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P R E G Ó NDE LA

SEMANA SANTADE LA SIEMPRE NOBLE, LEAL

Y FIDELÍSIMA CIUDAD DE CEUTA

PRONUNCIADOEN EL TEATRO-AUDITORIO DEL REvELLíN

EN LA MAÑANA DEL v DOMINGO DE CUARESMA,22 DE MARZO DEL AÑO DEL SEÑOR DE 2015

PorD. Juan Carlos Jiménez Gamero

Organizado por el Consejo Diocesano de HH. y CC.de la Ciudad de Ceuta

Impresión y diseño: Papel de Aguas, s.l. Ceuta

A Milagros, mi madre, que me dio la vidaA Natividad, mi esposa, por ser la luz que me iluminaA Belén, mi hija, mi lucero y la alegría de mi corazónA Rosa María, mi hermana chica, mi mejor amigaA Juan, mi padre por todo el amor que nos regalóA Jorge, mi hijo, regalo de Dios en su ausente existenciaA Carlos y Esperanza, mis dos ángeles en el Cielo

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ORACIÓN

Señor mío Jesucristo,

Justo es Señor, darte gracias por permitirme estar en la ciudad de mis amores en esta mañana de Domingo de Pasión, en esta maravillosa mañana en que comienza la primavera en esta bendita tierra, en mi bendita Ceuta, ante este foro Cofrade Septense y permitirme así exaltar las excelencias de nuestra tierra caballa y de su Semana Mayor.

En este Domingo de Pasión, quiero darte las gracias, Padre, por ser la Cruz de Guía que ilumina mi existencia y por hacerme sentir con tu pre-sencia que siempre estás conmigo cuando los avatares de la vida más me demandaban.

A Ti Santísima virgen de África, me gustaría agradecerte el haberme concedido el bendito regalo de haberme traído a este mundo en esta Ceuta nuestra, la que va salpicada por las olas del mar y se percibe por esa brisa marina perfumada que dulcemente arrulla a este Pueblo y concederme el altísimo honor de ser Caballa.

A Ti Jesús, al que cuando voy llamando Nazareno es sencillamente para agradecerte que oigas mis plegarias cuando me ausento allende el Estrecho, y me concedas la eterna dicha de regresar para volver a verte.

A Ti María, cuando te llamo Esperanza, ¡Ay, Esperanza! Es para contarte, muy bajito, que quiero agradecerte por hacer que lleve siempre Tu nombre tatuado en este humilde corazón y por mostrarme ¡Siempre! el camino en los momentos de inevitable aflicción… El Camino de la Esperanza.

Y hoy, en este Domingo de Pasión quiero pediros fervientemente por esos cristianos sacrificados por no renunciar a su Fe, y por aquellos otros que sufren persecución por persistir en sus creencias…

En este Domingo de Pasión, quiero suplicaros por aquellas personas sumidas en la pobreza a la que nos lleva ésta mal llamada sociedad, por

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los que pasan hambre, por los que soportan enfermedades, para que desde Vuestra infinita bondad llenéis su corazón de fuerza, de Fe y de Esperanza… y también, Señor, el corazón de los que vivimos en el lado soleado de la vida ¡Una “mijita” más de Caridad!

En este Domingo de Pasión, quiero imploraros por aquellos que ofrecen su vida para ayudar a los más desfavorecidos en todos los rincones de este mundo… con tanto amor

En este mi Domingo de Pasión, quiero rogaros que un manto de paz y amor envuelva las conciencias y el espíritu de los hombres…y que cesen todas las guerras ¡Paz, para los hombres de buena voluntad!

AGRADECIMIENTOS

Ilmo. Y Rvdmo. Sr. vicario General de la Ciudad y Obispado de Ceuta,Excmo. Sr. Presidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta,Excmo. Sr. Delegado del Gobierno, Excmo. Sr. Comandante General, Sr. Presidente, Mesa Permanente y Miembros del Consejo Diocesano de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Ceuta, Ilmas. Autoridades, Cofrades y amigos todos

Ante todo, mis más sinceras palabras de gratitud hacia el padre Francisco, por sus elogios en su presentación, sin duda palabras más cargadas de afecto y ser reflejo de los sentimientos de un buen cura, de un cura bueno, que por méritos propios. Hace solo tres días, era quién les habla el que presentaba al padre Francisco en su pregón de la Semana Santa de Ceuta en la Casa de Ceuta en Sevilla y donde nos cautivaba con sus palabras anunciando la llegada de nuestra Semana Mayor. Cómo humilde aprendiz de pregonero, ansío de todo corazón estar mínimamente a tu altura padre Francisco y a la de todos los pregoneros que me precedieron.

Por supuesto, agradecer al Consejo de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Ceuta y a la Hermandad que ha impregnado de por vida mi alma y mi sentir cofrade, la Fervorosa Cofradía y Hermandad de Penitencia de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Sacratísima virgen de la Esperanza, que hayan confiado en mí para que sea yo quien lleve a cabo esta bella misión

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de pregonar la Semana Santa de mi tierra, altísimo honor para cualquier ceutí y cofrade caballa. Esa Semana que tanto he retratado, disfrutado, go-zado, sentido y con la que tanto me he emocionado. Formar parte de esa nómina de Pregoneros que a lo largo de los años han sabido revelar ante la Ceuta cofrade, los esplendores de nuestra tierra, de nuestras cofradías y de nuestra gente.

No intento cumplir con una cortesía obligada ante los que me han pro-puesto y elegido, sino con mi más sincero y profundo agradecimiento hacia Ceuta, y hacia los que me han concedido este honor inmenso.

Y también, cómo no, pedirles disculpas por mi osada decisión de aceptar tal designación y que solo puede ser entendida por mi amor a la ciudad que me vio nacer y a nuestra Semana Santa.

…Y no sería de bien nacido, si antes de acabar este turno de agradeci-mientos no tuviese memoria y así devolver, aunque solo sea en forma de unas torpes palabras en este humilde pregón, y que quedara ese arraigado reflejo de la mujer que desde hace treinta y cuatro años y veintinueve días viene iluminando el rumbo de mi vida y el sendero de mi existencia.

Madre de nuestros dos hijos: Belén mi más bella flor y Jorge en su ex-traviada y permanente felicidad… Los que llenan nuestras vidas. Y madre de nuestros dos ángeles querubines… Aquellos que como dos barcos que zarparon prematuramente, velan por nosotros enviándonos su luz desde el cielo: Carlos y Esperanza.

Para ti, Natividad. Mi amor y mi vida.

INTROITO

Ojalá no hubiese hecho falta escribir este pregón ¡Ojalá no tuviera que decir palabra! Ojalá tuviésemos todos la gracia de oír los latidos con los que habla el alma, ojalá pudierais escuchar el corazón que, cual bombo en una cofradía, va pugnando con la camisa por salirse de este pecho Nazareno… Porque solo así podría comprenderse, lo que un cofrade caballa siente por su tierra, por nuestra Ceuta, por nuestras Cofradías, por Nuestro Señor Jesucristo y por la Santísima Virgen María… Ojalá solo hubiera que pro-nunciar tu nombre ¡Esperanza!

