Posguerra y más

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Extracto del libro "Posguerra y más" de la autora Nely García

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Posguerra y másNely García

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–Hasta luego mamá.–Adiós hijos, tener cuidado de no haceros daño con

el balón. Teresa miraba con amor a sus hijos, iban a jugar un

partido de fútbol en el colegio, el mayor tenía diecisiete años y el pequeño quince. Era el mes de junio y hacia bueno, Tere se sentó en la terraza que estaba bañada por la sombra y con geranios en flor; ese rincón le gustaba porque tenía una vista espléndida, además de la ciudad se vislumbraban las montañas lejanas.

Relajada volvió la vista hacia atrás. Sus padres poseían un comercio textil, en el centro de la ciudad y su econo-mía era próspera (recientemente lo han traspasado), tenía dos hermanos varones ella era la segunda y la separaban cinco años de su hermano mayor y tres del pequeño, al ser la única mujer todos la mimaban un poco, proporcio-nándole atenciones. Su padre era autoritario, como casi todos en aquella época, corrían los años cincuenta y su madre muy religiosa.

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La sociedad de esa pequeña ciudad, se componía de las numerosas órdenes religiosas, crecidas por la dictadura: un pequeño grupo dominante con ideología de derecha de clase media alta y la inmensa mayoría de gente humilde, que solo aspiraba a vivir lo mejor posible y luchaba por conseguirlo, con muchas penurias y sacrifi-cios; por último una minoría de arrinconados, asustados por pertenecer a la ideología perdedora progresista.

Nadie hablaba de la guerra civil reciente y si alguno lo hacía era en secreto, el miedo por las vejaciones y crí-menes, realizados en la posguerra les retraía.

En una ciudad de provincia, ser pobres era motivo de humillación y aunque la mayor parte lo era, procuraban disimularlo.

Los valores se concentraban en el poder económico y la mayoría soñaba con loterías, o milagros.

Se educaba en un colegio regentado por religiosas y allí, descubrió que no todo es lo que parece. Las hermanas discriminaban a las niñas más humildes y favorecían a las que sus padres tenían un poder económico alto; esa forma de actuar desconcertaba Tere pues, contradecía todo lo que les enseñaban.

Había una niña que vivía en las afueras de la ciudad y su familia era bastante modesta, la habían inscrito en ese colegio con mucho sacrificio, porque creían que los estudios allí tenían más calidad, pero ella aunque era in-teligente no se integraba, el trato que recibía de algunas niñas por no vestir como ellas y de la misma directora, la

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hacían sentirse mal. Tere la apreciaba y le gustaba estar con ella; un día, estando en el recreo se acercó la directora y mirando sus zapatos le dijo con deprecio.

–Mira que sucios están tus zapatos, así puede estar tu alma.

La niña se quedó muy triste sin comprender, a ella también le sorprendió el comentario y le contagió la tris-teza, y más cuando observaron cómo se dirigía a otra niña con padres ricos, haciéndole toda clase de carantoñas. Mari que así se llamaba, miró a su alrededor; le parecía es-tar en un lugar que no era el suyo, solo la amistad de Tere la compensaba. ¿Cómo podía una religiosa comportarse de ese modo?, Pensaba Tere. Pasaron delante de un grupo de niñas que, estaban comparando las sortijas de oro que sus padres les habían comprado, “eso era algo habitual entre las niñas ricas”, las otras sentían humillación y al mismo tiempo, las admiraban.

–Hola Tere –dijeron al pasar, limitándose a mirar los zapatos de Mari, que mostraban el largo trayecto que exis-tía, entre su domicilio y el colegio, sin dirigirle la palabra.

Fue en esa época donde empezó a dudar de el valor de la religión, se acercó a la niña y la animó diciéndole que no hiciera caso del comentario, pero, Mari tenía mucha sensibilidad y estaba segura de que, el incidente le había amargado el día.

Una tarde soleado de otoño, unas compañeras le pro-pusieron hacer novillos correteando por el campo, la niña aceptó sin sopesar las consecuencias. Al día siguiente

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las religiosas se enteraron y a ella le prohibieron asistir a clase durante ocho días. Mari sabía que si sus padres se enteraban, el disgusto sería enorme y su castigo tam-bién, así que optó por deambular por la ciudad triste y asustada, acercándose a la hora de salida al colegio, como si ella también saliera. Tere que estaba al corriente, se le acercaba para animarla.

