Museo El Dique - UCA

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E l 19 de marzo de 1990, hace ya más de 13 años, me incorporé a un proyecto iniciado unos meses antes y que, sin lugar a dudas, en esos años pasa- ba, cuanto menos, por un proyecto insólito. En rea- lidad, en su momento de arran- que, casi nadie de los que to- mábamos parte en aquello sa- bíamos qué derrotero podría se- guir esa aventura con pies pero sin cabeza, y es que todo el mundo estaba de acuerdo en una cosa: no se podía perder aquella oportunidad de hacer algo, pero en desacuerdo en to- das las demás; qué hacer, cómo hacerlo, de cuánto tiempo se disponía y a qué parte de aquel tremendo rompecabezas había que darle prioridad. Recuerdo con ansiedad, por- que aquella fue la primera sensación que tuve, mi pri- mer contacto con "El Proyecto". En una edificación de principios de siglo, situada en el extremo del actual astillero de Puerto Real, y que milagrosamente se mantenía en pié, se amontonaban literalmente miles de expedientes que se mezclaban, según las zonas del edificio, con todo tipo de artilugios más o menos re- lacionados con la industria de la construcción naval. Así, junto a archivadores AZ, que acababan de ser depositados en aquel "camarote de los hermanos Marx", se encontraban semimodelos de trazado, re- producciones de maquinas, instalaciones obsoletas Museo El Dique José María Molina Martínez Vista parcial de la Factoría de Mata- gorda antes de su recuperción, marzo 1990. 137 DOI: http://dx.doi.org/10.25267/Periferica.2003.i4.11

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El 19 de marzo de 1990, hace ya más de 13 años,me incorporé a un proyecto iniciado unos meses

antes y que, sin lugar a dudas, en esos años pasa-ba, cuanto menos, por un proyecto insólito. En rea-lidad, en su momento de arran-que, casi nadie de los que to-mábamos parte en aquello sa-bíamos qué derrotero podría se-guir esa aventura con pies perosin cabeza, y es que todo elmundo estaba de acuerdo enuna cosa: no se podía perderaquella oportunidad de haceralgo, pero en desacuerdo en to-das las demás; qué hacer, cómohacerlo, de cuánto tiempo sedisponía y a qué parte de aqueltremendo rompecabezas habíaque darle prioridad.

Recuerdo con ansiedad, por-que aquella fue la primera sensación que tuve, mi pri-mer contacto con "El Proyecto". En una edificación deprincipios de siglo, situada en el extremo del actualastillero de Puerto Real, y que milagrosamente semantenía en pié, se amontonaban literalmente milesde expedientes que se mezclaban, según las zonas deledificio, con todo tipo de artilugios más o menos re-lacionados con la industria de la construcción naval.Así, junto a archivadores AZ, que acababan de serdepositados en aquel "camarote de los hermanosMarx", se encontraban semimodelos de trazado, re-producciones de maquinas, instalaciones obsoletas

Museo El DiqueJosé María Molina Martínez

Vista parcial de laFactoría de Mata-

gorda antes de surecuperción, marzo 1990.

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del viejo botiquín de la Factoría y tan extraños ejem-plares de herramientas que, en otro contexto, hubie-sen producido la desesperación del más experto delos mecánicos. A todo ello se asociaban, en otraconstrucción gemela, antiguos legajos cargados deplanos en papel tela o decenas de cajas de pino que,como un tesoro, acumulaban en su interior miles deplacas fotográficas con toda la memoria gráfica deaquella empresa.

Pero es que todo eso que rebosaba de dos edifi-cios, no era más que la punta de un tremendo ice-berg que medía algo más de 80.000 metros cuadra-dos y tenía nombre propio desde hacia 112 años:Matagorda.

A la magnitud de aquel "patrimonio" a recuperarse unían algunos parámetros extraños que aumenta-ron en un primer momento los niveles de desconcier-to: no existía una estructura facultativa encargada dedirigir el proyecto, los fondos documentales y mate-riales con los que debíamos trabajar no se encuadra-ban en lo que podríamos denominar un material es-tándar, la institución que auspiciaba el proyecto noera una administración pública, pero tampoco erauna institución privada, no existía una partida presu-puestaria concreta para acometer el proyecto, ya queéste se incorporaba a otro mayor y con una finalidaddistinta y, por último, la dirección de las operacionesde recuperación presentaba una estructura bicéfala,que complicaba más, si cabe, la toma de decisiones,ya que a la gestión directa sobre los trabajos en el as-tillero, se unía una supervisión desde Madrid que seejerció con toda autoridad durante los dos primerosaños de actividad.