De Ceuta soy y de Fe cristiana que camina por la senda cofrade… y hoy, pregonero de nuestra Semana Santa. Mas tengo que confesarles que nunca

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había soñado, ni tan solo por un momento, ser merecedor de este enorme honor que supone para mí, como para cualquier cofrade ceutí, el pregonar la Semana Santa de mi tierra. De esta tierra, a la que desde la lejanía, no hay un solo día en que mi mente no se impregne de sensaciones de sus calles, de sus plazas y de sus mares. De esta tierra que llevo grabada a fuego en mi pensamiento, en el corazón y en mi alma de hombre caballa…

De esta tierra en la que tuve el privilegio de nacer, en la que crecí, en la que me hice hombre… De esta tierra que me ha modelado como ser humano, como cristiano y como cofrade.

Confieso que cuando recibí la propuesta de pregonar la Semana Santa de nuestra bendita Ceuta, fue una de las decisiones más difíciles de tomar a la vez que tremendamente ilusionante de mi vida. Difícil por lo inespera-do, difícil por la enorme responsabilidad cual es la de tener que expresar, partiendo de un papel en blanco, mis emociones y mis vivencias, y que éstas hagan justicia verdadera a nuestra ciudad, a nuestras Cofradías y al sentimiento de toda nuestra Ceuta cofrade… e ilusionante porque estoy donde debo estar… Asiendo este atril… Tomando mi Cruz.

Miedo, dudas, confusión y nervios ¡Muchos nervios! pero también una desbordada ilusión por poder pregonar el fervor popular de nuestra Ceuta cofradiera. Experiencias y sentimientos compartidos en el seno de nuestras Hermandades a lo largo de los años.

Y como de pregonar se trata, vino a mi memoria el primer Pregonero de nuestra Semana Mayor, el doctor y catedrático en Filosofía y Letras D. José Artigas Ramírez y que ostentó el privilegio de brindar a los ceutíes aquel primer pregón, en el ya desaparecido salón del Teatro Cervantes, y que curiosamente, en la prensa de aquellos días se calificaba a este acto como “simpático e interesante”, volviendo unos párrafos después a calificarlo como “simpatiquísimo acto”. Igualmente recordé al “Alma Mater” del mismo, D. José Antonio González López, el ilustre Pepe Remigio, de que comenzaran los pregones de nuestra Semana Santa en nuestra ciudad, allá por un bello y esplendoroso mes de marzo ceutí de 1947, aunque en honor a la verdad, ya existió un precedente en nuestra ciudad realizándose un pregón en 1.941 de nuestra Semana Santa a través de los micrófonos de Radio Ceuta, siendo el encargado de aquella efemérides don Bartolomé Caballero Cordón.

Este “simpático e interesante” discurso, organizado en aquellos años por la Cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y María Santísima del

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Mayor Dolor, fue adquiriendo la importancia que sin duda se merecía y comprobamos que solo un lustro después, anunciando el pregón del Sr. Palop Fuentes, comentaba la prensa ceutí de aquellos años lo siguiente: “puede decirse que nunca había existido en nuestra ciudad tanta expectación para asistir al Pregón de la Semana Santa. La demanda de localidades ha sido muy nu-merosa y se espera que a este acto asistan infinidad de personas no solo de nuestra ciudad, sino también de la zona española de Marruecos”, elevándose aquí ya a nuestro pregón a “solemne acto”.

No debo ¡ni quiero! dejar pasar esta oportunidad que ahora se me pre-senta, para recordar y homenajear a este gran cofrade caballa, que con su celo, su entusiasmo, su cariño, su amor y su entrega quizás haya sido uno de los que más contribuyó al engrandecimiento de nuestras cofradías y a nuestra Semana Santa, ¡Cofrade entre cofrades: Pepe Remigio!.

También evocan mis recuerdos otros tantos pregoneros, a los que he tenido el gozo de escuchar sus palabras, de sentir sus versos y poemas, o leer sus sentimientos expresados en un papel, algunos presentes hoy en este auditorio del Revellín, otros presentes con el alma y otros que se apoderan de mis recuerdos y que habiendo sido llamados ya por el Señor, me estarán apadrinando desde el cielo con todas sus fuerzas. Más dudas, más miedos, más responsabilidad, pero también, más ilusión si cabe para llevar a cabo esta maravillosa tarea, como es la de pregonar a nuestra Semana Mayor.

Soy un simple e imperfecto cofrade, cofrade convertido en pregonero por un día, pero pregonero durante cada día de mi vida. Pregonero de Ceuta, pregonero de nuestras costumbres y tradiciones, de nuestra gente y por supuesto, también pregonero de nuestra Semana Santa, de nuestras Hermandades y Cofradías, de nuestra Fe, de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen María, que es la Fe de mis mayores...

Ofrezco mi pregón como parte del vuestro y al vuestro lo acojo como parte del mío, porque todos compartimos este sentimiento cofrade, ese amor y esa pasión hacia nuestras hermandades, de las que gozamos, por las que nos preocupamos, las que forman parte de nuestra niñez, de vuestra juventud… de tu vejez y de nuestra vida entera.

Y vuelvo a aquel papel en blanco: no sabía por dónde empezar, como expresar tantas vivencias, tantos años, tantos momentos inolvidables, tantos sentimientos y tantas oraciones… Ojalá solo tuviera que decir tu nombre ¡Esperanza!

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Esas divinas Imágenes, las inmaculadas sayas y los primorosos mantos, túnicas, varas y varales… Aquellas que acariciaron y mimaron las manos de los que nos precedieron, las que nos acercan todo el amor de los que estuvieron antes que nosotros, imágenes que hicieron brotar las lágrimas de nuestros antecesores igual que ahora afloran por nuestras mejillas los sentimientos heredados de aquellos enormes y entrañables cofrades caballas.

Hoy la Ceuta cofrade abre sus sentidos de par en par para volver a con-memorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Donde los aromas del incienso y de la cera fundida se entremezclan con el olor marinero que impregna nuestra tierra, y donde las olas del mar se funden con la música procesional que acompañará a nuestras Cofradías. Donde la explosión de luz y color de la primavera en nuestra perla, se mezcla con el cromatismo y la tenue luz emanada de nuestros pasos en nuestras recoletas calles, al amparo de los naranjos del Revellín, bajo las palmeras en la Plaza de África, con nuestros ya consagrados Jardines de la Argentina y con la brisa del Estrecho por testigo de nuestra magna Semana Santa.

Ahora que precisamente empieza la primavera… Ojalá solo hubiera que decir tu nombre ¡Esperanza!

AQUELLOS AÑOS

El invierno iba dejando paso a la primavera. A nosotros, unos chiquillos de rodillas peladas de tanto correr y trompicar por aquellas callejuelas del añejo Callejón del Asilo viejo, nos decían que no se podía comer carne por-que era pecado, y aunque no entendíamos muy bien por qué…si sabíamos que nos anunciaban la llegada de la Semana Santa, y que el Domingo de Ramos ya se iba dejando ver, lenta pero inexorablemente a través del paso, poco a poco, de aquellos días de Cuaresma.

Sensaciones que anunciaban que saldrían los pasos en Procesión; que volveríamos a ver al Señor y a la virgen María en sus primorosos altares paseándose por los rincones de nuestro pueblo; que el Domingo de Ramos, estrenaríamos ropa nueva: un jersey, un pantalón, una camisa, o aquellos relucientes zapatitos de charol con su par de nuevos y coquetos calcetines…

Aquello también significaba que mi padre nos prepararía un gran pirulí, aquel dulce caramelo con forma de capirote, y que todavía hoy siguen en-dulzando los infantiles paladares caballas en estos días de Pasión.

