Los publicó Max Aub, por primera

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Los publicó Max Aub, por primeravez, en México D.F., en 1957,arguyendo en el prólogo (Confesión)que se trataba de «material deprimera mano», confesionesrecogidas a asesinos de Francia,España y México: «Todosdesembuchan escuetamente lasrazones nada oscuras que los llevóal crimen, sin otro que dejarsearrastrar por su sentimiento». Siguediciendo Aub que los mejorestestimonios los extrajo de loscuerdos, y que los locos, en contrade lo previsto, le resultaron

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decepcionantes. Esta es unapequeña antología de esosCrímenes ejemplares que procuraevitar la monotonía, que es otrocrimen.

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Max Aub

Crímenesejemplares

ePub r1.0ifilzm 29.03.14

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Título original: Crímenes ejemplaresMax Aub, 1957Retoque de portada: ifilzm

Editor digital: ifilzmePub base r1.0

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ÍndiceConfesiónPrólogoCrímenesDe SuicidiosDe gastronomíaEpitafiosAnejo:

Crímenes suprimidos en laedición de 1969Dos crímenes barrocos

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CONFESIÓNNo hay tantos crímenes como dicen,

aunque sobran razones para cometerlos.Pero el hombre —como es sabido— esbueno, por ser natural, y no se atreve atanto. De las reacciones de los misdifuntos nada digo, por ignorancia. Mebastaron —como autor— las de susasesinos.

—¡Ojalá se muriera! —se dice defulano en un momento preciso pordistintos motivos.

De ahí que el título tenga, en cuantoal adjetivo, antecedentes que suenan aloído menos pintado, y referente al

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sustantivo, el de mi primer drama,escrito a los dieciocho años. Mi mala,sangre por ahí se revela. Otrosantecedentes, aunque plantados altrebolillo, gozan de cierta unidad:Quevedo, Gracián, Goya, Gómez de laSerna. Disparates hicieron los dosúltimos. Reconozco la superioridadliteraria del pintor. De los Disparates alos Desastres de la guerra no hay grandistancia. Las cosas han cambiado algodesde mi primer Crimen, pero ni aqueldramoncillo ni este libelo tienen que vercon la política y sí, tal vez, con lapoesía; con lo que me refuto, habiendoasegurado tantas veces que tienen raíz

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común. A lo mejor, inconscientemente,éste es un libro político, pero no creoque pase de ser un homenaje a laconfraternidad y a la filantropía, sinsalir del limbo. Me declaro culpable yno quiero ser perdonado. Estos textos —dejo constancia— no tienen segundasintenciones: puro sentimiento.

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PRÓLOGOHe aquí material de primera mano.

Pasó de la boca al papel rozando eloído. Confesiones sin cuento: de plano,de canto, directas, sin más deseos queexplicar el arrebato. Recogidas enEspaña, en Francia y en México, através de más de veinte años, no iba —ahora— a aderezarlas: razón de suvulgaridad. Hiciéronlas intentando, sinduda, ponerse a bien con Dios, huyendodel pecado. Los hombres son como loshicieron y querer hacerlos responsablesde lo que, de pronto, les empuja asalirse de sí es orgullo que no comparto.

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Los años me han abierto a lacomprensión. Desembuchanescuetamente las razones nada oscurasque los llevó al crimen, sin otro quedejarse arrastrar por su sentimiento.Ingenuamente dicen —a mi ver—verdades.

Por otra parte, se parecen. ¿A quiénextrañará? Un siciliano, un albanés matapor lo mismo que un dinamarqués, unnoruego o un guatemalteco. No digo queun norteamericano o un ruso, por noherir fuertes susceptibilidades. No hacenalarde, se quedan en lo que son. Se dana conocer con llaneza.

Reconozco que, para hacerles hablar

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sin prejuicios, recurrimos —que no lohice solo— a cierta droga hija dealgunos hongos mexicanos, de la sierrade Oaxaca, para ser más preciso. Perono publico sino lo que fui autorizado porquien podía hacerlo. No doy nombres,pero los tengo. «Da esfuerzo al corazónel vino», se dice en una famosa novelaespañola; no sólo al corazón. El hombre,a veces, no llega solo a sus límites.Grandes escritores he conocido que,como animales, necesitan de expedientespara llegar a lo más y vaciarse. Lo cualno sucede a pintores, ingenieros oarquitectos. Si es superioridad, loignoro. Nadie reconoce de buena gana

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sus faltas. ¿Quién no levanta sus ojos aDios?

Esto que sigue no es sino murmullo—pedestre, pero murmullo. Murmullode agua sobre musgo— como dijo, enfrancés cantarín, un empedernidopecador, con música adentro…

Posiblemente, como casi todo, nodebí publicarlo. ¿Qué añado? Nada. Y sino se añade algo a la historia, nada vale.

El hombre de nuestro tiempo sóloconsidera fracasos. El último gran mitocae ya, no de viejo, sino por potente. Lagrandeza humana sólo se mide por loque pudo ser. No vamos a ninguna parte,el gran ideal es, ahora, la mediocridad;

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vencer los impulsos. En la supuestadignidad de castrarse han muertomuchos de los mejores. En su submundoestos humildes criminales se explicanaquí sin saber siquiera cómo; pero nocreo que den lástima. En eso son tanmediocres como nosotros, que no nosatrevemos a gritar en el enorme procesode nuestro tiempo. Aceptamos lo quenos imponen con voluntad deliberada,no discrepamos, todos conformes.¿Cómo ganarle a la fortuna con la solamano? Empleo, evidentemente, un tonoabsurdo para presentar estos ejemplos.Me falta aliento para hacerlo a la pata lallana, que la retórica tiene eso de bueno:

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muleta y muletas. ¿A quién no se le hancaído hoy las alas? Acobardados hastalos virtuosos, los que no alardean ¿a quéhan venido? Nunca estuvimos más cercade la tierra. Nos tragará sin rastro. No leechemos a nadie la culpa, se perdió lasiembra, tal vez por el mal tiempo.

La sal de la sabiduría no mueve arisa, como no sea a los sabios, que semuerden la cola tras haberse merendadoa sus hijos. ¿Qué hemos labrado? ¿Quéhemos arado? Sólo queda el juego, quedepende del azar. Hay quien, feliz, no secansa de jugar. Yo, sí. También estos queaquí confiesan: el miope, el de la vistacansada, dándose palos de ciego.

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México, 1956.

P. D. En contra de lo que se puedasuponer, sólo dos confesiones vienen deboca de alienados. En general, los locosfueron decepcionantes.

No están ordenados los textos ni porasuntos ni por países, aunque, a veces,para facilidad del lector, se dan en serie.Siempre que pude evité así lamonotonía, que es otro crimen.

Añado bastantes, otros quedanperdidos en cien libretas que no son dehojear con detenimiento, sería no másperder tanto tiempo para tampoco(1968) [1].

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CRÍMENES—NO LO HICE adrede.Yo tampoco. Es todo lo que se le

ocurrió repetir a aquella imbécil, frenteal jarro, hecho añicos. ¡Y era el de misanta madre, que en gloria esté! La hicepedazos. Lo juro que no que no pensé,un momento siquiera, en la ley delTalión. Fue más fuerte que yo.

§LO MATÉ porque habló mal de Juan

Álvarez, que es muy mi amigo y porqueme consta que lo que decía era una granmentira.

§

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LO MATÉ porque era de Vinaroz.§

—¡ANTES MUERTA! —me dijo. ¡Y loúnico que yo quería era darle gusto!

§ES TAN SENCILLO: Dios es la

creación, a cada momento es lo quenace, lo que continúa, y también lo quemuere. Dios es la vida, lo que sigue, laenergía y también la muerte, que esfuerza y continuación y continuidad.¿Cristianos estos que dudan de lapalabra de su Dios? ¿Cristianos esosque temen a la muerte cuando lesprometen la resurrección? Lo mejor esacabar con ellos de una vez. ¡Que no

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quede rastro de creyentes tanmiserables! Emponzoñan el aire. Losque temen morir no merecen vivir. Losque temen a la muerte no tienen fe. ¡Queaprendan, de una vez, que existe el otromundo! ¡Sólo Alá es grande!

§SE MONDABA los dientes como si no

supiese hacer otra cosa. Dejaba elpalillo al lado del plato para, tan prontocomo dejaba de masticar, volver alhurgo. Horas y horas, de arriba abajo,de abajo arriba, de derecha a izquierda,de izquierda a derecha, de adelante paraatrás, de atrás para adelante.Levantándose el labio superior,

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leporinándose, enseñando sus incisivos—uno tras otro— amarillentos;bajándose el inferior hasta la encíacarcomida: hasta que le sangró; un poconada más. Le transformé la biznaga enbayoneta, clavándosela hasta losnudillos.

Se atragantó hasta el juicio final. Notemo verle entonces la cara. Lo gorrinoquita lo valiente.

§SOY PELUQUERO. Es cosa que le

sucede a cualquiera. Hasta me atrevo adecir que soy buen peluquero. Cada unotiene sus manías. A mí me molestan losgranos.

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Sucedió así: me puse a afeitartranquilamente, enjaboné con destreza,afilé mi navaja en el asentador, lasuavicé en la palma de mi mano. ¡Yo soyun buen barbero! ¡Nunca he desollado anadie! Además aquel hombre no tenía labarba muy cerrada. Pero tenía granos.Reconozco que aquellos barritos notenían nada de particular. Pero a mí memolestan, me ponen nervioso, merevuelven la sangre. Me llevé el primeropor delante, sin mayor daño; el segundosangró por la base. No sé qué mesucedió entonces, pero creo que fue cosanatural, agrandé la herida y luego, sinpoderlo remediar, de un tajo, le cercené

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la cabeza.§

EMPEZÓ A DARLE VUELTA al café conleche con la cucharita. El líquidollegaba al borde, llevado por la violentaacción del utensilio de aluminio. (Elvaso era ordinario, el lugar barato, lacucharilla usada, pastosa de pasado.) Seoía el ruido del metal contra el vidrio.Ris, ris, ris, ris. Y el café con lechedando vueltas y más vueltas, con unhoyo en su centro. Maelstrom. Yo estabasentado enfrente. El café estaba lleno. Elhombre seguía moviendo y removiendo,inmóvil, sonriente, mirándome. Algo seme levantaba de adentro. Le miré de tal

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manera que se creyó en la obligación deexplicar:

—Todavía no se ha deshecho elazúcar.

