Pineda, Javier - Chile a fines del siglo XX: entre la modernidad, la modernización y la identidad

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|Ind Revista Universum Año 12-1997 Chile a fines del siglo XX: entre la modernidad, la modernización y la identidad. Javier Pinedo C. (*) 1. Introducción El año 1973, con la llegada de los militares a la Moneda, no sólo se dio fin a una forma de hacer política, sino que se modificó completamente el proyecto de país que se había instituido durante las décadas anteriores, poniéndose en práctica un sistema que intentaba alcanzar, definitivamente, lo que había constituido un sueño permanente durante un amplio periodo de la historia nacional: hacer de Chile un país desarrollado. Esta idea había sido largamente acariciada por amplios sectores como un ideal posible, e incluso transmitido en ciertos niveles educacionales como la verdadera identidad nacional: un país ordenado, distinto, aislado del resto de América latina. Asumiendo y prolongando una visión surgida desde los primeros años de organización republicana y con la que Chile se veía a sí mismo como una Nación que progresivamente se dirigía hacia el desarrollo, manteniendo formas de funcionamiento político estables. Un país capaz de evitar la anarquía y el imperio de caudillos improvisados. Esta imagen, aunque aceptada por una amplia mayoría y aún por figuras del extranjero (Bolívar, Bello, Sarmiento, Alberdi) quienes sostuvieron que en Chile era posible la creación de un pacto social, en algunos casos no pasó de ser un deseo. Si bien el país había logrado la construcción de un sistema constitucional, jurídico y educacional eficiente, y de una economía que permitía mantener a los habitantes y su soberanía durante un extendido lapso de tiempo, sin embargo, no se había librado de algunas crisis que mostraban la flaqueza del proyecto de modernización. Las revoluciones de 1851 y 1891,

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El año 1973, con la llegada de los militares a la Moneda, no sólo se dio fin a una forma de hacer política, sino que se modificó completamente el proyecto de país que se había instituido durante las décadas anteriores, poniéndose en práctica un sistema que intentaba alcanzar, definitivamente, lo que había constituido un sueño permanente durante un amplio periodo de la historia nacional: hacer de Chile un país desarrollado.

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  Revista Universum Año 12-1997

   Chile a fines del siglo XX: entre la modernidad,  la modernización y la identidad.

Javier Pinedo C. (*)

1. Introducción

El año 1973, con la llegada de los militares a la Moneda, no sólo se dio fin a una forma de hacer política, sino que se modificó completamente el proyecto de país que se había instituido durante las décadas anteriores, poniéndose en práctica un sistema que intentaba alcanzar, definitivamente, lo que había constituido un sueño permanente durante un amplio periodo de la historia nacional: hacer de Chile un país desarrollado.

Esta idea había sido largamente acariciada por amplios sectores como un ideal posible, e incluso transmitido en ciertos niveles educacionales como la verdadera identidad nacional: un país ordenado, distinto, aislado del resto de América latina. Asumiendo y prolongando una visión surgida desde los primeros años de organización republicana y con la que Chile se veía a sí mismo como una Nación que progresivamente se dirigía hacia el desarrollo, manteniendo formas de funcionamiento político estables. Un país capaz de evitar la anarquía y el imperio de caudillos improvisados.

Esta imagen, aunque aceptada por una amplia mayoría y aún por figuras del extranjero (Bolívar, Bello, Sarmiento, Alberdi) quienes sostuvieron que en Chile era posible la creación de un pacto social, en algunos casos no pasó de ser un deseo. Si bien el país había logrado la construcción de un sistema constitucional, jurídico y educacional eficiente, y de una economía que permitía mantener a los habitantes y su soberanía durante un extendido lapso de tiempo, sin embargo, no se había librado de algunas crisis que mostraban la flaqueza del proyecto de modernización. Las revoluciones de 1851 y 1891, las huelgas y represión del movimiento obrero en los inicios del siglo XX, y más tarde algunas intervenciones militares, señalaban que una parte del país se mantenía permanentemente al margen de ella, constituyéndose en dos naciones excluyentes: una moderna, europea, elitaria, desarrollada y otra tradicional, criolla, campesina, popular.

En una estrecha unión entre el plano de las ideas y la política, los participantes en el conflicto asociaban a las fuerzas innovadoras con una identidad basada en lo popular, viendo en este sector las raíces profundas e invariables de la Nación. Y a las fuerzas modernizadoras, como extranjerizantes por su tendencia a adquirir en lo foráneo las líneas centrales de sus modos de vida. Sin embargo, la división entre lo nacional y lo foráneo aparece con una línea divisoria más compleja, pues también la oligarquía planteó una identidad que intenta asimilar lo popular por la vía de la idealización retórica, construyendo un modelo identitario asociado a los límites de una Nación construida en el Valle Central: es decir con límites geográficos, culturales y sociales definidos. Por el lado de las fuerzas progresistas, aunque el modelo identitario se afirma en los modos de vida popular, también estuvo dispuesto a ampliarse hacia afuera incorporando elementos latinoamericanos, fundamentalmente en base al elemento mestizo, no europeo.

 

Durante el siglo XX se aplicaron reformas y contrarreformas, con las que se intentaba alcanzar el desarrollo y superar la separación y confrontación entre los dos Chile. La política de reformas tuvo su mayor vigencia en la década de los 60. Los gobiernos de Frei Montalva (1964-1970) y Allende (1970-1973) intentaron, desde perspectivas diferentes, la promoción popular y la socialización de aspectos claves de la economía, como una manera de revertir el esquema de la pobreza y la marginación 2.

La intervención militar resultó reveladora de los agotados proyectos de país surgidos en el pasado. Para algunos fue la prueba definitiva de la imposibilidad de un cambio social profundo en un país que ya con anterioridad, había dado muestras de una historia social marcada por fuerzas conservadoras, que se juegan por la estabilidad y el progreso económico. Pero estas fuerzas se van debilitando a medida que la acumulación de tensiones hacen surgir fuerzas contrarias que intentan romper la inercia, generando violencia política y una crisis que finalmente se resuelve por la represión de las fueras del cambio. En este esquema, el país avanza en sus procesos de modernización, ocultando los profundos motivos de una crisis no resuelta, o que se resuelve por la imposición final del modelo de las fuerzas del orden.

En este sentido, la crisis del 73 puede ser vista como una más, aunque la más radical, de un ciclo que se extiende por lo menos desde fines del siglo pasado en que el enfrentamiento entre grupos sociales ya bien definidos, llevan a una ruptura de la concepción global de país que se había levantado al inicio de la República. Con la crisis del parlamentarismo y la pérdida de la unidad política se rompe definitivamente la creencia que sólo una clase podía gobernar; y más tarde con el inicio de las masacres obreras, que son la prueba irrefutable para ellos mismos, de que están excluidos de una estructura política que en los momentos difíciles no les permite resolver sus problemas al interior del sistema. Estas crisis van resquebrajando una cierta idea de lo chileno al interior de la cual se incorporaban todos los habitantes del país. Durante el resto del siglo se intentará reestructurar, en un sentido u otro, una nueva identidad que logre superar la ruptura inicial.

2. La modernización como meta

El año 1973 los militares tuvieron la sensación que había llegado el momento de la máxima decadencia de una democracia, a su juicio, débil e ineficaz, por lo que se requería de profundas intervenciones en la dirección política y económica3. Los militares, o más bien los economistas (especialmente de la Universidad Católica, inspirados en las recetas de Chicago) que los aconsejaban, idearon un proyecto de base muy liberal, con el que intentaron poner fin a las concepciones de los gobiernos anteriores, para lograr el desarrollo tanto tiempo anhelado, no sólo de los sectores altos, sino también de los medios y bajos4. Muchos de estos economistas pensaban que en Chile el capitalismo había sido débil y que por lo tanto nunca se era demasiado liberal. La crisis del 73 es el choque definitivo de dos concepciones de país que avanzaron confrontacionalmente durante el siglo XX.

Para los militares, la economía y la política caminaban separadamente de la actividad cultural, entendiendo ésta como algo blando y erudito, celebraciones de efemérides, actividades sociales y actos públicos, con la que se intentaba poner fin a años en los que primó una concepción reveladora de las identidades populares, y conflictiva frente a los códigos del orden social. Los militares utilizaron, además, la cultura para poner en acción los emblemas de un fuerte nacionalismo con el que intentaron ahogar las quejas ante la imposición del modelo liberal, y para el cual, una parte del país no estaba preparado5.

Después del 73, la identidad se construye de manera doble: por un lado, un chileno abierto a los progresos del mundo; y por otro, un chileno fuertemente nacionalista, aislado, que mira a los países vecinos como enemigos o incapaces de colaborar en la modernización de un Chile que debe relacionarse directamente con los grandes centros económicos. Se optó por una modernización de espaldas al resto del continente 6.

Aunque durante la década de los 60 y 70 el tema de la modernización tuvo un fuerte impulso, ésta fue concebida sobre todo como una modernización política con la que se intentaba extender los frutos del desarrollo a las clases populares, mientras la modernización económica era vista con desconfianza, sobre todo por los intelectuales. Durante los años '60 se privilegió una concepción del intelectual (sociólogo, politólogo, hombre de letras) al que se le reconoce su labor, además de en los planos del pensamiento, literarios y artísticos, como una figura que contribuye con su saber a aclarar el destino del país. Este intelectual desconfiaba de la posibilidad de alcanzar el desarrollo económico en Chile. Diversas teorías en boga lo convencían de que a lo más se podría alcanzar el crecimiento de un ínfimo sector de la burguesía, manteniéndose el resto en el subdesarrollo y la pobreza 7. Tanto por razones internas como por la presión de las políticas de los países acaudalados, nunca se podría revertir el destino de países periféricos, manteniendo la brecha en aumento, pues la economía se sostenía en la exportación de materias primas, que no bastaban para alcanzar una prosperidad horizontal. El gobierno militar desconfió de los intelectuales como personas con un lenguaje alambicado y de propuestas utópicas. La mentalidad militar estaba muy lejos de un discurso poco directo que se apoyaba en sectores marginales que ellos intentan superar por medio del ascenso social y el éxito económico. El derrumbe de la democracia el 73 mostró, además, la imposibilidad de compatibilizar un sofisticado sistema político con la pobreza en que se mantenían amplios sectores de la población que estuvieron dispuestos a jugar la carta que les ofrecían los militares: congelar el sistema democrático y apostar al desarrollo económico.

Hay que recordar que Chile había vivido profundos cambios económicos en muy poco tiempo: la de Frei Montalva, la "Vía chilena al socialismo" de Allende, y la "revolución silenciosa" durante Pinochet. Los militares aprovecharon el temor a los cambios y particularmente a las reformas de Allende, capitalizando en beneficio propio, junto a la modernización, la autoridad y el orden social. Cambiaron el apoyo de los intelectuales por economistas y técnicos.

Los dos últimos de estos gobiernos se constituyeron en una actitud fundacional, haciendo retroceder su legitimidad al inicio de la República. Allende se ve entre él y Balmaceda como figuras sin contrapeso. Pinochet hizo retroceder los males de la política hasta el mismo 1810, fecha entre la cual y su propio gobierno no observaba (con excepción de Portales) ningún aporte al desarrollo y la modernización. Desde este punto de vista es legítimo señalar que el gobierno militar, en un comienzo al menos, más que surgir con un proyecto de país, nace de un rechazo a las políticas anteriores. Con posterioridad se va sustentando en lo que le resulta más conocido: la Doctrina de la Seguridad Nacional, la política como estrategia militar, la potencialización de enemigos internos y externos, y una radical modernización sostenida en el fomento de polos de desarrollo no tradicionales, y la masificación de avances de la tecnología con los que se intentaba desvirtuar el llamado , la censura, el exilio y la cultura del miedo. El cambio más radical fue el intento de modificar el protagonista social anterior: del obrero al empresario exitoso, imponiendo una lógica del triunfalismo y el desprecio por los perdedores8.

Chile fue uno de los países de América latina en que la idea del cambio social se había expresado en los años 60 de manera más completa, alcanzando las tres vías por las que se vislumbraba dicho cambio: de manera violenta a través de movimientos armados (izquierda revolucionaria), por medio de partidos organizados que intentan alcanzar el poder por las urnas (izquierda legal), y a través del desarrollo de una cierta sensibilidad social cristiana (Padre Hurtado, Obispo Larraín, sectores DC, izquierda cristiana) que solidarizan con el mundo de la pobreza, la promoción popular, el reformismo político.

Ante ese panorama el gobierno militar debió reprimir duramente para imponer un modelo basado en la acción individual como modo de obtener el desarrollo. Y en un país todavía inseguro, la Junta militar supo administrar con éxito el miedo, sumándose a la lista de gobiernos liberales-autoritarios que desde el siglo pasado propusieron la libertad económica dentro de la restricción política.9 Esto significó el fin de los tradicionales tres tercios en que se dividía los sectores políticos, y el término del llamado "Estado de compromiso", el que ahora se comparte sólo entre militares y técnicos, quienes pusieron el acento en la producción, declarando que al aumentar ésta mejoraría la redistribución de los ingresos. Pero además, pusieron fin a una visión ingenua de la política en la que el sistema podría resistir cualquier innovación, adoptando una concepción más maquiavélica (los hombres son más malos que buenos) de las acciones de los individuos y sectores políticos. Concibieron la modernización básicamente como una cuestión económica: privilegiar el acceso al consumo, lo que dio origen a un nuevo status social basado en un éxito regulado por el mercado.

El proyecto que los "Chicago" vendieron a los militares, significaba una reestructuración completa de la sociedad, del sistema político y de la economía y esto sólo podía lograrse bajo un estricto control social, para instaurar las conocidas medidas neoliberales: Reducción del sector público, reorientación de los excedentes hacia el mercado de capitales, apertura hacia la economía de libre mercado, regular el nivel de sueldos por las fuerzas del mercado, con el fin de eliminar la inflación 10.

Este programa además de su rechazo, atrajo también el apoyo ciudadano porque ofrecía coherencia y disciplina y además era percibido como técnico y por lo tanto ideológicamente neutro en un país que había agotado las discusiones en ese plano. Aunque daba origen a la paradoja de las paradojas: el gobierno más dictatorial se transformaba en el campeón de la libertad. El gobierno con menos credibilidad externa hacía gala de la apertura al exterior. El gobierno que era visto como el perseguidor de los sectores sociales más pobres, establecía una dura economía buscando que sus beneficios se extendieran también a aquellos sectores, poniendo a su alcance el consumo, deteniendo la inflación y ciertos logros del mercado: autos económicos, créditos bancarios, adquisición de acciones de empresas, etc. Lo que fue denominado como .

Los uniformados en este sentido, se esforzaron por construir una revolución económica motivados por las circunstancias: su paso por el gobierno no podía ser el de un gobierno más. Había que justificar el brusco cambio económico y político, y sobre todo la muerte de un Presidente de la República.

Los militares se hicieron asesorar por grupos de economistas que intentaron demostrar que la economía era una ciencia exacta, con predicciones comprobables, y que se debe afirmar en las decisiones del mercado 11. El gobierno militar impuso un modelo de modernización con un carácter desconocido en Chile en el siglo XX, y su radical imposición no dejó a nadie

indiferente, obligando a todos los sectores a tomar posición ante la nueva circunstancia. Su impacto no sólo fue considerado durante los finales de los 70 y los 80, sino que continuó una vez recuperada la democracia, y aún se acrecentó en los años 90.

2.1. La Revolución liberal.

En estas circunstancias y con los militares en el poder, la "derecha se encuentra con un mundo por delante"12, de manera opuesta a la posición "acorralada" que había mantenido desde los años 20 hasta 1973, fecha en la que se le ofrece la posibilidad de estructurar un proyecto renovado de país y con un grupo de economistas que lo administren. Se daban las condiciones para el surgimiento de una nueva derecha, la que deja de lamentarse y de añorar el pasado, jugándose por la modernización y proyectos económicos actualizados13. Abandonan la imagen tradicional de Chile como país campesino, y con una cultura basada en la familia y la propiedad. El concepto de modernización comienza a hacerse cada vez más habitual no sólo en economía sino en un sentido más amplio: en agricultura, salud, educación14.

En este primer momento se debe considerar este grupo de economistas que adhirieron al proyecto modernizador en su totalidad, contribuyendo desde posiciones claves del gobierno militar a su implantación. Fundamentalmente sectores de una nueva derecha organizada en torno a las políticas de Sergio de Castro y José Piñera15, entre otros, quienes postulan la imagen de un chileno realizador, competitivo, confiado en su país y capaz de construir una economía basada en un modelo exportador de productos cada vez más elaborados. Exportar valor agregado y desarrollo de la economía privada. Este sector, aunque no de manera unánime, propuso una modernización basada en una , y con una concepción del liberalismo como máxima libertad económica y mínima política.

Surge así un grupo de profesionales, que hablan permanentemente de una "revolución liberal", dispuestos a construir una nueva economía y una nueva sociedad. Los principales objetivos de esta derecha liberal eran hacer de Chile en el Bicentenario un país desarrollado, derrotar la pobreza, insertarlo internacionalmente, aunque con las restricciones señaladas: limitar la democracia por medio de un gobierno autoritario.

Para comprender bien esta modificación, hay que recordar el contexto político anterior en que se movía una derecha que propiciaba su origen conservador-católico, férreamente opuestos a las innovaciones y con débiles propuestas en política y economía. Una derecha con pocos intelectuales ( ni siquiera al llegar al poder con Jorge Alessandri) que construyeran un proyecto de país. Una derecha que había tenido proyectos durante el s. XIX, quedándose al fin sólo con una mentalidad conservadora opuesta a lo moderno, perdiendo un progresivo apoyo en las elecciones. 16. Una derecha aislada, con escasa base social, sin programas alternativos a las políticas de modernización en conformidad con un Estado democrático 17.

En ese contexto había sido reemplazada por la DC, cierta parte de la jerarquía eclesiástica y nuevos grupos católicos con una mayor sensibilidad social. Muchos de los cuales provenían, paradójicamente, del sector conservador y fue justamente en la Universidad Católica donde aparecieron los sectores más extremos en apurar los cambios y en buscar nuevas orientaciones basadas no ya en la oposición a las reformas sino en su apoyo y fomento.

Pero, como se ha dicho, a partir del 73 se consolidan en la derecha algunos líderes con características nuevas que propician una alternativa más liberal que no busca en el pasado, ni

en la tradición del hispanismo, su proyecto político, sino que por el contrario, propone un programa hacia el futuro y la modernización.

Esta corriente tiene su origen en las recetas de los economistas de Chicago ya señaladas, y en otro plano en textos como el de Fernando Mönckeberg, Jaque al subdesarrollo18 donde en oposición a la corrientes dominantes de la sociología de la dependencia de los 70, se postula la necesidad del desarrollo en base a cuatro proposiciones básicas: aumentar los recursos humanos atrasados por la pobreza y la desnutrición, modernizar la educación, modificar la política económica optando por la libre empresa, e implementar estructuras científicas y técnicas que permitan optimizar los recursos.

La forma más simplista de la modernización fue presentada por Joaquín Lavín, con un libro que, sin embargo, se constituyó en un éxito de ventas19, asociándola a los fax, teléfonos, aparatos de TV., y al surgimiento de polos de desarrollo en puntos tradicionalmente marginados. Sus argumentos resultan muy similares a los utilizados por la propaganda oficialista durante la campaña del Plebiscito del 80, en la que diariamente se presentaba a Chile como un país en paz, acompañada de imágenes de artefactos técnicos (satélites, antenas parabólicas, microscopios), por cierto ninguno de ellos producido aquí, y con los que se intentaba entregar un mensaje revitalizador de la modernización: lo que importaba era invertir en ciencia y tecnología y no en política. Parodiando las consignas de los años '60, se podría decir que este sector adoptó el lema: " Modernización o muerte".

Años más tarde, en 1992, haciendo un balance de esa experiencia, un grupo de economistas y pensadores publicarán, El Desafío Neoliberal, entre los cuales se encuentra tres chilenos: el ex ministro José Piñera, David Gallagher y Arturo Fontaine, además de otros latinoamericanos20.

Para el caso chileno, José Piñera en su artículo,"Chile,: el poder de un idea" , señala algunas claves de lo que denomina "la revolución liberal chilena" y desde una perspectiva optimista augura que cuando Chile cumpla 200 años, en 2010, será un país económicamente desarrollado. Ante la pregunta ¿cuándo logró Chile ponerse en la ruta del desarrollo?, siguiendo el modelo según el cual las crisis sociales y políticas pueden ser usadas para lograr el desarrollo, señala a la "tormentosa década" de los años 70 como el "comienzo del final de una época" , tanto en Chile como a nivel mundial, en la que se detienen "las fórmulas económicas estatistas" 21. La confianza marca su análisis:"Un nuevo Chile ha surgido como consecuencia de las múltiples, profundas y coherentes reformas de signo liberal que se llevaron a cabo entre 1974 y 1989" .

Plantea una síntesis de los principios económicos que guiaron la modernización: «Se abrió la economía a la competencia internacional; se privatizaron la mayoría de las empresas estatales; se eliminaron los monopolios empresariales y sindicales; se flexibilizó el mercado de trabajo; se creó un sistema privado de pensiones y de salud; se abrieron sectores enteros como el transporte, la energía, las telecomunicaciones y la minería a la competencia y a la iniciativa privada». Lo anterior, en su opinión, trajo como resultado un favorable cambio macro económico en el que Chile crece a una tasa promedio anual del 6,3 % entre 1985-89, con un aumento de la inversión a un 13,8 %, las exportaciones en un 9% y el empleo crece en un 4,6 % anual. Con lo cual se logrará ir disminuyendo la extrema pobreza y continuar creciendo en las décadas siguientes.

En fin, un programa que permitiera la superación de un destino fatalista y recuperar lo

atractivo del capitalismo: el riesgo, la aplicación de inteligencia práctica, la posibilidad de construir un futuro abierto. Un programa de modernización que se afirmaba en un chileno universal, por lo que no manifestó interés alguno en consideraciones identitarias o culturales de sectores particulares de la sociedad chilena.

Aquel año de 1992, y celebrando los logros del crecimiento y la estabilidad, se reeditó el programa económico (llamado "El Ladrillo" ) que los profesionales de la Universidad Católica entregaron el año 73 a los militares y en el que se insiste en las fórmulas liberales. En el Prólogo, escrito por Sergio de Castro 22, se señala algunas aspectos que serán aceptados como méritos de aquel momento. La convivencia de académicos y empresarios, y ciertas pautas económicas que se volverán un referente habitual: « ..la apertura de nuestra economía, la eliminación de prácticas monopólicas, la liberación del sistema de precios, la modificación del sistema tributario por uno más neutral, eficiente y equitativo, la creación y formación de un mercado de capitales, la generación de un nuevo sistema previsional, la normalización de la actividad agrícola nacional (...) y la protección de los derechos de propiedad ».

Para la correcta comprensión del presente artículo, se debe tener claro que ninguno de los autores mencionados hasta aquí aseguran que Chile ha logrado la modernización ni que sea un país moderno (o sólo parcialmente), pero sí que la modernización (no la modernidad) es posible de alcanzar manteniendo en práctica las fórmulas económicas señaladas.

3. El debate Modernización - Identidad

Desde algunos años antes a la recuperación de la democracia el año 1991, había surgido un segundo grupo que adhirió al proyecto modernizador, pero con algunas reservas en torno a la necesidad de medidas que aseguraran la equidad23. Se trata principalmente de políticos e intelectuales ligados a la Democracia Cristiana 24, que trabajan en el C.P.U.. y especialmente en CIEPLAN; así como representantes del socialismo renovado: Ricardo Lagos25, Jorge Arrate26, José Joaquín Brunner 27 y los nuevos dirigentes de la CEPAL (Gert Rosenthal) y del Banco mundial ( Enrique Iglesias), o aún de antiguos líderes de la izquierda como Carlos Altamirano 28, quienes postulan el desarrollo económico, pero también la democracia y la participación social.  En el caso de la izquierda, el sector renovado fue abandonando la vía chilena al socialismo, para incorporarse al proyecto liberal, pero intentando acercarlo más a una verdadera modernidad (en el sentido de Habermas) que a una modernización puramente económica. En estos sectores, su oposición al proyecto de los militares irá sobre todo por la denuncia de la violación a los Derechos Humanos, como el más alto costo social que se debió pagar por su imposición.

Probablemente el exilio de muchos de ellos influyó en esta revalorización de la democracia como valor en sí, al ver su funcionamiento en países de larga tradición republicana, y como la izquierda chilena vivía una etapa de crisis en la que necesitaba nuevos modelos, la realidad del exilio influyó en el cambio, tanto como influyó la crisis del socialismo que los exiliados en Europa del Este y del Oeste contemplaban con más fuerza que desde Chile. Por último, la nueva clase dirigente, fue perdiendo su antiguo sentido de culpabilidad, por no haber realizado con éxito el cambio social y se fue sumando al proyecto modernizador.

Aunque la unificación de la oposición fue uno de los inconvenientes más difíciles de superar, hacia el año 86 e incluso desde antes, los partidos opositores a los militares presentan un lenguaje común en el que se reafirman conceptos como libertad, democracia, justicia y

modernización, los que van impregnando el espacio político. Lentamente se observa una revalorización de la democracia tradicional por amplios sectores entre los que se incluyen la izquierda y la derecha, que antes fueron escépticos a ella. Los métodos autoritarios, asociados a políticas fundacionales, van produciendo un cansancio progresivo y se comienza a apostar a una democracia sin apellidos. 29

Lo novedoso es que un sector mayoritariamente opuesto al gobierno militar, una vez alcanzada la democracia, terminó por sumarse al proyecto modernizador, aunque intentando, como hemos dicho, la implementación del proyecto de la modernidad, comprendido como un programa más amplio que permitiera la liberación de los individuos, la consolidación de la sociedad civil, el desarrollo de un sistema de educación racional y participativo, la descentralización, etc.

