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1 Pragmática e interacción: lenguaje y contexto social Cristina Corredor Universidad de Valladolid [email protected] 1. Introducción El objetivo de esta contribución es estudiar algunos planteamientos centrales en la pragmática del lenguaje contemporánea y, en particular, su tratamiento de la noción de acto de habla, centrando la atención en el modo en que resulta así iluminada la interacción comunicativa. Como punto de partida, comenzaremos presentando las posiciones históricas fundamentales de Austin y Grice, para, después de considerar la propuesta especialmente relevante de Searle, caracterizar dos grandes aproximaciones al análisis del acto de habla. Para la aproximación intencionalista, el acto ilocutivo está determinado por las intenciones comunicativas de la persona hablante, y el éxito comunicativo se logra cuando el auditorio es capaz de aprehender esas intenciones. Para la aproximación convencionalista, en la caracterización que aquí se va a presentar, la fuerza ilocutiva de un acto de habla ha de aclararse atendiendo al modo en que ese acto da lugar a un efecto convencional en el mundo social e interpersonal de las personas interlocutoras. 2. Usos del lenguaje y normatividad del significado 1 En un conocido parágrafo de las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein ofrece una extensa lista de usos del lenguaje o, como propone llamarlos, juegos de lenguaje: dar órdenes (y actuar siguiendo órdenes), describir un objeto (por su apariencia o por sus medidas), relatar un suceso (y hacer conjeturas sobre el suceso), formar (y comprobar) una hipótesis, suplicar, agradecer, maldecir, saludar, rezar… (Wittgenstein, [1958] 2003: pár. 23) Hay dos ideas que merecen destacarse porque van a adquirir el carácter de tesis centrales para una nueva visión del significado y la comunicación lingüística: en primer lugar, la convicción de Wittgenstein de que los juegos de lenguaje, que son dinámicos y no sistematizables, incluyen la emisión de palabras en el contexto de alguna actividad o práctica insertas en una forma de vida; en segundo lugar, que el significado de una palabra o expresión puede explicarse (y aprenderse) atendiendo al uso que se hace de ella, un uso que es conforme a determinados estándares de corrección o reglas. De aquí que haya podido atribuirse a Wittgenstein una concepción normativa del significado, de acuerdo con la cual si una expresión tiene significado, entonces existen condiciones o reglas 1 Es preciso advertir que se hablará aquí de normatividad y de reglas en referencia al uso del lenguaje en la comunicación lingüística, dejando de lado el estudio de las reglas de la sintaxis o las de la semántica léxica. Aparecerá en: Perspectivas en la Filosofía del Lenguaje II, D. Pérez Chico (ed.), en prensa.

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1

Pragmática e interacción: lenguaje y contexto social

Cristina Corredor

Universidad de Valladolid

[email protected]

1. Introducción

El objetivo de esta contribución es estudiar algunos planteamientos centrales en la pragmática

del lenguaje contemporánea y, en particular, su tratamiento de la noción de acto de habla,

centrando la atención en el modo en que resulta así iluminada la interacción comunicativa.

Como punto de partida, comenzaremos presentando las posiciones históricas fundamentales de

Austin y Grice, para, después de considerar la propuesta especialmente relevante de Searle,

caracterizar dos grandes aproximaciones al análisis del acto de habla. Para la aproximación

intencionalista, el acto ilocutivo está determinado por las intenciones comunicativas de la

persona hablante, y el éxito comunicativo se logra cuando el auditorio es capaz de aprehender

esas intenciones. Para la aproximación convencionalista, en la caracterización que aquí se va a

presentar, la fuerza ilocutiva de un acto de habla ha de aclararse atendiendo al modo en que ese

acto da lugar a un efecto convencional en el mundo social e interpersonal de las personas

interlocutoras.

2. Usos del lenguaje y normatividad del significado1

En un conocido parágrafo de las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein ofrece una extensa

lista de usos del lenguaje o, como propone llamarlos, juegos de lenguaje: dar órdenes (y actuar

siguiendo órdenes), describir un objeto (por su apariencia o por sus medidas), relatar un suceso

(y hacer conjeturas sobre el suceso), formar (y comprobar) una hipótesis, suplicar, agradecer,

maldecir, saludar, rezar… (Wittgenstein, [1958] 2003: pár. 23) Hay dos ideas que merecen

destacarse porque van a adquirir el carácter de tesis centrales para una nueva visión del

significado y la comunicación lingüística: en primer lugar, la convicción de Wittgenstein de que

los juegos de lenguaje, que son dinámicos y no sistematizables, incluyen la emisión de palabras

en el contexto de alguna actividad o práctica insertas en una forma de vida; en segundo lugar,

que el significado de una palabra o expresión puede explicarse (y aprenderse) atendiendo al uso

que se hace de ella, un uso que es conforme a determinados estándares de corrección o reglas.

De aquí que haya podido atribuirse a Wittgenstein una concepción normativa del significado, de

acuerdo con la cual si una expresión tiene significado, entonces existen condiciones o reglas

1 Es preciso advertir que se hablará aquí de normatividad y de reglas en referencia al uso del lenguaje en

la comunicación lingüística, dejando de lado el estudio de las reglas de la sintaxis o las de la semántica

léxica.

Aparecerá en: Perspectivas en la Filosofía del Lenguaje II, D. Pérez Chico (ed.), en prensa.

cristina
Resaltado
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para el uso correcto de esa expresión (cf. Glock, 2005). Ha estado abierto a discusión en qué

medida cabe atribuir a Wittgenstein una concepción comunitarista del significado, que haría de

la comunidad lingüística el tribunal último para evaluar la corrección de los usos lingüísticos.

No obstante, no hay duda de su convicción de que “[s]eguir una regla, hacer un informe, dar una

orden, jugar una partida de ajedrez son costumbres (usos, instituciones)” (Wittgenstein, [1958]

2003: pár. 199). Y, a partir de su planteamiento, cabe concluir que la interacción mediada

lingüísticamente presupone un mundo social e interpersonal en el que estos estándares de

corrección normativa han de encontrarse vigentes.

No obstante lo anterior, el estudio teórico de la comunicación como forma de interacción

lingüística ha dado lugar, después de Wittgenstein, a diversas maneras de entender y tratar la

normatividad del lenguaje y, en particular, de entender y conceptualizar las reglas pragmáticas

de uso. En una aproximación ampliamente abarcadora, es posible encontrar dos grandes líneas

de tratamiento de la comunicación lingüística. La primera es convencionalista, y considera que

la interacción comunicativa, y en particular los actos de habla, son convencionales en un doble

sentido: porque el medio lingüístico es convencional, y porque los actos de habla dan lugar a

efectos convencionales en el contexto social y humano de quienes interactúan. La segunda línea

es intencionalista, y concibe la comunicación lingüística como una actividad fundamentalmente

intencional e inferencial, donde las intenciones comunicativas de quien habla han de ser

captadas o aprehendidas por su auditorio. Desde este enfoque, también el medio lingüístico

ofrece un repertorio de recursos convencionales de los que es posible hacer uso. Pero el efecto

de la comunicación, cuando se tiene éxito, es que el auditorio logre identificar las intenciones

comunicativas de quien habla, algo que no puede verse como un efecto convencional.

La primera línea de estudio de la comunicación puede considerarse iniciada por John L. Austin

([1962] 1975)2, y encuentra continuidad en teorías posteriores que adoptan la noción de acto (o

acción) de habla como una noción central, o que atienden centralmente a la interacción; la

segunda línea de estudio encuentra un punto de partida prominente en H. Paul Grice ([1957]

1989a, [1968] 1989b), y ha encontrado desarrollo posterior en propuestas teóricas de pragmática

cognitiva. Una posición especialmente relevante, aunque difícil de situar, es la de John Searle

(1969, 1979); si bien su teoría de actos de habla se presentó inicialmente en continuidad directa

con la de Austin, la formulación de las reglas constitutivas para los distintos tipos de actos de

habla en términos de intenciones sitúa su propuesta, al menos en algunos de sus elementos

esenciales, en línea con la aproximación intencionalista.

2 Siguiendo un sistema de citación estándar, se incluye entre corchetes el año de la publicación original y

a continuación el de la edición que se está citando.

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Nuestra propuesta en lo que sigue es tomar como punto de partida estas posiciones históricas

para, después de hacer una presentación breve de ellas, considerar otros desarrollos teóricos

posteriores que las han revisado críticamente para darles continuidad. En cada caso, centraremos

nuestra atención en la caracterización que se ofrece de la comunicación lingüística y en las

consecuencias que pueden seguirse para la comprensión de la interacción social mediada

lingüísticamente.

3. El acto ilocutivo. J.L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras.

En continuidad con la línea de atención a la pragmática del lenguaje iniciada por Wittgenstein,

aunque revisando sus tesis en algunos aspectos importantes, Austin presentó en Cómo hacer

cosas con palabras ([1962] 1975) un tratamiento teórico original y sistemático para el estudio

de los actos de habla. De acuerdo con una conceptualización estándar, un acto de habla consiste

en la proferencia de una oración (o fragmento oracional equivalente a una oración) que, en un

contexto de habla y si se cumplen determinadas condiciones, da lugar a la realización de una

acción. La realización efectiva de una acción mediante un acto de habla recibe el nombre de

acto ilocutivo (o ilocución). Ejemplos de actos de habla son: preguntar y responder a una

pregunta; dar información, dar garantías, y advertir de algo; anunciar un veredicto y declarar

una intención; dictar sentencia; citarse, hacer un llamamiento, y formular una crítica; hacer una

identificación y dar una descripción; y también prometer, pedir, recomendar, dar testimonio,

definir un término, etc.

Austin diferencia este acto del acto de decir algo con sentido y referencia (1975: 92), al que

llama acto locutivo. Pero afirma que realizar un acto locutivo es, al mismo tiempo y de forma

inmediata, realizar un acto ilocutivo (p. 98). El acto locutivo, o acto de decir algo, comprende a

su vez tres tipos de actos: fonético, fático y rético. El primero consiste en la emisión de sonidos,

lo que hacemos cuando hablamos, pero en cuanto acto no es aún habla; el segundo, el acto

fático, es la emisión de sonidos en conformidad con las estructuras lingüísticas de una lengua o

lenguaje; el acto rético es la emisión de sonidos provistos de significado, un significado que

puede incluir sentido, referencia y ambos (p. 93). Sin embargo, Austin no estudia con más

detalle de qué forma el sentido y la referencia están conectados con el habla, lo que deja en su

teoría un amplio campo de estudio indeterminado. Pero la conexión entre acto locutivo e

ilocutivo permite interpretar que, para Austin (y frente a la identificación que llevará a cabo

Searle posteriormente), el acto ilocutivo no podría identificarse con el acto de habla: este último

ha de estudiarse como “el acto de habla total, en la situación de habla total” y constituye el

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“único fenómeno real” (p. 148)3. Locutivo e ilocutivo son, por tanto, dos dimensiones de

análisis.