Para probármelo dio unos golpecitosen el fondo del vaso. Volvió en seguidacon redoblada energía a menearmetódicamente el brebaje. Vueltas y másvueltas, sin descanso, y ruido de lacuchara en el borde del cristal. Ras, ras,ras. Seguido, seguido, seguido sin parar,eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta yvuelta. Me miraba sonriendo. Entoncessaqué la pistola y disparé.

§YO ESTOY SEGURO de que se rió. ¡Se

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río de lo que yo estaba aguantando! Erademasiado. Me metía y me volvía ameter la fresa sobre el nervio. Con todaintención. Nadie me quitará esa idea dela cabeza. Me tomaba el pelo: «Que sieso lo aguantaba un niño». ¿Acaso austedes no les han metido nunca esasruedecillas del demonio en una muelacareada? Debieran felicitarme. Yo lesaseguro que de aquí en adelante tendránmás cuidado. Quizá apreté demasiado.Pero tampoco soy responsable de quetuviese tan frágil el gaznate. Y de que seme pusiera tan a mano, tan seguro de sí,tan superior. Tan feliz.

§

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LA HENDÍ de abajo a arriba, como sifuese una res, porque miraba indiferenteal techo mientras hacía el amor.

§AHÍ ESTÁ LO MALO: Que ustedes

creen que yo no le hice caso al alto. Ysí. Me paré. Cierto que nadie lo puedeprobar. Pero yo frené y el coche sedetuvo. En seguida la luz verde seencendió y yo seguí. El policía pitó y yono me detuve porque no podía creer quefuera por mí. Me alcanzó en seguida consu motocicleta. Me habló de malamanera: «Que si por ser mujer creía quelas leyes de tránsito se habían hechopara los que gastan pantalones». Yo le

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aseguré que no me pasé el alto. Se lodije. Se lo repetí. Y él que si quieres.Me solivianté: la mentira era tanflagrante que se me revolvió la sangre.Ya sé yo que no buscaba más que uno odos pesos, o tres a lo sumo. Pero bienestá pagar una mordida cuando se hacometido una falta o se busca un favor.¡Pero en aquel momento lo que élsostenía era una mentira monstruosa! ¡Yohabía hecho caso a las luces! Además eltono: como sabía que no tenía razón sesubió en seguida a la parra. Vio unamujer sola y estaba seguro de salirsecon la suya. Yo seguí en mis trece.Estaba dispuesta a ir a Tránsito y a

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armar un escándalo. ¡Porque yo pasé conla luz verde! Él me miró socarrón, se fuedelante del coche e hizo intento dequitarme la placa. Se inclinó. No sé quépasó entonces. ¡Aquel hombre no teníaningún derecho a hacer lo que estabahaciendo! Yo tenía la razón. Furiosa,puse el coche en marcha, y arranqué…

§ÍBAMOS COMO SARDINAS y aquel

hombre era un cochino. Olía mal. Todole olía mal, pero sobre todo los pies. Leaseguro a usted que no había manera deaguantarlo. Además el cuello de lacamisa, negro, y el cogote mugriento. Yme miraba. Algo asqueroso. Me quise

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cambiar de sitio. Y, aunque usted no selo crea, ¡aquel individuo me siguió! Eraun olor a demonios, me pareció vercorrer bichos por su boca. Quizá loempujé demasiado fuerte. Tampoco mevan a echar la culpa de que las ruedasdel camión le pasaran por encima.

§LO MATÉ en sueños y luego no pude

hacer nada hasta que lo despaché deverdad. Sin remedio.

§LO MATÉ porque estaba seguro de

que nadie me veía.§

LO MATÉ porque me despertó. Me

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había acostado tardísimo y no podía conmi alma. «De un revés, zas, le derribé lacabeza en el suelo». (Cervantes. QuijoteI, 37).

§—UN POQUITO MÁS.No podía decir que no. Y no puedo

sufrir el arroz.—Si no repite otra vez, creeré que

no le gusta.Yo no tenía ninguna confianza en

aquella casa. Y quería conseguir unfavor. Ya casi lo tenía en la mano. Peroaquel arroz…

—Un poco más.—Un poquitín más.

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Estaba empachado. Sentí que iba avomitar. Entonces no tuve más remedioque hacerlo. La pobre señora se quedócon los ojos abiertos, para siempre.

§¿USTEDES NO HAN TENIDO nunca

ganas de asesinar a un vendedor delotería, cuando se ponen pesados,pegajosos, suplicantes? Yo lo hice ennombre de todos.

§HACÍA TRES AÑOS que soñaba con

ello: ¡estrenaba traje! Un traje clarito,como yo lo había deseado siempre.Había estado ahorrando, peso a peso, y,por fin, lo tenía. Con sus solapas

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nuevecitas, su pantalón bien planchado,sus valencianas sin deshilachar… Yaquel tío grande, sordo, asqueroso,quizá sin darse cuenta, dejó caer sucolilla y me lo quemó: un agujerohorrible, negro, con los bordes colorcafé. Me lo eché con un tenedor. Tardóbastante en morirse.

§LO MATÉ porque, en vez de comer,

rumiaba.§

NO HICE MÁS que rozarla. Serevolvió hecha una fiera. ¡Total por unrestregón de nada! Y, además, no valíala pena, blandengucha. Quizá por eso se

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indignó tanto. Yo no lo iba a consentir.Se agolpó la gente. Yo empecé abofetadas. Si aquel pequeñito cayó bajoun camión que pasaba nada tengo quever con eso.

§ERA TAN FEO el pobre, que cada vez

que me lo encontraba, parecía un insulto.Todo tiene su límite.

§ESTÁBAMOS EN EL BORDE de la

acera, esperando el paso. Losautomóviles se seguían a toda marcha, eluno tras el otro, pegados por sus luces.No tuve más que empujar un poquito.Llevábamos doce años de casados. No

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valía nada.§

TENÍA UN FORÚNCULO muy feo. Conla cabeza gorda, llena de pus. El médicoaquel —el mío estaba de vacaciones—me dijo:

—¡Bah! Eso no es nada. Un apretóny listos. Ni siquiera lo notará.

Le dije que si no quería darme unainyección para mitigar el dolor.

—No vale la pena.Lo malo es que al lado había un

bisturí. Al segundo apretujen se loclavé. De abajo arriba: según loscánones.

§

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¿USTED NO HA MATADO NUNCA anadie por aburrimiento, por no saber quéhacer? Es divertido.

§ESTABA LEYÉNDOLE el segundo acto.

La escena entre Emilia y Fernando es lamejor: de eso no puede caber ningunaduda, todos los que conocen mi dramaestán de acuerdo. ¡Aquel imbécil semoría de sueño! No podía con su alma.A pierna suelta, se le iba la morra alpecho, como un badajo. En seguidavolvía a levantar los ojos haciendocomo que seguía la intriga con graninterés, para volver a transponerse,camino de quedar como un tronco. Para

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ayudarle lo descabecé de un puñetazo;como dicen que algún Hércules matóbueyes. De pronto me salió de adentroesa fuerza desconocida. Me asombró.

§¡QUE SE DECLARE en huelga ahora!

§LO MATÉ porque me dieron veinte

pesos para que lo hiciera.§

AQUEL ACTOR era tan malo, tan maloque todos pensaban —de esto estoyseguro—: «que lo maten». Pero en elpreciso momento en que yo lo deseabacayó algo desde el telar y lo desnucó.Desde entonces ando con el

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remordimiento a cuestas de ser elresponsable de su muerte.

§RONCABA. Al que ronca, si es de la

familia, se le perdona. Pero el roncadoraquel ni siquiera sabía yo la cara quetenía. Su ronquido atravesaba lasparedes. Me quejé al casero. Se rió. Fuia ver al autor de tan descomunalesruidos. Casi me echó:

—Yo no tengo la culpa. Yo no ronco.Y si ronco, ¡qué le vamos a hacer!, tengoderecho. Cómprese algodón hidrófilo…

Ya no podía dormir: si roncaba, porel ruido; si no esperándolo. Pegandogolpes en la pared callaba un

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momento… pero en seguida volvía aempezar. No tienen ustedes idea de loque es ser centinela de un ruido. Unacatarata. Un volumen tremendo de aire,una fiera acorralada, el estertor de cienmoribundos, me rasgaba las entrañasemponzoñándome el oído, y no podíadormir nunca, nunca. Y no me daba lagana de cambiar de casa. ¿Dónde iba yoa pagar tan poco? El tiro se lo pegué conla escopeta de mi sobrino.

§NO PUEDO TOCAR el terciopelo.

Tengo alergia al terciopelo. Ahoramismo se me eriza la piel al nombrarlo.No sé por qué salió aquello en la

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conversación. Aquel hombre tan redichono creía más que en la satisfacción desus gustos. No sé de dónde sacó un trozode aquel maldito terciopelo y empezó arestregármelo por los cachetes, por elcogote, por las narices. Fue lo últimoque hizo.