El proceso fue gradual, pues en un comienzo se criticó el modo de imposición del proyecto modernizador neoliberal, como en el texto de Juan Gabriel Valdés 30, en el que se utiliza el concepto de "Esacalamiento ideológico" para referir un hecho esencial que había marcado la sociedad chilena, en la que «partidos políticos o grupos organizados se han propuesto usar el poder del Estado y movilizar a sus adherentes sobre la base de discursos doctrinarios para organizar la sociedad y modificar drásticamente sus reglas, cambiando el comportamiento y la forma de vida de las personas». Aunque el libro está centrado en la imposición del modelo neoliberal, se utilizó una perspectiva que no incluye sólo a los militares, sino que se rechaza la excesiva injerencia de las ideologías en la conducción política desde los años 60 y 70.

Lo que llevó al debate sobre la aplicabilidad de modelos económicos, pues los últimos gobiernos se acusaban mutuamente de no ver el país real y de aplicar políticas al margen de éste. El tema era develar la verdadera "realidad" de Chile y saber cuál era el programa que esta realidad podía aceptar. Resulta imposible no establecer un paralelo con las proclamas de Pinochet de que el marxismo era "ajeno a la realidad chilena" , que ahora se invertía señalándose que el liberalismo a ultranza iba contra el sentido profundo de esa misma realidad, tan diferente a la de los países europeos o asiáticos. El dirigente socialista, Sergio Bitar, que vivió su exilio en Estados Unidos, plantea una economía para Chile integrada al resto del mundo, aunque no completamente ultraliberal, pues es "absolutamente ajena a la realidad" del país31. Desde finales de los 80, una parte de los intelectuales de centro y de izquierda, tradicionalmente críticos frente a la modernización, pasan de una postura de rechazo a comprender las ventajas de un proyecto que terminan por administrar. Y muchos sectores políticos que habían postulado formas alternativas (socialismo comunitario, cooperativismo, doctrina social de la iglesia, pero también la derecha estatista tradicional), van decayendo y sumándose a sectores de la DC y del socialismo renovado que alientan el proyecto modernizador.

El dilema se resolvió con el acuerdo tácito que continuar el camino de la modernización (es decir, del neoliberalismo) era el más adecuado. Lo anterior resulta significativo si observamos que finalmente un amplio sector de la oposición al gobierno militar no tenía un proyecto económico tan diferente. La discusión gobierno militar/oposición democrática, dejó así de plantearse en términos de revisar los fundamentos económicos en torno a los cuales debía organizarse la sociedad chilena32.

3.1. Chile, un país con futuro.

Desde los años 70 se habían publicado una serie de libros que intentaban proyectar o

imaginar a Chile en el futuro. En muchos de ellos con gran voluntarismo se señalaba que el futuro por lo cual los autores no sólo intentaban describir el país del mañana sino que también construirlo33. El postulado general es que administrado correctamente, Chile, podría alcanzar la modernidad al momento de cumplir 200 años de vida independiente, en el 2010, una fecha paradigmática y que se presentaba con fuerte connotación simbólica en el ideario político-social-cultural.

Esta idea, que corresponde a la respuesta de los sectores de la Concertación 34 al programa visualizado por J. Lavín (véase nota 19), tuvo particular difusión a finales de los años 80 y comienzos de los 90, y en la que coincidieron que al revisar la historia, Chile, les parecía un país posible de gobernar, de desarrollar económicamente, de crear un sistema político estable, y sobre todo con la capacidad suficiente para aprovechar los errores del pasado y crecer en el futuro.

En el texto compuesto por Ernesto Tironi el optimismo es manifiesto. En la portada, además de la fueza del título, ES POSIBLE, escrito en gran mayúscula, aparece impreso sobre un fondo azul en el cual un volantín con la bandera chilena, se eleva en el cielo.

Por cierto que tratar el tema de la pobreza no era nuevo, pero lo novedoso es que ahora se postula con optimismo la posibilidad de aplicar medidas concretas que ayuden a disminuirla. También es original que un equipo de profesionales opuestos al gobierno militar reconozcan, que a pesar que no estaban resueltos todos los problemas, sus avances en el plano de la economía resultaban evidentes: «El Directorio del CED, al analizar la situación que prevalecía en el país a comienzos de 1987, llegó a la conclusión de que, a pesar del importante repunte de la economía, reflejada en los índices de crecimiento de sus principales sectores, nivel de inflación y favorable balanza de pagos, subsistía el gran problema de la pobreza que afectaba a una gran masa de la población».

Los autores del texto, al margen de las dudas, insisten con un acto de voluntad que Chile puede alcanzar la modernización, en la máxima coincidencia de políticas económicas entre miembros del gobierno militar y la oposición, como pocas veces se había dado en los últimos años.

En el mismo sentido, Alejandro Foxley señala que"Chile es un país que desde siempre asignó una gran importancia a las ideas" , alaba su larga tradición democrática, la temprana constitución del Estado, la comunidad de intereses, las semejanzas de su población, un país que revaloriza el concepto de . Un discurso que no sólo le permite a las posturas conservadoras y nacionalistas, el reconocimiento de los valores históricos del país.

El argumento ahora es que sin desarrollo económico no puede lograrse la equidad. Hacer programas de justicia social sin desarrollo, equivale a inflación, la que redunda en mayor probreza.

Se debe advertir que este sector tampoco establece que Chile sea un país moderno, pero sí que se puede alcanzar, y que por tanto su administración no se debe dejar sólo a los sectores autoritarios.

3.2. De la modernización inevitable a la modernidad.

En el contexto anterior, un grupo de intelectuales "renovados" publicarán una serie de textos

en los que postulan que la modernización (liberal) también posee elementos positivos y cuya aplicación, por lo demás, resultaba inevitable. Estos intelectuales, sin embargo, intentarán ir más allá y alcanzar las características fundacionales del proyecto moderno.

Consideremos el caso del sociólogo José Joaquín Brunner quien se ha constituido en uno de los principales teóricos de la renovación. Brunner diferencia entre modernidad y modernización, señalando que aunque la segunda es una "opción ineludible" y a la que no teme , se debe sobre todo alcanzar la "la reciprocidad simétrica" que caracteriza la primera. Es decir, ofrecer "contextos de opción", frente a los tradicionales "contextos de jerarquía". Brunner caracteriza sus elementos constitutivos: «Los principales elementos institucionales de la modernidad residen en la democracia, la empresa como motor del desarrollo, la escuela como eje de distribución del conocimiento a toda la población, y una sociedad civil dotada de suficiente autonomía y fortaleza» 35. Es decir, lo que denomina "contextos de opción", conceptualizados como aquellos,"mediante los cuales los individuos puedan hacer elecciones y así ejercer efectivamente su libertad" .

Esta concepción de la modernidad le permite ubicarse a la misma distancia de cualquier forma autoritaria de gobierno: «El socialismo tradicional, encarnado en la experiencia soviética y sus diversas expresiones, surgió históricamente como un modelo alternativo de modernidad. Pero en vez de la libertad de los individuos, afirmó su socialización forzada en múltiples "contextos de jerarquía": antes que nada el partido y, en seguida, el Estado y su ideología, la burocracia como forma de coordinar la economía, las múltiples disciplinas de la vida cotidiana, y una esfera cultural oficial frente a la cual sólo cabía conformarse o ser excluido como disidente.»

Y a continuación agrega: «Otras formas de autoritarismo, como las que conocimos en Chile, suprimen asimismo la libertad y sus contextos "no económicos" de opción. Buscan construir la modernidad apoyándola solamente en la empresa y los mercados, pero negando la democracia, reduciendo la sociedad civil y censurando la cultura»36.

Brunner enfrenta los temas más actuales (sistemas de comunicación, televisión cerrada o satelital, Internet) y su impacto en la vida social e individual. Un sociólogo más preocupado de describir lo que acontecerá con las nuevas formas de democracia, las ideologías, los grupos sociales, las utopías, el mercado, que en provocar un cambio social, como fue habitual en los años 60. Uno de los pocos que no sataniza la modernidad y aún recupera sus aspectos racionalistas, liberadores.

Se acepta el desafío de la nueva sociedad emergente con todos sus atractivos y contradicciones. Un esfuerzo por no perder el impulso de apertura del país al mundo, perspectiva desde la cual, el tema de la Identidad (como veremos) se observa como un retroceso a formas convencionales de vida y que dejan fuera de sí a otros agentes sociales emprendedores. Es decir, los males de la modernidad se solucionan con más modernidad, o por lo menos dentro de ésta.

Antonio Leal, también representante de los sectores renovados, muestra el mismo interés por la modernidad. En un artículo con un título reiterado en estos años:"Modernidad e identidad cultural" 37, alude a la internacionalización y globalización de la economía, la política y la existencia individual como fenómenos inevitables, pero abogando por un modelo que logre dar coherencia a las modernizaciones con «equidad social y ambiental «, intentando adecuar el país a los avances tecnológicos y su expresión en la vida cotidiana, laboral y antropológica

del ser humano al terminar el siglo XX: "Si no asumimos oportunamente este desafío estamos condenados a un estancamiento y a una creciente marginalidad en el mundo interdependiente". No se rechaza, sino que se intenta asumir, en todo lo que sea posible, la modernización tecnológica y educativa, para lograr pasar más tarde a la modernidad.

A la modernización se le agrega un sello que la relacione con el cuidado del medio ambiente y a la conexión con la "revolución del conocimiento" la que pasa a ser un factor decisivo en la "formación de la riqueza". Por otro lado, el acento está puesto en la extensión de la democracia, la educación y la salud de la población, la descentralización y otros aspectos en los que resulta necesario «construir una nueva cultura de las modernizaciones que ligue ampliación de la democracia con la necesidad de aprovechar el enorme progreso tecnológico, los espacios que efectivamente abre la competencia y el mercado mundializado con la necesidad de crear una verdadera sociedad de las oportunidades».

Este sector, junto con aceptar la renovación, estuvo dispuesto a desarrollar sus actividades en un campo político denominado "transición" marcado por las normas heredadas de los militares, y a aceptar voluntariamente las reglas de un juego que en ocasiones podía parecer un "estado de amenaza" , debido a la necesidad de no preocupar a los empresarios, de mantener los logros económicos alcanzados, de no alterar la derechos de la empresa privada, y en fin, de evitar la posibilidad de una nueva intervención militar."La mayoría de los chilenos aceptamos las limitaciones que impone una transición de esta naturaleza, pero ello no significa que hayamosperdido la sensibilidad y la memoria" señala la experta en comunicaciones Giselle Munizaga, y agrega:"...la transición no se escribe en una página en blanco, sino en el terreno de la memoria de una socieddad como la nuestra, que no sólo está rota, también herida y sigue necesitando reparación" 38. Aceptando las circunstancias, se establecía que el sistema permitía escaso espacio a las minorías, a los marginados, a los "otros deseos".

De este modo, ya sea por el propio convencimiento de la renovación política o por la dinámica que imponía una "transición" forzada, se optó por continuar el camino de las políticas liberales y de la modernización; el que después, sin embargo, fue asumido en plenitud terminando por alabar con optimismo las posibilidades de alcanzar el desarrollo y la inserción de Chile en el mundo desarrollado 39. Por cierto no era una idea original, pero si por un lado se la revitaliza, por otro se le agrega un ingrediente nuevo: no sólo alcanzar el desarrollo, sino sobre todo construir un país capaz de resolver sus problemas internos.

3.3. Las razones de la identidad.

La corriente modernizadora ha tenido también sus opositores y en los últimos años encontramos un tercer grupo constituido más por intelectuales, artistas y pensadores que por economistas y políticos, quienes se oponen o relativizan el proyecto modernizador. Curiosamente, forman el sector ideológico más variado, pues en su interior aparecen conservadores, nacionalistas, marxistas, cristianos, ecologistas, quienes se agrupan en asociar la modernización y el modelo neoliberal con injusticia social, conflictos personales, y sobre todo con el debilitamiento de la identidad nacional.

El rechazo del prestigioso historiador Mario Góngora a la imposición del modelo neoliberal lo expresó en Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX 40, aunque también en conversaciones privadas, artículos 41 y entrevistas, en los cuales señaló el carácter no ajustado a la realidad chilena de un modelo que evitaba la participación

del Estado en la orientación del desarrollo nacional.  Mario Góngora defiende la importancia del Estado en la formación de la nacionalidad chilena, y la disminución de éste en los ultimos gobiernos y particularmente con los militares, le parece preocupante.

Góngora expresa su asombro ante la aparición de la sociedad de masas, los procesos técnicos y la pérdida, citando a Jasper, del "ser-si-mismo del hombre" , reemplazada por una democracia que gira en torno al marketing de las imágenes.

Una de sus críticas más claras se refiere al abandono por parte del Estado (durante el gobierno militar) de la educación superior: « ...el aporte fiscal a las universidades se ha reducido constantemente, argumentándose que la universidad chilena sirve a 130 mil alumnos, y los grados medio y básico a 3 millones. El argumento es lamentable: en cosas culturales no se cuenta, sino que se pesa. La tradición occidental ha sido siempre la de que la educación irradia desde las universidades, que prepara las elites del país, hacia abajo. La concepción masiva hoy dominante (el libro fue publicado en 1981) dará un pueblo sin anafabetismo, pero infinitamente menos cultivado que el de 1940 ó 1970» 42. Aunque reconoce que no obstante,"últimamente se ha apoyado mucho la investigación científica y técnica" .

Sus críticas a la modernización y particularmente al modelo neoliberal las asocia a una excesiva masificación y economización de la sociedad, y por esa vía al fin del ser nacional. Lo que desprende al comparar «los ideales tradicionalistas y nacionalistas de la primera hora, de la Declaración de Principios de la Junta militar, con la aplicación posterior de un modelo ajeno a la cultura chilena:"El neoliberalismo no es, efectivamnete, un fruto propio de nuestra sociedad, como en Inglaterra, Holanda o los Estados Unidos, sino una "revolución desde arriba", paradíjicamenteatiestatal, en una nación formada por el Estado" 43.

Por haber fallecido Mario Góngora en 1985, sólo nos es posible conocer su testimonio más escéptico y doloroso de un momento de la historia en que no veía alternativa para construir un proyecto de país distinto al que le ofrecía la realidad de los últimos 30 años. Un hombre doblemente desengañado : «Se quiere partir de cero, sin hacerse cargo ni de la idiosincrasia de los pueblos ni de sus tradiciones nacionales o universales; la noción misma de tradición parece abolida por la utopía. (...) Suceden en Chile, durante este período "acontecimientos" que el sentimiento histórico vivió como decisivos: así lo fue el 11 de septiembre de 1973, en que el país salió libre de la órbita de dominación soviética. Pero la civilización mundial de masas marcó pronto su sello. La política gira entre opciones marxistas a opciones neoliberales, entre las cuales existe en el fondo "la conciencia de los opuestos" , ya que ambas proceden de una misma raíz, el pensamiento revolucionario del siglo XVIII y de los comienzos del siglo XIX». Góngora coincidirá con la corriente identitaria, al rechazar desde un país periférico, el universalismo moderno.

A él se unieron otros pensadores, todavía muy poco estudiados, quienes constituyeron una oposición humanista-conservadora al proceso modernizador. Como Felix Schwartmann44, quien expresa su crítica desde una postura "poética", y Roberto Escobar45, que desde una postura "nacionalista" señala la escasa capacidad del habitante del país para adaptarse a los modos de vida de un liberalismo "impuesto" y que empequeceñe el alma del pueblo, poniendo en peligro los valores nacionales. En un trabajo más vertical habría que analizar también la obra de Armando Roa. Uno de los casos más extremos proviene de Juan Antonio Widow 46, quien además de condenar el pluralismo y la democracia en cualquier de sus formas (liberal, socialista o cristiana), señala los peligros de un liberalismo injusto hacia los

sectores desposeídos, así como el (peligroso) tono laico de su discurso, expresando sus preferencias por el orden, la autoridad y la espiritualidad.

Desde un punto de vista diferente, una de las primeras posiciones "identitarias" y de la cual se nutren muchos de los autores posteriores, es el texto de Jorge Guzmán, Diferencias latinoamericanas47, en el que analiza las características más profundas del ser y la cultura del continente, insistiendo en el mestizaje como rasgo singular de América latina.

Jorge Guzmán al estudiar a Gabriela Mistral, Gabriel García Márquez, Manuel Puig y Alejo Carpentier, desprende algunas condiciones culturales básicas: el predominio de lo femenino y particularmente de lo materno, en un mundo caracterizado por la ausencia de figuras masculinas, y por el afán de "blanquearse" , asumiendo códigos extranjeros.

El libro de Guzmán constituye un intento de interpretación metafórica a partir de textos literarios, para definir los rasgos constitutivos de la percepción mestiza de la realidad americana. Analiza en detalle sus símbolos, sus presencias y ausencias culturales, sus valores. No es un trabajo más de exégesis literaria, sino uno que se propone examinar con rigor "...las diferencias latinoamericanas". Algunos de estos temas serán ampliados por Guzmán en publicaciones posteriores 48.

De Gabriela Mistral aísla los significados con que se enuncia la maternidad ( el todo) y la paternidad (la ausencia). Por ejemplo, se intenta conocer "...la menra en que estos poemas significan el drama de la feminidad de nuestra región mestiza...", al destacar las diferencias con los órdenes culturales creados en la tradición cristiana, occidental, y el significado de los conceptos de paternidad, maternidad, la relación madre-hijo, amor, futuro.

Previo a los análisis, Guzmán exige el conocimiento de los contextos sociales y culturales latinoamericanos, así como el uso del idioma español que se hace en este continente, negando en cierta manera las lecturas realizadas desde otras tradiciones culturales ajenas al uso de, por ejemplo, "nuestra jerarquía religiosa mestiza", o "nuestro amor mestizo". Jorge Guzmán insiste en una imagen de Latinoamérica como un continente materno, caracterizado por la presencia de la madre tanto en los poemas mistralianos como en el mundo extraliterario: "...el centro de la realidad es una figura femenina..."ones a ocupar el lugar de Dios.49

Así, en oposición a la cultura judeo-greco-latina que instaló al padre "como centro de la realidad, origen y mentenedor del orden y del sentido», pues como en ninguna otra parte, se reiteran padres heridos, aislados, lejanos, idos. Una figura que finalmente se transforma en un "espejismo": "Aquí los padres sangran y lloran, llevan y dejan. La palabra padre está, pues, desplazada y vacía".Del punto de vista de la modernidad, Guzmán se pronuncia en oposición a ella o al menos a su mecánica aplicabilidad en el mundo latinoamericano. Y aunque su análisis resulta más complejo, nos vemos en la necesidad de sintetizarlo. Hablando, por ejemplo, del Discurso del método de Descartes señala: «La obrita es una especie de piedra miliar de la época burguesa; se la usa como una comprimida metáfora de la modernidad, que connota los caracteres de racionalidad, individualidad, cientificismo, matematización del pensamiento, libertad individual, legalidad, etc., etc., etc.,».

Por lo que no comparte la aceptación "acrítica" de la obra por parte de textos "que se propone como objeto una región del mundo (Latinoamericano) que no ha sido jamás propiamente

pensada". Para Guzmán más que los métodos de análisis, importa la propia historia del Continente, y es en ella y en sus expresiones literarias, donde se puede encontrar su identidad. Y la historia del continente no dice con una "concepción lineal (...), la que difundío el s. XVIII y que sigue viva hasta hoy, tanto en le liberalismo como en el socialismo". De nuevo, identidad y modernidad aparecen contrapuestos."Latinoamerica, que no pertenece al ciclo (lineal) y cuya historia aún no comienza, lo que hace posible que en ella se viva en el presente y se crea en le futuro" . Jorge Guzmán es un buen lector, que descifra con profundidad el significado de los textos que caen en su mirada, lo que le ha permitido escribir una de las mejores interpretaciones de la literatura latinoamericana publicadas en Chile.

Pedro Morandé50 ha revitalizado fuertemente las críticas a la imposición del proyecto modernizador en los años 80, el que en su opinión, caerá en el mismo fracaso en que terminaron los proyectos desarrollistas anteriores.

Morandé señala que modernidad e ilustración, aunque habitualmente se confunden, son procesos diferentes.

Mientras la segunda se asocia al pensamiento del siglo XVIII, la primera comenzó mucho antes con la universalización de la historia, la extensión de un lenguaje común, y el encuentro de pueblos diversos, que por ese mismo hecho comienzan a preguntarse por su identidad particular.

Desde su punto de vista, América latina no es ni antimoderna, ni premoderna, sino moderna desde su nacimiento y su misma incorporación a Occidente en 1492 es una prueba de su modernidad. Los argumentos de Morandé se basan, en la existencia de una lengua escrita generalizada no sólo al grupo intelectual, en universidades e imprentas y de un concepto de libertad (anterior a la Ilustración), ya presente en la filosofía occidental y el cristianismo. La existencia de una orden religiosa como los Jesuitas, con sus Misiones y sus votos, son otra prueba de presencia de la modernidad en América latina.

Si desde el análisis de Max Weber, América no tuvo Ilustración, es decir ni Reforma ( que sólo llegó en el s. XIX con los protestantes), ni Calvinismo (esencial en la cultura burguesa), sí participó, podríamos decir, en un modelo paralelo de modernidad, el signado por el Barroco, Francisco de Vitoria, el cristianismo. Es a partir de este modelo propiamente americano, que Pedro Morandé establece una fuerte crítica a la Ilustración: modelo estrechamente racional que no se compatibiliza con el mundo del mestizaje.

Los reparos de Morandé apuntan a la escasa presencia de la tradición ilustrada en América latina, la que por lo demás, no se compatibiliza con un ethos popular barroco, cristiano, mestizo y antimoderno. Una cultura basada en el rito y el sacrificio, que ha sobrevivido a lo largo de los siglos, más allá de los débiles momentos de predominio del iluminismo racionalista. La propuesta de Morandé recibió muchos adherentes, entre quienes coinciden con él en que la propia realidad chilena (y latinoamericana) terminará frustrando los intentos modernizadores.

Morandé tienen el mérito de establecer las diferencias del mundo cultural latinoamericano y de poner en el debate reflexiones sobre su profunda identidad, temas que fueron, de alguna manera, olvidados en las ciencias sociales, desde mediados de los años 70 y buena parte de la década siguiente. Además, y más allá de compartir o no sus tesis, tiene el mérito de plantear

desde la sociología ciertas preguntas fundamentales sobre la realidad latinoamericana, abriendo esta disciplina a la literatura, la ensayística, el mundo cultural, la religiosidad popular y el análisis de ciertas prácticas sociales arraigadas en América latina.

Morandé plantea dos grandes temas: a) Los orígenes y característica del proyecto moderno, racional e iluminista y sus manifestaciones en la modernización. b) La incompatibilidad permanente de ese proyecto, con la identidad (o ethos cultural) de América latina.

En relación al primero, señala la secularización de los valores, la racionalidad formal, la autorregulación del mercado, la separación del orden político del económico, etc. Poniendo énfasis en la aceptación acrítica por parte de la sociología latinoamericana de los conceptos de la sociología de los países desarrollados, denuncia una "mentalidad desarrollista" , que finalmente ha producido pauperismo y la desprotección jurídica y social del trabajador. "La sociología luchaba por la posibilidad de legir entre alternativas distintas de modernización, pero no puso en tela de juicio a la modernización como tal" . Agregando a continuación:" Algunos querían desarrollarse hacia un 'un capitalismo a la latinoamericana', donde lo importante no era, naturalmente, el adjetivo sino el sustantivo" .

En lo segundo, manifiesta nostalgia por formas de sociabilidad opuestas al iluminismo, como por instituciones sociales que el Estado "regula y compatibiliza entre si en la perspectiva del bien común superior".

De manera similar a Jorge Guzmán, y su postulado de una historia latinoamericana propia y singular, Morandé rechaza la perspectiva universalista y la ausencia de reflexiones en la sociología que consideren la latinoamericana, su cultura, su identidad: "Para quien domina, la identidad es unproblema nada más aparente".

Pedro Morandé prefiere la propia realidad al relato, lo que sucedió a la interpretación, lo que expresa con una hermosa metáfora: "Así como la más bella declaración de amor no puede reemplazar el beso o la caricia, tampoco puede sustituir el discurso este acercamiento vivencial..."51 Concluyendo, y no debemos olvidar que el libro fue publicado en un momento de alta vigencia de las ideas modernizadoras, que "...cultura y modernización son conceptos que (...) tienen una conflictiva relación".

Por último, manifiesta su rechazo al proyecto liberal por no comprender el sentido profundo de la historia americana: « Mientras la historiografía liberal ha intentado presentar siempre el proceso de emancipación latinoamericana como ruptura ideológica y cultural con la tradicion indiana, la no liberal ha mostrado, en cambio, la continuidad cultural y social con el período de dominación española. En esta última línea de interpretación, el proceso de constitución de estados nacionales aparece más como un intento de asegurar el orden amenazado por la anarquía que como un intento de constituir una nueva Polis».

Pero, lo critica sobre todo, por haber sido el creador de nacionalidades latinoamericanas social y culturalmente divididas:"La marginalidad de los grupos sociales no era más que el reflejo de una marginalidad cultural anterior: la del indio, del negro y del mestizo que nunca tuvieran cabida en una cosmovisión donde sólo contaba el criollo" . Desde este punto de vista,"la modernización no es más, entonces, un ajuste con el pasado, sino un dilema de la construcción del futuro" .

