecen más bien, a un sub-mundo del insconciente colectivo, y se
reproduce por generaciones a través de las particulares nomenclaturas simbólicas
de cada clan, etnia, pueblo o cultura humana. Los rituales muchas veces, actúan
desde lo irreflexivo e intuitivo, y aunque sea hermosa tradición humana ésta
manifestación del alma étnica, suele quedar posiblemente en la mecanicidad de lo
repetitivo, y por tanto alejada de la total y estructural organicidad de la vida.
Cabe una pregunta al respecto:
¿Hasta qué punto la representación ritual en un pueblo, se suma
equilibradamente a su vida diaria y consciente, conectándose de manera orgánica
con la acción y el día a día de éste ? ¿ Podría encontrarse en divorcio el hecho del
rito de un grupo étnico con su vida diaria real, o entrar en cambiante
contradicción con el pasar de los años ?
Todo el maravilloso bosque floreado de diversidad ritual, mitológica, étnica,
lingüística y colectiva, más allá de la afirmación cultural de cada grupo humano;
podemos notarlo en la indetenible realidad, como en proceso de dinamismo
cambiante.
Los rituales al igual que los aspectos fundamentales en la vida de los pueblos
aborígenes, y al igual que un pueblo urbano; todos se enfrentan a los más variados
cambios y transformaciones sociales como en danza imparable de variaciones
permanentes -fruto de la vida misma-. La cultura es cambiante y dinámica, no está
detenida, muerta o estable; de no ser así, no se denominaría cultura.
Clarac de Briceño (1999), al referirse a las antropologías y los cambios
actuales de visiones del mundo, plantea esta interesante y densa reflexión:
“El futuro hoy es la mutación de las sociedades, en una amplia red desistemas
operativos que reinan en adelante sobre lo social y cultural, y esta red –en la cual
estamos metidos queramos o no- la creó la sociedad occidental, a la cual
pertenecemos también (especialmente a nivel académico) pero sin pertenecer
totalmente, por nuestra condición de sociedad de reciente formación multiétnica
no terminada”.
Mary Melnik (1995), en sus investigaciones sobre productos forestales,
desarrollo sostenible y la etnia amazónica Piaroa (Huottuja), encontró como síntesis
actual, posiblemente generalizable a la mayoría de las etnias venezolanas, que
contemporáneamente al incremento poblacional de los habitantes en los bosques
tropicales y al aumento de contacto de nativos con la cultura occidental, surgen tres
problemas fundamentales: insuficiencia de la oferta local de alimentos de los
pueblos, el declive del área forestal y la pérdida de los conocimientos indígenas.
Ender Rodríguez como investigador, ha presenciado aún con mínimas
excepciones honrosas todavía en estudio, la casi muerte total del hermosísimo y
poético ritual de creación piaroa, el Warime, presente milenariamente en esta etnia,
habitante de importantes cuencas entre los Estados Bolívar y Amazonas en su
propio territorio demarcado por los investigadores e historiadores como territorio,
hábitat o espacio de vida Piaroa.
Ayamanes, espíritus y Turas
La palabra Ayamán o Ayomán según Alfredo Jahn, significa en lengua de
esta tribu: Hombre. Por otro parte, encontramos que posiblemente los Ayamanes
pertenecían a la familia lingüística Chibcha y que formaban de los pueblos Jirajara
como subgrupo (Rafael Strauss, 1992).
Ramón Querales (1995), nos dibuja un posible panorama Ayamán de la siguiente
manera:
“La tierra se labraba por todos… Por lo leído en Federmann, los caciques
Ayamanes como entre los Maypures, representaban la tribu, dirigían los
combates, la caza y la pesca, el traslado de las viviendas cuando por ejemplo, se
agotaba la fertilidad del conuco…”
A través del ritual de Las Turas, se podría inferir que la cultura primigenia de
donde provenía todo el sistema de organización de esta danza como rito estructural
y ancestral complejo, era parte de los Ayamanes como pueblos organizados, con
fórmulas y normas sociales de convivencia y de expresión espiritual. La danza
ritual de Las Turas, es un muy particular rito mágico-agrario-devocional,
transformado pero sobreviviente y dinámico ante los cambios y nuevas
posibilidades sociales de sus pueblos portadores, ligado profundamente a la tierra, a
mama natura: Gaia, y a la unión cósmica entre seres terrenales y sobrenaturales,
unidos por el misterio sagrado. El rito como tal responde a su vez, a una inmensa
necesidad humana de solicitar y agradecer abundante salud, cosechas, favores, vida
plena y abundante a los hijos de esta familia descendiente Ayamán (como pueblo
turero mestizo y afroamerindio).
Los pueblos practicantes de Las Turas solicitan lluvias, cacería, favores, vida
plena, plantas medicinales y salud para sus iguales, su cultura y familia actual. Con
el advenimiento de la fe católica y otras religiones o filosofías foráneas, se adoptan
como sincretismo ciertas prácticas asociadas a las Turas o transplantes como rito
combinado actual –dinámico y cambiante-.
Anteriormente, según Rafael Strauss (1992), este ritual dancístico se
mostraba en las zonas habitadas por esta importante cultura de descendencia
Ayamán en donde se:
“Escenificaban Las Turas en las comunidades como Bella Vista, El Vegón,
Cerro Colorado, El Cacuro, El Tigrito, El Hueque, El Ramal, El Torito, El
Cerrón, Mapararí, San Pedro, La Chara, El Chipopo, Duvisí, Pararilla, La
Garza, Las Colinas, La Veguita, Los Ralones, Los Cogollos, Pozo Largo, Pozo
Redondo, Ojo de Agua, El Valle, Quebrada Honda, San José, San Isidro y
Santa Teresa en la parte sur del estado Falcón, así como también en los de
Aguada Grande, Bobare, El Jusal, Siquisique, El Sisal, El Copey, El Topeye,
La Venta y San Miguel Arcángel de los Ayamanes en la parte Norte del estado
Lara.”
Los Ayamanes según Ramón Querales (1995), ocupaban un territorio
triangular que se iniciaba en Matatere, Municipio Irribarén y sus lados se
prolongaban hasta más allá del río Tocuyo, al sur de Churuguara y de una pequeña
parte del municipio Silva. Hoy día lamentablemente, las comunidades campesinas
descendientes de estos pueblos antiguos, se debaten entre el destino incierto de una
problemática en la tenencia de la tierra, la ausencia de una política agraria sostenida
y sustentada en la producción, autogestión y organización colectiva y familiar
resistente ante las realidades de competencia capitalista desigual en nuestra nación
venezolana.
El mencionado ritual no se ha mantenido de manera consecutiva ni antes ni
después en los lugares exactamente nombrados por Strauss. Se han dado en este
sentido, posiblemente dos fenómenos paralelos –los cuales explican en parte el
dinamismo de Las Turas en el tiempo y en el espacio-.
El primero se refiere a que este complejo rito de extracción ancestral, el cual
se quedó como registrado transformándose y manteniéndose en algunos pueblos
con mayor intensidad que en otros por razones diversas (válidas para estudiar),
saltando y enfrentando los siglos, la neocolonización, la entrada de nuevas sectas,
religiones y otras visiones filosóficas, así como transculturación y pobreza
permanente junto a los restos o indicios de modernidad, los cuales apenas se han
asomado lentamente por las periferias de nuestro país.
El segundo fenómeno que acompañó a la extraña y victoriosa salvación
temporal de esta danza, es la pérdida, desaparición, muerte o reaparición
sobreviviente, cambiando parte importante de su estructura ancestral fundamental.
En los Cañitos de Santa Cruz de Bucaral en el municipio Unión del estado Falcón,
reaparece y se muestra con figuras simbólicas -contrarias a la tradición de las
autoridades indígenas rituales masculinas-. Es decir, en este caso, a diferencia de
los hombres, quienes han sido por años privilegiados por sus culturas ancestrales,
las mujeres ahora asumen la pervivencia también temporal de esta manifestación
cultural o folklórica como nuevas figuras tureras.
En la zona del Moroturo del estado Lara, se puede notar diferencias
importantes y en algunos casos extremas, en comparación entre danzantes,
preparación y procedimientos para dar sentido a la danza de Las Turas, con
respecto al proceso seguido por las de San Pedro de Mapararí del estado Falcón –
por ejemplo-.
Existen casos como en la migración de familias tureras a otros estados del
país, estableciendo el ritual de Las Turas desde sus propias diferenciaciones y
cambios o nuevas reformulaciones-adaptaciones, como en zonas cercanas a Turén
en el estado Portuguesa.
Sean cuales sean sus diferencias, pervivencias o reapariciones, de alguna
forma siempre se mostrarán en el tiempo imaginario nuestro, esas bellas y
misteriosas posibilidades de elevación e iluminación como danza de los espíritus,
como signos de la sobrenaturaleza y el misterio total en movimiento, liderado por
seres terrenales tocados por la luz de los ancestros. Las rondas energéticamente se
moverán al sonido del trueno-lluvia como maraca primigenia, y a la par de las
flautas –pájaros silvestres , y todos ellos a su vez, ante el centro, el palacio sagrado,
el árbol de la vida como árbol abundante del más allá.
REGISTRO
VISUAL(www.visualturas.blogspot.com)
Fotografías y fotogramas del ritual y personajes
Danzantes de Las TurasPor Ender Rodríguez / San Pedro de Mapararí, Falcón, 2000-2004
Danzando generaciones de niños y ancianos tureros
Reina de Las Turas y danzante
Ángel Colina y Rodolfo Garcés
Tureros de San Pedro
Importante turero de San Pedro
Iniciando ritual / Realizando adorno de la corona de Reina de Las Turas por Casiano Castillo
Finado Don Reyes / Con piedra antropomorfa encontrada en la comunidad por Rodolfo Garcés
Posibles puntas de flecha aborígenes encontradas en la comunidad
Detalle de Danza de Las Turas
Dimensión telúrica y cósmica de Las Turas como círculo mágico
Por José Millet
Muchos de los miembros de la comunidad de San Pedro que hemos
entrevistado, afirman que Las Turas es una festividad agrícola en que
se invocan las fuerzas reproductoras de la naturaleza para que
propicien que la tierra sea fertilizada: que acepte la semilla en su
seno mediante una cópula. Esta intervención garantiza la siembra.
Se produce en el período de equinoccio de primavera, en marzo, cuando
las condiciones climatológicas son favorables a la actividad agrícola
y durante el equinoccio de otoño, en el mes de septiembre. ¿A quién se
le rinde culto? ¿A esas fuerzas propiciatorias de la fertilidad y a
la propia tierra? Al todo: a las fuerzas que se apropian de los
miembros de la comunidad humana, a los animales y plantas,
permitiendo que se conviertan en un sujeto colectivo, sin olvidarse
de los espíritus ancestrales ni de los muertos; representados
respectivamente por las flautas de carrizo, maracas y los cachos de
venado.
