Pragmática e interacción: lenguaje y contexto social · 2016-12-01 · El objetivo de esta...
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Pragmática e interacción: lenguaje y contexto social
Cristina Corredor
Universidad de Valladolid
1. Introducción
El objetivo de esta contribución es estudiar algunos planteamientos centrales en la pragmática
del lenguaje contemporánea y, en particular, su tratamiento de la noción de acto de habla,
centrando la atención en el modo en que resulta así iluminada la interacción comunicativa.
Como punto de partida, comenzaremos presentando las posiciones históricas fundamentales de
Austin y Grice, para, después de considerar la propuesta especialmente relevante de Searle,
caracterizar dos grandes aproximaciones al análisis del acto de habla. Para la aproximación
intencionalista, el acto ilocutivo está determinado por las intenciones comunicativas de la
persona hablante, y el éxito comunicativo se logra cuando el auditorio es capaz de aprehender
esas intenciones. Para la aproximación convencionalista, en la caracterización que aquí se va a
presentar, la fuerza ilocutiva de un acto de habla ha de aclararse atendiendo al modo en que ese
acto da lugar a un efecto convencional en el mundo social e interpersonal de las personas
interlocutoras.
2. Usos del lenguaje y normatividad del significado1
En un conocido parágrafo de las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein ofrece una extensa
lista de usos del lenguaje o, como propone llamarlos, juegos de lenguaje: dar órdenes (y actuar
siguiendo órdenes), describir un objeto (por su apariencia o por sus medidas), relatar un suceso
(y hacer conjeturas sobre el suceso), formar (y comprobar) una hipótesis, suplicar, agradecer,
maldecir, saludar, rezar… (Wittgenstein, [1958] 2003: pár. 23) Hay dos ideas que merecen
destacarse porque van a adquirir el carácter de tesis centrales para una nueva visión del
significado y la comunicación lingüística: en primer lugar, la convicción de Wittgenstein de que
los juegos de lenguaje, que son dinámicos y no sistematizables, incluyen la emisión de palabras
en el contexto de alguna actividad o práctica insertas en una forma de vida; en segundo lugar,
que el significado de una palabra o expresión puede explicarse (y aprenderse) atendiendo al uso
que se hace de ella, un uso que es conforme a determinados estándares de corrección o reglas.
De aquí que haya podido atribuirse a Wittgenstein una concepción normativa del significado, de
acuerdo con la cual si una expresión tiene significado, entonces existen condiciones o reglas
1 Es preciso advertir que se hablará aquí de normatividad y de reglas en referencia al uso del lenguaje en
la comunicación lingüística, dejando de lado el estudio de las reglas de la sintaxis o las de la semántica
léxica.
Aparecerá en: Perspectivas en la Filosofía del Lenguaje II, D. Pérez Chico (ed.), en prensa.
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para el uso correcto de esa expresión (cf. Glock, 2005). Ha estado abierto a discusión en qué
medida cabe atribuir a Wittgenstein una concepción comunitarista del significado, que haría de
la comunidad lingüística el tribunal último para evaluar la corrección de los usos lingüísticos.
No obstante, no hay duda de su convicción de que “[s]eguir una regla, hacer un informe, dar una
orden, jugar una partida de ajedrez son costumbres (usos, instituciones)” (Wittgenstein, [1958]
2003: pár. 199). Y, a partir de su planteamiento, cabe concluir que la interacción mediada
lingüísticamente presupone un mundo social e interpersonal en el que estos estándares de
corrección normativa han de encontrarse vigentes.