Para colmo de problemas, el proyecto de recupe-ración de bienes muebles (documentos, libros, herra-mientas, máquinas, etc.) se interrelacionaba cada vezmás con el proyecto de recuperación de espacios ybienes inmuebles, que se desarrollaba, en paralelo ya un ritmo de vértigo, en los alrededores del viejo di-

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que de carenas de Antonio López. Casar los objetivosde ambos proyectos, gestionados por profesionalesajenos a la construcción naval y dirigidos por técnicosy ejecutivos de sensibilidades muy diferentes nos pare-cen hoy, desde la perspectiva que da el tiempo, comouna aventura casi imposible de realizar y que, sin em-bargo, fue ejecutada de forma ejemplar. Sin lugar adudas, nuevamente y como ya ha expresado algúnautor en esta misma sección, el secreto para hacerposible esta historia está en la pasión que se ha pues-to en ella.

La organización enorigen, de lo que hoydenominaríamos unequipo multidisciplinar,era bastante simple,dos grupos de trabajodiferentes y sin cone-xión aparente para ca-da una de las áreas quedesarrollaba el proyec-to de recuperación, porun lado el encargadode recuperar y reorde-nar los espacios de lavieja factoría (arquitec-tos, aparejadores, y téc-nicos de obras civilesdel Astillero) y por otro, el grupo encargado de "guar-dar" y "ordenar" los objetos de interés que aparecíanpor los edificios y espacios que despejaban los delprimer grupo (ingenieros atraídos por el encanto delpasado, historiadores y becarios). Ambos gruposeran coordinados, desde la dirección de Astilleros Es-pañoles en Madrid, por dos ingenieros de caminos,empleados de la Compañía, y auténticos apasiona-dos del patrimonio industrial y la obra pública. Elproyecto, sin límites concretos, se incorporaba desdeel primer momento a un campo casi inexplorado enEspaña en aquellos años: la arqueología industrial.Un área de las ciencias sociales que, en nuestro pa-

Plano del proyectopara la recuperación del

dique de Matagorda y suentorno, mayo 1990.

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ís, sólo había alcanzado un cierto grado de desarro-llo en regiones muy industrializadas (Cataluña, Ma-drid, el País Vasco...) o con economías dependientesde sectores tradicionalmente asociados a la industria(áreas mineras de Asturias, Cantabria e incluso Anda-lucía). No obstante, a medida que avanzaba el pro-yecto se abrían nuevos campos de actuación, que di-versificaban cada vez más las áreas de intervención.Así, la aparición del fondo de planos y expedientestécnicos nos obligó a penetrar de lleno en el comple-jo mundo de la archivística, un área que se complicóaún más cuando nos vimos, obligados por las circuns-tancias, a estudiar las técnicas de custodia y clasifica-ción de materiales especiales, como el fondo fílmicode la empresa o el aún más complejo fondo de ma-teriales fotográficos, que en un porcentaje muy impor-tante desde el punto de vista cualitativo, se incorpora-ba al proyecto de recuperación.

Al estudio de las técnicas de archivo, tuvimos queunir una base de conocimiento sobre bibliotecono-mía, puesto que un atractivo fondo de libros y revistastécnicas, fuera de uso, reposaba en la biblioteca delviejo edificio de dirección esperando su puesta en va-lor como documentos imprescindibles para compren-der la enorme importancia del desarrollo tecnológicodentro del mundo de la construcción naval.

