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narrativa Lucía Andrés Morales Garza

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n a r r a t i v a

Lucía

Andrés Morales Garza

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Lucía

Andrés Morales Garza

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Ella3 de abril del 2001

La presión en el pecho no me deja respirar, siento la vida escapándose de mis manos. La gente me observa… sus palabras no consuelan mi dolor. No puedo evitar el recorrido de las lágrimas por mis mejillas. Lo recuerdo con cada respirar, mi vida dependía de Julián y tras su partida me encuentro desorientada.

No tengo el valor de mirarlo por última vez, me niego a ello. Siento un gran rencor corriendo por mis venas, el deseo de venganza es cada vez mayor conforme pasan los segundos. Puedo ver en mi mente cómo destruyo al culpable de mi tristeza.

Él3 de abril del 2001No encuentro palabras para consolarla. La niña de

mis ojos se desmorona frente a mí. Durante su infancia resolvía sus problemas, pero ahora no encuentro solu-ción para esto. Como quisiera evitar su dolor, ver sus ojos gritando en silencio me destrozan el alma, pero yo se lo advertí desde que lo trajo con ella.

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La primavera se encontraba en su máximo esplendor, corría el mes de mayo y cada uno de ellos vivía en

mundos distintos, sin imaginar siquiera que el destino los uniría próximamente.

Ella decidió escapar de su realidad tomando el pri-mer vuelo hacia Barcelona; su deseo era cambiar la ru-tina y disfrutar un poco después de tanta angustia. Su pasado la seguía, era una sombra que emergía cuando la noche llegaba y llenaba su conciencia y corazón de odio, perturbaciones y rencor.

Una tarde de abril del año 2001 dejó marcada su vida por completo, al ver el cuerpo de su prometido ase-sinado en su departamento, con ello no sólo se llevaban al compañero perfecto, al mismo tiempo destruían la ilu-sión y la promesa de una vida llena de amor.

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Había transcurrido unos cuántos días y Lucía no logra-ba conciliar el sueño; en su mente sólo veía la repetición de las imágenes de aquel suceso inolvidable. Recordaba a Julián con cada paso que daba por la habitación. Todos y cada uno de los objetos permanecían intactos, tal como él los había dejado.

Fue hasta después de quince días que ella intentó volver a su vida cotidiana. Sin embargo, en la oscuridad de la noche repasaba una y otra vez los posibles motivos del asesinato.

Una tarde Lucía se armó de valor y decidió, por fin, guardar todos los objetos que pertenecieron a Julián.

Empezó con su ropa y cada uno de los segundos que pasó guardando sus objetos equivalía a cientos de lágri-mas por su amor. Tras pasar las horas y cuando la noche llegó y ella estaba a punto de finalizar con la difícil tarea que se había encomendado, llegó al último lugar donde podría encontrar algún rastro de Julián: el buró, el cual se encontraba al lado de donde él dormía.

Mientras sus manos alcanzaban las fotos que él guardaba del verano pasado, una nota amarilla llamó su atención; la nota contenía el siguiente texto:

“Te he mirado caminar durante las últimas sema-nas, tu aspecto no ha cambiado nada, para mí sigues siendo el mismo imbécil hoy, y lo serás por toda tu vida, es por eso que te ordeno que te alejes de Lucía, te lo ordeno… Te espero al atardecer en la siguiente direc-ción, sino llegas por tu cuenta, mandaré a alguien para que te haga el favor de traerte hacia mí…

Colonia: Las Lomas Calle: Camino del Río #453”

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Al terminar de leer la nota, Lucía quedó impactada al momento de preguntarse quién podría haber exigido a su amado tal atrocidad. Guardó la nota en su bolsillo. Tomó un poco de aire y se fue a sentar en el sillón rojo en el cual pudo respirar el olor del alma de Julián; al tratar de huir de dicho olor corrió rápidamente al baño y no pudo evitar vomitar, estaba destrozada pero, a pesar de su dolor, decidió a salir.

Al abrir la puerta del departamento n° 315, recorrió el pasillo como si no hubiera fin alguno, Lucía se sentía agobiada por todo lo que había vivido durante los últi-mos días. Corría intentando alcanzar el botón del as-censor lo más pronto posible, negándose a voltear hacia atrás.

Por fin alcanzó el botón. Lo oprimió con desespera-ción cinco… incontables veces, mirando nerviosa cómo el panel reflejaba el lento descenso del elevador. Seis… cinco… cuatro… tres…. se abrieron las puertas. La luz interior era un poco tenue y, sin tener otra opción, entró al ascensor.

Al mirar su reflejo en uno de los espejos del ascensor se percató de su rostro, nunca se había encontrado tan triste ante sí misma; poco a poco comenzó a arreglarse. Sabía que de alguna manera tenía que superar todo lo acontecido, pero se había decidido a vengar a Julián. La Lucía que había entrado no era la misma que pronto saldría.

Se abrieron las puertas del elevador. Lucía cruzó las puertas deslizables y caminó lentamente hacia el lobby, fingiendo una sonrisa tan falsa como su tran-quilidad. Se acercó a Juan, el guardia, y le dijo que le pidiera un taxi.

Al ver llegar el coche amarillo salió del lobby, decidi-da a no volver hasta encontrar al culpable de sus penas. Entró al auto:

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—Buenas noches, ¿hacia dónde se dirige?—Hacia el centro de la ciudad, justo enfrente del

Restaurante El Recinto. —Okey, para allá vamos.El taxista intentó dos o tres veces hablar con ella

por cortesía, sin embargo, no recibió respuesta alguna, su vista se encontraba pérdida en el pasar de las luces nacientes de la noche.

Cinco minutos antes de llegar a su destino, Lucía sacó de su pantalón el celular. La batería estaba a punto de terminarse. Rápi damente marcó los siguientes dígi-tos: 1 9 9 8 4 3 3 5.

