'Nota Sobre Susan Sontag (1933-2004)', por David Fiel

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    Nota sobre Susan Sontag (1933-2004)

    La primera mitad y un poco ms de la vida de Susan Sontag estuvo cargada de

    episodios de desarraigo. Durante todos esos aos, su vida fue la de alguien que

    supo convertir los desprendimientos prolongados de su infancia y adolescencia, en

    la circunstancia venturosa de un hogar plural, espacio de transicin hacia otros

    sitios, errancia que repela el refugio perenne, familiar. Durante un cierto tiempo en

    esa larga primera mitad (por un cuarto de siglo ms o menos, entre su partida de

    California rumbo a Chicago y la confrontacin con el cncer), la vida de Sontag

    simulara dos existencias paralelas: por un lado, las carencias de su infancia y

    adolescencia pudieron llevarla a un desenfreno de traslados; por otro, una cierta

    idea de obra surga ya, cultivando modos muy variados de la prosa: la aforstica, la

    filosfica, la acadmica, la camp. Los caminos de la Modernidad podran quiz

    tantearse aqu; pues, por qu otra cosa podran valer todos esos movimientos del

    cuerpo y del espritu ms que por un triunfo que viese en la independencia de

    juicio la gran adquisicin de quienes viven a la vera del poder (la nica diferencia

    real entre los hombres reside en su inteligencia, sostuvo Sontag)? Margen o

    borde, el sujeto moderno se ha erigido a s mismo como una fuerza que habita el

    corrimiento, llevando a cabo tales giros no exento de orgullo. Justifica de ese

    modo sus combates por un cuerpo y un espritu que pueda considerar finalmente

    propios, en sus trminos. La independencia de juicio podra ser pensada tambin

    como una participacin general en la poca, sintetizada en la idea de Foucault a

    propsito de la actitud crtica moderna como el arte de no dejarse gobernar.

    El desarraigo inicial de Sontag tuvo claras causas familiares. La familia, umbral en

    la vida de casi todos, existi tambin para ella, pero de modo tan deslavazado que

    la gravitacin del grupo domstico sera escasa a su respecto: su hermana menor,

    Judith, que apenas parece haber movido su memoria y sus afectos; su madre

    semiausente, esquiva; su padre querido pero habitando una infranqueable lejana

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    china, casi ficcional, que dara lugar a un texto ambiguo, el primero de su volumen

    I, Etcetera y cuyo ttulo es Project for a Trip to China (padre, por lo dems,

    muerto en Asia cuando la nia contaba tan slo 4 aos); todos ellos constituyeron

    para Sontag figuras algo espectrales, modos extraamente prximos de darle

    nombre a la ausencia.

    Su emancipacin fue, por tanto, un hecho para el que ella haba sido preparada

    desde su infancia, casi sin saberlo. La independencia de juicio es importante slo

    si quien la negocia con la vida hace a partir de ello algo de relevancia. Caso

    contrario, dicha independencia se confundir con las afirmaciones del propio

    carcter, sin demandar sobre s ninguna atencin particular. Sontag ofrece al

    lector de su vida esta doble perspectiva: la del camino que sus pasos trazaron en

    el mundo (camino que parece haber sido la obra de una mezcla de voluntad y de

    azar, tambin de un conato de separacin motivado por esa busca angustiosa de

    salida a los atolladeros que sus victorias prricas sobre el mundo pusieron ante ella

    en ms de una ocasin), y la del camino de su pensamiento, redactado de manera

    que todava hoy ste conserva el aspecto de una llaneza que ha sabido disimular

    con estilo sus accidentes, su vocacin de ruptura (ese arte perfeccionado por

    Sontag: organizar la invisible transicin entre plano apacible y terreno asolado). En

    este ltimo camino, el camino segundo del pensamiento (en la obra no calculada y

    sin embargo deseada), intervinieron sin duda su orgullo tras los fracasos mltiples

    del cuerpo amoroso, las inclinaciones debidas a sus muchas lecturas de juventud,

    y desde luego eso que podemos llamar el talento, su gracia o genio natural.