§¡YO TENÍA RAZÓN! Mi teoría era

irrefutable. Y aquel viejo gaga,denegando con su sonrisillaimperturbable, como si fuese la divinagarza, y estuviese revestido, porcarisma, de una divina infalibilidad. Misargumentos eran correctísimos, sinvuelta de hoja. Y aquel viejo carcamal

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imbécil, barba sucia, sin dientes, con susdoctorados honoris causa a cuestas,poniéndolos en duda, emperrado en susteorías pasadas de moda, sólo vivas ensu mente anquilosada, en sus libros queya nadie lee. Viejo putrefacto. Todos losdemás callaban cobardemente ante lacerrazón despectiva del maestro. Novalían ya argumentos, dispuesto como loestaba a hundir mis teorías con susonrisilla sardónica. ¡Como si yo fueraun intruso! Como si defender algo queestaba fuera del alcance de su mente endescomposición fuese un insulto a laciencia que él, naturalmente,representaba. Hasta que no pude más.

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Me sacó de quicio. Le di con lacampanilla en la cabeza: lo malo fue queel badajo se le clavó en una fontanela.No se ha perdido gran cosa, como nosean sus ojos de pescado, colorados,muertos.

§SOY MODISTO. No lo digo por

halagarme, mi reputación está biencimentada: soy el mejor modisto delpaís. Y aquella mujer, que se empeñabaen que yo la vistiese, llegaba a su casa yhacía de su capa un sayo, dicho sea conabsoluta propiedad. Sobre aquel trajeverde se echó el echarpe de tul naranjade su conjunto gris del año pasado, y

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guantes color de rosa. Atédisimuladamente el velo a la rueda delcoche. El arranque hizo lo demás. ¡Quele echen la culpa al viento!

§ME DIJO que aquel negocio no le

interesaba. No tengo por qué aclararcuestiones personales que nada tienenque ver con el caso. Pero me aseguróque compraba aquellos calcetines delana más baratos. Y no podía ser: se losofrecía al costo. Se los saldaba porquetenía necesidad de ese dinero con granurgencia. Y me salió con que loscompraba dos cincuenta más baratos pordocena. Era una mentira indecente. Y

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había que ver con qué seguridad, conqué seriedad lo aseguraba, fumando unmal puro. Le di con la pesa de dos kilosque estaba sobre el mostrador.

§ME QUEMÓ, duro, con su cigarrillo.

Yo no digo que lo hiciera con malaintención. Pero el dolor es el mismo. Mequemó, me dolió, me cegué, lo maté. Notuve —yo, tampoco— intención dehacerlo. Pero tenía aquella botella amano.

§MATÓ A SU HERMANITA la noche de

Reyes para que todos los juguetes fuesenpara ella.

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§LO MATÉ porque me dolía la cabeza.

Y él venga hablar, sin parar, sindescanso, de cosas que me teníancompletamente sin cuidado. La verdad,aunque me hubiesen importado. Antes,miré mi reloj seis veces,descaradamente: no hizo caso. Creo quees una atenuante muy de tenerse encuenta.

§SOY VENDEDOR de lotería: es una

profesión tan decente como otracualquiera. Estaba seguro de que aquel18.327 iba a salir premiado.Corazonadas que tiene uno. Se lo ofrecí

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a aquel joven bien vestido que estabaparado en la esquina. Entre otras cosas,era mi obligación. Se mostró interesadoen los números que le enseñaba. Esdecir, que me dio pie. Le ofrecí el18.327. Se negó suavemente. Esa no esmanera. Cuando no se quiere algo sedice de una vez. Yo insistí: era mi deber.¿O no? Sonrió, incrédulo, como siestuviese seguro de que aquel número nohabía de salir premiado. Si yo hubiesecreído que lo que quería era no comprar,no hubiera pasado nada. Pero cuandouno se interesa ya contrae unaobligación. Se aglomeró la gente. ¿Quéiban a pensar de mí? Era un insulto.

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Traté de defenderme. Siempre llevo unanavajita, por lo que pueda pasar. Laverdad es que aquel billete no saliópremiado, pero sí con reintegro. Nohubiera perdido nada: el 7 es un buennúmero final.

§PUEDEN USTEDES PREGUNTARLO en

la Sociedad de Ajedrez de Mexicali, enel Casino de Hermosillo, en la Casa deSonora: yo soy, yo era, muchísimo mejorjugador de ajedrez que él. No habíacomparación posible. Y me ganó cincopartidos seguidos. No sé si se danustedes cuenta. ¡Él, un jugador de claseC! Al mate, cogí un alfil y se lo clavé,

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dicen que en el ojo. El auténtico matedel pastor…

§¿QUÉ QUIEREN? Estaba agachado.

Me presentaba la popa de una maneratan ridícula, tan a mano, que no puderesistir la tentación de empujarle…

§EL AVIÓN SALÍA a las seis cuarenta y

cinco. Le dije que me despertara a lascinco. Me desperté a las siete. Lo peores que aseguró haberme llamado. Nuncame duermo si me despiertan. No teníanada que hacer en Acapulco, pero seemperró: «Yo le llamé, señor. Yo lellamé». Y las mentiras me sacan de

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quicio. Le hice rebotar la cabeza contrala pared hasta que me lo quitaron de lasmanos.

§ERA MÁS INTELIGENTE que yo, más

rico que yo, más desprendido que yo;era más alto que yo, más guapo, máslisto; vestía mejor, hablaba mejor; siustedes creen que no son eximentes, sontontos. Siempre pensé en la manera dedeshacerme de él. Hice mal enenvenenarlo: sufrió demasiado. Eso, losiento. Yo quería que muriera derepente.

§LA VERDAD, creí que no lo

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descubrirían nunca. Sí: era mi mejoramigo. En eso no hay duda: y yo sumejor amigo. Pero estos últimos tiemposya no le podía aguantar: adivinaba todolo que yo pensaba. No había modo deescapar. Aun a veces me decía lo quetodavía pugnaba por tomar forma en miimaginación. Era vivir desnudo. Lopreparé bien; seguramente dejé elcuerpo demasiado cerca de la carretera.

§SI NO DUERMO ocho horas soy

hombre perdido; y me tenía que levantara las siete… Eran las dos y no semarchaban: repantigados en los sillones,tan contentos. Y sabe Dios que no había

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tenido más remedio que invitarlos acenar. Y hablaban por los codos, por lascoyunturas, a chorros, lazándose el unoal otro la hebra, enredándola aborbotones, despotricando de cosasinsubstanciales, y venga tomar copas decoñac y otra taza de café. De pronto, aella se le ocurrió que, un poco mástarde, podríamos tomar unas sopas deajo. (Mi cocinera tiene reputación). Yono podía más. Los invité a cenar porqueno tenía más remedio, porque soy unapersona bien educada. Llegaron, más omenos puntualmente, a las nueve ymedia, y eran las dos de la mañana y notenían trazas de marcharse. Yo no podía

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apartar mi pensamiento del reloj, porquemirarlo no podía, ya que ante todo estála buena educación. Yo me tenía quelevantar a las siete, y si no duermo ochohoras pasó todo el día hecho un guiñapo;además lo que decían no me importabanada, absolutamente nada. Claro estáque podía haber procedido como ungrosero y haberles dicho de una manerao de otra que se fueran. Pero eso no rezaconmigo. Mi mamá, que se quedó viudajoven, me ha inculcado los mejoresprincipios. Lo único que tenía eranganas de dormir. Lo demás meimportaba poco. No es que tuvieramucho sueño: pensaba en el que tendría

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al día siguiente… Mi educación meimpedía simular bostezos, que esmedida corriente en personas ordinarias.

Y usted por aquí, y usted por allá…y aquél y el de más allá. El gin rommy,el ajedrez, el poker… Ginger Rogers,Lana Turner, Dolores del Río (odio elcine). El sábado en Cuernavaca (odioCuernavaca). ¡Ay, la casa de Acapulco!(en aquel momento odiaba Acapulco), yMengano perdía tanto y tanto, ¿a ustedqué le parece? A usted, a usted, austed… Y el Presidente, y el ministro, yla ópera (odio la ópera). Y el casimiringlés, don Pedro, la chamba, las llantas.

Y aquel veneno tan parecido de

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color al coñac…§

YO NO LO SÉ. Allá ustedes. Quizásean de una pasta distinta, pero yo soyasí. ¡Qué le vamos a hacer! Asumo todala responsabilidad. Lo único cierto esque aquel día yo estrenaba zapatos. Sifuésemos a analizar las cosas elverdadero responsable es el zapatero.Yo soy un hombre, nada menos que todoun hombre, como dijo el señor Hoyos.No lo aguanté. Esto está claro. Haydolores que no se resisten. A mí meoperaron una vez sin anestesia: porqueme dio la gana. Esa es otra historia queno tiene nada que ver con esto. La

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verdad es que yo no podía más. Esosdolores insidiosos, que ni siquiera sondolores; hipócritas. Y tomé el tranvía.La cosa empezó en seguida: me pisó. Sí,me pisó. Me pidió perdón, muyatentamente. Me aguanté y no pasó nada.Desde luego un desconocido que le pisaa uno es siempre un ser antipático. Unmomento después —creo que fue a laparada siguiente, a la entrada de la CalleMayor— nos empujaron y aquel hombreme pisó por segunda vez. Esta vez no mepidió perdón. Pero no lo pude resistir.Lo zarandeé. Entonces me pisó portercera vez. Lo demás lo saben ustedes.Tampoco tengo la culpa de ser

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representante de la mejor fábricaamericana de navajas de rasurar,dejando aparte, que soy muy hombre.

§FICHA 342.Apellido del enfermo: Agrasot,

Luisa.Edad: 24 años.Natural de Veracruz, Ver.Diagnóstico: Erupción cutánea de

origen probablemente polibacilar.Tratamiento: Dos millones de

unidades de penicilina.Resultado: Nulo.Observaciones: Caso único.

Recalcitrante. Sin precedentes.

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Desde el decimoquinto día meabrumó. El diagnóstico era clarísimo.Sin que cupiese duda alguna. Al fracasarla penicilina ensayé desesperadamentetoda clase de otros remedios: no sabíapor dónde salir. Me trajo de cabeza, dedía y de noche, semanas y semanas,hasta que le administré una dosis decianuro potásico. La paciencia —auncon los pacientes— tiene un límite.