El celular dio tono y alguien contestó:—¿Bueno?—Verónica… ya estoy llegando a tu casa. (Y colgó).Tres minutos después llegó a su destino, el taxíme-

tro marcaba 158.35 pesos. De su bolsillo, Lucia sacó 200 pesos y se los entregó al taxista. Descendió del coche, las calles parecían desoladas. Caminó hacia la esquina, para así poder encontrarse con la calle Jiménez, en don-de estaba ubicado “El Recinto”, justo al lado del edificio al que iba.

Lucía al fin había llegado a donde vivía su amiga Verónica, introdujo la clave en el codificador y la puerta se entreabrió. Empujó la puerta de lámina, caminando hacia el cuarto de Verónica. Se aproximó al cuarto 4 y tocó la puerta.

—¿Quién es?—Soy Lucía… tengo algo muy importante que

decirte…El sonido de las pisadas se aproximaba cada vez

más hacia la puerta, hasta que Verónica abrió. Lucía, al verla en lágrimas, no se contuvo y abrazó a la hermana de Julián. Después de unos minutos de desconcierto por parte de ambas retomaron la compostura y se fueron a sentar al comedor.

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Empezaron a recordar los buenos momentos que habían compartido con Julián. Lucía comenzó a dudar si Verónica era la persona indicada para apoyarla, pues no mostraba indicios de venganza. Verónica se percató de un papel amarillo que Lucía sostenía en su mano derecha.

—¿Qué es lo que tienes ahí, Lucy? —Una nota que encontré en el buró de Julián, es por

esto que he venido contigo. Tienes que prometerme que no le dirás a nadie de su contenido, de esto depende que lo que estoy planeando funcione.

—¿Cómo planeando? ¿De qué hablas?Sin decir más, Lucía le entregó la nota que hacía

horas la había llevado a tomar la decisión de vengar la muerte de Julián. Lucía notó que mientras los ojos de Verónica recorrían cada una de las palabras de la nota, la furia y rabia se iban haciendo presentes y a mayor medida y tomaban posesión de Verónica, igual que le había pasado a ella.

Al finalizar la lectura, Verónica reaccionó de una manera inesperada, empezó a golpear a Lucía y comen-zó a gritar:

—¡Todo es tu culpa! Si tú no hubieras llegado a la vida de mi hermano él seguiría con nosotros.

—Cálmate, Vero... Lucía tomó las manos de su amiga, y poco a poco Ve-

rónica fue retomando la conciencia, no sin antes haberle gritado comentarios ofensivos a Lucía. Ya con la mente fría, Verónica le pidió disculpas por su reacción.

Con la situación un poco más calmada, ambas se di-rigieron a la habitación de Verónica, lo cual no fue nada fácil para Lucy, pues en cada paso iba recordando las memorias que tenía con Julián.

Al llegar a la habitación, Verónica le entregó el celu-lar de Julián a Lucy, pues unas horas antes de ser asesi-nado él había visitado a su hermana y, por accidente, lo

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había dejado en la repisa de la sala, justo donde posaban retratados cada uno de los integrantes de su familia. Él muy pronto se volvería uno de esos recuerdos.

El celular no tenía batería, por lo que los intentos de Lucía por prenderlo fueron en vano y, por esto, des-esperada le pidió a Verónica que la llevará a su depar-tamento.

Salieron del edificio y se metieron al carro, era un BMW. Verónica tomó las llaves y encendió el motor y en-seguida prendió la radio en busca de despejar la mente de ambas. Verónica lo había conseguido, sin embargo, Lucía estaba angustiada, tenía miedo e incertidumbre de lo que podría encontrar en el celular de Julián.

20 minutos después, Verónica dejó a Lucía en su departamento y regresó a casa. Lucía, con desesperada rapidez, subió al tercer piso, esta vez los nervios no la dejaron esperar el ascensor y usó las escaleras. Al llegar a su piso, sacó sus llaves y abrió la puerta de su depar-tamento.

De inmediato corrió hacia la habitación de huéspe-des, abrió caja por caja, donde hacia menos de unas ho-ras había enterrado los recuerdos de Julián, en busca del cargador del celular. Al encontrarlo, buscó un enchu-fe y su mano temblorosa falló más de dos veces al querer conectarlo, hasta que por fin lo consiguió.

El recorrer de las manecillas del reloj parecía no avanzar, Lucía se mordía las uñas esperando ansiosa-mente el encendido del celular. En su mente sólo pen-saba diferentes combinaciones numéricas y, para no ol-vidar ninguna, tomó una hoja y comenzó a escribirlas.

Cuando el celular al fin prendió, apareció el siguien-te mensaje: “Introduzca su nip”.

Lucía solamente contaba con cinco oportunidades para evitar eliminar el contenido del celular, y en su hoja tenía más de 15 combinaciones y cada una de ellas tenía un significado especial para su relación.

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Lucía introdujo el primer intento: 0 1 0 7… código incorrecto. La primera cita entre ellos parecía no ser la indicada.

Sólo quedaban cuatro intentos; introdujo la segunda combinación: 1 1 0 2 y pudo acceder al celular. La fecha en la que habían planeado casarse le dio el acceso.

Comenzó a revisar los registros recientes de llama-das y se dio cuenta que el 2 de abril, el día del asesinato, Julián había recibido una serie de llamadas del número 8355 4390, y éste mismo número era uno de los contactos con los que él hablaba con mayor frecuencia.

Tenía registros de por lo menos 15 llamadas con di-cho teléfono durante el último mes.

Lucía intentó atar los pocos cabos sueltos que te-nía, pero esto no la llevó a ningún sospechoso

Por lo pronto, con lo único que contaba era una nota amarilla, los registros de llamadas y, según sus presentimientos, la persona encargada de asesinar a su prometido aquella noche debía ser algún conocido de Julián.

Ella se encontraba decidida a marcar al número del cual desconocía el dueño, sin embargo, todavía no era el momento indicado, por lo que decidió ir a dormir algu-nas horas, pues el día había sido muy cansado. Sus oje-ras la hacían aparentar más años de los que en realidad tenía. Lucía salió del cuarto de huéspedes y se dirigió a su habitación.

