No. 17 - Última edición

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a volver a mi trabajo y que, después de todo, nada había cambiado. Pensé que, al cabo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba No. 17

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Revista cultural de distribución gratuita por internet. No. 17 - diciembre 2012

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a volver a mi trabajo y que, después de todo, nada ha

bía

cam

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P e n s é q u e , a l c a b o , era un dom

ingo de m

enos, que m

amá estaba ahora en

terrada, que iba No. 17

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Portada del fin del mundo

Cita: Albert Camus, El extranjero.

Derechos Reservados. La pluma en la piedra , Toluca, México, No. 17, diciembre 2012.

La pluma en la piedra es una publicación mensual e independiente de distribución gratuita por

internet. Todos los artículos, ensayos, escritos literarios y obras publicadas son propiedad y

responsabilidad única y exclusiva del autor y pueden reproducirse citando la fuente.

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La pluma en la piedra

@PlumaenlaPiedra

La pluma en la piedra

Hemos de dar nuestros más sinceros agradecimientos a todos aquellos que se

han tomado la molestia de leernos, colaborarnos y seguirnos durante todos

estos números. Lamentamos que en breve el mundo llegue a su fin, así que les

deseamos lo mejor y nos veremos pronto allá abajo. Gracias.

“Pensé que, al cabo, era un domingo menos, que mamá estaba ahora

enterrada, que iba a volver a mi trabajo y que, después de todo, nada había

cambiado.”

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Escribieron esta edición

Artistas

José J. González

Sergio Fernando Palacio Pérez

Aleqs Garrigóz

Aldo Rosales

Jesús J. González

J. M. Falamaro

Moreliana Negrete

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Editorial

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Despedida

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Creación Literaria A la rosa más bella

Sergio Fernando Palacio Pérez

Para ti. ¿Qué es amor? Sergio Fernando Palacio Pérez

Luna

Sergio Fernando Palacio Pérez

Tras beber un frasco de Benardex 100 ml Aleqs Garrigoz

Castigo

Aldo Rosales

Mi última reflexión Jesús J. González

Pleroma

Jesús J. González

Del libro de las revelaciones Jesús J. González

La mosca

J. M. Falamaro

XXVI Moreliana Negrete

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La Galería Y la tierra se partirá

José J. González

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La pluma en la piedra

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¡ Bienaventurados ustedes que serán testigos del fin del mundo!

Bienaventurados también por tener la fortuna de leer este último número de

La pluma en la piedra con todas las colaboraciones de los escritores más

afamados del momento. Así, mientras el cielo se abre, usted podrá disfrutar de

dos poemas y una narración de Sergio Fernando Palacio Pérez, un poema de Aleqs

Garrigoz, una narración de Aldo Rosales, tres narraciones de Jesús J. González, una

narración más de J. M. Falamaro y un poema de Moreliana Negrete.

En la Galería, muy ad hoc con nuestra edición final, José J. González nos

comparte su fotografía: Y la tierra se partirá.

Y ahora, todo lo que siempre quisimos decir y no nos habíamos atrevido:

- Sabemos que nadie lee nuestras editoriales. Por eso colocaremos una falta de

ortografía aqui.

- No colocamos el título de los escritos de nuestros colaboradores de esta edición

para que despertar su curiosidad, amable lector.

- Nunca nos equivocamos y si alguien opina lo contrario, ese alguien está mal.

- A veces vomitamos… literatura.

- Jamás recibimos la ayuda para superar aquel incidente de la edición de mayo.

Por ello, albergamos rencor en nuestros corazones.

- Nuestro cuartel general está protegido contra el coco.

- Tenemos un elefante de mascota.

- Una de las tantas razones de ser de esta publicación está relacionada con el

apoderamiento del mundo.

Eso es todo. Sin más por el momento, nos vemos en la entrada al infierno.

Quien quita y coincidimos en alguno de los círculos.

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La Galería

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7

La Galería...

Y la tierra se partirá, José J. González. Fotografía que forma parte de la

serie: “Mi Kodak y yo”.

No vieja, digas lo que digas, yo no voy a seguirle. Vete tú. Ultimadamente es tío tuyo,

no mío. Y es que mira, se parece al sueño de la otra noche: el camino todo quebrado

y al final, donde se ve la línea entre la tierra y el cielo, ya no hay nada. Que sí, vieja,

que ya no hay nada. Pero mejor vete, será lo mejor. Sólo recuerda que no siempre te

quise y que puedes irte tranquila, yo aquí no te voy a esperar.

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Por Sergio Fernando Palacio Pérez

A la rosa más bella

Las flores poseen su colorido, y su suave aroma,

Las aves su dulce canto y maravillosas alas,

Las abejas, exquisita miel que luego se derrama,

La fe tiene el uso de sus manos al alzarlas,

Yo poseo algo más sublime que todo eso,

Y es alguien que me ama,

¿Y cómo es que lo afirmo? Te tengo a ti

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Por Sergio Fernando Palacio Pérez

Para ti. ¿Qué es amor?

