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POR GONZALO VIAL Viernes 31 de julio de 1998 LOS 10 CHILENOS MAS IMPORTANTES DEL SIGLO XX Arturo Alessandri Palma (I) Arturo Alessandri Palma (I)

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PORGONZALO VIAL

Viernes 31 de julio de 1998

LOS 10 CHILENOS MAS IMPORTANTES

DEL SIGLO XX

ArturoAlessandriPalma (I)

ArturoAlessandriPalma (I)

Viernes 31 de julio de 19982 Viernes 31 de julio de 1998 3

LosAlessandrison de ori-

gen toscano. Elfundador de lafamilia en Chile,Pedro AlessandriTarzi, fue un jovendibujante y escul-tor (no titiritero,como propagaríandespués los enemi-gos de don Arturo)llegado a Chile en1821, y que caside inmediato casócon una chilena:Carmen Vargas.Esta era prima her-mana del futurogeneralBaquedano, mujerextraordinaria, a lacual llamaríaArturo Prat “buenaesposa, tiernamadre, abnegadaamiga del pobre ydel poderoso”.

AlessandriTarzi no se dedicóal arte sino alcomercio —enuna sorprendenteva-riedad de for-mas y lugares,desde los bañospúblicos hasta la extracción de perlas,desde Talcahuano hasta Tahiti— e hizouna regular fortuna.

Se la perdió un yerno, JuanLagarrigue, a su vez fundador en Chilede la familia de este apellido, célebre

por la inteligencia matemática y la fer-vorosa creencia en el positivismo deAugusto Comte y su “Religión de laHumanidad”.

Los Alessandri Vargas quedaronpobres.

Uno de ellos, el único hombre,Pedro, se enriqueció medianamente enla agricultura, arrendando y trabajandocon empeño la Hijuela Quinta, Longavi.Se casó con Susana Palma, hija delcélebre jurista y ministro de la SupremaJosé Gabriel Palma. Don José Gabrielse opuso vehementemente al matrimo-nio; pensaba que el novio era demasia-do pobre, y que Longaví estaba dema-siado lejos. Pero no hubo caso...Alessandri Vargas volvió a La Quintade Longaví con su flamante esposa,atravesando al efecto los siete ríos inter-puestos entre Santiago y el predio, y loslúgubres Cerrillos de Teno, donde ban-das de malhechores esperaban ocultaspara atacar a los viajeros.

Los Alessandri Palma fueron seis, ytres de ellos nacieron en Longaví. Eltercero, el 20 de diciembre de 1868. Demadrugada, los padres habían salido encoche rumbo a Santiago, para que elparto tuviera lugar allí. Pero, inicián-dose los dolores maternos a muy pocoandar, debieron devolver camino a LaQuinta, donde vino al mundo ArturoFortunato Alessandri Palma.

Se crió a pleno campo en Longaví ydespués en Curicó. Aquí don Pedro,

ARTURO ALESSANDRI PALMA

PRIMERA PARTE (1868-1924)

enriquecido, había com-prado un fundo, ydespués adquiriríados más, colin-dantes. Y se haríavecino y amigo deun hombremucho másencumbrado(socialmentehablando), rico ypoderoso que él:Fernando Lazcano,senador vitalicio dela región y más tardeprotector político deArturo Alessandri Palma.

Este deja Curicó el año1880 para seguir “preparatorias”(básica) y “humanidades” (media) enlos Padres Franceses de la Alameda,donde acumula todos los premios ypierde completamente la fe católica.

Luego estudiaría Derecho en laUniversidad de Chile. Nuevamente,todos los premios.

Se tituló en 1892. Su memoria deprueba versaría sobre habitacionesobreras. Manifestaba (cosa no muycomún en la época) alarma por el pro-blema, pero también ideas económicasde corte liberal, rechazando como “con-denable” por su inefectividad queexistiera un Estado constructor yempresario. La alarma y el liberalismovenían ambos de maestros queAlessandri tuviera en Leyes, respectiva-mente el radical Valentín Letelier y elconservador Zorobabel Rodríguez.

Pero, durante los estudios, ArturoAlessandri había sentado otros hitos ensu vida.