La fecha de estas celebraciones tureras se enmarcan con los períodos
del año marcados por el cambio de las estaciones: en mayo, cuando la
primavera rompe con el período de las lluvias, la vegetación renace y
el verdor de las plantas se extiende por todo el campo. Viendo las
turas como un Proceso productivo, el equivalente a la unidad existente
entre La Tura macho y La Tura hembra, podría encontrarse en la unión
de la pareja formada por el Capataz y La Reina de Las Turas. Esta
unión podrías ser interpretada como la cópula entre seres de sexo
opuesto que derraman el semen que alentará a la tierra a recibir en
su seno la semilla. Este “matrimonio espiritual” tiene el simbolismo
del cielo eterno de la regeneración de la naturaleza, no regido por las leyes de los
hombres.
La segunda época evoca su opuesto: la muerte, con ausencia del
verdor reinante en la Primavera, de la fronda coronada en flores de
intensos colores, la caída de las hojas y el anuncio del frío, o si
no, de la humedad que estremece los cuerpos. De ahí que, en esta otra
época, los frutos cosechados deberán ser almacenados para
conservarlos y usarlos en caso de que sobrevenga una temporada
inclemente. Aun cuando en Venezuela no exista la sucesión indicada
de las estaciones, igual el ciclo de las lluvias pone la pauta.
Salvo condiciones climáticas no habituales, los ciclos lluvioso y
secos pueden tomarse como regulares, y por tanto, referentes bastante
seguros.
En los eventos realizados durante esta conmemoración festiva anual se
manifiesta todo un simbolismo. La marcha india de los tureros
atraviesa los campos donde viven y se dirige directamente a la fuente
de agua: exactamente al ojo de agua, de donde nace la vida. Se
atraviesa la poza y se adentra en el fondo de una cueva donde viven
los espíritus, justo en “el nacimiento”. Se les reconoce así como
indispensables dadores de dones esenciales, por cuanto si no
existiesen o no dejaran que de su seno fluyese el líquido vital,
¿podríamos hablar acaso de agricultura?
La siguiente estación permite la comunicación con los espíritus que
moran en la corteza terrestre. Activadas las mencionadas entidades
acuáticas, se procederá a “despertar” a la madre tierra, empleando los
procedimientos acostumbrados de las turas: ensalmes, invocaciones y
cantos, acompañados de sones de flautas de carrizo y de cachos.
La convocatoria a los poderes ocultos, también alcanza a los insomnes
gigantes que descansan, de pie, encima de la superficie sólida: el
círculo de los tureros se desplaza alrededor de un árbol acompañado de
su música y de los característicos movimientos corporales. Aquì
resalta la función exacta de las flautas: avisar al oído de las
plantas, mediante el estremecimiento de su sonido, que debe activarse
su capacidad reproductiva, el flujo de la savia, su ascenso a los
gajos y fronda.
La voz venezolana cacho designa al asta de un animal y sustituye, en
este caso, a la calavera de venado usada como instrumento musical
aerófano, que aporta y subraya lo opuesto o el polo negativo a la
vida, o sea, la referencia explícita a la muerte. La puesta del juego
de los contrarios que conviven en un mismo plano, escenario y tiempo
es una especie de recordatorio o vínculo con el más allá. En
definitiva, también es lo que motoriza la existencia al recordar lo
que acontece permanentemente en la Naturaleza, alo cual parecemos
estar ajenos los humanos. Se invocan también con ello nuestra
pertenencia al reino animal: no hay, pues , nada de macabro en los
sones alusivos a aves conocidas en sones donde interviene esa calavera
astada. Creo que adicionalmente debe indagarse en el llamado a una
arista de agresividad representado por los pájaros invocados en los
sones de turas , a la lidia eterna, que caracteriza a estos inquietos
y bulliciosos animales.
El mencionado simbolismo remite a un sistema de círculos concéntricos que
parte de la fuente hídrica-el enigmático ojo de agua-, se traslada a la parte sólida
contigua a la poza y a la cueva, donde moran otros
espíritus arbóreos y de la fauna, hasta desplazarse a un destino
final: el de los seres humanos, cuando la comitiva llega al centro
poblado que es la comunidad turera. Pero, concentremos la atención
para que no se nos escape la definición del espacio sagrado inicial,
caracterizado por la ausencia de fronteras entre los distintos
estados de la materia, que se entrelazan, interponen e interactúan en
un juego donde intervienen los seres invisibles y fuerzas que habitan
en el agua, la tierra y el aire.
¿Qué aporta? ¿Cuál es la función y el sentido del traslado de los
tureros, desde el espacio sagrado en que se produce o tiene lugar el
encuentro inicial de esos tres importantes elementos a otro espacio,
en este caso habitado por otros seres vivos que somos los humanos?
Integrarlos en el “todo” de la naturaleza para que puedan funcionar
en él como se quiere, a fin de alcanzar todas las metas propuestas,
tanto el activa las fuerzas de la naturaleza convocadas, como las
otras que puedan aportar otras criaturas del reino, en donde viven,
fluyen o interactúan otros espíritus, por ejemplo, los de sus
ancestros, totémicos familiares o comunitarios. De ahí que los
tureros se esfuercen en llevar la relación detallada de cuanto
aconteció en el pasado, y la traigan al presente como para rendirles a
todos esos seres y fuerzas respeto.
También en el interior de la organización humana acuden y fluyen
diferentes tipos de energía, dados por muchos elementos y eventos que
en dichos espacios tienen lugar. Disponen de los frutos de la
cosecha y los procesan para distribuirlos en determinados momentos de
la celebración. Basta sólo con captar el significado de la presencia,
empleo y dominio del fuego sitúa a los tureros por encima del resto
de otras especies de su propio reino animal. Este último elemento nos
permite adelantar algunas ideas que permitirán darle la ubicación
aproximada y función que este postrer espacio tiene.
El movimiento del sistema de círculos concéntricos se detiene en un
espacio abierto, en el patio de la casa o denominado “Patio de Las
Turas”, restrictivamente hablando. Nuevamente estamos en presencia
de otro espacio sagrado: en su centro una cruz, con los diversos
sentidos que ella tiene, en su relación con el corte de los espacios y
su asociación con la muerte; alrededor de ella, los frutos de la
cosecha, obtenidos normalmente en el conuco local perteneciente a un
turero. Entre los frutos mostrados destaca el maíz, en este caso la
planta-dios que se ha sacrificado- para que su cuerpo y su espíritu
sean compartidos por cada uno de los individuos que integran la
comunidad turera y los invitados asistentes. El acto de consumo en
colectivo, cerrado y unido, del tótem (maíz: turas) del que nacimos,
es sólo un episodio de ese movimiento rítmico y acompasado, del que
cada cual participa con conciencia más o menos clara y aquí nos
esforzamos por aprehender e interpretar.
La cruz como referente de la religión judeo-cristiana, nada tiene que
ver con los grupos y comunidades étnicas que poblaron nuestro
continente y se mantuvieron en el mundo antes de la existencia de
Cristo. Pero su ubicación en el “patio turero” es una clara remisión
al carácter social al que hemos arribado en esta tercera “estación”.
No se trata de un espacio más, de los existentes en estos vastos
ámbitos rurales, sino de uno marcado por un tipo de organización
social específica: la humana, en este caso de clara raíz nativo o
aborigen.
* La “Fundación Cultural José Cecilio Salas” tuvo como fundadores a los siguientes tureros: Ángel Custodio Colina, José de Los Santos
Castillo, Nelson Antonio Matute, Carlita Coromoto Antequera, LisandroRafael Antequera, Eddie Santos Páez, Rafael Ramón Rivero, Rafael
Simón Chirino, María Lourdes Antequera, Marcelina del CarmenAntequera, Morelis del Carmen Antequera, Rafael José Molleda,
Cecilio Antonio Castillo, Alida María Chirino, Martín Ramón Garcés,Salvador Vásquez, Dominga Ramona Garcés, Aureliana del Carmen
Hernández, Carmen Lucía Acosta, Emérita Colina de Martínez, Adelaidadel Carmen Mora, Elita Ramona Mora, Gloria Josefina Rivero, ClanAntonio Rivero, Paulita Chirino, Flora Robertiz, José Luis Garcés,
Yolanda Antequera.
Vuelo común
Por Ender Rodríguez
Se hace vital reconstruir el modelo social a partir de los aportes educativos
como raíz esencial de toda cultura y desde allí replantear el universo de fusiones
que nos permitirá reconciliar pasado y futuro, lo milenario y lo moderno –
postmoderno y la reflexión y creación de nuevas alternativas como sociedad.
Meadows (Revista Familia, No. 222, Abril, 1.994, p. 19) mujer de ciencia -
Biofísico- e investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts, plantea que
la situación general del planeta empeora y por tanto, destaca la urgencia de que la
sociedad contemporánea debe transformar sus modos de vida y de alguna manera
crear una fusión de valores humanísticos contenidos en las culturas primitivas,
originarias y tradicionales (que han sabido convivir con el planeta) y tomar los
medios y tecnologías más avanzadas para crear una “nueva forma de
sociedad”, que el planeta sea capaz de sostener.
Garaudy (1.995, pp. 97-98) nos plantea que para volver a poner al mundo de
pie, hace falta darle al mercado su verdadera función de creación y
satisfacción de necesidades materiales. Por tanto, significaría darle a la economía
un uso realmente a favor del ser humano y en detrimento de la costosa economía de
guerra, de la sociedad de consumo y de todas las formas de desviación de una
verdadera economía social.
El compromiso de reencuentro desde el ser humano y la sociedad implica
replantearse la vida misma, los valores de uso y de cambio y un necesario
equilibrio económico, político, espiritual y cultural como sociedad apostando por
una nueva óptica del ser y del tener.
Se hace vital superar a nivel humano la realidad de fragmentación y división
en nosotros mismos – como dice Krishnamurti – para liberarnos internamente de
manera conciente. Por tanto, la tarea esencial es personal e íntima para ser luego
transformación colectiva y global.
Los pueblos aunque diversos y diferentes, no son realmente extraños en el
campus total del parto humano. Es decir, hubo un encuentro común en el inicio de
la vida y del ser humano. La posible teoría de las razas separadas e intolerantes
entre sí, se hace cada vez más absurda ante todos los hallazgos de común
denominador en el parto inicial del ser.
Poetizando sobre nuestro origen colectivo y nuestro futuro, caben las
siguientes preguntas y reflexiones:
¿Cómo no recordar que un embrión cósmico de vidas y de cantos de
ancianos sabios nos trajo a todos en los genes mismos del parto primario?