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Amor, amar y ser amado por las manos y labios que más deseas,

Besar y ser besado por el ángel cuyo nombre más pronuncias,

Saber entender y que entienda las situaciones alegres y adversas.

Fidelidad, ser leal y proteger cuyo tesoro reside en tus brazos,

Ahora fluyendo dentro como líquido vital en las venas,

Sin dar la puñalada traidora manchando de sangre las manos,

Si llevas la esencia de otro, ¿por qué dijiste que me amabas?

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Por Sergio Fernando Palacio Pérez

Luna

M aría nació en una pequeña aldea rodeada por un espeso bosque, tan grande y

tenebroso, que se tenía prohibido internarse en él.

Ella era una joven hermosa, de cabello negro, ojos grandes color madera, nariz

pequeña y ardientes labios. Pero a pesar de ser tan bella, su vida era bastante

miserable.

Se sentía sola por no tener un amigo. Mientras los demás jóvenes sólo la buscaban para

cortejarla. Peor aún era recibir las miradas envidiosas, murmullos y señalamientos del resto de las

mujeres de la aldea. —¡Qué despectiva! —siempre decían—. ¡Qué extraña es! —otras

agregaban—. ¡Seguramente es una de esas mustias, que sólo les gusta fingir ser inocentes y por

dentro son unas rameras!

Eso acontecía del diario en su vida, tanto dolor era, que cuando llegaba la noche se sentaba

fuera de su casa para llorar y recordar al único amigo que tuvo.

Fue un lobezno que encontró a las cercanías del bosque, éste tuvo un rasgo particular: una

cicatriz en forma de hoz cerca del ojo izquierdo.

El nudo en la garganta no se hacía esperar, debido a que tuvo que abandonarlo por órdenes

de su padre, quien le advirtió: “Los lobos son criaturas traicioneras, las peores bestias de la

naturaleza por estar al servicio del señor de las tinieblas. ¡Por favor, hija! Nunca vuelvas a estar

cerca de esos monstruos”. Al haber pasado tanto tiempo pensó: “Seguro debe estar muerto”.

Pasaron días, hasta que María se hartó de su soledad. Por lo que huyó al bosque en lo que su

padre trabajaba. Luego miró lo escabroso que podía ser ese lugar, como si estuviera maldito y los

demonios rondarán con plena libertad.

Cuando al instante uno de sus habitantes más sanguinarios se presentó y emitió un sonido

tan fuerte que las aves salieron despavoridas. María cayó indefensa frente al oso, lista para morir.

De pronto una manada de lobos apareció, atacando y acorralando al oso. Llegando al punto

que el oso no tuvo otra opción que huir cuanto antes.

María quedo llena de gozo, no sólo por el rescate. Sino por una razón aún más agradable,

cuando vio la cicatriz en forma de hoz en el ojo del líder de la manada. Sin duda se trataba de su

mejor amigo.

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12

El lobo corrió para lamerle la cara y jugueteó con ella. Tenía la misma emoción de recuperar

la vieja amistad.

Desde ese momento, cada vez que se presentó la oportunidad, viajó a hurtadillas al bosque

para jugar con su amigo. Hasta que un día, una de las aldeanas entrometidas la siguió y observó su

comportamiento con los lobos.

Rápido corrió a la aldea para contarles lo que había presenciado: —Es una bruja, sólo alguien

así podría convivir con las bestias del bosque—. Todos los aldeanos asustados, tomaron su armas

disponibles.

Fueron al bosque al anochecer, cuando María regresaba. Al encontrarse, la persiguieron

gritando. Mientras intentaba salvar su vida se tropezó con una piedra, quedando vulnerable.

Los lobos llegaron en su ayuda al haber escuchado el escándalo. Su mejor amigo fue herido

en medio de la trifulca. Al mirar eso, María quedó petrificada. Todo sonido a su alrededor estuvo

omiso durante la caída del lobo.

Ella no se permitiría perderlo de nuevo y se interpuso en el fuego cruzado. Quedando con su

pecho perforado y bañado en sangre. El lobo se arrastró para recostarse junto a ella.

Ambos bandos frenaron la pelea cuando repentinamente salió una luz del pecho de María,

que se fue acrecentando en lo que se iba elevando hasta lo más alto hasta crear una gigantesca

esfera iluminada perfecta. Todos los presentes enmudecieron y sus ojos se humedecieron en

lágrimas.

Fue un momento inolvidable y para conmemorarlo cada vez que el alma de María saliera tan

hermosa y radiante, los lobos en señal de recuerdo de su sacrificio le aúllan; mientras que el lobo de

la cicatriz permanecería desde lo más alto que pudiera estar, en espera de reunirse pronto con su

mejor amiga.

Sergio Fernando Palacio Pérez

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Por Aleqs Garrigóz

Tras beber un frasco de Benardex 100 ml

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E staba adolorido y exhausto.

