Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal...

794
El talismán Walter Scott Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Transcript of Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal...

Page 1: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El talismán

Walter Scott

Obr

a re

prod

ucid

a si

n re

spon

sabi

lidad

edi

toria

l

Page 2: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

Page 3: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

CAPITULO I

El ardiente sol de Siria no había alcanzadoaún su punto de mayor elevación en el horizon-te, cuando un caballero cruzado que habíaabandonado su lejano hogar, en el Norte, paraunirse a la hueste de los Cruzados en Palestina,atravesaba lentamente los arenosos desiertosque rodean al Mar Muerto, llamado tambiénlago Asfaltites, donde las aguas del Jordán sereúnen en un mar interior, que no envía a otroalguno el tributo de sus olas.

El peregrino guerrero había caminado entrerocas y precipicios durante la primera parte dela mañana. Más tarde, saliendo de aquellosroqueños y peligrosos desfiladeros, había sali-do a la gran llanura en que las ciudades maldi-tas provocaron, en tiempos lejanos, la directa yterrible venganza del Omnipotente.

El viajero olvidó las fatigas, la sed y los pe-ligros de la jornada, al recordar la espantosacatástrofe que había convertido en árido y triste

Page 4: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

desierto el encantador y fértil valle de Siddim,antes regado y bello como el Paraíso, y reduci-do hoy a una soledad requemada por los rayosdel sol y condenada a eterna esterilidad.

El viajero se persignó al ver la negra super-ficie de aquellas aguas, que tanto por el colorcomo por la calidad se diferencian de las detodos los demás lagos, y no pudo evitar un es-tremecimiento al pensar que debajo de aquellasuperficie espesa yacían las antes soberbiasciudades de la llanura, cuya tumba abrió elrayo del cielo o la erupción de los fuegos subte-rráneos, y cuyos restos están cubiertos por unmar que no contiene peces vivos en su fondo nisostiene embarcación alguna en su superficie, yque, como si su lecho maldito fuese el únicoreceptáculo digno de sus fangosas aguas, noenvía, como los demás lagos, tributo alguno alOcéano. Como en los tiempos de Moisés, todala tierra de los alrededores era «sal y azufre; nise siembra ni se labra, ni crece hierba alguna ensu superficie». Aquella tierra, como el lago,

Page 5: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

también podía llamarse muerta, porque noproduce nada que se parezca a vegetación, y nisiquiera pueblan el aire sus habituales habitan-tes alados. Las aves huyen del olor del azufre ydel betún, que, bajo un sol abrasador, exhalanlas aguas del lago en espesas nubes, que fre-cuentemente adquieren la torma de trombas deagua. Grandes cantidades de la substancia fan-gosa y sulfurosa llamada nafta, que flotan fá-cilmente sobre las turbias aguas encharcadas,añaden nuevos vapores a esos nubarrones quepasan, y que constituyen un terrible testimoniode la verdad de la historia mosaica.

Sobre este escenario de desolación brillabael sol con insoportable ardor, y parecía que to-dos los seres vivientes se escondían de sus ra-yos, excepto la figura solitaria que avanzabalentamente por la arena, y que era, en aparien-cia, el único ser dotado de vida en toda la granextensión de la llanura. El vestido del jinete ylas guarniciones del caballo no eran, ciertamen-te, las más adecuadas para viajar por semejante

Page 6: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

país. Además de la cota de malla, con guantele-tes y peto de acero, que formaban ya de por síuna armadura de peso considerable, llevabapendiente del cuello el escudo triangular, y enla cabeza el férreo yelmo de visera, del que col-gaba una babera de malla que le cubría el cue-llo y los hombros, tapando el espacio que deja-ban descubierto el peto y el espaldar. Sus ex-tremidades inferiores estaban protegidas, comosu cuerpo, por la flexible cota de malla. Calzababorceguíes de acero, como los guanteletes. Desu costado izquierdo pendía una ancha y agudaespada de dos filos, con la empuñadura enforma de cruz; al costado derecho llevaba unpuñal sostenido en el cinturón. Asegurada en lasilla y apoyada en el estribo, sostenía la largalanza de acerada punta, que era su arma decombate ordinaria, ostentando su banderola,inmóvil si el aire permanecía en calma, ondean-te cuando la agitaba el viento. A este pesadoatavío, añádase una sobreveste de paño borda-do, muy deslucida y raída, pero que preservaba

Page 7: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la armadura de la acción del sol, que sin estaprecaución no habría sido posible soportar. Envarios puntos de la sobreveste, llevaba el caba-llero su escudo nobiliario, muy deslucido por eltiempo. Este escudo representaba un leopardoyacente, con la divisa: «Duermo; no me des-piertes». La misma divisa mostraba el escudotriangular; pero los golpes de las armas enemi-gas la habían borrado en gran parte. La cimeradel yelmo no llevaba airón. Los Cruzados delNorte, al conservar su pesada armadura defen-siva parecían desafiar con ella el clima y la na-turaleza de la tierra adonde habían ido a lu-char.

El equipo del caballo era casi tan macizo ypesado como el del jinete. El animal llevaba unapesada sijla recubierta de acero, sostenía pordelante un ancho pretal, y por detrás dos piezasde defensa para los costados y el cuarto trasero.A la silla iba atada la maza de armas o martillode hierro; las riendas eran cadenas del mismometal; la frontera se componía de una cubierta

Page 8: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de acero, con aberturas para los ojos y la nariz,y de su parte central emergía una larga puntadispuesta a guisa del asta del fabuloso unicor-nio.

La costumbre había convertido en la cosamás natural esta verdadera panoplia, tanto pa-ra el jinete como para su valiente corcel de bata-lla. Desde luego, muchos guerreros de Occiden-te que habían acudido a Palestina sucumbieronal ardiente clima, pero otros lograron acostum-brarse a él, y llegó a ser inofensivo y hasta pro-picio para ellos. Entre estos afortunados figura-ba el solitario caballero que a la sazón seguía lacosta del Mar Muerto.

La Naturaleza, que había modelado susmiembros con una fuerza nada común y lehabía hecho capaz de soportar la cota de mallacon más facilidad que si hubiese sido tejida contelarañas, le dotó de una salud tan sólida comosus miembros, lo cual le permitía resistir tantolos cambios de clima como las fatigas y priva-ciones de todas clases. Su estado de espíritu

Page 9: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

parecía, en cierta manera, participar de las cua-lidades de su cuerpo; y si éste tenía gran fuerzay resistencia, unidas a la capacidad de una vio-lenta acción, aquél, bajo la apariencia de unsereno e imperturbable semblante, poseía elorgulloso y entusiasta amor a la gloria, queconstituía el principal atributo de la célebreraza normanda y que les había convertido endominadores de todos los rincones de Europadonde habían llevado sus aventureras espadas.

Sin embargo, la suerte no había concedidotales tentadoras recompensas a toda la raza; ylas que había obtenido el solitario caballerodurante los dos años de campaña que llevabaen Palestina, le dieron sólo nombradla temporaly, como le enseñaran a creer, privilegios espiri-tuales. Entretanto, se había agotado el pocodinero de que disponía, especialmente porqueno quiso seguir ninguno de los procedimientosque ponían en práctica sus compañeros deCruzada para procurarse recursos a costa delpueblo de Palestina: no exigía donativos a los

Page 10: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

desgraciados hijos del país a cambio de dejarlesintactas sus haciendas en los combates contralos sarracenos, y tampoco se aprovechó de lasoportunidades de enriquecerse mediante losrescates de los prisioneros de importancia. Lapequeña hueste que le siguiera desde su paíshabía ido disminuyendo gradualmente, a me-dida que faltaban los medios para sostenerla, yel único servidor que le quedaba se hallaba enaquellos momentos enfermo en cama, y, porconsiguiente, incapacitado para seguir a suseñor, el cual viajaba, como hemos visto, total-mente solo. Ello tenía poca importancia para elcruzado, quien estaba acostumbrado a conside-rar su buena espada como su más segura escol-ta, y los pensamientos devotos como su mejorcompañía. Pero la naturaleza exigía comida y descanso, apesar de la férrea constitución y del pacienteespíritu del Caballero del Leopardo Durmiente;y por eso, a mediodía, cuando ya había dejadoalgo a la derecha el Mar Muerto, divisó con

Page 11: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alegría dos o tres palmeras que se erguían allado del pozo en donde pensaba hacer alto enaquella hora. Su caballo, que había caminadocon tanta resistencia como su dueño, levantóahora la cabeza, hinchó la nariz y aligeró elpaso tan pronto como presintió la proximidaddel agua y la existencia de un lugar de descan-so y refresco. Pero, antes de llegar al punto de-seado por el caballo y el caballero, habían dehacer frente aún a nuevos peligros y trabajos.

Mientras el Caballero del Leopardo Yacentecontemplaba con fijeza el grupo de palmeras,distante todavía, le pareció que algo se movíaentre ellas. La lejana silueta se separó de losárboles, que en parte ocultaban sus movimien-tos, y avanzó hacia el caballero, con tal rapi-dez,que pronto pudo ver a un jinete montadoen su cabalgadura, y a quien el turbante, la lar-ga lanza y el caftán verde que ondeaba a im-pulso del vientp, denunciaban como un caba-llero sarraceno. «En el desierto —dice un pro-verbio oriental— nadie encuentra a un amigo.»

Page 12: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Para el cruzado, era totalmente indiferente queel infiel, que se acercaba en su magnífico caba-llo árabe con la misma rapidez que si le lleva-ran las alas de un águila, viniera como amigo ocomo enemigo, y hasta habría preferido, comodevoto defensor de la Cruz, que fuese lo últi-mo. Desató la lanza de la silla, la empuñó con lamano derecha, la dispuso para el ataque, con lapunta algo levantada, tomó las riendas con laizquierda, espoleó al caballo y se dispuso ahacer frente al desconocido, con la segura con-fianza, propia de quien ha salido vencedor enmuchas contiendas.

El sarraceno llegó al galope tendido habi-tual de los jinetes árabes, guiando su caballomás con las piernas y con la inclinación de sucuerpo que con el uso de las riendas —que col-gaban, abandonadas, a su lado izquierdo—, detal manera que quedaba libre para manejar elligero escudo redondo, de piel de rinoceronte,guarnecido con chapas de plata, que llevaba albrazo, moviéndolo de uno a otro lado a fin de

Page 13: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

oponer su pequeño círculo al formidable ataquede la lanza occidental. No enristraba su largalanza, como su adversario, sino que la teníacogida por la mitad, con la mano derecha, y laagitaba por encima de su cabeza. Al avanzarvelozmente contra su enemigo, parecía suponerque el Caballero del Leopardo pondría su caba-llo al galope para acometerle. Pero el caballerocristiano, muy conocedor de las costumbres delos guerreros orientales, no quería cansar a subuen caballo con movimientos inútiles; y, alcontrario, se paró en seco, confiando que si elenemigo le atacaba con el ímpetu que llevaba,su propio peso y el de su poderosa cabalgadurale darían suficiente ventaja, sin que le precisaraañadir ningún movimiento rápido. Seguro yreceloso a la vez sobre el resultado de su ata-que, cuando se encontró a una distancia comodos veces la longitud de su lanza, el caballerosarraceno hizo volver a su caballo hacia la iz-quierda, con inimitable destreza, y dio dosvueltas alrededor de su adversario, el cual gi-

Page 14: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rando sin ceder terreno y presentando constan-temente la cara a su enemigo, frustró la inten-ción de éste de atacarle en un momento de des-cuido. De modo que el sarraceno hizo volvergrupas a su caballo y se retiró a una distanciade un centenar de yardas. Por segunda vez,como un halcón ataca a una garza real, el infielrenovó su ataque, y segunda vez tuvo que reti-rarse sin haber podido entablar combate. Portercera vez se acercó de la misma manera, peroel caballero cristiano, deseoso de acabar aquelilusorio combate, en que, al fin y a la postre,podría ser dominado por la movilidad de sucontrincante, cogió de pronto la maza que col-gaba de su arzón y, con tanta fuerza como pun-tería, la arrojó contra la cabeza del emir, por-que, a juzgar por las apariencias no menos queun emir parecía ser su enemigo. El sarracenotuvo el tiempo justo para interponer su ligeroescudo entre la maza y su cabeza; pero la vio-lencia del golpe hizo chocar el escudo contra elturbante, y a pesar de que la defensa amortiguó

Page 15: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el golpe, el sarraceno cayó de su caballo. Peroantes de que el cristiano pudiera aprovecharsede este contratiempo, el ágil infiel ya se habíalevantado, y, llamando al caballo, que inmedia-tamente volvió a su lado, saltó a la silla, sintocar siquiera el estribo, y recuperó toda la ven-taja que le había hecho perder el Caballero delLeopardo. Entretanto, este último habría reco-brado su maza, y el caballero oriental, recor-dando la fuerza y la destreza con que su ene-migo le atacara, pareció decidido a mantenersecautelosamente fuera del alcance de un armacuya fuerza acababa de experimentar, manifes-tando su propósito de continuar la lucha a dis-tancia, con las armas arrojadizas que llevaba.Hincó su larga lanza en la arena, a cierta dis-tancia del lugar del combate, y empuñó congran destreza una pequeña ballesta que colgabade su espalda; puso el caballo al galope, otravez describió dos o tres círculos de mayor radioque antes, y mientras galopaba disparó seisflechas contra el cristiano, con tan buena punte-

Page 16: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ría, que sólo por la excelencia de la armadura selibró de quedar herido. La séptima flecha pare-ció haber acertado un punto menos perfecto dela armadura, y el cristiano cayó pesadamentede su caballo. Pero la sorpresa del sarraceno fuegrande cuando, al descabalgar para examinar elestado de su derribado enemigo, se encontró depronto cogido por el europeo, que había recu-rrido a este ardid para que su adversario se lepusiera al alcance. Mas también en este gravetrance el sarraceno se salvó gracias a su agili-dad y serenidad. Se desató el cinturón, que erapor donde le había asido el Caballero del Leo-pardo, y librándose así de sus manos, montó ensu caballo, que parecía seguir su movimientoscon la inteligencia de un ser humano, y se alejóde nuevo. Pero en el último encuentro, el sarra-ceno había perdido su espada y su aljaba, quependían del cinturón que se vio obligado aabandonar, así como su turbante. Estas desven-tajas parecieron inclinar al musulmán a unatregua.

Page 17: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Hay tregua entre nuestras naciones —dijoen lengua franca, que era la que comúnmenteusaban para entenderse con los Cruzados—;¿por qué, pues, hemos de hacernos la guerra túy yo? Haya paz entre nosotros.

—Accedo —contestó el del Leopardo Ya-cente—; pero, ¿qué garantía me das de que res-petarás la tregua?

—Jamás un secuaz del Profeta ha faltado asu palabra —contestó el emir—. A ti, bravonazareno, tendría que pedir garantías, si nosupiera que la traición raras veces convive conla valentía.

El cruzado sintió que la confianza del mu-sulmán le hacía sentir vergüenza de sus dudas.

—Por la cruz de mi espada —dijo, exten-diendo a la vez la mano sobre el arma—, seréfiel compañero tuyo, sarraceno, mientras lasuerte quiera que estemos juntos.

—Por Mahoma, Profeta de Dios, y por Alá,Dios del Profeta —contestó el que había sidoenemigo—, no guardo en mi corazón rencor

Page 18: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alguno contra ti. Y ahora, llegúemenos hastaaquella fuente, pues es ya la hora del descanso,y el agua tan sólo había tocado mis labioscuando fui llamado a combate por tu presencia.

El Caballero del Leopardo Yacente accediócon muestras de cortesía, y los dos enemigos deantes se dirigieron hacia el grupo de palmeras,sin mirada alguna de recelo ni ademán algunode odio.

CAPÍTULO II

En cierta manera, los tiempos de peligrotienen sus períodos de benevolencia y de segu-ridad; y ello ocurría de manera especial en losantiguos tiempos feudales. Como las costum-bres de la época convertían la guerra en la prin-cipal y más noble ocupación de la Humanidad,los intervalos de paz, o, más bien, de tregua,eran disfrutados intensamente por aquellosguerreros a los que raras veces se concedían, yque en ellos se gozaban porque eran puramente

Page 19: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

transitorios. No merecía la pena conservar unaenemistad permanente hacia un adversariocontra quien habían luchado hoy mismo, y conquien podían tener que volver a sostener uncombate sangriento a la mañana siguiente. Eltiempo y las circunstancias ofrecían tantas oca-siones para dar salida a las pasiones violentas,que los hombres, salvo en el caso de un odioparticular e individual, pasaban en alegre com-pañía de todos los demás los breves intervalosde relación pacífica que les permitía su vida deguerreros.

La diferencia de religiones, y todavía más elfanático celo que impulsaba, tanto a los segui-dores de la Cruz como a los de la Media Luna,unos contra otros, resultaban muy atenuadospor un sentimiento natural en combatientesgenerosos, y alentados especialmente por elespíritu de la Caballería. Este último fuerte im-pulso se había propagado gradualmente de loscristianos a sus enemigos mortales, los sarrace-nos, tanto de España como de Palestina. Por

Page 20: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

otra parte, estos últimos ya no eran los fanáti-cos salvajes salidos del centro de los desiertosarábigos con la espada en una mano y el Coránen la otra, para imponer la muerte o la fe deMahoma, o, en el mejor de los casos, la esclavi-tud y los tributos a todos los que osaran opo-nerse a las creencias del Profeta de la Meca. Talalternativa fue la que se planteó a los pacíficosgriegos y sirios; pero en la lucha contra los cris-tianos occidentales, que estaban animados porun ímpetu tan grande como el suyo, y por unavalentía indomable, y que eran diestros y afor-tunados en las armas, los sarracenos aprendie-ron poco a poco sus costumbres, y, de maneraespecial, los usos de la Caballería, tan apropia-dos para cautivar el espíritu de una gente altivay conquistadora. Tenían sus torneos y sus jus-tas; tenían también sus caballeros, o categoríasnobiliarias parecidas, y, sobre todo, los sarrace-nos mantenían la palabra empeñada, con talexactitud que a veces llegaban a dejar avergon-zados a los que profesaban una religión mejor.

Page 21: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Sus treguas eran respetadas escrupulosamente,tanto las individuales como las nacionales, detal manera que la guerra, que en sí es, quizá, elmayor de los males, daba ocasión a manifestar-se la buena fe, la generosidad, la clemencia yhasta los más delicados afectos, lo cual ocurremenos frecuentemente en períodos más tran-quilos, en que las pasiones de los hombres, losodios o las inacabables rencillas que no puedentener satisfacción inmediata son susceptibles dearder durante mucho tiempo en el espíritu delos que tienen la desgracia de ser sus víctimas.

Bajo la influencia de estos delicados senti-mientos que amortiguan los horrores de la gue-rra, el cristiano y el sarraceno, que poco anteshabían hecho todo lo que estaba a su alcancepara destruirse, se encaminaron lentamente a lafuente de las palmeras, adonde se dirigía elCaballero del Leopardo Yacente cuando se viodetenido a mitad del camino por su rápido ypeligroso adversario. Ambos estuvieron, largorato abstraídos en sus propias reflexiones, re-

Page 22: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

poniéndose después de un encuentro quehabría podido ser mortal para uno de ellos oambos a la vez; y sus excelentes caballos pare-cían no menos contentos en aquel intervalo dedescanso. Sin embargo, el del sarraceno, aun-que le habían hecho evolucionar con más vio-lencia y extensión, parecía menos fatigado queel del caballero europeo. Todavía sudabaabundantemente el último, cuando el del nobleárabe estaba ya completamente seco, sólo con elcorto rato de paso sosegado, aunque en el frenoy en el pretal podía verse su abundante espu-ma. El movedizo suelo que pisaban aumentabade tal manera la fatiga del caballo del cristiano,que llevaba la pesada carga de su armaduraademás del peso del jinete, que éste se apeó ydejó a su montura avanzar por el arcilloso sue-lo, que a causa de los ardores del sol se habíaconvertido en una substancia más impalpableque la más fina arena; con ello aliviaba a sucaballo, a cambio de aumentar su propia fatiga,y que, cubierto de hierro como iba, sus pies se

Page 23: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hundían a cada paso que daba en aquella su-perficie tan ligera e inconsistente.

—Haces bien —dijo el sarraceno; y ésta fuela primera frase que se pronunció entre ellosdesde que concertaron la tregua—; tu robustocaballo merece la atención que le concedes; pe-ro, ¿qué haces en el desierto con un animal quese hunde hasta los jarretes a cada paso, como siquisiera aplastar con su pata la raíz de unapalmera?

—Has hablado razonablemente, sarraceno—dijo el caballero cristiano, disgustado por eltono con que el infiel criticaba a su cabalgadurafavorita—; razonablemente según tus conoci-mientos y modo de observar las cosas. Pero enmi país, mi buen caballo me ha llevado sobreun lago tan grande como el que ves detrás denosotros, sin mojarse ni un pelo de las patas.

El sarraceno le miró con tanta sorpresa co-mo su educación le permitía demostrar; o sea,que se limitó a expresarla con un ligero movi-miento de sus labios, muy semejante a una son-

Page 24: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

risa de desdén, que hizo mover casi impercep-tiblemente su bigote.

—Ya lo dice el refrán —dijo volviendo a suseriedad habitual—: escucha a un francés, yoirás una fábula.

—No es cortés —respondió el cruzado—dudar de la palabra de un caballero armado, y,a no ser que hablar por ignorancia, y no pormalicia, nuestra tregua, que acaba de empezar,terminaría inmediatamente. ¿Crees que mientosi te digo que yo, junto con otros quinientoscaballeros armados con todas las armas, hemoscubierto muchas millas sobre agua tan sólidacomo el cristal, y, a la vez, menos quebradizaque éste?

—¿Qué historia es ésa? —contestó el mu-sulmán—. Este mar que me señalas tiene departicular que, a causa de la especial maldiciónde Dios que pesa sobre él, no guarda nada de loque se hunde en sus aguas, y arroja a la orillatodo lo que cae en ellas; pero ni el Mar Muertoni ningún otro de los siete océanos que rodean

Page 25: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

a la Tierra aguantan en su superficie la presióndel pie deün caballo, como el Mar Rojo noaguantó antaño el paso del Faraón y de su ejér-cito.

—Dices verdad según tus conocimientos,sarraceno —dijo el caballero cristiano—; perocréeme: no es ningún cuento lo que te explico.En este clima, el calor hace que el suelo sea casitan inestable como el agua; y en mi país el fríoconvierte a menudo el agua en una materia tandura como la piedra. No hablemos más de eso,porque el recuerdo de la calma, de la nitidez ydel refulgente azul de un lago en invierno, re-flejando la brillante claridad de las estrellas yde la luna, aumentan los horrores de este terri-ble desierto, en que el aire que se respira separece al vapor que producirían siete hornosencendidos.

El sarraceno le miró detenidamente, comopara descubrir en qué sentido debía interpretarunas palabras que, para él, parecían esconderalgo de misterio o de mentira. Por fin pareció

Page 26: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

decidir el modo con que debía corresponder alas palabras de su nuevo compañero.

—Perteneces —le dijo— a una nación quegusta de bromas, y os divertís a expensas devosotros mismos y de los demás, explicándolescosas imposibles y que jamás han podido ocu-rrir. Tú eres uno de esos caballeros de Franciaque por distracción y pasatiempo acostumbranse gaber1, como dicen ellos, unos de otros, jac-tándose de haber realizado hazañas que noestán al alcance de ningún hombre. No obraríabien si te negara, en este momento, el derecho aexpresarte así, puesto que la exageración os esmás natural que la verdad.

1 Esta palabra francesa se aplica a una espe-cie de broma muy en boga entre los caballerosfranceses, y que consistía en ver quién diría lasmentiras más increíbles. El verbo y su signifi-cado se han conservado en Escocia. (N. del A.).

Page 27: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Yo no soy de ese país ni sigo esos proce-dimientos —contestó el caballero—, que, comohas dicho muy bien, consisten en se gaber de loque nunca se han atrevido a emprender, o que,si lo han iniciado, no se han atrevido a acabar.Pero yo he caído en la misma locura, valientesarraceno, hablándote de cosas que tú no pue-des comprender; porque hasta diciéndo-te lamás simple verdad, he pasado a tus ojos comoun burlón. Por consiguiente, te ruego que nohablemos más de eso.

En aquel momento llegaron al grupo depalmeras y a la fuente que manaba a su sombracon deliciosa abundancia.

Nos hemos referido al momento de treguaen mitad de una guerra; igualmente, un lugarfértil en medio de un desierto estéril no eramenos agradable a la imaginación. Era un lugarque situado en cualquier otro sitio habría pasa-do, posiblemente, desapercibido; pero como erael único que en el ilimitado horizonte prometíaun poco de sombra y agua viva, estos benefi-

Page 28: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cios, que despreciamos cuando son frecuentes,convertían la fuente y lo que la rodeaba en unpequeño paraíso. Antes de que empezaran lostiempos difíciles para Palestina, una mano ge-nerosa o caritativa había hecho un cercado al-rededor de la fuente y había levantado unabóveda sobre ella, para evitar que la tierra laabsorbiera o que la sepultaran las espesas nu-bes de arena que levantaba el viento. La bóvedaestaba rota, y en parte se encontraba ya en es-tado ruinoso, pero de ella subsistía aún lo sufi-ciente para proteger la fuente y mantener a lasombra el agua, a la que escasamente llegabanlos rayos del sol, cuando en derredor suyo laatmósfera ardía; y manaban constantemente enreposo, tan delicioso a la vista como al espíritu.Las aguas brotaban debajo de la bóveda, y eranrecogidas en una pila de mármol, que ya estabamuy deteriorada y que demostraba que entiempos antiguos ya se había considerado aquellugar como un punto de descanso, creado allípor la mano del hombre, y que hasta cierto

Page 29: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

punto se habían tenido en cuenta en él las nece-sidades humanas. El sediento y rendido caba-llero, al ver aquellos indicios, recordaba queotros habían sufrido las mismas penalidades,habían descansado en el mismo lugar y, sinduda, habían hallado sin peligros el caminohacia otro país más fértil. Por otra parte, el hili-llo de agua, casi invisible, que salía de la pilaalimentaba los pocos árboles que rodeaban lafuente, y cuando desaparecía, absorbido por latierra, su refrigerante presencia era acusada poruna alfombra de aterciopelado césped.

Los dos guerreros hicieron alto en este deli-cioso refugio, y cada uno de ellos a su maneraprocedió a quitar la silla, el freno y las riendas asu cabalgadura, y ambos permitieron a losanimales beber en la pila, cuando ellos sehubieran refrescado al caño de bajo la bóveda.Entonces les dejaron pastar libremente, segurosde que su instinto y el hábito de domesticidadque tenían les impediría alejarse de un lugarque les ofrecía buena agua y fresca hierba.

Page 30: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El cristiano y el sarraceno se sentaron uno allado del otro, sobre las hierbas, y sacaron lasescasas provisiones que cada uno de ellos lle-vaba para reponer sus fuerzas. Sin embargo,antes de que se decidieran a empezar a comer,se miraron uno a otro, con aquella curiosidadque les inspiraba el enconado e indeciso com-bate que habían sostenido poco antes. Cadauno de ellos parecía querer hacerse una ideaexacta de la fuerza y el carácter de un adversa-rio tan formidable, y uno y otro se vieron obli-gados a reconocer que si hubiese sido venci-do,habría caído bajo la fuerza de un brazo dig-no del suyo.

Ambos campeones ofrecían un contraste tannotable, tanto por la persona como por loshechos, que se les podía muy bien tomar comorepresentantes característicos de sus nacionesrespectivas. El europeo era un hombre robusto,cuyos rasgos delataban su ascendencia goda;tenía el pelo castaño claro, y al quitarse el yel-mo viose que era abundante y rizado natural-

Page 31: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mente. El ardor del clima había atezado su ros-tro mucho más que el cuello, adonde no llegabala luz, como no se había podido sospechar, ajuzgar por sus grandes ojos azules, el color desu cabellos y del bigote que cubría abundante-mente su labio superior. Su barba, en cambio,estaba completamente afeitada, según la modanormanda. Su nariz era helénica y bien forma-da; su boca, más bien grande, pero provista debien alineados, fuertes y bonitos dientes blan-cos; su cabeza era pequeña, y sentada gracio-samente sobre el cuello. Su edad no podía sersuperior a los treinta años, a juzgar por la apa-riencia; pero, teniendo en cuenta los efectos delclima y del viaje, se le podían suponer tres ocuatro años menos. Era alto, fornido y atlético,y daba la sensación de que en su vejez su cor-pulencia podía serle pesada, pero en aquellaépoca iba acompañada de agilidad y dinamis-mo. Cuando se quitó los guanteletes, descubrióunas manos largas, finas y bien proporciona-das, unos puños robustos y unos brazos muscu-

Page 32: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

losos y notablemente bien modelados. Un ím-petu militar y una despreocupada franqueza deexpresión caracterizaban sus palabras y susademanes; y su voz tenía la entonación del queestá más acostumbrado a ordenar que a obede-cer, y que ha adquirido la costumbre de mani-festar sus sentimientos en voz alta y con todaserenidad, dondequiera que sea preciso pro-clamarlos.

El emir sarraceno ofrecía un acusado y sor-prendente contraste con el cruzado occidental.Aunque su estatura era mayor que la corriente,tenía unas tres pulgadas menos que el europeo,que casi era de estatura gigantesca. La delgadezde sus manos y brazos, aunque estaba propor-cionada con las demás partes de su cuerpo ycorrespondía perfectamente a su porte, nohabría permitido adivinar la fuerza y elastici-dad que el emir había demostrado poco ratoantes. Pero examinando más detenidamentesus piernas, en las partes de ellas que llevaba aldescubierto, se veían constituidas solamente

Page 33: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

por los huesos, los músculos y los nervios, ydesprovistas de carne superflua; era de unaconstitución adecuada para la actividad y lafatiga, lo que le daría ventaja sobre un adversa-rio más voluminoso, cuyo peso mermaría sufuerza y su talla, y que quedaría agotado con elesfuerzo de sus propios movimientos. Natu-ralmente, el rostro del sarraceno presentaba lascaracterísticas nacionales generales de la tribuoriental de que descendía, pero sin que se nota-ra en él ninguno de los exagerados rasgos conque los cronistas de la época acostumbraban adescribir a los guerreros infieles, ni se parecieraen nada a la manera fabulosa con que los repre-senta aún hoy un arte hermano, como las cabe-zas de moro que se ven todavía en las enseñas.Sus facciones eran finas, muy regulares y deli-cadas; pero extraordinariamente atezadas porel sol de Oriente, y completadas por una abun-dante barba negra, rizada y peinada con extre-ma atención, según podía apreciarse. La narizera recta y regular; los ojos, vivos, profundos,

Page 34: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

negros y brillantes; y la belleza de sus dientesigualaba a la del marfil de sus desiertos. Enresumen, la persona y las proporciones del sa-rraceno, tendido como estaba sobre el césped,al lado de su vigoroso contrincante, podíancompararse a su brillante y curvado sable deligera y estrecha, pero brillante y fina, hoja deDamasco, que contrastaba con la larga y pesadade combate goda que, desceñida, yacía en aquelmismo suelo. El emir estaba en la flor de suedad, y habría podido pasar por un hombreguapo en verdad, a no ser por su frente estre-cha y por la excesiva delgadez y angulosidadde la cara. Por lo menos, tal debía parecer a uneuropeo entendido en belleza masculina.

Las maneras del guerrero oriental eran gra-ves, graciosas y nobles; sin embargo, en algu-nos detalles revelaban el esfuerzo que habi-tualmente tiene que hacer el hombre de tempe-ramento impulsivo y colérico para mantenerseen guardia contra su natural predisposición a laimpetuosidad, así como un sentimiento de la

Page 35: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

propia dignidad que parecía imponer ciertotrato ceremonioso al que con él conversaba.

Esta altiva sensación de superioridad es po-sible que la tuviera también su nuevo amigoeuropeo, pero el efecto era diferente; y el mis-mo sentimiento que dictaba al caballero cristia-no un porte de valentía, franco y sereno, concierta despreocupación, como de quien es exce-sivamente consciente de su propia importanciapara que se preocupe por lo que digan los de-más, parecía imponer al sarraceno un estilo decortesía más rebuscada y más respetuosa conlas fórmulas de la etiqueta. Ambos eran corte-ses: pero la cortesía del cristiano parecía nacermás bien del elevado concepto que tenía de losdemás, mientras que la del musulmán procedíadel elevado concepto que creía que los demástenían de él.

Las provisiones que llevaban uno y otroeran sobrias, pero las del sarraceno rayaban enfrugales. Un puñado de dátiles y un trozo depan moreno, de cebada, eran suficientes para

Page 36: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

satisfacer el apetito del último, cuya educaciónle había habituado a la vida del desierto, a pe-sar de que, desde las conquistas de Siria, lasimplicidad de los árabes había sido substituidafrecuentemente por el lujo más exagerado. Unpoco de la fresca agua de la fuente cerca de lacual estaban descansando, completó su comida.La del cristiano, a pesar de su sencillez, fue mu-cho más substanciosa. El tocino salado, del queabominan los musulmanes, constituyó la partemás importante de su refrigerio, y su bebida,que sacaba de una cantimplora de cuero, eraalgo mejor que el agua pura. El caballero comiócon más ostentación de su apetito y bebió conmás apariencias de satisfacción de lo que elsarraceno creía conveniente manifestar en elcumplimiento de una función meramente cor-poral; sin duda, el secreto desprecio que sentíanmutuamente el uno hacia el otro a título desecuaces de una falsa religión, aumentó de ma-nera considerable a causa de la notable diferen-cia de alimentación y de gustos. Sin embargo,

Page 37: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cada uno de ellos había probado la fuerza delbrazo del otro, y el mutuo respeto que les habíainspirado la enconada lucha era suficiente paraacallar toda clase de consideraciones de ordeninferior. De todas maneras, el sarraceno no pu-do evitar algún comentario sobre algo que ledesagradaba de manera especial en la conductay los procedimientos del cristiano, y después decontemplar durante un rato, silenciosamente, elvivo apetito que prolongaba el ágape del cris-tiano mucho más de lo que había durado elsuyo, le dijo:

—Valiente nazareno: ¿está bien que quienpuede luchar como un hombre coma como unperro o un lobo? Hasta un infiel judío sentiríahorror de la carne que comes con más regocijoque si fuese fruta de los árboles del Paraíso.

—Valiente sarraceno —contestó el cristianocon cierta sorpresa por este inesperado repro-che—: tienes que saber que hago uso de mi li-bertad de cristiano al comer lo que tienenprohibido los judíos, porque aún están bajo el

Page 38: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

yugo de la antigua ley mosaica. Nosotros, sa-rraceno, tenemos más libertad en nuestras ac-ciones, a Dios gracias.

Y, como si desafiara los escrúpulos de sucompañero, terminó una breve oración de ac-ción de gracias, en latín, con un largo trago desu cantimplora.

—¡Esa debe ser una parte de lo que vosotrosllamáis libertad!,—dijo el sarraceno—; y, comoos hartáis como brutos, también os degradáishasta un estado bestial, bebiendo un licor ve-nenoso, que hasta los animales rechazan.

—Tienes que saber, loco sarraceno —replicóel cristiano sin vacilar—, que estás desprecian-do los dones de Dios, como tu padre Ismael. Eljugo de la uva ha sido dado a quien lo bebemoderadamente para alegrar el corazón delhombre después de su trabajo, para reponerledespués de las enfermedades y para Consolarleen las penas. El que lo usa de tal manera, puededar gracias a Dios pbr su vaso de vino como selas da por su pan cotidiano; y quien abusa de

Page 39: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

este don del Cielo no es mayor loco en su in-toxicación que tú con tu abstinencia.

Los penetrantes ojos del sarraceno se infla-maron al oír este sarcasmo, y su mano buscó laempuñadura de su daga. Pero aquello fue sóloun pensamiento momentáneo, que se desvane-ció al recordar la fuerza del adversario conquien se había enfrentado, y aquella desespe-rada lucha, cuya impresión persistía aún en susmiembros y en sus venas. Se contentó, pues,con proseguir la discusión dialogando, conside-rándolo lo más conveniente en aquella ocasión.

—Tus palabras, nazareno —dijo—, podríanprovocar mi indignación, si tu ignorancia nome diera lástima. ¿No ves, hombre, que estásmás ciego que los que piden limosna a la puer-ta de la mezquita, que la libertad de que teenorgulleces está limitada en lo que constituyelo más precioso para la felicidad del hombre, ylo que es más necesario para el bien de suhogar; y que tu ley, si la pones en práctica, teune a una sola esposa, tanto si está sana como

Page 40: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

si está enferma, tanto si es fecunda como estéril,y tanto si en la mesa y en la alcoba te producealegría y consuelo como si provoca riñas y dis-gustos? A eso, nazareno, yo lo llamo verdaderaesclavitud, en tanto que al creyente, el Profetale concedió en la Tierra el privilegio de Abra-hán, nuestro padre, y el de Salomón, el mássabio de los hombres, permitiéndole en estemundo la variedad de bellezas para nuestroplacer, y, más allá de la tumba, los negros ojosde las huríes del Paraíso.

—¡Por el Nombre que más adoro en el Cielo—dijo el cristiano— y por el de la que másquiero en la Tierra, que no eres más que unciego y obcecado infiel! Ese diamante que llevasen la sortija consideras, sin duda, que tiene in-estimable valor, ¿verdad?

—Ni en Basora ni en Bagdad se hallaría otrosemejante. Pero, ¿qué tiene que ver eso con loque decíamos?

—Mucho —contestó el franco—, y tú mismovas a reconocerlo. Toma mi maza de guerra y

Page 41: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rompe la piedra en veinte trozos: ¿tendrá cadatrozo el valor de la piedra entera, o todos juntosllegarían a tener la décima parte de su valor?

—¡Qué pregunta tan pueril! —contestó elsarraceno—; los fragmentos de esta piedra nollegarían a valer en junto ni la centésima partede lo que vale estando entera.

—Sarraceno —replicó el cristiano—: el amorde un verdadero caballero por una sola mujer,bella y fiel, es el diamante entero; el afecto querepartes entre tus esclavizadas esposas y con-cubinas tiene tan poco valor en comparación,como los trozos del diamante partido.

—¡Por la santa Caaba! —exclamó el emir—;eres un loco que se pone una cadena de hierro,como si fuese de oro. Fíjate bien. Este diamanteperdería la mitad de su belleza si no estuvieraengarzado y rodeado de piedras menos brillan-tes que le hacen resaltar y relucir más. El di-amante del centro es el hombre, firme y entero,cuyo valor depende sólo de él; y este círculo depiedrecillas son mujeres que tienen el brillo que

Page 42: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

él les da, según su placer o conveniencia. Quitadel anillo el diamante central, y éste continuarásiendo tan precioso como antes, y, en cambio,las piedrecitas tendrán proporcionalmente me-nos valor. Y esta es la verdadera interpretaciónde tu parábola; por lo cual dijo el poeta Man-sour: «El favor del hombre es lo que da bellezay encanto á la mujer, lo mismo que el agua dejade brillar cuando no le da el sol».

—Sarraceno —replicó el cruzado—: estáshablando como quien no ha visto jamás a unamujer que merezca el afecto de un guerrero.Puedes creer que si vieras a las mujeres euro-peas, a las cuales hemos hecho voto de fideli-dad y devoción después de Dios los que perte-necemos a la Orden de Caballería, olvidaríaspara siempre a las pobres esclavas sensualesque constituyen tu harén. Los hechizos denuestras bellas afilan la punta de nuestras lan-zas y el filo de nuestras espadas; sus palabrasson nuestra ley, y es más fácil que dé luz unalámpara apagada que un caballero se distinga

Page 43: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

por sus hechos de armas sin tener una damaque sea dueña de su corazón.

—Ya he oído hablar de esa manía de losguerreros occidentales —dijo el emir—, y siem-pre la he considerado como uno de los sínto-mas que acompañan esa locura que os hacevenir a nuestro país para apoderaros de un se-pulcro vacío. De todas maneras, los francos quehe conocido han alabado tanto la belleza devuestras damas, que me gustaría ver con mispropios ojos esos encantos, que tienen poderbastante para transformar a guerreros tan vale-rosos en instrumentos de sus fantasías.

—Valiente sarraceno —dijo el caballero—: sino estuviera ahora en peregrinación al SantoSepulcro, tendría el honor de acompañarte, conabsoluta garantía de seguridad para ti, al cam-pamento de Ricardo de Inglaterra, que sabehonrar como el que más a un noble enemigo; yaunque yo sea pobre y no lleve séquito, tengointerés en asegurarte, a ti y a todos los que seanlo que tú pareces ser, no solamente la integri-

Page 44: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dad personal, sino también respeto y estima.Allí verías a algunas de las más perfectas belle-zas de Francia e Inglaterra, que forman un pe-queño grupo cuyo esplendor supera diez milveces el de todas las minas de diamantes, aun-que éstos sean como el tuyo.

—¡Por la piedra angular de la Kaaba! —exclamó el sarraceno—: aceptaré tu ofrecimien-to con la misma franqueza con que lo haces, sidesistes de tu peregrinación; y, créeme, valientenazareno: sería preferible que volvieras grupasy regresaras a tu campamento, porque dirigirsea Jerusalén sin un salvoconducto es obstinarseen perder la vida.

—Ya lo tengo —contestó el caballero ex-hibiendo un pergamino—, y está firmado por elpropio Saladino.

El sarraceno se prosternó hasta que su cabe-za tocó el polvo del suelo, al reconocer el sello yla letra del famoso sultán de Egipto y Siria, ydespués de besar el pergamino con profundo

Page 45: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

respeto, se lo acercó a la frente y lo devolvió alcaballero, diciéndole:

—Franco temerario: has pecado contra tupropia sangre y contra la mía no enseñándomeese documento cuando nos encontramos.

—Me has salido al encuentro con la lanza enristre —contestó el caballero—. Si hubiese sidoatacado por un grupo de sarracenos, mi honorhabría permitido enseñarles el salvoconductodel Sultán, pero no me permitía hacerlo tratán-dose de un hombre solo.

—Y, sin embargo —repuso el sarraceno al-tivamente—, un hombre solo ha bastado paradetenerte.

—Es cierto, valiente sarraceno —contestó elcaballero—; pero no hay muchos como tú. Loshalcones de esta especie no van en bandadas, ysi van, no se arrojan nunca, todos a la vez, so-bre un solo pájaro.

—Me haces justicia —dijo el sarraceno, evi-dentemente tan satisfecho del halago comomolesto antes por la pulla que contenían las

Page 46: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

palabras del europeo—. No te engañas, pero hasido una suerte para mí no haberte matado lle-vando tú encima esa salvaguardia del rey dereyes. En verdad te digo que ni la soga ni laespada habrían bastado para hacerme expiareste delito.

—Me gusta saber que la influencia de estedocumento pueda serme de tanto valor —dijoel caballero—, porque he oído decir que el ca-mino está infestado de tribus de ladrones, queno respetan nada cuando se les presenta oca-sión de robar.

—Y te han dicho la verdad, bravo cristiano—dijo el sarraceno—; pero te juro por el turban-te del Profeta que, si caes en manos de esosmalhechores, saldré yo mismo a vengarte conquinientos caballos; materé a todos sus hom-bres, y a las mujeres las llevaré cautivas tanlejos que ni el nombre de su tribu se pronuncia-rá nunca más en un radio de quinientas leguasen torno de Damasco. Sembraré de sal los ci-

Page 47: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mientos de su aldea, y jamás podrá nadie viviren ella.

—Sería preferible que todos esos propósitosfuesen destinados a vengar a alguna otra per-sona de más importancia que la mía, noble emir—contestó el caballero—; pero mi voto estáescrito en el cielo, por bien o por mal, y te que-daré muy agradecido si quieres enseñarme elcamino que debo seguir para llegar adondepienso pernoctar.

—Que será —dijo el sarraceno— bajo la ne-gra cubierta de la tienda de mi

padre. —Esta noche —contestó el cristiano— debo

pasarla en oración y haciendo penitencia, conun santo varón, Teodorico de Engaddi, quevive en este desierto y pasa su vida consagradaal servicio de Dios. —Por lo menos te acompa-ñaré hasta dejarte en lugar seguro. —Ello seríauna compañía muy agradable —dijo el cristia-no—; pero podría poner en peligro la futuraseguridad del buen ermitaño, porque la cruel

Page 48: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mano de tu pueblo se ha manchado más de unavez con la sangre de los siervos del Señor, y sihemos venido aquí cubiertos de hierro y ma-llas, con lanza y espada, ha sido para abrir elcamino que conduce al Santo Sepulcro y prote-ger a los santos elegidos y anacoretas que vivenen esta tierra de promisión y de milagro.

—Nazareno —dijo el musulmán—: en eso,los griegos y los sirios nos han calumniado,porque nosotros sólo cumplimos las palabrasde Abubeker Alwakel, sucesor del Profeta, y,después de éste, primer caudillo de los verda-deros creyentes. Cuando envió al famoso gene-ral Yezed Ben Sophian a conquistar Siria demanos de los infieles, les dijo: «Marchad; por-taos como hombresen la lucha, pero no matéisni a los viejos, ni a las mujeres, ni a los niños.No devastéis la tierra ni destruyáis las cosechasni los árboles frutales, porque son dones deAlá. Cumplid vuestra palabra cuando hagáisun pacto, aunque sea en perjuicio vuestro. Siencontráis santos varones que trabajan con sus

Page 49: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

amos y sirven a Dios en el desierto, no leshagáis daño alguno y respetad su morada. Perosi les halláis con la cabeza tonsurada en formade corona, pertenecen a la Sinagoga de Satanás.Heridlos con la cimitarra, matadles, no les de-jéis en paz hasta que se conviertan en creyenteso tributarios». Tal como nos dijo el califa, com-pañero del Profeta, hemos obrado, y nuestrajusticia sólo ha alcanzado a los sacerdotes deSatanás. Pero para los santos varones que sinazuzar a nación contra nación rinden de cora-zón culto a la fé de Issa Ben Mariam, nosotrossomos una sombra protectora y un escudo, y sies tal el que buscas tú, en mí sólo hallará amor,amparo y respeto, aunque no le haya ilumina-do la luz del Profeta.

—El anacoreta a quien quiero ir a ver —dijoel guerrero peregrino— no es sacerdote, segúnme han dicho; pero si fuese de esta ungida ysagrada orden demostraría con mi excelentelanza al pagano infiel...

Page 50: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No nos provoquemos mutuamente, her-mano —interrumpió el musulmán—. Cada unode nosotros hallará bastantes francos y bastan-tes sarracenos con quienes ejercitar la espada yla lanza. A este Teodorico le protegen por iguallos turcos y los árabes, y a pesar de que eshombre de carácter singular, en todo se portatan bien como seguidor de su profeta, que me-rece la protección del que fue enviado...

—¡Por Nuestra Señora, sarraceno —exclamóel cristiano—, si te atreves a pronunciar juntosel nombre del camellero de la Meca y el de...!

Una violenta convulsión de cólera agitó alemir; pero fue sólo momentánea, y la serenidadde su respuesta contenía tanta dignidad comocordura, pues dijo:

—No calumnies a aquél a quien tú no cono-ces, tanto más cuanto que nosotros veneramosal fundador de tu religión, aunque condenemosla doctrina que vuestros sacerdotes han sacadode él. Yo mismo te guiaré a la gruta del ermita-ño, porque creo que sin mi auxilio te sería muy

Page 51: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

difícil dar con ella. Y durante el camino deje-mos que los mollahs y los monjes disputen so-bre la divinidad de nuestra fe, y hablemos detemas adecuados a jóvenes guerreros..., hable-mos de batallas, de mujeres bonitas, de espadasbien afiladas y de brillantes armaduras.

CAPÍTULO III

Los dos guerreros se levantaron del lugar enque habían descansado brevemente y tomadosu parco refrigerio, y con toda amabilidad seayudaron a poner las guarniciones que pocoantes habían quitado a sus fieles caballos. Am-bos parecían familiarizados con esta operaciónque en aquella época era, no sólo necesario,sino en verdad indispensable conocer. Igual-mente parecía que ambos poseían, hasta dondelo permite la diferencia entre las especies racio-nal y animal, la confianza y el afecto del caba-llo, constante compañero de camino y de gue-rra. Por lo que se refiere al sarraceno, esta fami-

Page 52: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

liaridad formaba parte de sus primitivas cos-tumbres, porque en las tiendas de las tribusmilitares orientales, el caballo del soldado ocu-pa un lugar casi tan importante como la esposay la familia. En cuanto al guerrero europeo, lascircunstancias y una verdadera necesidad, con-vertían su caballo de guerra en una especie dehermano de armas. Por ello los corceles se de-jaban privar pacientemente de la libertad y delpasto, relinchando alrededor de sus amos,mientras éstos los ensillaban para reanudar elcamino y sufrir nuevas fatigas. Y cada guerrero,mientras hacía su propia tarea o ayudaba ama-blemente a su compañero, observaba con vivacuriosidad el equipo del otro, fijándose princi-palmente en las notables diferencias que ofrecíala manera de colocar las guarniciones de lascabalgaduras.

Antes de montar a caballo y reanudar lamarcha, el caballero cristiano volvió a beber, seremojó las manos y dijo a su compañero deviaje:

Page 53: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Quisiera saber el nombre de esta deliciosafuente, para conservar su grato recuerdo; por-que nunca un agua más deliciosa ha apagadouna sed más ardiente que la que tenía hoy yo.

—En árabe tiene un nombre —contestó elsarraceno— que significa «Diamante del De-sierto».

—Está muy apropiado —dijo el cristiano—.En el valle donde nací existen mil fuentes, perodesde hoy ninguna de ellas tiene para mí elvalor de esta fuente solitaria que da sus líqui-dos tesoros en un lugar en que no solamenteson deliciosos, sino indispensables.

—Tienes razón —dijo el sarraceno—, por-que la maldición se extiende más allá del MarMuerto, y ni hombres ni animales beben susaguas, ni las del río que lo alimenta sin llenarlonunca, hasta que ha pasado este inhospitalariodesierto.

Montaron en sus caballos y prosiguieron elviaje a través del estéril arenal. Ya no reinaba elardiente calor del mediodía, y una ligera brisa

Page 54: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacía más soportables los horrores del desierto,a pesar de que en sus alas llevaba un polvilloimpalpable, del que hacía poco caso el sarrace-no, pero que molestaba mucho a su compañero,tan pesadamente armado; éste colgó el yelmodel arzón, substituyéndolo por un ligero gorrode montar, de los que entonces se llamabanmorteros por su parecido con los morteros co-rrientes. Durante un rato cabalgaron silencio-samente; el sarraceno hacía de director y guíade la expedición, función que cumplía obser-vando minuciosamente las señales y siluetas derocas distantes, a las que se acercaban lenta-mente. Anduvo un trecho absorto en esta tarea,como un piloto que guía la nave por un pasodifícil; pero no habían recorrido aún media le-gua, cuando ya pareció seguro del camino, ydispuesto a entablar conversación, con unafranqueza poco frecuente en su país.

—Me has preguntado el nombre de unafuente muda —dijo—, que se parece, pero no loes, a una cosa viva. Permíteme que te pregunte

Page 55: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el del compañero que he conocido hoy, con elque he compartido peligros y descanso y aquien no puedo imaginar desconocido, ni si-quiera en los desiertos de Palestina.

—No merece la pena darlo a conocer —dijoel cristiano—. Sin embargo, te diré que entre lossoldados de la Cruz soy conocido por Kenneth,Kenneth el del Leopardo Yacente; en mi paístengo otros títulos, pero serían demasiado du-ros para un oído oriental. Valiente sarraceno:permíteme que te pregunte de qué tribu deArabia desciendes, y cómo te llamas.

—Caballero Kenneth —dijo el musulmán—:me alegro de que mis labios puedan pronunciartan fácilmente tu nombre. Yo no soy árabe, pe-ro desciendo de una raza no menos agreste nimenos guerrera. Sabe, pues, Caballero del Leo-pardo, que yo soy Sheerkohf, el León de laMontaña, y que en el Kurdistán, de donde pro-cedo, no existe familia más noble que la de losSeljook.

Page 56: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—He oído decir —contestó el cristiano—que vuestro gran sultán desciende del mismoorigen.

—Gracias al Profeta, que hizo tanto honor anuestras montañas enviando desde ellas aaquel cuya palabra es una victoria —contestó elmahometano—. Pero yo no soy más que ungusano delante del rey de Egipto y de Siria, y,de todas maneras, en mi país, mi nombre pue-de valer algo. Extranjero: ¿con cuántos hombresviniste a hacer la guerra?

—Por mi fe —dijo Sir Kenneth—, que, a pe-sar del apoyo de parientes y amigos, me vi enapuros para reunir diez lanzas bien armadascon unos cincuenta hombres, contando a losarqueros y pajes. Algunos han desertado de midesgraciada bandera; otros han caído luchando;otros han muerto de enfermedad, y el único fielescudero que me queda, y por cuya salud estoyhaciendo esta peregrinación, yace enfermo en lacama.

Page 57: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Cristiano —dijo Sheerkohf—: tengo cincoflechas en la aljaba, todas adornadas con plu-mas de ala de águila. Cuando envío una deellas a mis tiendas, montan a caballo un millarde guerreros; si envío otra, se levanta otra fuer-za igual; con las cinco puedo disponer de cincomil hombres; pero si envío mi arco, diez miljinetes harán estremecer el desierto. ¿Y con unahueste de cincuenta hombres han venido a in-vadir un país donde yo soy uno de los que tie-nen menor importancia?

—Por la Cruz, sarraceno —contestó el gue-rrero occidental—; antes de jactarte de estaforma, deberías saber que un guante de aceropuede aplastar un puñado de abejas.

—Sí, pero antes es preciso tenerlas en lamano —redargüyó el sarraceno, con una sonri-sa que habría podido poner en peligro su re-ciente amistad, a no ser porque se apresuró acambiar de tema, añadiendo—: Así, pues, ¿en-tre los príncipes cristianos se tiene en tan ele-vada estima la valentía que tú, que no tienes

Page 58: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

fortuna ni guerreros propios, puedes ofrecer-me, como acabas de hacerlo, ser mi protector ydefensa en el campamento de tus hermanos?

—Debes saber, sarraceno —contestó el cris-tiano—, ya que me hablas en estos términos,que el nombre de un caballero y la sangre de unnoble le dan derecho a situarse a la misma altu-ra que los soberanos incluso de los más eleva-dos por razón de nacimiento, en todo, salvo lorelativo al poder y autoridad real. Si el mismí-simo Ricardo de Inglaterra ofendiera el honorde un caballero; aunque fuese tan pobre comoyo, en virtud de las leyes de la Caballería nopodría negarse a cruzar sus armas con las de él.

—Creo que me gustaría ver una escena tanrara —dijo el emir—, en la que un cinturón decuero y un par de espuelas igualan el más po-bre con el más poderoso.

—Debes añadir una sangre libre y un almaintrépida —contestó el cristiano—; y es proba-ble que entonces no hablarías equivocadamentede la dignidad de la Caballería.

Page 59: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Y con el mismo desparpajo, ¿llegáis hastalas mujeres de vuestros señores y caudillos? —preguntó el sarraceno.

—Dios no permita lo contrario —dijo el Ca-ballero del Leopardo Yacente—. El más pobrecaballero de la Cristiandad es libre de consa-grar, en honorable servicio, su brazo y su espa-da, la fama de sus hazañas y la total devociónde su corazón a la más bella princesa, aunqueésta haya llevado siempre una corona sobre sufrente.

—Sin embargo —dijo el sarraceno— hacepoco que me has descrito el amor como el máspreciado tesoro del corazón. Sin duda, pues, eltuyo debe haber sido puesto en persona muyelevada y muy noble.

—Extranjero —contestó el cristiano, exci-tándose a medida que hablaba—: nosotros noexplicamos temerariamente dónde ponemosnuestro precioso tesoro. Bástete saber que, co-mo dices, mi amor está consagrado a una per-sona muy elevada y muy noble: el más alto y

Page 60: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

más noble amor; pero si quieres oir hablar deamor y de lanzas rotas, aventúrate, como decí-as, a ir al campo de los cruzados, y allí encon-trarás con qué ejercitar tus oídos, y, si quieres,también tus brazos.

El guerrero oriental se irguió en los estribos,y levantando su lanza, replicó:

—Creo que difícilmente encontraría un cru-zado que se atreviera a cruzar conmigo su lan-za.

—Nada puedo prometerte sobre este parti-cular —contestó el caballero—; de todas mane-ras, en el campo se encuentran algunos españo-les que practican muy diestramente vuestroejercicio oriental del lanzamiento de la jabalina.

—¡Perros! ¡Cachorros! —exclamó el sarrace-no—. ¿A qué vienen aquí esos españoles, paracombatir a los verdaderos creyentes, que en supaís son sus señores? No quisiera mezclarmecon ellos en ningún juego guerrero.

—Procura que los caballeros de Asturias oLeón no te oigan hablar en esa forma de ellos

Page 61: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—dijo el Caballero del Leopardo, el cual sonrió,pensando en el combate de aquella mañana, yagregó—: Pero, si en lugar de probar a arrojarel venablo, prefirieses hacer la prueba con unamaza de guerra, no faltarían guerreros occiden-tales que te dejarían satisfecho.

—Por la barba de mi padre —exclamó el sa-rraceno, casi riendo—: el juego es demasiadoviolento para constituir un pasatiempo. Nuncales volveré la espalda, si me encuentro con ellosen el combate, pero mi cabeza (y se puso unamano en la frente) tardará algún tiempo enconsentir juegos semejantes.

—Me gustaría que vieses la maza de comba-te del rey Ricardo —contestó el guerrero occi-dental—. Comparada con ella, ésa que llevo enel arzón es una pluma.

—Hemos oído hablar mucho de este sobe-rano de una isla —dijo el sarraceno—. ¿Quizátú eres subdito suyo?

—Uno de los que le siguen en esta expedi-ción soy —contestó el Caballero—, y tengo a

Page 62: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

grande honor este servicio; pero no soy subditosuyo por nacimiento, aunque nací en la mismaisla en que él reina.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó elguerrero oriental—. ¿Es que tenéis dos reyes enuna sola islita?

—Como lo dices —contestó el escocés, quetal era Sir Kenneth por su nacimiento—; esomismo. Y, a pesar de que los habitantes de lasdos partes de la isla se hacen la guerra a menu-do, como has podido ver, el país aun puedelevantar un cuerpo de hombres armados capazde poner en peligro la autoridad infiel quevuestro soberano ejerce sobre las ciudades deSión.

—¡Por la barba de Saladino! Si no fuese unalocura y una travesura de niño, nazareno, mereiría de la ingenuidad de vuestro gran sultán,que viene aquí a conquistar desiertos y peñas-cos y a disputar su posesión a quien tiene diezveces más hombres a su servicio, y que dejauna parte de la pequeña isla de que nació sobe-

Page 63: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rano bajo el poder de otro cetro. Seguramente,Caballero Kenneth, tú y otros buenos varonesde tu país os debéis haber sometido a la sobe-ranía de este rey Ricardo antes de abandonarvuestra patria, dividida contra él, para formarparte de esta expedición.

La respuesta de Sir Kenneth fue contunden-te y arrogante:

—¡No, por la luz del cielo! Si el rey de Ingla-terra no hubiese organizado la Cruzada hastaque hubiese sido rey de Escocia, por lo que a míy a todos los buenos escoceses respecta, la Me-die Luna habría brillado para siempre sobre lasmurallas de Sión.

Pero tan pronto como hubo pronunciado es-tas palabras, se recogió sobre sí, murmurando:

—¡Mea culpa! ¡Mea culpa! ¿Por qué yo, unsoldado de la Cruz, he de pensar en guerrasentre dos reinos cristianos?

La brusca expresión de sus sentimientos,templada por la voz del deber, no pasó des-apercibida al musulmán, quien si no llegó a

Page 64: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

entenderlo por completo, vio lo suficiente paraconvencerse de que los cristianos, lo mismo quelos musulmanes, tenían enemistades personalesy litigios nacionales, no siempre solucionables.Pero los sarracenos eran una raza tan discretacomo lo permitía su religión, y especialmentecapaz de tener elevadas ideas de cortesía y ur-banidad; y estos sentimientos le privaron dedemostrar que se había dado cuenta de la in-compatibilidad de los sentimientos de Sir Ken-neth, en su doble carácter de escocés y de cru-zado.

A medida que avanzaban, cambiaba el es-cenario que les rodeaba. Caminaban en direc-ción a Oriente, y habían llegado a la cadena deáridos y abruptos promontorios que por unlado cerraban la lisa llanura, y que modificabanla superficie del país, pero sin que cambiaransu aspecto de desolación. En derredor suyoempezaban a elevarse agudas y escarpadaseminencias roqueñas, y pronto aparecieronprofundos declives y picachos escarpados, de

Page 65: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

formidable altura y difícilmente practicablespor lo estrecho del sendero, todo lo cual ofrecíaa los viajeros obstáculos muy diferentes de losque habían surgido hasta entonces. Obscurascavernas y grietas en las rocas —aquellas gru-tas a que alude tan frecuentemente la Escritu-ra— se abrían, amenazadoras, a ambos ladosdel camino; y el emir explicó al caballero esco-cés que aquellas cuevas eran refugio a menudode fieras o de hombres, más feroces aún, quearrojados a la desesperada a consecuencia delas constantes guerras y de la opresión que su-frían por parte de los dos ejércitos contendien-tes, el de la Cruz y el de la Media Luna, sehabían convertido en salteadores, y no respeta-ban en su fechorías ni religión, ni condiciónsocial, ni edad, ni sexo.

El caballero escocés escuchó con indiferen-cia el relato de los desmanes de las fieras o delos malhechores, confiado en la seguridad quele daba el convencimiento de su valor y de sufuerza; pero se sintió sobrecogido de un miste-

Page 66: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rioso temor al recordar que se encontraba en elmemorable desierto del ayuno de cuarenta dí-as, escenario de la efectiva tentación personalcon que al Príncipe del Mal le fue permitidotentar al Hijo del Hombre. Lentamente fue ale-jándose su atención de la frivola y mundanaconversación del guerrero infiel que tenía allado, y, a pesar de que sus alegres y elegantespalabras habrían hecho de él un compañeromuy agradable en cualquier otro lugar, SirKenneth sintió que en aquella soledad —el vas-to y árido desierto— en donde erraban habi-tualmente los malos espíritus expulsados de loscuerpos mortales, le habría sido más conve-niente la compañía de un religioso descalzo,que no la de un alegre pero infiel musulmán.

El caballero se ensimismaba tanto en estasreflexiones, cuanto la locuacidad del sarracenoparecía aumentar a medida que adelantaban enel camino; cuando más penetraban en los mis-teriosos recovecos de las montañas, tanto másfrivola era su conversación, y cuando se dio

Page 67: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cuenta de que su compañero no le contestaba,se puso a cantar a vos en grito. Sir Kenneth co-nocía lo suficiente los lenguajes de Oriente paraentender que cantaba canciones de amor, enque figuraban todos los ardientes elogios que labelleza inspira al preciosista estilo de los poetasorientales, y que, por consiguiente, contrasta-ban profundamente con los pensamientos gra-ves y devotos, mucho más adecuados al am-biente del Desierto de la Tentación. Con sor-prendente inconsecuencia, el sarraceno cantabatambién canciones en elogio del vino, el liquidorubí de los poetas de Persia, y al fin su alegríallegó a ser de tal modo insoportable a los sen-timientos, tan diferentes, del caballero cristiano,que a no ser por la promesa de amistad que sehabían hecho, Sir Kenneth habría tomado debuena gana alguna decisión para obligar a sucompañero a cambiar de tema. Al caballero leparecía que llevaba a su lado a un alegre y si-lencioso diablejo que trataba de inducir su almaa la tentación, y que ponía en peligro su salva-

Page 68: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ción eterna, tratando de inspirarle licenciosospensamientos de placeres terrenales para dis-minuir su devoción, precisamente en una oca-sión en que su fe como cristiano y su voto comoperegrino le obligaban a permanecer en un es-tado mental de seriedad y contrición. Por todolo cual se encontraba verdaderamente preocu-pado y vacilaba en cuanto a la decisión que leconvenía tomar; con áspero acento de disgustorompió, por fin, su silencio, con lo que inte-rrumpió la canción del famoso Rudpiki, en laestrofa en que dice que prefiere el lunar que suamante tiene en un pecho, a todas las riquezasde Bukhara y Samarcanda.

—Sarraceno —dijo, muy serio, el cruzado—:aunque ciego y sumido en los errores de unafalsa ley, deberías comprender que unos luga-res son más santos que otros, y que en algunosde ellos el diablo tiene más poder sobre los pe-cadores mortales que en otros. No te contarépor qué sublime razón este sitio —estas rocas—y estas cavernas, con sus trenebrosas bóvedas,

Page 69: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que parecen conducir al abismo del centro de laTierra, se consideran como especial lugar deacción de Satanás y sus ángeles malos. Es sufi-ciente que santos y sabios varones que conocenbien los diabólicos peligros de esta región mehayan aconsejado que desconfíe de ella. Porconsiguiente, sarraceno, cesa en tus locas y des-consideradas palabras, y vuelve tus pensamien-tos hacia cosas que estén en más consonanciacon el lugar en que nos encontramos, a pesar deque, ¡pobre de ti!, tus mejores plegarias no seannada más que blasfemia y pecado.

El sarraceno le escuchó con cierta sorpresa,y le contestó con un humorismo y una joviali-dad que sólo reprimía algo la cortesía:

—Querido caballero Kenneth: me pareceque eres injusto con tu compañero, o bien esque en vuestras tribus occidentales la cortesíaes cosa ignorada. Yo no me he ofendido cuandote he visto beber vino y atracarte de carne decerdo, y te he permitido disfrutar de una comi-da de la que me has dicho que constituía tu

Page 70: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

libertad de cristiano, y me he limitado a com-padecerte de todo corazón por tus impurosapetitos. ¿Por qué te escandalizas, pues, si meesfuerzo en alegrar un camino triste con can-ciones alegres? Ya lo dijo el poeta: «El canto escomo el rocío del cielo en medio del desierto:refresca el camino del viajero».

—Amigo sarraceno —repuso el caballerocristiano—: yo no critico el amor al canto y a lapoesía, porque nosotros mismos les dedicamosfrecuentemente excesiva atención, que podría-mos aplicar a cosas mejores. Pero las plegariasy los salmos sagrados están más adecuados quelas coplas de amor y las canciones de tabernacuando se atraviesa este Valle de la Sombra dela Muerte, lleno de espíritus infernales y demo-nios que las oraciones de los santos varoneshan obligado a alejarse de entre la Humanidady a errar en lugares tan malditos como ellosmismos.

—No hables de los Genios en esos términos,cristiano —contestó el sarraceno—, porque has

Page 71: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de saber que te diriges a un hombre cuya fami-lia y cuya nación proceden de la raza inmortalque tu secta teme y condena.

—Ya me imaginaba —repuso el cristiano—que tu ciega raza descendía del Espíritu de lasTinieblas, sin cuya ayuda no os habríais podidohacer fuertes en esta bendita tierra de Palestinacontra tantos valientes soldados de Dios. Nome refiero a ti en particular, sarraceno; me re-fiero a tu pueblo en general y a tu religión. Loque me parece raro no es que seáis descendien-tes del espíritu maligno, sino que lo tengáis agloria.

—¿De quién podrían vanagloriarse de des-cender los más valientes —dijo el sarraceno—,sino del que fue el más valiente de todos? Losmás arrogantes, ¿qué ascendencia mejor podrí-an buscar que la del Espíritu de las Tinieblas,que prefirió sucumbir bajo la fuerza que doblarla rodilla contra su voluntad? Eblis puede serodiado, extranjero, pero es preciso que se letema; y como él son todos sus descendientes

Page 72: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del Kurdistán. Los cuentos de magia y de ni-gromancia constituían la ciencia de la época, ySir Kenneth oyó la confesión de aquella diabó-lica ascendencia sin incredulidad ni grandesmuestras de sorpresa, pero no sin un secretohorror, al pensar que se encontraba en aquelespantoso paraje en compañía de un hombreque confesaba ser de aquella raza.

Sin embargo, inaccesible por naturaleza almiedo, se persignó y se atrevió a pedir al mu-sulmán que le explicara la genealogía de quetanto se preciaba.

Y el sarraceno accedió inmediatamente: —Has de saber, valiente extranjero —le di-

jo—, que cuando el cruel Zohauk, uno de losdescendientes de Giamschid, ocupaba el tronode Persia, formó una alianza con los Poderes delas Tinieblas, bajo las bóvedas secretas de Ista-khar, bóvedas que las manos de los espírituselementales habían excavado en la roca vivamucho tiempo antes de que Adán existiera. Allíalimentaba, con cotidianas oblaciones de sangre

Page 73: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

humana, dos voraces serpientes que, segúnrelatan los poetas, llegaron a constituir unaparte integrante de sí mismo. Para alimentarlas,impuso una tasa diaria de sacrificios humanos,hasta que agotó la paciencia de sus subditos, encuyo momento se produjo el alzamiento. Algu-nos esgrimieron la cimitarra de la resistencia,como el valiente Herrero y el victorioso Feri-doun, por quien al fin fue destronado el tiranoy encerrado para siempre en las terribles caver-nas de la montaña Damavend. Pero, antes deque se produjera esta liberación, y cuando to-davía estaba en tolda su plenitud el poder delsangriento tirano, el grupo de terribles esclavosa quienes enviaba a buscar víctimas para susacrificio diario, condujo al palacio de Istakhara siete hermanas tan bonitas que parecían sietehuríes. Aquellas siete muchachas eran hijas deun sabio que no tenía otros tesoros que estasbellezas y su propia sabiduría. Ésta no le bastópara prever su infortunio, y la belleza de sushijas no fue suficiente para evitarlo. La mayor

Page 74: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

no tenía más de veinte años, la pequeña teníaescasamente trece; se parecían tanto, que sólose las podía distinguir por la diferencia de esta-tura, que iba elevándose en insensible grada-ción, como el camino que conduce a las puertasdel Paraíso. Tan bellas eran estas siete herma-nas, que cuando las dejaron en la obscura cue-va, despojadas de todas sus vestiduras, salvouna faja de seda blanca, sus encantos conmo-vieron el corazón de todos los que no eran mor-tales. Retumbó el trueno, se conmovió la tierray las paredes de la triste cueva se agrietaron, ypor una de sus grietas se filtró un ser vestido decazador, con un arco y flechas, seguido de otrosseis, que eran hermanos suyos. Eran altos, y, apesar de ser muy morenos, eran muy atracti-vos; sin embargo, en sus ojos se veía, más quela viva luz que brilla a través de los párpadosde los vivos, la helada luz de los muertos. «Zei-neb —dijo el jefe de ellos, cogiendo de una ma-no a la hermana mayor; y con voz apagada,dulce y melancólica, prosiguió—: Yo soy Coth-

Page 75: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rob, rey del mundo subterráneo, y caudillo su-premo de Ginnistán. Yo y mis hermanos somosde aquellos que, creados por el puro fuego ele-mental, se negaron, a pesar de la orden delOmnipotente, a rendir homenaje a un puñadode tierra que había recibido el nombre deHombre. Es posible que hayas oído hablar denosotros como de unos seres crueles, persegui-dores y despiadados. Es falso. Por naturaleza,nosotros somos buenos y generosos. Sólo so-mos vengativos cuando se nos injuria, y sólocrueles cuando se nos ofende. Somos fieles a losque en nosotros tienen confianza; y hemos oídolas invocaciones de vuestro padre, el sabioMithrasp, lo suficientemente inteligente parahonrar no sólo al Origen del Bien, sino tambiénahque llaman Fuente del Mal. Tú y tus herma-nas estáis a punto de morir; pero si cada una devosotras nos da un cabello de vuestras bellastrenzas en prenda de fidelidad, os llevaremos amuchas leguas de aquí, a un lugar seguro,donde podréis desafiar a Zohuak y a sus minis-

Page 76: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tros.» El poeta dice que el miedo al instante dela muerte es como la vara del profeta Haroun,que devoró todas las demás varas cuando fue-ron transformadas en serpientes en presenciadel rey Faraón; y las hijas del sabio persa teníantanto miedo como cualquier otra, al ver que leshablaba un espíritu. Dieron el tributo que lespedía Cothrob, y en un momento las siete her-manas fueron transportadas a un castillo encan-tado, situado en las montañas de Tugrut, en elKurdistán, yjamás las volvió a ver ningún mor-tal. Pero, al cabo de algún tiempo, aparecieronen los alrededores del castillo siete jóvenes,diestros en la guerra y en la caza. Eran másmorenos, más altos, más impetuosos y másdecididos que ninguno de los habitantes de losvalles del Kurdistán; las tomaron por esposas, yfueron los primeros padres de las siete tribuskurdas, cuyo valor es conocido en todo el Uni-verso.

El caballero cristiano escuchó maravillado laterrible leyenda, de la que aún se hallan vesti-

Page 77: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gios en el Kurdistán, y, después de unos mo-mentos de meditación, contestó:

—Señor caballero, te has expresado muybien; tu raza puede ser temida y odiada, perono despreciada. No me maravillo de vuestraobstinación en una falsa fe, porque con todaseguridad ello es consecuencia de la diabólicapredisposición que os han transmitido vuestrosantepasados, aquellos cazadores infernales deque acabas de hablarme. Su influencia es lo quepuede haceros preferir la mentira a la verdad, yno me admira mucho más el hecho de quevuestro espíritu se exalte y os inspire versos ycanciones cuando os acercáis a los lugares fre-cuentados por los malos espíritus, que debenexcitar aquel sentimiento de regocijo que expe-rimentan las demás personas cuando seaproximan al país de sus antepasados.

—¡Por la barba de mi padre! Creo que tienesrazón —dijo el sarraceno, más divertido queenfadado por la libertad con que el cristiano lehabía hecho aquellas reflexiones—; porque el

Page 78: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Profeta (bendito sea su nombre) sembró entrenosotros la simiente de una fe más elevada quela que aprendieron nuestros padres entre lasparedes encantadas de Tugrut; pero nosotrosno queremos, como hacen otros musulmanes,condenar irreflexivamente a los poderosos es-píritus elementales a quienes debemos nuestroorigen. Aquellos Genios no están postergadospara siempre, sino que atraviesan una época deprueba, y aún pueden ser castigados o recom-pensados; por lo menos, nosotros lo creemos yesperamos así. Pero dejemos esta cuestión paraque la resuelvan los Mollahs y los imanes. Sólote diré que nuestro respeto hacia esos espíritusno ha quedado borrado del todo por lo quehemos aprendido en el Corán, y que muchos denosotros todavía cantamos, en memoria de laantiquísima fe de nuestros mayores, cancionescomo la que vas a oír.

Al decir estas palabras empezó a cantarunos versos muy antiguos, tanto por su lengua-je como por su estructura, y que parecían pro-

Page 79: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ceder de los adoradores de Arimán, el Príncipedel Mal:

ARIMAN

Torvo Arimán, que el Irak reverencia como el origen del mal y del duelo: si ante tu altar, prosternados, oramos y contemplamos, turbados, el cielo, vemos que nada en el mundo hay más

grande que el infinito poder de tu imperio.

Si la Potencia del Bien brinda fuentes al peregrino que cruza el desierto, tú eres, en cambio, señor de las olas; tú eres, en cambio, señor de los vientos; y si incontables navios naufragan, es porque es tuyo el tornado siniestro.

Si la plegaria disipa las culpas del pecador en arrepentimiento,

Page 80: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

no puede en cambio librar de la herida en que destilan nefasto veneno la fiebre roja, la lúgubre peste que tú, cual flechas, arrojas al viento.

Dentro del fondo del alma, el Humano siente el augusto poder de tu cetro, y cuando humilla su frente en plegaria, a otro Poder elevando su rezo, a ti, Arimán, sus palabras dirige, porque es a ti a quién adora en secreto.

Dicen los magos de oriente que llevas en tu garganta las voces del trueno, que el huracán es tu veste sombría. ¿Eres así, y en tu negro sendero vuelas con rápidas alas obscuras, tensas tus garras hirientes de fuego?

¿O eres más bien una fuerza que, obrando desde el origen del mundo y del tiempo, inexorable, conviertes en malo

Page 81: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lo que otra fuerza quisiera hacer bueno? ¿Eres, en lucha triunfal con el Numen de la bondad, un principio malévolo?

Vano es pensar, Arimán, lo que fueres; sólo es verdad que nos rige tu reino; que odio y amor, ambición y alegría, miedo y valor, ilusión y deseo, cuanto compone la vida del hombre, tú lo transformas en daño y en cieno.

Cuando ilumina este valle de lágrimas del sol riente un alegre reflejo, cuando un segundo de dicha gozamos, tampoco tú, ¡oh Arimán!, estás lejos, presto a volver el festín en matanza, presto a trocar las orgías en duelos.

Desde que el hombre da un paso en la tie-rra,

guía su sino tu impulso maléfico; tú de dolor le jalonas la vida;

Page 82: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tú de la muerte le das el tormento... Torvo Arimán: ¿aún después de este mundo cabe quizá que se imponga tu reino?

Es posible que estos versos no fueran másque un natural desahogo de algún filósofo vi-sionario, que en la fabulosa dividad de Arimánno viera más que el predominio del mal moraly físico; pero en los oídos de Sir Kenneth, el delLeopardo, produjeron muy diferente efecto, y,cantadas por un hombre que acababa de vana-gloriarse de descender de demonios, le parecie-ron como una invocación al propio rey de losinfiernos. Mientras oía tales blasfemias en elmismo desierto donde Satanás fue rechazadoen su demanda de homenaje, reflexionaba si,abandonando bruscamente al sarraceno, de-mostraría suficientemente el horror que le ins-piraba, o si su voto de cruzado no le obligabamás bien a desafiar al infiel allí mismo, derro-tarlo y dejarle para pasto de las fieras. Pero en

Page 83: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aquel momento una inesperada figura atrajo suatención.

Declinaba el día, pero todavía había luz su-ficiente para que el caballero se diera cuenta deque ya no estaban solos en el desierto, sino queles espiaba con gran atención una persona dealta talla y muy delgada, que saltaba de unaroca a otra, entre los arbustos, con tanta agili-dad que, por su aspecto salvaje y los largoscabellos que llevaba, recordaba a los faunos ysilvanos que había visto reproducidos en lasiglesias antiguas de Roma. Como el escocés, ensu simplicidad de corazón, jamás había puestoen duda que aquellos dioses de los antiguosgentiles eran demonios en realidad, no vacilóen creer que el blasfemo himno del sarracenohabía evocado a un espíritu infernal.

—¡Lo mismo da! —dijo para sí Sir Ken-neth—. ¡ Mueran el Diablo y los que le adoren!

Sin embargo, no creyó necesario lanzar elmismo reto a sus dos enemigos, como innega-blemente habría hecho si se hubiese tratado de

Page 84: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacer frente a uno solo. Puso su mano sobre lamaza, y es posible que el desprevenido sarra-ceno hubiese pagado sus versos persas con ungolpe que le rompiera el cráneo allí mismo, sinmás explicación, a no ser que una circunstanciaimprevista evitó que el caballero escocés come-tiera un acto que habría sido un lamentablebaldón para su escudo de armas. La apariciónen que se fijó unos momentos antes había idoespiando a los caballeros, escondida detrás delas rocas y los arbustos, aprovechando con granhabilidad todas las ventajas del terreno y sal-vando las irregularidades del mismo con unasorprendente agilidad. Al fin, en el precisomomento en que el sarraceno aeababa su can-ción, el espectro, que no era más que un hom-bre de elevada estatura vestido con una piel decabra, saltó al sendero, y con ambas manos co-gió las riendas del caballo del sarraceno,haciéndole parar y haciéndole recular. El noblecaballo no pudo resistir la forma en que el in-esperado atacante le apretaba el freno, que se-

Page 85: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gún costumbre oriental era un sólido anillo dehierro: se levantó sobre sus patas traseras ycayó hacia atrás junto con su amo, el cual, detodas maneras, esquivó el peligro de la caídaechándose ágilmente hacia un lado.

—¡Hamako!, ¡loco!, ¡déjame! No debes haceresto. Déjame o saco a relucir mi cuchillo.

—¡Tu cuchillo, perro infiel! —contestó elhombre de la pierde cabra—. ¡Cógelo si puedes!

Y arrancándoselo de las manos, lo blandiósobre la cabeza del sarraceno.

—¡Auxilio, nazareno! —gritó Sheerkohf,que ahora estaba seriamente alarmado—. Ayú-dame, porque si no el Hamako me matará.

—¡ Matarte! —exclamó el habitante del de-sierto—. Te mereces muy bien la muerte porhaber cantado tu himno blasfemo, no sólo enhonor de tu falso Profeta, que es el heraldo deldemonio, sino del mismo Autor del Mal.

Tan rara había sido esta escena, que el caba-llero cristiano quedó estupefacto. Sin embargo,sintió al fin que su honor le exigía intervenir en

Page 86: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

favor de su derrotado compañero, y, por consi-guiente, se dirigió al victorioso hombre de lapiel de cabra.

—Seas quien seas —le dijo—, y tanto si tusintenciones son buenas como malas, has desaber que he jurado ser, por ahora, fiel compa-ñero del sarraceno que tienes en tu poder; portanto, te ruego que le dejes levantar, pues encaso contrario saldré en defensa suya.

—Sería una hazaña muy pintoresca para uncruzado —contestó el Hamako— la de lucharcontra un hombre de tu misma religión en de-fensa de un perro que ni siquiera está bautiza-do. ¿Habrás venido al desierto para luchar porla Media Luna contra la Cruz? Es curioso veraun buen soldado de Dios que escucha a los quecantan las alabanzas de Satanás.

Mientras decía estas palabras, se levantó,permitiendo que se levantara también el sarra-ceno, y le devolvió su cangiar o cuchillo.

—Ya has visto a qué peligro te ha llevado tujactancia —prosiguió el hombre de la piel de

Page 87: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cabra, dirigiéndose a Sheerkohf—, y de quémanera tan sencilla pueden ser vencidas tuagilidad, tan ponderada, y tu destreza en elmanejo de las armas, cuando el Cielo lo dispo-ne. Ten mucho cuidado, pues, ¡oh Ilderim!,porque has de saber que si en el astro de tunacimiento no hubiese una luz que prometeesperar de ti algo bueno y venturoso, cuandoplazca al Cielo disponerlo, no te habría dejadosin antes cortarte la garganta con que acabas depronunciar tales blasfemias.

—Hamako —dijo el sarraceno, sin demos-trar resentimiento alguno por las violentas pa-labras y por el trato, más violento aún, que aca-baba de sufrir—. Te ruego, buen Hamako, que,de ahora en adelante, procures no abusar de losprivilegios que te son concedidos; porque, apesar de que, como buen musulmán, respeto alos que el Cielo ha privado de la razón paradarles el espíritu de la profecía, no me gustaque nadie, sea quien sea, ponga mano en larienda de mi caballo, y mucho menos en mi

Page 88: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

persona. Puedes hablar tanto como quieras,seguro de que yo no me ofenderé nunca; peroprocura tener la suficiente cordura para com-prender que si vuelves a cometer cualquier otroacto de violencia contra mí, retorceré tu peludacabeza sobre tus flacos hombros.

Y dirigiéndose a su compañero, a la vez quevolvía a montar, le dijo:

—Y a ti, amigo Kenneth, debo decirte queen un compañero que viaja conmigo a travésdel desierto, prefiero los actos de amistad a lasbuenas palabras. De estas últimas me has dadomuchas, pero habría sido preferible que mehubieses ayudado más activamente en mi luchacon este Hamako, que en su locura, ha estado apunto de matarme.

—¡Por mi fe! —dijo el caballero—. He falta-do..., he sido tardío en ayudarte; pero lo rarodel agresor y lo inesperado de la escena me hanhecho creer que tus salvajes y perversos cantoshabían evocado al Diablo entre nosotros..., y hequedado tan confuso, que han transcurrido dos

Page 89: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

o tres minutos antes de que haya podido em-puñar mi arma.

—No eres más que un amigo frío y pruden-te —dijo el sarraceno—; y si el Hamako hubiesesido un poquitín más loco, tu compañerohabría quedado muerto a tu lado, con deshonoreterno para ti, sin que tú hubieses ni siquieramovido un dedo para defenderle, a pesar deque estabas montado en un caballo y de queibas armado.

—Si quieres que te hable francamente, sa-rraceno —dijo el cristiano—, te doy palabra deque pensé que esta extraña figura era el demo-nio, y como tú eres de su raza, no sabía quésecretos de familia podíais estar comunicán-doos mientras rodabais por la arena.

—Eso es gaber y no contestar a lo que te di-go hermano Kenneth —dijo el sarraceno—,porque, aunque mi agresor hubiese sido enverdad el Principe de las Tinieblas, no debíashaberte abstenido de combatirle para ayudar atu camarada. Has de saber también que si en

Page 90: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

este Hamako hay algo impuro o diabólico, per-tenece más a tu raza que a la mía, porque esteHamako es el anacoreta a quien buscas.

—¡Este! —dijo Sir Kenneth, contemplandola atlética, pero demacrada figura que teníadelante—. ¡Éste es! ¡Te estás burlando de mí,sarraceno! ¡Éste no puede ser el venerable Teo-dorico!

—¡Pregúntaselo a él mismo, si no me quie-res creer! —contestó Sheerkohf; y antes de queterminara de decir estas palabras, el ermitañodio fe de su personalidad.

—Yo soy Teodorico de Engaddi —dijo—.Soy el caminante del desierto. Soy el amigo dela Cruz y el azote de todos los infieles, de losherejes y adoradores del demonio. ¡Marchaos,marchaos! ¡Mueran Mahoma, Termagante ytodos sus seguidores! —y entretanto extrajo dedebajo de su piel de cabra una especie de mazacon cabeza de hierro que empezó a blandir porencima de su cabeza con singular habilidad.

Page 91: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Ya estás viendo a tu santo —dijo el sarra-ceno, riendo por primera vez, al ver la francasorpresa con que Sir Kenneth contemplaba losmovimientos salvajes y oía las ásperas palabrasde Teodorico, quien, después de blandir la ma-za en todas direcciones, sin mirar si tocaba a lacabeza de alguno de sus visitantes, demostró alfin la fuerza y la eficacia de su arma rompiendode un solo golpe una gruesa piedra que habíacerca de él.

—Está loco —dijo Sir Kenneth. —Tan loco como santo —contestó el mu-

sulmán, hablando de conformidad con la cono-cida creencia oriental de que los locos estánsujetos a la influencia de inspiraciones direc-tas—. Has de saber, cristiano, que cuando unojo queda ciego, el otro es más penetrante;cuando es cortada una mano, la otra es másfuerte; y de igual manera cuando se perturba odesaparece nuestra razón para las cosas huma-nas, se nos hace más aguda y perfecta la visiónde las cosas divinas.

Page 92: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

En este punto la voz del sarraceno fue aho-gada por la del ermitaño, que con cantilenasalvaje empezó a gritar:

—¡Soy Teodorico de Engaddi..., soy la an-torcha del desierto..., soy el azote de los infieles!El león y el leopardo serán mis compañeros yvendrán a refugiarse en mi celda; ni la cabra seasustará de sus garras. Soy la antorcha y laluz... ¡Kyrie Eleison! Terminó la cantilena, y echó a correr, dandopor fin tres saltos que le habrían calificado enprimer lugar en un gimnasio, pero que, dado sucarácter de ermitaño, eran tan grotescos que elcaballero escocés quedó confuso y desorienta-do.

El sarraceno pareció comprenderle mejor. —Ya ves—dijo— que espera que le sigamos

a su celda, la cual es, por otra parte, el únicorefugio que podemos encontrar para pasar lanoche. Tú eres el leopardo, porque lo llevaspintado en el escudo; yo soy el león, porque tales el apodo que me dieron; y en cuanto a la

Page 93: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cabra, se ha aludido a él mismo, porque se vistecon una piel de ese animal. Pero es preciso queno le perdamos de vista, porque corre como undromedario.

En efecto, la tarea fue difícil, a pesar de quesu reverendo guía se paraba de vez en cuandoy movía las manos como para animarles a se-guirle. Conocedor consumado de los tortuosossenderos y de los desfiladeros de las montañasdel desierto, y dotado de una extraordinariaagilidad, que, seguramente, el desequilibriomental mantenía en ejercicio constante, guió aambos jinetes a través de los precipicios y atajospor los que el propio sarraceno, que llevabauna armadura más ligera, y su bien entrenadocaballo árabe, se veían en apuros para pasar. Elcaballero europeo, forrado de hierro y con susobrecargado caballo, tropezaba a cada pasocon peligros tan grandes, que de buena ganahabría preferido a ellos los más duros riesgosde una batalla. Se sintió más tranquilizadocuando, al fin de aquella penosa marcha, vio al

Page 94: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

santo varón de pie a la entrada de una caverna,con una gran antorcha encendida en la mano,hecha con una rama mojada en betún, y quedespedía una llama rojiza y temblorosa y unfuerte olor a azufre.

Sin hacer caso de aquella asfixiante huma-reda, el caballero se apeó y entró en la caverna,que por su aspecto parecía ofrecer muy pocascomodidades. La celda estaba dividida en dospartes: en la entrada se veían un altar de piedray una cruz hecha de cañas; esta estancia servíade capilla al anacoreta. El caballero cristianodejó su caballo a un lado de esta estancia, nosin escrúpulos, suscitados por los objetos reli-giosos que veía en derredor suyo, y lo acomodópara que pasara la noche, imitando al sarrace-no, quien le hizo comprender que era costum-bre hacerlo en aquel lugar. Entretanto, el ermi-taño estaba ocupado en ordenar la estancia in-terior para recibir a sus huéspedes, los cuales sereunieron con él muy pronto. Al fondo de laestancia exterior se veía una pequeña abertura,

Page 95: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cerrada con una basta madera que servía depuerta y que conducía al dormitorio del ermi-taño, más cómodo que el resto de la cueva.Gracias a un paciente trabajo, el anacoretahabía nivelado el suelo cubriéndolo con arenablanca, que diariamente regaba con agua deuna pequeña fuente que brotaba en un rincónde la roca, y que en aquel ardiente clima resul-taba tan agradable al oído como al paladar. Enel suelo, y junto a las paredes, se veían una es-pecie de colchones de hierbas entretejidas; lasparedes, como el suelo, habían sido labradas,para darles cierta uniformidad, y de todas par-tes colgaban hierbas y flores olorosas. El ermi-taño encendió dos cirios de cera, cuya luz ale-gró la cueva.

En un rincón se veían herramientas de tra-bajo, y en otro un nicho que contenía una rústi-ca imagen de la Virgen. Una mesa y dos sillasdemostraban la habilidad del anacoreta, porqueeran de estilo muy diferente al de los pueblosorientales. Encima de la mesa se veían muchas

Page 96: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cañas y legumbres, así como carne seca queTeodorico extendía allí expresamente para es-timular el apetito de sus huéspedes. Estas ma-nifestaciones de cortesía, a pesar de que eranmuchas, expresadas tan sólo con gestos, le pa-recieron a Sir Kenneth totalmente en contradic-ción con la extraña y violenta conducta que elermitaño había observado antes. Ahora todoslos movimientos de éste eran mesurados, y pa-recía que lo único que privaba a su persona,demacrada por una austera vida, de una majes-tad y una nobleza que parecían serle natural,era un sentimiento de profunda humildad reli-giosa. Andaba por su celda como quien ha na-cido para reinar sobre los nombres, pero que narenunciado a su imperio para convertirse ensiervo de Dios. Además, era preciso reconocerque su gigantesca talla, la longitud de su barbay de su enmarañada cabellera, y el fuego de susprofundos y salvajes ojos, le daban más bien elcarácter de un guerrero que de un penitente.

Page 97: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Incluso el sarraceno parecía contemplar alanacoreta mostrando alguna vacilación, mien-tras este último iba de una parte a otra de sucelda, y en voz baja dijo a Sir Kenneth:

—El Hamako tiene ahora un momento delucidez, pero no hablará hasta que hayamoscomido. Es un voto que ha hecho.

En efecto, Teodorico indicó silenciosamenteal escocés que se sentara en una de las sillasbajas, mientras Sheerkohf se acomodó en unalmohadón de paja, siguiendo la costumbre desu país. Entonces el ermitaño levantó ambasmanos, como para bendecir el refrigerio queacababa de poner ante sus huéspedes, y éstosprocedieron a comer en medio de un silencioimpresionante. Para el sarraceno esta seriedadera natural; el cristiano imitó su taciturnidad,dedicándose a meditar sobre la singularidad dela situación en que se hallaba y el contraste queofrecían las salvajes y furiosas gesticulaciones,los ensordecedores gritos y la feroz violencia deTeodorico cuando le encontraron por primera

Page 98: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

vez, con la solemne y cortés solicitud con queen aquel momento cumplía los deberes de lahospitalidad.

Cuando terminaron de comer, el ermitaño,que no había comido ni un bocado, retiró losrestos del ágape que quedaron encima de lamesa, y puso delante del sarraceno un jarro delimonada, y delante del escocés una botella devino.

—Bebed, hijos míos —dijo; y estas fueronlas primeras palabras que pronunció—. Estápermitido disfrutar de los dones de Dios, si nosacordamos de Quién los da.

Después de decir estas palabras se retiró a laestancia exterior, seguramente para entregarsea sus devociones, y dejó a sus huéspedes juntosen el departamento interior; entonces Sir Ken-neth dirigió varias preguntas a Sheerkohf, in-tentando hacer decir al emir todo lo que sabíasobre el anacoreta. Estas preguntas no estabaninspiradas simplemente por la curiosidad.Aunque era difícil relacionar la violenta con-

Page 99: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ducta que el ermitaño había observado al hacersu primera aparición, y sus plácidas y humildesmaneras de ahora, lo era mucho más explicarsela alta consideración que, según habían dicho aSir Kenneth, tributaban a este ermitaño los másilustres prelados del mundo cristiano. Teodori-co, el ermitaño de Engaddi, había mantenido,en calidad de tal, correspondencia con Papas yConcilios, a los que sus cartas, llenas de elo-cuente fervor, habían enterado de las miseriasimpuestas por los infieles a los cristianos lati-nos en la Tierra Santa, con un colorido no infe-rior al de Pedro el Ermitaño, cuando predicó laprimera cruzada en el Concilio de Clermont. Elhecho de encontrar en una persona tan reve-renciada y alabada las gesticulaciones de unfaquir loco indujo al caballero cristiano a medi-tar, antes de decidirse a comunicarle ciertosimportantes asuntos que le habían encargadoalgunos de los jefes de la Cruzada.

Estas comunicaciones constituían el objetoprincipal de la peregrinación de Sir Kenneth,

Page 100: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

emprendida a través de caminos tan poco co-rrientes; pero todo lo que aquella tarde habíavisto le indujo a reflexionar. Del emir no pudosacar mucha información; los detalles de ésteeran términos generales, como los siguientes:

«Según había oído decir, el ermitaño habíasido en otros tiempos un bravo y valiente sol-dado, sabio en el consejo y afortunado en laguerra, lo cual podía creerse fácilmente, dada lafuerza y agilidad que le había visto desplegar amenudo; había aparecido en Jerusalén, no comoun peregrino sino como quien se consagra apasar el resto de su vida en la Tierra Santa. Po-co después fijó su residencia en el escenario dedesolación en que le encontraban ahora, respe-tado por los latinos por su austera devoción, ypor los turcos y árabes a causa de los síntomasde locura que le observaban, y a los cuales atri-buyen ellos el don de profecía. De estos últimoshabía recibido el nombre de Hamako, que enlengua turca expresa este estado de la persona.Sheerkohf mismo no sabía cómo debía clasificar

Page 101: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

al anacoreta. Dijo que éste había sido un sabio,y que podía pasar horas enteras muy a menudodando lecciones de virtud o sabiduría, sin de-mostrar la más ligera sombra de incoherencia.En otras ocasiones era insociable y violento,pero jamás le había visto con tan malas inten-ciones como las de aquel día. Lo que princi-palmente despertaba su cólera eran los insultosa su religión; y se explicaba un relato de unosárabes que insultaron su culto y profanaron sualtar, a quienes él atacó y mató por tal motivocon la maza que siempre llevaba consigo enlugar de cualquier otra arma. Se habló muchode este incidente, y tanto por el miedo a su ma-za de hierro como por su carácter de Hamako,las tribus nómadas respetaron desde entoncessu celda y su altar. Su fama se extendió de talmanera, que Saladino dictó órdenes expresaspara que no se le hiciera ningún daño, y se leprotegiera. El propio Saladino y otros dignata-rios musulmanes le visitaron más de una vezen su celda, mitad por curiosidad y mitad, qui-

Page 102: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

zá, porque esperaban de un hombre tan sabiocomo el Hamako cristiano que les dijera algo delos secretos del porvenir. El sarraceno agregóque el anacoreta poseía un rashid, u observato-rio a gran altura, desde el que estudiaba loscuerpos celestes, y principalmente el sistemaplanetario, por cuyos movimientos e influencia,según creían tanto cristianos como musulma-nes, se regulaban el desarrollo de los aconteci-mientos humanos, y podían éstos predecirse.»