¿Cómo no recordar que una eva negra nos hizo a todos hermanos de colores
y de olores, de sangres y de amores tan confusos que ya nadie es sólo en este
extraño espacio de uniones, de mezclas y familias. Ya no hay razas puras o
inseparables y lo que llaman ADN tiene un lenguaje común en los seres humanos.
Las estructuras son bastante parecidas, somos los mismos negros que venimos
recorriendo el horizonte, justo al lado de unos hombres blancos y mujeres color
tierra. Las diferencias apenas se sienten, somos unidades de diversos y diversos de
uno en uno, amarillos, ocres, negros, blancos, y sutiles matices de colores piel.
¿Cómo no saber que la explosión de hace quizás veinte millón de años, nos
hablaba de una historia común? ¿Cómo no recordar que mil o dos mil millones de
años cuando la tierra estaba ardiendo y entre nubes, unos primeros seres se movían
en las aguas como abriendo un camino para errantes y parientes?
¿Cómo no dejar de ver a unos hutus quebrando las costillas de unos tutsis en
el continente madre, en ese continente negro que ha parido el universo de los
hombres?
¿Cómo no recordar la vieja historia de los parientes que viajaban por las
tierras de este mundo de glaciares, hace más de medio millón de lunas?
Los seres humanos aunque diversos no somos dos ni miles, somos “uno”
desde las miles de diferencias, pero desde el vientre originario seguiremos siendo
un pueblo único y diverso como humanidad, con todos los colores, idiomas,
culturas y sabores de la tierra misma, la Gaia.
Será necesario entonces hoy, volver también al multicolor traje, a los rituales
de los astros y a las fascinaciones propias del ingenio cyberhumano, para trascender
en un canto de fusiones a una abrigadora nueva sociedad, en este tiempo de
incertidumbre.
Transfiguración y utopía
Por Ender Rodríguez
Los cambiantes momentos vividos por los pueblos aborígenes, mestizos,
afrodescendientes e hijos de culturas como la Ayamán, se enfrentan al devenir del
tiempo y a la transfiguración como cambio fundamental. La utopía no dejará de
sonar en las voces de los ancestros y los nuevos líderes locales.
Los pueblos deberán dar el paso de la expresión ritual a la reorganización
consciente de su nueva realidad, su nuevo día, su colectividad cambiante, naciente,
la afirmación étnica y el fortalecimiento de su sentido actual de ser, danzando hacia
su futuro, su mañana, su alba.
Parafraseando a Leonardo Boff (2000), podremos decir que una nueva
mundialización y relaciones humanas globales, deberán reconstruir las relaciones
de poder ya no en dominación, sino en mutualidad biofílica (reciprocidad entre
seres vivos y pueblos), para seguir viviendo y creciendo otros 10 millones de años
más. Por fin habrá entonces, una experiencia globalizada espiritual de nuevas
energías del universo hacia la sinergia de todos sus hijos en aldeas de luz calurosa,
colectiva y fraterna.
Falcón, su diversidad étnica y cultural.
Por José Millet
Es lamentable que todavía mucha gente siga operando con el vocablo cultura
como mera exterioridad o manifestación escénica a que se reducen algunas de las
renombradas artes, como la danza y la música. Últimamente se ha ido abriendo
paso el concepto de que la cultura incluye al hombre en su rica diversidad física,
psicológica y en su relación con el medio físico en que vive, cuyo rol en su
formación integral es analizado y revisado día a día actualmente con el mayor
detenimiento. Desde que, tras un arduo proceso de luchas en que fue decisiva la
participación de destacados intelectuales del Sur inspirados por movimientos
sociales de base en que algunos de ellos se han apoyado, fue aprobada la
Convención de la UNESCO sobre la diversidad cultural, estamos en condiciones
aceptables de someter a discusión permanente este tema, ahora respaldados por la
feliz iniciativa del Ministerio de la Cultura de Venezuela de crear una Casa de la
Diversidad Cultural a nivel central y establecimientos similares en otros Estados
del país, con la finalidad de estudiar y promover este asunto tan importante para
nuestros pueblos.
A fin de encaminar las presentes notas de introducción al tema elegido, es
necesario abstraerse por un momento de la crítica demoledora a que debe ser
sometido el sistema colonialista desde todo punto de vista en relación con la
horrenda secuela de hechos dejados en la operación inescrupulosa, el tratamiento
discriminatorio y ofensivo de las culturas de nuestros pueblos, vistas siempre como
entidades inferiores, subalternas, periféricas... Urge llamar la atención acerca del
hecho de que, en lo que se llamó Nuevo Mundo, el capitalismo puso en contacto la
casi totalidad de los pueblos y culturas que existían en nuestro planeta desde el
desgarrador y violento arranque de la Conquista y colonización de América.
Particularmente, el Caribe fue el foco o centro de la creación de un nuevo rostro del
hombre, en referencia al conocido por la civilización europea occidental judeo-
cristiana de entonces que impusieron a los pueblos nativos e implantaron en el
continente mediante el terrorismo combinado de las armas y la cruz.
El Caribe no es una invención del siglo XIX y menos aún del XX, como
algunos académicos han tratado de demostrar históricamente. Aunque no con este
sustantivo, el Caribe surgió entonces como el espacio donde el capitalismo aplicó
sus estrategias de dominio y supremacía, para extraer de él y del resto del
continente sus riquezas de disímiles tipos, valiéndose del sometimiento de la
población nativa que casi concluyó por exterminar, la trata o comercio de africanos
y la aplicación de la Esclavitud en el sistema de plantaciones (caña de azúcar, café,
cacao…). Venezuela fue parte del trampolín principal empleado por los
conquistadores europeos para explorar la parte de Suramérica en la que suponían
encontrar el Dorado y muchos otros mitos construidos en la exaltación de la “fiebre
colonialista” con que se inauguraba el capitalismo a nivel mundial. El territorio que
ocupa el hoy Estado Falcón es el modelo más elocuente en Tierra Firme de lo
sucedido en materia de tratamiento de pueblos nativos y emergentes o “pueblos
nuevos”, como los llamó el brasileño Darcy Ribeiro y sus culturas por parte del
colonialista europeo, en este caso de los españoles y alemanes, en esta otra edición
de Las Cruzadas que aun no se ha reconocido o se pretende ignorar por
conveniencias de los Imperios antiguos y actuales.
Falcón debe ser entendida y, por tanto, tratarse como una región histórica,
por los motivos expuestos y por otros más que no viene al caso analizar aquí.
Resulta un paradigma de la pluralidad en todos los sentidos y enfoques desde que
se le quiera tratar por los pronunciados contrastes de su geografía física y humana;
en cuanto a la primera, incluye territorios desérticos y semiáridos, planicies y zonas
montañosas también con parecidas características a las zonas arenosas, junto con
un sistema de montañas con abundante tierra fértil y clima húmedo, diríamos de
umbría, propicio para la siembra, el plantar y la cosecha pródiga en frutos. En
síntesis, montañas y valles fértiles, extensas llanuras semiáridas y una amplísima
faja costera que baña el Mar Caribe a lo largo de casi mil quilómetros, han
condicionado la existencia de grupos y comunidades a menudo dispersas con un
amplio abanico de biotipos humanos, de estilos de vida y de producciones de
bienes espirituales expresivos de pródigas identidades locales de alto relieve,
aunque no exentas de la acción negativa de factores externos y de los procesos
civilizatorios arrastrados desde la época de la colonia, que ofrecen el paradigma de
la ciudad como el ideal al que debe aspirarse y el propio de la vida en este tipo de
capitalismo de violentos opuestos, ejemplificados por la concentración de diversos
asuntos y temas de la “gran urbe” ejemplificado en la Gran Caracas que, como
Maracaibo, Valencia y Barquisimeto, resultan un foco de atracción y tentación de
migración para el venezolano de cualquiera de los otros Estados.
Se sugiere construir el mapa de la diversidad étnica y cultural de nuestra
región falconiana en base a dos tipos de espacios de connotada “ecología humana”
firmemente dibujados y asentados en el fértil humus que brotó de sus respectivas
localidades en las que nos enfocaremos: el del eje “Coro- Sierra Coriana” y el de la
Península de Paraguaná, que resultan ser los dos más emblemáticos de esta región
en su conjunto, hasta el punto conclusivo al que se ha llegado como el fruto más
promisorio de los estudios de campo y reflexiones de José Millet en la última etapa
de estos dos años “y piquito” que lleva establecido permanentemente en Coro. Es
preciso llamar la atención, no obstante, que son meros objetos de estudio y de
reflexión para darle continuidad al análisis de la problemática de las identidades
locales, las cuales en nuestro escenario poseen también gran riqueza y múltiples
maneras de existir y manifestarse.
El primero de los espacios elegidos, definido por Mollet, como el eje “Coro-
Sierra Coriana”, se caracteriza por haber podido conservar sistemas de producción
económica de base aborigen y rasgos de rico/variado cruce interétnico, con
técnicas, modos de producir la tierra e instrumentos tradicionales de trabajo que
todavía es posible ver y, en el caso en que es ostensible su desaparición o extremo
debilitamiento, recuperar en la propuesta práctica final que acompaña a las
presentes notas. En efecto, entre otros, el conuco es el más elocuente exponente de
esa cultura ancestral de concebir y tratar la tierra como parte de un “elant vital” del
ser humano, en el que están incluidos los animales que integran, junto a las plantas,
un universo especial que intentamos concebir como formando parte orgánica y
sustantiva de un solo modo de vida y que, para reducir los términos a una escala
menor y más comprensible, podemos denominar provisionalmente el “sistema de la
ecología humana” en que se afinca firmemente la identidad coriana.
Desde hace algunos años, algunos hermanos de Curazao han llamado la
atención al antropólogo Millet, acerca de la necesidad de estudiar y recuperar el
conuco, sistema de producción agrícola desaparecido en esa isla colonial holandesa
y ya, tristemente, una rareza “arqueológica” en gran parte de Venezuela y de la
región falconiana bajo estudio por nuestro Centro de Investigaciones
Socioculturales. Este hecho sucedió en muchos otros países del Caribe, donde el
conuco ya no es si no una pieza de la arqueología histórica; y, si en efecto, está en
franca situación de extinción en este ámbito geográfico tan amplio e importante que
es el Caribe, resulta perentorio atenderlo y trabajar por su recuperación porque
permite remitirnos a un pasado-- para intentar su reconstrucción-- en el que los
pueblos aborígenes y las comunidades y grupos africanos, de diverso origen étnico,
compartían en situaciones de trabajo comunitario y de solidaridad un mismo
espacio, experiencia prolongada de la cual cristalizarían y surgirían, primero,
rasgos propios locales firmemente hincados en la tierra y, finalmente, implicaría la
formación de los componentes o batientes de un etnos particular con identidad
singular en esta región que, a la a larga, desembocaría en la construcción de la
venezolanidad en un ámbito de mayor alcance.