La falta de detalle en el análisis del acto locutivo se explica por la atención preeminente que

Austin dirige al acto ilocutivo. Una tesis fundamental de su teoría es que la fuerza que tiene el

habla para dar lugar a la realización de acciones se debe a la existencia de procedimientos

regulados, que incluyen la proferencia de determinadas palabras en un contexto apropiado,

donde tanto las circunstancias como las posiciones y roles de los participantes tienen que ser las

previstas por ese procedimiento. En razón de que ha de existir un procedimiento, la acción

resultante puede verse como un efecto convencional. Austin detalla un conjunto de reglas de

procedimiento de carácter general (1975: 14-15 y Lecture III), que es preciso ver como

formulaciones genéricas que habrían de concretarse después para cada tipo de acto de habla.

Estas reglas se organizan en tres grupos. El primero requieren que haya un procedimiento

convencional aceptado, que tenga un determinado efecto convencional, y que incluya la emisión

de determinadas palabras, por determinadas personas, en determinadas circunstancias (A.1); y,

así mismo, que en cada caso las personas y circunstancias sean las apropiadas para invocar el

procedimiento que se está haciendo entrar en juego (A.2). El segundo grupo requiere que el

procedimiento se lleve a cabo por parte de todas las personas participantes de forma correcta

(B.1) y completa (B.2). Estos dos grupos de condiciones tienen que ver, por tanto, con la

existencia y aplicación de un procedimiento convencional, conocido y aceptado, que incluye la

emisión de determinadas palabras en las circunstancias y por las personas apropiadas. El tercer

grupo de condiciones se refiere a las actitudes y estados psicológicos de los participantes, en

tanto en cuanto el procedimiento lo prevé. Cuando el procedimiento se haya establecido para el

uso de personas que presentan determinadas creencias o sentimientos, o para iniciar una

determinada conducta subsiguiente por parte de alguna de las personas participantes, estas

condiciones tienen que satisfacerse: quienes invocan el procedimiento tienen que tener las

creencias o sentimientos previstos, o la intención de conducirse como está previsto (.1), y han

de conducirse, subsiguientemente, de esa forma prevista (.2).

Importa prestar atención al distinto carácter de las condiciones A y B, por un lado, y las

condiciones por otro. En los dos primeros casos, incumplirlas da lugar a un acto nulo o vacío,

y el efecto convencional previsto no tiene efecto (Austin, 1975: 25); esta situación conlleva que

no pueda decirse que se ha realizado efectivamente un determinado acto de habla con una

determinada fuerza ilocutiva, un acto de habla calificable de satisfactorio, correctamente

realizado o exitoso. Austin habla de este tipo de fracaso o fallo como un desacierto (misfire). En

cambio, el incumplimiento de las reglas lleva a un abuso (abuse) del procedimiento, pero no

3 En lo sucesivo y salvo otra indicación, cuando haya citas directas o referencias directas al texto original

la traducción será mía (C.C.)

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necesariamente, o no en todos los casos, puede decirse que el acto ha resultado vacío o nulo. Se

trata de un acto de habla defectuoso que, sin embargo, puede haber dado lugar al efecto

convencional previsto. Este sería el caso, paradigmáticamente, de una promesa insincera o de

una afirmación tenida por falsa por quien la hace. Esta distinción entre dos tipos de fallo o de

infortunio va a cobrar relevancia cuando consideremos el modo en que Searle ha reformulado la

teoría y, así mismo, tiene particular incidencia a la hora de establecer una comparación con el

modo en que Grice incorpora la máxima de sinceridad en su propia propuesta.

También es importante observar que el contexto en el que se sitúa la realización de los actos

ilocutivos es el contexto objetivo, externo, del mundo social e intersubjetivo de quienes

participan en el intercambio comunicativo. Es en este contexto en el que las reglas de

procedimiento han de estar vigentes y donde el efecto convencional de los actos de habla tiene

lugar. En relación con el efecto que puede lograr un acto de habla, cuando este se ha realizado

de forma satisfactoria y con éxito, Austin diferencia tres aspectos: (1) el logro de lo que llama

uptake, es decir, de la aprehensión o comprensión del significado y la fuerza del acto de habla

por parte de la audiencia; (2) el tener efecto de una determinada forma, que hay que entender en

referencia al carácter convencional del efecto logrado; y, finalmente, (3) en algunos casos, el

acto de habla invita por convención a una determinada respuesta o seguimiento (pregunta-

respuesta, ofrecimiento-aceptación, etc.) que, de darse, supone un acto adicional por parte de

quien habla o de otra persona (Austin, 1975: 115-116). Austin enfatiza la diferencia que existe

entre estos tres tipos de efecto, que están constitutivamente vinculados al procedimiento

convencional, y lo que llama efecto perlocutivo, que no es convencional y puede verse como

una consecuencia (intencionada o no por quien habla) en el curso natural de acontecimientos.

La comprensión que Austin tiene del contexto de la interacción comunicativa, así como su

consideración del carácter convencional del efecto ilocutivo, contrasta marcadamente con el

enfoque de Grice.

4. H.P. Grice. Intenciones comunicativas y máximas de la conversación

El tratamiento de Grice del significado y la comunicación lingüística es muy distinto del de

Austin y es distinta también la noción de contexto que hace entrar en juego, que en su caso es el

contexto cognitivo de las creencias e intenciones de hablante y oyente. En su programa, se

propone ofrecer una definición precisa de la noción de significado en la que se muestre que no

se necesita apelar a ningún tipo de convenciones lingüísticas, y sí y sólo a nociones psicológicas

como las intenciones y creencias de quien habla (para que haya significado) o al reconocimiento

de estas intenciones y creencias por parte de quien escucha (para que haya éxito comunicativo).

Un segundo paso en el desarrollo del programa de Grice consistirá en el esfuerzo por mostrar

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que los significados lingüísticos (lingüísticamente codificados) son procedimientos

convencionales para expresar las intenciones comunicativas de quien habla. Y un interesante

tercer paso ofrecerá una explicación del modo en que la persona hablante puede comunicar

contenidos de significado que no están codificados en los significados de las palabras dichas.

En su artículo titulado Meaning ([1957] 1989a), Grice establece en primer lugar la distinción

entre significado natural y significado no natural (o significado-nn), para ofrecer una primera

aproximación de la segunda noción: “H significó-nn algo mediante x” es aproximadamente

equivalente a “H intentó que la proferencia de x tuviera algún efecto en la audiencia por medio

del reconocimiento de su intención”. Grice sugiere además que este significado ocasional del

hablante puede generalizarse y estabilizarse hasta cubrir casos de significados lingüísticos: “x

significa-nn (atemporalmente) tal-y-tal cosa” podría hacerse equivaler a un enunciado (o

disyunción de enunciados) acerca de lo que la gente intenta lograr mediante x (p. 220). Para

poder extender la noción de significado del hablante al significado lingüístico, Grice lleva a

cabo una construcción en la que trata de obtener el significado convencional atemporal de una

oración-tipo en términos de los significados ocasionales de las proferencias particulares (token)

de esa oración, es decir, a partir de lo significado intencionalmente por la persona hablante que

usa esa oración en un contexto particular de habla. De esta forma, la noción de significado

lingüístico de una oración-tipo quedaría explicada en términos de las intenciones comunicativas

concretas de sus hablantes en ocasiones concretas.

Esta sugerencia, que Grice intenta desarrollar en detalle introduciendo las nociones de

procedimiento convencional y repertorio de procedimientos ([1969] 1989c: 126), ha sido

posteriormente complementada mediante la noción de convención introducida por D. Lewis (en

su obra Convention, 1969), una noción definida únicamente en términos de actitudes

psicológicas y de reconocimiento de estas actitudes (Schiffer, 1972: 149 ss.) Cabe observar que

esta noción de convención se sitúa, por tanto, en un contexto cognitivo, de estados psicológicos,

que es preciso diferenciar del contexto social objetivo al que remite la noción de procedimiento

convencional en la propuesta de Austin.

En ensayos posteriores, Grice precisa y revisa su formulación inicial de la noción de significado

del hablante, para proponer una definición a partir de tres cláusulas que enuncian condiciones

necesarias y conjuntamente suficientes: “H significa algo con su proferencia de x” es

equivalente a que se cumpla lo siguiente: que H emita x con la intención (1) de inducir en su

audiencia A una determinada respuesta r, (2) de que A reconozca la intención (1) de H, y (3) de

que A reconozca que H tiene la intención de que el cumplimiento de (1) esté basado en el

cumplimiento de (2) (Grice, [1969] 1989c: 105). Se trata por tanto de un tipo de intención

reflexiva y compleja que, a partir de su propuesta, se denomina intención comunicativa o

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intención griceana. Importa tener en cuenta además que, puesto que las cláusulas conforman una

definición analítica (dan condiciones necesarias y conjuntamente suficientes), las

correspondientes intenciones han de considerarse constitutivas del significado de la persona

hablante.

Inicialmente ([1957) 1989a) Grice contemplaba, fundamentalmente, dos tipos de respuesta

inducida en A: una creencia (a través de proferencias de tipo indicativo) o una intención o

propósito (a través de proferencias de tipo imperativo). Mediante las proferencias de tipo

imperativo, el efecto intencionado por la persona hablante es que el auditorio tenga la intención

de hacer algo. En el caso de las de tipo indicativo, la intención atribuida a quien habla era,

inicialmente, la de inducir una creencia en el auditorio. Pero posteriormente Grice reformuló

esta intención como el intento de inducir en el auditorio la creencia de que quien habla tiene una

determinada creencia (Grice, [1968] 1989b: 122-123). Esta formulación es más genérica, pues

le permite incluir bajo las proferencias de tipo indicativo las que son casos de decir algo o

informativas, y también las que no tienen ese propósito. Esta revisión le permite también una

distinción adicional, entre proferencias de tipo indicativo exhibitivas y protrépticas. Mediante

las proferencias exhibitivas, la persona que habla tiene la intención de inducir la creencia de que

ella misma, quien habla, está en una determinada actitud proposicional. Mediante las

proferencias protrépticas, la persona hablante tiene la intención de inducir la correspondiente

actitud proposicional en su auditorio en virtud de inducir en él la creencia de que ella misma

está en una determinada actitud proposicional.