Mi cuerpo se combó de aprensiones

y fui, una noche entera, de la pesadumbre el ámbito oscuro.

Estremecido en la sombra,

la electricidad jugaba en mi cuerpo

porque entidades espirituales me alargaban su poder,

manipulando mis emociones, mirándome con lástima.

Enfermo, mi frente se nublaba de agonía;

sudorosa mi cara ardía en fiebre inconsolable.

Al lecho me visitaban horrendos recuerdos;

la conciencia de la soledad y la pobreza

me recorrían como un escalofrío.

Quería escapar de todo.

Mi pensamiento atormentado volaba sobre la calle

con últimas fuerzas, de sí mismo huyendo, perseguido

por el fúnebre repique de los campanarios.

Mi corazón fue un tambor de resonar lúgubre

ahogado en la marea nocturnal.

Flotaba en el ambiente una fuerte sensación de luto,

un olor a bienes perdidos, un pavor al futuro,

un resonar de pasos de auxilio cada vez más lejanos.

Oí llantos de recién nacidos abandonados

y la certeza de su muerte inminente me taladró el corazón.

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Y quise dormir, para soñar o morir.

Y cuando se cerraron mis párpados abatidos,

mi alma se desdobló. Un enemigo en el más allá

jaló de ésta mi pie; espectrales seres de mí tiraban,

me doblaron el cuerpo sutil y contra la pared lo oprimieron.

Incapaz de despertar, me asfixiaba

sintiendo mi cuerpo entumecido tan lejos de mí.

Tuve innumerables pesadillas:

mis miedos se proyectaban sobre un fondo negro.

La conciencia del mundo de odio y maldad repleta

me hablaba una vez más de desesperanza y miseria,

en un idioma que yo desde siempre

a la perfección conocía.

Aleqs Garrigóz

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Por Aldo Rosales

Castigo

L o miras salir de casa. Cierra la puerta con doble llave, se despide de alguien en el

interior y echa a caminar. Es más alto de lo que te habían dicho, y más delgado que la

imagen que te formaste de él cuando lo viste en la fotografía. Cada mañana te dices

lo mismo, aunque ya lo conoces más de lo que él mismo se conoce. Echa a caminar

hacia la avenida principal, contigo detrás. Sabes que tomará el camión que va por la avenida 16; lo

has estudiado con calma, casi como lo hacías en la escuela con las ranas y las lombrices: te tomabas

tu tiempo para abrirlas poco a poco. Los charcos en la calle denuncian que la lluvia de la noche

anterior fue intensa. El frío en el ambiente ratifica lo dicho. Te acercas tanto a él, que puedes mirar

cómo su aliento se congela y forma nubecillas, como las que se usan en las tiras cómicas del

domingo para decir que alguien está hablando. Te imaginas que su aliento dice, en una de tantas

veces: “Molly, hoy no me esperes a cenar”. O cosa similar. Sus zapatos hacen un ruido extraño

cuando camina. Piensas que se debe a los clavos que traen en las suelas; son del tipo que sólo los

zapateros usan: firmes, de cabeza chica, delgaditos. Alguien con dinero tendría para comprarse

zapatos nuevos, no mandaría reparar los viejos. O quizás no, quizás es como Alfredo, tu

compañero de primaria, que con todo y ser hijo de diputado, iba a escuela oficial y usaba parches

en la ropa y clavos en los zapatos. No sabes. Entonces te preguntas si será rico, porque sigues

aferrado a que alguien con dinero no manda reparar los zapatos. Además, alguien con dinero no

viviría en una casa así de humilde. Bonita, pero humilde. Son las 5:48: Los ricos no se levantan

temprano. Éste no es rico, piensas mientras caminas tras de él y notas cómo esquiva los charcos;

siempre te has imaginado que a un rico no le importaría echar a perder la piel de sus zapatos. Vas

tan pegado a él, tan cerca, que quien los viera pasar diría que van juntos. Te sorprendes que no te

haya sentido, o que si lo ha hecho no le haya importado. Debe ser cosa de la rutina, te dices: uno

acaba por no existir, y hacer que los demás también dejen de existir o de importar. Eso debe ser:

cosas del trabajo. Hasta escuchas la melodía que viene oyendo en los audífonos, es una que

conoces y que te gusta: la tarareas un poco y sientes pena cuando fallas en una estrofa. De repente

no quisieras hacerlo, piensas que alguien que tiene tan buenos gustos musicales no puede ser tan

malo. Pero trabajo es trabajo. Hay quienes cargan cajas; los hay quienes tocan la guitarra en el

camión o las cantinas; también están los que se fingen ciegos o moribundos y piden dinero en las

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Aldo Rosales

entradas del metro o a las afueras del mercado municipal. Tú haces esto. A veces porque se van con

la mercancía, a veces porque no la pagan; otras veces sólo porque al jefe se le antoja. Punto. Podría

decirse que, desde cinco días atrás, eres su sombra: le pisas los talones, desapareces cuando el sol

sale. Eso te repites cada mañana antes de salir de tu casa y esperar afuera de la suya. Esperas hasta

que las luces se encienden: primero la del cuarto, luego la del baño, después la de la cocina y al final

la de la sala. Es como una víbora que se traga un foco y lo va digiriendo poco a poco. Eso te dices a

solas. Buena analogía. Ya la has anotado en tu agenda. Más tarde, algún día, la usarás en algo.