No obstante lo anterior, el estudio teórico de la comunicación como forma de interacción
lingüística ha dado lugar, después de Wittgenstein, a diversas maneras de entender y tratar la
normatividad del lenguaje y, en particular, de entender y conceptualizar las reglas pragmáticas
de uso. En una aproximación ampliamente abarcadora, es posible encontrar dos grandes líneas
de tratamiento de la comunicación lingüística. La primera es convencionalista, y considera que
la interacción comunicativa, y en particular los actos de habla, son convencionales en un doble
sentido: porque el medio lingüístico es convencional, y porque los actos de habla dan lugar a
efectos convencionales en el contexto social y humano de quienes interactúan. La segunda línea
es intencionalista, y concibe la comunicación lingüística como una actividad fundamentalmente
intencional e inferencial, donde las intenciones comunicativas de quien habla han de ser
captadas o aprehendidas por su auditorio. Desde este enfoque, también el medio lingüístico
ofrece un repertorio de recursos convencionales de los que es posible hacer uso. Pero el efecto
de la comunicación, cuando se tiene éxito, es que el auditorio logre identificar las intenciones
comunicativas de quien habla, algo que no puede verse como un efecto convencional.
La primera línea de estudio de la comunicación puede considerarse iniciada por John L. Austin
([1962] 1975)2, y encuentra continuidad en teorías posteriores que adoptan la noción de acto (o
acción) de habla como una noción central, o que atienden centralmente a la interacción; la
segunda línea de estudio encuentra un punto de partida prominente en H. Paul Grice ([1957]
1989a, [1968] 1989b), y ha encontrado desarrollo posterior en propuestas teóricas de pragmática
cognitiva. Una posición especialmente relevante, aunque difícil de situar, es la de John Searle
(1969, 1979); si bien su teoría de actos de habla se presentó inicialmente en continuidad directa
con la de Austin, la formulación de las reglas constitutivas para los distintos tipos de actos de
habla en términos de intenciones sitúa su propuesta, al menos en algunos de sus elementos
esenciales, en línea con la aproximación intencionalista.
2 Siguiendo un sistema de citación estándar, se incluye entre corchetes el año de la publicación original y
a continuación el de la edición que se está citando.
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Nuestra propuesta en lo que sigue es tomar como punto de partida estas posiciones históricas
para, después de hacer una presentación breve de ellas, considerar otros desarrollos teóricos
posteriores que las han revisado críticamente para darles continuidad. En cada caso, centraremos
nuestra atención en la caracterización que se ofrece de la comunicación lingüística y en las
consecuencias que pueden seguirse para la comprensión de la interacción social mediada
lingüísticamente.
3. El acto ilocutivo. J.L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras.
En continuidad con la línea de atención a la pragmática del lenguaje iniciada por Wittgenstein,
aunque revisando sus tesis en algunos aspectos importantes, Austin presentó en Cómo hacer
cosas con palabras ([1962] 1975) un tratamiento teórico original y sistemático para el estudio
de los actos de habla. De acuerdo con una conceptualización estándar, un acto de habla consiste
en la proferencia de una oración (o fragmento oracional equivalente a una oración) que, en un
contexto de habla y si se cumplen determinadas condiciones, da lugar a la realización de una
acción. La realización efectiva de una acción mediante un acto de habla recibe el nombre de
acto ilocutivo (o ilocución). Ejemplos de actos de habla son: preguntar y responder a una
pregunta; dar información, dar garantías, y advertir de algo; anunciar un veredicto y declarar
una intención; dictar sentencia; citarse, hacer un llamamiento, y formular una crítica; hacer una
identificación y dar una descripción; y también prometer, pedir, recomendar, dar testimonio,
definir un término, etc.
Austin diferencia este acto del acto de decir algo con sentido y referencia (1975: 92), al que
llama acto locutivo. Pero afirma que realizar un acto locutivo es, al mismo tiempo y de forma
inmediata, realizar un acto ilocutivo (p. 98). El acto locutivo, o acto de decir algo, comprende a
su vez tres tipos de actos: fonético, fático y rético. El primero consiste en la emisión de sonidos,
lo que hacemos cuando hablamos, pero en cuanto acto no es aún habla; el segundo, el acto
fático, es la emisión de sonidos en conformidad con las estructuras lingüísticas de una lengua o
lenguaje; el acto rético es la emisión de sonidos provistos de significado, un significado que
puede incluir sentido, referencia y ambos (p. 93). Sin embargo, Austin no estudia con más
detalle de qué forma el sentido y la referencia están conectados con el habla, lo que deja en su
teoría un amplio campo de estudio indeterminado. Pero la conexión entre acto locutivo e
ilocutivo permite interpretar que, para Austin (y frente a la identificación que llevará a cabo
Searle posteriormente), el acto ilocutivo no podría identificarse con el acto de habla: este último
ha de estudiarse como “el acto de habla total, en la situación de habla total” y constituye el
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“único fenómeno real” (p. 148)3. Locutivo e ilocutivo son, por tanto, dos dimensiones de
análisis.