§SOY MAESTRO. Hace diez años que

soy maestro de la Escuela Primaria deTenancingo, Zac. Han pasado muchosniños por los pupitres de mi escuela.Creo que soy un buen maestro. Lo creía

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hasta que salió aquel PanchitoContreras. No me hacía ningún caso, niaprendía absolutamente nada: porque noquería. Ninguno de los castigos surtíaefecto. Ni los morales, ni loscorporales. Me miraba, insolente. Lerogué, le pegué. No hubo modo. Losdemás niños empezaron a burlarse demí. Perdí toda autoridad, el sueño, elapetito, hasta que un día ya no lo pudeaguantar, y, para que sirviera deprecedente, lo colgué del árbol delpatio.

§SALIMOS A CAZAR patos silvestres.

Me agazapé en el tollo. ¿Qué me empujó

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a apuntar a aquel hombre rechonchito yridículo, con sombrero tirolés, conpluma y todo?

§EL OFICIAL MAYOR de la Unión de

Autores Cinematográficos me devolvióamablemente mi manuscrito:

—Lo siento mucho, señor, pero lacomisión de registro ha dictaminado quesu argumento no se puede aceptarporque su historia es idéntica a otra queregistró hace un mes el señor JulioOrtega.

—No es posible. ¡Esta historia seme ha ocurrido a mí! ¡Es mía!

—Según dicen, sólo varía el título y

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unos pequeños detalles.Era imposible. Era una historia muy

buena, completamente original.Seguramente le habría gustado a algunode los componentes de esa misteriosacomisión, y decidió apropiársela. Apurémi paciencia:

—¿Puedo ver el argumento del señorOrtega?

Me lo tendió y lo hojee.Efectivamente, los dos asuntos eran muysemejantes. ¡Pero era imposible que sele hubiese ocurrido a él! ¡Aunque lohubiera registrado antes que yo! ¡Así loescribiese antes que yo! ¡La idea era míay nada más que mía! ¡Era un robo!

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Así lo dije, así lo grité. No loquisieron comprender. No acertaron adarse cuenta de que el tiempo noimporta absolutamente nada para lasideas. Muy pocas gentes saben lo que espoesía: la confunden con la historia, conla historia falsa que inventan parasatisfacer sus mezquinas necesidades.Yo vi cómo cuchicheaban, sonreían.¡Botarates! ¡Hasta me sonrojé! No mepongo colorado más que cuando meachacan algo falso. Se me revolvieronlas tripas.

Entonces entró el señor Ortega. Eraun hombre completamente vulgar, aquien evidentemente no se le podía

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haber ocurrido aquella idea: la frenteestrecha, la panza grande; con tipo decarnicero. Lo hice con la plegadera,pero lo mismo hubiera podido ser elpisapapeles. Sangró como un cochino.

§SOY UN HOMBRE EXACTO, nunca

llego tarde a una cita. Es mi hobby. Ytenía una cita. Tenía una cita y teníahambre. La cita era muy importante.Pero aquel camarero tardó tanto, tantoen servirme, y yo tenía tanta, tanta prisay me contestó de una manera tanlánguida, tan sin querer comprender laprisa que me reconcomía, que no tuvemás remedio que darle en la cabeza.

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Ustedes dirán que fuedesproporcionado. Pero, hagan laprueba: entre plato y plato tardóexactamente diecisiete minutos.¿Ustedes se dan cuenta lo que son, unotras otro, diecisiete minutos de espera,viendo correr la aguja del reloj, viendocómo el minutero da vueltas y másvueltas? Y la cita, haciéndoseimposible. Lo malo, desde luego, que nose defendió. No quiero recordarlo.

§ERA IMBÉCIL. Le di y expliqué la

dirección tres veces, con toda claridad.Era sencillísimo: no tenía sino cruzar laReforma a la altura de la quinta cuadra.

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Y las tres veces se embrolló al repetirla.Le hice un plano clarísimo. Se me quedómirando, interrogante:

—Pos no sé.Y se alzó de hombros. Había para

matarlo. Lo hice. Si lo siento o no, esotro problema.

§AQUELLA SEÑORA sacaba a pasear

su perro todas las mañanas y todas lastardes, a la misma hora. Era una mujervieja y fea y evidentemente mala. Eso senotaba a primera vista. Yo no tengo grancosa que hacer y me gusta aquella banca.Aquella banca, y ninguna otra.Evidentemente lo hacía adrede: aquel

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perrillo indecente era el animal máshorrible que se haya podido inventar.Alargado, con pelos por todas partes.Me olía, reprobándome, cada día. Luegose ensuciaba en mis propias narices. Lavieja le llamaba con todos losdiminutivos posibles: cariñito, reyecito,emperadorcito, angelito, hijito.

Estuve pensándolo durante más demedio minuto. Al fin y al cabo el animalno tenía ninguna culpa. Estabanconstruyendo una casa a dos pasos deallí, y habían dejado un fierro al alcancede mi mano. Le di a la vieja con todasmis fuerzas, y si no es porque tropecé ycaí, al atravesar la calle, nadie me

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hubiera alcanzado.§

LE PEDÍ el Excélsior y me trajo ElPopular. Le pedí Delicados y me trajoChesterfield. Le pedí una cerveza claray me la trajo negra. La sangre y lacerveza, revueltas, por el suelo, no sonuna buena combinación.

§HABLABA, Y HABLABA, y hablaba, y

hablaba, y hablaba, y hablaba, yhablaba. Y venga hablar. Yo soy unamujer de mi casa. Pero aquella criadagorda no hacía más que hablar, y hablar,y hablar. Estuviera yo donde estuviera,venía y empezaba a hablar. Hablaba de

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todo y de cualquier cosa, lo mismo ledaba. ¿Despedirla por eso? Hubieratenido que pagarle sus tres meses.Además hubiese sido muy capaz deecharme mal de ojo. Hasta en el baño:que si esto, que si aquello, que si lo demás allá. Le metí la toalla en la bocapara que se callara. No murió de eso,sino de no hablar: se le reventaron laspalabras por dentro.

§NO ME PUEDO CAMBIAR de piso. No

tengo dinero. Además allí falleció mimamá y soy un sentimental. Pero ustedesno saben lo que es una sinfonola. Unmonstruo que atraviesa las paredes

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desde las siete de la mañana hasta lascinco de la madrugada. Ustedes nosaben lo que es eso. El mismo tango, lamisma canción. Horas y horas, sindejarlo a uno dormir, sin dejarlo a unocomer, sin dejarlo a uno de la mano.Comer tango, beber canción, y nodormir; o tener el sueño roto,atravesado, retorcido por una sinfonola.¡Ay, monstruo verde, amarillo y rojo!Me quejé; escribí, envié instancias atodas las autoridades habidas y porhaber. No me hicieron el menor caso.Compré una bomba de mano a un militaramigo mío. Siento mucho la suerte delcantinero, sobre todo ahora que sé que

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era huérfano de padre y madre. Yoespero que mi mamacita me lo perdone.Lo hice por ella: no me puedo mudar decasa.

§SUCEDIÓ ASÍ: Estaban casados hacía

cuarenta y seis años. Los hijos se lescasaron, y se fueron; otros se quedaron amedio camino. Cayeron en los perros.Tuvieron siete, a lo largo de casi uncuarto de siglo. (Tenían una casa vieja,húmeda, larga y estrecha, con olor aalbañal, que no percibían, oscura).Ninguno de los canes les llegó tanto alcorazón como Julio, un faldero blanco ysucio, cariñoso en extremo, que se

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pasaba el día lamiéndoles cuantoalcanzaba. Dormía a los pies de la camay, tan pronto como asomaba la primeraclaridad descolorida, subía adespertarlos, a lengüetazos. Un día, leentraron celos a la vieja: creyó que elperro prefería a su cónyuge. Calló,padeció, trató de atraer al can contriquiñuelas y golosinas; pero Juliosiguió lamiendo a su esposo en primerlugar y, sin duda, con predilección. Lamujer envenenó, lentamente, a sumarido. Se dijo que el perro murió elmismo día que el viejo, pero fuelicencia poética: le sobrevivió tresaños, para mayor felicidad de la buena

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señora.§

ME SACÓ siete veces seguidas abailar. Y no valían argucias: mis padresno me quitaban ojo. El imbécil no teníala menor idea de lo que era el compás.Y le sudaban las manos. Y yo tenía unalfiler, largo, largo.

§LO MATÉ porque tenía una pistola. ¡Y

da tanto gusto tenerla en la mano!§

ERRATADonde dice:La maté porque era mía. Debe decir:La maté porque no era mía.

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§HACÍA UN FRÍO de mil demonios. Me

había citado a las siete y cuarto en laesquina de Venustiano Carranza y SanJuan de Letrán. No soy de esos hombresabsurdos que adoran el relojreverenciándolo como una deidadinalterable. Comprendo que el tiempo eselástico y que cuando le dicen a uno lassiete y cuarto, lo mismo da que sean lassiete y medía. Tengo un criterio ampliopara todas las cosas. Siempre he sido unhombre muy tolerante: un liberal de labuena escuela. Pero hay cosas que no sepueden aguantar por muy liberal que unosea. Que yo sea puntual a las citas no

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obliga a los demás sino hasta ciertopunto; pero ustedes reconoceránconmigo que ese punto existe. Ya dijeque hacía un frío espantoso. Y aquellacondenada esquina está abierta a todoslos vientos. Las siete y media, las ochomenos veinte, las ocho menos diez. Lasocho. Es natural que ustedes sepregunten que por qué no lo dejéplantado. La cosa es muy sencilla: yosoy un hombre respetuoso de mi palabra,un poco chapado a la antigua, si ustedesquieren, pero cuando digo una cosa, lacumplo. Héctor me había citado a lassiete y cuarto y no me cabe en la cabezael faltar a una cita. Las ocho y cuarto,

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las ocho y veinte, las ocho y veinticinco,las ocho y media, y Héctor sin venir. Yoestaba positivamente helado: me dolíanlos pies, me dolían las manos, me dolíael pecho, me dolía el pelo. La verdad esque si hubiese llevado mi abrigo café, lomás probable es que no hubierasucedido nada. Pero esas son cosas deldestino y les aseguro que a las tres de latarde, hora en que salí de casa, nadiepodía suponer que se levantara aquelviento. Las nueve menos veinticinco, lasnueve menos veinte, las nueve menoscuarto. Transido, amoratado. Llegó a lasnueve menos diez: tranquilo, sonriente ysatisfecho. Con su grueso abrigo gris y

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sus guantes forrados:—¡Hola, mano!Así, sin más. No lo pude remediar:

lo empujé bajo el tren que pasaba. Tristecasualidad.