América latina intenta con el proyecto liberal decimonónico universalizarse y participar

activamente en la ecumene mundial, pero no desde la originalidad de su formación cultural, sino en forma abstracta, con índices de modernización construidos conforme a las pautas vigentes en el mundo desarrollado. Lo que llevó en las últimas décadas de nuestro siglo, a la violenta represión social como medio para alcanzarla. En este punto, Morandé se acerca a aquellos que denuncian el costo en Derechos humanos que se debió pagar por la imposición del neoliberalismo: "..cuando el desarrollismo parece terminar su ciclo ideológico-político al asociarse con el neoliberalismo y con la doctrina de la seguridad nacional. la violación manifiesta y sistemática de los derechos humanos".

Morandé plantea el problema ético de la modernización: « ¿No se trata más bien de una profunda crisis moral, de una crisis de identidad del sujeto histórico, que nos remite obigadamente al ethos cultural, allí donde los valores o antivalores tienen una validez vital, inconsciente, aún antes de que sean formulados en concepto? ». Sin duda, un gran esfuerzo por evangelizar (o mantener evangelizada) a América latina.

Pedro Morandé es inteligente y riguroso, y uno podría estar de acuerdo en muchos de sus planteamientos, excepto en el diagnóstico final: eliminar los males de la modernidad con un nuevo reencantamiento del mundo por la vía religiosa, puede resultar débil para el complejo mundo actual. ¿Es posible negar la democracia liberal, la burguesía, el racionalismo (y sus contrarios), para volver adánicamente a una "sociedad tradicional" anterior a la Ilustración ?.

Es fácil comprender que, con todos los errores cometidos, los planes desarrollistas y modernizadores no han sido en América latina un puro capricho ni diagnósticos afiebrados, sino creencias convencidas que por este medio se podría resolver la pobreza y la marginalidad. Otra cosa es preferir, conscientemente, la pobreza y la marginalidad. Ante lo cual, la primera opinión, no la tienen los intelectuales sino los propios pobres. ¿Prefieren éstos habitar en una sociedad tradicional y subdesarrollada? Por supuesto, hablamos de una modernidad sin Gulag, ni Auschwitz, ni Lonquén. Pues tampoco todos los Estados políticos surgidos en la modernidad son equiparables entre sí. El Estado nazi o el estalinista, no puede ser igual a un Estado democrático. Tampoco deben ser consideradas como opciones excluyentes, la preocupación por las particularidades de América latina, con el desarrollo y la modernidad.

Como se puede ver, la extensión del proceso modernizador durante los años 70 y 80, llevó a algunos pensadores a refugiarse en el mundo popular como el único lugar incontaminado y en el que se conservaban incólumes los modos de ser propiamente chilenos: una sabiduría antigua que cruza los tiempos manteniendo las tradiciones de una cultura sana, limpia, definitiva. De esta actitud, surgieron estudios sobre historia social y local, tradiciones, y particularmente sobre el tema de la religiosidad popular.

Maximiliano Salinas52, es uno de los que más ha recuperado las manifestaciones populares cristianas, expresadas en cantos, poemas y fiestas, con un nuevo optimismo con el que se rechaza la modernización como corriente ajena frente a la amplia realidad mestiza y cristiana. Salinas crítica a los que admiran a Occidente, creyendo vivir en un país blanco, europeo: 53.  Aunque la reflexión sobre el mestizaje en la ensayística nacional ha sido menor que en otros países americanos54, muy pocos han puesto en duda la afirmación de Salinas. Lo que llama la atención son tres aspectos colaterales a su tesis: a) La fuerza con que reafirma una idea ya consolidada desde por lo menos, Nicolás Palacios, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, lo que sólo puede tener como explicación el proceso de , asociada a la modernización de las últimas décadas. b) El recurrir a una multiplicidad de autores (F.

Braudel, Uslar Pietri, Américo Castro, Diamela Eltit, Luis A. Sánchez, Otto Dörr, Roberto Parra) para sostenerla, como una prueba también de mestizaje cultural, aunque puede confundir por la heterogeneidad de las fuentes citadas. c) Un fuerte optimismo en las posibilidades del mestizo en un mundo política o físicamente débil. Lo anterior le permite establer una polaridad entre un mestizo culturalmente alegre, religioso, sabio, ecológico, completo. Y un hombre blanco occidental definido como ignorante, neurótico, usurpador, egoísta, culturalmente parcial. A esta se agregará una segunda polaridad: la de Satanás (muerte, miedo, avaricia) y Cristo (vida, confianza, generosidad)55.

Salinas no está interesado en reflexiones políticas o filosóficas, sino más bien en probar la existencia de una forma de espiritualidad popular. Una manera mestiza, dolorosa y auténtica del expresar el cristianismo a la que recurre el perdedor para mostrar su mundo religioso-social.

Se recuperan las expresiones del mundo local- popular que provienen desde la Edad media, con sus inversiones metafóricas del mundo social a través del carnaval, lo erótico, lo festivo, lo religioso; como el momento de máxima altura de las nacionalidades, y una de cuyas manifestaciones más clara es justamente la religiosidad popular. Una cultura consolidada, profunda, que no se debe perder ni permear por elementos perturbadores. En este contexto, aunque hay pocas referencias a la modernidad, se comprende que ésta se asocia a la opulencia de unos y al abandono de otros.

Un caso similar lo constituye Cristián Parker, quien en oposición a la "razón moderna", con la que se ha intentado la sumisión popular desde los inicios de la conquista, propone la "otra lógica": la del rito del cristianismo, la magia, el mestizaje. Perspectiva desde la cual desconfía de la secularización, la ciencia instrumental, el neoliberalismo y la globalización mundial56.

En el aspecto religioso de su filosofía, tanto Parker como Salinas son tributarios de los postulados de Pedro Morandé, aunque en los primeros se observa una mayor disposición a incorporar el tema de "los pobres", es decir de aquellos que han resultado ser las víctimas del sistema.

Cristián Parker lo señala expresamente:"...la pasión y el esfuerzo por estudiar desde una óptica simpatética la cultura de los "pobres" ,como se les suele llamar en el lenguaje eclesial" . Por lo que su libro no sólo debe ser visto como un trabajo académico, sino también como una prueba de su "opción preferencial por los pobres en nuestro continente latinoamericano" . Texto con la intención manifiesta de contribuir a producir un cambio57, para invertir los calificativos habituales de "incultos","ignorantes" ,"gente sencilla" , con que se ha hecho referencia a los desheredados de América, y defender que es justamente en ellos donde se encuentra la profunda identidad del continente.

Sintéticamente se puede decir que Parker critica: a) la religión del conquistador, destructora del indígena y su cultura. b) las teorías sociológicas desarrollistas de los setenta que rechazan la en beneficio de la . c) el intento de secularización de la sociedad latinoamericana por parte de las posturas modernizadoras.

En oposición a lo anterior, celebra la religiosidad popular contrapuesta a una modernidad . La religiosidad popular posee las siguientes virtudes: a) afirma la vida, en un sistema marcado por la violencia y la muerte. b) afirma a la mujer y lo femenino a través de la virgen

María. c) se sostiene en los sentimientos, por oposición a una cultura intelectualista. d) afirma "lo expresivo, lo festivo y carnavalesco, frente al formalismo y al racionalismo de la cultura dominante" . Todo lo cual lo lleva a afirmar que la religiosidad popular lejos de ser un opio consolador, se constituye en la única resistencia posible frente a la modernización.

Como se puede ver, en el pensamiento de Morandé, Salinas y Parker, el mestizo es presentado como un ser marcado por las virtudes y en el que se conserva una identidad paradigmática y sin defectos.

Las tesis de Morandé, tuvieron todavía resonancia en los trabajos de Sonia Montecino58 que siguiendo su planteamiento de un ethos latinoamericano incompatible con el desarrollo moderno, así como lo expuesto por Octavio Paz en , reflexiona en el plano particular de la condición femenina, señalando ciertas formas de una cultura popular, a partir de un mestizaje que intenta ocultar su rostro indígena avergonzado. En este sentido, aunque sus sospechas hacia la modernidad son similares, se diferencia de los autores anteriores en que no se celebra al mestizo ( al menos al masculino), sino que por el contrario se descubren sus defectos (bastardo) y sus máscaras (blanqueo).

Lo que nos lleva a considerar una variante entre los identitarios, pues si algunos postulan el mestizaje como positivo (Guzmán, Morandé, Salinas, Parker), Sonia Montecino, trata más bien el ocultamiento de la identidad personal, el aparentar ser otro, la negación del yo. El mestizaje como negatividad."Huachos porque somos huérfanos, ilegítimos, producto de un cruce de linajes y estirpes, a veces equívocos, a veces prístinos. Bastardía temida y por ellos olvidada, ilegitimidad que conforma una manera de ver el mundo" 59. Y en una entrevista declara: "Somos tremendamente ambiguos"60, denunciando a la "gente" que intenta identificarse con el poder, que es el blanco, el que domina.

Se buscan los orígenes del ser (femenino, masculino) chileno evitando las percepciones falseadas:"Aunque no lo queramos, volver a nuestros orígenes es un acto necesario para construir el futuro y comprender el presente" . En este contexto es legítimo preguntarse, ¿ cómo a partir de esa realidad enajenada se podría rescatar algo que anule la enajenación ?, ¿ qué hacer para romper el círculo de una identidad frustrante para sí mismo y para constituir cualquier orden social ?. Es cierto que tomar conciencia de los propios defectos, como lo intenta Sonia Montecino, es un avance. Pero no parece suficiente para ofrecer un lugar digno a esas madres y esos huachos que día a día circulan por las calles del país.

En otro plano, Ariel Peralta se ha preocupado del tema de la identidad nacional desde sus inicios como ensayista. En su primer libro, El cesarismo en América latina61, encontramos una visión contrapuesta: por una parte una visión positiva (América virgen, sentimental, continente de futuro, en el que es posible una revolución social y formar nuevas generaciónes) y al mismo tiempo negativa (anárquica, violenta, dominada por dictadores). Contradicción de la que se originará todo su pensamiento posterior:

Un continente aún "en proceso de elaboración", pero al mismo tiempo con un gran lugar en el futuro. Una América aún no nacida:"...su alma original aún no plasmada" , (...)"...un ser híbrido mal articulado", (...)"...países(los latinoamericanos) que viven de espaldas unos a los otros", o la "...permeabilidad a lo extranjero...",etc.

Detrás de lo cual, sin embargo, se esconde una identidad profunda que no es entendida por los extranjeros que ven en América sólo un continente de desmesurada geografía, un "patio

trasero" explotable económicamente.

Como en el caso de Jorge Guzmán y de Morandé, América está constituida por realidades que "escapan al encuadre rígido de cualquier estudioso que no esté compenetrado de sus características vitales", por lo que en su comprensión se requiere no sólo de un aparataje metodológico, sino de vivencias históricas, cotidianas, reales. El europeo y el norteamericano al intentar aplicar sus propios parámetros no pueden ver 62.

Por lo que los sistemas políticos (democracia, estado jurídico, civilización, republicanismo, parlamentarismo ) "resultan torcidos enla imagen de la fuente primaria; los vasos comunicantes en la política, jamás tendrá un asidero estático y definitivo en nuestras orillas maleables e imprevistas". América, en su opinión, vive en la inmadurez política.

Parece ser que Ariel Peralta duda entre aceptar la imagen degradada del extranjero (que, sin embargo, reconoce con algo de verdad), con el dolor que le produce como latinoamericano esa misma imagen.

A la luz de los ensayos analizados en este trabajo, la perspectiva de Peralta resulta más tradicional y todavía intenta responder preguntas originadas en el siglo XIX y mantenidas hasta más o menos la generación del centenario: "¿Qué somos al fin de cuentas los sudamericanos desde el punto de vista racial?".

Preguntas que reconoce de difícil respuesta, pues en su opinión no se puede analizar objetivamente la realidad latinoamericana:"...el problema político en Sudamérica,es,por qué no decirlo, practicamete imposible de abordar desde un punto de vista que podríamos denominar objetivo" . Propone entonces, "una especie de 'intición sociológica' que tratará de abarcar con un análisis 'intimo-objetivo'toda la complicada ecuación social-étnica-política que nos aqueja".

Es en esta compleja realidad, señala Peralta, donde surge con éxito el "César americano", el que por lo demás es presentado desde la misma contradicción original de atracción y temor: «...el estadista de cuño simple y fortificante, demoníaco y estimulante a la vez, nacionalista y aglutinador de voluntades, símbolo de la patria o grosero y despreciado sátrapa feudalesco. Vilipendiado o glorificado, el César americano surge con rasgos nítidos de originalidad y audacia...»

Contradicción que lo lleva a la alabanza permanente de Diego Portales ("atinado conductor") y a calificar como "anarquía" el periodo anterior al Ministro, o citar a Fco. Antonio Encina como un historiador confiable para caracterizar a Portales como "...uno de los políticos intuitivos más geniales..." Pero al mismo tiempo se muestra cercano a Martí y su diagnóstico de "Nuestra América", a Mariátegui, o bien a Waldo Frank, José Ingenieros, Bolívar. Hispanista e indigenista al mismo tiempo, democráta y partidario del caudillismo, desarrollista y antidesarrollista, etc.

Más tarde, en El mito de Chile63, refuerza la mala imagen de un país no logrado, falto de nacionalismo y prohombres que lo guíen. Un país incompleto. Peralta recurre para demostrar su tesis, a los autores nacionalistas de principios de siglo (Nicolás Palacios, Tancredo Pinochet, Alejandro Venegas, y sobre todo Encina). Su permanente admiración de Diego Portales como organizador de la república, y su desconfianza en el sistema liberal por su fracaso social. Peralta establece la necesidad de identificar al ser nacional para a partir de allí

construir proyectos políticos que permitan poner fin a la "abulia mental colectiva", rasgo al que agrega otros numerosos defectos, como la tendencia a la autodestrucción.

Un libro interesante, con abundantes ideas, aunque manteniendo siempre la contradicción inicial: ¿ Peralta está a favor de un Estado fuerte, o está en contra del Estado ?. ¿Prefiere la democracia o los gobiernos caudillistas ? ¿ Sigue creyendo que los gobiernos tipo Portales son una solución para Chile ?

Lo anterior permite suponer que una cosa es reflexionar sobre Chile y sus modos particulares de manifestarse en la historia, la cultura y la política, y otra es proponer una identidad (generalmente constituida por rasgos negativos) mostrada como el sello propio en que se reconoce el país, pero al mismo tiempo obstaculizadora para lograr el desarrollo, la armonía social, o aún la integración latinoamericana. Una identidad nacional presentada con tantos defectos que no puede ser considera como paradigma válido, aunque sea ella misma el refugio final ante el permanente fracaso.

Su último libro, Idea de Chile 64, es una antología de textos sobre el tema de la identidad en el que mantiene la misma visión contrapuesta inicial. Todo aquel que haya tomado a Chile como objeto de estudio cabe en una perspectiva que acepta en su interior posiciones muy amplias (y contrapuestas) desde un punto de vista ideológico: nacionalistas, de izquierda, conservadoras y aún neonazis, con otras troskistas, antiliberales, raciales, antiimperialistas, populistas, etc. Una perspectiva que por cierto no logra constituirse en un programa coherente que permita suponer cuál es la postura final del autor65.

Aunque Peralta, aporta algunas miradas que irán más allá de sí mismo y recorren muchas de las páginas que han intentado definir al continente: el tema del martirio político, del caudillismo, la presencia de elementos feudales en medio de la modernidad. Lo que caracteriza a Peralta es que manteniendo el interés por definir una identidad nacional, ésta se presenta plena de defectos ("...el primitivismo de nuestro ethos") y analizada desde perspectivas muy variadas, una identidad que corre en forma paralela a los sistemas políticos y que nunca logra encontrarse con un modelo social que la exprese y desarrolle. No hay pues un paradigma desde el cual se estudie la historia y la identidad, sino más bien, todavía, intuiciones (aunque en ocasiones profundas) del modo en que Chile ha vivido en la historia. Para este autor, existe algo llamado Chile (contradictorio, difuso y proteico) pero que, sin embargo, existe. Y que pareciera ser expresado sólo en una variedad de miradas, en un caleidoscopio ideológico.

Sin embargo, esas miradas antagónicas no sólo intentan describir a Chile, sino que cada una de ellas sugiere proyectos igualmente antagónicos entre sí, que Peralta parece aceptar cuando se sostienen en un punto común: el nacionalismo, el cambio social, la conducción fuerte y caudillista.

La diversidad en el enfoque de la identidad no es negativa, pero sí lo es que el rótulo "identidad nacional", se convierte en un paraguas que permite cubrir todas las tendencias que se oponen a la modernización.

Reparos similares han provenido desde posturas que frente a la modernidad privilegian una cultura de la identidad nacional, la que en su opinión se va perdiendo a medida que avanza el proceso de modernización y globalización.

Bernardo Subercaseaux66, desde una postura en la que considera circunstancias históricas como fenómenos culturales actuales, ha denunciado ciertos rasgos de una modernización anti identitaria, vulgar, escéptica y banal. Subercaseaux describe la cultura producida por la modernización como una máscara ideológica con la que se intenta ocultar el rostro verdadero. Nuestra manera de asumir lo propio fue motivada por ideas europeas, particularmente francesas. Y es a través de esa mirada prestada, que los liberales del siglo pasado creyeron ver una realidad que se consideraba existente sólo en la medida en que se despañolizaba al país. Es decir, a partir de códigos extranjeros nos tratamos de liberar de otros códigos extranjeros, pero sin acceder nunca a la realidad profunda y verdadera 67. Se cambia de una forma de aprender a ser a otra, sin considerar nunca la propia realidad signada, por lo demás, por la fractura.

Subercaseaux expone y critica el drama de un país que intenta fundar culturas propias a partir de motivaciones filosóficas externas, las que han producido una permanente falta de . Un país que intenta pretenciosamente ser lo que no es. Produciendo procesos políticos e ideológicos discontinuos y falseados.

Sin embargo, Subercaseaux presenta dos diferencias fundamentales con los autores anteriores. No rechaza todo el proyecto moderno en el que reconoce elementos positivos, como el esfuerzo, la mayor información, y la responsabilidad social68. Tampoco postula una identidad latinoamericana esencial, "el macondismo entendido como fundamentalismo latinoamericano" 69. Para Subercaseaux, sin embargo, todo lo que se logre en economía debe traducirse en cultura para alcanzar una verdadera modernidad, que con razón vislumbra centrada en la como sujeto y no como objeto del proyecto.

En relación al Chile actual, las críticas de Subercaseaux se dirigen sobre todo a una transición basada en el olvido y en una mala práctica del proyecto modernizador. Un amplio abanico de negatividades que se centran en el tema de la gran ciudad capital: problemas urbanísticos, contaminación, ruido: « Hacer del país una nación moderna: tal parece ser la máxima utopía de los chilenos en las últimas décadas. Es el fin que justifica cualquier medio. En aras de esa meta la mayoría parece dispuesta a aceptarlo todo: desde la violación a los derechos humanos y la dictadura en la década de los setenta, pasando por un Santiago contaminado que crece como una mancha informe y viscosa en la década de los ochenta, hasta la política algo insulsa y el olvido del pasado en la década de los noventa. ¡ Qué importa...si al fin vamos a llegar a ser un país moderno!»70.

A los males anteriores agrega (junto a Bengoa) la pérdida de los "lazos comunitarios" de la llamada "sociedad tradicional", que se opone a la sociedad moderna; la que sin embargo, no ha sido definida, ni establecido cuándo existió o cuándo concluyó su existencia, aunque sí ha sido frecuentemente idealizada como el lugar de un contacto personal que tampoco ha sido probado.

Otras voces disidentes se han levantado todavía señalando la excesiva confianza de una parte del país en el rol que juega Chile en la economía mundial. Estos críticos señalan que mientras los países asiáticos exportan en promedio U$15.000 per cápita anuales, Chile llega a U$ 1.200. O que el PGB de Chile en 1995 haya sido de U$ 67 millones, mientras México tuvo U$ 376 millones y Corea U$ 446 millones, para dar sólo algunas cifras referenciales. Y no se deja de mencionar la desproporción en el gasto militar, en desmedro de áreas como la educación y la salud, así como la todavía escasa participación en el comercio mundial o en la producción científica 71, etc.

Críticas han existido todavía desde la reflexión artístico-cultural recogiendo la práctica de sectores marginados, como en el caso de Nelly Richard72, quien denuncia la progresiva homogeneización cultural que terminará por eliminar toda forma de individualización y de resistencia; o aún de grupos ecologistas73 que destacan el costo en bienes naturales que debe pagar el país para alcanzar la modernización. Y desde la historiografía de izquierda, Gabriel Salazar74, entre los más conocidos, han planteado diversas críticas en torno al costo social pagado por mantener los índices macroeconómicos. Lo que en un plano político, Tomás Moulián75 ha denominado para denunciar un proceso condicionado por las llamadas , entre muchas otras circunstancias en las que el país ha debido aceptar el proceso de una modernización considerada como "periférica".

Una de las críticas más duras en contra de la modernización está presente entre los novelistas y cineastas, quienes han expresado un notorio escepticismo a la posibilidad de una modernización nacional con éxito, optando por la marginalidad social como único modo de hacer frente al triunfalismo desarrollista.

El caso más dramático es el de los novelistas76 quienes postulan la imagen de un país sin salida, y en la que rechazan tanto la modernización (por vulgar, consumista y eliminadora de diferencias individuales 77), pero también una identidad nacional confusa, circular, sacrificial e incapaz de oponerse a aquélla. Lo que más les molesta es que se trata de una identidad débil y seudomoderna. Tal vez muchos de ellos estarían dispuestos a aceptar un país completamente moderno. Pero, en este caso, curiosamente es la mezcla, el variado sincretismo, es decir, en última instancia, lo que les molesta, es lo que otros habían definido como propiamente identitario.

La modernización también ha sido vista desde sus negativos efectos en la sicología social: autocomplacencia, satisfacción desmedida, consumismo desenfrenado, todo lo cual ha producido un nuevo chileno que hace gala públicamente de teléfonos celulares, sirenas de autos a gran volumen, tarjetas bancarias y otros efectos de la presencia de mayorías que son observadas como vulgares, por un grupo elitariamente antimoderno 78.

Este sector, más allá de posturas políticas, critica los rasgos particulares que presenta la modernización en Chile: el aumento de la violencia ciudadana (no sólo delincuencia, también la automovilística, el ruido y la agresividad pública), las enfermedades nerviosas, el problema de la contaminación, etc., como consecuencias de lo que José Bengoa ha denominado "modernización compulsiva"79 y para la cual el país no estaba preparado urbanísticamente. El siquiatra Otto Dörr se queja que : «Chile es jaguar en sus cifras macroeconómicas con 10 mil millones de dólares en exportaciones, un desarrollo y experiencia empresarial increíbles. Pero por otro lado, tenemos deficiencias a nivel de la convivencia, de la manera de conducir automóviles, en el transporte, en la salud, en la educación que son propios de un país subdesarrollado de los más pobres». Denunciando el exceso de competitividad y la agresividad, concluye entristecido: 80. En estos reparos no hay un proyecto alternativo ni en el pasado histórico, ni en la identidad tradicional, sino el afán por mejorar la situación actual y volverla más humana y digna.

Como se puede ver, la heterogeneidad de postulados desde los cuales se critica la modernización, nos lleva a insistir que entre las posiciones presentadas existen diferencias fundamentales que se deben considerar al momento de establecer balances definitivos. No son equiparables la postura de Juan A. Widow con la de Pedro Morandé, ni la de Ariel

Peralta con la de Cristián Parker o Maximiliano Salinas, ni las de éstos con Bernardo Subercaseaux.

Mientras un sector recupera al mestizo insistiendo en él como el componente básico de Chile y criticando a Occidente como modelo, otros atacan las políticas liberales consideradas como un programa que limita al hombre como sujeto de necesidades económicas cuantitativas. Otros presentan un mayor interés cultural, en el análisis de textos estéticamente diferenciados a los producidos por los países del Centro. Otros aún, ponen el acento en la contaminación ambiental, la sobrepoblación de las ciudades, etc. La mayoría de los autores analizados se cita entre ellos, estableciendo referencias habituales en sus textos. Algunos recuperan algunas tesis de los 60 en torno al fundamento popular-mestizo de América latina, culturalmente refractario a la modernización, o al menos que su presencia la vuelve permanentemente incompleta 81.

En todos ellos el liberalismo es visto como la que convierte al mercado en el gran actor y productor de una que impide el desarrollo de identidades individuales o regionales como no sea a través de un consumismo que conduce a formas de pensamiento escépticas y desarraigadas de la propia realidad.

En este sentido, aunque algunos intentan diferenciar entre modernidad y modernización, en general asocian a ambas con el modelo económico liberal en el que la autonomía individual, esencial en la modernidad, es subordinada a la sola elección de productos de consumo, y causante de una globalización mundial que borra las diferencias produciendo individuos sumidos en una cultura caracterizada por el desencanto, el fin del significado y aún del sujeto crítico.

En el plano político, la mayoría de los sectores identitarios consideran a la democracia actual sólo como una forma tecnocrática y economicista de la política, que privilegia los datos macroeconómicos subestimando la identidad, la participación social, las creaciones del espíritu humanista, la presencia del Estado, los valores cristianos o la autoridad y el orden, según cada mirada en particular 82.