Al entrar, no tuvo tiempo de ponerse su ropa para dormir, sino que el cansancio la venció tan pronto su cuerpo entró en contacto con la almohada, eran exacta-mente las 2:54 am.

Mientras dormía, una pesadilla la invadió en lo más profundo de su sueño:

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Lucía:

¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? Parece ser un callejón sin salida, empecé a recorrer el pasillo… miré mis manos, están llenas de sangre. Me asusté al instante, estoy corriendo y acabo de llegar a un callejón sin salida que me es familiar, está pintado de manera un poco extraña, una mezcla de colores vivos con colores oscuros. La pared se transforma de lado a lado, pasa de ser algo alegre y vivaz a algo perturbador y maligno. Miro fijamente cada uno de los lados, me doy cuenta que cada uno tiene una especie de puerta, hago mi elección y me aden-tro en la oscuridad. Entro, frente a mí se encuentra otra puerta. A mi derecha hay una mesa, en la cual hay una serie de objetos, entre ellos los siguientes: un cuchillo, un reloj Movado y un retrato. Elijo el primero de los objetos: el cuchillo, y lo pongo en mi mano izquierda. Voy caminando hacia la puerta, tomo con mi mano derecha la manija de la puerta y lentamente comienzo a abrirla. La abro por com-pleto, entro y ahí se encuentra él, Julián, junto al asesino. El odio me llevó a tomar el cuchillo en la sala anterior y no el reloj favorito de Julián, y ese mismo odio me hace acercarme y ponerme de frente al asesino. Levantó mi mano izquierda y lo acuchi-llo un par de veces, la sangre corrió como un río mis manos. El asesino cae desvanecido en la sala, mientras con mis manos ensangrentadas tomo su pasamontañas y empiezo a quitárselo…

Desperté…

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A las 9:45 am Lucía despertó agitada, el evento del que había sido partícipe mientras dormía parecía ser un adelanto de lo que sucedería, sin embargo, el final había quedado inconcluso debido a que el sol logró adentrarse en su habitación, despertándola; las cortinas cafés no fueron lo suficientemente gruesas como para dejarla dormir un poco más.

Lucía se salió de entre las sábanas y se metió a ba-ñar mientras por su mente pasaba cada una de las es-cenas de su sueño. Al terminar, salió de la regadera y se arregló como normalmente lo hacía, vistiendo pren-das exclusivas y su perfume característico de siempre: “Chanel Mademoiselle”.

Estaba consciente de que tenía el pendiente de des-cubrir el usuario del teléfono, por lo que al terminar de arreglarse, salió y fue en busca de un teléfono público, pues no podía arriesgarse a ponerse en peligro al revelar su ubicación por medio su teléfono.

Salió de su departamento y pronto se encontró en la calle Riviera, justo en la esquina de la avenida, encontró lo que ella buscaba. Caminó como toda una diva hacía el teléfono público, la gente al pasar se le quedaba viendo debido al porte que llevaba consigo paso a paso. Llegó al teléfono y sacó su bolso.

Abrió el bolso y extrajo tres monedas de un peso, in-trodujo las tres monedas y comenzó a marcar el número: 8355 4390. El teléfono dio tono, Lucía estaba a punto de escuchar a uno de los posibles involucrados en el ase-sinato de Julián, fue hasta el tercer tono que alguien contesto:

—¿Bueno? —Lucía no contestó—, ¿buenas tardes? —y en ese momento Lucía reconoció la voz.

Colgó de inmediato.Las últimas conversaciones de Lucía con su padre se

habían tornado ríspidas, debido a los malos comentarios que él tenía acerca de Julián.

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Enseguida relacionó las llamadas de ese número con el trabajo de Julián, pues ambos trabajaban en la mis-ma empresa, junto a su padre.

Lucía, tras haber hecho la llamada, regresó a su edi-ficio y empezó a sentirse mal por haberle colgado a su papá, por lo que después de unas horas, a las 4:00 pm, decidió ir a visitarlo, tomó su auto y se dirigió a su anti-guo hogar.

Al llegar a uno de los vecindarios más exclusivos de la Ciudad de México, Los Nobles, recordó su infancia, durante la cual su padre había estado ausente la mayor parte del tiempo, todo por culpa del trabajo.

Si había algo que Lucía podía de alguna manera re-criminarle a él era su falta de atención, su falta de pre-sencia, pues el dinero nunca fue un problema para la familia Gutiérrez.

Siguió conduciendo hasta que llegó a su casa, esta-cionó el auto, y fue hacia la puerta principal donde ya la esperaba Rebeca, su madre, con los brazos abiertos.

La señora Rebeca le dio un abrazo amoroso, con fer-vor, pues hacía ya tiempo que no había tenido el privile-gio de tener de invitada a su persona favorita.

Como toda madre cariñosa, le ofreció todo tipo de manjares, desde pastelillos coloridos llenos de betún hasta su comida favorita de Lucía: el mole. Todos y cada uno de ellos revivían el pasado de Lucía.

Mientras doña Rebeca y Lucía compartían sus vi-vencias de los últimos días, el rechinido de la puerta las hizo pausar por un momento, voltearon al mismo tiempo y sus miradas se dirigieron a la entrada principal: ahí estaba don Ernesto.

Don Ernesto, padre de Lucía, mientras ella crecía se dedicó a impulsar su empresa acerera, la cual le había heredado su padre. La vida de la familia Gutiérrez no sufría de ningún tipo de carencias, esto debido al presti-gio y reconocimiento que tenía la “Acerera Gtz”.

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La empresa se dedicaba al manejo del acero y a realizar piezas para empresas de gran prestigio como: Caterpillar y John Deere. “Acerera Gtz” se encontraba en su punto más alto y don Ernesto ganaba más dinero del que algún día pensó.

Pero el alcohol, los malos hábitos y el excesivo gasto lo llevaron a un punto en donde tenía que tomar una decisión crucial, fusionar su empresa con su competen-cia “Acerox” o intentar por sí mismo volver a lograr los rendimientos del pasado.