Al conuco va asociado el conuquero o trabajador del campo que lo ha
mantenido como sistema de producción agrícola primario y del cual depende su
existencia, así como un conjunto de otras relaciones de producción que deberán ser
estudiadas, porque forman parte de una cultura que deberemos recuperar en su
totalidad mediante un doble esfuerzo: uno dirigido a reforzar con recursos
materiales a sus productores o conuqueros y, por el otro, a su dignificación como
una de las formas de vida más dignas que tenemos la dicha de mostrar en
Venezuela. Al conuco va asociada la construcción de lenguajes simbólicos,
también nativos o autóctonos, de alto grado de espiritualidad y que no alcanzo a
explicarme la extraña causa interpuesta para impedir su desaparición, sometido al
desastre del “proceso civilizatorio” judeo-cristiano eurooccidental y a la perversa
globalización de carácter neoliberal que ha invadido nuestras sociedades como la
peor de las pandemias padecidas por el hombre en su azarosa evolución en el
planeta.
Cada uno de estos dos emblemáticos espacios aludidos, asimismo generó
pluralidad en cuanto a tipos humanos diferenciados en lo físico, psíquico y
espiritual, acoplados a las características de su ambiente físico inmediato al que
debió adaptarse, amoldarse o vivir en perenne dinámica de intercambio e
interacción mutuamente modificante en relación con la tierra, las plantas y los
animales que lo han cohabitado hasta el presente. El coriano-serrano fue un tipo
humano determinado por su relación armoniosa y respetuosa con la Naturaleza, de
la cual supo extraer los recursos principales que garantizaron su existencia, incluido
el hábitat concebido como casa de vivir y como unidad donde se producen especies
fundamentales para la supervivencia. Es un ser humano provisto de valores de
fuerte arraigo al terruño donde nació y ha vivido, en primer lugar, la valía que
defino como el amor a la “madre tierra” que podría ser interpretada como una
especie de patria chica; en cuanto a lo social, posee una familia unida, relaciones
interpersonales directas con marcado sentido de la interacción directa y modo
espontáneo, franco y abierto de vinculación afectiva con los demás.
Hombre de la tierra, honra periódicamente a la Tierra Madre en
agradecimiento a los frutos que ella le prodiga generosamente; construye con el
barro su hábitat y lo incluye incluso en algunos platos elaborados con esta materia
prima, como el conocido “cují pilao” para placenteramente degustarlo en Mitare…
Hombre de maíz, del que nació y al que vive entrañablemente unido, alojado en su
“casa de maíz”—la mazorca--, extrae de esta planta lo esencial en garantía de la
continuidad de la especie: el polvo obtenido mediante el pilado manual de sus
granos en un artefacto de madera y que forma el ingrediente o materia prima
principal del alimento que consume varias veces al día: la tierna arepa de “maíz
jojoto”. En Coro existe el hábito arraigado de comer arepa tradicional en muchos
hogares, no la industrial elaborada con “harina pan”, se consume la sopa el
domingo y las caraotas el lunes con una regularidad muy significativa por los
amplios sectores de la sociedad involucrados en esta costumbre. También aquí es
posible comprar la harina de maíz, molida de forma artesanal en instrumentos
asimismo tradicionales, o la masa previamente elaborada para la confección de los
alimentos de quienes la adquieren.
Aunque dislocadas en un espacio mayor que abarca otros Estados, como Lara
y Portuguesa, no se entenderían Las Turas sin este dibujo del coriano-serrano
cuyo perfil o “retrato identitario” hemos intentado dibujar preliminarmente
más arriba y su entrañable vinculación al entorno físico que lo rodea, lo que en
términos actuales se definiría como el ecosistema humano del que surge un ser
raigalmente natural que resulta lo más característico y sobresaliente de nuestro
Estado desde el punto de vista de la geografía humana, esa que tan pocos
especialistas toman en cuenta en sus estudios acerca de la cultura. Las Turas son la
expresión, también ancestral y raigalmente comunitaria, que mejor correspondería a
estos sistemas de producción económica de carácter patrimonial, con predominio
de instrumentos, técnicas y saberes tradicionales, del que el conuco resultaría el
ejemplo más elocuente como sistema de producción agrícola. Originalmente, el
conuco es la base económica de esta expresión de la cultura aborigen mal
denominada como “baile de Las Turas” que he propuesto, desde hace varios años y
precisamente en una conferencia organizada por el Instituto de Cultura del Estado
Falcón, sea incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
No obstante su definido origen amerindio, estos sistemas productivos
agrícolas, ejemplificados en el conuco y a los que continuó, con el transcurso del
tiempo, la aparición de las famosas “huertas corianas”, generaron modos de vida,
estilos y costumbres que deben ser analizados en la perspectiva de la interacción
étnica, de modo particular con la población traída de África en condición de
esclavitud y que escapó al yugo al que los sometió el conquistador/colonizador
europeo, para convertirse en hombres libres precisamente en la sierra coriana. Aquí
entra una variable generalmente excluida de los enfoques culturológicos: la de la
historia, marco imprescindible para identificar y explicar muchos de los fenómenos
propios de la cultura. La convivencia entre población autóctona venezolana y
comunidades africanas de diverso origen étnico en el eje Coro-la Sierra, es lo que
explica que en las huestes insurrectas de José Leonardo Chirino, en mayo de 1795,
marchen parejamente sobre Coro pueblos aborígenes sometidos, como los negros,
mulatos y mestizos, a semejantes condiciones de explotación y vejámenes desde
muchos puntos de vista y que, en dirección contraria, formando parte de las huestes
españolas que organiza el Poder Español en Coro para enfrentar a los insurrectos,
sean empleados asimismo nativos o amerindios, según puede verificarse en los
documentos que obran en los archivos de Caracas en el expediente que se le siguió
a aquel hecho histórico encabezado por el revolucionario José Leonardo Chirino.
Este asunto de las relaciones interétnicas nos conduce a una problemática
que en su momento deberemos tratar con el concurso de varias disciplinas
científico-sociales. ¿Qué resultó del intercambio entre estos pueblos que
convivieron en un mismo espacio durante mucho tiempo en condiciones de la
esclavitud del tipo impuesta por el conquistador? Por lo pronto vale la pena apuntar
que, en el plano axiológico, fruto de su resistencia a la opresión, rebeldías y
enfrentamientos, surgieron dos valores esenciales que formarán parte del arsenal
espiritual del venezolano a lo largo de la geografía nacional: la vocación por la
libertad y, más tarde, por la voluntad por la independencia absoluta del yugo o
dominación del europeo (en nuestro caso falconiano, tanto del alemán como del
español.)
Existen muchos bienes o creaciones culturales que nos permiten visualizar el
fruto del intercambio de las numerosas comunidades étnicas y de los pueblos
puestos en contacto interactivo que concurrieron en la región histórica que hoy
lleva el nombre de Falcón. Las casas de barro esparcidas y numerosísimas no sólo
en Coro y su Puerto Real de La Vela, sino en el espacio mayor de las Sierra,
abarcando a casi todo el territorio del Estado, nos lo confirman desde varios puntos
de vista. En ellas saberes, conocimientos, técnicas y artes ilustran cabalmente el
proceso de transculturación, intercambios y síntesis que se producirían desde
épocas tempranas hasta el presente, en que no han acabado. Lo mismo podríamos
decir de las modalidades de bienes elaboradas a partir del maíz, como la arepa pilá
o jojota, la arepa pelá y la cachapa, joya del paladar del venezolano que tiene aquí
excelencias que ofrecer al gusto más refinado. El conuco no puede entenderse al
margen de la vivienda de barro que forma parte del sistema de producción y del
sistema de habitat humano propio del coriano y, por extensión, de buena parte de la
población falconiana radicada en el campo. Esto será un tema que privilegiaremos
en nuestro Atlas Etnográfico del Estado Falcón, que ya estamos en franca fase de
fabricación con el concurso de personas de numerosas comunidades.
Esta sería la “marca distintiva” de tipo material del biotipo humano que
definimos como coriano-serrano. En lo psicológico, su mentalidad es apegada a la
tradición, con un sentido del tiempo completamente distinto del tipo humano
citadino tal como lo apreciamos en Punto Fijo, por ejemplo; ese rasgo lo hace
regodearse en un “relentamiento” de los procesos productivos al extremo de
aproximarlo al que entendemos como propio de la mentalidad tradicional del
africano. Es lo que yo denomino como la “mentalidad del chinchorro” que define
su apego a dormir la siesta después de almorzar religiosamente a una hora precisa
del mediodía: a las 12 en punto como máximo, después de la cual se hace obligado
ese relax del cuerpo al ritmo del obligado contoneo rítmico o golpeteo de hamaca.
En su peculiar modo de caminar, desplazando los pies a escasa altura del piso, a
paso lento y sin apenas mover las caderas, se refleja vivamente la forma de
presentación física propia del coriano, de carácter afable y noble, pero de una
hondura y firmeza en sus determinaciones que son proverbiales en la geografía
humana de toda Venezuela.
Algunos de los rasgos identitarios y valores fuertemente impregnados de
tierra y de adhesión a sus respectivas localidades y, muy especialmente, a sus
comunidades, son igualmente valederos para tratar otros ejes de la región
falconiana. Soy consciente de que las presentes notas no lograr abarcar la
complejidad del problema y que es necesario mayor estudio y concentración
intelectual para alcanzar mayores imprescindibles precisiones. Quiero que las
tomen y acepten como un ejercicio personal de pensamiento, una voluntad de
correr los riesgos lógicos de enfrentar asuntos hasta el presente no sistematizados lo
suficientemente. Obsérvese, además, que no citado a ningún autor, ni a estudiosos
ni a creadores que han realizado importantes contribuciones al tema de la identidad
del coriano y aun del “falconiano”. En el caso de la Península Paraguaná, por
ejemplo, estoy obligado a reconocer que existen numerosos historiadores, cronistas,
investigadores y escritores cuyos estudios han aportado sustantivamente a la
declaración de la riqueza espiritual, cultural y humana que el pueblo ha logrado
acumular en este territorio tan pródigo en todos los aspectos de la vida social.
Como es válido el recurso de la defensa anticipada antes de que se produzca la tan
necesaria y oportuna crítica, me permito citar a dos personas con un mismo nombre
que, para mi concepto del tema de la diversidad/identidad, me sirven para resumir
su tratamiento en el segundo de los dos ejes seleccionados: los Alí, el Brett
Martínez y el Primera, pero como de ambos del que creo conocer un poquito,
afirmo que su vida y su obra constituyen el más vivo paradigma y significativo
ejemplo del espíritu paraguanero.