La falta de detalle en el análisis del acto locutivo se explica por la atención preeminente que
Austin dirige al acto ilocutivo. Una tesis fundamental de su teoría es que la fuerza que tiene el
habla para dar lugar a la realización de acciones se debe a la existencia de procedimientos
regulados, que incluyen la proferencia de determinadas palabras en un contexto apropiado,
donde tanto las circunstancias como las posiciones y roles de los participantes tienen que ser las
previstas por ese procedimiento. En razón de que ha de existir un procedimiento, la acción
resultante puede verse como un efecto convencional. Austin detalla un conjunto de reglas de
procedimiento de carácter general (1975: 14-15 y Lecture III), que es preciso ver como
formulaciones genéricas que habrían de concretarse después para cada tipo de acto de habla.
Estas reglas se organizan en tres grupos. El primero requieren que haya un procedimiento
convencional aceptado, que tenga un determinado efecto convencional, y que incluya la emisión
de determinadas palabras, por determinadas personas, en determinadas circunstancias (A.1); y,
así mismo, que en cada caso las personas y circunstancias sean las apropiadas para invocar el
procedimiento que se está haciendo entrar en juego (A.2). El segundo grupo requiere que el
procedimiento se lleve a cabo por parte de todas las personas participantes de forma correcta
(B.1) y completa (B.2). Estos dos grupos de condiciones tienen que ver, por tanto, con la
existencia y aplicación de un procedimiento convencional, conocido y aceptado, que incluye la
emisión de determinadas palabras en las circunstancias y por las personas apropiadas. El tercer
grupo de condiciones se refiere a las actitudes y estados psicológicos de los participantes, en
tanto en cuanto el procedimiento lo prevé. Cuando el procedimiento se haya establecido para el
uso de personas que presentan determinadas creencias o sentimientos, o para iniciar una
determinada conducta subsiguiente por parte de alguna de las personas participantes, estas
condiciones tienen que satisfacerse: quienes invocan el procedimiento tienen que tener las
creencias o sentimientos previstos, o la intención de conducirse como está previsto (.1), y han
de conducirse, subsiguientemente, de esa forma prevista (.2).
Importa prestar atención al distinto carácter de las condiciones A y B, por un lado, y las
condiciones por otro. En los dos primeros casos, incumplirlas da lugar a un acto nulo o vacío,
y el efecto convencional previsto no tiene efecto (Austin, 1975: 25); esta situación conlleva que
no pueda decirse que se ha realizado efectivamente un determinado acto de habla con una
determinada fuerza ilocutiva, un acto de habla calificable de satisfactorio, correctamente
realizado o exitoso. Austin habla de este tipo de fracaso o fallo como un desacierto (misfire). En
cambio, el incumplimiento de las reglas lleva a un abuso (abuse) del procedimiento, pero no
3 En lo sucesivo y salvo otra indicación, cuando haya citas directas o referencias directas al texto original
la traducción será mía (C.C.)
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necesariamente, o no en todos los casos, puede decirse que el acto ha resultado vacío o nulo. Se
trata de un acto de habla defectuoso que, sin embargo, puede haber dado lugar al efecto
convencional previsto. Este sería el caso, paradigmáticamente, de una promesa insincera o de
una afirmación tenida por falsa por quien la hace. Esta distinción entre dos tipos de fallo o de
infortunio va a cobrar relevancia cuando consideremos el modo en que Searle ha reformulado la
teoría y, así mismo, tiene particular incidencia a la hora de establecer una comparación con el
modo en que Grice incorpora la máxima de sinceridad en su propia propuesta.