Éste fue, en síntesis, el informe que el emirSheerkohf dio a Sir Kenneth, al cual dejó en laduda de si la locura que se atribuía al ermitañoera debida al excesivo fervor religioso de éste, osi era una ficción de la que se aprovechaba paragozar de las ventajas que tal estado proporcio-naba a los que lo sufrían. Le pareció, sin em-bargo, que los infieles llevaban su tolerancia aun extremo nada común, dado el fanatismo delos creyentes de Mahoma entre los cuales vivíael anacoreta, a pesar de declararse enemigo desu fe. Igualmente le pareció que entre el ermi-

Page 103: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

taño y el sarraceno existía una amistad másíntima que la que las palabras de éste últimohabrían podido hacer suponer; y asimismotampoco le pasó desapercibido que el anacoretahabía llamado al emir con un nombre diferentedel que se había atribuido él mismo. Todas es-tas consideraciones autorizaban la cautela, sinola sospecha. El caballero determinó observar asu huésped más atentamente, sin precipitarseen comunicarle la importante misión que se lehabía confiado.

—Fíjate, sarraceno —dijo—: me parece quela imaginación de nuestro anfitrión se descarríaen los nombres, lo mismo que en las demáscosas. Tú te llamas Sheerkohf, y él te ha llama-do con otro nombre.

—Cuando yo estaba en la tienda de mi pa-dre —contestó el kurdo—, mi nombre era Ilde-rim, y todavía existe mucha gente que me llamapor este nombre. En el campo y entre los solda-dos me conocen por el apodo de León de laMontaña, que es el que me ha ganado mi buena

Page 104: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

espada. Pero silencio: ya tenemos ahí al Hama-ko... Viene a invitarnos al descanso. Conozcosus costumbres; nadie debe ser testigo de susvigilias.

En efecto, entró el anacoreta y, cruzando losbrazos sobre el pecho y poniéndose delante deellos, les dijo con voz solemne:

—Bendito sea el nombre de Aquel que hadispuesto que la noche tranquila suceda al díaagitado, y que el sosegado sueño descanse losmiembros fatigados y apacigüe el espíritu agi-tado.

Los dos guerreros contestaron: —¡Amén! Y levantándose de la mesa se prepararon

para tenderse en los colchones que el anacoretales indicaba con su mano extendida, a la vezque, haciendo una reverencia a cada uno deellos, volvía a salir de la estancia.

El Caballero del Leopardo se quitó su pesa-da armadura, ayudado amablemente por sucompañero sarraceno, que le ayudó a deshacer-

Page 105: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

se las hebillas, hasta que quedó sólo con el ce-ñido vestido de piel de camello que tanto loscaballeros como los simples hombres de armasacostumbraban llevar debajo de la armadura. Elsarraceno, que había admirado la fuerza de suadversario cuando luchó con él cubierto deacero, no quedó ahora menos sorprendido porla perfecta proporción de su musculatura ycomplexión. Por su parte, el caballero corres-pondió a la Cortesía del sarraceno, y ayudó aéste a despojarse de sus ropas para que pudiesedescansar más cómodamente, y le sorprendióque un cuerpo tan delgado y unos miembrostan flacos pudieran tener la fuerza que habíandemostrado durante la lucha.

Antes de acostarse, cada uno de los dosguerreros hizo sus devociones. El musulmán sevolvió hacia su keblah, el punto hacia dondedeben dirigirse las plegarias de los creyentesdel Profeta, y murmuró sus oraciones; mientrasel cristiano, algo apartado de él, como si temie-ra el impuro contacto con el infiel, hincó su

Page 106: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gruesa espada en el suelo, y arrodillándosedelante de ella, como enseña de salvación, rezóel rosario con una devoción avivada por losrecuerdos de los parajes por donde había pasa-do y de los peligros de que había sido salvadoen el transcurso del día. Ambos guerreros, ago-tados por la fatiga, no tardaron en quedar dor-midos, cada uno en su jergón.

CAPÍTULO IV

Kenneth, el escocés, no sabía el tiempo quesus sentidos habían estado sumidos en profun-do reposo, cuando se despertó sobresaltado porun sentido de opresión sobre su pecho, que, demomento, atribuyó a una pesadilla de luchacon un poderoso enemigo, hasta que al fin re-cobró completamente sus sentidos. Estaba apunto de preguntar quién estaba allí, cuando,abriendo sus ojos, vio la cara del anacoreta,cuyo feroz y raro aspecto ya hemos descrito,que estaba quieto a su lado y apretaba su mano

Page 107: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

derecha sobre el pecho, mientras con la otrasostenía una lámpara de plata.

—¡Calla —le dijo el ermitaño mientras elyacente caballero le miraba sorprendido—.Tengo que decirte cosas que este infiel no debeoír.

Dijo estas palabras en francés y no en len-gua franca, la cual era una mezcla de dialectoseuropeos y orientales que hasta entonces habí-an usado entre ellos.

—Levántate —dijo—, ponte la capa, y nodigas nada, no hagas ruido y sigúeme.

Sir Kenneth se levantó y tomó su espada. —No la necesitas —le dijo en un susurro el

anacoreta—; vamos a un sitio donde las armasespirituales valen mucho, pero donde las armasmundanales son lo mismo que una caña y unacalabaza vacía.

El caballero dejó la espada al lado del jergóndonde estaba antes, y sin más arma que la da-ga, que nunca se quitaba de encima en aquel

Page 108: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

país de peligros, se dispuso a seguir a su miste-rioso huésped.

Entonces el ermitaño empezó a caminar len-tamente, seguido por el caballero, que aun noestaba completamente seguro de que la obscuraforma que se deslizaba delante de él para ense-ñarle el camino no fuese en realidad más queuna creación de su agitado sueño. Como som-bras, pasaron a la otra estancia, sin molestar alemir musulmán, que estaba sumido en el des-canso. Delante de la cruz y del altar del recintode entrada se veían una lamparilla encendida yun misal abierto, y en el suelo unas disciplinas,instrumento de penitencia formado por peque-ños trozos de cuerdas y de alambres, en los quetodavía se notaban manchas de sangre fresca,que indudablemente revelaban las severas fla-gelaciones que se imponía el anacoreta. Al lle-gar allí, Teodorico se arrodilló e invitó al caba-llero a que hiciera lo mismo a su lado, sobre elpavimento de agudas piedras, que parecíanelegidas a propósito para hacer más penosa

Page 109: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aquella devota postura. Leyó varias oracionesde la Iglesia católica, y en voz baja, pero clara,cantó tres salmos penitenciales, mezclándoloscon suspiros, lágrimas y convulsivos gemidos,que demostraban el profundo sentimiento conque recitaba la poesía divina. El caballero esco-cés asistía con profunda sinceridad a estos actosde devoción, y la opinión que al principio habíaformado del penitente empezaba a modificarse,hasta tal punto de que dudaba, dada la severi-dad de la penitencia y el fervor de sus oracio-nes, si debía considerarle como un santo.Cuando se levantaron del suelo, él quedó reve-rentemente delante del anacoreta, como unescolar delante de un sabio maestro. Por suparte, el ermitaño quedó silencioso y abstraídopor espacio de unos minutos.

—Mira en aquel escondrijo, hijo mío —dijoseñalándole el rincón más apartado de la cel-da—; allí encontrarás un velo; tráemelo.

Obedeció el caballero, y en un pequeño ori-ficio hecho en la pared y protegido por una

Page 110: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

puertecilla de mimbres, encontró el velo pedi-do. Cuando lo llevó a la luz, vio que estaba rotoy manchado en varios sitios con una substanciaoscura. El anacoreta lo contempló con profundaemoción, y antes de que pudiera dirigir la pala-bra al caballero escocés tuvo necesidad de ma-nifestar su sentimiento con un profundo suspi-ro.

—Vas a ver el más rico tesoro que existe enla tierra —le dijo al fin—. ¡ Ay de mí, que misojos son indignos de contemplarlo! ¡ Ay! Yo nosoy más que el vil y miserable guía que indicaal viajero extraviado un puerto de descanso yseguridad, pero que siempre debe permanecerfuera de la puerta. Inútilmente me he escondi-do en las profundas simas de las rocas y en elmismo corazón del sediento desierto. Mi ene-migo me ha encontrado; el que yo he renegadome ha perseguido, incluso hasta dentro de mipropia fortaleza.

Page 111: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Volvió a callar un momento, y, volvién-dose hacia el caballero escocés, y con un tonode voz más firme, le dijo:

—¿Me traes un saludo de Ricardo de Ingla-terra?

—Me envía el Consejo de Príncipes Cristia-nos —contestó el caballero—; pero, debido a laenfermedad del rey de Inglaterra, no he tenidoel honor de recibir ninguna orden de Su Majes-tad.

—¿Tu santo y seña? —preguntó el ermitaño. Sir Kenneth vaciló. Las primitivas sospechas

y los síntomas de locura que el anacoreta habíamanifestado al principio volvieron a su pensa-miento; pero, ¿cómo desconfiar de un hombrecuyas costumbres eran tan santas?

—Mi santo y seña —dijo al fin— es éste:«Los reyes piden limosna al pordiosero».

—Muy bien —dijo el ermitaño, después deun silencio—. Te conozco bien; pero cuando elcentinela está en su lugar (y el mío es muy im-

Page 112: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

portante), pide la consigna tanto al amigo comoal enemigo.

Y fue a buscar la lámpara que iluminaba elcamino por donde habían pasado. El sarracenoestaba tendido en su jergón y dormía profun-damente aún. El ermitaño se paró un momentoa su lado, y le miró.

—Duerme en las tinieblas, y no debemosdespertarle —dijo.

En efecto, la actitud del emir daba la sensa-ción de un profundo sueño. Un brazo caía atra-vesado sobre el cuerpo, y la manga le cubría lamayor parte del rostro, que tenía vuelto hacia lapared, pero le dejaba visible la frente. Sus mús-culos, tan poderosos en los momentos de acti-vidad, estaban ahora inmóviles como los deuna estatua de obscuro mármol, y sus sedosas ylargas pestañas, cerradas sobre sus penetrantesojos de halcón. La abierta y abandonada mano,y su suave, regular y profunda respiración in-dicaban el más perfecto reposo. El durmienteformaba un singular grupo tendido al lado de

Page 113: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

las altas figuras del ermitaño, cubierto con supiel de cabra y con una lámpara en la mano, yla del caballero, con su vestido de piel de came-llo: el primero, con austera expresión de asce-tismo, y el segundo con una ansiosa curiosidadimpresa profundamente en su rostro varonil.

—Duerme profundamente —dijo el ermita-ño, con el mismo tono apagado de antes y repi-tiendo las palabras, pero cambiando su signifi-cado literal en metafórico—. Duerme en lastinieblas, mas también para él llegará el día deldespertar... ¡Oh, Ilderim! Cuando estás despier-to, tus pensamientos son todavía tan vanos ysalvajes como los que te asaltan cuando duer-mes; pero oirás la trompeta y el sueño se des-vanecerá.

Dijo estas palabras, e indicó al caballero quele siguiera; el ermitaño se dirigió hacia el altar,pasó detrás de él y apretó un resorte que seabrió sin hacer ruido y que dejó al descubiertouna puertecíta de hierro tan bien disimulada enun lado de la caverna, que sin una rigurosa

Page 114: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

inspección podía pasar desapercibida. Antes dedecidirse a abrirla del todo, el ermitaño echóalgunas gotas de aceite de la lámpara sobre losgoznes, y cuando quedó abierta de par en par,apareció una escalerilla cavada en la roca.

—Toma este velo —dijo el ermitaño con voztriste— y tápame los ojos, porque no puedomirar, sin pecado de orgullo, el tesoro que aho-ra verás.

Sin réplica alguna, el caballero cubrió apre-tadamente con el velo la cabeza del ermitaño, yéste empezó a subir la escalera como quien estáacostumbrado al camino y no necesita luz al-guna. El escocés cogió la lámpara y empezó asubir también los peldaños de la estrecha esca-lera. Al fin se detuvieron bajo una pequeñabóveda de forma irregular, situada en un rin-cón en el que terminaban los últimos peldaños,mientras que en otro rincón se veía el arranquede otra escalerilla, que continuaba subiendo. Enun tercer ángulo había una puerta gótica deco-rada muy rudamente con los adornos usuales

Page 115: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de las columnas y las esculturas de los conven-tos, y protegida por un portillo poderosamentereforzado con hierro y lleno de gruesos clavos.A este último punto dirigió el ermitaño suspasos, que cada vez parecían más inseguros.

—Descálzate —dijo a su seguidor—; el sue-lo que pisas es sagrado. Expulsa de lo más re-cóndito de tu corazón cualquier pensamientoprofano y carnal, porque uno sólo de ellos seríapecado mortal en este lugar.

El caballero se quitó los zapatos, tal como leordenaran, mientras el ermitaño permanecíasilencioso, como si tuviera su alma sumida ensecreta oración. Cuando abandonó su inmovi-lidad, ordenó al caballero que diera tres golpesen la puerta. Él lo hizo. La puerta se abrió por sísola —por lo menos Sir Kenneth no vio a na-die—, y sus sentidos fueron heridos por untorrente de vivísima luz y por un fuerte y casiirrespirable aroma de los más ricos perfumes.Dio dos o tres pasos atrás, y trascurrió un mi-nuto antes de que se repusiera de los deslum-

Page 116: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

brantes y abrumadores efectos del súbito trán-sito de la obscuridad a la luz.

Cuando entró en la estancia en que reinabaesta vivísima luz, se dio cuenta de que procedíade una combinación de lámparas de plata ali-mentadas con el más puro aceite, y que despe-dían los más ricos perfumes, suspendidas concadenas de plata desde el techo de una pequeñacapilla gótica, cavada, como la mayor parte dela singular mansión del ermitaño, en la rocaviva. Pero mientras que en todos los .demáslugares que había visto Sir Kenneth, la laborempleada en la roca era de lo más simple y gro-sero, en el de aquella capilla parecía que sehabía empleado la fantasía y el cincel de losmás hábiles arquitectos. La bóveda estaba sos-tenida por seis columnas a cada lado, esculpi-das con rara habilidad; y la forma en que estabaresuelto el cruce de los arcos y sus adornosadecuados revelaban el más puro estilo arqui-tectónico de la época. Correspondiendo con lalínea de columnas, había de cada lado seis hor-

Page 117: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nacinas ricamente trabajadas, cada una de lascuales contenía la imagen de uno de los doceApóstoles.

El altar se levantaba en el extremo superiorde la capilla, en dirección a Oriente, y detrás deél colgaba una riquísima cortina de seda dePersia, profusamente bordada en oro, que ta-paba un arca que seguramente contenía algunaimagen o reliquia de extraordinaria santidad,en honor de la cual se había erigido aquel sin-gular lugar de culto. Con la convicción de queesta suposición era la verdadera, el caballero seadelantó hacia el altar, se arrodilló delante de ély rezó fervorosamente, hasta que su atención sedesvió por el súbito movimiento que hizo lacortina, que se levantó, o, más bien, se hizo a unlado, sin que se viera si este movimiento lohabía producido alguna persona o no. En lahornacina que de esta forma quedó al descu-bierto, se veía una gran urna de plata y ébanocerrada con una doble puerta, y que, en conjun-

Page 118: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

to, ofrecía el aspecto de una catedral gótica enminiatura.

Mientras contemplaba con profunda curio-sidad este relicario, se abrieron también las dospuertas, y descubrieron un gran trozo de made-ra, en la que estaban grabadas las palabras:VERA CRUZ, y al mismo tiempo un coro devoces femeninas cantó el Gloria Patri. Tan pron-to como terminó el canto, se cerraron las puer-tas y la cortina volvió a cerrarse; el caballero,que permanecía arrodillado delante del altar,pudo continuar ahora sus oraciones, interrum-pidas en honor de la santa reliquia que acababade ser expuesta a su vista. Dijo sus oracionesbajo la profunda impresión de quien ha sidotestigo ocular de una irrebatible prueba de laverdad de su religión.

Y tan pronto como terminó sus oraciones selevantó y miró en derredor suyo, buscando alermitaño que le había guiado a aquel sagrado ymisterioso lugar. Le vio con la cabeza tapadatodavía por el velo que él mismo le había anu-

Page 119: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dado, arrodillado, como un perro asustado, enel umbral de la capilla, sin que al parecer seatreviera a entrar en ella; su

actitud de devota adoración y de profundoarrepentimiento era la del hombre acusado ydoblegado bajo el peso de la conciencia. Al es-cocés le pareció que sólo el sentimiento de lamás severa penitencia, del remordimiento o dela humillación podían haber postrado de aque-lla manera un cuerpo tan robusto y un espíritutan altivo.

Se le acercó como si quisiera hablarle; peroel ermitaño, anticipándose a su propósito,murmuró con voz apagada, que salía de debajodel velo que le cubría la cabeza como si salierade debajo de un sudario:

—Espera, espera. Feliz tú, que puedes verlo.La visión no ha terminado.

Y al decir estas palabras se levantó del sue-lo, se retiró del umbral donde había estadoarrodillado, y empujó la puerta de la capilla,que por la parte de atrás estaba asegurada con

Page 120: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

un pestillo de resorte, que hizo un ruido queresonó en el interior. La puerta parecía confun-dida de tal manera con la roca viva en que lacapilla estaba excavada, que Kenneth casi nopudo distinguir dónde estaban los goznes. Elcaballero quedó solo en la ilumina da capillaque contenía la reliquia que acababa de adorar,sin más armas que su daga, ni más compañíaque sus piadosos pensamientos y su invenciblevalentía.

No sabía lo que iba a ocurrir, pero decidióesperar el desarrollo de los acontecimientos; SirKenneth se paseó, pues, por la solitaria capillahasta muy cerca de la hora en que canta el ga-llo. En aquel momento indefinido en aue sejuntan la noche y el día, oyó, sin poder descu-brir de dónde procedía, el sonido de las cam-panillas utilizadas en el momento de la eleva-ción de la Hostia, en la ceremonia o sacrificiode la Misa. La hora y el lugar hacían más so-lemne aquel sonido, y a pesar de que el caballe-ro era muy intrépido, se retiró al rincón más

Page 121: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alejado de la capilla, en el extremo opuesto delaltar, para observar, sin ser interrumpido, lasconsecuencias de aquella inesperada señal.

No tuvo que esperar mucho para ver que lacortina de seda volvía a correrse y que de nue-vo se ofrecía a su vista la santa reliquia. En elmomento en que se arrodillaba devotamente,oyó el canto de Laudes, el primero de los ofi-cios de la Iglesia católica, cantado por vocesfemeninas al unísono, como los cantos quehabía oído anteriormente. El caballero se diocuenta muy pronto de que las voces no proce-dían de muy lejos de la capilla, y que se ibanacercando y que cada vez eran más claras ydistintas. Una puerta tan invisible cómo la quele había dado paso, se abrió al otro extremo dela nave, y las voces que formaron el coro reso-naron más ampliamente bajo las arcadas de labóveda.

El caballero fijó con ansiedad su mirada enla puerta que acababa de abrirse, y sin abando-nar la devota posición que exigía el lugar y la

Page 122: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

escena, esperó el término de aquellos prepara-tivos. Apareció una procesión como dispuesta asalir por aquella puerta. En primer término,cuatro bellos muchachos, con los brazos, el cue-llo y las piernas desnudos, mostrando el coloratezado del Oriente, que contrastaba con lablancura nivea de las túnicas que llevaban. En-traron en la capilla de dos en dos. Los que abrí-an la marcha llevaban incensarios, que balan-ceaban de un lado a otro, añadiendo nuevafragancia a las que ya perfumaban la capilla.Los que seguían en segundo lugar, iban espar-ciendo flores.

Luego venían, en perfecto y majestuoso or-den, las mujeres que formaban el coro, seis delas cuales, que llevaban escapularios negros yvelos del mismo color sobre vestidos blancos,parecían ser religiosas profesas de la ordenCarmelitana; y otras tantas de las que, por susvelos blancos, se podía afirmar que eran novi-cias u oblatas temporales del convento, que nohabían hecho votos. Las primeras llevaban en

Page 123: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

las manos grandes rosarios, mientras las másjóvenes y bellas, que iban detrás, llevaban cadauna, una guirnalda de rosas blancas y encarna-das. En procesión dieron la vuelta a la capilla,sin que demostraran darse cuenta de Kenneth,a pesar de que pasaron tan cerca de él que casile rozaron con sus ropas. El caballero no dudóde que se encontraba en uno de aquellos con-ventos en que ¡as nobles doncellas cristianas sehabían consagrado, en otros tiempos, abierta-mente, al servicio de Dios. La mayor parte deaquellos conventos desapareció cuando losmahometanos reconquistaron Palestina, perootros muchos habían comprado la toleranciacon dádivas, o la habían obtenido por la cle-mencia o la indiferencia de los vencedores, demanera que en privado continuaban practican-do el ritual a que habían hecho voto de consa-grarse. Pero, a pesar de que Kenneth conocierade qué se trataba, la solemnidad del lugar y dela hora, la sorpresa que le causó la inesperadaaparición de aquellas religiosas y la manera

Page 124: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

fantasmagórica con que desfilaban delante deél, influyó de tal manera en su imaginación quea duras penas podía concebir que aquella pro-cesión que estaba presenciando estuviese inte-grada por criaturas humanas; tanto se parecíana un coro de seres sobrenaturales que rindieranhomenaje al objeto de la adoración universal.

Esta fue la primera idea del caballero, a me-dida que la procesión desfilaba delante de él,casi sin moverse, sólo con el movimiento estric-tamente necesario para avanzar en conjunto; demanera que, vistas a la incierta y devota luzque las lámparas proyectaban a través de lasnubes de incienso que llenaban la capilla, leparecieron que más bien se deslizaban que noque caminaban.

Pero, al dar la segunda vuelta por la capillay pasar por el lugar en que él estaba arrodilla-do, una de las que llevaban el velo blancoarrancó un capullo de la guirnalda, lo dejó es-capar de sus dedos, quizá involuntariamente, ycayó a los mismos pies de Sir Kenneth. El caba-

Page 125: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

llero se estremeció como si le hubiese herido undardo, porque cuando el espíritu es presa de laansiedad y la emoción, el más pequeño inciden-te inesperado inflama la imaginación. Sin em-bargo, dominó su emoción, pensando cuanfácilmente puede ocurrir un hecho tan inocente,y que sólo la monotonía de movimientos de lasreligiosas podía haber hecho que tuviera im-portancia para él un incidente tan insignifican-te.

Sin embargo, cuando la procesión dio la ter-cera vuelta a la capilla, las miradas y los pen-samientos de Kenneth siguieron exclusivamen-te a la novicia que había dejado caer el capullo.Su paso, su aspecto y su figura eran tan com-pletamente iguales a los de las demás, que eratotalmente imposible distinguir la más pequeñaseñal que la hiciera diferente; pero el corazónde Kenneth latía como un pájaro que quiereescapar de su jaula, como si quisiera asegurarlecon estas manifestaciones de simpatía, que ladoncella que iba en segundo lugar de la fila de

Page 126: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

novicias era para él la más preciosa, no sólo detodas las mujeres que estaban allí, sino de todaslas del Mundo. La romántica pasión del amor,tal como era fomentada y prescrita positiva-mente por las leyes de la Caballería, estaba entodo acorde con los no menos románticos sen-timientos de devoción; y en verdad puede de-cirse que estos sentimientos, en lugar de con-tradecirse, se complementaban mutuamente.Por consiguiente, fue con una especie de impa-ciencia, que tenía algo de religioso, como SirKenneth, a quien el temblor de su emocionadocorazón se le propagaba hasta el extremo de losdedos, esperaba una segunda manifestación dela presencia de aquella que le había dado laprimera señal, y por quien se sentía locamenteilusionado. El corto espacio de tiempo que in-virtió la procesión en dar la tercera vuelta a lacapilla le pareció a Kenneth una eternidad. Porfin, se le acercó la figura que había seguido contanta atención. No presentaba ninguna diferen-cia notable con relación a las demás, pero

Page 127: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cuando pasó por tercera vez delante del cruza-do prosternado, el extremo de una pequeña ybien proporcionada mano, tan bella que dabauna elevadísima idea de las perfectas propor-ciones de la persona a quien pertenecía, salió deentre el velo, igual que un rayo de luna atravie-sa las ligeras nubes de una noche de verano, yotra vez dejó caer un capullo de rosa a los piesdel Caballero del Leopardo.

Esta segunda manifestación no podía ser ca-sual, como tampoco podía serlo el parecido deaquella bellísima mano femenina con otra quesus labios habían tocado una vez, y que le ins-piraron el sentimiento de consagrar su fideli-dad a su poseedora. Si le hubiesen sido precisasotras pruebas, existía el fulgor de aquella sortijade rubíes sin igual, que brillaba en aquel dedoblanco como la nieve, y que, a pesar de tener unincalculable valor, a los ojos de Kenneth habríavalido mucho menos que la señal más insignifi-cante que le hubiese podido hacer aquel dedo.Además, a pesar del velo que la cubría, le había

Page 128: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

podido ver, por casualidad o por deferencia, unrizo rebelde de una obscura trenza, cada cabe-llo de la cual él prefería cien veces a una cadenade oro macizo. ¡Era la dama de su amor! Peroque ella estuviere allí, en aquel solitario y salva-je desierto, entre vestales que se habían conver-tido a sí mismas en habitantes de desiertos ycavernas, que habían de cumplir en secretoaquellos ritos cristianos que no se atrevían apracticar abiertamente; que todo aquello fueseposible, real, verdadero, le parecía demasiadoincreíble; y pensó que debía ser un sueño.Mientras pasaban por la mente de Kennethestos pensamientos, la procesión salió de lacapilla por el mismo lugar por donde habíaentrado. Los jóvenes acólitos y las enlutadasmonjas desaparecieron sucesivamente por lapuerta abierta.

Y en último lugar pasó también aquélla dequien él había recibido la doble manifestaciónde deferencia; y, en el momento en que ellapasaba el umbral, volvió la cabeza, aunque li-

Page 129: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

geramente, de manera bastante perceptible,hacia el lugar en que él quedaba inmóvil comouna estatua. Vio él el ondular del velo... y elladesapareció..., y las tinieblas se cernieron sobresu alma, tan impenetrables como las que casiinmediatamente envolvieron sus sentidos ex-ternos; porque, tan pronto como la última reli-giosa hubo traspuesto el umbral de la puerta,ésta se cerró silenciosamente, cesó de oírse elcoro, y las luces de la capilla se extinguieron.Sir Kenneth quedó solo en medio de una pro-funda obscuridad. Pero para Kenneth la sole-dad, la obscuridad y la incertidumbre de sumisteriosa situación no eran nada extraordina-rias, y sólo se lo parecía la fugaz visión qtieacababa de deslizarse delante de él, y la mani-festación de deferencia con que había sido fa-vorecido. Echarse al suelo para recoger los ca-pullos que ella habia dejado caer, apretarloscontra sus labios y contra su pecho, ora uno,ora otro, ora ambos a la vez; estampar los labiosen las frías losas sobre los cuales creía que ella

Page 130: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

había pasado unos momentos antes; abando-narse a todas las extravagancias que sugiere elafecto apasionado, y que son la excusa de losque a éste se entregan, no eran sino prueba deun arrebatado amor, común a todas las épocas.Pero era característica de los tiempos de la ca-ballería que el caballero enamorado, a pesar desu loca exaltación, no intentara nada absoluta-mente para seguir el rastro del objeto de suromántico apasionamiento; sólo pensaba en ellacomo en una divinidad que se hubiese dignadomostrarse un momento a su devoto adorador yhubiese regresado a la obscuridad de su san-tuario, o como un planeta que le influenciara,que habiéndole enviado durante unos minutosun rayo benéfico, se hubiese vuelto a envolveren su velo de niebla. Los movimientos de ladama de su corazón eran para él los de un sersuperior que escapaban a toda vigilancia ocomprobación, que con una voluntad comple-tamente libre, le alegraba con su presencia o leentristecía con su ausencia, le animaba con sus

Page 131: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bondades o le desesperaba con sus desdenes,sin tolerar otras importunidades o súplicas quelas expresadas por lealísimos servicios del co-razón y de la espada del guerrero, cuyo únicoobjeto en la vida era obedecer las órdenes yensalzar la fama de su dama con el esplendorde sus propias hazañas.

Tales eran las leyes de la caballería y delamor, que era el principio que la inspiraba. Pe-ro el afecto de Sir Kenneth se había convertidoen romántico por otras y más particulares cir-cunstancias. Jamás había oído la voz de su da-ma, aunque muy a menudo había quedadoarrobado delante de su belleza. Ella vivía en unambiente que él podía frecuentar, ciertamente,gracias a su título de caballero, pero sin podermezclarse en él; y aunque era tenido en elevadoconcepto por sus méritos militares y por suvalor, el pobre soldado escocés se veía obligadoa adorar a su divinidad a una distancia casi tangrande como la que separa a los persas del sol,al que adoran. Pero, ¿cuándo ha sido demasia-

Page 132: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do alto el orgullo de una mujer para no descu-brir la apasionada devoción de un enamorado,por baja que sea la categoría de éste? La damahabía puesto sus ojos en él, en los torneos;había oído los elogios que se pronunciaban,relacionados con los combates que él librabadiariamente; y mientras condes, duques y loresdisputaban por sus gracias, éstas florecían, qui-zá inconscientemente al principio, para el pobrecaballero del Leopardo, quien, para mantenersu rango, no contaba con gran cosa más quecon su espada. Todo lo que valía ella y todo loque oía era suficiente para alentarla en la defe-rencia que se había infiltrado insensiblementeen su corazón. Si se elogiaba la buena estampade algún caballero, hasta las más púdicas da-mas de la guerrera Corte de Inglaterra inclina-ban sus preferencias por el escocés Kenneth; y apesar de las grandes consideraciones que lospríncipes y los pares concedían a los trovado-res, a veces ocurría que se apoderaba del poetaun espíritu de imparcial independencia, y su

Page 133: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

arpa cantaba el heroísmo de un guerrero queno tenía palafrenes, ni siquiera lujosos vestidosque darle, en pago de sus elogios.

Los momentos en que oía las alabanzas desu amador eran cada vez más gratos para lanoble Edith, y descansándola de las adulacio-nes que fatigaban sus oídos, le designaban untema de secreta admiración más digno y másvalioso que los de los que le superaban en no-bleza y en fortuna. A medida que su atenciónse fue fijando, aunque discretamente, con ma-yor constancia en Sir Kenneth, se convenciómás firmemente del afecto personal del caballe-ro, y adquirió el íntimo convencimiento de queen Sir Kenneth de Escocia veía al caballero queel destino le había designado para compartircon ella, tanto en los momentos de ventura co-mo en las calamidades —las perspectivas eranobscuras y peligrosas — el apasionado afectoque los poetas de la época pintaban como sobe-rano universal, y que las costumbres y la moral

Page 134: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de aquellos tiempos situaban casi al nivel de ladevoción misma.

No vamos a esconder la verdad a nuestroslectores. Cuando Edith se dio cuenta del estadode sus sentimientos, por altivos que fuesen losde una doncella que por su nacimiento estabamuy cerca del trono de Inglaterra, por satisfe-cho que se sintiera su orgullo al verse objeto dela muda, pero constante adoración del caballeropreferido, había momentos en que los afectosde la mujer enamorada protestaban contra lastrabas que a ellos ponían su rango y su posi-ción; y en tales momentos casi condenaba latimidez de su amador, que parecía dispuesto ano traspasar los límites que le marcaba su posi-ción social. La etiqueta del nacimiento y delrango, para usar una frase moderna, habíanlevantado alrededor de ella un círculo mágico,en cuyo interior Sir Kenneth podía mirar conrespeto ciertamente, pero donde no podía en-trar, como le ocurre a un espíritu al que la vari-ta mágica de un poderoso encantador le ha se-

Page 135: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ñalado ciertos límites. lnvoluntariamente, tuvola idea de que debía ser ella la que se atreviesea dar el primer paso, incluso más allá de loslímites fijados, si quería dar a un amador tanreservado y timorato la ocasión de un favor taninsignificante como besar el lazo de su zapato.Existía un ejemplo —el conocido precedente de«la hija del rey de Hungría», que con aquel ar-did había alentado generosamente a un «escu-dero de baja posición»—, y Edith, aunque erade sangre real, no era hija de ningún rey, y,además, su enamorado no era de tan baja pro-cedencia; la fortuna no podía poner un obstácu-lo tan infranqueable a su amor.

Sin embargo, algo dentro de su pecho dedoncella —este modesto orgullo que encadenaincluso al propio amor— la privaba, a pesar dela superioridad de su condición, de hacer estasinsinuaciones que la extremada delicadeza delcaso imponen a los enamorados del sexo con-trario; por encima de todo, Sir Kenneth era uncaballero tan bien nacido y honorable, tan per-

Page 136: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

fectamente cumplido, por lo menos su fantasíase lo pintaba así, tan conocedor de los respetosdebidos a ella y a sí mismo, que a pesar de laviolencia que tenía que hacerse para recibir elculto de su amor como una divinidad insensi-ble, el ídolo temía, descendiendo prematura-mente de su pedestal, degradarse a los ojos delque la adoraba tan devotamente.

A veces el devoto adorador de un ídolo ma-terial puede llegar a descubrir indicios de apro-bación en los rasgos rígidos e inmóviles de unaimagen de mármol; y por consiguiente, nadatiene de extraño que alguna vez el caballerointerpretara favorablemente las miradas que laamada Edith, cuya belleza, por otra parte, con-sistía más bien en el poder de la expresión queno en la absoluta regularidad de sus facciones oen la esplendidez de su figura. A pesar de sucelosa vigilancia de sí misma, Edith había deja-do escapar algunas manisfestaciones de distin-ción para el caballero; porque, en caso contra-rio, ¿cómo habría podido reconocer tan rápi-

Page 137: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

damente aquella mano de la que sólo habíavisto dos dedos debajo del velo, o cómo habríapodido tener la certidumbre de que las dos flo-res que habían caído sucesivamente delante deél significaban que había sido reconocido por ladama de su corazón? Por qué procedimiento deobservación, por cuáles signos secretos, mira-das o ademanes, por qué instintiva francmaso-nería amorosa se había establecido entre Edithy su galán aquel grado de inteligencia, nos esimposible explicarlo; porque nosotros somosviejos y tales vestigios de afecto, que la vistajoven reconoce rápidamente, escapan al poderde nuestros ojos. Nos bastará decir que tal afec-to existía entre dos amantes que no se habíanhablado nunca, a pesar de que por parte deEdith fuese reprimido por la clara visión de lasdificultades y peligros, que necesariamentehabían de acompañar los progresos de su afec-to; y por parte del caballero, por mil dudas ytemores de haber otorgado excesiva importan-cia a ligeras manifestaciones de deferencia da-

Page 138: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

das por ella, separadas, como forzosamentetenían que serlo, por largos intervalos de apa-rente maldad, durante los cuales ambos se ma-nifestaban reservados por el temor de excitar lacuriosidad de los demás, lo cual habría podidocrear peligros para su amor, o, por miedo deparecer que se abandonaba con demasiado en-tusiasmo a su estimación, ella conservaba unaactitud indiferente, como SI no se diera cuentade la presencia de él.

Este relato, puede servir para explicar el es-tado de compenetración, entre los dos enamo-rados, cuando la presencia inesperada de Edithen la capilla produjo tan poderoso efecto en lossentimientos de su caballero.

Sus formas nigrománticas, en vano vagaban en-tre las tiendas del llano. Nosotros ahuyentamos lasformas vacila/ttes, Astaroth y Termagante.

Warton

CAPÍTULO V

Page 139: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Por espacio de más de una hora reinaronprofundo silencio y obscuras tinieblas en lacapilla en que dejamos al Cabliero del Leopar-do, arrodillado aún, dando alternativamentegracias al Cielo y a su dama por la gracia queacababan de concederle. Su propia seguridad,su propio destino, del que nunca se preocupabamucho, no pesaban ni lo que un grano de arenaen sus reflexiones de aquel momento. Se halla-ba cerca de lady Edith; había recibido pruebasde su afecto; se encontraba en un lugar santifi-cado por reliquias de la más impresionantesantidad. Un soldado cristiano y un devotoenamorado no podía temer ni pensar nada más,que en sus deberes para con el Cielo y con sudama.

Transcurrido el lapso de tiempo que deja-mos consignado, se oyó un agudo silbido, pare-cido al del halconero cuando llama a su halcón,y que resonó vivamente bajo la bóveda de lacapilla. Era un sonido muy inapropiado para el

Page 140: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lugar, y que recordó a Kenneth lo necesario queera mantenerse en guardia. Se levantó y llevósu mano sobre la daga. Se oyó luego un chirri-do, como el de un tornillo o de una polea, y unaluz que subía del suelo le demostró que acaba-ban de abrir o levantar alguna trampa. Nohabía transcurrido aún un minuto cuando unbrazo largo y enjuto, mitad desnudo y mitadcubierto con una ancha manga de tela de sedaencarnada entretejida de oro, salió de la abertu-ra sosteniendo una lámpara que levantaba tan-to como podía; y la persona a quien pertenecíaaquel brazo subió lentamente hasta el nivel delsuelo de la capilla. La forma y la cara del serque se presentaba de aquella manera eran lasde un pavoroso enano, con una cabeza muygrande, cubierto con una gorra fantásticamenteadornada con tres plumas de gallo, vestido deseda roja, cuya riqueza hacía resaltar aún mássu fealdad. Llevaba brazaletes y anillos de oro,y una faja de seda blanca de la que colgaba unadaga con empuñadura de oro. Aquella singular

Page 141: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aparición empuñaba en su mano izquierda unaespecie de escoba. Tan pronto como salió de latrampa por donde había subido, se quedó quie-to, y como si quisiera exhibirse más ostensi-blemente, se acercó la lámpara al rostro y a lasdemás partes de su cuerpo, iluminando sucesi-vamente sus fantásticos rasgos y sus deformespero nervudas extremidades. A pesar de ladesproporción de su persona, el enano no eratan contrahecho que pareciese estar desprovistode fuerza y agilidad. Mientras Sir Kenneth con-templaba aquella desagradable aparición, re-cordó la creencia popular en gnomos o espíri-tus de la tierra, que viven en cavernas subte-rráneas; y esta figura correspondía tanto con laidea que él tenía formada de tales seres, que lomiró con repugnancia mezclada, no precisa-mente con miedo, pero sí con aquella-especiede estupor que la presencia de un ser sobrena-tural puede infundir en el alma más firme.

El enano silbó otra vez e hizo subir a otrocompañero suyo. Esta segunda figura subió de

Page 142: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la misma manera que la primera; pero el brazoque salió ahora por la trampa sosteniendo lalámpara era esta vez de mujer. Era una formafemenina muy parecida a la primera en el as-pecto y proporciones, la que lentamente surgiódel nivel del suelo. También su vestido era deseda roja, cortado y cosido raramente, como sise hubiese vestido para tomar parte en una ex-hibición de cómicos o bufones; y con la mismaminuciosidad con que procedió el que le habíaprecedido, también se acercó la lámpara a sucara y a todo su cuerpo, que por su fealdadpodía rivalizar con la de su compañero. Pero, apesar de ese exterior tan poco favorecido, ensus fisonomías se notaban rasgos de vivacidady de inteligencia nada comunes. Ello procedíadel brillo de sus ojos, que, hundidos bajo ne-gras y espesas cejas, despedían luz como los delos sapos, lo cual compensaba en cierta manerala extrema fealdad de sus rostros y de sus per-sonas. Sir Kenneth quedó como encantadomientras la horrible pareja daba una vuelta

Page 143: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alrededor de la capilla, una al lado del otro,como si cumplieran su deber de criados, ba-rriéndola; pero como sólo utilizaban una mano,el suelo no se beneficiaba mucho del trabajo,que ejecutaban con gesticulaciones y movi-mientos tan raros como correspondía a su ex-travagante y fantástica apariencia. Cuando,continuando su tarea, se acercaron a Sir Ken-neth, dejaron sus escobas, y poniéndosele de-lante, uno al lado del otro, movieron lentamen-te las lámparas que llevaban, como si quisieranenseñarle más claramente sus caras, que no porestar ahora más cercanas eran más agradables,y pusieron al caballero en situación de observarla extrema vivacidad y penetración con que susojos negros y brillantes reflejaban la luz de laslámparas. Entonces volvieron la luz de éstas,proyectándola sobre el caballero, y después deexaminarle detenidamente, se miraron y pro-rrumpieron en una estrepitosa carcajada, quedejó medio sordo al cristiano. El sonido de estacarcajada era tan desagradable, que Sir Kenneth

Page 144: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tembló al oírlo y se apresuró a preguntarles, ennombre de Dios, quiénes eran para profanaraquel lugar sagrado con tales gestos y exclama-ciones grotescas.

—Yo soy el enano Nectabanus —dijo el con-trahecho, que parecía del género masculino,con una voz tan desagradable como su cara, yparecida más al graznido de un cuervo noctur-no que a ninguno de los sonidos que se oyendurante el día.

—Y yo soy Guenevra, su mujer y su enamo-rada —contestó la mujer, en un tono que, por elhecho de ser más áspero, era aún más desagra-dable que el de su compañero.

—¿Y por qué estáis aquí? —volvió a pre-guntar el caballero, no muy seguro de que fue-sen seres humanos los que tenía delante de él.

—Yo soy —contestó el enano, adoptandouna actitud arrogante y seria— el duodécimoImaum. Soy Mohammed Mohadi, el guía yconductor de los creyentes. Cien caballos meesperan, a mí y a mi séquito, en la Ciudad San-

Page 145: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ta, y otros tantos en la Ciudad de refugio. Soyel que dará testimonio, y ésta es una de mishuríes.

—¡Mientes! —exclamó la mujer, interrum-piendo a su compañero con una voz más des-agradable que la de antes—. Yo no soy ningunade tus huríes, y tú no eres ningún miserableinfiel como el Mahommed de quien hablas. ¡Asípueda yo bailar sobre tu sepulcro! Te digo, as-no de Issachar, que tú eres el rey Arturo de In-glaterra, que las hadas robaron del campo debatalla de Avalon, y yo soy la dama Guenevra,famosa por su belleza.

—La verdad es, noble señor —prosiguió elenano varón—, que nosotros somos unos prín-cipes desgraciados que vivíamos bajo la protec-ción del rey Guido de Jerusalén, hasta que éstefue arrojado de su nido por los miserables infie-les. ¡Que los relámpagos del Cielo les destru-yan!

—¡Silencio! —dijo una voz procedente dellado por donde había entrado el caballero—.

Page 146: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Callad, locos, y marchaos; ha terminado vues-tra misión. Tan pronto como oyeron la orden,los enanos murmuraron algunas palabras inco-herentes entre sí, apagaron sus lámparas inme-diatamente y dejaron al caballero en la másabsoluta obscuridad, la cual, tan pronto comodesapareció el ruido de los pasos de los que semarchaban, fue muy pronto acompañada porsu adecuado compañero, o sea el silencio másabsoluto.

El caballero se sintió aliviado por la desapa-rición de aquellas desgraciadas criaturas. Porsu forma de hablar, por sus maneras y por suapariencia, el caballero no dudó que pertenecí-an a aquella especie de seres degenerados quela deformidad de la persona y la debilidad delintelecto postergan a la triste situación deapéndices de grandes familias, en las que suapariencia personal y su imbecilidad es fomen-tada para diversión de toda la casa. Como enlas ideas y en las costumbres el caballero esco-cés no se diferenciaba de la gente de su tiempo,

Page 147: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en cualquier otro momento habría podido di-vertirse mucho con la mímica de aquellas po-bres y grotescas caricaturas de humanidad;pero en aquel momento su presencia, sus gesti-culaciones y su lenguaje interrumpieron el cur-so de los profundos y solemnes pensamientosen que había quedado sumido, por lo que ladesaparición de aquellos desgraciados indivi-duos le produjo verdadera satisfacción.

Pocos minutos después de haberse retirado,la puerta por donde había entrado se abrió len-tamente, quedando medio entornada, y dejóentrar en la capilla la lechosa luz de una linter-na colocada en el suelo, en el umbral. La confu-sa y temblorosa luz dejó ver una forma apoya-da al lado de la puerta, pero en la parte deafuera; figura en la que, al acercarse, reconocióal ermitaño, prosternado en la misma posiciónde humildad en que le había dejado, y que se-guramente había conservado durante todo eltiempo que su huésped había permanecido enla capilla.

Page 148: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Todo ha terminado —dijo el ermitaño aloír que se le acercaba el caballero—; y tanto elmás miserable pecador de la tierra, como el quese puede considerar el más enaltecido y másfeliz de la raza humana tienen que retirarse deeste lugar. Toma la luz y guíame por la escale-ra, porque yo no puedo destapar mis ojos hastaque esté lejos de este sagrado recinto.

El caballero escocés obedeció en silencio,porque el solemne e inefable recuerdo de todolo que había visto, le frenaba los impulsivosmovimientos de la curiosidad. Siguieron congran cuidado el mismo camino por dondehabían llegado hasta allí, pasando por los mis-mos lugares y escaleras secretas por dondehabía subido, hasta que, por tin se encontraronen la estancia de entrada de la cueva del ermi-taño.

—El condenado criminal es restituido a sucalabozo, arrastrado de un miserable día a otro,hasta que su Juez Supremo disponga, finalmen-

Page 149: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

te, que se cumpla la sentencia que tiene bienmerecida.

Mientras decía estas palabras, el ermitaño sequitó el velo que le tapaba los ojos, y lo con-templo exhalando un ahogado y profundo sus-piro. Tan pronto como lo hubo devuelto al lu-gar de donde lo sacara el escocés, dijo a sucompañero, en un tono casi brusco:

—¡Vete, vete! Vete a descansar. Tienes quedormir; tú puedes dormir; yo ni puedo ni debo.

Respetando la agitación con que le habíahablado, el caballero se retiró a la habitacióninterior; pero, volviendo la vista en el momentode abandonar el recinto exterior, vio cómo elanacoreta se quitaba de los hombros la piel decabra con frenética precipitación, y no habíatenido tiempo aún de cerrar la puerta que sepa-raba las dos estancias de la caverna, cuandooyó el chasquido de los disciplinazos que seinfligía el penitente, y los gemidos que éste ex-halaba a causa del dolor de la flagelación. Unfrío sudor cubrió el rostro del caballero al pen-

Page 150: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sar en lo terrible que debía ser el pecado come-tido y la magnitud de los remordimientos, queno pudieran ser borrados ni aligerados por unapenitencia tan dura. Rezó devotamente el rosa-rio y se tendió sobre su rústico jergón, despuésde lanzar una mirada al musulmán, que seguíadurmiendo; y, rendido por todas las variadasescenas que le habían sucedido durante aqueldía y aquella noche, no tardó en quedar pro-fundamente dormido como un niño. Cuandodespertó, a la mañana siguiente, tuvo una con-versación con el ermitaño sobre asuntos de im-portancia, y el resultado de su entrevista le in-dujo a permanecer dos días más en la caverna.Como buen peregrino, practicó con gran regu-laridad sus devociones, pero no se le volvió adejar entrar en la capilla, en que tuvo ocasiónde ser testigo de tantas maravillas.

Ahora la escena cambia: que suenen las trompe-tas, porque al león debemos despertar en su cueva.

Comedia antigua

Page 151: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

CAPÍTULO VI

Como anuncian los versos que anteceden,ahora la escena debe cambiar, y debemos pasardesde las desiertas montañas del Jordán alcampamento del rey Ricardo de Inglaterra, quea la sazón estaba establecido entre San Juan deAcre y Ascalon, y en el cual se encontraba aquelejército con que el del Corazón de León sehabía prometido marchar triunfalmente sobreJerusalén, propósito en que probablementehabría triunfado, a no ser por los odios de lospríncipes cristianos que tomaban parte en lamisma expedición, las ofensas inferidas por laterca altivez del monarca inglés, y el descaradodesprecio de Ricardo para con los monarcashermanos, los cuales, si bien le eran iguales encuanto a rango, lo eran en mucho inferiores, encuanto a valentía, osadía y pericia militar. Talesdiscordias, y particularmente las existentes en-tre Ricardo y Felipe de Francia, crearon dispu-

Page 152: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tas y obstáculos que impidieron toda acciónefectiva propuesta por el heroico, aunque impe-tuoso Ricardo, mientras las filas de los cruza-dos disminuían de día en día, no sólo por lasdeserciones de individuos, sino por las de ban-dos enteros que, mandados por sus respectivosseñores feudales, se retiraban de una contiendaen cuyo éxito habían dejado de creer. Comosiempre, los efectos del clima fueron fatalespara los soldados del Norte, mucho más te-niendo en cuenta que la disoluta licencia de loscruzados contrastaba de manera singular conlos principios y los propósitos por los que habí-an tomado las armas, y les hacía mas fácilmentevíctimas de la insana influencia de ardientescalores y de glaciales rocíos. A estas causas dedesaliento se agregaba la espada del enemigo.Saladino, el nombre más grande que se recuer-da en la historia oriental, había aprendido, acosta de una fatal experiencia, que sus solda-dos, armados a la ligera, no eran muy a propó-sito para combatir cuerpo a cuerpo con los

Page 153: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

francos, cubiertos de hierro. Y al mismo tiempolos acontecimientos le enseñaron que era preci-so; temer y desconfiar del aventurero carácterde su antagonista Ricardo. Pero, si bien susejércios habían sido derrotados más de una vezcon gran carnicería, el número de sus soldadosdaba al sarraceno la ventaja en aquellas ligerasescaramuzas, que en su mayoría eran inevita-bles.

A medida que disminuía el ejército de losinvasores, los ataques del sultán se hacían másnumerosos y más intensos, en aquella especiede guerra de segunda categoría. El campamen-to de los cruzados estaba rodeado, y casi sitia-do, por nubes de caballería ligera, que parecíanenjambres de avispas. Fácilmente destruiblescuando se las podia alcanzar, pero que teníanalas para escaparse de una fuerza superior, yaguijones para herir y hacer daño. Se sosteníauna guerra perpetua de avanzadillas y forra-jeadores, en la que se perdían muchas vidaspreciosas, sin obtener ninguna ganancia equi-

Page 154: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

valente; se interceptaba la marcha de los con-voyes y se cortaban las comunicaciones. Loscruzados tenían que comprar los medios desostener la vida al coste de la vida misma, y elagua, como la de la fuente de Belén, tan desea-da por el rey David, uno de sus antiguos mo-narcas, había de obtenerse, como en aquellostiempos, a precio exclusivo de sangre.

En gran parte, estos males eran compensa-dos por la firme resolución e incansable activi-dad del rey Ricardo, quien, junto con algunosde sus mejores caballeros, estaba siempre mon-tado en su caballo, dispuesto a correr a cual-quier peligro, y muchas veces no sólo habíaauxiliado inesperadamente a los cristianos, sinoque había derrotado a los infieles cuando pare-cían estar más seguros de la victoria. Pero aunla férrea constitución de Corazón de León su-cumbió a las alternativas de aquel insano clima,unidas a los incesantes esfuerzos, tanto delcuerpo como del espíritu. Ricardo cayó víctimade aquellas lentas y devoradoras fiebres pecu-

Page 155: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

liares al Asia, y, a pesar de su gran fuerza y suentereza de ánimo aún mayor, se vio imposibi-litado de montar a caballo, y privado, por con-siguiente, de asistir a los consejos de-guerraque de vez en cuando celebraban los cruzados.No era fácil decir si este forzoso estado de inac-tividad personal fue más o menos soportable almonarca inglés, después que el Consejo de losCruzados resolvió pactar una tregua de treintadías con el sultán Saladino; porque, por unaparte, si le disgustaba el retraso que ello signifi-caba en la realización de su gran empresa, porotra parte se consolaba pensando que nadieconquistaría laureles mientras él se consumíainactivo en su lecho.

Sin embargo, lo que Corazón de León podíaperdonar menos era la inactividad general quereinó en el campamento tan pronto como suenfermedad tomó el carácter grave; y las noti-cias que obtuvo de las pocas personas fieles quele asistían le dieron a entender que las esperan-zas del ejército disminuían a medida que la

Page 156: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gravedad de su enfermedad aumentaba, y queel intervalo de la tregua no se empleaba en re-clutar nuevos soldados, reanimar a los vetera-nos y fomentar el espíritu de conquista, a fin depreparar el ejército para un rápido e inconteni-ble avance sobre la Ciudad Santa, que era elobjetivo de su expedición, sino que se aprove-chaba para fortificar el campamento que ocu-paba su diezmado ejército, abriendo trincheras,levantando empalizadas y construyendo otrasfortificaciones, como si se prepararan más bienpara repeler un ataque de un poderoso enemi-go, tan pronto como se reanudaran las hostili-dades, en lugar de tomar el carácter agresivo deconquistadores y asaltantes.

En presencia de estos informes, el rey inglésse revolvió con la rabia de un león cautivo, queve una presa más allá de los hierros de su jaula.Violento e impetuoso por naturaleza, la irritabi-lidad de su temperamento le devoraba, fcratemido por todos los que le asistían, e inclusosus médicos no se atrevían a adoptar la autori-

Page 157: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dad necesaria que un facultativo debe ejercersobre un enfermo, en beneficio de este mismo.El único que se atrevía a interponerse entre eldragón y su cólera, era un fiel barón que, quizápor el parecido de su carácter, era especialmen-te afecto a la persona del rey; sin decir nada,pero persistentemente, mantenía sobre el peli-groso inválido una vigilancia que nadie máshabría podido ejercer, y que Thomas de Multonejercía solo porque le preocupaba más la vida yel honor de su soberano que el favor que pu-diese perder y el riesgo que corría velando a unenfermo tan intratable, y cuyo disgusto podíaser tan peligroso.

Sir Thomas era señor de Gilsland, en Cum-berland; y, en una época en que los apodos ylos títulos no eran aplicados a las personas tandistintamente como hoy, se le conocía entre losnormandos por el nombre de señor De Vaux; yen Inglaterra, los sajones, fieles a su antiguolenguaje y orgullosos de la parte de sangre sa-jona que corría por las venas de este famoso

Page 158: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

guerrero, le llamaban Thomas, o más familiar-mente Thom de los Gills, o Valles Estrechas,derivado su nombre de los extensos dominiosque poseía.

Este guerrero había intervenido en casi to-das las guerras habidas entre Inglaterra y Esco-cia, y entre las diferentes facciones nacionalesque entonces devastaban el primero de dichospaíses; en todas ellas se había distinguido, tantopor su conducta militar como por su valor per-sonal. Por lo demás, era un soldado rudo, obtu-so y descuidado en su exterior, taciturno —porno decir insociable— en el trato, y que, por lomenos en apariencia, desdeñaba la política y laetiqueta. Sin embargo, algunos, pretendiendodescubrir lo que hay debajo del carácter de loshombres, aseguraban que el señor De Vaux eratan astuto y ambicioso como rudo y valiente, yotros creían que si imitaba lo brusco y agresivodel rey, lo hacia en definitiva para consolidarsu favor y asegurarse la satisfacción de sus di-simuladas ambiciones. Pero nadie se atrevía a

Page 159: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

oponerse a sus proyectos, si es que tenía algu-nos, rivalizando con él en la peligrosa ocupa-ción de asistir diariamente a la cabecera de unenfermo cuya dolencia se había declarado in-fecciosa, y más especialmente cuando se recor-daba que el paciente era Corazón de León, quesufría todas las furiosas impaciencias del sol-dado retirado de la batalla, y del soberano in-capacitado de hacer sentir su autoridad; y lossimples soldados, por lo menos, los del ejércitoinglés, opinaban generalmente que De Vauxcuidaba al rey como un compañero de armas loharía con otro, con la honrada y desinteresadafranqueza de la camaradería militar, contraídaentre los que comparten los peligros diarios.

Fue en el atardecer de un día de Siria cuan-do Ricardo se acostó enfermo, lo cual le contra-rió tanto en su espíritu, como la enfermedadrepugnaba a su cuerpo. Sus grandes ojos azu-les, que habitualmente brillaban con singularviveza, aumentada ahora por la fiebre y la im-paciencia mental, despedían entre los largos y

Page 160: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

enmarañados mechones de cabellos rubios,miradas tan fulgurantes y enérgicas que parecí-an en verdad los últimos resplandores de unocaso atravesando las nubes de una tempestadque se avecina, pero dorados aún por los rayosdel sol. Sus facciones varoniles delataban losprogresos de la devoradora enfermedad, y subarba, crecida y descuidada, le cubría los labiosy el mentón. La inquietud con que se revolvíade un lado a otro en la cama, con las ropas re-vueltas, que a veces se quitaba de encima rabio-samente; el desorden del mismo lecho y susinquietos ademanes demostraban a simple vistala energía y la impetuosa impaciencia de unestado de espíritu, cuya esfera de acción natu-ral la constituían los más activos ejercicios.

Al lado del lecho se encontraba Thomas deVaux, que por su cara, su actitud y sus adema-nes, contrastaba todo cuanto pueda imaginarsecon el monarca enfermo. Su estatura era casigigantesca, y su cabellera habría podido pare-cer, por su abundancia, la de Sansón, pero des-

Page 161: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pués de haber pasado este héroe israelita porlas tijeras de los filisteos, porque la de De Vauxtenía cortados los cabellos de tal manera quepudiesen caber dentro del casco. El brillo de susgrandes ojos, de color de avellana, tenía la luzde una mañana de otoño, y sólo se turbabanmomentáneamente cuando alguna que otra vezeran atraídos por las vehementes señales deagitación e inquietud de Ricardo. Su cara, tanrobusta como el resto de su persona, debíahaber sido bella antes de quedar desfiguradapor las heridas; su labio superior, siguiendo lamoda de los normandos, estaba cubierto de unespeso bigote, tan largo que se le juntaba con lacabellera, ambos de un castaño obscuro, mo-teado por algunas canas. Su cuerpo parecíahecho a propósito para desafiar la fatiga y elclima, porque era ancho de espaldas, liso decaderas, largo de brazos, de pecho elevado ypiernas muy fuertes. Hacía más de tres nochesque no se había quitado su jubón de piel debúfalo, que tenía pintada la cruz en la espalda,

Page 162: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

y durante aquel tiempo sólo se había permitidoel momentáneo descanso de que puede disfru-tar la persona que vela a un monarca enfermo.Este barón raras veces cambiaba de actitud,excepto para administrar a Ricardo la medicinao el alimento, que ninguno de los demás asis-tentes, menos afortunados, podía convencer alimpaciente monarca de que tomara; y en laforma bondadosa, aunque ruda, con que des-empeñaba una misión que contrastaba tan ex-trañamente con sus costumbres y maneras desolitario y de soldado, se veía algo que emocio-naba.

El pabellón en que estaban estos personajestenía más aspecto militar que suntuosidad real,siguiendo el gusto de la época y el carácter per-sonal de Ricardo. Esparcidas por la tienda ocolgadas de los pilares que la sostenían, se veí-an armas ofensivas y defensivas, muchas deellas de rara y reciente construcción. Tendidasen el suelo, y a lo largo de los costados de latienda, había pieles de animales muertos en

Page 163: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

partidas de caza, y sobre estos restos de loshabitantes de la selva yacían tres alanos, comose los llamaba entonces (es decir: producto delcruzamiento de lebrel y dogo), de gran tamaño,y blancos como la nieve. Sus caras, marcadascon muchas huellas de zarpazos y mordiscosde jabalí, demostraban la parte activa que habí-an tomado en la conquista de aquellos trofeossobre los cuales descansaban ahora; y sus ojos,fijos de vez en cuando con expresiva mirada enel lecho de Ricardo, demostraban cuan maravi-llados y entristecidos se sentían por la inactivi-dad que se veían obligados a compartir. Ésoseran los compañeros del soldado y cazador;pero en una mesita cercana al lecho se hallabaun escudo de acero, de forma triangular, osten-tando los tres leones que al principio adoptó elmonarca para divisa, la diadema de oro, muyparecida a una corona ducal, pero más elevadaen la frente que por detrás, la cual, con el ter-ciopelo de púrpura y la tiara bordada que laremataba, constituía entonces el emblema de la

Page 164: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

soberanía inglesa. A su lado, como dispuesto adefender aquel símbolo real, yacía la pesadamasa de guerra, cuyo peso habría rendidocualquier otro brazo que no hubiese sido el deCorazón de León.

En otro departamento de la tienda espera-ban dos o tres oficiales de la Casa del rey, de-primidos y ansiosos por la salud de su señor, yaun más por su propia seguridad, en el caso deque cayeran enfermos ellos. Sus temores sepropagaban a los centinelas del exterior de latienda, que pasaban de arriba a abajo con lacabeza gacha y silenciosos, o quedaban inmóvi-les en su lugar, con las alabardas en la mano,más parecidos a trofeos armados que a guerre-ros vivientes.

—Así, pues, ¿no tienes mejores noticias quedarme, Sir Thomas? —dijo el rey, después deun largo y agitado silencio, transcurrido entreel febril nerviosismo que ya hemos descrito. —Todos nuestros caballeros se han vuelto muje-res, nuestras damas se han vuelto devotas, y ya

Page 165: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

no queda ni una chispa de valor ni de galante-ría para iluminar un campamento que contienelo más escogido de la Caballería europea. ¡Ay!

—La tregua, señor —dijo De Vaux, con lamisma paciencia con que ya había repetidoveinte veces la misma explicación—, nos privade conducirnos como hombres de acción; y encuanto a las señoras, yo no soy un gran galan-teador, como muy bien sabe Vuestra Majestad,y pocas veces substituyo el cuero de mi jubón oel acero de mi espada por el terciopelo y el oro;pero todo lo que sé es que nuestras más escogi-das bellezas acompañan a Su Majestad la reinay a las princesas en su peregrinación al conven-to de Engaddi, para cumplir la promesa quehan hecho por la salud de Vuestra Majestad.

—¿Y de esta manera —dijo Ricardo con elnerviosismo de la enfermedad— se aventuranlas damas y doncellas en un país en que losperros que lo infestan tienen tan poca lealtadcomo fe en Dios?

Page 166: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Acordaos, señor, de que tienen la palabrade Saladino garantizando su seguridad—contestó De Vaux.

—Es verdad, es verdad —contestó el rey—.He sido injusto con el sultán. Le debo las gra-cias: Dios quiera que se las pueda dar con micuerpo entre los dos ejércitos... a la vista decristianos e infieles.

Al decir estas palabras, Ricardo sacó fuerade la cama su brazo derecho, desnudo hasta elhombro, e incorporándose penosamente agitóel puño cerrado como si tuviera cogida la espa-da, blandiéndola sobre el turbante alhajado delsultán. No sin una amable violencia, que el reyno habría tolerado fácilmente de nadie más, DeVaux, en su calidad de enfermero, obligó a sureal señor a tenderse otra vez y le cubrió el bra-zo, el cuello y las espaldas con la misma solici-tud de una madre para dominar a un niño tra-vieso.

—A pesar de tu buena voluntad, eres un en-fermero algo brusco, De Vaux —dijo el rey,

Page 167: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sonriendo con amarga expresión, pero some-tiéndose a una fuerza que él no estaba en situa-ción de resistir—. Me parece que una cofia devieja le iría tan bien a tu ruda cara como a míun gorro de criatura. Seriamos un chiquillo yuna nodriza que asustaríamos a las muchachas.

—Hemos asustado a los hombres más deuna vez, señor —contestó De Vaux— y estoyseguro de que viviremos lo suficiente para vol-verlos a asustar. ¿Qué significa un acceso defiebre que basta soportar con paciencia paraque termine pronto?

—¡Un acceso de fiebre! —exclamó Ricardoimpetuosamente—; tú puedes creer, y quizátengas razón, que lo que sufro es un acceso defiebre; pero, ¿qué tienen los demás príncipescristianos?, ¿qué tiene Felipe de Francia, y esegordo austríaco, y el de Montserrat, y los Hos-pitalarios y los Templarios?, ¿qué tienen todosellos? ¡Ya te lo diré yo! Es una fría parálisis, unaletargía mortal; un mal que les priva de hablary moverse, un cáncer que roe el corazón de

Page 168: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

todo lo que es noble, caballeroso y virtuosoentre ellos; que les hace faltar al más noble votoque haya hecho jamás caballero alguno, que leshace indiferentes a su fama y olvidadizos deDios.

—¡Por el amor de Dios, señor! —dijo DeVaux—. ¡No lo toméis tan a pecho! Van a oírosdesde fuera, por donde circulan estas frases deboca en boca, entre los soldados, y provocandisputas y riñas en el ejército cristiano. Pensadque vuestra enfermedad les priva del principalsostén de su empresa, y que una catapulta sinrodillo y sin palanca funcionaría mejor aue elejército cristiano sin el rey Ricardo.

—Me adulas, De Vaux —dijo Ricardo; y, noinsensible del todo al poder de la adulación,reclinó su cabeza en la almohada, mejor dis-puesto al descanso de lo que había estado hastaentonces. Pero Thomas de Vaux no era un cor-tesano; la frase que había pronunciado habíasubido espontáneamente a sus labios, y no su-po cómo continuar el agradable tema de mane-

Page 169: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ra que prolongara el buen estado de ánimo queél había suscitado. Por consiguiente, quedósilencioso, hasta que el rey, volviendo a caer ensus sombríos pensamientos, le dijo de pronto:

—¡Por Dios! Eso se dice sólo para apaciguara un enfermo; pero, ¿por qué razón una liga demonarcas, un conglomerado de nobles, unaselección de toda la Caballería de Europa, tie-nen que suspender su actividad por la enfer-medad de un solo hombre; aunque, por azar,éste sea el rey de Inglaterra? ¿Por qué razón laenfermedad, o la muerte, de Ricardo habría deparalizar la marcha de treinta mil hombres tanbravos como él mismo? Cuando el ciervo queva delante cae herido, no se dispersa en modoalguno el rebaño; y cuando el halcón se lanzasobre la cigüeña que guía a toda la bandada,otra se pone en su lugar, ¿Por qué, pues, no sereúnen todas las dignidades y eligen a alguiena quien confiar el mando de toda la hueste?

—Está bien. Si ello agrada a Vuestra Majes-tad —dijo De Vaux—, os diré que he oído co-

Page 170: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mentar que se han celebrado deliberacionesentre los caudillos reales, para tratar sobre esteparticular.

—¡Ah! —exclamó Ricardo, a quien se ledespertó la envidia, y dirigiendo a otro puntosu irritación mental—. ¿Ya me olvidan misaliados antes de que se rae haya administradoel último sacramento? ¿Es que ya me conside-ran muerto? Pero no, no... Tienen razón. ¿Y aquién han designado para dirigir a la huestecristiana?

—Por el rango y la dignidad —dijo DeVaux—, el puesto corresponde al rey de Fran-cia.

—¡Oh, sí! —contestó el monarca inglés—.Felipe de Francia y de Navarra, Mountjoie SaintDenis. ¡Su Cristianísima Majestad! ¡Palabrasampulosas, ésas! Pero sólo existe un peligro, yes que pueda confundir las palabras En arrièrepor En avant, y que nos vuelva a París en lugarde marchar hacia Jerusalén. Su criterio políticoha descubierto que es mucho más provechoso

Page 171: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

oprimir a sus feudatarios y saquear a sus alia-dos que luchar contra los turcos para la Con-quista del Santo Sepulcro.

—Podrían designar al archiduque de Aus-tria —dijo De Vaux.

—¿A ese? ¿Quizá porqué es tan alto y estátan gordo como tú, Thomas, y porque tiene unacabeza grande como la tuya? Pero carece de tuindiferencia por el peligro y tu resistencia a lasheridas... Te digo que el de Austria, con toda sumasa de carne, no tiene más ímpetu bélico queel que pueda tener una avispa, ni más valentíaque un pájaro. ¡No quiero saber a de él! ¡Él,caudillo de caballeros de hazañas gloriosas?Dale una botella de vino del Rin, para que se lobeba con sus andrajosos, pero presuntuososbaarenhanters y lansquenetes.

—Queda el Gran Maestre de los Templarios—prosiguió el barón, satisfecho de que la aten-ción de su señor se concentrara en otros temasque su enfermedad, aunque tuviese que ser aexpensas de los principes y magnates—. Es

Page 172: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

intrépido, hábil, bravo en la batalla y sabio en elconsejo, y, además no tiene reinos propios quele puedan distraer de sus esfuerzos para reco-brar la Tierra Santa. ¿Qué piensa Vuestra Ma-jestad del Maestre como comandante en jefe dela hueste cristiana?

—¡Ah! ¿Beau-Séant? —contestó el rey—.¡Oh! Nada puede decirse del Hermano GilesArmaury; sabe ordenar una batalla y luchardelante de todos desde el principio. Pero, SirThomas, ¿estaría bien quitar Tierra Santa a Sa-ladino, adornado con todas las virtudes quepueda tener un infiel, para darla a Giles Ar-maury, que es más pagano que el propio Sala-dino, que es un idólatra, un adorador del dia-blo, un nigromántico, que comete los más obs-curos y antinaturales crímenes en subterráneosy secretos lugares de abominación y obscuri-dad?

—El Gran Maestre de los Hospitalarios deSan Juan de Jerusalén no tiene fama de hereje nide mago —coníestó De Vaux.

Page 173: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Pero, ¿no es un miserable avaro? —dijovivamente Ricardo—. Y, ¿no se sospecha mu-cho que haya vendido a los infieles las ventajasque nunca habrían podido obtener en luchareal? Créeme que sería preferible regalar elejército a los patronos venecianos o a los mer-caderes de Lombardía, que confiarlo al GranMaestre de San Juan.

—Está bien; entonces, sólo voy a propone-ros otro candidato —dijo el barón De Vaux—.¿Qué me decís del bizarro marqués de Montse-rrat, tan sabio, tan elegante, y tan buen guerre-ro?

—¿Sabio? Astuto, debes querer decir —replicó Ricardo—. Elegante en la habitación deuna dama, sí ¡Oh, ya lo creo, Conrado de Mont-serrat! ¿Quién no conoce a ese pisaverde? Polí-tico y versátil, cambiaría de proyectos tan amenudo como de vestido, y jamás podréis de-ducir el color de su ropa interior por la quelleva encima. ¿Un excelente guerrero? Sí; unamagnifica figura cabalgando en su caballo, ca-

Page 174: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

paz de hacer un gran papel en un torneo y de-ntro del recinto donde las espadas tienen el filoy la punta embotados; y donde las lanzas sonde madera y no de acero. Tú no estabas presen-te cuando dije a este elegante marqués: «Esta-mos aquí tres buenos cristianos, y allí, en elllano, están las lanzas en ristre de un destaca-mento de unos sesenta sarracenos. ¿Qué os pa-rece si les atacáramos por sorpresa? Sólo tocanunos veinte infieles despreciables para cadaverdadero caballero».

—Me dijeron que el marqués contestó —dijo De Vaux— que sus brazos eran de carne yno de hierro, y que prefería tener un corazón dehombre a tenerlo de fiera, aunque esta fierafuese un león. Pero ya veo adonde vamos aparar: acabaremos allí donde hemos empezado,sin la esperanza de orar en el Sepulcro hastaque Dios devuelva la salud al rey Ricardo.

Al oír estas palabras, dichas con gran con-vicción, el rey prorrumpió en una gran carcaja-

Page 175: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

da, la primera que se permitía desde hacía al-gún tiempo.

—¡Qué cosa es la conciencia —dijo—, que através de ella, hasta un obstinado caballero delNorte como tú, puede hacer que tu soberanoconfíese su locura! Es verdad que si ellos no sepropusieron obtener más insignias de jefe, nome habría entretenido en arrancar los oropelesde seda de los muñecos de que me acabas dehablar. ¿Qué me importa que exhiban pompo-sas ropas, mientras no se les considera comorivales míos en la eloriosa empresa en que noshemos empeñado? Sí, De Vaux, confieso midebilidad y la obstinación de mi ambición. Conseguridad, se encuentran en el campo cristianomuchos caballeros mejores que Ricardo de In-glaterra, y sería de cordura y cosa digna elegiral mejor de ellos para dirigir la hueste. pero —agregó el belicoso monarca, incorporándose yapartando sus ropas con movimiento rápido, ycon los ojos centelleantes, como si fuera a entraren batalla—, si este caballero enarbolara la

Page 176: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bandera de la Cruz en el Templo de Jerusalén,mientras yo estuviera imposibilitado de contri-buir a esta noble empresa, se vería obligado,tan pronto como yo me sintiera con fuerzaspara sostener una lanza, a combatir conmigo,por haber mermado mi fama llegando antesque yo al objetivo de mi empresa. Pero, oye:¿qué son esas trompetas lejanas?

—Las del rey Felipe, si no me equivoco, se-ñor —dijo el robusto inglés.

—¿Estás sordo, Thomas —contestó el rey,intentando levantarse—. ¿No oyes esos relin-chos y ese tumulto? Por Dios, que los turcosestán dentro del campamento. Oigo sus gritosde guerra.

Intentó otra vez saltar del lecho, y De Vauxse vio obligado a hacer uso de toda su fuerza ya reclamar el auxilio de los chambelanes queestaban en la tienda, para dominarle.

—Eres un traidor desleal, De Vaux —dijo elmonarca, cuando, rendido y sin aliento, hubode someterse a una fuerza superior y quedarse

Page 177: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quieto en la cama—. ¡Querría tener... querríatener bastante fuerza para rompértela cabezade un mazazo!

—Yo querría también que la tuvieseis, señor—dijo De Vaux—, aunque hubieseis de utilizar-la como decís. La Cristiandad saldría ganandomucho si moría Thomas Multon, y Corazón deLeón volvía a ser lo que era.

—Mi fiel y honrado servidor— dijo Ricardotendiéndole la mano, que el barón besó reve-rentemente—: olvida los arrebatos de impa-ciencia de tu soberano. Quien te insulta es estafiebre devoradora, y no tu buen señor Ricardode Inglaterra. Pero te ruego que salgas un mo-mento afuera, y vuelvas a decirme qué genteextraña ha entrado en el campamento, porqueestos gritos no son de cristianos.

De Vaux salió de la tienda para cumplir laorden, y encargó a los chambelanes y pajes en-fermeros que, durante su ausencia, que decidióhacer tan breve como le fuese posible, vigilaranestrechamente al soberano, amenazando con

Page 178: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacerles responsables de lo que ocurriera, conlo que aumentó la temida inquietud de aquellosen perjuicio del cumplimiento de sus funciones,ya que, salvo la ira del monarca, nada les asus-taba tanto como la del férreo e inexorable lordde Gilsland.

Hubo, tiempo pasado, allí en las fronteras, esco-ceses e ingleses en sus luchas guerreras, que fuegran maravilla la sangre no corriera como la lluviacorre por empinadas calles.

Batalla de Otterbourn

CAPÍTULO VII

Un considerable destacamento de guerrerosescoceses se había unido a los cruzados, po-niéndose, naturalmente bajo el mando del mo-narca inglés, puesto que en su mayoría eran deorigen sajón o normando como los soldados deeste príncipe, hablaban el mismo idioma, y al-

Page 179: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gunos de ellos poseían fincas en Inglaterra yEscocia, y, en muchos casos, estaban unidos afamilias inglesas por la sangre o por matrimo-nio. Esta época precedió a aquella en que, acausa de la invariable ambición de Eduardo I,adquirieron un terrible e implacable carácter lasguerras entre ambas naciones; los ingleses lu-chaban para dominar Escocia, y los escoceses,con la firme decisión y obstinación que siemprehabía caracterizado su país, para defender suindependencia, valiéndose para ello de los másviolentos, recursos, en las circunstancias másadversas y más peligrosamente azarosas. Detodas maneras, hasta entonces las guerras entreambas naciones habían sido sostenidas de unamanera noble y admitían aquellos, matices dedelicada cortesía y de respeto hacia los enemi-gos declarados, que atenúan y hacen más so-portables los horrores de la lucha. De consi-guiente, en tiempos de paz y en tiempos deguerra, como entonces, cuando ambos paísessostenían en común una lucha que, a causa de

Page 180: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sus ideas religiosas, era igualmente interesantepara uno como para otro, los aventureros deambos pueblos muchas veces luchaban mez-clados, y la emulación nacional les servía deestímulo para destacarse en los esfuerzos co-ntra el enemigo de todos ellos.

El franco y marcial carácter de Ricardo, queno establecía ninguna diferencia entre sus sub-ditos y los de Guillermo de Escocia, salvo laque resultaba del comportamiento en el campode batalla, contribuía mucho a la unión de lastropas de ambos países. Pero a consecuencia desu enfermedad y debido a las circunstanciasdesfavorables en que se encontraban los cruza-dos, las antipatías nacionales entre los diferen-tes grupos incorporados a la Cruzada empeza-ron a manifestarse, igual que las antiguas llagasdel cuerpo del hombre se irritan de nuevo bajola influencia de la enfermedad o de la debili-dad.

Los escoceses y los ingleses, igualmente al-tivos, celosos y susceptibles a la ofensa —más

Page 181: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

los primeros que los segundos, a causa de sersu nación más bre y débil— empezaron a em-plear en discrepancias intestinas el tiempo enque la tregua les impedía luchar juntos contralos sarracenos. Igual que los jefes romanos deantaño, los escoceses no reconocían superiori-dad alguna, y sus vecinos del Sur no queríanconsiderarles iguales. Se formulaban acusacio-nes y recriminaciones, y tanto los soldados co-mo los jefes y caballeros, que habían sido bue-nos camaradas en tiempo de victoria, se mira-ban irritados en la adversidad, como sí enton-ces no fuera más necesaria que nunca la con-cordia, no sólo para el triunfo de su causa, sinotambién para su seguridad personal. La mismadesunión había empezado a manifestarse entrefranceses e ingleses, italianos y alemanes, ysuecos y daneses; pero lo que interesa princi-palmente a nuestro relato es la discordia entrelas dos naciones situadas en una misma isla, yque, por esta misma razón, parecían más llenasde mutua animadversión.

Page 182: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

De todos los nobles que habían seguido alrey a Palestina, el que mayores prejuicios teníacontra los escoceses era De Vaux; era su vecinomás próximo, y se había pasado la vida lu-chando contra ellos en privado y en público,habiéndoles infligido muchas y grandes cala-midades en todas las ocasiones que se le pre-sentaban. Su amor y adhesión al rey eran seme-jantes al vivo afecto del viejo mastín ingléshacia su dueño, y le hacían ser brutal e inacce-sible con todos los demás, hasta con los queeran indiferentes al rey, y agresivo y peligrosohacia aquellos a los que el rey tenía animadver-sión. De Vaux no vio jamás sin enfado y celoslas manifestaciones de cortesía o favor del mo-narca hacia la perversa, falsa y feroz raza naci-da a la orilla de un río o de una frontera imagi-naria establecida entre yermos y desiertos, eincluso llegaba a dudar del éxito de una Cru-zada en la que se había permitido que intervi-nieran los escoceses, y en el fondo de su cora-zón les miraba con no mejor voluntad que a los

Page 183: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sarracenos, a quienes había ido a combatir.Puede añadirse que, siendo un inglés de sangrey de corazón, poco acostumbrado a disimularlos impulsos de afecto u odio, consideraba quela ponderada cortesía que los escoceses habíanaprendido, quizá por imitación de sus frecuen-tes aliados los franceses, o por su propio carác-ter altivo y reservado, era una muestra de lafalsedad y astucia con que disimulaban las peo-res intenciones contra sus vecinos; y, por consi-guiente, con inglesa buena fe, creía que seríamuy difícil obtener de ellos ninguna ventajapositiva, si se utilizaban sólo procedimientoshonorables.

Sin embargo, aunque De Vaux abrigaba es-tos sentimientos respecto a sus vecinos del Nor-te, y los hacía extensivos, con muy pocas reser-vas, a los que habían seguido la Cruz, el respetoal rey, y un sentimiento del deber impuesto porsu voto de cruzado, le hacían abstenerse deponerlos de manifiesto de otra manera que evi-tando sistemáticamente, en cuanto le era posi-

Page 184: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ble, el trato con sus hermanos de armas escoce-ses, guardando un sombrío silencio cada vezque se veía obligado a ponerse en contacto conellos, y mirándoles con desdén cuando les en-contraba en el camino o en el campamento. Losbarones y caballeros escoceses no eran hombresque aguantaran sus desdenes o los dejaran sinréplica, y la situación llegó a tal extremo, queDe Vaux fue considerado el enemigo más deci-dido y más activo de una nación a la que, al finy a la postre, él se limitaba a odiar y, en ciertamanera, a despreciar. Asiduos observadoreshabían hecho notar que, si no sentía por ellos lacaridad de las Escrituras, que tolera mucho yjuzga con benevolencia, no estaba falto deaquella virtud, inferior y limitada, que alivia yconsuela las miserias del prójimo. Las riquezasde Thomas de Gilsland le proporcionaban pro-visiones y medicinas en exceso, y muchas vecesalgo de todo eso pasaba al campamento de losescoceses; esta altiva generosidad procedía delprincipio según el cual para el hombre lo más

Page 185: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

importante después de los amigos son los ene-migos, por insignificantes que fuesen, prescin-diendo de todos los matices intermedios; enellos no habia de pensarse ni un solo momento.Esta explicación es necesaria para que el lectorpueda comprender claramente lo que vamos arelatar.

No había dado muchos pasos Thomas deVaux fuera de la tienda real, cuando ya se diocuenta de lo que el oido, más fino que el suyo,del monarca inglés, aficionado al arte de lostrovadores, habia percibido instantáneamente,es decir: que los sonidos estridentes que oyeraeran producidos por chirimías, trompetas yatabales sarracenos. Al extremo de una calle detiendas que conducía a la de Ricardo, pudo vera un grupo de soldados ociosos congregados enel lugar de donde procedía la música, que esta-ba casi situado en el centro del campamento, y,con gran sorpresa, vio también, mezclados en-tre los yelmos de diferentes formas que usabanlos cruzados de las diversas nacionalidades,

Page 186: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

turbantes blancos y largas lanzas, que anuncia-ban la presencia de guerreros sarracenos. Divi-só también las enormes cabezas deformes dealgunos camellos o dromedarios, que sobresalí-an de la multitud gracias a sus largos y despro-porcionados cuellos.

Maravillado y sorprendido ante un espectá-culo tan inesperado como singular —porqueera costumbre dejar las banderas de tregua, ocualquier! otra comunicación del enemigo, enun lugar determinado, fuera del recinto—, elbarón lanzó una mirada en derredor suyo, paraver si descubría a alguien que le explicara aque-lla alarmante novedad. La primera persona aquien vio le pareció ser un español o un esco-cés, por su manera de andar altiva y grave; y enseguida murmuró:

—Sí, es un escocés, el del Leopardo. Le hevisto luchar bastante bien, a pesar de ser esco-cés.

Desdeñó dirigirle la palabra, ni por purafórmula, y ya iba a dejar pasar de largo a Sir

Page 187: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Kenneth observando aquella actitud suya deenfurruñamiento y desprecio con que parecíaquerer decir: «Te conozco, pero na quiero decir-te nada», cuando el caballero del Norte le des-barató el propósito, pues se dirigió a él abier-tamente y con cortesía le dijo:

—Señor De Vaux, tengo que hablaros. —¡Ah! —contestó el barón inglés—. ¿A mí?

Decid lo que os convenga, pero abreviad; tengouna importante comisión del rey.

—La mía afecta al rey mucho más de cerca—contestó Sir Kenneth—. Creo que le traigo lasalud. El señor de Gilsland contempló al esco-cés de pies a cabeza, con incrédulidad, y repli-có:

—Que yo sepa, no sois médico, señor esco-cés... Antes os creería si dijerais que traéis lariqueza al rey de Inglaterra.

Aunque disgustado por el tono con que lecontestaba el barón, Sir Kenneth preguntó concalma:

Page 188: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—La salud del rey Ricardo es la gloria y lariqueza de la Cristiandad… Pero tengo prisa; osruego me digáis si puedo ver al rey.

—No, ciertamente, mi buen señor —dijo elbarón—, hasta que me hayáis explicado másclaramente vuestra misión. Las habitaciones delos príncipes enfermos no se abren tan fácil-mente al primero que quiera entrar en ellas,como si fuera una hostería del Norte.

—Señor —contestó Kenneth—: la Cruz que,como vos, llevo, y la importancia de lo que ten-go que decir me obligan a pasar por alto, porahora, un comportamiento que no toleraría enninguna otra ocasión. En pocas palabras, pues:traigo un médico sarraceno que se encargará dela curación del rey.

—¿Un médico sarraceno? —exclamó DeVaux—. ¿Y quién nos asegura que, en lugar demedicinas, no le dará venenos?

—Su propia vida, señor; su cabeza, que élofrece como garantía.

Page 189: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—He conocido a más de un atrevido bribón—dijo De Vaux —que apreciaba su vida muchomenos de lo que valía, y que habría ido a lahorca tan alegremente como si el verdugo fuesesu pareja de baile.

—Pero el caso es, señor —replicó el esco-cés—, que Saladino, a quien nadie negará lafama de ser un enemigo generoso y valiente, haenviado a este médico acompañado de su sé-quito y una escolta dignos de la gran estima enque tiene a El Hakim, junto con un regalo defrutas y golosinas para la Casa privada del rey,y un mensaje concebido en los términos quepueden esperarse de un enemigo honorable: esdecir que desea que Ricardo quede curado muypronto de la fiebre para que pueda recibir lavisita que el sultán se propone hacerle, con sudesnuda cimitarra en la mano y al frente decien mil jinetes. Vos, que sois del Consejo secre-to del rey, ¿haréis el favor de ordenar que des-carguen aquellos camellos y que se tomen las

Page 190: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

disposiciones adecuadas para recibir al sabiomédico?

—¡Maravilloso! —dijo De Vaux, comohablando tonsigo mismo—. Pero ¿quién res-pondería del honor de Saladino si mediante unacto de mala fe se quitara de delante su máspoderoso adversario?

—Yo responderé con mi vida, mi fortuna ymi honor —replicó Sir Kenneth.

—Es raro —insistió De Vaux—. El Norte sa-le fiador por el Sur, y el escocés por el turco.¿Puedo preguntar, Sir Kenneth, por qué oshalláis mezclado en este asunto?

—He estado ausente para hacer una pere-grinación, señor, en el transcurso de la cual hellevado un mensaje al santo ermitaño de En-gaddi —contestó Kenneth.

—¿No podéis explicármelo, Sir Kenneth, nidecirme cuál ha sido la respuesta de aquel san-to varón?

—Imposible, señor —contestó el escocés.

Page 191: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Soy del Consejo secreto de Inglaterra —dijo el inglés arrogantemente.

—A cuyo país no debo acatamiento —contestó Kenneth—. Aunque en esta guerra heseguido voluntariamente las iniciativas perso-nales del rey de Inglaterra, he sido enviado porel Consejo general de los reyes, príncipes y jefessupremos del ejército de la Santa Cruz, y sólo aellos debo dar cuenta de mi misión.

—¡Ah! ¿En ésas estamos? —exclamó el or-gulloso barón De Vaux—. Pues has de saberque por mensajero de reyes y príncipes queseas, ningún médico se acercará a la cabeceradel lecho del rey de Inglaterra sin el consenti-miento del señor de Gilsland, y ¡ay del que seatreva a penetrar en la tienda sin él!

Le volvió la espalda altaneramente, pero elescocés volvió a ponérsele delante, y, con unavoz que a pesar de estar llena de calma no de-jaba de expresar su parte de orgullo, le pregun-tó si el señor de Gilsland le consideraba un no-ble y un buen caballero.

Page 192: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Todos los escoceses son nobles de naci-miento —contestó Thomas de Vaux con ciertaironía; pero reconoció su injusticia al observarque el rostro de Kenneth se sonrojaba, por loque agregó—: Injusto sería dudar de que vossois un buen caballero, por lo menos para quienos ha visto cumplir brava y lealmente con vues-tro deber.

—Está bien —dijo el escocés, satisfecho porla franqueza de esta última declaración—. Per-mitidme, pues, Thomas de Gilsland, que osjure, como verdadero escocés que soy, lo cualconsidero un privilegio idéntico al de mi rancianobleza, y tan cierto como que fui armado ca-ballero y que he venido aquí para cosechar lau-reles y fama en esta vida mortal y el perdón demis pecados en la futura, que de todo corazónafirmo, por la Cruz que llevo, que no deseo otracosa que la salud del rey Ricardo Corazón deLeón, al ponerle en manos de este médico mu-sulmán.

Page 193: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Al inglés le impresionó lo solemne de taldeclaración, y contestó más cordialmente de loque había hecho hasta entonces.

—Decidme, señor caballero del Leopardo:concediendo (de lo cual no dudo) que estáisabsolutamente convencido de lo que decís, enun país donde el arte de envenenar está tanextendido como el arte culinario, ¿obraría pru-dentemente si permitiera que un médico des-conocido probara sus drogas en una vida tanpreciosa para toda la Cristiandad?

—Señor —contestó el escocés—: sólo puedocontestaros que mi escudero, el único sirvienteque me han dejado la guerra y las enfermeda-des, ha sufrido la misma fiebre maligna que seha apoderado del valiente rey y ha paralizadocon ello el brazo principal de nuestra santa em-presa. Este médico, este El Hakim, le ha admi-nistrado un remedio aun no hace dos horas, yel enfermo ya descansa en un sueño reparador.Que él puede curar la epidemia que nos ha sidotan fatal, no lo dudo; que tiene el propósito de

Page 194: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacerlo, me parece que lo asegura la misión quetrae del real sultán, que es todo lo leal y cordialque puede ser un infiel ciego a la verdadera fe;y en cuanto al posible éxito, la seguridad deuna recompensa si triunfa y del castigo en casode fracaso voluntario, pueden ser suficientesgarantías.

El inglés escuchaba con la vista baja, comoquien duda, pero no se resista sistemáticamentea dejarse convencer. Al fin, levantó los ojos ydijo:

—¿Puedo ver a vuestro escudero enfermo,señor?

El caballero escocés se sonrojó, pero des-pués contestó:

—Con sumo gusto, señor de Gilsland; perocuando veáis mi pobre tienda, es preciso querecordéis que los nobles y caballeros de Escociano comen tan suntuosamente ni duermen encamas tan blandas ni se preocupan de la magni-ficencia de su alojamiento como sus vecinos delsur. Yo estoy pobremente instalado, señor de

Page 195: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Gilsland —agregó recalcando altivamente, suspalabras, mientras guiaba al barón, con ciertodesagrado, a su alojamiento temporal.

Fuesen los que fuesen los prejuicios de DeVaux contra la patria de su nuevo amigo, y apesar de que no intentaremos negar que en sumayor parte procedían de la proverbial pobre-za de ese pueblo, el barón tenía demasiada no-bleza de alma para disfrutar con la mortifica-ción de un bravo guerrero que se veía obligadoa exhibir miserias, que su amor propio habíaescondido con gran contento.

—Vergüenza para el soldado de la Cruz —dijo— que piense en mundanos esplendores oen lujosos alojamientos, cuando va a la conquis-ta de la Ciudad Santa. Por privaciones que po-damos sufrir, siempre estaremos mejor que elejército de mártires y de santos que recorrieronestos lugares antes que nosotros, y ahora tienenlamparillas de oro y palmas siempre verdes.

Este fue el más metafórico discurso quepronunciara jamás Thomas de Gilsland; quizá

Page 196: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el mejor; porque —como ocurre a menudo— noexpresaba la totalidad de sus sentimientos,pues a él le gustaban la buena mesa y la buenacama. En aquel instante llegaron al lugar delcampamento donde tenía su tienda el caballerodel Leopardo.

Ciertamente, todo lo que allí se veía daba fede que no se violaban las leyes de mortificacióna que debían sujetarse los cruzados, según laopinión que sobre ellos acababa de manifestarGilsland. Un espacio de terreno lo suficiente-mente grande para instalar en él unas treintatiendas, según las reglas de castramentación delos cruzados, estaba mitad vacío —porque elcaballero, por ostentación, había pedido unespacio proporcionado al contingente que lle-vaba cuando llegó— y mitad ocupado por al-gunas cabañas construidas toscamente con ra-mas y cubiertas con hojas de palmera. Estashabitaciones parecían abandonadas en su tota-lidad, y en su mayoría estaban en ruinas. Lachoza central, que representaba la tienda del

Page 197: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

jefe, se distinguía por un pendón acabado endos puntas, como una cola de golondrina, cla-vado en el extremo de una lanza a lo largo de lacual colgaban los pliegues inmóviles, comomarchitados por los ardientes rayos del sol deAsia. Pero ni pajes, ni escuderos, ni siquiera uncentinela guardaban este emblema del poderfeudal y del título de caballero. No tenía másguardia que le protegiera que su propia fama.

Sir Kenneth dirigió una mirada melancólicaen derredor suyo; pero, dominando sus senti-mientos, entró en la choza, e hizo seña de que lesiguiera al barón de Gilsland. Éste también mi-ró en derredor, con curiosidad que expresabauna compasión no desprovista de desprecio, dela que quizá éste es, según se dice, pariente tanpróximo como del amor. Agachó su cascoadornado con plumas y entró en una barracatan baja de techo que parecía que iba a quedarllena con su corpulenta persona.

El interior de aquella choza lo ocupabanprincipalmente dos camas; una, formada por

Page 198: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

un montón de hojas y cubierta con una piel deantílope, estaba vacía; por los objetos de guerraque se veían a su lado y por el crucifijo de platacolgado cuidadosa y respetuosamente en lacabecera, se podía suponer que era la del caba-llero. En la otra se encontraba el enfermo dequien hablara Sir Kenneth: un hombre robusto,de facciones duras y de algo más de medianaedad, a juzgar por su aspecto. Su cama estabamejor arreglada, y más blanda, que la de sudueño, y era evidente que las mejores ropas, eltraje que llevaba éste en tiempo de paz, y otraspiezas de lujo habían sido puestas en la camapor el caballero, para mayor comodidad de susirviente. En la parte de la entrada de la choza,que era la que estaba a la vista del barón inglés,se encontraba un muchacho calzado toscamen-te con unas botas de piel de ciervo, tocado conun gorro azul, y llevando un jubón que en sutiempo debían haber sido muy elegantes, peroque a la sazón se encontraban en muy mal es-tado; estaba de rodillas, delante de un fogón

Page 199: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lleno de carbón vegetal, y tostando sobre unasplanchas de hierro unas tortas de harina decebada que eran entonces, como son hoy aún, elalimento predilecto del pueblo escocés. Partede un antílope colgaba de uno de los puntalesde la cabaña, y no era nada difícil adivinar có-mo había sido cobrada aquella pieza, porqueun perro de caza, de mejor estampa y propor-ciones que los que vigilaban el lecho del reyRicardo, estaba echado cerca del fogón, si-guiendo con gran atención los progresos quehacía la cochura de la torta. Este sagaz animalgruñó sordamente al ver entrar a los dos caba-lleros, resonándole el pecho con ruido de true-no lejano. Pero tan pronto como reconoció a suamo, meneó la cola y agachó la cabeza, abste-niéndose de toda manifestación de alegría tu-multuosa o ruidosa, como si su noble instinto leindicara la conveniencia del silencio en la habi-tación de un enfermo Al lado de la cama, en unalmohadón hecho también de hojarasca, estabasentado, con los pies cruzados al estilo oriental,

Page 200: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el médico sarraceno de que hablara Sir Ken-neth. La poca luz que entraba no permitía vernada más sino la parte inferior de su cara —cubierta por una barba negra y larga que lellegaba hasta el pecho—, y que llevaba un altotolpach, gorro tártaro de lana de cordero, fabri-cado en Astracán, del mismo color que la barba,y un ancho caftán, o vertido turco, tambiénmuy obscuro. Lo único que podía distinguirsede su rostro, entre la penumbra que le rodeaba,eran dos ojos penetrantes, que centelleaban conbrillo nada corriente.