Es interesante darse cuenta de que con estas distinciones, si bien están inicialmente guiadas por

los modos oracionales y tienen un carácter esquemático, Grice está ofreciendo un tratamiento de

aspectos de la comunicación que pueden considerarse directamente relacionados con los actos

de habla y las fuerzas ilocutivas (cf. Green, 2014: sec. 5.3; y Kissine, 2009). Además, se ha

podido interpretar que es así en la medida en que estos aspectos tienen que ver con la

“invitación a una respuesta” que Austin consideraba un tercer efecto del acto ilocutivo (Sbisà,

2013: 51) En el caso de Grice, sin embargo, la respuesta invitada se refiere a reconocer los

estados psicológicos de la persona hablante. Este enfoque sugiere ya la posibilidad de un

desarrollo de la teoría de actos de habla que explique la fuerza ilocutiva en términos de las

intenciones comunicativas y de los estados psicológicos expresados. Como vamos a ver, este es

el enfoque que adoptan las propuestas de Strawson (1964), Shiffer (1972), Bach y Harnish

(1979) e incluso (con diferencias importantes) Searle (1969, 1979). En todos estos casos, cabe

valorar que la interacción comunicativa se basa en la expresión de estados psicológicos por

parte de la persona hablante y (cuando hay éxito comunicativo) en la captación inferencial de

estos estados por parte de su oyente o auditorio.

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Antes de prestar atención a las propuestas teóricas a que acabamos de referirnos, es preciso

recordar un segundo elemento componente de la propuesta original de Grice. En su

consideración, la comunicación es una actividad racional (de búsqueda de los recursos más

prometedores para el éxito comunicativo) y cooperativa: quienes participan en un intercambio

tratarán de que sus contribuciones sean, en cada etapa en que tengan lugar, las requeridas por el

propósito, dirección u orientación que han sido aceptados en común para ese intercambio

(Grice, [1975] 1989d: 26). Esta exigencia cobra la forma de un principio cooperativo que se

desarrolla, a su vez, mediante cuatro máximas de cantidad, cualidad, relación y modo. Estas

cuatro máximas conversacionales cumplen, para Grice, una doble función: con carácter general,

guían la conducta comunicativa de las personas que hablan, en la medida en que les pueden

permitir excluir posibles movimientos conversacionales por inadecuados (p. 26); y, más

específicamente, permiten obtener las implicaturas conversacionales, en tanto que contenido

intencionado por la persona hablante y que ella puede anticipar que su oyente inferirá con ayuda

de las máximas (pp. 30-31). En general, para quienes hayan aceptado los propósitos u objetivos

que, en la consideración de Grice, son centrales para la comunicación (como “dar y recibir

información, influir y ser influido por otros”, p. 30), los intercambios comunicativos serán

provechosos sólo bajo el presupuesto de que las personas participantes se conducen en general

de acuerdo con el principio cooperativo y las máximas conversacionales.

Esta consideración, relativa al modo en que las máximas contribuyen al carácter provechoso y

acorde a los fines del intercambio comunicativo, permite interpretar que, en tanto que estándares

normativos o reglas de uso, estas máximas cumplen una función regulativa (y no constitutiva)

del habla. El propio Grice parece confirmar esta interpretación, cuando observa: “He enunciado

mis máximas como si este propósito [al servicio del cual está el intercambio, CC] fuera un

intercambio de información máximamente efectivo; esta especificación es, por supuesto,

demasiado estrecha, y el esquema necesita generalizarse para permitir otros propósitos generales

como influir en o dirigir la acción de otros” (Grice, [1975] 1989d: 28) Las máximas, por tanto,

establecen criterios de máxima efectividad, ya sea para el intercambio de información o ya sea

para influir y mover a la acción de otras personas. Son, en ese sentido, reglas regulativas, como

algo distinto de las condiciones constitutivas del significado del hablante que, como hemos

visto, vienen determinadas por las intenciones comunicativas de la persona que habla. A su vez,

los significados lingüísticos, si bien son convencionales, pueden considerarse derivados de esas

condiciones.

5. Reglas constitutivas e intenciones comunicativas. John Searle

John Searle (1969, 1979) se propone desarrollar y mejorar la teoría de actos de habla iniciada

por Austin. En el planteamiento general con el que hemos iniciado este trabajo, señalábamos

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que en el tratamiento de los actos de habla es posible encontrar dos grandes líneas de teorización

y análisis, que caracterizábamos como aproximaciones convencionalista e intencionalista. En el

caso de Searle encontramos una posición convencionalista (en la medida en que hace depender

la fuerza ilocutiva de la existencia de sistemas de reglas constitutivas subyacentes al habla) que

es al mismo tiempo intencionalista e internista (pues hace depender las condiciones y reglas

esenciales de cada tipo de ilocución de las intenciones y otros estados psicológicos de la persona

hablante, que son los que dan contenido a las condiciones y reglas). Tiene interés por tanto

recordar brevemente las principales tesis de su propuesta teórica, con el fin de poder obtener

alguna conclusión respecto al modelo de interacción comunicativa resultante.

Searle considera que Austin ha tenido en cuenta paradigmáticamente actos de habla

institucionalmente ligados, lo que no puede generalizarse al conjunto de los actos de habla tal y

como tienen lugar en contextos comunicativos informales y conversacionales. Su propuesta

teórica pretende tener esa generalidad, y para ello Searle comienza estableciendo una tesis

central: la tesis de que al habla le subyacen sistemas de reglas constitutivas, de forma que son

estas reglas las que hacen posible que por medio de una proferencia lingüística se realice una

acción (Searle, 1969: 12). El punto de partida de Searle es una caracterización de la noción de

regla constitutiva (que toma de J. Rawls) de acuerdo con la cual este tipo de reglas dan lugar a

nuevas formas de actividad, por contraposición con las reglas meramente regulativas que

regulan formas preexistentes de conducta (pp. 33-34). Como paso previo, Searle analiza el acto

de habla en contexto como integrado por dos niveles: el nivel del contenido proposicional, y el

nivel de la fuerza ilocutiva (pp. 30-31). Con ello, está alejándose del análisis de Austin en

términos de acto locutivo y acto ilocutivo, y está introduciendo un punto de vista según el cual

el acto de habla puede identificarse con el acto ilocutivo, en la medida en que la expresión de

un contenido proposicional no puede darse sin su inclusión en un acto ilocutivo completo. El

acto locutivo en el sentido de Austin queda reemplazado así por el acto de expresar un

contenido proposicional (lo que incluye los actos de referir y predicar), con lo que queda

reducido a expresión de un contenido veritativo-funcional.

Searle conduce su investigación del acto ilocutivo centrándose en un tipo de acto de habla bien

tipificado, el acto de prometer, para extenderlo después a otros actos de habla. Enfoca su

investigación como una búsqueda de condiciones necesarias y conjuntamente suficientes para el

uso del indicador de la fuerza (el prefijo realizativo4 en los casos explícitos), a partir de las

4 Austin había dado el nombre de fórmula realizativa (1975: 71) a expresiones lingüísticas que incluyen

un verbo realizativo en primera persona del singular, presente de indicativo, voz activa. Es decir, se trata

de formas del tipo “[Yo] prometo que p”, “[Yo] afirmo que p”, etc. Esta forma es la que se denomina

también prefijo realizativo, y el acto de habla explícito, que incluye la fórmula realizativa, se denomina

también realizativo (performative). Searle habla del indicador de la fuerza ilocutiva (illocutionary force

indicator) (1969: 30) En general, se acepta que no todos los actos de habla necesitan ser explícitos, y con

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cuales después formulará las reglas constitutivas. El conjunto de condiciones para la promesa

incluyen: condiciones de inteligibilidad y comprensión lingüísticas, condiciones relativas al

contenido proposicional del acto de habla (se expresa una proposición en la que se predica una

acción futura de la persona hablante), condiciones generales de contexto (relativas a estados

psicológicos, como creencias y preferencias, por parte de hablante y oyente), una condición de

sinceridad (que la persona hablante tenga la intención de hacer lo que promete), una condición

esencial: que la persona hablante tenga la intención de que su proferencia le ponga bajo la

obligación de hacer lo prometido, y la condición griceana revisada de que la persona hablante

tenga la intención comunicativa de inducir en su oyente el reconocimiento de esa intención

esencial, y de que ese reconocimiento tenga lugar en virtud de su conocimiento del significado

de la proferencia (Searle, 1969: 57-61).

La regla esencial se obtiene a partir de la condición esencial, y se formula como una regla

semántica para el empleo correcto del indicador de la fuerza: la proferencia de “[Yo] prometo

que p” cuenta como asumir la obligación de hacer lo enunciado en p (p. 63). En general, la regla

esencial para otros tipos de actos de habla identificados por Searle se enuncia a partir de la

fórmula “X cuenta como Y”, donde el contenido de la regla se ha obtenido previamente a partir

de una condición esencial relativa a la intención de la persona hablante de realizar ese tipo de

acto de habla. Esto se hace explícito en su ensayo A taxonomy of illocutionary acts ([1975]

1979a), donde Searle propone tres criterios fundamentales para su clasificación y otros

adicionales que han de permitir distinciones más finas dentro de cada tipo. Los tres criterios: el

propósito u objeto ilocutivo, la dirección de ajuste entre palabras y mundo, y el estado

psicológico expresado, corresponden a las condiciones esencial, de contenido proposicional y de

sinceridad (respectivamente). En el caso del propósito ilocutivo, Searle indica que proporciona

el mejor criterio para su clasificación. Así, un acto de habla aseverativo tiene como propósito

ilocutivo comprometer a la persona hablante (en distintos grados) con que algo es el caso, con la

verdad de la proposición aseverada; un acto de habla directivo tiene como propósito que es un

intento (en distintos grados) de lograr que la persona oyente haga algo; los actos compromisivos

tienen el propósito ilocutivo de comprometer a la persona hablante a hacer algo; los actos

expresivos tienen como propósito expresar los estados psicológicos de la persona hablante;

finalmente, las declaraciones o actos de habla declarativos se caracterizan por estar

institucionalmente situados, y la realización con éxito de uno de estos actos determina que se

establezca una correspondencia entre el contenido proposicional del acto y el mundo (pp. 12-

20).

frecuencia no lo son. Así mismo, se considera que, además del prefijo realizativo, otros marcadores de la

fuerza pueden contribuir a informar del modo en que la persona hablante presenta su acto de habla (como

el modo gramatical, la entonación, etc.) (cf. Green, 2014)

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Desde el punto de vista del modelo de interacción comunicativa resultante, importa observar

que Searle ha presentado estos tres criterios fundamentales como criterios en correspondencia

con condiciones necesarias para la realización con éxito del acto de habla. Entre estas

condiciones se incluye, además, la condición revisada griceana de que la persona hablante ha de

tener la intención de realizar el acto ilocutivo que realiza, y de que esta intención sea

reconocida. Los medios para este reconocimiento son convencionales para Searle: incluyen el

uso de los significados lingüísticos, y así mismo el conocimiento previo de las reglas

constitutivas que se han obtenido a partir de condiciones necesarias y suficientes. Sin embargo,

es preciso examinar con más detalle si el efecto ilocutivo en el sentido de Searle es un efecto

convencional en el sentido de Austin.