También es importante observar que el contexto en el que se sitúa la realización de los actos
ilocutivos es el contexto objetivo, externo, del mundo social e intersubjetivo de quienes
participan en el intercambio comunicativo. Es en este contexto en el que las reglas de
procedimiento han de estar vigentes y donde el efecto convencional de los actos de habla tiene
lugar. En relación con el efecto que puede lograr un acto de habla, cuando este se ha realizado
de forma satisfactoria y con éxito, Austin diferencia tres aspectos: (1) el logro de lo que llama
uptake, es decir, de la aprehensión o comprensión del significado y la fuerza del acto de habla
por parte de la audiencia; (2) el tener efecto de una determinada forma, que hay que entender en
referencia al carácter convencional del efecto logrado; y, finalmente, (3) en algunos casos, el
acto de habla invita por convención a una determinada respuesta o seguimiento (pregunta-
respuesta, ofrecimiento-aceptación, etc.) que, de darse, supone un acto adicional por parte de
quien habla o de otra persona (Austin, 1975: 115-116). Austin enfatiza la diferencia que existe
entre estos tres tipos de efecto, que están constitutivamente vinculados al procedimiento
convencional, y lo que llama efecto perlocutivo, que no es convencional y puede verse como
una consecuencia (intencionada o no por quien habla) en el curso natural de acontecimientos.
La comprensión que Austin tiene del contexto de la interacción comunicativa, así como su
consideración del carácter convencional del efecto ilocutivo, contrasta marcadamente con el
enfoque de Grice.
4. H.P. Grice. Intenciones comunicativas y máximas de la conversación
El tratamiento de Grice del significado y la comunicación lingüística es muy distinto del de
Austin y es distinta también la noción de contexto que hace entrar en juego, que en su caso es el
contexto cognitivo de las creencias e intenciones de hablante y oyente. En su programa, se
propone ofrecer una definición precisa de la noción de significado en la que se muestre que no
se necesita apelar a ningún tipo de convenciones lingüísticas, y sí y sólo a nociones psicológicas
como las intenciones y creencias de quien habla (para que haya significado) o al reconocimiento
de estas intenciones y creencias por parte de quien escucha (para que haya éxito comunicativo).
Un segundo paso en el desarrollo del programa de Grice consistirá en el esfuerzo por mostrar
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que los significados lingüísticos (lingüísticamente codificados) son procedimientos
convencionales para expresar las intenciones comunicativas de quien habla. Y un interesante
tercer paso ofrecerá una explicación del modo en que la persona hablante puede comunicar
contenidos de significado que no están codificados en los significados de las palabras dichas.
En su artículo titulado Meaning ([1957] 1989a), Grice establece en primer lugar la distinción
entre significado natural y significado no natural (o significado-nn), para ofrecer una primera
aproximación de la segunda noción: “H significó-nn algo mediante x” es aproximadamente
equivalente a “H intentó que la proferencia de x tuviera algún efecto en la audiencia por medio
del reconocimiento de su intención”. Grice sugiere además que este significado ocasional del
hablante puede generalizarse y estabilizarse hasta cubrir casos de significados lingüísticos: “x
significa-nn (atemporalmente) tal-y-tal cosa” podría hacerse equivaler a un enunciado (o
disyunción de enunciados) acerca de lo que la gente intenta lograr mediante x (p. 220). Para
poder extender la noción de significado del hablante al significado lingüístico, Grice lleva a
cabo una construcción en la que trata de obtener el significado convencional atemporal de una
oración-tipo en términos de los significados ocasionales de las proferencias particulares (token)
de esa oración, es decir, a partir de lo significado intencionalmente por la persona hablante que
usa esa oración en un contexto particular de habla. De esta forma, la noción de significado
lingüístico de una oración-tipo quedaría explicada en términos de las intenciones comunicativas
concretas de sus hablantes en ocasiones concretas.
Esta sugerencia, que Grice intenta desarrollar en detalle introduciendo las nociones de
procedimiento convencional y repertorio de procedimientos ([1969] 1989c: 126), ha sido
posteriormente complementada mediante la noción de convención introducida por D. Lewis (en
su obra Convention, 1969), una noción definida únicamente en términos de actitudes
psicológicas y de reconocimiento de estas actitudes (Schiffer, 1972: 149 ss.) Cabe observar que
esta noción de convención se sitúa, por tanto, en un contexto cognitivo, de estados psicológicos,
que es preciso diferenciar del contexto social objetivo al que remite la noción de procedimiento
convencional en la propuesta de Austin.