Concluido el gobierno militar y asumidos los dos gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia ninguna de estas posturas ha logrado, sin embargo, doblegar el rumbo del proyecto modernizador83,. Aunque el espacio a la crítica ha ido en aumento, dejando en claro la existencia de amplios sectores de intelectuales en la sociedad chilena, que se oponen a la modernización.

3.4. Las críticas a la identidad.

Junto a las adhesiones también han surgido algunos comentarios críticos a las posturas que optan por una identidad latinoamericana. José J. Brunner no la considera una realidad objetiva (como la identidad individual) sino un elemento que se escenifica a través de palabras. Brunner señala cuatro maneras de latinoamericana84 : hablar la identidad como origen, como evolución, como crisis y como proyecto. La identidad se constituye como a través del lenguaje de filósofos, ensayistas e historiadores que realizan interpretaciones que descifran y vuelven a cifrar . Lo que explica que el mejor modo en que se expone ésta ha sido justamente en la literatura, es decir a través del lenguaje de cronistas, novelistas y poetas.

Por otro lado, agrega que en muchos de estos casos, incluso en aquellos que defienden la  existencia de una identidad específica, ésta aparece marcada por un signo negativo: inmadurez, superposición no resuelta de culturas, encubrimiento, máscara, etc. Con lo cual, el concepto de identidad latinoamericana se asocia a una ausencia, a una confusión o a una crisis, debido a la penetración foránea, la dependencia cultural o el colonialismo. Contradicción que sólo se eliminará a través de un proyecto (utópico) de cómo llegar a construir una identidad futura en base a lo que se es, que es lo que no se quiere ser. , concluye citando a O´Gorman.

Denuncia los proyectos que se levantan desde esta contradicción básica: «..nuestro origen, nuestra historia y nuestra crisis nos hablan de una identidad conflictiva, irrealizada, trunca o falsa, pero capaz a pesar de todo de fundar proyectos de reconciliación: utopías de los literatos, de los pensadores y los cientistas sociales, cada uno desentrañando nuestra identidad y recreándola como posibilidad por medio de las palabras que la hacen existir».

Brunner problematiza el discurso identitario, mostrando sus contradicciones y sobre todo el permanente refugio en soluciones utópicas. Por ejemplo, la tendencia de muchos ensayistas de, a partir de visiones menoscabas de una identidad (fracasada, débil, incompleta, culturalmente sometida, impotente85), construir soluciones que por un lado desconocen su propio diagnóstico y por otro, niegan una realidad circundante necesariamente globalizada. .

Esta actitud, dice Brunner, es particularmente utilizada cuando se habla en América latina de la identidad como un proyecto, y donde con mayor evidencia se observa su escasa relación con la modernidad existente. En su opinión, esta identidad, construida desde el lenguaje, se manifiesta en una concepción mítica y cíclica del devenir histórico que se opone al tiempo real,"De este paraiso (...) qué duda cabe, está excluida la modernidad" ; es decir, que deja fuera de sí los problemas cotidianos de la ciudad, la democracia, las máquinas, el mercado.

Brunner confronta el discurso identitario con las cifras reales. « ...si acaso no somos capaces de desarrollar -en el alumbramiento del nuevo milenio- ciencia y tecnología, y aplicarlas a la producción, a la solución de nuestros problemas sociales y, por añadidura, a la creación de un pensamiento de peso universal? ¿ Qué papel podemos esperar, para este proyecto, de nuestras universidades y de nuestras empresas que no investigan, de nuestros científicos que apenas alcanzan a contribuir con un 1% de las publicaciones científicas registradas a nivel internacional?».

Su reparo principal es que ninguna de aquellas posturas consideran « ... la identidad como modernidad de América latina. Más aún: las maneras de hablar de la identidad que han predominado hasta aquí, en el ámbito de la intelectualidad latinoamericana, ni siquiera nos permiten entrever, creo yo, el continente en que nos hemos ido transformando». Brunner confronta la postura de los economista y empresarios (neoliberales) que desde hace un tiempo trabajan a partir de una identidad moderna en América latina, con las formas de la identidad preservada conservadoramente por ciertos grupos intelectuales. «Lo grande que hay en nosotros, según esos discursos, está oculto o sepultado tras la simulación, la dependencia y las distorsiones: en la naturaleza que espera ser redimida, en los pueblos olvidados, en la historia que negamos o nos niega. (...) Según cuál sea el sueño de cada cual, esas identidades sepultadas nos hablan de un que llevaríamos en las entrañas como una utopía que apenas nos atrevemos a nombrar: epicentro para una nueva cristianización del mundo, piensan algunos; reserva ecológica de la humanidad, piensan otros; y todavía otros sueñan con un nuevo balance entre la modernidad, magia y reencantamiento de un mundo al

fin liberado y hermanado». Todas estas formas de hablar nuestra identidad, pronostica, serán finalmente también permeadas por una modernidad ineludible.

A partir del diagnóstico anterior, Brunner ha denunciado el en que podría caer una visión que privilegia exclusivamente la existencia de lo por sobre lo , ocultando en esa mirada circunstancias cotidianas de la realidad que deben ser superadas y que no poseen nada de positivo para los habitantes de la marginalidad social, aunque sí para los observadores externos a esa realidad y que sin embargo, se benefician de los aportes de la misma modernización que denuncian.

Podemos creer que Brunner, aunque no deja de observar los efectos del "torbellino" moderno 86, se detiene sobre todo en las ventajas que suponen abandonar las antiguas tradiciones de la aldea, para alcanzar un pensamiento individual y racional: « La experiencia de la modernidad se halla asociada, en el plano de las ideas, a la crítica de las tradiciones, a la valorización del discurso científico-técnico, y a una intensa y extensa socialización escolar, medio preferido para transmitir conocimientos y formar al ciudadano portador de derechos individuales. En el plano de la organización de la existencia social, ella se identifica con el urbanismo, el industrialismo, los mercados y la democracia» 87.

Brunner está dispuesto a entusiasmarse con los cambios de un mundo abierto88 que va inventando nuevas formas de educación, contactos interpersonales, creación y transmisión del conocimiento, así como nuevas formas de expresión política y participación ciudadana. Y aunque reconoce, como hemos dicho, los efectos negativos que el "torbellino" producirá en la alienación de sujetos arrancados de sus nada parece detener el movimiento modernizador: « ... la modernidad no puede ser frenada con lamentos ni conducida por quienes la adoran ciegamente (....) En consecuencia, en vez de reclamar contra la artificialidad de lo moderno -oponiéndole vagas utopías de retorno a lo natural, a lo simple, a lo'pequeño es hermoso', a los lazos étnicos y a las fuentes de la tradición-, lo que cabe, más bien, es incrementar las capacidades sociales de abstracción, los dispositivos e instancias de conducción y, en general, los modos de autorregulación reflexiva de la sociedad. Sólo por este camino -el del ascenso hacia formas más complejas de producción, interacción, organización y control- sería posible, quizá, recuperar un sentido de dirección sobre el proceso histórico de la modernidad» 89. Negando al mismo tiempo, los argumentos de aquéllos que declaraban que frente a la particularidad de los países periféricos era imprescindible aplicar medidas de fuerza para alcanzar la modernizacion.

Cristián Gazmuri, por su lado, al reseñar el texto de Morandé90, y exigiendo al autor una rigurosidad metodológica que no necesariamente debe poseer un ensayo, señala la debilidad en la definición de los conceptos de y en que Morandé sostiene su tesis. Gazmuri relativiza con exactitud, el supuesto de la modernización en América latina en que se sostiene Morandé, pues éste no considera las inmigraciones más recientes, la progresiva formación de sociedades de masas, la importante incorporación de tecnología y de sistemas racionales de educación, los que lentamente van influyendo también en la vida diaria de amplios sectores sociales.

Más recientemente, Jorge Larraín91, en clara alusión al texto de Morandé, aunque reconoce las particularidades de América latina, señala la inconveniencia de suponer la existencia de identidades eternas, estáticas y esencialistas, que no permiten observar los procesos de modernización que se han ido llevando a cabo en los ultimos siglos. En opinión de Larraín no se debe satanizar una modernidad que en muchos aspectos aparece como inevitable, y aún

positiva al permitir racionalizar la producción, la educación, la cultura social."La modernidad no es una panacea, ni una garantía de la felicidad, pero tampoco es ese monstruo horrible, instrumental, frío y prometeico" 92.

Larraín menciona los postulados de Claudio Véliz93 quien denunció el excesivo "centralismo" político y cultural en el que se constituyó América latina, señalando la necesidad de superarlo (aún a riesgo de modificar ciertos rasgos identitarios) para alcanzar una verdadera modernidad política y cultural.

Sólo modificando esta situación se podrá poner fin a la "tradición antimoderna" que ha dominado la historia del continente.

Por supuesto, Larraín no postula una imitación reduccionista ni intenta ocultar el propio ethos: "La modernidad latinoamericana no es ni inexistente, ni igual a la característica específicas, sin perjuicio de compartir muchos rasgos generales" 94.

Lo anterior nos permite concluir que este último grupo vislumbra el proyecto modernizador como inevitable, asociado a la globalización de la información y los mercados. La diferencia con respecto al primer grupo, propiamente neoliberal, es que mientras aquéllos se mantienen en la modernización económica; éstos, reconociendo las particularidades del mundo latinoamericano, intentan la modernidad, entendida con el carácter emancipador del proyecto iluminista.

4. Conclusiones

Al revisar los temas planteados se observa que identidad-modernidad- modernización han sido conceptos muy en uso en los debates académicos durante los últimos años. Libros, artículos periodísticos, seminarios y congresos95 dan cuenta de una discusión que adquirió un carácter amplio entremezclando los conceptos de modernidad/modernización, con los de cultura autoritaria, redemocratización, identidad nacional, globalización, rol del Estado, debilitamiento de las ideologías, homogeneización cultural, sincretismo, postmodernidad, ethos cultural, sociedad de masas, mestizaje cultural y racial, religiosidad popular, etc.

Estos conceptos abarcan un amplio espectro de postulados y perspectivas por lo que poseen significados diversos (nefasta situación personal y ecológica, política corrupta, injusticia social, burocracia, neurosis colectiva), concluyéndose en culpar a la modernidad de todo lo que pudiera afectar a la vida política y personal: disparidades sociales, ocultamiento de la verdadera identidad nacional, etc.

Para otros, la modernización es vista como un paso más adelante del desarrollo, pues si lograrlo en los años 60 era fundamentalmente salir de la pobreza, alcanzar la modernización en los 90 significa, además, acceder a vías de comunicación y redes de información que permiten la integración mundial.

La modernización aparece en Chile de doble manera: por un lado como una corriente "perturbadora" que rompe los moldes de identidad, promoviendo excesivamente el olvido de los elementos propios y un exceso de imitación de las realidades más desarrolladas: modernidad e identidad como contrapuestos. Un país que celebra a Pablo Neruda o Claudio Arrau como los más "universales" de los chilenos, pero que al mismo tiempo teme a esa misma universalización 96.

Por otro lado, la modernización es vista como un programa de esperanza y no sólo para los partidarios del liberalismo, sino también para algunos sectores tradicionalmente partidarios de la identidad, quienes después de la renovación política sufrida durante los años 80, intentan poner en práctica algunos aspectos de la modernidad (emancipación del individuo, extensión de la democracia, reafirmación de la sociedad civil), creyendo encontrar en el programa modernizador parte de la solución a los problemas económicos y sociales que arrastraba el país.

Chile ha vivido una permanente búsqueda de la modernidad a través de su historia, esfuerzo que, en el mejor de los casos, permitió alcanzar lunares de modernización en medio de amplios espacios en los que ésta no lograba penetrar con sus ventajas. La vital contradicción anterior complotó para que la implantación del proyecto moderno no haya sido una cuestión natural, sino impuesto por la fuerza, o aún más un deseo que una realidad, o un programa permanentemente frustrado, según cada una de las concepciones que se encuentran en uso. Y si en alguna parte la modernidad puede ser considera como es justamente en un país con amplios sectores de individuos que permanecen ajenos a la racionalidad y a una forma de vida satisfactoria.

Resolución práctica de los problemas urbanos y medioambientales, renovación del sistema educacional y de salud, la consolidación de un programa que asegure el desarrollo económico, los que se enfrentan desde un conjunto de soluciones que constituyen una nueva con un sentido realista y práctico de la política y la economía, y con el que se intenta enfrentar los desafíos de la globalización. Una nueva ideología que no busca lo extraordinario sino sólo lo posible. Y que supone el cambio de una visión de la sociedad, caracterizada en los años 60, en que todo es política; a otra, a partir de los 80, en que la economización de la sociedad se hace cada vez más extensa 97.

Durante los años 90, en el período denominado es posible observar un panorama en el que mundo político y empresarial aparecen como pocas veces fuertemente unidos en un mismo proyecto económico, celebrando con optimismo los logros alcanzados por el país:"Chile progresa.Experimenta una transformación de escala mayor y de alcances históricos.No solo está cambiando nuestro paisaje económico y físico; también nuestro rostro social y nuestro modo de relacionarnos con la comunidad mundial" 98. De este modo, aunque existe cierto consenso en que el país avanza, la pobreza disminuye, hay estabilidad económica, social y política, muy pocos aceptan la modernización como un programa cerrado.

Si los críticos a la modernización (o al modo particular cómo se ha puesto en práctica en Chile) acusan a los últimos gobiernos de , éstos, a su vez, han mirado a los identitarios con recelo, como tradicionalistas que temen a la libertad (real) y a un cambio social no dirigido, y quienes les parece que finalmente optan por el inmovilismo de la sociedad tradicional, proponiendo una imagen macondiana de América latina, en la que todo es maravilloso, excepto para los que viven esa realidad.

El debate modernidad/identidad es hoy un asunto de académicos y no una opción real para el ciudadano común. Pero queda claro que sin el apoyo del grupo intelectual será mucho más difícil lograr el éxito del programa modernizador. Aunque averiguar esto nos lleva a un nuevo tema: conocer el rol asumido por los intelectuales durante los últimos 30 años. 1. Introducción

El año 1973, con la llegada de los militares a la Moneda, no sólo se dio fin a una forma de hacer política, sino que se modificó completamente el proyecto de país que se había instituido durante las décadas anteriores, poniéndose en práctica un sistema que intentaba alcanzar, definitivamente, lo que había constituido un sueño permanente durante un amplio periodo de la historia nacional: hacer de Chile un país desarrollado.

Esta idea había sido largamente acariciada por amplios sectores como un ideal posible, e incluso transmitido en ciertos niveles educacionales como la verdadera identidad nacional: un país ordenado, distinto, aislado del resto de América latina. Asumiendo y prolongando una visión surgida desde los primeros años de organización republicana y con la que Chile se veía a sí mismo como una Nación que progresivamente se dirigía hacia el desarrollo, manteniendo formas de funcionamiento político estables. Un país capaz de evitar la anarquía y el imperio de caudillos improvisados.

Esta imagen, aunque aceptada por una amplia mayoría y aún por figuras del extranjero (Bolívar, Bello, Sarmiento, Alberdi) quienes sostuvieron que en Chile era posible la creación de un pacto social, en algunos casos no pasó de ser un deseo. Si bien el país había logrado la construcción de un sistema constitucional, jurídico y educacional eficiente, y de una economía que permitía mantener a los habitantes y su soberanía durante un extendido lapso de tiempo, sin embargo, no se había librado de algunas crisis que mostraban la flaqueza del proyecto de modernización. Las revoluciones de 1851 y 1891, las huelgas y represión del movimiento obrero en los inicios del siglo XX, y más tarde algunas intervenciones militares, señalaban que una parte del país se mantenía permanentemente al margen de ella, constituyéndose en dos naciones excluyentes: una moderna, europea, elitaria, desarrollada y otra tradicional, criolla, campesina, popular.

En una estrecha unión entre el plano de las ideas y la política, los participantes en el conflicto asociaban a las fuerzas innovadoras con una identidad basada en lo popular, viendo en este sector las raíces profundas e invariables de la Nación. Y a las fuerzas modernizadoras, como extranjerizantes por su tendencia a adquirir en lo foráneo las líneas centrales de sus modos de vida. Sin embargo, la división entre lo nacional y lo foráneo aparece con una línea divisoria más compleja, pues también la oligarquía planteó una identidad que intenta asimilar lo popular por la vía de la idealización retórica, construyendo un modelo identitario asociado a los límites de una Nación construida en el Valle Central: es decir con límites geográficos, culturales y sociales definidos. Por el lado de las fuerzas progresistas, aunque el modelo identitario se afirma en los modos de vida popular, también estuvo dispuesto a ampliarse hacia afuera incorporando elementos latinoamericanos, fundamentalmente en base al elemento mestizo, no europeo.

Durante el siglo XX se aplicaron reformas y contrarreformas, con las que se intentaba alcanzar el desarrollo y superar la separación y confrontación entre los dos Chile. La política de reformas tuvo su mayor vigencia en la década de los 60. Los gobiernos de Frei Montalva (1964-1970) y Allende (1970-1973) intentaron, desde perspectivas diferentes, la promoción popular y la socialización de aspectos claves de la economía, como una manera de revertir el esquema de la pobreza y la marginación 2.

La intervención militar resultó reveladora de los agotados proyectos de país surgidos en el pasado. Para algunos fue la prueba definitiva de la imposibilidad de un cambio social profundo en un país que ya con anterioridad, había dado muestras de una historia social marcada por fuerzas conservadoras, que se juegan por la estabilidad y el progreso

económico. Pero estas fuerzas se van debilitando a medida que la acumulación de tensiones hacen surgir fuerzas contrarias que intentan romper la inercia, generando violencia política y una crisis que finalmente se resuelve por la represión de las fueras del cambio. En este esquema, el país avanza en sus procesos de modernización, ocultando los profundos motivos de una crisis no resuelta, o que se resuelve por la imposición final del modelo de las fuerzas del orden.

En este sentido, la crisis del 73 puede ser vista como una más, aunque la más radical, de un ciclo que se extiende por lo menos desde fines del siglo pasado en que el enfrentamiento entre grupos sociales ya bien definidos, llevan a una ruptura de la concepción global de país que se había levantado al inicio de la República. Con la crisis del parlamentarismo y la pérdida de la unidad política se rompe definitivamente la creencia que sólo una clase podía gobernar; y más tarde con el inicio de las masacres obreras, que son la prueba irrefutable para ellos mismos, de que están excluidos de una estructura política que en los momentos difíciles no les permite resolver sus problemas al interior del sistema. Estas crisis van resquebrajando una cierta idea de lo chileno al interior de la cual se incorporaban todos los habitantes del país. Durante el resto del siglo se intentará reestructurar, en un sentido u otro, una nueva identidad que logre superar la ruptura inicial.

2. La modernización como meta

El año 1973 los militares tuvieron la sensación que había llegado el momento de la máxima decadencia de una democracia, a su juicio, débil e ineficaz, por lo que se requería de profundas intervenciones en la dirección política y económica3. Los militares, o más bien los economistas (especialmente de la Universidad Católica, inspirados en las recetas de Chicago) que los aconsejaban, idearon un proyecto de base muy liberal, con el que intentaron poner fin a las concepciones de los gobiernos anteriores, para lograr el desarrollo tanto tiempo anhelado, no sólo de los sectores altos, sino también de los medios y bajos4. Muchos de estos economistas pensaban que en Chile el capitalismo había sido débil y que por lo tanto nunca se era demasiado liberal. La crisis del 73 es el choque definitivo de dos concepciones de país que avanzaron confrontacionalmente durante el siglo XX.

Para los militares, la economía y la política caminaban separadamente de la actividad cultural, entendiendo ésta como algo blando y erudito, celebraciones de efemérides, actividades sociales y actos públicos, con la que se intentaba poner fin a años en los que primó una concepción reveladora de las identidades populares, y conflictiva frente a los códigos del orden social. Los militares utilizaron, además, la cultura para poner en acción los emblemas de un fuerte nacionalismo con el que intentaron ahogar las quejas ante la imposición del modelo liberal, y para el cual, una parte del país no estaba preparado5.

Después del 73, la identidad se construye de manera doble: por un lado, un chileno abierto a los progresos del mundo; y por otro, un chileno fuertemente nacionalista, aislado, que mira a los países vecinos como enemigos o incapaces de colaborar en la modernización de un Chile que debe relacionarse directamente con los grandes centros económicos. Se optó por una modernización de espaldas al resto del continente 6.

Aunque durante la década de los 60 y 70 el tema de la modernización tuvo un fuerte impulso, ésta fue concebida sobre todo como una modernización política con la que se intentaba extender los frutos del desarrollo a las clases populares, mientras la modernización económica era vista con desconfianza, sobre todo por los intelectuales. Durante los años '60

se privilegió una concepción del intelectual (sociólogo, politólogo, hombre de letras) al que se le reconoce su labor, además de en los planos del pensamiento, literarios y artísticos, como una figura que contribuye con su saber a aclarar el destino del país. Este intelectual desconfiaba de la posibilidad de alcanzar el desarrollo económico en Chile. Diversas teorías en boga lo convencían de que a lo más se podría alcanzar el crecimiento de un ínfimo sector de la burguesía, manteniéndose el resto en el subdesarrollo y la pobreza 7. Tanto por razones internas como por la presión de las políticas de los países acaudalados, nunca se podría revertir el destino de países periféricos, manteniendo la brecha en aumento, pues la economía se sostenía en la exportación de materias primas, que no bastaban para alcanzar una prosperidad horizontal. El gobierno militar desconfió de los intelectuales como personas con un lenguaje alambicado y de propuestas utópicas. La mentalidad militar estaba muy lejos de un discurso poco directo que se apoyaba en sectores marginales que ellos intentan superar por medio del ascenso social y el éxito económico. El derrumbe de la democracia el 73 mostró, además, la imposibilidad de compatibilizar un sofisticado sistema político con la pobreza en que se mantenían amplios sectores de la población que estuvieron dispuestos a jugar la carta que les ofrecían los militares: congelar el sistema democrático y apostar al desarrollo económico.

Hay que recordar que Chile había vivido profundos cambios económicos en muy poco tiempo: la de Frei Montalva, la "Vía chilena al socialismo" de Allende, y la "revolución silenciosa" durante Pinochet. Los militares aprovecharon el temor a los cambios y particularmente a las reformas de Allende, capitalizando en beneficio propio, junto a la modernización, la autoridad y el orden social. Cambiaron el apoyo de los intelectuales por economistas y técnicos.

Los dos últimos de estos gobiernos se constituyeron en una actitud fundacional, haciendo retroceder su legitimidad al inicio de la República. Allende se ve entre él y Balmaceda como figuras sin contrapeso. Pinochet hizo retroceder los males de la política hasta el mismo 1810, fecha entre la cual y su propio gobierno no observaba (con excepción de Portales) ningún aporte al desarrollo y la modernización. Desde este punto de vista es legítimo señalar que el gobierno militar, en un comienzo al menos, más que surgir con un proyecto de país, nace de un rechazo a las políticas anteriores. Con posterioridad se va sustentando en lo que le resulta más conocido: la Doctrina de la Seguridad Nacional, la política como estrategia militar, la potencialización de enemigos internos y externos, y una radical modernización sostenida en el fomento de polos de desarrollo no tradicionales, y la masificación de avances de la tecnología con los que se intentaba desvirtuar el llamado , la censura, el exilio y la cultura del miedo. El cambio más radical fue el intento de modificar el protagonista social anterior: del obrero al empresario exitoso, imponiendo una lógica del triunfalismo y el desprecio por los perdedores8.

Chile fue uno de los países de América latina en que la idea del cambio social se había expresado en los años 60 de manera más completa, alcanzando las tres vías por las que se vislumbraba dicho cambio: de manera violenta a través de movimientos armados (izquierda revolucionaria), por medio de partidos organizados que intentan alcanzar el poder por las urnas (izquierda legal), y a través del desarrollo de una cierta sensibilidad social cristiana (Padre Hurtado, Obispo Larraín, sectores DC, izquierda cristiana) que solidarizan con el mundo de la pobreza, la promoción popular, el reformismo político.

Ante ese panorama el gobierno militar debió reprimir duramente para imponer un modelo basado en la acción individual como modo de obtener el desarrollo. Y en un país todavía

inseguro, la Junta militar supo administrar con éxito el miedo, sumándose a la lista de gobiernos liberales-autoritarios que desde el siglo pasado propusieron la libertad económica dentro de la restricción política.9 Esto significó el fin de los tradicionales tres tercios en que se dividía los sectores políticos, y el término del llamado "Estado de compromiso", el que ahora se comparte sólo entre militares y técnicos, quienes pusieron el acento en la producción, declarando que al aumentar ésta mejoraría la redistribución de los ingresos. Pero además, pusieron fin a una visión ingenua de la política en la que el sistema podría resistir cualquier innovación, adoptando una concepción más maquiavélica (los hombres son más malos que buenos) de las acciones de los individuos y sectores políticos. Concibieron la modernización básicamente como una cuestión económica: privilegiar el acceso al consumo, lo que dio origen a un nuevo status social basado en un éxito regulado por el mercado.

El proyecto que los "Chicago" vendieron a los militares, significaba una reestructuración completa de la sociedad, del sistema político y de la economía y esto sólo podía lograrse bajo un estricto control social, para instaurar las conocidas medidas neoliberales: Reducción del sector público, reorientación de los excedentes hacia el mercado de capitales, apertura hacia la economía de libre mercado, regular el nivel de sueldos por las fuerzas del mercado, con el fin de eliminar la inflación 10.