Hecha esta aclaración, se concluye esta presentación con la breve alusión a lo
relativo a Paraguaná, tomando en cuenta que fundamentalmente va dirigida al
propósito de servir de reflexión introductoria al tema de la diversidad tanto étnico
como cultural y a un público no suficientemente familiarizado con su referencia a
nuestra región falconiana en su conjunto, por tanto mucho menos a esta otra
porción tan significativa de su territorio a la que no he podido todavía ni tan
siquiera asomarme. En el caso de Paraguaná, con igual propiedad debe volverse a
hablar de modos y estilos de vida tradicionales apegados a la vida rural y marítima
que otra vez terminan por imponer la pauta en cuanto al carácter que predomina
entre sus habitantes, pero con la diferencia de que aquéllos están sometidos a
violentos contrastes con respecto a otras formas de vida social que tienen su origen
en la “antropología del petróleo”.
La referencia común al tema que estamos tratando en ambos ejes debe ser la
de la denominada “cultura de la pobreza”, en ocasiones y en épocas pasadas de las
más atroces de las padecidas por los falconianos, hasta incluso a haber llegado al
hambruna extrema que tiene en las Ánimas de Guasare uno de sus más relevantes
testimonios. Provisionalmente, podríamos hablar de una identidad paraguanera con
dos variantes claramente dibujadas por procesos históricos diferenciados: tal vez el
contraste existente entre el pueblito pesquero de Carirubana y Punto Fijo ilustre
mejor que nada la formación y sostenimiento de estas dos identidades aludidas
coexistentes en un espacio casi a diario compartido, separado incluso por una franja
de terreno accidentado muy pequeña y acortado por la poca distancia que se
necesita para ir de uno a otro lado. En uno la vida vinculada al mar, la pesca
artesanal realizada con embarcaciones generalmente hechas por los pescadores,
instrumentos de trabajo de fabricación manual y modos artesanales de pesca,
marcan una pauta de un espacio más humano, directo, equilibrado, dado a las
relaciones interpersonales, pero pautado por un ritmo de vida enfocado a la relación
con el vecino Punto Fijo, asentamiento urbano donde imperan los comercios, la
agitada vida de los visitantes que vienen a realizar compras instantáneas en su gran
mayoría o negocios a gran velocidad, además de por una población flotante que
hace la mayoría con sus secuelas de prácticas sociales degradantes (léanse: drogas,
prostitutas, juegos ilícitos, asaltos…); en fin, por la violencia y la inseguridad.
En cuanto a la población, en Carirubana, el arraigo y el sentido de
pertenencia al sitio en que se nació y se vive marcan la distancia con su par
contiguo, Punto Fijo, formado por la migración indiscriminada de gente atraída por
el desarrollo del boom del petróleo que ha dejado una huella imborrable en el perfil
del venezolano en sentido general, lo cual se hace más contrastante en los “campos
petroleros”, donde nacieron muchas generaciones que arrastran un dramático/
pesado legado desde entonces y lo llevarán consigo hasta el final de sus vidas en el
que lo más sobresaliente es el desarraigo, generador de la mayoría de los problemas
sociales que se padecen allí y por rebote aquí también. Entre ambos polos,
podríamos situar el “campo paraguanero”, donde la “antropología de la parcela”
pone la nota distintiva: la tierra “pequeña y pobre”, como apunta la canción
“Paraguanera”, de Alí Primera, donde no “existe ni peón ni amo”, es decir, pura
precariedad de vida, gente de mano callosa que sueña con la ansiada agua con que
mitigar la aridez del terreno, pero que no le impide anhelar el bailecito con “violín
y clarinete”. A consecuencia de la muerte de su padre en Coro, la vida azarosa a
que se ve obligada a someterse la familia del propio autor de la canción aludida, en
su recorrido por la accidentada y aciaga geografía de la Península, desde San José
de Cocodite hasta la playa, proporciona los principales elementos con que podemos
hacernos una elocuente foto de esa otra “ecología” o nicho natural del que brotó el
paraguanero, no exento de contradicciones ni contrastes, más marcados en relación
con el tipo humano que hemos definido como el coriano-serrano.
Rituales y fundamentos ambientalistas en Las Turas:
Bases esenciales y contradicciones actuales encontrados en los procesos
investigativos.
Por Ender Rodríguez, Fidel leal y danzantes de Las Turas entrevistados
Universalmente los pueblos, etnias y culturas milenarias han expresado sus
profundas vivencias y facetas de la vida a través de eventos rituales para fines
diversos como el nacimiento de nuevos miembros de la comunidad tribal, el paso a
la pubertad, el matrimonio, la iniciación shamánica, la curación, la muerte, los
combates, la solicitud de buenas cosechas, etc.
Las danzas indígenas en Venezuela que se realizan en los diferentes estados
donde se conserva dicho patrimonio espiritual - ancestral nos enmarca en la danza
de Las Turas como continuación de la estructura ritual aborigen que sobrevivió a
los tiempos de la colonia y ante la modernidad trayendo consigo cambios
estructurales y dinámicos. Los indígenas Jivi y Ye´kuana en el Amazonas y los
Pemón en la Gran Sabana, realizan danzas en forma circular donde tomados por los
brazos dan pasos hacia adelante y hacia atrás utilizando instrumentos como el
cacho de venado, las flautas de carrizo o bambú, las maracas y otros variados
instrumentos que elaboran con elementos de la naturaleza.
Sobre el motivo de las danzas aborígenes y específicamente de las
comunidades Yu´pa en la sierra de Perijá en el estado Zulia, Acuña (1.999) resume
que en las diferentes motivaciones de las diversas danzas realizadas por esta etnia
se encuentra representada la simbología de la siembra y el agradecimiento a los
espíritus de manera vital cuando señala:
“La danza es utilizada igualmente como forma de trasmitir conocimiento de pedir protección las entidades sobrenaturales que gobiernan los acontecimientos, y sobre todo a aquella que se relaciona con el medio esencial de subsistencia, en este caso, la agricultura. Así ocurre con la danza Cushe en honor a Oseema” (Acuña, 1.999, p.117).
En la danza ritual de Las Turas existente en algunas regiones del antiguo
territorio Ayamán entre el estado Lara y el estado Falcón persiste una
manifestación espiritual donde participan los habitantes de una población
determinada, los espíritus divinos, buenos espíritus
y seres a los que los Ayamanes agradecían sus favores recibidos por las buenas
cosechas, abundantes lluvias y plantas medicinales presentes en los bosques y por
la buena salud de los pueblos de descendencia indígena según se puede notar en las
investigaciones y descripciones de Domínguez (1.984) sobre las Turas, cuando
puntualiza:
“En el caso de la Tura Grande se efectúan ceremonias rituales con el fin de pedirle a la madre naturaleza que proteja la siembra y en la Tura Pequeña se realizan actos para con el objeto de rendirle pleitesía y simbólicas ofrendas a las potestades divinas en prueba de agrade-cimiento por haberles proporcionado una buena recolecta de frutos” (Domínguez, 1.984, p. 59).
El área de investigación en la cual han trabajado, recabado información,
replanteado y estructurado el análisis del problema entre ritual ambientalista y sus
contradicciones actuales, Fidel Leal y Ender Rodríguez, se circunscribe a la
temática del equilibrio ecológico y la relación del rito con una visión de la
naturaleza en el hoy cotidiano, ya muy transformada, trastocada y quizás algo
dramáticamente conflictuada.
Existen Fundamentos Ambientalistas presentes en la danza ritual de Las
Turas tomando en cuenta que fundamento implica cimiento o principio y
ambientalista. Lo cual, define una acción de protección del medio ambiente.
Normalmente los antropólogos han estudiado la danza de las Turas en su conjunto
de una manera global aportando grandes descubrimientos en el campo de la cultura,
antropología y sociología sin embargo, sobre los problemas generados con el paso
de los años y sobre las relaciones cultura-tiempo-espacio de cara a las
transformaciones y a la transculturación, poco se ha investigado. El planteamiento
del problema se ubica en destacar realmente en dicha práctica ritual los
fundamentos ambientalistas que la sustentan en gran parte como danza, y ello se
puede comprobar y verificar a través de la observación, recopilación de
información bibliográfica, investigación de campo y otros elementos.
El problema concierne específicamente a los Fundamentos Ambientalistas
presentes en la danza ritual de las Turas de la parroquia Mapararí del municipio
Federación del estado Falcón.
Hoy en día es conveniente enfocar una serie de realidades que giran entorno
al sistema cultural en donde pueden surgir algunos efectos ligados al medio
ambiente como parte de los ritos algo transformados.
El problema planteado involucra investigación y acción en torno a la
tradición cultural y la realidad crítica en la forma de vida de los cultores y
herederos de esta tradición milenaria. De esto depende la sobrevivencia de la
danza ritual de las Turas y de sus herederos, los descendientes de la cultura
indígena Ayamán.
Por otro lado, el medio ambiente cercano a las comunidades tureras se
encuentra en graves problemas presentando unos desequilibrios tales que generan
una dualidad en la relación en que se vivencia en la danza ritual con respecto a la
realidad cotidiana del pueblo que la practica. No se puede obviar que los rituales a
su vez, pertenecen a las vivencias profundas que se dramatizan en las celebraciones
pero, también las ceremonias rituales pertenecen al mundo del inconciente
colectivo por tanto, se mantienen a veces a la par de cambios y contradicciones
presentes en la realidad de los pueblos.
Los diferentes trabajos de investigación sobre Las Turas han arrojado
información global y bastante extensa sobre el ritual, sus símbolos, estructura,
elementos pero específicamente no se ha recopilado, evaluado e investigado más a
fondo la relación danza ritual - ambiente y a su vez, esta relación ante la realidad
cotidiana de los pueblos en la actualidad.
Se puede notar que normalmente existe una actitud de idealización hacia las
culturas milenarias o de descendencia aborigen que se expresa en la observación y
afirmación de valores culturales conservados como intactos pero, a la hora de
interpretar los cambios, desequilibrios, la evolución y dinámica cultural u otros
procesos se tiende a obviar la realidad o a veces no tomarla en cuenta por lo
complejo de la situación más en el caso de la relación ritual-medio ambiente.
Por ello, se hace necesario ahondar en la problemática actual, proponer salidas,
comparar los modelos culturales y fundamentos ambientalistas de la danza para
tomar elementos de revalorización y de concienciación del ritual de Las Turas
Se ha notado la ausencia de investigaciones realizadas sobre las relaciones
ambiente - cultura ritual en la cotidianidad, y cómo afectan las transformaciones y
cambios actuales en la propia danza por cuanto los estudios, se han basado más en
el pasado o en la estructura ritual ideal como sistema cultural ancestral.
