Luis Tapia - Ning

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Luis Tapia Fuerzas sociales Colección: Cosmópolis

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Luis Tapia

Fuerzas sociales

Colección: Cosmópolis

Fuerzas sociales Luis Tapia

Cuadro de portada: Xue Jiye

Primera edición, febrero 2017. La Paz. Editorial: Autodeterminación

Indice

Prólogo 3

Los movimientos sociales en la configuración de bloques históricos 5

La sociedad como campo de fuerzas 5Los movimientos sociales como fuerza social 14Bloques históricos y movimientos sociales 18

El horizonte intelectual y moral articulado por los movimientos sociales 39

Pueblo, nación y ciudadanía en condiciones multisocietales 73

Definiendo pueblo en la polisemia 73La relación pueblo, nación y estado 81La condición multisocietal 85Sobre el vínculo entre lo nacional-popular y democracia 91

Una visión política de las economías populares 95

Trabajo y antagonismo político 95Sistemas de necesidades y satisfactores 112Problematización de la forma economía 118

Dimensiones de la democracia y procesos de democratización y desdemocratización en América Latina 123

Radicalización de la democracia y procesos constituyentes 145

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Prólogo

La vida social es movimiento, en parte es energía estructurada y encausada, en parte contiene fuerzas que se mueven en otras direcciones. Tanto la repro-ducción como el cambio en sus facetas de reforma, son producidas por fuerzas sociales.

Este libro contiene una propuesta de teorización en torno a la noción de fuerzas sociales, sobre la cual se desarrolla una teorización complementaria sobre movimientos sociales en relación a la noción de blo-que histórico propuesta por Antonio Gramsci. Parto de la idea de que en la constitución de bloques histó-ricos alternativos a la modernidad capitalista ha sido importante la presencia y articulación de movimien-tos sociales, como crítica de las estructuras existentes y como articulación y experimentación de otras con-cepciones del mundo.

Este libro contiene 6 ensayos sobre algunas for-mas de configuración de fuerzas sociales: bloques históricos; la forma pueblo en sus dimensiones po-

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líticas y económicas; sujetos y procesos democrá-ticos. Estas reflexiones se hacen en un horizonte latinoamericano.

Estos trabajos se prepararon como parte de mi tra-bajo de investigación en el CIDES-UMSA, en prin-cipio para presentarlos en seminarios. Los textos sobre democracia fueron presentados en Colombia, los textos sobre movimientos sociales y sobre pue-blo fueron presentados en México en diferentes oca-siones. Aunque cada texto tiene relativa autonomía, fueron pensados de manera complementaria.

Las fuerzas sociales son el resultado de acción de sujetos, que articulan estructuras y dirigen el movi-miento de las cosas en parte. Las ideas son parte de las fuerzas sociales, estas ideas son una reflexión so-bre fuerzas que encarnan ideas, a la vez que tienen su propia fuerza cognitiva y política.

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Los movimientos sociales en la configuración de bloques

históricos

La sociedad como campo de fuerzas

Las sociedades están en movimiento. Esto se debe a que son configuraciones temporales, pero también se mueven porque hay fuerzas que las impulsan en una u otra dirección. En este sentido, se podría decir que el movimiento de las sociedades también res-ponde a la existencia de fuerzas sociales que defi-nen su forma como también de la dirección en la que se mueven. En este sentido, cabe preguntarse qué es una fuerza social.

Cabe pensar en relación a dos referentes: la no-ción física de fuerza y la noción de fuerzas producti-vas elaborada por Marx, sin que por ello se deduzca

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todo a partir de ellas. Los físicos piensan la fuerza como una combinación de masa y velocidad. Marx pensó las fuerzas productivas como un conjunto de capacidades de transformación de la naturaleza en la producción de valores de uso. La primera noción hace referencia al movimiento físico de la naturaleza, la segunda hace referencia a su transformación en procesos de producción y desarrollo de las condicio-nes de la vida social.

Tanto en la naturaleza como en la sociedad exis-te una multiplicidad de fuerzas. Esto hace que toda realidad sea, de manera general, un campo de fuer-zas. Me oriento a pensar la noción de fuerza social en el siguiente sentido: una fuerza social es un proceso en el que se despliegan capacidades de producción y reproducción del orden social, o de reforma y trans-formación del mismo. A esto habría que añadir que también hay fuerzas sociales que se despliegan en procesos de transformación de la naturaleza orienta-dos a crear las condiciones de la reproducción de la vida humana y social, en el sentido de que las fuerzas productivas son un tipo de fuerza social, que gene-ralmente se despliega bajo una determinada forma, pero varias facetas podrían ser orientadas a la articu-lación producción de una otra forma social también.

En este sentido, se podría decir que las fuerzas so-ciales son procesos en los que se despliegan capaci-dades de transformación de la naturaleza para crear las condiciones de reproducción simple y ampliada de la vida social y, sobre todo, la producción y repro-ducción de un orden o su reforma y transformación.

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Las fuerzas sociales también son energía que mueve las cosas en determinada dirección. En este sentido, la principal dimensión de las fuerzas socia-les son los sujetos, el proceso de constitución, desa-rrollo, despliegue y también reforma y reconstitución de los sujetos. En este sentido, las fuerzas sociales tienen un componente corporal, implican energía y fuerza física, pero también energía subjetiva e inter-subjetiva, moral e intelectual, como diría Gramsci, es decir, un conjunto de fines, valores y principios orga-nizativos que orientan en determinada dirección las acciones y, a su vez, conocimiento de diverso tipo, tanto sobre la naturaleza física como sobre la vida humana y social.

Así como las fuerzas productivas son capacida-des de transformación de la naturaleza para producir valores de uso, las fuerzas sociales son productoras de forma social, de formas sociales. Las fuerzas so-ciales son relaciones sociales y son productoras de relaciones sociales, son productoras y reproductoras de relaciones sociales y, en esto, también fuerzas de reforma de las relaciones sociales. En un sentido am-plio las fuerzas sociales contemplan, por un lado, la faceta de producción de los soportes materiales de la vida social en tanto fuerzas productivas, pero tam-bién algunas otras son productoras de la forma de la vida social. Esto implica producción de relaciones y de estructuras a partir de la constitución de suje-tos colectivos e individuales. La producción de una forma social siempre implica la producción de un determinado tipo de sujetos o la transformación de los que existían, implica constitución, reconstitución y despliegue de sujetos. En este sentido, una fuerza

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social siempre tiene una dimensión subjetiva, inclu-so cuando se trata de una fuerza productiva, en tanto ésta contiene un tipo de conocimiento y experiencia que se ha plasmado en la producción de cierto tipo de instrumentos de trabajo, a su vez contiene ele-mentos de relación entre sujetos relativos a la orga-nización del trabajo, por un lado, como a los fines a los cuales éste se orienta.

Así como las fuerzas productivas o el trabajo hu-mano como fuerza productiva produce medios de producción, es decir, objetivaciones materiales que se convierten en medios de trabajo y en condiciones del mismo, las fuerzas sociales en tanto producción, reproducción o reforma de un orden social generan estructuras, es decir, sistemas de relaciones que or-ganizan la vida social en torno a procesos de repro-ducción de patrones de vida social, de interacción y de producción de sentido, que implica también for-mas de experiencia individual y colectiva del conjun-to. En este sentido, las fuerzas sociales tienen una faceta subjetiva que implica la constitución de suje-tos como resultado de relaciones o de un conjunto de interacciones con otros sujetos en determinadas condiciones materiales y sociales de contexto, como también contienen una dimensión intersubjetiva, que es la faceta más amplia de esta misma dimen-sión. Por un lado, la constitución de sujetos indivi-duales en el contexto de un conjunto de relaciones entre una multiplicidad de sujetos y, por el otro lado, la producción de estructuras de relación, algunas de las cuales se vuelven normativas, como el derecho, o el sistema de normas religiosas y jurídicas.

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Las fuerzas sociales producen principios de orga-nización, que en su nivel más general implica la pro-ducción de la forma de reproducción de la forma de la sociedad, como también estructuras o sistemas de relaciones más particulares en el ámbito de la pro-ducción, la reproducción social, la organización de la cultura, la vida política, la producción de conoci-miento y otras facetas.

Las fuerzas sociales en tantos sujetos producen estructuras institucionales, estructuras normativas, productivas, reproductivas, estructuras cognitivas, también estructuras políticas, es decir, producen una forma de gobierno. Las fuerzas sociales producen formas sociales.

Las fuerzas sociales producen condicionamientos. Por un lado, producen condiciones de posibilidad, como resultado del desarrollo de las fuerzas produc-tivas o de la transformación de la naturaleza en valo-res de uso que hacen posible desplegar la vida social y también las capacidades humanas. Por otro lado, las fuerzas sociales producen condicionamientos en el sentido de limitaciones o restricciones a la acción social, en tanto se han producido instituciones y nor-mas, incluso produce condicionamientos para el ac-ceso a bienes que en ciertas condiciones pueden ser comunes y bajo otra forma social son de acceso se-lectivo, a través de la producción de estructuras so-ciales, en particular cuando éstas contienen estructu-ras de desigualdad de clase y estamentales.

En este sentido histórico, las fuerzas sociales aca-ban siendo condicionamientos, a veces desiguales de

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acuerdo a las estructuras sociales. Por ejemplo, para algunos puede implicar la posibilidad de acrecentar el control sobre la tierra y para otros la imposibilidad de acceder al producto de su trabajo en tanto que la tierra deja de ser un bien y propiedad común.

Las fuerzas sociales producen forma social. En este sentido, se configura un sistema de estructuras, que tiene una doble faceta: condiciones de posibili-dad, como también condicionamientos en tanto li-mitaciones, sobre todo pautadas por las estructuras de diferenciación y jerarquización social, estamental o de clases.

Las fuerzas sociales en tanto productoras y repro-ductoras de un orden social generan algo que po-dríamos llamar, de manera analógica, un campo de gravedad; es decir, inducen a que la experiencia o el conjunto de las experiencias y procesos de la vida so-cial tienden a caer en el horizonte de organización y de producción de sentido de las estructuras pre-viamente constituidas, o transformar el resultado de nuevos movimientos en el sentido de incorporarlo en el seno de las mismas.

Una vez que se ha configurado un orden social, que implica la existencia de una forma, que es la con-figuración y articulación de un conjunto de procesos de producción, reproducción, organización de la cul-tura, de una forma de gobierno, producción de co-nocimiento, que contienen conjunto de principios de organización más o menos compatibles, las cosas tienden a ser jaladas a la reproducción de las estruc-turas que configuran tal orden social. Si bien se ha

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pensado que la reproducción social no es automáti-ca, que es algo que se tiene que preparar, (como lo ha planteado Marx en relación al capitalismo) es fuerte la tendencia a que las cosas se hagan y se interpre-ten en el horizonte de reproducción de lo existente, aunque esto siempre se esté moviendo. Esto implica un procesamiento más o menos consciente de mo-dificaciones, de cambio, o de desarrollo, es decir, de despliegue de formas de relación humana en el seno de estructuras existentes.

Se podría decir que la existencia de un orden so-cial tiende a generar una fuerza de gravedad, es decir, la tendencia a que el movimiento de la vida social se oriente a la reproducción de la misma, pero en tanto toda reproducción de algo que está movimiento no se puede hacer siempre de la misma manera, se tiene que responder a cambios en el contexto, en el tamaño de las sociedades, y a limitaciones y contradicciones internas que también van generando. La misma re-producción necesita de innovación. Esta innovación viene de los sujetos y de la capacidad de desplegar potencial en el horizonte de relaciones existentes o de la capacidad de cambiar las relaciones, que por lo general tiene que ver con cambiar ideas, ya sea ideas cognitivas relativas a la naturaleza en general como sobre la vida social en particular; como también a cambio en relación a ideas ético-políticas sobre los fines y principios organizadores de la vida colectiva.

En este sentido, planteo1que existe una dimensión de la vida humana y social que va más allá del orden

1 Tapia, Luis. Lo político y lo democrático, Autodeter-minación, La Paz, 2013

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social, es decir, no todo tipo de relación entre seres humanos, no todas las ideas y sentimientos que ge-nera la interacción o las relaciones entre seres hu-manos cae dentro de las estructuras que caracterizan un orden social y, por lo tanto, operan para su repro-ducción. Si esto fuera así, no habría cómo pensar el hecho de que la vida humana ha cambiado a lo largo del tiempo, no sólo en el sentido de una evolución fragmentaria, parcial acumulativa sino en el sentido de haber experimentado también grandes transfor-maciones. En este sentido, el cambio proviene del hecho de que hay una dimensión de lo humano y lo social que no se agota en el orden social y es la que permite, por un lado, la reflexividad sobre el mismo, que implica en principio un conjunto de críticas, un diagnóstico crítico, penetración cognitiva que per-mite pensar contradicciones, fallas estructurales, las debilidades, como también el agotamiento de cierto tipo de estructuras, lo que hace posible la reforma.

En este sentido, es este más allá del orden social lo que permite pensar y realizar la reforma de las dife-rentes formas de vida social. De hecho, esto es lo que también permite pensar la existencia de una plurali-dad de diferentes formas de organización de la cultu-ra y la vida social en un mismo tiempo en diferentes lugares del mundo, con más intensidad atrás en el tiempo, pero también hoy.

La sociedad o las formas de vida social son un campo de fuerzas, en tanto hay un conjunto de pro-cesos que están orientados a la reproducción de un orden social, lo que implica también su recreación. En algunas circunstancias y momentos hay algunas

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otras fuerzas que están orientadas a su reforma. Esto implica la emergencia de crítica, incluso prácticas de sabotaje, de bloqueo, como también de proposición de alternativas, incluso de experimentación de las mismas en algunos resquicios, territorios o ámbitos de la vida social que no necesariamente sustituyen o cancelan la reproducción del orden social en su conjunto.

Hay cambios sociales que son resultado de un tipo de reflexividad que genera un tipo de sociedad en tanto autocorrección o desarrollo, y hay cambios so-ciales que provienen de la emergencia de fuerzas crí-ticas; más aún si es que éstas a su vez se convierten en fuerzas que, por un lado, despliegan lucha social y capacidad de reforma.

La vida social se puede volver un campo de fuer-zas como resultado de la lucha social, la lucha de clases en sociedades modernas. Cabe recordar que esto puede tener dos facetas. Por un lado, puede ha-ber lucha económica y política en tanto disputa por recursos de materiales, como también por reconoci-miento y poder político en el seno del mismo tipo de estructuras sociales, esto es, que implique circulación de los sujetos por el mismo tipo de estructuras o una redistribución de recursos bajo el mismo tipo de es-tructuras. En algunos casos la lucha social se vuelve lucha sobre las estructuras sociales, que implican un cambio en las relaciones. La sociedad o un país es un campo de fuerzas.

La configuración o constitución y reproducción de un orden social genera, en algunas circunstancias,

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lucha social en el seno del mismo. En este sentido, una faceta de la sociedad como campo de fuerzas es la lucha social relativa a la distribución de recursos, poder, posiciones en el seno del mismo orden social. El campo de fuerzas se tensiona mucho más cuan-do emerge una fuerza social que cuestiona el orden social, una estructura, varias o el conjunto de las es-tructuras sociales, esto es, cuando emergen fuerzas críticas. Este es el caso de la emergencia de lo que parte de la sociología ha llamado movimientos socia-les. Este largo rodeo de consideraciones sobre fuer-zas sociales está orientado a proponer una serie de consideraciones sobre movimientos sociales en tanto fuerza social, en contextos de campos de fuerzas y, en particular, como parte de un proceso de constitu-ción de bloques históricos.

Los movimientos sociales como fuerza social

Los movimientos sociales son una configuración específica de la acción colectiva, que se articula en procesos que cuestionan una o varias de las estruc-turas sociales2. En este sentido, son una fuerza de re-

2 Aquí retomo el sentido básico otorgado a los movi-mientos sociales por Touraine y Melucci. Ver de Alain Toura-ine: “Los movimientos sociales” en Touraine y Habermas. Ensayos de teoría social, UAM-A, México, 1986, y de Alberto Melucci: Siste-ma político, partiti e movimenti sociali, Milano, Feltrineli, 1977

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forma y de transformación en una dirección previa-mente no existente.

Un movimiento social es una fuerza social que va contra la gravedad de las relaciones. Es una fuerza que tensiona un campo de fuerzas que tiende a la re-producción. Desde esta perspectiva de consideración en tanto fuerza social, cabe preguntarse qué es lo que hace que un movimiento sea una fuerza. Yo diría que la articulación de los siguientes aspectos, por lo me-nos. Por un lado, un movimiento social en tanto fuer-za encarna una energía, una capacidad de mover las cosas y también de cambiarlas, que tiene en principio como su principal soporte el cuerpo de los sujetos. Un movimiento social es energía como cuerpo colec-tivo y como una multiplicidad de cuerpos individua-les que convergen en un mismo movimiento.

Un otro aspecto del movimiento como fuerza es el hecho de que encarna en principio una crítica a una estructura. Esto implica que tiene una carga de reflexividad desplegada por u cuerpo social en movi-miento. Otro aspecto de un movimiento social como fuerza es el hecho de que contiene un principio or-ganizador. Con esto no me refiero tanto al principio de organización en el sentido más simple de cómo se organiza una colectividad, sino en el sentido de encarnar un principio de organización social que sea sustituto del principio organizador de las estructuras que se están cuestionando. En este sentido, un movi-miento social, sobre todo en la medida que madura, empieza a su vez a articular intelectual y ética-polí-ticamente un principio organizador, o varios, de una forma alternativa de relaciones sociales, en torno al

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ámbito de las estructuras que se está cuestionando. Un movimiento social también encarna una forma. Aquí podríamos entender la forma como la articu-lación o como resultado de la articulación del con-junto de los procesos organizativos de las prácticas de creación así como de las articulaciones cognitivas, discursivas y de la vida política interna y el conjunto de interacciones que configuran un movimiento. La forma se refiere sobre todo a la modalidad de síntesis de este conjunto de aspectos.

Un movimiento social es una fuerza reflexiva. En ese sentido, es una fuerza cognitiva y es una fuerza ético-política; ya que se trata de una reflexividad que produce cuestionamientos estructurales que son po-sibles a partir del conocimiento histórico, de cono-cimiento social así como de reflexión ético-política sobre las formas de la dirección de la vida colectiva. A esto cabe añadir que un movimiento también es una fuerza organizativa, que adquiere diferentes for-mas, dependiendo del tipo de movimiento, es de-cir, el qué es, el qué lo constituye o en torno a qué cuestionamientos y horizontes de reforma y cambio social se constituye la acción colectiva en el tiempo.

Los movimientos sociales son una convergencia de acciones e interacciones. Precisamente en tanto convergencia se convierten en una fuerza. Se trata de una convergencia de acciones y prácticas que ad-quiere diferentes formas, pero que llegan a ser parte de un movimiento en tanto comparten el cuestiona-miento a una o varias estructuras, (aunque esta críti-ca se elabore de diversos modos) y comparten cier-to fin ético-político, es decir, el cuestionamiento de

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algunos principios de organización social que gene-ran desigualdad, discriminación, dominación, como también otros tipos de relaciones sociales que afec-tan negativamente a los seres humanos; compar-ten también algunas ideas ético-políticas relativas al desde donde se hace la crítica, sobre todo sobre la fi-nalidad o las ideas relativas a los fines, es decir, hacia dónde se quiere ir.

En el seno de un movimiento hay pluralidad de ideas o concepciones que articulan tanto la crítica a las estructuras como también las ideas que bosque-jan el horizonte alternativo. Mientras el movimiento social sea más amplio en términos del horizonte de las estructuras que se critica y de los de territorios en que se constituye, el movimiento tiende a conte-ner, configurarse y expandirse, tiende a contener una pluralidad de versiones, tanto de la crítica como del horizonte alternativo, que es lo que también propicia su expansión, regionalización y mundialización.

Un movimiento social es un proceso de constitu-ción de sujetos, que en parte es una reconstitución de sujetos realizada por ellos mismos, en tanto piensan críticamente su inserción en las relaciones y estruc-turas existentes y se plantean un cuestionamiento de las mismas, su reforma y una reorganización de la vida social, por lo menos parcial. En este sentido, un movimiento social es una fuerza de reconstitución de sujetos, que como resultado producen una fuerza de reforma social, es decir, ya no sólo de sí mismos sino de las relaciones y estructuras sociales.

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Un movimiento social se convierte en una fuer-za social por la fuerza de las ideas y por la fuerza de las acciones. En lo que se refiere a ambas cosas cabe tener una perspectiva histórica. La fuerza de un mo-vimiento, por un lado, viene de cierta acumulación histórica, de capacidades organizativas, cognitivas, que incluyen experiencia.

Bloques históricos y movimientos sociales

En torno a esto de la fuerza de las ideas y la fuerza de las acciones hago un conjunto de consideracio-nes sobre los movimientos sociales como parte de la configuración de bloques históricos. Uno de los ras-gos centrales de la constitución de un bloque histó-rico es la articulación de una concepción del mundo o la rearticulación de algunas existentes. En la pers-pectiva de Gramsci3 una concepción del mundo tie-ne elementos cognitivos, es decir, explicación de por qué las cosas son como son en tanto productos his-tóricos en lo que se refiere a la vida social sobre todo, como también contiene elementos ético-políticos. Una combinación de lo cognitivo y lo ético-político es lo que podemos llamar principios organizadores, principios organizadores de la producción, de la re-producción social, de la vida política, de la produc-ción de conocimiento. Los principios organizadores

3 Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, Juan Pa-blos, México, 1975

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tienen siempre una carga cognitiva en las ideas sobre la naturaleza en general y sobre la vida humana y social. A su vez, los principios organizadores están compuestos de fines y de valores, que es lo que le da dirección a las cosas o los procesos.

Una concepción del mundo contiene explicacio-nes históricas como también un horizonte de reor-ganización social. En ese sentido, es un compuesto cognitivo ético y político. Como tal composición, una concepción del mundo también se convierte en una fuerza, sobre todo si es el conjunto de ideas que con-figuran una concepción del mundo son las que guían la acción de sujetos con capacidad de articulación de acción colectiva como de proposición social, además de crítica en el caso de los movimientos sociales.

La articulación de concepciones del mundo con-tiene lo que Rorty llama redescripciones4, esto es, na-rrativas que dan cuenta de lo existente de un modo diferente, cambiando la articulación de elementos y formas ya preexistentes. La rearticulación produ-ce nuevos sentidos y la introducción de nuevos ele-mentos. Según Rorty uno no debería pretender nada más que redescribir. En la perspectiva de Gramsci hay además la expectativa (ambición en parte) de explicar causalmente lo que existió, lo que existe y las posibilidades de lo que se puede configurar como resultado de la causalidad histórica, como también de la articulación de una concepción del mundo para orientar la acción colectiva y las cosas en un determi-nado sentido.

4 Rorty, Richard. Contingency, irony and solidarity, Cambridge University Press, 1989

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La articulación de una concepción del mundo se puede volver una fuerza social. Para que un movi-miento social adquiera fuerza necesita la articulación de una concepción del mundo o una redescripción del mismo, cosa que contiene en parte una explica-ción de lo social como resultado histórico, una crítica de lo existente, también proposiciones.

La fuerza de las ideas se despliega en varias di-recciones o trayectorias que pueden ser paralelas y convergentes. Por un lado, como descripción y ex-plicación de los procesos sociales en tanto historia. Por otro lado, como crítica de algunas de las estruc-turas y relaciones existentes y de la dirección políti-co-cultural de lo social. A su vez, hay ideas que son proyecto político, proposición de dirección colectiva y de reorganización de las relaciones y estructuras, así como de reconstitución de sujetos y de las formas de intersubjetividad.

Hay movimientos que tienen más fuerza en algu-no de estos aspectos o la tienen en algún momen-to de la lucha social, en algunos otros adquiere más fuerza una otra dimensión. Un movimiento social no tiene fuerza si no tiene ideas, en el horizonte de la articulación de una concepción del mundo. Una ac-ción colectiva no acaba de constituirse como un mo-vimiento social si es que no ha trabajado y no des-pliega capacidades en esta dimensión de articulación de una concepción. Esto es algo que se hace desde varios lugares y tipos de sujeto, lo hacen los cien-tíficos, los filósofos, varios sujetos políticos, organi-zadores de la cultura, organizadores de los procesos productivos, investigadores de los más diversos cam-

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pos, tecnólogos, y lo hacían también en algunos mo-mentos y lugares los partidos políticos, algunos con capacidad de sintetizar y articular un programa de dirección social y política.

Lo peculiar de un movimiento social es que es un conjunto de procesos de creación colectiva en los que se trabaja redescripciones del mundo y una ar-ticulación de una concepción del mundo a partir de la crítica de una o varias estructuras sociales. Es la articulación de acción colectiva que las critica en su despliegue y propone formas de reorganización de la vida social en esos ámbitos, por lo menos.

La crítica de una estructura o de un conjunto de estructuras implica la crítica de la concepción del mundo que las organizó y las articula en la organi-zación de la cultura en un horizonte más general, a través de la forma que adquiere la vida social o la for-ma de lo social. La acción de un movimiento social, y en particular la producción cognitiva e ideológica, es decir, la articulación de la dimensión cognitiva y de la ética-política que genera un movimiento social, produce, en medida en que tenga éxito en afectar el modo en que mucha gente participa de la concep-ción del mundo dominante, la desarticulación de ésta o por lo menos el modo en que ésta se inter-naliza y se reproduce en los diferentes individuos y colectividades.

En la medida en que la fuerza de las ideas de un movimiento social logre cuestionar y reducir el grado de verosimilitud y, por lo tanto, de apropiación o de participación en la concepción del mundo dominan-

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te, esto también genera rearticulaciones en la misma condición dominante, para responder a las críticas, desarrollando nuevos elementos, a veces capacida-des de dar cuenta de lo existente y convencer que el tipo de relaciones estructurales existentes son bue-nas para organizar la producción, la cultura, la forma de gobierno o en particular el tipo de dimensiones que son objeto de la crítica social.

En este sentido, la constitución de un movimiento social genera una lucha ideológica, que es una lucha cultural, en la que también se confronta la fuerza de las ideas. En este sentido, la constitución y despliegue de un movimiento social genera también un campo de fuerzas culturales, específicamente intelectuales, no de una manera aislada sino de un modo fuerte-mente vinculado a la fuerza de la acción colectiva y el impacto que esto tiene en las relaciones y estructuras existentes.

Hay una otra faceta en la constitución de bloques históricos que resulta de las prácticas o acciones de articulación social, esto es, articulación de sujetos co-lectivos con un tipo de entidad o posición social y concepción del mundo o a partir de alguna de estas dimensiones, que en su acción política y social ar-ticulan otros grupos sociales, fracciones de clase en torno a un proyecto de articulación de lo que el len-guaje clásico se llama estructura y superestructura, o puesto de manera más específica, de articulación de una totalidad social parcial, como es una sociedad o un país, que implica la articulación de los procesos productivos, de la reproducción social, la organiza-ción de la cultura, así como la forma de gobierno, fa-

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cetas todas que implican una producción cognitiva y una dimensión moral y ético-política.