Teresa respiró hondo, se estaba bien allí, las plantas que ella cuidaba la obsequiaban con sus perfumes, el fres-cor de la sombra y la soledad, la inducían al recuerdo. Las vivencias del colegio emergían con fuerza y se sucedían episodios lamentables que había observado. No todas las religiosas eran tan crueles como la superiora, una de ellas que les impartía clase de ciencias naturales, se distinguía por su bondad, a su amiga le mostraba afecto quizás por que percibía su malestar.

Durante la cuaresma se imponían los ejercicios espi-rituales: consistían en acentuar las practicas religiosas, al mismo tiempo que todas las tardes en la capilla, les sermo-neaban religiosos, o sacerdotes, expertos en la retórica del miedo, su descripción del infierno era terrorífica, y según ellos muy pocos se salvarían de él, pues el camino para li-brarse, era casi imposible de conseguir, las más sensibles lo pasaban muy mal, algunas se desmayaban teniendo que conducirlas a la enfermería, solo el pecado y el sufrimien-to, estaban presentes, el amor que Jesucristo predicó, bri-llaba por su ausencia: describían el infierno con tal preci-sión, que resultaba casi imposible evadirse del terror.

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Un día, ella también se mareó, aunque no estaba se-gura si había sido por miedo, o por aburrimiento. Solía comentarlo con Mari y las dos coincidían, si Dios era tan bueno y lo podía todo, no permitiría eso.

Durante las clases las hermanas añadían terror al asunto. A veces se ensañaban con unos llamados maso-nes, que practicaban toda clase de aberraciones para ofen-der al Señor decían y añadían que clavaban alfileres en la Sagrada forma para hacer sufrir a Cristo, las religiosas se recreaban con los relatos y ellas ingenuas por su corta edad, se horrorizaban. Cuando llegaba a casa preguntaba quienes eran, su madre más ignorante le contestaba que personas malas, sus hermanos le decían que no hiciese demasiado caso; esas respuestas ambiguas estimulaban su interés.

En los labios de Tere se dibujó una sonrisa; ahora creía tener una idea mas precisa de lo que eran los masones pensaba, gracias a la cantidad de obras que la curiosidad le incitó a leer, ¡qué forma de confundirnos! Pensó. ¿Cómo una institución de carácter simbólico, con ritos iniciáticos, y afines al desarrollo intelectual y moral, del ser humano, podía ser objeto del odio por las religiosas?. Como decían algunas obras leídas debía de ser porque, los masones dudaban de las creencias religiosas, y al mismo tiempo porque existía en la institución, un alto grado de oscu-rantismo cuando los miembros progresaban. También podía ser, porque en la antigüedad, estaba formada por arquitectos maestros de la creación de catedrales. Aunque

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existen ejemplos en que las mujeres estaban presentes en esas grupos, pero fue en el siglo XIII cando se aceptó a las féminas en cofradías procesionales. El hecho de que la mujer no estuviese totalmente integrada, era porque no estaban emancipadas en la cultura de entonces. Además, su carácter esotérico y ocultista, producía rechazo en la Iglesia católica, por ser un peligro para sus doctrinas.

Se oyó la puerta, era su marido. –Hola –le dijo de una forma distante. –¿Qué tal la partida? –Como casi siempre hemos ganado. –Estarás satisfecho.–Claro –contestó sin demasiado entusiasmo.–¿A dónde han ido los muchachos?–Fueron a un partido de fútbol.–Y tu ¿qué haces esta tarde?–Creo que me quedaré en casa, leeré un poco.–Aislándote como siempre –contestó de una forma

seca. Tere no dijo nada, conocía su carácter. –Bueno me voy al cuartel. Mientras se alejaba le observó, le llevaba diez años y

con su autoridad, daba la impresión de tener más edad aún; era militar de carrera, sus pasos reflejaban cansan-cio, Tere sintió lástima y un poco de amor. Unos años atrás, solo hubiera sentido desprecio pero, la rutina de la convivencia, había truncado sus sentimientos. Cuando se fue siguió recordando.

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En aquella época la religión ocupaba el centro de la cultura; en semana Santa los programas de las emiso-ras de radio, que eran el entretenimiento de las clases humildes, cambiaban las canciones y radio novelas, en aras de música religiosa. Los jóvenes se aburrían y esta-ban deseando que finalizasen aquellos días, mientras los fanáticos se complacían.

El día de jueves Santo, las iglesias competían con ador-nos de flores y velas, y las pertenecientes, a conventos de religiosas destacaban por su arte y esmero en la distribu-ción. Los ciudadanos, o más bien ciudadanas y niños, las visitaban para admirarlas las primeras y con resignación los segundos. Ese día como casi todos los hombres obte-nían privilegios, sus ocupaciones consistían en acercarse a plazas, o bares, si el tiempo no acompañaba, para jugar a las chapas, actividad prohibida durante el año y abierta la veda ese día. Consistía en tirar monedas antiguas al aire y apostar dinero con la esperanza de acertar en que lado caía, la cara, o la cruz, se entregaban con más o menos pasión al juego y algunos perdían cantidades excesivas, para sus economías que solían ser precarias.