En ensayos posteriores, Grice precisa y revisa su formulación inicial de la noción de significado
del hablante, para proponer una definición a partir de tres cláusulas que enuncian condiciones
necesarias y conjuntamente suficientes: “H significa algo con su proferencia de x” es
equivalente a que se cumpla lo siguiente: que H emita x con la intención (1) de inducir en su
audiencia A una determinada respuesta r, (2) de que A reconozca la intención (1) de H, y (3) de
que A reconozca que H tiene la intención de que el cumplimiento de (1) esté basado en el
cumplimiento de (2) (Grice, [1969] 1989c: 105). Se trata por tanto de un tipo de intención
reflexiva y compleja que, a partir de su propuesta, se denomina intención comunicativa o
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intención griceana. Importa tener en cuenta además que, puesto que las cláusulas conforman una
definición analítica (dan condiciones necesarias y conjuntamente suficientes), las
correspondientes intenciones han de considerarse constitutivas del significado de la persona
hablante.
Inicialmente ([1957) 1989a) Grice contemplaba, fundamentalmente, dos tipos de respuesta
inducida en A: una creencia (a través de proferencias de tipo indicativo) o una intención o
propósito (a través de proferencias de tipo imperativo). Mediante las proferencias de tipo
imperativo, el efecto intencionado por la persona hablante es que el auditorio tenga la intención
de hacer algo. En el caso de las de tipo indicativo, la intención atribuida a quien habla era,
inicialmente, la de inducir una creencia en el auditorio. Pero posteriormente Grice reformuló
esta intención como el intento de inducir en el auditorio la creencia de que quien habla tiene una
determinada creencia (Grice, [1968] 1989b: 122-123). Esta formulación es más genérica, pues
le permite incluir bajo las proferencias de tipo indicativo las que son casos de decir algo o
informativas, y también las que no tienen ese propósito. Esta revisión le permite también una
distinción adicional, entre proferencias de tipo indicativo exhibitivas y protrépticas. Mediante
las proferencias exhibitivas, la persona que habla tiene la intención de inducir la creencia de que
ella misma, quien habla, está en una determinada actitud proposicional. Mediante las
proferencias protrépticas, la persona hablante tiene la intención de inducir la correspondiente
actitud proposicional en su auditorio en virtud de inducir en él la creencia de que ella misma
está en una determinada actitud proposicional.
Es interesante darse cuenta de que con estas distinciones, si bien están inicialmente guiadas por
los modos oracionales y tienen un carácter esquemático, Grice está ofreciendo un tratamiento de
aspectos de la comunicación que pueden considerarse directamente relacionados con los actos
de habla y las fuerzas ilocutivas (cf. Green, 2014: sec. 5.3; y Kissine, 2009). Además, se ha
podido interpretar que es así en la medida en que estos aspectos tienen que ver con la
“invitación a una respuesta” que Austin consideraba un tercer efecto del acto ilocutivo (Sbisà,
2013: 51) En el caso de Grice, sin embargo, la respuesta invitada se refiere a reconocer los
estados psicológicos de la persona hablante. Este enfoque sugiere ya la posibilidad de un
desarrollo de la teoría de actos de habla que explique la fuerza ilocutiva en términos de las
intenciones comunicativas y de los estados psicológicos expresados. Como vamos a ver, este es
el enfoque que adoptan las propuestas de Strawson (1964), Shiffer (1972), Bach y Harnish
(1979) e incluso (con diferencias importantes) Searle (1969, 1979). En todos estos casos, cabe
valorar que la interacción comunicativa se basa en la expresión de estados psicológicos por
parte de la persona hablante y (cuando hay éxito comunicativo) en la captación inferencial de
estos estados por parte de su oyente o auditorio.