El barón inglés quedó silencioso, presa deuna especie de respetuoso temor, porque, apesar de su carácter, generalmente enfurruña-do, el espectáculo de una desgracia y de unamiseria soportadas con firme resignación, sinquejas ni murmuraciones, habían inspiradosiempre más respeto a Thomas de Vaux quetodo el espléndido ceremonial de la habitaciónde un rey, menos cuando esta habitación era ladel rey Ricardo. Por espacio de unos minutos

Page 201: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sólo se oyó la fuerte y regular respiración delenfermo, que parecía sumido en el descanso.

—Hacía seis días que no había cerrado losojos —dijo Sir Kenneth—, según me ha asegu-rado el muchacho que le atiende.

—Noble escocés —dijo Thomas de Vaux,tomando la mano de Kenneth y estrechándolacon más efusión de la que podía expresar conpalabras—. Esto hay que arreglarlo. Vuestroescudero no está alimentado ni asistida comosu caso requiere.

Al pronunciar estas últimas palabras, su vozse había elevado al tono imperativo que le erahabitual. El enfermo se despertó.

—Mi señor — dijo, como si soñara—, nobleSir Kenneth; ¿no os parecen, como a mí, másfrescas las aguas del Clyde, después de conocerlas de Palestina?

—Sueña en su país, y es feliz en su sueño —dijo Kenneth a De Vaux. Pero apenas habíadicho estas palabras, cuando el médico sarrace-no se levantó de la cabecera de la cama y, de-

Page 202: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

jando suavemente sobre ésta la mano del en-ferfho, que tenía cogida para seguir atentamen-te el pulso, se acercó a los dos caballeros, cogiópor el brazo a ambos, y, recomendándoles si-lencio, se los llevó al exterior de la choza.

—En nombre de Issa Ben Mariam —dijo—,a quien nosotros veneramos como vosotros,pero no con la misma ciega superstición, noestorbéis el efecto de la medicina que el enfer-mo ha tomado. Si ese despertara en estos mo-mentos, moriría o se volvería loco; en cambio,os prometo que a la hora en que el almuédanollama desde el minarete para la adoración de latarde en la mezquita, si le habéis dejado des-cansar, ese mismo soldado franco podrá, sinque resulte perjudicada en nada su salud, con-versar un poco con vosotros sobre cualquiercosa que su amo tenga especial necesidad dehablarle.

Ambos caballeros se retiraron, cediendo altono autoritario del médico, que parecía poseí-do de la verdad del proverbio oriental, que dice

Page 203: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que la habitación del enfermo es el reino delmédico.

Permanecieron juntos unos momentos a lapuerta de la choza; Sir Kenneth en actitud deesperar que su visitante se despidiera, y DeVaux como si tuviera algo en la mente que leprivara de marcharse. El lebrel les había segui-do corriendo fuera de la tienda, y rozaba sulargo y rasposo hocico en la mano de su dueño,como si solicitara humildemente alguna de-mostración de afecto. Tan pronto como obtuvolo que deseaba, en forma de una palabra ama-ble y una ligera caricia, para demostrar la ale-gría que le causaba el regreso y la bondad de sudueño, púsose a correr, con la cola levantada,de una parte a otra, yendo y viniendo, y dandovueltas y rodeos entre las ruinosas chozas quehemos descrito, pero sin que nunca saliera delcercado que su sagacidad le decía que estabaprotegido por el pendón de su dueño. Despuésde correr un rato de esta manera, el perro vol-vió al lado de Sir Kenneth, cesando su jugueteo,

Page 204: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

y de nuevo adquirió su gravedad habitual y sulentitud de movimientos, como si se sintieraavergonzado de haberse dejado llevar tan lejosde los límites de su cordura y moderación.

Los dos caballeros le miraban satisfechos;Sir Kenneth, porque estaba orgulloso de su no-ble perro, y el norteño barón inglés porque era,por supuesto, un admirador de la caza y muyentendido en aquellos animales.

—¡Magnífico perro! —dijo—. No creo, se-ñor, que el propio rey Ricardo tenga un alanoque se le pueda comparar, si es tan fuerte comocorredor. Pero permitidme que os pregunte, sinintención de ofenderos, si no habéis oído eledicto que dispone que nadie, de conde paraabajo, pueda tener perros de caza dentro delcampamento del rey Ricardo sin licencia real, lacual no creo que os haya sido concedida. Hablocomo Maestre de Caballería.

—Y yo contesto como libre caballero escocés—dijo Kenneth con sequedad—. Porque, si bienahora sirvo bajo la bandera de Inglaterra, no

Page 205: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

recuerdo que me haya sometido al Código fo-restal de este reino, ni debo respetarlo, como seme querría hacer creer. Cuando las trompetasllaman a la lucha, mi pie entra en el estribo tanrápidamente como el que más; cuando ordenanel ataque, no es mi lanza la última que se mue-ve. Pero el rey Ricardo no tiene el derecho deestorbar mis recreos en los ratos de ocio y liber-tad.

—Sin embargo —dijo De Vaux—, es una lo-cura desobedecer las órdenes del rey; así, pues,con vuestra venia, yo, como autoridad en estamateria, os enviaré un permiso para ese amigo.

—Gracias —contestó el escocés con frial-dad—; pero él ya conoce el terreno que me estáconcedido, y dentro de este recinto puedo pro-tegerle yo mismo. Pero eso —dijo cambiandorápidamente de tono— es corresponder muyfríamente a una amable oferta. Gracias de todocorazón, señor, escuderos y caballerizos del reypodrían encontrar a Roswall desprevenido ycausarle algún daño, que yo no tardaría en de-

Page 206: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

volverles, de todo lo cual se podrían derivarmales peores. Ya habéis visto mis provisiones,señor —agregó sonriendo—, y puedo decirossin avergonzarme que Roswal es nuestro prin-cipal proveedor; y bien puedo esperar quenuestro León Ricardo no hará como el de lafábula del poeta, que salió de caza y se guardótodo el botín para él. No creo que pueda envi-diar, a un pobre caballero que le sigue fielmen-te, su hora de deporte ni su trozo de caza, prin-cipalmente cuando ya es bastante difícil hacerllegar otros alimentos hasta aquí.

—A fe mía, que no hacéis sino justicia al rey—dijo el barón—, mucho más teniendo encuenta que estas palabras: bosque y caza, levan-tan de cascos a nuestros príncipes normandos.

—Últimamente hemos sabido, por poetas yperegrinos —dijo el escocés—, que vuestrosproscritos han formado grandes grupos en loscondados de York y de Nottingham, teniendopor capitán a un habilísimo arquero llamadoRobin Hood, con su teniente Juanito. Me parece

Page 207: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que Ricardo obraría mejor dulcificando su Có-digo forestal en Inglaterra que intentando im-ponerlo en Tierra Santa.

—Tarea ingrata, Sir Kenneth —replicó DeVaux, encongiéndose de hombros como quienquiere evitar una conversación desagradable ypeligrosa—. El mundo está loco, señor. Es pre-ciso que os deje y regrese a la tienda del rey. Avísperas volveré, con vuestro permiso, a hace-ros otra visita para hablar de este médico sarra-ceno. Entretanto, si no he de ofenderos, quisieraenviaros algo que mejorara vuestra mesa.

—Gracias, señor —dijo Kenneth—, pero nolo necesito. Roswal me ha provisto la despensapara dos semanas, porque si bien el sol de Pa-lestina nos trae enfermedades, también sirvepara secar la caza.

Ambos guerreros se separaron mucho másamigos de lo que eran al encontrarse; pero an-tes de marcharse, Thomas de Vaux se enterómás detalladamente de las circunstancias rela-tivas a la misión del médico oriental, y recibió

Page 208: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del caballero escocés las credenciales que aquélllevaba para el rey Ricardo, de parte de Saladi-no.

Es médico que entiende de curar las heridas, másútil al Estado que mesnadas reunidas.

"Ilíada", trad. de Pope

CAPITULO VIII

Todo eso es muy raro, Sir Thomas —dijo elmonarca enfermo, después de oír el relato delbarón de Gilsland—. ¿Estás seguro de que eseescocés es leal?

—No sé qué decir, señor —contestó, recelo-so, el fronterizo—. Vivo demasiado cerca de losescoceses para que tenga confianza en ellos,porque siempre les he hallado de tan buenaspalabras como falsos. Pero lo único que puedodecir en conciencia es que el aspecto de estecaballero es el de un hombre leal, tanto si es undiablo como si es un escocés.

Page 209: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Y de su conducta como caballero, ¿quéme dices, De Vaux? —preguntó el rey.

—Eso de juzgar la conducta de los hombreses más bien cosa vuestra, Majestad, que no mía,y creo que ya habéis notado la conducta de estehombre del Leopardo. Siempre se ha habladomuy bien de él.

—Y con justicia, Thomas —dijo el rey—.Nosotros mismos lo podemos atestiguar. Poresta razón siempre nos situamos delante detodos, en la batalla, para ver cómo se portannuestros vasallos y nuestros aliados, y no por eldeseo de acumular laureles, como algunos hansupuesto. Conocemos la vanidad de los elogiosde los hombres, que no son más que humo, yno nos ponemos la armadura para conquistar-los.

De Vaux se alarmó al oír que el rey hacíauna declaración tan contraria a su carácter, ycreyó al principio que sólo la inminencia de lamuerte podía hacerle hablar en términos tandespectivos para la fama militar, que era lo

Page 210: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

único que le causaba placer. Pero se acordó deque había encontrado al confesor del rey en lapuerta de entrada, y se tranquilizó consideran-do aquella pasajera humildad como un efectode las palabras del religioso. Dejó, pues, que elrey hablara, sin interrumpirle.

—Sí —agregó Ricardo—, he notado, en ver-dad, la conducta de este caballero en el cum-plimiento de su deber. Mi bastón de mandosería un juguete de bufón, si no me hubiesedado cuenta de ello, y este hombre habría reci-bido pruebas de nuestra bondad haría tiempo,si yo no hubiese observado su altanera y audazpresunción.

—Señor —dijo el barón de Gilsland, al verla demudación del rey—: temo haberos disgus-tado al ayudar yo a este caballero en la trans-gresión que ha cometido.

—¡Pero, Multon! ¿Tú? —exclamó el reyfrunciendo el ceño y con irritada sorpresa—.¿Tú has ayudado su insolencia? No puede ser.

Page 211: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Vuestra Majestad me perdonará si le re-cuerdo que mi cargo me concede facultad paraotorgar licencia a los hombres de buena cazapara que tengan dentro del campamento uno odos perros, sólo para fomentar el noble arte dela caza; por otra parte, sería lástima matar oherir a un animal tan precioso como es el perroque tiene ese noble.

—¿Tan bonito es su perro? —dijo el rey. —El más perfecto que se haya creado bajo el

cielo —dijo el barón, que era un entusiasta deldeporte de la caza—. Es de la más pura razanorteña; ancho de pecho, con vigorosas ancas,negro, con las patas y el pecho moteados, no demanchas blancas, sino de un gris muy fino; estan fuerte, que es capaz de derribar a un toro, ymás corredor que un antílope.

El rey se rió de su entusiasmo, y añadió: —Está bien; si le has dado licencia para que

pueda conservar el perro, ya está hecho. Pero,de todas maneras, no seas tan liberal en tuslicencias con estos aventureros que no tienen

Page 212: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

príncipe ni jefe de quien depender; son ingo-bernables, y no dejarán ni una pieza de caza entodo el territorio de Palestina. Pero, volviendo alo de ese médico musulmán, ¿decías que el es-cocés lo encontró en el desierto?

—No, señor. Lo que me ha explicado el es-cocés es lo siguiente: él iba con un mensaje parael anciano ermitaño de Engaddi, de quien sehabla tanto...

—¡Muerte e infierno! —exclamó Ricardo,encolerizado—. ¿Quién le envió allí, y paraqué?¿Quién se ha atrevido a enviar a alguienallí cuando la reina estaba en el convento deEngaddi, en peregrinación para impetrar misalud?

—El Consejo de la Cruzada le envió, señor—contestó De Vaux—. El no me ha queridodecir para qué. Creo que en el campamento casinadie sabe que vuestra real esposa esté en pe-regrinación... y hasta los príncipes puedenhaberlo ignorado, mucho más cuando la reinaha permanecido encerrada desde que vuestro

Page 213: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

amor le prohibió asistiros por temor al conta-gio.

—Muy bien; ya lo pondremos en claro —dijo Ricardo—. Así, pues, ese escocés, ese men-sajero, ha encontrado a un médico errante en lacueva de Engaddi, ¿no es eso?

—No es eso, señor —contestó De Vaux—;creo que encontró a un emir sarraceno, conquien sostuvo un combate para probar su valor,y viendo que era un valiente digno de ser teni-do por compañero, ambos fueron, como doscaballeros errantes, a la gruta de Engaddi.

Al llegar aquí, De Vaux tomó aliento, por-que no era de esas personas que pueden expli-car una historia larga en pocas palabras.

—¿Y encontraron allí al médico? —preguntó el rey, impaciente.

—No, señor —volvió a decir De Vaux—;pero el sarraceno, enterado de la enfermedadde Vuestra Majestad, declaró que Saladino osenviaría su propio médico con todas las garan-tías de su saber, y éste se presentó en la cueva,

Page 214: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en donde el escocés le esperó uno o dos días.Lleva un séquito como si fuese un príncipe, contrompetas, atabales y sirvientes de a pie y acaballo, y trae una carta credencial de Saladino.

—¿La ha examinado ya Giacomo Loredani? —La he enseñado al intérprete antes de

traerla aquí, y ahí está su traducción en inglés. Ricardo tomó un pergamino en que estaban

escritas las siguientes palabras: «La bendición de Alá y de su Profeta Ma-

homa.» —¡Vaya con el perro! —dijo Ricardo, escu-

piendo despreciativamente, y a manera de in-terjección.

«Saladino, rey de reyes, sultán de Egipto yde Siria, luz y refugio de la Tierra, al gran Me-lech Ric, Ricardo de Inglaterra, salud. Dado quehemos sabido que la mano de la enfermedadpesa sobre ti, real hermano nuestro, y como seaque sólo te rodean médicos, nazarenos y judíos,que trabajan sin la bendición de Alá y del SantoProfeta —¡La confusión caiga sobre su cabeza!

Page 215: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—volvió a interrumpir el monarca inglés—,enviamos a tu tienda, para que te cure, a nues-tro propio médico, Adonbec el Hakim, ante elcual el ángel Azrael tiende sus alas y abandonala habitación del enfermo; él conoce las virtu-des de las hierbas y de las piedras; el curso delsol, de la luna y de las estrellas, y puede salvaral hombre de todo lo que no lleva escrito en sufrente. Y hacemos eso rogándote cordialmenteque honres y utilices su arte, no sólo porquedeseamos servir tu honor y tu mérito, que es lagloria del Frangistán, sino para que podamosponer fin a la discordia existente entre nosotrosdos, ya sea por medio de honorable tratado, yamidiendo nuestras armas en el campo de bata-lla, puesto que no corresponde ni a tu rango nia tu valor morir como un esclavo aplastado porel trabajo excesivo, ni conviene a nuestra famaque un adversario tan valiente se vea substraí-do a nuestras armas por una enfermedad. Y,por consiguiente, que pueda el santo...

Page 216: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Basta, basta! —dijo Ricardo—. ¡No quierosaber nada más de ese perro de Profeta! Mesubleva pensar que el valiente y digno sultánpueda creer en un perro muerto. Sí, veré a sumédico; me confiaré a ese Hakim. Correspon-deré a la generosidad del noble sultán. Nosencontraremos en el campo de batalla, comotan dignamente me propone, y de cierto que notendrá motivos para acusar de ingrato al rey deInglaterra. Le abriré la cabeza de un mazazo. Leconvertiré a la Santa Iglesia con golpes tan ru-dos como jamás haya podido soportar. Abjura-rá sus errores delante de la cruz de mi espada,y le bautizaré en el mismo campo de batalla conmi casco de guerra, aunque el agua purificado-ra esté mezclada con sangre de ambos. ¡Aprisa,De Vaux! ¿Por qué retrasas ese momento tanfeliz? Acompaña al Hakim hasta aquí.

—Señor —dijo el barón, que en esta tumul-tuosa confianza creyó ver un nuevo ataque defiebre—. Pensar que el Sultán es un pagano yque vos sois su más formidable enemigo...

Page 217: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Por eso tiene más interés en servirme enesta cuestión, por el miedo de que una misera-ble fiebre termine la contienda entablada entredos reyes como nosotros. Te digo que me esti-ma, como yo le estimo a él, como se estimansiempre los adversarios nobles. Por mi honor,que sería injusto dudar de su lealtad.

—De todas maneras, señor, sería preferibleesperar los resultados de sus medicamentos enel escudero del escocés —dijo el barón de Gils-land—. Va a en ello mi propia vida, porquemerecería morir como un perro si procedieratemerariamente en este asunto e hiciera naufra-gar la felicidad del mundo cristiano.

—Nunca te vi vacilar de esa manera pormiedo a perder la vida —dijo Ricardo, reconvi-niéndole.

—Ni yo vacilaría, señor —dijo el valientebarón—, si la vuestra no estuviese en ello tanen peligro como la mía.

—Está bien, suspicaz mortal —contestó Ri-cardo—. Ve, pues, y mira los efectos de sus

Page 218: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

remedios. Casi preferiría que ese médico mematara, si no ha de curarme, porque estoy has-tiado ya de estar echado aquí, como un bueymuriendo de epidemia, mientras oigo redoblarlos tambores, piafar los caballos y sonar lastrompetas.

El barón salió precipitadamente, aunquedecidido a comunicar su misión a algún ecle-siástico, para quitarse el peso que le atenazabala conciencia al pensar que el rey había de seratendido por un infiel.

Al arzobispo de Tiro fué a quien confió enprimer lugar sus dudas, pues conocía el interésque tenía por Ricardo, el cual quería y respeta-ba a este perspicaz prelado. El arzobispo escu-chó las dudas que le expuso De Vaux, conaquella agudeza de inteligencia que caracterizaal clero católico romano, y trató los escrúpulosreligiosos de De Vaux tan ligeramente como lasconveniencias le permitían demostrar en unacuestión como aquélla, delante de un seglar.

Page 219: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Los médicos —dijo—, lo mismo que lasmedicinas que administran, pueden se prove-chosas, a pesar que unos, por el origen y lascostumbres sean los peores hombres del mun-do, y que las otras, en muchas ocasiones, seanextraídas de las cosas más viles. Puédese, pues,aprovechar la asistencia de los infieles y de lospaganos —añadió—, si es necesario, e inclusose puede creer que si se les permite estar en elmundo es para que sean útiles en algo a losverdaderos creyentes. Por ello nosotros pode-mos convertir legal mente en esclavos a los cau-tivos infieles. Por otra parte —prosiguió el pre-lado—, no hay duda de que los primitivos cris-tianos utilizaron los servicios de los gentilesaun no convertidos. De la misma manera, en elbuque de Alejadría en que el santo apóstol Pa-blo marchó a Italia, los marineros debieron ser,seguramente, paganos; y por ello dijo el Santo,cuando necesitó de sus servicios: Nisi hi in navimanserint, vos salvi fieri non potestis. (A menos deque esos hombres permanezcan en la nave, no

Page 220: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

podréis salvaros.) Además, los judíos son taninfieles al Cristianismo como los musulmanes.En el campamento tenemos muy pocos médi-cos que no sean judíos, y éstos son utilizadossin escrúpulo ni escándalo. Por consiguiente,los servicios de los mahometanos pueden serutilizados igualmente, con el mismo fin: quoderat demostrandum.

Este razonamiento hizo desaparecer los es-crúpulos de Thomas de Vaux, que era particu-larmente sensible a las citas latinas, porque deellas no entendía ni una palabra.

Pero el obispo procedió con menos solturacuando se trató de la posibilidad de que el sa-rraceno procediera de mala fe, y en este puntono expresó una opinión decidida con la mismarapidez que antes. El barón le enseñó la cartade presentación. El prelado la leyó una y otravez, y cotejó el original con la traducción.

—Todo está muy bien aderezado para el pa-ladar del rey Ricardo —dijo—, y no puedo de-jar de tener algún recelo respecto a estos estatu-

Page 221: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tos sarracenos. Son entendidos en el arte de losvenenos, y saben prepararlos de manera que nohacen efecto hasta después de varias semanasde haber sido administrados, de manera que suautor puede tener tiempo de sobra para huir.Pueden impregnar ropas y pieles, papeles ypergaminos con el más sutil veneno. Pero ¡laVirgen me perdone! Sabiendo eso, ¿por quétengo estas credenciales tan cerca de mi rostro?Ahí las tenéis, Sir Thomas; tomadlas en segui-da.

Dio el documento al barón, con el brazo tanextendido como le fue posible.

—Pero venid, señor De Vaux —dijo—; va-mos a la tienda de ese escudero enfermo, y ve-remos si ese Hakim posee el arte de curar, talcomo dice, y estudiaremos si es convenienteconsentirle que lo ejerza en la persona del reyRicardo... Esperad un momento. Permitidmeque tome mi cajita de polvos de sandáraca,porque estas fiebres son contagiosas. Os acon-

Page 222: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sejo una infusión de romero seco en vinagre,señor. Yo también sé algo del arte de curar.

—Gracias, reverendo señor —replicó el ba-rón—; pero si hubiese de sufrir el contagio, yaharía mucho tiempo que lo habría contraído allado del lecho del rey.

El arzobispo de Tiro se sonrojó, porque élhabía evitado cuanto le había sido posible lapresencia del monarca, y dijo al barón que leguiara.

Cuando llegaron frente a la puerta de lachoza en que vivía Sir Kenneth con su escude-ro, el arzobispo dijo quedamente a De Vaux:

—A decir verdad, señor, esos caballeros es-coceses tratan peor a sus sirvientes que noso-tros a nuestros perros. Ese es, según dicen, uncaballero valiente en la guerra, y digno de serfavorecido con altos cargos en tiempo de paz, y,a pesar de todo, tiene a su escudero tan malinstalado, que más bien estaría en el peor corralde Inglaterra. ¿Qué me decís de vuestros veci-nos, los escoceses?

Page 223: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Que un señor hace bastante para su sir-viente cuando le alberga en un aposento nopeor que el suyo propio —dijo De Vaux; y en-tró en la choza. El arzobispo le siguió no sinevidente repugnancia, porque, si bien es ciertoque no le faltaba valentía en muchos aspectos,la refrenaba una fuerte y viva preocupación porsu seguridad personal. De todas maneras, re-cordó que tenía necesidad de juzgar personal-mente de la habilidad del médico sarraceno, ypenetró en la choza con una actitud majestuosa,que él creía adecuada para inspirar respeto alforastero.

En realidad, el prelado tenía un aspecto im-ponente y dominador. En sus años mozos habíasido un hombre de soberbio aspecto, y ahora,aunque viejo, le gustaba parecer bien aún. Susvestidos episcopales eran de gran riqueza,adornados con pieles de mucho valor y cubier-tos por una capa pluvial cuajada de finos bor-dados. Las sortijas que llevaba en sus dedosvalían muy bien una baronía, y la muceta, que

Page 224: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en aquel momento llevaba desabrochada yechada hacia atrás, a causa del calor, tenía bro-ches del oro más fino para cerrarla. La largabarba, que la edad había plateado, se le exten-día sobre el pecho. Uno de los dos jóvenes acó-litos que, según la costumbre oriental, le acom-pañaba, le protegía del sol con una sombrilla dehojas de palmera, mientras el otro le daba airecon una abanico de plumas de pavo. Cuando elarzobispo de Tiro entró en la choza, el caballeroescocés se hallaba ausente. El médico sarracenoestaba sentado en la misma posición en que ledejara De Vaux unas horas antes, con las pier-nas cruzadas sobre un cojín de hojas entreteji-das, al lado del lecho del enfermo, el cual pare-cía profundamente dormido, y a quien tomabael pulso de vez en cuando. El arzobispo se que-dó de pie ante él, silencioso, por espacio de doso tres minutos, como si esperara algún respe-tuoso saludo, o, por lo menos, que el sarracenose impresionara por la dignidad de su presen-cia. Pero Adonbec el Hakim sólo pareció haber-

Page 225: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

se dado cuenta de él por una fugaz sonrisa, ycuando, al fin, el arzobispo le saludó en lenguafranca, usada ordinariamente en el país, se limi-tó a contestar con el acostumbrado saludooriental:

—Salam alicum. (La paz sea con vosotros). —¿Eres médico, infiel? —dijo el arzobispo,

algo mortificado por la frialdad con que se lerecibía—. Quisiera hablar contigo de tu arte.

—Si entiendes algo de medicina —contestóEl Hakim— debes saber que los médicos nodiscuten ni se consultan entre sí en la habita-ción del enfermo. Escucha —añadió, oyendoque el perro gruñía en la otra habitación—.Hasta este perro parece saberlo, Ulemat. Suinstinto le enseña a contener los ladridos, si unenfermo puede oírlos. Salgamos fuera —dijo,levantándose y dirigiéndose a la puerta—, sitienes que decirme algo.

A pesar de la simplicidad del vestido delmédico y de la inferioridad de su estatura, quecontrastaba con la corpulencia del prelado y la

Page 226: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alta talla del barón inglés, en su rostro y en susademanes se veía algo que sorprendía y quehacía abstenerse al arzobispo de Tiro de mani-festar el disgusto que le había causado la nadaceremoniosa amonestación. Cuando estuvieronfuera de la choza, miró a Adonbec por espaciode unos minutos, sin saber cómo reanudar laconversación. Ni un cabello asomaba bajo elelevado bonete del sarraceno, que le tapaba lamitad de la frente, la cual parecía ser alta y es-paciosa, lisa y sin ninguna arruga, lo mismoque la porción de la cara, que permitía ver lasombra de su larga barba. Ya hemos habladodel poder de penetración de sus ojos negros.

El prelado, sorprendido por aquella apa-riencia de joven, rompió al fin el largo silencioque el otro no parecía tener prisa en interrum-pir, y le preguntó qué edad tenía.

—Los años de los hombres ordinarios —dijoel sarraceno— se cuentan por sus arrugas; losde los sabios, por sus estudios. Yo no me atrevo

Page 227: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

a decir que tengo más de cien revoluciones dela Héjira.

El barón de Gilsland, que tomó estas pala-bras en su sentido literal de que el médico teníacien años, miró con desconfianza al prelado,quien, a pesar de haber comprendido mejor elpensamiento de El Hakim, contestó a su miradamoviendo enigmáticamente la cabeza. Y volvióa tomar una actitud de importancia cuandovolvió a preguntar autoritariamente qué prue-ba podía dar Adonbec de su suficiencia médica.

—Ya tienes la palabra del poderoso Saladi-no —dijo el sabio poniéndose una mano en lafrente, en señal de respeto—, palabra a la queno ha faltado jamás, ni con amigos ni con ene-migos. ¿Qué más quieres, nazareno?

—Querría una prueba visible de tu ciencia—dijo el barón—, y si no la das, no te acercarásal lecho del rey Ricardo.

—La gloria del médico radica en la curacióndel enfermo —contestó el árabe—. Mira esesoldado cuya sangre ha estado seca por la fie-

Page 228: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bre que ha blanqueado vuestro campamento deesqueletos, y contra la cual el arte de vuestrossabios nazarenos ha sido como un jubón deseda para parar los golpes de una lanza de ace-ro. Mira sus dedos y sus brazos descarnadoscomo las patas de una grulla. Esta mañana aún,la muerte le tenía asido, pero Azrael estaba aun lado de la cama y yo en otro, y su alma noha sido separada de su cuerpo. No me entre-tengas con más preguntas; espera el momentopreciso, y contempla silenciosamente maravi-llado el prodigioso acontecimiento.

Entonces, el médico consultó su astrolabio,el oráculo de la ciencia oriental, y esperandocon profunda atención que llegara el instantede la oración de la tarde, se arrodilló con el ros-tro vuelto hacia La Meca, y recitó las oracionescon que el musulmán termina el trabajo de lajornada. El obispo y el barón inglés se mirabanmutuamente, con evidentes muestras de indig-nación y desprecio, pero ninguno de los doscreyó oportuno interrumpir a El Hakim en sus

Page 229: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

devociones, a pesar de que las considerabansacrílegas.

El árabe se levantó del suelo, donde habíaestado arrodillado, y penetrando en la chozadel enfermo, sacó una esponja de una cajita deplata, seguramente empapada en alguna com-posición aromática, porque cuando la acercó ala nariz del durmiente, éste estornudó, se des-pertó, y miró extrañado, en derredor suyo.Tendido en la cama, medio desnudo, viéndose-le a través de la piel los huesos y ternillas, queparecía que nunca hubiesen estado recubiertasde carne, semejaba un espectro; tenía el rostroenjuto y surcado de arrugas; pero sus ojos, queal principio miraban descentrados, se normali-zaron gradualmente. Pareció que se daba cuen-ta de la presencia de sus nobles visitantes, por-que con la mano débil hizo el ademán de qui-tarse el sombrero, en señal de respeto, y convoz apagada y cansada preguntó por su amo.

—¿Nos conoces, vasallo? —dijo el señor deGilsland.

Page 230: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No muy bien, señor —contestó débilmen-te el escudero—. He dormido mucho y he so-ñado muchísimo más. Conozco que vos sois ungran señor inglés por la cruz encarnada quelleváis, y ese otro un santo prelado cuya bendi-ción pido para este pobre pecador.

—Ahora mismo: Benedictio Domini sit vobis-cum —dijo el prelado haciendo la señal de lacruz, pero sin acercarse demasiado al lecho delenfermo.

—Vuestros ojos son testigos —dijo el ára-be— de que ha sido dominada la fiebre. Hablacon cordura y sin exaltación; el pulso le late contanta regularidad como el vuestro; tomadle laspulsaciones vosotros mismos.

El prelado declinó el experimento, peroThomas de Gilsland, más decidido a hacer laprueba, le tomó el pulso, y quedó convencidode que había desaparecido la fiebre.

—¡Es maravilloso! —dijo el caballero, mi-rando al arzobispo—; este hombre está positi-vamente curado. Debo llevar este médico a la

Page 231: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tienda del rey Ricardo. ¿Qué os parece, reve-rencia?

—Esperad. Dejad que termine una cura an-tes de empezar otra —dijo el árabe—. Iré convosotros cuando haya dado la segunda toma deeste santo elíxir a mi enfermo.

Al decir estas palabras sacó una copa deplata, la llenó con agua de uña calabaza quetenía a su lado, tomó luego una bolsita de pun-to de seda y plata, cuyo contenido no pudieronver los visitantes, y la sumergió en la copa,quedando en silenciosa observación por espa-cio de cinco minutos. A los espectadores lespareció que la operación provocaba una especiede ebullición, pero si fue así realmente, sóloduró breves instantes.

—Bebe —dijo el médico al enfermo—,duerme, y despertarás libre de toda enferme-dad.

—¿Y con un brebaje tan sencillo quieres cu-rar a un rey? —dijo el obispo de Tiro.

Page 232: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Como acabas de ver, he curado a un po-bre —replicó el sabio—. ¿Es que los reyes deFrangistán están formados de arcilla diferentede la de sus más pobres vasallos?

—Presentémosle al rey —dijo el barón deGilsland—. Ha demostrado que posee el secre-to que puede devolverle la salud. Si fracasa, yale pondré yo en un estado en que ni su propiamedicina podrá salvarle.

Cuando se disponían a salir de la choza, elenfermo levantó la voz tanto como le permitíasu debilidad, y exclamó:

—Reverendo padre, noble caballero y vos,sabio bondadoso: si queréis que duerma y re-cupere la salud, decidme por caridad: ¿dóndeestá mi querido amo?

—Está haciendo un largo viaje, amigo —contestó el prelado—; lleva una misión quepuede entretenerle algunos días más.

—No —replicó el barón de Gilsland—. ¿Porqué engañar a este pobre hombre? Amigo: tuamo ha vuelto ya, y le verás pronto.

Page 233: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El enfermo levantó sus descarnadas manosal cielo, en acción de gracias, y rindiéndosepronto al soporífero efecto del brebaje, se dur-mió tranquilamente.

—Sois mejor médico que yo, Sir Thomas —dijo el prelado—. Una mentira tranquilizadoraes más conveniente que una verdad desagrada-ble en la habitación de un enfermo.

—¿Qué queréis decir, reverendo señor? —repuso vivamente De Vaux—. ¿Creéis que yodiría una mentira, aunque fuese para salvar auna docena de hombres como ése?

—Habéis dicho —repuso el prelado, conevidentes síntomas de alarma— que el dueñode ese escudero había regresado... Quiero decirel Caballero del Leopardo...

—Y ha regresado —replicó De Vaux—. Nohace una hora aún, he hablado con él. Él esquien ha traído este médico.

—¡Virgen Santa! ¿Por qué no me habéis di-cho que ya había regresado? —dijo el obispó,muy trastornado.

Page 234: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿No os dije que este Caballero del Leo-pardo había vuelto acompañado del médico?Yo creí que sí —contestó De Vaux, con indife-rencia—. Pero, ¿qué tiene que ver su regresocon el arte de este sabio y con la curación delrey?

—Mucho, Sir Thomas, mucho tiene que ver—dijo el obispo juntando las manos, dando conlos pies en el suelo y manifestando, involunta-riamente, gran impaciencia—. Pero, ¿dóndepuede estar en estos momentos el caballero?...Adiós.... ¡En todo esto puede haber fatales erro-res!

—Seguramente aquel muchacho que estabaen la entrada sabrá decirnos adonde ha ido suamo —dijo De Vaux, no sin extrañar la agita-ción del obispo.

Y llamó al chiquillo, quién, en un lenguajecasi ininteligible para ellos, les hizo compren-der al fin que un oficial había ido a buscar a suamo para que acudiera a la tienda del rey, pocorato antes de que ellos llegasen a la del caballe-

Page 235: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ro. La ansiedad del obispo se acentuó de talmanera, que la notó De Vaux, a pesar de queéste no era, ni un agudo observador, ni de untemperamento perspicaz. Pero cuanto más au-mentaba la ansiedad del prelado, tanto másvivo parecía ser su deseo de disimularla. Sedespidió apresuradamente de De Vaux, que sequedó mirándolo sorprendido, y luego, enco-giéndose de hombros, con silenciosa extrañeza,se decidió a acompañar al médico hasta la tien-da del rey.

Es príncipe de médicos; ¡afiebre y tapeste, los frí-os reumas, la quemante gota, los mira sólo, y ya sugarra quita del tendón torturado.

Anónimo

CAPÍTULO IX

El barón de Gilsland fuese con paso lento yaspecto de inquietud hacia la tienda del rey.Desconfiaba mucho de su propia capacidad

Page 236: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

fuera del campo de batalla, y estaba convencidode no poseer una inteligencia muy despierta,por lo que comúnmente se contentaba conasombrarse de cosas que un hombre de imagi-nación más viva habría intentado investigar yentender, o por lo menos habría sido para élobjeto de meditación. Pero era un hecho tanextraordinario, en verdad —hasta él mismo loadvertía—, que el arzobispo dejara de lado todameditación sobre la cura prodigiosa de quehabían sido testigos, y sobre las posibilidadesque se ofrecían respecto al restablecimiento dela salud del rey, sólo por una noticia tan insig-nificante como la ida o regreso de un miserablecaballero escocés, tan obscuro que Thomas deGilsland, dentro del círculo de personas desangre noble, no conocía a otro alguno máshumilde y despreciable, que, a pesar de la cos-tumbre que había adquirido de mirar impasiblelos acontecimientos, la inteligencia del barón seesforzaba extraordinariamente por desentrañaraquel misterio.

Page 237: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Al fin le asaltó la idea de que todo podía serdebido a una conspiración contra el rey Ricar-do, urdida en el campamento de los aliados, enla que el arzobispo de Tiro, considerado pormuchos como hombre y político de pocos es-crúpulos, podría muy bien haber intervenido.Era cierto que, para él, no existía persona másperfecta que su rey; porque siendo Ricardo laflor de la Caballería y el caudillo de todos losjefes cristianos, y obedeciendo en todo los pre-ceptos de la Santa Iglesia, el concepto de la per-fección, que tenía De Vaux, quedaba cumpli-damente satisfecho, y no llegaba más allá. Perosabía que, aunque sin merecerlo, el sino de suseñor había sido siempre atraerse tantos repro-ches y enemistades como honores y adhesiones,debido a la influencia de su carácter, y que has-ta en el propio campamento, y entre los prínci-pes sujetos a la Cruzada por juramento, se en-contraban muchos que de buena gana habríansacrificado todas las esperanzas de victoria co-

Page 238: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ntra los sarracenos a la satisfacción de perder ohumillar a Ricardo de Inglaterra.

—Por todo lo cual —decíase el barón—, noes totalmente imposible que este El Hakim, consu cura real o fingida operada en el cuerpo delescudero escocés, no sea una trampa en quepueden haber intervenido el del Leopardo yhasta el arzobispo de Tiro, por muy preladoque sea.

En verdad, esta hipótesis no era de fácilconciliación con la alarma manifestada por elarzobispo al saber que, contrariamente a lo quesuponía, el caballero escocés ya había regresadoal campamento de los cruzados. Pero De Vauxsólo se dejaba influenciar por sus perjuiciosgenerales, que le hacían creer que un intriganteclérigo italiano, un escocés hipócrita y un médi-co musulmán formaban un conjunto de ingre-dientes de que podía obtenerse todo el mal quese quisiera, pero nada bueno. Resolvió, pues,exponer sus dudas al rey, cuyo juicio conside-raba él casi tan elevado como su valor.

Page 239: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Entretanto, habían ocurrido hechos muycontrarios a las suposiciones que hiciera Tho-mas de Vaux. Tan pronto como éste salió de latienda del rey, éste, mitad por la impacienciaque le daba la fiebre, mitad porque su carácterya era inquieto de si, empezó a refunfuñar porsu tardanza y a manifestar un imperioso deseode que regresara. Hizo esfuerzos para calmaraquella irritación, exacerbado por la enferme-dad. Fatigó a sus sirvientes pidiéndoles distrac-ciones; pero tanto el breviario del sacerdotecomo las historias que le contó un cortesano yel arpa del trovador favorito fueron recursosinútiles. Al fin, cosa de dos horas antes de po-nerse al sol, y, por consiguiente, mucho antesde que pudiese esperar un relato satisfactoriode la cura que el médico moro o árabe habíaempezado, envió, como hemos visto ya, unmensajero con la orden de hacer comparecerinmediatamente al Caballero del Leopardo,decidido a aplacar su impaciencia mediante undetallado relato de Sir Kenneth sobre el motivo

Page 240: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de su ausencia del campamento y de las cir-cunstancias en que cenoció al famoso médico.

Así convocado, el caballero escocés entró enel pabellón real como quien está acostumbradoa tales escenas. El rey de Inglaterra casi no leconocía, ni de vista, a pesar de que, tan celosode su rango como constante en la secreta ado-ración de la dama de su corazón, el caballero nodejó jamás de aprovechar ninguna de aquellasocasiones en que la magnificencia y la hospita-lidad de Inglaterra abrían la corte de su monar-ca a todos los que tenían un puesto en la Caba-llería. El rey miró fijamente a Sir Kenneth, quese había acercado al lecho, arrodillándose ylevantándose en seguida, para permanecer depie ante él, en la actitud que corresponde a unoficial frente a su soberano: respetuosa, perosin servilismo ni humillación.

—Tu nombre —dijo el rey— es Kenneth delLeopardo. ¿De quién recibiste la orden de laCaballería?

Page 241: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—La recibí de la espada de Guillermo elLeón, rey de Escocia —contestó el escocés.

—Arma muy digna de conferir tal honor —dijo el rey—, y que no cayó sobre una espaldaque no la merezca. Te hemos visto luchar caba-llerosamente y con mucho valor, y en los mo-mentos en que éste era más preciso. ¿Y no tehan dicho que tus servicios nos han sido cono-cidos, pero que tu arrogancia en otras cosas hasido tal, que la mayor recompensa que puedentener es el perdón de tu falta? ¿Qué dices a eso?

Kenneth trató de hablar, pero no pudo arti-cular palabra; la conciencia de su amor, másambicioso todavía, y la mirada de halcón conque Ricardo parecia querer penetrar en el fondode su alma le desconcertaron.

—Y a pesar de que los soldados deben obe-decer las órdenes, y los vasallos respetar a sussuperiores —dijo el rey—, podemos perdonar aun bravo caballero una falta más grave queposeer un perro de caza, aunque eso sea contra-rio a nuestra expresa prohibición.

Page 242: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Ricardo habla mirado fijamente el rostro delescocés, mientras decía tales palabras, obser-vando la involuntaria sonrisa que asomaba ensus labios, nacida del sosiego producido por elcariz tranquilizador que habla tomado su acu-sación.

—Si tanta es vuestra bondad, señor —dijo elescocés—, Vuestra Majestad debe ser indulgen-te con nosotros, los pobres caballeros de esco-cia, en este aspecto. Nos encontramos muy lejosde nuestro pais, estamos escasos de rentas, y nopodemos hacer lo que vuestros opulentes no-bles, que compran a crédito a los lombardos.Los sarracenos sentirán más fuerte nuestra ma-no si de vez en cuando podemos comer un tro-zo de carne con nuestras legumbres y nuestropan de cebada.

—No tienes que pedirme permiso para eso—dijo Ricardo—, ya que Thomas de Vaux, queen eso, como en todo lo que me rodea, hace loque él cree más conveniente, ya te ha concedidoel permiso para cazar piezas de pelo y pluma.

Page 243: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Sólo las de pelo, señor —dijo el escocés—;pero si Vuestra Majestad también me da supermiso y me pone un halcón en la mano, pro-meto regalar vuestra real mesa con alguna deli-cada ave acuática.

—Me temo que si tú dispusieras del halcón—dijo el rey— no esperarías el permiso. Ya séque en el extranjero se dice que los que proce-demos de la Casa de Anjou nos resentimos másde una falta a nuestras leyes forestales que deun delito de alta traición con nuestra Corona.Pero podemos perdonar la primera de estasfaltas a los que son bravos y dignos de ello.Basta de eso. Deseo saber de ti, señor caballero,por qué y con qué permiso has hecho este viajeal desierto del Mar Muerto y a Engaddi.

—Por orden del Consejo de los Príncipes dela Santa Cruzada —replicó el caballero.

—¿Y quién se ha atrevido a dar una ordenasí, cuando yo, que no soy ciertamente el másinsignificante de la Liga, no sabía ni una solapalabra?

Page 244: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Con vuestra venia, no es cosa que me co-rresponda —dijo el escocés— entrar en estospormenores. Soy un soldado de la Cruz, quesirvo, es innegable, por ahora, bajo la banderade Vuestra Majestad, muy orgulloso de poderlohacer; pero he tomado este símbolo sagradopara defender los derechos de la Cristiandad yrecuperar el Santo Sepulcro, y, por consiguien-te, estoy obligado a obedecer las órdenes de losjefes y príncipes que dirigen esta Santa expedi-ción. Como toda la Cristiandad, lamento queesta enfermedad, que creo será pasajera, prive aVuestra Majestad de asistir a los consejos enque tiene tanta influencia vuestra voz; perocomo soldado debo obedecer a los que tienen elderecho legal de ordenar, pues de otra maneradaría un mal ejemplo en el campamento cris-tiano.

—Tienes razón —dijo Ricardo—; no es cul-pa tuya, sino de aquellos-a quienes, cuandoDios sea servido de hacerme levantar de estemaldito lecho de tormento y de inactividad,

Page 245: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pediré buena cuenta. ¿Cuál era el objeto de tuviaje?

—Con la venia de Vuestra Majestad —replicó Sir Kenneth—, me parece que eso seríapreferible preguntarlo a las personas que meenviaron, y que pueden explicar los motivos demi viaje; yo sólo puedo hablar de las circuns-tancias externas del mensaje.

—No me vengas con bromas, señor escocés,porque en ello te juegas tu seguridad —dijo elirritable monarca.

—La seguridad, señor —replicó el caballerocon firme tono—, la dejé detrás de mí comoalgo despreciable, al consagrarme a esta empre-sa, teniendo en cuenta más mi felicidad eternaque no las conveniencias de mi cuerpo terrenal.

—¡Por la Misa —dijo el rey Ricardo—, queeres un valiente! Oye, señor caballero: quiero alpueblo escocés; sois valientes, aunque obstina-dos y antojadizos; sin embargo, creo que en elfondo sois todo franqueza, si bien alguna vezlas razones de Estado os hayan obligado a fin-

Page 246: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gir. Bien merezco un poco de afecto por tu par-te, ya que he hecho por tu pueblo lo que no mehabrían podido arrancar por las armas másfácilmente que a mis predecesores. He recons-truido la fortaleza de Roxburgh y Berwick, quecorresponden a Inglaterra. He restablecidovuestras antiguas fronteras, y, finalmente, herenunciado a reclamar el tributo de homenaje ala Corona de Inglaterra, a lo cual creo que se osobligaba injustamente. He procurado conquis-tarme amistades honorables e independientesdonde los antiguos reyes de Inglaterra sólobuscaban vasallos despechados y rebeldes.

—Todo eso habéis hecho, señor —dijo SirKenneth, inclinándose—. Todo eso habéishecho por vuestro tratado real con nuestro so-berano en Canterbury. Por eso me tenéis a mí ya otros mucho mejores caballeros escoceseshaciendo la guerra contra los infieles bajo vues-tras banderas, porque, si no, estaríamos en In-glaterra devastando vuestras fronteras. Si ahora

Page 247: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

somos pocos, es porque los demás han prodi-gado generosamente sus vidas.

—Y yo respondo que es verdad —dijo elrey—; y por los buenos servicios que he presta-do a vuestra tierra, os pido que recordéis que,como principal miembro de la Liga Cristiana,tengo el derecho de conocer las negociacionesde mis confederados. Hazme, pues, la justiciade decirme que tengo atribuciones para saber loque te pregunto, porque estoy convencido desaber mejor la verdad por ti que por los demás.

—Señor —dijo el escocés—: si me conjuráisasí, os diré la verdad; porque estoy convencidode que vuestro propósito de ir rectamente hastael fin en esta expedición es sincero y honrado,lo cual yo no me atrevería a decir de otrosmiembros de la Santa Liga. Con vuestra venia,pues, sabed que mi misión era proponer, pormediación del ermitaño de Engaddi, un santovarón, respetado y protegido por el propio Sa-ladino...

Page 248: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Una prolongación de la tregua, segura-mente —dijo Ricardo, interrumpiéndole depronto.

—Nada de eso, ¡por San Andrés! —dijo elcaballero escocés—, sino el establecimiento deuna larga paz, y la retirada de nuestros ejércitosde Palestina.

—¡San Jorge! —exclamó Ricardo asombra-do—. A pesar de que opinaba tan mal de ellos,y con justicia, jamás habría imaginado que fue-sen capaces de rebajarse a un extremo tan ver-gonzoso. Habla, Sir Kenneth: ¿cómo te has en-cargado de una comisión como esa?

—Con la mejor intención, señor —dijo Ken-neth—, porque, no teniendo nuestro noble jefe,único guía de quien poder esperar la victoria,no veía a nadie que pudiese substituirle paraconducirnos a la conquista, y, en tales circuns-tancias, me ha parecido prudente evitar unaderrota.

—¿Y en qué condiciones tenia que concer-tarse esa esperanzadora paz? —dijo el rey Ri-

Page 249: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cardo, dominando a duras penas la cólera quele devoraba el corazón.

—No me las confiaron, señor —contestó elCaballero del Leopardo yacente—. Las entre-gué, selladas, al ermitaño.

—¿Y qué opinas de ese venerable penitente?¿Es un loco, un traidor o un santo? —dijo Ri-cardo.

—Su locura, señor —contestó el prudenteescocés—, creo que es un ardid con que obtienela protección y el respeto de los paganos, quie-nes consideran a los locos como inspirados porDios; o, por lo menos, me parece que su locurase manifiesta tan sólo en determinadas ocasio-nes, y no se mezcla en todos los actos de suvida, como ocurre cuando es natural.

—Has contestado prudentemente —dijo elmonarca, reclinándose en un almohadón sobreel que se había incorporado—. ¿Y su peniten-cia?

—Su penitencia —prosiguió Kenneth— meha parecido sincera, fruto del remordimiento

Page 250: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de algún terrible crimen, por el que, según diceél mismo, está condenado.

—¿Y su política? —Creo que desespera tanto de la liberación

de Palestina como de su propia salvación, amenos de que ocurra un milagro, especialmentedesde que el brazo de Ricardo de Inglaterra hadejado de luchar para conseguirla.

—Así, pues, la cobarde política de ese ermi-taño es igual que la de esos miserables prínci-pes que, olvidando su condición de caballeros ysu fe, sólo son valientes y enérgicos cuando setrata de retirarse, y más que marchar contra unsarraceno armado, prefieren huir pasando porencima del cuerpo de un aliado moribundo.

—Si me atreviera, os diría, señor rey —dijoel caballero escocés—, que esta conversación nopuede hacer otra cosa que empeorar vuestraenfermedad, la cual es el peor enemigo quetiene la Cristiandad, más que las huestes arma-das infieles.

Page 251: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Efectivamente, el rostro del rey Ricardo es-taba congestionado, y sus ademanes habíanadquirido una febril vehemencia: extendía elbrazo, cerraba el puño, y sus ojos centelleaban;parecía sufrir los tormentos del cuerpo juntocon las torturas de la imaginación, mientras sufuerte espíritu le obligaba a continuar la con-versación, como si desechara unos y otros.

—Sabes adular, señor caballero —dijo—;pero no me engañas. Necesito saber más de loque me has dicho. ¿Has visto a mi real esposaen Engaddi?

—Que yo sepa, no, señor —contestó Ken-neth, muy turbado, recordando la procesiónnocturna que había presenciado en la capilla delos peñascos.

—Te pregunto —dijo el rey, con voz mássevera—, si no has estado en la capilla de lasreligiosas Carmelitas de Engaddi, y si no hasvisto allí a Berengaria, reina de Inglaterra, y alas doncellas de su corte, que la acompañan ensu peregrinación.

Page 252: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Señor —dijo Sir Kenneth—: os diré laverdad, como si me encontrara en el confesio-nario. En una capilla subterránea a la que meacompañó el ermitaño, vi un coro de damasque rendían homenaje a una reliquia de gransantidad; pero como no vi rostros ni oí sus vo-ces, sino en los himnos que entonaron, no pue-do decir si la reina de Inglaterra se encontrabaentre ellas.

—¿Y no reconociste a ninguna de aquellasdamas?

Sir Kenneth guardó silencio. —Te pregunto —dijo Ricardo, apoyándose

en el codo—, como a caballero y noble, y por turespuesta veré el valor que atribuyes a estaspalabras, si reconociste o no a alguna de lasdamas que formaban parte de la procesión.

—Señor —dijo Kenneth, no sin profundavacilación—: pude hacer conjeturas.

—Y yo también puedo hacerlas —dijo Ri-cardo frunciendo las cejas ferozmente—. Perobasta. A pesar de ser Leopardo, señor caballero,

Page 253: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

procura no caer en las garras del León. Óyeme:enamorarse de la luna no sería, al fin y al cabo,más que una locura; pero tirarse desde una altatorre con la loca esperanza de llegar a aquelastro, seria una locura suicida.

En aquel momento se oyó ruido en la estan-cia exterior, y el rey, volviendo a su tono de vozacostumbrado, dijo:

—Basta. Vete, busca a De Vaux, y envíame-lo junto con el médico árabe. Pongo mi vida enla lealtad del sultán. Si éste abjurara su falsaley, yo le ayudaría con mi espada a arrojar atoda esta escoria de franceses y austríacos desus dominios, y estoy convencido de que Pales-tina estaría tan bien gobernada por él comocuando sus reyes eran ungidos por el mismoDios.

El caballero del Leopardo se retiró y casi enel mismo instante un chambelán anunció queuna delegación del Consejo esperaba ser recibi-da por el rey de Inglaterra.

Page 254: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Menos mal que quieren acordarse de quevivo todavía —fue su contestación—. ¿Y quié-nes son esos reverendos embajadores?

—El Gran Maestre de los Templarios y elMarqués de Montserrat.

—A nuestro hermano de Francia no le gus-tan los lechos de enfermo —dijo Ricardo—; y,sin embargo, si Felipe hubiese estado enfermo,haría mucho tiempo que yo no me movería desu cabecera. Jocelyn: arréglame la cama, queestá revuelta como un mar en tempestad.Tráeme ese espejo de acero. Pásame el peinepor los cabellos y la barba. En verdad más pa-recen la crin de un león que la cabellera de uncristiano. Dame agua.

—Señor —dijo ej chambelán temblando—;el médico dice que el agua fría os puede serfatal.

—¡Que se vayan al diablo los médicos! —replicó el monarca—. Si no son capaces de cu-rarme, ¿por qué he de aguantar que me ator-menten? Y ahora —dijo, después de haber

Page 255: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hecho sus abluciones—, que entren los respeta-bles embajadores. Supongo que no podrán de-cir que la enfermedad ha hecho que Ricardoabandonara el aseo de su persona.

El famoso Maestre de los Templarios era unhombre alto, delgado, curtido en la guerra, demirada sombría, pero penetrante, y con unafrente en que mil turbias intrigas habían dejadouna parte de su obscuridad. Situado a la cabezade aquel Cuerpo especial para el que la Ordenlo era todo y los individuos nada, trabajandosólo para el engrandecimiento de su poder,hasta a expensas de la verdadera religión paracuya protección se, había fundado la Comuni-dad; acusado de herejía y de brujería, a despe-cho de su carácter de religioso católico, sospe-choso de inteligencia con el sultán, a pesar dehaber hecho voto de defender el Sagrado Tem-plo o de recuperarlo, el carácter de toda la Or-den y el carácter personal de su jefe o GranMaestre, era un enigma ante el cual la mayorparte se horrorizaba. El Gran Maestre vestía

Page 256: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

blancos hábitos de gala y llevaba el abaco, sím-bolo místico de su dignidad, cuya forma pecu-liar ha motivado tantas singulares conjeturas yprovocado tantos comentarios, hasta hacer su-poner que aquella Orden de caballeros cristia-nos se habían apropiado los más impuros sím-bolos del paganismo.

Conrado de Montserrat era de aparienciamucho más agradable que el sombrío y miste-rioso monje-guerrero que le acompañaba. Eraun hombre agradable, de mediana edad, vale-roso en la batalla, sagaz en el consejo, alegre yelegante en las fiestas y recreos; pero, por otraparte, se le acusaba generalmente de ser versá-til, de estrecha y egoísta ambición, de desearextender su poderío, sin interesarse por el biendel Reino Latino de Palestina, y de trabajar enfavor de sus intereses particulares, mediantenegociaciones secretas con Saladino, en perjui-cio de los miembros de la Liga Cristiana.

Cuando estos dignatarios hubieron hecholos saludos acostumbrados, correspondidos

Page 257: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cortesmente por el rey Ricardo, el Marqués deMontserrat empezó a exponer los motivos desu visita, diciendo que habían sido enviadospor los ansiosos reyes y príncipes que integra-ban el Consejo de los Cruzados, «a fin de ente-rarse del estado de salud de su magnánimoaliado, el valeroso rey Ricardo de Inglaterra».

—Sabemos la importancia que los príncipesdel Consejo conceden a nuestra salud —replicóel rey inglés—, y sabemos muy bien lo que de-ben haber sufrido reprimiendo su curiosidadsobre este punto durante catorce días, por te-mor, sin duda, de agravar nuestra enfermedad,si nos dejaban ver la inquietud que les inspira-ba.

La ola de elocuencia del marqués se estrellócontra esta réplica, que le produjo tal confusiónde ideas, que su más austero compañero tuvoque tomar el peso de la conversación, y contono mucho más seco y con breve gravedad(toda la que le permitía el rango de la persona aquien se dirigía) informó al rey de que iban a

Page 258: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rogarle, de parte del Consejo y en nombre detoda la Cristiandad, que no permitiera que susalud fuese puesta en manos de un médico in-fiel, enviado, según se decía, por Saladino, has-ta que el Consejo hubiese tomado disposicionesque desvaneciesen o confirmasen las sospechasque, como es natural, inspiraba la misión dedicha persona.

—Gran Maestre de la santa y valerosa Or-den de los Caballeros Templarios y tú, muynoble marqués de Montserrat —replicó Ricar-do—: si hacéis el favor de retiraros a la estanciacontigua, veréis ahora mismo el caso quehacemos de las solícitas advertencias de nues-tros reales colegas y príncipes aliados en estareligiosa guerra.

El marqués y el Gran Maestre se retiraron,según se les acababa de indicar; y, al cabo deunos minutos de permanecer en el pabellónexterior, llegó el médico oriental acompañadopor el barón de Gilsland y por Kenneth, el es-cocés. El barón, de todas maneras, entró allí

Page 259: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

unos momentos después que los otros dos,porque se paró a la puerta de la tienda, segu-ramente para dar algunas órdenes a los centine-las.

Cuando entró el médico árabe, éste saludó ala manera oriental, al marqués y al Gran Maes-tre, cuya apariencia y vestidos anunciaban sualta dignidad. El Gran Maestre correspondió alsaludo con una expresión de desdeñosa frial-dad; el marqués, con llana cortesía que habi-tualmente usaba para tratar con hombres detodas las clases sociales y naciones. Hubo unmomento de silencio, porque-el-caballero-escocés esperó que llegara De Vaux, no atre-viéndose a servirse de su sola autoridad paraentrar en la tienda del rey de Inglaterra. Duran-te este intervalo, el Gran Maestre preguntó se-veramente al musulmán:

—Infiel: ¿tendrás la osadía necesaria parapracticar tu arte en la persona de un ungidosoberano de la hueste cristiana?

Page 260: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—El sol de Alá —contestó el sabio— ilumi-na tanto al nazareno como al verdadero creyen-te, y su servidor no se atreve a hacer distinciónalguna entre uno y otro, cuando le llaman aejercer el arte de restablecer la salud.

—Infiel Hakim —dijo el Gran Maestre—, ocualquiera que sea el nombre que se da a unesclavo de las tinieblas que no ha sido bautiza-do: ¿sabes que serás descuartizado por cuatrocaballos salvajes si el rey Ricardo muere en tusmanos?

—Sería una injusticia —contestó el médi-co—, porque yo sólo puedo usar de recursoshumanos, y su resultado está escrito en el librode la luz.

—Venerable y valiente Gran Maestre —dijoel marqués de Montserrat—: ¿creéis que estesabio no conoce nuestras leyes cristianas, inspi-radas en el temor de Dios y protectoras de susungidos? Has de saber, respetable médico, queno dudamos de tu ciencia, pero que la más sa-bia decisión que podrías tomar sería presentar-

Page 261: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

te ante el ilustre Consejo de nuestra Santa Liga,y dar razonada cuenta a la asamblea de médi-cos sabios y hábiles que se reunirían con tal fin,sobre los procedimientos de curación que pien-sas utilizar en tu ilustre paciente, y de esta ma-nera evitarías el peligro a que temerariamentete expones, asumiendo tú solo la responsabili-dad que, según acabas de decir, puedes contra-er.

—Señores —dijo El Hakim—: os comprendomuy bien. Pero la sabiduría tiene sus campeo-nes, lo mismo que vuestro arte militar, y a ve-ces tiene también sus mártires, como la religión.De mi soberano, el sultán Saladino, he recibidola orden de curar a este rey nazareno, y, con labendición del Profeta, debo obedecer su orden.Si fracaso, vosotros lleváis espadas sedientas desangre de creyentes, y yo abandono mi cuerpoa vuestras armas. Pero no quiero discutir conun incircunciso sobre la virtud de los remedios,cuyo conocimiento he adquirido por la graciadel Profeta, y os ruego que no interpongáis

Page 262: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ninguna dilación entre mi persona y el ejerciciode mi tarea.

—¿Quién habla de dilación? —dijo el barónDe Vaux, entrando precipitadamente en latienda—. Ya hemos tenido bastantes. Os salu-do, marqués de Montserrat, y a vos también,valeroso Gran Maestre. Pero tengo que presen-tar inmediatamente este médico al rey.

—Señor —dijo el marqués en francés-normando, o lengua de Oil, como se llamabatambién dicho lenguaje—: debéis saber quehemos venido en representación del Consejo delos monarcas y príncipes de la Cruzada paraexponer los peligros que presupone el permitirque un médico infiel y oriental intervenga enuna salud tan preciosa como la de vuestro se-ñor, el rey Ricardo.

—Noble señor marqués —contestó brusca-mente el barón—: no soy hombre de muchaspalabras, ni me gusta oírlas; pero siempre estoymás dispuesto a creer lo que han visto mis ojosque lo que han escuchado mis oídos. Estoy

Page 263: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

convencido de que este infiel puede curar laenfermedad del rey Ricardo, y tengo en él con-fianza bastante para creer que procederá debuena fe. El tiempo es precioso. Si Mahoma(¡que la maldición de Dios caiga sobre él!) estu-viese en la puerta de la tienda con tan buenasintenciones como este Adonbec el Hakim, con-sideraría un pecado hacerle esperar ni un mi-nuto siquiera. Por consiguiente, que Dios osguarde, señores.

—Pero el mismo rey —dijo Conrado deMontserrat— nos ha dicho que presenciaríamosla visita de este médico.

El barón cuchicheó con el chambelán, pro-bablemente para saber si el marqués decía laverdad, y luego contestó:

—Señores: si tenéis paciencia, podéis entrarcon nosotros, pero si con palabras o ademanesinterrumpís la tarea de este médico, sabed que,sin contemplaciones a vuestra alta dignidad, osobligaré a salir de la tienda de Ricardo; porqueestoy tan convencido de la virtud de las medi-

Page 264: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cinas de este hombre, que si el propio Ricardolas rechazara, os digo por Nuestra Señora deLanercost, que me parece que encontraría en micorazón la fuerza necesaria para obligarle atomarlas de grado o por fuerza. Adelante, ElHakim.

Dijo esta última frase en lengua franca, yfue obedecida inmediatamente por el médico.El Gran Maestre miró torvamente al poco ce-remonioso guerrero, pero una rápida miradadel marqués le hizo desarrugar algo el ceño, ytodos juntos siguieron a De Vaux y al árabehasta la estancia interior, donde Ricardo lesesperaba con la impaciencia con que el enfermoespera oír los pasos de su médico. Sir Kenneth,a quien nadie había invitado a entrar, ni nadiele había prohibido hacerlo, creyó que las cir-cunstancias le autorizaban para seguir a aque-llos dignatarios, pero consciente de la inferiori-dad de su rango, se mantuvo algo separadodurante la escena.

Page 265: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Tan pronto como les vio entrar en su habi-tación, Ricardo exclamó:

—¡Oh! ¡Qué buenos compañeros vienen aver cómo Ricardo da el gran salto a las tinie-blas! Mis nobles aliados, os saludo como repre-sentantes de nuestra Liga; Ricardo volverá aestar entre vosotros como antes, o llevaréis a latumba mi cadáver. De Vaux: tanto si vivo comosi muero, cuenta con el agradecimiento de tupríncipe. Pero aún hay alguien más... esta fiebreenturbia la vista. ¡Ah, es el bravo escocés, quequería subir al cielo sin escalera! Le saludotambién. Vamos, señor Hakim, a la tarea, a latarea.

El médico, que ya se había hecho informarde los diferentes síntomas de la enfermedad delrey, le tomó el pulso largo rato y con muchaatención, mientras todos los presentes perma-necían silenciosos, casi conteniendo la respira-ción. El médico llenó en seguida una copa deagua clara, y sumergió en ella la bolsita de sedaroja que se sacó del pecho, como hiciera antes.

Page 266: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Cuando pareció suponer que el agua estabasuficientemente saturada, iba a ofrecerla al so-berano, quien, conteniéndole, dijo:

—Espera un momento. Tú has tomado mipulso; deja que ponga yo los dedos en el tuyo.Yo también, como ocurre a todo buen caballero,sé algo de tu arte.

El árabe le alargó su mano sin vacilar, y suslargos, delgados y obscuros dedos permanecie-ron un momento aprisionados y casi quemadosdentro de la ancha mano del rey Ricardo.

—Su sangre late como la de un niño —dijoel rey—; no debe latir así la de un hombre quequiere envenenar a un príncipe. De Vaux: tantosi vivo como si muero, despide a este Hakimcon honor y seguridad. Amigo, saluda de miparte al noble Saladino. Si muero, moriré sindudar de su lealtad; si vivo, le daré las graciasde la manera que un guerrero quiere que se lasden.

Page 267: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Se incorporó en la cama, tomó la copa en lamano, y volviéndose al marqués y al GranMaestre, dijo:

—Oíd bien lo que digo, y que mis realeshermanos me acompañen con vino de Chipre:«A la gloria inmortal del primer cruzado quetoque con la lanza o la espada la puerta de Je-rusalén; y por la vergüenza y la infamia eternade cualquiera que vuelva el arado que tiene enla mano.»

Apuró la copa de un sorbo, la devolvió alárabe, y se estiró, como extenuado, sobre losalmohadones preparados para recibirle. Enton-ces, el médico, sin decir nada, pero con adema-nes expresivos, indicó que era preciso que to-dos marcharan de la tienda, salvo él y De Vaux,a quien ninguna indicación habría arrancado deallí. Por consiguiente, todos los demás se mar-charon.

Page 268: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Y ahora abriré un secreto libro, y a vuestra des-contentadizo inteligencia leeré cosas profundas ypeligrosas.

Enrique IV, parte I

CAPÍTULO X

El marqués de Montserrat y el Gran Maestrede los Caballeros Templarios permanecierondelante del pabellón real, dentro del que habíaocurrido aquella singular escena, y vieron có-mo una fuerte guardia de hombres de armas yarqueros se disponía a rodearla para mantenera distancia todo lo que pudiese estorbar el sue-ño del monarca. Los soldados iban cabizbajos,silenciosos, con la mirada sombría, como sisiguieran una comitiva fúnebre, y andaban contal cuidado, que nadie habría podido percibir elruido de un escudo ni de una espada, a pesarde ser muchos y bien armados los que se moví-an alrededor de la tienda. Cuando los dos dig-natarios pasaron entre ellos, bajaron sus armas

Page 269: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en señal de reverencia, pero sin interrumpir elprofundo silencio.

—¡Qué cambio entre estos perros insulares!—dijo el Gran Maestre a Conrado, cuandohubieron dejado atrás a los soldados de laguardia—. ¡Qué tumulto de caballos y qué rui-do había antes delante de este pabellón! Siem-pre se tiraba la barra, se jugaba a la pelota, seluchaba, se cantaban romances y se vaciabanbotellas entre esta gentuza, como si celebrasenla fiesta del Árbol de Mayo, en lugar de montarla guardia ante un pabellón real.

—Los mastines son una raza fiel —contestóConrado—, y el rey, su dueño, ha conquistadosu afecto dejándoles jugar, luchar y divertirse, yhaciéndolo con ellos si tal cosa le venía en gana.

—Es un humorista —dijo el Gran Maestre—. ¿Os habéis fijado en el discurso que nos hadirigido, en lugar de rogar a Dios por su alma,cuando ha tomado la copa y ha hecho aquelbrindis?

Page 270: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Habría hecho un buen brindis y con unabebida muy especial, si Saladino fuese comotodos los turcos que llevan turbante y se vuel-ven de cara a La Meca al toque del muecín. Pe-ro Saladino presume de lealtad, de honor y degenerosidad, como si fuese cosa de un perro nobautizado, como él, practicar las virtudes de loscaballeros cristianos. ¡Dicen que ha pedido aRicardo que le confiera la orden de Caballería!

—¡Por San Bernardo! —exclamó el GranMaestre—. Sería cuestión de tirar los cinturonesy las espuelas, señor marqués, de borrar nues-tros escudos de armas y renunciar a nuestrosburgonetes si se concediera el más elevadohonor de la Cristiandad a un infiel turco dediez peniques.

—¡Qué precio tan barato ponéis al sultán! —replicó el marqués—. Pero, aunque sea unhombre de buena talla, he visto vender a otrosmejores que él a cuarenta peniques en el bazar.

Llegaron en aquel momento al lugar dondetenían los caballos, que habían estado esperan-

Page 271: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do a cierta distancia de la tienda real, en mediode un brillante séquito de pajes y escuderos queles acompañaban. Conrado, después de unmomento de silencio, propuso al Gran Maestreenviar el séquito y los caballos, y regresar a pieatravesando las líneas del extenso campamentocristiano, con el objeto de disfrutar de la frescabrisa de la tarde. Consintió el Gran Maestre, yempezaron a caminar ambos, evitando, como silo hubiesen convenido tácitamente, la partemás poblada de aquella ciudad de tiendas, si-guiendo la ancha explanada que separaba elcampamento de las defensas exteriores, y endonde podían hablar secretamente y pasar des-apercibidos de todos, menos de los centinelasque encontraran a su paso.

Durante buen rato hablaron de cuestionesmilitares y de preparativos de defensa.

Pero esta conversación, que no parecía inte-resarles, se terminó, siguiendo un largo interva-lo de silencio, que fue roto al fin por el marquésde Montserrat, el cual se paró en seco, como

Page 272: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quien ha tomado de súbito una resolución; yfijando la mirada un momento en la sombría ydura fisonomía del Gran Maestre, le dirigióestas palabras:

—Si ello fuese compatible con vuestro valory santidad, reverendo Sir Giles Amaury, osrogaría que por una vez, levantarais la obscuravisera que lleváis bajada y hablaseis con unamigo con la cara descubierta.

El templario sonrió. —Existen máscaras de colores claros —

dijo— que esconden la fisonomía natural tanbien como las otras.

—Como queráis —dijo el marqués, ponién-dose la mano en la barba y haciendo comoquien se quita una careta—. Éste es mi disfraz.Y. ahora, ¿qué opináis de los resultados de estaCruzada, en lo que afecta a los intereses devuestra Orden?

—Eso es levantar el velo de mis pensamien-tos y no exponer los vuestros. Pero os contesta-ré con una parábola que me explicó un santón

Page 273: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del desierto. Un labriego pidió al Cielo que llo-viera y murmuraba porque el agua no le eraenviada según su conveniencia. Para castigarsu impaciencia, Alá (dijo el santón) envió alEufrates sobre sus tierras, y el río arrastró allabriego y las haciendas, para que quedasecompletamente satisfecho de sus deseos.

—Esa parábola es una gran verdad —dijo elmarqués—. ¡Ojalá el Océano hubiese tragadolas diecinueve partes de los armamentos deestos príncipes occidentales! El resto habríaservido mejor los proyectos de los nobles cris-tianos de Palestina, lamentables reliquias delReino Latino de Jerusalén. Abandonados anuestras propias fuerzas, habríamos podidocapear el temporal, o, ayudados moderadamen-te con tropas y dinero, habríamos obligado aSaladino a respetar nuestro valor, concedién-donos paz y protección en condiciones mástolerables. Pero ante el peligro inminente conque le amenaza esta Cruzada, no podemos con-fiar en que Saladino, si la vence, permita que

Page 274: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ninguno de nosotros conserve posesiones oprincipados en Siria, y mucho menos que con-sienta la existencia de comunidades religiosas ymilitares, que le han originado tantos males.

—Sí, es verdad —dijo el templario—; peroestos cruzados aventureros pueden triunfar yplantar la Cruz de nuevo en los baluartes deSión.

—¿Y qué ventajas obtendrán con ello la Or-den de los templarios o Conrado de Montse-rrat? —dio el marqués.

—La ventaja para vos —contestó el GranMaestre—, podría ser que Conrado de Montse-rrat se convirtiera en rey de Jerusalén.

—Eso parece una gran cosa —dijo el mar-qués—, pero suena a hueco. Ya obró cuerda-mente Godofredo de Bouillon al escoger la co-rona de espinas por emblena. Os confieso, GranMaestre, que he adquirido cierta afición a lasformas de gobierno orientales: una monarquíadebe consistir pura y simplemente en rey ysubditos, y nada más. Ésta es la primitiva y

Page 275: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sencilla estructura; un pastor y su rebaño. Todaesa cadena inferior de dependencias feudales esartificiosa y sofística; yo preferiría mucho mástener con mano firme el cetro en mi pobre mar-quesado, y manejarlo a mi gusto, a tener el ce-tro de monarca encadenado y doblegado a lavoluntad de todos los barones feudales queposeyesen dominios sujetos a la Ley de Jerusa-lén. Un rey debe tener libertad para ir a dondequiera, Gran Maestre, y no ser contenido en elcamino, aquí por un foso, allá por una cerca,más allá por un privilegio que un barón feudal,armado de pies a cabeza, se dispone a mante-ner con la espada en la mano; en una palabra:sé muy bien que los derechos de Guido de Lu-siñán al trono serán preferidos a los míos, siRicardo se restablece y si tiene que interveniren la elección.

—Basta —dijo el Gran Maestre—. Me habéisconvencido con vuestra sinceridad. Puedehaber otros que tengan la misma opinión, peropocos como Conrado de Montserrat, que se

Page 276: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

atrevan a confesar francamente que son contra-rios al restablecimiento del Reino de Jerusalén yque prefieren continuar siendo dueños de unaparte de sus restos, como los bárbaros insula-res, que en lugar de trabajar en el salvamentode un buque que está a punto de perderse en eltemporal, prefieren esperar a que naufraguepara enriquecerse con los despojos.

—¿No descubriréis mi pensamiento? —dijoConrado, mirándole fijamente y con descon-fianza—. Tened por cierto que la lengua no mepondrá jamás en peligro, y que mi mano sabrásalir en defensa de una y otra. Acusadme, siqueréis, que estoy dispuesto a defenderme encombate contra el templario más valeroso quejamás haya tomado la lanza.

—Os desbocáis muy rápidamente, a pesarde ser tan buen corcel— contestó el Gran Maes-tre—. Ocurra lo que ocurra, os prometo por elSagrado Templo que nuestra Orden ha juradodefender, que guardaré el secreto como unbuen compañero.

Page 277: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Por qué templo? —preguntó el marquésde Montserrat, a quien la afición al sarcasmo lehacía pasar a menudo por encima de la cortesíay de la discreción—. ¿Juráis por el que hay en lamontaña de Sión, construido por el rey Salo-món, o por el edificio simbólico y emblemáticodel que dicen que se habla en los consejos quecelebráis bajo las bóvedas de vuestros Precep-torios, para el engrandecimiento de vuestravenerable y valerosa Orden?

El templario le contempló con terrible mira-da, pero contestó con gran calma:

—Sea el que sea el templo por el que jure,marqués de Montserrat, estad convencido deque mi juramento es sagrado. Querría sabercómo podría encadenaros a vos con un jura-mento igual.

—Juro seros leal —dijo el marqués riendo—por la corona de marqués, que espero convertiren algo mejor antes de que esta guerra termine.Es tan sencilla, que no me llega a calentar lafrente; una corona ducal me preservaría mejor

Page 278: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del aire nocturno que ahora nos da, pero aúnsería mejor una corona real, teniendo en cuentaque va forrada de terciopelo y armiño. En pocaspalabras: ambos estamos encadenados porunos mismos intereses; porque no creáis, señorGran Maestre, que si estos príncipes cristianoslograran conquistar Jerusalén poniendo allí aun rey designado por ellos, tolerarían que nivuestra Orden ni mi marquesado conservaranla independencia de que disfrutan hoy. No, porla Virgen. Antes, si así fuera, los orgullososcaballeros de San Juan podrían empezar otravez a hacer ungüentos y vendas para los hospi-tales, y vosotros, los muy poderosos y venera-bles caballeros del Temple, tendríais que volvera vuestra humilde condición de hombres dearmas, durmiendo tres en un mismo lecho, ca-balgando dos en un caballo y volviendo a laregla de humildad que antes teníais, como lodemuestra el sello que todavía usáis actualmen-te.

Page 279: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—El rango, los privilegios y la opulencia denuestra Orden la salvarán de esa degradacióncon que la amenazáis —contestó altivamente eltemplario.

—Ése es vuestro castigo —dijo Conrado deMonserrat—, y vos sabéis tan bien como yo,reverendo Gran Maestre, que si los príncipescristianos triunfan en Palestina, su primera dis-posición será destruir la independencia devuestra Orden, lo cual ya habría ocurrido hacemucho tiempo, a no ser por la protección delPapa, y si no se precisara de vuestro valor parareconquistar Tierra Santa. Dadles una victoriacompleta, y os arrinconarán, lo mismo que serecogen y ponen en un rincón los trozos de laslanzas que se rompen en el torneo.

—Puede muy bien ser verdad lo que decís—contestó el templario, sonriendo tristemen-te—. Pero, ¿qué saldríamos ganando si los alia-dos retiraran sus fuerzas y dejaran Palestinabajo las garras de Saladino?

Page 280: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Mucho y seguro —replicó el marqués—.El sultán daría grandes provincias a cambio depoder tener a sus órdenes un cuerpo bien ar-mado de lanzas francas. En Egipto y en Persia,un centenar de auxiliares de esta clase, unidos ala caballería ligera, le aseguraría la victoria co-ntra la desigualdad numérica, por terrible quefuese. Esta dependencia sería temporal, quizásólo duraría el tiempo que viviera este sultánemprendedor; pero en Oriente los imperiosnacen como setas. Supongamos que muere, yque nosotros estuviésemos fortificados, y conlos ejércitos bien nutridos por el constante alis-tamiento de osados aventureros europeos.¿Qué no podríamos esperar obtener, libres de laautoridad de estos monarcas, cuya dignidadhoy nos hace sombra, y que si permanecen aquíy triunfan en su empresa nos obligarán a unadegradación y dependencia perpetuas?

—Tenéis razón, señor marqués —dijo elGran Maestre—, y vuestras palabras encuen-

Page 281: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tran eco en mi espíritu. Pero hemos de ser cau-tos; Felipe de Francia es prudente y valeroso.

—Es cierto, y por eso sería más fácil hacerledesistir de una expedición en que se ha com-prometido desatinadamente en un momento deentusiasmo o instigado por sus nobles. Tieneenvidia al rey Ricardo, su enemigo natural, yno piensa más que en volver a continuar susplanes ambiciosos cuyo objetivo está más cercade París que de Palestina. Aceptará el primerpretexto que le dé motivo para retirarse de unaescena en la que sabe muy bien que malgastainútilmente las fuerzas de su reino.

—¿Y el duque de Austria? —dijo el templa-rio.

—¡Oh! En cuanto al duque —replicó Con-rado—, su vanidad y su locura le conducen alas mismas conclusiones que la política y lasabiduría de Felipe. Cree (¡Dios le guarde!) quele tratan con ingratitud, porque en los labios detodos hasta los de sus mismos minne-singers, nohay más que elogios al rey Ricardo, a quien

Page 282: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tanto detesta y teme, y cuya ruina le llenaría dealegría, como aquellos perros cobardes quecuando el más bravo de la jauría cae bajo lasgarras del lobo, están dispuestos más bien aatacar la victima por detrás que para ir en suayuda. Pero, ¿por qué os digo todo esto, sinoporque deseo sinceramente que esta Liga sedesvanezca y que el país se vea liberado deesos grandes monarcas y de sus ejércitos? Y yasabéis muy bien, y lo habéis visto con vuestrospropios ojos, que todos los principes que aquítienen influencia y autoridad se perecen porentrar en tratos con el sultán.

—Ya lo sé —dijo el templario—; precisaríaestar ciego para no haberlo notado en sus últi-mas deliberaciones. Pero quitaos la máscara untanto más, y decidme la verdadera razón que oshizo insistir en el Consejo para que se encarga-se a ese inglés del Norte, o escocés, o Caballerode Leopardo, como le llamáis, la misión de lle-var la propuesta de ese tratado.

Page 283: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Fué un ardid político —contestó el italia-no—. Ser hijo de Inglaterra es una cualidad quepredispondría favorablemente a Saladino,quien, por otra parte, sabía que él hacía muchotiempo que luchaba bajo las banderas de Ricar-do, mientras que su carácter de escocés, y algu-nas otras causas de disgusto personal que yo sé,daban muchas probabilidades de que, a pesarde no parecer un verdadero enviado nuestro, asu regreso evitara toda comunicación con el reyRicardo, a quien su presencia siempre ha sidodesagradable.

—¡Oh, es una política demasiado sutil! —dijo el Gran Maestre—; creedme: esa telarañaitaliana no envolverá jamás a ese Sansón insu-lar, que conserva toda su cabellera; seria prefe-rible que le ataseis con cuerdas nuevas y muyfuertes. ¿No veis que este emisario tan astuta-mente elegido nos ha traído a este médico quenos pondrá a este corazón leonino, a este inglésde cuello de toro, en estado de reanudar laCruzada? Y cuando esté en condiciones de con-

Page 284: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tinuar la marcha, ¿qué principe se atreverá aquedarse atrás? Tendrán que seguirle por ver-güenza, aunque prefiriesen marchar bajo lasbanderas de Satanás.

—Tranquilizaos —dijo Conrado de Montse-rrat—; antes de que ese médico, si no recurre auna especie de milagro, tenga tiempo de acabarla curación de Ricardo, será posible hacer sur-gir una abierta ruptura entre el francés, o por lomenos el austríaco, y sus aliados de Inglaterra,de manera que la divergencia sea irreconcilia-ble; y aunque Ricardo se levante de su lecho,será quizá para tomar el mando de sus propiastropas nacionales, pero jamás, por sus solasfuerzas, para hacerse cargo de la totalidad delas tropas de la Cruzada.

—Eres un arquero de buena voluntad —dijoel templario—; pero, Conrado de Montserrat,no tienes el arco bastante tirante para dispararuna flecha y dar en el blanco.

Callóse de pronto, miró con inquietud enderredor suyo, para asegurarse de que nadie

Page 285: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

podía oírles, y tomando la mano de Conrado laestrechó con fuerza, le miró de hito en hito, ydijo en voz baja:

—¿Levantarse Ricardo has dicho? Conrado:¡es preciso que no se levante jamás!

El marqués de Montserrat se estremeció. —¿Qué decís? ¿Habláis de Ricardo de Ingla-

terra, de Corazón de León, del defensor de laCristiandad?

Le palideció el rostro y las rodillas le tem-blaron mientras decía tales palabras. El templa-rio le miró, y una sonrisa de desprecio contrajosu rostro de hierro.

—¿Sabes a qué te pareces en este momento,Conrado? No al político marqués de Montse-rrat, ni al que quería dirigir el Consejo de Prín-cipes y determinar el destino del Imperio...,sino a un novicio que, habiendo encontrado porazar una fórmula de conjuros en el libro de sumaestro, ha evocado al diablo sin pensarlo, y sehorroriza al ver que el mal espíritu se presentaante él.

Page 286: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Reconozco —dijo Conrado tranquilizán-dose— que, salvo en el caso de encontrar otrocamino muy seguro, habéis señalado el que nospuede llevar más pronto al fin que nos propo-nemos. Pero, ¡Virgen Santa!, nos aborreceríatoda Europa, y seríamos objeto de todas lasmaldiciones, desde el Papa hasta el último por-diosero de las puertas de las iglesias, que, an-drajoso, leproso y caído en la más espantosamiseria humana, aún daría gracias a Dios porno ser ni Giles Amaury ni Conrado de Montse-rrat.

—Si lo tomas así —dijo el Gran Maestre, conla serenidad que había conservado durante latotalidad de este notable diálogo—, hagamoscomo si no hubiese pasado nada entre nosotros,como si hubiésemos hablado dormidos, y comosi ahora que nos hemos despertado, la visión sehubiera desvanecido.

—Jamás se apartará de mí —contestó Con-rado.

Page 287: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Es verdad que las visiones de coronas du-cales o de reales diademas se agarran, general-mente, al lugar que ocupan en la imaginación—dijo el Gran Maestre.

—Está bien —contestó Conrado—, pero an-tes dejadme sembrar la cizaña entre Austria eInglaterra.

Se separaron. Conrado permaneció de pieen el mismo lugar, mirando la ondeante capablanca del templario, quien se alejaba lenta-mente, y al fin desapareció entre las rápidastinieblas de la noche oriental. Altivo, ambicioso,político y poco escrupuloso, el marqués deMontserrat no era cruel por naturaleza. Era unvoluptuoso y un epicúreo, y, como muchos desu carácter, a pesar de su egoísmo, no le gusta-ba causar daños graves ni presenciar actos decrueldad; en general, también conservaba unsentimiento de respeto para su propia fama,que algunas veces sustituía la falta de aquellosprincipios más elevados que constituyen labase y el punto de apoyo de una reputación.

Page 288: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Verdaderamente, he evocado al diablocon una venganza! —dijo con la vista fija en elpunto por donde se había desvanecido la últi-ma elegante ondulación del manto templario—.¿Quién habría pensado nunca que este severo yascético Gran Maestre, cuya suerte o desgraciaestá mezclada a la de su Orden, sería capaz,para engrandecer a ésta, de ir más lejos de loque yo estoy dispuesto a ir por mi interés per-sonal? Ciertamente, mi propósito era hacer fra-casar esta salvaje Cruzada, pero jamás mehabría atrevido a imaginar el expeditivo proce-so que este poco escrupuloso monje se ha atre-vido a sugerirme. Claro que es el más seguro...y quizá el menos peligroso.

Tales eran las irreflexiones del marqués,cuando su soliloquio fue interrumpido por unavoz cercana que, con el enfático tono de unheraldo, decía:

—¡Recordad el Santo Sepulcro! Esta exhortación era repetida como un eco

en cada puesto de guardia, porque tal era la

Page 289: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

misión de los centinelas, a fin de que el ejércitode los cruzados no olvidara ni un momento elmotivo por el que había tomado las armas. Apesar de que Conrado estaba familiarizado conesta costumbre, y había oído tal exhortación enotras muchas ocasiones sin darle importanciaalguna, en aquel momento coincidía tan pococon sus pensamientos, que le pareció un avisode Dios, que le a vertía contra la iniquidad delo que él forjaba en su corazón. Miró en derre-dor suyo ansiosamente, lo mismo que el pa-triarca de la antigüedad, aunque en circunstan-cias diferentes, como si hubiese esperado veralgún cordero prendido entre las zarzas de unbosque, alguna substitución para el sacrificioque le proponía ofrecer su compañero, no al SerSupremo, sino al Moloch de su propia ambi-ción. Levantó la vista y vio los amplios plieguesdel estandarte real de Inglaterra, agitado fuer-temente por la brisa nocturna. Se elevaba en unpromontorio artificial situado casi en el centrodel campamento, que quizá algún antiguo jefe

Page 290: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hebreo o algún guerrero había escogido para sulugar de descanso eterno. Si tal era, su nombrese había olvidado, y los cruzados lo bautizaroncon el nombre de Monte de San Jorge. Desdeaquella colina que dominaba el campamento, labandera de Inglaterra ondeaba como un em-blema de soberanía sobre todas las demás in-signias nobles y hasta reales, izadas en lugaresinferiores.

Un espíritu tan vivo como el de Conrado seimpresiona con una fugaz visión de las cosas.Una simple mirada a la bandera pareció disipartodas las vacilaciones. Se dirigió a su tienda conel paso rápido y decidido del hombre que acabade adoptar un plan y que está resuelto a poner-lo en práctica; hizo retirar a todos los sirvientesde su casi principesco séquito que le esperaban,y cuando se acostó pensó en la nueva soluciónque había imaginado, y se dijo que era precisoprobar los procedimientos más suaves antes derecurrir a medios desesperados.

Page 291: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Mañana —dijo— me sentaré a la mesa delde Austria. Veré qué puede hacerse para el éxi-to de nuestros proyectos antes de seguir lasnegras sugerencias de ese templario.

En nuestro país del Norte hay una cosa cierta:otorgará nobleza, valor, fortuna o seso, y a su posee-dor todas las dignidades;pero la envidia, la alturapersiguiendo como el lebrel persigue el rastro de lacorza, llegará a abatirlas, una por una, a todas.

Sir David Lindsay

CAPÍTULO XI

Leopoldo, Gran Duque de Austria, fue elprimer señor de este noble país que ostentó eltitulo de príncipe. Fue elevado a la dignidadducal del Imperio alemán por ser pariente cer-cano del emperador Enrique el Severo, y go-bernaba las mejores provincias que riega el Da-nubio. La Historia le ha criticado a causa de unacto de violencia y de perfidia derivado de

Page 292: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hechos ocurridos en Tierra Santa, y, sin embar-go, la vergüenza de haber hecho prisionero aRicardo cuando, de regreso, atravesaba susdominios solo y disfrazado, no era un acto queconcordara con el carácter natural de Leopoldo.Era más bien un príncipe fatuo y débil, queambicioso y cruel. Sus facultades mentales separecían mucho a las cualidades de su persona.Era alta de estatura, fuerte y agradable de as-pecto; en su rostro contrastaban extrañamenteel rojo y el blanco, y tenía una larga caballerarubia. Pero en su andar había algo desagrada-ble, que parecía indicar que su corpulencia noestaba animada por la energía suficiente paraponer en movimiento una masa como aquella;asimismo, a pesar de llevar los más ricos vesti-dos, siempre parecía que no habían sido hechospara él. Como príncipe, se mostraba poco fami-liarizado con su propia dignidad; y por el afánde adoptar un aspecto digno cuando la ocasiónlo requería, muy a menudo se creía obligado arecobrar con actos y manifestaciones de inopor-

Page 293: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tuna violencia la situación que habría podidomantener fácilmente y con gracia, si hubiesetenido algo más que presencia de espíritu alempezar la controversia.

No sólo eran los demás los que veían estosdefectos, sino que el propio archiduque no po-día substraerse muchas veces al convencimien-to de que no era hombre para mantener y hacerrespetar la dignidad a que había llegado, y aello se añadía la firme, y en muchos momentosjustificada, sospecha de que los demás tenían lamisma opinión respecto a él.

Al principio de la Cruzada, cuando se sumóa ella con un ejército digno de un príncipe, semoría de ganas de obtener la amistad y la con-fianza de Ricardo, e hizo tantas cosas para lo-grarlas, que, en buena política, el rey de Ingla-terra habría debido agradecerlas y correspon-derías. Pero el archiduque, que no dejaba de servaliente, estaba lejos de poseer aquel ardienteÍmpetu de Corazón de León, que le hacia amarel peligro como si fuese una novia, y por consi-

Page 294: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

guiente, el rey sintió pronto hacia él una espe-cie de desprecio. Además, Ricardo, que eranormando y como tal estaba habituado pornaturaleza a la templanza, criticaba la inclina-ción que el alemán sentía por los placeres de lamesa, y principalmente su liberal indulgenciapor el uso del vino. Por estas razones y otrasrazones de carácter personal, el rey de Inglate-rra trató muy pronto al austríaco con desdeño-sa superioridad, sin preocuparse de disimular omodificar sus sentimientos, de lo cual se diocuenta el desconfiado Leopoldo, y correspon-dió a ellos con el más profundo odio. La dis-cordia entre ellos fue fomentada por las artessecretas y políticas de Felipe de Francia, uno delos monarcas más sagaces de la época; temero-so del carácter arrogante y antojadizo de Ricar-do, le consideraba su rival natural, y se sentíaofendido por los procedimientos de dictadorcon aquél que, vasallo de Francia por los domi-nios que poseía en el Continente, se conducíacon su señor natural, y buscaba la manera de

Page 295: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

robustecer su partido y debilitar el de Ricardo,excitando a los principes cruzados de categoríainferior a reunirse para resistir a lo que él lla-maba la usurpadora autoridad del rey de Ingla-terra. Tal era el estado de la política y del crite-rio mantenido por el archiduque de Austriacuando Conrado de Montserrat resolvió em-plear su envidia a Inglaterra como procedi-miento para disolver o hacer desaparecer, a lalarga, la Liga de los Cruzados.

El momento que escogió para su visita fueel mediodía, y el pretexto, obsequiar al archi-duque con un selecto vino de Chipre que últi-mamente había caído en sus manos, y comentarsus méritos, comparándolo con los vinos deHungría y del Rin. Un obsequio de esta clasefue correspondido, por supuesto, con una ama-ble invitación del archiduque a una comida, enla que no se ahorró nada para que fuese dignadel esplendor que corresponde a un príncipesoberano. Sin embargo, el refinado gusto delitaliano vio más abigarrada profusión que finu-

Page 296: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ra o esplendor en la abundancia de platos, bajocuyo peso crujía la mesa.

Los alemanes, si bien poseían el carácterfranco y marcial de sus antepasados, que so-juzgaron el Imperio romano, habían conserva-do un deje muy acentuado de su barbarie. En-tre ellos, las prácticas y los principios de la Ca-ballería no eran llevados a tan delicados extre-mos como entre los caballeros ingleses y fran-ceses, ni observaban con mucho rigor las reglasde la etiqueta, que estas dos últimas nacionesconsideraban el exponente más elevado de lacivilización. Sentado a la mesa del archiduque,Conrado quedó ensordecido, y a la vez muydivertido, por el tumulto de los ruidos teutóni-cos que asaltaban sus oídos desde todos losrincones, a pesar de la solemnidad que debíapresidir un banquete principesco. Los trajesparecían igualmente fantásticos; muchos de losnobles austríacos conservaban las largas bar-bas, y casi todos llevaban cortos jubones dediferentes colores, con cortes floreados y listas

Page 297: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de colores, como no se estilaban en el Occidentede Europa.

Muchos criados, jóvenes y viejos, permane-cían en el interior de la tienda, se mezclabanalguna vez en la conversación, y recibían de susdueños restos de manjares, que devoraban depie, detrás de los comensales. Había allí un ex-traordinario número de juglares, enanos y tro-vadores, que armaban más ruido y se permitíanmás licencias de las que se habría tolerado enuna sociedad más ceremoniosa. Como se lespermitía beber cuanto querían, y el vino eramuy abundante, el tumulto que entre todosarmaban era verdaderamente excesivo.

Entre esta escena tan pintoresca, y en mediode los gritos y de un confusión más propia deuna taberna alemana en tiempo de feria, que dela tienda de un príncipe soberano, el archidu-que era servido con una minuciosidad de for-malidades y de ceremonial que demostraba elafán que tenía de mantener con todo rigor ladignidad y el carácter que le había dado su ele-

Page 298: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

vación al alto lugar que ocupaba. Le servíanrodilla en tierra, y sólo pajes de sangre noble;comía en platos de plata y bebía su Tokay yvino del Rin en copas de oro. Su manto ducalestaba espléndidamente adornado de armiño;el valor de su corona igualaba al de la de cual-quier rey, y sus pies, calzados con zapatos detercipelo (cuya longitud, incluyendo la puntera,debía ser de dos pies), destacaban sobre unescabel de plata maciza. Pero lo que de ciertamanera revelaba el carácter de aquel hombreera que, a pesar de querer manifestarse amablecon el marqués de Montserrat, a quien habíahecho sentar deferentemente a su derecha, con-cedía muchas más atenciones a su Spruch-sprecher, que estaba de pie detrás del hombroderecho del duque.

Este personaje iba ricamente vestido con unmanto y un jubón de terciopelo negro, guarne-cido este último con diferentes monedas de oroy de plata, cosidas allí en recuerdo de la muni-ficencia de los príncipes que se las habían rega-

Page 299: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lado; llevaba también una varilla, de la quecolgaban algunos anillos que hacía entrechocarpara llamar la atención cuando iba a decir al-guna sentencia que él creía digna de ser escu-chada. El cargo que este personaje ocupaba enla casa del archiduque se podía situar entre elde trovador y consejero. Sucesivamente actuabade adulador, de poeta y de orador; y las perso-nas que deseaban obtener la amistad del du-que, generalmente buscaban la manera deatraerse la buena voluntad del Spruch-sprecher.

Para evitar que la excesiva manifestación dela sabiduría de este personaje llegara a fatigar,detrás del otro hombro del duque había suHoffnarr, o juglar de corte, llamado JonásSchwanker, que casi armaba tanto ruido con lascampanillas de su gorro y su parlería, como elorador con su ruidosa varilla.

Estos, dos personajes alternaban sus dichosserios o cómicos, mientras su dueño, riendo oaplaudiendo, examinaba con atención el rostrode su huésped, para descubrir qué impresión

Page 300: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

causaba en tan cumplido caballero aquella os-tentación de la elocuencia y del ingenio austría-cos.

