Medicina paliativa: Martha y Lucía

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“….que al menos el amor nos salve de la vida” Él yace en el suelo observando el vacío. No duda, sonríe, besa a la muerte en los labios. Al eco lejano de su muerte, responderán otros Y su luz se apagará En el autodestructivo remolino de la memoria Las campanas claman por ti Y sólo el olvido te recordará. Sábado 31 de octubre Eran aproximadamente las 5 de la tarde, fui vestida de blanco, con el uniforme. Frente al Hospital General me sentía nerviosa, pero así entré y como fugitiva me adentré y busqué, fui a medicina interna, sólo dije que estaba de visita, primero platiqué con algunas personas que estaban ahí, después me pasé a las salas de aislamiento, donde a la primera oportunidad entré a un cuarto donde conocí a Don Galán. Lo saludé, me presenté y le dije: “está tarde viene hacerle compañía.” Él me saludó me dijo su nombre y me respondió: “No, pues….está muy tiste por aquí, para que venga”. Le dije: “Por ese motivo viene hacerle compañía.” Me preguntó que si estaba pasando con todos los demás enfermos, le dije que hoy, sólo venía a visitarlo a él. Me respondió que no era necesario que yo estuviera ahí con él, yo le dije que para mí sí,” porque busco con quien platicar”. Don Galán me mira serio y me dice: “siéntese.” Me acerqué a él, pero la verdad no sabía por dónde empezar o por lo menos algún comentario que hacer. Así que simplemente le dije que si se encontraba a gusto ahí, me dijo que lo malo era que casi no iban a visitarlo. Yo intentando no ser tan deprimente ante el comentario le dije por eso yo había ido a visitarlo especialmente a él. Empezó a preguntarme cosas de mi vida, de dónde era, qué estudiaba, cómo me iba. Quise seguir las

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“….que al menos el amor nos salve de la vida”

Él yace en el suelo observando el vacío.

No duda, sonríe, besa a la muerte en los labios.

Al eco lejano de su muerte, responderán otros

Y su luz se apagará

En el autodestructivo remolino de la memoria

Las campanas claman por ti

Y sólo el olvido te recordará.

Sábado 31 de octubre

Eran aproximadamente las 5 de la tarde, fui vestida de blanco, con el uniforme. Frente al Hospital General me sentía nerviosa, pero así entré y como fugitiva me adentré y busqué, fui a medicina interna, sólo dije que estaba de visita, primero platiqué con algunas personas que estaban ahí, después me pasé a las salas de aislamiento, donde a la primera oportunidad entré a un cuarto donde conocí a Don Galán.

Lo saludé, me presenté y le dije: “está tarde viene hacerle compañía.” Él me saludó me dijo su nombre y me respondió: “No, pues….está muy tiste por aquí, para que venga”. Le dije: “Por ese motivo viene hacerle compañía.” Me preguntó que si estaba pasando con todos los demás enfermos, le dije que hoy, sólo venía a visitarlo a él. Me respondió que no era necesario que yo estuviera ahí con él, yo le dije que para mí sí,” porque busco con quien platicar”. Don Galán me mira serio y me dice: “siéntese.” Me acerqué a él, pero la verdad no sabía por dónde empezar o por lo menos algún comentario que hacer. Así que simplemente le dije que si se encontraba a gusto ahí, me dijo que lo malo era que casi no iban a visitarlo. Yo intentando no ser tan deprimente ante el comentario le dije por eso yo había ido a visitarlo especialmente a él. Empezó a preguntarme cosas de mi vida, de dónde era, qué estudiaba, cómo me iba. Quise seguir las preguntas que ya me había formulado, pero estando platicando con él, no sentí que era la correcto. No hablamos nada de su enfermedad, ni nada relacionado a enfermedades, quizá comentamos acerca de los servicios de salud, o de investigaciones que serían lo genial para enfermedades actuales. Al principio pensé, que simplemente Don Javier, negaba el hecho de estar enfermo, de su situación; pero ante un comentario que dijo, entendí que simplemente él ya había aceptado el hecho. Algunas cosas prefiero no mencionarlas, porque considero que en lugar de que yo fuera y le hiciera compañía, él fue quien me enseñó muchas cosas.

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Bromeamos, contamos nuestras cosas más locas, recibí algunos regaños y consejos. En algunas ocasiones me pasaba por la mente preguntarle acerca de cómo fue que enfrentó su enfermedad y cosas relacionadas, pero no lo creí conveniente. Algo que sí me gustaría compartir fue un comentario de él: “lo malo de las enfermedades, es que quienes las padecemos parecemos peste, porque comienzan a evitarlo a uno…”, parafraseando más o menos lo que dijo, y me pareció algo que tristemente es real, cuando una persona está enferma, las demás tratar de no convivir tanto con ella. Porque nadie quiere pasar por ello, mejor evitarlo. Y entonces comprendí algo, don Javier, se sentía muy solo. No escribiré más de ello, sólo que cuando una persona que sabe que va a morir, ya todo lo ve muy diferente.