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Antes de prestar atención a las propuestas teóricas a que acabamos de referirnos, es preciso
recordar un segundo elemento componente de la propuesta original de Grice. En su
consideración, la comunicación es una actividad racional (de búsqueda de los recursos más
prometedores para el éxito comunicativo) y cooperativa: quienes participan en un intercambio
tratarán de que sus contribuciones sean, en cada etapa en que tengan lugar, las requeridas por el
propósito, dirección u orientación que han sido aceptados en común para ese intercambio
(Grice, [1975] 1989d: 26). Esta exigencia cobra la forma de un principio cooperativo que se
desarrolla, a su vez, mediante cuatro máximas de cantidad, cualidad, relación y modo. Estas
cuatro máximas conversacionales cumplen, para Grice, una doble función: con carácter general,
guían la conducta comunicativa de las personas que hablan, en la medida en que les pueden
permitir excluir posibles movimientos conversacionales por inadecuados (p. 26); y, más
específicamente, permiten obtener las implicaturas conversacionales, en tanto que contenido
intencionado por la persona hablante y que ella puede anticipar que su oyente inferirá con ayuda
de las máximas (pp. 30-31). En general, para quienes hayan aceptado los propósitos u objetivos
que, en la consideración de Grice, son centrales para la comunicación (como “dar y recibir
información, influir y ser influido por otros”, p. 30), los intercambios comunicativos serán
provechosos sólo bajo el presupuesto de que las personas participantes se conducen en general
de acuerdo con el principio cooperativo y las máximas conversacionales.
Esta consideración, relativa al modo en que las máximas contribuyen al carácter provechoso y
acorde a los fines del intercambio comunicativo, permite interpretar que, en tanto que estándares
normativos o reglas de uso, estas máximas cumplen una función regulativa (y no constitutiva)
del habla. El propio Grice parece confirmar esta interpretación, cuando observa: “He enunciado
mis máximas como si este propósito [al servicio del cual está el intercambio, CC] fuera un
intercambio de información máximamente efectivo; esta especificación es, por supuesto,
demasiado estrecha, y el esquema necesita generalizarse para permitir otros propósitos generales
como influir en o dirigir la acción de otros” (Grice, [1975] 1989d: 28) Las máximas, por tanto,
establecen criterios de máxima efectividad, ya sea para el intercambio de información o ya sea
para influir y mover a la acción de otras personas. Son, en ese sentido, reglas regulativas, como
algo distinto de las condiciones constitutivas del significado del hablante que, como hemos
visto, vienen determinadas por las intenciones comunicativas de la persona que habla. A su vez,
los significados lingüísticos, si bien son convencionales, pueden considerarse derivados de esas
condiciones.
5. Reglas constitutivas e intenciones comunicativas. John Searle
John Searle (1969, 1979) se propone desarrollar y mejorar la teoría de actos de habla iniciada
por Austin. En el planteamiento general con el que hemos iniciado este trabajo, señalábamos
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que en el tratamiento de los actos de habla es posible encontrar dos grandes líneas de teorización
y análisis, que caracterizábamos como aproximaciones convencionalista e intencionalista. En el
caso de Searle encontramos una posición convencionalista (en la medida en que hace depender
la fuerza ilocutiva de la existencia de sistemas de reglas constitutivas subyacentes al habla) que
es al mismo tiempo intencionalista e internista (pues hace depender las condiciones y reglas
esenciales de cada tipo de ilocución de las intenciones y otros estados psicológicos de la persona
hablante, que son los que dan contenido a las condiciones y reglas). Tiene interés por tanto
recordar brevemente las principales tesis de su propuesta teórica, con el fin de poder obtener
alguna conclusión respecto al modelo de interacción comunicativa resultante.