El campo de la museología fue, no obstante, elmayor de los retos que planteó el proyecto, puestoque a la dificultad del desconocimiento sobre un áreatan especifica, uníamos la complejidad de los mate-riales a exponer y el lugar donde exponerlo; un edifi-cio indefinido y a rehabilitar de entre los diferentes ta-lleres y otras instalaciones que rodeaban el viejo di-que de carenas

Planteadas las áreas de trabajo, teníamos quepriorizar las actividades a desarrollar... y comenzar aejecutar, porque un inconveniente más que progresi-vamente se convirtió en ventaja, es que la empresaprivada o de gestión privada, exige resultados a cor-

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to plazo y en nuestro caso la credibilidad del proyec-to se basaba precisamente en eso.

Un viejo vestuario habilitado como almacén servi-ría de infraestructura básica para comenzar a desarro-llar el proyecto, allí se distribuyeroninicialmente, no sólo los diferentes de-pósitos de materiales (archivo, mate-riales especiales -placas fotográficas,películas- libros y revistas, herramien-tas y máquinas de todas las caracterís-ticas) sino la zona de oficinas y el ta-ller destinado a la reparación y limpie-za de las piezas. Se trataba de un es-pacio diáfano, dominado por unamesa de trabajo de grandes propor-ciones, donde se fueron ordenando,clasificando y restaurando los mate-riales que conformarían más tarde losfondos del museo.

Sin embargo aquel antiguo ves-tuario reconvertido en almacén demateriales, taller de restauración yoficina técnica, y que carecía de casitodo lo que un proyecto de las carac-terísticas del nuestro necesitaba, seconvirtió desde el primer momentoque lo ocupamos en algo más que unmero centro de trabajo, y es que ni laprecariedad de las instalaciones, ni lafalta de privacidad, ni la presión porver resultados (traducida en diarias vi-sitas al peculiar recinto), resquebraja-ron en ningún momento la voluntadde cuantos estabamos allí, de hacerde aquel sitio un lugar de referenciapara un proyecto único.

La intensidad y variedad del trabajo unido a la ne-cesidad de "visualizar" los objetivos marcados por laempresa hacían casi imperceptible el paso del tiempo.

Los fondos del ar-chivo histórico antes de

su recuperación, abril 1990.

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Hoy, parece imposible aquel derroche de energías,pero las ganas de llevar a buen puerto aquella aven-tura incierta, propiciaron que en menos de 18 mesesse ordenasen y clasificasen algo más de 1.500 pie-zas industriales, cerca de doscientos metros linealesde documentación, una biblioteca de 3.000 volúme-nes, algo más de 3.000 placas de cristal de diferente

formato y un fondo de 300 películas de cine dediferente formato y metraje. En el mismo tiem-po se preparó y ejecutó la exposición de carác-ter temporal e itinerante Memoria histórica deAstilleros Españoles, y se comenzó a trabajar elproyecto básico del futuro Museo El Dique. Enaquellos meses de vértigo hubo tiempo ademáspara conocer lo que se hacía dentro y fuera denuestro país, combinándose el ritmo frenéticoimpuesto en la ordenación de los fondos con vi-sitas técnicas a museos y centros industriales decaracterísticas semejantes al nuestro. No falta-ron las asistencias a congresos y jornadas téc-nicas y contactos con todo tipo de entidadescientíficas y culturales que tuvieran algo que vercon el patrimonio marítimo e industrial.

Con todo lo expuesto no paró ahí nuestroaprendizaje, en una empresa como Astilleros lainnovación tecnológica es constante, y su pues-ta en práctica conlleva, no sólo, una renova-ción de los conocimientos y las técnicas de apli-cación, sino una constante mejora en los siste-mas de gestión, y en esas nos vimos metidoscuando, a principios de los noventa AstillerosEspañoles firmó un acuerdo de colaboración

con la empresa japonesa Mitsubishi para proceder ala implantación en el astillero de Puerto Real de lastécnicas del Total Quality Control (TQC), para la me-jora de la gestión en la factoría a todos los niveles.Evidentemente, nosotros y nuestro proyecto formába-mos parte del astillero y por tanto nos vimos incorpo-rados al proceso. Fue realmente gratificante participarde aquello, no sólo por lo aprendido, sino porque, ala larga, todo el proyecto del museo se planificaría si-

Los fondos del archivohistórico antes de su re-cuperación, abril 1990.

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guiendo un modelo de gestión que garantizaba deantemano los resultados.