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Mi padre, nos lo hacía a mi hermana y a mí de tres o cuatro colores, y de colosal tamaño ¡Tanto! que percibíamos ya el final de la Semana Santa y no encontrábamos aún el momento de decirle a aquel dulce capirote de colores el consabido “¡ahí queó!” Colocándolo al final del día en un vaso que dejábamos en un rinconcito en la cocina de casa.

Ese Domingo de Ramos, se me antojaba y según mis infantiles recuerdos, como un gran día soleado y en el que veríamos al Señor montado a lomos de una burrita, nuestra querida “Pollinica”… Aunque en otros sitios se empeñen en llamarla “la borriquita”… es lo que pensaba yo…

Ese Domingo de Ramos saldríamos a la calle y mi padre me cogería sobre sus hombros para ver bien al Señor… pero ese año, mi padre me guardó aquel tremendo pirulí, me miró con ternura y me regaló a cambio una preciosa palma que puso en mi pequeña mano... Aún recuerdo la ternura de su sonrisa…

Aquella diminuta palma, era muchísimo más grande que yo… Me puso en una fila donde multitud de niños llevaban también una palma igual a la mía, y también llevaban ropa nueva y aquellos zapatitos de charol; los niños con una chaquetita y algunos con un gorrito… las niñas con una rebequita, seguramente tejida con tanta ternura por la abuela, y un enorme lazo en el pelo… Pero todos ¡absolutamente todos! volvíamos a estrenar esa dosis de ilusión de portar nuestra palma, otra vez, ese Domingo de Ramos, para acompañar a nuestra Pollinica…

¿Quién hubiese imaginado, Jesús del Dulce Nombre, que pasados los años, iba a llevarte yo por Ceuta entera bajo la penumbra de una trabajadera?

Aquel Domingo de Ramos de nuestra infancia, suponía alegría, fiesta, gozo, era un domingo distinto a los demás… Y aunque muchas chicotás se han dado desde entonces, sigue siendo nuestro domingo más esperado y recordado.

Fueron sucediéndose los años, y mi padre ya no podía alzarme encima de sus hombros…

Una ilusión renovada, poco a poco menos infantil, y nuevas inquietudes que iban cambiando las sensaciones absorbidas por los sentidos de aquel niño con zapatitos de charol, por los sentimientos de aquella gente que veía arreglando los pasos en la Iglesia de África días antes de Semana Santa. Observando cómo mimaban aquellos respiraderos con sus barrocas filigra-nas y que yo no tenía duda, ¡Eran de oro! porque allí iban a poner al Señor en todo lo alto. Fijándome en que los “Pasos” para María Santísima, unos iban

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bajo palio, y otros que aún no habían llegado a posarse sobre unos varales para la Madre de Dios, cincelando en la memoria que también ponían flores de distintas formas y colores… Estas para el Cristo y aquellas para la Virgen, aquellas adornaran las jarras y estas embellecerán la delantera del paso.

Una de esas tardes de ingenua curiosidad, alguien me dijo que todo aquello que llamaba mi atención era una Cofradía y que ellos eran cofrades ¿Qué es eso de ser cofrade? No sabía que era aquella palabra hasta entonces desconocida, ¡quizás no hiciera falta! porque si podía sentir su significado. No sabía quién era toda aquella gente mayor que con tanto celo limpiaban y arreglaban, los que con tanto mimo la vestían y hablaban con tanto amor y cariño sobre lo que estaban creando… pero si tenía claro que lo que hacían enamoraba mi alma.

Con el paso del tiempo, alguien de quién tampoco recuerdo su nombre, aunque sí su fisonomía, me dijo que el señor que estaba encima del paso po-niendo aquellas primorosas flores, aquel que se bajaba y subía para volverse a bajar, el que andaba lo desandado a la vez que cosía y arreglaba aquellos faldones para que todo alcanzara su máximo esplendor, se llamaba Pepe Serón, y que además, era quién tenía la ventura de vestir a la virgen con sus primorosas manos. Y que aquel señor tan arreglado con un fino bigote, se llamaba Valentín, Valentín Cabillas… y también estaba, en aquella esquina, aquel otro hombre que era muy amigo de Serón y se llamaba Pousa, y que se encontraba en animada conversación con Pepe López… ¿les suena? Y después estaba el señor cura. El señor cura, quien por cierto y según supe algo después, había sido quién me había bautizado, era el padre Perpén, y ya llevaba muchos años en la Iglesia… ¡Es verdad! Al llegar a casa, mi madre me enseñó una foto mientras me decía que era del día de mi bautizo. Allí estaba yo con mis tíos, mis primos, mis padres y mis padrinos y ese señor con esas lujosas ropas ¡sí que se parecía a ese señor! No había duda, era el padre Bernabé Perpén, y aunque él me había bautizado, creo que no se debía acordar muy bien de mí, porque ahora me decía ¡Niño, no te subas ahí qué te vas a caer! ¡Niño salte de ahí abajo! o ¡Chiquillo, te he dicho que no toques eso qué lo vas a romper! Y los demás señores que estaban con el “Páter”, más de lo mismo ¡Hay qué ve er niño, hijo! debieron decirse entre ellos... Con el tiempo aprendí a no incordiar más de lo necesario.

Mis ilusiones y mi curiosidad se hacían más grandes y me llevaban a imaginarme un día saliendo de penitente ¡Cómo los niños mayores!

íbamos creciendo y un día mi tío, por aquel entonces mayordomo del Ayuntamiento, nos dio a mis primos y a mí un papelito pequeño, creo que

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no mentiría si digo que era amarillo… o mejor dicho… quizás estuviera un tanto amarillento. De lo que si estoy seguro es que aquel pequeño y diminuto papelito, se convirtió en uno de los mayores regalos que podrían hacerme. Nos dijo que fuésemos a un lugar llamado el “Ángulo” y que para mí entonces representaban las puertas del mismísimo Cielo, ya que allí nos darían una túnica para salir de penitente… porque entonces en nuestra Ceuta, todos salíamos de penitentes. Cuando llegamos allí, y en una bolsa, nos dieron una túnica arrugada de color rosa con botones blancos y todavía llena de cera. Era la Cofradía del Ayuntamiento ¡Qué para eso mi tío Antonio trabajaba allí! ¡Faltaría más!

Ilusión desbordante la de aquel día ¡Ya iba a salir de penitente..! ¡Cómo los niños mayores! Y además, nos dieron un palo largo de madera con un trozo de vela en todo lo alto que no mediría más de un palmo, pero que serviría para que me sintiera el niño más privilegiado del mundo… Ese cirio hizo que me sintiera en el mismísimo Cielo mientras acompañaba a la Santísima Virgen… La Virgen del Desamparo.

Ahora había que portarse bien en la Procesión, había que estar calladito y no salirse de la fila, había que ser buenos ante el Señor y ante la Virgen María ¡Que se notara que éramos unos niños buenos!

Sensaciones inimaginables, responsabilidad deseada y asumida. Con una mano sujetando el cirio y con la otra el antifaz sin perder ni un solo detalle de todo cuanto acontecía a mi alrededor. Mis padres y mis tíos orgullosos de nosotros porque habíamos aguantado toda la Procesión ¡Cómo Dios manda..!

Posiblemente aguantaría unos cuantos días sin hacer ninguna travesura para no estropear lo conseguido en ese día… Aunque pensándolo bien, puede que no fuesen tantos días, pero a mí me lo parecieron ¡Cosas de niños!