El padre, como el abuelo, perdió odisminuyó gravemente su fortuna, vícti-ma de larga y progresiva enfermedad.Murió en 1892. Los Alessandri Palma,como los Alessandri Vargas, se su-mieron en una relativa pobreza. Arturodebió emplearse para sostener sus estu-dios. Fue bibliotecario del Congresodonde (según propia confesión) leía tanvorazmente, que el público quedaba sinatender.

Luego, vino la Guerra Civil.Alessandri fue revolucionario fanático,arriesgando la libertad para escribir,imprimir y repartir hojas clandestinascontra Balmaceda (no se unió alEjército Congresista por la enfermedadpaterna).

Tenía sobrados méritos, pues, paraasistir al baile celebratorio del triunfo

de la revolución y derrota deBalmaceda... el “baile del Congreso”, el26 de septiembre de 1891. Allí conocióa una aristócrata joven y de granbelleza, Rosa Ester Rodríguez Velasco.Cuya madre horrorizada la vería ignorarlos nombres anotados ya en el carnet debaile, y pasar toda la noche con un

joven pobre y socialmente dudoso,medio italiano para colmo. Fue inútiltoda oposición, abierta o velada. ArturoAlessandri y Rosa Rodríguez con-traerían matrimonio en 1894. Al añosiguiente, el primer hijo: Arturo.Seguirían otros cinco hombres: Jorge,Fernando, Hernán, Eduardo y Mario, y

Alessandri Palma, a los dieciseis años: en los Padres Franceses dela Alameda acumula todos los premios y pierde completamente la fe

católica.

Su firma en los años de estudiante.

En el “Baile del Congreso”, el 26 de septiembre de 1891, conoció a una aristócrata joven y degran belleza, Rosa Ester Rodríguez Velasco... Contraerían matrimonio en 1894.

“La Segunda” inicia hoy su serie histórica LOS 10 CHILENOS MÁS IMPORTANTES DEL SIGLO XX,seleccionados sobre la base de una encuesta realizada a 50 personalidades representativas de la historia,

el mundo de la cultura, las Universidades, la política y las ciencias.

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La transformación de un político

Don Arturo tenía, desde mucha-cho, una inclinación imposiblede contrarrestar por la política.

Fue hombre clave en la candidaturapresidencial del segundo FedericoErrázuriz (1896), a los 28 años.Agradecido y ya Supremo Mandatario,don Federico lo hizo diputado porCuricó y Vichuquén (1897) y Ministrode Industria y Obras Públicas (1898).

La diputación no se la debió sólo alPresidente, sino al poderosísimo

senador Lazcano, cuñado de Errázuriz,y, recordemos, vecino y viejo amigodel fallecido Pedro Alessandri Vargas.Lazcano era el “patrón” indiscutido delos liberales curicanos. Don Arturo,como consecuencia, fue también liberal—un paraguas político que cubría amucha y muy distinta gente— y desdeluego “lazcanista”.

Bajo este alero, Alessandri continuódieciocho años —seis períodos— en lamisma diputación.

La época: elparlamentarismoextremo (1891-1925) impuestopor la GuerraCivil. ElPresidente no teníaningún poder,reinaba pero nogobernaba, comoun monarca inglés.Era —palabras deIsidoroErrázuriz— un“estafermo”, una“piedra deesquina”. El ver-dadero poderresidía en elCongreso, queaceptaba o hacíacaer los gabinetes.Y, dividido elParlamento entrecien partidos y fac-ciones personalistas(v. gr., la de Lazcano), esta “rotativaministerial” fue tomando una velocidadvertiginosa, Ningún ministerio durabamás de seis meses, y algunos sólo se-manas, o menos de una semana... “losgabinetes flor de un día”. Hubo mi-nistros que estaban caídos antes deconcurrir ante el Congreso a presentarsu plan de acción.

El maestro del parlamentarismo yterror de los gabinetes y presidentes fueAlessandri. Especial sería su hostilidady guerrilla contra la presidencia dePedro Montt (1906-1910). Montt había

vencido a Lazcano, por el cual, claroestá, don Arturo se jugara entero, inclu-so enconómicamente. Quedó arruinado.Su venganza, quizás inconsciente, fueconvertirse en pesadilla del vencedor,junto con otros dos diputados. RamónRivas y Alfredo Zañartu. Los llamaron“los tres mosqueteros”. No dejaríanministerio vivo mientras Pedro Monttfuese Jefe de Estado.

