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LYDIA PADOVANI DE ORTIZ EDITORIAL YO SOY LAJAS Narraciones y Algo Más ♦♦♦♦♦ ♦♦♦♦ ♦♦♦ ♦♦

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Lydia Padovani de Ortiz 1

LYDIA PADOVANI DE ORTIZ

EDITORIAL YO SOY LAJAS

Narracionesy

Algo Más♦♦♦♦♦♦♦♦♦♦♦♦♦♦♦

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Narraciones y Algo Más

de Lydia Padovani de Ortiz

Esta publicación espropiedad intelectual deLydia Padovani de Ortiz

Todos los derechos reservados.Tiene permiso para citarpequeños segmentos,

siempre y cuandoofrezca el créditocorrespondiente.

© 2012

Primera publicación 1980

Segunda EdiciónDiciembre 2012

Primera edición digitalDiciembre 2012

Editorial Yo Soy LajasPO Box 594

Lajas, Puerto Rico 00667http://www.editorialyosoylajas.org

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Narraciones y Algo Más

Lydia Padovani de Ortiz

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Tabla de Contenido

Introducción ....................................................................... 7Metamorfosis ................................................................... 11A Jorge Iván ...................................................................... 15Ser o No Ser ...................................................................... 17Las fiestas patronales de mi pueblo ........................ 23Breve y personal reinterpretación

de la historia de Puerto Rico ................................. 25Réquiem para una plaza............................................... 31Vi al Espíritu Santo ........................................................ 35El camaleón ....................................................................... 43El pan nuestro de cada día .......................................... 49El regalo de boda ............................................................ 55Los dos amigos ................................................................ 59"Se hace camino al andar" ........................................... 65

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Introducción

La recopilación de estas "Narraciones y algo más",obedece a dos motivos principales: en primer lugar,la resolución navideña dae hacer una limpieza ge-neral en mi sala de estudio, lo cual me llevó a emu-lar al cura y al barbero de "El ingenioso hidalgo donQuijote de la Mancha", con la consabida quema delibros y papeles.

Lo que leerán a continuación se salvó del escru-tinio; no necesariamente por ser buenos, sino porser mis querendones. Por otra parte, era la mejoroportunidad para regalar a los amigos y familiaresalgo que me salvara de la locura de los "chopincenters" en Navidad y que a su vez les recordaraalgunos eventos o situaciones reales o parecidos aalgunos de sus compueblanos.

Por ejemplo, "Los dos amigos", "El camaleón" y"El pan nuestro de cada día", están inspirados enpersonajes reales de mi pueblo. El primero, alude aun compadre de mi padre, de "cuyo nombre no quie-ro acordarme", descendiente de familias muy cono-cidas en Lajas y quien, entre borrachera y borra-chera, hacía de las suyas, burlando leyes y concep-tos morales. En "El camaleón", el protagonista es elreverso de la medalla. Le adornan valores altamen-te positivos y su caballerosidad y humildad estánentregadas a su amor a la patria.

Fije y Moroño, motes por los cuales eran conoci-dos antes y después de su vida, pasión y muerte,son las figuras legendarias del folklore pueblerinoque rivalizan en "El pan nuestro de cada día".

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Desde otro punto de vista, pero como parte denuestro folklore, surge el tema de los OVNI. Duran-te los años de la efervescencia de los llamados pla-tillos voladores, ocurre el cierre de la LagunaCartagena, el natimuerto proyecto de un aeropuertocon su hotel y una avenida que lleva el pomposonombre de "Avenida de los Extraterrestres". Para laelaboración de "Ser o no ser", recordé la invitaciónde mi hijo menor para irrumpir en el área de SierraBermeja, vedada aún su entrada por la milicia de losEstados Unidos, y ver de cerca el famoso Aerostatoque según las Reales Fuentes del Gobierno de Puer-to Rico, ayudaría a interceptar los cargamentos dedroga. Hasta el presente, no he tenido conocimientode la incautación de un triste cigarrillo de marihua-na. El caso es que aquella aventura propia para Jasóny sus Argonautas, me dio pie para la narración, sóloque con un enfoque distinto: en lugar del manosea-do tema de los feroces extraterrestres que quierenapoderarse del perfecto Planeta Tierra, he tratadode exponer el lado positivo de todos los seres crea-dos, el reconocimiento de nuestras fallas y la opor-tunidad de superarlas.

"El regalo de bodas" es una ficción, pero no esimprobable. En el peor de los casos, plantea el amorpaternal, sólo que de una forma poco convencional.En cuanto a poesía se refiere, no acostumbro a plas-marla en blanco y negro. Gusto de leerla, la disfru-to, es un gozo para mi espíritu y a veces me invita ala reflexión. No obstante, incluyo "Metamorfosis" enese algo más, porque en cierto modo, narra una vi-vencia. Ese paso de la niñez a la pubertad estraumático las más de las veces, pero retador y de-finitorio de nuestra personalidad.

Finalizo esta breve recopilación con dos narra-ciones que tienen una significación especial para mí.

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Una de ellas aún no tiene título. Es así porque alescribirla, tenía un final distinto; luego las palomasme obligaron a cambiarlo; fueron más poderosas queyo. El asunto de las palomas, por llamarlo de algunamanera, está muy ligado a mi niñez. Mi padre gus-taba de la cacería y aunque aún condeno la extin-ción de muchas especies de nuestra fauna, en aque-lla época no se trataba de un deporte; era parte denuestra dieta y se respetaba la cantidad de aves asacrificarse, así como la época para la procreaciónde las mismas. A pesar del elemento ficticio, en lanarración, tanto el tema como los detalles inheren-tes a los "protagonistas", provienen de mi padre. Paraél, mi eterno agradecimiento.

Y para cerrar este esquema introductorio, si damospor cierto el dicho de que la historia se cuenta segúnel punto de vista de los vencedores, yo escojo contarlacomo un maridaje entre el hecho histórico y el arte decontar y tal vez resulte más fácil de digerir.

"Se hace camino al andar" es una interpretaciónhistórico-poética que pretende destacar aquellosrasgos sobresalientes de tres culturas: dominantesy dominadoras las últimas dos, que han marcado,para bien o para mal, nuestro devenir histórico apartir de los comienzos del Siglo XVI. A diferenciade los demás relatos, en esta ocasión, no era yo laautora omnisciente; esta vez, la autora estuvo allí,convivió, compartió, sufrió y se regocijó al compro-bar que aún nos falta mucho por caminar, pero elvalor, la constancia, el fervor y el amor por la pa-tria, determinarán cuál es la senda correcta.

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MetamorfosisA Javier

Terciopelo en mis labios,para sentirlo.Luceros en sus ojos,aún dormidos.Arrullo de un ensueño,ya florecido.Realidad hecha presa,en mis sentidos.

Breve niñezpegada, a mi regazo.Pronto romperá amarras,su tierno lazo.Viejo canto de cuna,mezo a mi niño.Rumor de caracolas,en sus oídos.

Metamorfosis,larva.Capullo que revienta,creció mi niño.Juegos, risas, tesorospor descubrirse.Horizontes que se abren,al infinito.

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Pasó la época rosa;Mil verdades descorren,el sutil velo.Ya de la barba siente,el cosquilleo.Y la vida es promesa,envuelta en besos.

El amor ha llegado.Y con él, el dolor;fiel compañero,que nunca uno del otro,fueron ajenos.Desazón, rebeldía,mil juegos nuevos.Y en cada uno de ellos,vas descubriendo,que la sabiduría,tiene su precio.

Viejo canto de cuna;se fue mi niño.Y me ha llegado un hombre,recién nacido.

Horizontes abiertos,llanura inmensa.Un nuevo Campeador,en la pradera.Se lanza a la conquista,no de unas tierras;sino de la verdad,de la belleza,del amor, la razón;y la nobleza.

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Que tu nuevo nacer,una vez más;nos aboliera,de todo lo terreno,de la impureza.Que eternice tus sueñosy te haga estrella.

Nuevo canto de cuna;mezo a mi niño,a mi niño ya hombre¡Dios te bendiga!

(23 de marzo de 1984)

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A Jorge Iván

Lajas, Puerto Rico27 de enero de 1998

Queridísimo hijo:

Dios ha querido que estés con nosotros un añomás. A Él te encomiendo día a día y le agradezcoque me haya concedido la gracia de abrigarte enmi seno y de traerte a este mundo, que con to-dos sus defectos, es lo más hermoso que tene-mos. Por eso quise escribirte este cuento dondetú eres el protagonista. No es una joya literaria,pero reafirma que los hombres y mujeres y to-dos los seres creados, tienen un valor funda-mental y que cada uno tiene la facultad de in-crementar ese valor. Sé que tú lucharás porsuperar todos los obstáculos que se te presenteny que lo harás con la frente en alto, orgulloso detus ancestros y de la estirpe que de ti surja. Tupadre, tu hermano, tu compañera y yo, te ama-mos mucho. Ese amor te dará la fortaleza quenecesitas para conquistar el Universo entero.

Tu Ángel alado,

Mami

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Ser o No Ser(William Shakespeare en Hamlet)

La primera vez que Jorgiván asegura haber vistoaquella cosa brillante en el espacio, fue una nocheen que venía de La Parguera hacia Lajas, a eso de launa de la madrugada después de que la Ley Seca lesaguó la fiesta a él y a su grupo de amigos. Uno a unohabían ido desfilando y sin darse cuenta se vio solo,de patitas en la calle, dándole fin a la última Meda-lla. De mala gana, abordó su pequeño Toyota y tomóla única vía de acceso hasta su casa. El trayecto erabreve, poco transitado y sólo de vez en cuando, al-gún conductor rezagado iluminaba brevemente la víacontraria y casi al instante la oscuridad se adueña-ba nuevamente de la carretera. Al llegar al cruce deMaguayo, la luz intermitente del aerostato le recor-dó que estaba muy cerca de su casa, sin embargo,torció a la izquierda y las Medallas, más que la lógi-ca racional, le impulsaron a averiguar qué había másallá de aquel diablo volador. Sin embargo, antes decruzar las vallas con las cuales el Ejército de los Es-tados Unidos impedía el paso a su clandestina basemilitar, aquella luz que apareció de repente y sinsaber de dónde, le espantó el poco sueño que tenía,le pasmó la juma que tanto le costó ganar para des-pués dejarlo puyú, porque desapareció con la mis-ma rapidez con la que había llegado.

Jorgiván esperó por una nueva aparición del fu-gaz brillo, exploró unas suaves colinas de las cerca-nías, violó la seguridad de las vallas militares y pe-netró en la Laguna Cartagena, área incautada recien-temente por la Marina. Esperaba que algo insólito

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sucediera; no sabía qué ni cuándo pero esperaba.Sólo cuando la luz solar comenzó a asomarse por elOriente de la Isla, comprendió que ya nada sucede-ría y decidió irse a dormir.