§ME GUSTA EL MENUDO. Nada me

gusta tanto como el menudo. ¿Hay algomás sabroso? ¿O no? A los nueve añosya se tiene conocimiento de eso. Y eseniño diciendo que no, y que no. Que nole gustaba. ¡Si ni siquiera lo habíaprobado! Y molía, insistiendo, cerradala boca, los labios apretados,penduleando la cabeza a derecha eizquierda.

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No quería ni una probada. Cuandoempezó a llorar, no me aguanté. Si semurió de la paliza, él tuvo la culpa. Yasé que el que fuera hijo mío no es unaatenuante. Pero un plato de menudo, bienen su punto, casi de puro libro, con esecolor tan sabroso, y aquel niño imbécil,que no y que no, por pura tozudez…

§ME LA DEVOLVIÓ rota, señor. Y me

dio una penada… Y se lo habíaadvertido. Y me la quería pagar, lamuy… Eso, sólo con la vida.

§¡Y AQUEL JIJO CERRÓ a seises,

cuando estaba tan claro como el día que

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yo tenía la última blanca! No lo volveráa hacer. Y se decía campeón deTulancingo. ¿Para qué hablamos?

§¡SI EL GOL ESTABA HECHO! No había

más que empujar el balón, con el porterodescolocado… ¡Y lo envió por encimadel larguero! ¡Y aquel gol era decisivo!Les dábamos en toditita la madre a esoschingones de la Nopalera. Si de lapatada que le di se fue al otro mundo,que aprenda allí a chutar como Diosmanda.

§¡ERA SAFE, señor! Se lo digo por la

salud de mi madrecita, que en gloria

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esté… Lo que pasa es que aquelampáyer la tenía tomada con nosotros.En mi vida he pegado un batazo con másganas. Le volaron los sesos como atolecon fresa…

§DESDE QUE NACIÓ aquel escuincle

no hacía más que llorar, a mañana, tardey noche. Cuando mamaba, cuando nomamaba, cuando le daban su botella,cuando no le daban su botella; cuando lopaseaban y cuando no, cuando lodormían, cuando lo bañaban, cuando locambiaban, cuando lo sacaban de lacasa, cuando lo volvían a meter. Y yotenía que acabar ese artículo. Había

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prometido entregarlo a las doce. Era uncompromiso ineludible con micompadre Ríos. Y yo soy cumplidor. Yese escuincle llora, y llora, y llora. Y sumamá… Bueno, de su mama mejor nohablamos. Lo tiré por la ventana. Lesaseguro que no había otro remedio.

§HABÍA TERMINADO la tarea, no crean

que fue cosa fácil: ocho días para poneren limpio aquel plano. A la mañanasiguiente eran las pruebas semestrales.Y aquel pendejo, que va, y viene a llenarsu grafio en mi botella de tinta china y ladeja caer sobre mi plano… Fue natural:le planté el compás en el estómago.

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§ERA LA SÉPTIMA VEZ que me

mandaba copiar aquella carta. Yo tengomi diploma, soy una mecanógrafa deprimera. Y una vez por un punto yseguido, que él dijo que era aparte, otraporque cambió un «quizás» por un «talvez», otra porque se fue una v por una b,otra porque se le ocurrió añadir unpárrafo, otras no sé por qué, la cosa esque la tuve que escribir siete veces. Ycuando se la llevé, me miró con esosojos hipócritas de jefe de administracióny empezó, otra vez. «Mire usted,señorita…». No lo dejé acabar. Hay quetener más respeto con los trabajadores.

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§RESBALÉ, caí. La corteza de una

naranja tuvo la culpa. Había gente, ytodos se rieron. Sobre todo aquella delpuesto, que me gustaba. La piedra le dioen el meritito entrecejo: siempre tuvebuena puntería. Cayó espatarrada,enseñando su flor.

§SE LE OLVIDÓ. Así por las buenas: se

le olvidó. Era cuestión importante, talvez no de vida o muerte. Lo fue para él.

—Hermano, se me olvidó.¡Se le olvidó! Ahora ya no se le

olvidará.§

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¿PARA QUÉ TRATAR de convencerle?Era un sectario de lo peor, cerrado demollera como si fuese Dios Padre. Se laabrí de un golpe, a ver si aprende adiscutir. El que no sabe, que calle.

§LO MATÉ porque no pensaba como

yo.§

LA CULPA: del pito. Yo trabajo encasa y oigo el silbido tres calles másallá, lo veo crecer, acercarse, engrosarllevando las esperanzas a su colmo.Entra en todas partes: en el 5, en el 7, enel 9, no en el 11 porque no existe,resuena en el 13. Todos los días. Hacia

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las 11 de la mañana y cerca de las 4 dela tarde. Suplicio que no deseo al peorde mis enemigos, si es que los tengo.Sigue lo insufrible: se va alejando,cambia de acera y empieza el pito amenguar, a irse, a desaparecer, del 18,que está frente a mi casa, frente a sucasa de usted, al 16, al 14, al 10 —nohay 12— al 8, al 4 —tampoco hay 6—así, hasta que dobla por Artes. Si estoyen el baño, que da a la parte de atrás, losigo oyendo, si presto atención, hastaque llega a Sullivan. Claro, usted no estáen casa a esas horas; además, no esperacartas. Ni las escribe ni las recibe. ¿Ome equivoco? Los que reciben cartas

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tienen cierta sonrisa que no engaña. Diráque yo tampoco tengo cara de recibircartas. Acierta, pero debiera recibirlas.Mi hija debiera escribirme como tieneobligación, y no me escribe. No tieneidea de lo que es esperar una carta y oírllegar la marea… Me dirá ¿qué culpatenía el cartero? ¿Quién tocaba el pito?¿Dios?

§LO MATÉ por idiota, por mal

pensado, por tonto, por cerrado, pornecio, por mentecato, por hipócrita, porguaje, por memo, por farsante, porjesuita, a escoger. Una cosa es verdad:no dos.

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§LO MATÉ porque era más fuerte que

yo.§

LO MATÉ porque era más inerte queél.

§ELLA SABÍA que yo sabía que ella

mentía. Pero juntaba lo verdadero con lofalso, encubriendo la intención:

—Eran las siete —repetía terca—.Eran las siete.

Había estado en la librería, pero noa las siete, lo sabía de la mejor tinta: lamía. Y ella:

—Eran las siete.

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Pura patraña. La rabia me consumía.Algo me ataba los brazos: los bícepspor delante, los tríceps por detrás.Agarrotado. D e pronto estalló, serompieron cadenas y me libré. Nobraveo ni hago locuras, pero fue como sihubiera salido de la cárcel, fuera detoda servidumbre, el alma en limpio,limados los grillos: tan ancho como latierra. Le quité la mentira de la boca;agarrotada. Ahora, ahora sí, lo vi en mireloj pulsera, eran las siete porcasualidad, pero eran las siete. Lo queva de ayer a hoy.

§LA MATÉ porque me dolía el

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estómago.§

LA MATÉ porque le dolía elestómago.

§YO HABÍA ENCARGADO mis tacos

mucho antes que ese desgraciado. Lamesera, meneando las nalgas como sinadie más que ella tuviera, se los trajoantes que a mí, sonriendo.

La descristiané de un botellazo: yohabía encargado mis tacos mucho antesque ese desgraciado, cojo y con acentodel norte, para mayor inri.

§ALGÚN DÍA los hombres descubrirán

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que el sueño vino después. Dios noduerme, ni Adán dormía. Los infusoriosno duermen, ni el diplodocus podía. Elelefante duerme dos horas y el perrotodas las que puede. No digo más. Élhombre duerme para olvidar suspecados; cada día más, a medida que haconquistado la noche. No digo más. Losmuertos no duermen. Yo, tampoco. Alque duerme, matarlo.

§ME DEBÍA ese dinero. Prometió

pagármelo hace dos meses, la semanapasada, ayer. De eso dependía quellevara a Irene a Alicante, sólo ahípodía acostarme con ella. Se lo había

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prestado para dos días, sólo para dosdías…

§SE ENTERÓ por casualidad:—No se lo digas a nadie.—¡No me conoces!Le faltó tiempo para irse de la

lengua. Se la arranqué. Era larguísima,no acababa nunca de salir.

§LO HACÍA adrede: para darme en la

cabeza. Le di en la ídem. Lo entierrandentro de un momento. Se pegó contraalgo duro, al caer. Como hecho adrede:lo estaba deseando.

§

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¿POR QUÉ HABÍA de emperrarse asíen negar la evidencia?

§MATAR, MATAR sin compasión para

seguir adelante, para allanar el camino,para no cansarse. Un cadáver aunqueesté blando es un buen escalón parasentirse más alto. Alza. Matar, acabarcon lo que molesta para que sea otracosa, para que pase más rápido eltiempo. Servicio a prestar hasta que mematen; a lo que tienen perfecto derecho.