Gramsci planteaba que un bloque histórico se constituye cuando hay un sujeto capaz de articular estructuras y procesos productivos con la forma po-lítica del gobierno, a través del proceso de organiza-ción de la cultura, que en este caso implica la articula-ción de la totalidad de la vida social, como horizonte, ya que esto no connota la determinación funcional de todos los aspectos de la vida social. Hay socieda-des y países más articulados que otros, y la calidad de esas articulaciones genera diferentes condiciones y horizontes de vida.

Una de las cosas que constituye a un movimien-to social y que lo diferencia de la acción colectiva de una institución de la sociedad civil, es que se trata de acción colectiva que desborda los lugares corporati-vos de los sujetos en el seno de la sociedad civil. Esto implica concebir que un rasgo predominante en la constitución de las sociedades civiles es que ésta es parte del orden social y de la reproducción del mis-mo, y que una buena parte de la acción social y polí-tica que constituye a la sociedad civil y se hace en el seno de ella, y en las relaciones entre estado y socie-dad civil, está orientada a promover intereses corpo-rativos, que implican procesos de redistribución de poder económico, político, simbólico y cultural en el seno del mismo orden.

En este sentido, en la sociedad civil se configuran también fuerzas conservadoras o reproductoras del orden, y en algunas otras instancias o lugares de la

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sociedad civil se organizan capacidades reflexivas de reforma. Sin embargo, pienso los movimientos so-ciales a partir de la idea de que se trata de acción co-lectiva que desborda los lugares de la sociedad civil, o que pueden ser configurados a partir de algunas estructuras organizativas y sujetos que eran parte de la organización de la sociedad civil y se convierten en movimiento cuando articulan una crítica a una o varias estructuras sociales y empiezan a articular ac-ción colectiva que la rebasa o se genera a partir de lugares corporativos y empieza a moverse a través de la sociedad civil planteando un cuestionamiento es-tructural. En este proceso, la clave de un movimiento, a diferencia de una acción corporativa específica, es la articulación de otros sujetos, por un lado, aliados, y en el sentido más fuerte a otros sujetos que lleguen a ser parte o participar de la visión político- social ar-ticulada por el movimiento, es decir, de la crítica que elaboran como también del horizonte de reforma so-cial y cultural, que implica también reforma política.

En este sentido, la configuración de los movi-mientos sociales tiene estos rasgos comunes con la constitución de un bloque histórico. En breve, se tra-ta de procesos de articulación de sujetos más allá de los lugares corporativos que configuran y reproducen el orden social. Se trata de acción colectiva reflexi-va, crítica, que atraviesa los espacios de constitución y reproducción de sujetos en torno a la división del trabajo y la división social y política que constituye el orden social. Este desborde es resultado de la crítica, de la articulación de las ideas, como también de ca-pacidades organizativas.

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Para reforzar la idea de fuerza social y de los mo-vimientos sociales como fuerza social, cabe integrar una de las dimensiones de la concepción política de-sarrollada por Gramsci, que consiste en la idea de pensar que uno de los aspectos básicos de la política es el que se trata de un conjunto de prácticas de arti-culación, articulación de ideas, de una concepción del mundo en el horizonte más amplio, una articulación de sujetos, que implica una articulación de acciones y también un articulación temporal, es decir, una ar-ticulación de acciones en el tiempo, que implica la emergencia de una estrategia. La estrategia hace re-ferencia a una articulación proyectiva de una secuen-cia de acciones en el tiempo orientadas por un fin y una evaluación de las fuerzas existentes, como tam-bién la realización de ese conjunto de acciones, que siempre pueden contener variaciones respecto de las propuestas originales o de las primeras propuestas.

La fuerza resulta de la articulación de estas ac-ciones con ideas, tanto en su dimensión cognitiva y explicativa, como en su dimensión de crítica y de proposición. Se suele decir que la fuerza de muchos sujetos viene de su organización o de su capacidad organizativa. A la vez habría que pensar que su or-ganización también es resultado de ideas, no sólo de ideas políticas relativas a los fines y de la articulación de una concepción del mundo en sus rasgos más ge-nerales. Las ideas sociales y políticas culturales tam-bién se plasman como principios organizativos y for-mas de interacción al interior de movimiento.

En este sentido, los movimientos sociales hacen política. Son articuladores de acciones, de concepcio-

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nes del mundo, porque también hacen valoraciones ético-culturales de las estructuras sociales, sólo que lo hacen a partir de la constitución y reconstitución de sujetos que están orientados a la crítica de estruc-turas sociales; en principio no se constituyen como sujetos a partir de la disputa del poder político o la propuesta de programas de gobierno y de proyectos políticos. Los movimientos sociales son sujetos so-ciales que hacen política, es lo que los constituye en sujetos colectivos; más aún cuando se trata de acción reflexiva crítica.

La articulación de una concepción del mundo es un proceso de experimentación cognitiva, una pro-ducción cultural. La articulación de una concepción del mundo es parte de la articulación de la subjeti-vidad de los individuos y las colectividades. En este sentido, la articulación de una concepción del mun-do es una fuerza constituyente y reconstituyente de los sujetos, que se hacen a sí mismos rehaciendo las cosas.

Una concepción del mundo es una articulación de mucha dimensiones de lo real, es una forma de ima-ginar y explicar lo social en un horizonte de totali-dad, como idea regulativa. Una concepción del mun-do se puede volver una fuerza social en la medida que orienta procesos que son articulaciones de varias dimensiones, tanto en la acción como en la produc-ción de sentido, la interpretación y la valoración.

Una concepción del mundo tiene una dimensión política en tanto piensa las formas de gobierno co-lectivo y la dirección de la vida social. En este sentido,

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la experimentación de una concepción del mundo es la experiencia del gobierno o del autogobierno. En este sentido, cuando los movimientos sociales ex-perimentan una concepción del mundo, la organi-zación de formas de autogobierno y autonomía son una parte central. Articular una concepción del mun-do es un ejercicio de autonomía intelectual, que ne-cesita acompañarse de autonomía política.

Una vez que se ha señalado algunos rasgos comu-nes, aquí cabe identificar las diferencias entre mo-vimientos sociales y bloques históricos, y su articu-lación sobre todo. Los movimientos sociales son un tipo de acción colectiva que critica, por lo general, un tipo de estructura social o un espectro de varias es-tructuras sociales, pero en última instancia limitado. Lo propio de los movimientos sociales es enfocar-se en una parte de la configuración del orden social, la organización de la cultura, las concepciones del mundo, y sus resultados en la constitución de suje-tos, las condiciones de vida y las experiencias colec-tivas e individuales; aunque en este proceso rearticu-lan concepciones del mundo, hacen política en tanto articulación de agregados o articulación de indivi-duos y grupos como parte de un sujeto colectivo que es el movimiento.

En cambio un bloque histórico es una noción que sirve para pensar un conjunto de articulaciones en un horizonte más amplio. Un bloque histórico es un proceso de articulación del conjunto de las estructu-ras sociales, políticas y culturales o de todas éstas a través de lo que Gramsci llamó la organización de la cultura, esto es, la articulación de producción, repro-

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ducción, gobierno en torno a un conjunto de ideas específicas que tienen una historia, que es lo que las vuelve una cultura particular.

Hay bloques históricos que son los que han cons-truido y sostienen el tipo de orden social existente y el tipo de hegemonía que existe en algunos lugares, y hay bloques históricos que son procesos de cues-tionamiento de un tipo de sociedad o incluso de un conjunto de formas sociales existentes. Un bloque histórico es un proceso de construcción que implica una articulación de fuerzas sociales, de una concep-ción del mundo, orientado a una rearticulación entre las formas de producir, la reproducción social, de la vida política, los procesos de gobierno y la concep-ción de la concepción del mundo en sus diferentes facetas conflictivas y ético políticas.

En este sentido, si bien hay rasgos comunes, la no-ción de movimiento social sirve para pensar algo más específico, y la del bloque histórico los procesos de transformación en un horizonte más amplio, el de las totalidades sociales. Se trata de una cuestión de esca-la pero también de cualidad. Los movimientos socia-les, por lo general, son críticas parciales y fuerzas de reforma parcial de las sociedades. Los bloques his-tóricos son procesos de reconstitución más general, de construcción o reconstitución general de las so-ciedades. Sin embargo, estas consideraciones están orientadas a señalar una articulación. En sociedades modernas los movimientos sociales en algunos casos son parte de la constitución de bloques históricos, no son el bloque histórico como tal sino una parte de la constitución de los mismos. Esto implica pensar,

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como Gramsci, que un bloque histórico no es una organización singular que articula acciones en di-ferentes ámbitos, como por ejemplo, la agitación, la negociación política, la investigación científica, el en-frentamiento callejero y otras acciones. En este senti-do, un partido como tal no hace un bloque histórico. Los bloques históricos, en la perspectiva de Gramsci, son resultado de la convergencia y de la articulación, hecha a través de acción deliberada en torno a algu-nos puntos, por intelectuales orgánicos de una gran diversidad de procesos de imaginación social, políti-ca y cultural, de investigación, de organización de los procesos productivos, de innovación en los mismos y de luchas políticas y sociales. En tanto se trata de bloque histórico el énfasis no está puesto en lo que ocurre como novedad o reproducción al interior de una faceta o dimensión de la vida social sino en la articulación de dos o más o del conjunto, de capaci-dades de articulación en ese horizonte global.

En este sentido, en la configuración de algunos bloques históricos han participado algunos movi-mientos sociales. Por un buen tiempo durante el si-glo XIX y XX la articulación de un bloqueo históri-co alternativo a las sociedades capitalistas ha tenido como un componente central al movimiento obre-ro, que no constituía en sí mismo todo el bloque. La misma noción de bloque implica articulación de otros sujetos y también de elementos de su proyecto político, su concepción del mundo, sus intereses. La reducción del bloque a la clase es lo que histórica-mente se conoce como reduccionismo clasista, con todas las limitaciones en términos de construcción hegemónica. Sobre esa reducción se ha operado una

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otra que sería la reducción de la clase al partido que dice representar a la clase, y dentro del partido a la dirección del mismo, lo cual históricamente ha sido una de las principales facetas de la experiencia de los límites de los procesos de transformación social, in-cluso de una represión e instauración de regímenes autoritarios y totalitarios en algunos territorios.

Me interesa recordar que históricamente la cons-titución de un bloque histórico comunista, socialista o anticapitalista, para ponerlo de manera más gene-ral, tuvo por largo tiempo, como un núcleo central al movimiento obrero, es decir, a un movimiento social que encarnó la crítica a las estructuras de explotación y de los resultados que esto tiene en términos de or-ganización de las estructuras de dominación política. En algún momento de la historia algunas fracciones del movimiento feminista se articularon en torno a este bloque histórico ligando la crítica del patriarca-do con la crítica del capitalismo. En algunos momen-tos y circunstancias algunas versiones del feminismo se han articulado a la crítica de las formas de socie-dad estamental y han sido parte de la configuración de la modernidad.

En los últimos años o décadas en algunos lugares de América Latina se ha dado una compleja articu-lación que a mi parecer en algunos casos tiene como resultado un proceso de constitución de bloques his-tóricos anticapitalistas, en torno a otros sujetos so-ciales. Esto ha pasado en particular en México, Ecua-dor y Bolivia, con un grado de madurez mayor que en otros países, donde también existen elementos de este tipo de configuración.

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Primero, se trata de procesos de unificación de pueblos y culturas que en algunos lugares reivindi-can la identidad indígena, pero con una carga anti-colonial, que implica la crítica del mismo origen de la categoría indígena. Estos procesos, a su vez, han ge-nerado cadenas de unificación en el seno de comu-nidades de un mismo tipo de cultura y de unificación entre comunidades que son parte de diferentes cul-turas, que hablan diferentes lenguas pero que llegan a constituir un movimiento social y político cuestio-nador del neoliberalismo y de sus resultados desin-tegradores, y de sus estrategias de expansión sobre territorios comunitarios. A la vez, también son mo-vimientos de crítica de la dimensión colonial o de las dimensiones coloniales que se ha mantenido en la relación entre lo que se ha llamado pueblos indíge-nas y las sociedades dominantes que han resultado en la constitución de los estados postindependencia y la construcción de estados nación-nación durante el siglo XX. Se han mantenido jerarquías culturales y de civilización y, por lo tanto, desigualdad política y económica.

En estos casos se trata de una complejidad ma-yor. Las movilizaciones y las formas de organización indígena que se han desplegado en Ecuador, Bolivia y México, en particular en torno al zapatismo, por un lado, tienen una faceta de movimiento social. Son acción colectiva que ha articulado críticas a la estra-tegia neoliberal, es decir, a las estrategias de privati-zación y transnacionalización capitalista de los terri-torios, los bienes colectivos, así como también de los procesos productivos y la apropiación monopólica del producto del trabajo.

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Los procesos de unificación comunitaria indígena en estos países han sido la principal fuerza de con-tención y de crítica al neoliberalismo. Han articulado críticas orientadas a la reforma al interior de los es-tados y sociedades existentes, aunque con cambios significativos. En este sentido, tienen una faceta de movimiento social. En tanto que la crítica al neoli-beralismo ha estado articulada a una historia de crí-tica más larga a las estructuras coloniales y que, a la vez, se han montado como acción colectiva sobre estructuras comunitarias, es decir, sobre otro tipo de estructuras sociales y culturales. Se trata de lo que llamo movimientos societales. Se trata de socieda-des en proceso de rearticulación, recreación, que se mueven contra la sociedad dominante en el seno de un país que, en este sentido, es multisocietal, que es la condición de una buena parte de América Latina con diferencias de grado.

En esta faceta estos procesos de unificación y de movilización no sólo han estado criticando una o un espectro limitado de estructuras sociales sino la ar-ticulación global, en este sentido se vuelven un mo-vimiento político de una o un conjunto de socieda-des contra la articulación del bloque sociopolítico y económico político dominante. Esto es lo que le dio mayor profundidad al ciclo de movilizaciones que se desplegaron en las últimas décadas. Por eso mismo estaban orientados a momentos de asamblea cons-tituyente que tenían la tarea de reformar las grandes desigualdades históricas, cosa que no se ha realiza-do, a no ser de forma aparente, es decir, meramente discursiva.

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Estos movimientos societales tienen la dimen-sión de un movimiento político mucho más inten-so que los que normalmente concebimos como ta-les en tanto tienen la perspectiva de reconstitución como naciones y la reconstitución del más o menos viejo estado-nación como estado plurinacional, esto es, introducir la igualdad política entre naciones en el nivel macro de configuración de la forma de go-bierno. Esto tiene muchas facetas, aquí me interesa resaltar lo siguiente, a partir de estos tres casos, en particular el boliviano. Considero que en la configu-ración de los movimientos indígenas que en algunas de sus corrientes prefieren llamarse indios, movi-mientos indios o indianistas, se ha dado un proceso de unificación entre diferentes pueblos indígenas y la articulación de un proyecto político común, no sólo de acción de resistencia y de acción reivindicativa.

En el caso boliviano hay un proceso de unifica-ción de una gran diversión de más de 30 diferentes pueblos de lo que llamamos tierras bajas, en torno a la Confederación Indígena de Pueblos del Oriente de Bolivia, CIDOB, que es a mi parecer un proceso de constitución de un bloque histórico intercultural o multicultural, que despliega algunas facetas inter-culturales sobre todo cuando entran al proceso de articulación de un proyecto político común. Luego, la CIDOB se articula con el Consejo de ayllus y mar-kas de Qullasuyu, que es una forma de articulación en territorios aymara y quechuas que han mantenido estructuras comunitarias y propiedad colectiva de la tierra. Por un tiempo estas dos formas de unificación se articularon con el sindicalismo campesino, que durante un tiempo estuvo articulado ideológicamen-

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te por el katarismo, que es un tipo de ideología po-lítica que articula la condición de clase de los traba-jadores agrarios con la condición o la dimensión de cultura y nación de la que son históricamente parte. A esto se llamó Pacto de Unidad, que opera como el intelectual orgánico colectivo.

La CONAIE en el Ecuador es también un proce-so de unificación en el seno de varias culturas y de unificación de varias culturas en una gran central o confederación nacional que, a su vez generó un par-tido político que, sin embargo, no llega a convertir-se en una dirección colectiva que esté por sobre la CONAIE. En el caso mexicano hay varios procesos de unificación interindígena también. Ocurre, por un lado, en territorios zapatistas. Hay rasgos de mo-vimiento social, movimiento político, movimiento y movimiento societal, que tiene además un ejército. Se ha dado un proceso de articulación de varios pue-blos y culturas: lacandones, tzoltziles tzetzales, y esto ha promovido una nueva faceta de articulación de pueblos indígenas en el conjunto del país, que tiene una larga historia previa.

En el caso boliviano esta articulación interindíge-na adquiere una forma orgánica, el Pacto de Unidad, que fue el que elaboró la propuesta de estado pluri-nacional. Este proceso o articulación de unificacio-nes a mi parecer son parte de la constitución de un bloque histórico de un modo bastante diferente a lo que marcó la pauta de los bloques alternativos en las sociedades modernas, en torno a un tronco consti-tuido por el movimiento obrero y una concepción del mundo más o menos comunista o socialista.

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Hay una faceta a la que me quiero referir, que es común en los procesos de constitución y despliegue de movimientos sociales y de bloques históricos. Lo pongo en los términos de Gramsci. Se trata de la ex-perimentación de concepciones del mundo. A mi pa-recer uno de los rasgos de maduración y de radica-lización de los movimientos sociales consistente en que éstos no sólo encarnan y despliegan una crítica a un conjunto de estructuras sociales sino que como parte de la lucha política empiezan a actualizar, esto es, experimentar en la práctica formas alternativas de relaciones sociales y de organización de la vida so-cial. Este es un rasgo importante de lo que Gramsci llamaba bloque histórico, que implica no sólo una articulación de sujetos sino la articulación de con-cepciones del mundo o facetas de concepciones del mundo y prácticas sociales, es decir, conjuntos y te-rritorios de interacción social efectiva.

Quienes más han avanzado en esto son los zapa-tistas, en este sentido de experimentación de con-cepciones del mundo, que tiene la peculiaridad de ser una recreación de estructuras comunitarias más o menos antiguas junto a elementos introducidos en la lucha contra el capitalismo y sus formas de dominación.

Por último, quiero referirme a otro aspecto. Un movimiento social, al igual que un bloque histórico, no es un conjunto homogéneo de formas organiza-tivas, de sujetos, incluso de articulaciones discursivas o una articulación más o menos monolítica y homo-génea de una concepción del mundo, del país y de la época. Los movimientos sociales en tanto se expan-

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den, es decir, un tipo de cuestionamiento se mueve más y más lejos, empieza a caracterizarse por ser un conjunto más o menos plural de ideas, de acciones y de articulaciones que convergen, que es lo que hace que gente de diferentes organizaciones y diferentes lugares, incluso de diferentes tendencias, se sientan parte de un mismo movimiento.

Esto implica pensar la cohesión de las fuerzas en una doble dimensión. La emergencia de un movi-miento social ocurre dentro de un campo de fuerzas y lo modifica, en tanto reorienta algunas energías en otra dirección, quitándole capacidad a algunas otras. La constitución de los movimientos sociales impli-ca la constitución de un campo de lucha o de varios campos de lucha. A su vez un movimiento en sí mis-mo también es un campo de fuerzas en varios sen-tidos. Por un lado, es un campo de fuerzas en tanto un movimiento es algo complejo, es algo que resulta de y genera una diversidad de fuerzas y energía que se despliega a través de acción, de organización. Está constituido por la fuerza de las ideas o la fuerza que generan las ideas, las articulaciones entre sujetos, las articulaciones entre elementos cognitivos, descripti-vos y ético-políticos en el campo de las ideas. Son fuerzas que tienen también una temporalidad espe-cial y una carga diferenciada. En un sentido simple un movimiento social es un campo de fuerzas que en principio se refiere a una pluralidad o diversidad de fuerzas que el mismo movimiento genera. Por el otro lado, en tanto un movimiento no se reduce a una organización, un movimiento es resultado de la acción de integración y convergencia de varias accio-nes colectivas, los movimientos también contienen

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diferencias internas. Un movimiento no implica por lo general consenso general o una definición de la línea de acción y de una articulación discursiva críti-ca ya definida y solo reproducible en el tiempo, sino que implica que las cosas están en movimiento, im-plica debates internos, tendencias, corrientes, con-flictos internos. En ese sentido, también son un cam-po de fuerzas en el que hay que moverse y en el que hay que tratar de articular una dirección. En algunos casos es el mismo movimiento de fuerzas internas lo que acaba desarticulando en vez de potenciar un movimiento. A eso le apuestan por lo general las po-líticas de represión y control de la protesta social, a través de la división, la cooptación.

En este sentido, un movimiento en tanto asume esta complejidad interna, también se caracteriza por el modo en que enfrenta el campo de fuerzas interno que siempre está atravesado por el campo de fuerzas externo, del cual forma parte como espacio de anta-gonismo. Podemos encontrar formas más maduras y consistentes de enfrentar de estos aspectos. El MST, el modo en que ha pensado varias de sus facetas his-tórico políticas, en particular la organización de la di-rección colectiva del movimiento, permite enfrentar renovación, articulación y acumulación de experien-cia histórica a través de personas que forman parte de la dirección, configurando una dirección colegia-da de 21 personas que es rotativa pero en ciclos en los que no se sustituye a todos a la vez sino a una parte y se mantiene la otra, que es la que transmite el conocimiento, la información y la experiencia, y es parte de la formación de los otros miembros en la ta-rea de articulación nacional

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También hay varias prácticas que el zapatismo ha desplegado para enfrentar el hecho de que el mo-vimiento y la lucha es un campo de fuerzas, que lo interno necesita ser enfrentado y procesado políti-camente de tal manera que no acabe desarticulando sino que se mantenga el movimiento, desarrollando su potencial, creciendo, reformándose, recreándo-se.

Los bloques históricos se configuran a través de la articulación de clases sociales, de movimientos socia-les, de partidos políticos de movimientos culturales, y de otros procesos de articulación cultural y políti-ca. En términos de perspectiva histórica, de reflexión sobre la experiencia política más reciente de América Latina, aquí me interesa señalar que los movimien-tos sociales son una parte de la constitución de blo-ques históricos alternativos o contra-hegemónicos. Los movimientos sociales son una fuerza de reforma de las sociedades. Los bloques históricos son formas de articulación o de transformación y sustitución de un tipo de sociedad. En este sentido, son fuerzas de construcción social o de transformación social.

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El horizonte intelectual y moral articulado por los

movimientos sociales

Las sociedades y países son construcciones histó-ricas. Esto implica la interacción de una pluralidad o diversidad de sujetos, también una articulación de estructuras, que es lo que la convierte en hechos his-tóricos organizados en el tiempo, aunque siempre sometidos a movimiento. Esto implica desarrollo, re-forma, cambio. Las estructuras sociales son conjun-tos o sistemas de relaciones y de interacción entre sujetos humanos. Históricamente algunas han con-tenido y contienen relaciones de igualdad, recipro-cidad y justicia, y muchas otras son el resultado de principios organizativos que más bien responden a la organización de la desigualdad, la explotación y la discriminación.

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En el ámbito de la teoría social, en parte en el ám-bito del pensamiento político ligado a la constitución de sujetos colectivos críticos de las estructuras socia-les, se ha usado la noción de un movimiento social para pensar una modalidad específica de articulación de acción colectiva, que se caracteriza por la crítica de las estructuras sociales. En principio, es una idea que sirve para pensar acción contenciosa o crítica al in-terior de las estructuras sociales modernas.1 En este sentido, para pensar reformas al interior o desde el seno de este tipo de forma de vida social, es decir, en el seno de sociedades modernas. La situación tien-de a complicarse cuando se piensan los momentos de transición al capitalismo y las formas de reacción contra la mercantilización o contra la concentración de la tierra y la destrucción de formas comunitarias de vida y contra formas más o menos artesanales de trabajo.

Por otro lado, las cosas también se complican cuando se piensa en la acción colectiva en condicio-nes donde no hay un solo sistema de relaciones so-ciales, es decir, un tipo de sociedad, sino que se vive la superposición de varios sistemas de relaciones so-ciales y de relaciones político-históricas de desigual-dad y conflicto, como las que ha generado colonialis-mo en el mundo, también el imperialismo.

Sobre la base de esta idea de que los movimientos sociales son articulación y despliegue en el tiempo

1 Ver de Alain Touraine: “Los movimientos sociales” en Touraine y Habermas. Ensayos de teoría social, UAM-A, México, 1986, y de Alberto Melucci: “ Teoría de la acción colectiva” en Ac-ción colectiva, vida cotidiana y democracia, CM, México, 1999

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de acción colectiva critica de las estructuras sociales, me centro en una de sus dimensiones que nombro al modo gramsciano como el horizonte intelectual y moral; pero antes cabe plantear las articulaciones que permitan tener el horizonte conceptual e histó-rico en general.

Los movimientos sociales son acción colectiva crítica de las estructuras sociales. En este sentido, una de las dimensiones que siempre hay que tener en cuenta y está presente en la historia de los movi-mientos, es la dimensión de las estructuras sociales. Por el otro lado, en tanto se trata de acción crítica de las estructuras sociales, esto implica la articulación de una dimensión moral y de una dimensión cogni-tiva, que en lenguaje de Gramsci también se puede referir de manera más general como la dimensión de la concepción del mundo2.

Aquí considero a los movimientos sociales como acción colectiva en cuatro aspectos o dimensiones: a) como crítica; b) como freno; c) como reforma y d) como sustitución de estructuras sociales y de proce-sos de reproducción de las mismas, a través de la re-forma de estructuras sociales y de sus estrategias de ampliación y reproducción. Aquí se trata, entonces, de establecer el vínculo entre estructura social y con-cepción del mundo, en particular en un tipo comple-jo y diverso de acciones colectivas que establecen la crítica, los límites, incluso procesos de reforma y de sustitución de las estructuras sociales. En esto la me-diación es la política o la dimensión política.

2 Gramsci. Cuadernos de la cárcel, Juan Pablos, México, 1975

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Los movimientos sociales son sujetos colectivos que hacen política, pero en un plano y con una fina-lidad diferente a como hacen política, por ejemplo, los partidos u otros sujetos corporativos. No se trata del tipo de política orientada a convertirse en suje-tos gobernantes sino de política orientada a criticar las estructuras sociales, a reformarlas, sustituirlas, y mientras tanto a frenar la reproducción de las mis-mas a través del despliegue de poderes sociales, así también como de poder estatal.

La idea es centrarse en el último ciclo o décadas de movimientos sociales en América latina en una perspectiva histórica, lo cual implica articular algu-nos puntos de referencia histórico-políticos, ya que en casi todos éstos hay acumulación histórica como también recreación de otros momentos de lucha so-cial en estos territorios.