Sería muy difícil decir cuál de los dos, si elcampeón de la sabiduría o el de la locura, con-tribuía más a la diversión de los reunidos, ogozaba de la parte principal en favor de sudueño; pero las tonterías que decían uno y otroparecían ser recibidas excelentemente. Algunavez disputaban por el uso de la palabra, y agi-taban sus instrumentos para ver quien de elloshacia más ruido, pero, en general, parecían es-tar bien avenidos, y tan acostumbrados a so-portar cada uno las pullas del otro, que elSpruch-sprecher muchas veces condescendía aglosar alguna del juglar para hacerla más ase-quible a la capacidad del auditorio, de maneraque su ciencia servia para comentar una locuradel juglar. Otras veces, en compensación, elHoffnarr decia algún chiste agudo al terminaralgún enfadoso discurso el orador.

Page 301: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Cualesquiera que fuesen sus sentimientos,Conrado tuvo especial cuidado en que su rostrono expresara otra cosa que una gran satisfac-ción por todo lo que ola; y sonreía o aplaudíaaparentando el mismo entusiasmo que el ar-chiduque por lá solemne locura del Spruch-sprecher o el ingenio indescifrable del juglar. Enefecto, observó atentamente esperando que unou otro intercalasen algún dicho favorable a lasintenciones que ocupaban en absoluto su pen-samiento.

No transcurrió mucho rato, cuando el juglarse metió con el rey de Inglaterra; el juglar sehabía acostumbrado a tomar a «Ricardito de laRetama» (epíteto irrespetuoso con que substi-tuía al nombre de Ricardo Plantagenet) portema de divertidas e inagotables bromas. Sinembargo, el orador callaba, y sólo a demandade Conrado explicó que la ginesta o retama eraun emblema de humildad, y que sería conve-niente a los que la llevan, recordar la adverten-cia.

Page 302: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

La alusión a la ilustre divisa de los Planta-genet se había hecho suficientemente manifies-ta, y Jonás Schwanker observó que aquellos quese habían humillado habían sido exaltados conuna venganza.

—Honrad a aquellas personas a quien sedebe honor —contestó el marqués de Montse-rrat—. Todos hemos tenido alguna parte enestas marchas y batallas, y hasta parece que losdemás príncipes podrían reclamar una pequeñaparte de la fama que los trovadores y los Min-ne-singers atribuyen exclusivamente a Ricardode Inglaterra. ¿No hay aquí nadie de la gayaciencia que posea un canto en honor del realarchiduque de Austria, nuestro principescohuésped?

Tres trovadores hicieron oír simultánea-mente su voz, acompañándose con el arpa. ElSpruch-sprecher, que parecía actuar como maes-tro de ceremonias, hizo callar a dos de ellos, nosin algunas dificultades, procurando obtenersilencio para el poeta preferido, el cual cantó en

Page 303: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alto alemán unas estrofas, que pueden ser tra-ducidas de la siguiente forma:

Prez al valiente caudillo, que de las cruzadas huestes por la senda de la gloria los pasos dirige y mueve.

Aquí, el orador, agitando su varilla, inte-rrumpió al trovador para explicar a los comen-sales lo que no debían haber entendido lo sufi-ciente de esta descripción, es decir: que su realanfitrión era el caudillo, y entonces, llenandolos vasos, bebieron todos, prorrumpiendo enaclamaciones: «Hoch lebe der Herzog Leopoldh!”.

¿Por qué del Austria se encumbran las glorias y las banderas? ¿Por qué el águila atrevida sobre los montes se eleva?

Page 304: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—El águila —dijo el glosador de dichosobscuros— es la divisa del escudo de nuestronoble señor el archiduque (quiero decir de suReal Gracia), y el águila se eleva más alto y máscerca del Sol que ninguna otra ave.

—Pero el león ha pasado delante del águila—dijo Conrado con tono indiferente.

El archiduque se sonrojó, y fijó su vista enél, mientras el Spruch-sprecher contestaba, des-pués de meditar un minuto:

—El señor marqués me perdone; un león nopuede volar por encima de un águila, porqueno tiene alas.

—Salvo el león de San Marcos —dijo el ju-glar.

—Es la bandera de Venecia —dijo el archi-duque—; pero ciertamente esta raza anfibia,mitad de nobles, mitad de comerciantes, no seatreverá a compararse con la nuestra en catego-ría.

—Yo no me refería al león de Venecia —dijoel marqués de Montserrat—, sino de los tres

Page 305: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

leones de Inglaterra; antes —agregó—, eran tresleopardos, pero ahora se han convertido enverdaderos leones, y tienen que marchar delan-te de todos los animales, peces y aves, y ¡ay delque intente disputárselo!

—¿Habláis en serio señor? —preguntó elaustríaco, que estaba considerablemente exci-tado por el vino—. ¿Creéis que Ricardo de In-glaterra pretende tener alguna superioridadsobre los soberanos libres que se han aliadovoluntariamente a la Cruzada?

—Lo digo sólo por lo que veo —contestóConrado—. Allí está su bandera desplegada enel centro de nuestro campamento, como si élfuese rey y generalísimo de la totalidad delejército cristiano.

—¿Y lo toleráis tan pacientemente, y lo co-mentáis con tanta frialdad?

—¡Oh, señor! —contestó Conrado—. No esprecisamente al pobre marqués de Montserrat aquien corresponde reclamar contra una injuriaa la que se someten pacientemente príncipes

Page 306: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tan poderosos como Felipe de Francia y Leo-poldo de Austria. El deshonor que vosotros osdignáis tolerar no puede ser una ignominiapara mí.

Leopoldo apretó el puño, y descargó un vio-lento golpe sobre la mesa.

—Ya lo dije a Felipe —exclamó—; muchasveces le he recordado que tenemos el derechode proteger a los príncipes inferiores contra lausurpación de este insular, pero siempre me hacontestado con frialdad, recordándome las rela-ciones de soberano a vasallo que existen entreambos, recalcando que sería antipolítico, por suparte, provocar una ruptura en este momento.

—¡El mundo conoce la prudencia de Felipe—dijo Conrado—, y creerá que su sumisión escosa de política. De la vuestra, señor, sólo vospodéis dar cuenta; pero no dudo que tenéispoderosas razones para someteros al dominioinglés!

—¡Someterme yo! —dijo Leopoldo, indig-nado—, yo, archiduque de Austria, un miem-

Page 307: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bro tan importante y vital del Sacro RomanoImperio; yo, ¿someterme a ese rey de mediaisla, a ese nieto de un bastardo normando? ¡No,por Dios! El campamento y toda la Cristiandad,verán cómo sé hacer valer mis derechos, y siretrocedo una pulgada ante ese mastín inglés.¡Levantaos, señores y buenos compañeros! ¡Le-vantaos y seguidme! Nosotros pondremos sinperder un instante, el águila de Austria en unlugar donde flotará tan alta como jamás hayaflotado la bandera de ningún rey o Kaiser.

Se levantó rápidamente de la mesa, y, entrelos tumultuosos gritos de los invitados y de suséquito, salió de la tienda y tomó su bandera,que estaba clavada delante de la entrada.

—Señor —observó Conrado, haciendo comoquien quiere apaciguar los ánimos—: ¿no osparece que no cuadra a vuestra prudencia pro-vocar una alarma en el campamento en estosmomentos, y que quizá sería preferible que ossometierais a la usurpación de Inglaterra unosdías más, que...?

Page 308: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Ni una hora, ni un momento más —vociferó el duque; y con la bandera en la manoy seguido del griterío desús comensales y delos miembros de su séquito, marcho rápida-mente a la colina central, en cuya cumbre on-deaba la bandera inglesa, y cogió el asta de és-ta, como si fuera a arrancarla.

—Señor, mi querido señor —dijo JonásSchwanker, tendiendo sus brazos hacia el du-que—. Id con cuidado, porque los leones tienendientes...

—¡Y las águilas tienen garras! —dijo el du-que, sin retirar la mano del asta de la bandera,pero sin decidirse a arrancarla.

El hombre de las sentencias, que a pesar desu oficio tenía intervalos de buen sentido, agitóvivamente su varilla, y Leopoldo, obedeciendoa la costumbre, volvió la cabeza hacia su conse-jero.

—El águila es rey entre las fieras del aire —dijo el Spruchu-sprecher—, lo mismo que elleón es rey entre los animales de la tierra, y

Page 309: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ambos tienen dominios separados tan distin-tamente como Inglaterra y Alemania. Tú, nobleáguila, no ofendas al león real, y deja que am-bas banderas ondeen una al lado de otra.

Leopoldo retiró la mano del asta, y con lamirada buscó a Conrado de Montserrat, perono le vio en parte alguna, porque, tan prontocomo vio que su proyecto daba buen resultado,se alejó de la comitiva, no sin antes manifestardelante de muchos espectadores neutrales quele disgustaba que Leopoldo hubiese escogido elmomento de levantarse de la mesa para vengaruna injuria, de la que él creía que tenía razón dequejarse.

Al no ver a su huésped, a quien habría que-rido particularmente hablar, el archiduque dijoen voz alta que, no queriendo provocar la dis-cordia entre el ejército de la Cruz, se conforma-ba con reivindicar sus privilegios y el derechoque tenía a mantenerse al mismo nivel que elrey de Inglaterra, por lo que no izaba, comohabría podido hacer, la bandera que había

Page 310: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

heredado de sus antepasados los emperadores,por encima de la de un simple descendiente delos condes de Anjou; y entretanto ordenó quetrajeran un tonel de vino y que lo abrieran allímismo para obsequiar a los circunstantes, loscuales, a son de tambores y música, empezarona beber con gran entusiasmo alrededor de labandera de Austria.

Esta tumultosa escena produjo gran revue-lo, y la alarma se propagó a todo el campamen-to.

Había llegado la hora crítica en que el médi-co, según las normas de su arte, había predichoque su real enfermo podría ser despertado sinpeligro; a este efecto le aplicó la esponja, y elmédico no hubo de hacer muchas observacio-nes antes de asegurar al barón de Gilsland quela fiebre había desaparecido en absoluto, y quela constitución del rey era tan robusta que nohabría necesidad, como en muchos casos, deadministrarle una segunda dosis de la enérgicamedicina. El propio Ricardo parecía ser de la

Page 311: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

misma opinión, puesto que, sentándose en lacama y restregándose los ojos, preguntó a DeVaux qué cantidad había en aquel momento enlas arcas reales.

El barón reflexionó un momento pero no lepudo informar exactamente sobre el total.

—Lo mismo da —dijo Ricardo—. Sea gran-de o pequeña, dásela toda a este sabio médico,que creo que acaba de restituirme al servicio dela Cruzada. Si no llega a mil bizantes, haz elcompleto con joyas.

—Yo no vendo la ciencia con que me ha fa-vorecido Alá —contestó el médico árabe—; yhas de saber, gran príncipe, que la divina medi-cina que has tomado perdería toda su virtud enmis manos, si yo la vendiera por oro o diaman-tes.

—¡Un médico que rechaza la paga! —pensóDe Vaux—. Eso aún es más extraordinario quesu edad de cien años.

—Thomas de Vaux —dijo Ricardo—; tú noconoces otro valor que el de la espada, ni otras

Page 312: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bondades ni virtudes que las de la Caballería.Yo te digo que este moro, con su independen-cia, podría constituir un ejemplo para los que seconsideran como la flor de la Caballería.

—Es una recompensa demasiado elevadapara mí —dijo el médico cruzando sus brazossobre el pecho, y manteniéndose en una actitudque demostraba tanto respeto como dignidad—, que un rey como Melech Ric4 hable de estamanera de su servidor. Pero permitidme que osruegue que os volváis a tender en la cama, por-que si bien es cierto que no es preciso adminis-traros una segunda dosis de esta divina medi-cina, podría seros peligroso exponeros a cual-quier fatiga antes que estuvieseis enteramenterestablecido.

—Debo obedecerte, Hakim —dijo el rey—;pero créeme: mi pecho se siente tan libre delfuego devorador que hacía tantos días que leconsumía, que nada me importaría exponerloahora mismo a la lanza de cualquier valiente.Mas, ¡oíd! ¿Qué son esos gritos y esa música

Page 313: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que se oye en el campamento? Thomas deVaux, ve y mira que ocurre.

Después de unos minutos de ausencia, re-gresó De Vaux, diciendo:

—Es el archiduque de Austria, que se paseapor el campamento con un grupo de compañe-ros de bebida.

—¡Qué loco borracho! —exclamó el rey Ri-cardo—.¿No puede esconder su brutal embria-guez dentro de su tienda, y abstenerse de pa-sear su vergüenza ante toda la Cristiandad?¿Qué hay de nuevo señor marqués?— agregódirigiéndose a Conrado de Montserrat, que enaquel momento entraba en la tienda.

—Mucho, honorable príncipe —contestó elmarqués—: que es un gran placer para mí ver aVuestra Majestad en tan buen estado y casirestablecido del todo; y creed que éste es undiscurso muy largo para quien acaba de dejar lamesa del archiduque de Austria.

—¡Cómo! ¿Has comido con ese pellejo devino alemán? —dijo el monarca—. ¿Y qué nue-

Page 314: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

va extravagancia ha encontrado, que le hagaarmar ese alboroto? A decir verdad, Sir Conra-do, te he considerado siempre tan amigo defiestas, que me maravilla que hayas dejado lapartida.

De Vaux, que estaba casi detrás del rey, seesforzó para dar a entender al marqués, conseñas y miradas, que no dijera ni una palabra aRicardo de lo que ocurría en el campamento.Pero Conrado no lo entendió, o no quiso enten-derlo.

—Lo que hace cualquier archiduque no tie-ne importancia alguna —dijo—, y para éI me-nos que para nadie, porque es seguro que nosabe dónde tiene la cabeza; pero, si he de decirla verdad, se entretiene con una diversión en laque no me gusta participar, desde el momentoque se trata de quitar la bandera de Inglaterra,encumbrada en la colina de San Jorge, que estáen el centro del campamento, para poner lasuya.

Page 315: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Qué dices? —exclamó el rey, dando unavoz que habría despertado a un muerto.

—Señor —contestó el marqués—: no es pre-ciso que Vuestra Majestad se encolerice, porqueun loco haga locuras.

—No me digas nada más —exclamó Ricar-do, levantándose de la cama y vistiéndose conuna rapidez maravillosa—; no me digas nadamás, señor marqués. De Multon: te ordeno queno me digas ni una palabra; quien pronuncieuna sílaba no es amigo de Ricardo Plantagenet.Silencio, Hakim; yo te lo ordeno.

Durante este intervalo, el rey se había idovistiendo rápidamente, y al pronunciar la últi-ma palabra descolgó la espada de uno de lospostes, y sin más arma que ésta, sin llamar anadie que le acompañara, salió fuera de su pa-bellón. Conrado levantó las manos para demos-trar gran asombro, intentando hablar a DeVaux, pero Sir Thomas le rechazó con un ade-mán, y, llamando a un escudero real, dijo pre-cipitadamente.

Page 316: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Corre a ver a lord Salisbury, y dile quelevante a sus hombres y me siga inmediata-mente a la colina de San Jorge. Dile que la fie-bre del rey se le ha ido de la sangre para subír-sele a la cabeza.

Como lo oyeron imperfectamente y no locomprendieron mejor, por la rapidez con queDe Vaux había hablado, el caballerizo y losdemás sirvientes de la Cámara real corrieron alas tiendas de los nobles de los alrededores,extendiéndose entre las tropas inglesas unaalarma tanto más general, cuanto que eran muyimprecisos los motivos que la producían. Lossoldados, despertados precipitadamente en elmejor momento de la siesta, que lo ardiente delclima hacía deliciosa, se preguntaban alarma-dos unos a otros la causa de aquel tumulto, y,sin esperar respuesta, suplían con la imagina-ción las informaciones que nadie les daba. Unosdecían que los sarracenos estaban en el cam-pamento, otros que se había atentado contra lavida del rey, otros que éste había muerto de la

Page 317: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

fiebre la noche anterior, y muchos que habíasido asesinado por el duque de Austria. Losnobles y los oficiales, tan desorientados comolos soldados, no podían adivinar la verdaderacausa del tumulto, y se apresuraban tan sólo aconcentrar las tropas, poniéndolas en orden debatalla, temerosos de que su descuido puedeocasionar algún grave contratiempo a las armascristianas. Las trompetas inglesas tocaban sinparar con toques agudos y clamorosos. El gritode alarma: «¡Lanzas y ballestas, lanzas y balles-tas!» se iba repitiendo de cuartel en cuartel,contestado por los guerreros, que se presenta-ban armados, con el grito nacional de «¡SanJorge por Inglaterra!».

La alarma se propagó a todos los rinconesdel campamento, y los soldados de las diferen-tes naciones, reunidos en un lugar en que quizáno había pueblo de la cristiandad que no estu-viese representado, corrieron a las armas, mez-clados en una confusión general cuya causa yobjeto desconocían. Fue una suerte que en me-

Page 318: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dio de una escena tan amenazadora, el condede Salisbury, en el momento de marchar conunos cuantos soldados escogidos al lugar adonde le había citado De Vaux, ordenara que elresto de las tropas inglesas fuese reunido ymantenido en estado de alarma, dispuesto acorrer en socorro de Ricardo, si la necesidad loexigía, pero ordenadamente y con el debidomando, y no con aquel tumutuoso tropel que elcelo y la alarma por la seguridad del rey podrí-an haber provocado.

Y entretanto, sin preocuparse ni un momen-to de los gritos, las exclamaciones y el tumultoque empezaban a crecer en derredor suyo, Ri-cardo, con los vestidos no bien ceñidos y la es-pada envainada debajo del brazo, corría preci-pitadamente, seguido tan sólo por De Vaux yuno o dos escuderos reales, hacia el monte deSan Jorge. Corrió más él que la misma alarma,que sólo su impetuosidad había provocado, yatravesó el distrito en que estaban acampadassus bravas tropas de Normandía, Poitou, Gas-

Page 319: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cuña y Anjou, antes de que se hubiese extendi-do hasta allí el tumulto, a pesar de que el ruidoque armaban los alemanes había despertado amuchos soldados. Los guerreros escocesestambién estaban acampados allí cerca, pero nohabían sido despertados por el tumulto. Pero elCaballero del Leopardo reconoció la personadel rey y se dio cuenta de la agitación que leanimaba; convencido, descolgó la espada y elescudo y se unió a De Vaux, que a duras penaspodía seguir el paso de su encolerizado señor.De Vaux contestó a la mirada de curiosidad quele dirigiera el caballero escocés, con un encogi-miento de sus anchos hombros, y los dos si-guieron uno al lado de otro los pasos de Ricar-do.

El rey llegó pronto al pie del monte de SanJorge, que estaba lleno de una multitud forma-da, por una parte, por la gente del duque deAustria, que celebraba con vivas el acto queconsideraban como una reivindicación delhonor nacional, y, por otra, por espectadores de

Page 320: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

diferentes nacionalidades, a quienes el odio aInglaterra, o simplemente la curiosidad habíaatraído para ver cómo terminaría aquella extra-ordinaria escena. Ricardo se abrió camino através de la desordenada multitud, como unbuque se abre paso entre las olas espumantes,sin preocuparse de si se unen detrás suyo yasaltan su popa.

En la cumbre de aquella eminencia había unllano en el que se vejan izadas las dos banderasrivales, rodeadas aún por el séquito y los ami-gos del archiduque. En el centro del círculo queformaban, estaba el propio Leopoldo contem-plando satisfecho el éxito de su hazaña y escu-chando los vivas y aplausos que sus partidariosle tributaban con incansable entusiasmo. Mien-tras el archiduque se encontraba en este estadode íntima satisfacción, apareció Ricardo en elcírculo, seguido tan sólo de dos hombres, esverdad, pero llevando consigo el irresistibleejército de su temeraria energía.

Page 321: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Quién se ha atrevido —dijo, poniendolas manos sobre la bandera austríaca, y con vozque parecía el ronco ruido subterráneo que pre-cede a un terremoto—, quién se ha atrevido aponer este trapo miserable al lado de la bande-ra de Inglaterra?

Al archiduque no le faltaba valor personal,y era imposible que oyera aquella pregunta sincontestarla. Pero quedó sorprendido y asom-brado de tal manera por la inesperada presen-cia de Ricardo, y tan impresionado por el temorgeneral que inspiraba su impetuoso e inflexiblecarácter, que la pregunta tuvo que ser repetida,con una voz tonante que parecía desafiar cielosy tierra, antes de que el archiduque contestara,con toda la firmeza de que fue capaz:

—Yo, Leopoldo de Austria. —Pues ahora verá Leopoldo de Austria —

contestó el rey— el caso que Ricardo de Ingla-terra hace de su bandera y de sus pretensiones.

Page 322: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Al decir esto, arrancó el asta de la bandera,la rompió en pedazos, arrojó la bandera al sueloy la pisoteó.

—¡La bandera austríaca la pisoteo yo asi! —dijo—. ¿Existe entre la Caballería teutónica al-gún caballero que tenga algo que decir?

Siguió un silencio momentáneo; pero nohay hombres más bravos que los alemanes.

—¡Yo! ¡Y yo, y yo! —gritaron muchos caba-lleros del séquito del duque, y él mismo juntósu voz a las que contestaban al reto del rey deInglaterra.

—¿Qué esperamos? —dijo el conde de Wa-llenrode, un gigantesco guerrero de las fronte-ras de Hungría—. Hermanos y nobles señores:los pies de este hombre han pisoteado el honorde nuestro país. Tenemos que vengar estaafrenta y derribar el orgullo de Inglaterra.

Y con la rapidez del rayo desenvainó la es-pada y se tiró a fondo contra el rey, lo cualhabría sido fatal para éste, si el escocés no se

Page 323: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hubiera interpuesto, parando el golpe con elescudo.

—He jurado —dijo el rey Ricardo, y su vozsobresalió del griterío, que ahora era ensorde-cedor— no herir jamás a un hombre cuyo hom-bro lleve la insignia de la Cruz; por consiguien-te, vive, Wallenrode, pero vive para acordartede Ricardo de Inglaterra.

Dichas estas palabras, cogió al hercúleohúngaro por la cintura, y, siempre invicto en lalucha y en cualquier otro ejercicio militar, loarrojó de espaldas con tal violencia que, comosi hubiese sido proyectado por una máquina deguerra de aquel tiempo, su macizo cuerpo nosólo atravesó el corro de los espectadores quepresenciaban aquella extraordinaria escena,sino que llegado al extremo de la altiplanicie,rodó por la ladera, hasta que al llegar abajo delmontículo su hombro quedó como clavado entierra, y dislocado; Wallenrode parecía muerto.Esta demostración de una fuerza sobrenaturalno animó ni al archiduque, ni a ninguno de los

Page 324: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que le seguían, a reanudar una lucha personalempezada bajo tan malos auspicios. Los queestaban en las últimas filas de los curiosos con-tinuaban agitando las espadas y gritando:

—¡Despedazad a ese perro insular!—, perolos que estaban más cerca disimulaban, quizá,el miedo personal bajo un fingido respeto alorden, y la mayor parte de ellos gritaban:

—¡ Paz! ¡ Paz! ¡ La paz de la Cruz! ¡ La pazde la Santa Iglesia y de nuestro padre común, elPapa!

Estos varios gritos de los atacantes, que secontradecían con los de los demás, demostra-ban su indecisión, mientras Ricardo, con el piesobre la bandera, miraba en derredor suyo co-mo si buscara un enemigo, y su mirada furiosahacía bajar las de los nobles, que estaban ate-rrorizados como si temieran el zarpazo de unleón. De Vaux y el Caballero del Leopardo nose movieron de su lado, y aunque tuviesen lasespadas envainadas, se veía que estaban dis-puestos a defender la persona de Ricardo hasta

Page 325: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el último extremo, y su complexión y su fuerzademostraban que la defensa sería desesperada.

Salisbury y los hombres que le seguían seacercaban con lanzas y hachas, y los arcos ten-didos, a punto de disparar.

En aquel momento, el rey Felipe de Francia,acompañado de uno o dos de sus nobles, llegóa la explanada para enterarse de la causa deaquel tumulto, y quedó sorprendido al encon-trar al rey de Inglaterra fuera de su lecho deenfermo y enfrentado con su común aliado elarchiduque de Austria, en una actitud de insul-to y amenaza. El propio Ricardo se sonrojó alverse sorprendido por Felipe, cuya inteligenciarespetaba tanto como odiaba su persona, enuna actitud que no estaba conforme ni con sudignidad de monarca, ni con su carácter decruzado, y pudo verse cómo de manera disimu-lada quitaba el pie de encima de la banderaultrajada, cambiando su expresión violenta porotra de afectada corrección e indiferencia. Leo-poldo se esforzó también por manifiestarse algo

Page 326: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

más calmado, pues le mortificó que Felipe lehubiese sorprendido soportando pasivamentelos insultos del furioso rey de Inglaterra.

Dotado de muchas de aquellas cualidadesreales que le habían valido que sus subditos ledieran el nombre de Augusto, Felipe habríapodido ser calificado de Ulises de la Cruzada,como Ricardo era indiscutiblemente el Aquiles.El rey de Francia era sagaz, inteligente, pruden-te en el consejo, firme y seguro en la acción,veía con clarividencia y buscaba con constancialas medidas más convenientes a los intereses desu reino; su aspecto era digno y verdaderamen-te regio; era valiente como hombre, pero máspolítico que guerrero. No se sumó a la Cruzadapor decisión espontánea, pero el espíritu de lostiempos era contagioso, y la expedición le fuéimpuesta por la Iglesia y por el unánime deseode su nobleza. En cualquier otra situación, o enuna época más sosegada, la fama de su nombrehabría superado la del batallador Corazón deLeón; pero en la Cruzada, empresa que era to-

Page 327: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

talmente una equivocación, la cualidad quemenos se apreciaba era una clara inteligencia, yse creía que el valor caballeresco que el tiempoy la expedición requerían se degradaba cuandole acompañaba la discreción. Por ello el méritode Felipe, comparado con el de su rival, eracomo la llama clara, pero pequeña, de una lám-para, al lado del flamear de una antorcha, que apesar de no ser ni en mucho tan útil, impresio-na diez veces más la vista. Felipe sentía su infe-rioridad delante de la opinión pública, con lapena natural en un príncipe de espíritu eleva-do; por consiguiente, no hay que maravillarsede que aprovechara todas las oportunidadesque se le presentaban para poner su carácter encontraposición con el de su rival, en las condi-ciones más ventajosas para él. La que entoncesse le ofrecía pareció ser una de aquellas en quela cordura y la prudencia tienen que triunfarlógicamente de la obstinación y de la inconside-rada violencia.

Page 328: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Qué significa esta indecorosa riña entrelos hermanos jurados de la Cruz, la Real Majes-tad de Inglaterra y el Príncipe Duque Leopol-do? ¿Cómo es posible que los que son jefes ybaluartes de esta santa expedición...?

—Tregua a los reproches, Francia —dijo Ri-cardo, furioso interiormente, al verse colocadoal mismo nivel que Leopoldo, y no sabiendocómo expresar este resentimiento—. Este du-que, o príncipe, o baluarte, si quieres, ha estadoinsolente, y yo le he castigado; eso es todo.¡Tanto jaleo porque se riñe a un perro!

—Majestad de Francia —dijo el duque—;apelo a ti y a todos los príncipes soberanos, dela baja indignidad que se ha cometido conmigo.Este rey de Inglaterra ha arrancado mi bandera,la ha arrojado al suelo y la ha pisoteado.

—Porque ha tenido la audacia de izarla allado de la mía —dijo Ricardo.

—Mi categoría, que es igual a la tuya, me daese derecho —replicó el duque, alentado por lapresencia de Felipe.

Page 329: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Demuestra esta igualdad con tu persona—dijo el rey Ricardo—, y, ¡por San Jorge!, quela trataré igual que al pañuelo bordado que hayallí, y que no sirve más que para el uso más vilque puede hacerse de un pañuelo.

—Un poco de paciencia, hermano de Ingla-terra —dijo Felipe—, y demostraré ahora mis-mo al de Austria que está equivocado en estacuestión. No creas, noble duque —continuóFelipe—, que permitiendo que la bandera deInglaterra ocupe el lugar más alto de nuestrocampamento, nosotros, los soberanos indepen-dientes que estamos en la Cruzada, reconozca-mos ninguna superioridad en el rey Ricardo.Creer eso sería absurdo, ya que el mismo Ori-flama, la gran bandera de Francia, de la que elrey Ricardo, por razón de sus posesiones fran-cesas, es vasallo, ocupa en este momento unasituación inferior a la de los Leones de Inglate-rra. Pero, como hermanos jurados de la Cruz,peregrinos militares que, dejando de lado lapompa y el orgullo del mundo, abrimos con

Page 330: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nuestras espadas el camino del Santo Sepulcro,yo mismo y los demás príncipes hemos cedidola preemencia al rey Ricardo, en honor a sufama y grandes hechos de armas, lo cual nohabríamos consentido en ningún otro lugar nipor ningún otro motivo. Estoy convencido deque, cuando Vuestra Alteza de Austria hayareflexionado en lo que acabo de decir, le dis-gustará haber izado su bandera en este sitio, yque la Real Majestad de Inglaterra os dará en-tonces satisfacción del ultraje que acaba de infe-riros.

El Spruch-sprecher y el juglar se habían reti-rado a una respetable distancia cuando parecióque la situación iba a degenerar en batalla, peroi se acercaron al ver que las palabras, que era loúnico que les interesaba, parecía que volvían afigurar en el orden del día.

El hombre de los proverbios quedó tan sa-tisfecho con el discurso político de Felipe, que,al terminar éste, agitó su varilla, y con granénfasis y olvidando a quien tenía delante, dijo,

Page 331: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

a voz en grito, que ni el mismo había dicho cosamás sabia en toda su vida.

—Es posible —susurró Jonás Schwanker—;pero, si gritas tanto, nos van a apalear.

El duque contestó, de mal humor, que lleva-ría aquella querella al Cosejo General de laCruzada, decisión que Felipe aplaudió caluro-samente, porque podía poner término a aquelescándalo, que cabía que fuese muy funestopara la Cristiandad.

Ricardo, conservando la misma actitud indi-ferente, escuchó a Felipe hasta que éste parecióhaber terminado de hablar, y entonces dijo envoz alta:

—Estoy soñoliento; aun no estoy totalmentelibre de la fiebre. Hermano de Francia: ya cono-ces mi humor, y sabes que siempre he sidohombre de pocas palabras; pero has de saberque ni ahora ni nunca someteré una cuestiónque afecte al honor de Inglaterra a ningún prín-cipe, ni a ningún consejo, ni al Papa. Aquí estámi bandera; cualquier bandera que se levanta a

Page 332: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

una distancia como tres veces su altura, aunquesea el Oriflama, del que me parece que sehablaba ahora mismo, será tratada como estemiserable trapo, y no daré otra satisfacción quela que estos pobres miembros enfermos puedenmantener en contestación a cualquier reto, aun-que sea contra cinco campeones, en lugar deuno.

—Ahora —dijo en voz baja el juglar a sucompañero— acabamos de oír un discurso tanloco como si lo hubiese dicho yo mismo; perocreo que en esta cuestión todavía se podría en-contrar a un loco más loco que el propio Ricar-do.

—¿Y quién podría ser ese? —preguntó elhombre de la sabiduría.

—Felipe —dijo el juglar—, o nuestro propioduque real, si ninguno de los dos acepta el de-safío. Pero ¡oh sapientísimo Spruch-sprecher!,qué reyes más excelentes habríamos sido tu yyo, ya que aquellos sobre cuyas cabezas hancaido estas coronas pueden desempeñar el pa-

Page 333: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pel de juglares y de glosadores de dichos, tam-bién como nosotros mismos!

Mientas estos dignos funcionarios cumplíansu cometido en privado, Felipe contestó seve-ramente al reto casi injurioso de Ricardo.

—No he venido a suscitar nuevas querellas,tan contrarías a nuestro juramento y a la santacausa en que estamos comprometidos. Dejo ami hermano de Inglaterra como han de dejarselos hermanos, y no habrá otro litigio entre losLeones de Inglaterra y los Lises de Francia, queel de ver quién penetra más profundamente enlas filas de los infieles.

—Trato concluido, mi real hermano —dijoricardo, tendiéndole la mano con toda la fran-queza de su carácter violento, pero generoso—.¡Ojalá muy pronto tengamos ocasión de llevar acabo esta bella y fraternal apuesta!

—Que este noble duque participe tambiénen la cordialidad y de este feliz

momento —dijo Felipe.

Page 334: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Y Leopoldo, mitad queriendo, mitad noqueriendo, se acercó dispuesto a entrar en unacomponenda.

—No me preocupan los locos ni sus locuras—dijo Ricardo con indiferencia, y el archidu-que, volviéndole la espalda, se retiró de la me-seta.

Ricardo le siguió con la mirada. —Existe una especie de valentía que, como

la luciérnaga, sólo se ve de noche —dijo—; espreciso que no deje esta bandera sola en la obs-curidad; de día, basta para defenderla la mira-da de los Leones. Oye, Thomas de Gilsland: teconfío la custodia de este estandarte; vela por elhonor de Inglaterra.

—Su seguridad ne es muy apreciada —contestó De Vaux—, y la vida de Ricardo es laseguridad de Inglaterra. Es preciso que VuestraMajestad regrese a su tienda sin más tardanza.

—Eres un enfermero rudo y autoritario, DeVaux —dijo el rey, sonriendo; y dirigiéndose aSir Kenneth, añadió—: Valiente escocés, te debo

Page 335: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

una recompensa y quiero pagarte espléndida-mente. Aquí está la bandera de Inglaterra. Velapor ella como un novicio vela las armas la no-che antes de ser armado caballero. No te alejesde su lado ni la longitud de tres lanzas, y de-fiéndela con tu cuerpo de cualquier ataque oinsulto. Si son más de tres los que te acometen,toca el cuerno de batalla. ¿Te sientes con áni-mos para cumplir esta misión?

—De buen grado, señor —dijo Kenneth—; yla cumpliré aún a costa de la vida. Voy a ar-marme y regreso al instante.

Los reyes de Francia e Inglaterra se despi-dieron ceremoniosamente, disimulando bajouna fingida cortesía los motivos de descontentoque cada uno de ellos tenía del otro. Ricardocontra Felipe, por lo que él consideraba unaintervención demasiado favorable para el ar-chiduque; y Felipe contra Corazón de León, porla manera tan poco respetuosa con que Ricardohabía recibido su mediación. La multitud quese había congregado allí durante el tumulto fue

Page 336: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dispersándose en todas direcciones, dejando eldisputado promontorio en la misma soledadque reinaba en él antes de la fanfarronada delarchiduque. Cada uno enjuiciaba los aconteci-mientos del día de conformidad con sus opi-niones, y mientras los ingleses acusaban al aus-tríaco de ser el único causante de la discordia,los de las demás naciones coincidían en conde-nar de la manera más enérgica el orgullo insu-lar y la extremada arrogancia de Ricardo.

—Ya ves —dijo el marqués de Montserrat alGran Maestre de los Templarios— que los ar-dides sutiles son más efectivos que la violencia.He aflojado los lazos que mantenían unido estehaz de cetros y lanzas, y pronto los verás caeresparcidos por el suelo.

—Tu ardid sería excelente —dijo el templa-rio— si entre estos austríacos de sangre fríahubiese un hombre con suficiente valor paracortar con la espada esos lazos de que hablas.El nudo que has aflojado puede volverse a es-

Page 337: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

trechar, pero no ocurre lo mismo cuando lacuerda ha sido cortada en pedazos.

Esta mujer que a toda la Humanidad seduce. Gay

CAPITULO XII

En los tiempos de la Caballería, una guardiapeligrosa o una arriesgada aventura se conside-raban muy a menudo como un recompensaotorgada a la bravura militar y como un premioa hazañas precedentes, de la misma maneraque cuando se sube un precipicio, cada pasoque se da no hace más que aumentar el peligrodel que sube.

Era medianoche, y la luna brillaba clara yalta en el cielo, cuando Kenneth el escocés mon-taba la guardia en el monte de San Jorge, allado de la bandera de Inglaterra: un solo centi-nela para defender el emblema de aquella na-ción contra los ultrajes que podían meditar los

Page 338: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

miles de enemigos que Ricardo había cosecha-do con su orgullo. Elevados pensamientos sesucedían en la mente del guerrero. Le parecíahaber ganado algún mérito a los ojos del caba-lleresco monarca, que hasta entonces aparenta-ba no haberle distinguido entre la multitud decaballeros que su fama había reunido bajo subandera, y a Sir Kenneth poco le importaba quela prueba de la real deferencia que había reci-bido consistiera en confiarle un lugar tan peli-groso. La devoción de su ambiciosa pasión,puesta en lugar tan elevado inflamaba su entu-siasmo militar. Por pocas esperanzas de reali-zación que tuviese su amor, esta oportunidadque se le ofrecía ahora acortaba hasta ciertopunto la distancia entre Edith y él. Aquél aquien Ricardo había concedido la distinción decustodiar su bandera, ya no era un aventureroobscuro, sino un hombre situado al alcance dela mirada de una princesa, aunque ésta se en-contrara muy por encima de su nivel. Su desti-no ya no podía ser ignorado ni desconocido. Si

Page 339: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

era sorprendido y perecía en el lugar que lehabían confiado, su muerte, que él entendíagloriosa, merecería el elogio y la venganza deCorazón de León y las lamentaciones y hastalas lágrimas de las mayores bellezas de la Cortede Inglaterra. A partir de aquel momento, yano le importaba morir como un temerario.

Sir Kenneth tenía tiempo de sobra para en-tregarse de lleno a estos y otros elevados pen-samientos, excitado por el espíritu de la Caba-llería, que, en medio de los más extravagantes yfantásticos vuelos, siempre se mantenía limpiode cualquier impureza egoísta; generoso, fiel yquizá sólo censurable Por proponerse cosas yactos incompatibles con las flaquezas e imper-fecciones humanas. En derredor suyo tododormía bajo la serenidad de la luna llena, o enla profunda sombra. Las largas filas de tiendasy pabellones que relucían o se perdían en laobscuridad, según les diera la luz de la luna oestuvieran en tinieblas, se hallaban silenciosascomo las calles de una ciudad desierta. Al pie

Page 340: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del asta de la bandera, yacía el perro de cazaque ya hemos mencionado, único compañerode guardia de Kenneth, y con cuya vigilancia élcontaba para avisarle a tiempo de la proximi-dad de cualquier paso hostil. El noble animalparecía comprender el objeto de su guardia,porque de vez en cuando miraba los ricos plie-gues de la pesada bandera, y cuando el grito delos centinelas llegó de las lejanas lineas y defen-sas del campamento, correspondió él con unfirme y reiterado ladrido, como si quisiera de-mostrar que él también estaba alerta en supuesto. Igualmente, de vez en vez bajaba lacabeza y movía su cola, cuando el caballeropasaba y volvía a pasar cerca de él, paseándoseal lado de la bandera; y cuando el caballero separaba silencioso y abstraído, apoyado en sulanza mirando al cielo, su fiel compañero algu-na vez se atrevía, para decirlo en frase de nove-la, «a estorbar sus pensamientos», despertándo-le de su contemplación, y rozando su largo

Page 341: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hocico áspero con el guante de acero que lleva-ba el caballero, pidiendo una fugaz caricia.

Así transcurrieron dos horas de la guardiadel caballero, sin que ocurriera nada notable.Por fin, y súbitamente, el magnífico perro ladrófuriosamente, y pareció quererse arrojar sobrealguien hacia el lado en que la obscuridad eramás profunda, pero esperó a que su amo se loordenara para echarse sobre la presa.

—¿Quién va? —dijo Kenneth, convencidode que alguien se arrastraba por el lado obscu-ro del zarzal.

—En nombre de Merlín y de Maugis —contestó una voz ronca y desagradable—, con-tened a ese demonio de cuatro patas, o no meacerco.

—¿Y quién eres tú para querer acercartehasta aquí? —dijo Kenneth fijando la vista enun objeto que distinguía al borde de la meseta,pero cuya forma le era imposible precisar—.Cuidado, porque estoy aquí para jugarme lavida.

Page 342: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Os digo que aguantéis a ese Satanás delargos dientes —contestó voz— o le haré estarquieto con un disparo de mi arco.

Después de estas palabras, Kenneth oyó elruido del resorte o gatillo de una ballesta cuan-do se pone tirante.

—Afloja el arco y sal a la luz de la luna —dijo el escocés—, o, ¡por San Andrés!, que tederribaré al suelo seas quien seas.

Mientras tal decía, empuñó la lanza por lamitad, y apuntando al objeto que parecía mo-verse, hizo ademán de arrojarla, uso que sehacía de este arma raras veces, es decir sólocuando no se disponía de otra arrojadiza. SirKenneth bajó el arma, avergonzado de su pro-pósito, cuando vio pasar de la sombra a la luz,igual que cuando un actor entra en escena, a unser deforme y enclenque, al que, por su fantás-tico vestido y por lo raro de su persona, reco-noció en seguida, a pesar de la distancia que leseparaba de él: era el enano varón que viera enla capilla de Engaddi. En el mismo momento,

Page 343: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

se acordó de las visiones de aquella noche ex-traordinaria, e hizo una seña al perro, que vol-vió al pie de la bandera, con un sordo gruñido.

La pequeña y deformada miniatura dehombre, tranquilizado respecto a la amenazade enemigo tan formidable, subió la pendientejadeando, ascensión que lo corto de sus piernashabía más penosa, y cuando llegó a la cumbrede la altiplanicie, se puso en la mano izquierdala pequeña ballesta, que era como un juguetede niño para tirar a los pájaros, y, adoptandomu actitud de gran dignidad, tendió graciosa-mente su mano derecha a Sir Kenneth, como siesperara un saludo de éste. Pero como no obtu-viera lo que esperaba, preguntó con voz des-agradable e irritada:

—Soldado: ¿por que no rindes a Nectaba-nus los honores que corresponden a su digni-dad? ¿Es posible que no te acuerdes de él?

—Gran Nectabanus —contestó el caballeroqueriendo apaciguar la cólera del enano—, esoes imposible para quien te ha visto una vez.

Page 344: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Perdona si, como soldado que está de guardiacon la lanza en la mano, no puedo conceder auna persona tan poderosa como eres tú, la ven-taja de encontrarme indefenso o de dejarmearrebatar las armas. Basta, pues, que haga aca-tamiento a tu dignidad, y me someta a ti, tanhumildemente como pueda hacerlo un soldadoque se halle en mi situación.

—Será suficiente —dijo Nectabanus— queme acompañes ahora a ver a los que me envían.

—Gran señor —replicó el caballero—, tam-poco en eso puedo complacerte, porque tengoórdenes de permanecer al lado de esta banderahasta el alba; por consiguiente, te ruego que meperdones también en eso.

Dijo, y reanudó su paseo por la meseta; peroel enano no le permitió que escapara tan fácil-mente a su insistencia.

—Mira —díjole poniéndose delante de SirKenneth y cortándole el paso—: o me obedeces,señor caballero, como es tu deber, o te lo orde-naré en nombre de una persona cuya belleza

Page 345: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

puede inspirar a los genios, y cuya grandezapuede imperar en la raza inmortal. Una impresionante e improbable conjeturaacudió a la mente del caballero, pero la rechazó.Pensó que era imposible que la dama de sucorazón le hubiese enviado tal mensaje pormediación de tal mensajero; pero su voz tem-blaba cuando dijo:

—Vamos, Nectabanus. Dime en seguida,como hombre leal, si esta sublime dama dequien has hablado es otra que la hurí que con-tigo barría la capilla de Engaddi.

—¡Cómo! Presuntuoso caballero —replicó elenano—: ¿crees qrfe la señora de nuestro realesafectos, la que comparte nuestra grandeza ynuestra gentileza, querría rebajarse a enviar unmensaje a un vasallo como tú? No: por muynoble que seas, no has merecido aún la atenciónde la reina Guenevra, la preciosa novia de Ar-turo, a quien, desde su alto trono, hasta lasprincesas le parecen pigmeos. Pero mira eso, y

Page 346: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

si conoces o no esta prenda, obedece o desobe-dece las órdenes que ella se ha dignado darte.

Y diciendo estas palabras, puso en manosdel caballero una sortija con un rubí, que, hastaa la luz de la luna, reconoció Kenneth sin difi-cultad que era el que habitualmente adornabael dedo de la noble dama a cuyo servicio sehabía consagrado. Si hubiese dudado de la au-tenticidad de la prenda, le habría convencido ellacito de cinta encarnada anudado a la sortija.Éste era el color favorito de la dama, y más deuna vez él mismo lo había adoptado por divisa,haciéndole triunfar, tanto en el torneo como enla batalla, sobre todos los demás colores.

Sir Kenneth quedó pasmado, caso sin poderarticular palabra, al ver tal prenda en aquellasmanos.

—En nombre de todo lo sagrado, ¿quién teha dado esta prenda? —dijo el caballero—;sienta, si puedes, por un minuto o dos, tu va-lientemente, y dime la persona que te envía elverdadero objeto de tu misión. Y mira lo que

Page 347: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dices, porque éste no es asunto para tomarlo abroma.

—Caballero loco y antojadizo —dijo el ena-no—: ¿qué más quieres saber, sino que ereshonrado por las órdenes de una princesa,transmitidas por un rey? No quiero hablar máscontigo, sino para ordenarte, en nombre y porel poder de esta sortija, que me sigas hasta laque es dueña de esta alhaja. Cada minuto quepierdes es un crimen que cometes contra tufidelidad.

—Buen Nectabanus, piensa bien lo que di-ces —repuso el caballero—. ¿Cómo puede saberla dama dónde y a qué servicio estoy destinadoesta noche? ¿Sabe ella que mi vida (¡pse! ¿porqué hablar de mi vida?), que mi honor dependedel celo con que guarde esta bandera hasta lasalida del sol, y quiere que yo lo pierda aunquesea para rendirla homenaje? No puede ser; laprincesa ha querido divertirse con su siervo alenviar este mensaje, y la clase de mensajero queha elegido me lo hace creer todavía más.

Page 348: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Oh! No me importa tu parecer —dijoNectabanus, volviéndole la espalda, como si sedispusiera a descender al llano—. A mí no meimporta un bledo que seas inconstante o fiel aesta real dama. Adiós.

—Espera, espera... Te ruego que esperes —dijo Kenneth—; contesta sólo a una pregunta:¿está cerca de este lugar la dama que te envía?

—¿Qué significa eso? —dijo el enano—.¿Acaso la fidelidad tiene en cuenta estadios omillas o leguas, como un pobre postillón quecobra según la distancia que recorre? Sin em-bargo, hombre desconfiado, te diré que la bellaposeedora de esta sortija enviada a un vasalloque la merece tan poco, que carece de lealtad yde valor, se halla a un un tiro de esta ballestadel lugar en que nos encontramos.

El caballero volvió a contemplar el rubí co-mo para asegurarse de que no se engañaba.

—Dime —dijo al enano—: ¿necesitan de mipresencia mucho tiempo?

Page 349: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Tiempo! —contestó Nectabanus con susambiguas maneras—. ¿A qué llamáis tiempo,vosotros? Yo no lo veo ni le percibo; eso no esmás que un nombre imaginario: una sucesiónde respiros medidos de noche por el toque deuna campana, y de día por la sombra que corresobre un cuadrante. ¿Es que no sabes que eltiempo de un verdadero caballero sólo debemedirse, por las hazañas que realiza por Dios ypor su dama?

—Esas plabras son verdaderas, aunque es-tén en boca de la locura —dijo el caballero—.¿Y mi dama me envía a buscar para que realicealguna hazaña por su nombre o por su causa?¿Y no puede aplazarse esto hasta unos minutosdespués de la salida del sol?

—Ella reclama tu presencia ahora mismo —dijo el enano—, y sin que pierdas ni siquiera eltiempo que se necesita para que diez granos dearena caigan del reloj. Oye, frío y desconfiadocaballero: sus propias palabras han sido: «Dile

Page 350: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que la mano que ha ofrecido rosas puede otor-gar laureles».

Esta alusión a la escena ocurrida en la capi-lla de Engaddi hizo surgir mil recuerdos en lamemoria de Sir Kenneth, y le convenció de laautenticidad del mensaje del enano. Los capu-llos de rosa, aunque marchitos, estaban guar-dados como un tesoro bajo de su coraza, cercadel corazón. Vaciló, y no pudo decirdirse a de-jar escapar una ocasión que quizá no volvería apresentarse jamás, de ganar algún mérito a losojos de la que él escogiera para soberana de susafectos. El enano aumentaba su confusión insis-tiendo tenía que seguirle o bien devolverle lasortija.

—Espera, espera un momento siquiera —dijo el caballero; y, hablando consigo mismo,añadió—: ¿Soy subdito o esclavo del rey Ricar-do, o tan sólo un caballero libre consagrado alservicio de la Cruzada? Y ¿qué honor he venidoa defender aquí con mi lanza y mi espada? ¡El

Page 351: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

honor de nuestra santa causa y de mi nobledama!

—¡La sortija!, ¡la sortija! —exclamó el enano,impaciente—; desleal e indeciso caballero, de-vuélveme el anillo que eres indigno de mirar yde tocar.

—Un momento, un momento, buen Necta-banus —dijo el caballero—; no distraigas mispensamientos. Si los sarracenos vinieran a ata-car nuestras líneas, ¿me quedaría aquí como unvasallo jurado de Inglaterra, velando para quenadie humillara el orgullo del rey, o bien corre-ría a la brecha, a luchar por la Cruz? Con todaseguridad, correría a la brecha. Pues bien: des-pués de la causa de Dios, están las órdenes demi dama soberana. Pero, ¿y las de Corazón deLeón...?¿Y la palabra que he empeñado? Necta-banus, te ruego otra vez que me digas si vas allevarme a mucha distancia de aquí.

—Hasta aquel pabellón —replicó Nectaba-nus—; y si tanto quieres saber, te diré que la

Page 352: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

luna se refleja en la bola de oro que corona eltecho, y que vale el rescate de un rey.

—Puedo estar de regreso dentro de un mo-mento —se dijo el caballero, cerrando los ojosdesesperadamente a todas las consecuenciasque podían sobrevenir—. Si alguien se acerca ala bandera, desde allí podré oír los ladridos deperros. Me arrojaré a los pies de mi dama y lerogaré que me permita volver a acabar la guar-dia. ¡Aquí, Roswoll —llamó al perro, y arrojó sucapa al pie del asta de la bandera—. Vigilaaquí, y no dejes acercar a nadie.

El majestuoso perro miró al rostro de suamo como para asegurarse de que había enten-dido bien la orden, y se sentó al lado de la capacon las orejas alerta y la cola levantada, comoun centinela, comprendiendo muy bien por quése le dejaba allí.

—Vamos, buen Nectabanus —dijo el caba-llero—; apresurémonos a cumplir las órdenesque me has traído.

Page 353: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Que se apresure quien quiera —contestóel enano—. Tú no te has apresurado mucho enobedecer mis órdenes, ni yo puedo andar tanaprisa que pueda seguir tus zancadas; tú noandas como un hombre, sino que saltas como elavestruz en el desierto.

Sólo había dos procedimientos para vencerla obstinación de Nectabanus que, al decir lasanteriores palabras, acortó la marcha, y ahoraandaba a paso de tortuga. Sir Kenneth no teníarecursos para ofrecerle regalos, ni tiempo paraconvencerle con palabras; así, pues, impulsadopor su impaciencia levantó al enano del suelo yse lo puso en brazos, y, a pesar de sus ruegos yde su miedo, pronto llegaron a la tienda, que, ajuzgar por las apariencias, era la de la reina. Sinembargo, al aproximarse a ella, el caballerodescubrió una escasa guardia de soldados sen-tados en el suelo, a quienes no había visto acausa de las tiendas que había tendido inter-puestas entre ellos y él. Sorprendido de que elruido de su armadura no les hubiese lamado la

Page 354: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

atención, y suponiendo que sus movimientos,dada la situación, debían quedar en secreto,puso al enano en el suelo para que se repusieradel susto y le dijera lo que tenía que hacer. Nec-tabanus estaba asustado e irritado a la vez, peroante la fuerza del caballero se sentía tan medro-so como un mochuelo entre las garras de unáguila, y procuró no provocar otro arrebato desu fuerza.

Cesó de quejarse del trato de que le habíahecho objeto el caballero, y, dando la vuelta,entre el laberinto de tiendas, le guió en silenciohasta la parte opuesta del pabellón, rehuyendola vigilancia de los centinelas, que con su debercon la atención debida. Tan pronto como llega-ron allí el enano levantó la tela de la tienda, quellegaba hasta el suelo y con un ademán indicó aSir Kenneth que entrase arrastrándose por elsuelo. El cabulero vaciló. Le pareció indecorosopenetrar furtivamente en un pabellón que contoda seguridad servía de habitación a noblesdamas; pero se abordó de la autenticidad de la

Page 355: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

prenda que le mostrara el enano, y llegó a aconclusión de que no tenía derecho a discutirlos deseos de su dama.

Por consiguiere, se agachó, se arrastró deba-jo de la lona de la tienda, y oyó que, desde elexterior, el enano le decía:

—Quédate ahí hasta que te avise.

...¡Me hablas de Alegría y de Inocencia! En el fa-tal momento que fue comido el fruto, se separaronpara siempre, y la Malicia es compañera fiel de laAlegría loca. Ya desde aquel instante que, sonriente,el niño destruye, jugando, la flor o mariposa, hastala triste risa de mísero que muere, y en su lecho demuerte se ríe, si le dicen que el vecino opulento hahecho bancarrota.

Comedia antigua

CAPÍTULO XIII

Sir Kenneth permaneció unos momentos enla obscuridad. Esto constituía otra dificultad

Page 356: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que prolongaba su ausencia de su puesto, y yaempezaba a arrepentirse de la facilidad con quese había dejado convencer para abandonarlo.Pero no era cosa de pensar, ahora, volver a suguardia sin haber visto a Edith. Había faltado ala disciplina militar, y estaba decidido, por lomenos, a comprobar la realidad de la seductoraesperanza que le había tentado a cometer aquelacto. Entretanto, su situación era muy desagra-dable. No había luz alguna que le permitieraver en qué clase de estancia le habían dejado.Lady Edith formaba parte del séquito de la re-ina, y el descubrimiento de su furtiva entradaen el pabellón real podía dar pie, sin se descu-bría, a muchas y peligrosas sospechas. Mientrashacía estas desagradables reflexiones, y ya casiempezaba a decidirse a retirarse sin que nadiele viera, oyó un rumor de voces femeninas,riendo, cuchicheando y conversando en unahabitación contigua de la que sólo le separabauna cortina, a juzgar por el tono de aquellasvoces. Se encendieron unas lámparas, como

Page 357: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pudo ver por la luz que se transparentaba porla tela, y distinguió las sombras de algunas fi-guras que reían y se movían en la estancia ve-cina. No podrá considerarse indiscreto a SirKenneth porque, desde el lugar en que se en-contraba, oyera una conversación en la queestaba profundamente interesado.

—¡Llámala, llámala, Virgen Santa! —dijo lavoz de una de aquellas risueñas invisibles—.Nectabanus, serás enviado como embajador ala corte del Preste Juan, para demostrarles conqué talento sabes cumplir una misión.

—Se hizo sentir la voz desagradable delenano, pero tan baja, que Sir Kenneth no pudoentender nada de lo que decía, salvo unas po-cas palabras relativas a las diversiones dadas ala guardia.

—¿Pero cómo nos quitaremos de delante alespíritu que ha evocado Nectabanus, doncellas?

—Oídme, real señora —dijo otra voz—; si elsabio y noble Nectabanus no está demasiadoceloso de su noble esposa y emperatriz, pode-

Page 358: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mos encargarla de que le despache, para reír-nos todavía más de ese insolente caballeroerrante que se deja convencer tan fácilmente deque elevadas damas pueden necesitar de supetulante valor.

—Me parece que sería justo que la reina deGuenevra despidiera con toda su cortesía aaquel a quien el talento de su esposo ha sabidotraer aquí.

Con el corazón destrozado por el despechoy la vergüenza a causa de lo que oía, Sir Ken-neth estaba a punto de huir de la tienda desa-fiando todo lo que pudiera ocurrir, cuando lehizo desistir de su propósito lo que se dijo acontinuación.

—No, en verdad —dijo la voz que hablaraprimeramente—. Ante todo, es preciso quenuestra prima Edith sepa el comportamiento deeste envanecido individuo, y nosotros debemosreservarnos la facultad de demostrarle conpruebas a la vista la falta que ha cometido co-ntra su deber. Podrá servirle de provechosa

Page 359: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lección, porque, créeme, Calixta, a veces piensoque ha dejado que ese aventurero norteño leinteresara el corazón más de lo que aconseja laprudencia.

Se oyó otra voz que murmuraba algo sobrela cordura y la prudencia de Lady Edith.

—¿Prudencia? ¡Ouiá! —fue la respuesta querecibió—. No es más que orgullo y afán de quela consideren más escrupulosa que cualquierade nosotras. ¡Ah, no renunciaré a mi ventaja!Sabéis perfectamente que cuando ella nos sor-prende en alguna falta, no deja de reprochár-nosla por nada del mundo. Pero ahí viene.

Una figura que entraba en la habitaciónproyectó una sombra en la cortina, y se deslizólentamente, hasta confundirse con las demás. Apesar de la amarga decepción que experimen-taba, a pesar de la injuria y el insulto que leinfería la malicia o, en el mejor de los casos, elocioso humor de la reina Berengaria (porquededujo que la que hablaba en voz alta y en tonoautoritario era la esposa de Ricardo), el caballe-

Page 360: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ro sintió algo que le consolaba en su pena, alsaber que Edith no había intervenido en el en-gaño de que había sido víctima, y la escena quese preparaba tenía tanto interés para él, que enlugar de seguir el prudente proyecto de retirar-se al momento, buscó ansiosamente, al contra-rio, algún claro de la tela, o una rendija, a travésde la cual su vista y su oído le pudiesen conver-tir en espectador de lo que iba a ocurrir.

—En verdad —díjose—, si la reina ha que-rido divertirse poniendo en peligro mi fama, yquizá mi vida, no tiene derecho a quejarse siaprovecho la ocasión que me brinda el azarpara saber lo que se propone.

En el intervalo, pareció como si Edith estu-viese esperando las órdenes de la reina, y comosi ésta no se atreviera a hablar por temor a queni ella ni las que con ella estaban pudieran con-tener la carcajada, pues Sir Kenneth podía dis-tinguir el rumor de alegres cuchicheos y risasreprimidas.

Page 361: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Me parece —dijo Edith al fin— que Vues-tra Majestad está muy alegre, a pesar de que lahora es más apropiada para dormir que parareír. Me disponía a acostarme cuando he reci-bido vuestra orden de que viniera.

—No te estorbaré mucho, prima —dijo lareina—. Pero temo que dormirás menos tran-quila cuando sepas que has perdido la apuesta.

—Real señor —contestó Edith—, eso es en-tretenerse en un juego ya pasado de moda. Yono he hecho apuesta alguna; aunque a VuestraMajestad le guste suponerlo e insistir en querealmente sí la he hecho.

—Veo que a pesar de nuestra peregrinación,todavía puede contigo Satanás, mi gentil prima,y te inspira una mentira. ¿Puedes negar que hasapostado tu sortija del rubí contra mi brazaletede oro a que aquel Caballero del Leopardo, ocomo le llames tú, no se dejaría convencer paraabandonar su puesto?

—Vuestra Majestad es demasiado grandepara que yo me atreva a contradecirle —replicó

Page 362: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Edith—; pero estas damas puede, si quieren,ser testigos de que fue Vuestra Majestad quienpropuso la apuesta, y que me quitó la sortijadel dedo, a pesar de que yo decía que no estababien que, dada mi condición, hiciera una apues-ta de esta clase.

—Pero no me negarás, lady Edith —dijootra voz— que tú misma afirmaste tu absolutaconfianza en el valor de este Caballero del Leo-pardo.

—Y si efectivamente ésta fuese la verdad —dijo vivamente Edith—, ¿es eso razón para queeches más leña al fuego, sólo para adular elhumor de Su Majestad? Hablé de este caballeroen la forma en que hablan de él todos los que lehan visto en el campo de batalla, y yo no teníaprecisamente tanto interés en alabarle comovosotros en virtuperarle. En un campamento,¿de qué pueden hablar las damas, sino de gue-rreros y de hechos de armas?

—La noble lady Edith —dijo una terceravoz— nunca nos perdonó a Calixta y a mí, que

Page 363: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dijésemos a Vuestra Majestad que dejó caer doscapullos en la capilla.

—Si Vuestra Majestad —dijo Edith en untono que a Sir Kenneth le pareció de respetuosareconvención— no tiene otras órdenes quedarme, que escuchar las burlas de sus damas,pido vuestra venia para retirarme.

—Silencio. Florisa —dijo la reina—, y quenuestra indulgencia no os haga olvidar la dis-tancia que media entre vosotras y las damas desangre real de Inglaterra —y volviendo a sutono burlón, agregó—: Y tú, querida prima,¿cómo puedes, a pesar de tu buen natural, re-procharnos un momento de distracción a noso-tras, pobres damas que nos hemos pasado tan-tos días llorando y temblando?

—Que vuestra alegría sea duradera, real se-ñora —dijo lady Edith—. Yo me resignaría a nosonreír jamás, a menos que...

Calló, al parecer, por respeto, pero Sir Ken-neth conoció que era presa de gran agitación.

Page 364: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Perdóname —dijo Berengaria, que erauna princesa juguetona y alegre de la Casa deNavarra—. Pero, al fin y a la postre, ¿qué granofensa es ésa? Un joven caballero ha sido lleva-do, engañado, hasta aquí: ha desertado o le hanhecho desertar de su lugar, por el amor de unabella dama, con la particularidad de que duran-te su estancia nadie atacará su puesto de guar-dia; y, haciendo justicia a tu guerrero, has desaber que Nectabanus no ha podido traerlehasta aquí sino en tu nombre.

—¡Dios mío! ¡Vuestra Majestad no ha hechoeso que está diciendo! —exclamó Edith en untono de alarma muy diferente de la agitación,de que había dado pruebas hasta entonces—.¡Vuestra Majestad no puede decir eso por res-peto a vuestro propio honor y al mío, «jue soypariente de vuestro esposo! Decidme que todono es más que una broma que me gastáis, mireal señora, y perdonadme que haya podidopensar ni un momento que hablabais en serio.

Page 365: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—A lady Edith —dijo la reina en tono deenfado— le disgusta haber perdido la sortijaque le hemos ganado. Te devolveremos laprenda, gentil prima, pero deja de reprochar-nos un pequeño triunfo que hemos obtenidosobre la cordura que tantas veces nos ha prote-gido extendiéndose sobre nosotras, como unabandera sobre un ejército.

—¡Un triunfo! —dijo Edith con indigna-ción—. ¡Un triunfo! El triunfo será para los in-fieles cuando sepan que la reina de Inglaterrapuede convertir en juguete de sus caprichos lareputación de las paríentas de su esposo.

—Estás irritada, bella prima, por la pérdidade tu alhaja favorita —dijo la reina—; pero, ¡ea!,ya que te molesta tanto pagar la apuesta, re-nunciaremos a vuestro derecho, porque hansido tu nombre y esta prenda lo que han hechovenir hasta aquí a tu caballero, y el anzuelo notiene importancia cuando se consigue el pez.

—Señora —contestó, impaciente, Edith—:Vuestra Majestad sabe perfectamente que cual-

Page 366: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quier cosa más que le guste, es suya inmedia-tamente, con sólo enunciarla. Pero daría unpuñado de rubíes porque ni ese anillo ni minombre se hubiesen utilizado para hacer caer aun bravo caballero en falta, y quizá en la ver-güenza o en el castigo.

—¡Oh! ¡Es por la seguridad de nuestro fielcaballero por lo que tememos! —dijo la reina—.Tenéis en muy poco nuestro poder, bella prima,al hablar del peligro de que se pierda una vidapor un capricho nuestro. ¡Oh, lady Edith! Otrasexisten, que pueden ablandar el pecho de hie-rro de los guerreros, como tú; hasta el corazónde un león es de carne, y no de piedra, y créemeque tengo bastante ascendiente sobre Ricardopara salvar a un caballero por cuya suerte tantose interesa lady Edith, del castigo a que le ex-pone el haber desobedecido las órdenes del rey.

—¡Por el amor de la Santa Cruz, real señora!—dijo Edith; y Sir Kenneth, presa de sentimien-tos que le habría sido muy difícil definir, oyócomo ella se arrodillaba a los pies de la reina—.

Page 367: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

¡Por el amor de la Virgen bendita y de todos lossantos del calendario, pensar lo que hacéis! ¡Noconocéis al rey Ricardo! Hace muy poco tiempoque sois su esposa; tan fácil sería a vuestroaliento, contener el viento del oeste cuandosopla con toda fuerza, como convencer convuestras palabras a mi real pariente para queperdone un delito militar. ¡Oh, por el amor deDios! ¡Despedid a ese caballero, si es que real-mente le habéis hecho venir aquí! ¡Pasaré debuena gana la vergüenza de haber sido yoquien le llamara, si sé que ha vuelto al lugardonde le reclama su deber!

—Levántate, prima, levántate —dijo la reinaBerengaria—, y persuádete de que todo acabarámejor de lo que crees. Levántate, querida Edith;lamento haber gastado esa broma a un caballe-ro por quien tienes tan profundo interés. ¡Ea!No te retuerzas las manos; creeré que te es indi-ferente..., creeré lo que quieras, antes que vertetan desconsolada. Te digo que, delante del rey,cargaré yo con toda la culpa, en beneficio de tu

Page 368: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

amigo norteño..., de tu conocido, quería decir,ya que no confiesas que sea un amigo. ¡Ea! Nome mires tan irritada. Enviaremos a Nectaba-nus para que haga volver a su puesto a ese ca-ballero de la Bandera, y nosotras mismas lerecompensaremos algún día, en expiación dehaberle pescado con anzuelo. Creo que debeestar en alguna tienda en los alrededores.

—Por mi corona de lirios y por mi cetro deuna excelente caña de río —dijo Nectabanus—,Vuestra Majestad se equivoca: le tenéis máscerca de lo que imagináis... Está escondido de-trás de esta pared de tela.

—¡Y habrá podido oír todo lo que hemosdicho! —exclamó la reina, violentamente sor-prendida y agitada—. ¡Vete de aquí, monstruode locura y de maldad!

Al decir la reina estas palabras, Nectabanushuyó del pabellón dando un chillido tal, que sepuede pensar que Berengaria no se limitó a laspalabras, sino que agregó a ellas una demostra-ción de enfado más contundente.

Page 369: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Y qué podemos hacer, ahora? —dijo lareina a Edith, en voz baja, y francamente con-trariada.

—Lo que nos corresponde hacer —contestófirmemente Edith—. Es necesario ver a ese ca-ballero y confiarnos a su indulgencia.

Al decir estas palabras se dirigió rápida-mente hacia una cortina que cubría una puertao paso de comunicación.

—¡Por Dios, espera!... piensa que... —dijo lareina—. Mi habitación..., nuestros vestidos..., lahora..., ¡y mi honor!

Pero antes de que pudiera terminar sus ad-vertencias, Edith descorrió la cortina, y ya nohubo separación alguna entre el armado caba-llero y las damas. El calor de ia noche orientalhacía que los vestidos de casa de la reina Be-rengaria y de sus damas fuesen más sencillos yholgados de lo que correspondía a su categoría,y de lo que requería la presencia de un espec-tador varón.

Page 370: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

La reina se dio cuenta de ello, y dando ungrito huyó de la habitación donde habla sidodescubierto Sir Kenneth, a otra estancia delamplio pabellón, inmediato a la en que se en-contraba. La vergüenza y la agitación de ladyEdith, así como su interés por tener una inme-diata explicación con el caballero escocés, lehacían olvidar que quizá su cabellera estabademasiado en desorden y su cuerpo menoscuidadosamente cubierto de lo conveniente auna doncella noble, incluso para una épocaque, al fin y a la postre, no era el período másrecatado y escrupuloso de la Antigüedad. Unaligera y holgada túnica de seda encarnada cons-tituía la parte principal de su vestido, comple-tado con unas babuchas, en las que a toda prisahabía metido sus pies descalzos, y con un chaiechado precipitadamente sobre sus hombros.En la cabeza no llevaba otra cosa que la ricacofia de sus cabellos desatados que, cayéndolepor ambos lados, casi le tapaban su rostro en-

Page 371: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cendido por una mezcla de modestia, irritacióny otros sentimientos más profundos y agitados.

Pero, aunque Edith comprendía la situa-ción, con aquella delicadeza que es el mayorencanto de su sexo, ni por un momento dudóen sacrificar su natural timidez al deber quecreía tener contraído con aquel a quien habíaninducido a faltar y puesto en peligro a causa deella. Con el chal que llevaba se tapó el cuello yel pecho, y rápidamente dejó una lámpara quellevaba en la mano, y que iluminaba excesiva-mente su persona. Mientras Sir Kenneth per-manecía inmóvil en el mismo lugar en que lehabían descubierto, ella, en lugar de apartarse,se acercó aún más a él, y le dijo:

—¡Corred a vuestro puesto, valeroso caba-llero! ¡Os han engañado al traeros aquí! Nopreguntéis nada.

—No necesito preguntar —dijo el caballero,hincando una rodilla en tierra, con la rendidadevoción que se profesa a un santo en un altar,

Page 372: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

y bajando la vista, por el temor de que su mira-da aumentara la turbación de la dama.

—¿Lo habéis oído todo? —dijo Edith, impa-ciente—. ¡Santos de Dios! Pues, ¿qué esperáisaquí si cada minuto que pasa aumenta vuestrodeshonor?

—He oído que estoy deshonrado, señora, ylo oigo de vos —contestó Kenneth—. ¿Qué meimporta el castigo que venga? Sólo tengo quepediros una cosa, y después iré a arrojarmecontra las espadas de los infieles, para ver si eldeshonor puede ser lavado con sangre.

—No lo hagáis —dijo la dama—. Tenedcordura, no os entretengáis más aquí, y aunpuede arreglarse todo, si os apresuráis a mar-char.

—No espero sino vuestro perdón —dijo elcaballero, rodilla en tierra— por mi petulanciaen creer que mis pobres servicios podían habersido solicitados o apreciados por vos.

—Os perdono... ¡Oh! ¡No tengo que perdo-naros nada! Yo he sido el instrumento que ha

Page 373: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

servido para que se os injuriara. Pero marchaos;os perdonaré. ¡Os apreciaré..., eso es: comoaprecio a todos los bravos cruzados..., si queréismarcharos!

—Antes tomad esta prenda preciosa, aun-que fatal —dijo el caballero, tendiendo la sortijaa Edith, que se agitaba impacientemente.

—¡Oh, no, no! —dijo, rechazando la al-haja—. Guardadla. Guardadla como prueba demi estima..., de la pena que siento por todo eso,quería decir. ¡Oh, marchaos! Si no por vos,hacedlo por mí.

Casi consolado hasta la pérdida del honorque le anunciara la voz de ella, por el interésque Edith parecía demostrar respecto a su se-guridad, Sir Kenneth se levantó, y dirigiéndoleuna rápida mirada, se inclinó profundamenteen actitud de despedida. En aquel mismo mo-mento recobró su imperio la timidez de la don-cella, de la que hasta entonces había triunfadosu propia energía, y huyó de la estancia, apa-gando su lámpara al salir, y dejando atrás de

Page 374: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ella al espíritu y el cuerpo de Sir Kenneth su-midos en tinieblas.

Que era preciso obedecerla fue el primerpensamiento que le asaltó cuando volvió de suensueño, y se apresuró a buscar el lugar pordonde había penetrado en el pabellón. Pasardebajo de la tela de la tienda, cofno hiciera alentrar, era una operación que requería tiempo ycuidado, y, para abreviar, hizo con la daga uncorte en la tela de la pared. Cuando se hallófuera ya, se sintió rendido y confuso por unalucha de sentimientos, y le habría sido imposi-ble concretar qué significado tenía todo aquello.Hubo de moverse con precaución mientras es-tuvo entre aquel laberinto de estacas, cuerdas ytiendas, hasta que salió al camino o sendero pordonde le había guiado antes el enano para bur-lar la vigilancia de los centinelas de la tienda dela reina, y cuando se halló allí, tuvo que andarmuy lenta y silenciosamente para evitar laalarma que podría provocar una caída o el rui-do de su armadura. Una nubécula había tapado

Page 375: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la luna en el preciso momento en que salió de latienda, y Sir Kenneth hubo de luchar con aquelnuevo obstáculo en un momento en que el vér-tigo de su cabeza y el trastorno de su corazón elrestaban fuerzas para dirigir sus movimientos.

Pero, de pronto, oyó unos ruidos, que ledespabilaron y le devolvieron instantáneamen-te la plena energía de sus facultades. Procedíandel monte de San Jorge. Lo primero fue un la-drido furioso y salvaje, seguido inmediatamen-te de un aullido de agonía. Jamás un ciervocorrió tan desesperadamente al oír el aullido deRoswaI. como se puso a correr Sir Kenneth,temiendo que fuese el quejido de la muerte deaquel tooble animal al que una herida ordinariano habría hecho escapar ni el más leve quejidode dolor. De un salto ganó el campo, y a pesarde su cota de malla, empezó a correr hacia laaltiplanicie tan velozmente, que difícilmente lehabría podido alcanzar nadie, aunque estuviesesin armadura; subió la pendiente sin moderarel paso, y a los pocos minutos se encontraba en

Page 376: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la cumbre En aquel momento salió la luna, y lepermitió ver que la bandera de Inglaterra habíadesaparecido, que la lanza que la sostenía esta-ba hecha pedazos en el suelo, y que, a su lado,el perro fiel jadeaba en las angustias de lamuerte.

Mi tesoro de honor ya lodo se ha perdido, que dejoven gané y a la vejez guardaba. La fuente delHonor, ¿su caudal ha secado? Sí... Los niños travie-sos a pie pueden pasarla y jugar con guijarros en suvado reseco.

Don Sebastián

CAPÍTULO XIV

Después de un torrente de aflictivas sensa-ciones que al principio le dejó aturdido y con-fuso, el primer pensamiento de Sir Kenneth fuebuscar a los autores de la violación de la bande-ra de Inglaterra, pero no pudo hallar rastro deellos en parte alguna. Lo que se le ocurrió en

Page 377: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

segundo lugar (y ello no extrañará a nadie quesea muy aficionado a los perros), fue examinara su fiel Roswal, herido mortalmente al parecer,en cumplimiento de un deber que, victima deun engaño, no había cumplido su amo. Acaricióal animal agonizante, que, leal hasta el últimomomento, parecía olvidar sus propios senti-mientos, ante la alegría que le producía la pre-sencia de su dueño, y seguía moviendo la colay lamiéndose las manos; y hasta cuando, condébiles gemidos, indicaba que los intentos quehacía Sir Kenneth para arrancarle de la heridael pedazo de lanza o jabalina que le había heri-do aumentaban los dolores de su agonía, pro-digaba sus débiles caricias, como si temieraofender a su amo manifestando sufrir cuando élquería aliviarle. Estas pruebas de afecto que ledaba el animal agonizantte eran como unamargo ingrediente que se mezclaba al senti-miento de desgracia y desconsuelo, que opri-mía a Sir Kenneth. Parecía como si le arrebata-ran el único amigo, precisamente cuando había

Page 378: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

incurrido en el desprecio y el odio de todos losdemás. El caballero perdió la serenidad, y seentregó a su desesperada angustia, prorrum-piendo en llanto y fuertes suspiros.

Mientras estaba entregado de esta forma asu dolor, una voz clara y solemne pronunciócerca de él estas palabras en lengua franca, queentendían tanto cristianos como sarracenos, yen el tono sonoro de los lectores de una mez-quita:

—La adversidad es como el tiempo de lasprimeras lluvias y el de las últimas: frío moles-to, tan desagradable a los hombres como a losanimales, y, sin embargo, en tal estación nacenlas flores y los frutos, el dátil, la rosa y la gra-nada.

Sir Kenneth del Leopardo se volvió hacia elque hablaba, y vio al médico árabe, quien se lehabía acercado sin que él le oyera, y se habíasentado detrás de él, con las piernas entrecru-zadas, y le recitaba en tono grave, pero no sinun acusado acento de simpatía, las sabias sen-

Page 379: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tencias consoladoras con que el Corán y suscomentaristas le habían consolado a él, porqueen Oriente se cree que la sabiduría consiste másen demostrar una poderosa memoria, aplicán-dola acertadamente y refiriéndola a «lo que estáescrito», que en desplegar las facultades inven-tivas naturales de cada uno.

Avergonzado de que le hubiese sorprendi-do en una explosión de desconsuelo más bienpropia de una mujer, Sir Kenneth dejó de ladolas lágrimas, y volvió a ocuparse de su perroagonizante.

—El poeta ha dicho —agregó el árabe, sinaparentar haberse dado cuenta de la tristeza yla desesperación del caballero—: «El buey parael campo, y el camello para el desierto». Másque la mano del soldado, ¿no será mejor la delmédico, para curar heridas, a pesar de que estaúltima sea menos hábil que aquélla en causar-las?

—Este paciente, Hakim, ya no está en situa-ción de ser curado —dijo Sir Kenneth—, y, por

Page 380: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

otra parte, éste es un animal impuro, según tuley.

—Donde Alá ha querido poner vida y sen-timientos de pena y alegría —dijo el sarrace-no—, sería un pecado de orgullo por parte delmédico, que de El ha recibido la luz, negarse aprolongar la existencia o dulcificar la agonía.Entre la curación de un miserable escudero, lade un pobre perro y la de un conquistador mo-narca, no existe diferencia alguna. Deja queexamine a este animal herido.

Sir Kenneth accedió en silencio, y el médicoinspeccionó y tanteó la herida de Roswal con lamisma atención que si se hubiera tratado de unser humano. Luego sacó un estuche de instru-mentos de cirugía, y, con gran cuidado y habi-lidad, aplicó las pinzas, extrayendo del costadoherido el trozo de arma. Luego, con un astrin-gente y con vendas, cortó la hemorragia quedicha operación produjo. El perro se sometiópacientemente, como si conociera lo beneficio-sos que eran para él aquellos cuidados.

Page 381: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Este animal puede curarse —dijo ElHakim, dirigiéndose a Sir Kenneth—, si permi-tes que lo lleve a mi tienda y le cuide con todala atención que merece su noble natural. Por-que has de saber que tu sirviente Adonbec en-tiende tanto de razas, especies y particularida-des de los perros y nobles caballos, como de lasenfermedades que afligen a la raza humana.

—Llévatelo —dijo el caballero—. Te ¡o rega-lo de todo corazón, si se cura. Por otra parte, tídebo los honorarios por tu asistencia a mi es-cudero, y no tengo otra cosa que darte. Yo ja-más volveré a tocar el cuerno de caza ni azuza-ré a ningún perro.

El árabe no contestó, pero dio una palmadae instantáneamente aparecieron dos esclavosnegros. Les dio órdenes en lengua árabe, lascuales fueron contestadas con la frase «oír esobedecer”, y cogiendo al perro entre ambos selo llevaron, sin que el animal opusiera resisten-cia alguna, a pesar de que su vista se volvía

Page 382: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacia su dueño, porque estaba demasiado débilpara defenderse.

—Adiós, pues, Roswal —dijo Sir Kenneth—; adiós, mi último y único amigo; eres demasia-do noble para que te posea uno como el queseré yo de hoy en adelante. Querría —agregomientras los esclavos se llevaban al perro—poder transformarme en ese animal, a pesar deque está agonizando —Escrito está —contestóel médico, aunque la anterior exclamacióanohubiese sido dirigida a él— que todas las cria-turas están hechas para el servicio del hombre,y el señor de la tierra dice que una locuracuando, en su desesperación, dice que quierecambiar las esperanzas presentes y futuras porla servil condición de un ser inferior.

—Un perro que muere en el cumplimientode su deber —dijo el caballero en tono enérgi-co— vale más que un hombre que sobrevive ala vergüenza de haber desertado. Déjame,Hakim; tú posees, hasta un nivel rayano en elmilagro, la más maravillosa ciencia que el

Page 383: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hombre haya poseído jamás; pero las heridasdel espíritu no están al alcance de de tu poder.

—Sí, si el paciente quiere explicar sus su-frimientos y ser guiado por el médico —dijoAdonbec El Hakim.

—Pues has de saber —dijo Sir Kenneth—,ya que eres tan curioso, que esta noche la ban-dera de Inglaterra ondeaba en la cumbre deesta colina; yo estaba encargado de velar porella hasta esta madrugada; y aquí está destro-zada la lanza que la sostenía, la bandera hadesaparecido, y aquí está sentado un hombreque vive todavía.

—¡Cómo! —dijo El Hakim examinándole—;tienes la armadura entera, no se ve sangre entus armas, y tienes fama de no ser hombre quevuelva así de un combate. Te has dejado alejarde tu puesto... seducido por las mejillas de rosay los negros ojos de una de esas huríes a las quevosotros, los nazarenos, hacéis voto de servircomo sólo puede servirse a Alá, con un amorque no está permitido sentir por figurillas de

Page 384: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

arcilla como somos nosotros mismos. Así debehaber sido, porque el hombre siempre cae deesta manera, desde los días del Sultán Adán.

—¿Y si así fuera, médico —dijo Sir Kennethsombríamente—, qué remedio habría?

—La sabiduría es madre del poder —dijo ElHakim—, lo mismo que la valentía suple a lafuerza. Óyeme: el hombre no es como el árbol,que está arraigado en un solo punto de la Tie-rra, ni está hecho para enquistarse en la rocacomo las conchas casi inanimadas. Vuestrosmismos autores cristianos ordenan que, cuandoseas perseguido en cualquier ciudad, huyas aotra, y nosotros, los musulmamnes, tambiénsabemos que Mahoma, el Profeta de Alá, arro-jado de la Ciudad Santa de La Meca, encontróen Medina refugio para él y los que le seguían.

—¿Y a mí qué me importa todo eso? —dijoel escocés. —Mucho —contestó el médico—.Hasta el sabio huye del temporal que no puededominar. Haz tú lo mismo, y huye de la ven-

Page 385: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ganza de Ricardo, y refugíate bajo la sombra dela victoriosa bandera de Saladino.

—Es cierto —contestó irónicamente SirKenneth— que podría ir a esconder mi des-honor en un campamento de infieles en el quees desconocida la verdad. Pero, ¿quieres decirque no obraría mejor pasándome a él del todo?Tu consejo, ¿llegará hasta recomendarme queme ponga el turbante? Me parece que sólo faltala apostasía para consumar plenamente mi in-famia.

—No blasfemes, nazareno —dijo el médico,en tono enérgico—. Saladino no trabaja paraconvertir gente a la ley del Profeta, salvo deaquellos a quienes sus preceptos han convenci-do de antemano. Abre los ojos a la luz, y el granSultán, cuya liberalidad es tan ilimitada comosu poder, te puede dar un reino; si quieres,puedes continuar en tu obcecación, y aunquesea! de aquellos cuya segunda vida está desti-nada a las tinieblas, Saladino ti hará rico y felizpor el tiempo que te reste de vida. Pero no te-

Page 386: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mas que ti frente sea envuelta en el turbante, sino lo decides tú mismo.

—Antes decidiría que fuese pisoteada micabeza cortada, como lo será a atardecer dehoy.

—No obras cuerdamente, nazareno —dijoEl Hakim—, al rechazar esta magnífica oferta,porque yo tengo ascendiente sobre Saladino, ypuedo elevarte hasta su gracia. Mira, hijo mío:esta Cruzada, como vosotros llamáis a esta locaexpedición, es como un gran dromondy destro-zado entre las olas. Tú mismo has sido portadorde proposiciones de tregua en nombre de losreyes y príncipes cuyos ejércitos se han reunidoen este lugar, dirigidas al poderosísimo Saladi-no, y es posible que no conozcas completamen-te el objeto de tu viaje.

—No lo conozco ni me interesa —dijo el ca-ballero con impaciencia—. ¿Qué me importahaber sido mensajero de príncipes, si antes dela noche seré un cadáver deshonrado que col-gará de la horca?

Page 387: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No; lo que voy a decirte puede evitarlo —dijo el médico—. Saladino está siendo solicita-do de todas partes. Los príncipes aliados deesta Liga formada contra él, le han hecho talesproposiciones de paz y concordia que en otrascircunstancias quizá le habría sido un honoraceptarlas. Otros han hecho ofrecimientos en-caminados a su provecho personal exclusiva-mente, en orden a retirar sus fuerzas del cam-pamento de los reyes del Frangistán, y hastaconsagrar las suyas a la defensa de la banderadel Profeta. Pero Saladino no quiere aprove-charse de esta traidora e interesada defección.El rey de reyes sólo quiere traar con el reyLeón. Saladino no quiere tratos sino con MelechRic, y pactar con él como un príncipe, o comba-tirle como un guerrero. A Ricardo le hará talescondiciones por su propia voluntad, como nose las habría arrancado jamás por la fuerza o elterror la espada de todos los príncipes de Eu-ropa reunidos. Dará libertad de peregrinación aJerusalén y a todos los lugares que los nazare-

Page 388: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nos tienen en devoción; además, quiere com-partir su Imperio con el de su hermano Ricar-do, que podrá dejar fuerzas cristianas en lasseis ciudades más fuertes de Palestina, y unaguarnición en la propia Jerusalén, con la parti-cularidad de que permitirá que todas estasfuerzas estén bajo las órdenes directas de oficia-les de Ricardo, quien, con el consentimiento delsultán, llevaría el nombre de Rey Guardián deJerusalén. Por raro e increíble que te pueda pa-recer, debes saber, Sir Kenneth —porque a tuhonor ya puedo confiar este casi increíble secre-to—, que Saladino pondrá un sagrado broche aeste pacto y feliz unión entre lo más noble yvaleroso del Frangistán y del Asia, elevando ala categoría de real esposa suya a una doncellacristiana de la familia del rey Ricardo, conocidacon el nombre de Lady Edith de Plantagenet.

—¡O! ¿Qué dices? —exclamó Sir Kenneth,que había escuchado con indiferencia y apatíael principio de la charla del Hakim, pero que sesorprendió al oír estas últimas palabras, de la

Page 389: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

misma manera que el estremecimiento de unnervio herido inesperadamente despierta lasensación de dolor, hasta en el torpor de la pa-rálisis. Con un gran esfuerzo moderó su ento-nación y contuvo su ira, disfrazándola con unaapariencia de desdeñosa duda, y prosiguió laconversación con el propósito de descubrircuanto pudiera del complot, que tal lo conside-raba, contra el honor y la felicidad de la que élamaba, a pesar de que aquel amor fuese enverdad la causa de su desventura y de su des-honra.

—¿Y qué cristiano —dijo con relativa cal-ma— aprobaría una unión tan antinatural comola de una doncella cristiana con un infiel sarra-ceno?

—No eres más que un ignorante, fanáticonazareno —dijo El Hakim—. ¿No has visto quecada día príncipes mahometanos se casan connobles doncellas cristianas en España, sin queesto escandalice ni a moros ni a cristianos? Porla confianza que tiene en la sangre de Ricardo,

Page 390: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el sultán permitirá a la doncella inglesa la liber-tad que vuestras costumbres francas han con-cedido a la mujer. Le consentirá el libre ejerciciode su religión, ya que, a decir verdad, muy po-ca cosa significa la religión que practican lasmujeres, y le asignará un lugar tan preeminentesobre todas las mujeres de su zenana, que ellasería en todos los órdenes la reina única y abso-luta.

—¡Cómo! —dijo Sir Kenneth—. ¿Te atrevesa creer, musulmán, que Ricardo daría a unaparienta suya, a una noble y virtuosa princesa,para ser la concubina favorita en el harén de uninfiel? Debes saber, Hakim, que el más humildede los nobles cristianos libres rechazaría, enbien de su hijo, esta espléndida ignominia.

—Te engañas —contestó El Hakim—. Felipede Francia y Enrique de Champagne, así comootros significados aliados de Roberto, han oídola proposición sin horrorizarse, y han prometi-do hacer todo lo posible para llegar a unaalianza susceptible de poner fin a esta desastro-

Page 391: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sa guerra; y el sabio arcipreste de Tiro se haencargado de transmitir la proposición a Ricar-do, con la esperanza de tener éxito en su mi-sión. La cordura del sultán mantiene secretoeste proyecto a otros como De Montserrat y elMaestre de los Templarios, porque sabe queconfían en la muerte o la desgracia de Ricardopara medrar, pero no en su vida ni en su honor.Vamos, pues, señor caballero, súbete al caballo.Yo te daré un pliego que podrá abrirte pasohasta el sultán, y no creas que haces traición atu país, a tu causa o a tu religión, porque pron-to serán unos los intereses de ambos monarcas.A Saladino le pueden ser muy gratos tus conse-jos, ya que le enterarán de muchas cosas rela-cionadas con los casamientos cristianos, el tratoque se da a las esposas, y otros puntos de lasleyes y costumbres de los cristianos, todo locual le es de sumo interés conocer en la concer-tación de este tratado. La mano derecha delsultán guarda los tesores de Oriente, y es unafuente de generosidades. O, si lo prefieres,

Page 392: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cuando él sea aliado de Inglaterra, a Saladinono le será difícil obtener de Ricardo, no sólo elperdón y la restitución de su favor, sino un lu-gar honorable en el mando de las. tropas delejército inglés que puedan quedar para mante-ner la soberanía de ambos reyes en Palestina.Vamos, pues, y súbete a caballo..., el camino seallana delante de tí.

—Hakim —dijo el caballero escocés—: túeres un hombre de paz; has salvado la vida delrey de Inglaterra, y hasta la de mi pobre escu-dero Strauchan. Por todo ello te he escuchadohasta el fin de tu discurso, porque si me lohubiese hecho otro musulmán cualquiera, lohabría cortado en seco con un golpe de mi da-ga. Hakim: en pago de tu bondad, te aconsejoque digas al musulmán que venga a proponer aRicardo la unión entre la sangre de los Planta-genet y la de tu raza maldita, que lleve un cascoque sea capaz de resistir un mazazo como elque hundió la puerta de Acre. Porque, de otro

Page 393: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

modo, quedaría en situación tal, que ni tu cien-cia le valdría.

—¿Así, pues, estás bien decidido a no huiral ejército musulmán? —dijo el médico—. Peroacuérdate de que aquí te espera una muertesegura, y tanto los preceptores de tu religióncomo los de la nuestra, prohiben al hombredestruir el tabernáculo de su vida.

—¡Dios no lo permita! —contestó el escocéspersignándose—; pero tampoco podemos re-huir los castigos a que nos hemos hecho acree-dores por nuestros crímenes. Y ya que veo quetienes un concepto tan pobre de la fidelidad,Hakim, me apena haberte dado mi buen perro,porque, si vive, tendrá un dueño que no sabráapreciar todo lo que vale.

—El regalo que se envidia quiere decir quese reclama —dijo El Hakim—; pero nosotros,los médicos, juramos no abandonar a un en-fermo antes de que esté curado. Si ese animalcura, desde ahora vuelve a ser tuyo.

Page 394: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Está bien, Hakim— contestó Sir Ken-neth—; pero los hombres no hablan de perrosni de halcones cuando entre ellos y la muertesólo tienen una hora de luz matinal. Déjamehacer examen de mis pecados y encomendarmea Dios.

—Te dejo en tu obstinación —dijo el médi-co—; la niebla esconde el precipicio a los queestán destinados a rodar por él.

Marchóse lentamente, volviendo de vez encuando la cabeza, como para observar si el de-voto caballero le hacía un grito o una señal paraque volviera. Por último, la cabeza cubierta conel turbante se perdió entre el laberinto de tien-das que se extendían al pie de la colina, blan-cuzcas a la pálida luz de la aurora, mezcladacon la de la luna, que aún no se había puestocompletamente.

Aunque las palabras del médico Adonbecno hicieran en Kenneth la impresión que el sa-bio esperaba de ellas, habían inspirado al esco-cés un motivo para desear la vida; deshonrado

Page 395: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

como se consideraba, el caballero habría renun-ciado a vivir poco antes, como se abandona unvestido viejo, imposible de ser usado más. Mu-cho de lo que ocurriera entre él y el ermitaño,unido a lo que había observado entre el anaco-reta y Sheerkohf (o Ilderim), le acudía ahora ala memoria, y le confirmaba lo que El Hakim lehabía hecho saber: el articulo secreto del trata-do.

—¡Que reverendo impostor! —exclamó parasí—. ¡El hipócrita de cabellos blancos! Hablabadel esposo infiel convertido por la esposa cre-yente; y ¿quién me asegura que el traidor nohaya enseñado al sarraceno, maldito de Diossea, el rostro de Edith Plantagenet, para que elperro pudiera decidir si la princesa cristiana eralo bastante hermosa para ser admitida en elharén de un incrédulo? Si ahora tuviese al infielIlderim, o como se llame, bajo mi garra otravez, como le tuve días atrás, jamás volvería allevar ningún mensaje deshonroso para un reycristiano ni para una noble y virtuosa doncella.

Page 396: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Pero... mis horas pasan como minutos... Lomismo da: mientras viva y tenga fuerzas, espreciso que haga algo y muy rápidamente.

Tras una pausa de pocos minutos, arrojó le-jos de sí su casco, y emprendió el descenso dela colina, tomando directamente el camino delpabellón de Ricardo.

Ha sonado su clarín el cantador emplumado: anuncia con clara voz al diligente villano que vuelve de nuevo el sol, y otro día ha comenzado. Luz bermeja contra el gris ha visto ya el rey Eduardo, y del cuervo aquel graznar el fatal día ha anunciado. —La razón tienes, por Dios que en el Cielo está sentado; Balduino morirá hoy y los que le acompañaron—. Chatterton

Page 397: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

CAPÍTULO XV

En la tarde en que Sir Kenneth empezó laguardia, Ricardo, después del tempestuosoacontecimiento que había interrumpido sutranquilidad, se retiró a descansar, con la abso-luta confianza que le daba el valor ilimitado yla superioridad que había demostrado mante-niendo su punto de vista en presencia de todoel ejército cristiano y de sus jefes, muchos de loscuales —él lo sabía bien— consideraban en elfondo de su corazón que la derrota del duquede Austria era una victoria sobre ellos. Preci-samente por eso mismo, Ricardo sentía su or-gullo satisfecho, ya que, humillando a un ene-migo, había mortificado a un centenar.

Otro rey, después de un choque comoaquél, habría doblado su guardia nocturna, ymantenido acuarteladas una parte de sus tro-pas, por lo menos. Pero Corazón de León, alcontrario; pasado el incidente, hizo retirar in-

Page 398: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cluso su guardia habitual, y ordenó se repartie-ra vino a sus soldados para que celebraran surestablecimiento y bebieran en honor de labandera de San Jorge. El sector en que se halla-ba su pabellón habría dado la sensación de unafalta absoluta de vigilancia y precauciones mili-tares, si Sir Thomas de Vaux, el conde de Salis-bury y otros nobles no hubiesen tomado dispo-siciones para asegurar el orden y la disciplinaentre los soldados.

El médico no se movió de la cabecera del le-cho del rey hasta después de medianoche,haciéndole tomar la medicina dos veces duran-te aquellas horas, después de observar en quésector del cielo se encontraba la luna llena, puesdecía que su influencia podía ayudar o estorba-ren gran manera el efecto del remedio. Hacialas tres de la madrugada, El Hakim salió de latienda para retirarse a la que habían instaladopara él y su servicio. Cuando se dirigía allí,entró en la tienda de Sir Kenneth del Leopardo,para ver el estado del primer paciente que

Page 399: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

había tenido en el campamento cristiano, elviejo Strauchan, como se llamaba el escuderodel caballero escocés. Al preguntarle por sudueño, se enteró de la misión que le habíanencargado, y seguramente esta información fuelo que le hizo decidir a encaminarse hacia elmonte de San Jorge, donde encontró al quebuscaba en la lamentable situación que hemosrelatado en el capítulo anterior.

Aproximadamente una hora después de lasalida del sol, se oyeron las lentas pisadas deun hombre armado que se acercaba a la tiendareal; De Vaux, que dormía al lado de la camadel rey, con un sueño tan ligero como el delperro que vigila, sólo tuvo tiempo de levantarsey decir: —¿Quién va?—, cuando ya el Caballerodel Leopardo entraba en la tienda, con su varo-nil rostro turbado profundamente por la triste-za.