    Segn John Keats toda vida notable puede ser vista como alegora. La vida de

    Sontag tambin habla a su modo de cosas a primera vista ajenas a lo que ella

    parece manifiestar. A la larga, las tramas de los rumbos por la Tierra y las tramas

    del pensamiento acaban por converger, sobre todo si el cuerpo sigue siendo el

    nudo en que ambos hilos se entrelazan. Todo comienza y acaba en el cuerpo. En

    Sontag, las dos tramas parecen haber experimentado separaciones y acuerdos

    repentinos. Dos fechas nos alertan sobre ello: mayo de 1949, momento del

    renacimientoconsignado en sus diarios, en particular tras el descubrimiento de

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    las posibilidades del amor fsicamente polimorfo; ms tarde, setiembre de 1975,

    primera campanada de la muerte tras el diagnstico de cncer y la posterior

    mastectoma, momento en que los lmites del cuerpo y la precariedad de su

    potencia se le manifestaron de un solo golpe. La tendencia a disgregarse, propia

    de sus pasos por el mundo, y la tendencia a concentrarse, propia de sus modos

    ulteriores de pensamiento tras la declaracin de la enfermedad, encontraran por

    fin su comn puerto en la escritura; esa escritura mismaque durante aos haba

    sido la otra cara de su vida fsica, secretamente destinada hasta entonces a

    proteger su parte maldita, corporal. El desdoblamiento del cuerpo y de la

    vocacin intelectual, practicado por decenios, quedara suspendido de pronto

    merced a la fuerza vinculante de la vida y de la muerte mirndose de improviso,

    cara a cara, en el espejo opaco del cuerpo. La actividad de la escritura represent

    para Sontag la ocasin estable que le permitira al mismo tiempo(at the same

    time) sortear las sorpresas del destino carnal, fatdico, y mitigar las numerosas

    disgregaciones de su vida, amasada en separaciones y desarraigos, en

    compulsivos movimientos de dispersin y de huida (esta infancia desarraigada y

    una familia fragmentada en extremo,as se declar ella una vez a propsito de

    sus primeros aos).

    Toda vida de importancia puede ser leda como alegora, escribi Keats. De qu

    cosa puede ser alegora la vida de Susan Sontag? Se me ocurre que su vida,

    demasiado rica y variada, podra valer por una de las ms genuinas realizaciones

    de la ltima Modernidad; por la escultura perfecta, annima, de toda una poca.

    En este largo proceso moderno, las vidas son ejemplares siempre a su pesar,

    hecho que expresa la radical inadecuacin y disconformidad que las constituye, en

    particular respecto de las obligaciones sociales que pretenden regirla. Esas vidas

    dicen algo llamativo a propsito de las condiciones generales de existencia, algoque ellas mismas apenas sabran discernir; pues, por arduos, numerosos o lcidos

    que hayan sido sus momentos de consciencia, hay algo que a ellas se les escapa

    pese al ejercicio de una beligerancia hipersaturada de consciencia, como a

    Sontag le gustaba decir; es decir, pese a una independencia que aun en el colmo

    de su determinacin acaba siendo siempre parcial (y el sujeto moderno sabe bien

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    de esta parcialidad ms con sus nostalgias y melancolas que con su activismo o

    con sus ideologas de la reclamacin). Poco importa que esas vidas hayan

    cultivado con mayor o menor enjundia la excepcionalidad, que hayan producido

    piezas sorprendentes sobre el presente o hayan dado voz a los ms sutiles

    movimientos de alguna emergencia artstica. En todo caso, las campanas del

    retraimiento, cuyo smbolo es la modestia a que el conocimiento del propio lmite

    conduce, doblan tambin (y siempre) por todos aqu abajo, sobre todo por uno

    mismo. Los que morimos somos tambin nosotros, no solamente los dems, ni

    hay otra decadencia que la propia. Cuanto antes se sepan estas cosas, cuanto

    antes se sienta la realidad de nuestro perishable stuff, nuestra cosa

    perecedera, mejor ser. Este es el nudo de la alegora, creo. O tal vez no sea

    solamente esto; tal vez esto sea as slo en parte.