§HABÍA JURADO hacerlo con el

próximo que volviera a pasarme unbillete de lotería por la joroba.

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§LA ÚNICA DUDA que tuve fue a quién

me cargaba: si al linotipista o aldirector. Escogí al segundo, por mássonado. Lo que va de una jota a un joto.

§CUANDO SE EMBORRACHABA lo

rompía todo, a palos, dando vueltas.Aquella sopera era lo único quequedaba de mi mamá. ¡Que hubieseacabado con lo demás, pero con lasopera, no! No fue con un pica-hielo,señor: con la plancha.

§NO, SI YO ME IBA a suicidar. Pero se

me encasquilló la pistola. Juro que la

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última bala era para mí. ¿Qué más dabaque me llevara a unos cuantos pordelante? Allí, desde la ventana, no se meescapaba uno. Me recordaba mis buenostiempos de cazador.

§¡SI ERA un pobre imbécil! ¿Qué valía

de él? Su dinero, exclusivamente sudinero. Y ahí está. ¿Entonces?

§¿ME VAN A ACUSAR de haber matado

a ese troglodita que acaba de liquidar asus padres y a su abuela? Si hubiésemossido veinte, ni quien dijera nada. ¿O no?¿Es un crimen porque lo hice solo? No,señor, no.

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§MATAR A DIOS sobre todas las cosas,

y acabar con el prójimo a como hayalugar, con tal de dejar el mundo como lapalma de la mano. Me cogieron con lamano en la masa. En aquel campo defútbol: ¡tantos idiotas bien acomodados!Y con la ametralladora, segando,segando, segando. ¡Qué lástima que nome dejaran acabar!

§NO SE PUDO dormir hasta acabar de

leer aquella novela policíaca. Lasolución era tan absurda, tan contraria ala lógica, que Roberto Muñoz selevantó. Salió a la calle, fue hasta la

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esquina a esperar el regreso deFlorentino Borrego, que se firmabaArchibald MacLeish —para mayor inriy muestra de su ignaridad—; lo mató alas primeras de cambio: entre la sexta yséptima costilla.

§ME SALPICÓ de arriba abajo. Eso,

todavía, pase. Pero me mojó toditos loscalcetines. Y eso no lo puedo consentir.Es algo que no resisto. Y, por una vezque un peatón mata a un desgraciadochófer, no vamos a poner el grito en elcielo.

§LO MATÉ porque no pude acordarme

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de cómo se llamaba. Usted no ha sidonunca subjefe de Ceremonial, enfunciones de Jefe. Y el Presidente a milado, y aquel tipo, en la fila, avanzando,avanzando…

§¡ME NEGÓ que le hubiera prestado

aquel cuarto tomo…! Y el hueco en lahilera, como un nicho…

§ERA BIZCO y yo creí que me miraba

feo. ¡Y me miraba feo! A poco aquí acualquier desgraciado muertito lollaman cadáver…

§¡TANTA HISTORIA! ¿Qué más daba ése

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que otro? ¿A poco usted escoge suclientela?

§DE MÍ NO SE RÍE nadie. Por lo menos

ése ya no.§

YO NO TENGO voluntad. Ninguna.Me dejo influir por lo primero que veo.A mí me convencen en seguida. Bastaque lo haga otro. Él mató a su mujer, yoa la mía. La culpa, del periódico que locontó con tantos detalles.

§EN EL PRECISO MOMENTO, bueno, un

momentito antes, se le ocurrió decir:—No te olvides de pasar por la

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tienda, ya debe estar arreglado mi reloj.Me dio tal rabia…

§A MÍ ME GUSTA mucho el cine. Yo

llego siempre a la hora exacta en queempieza la función. Me siento, mearrellano, me fijo, procuro no perderpalabra, primero porque he pagado elprecio de mi entrada, segundo porqueme gusta mucho instruirme. No quieroque me molesten, por eso procurosentarme en el centro de la fila, para queno pasen delante de mí. Y no resisto quehablen. ¡No lo resisto! Y aquella parejase pasó El Noticiero Universalcuchicheando. Demostré comedidamente

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mi desagrado. Estuvieron más o menoscallados durante la película de dibujos,que no era buena y que además ya habíavisto. (Es una cosa a la que no hayderecho, en un cine de estreno).Volvieron a hablar durante eldocumental. Me volví airado, con lo quese callaron durante medio minuto, perocuando empezó la película ya no huboquien los aguantara. Yo estaba seguro decontar con la simpatía de los queestaban sentados a mi alrededor.Empecé a sisear. Entonces se volvierontodos contra mí. Era una injusticiaflagrante. Me revolví contra loshabladores y grité en voz alta:

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—¡Van a callar ustedes de una vez!Entonces aquel hombre me contestó

una grosería. ¡A mí! Entonces saqué mifierrito. A ése y los demás para queaprendieran a callar.

§LE OLÍA el aliento. Ella misma dijo

que no tenía remedio…§

¿TENGO LA CULPA de ser invertido?Y él no tenía derecho a no serlo.

§¡HABÍA EMPEZADO la lidia del

primer toro! ¡Ya estaban los picadoresen el ruedo! ¡Yo iba a ver torear aArmilla! ¡Los demás me tenían sin

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cuidado! ¡Aquel acomodador era unimbécil! ¿Voy a ser responsable de laidiotez de los demás? ¡A dónde íbamosa parar! Tenía el número veinticinco dela séptima fila y aquel asno conbrazalete me llevó al doscientosveinticinco. ¡Del otro lado de la plaza!La gente empezó a chillarme. ¿Dónde meiba a sentar si aquel desgraciado sehabía equivocado y la plaza estaba llenaa reventar? Reclamé, intenté explicarme.Se quiso escabullir. La gente meinsultaba. ¡Y oí la ovación! ¡Y no habíavisto el quite! Me dio tal rabia que lotiré tendido abajo. ¿Que se fracturó labase del cráneo? ¡Qué tengo yo que ver

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con eso! ¡Si cada uno cumpliera con suobligación! Bastante castigo tengo conno haber visto la corrida.

§¡YO QUERÍA un hijo, señor! A la

cuarta hembra me la eché.§

FUE POR PURA tozuda. No le costabanada hacerlo. Pero que no, que no y queno. Ustedes no se pueden dar cuenta. Lashay así. Pero cuantas menos haya, mejor.

§ENTRÓ en aquel preciso momento.

Había esperado la ocasión desde hacíaun mes. Ya la tenía acorralada, ya estabavencida, dispuesta a entregarse. Me

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besó. Y aquel sombrío imbécil, con sucara de idiota, su sonrisa de pan dulce,su facultad de meter la pata cada día,entró en la recámara, preguntando con suvoz de falsete, creyendo hacer gracia:

—¿No hay nadie en la casa?Para matarlo. El primer impulso es

siempre el bueno.§

LO MATÉ porque me lo dijo mimamá.

§LA VERDAD ES que me porté mal con

él. Me dejé llevar por un arrebato y loinsulté. Él tenía la razón, pero yo soyasí. No hubo más. Nos seguimos viendo,

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sin hablarnos. Pero, para mí, era muymolesto. Claro está que podía haberlepedido perdón, y todo hubiese seguidocomo antes. Pero yo no soy de ésos. Élno me hacía caso: como si no existiera.Pero estaba ahí. Había que acabar. Lodejé seco. No dijo ni ¡ay! Estoy segurode que ni siquiera le dolió. Los doshemos quedado tranquilos.

§ME INSULTÓ sin razón alguna. Así,

porque se le subió la sangre a la cabeza.Estábamos jugando rommy, hizo unatrampa, se lo advertí. Decidí no jugarmás. Lo resintió como un bofetón. Nonos volvimos a hablar. Él era el

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culpable. Lo malo es que teníamos quevemos a diario en la oficina. Yoesperaba que me pidiese perdón. Pero¡ca!, no era de ésos. Su presencia memolestaba cada vez más hasta que aqueldía le vacié la pistola. Ni modo.

§LO MATÉ sin darme cuenta. No creo

que fuera la primera vez.§

ESTABA TAN FURIOSO que cuandoquise abalanzarme había desaparecido.Si la rematé con tanta saña fue por eso.

§¿QUÉ CULPA tengo, señor, de que el

machete estuviese bien afilado? Fue

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casualidad. Por eso no se castiga anadie. Le juro que no lo sabía. No fuepor furia, ni como Julito, que destroncóa su papá de un golpe, la verdad es queestaba a su lado, de rodillas, arreglandono sé qué y el chamaco no habíacumplido los nueve. No es más que porver si cortaba —dijo—. Y como eraverdad, lo creyeron. Y lo mandaron consu mamacita, y él bien que lo sabía. ¿Yyo que no estaba enterado voy a tenerque pagar toda una vida porque el Nicholo mandó amolar? El amolado, señorjuez, un servidor. Bien dicen que laignorancia es la madre de todos losmales. Y no me malmodié.

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§¡ME ASEGURÓ que no había

comprado aquel tomo III en su librería: yle faltaba de la página 161 a la 177!

—Sí, le falta un pliego.—Menudo pliego le metí.

§SÍ, SEÑOR JUEZ: no intento

justificarme sino explicar, darle noticia.Soñé que mi socio me estafaba. Lo vitan claro, tan evidente, que aunque aldespertar me di cuenta de que era unaimagen de la modorra, tuve quedegollarle. Porque no podía deshacernuestra sociedad sin razón valedera y nopodía aguantar verle cada día teniendo

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presente la sombra del sueño que llegó aquitármelo.

§¡CÓMO IBA a permitir que se

acostara con una mujer a la que lehabían trasplantado el corazón deMaría!