Este programa además de su rechazo, atrajo también el apoyo ciudadano porque ofrecía coherencia y disciplina y además era percibido como técnico y por lo tanto ideológicamente neutro en un país que había agotado las discusiones en ese plano. Aunque daba origen a la paradoja de las paradojas: el gobierno más dictatorial se transformaba en el campeón de la libertad. El gobierno con menos credibilidad externa hacía gala de la apertura al exterior. El gobierno que era visto como el perseguidor de los sectores sociales más pobres, establecía una dura economía buscando que sus beneficios se extendieran también a aquellos sectores, poniendo a su alcance el consumo, deteniendo la inflación y ciertos logros del mercado: autos económicos, créditos bancarios, adquisición de acciones de empresas, etc. Lo que fue denominado como .

Los uniformados en este sentido, se esforzaron por construir una revolución económica motivados por las circunstancias: su paso por el gobierno no podía ser el de un gobierno más. Había que justificar el brusco cambio económico y político, y sobre todo la muerte de un Presidente de la República.

Los militares se hicieron asesorar por grupos de economistas que intentaron demostrar que la economía era una ciencia exacta, con predicciones comprobables, y que se debe afirmar en las decisiones del mercado 11. El gobierno militar impuso un modelo de modernización con un carácter desconocido en Chile en el siglo XX, y su radical imposición no dejó a nadie indiferente, obligando a todos los sectores a tomar posición ante la nueva circunstancia. Su impacto no sólo fue considerado durante los finales de los 70 y los 80, sino que continuó una vez recuperada la democracia, y aún se acrecentó en los años 90.

2.1. La Revolución liberal.

En estas circunstancias y con los militares en el poder, la "derecha se encuentra con un mundo por delante"12, de manera opuesta a la posición "acorralada" que había mantenido desde los años 20 hasta 1973, fecha en la que se le ofrece la posibilidad de estructurar un proyecto renovado de país y con un grupo de economistas que lo administren. Se daban las condiciones para el surgimiento de una nueva derecha, la que deja de lamentarse y de añorar

el pasado, jugándose por la modernización y proyectos económicos actualizados13. Abandonan la imagen tradicional de Chile como país campesino, y con una cultura basada en la familia y la propiedad. El concepto de modernización comienza a hacerse cada vez más habitual no sólo en economía sino en un sentido más amplio: en agricultura, salud, educación14.

En este primer momento se debe considerar este grupo de economistas que adhirieron al proyecto modernizador en su totalidad, contribuyendo desde posiciones claves del gobierno militar a su implantación. Fundamentalmente sectores de una nueva derecha organizada en torno a las políticas de Sergio de Castro y José Piñera15, entre otros, quienes postulan la imagen de un chileno realizador, competitivo, confiado en su país y capaz de construir una economía basada en un modelo exportador de productos cada vez más elaborados. Exportar valor agregado y desarrollo de la economía privada. Este sector, aunque no de manera unánime, propuso una modernización basada en una , y con una concepción del liberalismo como máxima libertad económica y mínima política.

Surge así un grupo de profesionales, que hablan permanentemente de una "revolución liberal", dispuestos a construir una nueva economía y una nueva sociedad. Los principales objetivos de esta derecha liberal eran hacer de Chile en el Bicentenario un país desarrollado, derrotar la pobreza, insertarlo internacionalmente, aunque con las restricciones señaladas: limitar la democracia por medio de un gobierno autoritario.

Para comprender bien esta modificación, hay que recordar el contexto político anterior en que se movía una derecha que propiciaba su origen conservador-católico, férreamente opuestos a las innovaciones y con débiles propuestas en política y economía. Una derecha con pocos intelectuales ( ni siquiera al llegar al poder con Jorge Alessandri) que construyeran un proyecto de país. Una derecha que había tenido proyectos durante el s. XIX, quedándose al fin sólo con una mentalidad conservadora opuesta a lo moderno, perdiendo un progresivo apoyo en las elecciones. 16. Una derecha aislada, con escasa base social, sin programas alternativos a las políticas de modernización en conformidad con un Estado democrático 17.

En ese contexto había sido reemplazada por la DC, cierta parte de la jerarquía eclesiástica y nuevos grupos católicos con una mayor sensibilidad social. Muchos de los cuales provenían, paradójicamente, del sector conservador y fue justamente en la Universidad Católica donde aparecieron los sectores más extremos en apurar los cambios y en buscar nuevas orientaciones basadas no ya en la oposición a las reformas sino en su apoyo y fomento.

Pero, como se ha dicho, a partir del 73 se consolidan en la derecha algunos líderes con características nuevas que propician una alternativa más liberal que no busca en el pasado, ni en la tradición del hispanismo, su proyecto político, sino que por el contrario, propone un programa hacia el futuro y la modernización.

Esta corriente tiene su origen en las recetas de los economistas de Chicago ya señaladas, y en otro plano en textos como el de Fernando Mönckeberg, Jaque al subdesarrollo18 donde en oposición a la corrientes dominantes de la sociología de la dependencia de los 70, se postula la necesidad del desarrollo en base a cuatro proposiciones básicas: aumentar los recursos humanos atrasados por la pobreza y la desnutrición, modernizar la educación, modificar la política económica optando por la libre empresa, e implementar estructuras científicas y técnicas que permitan optimizar los recursos.

La forma más simplista de la modernización fue presentada por Joaquín Lavín, con un libro que, sin embargo, se constituyó en un éxito de ventas19, asociándola a los fax, teléfonos, aparatos de TV., y al surgimiento de polos de desarrollo en puntos tradicionalmente marginados. Sus argumentos resultan muy similares a los utilizados por la propaganda oficialista durante la campaña del Plebiscito del 80, en la que diariamente se presentaba a Chile como un país en paz, acompañada de imágenes de artefactos técnicos (satélites, antenas parabólicas, microscopios), por cierto ninguno de ellos producido aquí, y con los que se intentaba entregar un mensaje revitalizador de la modernización: lo que importaba era invertir en ciencia y tecnología y no en política. Parodiando las consignas de los años '60, se podría decir que este sector adoptó el lema: " Modernización o muerte".

Años más tarde, en 1992, haciendo un balance de esa experiencia, un grupo de economistas y pensadores publicarán, El Desafío Neoliberal, entre los cuales se encuentra tres chilenos: el ex ministro José Piñera, David Gallagher y Arturo Fontaine, además de otros latinoamericanos20.

Para el caso chileno, José Piñera en su artículo,"Chile,: el poder de un idea" , señala algunas claves de lo que denomina "la revolución liberal chilena" y desde una perspectiva optimista augura que cuando Chile cumpla 200 años, en 2010, será un país económicamente desarrollado. Ante la pregunta ¿cuándo logró Chile ponerse en la ruta del desarrollo?, siguiendo el modelo según el cual las crisis sociales y políticas pueden ser usadas para lograr el desarrollo, señala a la "tormentosa década" de los años 70 como el "comienzo del final de una época" , tanto en Chile como a nivel mundial, en la que se detienen "las fórmulas económicas estatistas" 21. La confianza marca su análisis:"Un nuevo Chile ha surgido como consecuencia de las múltiples, profundas y coherentes reformas de signo liberal que se llevaron a cabo entre 1974 y 1989" .

Plantea una síntesis de los principios económicos que guiaron la modernización: «Se abrió la economía a la competencia internacional; se privatizaron la mayoría de las empresas estatales; se eliminaron los monopolios empresariales y sindicales; se flexibilizó el mercado de trabajo; se creó un sistema privado de pensiones y de salud; se abrieron sectores enteros como el transporte, la energía, las telecomunicaciones y la minería a la competencia y a la iniciativa privada». Lo anterior, en su opinión, trajo como resultado un favorable cambio macro económico en el que Chile crece a una tasa promedio anual del 6,3 % entre 1985-89, con un aumento de la inversión a un 13,8 %, las exportaciones en un 9% y el empleo crece en un 4,6 % anual. Con lo cual se logrará ir disminuyendo la extrema pobreza y continuar creciendo en las décadas siguientes.

En fin, un programa que permitiera la superación de un destino fatalista y recuperar lo atractivo del capitalismo: el riesgo, la aplicación de inteligencia práctica, la posibilidad de construir un futuro abierto. Un programa de modernización que se afirmaba en un chileno universal, por lo que no manifestó interés alguno en consideraciones identitarias o culturales de sectores particulares de la sociedad chilena.

Aquel año de 1992, y celebrando los logros del crecimiento y la estabilidad, se reeditó el programa económico (llamado "El Ladrillo" ) que los profesionales de la Universidad Católica entregaron el año 73 a los militares y en el que se insiste en las fórmulas liberales. En el Prólogo, escrito por Sergio de Castro 22, se señala algunas aspectos que serán aceptados como méritos de aquel momento. La convivencia de académicos y empresarios, y ciertas pautas económicas que se volverán un referente habitual: « ..la apertura de nuestra

economía, la eliminación de prácticas monopólicas, la liberación del sistema de precios, la modificación del sistema tributario por uno más neutral, eficiente y equitativo, la creación y formación de un mercado de capitales, la generación de un nuevo sistema previsional, la normalización de la actividad agrícola nacional (...) y la protección de los derechos de propiedad ».

Para la correcta comprensión del presente artículo, se debe tener claro que ninguno de los autores mencionados hasta aquí aseguran que Chile ha logrado la modernización ni que sea un país moderno (o sólo parcialmente), pero sí que la modernización (no la modernidad) es posible de alcanzar manteniendo en práctica las fórmulas económicas señaladas.

3. El debate Modernización - Identidad

Desde algunos años antes a la recuperación de la democracia el año 1991, había surgido un segundo grupo que adhirió al proyecto modernizador, pero con algunas reservas en torno a la necesidad de medidas que aseguraran la equidad23. Se trata principalmente de políticos e intelectuales ligados a la Democracia Cristiana 24, que trabajan en el C.P.U.. y especialmente en CIEPLAN; así como representantes del socialismo renovado: Ricardo Lagos25, Jorge Arrate26, José Joaquín Brunner 27 y los nuevos dirigentes de la CEPAL (Gert Rosenthal) y del Banco mundial ( Enrique Iglesias), o aún de antiguos líderes de la izquierda como Carlos Altamirano 28, quienes postulan el desarrollo económico, pero también la democracia y la participación social.  En el caso de la izquierda, el sector renovado fue abandonando la vía chilena al socialismo, para incorporarse al proyecto liberal, pero intentando acercarlo más a una verdadera modernidad (en el sentido de Habermas) que a una modernización puramente económica. En estos sectores, su oposición al proyecto de los militares irá sobre todo por la denuncia de la violación a los Derechos Humanos, como el más alto costo social que se debió pagar por su imposición.

Probablemente el exilio de muchos de ellos influyó en esta revalorización de la democracia como valor en sí, al ver su funcionamiento en países de larga tradición republicana, y como la izquierda chilena vivía una etapa de crisis en la que necesitaba nuevos modelos, la realidad del exilio influyó en el cambio, tanto como influyó la crisis del socialismo que los exiliados en Europa del Este y del Oeste contemplaban con más fuerza que desde Chile. Por último, la nueva clase dirigente, fue perdiendo su antiguo sentido de culpabilidad, por no haber realizado con éxito el cambio social y se fue sumando al proyecto modernizador.

Aunque la unificación de la oposición fue uno de los inconvenientes más difíciles de superar, hacia el año 86 e incluso desde antes, los partidos opositores a los militares presentan un lenguaje común en el que se reafirman conceptos como libertad, democracia, justicia y modernización, los que van impregnando el espacio político. Lentamente se observa una revalorización de la democracia tradicional por amplios sectores entre los que se incluyen la izquierda y la derecha, que antes fueron escépticos a ella. Los métodos autoritarios, asociados a políticas fundacionales, van produciendo un cansancio progresivo y se comienza a apostar a una democracia sin apellidos. 29

Lo novedoso es que un sector mayoritariamente opuesto al gobierno militar, una vez alcanzada la democracia, terminó por sumarse al proyecto modernizador, aunque intentando, como hemos dicho, la implementación del proyecto de la modernidad, comprendido como un programa más amplio que permitiera la liberación de los individuos, la consolidación de la sociedad civil, el desarrollo de un sistema de educación racional y participativo, la

descentralización, etc.

El proceso fue gradual, pues en un comienzo se criticó el modo de imposición del proyecto modernizador neoliberal, como en el texto de Juan Gabriel Valdés 30, en el que se utiliza el concepto de "Esacalamiento ideológico" para referir un hecho esencial que había marcado la sociedad chilena, en la que «partidos políticos o grupos organizados se han propuesto usar el poder del Estado y movilizar a sus adherentes sobre la base de discursos doctrinarios para organizar la sociedad y modificar drásticamente sus reglas, cambiando el comportamiento y la forma de vida de las personas». Aunque el libro está centrado en la imposición del modelo neoliberal, se utilizó una perspectiva que no incluye sólo a los militares, sino que se rechaza la excesiva injerencia de las ideologías en la conducción política desde los años 60 y 70.

Lo que llevó al debate sobre la aplicabilidad de modelos económicos, pues los últimos gobiernos se acusaban mutuamente de no ver el país real y de aplicar políticas al margen de éste. El tema era develar la verdadera "realidad" de Chile y saber cuál era el programa que esta realidad podía aceptar. Resulta imposible no establecer un paralelo con las proclamas de Pinochet de que el marxismo era "ajeno a la realidad chilena" , que ahora se invertía señalándose que el liberalismo a ultranza iba contra el sentido profundo de esa misma realidad, tan diferente a la de los países europeos o asiáticos. El dirigente socialista, Sergio Bitar, que vivió su exilio en Estados Unidos, plantea una economía para Chile integrada al resto del mundo, aunque no completamente ultraliberal, pues es "absolutamente ajena a la realidad" del país31. Desde finales de los 80, una parte de los intelectuales de centro y de izquierda, tradicionalmente críticos frente a la modernización, pasan de una postura de rechazo a comprender las ventajas de un proyecto que terminan por administrar. Y muchos sectores políticos que habían postulado formas alternativas (socialismo comunitario, cooperativismo, doctrina social de la iglesia, pero también la derecha estatista tradicional), van decayendo y sumándose a sectores de la DC y del socialismo renovado que alientan el proyecto modernizador.

El dilema se resolvió con el acuerdo tácito que continuar el camino de la modernización (es decir, del neoliberalismo) era el más adecuado. Lo anterior resulta significativo si observamos que finalmente un amplio sector de la oposición al gobierno militar no tenía un proyecto económico tan diferente. La discusión gobierno militar/oposición democrática, dejó así de plantearse en términos de revisar los fundamentos económicos en torno a los cuales debía organizarse la sociedad chilena32.

3.1. Chile, un país con futuro.

Desde los años 70 se habían publicado una serie de libros que intentaban proyectar o imaginar a Chile en el futuro. En muchos de ellos con gran voluntarismo se señalaba que el futuro por lo cual los autores no sólo intentaban describir el país del mañana sino que también construirlo33. El postulado general es que administrado correctamente, Chile, podría alcanzar la modernidad al momento de cumplir 200 años de vida independiente, en el 2010, una fecha paradigmática y que se presentaba con fuerte connotación simbólica en el ideario político-social-cultural.

Esta idea, que corresponde a la respuesta de los sectores de la Concertación 34 al programa visualizado por J. Lavín (véase nota 19), tuvo particular difusión a finales de los años 80 y comienzos de los 90, y en la que coincidieron que al revisar la historia, Chile, les parecía un país posible de gobernar, de desarrollar económicamente, de crear un sistema político

estable, y sobre todo con la capacidad suficiente para aprovechar los errores del pasado y crecer en el futuro.

En el texto compuesto por Ernesto Tironi el optimismo es manifiesto. En la portada, además de la fueza del título, ES POSIBLE, escrito en gran mayúscula, aparece impreso sobre un fondo azul en el cual un volantín con la bandera chilena, se eleva en el cielo.

Por cierto que tratar el tema de la pobreza no era nuevo, pero lo novedoso es que ahora se postula con optimismo la posibilidad de aplicar medidas concretas que ayuden a disminuirla. También es original que un equipo de profesionales opuestos al gobierno militar reconozcan, que a pesar que no estaban resueltos todos los problemas, sus avances en el plano de la economía resultaban evidentes: «El Directorio del CED, al analizar la situación que prevalecía en el país a comienzos de 1987, llegó a la conclusión de que, a pesar del importante repunte de la economía, reflejada en los índices de crecimiento de sus principales sectores, nivel de inflación y favorable balanza de pagos, subsistía el gran problema de la pobreza que afectaba a una gran masa de la población».

Los autores del texto, al margen de las dudas, insisten con un acto de voluntad que Chile puede alcanzar la modernización, en la máxima coincidencia de políticas económicas entre miembros del gobierno militar y la oposición, como pocas veces se había dado en los últimos años.

En el mismo sentido, Alejandro Foxley señala que"Chile es un país que desde siempre asignó una gran importancia a las ideas" , alaba su larga tradición democrática, la temprana constitución del Estado, la comunidad de intereses, las semejanzas de su población, un país que revaloriza el concepto de . Un discurso que no sólo le permite a las posturas conservadoras y nacionalistas, el reconocimiento de los valores históricos del país.

El argumento ahora es que sin desarrollo económico no puede lograrse la equidad. Hacer programas de justicia social sin desarrollo, equivale a inflación, la que redunda en mayor probreza.

Se debe advertir que este sector tampoco establece que Chile sea un país moderno, pero sí que se puede alcanzar, y que por tanto su administración no se debe dejar sólo a los sectores autoritarios.

3.2. De la modernización inevitable a la modernidad.

En el contexto anterior, un grupo de intelectuales "renovados" publicarán una serie de textos en los que postulan que la modernización (liberal) también posee elementos positivos y cuya aplicación, por lo demás, resultaba inevitable. Estos intelectuales, sin embargo, intentarán ir más allá y alcanzar las características fundacionales del proyecto moderno.

Consideremos el caso del sociólogo José Joaquín Brunner quien se ha constituido en uno de los principales teóricos de la renovación. Brunner diferencia entre modernidad y modernización, señalando que aunque la segunda es una "opción ineludible" y a la que no teme , se debe sobre todo alcanzar la "la reciprocidad simétrica" que caracteriza la primera. Es decir, ofrecer "contextos de opción", frente a los tradicionales "contextos de jerarquía". Brunner caracteriza sus elementos constitutivos: «Los principales elementos institucionales de la modernidad residen en la democracia, la empresa como motor del desarrollo, la escuela

como eje de distribución del conocimiento a toda la población, y una sociedad civil dotada de suficiente autonomía y fortaleza» 35. Es decir, lo que denomina "contextos de opción", conceptualizados como aquellos,"mediante los cuales los individuos puedan hacer elecciones y así ejercer efectivamente su libertad" .

Esta concepción de la modernidad le permite ubicarse a la misma distancia de cualquier forma autoritaria de gobierno: «El socialismo tradicional, encarnado en la experiencia soviética y sus diversas expresiones, surgió históricamente como un modelo alternativo de modernidad. Pero en vez de la libertad de los individuos, afirmó su socialización forzada en múltiples "contextos de jerarquía": antes que nada el partido y, en seguida, el Estado y su ideología, la burocracia como forma de coordinar la economía, las múltiples disciplinas de la vida cotidiana, y una esfera cultural oficial frente a la cual sólo cabía conformarse o ser excluido como disidente.»

Y a continuación agrega: «Otras formas de autoritarismo, como las que conocimos en Chile, suprimen asimismo la libertad y sus contextos "no económicos" de opción. Buscan construir la modernidad apoyándola solamente en la empresa y los mercados, pero negando la democracia, reduciendo la sociedad civil y censurando la cultura»36.

Brunner enfrenta los temas más actuales (sistemas de comunicación, televisión cerrada o satelital, Internet) y su impacto en la vida social e individual. Un sociólogo más preocupado de describir lo que acontecerá con las nuevas formas de democracia, las ideologías, los grupos sociales, las utopías, el mercado, que en provocar un cambio social, como fue habitual en los años 60. Uno de los pocos que no sataniza la modernidad y aún recupera sus aspectos racionalistas, liberadores.

Se acepta el desafío de la nueva sociedad emergente con todos sus atractivos y contradicciones. Un esfuerzo por no perder el impulso de apertura del país al mundo, perspectiva desde la cual, el tema de la Identidad (como veremos) se observa como un retroceso a formas convencionales de vida y que dejan fuera de sí a otros agentes sociales emprendedores. Es decir, los males de la modernidad se solucionan con más modernidad, o por lo menos dentro de ésta.

Antonio Leal, también representante de los sectores renovados, muestra el mismo interés por la modernidad. En un artículo con un título reiterado en estos años:"Modernidad e identidad cultural" 37, alude a la internacionalización y globalización de la economía, la política y la existencia individual como fenómenos inevitables, pero abogando por un modelo que logre dar coherencia a las modernizaciones con «equidad social y ambiental «, intentando adecuar el país a los avances tecnológicos y su expresión en la vida cotidiana, laboral y antropológica del ser humano al terminar el siglo XX: "Si no asumimos oportunamente este desafío estamos condenados a un estancamiento y a una creciente marginalidad en el mundo interdependiente". No se rechaza, sino que se intenta asumir, en todo lo que sea posible, la modernización tecnológica y educativa, para lograr pasar más tarde a la modernidad.

A la modernización se le agrega un sello que la relacione con el cuidado del medio ambiente y a la conexión con la "revolución del conocimiento" la que pasa a ser un factor decisivo en la "formación de la riqueza". Por otro lado, el acento está puesto en la extensión de la democracia, la educación y la salud de la población, la descentralización y otros aspectos en los que resulta necesario «construir una nueva cultura de las modernizaciones que ligue ampliación de la democracia con la necesidad de aprovechar el enorme progreso tecnológico,

los espacios que efectivamente abre la competencia y el mercado mundializado con la necesidad de crear una verdadera sociedad de las oportunidades».

Este sector, junto con aceptar la renovación, estuvo dispuesto a desarrollar sus actividades en un campo político denominado "transición" marcado por las normas heredadas de los militares, y a aceptar voluntariamente las reglas de un juego que en ocasiones podía parecer un "estado de amenaza" , debido a la necesidad de no preocupar a los empresarios, de mantener los logros económicos alcanzados, de no alterar la derechos de la empresa privada, y en fin, de evitar la posibilidad de una nueva intervención militar."La mayoría de los chilenos aceptamos las limitaciones que impone una transición de esta naturaleza, pero ello no significa que hayamosperdido la sensibilidad y la memoria" señala la experta en comunicaciones Giselle Munizaga, y agrega:"...la transición no se escribe en una página en blanco, sino en el terreno de la memoria de una socieddad como la nuestra, que no sólo está rota, también herida y sigue necesitando reparación" 38. Aceptando las circunstancias, se establecía que el sistema permitía escaso espacio a las minorías, a los marginados, a los "otros deseos".

De este modo, ya sea por el propio convencimiento de la renovación política o por la dinámica que imponía una "transición" forzada, se optó por continuar el camino de las políticas liberales y de la modernización; el que después, sin embargo, fue asumido en plenitud terminando por alabar con optimismo las posibilidades de alcanzar el desarrollo y la inserción de Chile en el mundo desarrollado 39. Por cierto no era una idea original, pero si por un lado se la revitaliza, por otro se le agrega un ingrediente nuevo: no sólo alcanzar el desarrollo, sino sobre todo construir un país capaz de resolver sus problemas internos.

3.3. Las razones de la identidad.

La corriente modernizadora ha tenido también sus opositores y en los últimos años encontramos un tercer grupo constituido más por intelectuales, artistas y pensadores que por economistas y políticos, quienes se oponen o relativizan el proyecto modernizador. Curiosamente, forman el sector ideológico más variado, pues en su interior aparecen conservadores, nacionalistas, marxistas, cristianos, ecologistas, quienes se agrupan en asociar la modernización y el modelo neoliberal con injusticia social, conflictos personales, y sobre todo con el debilitamiento de la identidad nacional.

El rechazo del prestigioso historiador Mario Góngora a la imposición del modelo neoliberal lo expresó en Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX 40, aunque también en conversaciones privadas, artículos 41 y entrevistas, en los cuales señaló el carácter no ajustado a la realidad chilena de un modelo que evitaba la participación del Estado en la orientación del desarrollo nacional.  Mario Góngora defiende la importancia del Estado en la formación de la nacionalidad chilena, y la disminución de éste en los ultimos gobiernos y particularmente con los militares, le parece preocupante.

Góngora expresa su asombro ante la aparición de la sociedad de masas, los procesos técnicos y la pérdida, citando a Jasper, del "ser-si-mismo del hombre" , reemplazada por una democracia que gira en torno al marketing de las imágenes.

Una de sus críticas más claras se refiere al abandono por parte del Estado (durante el gobierno militar) de la educación superior: « ...el aporte fiscal a las universidades se ha reducido constantemente, argumentándose que la universidad chilena sirve a 130 mil

alumnos, y los grados medio y básico a 3 millones. El argumento es lamentable: en cosas culturales no se cuenta, sino que se pesa. La tradición occidental ha sido siempre la de que la educación irradia desde las universidades, que prepara las elites del país, hacia abajo. La concepción masiva hoy dominante (el libro fue publicado en 1981) dará un pueblo sin anafabetismo, pero infinitamente menos cultivado que el de 1940 ó 1970» 42. Aunque reconoce que no obstante,"últimamente se ha apoyado mucho la investigación científica y técnica" .

Sus críticas a la modernización y particularmente al modelo neoliberal las asocia a una excesiva masificación y economización de la sociedad, y por esa vía al fin del ser nacional. Lo que desprende al comparar «los ideales tradicionalistas y nacionalistas de la primera hora, de la Declaración de Principios de la Junta militar, con la aplicación posterior de un modelo ajeno a la cultura chilena:"El neoliberalismo no es, efectivamnete, un fruto propio de nuestra sociedad, como en Inglaterra, Holanda o los Estados Unidos, sino una "revolución desde arriba", paradíjicamenteatiestatal, en una nación formada por el Estado" 43.