    El compromiso con la verdad, pascaliano y rousseauniano en su tradicin,

    constituye una de las escasas jactancias que le estn permitidas al sujeto

    moderno, sobre todo cuando las verdades se ocultan con obstinacin entre los

    pliegues de la cultura del show, que Sontag habit y que tambin nosotros

    habitamos, y cuando dicho compromiso no ocurre sin que ese sujeto haya

    descubierto antes para s mismo las ya referidas limitaciones del cuerpo y adems

    los alcances eficaces, concretos, de sus aspavientos mentales. Dicho compromiso

    significara sin embargo muy poco, o incluso implicara algo demasiado abstracto

    todava como para que se lo honre con entusiasmo, si quien formaliza tal

    compromiso no est dispuesto a la accin, admitiendo para s, para su cuerpo,

    algn gnero de riesgo. Sontag supo unir su compromiso con la verdad a su amor

    por el viaje feliz, un viaje slo en apariencia inhspito a las urgencias del

    compromiso. Si viajar represent para ella, por largo tiempo, el modo de sentirse

    viva, fue a partir de los aos que siguieron al impacto de su enfermedad que elviaje, no abandonado como hbito, devino una suerte de tabla en la que reescribir

    una y otra vez, como en un palimpsesto, la parte platnica (wildeana) de su

    naturaleza, en un sentido que llamaramos ms humano, o bien, como a ella le

    gustaba decir, ms til. Este giro puede verse en el incremento de su compasin,

    en el desplazamiento de la reflexin sobre los modos modernos de la

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    representacin (cuyo texto ejemplar fue el muy esttico On Photography, de 1973)

    a la reflexin sobre las condiciones postmodernas de lo irrepresentable

    (ejemplificada en el ms bien tico Regarding the Pain of Others, de 2003).

    A partir de este giro, se ha hablado de una transformacin o de un cambioprofundos en Sontag, del acceso definitivo a su madurez. Personalmente, descreo

    de estas magias del tiempo. Prefiero ver all, ms bien, esa misma continuidad que

    la unidad fsica nos impone. Creo entrever la prueba de que tanto el mencionado

    compromiso con la verdad como la pasin por el viaje, por los desplazamientos, se

    vinculan en ella estrechamente, en la actitud general de Sontag de no perder

    jams relacin con lo que poda ser directamente comprobable. Por eso, si el

    periodismo falseaba casi siempre las cosas, si la opinin justa no poda ser

    elaborada sin un componente de inquietud (y esto precisamente a causa de los

    obstculos de una informacin mediada), entonces la nica solucin consista en

    desplazarse, en ir al sitio caliente y ver por uno mismo las cosas, frente a frente.

    As como la mirada esttica devino tica, tambin el placer de viajar fue

    cedindole paso, segn el principio del compromiso con la verdad, a una

    obligacin hacia la experiencia del peligro si acaso ella formaba previamente parte

    de la vida de quienes habitaban aquel mismo mundo cuyas certezas persegua.

    En realidad, podra decirse que el paso del inters esttico al tico se explica

    como unidad en razn no solamente de la continuidad fsica de la persona sino,

    sobre todo, por una profundizacin de la atencin, un perfeccionamiento de la

    piedad, de la compasin. Hay aqu un argumento que conduce directamente de

    Against Interpretation, publicado en 1966 a la sombra del Wilde de comienzos de

    la dcada de 1890, el de los xitos escnicos en Londres, al mencionado

    Regarding the Pain of Others, concebido a la sombra de un Wilde posterior, ese

    que escriba desde la crcel de Reading a poco de morir tras su liberacin. Pues si

    el sujeto se sirvi por un tiempo de sus desplazamientos para olvidar frustraciones

    amorosas y tambin como estmulo creativo (los lugares visitados eran violados,

    empleados con fines fsicamente egostas; la imagen del vampirismo, del

    canibalismo, eran a menudo empleadas por Sontag para autodescribirse en

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    relacin con los dems y con esos sitios), ms tarde, un sujeto a la vez compacto

    y liviano sera en cambio el que platnicamente hurgara, en las zonas ardientes

    del planeta, las razones que hacan de su compromiso con la verdad algo

    necesario, no slo para s sino para sus contemporneos (ese sentido de utilidad

    que comenz a cobrar progresiva importancia en ella, junto a la hiptesis del

    escritor como alguien que se dedica a prestar atencin al mundo). El

    compromiso con la verdad se serva de este modo del viejo hbito del viaje; pero

    ahora la viajera haba desplazado radicalmente en su interior la instancia del

    placer: ste no era ya un placer fsicamente egosta sino plural y abstracto, una

    verdad a la entera medida de su espritu. La escritora del presente, que buscaba

    dar forma imperiosa a su placer, y el mdico del mundo, que quera curar lo

    incurable, se haban asociado de modo definitivo.