§LO MATÉ porque bebí lo justo para

hacerlo.§

LLEGÓ, ECHÓ un ojo, ganó. No sepueden hacer las cosas demasiadoaprisa. No, señor, no fue con el as deespadas, con el siete del mismo palopara no perder —por lo menos— la

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tradición.§

¡TENÍA EL CUELLO tan largo!§

¡LA NUEZ!, señor juez, ¡la nuez tansólida, tan mal afeitada, con esa piel degallina vieja, desplumada ypapandujante y ese cartílago —¿la nuezes un cartílago?— subiendo y bajando,deglutiendo, hablando, roncando! No melo recuerde. No vale la pena; debiópasar muy malos ratos mirándose en elespejo aunque sólo fuera para rasurarse.

§ES QUE USTEDES NO SON mujeres, y,

además, no viajan en camión, sobre todo

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en el Circunvalación, o en el amarillocochino de Circuito Colonias, a la horade la salida del trabajo. Y no saben loque es que la metan a una mano. Quetodos y cualquiera procurenaprovecharse de las apreturas pararozarle los muslos y las nalgas,haciéndose los desinteresados, mirandoa otra parte, como si fuesen inocentespalomitas. Indecentes. Y una procurahurtarse a la presión y empuja hacia otrolado. Y ahí otro cerdo, con las manos enlos bolsillos rozándola a una. ¡Qué asco!Pero ese tipo se pasó de la raya: dosdías seguidos nos encontramos lado porlado. Yo no quería hacer un escándalo,

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porque me molestan, y son capaces dereírse de una. Por si acaso me lo volvíaa encontrar me llevé un cuchillito,filoso, eso sí. Sólo quería pincharle.Pero entró como si fuera manteca,puritita manteca de cerdo. Era otro, perose lo merecía igual que aquél.

§AQUEL MALDITO perrazo amarillo,

cada vez que yo pasaba frente al portalde la casa, surgía para olerme losfondillos de una manera vergonzosa,como si oliese lo peor —o lo mejor—pegado su hocico húmedo a mi as deoro, y yo sintiendo en mi centro sumorro caliente y pegajoso,

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empujándome, impidiéndome andar,haciéndome tropezar; ridículo.

Y no tenía más remedio que pasarpor allí. No había otro camino, a menosde dar una vuelta tremenda. Y nofallaba. Tampoco yo, el día que medecidí a partirle la cabeza con unavarilla de hierro, que, de lejos, podíaparecer bastón. Entonces surgió eldueño del animal y me atravesó.Perdónesele.

§SUBIRSE SOBRE un montón de

cadáveres para ver el campo a través deuna tronera, esperar con cuidado, mirarcon atención para ver si se descubre al

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enemigo; disparar a mansalva, sin errarel tiro, resentir el golpe en el hombroderecho, el golpe que arma caballero.Acabar de una vez con los que molestanpara no volvérselos a encontrar mañanaestorbando el paso. ¿O es que misenemigos no son enemigos de Dios?

§ESTA CORRIENTE de aire, ¿cómo

matarla? Están cerradas las ventanas,atrancada la puerta. Y sin embargo, elaire corre, se arrastra y espía. Meenvuelve. Se mete por los adentros y mehiela. ¿Desde dónde y adonde? Matarla.Como si fuera el pabilo de una vela ydejarla retorcida, negra, en el suelo,

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como una serpiente muerta, machucadala cabeza con su sangre fría en un charcomenudo, inmundo y viscoso. Un soploque matara ese soplar frío que meatraviesa la espalda, hálito de afuera,del mundo que me oye, ese fríofabricado contra mí. Ese aire:asesinarlo. Soplar, y que se quede sinsoplo. ¡Qué buen decir: matar una vela!Pero esa corriente de aire ¿cómomatarla, ella que me está matando?

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DE SUICIDIOS«NO SE CULPE a nadie de mi muerte.

Me suicido porque de no hacerlo,seguramente, con el tiempo, te olvidaría.Y no quiero».

§A. R. SE SUICIDÓ porque C. habló mal

de él.§

«NO SE CULPE a nadie de mimuerte». Mentira, siempre se suicidauno por culpa de alguien. «Nadie»siempre es alguien.

§¿QUIÉN ES «nadie»? —clamaba el

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Comisario.§

—¿HAY MÁS crímenes que suicidios?—No lo sé.—En el teatro ¿hay más crímenes

que suicidios?—Antes sí. A medida que la

humanidad envejece asesina menos y sesuicida más.

—Entonces la humanidad envejecióya varias veces. El suicidio es paraleloa la decadencia de las civilizaciones.

—Hablamos de relacionesindividuales —le explicaron alArzobispo, que se acercaba. La gente sesuicida por las mismas razones que

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asesina.—No es cierto —dijo el Arzobispo

— y sé algo de eso.§

SUICIDARSE en seco.§

SE SUICIDA uno por todo.§

¿QUIÉN NO se ha suicidado?§

—DORMIR ES SUICIDARSE un pococada noche.

—Usted es soltero.—¿Cómo lo sabe?

§SE SUICIDÓ porque no le salía lo que

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debía salirle.§

FRENTE A TANTOS «Crímenescélebres», empastados y traducidos atodos los idiomas, nadie se ha atrevido apublicar tomos y tomos de «Suicidioscélebres».

§SE SUICIDA el que pierde, por ganar.

Sentido exacto de ganar por la mano.§

SE SUICIDA uno por cualquier cosa.§

NADIE SE SUICIDA por equivocaciónni por ignorancia. Morirse es otra cosa,aunque, a veces, parezca un suicidio.

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§—EL SUICIDIO es un punto de

partida.—No tienes ninguna gracia.—Desde luego que no en el sentido

de tiro de gracia.§

—¡A VER SI traes buenos frenos! Y setiró bajo el coche.

§LOS QUE dicen:—Dan ganas de matarse.—Dan ganas de desaparecer.—Dan ganas de morirse,

no se suicidan nunca.§

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SIEMPRE SE SUICIDA uno aculado.§

TRABAJA uno hasta matarse.§

EN TODO suicidio hay un asesino quenunca es el suicida. Otro otro.

§«LA VI, no me gustó. Conque ¡hasta

más ver! (Si no lo entienden, lo siento)».§

«PUDE DAR VIDA, luego me la puedoquitar. Que los mantenga su abuela».

§«NO DEBÍ haber nacido. ¿O es que

los padres son infalibles? ¿O cadacoyunda es imagen de Dios? Me

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nacieron en un tiempo que me asquea.Ustedes lo pasen bien. Yo, sin duda, lopasaré mejor».

§«¿Y AHORA qué?»

§«VOY A VER qué pasa».

§«NO TENGO ninguna razón para

hacerlo, pero tampoco para no hacerlo».§

«NO PUEDO dormir sin ti».§

DE BALBINO LÓPEZ D., comerciante:«Me mato, señores, porque dos y dosson cuatro».

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§«A VER si adivinan. Si no, tanto da».

§«ME SUICIDO por gusto de hacerlo».

§«ME SUICIDO por ver la cara que

pondrá Lupe, su mamá y el lechero».§

«NO BUSQUEN a la mujer.Precisamente porque no la hay corto elhilo de mi vida; con unas tijeras paramayor precisión».

§«QUE DIOS me lo tenga en cuenta».

§NADIE SABRÁ quién fue.

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§«ME SUICIDO por envidia de Rafael.

No lo explico porque no locomprenderán. Es una raíz vieja, crecidade toda la vida, que me duele de laplanta de los pies a las raíces de lospelos. Y si creen que lo hago por chiste:créanlo».

§NO QUIERO seguir adelante, nunca

podré hacer lo que hizo mi abuelo.No me llamó Dios por este camino.

§¿PARA QUÉ vivir sin comer

espárragos?§

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«NO SE REVIENTA la cuerda por lomás delgado. Atestígüenlo». Ya no sirvopara nada.

§LLÁMANLO EL SUEÑO eterno. Como

padezco horriblemente de insomnio,pruebo.

§DESPUÉS DE TODO, nada.Me mandó al demonio; voy.

§METO reversa.

§ME SUICIDO para que hablen de mí.

§¡ADIVINEN, JÓVENES, ya que son tan

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listos!

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DE GASTRONOMÍANO HAY NADA como comer el ojo del

enemigo. Revienta entre las muelascomo granote de uva, con gustito de mar.

§LAS NALGAS son mejores al tacto

que al gusto, más duras de mascar quede tentarrujar.

§LE GUSTABA tanto que no dejó nada.

Le chupó hasta los huesos. De verdadhabía sido bonita.

§JUAN FÁBREGAS MONLEÓN,

fabricante de camisetas, odiaba

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ferozmente a Manuel Santacruz Ridaura,fabricante de lo mismo. Fue al Congo, setrajo dos antropófagos a Barcelona. Asídesapareció completamente ManuelSantacruz Ridaura.

Juan Fábregas Monleón tuvo hasta eldía de su muerte repentina, en unaesquina de su despacho, en una vitrina,colgado, completo, el esqueleto deManuel Santacruz Ridaura; le hacía tantacompañía.

§—LE COMERÍA los hígados —dijo

Vicente. No pudo: amargaban.§

ESA HORMIGA odiaba a aquel león.

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Tardó diez mil años pero se lo comiótodo, poco a poco, sin que él se dieracuenta.

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EPITAFIOS

DEL BUENO:No se

enteró.§

DEL BOBO:No tuvo

enemigos.§

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DEL TONTO:Nunca

varió.§

DELSOCIÓLOGO:

Seequivocó.

§

DEL METICHE:Se metía en

todo.Aquí está

metido.

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§

DE CIERTOFILÓSOFO:

Dio lo quelos demás

y se loagradecieroncomo propio.

§

DE UN TIRANO:Fue a lo

suyopor lo tuyo.

§

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DE UN ARTISTA:Si fue, no

es.Si salvó el

nombre,tanto da lo

queaquí es:

fue.§

DE UNMARICA:

Dio lo queno tenía.

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§

DE UNACHICHINCLE:

De tantoservir, nosirve.