Quince años después, el super-parla-mentarista Alessandri,destruía el parlamen-tarismo mediante laConstitución de 1925.

Evolución tanextrema comenzó en1915. Los radicalesde Tarapacáofrecieron a donArturo la candidaturade senador por esaregión. Parecía unaempresa imposible,pues se hallaba enejercicio y era postu-lante a reelegirseArturo del Río, “elseñor de Punta deLobos” (lugar de suresidencia enIquique). Salitreroriquísimo, hijo de susobras (algunas, sedice, no muy santas),

Del Río había montadoen la provincia unaformidable máquina

política, económica, administrativa —municipalidades inclusive— y judicial,que lo tornaba aparentemente invenci-ble. La máquina no excluía la violenciafísica. Alessandri dudaba. Lo conven-ció una airada discusión con el propioDel Río en los jardines del Congreso.“No vaya a Iquique —le habría adver-tido el senador, sombríamente (versiónde don Arturo)—. Lo haré fondear”.Alessandri, tocado en su amor propio,fue.

Dio una batalla épica, con choquescallejeros, balas, heridos y hasta muer-

dos mujeres: Ester y Marta.Don Arturo fue un padre cariñoso y

severo, preocupado personalmente deque avanzaran los estudios de sushijos. Fue también un padre autori-tario. Hizo que Jorge repitiese curso,para que no le disputara el primerlugar en notas a Arturo (habían entradojuntos al Instituto Nacional).

En la tradición mediterránea, elpadre autoritario y preocupado era, a lavez, un marido muy poco fiel. Elloensombreció la vida de doña RosaEster, y condujo —como reacción— ala verdadera idolatría que tuvieron porla madre algunos de sus hijos, espe-cialmente Jorge.

La familia Alessandri ocupaba unamplio departamento, Agustinasesquina de Ahumada, donde después selevantaría el Hotel Crillón, hoy desti-nado a oficinas. Don Arturo ejercíaactiva y brillantemente la profesiónlegal. Su especialidad: juicios comple-jos y espectaculares. Se le atribuyehaber “inventado” las nulidades matri-

moniales por incompetencia del oficialdel Registro Civil autorizante. Ganómucho dinero, gran parte del cual se lollevaron la especulación bursátil, lasaventuras mineras, y sobre todo la

política. Pero pudo mudarse a una grancasa —donde también funcionaba suestudio profesional— en la calzada surde la Alameda, cerca de la PlazaBulnes.

El que sería el famoso clan Alessandri-Rodríguez. Don Arturo fue un padre cariñoso y severo, preocupado personalmente de que avanzaranlos estudios de sus hijos. Fue también un padre autoritario. Hizo que Jorge repitiese de curso para que no le disputara el primer lugar en

notas a Arturo (habían entrado juntos al Instituto Nacional).

En 1920, Arturo Alessandri Palma junto a sus seís hijos hombres: Arturo, Jorge, Fernando,Hernán, Eduardo y Mario. Arturo, el mayor, brillaría como el mejor abogado de su

generación; tres de ellos serían senadores, uno alcanzaría La Moneda y los otros seríandestacadísimos médicos en Santiago y Valparaíso.

Alessandri fue hombre clave -cuando tenía 28 años- en lacandidatura presidencial del segundo Federico Errázuriz

(en la fotografía).

Especial sería su hostilidad y guerrillacontra la presidencia de Pedro Montt.

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Cielito LindoCercana ya la renovación presiden-

cial de 1920, Alessandri era uncandidato posible de la “Alianza

Liberal”. Esta no constituía una combi-nación fija de partidos, sino el nombregenérico de toda aquélla que excluyese alos conservadores. Quienes, de su parte,por el solo hecho de integrar un grupopolítico, lo bautizaban de “Coalición”. Enlíneas generales y lenguaje de hoy, laAlianza estaba un poco más a la izquier-da, políticamente hablando, y la Coaliciónun poco más a la derecha.

Amén de ser un candidato posible parala Alianza, don Arturo sin duda era elmejor que a ella le cupiese postular, porsu indiscutible arraigo en las masas.

Otro candidato: don Eliodoro Yáñez.Se parecían bastante: vida de esfuerzo,

éxito en la profesión jurídical, riqueza (másdon Eliodoro que don Arturo), distinguidopasado ministerial y parlamentario, etc.Pero ninguno era totalmente clase alta.

