Lugones, Leopoldo - El Escuerzo

3
armario | 53 armario Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, di con un pequeño sapo que, en vez de huir como sus congéneres más corpulentos, se hinchó extraordinariamente bajo mis pedradas. Horrorizábanme los sapos y era mi diversión aplastar cuantos podía. Así que el pequeño y obstinado reptil no tardó en sucumbir a los golpes de mis piedras. Como todos los muchachos criados en la vida semicampestre de nuestras ciudades de provincia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Además, la casa estaba situada cerca de un arroyo que cruza la ciudad, lo cual contribuía a aumentar la frecuencia de mis relaciones con tales bichos. Entro en estos detalles para que se comprenda bien cómo me sorprendí al notar que el atrabiliario sapo me era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando mi víctima con toda la precaución del caso, fui a preguntar por ella a la vieja criada, El escuerzo Leopoldo Lugones Ilustración del libro Wild life of the world vol. 2, Londres, 1916

description

Lugones, Leopoldo - El Escuerzo

Transcript of Lugones, Leopoldo - El Escuerzo

armario | 53armarioUn da de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, di con un pequeo sapo que, en vez de huir como sus congneres ms corpulentos, se hinch extraordinariamente bajo mis pedradas. Horrorizbanme los sapos y era mi diversinaplastarcuantospoda.Asqueelpequeoyobstinadoreptilnotard en sucumbir a los golpes de mis piedras. Como todos los muchachos criados en la vida semicampestre de nuestras ciudades de provincia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Adems, la casa estaba situada cerca de un arroyo que cruza la ciudad, lo cual contribua a aumentar la frecuencia de mis relaciones con tales bichos. Entro en estos detalles para que se comprenda bien cmo me sorprend al notar que el atrabiliario sapo me era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando mi vctima con toda la precaucin del caso, fui a preguntar por ella a la vieja criada, El escuerzoLeopoldo LugonesIlustracin del libro Wild life of the world vol. 2, Londres, 191654 | casa del tiempocondente de mis primeras empresas de cazador. Tena yo ocho aos y ella sesenta. El asunto haba, pues, de interesarnosaambos.Labuenamujerestaba,como decostumbre,sentadaalapuertadelacocina,yyo esperabaveracogidomirelatoconlaacostumbrada benevolencia,cuandoapenashubecomenzadolavi levantarse apresuradamente y arrebatarme de las ma-nos el despanzurrado animalejo. Gracias a Dios que no lo hayas dejado! excla-m con muestras de la mayor alegra, en este mismo instante vamos a quemarlo. Quemarlo? dije yo; pero qu va a hacer, si ya est muerto...Nosabesloqueesunescuerzoreplicen tono misterioso mi interlocutora y que este anima-lito resucita si no lo queman? Quin mand matarlo! Eso habas de sacar al n con tus pedradas! Ahora voy a contarte lo que le pas al hijo de mi amiga la nada Antonia, que en paz descanse. Mientrashablaba,habarecogidoyencendido algunasastillassobrelascualespusoelcadverdel escuerzo. Un escuerzo!, deca yo, aterrado bajo mi piel de muchacho travieso: un escuerzo! Y sacuda los dedos como si el fro del sapo se me hubiera pegado a ellos. Un sapo resucitado! Era para enfriarle la mdula a un hombre de barba entera. Pero usted piensa contarnos una nueva batra-comiomaquia? interrumpi aqu Julia con el amable desenfado de su coquetera de treinta aos. De ningn modo, seorita. Es una historia que ha pasado. Julia sonri. Nopuedeustedgurarsecuntodeseocono-cerla... Serustedcomplacida,tantomscuandoque tengo la pretensin de vengarme con ella de su sonrisa. As, pues, prosegu, mientras se asaba mi fatdica pieza de caza, la vieja criada hilvan su narracin, que es como sigue: Antonia,suamiga,viudadeunsoldado,viva con el hijo nico que haba tenido de l, en una casita muy pobre, distante de toda poblacin. El muchacho trabajaba para ambos, cortando maderas en el vecino bosque, y as pasaban ao tras ao, haciendo a pie la jornada de la vida. Un da volvi, como de costumbre, por la tarde, para tomar su mate, alegre, sano, vigoroso, consuhachaalhombro.Ymientraslohaca,reri asumadrequeenlarazdeciertorbolmuyviejo habaencontradounescuerzo,alcualnolevalieron hinchazonesparaquedarhechounatortillabajoel ojo de su hacha. La pobre vieja se llen de aiccin al escucharla, pidindole que por favor la acompaara al sitio, para quemar el cadver del animal. Has de saber le dijo que el escuerzo no per-dona jams al que lo ofende. Si no lo queman, resucita, sigue el rastro de su matador y no descansa hasta que pueda