Searle considera que Austin ha tenido en cuenta paradigmáticamente actos de habla
institucionalmente ligados, lo que no puede generalizarse al conjunto de los actos de habla tal y
como tienen lugar en contextos comunicativos informales y conversacionales. Su propuesta
teórica pretende tener esa generalidad, y para ello Searle comienza estableciendo una tesis
central: la tesis de que al habla le subyacen sistemas de reglas constitutivas, de forma que son
estas reglas las que hacen posible que por medio de una proferencia lingüística se realice una
acción (Searle, 1969: 12). El punto de partida de Searle es una caracterización de la noción de
regla constitutiva (que toma de J. Rawls) de acuerdo con la cual este tipo de reglas dan lugar a
nuevas formas de actividad, por contraposición con las reglas meramente regulativas que
regulan formas preexistentes de conducta (pp. 33-34). Como paso previo, Searle analiza el acto
de habla en contexto como integrado por dos niveles: el nivel del contenido proposicional, y el
nivel de la fuerza ilocutiva (pp. 30-31). Con ello, está alejándose del análisis de Austin en
términos de acto locutivo y acto ilocutivo, y está introduciendo un punto de vista según el cual
el acto de habla puede identificarse con el acto ilocutivo, en la medida en que la expresión de
un contenido proposicional no puede darse sin su inclusión en un acto ilocutivo completo. El
acto locutivo en el sentido de Austin queda reemplazado así por el acto de expresar un
contenido proposicional (lo que incluye los actos de referir y predicar), con lo que queda
reducido a expresión de un contenido veritativo-funcional.
Searle conduce su investigación del acto ilocutivo centrándose en un tipo de acto de habla bien
tipificado, el acto de prometer, para extenderlo después a otros actos de habla. Enfoca su
investigación como una búsqueda de condiciones necesarias y conjuntamente suficientes para el
uso del indicador de la fuerza (el prefijo realizativo4 en los casos explícitos), a partir de las
4 Austin había dado el nombre de fórmula realizativa (1975: 71) a expresiones lingüísticas que incluyen
un verbo realizativo en primera persona del singular, presente de indicativo, voz activa. Es decir, se trata
de formas del tipo “[Yo] prometo que p”, “[Yo] afirmo que p”, etc. Esta forma es la que se denomina
también prefijo realizativo, y el acto de habla explícito, que incluye la fórmula realizativa, se denomina
también realizativo (performative). Searle habla del indicador de la fuerza ilocutiva (illocutionary force
indicator) (1969: 30) En general, se acepta que no todos los actos de habla necesitan ser explícitos, y con
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cuales después formulará las reglas constitutivas. El conjunto de condiciones para la promesa
incluyen: condiciones de inteligibilidad y comprensión lingüísticas, condiciones relativas al
contenido proposicional del acto de habla (se expresa una proposición en la que se predica una
acción futura de la persona hablante), condiciones generales de contexto (relativas a estados
psicológicos, como creencias y preferencias, por parte de hablante y oyente), una condición de
sinceridad (que la persona hablante tenga la intención de hacer lo que promete), una condición
esencial: que la persona hablante tenga la intención de que su proferencia le ponga bajo la
obligación de hacer lo prometido, y la condición griceana revisada de que la persona hablante
tenga la intención comunicativa de inducir en su oyente el reconocimiento de esa intención
esencial, y de que ese reconocimiento tenga lugar en virtud de su conocimiento del significado
de la proferencia (Searle, 1969: 57-61).
La regla esencial se obtiene a partir de la condición esencial, y se formula como una regla
semántica para el empleo correcto del indicador de la fuerza: la proferencia de “[Yo] prometo
que p” cuenta como asumir la obligación de hacer lo enunciado en p (p. 63). En general, la regla
esencial para otros tipos de actos de habla identificados por Searle se enuncia a partir de la
fórmula “X cuenta como Y”, donde el contenido de la regla se ha obtenido previamente a partir
de una condición esencial relativa a la intención de la persona hablante de realizar ese tipo de
acto de habla. Esto se hace explícito en su ensayo A taxonomy of illocutionary acts ([1975]
1979a), donde Searle propone tres criterios fundamentales para su clasificación y otros
adicionales que han de permitir distinciones más finas dentro de cada tipo. Los tres criterios: el
propósito u objeto ilocutivo, la dirección de ajuste entre palabras y mundo, y el estado
psicológico expresado, corresponden a las condiciones esencial, de contenido proposicional y de
sinceridad (respectivamente). En el caso del propósito ilocutivo, Searle indica que proporciona
el mejor criterio para su clasificación. Así, un acto de habla aseverativo tiene como propósito
ilocutivo comprometer a la persona hablante (en distintos grados) con que algo es el caso, con la
verdad de la proposición aseverada; un acto de habla directivo tiene como propósito que es un
intento (en distintos grados) de lograr que la persona oyente haga algo; los actos compromisivos
tienen el propósito ilocutivo de comprometer a la persona hablante a hacer algo; los actos
expresivos tienen como propósito expresar los estados psicológicos de la persona hablante;
finalmente, las declaraciones o actos de habla declarativos se caracterizan por estar
institucionalmente situados, y la realización con éxito de uno de estos actos determina que se
establezca una correspondencia entre el contenido proposicional del acto y el mundo (pp. 12-
20).