Días antes de la decisión, don Ernesto analizó cada una de las opciones y terminó por quedarse con la prime-ra, su futuro socio no sólo le ofrecía una salida segura, sino que también liquidaría todas las deudas que tenía “Acerera Gtz”. Sin embargo, esta fusión no sólo le resul-taría benéfica a él, pues fue gracias a esto que un día Julián y Lucía coincidirían en los pasillos de “Acerox”.

Tras un año de sociedad, don Ernesto mostró sus insatisfacciones, todas relacionadas con sus ingresos, pues aunque eran bastante generosos, su ambición era mayor y por eso deseaba querer tener más cada día. Las acciones que don Ernesto tomaría para satisfacer esa ambición se verían reflejadas en poco tiempo.

Comenzó obteniendo ganancias mediante la compra de materiales de baja calidad y, al ver que nadie lo no-taba, decidió poco a poco ir escalando sus “pequeños ro-bos”, hasta llegar al desvío de fondos.

Julián, para entonces, era un joven que se desempe-ñaba en la administración de las finanzas de “Acerox” y hacía ya un tiempo que los números no cuadraban en los libros. Fue debido a esto que empezó una investigación por su cuenta para llegar al origen de tal situación.

Pocos meses después, Julián descubrió el fraude del que don Ernesto era responsable y, para comprobar su delito, elaboró un reporte donde se detallaban y se ha-cían visibles las pruebas que lo inculpaban.

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Durante ese mismo año, Lucía y Julián se conocie-ron, fue una tarde de enero. Ella, al ir a visitar a su pa-dre al trabajo, iba caminando como una doncella por el pasillo frente a la entrada principal de la empresa “Ace-rox” y, sin pensar, cruzó la mirada y se encontró pérdida en los ojos de Julián. Él, al verla, no pudo evitar mirar su largo pelo, sus ojos profundos y su hermoso cuerpo, Julián se quedó sin palabras. En ese instante comenzó su historia y, por amor, detuvo su deber de delatar a don Ernesto.

♠Pero volvamos a lo nuestro, don Ernesto entró y, aunque poco, se sorprendió por la presencia de su hija en casa. Caminó hacia la mesa, en donde se encontraban sus dos más grandes tesoros, dejó su maletín en el piso y abrazó a sus princesas.

Juntos, sentados aún en la mesa, las horas trans-currieron mientras platicaron sobre todo tipo de te-mas. Compartieron las memorias y experiencias vivi-das, mismas que con los años se volvieron inolvidables, como la vez que Lucía se había perdido en el supermer-cado... de pronto se hizo de noche y Lucía decidió que era hora de irse.

Se dirigió a la puerta principal, se despidió de cada uno de sus padres: a don Ernesto le plantó un beso en la mejilla que dejaría sus labios sellados, mientras que a doña Rebeca le entregó un abrazo, después de esto salió de su baúl de recuerdos, tomó sus llaves, entró a su auto y se fue.

Durante esa misma tarde en la que Lucía visitó a sus padres, Verónica se había tomado el tiempo de in-vestigar un poco más acerca de la nota amarilla. Aproxi-madamente a las 3:00 de la tarde comenzó a averiguar un poco más acerca de aquella dirección.

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Verónica, tras consultar en donde estaba localizada la colonia Las Lomas, se dirigió hacia allá. Al ir en su BMW, intentó pasar sin detenerse la caseta de seguridad, sin embargo y, para su sorpresa, los guardias serían más difíciles de convencer que lo que ella había planeado.

Al fallar su intento de entrar a la exclusiva colonia, sin más opción se arriesgó y les ofreció dinero a cambio de que la dejaran pasar, para su fortuna sí funcionó su oferta.

Al llegar a la dirección, se encontró con una casa vie-ja, con una fachada descuidada, parecía estar inhabita-da. Probó suerte e intentó abrir la manija de la puerta principal, se encontraba cerrada. Regresó a su auto y decidida a entrar a la casa esperó unas cuantas horas para que oscureciera y así evitar ser vista por alguno de los vecinos.

Justo a las 8:00 pm, ya con el sol oculto, sacó el desarmador y la linterna que llevaba en auto, se dirigió a la puerta y fue desatornillando uno a uno los cuatro tornillos de aquella manija. Al terminar logró abrir.

Verónica entró con precaución, tomó la linterna y poco a poco empezó a alumbrar aquel lugar. Parecía una casa deshabitada, las telarañas y la oscuridad le daban una sensación de vejez a su arquitectura.

Recorrió el primer piso, en donde se encontraba la cocina, la cual estaba junto a la sala, pero no encontró nada sospechoso.

Después, con cautela, subió las escaleras de madera que rechinaban a cada paso y, en una de ellas, encontró un guante con rastros de sangre, se agachó para tomarlo y notó gotas de sangre en la caoba, agarró el guante con su mano derecha, y lo guardó en su bolsa.

Al llegar a la segunda planta se percató que habían tres cuartos. Verónica recorrió cada uno de ellos, sin em-bargo sólo en uno de ellos logró encontrar algo que llamó su atención.

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Mientras alumbraba el tercer cuarto encontró un portafolio junto a una silla de madera de antaño que es-taba al fondo de la habitación. Se aproximó y, mientras alumbraba para seguir avanzando, se topó con sus pies un regalo que ella le había dado a su hermano Julián, una pequeña esclava de oro que tenía grabado su nombre.

Verónica se arrodilló para tomarla y, al tenerla en sus manos, no pudo contener el llanto, aquella fortaleza que había mostrado de pronto se derrumbó.

Borró aquellas lágrimas de su rostro, dirigió de nue-vo sus pasos hacia el portafolio, lo recogió del suelo y, con sutileza y en silencio, regresó a su coche y se dirigió a su hogar.