hacer con l otro tanto. Elbuenmuchachoriograndementedelcuento, intentando convencer a la pobre vieja que aquello era unapaparruchabuenaparaasustarchicosmolestos, pero indigna de preocupar a una persona de cierta re-exin. Ella insisti, sin embargo, en que la acompaara a quemar los restos del animal. Intilfuetodabroma,todaindicacinsobrelo distantedelsitio,sobreeldaoquepodacausarle, siendo ya tan vieja, el sereno de aquella tarde de no-viembre. A toda costa quiso ir, y l tuvo que decidirse a acompaarla. Noeratandistante,unasseiscuadrasaloms. Fcilmentedieronconelrbolrecincortado,pero pormsquehurgaronentrelasastillasylasramas desprendidas, el cadver del escuerzo no apareci. No te dije? exclam ella echndose a llorar. Ya se ha ido; ahora ya no tiene remedio esto. Mi padre San Antonio te ampare! Pero qu tontera, aigirse as. Se lo habrn lleva-do las hormigas o lo comera algn zorro hambriento. Habrsevistoextravagancia,llorarporunsapo!Lo armario | 55mejor es volver, que ya viene anocheciendo y la hume-dad de los pastos es daosa. Regresaron, pues, a la casita, ella siempre llorosa, lprocurandodistraerlacondetallessobreelmaizal que prometa buena cosecha si segua lloviendo; hasta volver de nuevo a las bromas y risas en presencia de su obstinada tristeza. Era casi de noche cuando llegaron. Despus de un registro minucioso por todos los rinco-nes, que excit de nuevo la risa del muchacho, comieron en el patio, silenciosamente, a la luz de la luna, y ya se dispona l a tenderse sobre su montura para dormir, cuandoAntonialesuplicqueporaquellanoche, siquiera, consintiese en encerrarse dentro de una caja de madera que posea y dormir all. Laprotestacontrasemejantepeticinfueviva. Estabachocha,lapobre,nohabaduda.Aquinse leocurrapensarenhacerlodormirconaquelcalor dentrodeunacajaqueseguramenteestarallenade sabandijas! Perotalesfueronlassplicasdelaanciana,que como el muchacho la quera tanto decidi acceder a se-mejante capricho. La caja era grande, y aunque un poco encogido, no estara del todo mal. Con gran solicitud fue arreglada en el fondo la cama, metise l adentro, y la triste viuda tom asiento al lado del mueble, decidida a pasar la noche en vela para cerrarlo apenas hubiera la menor seal de peligro. Calculabaellaqueseralamedianoche,puesla luna muy baja empezaba a baar con su luz el aposento, cuando de repente un bultito negro, casi imperceptible, saltsobreeldinteldelapuertaquenosehabace-rrado por efecto del gran calor. Antonia se estremeci de angustia. All estaba, pues, el vengativo animal, sentado so-bre las patas traseras, como meditando un plan. Qu malhabahechoeljovenenrerse!Aquellagurita lgubre, inmvil en la puerta llena de luna, se agran-dabaextraordinariamente,tomabaproporcionesde monstruo. Pero si no era ms que uno de los tantos sapos familiares que entraban cada noche a la casa en buscadeinsectos?Unmomentorespir,sostenida por esta idea. Ms el escuerzo dio de pronto un saltito, despus otro, en direccin a la caja. Su intencin era maniesta. No se apresuraba, como si estuviera seguro de su presa. Antonia mir con indecible expresin de terror a su hijo; dorma, vencido por el sueo, respiran-do acompasadamente. Entonces, con mano inquieta, dej caer sin hacer ruido la tapa del pesado mueble. El animal no se dete-na. Segua saltando. Estaba ya al pie de la caja. Rodela pausadamente, se detuvo en uno de los ngulos, y de sbito,conunsaltoincrebleensupequeatalla,se plant sobre la tapa. Antonia no se atrevi a hacer el menor movimien-to. Toda su vida se haba concentrado en sus ojos. La luna baaba ahora enteramente la pieza. Y he aqu lo que sucedi: el sapo comenz a hincharse por grados, aument, aument de una manera prodigiosa, hasta tri-plicar su volumen. Permaneci as durante un minuto, en que la pobre mujer sinti pasar por su corazn todos losahogosdelamuerte.Despusfuereducindose, reducindose hasta recobrar su primitiva forma, salt atierra,sedirigialapuertayatravesandoelpatio acab por perderse entre las hierbas. Entonces se atrevi Antonia a levantarse, toda tem-blorosa. Con un violento ademn abri de par en par la caja. Lo que sinti fue de tal modo horrible, que a los pocos meses muri vctima del espanto que le produjo. Un fro mortal sala del mueble abierto, y el mu-chacho estaba helado y rgido bajo la triste luz en que la luna amortajaba aquel despojo sepulcral, hecho piedra ya bajo un inexplicable bao de escarcha. Publicado con el ttulo de Los animales malditos, en El Tiem-po, Buenos Aires, ao iv, nm. 965, 10 de diciembre de 1897. Incluido en el volumen de relatos Las fuerzas extraas de 1906.