En mayo de 1991, apenas un año después de ha-ber comenzado el proyecto, la dirección del astillero,a propuesta del director del equipo de trabajo enPuerto Real, aprobó una visita al complejo de Cha-than en Inglaterra, un viaje clave para concebir lo quehoy es el Museo El Dique.

La visita al Chatham Dockyardnos permitió descubrir qué se es-taba haciendo, o mejor dicho quése había hecho con espaciosidénticos al nuestro en un país detan larga tradición en la industrianaval. Las ideas aplicadas a susespléndidas instalaciones fuera deuso, el aprovechamiento turísticode todos y cada uno de los talle-res de aquel complejo industrial,sus modelos de gestión, el cuida-do en la conservación del patri-monio acumulado por el astillero,las fórmulas de participación y vo-luntariado, los modelos expositi-vos aplicados..., todo fue obser-vado con sorpresa y anotado conrigor. No se nos podía escaparnada, puesto que a la vuelta in-tentaríamos aplicar sobre el terreno lo "descubierto"en el Reino Unido.

El viaje a Inglaterra lo completamos con un apre-tado programa de visitas a diferentes museos que nospermitieron intuir las tremendas posibilidades que seabrían a nuestro "escondido" y extraño proyecto.

La visita a Inglaterra supuso el fin de una etapa detremenda actividad y el comienzo de otra más pausa-da donde la prioridad se iba a centrar en el desarro-llo de un proyecto museológico que ordenase los con-

Almacenes delMuseo El Dique. De-pósito de herramien-

tas, junio 1991.

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tenidos del futuro Museo El Dique. No obstante, yaunque el objetivo en esta nueva fase era claro, nose abandonaron ninguna de las líneas de trabajo ini-ciadas en el año anterior y prueba de ello es que du-rante los dos años siguientes a la visita a Londres (ju-nio 1991-julio 1993) se acometieron trabajos de cla-sificación de materiales en todas las áreas que englo-baba el proyecto. En este periodo se ordenaron otros250 metros lineales de archivos y se clasificaron casi3.500 placas de cristal (2.250 del fondo de PuertoReal y 1.200 del fondo de Astilleros de Cádiz). Igual-mente se aumentó el fondo de piezas en un 25%, lle-gándose a contabilizar poco menos de 2.000 ele-mentos. La biblioteca se completó con la organiza-ción y clasificación de un fondo hemerográfico mag-nífico, compuesto por algo más de 300 títulos de re-vistas, algunas de las cuales estaban suscritas por elastillero desde finales del siglo XIX. Como en el cicloanterior, durante estos dos años se preparó una ex-posición temporal Astilleros del Ayer al Hoy que trasser inaugurada en Madrid en enero de 1992, itinerópor distintos puntos del país durante todo ese año yel siguiente.

La llegada a la presidencia de la Compañía deCarlos Martínez de Albornoz, en 1993, supuso unnuevo giro en el desarrollo del proyecto. Poco a pocola ralentización de actividades, que se había iniciadodurante la última etapa de Juan Sáez como presiden-te de Astilleros, tuvo su confirmación a mediados deeste año y aunque no se puede decir que el proyectose parase, sí que disminuyó de forma radical el ritmode actividad que primó en años anteriores. Aun así, ya pesar de que en los años de presidencia de Albor-noz la estructura del equipo de trabajo del museoquedó limitada al mínimo, sin capacidad presupues-taria y englobada dentro del área de Servicios Gene-rales del astillero, la empresa mantuvo su compromi-so de mecenazgo, ejecutando los últimos flecos de laaventura iniciada un lustro antes. En estos años se en-tregó el edificio remodelado del museo, se ejecutó laurbanización del castillo de Matagorda, y se acome-

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tieron las obras de reforma del antiguo botiquín comosede del archivo histórico. También, y como en los ci-clos anteriores, aunque a un ritmo más pausado, secontinuó con los trabajos de clasificación y cataloga-ción de materiales, y se preparó una exposición tem-poral con el fondo de planos del astillero como pro-tagonista.