Fueron llamados a terreno por la aris-tocracia tradicional, que manejaba laAlianza (y también la Coalición). Sus

candidaturas, les dijeron, violaban unaregla no escrita, pero de hierro, a saber:que sólo la “tribu de Judá” (textual), valedecir, esa clase rectora, proporcionaba losPresidentes, Ministros, senadores, diputa-dos, diplomáticos, generales, almirantes,jueces superiores de clase media... sí;Presidentes de la República, no.

Yáñez, acoquinado ante el veto, retro-cedió y no fue candidato. Alessandri nohizo caso alguno, y conquistó el apoyo dela Alianza.

Gran parte de la aristocracia aban-donaría aquélla para -—bajo el lema:“detener a Alessandri”— formar un frentecomún con el Partido Conservador: la“Unión Nacional”. Esta escogió, comoadversario del “León” a un liberal mode-radísimo, de largo y honroso historialpolítico y administrativo, don Luis BarrosBorgoño.

La campaña de 1920 fue violenta, másen los conceptos que en los hechos.Alessandri predicaba reformas sociales —muy suaves... pero muy resistidas; así, elderecho de huelga—, y sus enemigos lo

tildaban de “bolchevique”, y de pretenderrestituír Tacna y Arica a los peruanos, acambio de financiamiento electoral... el“oro de Lima”. Naturalmente, ésta erauna mentira burda. Don Arturo siemprerechazó devolver cualquier porción delnorte ex peruano. Pues lo poseía un pa-triotismo exaltado y elemental, desde niño,cuando colgando de un árbol presenciara laentrada victoriosa de Baquedano y elEjército a Santiago (1881).

Signo de la “guerra a muerte” entre laclase dirigente y el “León”, fue una rup-tura completa con su viejo protector,Fernando Lazcano, quien lo llamó comu-nista en plena calle.

El fervor popular por don Arturo, elaño ’20, fue en Chile entero el mismo, omayor, que el de Iquique el año ’15. Eigual que allí, Alessandri hablaba diaria-mente —a mediodía—desde un balcón...esta vez el de su propia casa. Embelesada,lo oía la “chusma”, como la calificarandespreciativamente los unionistas.YdonArturo, burlón, decía a sus modestos audi-tores: “Mi querida chusma...”. Ellos cla-

tos, incluyendo éstos al prefecto de lapolicía iquiqueña, Rodrigo Delgado,naturalmente un secuaz de Arturo delRío. La presunta corrupción delsenador fue el leit-motiv de la cam-paña. Desde la prensa alessandristade la capital tarapaqueña, el poetaVíctor Domingo Silva disparaba con-tra Del Río versos de fuego:

“...Y alcé la manoen la que había un látigo, y

sin miedo,jinete en mi ideal, con la

enterezadel que cumple un deber,

alargué el dedo¡Ese! —grité—. Su blanca

investidurade senador manchó...”.Ganó Alessandri.

Su victoria tuvo cuatro efectosinstantáneos:

• Víctor Domingo Silva perdió su seudónimo periodístico... “el León deTarapacá”. Desde entonces el León de

Tarapacá sería Alessandri, y nadiemás.

• Don Arturo quedó posicionadocomo candidato a la Presidencia.

• Descubrió Alessandri la fuerzade su palabra. Había sido un correctoorador parlamentario, se convirtió enun temible orador de masas, a lascuales podía exaltar hasta el delirio.Durante la campaña, hablaba diaria-mente al pueblo iquiqueño desde unbalcón, generando un auténtico fre-nesí.

• Descubrió asimismo lavastedad y hondura de la “cuestiónsocial”, es decir, de las intolerableslacras que, en todos los aspectosimaginables, afligían a los pobres deChile.

Este conocimiento transformóinternamente a don Arturo, comodespués —1938— transformaría aPedro Aguirre Cerda. De un políticohábil, pero no muy distinto de losdemás políticos hábiles, hizo un

reformador. Reformador en lo social,no todavía en lo político. Alessandri,hasta su Presidencia, seguiría siendoparlamentarista.