Cabe señalar que el interés de Jorgiván por las ex-trañas apariciones reportadas en Puerto Rico, espe-cialmente en el área de Lajas, no era algo repentino omomentáneo. Le apasionaba el tema de losextraterrestres. Había leído abundante material sobreel tema, conocía casi todos los reportajes filmados alrespecto; la existencia del famoso Libro Azul de la Fuer-za Aérea estadounidense no era un secreto para él yhabía sostenido entrevistas con grupos de personas nosólo conocedores del asunto, sino que muchos de ellosaseguraban haber tenido algún tipo de contacto conseres o naves provenientes de otros puntos del Uni-verso. Aparte de estas experiencias vicarias, Jorgivánobservaba el cielo de día y de noche, a simple vista ycon unos potentes binoculares que había adquirido pormedio de un catálogo que aseguraba que con éste po-dían verse hasta los pensamientos de losextraterrestres. Muchas de sus excursiones tenían comopunto de partida, aquellos lugares señalados por lafrecuencia de avistamientos de OVNIS: el Yunque, laLaguna Cartagena o las montañas del interior. Otrasveces enfocaba su atención hacia la aparición de serescon características extrañas a los seres comunes y co-rrientes. Estos incluían desde las momias de Egiptohasta el controvertible Chupacabras. En otras palabras,no había ángulo del tema que estuviera libre de su ojoinquisidor. Pero en realidad, lo que obsesionaba aJorgiván era la posibilidad de un encuentro real, estiloE.T. con una nave o un ser oriundo de cualquier puntodel Universo excluyendo la Tierra. Se imaginaba a símismo "conversando" con uno de aquellos seres de luz,aprendiendo de su maravillosa inteligencia o visitan-

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do una de sus fabulosas naves, equipadas con los mássofisticados instrumentos. Conocería, al fin, el miste-rio de tantas cosas inexplicables: el origen de las ma-ravillosas figuras geométricas del Valle de Nazca, lamajestuosidad y complejidad de las pirámides egip-cias y su inexplicable similitud con sus homólogas deMéxico y Perú, la precisión matemática con que losmayas organizaron su calendario y otros tantos mis-terios aún no resueltos por el hombre.

Mientras esta eventual oportunidad se presenta-ba, Jorgiván continuaba su rutina en los abatares dela vida diaria. Fue precisamente dentro de esa ruti-na y cuando menos lo esperaba, que el momentosoñado le sorprendió en ropas menores.

Había llegado temprano de su trabajo y luego deun baño refrescante y una abundante cena de vian-das con bacalao, pensó que un buen cafecito sabríamejor si lo tomaba en el balcón de la casa, obser-vando cómo el sol dejaba paso a la luna, esta vezpor el occidente del terruño. Por encima de la tazade café observó la rapidez con que el astro se su-mergía en el horizonte, como si unas enormes fau-ces se lo tragaran sin apenas masticarlo. Terminóde saborear la adictiva infusión y se regodeó en esemaravilloso momento en que la luz y las sombras sefunden brevemente, igual al café con leche, paraimponerse al fin la total oscuridad. Ya iba acostum-brándose a ella, cuando aquella luz azulverdosa losacó de sus abstracciones metafóricas. Se quedó in-móvil, pero alerta. No podía desperdiciar aquellaoportunidad que nuevamente se le presentaba. Pensóque desaparecería con la misma rapidez que la vezanterior, pero se equivocó. Lo que generaba aquellaluz espectacular, permanecía inmóvil. Jorgiván sen-tía que era observado; las células de su piel recibíanla sensación de la compañía de unos seres que flo-

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taban en el espacio, casi fantasmales, aunque, cu-riosamente no le inspiraron temor. Sintió que supropio cuerpo se aligeraba y se dejó ir. Se encontrópenetrando por un túnel cuyas paredes exhibían todala historia de la Creación. Había allí la más perfectaexposición de todas las criaturas habidas y por ha-ber; sus inventos, sus logros y fracasos, su pasado ysu presente, la vida y la muerte, la verdad y la men-tira, la belleza en su máxima exposición y el rostromás repugnante de la fealdad. A medida que avan-zaba creía reconocer algunas de aquellas imágenes.Se regocijó cuando identificó al Planeta Tierra y bus-có afanosamente un punto minúsculo cuya formaestaba grabada en sus poros. Perdida en el Caribe,la isla de Puerto Rico se agrandó ante sus ojos. Nopudo contenerse y acarició aquel punto en la pareddel túnel. Al instante, como si apretara el botón deuna gigantesca computadora, la Isla se desnudó antesus ojos en toda su magnitud. Embelesado por aquelespectáculo, no había percibido la presencia alada;su "voz" le sacó de su abstracción:

— Veo que has identificado el lugar de donde pro-vienes. Desde aquí podrás ver la parte oscura detu Isla a la que has idealizado. Si lo que ves, no tegusta, te invito a permanecer con nosotros. Aquíencontrarás una larga existencia donde sólo rei-na la quietud y la serenidad. Tu decisión será res-petada y ejecutada al instante.

Tan pronto terminó de hablar, una sucesión de imá-genes desfiló ante Jorgiván. Observó las luchas entrecaribes y taínos. Vio cómo los primeros mataban y de-voraban a los segundos y luego robaban a sus muje-res. Posteriormente unos blancos barbudos llegaban ala Isla, se apoderaban de ella y de su gente como quien

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compra un pedazo de tierra como ganado vacuno. Lesaporrearon a gusto y gana, violaron a sus mujeres ycon la excusa de la religión, los sometieron en enco-miendas. Cuando los exterminaron, trajeron a unosnegros a sustituirlos. A éstos les fue peor; les privaronde su libertad, de sus creencias y de su dignidad comoseres humanos. Aún les consideran seres inferiores.Con el correr del tiempo, las diferencias de raza, cre-dos y patrones culturales, se creó un pueblo dividido,cobarde y siempre supeditado a otra nación a la queconsideran superior. Observó Jorgiván, cómo una can-tidad de vagos y mantenidos daban vivas a unos indi-viduos rubios, ojiazules que a su vez le daban de pa-tadas por el culo. Los robos, las violaciones, la brutali-dad y la corrupción gubernamental eran la orden deldía. Visto desde arriba, en vivo y a todo color, el cua-dro no podía ser más desolador. Antes de que ellagrimón que empañaba sus ojos le cegara por com-pleto, Jorgiván colocó su mano sobre aquel punto delCaribe; quería borrar aquella imagen que le humillabay empequeñecía como ser humano y como puertorri-queño auténtico. Pero inexplicablemente, en lugar deapagarse, la gigantesca pantalla volteó la faz de la Tie-rra y mostró a un sorprendido Jorgiván, la otra cara desu querida Isla. Observó entonces a unos jíbaros su-dorosos y cansados pero orgullosos de la labor reali-zada; se conmovió ante su generosa hospitalidad y sualegría de compartir; admiró una jaibería y una inteli-gencia natural estimulada por una fuerte voluntad delucha y superación; le emocionó el amor a la familia yla abnegación y belleza de sus mujeres; le llegó al hon-dón del alma su música, sus costumbres, su lucha porla libertad individual y colectiva y el respeto por la dig-nidad humana. Se recreó ante la majestuosa explosiónde una naturaleza tierna y agresiva a la vez, exhibien-do todos los tonos de verde, preñada de flores y pája-

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ros, con un sol de hierro encendiendo voluntades y conun mar arrullador despertando sueños.

La imagen alada se acercó a Jorgiván en busca deuna respuesta. Esta no se hizo esperar:

—Soy una síntesis de esos dos mundos. Nací deun crisol de razas y me formé en los valores másauténticos de mis antepasados. A pesar de ello,he caído en varias ocasiones, pero la fe en un Diosque no he visto, pero que está presente en todo loque me es conocido, me ha ayudado a levantar-me de nuevo. Amo todo lo bueno que hay en elser humano y lucho día a día para rechazaraquello que nos deshumaniza. Hoy he recibidouna gran lección: Muchas veces nos ciegan lasluces y el oropel y vamos, cual la mariposa, aquemar en ella nuestras alas.

La voz alada llegó a sus oídos con tono doctrinal:

—Has hablado sabiamente. La sabiduría es elmayor tesoro que puede poseer todo ser creado.Vuelve a la Tierra y haz tu trabajo.

La segunda taza de café la tomó aquella nocheJorgiván, acompañado de Zoralis. Ella nunca supopor qué cuando su marido vio cruzar por el cieloaquella estela de luz, saludó y murmuró: ¡Gracias,Hermano!

(enero de 1998)

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Las Fiestas Patronales De Mi Pueblo

Una vez más se celebran en mi pueblo las tradi-cionales fiestas patronales. Una vez más, y por nuevedías con sus noches, el pequeño pueblo de Lajas sa-cude su modorra para disfrutar del bullicio y la al-gazara que provocan el ruido de los cohetes, la mú-sica y los diversos artefactos de entretenimiento.

Hay revuelo, repique de campanas, trajes nuevosy esperanza en los corazones de las muchachas queesperan respuesta a sus plegarias a San Antonio. Secierran las calles. El olor a bacalaitos fritos nosanuncia desde lejos que los quioscos a beneficio deuna u otra entidad ya están en pie. Muchos jóvenesy algunos adolescentes eternos, después de variosempujones y apretones, logran llegar hasta la "es-trella" o las "sillas voladoras" para disfrutar de unpar de vueltecitas a cambio de una peseta.

Como lajeña ausente y siempre presente, a quienla metropolitana capital no ha logrado asimilar, qui-siera tomarme este año la atribución muy personalde hacer una dedicatoria muy especial a unas figu-ras de honda raigambre en nuestro pueblo. No hanrealizado grandes proezas; no brillan social ni polí-ticamente. Ni siquiera sé sus nombres y apellidoscompletos; sólo los motes por los cuales el pueblolos ha conocido siempre.

Pero no creo que sea necesario. ¿Habrá un sololajeño que sea incapaz de recordar el estilo indis-cutible de Pelayo al mondar una china? ¡No hay entodo Lajas quien lo haga como él! No puede tampo-co preciarse de lajeño auténtico aquel, que no hayasaboreado tus piraguas frente al extinto Teatro Rairi.

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Humildad y sonrisa franca vi siempre en la figu-ra de Toña. Tu ascendencia africana te hizo dura yágil, así como glamorosa con tus grandes pantallasy collares, tu pañuelo en la cabeza y tu falda de co-lores. ¿Cuántos pisos has limpiado en las casas detus compueblanos más afortunados? ¿Cuántas pren-das ajenas has lavado en la pequeña quebrada quepasaba por detrás de tu casita? No sé, Toña, si vivesaún o si has ido a unirte en los cielos a tus compa-ñeros de lucha.