Mientras tanto, mis Semanas Santas transcurrían intentando aprender más sobre las Cofradías de mi tierra, e iba descubriendo nuevas sensacio-nes y respondiendo a mis preguntas. Oyendo a los mayores, iba poniendo nombre a todas aquellas maravillosas cosas que veía y que tanto me fasci-naban: respiraderos, canastilla, candelabros, tulipas, el varal, el palio, las bambalinas, el llamador. A veces, también me fijaba en lo cortas que les quedaban a algunos nazarenos sus túnicas; las distintas tonalidades en el color en los mismos tramos; que si aquel se había levantado el antifaz ¡A ese se le ven las mangas del jersey hasta el codo! en fin, a criticar un poco lo que iba viendo y tratando interiormente de poner orden ¡Cómo también

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nos gusta a los cofrades de bien! Y aprendiendo, o por lo menos a intentarlo, a convertirme en un cofrade decente.

No me dio tiempo a dar muchas “chicotás” en estos inicios cofrades para querer gozar más de lo que Cristo y la Santísima virgen me ofrecían a través de las Hermandades, y que poco a poco iba calando hondo en mi forma de ser a través de mis sentimientos y mi forma de ver la vida.

Mis deseos de conocer más, de empaparme de aquel mundo cofrade que como ya he dicho me cautivaba y enamoraba, me llevó aquel año, todavía no era ni siquiera un adolescente, a acercarme a la parroquia del valle, allí donde se venera a la Capitana, nuestra virgen del valle y de donde salía la Cofradía que entonces todos llamábamos “la de la banca”.

Era un camino largo, pero eso no fue obstáculo para vestir nuestra túnica nazarena y acompañar al Santísimo Cristo de la Paz y a María Santísima de la Piedad desde la calle Brull hasta el mismo corazón de Ceuta y regresar como si del mismísimo camino del Calvario se tratara.

No conozco a ningún cofrade que se precie de serlo, al que nuestro Señor no le guíe a través de sus sentimientos, su pasión y su corazón, y así ahon-dar más en sus Hermandades y en avanzar en su Fe y en su vida cristiana.

Y aquél Sábado Santo iba a ser distinto. En aquellos años, el Santo Entierro salía el Sábado Santo desde la Iglesia de África. Túnicas negras con botonadura blanca y además… con capa ¡Vas a salir de Hermano Mayor, chiquillo..! nos decían los mayores, y nosotros nos lo creíamos porque ¿quién tiene derecho a quitarle la ilusión a un aprendiz de cofrade el ser Hermano Mayor por unas horas?

Apurábamos el paso para ir hacia la Iglesia, porque así, la capa volaba más alto, casi queriendo encontrarse con el Señor allá en las alturas.

Recuerdo que era una tarde plomiza, y temerosos de que el cielo rompiera a llorar entramos en la Iglesia, pero no os quepa la más mínima duda que la ilusión reflejada en nuestras caras podía más que aquellas plateadas nubes.

En nuestra impaciente espera a los pies de Santa María de África ya nos iban asignando el lugar en la procesión, mientras volvíamos a sentir esa infantil responsabilidad de quien se sabe estar haciendo algo importante.

Se abrieron las puertas del Templo ¡Cómo si las del propio Cielo fueran! para recorrer las calles de Ceuta. La gente se agolpaba en las aceras, mu-chos chiquillos sentados en los bordillos, personas con lágrimas en los ojos miraban fijamente al señor mientras se santiguaban… Podía sentirse en el

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mismo aire, entremezclados con los aromas del incienso, de la cera y de esos piropos florales, todo el amor y la devoción de aquellas personas en aquella noche de Sábado Santo mientras aguardaban sobre las empedradas calles de nuestra tierra al Paso del Señor… Unos le pedían en tanto otros le agradecían ¡Todos le rezaban! El silencio inundaba la noche al ver pasar el cuerpo sin vida de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Señora de la Soledad.

Pasado el tiempo, y en un inesperado momento, un ser querido y todo corazón, le regaló a este incipiente cofrade un pequeño artilugio. Mi tío Paco, sin saberlo, me había metido una buena dosis de sales de plata en las venas, y aunque nada más lejos de poder ser incluido en el diccionario cofrade de Juan Carrero, si estaba llamado ser un objeto evocador de su Semana Santa. Sería allí donde guardaría el olor a cera y a incienso, reflejos sentidos desde las astas plateadas y dorados en la noche. Y los sonidos desde las borlas de un palio acariciando los varales labrados por el cincel de un orfebre, le evocarían sentimientos y momentos vividos y ¡Lágrimas contenidas! y que permanecerían dibujados para siempre en su memoria por la luz de una candelería, la llama de unos hachones, o el rosario de cirios de unos tramos de nazarenos tenuemente alumbrados en su procesionar por las calles de Ceuta.

Aquel pequeño ingenio, era capaz de cautivar, cómo en una pequeña hornacina, las más impresionantes escenas de la pasión de Cristo y de la Santísima virgen María por las calles de nuestra tierra, y quedarían guar-dados en esa pequeña “capilla” que tenía entre sus manos.

Sería capaz de conservar para el recuerdo sus luminosos Domingos de Ramos, abriendo nuestra Semana Santa, con sus palmas amarillas… Mientras la virgen de la Palma, esperaba pacientemente su llegada a las calles de nuestra ciudad para reunirse con sus hijos, sus hijos caballas.

Podría tener siempre cerca de mí al Señor de Ceuta, aquél al que un día tuvo en sus brazos para llevarlo hasta su altar en la Iglesia de San Ildefonso… Y también a la virgen de los Dolores, a la que llevó con el corazón para ponerla junto a su Hijo. Cristo de Medinaceli, aquel al que unos años des-pués, tuvo el honor de portarlo en sus hombros en aquel bendito traslado. Ese traslado por el que el pueblo de Ceuta siente, ese traslado por el que el pueblo de Ceuta vive, y ese traslado por el que el pueblo de Ceuta muere.

Iba a tener para siempre la imagen de ese Cristo Moreno para encontrarse con su Madre, para encontrarse con su pueblo. Su nombre es Esperanza y

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el tuyo el de Jesús el Nazareno. En la intimidad de una pequeña capilla: tantos y tantos momentos vividos, cuantas oraciones entre una candelería, aquellas plegarias desde los pies que soportan tu Cruz ¡Sentimientos que se agolpan en el alma! ¿Quién puede definir un sentimiento? ¿Quién puede expresarlo con palabras?

Podría seguir a la virgen de la Amargura en aquel casi olvidado vía Crucis por la barriada del Príncipe cuando despuntara el alba del Sábado Santo, y a Nuestro Padre Jesús Caído ¡Levántate Jesús! Porque toda Ceuta será tu cirineo, Ceuta va a estar siempre contigo, villajovita será tu Casa y Ceuta será tu camino.

Quedaría plasmado el recuerdo de aquel día en que llegaste a Ceuta y quisiste que a verte fuera, y que en aquella pequeña habitación tuviera mi primera conversación contigo.

Tu cuerpo flagelado y ensangrentado era todo dolor, tu Madre de Caridad plena esperaba verte y en su semblante, su dolor contenido por no poder ir a consolarte.

Llevaría conmigo siempre al Cristo de la vera Cruz, Cruz verdadera de Luz verdadera para los cristianos. Siglos de oraciones caballas, de emocio-nes escuchadas al amparo de un claro de luna y un contraluz. Diez varales te arropaban Señora del Desamparo, y ahora vas llorando por tu hijo a los pies del Monte Calvario.