En particular quisiera bosquejar dos puntos de re-ferencia en términos de horizonte histórico-político. Uno de ellos tiene que ver con la dimensión nacional. Uno de los rasgos que han tendido a adquirir los mo-vimientos sociales en países periféricos en el sistema capitalista mundial, es el hecho de que en su acción colectiva y su crítica intelectual y moral han tenido que articular la crítica de la organización de estructu-ras de explotación, expropiación, dominación y dis-criminación internas a su sociedad y país, con la crí-tica de las relaciones de desigualdad, subordinación y explotación de dominación entre diferentes países y sociedades, así como en relación a poderes trans-nacionales e internacionales. Esto ha hecho que los movimientos sociales además de tener la dimensión

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básica de movimiento social criticando una estructu-ra, haya tenido que articularse a la dimensión nacio-nal; es decir, trabajadores, por ejemplo, han tenido que articular sus reivindicaciones sectoriales y la ar-ticulación de una visión de reforma de las estructuras sociales en el seno de estructuras capitalistas, con el análisis de la dimensión político-cultural global en el horizonte del estado-nación y y en la dinámica de lucha social y de maduración con propuestas sobre la construcción o la reconstrucción de la nación.

La lucha social en tanto crítica de una o de varias estructuras sociales por lo general tiende a ocurrir en el contexto del conjunto de las dimensiones de la vida social. En ese sentido, por ejemplo, la crítica a las estructuras socioeconómicas o de clase tiende a aparecer en el horizonte de la organización de la cultura, esto es, el modo de articular la totalidad so-cial en la configuración de un país y de una sociedad y también de una región y una época en la escala mundial. Es en ese sentido que es pertinente el con-junto categorial o la estrategia explicativa articulada por Gramsci, que implica pensar también el conflicto social en el horizonte de la organización de la cultura y la articulación de las concepciones del mundo.

En este sentido, hay una más o menos larga tra-dición e historia en los países de América Latina, en la que algunos movimientos sociales también ad-quieren una dimensión nacional-popular. En prin-cipio popular, porque en tanto acción colectiva más allá de un núcleo corporativo de la sociedad civil y tiende a convertirse en una articulación de sujetos contra alguna forma de monopolio o de dominación,

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va adquiriendo o adquiere la forma de pueblo o una dimensión popular. La dimensión nacional aparece cuando esa acción colectiva, a su vez, no sólo se cir-cunscribe a problematizar estructuras o temas espe-cíficos sino que la vida política los lleva a convertirse en sujetos sociales que hacen política en el ámbito nacional, en el que también tienden a hacer una crí-tica de la organización de la cultura en el país y algu-nas propuestas en ese horizonte.

La configuración histórica más generalizada de es-tos aspectos, la más fuerte y duradera durante el siglo XX, fue la que se dio a partir del movimiento obrero como un movimiento social crítico de las estructu-ras socioeconómicas del capitalismo que se expande más allá del núcleo de la clase obrera y articula otros tipos de trabajadores y de colectividades, que en las condiciones de países periféricos, que enfrentan a su vez el dominio imperialista, articulan una dimensión de crítica de la dominación neocolonial e imperia-lista, y articulan su crítica del capitalismo a procesos de reforma y de construcción de un estado-nación que tendía a articularse, en algunas versiones, con la construcción del socialismo y en otras con un capita-lismo de estado que implique la modernización y el desarrollo capitalista endógeno.

Digo esto porque es uno de los referentes históri-cos que se recrea en parte de los movimientos socia-les contemporáneos. Hay un otro tipo de referente histórico, que es el que se ha recreado tal vez con más fuerza en las últimas décadas y que tiene que ver con la lucha anticolonial, es decir, con la historia de movimientos anticoloniales que se remonta a tiem-

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pos de la colonia, a los varios procesos de resistencia que se despliegan tanto en la zona andina, en Me-soamérica y en el conjunto del continente, también en la Amazonia y las pampas, en el conjunto de los territorios del continente, en el Caribe.

Estas luchas anticoloniales, que han tenido facetas de resistencia y rebelión, se han recreado a lo largo de la historia de creación de las repúblicas coloniales y también a través de la construcción de estados-na-ción, que han organizado la desigualdad entre la cultura y el tipo de sociedad moderna que deviene como la central en la articulación entre colonialismo y expansión capitalista imperialista. Mantuvieron la jerarquía política, social y cultural entre las socieda-des preexistentes al dominio colonial y capitalista y el conjunto de instituciones, formas sociales y los su-jetos que creen encarnar éstas en tiempos modernos.

En este sentido, en el horizonte histórico latinoa-mericano hay una dimensión nacional, multifacética a su vez, que implica la crítica del dominio neoco-lonial imperialista como también la construcción de estados-nación modernos, ligados a estrategias de homogeneidad en algunos casos vía mestizaje y en los otros casos vía sustitución y genocidio.

También hay una dimensión colonial o anticolo-nial que se remonta al momento constitutivo de la conquista y que se recrea a través de varios ciclos de resistencia y rebelión contra las formas de domina-ción colonial, neocolonial y de colonialismo interno.

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El aspecto más evidente en el ciclo de movilizacio-nes sociales en las últimas décadas, tiene que ver con el que en algunos países se le puso freno a la expan-sión de la estrategia neoliberal de creciente transna-cionalización de las economías y de reducción del espacio político y las soberanías nacionales. Esto ocurrió con mayor o menor intensidad en Ecuador, en Bolivia, en Brasil, en Argentina, en parte de Cen-troamérica, en Uruguay. Este freno es resultado de la movilización y articulación de acción colectiva, es un freno que se pone, por así decir, con el cuerpo colec-tivo; también fue la articulación de crítica al mode-lo neoliberal, tanto económico como en lo político y cultural, que se ha hecho desde diferentes lados, desde una visión comunitaria, desde visiones nacio-nal-populares, desde visiones de izquierda socialista, incluso desde formas políticas del cristianismo o las iglesias.

Para esto se han recreado y reactivado experien-cias de organización que están en la memoria colec-tiva en estas diferentes tradiciones político- cultura-les, y a la vez también se han creado nuevas formas, Aquí no me centro en la dimensión organizativa, que es a la que por lo general se le presta más atención sino en la dimensión intelectual y moral, que se tra-duce también en principios organizativos y formas.

Para abordar esta dimensión es que me parece bien útil y pertinente trabajar con la idea que Gramsci ela-boró para abordar la dimensión ético-política y que fue formulada como la de la dimensión intelectual y moral. Los sujetos individuales que hacen política y también los colectivos que hacen política, despliegan

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en su acción y en la interacción siempre una dimen-sión moral como también una dimensión cognitiva. Para Gramsci la dimensión intelectual se refiere a la dimensión cognitiva, a la carga del conocimiento que se articula, en el nivel más general, en la composición de una concepción del mundo, y en la explicación de procesos particulares del país o la nación, incluso la coyuntura.

En tiempos modernos la dimensión cognitiva a su vez es compuesta, contiene elementos que conven-cionalmente se llaman científicos, que provienen del trabajo de investigación de las diferentes ciencias en su proceso de elaboración de explicaciones sobre la naturaleza del universo como también sobre la vida humana y social; también contiene elementos filosó-ficos, es decir, una serie de ideas que resultan de las preguntas sobre qué es la realidad, la vida humana, el sentido de la misma. Se articula una concepción del mundo con elementos cognitivos y con elementos de sabiduría social, producto de la reflexividad.

La dimensión cognitiva implica también una car-ga de conocimiento histórico local, nacional y regio-nal, y de varias épocas, conocimiento transmitido o conocimiento producido, incluso reformulaciones de conocimiento transmitido.

Lo cognitivo implica también una carga de reflexi-vidad, de capacidad de someter a revisión la historia como también las acciones propias, es decir, contiene algo de autoconocimiento colectivo histórico y au-toconocimiento colectivo particular y autoconoci-miento individual. Por otro lado, la dimensión moral

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contiene fines, contiene valores y principios organi-zativos, contiene también fines. La dimensión mo-ral contiene un conjunto de ideas que guían nues-tra relación e interacción con otros sujetos, así como también un conjunto de fines que orientan a la vez que justifican las acciones, por lo menos en un prin-cipio. Esto no implica que escapen a juicios hechos por otros y en otros momentos. A su vez, la dimen-sión moral implica la actividad de juzgar, el estable-cer valoraciones y juicios sobre los hechos históricos, sobre ideas políticas, sobre estructuras sociales, so-bre modelos económicos, sobre acciones colectivas como también sobre conductas individuales. Implica juicios sobre la propia responsabilidad como sobre la responsabilidad de los demás en relación a la vida colectiva.

La dimensión moral implica también una faceta de memoria ética, y en la dimensión política más global y de perspectiva del tiempo implica proyecto político, que en sentido fuerte implica proyecto cultural y de civilización. En este sentido, la dimensión moral es fuertemente política o tiene una faceta fuertemente política. De manera sintética cabe preguntarse cuál es el horizonte moral e intelectual que se articuló por el ciclo de constitución y movilización de acción co-lectiva configurada por los movimientos sociales en las últimas décadas en América Latina.

En principio, se podría decir que hay una esca-la y especificidad nacional que cabe tener en cuen-ta. La configuración del horizonte ético político o moral e intelectual varía de país a país. Esto implica una reconstrucción específica de cada historia políti-

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ca. Aquí se trata de bosquejar cuál sería el horizon-te moral e intelectual que se configuró como resul-tado del conjunto de acciones político-culturales de los movimientos sociales en América Latina en los últimos años, teniendo en cuenta que las experien-cias y propuestas locales y nacionales circulan, no sólo como información sino que circulan como ideas políticas, como principios organizadores, como ex-periencia reflexiva, como estrategias e incluso como formas organizativas a través de las fronteras nacio-nales y se incorporan en las luchas de otros movi-mientos. Esto ocurre con ciertos límites, de manera fragmentaria entre unos y otros movimientos, pero se ha dado a lo largo del continente. Las luchas de los zapatistas influyen en casi todas las fuerzas sociales del continente, algo similar ocurre con las luchas del movimiento sin tierra en Brasil. Se convierten en re-ferentes fuertes. Las luchas de los movimientos indí-genas de los países andinos se retroalimentan entre sí, algunas circulan entre la zona andina y Mesoamé-rica. Uno desearía que esta circulación de memoria histórica, de experiencia y de ideas políticas sea aún más intensa; sin embargo esto ha ocurrido y aunque haya componentes de estas experiencias que no se han incorporado prácticamente en la organización, movilización y en las concepciones político-cultura-les de otras fuerzas en el continente, quedan ahí en el horizonte como un potencial a ser asimilado, uti-lizado, discutido, reflexionado. Por eso mismo es im-posible ser exhaustivo en el bosquejo de tal horizon-te. Me limito a plantear de manera selectiva algunos de estos componentes que conforman lo que llamaré el horizonte moral e intelectual configurado por los movimientos sociales.

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En la dimensión cognitiva lo primero que articulan los movimientos, en términos de crítica a las estruc-turas socioeconómicas y políticas, es el conocimiento de los efectos desarticuladores y desintegradores de las políticas neoliberales, en términos de crecimien-to de la economía, del empleo y también sobre los efectos de los procesos de desintegración social que produjo el desmontaje de las estructuras productivas, que eran el resultado de los procesos de construc-ción de estado-nación y de estructuras económicas correspondientes, muchas de ellas financiadas a par-tir del capitalismo de estado pero en algunos otros países también como resultado de una industrializa-ción promovida por los propios empresarios, como en la Argentina.

A su vez, varios movimientos también empezaron a articular el conocimiento que se estaba producien-do sobre los efectos que tuvieron sobre el medio am-biente todos los ciclos de industrialización previos y en particular los que se estaban produciendo como resultado de la configuración de territorios de ma-quila o de explotación intensiva de la fuerza de traba-jo y recursos como el agua, energía y también cono-cimientos sobre los efectos medioambientales de la intensificación de la actividad extractiva en el campo de los hidrocarburos y la minería, como en la expan-sión de la frontera agrícola vinculada a la expansión de transgénicos en las economías latinoamericanas.

Los movimientos articularon un conocimiento que se había producido desde centros de investiga-ción, organismos internacionales y también promo-vieron la producción de conocimiento en el seno de

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sus organizaciones. En algunos casos, en los que la constitución de la acción colectiva es más compleja, como es el caso los movimientos comunitarios indí-genas, la dimensión cognitiva ha pasado por un pro-ceso de reconstitución previa de los sujetos, el kata-rismo en Bolivia se planteó la reconstrucción de su concepción del mundo y la historia de sus pueblos, en tanto se pensaba que éste existía de manera frag-mentaria sobre todo en personas adultas, en diferen-tes regiones, pero no se tenía una articulación glo-bal. Además, se trataba de superar la introyección de la condición de inferioridad y subordinación que se ha producido en la condición colonial y neocolonial3. Esto implica producir primero la propia autonomía moral e intelectual. Esto implica reconstruir la propia concepción del mundo, desarrollarla y descolonizar-se subjetivamente en la dimensión moral, es decir, en la dimensión de la autovaloración.

Se podría decir que en los movimientos comuni-tarios indígenas o en los movimientos donde hay un componente importante comunitario-indígena se han dado procesos de este tipo de reconstitución de los sujetos por la vía de trabajar la propia subjetivi-dad, en el sentido de desarrollar la propia autonomía moral e intelectual. La reconstrucción de sus concep-ciones del mundo y el desarrollo en las condiciones contemporáneas que los habilitan para establecer la confrontación con la cultura dominante y sus estruc-turas socio-económicas.

3 Este es el tipo de perspectiva planteada por Carlos Ma-mani en Los aymaras frente a la historia, Aruwiyiri, Chukiyawu, 1992; Metodología de la historia oral, THOA, Chukiyawu, 1989

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En el seno de culturas comunitarias hubo un pro-ceso de reconstrucción y desarrollo de sus concep-ciones del mundo, es decir, el despliegue de una di-mensión cognitiva interna, aunque en procesos de interacción con otros pueblos y culturas comunita-rias del mismo país, de la región y del continente. Este proceso de reconstrucción y desarrollo de estas concepciones del mundo, ligado a la articulación de acción colectiva política, la constitución de organi-zaciones y formas de unificación, hizo que también hubieran efectos a nivel global en términos cogniti-vos. Varios países, a pesar de la fuerte presencia indí-gena y comunitaria y de una pluralidad de culturas, se concebían hace tiempo, mucho más en tiempos neoliberales, como sociedades modernas o en mo-dernización. En tiempos neoliberales se implantó con fuerza en el campo de las ciencias sociales y las instituciones académicas el predominio de un tipo de teorías sobre todo de origen anglosajón, homege-neizantes y etnocéntricas, en el sentido que básica-mente piensan la modernidad.

La emergencia política y cultural de los movi-mientos produjo una crítica no sólo del modelo neo-liberal, también produjo una crítica del tipo de cono-cimiento, de conciencia o autoimagen que se tenía de sí mismas, altamente modernista en su versión neoliberal y, por lo tanto, plantearon una crítica a la dimensión colonial de las instituciones económicas y las políticas, también de las formas cognitivas de concebir el país y su futuro.

Esto hizo que se produjera un cambio en la autoi-magen y podríamos decir en el sentido común en va-

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rios de estos países, que empezaron a reconocer con más fuerza el hecho de que se trataba de países mul-ticulturales. Además, se reconoció la necesidad de reformas que respondan a una democratización de las relaciones entre las diferentes culturas que con-tenían. Esto propició en el continente, por lo menos, dos ciclos de reformas en relación al estado.

Hubo un ciclo que se desplegó sobre todo en la década de los 90, en algunos lados desde antes, en algunos otros lados con mayor énfasis después. Es un ciclo de reconocimiento multicultural liberal, que básicamente contempló en la mayor parte de los paí-ses el reconocimiento del carácter bilingüe o pluri-lingüe, que en muchos casos se tradujo en reformas educativas relativas a educación bilingüe en algunos territorios.

Al producir conocimientos sobre sí mismos, es-tos sujetos colectivos como un movimiento también han modificado y reformado el conocimiento histó-rico social sobre los países, no sólo en términos de información y articulación de hechos sino también de la valoración de los mismos. En este sentido, han promovido el desarrollo de una conciencia más crí-tica, una conciencia histórica más crítica. Ha ocurri-do así con el conocimiento producido por aymaras y quechuas sobre su historia, que contiene como un componente importante las luchas anticoloniales, el otro consiste en sus estructuras de organización y sus cosmovisiones.

En torno al movimiento sin tierra también se ha producido un conocimiento más amplio sobre la es-

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tructura agraria en el Brasil, y en su ola de expansión se ha generado un conocimiento más amplio sobre al país en su conjunto, en tanto se van pensando las ar-ticulaciones de la producción campesina con el resto de la economía y la vida política y la cultura. A su vez se han establecido relaciones entre movimien-to sin tierra y universidades públicas, en particular para la formación de sus militantes, tanto en profe-siones técnicas como en las ciencias sociales. Así se produce una doble retroalimentación: capacitación o potenciamiento cognitivo de los militantes del mo-vimiento para sus luchas como también, se podría decir, ampliación del conocimiento social en el seno de las universidades, con la presencia de sujetos que encarnan un conocimiento agrario y la experiencia de lucha social.

En la dimensión cognitiva se ha producido una reactivación de la memoria nacional-popular, que contiene la experiencia de los procesos de construc-ción nacional durante el siglo XX en particular, que se recreó sobre todo en los procesos de renaciona-lización parcial de algunas economías latinoameri-canas. La recreación de memoria también es una di-mensión cognitiva. Implica reactivar conocimientos y experiencias históricas que se convierte en condi-ción de posibilidad de procesos sociales y políticos. Cabe recordar aquí que una dimensión de la estra-tegia neoliberal de sustitución ideológica, consistió en convencer a la gente de que no era posible ni rea-lista un control nacional de la economía, que las na-cionalizaciones o el control nacional, sobre todo de los recursos naturales, no era racional ni competiti-vo. En este sentido, esta sustitución de ideas a favor

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de la transnacionalización hacía posible la privatiza-ción. Algunos movimientos sociales reactivaron la dimensión nacionalizadora de la memoria histórica. Recuerdo que en el caso boliviano en los primeros planteamientos de un nuevo ciclo de nacionalización que hizo la Coordinadora del agua en Bolivia se de-cía que esto era irracional, imposible, irrealizable en el contexto actual, pero el despliegue de fuerzas so-ciales, tanto comunitarias como nacional-populares, que puso límites a los gobiernos neoliberales, hizo que en algunos años esto fuera posible y que este grado de renacionalización que se realizó en algu-nos países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, en me-nor escala en Argentina, hiciera posible a su vez un nuevo ciclo modesto de redistribución de la riqueza, también un proceso de redistribución del poder polí-tico, más importante sobre todo en el caso de Bolivia.

La memoria es una forma de conocimiento. En este sentido, es algo que se puede activar política-mente para producir hechos políticos. Esto es lo que ocurrió en este ciclo. Se activó parte de la memoria histórica nacional-popular del siglo XX para crear las condiciones, sobre todo económicas, del cambio po-lítico a inicios de este siglo. Este es un tipo de co-nocimiento social que activaron y recrearon algunos movimientos sociales y secundariamente, como pro-ducto de esta iniciativa, algunos partidos políticos.

Hay una otra dimensión que introdujeron con fuerza, no por primera vez pero sí con más fuerza en los últimos tiempos, varios movimientos sociales y es aquella relativa a la territorialidad, es decir el cono-cimiento sobre el vínculo entre producción social del

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espacio-producción y reproducción social del orden social o de las formas de vida social y de organización de la cultura, en muchos casos en una perspectiva de totalidad. Por ejemplo, para los movimientos comu-nitarios indígenas en la zona amazónica, en princi-pio territorialidad es una noción que se utiliza para pensar la articulación de tierra, espacio productivo, procesos de producción, espacios de reproducción social, estructuras sociales, la lengua, cultura e inclu-so estructuras de autoridad y de gobierno, todo esto articulado a través de una concepción del mundo o una cosmovisión. Estos movimientos reintroducen, en particular los movimientos indígenas y campesi-nos, la perspectiva de la totalidad bajo esta modali-dad, en particular a través de la idea de territoriali-dad. Esto implica una perspectiva cognitiva, es decir, procesar el conocimiento y el entendimiento de cada cosa en relación al conocimiento de las otras. Esto tiene un fuerte vínculo con la crítica a las estrategias extractivistas que justamente quiebran los territorios, las estructuras sociales, las culturas y procesos políti-cos de culturas comunitarias. Se articula a una crítica a los efectos medioambientales del extractivismo con una defensa de la propia cultura y su territorialidad, es decir, sus procesos de totalización, fragmentados en mayor o menor medida desde la colonización.

Aquí me estoy refiriendo a estructuras cognitivas más que a conocimientos específicos sobre procesos también específicos. Los movimientos sociales en este periodo también propiciaron una articulación de memoria histórica, tanto la memoria nacional-popu-lar como la memoria anticolonial comunitaria, que implica la activación de una dimensión cognitiva que

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incluye concepciones del mundo, memoria histórica, conocimiento de estructuras sociales, que antes no estaba presente en las formas de conciencia social, en las que predominaban un sesgo o reducción mo-dernista, en el período liberal también con un sesgo clasista, además del etnocéntrico. Todo esto se ha ar-ticulado con procesos orientados a la reforma y re-composición general de algunas sociedades, sobre todo allá donde se ha planteado asambleas consti-tuyentes. Se ha utilizado parte de la memoria histó-rica, del conocimiento de estructuras sociales comu-nitarias, el conocimiento sobre los límites y efectos del neoliberalismo, con algo de imaginación política para pensar la recomposición de los países.

Las asambleas constituyentes además de ser un hecho político macro a escala nacional, también son momento cognitivo, y esto depende de cómo se las organiza y de cómo se las lleva adelante. En el caso de Bolivia quienes propiciaron el momento de la asamblea constituyente fueron los procesos de cons-titución de movimientos sociales; las movilizaciones que resultan en los procesos de unificación de pue-blos indígenas en Amazonia y en tierras bajas y su unificación con las organizaciones de tierras altas en territorio aymara y quechua; y la configuración de la coordinadora del agua que frena la expansión de la privatización de los bienes comunes como el agua. Estas fuerzas no estuvieron presentes en la consti-tuyente de manera autónoma. En el caso del Ecua-dor tampoco tuvieron una presencia importante, sus ideas fueron las que crearon la condición de posi-bilidad e influyeron muchísimo, aunque los resulta-dos de los procesos constituyentes, sin embargo, son

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bien pobres, incluso contradictorios, en relación a ese horizonte intelectual y moral configurado por los movimientos.

Tanto en Ecuador como en Bolivia las nuevas constituciones reconocen e incluyen la idea del es-tado plurinacional; en el caso boliviano en el perio-do inmediatamente post constituyente se empieza a desplegar un proceso que niega totalmente la idea plurinacional a través de la concesión de territorios indígenas para la explotación petrolera, hidrocarbu-rífera, minera y la construcción de grandes obras que forman parte del plan IIRSA de transnacionalización en el continente a favor de los procesos de acumula-ción capitalista mundial; lo cual genera la ruptura y el antagonismo entre el partido campesino gobernante y las formas de unificación comunitaria indígena.

Tanto en Bolivia como en Ecuador los gobiernos se han caracterizado por la centralidad e intensificación del extrativismo en su política económica, que ha implicado una política represiva sobre las resisten-cias indígenas comunitarias. No se puede hacer aquí una evaluación de las asambleas constituyentes y las constituciones que resultan. Aquí me interesa resal-tar la dimensión cognitiva que tuvieron los procesos constituyentes y en parte las asambleas constituyen-tes, que cabe pensarlas también como resultado de procesos de acumulación y de articulación cognitiva realizada por los movimientos sociales y políticos.

Considero que las asambleas constituyentes no aprovecharon todo el conocimiento que se activó y se produjo en los procesos constituyentes que activa-

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ron los movimientos sociales, más bien hicieron in-corporaciones reductivas y domesticadas de las ideas que latían en esos procesos constituyentes a favor de la reproducción del estado y el capitalismo. En el caso de Bolivia y de Ecuador, el antagonismo que se ha creado entre los nuevos partidos de gobierno y las organizaciones indígenas ha llevado a un ciclo de represión, división, debilitamiento de las organiza-ciones y de su faceta de movimiento social. Las or-ganizaciones indígenas comunitarias hoy están en un fase de resistencia, en la que el tema central es la sobrevivencia ante el acoso estatal y el del poder ca-pitalista nacional y transnacional.

Hay una trayectoria diferente en el caso del zapa-tismo en México. Luego de un proceso y un intento de propiciar la reforma del estado mexicano a través de un freno al TLC con una irrupción guerrillera, que hace un planteamiento político nacional y lleva a un proceso de negociaciones que no es refrendado por el gobierno, el zapatismo emprende un proceso de reforma, reconstrucción social y de sustitución de es-tructuras políticas, montada sobre la reconstrucción de estructuras sociales que recrean formas comuni-tarias antiguas y desarrollan nuevos elementos des-plegados en la lucha.

A partir de esto cabe plantear que la noción de movimiento social no es suficiente para cubrir todas las dimensiones que ha tenido la acción colectiva crí-tica movimientista en el último tiempo en nuestros países. No por eso no tiene pertinencia y utilidad. Cabe pensar que por eso es necesario articular varias categorías para dar cuenta de su complejidad. En el

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caso del zapatismo se puede ver que hay una face-ta de movimiento social, en tanto hay una crítica de las estructuras socioeconómicas, culturales y políti-cas modernas, pero hay una faceta de movimiento social más tenue que en los otros casos, ya que más fuerte es que se trata de un movimiento que plan-tea una crítica a las estructuras sociales y económi-cas o políticas, en ese sentido tiene un componente de movimiento social, pero a su vez hace una crítica global del estado mexicano, a su vez está orientado a propiciar en una primera fase una reforma del esta-do mexicano en el sentido de una democratización. Cuando esto fracasa entra en un proceso de cons-trucción política autónoma en sus territorios. Ade-más, el zapatismo tiene un ejército, es el caso más complejo o multidimensional.

En la zona andina se trata de la combinación de una dimensión de movimiento social en el sentido especificado y de lo que yo llamo un movimiento so-cietal, es decir, de movimiento de estructuras de otro tipo de sociedades que no han llegado a desarticu-larse desde la colonia y que están en proceso de re-constitución, de recreación y de movilización política en el seno de los estados-nación, orientados en una de sus trayectorias a una reconstrucción plurinacio-nal. En este sentido, cabe pensar que la noción de movimiento social sirve para pensar solo una de las facetas de la constitución de estos sujetos colectivos y de su acción política y movilización.