    En particular, el conjunto de los ensayos de Sontag tienen un aire a travelogueo

    viajeloga, a la circunstancia de haber sido concebidos o formalizados en ocasin

    de periplos; por ello, sus ensayos y tambin algunos de sus films (me refiero,

    sobre todo, a Promised Landsy a Unguided Tour) contienen reflejos evidentes de

    sus condiciones de creacin: un entramado formal casi impresionista, deudor de

    los choques con la luz presente, parece constituirlos. (El viaje, para la mente

    inquieta que no se ha curado de sus ansiedades, es el modo mvil, espacial, de

    experimentar en plenitud de tiempo ese presente que jams acaba de clausurarse

    y por tanto de aprehenderse; pues presente vivido, para esa mente ansiosa, es

    slo espacio recorrido con intensidad). La presencia constituy, si no me equivoco,

    el eidos del arte de Susan Sontag, en no importa qu momento de su vida (lo

    que quiero es estar completamente presente en mi vida, dijo ella en una ocasin).

    Provocar fricciones con lo que es, con lo que est all, hecho este no

    necesariamente agradable (y que suele acontecer por fuera de los lmites de eseuno mismo insoslayable e incompleto que concibe y formaliza sus sublimaciones),

    tal ha sido el principal estimulante de sus textos, de sus viajes y en general de sus

    empresas estticas y polticas.

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    De all, tal vez, que entre los asuntos que mayor indiferencia suscitaron en Sontag

    se contase la cuestin de la identidad, a la que suele otorgrsele entidad de

    problema capital en nuestras culturas. Esta renuencia contiene, segn creo, una

    moral profundamente anti-moderna: desestimar las distinciones conceptuales

    equvocas, socialmente enraizadas (infatigable tarea intelectual de Sontag: atacar

    los estereotipos que aprisionaban a la gente, como ella deca, segn un men de

    oposiciones tan irreflexivo como tradicional: masculino-femenino, viejo-joven,

    sentimiento-pensamiento, popular-elevado, etc.), fue para ella un modo ms de

    combatir los modos de vida que cifran su continuidad en el aquietamiento de las

    diferencias, en su institucionalizacin. Ver la identidad como lecho de violencias y

    no como bandera, fue parte de su contribucin al escndalo intelectual que

    protagoniz. La identidad, para Sontag, era el ser en falsete, en arrogante trfico

    de naderas. Su rechazo instintivo hacia la parte democrtica en un sentido vulgar,

    electoral (tramposo), de la Modernidad (parte de nuestra vida que busca esa

    dudosa y muchas veces miserable estabilidad que solemos adquirir a cambio de

    una transferencia casi completa de nuestras voluntades), podra verse como la

    recurrencia que sus cambiantes juicios estticos apenas lograban tornasolar. A las

    propensiones acomodaticias del sujeto moderno, domesticado por sus modos a

    menudo ruines de supervivencia en democracia (y por tanto adicto a la repeticin),

    le opuso Sontag su tendencia a reinventarse hasta el vrtigo (la figura del

    comienzo, de la apertura, y no la del final o de los cierres, fue la forma predilecta

    de su utopa personal, segn ella misma lo estableci en varias entrevistas). Sera

    difcil determinar en qu momento las incertidumbres a su propio respecto fueron

    para Sontag un enigma que requera solucin, y cundo un impulso algo perverso

    la empuj hacia esas zonas de riesgo que ella fue haciendo suyas a medida que

    se familiarizaba con lo que all aconteca y descubra. Ejemplos de esta

    continuidad son: en sus aos todava estticos, la compulsin de Marruecos junto

    al suicida Alfred Chester, las histerias por Harriet Sohmers, el culto a la marmrea

    y frgil figura de la joven aristcrata italiana Carlotta del Pezzo (captulos errticos,

    por cierto, de la historia de sus tantos desbordes); luego, en sus aos posteriores

    de vocacin tica, ilustran la complementaria inquietud sus mltiples visitas a

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    Sarajevo o a Palestina en tiempos de guerra. Importa retener de todo esto, creo,

    que la justificacin de tanto desplazamiento fsico y mental, infaliblemente

    incorporada a la forma, ocurra al cabo en ese espacio de escritura en que el error,

    aunque tambin la errancia, se metamorfoseaban en su ltimo avatar de

    naturaleza superior: la obra. Desde Franois Villon, pasando por T. S. Eliot y hasta