Rumbo a las 10:24 de la noche, mientras Lucía re-gresaba a su departamento, sonó su celular. Lucía ma-niobró entre el carro y su bolso de temporada para sacar el teléfono, vio en la pantalla el nombre de su amiga Verónica.

—¿Lucy?—Hola, Vero, ¿cómo estás?—Bien, pero eso no es lo importante ahora… ¿Re-

cuerdas la dirección que estaba en la nota amarilla que me mostraste ayer?

—Sí…. -Bueno, pues durante la tarde fui a la colonia, me

dirigí a la casa, me encontré con un par de cosas y tomé unas cuantas de fotos… necesito que vengas a verlas, creo que nos pueden ayudar a encontrar al culpable del asesinato.

—¿Qué pasó? ¡Cuéntame!—Te veo en mi apartamento.Lucía dio vuelta con destino a casa de Verónica, pi-

saba el acelerador con el fin de llegar lo más rápido po-sible, poco a poco las pruebas que inculparían a alguien irían surgiendo con el tiempo y lo único que ella busca-ba era venganza.

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Al llegar al edificio, Lucía estacionó su auto frente a la entrada. Abrió su puerta y se bajó del auto, mientras las puertas deslizables de cristal, mostraban una Veró-nica angustiada atrás de ellas.

Al entrar a la habitación encima de la mesa se en-contraban los objetos que había recolectado tras su vi-sita a la dirección de la nota. Lucía, al ver cada uno de ellos, se dio cuenta que todos le eran familiares.

Primero revisaron el guante… era un burberry, un simple guante de piel con terciopelo en el interior, su color negro estaba alterado por la sangre seca que lo manchaba.

Lucía lo examinó lentamente con el objetivo de en-contrar algo más en un simple guante, lo sujetó con su mano derecha y al mirar en el interior del guante se en-contró con las iniciales D.G. bordadas en él.

Lucía y Verónica comenzaron a cuestionarse el sig-nificado de aquellas letras y, sin encontrar ninguna co-nexión, guardaron el guante y siguieron con los otros objetos.

Al tomar la esclava, Lucía se percató que se encon-traba rota, parecía que la habían arrancado de la mu-ñeca de Julián. Su mente escapó de aquella habitación por un momento, recordó el funeral y las pertenencias que había recibido de los policías unos días después del asesinato… no había echado en falta la esclava.

Justo en ese momento se dio cuenta que la esclava había estado en el lugar del asesinato todo el tiempo, y el crimen no había sucedido en su departamento, como siempre lo habían pensado; verificaron que éste había pasado en la dirección de aquella nota amarilla.

Lucía y Verónica se encontraban con más incerti-dumbre que al principio, las dudas surgían al ir avan-zando el tiempo, y las respuestas simplemente no llega-ban. Mientras Lucía se cuestionaba en silencio…

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¿Por qué Julián fue a aquella dirección?¿Quién llevó a Julián al departamento?¿Por qué el guardia Juan no se percató de nada?¿Dónde estaba yo cuando Julián se encontraba

peleando por su vida?

Sin tener respuesta a lo anterior, tomó el último d e los objetos, el portafolio. La cerradura estaba force-jeada y, para sorpresa de Lucía y Verónica, dentro de él se encontraban documentos que tenían la firma de Julián.

Los documentos no mostraban nada extraño, dentro de ellos sólo había estados de cuenta de la empresa “Ace-rox” y otros cuántos estados financieros, Lucía y Veróni-ca por consiguiente infirieron que Julián iba saliendo del trabajo cuando se dirigió hacia la Colonia Las Lomas.

Eran ya las 2:39 am y la oscuridad se había adue-ñado de la noche. Lucía decidió pasar la noche con su amiga, se encontraba cansada y un poco en shock tras lo encontrado por Verónica.

El cansancio las venció y lograron conciliar el sueño como no lo habían hecho ya hacía varios días.

Tras una noche de descanso, Lucía despertó y, para no molestar a Verónica salió en silencio de la recámara. Antes de ir a su casa decidió agarrar los objetos que Ve-rónica había conseguido, metió la esclava y el guante en su bolso, y sujetó el maletín con la otra mano.

Salió del apartamento y guardó los objetos en la cajuela de su coche, lo encendió y se dirigió a su casa. Al llegar a su domicilio, Lucía se encontró con Juan y, debido a lo que habían descubierto, le preguntó al Juan sobre la última vez que había visto a Julián.

—¿Don Juan?—Buenos días, señorita Lucía, ¿qué se le ofrece?—Tengo entendido que ustedes tienen circuito ce-

rrado en el edificio…

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—Así es señorita, grabamos todas las noches para así disminuir los robos o crímenes que pudieran darse.

—Oiga, don Juan, le quería pedir un favor… me po-dría mostrar el video del 2 de abril del 2001.

—Señorita, ese video fue confiscado por las autori-dades cuando falleció su prometido… no tenemos más copias que la que ellos se llevaron.

—Bueno, ¿sabe usted alguno de los nombres de alguno de los policías que lo confiscaron?

—Me temo que sólo recuerdo que a uno de ellos le llamaban El Boiler

—Muchas gracias, don Juan.—Cuando guste, señorita, que tenga un buen día.Contrariada, Lucía siguió su camino a su departa-

mento y se preguntaba a sí misma cómo era posible que los policías no la hubieran contactado para decirle acer-ca del video, si ellos habían levantado la información cuando fueron a revisar la escena.

En su mente no quedaba claro lo que estaba suce-diendo, las cosas iban perdiendo el sentido a medida que iba descubriendo e investigando un poco más, parecía que había alguien empecinado en cubrir el crimen.

Lucía entró a su departamento y fue a la regadera, decidida a tomar un baño para refrescar su cuerpo, men-te y alma. Poco a poco se fue deshaciendo de cada una de sus prendas hasta quedar desnuda. Al tocar el agua su piel, la sensación de frescura logró despejar su mente.

Salió del baño y se vistió con sus prendas de moda. Se arregló con esmero y se alistó para ir a visitar la dele-gación de policías en busca del tal Boiler. Lucía no sabía dónde estaban las delegaciones policiacas y, al salir, le preguntó a don Juan.