—¿A qué se debe esta osada intrusión, se-ñor caballero? —preguntó De Vaux en tono

Page 400: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

enérgico, aunque bajo, para respetar el sueñodel rey.

—¡Calla, De Vaux! —dijo Ricardo, que aca-baba de despertarse—; Sir Kenneth entra, comoun buen soldado, a darnos cuenta de su guar-dia, y los soldados siempre tienen abierta paraellos la tienda de su general.

Se incorporó, y, apoyándose en el codo, fijósus grandes ojos claros en el guerrero:

—Habla, señor escocés, ¿vienes a darmecuenta de tu guardia, que ha sido vigilante,segura y honorable, no es verdad? El chasquidode los pliegues de la bandera de Inglaterrahabría sido suficiente para defenderla, aun sinla presencia de todo un caballero como dicenque tú eres.

—Ya no lo dirán más —dijo Sir Kenneth—;mi guardia no ha sido ni vigilante, ni segura, nihonorable. La bandera de Inglaterra ha sidorobada.

—¡Y tú te has apresurado a venírmelo a de-cir! —contestó el rey en tono de risueña incre-

Page 401: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dulidad—. ¡No puede ser!; no tienes ni un ras-guño en el rostro. ¿Por qué callas? Di la ver-dad..., es peligroso burlarse de un rey..., pero teperdono si has mentido.

—¡Mentir, señor rey! —replicó el desventu-rado caballero con arrogancia y con una llama-rada en los ojos, clara y pasajera como la chispaque sale del pedernal—. Pero también tengoque resignarme a eso. He dicho la verdad.

—¡Por Dios y por San Jorge! —dijo el rey,furioso, pero reprimiéndose instantáneamen-te—. De Vaux: ve a verlo. La fiebre le ha hechoperder el seso. Es imposible... El valor de estehombre está demostrado. ¡Eso no puede ser! Veaprisa... o envía alguien allí, si tú no quieres ir.

El rey fue interrumpido por la llegada de sirEnrique Neville, que, con la respiración corta-da, venía a comunicar que la bandera habíadesaparecido y que el caballero encargado deguardarla había sido atacado por una fuerzasuperior y asesinado seguramente, porque se

Page 402: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

veía un charco de sangre al lado de los pedazosde la lanza que servía de asta.

—¿Pero, qué veo? —dijo Neville dándosecuenta, de pronto, de la presencia de Sir Ken-neth.

—¡Un traidor! —contestó el rey, saltando dela cama y cogiendo la maza de guerra quesiempre tenía cerca—; ¡un traidor a quién verásmorir como mueren los traidores!—. Y levantóla maza en actitud de descargar un golpe.

Pálido pero inmóvil como una estatua demármol, el escocés permaneció erguido ante él,con la cabeza descubierta y sin defensa alguna,la vista baja, mirando al suelo, y los labios lige-ramente temblorosos, probablemente porquemurmuraba una oración.

De pie delante de él y a distancia suficientepara herirle, permanecía el rey Ricardo, quetenia cubierto su alto cuerpo sólo con su holga-do vestido de dormir, que le tapaba todo, me-nos el brazo, porque con la violencia del ade-mán, la ropa se había arremangado, dejando al

Page 403: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

descubierto el hombro y un trozo de pecho, detan vigorosa conformación, que le podían hacermerecedor del sobrenombre de Brazo de Hie-rro, que había llevado uno de sus antecesoressajones. Después de unos momentos de mante-ner el brazo en el aire, a punto de descargar elgolpe, bajó el arma al suelo, y preguntó:

—Pero, ¿había sangre allí, Neville? ¿Habíasangre? Oye, señor escocés: tú has sido valerosoen otras ocasiones, porque yo te he visto luchar.Dime que has muerto a dos de lbs bandidosdefendiendo la bandera... Dime que sólo hasderribado a uno... Dime siquiera que has dadoun buen golpe para defenderla, y vete de micampamento con tu vida y tu infamia.

—Mi señor rey: me habéis dicho embustero—contestó Kenneth en tono firme—; y sólo eneso no me hacéis justicia. Sabed que en defensade la bandera no se ha vertido otra sangre quela de un pobre perro, que, mucho más fiel quesu amo, ha cumplido la obligación que éstehabía abandonado.

Page 404: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Por San Jorge! —dijo Ricardo—, volvien-do a levantar el brazo.

Pero De Vaux se interpuso entre el rey y elobjeto de su venganza, y, con la brusca fran-queza que le era característica, le dijo:

—Señor: eso no debe ser aquí, ni por vues-tra propia mano. Sin duda, no había habidolocuras bastantes para un día y una noche, yaun faltaba que confiarais la bandera a un esco-cés... ¿No os dije que siempre han sido cortesesy falsos?

—Ya me lo dijiste, De Vaux; tenias razón, loconfieso —dijo Ricardo—: debía haberlo sabidomejor; debia haberme acordado de que el astu-to Guillermo me ha engañado respecto a esteCruzada.

—Señor —dijo Sir Kenneth—, Guillermo deEscocia no engaña nunca; las circunstancias lehan privado de que reuniera sus fuerzas.

—¡Calla, desvergonzado! —dijo el rey—.Ensucias el nombre de un príncipe, con sólohablar de él. Pero me extraña, De Vaux —

Page 405: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

añadió—, la actitud de este hombre. Tiene queser un cobarde o un traidor, y, sin embargo, haesperado el golpe de Ricardo Plantagenet comosi nuestra arma le fuese a dar un mero espalda-razo. Si hubiese dado un indicio de miedo, sihubiese temblado, o se le hubiese estremecidoun párpado, le habría aplastado la cabeza comoun vaso de cristal. Pero no puedo pegar cuandono encuentro ni miedo ni resistencia.

Se hizo una pausa. —¡Ah! —replicó Ricardo—. ¿Has recobrado

el uso de la palabra? Pide clemencia al Cielo,pero no la esperes de mí, porque Inglaterra estádeshonrada por culpa tuya y aunque fueses miúnico hermano, no habría perdón para tu falta.

—No hablo de pedir gracia a ningún hom-bre mortal —dijo el escocés—. Está en vuestravoluntad el concederme o negarme el tiempopara que me pueda confesar. Si el hombre me laniega, Dios puede darme la absolución quepediría a su Iglesia. Pero tanto si muero ahoramismo como dentro de media hora, igualmente

Page 406: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pido a Vuestra Majestad la gracia de una opor-tunidad para decir a Vuestra Real persona algoque afecta altamente a vuestra fama de rey cris-tiano.

—Di, pues —contestó el monarca, conven-cido de que iba a oír una confesión sobre lapérdida de la bandera.

—Lo que tengo que deciros —dijo Sir Ken-neth— afecta a la realeza de Inglaterra, y nopuede escucharlo más oído que el vuestro. —Salid, señores —dijo el rey a Neville y a DeVaux. El primero obedeció, pero el segundo noquiso apartarse de la persona del rey:

—Si habéis dicho que tenía razón —replicóDe Vaux a su soberano—, quiero que se metrate como a quien se le ha reconocido que tienerazón..., es decir, que pueda hacer mi voluntad.No os dejaré solo con este escocés traidor.

—¡Cómo, De Vaux! —exclamó el rey irrita-do, dando un golpe con el pie en el suelo—.¿No te atreves a dejar nuestra persona con untraidor?

Page 407: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Es inútil que os enfurruñéis y deis golpescon el pie en el suelo, señor —dijo De Vaux—;no expondré a un hombre enfermo ante unoque está en la plenitud de su fuerza, a un hom-bre inerme contra otro armado con todas susarmas.

—No importa —dijo el caballero escocés—;no busco pretextos para pasar tiempo. Hablaréen presencia del señor De Gilsland. Es bueno yfiel.

—Aun no hace media hora que yo habríadicho lo mismo de ti —repuso De Vaux, con ungruñido mezcla de tristeza y de despecho.

—Estáis rodeados de traidores, rey de Ingla-terra —dijo el escocés.

—Puede ser tal como dices —contestó Ri-cardo—: tengo un buen ejemplo aquí.

—Es una traición que os ofenderá más pro-fundamente que la pérdida de cien banderas enun campo de batalla La... la... —Sir Kennethvaciló, y, por fin, se decidió a continuar, en vozbaja—: Lady Edith...

Page 408: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Ah! —exclamó el rey, adquiriendo depronto una actitud de altiva atención y fijandouna terrible mirada en el supuesto criminal—.¿Qué tienes que decirme de ella...? ¿Qué? ¿Quétiene que ver ella con todo eso?

—Señor —dijo el escocés—: existe el proyec-to de envilecer vuestro real linaje dando la ma-no de Lady Edith al sultán sarraceno, para con-certar la paz más deshonrosa para la Cristian-dad con el matrimonio más vergonzoso paraInglaterra.

Esta noticia produjo precisamente un efectocompletamente contrario del que esperaba SirKenneth. Ricardo Plantagenet era un hombrede aquellos que, por decirlo con las palabras delago, no servirían a Dios si el diablo se lo orde-nara; consejos y advertencias le afectaban amenudo mucho menos de lo que realmentedebían interesarle, debido al color que adquirí-an a sus ojos según el carácter y las intencionesque atribuía a la persona que los daba. Desgra-ciadamente, la mención de aquel nombre le

Page 409: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

despertó el recuerdo de lo que él había concep-tuado una extremada presunción en el Caballe-ro del Leopardo, incluso cuando gozaba de unlugar preeminente en la Orden de la Caballería,y dada su situación presente, el orgulloso mo-narca lo consideró como un insulto, que leexasperó en grado sumo.

—¡Silencio —dijo—, infame y audaz! ¡PorDios, que voy a retorcerte la lengua con unastenazas al rojo vivo si pronuncias el nombre deuna noble doncella cristiana! Sabes, miserabletraidor, que ya sabía hasta dónde te habíasatrevido a levantar los ojos, y lo había tolerado,aunque fuera una insolencia, mientras nos en-gañabas, porque tú no eres más que un falsario,que aparentas tener nombre y fama. Pero aho-ra, que te has ensuciado los labios con la confe-sión de tu propio deshonor, ¡no te atrevas anombrar a nuestra noble parienta, como si setratara de alguien en cuyo destino tú tuviesesparticipación o interés! ¿Qué te importa si secasa con un sarraceno o con un cristiano? ¿Qué

Page 410: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

te importa eso, en un campamento donde lospríncipes se vuelven cobardes de día, y ladro-nes de noche; donde los bravos caballeros seconvierten en viles desertores y traidores? ¿Quéte importa a ti, te digo, ni a quien sea, si meplace aliarme con la lealtad y el valor en la per-sona de Saladino?

—A mí, muy poco, ciertamente; tanto máscuanto muy pronto el mundo no será nada paramí —contestó Sir Kenneth osadamente—; peroaunque me pusierais en la tortura, os diría quelo que acabo de anunciar interesa muy mucho avuestra conciencia y a vuestra fama. Y os digo,señor rey, que si tan sólo habéis tenido en elpensamiento el propósito de casar a vuestraparienta Lady Edith...

—¡No la nombres, no pienses ni un momen-to más en ella! —dijo el rey empuñando otravez la maza, con tanta fuerza que los músculosse marcaban en un brazo vigoroso, como elentretejido que hace la hiedra alrededor deltronco del roble.

Page 411: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Ni nombrarla!..., ¡no pensar en ella!... —contestó Sir Kenneth, cuyo espíritu, a pesar deestar aturdido por la depresión, empezaba areaccionar y recobraba su elasticidad con estadiscusión—. Pues, por la Cruz, que es mi espe-ranza, su nombre será la última palabra de mislabios, y su imagen mi último pensamiento.Probad vuestra fuerza, tan admirada, en estafrente desnuda, y mirad si podéis impedir mipropósito.

—¡Me hará volver loco! —dijo Ricardo; y, apesar suyo, se sintió vacilar en la amenaza antela decidida actitud del culpable. Antes de queThomas de Gilsland pudiese contestar, se oyóen el exterior un ruido de pasos, y en el depar-tamento exterior de la tienda se anunció la lle-gada de la reina.

—¡No la dejes entrar! ¡No la dejes entrar,Neville! —gritó el rey—. Este no es un espectá-culo para mujeres. ¡Ah!, que haya permitidoque un miserable traidor como éste me hayahecho exaltar así! Llévatelo, De Vaux —

Page 412: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

murmuró—; hazle salir por detrás de la tienda;enciérrale bajo llave; me respondes de él con tuvida. Y oye: ya que va a morir, envíale un con-fesor; no queremos matar cuerpo y alma. Espe-ra: no queremos que sea deshonrado; que mue-ra como caballero, con el cinto y las espuelas,porque si su traición es negra como el infierno,su valentía puede compararse con la del diablo.Si hay que confesar la verdad, De Vaux estabamuy satisfecho de que la escena hubiese termi-nado sin que Ricardo cometiera un acto decrueldad matando a un prisionero indefenso, yse dio prisa a llevarse a Sir Kenneth por unasalida excusada que daba a una tienda separa-da, donde se le desarmó y se le pusieron grille-tes para más seguridad. Con sostenida y tristeatención, contemplaba cómo los oficiales delpreboste, a quienes Sir Kenneth fue entregado,cumplían estas severas disposiciones.

Cuando hubieron terminado, dijo solem-nemente al desventurado delincuente:

Page 413: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—El rey Ricado no quiere que mueras de-gradado, ni con mutilación de tu cuerpo, nivergüenza para tus armas; quiere que tu cabezasea separada del cuerpo por la espada del ver-dugo.

—¡Qué bueno es! —dijo el caballero, en untono bajo y sumiso, como el de quien recibe uninesperado favor—. De esta manera, los míosno sabrán lo peor de esta historia. ¡Oh, padremío, padre mío!

Esta invocación, pronunciada entre dientes,no escapó al rudo pero bondadoso inglés, quehubo de pasarse el dorso de su gruesa manopor su adusto rostro, antes de poder continuarhablando.

—La última disposición de Ricardo de In-glaterra —dijo al fin— es que hables con un.santo varón, y al venir hacia aquí he encontra-do a un fraile carmelita que te ayudará en estetrance. Está esperando afuera, hasta que estésen disposición de recibirle.

Page 414: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Hacedle entrar en seguida —dijo el caba-llero—. Esa es otra bondad del rey. En ningúnotro momento estaré tan bien dispuesto comoahora para recibirle, porque la vida y yo noshemos despedido como dos caminantes quehan llegado a una encrucijada que separa sucaminos.

—Está bien —dijo De Vaux en voz baja y entono solemne—. Me da pena tenerte que decirel final de mi mensaje. El rey quiere que te pre-pares a morir en seguida.

—Cúmplase la voluntad de Dios y del rey—contestó el caballero resignadamente—. Nodiscuto la sentencia ni quiero dilatar su cum-plimiento.

De Vaux empezó a retirarse de la tienda,pero muy poco a poco; se detuvo en la puerta yse volvió a mirar al escocés, del que parecíanhaberse alejado todos los pensamientos mun-danos, y que representaba estar entregado a lamás profunda devoción. La sensibilidad delcorpulento barón inglés no era muy aguda en

Page 415: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

general, pero en aquel momento la compasiónse apoderó de él detnanera desacostumbrada.Volvió atrás rápidamente, hasta el haz de cañasdonde estaba sentado el preso, le tomó la manoencadenada, y con toda la ternura que su áspe-ra voz era capaz de expresar, díjole:

—Sir Kenneth: todavía eres joven; tienespadre. Mi pequeño Ralph, a quien dejé corrien-do en su pequeña jaca escocesa en las orillas delIrthing, puede llegar un día a tener tus años, yhaga Dios que yo pueda ver su juventud tanprometedora como era la tuya hasta esta noche.¿Puedo decir o hacer algo por ti?

—Nada —fué la triste respuesta—. He de-sertado de mi lugar, y la bandera que me con-fiaron se ha perdido. Cuando el verdugo y eltajo estén dispuestos, la cabeza y el cuerpotambién lo estarán para separarse.

—Así, pues, que Dios te perdone —dijo DeVaux—. Pero habría preferido perder mi mejorcaballo y haberme encargado yo de la guardia.En todo esto existe un misterio, muchacho; lo

Page 416: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

puede ver el más zafio, aunque yo no sé expli-cármelo. ¿Cobardía? No puede ser cobardequien combate como siempre te he visto com-batir. ¿Traición? Me parece que los traidores nomueren con tanta serenidad. Tú has sido arre-batado de tu lugar por algún engaño, con algúningenioso ardid; los gritos de auxilio de algunadoncella llegaron a tus oídos, o te deslumbre larisueña mirada de alguna hechicera criatura.No te avergüences de ello, porque todos somosdébiles y todos hemos sufrido esta tentación.Vamos: te ruego que te confieses conmigo, enlugar de hacerlo con el fraile. Ricardo es indul-gente cuando le ha pasado el arrebato de cóle-ra. ¿Tienes algo que confiarme?

El infortunado caballero volvió su rostro alamable guerrero y contestó:

—Nada. Y De Vaux, que había agotado sus argu-

mentos persuasivos, se levantó y salió de latienda cruzado de brazos, mucho más afligidode lo que creía que exigía la situación, e irritado

Page 417: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

contra él mismo por el hecho de que una cosatan simple como la muerte de un escocés leimpresionara tan profundamente.

—A pesar de que estos endiablados palur-dos —dijo para si— son enemigos nuestros enCumberland, en Palestina les tenemos casi co-mo hermanos.

Todo su espíritu, digo verdad, fue común proceder; y hasta su entendimiento era vulgar, como en toda mujer. Canción

CAPÍTULO XVI

La noble Berengaria, hija de Sancho, rey deNavarra, y reina consorte del heroico Ricardo,estaba considerada como una de las damas másbellas de su tiempo. Era esbelta y exquisitamen-te formada, agraciada, con una tez nada comúnen su país, abundante cabellera rubia, y unos

Page 418: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rasgos tan sumamente juveniles, que todo elmundo le calculaba menos edad de la querealmente tenía, a pesar de que no pasaba delos veintiún años. Quizá porque estaba dema-siado convencida de este aspecto juvenil suyo,tenía o aparentaba tener un carácter infantil ymimado, que ella podía suponer que no deja-ban de ser apropiados a una joven esposa cuyaposición y edad le dan derecho a que le seanperdonados y tolerados toda clase de antojos.Era agradable de natural, y si se le tributaba laadmiración y el homenaje que creía que le co-rrespondían (y en eso su opinión era muy exi-gente), se resignaba sin protesta, y entonces nopodía hallarse persona de mejor carácter ni detrato más agradable que ella; pero, como todoslos déspotas, cuanto más poder se le concedíavoluntariamente, mayor deseaba tenerlo. Aveces, incluso cuando eran satisfechas todas lasveleidades de su ambición, le gustaba tener unapequeña indisposición o un pequeño desmayo,y los médicos se devanaban los sesos para in-

Page 419: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ventar nombres de enfermedades imaginarias,mientras sus damas se torturaban la imagina-ción para encontrar nuevas diversiones, nuevospeinados y tocados o nuevas charlas con quehacerle pasar agradablemente aquellas enfado-sas horas durante las cuales su estado no eranada envidiable. El más frecuente recurso con-sistía en gastarse alguna mala broma o engañoentre ellas mismas, y la buena de la reina, pararesucitar su alegre humor perdido no se pre-ocupaba mucho, si hemos de decir la verdad,de si las bromas estaban totalmente en conso-nancia con su dignidad o si la pena que causa-ban a los que las sufrían no era superior a ladistracción que de ellas obtenía. Por otra parte,tenía gran confianza en el favor que le otorgabasu esposo, en su elevada situación y en su su-puesto poder de reparar los daños que talesbromas pudieran causar a los demás. En pocaspalabras: era retozona, con la libertad de unaleonzuela, inconsciente del daño que puede

Page 420: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

causar el peso de sus garras a aquellos sobrequienes las pone.

La reina Berengaria amaba apasionadamen-te a su esposo, pero temía lo brusco de su carác-ter y su orgullo, y como, además, ella se reco-nocía inferior en talento a él, no veía con gustoque a menudo prefiriera conversar con EdithPlantagenet, por la sola razón de que encontra-ba en ella temas más atractivos, una inteligen-cia más abierta y una corriente de ideas y desentimientos más elevados que los que mani-festaba su bella esposa. No por eso Berengariaaborrecía a Edith, y mucho menos sintió jamásdeseos de desacreditarla, porque pasando poralto un poco de egoísmo, en conjunto su carác-ter era inocente y generoso. Pero las damas desu séquito, que veían mucho más lejos en estamateria, hacía algún tiempo que habían descu-bierto que una broma algo pesada a expensasde Lady Edith era un medicamento muy ade-cuado para reanimar el espíritu de la reina deInglaterra cuando estaba decaído; y este descu-

Page 421: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

brimiento ahorró mucho trabajo a su imagina-ción.

En esta conducta había mucha injusticia,porque Lady Edith pasaba por ser huérfana, y,a pesar de que llevara el nombre de Plantagenety de la bella Doncella de Anjouy, y de que Ri-cardo la favoreciera con algunos privilegios quesólo concedía a los miembros de la familia real,otorgándole el lugar correspondiente en lasaltas esferas de la Corte, pocas eran las perso-nas que supieran —y en la Corte nadie se habíaatrevido a preguntarlo—, qué grado de paren-tesco la unía con Corazón de León. Había veni-do con Leonor, la célebre reina madre, de Ingla-terra, y se reunió con Ricardo en Mesina, comouna de las damas destinadas al servicio de Be-rengaria, cuya boda se aproximaba entonces.Ricardo trataba a su parienta con ceremoniosorespeto, la reina había hecho de ella su damapredilecta, y a pesar de la pequeña envidia aque nos hemos referido, la trataba siempre conel debido comedimiento.

Page 422: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Las damas de la reina no obtuvieron sobreEdith, durante mucho tiempo, otras ventajasque las que les proporcionaba una ocasión decensurar un peinado resuelto con poca gracia, oun vestido poco elegante, porque se considera-ba que la doncella desconocía estos misterios.La silenciosa devoción del caballero escocés nopasó desapercibida; los colores de sus vestidose insignias, sus hechos de armas, sus lemas ysus divisas fueron observados muy pronto, yaprovechados como motivo de pasajeras bro-mas. Después tuvo efecto la peregrinación de lareina y de sus damas a Engaddi, viaje que lareina emprendió en virtud de una promesahecha por la salud de su esposo, y a la quehabía sido alentada por el arzobispo de Tirocon fines políticos. Fue entonces, y en la capillade aquel santo lugar, puesta en comunicaciónpor la parte superior con un convento de mon-jas carmelitas y por la inferior con la cueva delermitaño, donde una de las damas de la reinase dio cuenta de las señales de secreta inteli-

Page 423: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gencia que Edith diera a su galán, y de las quese apresuró a enterar a Su Majestad. La reinaregresó de aquella peregrinación enriquecidacon esta admirable receta contra el aburrimien-to y la tristeza, y su séquito aumentado con elregalo de dos desgraciados enanos que le hizola reina destronada de Jerusalén, tan monstruo-sos y locos (la más apreciada cualidad de estasinfelices criaturas), como ninguna otra reinahabría podido desear. Por divertido pasatiem-po, Berengaria había querido probar el efectoque la súbita aparición de aquellas horribles yfantásticas figuras causaría en los nervios delcaballero cuando éste quedó solo en la capilla;pero la broma no tuvo éxito alguno a causa dela serenidad del escocés y de la intervención delermitaño. Ahora babía organizado otra, cuyasconsecuencias prometían ser algo más serias.

Después que Sir Kenneth se hubo retiradode la tienda, las damas se volvieron a reunir, yla reina, poco conmovida al principio por lasirritadas quejas de Lady Edith, sólo contestaba

Page 424: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

a ellas con bromas sobre su disimulo, felicitán-dola por su gusto, y criticando el vestir, el paísde origen, y principalmente la pobreza del Ca-ballero del Leopardo, en las cuales desplegóuna juguetona malicia, mezclada con buenhumor, hasta que Edith se vio obligada a ir aesconder su angustia en su departamento parti-cular. Pero cuando, por la madrugada, una mu-jer a quien ella había encargado que se infor-mara, le trajo la noticia de que la bandera habíasido robada yde que su guardián había desapa-recido, corrió a la habitación de la reina implo-rándole que se levantara y se dirigiera inmedia-tamente a la tienda del rey para interponer supoderosa influencia y evitar las malas conse-cuencias de aquella broma.

Igualmente asustada, la reina echó, segúnsu costumbre, toda la culpa de su locura a susdamas, y se esforzó en consolar de su angustiaa Edith y apaciguar su indignación con mil ra-zonamientos contradictorios.

Page 425: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Estaba convencida de que ninguna desgra-cia podía haber ocurrido al caballero, y de queéste se había ido a dormir después de hecha laguardia. Y quién sabe si, por temor al disgustodel rey, había huido con la bandera, que, al fin,y al cabo, no era más que un trozo de seda. Élmismo no pasaba de ser un pobre aventurero,y, si es que había sido encarcelado por algúntiempo, ella obtendría su perdón tan prontocomo al rey se le hubiese pasado el enfado.

Siguió hablando de esta manera con razón ysin ella, amontonando toda clase de contradic-ciones, con la vana esperanza de convencer aEdith y a sí misma, de que no podía derivarseninguna desgracia de una broma de que ella searrepentía de todo corazón. Pero mientrasEdith intentaba inútilmente cortar este torrentede palabras vanas, sus ojos se fijaron en los deuna mujer que acababa de penetrar en la habi-tación de la reina. En su rostro se veían pinta-dos la muerte, el espanto y el horror, y Edithhabría caído desvanecida inmediatamente, a no

Page 426: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ser porque la fuerza de la necesidad y su eleva-ción de carácter la obligaban a demostrar unaserenidad externa.

—Señora dijo a la reina—: no perdáis unmomento más en palabras; salvadle la vida sitodavía —añadió; y su voz se entrecortó al de-cir estas palabras— se le puede salvar.

—Puede ser, puede ser... —contestó LadyCalixta—. Acaban de decirme que lo han lleva-do a presencia del rey; aún estamos a tiempo...pero —añadió prorrumpiendo en un torrentede lágrimas, provocadas en parte por el remor-dimiento— pronto no habrá remedio si no setoma una rápida decisión.

—Prometo un candelabro de oro al SantoSepulcro, un relicario de plata a Nuestra Señorade Engaddi, y un palio que valga cien bizantesa Santo Tomás de Ortiez —dijo la reina, deses-perada.

—Levantaos, levantaos, señora —dijoEdith—; invocad a todos los santos si queréis,pero sed vos misma vuestro santo mejor.

Page 427: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Es verdad, señora —dijo la aterrorizadasirvienta—. Lady Edith tiene razón. Levantaos,señora, y vamos a la tienda del rey y pidámoslela vida de ese pobre caballero.

—Iré, iré ahora mismo —dijo la reina, levan-tándose temblorosa, mientras sus damas, tantrastornadas como ella misma, no atinaban ni aprestarle los servicios que le eran imprescindi-bles para vestirse. Calmada y serena, pero páli-da como un cadáver,. Edith ayudó a la reinacon sus propias manos, supliendo la falta de lasnumerosas sirvientas.

—¡Qué manera de servir, muchachas! —dijola reina, que era incapaz de prescindir, ni si-quiera en ocasiones como aquélla, de las frivo-las distinciones—. ¿Permitiréis que Lady Edithhaga vuestro trabajo? ¿Te fijas, Edith? ¡Nohacen nada! ¡De esta manera no acabaremosnunca! Enviaré a buscar al arzobispo de Tiro,para que sirva de mediador.

Page 428: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Oh, no, no! —exclamó Edith—. Id vosmisma, señora; vos habéis hecho el daño, y vostenéis que encontrar el remedio.

—Iré, iré —dijo la reina—. Pero si Ricardoestá enfadado no le hablaré: ¡me mataría!

—Id, amable señora —dijo Lady Calixta,que conocia mejor que nadie el carácter de lareina—. Un león furioso que viera este rostro yeste cuerpo se amansaría en seguida; y ¿qué nohará, pues, un fiel caballero enamorado como elrey Ricardo, para quien vuestras palabras másinsignificantes son órdenes?

—Lo crees así, Calixta —dijo la reina—. ¡Ah,qué mal le conoces!... No obstante, iré. Pero,¡fijaos!, ¿qué significa eso? Me habéis puesto unvestido verde, que es un color que él detesta.Mirad: ponedme un vestido azul, y buscad elcollar de rubíes que formaba parte del rescatedel rey de Chipre; estará en aquel cofre de ace-ro, o en cualquier otra parte.

—Os entretenéis de esta manera, ¡y la vidade un hombre está en peligro! —dijo Edith con

Page 429: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

indignación—. ¡No hay paciencia humana quelo aguante! No os preocupéis, señora: iré yo aver al rey Ricardo. Soy parte interesada. Sabrési se puede bromear con el honor de una pobremuchacha de su sangre, y si su nombre puedeservir de anzuelo para hacer desertar a un bra-vo caballero de sus deberes, ponerle al borde dela muerte y de la infamia, y hacer, a la vez, quela gloria de Inglaterra se convierta en objeto derisa de todo el ejército cristiano.

Ante esta inesperada explosión de pasión,Berengaria quedó mirándola con ojos estupe-factos, de miedo y sorpresa. Pero cuando Edithiba a salir ya de la tienda, exclamó, aunque convoz débil.

—¡Contenedla, contenedla! —Es conveniente que os contengáis, noble

Lady Edith —dijo Calixta, cogiéndola amable-mente de un brazo—; y estoy segura de quevos, real señora, os apresuraréis a ir. Si LadyEdith va sola, el rey se encolerizará aún más yno le bastará una vida para aplacar su ira.

Page 430: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Iré, iré —dijo la reina, reconociendo la ur-gencia del caso: y Edith se contuvo, a pesarsuyo, para esperarla.

Todas se movieron ahora tan rápidas, comopodía desearse. La reina se cubrió precipitada-mente en una holgada capa que disimulaba lasdeficiencias de su modo de vestir, y, acompa-ñada por Edith y sus damas, y precedida y es-coltada por algunos oficiales y hombres de ar-mas, se dirigió a la tienda de su leonino esposo.

Era cada cabello en su cabeza una vida, debiendo suplicarse como tantos cabellos cuatro veces. Vida tras vida, astro que se funde rompiendo el alba o como lámparas que hasta la medianoche iluminaron la mesa del festín, y que una a una, cuando marchan los huéspedes, se apagan. Comedia antigua

CAPÍTULO XVII

Page 431: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Con todo el respeto y las atenciones debi-das, los chambelanes que montaban la guardiaen el departamento exterior de la tienda del reyRicardo se opusieron al paso de la reina, y leimpidieron que entrara al interior. Ella mismapudo oír cómo el rey daba la orden categórica.

—Ya lo veis —dijo la reina a Edith, como siya hubiese agotado todos los medios de inter-cesión a su alcance—. Ya lo sabía. El rey no nosrecibirá.

Al mismo tiempo oyeron que el rey hablabaa alguien que estaba dentro.

—Ve, y despacha pronto tu tarea, picaro,que en tal cosa estriba tu gracia; diez bizantes sile despachas al primer golpe. Y, oye, malan-drín: observa si su rostro cambió de color, o siparpadea; explícame el más leve temblor de susfacciones, y si cierra los ojos. Me gusta saber lacara que ponen los valientes cuando se enfren-tan con la muerte.

Page 432: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Si ve mi acero en el aire y no se encoge,será el primero que lo haga —contestó una vozáspera y profunda, suavizada algo por un des-acostumbrado sentimiento de respetuoso te-mor, que le hacía adquirir un tono mucho másmoderado del que tenían sus habituales gruñi-dos.

Edith no pudo callar más. —Si Vuestra Gracia —dijo a la reina— no

quiere abrirse paso, lo abriré yo, sino paraVuestra Majestad, para mí, al menos. Chambe-lanes: la reina quiere ver al rey Ricardo; la es-posa necesita hablar con su esposo.

—Noble señora —dijo el oficial, bajando lavara que indicaba su cargo—: siento tener quenegárselo, pero Su Majestad está ocupado enasuntos de vida o muerte.

—Y también nosotras tenemos que verle pa-ra hablarle de asuntos de vida o muerte —dijoEdith—. Yo abriré paso a Vuestra Gracia. —Y,empujando con una mano al chambelán, quequedó a un lado, con la otra separó la cortina.

Page 433: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No me atrevo a oponerme al deseo deVuestra Majestad —dijo el chambelán, rindién-dose a la vehemencia de la bella solicitante, lacual se hizo a un lado, con lo que la reina se vioobligada a entrar en la habitación del rey.

El monarca se hallaba incorporado en lacama, y a cierta distancia de él, y en actitud deesperar una última orden, se encontraba unhombre cuyo oficio no era difícil de adivinar.Llevaba un jubón de tela roja que le cubría es-casamente los hombros, dejando ver sus brazosdesnudos, y encima llevaba, en ocasiones comola presente, en que había de recurrir a sus mor-tales servicios, un tabardo sin mangas, como deheraldo, hecho de piel de toro curtida, sucia ysalpicada por la parte delantera, en muchossitios, de grandes manchas de negruzco carmín.El jubón y el tabardo que vestía le llegaban has-ta las rodillas; llevaba las piernas cubiertastambién de un cuero igual al del tabardo. Unagorra de pelo le cubría la parte superior delrostro, que, como un mochuelo, parecía querer

Page 434: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

esconderse de la luz; cubría la parte inferior desu cara una espesa barba roja, que se confundíacon sus cabellos, del mismo color. Todo lo quese veía de su cara era siniestro y odioso. Era debaja estatura, con un cuello como el de un toro,tenía anchos hombros, brazos de una longituddesproporcionada, cuerpo cuadrado y piernasgruesas y zambas. Este feroz funcionario seapoyaba en una espada cuya hoja tenía unoscuatro pies y medio de longitud y la empuña-dura unas veinte pulgadas; ésta estaba rodeadade una argolla de plomo que hacía contraba-lanza al peso de la hoja, y en conjunto, el armapasaba en mucho la altura de la cabeza cuandoel hombre se apoyaba en ella, como en esta oca-sión en que esperaba las últimas órdenes delrey.

Al ver entrar inopinadamente a las damas,Ricardo, que estaba incorporado en la cama,con el rostro vuelto hacia la puerta hablandocon su horrible sirviente, se volvió de prontohacia el otro lado, sorprendido y disgustado,

Page 435: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quedando de espaldas a la reina y a las damasque la acompañaban, y se envolvió con su cu-brecama que, por propia voluntad suya, o, lomás probable, por haberlo escogido así, adula-doramente, sus chambelanes, estaba formadopor dos pieles de león, curtidas tan hábilmenteen Venecia, que eran suaves como piel de ga-mo.

Berengaria sabía muy bien —¿qué mujer nolo sabe?— el camino que había de conducirla ala victoria. Después de una rápida mirada deverdadero y sincero terror al fatídico compañe-ro de los consejos secretos de su esposo, se pre-cipitó al lado de la cama de Ricardo, cayendoallí de rodillas; el manto se le escurrió por loshombros, descubriendo sus largas y espléndi-das trenzas doradas, y mientras su rostro pare-cía el sol saliendo detrás de una nube. Tomó lamano derecha del rey, que, después de arre-glarse el cubrecama, recuperó la posición deantes, y lentamente acercó la mano hacia ella,con una fuerza que era resistida, pero débil-

Page 436: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mente; se apoderó de aquel brazo, puntal de laCristiandad y terror de los infieles, y aprisio-nándolo fuertemente entre sus dos bellas ma-necitas, quitó aquella mano de la frente quesostenía, y se la acercó a los labios:

—¿Qué significa eso, Berengaria? —dijo Ri-cardo, con la cabeza vuelta aún, pero abando-nándole la mano.

—¡Echa a ese hombre: su presencia me mar-tiriza! —murmuró Berengaria.

—¡Vete de aquí, picaro! —dijo Ricardo, to-davía sin volver la cara—. ¿Qué esperas? ¿Vasvestido como para que te vean las damas?

—Vuestra Majestad hará el favor de decir-me qué hago con la cabeza.

—¡Vete, perro! —contestó Ricardo—. ¡La en-tierras cristianamente!

El hombre desapareció, después de lanzar ala bella reina, a quien el desorden en el vestidoparecía hacer más atractiva, una mirada acom-pañada de una sonrisa de admiración, más es-

Page 437: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pantosa en su expresión que su usual miradade cínico odio a la Humanidad.

—Y ahora, locuela, ¿qué quieres? —dijo Ri-cardo, volviéndose lentamente y de mala ganahacia su real suplicante.

Pero no está en la naturaleza de nadie, ni enla del propio Ricardo, que admiraba más lagloria que la belleza, contemplar sin emoción elrostro y el temblor de una criatura tan bellacomo Berengaria, o sentir sin impresionarse,que sus labios y su frente tocaban sus manos, yque estaban mojados de lágrimas. Lentamentefue volviendo hacia ella su varonil rostro, conla expresión más amable de que eran capacessus grandes ojos azules, que a menudo ardíancon un brillo que deslumhraba. Acariciando labella cabeza de la joven, y hundiendo sus lar-gos dedos entre los bonitos y despeinados cabe-llos, la hizo levantar y besó tiernamente el ros-tro angelical que parecía quererse cobijar en sumano. El robusto cuerpo, la ancha y noble fren-te, la majestuosa cabellera, el brazo y el hombro

Page 438: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

desnudos, las pieles de león entre las cualesyacía, y la frágil criatura que estaba arrodilladaa su lado, habrían podido servir para un mode-lo de Hércules reconciliándose, después de unariña, con su esposa Deyanira.

—Otra vez pregunto: ¿Qué busca la reina demi corazón en la tienda de su caballero, a estashoras, tan tempranas y desacostumbradas?

—¡Perdón, mi generoso soberano, perdón!—dijo la reina, cuyos temores volvían a inutili-zar su papel de mediadora.

—¿Perdón? ¿De qué? —preguntó el rey. —Ante todo, por haber llegado hasta vues-

tra presencia osada y desacordadamente... Ca-lló.

—¡Tú, osadamente!..., así, pues, el sol tam-bién puede pedir perdón si sus rayos penetranpor las ventanas de un inmundo estercolero.Pero estaba ocupado en un asunto que no espropio tratar en tu presencia, gentil mía, y porotra parte, no quería que arriesgaras tu preciosa

Page 439: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

salud en un lugar donde hasta hace poco reina-ba la enfermedad.

—Pero, ¿ya estás bien, ahora? —dijo la re-ina, buscando dilaciones a la demanda que tan-to miedo le causaba formular.

—Lo suficientemente bien para romper unalanza contra la orgullosa cimera del guerreroque se niegue a reconocerte por la dama másbella de toda la Cristiandad.

—Pues, ¿no nos negarás un favor, sólo uno,sólo una pobre vida?

—¡Ah! Sigue —dijo el rey, frunciendo el ce-ño.

—Ese infeliz caballero escocés... —murmuróla reina.

—No me habléis de él, señora —exclamóRicardo, con dureza—. Morirá; su sentencia hasido pronunciada.

—¡Querido esposo y señor mío! Sólo se haperdido una simple bandera de seda. Berenga-ria te dará otra bordada por sus propias manos,tan rica como jamás el viento haya hecho on-

Page 440: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dear ninguna; la adornaré con tantas perlascomo poseo, ¡y en cada perla pondré una lá-grima de agradecimiento a mi generoso caba-llero!

—No sabes lo que dices —repuso el rey, in-terrumpiéndola irritado—. ¡Perlas! ¿Crees quetodas las perlas de Oriente reunidas bastarían areparar una ofensa inferida al honor de Inglate-rra, y que todas las lágrimas de los ojos de unamujer podrían borrar una mancha caída sobrela fama de Ricardo? Idos, señora; aprended aconocer cuál es vuesto lugar, vuestras ocasionesy vuestro campo de acción. Ahora estamosocupados en cosas en que no podéis inmiscui-ros.

—Ya lo oyes, Edith —susurró la reina—; nohacemos sino irritarle más.

—Aunque sea así —dijo Edith adelantándo-se—: Señor: yo, vuestra pobre parienta, vengo apediros justicia más que compasión, y los oídosde un monarca deben estar siempre dispuestos

Page 441: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

a la demanda de justicia, a cualquier hora, lu-gar y circunstancias.

—¡Ah! ¿Es nuestra prima Edith? —dijo Ri-cardo, levantándose y sentándose a un lado dela cama, cubierto con su largo vestido de dor-mir—. Siempre me habláis dirigiéndoos sólo alrey, y como rey voy a contestaros, siempre queno me hagáis una petición indigna de vos y demí.

La belleza de Edith tenía un matiz de mayorinteligencia y menos voluptuosidad que la de lareina; pero la impaciencia y la ansiedad habíancomunicado a su rostro una viveza de color deque carecía a menudo, y en sus facciones seveía una expresión de enérgica dignidad quehasta impuso silencio por espacio de un mo-mento al propio Ricardo, quien, a juzgar porsus miradas, ardía en deseos de interrumpirla.

—Mi señor —dijo Edith—: ese buen caballe-ro cuya sangre estáis a punto de derramar, haprestado servicios, cuando ha llegado el mo-mento, a la Cristiandad. Ha faltado a su deber

Page 442: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

atraído por una trampa que le tendieron la lo-cura y la inconsciencia. Le enviaron un mensajeen nombre de alguien (¿y por qué no decir quefue en nombre mío?), que le indujo a abando-nar por unos momentos su puesto. ¿Qué caba-llero del campamento cristiano no habría falta-do para obedecer la orden de una mujer que, sibien es pobre en otros bienes, lleva en sus venasla sangre de los Plantagenet?

—Así, pues, prima, ¿le visteis? —replicó elrey mordiéndose los labios de cólera.

—Le vi, señor —dijo Edith—. No es éste elmomento de explicar el porqué; no he venidoaquí a disculparme ni a acusar a nadie.

—¿Y dónde le concedisteis tal favor? —En la tienda de Su Majestad la reina. —¿De nuestra real consorte? —dijo Ricar-

do—. ¡Por Dios, por San Jorge de Inglaterra ypor todos los santos del cielo, eso es demasiadaaudacia! Conocía y vigilaba la insolente admi-ración de ese guerrero por alguien que estántan por encima de él, y no me disgustaba que

Page 443: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

una persona de mi linaje ejerciera desde su altaesfera una influencia como la que ejerce el solsobre la tierra, que tiene debajo. ¡Pero ¡cielos ytierra!, que le hayáis concedido una entrevistanocturna, en la propia tienda de nuestra realconsorte! ¡Y que aun os atreváis a alegarlo co-mo excusa a su desobediencia y deserción! ¡Porel alma de mi padre, Edith, que vas a pagarlopasando toda tu vida encerrada en un monaste-rio!

—Señor —dijo Edith—: vuestra grandezaexcluye la tiranía. Mi honor, señor rey, está tanlimpio como el vuestro, y mi señora la reinapuede aseverarlo, si quiere. Pero ya he dichoque no he venido ni a disculparme ni a acusar anadie. Sólo os pido que hagáis extensiva a al-guien que ha faltado, seducido por una fuertetentación, esa gracia que vos mismo, señor,deberáis pedir un día a un Tribunal más alto, yquizá por faltas más graves.

—¿Es posible que ésta sea Edith Plantagenet—dijo el rey con amargura—, Edith Plantage-

Page 444: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

net, la discreta y la noble? ¿O bien es una mujerenamorada, que olvida su propia fama parasalvar la vida de su galán? ¡Por el alma del reyEnrique, no sé cómo no ordeno que traigan delpatíbulo la cabeza de tu favorito, y que la cla-ven para perpetuo adorno cerca del crucifijo detu habitación!

—Y si la traías del patíbulo para exponerlaperpetuamente a mis miradas —dijo Edith—,diría que es la reliquia de un buen caballero aquien mataron cruel e inmerecidamente por...—hizo una pausa— por alguien de quien diríaque debería haber recompensado mejor la caba-llerosa virtud de la víctima. ¿Favorito, le hasllamado? —añadió en tono cada vez más ve-hemente—. En verdad, era mi galán, y el másfiel enamorado; pero jamás me pidió favor al-guno, ni con la mirada ni con la palabra; se con-tentaba con la adoración humilde que los hom-bres profesan a los santos. ¡Y el bueno, el vale-roso y el fiel caballero va a morir por todo eso!

Page 445: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Oh! ¡Callad, callad, por Dios! —susurróla riena—. No hacéis sino ofenderle más.

—¡No me importa! —dijo Edith—. La vir-gen sin mancha no teme la rabia del león. Quehaga lo que quiera con ese digno caballero.Edith, por quien muere él, sabrá cómo llorar surecuerdo. Que nadie me hable de alianzas polí-ticas que deben sellarse con esta pobre mano.No habría podido ni habría querido ser su es-posa en vida, porque estábamos situados de-masiado lejos uno de otro. Pero la muerte nive-la al más alto con el más bajo. Y de ahora enadelante soy la esposa de un sepulcro.

El rey iba a contestar furiosamente, cuandoentró con gran precipitación en la estancia unreligioso carmelita, cubierto con el hábito y lacapucha de burda tela que usaba su Orden, ycayendo de rodillas delante del rey, le conjurócon toda clase de santas palabras y señas a quesuspendiera la ejecución.

—¡Por la espada y por el cetro —dijo Ricar-do—, que el mundo se ha confabulado para

Page 446: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

volverme loco! Todos, mujeres y frailes, seatraviesan a cada paso que doy. ¿Cómo es quevive todavía?

—Mi generoso señor —dijo el monje—: herogado al señor de Gilsland que suspendiera laejecución hasta que yo me hubiese venido aechar a vuestros pies.

—¿Y él ha tenido el atrevimieto de atendertu demanda? —dijo el rey—. Es otra rareza delas suyas. ¿Y qué tienes que decirme? ¡Habla,en nombre del diablo!

—Señor: se trata de un importante secreto,pero velado por el sacramento de la confesión,y ni me atrevo a revelarlo ni a insinuarlo; peroos juro por mi santa Orden, por el hábito quellevo y por el bienaventurado Elias, fundadornuestro, que fue sacado de esta vida sin lossufrimientos de la agonía que sufren todos losmortales, que ese joven me ha confiado un se-creto que si yo pudiera decíroslo sería suficien-te para que revocarais la sentencia de muerteque habéis pronunciado contra él.

Page 447: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Buen Padre —dijo Ricardo—: que acato ala Iglesia lo demuestran las armas que he em-puñado para defenderla. Haz que sepa yo esesecreto, e inmediatamente haré lo que deba.Pero yo no soy el ciego Bayard para saltar enlas tinieblas, porque me azucen el par de espue-las de un fraile.

—Señor —dijo el santo varón, quitándose lacapucha y retirando su hábito, con lo que se levio vestido de piel de cabra y un rostro tan de-bilitado por el clima, el ayuno y la penitencia,que bien parecía un esqueleto viviente que unapersona—: hace veinte años que macero estemiserable cuerpo en las cavernas de Engaddi,haciendo penitencia por un gran crimen.¿Creéis, quizá, que yo, que estoy muerto para elMundo, inventaría una mentira que haría quemi alma se condenara, o que un hombre sujetopor sagrados votos y retenido en la Tierra sólopor el deseo de ver la reconstrucción de nuestraSión cristiana, violaría los secretos de la confe-sión? Ambas acciones horrorizan mi alma.

Page 448: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Así, pues —contestó el rey—, ¿eres tú elermitaño de quien se habla tanto? Confieso quete pareces mucho a los espíritus que frecuentanel desierto, pero a Ricardo no le dan miedo losespectros. ¿Y también eres tú aquél a quien lospríncipes cristianos enviaron un criminal caba-llero para entablar negociaciones con el sultán,mientras yo, que era el primero a quien debíasconsultar, yacía enfermo en cama? Tú y él en-tendeos como os parezca. Yo no pondré la ca-beza en el nudo corredizo hecho con el cordónde un monje carmelita. Y, en cuanto a tu defen-dido, morirá más pronto y con mejor motivo,porque tú intercedes en su favor.

—¡Que Dios tenga compasión de ti, señorrey —dijo el ermitaño, muy emocionado—.Ordenas un crimen, y pronto te arrepentirás deno haberlo evitado, aunque el hacerlo hubiesede costarte un miembro de tu cuerpo. Hombretemerario y ciego, ¡aún tienes tiempo de evitar-lo!

Page 449: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Márchate, márchate! —gritó el rey, dan-do un golpe en el suelo con el pie—: el sol hasalido sobre el deshonor de Inglaterra, y eso nose ha vengado todavía. Señoras y fraile, mar-chaos todos si no queréis oír órdenes desagra-dables para vosotros; porque, ¡por San Jorge,juro...!

—¡No jurarás! —dijo la voz de alguien queacababa de penetrar en el pabellón.

—¡ Ah! Mi sabio Hakim —dijo el rey—. Su-pongo que vienes a conocer el precio de vuestragenerosidad.

—Vengo a pedir unos momentos de conver-sación contigo; unos momentos siquiera, y paracosas del mayor interés.

—Antes contempla a mi esposa, Hakim, ypermítele que conozca el que ha salvado a sumarido.

—No me está permitido —dijo el médico,cruzándose de brazos con el ademán orientalde respeto y modestia, y bajando la vista al sue-

Page 450: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lo—. No me está permitido contemplar la belle-za sin velo y armada con todo su esplendor.

—Retiraos, pues Berengaria —dijo el mo-narca—, y vos también, Edith; no renovéisvuestra insistencia. Todo cuanto puedo conce-der es que la ejecución se aplace hasta medio-día. Idos y tranquilizaos, querida Berengaria.Edith —agregó con una mirada que paralizó deterror la valerosa alma de su parienta—: vete yten cordura.

Salieron las damas, o, mejor dicho, huyeronde la tienda, olvidando su condición y la eti-queta, como una bandada de pájaros contra laque se ha lanzado el halcón.

Regresaron directamente a la tienda de lareina, y allí se entregaron a inútiles reproches yrecriminaciones. Edith fue la única que no recu-rrió a aquel desahogo vulgar. Sin un suspiro, niuna lágrima ni una sola palabra de recrimina-ción, ayudó a la reina, la cual demostraba ladebilidad de su carácter llorando, quejándose yentregándose a convulsas manifestaciones de

Page 451: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tristeza, que Edith trató de suavizar, tratándolaamable y hasta afectuosamente.

-Es posible que haya amado a ese caballero -dijo Florisa a Calixta su superiora en el serviciode la reina-; nos hemos engañado; le importatanto como si se tratara de un cualquiera, queno estuviera en difícil situación por culpa suya.

—Callad, callad —contestó su compañera,más experimentada y más observadora-. Perte-nece a la altiva Casa de los Plantagenet, quejamás confiesan que una herida les duele. Alrevés: estarán desangrándose por una heridamortal, y se les verá vendar un rasguño de suscompañeros más asustadizos. Florisa: hemoscometido una falta muy grave, y, por mi partedaría todas mis alhajas por no haber gastadoesa broma.

Esta obra requiere inteligencia entre Júpiter y el Sol: grandes espíritus son orgullosos siempre y fantásticos, y hay que instarlos mucho para que quieran

Page 452: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

intervenir también en el destino de todo hombre mortal. Albumazar

CAPÍTULO XVIII

El ermitaño siguió a las damas, saliendo delpabellón de Ricardo como la sombra sigue unrayo de luz cuando las nubes esconden la fazdel sol. Pero, al llegar al umbral de la puerta, sevolvió; y tendiendo sus manos hacia el rey, conun ademán de advertencia o casi de amenaza,le dijo:

—¡Ay de quien rechaza los consejos de laIglesia y se acoge al hediondo diván del infiel!Rey Ricardo, aún no sacudo el polvo de mispies y abandono tu campamento; la espada nocae, pero sólo pende de un cabello. Arrogantemonarca: volveremos a encontrarnos.

—Como quieras, arrogante monje —replicóRicardo—; que eres más orgulloso, tú con tus

Page 453: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pieles de cabra, que los príncipes con la púrpu-ra y el lino.

El ermitaño salió de la tienda, y el rey pre-guntó, dirigiéndose al árabe: —¿Acostumbranlos derviches orientales a hablar con tanta fami-liaridad a sus príncipes, sabio Hakim?

—El derviche —explicó Adonbec— sueleser un sabio o un loco; no existe término mediopara quien lleva la khirkhah, para el que vela denoche y ayuna durante el día. De aquí que ten-ga la suficiente sabiduría para comportarsecomo es debido delante de los príncipes unasveces, mientras otras, como no le ha sido con-cedida la razón, no es responsable de sus actos.

—Me parece que nuestros monjes hanadoptado más bien este último carácter —dijoRicardo—. Pero vamos al asunto. ¿En qué pue-do serviros, mi sabio médico?

—Gran rey —dijo El Hakim haciendo suprofunda reverencia oriental—: pemite a tuservidor que diga unas palabras. Quisiera re-cordarte que debes, y no a mí, humilde instru-

Page 454: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mento, sino a las Inteligencias cuyos beneficiostransmito yo a los mortales, una vida...

—Y barrunto que querrías que saldara lacuenta, dándote otra, ¿no? —le interrumpió elrey.

—Tal es mi humilde súplica —dijo ElHakim— al gran Melech Ric: la vida de esebuen caballero condenado a muerte por unafalta como la que cometió el sultán Adán, porotro nombre Azulbeschar, o padre de todos loshombres.

—Y su sabiduría puede recordarte, Hakim,que Adán murió por ello —dijo el rey con ciertaseveridad; y empezó a pasearse por el pequeñorecinto de su tienda algo emocionado, yhablando consigo mismo—. Porque, a Diosgracias, ya imaginé lo que venías a pedir, tanpronto como te he visto que entrabas. Ahí te-nemos una pobre vida condenada con justicia ala extinción, y yo, un rey y un soldado, que hahecho matar a tantos miles de hombres, y quelos he derribado con mi propia mano, ¿voy a no

Page 455: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tener poder sobre ese hombre, a pesar de que elculpable haya manchado el honor de mis ar-mas, de mi casa y hasta el de mi reina? ¡Por SanJorge, que me da risa! ¡Válgame San Luis! Estome recuerda un relato de Blondel sobre un cas-tillo encantado, en el que el caballero predesti-nado se veía privado de entrar por aparicionesy espectros, muy diferentes, pero todos hostilesa su misión. Tan pronto como desaparecía uno,ya aparecía otro. Esposa, parienta, ermitaño,Hakim van apareciendo sucesivamente en lalista, tan pronto como el anterior sale derrota-do. ¡Eso es como un caballero solo que se vieraobligado a contender con todos los que tomanparte en un torneo! ¡Ja, ja, ja! —y Ricardo seechó a reír; lo cual indicaba, en realidad, uncambio en su estado de ánimo, que ya se inicia-ba efectivamente, puesto que, siendo general-mente tan violenta su cólera, no podía durarmucho.

Entretanto, el médico le contemplaba sor-prendido, y no sin cierto desprecio, porque los

Page 456: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

orientales no comprenden estos cambios dehumor de los caracteres, y consideran que, encasi todos sus aspectos, la risa rebaja la digni-dad del hombre, y que sólo es propia de muje-res y niños.

Por último, cuando el rey recobró su estadonatural, el sabio le dijo:

—De unos labios que ríen no sale una sen-tencia de muerte. Permite que tu servidor creaque le has concedido la vida a ese hombre.

—A cambio de ella, toma la libertad de milcautivos —dijo Ricardo—: restituyelos a sustiendas y familias, y te firmaré la orden ahoramismo. La vida de ese hombre no te puede serde ninguna utilidad; y, además, debe responderdel pago de una deuda.

—Todas nuestras vidas están en el mismocaso —dijo El Hakim, poniéndose la mano en lacabeza—. Pero el gran Acreedor es compasivo,y no exige el pago de la deuda ni rigurosamen-te, ni antes del tiempo debido.

Page 457: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No puedes convencerme —dijo Ricardo—de que tengas un interés especial en interponer-te en un acto de justicia, al que estoy obligado,como monarca coronado que soy.

—Tan obligado estás a la clemencia como ala justicia —contestó El Hakim—; pero lo quetú quieres es que se cumpla tu voluntad. Y encuanto al interés especial que pueda tener estademanda, debes saber que la vida de más de unhombre está pendiente de que tú concedas esagracia.

—Explica tus palabras —dijo Ricardo—, pe-ro no creas que vas a imponerte con falsos ar-gumentos.

—¡Esté lejos de tu servidor tal cosa! —dijoAdonbec—. Sabe, pues, que la medicina que ati, seflor rey, y a tantos otros, os ha devuelto lasalud, es un talismán confeccionado bajo ciertosaspectos del cielo, cuando son más propicias lasDivinas Inteligencias. Yo no soy más que elhumilde adminis-trdor de sus virtudes. Lo su-merjo en una copa de agua, observo la hora

Page 458: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

adecuada para darlo al enfermo, y la virtud delbrebaje obra la curación.

—¡Rara y cómoda medicina! —dijo el rey—.Y como puede ser llevada en el bolsillo del mé-dico, ahorra toda la caravana de camellos querequiere el transporte de drogas e instrumentosmédicos. Me sorprende que todavía estén enuso las otras.

—Escrito está —contestó El Hakim, con se-riedad imperturbable—: «No abuses del caballoque te ha traído de la batalla». Has de saber queestos talismanes pueden ser compuestos, esverdad; pero han sido muy pocos los adeptosque se hayan atrevido a emprender la aplica-ción de su virtud. Severas privaciones, penosasreglas, ayunos y penitencias necesita el sabioque usa de este procedimiento de curación; y si,olvidando esta preparación, para entregarse aldescanso y a los apetitos sensuales, deja de cu-rar por lo menos doce personas dentro del ciclode cada luna, pierde el amuleto la virtud de sudivino don, y tanto el último enfermo como el

Page 459: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

propio médico están expuestos a grandes des-gracias, y ninguno de los dos vivirá más de unaño. Necesito una vida para llegar a la cifrarequerida.

—Sal al campamento, buen Hakim, y en-contrarás muchas —dijo el rey—, y no robes alverdugo sus pacientes; es impropio de un mé-dico de tu categoría inmiscuirse en el trabajo deotro. Por otra parte, no veo de qué manera po-drías, salvando a un criminal de la muerte quemerece, colmar el número de tus curas maravi-llosas.

—Cuando puedas explicar por qué una to-ma de agua fría te ha curado a ti, después defracasar las más preciosas drogas —dijoHakim—, podrás razonar sobre los demás mis-terios relacionados con esta cuestión. Por lodemás, hoy no puedo realizar ninguna cura-ción, porque esta mañana he tocado un animalimpuro. Así, pues, no preguntes nada más; bás-tete saber que salvando la vida de ese hombre,

Page 460: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

accediendo a mi súplica, te salvarás tú, granrey, y salvarás a tu servidor de un gran peligro.

—Oye, Adonbec —contestó el rey—: notengo objeción alguna que hacer a que los mé-dicos envuelvan sus palabras entre nieblas ypretendan sacar conocimientos de las estrellas;pero cuando conjuras a Ricardo Plantagenet aque tema que caerá sobre él un peligro por al-gún agüero o por omisión de alguna ceremo-nia, no hablas a un ignorante sajón o a una viejamaniática que renuncia a sus propósitos porqueuna liebre atraviese su camino, porque grazneun cuervo o porque estornude un gato.

—Yo no puedo evitar que dudéis de mis pa-labras —dijo Adonbec—; pero permitidme, miseñor el rey, que os asegure que la verdad estáen la lengua de tu servidor. ¿Consideraréis jus-to privar de los beneficios de este valioso talis-mán al mundo y a todos los desgraciados queaún pueden sufrir los dolores que no hace mu-cho os tenían sujeto al lecho, antes que perdo-nar a un pobre delincuente? Pensad, señor rey,

Page 461: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que si bien podéis matar a millares de hom-bres, no podéis devolver la salud a uno solo.Los reyes tienen el poder de Satanás para eltormento; los sabios, el de Alá para curar.Guardaos de robar a la Humanidad el bien queno podéis devolverle. Podéis cortar una cabeza,pero ni tan sólo podéis curar un ligero dolor demuelas.

—Eso pasa de insolente —dijo el rey, enco-lerizándose a medida que El Hakim adoptabauna actitud más elevada y casi imperiosa—. Tetomamos para médico, pero no para consejero odirector espiritual.

—¿Y así es como recompensa el más famosopríncipe del Frangistán los beneficios hechos asu real persona? —dijo El Hakim, trocando laactitud humilde y modesta con que había su-plicado al rey hasta entonces, por otra arrogan-te y autoritaria—. Sabe, pues, que en todas lasCortes de Europa y Asia, ante musulmanes ynazarenos, ante damas y caballeros, en todaspartes donde se pulsa un arpa o se ciñe una

Page 462: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

espada, dondequiera que el honor sea aprecia-do y aborrecida la infamia, por todo el mundote denunciaré, Melech Ric, como desagradecidoy avaro; y hasta en los países, si queda alguno,que no conozcan tu fama se sabrá tu vergüenza.

—¡Eso me dices a mí, vil infiel! —dijo Ri-cardo acercándose furioso—. ¿Es que estás can-sado de vivir?

—¡Pega! —contestó El Hakim—. Entoncestus obras te pintarán más cobarde que mis pro-pias palabras, aunque cada una tuviera el agui-jón de una avispa.

Ricardo se volvió hacia él, cruzado de bra-zos, atravesó la tienda como antes, y exclamó:

—¿Desgraciado y avaro? Eso es llamarmecobarde y desleal. Hakim: has elegido tu re-compensa, y aunque habría preferido que mehubieses pedido las joyas de mi corona, noobraría como rey si te las negara. Quédate conese escocés, pues, bajo tu custodia; el prebostete lo entregará presentándole esta orden escritapor mí.

Page 463: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Precipitadamente, escribió dos o tres líneasy las dio al médico.

—Utilízale como esclavo y dispon de él co-mo te parezca; sólo advierto que tenga cuidadode no ponerse jamás a la vista de Ricardo. Oye;tú eres sabio: ese caballero ha sido demasiadoatrevido con aquéllas a cuyos hechizos y fla-queza de carácter confiamos nuestro honor,igual que vosotros, los orientales, escondéisvuestros tesoros dentro de cofrecitos de hilo deplata, tan finos y quebradizos como telarañas.

—Tu servidor comprende las palabras delrey —dijo el sabio, volviendo a adoptar el tonode respeto con que empezara—. Cuando hayuna mancha en la rica alfombra, el necio enseñala mancha, pero el hombre prudente extiendesobre ella su capa. He oído el deseo de VuestraMajestad, y oír es obedecer.

—Está bien —dijo el rey—; que vigile por supropia seguridad y que jamás vuelva a presen-tarse en presencia mía. ¿Puedo hacer algunaotra cosa en obsequio tuyo?

Page 464: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—La bondad del rey ha colmado mi copa —dijo el sabio— con la misma abundancia conque la fuente brotó en mitad del campamentode los descendientes de Israel cuando MussaBen Amram golpeó con su vara la roca.

—Sí —dijo el rey, sonriendo—, pero aquí,como en el desierto, era preciso un golpe terri-ble a la roca para que diera sus tesoros. Quisie-ra saber qué es lo que te gusta para hacerlo bro-tar con tanta liberalidad como el manantialhace brotar el agua.

—Permíteme estrechar esa mano victoriosa—dijo el sabio— en señal de que si Adonbec elHakim hubiese de pedir un favor a Ricardo deInglaterra, puede hacerlo seguro de que seríaacogida su demanda.

—Tienes mi mano y el guante sobre ella —contestó Ricardo—; sólo que, si pudieses llegara obtener la cifra cabal de tus enfermos curadossin obligarme a liberar del castigo a los que lohan merecido, me gustaría mucho más pagar ladeuda de cualquier otra manera.

Page 465: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Sean multiplicados tus días —contestó ElHakim; y salió de la tienda haciendo las acos-tumbradas y profundas reverencias.

El rey Ricardo le siguió con la mirada, comosi no estuviera satisfecho totalmente con lo quehabía ocurrido.

—Rara obstinación la de este Hakim —sedijo a sí mismo—, y maravilloso azar que vienea interponerse entre ese audaz escocés y el cas-tigo que mereció tan justamente. Sin embargo,¡que viva!: habrá un valiente más en el Mundo.Y ahora, vamos con el austríaco. ¡Eh! ¿Está ahíel barón de Gilsland?

Sir Thomas de Vaux, llamado de esta mane-ra, asomó rápidamente su corpulencia en elumbral de la puerta de la habitación, mientrasque detras de él se deslizó como un espectro,sin que nadie le anunciara, ni tampoco nadie seopusiera a su paso, la salvaje figura del ermita-ño de Engaddi, cubierto con su vestido de pielde cabra.

Page 466: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Ricardo, sin darse cuenta de su presencia,dijo en voz alta al barón:

—Sir Thomas de Vaux de Lanercost y Gils-land: tocad trompeta y heraldo, e id inmedia-tamente a la tienda de aquel a quien llaman elarchiduque de Austria, procurad que sea en elmomento en que tenga cerca de él más caballe-ros y vasallos, que seguramente será ahora,porque los seglares alemanes desayunan antesde oír misa. Preséntate a él con tan poco respetocomo puedas y acúsale en nombre de Ricardode Inglaterra de que, en la noche última, por sumano propia o por la de otros, ha robado labandera de Inglaterra. Le dirás que nuestravoluntad es que, dentro de una hora, a partirdel momento en que le hables, restablezca lamencionada bandera en su puesto con todos loshonores, asistiendo él y todos sus nobles con lacabeza descubierta y sin insignias exteriores desus dignidades; y que, además de eso, al ladoize su bandera de Austria boca abajo, por habersido deshonrada por el latrocinio y la felonia, y

Page 467: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que al otro lado ponga, clavada en el extremode una lanza, la cabeza ensangrentada del quehaya sido su principal consejero o ayudante enesta baja conspiración. Dile, otrosí, que si cum-ple estas nuestras órdenes con toda puntuali-dad, consentiremos, en gracia a nuestro voto ypor el bien de Tierra Santa, en olvidar todos susdemás insultos anteriores.

—¿Y si el archiduque niega que esté com-plicado en ese insulto o traición? —dijo Thomasde Vaux.

—Dile —contestó el rey— que lo probare-mos con su cuerpo, aunque le ayuden sus doscampeones más bravos. Como rey, se lo demos-traré como caballero, a pie o a caballo, en eldesierto o en el campo, y en el tiempo y lugar ycon las armas que él mismo elija.

—Pensad en la paz de Dios y de la Iglesia,mi señor —dijo el barón de Gilsland—, que hayque mantener entre los príncipes que participanen esta Cruzada.

Page 468: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Piensa tú cómo tienes que cumplir misórdenes, vasallo —contestó Ricardo, impacien-temente—. Me parece que todos los hombrescreen que con sólo un bufido van a hacermecambiar de propósito, como los chicos hacenvolar una pluma de una parte para otra. ¡Lapaz de la Iglesia, entre los cruzados, quiere de-cir la guerra contra los sarracenos, con los cua-les han pactado una tregua, y la expiración deuna es el principio de la otra. Por otra parte,¿no ves cómo cada uno de esos príncipes nobusca sino su provecho particular? Pues yotambién quiero mirar por el mío, y el mío es elhonor. Por el honor he venido aquí, y si nopuedo aumentarlo contra los sarracenos, por lomenos no quiero que disminuya ni un ápicepor ningún motivo con ese miserable duque,aunque todos los príncipes de la Cruzada lesirvieran de muralla y le ayudaran.

De Vaux se disponía a obedecer la orden delrey, encogiéndose de hombros, pues era impo-sible para su ruda franqueza disimular su dis-

Page 469: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

paridad de criterio con tal mandato. Pero elermitaño de Engaddi se adelantó, adoptando laactitud de quien está encargado de dar a cono-cer órdenes más elevadas que las de un simplemagnate terrenal. En verdad, sus vestiduras dehirsuta piel, su barba y cabellera enmarañadas,sus salvajes, enjutas e irregulares facciones, y lacasi irresistible llama que despedían sus ojosbajo las espesas cejas le daban el aspecto de loque imaginamos que debían ser algunos profe-tas de la Escritura, quienes, encargados de unaelevada misión cerca de los pecadores reyes deJudá o Israel, descendían de los peñascales ycavernas en que vivían en completa soledad,para humillar a los tiranos terrenales en mediode su orgullo, y fulminar contra ellos las ate-rradoras amenazas de la divina Majestad, lomismo que la nube descarga los relámpagos deque es portadora, en las cimas y torres de loscastillos y palacios. A pesar de sus arrebatos,Ricardo respetaba la Iglesia y a sus ministros, yaunque le irritaba la intromisión del ermitaño

Page 470: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en su tienda, le saludó con respeto, mientrascon una seña ordenaba a De Vaux que se apre-surara a cumplir sus órdenes.

Pero el ermitaño prohibió con ademanes,miradas y palabras que el barón diera un solopaso para ir a cumplir su cometido, y levantan-do el brazo, enjuto por los ayunos y herido porlos golpes de las disciplinas, lo agitó en el aire,quedando desnudo porque con la violencia desus movimientos la piel de cabra se corrió haciaatrás.

—En nombre de Dios y del Santo Padre, vi-cario de la Iglesia cristiana en la Tierra, prohiboese brutal, sanguinario y profano reto entre dospríncipes cristianos que llevan en el hombro laseñal bendita por la que se han jurado fraterni-dad. ¡Ay de quien intente romper ese juramen-to! Ricardo de Inglaterra: revoca el impío men-saje que has dado a este barón. ¡El peligro y lamuerte están cerca de ti; el puñal reluce muycerca de tu garganta...!

Page 471: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—El peligro y la muerte —contestó el mo-narca con gran arrogancia —son compañerosde Ricardo, el cual ha hecho frente a muchasespadas para que le de miedo un puñal.

—Peligro y muerte están muy cerca de ti —repitió el profeta, con una voz que de tan pro-funda y cavernosa no parecía de este Mundo—.Y después de la muerte viene el Juicio.

—Santo y buen padre —dijo Ricardo—: ve-nero tu persona y tu santidad...

—No me respetes a mí.—interrumpió elermitaño—. Respeta más bien el vil insecto quese arrastra por las orillas del Mar Muerto y quese nutre con su limo maldito. Respeta a Aquélque me ordena que te hable; respeta a Aquélcuyo sepulcro has jurado reconquistar; respetael juramento de concordia que hiciste, y norompas el argentino lazo de unión y fidelidadcon que te uniste tú mismo a tus nobles confe-derados.

—Buen padre —contestó el rey—: vosotros,los eclesiásticos, me parece que tenéis un poco

Page 472: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

más de presunción de la que sería preciso, si eslícito que un seglar se exprese así sobre la dig-nidad de vuestro sagrado carácter. Sin que con-tradiga el derecho que tenéis a velar por nues-tra conciencia, me parece que podríais dejarnosa nosotros mismos la custodia de nuestrohonor.

—¡Presunción! —repitió el ermitaño—.¿Presuntuoso yo, rey Ricardo, que no soy másque la campanilla que obedece la mano del acó-lito; que el insensible e indigno clarín quetransmite la orden del que le toca? Mira: mearrodillo a tus pies implorándote gracia por laCristiandad, por Inglaterra y por ti mismo.

—¡Levántate, levántate! —dijo Ricardo,obligándole a levantarse, con su propia mano—. Las rodillas que tan a menudo se doblan antela Divinidad no deben tocar al suelo para hacerhonor a un hombre. ¿Qué peligro nos amenaza,reverendo padre? ¿Desde cuándo el poder deInglaterra ha caído tan bajo para que la petu-

Page 473: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lante parlería de ese duque de nuevo cuñopueda alarmar a ella y a su monarca?

—Desde mi observatorio de la montaña heelevado la vista hasta la estrellada hueste delcielo, cuando, en el circuito de medianoche,cada astro comunica su sabiduría a los demás,y la ciencia a los pocos que pueden entendersus voces. Ha entrado un enemigo en tu Casade la Vida, señor rey; alguien que es enemigode tu nombre y de tu prosperidad: una influen-cia de Saturno te amenaza con un peligro inmi-nente y sangriento, que, si no sometes tu sober-bia voluntad al imperativo del deber, te aplas-tará como a un gusano junto con tu orgullo.

—Vete, vete; eso es una ciencia pagana —dijo el rey—. Los cristianos no la practican, ylos sabios no la creen. Viejo, tú chocheas.

—No chocheo, Ricardo —contestó el ermi-taño—. No tengo esa suerte. Sé cuál es mi esta-do, y que todavía me está permitido gozar unpoco de la razón, no para mí, sino para bien dela Iglesia y para el triunfo de la Cruz. Yo soy el

Page 474: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ciego que sostiene una antorcha encendida parailuminar a los demás, aunque él no vea su luz.Pregúntame lo que conviene para la prosperi-dad de la Iglesia y de la Cruzada, y te contesta-ré como el más sabio consejero en cuyos labiosradique constantemente la persuasión. Hábla-me de mi pobre y miserable ser, y mis palabrasserán las del loco rematado que soy.

—No es mi deseo romper los lazos queunen a los príncipes cristianos de la santa Cru-zada —dijo Ricardo con voz y ademanes másmoderados—. Pero, ¿qué reparación puedendarme por la injusticia y el insulto que me haninferido?

—También sobre este punto puedo contes-tarte, y decirte que estoy comisionado por elConsejo, para anunciarte que se ha reunidorápidamente a demanda de Felipe de Francia, yque se han acordado las disposiciones necesa-rias respecto al particular.

Page 475: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Es raro que los demás quieran ocuparsede lo que sólo afecta a la ultrajada Majestad deInglaterra!

—Han querido adelantarse a vuestras de-mandas en todo lo que les sea posible —contestó el ermitaño—. Unánimemente con-sienten que vuelva a izarse la bandera de Ingla-terra en el monte de San Jorge; ponen en entre-dicho y condenan al autor o autores audaces deeste ultraje; y prometen una regia recompensa aquien quiera que denuncie al culpable, cuyocuerpo será dado a los lobos y a los cuervos.

—¿Y el de Austria —dijo el rey—, sobre elcual recaen tan graves sospechas de haber sidoel autor del hecho?

—Para evitar la discordia en el ejército, elarchiduque se justificará de las sospechas so-metiéndose a cualesquiera ordalías que le im-ponga el patriarca de Jerusalén.

—¿Se justificará por la prueba del combate?—dijo el rey Ricardo.

Page 476: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Su voto se lo prohibe —dijo el ermitaño—; y, además, el Consejo de los Príncipes...

—No quiere autorizar ni siquiera el comba-te contra los sarracenos —interrumpió Ricar-do—, ni contra nadie. Pero, basta, Padre; mehan demostrado la locura del camino que iba aemprender en este asunto. Más fácil sería en-cender una antorcha bajo la lluvia, que hacersurgir una chispa de un cobarde de sangrehelada. Nada puede salir ganando el honor conel de Austria; así, pues, dejémosle. Quiero queperjure, sin embargo; insistiré en las ordalías.¡ómo me reiré cuando oiga crugir sus rudosdedos al coger la bola de hierro enrojecida, ocuando la garganta se le hinche y le ahogue, alintentar engullir el pan consagrado!

—Callad, Ricardo —dijo el ermitaño—. ¡Oh,callad por vergüenza, si no por caridad! ¿Quiénalabará u honrará a los príncipes, si ellos seinsultan entre sí? ¡ Ay!, ¡Que un ser tan noblecomo tú, tan lleno de pensamientos elevados yeminentes empresas, tan provechoso a la Iglesia

Page 477: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

por sus acciones, que en las horas de cordurapodría ser su guía, haya de tener mezclada lafuria y la brutalidad del león con la dignidad yel valor de ese rey de la selva!

Estuvo un momento meditando con la vistafija en el suelo, y luego agregó:

—Pero Dios, que conoce las imperfeccionesde nuestra naturaleza, acepta nuestra imperfec-ta sumisión, y ha aplazado, aunque no desvia-do, el sangriento fin de tu azarosa vida. El án-gel exterminador se ha parado, como en otrotiempo, en el umbral de la puerta de Araunahel Jebusita, pero conserva en su mano la espadacon la que, en fecha no lejana, será derribadocomo el más humilde labriego, Ricardo, el delcorazón de león.

—¿Tan pronto será pues? —dijo Ricardo—.Bien, sea. Mi vida puede ser brillante, aunquesea breve.

—¡Ay, noble rey! —dijo el solitario; y pare-ció que una lágrima (huésped desacostumbra-do) rodara de sus ojos enjutos y vidriosos—.

Page 478: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Breve y triste, lleno de mortificaciones, calami-dades y cautiverios es el espacio que te separadel sepulcro que ya se abre para ti: un sepulcroal que bajarás sin dejar descendencia que tesuceda, sin las lágrimas de un pueblo que, ago-tado por incesantes guerras, te llore, y sin haberaumentado la ciencia de tus subditos ni haberhecho nada para aumentar su felicidad.

—¡Pero no sin fama, monje; no sin las lá-grimas de la dama de mi amor! Esos consuelos,que tú no puedes conocer ni estimar, acompa-ñarán a Ricardo hasta el sepulcro.

—¿Qué yo no conozco, que no puedo esti-mar el valor de los elogios de los trovadores ydel amor de las mujeres?— replicó el ermitañoen un tono de voz que por un momento parecióquerer emular el entusiasmo del propio Ricar-do—. Rey de Inglaterra —agregó, extendiendosu brazo enjuto—: la sangre que corre por tusvenas no es más noble que la estancada en lasmías. Pocas y frías son su gotas, pero aún sonsangre del real Lusiñan, del heroico y santifica-

Page 479: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do Godofredo. Yo soy, o mejor yo era, cuandovivía en el siglo, Alberico Mortemar...

—Cuyas hazañas —dijo Ricardo— hicieronsonar tan a menudo las trompetas de la fama.¿Es cierto? ¿Es posible? ¿Un astro como tú pue-de desprenderse del horizonte de la Caballería,sin que se sepa adonde han caído sus cenizas?

—Mira una estrella caída —dijo el ermita-ño—, y no verás más que luz y un poco de agualimosa que, al pasar por el horizonte, ha tenidopor un momento una esplendorosa apariencia.Ricardo; si yo pensara que levantando el san-griento velo de mi terrible destino pudierahacer someter tu orgulloso corazón a la disci-plina de la Iglesia, encontraría en mi pechofuerzas para explicarte una historia que hastaahora he guardado secreta, a pesar de que medevoraba las entrañas, cómo se consumió en supropia contemplación el doncel del paganismo.Oye, pues, Ricardo, y que la pena y la desespe-ración, que tan poco útiles han de ser a estemiserable despojo de lo que un día fue un

Page 480: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hombre, puedan servir de ejemplo a un ser tannoble y tan arrebatado como tú eres. Si, quieroabrir de nuevo las antiguas llagas, aunque en tupresencia vuelvan a sangrar hasta que muera.

El rey Ricardo, a quien la historia de Alberi-co de Mortemar había causado profunda im-presión en sus años mozos, cuado los trovado-res cantaban las leyendas de Tierra Santa en lossalones del palacio de su padre, escuchó respe-tuosamente el resumen de una historia que, apesar de ser obscura y mal construida, indicabasuficientemente la causa de la parcial locura deaquel singular y desgraciado ser.

—No es necesario decirte —dijo el ermita-ño— que yo era noble por el nacimiento, rico enfortuna, fuerte en las armas y sabio en el conse-jo. Todo eso era yo. Pero mientras las más no-bles damas se disputaban en Palestina por cuálde ellas cubriría de guirnaldas mi yelmo, miamor se fijó, inalterable y constantemente fiel,en una muchacha de baja condición. Su padre,un antiguo soldado de la Cruz, descubrió nues-

Page 481: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tra pasión, y sabiendo la diferencia existenteentre nosotros, no encontró para el honor de suhija otro refugio que ponerla a la sombra de unconvento. Yo regresé de una lejana expedicióncubierto de botín y de honores, para encontrarque mi. felicidad había sido destruida parasiempre. Yo también me encerré en un monas-terio; y Satanás, que me había elegido por pre-sa, encendió en mi corazón una humareda deorgullo espiritual que no podía haber nacidosino en las mismas regiones infernales. Me ele-vé tanto en la iglesia como antes me elevara enel Estado. En verdad, yo era el sabio, el justo yel impecable. Fui el consejero de Concilios, ydirector de prelados. ¿Cómo habría podidoestar en peligro? ¿Cómo podía sufrir la tenta-ción? ¡Ay! Llegué a ser confesor de un conventode monjas, y entre aquellas religiosas encontréa la que hacía tanto tiempo que amaba y a laque hacía tanto tiempo había perdido. No nece-sito prolongar más mi confesión. Una religiosapecadora, que expió su falta con el suicidio,

Page 482: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

duerme profundamente bajo las bóvedas deEngaddi; mientras sobre su propio sepulcro sedesespera, gime y aulla un ser al que no se le hadejado más razón que la suficiente para que sedé cuenta de su destino.

—¡Qué hombre tan desgraciado! —dijo Ri-cardo—. Ya no me admira tu sufrimiento.¿Cómo pudiste rehuir el castigo que los cáno-nes imponen contra tu delito?

—Pregúntalo al que todavía sufre la hiél delas amarguras terrenas —dijo el ermitaño—, yte hablará de una vida salvada por respetospersonales y por consideraciones a su alto na-cimiento. Pero, Ricardo, te digo que la provi-dencia me ha reservado para ponerme en unacumbre como faro y guía, cuyas cenizas debenser arrojadas al infierno cuando haya consumi-do el combustible terreno. A pesar de que estecuerpo que ves está extenuado y macerado, aúnle animan dos espíritus: uno, activo, indomabley agresivo, consagrado a la causa de la Iglesiade Jerusalén; otro vil, abyecto y desesperado,

Page 483: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que fluctúa entre la locura y la desesperación,que llora sobre mi miseria y que custodia lasSantas Reliquias, que no puedo mirar sin come-ter el más grande pecado. ¡No me compadez-cas! Es pecar compadecerse de la pérdida de unser abyecto; no me compadezcas, pero sacaprovecho de mi ejemplo. Tú estás situado en lacumbre más alta, y por ello mismo la más peli-grosa de las que ocupe ningún otro príncipecristiano. Tienes el corazón orgulloso, la vidadisoluta y la mano sanguinaria. Aparta de ti lospecados que son como hijos tuyos; por muchoque las quiera el pecador Adán, arranca de tupecho esas furias que has prohijado: tu orgullo,tu lujuria, tu sed de sangre.

—Está delirando —dijo Ricardo volviéndo-se hacia De Vaux, como quien se siente apena-do por un sarcasmo del que ya no se ofende;luego volvió a mirar al anacoreta con calma, ycon cierto desdén, diciéndole—: Has encontra-do una buena nidada de hijas, reverendo padre,para quien hace muy pocos meses que está ca-

Page 484: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sado; pero ya que tengo que echarlas de casa,como buen padre les tendré que buscar mari-dos convenientes. Por consiguiente, regalo miorgullo a los nobles canónigos de la Iglesia; milujuria, como has dicho tú, a los monjes de laregla, y mi sed de sangre, a los Caballeros delTemple.

—¡Oh, corazón de acero y mano de hierro—dijo el anacoreta—, para quien son inútileslos consejos y los ejemplos! Va a serte concedi-do un plazo por si quieres arrepentirte y hacerlo que es agradable a los ojos de Dios. En cuan-to a mí, he de volver a mi puesto. ¡Kyrie Elei-son! Yo soy aquél a través del cual los rayos dela divina gracia fulgurante, como los rayos delsol através de un cristal de aumento, se concen-tran sobre los objetos hasta que se encienden yllamean, mientras el cristal continúa frío e in-tacto. ¡Kyrie Elieson! Hay que llamar al pobre,porque el rico rechaza el banquete... ¡KyrieEleison!

Page 485: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Y al decir estas palabras salió corriendo dela tienda, profiriendo grandes gritos.

—¡Qué fraile tan loco! —dijo Ricardo, aquien los gritos del ermitaño casi habían borra-do la impresión que le produjera el relato de suhistoria y desgracia—. Sigúele, De Vaux, y miraque no le ocurra nada; porque, a pesar de quesean cruzados, un juglar inspira a nuestra gentemás respeto que un sacerdote o un santo, y po-drían gastarle alguna mala broma.

El caballero obedeció, y Ricardo se abando-nó a los pensamientos que le inspirara la tétricaprofecía del monje.

—¿Morir joven, sin descendencia y sin na-die que me llore? Dura sentencia, y suerte queno ha sido pronunciada por un juez más com-petente. Sin embargo, los sarracenos, que sonentendidos en ciencia mística, aseguran a me-nudo que Aquél a cuyos ojos la sabiduría de lossabios no es sino locura, inspira la sabiduría alos que los hombres tienen por locos. Dicen queeste ermitaño lee en los astros, lo cual está muy

Page 486: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en uso en esas tierras, donde la hueste celeste seconvierte en objeto de idolatría. Querría haberlepreguntado por la pérdida de mi bandera, por-que ni el bien aventurado Tishbite, fundador desu Orden, podría parecer más loco ni decir co-sas más semejantes a las de un profeta... ¿Quéhay, De Vaux?¿Qué se sabe del fraile loco?

—¿Fraile loco le llamáis, mi señor? —contestó De Vaux—. Mi opinión es que se pare-ce más al bienaventurado Bautista salido deldesierto. Se ha subido a una máquina de gue-rra, y desde allí está predicando a los soldadoscomo jamás haya predicado hombre algunodesde los tiempos de Pedro el Ermitaño. Elcampamento, alarmado por sus gritos, se con-grega en derredor suyo, a millares; de vez encuando interrumpe su discurso y se dirige a losdiferentes grupos nacionales, a cada uno en supropio idioma, y con sólidos argumentos lesanima a persistir en la liberación de Palestina.

—¡Por el sol que nos ilumina, que es un no-ble ermitaño! —dijo el rey Ricardo—. Pero,

Page 487: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

¿Podría esperarse otra cosa de la sangre de Go-dofredo!

Él desespera de su salvación porque enotros tiempos vivió par amour.

Haré que el Papa le envíe una amplia abso-lución, y de buena gana intercederé para que asu belle amies la nombren abadesa.

Mientras decía estas palabras, el arzobispode Tiro pidió audiencia para solicitar de Ricar-do que asistiera si se lo permitía su estado desalud, a una reunión secreta que iban a celebrarlos jefes de la Cruzada, y para explicarle losacontecimientos militares y políticos que habí-an ocurrido durante sü enfermedad.

¿Habremos de envainar la espada victoriosa yvolver hacia atrás nuestros pasos que hollaron ene-miga cerviz, camino de la gloria; la cota arrinconar,que con solemne voto en la casa de Dios nuestroshombros vestía... voto tan incumplido como aquellaspromesas que niñeras de pueblo para acallar al niñohacen, sin recordar jamás?

Page 488: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

"La Cruzada". — Tragedia

CAPÍTULO XIX

El arzobispo de Tiro era un emisario bienescogido para comunicar a Ricardo las noticiasque el rey del corazón de león no habría escu-chado de ninguna otra voz sin las más violentasmanifestaciones de resentimiento. Hasta aquelsagaz y venerable prelado halló dificultadespara hacer que el monarca escuchara las noti-cias que echaban al suelo todas sus esperanzasde reconquistar el Santo Sepulcro por la fuerzade las armas y de adquirir la gloria que las uni-versales aclamaciones de la Cristiandad estabandispuestas a conferirle como Campeón de laCruz.

Pero, según se deducía del informe del ar-zobispo, Saladino estaba reuniendo todas lasfuerzas del centenar de tribus de que disponía,y los monarcas europeos, ya disgustados pordiferentes motivos de aquella expedición, que

Page 489: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hasta entonces había venido siendo tan azarosa,y que cada día lo era más habían resueltoabandonar su proyecto. Apoyaban su decisiónen el ejemplo de Felipe de Francia, quien aun-que haciendo grandes protestas de afecto yasegurando que antes querría ver a su hermanode Inglaterra fuera de peligro, declaró su pro-pósito de regresar a Europa. Su gran vasallo, elconde de Champagne, había tomado la mismaresolución; y no era de extrañar que Leopoldode Austria, que había sido ofendido por Ricar-do, se alegrara de aprovechar la ocasión paradesertar de una causa de la que era consideradojefe su arrogante adversario. Otros anunciabanel mismo propósito, de manera que era eviden-te que si el rey de Inglaterra se obstinaba enquedarse en Palestina, no dispondría de otraayuda que la de los voluntarios que en talescircunstancias quisieran unirse al ejército in-glés,ly la dudosa de Conrado de Montserrat yde las órdenes militares del Temple y,de SanJuan, las cuales, a pesar de su juramento de

Page 490: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacer la guerra a los sarracenos, veían con en-vidia que cualquier monarca europeo llevara acabo la conquista de Palestina, donde, con in-tenciones egoístas y de baja política, pensabanestablecer dominios independientes propios.

No se necesitaron muchos argumentos paraque Ricardo comprendiera cuál era su verdade-ra situación; y, en efecto, después de su primeraexplosión de colera, se sentó tranquilamente, ycon mirada sombría, cabizbajo y cruzados losbrazos sobre el pecho, escuchó los razonamien-tos del arzobispo sobre la imposibilidad de con-tinuar la Cruzada si desertaban sus compañe-ros. Hasta se abstuvo de hacer ninguna inte-rrupción cuando el prelado se aventuró a suge-rir, con mesuradas palabras, que la misma im-petuosidad de Ricardo había sido una de lasprincipales causas del disgusto que los prínci-pes sentían por la expedición.

—Confieor —contestó Ricardo, con miradaabatida y una especie de melancólica sonrisa—.Confieso, reverendo padre, que en algunas co-

Page 491: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sas tendría que entonar el culpa mea. Pero, ¿noes doloroso que las explosiones de mi caráctersean castigadas con esta penitencia, y que poruno o dos arrebatos de natural indignación seacondenado a ver cómo se pierde delante de mírica cosecha de gloria para Dios y de honorpara la Caballería? Pero no se perderá. Por elalma del Conquistador, que plantaré la Cruz enlas torres de Jerusalén, o la plantarán sobre latumba de Ricardo. —Podéis hacerlo —dijo elprelado— sin que se vierta una gota de sangrecristiana en esta contienda.

—¡Ah, os referís a un convenio, señor pre-lado! Pero la sangre de esos perros infieles ce-saría de correr —dijo Ricardo.

—Habrá suficiente gloria —contestó el ar-zobispo— con haber arrancado a Saladino, porla fuerza de las armas y por el respeto que leinspira vuestra fama, condiciones tales como lareconquista inmediata del Santo Sepulcro, laapertura de Tierra Santa a los peregrinos, lagarantía para su seguridad mediante la ocupa-

Page 492: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ción de plazas fuertes, y, por encima de todo, elasegurarnos la posesión de la Ciudad Santamediante la concesión a Ricardo del título deRey Guardián de Jerusalén.

—¡Cómo! —dijo Ricardo, cuyos ojos brilla-ron más que de ordinario—. ¡Yo..., yo..., yo ReyGuardián de la Ciudad Santa! La victoria, si esoya no lo fuera, no podría producir más, a me-nos coste, siendo obtenida con fuerzas pocobien dispuestas y desunidas. Pero, ¿se proponeSaladino conservar sus intereses en la TierraSanta?

—Con la categoría de cosoberano, con ju-ramento de alianza —contestó el prelado— conel poderoso Ricardo, y, si se le permitiera, em-parentán-dose con él mediante matrimonio.

—¡Mediante matrimonio! —dijo Ricardo,sorprendido aunque menos de lo que esperabael prelado—. ¡ Ah, sí! Edith Plantagenet. ¿Hesoñado yo eso? ¿O alguien me lo ha dicho? Micabeza aún está débil de la fiebre, y ha sufridomucha agitación: ¿Fué el escocés, o El Hakim, o

Page 493: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quizá ese santo ermitaño quien me habló de tanraro proyecto?

—El ermitaño de Engaddi, lo más probable—dijo el arzobispo—, porque él ha intervenidomucho en esta cuestión; y desde que el descon-tento de los príncipes se hizo visible, e inevita-ble la separación de sus fuerzas, celebró mu-chas consultas, tanto con los cristianos comocon los musulmanes, para negociar una pazque diera a la Cristiandad, por lo menos enparte, las ventajas que se perseguían con estaguerra santa.

—¡Mi prima para un infiel! ¡ Ah! —exclamóRicardo, cuyos ojos empezaban a despedirchispas.

El prelado se apresuró a apaciguar su cóle-ra.

—Ante todo, no hay que decir que debe ob-tenerse el consentimiento del Papa; el santoermitaño, que es muy conocido en Roma, lonegociaría con el Santo Padre.

Page 494: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Cómo? ¿Sin que nosotros diéramos antesnuestro consentimiento? —dijo el rey.

—Ciertamente, no —dijo el arzobispo, con-testando en un tono de voz tranquilizador einsinuante—. Eso sólo se haría mediante vues-tra especial sanción.

—¡Mi sanción para casar a una parienta míacon un infiel! —dijo Ricardo hablando con eltono de voz del que duda sobre lo que debehacer, pero no del que rechaza en absoluto laproposición que le hacen—. ¿Cómo habría po-dido soñar una componenda tal, cuando salté ala costa de Siria desde la proa de mi galera co-mo el león salta sobre su presa? Y ahora... Peroproseguid, que os escucharé pacientemente.

Tan contento como sorprendido por hallarsu misión mucho más fácil de realizar de lo quehabía supuesto, el arzobispo se apresuró a re-cordar a Ricardo ejemplos de tales alianzas enEspaña, efectuadas con la previa aprobación dela Santa Sede; las incalculables ventajas quetoda la Cristiandad obtendría de la unión de

Page 495: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Ricardo y Saladino mediante un lazo tan sagra-do; y principalmente habló con gran vehemen-cia y unción de la probabilidad de que Saladi-no, en caso de que se realizara la alianza pro-puesta, abjurara su falsa fe por la verdadera.

—¿Ha manifestado el sultán alguna dispo-sición respecto a convertirse al Cristianismo? —dijo Ricardo—. Si así fuera, no existe rey en laTierra al que concediera la mano de una parien-ta, aunque fuese mi hermana, con más placerque al noble Saladino, a pesar de que otros pu-diesen poner a los pies de ella cetro y corona, yél no pudiese ofrecerle más que su buena espa-da y su corazón, más bueno todavía.

—Saladino ha oído a nuestros doctores cris-tianos —dijo el arzobispo algo evasivamente—;a mí mismo, aunque no lo merezca, y a otros; ycomo escucha con paciencia y contesta concalma, puede esperarse muy bien que puedaser salvado, lo mismo que se saca un tizón de lahoguera. Magna est ventas, et prevalebit! Ade-más, el ermitaño de Engaddi, pocas de cuyas

Page 496: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

palabras caen sin fruto en el surco, está firme-mente convencido de que se acerca la hora enque los sarracenos y demás paganos se acer-quen a la fe, a lo cual podría ayudar mucho estematrimonio. Él sabe leer el curso de los astros;y, viviendo en mortificación de la carne, enaquellos lugares divinos que los santos pisaronen la antigüedad, el espíritu de Elijan el Tishbi-te, fundador de su bendita Orden, le visita talcomo fue visitado por el profeta Elias, hijo deShaphat, cuando le cubrió con su manto.

El rey Ricardo escuchó el razonamiento delprelado con la vista baja y evidentes señales deturbación.

—No sé lo que me pasa —dijo—, pero meparece que estos fríos consejos de los principesde la Cristiandad me han contaminado con suletargía espiritual. Hubo un tiempo en que siun seglar me hubiese propuesto una tal alianza,le habría aplastado contra el suelo, y si hubiesesido un eclesiástico, le habría escupido al rostrocomo renegado o sacerdote de Bael; y, sin em-

Page 497: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bargo, ahora, esta proposición no suena tanextraña a mis oídos. ¿Por qué no habría deaceptar la fraternidad y la alianza con un sarra-ceno que es bravo, justo y generoso, y queaprecia y honra a un enemigo digno como si setratara de un amigo, mientras que los príncipesde la Cristiandad huyen del lado de sus alia-dos, y abandonan la causa de Dios y de la bue-na Caballería? Pero me revestiré de paciencia yno pensaré más en ellos. Sólo haré una pruebapara conservar su valerosa fraternidad, si esposible; y si fracaso, señor arzobispo, volvere-mos a hablar de vuestro consejo, que, por aho-ra, ni acepto ni rechazo. Vamos al Consejo, se-ñor, que ya es hora. Decís que Ricardo es impe-tuoso y orgulloso: vais a verle humilde como lamodesta ginesta de que se deriva su apellido.