    la misma Sontag, este gesto ha sido caracterstico del sujeto moderno, en quien la

    identidad ha sido menos una adquisicin o una pista de aterrizaje que una

    plataforma desde la que repentinamente despegar, un espacio cerrado del que

    salir o del que deshacerse cuanto antes (acaso no se haba reclamado ella

    misma, en uno de sus ensayos tempranos, como parte de la tradicin de los

    destructores del yo?); pues, en los juegos angustiosos de estos tiempos de

    vrtigo (quiero recordar aqu que Sontag se haba propuesto en una ocasin

    redactar un ensayo sobre la velocidad), el artista acostumbra lanzarse con arrojo a

    la vida, e incluso empaparse gustoso en el desafuero, casi con el solo propsito de

    transformar despus, como dijo Baudelaire, en un oro elegido todo el barro comn,

    decantado con indiferencia, de los episodios sociales. Esta transfiguracin,

    necesaria y que suele implicar no poco dolor para quien la experimenta, aade

    todava ms sentido a aquella alegora. Fue as, de hecho, que el resultado de su

    inadecuacin radical, esa bulimia de desplazamientos que expresaban quiz la

    profunda dislocacin de su espritu (siempre se deba escribir, afirm Sontag,

    como si se actuase a contrapelo del propio sexo), qued transferida al cabo a un

    mudo cuerpo abstracto de papel. El sonido y la furia de la propia vida se

    resignificaban una vez ms como estetizacin de la destruccin general

    (curiosamente, de un modo no muy dismil al practicado hacia no mucho por el

    admirado y criticado Cioran).

    Identidad suspendida y compromiso con la verdad no anularon en Sontag supropensin a encarnar literalmente sus ficciones. El modo consagrado de animar

    este gesto en el discurso es la mentira. Mentir continuamente, descaradamente,

    sin que las contradicciones importen. Mentir en todo excepto en la verdad: he ah

    el resto prominente de su herencia wildeana, confesa, y que motiv la esttica de

    sus primeros ensayos. A esta actitud podra drsele el nombre de prosopofilia o

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    amor por las mscaras. La mentira circunstancial es el modo ms legtimo,

    honesto, uno dira hasta homeoptico, de tratar con las verdades a medias en este

    mundo corrompido a causa de su toxina favorita. Tal propensin a disociar en el

    discurso el polo de la verdad respecto del polo elocutivo, no teme la contradiccin

    sino que, antes bien, parece alimentarse de ella, pues ella constituye la forma

    alternativa de una verdad que tiende a condensarse en formulismos asertivos,

    dependiendo por tanto del aspecto de las cosas y en general de todo lo que es

    exterior (esta poca espantosamente pulcra en que vivimos, afirm la autora en

    su ensayo breve de 1963 sobre Simone Weil). La jaura de imperativos que rige el

    mundo encuentra su contrapartida en las afirmaciones ambivalentes, felinas, en

    los compuestos ambiguos de verdad y de ficcin, en textos bipolares en los que la

    contradiccin es la figura gramatical por antonomasia. La mentira necesaria es

    tambin la navaja que abre, que corta de arriba abajo el empastado rostro de la

    hipocresa que nos rodea. Por lo dems, la co-presencia forzosa de cuerpo y

    discurso en el sujeto moderno, a la que nuestras sociedades democrticas

    compelen de acuerdo con el postulado de una sinceridad y de una honestidad

    puramente exteriores, suele hallar una salida astuta por va de la mentira; sta

    facilita los libres desplazamientos del espritu en contextos en los que comparecer

    de una sola vez con el propio cuerpo y su voluntad, con la propia mente y sus

    discursos, es algo que posee el rango de un deber. La mentira era para Sontag

    otro modo de viajar por el laberinto falsamente sincero, falsamente honesto, del

    discurso pblico (e incluso, tambin, de muchos discursos consagrados;

    verbigracia, sus polmicas con Garca Mrquez o con Peter Handke a propsito

    de Cuba, de Serbia). Mentir segn el derecho a la contradiccin, a fin de evadir el

    encierro de las convicciones de ese universal falsario que es el sujeto moderno, he

    all uno de los placeres adicionales que el oficio de escritora le report y del que