De igual manera, en la zona del municipio Federación y en la sierra en
general se carece de alguna biblioteca con material antropológico, sociológico o de
índole cultural ligado a estudios de Las Turas de décadas anteriores y menos aún
con material de actualidad. Quienes han investigado el ritual de Las Turas rara vez
o prácticamente, nunca han dejado en las comunidades o en los centros culturales
institucionales cercanos a los pueblos tureros algún aporte bibliográfico, copia de
su trabajo de investigación, grabaciones, material audiovisual, etc.
Volviendo al tema rito-ecología se podría notar que: El mundo espiritual en
que se genera el mismo ritual ha estado profundamente ligado al ambiente en un
contexto que une geografía, religiosidad y vida cotidiana en una sola dimensión
donde los espíritus forman parte de su mundo real y concreto. La devoción y
vocación espiritual que se mantiene en la danza pertenece y da sentido a la vida de
los habitantes de las comunidades tureras y descendientes Ayamán en cuanto que
los tureros se han definido en el tiempo como agricultores, recolectores, cazadores
y actualmente con las transformaciones se dedican a la producción y también a la
cría de animales donde igualmente la danza sostiene el modo de vida del turero en
su medio rural y lo proyecta más allá de lo terrenal donde espiritualidad, fe y vida
van de la mano en una relación directamente proporcional entre espiritualidad,
manejo del medio ambiente y actividades diarias.
Strauss (1.992) sintetiza la relación directamente proporcional que existe
entre medio ambiente y rito refiriéndose a la danza de Las Turas, cuando expresa:
"Como ritual agrícola estuvo vinculado, además con la fertilidad" ... "Forma parte de este ritual el árbol sagrado y el palacio como elementos esenciales. En torno a este último se danza durante dos días" ... "Con el primer vaivén tratan de representar la lucha que los agricultores sostienen constantemente para defender el plantío" (Strauss, 1.992, p. 142).
Como vemos Strauss relaciona perfectamente cada elemento dentro del
ámbito de lo sagrado en armónica unión con el ámbito del ambiente circundante de
los pueblos de descendencia Ayamán y a su vez con el pensamiento religioso de los
habitantes tureros donde se verifica la relación directa entre danza espiritual –
fundamento ambientalista y naturaleza .
La flora y la fauna como principales elementos que acompañan el gran
contexto geográfico de la naturaleza como centro, hacen complemento como
símbolos en el rito y a su vez, dan sentido y significación al mismo. Rivera y
Salazar ( 1.980) resumen algunos eventos ligados a la danza de Las Turas donde se
puede identificar la relación de los elementos de flora y fauna en las acciones
ceremoniales cuando expresan:
“Los movimientos ejecutados de diestra a siniestra o viceversa obedecen además,según ellos, a que esta fórmula tiene la virtud de no permitir que los espíritus malignos traspasen el círculo de los danzantes y dañen los frutos o animales presentados en la simbólica ofrenda tributada a la naturaleza" ... "La música con que se danza en las Turas está constituida de varios toques o sones, entre los cuales figuran los conocidos con los nombres de "turupial", "gonzalo" o "gonzalito", "el murciélago", "la paloma", "el descansao", "Las hormigas", "el golpeao", "el chorro de agua", "el sapo lipón", "la carrera del venado", "el ensaye" y "el embariquizador" (Rivera y Salazar, 1.980, p. 263).
En el texto de Rivera y Salazar se logra ubicar la relación de los sones con la
función de acción de los animales como representación de la fauna integrada al
ritual y dando sentido al mismo.
Los nombres de los animales en la ceremonia ritual implican protección o
equilibrio de la naturaleza para con el hombre y armonía en los cultivos (son del
sapito – animal benefactor, son del chorro de agua) . En algunos casos al contrario
se expresa el aspecto negativo reflejado en los daños ejemplificados en la acción de
las hormigas (son de las hormigas) que deben ser apartadas de los conucos a través
de sonidos, gritos y golpes al suelo para ahuyentar a su vez, a los vientos
perjudiciales.
La relación hombre-mujer en relación a la naturaleza y la danza están
igualmente fusionados en los sones y en las acciones rituales por cuanto ellos
actúan y son protagonistas en cada acto y más en el caso de la mujer como parte de
la estructura de la danza representando a la reina de las Turas y simbolizando a su
vez, la figura latente de la fertilidad y generadora de lo fructífero y la siembra a
través de su labor cuando por ejemplo al final del ritual de Las Turas reparte las
semillas de caraotas y otros rubros a los propios tureros.
Según el testimonio oral de Simón Castillo, importante turero de la
Comunidad San Pedro de Mapararí, el problema ambiental en su comunidad se
debe ligar a problemas externos a la acción de los habitantes del caserío como lo
expresa de manera textual:
“Cerca de nuestra comunidad hicieron una laguna de oxidación que ya hoy es el crío de muchas enfermedades y sin nosotros saber las aguas sucias de Mapararí fueron enviadas a la quebrada que hace cinco años usábamos para tener agua. Esta quebrada pasa por toda la comunidad cargando basura y malos olores. Antes podíamos usar el agua de una naciente que estaba cerca de San Pedro, en el terreno del señor Daniel Rivero, el guardia. Entonces un día no dejó que la comunidad usara el agua porque el decía que era de él y así poco a poco nos hemos visto sin nada.”
Se puede observar que extrañamente el ritual se puede contextualizar en una
filosofía del equilibrio natural y de acción ambientalista ancestral como concepto
cultural pero, la paradoja se evidencia cuando en la actualidad ni siquiera los
pueblos poseen los recursos naturales a disposición para desarrollarse gracias a la
acción de terceros sobre la comunidad (Estado, sector privado, otros). Los pueblos
menos aún poseen servicios públicos básicos viviendo entonces en la precariedad y
la pobreza fruto de muchos años de abandono estatal.
El señor Fernando Palencia, importante turero de la Comunidad El Tigre de
Mapararí comenta sobre la problemática ambiental lo siguiente:
“Nosotros hemos tenido problemas con el agua que antes usábamos de diferentes nacientes. Hoy en día, las cosas han cambiado y también la naturaleza. Ya no hay casería y por tanta tala del bosque ahora es más difícil tener agua porque para poder llover se necesita que las montañas mantengan el agua para que luego podamos tener agua gracias a las lluvias”.
Anteriormente los pueblos Ayamanes mantenían relaciones estrictamente
ambientalistas con la naturaleza y manejaban un parentesco espiritual con la tierra
y sus elementos considerándolos como sagrados especialmente las nacientes,
cerros, y árboles manteniendo con los animales y plantas una manera de
comunicación trascendental como parte de la vida en las facetas de la siembra, los
vientos, el sol, la luna, la actividad humana, etc. Hoy en día, los pueblos de
descendencia Ayamán han crecido e intentan recobrar el tiempo perdido al igual
que su cultura, la cacería ha escaseado, zonas de montañas y bosque han sido
taladas o quemadas, las tierras han sido vendidas y otras tomadas por hacendados o
terratenientes y el agua ha disminuido sus caudales. Algunas nacientes han
desaparecido y el verano se mantiene de manera prolongada cambiando el tiempo
más de lo normal.
A nivel legal internacional recientemente, la UNESCO ha reconocido y por
tanto podrá declarar Patrimonio Cultural de la Humanidad a las obras y
manifestaciones de patrimonio intangible, inmaterial y oral constitutivas de las
culturas milenarias u obras artísticas o de otro tipo presentes en el mundo. Como
un gran avance en el reconocimiento de lo intangible, actualmente se pueden
incluir a las culturas y manifestaciones folklóricas a nivel universal y mundial en el
cual Las Turas y las manifestaciones indígenas tienen derechos a ser valoradas
como parte del patrimonio cultural de la humanidad y por tanto recibir mayor
apoyo en cuestión.
Por tanto, los pueblos Ayamanes deben ser reconocidos en la práctica real
como patrimonio humano y por tanto, deben recibir entonces un trato especial
como pueblos constitutivos de nuestra venezolanidad y en especial sus cultores.
Igualmente los pueblos de descendencia indígena y las etnias o comunidades
aborígenes mantienen de manera generacional y milenaria una relación armónica
con el medio ambiente. De allí se deriva que no sólo son patrimonio humano por
conservar valores socioculturales que preservan en sus modos de vida y en sus
niveles de organización comunitaria, sino también, por su histórica tradición
ambientalista y de convivencia con la naturaleza en términos de comunicación
mística y espiritual.
En la Ley Penal del Ambiente se reconoce una acción ecológica milenaria
como fundamento presente en las culturas indígenas. En el artículo 67 de esta ley
publicada en Gaceta Oficial No. 4358 Extraordinaria del 3 de Enero de 1.992 y
haciendo alusión a la Constitución Nacional de Venezuela de 1.961 se plantea lo
siguiente:
“Hasta tanto se dicte la Ley de Régimen de Excepción para las comunidades indígenas que ordena el artículo 77 de la Constitución de la República, quedan exceptuados de las sanciones previstas en dicha ley, los miembros de las comunidades y grupos étnicos indígenas, cuando los hechos tipificados en ella ocurriesen en los lugares donde han morado ancestralmente y hayan sido realizados, según su modelo tradicional de subsistencia, ocupación del espacio y conveniencia con el ecosistema”.
Sobre el ritual de Las Turas podemos encontrar los trabajos de investigación
y ensayo realizados por Luis Felipe Ramón y Rivera y Salazar, Arturo
Domínguez, Miguel Acosta Saignes, Rafael Strauss, Ramón Querales, Isabel
Aretz y Gilberto Antolinez.
Luis Felipe Ramón y Rivera y Salazar (1.980) realizan un estudio de las
Turas a manera de resumen en el texto “Fiestas y Danzas Folclóricas de
Venezuela”. La síntesis referida se basa en la descripción de algunos elementos y
características de la danza de descendencia Ayamán. Esto incluye a su vez, lo
relacionado con flora y fauna de manera ilustrativa y general para el lector. En el
libro “Danzas y Fiestas Folclóricas de Venezuela” se nombran algunas danzas
indígenas realizadas en diversas zonas de la geografía nacional sin realizar un
enlace comparativo entre el ritual de las Turas y los demás rituales aborígenes.
Arturo Domínguez (1.984) en su libro “Vigencia de un Rito Ayamán en
Las Turas” de la Biblioteca Nacional de la Historia, igualmente como en la obra
mencionada anteriormente de Rivera y Salazar, Domínguez realiza un estudio
descriptivo y analítico muy bien estructurado ampliando la información desde
observaciones y testimonios orales de manera complementaria para lograr ofrecer
al lector una amplia gama de áreas de interpretación y de descripción del ritual.