—Don Juan, ¿conoce alguna delegación cerca de aquí?—Sí, señorita, hay una localizada frente a la ave-

nida Colosio, justo al lado de donde está la heladería Hernández

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—Muchas gracias.Eran justo el mediodía; Lucía entró a su Audi y se

dirigió a la delegación. Aunque no le fue tan fácil dar con la dirección, luego de 20 minutos de vueltas y preguntas a transeúntes, llegó.

De pronto, al entrar a la delegación no supo qué ha-cer o a dónde o con quién dirigirse, de pronto vio el le-trero de “Denuncias” y se acercó con la secretaria que lo atendía.

—Disculpe…—Sí, ¿en qué le puedo ayudar?—Estoy buscando a un policía al que le apodan El

Boiler, ¿no sabrás a quién se refieren con ese sobre-nombre?

—Pues era un policía, pero lo despidieron debido a que estaba involucrado en secuestros y encubrimiento de evidencia.

—Mmmm… ¿y con quién podría consultar una cinta de video confiscada durante un crimen?, pues El Boiler fue uno de los policías que tomó mis datos cuando acu-dieron a tomar fotos y recaudar evidencia.

—Pase al escritorio que está al fondo a la derecha, ahí se encuentra localizado el teniente Carranza, él po-drá ayudarla.

Lucía sabía que esto sólo significaba una cosa, o ha-bía perdido el rastro del asesino por culpa de un policía corrupto, o la evidencia seguía en la delegación e iba a poder revisar la cinta.

Caminó hacia el escritorio con rapidez, mientras veía más gente a lo largo del pasillo, la angustia y tris-teza en los rostros de aquellas personas la hacían darse cuenta que no era la única pasando por un mal momento en su vida.

—¿Teniente Carranza?—Sí, ¿la puedo ayudar en algo?

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—Lo que pasa es que quería saber si puedo ver un video de seguridad que tienen en su poder… Es un video que se confiscó en el asesinato de Julián Marín, el primero de abril de este mismo año.

—¡Ah, claro!, ahora la recuerdo… es usted la prome-tida, lamento decirle que ese video se perdió poco tiempo después de haberlo confiscado.

—¿Se perdió?, ¿cómo que se perdió? ¿Entonces la investigación para encontrar el asesino de Julián se acabó?

—Solamente se suspendió por falta de pruebas, la evidencia se debería encontrar en almacén por si alguna vez se volviera a abrir el caso, pero como usted ya debe saber, El Boiler se llevó la cinta. Ahora, si me permite, tengo muchas cosas que hacer, que tenga buen día.

Lucía no sabía qué pensar, la impotencia y rabia era lo único que sentía y le nublaban su mente.

Ganas de darle una cachetada al tal teniente no le faltaron, sin embargo recordó lo que su madre la había enseñado de pequeña: nunca perder la compostura.

Tales pensamientos no la dejaban pensar claramen-te, un dolor de estómago, la desesperación y la angustia la hicieron salir con presura de aquel pasillo, al salir de la delegación tomó aire y se sentó en la banqueta.

Se preguntaba por qué las autoridades habían sus-pendido las actividades para resolver el crimen, y si ellos no estaban dispuestos a resolverlo, ¿quién los habría he-cho dejar el caso?

Todo indicaba que alguien con gran poder monetario o de convencimiento estaba detrás de toda esta farsa. Esto no significaba que nadie lo encontraría, pues Lucía estaba decidida a dar con El Boiler y así conseguir la cinta que sería una prueba irrefutable para el culpable del asesinato.

Lucía estaba consciente de que no podría conseguir la cinta sin ayuda, por lo que acudió a la única persona

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con la que sabía podía contar en esta ocasión. Tomó el celular de su bolso y le marcó a Verónica.

—¿Lucy?—Sí, Vero, soy yo… perdón por haber salido sin avi-

sar, pero no quería perturbar tus sueños. (Contestó con la voz entrecortada)

—No te preocupes… apenas me voy levantando, ¿qué sucede?

—Pues es que vine a la delegación y el video de la cámara de la entrada de mi edificio lo tiene un policía corrupto. ¡Tienes que ayudarme a encontrarlo!

Al decir estos sus ojos luchaban para retener las lágrimas.

—Sí, tú no te preocupes, tranquilízate. ¿Dónde estás?

—Afuera de la delegación—Bueno, mira me arreglo rápido y te veo en el Café

Roura, pero tu tranquila, no pasa nada Lucy—Está bien, amiga, ahí te veo…Lucía se levantó de aquella banqueta, se sacudió la

tierra de sus pantalones fluorescentes, regresó a su auto y se encaminó hacia el café.

Al ir manejando, sólo pensaba en la manera en que podría encontrar al tal Boiler. Recordó, que los policías solían ir a los tacos de la esquina de la calle Repúbli-ca, por lo que antes de llegar al café para coincidir con Verónica, se dio un tiempo para ir a preguntar acerca del paradero del policía.

Llegó a los tacos y no pudo evitar llamar la atención, ver a una mujer tan guapa, con ese porte y en un carro de lujo, hizo que todos los clientes que se encontraban consumiendo voltearan sus miradas.

Lucía no bajó de su auto, sino que oprimió el botón a su mano izquierda y su ventana comenzó a deslizarse hacia abajo. Al estar visible su rostro completamente, preguntó a los clientes

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—¿Alguien de ustedes me podría decir dónde se en-cuentra El Boiler?

Los clientes guardaron silencio por un momento, mientras algunos hicieron caso omiso a lo que Lucía ha-bía preguntado.

Sin percatarse, una persona de aspecto gordo se es-condió entre los clientes, tomó una pluma rápidamente y comenzó a anotar en una servilleta.

Lucía, un tanto enojada, bajó del auto, sacó su bolso y de él un billete de 500 pesos, sin embargo, antes de esto El Boiler logró fugarse de la escena, no sin antes haber dejado el mensaje en manos de un joven.