Por una parte, como acabamos de ver, en el modelo de Searle realizar un acto de habla

satisfactoriamente y con éxito incluye la condición necesario de que la persona hablante tenga la

intención comunicativa de producir la captación o comprensión (uptake) de su auditorio. Por

otra parte, Searle afirma que sólo puede tenerse este tipo de intención sobre un trasfondo de

reglas constitutivas que, conjuntamente, definen el efecto institucional del acto. Por esta razón,

la intención de lograr la comprensión del auditorio va unida a la intención reflexiva de que esta

comprensión se logre en virtud del conocimiento que tiene el auditorio de que la proferencia (al

menos, una parte de ella, la que corresponde a los elementos indicadores de la fuerza) está

gobernada por determinadas reglas (Searle, 1969: 50) En relación con estos efectos, Searle

habla de hechos institucionales, que considera equivalentes a sistemas de reglas constitutivas de

la forma “X cuenta como Y en el contexto C”. Para poder dar cuenta de estos hechos, Searle ha

desarrollado una ontología de hechos institucionales en términos de aceptación colectiva

(Searle, 2005 y 2010). Defiende que estas instituciones humanas hacen posible la creación de

poderes normativos como como obligaciones y deberes, permisos y derechos, etc. Al apelar a

una noción de aceptación colectiva que no es reducible a otras, Searle ha tratado de mantener su

propuesta en un marco naturalista.

A esta posición, sin embargo, se le han podido formular objeciones. Desde el punto de vista de

la discusión que mantenemos, y que atiende principalmente a la interacción comunicativa,

Witek (2013: 138) ha objetado que la teoría de las reglas constitutivas puede utilizarse para dar

cuenta de una reducida clase de actos ilocutivos convencionales, aquellos que forman parte de

prácticas convencionalizadas o institucionalizadas; pero la mayor parte de los actos ilocutivos

son indirectos y, como tales, no pueden retrotraerse a reglas del tipo “X cuenta como Y en el

contexto C”. Searle ha ofrecido una explicación de los actos de habla indirectos en términos

inferenciales (Searle, [1975] 1979b) Sin embargo, la objeción de Witek tiene en cuenta que, si

bien algunos actos de habla son convencionales porque se realizan por medios convencionales,

todos los actos de habla tienen un efecto convencional en el sentido de Austin, es decir, son

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convencionales porque sus efectos dan lugar a cambios en el mundo social y humano que

existen en la medida en que se aceptan en cuanto tales por parte de las personas que interactúan.

En la discusión de este punto es relevante también tener en cuenta que, en el caso particular de

actos de habla explícitos, Searle consideró inicialmente (1969) que la forma realizativa “[Yo]

prometo que p” hacía explícita la fuerza de la proferencia. Green (2014: sec. 2.3) observa

críticamente que esta consideración parecería caracterizar un estado de cosas independiente, y

de ese modo la explicación de Searle parecía presuponer que quienes hablan “pueden dar a sus

palabras la fuerza de una degradación o una excomunión”; pero esto era, precisamente, lo que

había que explicar. En trabajos posteriores, Searle y Vanderveken (1985) caracterizaron a los

actos de habla explícitos (o realizativos) como declaraciones o actos declarativos. Finalmente,

Searle (1989) ha replanteado el problema como una pregunta por el modo en que determinadas

proferencias adquieren la fuerza de declaraciones, para defender que, cuando la persona

hablante emite una proferencia con un prefijo realizativo, está manifestando su intención de

realizar un acto de un tipo determinado; y ha considerado que manifestar la intención de realizar

un acto de habla es condición suficiente para la realización de ese acto, pues, si el resto de las

condiciones del acto de habla se satisfacen, “la intención manifestada es constitutiva de esa

fuerza” (Searle, 1989: 556), sin requerir otro efecto que el reconocimiento de la audiencia.

Recapitulando, en el modelo de Searle, en la realización de un acto ilocutivo es condición

necesaria que la persona hablante tenga la intención de producir un determinado efecto

mediante el reconocimiento, por parte de su oyente, de que tiene esa intención de producir ese

efecto; y, si está usando las palabras literalmente, ha de tener la intención adicional de que el

reconocimiento de su oyente se logre en virtud del hecho de que las reglas para el uso de la

expresión lingüística que ha emitido asocian, convencionalmente, esa expresión con ese efecto

(Searle, ([1975] 1979a: 45). Por tanto, el éxito ilocutivo está determinado por que la persona

hablante tenga la intención de realizar un acto de habla de un determinado tipo, y por que logre

realizar su intención de que su oyente reconozca su intención de realizar ese acto de habla, con

un determinado significado y fuerza. Los medios o instrumentos son convencionales, pero no en

todos los casos el efecto ilocutivo. En este sentido, el modelo comunicativo de Searle es, como

anticipábamos, convencional en cuanto al procedimiento, pero internista: el contenido de las

reglas constitutivas remite a las actitudes y, en particular, las intenciones de la persona hablante.

Esta posición es diferente de la línea de tratamiento de las fuerzas ilocutivas que han seguido

otros modelos de enfoque griceano, donde el acto ilocutivo se hace equivaler a la expresión

(con una intención reflexiva y compleja) de determinados estados psicológicos, y el éxito

comunicativo depende del reconocimiento de estos estados y actitudes. Estas propuestas

adoptan un enfoque fundamentalmente inferencialista para explicar la comunicación. A

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continuación vamos a ver los principales elementos de algunas de ellas, por su relevancia y

vigencia en el marco de los debates recientes.

6. La aproximación intencionalista a los actos de habla

6.1. Intenciones comunicativas y convenciones. Uptake en los actos de habla no esencialmente

convencionales

En su ensayo Intention and convention in speech acts (1964), Strawson cuestiona la tesis de

Austin según la cual el acto ilocutivo era un acto realizado en conformidad con un

procedimiento convencional y cuyo efecto era así mismo convencional. Utilizando el ejemplo

de las advertencias (como la proferencia “El hielo ahí es muy fino”, emitida en circunstancias

apropiadas), argumenta que, si bien todo acto de habla ha de conformarse a las convenciones

lingüísticas, no necesariamente a todo acto de habla le subyace un procedimiento convencional

(distinto de esas convenciones) al cual ha de conformarse y del que depende su efecto

(Strawson, 1964: 443). Propone, frente a Austin, diferenciar dos tipos de actos de habla: los

esencialmente y los no esencialmente convencionales. Los primeros corresponderían a actos de

habla del tipo de los estudiados por Austin. Están ejemplificados por la sentencia judicial o

arbitral, la legación testamentaria o el nombramiento para un cargo. Estos actos no tendrían

existencia fuera de los procedimientos o las prácticas de los que forman esencialmente parte, y

que están a su vez gobernados por reglas o convenciones (p. 457).

En contraposición, los actos de habla no esencialmente convencionales no requieren de otras

convenciones distintas de las propias convenciones lingüísticas. El acto puede considerarse

realizado siempre que se logre el primero de los efectos identificados por Austin: el

aseguramiento de la comprensión (uptake) del significado y la fuerza de esa proferencia. En

estos casos, el acto de habla no es, esencialmente, un acto convencional, un acto realizado

conforme a una convención (1964: 456). En estos actos no esencialmente convencionales,

Strawson admite que podría decirse que son convencionales los recursos empleados para su

realización, en la medida en que hayan de entrar en juego las convenciones lingüísticas. Pero

rechaza considerarlos esencialmente convencionales, podemos interpretarlo así, porque no hay

un procedimiento convencional que tenga un efecto convencional, en el sentido del segundo de

los efectos indicados por Austin.

En el caso de estos actos de habla no esencialmente convencionales, Strawson apela a Grice

para defender que, para que se logre la comprensión o captación (uptake) del significado y la

fuerza del acto de habla, es condición necesaria “que la audiencia le considere [al hablante, CC],

al emitir su proferencia, en posesión de una intención compleja de un tipo determinado, a saber,

la intención de que la audiencia reconozca (y reconozca la intención de que se reconozca) su

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intención de inducir una determinada respuesta en la audiencia” (1964: 454). Con esta

aproximación, Strawson está aplicando la definición de Grice de significado del hablante, y

haciendo equivaler el efecto del acto de habla (en estos casos no esencialmente convencionales)

al logro de la comprensión (uptake) así analizada. A su vez, para la suficiencia de las

intenciones comunicativas en la producción del uptake Strawson considera preciso modificar en

parte la definición original, añadiendo una cuarta cláusula que exige reflexividad también en

relación con la tercera. En última instancia, este requisito ha podido formularse como una

exigencia de transparencia de intenciones o conocimiento mutuo (common knowledge) en un

sentido fuerte (cf. Schiffer, 1972). Pero para nuestro objetivo de considerar el modelo de

interacción comunicativa resultante, es importante tener en cuenta que, para Strawson, en el

caso de los actos de habla no esencialmente convencionales el acto de comunicación se realiza,

tiene efecto, siempre que la comprensión (uptake) se haya podido asegurar, es decir, siempre la

proferencia se haya podido considerar emitida con la intención abierta y compleja con la cual se

ha emitido.

En la interacción comunicativa, esto tiene consecuencias importantes para el tipo de

responsabilidad que cabe atribuir a la persona hablante en cada uno de los dos tipos de actos

considerados, unas consecuencias que Strawson mismo señala. En los dos tipos de actos, la

persona hablante se hace responsable de haber manifestado abiertamente sus intenciones. En el

caso de los actos de habla realizados conforme a un procedimiento convencional, la persona que

ha empleado explícitamente la expresión realizativa correspondiente también resulta

responsable del efecto convencional al que el procedimiento convencional dé lugar. Sin

embargo, en el caso de los actos no esencialmente convencionales, la persona que habla no

puede considerarse responsable del efecto al que su acto de habla haya dado lugar. Strawson

argumenta que, en estos casos, no hay condiciones que garanticen de manera convencional la

efectividad de esa intención abierta que tiene la persona que habla: “Que sea efectiva o no es

algo que depende de [rests with] su auditorio” (1964: 459). Aunque Strawson no detalla más el

alcance de esta reflexión, cabe tratar de verla ejemplificada en dos ejemplos concretos. Una

sentencia judicial hace a la magistratura responsable no sólo de su veredicto, sino también de las

consecuencias que se sigan de él en el contexto jurídico y social. Una recomendación informal

hace a quien la emite responsable de sus intenciones manifiestas, incluida la intención de

orientar de una manera determinada la conducta de su oyente; pero su responsabilidad no

alcanza, en la consideración de Strawson, la efectividad de la recomendación, la influencia

efectiva que esta tiene en el oyente.