Allí estará de seguro Rate la Cotona, aquella queno faltó un solo velorio y entierro de todos los quele procedieron en el Viaje: ricos y pobres, sinbanderías políticas, sociales ni religiosas. ¿Cuántosde los lajeños a los que tantos mandados hiciste y alos que acompañaste a su última morada, fueron atu velorio, a tu entierro?

Recordemos a Perules, maestro de su "acordeónde lata" y campeón invicto en las competencias decomer pasteles; a Pascual el Bobo, que en su ino-cencia de retardado era el entretenimiento de lamuchachería que por travesura lo mantenía largorato aguantando los postes de la luz par que no secayeran…

¡Gente y esencia de mi pueblo! No puedo pensaren mi niñez sin que ustedes formen parte de ella. Austedes, presentes y ausentes, mi humilde homena-je… porque son ustedes honda raíz de nuestras cos-tumbres y tradiciones, folklore anónimo que per-petúa nuestra existencia de pueblo, tipos popularesque no escriben la historia pero que la hacen.

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Breve y personal reinterpretaciónde la historia de Puerto Rico

Nuestro pueblo es el número uno en aquello deestar a la moda. No hay quien nos ponga un pie"alante" a la hora de bailar al son que esté al topedel "hit parade"; nos vestimos como monos si eldiseñador o la marca del momento así lo determi-nan; comemos, vestimos y respiramos a gusto y pla-cer de los medios publicitarios y hasta hacemos elamor según las pautas dictadas por el últimosexólogo que está "pegao", aconsejando las mismasmalas mañas que ya Adán y Eva habían descartadocomo "pasás".

Como puertorriqueña, no puedo escapar a la ten-tación de unirme a lo último de la Avenida, a lo queestá "in" y fachendoso en este momento. ¡Se hanpuesto de moda los historiadores"! ¡Alabado Sea!¡Salamaya! Con este nuevo embeleco me he puesto arepasar mis años de estudiante y surgieron a mimemoria figuras como, Gonzalo Fernández deOviedo, Pedro Mártir de Anglería, Salvador Brau,Eugenio Fernández Méndez, Lidio Cruz Monclova,Arturo Morales Carrión, Luis M. Díaz Soler, Luis Nie-ves Falcón y muchos otros distinguidos historiado-res nuestros. Pero no crea que voy a desempolvarahora aquellos legajos. Esos son otros veinte pesos.

Me refiero a la nueva hornada de historiadores"ad honorem" y "ad encargum" tales como doña Nor-ma Burgos, doña Cucusa Hernández y al Decano detodos ellos: don Carlos Romero. Como al fin y alcabo, ellos y yo somos del "boom" de los 90, en cuan-to a este tema se refiere y como decía el insigne Ji-

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barito aguadillano: "Cada cual con su derecho y yocon el mío también", me arriesgo a someter a la con-sideración de mis paisanos, mi interpretación de lahistoria patria, ya que tal vez les pueda ser útil amis colegas del "boom".

Comienzo por aclarar que la colonización y con-quista de esta bendita isla no hubiera tenido el éxi-to alcanzado a no ser porque Guanina, india taínacon todas las de la ley, no se hubiera enamoradoperdidamente del Capitán Sotomayor, prototipo delhombre guapo, bien plantao, blanco, abusador y conese acento en lengua extranjera que vuelve locas amuchas mujeres nacionales, digo, nativas, jipatas,con un colorcito medio "mesturao" y con muchosdeseos de progresar. Esa amistad contribuyó gran-demente a la consolidación de la conquista aunquea la pobre jipata le costó la vida.

También he podido corroborar que JuanGonzález, mejor conocido por el apelativo de "el len-guas", en su calidad de traductor, salvó su pellejoen la guasábara de 1511 porque en el momento enque los taínos lo tenían acorralado, puso su manosobre el corazón, cantó el "Star Spangled Banner" yjuró la ciudadanía taína. ¡Bobo que era el tipo! Esajaibería le faltó a Juan Ponce de León al descubrir laFuente de la Juventud. No quiso aceptar un contratocon las embotelladoras del país que hoy hacen suagosto a costa de la ineficiencia de nuestro sistemade Acueductos y Alcantarillados. Don Juan hoy se-ría millonario.

Por otro lado, no sé por qué nos quejamos deproblemas como el alcoholismo, las drogas y delmacaneo de estudiantes por parte de la policía. Loscaribes y taínos macanearon a los benefactores quevinieron a traerles la civilización, una civilizaciónque los agrupó en encomiendas y que los puso en

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contacto, por primera vez, con la sífilis y la gono-rrea. Agüeybaná II, al celebrar el areyto, se embo-rrachaba y se embalaba con la cojoba. ¿Por qué car-gar con esta mancha histórica si con el pago de unacuota a "Empresarios con el Cacique", podía cele-brar el areyto en una discoteca con "happy hour",uno que otro "pasesito" y entrar a la categoría dehombre sociable y civilizado?

La representación de Puerto Rico en las CortesEspañolas por don Ramón Power y Giralt, en 1812,definitivamente fue un fallo monumental. ¿Cómopodía tener éxito semejante empresa sin la inver-sión de por lo menos 22 millones de pesetas espa-ñolas pagados por la ínsula a los cabilderos? Y "LaGaceta de Puerto Rico", germen del periodismo nues-tro, ¿a dónde iba a parar si aparte de carecer de apo-yo financiero, sufría bajo la ley de la mordaza, cosaque hoy, —lo de la mordaza— es algo olvidado y re-pudiado especialmente por el Honorable Secretariode Prensa del Gobierno?

¿Y qué me dice usted de un grupo de locos comoBrugman, Manolo el Leñero y "las beneméritas ciu-dadanas" que se atrevieron a proclamar en Lares enel 1868 la República de Puerto Rico cuando todossabemos que sin un líder como Jorge Washington,no íbamos para ningún sitio, aparte de que el tér-mino "república" es propiedad única y exclusiva deU.S.A.? Es que nosotros no aprendemos los buenoejemplos. ¿Por qué tuvimos que abolir la esclavituden 1873, as í , s in pena ni g lor ia , pacíf ica ycivilizadamente, cuando nuestros héroes del Nortelo hicieron por todo lo alto y se esmandaron en unaguerra de cuatro años que lleva como nombre poé-tico "la Guerra de Hermanos"?

Otro asunto al cual nuestros antiguos historiado-res han tratado muy mal es el de la Guerra Hispano-

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Norteamericana. Esta se trató, realmente, de la visitade un grupo de empresarios norteamericanos, los cua-les vinieron a privatizar a Puerto Rico en un pacto bi-lateral de libre comercio a petición del doctor Rosselló.Estos llegaron a la Isla a bordo del "Queen Mary" y losbombazos que se escucharon por las cuatro esquinasde Puerto Rico, no vinieron de la artillería comandadapor Brooke y Miles. Estas son meras habladurías de losignorantes que quieren hacerle daño a la imagen deuna nación que celebra ese tipo de actividades con fue-gos artificiales. Con la llegada de los visitantes del"Queen Mary", el jíbaro puertorriqueño, deja de seroprimido; trabaja en el cañaveral de sol a sol, "locosde contentos con su cargamento" porque tienen la ciu-dadanía americana y la promesa de la tarjetita de sa-lud que los liberará de la uncinariasis, la anemia per-niciosa y el Sida.

La visión que de el jíbaro "agregao" nos trajeranAbelardo y Laguerre, entre otros, es producto dementes prejuiciadas, de un pequeño grupo deseudointelectuales fabricados en la Universidad dePuerto Rico, Recinto de Río Piedras cuya asignaturapreferida es la elaboración de bombas para ser co-locadas en empresas propiedad de los Benefactoresde la Patria y Padres de la Patria Nueva.

Pa’ que tú lo sepas, este jíbaro ha evolucionado:es hoy un rozagagante ejemplar que baila lamacarena, es recipiente del mantengo, perdón, delPAN nuestro de cada día, versión reciclada del exe-crable gobierno de las tres B: baile, baraja y botella.

Los poetas, trabajadores del arte, historiadores,científicos, periodistas y otros por el estilo, debenaprender de las ideas de avanzada en la educaciónimpulsadas por don Víctor Fajardo. ¿A quién se leocurre, en estos tiempos, imitar al Maestro Rafael, adoña Carmen Gómez Tejera, a doña Margot Arce de

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Vázquez, a doña Concha Meléndez, forjadores debuenos maestros, de nobles ideales, de sueños he-chos realidad por miles de puertorriqueños probosy talentosos que hoy nos dan lustre en todos losaspectos del saber humano?

Si la doctora Carmen Feliciano, por ejemplo, hubie-se estado a cargo del Departamento de Salud cuandoen el 1856 el cólera morbo hizo estragos en la pobla-ción del país, seguramente todo hubiera sido compa-rable a una gripe pasajera pues con los maravillososexperimentos de la doctora –los mosquitos y el baldede agua—tenemos asegurado pueblo para rato; mejoraún, la historia de la NACION puertorriqueña –sin com-plejos, doña Norma, puede contar con grandes jugla-res que la ensalcen y la perpetúen.

Yo, por mi parte, cierro este capítulo añadiendoun nuevo dato histórico para beneficio de doña Nor-ma. Se me olvidaba aclarar, al comienzo de esta di-sertación, que Cristóbal Colón no desembarcó ni porAguada, ni por Cabo Rojo ni por ningún otro lugarque no fuera la "Quebrada del Mondongo" de mi que-rido pueblo de Lajas.

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Requiem para una plaza"Piedad Señor para mi pobrepueblodonde mi pobre gente se moriráde nada"

— Luis Palés Matos

Desde que las tradicionales fiestas patronalessalieron de la plaza pública, me niego a aceptarlascomo tales. Puedo admitirlas como feria, pachanga,bembé o como una prolongación del baile, baraja ybotella del nefasto gobierno español de las tres "B".Pero nunca más con el sentido religioso, fraternal,costumbrista y folclórico que tuvieron otrora.

La Plaza era, para mi generación, como el "ágora"para los griegos: el centro de la vida ciudadana. Erala prolongación de la Iglesia; no sólo por su ubica-ción física, sino porque el sacerdote, familiar y co-nocido, al concluir el rito religioso, se unía a susfeligreses para compartir sus alegrías y sus calami-dades. En cualquiera de sus esquinas se formaba latertulia: en una de ellas, mi padre, Bifre, Tito Marty,don Ernesto Vargas, hablaban de gallos y de cacería;en los bajos de la inolvidable Terraza Figueroa, donArturo, don Enrique, Ever Ortiz, Toño Camacho yotros, se enfrascaban en un torneo de dominó; en laesquina opuesta y frente al extinto Teatro "Rairi",Pelayo hacía su agosto, dando cátedra en su arteinigualable de mondar chinas. El quiosquito de donHéctor, era un apéndice de la Plaza. A pesar de suespacio reducido, allí se podía encontrar, desde loschiclets "Adams", hasta la bebida espirituosa queencampanaba los ánimos.