El día de viernes Santo las procesiones ocupaban las calles: recordaba como su madre madrugaba para pre-parar el bacalao con huevos cocidos, el plato típico de ese día y después iban a contemplar las procesiones, el padre y los hermanos las acompañaban, pero enseguida se cansaban y las dejaban solas, mientras ellos se refugia-ban en los bares. Las esculturas de los pasos, al principio

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la habían fascinado, pero con los años se convirtió en rutina y repetición de los ritos, que la aburrían. Con la llegada de Pascua la vida retornaba a la normalidad y los jóvenes, se apresuraban a conectar las emisoras de radio para disfrutar de las canciones y coplas.

En el colegio todo seguía igual, al año siguiente su amiga a pesar de haber aprobado no volvió, seguramente que la discriminación y los pocos recursos de la familia, tuvieron que ver en la ausencia: la echó de menos, pero aunque la acompañó el recuerdo a sus once, o doce años, la integración en un grupo de otras niñas, se impuso.

Las religiosas en algunas fechas señaladas, organi-zaban tómbolas para obtener beneficios y contentar a las niñas y sus familiares, el negocio era redondo; cada alumna debía de llevar un regalo para completar el sor-teo, y después comprar una papeleta y tentar la suerte y recuperar el que habían llevado, u otro, o simplemente perderlo todo. Esa era una de las formas que tenía el colegio de recaudar fondos extra, sabían que las alumnas y sus familiares compraban papeletas; no recordaba si los beneficios se destinaban a actividades sociales.

Tere suspiró, ¡qué lejos estaba todo aquello! y cuantas experiencias se sucedieron después, casi todas desagra-dables y alguna excepcional, como el nacimiento de sus hijos, sus ojos se iluminaron al pensar en ellos. El día era espléndido y se estaba bien allí, entró en el piso para ser-virse un refresco y los recuerdos irrumpieron de nuevo.

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Continuó en el colegio estudiando comercio, los años fueron pasando y sin darse cuenta se convirtió en una joven de diecisiete años y a punto de acabar sus estudios. Formaba parte de un grupo de amigas y los temas tabúes eran habituales en sus charlas.

Sabían donde se reunían chicos estudiantes y a ellas les gustaba frecuentar ese lugar, para el regocijo de los muchachos. A veces entablaban diálogo y otras solo intercambiaban miradas. Entre ellos destacaba Luís, un muchacho alto y moreno, con ojos expresivos; todas se habían enamorado de él, o eso creían. El chico se daba cuenta y jugaba con sus miradas, como un pavo real ex-hibe sus colores, para atraer a las hembras.

En aquella época abundaban los seminaristas (alum-nos de un seminario eclesiástico); muchas veces salían a pasear en grupos formando una fila de tres, o cuatro; a ellas les gustaba contemplarlos y también ellos les lan-zaban alguna mirada, eran jóvenes y cuando pasaban se preguntaban, ¿cómo esos chicos tan guapos estaban en el seminario?, Entonces no sabían la respuesta, ahora se comentaba que, la institución episcopal reclutaba jó-venes en los pueblos y ciudades; la mayoría procedían de familias humildes, que no podían costear estudios a sus hijos y en el seminario vislumbraban, un porvenir brillante para sus retoños y al mismo tiempo ellos, subían un grado en la escala social, tener un hijo cura era un privilegio.

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De esa forma la religión católica se consolidaba, ade-más de la practica impuesta por el régimen, en un país abrumado por los horrores de la guerra civil y sumido en la miseria, la ignorancia y el miedo.

Se oyó la puerta, eran sus hijos que regresaban, en-traron a saludarla.

–¿Qué tal el partido? –Bastante bien –dijo el mayor. Se parecía a ella, ojos castaños y grandes, tez morena

y alto, el pequeño se asemejaba más a su padre física-mente, un poco más bajo (aunque a sus quince años, estaba creciendo), con ojos negros y expresivos como los de su madre, en el carácter los dos se parecía más a ella, quizás por la educación y también porque la autoridad de su padre no les agradaba, después se fueron cada uno a su cuarto para estudiar. Los dos sacaban buenas notas y eso satisfacía a sus progenitores.