    no temi abusar. Pese a esto, no es posible generar tales atmsferas sin quedar

    parcialmente atrapado en sus perfumes. La mentira es la tcnica discursiva que

    permite el paso del cuerpo real pero desencontrado al ngel recuperado aunque

    intangible, y en ltima instancia al cuerpo de la nia, a sus juegos perdidos. La

    realidad de este ngel toma lugar en una zona inaccesible tanto al presente como

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    a las inspecciones del testigo de privilegio (ni siquiera el hijo David Rieff supo todo

    lo que haba que saber sobre su madre, siempre cercana e ntima aunque tambin

    lejana al infinito, extraa). La realidad del ngel depende en gran medida de su

    virtualidad o insustancialidad, de un progresivo alejamiento respecto de los dems,

    y esto pese a la sostenida idea de la compasin, que instruy como principio las

    dos dcadas finales de su vida.

    Parafraseando a Borges cuando coment Hamlet: creo en las circunstancias de

    Susan Sontag, aunque sospecho de su discurso. La razn hamletiana se aplica a

    ella como a pocos. Pensando pensar, pensando haber pensado, tal es una de las

    tareas distintivas de la consciencia moderna. Sontag encarn esta coyuntura de

    manera ejemplar. Ahora bien, si las circunstancias son necesarias pero el discurso

    no lo es (demasiado posicional para ser siempre genuino, y muchas veces

    demasiado rutinariamente esttico para adems ser tico), entonces el discurso

    debe ser tomado como una parte ms de dicha circunstancia y no como un

    proyecto de sntesis surgido de la mente y de la mano de quien all se incluye, esto

    es: renunciando a tomar la escritura como sntesis final de una existencia y

    admitiendo que la obra debe ser leda a dos columnas, junto al conocimiento de

    los viajes, los amores y las idas y venidas en el mundo experimentados por su

    autor. Otro vector de circunstancia y no ya espacio o cifra del metarrelato posible,

    la escritura debe renunciar a toda ansidedad de totalizacin. Pues la escritura ser

    siempre fatalmente lacunar si ella se nos ofrece limpia del susurro fsico,

    respiratorio, de quien la concibi. Esto nos vincula con la otra parte de la alegora,

    que antes haba sealado y que tal vez podra completar el sentido abierto de una

    vida y de una obra como las de Sontag: la escritura tan slo integra una unidad

    superior que slo encuentra su forma definitiva con la expiracin del cuerpo del

    que aquella mana y tras el detenimiento de la razn constructiva que lo habit.Nunca ella es el anlogon de un cuerpo o una instancia supletoria de nada. La

    escritura no puede suplementar porque ella es obra de una participacin biolgica,

    es el fruto de una economa, de un intercambio: el intercambio del tiempo biolgico

    de un ser vivo, por la extensin entintada que finalmente cubrir el papel. Si no

    hay algn gnero de ganancia all, en tal intercambio, entonces para qu escribir,

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    y por qu? La ganancia, sin embargo, es (por desgracia para los clculos del

    sujeto) siempre exterior a sus controles conscientes; y no obstante, no es por ello

    menos real o tangible; de hecho, somos nosotros, los inversos sustanciales,

    presentes, del ngel, de aquella ausencia transferida a una siempre incompleta

    escritura, los que la completamos provisoriamente reponiendo nuestro tiempo vivo

    en el marco de su tiempo abstracto; somos nosotros quienes encarnamos ahora

    mismo esa ganancia al incorporar a nuestras vidas efmeras el tesoro de su

    pensado y de su escrito; sobre todo si aceptamos continuar la obra abandonada

    por el accidente de la finitud (del modo que cada uno sepa o pueda), a fin de nutrir

    la continuidad del espritu en este mundo al que slo unas rispideces tenaces

    hacen aparecer discontinuo, diferente o fragmentario (segn afirma cierta filosofa

    siempre en tren de dignificarse a s misma ms que a la presencia o a las cosas).

    Susan Sontag, sus restos eficaces, esa sombra de escritura que nos leg, valen

    para m por la alegora de la continuidad, por la verdad ltima alojada en la

    presencia y en los hechos ms que en cualquier otro sitio. Si el nudo es el

    presente del hilo y si la encrucijada es el presente del camino, entonces la vida, la

    obra de Susan Sontag, me hablan de la imperiosidad del ahora tenaz de nuestros

    das, un ahora concebido como un camino hecho slo de encrucijadas, guiados un

    hilo hecho slo de nudos.

    David Fiel, Trelew, agosto de 2014.