Temprano en la mañana y en las primeras horasde la tarde, la Plaza era el refugio de los alumnos dela Academia San Luis y de los que subíamos de la

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Muñoz Rivera en ruta hacia El Tokío, La Haya,Ancones, El Cerro y La Calle Abajo. Pero era durantela celebración de las Fiestas Patronales, cuando ver-daderamente la Plaza Mayor, tomaba su auténticosignificado.

El novenario, dedicado a nuestra Patrona—la Vir-gen de la Candelaria—era el "leit motiv" de la festi-vidad. Se cerraban las calles, había repiques de cam-panas, revuelo entre las muchachas que estrenabansus vestidos con la esperanza de encontrar quiénpusiera fin a su soltería. El olor a bacalaitos fritos yel ruido de las machinas, alteraban la monotonía delpueblo y el primero de los fuegos artificiales, al es-tallar, era la señal para que la música comenzara. Asu compás, las jóvenes, tomadas del brazo, forma-ban un círculo que giraba, interminable, alrededordel laurel solitario. Otro círculo exterior era forma-do por los varones, "tasadores" galantes de la "mer-cancía" bellamente engalanada para la ocasión. Delejos, las mamás, entre chismes de comadres, vigi-laban sus pollitas de los presuntos gavilanes.

Era una Plaza viva. Pero precisamente, porquetenía vida, sucumbió al trágico ciclo de los huma-nos. Comenzaron por derribar el laurel de su cen-tro. Fue una mutilación, una castración; nos corta-ron el ombligo por segunda vez. Con él se llevaronaquel amigo fiel, testigo de tantas ilusiones, de tan-tas miradas preñadas de sueños. Administracionesposteriores cambiaron su diseño; una de ellas laahogó con una plasta de cemento que resultó un in-sulto contra el buen gusto ciudadano. Años despuésse rediseñó: mejoró su aspecto al sembrar nuevosárboles. A partir de entonces, las Fiestas Patronalessalieron de pueblo. Las sacaron a patadas, sin mise-ricordia, sin consultar a nadie. Adujeron que los ar-tefactos mecánicos y la propia gente, la dañaban y

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la destruían. Se las llevaron al campo atlético y lue-go al estacionamiento de un Centro Comercial. LaPlaza empezó a morir y las Fiestas Patronales per-dieron su carácter tradicional. ¿Cuántos niños y jó-venes saben hoy que esas fiestas tuvieron un origenreligioso cuya advocación a un santo patrón o pa-trona forman parte de nuestra historia y de nuestrofolclore? Se convirtieron en una desagradable feria,exponente, en muchas ocasiones, de vulgaridad ychabacanería. Con perdón de sus fanáticos. Si algobueno queda de e l las , es la oportunidad dereencontrarse con antiguos amigos y entre cervezay cerveza, evocar aquellos tiempos.

Nuestra Plaza Mayor es hoy una Plaza muerta; unmonumento a la nada. Se acabó la tertulia, los pa-seos, los encuentros furtivos; se perdió su Humani-dad. Generalmente, los líderes políticos expresan quedan a su pueblo, lo que a éste le gusta. Pero los lí-deres políticos también tienen el deber de educar,de estimular el buen gusto y, sobre todo, el atrever-se a buscar nuevas alternativas. No siempre lo mo-derno va reñido con la sensibilidad de un pueblo.¿Por qué no revivir la Plaza Mayor? ¿Por qué no pro-veerle a nuestra gente, nuevas y mejores alternati-vas de sano esparcimiento? Recién se estrena ennuestro pueblo un Alcalde joven, educador, entu-siasta, con posibilidades de iniciar cambios. ¿Quétal si ensayamos en nuestra Plaza el estreno de unaobra teatral (talento tenemos de sobra), o un festi-val de música folclórica, o de música "rock", o unaretreta, o un torneo de dominó, o una feria artesanalque de paso le dé vida a nuestros artistas más au-ténticos, o un concurso de trovadores, o competen-cias deportivas, o una venta de antigüedades, o unaferia agropecuaria, o charlas sobre cómo conservarel ambiente y otras tantas que estoy segura de que

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surgirán de las mentes talentosas de nuestra gente?La sugerencia es gratuita y el deseo sincero. Creoque vale la pena intentarlo por lo que una vez fuenuestra esencia de pueblo, por los que amamos elpasado, pero aspiramos a una mejor visión del fu-turo. De no hacerlo así, sólo nos resta murmurar un"Requiescat in pace" por "nuestro pobre pueblo, quemorirá de nada".

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"Vi al Espíritu Santo quedescendía como palomay reposó sobre él"— Evangelio según San Lucas

Ya no soporto más este cagadero. Mierda por to-dos los rincones de la casa: en las plantas, en lascolumnas, en los balaústres del balcón. No se salvanlas lámparas ni la hamaca que a veces dejo descui-dada sin pensar en el ataque blanquinegro que llegade momento, cuando menos te lo esperas. La inva-sión es cuidadosa, planificada. Llegan, observan ellugar, se aseguran de que no haya intrusos a la vis-ta; pasean moviendo sus colitas como maricón queluce pantalón muy ajustado y revolotean otro poco.Si no hay moros a la vista, depositan una pajita, vuel-ven por otra y así una y otra vez. Entre col y col, vandecorando los tiestos, el piso, las mesitas.

No puedo contenerme; salgo y las espanto, lasamenazo con un palo, amenaza que acompaño conun sonoro ¡Cabronas! Como si me entendieran. Otravez vuelta a la escoba y la manguera. Destrozo elrecién comenzado nido. ¡A hacer nidos al carajo!Respiro profundo y me quedo un rato en vela, comoespantapájaros viviente, mojada, palo de escoba enmano. Cansada de la guardia, cierro la puerta de laterraza y entro a la casa. Debo tomar las cosas concalma, la agitación me está matando y la presión estápor las nubes.

Gracias al papel transparente de 3M puedo ob-servar todos sus movimientos. Me siento como tes-tigo de una película policiaca que debe identificar, através de un cristal, a un supuesto criminal que por

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lo general es feo, negro y está jodido. Tomo posi-ción y espero. La primera en llegar es una palomagrande, pechugona. Se acerca al cristal y me enfrentoa unos ojitos redondos que parecen mirarme en for-ma penetrante, atrevida, retadora. Eso me parece amí. Un lagartijo que brinca de una mata la distraeun momento y deja de mirar hacia el cristal. Explorael área y se detiene cerca de un acondicionador deaire. Entre éste y la pared hay un espacio pequeño,privado, bueno para hacer un nido. Si yo fuera pa-loma, me hubiera gustado un lugar así, íntimo, ro-deado de plantas y sin pagar alquiler. La pechugonapasea otra vez, contonea el fondillito, rúa como dan-do su aprobación y emprende el vuelo. A los pocosminutos regresa acompañada.

La sangre empieza a calentárseme de nuevo. Siellas van a tomar acción, yo voy al contrataque, sóloque esta vez con una nueva estrategia. En algún lu-gar oí decir que estos animalitos se ahuyentan co-locando algún objeto que se mueva con el aire. Demás está decir que amarré, por toda la baranda dela terraza, todas las bolsas plásticas que encontré.Walgreens, Pueblo, Mr. Special y Me Salvé, jamás tu-vieron una publicidad más amplia ni gratuita. Mi hijacomentó:

—Mami, ¿Te has vuelto loca? Es la cosa máshorrorosa que he visto.

Luego me enteré de que un vecino había comen-tado que yo estaba dando muestras de senilidad. Laverdad es que no me importaba lo más mínimo.¿Quién de ellos limpiaba mi casa? ¿Cuántos teníanque soportar la cagadera y aquel rúar constante queme ponía los pelos de punta? En cuanto a las bolsas,todo fue bien mientras el viento sopló. La naturale-

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za fue generosa un par de semanas, pero el impla-cable clima caribeño se hizo sentir en un calor demadre. No se movía una hoja; las bolsas parecíanmamarrachos colgantes y opté por arrancarlas conla misma furia con que le hubiese arrancado la ca-beza a aquellos monstruos voladores.

Fue entonces cuando pensé envenenarlas por pri-mera vez. Agregué una gran cantidad de cloro a va-rios envases con agua y los distribuí por lugares es-tratégicos del balcón y la terraza. Aparte de variosinfortunados lagartijos y de la perra intoxicada, lasbajas no aparecieron por ningún sitio; al contrario,ahora disparaban la mierda con una puntería, haciael cristal, que no tenía nada que envidiarle a la llu-via cruzada que vi durante el huracán Hugo.

Francamente tenía que admitir que estaba perdiendola batalla, pero si perdía el control de mí misma, notenía salvación. Así que me tomé dos Valium, respiréprofundo y llamé al exterminador que regularmentefumigaba mi casa. Este me recomendó algo que segúnél, era infalible. Se trataba de un pegamento el cualdebía regarse por la superficie afectada; al pararse lasaves, quedarían atrapadas y era fácil capturarlas. Laidea me pareció genial. En mi estado de ánimo, si mehubiera recomendado la bomba atómica, me hubieseparecido igual. De la fantasía me sacó la voz pragmá-tica de mi marido:

— ¿Y qué vas a hacer con ellas después quelas agarres?

A pesar de la dulzura y sensatez de sus palabras,me dieron ganas de morderlo. ¿Por qué nadie meayudaba? A nadie parecían mortificarle aquellospajarracos antihigiénicos. ¿Es que nadie agradecíami esfuerzo por mantener la casa limpia y en or-

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den? Debería dejarlos que se ahogaran en la mierda,que las palomas se multiplicaran y les sacaran losojos como en la película aquella.

Como nadie—nadie eran mi hija y mi marido—agregó palabra alguna, tuve que volver solita a larealidad. ¿Qué diablos iba a hacer con las dichosaspalomas?

Me sentía tan abatida que decidí darme una tre-gua. Accedí acompañar a mi hija a la Isla, con lo quemataría dos pájaros de un tiro: visitaría a mis pa-dres y aprovecharíamos para entregar, a toda la fa-milia, las invitaciones para su próxima boda. Con-versando con ellos despejaría mi mal humor y mifrustración y quien sabe si con sus consejos case-ros, pudieran sugerirme alguna solución prácticapara lo que ya había dejado de ser un problema co-mún para convertirse en algo más serio. Después decomer, jugar un dominito y discutir todos los chis-mes de familia, aproveché para preguntar a los Vie-jos si conocían de algún remedio para espantar alas palomas caseras.

— ¿Qué te pasa con ellas, preguntó el Viejo?

— Me tienen la casa de letrina; no puedo salir ala terraza a coger un poco de fresco ni sentarmeen una silla tranquila sin tener que limpiar todoantes—le contesté casi llorando.

—Pero mija, me contestó, si esos animalitos soninofensivos. Yo hasta le estoy agradecido porquemuchas veces nos mataron el hambre.