Víctor Domingo Silva perdió su seudónimoperiodístico... Desde entonces el León deTarapacá sería Alessandri, y nadie más.

maban que les arrojara una prenda deropa (una vez, se afirma, lo hizo con elelegante abrigo londinense de CornelioSaavedra), para hacerla pedazos yllevársela en trocitos como reliquias. Obien raspaban el estuco de la pared: di-suelto en agua, se sostenía, curaba todoslos males...Yel himno de la campañaalessandrista recorría Chile:

“Una conquista haremos,Cielito Lindo,los radicales:que todos los chilenos, Cielito

Lindo,seamos iguales”.CORO“Ay, ay, ay,ay ,Barros Borgoño,aguárdate que Alessandri,Cielito Lindo,te baje el moño”.

Aquellos años, la elección presidencialera indirecta. Se votaba por “electores dePresidente”, y éstos a su vez sufragabanpara designar al Supremo Mandatario.

Barros Borgoño y Alessandri práctica-mente empataron. Mas el primero do-minaba las Cámaras. Podían éstas quitarleelectores, “imparcialmente”, a ambos can-didatos. Con lo cual, conforme a laConstitución, no reuniéndose mayoríaabsoluta de aquéllos para ninguno de lospostulantes, decidiría el Congreso Pleno...y Luis Barros sería Presidente.

Sabiéndolo, los alessandristas instaronse constituyese un Tribunal de Honor, quedecidiera cuál postulante tenía, moral-mente, mejor derecho a la Presidencia. LaUnión Nacional terminó por acceder.“Han puesto la lápida a micandidatura” —dijo el propioBarros Borgoño.

¿Por qué los unionistasaceptaron el Tribunal deHonor, renunciando a su armade triunfo: la mayoría parla-mentaria? Se habla de una pre-sión militar; hay antecedentes,pero no del todo seguros(aunque, es cierto, era consi-derable el alessandrismo en laoficialidad media y baja).Quizás la aristocracia temió ungolpe armado o un alzamientopopular si cerraba el paso al“León” y —desplegando sucentenaria prudencia y agudoolfato— prefirió abrírselo...con garantías. Le pidieron un compro-miso escrito aunque reservado de que

respetaría el régimen parlamentarista —elcual, de hecho, era el gobierno omnipo-tente de la clase rectora—, y don Arturo

lo otorgó sin dificultad, puesen ese momento aún adhería adicho régimen.

El Tribunal de Honor sereunió en el Congreso, el 30de agosto de 1920. Uno de susmiembros era el economistaGuillermo Subercaseaux; otro,Fernando Lazcano. Ingresaronambos, discutiendo, al edificioparlamentario, rumbo a la saladonde sesionarían.Tras ellos,muy cerca, iban Arturo yFernando Alessandri, quecomo abogados alegarían lacausa de su padre. Los jóvenesletrados escuchaban la apa-sionada argumentación pro

Barros y anti Alessandri que le hacíaLazcano a Subercaseaux; éste callaba.Entrando en la sala, Lazcano se dio vuelta

casualmente...y se encontró a boca dejarro con los hijos del “León”. Turbado,extendió sin embargo la mano para salu-darlos, y allí mismo cayó muerto de unfulminante ataque cardíaco. Loextendieron y velaron sobre la mesa desesiones del Tribunal, y ante el cadáverlloró a lágrima viva su antiguo discípulo yahora aborrecido “bolchevique”, ArturoAlessandri Palma.

El 30 de septiembre se juntaba nueva-mente el Tribunal. El senador conservadorAbraham Ovalle era el sustituto deLazcano. El voto alessandrista deSubercaseaux fue decisorio; se proclamóel “mejor derecho” de don Arturo.

Asumió el 23 de diciembre. Al ter-ciarse la banda presidencial, cayó al suelola llamada “piocha de OHiggins”, que lasujetaba. “¡Mal agüero!” —exclamóAlessandri. Y el presidente del Senado,Luis Claro, recogiéndola y colocándoselade nuevo: “No importa, Arturo.Se le cayóla estrella, pero se la volví a poner”.

“El triunfo es inamovible” sentenciaba la prensa partidaria.

GuillermoSubercaseaux era uno de

los miembros delTribunal de Honor.