Quizás en un chiste. O cuando le cuentes esto a alguien. Ya saldrá algo. La avenida está a la vuelta

de la esquina. Lo haces rápido, pero no por la espalda: eso es de cobardes. Le tocas el hombro y él

respinga como si le hubieras pasado un hielo por la espalda, justo como hacías en la secundaria con

las niñas bonitas; en una ocasión, una se levantó la falda para ti, atrás de los laboratorios. Te

sonreíste como si su vagina fuera una broma. Sus vellos eran felpudos, rizados. Aquello era rosa

como un cuento para niños. Él apenas si sabe qué pasó. Haces un gesto de disculpa antes de irte.

Cuando tocaste su hombro, te diste cuenta que el cuello del suéter estaba raído: no era rico.

Cuando es así, te pesa más. Con los ricos es otra cosa: lo disfrutas, gozas que sientan miedo;

algunos hasta se han orinado. Pero así, con los pobres, no lo gozas, no tanto como con los otros.

Regresas a la casa: dan las siete cuando vas entrando a la sala. Ahí lo ves: viene bajando la

escalera, ya con el uniforme puesto. Se parece mucho a ti; quizás, por eso, a éste no le pegas aunque

rompa la vajilla, aunque le pegue a sus hermanos, aunque le grite puta a tu nueva mujer. Le dices

que se desmonte el uniforme, que hoy, para él, no habrá clases. Grita como loco y sube las

escaleras gustoso, riendo. Al pasar por la sala miras su foto grupal en la pared: ahí está el tipo,

sonriendo junto a los niños. No podía ser tan malo. Pero hay cosas que se tienen que hacer, cosas

que no puedes ignorar: cuidar a la familia es tan importante como el trabajo. Es más: es trabajo.

Caminas al baño. Mientras te lavas la cara y te miras en el espejo, te repites que no pudo ser tan

malo; alguien con esos gustos musicales no puede ser tan malo. Pero a tu hijo Rafael, nadie,

excepto quizás tú, lo castiga. Mucho menos le jala las patillas.

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Por Jesús J. González

Mi última reflexión

17

Y qué haremos cuando todo esté a punto de terminar. Nos

pondremos a pensar en las cosas que nunca hicimos y que ahora, de

un momento a otro, queremos realizar. Nos detendremos a

reflexionar sobre nuestros actos, sobre cada uno de ellos, para

sentirnos tristes, miserables, tontos, avergonzados, nostálgicos.

Pensaremos en las personas a las que nunca amamos, a las que nunca odiamos,

y nos encogeremos de hombros y ocultaremos nuestros rostros porque sabemos que

tuvimos el tiempo suficiente para hacerlo.

¿Qué haremos cuando el final este cerca? Lo de siempre; si acaso habremos

dos o tres personas que enloqueceremos, las otras, que son las muchas, se sentarán

resignadas, implorando el perdón de todos sus pecados, como si el Gran Dios tuviese

la paciencia de escucharnos a todos al mismo tiempo. Nos jalaremos de los cabellos,

llorando, abrazándonos.

Le diremos a nuestras parejas cuánto las queremos y lo felices que podríamos

haber llegado a ser; algunos se aventurarán a casarse el mismo último día. En los

hospitales, los niños recién nacidos ya no tendrán que ensuciarse las rodillas, no

tendrán que aprender más estúpidas reglas y ser víctimas de toda la idiotez de la que

el hombre es capaz.

Ya no habrá nada para nadie. ¿No creen que eso es bueno? Ya no habrá más

guerras, ni gente matando gente, tristeza, soledad y dolor.

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A ún falta mucho tiempo, pero no tanto como el que creemos. Todo tiende a llegar a

su fin, es el ciclo natural de todas las cosas, tenemos que entenderlo. Incluso,

llegado el momento, hasta lo eterno ha de culminar su acto.

Todos pudieron ver en el cielo la aparición de una gran mancha rojiza, una mancha

informe, que a primera vista parecía ser una nebulosa. Los enormes radares que monitoreaban el

universo nunca se percataron de su presencia, para toda la comunidad científica resultaba un hecho

bastante extraño. De inmediato las grandes mentes de todo el mundo se dieron a la tarea de

investigar lo que estaba ocurriendo. Pronto pudieron saber que aquella informidad se encontraba a

pocos días del sol, a pesar de los muchos intentos, nunca se logró saber el tamaño aproximado del

objeto, pues una y otra vez que se hacía el cálculo, resultaban cantidades inconmensurables,

cantidades que albergaban miles de dígitos, cosa que desconcertaba a todos.