La dimensión cognitiva contempla también cier-ta capacidad de reflexión o de reflexividad y de con-ciencia o conocimiento autocrítico que está presente

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también en los movimientos sociales y algunas de estas facetas son parte del mismo despliegue y de-sarrollo del movimiento. Por ejemplo, en el caso del movimiento sin tierra es una reflexión sobre la or-ganización y dirección colectiva y sus efectos en el tiempo lo que les ha llevado a configurar una direc-ción colectiva rotativa, que evite la personalización y la formación de oligarquías internas que acaban di-solviendo el movimiento, aunque se mantenga la or-ganización. Por el otro lado, se combina con un prin-cipio de rotación parcial de la mitad de la dirigencia colectiva, se permite la transmisión del conocimiento acumulado en la organización de las luchas y, por lo tanto, transmisión de una generación a otra de re-presentantes y líderes, sólo para mencionar algunos aspectos centrales.

En la experiencia del zapatismo también se ve un alto grado de reflexividad sobre las experiencias de lucha y de transformación social y sus limitaciones que se traducen en sus estrategias de organización y reconstrucción social y política, que son resultado de un proceso de reflexión o de conocimiento crítico y autocrítico como también de imaginación política, que se despliega en el proceso de lucha. Un ejemplo de eso son los procesos de reflexión colectiva sobre la historia de lucha y construcción colectiva que se hizo para preparar los materiales de la Escuelita zapatista en las comunidades de base zapatista.

En cuanto a la dimensión moral del horizonte cabe mencionar, en principio, que hay un proceso de valoración y reconstitución de los sujetos. Uno de los primeros resultados, que es también un objetivo y en

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cierto sentido un método en la constitución de mo-vimientos sociales, es el hecho de que la constitución de una acción colectiva crítica en torno al cuestiona-miento de una o varias estructuras implica pasar de la posición de la subordinación y la pasividad en los procesos de reproducción de las relaciones de domi-nación y explotación, hacia una posición de autono-mía política e intelectual. Por lo general, el ser parte de un movimiento social implica un proceso de re-valorización en el sentido de autovaloración positiva de los sujetos, ya que en el proceso se desarrollan capacidades organizativas, capacidades de acción, de bloqueo, de negociación social pero sobre todo se desarrollan capacidades intelectuales.

Este proceso de reconstitución individual como parte de un sujeto colectivo implica también un pro-ceso de autoconocimiento de otras posibilidades in-dividuales en la acción colectiva, en perspectiva his-tórica. En tanto los movimientos sociales articulan o configuran procesos de lucha, un campo de fuerzas en el que se disputa la reproducción o reforma del orden social, se trata de un proceso de interacción conflictiva en el que también se conoce mejor o por primera vez a otros. En este sentido, todo proceso de lucha tiene algo de autoconocimiento, de conoci-miento de otros y también algo de reconocimiento, que es parte del conocimiento, y tiene tanto una car-ga cognitiva como una carga moral, ya que depen-de de cómo se lo reconoce, en torno a qué valores y principios. No es lo mismo un reconocimiento jerár-quico por parte del grupo dominante, que puede ser resultado de un proceso de luchas sociales, que un reconocimiento igualitario.

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Hay una faceta que en particular se ha desarrolla-do en las últimas décadas en parte de América Latina y que tiene que ver con la dimensión de la igualdad intercultural. Esto es resultado de la constitución, la reconstitución y movilización de vigorosos movi-mientos indígenas comunitarios en Mesoamérica y Sudamérica, que en un principio se han movilizado por el reconocimiento de sus culturas y su territo-rialidad, a la vez que han disputado la reforma del estado y del régimen económico, de tal manera que sea posible el reconocimiento de su territorialidad en ese sentido de totalidad que articula concepción del mundo, cultura e identidad, su forma social, y tam-bién estructuras de autogobierno.

En el continente se ha instalado en el horizonte moral la necesidad del reconocimiento igualitario de la diversidad de culturas, de pueblos, de tipos de so-ciedad que han sido objeto de la colonización y el colonialismo interno en tiempos de república y de estado-nación. Esta movilización en principio puso en crisis a los gobiernos neoliberales y en algunos lugares propició asambleas constituyentes dirigidas a la construcción de un estado plurinacional, cosa que se ha reconocido textualmente pero no se está cons-truyendo en la práctica. Probablemente éste sea el hecho más grueso e importante que se ha instaurado en el horizonte intelectual y moral propiciado por los movimientos sociales en las últimas décadas.

De manera específica el otro componente impor-tante de la configuración de un horizonte moral e in-telectual, común al conjunto de los movimientos, es la reinstauración de la idea y principio de la autono-

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mía, que es multidimensional. Para empezar al cons-tituirse un movimiento ya se está empezando a fac-tualizar un tipo de autonomía política que, a su vez, es intelectual y moral en tanto es crítica de estructu-ras sociales y políticas. La autonomía también se ex-presa en el plano organizativo, en tanto constitución de diferentes formas de asociación colectiva en torno a la crítica de estructuras sociales y estatales.

Otra faceta de la autonomía tiene que ver con la dimensión intelectual. Para ser autónomos hay que articular o rearticular un discurso que ya no sea la reproducción del modo de descripción y legitima-ción de las estructuras existentes sino precisamente una forma de reflexividad y de crítica de las mismas. Esto es resultado de cierto grado de autonomía, es decir, de distancia respecto de las formas cognitivas dominantes, tanto de la matriz como de los discursos específicos articulados en torno a ella y su vínculo es-tructural con las formas sociales existentes.

La autonomía moral, que implica distanciarse de la reproducción de los principios organizativos do-minantes, requiere de ideas éticas diferentes y en particular de una articulación diferente con elemen-tos cognitivos, ya que ideas de justicia e igualdad, por ejemplo, están articuladas en los discursos neolibe-rales y sirven para la reproducción de estructuras de desigualdad y jerarquización política y social, pero están articuladas de un modo particular con elemen-tos cognitivos que presentan la realidad y las estruc-turas económico-sociales y políticas existentes como las más adecuadas o la única posibilidad de organi-zación de la vida social.

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En este sentido, la autonomía intelectual, que es parte de la crítica de los movimientos sociales, im-plica una otra articulación de ideas ético-políticas, de principios y de fines políticos, como el de la igualdad y la justicia, en torno a otros elementos cognitivos, que más bien muestre que de hecho es posible reor-ganizar la vida social de otro modo, para lanzarse a procesos de factualización de alternativas organiza-tivas como lo hace, por ejemplo, el movimiento sin tierra en territorios tomados, o el zapatismo en los territorios donde hace años ha empezado a recons-truir la vida social y política de manera autónoma.

La autonomía moral necesita de la autonomía intelectual y la autonomía intelectual necesita de la autonomía moral, cuando se articula también de un modo particular con elementos ético-políticos, que implican tomar una distancia reflexiva respecto de las formas ideológicas dominantes.

Hay un otro elemento importante que es parte de la constitución del horizonte moral e intelectual configurado por los movimientos, y es aquel que se refiere al autogobierno, o la autonomía política no sólo en tanto autonomía intelectual crítica sino en tanto procesos de decisión colectiva autónoma res-pecto de las estructuras de dominación económica, social y política. Esto es algo que es constitutivo de los movimientos sociales. Por lo general, hacen una crítica de las formas de políticas de representación o substitución del pueblo y de los individuos, a través de la constitución de formas colectivas de vida po-lítica o formas políticas de organización y toma de decisiones que se caracterizan por la presencia en los

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momentos de deliberación y de toma de decisiones y no sólo en los momentos de movilización y lucha.

En este sentido, un componente básico en la constitución de los movimientos sociales es la acti-vación de asambleas, de diferentes formas de asam-blea, que se convierten en el espacio político consti-tuido por un movimiento social o reactivado por un movimiento social, que se convierte en el espacio de reconstitución de sujetos individuales, de articula-ción de acción colectiva, de análisis, de articulación de discurso, de toma de decisiones, de articulación de estrategia, de proyecto social y proyecto político. En este sentido, la forma política básica del autogo-bierno es la asamblea. Esto está presente en todas las organizaciones de trabajadores desocupados en la Argentina, está presente en que el movimiento sin tierra, en los movimientos de unificación indígena en la Amazonia boliviana, en el Ecuador, en Bolivia en su conjunto.

La asamblea es una forma política de autogobier-no, en principio. A su vez es una forma organizativa y es un espacio político en el que se organiza la gente en términos de estrategia temporal; pero la asamblea también es la forma de realizar un valor político, que es el de la autonomía política, dicho de manera más específica, el principio del autogobierno. El ciclo de movilizaciones del conjunto de movimientos que se han desplegado en los últimos años han mostrado, por un lado, que el lugar más adecuado para discutir los problemas del destino de la gente en relación a su territorio y la reproducción y desarrollo de la vida es de la asamblea local y la red de articulación de asam-

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bleas locales en las que se toman decisiones a escalas mayores, cosa que no se ha podido articular en todos lados. En este sentido, los movimientos sociales han instaurado en el horizonte intelectual y moral una recreación de una diversidad de formas de asamblea como algo que es posible articular en esta fase de alta modernidad en algunos lados y de permanente acu-mulación primitiva en otros, y de que ésta es la forma en que es posible frenar las estrategias de expansión capitalista y de dominación jerárquica.

En estas formas de asamblea se ha generado co-nocimiento político, se ha ido aprendiendo las cosas del autogobierno, se ha ido transmitiendo experien-cia, se ha recreado algo de experiencia histórica y se la transmitido, aunque es necesario hacer circular con mayor amplitud el aprendizaje, el conocimiento, no sólo la historia más epifenomenal del ciclo de luchas sino el conocimiento producido en estos espacios de asamblea que son como el corazón y el pulmón de los movimientos.

Lo intelectual y lo moral no están separados. He delineado algunos componentes temporalmente di-ferenciados de manera analítica, pero son un bloque. En este sentido, el horizonte intelectual y moral con-figura lo que Gramsci también llama la dimensión ético-política, que implica pasar de la dimensión cor-porativa y sectorial o de la consideración de intere-ses particulares en un contexto de relación de fuerzas global, al nivel de la consideración de los problemas nacionales o generales, en un horizonte general en el que también se sitúan los intereses y las perspectivas políticas de cada uno. Una de las expresiones más

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fuertes de la dimensión ético-política es la articula-ción de proyecto político, la otra es la articulación de una concepción del mundo, cosas que van juntas.

En este sentido, cabe preguntarse qué resultados hay en términos de articulación del proyecto social y político en este ciclo de constitución de movimientos sociales en la región. Primero señalo algunos compo-nentes de manera fragmentaria, para luego intentar una articulación más general. Por un lado, en el ciclo de constitución de acción colectiva que fue respues-ta a la desintegración social y económica generada por el neoliberalismo, en particular en la Argentina y en la experiencia de las asambleas de barrio y en la toma de fábricas y la organización de comedores populares, de redes de trueque y de solidaridad so-cioeconómica lo que emerge de nuevo es el proyecto de la autogestión, es decir, la posibilidad de organizar la vida social económica de un modo desmercantili-zado en parte o por afuera del mercado y las estruc-turas de producción capitalista. Siendo Argentina un país con un pasado histórico de industrialización y de presencia obrera importante, la toma de las fábri-cas y la autogestión de la producción emergió como una respuesta popular a los procesos de crisis y de desintegración, pero en torno a eso también empieza a gestarse una recreación del proyecto de la autoges-tión en la producción, que implica el hecho de que en los centros de producción se unifica la dirección eco-nómica y la dirección política del proceso económico bajo formas descentralizadas. La autogestión de las fábricas tomadas fue boicoteada por el entorno ca-pitalista. En este sentido, la idea de la autogestión obrera no llegó a desarrollarse mucho, pero se trata

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de una experiencia de recreación de la idea de auto-gestión que efectivamente sirvió para que la gente sobreviviera a la crisis y queda como un una potencia o algo que se puede desarrollar en términos de pro-yecto político.

La idea de la autogestión colectiva también apa-rece en el movimiento sin tierra. Cuando se toma la tierra, el movimiento reorganiza la producción y la reproducción bajo criterios de propiedad colecti-va y trabajo colectivo parcial, a la vez que organiza sus propias escuelas y salud. En particular, uno de los ejes de la estrategia movimiento sin tierra es ex-perimentar hacia dentro, el hecho de que se puede reorganizar la vida social en todas o en casi todas sus dimensiones sin el recurso al mercado capitalista y a las estructuras estatales que reproducen el poder monopólico.

La estrategia del movimiento sin tierra no con-siste en tomar las tierras para repartirlas de manera individual en principio sino para reorganizar la pro-ducción campesina de manera colectiva y sobre todo autogestiva, cosa que también ha sido boicoteda por el entorno capitalista, sobre todo en los procesos de distribución, es decir, en los mercados de insumos como en los mercados de venta de los productos campesinos. Este componente está con fuerza tam-bién en la experiencia zapatista, que ha articulado de manera más larga y consistente la idea de la auto-gestión en el nivel productivo con la idea del autogo-bierno de sus territorios.

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El otro componente de proyecto político es preci-samente el del autogobierno comunitario o colecti-vo, que estuvo presente de manera más embrionaria en el momento más asambleísta de los movimientos de trabajadores desocupados, en el movimiento sin tierra y de manera más orgánica, sistemática y per-manente en territorios zapatistas. Pienso que es aquí donde aparece con más fuerza el despliegue de un proyecto político anticapitalista y comunitario. En te-rritorios zapatistas se ha articulado espacios de auto-gobierno local, en base a la rotación de los miembros de la comunidad que incluye también mujeres, sobre todo a nivel municipal, luego se articula una esca-la intermedia que sería el de las juntas del gobier-no bajo los mismos principios de rotación e igualdad política que instaura un nivel de toma de decisiones y de gestión colectiva más complejo.

Se trata aquí de un proceso de reconstrucción so-cial y política de autogestión y de autogobierno que está yendo desde la escala micro local en un proceso ascendente, hoy desarrollado en un nivel intermedio o meso que sería el de las juntas de buen gobierno. Se trata no sólo de autogestión en la producción sino también en la educación y la salud. Los zapatistas han montado sus propios sistemas de educación y salud, a los cuales acuden inclusive los no zapatistas.

Hay en el horizonte intelectual y moral, que no está constituido sólo por los movimientos sociales sino por movimientos políticos más complejos, un bosquejo del proyecto político que implica la recons-trucción de la vida social por la vía de la autogestión y del autogobierno colectivo, reconstruidos desde el

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nivel micro local, (la fábrica, la comunidad, el mu-nicipio) hacia niveles ascendentes de articulación y de complejidad. Este horizonte es también diverso, por el otro lado contiene la idea de un estado plu-rinacional, que responde a los procesos de reforma constitucional promovidos básicamente, aunque no exclusivamente, por movimientos comunitarios indí-genas que en algunos países de América Latina, han llevado a asambleas constituyente. Aquí se trata de un proyecto de reforma del estado, y a través de ésta de una reforma social y cultural, orientada al reco-nocimiento igualitario de la diversidad de pueblos y culturas, que implica un reconocimiento de la terri-torialidad de las mismas, pero promovido en el seno del estado moderno, del estado-nación moderno, que en relación a éstas habría sido todavía una forma de sobreposición y dominación.

Esta idea del estado plurinacional, que es un pro-yecto político, por lo pronto, básicamente se ha plas-mado a través de la idea de autonomías indígenas, esto es, el reconocimiento de territorios y territoria-lidad para algunos pueblos originarios o ancestrales, que en la perspectiva comunitaria indígena impli-caría el reconocimiento de sus formas autogobier-no, además del conjunto de sus aspectos culturales y sociales, como su concepción del mundo y la len-gua. Lo pongo en el modo en que se lo planteó en Bolivia, implicaría codecisión, en tanto son parte de un estado que incluye otros implicaría que las deci-siones sobre su territorio tendrían que tomarse bajo la modalidad de codecisión entre las formas políticas de autogobierno comunitario del territorio en cues-tión y las autoridades a cargo del gobierno nacional

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o plurinacional. Esta idea central del estado plurina-cional como proceso de reforma en el seno del es-tado-nación en tanto ampliación del mismo, no ha sido incorporado en las constituciones de Bolivia y Ecuador, lo cual se constituye en el más serio límite a la construcción de estados plurinacionales. Esto ha llevado precisamente a la ruptura del tipo de relacio-nes que había entre organizaciones indígenas con el partido de gobierno, tanto en Bolivia como en Ecua-dor, donde éstos se encuentran enfrentados en torno a la resistencia a las políticas de extractivismo inten-sivo que están promoviendo ambos gobiernos.

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Pueblo, nación y ciudadanía en condiciones multisocietales

Definiendo pueblo en la polisemia

La noción de pueblo es polisémica. Significa varias cosas, dependiendo del contexto en la vida política y en el plano de la producción teórica. Sin embargo, aquí se trata de definir en el seno de esa polisemia, sin eliminarla y, por lo tanto, se trata de un ejercicio de demarcación contextual.

En principio distingo tres connotaciones. Hay una noción de pueblo a nivel de estructuras socioeconó-micas en la que pueblo o lo popular se identifica con trabajadores, con clases trabajadoras. En este senti-do, lo popular implica una posición dentro de las es-tructuras sociales, independientemente de las ideas y acciones políticas de los sujetos individuales. Luego hay otra noción de pueblo que está ligada al nombrar

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colectividades que comparten una misma identidad, cultura e historia. Esto sobre todo en contexto de cul-turas y sociedades que fueron conquistadas y some-tidas a relaciones coloniales pero que, sin embargo, han mantenido y reproducido parte o buena parte de su cultura, en general se habla de pueblos en el seno de estados-nación, en términos de colectividades culturales, algunos dirían étnico-culturales. Yo diría que éste es el nivel societal y cultural de la noción de pueblo, en el que cabe diferenciar las dos valencias, cuando se habla de pueblo básicamente como una colectividad cultural en territorios estatales definidos en base a otros criterios y en la que no se conno-ta presencia de estructuras sociales y políticas, sobre todo.

Por último, hay una noción de pueblo que se utili-za en la vida política y en la teoría política, que sirve para pensar la constitución de un antagonismo po-lítico con la oligarquía, es decir, entre un conjunto de sujetos individuales y colectivos que en la acción política y a través de los discursos se contrapone al bloque dominante en lo económico y en lo políti-co. Por un buen tiempo a eso se le llamó oligarquía en el contexto latinoamericano, tiene nombres espe-ciales en diferentes países. Aquí uso genéricamente la contraposición pueblo-oligarquía. En este último sentido, pueblo sería una categoría específicamente política. Es un tipo de sujeto colectivo que emerge en determinados momentos en que se articula ese tipo de antagonismo, no sería una condición permanente de la vida política.1

1 Ver de Laclau, Ernesto Política e ideología en la teoría marxista. México, Siglo XXI, 1978.

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Hay una otra connotación de la noción pueblo en el discurso jurídico político que tiene que ver con el supuesto teórico del pueblo como el depositario de la soberanía, como la fuente, el origen y legitimación del poder político.

Primero me dedico a hacer algunas consideracio-nes histórico-teóricas en los niveles señalados. La primera tiene que ver con la relación entre pueblo y sociedad, que implica comentar la relación entre el nivel de las estructuras sociales y la de la historia y la política. Si se toma como eje la idea de que pueblo es un tipo de realidad política que se configura a través de la articulación de un antagonismo en relación a una oligarquía, hay dos componentes en principio. Cuando políticamente se ha articulado en diferen-tes ocasiones, en particular en la historia de América Latina, un antagonismo pueblo-oligarquía, siempre opera como base una valencia socioeconómica de la noción de pueblo, es decir, los que componen el pue-blo en principio básicamente son trabajadores, cam-pesinos, obreros y empleados asalariados del estado, capas medias. La noción histórico-política de pueblo, que es la que interesa apuntalar aquí, por lo general se levanta sobre una valencia y un antecedente so-cioeconómico, la condición de trabajadores, que no es exclusiva pero es en torno a la cual se articula la identidad pueblo. Esto implica una trayectoria y una dimensión corporativa.

Uno de los resultados históricos de la acción co-lectiva y de la acción política de los sujetos econó-micos es su organización como sociedad civil. En muchas configuraciones históricas el antagonismo

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pueblo-oligarquía pasa por la organización de insti-tuciones de asociación y el desarrollo de una esfera de lo público desde el seno de la sociedad civil, en la que luego se crean las condiciones para el tránsito de lo corporativo a lo político-nacional.

Las experiencias nacional-populares de América Latina han pasado todas por diferentes formas de organización de la sociedad civil: la parte de la socie-dad civil que es configurada por las organizaciones y la acción sociopolítica de los trabajadores de diverso tipo.

La sociedad civil es el resultado de un cierto de-sarrollo de ciudadanía y el reconocimiento de ciertos derechos civiles y, sobre todo, de derechos políticos; o cuando estos no están reconocidos es el resultado de acción organizativa y política orientada a promo-ver el reconocimiento de derechos políticos. En este sentido, la dimensión corporativa contiene el resul-tado de cierto régimen de derechos y, a su vez, la or-ganización de la sociedad civil en su nivel corpora-tivo es también productora de parte del régimen de ciudadanía existente.2

En este sentido, se podría decir que la configu-ración de acción política como pueblo, en tanto an-tagonismo con la oligarquía es resultado de la con-figuración y del tipo de composición política de la

2 Estas consideraciones se hacen en base a Hegel, El sistema de la eticidad. Madrid, Editora Nacional, 1981; Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel. 6 vol., México, Juan Pablos, 1975; Marshall. Citizenship and social class, London, Pluto, 1987

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sociedad civil existente, sobre todo cuando esa arti-culación popular se monta sobre organizaciones cor-porativas preexistentes, que van más allá a través de la acción política que articula diferentes sectores de la sociedad civil y se moviliza contra las estructuras de poder monopólico económico y político.

Este es un tipo de relación entre pueblo y ciuda-danía en términos de condiciones, pero el punto más importante que aquí quiero señalar es el siguiente. El pueblo en tanto resultado de un antagonismo con el bloque dominante u oligarquía es algo así como lo político fuera del estado. Lo pongo de otro modo, el hecho de que se configure un bloque político como pueblo de facto plantea un cuestionamiento al ré-gimen de ciudadanía existente, esto significa que el régimen de derechos y las instituciones políticas existentes están fallando, no son suficientes o no in-tegran a esos sujetos que articulados empiezan a ha-cer política bajo la forma de un antagonismo contra el bloque monopólico.

Esto implica que el pueblo se constituye cuando, a su vez, se constituye planteando una crítica a las ins-tituciones políticas estatales existentes, es decir, un cuestionamiento que puede incluir la ausencia total del reconocimiento de derechos políticos, su insufi-ciencia o distancia entre el discurso constitucional y las formas efectivas y cotidianas de operación de la dominación a través de las instituciones políticas.

En breve, la constitución del pueblo como antago-nismo político es un síntoma de la falla del régimen de ciudadanía existente en términos de un régimen

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de integración política y de producción de consenso. En este sentido, la constitución de pueblo es parte de la emergencia de una coyuntura más o menos larga de crisis, es decir, de crítica a las instituciones esta-tales y al régimen de ciudadanía y el tipo de estado, inclusive de sociedad. En algunos casos, el pueblo implica una forma de configuración política por fue-ra del estado; aunque en la mayor parte de los casos esté orientada a lograr reconocimiento de derechos dentro del estado, participación política dentro del estado, incluso un conjunto de políticas económicas y sociales como dirección del estado.

El pueblo con un sujeto político es una de las for-mas de crítica al estado y a la clase dominante y el bloque que articula su producción. La constitución de pueblo implica que las formas cotidianas de re-producción de la dominación empiezan a ser que-bradas o se han desarticulado; en cambio se están dando articulaciones políticas, organizativas, discur-sivas y de acción orientadas a cuestionar a los sujetos gobernantes y las formas del monopolio de la tierra, de la propiedad, de la riqueza social. En este sentido, el pueblo como sujeto político es una crítica de facto del estado. Es un tipo de sujeto que resulta articulado por diferentes discursos.

Aquí cabe relacionar este aspecto que me parece sustantivo en torno a pueblo como sujeto político, con la consideración de otra connotación o valencia de la noción pueblo. Hay un proceso de domestica-ción o inclusión jurídico-política del pueblo que se realiza precisamente a través del discurso jurídico y parte de la teoría, que implica introducir la noción

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del pueblo como la fuente de la soberanía, como el origen del poder y la legitimidad del estado. Es un elemento del discurso jurídico-político predominan-te en los últimos tiempos, está presente en la formu-lación de la mayor parte de las constituciones mo-dernas y contemporáneas y en una parte importante de las teorías jurídicas y de las formas de fundamen-tación del estado moderno.

En ese sentido, el discurso jurídico político sobre la soberanía del pueblo es, más bien, una especie de exorcismo teórico orientado a evitar la configuración histórica del pueblo, es decir, como una acción colec-tiva y crítica del régimen de ciudadanía, del tipo de estado o de régimen y de la clase dominante.

El discurso jurídico piensa el pueblo en base a la idea de ciudadano y su agregación. Históricamente, más bien cabe pensar que cuando se constituye un sujeto pueblo se trata de política que se está hacien-do (en cierto sentido) bajo la figura de no ciudada-no, es decir, de un sujeto colectivo que a través de su constitución está expresando que no están incluidos en el régimen de ciudadanía o hay una negación por lo menos parcial de ella, o que se trata de un régimen de ciudadanía incompleto o falaz.

En todo caso, la constitución histórica efectiva como sujeto pueblo, por lo general, no se hace bajo el horizonte jurídico de la noción de ciudadano, que está pensado en términos de individuos. Esto impli-ca que, por un lado, las formas históricas de consti-tución de sujetos populares han estado orientadas a la lucha por derechos, reconocimiento de derechos

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políticos, sociales, culturales, esto es, el pueblo o la constitución política del pueblo se dio como resulta-do del desarrollo de una reforma política en el nivel de ciudadanía. Por lo general, los ciclos de luchas po-pulares, cuando han obtenido algún tipo de recono-cimiento jurídico, se han orientado a convertirlos en derechos individuales. Por lo general, este es el tipo de secuencia que históricamente se da: constitución de sujeto colectivo a través de un antagonismo en relación al bloque en el poder orientado a un cambio en el régimen de ciudadanía, que se convierte en de-rechos individuales.

El discurso jurídico-constitucional moderno evita hablar de sujetos colectivos, o por lo menos trata de evitar el reconocimiento de los mismos. Cuando lo hace, lo hace sobre todo a dos niveles. Uno es el re-conocimiento de las instituciones de la sociedad ci-vil y los sujetos colectivos que la configuran. Por el otro lado, reconoce sujeto colectivo bajo la forma de la facción o el partido, es decir, de una parte de la sociedad que, sin embargo, en los discursos liberales luego de empezar fuertemente vinculado a posicio-nes particulares e intereses económicos específicos se convierte en la mediación para articular intereses generales y, así, a su vez, articula el discurso de legi-timación del estado como representante general de una sociedad. El pueblo es algo diferente al partido. El pueblo no es una facción.

En continuidad con el discurso jurídico sobre el pueblo como fuente de la soberanía, en el nivel de sistema de representación, el pueblo aparece como sinónimo de mayoría, es decir, como resultado de

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una aritmética del voto. En este sentido, producto de una operación de consulta y de conteo y nunca como sujeto político que tiene identidad, demandas y proyecto específicos. En el discurso jurídico y en la mayor parte de las teorías liberales de la política, el pueblo siempre es un supuesto o resultado de una operación intelectual, como la agregación del voto y no un sujeto político real histórico.