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Hacia la intervención militar

Seguirían cuatro años de total frus-tración para Alessandri. Luis Claropodía haberle recogido la “piocha deOHiggins”, pero él y otros senadores —Ladislao Errázuriz,Carlos Aldunate,Eliodoro Yáñez,Guillermo Rivera,etc.—, o lo odiaban,o querían marcarleclarísimamentedónde estaba elmango de la huascaen el régimen parla-mentario. Leembotellaron todassus iniciativas, inclu-so las más nimias,como ser los nom-bramientosdiplomáticos, perotambién aquéllasbásicas para elPresidente: las leyessociales, regulatoriasdel trabajo y de laprevisión. Le derri-baron gabinete trasgabinete.

Pues los unio-nistas controlaban elSenado.

Y era suficiente—en el absurdo par-lamentarismo crio-llo— tener mayoríaen una Cámara paraechar a pique unministerio, aunque sefuese minoría en laotra.

Alessandri, laAlianza, eran ma-yoritarios entre losdiputados, mas (con-forme lo dicho) nobastaba.Ypor aña-didura, el bloquealiancista de la Cámara Baja solíaexhibir indisciplina, y hasta traición.

Don Arturo, de su lado, no fue eltípico mandatario parlamentarista...obediente y silencioso ante los capri-

chos del Congreso, ni nada parecido.Para supremo escándalo y sorpresa delos senadores —nunca antes así mal-tratados—, los atacó en calles y plazas

con oratoria vehemente y despreciativa,que la prensa voceaba a todos los vien-tos, regocijada. Sus epítetos contra la“canalla dorada” y “los viejos delSenado”, hicieron historia.

A fines de 1923, la querellaSenado/Presidente había detenido lamarcha del país.

En marzo de 1924, tocaba celebrarelecciones parlamentarias.

Don Arturo —nuevosacrilegio para el parlamen-tarismo—se echó a la calle,clamando que los votantesle dieran “cámarashomogéneas”, es decir, unamayoría gobiernista tantode senadores como dediputados.

El día de la elección,los opositores, enfurecidos,denunciaron intervenciónelectoral del Ejército, procandidatos gobiernistas. Lahubo, en verdad, si bienpequeña y en general deoficialidad baja. Pero eraalgo que Chile no conocíadesde la PresidenciaBalmaceda. A la verdad,esa intervención había sidola causa inmediata de laGuerra Civil.

Alessandri tuvo sus“mayoríashomogéneas”...74 de los118 diputados; 24 de los37 senadores.

“¡Cayó la Bastilla delSenado”—proclamaríajubiloso desde los balconesde La Moneda.

La Unión respondiódeclarando “espúreo” elnuevo Congreso, y “dicta-dor” (clara evocación del“tirano” Balmaceda) aArturo Alessandri. Noadvertía que con elloresquebrajaba la legalidadde todo el sistema político,imposible de defender sidos de sus pilares funda-

mentales, el Parlamento y el Presidente,no eran aceptados como legítimos.

Pero los enardecidos y vejados opo-sitores, ya ni siquiera pensaban.Comenzaron a buscar el apoyo cas-

trense. Es decir, el golpe, a través de laArmada, de mayor afinidad social conla aristocracia que el Ejército.

Don Arturo no se quedó atrás. ComoPresidente, nadie podía impedirle quevisitara los cuarteles. Lo hizo repetida ypúblicamente, para furia de sus adver-sarios. Furia redoblada por los discursosque el Mandatario pronunciaba en esasocasiones. El tono era más medido queel usual del “León”, pero el mensaje...el mismo. Elegido Presidente con unclaro programa de reforma social, no lehabía sido posible cumplir ni una comadel mismo, porque la oposición no lodejaba, no le permitía gobernar...

Ni los opositores... ni los go-biernistas. Pues las “mayoríashomogéneas”, tan difícilmente conquis-tadas, y tan discutidas, nooperaban.Ambiciones; venganzas;apetitos de carteras ministeriales,puestos públicos o granjerías; rivali-dades de partidos o facciones; manio-bras políticas y —ya en el horizonte,

infestándolo todo— la justa presidencialde 1925... el conjunto de estos factoresdejaba a don Arturo tan inerme, parla-mentariamente hablando, como en1923.

Lo cual era casi imposible deexplicar a la opinión pública. ¿No habíadicho que necesitaba “cámarashomogéneas” para gobernar? ¿No lastenía ya, logradas con buenas o malasartes? Entonces... ¿por qué no actuaba,eficazmente?

