MISOENTROPÍA

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MISOENTROPÍA En cada acto de comunicación hay dolor, por eso antes hablaba poco y ahora no hablo nada. Cuando todavía hablaba la gente pensaba que era un tipo huraño, un ser deleznable que ocultaba oscuras intenciones tras su voto de silencio, empeñado en llevar la circunspección hasta el límite de la indiferencia. Pero yo sé; estoy seguro de que toda nuestra fuerza se nos va por la boca, que al hablar no es uno el que se comunica puesto que nadie puede conocerse a sí mismo; en consecuencia, son muchos los que hablan por nuestra boca. Y esta traición asumida en lo profundo nos produce dolor. Sólo yo sé el trabajo que me cuesta hablar y el pánico que me produce adecuar mis códigos a una persona desconocida. Sólo yo sé el acopio de valor que hace falta para imprecar a quien se ha colado en mi fila, y el esfuerzo visceral necesario para pedir un kilo de tomates sin estar afectado de indefensión, para que parezca que somos como los demás: pero nadie es como los demás. Conozco los engranajes que sancionan nuestra presencia a través del verbo. Por eso sé que la máquina está gripada, que no vale. La gente se compadece de mí por el anómalo y progresivo estado catatónico que poco a poco me va hundiendo en el lodo de la indolencia. Se compadecen el verme postrado sobre una cama durante tanto tiempo. También sé que les doy miedo porque de mi estado pueden colegir una de las razias que la muerte arma en tierra de vivos. Pero soy yo el que se compadece de ellos, soy yo el que día a día se hace grande, el que confirma su vitalidad con su renuncia al imperio del sentimiento. Ellos pierden su fuerza ante el 9

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Misoentropía es el cuarto de los treinta y tres cuentos que componen la obra "Hagas lo que hagas te arrepentirás" del escritor granadino Tomás Mañas Rabaneda.

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MISOENTROPÍA

En cada acto de comunicación hay dolor, por eso antes hablaba poco y ahora no hablo nada. Cuando todavía hablaba la gente pensaba que era un tipo huraño, un ser deleznable que ocultaba oscuras intenciones tras su voto de silencio, empeñado en llevar la circunspección hasta el límite de la indiferencia. Pero yo sé; estoy seguro de que toda nuestra fuerza se nos va por la boca, que al hablar no es uno el que se comunica puesto que nadie puede conocerse a sí mismo; en consecuencia, son muchos los que hablan por nuestra boca. Y esta traición asumida en lo profundo nos produce dolor. Sólo yo sé el trabajo que me cuesta hablar y el pánico que me produce adecuar mis códigos a una persona desconocida. Sólo yo sé el acopio de valor que hace falta para imprecar a quien se ha colado en mi fila, y el esfuerzo visceral necesario para pedir un kilo de tomates sin estar afectado de indefensión, para que parezca que somos como los demás: pero nadie es como los demás. Conozco los engranajes que sancionan nuestra presencia a través del verbo. Por eso sé que la máquina está gripada, que no vale.

La gente se compadece de mí por el anómalo y progresivo estado catatónico que poco a poco me va hundiendo en el lodo de la indolencia. Se compadecen el verme postrado sobre una cama durante tanto tiempo. También sé que les doy miedo porque de mi estado pueden colegir una de las razias que la muerte arma en tierra de vivos. Pero soy yo el que se compadece de ellos, soy yo el que día a día se hace grande, el que confirma su vitalidad con su renuncia al imperio del sentimiento. Ellos pierden su fuerza ante el entramado entrópico que les tiende la vanidad y al final no son nada. Dicen que han sido o que serán, pero no son nada. Por eso aunque los médicos se empeñan en incorporarme al mundo de los que comen pan y pagan impuestos, no obtienen resultado alguno, porque mi voluntad se ha hecho fuerte en su cuartel de invierno. Además, una de las prebendas de las que gozamos los catatónicos es la de poder ver a los fantasmas ; que es como ver el pasado y el futuro a un tiempo sin asustarnos. En todo caso son los fantasmas los que se asustan de mí, del lastre material que aún conservo al otro lado, tendido sobre una cama. Lo entienden como un arma secreta, camuflada tal vez, que podría destruirlos desde el lado doloroso de la vida.

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