La relación pueblo, nación y estado

Las articulaciones políticas son contingentes, son históricas. En ese sentido, hay varias formas de arti-culación entre pueblo, nación y estado y secuencias de cambio en estas articulaciones. Modernamente, la nación es pensada como el universo más amplio que sería la base socio-cultural y política del estado. La nación en varios discursos tiene un núcleo definito-rio histórico-cultural, pero la nación en tanto cons-trucción histórica es básicamente una articulación política, con elementos de historia y cultura. La idea nación tiende a ser más incluyente que la de pueblo.

En algunas condiciones históricas de construcción estatal, en particular en la periferia del mundo mo-derno capitalista, la nación es un referente político que se ha articulado a pueblo, configurando lo na-cional-popular, que se establece también como un antagonismo frente a la oligarquía. Allí donde ha fra-casado la construcción estatal y ha sido básicamente

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instrumental y ha servido para crear 3las condiciones favorables para la penetración del control del exce-dente por parte de capitales y soberanías externas, a la vez que ha favorecido a los intereses económicos de oligarquías internas orientadas a alimentar el mer-cado mundial, evitando o reduciendo su contribu-ción al financiamiento de la reproducción económica y de la misma vida estatal en el país, la nación no se ha identificado como estado sino más bien como un proyecto de unificación política que se ha vinculado a la constitución de un sujeto político pueblo. Es así, que lo nacional-popular en varios países, como Bo-livia, es la articulación de una forma de constitución política que establece un antagonismo con la oligar-quía y está orientado a la reforma del estado, en el sentido de construcción de un estado-nación.

En este sentido, el pueblo es una configuración de un momento en la lucha política, y de un momen-to de transición, cuando las luchas nacional-popula-res logran producir una crisis de las formas estatales existentes; ya sea a través de revoluciones o de ci-clos de reformas propician la transición a un proceso de construcción de estado nacional en algunas áreas significativas. Lo nacional-popular es un tipo de con-figuración política y de discursividad que caracteriza a la etapa de lucha contra las oligarquías antinacio-nales. A su vez, corresponde a una fase de transición en la que en algunas circunstancias partidos nacio-nalistas asumen el gobierno y realizan un proceso de reformas y ampliación del estado, por lo general basado en la nacionalización de la explotación de los

3 Ver de Zavaleta, René. Lo nacional-popular, Siglo XXI, México, 1986

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recursos naturales para financiar la expansión esta-tal, que implica también la ampliación de un régimen de ciudadanía en términos de derechos sociales.4

A continuación sigo un poco la lógica del argu-mento de Phartha Chaterjee.5 Por un lado, el naciona-lismo tiende a convertirse en el discurso de la reorga-nización racional del poder, esto es, la concentración o la reconcentración del poder en la organización de burocracias más o menos modernas orientadas a la promoción ampliada del capitalismo, como la vía de modernización y construcción del estado-nación. En esta fase el discurso nacionalista pasa de establecer el antagonismo pueblo-oligarquía a justificar la nue-va forma estatal de dominio, y tiende a producirse alguna forma de sustitución del pueblo, en principio su desarticulación, en la medida en que se empieza a eliminar la contradicción y antagonismo entre pue-blo y oligarquía y a sustituirla por la idea de ciuda-dano, y reforzar el discurso de la representación y el gobierno en nombre del pueblo.

El cambio discursivo corresponde también a un cambio en las relaciones políticas y a un proceso de-liberado de desmontaje del antagonismo político, que en muchos casos está asociado a un reacopla-

4 Para estas consideraciones sobre lo nacional-popu-lar he tomado en cuenta sobre todo los trabajos de Emilio de Ipola: ideología y discurso populista,Folios, Mexico, 1982; y de Juan Carlos Portantiero: Los usos de Gramsci, Folios, México, 1982

5 Chatterjee, Partha. Nationalist thought and the co-lonial world: a derivative discourse, University of Minnesota Press, 1993

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miento entre las nuevas fuerzas políticas dominantes y fracciones importantes del viejo bloque dominante, que es lo que ocurre en Bolivia en los últimos tiem-pos. Un partido nacionalista como el MAS, que no fue el principal responsable pero formaba parte de las formas de constitución política del pueblo en la lucha contra el bloque neoliberal, una vez que gana las elecciones y pasa por una fase de enfrentamiento intenso de 3 o 4 años frente a las oligarquías locales y nacionales que genera un cambio en la relación de fuerzas, se acopla y empieza a cogobernar con frac-ciones del viejo bloque dominante. De manera para-lela, hace un conjunto de leyes, en términos de redi-seño del sistema representativo por la ampliación del principio mayoritario, orientadas a obligar a sectores populares a aliarse con el partido para tener partici-pación en la vida del estado; empieza a organizar la sustitución del pueblo por el partido y en particular por el estado.

Esto muestra que hay movilidad y contingencia en la política. Lo nacional-estatal tiende a sustituir lo nacional-popular. El discurso de lo nacional-estatal está vinculado a la idea de que la soberanía en últi-ma instancia reside en el pueblo, pero no es pueblo quien la ejerce sino sus representantes. Esto está ex-presado de manera exacerbada en el modo en que el MAS ha procesado una desarticulación y sustitución del pueblo en los últimos años.

Se puede pensar que cuando se articula lo nacio-nal-popular, en América Latina por lo menos, es una crítica de la ciudadanía, de una ciudadanía incom-

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pleta e insuficiente o de las contradicciones entre el discurso jurídico constitucional y la vida de las insti-tuciones políticas y la práctica de gobierno en el país; aunque cuando se articula lo nacional-popular tam-bién es una condición de desarrollo ciudadano, en la medida en que hay un vínculo con procesos de democratización, es decir, luchas por la restitución de derechos o la ampliación de los mismos cuando no estaban ya reconocidos.

La configuración del sujeto pueblo es resultado de la acción de varias fuerzas sociales y, a su vez, se constituye en una poderosa fuerza social en el ámbi-to político.

La condición multisocietal

El pueblo adquiere algunas otras connotaciones en condiciones multisocietales, es decir, cuando exis-ten varios tipos de sociedad en un mismo país y algu-nas se articulan y sobreponen. Por un lado, algunas colectividades usan la idea de pueblo para nombrar al conjunto de una colectividad que comparte una identidad cultural y una historia común. En ese sen-tido, por ejemplo se habla del pueblo guaraní, y esto está reivindicado en su forma de nombrar su organi-zación: Asamblea del Pueblo Guraraní. En este senti-do, pueblo tiende a identificarse en algunos momen-tos con nación, con el conjunto de una colectividad que comparte una cultura, pero que además incluye

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su lengua, su memoria, su historia, sus estructuras sociales y políticas.

En un contexto multisocietal, pueblo es sinónimo de sociedad, de un tipo de sociedad y de cultura en un contexto multicultural. En los últimos tiempos, cuando sea plantea un cuestionamiento más serio a la desigualdad histórica entre los pueblos al interior de un país que ha mantenido la jerarquía entre ti-pos de sociedad, a pesar del universalismo jurídico, algunos usan la noción de nación para connotar la dimensión política de su proyecto, que implica la rei-vindicación de sus estructuras de autogobierno, que las han mantenido durante mucho tiempo o están en vías de reconstrucción.

Creo que hay que moverse entre los usos políticos históricamente existentes de la noción de pueblo y la distancia analítica. Por un lado, se puede identi-ficar una variedad de formas o de figuras históricas del pueblo que han tenido como un núcleo de for-mulación la idea del trabajo, es decir, el pueblo bá-sicamente es un pueblo de trabajadores y, en este sentido, el pueblo es una figura política pero que se configura a partir de la condición de sujetos produc-tores. Es la dimensión de transformación de la na-turaleza la que luego se politiza en términos de un antagonismo que plantea cuestionamientos políticos históricos a las estructuras a través de las cuales se realiza la producción y la reproducción social.

Los nacionalistas, al articular pueblo y nación in-trodujeron una dimensión geopolítica,6 teniendo

6 Ver de Zavaleta, René: «Problemas de la determinación

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también como base y punto de partida la noción de trabajo. El pueblo básicamente es el pueblo de tra-bajadores, pero de trabajadores que plantean que el estado de su país no responde a sus ciudadanos sino a intereses extranjeros. En este sentido, se piensa una reforma del estado y de las relaciones sociedad y es-tado a través de la idea de nación, como la principal forma de articulación de estado y sociedad civil, que cree las condiciones de posibilidad de configuración de un nivel significativo de soberanía.

La noción de pueblo, por un lado, es utilizada por colectividades culturales que son sociedades, para presentar y reivindicar un tipo de identidad y de te-rritorialidad diferenciada en condiciones multisocie-tales, pero en tanto se ha pasado por procesos de or-ganización y unificación política que los ha llevado a la movilización contra las estructuras estatales y sociales que han reproducido históricamente la dis-criminación de origen colonial, tienden a converger con otras formas de movilización, en dos facetas o dimensiones. Por un lado, con otros pueblos, es decir, con otras colectividades de otra lengua, de otro tipo de sociedad, que también están en proceso de uni-ficación y movilización contra las estructuras domi-nantes. Por el otro lado, convergen en movilizaciones con configuraciones contemporáneas de lo nacio-nal-popular, es decir, formas de constitución de suje-to político que están estableciendo un antagonismo con el bloque dominante y el modelo económico y político vigente.

dependiente y la forma primordial», en América Latina: desarro-llo y perspectivas democráticas, FLACSO, Costa Rica, 1982

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Esto es lo que ha ocurrido en la zona andina, en particular en Bolivia, el Ecuador y en menor exten-sión en los otros países. En este sentido, cuando con-vergen procesos de unificación de pueblos indíge-nas, unificación entre varios pueblos indígenas, que se movilizan a favor de asambleas constituyentes y reforma del estado, y convergen a su vez con gran-des movilizaciones que resultan de la configuración de movimientos sociales contra la privatización del agua y otros bienes comunes, se configura un pue-blo multisocietal, que contiene procesos de unifica-ción de pueblos indígenas en tres niveles: unifica-ción entre comunidades que son parte de la misma cultura; unificación entre varias culturas que habitan el mismo territorio y formas de unificación a escala nacional.

En estos ciclos de gran movilización en la zona andina, se ha experimentado la confluencia de varios pueblos contra el bloque neoliberal dominante, en algunos casos la convergencia de pueblos en torno a formas de lo nacional-popular, es decir, de consti-tución de un antagonismo político a partir del cues-tionamiento de las desigualdades socioeconómicas y políticas generadas en las condiciones modernas. Ante la experiencia de los límites del estado-nación, se han articulado procesos de unificación interna en sociedades subalternas y de unificación intercultural entre ellas en el seno de estados-nación, y ha emer-gido la idea de lo plurinacional, como un horizonte de reforma y democratización de estos estados.

En la idea de lo plurinacional hay desplazamiento de la idea de pueblo. El lugar central está ocupado

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por la idea de nación, que en este contexto de proce-sos políticos se refiere a procesos de unificación en el seno de estas sociedades que generan formas de or-ganización y representación en el seno de la sociedad civil nacional y del estado, en muchos casos monta-das sobre sus propias formas de organización política interna, que cabe no identificar como sociedad civil; ya que no son parte de la separación moderna entre estado y sociedad, sino que son las formas de orga-nización política propias a otro sistema de relaciones sociales, que han vivido bajo relaciones de subordi-nación y de dominación y, por lo tanto, han experi-mentado algunos cambios y transformaciones.

Cuando se trata de la convergencia de varios pro-cesos de unificación de pueblos, algunos de los cua-les reivindican la identidad indígena, la idea de pue-blo tiende a desplazarse por la idea de nación, que tiene sobre todo esta carga política, que en cierto sentido es complementaria: una nación es un pueblo con capacidad de autogobernarse. En este sentido, hay ambivalencia y polisemia. Por un lado, lo explico a partir de un caso boliviano. Los bloques que re-sultan de procesos de unificación de pueblos, sobre todo en tierras bajas, reivindican ser parte del pueblo boliviano y participan en movilizaciones en las que convergen con otros. Se articulan dos niveles. Se mo-vilizan reivindicando el reconocimiento de su identi-dad y sobre todo de su territorialidad, que es un con-cepto con horizonte de totalidad, que incluye lengua, cultura, formas de producción y reproducción y es-tructuras de autogobierno; a la vez convergen con formas de lo nacional-popular, que en la historia re-ciente nuevamente se han articulado en torno a la

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reivindicación de nacionalización, que sobre todo ha significado estatización de recursos naturales, que implican el control del excedente que permita finan-ciar las reformas y democratización del país.

Hay una convergencia tanto de las reivindicacio-nes políticas de los pueblos o sociedades subalternas en movimiento y de las formas nacional-populares o las formas de los sujetos subalternos en el seno de lo moderno, que está orientada a una reforma del régi-men de la ciudadanía y del régimen de derechos. Por un lado, el reconocimiento de identidad y territoria-lidad a los pueblos que reivindican ser indígenas, al-gunos otros originarios, implica una transformación en el régimen de ciudadanía, sobre todo en tanto se reconozcan tierras comunitarias y las formas de au-togobierno en esos territorios. Por el otro lado, las reformas que vienen de las formas contemporáneas de reconfiguración de lo nacional-popular llevan a procesos de redistribución y recuperación del control sobre el excedente producido y que puedan servir en parte para procesos de redistribución y democra-tización, es decir, financiamiento de una participa-ción ampliada o también pueden servir para finan-ciar nuevas formas de autoritarismo, que es lo que lamentablemente más bien está pasando en países como Ecuador y Bolivia.

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Sobre el vínculo entre lo nacional-popular y democracia

La configuración de lo nacional-popular implica un cuestionamiento de la desigualdad socio-econó-mica existente. Lo nacional-popular es algo que se articula con algunas ideas sobre la igualdad, como horizonte de referencia, cuestionando las formas de desigualdad existente. Lo nacional-popular es un tipo de unidad política contra las estructuras oligár-quicas que, sin embargo, contiene, ha contenido y puede contener históricamente diferencias y algu-nas desigualdades y contradicciones internas. Por un lado, la nación es una forma de reunificación clasista después de la acumulación originaria en el ámbito de los gobernados. Por el otro lado, la nación es una for-ma de la unidad estatal, es decir, una forma de ima-ginar una comunidad política sobre una base social y cultura que sirve de discurso de fundamentación y legitimación de las formas modernas de organiza-ción de la sociedad y el gobierno a través de formas representativas. En condiciones modernas la nación es pensada por algunos como una comunidad ima-ginaria; en rigor no es una comunidad en términos sociales, ya que contiene estructuras de clases y, por lo tanto, de desigualdad social.

Se puede pensar lo democrático como una con-dición de construcción, como una forma de movi-miento y también como un proyecto, que permite la sustitución de las formas existentes. Cabe pensar lo democrático en sus varias facetas. Por un lado, lo de-

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mocrático como un componente de la constitución de sujetos políticos y de movilización colectiva que contienen cuestionamientos a la desigualdad econó-mica, como ocurre en la constitución del antagonis-mo pueblo-oligarquía, es decir, de procesos de acción política orientados al cuestionamiento del monopo-lio y la exclusión, la falta de libertad, a favor de reco-nocimiento de derechos políticos y sociales; pero hay otra faceta de la democracia en tanto forma de go-bierno. En particular en torno a una faceta que es la democracia directa, que es el núcleo duro de la idea de democracia en tanto participación en los procesos de deliberación en condiciones de igualdad, uno po-dría decir que el pueblo, en tanto es un antagonismo con la oligarquía, no sería un sujeto de la democracia directa.

Cuando hay democracia directa se está pensan-do la igualdad entre los miembros que participan del proceso, y en todo caso se estaría en un espacio don-de se ha instaurado el principio de igualdad. En tanto éste sea efectivo el pueblo es algo que no se constitu-ye, ya que esto es el resultado de un cuestionamiento a la ausencia de un principio de igualdad o de algu-na condición de desigualdad en la vida política y en la vida socioeconómica. En ese sentido, el pueblo es algo que se constituye en el momento de antagonis-mo contra el polo oligárquico.

En términos de proceso histórico, entonces, uno puede ver que hay ciclos de movilización en los que están presentes varios componentes. Por un lado, hay un proceso de constitución del pueblo en tanto se ar-ticula un bloque contra la oligarquía existente, contra

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las formas de monopolio político existentes, y parte de esa movilización está montada sobre espacios y procesos de deliberación que son formas de demo-cracia directa. Se podría decir que esos momentos de deliberación y de democracia directa no son la face-ta popular, son la faceta igualitaria de un proceso de democratización. La dimensión popular o pueblo es aquella que aparece cuando es cuando se establece el antagonismo con el bloque dominante.

Allá donde hay democracia directa no hay pue-blo, hay iguales. El pueblo es algo que se constitu-ye contra los sujetos que organizan y reproducen la desigualdad. En este sentido, la democracia directa puede ser una de las formas políticas de la consti-tución de lo nacional-popular, pero no la dimensión popular. Por esta vía, llegaría a decir que la soberanía nunca reside en el pueblo. El pueblo es algo que se constituye cuando aquellos que se configuran como tal sienten que están excluidos de la vida política o que son discriminados en el seno de ella y a su vez son explotados, son sujetos subalternos en el seno de estructuras de desigualdad económica y política, es decir, cuando no son soberanos. Pueblo es una for-ma de constitución política que muestra que la so-beranía está en el estado y en el bloque dominante. Cuando esos sujetos establecen espacios políticos de decisión colectiva igualitaria, es decir, democracia di-recta, no están ahí en la condición de pueblo, están en la condición de iguales. A eso algunos le llaman comunidad.

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Una visión política de las economías populares

Trabajo y antagonismo político

La noción de economía popular es polisémica. Se la utiliza en diferentes contextos y articulaciones para significar y referirse a varias cosas. Por un lado, se usa la noción de economía popular para referir-se a una diversidad de formas de autoempleo y de economía informal. Por otro lado, economía popular también está referida a ciertos patrones de consumo y de trabajo relativos a la clase trabajadora, esto es, a cómo se insertan en la producción y sobre todo a cómo se utiliza el salario en procesos de reproduc-ción familiar. La noción de economía popular tam-bién se usa para referirse a economía comunitaria, es decir, economía de subsistencia en territorios co-

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lectivos con estructuras comunitarias y producción a pequeña escala. La noción de economía popular se usa para referirse a cierto tipo de cooperativas; tam-bién a formas de trabajo y organización productiva artesanal. Para algunos y en ciertos contextos eco-nomía popular se refiere sobre todo a procesos de subsistencia o de inserción, a veces, discontinua en la economía global de un país o una región. De manera más general se suele asociar economía popular con la economía de los pobres.

Aquí quiero, más bien, articular una interpreta-ción política de la noción de economía popular. En este sentido, me desplazo del campo significante que asocia economía popular con trabajadores y de manera más particular con pobres, hacia la constitu-ción del sujeto pueblo. La noción de pueblo tiende a identificarse con trabajadores, con sectores de es-casos recursos o de origen humilde. Aquí opto por trabajar en principio en una veta que fue articulada teóricamente de manera más explícita por Ernesto Laclau.1 La idea consiste en que el pueblo es un tipo de sujeto político, que se constituye históricamente en determinados momentos de las historias políti-cas, sobre todo nacionales o en el horizonte de los estados-nación. En este sentido, el sujeto pueblo no es algo permanente, es decir, algo a lo cual se pueda referir en cualquier momento en tanto se identifica con el conjunto de los trabajadores o los sectores po-bres de un país, sino que es algo contingente que se

1 Laclau, Ernesto. Política e ideología en la teoría mar-xista: capitalismo, fascismo, populismo, Siglo XXI, México, 1978; La Razón Populista, FCE, Buenos Aires, 2005.

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articula sólo en algunos momentos de la historia po-lítica y social.

Lo propio de la constitución del sujeto pueblo es la articulación de un sujeto compuesto por varios fragmentos de clase y grupos sociales en torno a un antagonismo político que, por lo general, se lo arti-cula ideológica y discursivamente. En este sentido, pueblo es un tipo de sujeto que se contrapone al polo del monopolio económico y político, es decir, a un bloque que articula el control de la propiedad de ma-nera monopólica y también organiza el monopolio del poder estatal y de la vida política. En este sentido, pueblo es un tipo de sujeto que se constituye como cuestionamiento del dominio de un bloque que en la historia latinoamericana, por lo general se ha llama-do oligarquía, o con algunos equivalentes nacionales.

En esta perspectiva, no en todo momento hay pueblo en sentido político. Se constituye en ciertos momentos y procesos de lucha política, en la que se articula un bloque anti-oligárquico, en algunos casos a iniciativa de partidos políticos, de sindicatos o de otro tipo de sujetos que, sin embargo, recurren a la identidad pueblo como la forma de articulación de un bloque que cuestiona el monopolio económico y político.

El sujeto pueblo es la constitución de un bloque político, que en algunos casos puede ser parte de la constitución de un bloque histórico, esto es, de articulación de una nueva hegemonía y, en conse-cuencia, de desarticulación del bloque dominante. El argumento que quiero desarrollar aquí es una arti-

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culación de la noción de sujeto pueblo trabajada por Laclau con la perspectiva más amplia de la teoría de la hegemonía y la política de Gramsci. En este senti-do, pueblo es un proceso de constitución de un blo-que político, en tanto articulación de varias fraccio-nes de clase y grupos sociales en alguna coyuntura de resistencia y cuestionamiento. El sujeto pueblo puede ser una articulación de varias fracciones de clases, de trabajadores y otros grupos sociales en una coyuntura de resistencia al autoritarismo o la explo-tación, que no necesariamente encarna una alterna-tiva política, social y económica. En algunos casos la articulación pueblo puede ser parte de la articulación de un bloque histórico. Es en esta veta que quiero desarrollar mi argumento.

La hipótesis central consiste en pensar en que lo que en esta perspectiva se podría llamar economía popular, sería parte de un proceso de constitución de un sujeto pueblo o popular en un proceso de lucha política, de cuestionamiento de la hegemonía, de la dominación y de la explotación de un bloque oligár-quico, que no sólo encarnaría una faceta de acción política de resistencia, de denuncia y de crítica del abuso del poder y de prácticas de sobre explotación, por ejemplo, sino que ha pasado a organizar algu-nas facetas de lo que Gramsci llamó la experimenta-ción de concepciones del mundo en ese proceso de lucha, en este caso en particular en el ámbito de la producción.

En este sentido, la economía popular sería la face-ta de experimentación de concepciones del mundo alternativas en procesos de lucha o de confrontación

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a un bloque económico-político dominante u oligár-quico. El hecho de que haya economía popular, más bien, no se refiere solamente a estrategias de sobre-vivencia o a los patrones de producción y consumo de trabajadores informales y subalternos sino a cómo sujetos populares constituidos en la acción política organizan o reorganizan procesos de producción de una manera que está articulada al proceso de cues-tionamiento de las estructuras económico-sociales dominantes.

Refuerzo esta formulación inicial a partir de otra de dimensión presente en la concepción del bloque histórico de Gramsci.2 Un bloque histórico implica, por un lado, la articulación de varias fracciones de clase y de grupos subalternos en torno a un proyecto de sociedad, economía y de estado, esto es, una for-ma de articular producción y reproducción social a través de la organización de la cultura y un estado en tiempos modernos. De esto lo que quiero resaltar es que la noción del bloque histórico implica un modo de pensar y de vivir una articulación entre la dimen-sión económica y la política-cultural.

Hay pueblo cuando se constituye un sujeto co-lectivo en una relación de antagonismo con el blo-que dominante u oligarquía, y hay economía popular cuando se constituye un sujeto político pueblo que en su proceso de lucha, a su vez, reorganiza la di-mensión de la producción, o su faceta como traba-jadores productores, de una manera que está articu-lada al cuestionamiento que se establece al bloque

2 Gramsci, Antonio. Los cuadernos de la cárcel, Juan Pablos, México, 1975

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dominante y que permite enfrentar la reproducción social de los sujetos populares a la vez que financiar la lucha política, incluso un proceso de reformas so-ciales que, por lo general, abarcan la dimensión de la educación y la producción artística y la organización de la cultura.

Una economía popular es un proceso de produc-ción que va más allá de la reproducción simple e in-cluso de la reproducción ampliada; ya que en esta perspectiva es parte de un proceso de cuestiona-miento de las estructuras sociales, en particular de las estructuras de poder político y sus articulaciones con la economía.

Si pueblo es un sujeto o configuración política constituida en un proceso de lucha y antagonismo, la economía popular implica una articulación de la dimensión económica y la dimensión política en este proceso de confrontación. En este sentido, las formas de economía popular que históricamente se han constituido llevan a un cuestionamiento del ré-gimen de propiedad y a la experimentación de for-mas no monopólicas o sustitutas del monopolio de propiedad existente. En este sentido, concibo que las formas de economía popular son parte de la lucha política, en la que se pasa a experimentar concepcio-nes del mundo alternativas, que en parte pueden ser recreación de antiguas formas comunitarias.

La economía popular implica un cuestionamiento al régimen de propiedad. En este sentido, por lo ge-neral las formas de economía popular experimentan formas de socialización en la organización del pro-

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ceso de producción, introduciendo formas de pro-piedad colectiva, que se suelen combinar con formas de posesión familiar. En tanto la economía popular es parte de un proceso de lucha, las formas que ad-quiere también son formas de lucha; en este sentido, temporales, son experimentaciones parciales que en-frentan las limitaciones del contexto, en términos de un régimen de propiedad sancionado por el estado y leyes que defienden el monopolio y le ponen límites a la socialización en los procesos de producción.

Muchas de estas formas de propiedad colectiva son instauradas de facto, como en la toma de tierras, por ejemplo, realizadas por el Movimiento sin Tierra en Brasil. Voy a utilizar para introducir varias conside-raciones sobre aspectos políticos de la economía po-pular, las experiencias históricas del Movimiento sin Tierra (MST) en Brasil, la consideración de la dimen-sión de productiva o económica en la reorganización que el zapatismo está llevando adelante en Chiapas y, de manera particular, una experiencia de reorgani-zación de empresa privada por parte de trabajadores que introducen propiedad colectiva, el caso de los re-colectores de basura en California. Combino la con-sideración de experiencias históricas con el desarro-llo y proposición de algunas categorías; sobre todo en el sentido de que no se trataría de un discurso de cómo podrían ser las cosas sino de cómo ya ha ocu-rrido en varios procesos de lucha y reforma social.

Las formas de organización de economía popu-lar contienen formas o son formas de politización de la economía. Esto implica una articulación entre producción y dirección, por lo general colectiva, de

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la misma. Uno los rasgos de la economía moderna capitalista es despolitizar la economía, por un lado, plantear como un eje central el régimen de propie-dad privada, por otro lado, la producción o el pro-ceso de trabajo. En cambio, las formas de economía popular tendrían como una dimensión central la or-ganización social y política del proceso de produc-ción, que en parte es antecedida por la institución política de un régimen de propiedad (reconocido por el estado o no) más allá de la experiencia del sujeto individual.