La luz que despedía aquella mancha era tan singular, parecía tener un tono parecido al azul

cerúleo. Tanto de día como de noche era tan visible. La gente, sumida en la más nerviosa de las

desesperaciones, contemplaba con terror el crecimiento de la mancha. Empezaron a haber olas de

saqueo, asesinatos, violaciones y todo acto que condena el buen juicio y razonamiento. Los

animales, por su parte, se mantenían tranquilos, todos ellos miraban al cielo sin emitir sonido

alguno, muchos dejaron de comer, causando de esta forma su muerte voluntaria.

A pesar de su gran luz, no había cambio alguno en la temperatura, hecho que no entendían

los científicos. La gran mancha se movía, cambiando de esta manera su forma, como si se tratará de

una nube más en el cielo. Las poderosas naciones dejaron de intentar cualquier cosa cuando se

dieron cuenta que sus armas más poderosas no operaban cambio alguno en la naturaleza del

fenómeno. Pronto el silencio se apoderó de la tierra.

Los relojes dejaron de funcionar, toda la energía eléctrica desapareció extrañamente. Los ríos

y los mares dejaron de moverse. En los cielos ya no podía verse ni un ave. Todos aguardaban el

terrible día en que aquella masa chocaría con el sol.

Por Jesús J. González

Pleroma

Durante un momento sólo hubo una impetuosa y

fantástica luz que tocaba y penetraba todas las cosas.

Poe: Conversación de Eiros con Charmión

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Pleroma

Los predicadores empezaron a llamar esto como el apocalipsis, la segunda llegada del Cristo,

pero no se podrían dar cuenta que lo que ocurriría terminaría incluso con lo que se conoce como

Dios.

No faltó quien afirmara que aquello no era más que el gran dios-mensajero Nyarlatothep que

traía noticias del gran Caos Estúpido. Muchos otros dijeron que todo se trataba de una invasión

extraterrestre, argumentando que se habían visto platillos voladores días antes de que la mancha

apareciera. Algunos se contentaban manteniendo en sus mentes estas hipótesis, aunque supieran

que todas eran falsas.

Pronto llegó la madrugada del quinto día. La gran masa se encontraba en su máximo

esplendor. Arriba parecía ya no haber más estrellas, como si todas hubieran sido absorbidas por ese

extraño cuerpo. Dieron las siete de la mañana, el sol salió como de costumbre, esta sería la última

vez que se asomaría para todos. Cuando el astro rey se encontraba en el cenit y la gran mancha

parecía estar más cerca, ocurrió lo esperado por la humanidad entera.

La mancha rojiza cubrió el sol, haciendo que se hinchara a un volumen impresionante. Los

ojos curiosos comprendieron que el final había llegado. El sol estalló. El fuego de la explosión

cubrió los primeros planetas, evaporándolos al instante, en menos de un segundo la tierra y todos

sus pobladores comenzaron a fundirse. Nadie sintió nada. La gran mancha creció

inconmensurablemente expandiéndose a todos los rincones del universo a una velocidad millones

de veces superior a la de la luz.

Un estruendo que en los santos días idos nunca se escuchó, retumbó horriblemente en cada

esquina del cosmos, al tiempo que el fuego consumía todo a su paso, desapareciendo estrellas,

galaxias, nebulosas, y todo lo que se le ponía al frente. Pronto la explosión llegó a la parte vacía del

universo, pero aun así no se apagó. El hogar de Dios desapareció, Él se evaporó como sucedió con

toda la materia y sustancia.

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Por Jesús J. González

Del libro de las revelaciones

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E l aliento angélico ha soplado cinco veces, cinco veces ha puesto sus labios en el frío

argento áurico sagrado; la música que mana del precioso instrumento es la de un

prolongado dolor que antecede a la penumbra de los cielos. Cinco veces se ha

dicho el nombre secreto del Unus. Eio conforma y destruye, son sus dos principios

básicos. El hombre ha nacido y tendrá que morir. Mientras tanto, Él observará todo desde su gran

ventana con ojo estúpido.

El hombre no comprende que de esta música arcana se desprende del universo la estrella

bendecida por la mano del Padre, para penetrar en la carne de nuestra Madre de polvo. El astro

maravilloso ha venido viajando desde que la segunda no sólo fue consonante, sino también

creación y hogar abierto. Cuatro luces han anunciado el quinto resplandor, y éste viene

acompañado de las llaves que abrirán las ropas vírgenes de la Madre; la estrella se adentrará en el

abismo eterno recién violado, calmará su sed y fiebre en las aguas antes dulces. Pocos hombres

contemplarán jubilosos el coito cósmico, pero los otros más, que son muchos, cantidades de

millares, temerán por estar marcados como bestias de corral.

El número resultante de la cifra divina es nueve, nueve serán los doce mil, doce mil serán los

salvados de cada una de las doce familias. Nueve se esconderán para salvarse de la ira injusta de

quien desconoce la dualidad necesaria. Nos damos cuenta que el Castigo no entiende la naturaleza

del hombre. Sean, pues, infelices esos nueve. El Padre volverá a devorar a sus hijos, porque

nuevamente tiene miedo de ellos, pero está vez dejará con vida a los débiles, creyendo encontrar en

ellos la fortaleza para un nuevo inicio.