Mediando 1924, estos y otros fac-tores habían sumido al régimen parla-mentario en el más completo despresti-gio, proceso de descrédito que llevabaya algunos años corriendo, pero queahora, aparentemente, hacía crisis ter-minal. Todos los actores del régimen—Alessandri, los partidos, los políticos,el Congreso— eran percibidos como deuna absoluta ineficacia.Yademás, co-rruptos. El más fuerte aroma de desho-nestidad, emanaba de algunos íntimospresidenciales —”la execrable camari-

lla”, según posterior expresión militar—,a quienes justa o injustamente se sindi-caba de abusar con la amistad y lealtadque el “León” les dispensaba.Curiosamente, las imputaciones noalcanzaban al propio Alessandri.

La cereza de la torta fue el proyectode dieta o remuneración parlamentaria.

Contradecía, bajo un delgadísimo, obviobarniz de disimulo, la Constitución vigente,la de 1833, que declaraba concejiles —esdecir, gratuitos— los cargos de diputado ysenador.

Además, la apretada situacióneconómica había conducido a rechazarvarios reajustes para el sector público...militares inclusive.

En estas circunstancias, el Congreso—tan lento habitualmente— puso elacelerador a su propia “dieta”. LaCámara la despachó en agosto. El 2 deseptiembre —con rasgar de vestiduraspor parte de la oposición— el Senadocerraba el debate sobre el proyecto y seaprestaba a votarlo...

Fotografía tomada durante la primera administración Alessandri: el Presidente con el Cardenal Belloch.

Don Arturo no fue eltípico mandatarioparlamentarista...

obediente y silenciosoante los caprichos del

Congreso, ni nadaparecido. (Este retrato

se encuentra en elMuseo Histórico

Nacional).

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borales, cooperativas), embotelladosdurante cuatro años por la ineficacia delCongreso y la pugnaSenado/Alessandri.

Fue una escenaignominiosa. Comoel gabinete demo-rara en llegar alParlamento con el“paquete”,los presi-dentes de ambasCámaras, EliodoroYáñez (Senado) yGustavo Silva(Cámara), fueron abuscarlos, caminan-do rápidos ynerviosos por calleMorandé hacia elsur. Toparon conlos ministros cuan-do salían de LaMoneda, yvolvieron acom-pañándolos por lamisma Morandépero hacia elnorte...

Alessandri pen-saba —¿lo pensaríaen verdad?— quelos militares,despachado elproyecto,“volverían a sus cuarteles”.

El Congreso, de otra parte, creía

—con su obsecuencia del 8— evitar laclausura.Ambos se equivocaban.

La tarde del mismo 8, la JuntaMilitar anunciaba que seguía en fun-

ciones.Don Arturo comprendió que había

perdido, cuando menos momentánea-mente, la partida. Reunió de inmediatoa su gabinete, dimitiendo ante él laPresidencia, y pidiendo se requiriera delParlamento el permiso constitucional-mente necesario para salir del país.

A la madrugada, se asilaba en laembajada norteamericana (hoy sede dela Cámara Nacional de Comercio),frente al Parque Forestal.

Antes, en la capilla de La Moneda,una ceremonia sorpresiva: el matrimo-nio de Marta Alessandri, hija del“León”, con el médico pediatra ArturoScroggie, después muy famoso comofacultativo. “Seis cirios temblaban en laoscuridad —narró Iris , la escritora InésEcheverría, fiel alessandrista de todauna vida—. Entre las tétricas sombraslos novios simbolizaban lo único belloque permanece en la vida: el Amor quese refugia en los brazos de Cristo”.

El 9, el Congreso rechazaba larenuncia de Alessandri, pero concedién-dole en cambio licencia de seis meses ypermiso para salir del país. Parlamentoy parlamentarismo agonizaban, y no losabían. La última frase pronunciada enlos hemiciclos durante el régimen parla-mentario, la dijo un diputado cuando

amanecía el 10 deseptiembre:

“No, señor; no,no.Va a ser la unade la mañana, ypara oir latas yaestá bueno”.

La tarde de ese10, entre impor-tantes manifesta-ciones popularesde afecto —man-tenidas a distanciapor la policía—don Arturo dejabaSantiago y Chile,y se exiliaba enArgentina, portren, vía LasCuevas.