Ayudado por los servidores de su Cámara,el rey se vistió apresuradamente, poniéndoseun jubón de un color obscuro y liso; y sin otrainsignia de su dignidad real que un aro de oroen su cabeza, salió con el arzobispo de Tiro pa-

Page 498: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ra asistir al Consejo, que ya les esperaba paraempezar la deliberación.

El pabellón del Consejo era una ampliatienda, delante de la cual ondeaba la gran ban-dera de la Cruz, y otra en que se veía a unamujer arrodillada con los vestidos en desordeny despeinada, que representaba a la desolada ytriste Iglesia de Jerusalén, y llevaba la divisa:Affileta sponsae ne obliviscaris. Centinelas cuida-dosamente seleccionados impedían circular porlos alrededores de la tienda, a fin de que lasdiscusiones, que a veces adquirían un ruidoso ytempestuoso carácter, pudieran llegar a otrosoídos que los interesados.

Allí era, pues, donde estaban reunidos lospríncipes de la Cruzada esperando la llegadade Ricardo. Y hasta la breve espera que tuvie-ron que aguantar fue utilizada contra él por susenemigos, que se entretuvieron contando va-rios rasgos de su orgullo y de su injusta pre-sunción de superioridad, aduciendo comoprueba la corta dilación que les daba ocasión

Page 499: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

para que ellos comentaran. Cada uno procura-ba afianzarse en la mala opinión que tenía delrey de Inglaterra, y se justificaba de ella por laofensa recibida, enjuiciaba con severidad ex-tremada las circunstancias más pueriles, y todoseguramente porque sentían el instintivo respe-to que les inspiraba el heroico monarca, y nece-sitaban no pocos esfuerzos para sobreponerse aaquel sentimiento.

Por consiguiente, acordaron que le recibirí-an con cierta frialdad y sin más respeto que elestrictamente necesario para mantenerse dentrode la rígida etiqueta. Pero cuando vieron aque-lla noble figura, aquel rostro de príncipe, unpoco pálido aún por la enfermedad, aquellosojos de los que los poetas habían dicho queeran la brillante estrella de la batalla y de lavictoria; cuando les asaltó a la memoria el re-cuerdo de sus hazañas, casi superiores a lafuerza y valor humanos, el Consejo de los Prín-cipes se levantó en peso —hasta el envidiosorey de Francia y el taciturno y ofendido duque

Page 500: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de Austria se levantaron como todos los de-más—, y toda la Asamblea de príncipes pro-rrumpió unánimemente en aclamaciones: —¡Dios guarde al rey Ricardo de Inglaterra! ¡Vivael valiente Corazón de León!

Con una expresión franca y abierta como elsol del estío cuando nace, Ricardo distribuía suagradecimiento a los que le rodeaban, felicián-dose de encontrarse otra vez entre sus nobleshermanos de Cruzada.

—Quiero decir unas breves palabras —enestos términos se dirigió a la Asamblea—, aun-que sobre un tema tan indigno como yo mismo,y corriendo el riesgo de retrasar en unos pocosminutos las deliberaciones para el bien de laComunidad cristiana y el éxito de su santa em-presa.

Los príncipes volvieron a sus asientos y sehizo un profundo silencio.

—El día de hoy —prosiguió el rey de Ingla-terra— es de gran solemnidad para la Iglesia, yes misión de los hombres cristianos en un día

Page 501: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

como éste reconciliarse con sus hermanos yconfesarse las faltas entre sí. Nobles príncipes ypadres de esta santa expedición: Ricardo es unsoldado; su mano está siempre más dispuestaque su lengua, y ésta está demasiado acostum-brada al duro lenguaje de su oficio. Pero ni porlas palabras violentas de un Plantagenet, ni porsus desconsideradas acciones debéis abandonarla noble causa de la redención de Palestina; nodebéis renunciar a la gloria terrenal ni a la sal-vación eterna, que podéis ganar aquí, si es queel hombre puede llegar a merecerlas nunca,porque los actos de un soldado hayan sido vio-lentos y sus palabras tan duras como el hierroque lleva desde su infancia. Si Ricardo ha falta-do a alguno de vosotros, Ricardo os dará satis-facción de palabra y de obra. Noble hermanode Francia: ¿he tenido la desgracia de haberosofendido?

—La Majestad de Francia no tiene ningunareparación que pedir a la de Inglaterra —contestó Felipe con gran dignidad, aceptando la

Page 502: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mano que le ofrecía Ricardo—; y sea la que seala decisión que tome respecto a la continuaciónde esta empresa, dependerá del estado de mipropio reino, pero no ciertamente de ningunaenvidia o disgusto relacionados con mi real yvalerosísimo hermano.

—Austria —dijo Ricardo avanzando haciael archiduque, con una mezcla de franqueza ydignidad, mientras Leopoldo se levantaba desu asiento como involuntariamente y con mo-vimiento de autómata, que depende de unafuerza exterior—, Austria cree que tiene razónde estar ofendida con Inglaterra; Inglaterra creeque tiene razón de quejarse de Austria. Que seperdonen mutuamente, que no se rompa la pazde Europa y la concordia de este ejército. Ac-tualmente defendemos juntos la bandera másgloriosa que haya podido enarbolar ningúnpríncipe de la Tierra: la bandera de la Salva-ción. No permitáis, pues, que entre nosotrosexistan disputas por el símbolo de nuestrasdignidades terrenales, si es que lo tiene en su

Page 503: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

poder, y Ricardo dirá, aunque sin otro motivoque su amor a la Santa Iglesia, que se arrepientede la violencia con que insultó al estandarte deAustria.

El archiduque permaneció silencioso, mal-humorado y descontento, con la vista fija en elsuelo; su rostro revelaba un reprimido disgustoque, por una mezcla de temor respetuoso y detimidez, no se atrevía a expresar con palabras.

El patriarca de Jerusalén se apresuró a rom-per aquel embarazoso silencio, declarando queel archiduque de Austria había asegurado, bajosolemne juramento, no saber nada, directa oindirectamente, respecto a la agresión que sehabía cometido contra la bandera de Inglaterra.

—Así, pues, hemos inferido al noble archi-duque el mayor entuerto —dijo Ricardo—; lepedimos perdón por haberle atribuido unaofensa tan cobarde, y le tendemos la mano enseñal de renovación de paz y amistad. Pero,¿qué es esto? ¿Austria rechaza nuestra manodescubierta como antes la rechazó enguantada?

Page 504: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

¡Cómo! ¿No podemos ser su amigo en la paz nisu contrario en la guerra? ¡Bien, sea así! Acep-tamos la poca estima que nos tiene como unapenitencia por la falta que en un arrebatohemos cometido contra él, y daremos por con-cluido este asunto entre nosotros dos.

Al decir estas palabras volvió la espalda alarchiduque con un movimiento más bien dedignidad que de desprecio, y el de Austria pa-reció quitarse un peso de encima, como el chicotravieso que hizo novillos, cuando la mirada desu severo maestro se aparta de él.

—¡Noble conde de Champagne, príncipemarqués de Montserrat, valiente Gran Maestrede los Templarios! Estoy aquí como un peniten-te en el confesonario. ¿Alguno de vosotros tienealgún reproche que hacerme o ha de reclamaralguna reparación de mi?

—No sé en qué podría cimentar ninguna —contestó el adulador Conrado—, salvo que elrey de Inglaterra se lleva toda la gloria que sus

Page 505: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pobres hermanos de guerra podían esperarobtener en esta expedición.

—Mi acusación, si soy llamado a hacer al-guna —dijo el Maestre de los Templarios—, esmás grave y más importante que la del mar-qués de Montserrat. Quizá será mal visto queun religioso militar como yo levante la vozdonde tantos nobles príncipes callan. Pero con-viene al honor de todo el ejército, y no menos aldel noble rey de Inglatera, oír que alguien ledice cara a cara lo que tantos otros no vacilanen reprocharle cuando él está ausente. Alaba-mos y honramos el valor y las grandes hazañasdel rey de Inglaterra; pero nos sentimos agra-viados de que en todas las ocasiones se arroguey mantenga una preferencia y una superioridadsobre nosotros, a la que no se pueden someterlos príncipes independientes. Por nuestra pro-pia y libre voluhtad podemos reconocer su va-lentía, su celo, su riqueza y su poder; pero elque se apodera de todo, como si a todo tuviesederecho, y no deja nada que conceder a nuestra

Page 506: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cortesía y a nuestra gracia, nos rebaja de aliadosque somos a vasallos o mercenarios, y empañaa la vista de nuestros soldados y subditos elbrillo de nuestra autoridad, que ya no podemosejercer independientemente. Ya que el rey Ri-cardo ha pedido que le dijéramos la verdad, nodebe sorprenderse ni agraviarse si oye algunade boca de alguien a quien las pompas delmundo le están prohibidas, y para quien la au-toridad secular no es nada, si no sirve para au-mentar la prosperidad del Templo de Dios y lapostergación de león que corre husmeando quépresa puede devorar. Al escuchar, pues, la ver-dad que le digo contestando a su pregunta —verdad que, mientras la estoy diciendo, sé quees confirmada en el corazón de cada uno de losque me oyen, a pesar de que el respeto ahoguesus voces—, no debe agraviarse, repito, el reyde Inglaterra.

Las mejillas de Ricardo enrojecieron mien-tras el Gran Maestre dirigía este directo y des-carnado ataque a su conducta, y que casi todos

Page 507: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

los circunstantes convenían en lo justo de laacusación. Aunque irritado y mortificado a lavez, comprendió el murmullo de asentimientoque le siguió demostró a las claras que abando-narse temerariamente a la indignación sería darventaja a su frío y cauto acusador, que era loque el Templario se proponía con su discurso.El rey, pues, hizo un violento esfuerzo y estuvocallado durante el espacio de tiempo que senecesita para rezar un padrenuestro, lo cual lehabía aconsejado que hiciera su confesor paradominarse cada vez que se encontrara en unasituación parecida. El rey habló con tono repo-sado, empañado por algo de amargura, espe-cialmente al principio.

—¿Así es, pues? ¿Y nuestros hermanos sehan tomado el trabajo de anotar los fallos denuestra naturaleza y la ruda impetuosidad denuestro celo, si alguna vez ha sido preciso darórdenes sin tener tiempo para reunir al Conse-jo? Jamás podría creer que ofensas casuales oimpremeditadas como las mías, pudiesen en-

Page 508: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

contrar tan profundas raices en el corazón demis aliados en esta santísima causa; jamáshabría podido creer que por culpa mía quisie-ran retirar la mano del arado cuando casi nosencontramos ya al final del surco; que por cul-pa mía qusieran volver sobre sus pasos en elcamino de Jerusalén, que abrieron con sus pro-pias espadas. Llegué a creer, vanamente, quemis humildes servicios podrían haber sido elcontrapeso de mis impetuosos errores; que si serecordaba que yo había excitado a la vanguar-dia en un asalto, no se olvidaría que yo tambiénera el último en la retirada; que si yo he clavadomi bandera en los campos de batalla conquis-tados, ésta era la única ventaja que buscaba,mientras los demás se repartían el botín. Puedohaber dado mi nombre a una ciudad conquis-tada, pero su soberanía la he dejado para losdemás. Si me he obstinado en sostener atrevi-dos pareceres, no creo que haya ahorrado mipropia sangre ni la de mi pueblo cuando hallegado la hora de ponerlos en obra; y si, en la

Page 509: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

confusión de una marcha o de una batalla, hedirigido órdenes a los soldados de los demás,les he tratado igual que a los míos, dándoles lasprovisiones y medicinas compradas a alto pre-cio, que sus soberanos no les pudieron procu-rar. Pero me avergüenza recordaros lo que to-dos parece habéis olvidado. Miremos, másbien, qué hay que hacer de ahora en adelante;y, creedme, hermanos —añadió con el rostroencendido por el entusiasmo—, no hallaréis niel orgullo ni la ira ni la ambición de Ricardo,como una piedra que estorbe puesta en mitaddel camino, cuando la religión y la gloria osllaman como la trompeta de un arcángel! ¡Oh,no, no! Jamás podría sobrevivir al pensamientode que mis faltas y mis debilidades hayan deservir para deshacer la buena camaradería delos Príncipes aliados. Me cortaría la mano iz-quierda con la derecha si eso os pudiera atesti-guar mi sinceridad. Voluntariamente cederé losderechos de dirigir el ejército, y hasta mis pro-pios súbditos. Éstos estarán a las órdenes del

Page 510: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

jefe que designéis, y su rey estará dispuesto atrocar la vara de mando por la lanza del aven-turero; y servir bajo la bandera de Beu-Séantentre los Templarios, o bajo la de Austria, siAustria quiere designar a un hombre valientepara mandar sus tropas. O, si todos estáis can-sados de esta guerra y sentís que la armaduramagulla vuestros delicados cuerpos, dejad sóloa Ricardo con diez o quince mil de vuestrossoldados que trabajen para el cumplimiento devuestro voto; y cuando Sión esté ganada —exclamó agitando en el aire su brazo, como sidesplegara la bandera de la Cruz sobre Jerusa-lén—, cuando Sión esté conquistada, escribire-mos sobre las puertas de las murallas, no elnombre de Ricardo Plantagenet, sino de aque-llos generosos principes que le hayan dado loshombres y las armas para conquistarla.

La ruda elocuencia y la decidida expresióndel guerrero monarca reanimaron los decaídosánimos de los cruzados, avivaron su devoción,y, fijando su atención en el principal objetivo de

Page 511: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la empresa, hicieron que la mayor parte de loscircunstantes se avergonzasen de haberse deja-do arrastrar por motivos de queja tan nimioscomo los que antes les habían preocupado. Elbrillo de unos ojos se contaminó a los otros, unavoz dio ánimo a la otra voz. Se levantaron, ycomo una consigna, el grito de guerra que enotros tiempos contestó al sermón de Pedro elErmitaño se repitió como un eco, y de todaspartes gritaron: —¡Acaudíllanos, valeroso Co-razón de León! Nadie tan digno como tú paraguiar a los valientes que quieren seguirte.¡Guíanos! ¡A Jerusalén! ¡A Jerusalén! ¡Dios loquiere! ¡Dios lo quiere! ¡Benditos los que ayu-den con armas su empresa!

El súbito y general grito que se levantó fueoído desde más allá del cordón de centinelasque custodiaba el pabellón del Consejo, y pro-pagado entre los soldados del ejército, que,inactivos y desanimados por la enfermedad y elclima, habían empezado, como sus jefes, a caeren el abatimiento; pero la reaparición de Ricar-

Page 512: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do con renovado vigor y con su conocida vozen la Asamblea de los principes reanimó enseguida su entusiasmo, y millares de decenasde millares de voces contestaron con el mismogrito de: —¡Sión, Sión! ¡Guerra, guerra! ¡Inme-diatamente iniciemos la batalla contra los infie-les! ¡Dios lo quiere, Dios lo quiere!

Las aclamaciones del exterior aumentaron asu vez el entusiasmo reinante en el interior delpabellón. Aquéllos en que no ardía la llama,sintieron miedo de parecer más fríos que losdemás. Ya no se hablaba más que de marchardirectamente hacia Jerusalén tan pronto comoexpirara la tregua, y de tomar, entretanto, lasdisposiciones necesarias para aprovisionar yreorganizar el ejército. Se levantó la sesión delConsejo, y, al parecer, todos salieron poseídosdel mismo entusiasta propósito, que, de todasmaneras, se extinguió pronto en el corazón demuchos, y que, en verdad, no existió en ningúnmomento en el corazón de otros.

Page 513: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El marqués Conrado y el Gran Maestre delos Templarios, que eran de estos últimos, seretiraron juntos a sus cuarteles, nada tranquilosy muy descontentos de los acontecimientos deaquel día.

—Siempre te dije —exclamó el Gran Maes-tre, con fría y sardónica expresión, peculiar enél— que Ricardo se escaparía de las débilestrampas que le has puesto, como un león pasa-ría por una telaraña. Ya vez que no tiene quehacer más que hablar, y su aliento agita a esoslocos inconscientes tan fácilmente como el re-molino del viento amontona las pajas esparci-das y las barre todas o las dispersa a su albe-drío.

—Pero cuando ha pasado el viento —dijoConrado— las pajas que él hizo bailar al sonque quiso, vuelven a caer al suelo.

—Pero no ves, por otra parte, dijo el tem-plario, que si este nuevo propósito de conquistafuese abandonado y no se realizara, y si cadauno de esos poderosos príncipes se le dejara

Page 514: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

obrar según su pobre criterio puede inspirarles,Ricardo podría llegar a ser rey de Jerusalénmediante un pacto, y establecer con el sultántérminos en el tratado en que acepte las condi-ciones que precisamente tú pensabas que leiban a exasperar.

—Por Mahoma y Termagante, porque losjuramentos cristianos ya han pasado de moda—dijo Conrado—, ¿crees que el orgulloso reyde Inglaterra quería unir su sangre con un sul-tán infiel? Mi política ha consistido en mezclareste ingrediente en el tratado para hacérseloabominable. Tan perjudicial para nosotros seríaque se convirtiera en señor nuestro medianteun tratado, como por una victoria.

—Tu política ha calculado mal la digestiónde Ricardo —contestó el templario—. Conozcosu pensamiento por unas palabras que se leescaparon al arzobispo. Y tu gran golpe de labandera no ha producido más perturbación quela de echar a perder un par de varas de sedabordada. Marqués Conrado, me parece que no

Page 515: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

estás en tus cabales; ya no confiaré éa tus ardi-des, sino que probaré los míos propios. ¿Cono-ces a esa gente a quien los sarracenos llamanCharegitas?

—Naturalmente —contestó el marqués—;son desesperados y fanáticos entusiastas, queconsagran sus vidas al progreso de su religión;algo así como los templarios, salvo que a ellosno les contiene nada para lograr sus fines.

—No bromees —contestó el ceñudo mon-je—. Has de saber que uno de ellos ha incluidoen su sangriento voto el nombre del emperadorde aquella lejana isla, el cual debe ser sacrifica-do como principal enemigo de la fe musulma-na.

—Un inteligente musulmán —dijo Conra-do—. Que Mahoma le envíe al Paraíso en re-compensa.

—Ha sido detenido en el campamento poruno de nuestros escuderos, y en un interrogato-rio secreto ha confesado francamente su deci-

Page 516: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dido e inflexible propósito —dijo el Gran Maes-tre.

—Que Dios perdone a los que han impedi-do la realización del propósito de ese inteligen-te charegita —contestó Conrado.

—Le tengo preso —añadió el templario—,y, como puedes suponer, le mantengo incomu-nicado de todos; pero a veces se escapa la gentede las cárceles...

—Las cadenas se han dejado abiertas y loscautivos han escapado —contestó el marqués—. Ya lo dice un antiguo aforismo: no hay prisióntan segura como el sepulcro.

—Cuando recupere la libertad, volverá a in-tentar poner en práctica su propósito —agregóel religioso militar—, porque esos perros lollevan en su sangre; no perderá el rastro de lapresa.

—No digas más —contestó el marqués—;ya veo tu política: es terrible, pero de urgentenecesidad.

Page 517: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Sólo te lo digo —dijo el templario— paraque estés en guardia, porque el alboroto seráterrible, y no se sabe contra quién volverán surabia los ingleses. Existe otro peligro: mi pajesabe los proyectos de ese charegita —añadió—,y, además, es un obstinado e impertinente; qui-siera deshacerme de él, porque dificulta mismovimientos pretendiendo ver con sus ojos yno con los míos. Pero nuestra santa Orden nome da poder para poner remedio a este incon-veniente. O, calla...: el sarraceno puede encon-trar una buena daga en su celda, y te aseguroque la hará servir para escaparse, lo cual reali-zará con toda seguridad cuando el paje vaya allevarle la comida.

—Eso dará cierto color al asunto —dijoConrado—; y, de todas maneras...

—De todas maneras y pero —dijo el templa-rio— son palabras para locos; los hombrescuerdos no vacilan ni hacen marcha atrás: deci-den y ejecutan.

Page 518: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Cuando en sus redes prende al león la belleza,tan colmada de gracias, él remover no osa sus crines,y aun menos el terror de sus uñas. Asi, el gran Alci-des hizo de clava, rueca, para ser agradable a Onfala,la bella.

Anónimo

CAPÍTULO XX

Ricardo, el confiado objeto de la obscuratraición que hemos relatado en la última partedel precedente capítulo, después de realizar,por el momento al menos la triunfal unión delos principes de la Cruzada decidiéndoles aproseguir la guerra con energía, no tenía otroafán en su corazón que restablecer la tranquili-dad en el seno de su propia familia; y ahora,que ya podía juzgar más serenamente, podíaempezar una clara investigación sobre las cir-cunstancias en que se produjo la pérdida de subandera y la naturaleza y extensión de las rela-

Page 519: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ciones entre su paríenta Edith y el desterradoaventurero de Escocia.

Así fue cómo la reina y las damas de su sé-quito se asustaron al recibir la visita de SirThomas de Vaux, quien pidió a lady Calixta deMonfaucon, camarera mayor de la reina, que lesiguiera a la tienda del rey Ricardo.

—¿Qué digo, señora? —preguntó, temblo-rosa, la dama a la reina—. Nos va a matar atodas.

—No tengáis miedo, señora —dijo DeVaux—. Su Majestad ha perdonado la vida alcaballero escocés, que era el principal culpable,y lo ha regalado al médico moro. Por consi-guiente, no castigaría con más severidad a unadama, aunque hubiese faltado.

—Inventa alguna historia convincente, mu-chacha —dijo Berengaria—.

A mi esposo le queda demasiado pocotiempo para investigar la verdad.

—Explica la historia tal como ocurrió —dijoEdith—, porque, sino, lo haré yo.

Page 520: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Con el permiso de Vuestra Majestad —dijo De Vaux—, mi humilde parecer es quelady Edith aconseja bien; porque, aunque el reyestá dispuesto siempre a creer todo lo queVuestra Gracia quiere contarle, dudo que tengala misma deferencia con lady Calixta, y princi-palmente en este asunto.

—El señor de Gilsland tiene razón —dijolady Calixta, muy agitada al pensar en la inves-tigación que iba a efectuarse—; además, aun-que tuviese bastante serenidad para inventaruna historia plausible, yo no tendría, pobre demí, fuerzas para explicársela al rey.

Con esta predisposición a decir la verdad,acompañó a De Vaux lady Calixta hasta latienda del rey, y, tal como se prbpuso, confesóclaramente el ardid de que se habían validopara hacer desertar de su puesto al desgraciadoCaballero del Leopardo; exculpó a lady Edith,pues ya sabía bien que no habría dejado de jus-tificarse ella misma, y echó la mayor parte de laculpa sobre la reina, su señora, sabiendo que

Page 521: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sus faltas parecían más perdonables a los ojosde Corazón de León. La verdad es que Ricardoera en el fondo casi un niño. La primera llama-rada se había extinguido hacía rato, y no estabadispuesto a censurar severamente una falta queya era imposible corregir. La astuta lady Calix-ta, acostumbrada desde su más tierna infancia apenetrar en las intrigas cortesanas, y a espiarlos indicios de la voluntad del soberano, seapresuró a regresar al lado de la reina, corrien-do como un gamo, encargada por el rey de pre-guntarle si querría recibir una rápida visita su-ya; a cuyo mensaje la dama añadió un comen-tario basado en su observación personal, desti-nado a demostrar que Ricardo no intentabasino conservar la severidad necesaria para ins-pirar a su real consorte el arrepentimiento porsu pasada falta, y extender sobre ella y las da-mas complicadas en el asunto, su gracioso per-dón.

—¿De este lado sopla el viento, muchacha?—dijo la reina, muy satisfecha de aquella confi-

Page 522: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dencia—. Puedes creer que, a pesar de que seatan gran guerrero, le será muy difícil a Ricardovencernos en este asunto, y que, como suelendecir los pastores pirenaicos en mi país de Na-varra, más de uno va por lana y vuelve trasqui-lado.

Después de informarse de todos los detallesque Calixta podía comunicarle, la reina Beren-garia se puso su más atractivo vestido, y esperóconfiada, la llegada del heroico Ricardo.

Éste llegó, y creyó encontrarse en la situa-ción del principe que penetra en una provinciaque le ha inferido un agravio, convencido deque su cometido se limitará a reconvenir y arecibir acatamiento, pero la encuentra en situa-ción inversa a lo que esperaba: en estado decompleta enemistad, y de abierta rebelión. Be-rengaria conocía muy bien el poder de sus en-cantos y el afecto que por ella sentía Ricardo, yestaba convencida de que ahora, después de laprimera explosión de ira, desvanecida sin quehubiera habido ninguna víctima, podría resta-

Page 523: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

blecer la normalidad. Lejos de escuchar los re-proches que le hacia el rey, y que merecía tanjustamente por la ligereza de su conducta, ate-nuaba, mejor, negaba la falta de que era acusa-da, echándola a inofensiva broma. Por otra par-te, negó con toda clase de hábiles formas dedisimulo que ella hubiese ordenado a Nectaba-nus que llevara al caballero más allá de la lade-ra de la colina en que hacía su guardia, y —extremo que quizá fuera verdad— que lehubiese ordenado que introdujera en su tiendaa Sir Kenneth. Y luego, si elocuente había esta-do en su defensa propia, mucho más lo estuvocuando se puso a acusar a Ricardo de indelica-deza por haberle negado una gracia tan simplecomo la vida de un infortunado caballero quepor una impremeditada broma de ella habíaincurrido en los peligros de la ley marcial. Llo-ró y sollozó, recriminando la terquedad de suesposo en este asunto, que habría podido hacer-la desgraciada para toda la vida, porque siem-pre más habría creído ser impremeditada causa

Page 524: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

indirecta de aquella tragedia. La visión de lavictima decapitada se le había aparecido ensueños, y hasta era posible, porque muy a me-nudo ocurren cosas semejantes, que se le hubie-se presentado su auténtico espectro a los piesde su cama, en sus horas de vigilia. A todasestas desgracias mentales la había expuesto laseveridad del que, aunque decía que perdía eljuicio a la más leve mirada de ella, no quisorenunciar a un acto de venganza ruin, a pesarde que había existido el peligro de hacerla tandesgraciada.

Este chubasco de elocuencia femenina fueacompañado con los habituales argumentos delágrimas y suspiros, y pronunciado con tal en-tonación y ademanes, que dieran a entenderque el resentimiento de la reina no era simplecuestión de orgullo o enfado, sino expresión dela sensibilidad herida, al ver que no tenía sobresu esposo la influencia que ella creía tener.

El buen rey Ricardo estaba muy desconcer-tado. En vano intentó hacer entrar en razón a

Page 525: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aquélla que, a causa de su condescendencia, noera posible que escuchara ningún argumento, ypor otra parte, no sabía decidirse a imponer suautoridad a una criatura tan bella y que estabatan irrazonablemente exaltada. Así, pues, se vioreducido a la posición defensiva, y se esforzóen reprenderla en tonos cariñosos por sus sos-pechas y en desvanecer su enfado; y le dijo queno debía pensar más en lo ocurrido ni tenerremordimientos, ni miedo a cosas sobrenatura-les, puesto que Sir Kenneth estaba sano y salvo,y que lo había regalado al gran médico árabe,quien sin duda alguna, era, de todos los hom-bres, el que sabía mejor procedimiento paraconservarle la vida. Pero este extremo parecióser lo que la disgustara más, y el enfado de lareina se renovó al pensar que un sarraceno —un médico— había podido obtener un favorque ella le había pedido arrodillada y con lacabeza descubierta. Ante esta nueva acusación,Ricardo empezó a perder la paciencia, y congrave entonación le dijo:

Page 526: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Berengaria: ese médico salvó mi vida. Siese hecho tiene algún valor a vuestros ojos, noreprochéis que le diera tal recompensa, la únicaque le pude hacer aceptar.

La reina vio que ya había llevado la coque-tería de su enfado lo suficientemente lejos, paraarriesgarse más sin peligro.

—Mi Ricardo —dijo—: ¿por qué no me tra-jiste a ese sabio? La reina de Inglaterra le habríademostrado cómo sabe apreciar a quien ha po-dido evitar que se apagara la antorcha de laCaballería, la gloria de Inglaterra y la luz y es-peranza de la vida de la pobre Berengaria.

En pocas palabras, la disputa conyugalhabía terminado; pero como a la justicia se ledebía alguna satisfacción, el rey y la reina acor-daron cargar toda la culpa al mensajero Necta-banus, el cual (la reina ya estaba cansada delcarácter del pobre enano), así como su real con-sorte Guenevra, fueron sentenciados a expul-sión de la Corte; y el infeliz sólo escapó a unareprimenda suplementaria merced a la afirma-

Page 527: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ción de la reina, de que se le había aplicado uncastigo corporal. Se decidió, además, que, dadala circunstancia de que en breve se enviaría unmensajero a Saladino, para informarle de ladecisión del Consejo de reanudar las hostilida-des tan pronto como expirara la tregua, y comoRicardo tenía el propósito de hacer un valiosoregalo al sultán, como agradecimiento al granbeneficio obtenido de los servicios de ElHakim, las dos infelices criaturas serían agre-gadas como curiosidades, porque por su ex-tremadamente grotesco aspecto y por el deplo-rable estado de su mente, eran dignas de que selas considerara como regalos propios de un reya otro.

Ricardo aún tenía que sostener aquel díaotro combate con una mujer; pero fue a él connotable indiferencia, pues, a pesar de que Edithera bella y altamente apreciada por su real pa-riente y, aunque de las injustas sospechas de él,ya desvanecidas ahora, sólo quedaba la ofensade que Berengaria se lamentó, no era ni esposa

Page 528: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ni amante de Ricardo, y, por consiguiente, te-mía mucho menos sus bien fundados reprochesque los de la reina, no obstante ser éstos injus-tos y fantásticos. Después de pedir ser recibido por ellas a solas,fue introducido en la habitación de Edith, queestaba situada al lado mismo de la estancia dela reina, y en ella quedaron sólo las dos escla-vas coptas, arrodilladas en el rincón más apar-tado, todo el tiempo que duró la entrevista. Unvelo negro, muy fino, cubría de pies a cabeza laalta y graciosa persona de la noble doncella, lacual no llevaba en aquel momento ningunaclase de adorno femenino. Tan pronto como elrey traspuso la puerta, Edith se levantó y lehizo una profunda reverencia, volviéndose asentar a una seña de él; y cuando el rey se huboacomodado a su lado, ella esperó, sin despegarlos labios, a que el soberano hablara.

Ricardo, que habitualmente trataba a Edithcon la familiaridad que su parentesco autoriza-

Page 529: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ba, notó la frialdad con que se le recibía, e inicióla ponversación con cierto embarazo.

—Nuestra bella prima —dijo al fin— estáenfadada con nosotros; y nosotros confesamosque duras circunstancias nos indujeron a sos-pechar, infundadamente, de que su conductahubiese sido diferente de la que siempre obser-vamos en toda su vida. Pero mientras duranuestro paso por este sombrío valle de lágri-mas, los hombres estamos expuestos al peligrode confundir las sombras con realidades. ¿Nopuede perdonar mi linda prima a su algo impe-tuoso pariente Ricardo?

—¿Quién puede negar el perdón a Ricardo—contestó Edith—, si Ricardo puede obtener elperdón del rey!

—¡Basta ya, prima mía! —contestó Corazónde León—. Todo eso es demasiado solemne.Por Nuestra Señora, que esa cara triste que po-nes y este gran velo de luto que llevas podríanhacer pensar a la gente que eres una joven queacaba de quedarse viuda, o, por lo menos, que

Page 530: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

has perdido a un novio muy querido. ¡Ánimo!Seguramente ya habrás oído que no existe mo-tivo alguno para llevar luto. ¿Por qué, pues,seguir llevando ese velo?

—Por el perdido honor de los Plantagenet ypor la gloria que ha abandonado la casa de mipadre.

Ricardo frunció el ceño. —¡El honor perdido! ¡La gloria que ha

abandonado nuestra casa! —repitió, irritado—.Pero mi prima Edith tiene privilegios. Yo lajuzgué con demasiada ligereza, y por eso tienederecho a tratarme rudamente. Pero, por lomenos, dime en qué he faltado.

—Plantagenet —dijo Edith— debía haberperdonado un agravio o castigarlo. No estábien condenar a hombres libres, cristianos ybravos caballeros, a los grilletes de los infieles.No está bien hacer componendas ni concertartrueques, ni perdonar la vida hipotecando lalibertad. Condenar a muerte a aquel infeliz po-día haber sido una severidad, pero habría teni-

Page 531: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do una apariencia de justicia; condenarle a laesclavitud y al destierro es nna infame tiranía.

Ya veo, linda prima mía —dijo Ricardo—,que tú eres de aquellas bellezas que creen queun enamorado ausente es como no tener nin-guno o corno si hubiese muerto. Ten paciencia.Una docena de ligeros caballeros Pueden irahora mismo a alcanzarle y corregir mi error, sies que ese galán abe algún secreto que puedahacer más conveniente mi muerte que su des-tierro.

—¡No digas cosas de mal gusto! —contestóEdith, ruborizándose—. Es preferible que pien-ses en que gracias a tu comportamiento hasprivado a esta gran empresa de un brazo pode-roso, que has privado a la Cruz de uno de susmás valerosos defensores; que has puesto a uncreyente en el Dios verdadero en manos de uninfiel, y en que a los que son tan suspicacescomo tú has demostrado ser en esta ocasión, leshas dado el derecho de decir que Ricardo Cora-zón de León ha expulsado al más bravo solda-

Page 532: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do de su campo, por el temor de que eclipsarasu fama en la batalla.

—¡Yo... yo! —exclamó Ricardo, que estabaprofundamente conmovido—. ¿Puedo yo envi-diar la fama de nadie? ¡Quisiera que él estuvie-ra aquí para que demostrara esa igualdad! De-jaría mi carácter de rey y mi corona, y me en-frentaría con él, varonilmente, en la liza, y severía si Ricardo Plantagenet tiene motivo portemer o envidiar las hazañas de ningún hombremortal. Vamos, Edith: tú no crees lo que dices.Que la pena y el disgusto por la ausencia de tugalán no te hagan ser injusta con tu pariente,que, a pesar de todas tus rarezas, aprecia tuamistad como el que más.

—¿La ausencia de mi galán? —dijo LadyEdith—. Pero sí: puede decirse que es mi ena-morado quien ha pagado a tan elevado precioeste titulo. A pesar de que no soy digna de talhomenaje, yo era para él como la luz que leguiaba adelante en el noble camino de la Caba-llería; pero que yo olvidara mi rango o que él

Page 533: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tuviera la pretensión de ir más allá del suyo, esfalso, aunque un rey diga lo contrario.

—Mi bella prima —contestó Ricardo—. Nopongas en mis labios palabras que yo no pro-nuncié jamás. Yo no dije que hubieses concedi-do a ese hombre otros favores que los que pue-de obtener un buen caballero aún de una prin-cesa, sea la que sea su condición. Pero, porNuestra Señora, entiendo algo en los juegos delamor. Empiezan con un mudo respeto y distan-tes reverencias; pero cuando llega la oportuni-dad, la franqueza aumenta, y asi sucesivamen-te. Pero no hay que hablar de eso con quien secree más sabia que todo el mundo.

—Siempre escucho de buena gana los con-sejos de mi pariente —dijo Edith—, cuando noson susceptibles de ofenderme ni a mi ni a loque soy.

—Los reyes, bella prima mía, no aconsejan:ordenan —dijo Ricardo.

Page 534: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—También ordenan los sultanes —dijoEdith—; pero es porque ellos tienen esclavosque gobernar.

—¡Vaya! Podrías aprender a dejar de ladoese desprecio que sentís por los sultanes cuan-do tan alta estima ponéis en un escocés —dijoel rey—. Considero a Saladino más leal a lapalabra que empeña, que a ese miserable Gui-llermo de Escocia que se hace llamar León, ¡po-déis creerlo! Ha faltado a su palabra misera-blemente, dejando de enviarme los refuerzosque me había prometido. Permitid que os diga,Edith, que quizá con el tiempo lleguéis a prefe-rir un turco leal a un escocés desleal.

—¡No... jamás! —contestó Edith—. Aunqueel propio Ricardo, que pasó el mar para echar-les de Palestina, abrazara su falsa religión.

—Quieres oír mi última palabra —dijo Ri-cardo—, y la oirás. Cree de mí lo que quieras,bella Edith, pero yo no olvidaré que somos cer-canos y queridos primos...

Page 535: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Diciendo estas palabras, se retiró con apa-rente amabilidad, pero, en realidad, muy pocosatisfecho del resultado de su entrevista.

Cuatro días después de haber sido expulsa-do Sir Kenneth del campamento, el rey Ricardoestaba sentado en su tienda, gozando de la bri-sa que soplaba del Oeste todas las tardes, y que,por ser muy fresca, parecía que viniera de lafeliz Inglaterra para reanimar a su aventureromonarca, que lentamente iba recobrando lasfuerzas que necesitaba para llevar a término susgigantescos proyectos. No había nadie con él,pues De Vaux había ido a Ascalón para traerrefuerzos y provisiones de guerra, y la mayorparte de los otros altos funcionarios estabanocupados en diferentes trabajos preparatoriosde la reanudación de las hostilidades y de unagran revista del ejército, que había de celebrarseal día siguiente. El rey escuchaba el repiqueteode las forjas, donde se herraba a los caballos; elruido de los armeros, que en sus tiendas esta-ban reparando arneses; los gritos de los solda-

Page 536: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dos que iban de una parte para otra resonabanvibrantes y alegres, con una entonación querevelaba el entusiasmo, presagio de victoria.Mientras el oído de Ricardo se deleitaba conesta confusión de ruidos, y mientras se aban-donaba a las visiones de conquistas y de gloriaque le sugerían aquellos rumores, un escuderofue a decirle que afuera esperaba ser recibidoun mensajero de Saladino.

—Que entre inmediatamente —dijo el rey—, y con los debidos honores, Josceline.

El caballero inglés hizo entrar a un indivi-duo que, en apariencia, no parecía ser más queun esclavo nubio, pero que por su aspecto des-pertaba vivo interés. Era de magnifica estaturay nobles proporciones, y su rostro impresionan-te, aunque negro, no presentaba ningún rasgocaracterístico de la raza de color. Sobre sus ca-bellos, negros como el carbón, llevaba un tur-bante blanco como la leche, y en los hombrosuna capa del mismo color abierta por delante ypor los lados; bajo ella se le veía una túnica de

Page 537: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

piel de leopardo que le llegaba poco menos quehasta las rodillas. Los extremos de sus muscu-losos miembros, brazos y piernas, estaban des-nudos, salvo que llevaba sandalias y un collar ybrazaletes de plata. Del cinto pendía una estre-cha daga con empuñadura de boj, con vainarecubierta con piel de serpiente. En la manoderecha empuñaba una corta jabalina armadacon ancha y recta punta de acero de un palmode longitud, y con la izquierda, sujeto con unacuerda trenzada de seda e hilos de plata, guia-ba un gran perro de caza, de noble aspecto.

El mensajero se prosternó, descubriendo enparte sus hombros, en señal de humillación, yluego de tocar con la frente en el suelo, se ir-guió, quedando con una rodilla en tierra, mien-tras entregaba al rey una cartera de seda quecontenia otra de hilo de oro, con una carta delsultán en árabe, acompañada de una versión alinglés normando, y que puede traducirse mo-deradamente de la siguiente forma:

Page 538: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

«Saladino, Rey deReyes, a Melech Ric, elLeón de Inglaterra. Habiendo sido informadospor tu último mensaje de que prefieres la gue-rra a la paz, y nuestra enemistad a nuestraamistad, te consideramos ciego en este asunto,y esperamos convencerte de tu error cuandoMahoma, el Profeta de Dios, y Alá, el Dios delProfeta, juzguen la controversia existente entrevosotros. Por otra parte, te tenemos en granestima a ti y los regalos que nos has enviado,entre ellos los dos enanos, singulares por sudeformidad, parecida a la de Esopo, y tan ale-gres como el laúd de Isaac. Y, en agradecimien-to a estos regalos salidos del tesoro de tu gene-rosidad, te enviamos a un esclavo nubio, lla-mado Zohuak, cuya inteligencia no debes juz-gar, como hacen los locos de la Tierra, por elcolor de su rostro, porque los frutos de cascaranegra son los más exquisitos en perfume. Sabeejecutar las órdenes de su dueño con la mismafidelidad que Rustan de Zablestán; además,apreciarás su habilidad en dar consejos, cuando

Page 539: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hayas aprendido a entenderte con él, porque elSeñor de la Palabra ha sido condenado al silen-cio entre las paredes de marfil de su palacio. Leencomendamos a tus cuidados, confiando enque no puede tardar el momento en que tepreste un gran servicio. Y con esto nos despe-dimos de ti, esperando que nuestro santísimoProfeta aún pueda llamarte a la contemplaciónde la verdad. Pero si te falta esta luz, nuestrodeseo es que recobres rápidamente tu real sa-lud para que Alá pueda juzgar entre tú y noso-tros en el llano de un campo de batalla.»

El mensaje llevaba la firma y el sello del sul-tán.

Ricardo examinó en silencio al nubio, queestaba delante de él con la vista baja, cruzadode brazos, inmóvil como una estatua de már-mol negro de la más exquisita factura, que es-perara la vida del contacto de Prometeo. El reyde Inglaterra a quien, como se dijo de su suce-sor Enrique VIII, le gustaba ver a UN HOM-BRE, se deleitaba admirando la musculatura y

Page 540: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la simetría del que contemplaba en aquel mo-mento, y, en lengua franca, le interrogó:

—¿Eres pagano? —El esclavo movió la cabeza, púsose un

dedo en la frente y se persignó para demostrarque era cristiano, y volvió a quedar en su acti-tud de inmóvil humildad.

—Un cristiano nubio, sin duda —dijo Ri-cardo—, y privado del órgano de la palabra poresos perros infieles.

El mudo volvió a mover la cabeza, para de-cir que no, levantó el índice señalando el cielo yluego lo puso sobre sus labios.

—Ya te comprendo —dijo Ricardo—: sufresla privación de la palabra por voluntad de Dios,y no por crueldad de los hombres. ¿Sabes lim-piar una armadura y un cinto, y, si es preciso,ceñírselos a un guerrero?

—El mudo dijo que sí con la cabeza, y se di-rigió a la cota de malla que, junto con el yelmoy el escudo del caballeresco monarca, estabacolgada de uno de los palos que sostenían la

Page 541: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tienda, y la cogió, manejándola con suficientehabilidad para que quedara demostrado queconocía perfectamente la misión de un escude-ro.

—Veo tu habilidad, y sin duda serás unbuen sirviente. Estarás al servicio de mi Cáma-ra, y de mi persona —dijo el rey—, para demos-trar cuánto aprecio el regalo del sultán. Si notienes lengua, es natural que no puedas ir conindiscreciones a nadie, ni que me irrites concontestaciones inconvenientes.

El nubio se postró otra vez en tierra hastatocar el suelo con la frente, y quedóse de pie,unos pasos atrás, como esperando órdenes desu nuevo dueño.

—Bien: puedes empezar tu tarea ahoramismo —dijo Ricardo—, porque veo empañadoel escudo, y quiero que cuando lo ponga ante lacara de Saladino esté tan limpio y relucientecomo el honor del sultán y el mío propio.

Page 542: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

En el exterior de la tienda sonó un cuerno, einmediatamente entró Sir Henry Neville con unmazo de mensajes.

—Son de Inglaterra, señor —dijo al entre-gárselos.

—¡De Inglaterra, de nuestra Inglaterra! —repitió Ricardo con triste entusiasmo—. ¡ Ay!¡No imaginan allí cuánto han torturado a susoberano la enfermedad y la tristeza... y losfalsos amigos y los obstinados enemigos!

Procedió a abrir los pliegos, y pronto hubode exclamar:

—¡Ah! Todo eso no viene de un país que vi-va en paz; también allí se pelean. Vete, Neville;debo enterarme de todo a solas y con quietud.

Obedeció Neville, y Ricardo pronto quedóabsorto en los tristes detalles que le enviabandesde Inglaterra, relativos a los partidismosque destrozaban sus dominios: la desunión desus hermanos Juan y Godofredo; las disputasde ambos con el Gran Justicia, Longchamp,obispo de Ely; la opresión ejercida por los no-

Page 543: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bles sobre los campesinos y fa rebelión de éstoscontra sus señores, lo cual había dado lugar aescenas de tanta violencia, que algunas veceshabían hecho derramar sangre. Detalles de in-cidentes que mortificaban su orgullo y atenta-ban a su autoridad, mezclados con prudentesavisos de sus sabios, consejeros más fieles, quele rogaban que regresara inmediatamente aInglaterra, convencidos de que su presencia eralo único que podía salvar su reino de los horro-res de la guerra civil, de que se apresurarían aaprovecharse Francia y Escocia. Lleno de lamás penosa ansiedad, Ricardo leía y releíaaquellas cartas de mal agüero; comparó la in-terpretación que en algunas de ellas se daba alos hechos, con el diferente relato que de losmismos se daba en otras, y pronto se abstrajode todo lo que le rodeaba, a pesar de que, paradisfrutar del fresco de la tarde, se hubiese sen-tado a la entrada de la tienda con las cortinasretiradas, de manera que podía ver y ser visto

Page 544: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

por los centinelas y todos los que estaban allícerca.

Más adentro, en la sombra de la tienda, yocupado en la tarea que le ordenara su nuevodueño, el esclavo nubio estaba sentado casi deespaldas al monarca. Había terminado de lim-piar y ajustar la cota y la bandolera, y en aquelmomento se aplicaba al ancho escudo recubier-to de plancha de acero, que Ricardo utilizaba amenudo para operaciones de reconocimiento opara atacar plazas fuertes, como más eficazdefensa contra las armas arrojadizas, que elestrecho escudo triangular que utilizaba cuan-do montaba a caballo. Este escudo no llevaba nilos leones de Inglaterra ni otra divisa algunasusceptible de llamar la atención a los defenso-res de las murallas atacadas; por consiguiente,la tarea del escudero se reducía a dejar su su-perficie reluciente como cristal, en lo cual pare-cía ser muy hábil. Detrás del nubio, y muy pocovisible desde el exterior, estaba tendido el granperro, del que podía decirse que era su herma-

Page 545: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

no en esclavitud, y que, como si supiera quehabía sido cedido a un regio propietario, yacíaal lado del mudo con la cabeza y las orejas to-cando al suelo y las piernas y patas encogidasdebajo del cuerpo.

Mientras el monarca y su nuevo criado es-taban ocupados de esta suerte, entró en escenaotro actor, que se mezcló con el grupo de sol-dados ingleses, que, por respeto a la pensativaactitud y abstraída ocupación de su soberano,hacían la guardia delante de la tienda en unsilencio absoluto, contra lo que acostumbraban.Sin embargo, no prestaban mayor atención a suservicio, que la habitual. Algunos jugaban, conpiedrecitas, ajuegos de azar; otros conversabanen voz baja sobre la próxima batalla, y algunosmás dormían en el suelo, envueltos en susgrandes capotes.

Entre estos confiados centinelas se deslizó laandrajosa figura de un viejo turco, pequeño,vestido miserablemente, como un morabito oSantón del desierto, especie de exaltados que

Page 546: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

alguna vez se aventuran a penetraren el cam-pamento de los cruzados, a pesar de que allí seles trataba con desdén siempre y con violenciaa veces. Pero la vida de lujo y la indulgencia delos jefes cristianos atraía a sus tiendas un con-siderable concurso de músicos, cortesanas ymercaderes judíos, coptos y turcos, y toda laescoria de los pueblos orientales; de maneraque el caftán y el turbante no eran ningún mo-tivo de recelo o alarma en el campamento cris-tiano, a pesar de que si se había formado aque-lla expedición era precisamente para expulsar-les de Tierra Santa. Sin embargo, cuando laenjuta y miserable figura a que nos hemos refe-rido se acercó a los soldados de la guardia, yéstos se dieron cuenta de ella, se quitó el sucioturbante verde que le cubría la cabeza, mos-trando que su barba y sus cejas estaban afeita-das, como acostumbraban los juglares de profe-sión, y que sus raros y arrugados rasgos y laexpresión de sus pequeños ojos negros corres-pondían a una mente enferma.

Page 547: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Baila, morabito! —gritaron los soldados,que conocían las costumbres de aquellos exal-tados vagabundos—: baila o te lo diremos conlas cuerdas de los arcos, hasta que bailes comoel trompo de un chiquillo.

Asi le acometieron aquellos indisciplinadoscentinelas, contentos de tener a alguien a quienatormentar, como el niño que caza una maripo-sa o descubre un nido de pájaros.

Como si le complaciera satisfacer los deseosde los soldados, el morabito saltó e hizo cabrio-las delante de ellos, con singular agilidad, locual, dado lo enjuto de su cuerpo y su seca yarrugada cara, le hacia parecer una hoja muertadando vueltas a merced de un remolino delviento invernal. El único mechón de cabellosque emergía de su cabeza calva y afeitada pare-cía el asa por la que le sostuviera algún genioinvisible; y en verdad, habríase podido decirque se precisaba un arte sobrenatural para eje-cutar aquel baile desenfrenado, durante el cualapenas se le veía tocar el suelo con los pies. Con

Page 548: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el torbellino del baile, saltando de acá para alláy haciendo cabriolas de una parte a otra, ibaacercándose, aunque insensiblemente, hacia lapuerta de la tienda del rey, de manera quecuando, al fin, se desplomó, rendido, al suelo,después de dos o tres saltos más altos que losque hiciera hasta entonces, cayó a no más detreinta yardas de la persona del monarca.

—Dadle agua —dijo un soldado—; siemprepiden de beber después de sus zarabandas.

—¿Sí? ¿Agua dices, Long Allen? —exclamóotro arquero con el tono más despreciativo parael desdeñado personaje—. ¿Cómo quieres quele j guste esta bebida, después de una danzamora como esa?

—Ni el diablo encontraría una gota aquí —dijo un tercero—; es preciso que de este viejoinfiel de pies ligeros hagamos un buen cristianoy que beba vino de Chipre.

—Sí, sí —dijo un cuarto—; y en el caso deque no lo quiera, trae el cuerno con que DickHunter administra las purgas a su yegua.

Page 549: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Inmediatamente se formó un corro alrede-dor del exhausto derviche que yacia en el suelo,y mientras un guerrero de gran estatura levan-taba al enjuto bailarín, otro le presentaba unabotella de vino. Como no podía hablar, el hom-bre movió negativamente la cabeza y rechazócon la mano la bebida prohibida por el Profeta;pero los que le atormentaban no se dieron porsatisfechos.

—¡Trae el cuerno! ¡El cuerno! —dijo uno—.No existe mucha diferencia entre un turco y uncaballo turco, y le trataremos igual.

—¡Por San Jorge, que vais a ahogarle! —dijoLong Allen—, y, además, es lástima hacer en-gullir a un perro infiel una cantidad de vinoque serviría para enborrachar de lo lindo a unbuen cristiano.

—No conoces la manera de ser de esos tur-cos y paganos, Long Allen —contestó HenryWoodstall—. Te aseguro que ese vino le harábailar la cabeza en sentido contrario al de lasvolteretas que hacia bailando, y se la dejará

Page 550: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

como antes. ¿Ahogarle? Se ahogará tanto comola perra negra de Ben con una libra de mante-quilla.

—¿Y por qué le quieres negar a este pobrediablo pagano un trago aquí, en la Tierra, si yasabes que en toda la eternidad no tendrá unagota de agua fresca para remojarse la lengua?—dijo Tomalin Blacklees.

—¡Es muy serio eso, caramba! —dijo LongAllen—. Y sólo porque es turco a causa dehaberlo sido su padre antes que él. Si fuese uncristiano renegado, le daría el rincón más calen-tito del infierno para que estableciera allí suscuarteles de invierno.

—¡No te metas en líos, Long Allen! —dijoHenry Woodstall.— Te aseguro que tu lenguano es de las más cortas, y te profetizo que con-tigo tendrá que ver el Padre Francisco, comoocurrió una vez a causa de la muchacha siria deojos negros. Pero ahora llega el cuerno. Daosprisa: ábrele la boca con el mango de la daga.

Page 551: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Espera, espera... Ya entra en razón —dijoTomalin—; fíjaos, ya pide la botella. ¡Apartaos,muchachos! Oop sey es, como dicen los holande-ses, es manso como un cordero. Estas gentesson buenos bebedores, una vez han empezado,y éste no tose bebiendo ni se arrepiente dehaberse decidido a ello.

En efecto, el derviche, o lo que fuera, bebió—o simuló beber— toda la botella de un solotrago, y cuando se la quitaron de los labios,después de terminada, exhaló un profundosuspiro, y sólo dijo: —Allah kerim—, o sea: Dioses misericordioso. Los soldados que habíanpresenciado aquel monstruoso trago prorrum-pieron en una carcajada tan fuerte, que sacó alrey de su ensimismamiento, y, levantando eldedo, dijo encolerizado: —¡Granujas! ¿No te-néis respeto ni disciplina?

Guardaron todos el más profundo silencio,conocedores del temperamento de Ricardo, quetan pronto admitía cualquier familiaridad delos soldados como exigía el más riguroso respe-

Page 552: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

to, aunque esto ocurría raras veces. Los solda-dos se retiraron a mayor distancia de la regiapersona, y probaron de arrastrar al morabito,que, rendido al parecer por la fatiga y por elvino que había engullido, forcejeando y gritan-do se resistió a que le sacaran del lugar dondeestaba.

—¡Dejadle donde está, locos! —dijo LongAllen, en voz baja, a sus compañeros—. ¡PorSan Cristóbal, que haréis enfadar a nuestro Ri-cardito, y a lo mejor vemos venir volando sudaga y clavarse en nuestros costados. Dejémos-le solo, y en menos de un minuto quedarádormido como un lirón.

En aquel mismo momento el monarca leslanzó otra mirada de impaciencia, y todos seapartaron rápidamente, dejando al derviche enel suelo, imposibilitado, al parecer de mover unsolo miembro o un músculo de su cuerpo. Unmomento después, todo volvió a quedar tran-quilo y silencioso, como antes de la llegada delturco.

Page 553: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

... y el descarnado Crimen por su centinela descubierto, el lobo cuyos aullidos delatan que está al acecho, íbase aproximando con sus furtivos pasos, como se adelantaba el violador Tarquino caminando cual espectro, hacia el negro desig-

nio. Macbeth

CAPÍTULO XXI

Por espacio de un cuarto de hora, o más,después de ocurrido el incidente que acabamosde relatar, todo permaneció en el más absolutosilencio delante de la tienda del rey. Éste leía ymeditaba a la entrada de su pabellón; detrás deél, y de espalda a la entrada, el esclavo nubiocontinuaba bruñendo el gran escudo; delante, aun centenar de pasos de distancia, los hombresde la guardia, de pie, sentados o tendidos sobrela hierba, se entretenían jugando en silencio,

Page 554: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mientras que en la explanada que mediaba en-tre ellos y la tienda, yacía sin sentidos el mora-bito, que parecía sólo un montón de andrajos.

Pero el nubio tenía la ventaja de que el es-cudo que estaba bruñendo había quedado tanlimpio que lo reflejaba todo como un espejo, demanera que quedó sorprendido y alarmado alver que el morabito levantaba lentamente lacabeza, como si vigilara en derredor suyo, y semovía con una precaución tan cautelosa, queno correspondía al estado de embriaguez queaparentaba. Volvió a dejar caer instantánea-mente la cabeza, como si hubiese quedado con-vencido de que nadie le observaba, y sin de-mostrar el más pequeño esfuerzo, como si setratara de una pura casualidad, empezó a arras-trarse lentamente hacia el rey, parándose ypermaneciendo quieto a ratos, como la arañaque, avanzando siempre hacia su objetivo, separa como si estuviese muerta cuando ve que laobservan. Esta especie de movimientos parecie-ron sospechosos al nubio, que, por su parte, se

Page 555: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dispuso a intervenir tan rápidamente comopudiera, si llegaba la ocasión. Entretanto, elmorabito se iba arrastrando lenta e impercepti-blemente, como una serpiente, o, mejor, comouna babosa, y cuando se encontró a unas diezyardas de Ricardo, se levantó y dio un saltocomo un tigre, encontrándose en un instantejunto a la espalda del rey, sobre el que esgrimióun cangiar o puñal que llevaba escondido en lamanga. Ni la presencia de todo el ejércitohabría podido salvar a su heroico monarca;pero los movimientos del nubio habían sido tanbien calculados como los del infiel, y antes deque éste pudiera herir, le cogió del brazo en elaire. Dirigiendo su fanática ira contra el que seinterponía tan inesperadamente entre él y suvíctima, el charegita, que no otro era este exal-tado, dio un golpe con su daga al nubio, perono le hizo sino un rasguño en el brazo, mientrasque la superioridad física del esclavo dominófácilmente al charegita y le derribó al suelo. Alver lo que ocurría, Ricardo se levantó, y, sin

Page 556: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

manifestar en su rostro la más leve sorpresa,cólera o interés que los que puede demostrarcualquier hombre que esquiva a una zumbado-ra avispa y la aplasta, cogió el taburete en queestaba sentado, y, sin decir nada más que: —¡Ah, perro!—, rompió la cabeza del asesino, elcual gritó dos veces, la primera con un grangrito y después en un tono apagado, estas pa-labras: —Allah Ackbar! (Dios es victorioso)—, ycayó muerto a los pies del rey.

—Sois unos centinelas perfectos —dijo Ri-cardo, con tono de despreciativo reproche, a losarqueros, que atraídos por el ruido habían pe-netrado en la tienda aterrorizada y atropella-damente—. Vigiláis tan bien, que dejáis la tareadel verdugo para que la haga yo con mis pro-pias manos. Callad todos, y bas.ta de inútilesgritos. ¿No habéis visto nunca, por ventura,ningún turco muerto? Venid: llevaos esta ca-rroña fuera del campamento, cortadle la cabezay clavadla en una pica, con mucho cuidado convolverla de cara a La Meca, para que pueda

Page 557: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

decir más fácilmente al bajo impostor que leinspiró su venida aquí, el resultado que ha te-nido su misión. Y tú —añadiól dirigiéndose alnubio—, negro y silencioso amigo... Pero, ¿quées eso?, tú estás herido... y con un arma enve-nenada, indudablemente, porque un animal tanmiserable sólo podía esperar hacer un rasguñoen el pellejo del león con su puñalada... Queuno de vosotros chupe la herida; los venenosno dañan los labios, aunque maten cuando semezclan con la sangre.

Los guerreros se miraron entre sí, sorpren-didos y vacilando, porque el temor a un peligrode esta clase asustaba mucho a aquella genteque no habría temido cualquier otra cosa.

—¡Qué cobardes sois! —dijo el rey—: ¿te-néis los labios demasiado delicados o teméismorir, que os quedáis en esa actitud?

—No nos infunde miedo ningún hombre —contestó Long Allen, a quien miraba el rey—.Pero me parece que nadie se expondrá a morircomo un ratón envenenado, por salvar a un

Page 558: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

animal negro como éste, que puede comprarsey venderse como un buey en el mercado.

—Su Majestad habla de chupar veneno —murmuraron varios otros—, con la mismatranquilidad que si nos dijera que fuésemos acomer moras.

—¡Basta! —dijo Ricardo—. Jamás he orde-nado a nadie que haga lo que no puedo haceryo.

Y sin más ceremonia, y a pesar de las súpli-cas generales de todos los que le rodeaban, y dela respetuosa resistencia del propio nubio, elrey de Inglaterra aplicó los labios a la heridadel esclavo negro, riéndose de todos los avisose imponiéndose a toda oposición. En el mo-mento en que el rey interrumpió su singularoperación, el nubio huyó corriendo de su lado,y fue a cubrirse el brazo con un trozo de tela,dando a entender con ademanes tan decididoscomo respetuosos, su decisión de no permitirque el monarca continuara aquella operacióndegradante. Long Allen también se interpuso,

Page 559: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

diciendo que, para evitar que el rey volviese ahacer una cura de aquella clase, si era precisosus labios, su lengua y sus dientes estaban alservicio del negro, como llamaba al etíope, yque, si esto no bastaba, se lo comería enteroantes que conseguir que los labios del rey vol-viesen a acercársele.

Neville, que entró con otros funcionarios, sesumó a estas súplicas.

—Esta bien, no hay que armar tanto jaleopor un ciervo cuyo rastro han perdido los pe-rros, o por un peligro que ya pasó —dijo elrey—. Esa herida no será nada, porque casi nosangró. Un gato furioso habría hecho un araña-zo más profundo. Y yo, por lo que a mí respec-ta, me limitaré a tomar una dracma de orvietán,por precaución, aunque no sea necesario.

Asi se expresó Ricardo, un poco avergonza-do, quizá de su propia condescendencia, justifi-cada por el agradecimiento y el humanitarismo.Pero cuando Neville insistió en demostrar el

Page 560: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

peligro a que había estado expuesta la regiapersona, el rey le mandó callar.

—Silencio, te lo ruego; no hablemos más deeso. Sólo lo he hecho para demostrar a estosignorantes llenos de prejuicios, lo que tienenque hacer para auxiliarse mutuamente cuandoestos miserables cobardes nos ataquen con cer-batanas y dardos envenenados. Pero —añadió—, llévate a este nubio a tu cuartel, Ne-ville. He cambiado de parecer respecto a él; quelo atiendan bien. Oye, lo que voy a decirte aloído: mira que no se escape..., porque es más delo que parece. Déjale en completa libertad, peroque no salga del campamento. Y vosotros, ahi-tos de carne, pellejos de vino, mastines ingleses,volved a vuestra guardia y procurad vigilarmejor. No creáis estar en vuestro país, donde sejuega limpio, donde los hombres hablan antesde pegar y se estrechan la mano antes de cor-tarse el pescuezo. En nuestro país el peligroviene con la frente alta, la espada desenvainaday planta cara al enemigo a quien quiere acome-

Page 561: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ter; pero aquí se desafia con un guante de seday no con un guantelete de acero; se os corta lacabeza con una pluma de tórtola, se os atravie-sa el corazón con el alfiler del broche de unasacerdotisa, o se os ahoga con la faja que llevaen su talle la enamorada. Idos, velad con losojos despabilados y la boca cerrada, bebed me-nos y veréis mejor lo que ocurre en derredorvuestro, u os pondré los estómagos a una ra-ción tan corta, que no la resistiría ni la pacienciade un escocés.

Los soldados, avergonzados y mortificados,volviéronse a su lugar, y Neville empezó a re-prochar al rey el riesgo que corría perdonandotan fácilmente una falta de los soldados queestaban a su servicio. Abogó por la convenien-cia de hacer un escarmiento, tratándose de unhecho grave como era haber dejado acercar aalguien tan sospechoso como el morabito a ladistancia de una puñalada de su persona; peroRicardo le interrumpió diciendo:

Page 562: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No hablemos más de eso, Neville. ¿Quie-res que castigue más severamente el descuidorespecto a mi persona, que la desaparición de labandera de Inglaterra? Fue robada por un la-drón o entregada por un traidor, y no por esose ha vertido una gota de sangre. Amigo mío —dijo, dirigiéndose al nubio—, tú eres entendidoen el arte de aclarar misterios, según dice elilustre sultán; te daría tanto oro como pesas si,evocando a alguien más negro que tú o porcualquier otro procedimiento, pudieses descu-brir al ladrón que hizo tal ofensa a mi honor.¿Qué te parece?

El mudo pareció que iba a decir algo, peroexhaló sólo aquellos sonidos propios de su tris-te estado; luego se cruzó de brazos, miró al reycon inteligente expresión, y contestó afirmati-vamente con la cabeza.

—Así, pues —dijo Ricardo con alegre impa-ciencia—, ¿quieres intentar ese descubrimiento?

El esclavo volvió a contestar afirmativamen-te.

Page 563: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Pero, ¿cómo haremos para poder enten-dernos? —dijo el rey—. ¿Sabes escribir, buenamigo?

El nubio dijo que sí, otra vez, con un movi-miento de su cabeza.

—Tráele recado de escribir —dijo el rey—.Era más fácil encontrarlo en la tienda de mipadre que en la mía; pero, en fin, creo que estápor ahí, a no ser que el calor de este país hayasecado la tinta. Este muchacho es una alhaja, undemonio negro, Neville.

—Si me permitís decir mi humilde pensa-miento, señor —dijo Neville—, me parece quesería mal negocio meternos en estos líos. Estehombre debe ser brujo, y los brujos trabajan conel enemigo, que tiene el mayor interés en sem-brar la cizaña entre el trigo y traer la discordia anuestros consejos, y...

—Calla, Neville —dijo Ricardo—. Llama atu perro norteño cuando sigue el rastro delciervo, y quizá venga, pero no quieras paralizar

Page 564: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la acción de Plantagenet cuando tiene esperan-zas de recobrar el honor.

Durante esta discusión, el esclavo había es-tado escribiendo, arte en el que parecía muyhábil; se levantó, apretó contra su frente lo quehabía escrito, y se prosternó como de costum-bre antes de darlo al rey. El pergamino estabaescrito en francés, a pesar de que hasta enton-ces Ricardo le había hablado en lengua franca.

«A Ricardo, el conquistador e invencible reyde Inglaterra, el más humilde de sus esclavos.Los misterios son arquillas selladas por Dios,pero la sabiduría puede hallar la manera deabrir sus cerrojos. Si vuestro esclavo se situaraen un sitio en que pudiesen desfilar ordenada-mente delante de él todos los jefes del ejército,es seguro que, si el que ha hecho la ofensa quelamenta mi dueño se hallara entre ellos, su ini-quidad podría ser descubierta, aunque se disi-mulara debajo de siete velos.»

—¡Por San Jorge —dijo el rey Ricardo—,que no podías hablar más oportunamente. Ne-

Page 565: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ville: ya sabes que los principes acordaron que,cuando mañana pasemos revista a las tropas,para desagraviar a Inglaterra de la afrenta quese le hizo con la desaparición de la bandera, losjefes desfilen delante de nuestro nuevo estan-darte, izado en el monte de San Jorge, y le salu-den con gran ceremonia. Puedes creer que elignorado traidor no se atreverá a estar ausenteen un momento de desagravio tan solemne,temiendo que ello dé motivo a sospechas. Te lasarreglarás para que nuestro consejero negro seencuentre allí, y si su arte puede descubrir altraidor, ya me las entenderé yo después con él.

—Señor —dijo Neville con la franquezapropia de un barón inglés—: cuidado con loque hacéis. Contrariamente a lo que esperába-mos, se ha podido restablecer la concordia ennuestra Santa Liga; fundada en dudosas sospe-chas que puede inspirar un esclavo negro,¿queréis volver a abrir las heridas que acabande cerrarse, y aprovechar el solemne desfileacordado como reparación a vuestro honor y

Page 566: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

restablecimiento de la unanimidad entre lospríncipes desavenidos, para provocar nuevasofensas o resucitar antiguos resentimientos?Quizá es algo fuerte lo que digo, pero eso seríaolvidaros de la declaración que Vuestra Majes-tad hizo en la Asamblea del Consejo de la Cru-zada.

—Neville —dijo el rey, interrumpiéndolecon tono de severidad—: tu celo te vuelve pre-suntuoso e inconveniente. Jamás prometí abs-tenerme de usar ningún medio susceptible dedescubrir al vil autor de la ofensa inferida a mihonor. Antes de hacerlo, habría renunciado ami reino y a mi vida, todas mis declaracionesfueron hechas bajo esta necesaria y absolutacondición; pero si Austria hubiese salido yhubiese confesado la injuria como un hombre,yo, por el bien de la Cristiandad, le habría per-donado.

—¿Quién nos asegura —agregó el barón, in-quieto—, que este despabilado esclavo de Sala-dino no engañará a Vuestra Majestad?

Page 567: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Calla, Neville —dijo el rey—; te conside-ras muy sabio, y no eres más que un loco. Pro-cura ejecutar las órdenes que te he dado respec-to a este individuo, en el que hay algo más delo que tu entendimiento de Westmore-landpuede descubrir. Y tú, negro silencioso, prepá-rate para realizarlo que has prometido, y te doypalabra de rey de que tú mismo podrás elegir larecompensa... ¡Vaya!, ya vuelve a escribir.

El mudo, en efecto, escribió, y dio al rey, enla misma forma que antes, otro pedazo de per-gamino que contenía estas palabras:

«La voluntad del rey es la ley de su esclavo;no necesita éste ningún galardón para cumplircon su deber...»

—¡Galardón y deber! —exclamó el rey, inte-rrumpiendo la lectura y dirigiéndose a Nevilleen inglés, recalcando sus palabras—: Estosorientales sacarán provecho de las Cruzadas:¡ya aprenden el lenguaje de la Caballería! Ymira, Neville; fíjate qué descompuesto está elrostro de este hombre; si no fuese negro, le ve-

Page 568: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ríamos ruborizado. No me sorprendería quehubiese entendido lo que te he dicho, pues sonexpertos lingüistas.

—Ese pobre esclavo no puede soportar lafuerza de la mirada de Vuestra Majestad —dijoNeville—; eso es todo.

—Bien, pero —agregó el rey, tamborileandosobre el papel a medida que hablaba— esteaudaz pergamino agrega que nuestro leal mu-do trae un mensaje de Saladino para lady EdithPlantagenet, y pide permiso y ocasión paraentregárselo. ¿Qué te parece de una demandatan modesta, Neville?

—No puedo decir cómo recibirá VuestraGracia esta libertad— dijo Neville—; pero yocreo que el cuello del mensajero de VuestraMajestad que llevara una demanda así al sul-tán, estaría muy en peligro.

—¡ Ah! Gracias a Dios, no le envidio ningu-na de sus bellezas tostadas por el sol —dijoRicardo—. Y, por otra parte, castigar a estehombre porque cumple con una orden de su

Page 569: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

amo, precisamente cuando acaba de salvarmela vida, me parece que sería precipitarnos. Tediré un secreto, Neville, porque aunque nuestromudo y negro ministro esté presente, no podrádecir nada, como ya sabes; aunque nos enten-diera. Te diré, pues, que hace quince días queestoy bajo el poder de un encantamiento, y quequerría ser desencantado. Nadie me ha presta-do un buen servicio sin en seguida recibir demí, como recompensa, algún grave agravio; ypor otra parte, los que merecerían que les con-denara a muerte por algún insulto o traición,son los que precisamente me han hecho algúnservicio que es el contrapeso de su demérito, yque me obliga a revocar la sentencia en pago dela deuda de honor que tengo pendiente conellos. Ya ves, por consiguiente, que estoy pri-vado de la parte más noble de mis funcionesregias, ya que no puedo castigar ni recompen-sar. Hasta que se desvanezca la influencia deeste mal astro, no quiero decir nada referente ala demanda de este servidor negro, salvo que

Page 570: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

me parece muy audaz, y que la mejor manerade hallar gracia a nuestros ojos sería realizar eldescubrimiento que se propone hacer en bene-ficio nuestro. Entretanto, Neville, vigílale y trá-tale con todo honor. Y, oye otra cosa —dijo envoz baja—: busca al ermitaño de Engaddi, ytráemelo, tanto si es santo como salvaje, si estáloco o si está cuerdo. Quiero hablar con él asolas.

Neville salió de la tienda real, haciendo unaseña al nubio para que le siguiera, muy admi-rado por lo que había visto y oído, y especial-mente por la desacostumbrada conducta delrey. En lineas generales, no era muy difícil adi-vinar rápidamente el curso de los sentimientosy pensamientos de Ricardo, aunque muy a me-nudo era difícil calcular lo que durarían, por-que no existía ninguna veleta que obedecieracon mayor docilidad a los cambios de vientoque el rey a los impulsos de la pasión. Pero enaquella ocasión su proceder parecía extraordi-nariamente misterioso y reservado, y era difícil

Page 571: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

descubrir si en su conducta hacia el nuevo sir-viente predominaba el disgusto o la simpatía,lo mismo que en las miradas que de vez encuando le dirigía. El servicio que el rey habíaprestado al nubio, para contrarrestar los peli-grosos efectos de la herida, podían parecer larecompensa del servicio que le prestara el es-clavo al parar el golpe del asesino; pero parecíaque la cuenta a saldar entre ambos era más di-latada, y que el monarca no sabía si, al fin y alcabo, su resultado le daría el carácter de deudoro de acreedor, y, por consiguiente, en el inter-medio se mantenía neutral, lo cual tan bienpodía resultar en un caso como en otro. Por loque se refiere al nubio, hubiese como hubieseadquirido el arte de escribir idiomas europeos,el rey quedó convencido de que, por lo menos,desconocía el inglés, porque, habiéndole vigi-lado atentamente durante la última parte de laentrevista, creía que nadie que entendiera unaconversación de la que él era tema, habría po-

Page 572: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dido demostrar tan poco interés como él apa-rentaba.

—¿Quién hay?... Por favor... acercaos… mi sabio médico y amigo. Sir Eustace Grey

CAPÍTULO XXII

Nuestro relato tiene que retroceder a un pe-ríodo algo anterior a los acontecimientos queacabamos de describir, cuando, como el lectorpuede recordar, el infortunado Caballero delLeopardo, cedido por el rey Ricardo al médicoárabe, más en calidad de esclavo que de ningúnotro concepto, abandonó el campamento de loscruzados, en cuyas filas tan a menudo y tanbrillantemente se había distinguido. Siguió a sunuevo dueño, porque así hemos de llamar aho-ra a El Hakim, hacia las tiendas moras en quese albergaba su séquito y que contenían todo loque había traído; le embargaba la estupefacción

Page 573: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del hombre que, cayendo en lo profundo de unprecipicio y salvando la vida por pura casuali-dad, no sabe moverse del lugar fatal, ni puedeapreciar toda la extensión del peligro porqueacaba de pasar. Al llegar a la tienda, sin pro-nunciar una sola palabra, se dejó caer sobre unlecho preparado con piel de búfalo, que su guíale señaló, y, cubriéndose el rostro con las ma-nos, estalló en profundos sollozos, como si elcorazón quisiera saltar. El médico le oyó mien-tras daba órdenes a sus numerosos criados deque preparasen la marcha para la mañana si-guiente, antes de la salida del sol, y, movido acompasión, suspendió su tarea y se sentó, conlas piernas cruzadas, al lado de la cama delcaballero, y empezó a consolarle a la maneraoriental.

—Amigo —díjole—: aprende a conformarte,porque, como dijo el poeta: «Es preferible queun hombre sea servidor de un amo bondadosoque no esclavo de sus propias pasiones furio-sas». Confórmate, pues, porque así como Isuf

Page 574: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Ben Yagube fue vendido por sus hermanos aun rey, al propio Faraón, rey de Egipto, encambio, tu rey te ha dado a uno que te trataracomo hermano.

Sir Kenneth hizo un esfuerzo para dar lasgracias al Hakim, pero su corazón esaba tanlleno de tristeza, que su fracasada tentativa deagradecimiento fué acompañada de unos soni-dos inarticulados, que dieron a entender albuen médico la conveniencia de desistir de susprematuros intentos de consolarle. Dejó a sunuevo criado, o huésped, entregado a su dolor,y después de ordenar todos los preparativos demarcha para el día siguiente, se sentó en la al-fombra que había en la tienda, e hizo un frugalrefrigerio. Cuando hubo terminado, se ofrecie-ron al caballero escocés idénticos manjares,pero aunque los criados se esforzaron en hacer-le comprender que la jornada del día siguienteestaría ya muy avanzada cuando se suspendie-ra la marcha para comer, Sir Kenneth no tuvofuerzas para vencer la repugnancia que le pro-

Page 575: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ducía la comida, y fue imposible hacerle tomarotra cosa que un sorbo de agua fresca.

Permaneció despierto hasta mucho despuésde que su huésped árabe, hechas sus devocio-nes, se durmiera; era medianoche y no habíapodido conciliar el sueño aún, cuando observómovimiento entre sus esclavos, que, callados yprocurando no hacer ruido, se disponían a car-gar los camellos para emprender la marcha. Laúltima persona a quien despertaron, fuera delmédico, fue al caballero escocés, al que, hacialas tres de la madrugada, una especie de ma-yordomo o intendente avisó que tenía que le-vantarse. Obedeció inmediatamente, sin contes-tar, y le siguió hasta el sitio donde esperabanlos camellos a la luz de la luna; en su mayoríaya estaban cargados, y sólo quedaba uno quepermanecía aún con las piernas dobladas, espe-rando que se completara su carga.

A pocos pasos de los camellos aguardabanvarios caballos ensillados y con las riendaspuestas; El Hakim llegó al cabo de un rato,

Page 576: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

montó en uno de ellos con tanta agilidad comole permita el grave decoro de su carácter, y se-ñaló otro, que fue llevado a Sir Kenneth paraque montara en él. Un alto funcionario inglésles esperaba para acompañarles a través delcampamento de los cruzados, a fin de que pu-diesen salir con seguridad. Fue plegada consingular rapidez la tienda que habían dejado, ylos palos y el toldo constituyeron la carga delúltimo camello; y cuando el médico pronunciócon solemne entonación el versículo del Corán:«Que Dios nos guíe y el Profeta nos proteja,tanto en el desierto como en la regada llanura»,toda la caravana se puso inmediatamente encamino.

Mientras atravesaban el campamento, fue-ron detenidos por diferentes centinelas, que lesdejaron pasar unos sin decir nada, y otros, másfanáticos, murmurando entre dientes una mal-dición dirigida al Profeta. Al fin, dejaron atrásel último recinto del campamento, y entoncesempezaron a marchar en formación militar.

Page 577: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Dos o tres hombres montados iban a la van-guardia, y otros tantos permanecían atrás, a ladistancia de un tiro de ballesta, y cuando elcamino lo permitía, se destacaban otros paravigilar los flancos. Mientras adelantaban en esteorden, Sir Kenneth volvió la vista atrás, con-templando el campamento a la luz de la luna, yentonces se sintió sin honor ni libertad, y real-mente desterrado de aquellas brillantes bande-ras, bajo las cuales había esperado ganar famagloriosa, y de aquellas tiendas cobijo de la Ca-ballería, de la Cristiandad y de... Edith Planta-genet.

El Hakim, que cabalgaba a su lado, con suhabitual entonación de consuelo, le hizo obser-var:

—No es de hombre sabio mirar atrás, cuan-do el camino está delante— y en aquel momen-to el caballo de Kenneth dio un peligroso pasoen falso, y faltó poco para que agregara unamoraleja práctica a la frase de El Hakim.

Page 578: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Esta advertencia decidió al caballero a po-ner más atención en su cabalgadura, la cual erauna yegua que, a pesar de tener un paso másigual y seguro que cualquier otro animal, nece-sitaba la ayuda del freno y de la rienda muy amenudo.

—El carácter de este animal —dijo el sen-tencioso médico— puede compararse a la for-tuna humana, porque aunque tenga el pasosuave y seguro, el que lo cabalga debe vigilarpara no caer; así como, cuando la prosperidadha llegado a su punto culminante, la prudenciaha de velar y estar alerta para evitar los infor-tunios.

Hasta la miel repugna al estómago ahito.Por consiguiente, no es de extrañar que el caba-llero, mortificado y rendido por sus desventu-ras y afrentas, se pusiese nervioso al oír que sudesgracia servía de tema a proverbios y senten-cias por justas y oportunas que fuesen.

—Me parece —dijo, algo malhumorado—que no necesito más demostraciones de la ines-

Page 579: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tabilidad de la fortuna, y os daría las gracias,señor Hakim, por haberme elegido esta cabal-gadura, si al fin pudiese dar un buen tropiezoque de verdad nos hiciera romper la cabeza aella y a mí.

—Hermano —contestó el sabio árabe conimperturbable seriedad—: te expresas como unhombre que es presa de la locura. Tu corazón tedice que un hombre cuerdo habría dado a suhuésped el caballo más joven y mejor, reser-vándose para él el más achacoso; pero has desaber que los defectos de una cabalgadura viejapueden ser compensados por la energía delcaballero joven, mientras que la hirviente san-gre de un caballo joven necesita ser templadapor la sangre fría de un viejo.

Tal dijo el sabio; pero a esta observación noañadió ninguna respuesta Sir Kenneth que di-era pie a continuar el diálogo. Y el médico, can-sado quizá de administrar consuelos a quien noquiere ser consolado, hizo señal a un hombrede la comitiva para que se acercara.

Page 580: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Hassan —dijo—. ¿No sabes nada con queentretener el tiempo?

Hassan, narrador de historias y poeta profe-sional, pico espuelas y se acercó a su dueñopara cumplir sus órdenes.

—Señor del Palacio de la Vida —dijo, diri-giéndose al médico—: tú, ante quien el ángelAzrael tiende las alas para huir; tú, más sabioque Solimán Ben Daud, en cuyo sello fue inscri-to el VERDADERO NOMBRE del que gobiernalos espíritus de los elementos; el cielo no quieraque mientras transites por el camino de la be-nevolencia, llevando la espada y la salud adon-dequiera que vayas, tu camino sea triste porfalta de relatos y cantos. He aquí a tu sirvienteque viene a tu lado, que extraerá los tesores desu memoria, tal como la fuente hace correr susaguas a la orilla del sendero para apagar la seddel que transita.

Después de este exordio, Hassan levantó lavoz y empezó un cuento de amor y de magia,intercalando en él hechos guerreros y embelle-

Page 581: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ciéndolo con abundantes citas de poetas persas,con cuyas obras parecía muy familiarizado elnarrador. El séquito de El Hakim, salvo los queestaban ocupados en la vigilancia de los came-llos, se estrechó alrededor del poeta tanto comose lo permitía el respeto debido al sabio, paradisfrutar de lo que siempre ha sido uno de lospasatiempos predilectos de los habitantes deOriente.

En cualquier otra ocasión, y a pesar del im-perfecto conocimiento que tenía del lenguaje,Sir Kenneth se habría podido interesar poraquel relato que, si bien estaba inspirado en lamás extravagante fantasía y expresado con unlenguaje excesivamente pomposo y metafórico,tenía un gran parecido con los romances deCaballería que en aquella época estaban tan enboga en Europa. Pero, absorto en otros pensa-mientos, apenas se dio cuenta de que un hom-bre situado en el centro de la caravana recitó ycantó a media voz por espacio de unas doshoras seguidas; modulando su entonación se-

Page 582: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gún las pasiones a que se refería, y recibiendoen recompensa, ora vivos murmullos de apro-bación, ora ahogadas exclamaciones de maravi-lla, ora suspiros y lloros, y alguna vez, aunquefuese más difícil arrancarlos de aquel auditorio,sonrisas e incluso ruidosas carcajadas.

Durante el relato, los lastimeros gemidos deun perro, que uno de los camellos llevaba me-tido dentro de un cesto de mimbre, atrajo algu-na vez la atención del caballero ensimismadoen sus desventuras. Como buen cazador queera, pronto reconoció que se trataba de su fielperro, y por sus tristes gemidos no dudó de queel animal conocía que tenía a su dueño cerca, yque le pedía que fuese a ponerle en libertad.

—¡Ay, pobre Roswal! —dijo—; pides ayuday consuelo a un hombre que es tan esclavo co-mo tú mismo. Haré como quien no te oye, y note compadeceré, porque la ternura nos haríamás amarga la separación.

De esta manera transcurrieron las horas dela noche y el rato de neblinosa luz de la madru-

Page 583: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gada que en Siria forma el crepúsculo matutino.Pero cuando empezó a levantarse en el límitedel horizonte la primera línea del disco del sol,y cuando sus primeros rayos horizontales seextendieron haciendo brillar las gotas de rocíoen la superficie del desierto en que los viajerosacababan de entrar, la voz sonora de El Hakimse elevó, y cortó el relato del poeta, haciendoresonar en la extensión desértica la solemneintimación con que los musulmanes invitan porla mañana desde los minaretes de cada mezqui-ta:

—¡A la oración, a la oración! ¡Dios es el úni-co Dios! ¡A la oración! ¡Ala oración! ¡Mahomaes el Profeta de Dios! ¡A la oración! ¡A la ora-ción! ¡El tiempo huye de vosotros! ¡A la ora-ción! ¡A la oración! ¡El juicio se acerca a voso-tros!

En un instante todos los musulmanes salta-ron del caballo y se volvieron hacia La Meca, ycon arena del desierto imitaron las ablucionesque en cualquier otro sitio hubieran hecho con

Page 584: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

agua, mientras que con breves, pero fervientesexclamaciones, se encomendaban a Dios y alProfeta, pidiendo perdón de sus pecados.

El propio Sir Kenneth, cuya razón y prejui-cios se rebelaron al principio al ver a sus com-pañeros entregados a lo que él creía ser un actode idolatría, no pudo dejar de respetar su equi-vocada devoción, ya que el ejemplo sirvió deestímulo a su fervor, y rogó a Dios con máselevación de espíritu, pero maravillado de queun sentimiento desconocido para él le movieraa juntar sus oraciones, aunque variando la in-vocación, con las de aquellos sarracenos, cuyopaganismo había considerado como un crimenque deshonraba aquel país en el que se habíandesarrollado milagros tan grandes y donde sehabía encendido la estrella matutina de la Re-dención.

A pesar de realizarse en tan extraña compa-ñía, aquel acto de devoción brotaba de la fuentepura de los sentimientos naturales del hombre,que le llevan a cumplir con sus deberes religio-

Page 585: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sos, y produjo sus acostumbrados efectos deserenar su espíritu, tan maltratado por la rápi-da sucesión de desventuras. Las oraciones sin-ceras y graves que el cristiano dirige al Todo-poderoso son la mejor lección de paciencia enlas calamidades y en la aflicción. Porque, si no,¿no sería burlarse de la divinidad con súplicas,el que la insultáramos murmurando contra susdecretos? O bien, mientras en nuestras oracio-nes, con palabras sinceras reconocemos la va-nidad y la insignificancia de las cosas tempora-les en relación con las eternas, ¿cómo podría-mos esperar descubrir a Aquel que lee en loscorazones, si permitiéramos que el mundo y laspasiones mundanas recuperaran sus imperiosinmediatamente después de una solemne ora-ción a Dios?

Pero Sir Kenneth no era de éstos. Se sintióedificado y fortalecido, y mucho mejor dispues-to a ejecutar o a acatar aquello que su destinopudiese obligarle a soportar o a hacer.

Page 586: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Entretanto, los sarracenos volvieron a subira sus cabalgaduras, la caravana reanudó lamarcha y el poeta Hassan prosiguió su relato;pero su auditorio ya no le escuchaba con tantaatención. Uno de los hombres que, a caballo,había -subido hasta la cumbre de un promonto-rio situado a la derecha de la pequeña columan,se acercó galopando a El Hakim y conferenciócon él un momento. Se despachó a otros cuatroo cinco jinetes, y el pequeño destacamento que,a lo más, estaba formado por veinte o treintapersonas, empezó a seguirles con la vista, comosi la actitud de aquellos hombres que avanza-ban o retrocedían, hubiese de ser de buen o malagüero. Hassan notó que su auditorio estabadistraído y preocupado, asi como los demás,por lo que ocurría en el flanco, y, por consi-guiente dejó de cantar, y la marcha prosiguiósilenciosamente, con la sola excepción de losgritos con que los camelleros animaban a laspacientes bestias de carga, o de que algúnhombre de la caravana dijese a su compañero

Page 587: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de camino algunas palabras recelosas en vozbaja.

Esta indecisión duró hasta que hubieron pa-sado la cumbre de los montículos de arena,desde los que los hombres de la vanguardiahabían descubierto el objeto que produjo laalarma entre los viajeros. Entonces Sir Kennethpudo ver, a la distancia de más de una milla, unpunto obscuro que se movía con gran rapidezen medio del desierto, y en el que su experi-mentada vista reconoció un cuerpo de caballe-ría mucho más numeroso del que constituíanellos, y que, por los frecuentes y brillantes res-plandores que de él arrancaban los bajos rayosdel sol naciente, no podían ser otros que euro-peos armados con todas sus armas.

Las miradas ansiosas que los hombres de ElHakim dirigían a su capitán, revelaban profun-da inquietud; pero él, con la misma seriedad yserenidad con que invitara a su gente a la ora-ción, hizo destacar a dos de los que montabancaballos mejores, ordenándoles que se acerca-

Page 588: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ran todo lo que la prudencia permitiera a aque-llos viajeros del desierto y que observaran congran atención cuántos eran, su carácter, o quépodía temerse de sus intenciones. La proximi-dad del peligro o de lo que se consideraba tal,reanimó a Sir Kenneth, el cual dijo a El Hakim:

—¿Qué podéis temer de esos caballeros cris-tianos, como parece que son?

—¡Temer! —contestó el médico repitiendola palabra despreciativamente—. El prudenteno teme más que a Dios; pero de los malvadosespera todo el mal que estos pueden hacer.

—Son cristianos —contestó Sir Kenneth—, yestamos en tiempo de tregua. ¿Por qué temerque la violen?

—Son monjes-guerreros del Temple —contestó El Hakim—, cuyos votos les obligan ano reconocer tregua ni paz con los creyentes delIslam. ¡Ojalá el Profeta hiciera caer un relámpa-go en el árbol, las ramas y los brotes! Su paz esla guerra y su mentira. Los demás invasores dePalestina tienen momentos y formas de corte-

Page 589: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sía. El león Ricardo perdona a quienes ha con-quistado, el Águila Felipe pliega las alas cuan-do ha hecho presa, y hasta el Austria se duermecuando está ahito; pero esta horda; de lobossiempre hambrientos no se sacian ni se cansande sus rapiñas. ¿No ves que destacan a unoscuantos hombres y que avanzan hacia Oriente?Son los pajes y escuderos a quienes inician ensus malditos misterios, y que, a manera de ca-ballería ligera, son enviados a cortarnos el ca-mino de la fuente. Pero se engañarán: conozcola guerra en el desierto mejor que ellos.

Dijo algunas palabras a su oficial en jefe, ysu rostro y todo su aspecto pasaron en un mo-mento de la tranquilidad solemne, propia de unsabio oriental, más acostumbrado a la contem-plación que a la acción, a la expresión arrogantey alerta de un valiente guerrero, cuyo valor sedespierta con la proximidad de un peligro queprevé y desprecia.

A los ojos de Sir Kenneth los momentos di-fíciles que se aproximaban tenían muy diferen-

Page 590: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

te aspecto y, cuando Adonbec le dijo: —Tienesque quedarte a mi lado—, él contestó con unasolemne negativa.

—Allí están mis compañeros de armas —dijo—, los hombres en cuya compañía he jura-do vencer o morir; en su bandera brilla la señalde nuestra bendita Rendención. Yo no puedohuir de la Cruz para seguir a la Media Luna.

—¡Loco! —dijo El Hakim—. Lo primero queharían sería matarte, aunque sólo fuese paraque no se descubriera que han violado la tre-gua.

—A eso me expondré —contestó Sir Ken-neth—, pero no llevaré ni un momento más losgrilletes de los infieles cuando se me presentaocasión de guitármelos.

—Entonces, te obligaré a seguirme —dijo ElHakim.

—¡Obligarme! —contestó orgullosamenteSir Kenneth—. Si no fueses mi bienhechor, opor lo menos has demostrado quererlo ser, y sino fuese que debo a tu confianza la libertad de

Page 591: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

estas manos que habrías podido cargar de hie-rros, te demostraría, aunque voy desarmado,que no te sería fácil obligarme.

—Basta, basta —contestó el médico árabe—;estamos perdiendo un tiempo que empieza aser precioso.

Al decir estas palabras, levantó el brazo ydio un estridente grito, como una señal a losque componían la caravana, todos los cuales sedispersaron inmediatamente por la superficiedel desierto en diferentes direcciones, como lascuentas de un rosario cuando se rompe el hiloque las une. Sir Kenneth no tuvo tiempo de vercómo acababa aquella dispersión, porque, en elmismo instante, El Hakim cogió las riendas desu caballo y, poniéndolo al paso del suyo, am-bos adquirieron tan extraordinaria velocidad,que casi privaba de la respiración al caballeroescocés, dejándole absolutamente imposibilita-do de contener a su guía, aunque hubiese que-rido.

Page 592: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Sir Kenneth era hábil jinete, porque habíapracticado la equitación desde la infancia, peroel caballo más veloz que hubiese cabalgado entoda su vida era una tortuga en comparacióncon los del médico sarraceno. Levantaban laarena detrás de si y parecían devorar el desiertoque se extendía delante.... Las millas se conver-tían en minutos, y, a pesar de esta galope, noparecían cansados, y conservaban el mismoaliento que cuando empezaran su admirablecarrera. Sus movimientos eran tan suaves comorápidos; más bien parecían volar por el aire queno galopar sobre la tierra, y no producían nin-guna sensación dolorosa, salvo el vértigo natu-ral que experimentare! que es arrebatado poruna velocidad tan sorprendente, y la consi-guiente dificultad en la respiración.

Al cabo de una hora de esta prodigiosa ca-rrera, y cuando ya estaban fuera del alcance decualquier esfuerzo humano, El Hakim puso fin,por último, a aquella velocidad; dejó los caba-llos al galope ordinario, y con una voz tan se-

Page 593: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gura como si hubiese marchado al paso durantetoda aquella hora, empezó a hacer el elogio delas cualidades de sus caballos al escocés, quien,jadeante, medio cegado, casi sordo y atontadopor la rapidez de aquella singular carrera, en-tendía con dificultad las palabras que su com-pañero pronunciaba tan tranquilamente.

—Estos caballos —dijo— son de la raza co-nocida con el apodo de alada, que corren másque todo, salvo el Borak del Profeta. Se les ali-menta con cebada dorada del Yemen, mezcladacon especias y un poco de carne seca de corde-ro. Los reyes darían provincias por tenerlos; enla vejez son tan ligeros como de jóvenes. Tú,nazareno, eres el primero que, no siendo unverdadero creyente, ha cabalgado jamás en unode estos nobles animales, regalo del Profeta albienaventurado Alí, su pariente y lugartenien-te, llamado con justicia el León de Dios. Eltiempo toca tan ligeramente a estos magníficoscaballos, que la yegua en que vas montado havisto pasar cinco veces cinco años sobre ella, y

Page 594: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aun conserva la misma sangre y el mismo vi-gor, sólo que ahora necesita que lleve su riendauna mano más experimentada que la tuya.Bendito sea el Profeta, que dio a los verdaderoscreyentes el medio de avanzar y retroceder,mientras que condena a sus enemigos cubiertosde hierro a fatigarse bajo su propio peso enor-me. Los pobres caballos de estos perros deTemplarios, ¡qué bufidos y relinchos debenhaber dado hundiéndose hasta los jarretes en eldesierto, corriendo tan sólo la vigésima partedel espacio que estos bravos corceles acaban derecorrer, sin jadear y sin que ni una gota deespuma manche su liso y reluciente pelo!

El caballero escocés, que entonces empezabaa recobrar el aliento y la atención, no pudo de-jar de reconocer en el fondo de su corazón laventaja que daba a aquellos guerreros orienta-les la posesión de una raza de animales tan ap-tos para avanzar como para retroceder, y tanadmirablemente adaptados a los accidentes y ala arena de los desiertos de Arabia y de Siria.

Page 595: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Pero decidió no aumentar el orgullo del mu-sulmán asintiendo a las arrogantes manifesta-ciones de superioridad, prefiriendo que la con-versación se estancara; y mirando en derredorsuyo, ahora que lo pemitía el moderado pasoque llevaban, le pareció reconocer que se en-contraba en una región que no le era totalmentedesconocida.

La orilla estéril y las aguas obscuras del MarMuerto, la cordillera de abruptas y escarpadasmontañas que se levantaban a su izquierda, lasdos o tres palmeras juntas, que era la única vi-sión de vegetación que se divisaba en la exten-sión del triste desierto, cosas que difícilmentese olvidaban con sólo verías una vez, demostra-ron a Sir Kenneth que se acercaba a la fuentellamada Diamante del Desierto, que tiempoatrás fué escena de su entrevista con el emirsarraceno Sheerkohf o llderim. Al cabo de po-cos minutos, pararon los caballos al lado de lafuente, y El Hakim invitó a Sir Kenneth aapearse y a descansar en aquel seguro refugio.