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Las familias con recursos y algunas que no tenían tan-tos, pero querían aparentar más de lo que eran, se hacían socios de clubes de ocio donde tenían acceso a salas de fiesta, y de deportes, entre otras cosas pagando una cuota al año: eso les procuraba un aire superior, y por esa razón muchas familias se inscribían a costa de sacrificio, para así poder llevar a sus hijas casaderas, con la esperanza de que encontrasen un buen partido. En aquellos tiempos las mujeres no tenían muchas expectativas. A esos bai-les también tenían acceso personas pagando la entrada aunque no pertenecieran al club, ni tuvieran muchos recursos, la intención era codearse con gente de estatus superiores. En el caso de Tere, su familia pertenecía a una clase media alta y el asistir a esos eventos, formaba parte de la rutina. Cuando cumplió dieciocho años permitieron que ella les acompañara.

El local era lujoso, una pista de baile en el centro y alrededor mesas donde la gente degustaba, las caras be-bidas que los camareros solícitos, les ofrecían. Algunas

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veces actuaban artistas conocidos, interpretando sus fa-cetas artísticas en sus diferentes líneas, sobre la pista de baile: en esas ocasiones el local estaba abarrotado.

El primer día Tere lo observaba todo y percibía, como muchos ojos masculinos se posaban en ella, era una pieza nueva en el mercado.

El primer baile fue con uno de sus hermanos, (habían ensayado en casa), aunque ella ya sabía bailar, por haberlo practicado e las fiestas de los pueblos y las verbenas de los barrios. Mientras daban vueltas en la pista, su hermano le daba consejos de como comportarse; no era conveniente bailar muchas piezas con el mismo y otras precauciones, recomendadas a las jovencitas de la época. De pronto sus ojos se fijaron en una pareja y los del hombre le hicieron un guiño: su corazón empezó a latir, era Luís. En la melo-día siguiente se acercó y la invitó a bailar, miró a su madre y en su mirada percibió autorización y aceptó. Ese primer contacto con él perduró en el tiempo. Mientras Luís la guiaba con maestría, le pareció estar en el cielo, ella al igual que sus compañeras estaba enamorada, y muchas veces en sus fantasías se había imaginado que bailaba con él, ahora era real. Cuando se paró la orquesta siguieron charlando y enlazaron la segunda, percibió la mirada de su hermano advirtiéndola, de que no debería de seguir.

–No puedo continuar bailando contigo más veces, mi hermano me lo indica.

Luis la miró complacido al advertir que deseaba se-guir con él.

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–No te preocupes, la semana próxima son las fiestas de mi barrio y hay verbena, no te será difícil acercarte con tus compañeras, allí seguiremos bailando.

–De acuerdo, procuraré ir.Al despedirse sintió su mirada mientras su cuerpo se

estremecía. El resto de la noche la pasó observando, algu-nos la invitaron a bailar pero rechazó; cuando su madre la interrogo le dijo que se encontraba cansada. No recordaba como se había desarrollado el resto de la velada, solo el deseo de que llegara el día de la verbena.

En aquella época cada distrito, o barrio, de la ciudad tenía sus fiestas; el nombre siempre era el de algún santo, o santa, escogidos como patrón/a. Podían ser días festi-vos, o no. La celebración consistía en misa por la mañana y baile por la noche, la duración era de dos, o tres días; a las verbenas acudían todas las clases sociales y era fácil pasar desapercibidos.

El domingo salió con sus amigas y le faltó tiempo para contarles todo lo sucedido: todas la envidiaban por estar enamoradas de él y ella se sentía importante. A una de las amigas la llamaban cariñosamente catalana, porque procedía de Barcelona, era más lanzada que las demás, quizás por ser algo mayor, tenía dos años más, se le acercó y le dijo un poco burlona.

–Espero que sepas conservarlo.Esa reflexión la dejó perpleja, pero no le dio mucha

importancia. El día de la fiesta acudieron pronto, ella con un ansia desconocida y sus amigas con expectación. Luís

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llegó con amigos que invitaron a bailar a las compañeras, ella lo hizo con él, sintiéndose otra vez como transpor-tada en una nube. Estuvieron hablando y le preguntó si quería salir con él formalmente, ella le contestó que sí, sin vacilación.

Las semanas siguientes pasaron muy de prisa, solo ansiaba que llegaran los momentos de estar con Luis. Tere sonrió al recordar su primer beso de amor y los que se sucedieron en los días sucesivos; ahora se daba cuenta de que habían sido los únicos que se podían catalogar como amor de pareja, sobre todo por su parte. Los besos que les daba a sus hijos, eran diferentes, de un amor más profundo y desinteresados.

Con su marido no hubo esa clase de caricias, ¿cómo pudo estar tan ciega y casarse con él?, La experiencia do-lorosa que sufrió por el abandono de Luis, la empujaron a cometer ese error.