Por lo general, un rasgo fuerte compartido por varias experiencias de economía popular, es la pro-piedad colectiva de la tierra o de los medios de pro-ducción centrales, que se acompaña de algunos prin-cipios de organización congruentes: la cooperación, articulada a formas de desjerarquización. La coope-ración en parte de todos los procesos de trabajo, in-clusive de los capitalistas, en tanto división del tra-bajo, pero esto está asociado a una desvalorización la fuerza de trabajo a través de las varias reformas tecnológicas que ha apuntalado el capitalismo y de una jerarquía interna en la organización del proceso de trabajo y una jerarquía más fuerte entre propieta-rios y trabajadores.

Uno de los rasgos de las formas de economía po-pular es tender a borrar o de hecho borrar las dife-rencias entre trabajador y propietario. Los trabajado-res son propietarios colectivos o se puede decir que los propietarios son trabajadores colectivos. Uno de los modos que se ha experimentado para avanzar en esta cooperación y desjerarquización es la rotación

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en los puestos de trabajo. Esto por ejemplo, fue im-plementado por los trabajadores recolectores de ba-sura en California3, que reorganizan la empresa pri-vada quebrada, instauran propiedad colectiva de los medios de producción y van asumiendo de manera rotativa el trabajo de recolección de basura, el de ad-ministración y también el ocupar los cargos en las juntas directivas, es decir, la participación en la direc-ción de la empresa.

Otro rasgo que acompaña esta articulación de cooperación y desjerarquización vía rotación, es la redistribución equitativa de los beneficios. La intro-ducción de estos principios organizativos tiene una doble dimensión. Son principios de organización productiva pero, a su vez, son principios políticos, que se traducen inmediatamente en la organización de la producción y están presentes o hacen presente la finalidad del conjunto del proceso. Son políticos en tanto afectan y modifican las relaciones de poder en el seno del proceso de producción y el régimen de propiedad. También son políticos en tanto contienen una finalidad colectiva que, por lo general, es parte de una lucha política o de experimentación de alter-nativas colectivas frente a las formas monopólicas de propiedad y de producción.

Hay una otra dimensión política en este tipo de experiencias que tiene que ver con la autovaloración. En un régimen capitalista se trata de un conjunto de estructuras y de relaciones de producción de valor y

3 Estas consideraciones se basan en el libro Hábitos del corazón de Robert Bellah, Alianza, Madrid, 1989, que do-cumenta y analiza esta experiencia.

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de plusvalor que tiene como uno de sus resultados la subordinación de los trabajadores, que experimentan una subvaloración de su fuerza de trabajo en gran parte del mundo y, a su vez, un proceso de subvalo-ración subjetiva, en tanto la posición de trabajador tiene un tipo de reconocimiento jerárquico clasista, que forma parte de la organización de las estruc-turas sociales de desigualdad y de dominación. La valorización del capital va acompañada de una des-valorización de la fuerza de trabajo y de una apropia-ción del plusvalor generado por la fuerza de trabajo y, por lo general, de una tendencia a la desvaloriza-ción social política y cultural de los trabajadores, que es revertida en algunos momentos y lugares por un proceso de organización y acción política colectiva, históricamente sobre todo a través de la forma sindi-cal y el desarrollo ideológico.

La organización de formas economía popular es parte de procesos políticos de lucha contra formas monopólicas del poder económico y político, y está orientada al desarrollo de la autonomía en varios sentidos. Por un lado, autonomía económica o en los procesos de reproducción y también autonomía moral e intelectual, que implica autonomía política e ideológica. Argumento y muestro estos aspectos a partir de algunos casos históricos. Para poder actuar políticamente de manera más libre uno necesita, en el mejor de los casos, autofinancian sus actividades, no sólo las actividades políticas sino también en lo posible poder organizar los procesos de trabajo que hacen posible la reproducción de la vida o la obten-ción de los bienes necesarios para la reproducción de la vida con algún grado de autonomía.

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Uso las experiencias de la lucha política del Mo-vimiento sin Terra y del zapatismo contemporáneo para ilustrar estos aspectos. El Movimiento sin Tierra como parte de su lucha ha tomado tierras en las que ha reorganizado la producción campesina y la vida social, luego de un periodo más o menos largo en el que se ha estudiado la situación jurídica de las tierras demandadas o a tomar, la relación de fuerzas, tiem-po en el que además se han articulado aliados, se ha producidos información y se han preparado recursos y planeado la reorganización del la vida económica social y política en esos territorios tomados. Una vez que se toman las tierras, el MST organiza la produc-ción agrícola (y algunas otras actividades de trans-formación de algunos productos) en tanto trabajo colectivo. En tierras que eran de propiedad privada monopólica se introduce propiedad colectiva; aun-que esto está combinado con un reparto de tierras por familia, que no pueden vender las mismas. En algunos casos, cuando ya se ha consolidado la toma de tierras y el reconocimiento de las mismas, en va-rios campamentos de los sin tierra se ha introducido la pequeña propiedad familiar.4

La producción agrícola está organizada en base a criterios de distribución igualitaria, propiedad colec-tiva, cooperación en los procesos de trabajo y en sus diferentes fases, que incluye también la comerciali-zación en muchos casos. Hay un proceso de orga-nización colectiva de la tierra, en ese sentido, de or-ganización popular en tanto se articula la propiedad

4 Cfr. Stedile, Joao Pedro Gente Brava. A trajetoria do MST e a luta pela terra no Brasil, Editora Fundazao Perseu Abramo, Sao Paolo,1996

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colectiva en un proceso de confrontación antagónica con el régimen de propiedad monopólica. A su vez la toma de tierras y la reorganización colectiva y coope-rativa en la producción está acompañada de la orga-nización de otras facetas de la vida social, en particu-lar la educación. Los campamentos de los sin tierra organizan sus propias escuelas, que no sólo cumplen la tarea de las escuelas regulares sino que también se articula educación política y formación ideológica, esto es parte del proceso de constitución, reconsti-tución y desarrollo como un sujeto político popular.

En territorios zapatistas también hay un proceso de organización de la producción en un contexto co-munitario, aunque el trabajo es básicamente familiar. Existe, sin embargo, una estructura comunitaria, que es la estructura de gobierno, en la cual participan to-dos los miembros de manera rotativa, incluidas las mujeres. En este sentido, un rasgo básico de la eco-nomía popular, ya sea bajo esta forma comunitaria como el caso del zapatismo y otros territorios del continente o reconstitución campesina por la vía de la toma de tierras en el caso del MST, la clave es la existencia de una estructura social colectiva que los incluye a todos y que se convierte en la condición de posibilidad. En este sentido, la existencia de una estructura política colectiva es la condición de posi-bilidad del mantenimiento o instauración de un tipo de estructuras sociales y de estructuras económicas o de procesos de producción populares. En este senti-do, en las experiencias de economía popular es clave la existencia de una estructura política comunitaria, que opera como condición de posibilidad en tan-to no sólo es estructura de gobierno sino condición

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de instauración de la forma social que opera en la producción.

En territorios zapatistas se articula el trabajo fa-miliar en sus parcelas con el trabajo en actividades de colectivas, que en parte están orientadas a finan-ciar la autonomía social y política, esto es, a financiar las escuelas, la salud, incluso la creación de fondos de ahorro colectivo que están dirigidos a la inversión en la ampliación de sus actividades productivas. Esto sobre todo es algo que se propicia en el nivel de lo que llaman juntas de buen gobierno, es decir, el paso de la escala del gobierno local y municipal a la escala regional en la que se articulan varios municipios y re-des de estructuras comunitarias, en las que también se encuentran montan estructuras de salud con equi-pamiento más complejo y espacios de educación. En este sentido, el trabajo colectivo sirve para financiar el autogobierno local y financiar el desarrollo de una escala regional o subregional de autonomía política, que implica también financiar o crear las condicio-nes para montar estructuras educativas y de salud correspondientes.5

Esto implica que un rasgo clave o importante de lo que se puede llamar economía popular en esta pers-pectiva política, es el hecho de que el excedente pro-ducido a través de formas más o menos colectivas o colectivizadas de propiedad y de producción, está dirigido a financiar autonomía política. Dicho de otro

5 Esta gruesa síntesis está basada en los documentos que produjeron para la Escuelita zapatista, en base a la re-flexión y testimonio de sus bases comunitarias. Ver: Rebelión zapatista. La palabra del EZLN, 1-4, México, 2014

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modo, un rasgo central de estas formas de economía popular es que los procesos de producción y el tipo de régimen de propiedad que instauran generan un excedente que está orientado a financiar autonomía política. A su vez, es la existencia de estructuras po-líticas que permiten autogobierno las que hacen po-sible la organización de estas formas de producción. Son procesos que se retroalimentan.

En todo caso, la clave que aquí quiero subrayar es que el excedente en estas formas de economía popu-lar financia y hace posible autonomía política.

En una economía popular la autonomía tiene dos facetas: autonomía económica y autonomía política. La autonomía económica implica tener la capacidad de organizar la reproducción social simple y amplia-da, en lo posible, a partir del control del proceso de trabajo. Esto es algo problemático en la medida en que las formas economía popular están insertas en contextos donde las formas dominantes responden a criterios de propiedad privada más o menos mo-nopólica y capitalista. En este sentido, muchos de los procesos de economía popular son boicoteados por intereses capitalistas. Por ejemplo, en el caso del MST la producción realizada en territorios tomados es di-fícil de comercializar, en tanto organizaciones cor-porativas de empresarios capitalistas boicotean los circuitos de distribución y comercialización. En este sentido, se hace difícil el mantenimiento de formas autogestionarias de producción colectiva. Lo mismo ocurre con la producción de las fábricas tomadas en la Argentina y que han pasado a control de los traba-

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jadores. La comercialización de su producción tam-bién es saboteada por las empresas capitalistas.

Una de las facetas de la economía popular, en tan-to son formas de producción en contextos capitalis-tas dominantes, es el que son parte de una lucha de clases, de una lucha política y social, y en ese sentido son objeto de boicot en los procesos de comercia-lización. Son boicoteados por intereses capitalistas que hacen difícil mantener el autofinanciamiento, el desarrollo y la prosperidad de los emprendimientos comunitarios y colectivos.

Un aspecto central de las economías populares es que el excedente financia educación en general y educación política en particular. Una de las condicio-nes de mantener la autonomía económica y política en el tiempo, es el invertir tiempo y recursos en la recreación de la colectividad como sujeto político y productor autónomo. En ese sentido, es clave la edu-cación primaria y básica general, también la educa-ción técnica específica así como la educación política e ideológica. Esto aparece de manera bien clara y con fuerza en el movimiento sin tierra como también en el zapatismo. Una de las primeras cosas que se hace es organizar un sistema de escuelas propio, en el que se articula la educación en temas productivos con un conocimiento equivalente al que se imparte en los sistemas nacionales de educación, pero atravesados por la crítica que se hace en términos del sesgo de la cultura y de la clase dominante en la organización de esos programas de educación.

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El MST formula de manera explícita que de una de las tareas centrales del movimiento es la producción de sus propios intelectuales orgánicos, que es la con-dición que les puede permitir sostener la lucha en el largo plazo, y a su vez discutir con representantes del estado y de los propietarios de la tierra los temas supuestamente técnicos. En ese sentido, además de organizar sus propias escuelas en su territorio pro-ductivo y de vida, el MST ha hecho alianzas sobre todo con universidades públicas para que miembros del movimiento se formen en el nivel universitario, tanto al nivel del pregrado como de de postgrado en las diferentes carreras. En este sentido, una parte im-portante de las dirigencias y militantes del MST son a su vez geógrafos, economistas, ingenieros, lo cual permite que puedan discutir de igual a igual en tér-minos de conocimiento técnico con las burocracias estatales y los poderes privados.

En tanto se trata de procesos políticos, no es sufi-ciente la educación técnica, se necesita también una educación política en el horizonte del país, por lo menos. Se trata de una educación que implica cono-cer el problema de la tierra en particular, en el caso del Brasil, así como conocimiento del país. De hecho, la dinámica de constitución del MST como un mo-vimiento social ha hecho que no sólo necesite tener propuestas sobre la tierra sino también un proyecto de país. Algo similar ocurre en territorios zapatistas. La educación orientada a la autonomía tiene que for-mar de un modo autónomo. En este caso es clave el conocimiento de la historia, las culturas y también del país.

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Con esto quiero resaltar dos cosas. Las experien-cias de economía popular o estas experiencias de or-ganización de la producción y la reproducción social como parte de la constitución de un sujeto pueblo, es decir, como parte del proceso de lucha política contra el bloque dominante monopólico en la eco-nomía y en la política, implica que la producción y el excedente de la actividad productiva está orientado en parte a financiar autonomía política. Uno de los principales modos de financiar autonomía política en la perspectiva del tiempo es invertir en educación o montar procesos educativos. En este sentido, en las experiencias de economía popular siempre hay una dimensión política en varios sentidos. Hay una di-mensión organizativa de un tipo de estructura co-lectiva comunitaria, que hace posible la organización de estructuras económicas y procesos productivos, y en la organización de estos procesos intervienen principios políticos de organización que, a su vez, son principios de organización del trabajo, como la cooperación, la desjerarquización y la rotación en los puestos de trabajo, la distribución equitativa tan-to de los medios de producción de trabajo como del producto del mismo. Las experiencias de economía popular tienen un fuerte vínculo con educación. Las economías populares financian la organización de sistemas autónomos de educación, como parte del proceso de recreación del sujeto político social que, a su vez, es el sujeto productor.

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Sistemas de necesidades y satisfactores

En los procesos de organización y realización de economías populares podríamos distinguir dos conjuntos complementarios de necesidades y satis-factores.6 Los procesos de transformación de la na-turaleza a través del trabajo de producción que mo-dernamente llamamos economía, por su condición de separación respecto de otros procesos sociales, están orientados a satisfacer necesidades biológicas o biosociales de los individuos y las colectividades. En condiciones capitalistas los procesos económicos de producción están orientados básicamente a acre-centar el valor invertido y apropiado por el capital, siendo la satisfacción de las necesidades sólo un me-dio a través del cual se consigue la realización de las mercancías, y por lo tanto, la apropiación y acumula-ción de plusvalor.

Hay un conjunto de necesidades que responden a los procesos de reproducción biológica de la vida. Max Neef piensa que este conjunto de necesidades es finito y similar en todo tipo de sociedad y que lo que se modifica son los satisfactores o los modos en que diferentes colectividades e individuos satisfacen más o menos esas necesidades. Me inclino a pen-sar de un modo más relativista que este conjunto de necesidades es variable respondiendo a las condicio-nes del contexto territorial y medioambiental como

6 Aquí utilizo una versión ampliada de la noción de satisfactores introducida por Manfred Max Neef en su Desa-rrollo a escala humana, Nordan, Montevideo, 1993.

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también a las formas socio-culturales. En todo caso, aquí no es mi intención discutir en qué consistiría este conjunto básico invariable o variable de nece-sidades biológicas o biosociales, según el caso, sino hacer algunas consideraciones sobre la articulación entre ese sistema de necesidades y sus satisfactores, en relación a un conjunto de necesidades que llama-ré políticas.

Las necesidades biológicas o biosociales básicas se satisfacen a través de valores de uso, para utilizar el lenguaje de Marx, o bienes de consumo que se los toma de la naturaleza o son resultado de la transfor-mación de ésta para producirlos, y que tienen que ver con las condiciones de reproducción simple (en principio) de la vida biológica como de la vida so-cial. De manera paralela, en algunos casos, se gene-ra un sistema de necesidades políticas. La principal necesidad política es la necesidad de autonomía o autogobierno. Esta necesidad sólo puede ser satis-fecha colectivamente. En este sentido, la necesidad de autogobierno implica la necesidad de organiza-ción, la necesidad de deliberación y toma de deci-siones, así como también (si desdoblamos la dimen-sión organización) la necesidad de la articulación de una estructura de autoridad (jerárquica u horizontal e igualitaria).

Una economía popular es la articulación de al-gunos principios organizativos del proceso de pro-ducción de trabajo con principios de organización política, que a su vez se vuelven principios organi-zativos de la producción. Una economía popular, por un lado, es una respuesta al sistema de necesidades

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biosociales como también respuesta a necesidades políticas. En este sentido, una economía popular es una forma de responder a la creación de condicio-nes de la reproducción de la vida como a la necesi-dad de libertad y autogobierno. Una economía po-pular, por un lado, es un proceso de producción de satisfactores de parte de las necesidades biológicas y sociales, por ejemplo, producción de alimentos, de vivienda, de vestimenta, o a través de los procesos de producción se genera un excedente que permita adquirir estos bienes producidos por otros sujetos. En fin, una economía popular, genera satisfactores directos de las necesidades biosociales o los medios para obtenerlos.

Por otro lado, una economía popular experimenta una articulación de lo que se podría llamar princi-pios de organización que, a su vez, en parte se con-vierten en satisfactores de las necesidades políticas. Principios de organización como la cooperación, la desjerarquización o cooperación no jerárquica, la di-rección colectiva y rotativa en los procesos de traba-jo, comercialización, planificación y de dirección en general, son principios organizadores del proceso de trabajo pero, a su vez, son principios organizadores de la vida social y son principios organizadores de la toma de decisiones. En ese sentido, de manera espe-cífica, son principios organizadores de la dimensión política del proceso de trabajo y del proceso de re-producción de las estructuras colectivas. También es-tas facetas son satisfactores de necesidades políticas: de la necesidad de participación de integración en la colectividad, que a su vez se vuelve la condición de posibilidad de la reproducción familiar e individual;

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de la necesidad de cooperación y solidaridad y de la necesidad de valoración subjetiva y de reconoci-miento intersubjetivo, que es parte de la constitución de los sujetos y del desarrollo de su subjetividad y de la riqueza de la vida interna, producto de la interac-ción social. En este sentido, las formas organizativas se convierten en satisfactores políticos. Esto proba-blemente es más importante que una otra faceta de la dimensión organizativa, que podría implicar, por ejemplo, capacidades de negociación para obtener recursos, acceso a educación, vivienda y otros dere-chos sociales reconocidos modernamente.

Aquí quisiera argumentar brevemente sobre la importancia de la necesidad de la autovaloración y de la valoración social, cosas que ocurren en interac-ción en la constitución de los individuos. Lo hago a partir de comentar una experiencia de organización de economía popular entre los recolectores de basura en California7. Como resultado de la quiebra de una empresa o del mal manejo de una empresa privada recolectora de la basura, está pasa a manos de los trabajadores, que reorganizan la empresa bajo crite-rios de propiedad colectiva y una distribución iguali-taria de la propiedad. En realidad, por el contexto, se trata de propiedad privada repartida equitativamen-te entre todos los trabajadores. Por el modo en que se organice el resto del proceso, se configura como una forma de propiedad y dirección colectiva. En el mismo proceso de trabajo, que en su caso tiene que ver con recolección de la basura y su procesamien-to ulterior, se establece una organización del traba-

7 Ver de Robert Bellah, Hábitos del corazón; Alianza Madrid, 1989.

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jo que trata de que la distribución del peso también sea equitativo, es decir, que todos en algún momen-to hagan el trabajo más pesado y vayan rotando por los diferentes posiciones en la división del trabajo, de tal manera que a todos les toque en algún momento recoger la basura y hacerse cargo de las sucesivas fa-cetas de este proceso, pero también ocupar cargos de responsabilidad en la dirección colectiva de la em-presa, de tal manera que se mantiene la identidad de trabajador, no se genera una división entre los traba-jadores que genera una burocracia administrativa y una dirección que tendería a separarse del resto. Se trata de trabajadores propietarios que, a su vez, son directores de su propia empresa.

Esto tuvo y ha tenido un resultado altamente posi-tivo sobre todo en términos de un cambio en la auto-valorización de los trabajadores. Cabe recordar que, por lo general, la división del trabajo está asociada a reconocimientos sociales jerárquicos. Hay traba-jos que son considerados como inferiores que otros, por ejemplo la recolección de basura estaría entre los trabajos que ocupan las posiciones más bajas en la escala de reconocimiento social, sobre todo si se trata de trabajadores empleados y con salarios bajos. La transformación de ese mismo proceso de trabajo bajo criterios de organización tiene resultados eco-nómicos, sociales y políticos. Por un lado, aumentó el ingreso de cada uno de los trabajadores como re-sultado de una redistribución equitativa del producto del trabajo, y en lo que aquí quiero resaltar produjo un cambio significativo en la autovaloración y digni-dad de los trabajadores. Pasan de una condición en la que participaban en algún grado el asumir la estig-

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matización o jerarquización asociada a la figura del recolector de basura, a pensarse como trabajadores propietarios y directores de su empresa simultánea-mente. Esto se traduce no sólo en una autoevalua-ción mayor sino en un reconocimiento social tam-bién más importante. En este sentido, un proceso de organización de una economía popular, que tenga estos rasgos de una reorganización del proceso de trabajo en la que se introducen principios políticos que tienden a reducir o eliminar las jerarquías inter-nas y convierten a los productores en propietarios y, sobre todo, en co-directores del proceso de trabajo, tienen como resultado un cambio en la autovalora-ción de estos sujetos y también en el reconocimiento social, que refuerza el proceso de autoevaluación.

En este sentido, un proceso de organización de una economía popular no sólo responde a necesida-des de supervivencia o de organización de produc-ción de satisfactores de las necesidades biológicas o biosociales mínimas, sino que también responde a las necesidades de desarrollo subjetivo e intersub-jetivo, es decir, de individuos como parte de colec-tividades que tienen la capacidad de organizar la producción, la reproducción social y márgenes de autogobierno en estos procesos de trabajo. En ese sentido, una economía popular también genera un conjunto de satisfactores de necesidades de desarro-llo subjetivo e intersubjetivo, es decir, de necesidades político-culturales.

Una economía popular genera dos tipos de satis-factores políticos. Por un lado, la actividad de pro-ducción de excedente genera la posibilidad de la au-

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tonomía política, es decir, del autogobierno o de la dirección colectiva autónoma en los procesos de pro-ducción. A su vez, esto es lo más peculiar de una eco-nomía popular, la organización de la misma se hace según principios políticos que en parte son también satisfactores, en la medida en que implican participa-ción en la deliberación y toma de decisiones, en las que hay autovaloración y valoración de la palabra y presencia de cada uno. En todo caso, es la articula-ción de producción y política es lo que permite pro-ducir satisfactores para las necesidades biológicas o biosociales y para las necesidades políticas.

Problematización de la forma economía

Por último, estas consideraciones en esta perspec-tiva llevan a pensar que la organización y existencia de economías populares conduce a discutir la misma noción de economía aplicada a estas formas. Uno de los rasgos de configuración de las sociedades moder-nas es la separación de los procesos de producción respecto de otros procesos sociales y, en particular, de los procesos de gobierno, en los que se legisle en-tre otras cosas sobre el régimen de propiedad y en el que se toman decisiones sobre la dirección de la eco-nomía, además de políticas específicas.

Un rasgo de la economía es su condición de se-paración respecto de la vida política. Uno de los ras-gos de las economías populares en esta perspecti-va política es que son experiencias de organización

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de la producción en las que se articula o reintroduce la política de manera importante. Hay varias facetas políticas. Por un lado, las economías populares son una faceta de la constitución de un sujeto pueblo en un proceso de articulación de un antagonismo con el dominante, es decir, hay una dimensión económica de la lucha política. Por el otro lado, el más importan-te, se trata de la organización de procesos producti-vos en base a principios políticos que tienen efecto en la organización del trabajo y la división del mis-mo, el lugar de los sujetos trabajadores en el proceso de trabajo y las estructuras sociales que resultan del mismo o que acompañan la producción.

En las economías populares hay una estructura política de la propiedad, una estructura política ex-plícita de la propiedad y hay una organización polí-tica del proceso de trabajo, y sobre todo una articu-lación entre el proceso de producción y el de trabajo en sentido estricto y el proceso de dirección y toma de decisiones, en el que sujeto productor es, a su vez, un sujeto político social que toma decisiones en el ámbito de la producción. En este sentido, las econo-mías populares tienden a borrar la diferenciación o a reducir la división entre sujeto productor y sujeto político, o para decirlo de manera más apropiada, se articulan a partir de la constitución de sujetos socia-les que, a su vez, son sujetos productores y sujetos políticos.

Una economía popular es una forma de politiza-ción de los procesos de producción y de trabajo, no sólo en el sentido de que entren en un juego de re-laciones de poder sino en el sentido de que su cons-

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titución interna está explícitamente articulada por principios organizativos políticos y por fines políti-cos. En este sentido, se podría pensar que la organi-zación de economías populares, en esta perspectiva de Gramsci de pensar la acción política y social como experimentación de concepciones del mundo, se tra-ta de experiencias de superación parcial o del inicio de superación del estado de separación entre econo-mía y política, que caracteriza las estructuras econó-micas capitalistas dominantes.

Esto ocurre en contextos de reproducción de la se-paración estructural. Es en esta perspectiva que tal vez todavía tiene sentido hablar de economía en el caso de economías populares, ya que no son siste-mas de producción completos y autosuficientes sino que se trata de la organización de estructuras pro-ductiva en algunos territorios y en algunas ramas de la producción en contextos de estructuras económi-cas nacionales regionales y mundiales caracteriza-das todavía por el principio organizativo del modo de producción capitalista. En este sentido, las eco-nomías populares tienen una faceta de resistencia y otra de alternativa en el seno de estructuras econó-micas y políticas monopólicas.

Hay otra faceta de la constitución como sujeto co-lectivo que se encadena con la constitución de es-tructuras productivas y sociales, que son formas de experimentación de alternativas de organización de vida social o de recreación de antiguas formas co-munitarias de vida social. La existencia de economías populares es una crítica de facto a la separación entre economía y política. Es la factualización de la rearti-

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culación entre economía y política de un modo dife-rente a la que caracteriza la articulación de modo de producción capitalista y estado, en el que el estado opera de manera predominante para la reproducción ampliada del modo de producción capitalista, man-teniendo la condición de separación. Las economías populares son formas de desmontaje de esta históri-ca y estructural separación entre economía y política, son formas de rearticulación entre producción, pro-cesos de trabajo y transformación de la naturaleza, con la vida política y procesos de organización de la reproducción social y la organización de la cultura. En ese sentido, las economías populares son formas de cuestionamiento práctico de la separación entre economía y política y, en ese sentido, uno podría de-cir también que son formas de superación parcial, por lo menos, de la forma histórica economía como forma separada de la producción y la propiedad.

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Dimensiones de la democracia y procesos de democratización

y desdemocratización en América Latina

La democracia es una forma de gobierno, también es una cultura política. Esto implica que, por un lado, es un conjunto de instituciones y espacios políticos y, a la vez, es un conjunto de creencias, acciones prácti-cas, un tipo de intersubjetividad. Esto nos hace pen-sar en el modo de relación entre sociedad civil, go-bierno y estado, esto es, pensar la política estatal y la política que se hace en los procesos de emergencia y organización de la sociedad y una esfera de lo públi-co que se constituye a partir del ejercicio de derechos políticos, esto es, el derecho a la organización y a la libre expresión sobre todo.