Esta consideración, que sin duda es consecuente con el análisis griceano de la fuerza que

Strawson ha introducido, tiene incidencia también cuando se consideran otros usos del lenguaje.

J. Hornsby (2003) ha observado que, en el caso del lenguaje del odio (un lenguaje dirigido a

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transmitir odio o desprecio de una forma visceral y directa), los defensores de una libertad de

expresión irrestricta alegan la falta de responsabilidad de quien habla con respecto a los efectos

negativos que este lenguaje puede tener en la persona destinataria; de acuerdo con esta tesis, los

efectos de las palabras de la persona hablante están mediados por la psicología de su oyente, lo

que no permite hacer a quien habla responsable de esos efectos. Esta cuestión está conectada en

general con las consecuencias interpersonales y sociales de los actos de habla en tanto que

acciones, y tiene relación también con el fenómeno que se conoce como silenciamiento

ilocutivo5.

6.2. El acto ilocutivo como expresión de una actitud. Un modelo griceano del intercambio

comunicativo

Como acabamos de ver, Strawson inicia un tratamiento griceano del acto ilocutivo. De acuerdo

con su análisis, la fuerza ilocutiva de una proferencia es esencialmente un elemento componente

del significado del hablante, que quien habla tiene la intención de que se capte o comprenda. Y

la captación de la fuerza de una proferencia necesita, en todos los casos, del reconocimiento de

una intención dirigida al auditorio y del reconocimiento de esta intención como una intención

abierta, que la persona que habla tiene la intención de que se reconozca.

Este enfoque griceano en el tratamiento del acto ilocutivo fue proseguido después por K. Bach y

R.M. Harnish. En Linguistic communication and speech acts (1979) proponen un modelo

inferencial de la comunicación, en cuyo marco elaboran una concepción del acto ilocutivo en

tanto que acto realizado con la intención de que el auditorio identifique el acto mismo que se

está realizando, y consideran que el éxito comunicativo requiere que esta intención se satisfaga.

A partir de un análisis del proceso inferencial de producción y comprensión de los actos de

habla, que se inicia con la proferencia de una expresión lingüística, proponen un esquema del

acto de habla (SAS por sus siglas en inglés) que incluye tanto el acto ilocutivo como el acto

locutivo en el sentido de Austin. Para su análisis, introducen también la noción de creencias

contextuales recíprocas (mutual contextual beliefs, 1979: 5-6), entendidas como creencias

relevantes en el contexto que las personas participantes han de poder atribuirse mutuamente, y

atribuirse que se atribuyen. Así mismo, enuncian dos principios que forman parte del SAS: la

presunción lingüística (LP) y la presunción comunicativa (CP). LP introduce la creencia mutua

de que se comparte el lenguaje o la lengua empleados; CP exige la creencia recíproca de que,

5 Aunque la discusión en torno al problema del silenciamiento ilocutivo (illocutionary silencing) tiene una

importancia e interés extraordinarios, no será posible abordarla aquí. Se ha estudiado en relación con la

pornografía, y también en general en relación con formas de opresión por motivos de raza, de género y

otras. Pueden tenerse en cuenta varios trabajos, entre los que cabe citar: McKinnon (1993), Hornsby and

Langton (1998), McGowan (2009) y Anderson, Haslanger y Langton (2012).

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siempre que la persona hablante dice algo a su oyente, lo está haciendo con alguna intención

ilocutiva reconocible.

A partir de estos elementos, Bach y Harnish caracterizan el acto de habla como un proceso

inferencial en cuatro pasos, que la persona hablante tiene la intención de que su oyente lleve a

cabo (pp. 20-24). El primer paso (L1) incluye la proferencia de una expresión lingüística e por

parte de la persona hablante, y requiere de su oyente el reconocimiento de que la hablante ha

emitido una determinada expresión lingüística. El segundo paso (L2) requiere que la persona

oyente determine lo que la hablante ha significado mediante e, lo que puede incluir procesos de

desambiguación y, en general, supone dar un significado a la proferencia seleccionando, en ese

contexto, uno de los posibles significados que esa expresión lingüística puede tener en el

lenguaje o lengua a la que pertenece. Bach y Harnish llaman a este significado el significado

operativo de e. El tercer paso en el proceso inferencial intencionado (L3) debe conducir desde el

significado operativo de e a lo que la persona hablante está diciendo a su oyente. Este tercer

nivel corresponde, de acuerdo con la declaración de los autores, al nivel del acto locutivo en el

sentido de Austin.

Importa observar aquí que para Bach y Harnish algunos marcadores de la fuerza típicos, como

el modo oracional y el tipo de oración, o el verbo realizativo (en los casos explícitos y literales),

forman parte del acto locutivo. Este tratamiento aproxima, efectivamente, el análisis de Bach y

Harnish a la noción de Austin, y les aleja de Grice. Puede recordarse que, para Grice, la noción

de lo que se dice (what is said), en tanto que contenido proposicional, se identificaba con el

contenido semántico veritativo-funcional (cf. [1975] 1989d). Sin embargo, como vamos a ver a

continuación, el tratamiento de Bach y Harnish del acto ilocutivo les aleja de Austin y les sitúa

en el marco de la teoría de la comunicación de Grice. Ello va a permitir poner de manifiesto

algunas dificultades de su planteamiento.

Pues un cuarto paso en el proceso inferencial de la comunicación (L4), en tanto que

intencionado por la persona hablante, es el que ha de conducir al acto ilocutivo. Bach y Harnish

consideran que un acto ilocutivo tiene éxito si la intención comunicativa de la persona hablante

es reconocida por su oyente. Entienden las intenciones comunicativas como intenciones

reflexivas y complejas de tipo griceano y, si bien consideran que la explicación original de

Grice no ha tenido suficientemente en cuenta el papel de la presunción comunicativa (CP)

cuando la comunicación es lingüística, asumen que el efecto ilocutivo consiste en el

reconocimiento de la intención comunicativa reflexiva y compleja, de tipo griceano, que tiene

la persona hablante de producir ese efecto (1979: 14-15). El contenido de la intención

comunicativa, a su vez, es el pensamiento, la intención, el deseo o en general la actitud o estado

psicológico que resulta expresado; pues comunicar consiste en expresar una actitud. Definen

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esta noción del siguiente modo: que H (la persona hablante) exprese una actitud consiste en que

H tenga la intención reflexiva de que su oyente tome la proferencia de H como una razón para

creer que H tiene esa actitud (cf. p. 15).

A partir de estas tesis centrales, diferencian los actos ilocutivos literales (1979: 10-11, 60-65) de

los no-literales (pp. 65 ss.), elaborando la idea de que el prefijo realizativo se genera como una

forma estandarizada de dar expresión a determinadas intenciones comunicativas griceanas

expresadas mediante esa forma lingüística (pp. 191-195). Diferencian además dos grandes tipos

de actos ilocutivos, los convencionales y los comunicativos. En el caso de los actos ilocutivos

convencionales, su producción y captación no se ajusta al esquema SAS, sino a la expresión de

una intención convencional cuya satisfacción sólo depende de que el acto sea conforme a una

convención (pp. 108 ss.) En contraste, los actos ilocutivos comunicativos, que responden al

esquema SAS y al análisis que los autores han presentado, pueden clasificarse a su vez teniendo

en cuenta el tipo de estado mental o actitud expresados (pp. 39 ss.).

Desde el punto de vista de la interacción comunicativa, por tanto, realizar un acto ilocutivo

consiste en emitir una proferencia lingüística con una determinada intención comunicativa y

expresando una actitud. En el caso de los actos ilocutivos comunicativos, no hay ningún efecto

convencional que haya de tenerse en cuenta, más allá de que la actitud se haya expresado del

modo apropiado. El reconocimiento por parte del auditorio de la actitud expresada, unido al

reconocimiento de la intención comunicativa que acompaña a esa expresión, es lo que determina

el éxito comunicativo. Esta concepción, como ya hemos visto también en el caso de Searle,

contrasta marcadamente con el punto de vista de Austin, para quien el acto ilocutivo sólo se

podía considerar logrado si daba lugar a un efecto convencional conforme al procedimiento

seguido. No sólo los medios, sino también el efecto había de ser considerado convencional. De

este modo, el contexto en el que se sitúan las acciones que resultan de los actos de habla

pertenecen para Austin al contexto social objetivo y tienen efecto sobre él; en el caso de Bach y

Harnish, el contexto en el que se sitúa el efecto ilocutivo es el contexto cognitivo de estados

psicológicos (creencias, intenciones y otros) de las personas interlocutoras.

6.3. Otros modelos de la comunicación de enfoque griceano

Una propuesta teórica muy influyente en el ámbito del estudio de la comunicación es la Teoría

de la Relevancia, propuesta originalmente por D. Sperber y D. Wilson en Relevance:

Communication and Cognition ([1986] 1995) y proseguida en un gran número de trabajos

posteriores. Su teoría de la comunicación se sitúa en el ámbito de la pragmática cognitiva de

tradición griceana para revisar críticamente el modelo de Grice y defender, con carácter general,

que la comunicación humana es una actividad inferencial basada en la expresión y el

reconocimiento de intenciones, que se orienta por la búsqueda de relevancia óptima. A su vez, el

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concepto de relevancia se entiende, para un individuo, como una relación de equilibrio entre los

efectos cognitivos positivos que genera un input (i.e. una manifestación ostensiva, que en la

comunicación lingüística será típicamente una proferencia de la persona hablante) y el esfuerzo

de procesamiento que requiere su interpretación (cf. Wilson y Sperber, 2004: 252). Asumiendo

que todo estímulo ostensivo comunica, al mismo tiempo, su propia relevancia óptima (esto es lo

que establece el principio comunicativo de relevancia), el proceso de comunicación lingüística

requiere que la persona hablante tenga la intención de comunicar un contenido, y tenga la

intención de que su oyente reconozca esta intención; el éxito comunicativo dependerá de que su

oyente, guiándose por la búsqueda de relevancia (más los significados lingüísticos y la

información contextual disponible), pueda identificar esas intenciones. El contenido

explícitamente comunicado, o explicatura, será una proposición comunicada (con condiciones

de verdad completas) que la persona oyente ha podido recuperar a partir de una combinación de

decodificación (del significado codificado lingüísticamente con la forma lógica y el léxico) más

esfuerzo inferencial (2004: 260, n.15). Esta caracterización básica del proceso de la

comunicación lingüística se refiere, por tanto, a la comunicación de una proposición completa,

que corresponde a la noción de lo que se dice y está también en correspondencia con el acto

locutivo.