Después de cenar, su marido Eulogio fue a visitar a los padres, Tere no le acompaño simulando cansancio, aun-que en el pasado habían sido críticos y fríos con ella, no les guardaba rencor simplemente, no se sentía cómoda en su casa y cuando podía se disculpaba para no ir, pero muchas veces le acompañaba por ética. Los muchachos estaban viendo una película y ella prefirió acostarse y leer. Era una costumbre adquirida de niña, ahora en vez de cuentos, leía libros de pensamiento y novelas importantes de la literatura universal; se los proporcionaba la mujer de su hermano pequeño, (era extranjera y muy culta).

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Esas obras eran difíciles de conseguir en una pequeña ciudad; los libros le ayudaron a enfocar la vida, de una forma diferente, la compasión que había sentido por ella misma, creyéndose la mujer más desgraciada del univer-so había quedado atrás, ahora sabía que la compasión hacia sí misma, era una importancia personal disfrazada, por considerar que ella merecía otro trato en su paso por la vida y aunque en parte tuviese sentido esa toma de conciencia, consumía una energía excesiva, hundiéndola cada vez más en el sufrimiento.

Los momentos de dolor y conflicto, suceden por ra-zones diversas, una de las más comunes en la época, era lanzarse al matrimonio sin ningún conocimiento; en su caso los padres también tuvieron que ver guiados por la cultura de entonces, donde encontrar un marido era la meta de la mayoría de las jóvenes. Eulogio también co-metió el error de casarse con una joven sin preguntarse, si sentía algo por él, o no, simplemente adoptando la posición del macho dominante.

Esa noche no le apetecía leer y aunque tenía un libro entre las manos, continuó con el recuerdo.

Se vio con Luis durante dos mes, las caricias eran cada vez más intensas y ella tenía que luchar contra el deseo que sentía, la cultura inculcada y el miedo a las consecuencias si pasaba de ella después de complacerle. Las exigencias fueron rotundas por parte de Luis y ella sintiéndose abru-mada, por un amalgama de sentimientos enfrentados, optó por el rechazo. El con una sonrisa burlona le espetó.

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–Soy joven y quiero divertirme, tú me gustas, pero el matrimonio no entra dentro de mis planes, primero tengo que acabar la carrera y después ya veré, si tu me rechazas no podemos seguir.

Ella intuyó que lo decía en serio y se le llenaron los ojos de lágrimas.

–¡No te hagas la víctima Tere! –diciendo eso se había ido.

Esos recuerdos abrían las heridas cerradas del pasa-do, pero recordarlas era necesario para saber donde se encontraba. Eulogio siempre se acostaba más tarde, a ella le gustaba hacerlo más pronto y leer procurando no dormirse, si lo hacía cuando el llegara, la despertaría para cumplir su deber de esposa. Al principio de su matrimo-nio cuando se negaba, siempre acababa en violación y violencia. Al acercarse a él, sentía que estaba cumpliendo un deber y esa rutina carecía de entusiasmo. El día que decidió continuar con su matrimonio, por no vislumbrar otra solución sin arriesgarse a perder a sus hijos, optó por ceder a sus deseos, de una forma rutinaria. Sabía que el amor era otra cosa, antes de casarse había leído novelas de Corín Tellado clandestinamente, como todas sus compañeras; esas historias tan románticas y con final feliz, enganchaban a las jóvenes haciéndolas imaginar la vida y el matrimonio, de una forma equivocada, cuando se enfrentaban a la realidad como había sido su caso, el choque era brutal.

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ContenidoCapítulo 1 ——————————— 5

Capítulo 2 ——————————— 15

Capítulo 3 ——————————— 29

Capítulo 4 ——————————— 41

Capítulo 5 ——————————— 54

Capítulo 6 ——————————— 61

Capítulo 7 ——————————— 66

Capítulo 8 ——————————— 73

Capítulo 9 ——————————— 83

Capítulo 10 ——————————— 89

Capítulo 11 ——————————— 105

Capítulo 12 ——————————— 119

Capítulo 13 ——————————— 131

Capítulo 14 ——————————— 137

Capítulo 15 ——————————— 144

Capítulo 16 ——————————— 154

Capítulo 17 ——————————— 172

Capítulo 18 ——————————— 201

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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

© de los textos: Nely García© de la edición: EDICIONES DUERNA

Diagramación y portada: contactovisual.esLa acuarela de portada es una obra de Nely GarcíaISBN: 978-84-94343-20-9Deposito legal: LE-1001-2014Impreso en España - Printed in Spain

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