En dicho ensayo se puede relacionar de mejor manera los elementos ambientales en
Las Turas y sus fundamentos constitutivos.
Miguel Acosta Saignes (1.949) en el libro “Las Turas” desarrolla un
trabajo de investigación antropológica similar a la realizada por Domínguez,
resaltando en el caso de Saignes, los elementos constitutivos de la danza en el
estado Lara. Mas adelante, el investigador hace mención al “Reglamento de Las
Turas” escrito en 1.891 realizado en Quebrada Grande, estado Lara y a la vivencia
de la expedición realizada junto a un reportaje fotográfico de descendientes
Ayamanes como complemento de su obra.
Rafael Strauss (1.992) en su libro “El Tiempo Prehispánico de
Venezuela” publicado por la Fundación Eugenio Mendoza realiza una síntesis de
la Venezuela Indígena conectando todas las relaciones entre pueblos aborígenes y
dibujando todo el escenario de historia y vivencias entre las etnias para finalmente
y de manera muy resumida nombrar el ritual de Las Turas mencionando algunos
aspectos del mismo.
Ramón Querales (1.995) en su libro “Los Ayamanes hombres de sol y
agua”, publicado como Cuaderno Escolar con fines pedagógicos y de promoción
de la identidad regional, desarrolla toda la temática del lado esencialmente humano
en las Turas. Los orígenes del pueblo Ayamán y todas las características de sus
personas y cultura, territorio, religiosidad y otros aspectos que nos muestra el
espectro humano alrededor del cual se realiza el ritual de Las Turas.
Gilberto Antolinez (1.995) en su libro “Los Ciclos de los Dioses” Folklore
y Mitología de Centro Occidente, amplía el análisis y las interpretaciones sobre el
ritual de Las Turas en algunas páginas del libro a manera de artículo de prensa,
logrando en tan poco espacio desarrollar un trabajo de profundización, análisis
comparativos e incluso de imaginación para generar debate y dar aportes
significativos al respecto. Este autor trata de responder de manera acertada a
diferentes interrogantes sobre el mundo animal-espiritual y vegetal de Las Turas
como un todo unificado.
Isabel Aretz (1.991) en el libro “Música de los Aborígenes de Venezuela”
hace una muy breve descripción de la danza de Las Turas y principalmente
presenta una análisis musical y las partituras de los diferentes sones tocados en esta
danza como un aporte a la expresión musical del ritual y la reconstrucción de los
sones a partir de las piezas escritas en un minucioso trabajo realizado en 1.947.
Garaudy (1.995, p. 108) sintetiza la función vital que materializa el hecho
religioso cuando demuestra que en la esencia de todas las religiones se plantea la
liberación del ser humano de toda fuerza maligna. La desviación espiritual y
material se presenta cuando las religiones se institucionalizan desde posiciones de
poder y diluyen su verdadero sentido de ser. Desde el punto de vista ritual, en las
religiones y cosmovisiones aborígenes la fuente espiritual que acompaña la fe
desde creencias ancestrales se mantiene viva en los pueblos de descendencia
indígena y transformada mediante el mestizaje. En el caso de Las Turas, se da una
relación de sincretismo religioso donde catolicismo y fe ancestral se funden
misteriosamente logrando crearse una nueva lectura de la fe.
Garaudy (1.995, p. 108) nos acerca al pensamiento esencial presente en el
ser espiritual, cuando dice:
“Hay en Dios una dimensión cósmica del ser humano en Jesucristo cuando por encima del saco de piel que parece rodear la naturaleza entera se convierte en su cuerpo y su dimensión comunitaria, cuando cada cual se siente personalmente responsable del destino de cada uno de los demás seres humanos”. Se puede encontrar entonces una relación intima y personal y necesariamente
comunitaria donde cada quien es parte de cada cual y la comunidad es parte del
sentimiento y preocupación de todos y cada uno como se puede notar en las
relaciones y en la manifestación total de las culturas primitivas y rituales.
Geertz (1.992, pp. 118-119) se refiere al ethos de los pueblos milenarios
conceptualizándolo como el carácter, el tono y calidad de la vida, la disposición de
su ánimo y la actitud de un pueblo ante sí mismo. El ethos implica los aspectos
morales de una cultura. Los aspectos cognoscitivos y existenciales se enmarcan
en la “cosmovisión” o en la visión que tiene cada etnia sobre el mundo.
Alrededor de ambos aspectos, ethos y cosmovisión, como componentes de diversas
significaciones, encontramos los símbolos que sintetizan las características de los
rituales, los mitos y la expresión de una población aborigen.
Los símbolos según Geertz (Ibidem) sean una cruz, una media luna, el
círculo, una serpiente emplumada u otro, denotan la cualidad de la vida emocional
y espiritual. Estos símbolos sagrados pertenecen a un sistema de significados.
En los descendientes de los Ayamanes, depositarios del ritual de Las Turas,
encontramos en su conformación como pueblo un ethos propio, una “cosmovisión”
y unos símbolos que entre todos dan sentido a la totalidad de la cultura en estos
habitantes a pesar de los cambios, el debilitamiento de sus estructuras ancestrales y
el deterioro de su calidad de vida.
Voces de los pueblos, testimonios de la tierra herida
La investigación realizada por Ender Rodríguez y Fidel Leal (2.001-2002),
enmarcada como de Campo – Vivencial, se da como producto de las visitas,
expediciones e incursiones en experiencias rituales indígenas y específicamente en
las Turas. Tales vivencias potencian cada elemento descubierto en el transcurso de
la metodología y a su vez, forman parte de la acción anterior al mismo trabajo
realizado desde una intervención en las comunidades depositarias de la cultura
Ayamán, donde a través de encuentros, reflexiones y actividades diversas se ha
intentado promover una reanimación de la tradición ritual.
Se ha entrevistado y logrado plasmar la voz de los pueblos, desde algunos de
los principales representantes de Las Turas en las comunidades presentes en la
parroquia Mapararí del Municipio Federación. De la comunidad de San Pedro se
hizo la entrevista a: Casiano Castillo (Segundo Capataz), Graciela Antequera
(Reina), Ángel Colina (Cachero) y Santos Castillo (Flautista). De la comunidad de
El Tigre se realizó la entrevista a: Julio Cesar Camacho (Capataz), Eufemia
Gonzáles (Reina), Juan Chirinos (Cachero) y Rolando Jiménez (Jefe de Patio y
Cachero). Se entrevistó a Nasser Navarro (Cachero) como representante de Las
Turas de Mapararí, y a todos los representantes de esta cultura, tal como sigue:
Sra. Graciela Antequera. Reina de Las Turas
San Pedro de Mapararí, 2.001
Dentro de las Turas mi función es ser la Reina, hacer la chicha, vestir la
cruz y cuidar todas las ofrendas del palacio. Para nosotros la naturaleza tiene
mucho que ver con el baile porque Las Turas se tocan con fe para que se den las
siembras. Hoy en día hemos tenido problemas porque ha faltado agua y la
contaminación nos dejó sin poder usar la quebrada que teníamos en la comunidad.
Antes estábamos tranquilos y felices como unos pajaritos, nos bañábamos y
usábamos el agua de la quebrada para todo porque estaba limpia.
Hace muchos años, había montañas y mucha siembra de maíz, caraota, yuca
y muchos productos. Entonces, trajeron las vacas. Muchos vendieron las tierras y
el alrededor se convirtió en potrero. Así se ha ido el agua. Antes todo era muy
lindo, la comida sobraba por todas partes.
Sr. Casiano Castillo. Capataz de Las Turas
San Pedro de Mapararí, 2.001
En las Turas mi función es ser el Capataz, tengo que tener un manatín para
cumplir mi función. Yo soy la autoridad en el patio de Las Turas y debo velar
porque las cosas se hagan bien, con respeto al ritual porque Las Turas son algo
muy serio. Tienen la protección de los espíritus divinos pero también se debe
seguir de cerca toda su forma de hacer las cosas. Las Turas son de Dios.
La naturaleza está representada en Las Turas, el agua, el maíz y todo lo que
sembramos porque si no es por Las Turas no tendríamos nada. Yo me acuerdo un
señor que tenía un conuco y siempre tenía problemas con la siembra, porque
perdía todo y entonces al tener casi todo acabado el conuco busca ayuda en Las
Turas y se hizo creyente de ellas. La siembra de maíz se le dio tan bonita que
hasta le sobró maíz y caraotas para compartir con los vecinos.
A los espíritus les pedimos, la naturaleza en el jaguey es donde está la fuerza
Ahora han destruido las montañas, las han dejado sin bosque. Las aguas las han
contaminado porque ahora dicen que están muy contaminadas, muy sucias. De ahí
no se puede tomar agua ni hacer nada.
Sr. Santos Castillo. Flautista de San Pedro
San Pedro de Mapararí, 2001
Yo siempre sentí un llamado de atracción por Las Turas. Mi papá me
empezó a enseñar sobre Las Turas desde muy pequeño y ahora tengo más de
quince años en esto y cada vez, mi devoción crece. Yo creo que voy a morir con
Las Turas así como mi familia. Algo tradicional de los ancestros hace que yo
tenga adentro una fuerza por ser flautista de Las Turas. Yo toco es la Tura
hembra la de dos huecos, una de las más difíciles de tocar. Me acuerdo cuando
estaba pequeño y en el conuco. Yo sentía que sonaban Las Turas y me sentía como
si me llamaran a mí para algo.
Se trata del maíz, uno le pide a los espíritus brindando con la mazamorra de
maíz y se hace una ofrenda como una concentración con la naturaleza. La
naturaleza tiene mucho que ver con todo lo que pasa y no pasa en Las Turas.
Nosotros hemos tenido problemas con la naturaleza, los hemos vivido. Las
aguas negras de Mapararí contaminan la quebrada y una naciente de agua dulce.
Nos quitaron ese don del agua limpia. Ahora nos toca esperar que el agua venga
por un tubo cada tres días. Antes, jugábamos y nos beneficiábamos más de la
naturaleza.
Sr. Angel Colina. Promotor de Las Turas en San Pedro
San Pedro de Mapararí, 2.001
En las turas mi función es ser el coordinador y el portavoz de los tureros
velando por el destino de Las Turas. También soy tocador de Turas, cachero y si
es necesario toco la flauta. La naturaleza es la fuente de todo. De allí, es desde
donde sale todo porque la fe nuestra se conecta con los espíritus de la naturaleza.