Entonces una gran humareda se elevará al cielo cubriéndolo todo, devorando del sol sus

rayos. Los ojos de los ancianos se oscurecerán al momento, las viejas gritarán desde sus delirios; Él,

que no comprende nada, escuchará blasfemias, asquerosas palabras que agusanaran sus mantos

glaucos y albúreos. Quien pida perdón será condenado, le será arrancada la lengua desde raíz. Sólo

los débiles pedirán perdón, creyendo que así la furia alimentada por la incomprensión llegará a su

fin. Cosa que no es cierta, porque no se trata de furia, sino de capricho lo que actúa en sus manos.

Al frente, como rey, llevan al ángel del Abismo, cuyo

nombre en hebreo es Abadón y en griego Apolión

Juan; Apocalipsis 9:11

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21

Del libro de las revelaciones

Del abismo se levantarán grandes langostas multiplicadas en cantidades inimaginables.

Cubrirán el cielo entero con su batir desencadenado de alas. El Capricho les ordenará que aflijan al

hombre como lo harían las plagas de alacranes. Cinco meses estarán sobre las ovejas marcadas,

brindarán de dolor la carne de aquellos que “han salido” para entrar, de aquellos que han caído para

subir aún más alto.

El sadismo será tal, que se negará al hombre la propia muerte, la buscará y no la hallará

durante cinco eternos meses, tiempo que sufrirá las implacables picaduras de las langostas. La carne

de los hombres que han abierto los ojos será prometeica.

Los valientes se enfrenarán con estas monstruosidades. Tratarán de arrancarles de la cabeza

las coronas que adornan sus cabellos femeninos. Se defenderán, pues han de demostrar que no son

débiles, que no son objetos que se pueden desechar tan fácilmente. Crearán escudos que sean tan

resistentes como aquella coraza que les cubre los equinos pechos a aquellas langostas. Se buscará

cortarles la cola de alacrán, siendo ésta su principal arma de guerra y tortura.

Ya dos veces Él ha sido confrontado, la primera en su propio reino, cuando los eones

templaron porque presentían su caída. La segunda, en la tienda de uno de nuestros primeros padres

(Jacob). Sea esta nuestra esperanza de triunfar sobre los caprichos injustos de quien desconoce la

dualidad creadora del hombre. Este dios que alguna vez idolatramos tiene miedo, lo podremos

sentir cuando veamos desencadenados a los cuatro ángeles del río Éufrates.

Una bella mujer dice sobre el autor:

Es un hombre exagerado de aspecto descuidado, tanto que cae en lo

vagabundesco, con tendencias paranoicas, masoquistas y misantrópicas. E s

una especie de samaritano en peligro de extinción, su bondad bien p o d r í a

ser una virtud, si no cayera en el extremo al grado de causar náusea. Sufre

constantemente de insomnio. Poeta y artista con recurrentes bloqueos

mentales de tiempo prolongado, obstinado al perfeccionamiento de sus

obras. Tiende a crearse alter egos sin motivo alguno; su único vicio es el

chocolate y quizá el amor (si esta palabra existiese en su vocabulario). Todo

un loco por naturaleza.

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1 José Blanco Regueira, Estulticia y Terror, Toluca, Méx.: Instituto Mexiquense de cultura, 2002, pág. 7.

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N o puedo dejar de pensar en qué es lo que haré la mañana siguiente, cuando aún

no ha llegado la oscuridad a mi ventana o siquiera he encendido la lámpara de

esta habitación acompañado por los objetos más inútiles y uno que otro

personaje que rima con la escenografía de este lugar.

No podría describirlo si no fuera por el ruido escandaloso que va y viene por todo el

espacio innecesario, haciéndolo con una emoción como no lo hubo antes en el mundo. Lo he

hecho mi invitado favorito, su nombre calificativo que nació de mi enciclopedia. Suspiro tratando

de no hacer nada, pero su presencia me inquieta.

Al inicio su indiferencia me produjo ingenuidad hasta parecerme inofensivo, después de

unos minutos en su ir y venir, en su vocación inútil de estamparse en mi cristal, vuelve y se posa en

el respaldo de mi mesa, tatuándose entre mis cosas inútiles. Otras veces se disfraza de abandono,

encalla a centímetros de mi mano, le miento al moverla, después sólo la invito a que se esfume; sin

embargo, ya son horas que sigue así. ¿Qué debo hacer? Levantarme y abrirle la ventana, pero no

tengo ganas o la ignoro, pero, además tampoco tengo ganas.