Si quisiéramos encontrar una explicación de cómo tiene lugar la comunicación de la fuerza

ilocutiva (en el sentido de Austin o Searle), cabe constatar que tampoco el acto de habla puede

considerarse una acción que tenga un efecto convencional. En general, el acto de habla se

caracteriza siempre como la comunicación de una proposición, donde el contenido

proposicional comunicado en un nivel básico aparece integrado en una explicatura de segundo

orden, la cual a su vez aclara o especifica el modo en que el contenido de primer nivel se

presenta o califica. Para ver esto con más claridad, en el caso de la proferencia de una oración

en modo imperativo, lo que el modo imperativo comunica es “una explicatura que describe un

determinado estado de cosas como siendo, al mismo tiempo, alcanzable (o ‘potencial’) y

deseable (hasta cierto grado x), para hablante u oyente o, quizá, para una tercera persona

destacada [en ese contexto, CC]” (Carston, 2002: 120). El contenido que queda indeterminado

ha de determinarse pragmáticamente en el contexto dado. Así, por ejemplo, la emisión de una

proferencia como “Ve a comprar leche” por parte de la persona hablante (H) dirigida a su

oyente (O) puede estar comunicando alguna de las siguientes proposiciones: “H está diciendo a

O que vaya a comprar leche”, o bien “Es moderadamente deseable para H (y alcanzable) que O

vaya a comprar leche”, o “H está pidiendo a O que vaya a comprar leche” (ibíd.) Importa

observar que, con este tipo de análisis, la comunicación consiste siempre en comunicar una

proposición, que puede ponerse en correspondencia con una declaración de tipo enunciativo.

Con ello, el efecto que tenga el habla en ese contexto ha de permanecer como algo externo a la

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comunicación misma. La interacción comunicativa, a su vez, es una cuestión de comunicación

de intenciones (reflexivas y complejas de tipo griceano) y de captación o comprensión de esas

intenciones.

Otras posiciones teóricas con un enfoque inferencial y griceano de la comunicación presentan

consecuencias similares para la interacción comunicativa. El contextualismo más reciente

(Carston, 2002; Recanati, 20404 y 2010) estudia la comunicación como comunicación de una

proposición, que puede identificarse con el contenido de lo dicho (what is said). Pero no

identifica esta proposición comunicada con el contenido proposicional de la proferencia en tanto

que acto de habla literal y explícito (lo que Searle podía hacer a partir del principio de

expresabilidad6). El contextualismo asume la tesis (que también es posible encontrar, en una

versión más moderada, en la teoría de la relevancia original de Wilson y Sperber) de la

infradeterminación semántica (cf. Carston, 2002: cap. 1; Recanati, 2004: cap. 4.3). De acuerdo

con esta tesis, el significado lingüísticamente codificado en la forma lógica de la oración

empleada en un contexto de habla no comunica, por lo general, un contenido proposicional

completo con condiciones de verdad completas. Por ello, la recuperación de la proposición

completa que la persona hablante tiene la intención de comunicar (la cual puede incluir

explicaturas de segundo orden, en el sentido más arriba visto) requiere de un esfuerzo

inferencial por parte de su oyente que complete ese contenido proposicional con condiciones de

verdad completas.

Desde el punto de vista de la atención al intercambio comunicativo, tiene interés tener en cuenta

una tesis formulada por Recanati a la que denomina el principio de disponibilidad (availability

principle). De acuerdo con este principio, lo que se dice al proferir una oración debe analizarse

en conformidad con las intuiciones que comparten aquellos que entienden completamente la

proferencia, típicamente hablante y oyente, en un contexto conversacional normal (Recanati,

2004: 154). Esto entraña que, a pesar de que la noción de lo que se dice procede de la

concepción intencionalista de Grice, para Recanati esta noción ha de remitirse a las intenciones

públicamente reconocibles de la persona hablante. Con ello, en la propuesta de Recanati (que

presenta como una pragmática de las condiciones de verdad), son las intuiciones que pueden

atribuirse a hablantes competentes las que proporcionan la información empírica relativa a las

condiciones de verdad de las proferencias en contexto, las cuales la teoría tiene que poder

acomodar.

6 Searle enuncia el principio de expresabilidad al asumir que “lo que puede quererse significar [be meant]

puede decirse” (1969: 19 y ss.) Este principio ha sido puesto en cuestión, precisamente, por la pragmática

de orientación griceana y, en particular, el contextualismo. V. e.g. Recanati, 2003.

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20

No obstante lo anterior, el conjunto de propuestas teóricas que hemos tomado en consideración

comparten un enfoque intencionalista que puede considerarse sujeto, conjuntamente, a algunas

objeciones.

7. Algunas objeciones a la aproximación intencionalista

Como hemos estado viendo, la noción de Grice de significado del hablante ([1957] 1989a) se

articula y define a partir de la intención de inducir una determinada respuesta en el auditorio

(cambio en sus creencias o en sus intenciones o propósitos). En la teoría original de Austin, un

efecto inducido de este tipo (sobre los estados psicológicos del auditorio) se conceptualizaba

como efecto perlocutivo. En la medida en que esta misma noción griceana de significado del

hablante permite explicar aspectos de la ilocución (pues permite diferenciar modos de la

comunicación, vinculados al uso de los distintos modos oracionales), puede considerarse que, en

el modelo de Grice, la explicación de la fuerza ilocutiva depende conceptualmente del efecto

perlocutivo del habla. Este mismo enfoque estaría presente en otros tratamientos de tipo

griceano. En el modelo de Bach y Harnish, en cambio, el único efecto ilocutivo reconocido

como tal es el de inducir la comprensión (uptake) por parte del auditorio, es decir, el efecto

ilocutivo se identifica con la captación del significado y la fuerza intencionados por quien hace

la proferencia. Cualquier efecto convencional que el acto de habla pueda tener,

consiguientemente, ha de tipificarse como efecto perlocutivo. De este modo, el modelo se aleja

también de la idea original de Austin. Lo mismo ocurre en el caso de la teoría de la relevancia y

el contextualismo, donde la comunicación se explica primariamente como expresión y

transferencia de contenidos, que incluyen la proposición comunicada (explicatura, lo que se

dice) y otras proposiciones que pueden comunicarse en tanto que significado del hablante que se

comunica y recupera inferencialmente.

Desde el ámbito del análisis del discurso, M. Haugh ha discutido los problemas que surgen

cuando se trata de incorporar la noción de intenciones comunicativas griceanas para explicar

datos empíricos relativos a interacciones comunicativas reales. Identifica tres usos de la noción

de intención en pragmática. El primero, operativo en la noción de significado del hablante de

Grice, serviría para analizar esa noción sin que conlleve un compromiso con su realidad

psicológica, y en ese sentido podría verse como un constructo teórico. El segundo uso de la

noción de intención sería específicamente cognitivo, y estaría operativo como constructo

analítico en las explicaciones teóricas de los procesos cognitivos que acompañan a la

interacción comunicativa. Haugh defiende un tercer uso de la noción, que tiene carácter

normativo y no es reducible a los otros dos: se trata de un constructo discursivo, que resulta de

la propia interacción comunicativa cuando las personas que interactúan se vuelven

evaluativamente sobre las implicaciones de lo que la persona hablante está diciendo o haciendo

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a través de lo que dice (Haugh, 2012: 168, 2013: 42). Esta noción normativa de intención se

introduce cuando el análisis de la interacción se centra, desde el punto de vista de quienes

interactúan, en aquello a lo que la persona hablante se está comprometiendo, o puede

considerarse que se está comprometiendo, en la interacción.

La noción discursiva de intención, en tanto que noción normativa, se pone de manifiesto en

particular en casos en los que el auditorio considera responsable a la persona hablante por un

significado que cabe atribuir a sus palabras en un contexto particular, aunque ese significado no

corresponda, o no plenamente, con las intenciones comunicativas de la hablante7. Esta noción

normativa se ha podido tratar en términos de significado conjunto (Carassa y Colombetti, 2011)

o introduciendo una noción de significado del hablante revisada (Haugh, 2013). En todos los

casos, se entiende que esta noción normativa de significado, más allá de las intenciones

comunicativas individuales, sólo puede aclararse si se tiene en cuenta el modo en que las

personas que interactúan se atribuyen derechos y obligaciones, y reclaman a la persona hablante

que asuma la responsabilidad y rinda cuentas (accountability) del significado que puede

atribuírsele.

Hacer entrar en juego una dimensión normativa de la interacción, que tiene que ver con

obligaciones y derechos (y otras posiciones normativas similares) de las personas que

interactúan comunicativamente, no es algo a lo que el enfoque intencionalista sea

completamente ajeno. Sin embargo, para este enfoque y como hemos podido indicar ya, muy en

particular en el caso de Searle, la persona hablante se considera responsable de haber expresado

determinadas intenciones y estados psicológicos, pero no del efecto de sus palabras más allá de

la expresión de estos contenidos, incluido el efecto convencional en el sentido de Austin. Una

segunda objeción que cabe dirigir al enfoque intencionalista es la de que no puede dar cuenta

del modo en que el intercambio comunicativo tiene incidencia en el mundo social e

interpersonal de quienes participan en él, afectando a sus obligaciones y derechos mutuamente

reconocidos.

Incluso una posición como la de Searle, para quien puede las reglas constitutivas son

instituciones determinantes de la creación y atribución de estados normativos de este tipo (v.

Searle, 2010), hace depender la efectividad del acto de habla de la intención comunicativa de la

persona hablante de realizar ese acto. Una segunda objeción que puede hacerse a este

planteamiento es la de que este enfoque no tiene en cuenta el modo en que el efecto ilocutivo

está determinado no sólo por las intenciones de la persona hablante, sino por el modo en que su

oyente recibe y acepta (o, en otro caso, adopta una posición evaluativa o crítica) la proferencia.

En casos de desacuerdo respecto a la intención comunicativa original de la persona hablante, se

7 Para un estudio de caso, puede verse Corredor, 2016.

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abre con frecuencia un proceso de negociación del significado, en el que la fuerza del acto de

habla solo queda determinada tras un proceso de interacción, cuando las personas que

interactúan alcanzan un acuerdo (posiblemente tácito) sobre el significado y la fuerza del acto

de habla que ha sido realizado. En mi consideración, los tratamientos teóricos de la interacción

comunicativa debería tomar en consideración esta dimensión normativa.

Una última observación crítica tiene que ver con el efecto convencional de los actos de habla.