El ciclo de presidencia de Albornozterminó con una nueva crisis en los asti-lleros públicos y, como consecuencia, unbrusco parón en las expectativas de des-arrollo de lo que, a esas alturas de ejecu-ción del proyecto, podríamos denominarcomplejo El Dique. Y es que en esas fe-chas el proyecto casi estaba completado.Las obras habían concluido, las diversasseries documentales que componían suarchivo estaban ordenadas, la bibliotecainstalada y catalogada, los fondos delmuseo registrados, a la espera de com-pletar su inventario y las diferentes salasdel museo rematadas de mobiliario e ins-talaciones. Ciertamente a fines del año1995 podíamos decir que se había cerra-do el ciclo abierto a principios de 1990,ya sólo quedaba "abrir" el museo al públi-co e iniciar una nueva etapa donde laspreocupaciones tuviesen su raíz en lagestión y buen mantenimiento de las ins-talaciones, la variedad en los serviciosprestados por el museo hacia un públicode visita y la promoción de la mejor ima-gen del astillero a través de esta actividadcultural.

Sin embargo no fue así, lo que indica-ba la lógica de los acontecimientos fuenegado por los hechos, y el proyecto iniciado hacíacinco años con tanta fuerza fue perdiendo gas y ca-yendo en la postergación y el ostracismo como prime-ra víctima de la propia inercia de la empresa.

Planta baja del almacén del

Museo, junio 1991.

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La denominada "tercera reconversión" se llevó pordelante cualquier posibilidad de inaugurar el elabora-do proyecto de recuperación de la zona histórica deMatagorda. Bajo el argumento de no desviar la másmínima atención de todo aquello que no estuviesevinculado a la resolución de los graves problemas porlos que atravesaba el sector, el Museo y todo su en-torno, quedó inmediatamente anulado. De nada sir-vieron los sucesivos informes enviados a la presiden-cia en Madrid, o los planteamientos alternativos parasu funcionamiento fuera del seno de la compañía. Elextraordinario proyecto de un museo industrial dentrode una entidad emblemática se agotaba sin siquierahaberse estrenado.

No obstante, a pesar de la indefinición de la em-presa y de la sangría de apoyos provocada por lacrisis (durante el proceso de reconversión salieronprejubilados los principales responsables de la ges-tión del proyecto, tanto en la sede central de Astille-ros como en la propia factoría), la compañía deci-dió no liquidar el asunto, algo que interpretamos ensu momento, como una auténtica victoria, ya queconsolidaba todo lo realizado durante los cincoaños anteriores. Y aunque fueron tiempos duros ysin expectativas de mejora, el solo hecho de no des-aparecer, convertía en éxito cualquiera de las inicia-tivas que desarrollamos en aquella época, de estemodo y junto a las frustrantes suspensiones de inau-guración -hasta en cinco ocasiones diferentes seelaboró un protocolo previo para los actos de aper-tura- el ciclo 1995-1997 nos permitió ir cerrandode manera progresiva todos los flecos pendientesen la ordenación, clasificación e inventario de losmateriales acumulados. En esta etapa, además,desarrollamos el proyecto de restauración de las cu-biertas de la Capilla de Matagorda y se instalaronen los jardines del andén sur del dique los remolca-dores Gades y Cayetano del Toro, antiguos prácti-cos del Puerto de Cádiz salvados del desguace inextremis y pendientes aún de una más que necesa-ria restauración.

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La relativa tranquilidad que reinó en el astilleroen estos años de "resaca" de la nueva reconversiónnos permitió, además, catalogar y clasificar de for-ma definitiva la antigua biblioteca técnica de la fac-toría, sistematizar y renumerar las cuatro mil cajasde documentos que formaban el archivo histórico einiciar el largo y complejo proceso para la declara-ción como bien de interés cultural de la vieja facto-ría de Matagorda.

En la primavera de 1998 y casi sin avisar, la sedecentral de Astilleros en Madriddecidió que era el momentoadecuado para inaugurar ofi-cialmente el Museo. Dicho y he-cho, en menos de 20 días se pu-sieron a punto todas las instala-ciones y se elaboró el protocoloa seguir el día de la apertura. Eljueves 16 de abril, en un día grisy desapacible el museo fue inau-gurado por el Sr. Secretario deEstado de Industria, el presidentede Astilleros Españoles y el Alcal-de de Puerto Real. El lunes de lasemana siguiente nadie sabía, onadie quería saber, qué tenía-mos que hacer.