Podría soñar despierto con ese Cristo caballa, Cristo de la Encrucijada, y su madre María Santísima de las Lágrimas. Lágrimas por ver a su Hijo Crucificado ¡Salid y pisadlo! dijo el padre Huelin en aquel dilema en el barrio de San José ¡Salid y pisadlo! en este mundo en que se masacran a los cristianos ¡Salid y pisadlo! mundo hipócrita y vacío. Sequemos las lágrimas de María Santísima y gritemos: ¡Salid y amadlo! porque ha dado su vida por nosotros ¡Salid y amadlo! porque Él nos traerá la felicidad eterna ¡Salid y amadlo!

Plasmaría esas tardes de Jueves Santo Agustinianas, cuna del costal caba-lla, universidad cofrade donde las haya. Cristo de la Humildad y Paciencia que recibiste la burla de los soldados y que te reúnes con tu pueblo saliendo desde un humilde patio, ¡Cristo de la Humildad y Nuestra Señora de las Penas, qué grande sería mi gozo si un día pudiera salir a vuestro encuentro y veros cruzar bajo el dintel de la puerta de San Francisco para reuniros con vuestro pueblo en cada noche de luna llena! ¡Una Puerta para su Cristo, una Puerta para sus Penas!

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Y volvería a retratar como va pasando otra madrugada por el pasaje del Silencio, madrugada de dolor por Jesucristo muerto. María de la Concepción le acoge en su regazo, la Madre, con el cuerpo yermo de su Hijo entre sus blancas manos, su hijo amado, el que ha dado su vida por nuestros pecados. Tañido a muerto, cadencioso caminar de los costaleros en el silencio de la noche caballa… Y Ceuta llora, Ceuta se aflige, Ceuta lanza un lamento con la voz del alma rota... Silencio.

Rescataría luces de la historia, la “Portuguesiña” os espera viendo atra-vesar la calle Brull desde la secular Iglesia del valle. Negros nazarenos en busca del pueblo doliente, blanco sudario al viento, henchido de lamento y cargado de dolor.

La Plaza de África se convierte en el Monte de la Calavera. Del cuerpo de Jesús emana su último soplo de vida, sus piernas no fueron quebradas, Cristo de la Expiración presto a exhalar su último aliento, ya se acaba el sufrimiento, ya se acaba este tormento, cuánto dolor por tu perdón.

Buscaría contraluces en aquellas salidas y recogidas imborrables del viernes Santo. Mientras el pueblo se arremolina ante las puertas de Los Remedios, Jesucristo en su Buena Muerte y su Madre del Mayor Dolor con la mirada en el cielo caballa van impregnando de sabor añejo, ya en sepia o en blanco y negro, como los retratos de antaño, a toda la cofradía procesionando…

Impregnaría mi retina el Cuerpo de Cristo Muerto ¡van a darte sepultura! virgen de la Soledad, tú no estás sola en esta tierra marinera ¡Qué a tu hijo van rezando cuarenta mujeres costaleras!

Quedaría inmortalizada la blanca mañana del Domingo de Resurrección, el Cristo del Triunfo ha vencido a la muerte a los sones de Arahal. Cristo vive para ser el faro que guía mi barca y en esa barca apoyas tu Cruz. Cruz del cristiano. Cruz de vida y Cruz de muerte…

EL TIEMPO SE ACERCA

Noble ciudad amurallada, templo y fortaleza, palacio gubernamental. Ciudad apostada sobre múltiples y suaves colinas, arropada por montes a oriente y occidente, por levante y por poniente. Trazos sobre nuestra tierra, pinceladas sobre la milenaria Jerusalén de nuestro Señor… El tiempo se acerca.

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En siete días, Ceuta se convertirá en el escenario de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Por sus empinadas calles se esparcirán aromas de incienso, de salitre y de azahar. El aire se mezclará con los anaranjados atardeceres, con el azul de nuestro mar, con el morado de los lirios, el rojo de los claveles y las blancas clavellinas para así dar sutiles “revirás” por las callejuelas de nuestra tierra… Calles cofrades, rincones donde los recuer-dos afloran de tiempos pasados, de momentos vividos y jamás olvidados, de lágrimas derramadas y de oraciones susurradas en la noche caballa. Los senderos de nuestro Pueblo contendrán el aliento ante el sacrificio de Jesucristo y los sufrimientos de la Santísima virgen.

Llega la Cuaresma. Miércoles de Ceniza. Cuarenta días de camino y pre-ludio de nuestra Semana Santa. Días que se tiñen de color morado, color de penitencia y de pasión; calles que se tornan del rojo de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo derramada en su nazareno sufrimiento… Negro de noche cerrada por la pena de ver a Cristo muerto, negro que se transforma en verde Esperanza en la Iglesia del Señor en esa doliente espera qué de blanco de pureza inmaculada se viste, blanco de luz que alumbra nuestro camino, camino blanco y luminoso ¡Cristo ha resucitado!

Y lucirá el azul de nuestra bahía, el de la Madre de Dios ¡Qué también esta tierra nuestra, es la tierra de María Santísima! ¿Quién podría solo pensar, que se puede monopolizar el amor a María?

Tiempo de ceremonias, trascendente para el cristiano y para el cofrade, días de meditación, días de ayuno, de conversión y de perdón, de solemni-dades en las entrañas cofradieras. Los hermanos se consagran y preparan para los cuarenta días que todavía nos separan de nuestra Semana Santa.

Cita de capataces y costaleros. Comienza a trabajar el listero nombrando a los hombres que formaran la “Cuadrilla”, mientras en aquel rincón algunos se preparan el costal para el primer ensayo con sus hermanos costaleros ¡Hermanos de trabajaderas! Con los que hombro con hombro consumarán el sueño de realizar una nueva salida penitencial en nuestra Semana Mayor ¡Gracias Dios mío por habernos permitido estar un año más portando las parihuelas que elevarán al bendito cielo la imagen del Señor y de su Madre!

Las Bandas de música van templando los instrumentos: flautas, oboes, clarinetes, fiscornos, cornetas y tambores van sonando en los ensayos de las noches cuaresmales al son de marchas que pondrán la banda sonora a los días que están por venir.

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Los nazarenos van preparando con mimo su preciada túnica, la capa, el fajín, el antifaz y la medalla de la Hermandad y que no se nos olvide la “papeleta de sitio”… Aquella que guardaremos celosamente hasta el día en que se abran las puertas del Templo y salga a la calle nuestra Cruz de Guía.

En las Casas de Hermandad comienzan los preparativos y el olor a incienso y el sonido de las marchas procesionales van fundiéndose en el devenir cofrade. Las tareas para el florecimiento de los cultos previos a la Semana Santa ocupan el tiempo de los hermanos en sus Parroquias para que todo esté puesto y bien dispuesto. Las funciones religiosas, los ceremo-niosos besamanos y besapiés y el solemne vía Crucis como preludio para lo que está por llegar, son preparados con la ilusión y el fervor que brota del corazón del cofrade caballa.

Las parihuelas abandonaran sus lugares de reposo en aquel lejano al-macén y, a paso de “mudá”, harán su primera “chicotá” hasta llegar a la Casa del Señor.

Los traslados del Caído y Amargura, Flagelación y Caridad, Medinaceli y la virgen de los Dolores nos musitan al oído que el momento tan esperado se aproxima.

Nuestra paciente espera ha terminado. volveremos a guiar nuestros pasos para efectuar nuestra Salida Penitencial… Nazarenos recorriendo las calle-juelas hacia el templo; costaleros y capataces, ya se congregan para “velar armas”; acólitos que iluminarán con sus ciriales el camino de la Hermandad y perfumarán con el incienso el paso del Señor y de nuestra Madre celestial.