Callé. En aquel instante no podía emitir sonidoalguno. Me sentí sobrecogida por algo que empeza-

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ba a llegar a mi cerebro como retazos de una novelapor entregas. Poco a poco la escena fue fluyendo,borrosa al principio, imprecisa, confusa hasta quelas imágenes tomaron forma más definida. Pude dis-tinguir varios niños y niñas sentados a la mesa. Dis-puestos frente a ellos, para la cena, una hilera deplatos cuyos contenido no alcanzaba a identificar.Los niños y niñas debían esperar a que el señor queestaba sentado al extremo de la mesa, diera la or-den de servir. Cuando la señora que estaba a su ladorecibió el visto bueno, los niños y niñas recibieronen sus platos una ración abundante de asopao depaloma, arroz con paloma, palomas fritas, caldo depaloma. La imagen de una paloma saltando del pla-to me trajo de nuevo a la realidad. ¡Santo Dios! Ahoraentendía mi aborrecimiento por aquellos animales.Recordaba a mi padre, escopeta al hombro rumbo alos montes para luego traer a nuestra casa, comobotín de guerra, todo aquello que volaba y que no-sotros debíamos ingerir sin chistar.

Como un rosario, escuchaba a mi padre hablarde un tema que a él le venía como anillo al dedo:

—De Santa Isabel a Boquerón, abundaban las tór-tolas. Las había cardosanteras, aliblancas,rabiches y cubanitas. Pero las más bonitas eranlas palomas turcas, las cabeciblancas y las egip-cias. Había muchas en Isla de Mona y Maricao ytenían un cuello tornasol ¡tan bonito! Ya se estánacabando. La gente las mata por chiste, no pornecesidad.

No sé por qué las últimas palabras del Viejo mesonaron a reproche. Quizá no fue su intención, peroasí lo sentí. Para colmo, mi madre tomó vela en el

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entierro y empezó a hablar de que si los caldos depaloma que tomaba después de los partos, que si lobien que le habían venido, que si lo bonitas que seveían las palomas que soltaban cuando venía el Papay que si qué lindas las que echaban a volar en lasOlimpiadas y que si la paloma era el símbolo de lapaz y que si cuando Noé bajó del Arca lo primeroque vio fue una paloma y que si la paloma es el Es-píritu Santo y todas las pendejadas que aprendió enla Hora Santa con las Hijas de María. Para no desen-tonar, les pedí la bendición y me despedí.

Durante el viaje de regreso, mi hija me distrajoun poco contándome sobre los preparativos de laboda. Estaba muy ilusionada con todos aquellosembelecos y sólo hablaba de vestidos, arreglos flo-rales, decoraciones e invitados. Yo pensaba en lasdecoraciones que encontraría en mi casa. ¡Sabrá Dioslo que habrían hecho durante mi ausencia.

—Mami, ¿ya escogiste el vestido para la ceremo-nia? Escuché como a lo lejos.

—Sí, ya tengo algo visto—le respondí—pero enrealidad no tenía cabeza para esas chucherías.

—Necesito que me ayudes en la decoración dellocal.

Para decoraciones estaba yo. Sin embargo, meescuché a mí misma decir:

—Te ayudaré en todo lo que pueda aunque notengo mucha gracias para esas cosas.

—No pareces muy entusiasmada.

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Me sentí culpable. La verdad es que durante todosaquellos días, lo único que ocupaba mi mente era unafán de exterminio, irracional si se quiere, pero lo su-ficientemente avasallador como para haberme aisladode mis seres más queridos. Miré a mi hija lo más amo-rosamente que pude y le contesté:

—¡Cómo no voy a estarlo! Eres mi única hija ysabes cuánto te quiero.

Pareció animarse y volvió a la carga.

—¿Qué tú crees si adornamos el besamanos condos palomas blancas como símbolo de amory pureza?

De amor y de mierda—quise gritar. Sólo el ins-tinto maternal me detuvo para no mandar al infier-no la boda, el besamanos y a todas las palomas delmundo. Aspiré mucho aire y argumenté:

—No es mala idea, sólo que es un detalle muygastado y sé que tú puedes inventar algo más ori-ginal. Vamos a pensar en otra cosa.

Afortunadamente, a los pocos minutos llegamos ala casa y cada cual volvió a ocuparse de sus asuntos.

Durante mi ausencia del fin de semana, las palo-mas hicieron un nido, pusieron dos huevos y cagarontodo lo que quisieron. Me recibieron con un run run deluna de miel y con una aparente ternura que dejabanchiquitita a Bette Davis en sus escenas de perversión.

Escoba, mapo y manguera dejaron todo nueva-mente en orden y esta vez juré que para siempre.

El veneno para ratas se mezcló deliciosamente conel maíz picado y un toquecito de azúcar. Lo revolví

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lenta, ceremoniosamente, con mano suave pero firme.Poco me faltó para probarlo. Busqué en la cocina unosmonísimos platos de cristal y dispuse el banquete.Cerré la puerta de cristal protegida por el papel 3M,arrimé una butaca, me serví una copa de vino tinto yme senté a esperar. Tenía todo el tiempo del mundo.Cuando los platitos se vaciaron, me serví otra copa,me quité toda la ropa y salí a la terraza.

La paz regresó a mi espíritu; me reintegré a larutina diaria y ayudé a mi hija en todo lo que se leocurrió inventar para que su boda fuera la envidiade todas sus amigas. Al finalizar la semana, una es-pléndida mañana, la v i desf i lar hermosa einmaculada hasta la iglesia.

La ceremonia transcurría solemne, impresionan-te bajo los acordes de las notas gregorianas. Llegóel momento de la suprema comunión; el sacerdotelevantó la hostia e invocó la presencia del EspírituSanto. La respuesta no se hizo esperar. Una banda-da de palomas blancas irrumpió en la iglesia desfi-lando, en perfecta formación, por la nave central,hasta el altar donde la pareja permanecía arrodilla-da. Allí formaron un halo de luz sobre sus cabezasy ante el silencio reverente de la concurrencia, tras-pasaron puertas y ventanas, esta vez entonando uncántico jubiloso.

Aquel día me reconcilié con todo lo creado.(diciembre de 1997)

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El Camaleón

Se llamaba Gregorio Irizarry, pero sus conocidosle decían Goyo y otras cosas más que a él le teníansin cuidado, o por lo menos no lo daba a demostrar.Caminaba siempre con la misma parsimonia, casireverentemente, tratando de que pasara inadverti-da aquella figura alta, delgada, de color blanco ama-rillento en cuyo rostro de Cristo de Viernes Santo,sobresalía un bigote negro de cerdas duras y unosojillos escrutadores, pero bondadosos.

Era de ese tipo de personas a quien todo el mun-do clasifica como "buena gente"; para los más, "unalma de Dios". No tenía un empleo fijo pero se leconsideraba un hombre culto. Su padre había sidopor muchos años el juez del pueblo y su madre, unamaestra rural dedicada y devota. Este ambiente ho-gareño le había puesto en contacto con los libros ydesde muy joven hablaba de obras y temas tan ex-traños, para la mayoría de la gente del pueblo, comolos postulados de la Revolución Francesa, "MoralSocial", de Hostos, "El capital" de Karl Marx y el con-trol de la natalidad, entre otros. La mayoría le escu-chaba sin emitir opinión alguna y no pocos pensa-ban que tenía alguna tuerca floja en el cerebro. Sinembargo, dado su carácter de buenazo y su actitudrespetuosa hacia grandes y chicos, nadie se burlabade sus propósitos didácticos.

Solamente Pascual tenía un criterio distinto. Alverlo pasar murmuraba:

-¡Samacuco!

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Pascual era el bobo del pueblo. El oficio que latiterería le había encomendado, era el de sostenerlos postes del alumbrado eléctrico.

-Pascual, aguántalo que se nos cae encima.

Y el pobre infeliz estaba allí durante horas, bajola canícula del mediodía, realizando una labor queél consideraba muy heroica y la cual no abandonabahasta que el hambre y el cansancio le obligaban atumbarse allí, al lado del poste, expuesto a las in-clemencias del tiempo y a los autos que le pasabanraspando por el lado.

Goyo era amante de los niños. Tenía facilidad parael trato con ellos; les orientaba respecto a la impor-tancia de aprender, de educarse, de cómo la lecturaamplía los horizontes del hombre; insistía en quelos puertorriqueños debíamos conocer nuestro de-venir histórico para que no nos cogieran de mangóbajito. Todos los muchachos pensábamos que losmaestros debían ser así, como Goyo, que enseñabacomo "de jugando" y no como aquellas viejas esti-radas y avinagradas que no hacían otra cosa queamenazarnos con enviarnos a la oficina de la Prin-cipal cada vez que hacíamos alguna tontería.

Una tarde le vi llegar con su camisa al viento y sumirada triste. Acostumbraba salir de cacería con mi Vie-jo; el deporte los acercó y la amistad hizo que su pre-sencia en nuestra casa fuera frecuente y esperada concariño. Esa tarde, mi hermana y yo hacíamos las asigna-ciones escolares y Goyo observó que mi hermana mayorescribía horriblemente con su mano izquierda.

-Los zurdos no van al cielo mija. Yo te voy a en-señar a escribir como Dios manda.

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Desde ese día se dio a la tarea de entrenarla en eluso de la mano derecha. Su hermosa caligrafía dehoy se le debe a nuestro amigo, así como el amor ala lectura que él despertó en nosotros.

Sin embargo, a pesar de su amor a los niños y desu apego a la familia, nunca se le conoció mujer al-guna. Cuando alguien insinuaba sutilmente la posi-bilidad de buscar una pareja, él, invariablementecontestaba:

-Ustedes no lo saben pero yo vivo entregado auna que me absorbe y que me necesita; una quees la más grande, generosa y abnegada de todas;una a la que no le puedo fallar.

A pesar de tan grandes elogios a la que suponíamosla dama de sus sueños, nunca supimos su nombre. Esdecir, lo supimos por lo que ocurrió después.

Aquel lunes 30 de octubre nos despertamos alar-mados por las noticias que transmitía la radio. Ha-blaba el locutor sobre un choque armado enPeñuelas, aseguraba que los nacionalistas habíancapturado a Jayuya y que en Ponce, Mayagüez y otrospueblos de la Isla se habían levantado en armas. Se-ñalaba también que el Gobernador Muñoz Marín ha-bía alertado a la Guardia Nacional luego de un ata-que a la Fortaleza en el cual resultaron muertos al-gunos de los atacantes.

Para nosotros, nacidos y criados en un pueblopequeño donde la única violencia física, que había-mos presenciado, se limitaba a los empujones quela policía le daba a los borrachos consuetudinarios,para llevárselos a dormir a la cárcel o las carrerasque daban, de vez en cuando, a los que jugaban to-pos con apuestas de cinco y diez centavos, pensa-

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mos, y con razón, que una nueva guerra había co-menzado y que ahora sí que la teníamos bien cerca.De la Segunda Guerra Mundial, sólo teníamos la vaganoción de un plato de marifinga a falta del acos-tumbrado arroz con habichuelas.