Me despedí de don Galán, me preguntó que si sería la última vez que nos veríamos, no sé si fue por todo lo que habíamos compartido, pero sin pensarlo le dice que iría a visitarlo de nuevo. Saliendo del cuarto vi: ERT. (Ya después me enteré que era enfermedad renal terminal.)

Algunas de las primeras preguntas con las cuales comencé:

Después de haberme presentado y él también, no fui la primera en preguntar:

-¿qué la trae por aquí?, se está muy solo aquí.

-por eso, viene a hacerle compañía.

-¿fue con los demás que están aquí?

-hoy sólo vengo para verlo a usted.

-no es necesario que venga conmigo-lo dijo tranquilamente

-pero yo busco con quien platicar-le reproché

-….siéntese-me dijo y eso hice.

-¿qué está estudiando?, ¿cuántos años tiene?, ¿es de aquí?- él era quien me estaba interrogando

-medicina, 19 años y nací en Pinos, pero me mudé hace como tres años, y ¿usted?

-yo siempre he vivido aquí, carpintero fui. No muy bueno en la escuela…-reí

-pues no a todos nos va bien en la escuela. Y ¿qué lo trae por aquí don Galán?

-descuidos de uno…todo lo que uno haga o deje de hacer, se lo cobran…

Y fue así como don Galán comenzó a platicarme de su vida, hacía pausas me preguntaba y le platiqué de mí, me daba consejos, a veces me regañaba

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-¿cómo se sintió cuando se enteró?

-yo ya sabía que andaba mal de salud…, pero ahora que lo pienso, me sentí después mal, porque no me dejaban salir por ahí.

-y ¿su familia?

-mi esposa murió y de mis hijos ya casi no sé nada de ellos.

Platicamos de su familia, me preguntó de la mía. Pero al final él supo más de mí, que yo de él

(Algunas preguntas que recuerdo tuve chance de hacerle)

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Medicina paliativa.

“…no hay más finito…”

La segunda vez que visité a don Galán, sin aviso y como alma que lleva el diablo, me pasé directo al cuarto donde estaba, ya que la otra vez, me llamaron la atención de no andar visitando así nada más, pero bueno. Entré y le saludé, me reconoció y me dijo:” ya tiempo que no venía”. Le dije: “pues, aquí me tiene.” Me senté, iba con la disposición de platicarle el cuento, había leído unos cuentos y le comenté que quería platicarle una historia; al final me salió todo al revés, el terminó diciendo la mitad del cuento, pero en algunos momentos, se quedaba callado. Después de otra plática, le dije: “Don Galán, en este preciso momento no quiere algo, algo que quiera”. Me dijo: “No, nada.” Le insistí, pero se negaba, decía que él no quería nada. Así que le pregunté por la música que a él le gusta, pensaba poner ahí algunas para disfrutar más, me mencionó a unos y a otros, pero pues la verdad cuando me dijo, pensé la regaste, ni conoces canciones de ellos, rápidamente busqué en internet y puse algunas, escuchamos las canciones y el en ocasiones hacía algún comentario. Me dijo que antes las canciones eran más románticas y decías cosas entendibles, se rio y me dijo que ahora no sabía que era lo escuchábamos ya que ni se les entiende. Yo secundé su opinión. Ya platicando nuevamente, le volví a decir que, que era lo que quería más, que deseaba tener. Pienso que por las canciones, me dijo que le gustaría sentirse joven, le pregunté la razón, me dijo que quería ponerse un sombrero charro y verse galán (sólo sonreí, pero quería reírme, por su manera de decirlo), le dije que podía conseguirle un su sombrero; también me dijo que le gustaría cantar como en una serenata (eso sí ya lo vi un poco difícil). Sin más, le dije que me esperara y que en un momento regresaba, fui al centro y anduve buscando el sombrero, fui al mercado y busqué una grabadora, compré unos discos, (cosas sencillas, no contaba con presupuesto), y miré un chaleco charro. Regresé al hospital y fui a donde esta don Galán, le mostré lo que había traído, sonrió. Puse música, no tal alta, y le di el chaleco y el sombrero, le comenté: “pues, con el sombrero ya parece rejuvenecido”, se rio y me dijo: “¿verdad?, ¿de cuántos años?“, -“ah, qué caray”- pensé,-“pues de unos cincuenta”-sonrió y me dijo: “yo era un galán”. Esta vez se reí a carcajadas y el también reía. El chaleco sólo se lo puso por encima, le ayudé a pararse ya que quería cantar como en una serenata, puse la música y cantó. Yo busqué las letras en internet y una que

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otra cantaba con él, un ratito después, estando recostado siguió cantando y movía el sombrero con la mano, como queriendo dedicarle a alguien las canciones. Lo bueno era, que estábamos en un cuarto, así que no fuimos interrumpidos. Cuando terminó de cantar le dije: sí que es un galán. Me sonrió y seguimos platicando y cantando, ahora recordaba algo y cantaba, y así estuvimos hasta la hora en que tenía que marcharme, me despedí y me dijo que teníamos que volver a hacer una serenata de dos. Le sonreí y a duras penas puede decir: sí.

Preguntándole a la muerte (casual).