Por haber fallecido Mario Góngora en 1985, sólo nos es posible conocer su testimonio más escéptico y doloroso de un momento de la historia en que no veía alternativa para construir un proyecto de país distinto al que le ofrecía la realidad de los últimos 30 años. Un hombre doblemente desengañado : «Se quiere partir de cero, sin hacerse cargo ni de la idiosincrasia de los pueblos ni de sus tradiciones nacionales o universales; la noción misma de tradición parece abolida por la utopía. (...) Suceden en Chile, durante este período "acontecimientos" que el sentimiento histórico vivió como decisivos: así lo fue el 11 de septiembre de 1973, en que el país salió libre de la órbita de dominación soviética. Pero la civilización mundial de masas marcó pronto su sello. La política gira entre opciones marxistas a opciones neoliberales, entre las cuales existe en el fondo "la conciencia de los opuestos" , ya que ambas proceden de una misma raíz, el pensamiento revolucionario del siglo XVIII y de los comienzos del siglo XIX». Góngora coincidirá con la corriente identitaria, al rechazar desde un país periférico, el universalismo moderno.

A él se unieron otros pensadores, todavía muy poco estudiados, quienes constituyeron una oposición humanista-conservadora al proceso modernizador. Como Felix Schwartmann44, quien expresa su crítica desde una postura "poética", y Roberto Escobar45, que desde una postura "nacionalista" señala la escasa capacidad del habitante del país para adaptarse a los modos de vida de un liberalismo "impuesto" y que empequeceñe el alma del pueblo, poniendo en peligro los valores nacionales. En un trabajo más vertical habría que analizar también la obra de Armando Roa. Uno de los casos más extremos proviene de Juan Antonio Widow 46, quien además de condenar el pluralismo y la democracia en cualquier de sus formas (liberal, socialista o cristiana), señala los peligros de un liberalismo injusto hacia los sectores desposeídos, así como el (peligroso) tono laico de su discurso, expresando sus preferencias por el orden, la autoridad y la espiritualidad.

Desde un punto de vista diferente, una de las primeras posiciones "identitarias" y de la cual se nutren muchos de los autores posteriores, es el texto de Jorge Guzmán, Diferencias latinoamericanas47, en el que analiza las características más profundas del ser y la cultura del continente, insistiendo en el mestizaje como rasgo singular de América latina.

Jorge Guzmán al estudiar a Gabriela Mistral, Gabriel García Márquez, Manuel Puig y Alejo Carpentier, desprende algunas condiciones culturales básicas: el predominio de lo femenino y particularmente de lo materno, en un mundo caracterizado por la ausencia de figuras

masculinas, y por el afán de "blanquearse" , asumiendo códigos extranjeros.

El libro de Guzmán constituye un intento de interpretación metafórica a partir de textos literarios, para definir los rasgos constitutivos de la percepción mestiza de la realidad americana. Analiza en detalle sus símbolos, sus presencias y ausencias culturales, sus valores. No es un trabajo más de exégesis literaria, sino uno que se propone examinar con rigor "...las diferencias latinoamericanas". Algunos de estos temas serán ampliados por Guzmán en publicaciones posteriores 48.

De Gabriela Mistral aísla los significados con que se enuncia la maternidad ( el todo) y la paternidad (la ausencia). Por ejemplo, se intenta conocer "...la menra en que estos poemas significan el drama de la feminidad de nuestra región mestiza...", al destacar las diferencias con los órdenes culturales creados en la tradición cristiana, occidental, y el significado de los conceptos de paternidad, maternidad, la relación madre-hijo, amor, futuro.

Previo a los análisis, Guzmán exige el conocimiento de los contextos sociales y culturales latinoamericanos, así como el uso del idioma español que se hace en este continente, negando en cierta manera las lecturas realizadas desde otras tradiciones culturales ajenas al uso de, por ejemplo, "nuestra jerarquía religiosa mestiza", o "nuestro amor mestizo". Jorge Guzmán insiste en una imagen de Latinoamérica como un continente materno, caracterizado por la presencia de la madre tanto en los poemas mistralianos como en el mundo extraliterario: "...el centro de la realidad es una figura femenina..."ones a ocupar el lugar de Dios.49

Así, en oposición a la cultura judeo-greco-latina que instaló al padre "como centro de la realidad, origen y mentenedor del orden y del sentido», pues como en ninguna otra parte, se reiteran padres heridos, aislados, lejanos, idos. Una figura que finalmente se transforma en un "espejismo": "Aquí los padres sangran y lloran, llevan y dejan. La palabra padre está, pues, desplazada y vacía".Del punto de vista de la modernidad, Guzmán se pronuncia en oposición a ella o al menos a su mecánica aplicabilidad en el mundo latinoamericano. Y aunque su análisis resulta más complejo, nos vemos en la necesidad de sintetizarlo. Hablando, por ejemplo, del Discurso del método de Descartes señala: «La obrita es una especie de piedra miliar de la época burguesa; se la usa como una comprimida metáfora de la modernidad, que connota los caracteres de racionalidad, individualidad, cientificismo, matematización del pensamiento, libertad individual, legalidad, etc., etc., etc.,».

Por lo que no comparte la aceptación "acrítica" de la obra por parte de textos "que se propone como objeto una región del mundo (Latinoamericano) que no ha sido jamás propiamente pensada". Para Guzmán más que los métodos de análisis, importa la propia historia del Continente, y es en ella y en sus expresiones literarias, donde se puede encontrar su identidad. Y la historia del continente no dice con una "concepción lineal (...), la que difundío el s. XVIII y que sigue viva hasta hoy, tanto en le liberalismo como en el socialismo". De nuevo, identidad y modernidad aparecen contrapuestos."Latinoamerica, que no pertenece al ciclo (lineal) y cuya historia aún no comienza, lo que hace posible que en ella se viva en el presente y se crea en le futuro" . Jorge Guzmán es un buen lector, que descifra con profundidad el significado de los textos que caen en su mirada, lo que le ha permitido escribir una de las mejores interpretaciones de la literatura latinoamericana publicadas en Chile.

Pedro Morandé50 ha revitalizado fuertemente las críticas a la imposición del proyecto modernizador en los años 80, el que en su opinión, caerá en el mismo fracaso en que terminaron los proyectos desarrollistas anteriores.

Morandé señala que modernidad e ilustración, aunque habitualmente se confunden, son procesos diferentes.

Mientras la segunda se asocia al pensamiento del siglo XVIII, la primera comenzó mucho antes con la universalización de la historia, la extensión de un lenguaje común, y el encuentro de pueblos diversos, que por ese mismo hecho comienzan a preguntarse por su identidad particular.

Desde su punto de vista, América latina no es ni antimoderna, ni premoderna, sino moderna desde su nacimiento y su misma incorporación a Occidente en 1492 es una prueba de su modernidad. Los argumentos de Morandé se basan, en la existencia de una lengua escrita generalizada no sólo al grupo intelectual, en universidades e imprentas y de un concepto de libertad (anterior a la Ilustración), ya presente en la filosofía occidental y el cristianismo. La existencia de una orden religiosa como los Jesuitas, con sus Misiones y sus votos, son otra prueba de presencia de la modernidad en América latina.

Si desde el análisis de Max Weber, América no tuvo Ilustración, es decir ni Reforma ( que sólo llegó en el s. XIX con los protestantes), ni Calvinismo (esencial en la cultura burguesa), sí participó, podríamos decir, en un modelo paralelo de modernidad, el signado por el Barroco, Francisco de Vitoria, el cristianismo. Es a partir de este modelo propiamente americano, que Pedro Morandé establece una fuerte crítica a la Ilustración: modelo estrechamente racional que no se compatibiliza con el mundo del mestizaje.

Los reparos de Morandé apuntan a la escasa presencia de la tradición ilustrada en América latina, la que por lo demás, no se compatibiliza con un ethos popular barroco, cristiano, mestizo y antimoderno. Una cultura basada en el rito y el sacrificio, que ha sobrevivido a lo largo de los siglos, más allá de los débiles momentos de predominio del iluminismo racionalista. La propuesta de Morandé recibió muchos adherentes, entre quienes coinciden con él en que la propia realidad chilena (y latinoamericana) terminará frustrando los intentos modernizadores.

Morandé tienen el mérito de establecer las diferencias del mundo cultural latinoamericano y de poner en el debate reflexiones sobre su profunda identidad, temas que fueron, de alguna manera, olvidados en las ciencias sociales, desde mediados de los años 70 y buena parte de la década siguiente. Además, y más allá de compartir o no sus tesis, tiene el mérito de plantear desde la sociología ciertas preguntas fundamentales sobre la realidad latinoamericana, abriendo esta disciplina a la literatura, la ensayística, el mundo cultural, la religiosidad popular y el análisis de ciertas prácticas sociales arraigadas en América latina.

Morandé plantea dos grandes temas: a) Los orígenes y característica del proyecto moderno, racional e iluminista y sus manifestaciones en la modernización. b) La incompatibilidad permanente de ese proyecto, con la identidad (o ethos cultural) de América latina.

En relación al primero, señala la secularización de los valores, la racionalidad formal, la autorregulación del mercado, la separación del orden político del económico, etc. Poniendo énfasis en la aceptación acrítica por parte de la sociología latinoamericana de los conceptos

de la sociología de los países desarrollados, denuncia una "mentalidad desarrollista" , que finalmente ha producido pauperismo y la desprotección jurídica y social del trabajador. "La sociología luchaba por la posibilidad de legir entre alternativas distintas de modernización, pero no puso en tela de juicio a la modernización como tal" . Agregando a continuación:" Algunos querían desarrollarse hacia un 'un capitalismo a la latinoamericana', donde lo importante no era, naturalmente, el adjetivo sino el sustantivo" .

En lo segundo, manifiesta nostalgia por formas de sociabilidad opuestas al iluminismo, como por instituciones sociales que el Estado "regula y compatibiliza entre si en la perspectiva del bien común superior".

De manera similar a Jorge Guzmán, y su postulado de una historia latinoamericana propia y singular, Morandé rechaza la perspectiva universalista y la ausencia de reflexiones en la sociología que consideren la latinoamericana, su cultura, su identidad: "Para quien domina, la identidad es unproblema nada más aparente".

Pedro Morandé prefiere la propia realidad al relato, lo que sucedió a la interpretación, lo que expresa con una hermosa metáfora: "Así como la más bella declaración de amor no puede reemplazar el beso o la caricia, tampoco puede sustituir el discurso este acercamiento vivencial..."51 Concluyendo, y no debemos olvidar que el libro fue publicado en un momento de alta vigencia de las ideas modernizadoras, que "...cultura y modernización son conceptos que (...) tienen una conflictiva relación".

Por último, manifiesta su rechazo al proyecto liberal por no comprender el sentido profundo de la historia americana: « Mientras la historiografía liberal ha intentado presentar siempre el proceso de emancipación latinoamericana como ruptura ideológica y cultural con la tradicion indiana, la no liberal ha mostrado, en cambio, la continuidad cultural y social con el período de dominación española. En esta última línea de interpretación, el proceso de constitución de estados nacionales aparece más como un intento de asegurar el orden amenazado por la anarquía que como un intento de constituir una nueva Polis».

Pero, lo critica sobre todo, por haber sido el creador de nacionalidades latinoamericanas social y culturalmente divididas:"La marginalidad de los grupos sociales no era más que el reflejo de una marginalidad cultural anterior: la del indio, del negro y del mestizo que nunca tuvieran cabida en una cosmovisión donde sólo contaba el criollo" . Desde este punto de vista,"la modernización no es más, entonces, un ajuste con el pasado, sino un dilema de la construcción del futuro" .

América latina intenta con el proyecto liberal decimonónico universalizarse y participar activamente en la ecumene mundial, pero no desde la originalidad de su formación cultural, sino en forma abstracta, con índices de modernización construidos conforme a las pautas vigentes en el mundo desarrollado. Lo que llevó en las últimas décadas de nuestro siglo, a la violenta represión social como medio para alcanzarla. En este punto, Morandé se acerca a aquellos que denuncian el costo en Derechos humanos que se debió pagar por la imposición del neoliberalismo: "..cuando el desarrollismo parece terminar su ciclo ideológico-político al asociarse con el neoliberalismo y con la doctrina de la seguridad nacional. la violación manifiesta y sistemática de los derechos humanos".

Morandé plantea el problema ético de la modernización: « ¿No se trata más bien de una profunda crisis moral, de una crisis de identidad del sujeto histórico, que nos remite

obigadamente al ethos cultural, allí donde los valores o antivalores tienen una validez vital, inconsciente, aún antes de que sean formulados en concepto? ». Sin duda, un gran esfuerzo por evangelizar (o mantener evangelizada) a América latina.

Pedro Morandé es inteligente y riguroso, y uno podría estar de acuerdo en muchos de sus planteamientos, excepto en el diagnóstico final: eliminar los males de la modernidad con un nuevo reencantamiento del mundo por la vía religiosa, puede resultar débil para el complejo mundo actual. ¿Es posible negar la democracia liberal, la burguesía, el racionalismo (y sus contrarios), para volver adánicamente a una "sociedad tradicional" anterior a la Ilustración ?.

Es fácil comprender que, con todos los errores cometidos, los planes desarrollistas y modernizadores no han sido en América latina un puro capricho ni diagnósticos afiebrados, sino creencias convencidas que por este medio se podría resolver la pobreza y la marginalidad. Otra cosa es preferir, conscientemente, la pobreza y la marginalidad. Ante lo cual, la primera opinión, no la tienen los intelectuales sino los propios pobres. ¿Prefieren éstos habitar en una sociedad tradicional y subdesarrollada? Por supuesto, hablamos de una modernidad sin Gulag, ni Auschwitz, ni Lonquén. Pues tampoco todos los Estados políticos surgidos en la modernidad son equiparables entre sí. El Estado nazi o el estalinista, no puede ser igual a un Estado democrático. Tampoco deben ser consideradas como opciones excluyentes, la preocupación por las particularidades de América latina, con el desarrollo y la modernidad.

Como se puede ver, la extensión del proceso modernizador durante los años 70 y 80, llevó a algunos pensadores a refugiarse en el mundo popular como el único lugar incontaminado y en el que se conservaban incólumes los modos de ser propiamente chilenos: una sabiduría antigua que cruza los tiempos manteniendo las tradiciones de una cultura sana, limpia, definitiva. De esta actitud, surgieron estudios sobre historia social y local, tradiciones, y particularmente sobre el tema de la religiosidad popular.

Maximiliano Salinas52, es uno de los que más ha recuperado las manifestaciones populares cristianas, expresadas en cantos, poemas y fiestas, con un nuevo optimismo con el que se rechaza la modernización como corriente ajena frente a la amplia realidad mestiza y cristiana. Salinas crítica a los que admiran a Occidente, creyendo vivir en un país blanco, europeo: 53.  Aunque la reflexión sobre el mestizaje en la ensayística nacional ha sido menor que en otros países americanos54, muy pocos han puesto en duda la afirmación de Salinas. Lo que llama la atención son tres aspectos colaterales a su tesis: a) La fuerza con que reafirma una idea ya consolidada desde por lo menos, Nicolás Palacios, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, lo que sólo puede tener como explicación el proceso de , asociada a la modernización de las últimas décadas. b) El recurrir a una multiplicidad de autores (F. Braudel, Uslar Pietri, Américo Castro, Diamela Eltit, Luis A. Sánchez, Otto Dörr, Roberto Parra) para sostenerla, como una prueba también de mestizaje cultural, aunque puede confundir por la heterogeneidad de las fuentes citadas. c) Un fuerte optimismo en las posibilidades del mestizo en un mundo política o físicamente débil. Lo anterior le permite establer una polaridad entre un mestizo culturalmente alegre, religioso, sabio, ecológico, completo. Y un hombre blanco occidental definido como ignorante, neurótico, usurpador, egoísta, culturalmente parcial. A esta se agregará una segunda polaridad: la de Satanás (muerte, miedo, avaricia) y Cristo (vida, confianza, generosidad)55.

Salinas no está interesado en reflexiones políticas o filosóficas, sino más bien en probar la existencia de una forma de espiritualidad popular. Una manera mestiza, dolorosa y auténtica

del expresar el cristianismo a la que recurre el perdedor para mostrar su mundo religioso-social.

Se recuperan las expresiones del mundo local- popular que provienen desde la Edad media, con sus inversiones metafóricas del mundo social a través del carnaval, lo erótico, lo festivo, lo religioso; como el momento de máxima altura de las nacionalidades, y una de cuyas manifestaciones más clara es justamente la religiosidad popular. Una cultura consolidada, profunda, que no se debe perder ni permear por elementos perturbadores. En este contexto, aunque hay pocas referencias a la modernidad, se comprende que ésta se asocia a la opulencia de unos y al abandono de otros.

Un caso similar lo constituye Cristián Parker, quien en oposición a la "razón moderna", con la que se ha intentado la sumisión popular desde los inicios de la conquista, propone la "otra lógica": la del rito del cristianismo, la magia, el mestizaje. Perspectiva desde la cual desconfía de la secularización, la ciencia instrumental, el neoliberalismo y la globalización mundial56.

En el aspecto religioso de su filosofía, tanto Parker como Salinas son tributarios de los postulados de Pedro Morandé, aunque en los primeros se observa una mayor disposición a incorporar el tema de "los pobres", es decir de aquellos que han resultado ser las víctimas del sistema.

Cristián Parker lo señala expresamente:"...la pasión y el esfuerzo por estudiar desde una óptica simpatética la cultura de los "pobres" ,como se les suele llamar en el lenguaje eclesial" . Por lo que su libro no sólo debe ser visto como un trabajo académico, sino también como una prueba de su "opción preferencial por los pobres en nuestro continente latinoamericano" . Texto con la intención manifiesta de contribuir a producir un cambio57, para invertir los calificativos habituales de "incultos","ignorantes" ,"gente sencilla" , con que se ha hecho referencia a los desheredados de América, y defender que es justamente en ellos donde se encuentra la profunda identidad del continente.

Sintéticamente se puede decir que Parker critica: a) la religión del conquistador, destructora del indígena y su cultura. b) las teorías sociológicas desarrollistas de los setenta que rechazan la en beneficio de la . c) el intento de secularización de la sociedad latinoamericana por parte de las posturas modernizadoras.

En oposición a lo anterior, celebra la religiosidad popular contrapuesta a una modernidad . La religiosidad popular posee las siguientes virtudes: a) afirma la vida, en un sistema marcado por la violencia y la muerte. b) afirma a la mujer y lo femenino a través de la virgen María. c) se sostiene en los sentimientos, por oposición a una cultura intelectualista. d) afirma "lo expresivo, lo festivo y carnavalesco, frente al formalismo y al racionalismo de la cultura dominante" . Todo lo cual lo lleva a afirmar que la religiosidad popular lejos de ser un opio consolador, se constituye en la única resistencia posible frente a la modernización.

Como se puede ver, en el pensamiento de Morandé, Salinas y Parker, el mestizo es presentado como un ser marcado por las virtudes y en el que se conserva una identidad paradigmática y sin defectos.

Las tesis de Morandé, tuvieron todavía resonancia en los trabajos de Sonia Montecino58 que siguiendo su planteamiento de un ethos latinoamericano incompatible con el desarrollo

moderno, así como lo expuesto por Octavio Paz en , reflexiona en el plano particular de la condición femenina, señalando ciertas formas de una cultura popular, a partir de un mestizaje que intenta ocultar su rostro indígena avergonzado. En este sentido, aunque sus sospechas hacia la modernidad son similares, se diferencia de los autores anteriores en que no se celebra al mestizo ( al menos al masculino), sino que por el contrario se descubren sus defectos (bastardo) y sus máscaras (blanqueo).

Lo que nos lleva a considerar una variante entre los identitarios, pues si algunos postulan el mestizaje como positivo (Guzmán, Morandé, Salinas, Parker), Sonia Montecino, trata más bien el ocultamiento de la identidad personal, el aparentar ser otro, la negación del yo. El mestizaje como negatividad."Huachos porque somos huérfanos, ilegítimos, producto de un cruce de linajes y estirpes, a veces equívocos, a veces prístinos. Bastardía temida y por ellos olvidada, ilegitimidad que conforma una manera de ver el mundo" 59. Y en una entrevista declara: "Somos tremendamente ambiguos"60, denunciando a la "gente" que intenta identificarse con el poder, que es el blanco, el que domina.

Se buscan los orígenes del ser (femenino, masculino) chileno evitando las percepciones falseadas:"Aunque no lo queramos, volver a nuestros orígenes es un acto necesario para construir el futuro y comprender el presente" . En este contexto es legítimo preguntarse, ¿ cómo a partir de esa realidad enajenada se podría rescatar algo que anule la enajenación ?, ¿ qué hacer para romper el círculo de una identidad frustrante para sí mismo y para constituir cualquier orden social ?. Es cierto que tomar conciencia de los propios defectos, como lo intenta Sonia Montecino, es un avance. Pero no parece suficiente para ofrecer un lugar digno a esas madres y esos huachos que día a día circulan por las calles del país.

En otro plano, Ariel Peralta se ha preocupado del tema de la identidad nacional desde sus inicios como ensayista. En su primer libro, El cesarismo en América latina61, encontramos una visión contrapuesta: por una parte una visión positiva (América virgen, sentimental, continente de futuro, en el que es posible una revolución social y formar nuevas generaciónes) y al mismo tiempo negativa (anárquica, violenta, dominada por dictadores). Contradicción de la que se originará todo su pensamiento posterior:

Un continente aún "en proceso de elaboración", pero al mismo tiempo con un gran lugar en el futuro. Una América aún no nacida:"...su alma original aún no plasmada" , (...)"...un ser híbrido mal articulado", (...)"...países(los latinoamericanos) que viven de espaldas unos a los otros", o la "...permeabilidad a lo extranjero...",etc.

Detrás de lo cual, sin embargo, se esconde una identidad profunda que no es entendida por los extranjeros que ven en América sólo un continente de desmesurada geografía, un "patio trasero" explotable económicamente.

Como en el caso de Jorge Guzmán y de Morandé, América está constituida por realidades que "escapan al encuadre rígido de cualquier estudioso que no esté compenetrado de sus características vitales", por lo que en su comprensión se requiere no sólo de un aparataje metodológico, sino de vivencias históricas, cotidianas, reales. El europeo y el norteamericano al intentar aplicar sus propios parámetros no pueden ver 62.

Por lo que los sistemas políticos (democracia, estado jurídico, civilización, republicanismo, parlamentarismo ) "resultan torcidos enla imagen de la fuente primaria; los vasos comunicantes en la política, jamás tendrá un asidero estático y definitivo en nuestras orillas

maleables e imprevistas". América, en su opinión, vive en la inmadurez política.

Parece ser que Ariel Peralta duda entre aceptar la imagen degradada del extranjero (que, sin embargo, reconoce con algo de verdad), con el dolor que le produce como latinoamericano esa misma imagen.

A la luz de los ensayos analizados en este trabajo, la perspectiva de Peralta resulta más tradicional y todavía intenta responder preguntas originadas en el siglo XIX y mantenidas hasta más o menos la generación del centenario: "¿Qué somos al fin de cuentas los sudamericanos desde el punto de vista racial?".

Preguntas que reconoce de difícil respuesta, pues en su opinión no se puede analizar objetivamente la realidad latinoamericana:"...el problema político en Sudamérica,es,por qué no decirlo, practicamete imposible de abordar desde un punto de vista que podríamos denominar objetivo" . Propone entonces, "una especie de 'intición sociológica' que tratará de abarcar con un análisis 'intimo-objetivo'toda la complicada ecuación social-étnica-política que nos aqueja".

Es en esta compleja realidad, señala Peralta, donde surge con éxito el "César americano", el que por lo demás es presentado desde la misma contradicción original de atracción y temor: «...el estadista de cuño simple y fortificante, demoníaco y estimulante a la vez, nacionalista y aglutinador de voluntades, símbolo de la patria o grosero y despreciado sátrapa feudalesco. Vilipendiado o glorificado, el César americano surge con rasgos nítidos de originalidad y audacia...»

Contradicción que lo lleva a la alabanza permanente de Diego Portales ("atinado conductor") y a calificar como "anarquía" el periodo anterior al Ministro, o citar a Fco. Antonio Encina como un historiador confiable para caracterizar a Portales como "...uno de los políticos intuitivos más geniales..." Pero al mismo tiempo se muestra cercano a Martí y su diagnóstico de "Nuestra América", a Mariátegui, o bien a Waldo Frank, José Ingenieros, Bolívar. Hispanista e indigenista al mismo tiempo, democráta y partidario del caudillismo, desarrollista y antidesarrollista, etc.

Más tarde, en El mito de Chile63, refuerza la mala imagen de un país no logrado, falto de nacionalismo y prohombres que lo guíen. Un país incompleto. Peralta recurre para demostrar su tesis, a los autores nacionalistas de principios de siglo (Nicolás Palacios, Tancredo Pinochet, Alejandro Venegas, y sobre todo Encina). Su permanente admiración de Diego Portales como organizador de la república, y su desconfianza en el sistema liberal por su fracaso social. Peralta establece la necesidad de identificar al ser nacional para a partir de allí construir proyectos políticos que permitan poner fin a la "abulia mental colectiva", rasgo al que agrega otros numerosos defectos, como la tendencia a la autodestrucción.