Hacer esto o aquello. Situación embarazosa. Me detengo un momento de mis labores. Algo

debería hacerse, pero no hay manual para pequeñeces tan banales. ¿Quién podría dedicarse a

ensayar un tratado sobre dilemas tan triviales, que me llene de inseguridades hasta sentirme como

uno de esos hombrecitos con etiqueta de saber algo, tratando de develar los últimos misterios que

guarda el asombro de este insecto “aéreo que traza círculos” 1 en el aire, confundiendo toda física, o tal

vez metafísica, para personas ordinarias?

Esta curiosidad me parece tan simple y tan burda que tengo la sensación de haberlo

escuchado en alguna charla de ocasión. Miro a mi alrededor y mi invitado sigue ahí, indiscreto y

despistado, dando vueltas en el aire, trazando sus círculos imaginarios que hasta podría pensar que

está planeando atacar una vez más la ventana… pero no, apacible se posa en una pared. Si al menos

pudiera develar el misterio, si tuviera la capacidad, pero no es así.

Por J. M. Falamaro

La mosca

Para Ti, ex toto corde

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La mosca

Me doy cuenta que sucede lo mismo con un sujeto, algunos han recibido dones, talentos o

algo con lo cual hacerse notar o al menos sobresalir de entre tantos hombros. Se les ha dado la

esperanza, la duda, el quizá, la genialidad o la irreverencia. Debo confesar que no he recibido nada.

No tuve siquiera una invitación al círculo de los imbéciles, sólo una bofetada de lo más baja: algo

parecido a una inútil metáfora básica de existencia, similar al nacimiento de una mosca que crece en

el estiércol queriendo ser, tratando de volar y llegar más allá de una ventana, chocando a fuerza de

esa hambre de voluntad, queriendo salir de esta nada tan absurda y caótica. Extraña analogía, donde

a pesar de todo seguimos esperando, nadando en estiércol sin querer salir, no querer unas alas, no

querer ser más esa mosca que paradójicamente sigue zumbando desde hace días ya en mi

habitación.

Se posa con una inercia espantosa sobre el respaldo de mi tablero, como gritando en sus

silencio que mi mano vaya sobre su insignificancia y la devuelva a esa oscuridad de donde,

humanamente hablando, asusta.

Debería aplastarla, acabar con esta enfermedad que amamos y sin la cual no saldríamos ni a

la calle. ¡Qué tan cercano se siente este sentimiento depravado y estúpido que se niega a exponerse!

Ojalá hubiera llegado antes, como cuando niño, donde estamos realmente con nosotros mismos,

donde el suplicio de la soledad se refleja estando con los demás, donde no escuchamos, no nos

acompaña un pasado, donde la muerte es una silueta que no se deja ver, es una malvada que viene a

nuestro encuentro y que al pasar los años nos damos cuenta que no hay mejor compañía que ella,

quien nunca se va. ¿Qué está al abrir la puerta? Nuestros miedos, lo incierto, la sombra en el

camino que se siente sentada a un lado de la cama a las tres de la mañana, la que nos escucha al

posar la cabeza en la almohada y, que uno de esos días de infancia, se ve venir al abrir la ventana.

Lo incierto se convirtió en polvo. No estaría, si ya estuviera muerto. Debería haber muerto

hace tiempo, paradójicamente, sigo tras esa extraña necedad de correr por el pasado del cual no me

reconozco. No soy más que esa mosca cansada al final que sabe, de ante mano, que no verá la

mañana siguiente y si no lo sabe, ¡cuánta dicha!

Pero para esta pesada materia que tiene ante sí la noción de una noche fría, de hojas sobre

una cómoda, una cita, un reloj puesto en desorden, la espera de una sonrisa, una conformación de

una mañana, sabiendo que apagará la luz sin saber cómo es que llegué hasta el espejo o al

dentífrico, a esa ocupación que se llena de olvido y embriaguez. Y si, tal vez, la mosca llegó antes de

tiempo. Si sólo se posó ahí porque ya sabe lo que pasará mañana, si la sola idea guardada es que

nunca pasará del cristal, cansada de estamparse instante tras instante y no conseguir nada, qué otra

cosa seria su existencia, sino desesperanza.

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J. M. Falamaro

¡Qué monstruosa realidad! Ya no comprendo nada. ¿Por qué debo ser yo quien la aplaste?

No logro entender a la mosca o a esta posición de imbécil que piensa en la familia, en su trabajo, en

las relaciones comunales y en donde nunca se tiene problemas con los otros.

El problema está en uno mismo, quien se mete en la boca del universo, esperando el

desvanecimiento de un nombre en el mar de todo lo vivido y que mira de frente al absurdo; un

precipicio que se ve tan cercano y tan lejano, porque al no ir a su encuentro, uno muere o se va a su

muerte todos los días.

Asusto al insecto de un ventarrón y no se va. Se queda a la espera, pero, ¿de qué? Una

necedad de milenios postergados en un montón de materia en soledad, cuánta soledad acompaña

este universo perdido de luces, que un día se le agarró el gusto. ¿De dónde he sacado el dardo que

nace de lo espontáneo, sumergido en un huracán y desprendido de una noche esclava de mis

nostalgias que bailan en mi azotea? En mi voz que estalla en un: “¡si no puedes… renuncia!”