El 11 amaneci-mos bajo unaJunta deGobierno:Altamirano,Bennett y Nef...puros uniforma-dos, y con unnuevo gabinete (elúltimo de don

Arturo, naturalmente, había dimitido).Acto inicial de la Junta fue disolver

el Congreso.

Diez días de Septiembre

De allí hacia adelante, los hechosse precipitaron. El 2, durante lasesión del Senado destinada a

debatir la “dieta”, aparecieron en tri-bunas y galerías cincuenta o sesenta ofi-ciales —rango medio o bajo— de uni-forme.

Siguieron el debate con atención,expresando ruidosamente apoyo paraquienes denigraban la “dieta”, y críticapara quienes la defendían.

El 3, el país amaneció estupefactocon lo sucedido, y esperó medrosa-mente la noche......la noche en que lossenadores, con seguridad, aprobaríandefinitivamente los artículos del proyec-to, ya sancionado de un modo generaldurante la jornada anterior.

Ahora fueron cien, quizás doscientoslos oficiales que desbordaron lasgalerías del Senado (cuya presidenciales había cerrado las tribunas).

Un infernal chivateo punteó el

debate, hasta el punto que la mesa de laCámara Alta ordenó despejar lasaposentadurías del público.

Obedecieron los oficiales pero,bajando la escala de mármol delSenado, hacían sonar contra ella sussables... los arrastraban deliberada ydesafiantemente.

El sonido ominoso retumbaba en elhemiciclo, congelando la sangre de lossenadores que daban curso a la “dieta”.

Había nacido una duradera expresiónde nuestra jerga política, el “ruido desables”.

Las horas siguientes, los oficialesrevoltos —de mayores hacia abajo—sesionaron permanentemente en el ClubMilitar. Los unionistas los azuzaban porbajo cuerda: debían derribar aAlessandri. Y éste también los recibía,de noche y en secreto, intentando reclu-tarlos, a fin de que presionaran para queel Congreso desbloqueara sus proyectos

sociales y económicos.El 5 de septiembre, los oficiales

hacían presentación formal a Alessandridel petitorio que él mismo sugiriera.

Se habían constituído en JuntaMilitar, por mientras (aseguraron) esepetitorio no quedara despachado.

Renunció el gabinete, jurando en suremplazo uno nuevo, cuya cabeza era elInspector General del Ejército, su másalta autoridad, Luis Altamirano. Incluíaotro general, Juan Pablo Bennett, enGuerra, y al jefe de la Armada, almi-rante Francisco Nef, en Hacienda.Debía el flamante ministerio mate-rializar el cumplimiento del petitoriopresentado por la oficialidad.

El 8, este gabinete recorría Senado yCámara y—en esa sola jornada—logra-ba que aprobasen sobre tabla, sin dis-cusión, un “paquete” de proyectos, enparticular sociales (accidentes del traba-jo, previsión, sindicatos, conflictos la-

Había nacido unaduradera expresión denuestra jerga política,el “ruido de sables”.

A la madrugada, se asilaba en la Embajada norteamericana.

Luis Altamirano y Juan Pablo Bennett: triunvirato con el almirante Francisco Nef.

Terminaba así la primera fase, 1915-1924, de la saga política de ArturoAlessandri Palma. El triunfador deTarapacá se veía fracasado, destituído yexiliado. No era raro que sus enemigosexultasen... El paso del 8 al 9, la “nochetriste” de Alessandri que abandonaba LaMoneda, los centros de poder de sus ene-migos —El Diario Ilustrado y el Club dela Unión— se vieron iluminados a giornohasta que amaneció, y el champaña cele-bratorio correría en ellos a raudales.

Pero, en verdad, se habían sentado lasbases para el triunfal retorno del “León” ypara el cumplimiento de su obra refor-madora.

Viernes 31 de julio de 199812

El próximo viernes Arturo Alessandri Palma (II)

Fotografía inédita tomada durante el exilio. En la Embajada de México en Roma, Blanca Gazitúade Espinosa, Benjamín Cohen, Graciela Espinosa Gazitúa, el embajador Manuel De Negri,

Maruja Montt de De Negri, Miguel Cruchaga Tocornal y Arturo Alessandri Palma.

Estación del ferrocarril trasandino en Los Andes. Arturo Alessandri y RosaEster Rodríguez de Alessandri regresan del exilio y vuelven a pisar tierra

chilena.

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