Nuestra alarma fue en aumento cuando la policíallegó a nuestra casa a incautarse de la escopeta delViejo. Todos en el pueblo sabían, que mi padre seríaincapaz de atacar deliberadamente a persona algu-na y que su afición a la cacería, lo había hecho muyamigo de los viejos republicanos del pueblo a quie-nes acompañaba a los montes, en la búsqueda deaquellos pichones con los cuales mi madre adere-zaba la mesa y aliviaba el bolsillo.

No obstante, se llevaron su escopeta, y aunquese la devolvieron un tiempo después, la experiencianos puso en contacto, por primera vez, con la re-presión y el miedo. Ese día no asistimos a la escuela(en realidad fue la única alegría que tuvimos) peroaprendí, a través de los noticiarios, que en PuertoRico había un grupo de personas a los cuales llama-ban nacionalistas, capitaneados por un líder con elnombre de Albizu Campos y que todos juntos lu-chaban por la independencia de Puerto Rico. En laescuela, nunca me hablaron de estas cosas, quizáporque aún estaba en los grados elementales, perocuando le pregunté a la maestra sobre los sucesosocurridos, me respondió que no hablara de esas co-sas si no quería meterme en problemas.

Mis dudas se aclararon al atardecer del día si-guiente. Las noticias hablaban, ahora, de la deten-ción de cientos de sospechosos involucrados en larevuelta. Muchos eran detenidos, arrestados y suscasas registradas en busca de armas o cualquiermaterial de propaganda por inocente que pareciera.

Goyo llegó a nuestra casa transfigurado, con su cara

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de Viernes Santo. Mi madre le ofreció café y procedió adarnos lo que para él sería su última cátedra. Para mí,ésta marcó el inicio, fijó el rumbo de un camino, quepese a las fuertes marejadas de la vida, me ha ayudado acapear muchas tempestades. Me explicó con su don degentes y su paciencia infinita, que a veces los hombrestienen que tomar medidas drásticas, cuando algunos desus congéneres son ciegos y sordos a la razón, cuandoatentan, al hacer sus leyes, contra aquellas legítimas dela naturaleza. Me explicó, que el vocablo nacionalista,utilizado en forma tan despectiva, era bueno si se apli-caba a los dominantes, pero malo si se le adjudica a losdominados y oprimidos; que se les llama héroes a losque "triunfan" y detentan el poder; los otros, aunque de-fiendan la verdad y la justicia, son locos e idealistas. Meestimuló a respetar a los hombres y mujeres por su au-tenticidad, por la defensa de sus ideales y sobre todo,me enseñó a identificarme con los míos, a profundizaren mis raíces y a inculcar a los menos afortunados, eldeseo de conocer cada día más, para evitar que nos me-tan gato por liebre.

Lo que no me dijo Goyo fue, que esa sería nuestradespedida. Lucia triste pero no despertó sospechas; surostro fue siempre el de mártir acostumbrado al su-frimiento. La noticia de su muerte nos impactó másque los acontecimientos de los días anteriores. Noshubiera extrañado el suicidio, si entre los tesoros guar-dados en su baúl, no tuvieran lugar preferente una fotogigantesca de don Pedro, la bandera de Lares, nume-rosos libros en los cuales la independencia y la liber-tad de los pueblos era el tema predominante, algunasarmas en adición a la que se encontró en su mano de-recha y un poema, de su propia inspiración, dedicadoa la novia, a la dama imaginaria que todos creíamos ya quien él llamó Patria.

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Un breve mensaje de despedida a sus amigos yfamiliares, liberaba de toda responsabilidad a cual-quier posible sospechoso, recalcando que preferíala muerte a ser encarcelado, por defender lo que élconsideraba sus más nobles ideales.

A pesar de haber sido un fiel creyente y un ciu-dadano ejemplar, la Iglesia Católica declinó darle losúltimos sacramentos. Pocos le acompañamos a suúltima morada; la mayoría, atemorizados de que lescreyeran simpatizantes de "aquel loco comunista,"vieron pasar el Cortejo fúnebre a través de las ren-dijas de las ventanas. Solamente Pascual, al pasar asu lado, se atrevió a señalar:

-Yo se los dije, ése era como el camaleón.

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El pan nuestro de cada díaA la memoria de Manuel González

Fije era afortunado en el amor. Por lo menos, a lasazón, vivía con tres mujeres; todas juntas y revuel-tas, estilo harén, galán de película, que no es lo mis-mo ni se escribe igual. A la última de ellas se la llevóa son de música de machina y con fanfarria de fue-gos artificiales.

La empresa no había sido difícil; Mencha estabaharta de fregar pisos, de cocinar para otros, de ali-mentar, bañar y limpiar el culo a todos los renacuajosque su patrona paría cada año. Fije se apareció unbuen día, requerido por sus patrones para una en-comienda muy particular y así se conocieron. Lehabló el galán de sus aventuras como militar en laSegunda Guerra Mundial, de su desgracia por haberperdido un ojo en el desempeño de su deber, delreconocimiento de que fue objeto—casi como unhéroe—y de la jugosa pensión que el glorioso ejér-cito de los Estados Unidos le había concedido paraque viviera desahogado por el resto de su vida. QueMencha no se confundiera por el hecho de verlo aho-ra trabajando en un oficio poco estimado por mu-chos; en realidad su labor era mucho más impor-tante que la de ciertos funcionarios públicos de granrenombre y pocos frutos.

Pero lo cierto era que Mencha escuchaba boquia-bierta los relatos de Fije sobre las europas visitadasdurante la guerra, unas europas que entremezcla-ban graciosamente las delicadezas de las japonesascon las estepas rusas y las junglas africanas. Paraella ese mundo fabuloso había estado vedado; en sus

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casi treinta años, sólo había visto corrales de puer-cos, muchachos llenos de mierda, enormes trasterasque fregar y vestidos usados que había que ajustara sus enormes caderas. Aunque Fije era ya uncincuentón, ella era fuerte y trabajadora; empren-dería la aventura con bríos y con el auxilio de la ju-gosa pensión que Fije devengaba del glorioso ejér-cito del norte. Lo que la cándida paloma no se ima-ginaba era que el tálamo iba a ser compartido conotras dos matronas que le precedieron en el"señorazgo" de la casa y con aquel personaje a quienFije presentó de la forma siguiente:

—Este es Moroño, más que mi amigo, mi herma-no. Cuando yo no esté en la casa, él me repre-sentará en todo lo que sea necesario. Estarás enbuenas manos.

Todo quedó dicho. Mencha se acomodó a aquellaextraña convivencia. Si bien no era lo que ella espe-raba en cuanto a comodidades materiales se refiere:por otro lado, era tratada con gran deferencia tantopor las otras dos concubinas como por los dos ga-lanes. Pudo comprobar, además, cómo atesoraba Fijeel valor de una gran amistad.

Moroño había sido su compañero de luchas; jun-tos desafiaron, en innumerables ocasiones, el ham-bre, la PELONA y las malas rachas. Las niguas y laschinchas fueron testigos de las jumas que sudaronen la misma colchoneta, tálamo común de sus co-munes compañeras, quienes no sentían reparo al-guno en desplegar sus favores entre los dosRubirosas de callejón. Sus respectivos hijos, que atemprana edad habían abandonado el hogar, no dis-criminaban respecto a la paternidad de uno y otro,

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como si fuera lo más natural del mundo que en aque-lla casa reinara el socialismo en su forma más de-purada. Cuando uno u otro era encarcelado por ro-barse una gallina o pasársele la mano en los tragosy observar una conducta impropia, el otro dormía lamona a las puertas de la cárcel hasta que el guardia,harto de ver la misma escena tan a menudo, les echa-ba de allí a patadas maldiciendo la suerte de que enaquel pueblo nunca ocurriera un suceso "decente"que ameritara el buen ejercicio de sus funciones deguardia palito.

En una ocasión tuvieron la oportunidad de ponera prueba aquella amistad. Había una sola cosa en laque diferían: Fije era un republicano a pie pisao; unode aquellos incondicionales del alcalde a quien ledebía el favor de haberle dado como recompensa,por un trabajito realizado, una destartalada bicicleta,vehículo que le había facilitado más de una conquistaamorosa. Cuando le preguntaban la causa de su afi-liación política, era suficiente para él señalar que elseñor alcalde, en una ocasión, le había llamado suamigo. Lo demás bastaba y sobraba.

Por otro lado, Moroño era muñocista de los delcorazón del rollo. Cada vez que se anunciaba en elpueblo un mítin de los populares, Moroño barría lascalles, cargaba sillas, claveteaba la tarima desdedonde habrían de dirigirse al pueblo los distintosoradores. Cual un junglar moderno, anunciaba, debarrio en barrio, tan magna ocasión exhortando atodos los buenos populares a apoyar a sus líderes ya presentarse ese día, como lo haría él, de rojo yblanco, con la insignia de la pava en alto. Precisa-mente, un día en que el máximo líder de su Partidovisitaría el pueblo, de paso por el área suroeste,Moroño se enfermó. El día antes, después de reali-zar un trabajito en una casa particular, la dueña de

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ésta le obsequió unas sobras de lechón asado y nose sabe si por el mal estado de la carne o por la pocacostumbre de su estómago a relacionarse con esaexquisiteces; lo cierto es que las diarreas lo dejarontan flojo de intestinos como de piernas y no podíasostenerse en pie.

La muerte hubiera sido preferible a no poder aten-der a sus deberes patrióticos en momento tan impor-tante. Lloroso y acongojado, acudió a Fije. Amigo –ledijo—lo que voy a pedirte sé que es el mayor sacrificioque puedo esperar de ti; pero si de veras me aprecias,te ruego que repartas las banderas de la pava por losbarrios, que tires las hojas sueltas anunciando el magnoacontecimiento y que me representes en la primera filafrente al templete.

Si le hubiera mentado la madre, a lo mejor Fije lehubiera dado un abrazo. Por el contrario, maldijo; sa-lieron de su boca sapos y culebras hacia todos los po-pulares juntos; se cagó en la madre de todos aquelloscomunistas; tronó contra todos aquellosmalagradecidos que debían besarle el culo a los ame-ricanos y que a la hora de la verdad se le iban en con-tra; a todos aquellos que a los sucusumuco le cogíanlos chavos y luego hablaban pestes de ellos. Fije se-guía con su perorata y Moroño sudada a mares. Casiagónico, esperó a que su amigo se desahogara; lo co-nocía bien y sabía que, pese a todo, le daría la mano.