A la vez cabría considerar la democracia como un proceso, como un proceso de democratización, que históricamente implica procesos de reforma del esta-

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do a través de la introducción del principio de igual-dad en la vida política, sobre todo en la participación política de los ciudadanos en los procesos de gobier-no en sus diferentes facetas.

En tanto proceso, la democracia históricamen-te ha sido democratización, esto es, ampliación de las áreas de igualdad, para usar como un término propuesto por Alessandro Pizzorno1. También en la historia podemos encontrar procesos y fases de desdemocratización o de reducción de las áreas de igualdad o de vigencia del principio de igualdad en el seno del estado y la vida política. En condiciones modernas el estado precede a la democracia, esto es, el estado como proceso de concentración del poder político e institución de un conjunto de estructuras y relaciones políticas que separan los procesos del go-bierno respecto de la vida económica particular y del resto de la vida social tendencialmente. Los princi-pales teóricos del estado han señalado que un rasgo definitorio central del mismo es el monopolio de la fuerza, el de la legislación y del poder político. En este sentido, en condiciones modernas cabe pensar la democracia como un conjunto de reformas histó-ricas que han ido reduciendo parcialmente ese grado de monopolio, sobre todo a través del reconocimien-to de derechos y la introducción de instituciones que responden a ellos.

Se puede considerar dos fases o tipos de refor-mas del estado al respecto. El primer tipo o fase de reformas ha estado orientada a la configuración de

1 Pizzorno, Alessandro. Introducción al estudio de la participación política, Autodeterminación, La Paz, 2014

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un estado de derecho, a la existencia de una cons-titución y el reconocimiento de derechos civiles en principio, esto es, un proceso de despersonalización parcial del proceso de gobierno a través de la insti-tución de leyes en vez del arbitrio de los soberanos, que siguen teniendo un peso importante, y la insti-tución de límites a la concentración del poder políti-co a través del reconocimiento de derechos civiles o de la responsabilidad del estado de garantizar la vida de las personas o de aquellos que reconocen como ciudadanos.

Hay una segunda fase de reformas del estado, que en rigor podríamos llamar democráticas, que tiene que ver con la introducción del principio de igualdad, en particular en procesos de participación política.

Como un primer paso a bosquejar la trayectoria latinoamericana contemporánea, quisiera distin-guir entre formas modernas y formas comunitarias y populares de reformas democráticas. En relación a las formas modernas, la democratización tiene que ver con luchas políticas que demandaron y lograron conseguir en diferentes momentos en cada país el reconocimiento de derechos políticos, que es algo en que se extiende desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, siendo que recién a inicios del siglo XX se reconocen las primeras formas de sufra-gio universal en países como Nueva Zelanda y Aus-tralia. En América Latina al sufragio universal es algo que se reconoce hacia mediados del siglo, en 1942 en Ecuador, 1952 en Bolivia.

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El reconocimiento de derechos políticos se cen-tró en el derecho al sufragio, es decir, a la partici-pación en la selección de gobernantes, que luego de un tiempo se convierte también en el derecho a ser elegido autoridad pública. Para algunos otros, el de-recho a la organización es la condición de posibilidad para reclamar otros derechos políticos, como el mis-mo sufragio y la participación en otras instancias de la vida política, en los procesos de gobierno.

Parte de los derechos políticos modernos ha con-templado también la participación en negociación a nivel macroeconómico, a través de consejos socioe-conómicos y en procesos de planificación sobre todo a nivel local y regional. En ese sentido, una otra fa-ceta de las reformas democráticas tiene que ver con descentralización de la gestión pública pero también de los procesos de legislación y toma de decisiones, en particular a nivel municipal, lo cual implica una ampliación de ciudadanía.

Las reformas democráticas modernas sobre todo han estado vinculadas al cuestionamiento de la des-igualdad económica y política, en la que la deman-da de derechos políticos ha estado orientada, por un lado, tendencialmente con mayor énfasis al ejercicio de sus derechos o acción política que cuestiona la desigualdad económico-política y promueve y de-manda procesos de redistribución progresiva de la riqueza social. La demanda de respeto y reconoci-miento de derechos políticos también ha estado mo-tivada y orientada al cuestionamiento de la desigual-dad entre los sexos y a propiciar una participación más amplia de las mujeres en la vida política.

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Por otro lado, quisiera distinguir formas comuni-tarias y populares de democratización. En particular me quiero referir a formas comunitarias de reforma del estado moderno, que en las últimas décadas en América Latina tienen que ver con procesos de uni-ficación indígena y la generación de centrales y de grandes centrales o de asambleas indígenas que con-tienen en su seno a varios pueblos y culturas, es de-cir, que hablan diferentes lenguas pero han pasado por un proceso de unificación entre comunidades de la misma cultura y entre pueblos de diferente cultura. Esto ocurre en el proceso de constitución de la CO-NAIE, que es una gran forma de unificación indígena en el Ecuador. Ocurre también con la constitución de la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente de Bolivia, que contiene más de 30 diferentes pue-blos, con el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu, CONAMAQ, que articula aymaras y que-chuas en territorios de propiedad colectiva de la tie-rra; también ocurre en la forma de unificación indí-gena que se está gestando en México en torno a una asamblea de pueblos indígenas. Ese tipo de proceso se está desplegando en menor medida también en otros países.

Las formas de unificación en varios casos están acompañadas de procesos de reconstitución de es-tructuras de autoridad tradicional y de territorialidad tradicional, que están orientadas a reclamar a los es-tados-nación el reconocimiento de territorios ances-trales. Las formas de unificación, las formas de re-constitución de estructuras de autoridad, son formas de desarrollo de autonomía política de pueblos y cul-turas que están demandando una forma con la de-

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mocratización del estado-nación. En ese sentido, en América Latina varios países entraron en una fase de cuestionamiento de la desigualdad cultural de origen colonial y reproducida lo largo de todo el período re-publicano y de constitución de estados nacionales.

Esto implica que la cuestión democrática se am-plía, ya que se desplaza sin abandonar el horizonte de los derechos políticos individuales que en condi-ciones modernas lograron el reconocimiento de al-gunas formas colectivas de organización y derechos colectivos sobre todo en el ámbito laboral, hacia un horizonte de reconocimiento de algo que en rigor no se traduciría como derechos colectivos exclusiva-mente sino reconocimiento de otras formas políticas que vienen de otra matriz cultural pero que existen o se reconstituyen en el seno del mismo territorio que se configura como un país, en el que se ha levanta-do de manera más o menos desarrollada un estado nacional.

Esto implica que luego de una fase de democra-tización que tiene como eje un trasfondo clasista, es decir, una configuración de los espacios políticos or-ganizados sobre todo por los clivajes socioeconómi-cos o de clase, que han configurado los principales sistemas de partidos por largo tiempo, en algunos lu-gares la escena democrática se ha ampliado al cues-tionamiento de la dimensión colonial, es decir, el de la igualdad entre pueblos y culturas y no sólo entre individuos que hacen parte de diferentes culturas, ya que la dinámica de reconocimiento político que se demanda no sólo tiene que ver con individuos sino con sus formas políticas, su cultura y su territorio.

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En base a estas distinciones de esta introducción un poco larga, bosquejo el proceso de democratiza-ción en América Latina de las últimas décadas y sus tendencias. Yo diría que se trata de un proceso de de-mocratización en el que se despliega un triple com-ponente o hay una triple composición. Por un lado, sobre todo en los años setentas y ochentas, hay un componente de restitución y de reconocimiento de derechos políticos y del estado de derecho, esto es, de reconocimiento de instituciones de igualdad polí-tica plebiscitaria, que es uno de los rasgos de los pro-cesos de transición de los regímenes dictatoriales a la amnistía política y elecciones. Hay un segundo com-ponente, que es el matiz, que tiene que ver con la tensión del proceso de democratización política con el modelo económico neoliberal o de privatización trasnacional; ya que uno de los rasgos centrales de éste es el desmontaje de la historia de ampliación de los derechos humanos en general y en particular de los derechos políticos y sociales, esto es, reducción de participación y redistribución progresiva.

Hay una complejización de los derechos que atra-viesa el desarrollo de los procesos de democratiza-ción desde el siglo XIX hasta el último cuarto de siglo XX, que pasa por el reconocimiento de sufragio, de-rechos políticos a la organización y, luego, derechos sociales. El neoliberalismo contiene una estrategia de reducción de la democracia a la dimensión electo-ral. Esto implicó y necesitó un cambio en el sistema de partidos. Se sustituyó, paulatinamente en algunos países, de manera más rápida en otros, un sistema de partidos que en América Latina todavía contenía al-gunos rasgos de lo que históricamente caracterizó al

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período anterior, es decir, un sistema en el que por lo menos algunas de los principales fuerzas que orga-nizaban el sistema de partidos provenían del clivaje clasicista principal, es decir, generalmente atravesa-dos también por lo que antes se llamaba la contra-dicción o la cuestión nacional, hacia un sistema de partidos que responde a las tradicionales élites eco-nómicas y políticas que controlan también las estruc-turas económicas de producción.

El sistema de partidos cada vez más se caracteri-za por organizaciones que son básicamente máqui-nas electorales, cada vez más centradas en liderazgos personales sin ideologías explícitas y desarrolladas, aunque sí con más claros vínculos con sectores de poder económicos. Implica un debilitamiento de las mediaciones. Uno de los resultados de esta sustitu-ción en el sistema de partidos implicó que la acción gubernamental y de los partidos ganadores se orien-te en algunos casos a una redistribución no estruc-tural sino más bien subsidiaria, como parte de los gastos improductivos del estado destinados a la le-gitimación legal e integración política, que en parte son productivos en tanto también son parte de los procesos de reproducción de la fuerza del trabajo y el mantenimiento de la población subempleada y des-empleada dentro los circuitos de distribución y con-sumo mercantiles.

El tercer componente tiene que ver con el cues-tionamiento de la dimensión colonial del estado-na-ción, es decir, el carácter monocultural de las insti-tuciones políticas y del sistema de derechos civiles y políticos. Este cuestionamiento de la dimensión co-

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lonial se realiza a través de procesos en la unificación indígena, es decir, de una articulación de una diver-sidad de formas comunales que, a su vez, articulan elementos de formas modernas de hacer política. Es-tas formas de unificación indígena que se convierten en centrales o asambleas indígenas llegan a ser parte de la sociedad civil que, así, se vuelven más multi-cultural. Estos procesos de organización y unifica-ción indígena también han dado lugar a la creación de partidos.

Estos procesos de organización indígena y de unificación han configurado algo que se podría lla-mar una poliarquía multicultural. La poliarquía se-gún Dahl es una de las condiciones sociológicas de existencia del régimen democrático2, pensando claro sólo un grado de pluralismo y diversificación en el seno de una sociedad moderna. En las últimas dé-cadas se han generado importantes y poderosas ins-tancias de la sociedad civil que provienen de estos procesos organización indígena, Ha producido la cri-sis del sistema monocultural de partidos en Ecuador y en Bolivia; aunque éste ha logrado recomponerse y se han organizado nuevas formas de concentración o monopolio político.

Es en el seno de este pluralismo que deviene de esta poliarquía multicultural donde se han genera-do alternativas políticas, se han articulado proyecto político, sobre todo desde las grandes formas de uni-ficación indígena: el Pacto de Unidad en el caso bo-liviano, la CONAIE en el Ecuador y el neozapatismo en México.

2 Dahl, Robert. Poliarchy, Yale, 1971

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En esta faceta de democratización se pueden dis-tinguir dos trayectorias. Una que lleva a la asamblea constituyente y la idea de un estado plurinacional, como resultado de la unificación de pueblos y orga-nizaciones y la articulación de un proyecto político. Este estado plurinacional emergía como una forma de democratización multi e intercultural, cosa que ha sido incorporada a nivel jurídico sobre todo en la nueva constitución de Bolivia y en parte a la del Ecuador, en una fase de reconocimiento de la diver-sidad cultural. En el caso boliviano esto implicó el re-conocimiento de autonomías indígenas, pero no se ha vuelto un régimen compuesto completo; ya que el reconocimiento de las formas políticas de los pue-blos indígenas no está articulado a espacios de toma de decisiones en el ámbito regional y al nivel nacio-nal, en particular en el seno del poder ejecutivo.

En este tipo de trayectoria que lleva a asamblea constituyente y reforma del estado, introduciendo el componente plurinacional, cabe distinguir la di-mensión jurídica y la dimensión del proceso históri-co-político. En el plano jurídico se ha introducido el reconocimiento de la diversidad cultural, de sus for-mas políticas y que se especifica como autonomías indígenas en el caso boliviano; pero inmediatamen-te después del proceso constituyente los gobiernos tanto de Ecuador como de Bolivia han entrado en un proceso de distanciamiento de las organizaciones in-dígenas, que ha terminado en ruptura y contradic-ción o antagonismo. Hay un desconocimiento gu-bernamental de las organizaciones indígenas, no se les reconoce como sujetos políticos y esto está acom-pañado de la criminalización de la resistencia en de-

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fensa de sus territorios, asediados por la aprobación de concesiones mineras, explotación de hidrocarbu-ros, construcción de represas y carreteras.

En este sentido, después de un momento demo-crático de asamblea constituyente, es decir, de aper-tura del régimen político orientada a su reforma, que responda a las demandas de democratización inter-cultural, se ha entrado en una fase autoritaria de re-ducción y eliminación de la democracia.

La otra trayectoria, que deviene del cuestiona-miento del carácter colonial o monocultural del es-tado-nación es la de México, que se caracteriza por la emergencia de nuevas estructuras comunitarias en el territorio chiapaneco, que combina la reconstitu-ción de estructuras sociales en base a una diversi-dad de culturas y colectividades que en parte fueron trasplantadas a ese territorio, esto se combina con la articulación de una organización política y un ejér-cito guerrillero, que plantean la reforma del estado mexicano, una democratización que reconozca sus formas políticas y establezca relaciones de igualdad con los pueblos indígenas.

La emergencia del neozapatismo, luego del mo-mento militar de crítica del TLC, llevó a un proceso de negociación que después de un tiempo termina en los acuerdos de San Andrés firmado por el gobierno y los zapatistas. Luego el gobierno desconoció esos acuerdos y aprobó en el parlamento con apoyo de la mayoría de los congresistas un conjunto de leyes que no correspondían a los acuerdos y, en consecuencia, el EZLN los desconoce y entra en una fase de des-

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pliegue de una autonomía política indígena por fue-ra del estado y por fases. Primero se organizan los municipios rebeldes o los caracoles desde el año 96 y luego de varios años emprenden la organización de las juntas de buen gobierno, que es la articulación de un nivel de gobierno intermedio que articula varios municipios para la toma de decisiones

Esto implica que se trata de un proceso de demo-cratización a partir de la construcción de espacios y la organización de procesos políticos de toma de decisiones desde el nivel de la autonomía local, que está avanzando al nivel regional de un modo parale-lo o por fuera del estado-nación mexicano, después de la negativa a reformarse en base a los acuerdos desconocidos.

Esta es una trayectoria diferente a la que se está vi-viendo en la zona andina. Estas dos trayectorias nos hacen ver, por un lado, que cuando se habla de de-mocracia y de democratización, no basta sólo mirar a lo que pasa en el seno del estado, el sistema de parti-dos y las elecciones, sino también a las formas hacer política que se despliegan en el seno de la sociedad y en territorios comunitarios que corresponden a otras matrices culturales.

En el caso de México mientras el estado está en un proceso de creciente corrupción y autoritarismo, cosa que también ocurre en el caso boliviano, la democra-cia es algo que se está construyendo a través de la ar-ticulación de formas comunitarias que van del nivel local al regional en base a criterios de participación rotativa en los cargos de autoridad.

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A nivel general, se puede ver que hay una pene-tración o compenetración de formas modernas y co-munitarias de hacer política. En las formas de unifi-cación y la acumulación de fuerzas histórico-política se han generado coyunturas de reforma del estado moderno, del estado-nación. En principio no esta-ban orientadas a crear otro estado u otro espacio po-lítico totalmente separado sino a reformar el carácter monocultural de las instituciones del estado-nación. Frente al rechazo a la reforma, en el caso mexicano se ha optado por el desarrollo de autonomía y autogo-bierno por fuera del mismo; aunque no se renuncia a hacer política orientada a la democratización de Mé-xico, del país en su conjunto.

En la zona andina la acción política de unificación y la articulación de proyecto también estaban orien-tadas a la reforma y ampliación del estado. Esta es una de las facetas del estado plurinacional, el conte-ner en términos de igualdad la vida política de otras fuerzas y culturas. En ambos casos, en la zona andina y en México, estamos en una fase autoritaria del esta-do, que está reforzando nuevamente su carácter mo-nocultural. En el caso andino, de manera mucho más perversa en el caso boliviano, se trata de un gobierno que habla o emite discurso pluricultural cuando en la práctica está organizando la negación del reconoci-miento de las organizaciones indígenas como sujetos políticos y de su territorialidad, que está reconocida en la constitución.

En otros países, donde no se ha planteado de ma-nera central el cuestionamiento de la dimensión co-lonial del estado-nación, la democratización en el

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período más reciente ha consistido en una recompo-sición de lo que Zavaleta llamó la forma primordial, es decir, de la relación entre estado y sociedad civil y los efectos que esto tiene en términos de capacidad de autogobierno de un país, de integración y legiti-mación o correspondencia entre el gobierno, estruc-turas económicas y vida social y política.

Esta otra trayectoria de democratización consiste en lo siguiente. Primero, uno de los rasgos del neoli-beralismo consiste en el desmontaje de las condicio-nes de autogobierno, esto es, de autofinanciamiento; ya que la privatización en el ámbito de la explotación de recursos naturales, en infraestructura manufactu-rera y en las grandes empresas estatales de provisión de energía, agua, comunicación y transporte, trasla-da el excedente a núcleos de acumulación externa transnacional. Uno de los efectos del neoliberalismo es acrecentar el déficit fiscal y crear las condiciones de incapacidad de financiamiento del funcionamien-to regular de la administración pública; lo cual tiene como resultado el sometimiento de los gobiernos a las grandes instituciones de regulación internacional, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Otra faceta del neoliberalismo, que deviene de la privatización, es la reducción de los derechos socia-les, que sobre todo tiene que ver con la privatización de la educación, la provisión de servicios de salud y otros servicios y bienes comunes como el agua. Otro rasgo del neoliberalismo es la reducción de la demo-cracia a la escala de régimen plebiscitario de compe-tencia electoral para la selección de las autoridades

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de gobierno. Esta es la definición de democracia que se ha vuelto dominante en el ámbito de la ciencia política y también en el ámbito de la cultura política que produce y reproduce este tipo de régimen.

Este conjunto de desmontaje y reducciones ha producido fuertes crisis de integración y reproduc-ción social. El caso más fuerte ha sido la crisis ar-gentina. Frente a esto han emergido procesos de re-acción, de articulación y movilización de la sociedad civil, que ha producido una recomposición electoral, caída de gobiernos y la sustitución de gobernantes que se han orientado a enfrentar la crisis por la vía de una nueva integración política a través de procesos de redistribución subsidiaria, a través de bonos o in-versión pública para generar empleo o básicamente distribución de bienes, en algunos casos renaciona-lización de algunos recursos naturales, como la base indispensable para poder financiar el gobierno y la administración pública.

En este sentido, en lo que concierne a democra-tización cabría analizar dos ejes o el eje de la nacio-nalización en sus diversas facetas. Por un lado, la nacionalización es una condición o un proceso que permite la rearticulación del estado-nación o de la forma primordial. El control del excedente genera-do en la explotación de recursos naturales y algunos procesos de transformación manufacturera permite ampliar el margen de financiamiento y autofinancia-miento de los gobiernos y, por lo tanto, ampliar su margen de autonomía política. Esto ha sido evidente en el caso de Venezuela primero, Ecuador Bolivia y Argentina luego, que han tenido un mayor protago-

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nismo en la política internacional producto de una rearticulación de su forma primordial vía redistribu-tiva y vía nacionalización del excedente.

Esta faceta, que es una condición de posibilidad de la democratización, en sí misma no es la demo-cracia. Ha estado articulada a otro eje o trayecto-ria que introduce fuertes tensiones, que consiste en la articulación entre nacionalización y extractivismo. La nacionalización en varios lugares, en particular en Ecuador, Bolivia y Argentina, está ligada a una inten-sificación en la concesión de territorios para la explo-tación minera y de hidrocarburos y a la construcción de grandes obras hidráulicas, afectando seriamente los territorios indígenas.

Esta articulación entre nacionalización y extracti-vismo ha generado resistencia civil y la separación de las organizaciones indígenas en relación a las fuerzas gobernantes.

La nacionalización fortalece la articulación de la forma primordial, pero el modo en que se decide el uso de recursos divide y quiebra, el cómo se deci-de, hay una falta de democracia. En ese sentido, algo que es una condición de posibilidad de la democrati-zación en términos de financiamiento y autogobier-no, que es un componente central de la democracia como forma de gobierno, en tanto no se acompaña de procesos de toma de decisiones con participación ciudadana y en particular de pueblos indígenas cu-yos territorios son los más afectados, acaba siendo una forma de control del excedente que más bien tiene el efecto contrario o perverso que consiste en

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financiar la reducción de la democracia en relación a estos sujetos que habrían planteado la ampliación del estado, en términos de la necesidad de una arti-culación de la democracia intercultural.

Por último, bosquejo lo que consideraría fases y dimensiones en la democratización. Hay una prime-ra fase de reconocimiento de derechos políticos en particular, que se traduce en elección de gobernan-tes y participación en deliberación, que con el tiempo también se han desarrollado incluyendo el derecho a fiscalizar a los gobernantes en procesos de descen-tralización; últimamente en defensorías del pueblo, es decir, a través de instancias para defenderse del poder que concentra el estado a través de la división institucional de poderes.

Hay una segunda dimensión que tiene que ver con la creación de instituciones y espacios de parti-cipación política en condiciones de igualdad, que es lo que hace que algo se vuelva democrático. Hay una tercera dimensión que tiene que ver con las prácticas políticas, que es lo que efectivamente hacen los su-jetos políticos en funciones de gobierno como tam-bién en los espacios de representación, mediación y de organización, y en la vida de la sociedad civil.

¿Qué ha ocurrido en relación a estas dimensiones de democratización en América Latina en los últimos años? En lo que concierne al reconocimiento de de-rechos, en todos los países hay el reconocimiento de sufragio universal que incluye a mujeres y pueblos indígenas. Las tareas de democratización en este ámbito no tienen que ver tanto con la ampliación

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del derecho a elegir y ser elegido sino con el funcio-namiento de las instituciones que están a cargo de las elecciones. En este sentido, una clave de la de-mocratización es la autonomía del poder o la corte electoral. En México casi todas las elecciones de las últimas décadas se han caracterizado por la denuncia de fraude masivo, luego de haber un proceso impor-tante de lucha de la sociedad civil por tener un Ins-tituto electoral independiente. En Bolivia hay rasgos de eliminación de la autonomía del poder electoral en relación al ejecutivo.

En este sentido, hay un ámbito del régimen polí-tico que tiene que ver con el derecho al voto, que se mantiene, pero luego éste es afectado por el modo en que se organizan los procesos de elección, don-de se elimina el voto de muchos ciudadanos, se lo manipula incluso en contra de la elección que han expresado a través del mismo. En este sentido, en condiciones modernas una de las tareas de la demo-cratización es precisamente garantizar la indepen-dencia y neutralidad de las instituciones a cargo de los procesos de electorales, en los que más bien en los últimos tiempos ha habido retrocesos.

La otra dimensión tiene que ver con participación en deliberación. Este es un ámbito restringido. La nota dominante en varios países de América Latina es la concentración de la toma de decisiones en el poder ejecutivo y la subordinación del poder legisla-tivo a las decisiones e iniciativas del poder ejecutivo. En este ámbito, sin embargo, hay algunas excepcio-nes, que son experiencias de significativa democrati-zación y que tienen que ver con la descentralización

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política, la municipalización y en algunos casos la in-troducción de procesos de planificación participativa en el nivel municipal, como se ha hecho en Cotaca-chi en Ecuador y en Porto Alegre y Belo Horizonte en el Brasil. Estos son los principales casos de demo-cracia deliberativa en el seno del estado-nación. Las otras experiencias de democracia deliberativa son las que se despliegan en los territorios zapatistas, por un lado, y en los territorios de persistencia de estruc-turas comunitarias que despliegan espacios políticos paralelos o por debajo del estado-nación, como en la zona andina y en otros territorios de América Latina donde estos persisten.

Probablemente en el seno del estado-nación la principal democratización ha tenido que ver con la descentralización y la redistribución presupuestaria a nivel municipal que se efectúa sobre todo en la dé-cada de los noventas. El otro aspecto de democrati-zación del estado es la constitución de defensorías del pueblo, pero esto tiene más que ver con el de-sarrollo de un estado de derecho y una efectiva de-fensa de los derechos civiles de los ciudadanos, que con democracia, ya que esto implica participación en deliberación.

El tercer aspecto tiene que ver con las prácticas políticas. Es en esta dimensión donde se observa una mayor distancia entre lo que enuncian las leyes, los discursos políticos oficiales y lo que efectivamente se están realizando. Esta distancia entre legalidad y dis-cursos de legitimación y los modelos económicos y las prácticas de gobierno que han estado orientadas a cortar la libertad de expresión y de organización, de

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acción política y el reconocimiento como sujetos po-líticos, en particular a las organizaciones indígenas, hacen que no haya correspondencia entre el discur-so jurídico y político y lo que efectivamente se hace como gobierno.

Esto genera una crisis de legitimidad de los go-biernos, que aparece como crisis de las democracias, en tanto los gobernantes elegidos están procesando proyectos económicos y políticos sin la participación política de los ciudadanos, a no ser en el momento electoral

Por último, como síntesis, refiero todo esto a mi modo de definir democracia en torno a los siguientes componentes: autogobierno, pluralismo e igualdad, como el núcleo central o principio organizador de las instituciones y de la participación política, que a su vez opera como finalidad.

En relación a autogobierno hay dos direcciones o trayectorias contrapuestas hoy en América Latina. Por un lado, hay países que siguen experimentando una expansión de la ola neoliberal en su faceta de privatización de los recursos naturales en particular, como está ocurriendo en Centroamérica, en Méxi-co, en Colombia y Perú. Por el otro lado, hay algunos gobiernos que han recuperado parcialmente el con-trol de algunos recursos naturales y las estructuras económicas, como Venezuela, Ecuador, Bolivia, en parte Argentina, aunque el resto de la economía si-gue los patrones neoliberales de flexibilidad laboral y transnacionalización.

