OTRA PRIMERA VEZ

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Relato "OTRA PRIMERA VEZ", (c) Luis Tamargo.

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OTRA PRIMERA VEZ

Luis Tamargo.

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Fue un amor pasajero que el azar sorteó al abrigo de una noche de viaje en tren. Se llamaba Carmen y era de Sevilla. Regresaba sin rumbo a casa de sus padres, después de una larga ausencia en Madrid. Compartieron charla en el vagón y no hizo falta proponérselo para que se quedara a su lado; ella sola se invitó. Tal vez las modestas condiciones de Lucas le bastaban, acostumbrada a mayores carencias, pero él aceptó su compañía como un regalo de bienvenida a tiempos mejores. Lucas le había contado que trabajaba en un bar para costearse los estudios y pagar el alquiler de la casa en el Albaicín, una modesta entreplanta encalada de blanco, de dos habitaciones, que ahora estaba remodelando, desde cuya terraza podía contemplarse la Alhambra.

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Durante los días que el olor a pintura inundó lo que podría llamarse su casa durmieron en la habitación que una hermana de otro de los socios del bar tuvo a bien cederles dentro de su piso, en un gesto de hospitalaria generosidad, que Carmen y Lucas agradecieron infinitamente. Era una habitación cuadrada, ocupada en todo su espacio por un amplio colchón que la llenaba por completo, sin apenas espacio para posar los pies sin pisarlo. Un ventanal arriba, en la pared de la cabecera, asomaba también a la Alhambra, aunque era preciso ponerse de puntillas para poder contemplarla. La primera noche durmieron entregados a la fatiga de los últimos acontecimientos que les habían dejado de verdad extenuados. A la segunda noche, sin embargo, se encontraron al llegar con una inesperada fiesta, organizada por los socios del bar, que no pudieron eludir; a pesar de que trataron de pasar desapercibidos, el resto de asistentes no les permitió acostarse sin disfrutar y compartir de la misma alegría.

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La diversión tenía forma de cigarrillos de la risa, el hachís y la marihuana circulaban sin pudor, de mano en mano, por la sala principal de la casa; tampoco faltaban manos asiduas del polvo blanco que repartían en rayas que después esnifaban; o que, diluído en una cucharilla, podían inyectarse en el camino de la vena y alcanzar el éxtasis de satisfacción que a todos les hacía sentirse unidos en una especie de amor más que fraterno o divino, casi existencial, aunque momentáneo. Entre los asistentes se encontraba José, el acompañante vallisoletano que unos días antes llegó en el tren con ellos a Granada. Estaba solo y les reconoció, se incorporó del sofá del rincón donde permanecía medio tirado, en aparente ausencia, aunque lúcido en exceso cuando susurró al oído de Lucas que no quería saber nada ni le importaba el paradero de aquella loca que le había acompañado en el tren. Acto seguido, en un intento de congraciarse del todo con él, le animó a probar el fruto estrella de aquella fiesta, sin duda una protagonista de extremada pureza, según aseguró, de primera mano.

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Lucas sólo conocía de aquellos experimentos la propaganda gratuíta de que no deberían existir, que nunca deberían probarse, pero era eso nada más, publicidad aprendida, mecánica, autómata, artificial en definitiva. Tal vez le pudo el murmullo apagado de la gente allí reunida, el ambiente pausado, tibio, que supuso producía el hecho de compartir un mundo de sensaciones afines más que el efecto pernicioso de una sustancia prohibida. Tal vez no quiso en aquel preciso instante que nada lograse separarle de la mano que Carmen le agarraba, dejar de sentir su tacto caliente, natural, tan vivo, pero tampoco se atrevió a decir que no. José acabó de preparar la dosis, con movimientos lentos y miradas cansinas que prometían felicidad a raudales; él mismo, se encargó de inyectarle el contenido de la jeringuilla. Lucas tendió el brazo, sin oponerse, sin capacidad para entender del todo y sin soltar la mano de Carmen que, sentada a su lado, tampoco le servía de guía para calibrar el primer paso que acababa de aventurarle a lo desconocido. De hecho, luego le fue imposible recordar si también ella llegó a inyectarse o no la heroína.-Es buena, es lo mejor -le repetía José en un tono demasiado apagado.

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A Lucas le embargaba la curiosidad de comprobar por sí mismo el calibre de paraíso que su compañero de viaje prometía. Sin embargo, el efecto causado era más físico que alucinatorio; una cálida sensación le hacía sentirse más pesado y cansado, nada del otro mundo. Incluso la voz de José le pareció superficial, teatralizada, no real. Entonces José le advirtió...-...Ahora viene lo mejor, mira... -dejó de inyectar y retrocedió el pistón de la jeringa unos milímetros antes de volver a bombearlo hacia delante con lentitud. Lucas se entregó, así, entero, permitió a la droga que campeara libre por sus venas vírgenes. La conciencia de la droga no le encajaba ahora, en aquel momento presente, con el hecho real de que se había drogado. La sensación que a Lucas le invadió cuando al corazón llegaba, de repente, demasiada carga de sangre se tradujo en un reflejo envolvente de energía que, a la vez, estallaba y desbordaba en un clímax total, de difícil e inútil descripción. A continuación un vahído le devolvió a su realidad deseada, se las ingenió con apenas un gesto para despedirse y hacerle entender a su amigo ocasional que él buscaba otra diversión, otro motivo, el que llevaba de la mano desde que entró en busca de su habitación.

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Pero José ni atendía ni entendía, ya estaba tumbado de nuevo en el rincón, apagado y tenue, sin voz, falso, irreal, casi no parecía de verdad. A Lucas le sorprendió la crueldad de su lúcida intuición. Entraron en la habitación que era una sola cama y Carmen, que no había soltado palabra desde su entrada en la casa, se desnudó por inercia, aunque a Lucas le resultó de lo más sensual. Había estado soñando con ese momento a solas y ahora aquella espléndida lucidez le ayudaba a revivir escenas y deseos que antes imaginó en su solitaria íntimidad. Todo parecía suceder por un mandato interno, poderoso y genial, que creaba la situación, la sensación, el paso nuevo que seguía al inmediato siguiente, donde todo aparecía magnificado en extremo. Hicieron el amor entonces, así, entregados, fusionados en una comunión universal que a Lucas le abrió las puertas hasta ahora negadas de una percepción aletargada, pero ahora despierta, al máximo estimulada.

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Al amanecer, Carmen ya se había incorporado al lecho de su vida; se convirtió en un volcán sensual, dulce y natural, una invitación espontánea a la que, sin escatimar en riesgos, Lucas no tardó en entregarse para acallar preguntas y olvidar peligros. Nada hacía presagiar, sin embargo, que Carmen podría desaparecer igual que había llegado, en un vagón cualquiera hacia un andén incierto. A Lucas ni siquiera se le había ocurrido imaginar que aquello podría tener un fin, que podría quedarse a solas, sin otra compañía que la de aquella pregunta que no se quería marchar de sus brazos vacíos. Ahora más que nunca necesitaba repetir, una dosis de amor, otra primera vez. Para él nada volvió a ser igual desde aquel momento.

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*Es una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo.

El autor:http://leetamargo.blogspot.com