En este día, desde el recogimiento más íntimo, desde nuestra Fe y desde nuestra devoción, más que nunca elevaremos oraciones y plegarias al Cielo para la gloria de Cristo y de la virgen María. Haremos catequesis por las calles de Ceuta: desde Brull hasta Otero, desde Padre Feijoo hasta Mina, por velarde y Amargura, pasando por los Jardines de la Argentina.

Abstraídos por nuestros sentimientos, aislados entre el gentío y absor-bidos por los sentidos. Sensaciones cofrades vividas y repetidas. Sabor a buñuelos, tortitas de bacalao y torrijas; aromas de incienso, de cera quemada, de flores y de azahar; el tacto con la cera nueva, la suave caricia de nuestra túnica o los respiraderos preparados para su salida; el murmullo de la bulla, las bandas de música, las zapatillas del costalero que acarician el pavimento, colorido en la procesión y el humo de la cera. Sentidos y sentimientos en comunión y en íntima oración con Cristo, nuestro Señor.

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Era una luminosa tarde de Domingo de Ramos en Ceuta, esplendorosa tar-de de primavera en la Capilla de San Bernabé. La barriada y la Ceuta cofrade se arremolinan ante la explanada de la puerta, donde los chiquillos disfrutan de nuestros tradicionales “pirulies”. La música ya está formada y presta para adornar con sus sones al Dulce Nombre de Jesús y la virgen de la Palma.

Las túnicas blancas ya se vislumbran en el interior del templo y la pri-mera Cruz de Guía de nuestra Semana Santa aflora por la puerta y el olor a incienso inunda el ambiente de tan ansiado día para los cofrades ceutíes.

Los fotógrafos con las cámaras preparadas, dispuestas a robar para la eternidad ese instante imborrable que a la luz de la cera ya encendida que-dará impregnada en nuestra retina de ese maravilloso día.

Ya aparecen los chiquillos por el umbral de la puerta vestidos con sus pequeñas y áureas túnicas… Esas caritas llenas de ilusión, para muchos, es su primera procesión, unos acompañan al Dulce Nombre otros a la virgen de la Palma, tranquilos, despacito, mucha calma…

Sale el Dulce Nombre, primera “levantá” al cielo y la Agrupación Musical de Nuestro Padre Jesús Caído y virgen de la Amargura comienza a tocar La Saeta…Un nazareno descalzo se acerca hacia mí, porta un “palermo” en una mano mientras algo lleva en la otra; al acercarse le miro a los ojos, reconozco esos ojos, sin apartarlos de mi extiende su mano hacia la mía hasta depositar sin mediar palabra, no hace falta, una pequeña y primorosa palma bellamente trenzada... Sin querer llamar la atención, como portando un tesoro, la protejo en lugar seguro, no quiero que se rompa, no quiero que se quiebre, es un regalo de mi hermano, es un regalo de este Domingo de Ramos ¡Ojú! Que habríamos dicho, ¡no hacen falta más palabras!

UN MARTES SANTO

Ese día el reloj nos hace recuperar la vigilia como si fuese el repicar de las mismísimas campanas celestiales… Ha llegado ese día tan anhelado. Casi antes de abrir los ojos miro al cielo ¿lucirá el sol o será un día gris el que nos envuelva? Apenas apartamos la mirada, nuestros ojos se posan en la túnica colgada con el color de nuestra Hermandad y que hemos sentenciado acogerlo como parte de nuestra existencia.

Esa túnica que mi mujer, en perfecta complicidad con mis sentimientos, ha planchado para que todo en esa tarde esté perfecto. A mi cabeza, vienen

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recuerdos cuando mi cómplice era mi madre y que todavía sustento en mi memoria como si hubiera sido ayer, cuando seguía esa misma liturgia y sus esfuerzos por sacar aquellas arrugas de antiguas túnicas vestidas en mi niñez.

La faja, el costal, el pantalón, las zapatillas y nuestra medalla perfec-tamente colocados en una silla, esperan el ritual anual para dirigirse al encuentro con nuestro Nazareno y nuestra Esperanza. Nuestra faja, gasta-da, algo deshilachada y descolorido morado por el paso de los años y esa camiseta ya rozada por el peso de los kilos, nos hacen revivir “chicotás” de años superados por el tiempo pero presentes en nuestra memoria; de momentos vividos bajo las trabajaderas, momentos entrañables y momentos de sufrimientos, pero que nunca echaremos en el olvido hasta ese día en que el señor nos llame a su presencia.

Un día en el que los recuerdos, nuestras vivencias y toda nuestra esen-cia, nos hacen revivir años pasados y la nostalgia se apodera de nosotros. Familiares y amigos que ya no nos darán aquel beso o un sentido abrazo, pero que sentiremos en lo más profundo de nuestro pecho que siguen es-tando con nosotros, y que siguen caminando a nuestro lado.

Bien temprano nos dirigimos al Santuario de Nuestra Señora de África para dar los últimos retoques… Como si pensáramos que solo con nuestra presencia todo va a quedar en orden, sin querer darnos cuenta que otros hermanos que sienten igual que nosotros, también deambulan junto a los respiraderos y candelabros de cola fiscalizando que todo está dispuesto. Se colocan las últimas flores al monte, se retoca algún “bouquet”, se mira cada tornillo, cada jarra, cada tulipa, la canastilla, maniguetas y faldones… El llamador ¡todo en su sitio!

Día de reflexión, de meditación, de recuerdos, de oración… El momento se aproxima.

A primera hora de la tarde, damos nuestra primera “chicotá” hacia el Templo, aislados entre la bulla, momentos de meditación, de respirar pro-fundo y de sentida reflexión.

Al llegar a la Iglesia, un sinfín de emociones se palpa en el sublime aire que nos envuelve. Los pasos están preparados, las insignias y la cera pres-tos para franquear la puerta. Oraciones, comentarios, nervios. Muchos nos reencontramos con nuestros hermanos, como cada año en el mismo sitio y a la misma hora, intentando seguir aquella conversación que comenzamos

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hace casi un año, y que quedó como suspendida en el tiempo. Miradas de complicidad, miradas perdidas… Esa mirada que hacemos con los ojos cerrados mientras en una oración interior imploramos a Jesús Nazareno y a la Sacratísima virgen pidiendo favores, pidiendo protección y pidiendo por aquellos que hace ya demasiado tiempo llamaste a tu lado.

El olor a cera quemada ya impregna el ambiente. Costaleros arrodillados en una esquina se van haciendo la ropa, ajustándose la faja, otro asido a la manigueta reza su última oración antes de tomar su sitio en la trabajadera; algunos nazarenos rezan juntos, dan gracias a Jesucristo y a la Santísima virgen antes de ceñirse el capirote. Mientras los diputados van ordenando los tramos, las insignias... los capataces están dispuestos para el primer golpe del llamador.

Gozo de padre cristiano, es el que sus hijos le acompañen en la Fe a Jesucristo y a la Santísima virgen. Gozo de padre cofrade, es el que sus hijos le acompañen y compartan la Estación de Penitencia con nuestra Hermandad, en ese esperado día de nuestra Salida Procesional.

Aquel gozoso día en que recibieron el sacramento del bautismo, vistieron por primera vez, aquella diminuta túnica nazarena… Allí, a los pies del Nazareno, allí a los pies de la Esperanza… En su Capilla, en su Casa… Y por testigo nuestra Patrona, Santa María de África.