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La nacionalización es una condición de posibili-dad para desarrollar autogobierno. Pero el autogo-bierno de por sí no es democrático si es que no va acompañado de pluralismo, igualdad y participación en deliberación. Este es el problema que limita la po-tencialidad de democratización que contienen las nacionalizaciones. Los gobiernos que han entrado en procesos de nacionalización, a su vez que se han orientado a reducir el pluralismo político en el seno de su país, en particular en Bolivia y Ecuador. En ese sentido, la recuperación del excedente no sirve para financiar democracia sino, más bien, su reducción.

Esto hace que hoy y hacia adelante en una bue-na parte de América Latina veamos la democracia no como una condición predominante de todos los gobiernos del continente, sino más bien como una lucha por la defensa de los derechos civiles, políticos sociales y culturales, que están en peligro; como re-sultado de nuevas olas de expansión del neoliberalis-mo que va recortando derechos laborales y sociales, por la ola autoritaria que va reduciendo derechos po-líticos y civiles.

Hay un proceso de reducción de la democracia a es-tado de derecho, es decir, a la existencia de una consti-tución y un sistema local legal que reduce democracia a régimen plebiscitario, es decir, de competencia en la se-lección de gobernantes. Eso hace que hoy la democra-cia esté relacionada sobre todo a procesos de resistencia en la defensa de los derechos políticos y sociales, esto es, acciones ciudadanas de resistencia más que al des-pliegue de instituciones y prácticas gubernamentales.

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Los ciclos de democratización están ligados a ciclos de articulación de fuerzas sociales que cuestionan las desigualdades y las formas de exclusión y dominación existentes, y a ciclos de constitución de fuerzas con ca-pacidad de imaginar reformas de la vida social y polí-tica que introduzcan o amplíen las áreas de igualdad.

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Radicalización de la democracia y procesos constituyentes

La democracia ha sido pensada y experimentada

como una forma de gobierno, pero para que esto sea posible la democracia también es una forma de hacer política. Como forma de gobierno da lugar a lo que contemporáneamente se llama un régimen político, esto es, el conjunto de instituciones y procesos a tra-vés de procesos a través de los cuales se dirige una sociedad o un país. Por el otro lado, en tanto prácti-cas y formas de hacer política la democracia se con-figura también como una cultura política, como un tipo de intersubjetividad y de constitución de sujetos.

El pensamiento democrático parte de reconocer la existencia de una diversidad de sujetos, lo que se convierte en pluralismo en tanto actitud y forma de

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interacción cognitiva y política. En esta veta, no hay una sola forma de definir democracia. En el ámbito de la democracia se configuran y se aceptan diferen-tes formas de concebirla. La democracia se constitu-ye configurando un espacio público de deliberación donde se procesan o interactúan estas diferentes for-mas de concebir la política, lo social, la realidad, la dirección de la sociedad y también diferentes formas de pensar lo democrático; aunque modernamente hay algunas formas dogmáticas de definir democra-cia que excluyen la pluralidad de formas de pensar, hacer y organizar un régimen democrático.

En este sentido, el pensar los procesos de demo-cratización, su ampliación y profundización, se hace desde una de estas visiones articulada a un modo de pensar las formas históricas de haberla imaginado y experimentado, tanto en tiempos antiguos, moder-nos, como en los tiempos y los que nos toca vivir, en particular en relación a la dimensión multisocietal que nos toca experimentar.

En este sentido, adelanto un núcleo de concep-ción de la democracia a partir del cual hago las con-sideraciones subsecuentes. La democracia es una forma política en tanto forma de gobierno pero tam-bién en tanto un conjunto de prácticas. Retomando los núcleos históricos que me parecen sustantivos, la democracia se define en torno a una articulación en torno al principio de igualdad, que incluiría también el principio de pluralismo y la dimensión de auto-gobierno. Puede haber condiciones más o menos igualitarias sin pluralismo o políticas de distribu-ción orientadas a la igualdad social pero sin plura-

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lismo y formas de autogobierno autoritario. La cla-ve es su articulación. El núcleo central es el principio de igualdad. Históricamente, me parece que la clave tiene que ver con la igualdad en la participación en procesos de deliberación, ya que dependiendo dón-de se sitúa la igualdad, se podrían diferenciar dife-rentes grados de profundidad o de profundización de la democracia.

En condiciones modernas el estado antecede a la democracia. La organización de la vida política como concentración del poder político, de la producción legislativa y el ejercicio de poder de estado es algo que antecede a la introducción de reconocimien-to de derechos políticos y participación de aquellos que se reconocen como ciudadanos. En este sentido, en tiempos modernos es más pertinente pensar en términos de procesos de democratización del estado moderno, esto es en formas de reducción del mono-polio y la concentración del poder y de ampliación de áreas de igualdad, para usar una muy pertinente for-mulación de Alessandro Pizzorno1. La ampliación de estas áreas de igualdad, por lo general, ha tenido que ver con luchas políticas para organizar controles y re-ducir el grado de concentración del poder e incluir formas y espacios de participación de los ciudadanos.

Es en esta perspectiva de democratización o de reformas al patrón dominante del estado moderno, que implica la organización del monopolio o la con-centración del poder político y la toma de decisiones, que se despliegan las siguientes consideraciones.

1 Pizzorno, Alessandro. Introducción al estudio de la participación política, Autodeterminación, La Paz, 2014

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La radicalización de la democracia cabe pensar-la en referencia a los procesos históricos, es decir, a cuáles fueron las formas históricas de ampliación de la misma idea de democracia y de las instituciones políticas que previamente no se habían imaginado ni existían, esto es, las ampliaciones en relación a los modelos y concepciones preexistentes, como tam-bién a los sistemas institucionales preexistentes, en relación a concepciones de democracia, es decir, a cómo la idea de democracia también se ha ido desa-rrollando y profundizando o radicalizando

La radicalización de la democracia se puede pen-sar en torno a dos dimensiones referentes: una es la de las prácticas instituyentes y momento consti-tutivo, que tienen que ver con la concepción de lo político pensado como la capacidad de darle forma a lo social y a la vez dirigirla. En este sentido, para diferenciarlas de las prácticas de gestión o adminis-tración de instituciones existentes, las prácticas ins-tituyentes tienen que ver con la dimensión creativa y constructiva de la política.

La otra dimensión de la radicalización de la de-mocracia son los procesos de reforma, es decir, de cambios parciales en el seno del sistema de institu-ciones y procesos políticos existentes, que van am-pliando las áreas de igualdad, tanto en términos de participación de los ciudadanos como de apertura de espacios de deliberación: también en relación a los resultados, es decir, en términos del vínculo entre participación política y redistribución de la riqueza en términos de justicia socio-económica. Probable-mente este eje participación política y redistribución

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es el que permite evaluar la existencia de procesos de democratización en el seno de los estados.

Además de dimensiones, se podría identificar momentos políticos en los que cabe pensar la am-pliación de la democracia: uno son las revoluciones; otros son los procesos de reformas, aunque sea re-petitivo; el tercero son las asambleas constituyentes y el cuarto es el desarrollo de autonomías políticas aestatales, es decir, por fuera del estado. Podríamos considerar un quinto momento que son los ciclos de rebelión. Varias de estas dimensiones se interceptan y se complementan por lo menos temporalmente en los procesos de históricos. Aunque la idea es cen-trarnos en la consideración de la radicalización de la democracia en las asambleas constituyentes, quisiera hacer sin embargo previamente algunas considera-ciones históricas de referencia.

Hay en tiempos modernos un primer ciclo de lu-chas por el sufragio que están orientadas a una re-forma del estado y la generan, esto es, propician una ciudadanía plebiscitaria que se realiza dentro que los patrones del principio liberal de competencia y de representación, que se convierten en el filtro para el ingreso al núcleo deliberativo, que en los estados modernos es el poder legislativo. En esta perspectiva cabe analizar siempre cuál es la relación entre ejecu-tivo y legislativo, para ver el grado de democratiza-ción del estado. De manera tendencial, una mayor autonomía y el protagonismo del legislativo implica una mayor presencia de pluralismo y de democra-cia, en relación a condiciones en las que el poder se concentra en el ejecutivo y logra subordinar al legis-

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lativo. La lucha por el sufragio estuvo acompañada y además conquistada sobre todo a partir de la confor-mación de partidos de clase, que una vez que entran en el parlamento y en algunos países entran al po-der ejecutivo, son unos los principales responsables de los procesos de redistribución de la riqueza que amplían el reconocimiento de derechos políticos y a través de ellos lograr el reconocimiento de derechos sociales.

En este sentido, una parte significativa de lo que se llama democracia representativa ha sido producto de la lucha política de movimientos obreros, parti-dos socialistas, socialdemócratas y laboristas. En este sentido, todo el periodo en que se identificó demo-cracia como una forma burguesa política, en parte se estaba negando este tipo de causalidad histórica y el protagonismo obrero y socialista en el desarrollo de los procesos de democratización moderna.

Hubo olas de ampliación de la democracia y tam-bién olas de reducción de la misma. Aquí no se pue-de hacer una historia de todas ellas. Aquí quiero comentar algunas en relación a la noción de com-posición política de la sociedad, esto es, pensar la democracia en relación al conjunto de prácticas, de ideas, de formas de organización, de proyectos polí-ticos que se encuentran en el seno de la sociedad ci-vil, por un lado, y el tipo de instituciones, la forma de gobierno el contenido y la dirección que se imprime desde el conjunto de las instituciones del estado. En el caso de países multisocietales implicaría también considerar el conjunto de instituciones y de formas de vida política que se despliegan en territorios que

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han mantenido sus propias estructuras de autoridad, aunque estén subordinadas al estado nacional.

La idea general es que la ampliación de la de-mocracia, por un lado, históricamente está genera-da por una activación, ampliación y enriquecimiento de la composición política de la sociedad civil que demanda y genera reformas en el seno del estado. Hay algunas otras reformas que han implicado de-mocratización del estado que han sido promovidas por partidos políticos, pero por lo general esas pro-puestas partidarias vienen de movimientos políticos de ese mismo partido y de otras fuerzas en el seno de la sociedad civil, que luego se expresan en el ni-vel parlamentario. Aunque con esto no cabe descali-ficar de manera general la capacidad propositiva de los partidos en algunos periodos y en algunos países, en términos de democratización y su capacidad para llevarla adelante.

En este sentido, democratización implicaría pro-ducir reformas estatales que corresponden al grado de complejización o de democratización o desplie-gue de una cultura política en el seno de la sociedad civil y en el seno de otras formas políticas en los mis-mos territorios estatales. En América Latina hemos vivido una ola de recuperación de derechos políticos en lo que se llamo las transiciones de las dictadu-ras a regímenes democráticos, pero fue acompañada de un proceso de reducción impulsado por el mode-lo económico político neoliberal, que vía privatiza-ción internacionalizada redujo primero la capacidad de autogobierno de los estados latinoamericanos, afectando seriamente uno de los núcleos de lo que

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implica democracia, manteniendo la fachada de los procesos competitivos de selección de autoridades estatales, como forma de legitimación. A la par se han reducido los derechos sociales vía la privatiza-ción de las instituciones de educación, salud, el se-guro social y el transporte.

De manera paralela, en parte un poco después, se ha generado en América Latina una ola de amplia-ción de la política, de democratización, que es la no-vedad de los últimos tiempos, que implicó el cues-tionamiento del colonialismo interno. Esto planteó llevar la discusión del tema de la igualdad ya no sólo al ámbito de la relación entre individuos en el seno de instituciones sociales y políticas modernas sino al de la igualdad entre culturas. Esto implica no sólo pensar la igualdad entre miembros de diferentes cul-turas pero en relación al patrón de los derechos y normas e instituciones políticas modernas sino tam-bién la igualdad entre sus diferentes formas y siste-mas institucionales políticos.

Esto generó uno de los cuestionamientos más fuertes a los gobiernos neoliberales. Se produjo la caída de varios gobiernos en Ecuador y Bolivia. Es el resultado de sendos procesos de unificación indígena sobre todo, que ha generado un cambio en la com-posición política de la sociedad civil en cada uno de estos países. En principio se han configurado socie-dades civiles más multiculturales, en las que cada vez las centrales indígenas y campesinas tienen un peso más importante en términos de presencia de inicia-tiva política, así como capacidad de articulación. Los ciclos de resistencia, primero, y de rebelión que han

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desplegado han generado coyunturas de asamblea constituyente, que han llevado a cambios en el esta-do. La complejización de la composición política en el seno de la sociedad civil y de los territorios comu-nitarios movilizados ha llevado a cambios estatales, algunos de ellos con una carga de democratización.

Cabe distinguir dos ciclos de asambleas constitu-yentes. Unas que se realizaron en los años noventas, sobre todo en Colombia y Brasil y que tuvieron como resultado una ampliación de los derechos sociales y la inclusión del reconocimiento de algunas formas de derechos culturales, como el caso de las cuotas en la constitución de Colombia. En Ecuador también hubo una primera asamblea en los años 90 como producto de las movilizaciones indígenas. Serían como la pri-mera parte de este segundo ciclo de asambleas cons-tituyentes producidas por movimientos indígenas y movimientos sociales anti-privatización. Las asam-bleas constituyentes son una coyuntura de apertu-ra política, es decir, una coyuntura de posibilidad de reforma de las instituciones de gobierno, más amplia que aquellas que se puede realizar según procesos regulares de cambio institucional.

Por lo general, las constituyentes resultan de crisis políticas, pero sobre todo de crisis políticas produci-das por el despliegue de fuerzas políticas que están criticando la insuficiencia y los límites, la inadecua-ción de las instituciones existentes y están promo-viendo cambios. En algunos casos la constituyente es iniciativa estatal, pero por lo general en respuesta al movimiento político de su sociedad. En este sentido, las asambleas constituyentes son producto de la vida

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política de la sociedad civil, en parte del estado. Lo que se puede producir en ellas en parte significativa depende de la acumulación histórica previa, tanto en términos de fuerzas como de la articulación de pro-yecto político.

A partir de la experiencia de las últimas asambleas constituyentes en la región, por un lado, podríamos pensar sus límites. Me circunscribo a señalar dos ti-pos. Uno de ellos tiene que ver con límites institu-cionales, es decir, con la forma en que se convoca y se realizará la constituyente, que es un filtro sobre todo en relación a qué sujetos son los que van a participar y, por lo tanto, es un filtro sobre el tipo de proyectos y de propuestas que van a tener mayor posibilidad y peso en las deliberaciones.

Una de las experiencias negativas consiste en rea-lizar la constituyente a través de los partidos y bajo una ley electoral que obligue a otras fuerzas sociales a aliarse con los partidos, que luego ha forzado la subordinación de estas fuerzas y la eliminación de su autonomía política, por lo tanto, su capacidad de propuesta y de composición y articulación política con otras en el seno de la asamblea, que es el caso boliviano y que habría que evitar repetirlo.

A su vez, otra dimensión de este proceso es que permite ver los límites de la composición política de la sociedad civil y de las fuerzas políticas que se des-pliegan. Por un lado, aparece lo que es la dimensión o el horizonte corporativo en que se movió una parte significativa de la sociedad civil, en términos de pro-mover y negociar básicamente intereses sectoriales,

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que es algo que los partidos monopólicos pueden procesar y que han hecho por lo menos en términos instrumentales, en un principio. Sin embargo, hay otras fuerzas políticas que sobre todo vienen de los procesos de unificación intercultural en grandes cen-trales indígenas, la CONAIE en Ecuador y el Pacto de Unidad en Bolivia que articula CONAMAQ Y CI-DOB, que han sido los núcleos de que articulación de propuesta y en particular de la idea de lo plurinacio-nal, es decir, de la discusión de la democracia a nivel del igualdad entre diferentes pueblos y culturas. En parte han tenido que procesar su propuesta a través de partidos, lo cual la ha recortado, e inmediatamen-te después han sido objeto de un ataque por parte de los gobiernos en el sentido de desarticular el bloque social y político que habían constituido.

Esto implica que los partidos que han monopoli-zado la constituyente han hecho alianzas instrumen-tales con aquellas fuerzas que son y han sido el po-der constituyente y han articulado proyecto político. Han tratado de controlarlas y reducir su fuerza den-tro de la asamblea, y una vez que ésta ha terminado han tratado de desorganizar su presencia en el seno de la sociedad civil. Hay un proceso casi inmedia-to de recomposición de la concentración del poder político, que empieza a atacar precisamente aquellos núcleos que habían generado la condición de posibi-lidad, la fuerza y la capacidad propositiva que llevó a la constituyente.

En este sentido, este es el núcleo básico a enfren-tar, es decir, cómo enfrentar los límites institucionales de tal modo que todo el trabajo de acumulación polí-

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tica histórica previa no sea concentrado y aprovecha-do instrumentalmente por nuevas fuerzas políticas monopólicas o viejas, que desperdician esa acumu-lación histórica y la usen en otro sentido, contra las fuerzas que han hecho posible las asambleas consti-tuyentes. En ese sentido, es importante la lucha por el cómo se realiza la asamblea constituyente de tal manera que no sea monopolizada por partidos y en ella haya presencia de asociaciones políticas de todo tipo. Por el otro lado, viendo del pasado inmediato, la otra cuestión es cómo evitar la desarticulación de la sociedad civil en el momento constituyente; ya que precisamente es esto, el mantenimiento de la capa-cidad de articulación y movilización de la parte de-mocratizante de la sociedad civil y su capacidad de control y presión sobre el estado, lo que podría hacer posible que se mantengan y se pueda inclusive avan-zar en las reformas que se ha logrado introducir en el momento constituyente.

La desarticulación y debilitamiento de estas fuer-zas, como ocurrió en Bolivia y Ecuador, es lo que per-mite a los nuevos gobiernos empezar a desmontar las conquistas más democráticas, sobre todo en el plano pluri y multicultural e inclusive implementar políticas económicas contrarias a aquello que se lo-gró incluir en las nuevas constituciones, como las au-tonomías indígenas y los derechos de la naturaleza.

Tal vez uno de los puntos débiles de acumulación histórica de las fuerzas que llevan a asambleas cons-tituyentes, es que trabajaron más cambios a nivel de la política, sobre todo los relativos a nacionalización o reconocimiento de territorialidad indígena y de la

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diversidad cultural, pero no así el modelo o un pro-yecto de economía alternativa, a no ser en los enun-ciados más generales, como decir economía solidaria comunitaria, que en realidad es un sustituto nomi-nal de la noción de heterogeneidad estructural. En este sentido, una de las claves de la profundización de la democracia, que implicaría poder sostener los cambios políticos que se meten en asamblea cons-tituyente, es trabajar en un proyecto económico que permita sustituir la matriz extractivista, que siempre acaba siendo anti-comunitaria, por otro tipo de pro-cesos que tiendan a evitar la nueva concentración de poder político en el ejecutivo montado sobre el po-der económico recuperado por la vía de la naciona-lización, que no contempla ningún aspecto de parti-cipación ciudadana. En este sentido es clave pensar y trabajar en el modelo económico, en la descentra-lización de estructuras económicas nacionalizadas y del resto del territorio y sus formas productivas.

Paso a comentar brevemente otra forma de radi-calización de la democracia, probablemente la más sustantiva que se está desplegando en América La-tina. Se trata de aquella que están llevando adelante los zapatistas en territorio mexicano. Luego de una coyuntura de emergencia del zapatismo como críti-ca al TLC y como una fuerza orientada a proponer una reforma más inclusiva y democrática del estado mexicano que llevó al proceso de negociación y a los acuerdos de San Andrés, que luego fueron en la prác-tica negados por el gobierno que produjo una otra reforma legislativa no reconocida por los zapatistas, éstos pasan e implementar una autonomía política de facto en sus territorios, primero a nivel munici-

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pal en torno a los municipios autónomos rebeldes, experiencia que sostienen durante varios años, des-pués de los cuales pasan a montar un nivel interme-dio de articulación de gobierno, que serían las juntas de buen gobierno, que son la articulación de varios municipios.

Esto implica un nivel territorial y político más complejo y, por lo tanto, un rango de dimensiones políticas y de temas a decidir que tienen que ver con la articulación regional y la planificación. Estos son espacios políticos montados en base a los principios de rotación en los cargos de autoridad y de autofi-nanciamiento, que también van orientados a tratar de cuidar una justicia distributiva en territorios zapa-tistas. En este sentido, a mi parecer, la experiencia za-patista es la que de manera más fuerte encarna la ar-ticulación del principio de igualdad, de autogobierno y de también de pluralismo, articulando un conjunto de espacios políticos que yo llamaría aestatales, es decir, no son procesos de articulación de un estado, no forman parte del estado mexicano y son los terri-torios en los que la democracia se ha radicalizado en varios sentidos.

Tiene raíces de varios tipos. Tiene raíces históri-cas, ya que responde a una recreación y desarrollo a través de elementos de cultura comunitaria de los pueblos que participan de esta experiencia de lucha y de construcción política, que contienen elementos por así decirlo tradicionales y elementos nuevos, que tienen que ver tanto con la articulación con su ejér-cito guerrillero como con el desarrollo de estos nive-les ascendentes de articulación del gobierno político.

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Por el otro lado, la radicalización tiene que ver con el hecho de la extensión de la vida política al conjun-to de la gente en estos territorios, todos participan y tienen que participar en estos procesos de gobierno colectivo. También se trata de una radicalización que implica la participación en los momentos de delibe-ración y luego en los momentos de responsabilidad ejecutiva, es decir, de hacerse cargo de ejecutar las decisiones colectivas. En este sentido, la experiencia más radical de democratización que se está dando en América Latina ocurre en territorios no estatales y procesos de sustitución del estado por estas formas de articulación comunitaria en un proceso de articu-lación ascendente.

Quisiera hacer una consideración final vinculan-do algunas ideas sobre la experiencia de los límites de algunas asambleas constituyentes en el horizonte del sistema representativo de partidos y en la expe-riencia de construcción zapatista de gobierno demo-crático que va de lo local hacia niveles de articulación de manera ascendente. Para esto retomo un concep-to de Gramsci sobre el partido como un experimen-tador de concepciones del mundo. La gran fuerza y la radicalidad de la experiencia de los zapatistas vie-ne de que son experimentadores de concepciones del mundo y de que las están construyendo en un contexto de asedio estatal. Creo que el límite de las otras experiencias andinas tiene que ver con el he-cho de que no se ha desplegado esta dimensión de la capacidad de articular concepciones del mundo que incluyan formas de sustitución de las actuales estruc-turas económicas y estatales capitalistas; aunque una parte de estas fuerzas vengan de matrices comuni-

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tarias, que de hecho han mantenido sus formas de organización social y política durante el tiempo o las están reconstruyendo, que es lo que se les dio fuerza y todavía les permite resistir ante la ola extractivista y autoritaria actual.

En este sentido, en la zona andina lo que nos falta para radicalizar la democracia es no sólo pensar las reformas políticas en términos de ampliación de de-rechos sino también las formas de sustituir las actua-les formas de relación con la naturaleza y también las formas estatales de concentración del poder políti-co, las formas de producción y distribución, también desde los ámbitos modernos. Tenemos que compo-ner la experiencia comunitaria históricamente exis-tente con experiencias históricamente existentes de autogestión y democratización de la vida económica y social, e inventar las formas de articular todo eso para avanzar en democratizaciones que impliquen desplegar mayor igualdad en los procesos de delibe-ración, como también mayor igualdad socio-econó-mica y cultural

En ese sentido, en la zona andina y en Bolivia en particular hemos experimentado la capacidad de ponerle límites al proyecto neoliberal y producir un cambio de gobierno, pero a la vez también los límites del proyecto de sustitución de lo existente, que se ex-presa por ejemplo en el documento del Pacto de Uni-dad, que en su propuesta de diseño de estado a nivel del poder ejecutivo y legislativo no dice nada dife-rente que la propuesta del MAS, que a su vez es la reconstitución del viejo estado moderno con el aña-dido del reconocimiento jerárquico de la diversidad

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de culturas existentes en el país. A su vez, la activa-ción de la idea de nacionalización, que no fue acom-pañada de formas políticas de reorganización de su gestión y dirección, ha permitido la recomposición del actual vínculo entre excedente capitalista estatal recuperado y nuevas formas de dominación política.

En este sentido, radicalizar la democracia implica desarrollar esta dimensión de proyecto político y de formas de sustitución de las estructuras existentes en el seno de las fuerzas de la sociedad civil, en articu-lación con sujetos y territorios comunitarios.

Una última consideración relativa a democratiza-ción y asamblea constituyente. Uno de los rasgos de la democracia es el reconocimiento de la pluralidad de sujetos políticos, como un rasgo constitutivo de lo social y de la vida política; además un reconocimien-to positivo al cual hay que darle un espacio político y una forma de toma de decisiones y deliberación. En ese sentido, una asamblea constituyente responde a la necesidad de discutir ampliamente con la plura-lidad de fuerzas existentes la recomposición de las formas políticas y económico-sociales de un país. En el caso de Bolivia esto responde a la experiencia de la imposibilidad de que un solo sector pueda imponer al resto su forma, su modelo proyecto político y, por lo tanto, la necesidad de componer entre varias fuer-zas, cosa que al final no se realizó. En este sentido, la clave en la realización de una asamblea constituyente en términos de democratización y de radicalización de la democracia implica, que el tipo de composición política existente esté presente en la constituyente, es decir, evitar las exclusiones.

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Una asamblea constituyente es un campo de lu-cha, como también de construcción política. En este sentido, es importante la acumulación histórica pre-via, la articulación de fuerzas, el llegar al momento con propuestas que, además, respondan a articula-ciones político-sociales. Una constituyente puede contener, por lo general, formas democráticas, es decir, una ampliación de las áreas de igualdad, por lo menos en lo jurídico, pero también puede ser un momento de reconstitución de un orden social más conservador, en el que el poder económico y políti-co siga concentrado en el bloque dominante. En este sentido, la clave en la realización de una asamblea constituyente consiste en evaluar la acumulación po-lítica de las fuerzas democratizantes y su capacidad de cambiar la relación de fuerzas, por lo menos par-cialmente, a su favor.

La historia de las luchas y de construcción política desplegada por los zapatistas durante las últimas dé-cadas puede pensarse como otro tipo de proceso cons-tituyente, uno más sustantivo en tanto no se trata de reformas discursivas que se introducen en las constitu-ciones pero se contradicen en los hechos de gobierno. Se trata de experimentación de otras concepciones del mundo en tanto forma de autogobierno y vida social, como reconstrucción de formas históricas y desarrollos contemporáneos.

Se trata de un proceso constituyente que ha ima-ginado una composición de formas nuevas y viejas de enraizar la vida política en estructuras de relaciones igualitarias que son, a su vez, recreación y desarrollo.

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Se trata de un proceso constituyente por fuera de la constitución estatal, aunque cabe recordar que al prin-cipio los zapatistas también intentaron producir cam-bios en la constitución del estado mexicano.

Los procesos constituyentes son el resultado de la acción de muchas fuerzas, orientadas a la reconfigura-ción de la forma política y de las formas sociales. Los procesos constituyentes son una fuerza política refor-mando lo social, en la medida que contienen procesos de experimentación de concepciones del mundo son una fuerza social renovadora.