Décima muerte.

¡Qué prueba de la existencia

Habrá mayor que la suerte

De estar viviendo sin verte

Y muriendo en tu presencia!

Está lúcida consciencia

De amar a lo nunca visto

Y de esperar lo imprevisto;

Este caer sin llegar

En la angustia de pensar

Que puesto que muero existo

En una entrevista con la muerte quise saber por qué estaba peleada con la vida, la muerte me contestó que ella y la vida eran amigas. Le pedí que me explicara tal cosa de mi ignorancia, la muerte comenzó:

Cuando el hombre era más hombre, existió en la Tierra dioses que lo protegían: en las alturas se encontraban dos reinos, uno de la vida, conocida como Lucía y el otro de la muerte, llamada Marta. No existían guerras ni rencores, y así pasaron los años. Pero Sofía, la enfermedad, quiso ser también reconocida y sembró caos en el mundo; tormentas y tempestades azotaron a quienes habitan y viendo esto, Lucía y Marta, quisieron ponerle fin, una les daba más fuerza, pero cuando ya era imposible, Marta se los llevaba.

Y entre todo esto, el humano no quería sentirse menos y participó en una guerra desastrosa: el intentaba curar, pero Sofía siempre los hacía padecer más. Y aunque a veces se ganaba, también eran muchas las pérdidas.

Y los que eran dioses ya no lo eran porque el hombre los destronó sabiendo que no era su lugar. Pero entre los habitantes de la Tierra había personas

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que no pensaban en una vida o en la muerte, raras criaturas que desafiaban lo establecido: una pareja de jóvenes enamorados, Javier y Carolina. Llevaban meses saliendo, sin embargo sus familias no sabían y ellos sabían muy bien que si se llegaban a enterar, todo terminaría. Pero estaban dispuestos a todo y les dieron la noticia a sus familias: que se amaban y querían estar siempre juntos. Gran error de las extrañas criaturas, sus familias se opusieron. La familia de la muchacha no la dejaba salir y a Javier le prohibieron ir a visitarla. –Hombres egoístas que se creen dioses-replicaba secamente la muerte.

Y pasaron semanas y Carolina enfermó, sus padres la habían llevado con varios especialistas, pero ninguno pudo encontrar la solución. –Y estas personas encerraron en lo más profundo cualquier sentimiento relacionado a la pérdida, no qué digo, perdieron su lado humano.-miraba agriamente.

Javier se enteró y rápidamente fue a encontrarse con su amada, pero los padres de ella no se lo permitieron. Pero una noche, él fue a la casa y la raptó, se la llevó consigo y estuvieron por un tiempo en un departamento, pero la salud de Carolina empeoraba. Los padres de ambos pudieron dar con ellos y tocaban desespera mente la puerta, pero nadie habría; y desde las alturas Lucía se preguntaba qué hacer, Sofía ya había hecho su trabajo. Marta, se acerca a Lucía y le dice: no hay nada más qué hacer. Y resignada, la vida le dijo: hazlo. Y cuando estas se voltearon, encontraron tirados en el suelo a los dos jóvenes, tomados de la mano, en eso el encargado del edificio abre la puerta del departamento y tras él las dos familia, un grito ahogado queda suspendido en la habitación, los frascos vacíos cercas de ellos revelan la escena. Tras varios minutos otras personas llegan y tratan de dar marcha atrás a la muerte. Los padres la maldicen, chillan a regañadientes, se enfurecen. La muerte siempre ha sido la mala y la vida es una gran amiga. Eso piensan los humanos.

Y al ver tal escena Lucía se siente triste, y la Muerte está sola.

Al ver signos de vida en ellos, los padres agradecen a su dios, la Vida se pregunta, si esos rezos son para ella, pero sabe muy bien que una reina destronada ya no es una reina. Y con tal tristeza, esa noche le manda un regalo a la Muerte, recibe dos almas enamoradas.

-y yo estoy aquí pareciendo la mala, sólo porque a la Lucía se le ocurre darme ese tipo de regalos.-hablaba de las injusticias

-y, ¿entonces porque no haces nada?, ¿por qué no dejas de recibir esos regalos?

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-porque Lucía me manda regalos algo maltratados, y yo, alegremente los recibo para cuidarlos, así lo que el hombre quiera hacer y deshacer en vida, no guarde reclamos.

-y, ¿no te sientes mal por ello?

-me gusta hacerme escuchar sin hablar, tocar la frigidez sin extender mi mano, que escuchen los ecos de mi andar sin que suenen mis zapatos, ver como los músculos del corazón se paralizan…

Muerte sádica, pensé para mí.

-Pero, entonces sólo disfrutas ver el paso hacia la muerte.

La Muerte me mira, mirada de hielo penetrante,-pongo a dormitar las almas cansadas, y los regalos de Vida, son mi gran tesoro, porque cuando llegan, siempre son más fuertes y llenos de alegría

No dormiré tranquila, y como si la Muerte leyera mi pensamiento-duerme tranquila, que ya tendí las sábanas de tu casa en la mañana.

María Concepción Guerrero Correa