Apenas sin darnos cuenta del inexorable paso del tiempo, una mañana de Martes Santo, mi hija Belén ya vestía su verde esclavina, y una sonrisa en su cara se dibujaba coloreada con una ilusión incontenida, era su bau-tizo cofrade, su primera Estación de Penitencia para seguir a la Esperanza ¡Pásatelo bien hija, qué hoy vamos a acompañar a Jesús y a su Madre! Ella disfrutaba de aquellas salidas rodeada de tantos chiquillos, con su lazo verde en el pelo y con su gran cesta de caramelos entre sus pequeñas manos…

El tiempo sigue avanzando y aquella niñita de aquellos años, ya es toda una mujer. Quedaron atrás aquellos tiempos en el que montando los pasos correteaban con sus amigas entre los faldones, las flores, la cera y los enseres al pie de la Capilla.

Hoy me sigue acompañando en cada cita del Martes Santo entre los tra-mos de nazarenos ¡Belén, vámonos vistiendo! Que ya ha llegado el momento de caminar junto a Jesús el Nazareno: la túnica, la faja, el antifaz, la medalla.

Juntos caminamos por Jáudenes, Plaza de África y entramos en la Iglesia por la puerta de la sacristía. A los pies de nuestros pasos, capirotes

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verdes y morados, silencio interior de los hermanos, miradas perdidas y oraciones ofrecidas.

Mi hija Belén está a mi lado, ella pide por su hermano, nos damos un beso, otro beso… Y un abrazo… Nos cogemos de la mano ¡Es la hora! Emoción contenida.

Y aunque de sobras se mi Jorge amado ¡Mi Jorge del alma!, que ensi-mismado en tu imaginario mundo no gozaste de tu esperado bautismo cofrade como yo me imaginaba… Quiero que sepas que siempre vendrás con nosotros. Con tu padre y con tu hermana… Con nuestro Padre Jesús Nazareno y tu virgen de la Esperanza.

Cuando naciste soñéque un martes Santo irías a mi lado.

Igual que tú hermana Belén,con su túnica nazarena

y su antifaz morado.

También soñé que te hacías mayor…Soñé que me acompañarías bajo las trabajaderas,qué yo te entregaba mi descolorida faja morada,y que antaño me ajustaba con pasión verdadera.

Soñé que tú me ajustarías el costal,qué yo te ajustaba el tuyo.

Y que lo haría con todo el orgullode lo que un padre es capaz.

Soñé que beberíamos del mismo jarrillo,y que como dos chiquillosen medio de sus andanzas,nos dijéramos el uno al otro¡Qué bonita va la Esperanza!

Y que como Simón el Cirineolos dos ayudaríamos a llevar la Cruz,

¡Esa Cruz de Jesús el Nazareno!

Soñé que me preguntabas ¿papá vas bien?y yo te contestaba ¿y tu hijo cómo vas?

Y tú me replicabas ¡Bien papá!solo ayúdame a arreglarme el costal.

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Soñé que a la voz del capataz ¡ahí queó!Con la virgen de África por testigonos diéramos un abrazo de amigo.

Con tus catorce años,de todo esto estás ausente,

mas siempre caminaras en mi menteen cada tarde de Martes Santo.

Las puertas del Templo comienzan a abrirse, la luz ilumina suavemente la Cruz de Guía, y a través de las ventanas del antifaz, la mirada de los hermanos se posa en la muchedumbre que espera pacientemente la salida del Señor; miradas de soslayo a través de los respiraderos que hace que se acelere el latir de nuestros corazones. Ajustamos el antifaz, los cirios ya levi-tan, carbón en el incensario, navetas preparadas, los ciriales ya prendidos, la trabajadera ya toca el costal y las manos del capataz ya sujetan dócilmente el martillo: ¡mira que voy a llamá! Respiramos hondo.

…Y ese primer toque de llamador, el que nos golpea directamente en el corazón del costalero para su primera “levantá”… Uno allí abajo grita ¡”vamo” a acordarnos de los nuestros! Y uno, al pronto, se acuerda de su amigo Nicolás, de profesión un excelente dentista y en sus ratos libres amante de todo lo vinculado al mundo de las alpargatas, la faja y el costal y siempre a la verita del Señor ¡Y ejemplar persona! Y como si aquel otro hu-biera leído mis pensamientos va y le responde ¡vámonos, “Kiko”, vámonos!

Allí quedaron aquellos esfuerzos compartidos bajo las trabajaderas: Miguel Ángel, José Díaz, Ignacio, Pedro, Trillo, Miguel, Julio, Agustín, Enrique, Juan, Pirulo, Andrés, Rogelio, Cárdenas… Tardes de sufrimiento, tardes de penitencia y de oración… Y Cristo ha vuelto a hacer un regalo a este humilde siervo, el compartir nuevamente trabajadera con los hijos de aquellos con los que compartí aquellas chicotás, trabajaderas y costal de antaño. Mariano, José Manuel, Cristian… y por supuesto ¡Mi hijo Jorge con su costal bien ceñido en mi corazón! ¡ojú! y nuevamente ¡ojú! ¡No hacen falta más palabras..! Porque tú y yo sabemos el valor de tan inusitada expresión conteniendo estas tres simples letras ¿verdad Miguel Ángel?

Nazareno por valentín Cabillas, Esperanza por Pepe Serón, no podía ser de otra manera, El Encuentro nos espera al compás de la saeta.

En la Plaza de África, Madre e Hijo se miran cara a cara, mientras caba-lleros legionarios ya entonan el “Novio de la Muerte”. Se acabó la “revirá”,

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la Cofradía avanza hacia el Puente, el Encuentro ya está en la calle, ¡vamos valientes, siempre de frente!

Decía San Agustín que el que canta ora dos veces: “Pues aquel que canta alabanzas, no solo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta ala-banzas, no solo canta, sino que también ama a quien le canta. En la alabanza hay una proclamación de reconocimiento, en la canción del amante hay amor…”

Cuando conmemoramos esa Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo… Existe un cante donde las alabanzas se hacen por cantes de sufrimiento, de voz cortada, de corazón roto y de pena está el alma colma-da… En el corazón de la noche quebrada, resuena una apasionada saeta.

SOMOS IGLESIA

Cierto es que los cofrades buscamos a nuestras benditas Imágenes en los Templos.

Cierto es que rezamos a sus pies, muchas veces, en el silencio impene-trable de un rincón de una pequeña capilla, conversamos a solas con Él, dialogamos a solas con Ella.

Cierto es que nos quedamos absortos observando su belleza. Posamos nuestros ojos y rezamos a esas bellas obras de la imaginería creadas por el hombre; belleza física salida de unas primorosas y magistrales manos y una gubia tallando la madera. Los cofrades mejor que nadie, percibimos cómo han llegado a consumarse nuestras Imágenes.

Pero también es verdad, que la devoción del cofrade va mucho más allá de la mera y admirada obra de arte, del exorno, de los bordados, de la túnica, del costal, de la toca de “sobremanto” y del pasito “racheao”. Las Hermandades y Cofradías somos camino de Fe, catequistas permanentes en el tiempo y en el espacio, fuente y cuna de católicos cofrades.

Los cofrades hemos encontrado la belleza de Jesucristo y de su Madre en esas evocadoras Imágenes policromadas que veneramos en los altares.

Nuestro camino, que nadie lo dude, está lleno de belleza. Belleza ex-terior a través de nuestros barrocos pasos dorados, plateados o caobas en su caminar por nuestras calles; las túnicas que vestimos; la orfebrería para esos altares en movimiento sosegado y pausado, de costero a costero; bor-dados mantos para la Reina de los Cielos; música en la calle para ensalzar la gloria de Dios y de la Santísima virgen; belleza a través del simbolismo de nuestras procesiones en la calle.