Un libro interesante, con abundantes ideas, aunque manteniendo siempre la contradicción inicial: ¿ Peralta está a favor de un Estado fuerte, o está en contra del Estado ?. ¿Prefiere la democracia o los gobiernos caudillistas ? ¿ Sigue creyendo que los gobiernos tipo Portales son una solución para Chile ?

Lo anterior permite suponer que una cosa es reflexionar sobre Chile y sus modos particulares de manifestarse en la historia, la cultura y la política, y otra es proponer una identidad (generalmente constituida por rasgos negativos) mostrada como el sello propio en que se

reconoce el país, pero al mismo tiempo obstaculizadora para lograr el desarrollo, la armonía social, o aún la integración latinoamericana. Una identidad nacional presentada con tantos defectos que no puede ser considera como paradigma válido, aunque sea ella misma el refugio final ante el permanente fracaso.

Su último libro, Idea de Chile 64, es una antología de textos sobre el tema de la identidad en el que mantiene la misma visión contrapuesta inicial. Todo aquel que haya tomado a Chile como objeto de estudio cabe en una perspectiva que acepta en su interior posiciones muy amplias (y contrapuestas) desde un punto de vista ideológico: nacionalistas, de izquierda, conservadoras y aún neonazis, con otras troskistas, antiliberales, raciales, antiimperialistas, populistas, etc. Una perspectiva que por cierto no logra constituirse en un programa coherente que permita suponer cuál es la postura final del autor65.

Aunque Peralta, aporta algunas miradas que irán más allá de sí mismo y recorren muchas de las páginas que han intentado definir al continente: el tema del martirio político, del caudillismo, la presencia de elementos feudales en medio de la modernidad. Lo que caracteriza a Peralta es que manteniendo el interés por definir una identidad nacional, ésta se presenta plena de defectos ("...el primitivismo de nuestro ethos") y analizada desde perspectivas muy variadas, una identidad que corre en forma paralela a los sistemas políticos y que nunca logra encontrarse con un modelo social que la exprese y desarrolle. No hay pues un paradigma desde el cual se estudie la historia y la identidad, sino más bien, todavía, intuiciones (aunque en ocasiones profundas) del modo en que Chile ha vivido en la historia. Para este autor, existe algo llamado Chile (contradictorio, difuso y proteico) pero que, sin embargo, existe. Y que pareciera ser expresado sólo en una variedad de miradas, en un caleidoscopio ideológico.

Sin embargo, esas miradas antagónicas no sólo intentan describir a Chile, sino que cada una de ellas sugiere proyectos igualmente antagónicos entre sí, que Peralta parece aceptar cuando se sostienen en un punto común: el nacionalismo, el cambio social, la conducción fuerte y caudillista.

La diversidad en el enfoque de la identidad no es negativa, pero sí lo es que el rótulo "identidad nacional", se convierte en un paraguas que permite cubrir todas las tendencias que se oponen a la modernización.

Reparos similares han provenido desde posturas que frente a la modernidad privilegian una cultura de la identidad nacional, la que en su opinión se va perdiendo a medida que avanza el proceso de modernización y globalización.

Bernardo Subercaseaux66, desde una postura en la que considera circunstancias históricas como fenómenos culturales actuales, ha denunciado ciertos rasgos de una modernización anti identitaria, vulgar, escéptica y banal. Subercaseaux describe la cultura producida por la modernización como una máscara ideológica con la que se intenta ocultar el rostro verdadero. Nuestra manera de asumir lo propio fue motivada por ideas europeas, particularmente francesas. Y es a través de esa mirada prestada, que los liberales del siglo pasado creyeron ver una realidad que se consideraba existente sólo en la medida en que se despañolizaba al país. Es decir, a partir de códigos extranjeros nos tratamos de liberar de otros códigos extranjeros, pero sin acceder nunca a la realidad profunda y verdadera 67. Se cambia de una forma de aprender a ser a otra, sin considerar nunca la propia realidad signada, por lo demás, por la fractura.

Subercaseaux expone y critica el drama de un país que intenta fundar culturas propias a partir de motivaciones filosóficas externas, las que han producido una permanente falta de . Un país que intenta pretenciosamente ser lo que no es. Produciendo procesos políticos e ideológicos discontinuos y falseados.

Sin embargo, Subercaseaux presenta dos diferencias fundamentales con los autores anteriores. No rechaza todo el proyecto moderno en el que reconoce elementos positivos, como el esfuerzo, la mayor información, y la responsabilidad social68. Tampoco postula una identidad latinoamericana esencial, "el macondismo entendido como fundamentalismo latinoamericano" 69. Para Subercaseaux, sin embargo, todo lo que se logre en economía debe traducirse en cultura para alcanzar una verdadera modernidad, que con razón vislumbra centrada en la como sujeto y no como objeto del proyecto.

En relación al Chile actual, las críticas de Subercaseaux se dirigen sobre todo a una transición basada en el olvido y en una mala práctica del proyecto modernizador. Un amplio abanico de negatividades que se centran en el tema de la gran ciudad capital: problemas urbanísticos, contaminación, ruido: « Hacer del país una nación moderna: tal parece ser la máxima utopía de los chilenos en las últimas décadas. Es el fin que justifica cualquier medio. En aras de esa meta la mayoría parece dispuesta a aceptarlo todo: desde la violación a los derechos humanos y la dictadura en la década de los setenta, pasando por un Santiago contaminado que crece como una mancha informe y viscosa en la década de los ochenta, hasta la política algo insulsa y el olvido del pasado en la década de los noventa. ¡ Qué importa...si al fin vamos a llegar a ser un país moderno!»70.

A los males anteriores agrega (junto a Bengoa) la pérdida de los "lazos comunitarios" de la llamada "sociedad tradicional", que se opone a la sociedad moderna; la que sin embargo, no ha sido definida, ni establecido cuándo existió o cuándo concluyó su existencia, aunque sí ha sido frecuentemente idealizada como el lugar de un contacto personal que tampoco ha sido probado.

Otras voces disidentes se han levantado todavía señalando la excesiva confianza de una parte del país en el rol que juega Chile en la economía mundial. Estos críticos señalan que mientras los países asiáticos exportan en promedio U$15.000 per cápita anuales, Chile llega a U$ 1.200. O que el PGB de Chile en 1995 haya sido de U$ 67 millones, mientras México tuvo U$ 376 millones y Corea U$ 446 millones, para dar sólo algunas cifras referenciales. Y no se deja de mencionar la desproporción en el gasto militar, en desmedro de áreas como la educación y la salud, así como la todavía escasa participación en el comercio mundial o en la producción científica 71, etc.

Críticas han existido todavía desde la reflexión artístico-cultural recogiendo la práctica de sectores marginados, como en el caso de Nelly Richard72, quien denuncia la progresiva homogeneización cultural que terminará por eliminar toda forma de individualización y de resistencia; o aún de grupos ecologistas73 que destacan el costo en bienes naturales que debe pagar el país para alcanzar la modernización. Y desde la historiografía de izquierda, Gabriel Salazar74, entre los más conocidos, han planteado diversas críticas en torno al costo social pagado por mantener los índices macroeconómicos. Lo que en un plano político, Tomás Moulián75 ha denominado para denunciar un proceso condicionado por las llamadas , entre muchas otras circunstancias en las que el país ha debido aceptar el proceso de una modernización considerada como "periférica".

Una de las críticas más duras en contra de la modernización está presente entre los novelistas y cineastas, quienes han expresado un notorio escepticismo a la posibilidad de una modernización nacional con éxito, optando por la marginalidad social como único modo de hacer frente al triunfalismo desarrollista.

El caso más dramático es el de los novelistas76 quienes postulan la imagen de un país sin salida, y en la que rechazan tanto la modernización (por vulgar, consumista y eliminadora de diferencias individuales 77), pero también una identidad nacional confusa, circular, sacrificial e incapaz de oponerse a aquélla. Lo que más les molesta es que se trata de una identidad débil y seudomoderna. Tal vez muchos de ellos estarían dispuestos a aceptar un país completamente moderno. Pero, en este caso, curiosamente es la mezcla, el variado sincretismo, es decir, en última instancia, lo que les molesta, es lo que otros habían definido como propiamente identitario.

La modernización también ha sido vista desde sus negativos efectos en la sicología social: autocomplacencia, satisfacción desmedida, consumismo desenfrenado, todo lo cual ha producido un nuevo chileno que hace gala públicamente de teléfonos celulares, sirenas de autos a gran volumen, tarjetas bancarias y otros efectos de la presencia de mayorías que son observadas como vulgares, por un grupo elitariamente antimoderno 78.

Este sector, más allá de posturas políticas, critica los rasgos particulares que presenta la modernización en Chile: el aumento de la violencia ciudadana (no sólo delincuencia, también la automovilística, el ruido y la agresividad pública), las enfermedades nerviosas, el problema de la contaminación, etc., como consecuencias de lo que José Bengoa ha denominado "modernización compulsiva"79 y para la cual el país no estaba preparado urbanísticamente. El siquiatra Otto Dörr se queja que : «Chile es jaguar en sus cifras macroeconómicas con 10 mil millones de dólares en exportaciones, un desarrollo y experiencia empresarial increíbles. Pero por otro lado, tenemos deficiencias a nivel de la convivencia, de la manera de conducir automóviles, en el transporte, en la salud, en la educación que son propios de un país subdesarrollado de los más pobres». Denunciando el exceso de competitividad y la agresividad, concluye entristecido: 80. En estos reparos no hay un proyecto alternativo ni en el pasado histórico, ni en la identidad tradicional, sino el afán por mejorar la situación actual y volverla más humana y digna.

Como se puede ver, la heterogeneidad de postulados desde los cuales se critica la modernización, nos lleva a insistir que entre las posiciones presentadas existen diferencias fundamentales que se deben considerar al momento de establecer balances definitivos. No son equiparables la postura de Juan A. Widow con la de Pedro Morandé, ni la de Ariel Peralta con la de Cristián Parker o Maximiliano Salinas, ni las de éstos con Bernardo Subercaseaux.

Mientras un sector recupera al mestizo insistiendo en él como el componente básico de Chile y criticando a Occidente como modelo, otros atacan las políticas liberales consideradas como un programa que limita al hombre como sujeto de necesidades económicas cuantitativas. Otros presentan un mayor interés cultural, en el análisis de textos estéticamente diferenciados a los producidos por los países del Centro. Otros aún, ponen el acento en la contaminación ambiental, la sobrepoblación de las ciudades, etc. La mayoría de los autores analizados se cita entre ellos, estableciendo referencias habituales en sus textos. Algunos recuperan algunas tesis de los 60 en torno al fundamento popular-mestizo de América latina,

culturalmente refractario a la modernización, o al menos que su presencia la vuelve permanentemente incompleta 81.

En todos ellos el liberalismo es visto como la que convierte al mercado en el gran actor y productor de una que impide el desarrollo de identidades individuales o regionales como no sea a través de un consumismo que conduce a formas de pensamiento escépticas y desarraigadas de la propia realidad.

En este sentido, aunque algunos intentan diferenciar entre modernidad y modernización, en general asocian a ambas con el modelo económico liberal en el que la autonomía individual, esencial en la modernidad, es subordinada a la sola elección de productos de consumo, y causante de una globalización mundial que borra las diferencias produciendo individuos sumidos en una cultura caracterizada por el desencanto, el fin del significado y aún del sujeto crítico.

En el plano político, la mayoría de los sectores identitarios consideran a la democracia actual sólo como una forma tecnocrática y economicista de la política, que privilegia los datos macroeconómicos subestimando la identidad, la participación social, las creaciones del espíritu humanista, la presencia del Estado, los valores cristianos o la autoridad y el orden, según cada mirada en particular 82.

Concluido el gobierno militar y asumidos los dos gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia ninguna de estas posturas ha logrado, sin embargo, doblegar el rumbo del proyecto modernizador83,. Aunque el espacio a la crítica ha ido en aumento, dejando en claro la existencia de amplios sectores de intelectuales en la sociedad chilena, que se oponen a la modernización.

3.4. Las críticas a la identidad.

Junto a las adhesiones también han surgido algunos comentarios críticos a las posturas que optan por una identidad latinoamericana. José J. Brunner no la considera una realidad objetiva (como la identidad individual) sino un elemento que se escenifica a través de palabras. Brunner señala cuatro maneras de latinoamericana84 : hablar la identidad como origen, como evolución, como crisis y como proyecto. La identidad se constituye como a través del lenguaje de filósofos, ensayistas e historiadores que realizan interpretaciones que descifran y vuelven a cifrar . Lo que explica que el mejor modo en que se expone ésta ha sido justamente en la literatura, es decir a través del lenguaje de cronistas, novelistas y poetas.

Por otro lado, agrega que en muchos de estos casos, incluso en aquellos que defienden la  existencia de una identidad específica, ésta aparece marcada por un signo negativo: inmadurez, superposición no resuelta de culturas, encubrimiento, máscara, etc. Con lo cual, el concepto de identidad latinoamericana se asocia a una ausencia, a una confusión o a una crisis, debido a la penetración foránea, la dependencia cultural o el colonialismo. Contradicción que sólo se eliminará a través de un proyecto (utópico) de cómo llegar a construir una identidad futura en base a lo que se es, que es lo que no se quiere ser. , concluye citando a O´Gorman.

Denuncia los proyectos que se levantan desde esta contradicción básica: «..nuestro origen, nuestra historia y nuestra crisis nos hablan de una identidad conflictiva, irrealizada, trunca o

falsa, pero capaz a pesar de todo de fundar proyectos de reconciliación: utopías de los literatos, de los pensadores y los cientistas sociales, cada uno desentrañando nuestra identidad y recreándola como posibilidad por medio de las palabras que la hacen existir».

Brunner problematiza el discurso identitario, mostrando sus contradicciones y sobre todo el permanente refugio en soluciones utópicas. Por ejemplo, la tendencia de muchos ensayistas de, a partir de visiones menoscabas de una identidad (fracasada, débil, incompleta, culturalmente sometida, impotente85), construir soluciones que por un lado desconocen su propio diagnóstico y por otro, niegan una realidad circundante necesariamente globalizada. .

Esta actitud, dice Brunner, es particularmente utilizada cuando se habla en América latina de la identidad como un proyecto, y donde con mayor evidencia se observa su escasa relación con la modernidad existente. En su opinión, esta identidad, construida desde el lenguaje, se manifiesta en una concepción mítica y cíclica del devenir histórico que se opone al tiempo real,"De este paraiso (...) qué duda cabe, está excluida la modernidad" ; es decir, que deja fuera de sí los problemas cotidianos de la ciudad, la democracia, las máquinas, el mercado.

Brunner confronta el discurso identitario con las cifras reales. « ...si acaso no somos capaces de desarrollar -en el alumbramiento del nuevo milenio- ciencia y tecnología, y aplicarlas a la producción, a la solución de nuestros problemas sociales y, por añadidura, a la creación de un pensamiento de peso universal? ¿ Qué papel podemos esperar, para este proyecto, de nuestras universidades y de nuestras empresas que no investigan, de nuestros científicos que apenas alcanzan a contribuir con un 1% de las publicaciones científicas registradas a nivel internacional?».

Su reparo principal es que ninguna de aquellas posturas consideran « ... la identidad como modernidad de América latina. Más aún: las maneras de hablar de la identidad que han predominado hasta aquí, en el ámbito de la intelectualidad latinoamericana, ni siquiera nos permiten entrever, creo yo, el continente en que nos hemos ido transformando». Brunner confronta la postura de los economista y empresarios (neoliberales) que desde hace un tiempo trabajan a partir de una identidad moderna en América latina, con las formas de la identidad preservada conservadoramente por ciertos grupos intelectuales. «Lo grande que hay en nosotros, según esos discursos, está oculto o sepultado tras la simulación, la dependencia y las distorsiones: en la naturaleza que espera ser redimida, en los pueblos olvidados, en la historia que negamos o nos niega. (...) Según cuál sea el sueño de cada cual, esas identidades sepultadas nos hablan de un que llevaríamos en las entrañas como una utopía que apenas nos atrevemos a nombrar: epicentro para una nueva cristianización del mundo, piensan algunos; reserva ecológica de la humanidad, piensan otros; y todavía otros sueñan con un nuevo balance entre la modernidad, magia y reencantamiento de un mundo al fin liberado y hermanado». Todas estas formas de hablar nuestra identidad, pronostica, serán finalmente también permeadas por una modernidad ineludible.

A partir del diagnóstico anterior, Brunner ha denunciado el en que podría caer una visión que privilegia exclusivamente la existencia de lo por sobre lo , ocultando en esa mirada circunstancias cotidianas de la realidad que deben ser superadas y que no poseen nada de positivo para los habitantes de la marginalidad social, aunque sí para los observadores externos a esa realidad y que sin embargo, se benefician de los aportes de la misma modernización que denuncian.

Podemos creer que Brunner, aunque no deja de observar los efectos del "torbellino" moderno

86, se detiene sobre todo en las ventajas que suponen abandonar las antiguas tradiciones de la aldea, para alcanzar un pensamiento individual y racional: « La experiencia de la modernidad se halla asociada, en el plano de las ideas, a la crítica de las tradiciones, a la valorización del discurso científico-técnico, y a una intensa y extensa socialización escolar, medio preferido para transmitir conocimientos y formar al ciudadano portador de derechos individuales. En el plano de la organización de la existencia social, ella se identifica con el urbanismo, el industrialismo, los mercados y la democracia» 87.

Brunner está dispuesto a entusiasmarse con los cambios de un mundo abierto88 que va inventando nuevas formas de educación, contactos interpersonales, creación y transmisión del conocimiento, así como nuevas formas de expresión política y participación ciudadana. Y aunque reconoce, como hemos dicho, los efectos negativos que el "torbellino" producirá en la alienación de sujetos arrancados de sus nada parece detener el movimiento modernizador: « ... la modernidad no puede ser frenada con lamentos ni conducida por quienes la adoran ciegamente (....) En consecuencia, en vez de reclamar contra la artificialidad de lo moderno -oponiéndole vagas utopías de retorno a lo natural, a lo simple, a lo'pequeño es hermoso', a los lazos étnicos y a las fuentes de la tradición-, lo que cabe, más bien, es incrementar las capacidades sociales de abstracción, los dispositivos e instancias de conducción y, en general, los modos de autorregulación reflexiva de la sociedad. Sólo por este camino -el del ascenso hacia formas más complejas de producción, interacción, organización y control- sería posible, quizá, recuperar un sentido de dirección sobre el proceso histórico de la modernidad» 89. Negando al mismo tiempo, los argumentos de aquéllos que declaraban que frente a la particularidad de los países periféricos era imprescindible aplicar medidas de fuerza para alcanzar la modernizacion.

Cristián Gazmuri, por su lado, al reseñar el texto de Morandé90, y exigiendo al autor una rigurosidad metodológica que no necesariamente debe poseer un ensayo, señala la debilidad en la definición de los conceptos de y en que Morandé sostiene su tesis. Gazmuri relativiza con exactitud, el supuesto de la modernización en América latina en que se sostiene Morandé, pues éste no considera las inmigraciones más recientes, la progresiva formación de sociedades de masas, la importante incorporación de tecnología y de sistemas racionales de educación, los que lentamente van influyendo también en la vida diaria de amplios sectores sociales.

Más recientemente, Jorge Larraín91, en clara alusión al texto de Morandé, aunque reconoce las particularidades de América latina, señala la inconveniencia de suponer la existencia de identidades eternas, estáticas y esencialistas, que no permiten observar los procesos de modernización que se han ido llevando a cabo en los ultimos siglos. En opinión de Larraín no se debe satanizar una modernidad que en muchos aspectos aparece como inevitable, y aún positiva al permitir racionalizar la producción, la educación, la cultura social."La modernidad no es una panacea, ni una garantía de la felicidad, pero tampoco es ese monstruo horrible, instrumental, frío y prometeico" 92.

Larraín menciona los postulados de Claudio Véliz93 quien denunció el excesivo "centralismo" político y cultural en el que se constituyó América latina, señalando la necesidad de superarlo (aún a riesgo de modificar ciertos rasgos identitarios) para alcanzar una verdadera modernidad política y cultural.

Sólo modificando esta situación se podrá poner fin a la "tradición antimoderna" que ha dominado la historia del continente.

Por supuesto, Larraín no postula una imitación reduccionista ni intenta ocultar el propio ethos: "La modernidad latinoamericana no es ni inexistente, ni igual a la característica específicas, sin perjuicio de compartir muchos rasgos generales" 94.

Lo anterior nos permite concluir que este último grupo vislumbra el proyecto modernizador como inevitable, asociado a la globalización de la información y los mercados. La diferencia con respecto al primer grupo, propiamente neoliberal, es que mientras aquéllos se mantienen en la modernización económica; éstos, reconociendo las particularidades del mundo latinoamericano, intentan la modernidad, entendida con el carácter emancipador del proyecto iluminista.

4. Conclusiones

Al revisar los temas planteados se observa que identidad-modernidad- modernización han sido conceptos muy en uso en los debates académicos durante los últimos años. Libros, artículos periodísticos, seminarios y congresos95 dan cuenta de una discusión que adquirió un carácter amplio entremezclando los conceptos de modernidad/modernización, con los de cultura autoritaria, redemocratización, identidad nacional, globalización, rol del Estado, debilitamiento de las ideologías, homogeneización cultural, sincretismo, postmodernidad, ethos cultural, sociedad de masas, mestizaje cultural y racial, religiosidad popular, etc.

Estos conceptos abarcan un amplio espectro de postulados y perspectivas por lo que poseen significados diversos (nefasta situación personal y ecológica, política corrupta, injusticia social, burocracia, neurosis colectiva), concluyéndose en culpar a la modernidad de todo lo que pudiera afectar a la vida política y personal: disparidades sociales, ocultamiento de la verdadera identidad nacional, etc.

Para otros, la modernización es vista como un paso más adelante del desarrollo, pues si lograrlo en los años 60 era fundamentalmente salir de la pobreza, alcanzar la modernización en los 90 significa, además, acceder a vías de comunicación y redes de información que permiten la integración mundial.

La modernización aparece en Chile de doble manera: por un lado como una corriente "perturbadora" que rompe los moldes de identidad, promoviendo excesivamente el olvido de los elementos propios y un exceso de imitación de las realidades más desarrolladas: modernidad e identidad como contrapuestos. Un país que celebra a Pablo Neruda o Claudio Arrau como los más "universales" de los chilenos, pero que al mismo tiempo teme a esa misma universalización 96.

Por otro lado, la modernización es vista como un programa de esperanza y no sólo para los partidarios del liberalismo, sino también para algunos sectores tradicionalmente partidarios de la identidad, quienes después de la renovación política sufrida durante los años 80, intentan poner en práctica algunos aspectos de la modernidad (emancipación del individuo, extensión de la democracia, reafirmación de la sociedad civil), creyendo encontrar en el programa modernizador parte de la solución a los problemas económicos y sociales que arrastraba el país.

Chile ha vivido una permanente búsqueda de la modernidad a través de su historia, esfuerzo que, en el mejor de los casos, permitió alcanzar lunares de modernización en medio de

amplios espacios en los que ésta no lograba penetrar con sus ventajas. La vital contradicción anterior complotó para que la implantación del proyecto moderno no haya sido una cuestión natural, sino impuesto por la fuerza, o aún más un deseo que una realidad, o un programa permanentemente frustrado, según cada una de las concepciones que se encuentran en uso. Y si en alguna parte la modernidad puede ser considera como es justamente en un país con amplios sectores de individuos que permanecen ajenos a la racionalidad y a una forma de vida satisfactoria.

Resolución práctica de los problemas urbanos y medioambientales, renovación del sistema educacional y de salud, la consolidación de un programa que asegure el desarrollo económico, los que se enfrentan desde un conjunto de soluciones que constituyen una nueva con un sentido realista y práctico de la política y la economía, y con el que se intenta enfrentar los desafíos de la globalización. Una nueva ideología que no busca lo extraordinario sino sólo lo posible. Y que supone el cambio de una visión de la sociedad, caracterizada en los años 60, en que todo es política; a otra, a partir de los 80, en que la economización de la sociedad se hace cada vez más extensa 97.

Durante los años 90, en el período denominado es posible observar un panorama en el que mundo político y empresarial aparecen como pocas veces fuertemente unidos en un mismo proyecto económico, celebrando con optimismo los logros alcanzados por el país:"Chile progresa.Experimenta una transformación de escala mayor y de alcances históricos.No solo está cambiando nuestro paisaje económico y físico; también nuestro rostro social y nuestro modo de relacionarnos con la comunidad mundial" 98. De este modo, aunque existe cierto consenso en que el país avanza, la pobreza disminuye, hay estabilidad económica, social y política, muy pocos aceptan la modernización como un programa cerrado.

Si los críticos a la modernización (o al modo particular cómo se ha puesto en práctica en Chile) acusan a los últimos gobiernos de , éstos, a su vez, han mirado a los identitarios con recelo, como tradicionalistas que temen a la libertad (real) y a un cambio social no dirigido, y quienes les parece que finalmente optan por el inmovilismo de la sociedad tradicional, proponiendo una imagen macondiana de América latina, en la que todo es maravilloso, excepto para los que viven esa realidad.

El debate modernidad/identidad es hoy un asunto de académicos y no una opción real para el ciudadano común. Pero queda claro que sin el apoyo del grupo intelectual será mucho más difícil lograr el éxito del programa modernizador. Aunque averiguar esto nos lleva a un nuevo tema: conocer el rol asumido por los intelectuales durante los últimos 30 años.

(*) Dr. en Literatura, Universidad Católica de Lovaina. Director del Instituto de Estudios Humanísticos Abate Juan Ignacio Molina, de la Universidad de Talca.