Desde la perspectiva griceana, la respuesta de la persona oyente es un efecto inducido que

parece caer bajo la categoría de efecto perlocutivo en el sentido de Austin. En el plano

intersubjetivo de la interacción, y desde un punto de vista normativo, permanece sin explicar,

precisamente, la fuerza del habla para crear un vínculo normativo interpersonal: para que una

promesa cree una obligación intersubjetivamente reconocida, o para que una petición dé lugar a

una responsabilidad o un deber asumidos por la persona interlocutora. La responsabilidad o el

derecho mutuamente reconocidos no pueden reducirse a las intenciones individuales y otros

estados psicológicos expresados, y tampoco parecen correctamente explicadas si han de verse

como efectos perlocutivos.

Este conjunto de objeciones justifican dirigir la atención a otros tratamientos teóricos que, en el

ámbito de la pragmática contemporánea y del estudio de la interacción comunicativa, tienen en

común un enfoque convencionalista y normativo.

8. La aproximación convencionalista al estudio de la interacción comunicativa

De acuerdo con la propuesta original de Austin ([1962] 1975), los actos de habla son acciones

que dan lugar a efectos de un determinado tipo en el mundo social e interpersonal de las

personas que participan en la interacción, y estos efectos son convenionales. Las propuestas

teóricas a las que nos vamos a referir en este epígrafe son convencionalistas no solo porque

aceptan que los medios para la realización de los actos de habla son convencionales, sino porque

asumen la tesis de que también el efecto del acto de habla ha de poder considerarse

convencional. Vamos a tener en cuenta dos posiciones, las de M. Sbisà y M. Witek, no idénticas

entre sí, pero que comparten un núcleo de tesis básicas que, conjuntamente, permiten

caracterizar a esta aproximación.

Ha sido Sbisà quien en primer término ha defendido el punto de vista de que la

convencionalidad de los actos de habla reside, ante todo, en el carácter convencional de los

efectos a que dan lugar (Sbisà, 2009: 33-34). Si bien esta aproximación acepta que la

comprensión (uptake) es una condición necesaria para que pueda decirse que un acto de habla

ha sido realizado correctamente y con éxito, considera que no es por sí misma una condición

suficiente, y su necesidad no permite respaldar la tesis opuesta de la naturaleza intencional de

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los actos ilocutivos como algo opuesto a su convencionalidad. Una tesis fundamental de esta

aproximación convencionalista es la de que para que una proferencia lingüística dé lugar a los

efectos convencionales pretendidos por la persona hablante, o a los efectos que cabe esperar

socialmente en ese contexto, tiene que haberse reconocido por las personas interlocutoras como

dando lugar a esos efectos, en un sentido que es preciso detallar.

La aproximación convencionalista a los actos de habla que aquí se toma en consideración

(Sbisà, 2006, 2009, 2016; Witek, 2013, 2015) defiende la tesis de que el efecto de estos actos es

convencional debido a que tiene lugar en virtud de una acuerdo, posiblemente tácito (y

posiblemente institucionalizado), entre quienes interactúan. Además y siguiendo a Gazdar

(1981), los actos de habla se consideran acciones sociales que cambian el contexto social e

interpersonal de las personas participantes. Una tesis común fundamental es la de que, mientras

los actos locutivos dan lugar a representaciones de estados de cosas en el mundo, los actos

ilocutivos dan lugar a cambios en las posiciones y relaciones normativas de las personas

participantes: cambios que afectan a sus obligaciones, compromisos y responsabilidades, así

como a sus derechos, habilitaciones y poderes, y otros estados normativos análogos.

La tesis común fundamental de esta aproximación, por tanto, defiende que los actos ilocutivos

modifican los compromisos y habilitaciones, y otros estatutos normativos de las personas que

interactúan comunicativamente. De aquí se sigue que la función central de los actos ilocutivos

es dar lugar a cambios en la estructura normativa de la realidad social e interpersonal, cambios

que afectan a las posiciones recíprocamente reconocidas de las personas participantes. Desde

este punto de vista, la condición necesaria de lograr la comprensión (uptake), ya requerida por

Austin, no es en sí misma una condición suficiente para que un acto de habla se pueda

considerar realizado de forma afortunada y correcta. Lo que se requiere adicionalmente es, en

primer lugar, que la locución dé lugar a un efecto convencional: el de un reconocimiento o

acuerdo entre las personas que interactúan acerca de que un determinado acto se ha realizado,

un acto que tiene un significado y una fuerza determinados. En relación con esta condición

adicional, en la propuesta de Sbisà se enfatiza que los cambios de carácter normativo a que dan

lugar los actos de habla se caracterizan por una propiedad esencial, que es su anulabilidad

(defeasibility) (Sbisà 2013: 33) Esto quiere decir que la creación de una obligación (o de un

derecho) puede quedar anulada, si las personas que interactúan llegan a la conclusión de que el

acto ha sido realizado de forma desafortunada o incorrecta, y ha constituido así lo que Austin

llamaba un desacierto (misfire).

Una segunda condición adicional tiene que ver con el tercero de los efectos que ya Austin había

tomado en consideración. Como ya habíamos visto, el acto de habla, si se realiza correctamente

y con éxito, puede invitar a una respuesta convencionalmente asociada con ese acto, lo que

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posibilita que la interacción continúe en una de las varias formas posibles previamente

determinadas. Por ejemplo, una pregunta invita a darle respuesta, y una petición invita a que se

la atienda. En este punto, Sbisà interpreta que Austin sólo consideraba este posible efecto como

una propiedad opcional de los actos ilocutivos (ibíd.) A su vez, Witek ha adoptado una tesis más

fuerte, al defender que la fuerza de los actos de habla depende de la respuesta que,

convencionalmente, invita a dar o trata de invitar a dar. El carácter convencional de la conexión

entre el acto inicial y la respuesta es esencial aquí. Pues, de acuerdo con esta tesis, realizar un

acto ilocutivo es equivalente a iniciar la reproducción de un patrón que incluye la proferencia de

la persona hablante y la respuesta cooperativa de su oyente.

En lo que sigue, trataremos de caracterizar brevemente ambas posiciones antes de concluir con

algunas ideas finales.

8.1. La propuesta austiniana de M. Sbisà

A partir de una lectura fiel de la obra original de Austin (lo que puede permitir tipificar su

propuesta como austiniana), y en el marco de las tesis que acabamos de enunciar, Sbisà ha

ofrecido una caracterización de varios tipos de actos de habla explícitamente en términos de los

cambios que introducen en las posiciones normativas respectivas de las personas que

interactúan. El punto de partida es la clasificación original de Austin de tipos de actos

ilocutivos: verectivos, compromisorios, ejercitativos, comportamentivos y expositivos.

En el caso de los actos de habla veredictivos, Austin los había tipificado como actos

consistentes en emitir un veredicto o resultado, formal o informal, final o provisional, “sobre la

base de pruebas o razones relativas a valores o hechos” (1975: 150, 152) Ejemplos arquetípicos

son una sentencia, una descripción o una hipótesis. En su reelaboración, Sbisà asume esta

caracterización y la completa con el siguiente análisis (Sbisà, 2006: 167): quien realiza un

veredictivo en una situación de interacción, por ejemplo un debate público, se presenta ante las

personas interlocutoras como alguien dispuesto a asumir la responsabilidad de la corrección de

sus declaraciones, y así mismo como alguien cognitivamente competente y fiable; con ello, su

acto le compromete a proporcionar las pruebas, razones, etc. de que dispone; y su audiencia, a

su vez, en caso de aceptar el acto de habla, no solo aprehende y hace suyo el veredicto o

resultado enunciados, sino también, al menos en parte, las pruebas o razones que los respaldan y

con ello parte de la competencia de la persona hablante, lo que permite que quede autorizada a

emitir otros veredictivos análogos sobre el mismo tema.

Con carácter muy general, para el conjunto de tipos dentro de la tipología original de Austin

cabe extender el análisis en términos análogos (Sbisà 2006, 2014). Así, en el caso de los

veredictivos y como acabamos de ver, estos actos autorizan al auditorio a actuar a partir del

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juicio expresado, al tiempo que comprometen a la persona hablante con la verdad o corrección

de lo dicho. En el caso de los compromisivos, Austin los había caracterizado como actos que

“comprometen al hablante a un determinado curso de acción” (1975: 156), como en el caso

paradigmático de las promesas; Sbisà precisa que, con ello, conceden al auditorio el derecho a

esperar una determinda forma de conducta. Los actos de habla ejercitativos eran para Austin

aquellos que consisten en “emitir una decisión a favor de un determinado curso de acción, o

abogar por ello” (1975: 154), como en el caso de las recomendaciones o las peticiones. En la

reelaboración de Sbisà, los ejercitativos asignan una obligación o (posiblemente) determinados

derechos y poderes al auditorio; y comprometen a la persona hablante a respaldar esa posición

normativa alcanzada por su auditorio. Los actos de habla comportamentivos, para Austin, tienen

que ver con “una reacción a la conducta o la suerte de otras personas”, así como con “las

actitudes y la expresión de actitudes ante la conducta pasada o inminente de otros” (1975: 159).

Ejemplos típicos son la expresión de condolencias, las felicitaciones o los agradecimientos. En

su análisis, Sbisà propone que, aunque no comprometan a la persona hablante a proporcionar

razones, pueden comprometerla a algún tipo de conducta futura si han creado en el auditorio una

expectativa legítima en ese sentido. Finalmente, los actos de habla expositivos se usan para

Austin con el fin de aclarar el modo en que se presenta el habla, y conciernen a “la exposición

de puntos de vista, la conducción de argumentos, y la clarificación de usos y referencias” (1975:

160). Sbisà propone caracterizarlos como actos que asignan derechos, obligaciones y otros

estados normativos que afectan a las relaciones internas o relevantes para el discurso o la

conversación.

Desde mi punto de vista, esta reelaboración de Sbisà permite tener en cuenta y dar respuesta a la

crítica de Strawon y Searle, para quienes la caracterización del acto ilocutivo debida a Austin

estaba orientada a (y condicionada por el modelo de) los actos de habla insertos

institucionalmente o esencialmente convencionales. La aproximación teórica de Sbisà tiene en

cuenta las posiciones normativas de las personas interlocutoras y el modo en que estas

posiciones cambian con el acto de habla, en virtud del reconocimiento o acuerdo que se

establece entre ellas acerca de que ese cambio ha tenido lugar. Esta dependencia del efecto del

acto de habla con respecto al reconocimiento o acuerdo de las personas participantes es lo que

permite considerarlo un efecto convencional. De esta forma, el tratamiento teórico de la fuerza

ilocutiva puede extenderse al conjunto de los actos de habla, sin requerir una institución o un

procedimiento institucionalizado explícitos.