Page 596: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Quitaron las riendas a sus monturas y ElHakim dijo que no era preciso que se preocupa-ran más, porque pronto llegarían algunos delos esclavos que llevaban mejor cabalgadura, yque ellos ya harían todo lo necesario.

—Entretanto —dijo, sacando comida quedejó sobre la hierba—, come, bebe, y no te de-sazones. La suerte puede animar o desanimar alos hombres vulgares, pero el sabio y el soldadosiempre deben estar por encima de sus velei-dades.

El escocés intentó manifesar su agradeci-miento portándose con docilidad, pero, a pesarde los esfuerzos que hacia para comer, en aten-ción al ofrecimiento de su compañero, el singu-lar contraste que existía entre su situación ac-tual y la que tenia cuando, en el viaje que hizopor orden de los principes, habia pasado poraquel mismo lugar, y la victoria que en él logró,le obscureció el pensamiento; y la desgana, elcansancio y la inquietud le quitaban las ganasde todo. El Hakim le tomó el pulso, y lo encon-

Page 597: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tró acelerado; observó sus ojos rojizos e infla-mados, le tocó las manos que hervían, y le hizoobservar que su respiración era fatigosa.

—El espíritu —dijo— se perfecciona con elayuno, pero su hermano el cuerpo, constituidode materiales más viles, necesita el auxilio deldescanso. Necesitas dormir, y para que lo pue-das hacer con sueño reparador, has de tomarun poco de agua a la que mezclaremos esteelixir.

Sacó del pecho un frasquito de cristal prote-gido por una cubierta de plata labrada, y echódentro de una copita de oro unas cuantas gotasde un licor negruzco.

—Éste —dijo— es uno de los productos queAlá ha enviado a la Tierra como una bendición,aunque muy a menudo la maldad y la debili-dad de los hombres lo haya convertido en unamaldición. Este licor tiene tanto poder como lacopa de vino de los nazarenos para correr lascortinas de los ojos insomnes y aligerar el pesode un pecho oprimido; pero cuando se le utiliza

Page 598: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

como vicio, debilita los nervios, aniquila lasfuerzas, reblandece el entendimiento y socavala vida. Pero no temas recurrir a sus virtudescuando sea preciso, porque el sabio se calientacon la misma llama con que el loco prende fue-go a su tienda.

—He visto demasiadas pruebas de tu cien-cia, sabio Hakim —dijo Sir Kenneth—, paradiscutir tu orden.

Ingirió el narcótico, mezclado con un pocode agua de la fuente, envolvióse con el haick, ocapa árabe, que antes le habían puesto detrásde la silla de montar, y, siguiendo las indica-ciones del médico, se tendió a la sombra, espe-rando el descanso que tanto necesitaba. Tardóun rato en dormirse, pero sintió una serie desensaciones agradables que no le despertarondel sopor que se había apoderado de él. Luegoel caballero se encontró en un estado en que, apesar de tener conciencia de su persona y de susituación, se sentía capaz de pensar en ellas nosólo sin amargura ni sobresaltos, sino tan tran-

Page 599: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quilamente como si viera la historia de sus des-venturas representadas en un teatro, o, mejor,como un espíritu puede contemplar los actos desu existencia pasada. De este estado de descan-so, que, en comparación con el anterior, casi erade apatía, los pensamientos de Sir Kenneth vo-laron al porvenir que, a pesar de la negra pers-pectiva que ofrecía, él veía brillar con tan vivoscolores como no habrían podido representarlosla más exaltada imaginación. Parecía como si lalibertad, la gloria y el amor feliz esperaran alesclavo desterrado, al caballero sin honor y alenamorado desgraciado que había puesto susesperanzas de felicidad más allá de las posibili-dades de la suerte, y que todos estuviesen dis-puestos a acatar sus deseos, gracias a la coinci-dencia de los más raros azares. Lentamente, y amedida que su cerebro se amodorraba, fuerondesapareciendo estas alegres visiones, como loscolores huidizos del sol poniente, hasta que seperdieron totalmente en el olvido, y Sir Ken-neth quedó tendido a los pies de El Hakim, tan

Page 600: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

inmóvil que, a no ser por la respiración, habríaparecido un cuerpo inanimado del que hubiesehuido realmente la vida.

Movía su mano el Encantamiento en escenas extrañas, trayendo mudamiento. Así, en torno nuestro, ellas aparecían, como un sueño febril: fantásticas venían. Astolpho, romance

CAPÍTULO XXIII

Cuando el Caballero del Leopardo despertóde su largo y profundo descanso, se encontróen circunstancias tan diferentes de las que lerodeaban al dormirse, que no supo si soñabaaún o si la escena habia cambiado por arte debrujería. En lugar de la hierba húmeda, se en-contró tendido en una cama de la más fastuosariqueza oriental; durante su sueño, unas manoscaritativas le quitaron la estrecha cota de pielde camello que llevaba debajo de la mallas,

Page 601: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

substituyéndola por una camisa de dormir delienzo finísimo y por una holgada túnica deseda. Antes no tenía otro techo que las palme-ras del desierto y ahora descansaba bajo unatienda de seda, adornada con los colores másvivos de telas de la China, con una fina gasaalrededor de la cama para proteger su sueñocontra los insectos, de los que había venidosiendo constante y resignada presa desde sullegada a aquel país. Miró en derredor suyopara convencerse de que realmente estaba des-pierto, y todo lo que vieron sus ojos mostraba elmismo esplendor de su cama. Una bañera por-tátil de cedro, forrada de plata, estaba llena deagua tibia, y el aire estaba impregnado de losperfumes con que se habia preparado el baño.Sobre un pequeño velador de ébano, situado allado de la mesa, se veía un sorbete del más ex-quisito sabor, frío como la nieve, y extraordina-riamente delicioso, a causa de la sed que pro-ducía el uso del narcótico. Para desvanecer losúltimos efectos de intoxicación que le dejara el

Page 602: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

brebaje, el caballero decidió tomar el baño, quele tonificó deliciosamente. Después de habersesecado con lienzos de lana india, habría queri-do volver a ponerse sus rústicos vestidos, por-que deseaba ver si el Mundo habia cambiado,afuera tanto como dentro de aquel recinto enque había descansado, pero no los pudo ver enparte alguna, y, en lugar de su ropa, encontróunos vestidos sarracenos de ricas telas, con sa-ble y puñal, como lo usaban los emires. No sa-bía encontrar otra explicación a aquellas deli-cadas atenciones, sino que aquellos obsequiosestaban destinados a poner en peligro su fereligiosa, porque, en verdad, se sabía perfecta-mente que la alta estima que hacia la amistad yel valor de los europeos sentía el sultán le hací-an ser ilimitadamente generoso con aquellosque, después de caer prisioneros, habían deci-dido ponerse el turbante. Por esta razón, SirKenneth se persignó devotamente, resolvióhacer frente a todas aquellas trampas, y parahacerlo con más decisión prometió usar con la

Page 603: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mayor moderación de aquellos objetos de lujoesparcidos tan liberalmente en derredor suyo.Aun sentía la cabeza turbia y como amodorra-da, y dándose cuenta también de que aquelvestido de dormir no era propio para ir afuera,volvió a tenderse en la cama y pronto cayó denuevo en el sueño. Pero esta vez su descansofué interrumpido, pues le despertó la voz delmédico, que desde la puerta de la tienda le pre-guntó por su salud, y si ya había descansadobastante.

—¿Puedo entrar en vuestra tienda? —añadió—. Porque tenéis echada la cortina.

—El dueño —contestó Sir Kenneth, decidi-do a demostrar que no había olvidado su actualcondición— no necesita pedir permiso paraentrar en la tienda del esclavo.

—¿Y si no vengo como dueño? —dijo ElHakim sin entrar. —El médico —contestó elcaballero— tiene libre acceso a la cabecera desu enfermo.

Page 604: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Tampoco vengo como médico —contestóÉl Hakim—, y por esta razón te pido permisoantes de entrar bajo el techo de tu tienda.

—Quienquiera que venga como amigo —dijo Sir Kenneth—, y tú te has portado hastaahora como tal conmigo, tiene siempre abiertala puerta del amigo.

—Tampoco es eso —dijo el sabio oriental,siguiendo la manera perifrástica de expresióncorriente entre sus compatriotas—: supon queno venga como amigo.

—Ven como quieras —exclamó el escocés,algo inquieto por estos circunloquios—, y seaslo que seas, ya sabes que no tengo poder nideseos de impedirte la entrada.

—Así, pues, entro como tu antiguo enemi-go, pero como un enemigo franco y generoso.

Mientras decía estas palabras, entró a latienda y, cuando estuvo al lado de Sir Kenneth,la voz era todavía la de Adonbec, el médicoárabe, pero el rostro, la figura y los vestidoseran los de Ilderim del Kurdistán, llamado

Page 605: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Sheerkohf. Sir Kenneth le miró, como si espera-ra que se desvaneciera una visión o un fantas-ma creado por su fantasía.

—¿Tanto te sorprende, guerrero experto —dijo Ilderim—, ver que un soldado sabe algodel arte de curar? Te digo, nazareno, que uncompleto caballero tiene que saber tanto deguarnecer como de cabalgar su caballo; forjarsu espada en el yunque, tanto como usarla en labatalla; bruñir sus armas, tanto como llevarlas;y, más que nada, tiene que saber curar heridas,tanto como inferirlas.

Mientras hablaba, el caballero cristiano ce-rraba los ojos y no se le apartaba de la mente laimagen de El Hakim, con sus holgadas ropasobscuras, el alto casquete tártaro y su actitudgrave; pero tan pronto como los abría, el gra-cioso turbante lleno de ricas joyas, la ligera cotade mallas de acero entretejidas de plata quebrillaba según los movimientos del cuerpo, losrasgos, libres de aquella seriedad, menos som-bríos y no ennegrecidos por el espesor del pelo,

Page 606: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que ahora se reducía a una barba bien peinada,anunciaban al soldado y no al sabio.

-¿Aun te dura la sorpresa? —le preguntó elemir—. Te maravillas tanto porque has ido porel mundo sin parar mientes en que los hombresno son a menudo, lo que parecen. Tu mismo,¿eres lo que pareces?

—No, ¡por San Andrés! —exclamó el caba-llero—. Porque a la vista de todo el campamen-to cristiano paso por ser un traidor, y yo sé quesoy un hombre leal, aunque haya faltado.

—Tal te considero yo —dijo Ilderim—, ycomo hemos comido juntos la sal, me he obli-gado a salvarte de la muerte y de la ignominia.Pero, ¿por qué estás aún en la cama, cuando elsol está ya tan alto? ¿Es que consideras indig-nos de ti los vestidos que te han traídos miscamellos?

—Ciertamente, no son indignos, pero noson para mí —replicó el escocés—. Dame elvestido del esclavo, noble Ilderim, y lo llevaré agusto, pero yo no puedo lucir el vestido del

Page 607: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

guerrero oriental libre con el turbante de losmusulmanes.

—Nazareno —contestó el emir—: en tu paísla gente se abandona tan fácilmente a la sospe-cha, que nada tiene de extraño que sea descon-fiada. ¿No te dije que el sultán no quiere con-vertir sino a los que el santo Profeta disponeque se sometan a su ley? Ni la violencia ni lacorrupción entran en su proyecto para extenderla verdadera fe. Óyeme, hermano: cuando fuedevuelta la vista al ciego, las escamas cayeronde sus ojos por voluntad de Dios; ¿quizá creesque se las habría podido quitar ningún médicode la Tierra? No. Alguno muy hábil podríahaber atormentado al paciente con sus instru-mentos, o quizá habría aliviado sus dolores conbálsamos y cordiales, pero el ciego habría con-tinuado en la obscuridad de las tinieblas. Lomismo ocurre con la ceguera del entendimien-to. Si entre los francos existe alguien que porafán del lucro terrenal ha tomado el turbantedel Profeta y sigue la ley del Islam, que caiga la

Page 608: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

condenación sobre su conciencia. Ellos mismosse han buscado el anzuelo y no ha sido el sul-tán. Y cuando después de aquí sean condena-dos a ir, por hipócritas, al más bajo rincón delinfierno, debajo de cristianos y de judíos, demagos y de idólatras, y condenados a comer elfruto del árbol Yacun, que está formado de ca-bezas de demonios, a ellos será, y no al sultán,a quien habrá que atribuir sus crímenes y elcastigo que merezcan. Ponte, pues, sin recelo niescrúpulo, el vestido que te hemos preparado,porque si vas al campamento de Saladino, elvestido europeo te expondría a una desagrada-ble curiosidad, y quizá a algún insulto.

—¿Si voy al campamento de Saladino? —dijo Sir Kenneth repitiendo las palabras delemir—. ¡ Ay! ¿Es que, por ventura, soy unhombre libre y no he de ir a dónde te plazca a tillevarme?

—Tu voluntad será el único guía de tus pa-sos —dijo el emir—, tal como el viento mueveel polvo del desierto en la dirección que quiere.

Page 609: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El noble enemigo que se encontró conmigo yque casi se apoderó de mi espada, no puedeconvertirse en mi esclavo como el que se harendido bajo mi cimitarra. Si la riqueza y elpoder te tentaran a unirte a nuestra gente, yopuedo asegurártelos; pero el hombre que harechazado los beneficios del sultán cuando te-nia el hacha suspendida sobre su cabeza, metemo que no los aceptará si le digo que puedeelegir libremente.

—Completa tu generosidad, noble emir—dijo Sir Kenneth—, dignán-dote indicarme có-mo puedo corresponder a ella sin perjuicio parami conciencia. Permite que tal corqo me obligala cortesía, exprese mi agradecimiento por tucaballerosa bondad y por tu generosidad, tanpoco merecidas.

—No digas poco merecidas —contestó elemir Ilderim—; ¿no fue por tu conversación ypor el relato que me hiciste de las bellezas queenriquecen la corte de Melech Ric, por lo queme aventuré disfrazado, procurándome de esta

Page 610: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

manera la visión más feliz de que haya gozadoen mi vida, y como no volveré a gozarla jamáshasta que las glorias del Paraíso iluminen misojos?

—No te entiendo —dijo Sir Kenneth, rubo-rizándose y palideciendo alternativamente, ycomprendiendo que la conversación tomaba uncariz muy delicado.

—¡No me entiendes! —exclamó el emir—. Siel espectáculo que vi en la tienda del rey Ricar-do escapó a tu vista, es que tienes el don deobservación más embotado que la espada demadera de un juglar. Claro que entonces esta-bas pendiente de una sentencia de muerte, peroen cuanto a mí, aunque hubiese tenido la cabe-za a punto de caerme del cuerpo, las últimasmiradas de mis ojos empañados habrían distin-guido con deleite la encantadora visión, y micabeza habría rodado hacia aquella incompara-ble hurí, para besar con los labios insensibles elborde de su falda. Aquella reina de Inglaterra,que por sus maravillosos encantos merece ser

Page 611: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

reina del Universo, ¡qué ternura tiene en susojos azules!, ¡cómo relucen sus trenzas, que sonuna cascada de oro! ¡Por la tumba del Profeta,dudo que la hurí que me ofrezca la diamantinacopa de la inmortalidad pueda merecer unacaricia más cálida que ella!

—¡Sarraceno! —dijo Sir Kenneth, severa-mente—. Hablas de la esposa de Ricardo deInglaterra, de quien los hombres no hablan nipiensan como de una mujer que pueda amarse,sino como de una reina a la que hay que respe-tar.

—Te pido perdón —dijo el sarraceno—. Ol-vidaba la supersticiosa veneración que tenéis ala mujer, a la que consideráis más bien objetode adoración y admiración que de posesión yplacer. Pero, ya que exiges un respeto tan pro-fundo para esa tierna obra de fragilidad, cuyosmovimientos, pasos y miradas anuncian a unaverdadera mujer, sostengo que hay que conce-der una adoración no menos absoluta a aquellade las trenzas oscuras y de la mirada noble-

Page 612: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mente expresiva. Confieso con gusto que ellatiene un aspecto noble y un porte majestuoso,de efectiva pureza y energía, pero te aseguroque si se viese bajo la presión de la ocasión y deun enamorado decidido, en el fondo de su co-razón preferiría ser tratado como mujer quecomo diosa.

—¡Respeto a la prima de Corazón de León!—dijo Sir Kenneth con tono visiblemente irrita-do.

—¿Respetarla? —contestó desdeñosamenteel emir—. ¡Por la Kaaba! Si lo hiciera, sería másbien como novia de Saladino.

—¡El sultán infiel es indigno hasta de salu-dar la huella de las pisadas de Edith Plantage-net! —exclamó el caballero cristiano, saltandode la cama.

—¡Ah! ¿Qué dijo el Giaur? —gritó el emir,poniendo su mano en el puñal, mientras sufrente relucía como cobre bruñido, y los múscu-los de los labios y de las mejillas se le contraían

Page 613: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de tal forma, que cada pelo de su barba se leerizaba, animado de instintivo furor.

Pero el escocés, que había aguantado la ra-bia de león de Ricardo, permaneció impasibleante la furia de tigre del emir.

—Lo que he dicho —agregó Sir Kennethcon los brazos cruzados y sin parpadear—, íosostendría si tuviese las manos libres, a pie y acaballo, contra cualquier mortal, y no querríaconsiderar la hazaña más famosa de mi vidasostenerlo con mi pesada espada contra un des-tacamento de esas hoces y punzones— y señalóel curvo sable y el pequeño puñal del emir.

El Sarraceno recobró la calma a medida quehablabla el cristiano, de manera que retiró lamano del puñal, como si el tenerla en él hubiesesido sin intención, pero continuó profundamen-te enojado.

—¡Por la espada del Profeta! —dijo—, quees la llave del Cielo y del infierno, que apreciasmuy poco la vida, expresándote en esos térmi-nos! Créeme que si tus manos fuesen libres co-

Page 614: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mo has dicho, un solo verdadero creyente tedaría tanto que hacer, que muy pronto desearí-as tenerlas cargadas de hierros.

—¡Antes preferiría que me las cortaran! —contestó Sir Kenneth.

—Bien. Pero en estos momentos las tienesatadas —dijo el sarraceno en tono más amisto-so—: atadas por tu propio amable sentimientode cortesía, y yo no tengo, por ahora, ningúnpropósito de devolverles la libertad. Ya nosdemostramos mutuamente la fuerza y el valorantes de ahora, y no es imposible que volvamosa encontrarnos en un campo de batalla; si talocurre, ¡vergüenza para el primero que se alejedel enemigo! Pero ahora somos amigos, y másbien esperaré de ti ayuda que no palabras du-ras y desconfiadas.

—Somos amigos —repitió el caballero, y seprodujo un silencio durante el cual el arrogantesarraceno se paseó por la tienda como un león,del que se dice que, después de una violenta

Page 615: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

irritación, hace uso de este procedimiento pararefrescar la sangre antes de irse a descansar.

El europeo, más frío, permaneció inaltera-ble, tanto en su actitud como en su expresión;pero sin duda también hacía esfuerzos paradominar el sentimiento de ira que se le desper-tó tan súbitamente.

—Razonemos con calma —dijo el sarrace-no—. Como has podido ver, yo soy médico, yescrito está que el que quiere curarse la heridano tiene que quejarse cuando el médico se laexamina y la tienta. Como vez, estoy a punto deponer el dedo en la llaga. Tú amas a esa parien-ta de Melech Ric. Levanta el velo que escondetus pensamientos, o, si prefieres, no lo levantes,porque mis ojos ven a través de los velos.

—La amaba —contestó Sir Kenneth, des-pués de un momento de silencio—, como hom-bre que ama a la gracia celestial, y pedía subenevolencia como el pecador pide perdón alCielo.

Page 616: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Y ahora ya no la quieres? —dijo el sarra-ceno.

—¡Ay! —contestó Sir Kenneth—. Ya no soydigno de quererla. Te pido que no hables másde eso, porque tus palabras son como puñalespara mí.

—Perdóname: sólo un momento más —agregó Ilderim—. Cuando tú, pobre y obscurosoldado, pusiste tan alto y atrevidamente tuafecto, ¿tenías esperanzas de poder satisfacer tuamor?

—No existe ningún amor sin esperanza —contestó el caballero; pero la mía se parecía mása la desesperación, lo mismo que el marineroque, braceando por salvar su vida, es levantadopor las olas y ve de vez en cuando la luz de unfaro lejano que le dice que tiene tierra a la vista,mientras su corazón y sus miembros le asegu-ran que no llegará jamás a ella.

—Y ahora —dijo Ilderim—, ¿ha naufragadoesa esperanza, se ha extinguido para siempre laluz del faro?

Page 617: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Para siempre —contestó Sir Kenneth, conun tono de voz que parecía un eco salido delfondo de un sepulcro en ruinas.

—Me parece —dijo el sarraceno— que si loúnico que necesitaras fuese algún rayo lejano ypasajero de felicidad, como has dicho antes, tutaro podría volverse a encender, tu esperanza aresurgir del océano en que ha naufragado, y túmismo, buen caballero, ser restituido al ejerci-cio y diversión de alimentar tu fantástica pa-sión con un manjar tan insubstancial como laluz de la luna; porque si mañana rehabilitarastu reputación de manera que volvieses a ser loque fuiste antes, aquella a quien amas no deja-ría de ser hija de príncipes y la novia elegida deSaladino.

—Querría que ocurriese tal como dices —dijo el escocés—; y si yo no...

Dejó inacabada la frase, como quien seavergüenza de amenazar en circunstancias enque no le es permitido cumplir lo que promete.El sarraceno sonrióse y le acabó la frase:

Page 618: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Desafiarías al sultán a combate singular?—dijo.

—Y si lo hiciera —contestó con arroganciaSir Kenneth—, el de Saladino no sería ni elprimero ni el mejor turbante que he ensartadoen la punta de mi lanza.

—Sí, pero me parece que el sultán podríaconsiderar que sería un modo demasiado des-igual de correr el peligro de perder una noviareal y de provocar una gran guerra —dijo elemir.

—Se le puede encontrar en un frente de ba-talla —dijo el caballero, con ojos centelleantes acausa de los pensamientos que le sugería estaposibilidad.

—Siempre se le encuentra allí, y no tiene lacostumbre de volver grupas cuando se le pre-senta la ocasión de luchar con un valiente —dijo Ilderim—. Pero no era del sultán de quienquería hablarte. En pocas palabras: si puedealegrarte obtener la reputación que adquiriría elque descubriera el ladrón que robó la bandera

Page 619: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de Inglaterra, te puedo poner en situación tal,que lo descubras tú, eso si quieres permitir quete guíe. Porque, como dice Lokman: «Si el niñoquiere caminar, la nodriza tiene que sostenerlo,y si el ignorante quiere aprender, tiene que en-señarle el sabio».

—Y tú eres sabio, Ilderim —dijo el esco-cés—; sabio, aunque sarraceno, y generoso,aunque infiel. He podido convencerme de quetú eres ambas cosas. Toma, pues, la direccióndel asunto, y siempre que no me exijas nadacontra mi lealtad y mi fe de cristiano, te obede-ceré puntualmente. Haz lo que me has dicho, yluego quédate con mi vida.

—Óyeme, pues —dijo el sarraceno—: tu no-ble perro ya está restablecido, gracias a la vir-tud de aquel divino remedio, que sana a hom-bres y animales; él, con su sagacidad, sabrádescubrir quién le hirió.

—¡Ah! —dijo el caballero—, creo compren-derte. ¡Cómo estuve tan loco, que no se me ocu-rrió!...

Page 620: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Pero, dime —agregó el emir—: ¿tienesservidores o soldados tuyos en el campamento,a quienes pueda reconocer el animal?

—Despedí —dijo Sir Kenneth— a mi viejoescudero, tu paciente, junto con un muchachoque le asistía, cuando creímos que iba a morir,y le di unas cartas para mis amigos de Escocia;excepto con ellos, no tenía familiaridad connadie. Pero mi persona es demasiado conociday la voz me delatará en un campamento en quehe desempeñado un buen papel por espacio demuchos meses.

—Tanto tú como él iréis disfrazados de talforma que podréis desafiar el más escrupulosoexamen. Te aseguro —añadió el médico— queni tu hermano de armas, ni siquiera tu propiohermano de sangre, te podrán reconocer, sihaces lo que te diga yo. Ya me has visto realizarcosas difíciles; quien puede sacar al agonizantede las tinieblas de la muerte, fácilmente puedevelar con una niebla los ojos de los vivos. Perofíjate en que hay una condición para que pueda

Page 621: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

prestarte este servicio: es que entregues unacarta de Saladino a la prima de Melech Ric,cuyo nombre es tan difícil a nuestra lengua ylabios de orientales como su belleza es deliciosaa nuestra vista.

Sir Kenneth hizo una pausa antes de contes-tar, y el sarraceno, observando su vacilación, lepreguntó:

—¿Tienes miedo de emprender esta misión? —No, aunque hubiese de costarme la vida

—dijo Sir Kenneth—. Pero he querido meditarsi el hecho de llevar esa carta del sultán escompatible con mi honor, y con el de LadyEdith recibirla de un príncipe infiel.

—Por la cabeza de Mahoma y por el honorde un soldado, por la tumba de La Meca y porel alma de mi padre! —dijo el emir—, te juroque la carta está escrita con todo el honor yrespeto. El canto del ruiseñor marchitará anteslas rosas del jardín de su enamorada, que laspalabras del sultán ofendan los oídos de la bellapariente del rey de Inglaterra.

Page 622: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Entonces, llevaré la carta del sultán tanlealmente como si fuese un vasallo suyo, peroque quede bien sentado que, excepto ese simpleacto de servicio, que cumpliré fielmente, notiene que esperar, de mí menos que de nadie, nimediación ni consejo en esa extraña correspon-dencia amorosa.

—Saladino es noble —contestó el emir—, yno querrá obligar a un generoso caballero asaltar más alto de lo que permitan sus fuerzas.Ven a mi tienda, y te pondrás un disfraz taninsondable como la medianoche; con él podrásir al campo de los nazarenos como si llevarasen el dedo el anillo de Giaougi.

... un grano de polvo manchando nuestra copahará que rechacemos con asco la bebida que nuestrased pedia. Un clavo enmohecido puesto junto a labrújula, a la nave desvia, llevándola a su pérdida.Así, pequeña causa de enojo o de disgusto, los lazosamistosos destruirá de los principes, y ella arruinarásus más nobles propósitos.

Page 623: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

"La Cruzada"

CAPÍTULO XXIV

No puede quedarle al lector la más pequeñaduda sobre la verdadera personalidad del es-clavo etíope, ni tampoco del propósito con quese introdujo en el campamento de Ricardo, yasimismo puede comprender qué esperanzaalimentaba al encontrarse al lado de la personade aquel monarca cuando, rodeado de los no-bles pares de Inglaterra y Normandía, Corazónde León estaba en la cumbre del monte de SanJorge al lado de la bandera de Inglaterra, soste-nida por el más atlético soldado de su ejército,su hermano natural Guillermo Longstword, oel de la Larga Espada, conde de Salisbury, frutode los amores de Enrique II con la famosa Ro-samunda de Woodstock.

Por algunas expresiones recogidas en laconversación del rey con Neville el día antes, elnubio quedó atormentado por la duda de si se

Page 624: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

había descubierto su disfraz, mucho más cuan-to que el rey parecía enterado de la interven-ción que el perro había de tener en el descu-brimiento del que robó la bandera, a pesar deque casi no se había hablado delante de Ricardode la circunstancia de que en aquella ocasiónresultara herido un perro. Sin embargo, como elrey continuaba tratándole de la manera querequería su exterior, el nubio quedó en la dudade si había sido descubierto o no, y decidió nodespojarse voluntariamente de su disfraz.

Entretanto, las fuerzas de los diferentespríncipes de la Cruzada, alineadas bajo las ór-denes de sus regios jefes, avanzaron ordena-damente dando la vuelta al pie de la colina, ycuando las de cada país pasaban delante delmonarca, sus jefes avanzaban uno o dos pasoshacia la cumbre y hacían una reverencia a Ri-cardo y a la bandera de Inglaterra, «en señal decortesía y amistad», como decía textualmente elprotocolo de la ceremonia, «y no de sujeción ovasallaje». Los dignatarios espirituales, que en

Page 625: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aquellos tiempos no se descubrían ante ningúnser creado, daban la bendición al rey y a susímbolo de autoridad, en lugar de hacer la re-verencia.

De esta manera desfilaron las largas hilerasque, a pesar de haber sido diezmadas por tan-tas causas, aun formaban una hueste de hierropara la que podía parecer tarea fácil la conquis-ta de Palestina. Los soldados, animados poresta unión de las fuerzas, se erguían en las sillasde acero, mientras las trompetas parecía quehiciesen oír sus sonidos con mayor alegría, ylos caballos, en perfecto estado por el reposo yla alimentación, roían los frenos y piafaban másorgullosos. Pasaban ejércitos y ejércitos, ondea-ban las banderas, relucían las armaduras, lasplumas producían un vistoso abigarramientode colores, en la larga perspectiva de una hues-te formada por diferentes naciones, colores ylenguajes, armaduras y aspecto diferentes, perotodos inflamados igualmente en el fuego de laromántica empresa de arrebatar de su esclavi-

Page 626: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tud a la desventurada hija de Sión y redimir delyugo del infiel pagano aquella Tierra Sagrada,por la que habían pasado santos. Y hay queconfesar que, si en otras circunstancias el cortésacatamiento que tributaban al rey de Inglaterratantos guerreros de los que él no tenía derechoa exigir ninguna clase de homenaje, habría te-nido algo de humillante, la naturaleza y el mo-tivo de aquella guerra coincidían de tal maneracon su carácter caballeresco y con los extraor-dinarios hechos de armas que le habían dadofama, que todos olvidaban las protestas que enotra ocasión habrían formulado, y el valienterendía voluntariamente homenaje al más va-liente, en una expedición para cuyo éxito seprecisaban el valor más indomable y la másperseverante energía.

El rey estaba sentado en su caballo, situadocasi a la mitad del camino que conducía a lacumbre de la colina, cubierto con un sencillocasco rematado por una corona, y que le dejabaal descubierto sus varoniles facciones; con fría y

Page 627: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

observadora mirada inspeccionaba cada filaque pasaba delante de él, y devolvía el saludo alos jefes. Llevaba una túnica de terciopelo azulceleste, cubierta con placas de plata, y unoscalzones acuchillados por los que asomaba untejido de oro. A su lado estaba el supuesto es-clavo nubio, que mantenía el noble perro sujetocon una correa, como acostumbraba en sus par-tidas de caza. Ese era un detalle que no llamó laatención, porque muchos príncipes de las Cru-zadas habían introducido esclavos negros a suservicio, imitando el bárbaro esplendor de lossarracenos. Por encima de la cabeza del reyondeaban los grandes pliegues de la bandera, yél dirigía hacia ella a menudo su mirada, por-que aquella ceremonia, que le era tan indiferen-te personalmente, tenía en cambio gran impor-tancia para él, por considerarla como una repa-ración al ultraje inferido al reino que él gober-naba. En la cumbre de la colina se había cons-truido una torre de madera, en la que se insta-laron la reina Berengaria con sus damas. El rey

Page 628: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

también dirigía hacia allí su mirada de vez encuando, pero sólo volvía la vista hacia el escla-vo y su perro cuando se acercaban los jefes, delos que, por la mala voluntad demostrada ante-riormente, sospechaba que podían haber inter-venido en la desaparición de la bandera, o a losque, por lo menos, consideraba capaces de co-meter una acción como aquella.

Por eso no miró hacia aquel lado cuando seacercó Felipe Augusto de Francia, a la cabezade sus espléndidas tropas de caballería gala,sino que, al contrario, anticipándose a los mo-vimientos de este príncipe, bajó de la colinamientras el rey de Francia la subía, de maneraque se encontraron a mitad del camino y cam-biaron los saludos con tanta cordialidad, quedaban a entender que estaban unidos por laamistad más fraternal. La vista de los dos mo-narcas más grandes de Europa, iguales en cate-goría y poder, que confesaban tan públicamen-te su concordia, produjo una tempestad deaclamaciones en el ejército cruzado, que reper-

Page 629: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cutieron a muchas leguas de distancia, de talmanera que las avanzadillas de los sarracenoscorrieron a esparcir la alarma en el campamen-to de Saladino, anunciando que el ejército cris-tiano se ponía en movimiento. Pero, ¿quiénpuede leer en el corazón de los monarcas, sinoel Rey de reyes? Bajo aquella cordial exhibiciónde cortesía, Ricardo sospechaba de Felipe yestaba disgustado de él, y Felipe pensaba enretirarse él y los guerreros que con él iban, delejército de la Cruz, y dejar a Ricardo que llevaraa cabo la empresa, con la ayuda de sus solasfuerzas, o fracasara en ella.

La conducta de Ricardo fue muy diferentecuando se acercó la caballería del Temple,hombres de rostros terrosos, como los de losasiáticos, por el sol de Palestina, de obscurasarmaduras, seguidos de sus escuderos, y cuyoscaballos eclipsaban, por la estampa y esplendorde los arneses, a los de la caballería de Francia eInglaterra. El rey dirigió una rápida mirada asu lado, pero el nubio permaneció quieto, y su

Page 630: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

fiel perro, tendido a sus pies, contemplaba conojo sagaz las filas que pasaban delante de él. Lamirada del rey volvió hacia los templarios, elGran Maestre, valiéndose de su carácter mixtode guerrero y religioso, dio a Ricardo la bendi-ción de un sacerdote, en lugar de saludarlo conla reverencia de un jefe militar.

—El orgulloso y anfibio picaro me echa almonje encima —dijo Ricardo al conde de Salis-bury—. Pero dejémoslo estar en Longsword. LaCristiandad no debe pender por un puntillo losservicios de estas lanzas tan experimentadas, apesar de que sus victorias les hayan dado de-masiado orgullo. Ahora viene nuestro valienteadversario, el duque de Austria. Fíjate, Longs-word, en su aspecto y en su modo de andar, ytú, nubio, procura que el perro le vea bien. ¡PorDios!, se ha hecho seguir por sus juglares.

En efecto, fuera por costumbre o, lo que eramás probable, para demostrar su disconformi-dad con la ceremonia a que iba a someterse,Leopoldo iba acompañado de su Spruch-

Page 631: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sprecher y su juglar; y avanzó hacia Ricardosilbando para acentuar su indiferencia, a pesarde que su rostro demostraba enojo mezcladocon cierto miedo, lo mismo que un muchachose acerca al maestro después de haber cometidouna travesura. Mientras el recio personajehacía, con cara descompuesta y mirada de irri-tación, la reverencia obligada, el Spruch-sprecherhizo sonar su varilla, y, a manera de heraldo,proclamó que el arciduque de Austria, al cum-plir aquel pacto, no renunciaba en forma algu-na a la categoría y a los privilegios de príncipesoberano, a lo cual el juglar contestó con unsonoro Amén, que provocó una carcajada gene-ral entre los espectadores.

El rey Ricardo miró más de una vez al nubioy a su perro; pero ni el primero se movió ni elsegundo dio tirón alguno a la correa. Dirigién-dose despreciativamente al esclavo, el rey dijo:

—Negro amigo, me parece que, a pesar deponer enjuego la sagacidad de tu perro y latuya, el éxito en esta empresa no te dará ningún

Page 632: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lugar preeminente entre los brujos, ni te haráganar mucho mérito entre nosotros.

Tocó el turno de desfilar ante el rey de In-glaterra a las tropas del marqués de Montserrat.Para hacer mayor ostentación de sus fuerzas,este poderoso y astuto noble la había divididoen dos cuerpos. A la cabeza del primero queestaba formado por vasallos, soldados y reclu-tas de sus posesiones de Siria, iba su hermanoEnguerrando, y él seguía a la cabeza de unmagnífico destacamento de mil doscientos es-tradiotas, que eran una especie de caballeríaligera organizada por los venecianos en susposesiones dálmatas y puesta a las órdenes delmarqués, con quien la República mantenía es-trechas relaciones. Aquellos estradiotas ibanvestidos parcialmente a la europea, pero prin-cipalmente seguían llevando vestidos orienta-les. Usaban unas cotas cortas, con túnicas devivos colores encima, y largos calzones y me-dias botas. En la cabeza llevaban altos casque-tes parecidos a los de los griegos, e iban arma-

Page 633: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

dos con pequeños escudos redondos, arcos yflechas, cimitarra y puñal. Montaban caballosescogidos y bien alimentados a costa del Estadoveneciano; las sillas de montar y las guarnicio-nes se parecían a las de los turcos, con los estri-bos muy cortos y las sillas muy altas. Aquellastropas eran muy útiles en las escaramuzas conlos árabes, pero menos a propósito para lucharen batalla campal, que los hombres de armascubiertos de hierro del norte y del occidente deEuropa.

A la cabeza de este magnífico destacamentoiba Conrado, vestido igual que sus estradiotas,pero con telas tan ricas, que parecía estar cu-bierto de oro y plata. La pluma blanca como laleche que llevaba en el casco, sujeta con un bro-che de diamantes, era tan alta que se habríadicho que quería llegar a las nubes. El noblecaballo que montaba movía los remos y se en-cabritaba y desplegaban tanta viveza y agilidadque, sin duda, habría dado mucho trabajo a unjinete que no hubiese tenido la habilidad del

Page 634: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

marqués, quien lo guiaba con una sola mano,mientras en la otra llevaba la vara de mando,con la que parecía ejercer sobre los estradiotasuna autoridad tan absoluta como sobre su caba-llo. Sin embargo, este dominio sobre las tropasera más aparente que real, porque a su ladomarchaba, en un caballo paciente y de pasotranquilo, un viejo demacrado, vestido comple-tamente de negro, sin barba ni bigote, de insig-nificante apariencia, casi despreciable, en com-paración con la brillantez de todo lo que le ro-deaba. Pero aquel viejo de miserable aspectoera uno de los diputados que el Gobierno deVenecia enviaba a los campamentos para vigi-lar la conducta de los generales a quienes con-fiaba el mando de las tropas, y para mantenerel sistema de espionaje y de inspección quedurante tanto tiempo fue la característica de lapolítica de la República.

Conrado, que, siguiendo el humor de Ri-cardo, había adquirido cierto grado de intimi-dad con él, no había tenido tiempo de acercár-

Page 635: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sele, cuando ya el rey de Inglaterra bajaba unoo dos pasos, al mismo tiempo que exclamaba:

—¡Ah, señor marqués! Ahí os tenemos, a lacabeza de vuestros ágiles estradiotas, seguido,como de costumbre, por vuestra sombra tantosi sale el sol como si no sale. ¿No podríamossaber quién manda a las tropas, si la sombra oel cuerpo?

Conrado iba a contestar, sonriente, cuandoRoswal, el noble perro, dio un temblé alarido, yarrebantando la correa de la mano del esclavo,se arrojó furioso contra el noble corcel del mar-qués, y cogiendo a éste por la garganta le derri-bó de su caballo. El casco emplumado rodó portierra, y el espantado caballo huyó en una ca-rrera salvaje a través del campamento.

—Te aseguro que tu perro ha encontrado elrastro —dijo el rey al nubio—. ¡y por San Jorge,que es un ciervo de diez cuernos! Llama a tuPerro, porque, si no, va a estrangularle.

El etíope hizo lo que se le ordenó, y, no sindificultades, pudo arrancar al perro de encima

Page 636: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de Conrado, a pesar de que, el animal furiosocomo estaba, continuaba dando fuertes tironespara librarse de la correa. Entretanto, se con-gregó una gran multitud en aquel lugar, espe-cialmente partidarios de Conrado y oficiales delos estradiotas, los cuales, al ver a su caudilloyaciendo en el suelo, de cara al cielo, con losojos aterrorizados, prorrumpieron en un granvocerío exclamando:

—¡Despedazad al esclavo y a su perro! —Pero, sobre todas las demás exclamacio-

nes, surgió la voz de Ricardo, diciendo: —¡Pena de vida a quien toque ese perro!

¡No ha hecho más que cumplir su deber utili-zando la sagacidad que le dieron Dios y la Na-turaleza, como un bravo animal! ¡Que se ade-lante el traidor! Conrado, marqués de Montse-rrat: ¡Te acuso de traición!

Algunos jefes sirios se habían acercado aaquel lugar, y Conrado, con vos y actitud enque estaban mezcladas la vergüenza, el despe-cho y la ira, exclamó:

Page 637: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Qué significa esto? ¿De qué se me acusa?¿Por qué se me trata indignamente y en estosinjuriosos términos? ¿Es ésta la concordia queInglaterra prometió últimamente mantener?

—¿Desde cuándo los príncipes de la Cruza-da se han convertido en liebres o ardillas a losojos del rey Ricardo, para que éste azuce contraellos los perros? —dijo el Gran Maestre de losTemplarios.

—Debe ser algún accidente fortuito, algúnterrible error —dijo el rey Felipe de Francia,que llegó en aquel momento.

—Alguna trampa del diablo —añadió el ar-zobispo de Tiro.

—¡Un ardid de ios sarracenos! —gritó Enri-que de Champagne—. Deberíamos ahorcar alperro y aplicar el tormento al esclavo.

—Que nadie les ponga la mano encima —dijo Ricardo—, si aprecia su vida propia. Con-rado: adelanta un paso, si te atreves, y desmien-te la acusación que el instinto de este animalmudo acaba de formular contra ti; la acusación

Page 638: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

del daflo que le hiciste y de tu bajo ultraje aInglaterra.

—Jamás he tocado la bandera —dijo Conra-do precipitadamente.

—Tus palabras te hacen traición, Conrado—dijo Ricardo—; porque, ¿cómo sabrías que setrata del robo de la bandera, si no te acusara deello la conciencia?

—¿Para eso, y nada más que para eso, hasarmado este alboroto en el campamento? —contestó Conrado—. ¿Y has de imputar a unpríncipe y aliado un delito que, al fin y al cabo,fué cometido por algún miserable desarrapadopara aprovechar el galón de oro? ¿O es quequieres acusar a un aliado sin más testigos queun perro?

La alarma se había hecho tan general, queFelipe de Francia hubo de intervenir.

—Príncipes y nobles —dijo—: estáishablando en presencia de personas que prontose cortarían la cabeza mutuamente con sus es-padas si oían que sus caudillos se expresan en

Page 639: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

estos términos. En nombre de Dios, cesad envuestra disputa; que cada uno de nosotros diri-ja sus tropas a los cuarteles, y nosotros nos re-uniremos dentro de una hora en la tienda delConsejo para resolver lo que convenga en estenuevo estado de confusión.

—Aceptado —dijo el rey Ricardo—, aunqueme habría gustado más interrogar a ese traidorantes de que se quitara el polvo que le ensuciasu elegante vestido. Pero en este asunto, que sehaga como desea el rey de Francia.

Los jefes se separaron tal como se habíapropuesto, poniéndose cada príncipe a la cabe-za de sus fuerzas; entonces, de todas partes seoyeron retumbar gritos de guerra y el sonidode las estridentes notas de cuernos y trompetas,que llamaban a los soldados para reunirse consus respectivas banderas, y pronto se vio a lastropas atravesar el campo en todas direcciones,dirigiéndose a sus cuarteles respectivos. Peroaunque esta disposición evitaba cualquier actode violencia inmediato, el incidente que acaba-

Page 640: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ba de ocurrir ocupaba todas las imaginaciones,y los extranjeros que aquella mañana habíanvitoreado a Ricardo, proclamándole el másdigno de dirigir el ejército, habían vuelto a susantiguos prejuicios contra su soberbia, mientraslos ingleses consideraban comprometido suhonor en la querella, de la que circulaban ver-siones diferentes, y consideraban a los de losdemás países celosos de la gloria de Inglatera yde su rey, y dispuestos a socavarla por mediode las más bajas artes de la intriga. Muchos ymuy diferentes fueron los rumores que circula-ron sobre aquel hecho; uno de ellos afirmabaque la reina y sus damas se habían asustadoenormemente del tumulto, y que una de ellas sehabía desmayado.

El Consejo se reunió a la hora señalada.Conrado, entretanto, se había quitado el vesti-do mancillado por el polvo, y se recobró de lavergüenza y la confusión que, a pesar de sutalento y de su agilidad, le vencieron al princi-pio, debido a lo raro de lo ocurrido y a lo im-

Page 641: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pensado de la acusación. Se había vestido comoun príncipe, y entró en la sala del Consejo,acompañado del archiduque de Austria, de losGrandes Maestres del Temple y de la Orden deSan Juan, y de otras varias personalidades queproclamaban abiertamente que le ayudaban yque defenderían su causa, principalmente, qui-zá, por motivos políticos o por la enemistadpersonal que sentían contra Ricardo.

Esta apariencia de unión en favor de Con-rado no tuvo la menor influencia sobre el reyde Inglaterra. Éste entró en el Consejo con suhabitual indiferencia, y con el mismo vestidocon que se apeó del caballo. Lanzó una miradadespreocupada y algo desdeñosa a los prínci-pes, que, con estudiada afectación, se habíaninstalado alrededor de Conrado, como si sepronunciaran por su causa, y con las palabrasmás contundentes acusó a Conrado de Montse-rrat de haber robado la bandera de Inglatera yherido al fiel animal que la defendía.

Page 642: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Conrado se levantó gallardamente para con-testar, y dijo que, a pesar de los hombres y delos animales, de los reyes o de los perros, afir-maba que era inocente del delito que se le im-putaba.

—Hermano de Inglaterra —dijo Felipe, quevoluntariamente aceptara el papel de juez mo-derador en la asamblea—: esta acusación esextraordinaria. No oímos que afirméis tenerconocimiento personal del hecho, sino quevuestra convicción descansa sobre la conductade este perro respecto al marqués de Montse-rrat. ¿Es que la palabra de un caballero y de unpríncipe no ha de prevalecer sobre los ladridosde un perro?

—Real hermano —replicó Ricardo—: recor-dad que el Todopoderoso, que nos dio el perropara compañero de nuestros placeres y denuestras fatigas, le dotó de un instinto naturalincapaz de engañar; no olvida al enemigo ni alamigo, y recuerda con gran exactitud buenos ymalos tratos. Tiene una parte de inteligencia del

Page 643: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hombre, pero no tiene nada de su hipocresía.Podréis inducir a un soldado a que mate a unhombre con su espada, o a un testigo a mentirpara hacer matar a alguien; pero no podréishacer que un perro se arroje contra su bien-hechor; él es amigo del hombre mientras elhombre no provoca su enemistad. Vestid a estemarqués con los vestidos más vistosos, disfra-zadle, cambiadle el color del rostro con drogasy tintes, escóndele entre un centenar de hom-bres, y apuesto mi cetro a que el perro le des-cubre y manifiesta su resentimiento comohabéis podido ver hoy. No es éste un caso nue-vo, aunque sea muy raro. Muy a menudo se hapodido descubrir y condenar a asesinos y la-drones mediante estas pruebas, y los hombreshan dicho que en ello veían el dedo de Dios. Entu mismo país, real hermano, un caso semejantese decidió mediante un combate entre un hom-bre y un perro, como acusado y acusador, res-pectivamente, de un asesinato. El perro salióvencedor, y el hombre fue castigado, después

Page 644: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de confesar su crimen. Creedme, real hermano,que las maldades mejor disimuladas han sidosacadas a la luz muchas veces por el testimoniode cosas inanimadas, para no mencionar otrosanimales que son inferiores en instinto y saga-cidad al perro, que es el amigo y compañero denuestra raza.

—Es verdad que hubo un desafío de esa cla-se, real hermano— contestó Felipe—, en el rei-nado de uno de nuestros predecesores, queDios tenga en Gloria. Pero eso fue en otrostiempos, y no vemos que pueda ser un prece-dente aplicable a la presente ocasión... En aquelcaso el acusado era un hombre de nacimientohumilde y obscuro; por arma tenía tan sólo unpalo, y por armadura un coselete de cuero. Peronosotros no podemos degradar a un príncipehaciéndole usar tales armas ni obligarle a laignominia de un combate como ése.

—Jamás pensé que pudiese hacerse eso —dijo el rey Ricardo—, porque sería una malabroma exponer la vida de un noble perro contra

Page 645: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

un traidor hipócrita como ese Conrado ha de-mostrado ser. Pero ahí va nuestro guante; ledesafiamos a combate por la evidencia que te-nemos contra él. Al fin y al cabo, un rey es uncontrincante demasiado elevado para un mar-qués.

Conrado no se apresuró mucho a recoger elguante de reto que Ricardo arrojó al centro dela asamblea, y el rey Felipe tuvo tiempo de con-testar antes de que el marqués hiciera movi-miento alguno para levantar el guante del sue-lo.

—Un rey —dijo el de Francia— es demasia-do adversario para el marqués Conrado, comoun perro sería demasiado poco. Real Ricardo,eso no puede permitirse. Sois el jefe de nuestraexpedición, la espada y el escudo de la Cris-tiandad.

—Yo protesto contra ese combate —dijo elcomisario veneciano—, a menos de que el reyRicardo pague los cincuenta mil bizantes quedebe a la República. Ya es bastante tener la

Page 646: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

amenaza de perder esta deuda si nuestro deu-dor muere a manos de los infieles, para quetengamos que añadir el peligro de que mueraen riña con un cristiano, por perros y banderas.

—Y yo —dijo Guillermo el de la Larga Es-pada, conde de Salisbury—, protesto tambiénde que mi real hermano ponga en peligro suvida, que es patrimonio del pueblo de Inglate-rra, por una causa como ésta. Recoged vuestroguante, noble hermano, y pensad que ha sidosólo el viento el que lo arrebató de vuestra ma-no. Pondré el mío en su lugar. Un hermano delrey, aunque lleve la barra de bastardía en suescudo de armas, es ya un adversario bastantedigno de ese maricaco de marqués.

—Príncipes y nobles —dijo Conrado—: noaceptaré el reto del rey Ricardo. Le elegimospor nuestro jefe contra los sarracenos, y si suconciencia puede contestar a la acusación dedesafiar a un aliado por una causa tan leve, lamía, por lo menos, no puede soportar el repro-che de aceptarlo. Pero por lo que se refiere a su

Page 647: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hermano bastardo Guillermo de Woodstock, ocualquier otro que la quiera hacer suya o seatreva a mantener esta falsísima acusación, es-toy dispuesto a defender mi honor en combate,y a demostrar que cualquiera que me acuse esun embustero.

—El marqués de Montserrat —dijo el arzo-bispo de Tiro— se ha expresado como hombresabio y prudente, y me parece que esta discu-sión puede darse por acabada aquí, sin des-honor para ninguna de las partes.

—Creo que puede terminar así —dijo el reyde Francia—, con tal de que el rey Ricardoquiera retirar su acusación, reconociendo queha sido hecha sobre bases demasiado ligeras.

—Felipe de Francia —contestó Corazón deLeón—: mis palabras no harán jamás tal ofensaa mis pensamientos. He acusado a Conrado deladrón, porque, aprovechando la obscuridad dela noche, robó de su lugar el emblema de ladignidad de Inglaterra. Continúo creyéndoloasí, y le acuso de haberlo hecho; y cuando se

Page 648: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

haya fijado el día del combate, no dudo de que,si Conrado rehusa enfrentarse con nosotrospersonalmente, encontraré un campeón quequiera sostener mi desafío, porque tú, Guiller-mo, no debes mezclar tu larga espada en estadisputa sin nuestro especial permiso.

—Ya que mi categoría me atribuye el papelde arbitro en esta desgraciada cuestión —dijoFelipe de Francia—, fijo el quinto día a partir dehoy para decidirla por la vía de combate, deacuerdo con las costumbres de la Caballería.Habrá de comparecer Ricardo, rey de Inglate-rra, personalmente o representado por su cam-peón, como acusador, y Conrado, marqués deMontserrat, en persona, como acusado. Aun nosé dónde encontrar un terreno neutral paradirimir esta querella, porque eso no puedehacerse cerca de este campamento, donde lossoldados querrían tomar partido por cada unode los combatientes.

—Obraríamos bien —dijo Ricardo— recu-rriendo a la generosidad de Saladino, porque,

Page 649: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aunque sea un infiel, no he conocido jamás ca-ballero más noble y leal, y en cuya buena fepodamos confiar con mayor seguridad. Meexpreso en estos términos para aquellos quepuedan temer algún contratiempo; por lo que amí respecta, dondequiera que encuentre alenemigo, lo convierto en mi campo de batalla.

—Sea así —dijo Felipe—; comunicaremoseste asunto a Saladino, aunque ello sea descu-brir a un enemigo el lamentable espíritu dediscordia que de buena gana nos querríamosdisimular a nosotros mismos, si fuese posible.Entretanto, levanto la asamblea, encargando atodos vosotros, como hombres cristianos y ca-balleros nobles, que no permitáis que este des-venturado litigio produzca más ruido en elcampamento, sino que lo consideréis como cosasolemnemente dejada al juicio de Dios, al quetodos debemos rogar que conceda la victoria ala verdad, y, por lo demás, que se cumpla suvoluntad.

Page 650: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Amén, Amén! —contestaron de todaspartes, mientras el templario susurraba al oídodel marqués:

Conrado: ¿no quieres añadir una plegariapara librarte del poder del Perro, como hizo elsalmista?

—¡Cállate! —contestó el marqués—. Por ahífuera corre un demonio revelador que, entreotras cosas, podría decir hasta qué punto llevasel espíritu de la divisa de orden: Feriatur Leo.

—¿Sostendrás el desafío? —dijo el templa-rio.

—No lo dudes —contestó Conrado—. Claroque no me habría gustado mucho, en verdad,enfrentarme con el brazo de hierro de Ricardo,y no me avergüenza decir que no me disgustahaberme librado de tener que luchar con él;pero de su hermano bastardo abajo, ningúnhombre de su ejército me da miedo.

—Está bien que estés tan confiado —dijo eltemplario—; y en este caso los colmillos de eseperro habrán hecho más por la disolución de

Page 651: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

esta Liga que todos los ardides y que la dagadel charegita. ¿No te fijas en que bajo una frenteestudiadamente sombría, Felipe no puede di-simular la satisfacción que siente ante la pers-pectiva de dejar esta alianza que tanto le pesa?Observa que Enrique de Champagne sonríedisimuladamente, como una espumosa copa desu vino; mira la reprimida satisfacción del deAustria, que piensa que tendrá ocasión de ven-garse de su agravio sin ningún peligro perso-nal. Cuidado, que se acerca. Son muy lamenta-bles, real Austria, estas brechas que se abren enlas murallas de nuestra Sión...

—Si os referís a la Cruzada —contestó elduque—, os digo que ya querría que se hubiesedeshecho y que cada uno de nosotros estuvieseen su casa. Hablo confidencialmente.

—Pero —dijo el marqués de Montserrat—,pensad que tal desunión es obra del rey Ricar-do, en cuyo beneficio hemos luchado soportan-do tantas cosas, a quien nos sometimos comoesclavos a un amo, esperando que usaría de su

Page 652: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

valor contra nuestros enemigos, en lugar deejercerlo contra nuestros amigos.

—No veo que sea mucho más valiente quelos demás —dijo el archiduque—. Yo creo quesi el noble marqués hubiese decidido enfrentar-se con él en la liza, se habría llevado la mejorparte, porque, si bien es verdad que el insularpega fuerte con su maza, con la lanza no esmuy diestro. A mí me habría importado muypoco ponerme delante de él en nuestra pasadadisputa, si el interés de la Cristiandad hubiesepermitido el combate entre dos príncipes; y silo deseas, noble marqués, yo mismo te serviréde padrino en este combate.

—Y yo también —dijo el Gran Maestre. —Venid, pues, y comeremos en nuestra

tienda, nobles señores —dijo el duque—, yhablaremos de este asunto bebiendo verdaderoNierenstein'.

Y entraron juntos en la tiei.da, según acaba-ban de decir.

Page 653: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Qué han dicho nuestro dueño y estospersonajes? —preguntó Jonás Schwanker a sucompañero, el Spruch-sprecher, que se habíatomado la libertad de acercarse a su amo cuan-do se levantó la sesión del Consejo, mientras eljuglar se quedaba a más respetuosa distancia.

—Sirviente de la Locura —dijo el Spruch-sprecher—: modera tu curiosidad; no convieneque te diga los secretos de nuestro dueño.

—Hombre de la Sabiduría, te equivocas —contestó Jonás—. Ambos somos constantes ser-vidores de nuestro patrón, y a ambos nos inter-esa saber por igual quién de los dos, la Sabidu-ría o la Locura, tiene más influencia sobre él.

—Ha dicho al Marqués y al Gran Maestre —contestó el Spruch-sprecher— que ya está cansa-do de estas guerras, y que le gustaría muchovolverse a encontrar en su casa en toda seguri-dad.

—Se ha equivocado, y queda fuera de juego—exclamó el juglar—; habría sido más inteli-

Page 654: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

gente pensar de esa manera, pero ha sido granlocura decirlo a los demás. Sigue.

—¡Ga, ejém! —dijo el Spruch-sprecher—.Luego les ha dicho que Ricardo no es más va-liente que los demás, ni más diestro en la lanza.

—¡Me da vueltas la cabeza! —dijo Schwan-ker—. Eso es una imponente locura. ¿Qué más?

—Soy algo desmemoriado —contestó elHombre de la Sabiduría—: les ha invitado atomar un vaso de Nierenstein.

—Eso es una señal de sabiduría —dijo Jo-nás—. Ésta puedes apuntártela en tu haber,entretanto; pero si bebe demasiado, lo cual es lomás probable, me la apuntaré yo. ¿Algo más?

—Nada más que sea digno de recordarse —contestó el orador—; solamente ha dicho que lehabría gustado aprovechar la ocasión para en-frentarse con Ricardo en la liza.

—¡Vete a paseo, vete a paseo! —exclamó Jo-nás—. Eso es chochear como un loco, y casi meda vergüenza ganarte el juego aprovechándo-me de ello... No obstante, aunque loco, sigá-

Page 655: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mosle, sapientísimo Spruch-sprecher, y tendre-mos participación en el vino de Nierenstein.

Tiene una razón esta inconstancia que debesaprobar, porque mi amor no podrías tener, sin quecon ansia primero no quisiere a mi honor.

"Lines", de Montrose

CAPÍTULO XXV

Cuando el rey Ricardo volvió a su tienda,ordenó que trajeran a su presencia al nubio.Éste entró con su acostumbrada reverencia ce-remoniosa, y, después de arrodillarse, perma-neció de pie delante del rey en la actitud de unesclavo que espera las órdenes de su dueño.Quizá le fue beneficiosa la circunstancia de quela necesidad de conservar su ficción le obligaraa mantener los ojos fijos en el suelo, porque sihubiese tropezado con la penetrante miradaque Ricardo le dirigía en silencio no le habríasido fácil sostenerla.

Page 656: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Eres un buen cazador —dijo el rey, des-pués de una pausa—, y has levantado la caza yla has hecho salir al camino para ser cobrada,como si el propio Tristán hubiese sido tu maes-tro. Pero no es eso todo: es preciso abatir la pie-za. Me habría gustado poder echarle el dardocon mi propia mano. Pero parece que existenconsideraciones que me lo privan. Volverás alcampamento del sultán, al que llevarás unacarta pidiendo de su cortesía que fije un camponeutral para una justa de Caballería, y que sedigne asistir él como espectador, si quiere.Ahora, hablando en supuesto, creo que en sucampamento podrás hallar a algún caballeroque, por amor a la verdad y por la exaltación desu honor, quiera encargarse de combatir conese traidor Montserrat.

El nubio levantó la vista y fijó su mirada enla del rey con firme ardor; después la levantó alcielo con una expresión de tan solemne grati-tud, que se le saltaron las lágrimas; luego bajóla cabeza, como afirmando haber entendido lo

Page 657: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que deseaba Ricardo, y volvió a quedar en suactitud de sumisa atención.

—Está bien —dijo el rey—; ya veo que de-seas servirme en esta ocasión. Y debo decirteque la excelencia de un servidor como tú con-siste en que no habla ni discute mis propósitos,ni pide explicación alguna de lo que yo he de-cidido. En tu lugar, un servidor inglés mehabría mareado aconsejándome que encargarael combate a alguna buena lanza de las de miCasa, ya que, desde mi hermano Longswordabajo, todos arden de deseos de batirse por mí;y un astuto francés habría intentado mil cosaspara descubrir por qué busco un campeón en elcampamento de los infieles. Pero tú, mi silen-cioso servidor, puedes cumplir mi encargo sinpreguntar, e incluso sin comprenderlo; contigo,oír es obedecer.

Una reverencia y una genuflexión fueron larespuesta que el etíope dio a estas observacio-nes.

Page 658: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Y ahora vamos a otra cosa —dijo el rey; yhablando súbita y rápida mente, agregó—: ¿hasvisto ya a Edith Plantagenet?

El mudo levantó la vista en actitud como deir a hablar, y hasta sus labios empezaron a pro-nunciar una especie de negativa, pero su abor-tado intento se resolvió en el grito inarticuladoque emiten los mudos.

—¡Qué raro! —dijo el rey—. Tan sólo elnombre de una regia doncella, de tan magníficabelleza como es nuestra linda prima, pareceque tenga el poder de hacer hablar a los mudos.¡Qué milagros podrían hacer sus ojos sobre unindividuo así! Lo probaremos, amigo esclavo.Verás a la más preciada belleza de nuestra cor-te, y después irás a llevar el mensaje al sultán.

Otra vez una alegre mirada y otra vez unagenuflexión; pero cuando se levantó, el rey pu-so pesadamente su mano sobre su hombro, ycon severa gravedad le dijo:

—Tengo que advertirte una cosa, mi negroenviado. Hasta en el caso de que sintieras que

Page 659: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la benéfica influencia de la que pronto verás tequitara las ligaduras de la lengua que, comodice el buen sultán, tienes presa ahora entre lasparedes de marfil de su palacio, procura nocambiar tu taciturno aspecto, ni decir ni siquie-ra un solo vocablo delante de ella, aunque mi-lagrosamente te volviera el don de la palabra.Créeme que te haría arrancar la lengua hasta suraíz, y su palacio de marfil, que supongo queson las filas de los dientes, serían arrancadosuno por uno. Por consiguiente, prudencia ysilencio.

El nubio, tan pronto como el rey le quitó supesada mano del hombro, bajó su cabeza y pú-sose la mano sobre los labios, en señal de silen-ciosa obediencia.

Pero Ricardo le volvió a poner la mano en-cima, más amistosamente esta vez, y agregó:

—Te damos esta orden como esclavo. Sifueses caballero o noble, apelaríamos a tuhonor como prenda de tu silencio, que es unaespecial condición de nuestra concesión actual.

Page 660: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El etíope irguió el cuerpo con arrogancia,miró cara a cara al rey, y púsose la mano dere-cha sobre el corazón. Ricardo, entonces, llamó asu chambelán.

—Ve, Neville —dijo—, y acompaña a esteesclavo a la tienda de nuestra real consorte, ydile que es deseo nuestro que sea recibido, enuna audiencia privada, por nuestra primaEdith. Lleva un mensaje para ella. Si es preciso,enséñale el camino, pero ya has visto que cono-ce palmo a palmo nuestro campamento. Y tútambién, amigo etíope —agregó el rey—, pro-cura hacer tu cometido rápidamente y vuelve aestar aquí dentro de media hora.

—Ya me han descubierto —pensó el fingidonubio, mientras seguía a Neville, con la miradabaja y los brazos cruzados, camino de la tiendade la reina Berengaria—. No hay duda de queme han descubierto, y que el rey me ha recono-cido; pero no he sabido conocer si su resenti-miento conmigo es muy grave. Si he interpre-tado bien sus palabras, y es imposible que no

Page 661: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

las interpretara bien, me ofrece una noble posi-bilidad para redimir mi honor sobre el yelmode este hipócrita marqués, cuya culpa he vistoescrita en sus ojos aterrorizados y en sus tem-blorosos labios, cuando el rey le ha acusado.Roswal, has servido fielmente a tu dueño, y tevengaré de quien quiso matarte. Pero, ¿quésignifica este permiso para ver a la que yo yadesesperaba de ver otra vez? ¿Y por qué y có-mo Ricardo Plantagenet consiente en que yovea a su angelical parienta, sea como mensajerodel infiel Saladino, o como delincuente deste-rrado, expulsado de su campamento por élmismo hace tan poco tiempo, y que con la au-daz confesión del afecto que es su orgullo,agravó todavía más su culpa? Que Ricardoquiera permitir que ella reciba una carta de unpretendiente infiel de manos de una persona detan desproporcionada categoría, son circuns-tancias igualmente increíbles y que se contradi-cen una con otra. Pero Ricardo, cuando no estáagitado por sus poderosas pasiones, es liberal,

Page 662: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

generoso y verdaderamente noble, y yo meportaré con él como corresponde, y seguiré susinstrucciones, sin buscar saber directa o indirec-tamente más de lo que él me ha dicho, sin po-ner por mi parte nada por descubrirle. Deboacatamiento y obediencia al que me proporcio-na una oportunidad para reivindicar mi empa-ñado honor; y, por doloroso que sea, la deudatiene que pagarse. Sin embargo —le dictaba sualtivo pensamiento—, Corazón de León, comole llaman, podía haber medido los sentimientosde los demás por los suyos propios. ¡Yo solici-tar una entrevista de su prima! ¡Yo, que ni si-quiera le dije una sola palabra al recibir un re-gio premio de su mano, cuando yo no era elmás pobre en hazañas caballerescas entre losdefensores de la Cruz! ¡Yo acercarme con un vildisfraz y un vestido servil, y, jay!, cuanao micondición efectiva es la de un esclavo, con unamancha de deshonor en el que fue mi escudo!¡Yo hacer esto! ¡Qué poco me conoce! Pero ledoy las gracias por la oportunidad que me ofre-

Page 663: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ce, y que podrá hacer que nos conozcamos me-jor uno al otro.

Cuando llegó a esta conclusión, se encon-traba ya delante de la entrada del pabellón dela reina.

Desde luego, los centinelas les permitieronentrar, y Neville, dejando al nubio en un pe-queño departamento o vestíbulo que él recordómuy bien, pasó al departamento usado comosala de audiencias de la reina. Neville le comu-nicó la voluntad del rey, en voz baja y respe-tuosa, muy diferente de las brusquedades deThomas de Vaux, para quien Ricardo lo eratodo, y el resto de la corte, incluso Berengaria,no eran nada. Una clara carcajada siguió a lacomunicación de su encargo.

—¿Y es muy guapo ese esclavo nubio queviene de embajador con tal mensaje del sultán?Un negro, ¿verdad, Neville? —dijo una vozfemenina, que era fácil reconocer como la deBerengaria—. ¿Un negro, verdad, Neville conpiel negra y pelo encrespado en la cabeza, y la

Page 664: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nariz aplastada y los labios carnosos, verdad,noble Sir Enrique?

—No olvide Vuestra Majestad —dijo otravoz— las piernas torcidas, como la hoja de lacimitarra de un sarraceno.

—Más bien como el arco de cupido, ya queviene con un mensaje de amor —dijo la reina—.Gentil Neville, siempre estás dispuestos a di-vertirnos, a nosotras, pobres mujeres que tene-mos tan pocas distracciones para pasar nues-tros aburridos momentos. Tenemos que ver aese mensajero del amor. Yo he visto muchosturcos y moros, pero nunca a un negro.

—Mi misión es obedecer las órdenes deVuestra Majestad, siempre que se encargue dedisculparme delante de mi soberano —dijo elcortés caballero—. Pero permitidme que asegu-re a Vuestra Majestad que verá algo muy dife-rente de lo que espera.

—¡Mejor aún si es más feo de lo que nuestraimaginación se figura el mensajero de amorelegido por Saladino, aquel galante sultán!

Page 665: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Graciosa señora —dijo lady Calixta—.¿Puedo implorar a Vuestra Majestad que per-mita que el buen caballero acompañe directa-mente al mensajero hasta lady Edith, a quienvan dirigidas sus credenciales? Ya nos escapa-mos de otra buena broma como ésta.

—¿Escapamos? —repitió desdeñosamentela reina—. Pero quizá tengas razón, Calixta, contu advertencia de que ese nubio, como le lla-man, cumpla antes su misión con nuestra pri-ma. Por lo demás, creo que es mudo, ¿verdad?

—Lo es, graciosa señora, contestó el caballe-ro.

—Real entretenimiento tienen estas damasorientales —dijo Berengaria—, servidas porgente, ante los cuales pueden hablar todo loquieren, sin que vayan a repetirlo a nadie. Encambio, en nuestro campamento, como acos-tumbra a decir el prelado de San Judas, un pá-jaro en el aire explica todo lo que ve.

—Porque —dijo Neville— Vuestra Majestadolvida que habla entre paredes de tela.

Page 666: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Esta observación hizo bajar el tono de lasvoces, y después de un breve cuchicheo, el ca-ballero inglés volvió a buscar al etíope, y le hizoseñal de que le siguiera. Así lo hizo, y Neville leacompañó a un pabellón algo apartado del dela reina, que, al parecer, servía de alojamiento alady Edith y a su servicio. Una de las doncellascoptas recibió el mensaje que le entregó Sir En-rique Neville, y al cabo de muy pocos minutos,el nubio fue introducido en presencia de Edith,mientras Neville quedó en el exterior de latienda. La esclava que le había hecho entrar seretiró a una señal de su dueña, y fue conhumilde actitud, no solamente en el ademán,sino también en lo más profundo de su alma,como el desgraciado caballero, tan raramentedisfrazado, puso rodilla en tierra, con la vistabaja y los brazos cruzados sobre su pecho, co-mo un criminal que espera su sentencia. Edithiba vestida igual que cuando recibió al rey Ri-cardo: el largo y transparente velo negro la cu-bría como la sombra de una noche envuelve un

Page 667: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

beilo paisaje, velando y obscureciendo las be-llezas que no puede esconder del todo. En lamano tenía una lámpara de plata, alimentadacon alguna esencia aromática, que ardía conextraordinaria claridad.

Cuando Edith hubo avanzado un paso endirección al esclavo, inmóvil y arrodillado, en-focó la luz hacia su rostro, como si quisieraexaminar sus rasgos más detenidamente, vol-vióse en seguida y puso la lámpara de maneraque la sombra de su rostro se dibujara de perfilsobre la cortina que colgaba a su lado. Por úl-timo, le dirigió la palabra, con voz serena, aun-que profundamente triste.

—¿Sois vos? ¿Sois verdaderamente vos,bravo Caballero del Leopardo, gentil Sir Ken-neth de Escocia; sois verdaderamente vos..., tanservilmente disfrazado, rodeado de cien peli-gros?

Al oír la entonación de la voz de su dama,tan inesperadamente dirigida a él, y en tono decompasión rayano en la ternura, subió a los

Page 668: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

labios del caballero la correspondiente respues-ta, y a duras penas las órdenes de Ricardo y supropia promesa de silencio pudieron evitar quecontestara que la visión que tenía ante los ojos yque las palabras que acababa de oír eran sufi-cientes para recompensar la esclavitud de todauna vida y los peligros que amenazaban aque-lla vida a cada momento. Sin embargo, se con-tuvo, y un profundo y apasionado suspiro fuela única respuesta que dio a la pregunta de lanoble Edith.

—Veo... comprendo que no me he engañado—continuó Edith—. Reparé en vos tan prontocomo os vi por primera vez cerca de la tribunaen que estuve con la reina. Además, reconocítambién a vuestro valiente perro. No sería unaverdadera dama, digna de los servicios de uncaballero como sois vos, si un disfraz y uncambio de color pudiesen esconderle a un ser-vidor fiel. Habla, pues, sin miedo a Edith Plan-tagenet. Ella sabe cómo premiar en la adversi-dad al caballero que la ha servido y honrado y

Page 669: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ha hecho gestas de armas en su nombre cuandola fortuna le acompañaba. ¡Callas todavía! ¿Espor miedo o por vergüenza? El miedo deberíaserte desconocido; y en cuanto a la vergüenza,déjala para los que te ofendieron.

El caballero, desesperado al verse obligadoa desempeñar un papel mudo en una entrevistatan interesante, no pudo expresar su mortifica-ción, sino con nuevos suspiros y poniéndose eldedo sobre los labios. Edith retrocedió, como siestuviera disgustada.

—¡Cómo! —dijo—. Asiático por el vestido ymudo por los hechos. No esperaba eso yo. ¿Oes que me desprecias, por ventura, porque con-fieso tan atrevidamente que me he fijado en elhomenaje que me has dedicado? No piensesmal de Edith por eso; ella conoce lo suficientelos límites que la reserva y la modestia prescri-ben a una doncella noble, y también sabe cuán-to y hasta qué punto el agradecimiento le per-mite pasar sobre ellos y confesar su sincerodeseo de reparar las injusticias a que por ella se

Page 670: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

expuso un buen caballero. ¿Por qué te retuerceslas manos con desesperación? ¿Es posible —añadió, temblando ante la idea que se le ocu-rría— que su crueldad te haya imposibilitadomáterialmnente de hablar? Mueves la cabeza.Sea un sortilegio o sea una obstinación, no tepreguntaré nada más, pero dejaré que cumplastu mensaje a tu manera. Yo también puedo sermuda.

El disfrazado caballero hizo un ademán co-mo lamentando su estado y procurando calmarel disgusto de la joven, mientras, envuelta en elpaño de seda y oro de costumbre, le presentabala carta del sultán. Ella la tomó, la miró displi-centemente y la echó a un lado, y volviendootra vez la vista hacia el caballero, le dijo en vozbaja:

—¿Ni siquiera una palabra tienes que de-cirme?

Él se llevó las manos a la frente, desespera-damente, como para expresar el dolor que ex-perimentaba al hallarse imposibilitado de obe-

Page 671: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

decerla; pero ella le volvió la espalda con enfa-do.

—Vete —dijo ella—. He hablado bastante,demasiado, con quien no se digna dirigirme nisiquiera su palabra de respuesta. Vete y di, si tehe ofendido, que también me he impuesto peni-tencia, porque si yo fui el infeliz instrumentocon que se te hizo desertar de un lugar dehonor, en esta entrevista he olvidado mi propiovalor, y me he rebajado a tus ojos y a los míospropios.

Se cubrió el rostro con las manos, y parecióvivamente agitada. Sir Kenneth iba a acercarse,pero ella le hizo retroceder.

—¡Lejos de ahí! El cielo te ha modelado elalma a medida de tu nueva condición. Otromenos embrutecido y menos cobarde que unesclavo mudo me habría dicho una palabra deagradecimiento, aunque sólo fuera para con-graciarme con mi propia degradación. Dime,¿por qué callas?... ¡Vete!

Page 672: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El disfrazado caballero miró, involuntaria-mente hacia la carta, como para prolongar suestancia en aquel lugar. Ella la cogió, y dijo, conironía y desprecio:

—Lo había olvidado: el sumiso esclavo es-pera una contestación al mensaje que ha traído.¿Qué es eso?... ¡Del sultán!

Recorrió precipitadamente el texto, que es-taba escrito en árabe y francés, cuando terminósoltó una carcajada de amarga irritación.

—Esto excede todo lo imaginable —dijo—;ningún juglar sería tan diestro para un cambiotal. Su prestidigitación puede transformar ce-quíes y bizantes en doits y maravedises; pero¿puede convertir su arte a un caballero cristia-no, considerando siempre de los más bravos dela Cruzada, en un esclavo que besa el polvo deun sultán infiel, en el portador de una insolentedeclaración de amor de un pagano a una don-cella cristiana, y hacerle olvidar las leyes de lahonorable Caballería y las de la religión? Perome repugna hablar al esclavo voluntario de un

Page 673: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

perro infiel. Di a tu amo, cuando los vergajazoste hayan hecho recuperar la palabra, lo que mehas visto hacer —y al decir estas palabras arrojóal suelo la carta del sultán, y puso sus pies so-bre ella—. Y dile que Edith Plantagenet despre-cia el homenaje de un sultán infiel.

Al decir estas palabras, hizo acción de huirdel caballero, cuando éste arrodillado a sus piescon la más amarga desesperación, se aventuró aponer su mano en el borde de sus faldas paraque no se marchara.

—¿No has oído lo que te he dicho, vil escla-vo? —dijo volviéndose rápidamente de cara aél y hablando con arrogancia—. Di al infiel sul-tán, tu dueño, que tanto desprecio sus ofreci-mientos como desprecio la humillación de unindigno renegado de la religión y de la Caballe-ría, de Dios y de su dama.

Dijo, y huyó de él, arrancándole la ropa delas manos, y salió de la tienda.

Al mismo tiempo se oyó la voz de Neville,que le llamaba desde el exterior. Agotado y

Page 674: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

estupefacto por lo que había sufrido duranteaquella entrevista que le había sumido en unasituación de la que sólo habría podido salirrompiendo la palabra dada al rey, el desventu-rado caballero se tambaleaba, más que andaba,detrás del noble inglés, hasta que llegaron alpabellón real, delante del cual acababa deapearse un destacamento de jinetes. El interiorde la tienda estaba iluminado y reinaba en ellamucho movimiento, y cuando Neville entró, enunión de su disfrazado seguidor, encontró alrey con varios miembros de su nobleza, ocupa-dos en dar la bienvenida a los que acababan dellegar.

—Mis lágrimas ya siempre correrán. No lloropor ausente enamorado. Otras horas felices volverán,devolviendo a la amada el bien amado. No lloro porun muerto silencioso: su tristeza y su pena son pa-sadas. Aquellos que se amaron, el reposo encontra-rán en sus almas juntadas—. Más triste que la au-sencia y que la muerte lloré la hollada fama del ama-

Page 675: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

do. Ardiente orgullo por su estirpe fuerte, lloraba aaquel guerrero injuriado.

Balada

CAPÍTULO XXVI

Se oía la voz franca y vibrante de Ricardorepartiendo alegres saludos.

—¡Thomas de Vaux! ¡Mi corpulento Tom delos Gills! Por la cabeza del rey Enrique, quellegas tan a punto como llega siempre una bote-lla de vino para el bebedor empedernido. Casino habría sabido cómo disponer la batalla si nohubiese tenido tu imponente masa de carnecomo punto de mira para alinear a mis tropas.Muy pronto andaremos a golpes, Thomas, silos santos nos ayudan; y si hubiésemos luchadoen tu ausencia, habría esperado oír decir que tehabían encontrado colgando de algún saúco.

—Confío en que habría soportado mi des-engaño con más cristiana paciencia —dijoThomas de Vaux—, antes que morir como un

Page 676: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

apóstata. Pero doy gracias a Vuestra Majestadpor su bren recibimiento, que no puede ser másgeneroso, ya que se trata de un banquete degolpes en el que con vuestra venia, sois vosquien siempre está dispuesto a llevarse la ma-yor parte. Pero ahí traigo a alguien a quien creoque Vuestra Majestad dará mucha mejor acogi-da.

La persona que se adelantó para hacer reve-rencia a Ricardo era un joven de baja estatura yenjuto de carnes. Su vestido era tan modestocomo insignificante su figura; pero en el cas-quete llevaba un broche de oro con un diaman-te, cuyo brillo sólo era comparable al de los ojosa que hacia sombra el casquete. Este era el úni-co rasgo que impresionaba de su rostro; maséste, una vez observado, producía viva impre-sión en el espectador. Pendiente del cuello poruna cinta de tafetán de seda azul celeste, lleva-ba un wrest, como se llamaba entonces a la llaveutilizada para afinar el arpa, y que era de oromacizo.

Page 677: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Este personaje iba a arrodillarse respetuo-samente delante de Ricardo, pero el monarca lehizo levantar con alegre solicitud, le estrechócalurosamente contra su pecho y le besó enambas mejillas.

—¡Blondel de Nestle! —exclamó con granalegría—. ¡Bienvenido de Chipre sea mi rey delos trovadores! ¡Bienvenido cerca del rey deInglaterra, quien no pone más alta su dignidadque la tuya! He estado enfermo, amigo, y, pormi alma, que creo que tu ausencia fue causa deello, porque me parece que si me hallara a mi-tad del camino de la puerta del cielo, tus estro-fas me harían retroceder. ¿Y qué ocurre denuevo, mi buen maestro, en el país de la lira?¿Qué se sabe de los trouveurs de Provenza? ¿Yqué dicen los trovadores de la alegre Norman-día? Y, sobre todo, tú, ¿has trabajado mucho?Pero sobra preguntártelo. Aunque quieras, nopuedes pasar mucho tiempo sin hacer nada.Tus nobles cualidades son como un fuego que

Page 678: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

arde por dentro y que te obliga a exhalarlo enmúsica y canto.

—He aprendido algunas cosas y también hehecho otras varias, noble rey —contestó el cele-brado Blondel con tímida modestia, que nopodía ser vencida por la entusiasta admiraciónde Ricardo.

—Te queremos oír, amigo. Te queremos oírahora mismo —dijo el rey; y dándole bondado-sos golpecitos en la espalda, agregó—: Es decir,si no estás muy cansado por el viaje; porquepreferiría reventar mi mayor caballo antes queempañar una sola nota de tu voz.

—Mi voz, como siempre, está al servicio demi real señor —dijo Blondel—; pero VuestraMajestad —añadió mirando unos papeles queyacían sobre la mesa—, parece que tiene en lacabeza asuntos de mayor importancia, y ya vahaciéndose tarde.

—No, mi querido Blondel. Estaba esbozan-do un plan de batalla contra los sarracenos,

Page 679: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cuestión de un momento: casi el mismo ratoque se necesita para derrotarles.

—Sin embargo —dijo Thomas de Vaux—,creo que no estaría de más saber cuántos sol-dados puede alinear en batalla Vuestra Majes-tad. Traigo informes de Ascalón sobre este par-ticular.

—Eres un mulo, Thomas —dijo el rey—; unverdadero mulo por tu estupidez y terquedad.Venid, señores... Haced corro..., haced corro.Poneos alrededor de él. Trae un taburete paraBlondel. ¿Dónde está el portador del arpa? Obien: un momento... Dejadle la mía, que quizála suya se haya desafinado algo durante el ca-mino.

—Desearía que Vuestra Gracia se enterarade mi informe —dijo Thomas de Vaux—. Ven-go de muy lejos, y prefiero escuchar desde lacama, que no que me hagan cosquillas a la ore-ja.

—¡Cosquillas en tus orejas! —dijo el rey—;debería ser con plumas de chocha y no con dul-

Page 680: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ces armonías. Oye, Thomas, ¿pueden distinguirtus orejas los cantos de Blondel de los rebuznosde un asno?

—A fe mía, señor —contestó Thomas—, queno puedo decirlo; pero, sin ofender a Blondel,que es un perfecto caballero, y que, sin duda,tiene muchos conocimientos, contestaré a lapregunta de Vuestra Gracia y diré que siempreque veo a un trovador pienso en un asno.

—Y tu cortesía —dijo Ricardo—, ¿no podríahaberme exceptuado a mí, que soy tan perfectocaballero como Blondel, y colega suyo en lagaya ciencia?

—Vuestra Gracia debe recordar —contestóDe Vaux, sonriendo— que es inútil pedir corte-sía a una mula.

—Muy bien dicho —contestó Ricardo—; ypeor aún, cuando se trata de un animal tan maleducado como eres tú. Pero ven acá, señor as-no, descarga; y vete a revolearte en tu yacija,sin que eches a perder nuestra música. Entre-tanto, buen hermano Salisbury, ve a la tienda

Page 681: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de mi esposa, y dile que Blondel ha llegado,con un zurrón lleno de poemas nuevos. Dileque venga en seguida; tú mismo puedes acom-pañarla, y procura que no se quede atrás nues-tra prima Edith Plantagenet.

Su mirada posóse un momento en el nubio,con aquella equívoca expresión que tenían susojos cuando le miraban.

—¡Ah! ¿Ya está de regreso nuestro silencio-so y discreto mensajero? Esclavo: ponte de piedetrás de Neville, y oirás unas armonías que teharán dar gracias a Dios de que no te haya afli-gido con la sordera, en lugar de privarte de lapalabra.

Dijo, y volvió la espalda a los reunidos, y,con De Vaux, se ensimismó en los detalles mili-tares que le presentaba el barón.

Casi al mismo tiempo en que el señor deGilsland terminó su audiencia, un mensajeroanunció que la reina se acercaba a la tienda consu séquito. —¡Traed un garrafón de vino —dijoel rey—; de aquel viejo vino del rey Isaac de

Page 682: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Chipre que tomamos cuando el asalto a Fama-gusta! Llenad un vaso para el conde de Gils-land, que es, señores, el más leal y activo servi-dor que haya tenido jamás un príncipe.

—Me satisface —dijo Thomas de Vaux—que Vuestra gracia encuentre que la mula es unesclavo útil, aunque su voz sea menos musicalque el pelo de caballo o el alambre.

—Bien: ¿No has podido digerir todavía elpiropo de la mula? —dijo Ricardo—. Hazlopasar con un vaso de vino, porque si no se teatragantará... Muy bien: ¡sabes beber! Y ahora,te diré que tú eres un soldado como yo, y queen el salón tenemos que soportarnos las bromasmutuamente, lo mismo que nos propinamos losgolpes en el torneo, y apreciamos tanto máscuanto más fuerte nos peguemos. Pero, por mife, que si en nuestro último encuentro no pe-gaste tan fuerte como pegué yo, hiciste cuantopudiste para defenderte. Pero ésta es la diferen-cia que existe entre tú y Blondel. Tú no eresmás que mi camarada, y podría decir mi discí-

Page 683: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pulo, en el arte de la guerra; en cambio, Blondeles mi maestro en la ciencia de la poesía y de lamúsica. A ti te permito la libertad de intimarconmigo; a él le debo respetar porque es supe-rior a mí en su arte. ¡Ea! No te enfurruñes más yquédate a oír nuestras canciones.

—Por ver a Vuestra Majestad tan contento—dijo el señor de Gilsland—, me quedaría; pormi fe, que me quedaría hasta que Blondel ter-minara el gran romance del rey Arturo, quedura tres días.

—No pondremos tu paciencia a prueba has-ta tal extremo —dijo el rey—. Pero mira el ale-gre resplandor de antorchas que se ve allí afue-ra: es que llega mi esposa. Ve a recibirla, y hazméritos antes los ojos más brillantes de toda laCristiandad. No te entretengas en arreglarte elvestido. Fíjate: ya has dejado que Neville seinterponga entre el viento y las velas de tu ga-lera. —Pero jamás le vi delante de mi en elcampo de batalla —dijo De Vaux, algo contra-

Page 684: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

riado por habérsele anticipado el oficiosochambelán.

—No; ni él ni nadie te pasa delante, allí, mibuen Tom de los Gills —dijo el rey—, salvonosotros alguna que otra vez.

—Sí, señor —dijo De Vaux—; hagamos jus-ticia al desgraciado. También alguna vez videlante de mí al infeliz Caballero del Leopardo,porque él pesaba menos que su caballo, y porconsiguiente...

—¡Alto ahí! —dijo el rey, interrumpiéndoleenérgicamente—; ni una palabra más sobre él.

Y en el mismo momento avanzó para ir arecibir a su real consorte, y después de saludar-la, le presentó a Blondel como rey de los trova-dores y maestro suyo en la gaya ciencia. Beren-garia, que sabía perfectamente que la afición desu esposo a la poesía y a la música era casiigual a su pasión por la fama guerrera, y queBlondel era su favorito, tuvo buen cuidado desaludarle con las más lisonjeras deferencias quese podían tener para con una persona a quien el

Page 685: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rey se complacía en honrar. Y era evidente que,si para corresponder como era debido a loshalagos que ella le prodigaba, Blondel prodiga-ba sin reservas los elogios a la regia belleza,agradecía más y aceptaba con mayor revencialos sencillos y graciosos saludos de Edith, quequizá le parecieron más cordiales y más since-ros, precisamente por su brevedad y sencillez.

La reina y su real esposo se dieron cuentade esta distinción, y Ricardo, viendo a su espo-sa algo mortificada por la preferencia que sedaba a su prima, preferencia de que hasta elpropio rey no estaba muy satisfecho, dijo, convoz lo suficientemente alta para que pudieranoírle ambos:

—Nosotros, los poetas, como puedes apre-ciar Berengaria, por la conducta de nuestromaestro Blondel, tratamos con mayor respeto aun juez severo como nuestra prima, que a unamigo parcial y amable como tú, que esté dis-puesto a creer en nuestro mérito sólo por la fede una palabra.

Page 686: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Edith se sintió molesta por el sarcasmo desu real pariente, y no vaciló en contestar:

—No soy el único miembro de la familiaPlantagenet que juzgue con dureza y severidad.

Quizá habría dicho algo más, relacionadocon el temperamento de la Casa, que derivabasu nombre de la sencilla retama (Planta Genista),adoptada como emblema de humildad, y queseguramente era una de las Casas más orgullo-sas que jamás hubiesen gobernado a Inglaterra;pero cuando sus ojos, enardecidos por el fuegode su respuesta, se dieron cuenta, súbitamente,del nubio, a pesar de que éste se esforzaba enesconderse detrás de los nobles que asistían a lareunión, se dejó caer en un sillón, palideciendode tal suerte, que la reina Berengaria se vioobligada a pedir que trajeran agua y esencias ya proceder a todas las ceremonias apropiadas aldesmayo de una dama. Ricardo, que sabía lafuerza del espíritu de Edith, dijo a Blondel quese sentara y empezara su poema, afirmando

Page 687: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que la música era lo mejor para hacer volver ensí a un Plantagenet.

—Cántanos —le dijo— aquel romance de«La túnica ensangrentada», cuyo argumentome explicaste antes de que me marchara deChipre. A estas horas ya debes saberlo de me-moria, o es que se te ha roto el arco, como dicennuestros guerreros.

Sin embargo, la mirada inquieta del trova-dor no se apartaba de Edith, y hasta que vioreaparecer los colores en sus mejillas no se dis-puso a obedecer •as repetidas órdenes del rey.Entonces, acompañándose con el arpa, que eracomo una nueva gracia añadida a su voz, peroque no ahogaba lo que decía, cantó, en una es-pecie de recitación, una de aquellas antiguasaventuras de amor y Caballería que se habíahecho popular ya hacía mucho tiempo. Tanpronto como empezó el preludio, su insignifi-cante exterior personal pareció desaparecer, yse le iluminó el rostro con el entusiasmo y lainspiración. Su voz llena, varonil, sonora y tan

Page 688: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

bien dominada por el buen gusto, encantaba losoídos y cautivaba los corazones. Ricardo, alegrecomo después de una victoria, reclamó silenciocon una cita muy apropiada: «Oíd, señores, enel campo y el salón...», mientras que, con lasolicitud de un dueño y de un alumno a la vez,arregló los asientos que formaban corro e im-puso silencio a todos; él mismo se sentó conactitud de interés y expectación, no despojadade la seriedad de un crítico consumado. Loscortesanos volvieron la vista hacia el rey, dis-puestos a imitar todas las emociones que pu-diesen expresar su cara, y Thomas de Vauxbostezó tremendamente, como quien se sometepor fuerza a una dura penitencia. Naturalmen-te, el romance de Blondel estaba escrito en len-gua normanda, pero los siguientes versos ex-presan su argumento y su estilo:

LA VESTE SANGRIENTA

Primera estancia

Page 689: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Ya se ponía el sol tras Benevento la víspera del día de San Juan. Todos los caballeros preparaban las armas con que habían de justar. Recorre un pajecillo el campamento buscando a un caballero, que Thomas de Kent tiene por nombre; la princesa de Benevento envíale a buscar.

Lejos de los suntuosos pabellones el paje encuentra un mísero tendal. Ninguna pompa, sólo acero y hierro el mensajero ve desde el umbral. Con los brazos desnudos hasta el hombro se aplica un caballero a aderezar la recia cota con que habrá mañana de luchar por su dama y por San Juan.

«Me ha dicho mi señora... —empieza el paje, mientras el caballero, al escuchar el nombre de su dama, se arrodilla— que te ama tanto, aunque es princesa real,

Page 690: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cual nunca un caballero ha sido amado. Pero un abismo inmenso como el mar a los dos os divide; has de salvarlo cumpliendo una proesa sin igual.»

Prosigue el paje: «Ha dicho mi señora... —se inclina el caballero a tierra más— que mañana, al saltar a la palestra, irás sin armadura; en su lugar ceñirás esta veste que mi dueña se ciñe cada noche al acostar. Vistiendo suave lino en vez de hierro las armas en la liza haz de justar.

Luchando así, te colmarás de gloria o muerto en el palenque quedarás.» El caballero besa, reverente, la veste y dice, con serena faz: «Responde a mi señora que esta veste campeón del torneo me verá y que su premio espero.» Aquí termina, hidalgos, una estancia del cantar de la veste sangrienta y del torneo

Page 691: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que hubo en Benevento por San Juan.

—Has cambiado el ritmo de la última estro-fa, Blondel —dijo el rey.

—Es verdad, señor, —dijo Blondel—. Reco-gí estos versos de un viejo poeta italiano queencontré en Chipre, y como no he tenido tiem-po de traducirlos bien o de aprenderlos dememoria, me he visto obligado a llenar las la-gunas de los versos y de la música con una im-provisación, como hacen los campesinos cuan-do reparan un seto de leña seca con una fajinade ramas verdes.

—Por mi fe, que me gusta el ritmo de esassonoras estrofas; me parece que se adaptan a lamúsica mejor que los versos cortos.

—Ambos están permitidos, como sabeVuestra Gracia —contestó Blondel.

—Así es, Blondel —dijo Ricardo—; perocreo que para la escena que describen, estánmejor estos retumbantes versos, que resuenancomo una carga de caballería, mientras que el

Page 692: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

otro metro es el paso calmoso del caballo deuna dama.

—Será como guste a Vuestra Gracia —contestó Blondel. Y volvió a empezar un prelu-dio.

—Antes estimula tu imaginación con un va-so de vino de Quío —dijo el rey—. Y, oye: siquieres creerme, evita el obstáculo de las rimasregulares y justas. Paralizan la fuente de la ins-piración, y hacen que parezcan un hombre quebaila con grilletes en los pies.

—Pero son grilletes muy fáciles de quitar —dijo Blondel, pulsando de nuevo las cuerdas delarpa, como si prefiriese cantar a oír críticas.

—Pues, ¿por qué no te los quitas? —insistióel rey—. ¿Por qué pones grilletes de hierro a tuimaginación? Me maravilla que puedas hacerloasí. Me parece que, a mí, me habría sido impo-sible componer una sola estrofa con esa difícilmétrica.

Blondel bajó la vista, e hizo como quien estámuy ocupado con las cuerdas del arpa, para

Page 693: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

disimular la sonrisa que le escapaba; pero ellono pasó desapercibido al observador Ricardo.

—¡Por mi fe, que te estás riendo de mí,Blondel! —dijo—. A decir verdad, eso merecequien quiere presumir de maestro y no es másque un discípulo. Pero los reyes tenemos lacostumbre de creer que entendemos de todo.Vamos: sigue adelante con tu poema, queridí-simo Blondel, y hazlo como quieras, que siem-pre será superior a lo que te aconsejemos noso-tros, a pesar de que no sepamos abstenernos decharlar.

Blondel siguió con su poema; pero como leera familiar la improvisación, no dejó de com-placer los deseos del monarca, y quizá, al fin ya la postre, no le disgustaba aprovechar aquellaoportunidad para demostrar que le era fácilmodificar los versos de un poema mientras lorecitaba.

Segunda estancia

Page 694: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El día del torneo de San Juan duros combates hay en la palestra. Entre canciones y fulgir de aceros los vencedores ganan gloria, mientras van a la tumba los vencidos. Muchos son los guerreros que su brío muestran. Resalta uno que en vez de armadura ciñe veste sutil de damisela.

Tantas heridas combatiendo sufre que está la veste roja, de sangrienta. «Voto de honor debe ser ése —dicen los paladines—; cese la contienda; a hombre tan bravo, no es hidalgo herirle.» De orden del rey, proclaman las trompetas acabada la liza. Es campeón el paladín de la veste sangrienta.

Terminadas las fiestas y la misa, un escudero lleva a la princesa una veste deshecha de estocadas, de polvo y sangre y de sudor cubierta, rasgada por las lanzas, maculada

Page 695: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de espuma de caballo, y de tierra. ¡Para asirla los dedos de la dama limpia de sangre ni una punta queda!

«Mi señor, Sir Tomás de Kent, devuelve esta veste a su dama, la princesa de Benevento. A riesgo de su vida, en azarosa y sin igual pelea, el mar que os separaba, él ha cruzado, y ahora en la fe de vos, señora, espera que ya en tal peligro le pusisteis ante el mundo cumpláis vuestra promesa.