A través de esa fe para Dios y la naturaleza se consigue bienestar en la agricultura
y para evitar la enfermedad . Se le pide también a las animas de antepasados
tureros y mayordomos para que los animales del monte que también tienen su
época de cosecha, nos alimenten y que haya frutos silvestres.
Una de las problemáticas más terribles es la contaminación por causa de
Hidrofalcón o el Ministerio del Ambiente porque mandaron a colapsar el dique de
la laguna de oxidación, reventaron el dique, de las aguas negras de Mapararí y
eso causó la contaminación de la naciente de la comunidad y de otras fuentes de
agua.
Sr. Nasser Navarro, Segundo Capataz de Las Turas de Mapararí.
Mapararí, 2.001
Supongo que cada individuo posee por naturaleza, una inclinación hacia
algo, en el aspecto cultural y espiritual; en este sentido, el ritual de las Turas en
todos sus componentes llevará esa aspiración. Yo sentí un llamado cargado de
magia y fuerza telúrica al que no pude escapar, más tarde fui aceptado por la
cofradía turera desde hace ya, aproximadamente 20 años.
Me desempeño como cachero mayor y también como promotor, además soy
dueño de patio hace 9 años.
Esta es una actividad que nace en pleno corazón de la naturaleza y para
rendirle culto a esta. Por eso las Turas son ambientalistas perse.
En el desarrollo de un ritual turero, el medio ambiente está
permanentemente conectado como principio naturalista, al dispensarle un
profundo respeto al agua, a la tierra, a los árboles y a la fauna silvestre.
El aspecto religioso de la danza está intrínsecamente vinculado a sus
orígenes, ya que de alguna manera se le rinde culto a las deidades de los
aborígenes, como son los espíritus que resguardan la fauna y la flora, así como
también a la luna, la tierra y al sol.
Con el correr inexorable del tiempo, el cristianismo y la religión católica se
sincretizaron con el ritual de las Turas con visos de religiosidad que se manifiesta
en toda nuestra cultura nacional. Esta presencia se manifiesta por medio de la
santísima cruz como componente del altar turero y la presencia de la virgen de las
mercedes en el seno de la celebración y en la visión de la comunidad turera
descendiente de la raza Ayamán.
Sr. Julio César Camacho. Capataz de Las Turas de El Tigre.
El Tigre, 2.001
Desde niño he sido un agricultor pero, me impresionó lo sucedido en
una época de mucho verano. Hice un llamado espiritual a Dios para recuperar mi
cosecha y logré tener mucha fertilidad.
Le ofrecí a Dios un brindis de chicha hecha de maíz de la cosecha y la llevé
a bailar y tocar Turas todos los años.
Yo soy el capataz, porque en el patio tengo que poner orden, evitar la
tomadera y todo lo que irrespete a los espíritus y a Dios.
Aquí todo está muy relacionado, los árboles, el agua, las nacientes, los
conucos. En el bosque o en la montaña buscamos un árbol muy grande y lo
seleccionamos para ser el árbol de la basura porque allí votaremos la basura
sagrada que será vigilada por los espíritus. La basura no contamina porque es
puro vegetal y se convierte en abono.
Las Turas son algo muy sagrado, la danza es sagrada porque se le baila a
Dios, los santos y los espíritus. Todo allí es una religión que nosotros hacemos
desde hace muchos años.
Sra. Eufemia Gonzáles. Reina de Las Turas de El Tigre.
El Tigre, 2.001
Desde hace años que yo participo en Las Turas porque mi familia siempre
fue muy devota de Las Turas y así siempre fue conmigo.
Al principio fui danzante de Las Turas con otras mujeres. Después he
llegado a ser Reina y siempre me siento muy feliz de serlo porque eso se lleva en la
familia y con amor hacia Las Turas, con respeto. Yo uso una corona que hice con
caraotas, quinchonchos y frijoles y ella representa la agricultura y la cosecha.
Existe mucha relación porque nosotros bailamos todo por agradar a los
espíritus de la naturaleza y Dios. Todo lo de Las Turas se hace por conseguir
buenas cosechas y mejores tiempos para nosotros.
Las Turas es una ceremonia nacida de los espíritus divinos y todo lo sagrado
para que haya buenos frutos. No se permite la burla del baile. Nosotros creemos
mucho en los espíritus.
Sr. Juan Chirinos, Turero de El Tigre.
El Tigre, 2.001
He sido turero porque la bendición de una buena cosecha fue lograda en un
tiempo muy difícil y así todos nos hemos unido a Las Turas. La mayoría de
nosotros ha recibido la gracia de tener una fe de la que recibe los frutos siempre.
En el ritual yo soy cachero grande o el segundo cacho ya que su sonido es
más fuerte y va al compás de la flauta.
La naturaleza siempre es parte de Las Turas. Fíjense que nosotros tenemos
presentes en las siembras, en las enfermedades y en la vida siempre allí a las
Turas. Si hay personas malas que se portan de malas maneras la naturaleza no les
beneficia con frutos sino que recibe mala suerte. Los cultivos no se les dan y le
suceden cosas extrañas.
Las Turas como danza hay que hacerla con amor, con creencia en los
espíritus y los santos que nos ayudan con lo que sembramos. Aquí también la
celebramos en honor a Dios y a Santos, en actividades especiales o en algunas
fiestas patronales.
Sr. Rolando Jiménez Salones. Turero de El Tigre
El Tigre, 2.001
Yo soy turero porque mi madre me trasmitió toda la tradición como un
testimonio. Yo siempre he tenido la tradición y la fe como algo muy serio. Soy
rezandero y le encomiendo a los santos todo en la vida. Cuando alguien muere yo
le rezo y así es con las Turas yo soy uno de los dirigentes junto al capataz de aquí.
Yo soy cachero porque toco el cacho junto a la maraca. A mí siempre me
buscan por la fe que yo le tengo. Yo creo que algunos buenos espíritus me
protegen, porque algunas veces personas malucas me han intentado echar una
broma y ¡Mire! Han salido mal ellos.
En muchas formas. Por ejemplo: El altar de Las Turas se hace a las 12 del
mediodía colocando 5 cruces de madera de diferentes tamaños que se ponen con
miras a la salida del sol, rodeados de ofrendas como frutos, dulces, caraotas y
otros. Hay que ofrendarlas y bailarlas en sones de Turas para poder retirarlas
después del patio. Algunos frutos se utilizan en la fabricación de comida y el resto
de elementos forman parte de la basura. Todo lo que hacemos tiene que ver con la
naturaleza.
Todo lo que se realiza en Las Turas debe ser sagrado y no se puede aceptar
animales ajenos a la danza. En el árbol seleccionado de la basura debe haber
piedras espirituales cerca para hacer brindis y ofrendas porque los espíritus se
merecen el agradecimiento.
Glosario:
Arepa pelá: Comida tradicional venezolana (la arepa), hecha con maíz
pelado, es decir se procesa el mismo al ser cocinado con apenas un poco de cal para
buscar que esa cocción logre soltar el envoltorio del grano de maíz, para luego
cocinarlo y preparar la masa de la respectiva arepa.
Arepa pilá: Comida tradicional venezolana (la arepa), hecha con maíz
pilado, es decir se procesa el mismo al ser golpeado en un pilón, para luego
cocinarlo y preparar la masa de la respectiva arepa.
Ayamanes: Representantes de la etnia Ayamán, de los indígenas que
habitaron en los territorios de lo que actualmente son los estados Falcón y Lara.
Baile de Las Turas: Popularmente se conoce a la danza ritual de Las
Turas como “Baile de Las Turas” a pesar de que los investigadores diferencian bien
lo que es danza de lo que es baile.
Cachero: Ejecutante de Las Turas y tocador de cacho de venado.
Capataz: Segunda gran autoridad tribal en las Turas.
Conuco: Sistema o estructura tradicional de cultivo biodiverso presente
en las culturas rurales como eje de la producción agrícola de sentido ancestral
ambientalista.
Conuquero: Persona que vive trabajando permanentemente en el conuco,
enlazado en ese sistema de vida cultural.
Cosmovisión: Visión del cosmos propia de todos los pueblos milenarios.
Interculturalidad: Relación entre culturas.
Jaguey: Nombre que dan los tureros a una naciente.
Maíz jojoto: Maíz que se encuentra tierno, o que no ha secado
completamente, su consistencia es blanda y su sabor tiende a ser algo dulce.
Manatín: Elemento ritual a manera de rejo que utiliza el mayordomo para
poner orden en el patio de Turas. El mismo contiene varios nudos que han sido
rezados en honor a un santo o santa.
Mayordomo: Primera autoridad tribal en Las Turas.
Mazamorra de maíz: Chicha de maíz.
Palacio: Altar realizado especialmente para el ritual donde se ejemplifica la
función del árbol sagrado.
Patio de Turas: Lugar central en el cual se danza y en cuyo núcleo se
coloca el palacio.
Patrimonio: Representa toda la riqueza tangible e intangible cosntitutiva
de la cultura humana. Así mismo, se reconoce el patrimonio natural presente en
las más llamativas manifestaciones de la naturaleza en todo su esplendor.
Pluriculturalidad: Diversidad cultural presente en una localidad, región o
país.
Reina de Las Turas: Mujer elegida para mantener el ritual de la siembra y
simbolizar la fertilidad. Ésta se encarga de realizar la chicha, vestir la corona,
cuidar de las ofrendas y repartirlas al final.
Ritual: Ceremonia mediante la cual los pueblos milenarios y su
descendencia se expresan dando rienda suelta a los mitos, a los sentimientos y
valores colectivos, creencias, visión del mundo y el cosmos y todo cuanto los
circunda junto a las propias facetas de la vida diaria de importancia para éstos.
Tomadera: Acción negativa de tomar bebidas alcohólicas alegremente y
embriagarse en la fiesta ritual de Las Turas, irrespetando así el carácter espiritual
de esta ceremonia.
Turas: Según la mayoría de los investigadores se refiere a la planta
gramínea denominada carrizo o caña brava. Los habitantes de las zonas donde se
realiza el ritual relacionan esta palabra con el maíz cuando expresan: “El maíz está
tureando”
Tureros: Practicantes de Las Turas.
Venezolanidad: Esencia representativa de lo venezolano en sus propias
manifestaciones culturales múltiples asumidas como una unidad.
Vestir la cruz: Frase que refiere a la práctica tradicional de adornar la cruz,
hacerle su vestimenta decorando, pegando o colocando adornos por parte de la
Reina de Las Turas.
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Procesos de realización de la Danza de
Las Turas y procesos de elaboración artesanal
del maíz y la chicha
Por José Millet.
LOS ESPÍRITUS DEL RITO
Foto: Ender Rodríguez / Analógica / Falcón, 2002
RITUAL-TRANSFIGURACIÓN-VIDA-REENCUENTRO