Los veinte días que siguieron a la fecha de inaugu-ración sirvieron para negociar con la Dirección delAstillero la fórmula a seguir con las visitas al Museo.Se estableció que, en un primer momento, éstas se re-alizarían un día por semana, que serían previa cita, yque en ningún momento se perdería el control de losvisitantes durante las dos horas que permanecieran enel recinto del astillero. Por si fuera poco se establecíaun límite de personas por visita, lo que condenaba alrecién nacido museo a unas escasísimas posibilidadesde desarrollo futuro.

Aún así y a pesar de todo, en medio de una crisis

Organización delarchivo fotográfico,

primera fase, junio 1991.

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permanente del sector naval, se había conseguido darsolidez a un proyecto nacido con una clara vocaciónde provisionalidad. Podíamos tener más o menos visi-tantes al año pero habíamos metido al Museo El Di-que entre las instituciones culturales de la Bahía, elresto era cuestión de tiempo y paciencia.

Un nuevo cambio en la Presidencia de la empresaprovoca nuevas incertidumbres en el futuro del museorecién estrenado. La falta de soluciones a la crisis es-tructural por la que continuaba navegando el sector yla presión a la que se veía sometida la empresa públi-ca por parte de las directivas europeas, impedíancualquier atención al museo desde la compañía, aun-que, todo hay que decirlo, tampoco se vió demasiadointerés, por parte de las diferentes administraciones ensu apoyo a la nueva infraestructura cultural.

Ante esta situación de indefinición y falta de inte-rés tanto de la empresa que nos mantenía, como delas administraciones públicas, comenzamos a diseñaruna nueva apuesta que plantearle a la compañía,desde el convencimiento, que era una falsa imagende malgasto (¿qué hacía una empresa pública en cri-sis y dedicada a la construcción naval invirtiendo ymanteniendo una infraestructura cultural que sólo ge-neraba gastos? ) la que lastraba cualquier intento deapoyo hacia el museo.

La nueva alternativa planteada a las más altas ins-tancias del grupo Astilleros Españoles era tan simplecomo madurada durante el último año: aprovechan-do la enésima reestructuración de la empresa que,desgajaba el Astillero de Puerto Real de la CompañíaAESA convirtiéndola en empresa independiente filialcon el nombre Astilleros de Puerto Real S.R.L., acele-rar los trámites de constitución de una Fundación Cul-tural dependiente básicamente del Astillero, aunqueincorporando como patronos a diferentes institucionespúblicas y entidades culturales, sociales y económicasde la Bahía de Cádiz.

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Con la propuesta se pretendían dos objetivos bá-sicos, por un lado desvincular definitivamente el Mu-seo de la Sede Central de la Compañía en Madrid, loque permitiría una mayor autonomía, y por otro incor-porar el Museo al tejido socioeconómico de la Bahía,lo que descargaría al Astillero de la responsabilidadúnica de su mantenimiento.

Nuevamente la indiferencia de la ma-yoría de las instituciones implicadas y laparsimonia y falta de interés con que es-tas propuestas eran tramitadas en la pro-pia casa provocaron el fracaso, puestoque al año escaso de haberse elevado lapropuesta de constitución de la Funda-ción, la empresa Astillero de Puerto RealS.R.L. había dejado de existir y el Astille-ro de Puerto Real, entraba a formar par-te de la Empresa Nacional Bazán en unanueva voltereta administrativa enmarca-da en la incansable búsqueda de la tran-quilidad para el sector.

En la desesperación que nos provo-caba cada intento fallido, y ante la apa-rente apatía de la institución que nosmantenía, recuerdo una escueta y agriarespuesta dada al nuevo presidenteMarcelino Alonso en su primera visita alAstillero y al Museo, y que puede resu-mir las tremendas ganas que teníamosde activar aquella espléndida instala-ción cultural. Cuando finalizada la visi-ta, se le estaban comentando los pro-blemas de operatividad del centro, pre-guntó con tono extrañado: “¿Pero... si ya tenéis elmuseo que más queréis... ?” “Un C.I.F. señor presi-dente, sólo queremos un C.I.F. ...”, desgraciada-mente no nos lo concedieron.