1 El presente artículo forma parte de un trabajo dedicado a la Historia de las ideas en Chile en los últimos años, y ha contado con el apoyo de Fondecyt, proyecto Nº 1941179. Una versión resumida fue leída en el VIII Congreso de la FIEALC.

2 Ambos gobiernos tuvieron sus propios proyectos de modernización, pero no corresponde tratarlos aquí y serán objeto de un nuevo trabajo.

3 El pensamiento militar ha sido estudiado por Genaro Arriagada, El pensamiento político de los militares, Stgo., Aconcagua, 1986; La política militar de Pinochet, Stgo, Salesianos, 1985; y Augusto Varas, Los militares en el poder. Régimen y gobierno militar en Chile 1973-1986, Santiago, Pehuén, 1987.

4 En relación a los planes económicos véase, de Castro, Sergio, , Bases de la política económica del gobierno militar chileno, Stgo., CEP, 1992; Fontaine, Arturo, Los economistas y el presidente Pinochet, Stgo., Zig-Zag, 1988; Ibáñez, Pedro et al., Hacia una moderna economía de mercado. Diez años de política económica (1973-1983), Valparaíso, Universidad Federico Santa María, 1983. Desde el punto de vista político, el pensamiento de la derecha se expresó en textos como en el de Cuevas Farren, Gustavo, (Editor), Politica. Chile 1973-1983. Enfoques para un decenio, Stgo., Universidad de Chile, 1983.

5 Bitar, Sergio (compilador), Chile: liberalismo económico y dictadura política, Lima, 1980; ILADES, Del liberalismo al capitalismo autoritario,

Edición privada, Santiago, Chile, s/f.; Patricio Rozas, 1988: El mapa de la extrema riqueza, 10 años después, CESOC, Stgo., Chile, 1989; Tironi, Eugenio, Autoritarismo, modernización y marginalidad, Stgo., Sur, 1990.

6 El general Pinochet, en el discurso de Chacarillas (1977), hace referencia a los países vecinos con desconfianza: Para una visión de la identidad desde el nacionalismo véase, Cardemil, Alberto, , La Epoca, 2/02/1995.

7 Era la divulgada tesis de André Gunder Franz en Desarrollo del subdesarrollo, México, Esc. Nacional de Antropología e Historia, 1970.

8 , rezaba una de las consignas del régimen.

9 La concepción de la democracia del General Pinochet se puede observar en declaraciones como ésta: " Yo podré caer, después de mí vendrá otro y otro, pero elecciones no habrá". Y la visión de sí mismo como vitalicio en el poder, la confirmó a su amigo el General Viaux en Paraguay, quien declara: " Y entonces él me dijo- y fue enfático en asegurarlo- que su modelo era el General Franco, el Generalísimo de España, y que pensaba seguir la huella del General Franco, o sea morir de viejo siendo Presidente de Chile". En Entrevistas escogidas: 75 personajes conversan con Análisis, Stgo., Emisión, 1986.

10 Ver Angell, Alan, Chile de Alessandri a Pinochet: en busca de la utopía, Stgo., Andrés Bello, 1993.

11 Fontaine, Ernesto, en El Mercurio (14/09/95) entrega informaciones sobre la relación de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Católica en la época del decano Julio Chaná. Específicamente del convenio con la Universidad de Chicago en 1956, después de la visita realizada en junio del año anterior por los profesores T.W.Schultze, E.J.Hamilton, J. Rottenberg y A.C. Harberger. El convenio se firmó por cinco años y fue financiado por la Administración de Cooperación Internacional de Estados Unidos. « La intención era crear en Chile un centro académico de excelencia, que contrapesara a la Cepal «. Aunque la idea inicial de los norteamericanos era firmar ese convenio con la Universidad de Chile que tenía más equipo académico, se estableció finalmente con la Católica por problemas internos de la Chile, aun cuando los dos primeros becados fueron egresados de esa Universidad.  Desde otra perspectiva, véase Correa, Sofía,

12 Devés, Eduardo, , en Boletín de Historia y Geografía, Nº 10, Univesidad Católica Blas Cañas, Santiago, 1993. Véase también el artículo (sin título) de Cristián Gazmuri, publicado en Tagle, Matías, La crisis de la democracia en Chile, Stgo., Ed. Andrés Bello, 1992.

13 En opinión de Devés, esta nueva derecha habría heredado parte de la de los años 60 en el gusto por el cambio y la novedad.

14 Prieto Bafalluy, Alfredo, La modernización educacional, Stgo., Ed. Universidad Católica de Chile, 1983.

15 Piñera, José, Camino nuevo, Stgo., Economía y sociedad, 1993.

16 Devés, Op. cit., p. 160.

17 Véase, Moulián, Tomás, Torres, Isabel, Discusiones entre honorables. Las candidaturas presidenciales de la derecha, 1938-1946, CESOC-FLACSO, Stgo., 1988.

18 Mönckeberg, Fernando, Jaque al subdesarrollo, Stgo. , Ed. Gabriela Mistral, 1974. El autor publicó un nuevo texto veinte años más tarde: Jaque al subdesarrollo. Ahora, Stgo., Dolmen, 1993, en el que vuelve a insistir en el desarrollo de equipos científicos-técnicos para lograr una verdadera modernización.

19 Lavín, Joaquín, La revolución silenciosa, Stgo., Zig Zag, 1987. Véase además, Lavín, J., y Larraín, L., Chile. Sociedad emergente, Stgo., Zig Zag, 1989. Lavín se entusiasma con las cifras: dos millones de hogares chilenos tienen televisión, cinco mil familias hacen sus compras por teléfono, los chilenos hablan inglés y el lenguaje de la computación y sus empresarios exportadores se relacionan mejor con los países de Asia que de América latina, aunque también reconoce que a la fecha un millón y medio de habitantes viven en la extrema pobreza. En el mismo sentido, véase, Benítez, Andrés, Chile al ataque, Stgo., Zig Zag, 1991. Aldunate, Rafael, El mundo en Chile, Stgo., Zig Zag, 1990. El libro de Lavín tuvo una respuesta en el de Eugenio Tironi, Los silencios de la revolución: la otra cara de la modernización, Stgo., Ed. La puerta abierta, 1988. Tironi, admite que ha habido un cambio económico positivo (integración a los mercados internacionales, desarrollo del sector privado), pero que tiene sus limitaciones en el plano de la marginación de un amplio sector social, pues finalmente a los beneficios del mercado sólo tiene acceso la elite social. Véase además, Montero, Cecilia, , Proposiciones Nº 18, Stgo., 1990.

20 AA.VV., El desafío neoliberal. El fin del Tercermundismo en América latina, Bogotá, Ed. Norma, 1992. Participan además Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Carlos Alberto Montaner, entre otros. En la línea de constituir una cultura verdaderamente liberal, uno de los artículos más interesantes es el David Gallagher, , en el que se establece que aun cuando el gobierno militar avanzó, muestra sus limitaciones, por lo que permanecen tareas pendientes para alcanzar una verdadera sociedad liberal, particularmente en los planos educacionales, políticos y culturales.

21 En su opinión, Chile jugó un papel esencial que influyó más tarde los gobiernos de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y aún en el de Felipe González, consistente en la .

22 Ver nota Nº 4.

23 Patricio Aylwin basó su gobierno justamente en un proyecto de modernidad con justicia social. Véase, Aylwin, Patricio, Un desafío colectivo, Stgo., Planeta, 1988.

24 Ortega, Eugenio, Pensar de nuevo la política, Stgo., Aconcagua, 1989.

25 Tironi, Eugenio, La Torre de Babel, Stgo., Sur, 1984. Uno de los primeros textos que plantea el tema de la renovación. Véase también, Lagos, Ricardo, Hacia la democracia, Stgo., Documentas, 1987. Ricardo Núñez, (compilador), Socialismo: 100 años de renovación, Stgo., Ornitorrinco, 1991.

26 Arrate, Jorge, La post-renovación. Nuevos desafíos del Socialismo, Stgo., Ornitorrinco, 1994.

27 De la abundante producción de este autor destacamos, Bienvenidos a la modernidad, Stgo., Planeta, 1994 y Cartografías de la modernidad, Stgo., Dolmen, sf.

28 En entrevista ofrecida al El Mercurio, frente a la pregunta ¿ Qué entiende usted por modernidad ?, Altamirano señala: « Es una pregunta muy importante porque desde que retorné no ha dejado de extrañarme la excesiva obsesión de la elite chilena por la modernidad y lo moderno. De acuerdo a los parámetros de cualquier país moderno, Chile, indudablemente no es moderno: no tiene un sistema consolidado democrático, carece de

capacidad de producción industrial, no produce ni ciencia ni tecnología propia, su sociedad no está realmente regularizada. Por eso estoy en absoluto desacuerdo cuando algunos reducen el denso tema de la modernidad a problemas menores como la privatización, el de los equilibrios macro-económicos, o el de más o menos proteccionismo. Esa es una reducción inaceptable.

29 Edgardo Enríquez, ex rector de la U. de Concepción, lo señala desde el exilio. Ante la pregunta: ¿ Usted cree que la democracia puede sacar adelante al país ? Responde: «Tiene que ser capaz de hacerlo. Porque la democracia, con todos sus defectos, es la única forma de gobernar un pueblo. (..) No veo otra (..) Ya lo dijo un presidente de Checoslovaquia: . En, Entrevistas escogidas: 75 personajes conversan con Análisis, Stgo., Emisión, 1986. Hay que recordar que durante los últimos 30 años se habló de , , y más tarde de»democracia protegida».

30 Valdés, Juan G., La escuela de Chicago: Operación Chile, Bs. Aires, Grupo Zeta, 1989. Zañartu, Mario, Liberalismo económico y costo social, Stgo., Aconcagua, 1976. Vergara, Pilar, Auge y caída del neoliberalismo en Chile, Stgo., Flacso, 1985. Tironi, Eugenio, Los silencios de la revolución. Chile: la otra cara de la modernización, Stgo., Ed. La puerta abierta, 1988.

31 Sergio Bitar, ante la pregunta, ¿ Cuál es el camino económico para Chile ?, responde: «Para ello es necesario lograr un gran acuerdo político porque sólo si los 11 millones de chilenos llegan a un amplio entendimiento para construir un proyecto nacional y confían en que nadie les esté imponiendo un proyecto desde arriba, lograrán superar la crisis», en Entrevistas escogidas, Ed. cit. p.97. Véase también Bitar, Sergio, Transición, socialismo y democracia. La experiencia chilena, México, S.XXI, 1979. Aylwin, Patricio, La alternativa democrática, Stgo., Andante, 1984.

32 En un comienzo los dirigentes opositores al gobierno militar tenían una perspectiva de cambio mayor, la que se fue adecuando a las circunstancias posibles. Ver Bitar, Sergio, Cambiar la vida, Stgo., Editorial Servicio, 1988.

33 En el caso de un solo autor véase, Volodia Teitelboim quien publicó en 1973, El oficio ciudadano, Stgo., Nascimento, el que dedica a su nieta . Orrego, Claudio, Tres ensayos acerca del futuro, Sgto., Aconcagua, 1978, Arriagada, Genaro, Chile. El sistema político futuro, Stgo., Aconcagua, 1985; De los trabajos colectivos ver, Chile 2010. Una utopía posible, Stgo., Universitaria, 1976; Chile en el umbral de los noventa. 15 años que condicionan el futuro, Stgo., Planeta, 1988. Esta tendencia a definir el tiempo venidero llevó a Norbert Lechner a ironizar con un título garcíamarquiano, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, Stgo., Flacso, 1984.

34 Foxley, Alejandro, Chile y su futuro. Un país posible, Stgo., Cieplan, 1987. Chile puede más, Stgo., Planeta, 1988. Bitar, Sergio, Chile para todos, Stgo., Planeta, 1988. Tironi, Ernesto, ES POSIBLE. Reducir la pobreza en Chile, Stgo., Zig Zag, 1989. Martner, Gonzalo (coord), Chile hacia el 2000, Stgo., Nueva sociedad, 1988.

35 Brunner, José J., , en Bienvenidos a la modernidad, Stgo., Planeta, 1994. p. 19.

36 Op. cit., p. 19.

37 Leal, Antonio, La Epoca, 3/7/96 .

38 Munizaga, Giselle, Foro 2000, Nº1, 1991, p. 3.

39 Según Mideplan, durante los años 60-70-80 entre un 40 y 45% de la población se mantenía en la pobreza, y un tercio de este porcentaje en la extrema pobreza, lo que marcaba cualquier proyecto político como parcial y excluyente. Estas cifras comienzan a disminuir en 10 puntos a partir de los años 90.

40 Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, (primera edición, 1981). Citamos por la edición de Ed. Universitaria, Stgo., 1986. Sobre la recepción del libro, véase, Arturo Fontaine T., , Stgo., Economía y sociedad, junio de 1982; y Sergio Villalobos, , Hoy, Stgo., 12 y 19 de marzo y 1 de junio de 1982; Patricio Prieto Sánchez, El Mercurio, 1 de agosto de 1982. Todos incluidos en la edición de Universitaria.

41 Góngora, Mario,» Proposiciones sobre la problemática cultural en Chile», en Quintas Jornadas Nacionales Universitarias de Cultura. Revista Atenea, Concepción, 1980.

42 Góngora, Mario, Op. cit., p. 266. Para destacar la crisis que vivía el país, Góngora agregó el texto , publicado por Vicente Huidobro en 1925.

43 Ibíd, p. 267.

44 en Atenea, Concepción, 1980.

45 Escobar, Roberto, Teoría del chileno, Stgo., Corporación de estudios contemporáneos, 1981. He analizado este texto en , en Gómez-Martínez, José L., y Pinedo, Javier, Chile 1968-1988, Georgia, Series on Hispanic Thought, 1988.

46 Ver, El hombre, animal político. El orden social: principios e ideologías, Stgo., Universitaria, 1988. La polémica que levantó el libro por parte de A. Fontaine, F. Moreno, viene incluida en el mismo libro.

47 Guzmán, Jorge, Diferencias latinoamericanas, Stgo., Ecech, 1984,

48 Guzmán, Jorge, Contra el secreto profesional: lectura mestiza de César Vallejo, Stgo., Universitaria, 1990.

49 « Parece, por otro lado, que los demás caracteres de la madre de estos textos (amor, protección, enormidad, hermosura moral, centro de las bondades y de las bellezas del mundo, figura de Dios, divinidad) son también elementos propios de nuestra imagen materna hispanoamericana; esa imagen desmesurada y amantísima de la madre es un elemento estructural de nuestra cultura». A partir de esta imagen, Guzmán cree que la conocida interpretación de O. Paz de lo femenino latinoamericano realizado a partir de la Malinche, sea parcial, pues .

50 Aunque la bibliografía de Pedro Morandé es más amplia, por tratarse de un trabajo sintético en esta ocasión nos referimos fundamentalmente a Cultura y modernización en América latina, Stgo., Inst. de Sociología, Univ. Católica de Chile, 1984. Es recomendable leer, entre otros, , Rev. Communio, Nº 15, 1986. Modernidad y cultura latinoamericana, desafíos para la iglesia, Stgo., Ed. Cultura y Fe, Docencia, 1986.

51 Morandé, Pedro, Cultura y modernización en América latina, Ed. cit. p. 90. 52 Salinas, Maximiliano, Historia del pueblo de Dios en Chile, Stgo., Rehue, 1987. Canto a lo divino y espiritualidad del oprimido en Chile, Stgo., La Unión, 1991.

53 , La Epoca, 16/2/1997.

54 Recientemente en México ha surgido el concepto , véase Basave, Agustín, México mestizo. Análisis del nacionalismo mexicano, México, FCE., 1993.

55 Salinas, Maximiliano, Canto a lo divino y espiritualidad del oprimido en Chile, Ed. cit., p. 125.

56 Parker, Cristián, Otra lógica en América latina. Religión popular y modernidad capitalista, México, FCE, 1993. El libro fue reseñado por Pedro Morandé en Revista de Sociología, Stgo., Universidad de Chile, 1993, en donde se encontrarán valiosos matices que diferencian y acercan la obra de ambos autores.

57 « Si en algo puedo contribuir a revisar críticamente nuestros prejuicios ilustrados y a despertar una mirada distinta y renovada hacia millones de nuestros hermanos que sufren, sobreviven, producen, creen y celebran la vida (y también anhelan un cambio de ella) (...) se habrá cumplido el fin principal de esta obra». Parker, Cristián, Op. cit., p. 11.

58 Montecino, Sonia, Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno, Stgo., Cuarto propio, 1991.

59 Montecino, Sonia, Op. cit., p. 20

60 El Mercurio, 4/3/1997.

61 Peralta, Ariel, El cesarismo en América latina, Stgo., Orbe, 1966.

62 Ariel Peralta cae en la misma contradicción de otros ensayistas al negar, por principio, el acesso a la interpretación del nuevo mundo a pensadores de otras culturas, pero que sin embargo, él mismo menciona para demostrar una determinada tesis. por ejemplo, en los libros de Peralta encontramos referencias a Durkheim, Waldo Frank, Jacques de Lauwe, C.G.Jung, Plejanov, Toymbee y otros, y utiliza permanente conceptos como , etc.

63 Peralta, Ariel, El mito de Chile, Stgo., Universitaria, 1971. El libro está dedicado a los gobernantes de la Unidad Popular () para que aniquilen . He analizado este texto en , en Gómez-Martínez, José L., y Pinedo, Javier, Chile 1968-1988, Georgia, Series on Hispanic Thought, 1988.

64 Peralta, Ariel, Idea de Chile, Concepción, Ed. Universidad de Concepción, 1993.

65 Entre los autores contemporáneos Peralta selecciona artículos de Fco. A. Encina, T. Pinochet, A. Venegas, Julio César Jobet, Marcelo Segall, Hernán Ramírez Necochea, Miguel Serrano, Guillermo Feliú Cruz, Carlos Keller, Jorge González Von Marées, Mario Góngora, etc.

66 Subercaseaux, Bernardo, en Garretón, et all., Cultura, autoritarismo y redemocratización en Chile, Stgo., FCE. 1993; también, Historia, literatura y sociedad, Stgo., Documentas, 1991.

67 He ampliado este tema, exponiendo con cierto detalle los argumentos de Subercaseaux en , en América latina: Ensayismo y modernidad, Stgo., Univ. Arcis, Lom, 1996.

68 Véase, , La Epoca, Stgo., 16 /03/1997.

69 Subercaseaux, Bernardo, Chile ¿ Un país moderno?, Stgo., Grupo Zeta, 1996, p. 13.

70 Op. cit., p. 11.

71 El historiador Leopoldo Castedo fue uno de los primeros en señalar la pérdida de sencillez como país, al caer en un triunfalismo exagerado debido a los logros económicos. La Epoca, 2/08/1992. En el mismo sentido véase, Marras, Sergio, donde se denuncia la falta de correspondencia entre la imagen de país triunfador y los estragos que causaron los últimos temporales. La Epoca, 7/7/1997. Una perspectiva similar pero acompañado de cifras más completas ofrece Sznajder, Mario, en

72 Richard, Nelly, La insubordinación de los signos, Stgo., Cuarto propio, 1994, en que se manifiesta una intención cultural más cercana a lo que se ha denominado postmodernidad, buscando en las identidades periféricas: mujeres, jóvenes, homosexuales, y sus creaciones culturales: inconformismo, redemocratización social, formas valóricas alternativas. Véase también, Richard, Nelly, Masculino/femenino: prácticas de la diferencia y cultura democrática, Stgo., Fco. Zegers, 1993.

73 Sus opiniones se han expresado en acciones y manifiestos públicos, aunque también en algunas publicaciones. Basch, Michael, et. all., Imágenes para un mundo nuevo, Stgo., Andrómeda, 1994; Acevedo, José L., El futuro ha llegado, Stgo., Cesoc, 1991.

74 Salazar, Gabriel, Coyunturas políticas importantes en la historia de Chile, Stgo., Jundep, 1989. Violencia política popular en las . Santiago de Chile 1947-1987, Stgo. Sur, 1990.

75 Moulián, Tomás , Chile actual. Anatomía de un mito, Stgo., Lom-Arcis, 1997. Este texto que contiene mucho material interesante sobre la época que tratamos, lamentablemente fue publicado cuando esta investigación estaba muy avanzada, por lo que sólo hacemos una referencia parcial.

76 He analizado este tema en , Stgo., Revista Mapocho, Nº 41, primer semestre de 1997.

77 Una sola opinión: la de la prestigiada escritora Marcela Serrano, quien en entrevista reciente señala: . El Mercurio, 1/4/1997.

78 La presencia de mayorías consideradas con desconfianza ha estado presente casi desde el inicio mismo de la modernidad la que, sin embargo, fomentó su espacio en la sociedad a través de la extensión de la educación, la política y el consumo. El propio Kant en (1784) habla de y de , para referirse a los grupos incapaces de salir por sí mismos de la minoría de edad preilustrada. El tema de la sociedad de masas ha sido ampliamente estudiado. Desde el punto de vista del Chile actual recomiendo el artículo de José J. Brunner en Bienvenidos a la modernidad, Ed. cit., p. 27.

79 Bengoa, José, La comunidad perdida. Ensayos sobre identidad y cultura: los desafíos de la modernización en Chile, Stgo., Sur, 1996. En el que se establece la modernización y la identidad como contrapuestas: " La cultura de la 'modernización compulsiva' se opone a la 'cultura de la identidad'. El crecimiento de la economía, sin respeto a las personas y a la naturaleza, y sin la solidaridad básica de la sociedad, se opone al concepto de desarrollo, humano y también sustentable, elemento determinante de una cultura de la identidad. Encontramos en nuestras experiencias cotidianas, sociales y políticas, la oposición, a veces manifiesta y violenta, entre modernización compulsiva e identidad". p. 16.

80 La Epoca, 16/06/96.

81 Octavio Paz caracteriza la latinoamericana por: a) la presencia de (indios y negros), b) la peculiar composición hispana con la presencia del Islam y , c) La Contrarreforma. Véase, Paz, O., Tiempo nublado, Bs. Aires, Sudamericana, 1984, p. 161 y ss. Como se puede ver, éstos son justamente algunos de los elementos que serán recuperados por los representantes de la corriente identitaria.

82 Maximiliano Salinas desconfía del modelo democrático europeo, y cita a André Frossard que señala:» El Occidente democrático nada tiene que decir en el plano espiritual por el momento. Hay un gran silencio del espíritu del Occidente democrático (...) y entonces que Chile no se imagine que puede buscar auxilio intelectual y moral por el lado de este Occidente democrático.» En , La Epoca, 16/2/1997. Cristián Parker considera que la corrupción y la falta a la ética de altos miembros del poder judicial llevan al . La Epoca, 29 de julio de 1997.

83 El propio gobierno ha propiciado la discusión sobre el tema, véase Proyecto CHILE. Modernidad y valores culturales, Mideplán, Santiago, abril de 1993. Con la participación de pesonalidades tan distintas como Beltrán Villegas, Humberto Giannini, Neva Milicic, Arturo Montes, Karin Ebensperger, Patricia Verdugo, Fco. Javier Cuadra, Fernando Alliende, Martín Hopenhayn, entre otros. Sobre el tema de la modernización del Estado véase los trabajos de Genaro Arriagada.

84 Ver, en Cartografías de la modernidad, Stgo., Dolmen, s/f. De nuevo nos vemos obligados a exponer sintéticamente lo que es su obra posee mayores matices.

85

86 Expresión que utiliza Marshall Berman para definir los efectos en los individuos, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Madrid, S.XXI, 1988.

87 Brunner, J. J., , en Bienvenidos a la modernidad, Stgo., Ed. Planeta, 1994, p. 21

88 Brunner, J. J., , en El Mercurio, 22/06/1997.

89 Brunner, J. J., , Ed. cit., p. 22.

90 Estudios públicos, Nº 16, primavera de 1984.

91 Larraín, Jorge, Modernidad. Razón e identidad en América latina, Stgo., Andrés Bello, 1996.

92 Larraín, Jorge, , El Mercurio, Stgo., 12/05/ 1996.

93 Claudio, Véliz, La tradición centralista en América latina, Barcelona, Ariel, 1984. Véase además, , El Mercurio, Stgo., 21/07/ 1996.

94 Larraín, Jorge, , publicado en esta revista.

95 En este trabajo hemos expuesto las posiciones más frecuentes. Quedan todavía varios artículos que describen el fenómeno moderno y la identidad: Güell, Pedro, , Universum, Univ. de Talca, 1995; Güell, Pedro, , Universum, Univ. de Talca, 1996; Zorrilla, Sergio y Dides, Claudia, Modernidad/Modernización: Universidad y crisis, Stgo., Universidad de Santiago, 1996; Retamal, Christián, , Stgo., Sur, Nº 3, marzo 1995; De la Fontaine, Michel, , La Epoca, Stgo., 8/09/1996; Ottone, Ernesto, , La Epoca, Stgo., 6/08/1995; Díaz-Tendero, Eolo, , La Epoca, Stgo., 23/07/1995; Salvat, Pablo,

96 Hay que recordar que Borges señalaba que el latinoamericano es el único que tiene la posibilidad de asumir con propiedad la universalidad.

97 Al respecto, véase, en Tironi, Eugenio, La torre de Babel, Stgo., Sur, 1984.

98 Eduardo Frei Ruiz-Tagle, del 21 de mayo de 1996.

El presente artículo forma parte de un trabajo dedicado a la Historia de las ideas en Chile en los últimos años, y ha contado con el apoyo de Fondecyt, proyecto Nº 1941179. Una versión resumida fue leída en el VIII Congreso de la FIEALC.

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