Ahora que me aburro de la búsqueda y de la espera, mi mano se posa en el viento de las alas

caídas de esos ángeles infelices y desconocidos, que nacieron de una borrachera de dios; de un día

que se quedó a solas y creó unas moscas tan llenas de esperanza que levantan el vuelo cada día.

Entonces se echa a volar de pronto mi invitado, quisiera gritarle a voces: “Sueña que no

existe el cristal de esa ventana”, pero a quién quiero engañar… o quién me engaña a mí. La realidad

está afuera, sin nosotros, viviéndose en un vaso de alcohol, en el sexo, en una caricia, en un breve

instante de un universo de silencios… ¡Ahí está!, dando la vuelta en aquella esquina, en el autobús,

en un beso, tras un volante, en la felicidad de muchos, en la promesa de vivir, en un camino

solitario, en la tempestad del mar, en el olvido de una fotografía, en un abrazo, en el amor, en las

nubes, en mis sueños, en la soledad, en un velorio que se fue.

El tiempo que esto dure importa para todos, pero hoy el suplicio se encontró de frente al

espejo que no miente. Es la silueta a quien se le acabaron los paraísos en los nudillos, antes de que

mi mano caiga y terminé con el incesante vuelo y sus alas se quiebren. Uno ve sin querer las herida

en las profundidades y siento lástima, no por lo que ya no se echará al vuelo, sino por mí: ese

borracho que nació en una de sus alucinaciones, en el delirio amargo de un día, la poca lástima que

queda en mi vaso… Inesperadamente, la palma de mi mano cae con brusquedad. Veo caer al suelo

una mancha negra que ya no importará más. No la veo sufrir y, tal vez, por eso la envidio. Lo que

lleva a la respuesta de un suspiro y a la compasión torpe que me quema. Sé de antemano que ya no

escribiré. Me iré en busca de una mano que responda mis dudas llenas de inmundicia, ante una

débil noción de lo que fue, ojalá regresara esos miles de instantes que se fueron de viaje a una

estrella lejana.

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2 Sören Kierkegaard, Estudios Estéticos I: Diapsalmata y el erotismo musical, trad. Demetrio Gutiérrez Rivero, Madrid: Guadarrama, 1979, pág. 57.

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La mosca

¿Cuántas vidas tuvieron que pasar hasta llegar a esta fría respuesta ciega? No la esperaba tan

cerca, respondiendo a la lucidez vaga que se esfuma, no alzo las alas, pues no tengo demasiada

imaginación. Camino en busca de un héroe, mi héroe que nació de alguna historia antigua. Hay

veces que uno quisiera escribir sobre él, pero ahora, en este preciso momento, me inventa esta

realidad exigiendo el pago de facturas pasadas. Suspiro y me hundo en la tormenta… Siento como

si nunca se fuera a hacer de noche. Ya no golpeo la ventana. Me basta quedarme aquí, renunciando

a la batalla donde no pasa nada, a mi exigencia de adquirir un alma, al fin de cuentas yo no soy, desde

luego, el dueño de mi vida, sino un hilo mas que hay que entretejer en la tela del algodón que es la vida. Claro que de

no ser capaz de tejerlo, al menos podre cortarlo2.

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E l sol gira mientras se expande el universo.

Mira bien cómo se mueven las olas

porque las olas son diferentes a cada momento.

La tierra inmóvil mira pasar a los astros

y tú, mírate, te mueves,

te sonríes,

te sueñas,

te imaginas.

La luna exhala su calor azul marino

y yo, mírame, me quedo,

me aflijo,

me pienso,

me siento,

te imagino.

No sabrás nunca el sentido de la navegación

de mi cuerpo,

no sospechas siquiera de los tumbos,

de las mareas,

del hambre,

ni de este devenir del tiempo que albergo.

26

Por Moreliana Negrete

XXVI

Page 27: No. 17 - Última edición

27

XXVI

Mírate mirándome

mírate acariciándome

mírate sintiéndome.

Mírame queriéndote.

No hay lugar en el mundo para los dos

porque los dos somos el mundo entero,

creadores del universo infinito.

Sin ti, se me habría olvidado crear el cielo.

Y ahora, inicia con el beso de siempre,

aquel que nunca es igual.

Inicia con tus labios suaves el recorrido

del océano.

En la siguiente vida,

tú estarás en mi lugar

y yo trataré de descubrir

la razón del ser

que te lleva cada vida a mi lado.

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Fin. 29

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El mundo se acabará, de eso no tenemos duda alguna. Sin embargo, para cualquier posible contin-

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desde cualquier perspectiva. Se sugiere que no rebase las 10 cuartillas. En caso de incluir citas

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a volver a mi trabajo y que, después de todo, nada ha

bía

cam

biad

o.

P e n s é q u e , a l c a b o , era un dom

ingo de m

enos, que m

amá estaba ahora en

terrada, que iba