A pesar de estos aparentes fracasos, desde elMuseo ya nos habíamos acostumbrado a esa situa-

Archivo Histórico,deposito de planos,

julio 1997.

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ción de permanente "no a todo", por lo que conse-guir quebrar, de vez en cuando, esa actitud suponíatodo un éxito, y es en ese contexto donde hay queenmarcar los diferentes logros alcanzados en estosaños. La celebración en la Escuela de Relaciones La-borales de la Universidad de un Foro de Debate so-bre las Formas de Trabajo en mayo de 1999, el tras-lado y exposición en la ciudad de Hamburgo de lamuestra Astilleros del Ayer al Hoy, la publicación dela obra de Jesús Romero González Matagorda 1870-1940 y las complicadísimas gestiones para recupe-

ración del remolcador Matagorda fue-ron, junto a la continuidad de los tra-bajos internos de inventario y catálogoy la normalización de las visitas al Mu-seo, los hechos más destacables de es-te ciclo.

Meses antes que Astilleros Españolesdejase de existir, la Junta de Andalucíacomunicaba por escrito a la empresa,que la zona histórica de Matagorda pa-saba a estar protegida por ley median-te su inclusión en el Catálogo Generaldel Patrimonio Histórico. Se trataba, sinlugar a dudas y por muchas razones, dela mejor noticia que llegaba al museoen muchos años. Sin embargo la in-oportunidad del momento y el descono-cimiento, no sólo de los contenidos deldecreto, sino de la propia existencia del

Museo y la zona histórica en las altas esferas de lacompañía, propició una reacción contraria, que apunto estuvo de provocar la finalización de nuestroextraño y angustioso proyecto. Afortunadamente paratodos, el vertiginoso ritmo que tomaron las negocia-ciones de fusión con Bazan, llevaron a un segundotérmino los recelos provocados por el anuncio de laadministración autónoma, quedando en suspenso lasmedidas a tomar para corregir las posibles inconve-niencias que conllevaba la nueva situación.

Inauguración del Museo El Dique, abril 1998.

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El 14 de septiembre de 2000 las instalaciones dePuerto Real dejaban de pertenecer a la Compañía As-tilleros Españoles para pasar a formar parte de la Em-presa Nacional Bazán. El proceso de fusión por ab-sorción, iniciado meses atrás, culminaría con el cam-bio de nombre de las dos empresas unificadas, na-ciendo el 22 de enero de 2001 la Compañía IZAR deConstrucción y Reparaciones Navales.

La nueva situación generó de inmediato nuevasexpectativas, alimentadas por el tradicional carácterconservacionista de las instituciones militares, quenos hizo presagiar unaumento del interés porel Museo de los nuevospropietarios. Sin embar-go, la realidad se hizopatente antes de lo quepensamos y la lógicapreocupación por darlesalida a los problemasgenerados por el gigan-te recién nacido, mini-mizaron, aun más, el es-caso papel que jugába-mos en aquel enormeentramado. Hasta talpunto disminuyó la im-portancia del Museo pa-ra la nueva empresa quela primera medida quese tomó, fue la reduc-ción a la mitad de losestudiantes becarios querealizaban sus prácticas en el mismo, con lo que la"plantilla" de la institución pasó a estar formada porun técnico facultativo y un estudiante en prácticas. Apesar de todo y asumido, desde hacía tiempo, nues-tra exigua función, continuamos trabajando con elúnico objetivo de anclar en la nueva sociedad y deuna forma cada vez más sólida, el que empezaba aser viejo Museo El Dique.

Zona Histórica y Museo El Dique,

vista parcial.