—Voy a preguntarles de nuevo. ¿Alguien de ustedes sabe el paradero de El Boiler?

No pasaron más de cinco segundos y fue cuando un joven de aproximadamente 15 años se aproximó a Lucía, lentamente tomó su mano y le dio una servilleta arru-gada, mientras con su otra mano tomaba el dinero que Lucía sostenía.

Lucía se introdujo en su coche y se fue hacia el Café Roura, tardó 10 minutos en llegar a aquel lugar y para cuando ella llegó, Verónica ya se encontraba sentada en la primera mesa localizada en la esquina.

Al entrar, una campana sonó anunciando la llegada de un cliente más, caminó hacia la mesa de Verónica y en su mano izquierda sostenía aquel pedazo de papel que le habían dado hacía unos minutos atrás.

Lucía se había aferrado a él por poco tiempo, y aun-que la duda la había consumido, decidió esperar a com-partir esto con Verónica.

Se saludaron y una vez en calma, le mostró la servi-lleta arrugada que, al abrir, las sorprendió pues de ella cayó una llave; tras recogerla pudieron ver el mensaje escrito:

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Estoy y estaré arrepentido por encubrir muchos crímenes durante mis años como po-licía, es hasta ahora cuando veo cómo mi tra-bajo afectó a familias enteras. Te suplicó mis disculpas…

Hernán Ramírez, El Boiler

P.D. La verdad está más cerca de lo que tú crees. La deberás descubrir por tu cuenta. Busca en el Casa de Seguridad #32 del Ban-co Mercander, tal vez lo que se encuentra ahí te ayude a encontrar algunas respuestas.

Lucía y Verónica tardaron un poco en leer la nota, esto debido al escrito apresurado con el que había sido escrito el mensaje. Varías de las palabras las habían te-nido que adivinar casi por lógica.

Al lograr entender el mensaje, Lucía sujetó la llave de la caja de seguridad y la colgó en su cadena que col-gaba de su cuello ese día.

Verónica y Lucy decidieron salir de la rutina de los últimos días y ordenaron un café y unos aperitivos, era tanta la presión con la que cargaban, que fue ahí cuan-do decidieron, solo por esa ocasión, no hablar de lo que ocurría respecto al asesinato, pistas y demás; se dieron tiempo para hablar un poco del joven que Verónica ha-bía conocido hacía poco tiempo.

Tras una larga charla, al dar las 4:26 pm y sentir un momento de la tranquilidad en sus vidas, ordenaron al mesero la cuenta y así, ya en calma, ir a recoger lo que se localizaba en aquella caja de seguridad.

Pagaron la cuenta, salieron del café y juntas, subie-ron al Audi de Lucy y se dirigieron al Banco Mercader. Al llegar al lugar fueron hacia el stand de servicio al cliente.

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Mientras esperaban ser atendidas debido a lo pobla-do del lugar, las uñas de Lucy iban desapareciendo por la desesperación que sentía. Fue hasta que su manicure estaba totalmente desecho que un joven les hizo la señal para que avanzaran al escritorio.

—Buenas tardes, ¿qué operación desea efectuar?—Vengo por la caja de seguridad n°32 —dijo Lucy.—Necesito hacer el chequeo de rutina, pues usted no

es la dueña de esa caja.El banquero agarró el teléfono y comenzó a hacer

llamadas con el fin de autorizar la entrada a la caja de seguridad a Lucy y Verónica, pasaron 30 minutos hasta que el licenciado Cárdenas terminó de hacer todo el che-queo y contestó:

-Ya está todo listo. Sólo se permitirá la entrada a una de ustedes a la bóveda, acompáñeme.

Lucía fue quien avanzó, parecía que iba persiguien-do al banquero con ansiedad, mientras él abría un sinfín de puertas hasta que al fin llegaron a aquel cuarto ne-gro, el licenciado Cárdenas le señaló la ubicación de su caja y dejó sola a Lucía para darle la privacidad que se otorga al revisar cajas de seguridad.

Lucía, una vez sola, se quitó la cadena en donde es-taba la llave y, con manos temblorosas la introdujo en la caja n°32. Lentamente dio vuelta a la derecha y así ver liberado el contenido de la caja.

Dentro de ella se encontraban un montón de sobres color amarillo con la etiqueta de “confidencial”, cada una con su respectivo caso. Fue descubriendo nombres mientras hojeaba aquellos sobres con el fin de encontrar el nombre Julián Marín. Pasó nombres como: Rodrigo Martínez, Enrique Juárez, Pedro Rincón y muchos otros hasta que al final se encontraría con el nombre de su prometido.

Tomó aquel sobre amarillo y dio vueltas a aquel hilo rojo para descubrir el contenido, introdujo su mano en el

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mismo y de ahí extrajo un par de cintas, las cuales había estado buscando en la delegación. Las volvió a introdu-cir en el sobre y lo metió en su bolso. Dejó todos los otros sobres intactos y cerró la caja.

Mientras Lucía revisaba la caja, Verónica se quedó en aquel escritorio esperando con desesperación, el gol-peteó de sus pies en el suelo se hizo constante hasta que Lucía salió de la bóveda.

Al salir, agradeció al banquero Cárdenas por su atención y ambas dejaron el banco. Mientras se metían al auto empezaron a platicar.

—¿Qué encontraste, Lucy?—Pues adentro de la caja habían dos cintas, supon-

go que son las del edificio del departamento. —¡No puede ser! Vamos a mi casa, ahí tengo el re-

productor para ver las cintas, pero antes vamos a pasar por mi carro al café.

—Está bien, vamos primero por tu carro.Una vez en su carro cada una, se dirigieron al de-

partamento de Verónica, ahí bajaron de nuevo todas la evidencias encontradas.

Al entrar, Lucía fue al reproductor de cintas y metió la primera de ellas.