Desde el punto de vista del enfoque intencionalista, cabría objetar que, en primer lugar, el

reconocimiento o acuerdo a que apela el análisis presupone procesos cognitivos de los que no se

da cuenta. En segundo lugar, desde este enfoque intencionalista todo efecto que vaya más allá

de lograr la captación o comprensión por medio del reconocimiento de las intenciones de la

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persona hablante ha de tipificarse como perlocutivo. En respuesta a estas objeciones, cabe

introducir la distinción debida a C. Gauker entre el contexto cognitivo de una proferencia y su

contexto objetivo. De acuerdo con esta distinción, nos referimos al contexto cognitivo cuando

nuestro propósito es explicar e interpretar la conducta de la persona hablante atribuyéndole

determinadas creencias e intenciones; pero cuando tratamos de evaluar la acción de la persona

hablante, tenemos que referirnos al contexto objetivo de su proferencia: el conjunto de estados

de cosas con respecto al cual puede evaluarse la corrección o adecuación de la proferencia

(Gauker, 1998: 153) En mi consideración, y en conformidad con el punto de vista de Austin, la

peculiar normatividad que subyace a la interacción comunicativa requiere esencialmente de su

formulación en términos del contexto objetivo, sin que esto excluya la posibilidad de ofrecer

también un tratamiento cognitivo.

8.2. La propuesta interaccionista de M. Witek

Como ya anticipábamos, en una serie de trabajos recientes Witek ha propuesto y desarrollado un

modelo de la práctica ilocutiva de carácter esencialmente interaccionista. A partir del marco

convencionalista común que ya hemos presentado, defiende adicionalmente dos tesis

interrelacionadas: (i) que la fuera de un acto de habla depende de la respuesta que

convencionalmente invita a dar o trata de producir, y (ii) que realizar un acto ilocutivo significa

iniciar la reproducción de un patrón de interacción que incluye la emisión de la proferencia de la

persona hablante y una respuesta cooperativa a ella por parte de su oyente. El concepto de

patrón de interacción procede de R. Millikan (1998, 2005), de acuerdo con cuyas tesis la mayor

parte de las convenciones lingüísticas consisten en patrones hablante-oyente que sirven para

resolver problemas de coordinación lingüística y, con ello, ayudan a las personas que

interactúan a alcanzar objetivos extra-lingüísticos. La reelaboración de Witek (2015) asume que

la interacción comunicativa se estructura conforme a patrones de interacción hablante-oyente, y

así mismo que las convenciones lingüísticas pueden explicarse en términos de linajes de

soluciones a problemas de coordinación: pues, según defiende, las convenciones o patrones

surgen localmente, entre dos personas interlocutoras y su historia común de interacciones

comunicativas (en el caso más simple). En general, los patrones de interacción hablante-oyente

se crean y refuerzan o convencionalizan por sucesivas interacciones entre las mismas personas

participantes, y pueden describirse a partir de los previamente elaborados por Asher y

Lascarides en el marco de la Teoría de la Representación del Discurso (SDRT por sus siglas en

inglés) (cf. Asher and Lascarides, 2003).

De este modo y con carácter general, la reproducción de un patrón hablante-oyente

normalmente incluirá: (i) que la persona hablante se encuentre en determinados estados

mentales, uno de los cuales es el requerido por la sinceridad de su acto, y el otro es una

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intención comunicativa; (ii) que la persona hablante profiera una determinada forma lingüística;

(iii) que su oyente reconozca los estados mencionados en (i); y, finalmente, (iv) la respuesta

cooperativa de la persona oyente (Witek, 2015: 47). La tesis fundamental de esta propuesta

defiende que la fuerza de un acto ilocutivo puede definirse por referencia a la condición (iv),

que es el efecto interactivo del acto llevado a cabo por la persona hablante, y que puede

considerarse, siguiendo a Austin, la respuesta a la que convencionalmente invita el acto. Este

efecto del acto ilocutivo se reinterpreta, por tanto, considerando que tanto el acto ilocutivo como

la respuesta a que invita son los elementos componentes (ii) y (iv) del mismo patrón

convencional de interacción lingüística. Puede decirse entonces que la función de un acto

ilocutivo es motivar un efecto interactivo que puede explicarse en términos de la respuesta

cooperativa por parte de la persona interlocutora.

Para ver con alguna concreción el modo en que este planteamiento puede aplicarse a algunos

tipos de actos de habla, en el caso de una afirmación directa, literal y sincera de que p, el patrón

correspondiente incluye: (i) la creencia de la persona hablante de que p, así como su intención

de lograr que su oyente comparta esta creencia mediante, en parte, su reconocimiento de esta

intención; (ii) la proferencia de la oración en modo indicativo “p” por parte de la persona

hablante; (iii) el reconocimiento de su oyente de los estados mentales indicados en (i); y,

finalmente, (iv) que la persona oyente llegue a creer que p. En el caso de un acto de habla

directivo directo, literal y sincero llevado a cabo mediante una emisión imperativa como “Haz

A”, el patrón correspondiente normalmente incluye: (i) el deseo de la persona hablante de que

su oyente haga A, así como su intención de lograr que su oyente haga A mediante, en parte, su

reconocimiento de esta intención de la persona hablante; (ii) la proferencia de la oración

imperativa arriba indicada por parte de la persona hablante; (iii) el reconocimiento de su oyente

de la intención de la persona hablante; y, finalmente, (iv) que la persona oyente realice A.

Una objeción inmediata a esta propuesta es la de que muchas de las interacciones lingüísticas no

son cooperativas. Para responder a ello, Witek observa que la noción de cooperación que entra

en juego no debe entenderse en todos los casos como una actitud de confianza y aquiescencia

directas, e introduce una distinción adicional entre efectos y patrones primarios y secundarios.

La idea central aquí es la de que los mecanismos a través de los cuales se construye la fuerza

efectiva de una proferencia incluyen un proceso discursivo que puede caracterizarse como de

negociación del significado8. Este proceso puede ser tácito o explícito en la interacción, y tiene

como resultado que la fuerza finalmente atribuida por las personas participantes a la proferencia

inicial sea el resultado del reconocimiento o acuerdo que han alcanzado en ese proceso. Cabe

concluir que los procesos de negociación del significado y la fuerza de los actos de habla pasan

8 La idea de que la interacción incluye con frecuencia un proceso de negociación del significado está

vinculada al marco teórico del análisis del discurso; véase también Sbisà, 2013.

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a ser así fundamentales en la interacción comunicativa, en tanto en cuanto de ellos dependen los

actos de habla efectivamente realizados.

8.3. Otro enfoque normativo: Alston

Antes de concluir, importa mencionar que ha habido otras propuestas teóricas que han hecho

uso de categorías normativas para dar cuenta de la fuerza ilocutiva de los actos de habla. Una

posición destacada es la de W. Alston (1964, 2000), quien ha propuesto dos tesis alineadas con

un enfoque convencionalista y normativo. De acuerdo con la primera tesis, el significado

oracional puede analizarse como potencial ilocutivo (1964: 36). De acuerdo con la segunda,

cuando la persona hablante usa una oración, tiene que reconocer que el acto de habla que la

oración está diseñada a realizar está gobernado por determinadas reglas, y que,

consiguientemente, determinadas condiciones deberían satisfacerse (2000: 54-55). Con ello, al

realizar un acto de habla, la persona hablante está asumiendo la responsabilidad de que

determinadas condiciones se den. De este modo, el efecto convencional del acto de habla es

idéntico a la asunción de responsabilidad por parte de la persona hablante. Desde un enfoque

convencionalista y normativo, sin embargo, puede objetarse que con ello se identifica el efecto

convencional del acto de habla con la actitud intencional de la persona hablante, lo que sitúa

este efecto en un contexto interno y lo hace depender de las actitudes intencionales.9

9. Conclusión

Hemos presentado algunas posiciones centrales para el estudio contemporáneo de la pragmática

del lenguaje, teniendo en cuenta su afinidad con dos grandes enfoques que hemos caracterizado

como intencionalista y convencionalista. En ambos casos, el problema que ha centrado nuestra

atención ha sido el de la caracterización que ofrecen de la interacción comunicativa. Para la

aproximación interaccionista a los actos de habla, la comunicación se explica fundamentalmente

como una transmisión de intenciones comunicativas (reflexivas y complejas, de tipo griceano),

y los actos ilocutivos pueden considerarse con éxito cuando la persona hablante logra la

captación o comprensión (uptake) de su oyente en relación con esas intenciones. La

aproximación convencionalista (en el sentido de Austin) considera que la fuerza de los actos de

habla ha de explicarse por referencia al efecto convencional a que dan lugar, y que puede

caracterizarse teniendo en cuenta el modo en que el acto de habla introduce cambios en el

contexto social e interpersonal, en particular en las posiciones normativas de quienes

interactúan.

En mi consideración, la noción de acto de habla que resulta de la aproximación convencionalista

y austiniana permite dar cuenta, mejor que otras aproximaciones, de la peculiar fuerza del habla

9 En línea con esta crítica, puede verse: Navarro-Reyes, 2010: 146 y 163, n. 18, y Sbisà 2013: 50.

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para instituir obligaciones y responsabilidades, así como habilitaciones y derechos, y otros

estatutos normativos; con ello, ilumina el modo en que el habla establece relaciones

interpersonales y afecta al mundo social y humano de las personas que interactúan. En contextos

institucionales y socialmente institucionalizados, estos estatutos normativos pueden estar

integrados en procedimientos explícitos o estar colectivamente aceptados, y son como tales no

elegibles. En otros contextos de interacción más informales, sin embargo, la fuerza del habla

para instituir una obligación o deber, o un derecho o habilitación, puede explicarse si se tiene en

cuenta el reconocimiento o acuerdo de las personas participantes acerca de que esos estatutos

normativos han quedado establecidos, lo que puede verse como un nuevo estado de cosas

instituido en el mundo social de sus relaciones interpersonales. Este reconocimiento o acuerdo

puede permanecer tácito o implícito, pero ha de estar disponible y ser accesible para quienes

participan en la interacción. De este modo, cuando se produce algún problema o desacuerdo, es

posible hacer explícito lo implícito y discutir o negociar acerca de ello.

De este modo, la aproximación convencionalista a la interacción comunicativa permite explicar

la fuerza del habla para coordinar las acciones sociales. También permite explicar su especial

normatividad: el hecho de que consideremos a quienes participan en la interacción responsables

por lo que significan sus palabras, más allá de lo que puedan declarar que estaba en su intención

comunicar. Este aspecto cobra especial importancia ante determinados usos del lenguaje, como

los usos despectivos y el lenguaje del odio, que sin embargo no han llegado a tratarse aquí. El

modo en que la aproximación convencionalista permite dar cuenta de ese tipo de interacción

social es, por tanto, una tarea aún pendiente.

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