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En los tres últimos años de este largo y peculiar re-corrido, el Museo, con el visto bueno de la nueva com-pañía, no solo ha mantenido su ritmo de trabajo inter-no, basado en el avance y revisión de los diferentes ca-tálogos e inventarios, y en el mantenimiento de unacadencia en las vistas semanales (hasta el 31 de juliodel año en curso y desde su apertura al público, se vie-ne constatando un nivel sostenido de entre 2.500 y3.000 visitantes por año) sino que ha ejecutado conéxito varios proyectos de indudable interés para todosu entorno. De este modo, el Museo ha participado entodas las exposiciones, que sobre la cultura marítimase han producido en el marco de la Bahía (Cádiz, laprovincia en el siglo XX, Cádiz y el mar, 75 aniversariodel Juan Sebastián Elcano, Todo Cádiz, 125 años delucha y trabajo y 125 años del astillero de Puerto Real),igualmente ha elaborado la muestra Del vapor correoal Ferry, 110 años de buque de pasaje, ha publicadolas obras Inventario de fondos del archivo del Museo ElDique y La imagen del acero, 125 años del astillero dePuerto Real, ha desarrollado con éxito el proceso dedigitalización de las más de 5.000 imágenes que com-ponen su fondo de placas de cristal y ha sido partíci-pe, junto a otras instituciones públicas, del rescate ypreservación de uno de los pocos buques remachadosque quedan en nuestro país: el Matagorda.

No obstante, no se trataba aquí de hacer una ala-banza a lo que, desde el más estricto sentido profesio-nal hemos hecho, sino de llamar la atención de lo quetodavía queda por hacer, y que resumiendo podemosconcretar en la necesidad de dotar al Museo de unmodelo de gestión adecuado a su función de difusorcultural. Este marco de actuación entendemos que de-be ser independiente del Astillero y ha de permitir lasuficiente autonomía como para poner en práctica unproyecto real de desarrollo sostenible, basado en laexplotación de todo tipo de actividades relacionadas,no sólo con la acción pedagógica y formativa, que lees propia, sino con la explotación de todos los recur-sos terciarios compatibles con el carácter cultural de lainstitución.

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Es el momento de ir terminando, y ya que la pro-pia institución universitaria me lo permite, haré desdeestas páginas un llamamiento al sentido común decuantos ciudadanos de la Bahía puedan sentirse alu-didos: el proyecto del Museo El Dique, es algo másque lo que pudiésemos entender por un proyecto. Setrata de una realidad tangible, al alcance de la manode cualquier persona que quiera aproximarse a visi-tarlo. Se trata de unas instalaciones reales que formanparte de la historia más próxima de nuestro entorno.No es un museo local ocomarcal, tampoco setrata de una instalaciónmuseográfica de carác-ter temático. No preten-de instalarse entre lasinstituciones culturalesde mayor número de vi-sitas, ni competir en ac-tividades con otros orga-nismos..., sólo pretendeperpetuar, en la memo-ria colectiva de los ciu-dadanos de la Bahía, unpasado común a casi to-das nuestras ciudades,un pasado que tintó delmismo color a todos losestratos sociales y sostu-vo la economía de nues-tra comarca durante ca-si dos siglos.

Esa institución, que ya existe y que hace lo que sulimitado margen de maniobra le permite, necesita delapoyo decidido de todo su entorno social e institucio-nal para consolidarse como un centro cultural quenos permita transmitir -en estos tiempos que corren,donde casi todo se supedita a la temporada turísticay al sector hostelero- que hubo una época, donde loscarpinteros y herreros de ribera, remachadores, cala-fates, ingenieros, soldadores, delineantes y tuberos,

El dique de Matagordadespués de su

restauración.

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protagonizaron los momentos más brillantes de nues-tro pasado. El reto de encontrar un modelo de gestiónque nos permita hacer todo eso es, de momento,nuestra asignatura pendiente.

No quiero acabar este artículo, sin hacer una mí-nima reflexión sobre la forma en que está escrito, yes que cuando me lo encargaron me pidieron que loescribiese en primera persona, ya que se trataba detransmitir una visión personal de un proyecto que,junto a otros, he vivido intensamente. Lo he intenta-do, pero la mayoría de las veces, unas sin querer yotras queriendo, he usado el plural, y es que en unproyecto de estas características, aparte de la volun-tad y las ganas que uno ponga, hace falta muchagente comprometida y, aunque no citaré a nadie enparticular, sí que todos, absolutamente todos, sesentirán directamente aludidos en el único reconoci-miento publico que por coherencia haré: vaya des-de aquí mi más profundo agradecimiento al Astille-ro de Puerto Real y todo lo que esa institución signi-fica, porque es en realidad el primer responsable deesta apasionante aventura.

J. M. M. M.

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