En efecto, así fue. El amigo nunca sabría lo quesignificó para el otro bajar la guardia, tragarse suorgullo y repartir banderas populares; soportar elmítin de principio a fin y peor aún, aguantar las cu-chufletas de los que sabiéndolo republicano, lo veíanahora como un traidor.

Aquel heroico sacrificio los unió aún más; el in-cidente fue olvidándose poco a poco y el trabajoocupó sus días y sus noches.

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Sobre todo sus noches. Porque es bueno que se-pan que el trabajo de estos distinguidos ciudadanosse realizaba, en la mayoría de los casos, en horas dela noche. Era ésta cómplice de la contaminación dearroyos y quebradas y de la fetidez esparcida portodo el lugar cada vez que se llevaba a cabo el va-ciado de un pozo séptico. Tal vez habrán adivinadoya que nuestros protagonistas se desempeñabandentro de la honorable profesión de morrocollos,profesión que ellos consideraban como algo respe-table, casi patriótico, si no, que lo atestiguaran losgrandes ricachones y las delicadas señoras a quie-nes Fije y Moroño hacían el favor de vaciarles lospozos cada vez que la situación lo ameritaba. Cier-tamente ellos eran personajes importantes en elpueblo, imprescindibles si se quiere. Sólo había quever con el empeño que los buscaban aquellas esti-radas damitas que apretaban su delicada maricitaincapaces de soportar la fetidez de los ricos manja-res que habían saboreado unas horas antes y queahora flotaban en el patio de sus casas convertidosen vulgares excrementos. Eso no impedía que unavez terminada la faena y éstos recibieran como re-tribución unos miserables pesos, la misma damitaque buscó afanosa sus servicios, sintiera la necesi-dad de retirarse al excusado acuciada por el ascoque le producía ver a los morrocollos en el ejerciciode su profesión.

Precisamente uno de aquellos contratos provocóel cisma de lo que hasta entonces había sido unaestrecha amistad y una feliz convivencia. Todo su-cedió cuando el pozo del licenciado hizo erupciónprecisamente el día de la visita al pueblo del líderde su Partido quien junto a otros distinguidos miem-bros del mismo, se reunirían en su casa para trazarla campaña que con todo seguridad lo llevaría a la

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Alcaldía en las próximas elecciones. Desesperado porla situación, corrió en busca de Fije, con tan malapata de que éste se encontraba prestando sus servi-cios al señor cura—que también éste tiene sus ne-cesidades—. La urgencia del caso lo hizo recurrir aMoroño quien no obstante ser un popular reventao,era la única alternativa.

Moroño recogió sus implementos de trabajo y sedirigió a la casa del Lice. Acababa de iniciar su tareacuando se presentó Fije. Este había regresado a lacasa y enterado de la necesidad del licenciado, sedirigió allí inmediatamente. Moroño le vio llegar des-compuesto por la ira.

—¡Este contrato era para mí! ¡Sal de ahí ahoramismo! El licenciado es mi cliente y tú lo sabes.

De primera intención Moroño no hizo mucho casode sus bravatas creyéndolo algo pasajero, pero Fijeparecía fuera de sí; al ver que su compañero se pro-ponía continuar con su tarea sin prestar mucha im-portancia a sus reclamos, se armó de una pala quedescansaba al borde del pozo en espera de su in-grata tarea y en actitud amenazante le sentenció:

— ¡La amistad pal carajo; si tocas un mojón de esosnos comemos canto a canto! Eso que está ahí –yseñalaba los excrementos que flotaban por elpatio— ¡Esa es la comida de mis hijos y la voy adefender a como dé lugar!

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El regalo de bodas

"…Y comprendía, ahora, que el hombre nuncasabe para quién padece y espera. Padece y espera ytrabaja para gentes que nunca conocerá y que a suvez padecerán y esperarán y trabajarán para otrosque tampoco serán felices, pues el hombre siempreansía una felicidad situada más allá de la porciónque le es otorgada".

(Alejo Carpentier en "El reino deeste mundo")

Marilda había rebasado ya esa edad en que ni sees tan niña para entregarse a una aventura sin sen-tido; ni se es tan vieja como para no aspirar el gocepleno de la carne y el espíritu. Es decir, acababa decumplir sus treinta y cinco años; gozaba de inde-pendencia económica gracias a su profesión de se-cretaria ejecutiva y su aspecto físico resultaba atrac-tivo al sexo opuesto. Sin embargo, ninguno se deci-día a hacerle una propuesta seria. Cierto es que ha-bía tenido sus aventurillas, pero éstas, en lugar detranquilizarla, la acuciaban más el deseo de algoseguro y permanente. En su trabajo, algunos com-pañeros le habían hecho repetidas insinuaciones,pero el la sabía que no había futuro en talesacercamientos; la mayoría estaban casados o vivíanen pareja; otros observaban una conducta dudosa yella no estaba dispuesta a arriesgarse. Si había es-perado tanto, no iba a exponerse a que le saliera eltiro por la culata. Por otro lado, a pesar de desen-volverse la esperanza de conseguir el prototipo demarido tradicional: uno maduro, responsable, que

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estuviera dispuesto a casarse y que, sobre todo, fueramacho de veras.

Como mujer moderna y pragmática, decidió ha-cer caso omiso de aquello de que "casamiento ymortaja del cielo bajan" y optó por abogar por supropia causa. Se inscribió en algunas organizacio-nes en las cuales se aseguró de la presencia del ele-mento masculino; se matriculó en un gimnasio cuyamembresía estaba representada por ambos sexos ycorría por las tardes en el Parque Central pues unaamiga le había comunicado que por allí acostum-braban ejercitarse algunos caballeros a quienes lespreocupaba mantener activa su potencialidad físicay que éstos eran un buen blanco para su objetivo.

Precisamente, en aquel lugar, conoció a Juan Ma-nuel. Salía de las duchas, luego de una estimulante se-sión de aeróbicos, cuando él le preguntó si por casua-lidad no había visto unos espejuelos que se le habíanperdido. Le respondió que no, pero le propuso bus-carlos juntos y así comenzó una bonita amistad.

Supo que Juan Manuel era un hombre de unoscuarenta y cinco años; que su mujer le había aban-donado luego de darle un hijo; que disfrutaba deuna desahogada posición económica, buen empleo,bien remunerado, casa propia, automóvil; todo esto,unido a una estampa física todavía apetecible, erancaracterísticas que cuadraban perfectamente den-tro de las proyecciones de Marilda.

Pero lo más importante, era que Juan Manuel pa-recía disfrutar también de su compañía: corrían jun-tos, conversaban de diferentes temas, salían a cenary a bailar ocasionalmente y llegó el momento en quela compañía de uno era indispensable al otro.

Para darle más formalidad al asunto, Marilda insi-nuó que él debía conocer a su familia a lo que él acce-dió de muy buena gana. Este detalle, unido al hecho de

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que el hombre nunca forzó una relación de carácteríntimo, inclinaron a Marilda a pensar con mayor fuer-za en las "buenas intenciones" del hombre. Cuando lepropuso matrimonio, sus aspiraciones se vieron ple-namente colmadas. Las carreras por el Parque estabanpor concluir; la meta estaba cercana.

♦♦♦♦♦

Fue una ceremonia matrimonial acorde al métodotradicional: petición de mano, rito religioso sin faltarel traje blanco con velo y corona; celebración por todolo alto, brindis por la felicidad de los novios y el pre-sagio de una venturosa luna de miel que debía cerraruna etapa de su vida y abrir muchas otras.

El único detalle que se obvió fue el viaje de bo-das o la posibilidad de pernoctar en un hotel la pri-mera noche. Juan Manuel había preparado, con todoesmero, una hermosa habitación matrimonial enaquella casa que Marilda nunca visitó pero que ima-ginaba acorde a la recia personalidad de su dueño.La decisión le pareció la más adecuada y el hecho detomar posesión de su nuevo hogar lo antes posible,reafirmó su confianza en aquel hombre. Al entraren ella, en brazos de su marido, agradeció a la suer

♦♦♦♦♦

La habitación en penumbras invitaba a la entregavoluptuosa. La emoción de las últimas horas vivi-das, junto a los efectos del champán, la envolvíanen una especie de nube que la hacía flotar en el es-pacio. De pronto, se sintió atrapada por una garrapoderosa que la arrastró hacia el lecho nupcial. Seconsideró dichosa ante aquel ataque fuerte, viril, quela transportaba a sus ancestros cavernícolas. La có-

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pula, repetida, intensa, le garantizaba que tendríahombre para rato y se entregó ansiosa, hambrienta,hasta que el cansancio la entregó al sueño.

♦♦♦♦♦

Abrió los ojos estremecida aún por la pasión ex-perimentada sólo unas horas antes. La mirada ar-diente y agradecida de sus ojos, al voltearse, paraacariciar con ella a su pareja, se trocó en una de ascoy terror. A su lado, el rostro lleno de baba y acari-ciando aún el miembro viril, un mocetón de incon-fundible aspecto retardado, descansaba plácidamen-te. Cuando pudo reaccionar e intentaba salir de lahabitación, entró su flamante marido quien se diri-gió al mocetón, le besó amorosamente y le dijo:

—Ya no tendrás que sufrir más el desprecio deninguna mujer; ahora tienes una hembra sólopara ti.

Mientras, la mujer, semiparalizada, lloraba silencio-samente, el bobo palmoteaba como niño en día de feria.

(20 de diciembre de 1997)

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Los dos amigos

Pascual era lo que se dice comúnmente un almade Dios, tanto que su mujer le repetía constante-mente, que lo único que iba a obtener, de ganancia,en esta vida, era un montón de gente en su entierro.Y en verdad era un hombre tranquilo, cumplidor,trabajador incansable a pesar de su figura delgada,casi esquelética. El gris metálico de sus ojos, con-trastaba con aquel gesto dulce y apaciguador quetantos amigos le había ganado en aquel pueblo pe-queño donde le tocó nacer.

Uno de estos amigos era Fermín, compañero in-separable de sus breves escapadas a la gallera, alcafetín o a las improvisadas jugadas de dominó bajola luz del poste de la calle principal. En realidad,nadie se explicaba tan estrecha amistad entre dosseres tan dispares, pues aquel Fermín pendenciero,mujeriego y presuntuoso del apellido de sus ante-pasados, poseía, además un recio corpachón que deblanco se tornaba rojizo por el efecto de sus conti-nuas borracheras.

En realidad, en lo único en que Pascual superabaa Fermín, era en una magnífica puntería que lo dis-tinguía como uno de los mejores cazadores de laregión. Cuando en una que otra ocasión salían decacería, invariablemente Pascual regresaba con unaensarta de tórtolas, patos o cualquier otro animaldel monte. Fermín, por el contrario, sólo bajaba consu carabina al hombro mientras que con su conoci-do desparpajo, comentaba:

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—Tengo que reconocer que en eso de disparar,este flaco es una jodienda.