Mi señor, devolviéndoos esta veste, os reclama otro don a vos, princesa ya que más cara os ha de ser sin duda la veste por rasgada y por sangrienta.» Ruborizada, la princesa toma la túnica y, besándola, contesta: «Yo probaré a mi caballero cuanto me es querida la sangre de esta prenda.»

Y, llegado el momento de ir los nobles

Page 696: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

en procesión solemne hasta la iglesia, ella, sobre su manto purpurado, ciñe la rota túnica sangrienta. Y al sentarse al banquete en el palacio y al escanciar la gran copa paterna, sobre sus ricos trajes y sus joyas ciñe la misma veste la princesa.

Con asombro murmuran los señores y las damas, con burla, cuchichean. Con duro enojo, el príncipe a su hija el rostro vuelve y, fiero, la amonesta: «Puesto que así proclamas tu locura, en castigo a tu impúdica insolencia y a la sangre que en balde has derramado, de la ciudad tu padre te destierra.»

Tomás de Kent estaba exhausto y débil: pero se alza y responde, en voz severa: «La sangre que, abundante como el vino, por tu hija he vertido, mía era y con placer la di. Pues tú la privas de este tu señorío y sus riquezas,

Page 697: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nada me importará cuando conmigo sea condesa de Kent, en Inglaterra...»

De toda la concurrencia surgió un murmu-llo de aplausos, siguiendo el ejemplo del propioRicardo, que prodigaba los elogios a su trova-dor favorito, y que terminó regalándole unasortija de gran valor. La reina se apresuró aobsequiar al favorito con un rico brazalete, yotros muchos nobles que asistían al acto siguie-ron el regio ejemplo.

—¿Habráse vuelto insensible nuestra primaEdith —dijo el rey— a la música del arpa, quele gustaba tanto antes?

—Edith da las gracias a Blondel por supoema —dijo ella—; pero agradece aún más lagentileza del pariente que lo ha sugerido.

—Tú estás enfadada, prima mía —dijo elrey—; enfadada porque la heroína del poema esuna mujer más fantástica que tú. Pero no meescaparás. Te acompañaré, paseando, hacia el

Page 698: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pabellón de la reina. Tú y yo tenemos quehablar antes de que el sol desvanezca la noche.

La reina y sus damas ya estaban en pie, ylos demás huéspedes salieron de la tienda real.Una escolta con antorchas encendidas y unaguardia de arqueros esperaba a Berengaria enel exterior del pabellón, para acompañarla a sutienda, adonde llegó al cabo de poco rato. Talcomo él había propuesto, Ricardo caminó allado de su parienta, y la obligó a aceptar subrazo por apoyo, de manera que pudierahablarse sin que les oyeran.

—Bien: ¿qué respuesta debo dar al noblesultán? —dijo Ricardo—. Los reyes y los prín-cipes me abandonan, Edith; este último inci-dente todavía les ha alejado más de mí. Yoquiero hacer algo por el Santo Sepulcro, si nopor medio de la victoria, en virtud de unacuerdo, y la suerte de mi actuación depende,por desgracia, del capricho de una mujer. Pre-feriría tener que enfrentarme con las diez mejo-res lanzas de la Cristiandad, a tener que discu-

Page 699: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tir con una terca muchacha que no sabe qué eslo que le conviene más. ¿Qué respuesta debodar, pues, al sultán? Debe ser decisiva.

—Dile —contestó Edith— que la más pobrede los Plantagenet se casaría antes con un por-diosero que con un infiel.

—¿Diré con un esclavo, Edith? —dijo elrey—. Me parece que eso se aproxima más a tuspensamientos.

—No existe razón alguna —dijo Edith— pa-ra la sospecha que tan groseramente insinúas.La esclavitud del cuerpo puede compadecerse,pero la del alma, sólo puede despreciarse, ¡ver-güenza, rey de la feliz Inglaterra! Tú has enca-denado el cuerpo y el alma de un caballero,cuya fama, antes, sólo podía envidiar a la tuya.

—¿No era deber mío evitar que mi parientabebiera el veneno, manchando el vaso que locontenía, pues que no vi ningún otro recursopara que aborreciera la bebida fatal? —contestóel rey.

Page 700: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Eres tú —replicó Edith— quien me quierehacer beber veneno. Un veneno contenido enun vaso de oro.

—Edith —dijo Ricardo—: yo no puedo for-zar tu decisión; pero medítalo bien, antes decerrar una puerta que nos abre Dios. El ermita-ño de Engaddi, a quien los papas y los concilioshan considerado profeta, ha leído en los astrosque tu matrimonio me reconciliaría con un po-deroso enemigo y que tu esposo sería cristiano,lo cual hace esperar que la conversión del sul-tán y la entrada de los hijos de Ismael en el se-no de la Iglesia sería el premio de tu boda conSaladino. Es preciso que hagas algún sacrificioantes de echar a perder esta feliz ocasión.

—Los hombres pueden sacrificar corderos ycabritos —dijo Edith—, pero no el honor y laconciencia. He oído contar que la deshonra deuna doncella cristiana fue lo que llevó los sarra-cenos a España; no es de creer que la vergüenzade otra les haga marchar de Palestina.

Page 701: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Y llamas vergüenza a ser emperatriz? —dijo el rey.

—Llamó vergüenza y deshonor a profanarun sacramento cristiano, participando en él conun infiel que no lo respetará; y llamo loca des-honra al hecho de que yo, hija de príncipes cris-tianos, consienta, por mi propia voluntad, enser reina de un harén de concubinas infieles.

—Está bien, prima mía —dijo el rey, des-pués de una pausa—; no quiero indisponermecontigo, a pesar de que pensaba que tu condi-ción de dependencia te haría ser más condes-cendiente.

—Mi señor —contestó Edith—: VuestraGracia heredó dignamente toda la riqueza, dig-nidad y dominios de la Casa Plantagenet; noreprochéis, pues, a vuestra pobre parienta quesólo le haya quedado el orgullo.

—¡Por mi fe, muchacha —dijo el rey—, queme has desarmado con esas palabras! Así, pues,besémonos y seamos amigos. Ahora mismo iréa expedir tu respuesta a Saladino. Pero después

Page 702: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de todo, ¿no sería mejor suspender tu decisiónhasta que le hayas visto? Dicen que es muyarrogante.

—No existe probabilidad alguna de que nosveamos jamás, señor —dijo Edith.

—¡Por San Jorge, que esa probabilidad estámás cerca de lo que crees! —dijo el rey—. Por-que Saladino nos concederá, sin duda, un cam-po neutral para el combate suscitado con moti-vo de la cuestión de la bandera, y querrá pre-senciarlo. Berengaria asistirá también, y meatrevo a suponer que ninguna de vosotras, da-mas y camareras, querrá dejar de concurrir y túmenos que cualquier otra. Pero, ¡vaya! Yahemos llegado al pabellón, y tenemos que sepa-rarnos; separarnos en paz, que tú querrás sellarcon los labios, lo mismo que con las manos,dulce Edith. Como soberano, tengo el derechode besar a mis bellas vasallas.

La besó respetuosa y afectuosamente, y re-gresó a través del campamento inundado por laluz de la luna, susurrando algunos fragmentos

Page 703: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de las estrofas de Blondel, que le habían que-dado en la memoria.

Al llegar a la tienda, redactó en seguida unacarta dirigida a Saladino, y la dio al esclavo,encargándole que marchara al nacer el día parallevarla al sultán.

Oíamos el Tecbir, como le llaman los árabes desu grito de guerra, cuando con grandes clamoresvan implorando al Cielo que les dé la victoria.

Sitio de Damasco

CAPÍTULO XXVII

A la mañana siguiente, Felipe de Francia in-vitó a Ricardo a celebrar una conferencia, en laque, luego de reiterar el gran aprecio en quetenía a su hermano de Inglaterra, le comunicó,en términos tan corteses como claros, que nodejaban lugar a ninguna mala interpretación,su decidido propósito de volverse a Europapara atender a los asuntos de su reino, pues

Page 704: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

estaba totalmente desalentado respecto al futu-ro de aquella expedición, tanto a causa de ladisminución de las fuerzas militares como porlas discordias interiores. Ricardo insistió, peroen vano; y cuando terminó aquella entrevista,recibió, sin sorprenderse, un mensaje del archi-duque de Austria y de otros varios príncipes,anunciándole la misma decisión que tomaraFelipe. Con frases muy concretas, los comuni-cantes alegaban como motivo de su defecciónde la causa de la Cruz la desordenada ambicióny el arbitrario espíritu de dominación del reyRicardo de Inglaterra. Éste perdió todas lasesperanzas de proseguir la guerra con éxito, y,mientras derramaba amargas lágrimas sobresus arruinadas esperanzas de gloria, no le ser-vía, ciertamente, para consolarse el pensamien-to de que su fracaso era imputable, en parte, ala ventaja que dieron a sus enemigos las impe-tuosidades e intemperancias de su carácter.

—No se habrían atrevido a abandonar deesta manera a mi padre —dijo a De Vaux, con

Page 705: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la amargura de su tristeza—. Nadie habríacreído las calumnias que se hubiesen podidopropagar contra un rey tan sabio; en cambio,yo, ¡loco de mí!, no sólo les he dado pretextopara abandonarme, sino que les he puesto ensituación de poder achacar a mis flaquezas laculpa de la ruptura.

Estos pensamientos atormentaban de talforma al rey, que De Vaux se alegró cuando lallegada de un embajador de Saladino cambióhacia otro rumbo la dirección de los pensa-mientos del rey.

Este nuevo enviado era un emir muy respe-tado por el sultán, y llamado Abdallah El Had-gi. Descendía de la familia del Profeta, y perte-necía a la raza o tribu de Hashem, y a causa deesta ilustre ascendencia, llevaba un turbanteverde de grandes proporciones. Había hechotres veces el viaje a La Meca, de lo cual proce-día su epíteto de El Hadgi, o sea: el peregrino,pesar de estos variados méritos a la santidad,Abdallah era (para lo que son los árabes) un

Page 706: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

compañero jovial, a quien gustaba oír contarhistorietas divertidas, y que dejaba de lado suseriedad cuando se presentaba la ocasión devaciar una botella, en secreto, para evitar elescándalo. Era también un estadista, cuya habi-lidad había sido aprovechada por Saladino envarias negociaciones con los príncipes cristia-nos, y principalmente con Ricardo, que conocíapersonalmente a El Hadgi, y le apreciaba mu-cho. Animado por la rapidez con que el envia-do de Saladino accedió a conceder un campoadecuado para el combate y salvoconducto atodos los que quisieran asistir al mismo, ofre-ciendo su propia persona como garantía de sufidelidad, Ricardo olvidó pronto sus fracasadasesperanzas y la cercana disolución de la LigaCristiana, para entregarse a las interesantesdiscusiones preparatorias de un combate enliza.

El lugar denominado Diamante del Desiertofue designado para punto de la lid, por serequidistante del campamento cristiano y del

Page 707: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sarraceno. Se acordó que Conrado de Montse-rrat, el acusado, y sus padrinos, el archiduquede Austria y el Gran Maestre de los Templariosirían allí el día fijado, con sólo un centenar dehombres armados; que Ricardo de Inglaterra ysu hermano Salisbury, que sostenían la acusa-ción, asistirían con una fuerza igual, para pro-teger a su campeón; y que el Sultán, llevaríauna guardia de quinientos hombres selecciona-dos, número que Ricardo consideró equivalentea las doscientas lanzas cristianas. Todas las per-sonalidades de ambas partes que quisieran pre-senciar el combate no podrían llevar más armaque la espada, y ninguna defensiva. El sultán seencargaría de hacer preparar el campo y deproporcionar alojamiento y alimentos de todasclases a los que asistieran a la solemnidad; y ensu carta expresaba muy cortésmente el placerque le causaba la perspectiva de una entrevistapersonal y pacífica con Melech Ric, y el deseoferviente de que su recibimiento le fuese lo másagradable posible.

Page 708: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Acordados todos los preparativos, y comu-nicados que fueron al acusado y a sus padrinos,Abdallah El Hadgi fue invitado a una entrevis-ta más íntima, en la que pudo apreciar las estro-fas de Blondel. Con gran cuidado, empezó porquitarse su turbante verde, para no llamar laatención; lo substituyó por un casquete griego,cantó una canción persa de taberna y se bebiótoda una botella de vino de Chipre, para de-mostrar que su modo de obrar estaba en con-traposición con sus principios. Al día siguiente,tan serio y sobrio como el abstemio Mirglip,bajó la frente, hasta tocar el polvo, ante el esca-bel de Saladino, y dio cuenta de su embajada alsultán.

La víspera del combate, Conrado y sus ami-gos marcharon al despuntar el alba hacia elpunto señalado, y Ricardo salió del campamen-to a la misma hora con idéntico objeto, pero pordiferente camino, precaución que había creídonecesaria para evitar la posibilidad de una coli-sión entre sus hombres y los del marqués.

Page 709: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El propio rey no tenía humor de pelearsecon nadie. Nada podría añadirse al placer quese prometía con un combate a muerte en liza,salvo el que le habría proporcionado el hechode ser uno de los contendientes, y hasta llegó asentir compasión por Conrado de Montserrat.Armado someramente,vestido con gran rique-za, y alegre como un novio en el día de la boda,Ricardo cabalgaba, risueño, al lado de la literade la reina Berengaria, mostrándole los paisajespor donde pasaban, y alegrando con historietasy canciones la monotonía del inhospitalariodesierto. La ruta que siguió la reina durante laperegrinación a Engaddi, estaba al otro lado dela cordillera, por lo cual el paisaje por dondepasaban ahora era desconocido para las damas;y, a pesar de que Berengaria conocía perfecta-mente el carácter de su esposo y se esforzaba,por tanto, en demostrar interés por todo lo queél decía o contaba, no pudo abstenerse de insi-nuar algún temor, muy femenino, por encon-trarse en aquella desolación con tan escasa es-

Page 710: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

colta, que casi no parecía más que un puntúomoviéndose en la inmensidad de la llanura, ytambién se dio cuenta de que no estaban tanalejados del campamento de Saladino comopara que no pudiesen ser atacados de improvi-so y hechos cautivos por un destacamento decaballería ligera, superior a las fuerzas que leacompañaban, si el infiel era tan traidor queaprovechara una ocasión como aquélla. Perocuando se atrevió a comunicar sus temores aRicardo, éste los rechazó con disgusto y des-dén.

—Sería peor que la ingratitud —dijo— du-dar de la buena fe del generoso sultán.

Pero las mismas dudas y temores asaltaronrepetidas veces, no sólo a la tímida mente de lareina, sino también al alma, más firme y máscandida de Edith Plantagenet, quien no teníauna confianza excesiva en la buena fe de losmusulmanes; y su sorpresa habría sido menorque su terror, si la extensión del desierto hubie-se resonado de pronto a los gritos de Alia hu!, y

Page 711: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

una banda de jinetes árabes se les hubieseechado encima, como los buitres sobre su presa.No se habían desvanecido estos temores, cuan-do, hacia el anochecer, se dieron cuenta de queun solo jinete árabe, reconocible por su turban-te y su larga lanza, y que estaba situado en lacumbre de un pequeño promontorio, con unhalcón suspendido en el aire, poníase a corrertan pronto como vio a la comitivia regia, con lavelocidad de la misma ave cuando levanta elvuelo y se pierde en el horizonte.

—Debemos estar cerca del lugar fijado —dijo el rey—, y aquel jinete es un centinela deSaladino... Me parece que oigo el tañido decuernos y címbalos morunos. Poneos en orden,amigos, y formad alrededor de las damas, contoda marcialidad.

Cuando el rey dijo estas palabras, cada ca-ballero, escudero o arquero se apresuró a ocu-par el puesto que le correspondía, y así avanza-ron en filas compactas, lo cual les haría parecermenos numerosos de lo que eran en realidad.

Page 712: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Y, en verdad, si bien no se abrigaba ningúnserio temor, existía tanta ansiedad como curio-sidad en la atención con que escuchaban lasásperas armonías de la música mora, que ibahaciéndose a cada momento más perceptiblehacia el lado por donde había desaparecido eljinete árabe.

De Vaux susurró al oído del rey: —¿No sería conveniente, señor, enviar un

paje a la cumbre de aquel montículo de arena?¿O bien prefiere Vuestra Majestad que me ade-lante yo? Me parece, por el ruido que se oye,que si detrás de estos montículos no hay másque los quinientos hombres de la escolta deSaladino, la mitad de ellos deben ser cimbalerosy atabaleros. ¿Voy allá?

El barón había aflojado la rienda a su caba-llo y se disponía a clavarle las espuelas, cuandoel rey exclamó:

—Por nada del mundo. Ello significaríadesconfianza, y tampoco serviría para evitar la

Page 713: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sorpresa, si es que preparan alguna, lo cual nocreo.

Continuaron la marcha, pues, en buenaformación, y en filas compactas, hasta que pa-saron la línea de promontorios arenosos, y en-tonces se hallaron a la vista del lugar fijado,donde les esperaba un espectáculo magnífico,pero que infundía temor.

El Diamante del Desierto, aquella fuente tansolitaria antes, que se distinguía en medio de lavasta desolación del desierto, por el solitarioramillete de palmeras, se había convertido enpunto central de un campamento, cuyas bor-dadas banderas y dorados adornos reflejaban,en un revoloteo de millares de colores, los ra-yos del sol poniente. Los toldos que cubrían lasgrandes tiendas eran de vivos tonos: carmesí,amarillo, azul celeste y otros coloridos en con-traste. Los soportes terminaban en granadasdoradas y gallardetes de seda. Pero al lado deestos lujosos pabellones, se veía lo que paraTomás de Vaux era un prodigioso número de

Page 714: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tiendas negras ordinarias de los árabes, que, alparecer, podían albergar, al estilo oriental, a unejército de cinco mil hombres. Numerosos ára-bes y kurdos corrían apresuradamente a con-centrarse, guiando a sus caballos por las rien-das, acompañándoles el ensordecedor tumultode los ruidosos instrumentos músicos militares,que en todas las épocas han enardecido a losárabes para la lucha.

Pronto formaron una enorme y confusa ma-sa de jinetes que, sin montar a caballo, estabandelante del campamento, hasta que, a un estri-dente toque, que se destacó del clamor de lamúsica, cada uno de ellos subió de un salto a sumontura. Una nube de polvo que se levantó enel momento de la maniobra, tapó, a la vista deRicardo y de sus acompañantes, las plameras,las montañas que se divisaban en el horizonte ylas tropas cuyos movimientos habían dado ori-gen a aquella nube que, elevándose sobre suscabezas, tomó fantásticas formas de cúpulas,columnas y minaretes. Del interior de aquella

Page 715: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nubosa cortina surgió otro toque como el ante-rior. Era la señal de avanzar, para la caballería,y ésta emprendió el galope, maniobrando demanera que se puso a la vez dejante, en losflancos y detrás de la pequeña escolta de Ricar-do, la cual quedó cercada y casi ahogada por lanube de espeso polvo que la rodeaba por todaspartes, y a través de la cual se distinguían, devez en cuando, los raros vestidos y las ferocesfacciones de los sarracenos, que blandían suslanzas en todas las direcciones imaginables, sindejar sus gritos salvajes, galopando hasta po-nerse al alcance de las lanzas cristianas muy amenudo, mientras que los que iban detrás dis-paraban flechas por encima de las cabezas delos que iban delante. Una de estas flechas cayósobre la litera de la reina, la cual dio un grangrito, y Ricardo enrojeció de ira por un momen-to.

—¡Ah! ¡San Jorge! —exclamó—. ¡Tendremosque enseñar los dientes a esta escoria de infie-les!

Page 716: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Pero Edith, que iba en otra litera cercana,sacó la cabeza, y cogiendo una de aquellas fle-chas con la mano exclamó:

—Real Ricardo: ¡cuidado con lo que haces!¡Mira que estas flechas no tienen punta!

—¡Qué muchacha tan lista! —exclamó Ri-cardo—. Por Dios, que nos avergüenzas con turapidez de comprensión. No hagáis nada, pues,amigos míos —gritó a su escolta—; estas fle-chas no tienen punta y sus astas no son de ace-ro. Eso no será más que un salvaje recibimientoque nos tributan, a su «tilo, aunque sospechoque les gustaría vernos asustados. ¡Adelantelentamente, y firmes!

Así, pues, la pequeña falange avanzó ro-deada siempre por los árabes, que la acompa-ñaban con su tumultoso vocerío: los arquerosdemostraban su destreza haciendo pasar lasflechas casi rozando las cimeras de los nstianos,pero sin tocarles, mientras que los lanceros seatacaban mutuamente con tanto ímpetu con susarmas sin punta, que más de uno de ellos fue

Page 717: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

lanzado de su caballo, poniendo su vida enpeligro en este arriesgado juego. A pesar deestar destinadas a celebrar la llegada de loseuropeos, tales manifestaciones tenían un ca-rácter algo dudoso a la vista de éstos. Cuandoel rey y su séquito estuvieron a la mitad delcamino del campamento, formando el centro encuyo derredor corría aquel tumultuoso tropelde jinetes gritando, atacándose, galopando yproduciendo una escena de indescriptible con-fusión, se oyó otro toque, y toda aquella infor-me multitud situada detrás y a los lados de lapequeña formación de europeos evolucionó yfuese a situar, en ordenada formación, dispues-tos en larga y ancha columna, detrás de la es-colta de Ricardo, y siguiéndola en profundosilencio. Ahora empezó a disiparse el polvohacia la parte delantera, y divisaron un cuerpode caballería de diferente y más regular aspec-to. Aquellos jinetes llevaban armas ofensivas ydefensivas, y habrían podido servir de guardiapersonal al más exigente de los monarcas orien-

Page 718: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tales. La espléndida formación estaba integradapor quinientos hombres, y cada caballo valía elrescate de un conde; los jinetes eran esclavosgeorgianos y circasianos, en la flor de la juven-tud; sus yelmos y cotas eran de mallas de acero,tan relucientes que parecían de plata; y las fajasde seda, entretejida con oro; los turbantes, ri-quísimos, estaban adornados con plumas ypiedras finas; los puñales y sables eran de acerode Damasco, con empuñaduras y vainas ador-nadas con oro y pedrería.

La espléndida hueste avanzó a los acordesde la música militar, y cuando se encontró conlos cristianos, partió sus filas a derecha e iz-quierda, a fin de que éstos pasaran por en me-dio, entre dos columnas. Ricardo púsose a lacabeza de su formación, convencido de que seacercaba Saladino en persona. No tardó en verque en el centro de aquella guardia personal,rodeado por sus oficiales de cámara y de odio-sos negros guardianes de los harenes orientales,cuya fealdad destaca todavía más merced a la

Page 719: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

riqueza de los vestidos que llevan, venía el sul-tán mostrando el aspecto y las maneras delhombre en cuya frente la Naturaleza ha escrito:«¡Éste es un rey!». Con su blanquísimo turban-te, túnica y anchos calzones orientales y unafaja de seda escarlata, sin ningún adorno, Sala-dino habría podido parecer el más sencillamen-te vestido de sus guardias. Pero un examen másdetenido permitía distinguir en su turbanteaquella inestimable piedra preciosa que lospoetas llamaron Mar de Luz; el diamante enque estaba grabado su sello, y que llevaba en-garzado en una sortija, valía, probablemente,tanto como todas las joyas de la corona de In-glaterra; y un zafiro que remataba el mango desu cangiar, casi valía tanto como el diamante.Añádase que, para protegerse del polvo, que enlas cercanías del Mar Muerto semeja cenizafinísima, o quizá por vanidad oriental, el sultánllevaba una especie de velo, sujeto al turbante,y que obscurecía algo su rostro. Cabalgaba enun caballo árabe, blanco como la leche, que

Page 720: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

parecía tener noción de la noble carga que so-portaba y enorgullecerse de ella.

No fue precisa más presentación. Los dosheroicos monarcas, porque ambos lo eran, des-cabalgaron; las tropas se pararon, cesó la músi-ca, y avanzaron uno hacia el otro, en un pro-fundo silencio, y después de una cortés reve-rencia mutua, se abrazaron como hermanos eiguales. La pompa que exhibían ambas partesno interesaba a nadie en aquellos momentos,pues nadie veía más que a Ricardo y Saladino;ni ellos mismos veían a nadie más. Sin embar-go, en las miradas que Ricardo dirigía a Saladi-no se veía más curiosidad que en las que éstedirigía al primero. El sultán fue quien antesrompió el silencio.

—La llegada de Melech Ric es tan agradablea Saladino como el agua en el desierto. Esperoque no habrá desconfiado de este numerosoejército. Salvo los esclavos armados de miguardia personal, todos los que os contemplancon admiración y os saludan son, hasta el más

Page 721: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

humilde de todos, los nobles privilegiados demis mil tribus. Porque, ¿quién, que pueda re-clamar el derecho de asistir, habría queridoquedar en su casa, cuando existe la posibilidadde ver a un príncipe como Ricardo, cuyo nom-bre inspira tal terror que con él, hasta en losarenales del Yemen, las madres asustan a losniños, y el árabe libre reduce a la obediencia asu caballo díscolo?

—¿Y todos éstos son nobles de Arabia? —dijo Ricardo, contemplando en derredor suyoaquellas salvajes figuras cubiertas con haiks,con los rostros curtidos por los rayos del sol, losdientes blancos como marfil, los ojos negrosbrillantes, con feroz centelleo casi sobrenatural,bajo la sombra de los turbantes, y vestidos conuna simplicidad rayana en la incuria.

—Tienen derecho a este título —dijo Saladi-no—; pero, aunque numerosos, no por ello handejado de ser cumplidas las estipulaciones denuestro acuerdo, puesto que no llevan más ar-

Page 722: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

mas que el sable, y sus lanzas no tienen puntade hierro.

—Me temo —murmuró De Vaux en in-glés— que las hayan dejado en algún lugardonde sea fácil encontrarlas. Una brillante Cá-mara de los Pares, lo confieso, que no cabría nien Westminster Hall.

—Cállate, De Vaux —dijo Ricardo—, te loordeno. Noble Saladino —añadió—: la descon-fianza y tu persona no pueden convivir en unmismo terreno. Mira —dijo señalando las lite-ras—: yo también he traído algunos campeo-nes, y, rompiendo el acuerdo, muy bien arma-dos, porque los ojos claros y los bellos rostrosson armas que no se pueden resistir fácilmente.

El sultán se volvió hacia las literas, se incli-nó tan profundamente como si se hallara decara a La Meca, y besó la arena en señal de res-peto.

—No se asustarán si te presentan a ellas —dijo Ricardo—; ¿por qué no te acercas más a lasliteras, hermano, y se descorrerán las cortinas?

Page 723: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡No lo permita Alá! —dijo Saladino—;porque ni uno solo de los árabes que nos mirandejaría de considerar una vergüenza para estasdamas el verlas con el rostro descubierto.

—Así, pues, real hermano preferirás verlasdespués, en privado —contestó Ricardo.

—¿Con qué fin? —contestó entristecido Sa-ladino—. Tu carta ha sido como el agua para elfuego, respecto a las esperanzas que yo alimen-taba. Por consiguiente, ¿a qué volver a encen-der una llama que puede consumirme, peroque no conduce a nada? Mi primer esclavo ne-gro ha recibido órdenes para atender a las prin-cesas; los oficiales de mi cámara atenderán avuestro séquito, y yo mismo seré el chambelándel real Ricardo.

En efecto, abrió la marcha hacia un esplén-dido pabellón en el que se encontraba todocuanto puede exigir el lujo regio. De Vaux, queacompañó a' rey, le quitó la capa o largo mantoque llevaba Ricardo, y éste quedó ante Saladinocon un vestido ajustado que hacía resaltar más

Page 724: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

la fuerza y las proporciones de su persona,ofreciendo un vivo contraste con las holgadasvestiduras que cubrían la figura del monarcaoriental. El mandoble de Ricardo fue lo queatrajo principalmente la atención de Saladino.Era de hoja ancha, pesada y recta , y llegabadesde los talones hasta el hombro del rey.

—Si no hubiese visto llamear esta espada enel campo de batalla, como la de Azrael —dijoSaladino—, no creería que pudiesen manejarlabrazos humanos. ¿Puedo pedir ver a MelechRic dar un golpe pacífico con ella, simplementecomo una prueba de fuerza?

—Con sumo gusto, noble Saladino —contestó Ricardo. Y mirando en derredor suyo,en busca de algo sobre qué ejercitar su fuerza,vio que uno de sus servidores llevaba una mazade acero con mango del mismo metal, y casi deuna pulgada y media de diámetro. La tomó y lapuso sobre un tajo de madera.

La ansiedad que De Vaux tenía por el honorde su señor le obligó a susurrarle en inglés:

Page 725: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Por la Virgen Santa, mirad lo que os pro-ponéis, señor! ¡Todavía no estáis totalmenterepuesto! ¡No deis esta satisfacción al infiel!

—¡Cállate, loco! —dijo Ricardo, irguiéndosey mirando arrogantemente en derredor suyo—;¿crees que puede fallarme un golpe como ésteen su presencia?

La centelleante espada, empuñada con am-bas manos, se elevó sobre el hombro izquierdodel rey, describió un círculo sobre su cabeza,cayó con la fuerza de una terrible máquina y elmango de la maza se partió en dos pedazos,rodando por el suelo, como una rama partidapor el hacha de un leñador experto.

—¡Por la cabeza del Profeta! ¡Qué maravi-lloso golpe! —dijo el sultán, examinando, conatención de entendido en la materia, los peda-zos de la barra. La hoja de la espada estaba tanbien templada, que el golpe no había dejado lamenor huella en ella. Entonces Saladino tomó lamano del rey, examinó cuidadosamente su ta-maño y su fuerza muscular, y sonrió cuando

Page 726: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

puso al lado de ella la suya propia, tan enjuta ydelgada, tan inferior en carne y nervios.

—Sí, mírala bien —murmuró De Vaux eninglés—; ¡lo que tardarás en poder dar con laayuda de tus dedos de mequetrefe un golpecomo el que has visto, con esa dorada hoz quellevas!

—Silencio, De Vaux —dijo Ricardo—. ¡PorNuestra Señora, que él entiende lo que dices, olo adivina! Te ruego que te expreses más respe-tuosamente.

En efecto, el sultán empezó a decir: —Yotambién quisiera probar... Pero cada país tienesus costumbres, y esto quizá sea nuevo paraMelech Ric.

Y diciendo estas palabras, cogió un almo-hadón relleno de pluma y lo levantó por unapunta.

—¿Puede partir este almohadón tu espada,hermano?

—No, con toda seguridad —contestó elrey—; no existe en el mundo ninguna espada,

Page 727: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ni la Excalibur del rey Arturo, que pueda partirun objeto que opone tan poca resistencia al gol-pe.

—Vamos a verlo, pues —dijo Saladino. Y arremangándose la ropa, dejó al descu-

bierto su brazo, enjuto y delgado, pero que,gracias a su constante ejercicio, se había conver-tido en un haz de músculos, nervios y tendo-nes. Desenvainó su cimitarra, una curva y es-trecha hoja que no relucía como las espadas delos francos, sino que, al revés, tenía un colorazul obscuro, y estaba grabada con infinidad delíneas entrecruzadas en todos los sentidos, locual demostraba el cuidado con que había sidotrabajado aquel metal. Levantó aquella arma,tan inofensiva en comparación con la de Ricar-do, apoyó todo su peso sólo en el pie izquierdo,que tenía ligeramente más adelantado que elotro; y se balanceó un poco, como para asegu-rar el golpe; luego dio, de pronto, un paso ade-lante, puso la cimitarra sobre el almohadón,aplicando el filo tan diestramente y con tan

Page 728: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

poco esfuerzo visible, que más bien pareció queel almohadón se hubiese partido por sí solo queno que hubiese sido cortado.

—Eso es un truco de prestidigitador —dijoDe Vaux avanzando y recogiendo uno de lostrozos del almohadón, como si se quisiera ase-gurar de la verdad del hecho—; en eso hay bru-jería.

Pareció como si el sultán le hubiese com-prendido, porque se desató el velo, lo puso do-blado sobre el filo de la hoja, lo hizo saltar en elaire, y al recogerlo con el arma, quedó partidoen dos trozos, que cayeron volando en direc-ciones diferentes, con lo cual demostró, a lavez, el temple y el corte finísimo del arma y suincomparable habilidad personal.

A fe mía hermano —dijo Ricardo—, quenadie puede comparársete con el manejo de lacimitarra, y que sería muy peligroso un encuen-tro contigo. Pero, a pesar de todo, aún tengo unpoco de confianza en mi buen golpe a la ingle-sa; lo que no podemos hacer por maña, lo

Page 729: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hacemos por la fuerza. Sin embargo, tú eres tanexperto para producir heridas como mi Hakimen curarlas. Confío en que podré ver a mi sabiomédico. Le estoy muy agradecido, y le traigoalgunos pequeños regalos.

Mientras el rey decía estas palabras, Saladi-no se quitó el turbante y púsose un casquetetártaro. Aún no lo había hecho, cuando ya DeVaux quedaba con boca y ojos desmesurada-mente abiertos, y Ricardo no menos admirado,mientras el sultán hablaba con voz. fingida ygrave:

—El poeta ha dicho: «Mientras está enfer-mo, el hombre conoce al médico hasta por elruido de sus pisadas; pero cuando ya está bien,no le reconoce ni mirándole aila cara».

—¡Milagro! ¡Milagro! —exclamó Ricardo. —Alguna jugarreta de Mahoma, sin duda

—dijo Thomas de Vaux. —¡Que no reconociera a mi sabio Hakim —

dijo Ricardo—, simplemente porque le faltaba

Page 730: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

el casquete y el vestido, y que lo encuentretransformado en mi real hermano Saladino!

—Tal ocurren las cosas a menudo, en estemundo —contestó el sultán—. No siempre losandrajos hacen al derviche.

—¿Y fue por tu intercesión por la que aquelCaballero del Leopardo fue salvado de la muer-te, y por industria tuya volvió a su campamen-to, disfrazado?

—Así es —contestó Saladino—. Era lo sufi-cientemente médico para saber que si las heri-das de su honor no sanaban, no podían ser lar-gos los días de su vida. Su disfraz ha sido des-cubierto más fácilmente de lo que yo esperaba,teniendo en cuenta el éxito del mío.

—Un accidente —dijo el rey Ricardo (alu-diendo probablemente al hecho de que aplicósus labios a la herida del supuesto nubio)— mehizo descubrir que su piel estaba teñida artifi-cialmente; y con este descubrimiento, no eramuy difícil adivinar el resto, porque yo nohabía olvidado su rostro ni si figura. Confío en

Page 731: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que él sea mi campeón en el combate de maña-na.

—Está preparado a ello y lleno de esperan-zas —dijo el sultán—. Yo le he dado armas ycaballo, porque después de todo lo que he vistode él en las más varias ocasiones, le tengo porun noble caballero.

—¿Sabe él a quién debe tantos favores? —dijo Ricardo.

—Lo sabe —contestó el sarraceno—. Me viobligado a descubrirle mi verdadera personali-dad, al explicarle mis propósitos.

—Y debe haberos confesado algo —dijo elrey de Inglaterra.

—Nada, explícitamente —contestó el sul-tán—; pero de lo mucho que ha pasado entrenosotros deduzco que ha puesto su amor de-masiado alto para que pueda triunfar.

—¿Y sabíais que su audaz e insolente pa-sión contrariaba vuestros deseos? —dijo Ricar-do.

Page 732: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Muchas razones me lo hacían suponer —dijo Saladino—; pero su amor ya existía antesde que yo formulara mis deseos, y debo agre-gar ahora que seguramente sobrevivirá a ellos.Honradamente, no puedo vengar mi fracaso enquien no tiene culpa alguna de él. ¡Oh! Si esanoble dama le ama a él y no a mí, ¿quién podraimpedir que haga justicia a un caballero de sumisma religión, tan colmado de nobles cuali-dades?

—Pero de condición demasiado baja paraque se alie con la sangre de los Plantagenet —dijo Ricardo orgullosamente.

—Tales pueden ser vuestras máximas en elFrangistán —contestó el sultán—. Nuestrospoetas de Oriente dicen que un camellero vale-roso es digno de besar los labios de una bellareina, mientras que un príncipe cobarde nomerece tocarle ni la orla del vestido. Pero, convuestro permiso, tengo que dejaros para recibiral archiduque de Austria y al otro caballeronazareno, mucho menos merecedores de hospi-

Page 733: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

talidad, pero a quienes debo atender cortés-mente, no por ellos, sino por mi propio honor;ya lo dijo el sabio Lokman: «No digas que hasido perdido el alimento que has dado al foras-tero, porque si bien ha servido para vigorizarsu cuerpo, también servirá para aumentar ypropagar tu honor y tu fama».

El monarca sarraceno salió de la tienda delrey Ricardo, después de indicarle, más con se-ñas que con palabras, dónde estaba el pabellónde la reina y su séquito, y fuese a recibir almarqués de Montserrat y a sus acompañantes,para los cuales con no tanta buena voluntad,pero con igual esplendor, el munífico sultánhabía preparado alojamientos. Saladino hizoservir por separado, y en las tiendas respectivasde sus reales y nobles huéspedes, abundantesbanquetes, tanto al estilo oriental como al euro-peo, y tan complaciente se manifestó con lascostumbres y gustos de sus visitantes, que in-cluso ordenó que unos esclavos griegos sirvie-ran los vasos de vino, de que abominan los ma-

Page 734: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

hometanos. Antes de que Ricardo terminara lacomida, el viejo Abdallah que le llevó la cartade Saladino al campamento cristiano, le presen-tó el programa del ceremonial que rigiría en elcombate del siguiente día. Ricardo, que conocíalos gustos de su antiguo amigo, le invitó ahacer honor a una botella de vino de Shiraz,pero Abdallah le hizo comprender, con aspectoque demostraba lo mucho que le disgustabatener que abstenerse, que arriesgaba su vida siinfringía la prohibición, porque el sultán, aun-que tolerante en muchos aspectos, observabafielmente las leyes del Profeta y exigía con se-veras penas su cumplimiento.

—Pues —dijo Ricardo— si no le gusta el vi-no, que alegra el corazón del hombre, no hayque tener esperanzas de que se convierta, y lapredicción de aquel loco ermitaño de Engaddiserá como paja que se lleva el viento.

El rey se ocupó entonces en fijar el ordendel combate, lo cual le entretuvo mucho rato,

Page 735: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

por cuanto húbose de consultar a las dos partescontrarias y al propio sultán.

Por último se llegó a un acuerdo sobre to-dos los puntos, y se asentó en un protocolo re-dactado en francés y en árabe, que fué firmadopor Saladino como juez de campo, y por Ricar-do y Leopoldo como padrinos de los dos com-batientes. Cuando Omrah se despidió aquellanoche del rey, entro De Vaux.

—El buen caballero —dijo— que lucharámañana, desea saber si esta noche puede rendirhomenaje a su regio padrino.

—¿Le has visto, De Vaux? —dijo el rey, son-riendo—, ¿y no has reconocido en él a un anti-guo amigo?

—Por Nuestra Señora de Lanercost —contestó De Vaux—, que ocurren tantos cam-bios y se producen tantas sorpresas en este pa-ís, que mi pobre cerebro está trastornado. Aduras penas habría reconocido a Sir Kenneth deEscocia, si su fiel perro; que yo tuve en otrotiempo a mi cuidado, no hubiese venido a aca-

Page 736: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

riciarme, y aún he tenido que reconocerle por laanchura de su pecho, la fuerza de sus patas ypor su manera de ladrar, porque el pobre ani-mal va pintado como una cortesana veneciana.

—Entiendes más de animales que de hom-bres, De Vaux —dijo el rey.

—No lo negaré —dijo De Vaux—. Las másde las veces he visto que son más honrados quelos hombres. Además, a Vuestra Gracia tam-bién le gusta llamarme, a veces, con el nombrede un animal; y, por otro lado, estoy al serviciodel León, que, como todo el mundo sabe, es e!rey de los animales.

—¡Por San Jorge, que acabas de romper tulanza contra mi cabeza! —dijo el rey—. Siempredije que tienes algo de talento, De Vaux; lo ma-lo es que haga falta darte un fuerte mazazoantes de que despida alguna chispa. Pero, va-yamos al asunto que nos trae aquí, ¿está bienarmado y equipado ese buen caballero?

—Perfecta y magníficamente, señor —contestó De Vaux—. Yo entiendo de armadu-

Page 737: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

ras: llevará la que el comisario veneciano ofre-ció por quinientos bizantes a Vuestra Alteza,inmediatamente antes de caer enfermo.

—Y que supongo que vendió al infiel sultánpor unos pocos ducados más y al contado.¡Esos venecianos llegarían a vender el SantoSepulcro!

—Jamás podrá llevarse esa armadura poruna causa más noble —dijo De Vaux.

—Gracias a la nobleza del sarraceno —dijoel rey—, y no a la avaricia de los venecianos.

—Ruego a Dios que Vuestra gracia obre conmayor cautela —dijo ansioso De Vaux—. Esta-mos abandonados ya por todos los aliados, acausa de puntillos de honor entre unos y otros;no podemos tener esperanza de triunfar en estepaís, ¡y sólo faltaría que rompiésemos tambiéncon esa República anfibia y perdiésemos la po-sibilidad de retirarnos por mar!

—Iré con cuidado —dijo Ricardo, impacien-te—; pero basta de sermones. Me interesa másque me digas si el caballero tiene confesor.

Page 738: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Lo tiene —contestó De Vaux—; es el ermi-taño de Engaddi, que ya le confesó cuando es-taba condenado a muerte. En estos momentosestá con él; la noticia del combate le ha hechovenir.

—Muy bien —dijo Ricardo; y en cuanto a lapregunta que te ha hecho el caballero, dile queRicardo le recibirá cuando el deber cumplido allado del Diamante del Desierto borre la faltaque cometió al lado del Monte de San Jorge; ycuando vayas allá, entra de paso, a decir a lareina que iré a visitarla en su tienda, y di aBlondel que se reúna allí con nosotros.

Marchóse De Vaux, y al cabo de una horaaproximadamente, Ricardo se envolvió en sucapa, y con el arpa en la mano, se dirigió al pa-bellón de la reina. A su paso encontró a muchosárabes, pero todos bajaban la vista y le abríanpaso, si bien pudo observar que tan pronto co-mo había pasado se volvían a obsérvale. Ello lehizo pensar que su persona les era bien conoci-da, pero que las órdenes del sultán, o bien su

Page 739: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

propia cortesía oriental, les privaba de demos-trar que reconocían a un soberano que deseabapasar desapercibido.

Cuando el rey llegó al pabellón de su reina,lo encontró custodiado por aquellos infelicesfuncionarios que los celos orientales ponen al-rededor de la semana. Blondel paseaba delantede la puerta, por la parte de fuera, y de vez encuando tocaba su arpa, y los árabes que le escu-chaban llevaban el compás con raros movi-mientos y lo acompañabancon voces guturalesy en falsete, enseñando el marfil de sus dientes.

—¿Qué haces ahí con ese rebaño de ganadonegro, Blondel? —dijo el rey—. ¿Por qué noentras en la tienda?

—Porque mi arte no puede prescindir de lacabeza ni de los dedos —dijo Blondel—, y estoshonrados negritos me han amenazado con des-pedazarme si entraba.

—Está bien; entra conmigo —dijo el rey—, yyo te protegeré.

Page 740: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

En efecto, los negros rindieron lanzan y es-padas al rey Ricardo, bajando la vista como sifuesen indignos de mirarle. En el interior delpabellón encontraron a Tomás de Vaux hacien-do compañía a la reina. Mientras Berengariasaludaba a Blondel, el rey Ricardo habló aparte,y en voz baja, con su bella prima.

—¿Todavía estamos enfadados, mi bellaEdith? —le susurró.

—No, mi señor —dijo Edith en un tono losuficientemente bajo para no estorbar la músi-ca—; nadie puede enfadarse con el rey Ricardocuando él se digna mostrarse tal como es enrealidad: generoso, noble, valeroso y honorable.

Y al decir tales palabras, le tendió la mano.El rey la besó en señal de reconciliación, y lue-go añadió:

—Tú crees, mi bella prima, que mi cóleraera injustificada, en esta ocasión; pero te enga-ñas. La pena que impuse a aquel caballero erajusta, porque él hizo traición, prescindiendo delas causas que la motivaron, a la confianza que

Page 741: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

depositamos en él. Pero estoy satisfecho, quizátanto como tú, de poderle dar mañana una oca-sión de rehabilitarse y borrar la mancha que ledeshonraba haciéndola recaer sobre el verdade-ro traidor y ladrón. ¡No! La posteridad podráacusar a Ricardo de impetuoso y arrebatado;pero también dirá que cuando pronunciaba unasentencia era justo cuando debía serlo y cle-mente cuando podía.

—No te ensalces a ti mismo, mi regio primo—dijo Edith—, porque también pueden llamarcrueldad a tu justicia y capricho a tu clemencia.

—Y tú tampoco te enorgullezcas tanto -—dijo el rey—, como si tu caballero, que todavíano se ha puesto la armadura, se la hubiese qui-tado victorioso. Conrado de Montserrat es con-siderado una buena lanza. ¿Qué dirás si el es-cocés perdiera la pelea?

—¡Es imposible! —contestó enérgicamenteEdith—. Con mis propios ojos he visto cómoConrado temblaba y palidecía igual al más bajoladrón; él es culpable, y la prueba del combate

Page 742: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

es una apelación a la justicia de Dios. En uncaso tal, hasta yo misma aceptaría, sin miedo, elcombate.

—¡Por la misa, que creo que lo harías, mu-chacha —dijo el rey—, y que le derrotarías,porque jamás ha existido un Plantagenet másauténtico que tú!

Hizo una pausa, y en tono muy serio aña-dió:

—Sigue acordándote de lo que debes a tunacimiento.

—¿Qué significa esa advertencia, formuladacon tanta solemnidad en este momento? —dijoEdith—. ¿Es que soy tan ligera que pueda olvi-dar mi nombre y mi condición?

—Hablaré con franqueza, Edith —contestóel rey—, y como amigo. ¿Qué será para ti esecaballero, si sale vencedor del combate?

—¿Para mí? —dijo Edith ruborizándose in-tensamente, tanto de vergüenza como de in-dignación—. ¿Qué puede ser para mí, sino unhonorable caballero, digno de todas las merce-

Page 743: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

des que quisiera concederle la reina Berengariasi él la hubiese escogido a ella, en lugar dea otramás indigna? El más humilde caballero puedeconsagrarse al servicio de una emperatriz, perola gloria de su elección —dijo Edith altivamen-te—, debe ser su única recompensa.

—De todas maneras, él ha servido y sufridomucho por ti —dijo el rey.

—Pague sus servicios con honor y aplauso,y sus sufrimientos, con lágrimas —contestóEdith—. Si él hubiese deseado otra recompensa,habría obrado más cuerdamente poniendo suafecto en alguien que estuviese a su mismonivel.

—Así, pues, ¿no llevarías por él la túnicaensangrentada? —dijo el rey Ricardo.

—Tampoco le habría pedido yo que expu-siera su vida en una acción en que había máslocura que honor.

—Las muchachas siempre dicen esas cosas—dijo el rey—; pero cuando el afortunadoenamorado las aprieta con sus galanteos, dicen

Page 744: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

con un suspiro, que el Destino lo había dispues-to así.

—Es la segunda vez que Vuestra Gracia meamenaza con la influencia de mi horóscopo —contestó Edith con dignidad—. Creedme, señor:sea el que fuere el poder de los otros, vuestrapobre parienta no pertenecerá jamás a un infielni a un obscuro aventurero. Permitidme queoiga la música de Blondel, más armoniosa quevuestras reales admoniciones.

El resto de la velada no ofreció nada másdigno de recordación.

¿Oís el gran fragor de la batalla, entrechocar de lanzas y caballos? Gray

CAPÍTULO XXVIII

En virtud de lo ardiente del clima, se convi-no que el combate del juicio, a causa de aquellacircunstancial reunión de hombres de varias

Page 745: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

naciones en el Diamante del Desierto, empeza-ra una hora después de la salida del sol. El granpalenque, que se construyó bajo la vigilanciadel Caballero del Leopardo, rodeaba un espaciode arena dura, de ciento veinte yardas de largopor cuarenta de ancho. Se extendía longitudi-nalmente de Norte a Sur, a fin de que amboscombatientes estuvieran en igual situación,respecto al sol naciente. El regio sitial de Sala-dino se había erigido en la parte occidental delcercado, y precisamente en el centro, donde secalculaba que se encontrarían los dos comba-tientes en la fase decisiva de la lucha. En la par-te opuesta se erigió otro estrado, protegido porcelosías por todos lados, a fin de que las damaspudiesen seguir el combate, sin ser vistas. Encada extremo del campo se dispusieron en elvallado puertas que podían abrirse o cerrarse, avoluntad. Igualmente, se instalaron unos tro-nos, pero dándose cuenta el archiduque de queel suyo era más bajo que el del rey Ricardo, senegó a ocuparlo; y Corazón de León, que se

Page 746: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

habría conformado a todo con tal de que no sesuspendiera o aplazara el combate por un pun-tillo de etiqueta, transigió en seguida en que lospadrinos permanecieran montados a caballomientras durara la prueba. A un extremo delcampo se situaron las fuerzas que acompaña-ban a Ricardo, y en el otro las del acusado Con-rado. Alrededor del trono destinado al sultánse alineó su magnífica Guardia Georgiana, y elresto del vallado fue ocupado por curiosos cris-tianos y árabes.

Mucho antes del alba, el campo ya estabarodeado por un número de sarracenos mayordel que acompañó al sultán el día antes. Cuan-do se elevó sobre el desierto el primer rayo delmagnífico sol, el propio sultán dio la voz de «¡Ala oración!, ¡a la oración!», contestada por todosaquellos que por su categoría o su fervor podí-an actuar de muecines. Fue un imponente es-pectáculo ver a aquella multitud de soldadosprosternarse para pronunciar sus oraciones decara a La Meca. Pero cuando se levantaron del

Page 747: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

suelo, los rayos del sol, que aumentaban pormomentos, parecieron confirmar las sospechasque expresara el señor de Gilsland la nocheanterior. El sol se reflejaba en las lanzas de losárabes, a las cuales, a pesar de estar desarma-das el precedente día, les habían sido restitui-dos los hierros. De Vaux hizo observar estacircunstancia al rey, quien le contestó enérgi-camente que tenía confianza absoluta en labuena fe del sultán, pero que, si temía algúnpeligro para su miserable cuerpo, podía retirar-se.

Poco rato después se oyó el redoble de tam-bores, y todos los jinetes sarracenos descabalga-ron, y se prosternaron, como si se dispusiera ahacer una segunda oración matinal. Ello notenía otro objeto que hacer que la reina, conEdith y sus damas, pasaran desde el pabellón ala tribuna, levantada para ellas. Cincuentaguardias del serrallo de Saladino las escoltabancon los sables desenvainados, con la orden dedespedazar a quienquiera que, príncipe o cam-

Page 748: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pesino, se atreviera a mirarlas al pasar o hicieraademán de levantar la cabeza mientras no cesa-ra la música, como señal de que las damas ya sehabían acomodado en su tribuna, sin que nin-guna mirada indiscreta se hubiese dirigido aellas.

Estas supersticiosas muestras de respeto a lamujer sugirieron a la reina algunas observacio-nes críticas, nada favorables para el sultán y supaís. Pero su caverna, como llamó la reina aaquella tribuna cerrada por las celosías y guar-dada por las cimitarras de los esclavos, la obli-gó a contentarse con mirar, renunciando enaquella ocasión al placer, más exquisito aúnpara una mujer: el de ser vista.

Entretanto, los padrinos de los combatientesfueron, como era su deber, a cerciorarse de queambos estaban provistos de todas las armas ypreparados para el combate. El archiduque deAustria no tenía mucha prisa en cumplir estaparte del ceremonial, porque la noche anteriorhabía hecho gran consumo de vino de Shiraz.

Page 749: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Pero el Gran Maestre del Temple, mucho másinteresado en el éxito del combate, se presentómuy temprano ante la tienda de Conrado deMontserrat. Con gran sorpresa suya, los guar-dias le negaron la entrada.

—¿Es que no me conocéis, necios? —preguntó, irritado, el Gran Maestre.

—Sí, valerosísimo y reverendo Gran Maes-tre —contestó el escudero de Conrado—; peroni siquiera vos podéis entrar en este momento:el marqués va a confesarse.

—¡Confesarse! —exclamó el Templario, enun tono en que se mezclaban la alarma con lasorpresa y el desdén—. ¿Y con quién, si puedesaberse?

—Mi amo me ha ordenado que lo mantengasecreto —dijo el escudero.

En vista de lo cual, el Gran Maestre le dioun empujón, y entró en la tienda violentamen-te.

Page 750: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El marqués de Montserrat estaba arrodilla-do a los pies del ermitaño de Engaddi, y se dis-ponía a empezar la confesión.

—¿Qué significa eso, marqués? —dijo elGran Maestre—. Levantaos, ¿no os da vergüen-za...? Y si es que necesitáis confesión, ¿no estoyyo aquí?

—Ya me confesé demasiado a menudo convos —contestó Conrado, intensamente pálido ycon temblorosa voz—. Por el amor de Dios,Gran Maestre, idos y dejadme abrir la concien-cia a este santo varón.

—¿En qué es más santo que yo? —dijo elGran Maestre—. Ermitaño, profeta y loco: di-me, si te atreves, en qué eres superior a mí.

—Hombre temerario y loco —contestó elermitaño—: has de saber que yo soy la reja através de la cual pasa la luz divina que iluminaa los demás sin que, por desgracia, me ayudeen nada a mí. Tú eres como un postigo de hie-rro, que ni recibe luz ni deja que los demás lareciban.

Page 751: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Basta de sermones, y lárgate de esta tien-da —dijo el Gran Maestre—; el marqués no seconfesará si no es conmigo, porque no Vne mo-veré de su lado.

—¿Es ésa vuestra voluntad? —dijo el ermi-taño a Conrado—; porque no imaginéis que hede obedecer a este orgulloso, si continuáis de-seando mi asistencia.

—¡Ay! —dijo Conrado indeciso—. ¿Quéqueréis que os diga! Idos un momento, ya nosveremos luego.

—¡Oh, maldición! —exclamó el ermitaño—.¡Eres un asesino de almas!... ¡Adiós, desgracia-do! ¡No hasta luego, sino hasta que nos volva-mos a encontrar, no importa dónde! Y en cuan-to a ti —agregó dirigiéndose al Gran Maestre—,¡TIEMBLA!

—¡Que tiemble! —contestó el templariodesdeñosamente—. ¡No podría, aunque quisie-ra!

El ermitaño no oyó esta respuesta, porqueya había salido de la tienda.

Page 752: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Vamos, pues! Empieza pronto con tu his-toria —dijo el Gran Maestre—, ya que necesitasde estas tonterías. Pero, oye: me parece que mesé de memoria todos tus pecados, de maneraque te puedes ahorrar los detalles, lo cual seríaalargar demasiado la cuestión. Vale más empe-zar por la absolución. ¿A qué contar las man-chas de las manos cuando vamos a lavarlas?

—Sabiendo quién eres tú —dijo Conrado—,es una blasfemia que hables de perdonar a losdemás.

—Eso no está conforme con los cánones, se-ñor marqués —dijo el templario—; eres másescrupuloso que ortodoxo. La absolución queda un sacerdote pecador, surte los mismos efec-tos que si la diera un santo... Por otra parte,¡que Dios se apiade del propio penitente! ¿Quéherido se preocupa de si tiene las manos lim-pias, o no, el cirujano que explora sus heridas?¿Qué? ¿Pronunciamos la fórmula?

—No —dijo Conrado—. Prefiero morir in-confeso a hacer burla del sacramento.

Page 753: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Vamos, noble marqués, —dijo el templa-rio—: ánimo, y no habléis de esa manera. De-ntro de una hora habréis triunfado en el comba-te; o bien os confesaréis con el yelmo, como unbuen caballero.

—¡Ay, Gran Maestre! —contestó Conrado—, Todo es de mal agüero en este asunto. La ex-traña manera de descubrirme, mediante el ins-tinto de un perro, la resurrección de ese caba-llero escocés, que aparece en la liza como unespectro... todo es de mal agüero.

—¡Quiá! —dijo el templario—; te he vistoromper tu lanza contra él en un torneo, y pocadiferencia existe entre uno y otro. Hazte al pen-samiento de que sólo se trata de un torneo, y¿quién se porta en ellos mejor que tú?... Venid,escuderos y armeros: el señor tiene que armarsepara salir a la lucha.

Con lo cual entraron los servidores, y em-pezaron a armar al marqués.

—¿Qué tiempo hace? —dijo Conrado.

Page 754: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Un sol muy apagado —contestó un escu-dero.

—Ya lo vez, Gran Maestre —dijo Conra-do—: nada nos sonríe.

—Ello hará que combatas con más sereni-dad, hijo mío —contestó el templario —; demosgracias a Dios, que suaviza el sol de Palestina,para ventaja tuya.

De esta manera bromeaba el Gran Maestre;pero sus bromas habían perdido toda influen-cia sobre el ánimo del marqués, y, a pesar detodos los esfuerzos que hizo para parecer ale-gre, el pesimismo de Conrado se contagió altemplario.

—Este follón —pensaba— se dejará vencerpor eso que él llama escrúpulos de conciencia, yque no son más que cobardía y desaliento. Alcombate debería haberme presentado yo, por-que en mí no hacen mella los presentimientosni las visiones, y en mis propósitos soy másfirme que una roca. Dios quiera que el escocésle deje muerto en el mismo campo; sería lo me-

Page 755: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

jor que podría hacer, si es que ha de ganar. Pe-ro, ocurra lo que ocurra, no tendrá otro confe-sor que yo; nuestros pecados son comunes, ypodría ser que confesara mi parte al confesar lasuya.

Mientras ocupaban su mente estos pensa-mientos, ayudaba, en silencio, a armar al mar-qués.

Llegó la hora, al fin; resonaron las trompe-tas; los caballeros entraron armados de pies acabeza en la liza, cabalgando como dos cam-peones que van a luchar por el honor de unreino. Llevaban levantada la visera, y dierontres vueltas al campo, para que les viesen losespectadores. Ambos eran de buena com-plexión y noble presencia, pero en la frente delescocés resplandecía una aureola de viril segu-ridad e incluso de alegre esperanza, mientrasque Conrado, a pesar de los esfuerzos de suorgullo natural, parecía tener la frente obscure-cida por una nube de mal augurio. Hasta sucaballo de guerra parecía trotar con menos lige-

Page 756: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

reza y ardor que el noble caballo árabe en quecabalgaba Sir Kenneth; y el Spruch-sprecher mo-vió la cabeza de un lado para otro al ver que elescocés daba la vuelta a la liza siguiendo ladirección del sol, es decir: de derecha a izquier-da, y que el acusado hacia el mismo circuitowiddersins, esto es, de izquierda a derecha, locual era, en la mayoría de los países, un malpresagio.

Adosado a la tribuna que ocupaba la reina,se había erigido un altar provisional, a cuyolado estaban el ermitaño, que vestía el hábitode la Orden Carmelitana, y otros varios religio-sos. Los padrinos de los dos campeones lesacompañaron al altar, uno después de otro.Ante él, pie en tierra, cada uno de los dos caba-lleros proclamó la justicia de su causa, con so-lemne juramento sobre los Evangelios, y rogó alCielo que le concediera la victoria, de confor-midad con la verdad o la falsedad del juramen-to que acababa de prestar. Igualmente juraronluchar como caballeros y con las armas ordina-

Page 757: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

rias, sin recurrir a sortilegios, ni talismanes, niarte de magia para obtener la victoria. El esco-cés pronunció el juramento con voz viril y fir-me, y con ademán decidido y alegre. Cuandohubo cumplido con esta formalidad, elevó lavista a la tribuna, y se inclinó profundamentecomo para rendir homenaje a las invisibles be-llezas que estaban detrás de las celosías. Luego,aunque la armadura pesaba mucho, saltó ágil-mente a su caballo sin usar del estribo, y dirigóel corcel, en rápidas y sucesivas evoluciones,hacia la parte del campo que le estaba destina-da. Conrado también se presentó ante el altarbastante animoso, pero al pronunciar el jura-mento, su voz se oyó sorda y profunda, como siel yelmo le ahogara. Cuando pidió a Dios queconcediera la victoria a la justicia, sus labiospalidecieron al pronunciar aquella impiedad. Y,al volverse para montar de nuevo, se le acercóel Gran Maestre, como si quisiera arreglarlealguna pieza de la gorguera, y le dijo en vozbaja:

Page 758: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¡Cobarde y loco! Anímate y procura lu-char bravamente: porque, en caso contrario,¡por el Cielo, te digo que si te escapas de él, note escaparás de mí!

La salvaje entonación con que fueron dichasestas palabras aumentó, posiblemente, la con-fusión y la agitación nerviosa del marqués,porque al disponerse a subir al caballo tropezó;se irguió rápidamente y saltó a la silla con suagilidad ordinaria, haciendo admirar su destre-za en la equitación mientras se dirigía hacia elotro extremo del campo, frente a su retador;pero el accidente no pasó desapercibido a losque observaban atentamente buscando descu-brir presagios, y a partir de aquel incidente yase dio por descontado el resultado de la jorna-da.

Después de una solemne plegaria para queDios hiciera manifiesta la verdad, lo sacerdotessalieron del campo. Las trompetas del retadorsonaron, alegres, y un heraldo proclamó, en elextremo oriental de la liza;

Page 759: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Hay aquí un buen caballero, Sir Kennethde Escocia, que luchará en nombre del rey Ri-cardo de Inglaterra, el cual acusa al marquésConrado de Monserrat de alta traición y ofen-sas a dicho rey.

Cuando las palabras Kenneth de Escociahubieron anunciado el nombre y carácter delluchador, que en general eran desconocidos, losque acompañaban al rey Ricardo prorrumpie-ron en grandes y clamorosas aclamaciones, y apesar de las repetidas órdenes para que se res-tableciera el silencio, casi fue imposible oír larespuesta del acusado. Éste, por supuesto, de-claróse inocente, y ofreció su cuerpo para de-mostrarlo en combate. Entonces se acercaronlos escuderos de los combatientes, y entregarona cada uno de ellos su escudo y su lanza, y lesayudaron a colgar el escudo del cuello, a fin deque les quedasen las manos libres: una paramanejar las riendas, y la otra para empuñar lalanza.

Page 760: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

El escudo del escocés llevaba su antigua di-visa: el leopardo, pero con la adición de un co-llar con una cadena rota, aludiendo a su recien-te estado de esclavitud. El escudo del marquésostentaba, haciendo referencia a su título, unamontaña roqueña y con cumbres como losdientes de una sierra. Cada uno de ellos levantóla lanza, como para asegurarse del peso y ba-lanceo de un arma a la que no estaban acos-tumbrados, y luego la pusieron en el ristre. Lospadrinos, heraldos y escuderos se retiraron delcampo de combate y los combatientes, enfren-tados uno en cada extremo del campo, con lalanza dispuesta al ataque y la visera calada,perdida completamente la forma humana bajola armadura, más bien parecían estatuas dehierro que seres de carne y hueso.

El expectante silencio era general. Los cir-cunstantes contenían la respiración, y todo suinterés se les veía en los ojos; sólo se oían losrelinchos y el piafar de los caballos, que, cons-cientes de lo que iba a ocurrir, estaban impa-

Page 761: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

cientes por lanzarse al ataque. Así estuvieroncosa de tres minutos, cuando, a una señal dadapor el sultán, cien instrumentos llenaron el am-biente con sus clamores, y cada campeón clavólas espuelas a su caballo, le soltó las riendas, yambos se lanzaron al galope, hasta que los doscaballeros se encontraron en mitad del campo,con un estruendoso choque. La victoria no eradudosa: no lo fue ni por un solo momento.Conrado demostró ser, naturalmente, un exper-to guerrero, porque embistió a su adversario enel centro del escudo, dirigiendo la lanza confuerza y acierto, pero el arma se rompió en pe-dazos hasta la manopla. El caballo de Sir Ken-neth retrocedió dos o tres yardas y cayó sobresus ancas; pero el jinete le levantó pronto conlas riendas. Pero para Conrado, la situación notenía remedio. La lanza de Sir Kenneth le habíaatravesado el escudo, que era de plancha deacero de Milán, le había perforado un secret ocota de mallas que llevaba debajo del coselete,y le había abierto una profunda herida en el

Page 762: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pecho, derribándole al suelo con un trozo delanza clavado en el cuerpo. Los padrinos,heraldos y el propio Saladino, que bajó de sutrono, se congregaron alrededor del herido;mientras, Sir Kenneth, que desenvainó su es-pada antes de saber que su adversario habíaquedado fuera de combate, le conjuraba a queconfesara su culpa. Rápidamente le quitaron elyelmo, y el herido, con los ojos empañadosvueltos hacia el cielo, dijo:

—¿Qué más queréis, aún? Dios ha decididocon justicia: soy culpable; pero en el campa-mento existen traidores peores que yo. Porcompasión a mi alma, traedme un confesor.

Se reanimó, al pronunciar estas últimas pa-labras.

—¡El talismán!» el poderoso remedio, realhermano! —dijo el rey Ricardo a Saladino.

—El traidor —contestó el sultán— más me-recería que le sacaran del campo arrastrado porlos pies para llevarle a la horca, que no que seaproveche de las virtudes de aquel remedio. Y

Page 763: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

leo en su rostro algo fatal —añadió, después demirarle fijamente—, porque, a pesar de que laherida no es mortal, en la frente de este misera-ble veo la marca de Azrael.

—Sin embargo —dijo Ricardo—, os ruegoque hagáis por él cuanto podáis, para que, porlo menos, tenga tiempo de confesarse. ¡No ma-temos el cuerpo y el alma! Para él, puede tenermás valor media hora de tiempo que diez milveces la vida del más viejo patriarca.

—El deseo de mi real hermano será obede-cido —dijo Saladino— Esclavos: llevad a esteherido a nuestra tienda.

—No —dijo el Templario, que hasta aquelmomento había estado contemplando en acti-tud sombría lo que pasaba—. El real duque deAustria y yo no permitimos que este infortuna-do príncipe cristiano sea entregado a los sarra-cenos para que puedan ensayar sus sortilegiosen él. Somos sus padrinos, y pedimos que seaconfiado a nuestros cuidados.

Page 764: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Así, pues, ¿rechazáis la seguridad que seos da de curarle? —dijo Ricardo.

—No tanto —dijo el Gran Maestre, medita-bundo—. Si el sultán usa de medicinas legales,podrá atender al paciente en mi tienda.

—Hazlo, te lo ruego, buen hermano —dijoRicardo a Saladino—, aunque se conceda elpermiso tan a regañadientes... Pero ahora va-mos a otra tarea más gloriosa. ¡Qué resuenenlas trompetas! ¡Vitoread, ingleses, al campeóndel honor de Inglaterra!

Atabales, clarines, trompetas y címbalos to-caron a la vez, y el penetrante y regular vítorcon que a través de los siglos han aclamado losingleses resonó entre el vocerío estridente eirregular de los árabes, como el diapasón delórgano entre los aullidos del temporal.

Por último, se restableció el silencio. —Bravo Caballero del Leopardo —dijo Co-

razón de León—: tú has demostrado que eletíope puede cambiar su piel y el leopardo la-var sus manchas, a pesar de que los sabios citen

Page 765: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

las Escrituras para demostrar lo contrario.Otras cosas tengo que decirte cuando te hayaacompañado a presencia de las damas, que sonlos mejores jueces y las que mejor saben pre-miar las gestas de caballería.

El caballero del Leopardo se inclinó en señalde asentimiento.

—Y tú, príncipe Saladino, debes ir a salu-darlas también. Te aseguro que nuestra reinano creerá que haya sido bien recibida, si no ledas ocasión para darte las gracias por el realrecibimiento que nos has dispensado.

Saladino inclinó la cabeza en señal de agra-decimiento, pero declinó la invitación.

—Debo asistir al herido —dijo—. El médicono abandona al enfermo, como el campeón noabandona la liza, aunque le llamen desde elParaíso. Y, además, sabe rey Ricardo, que enOriéntela sangre no circula con tanta calma,delante de una belleza, como en vuestro país.Sobre este particular, el Libro dice: «El ojo deella es como el filo de la espada del Profeta:

Page 766: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

¿quién se atreverá a mirarlo? Quien no quieraabrasarse, que evite pasar sobre el fuego: elhombre cuerdo no pone a secar el lino delantede una antorcha encendida». El sabio ha dicho:«¿Quien ha perdido un tesoro no obrará cuer-damente si vuelve la cabeza a mirarlo».

Como puede suponerse, Ricardo respetó losmotivos de delicadeza originados por costum-bres tan diferentes de las suyas propias, y noinsistió más.

—Espero que a mediodía —dijo el sultán, almarcharse—, aceptaréis una comida bajo latienda de piel de camello negro de un jefe kur-do.

La misma invitación cursóse a todos loscristianos que por su categoría podían ser invi-tados a una fiesta de príncipes.

—¡Mira! —dijo Ricardo—. Los tamboresanuncian que nuestra reina y su séquito salende su tribuna, y fíjate cómo todos los turbantesse bajan hasta el suelo, como tocados por elángel exterminador; ¡todos yacen postrados,

Page 767: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

como si la mirada de los ojos de un árabe pu-diese marchitar la tersura de la mejilla de unadama! ¡Vamos! Dirijámonos hacia el pabellón, yacompañemos a nuestro campeón en triunfo.¡Qué lástima que el noble sultán no conozcamás amor que el de los seres inferiores!

Blondel templó su arpa para saludar con unhimno al triunfador, en el momento en quepenetrara en el pabellón de la reina Berengaria.Entró Kenneth acompañándole, uno a cadalado, Ricardo y Tomás de Longsword, y searrodilló airosamente delante de la reina, a pe-sar de que casi todo su homenaje iba silencio-samente dedicado a Edith, que estaba sentada ala derecha de la soberana.

—Desarmadle, mis señoras —dijo el rey,que disfrutaba en la ejecución de estas caballe-rescas costumbres—. ¡Que la Belleza honre a laCaballería! Quítale las espuelas, Berengaria;aunque seas reina, le debes tantas pruebas defavor como puedes darle... Edith: desátale elyelmo; ¡se lo desatarás con tu propia mano,

Page 768: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

aunque tú seas la más altiva de los Plantagenet,y él el caballero más pobre de la Tierra!

Ambas damas obedecieron las órdenes delrey: Berengaria con precipitada solicitud, comosi tuviera prisa por complacer el antojo de suesposo; y Edith ruborizándose y palideciendoalternativamente, mientras lenta y torpementedesataba, ayudada por Longsword, las atadu-ras que sujetaban el yelmo a la gorguera.

—¿Y qué esperáis ver salir de dentro de esecasco de hierro? —dijo Ricardo en el momentoen que fue retirado el yelmo, quedando descu-bierta la noble cabeza de Sir Kenneth, con surostro encendido por el calor del combate y, nomenos, por la emoción de aquel momento—.¿Qué pensáis de él, bizarros caballeros y bellasdamas? ¿Se parece al esclavo nubio, o tiene lacara de un obscuro e innominado aventurero?¡No, por mi buena espada! Aquí terminan susvariados disfraces. Ha hincado la rodilla delan-te de vosotras, como desconocido, salvo por suvalor; pero se levanta tan honorable por el

Page 769: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

nombre como por la fortuna. ¡El aventurerocaballero Kenneth se levanta siendo el condeDavid de Huntingdon, príncipe heredero deEscocia!

Prodújose una exclamación general de sor-presa, y a Edith se le cayó de las manos el yel-mo que acababan de entregarle.

—Sí, nobles señores —dijo el rey—: ésa es laverdad. Ya sabéis cómo faltó Escocia a la pala-bra empeñada de enviarnos a este valienteconde acompañado de una hueste formada delos mejores y más ilustres guerreros del paíspara ayudarnos a la conquista de Palestina.Este noble joven, que habría sido el jefe de losCruzados escoceses, sintió que su brazo tuvieraque estar ausente de la guerra santa, y se reuniócon nosotros en Sicilia con un pequeño grupode amigos y fieles sirvientes, al que se sumaronvarios compatriotas suyos, para quienes eradesconocida la categoría de su jefe. Los queestaban en el secreto del príncipe heredero mu-rieron todos, menos un viejo escudero, y su

Page 770: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

secreto, guardado demasiado bien, me hizocorrer el peligro de hacer desaparecer, en lapersona de un aventurero escocés, una de lasmás nobles esperanzas de Europa. ¿Por qué noos dabais a conocer, noble Huntingdon, cuandoestabais en peligro a causa de mi precipitada yapasionada sentencia? ¿Es que pudiste pensarque Ricardo era capaz de abusar de la ventajaque tenía sobre el heredero de un rey que mu-chas veces ha sido enemigo nuestro?

—No os hice esa injusticia, rey Ricardo —contestó el conde de Huntingdon—; pero miorgullo me prohibía declararme príncipe deEscocia para salvar mi vida, que yo mismo pu-se en peligro por faltar a la lealtad. Y, además,yo había hecho voto de conservar incógnita micondición hasta que se hubiese realizado laCruzada; y no lo descubrí a nadie, salvo in arti-culo mortis, y bajo el secreto de confesión, aaquel reverendo ermitaño.

—Así, pues, ¿fue a causa del conocimientode este secreto, por lo que aquel santo varón

Page 771: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

insistió tanto para que yo revocara mi cruelsentencia? —dijo Ricardo—. Bien decía él que,si este bravo caballero moría por orden mía,después habría deseado yo dar un miembro demi cuerpo por no haberlo hecho. ¡Un miembro!¡La vida, habría deseado dar para recuperar lasuya! Porque el mundo habría podido decir queRicardo había abusado de la condición en queel heredero de Escocia se había colocado, con-fiando en mi generosidad...

—Pero, ¿puede Vuestra Gracia decirnos porqué rara y feliz casualidad ha descubierto al finese secreto? —dijo la reina Berengaria.

—Recibimos cartas de Inglaterra —dijo elrey— por las que supimos, entre otras noticiasdesagradables, que el rey de Escocia había de-tenido a tres de nuestros nobles en ocasión deque éstos iban a la peregrinación de San Ni-nian; y alegó, como motivo para hacerlo, que suheredero, que él creía luchando al lado de losCaballeros Teutónicos contra los infieles deBarussia, se encontraba, en realidad, en nuestro

Page 772: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

campamento, y en nuestro poder; y, por consi-guiente, Guillermo se proponía guardar aque-llos nobles en calidad de rehenes para garanti-zar la seguridad de su hijo. Ello me dio la pri-mera luz respecto a la verdadera personalidaddel Caballero del Leopardo; y mis sospechasfueron confirmadas por De Vaux, quien, a suregreso de Ascalon, trajo consigo al último sir-viente que quedara del conde de Huntingdon,un escuálido esclavo que recorrió treinta millaspara revelar a De Vaux un secreto que deberíahaberme comunicado a mí.

—Debe perdonarse al viejo Strauchan —dijoel señor de Gilsland—. El sabía por experienciaque mi corazón es un poco más blando que sime llamara Plantagenet.

—¿Blando, tu corazón? ¡La blandura delhierro viejo y de las rocas de Cumberland, tie-nes tú! —exclamó el rey—. Nosotros, los Plan-tagenet, somos quienes podemos presumir decorazones blandos y sensibles.

Page 773: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

Y volviéndose hacia su prima, con expre-sión que la hizo afluir la sangre a las mejillas,dijo:

—Edith: dame tu mano, mi bella prima; ytú, príncipe de Escocia, dame la tuya.

—Cuidado, señor —dijo Edith, retrocedien-do y procurando disimular su confusión bro-meando con la credulidad de su pariente—:¿recordáis que mi mano había de servir paraconvertir en cristianos a los sarracenos y árabes,a Saladino y a todo su ejército de turbantes?

—Sí, pero el viento de la profecía ha cam-biado de rumbo, y sopla ahora de otro cuadran-te —contestó Ricardo.

—No os burléis, ni penséis que han prevale-cido vuestros afectos —exclamó el ermitaño,adelantándose—. La hueste celestial sólo escri-be verbales en sus resplandecientes registros;son los ojos humanos quienes son demasiadodébiles para entender un recto sentido. Sabedque la noche en que Saladino y Kenneth deEscocia durmieron en mi cueva, leí en los astros

Page 774: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

que bajo mi techo se encontraba un príncipeque era el enemigo natural de Ricardo, y que sudestino estaba unido al de Edith Plantagenet.¿Cómo podía dudar yo de que se trataba delsultán, al que conocía perfectamente porqueotras veces me había venido a visitar parahablar de la revolución de los cuerpos celestes?Por otra parte, las luces del firmamento pro-clamaban que el principe én cuestión, el esposode Edith Plantagenet, sería un cristiano; y yo,¡pobre e ignorante intérprete!, imaginé entoncesla conversión del noble Saladino, cuyas buenascualidades parecían, a veces, inclinarle haciauna fe mejor. La evidencia de mi ignorancia meha humillado hasta el polvo; pero en el polvohe encontrado consuelo. ¡No supe leer recta-mente el destino de los demás! Luego, ¿quiénme asegura que no me equivocara, también, alcalcular el mío propio? Dios no quiere que pe-netremos en sus secretos designios o que des-cubramos sus arcanos misterios. Debemos es-perar el momento que Él quiera señalarnos,

Page 775: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

velando y orando, con temor y esperanza. Hevenido aquí siendo un severo vidente y un or-gulloso profeta, pensando ser docto consejerode príncipes y dotado hasta de poderes sobre-naturales, agobiado por un peso que sólo mishombros pueden soportar. ¡Pero se han rotomis ataduras! Me voy humilde en mi ignoran-cia, arrepentido... y sin haber perdido la espe-ranza.

Con estas palabras se retiró de la reunión; yes fama que desde aquella ocasión fueron másraros sus frenéticos arrebatos, que su penitenciaadquirió un carácter más sosegado y que laacompañaban más gratas esperanzas para elporvenir. Hasta en la misma locura existe tantoamor propio, que la idea de haber creído y ma-nifestado a los demás con tanta seguridad unapredicción infundada pareció actuar, lo mismoque una sangría en el cuerpo humano, en elsentido de contener y reducir la fiebre de aquelcerebro. Es inútil detallar más lo que ocurrió en la tien-

Page 776: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

da real, o inquirir si el conde David de Hun-tingdon fue tan mudo en presencia de EdithPlantagenet como cuando se vio obligado adesempeñar el papel de obscuro e innominadoaventurero. Puede muy bien creerse que enton-ces expresó en toda su intensidad el amor quetan difícil le fuera antes manifestar con pala-bras.

Poco faltaba para mediodía; y Saladino es-peraba a los príncipes cristianos para recibirlesen su tienda, que sólo por su magnitud se dife-renciaba de la de cualquier otro guerrero kurdoo árabe. En el interior de su vasto y negro toldo,se había dispuesto un banquete al fastuoso esti-lo oriental, sobre alfombras de los más ricostejidos, rodeadas de almohadones para los invi-tados. Pero no nos entretengamos en describirlos tejidos de oro y plata, los magníficos borda-dos en arabesco, las gasas de Cachemira y lasmuselinas de la India, esparcidos profusamenteen la tienda. No hablemos, tampoco, de los di-ferentes dulces, guisos orillados de arroz colo-

Page 777: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

reado de diferentes maneras, ni de todos losdemás refinamientos de la cocina oriental: cor-deritos enteros asados, caza y pollería servidosa discreción, en grandes fuentes de oro, de pla-ta y porcelana, con grandes vasos de sorbeterefrescado con nieve y hielo de las cavernas delmonte Líbano. Un montón de magníficos coji-nes en la parte central del banquete parecíadestinado al anfitrión y a todos los dignatariosque éste quisiera distinguir con un lugar dehonor; del techo de la tienda, y principalmentesobre el lugar de preferencia, colgaban multi-tud de banderas y estandartes, trofeos de bata-llas ganadas por Saladino y de reinos que élhabía conquistado. Pero de entre todas se des-tacaba una larga lanza con un gallardete, laBandera de la Muerte, con esta impresionanteinscripción: «Saladino, rey de reyes; Saladino, ven-cedor de vencedores; Saladino debe morir». Entretodo aquel aparato, los esclavos que habíanpreparado el festín permanecían silenciosos einmóviles, con la cabeza baja y los brazos cru-

Page 778: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

zados, como estatuas o autómatas que esperanque el artífice los ponga en movimiento.

Mientras aguardaba la llegada de sus nobleshuéspedes, el sultán, imbuido, como otros mu-chos, de las supersticiones de su tiempo, exa-minaba un horóscopo y un pergamino con ésterelacionado, que le hizo entregar el ermitaño deEngaddi, al marchar del campamento.

—¡Extraña y misteriosa ciencia —murmurópara sí—, que, al pretender levantar el velo delo por venir, haces extraviar a los que parecesguiar, y obscureces la escena que pretendesiluminar! ¿Quién no habría dicho que yo era elpeor enemigo de Ricardo, cuya enemistad de-bía terminar casándome yo con su prima? Y,sin embargo, parece que la unión entre ese va-leroso conde y aquella dama restablecerá laamistad entre Ricardo y Escocia, la cual es unenemigo más peligroso que yo, lo mismo queun gato salvaje en una habitación es más detemer que un león en el lejano desierto. Pero —agregó— la conjunción también decía que él

Page 779: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

sería cristiano... ¡Cristiano! —repitió después debreve pausa—. Eso es lo que hacia creer a aquelloco astrólogo fanático que yo podía renunciara mi fe. Pero a mí, el creyente en nuestro Profe-ta, esta circunstancia debería haberme hechocomprender la verdad. Yace aquí, misteriosopergamino —añadió metiéndolo debajo de unmontón de almohadones—; raras son tus profe-cías, y fatales, porque, a pesar de ser ciertas,producen los efectos de una mentira a todos losque intentan descifrar su significado... Pero,¿qué es eso? ¿Qué significa esta intromisión?

Se dirigía al enano Nectabanus, que penetroen la tienda presa de extraordinaria agitación,con el rostro trasmudado por el horror, lo cualle hacía aparecer más terriblemente feo todavía;con la boca abierta, los ojos centelleantes y lasmanos, de enjutos y deformados dedos, tendi-das hacia adelante, en medrosa actitud.

—¿Qué ocurre? —dijo el sultán en tono se-vero.

—Accipe hoc! —gimió el enano.

Page 780: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Qué dices? —contestó Saladino. —Accipe hoc! —repitió la asustada criatura,

quizá sin saber que repetía las mismas pala-bras.

—Vete, que no tengo humor para oír tus lo-curas —dijo el emperador.

—Yo sólo soy loco —dijo el enano— paraque mi locura me ayude a ganarme el pan, ¡po-bre y desgraciado de mí! Pero oídme, oídme,gran sultán.

—Está bien: si tienes alguna queja que for-mular, tanto si estás loco como si estás cuerdo,tienes derecho a que un rey te oiga. Ven conmi-go —y se lo llevó hacia el interior de la tienda.

Fuese la que fuese la conversación que sos-tuvieron, pronto fue interrumpida por el soni-do de las trompetas que anunciaban la llegadade los príncipes cristianos, a los que Saladinorecibió en su tienda con el regio ceremonial queles correspondía a ellos y a sí mismo; pero sa-ludó con especial afecto al joven conde de Hun-tingdon, y le felicitó cordialmente por las pers-

Page 781: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

pectivas que se abrían ante él, aunque éstashabían destruido las que el sultán imaginara.

—Pero no creas, noble joven —dijo el sul-tán—, que el príncipe de Escocia sea mejor re-cibido por Saladino de lo que lo fue Kennethpor el solitario Ilderim, cuando se encontraronen el desierto, o que el desgraciado etíope porEl Hakim Adonbec. Una valentía y una genero-sidad como las tuyas tienen un valor indepen-diente de la condición y del nacimiento, comola bebida helada que ahora te ofrezco es tandeliciosa en un vaso de alfarería como en unacopa de oro.

El conde de Huntingdon contestó adecua-damente, manifestando su agradecimiento alnoble sultán por los generosos servicios que deél había recibido, pero cuando hubo probado lagran copa de helada bebida que Saladino leofreciera, no supo dejar de decirle, sonriente:

—El bravo caballero Ilderim no conocía laformación del hielo, pero el munífico sultánrefresca su sorbete con nieve.

Page 782: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—¿Querías que un árabe o un kurdo fuesetan sabio como un Hakim? —dijo el sultán—. Elque se disfraza tiene que ajustar los sentimien-tos de su corazón y los conocimientos de sucabeza al vestido que se pone. Yo quería vercómo se comportaría un valiente e ingenuocaballero del Frangistán en una discusión conun guerrero como yo representaba ser, que con-tradecía la verdad de un hecho tan conocidopor ver con qué argumentos defendías tu afir-mación.

Mientras hablaban de tal suerte, el archidu-que de Austria, que había permanecido algoseparado, se acercó al oír hablar de sorbeteshelados, y tomó con verdadero placer y concierta grosería la copa que el conde de Hun-tingdon se disponía a devolver.

—¡Deliciosísimo! —exclamó, después de unbuen sorbo, que le hicieron más agradable elcalor reinante y el estado algo febril que le deja-ra el jolgorio de la noche anterior. Y exhaló unsuspiro al entregar la copa al Gran Maestre de

Page 783: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

los Templarios. Saladino hizo una seña al ena-no, el cual se adelantó, y, con su áspera voz,pronunció las palabras: —Accipe hoc!—. El tem-plario se sobresaltó, como un caballo que vesalir un león de entre las zarzas que bordean elcamino; pero se recobró en seguida y, quizápara disimular su confusión, levantó la copahasta la altura de sus labios. Pero estos labiosno llegaron siquiera a rozarla. La cimitarra deSaladino salió de su vaina tan veloz como elrayo de las nubes; se elevó en el aire, y la cabe-za del Gran Maestre rodó hasta el extremo de latienda, mientras el tronco quedó un segundo enpie, con la copa entre los dedos, y se desplomóluego. El líquido de la copa se mezcló con lasangre que manaban sus venas.

Hubo un clamor general: ¡Traición! El deAustria, que era el que se hallaba más cerca deSaladino, el cual empuñaba todavía la cimitarraensangrentada, se hizo atrás de un salto, comotemiendo que fuera a tocarle el turno a él. Ri-cardo y los demás empuñaron sus espadas.

Page 784: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—No temáis nada, noble Austria —dijo Sa-ladino, tan sereno como si no hubiese ocurridonada—; ni tampoco vos, rey de Inglaterra, osirritéis por lo que habéis visto. No ha sido porsus muchas traiciones, ni porque atentara co-ntra la vida del rey Ricardo, como puede justi-ficarlo su escudero, ni porque nos persiguiera, amí y al príncipe de Escocia, en el desierto, obli-gándonos a salvar nuestras vidas gracias a lavelocidad de los caballos que montábamos, niporque excitara a los maronitas a atacarnos enesta ocasión, lo cual habrían hecho si yo nohubiese hecho abortar el complot congregandonumerosas fuerzas árabes. Por ninguno de es-tos delitos le veis tendido en el suelo, a pesar deque cada uno de ellos merecía este castigo, sinoporque, media hora antes de que nos envilecie-ra con su presencia, ha dado muerte a puñala-das a su compañero y cómplice, Conrado deMontserrat, a fin de que éste no confesara lasinfamias en que ambos estaban comprometi-dos.

Page 785: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

—Pero, ¿asesinado Conrado? ¿Y por el GranMaestre, su padrino y más íntimo amigo? —exclamó Ricardo—. Noble sultán: yo no quierodudar de ti, pero eso hay que demostrarlo; delo contrario...

—Ahí está el testigo —dijo Saladino, seña-lando al aterrorizado enano—. Alá, que envía laluciérnaga para iluminar la noche, puede des-cubrir los crímenes secretos por los más des-preciables procedimientos.

El sultán dio cuenta del relato que le habíahecho el enano, relato que, resumido, es comosigue: impulsado por su loca curiosidad o, co-mo confesó al fin, con objeto de hurtar lo quepudiera, Nectabanus penetró en la tienda delmarqués, al que los sirvientes habían dejadosolo, unos para llevar la noticia de la derrota asu hermano, y otros para aprovechar las abun-dantes provisiones que Saladino había hechodistribuir en todo el campamento. El heridodormía gracias a la beneficiosa influencia deltalismán de Saladino, de manera que el enano

Page 786: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

tuvo ocasión de horunear cuanto quiso, hastaque le sorprendió el ruido de fuertes pisadas.Entonces se escondió detrás de una cortina, ypudo ver los movimientos y oír las palabras delGran Maestre, quien, al entrar, corrió cuidado-samente la cortina detrás de él. Su víctima sedespertó como si le asaltara de improviso lasospecha de los propósitos de su antiguo com-pañero, porque, en tono alarmado, le preguntópor qué le despertaba.

—Vengo a confesarte y darte la absolución—le contestó el Gran Maestre.

Del resto de su conversación, poca cosa másrecordaba el aterrorizado enano, salvo queConrado imploraba al Gran Maestre que noacabara de cortar una caña ya rota, y que eltemplario le clavó en el corazón una daga turca,diciéndole: —Accipe hoc!—, palabras que no seapartaban de la mente del aterrado testigo.

—Me he asegurado de la verdad de todoeso —dijo Saladino— haciendo examinar elcadáver, y he ordenado a este infeliz ser, a

Page 787: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quien ha utilizado Alá para descubrir este cri-men, que repitiera delante de vosotros las pala-bras que había pronunciado el asesino. Yahabéis podido ver el efecto que le han produci-do.

Calló Saladino, y el rey de Inglaterra rom-pió el silencio.

—Si eso es verdad, y yo no dudo de que losea, hemos presenciado un gran acto de justicia,aunque al principio no parecía serlo. Pero, ¿porqué en nuestra presencia? ¿Por qué con tu pro-pia mano?

—No era tal mi intención —contestó el sul-tán—. Pero si no hubiese precipitado su desti-no, habría escapado a mi castigo, porque si lehubiese permitido beber en mi copa, como éliba a hacer, ¿cómo habría podido darle la muer-te que merecía, sin faltar a las leyes de la hospi-talidad? Si él hubiese asesinado a mi padre ydespués hubiese compartido mi comida yhubiese bebido en mi copa, ni un solo cabellode su cabeza habría podido tocarle. Pero basta

Page 788: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

de eso; que su carroña y su recuerdo se alejende nosotros.

Fue retirado el cadáver, y lavadas o tapadaslas manchas de sangre con tanta destreza, quese podía deducir que aquella clase de escenasno eran tan raras que asustaran o desconcerta-ran a los sirvientes del sultán.

Pero los príncipes cristianos sentían que loocurrido pesaba en sus espíritus, y aunque,correspondiendo a la atenta invitación del sul-tán, ocuparon sus puestos en el banquete, per-manecieron silenciosos, inquietos y cohibidos.Sólo Ricardo venció todas las sospechas y te-mores. Y, sin embargo, parecía meditar algunaproposición, como si deseara formularla de lamás insinuante y aceptable manera posible. Porúltimo, después de beber una gran copa devino, se dirigió al sultán y le preguntó si eracierto que había honrado al conde de Hunting-don con un encuentro personal.

Saladino contestó, sonriente, que había pro-bado sus armas y su caballo con los del escocés,

Page 789: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

como es costumbre de los caballeros que seencuentran en el desierto, y modestamenteañadió que si bien el combate no había sidodecisivo, no podía tener muchos fundamentospara considerarlo motivo de gloria. Por su par-te, el escocés rehusó la superioridad que se lequería atribuir, y quiso hacerla recaer en el sul-tán.

—Bastante honor tuviste pudiendo comba-tir con él —dijo Ricardo—, y te envidio más esoque todas las sonrisas de Edith Plantagenet,aunque una sola de ellas pague suficientementeun combate como el que has sostenido hoy.Pero, ¿qué os parece, nobles príncipes? ¿Estábien que una regia asamblea caballeresca comoésta se disuelva sin hacer algo que pueda pasara la posteridad? ¿Qué son la confusión y lamuerte de un traidor para un magnífico rami-llete de honor como el congregado aquí, y quedebe separarse sin haber hecho algo más quesea digno de sus miradas? ¿Qué te parece, prín-cipe Saladino, si nosotros dos, ahora mismo y

Page 790: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

delante de esta escogida asamblea, decidiése-mos la cuestión en litigio desde hace tantotiempo, de la posesión de esta tierra de Palesti-na, y acabáramos de una vez estas enfadosasguerras? Fuera está un campo preparado: elpaganismo no puede esperar mejor aetensorque tú. Yo, a menos de que se presente otromás digno, arrojaré el guante en nombre de laCristiandad, y con todo afecto y honor, entabla-remos tú y yo un combate a muerte por la po-sesión de Jerusalén.

Se produjo un profundo silencio, en esperade la respuesta del sultán. A Saladino se le en-rojecieron la frente y las mejillas, y era opiniónde muchos que pensaba aceptar el reto.

Por último, dijo: —Luchando por la Ciudad Santa contra

quienes nosotros consideramos idólatras, ado-radores de maderos y piedras y de imágenesesculpidas, podría confiar en que Alá daríafuerza a mi brazo, o en que, si caía bajo la espa-da de Melech Ric, no podría entrar en el Paraíso

Page 791: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

muriendo de muerte más gloriosa. Pero Alá yanos ha dado Jerusalén a nosotros, los verdade-ros creyentes, y sería tentar al Dios del Profetaponerla en peligro, confiando tan sólo en mifuerza y habilidad personales, cuando la obtu-ve por la superioridad de nuestras armas.

—Sino por Jerusalén, pues —dijo Ricardo,con el tono de quien pide un favor a un amigoíntimo—, sea por el honor, y sostengamos porlo menos tres asaltos con lanzas embotadas.

—Ni a eso —dijo Saladino, sonriendo, al verel interés que Corazón de León ponía en com-batir—, ni a eso puedo acceder en conciencia. Eldueño confía el rebaño a un pastor, no en bene-ficio del pastor, sino de las ovejas. Si yo tuvieraun hijo a quien dejar el cetro a mi muerte, ten-dría la libertad, como ahora tengo el deseo, deaventurarme en ese atrevido combate, perovuestras mismas Escrituras dicen que cuandocae herido el pastor se dispersan las ovejas.

—¡Toda la suerte ha sido para ti! —dijo Ri-cardo, volviéndose hacia el conde de Hunting-

Page 792: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

don y suspirando—. Daría el mejor año de mivida por tu media hora en el Diamante del De-sierto!

La extravagancia caballeresca de Ricardoreanimó los ánimos de los reunidos, y cuando,por último, se levantaron para marcharse, Sala-dino se adelantó hacia Corazón de León y letomó la mano.

—Noble rey de Inglaterra —dijo—: nos se-paramos para no volver a encontrarnos nuncamás. Que vuestra Liga está disuelta y no volve-rá a formarse, y que con sólo las fuerzas de tupaís no podéis proseguir vuestra empresa, lo séyo tan bien como tú mismo. Yo no puedo darosJerusalén que tanto deseáis poseer, porque paranosotros, tanto como para vosotros, es una ciu-dad santa. Pero cualquier otra cosa que Ricardopida de Saladino, se le concederá tan graciosa-mente como aquella fuente de allí da su agua.Sí; y Saladino cumplirá lo que promete, aunqueRicardo estuviera solo en mitad del desiertocon sólo dos arqueros por escolta.

Page 793: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

* * *

Al día siguiente, Ricardo regresó a su cam-pamento, y pocos días después el joven condede Huntingdon se casó con Edith Plantagenet.Como regalo de boda elsultán envió el famosoTALISMÁN. Pero a pesar de que, con su ayu-da, se obtuvieron en Europa muchas curacio-nes, ninguna igualó en resultados y fama a lasque había efectuado Saladino. El talsimán exis-te todavía: el conde de Huntingdon lo legó a unvaliente caballero escocés, llamado Sir Simónde Lee, cuya antigua y honorable familia loconserva aún. Y, aunque el uso de las piedrasmilagrosas ha sido desterrado por la Farmaco-pea moderna, sus virtudes aún se utilizan paracontener hemorragias y contra la rabia de losperros.

En este punto termina nuestro relato; lascondiciones en que Ricardo renunció a sus con-

Page 794: Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español... · 2019. 1. 31. · puñal sostenido en el cinturón. Asegurada en la silla y apoyada en el estribo, sostenía

quistas pueden hallarse en cualquier historia deaquel período.