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Pero también ese camino, es también camino de belleza interior de cada hermano, como expresión de nuestra Fe y de nuestro sentimiento religioso. Eso que cada uno de nosotros llevamos en nuestro interior cristiano. Esos momentos de íntima soledad y en la penumbra del templo, donde solo cabe nuestra Fe, nuestra humildad ante el Señor, nuestro arrepentimiento por esos momentos de debilidad como cristianos… Pidiendo fervorosa y cristianamente que nos ilumine en nuestro torpe caminar a descubrir el rostro de Jesucristo. Pidiendo a la virgen María su intercesión por todos nosotros, por nuestras familias, por nuestro enfermos, por aquellos que están atravesando momentos difíciles, por aquellos que se nos fueron de nuestro lado, algunos tan prematuramente. También damos gracias por lo que somos, por lo que Dios nos ha concedido, por nuestros padres, por nuestros hermanos, por nuestros hijos…

Se lo pedimos en lo más íntimo de nuestra alma a Jesucristo y a la virgen María, amparándonos en esas Imágenes. Dios está en todo lugar y también está en la intimidad de cada capilla, de cada altar y de cada Casa de Hermandad. Y qué más da el nombre que salga de nuestra boca, si de verdad ese nombre nos sale del corazón. Qué más da si es el Dulce Nombre, Medinaceli, Nazareno, Caído, Flagelación, Vera Cruz, Encrucijada, Humildad y Paciencia, Buen Fin, Paz, Expiración, Buena Muerte o Santo Entierro… Y vendrá el Resucitado, el Santísimo Cristo del Triunfo a ofre-cernos la salvación, Nuestro Señor Jesucristo.

A nuestra madre en la tierra la llamamos mamá, la viejita, mi cielo…Y en ese Cielo la llamamos María Santísima de los Dolores, Esperanza, Amargura, Caridad, Desamparo, Lágrimas, Penas, Concepción, Piedad, Amor, Mayor Dolor, Soledad o Madre de Dios de la Palma. Madre de Dios y Madre Nuestra.

Somos cofrades durante unas pocas horas al año, somos Hermandad los 364 días restantes, pero somos Iglesia durante toda la vida.

Era un lluvioso día del mes de mayo de 2013, la Plaza de San Pedro en Roma florecía salpicada de colores y aromas cofradieros.

Del cielo manaba un alegre llanto y como recordando al orbe cofrade, se abrió el cielo de par en par, como en esos apesadumbrados y plomizos días que hemos sufrido en no pocas ocasiones.

Su Santidad el Papa Francisco se dirigía a nuestras Hermandades en una Eucaristía dedicada especialmente a los que hemos adoptado nuestro mundo cofrade como camino para llegar a Cristo.

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Hermandades fundadas por el inmenso amor de la humanidad.Hermandades con sus propias señas de identidad.Hermandades portadoras de Fe.Hermandades con verdaderos anhelos de avanzar en su vida cristiana.Hermandades de Esperanza futura y presente.Su Santidad mostró su agradecimiento a las Cofradías por el testimonio

de la comunidad cofrade en su mensaje: “piedad popular de la que los cofrades somos una expresión y manera legítima de vivir la fe, cofradías que manifiestan en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas… y, haciéndolo así, ayudan a trasmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio “los pequeños”. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, como gesto evangelizador”.

EPÍLOGOAlgunos de los que habéis tenido la infinita paciencia de escucharme en

esta mañana de Domingo de Pasión, saben que mi residencia se encuentra en Sevilla… Esa Sevilla que es ciudad de luz, de incienso y de la flor del azahar; de palquillos, de mantillas y costales… y de papeletas de sitio desde la eternidad ¡infinitas maravillas! ¡Pero aquí estoy, en esta bendita orilla, y aquí traje mi Pregón!

Mi alma cautiva por esta tierra que me vio nacer, vuelve a sentir las campanas de una “Perla” al llegar Semana Santa… Y nuestra Patrona ¡Santa María de África! vuelve a obrar el milagro y allanando mi camino, consigue que, año tras año, este humilde siervo vuelva a estar en su Pueblo ¡Con su gente! En un viernes de Dolores.

Y muchas veces me han preguntado ¿por qué Sevilla has abandonado, con la cera ya encendida, con ese olor a incienso y con esos ilustres borda-dos? Y la respuesta es bien sencilla…

Porque cuando veo a la Borriquita, mi alma vuela a San Bernabé para ver salir a la Pollinica, cruzando la explanada junto a la Madre de Dios, Madre de Dios de la Palma…

Porque cuando me encuentro al Gran Poder ya no hay más anhelado Encuentro que el de mi Nazareno, y no con la Esperanza Macarena, que es con mi virgen de la Esperanza ¡Qué Ella sí qué es marinera!

Y si viese a Santa Marta, mis ojos me engañarían, si, son el Cristo del Buen Fin y María de la Concepción…Vería al Sagrado Descendimiento que de Ceuta es el Silencio en estos días de Pasión.

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Erguido sale en su paso Nuestro Padre Jesús Cautivo y Nuestra Señora de las Mercedes le acompaña…Yo solo veo al Cristo de Medinaceli, que en mi Ceuta es el Señor, con la virgen de los Dolores en su rojo Palio de cajón.

Y si al alzar los ojos me encontrara con “La Lanzada”… Sí yo lo que más quiero es estar junto a la Expiración en su último suspiro y acompañar en su dolor a María Santísima con su carita aniñada, en su más alta expresión de Amor, en su más dulce mirada.

Y llegando “Las Cigarreras”, estaría en el Miércoles Santo ceutí viendo pasar por el Revellín embriagado de azahar, al Cristo de la Flagelación y a la Virgen Soberana, la Virgen de la Caridad…

Que ni las Tres Caídas ni la virgen de la Amargura, ni de Pureza ni de San Juan de la Palma… Siento la certeza en el alma, que mi Caído y mi Amargura salen de San Juan de Dios…

Y si desde el “Rectorado” sale a caminar la Universidad... Los estudiantes con su Cristo de la Humildad y Paciencia ¡aquí llegaron antes!

Encrucijada, vera Cruz o Buena Muerte, ni en Sierpes ni en Triana; mis Lágrimas, mi Desamparo o el Mayor Dolor, nada es comparable a nuestra tierra caballa en estas noches de Pasión.

Sagrada Mortaja por Bustos Tavera, y mis anhelos de ver al valle por Maestranza.

Santo Entierro y Soledad ¿cómo podría estar yo sin verte pasar por el Puente de la Almina en tu centenaria majestuosidad?

En Santa Marina, Resurrección y su virgen de la Aurora, pero mi alma cofrade suspira con el Cristo del Triunfo saliendo glorioso por la puerta de San Cristóbal.

Sí… De Sevilla vengo para vivir la Semana Santa de mi pueblo,de Sevilla vengo para oler los aromas del mar y del incienso,

de Sevilla vengo para estar con los cofrades de mi tierra,de Sevilla vengo para acompañar al Señor y a la Madre de Dios

por las calles de mi Ceuta,de Sevilla vengo para llevarme cargado de amor mi corazón caballa.

Porque a la Semana Santa de Sevilla ¡La admiro!Pero a la Semana Santa de Ceuta ¡La siento!

Hermanos cofrades de Ceuta: ¡venga de frente, más paso quiero!