Y la excursión siempre acababa en una comelataen la que Pascual ponía lo cazado, su mujer lo coci-naba y Fermín comía y bebía a pata suelta.

Y es que no obstante su fama de fanfarrón,Pascual le admiraba tanto que le hizo su compadre,apretando aún más, el lazo de una relación que ha-bía comenzado en la niñez, creció con la mocedad ymaduraba en la adultez.

Precisamente y amparado en esa confianza queofrece una sólida amistad, una madrugada, Fermíntocó a la puerta de su amigo. Pascual, adormilado,le abrió para recibir, sin preámbulos y a boca de ja-rro, más que una noticia, la siguiente orden:

— Pascual, necesito tu ayuda. Acabo de matar ami mujer y tienes que ayudarme a enterrarla.

Pascual escuchó la proposición sin hacer un gesto;acabó de vestirse, echó un poco de agua fría sobre surostro y le acompañó hasta el patio de su casa. No que-ría despertar a su mujer y a sus hijos, pero aparte deeso, necesitaba tiempo para asimilar semejante peti-ción. Fermín era su mejor amigo, su compadre, juntoshabían pasado las malas y las peores. No podía negar-le su ayuda. Por otro lado, no le preguntó por qué ha-bía hecho semejante cosa. Algo en su interior le decíaque si ahondaba en la cuestión, no podría ayudarle ensus propósitos. Optó por discutir cómo y dónde se-pultarían el cadáver tratando de obviar el hecho de quese trataba del cuerpo de su comadre. De sus abstrac-ciones le sacó Fermín:

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—Apúrate, no hay tiempo que perder. Ya ahoritaamanece y debemos aprovechar la oscuridad.

—Está bien, no me ajores, ripostó Pascual. Debe-mos pensar en el lugar en que vamos a enterrar-la y buscar las herramientas necesarias.

—Por eso no te preocupes, ya tengo todo dispuesto.La enterraremos aquí, cerca de tu casa, junto ala quebrada. En el baúl del carro, junto al cadá-ver, tengo un pico y un litrito de ron. Entre palo ypalo, acabaremos con esto sin darnos cuenta, se-ñaló Fermín.

—Parece que se tratara de una juerga más. ¿Nisiquiera se te mueven las tripas de pensar quevas a enterrar a tu mujer como un perro, sinataúd, sin ceremonia alguna?

—¡Déjate de pendejadas! No es el momento depensar en esas cosas, pero si quieres, para queno te sientas mal, dejaré que le reces unpadrenuestro y un avemaría, una vez que haya-mos apisonado bien la tierra sobre ella, no seaque se le ocurra volver para acá.

Pascual no hablaba; aquel desenfado de su amigocon respecto a un asunto tan serio, había empezadoa revolverle el estómago. Recordó con cariño aCarmela, su comadre; los años que habían compar-tido las dos parejas, las veces que ésta había cuida-do de sus hijos cuando su mujer enfermaba o esta-ba de parto. Intentó despertar en su amigo un des-tello de compasión, de arrepentimiento al menos.Se atrevió a comentar:

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—Carmela fue una buena mujer. Nunca olvidaréla bondad con que nos trató siempre y las mu-chas pocasvergüenzas que tuvo que aguantarte.

La respuesta de Fermín sonó como pedrada so-bre un ataúd.

—Era su deber; para eso son las mujeres, paraobedecer al marido, para cocinar y para calen-tar la cama.

La figura esquelética de Pascual pareció inflarseal responder:

—También tu madre es una mujer.

No supo de dónde ni por qué le salió la expre-sión; sólo sintió que por mucho tiempo había esta-do guardando algo que le hacía mucho daño: burlas,humillaciones, la sensación de haber hecho el ridí-culo ante aquel guapetón de barrio amparado por elmanoseado apellido familiar, apellido que sacaba arelucir cada vez que las autoridades intentaban cas-tigarlo y sólo se quedaban en el intento. Se vio a símismo más esmirriado que nunca, pero le ardías lasorejas y un leve temblor empezaba a sacudirle loshuesos.

Las palabras de Fermín lo sacudieron de nuevo:

—No metas a mi madre en esto. Sólo hablas es-tupideces. No tienes carapacho para hacer nadaque valga la pena.

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—¡Pero soy bueno para ayudarte en esta faena!

—La verdad es que eres un infeliz bueno para nada.Estoy seguro que si tu mujer te la pegara, no ten-drías los cojones para hacer lo que yo hice.

Pascual agachó las orejas, dobló su esqueléticafigura como perro apaleado y subió a su casa.

Lo último que vio Fermín fue el tubo de la esco-peta de repetición.

En el cafetín de la esquina, el grupo de amigos,trasnochados, se quedó esperando el resultado deaquella apuesta en la que Fermín probaría que laamistad de Pascual era capaz de superar todas laspruebas.

(diciembre de 1997)

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"Se hace camino al andar"

Yo soy el camino. No aquél por donde se llegaAllá, sino éste, polvoriento, tortuoso, que trepa a losmontes, que se descuelga por valles y llanuras; ésteque a veces se convierte en vereda indiscretafisgoneando intimidades. Éste, que es en ocasionesatrecho umbrío; cómplice de inocentes travesuras ode masturbaciones eróticas; unas veces roca viva,punzante, caliginosa; otras, caminando camino,orinando la bilis de siglos me convierto en muladar,desciendo al fango ancestral de mi origen, para re-surgir de nuevo, purificado por el soplo de Aquélque de mi polvo hizo hombres.

Otras veces me ensancho; tanto que me confun-do con uno y mil caminos distintos. Pierdo el rumboy galopo desbocado dejando innumerables cicatri-ces a mi paso. Cada una de ellas me lleva a algúnlado y a ninguna parte. El hombre me confunde. Ami lecho natural de tierra, rocas, vegetación, sudory sangre, lo cubre con una masa indecente y viscosaque me ahoga. Me impone rutas y fronteras forzan-do mi libre albedrío; me dibuja líneas que estran-gulan ese trotar alegre, pausado unas veces, desen-frenado otras, delatando mi estado de ánimo. Por-que yo tengo alma: pisoteada, mancillada, escupida,estercolera y todo lo que quieran, pero la tengo. ¡DiosSanto! Si supieran todo lo que he visto y vivido. De-jen que les cuente.

Entre mis vagos recuerdos de camino joven, evo-co sobre mi lomo el trotar alegre de brutos inofen-sivos y el roce tibio de unos pies menudos, morenosy descalzos trazando rutas al azar. Les llevaba sin

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rumbo, explorando con ellos, aquella explosión denaturaleza provocativa, sensual y virgen a la vez;descubriendo aquí una flor exótica, allá una ceibamilenaria, adusta como centinela. Mi ruta era siem-pre nueva, misteriosa; no llegaba a lugar determi-nado; no tenía prisa. A menudo me salía al paso uncoquetuelo arroyo, una sinuosa quebrada provocán-dome con sus femeninas curvas o un "río hombre",macho, duro y poderoso que fríamente me cortabaen dos, me restregaba el polvo del cuerpo, y una vezlimpio, me depositaba en la orilla opuesta para con-tinuar mi trayectoria.

La más de las veces, me entretenía bordeandocolinas; otras, me deslizaba en carrera desenfrena-da para ser detenido abruptamente por una barran-ca que frenaba mis impulsos y en represalia, me re-ducía a una estrecha vereda, que lejos de constituiruna afrenta, me permitía merodear por aquellas gru-tas, invioladas aún, por la porquería humana.

Los pasos morenos y descalzos no me abando-naban en mis excitantes aventuras. En millares deocasiones les acompañé hasta la sombra de la ha-maca en los yucayeques. Allí me echaba como perrofiel, para luego del sosegado descanso, guiarles ensus cacerías por los montes o conducirles a las cue-vas sagradas de los cemíes tutelares. Con ellos subíal Yuquiyú a implorar a Juracán que aplacara su ira;con ellos me confundí en la polvareda de la guasá-bara y en ocasiones burlé al fiero caribe, desvián-dolo de su codiciada presa. Con generosa fecundi-dad me ensanché en el batey para la celebración delareyto, abriéndole nuevas rutas en la perpetuaciónde su tradición e historia.

Con ellos bajé a la playa, aquel inolvidable día enque unos hombres pálidos y barbudos, sin quererloo sin saberlo, iban a torcer mi rumbo para siempre.

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Desde el momento en que bajaron de aquella raraembarcación, pesaron sobre mi lomo los clavos desus botas e hirieron mi costado una cruz y una es-pada. Tras ellos, unos terribles animales, con metalen sus patas, me torturaban sin piedad. ¡Eran tanpocos! Pero ni Juracán, en toda su furia, hizo tantosdestrozos. Los pasos morenos dejaron de acompa-ñarme; a casi todos los apresaron en encomiendas.Les privaron de mi ruta sin fronteras y a mí me li-mitaron, me mutilaron, me impusieron la monoto-nía de un rumbo fijo al que primero enlodazaron yluego reventaron a pedradas. Lo más doloroso delcaso es que muchas veces, la argamasa del empe-drado estaba salpicada de la sangre de unos hom-bres negros que llegaron poco después. Sin querer-lo, he mezclado mi polvo con su sangre, pero me fuiacostumbrando. Con el paso de los siglos, otroshombres, nacidos y criados aquí, aunque hijos delos blancos y de los negros que llegaron después,me rescataron del olvido; le dieron un nuevo senti-do a mi vida. Resultó que, a escondidas y burlandola Guardia Civil, conduje a un grupo de patriotas através de los montes de Lares y San Sebastián paraproclamar la República de Puerto Rico. Entoncesvolví a creer que tenía sentido mi existencia. Les díprotección y asilo y esta vez me bañó sangre de pa-triotas. Recordé entonces al "río hombre", al "hom-bre río" que me partía en dos, me purificaba y medevolvía sano y salvo a la otra orilla.

¡Y otra vez, hombres extraños profanaron mi san-tuario! Esta vez no fueron las botas ni las espuelaslas que rasgaron mi piel, sino la embestida brutal ycañonera de unos ídem que plantaron bandera rom-piéndome la espina dorsal. Me ahogaron de cemen-to por la costa y la Cordillera y me prostituyeron,utilizándome en su penetración asimilista. Me sem-

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braron de lentejuelas como a una puta barata e hi-cieron creer a muchos, que esparcían polvo de oro.

—Pero los que aún creían en mí; los que sabíanque era yo el único Camino, acompañaron al Maes-tro de Ponce por rutas amargas y sembradas de ries-gos; regaron con sangre joven una ruta de Maravi-lla; me siguieron en el Grito; fueron masacrados enPonce, tiroteados en Jayuya, perseguidos por losBecerrillos de turno; han abonado con sangre, su-dor y lágrimas todos los senderos del terruño y cualtributarios, me nutren y me dan vida. ¡Porque yo soyel Camino!

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