La cinta empezó a reproducirse, a continuación, una bitácora de los hechos…

“2 de abril del 2001 (interior) 9:00 am – 3:00 pm No hay movimiento extraño, solo la salida y entrada

de huéspedes habituales… todo parece normal. 4:00 pm – 10:00 pm 6:30 pm Un hombre encapuchado entra con una bolsa de ba-

sura negra arrastrando, es grande como para tener un cuerpo en su interior. El vigilante no se encuentra en su escritorio al momento de este suceso… el asesino pasa

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desapercibido hasta el elevador, sólo el huésped del de-partamento #305 se topa con él al salir del elevador.

6:45 pmEl asesino sale del elevador y se puede ver que tiene

aquel guante Burberry que completaba el par. 6:00 pm – 12:00 am8:05 pmLucía recorre la entrada y se dirige al elevador.8:15 pmEntran las autoridades policiacas al lugar.9:58 pmLos policías dejan el edificio mientras sostienen el

cuerpo de Julián.

Lucía sacó la cinta del reproductor para introducir la segunda cinta.

“2 de abril del 2001 (Exterior)9:00 a.m. – 3:00 p.m. 10:00 amUn auto negro, específicamente un Mercedes Negro

SLR, se encuentra afuera un tanto sospechoso.3:00 pmPrimer intento del asesino para salir de su Merce-

des Negro SLR, puede ser por el movimiento de gente que había a esta hora.

4:00 pm – 10:00 pm 6:28 pmEl asesino baja del auto y de la cajuela retira una

bolsa de basura que está en movimiento, le da un golpe con una llave inglesa y la bolsa deja de moverse.

6:47 pm Sale corriendo 6:00 pm – 12:00 a.m8:00 pm Lucía entra al estacionamiento del edificio.

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8:10 pmPatrullas llegan al edificio. 10:00 pmPatrullas dejan el edificio llevándose con ellos el

cuerpo de Julián.11: 00 amLa calle se encuentra libre de patrullas.

Al terminar de ver las cintas, Lucía y Verónica que-daron impactadas por las escenas, y al ver más a detalle las imágenes observaron que en su mano izquierda te-nía un anillo peculiar y en su muñeca un reloj brillante, la vestimenta del asesino era un tanto sofisticada.

Dieron las 9:00 pm, Lucía y Verónica estaban ya can-sadas, por lo que decidió irse a su casa para descansar, pero en el camino, cambio de dirección, ahora se dirigía a casa de sus padres.

Mientras manejaba a su verdadero hogar no podía extraer de su mente los recuerdos de las cintas de video. Entró a la Colonia Los Nobles mientras su mirada se perdía en el asfalto.

Al llegar, tocó la puerta y su madre no tardó en abrir, Lucía la miró profundamente y la lluvia en sus ojos no se hizo esperar. Su madre sin hesitar la abrazo con todas las fuerzas e hizo que su llanto se extinguiera.

Se dirigieron hacia la cocina donde su madre le hizo un chocolate caliente con pequeños malvaviscos, el ma-quillaje de Lucía estaba corrido, por lo que decidió ir al que era antes su cuarto a arreglarse un poco.

Al subir las escaleras, la puerta del cuarto de sus padres estaba entreabierta y logró ver un par de fotos sobre la cama, esto llamó su atención y entró al cuarto. Se sentó por un momento recordando aquellos tiempos reflejados en las fotos, en donde todo era felicidad.

Al costado de la cama pudo notar que el cajón del no-chero estaba manchado, esto llamó su atención y Lucía

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curiosa se levantó de la cama a echarle un vistazo. Se percató de un guante tirado al lado del nochero, por un momento aquellos flashbacks bombardeaban su mente.

¿Es éste el par del guante que yo tengo? Miré en el interior desesperada en busca de aquellas letras que tenía bordadas el que yo tenía… Ahí estaban D.G. ahora lo entiendo todo, son las iniciales de mi padre. Su segun-do nombre era Darío. ¿Podría ser verdad que mi padre me haya hecho tanto daño?

Lucía impresionada por descubrir que el asesino era su padre, bajó las escaleras fingiendo serenidad y con-trolando sus impulsos. Se dirigió a la cocina y juntó a su madre se terminó el chocolate que ella le había hecho.

La puerta se abrió y entró su padre, lo miró fijamen-te y le regaló una sonrisa. Se acercó a él le dio un beso en la mejilla y lo abrazó.

Salió de la casa fingiendo que había olvidado su ce-lular en el carro, regreso del carro poco tiempo después con un pequeño frasco en su bolsa. Le sirvió un vaso de whisky a su padre y cuando él lo tomo, Lucía vio aquel anillo de esmeraldas que observó en la cinta, se despidió de ellos y se marchó.

Se detuvo dentro de su carro por un momento mien-tras escribía una nota.

Verónica, he descubierto al asesino, fue mi padre… dejo el país y con él mi dolor, me despido de ti deseándote una vida llena de felicidad. La venganza está completa.

Manejó hacia el departamento de Verónica, al llegar se bajó rápidamente y le dejó la nota en el buzón. Subió de nuevo a su carro y se dirigió al aeropuerto.

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Lucía estaba decidida a tomar el siguiente vuelo ha-cia Barcelona, donde ella y Julián habían planeado su luna de miel. Con tranquilidad bajó de su auto, entró al aeropuerto y compró su boleto.

Mientras ella disfrutaba del vuelo, su padre sufría los efectos de aquel trago de alcohol, pues Lucía había endulzado aquel whisky con aquel pequeño frasco.

Llegó a Barcelona, tomando el metro, sabía que es-taba muy cerca de volverse a encontrar con Julián, el destino estaba a punto de cumplirse. Se dirigió a La Sagrada Familia y estando en el Piacere Café, justo donde ellos habían planeado llegar después de su boda, pidió un café y lo endulzó con la otra mitad del pequeño frasco.

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La edición de Lucía, de Andrés Morales Garza, se realizó en octubre de 2013 por AZUL

Casa Editorial del Tecnológico de Monterrey en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México.

Se usó tipografía Century Schoolbook.

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