§

DE UNORADOR:

Para él nocuenta lamuerte:

Piltrafa,sigue siendo lo

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que fue.§

DE DON JUAN:Mató a

quien quiso.§

DELORTODOXO:

No abrió elpico.

§

DE UNRESIGNADO:

Siempre

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abajo,no le cogió

de nuevo.§

DE ALEJANDRODUMAS (hijo):

Aquí viveel hijo

deMargaritaGautier.

§

DE NIJINSKI:Que le

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quiten lobailado.

§

DE UNIMBÉCIL:

A todo dijoque sí.

§

MÍO:No pudo

más.§

CONTRAEPITAFIO:Todo o

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nada.Aquí queda

eso.§

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ANEJO:

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Crímenes suprimidosen la edición de 1968

—A MI MUJER, señor, le pasaba conlos huevos fritos lo que con los hijos:que no los dejaba en paz. La diferenciaestá en que los hijos crecen y seacomodan solos, mientras que loshuevos fritos (¿qué se puede comparar aun par huevos bien fritos?) se los comeuno como el mejor regalo del Creador.La cuestión es, como en todo, el punto.Soy albañil y sé lo que me digoreferente al punto del punto. Lo queimporta, para los huevos, es la cantidad

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y el calor del aceite en el que se echan—partidos y vertidos con cuidado— yel momento justo en el que hay quesacarlos, la clara ya abullona-da comosi fuese pasta de buñuelo. Los huevosfritos nunca se «apegan» como decíaella. No diré más, gracias a Dios: unhuevo frito con la yema cubierta, blancao rota ni es un huevo frito ni es nada.Que la quemadura fuese tan grave,¿quién lo podía adivinar?

§ME ECHÓ un trozo de hielo por la

espalda. Lo menos que podía hacer eradejarle frío.

§

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NO LO HICE adrede.§

—¿POR QUÉ se me va a acusar dehaberle matado si se me olvidó de quela pistola estaba cargada? Todo elmundo sabe que soy un desmemoriado.¿Entonces, yo voy a tener la culpa?¡Sería el colmo!

§EL BALÓN ERA mío y muy mío. La

navaja, no. Pero de lo que se trataba eradel balón.

§PUEDEN SABERSE todas las

lecciones de corrido, papá, pero no sertan bizco… Si se dio con un canto…

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§TANTO: señor profesor, señor

profesor… Y todo por hacerse el mono,puro cortejo, puro servicio, puro babeo.¡Que si primero fue así, que si primerofue asá! Pero el colmo fue que, por lasbuenas, se puso a copiar y a negarse aprestárnoslo… A ver si lo hace ahora.Se quedó como un palo, del ídem.

§YO NO QUISE darle tan fuerte.

§¡A POCO los hijos de millonarios

tienen algo especial en la cabezota!§

A MÍ, MI PAPÁ me dijo que no me

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dejara… Y no me dejé.§

POR MUCHO que fuese mi tíaMaría… A mí nadie me encierra en casacuando les prometí a mis cuates que iríaa jugar con ellos. Y andimás cuando notienen ningún delantero centro comoyo… Pero que ni soñarlo. Que la empujéun poco demasiado fuerte… La culpa noes mía. No tenía más que agarrarse unpoco más fuerte al barandal de laescalera. Además, siempre estabaespiándome. De verdad que no mequería. Siempre diciéndole a mimamá…

§

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¡TOTAL PORQUE LE METÍ una ranotade nada en el bolsillo! Si pegó un salto,salió corriendo, tropezó y se rompió lacholla, ¿qué? ¿A qué tanta pregunta?

§¡SÍ, LE DIJE a la recondenada que el

chocolate quemaba!§

YO NO SALGO haciendo el ridículo ymenos con aquella chamarra verde. Lomenos me hubiera dicho el Pipi es:¡Marica! Yo no quería clavarle laagujota tan hondo…

§A MI HERMANA —de verdad, de

verdad— nunca la pude tragar.

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§A MÍ NADIE, y ése menos que nadie,

me hace trampas, señor. Claro que ahoraya no se las hará a nadie…

§LO QUE IMPORTA es conseguir y

tener paz entre los hombres. Si paralograrlo hay que llegar a esto (e hizo ungesto que abarcaba toda la plaza), ¡quéle vamos a hacer!

§LA MATÉ por no darle un disgusto.

§ME DIJO que lo publicaría en mayo,

luego en junio, después en octubre. Pasóel invierno, con la primavera se me

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revolvió la sangre, ¡era mi segundolibro! El decisivo. Que lo fuera para eljoven editor, lo siento. Pero me loagradecerán muchos y, seguramente,llamará la atención y será una buenapublicidad.

§LO ENVENENÉ porque quería ocupar

su puesto en la Academia. No creí quenadie lo descubriera. ¡Tuvo que ser esenovelista de mierda que, además, escomisario de policía!

§ME LLAMÓ tarado. Yo no le

consiento a nadie que le falte a mimadrecita.

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Dos crímenes barrocosMIRE, SEÑOR, no vaya a ir en contra

de mis ideas. No lo tolero. Yo acepto lassuyas: para usted. Se las queda, lasmastica, las digiere, las expulsa si atanto le lleva su gusto. En general, loshombres desde hace un par y pico desiglos creen que son lo mejor de lahumanidad. El non plus ultra. OK. Alláellos. Yo estoy convencido de locontrarío, de que todos somos unos hijosde la chingada por el hecho mismo deser hombres. Hace mucho que quedóprobado que el hombre ha llegado adomesticar la naturaleza a fuerza de

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mala leche, ingratitud, instintos asesinos,palos, pedradas, machetazos, tiros,hipocresía, asesinatos a mansalva,imposición de la esclavitud. Cualquierhombre, por el hecho de serlo, es un hijode puta. No discuto que otros piensen demanera distinta. Para mí, el imbécilmayor —suizo tuvo que ser— fue JuanJacobo Rousseau. Con estas ideas, ¿quéde extraño tiene que yo sea una buenapersona? Que matara a don Jesús, notiene nada de particular: no le debía uncéntimo a nadie.

§PIENSO, LUEGO SOY, dijo el hombre

famoso. Los árboles de mi jardín son,

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pero no creo que piensen, con lo que sedemuestra que el señor Renato no estabaen su sano juicio y que lo mismo sucedecon otros seres: mi suegro por ejemplo:es y no piensa, o mi editor que piensa yno es. Y si lo ponemos al revés,tampoco es cierto. No existo porquepienso ni pienso porque existo.

Pensar es cierto, existir es un mito.Yo no existo, sobrevivo, vivir —lo quese dice vivir— sólo los que no piensan.Los que se ponen a pensar no viven. Lainjusticia es demasiado evidente.Bastaría pensar para suicidarse. No; donDescartes: vivo, luego no pienso, sipensara no viviría. Hasta se podría

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hacer un bonito soneto: Pienso luego novivo, si viviera, no pensara, señor…,etc., etc. Si para vivir se necesitarapensar, estábamos lucidos. Pero, en fin,si ustedes están convencidos de que asíes, soy inocente, totalmente inocente yaque no pienso ni quiero pensar. Luegosi no pienso no soy y si no soy ¿cómovoy a ser responsable de esa muerte?

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MAX AUB MOHRENWITZ (París, 2 dejunio de 1903-México D.F., 22 de juliode 1972). Escritor español de origenfrancés. Toda su obra la escribe enespañol, cultivando diferentes géneros:narrativa, teatro y poesía.

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Siendo un niño, su familia —padrealemán y madre francesa— se traslada aEspaña por motivos de trabajo y enmedio de la I Primera Guerra Mundialse establece en Valencia, donde Maxcursa el bachillerato. Recibe unaeducación muy rica y cosmopolita ydesde niño destaca por su facilidad paraaprender idiomas. Al terminar susestudios recorre el país como viajantede comercio y al cumplir los veinte añosdecide adoptar la nacionalidadespañola. Es famosa la frase de MaxAub: «se es de donde se hace elbachillerato».

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En los años 20 es afín a la estéticavanguardista y gracias a su trabajo comoviajante asiste a tertulias de Barcelonade los vanguardistas de la época.Durante esta época empieza a escribirteatro experimental: El desconfiadoprodigioso, Una botella, El celoso y suenamorada, Espejo de avaricia yNarciso.

De ideas socialistas, durante laguerra civil se compromete con laRepública y colabora con AndréMalraux en la película Sierra de Teruel(Espoir). Al terminar la contienda seexilia a París, pero preparando su

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marcha a México le detienen y esrecluido en diferentes campos deconcentración de Francia y del norte deÁfrica. Gracias a la ayuda del escritorJohn Dos Passos, tras tres años deencarcelamiento consigue embarcar paraMéxico.

Se gana la vida gracias alperiodismo, escribiendo en los diariosNacional y Excelsior, y también en elcine ejerciendo de autor, coautor,director, traductor de guionescinematográficos y profesor de laAcademia de Cinematografía. En 1944es nombrado secretario de la Comisión

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Nacional de Cinematografía. Duranteestos años escribe San Juan y Morir porcerrar los ojos y estrena su obra deteatro La vida conyugal con gran éxito.

Desde mediados de los 50 viaja porEstados Unidos y Europa pero sin poderentrar en España, desarrollandoactivamente en estos años su actividadliteraria, periodística y cineasta. En1969 por fin se le permite entrar enEspaña y recupera parte de su bibliotecapersonal, que estaba en la Universidadde Valencia.

A su vuelta a México sigue con susestudios de la figura de Luis Buñuel;

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posteriormente participa como jurado enel festival de Cannes, da conferenciaspor todo el mundo y, tras otro viaje aEspaña, muere en 1972 en México.

Desde 1987 se entregan los PremiosInternacionales de Cuento Max Aub,otorgados por la Fundación que lleva sunombre.

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Notas

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[1] Sólo este párrafo —no la posdataentera— fue añadido en 1968. <<