frecuencia no lo son. Así mismo, se considera que, además del prefijo realizativo, otros marcadores de la
fuerza pueden contribuir a informar del modo en que la persona hablante presenta su acto de habla (como
el modo gramatical, la entonación, etc.) (cf. Green, 2014)
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Desde el punto de vista del modelo de interacción comunicativa resultante, importa observar
que Searle ha presentado estos tres criterios fundamentales como criterios en correspondencia
con condiciones necesarias para la realización con éxito del acto de habla. Entre estas
condiciones se incluye, además, la condición revisada griceana de que la persona hablante ha de
tener la intención de realizar el acto ilocutivo que realiza, y de que esta intención sea
reconocida. Los medios para este reconocimiento son convencionales para Searle: incluyen el
uso de los significados lingüísticos, y así mismo el conocimiento previo de las reglas
constitutivas que se han obtenido a partir de condiciones necesarias y suficientes. Sin embargo,
es preciso examinar con más detalle si el efecto ilocutivo en el sentido de Searle es un efecto
convencional en el sentido de Austin.
Por una parte, como acabamos de ver, en el modelo de Searle realizar un acto de habla
satisfactoriamente y con éxito incluye la condición necesario de que la persona hablante tenga la
intención comunicativa de producir la captación o comprensión (uptake) de su auditorio. Por
otra parte, Searle afirma que sólo puede tenerse este tipo de intención sobre un trasfondo de
reglas constitutivas que, conjuntamente, definen el efecto institucional del acto. Por esta razón,
la intención de lograr la comprensión del auditorio va unida a la intención reflexiva de que esta
comprensión se logre en virtud del conocimiento que tiene el auditorio de que la proferencia (al
menos, una parte de ella, la que corresponde a los elementos indicadores de la fuerza) está
gobernada por determinadas reglas (Searle, 1969: 50) En relación con estos efectos, Searle
habla de hechos institucionales, que considera equivalentes a sistemas de reglas constitutivas de
la forma “X cuenta como Y en el contexto C”. Para poder dar cuenta de estos hechos, Searle ha
desarrollado una ontología de hechos institucionales en términos de aceptación colectiva
(Searle, 2005 y 2010). Defiende que estas instituciones humanas hacen posible la creación de
poderes normativos como como obligaciones y deberes, permisos y derechos, etc. Al apelar a
una noción de aceptación colectiva que no es reducible a otras, Searle ha tratado de mantener su
propuesta en un marco naturalista.
A esta posición, sin embargo, se le han podido formular objeciones. Desde el punto de vista de
la discusión que mantenemos, y que atiende principalmente a la interacción comunicativa,
Witek (2013: 138) ha objetado que la teoría de las reglas constitutivas puede utilizarse para dar
cuenta de una reducida clase de actos ilocutivos convencionales, aquellos que forman parte de
prácticas convencionalizadas o institucionalizadas; pero la mayor parte de los actos ilocutivos
son indirectos y, como tales, no pueden retrotraerse a reglas del tipo “X cuenta como Y en el
contexto C”. Searle ha ofrecido una explicación de los actos de habla indirectos en términos
inferenciales (Searle, [1975] 1979b) Sin embargo, la objeción de Witek tiene en cuenta que, si
bien algunos actos de habla son convencionales porque se realizan por medios convencionales,
todos los actos de habla tienen un efecto convencional en el sentido de Austin, es decir, son
12
convencionales porque sus efectos dan lugar a cambios en el mundo social y humano que
existen en la medida en que se aceptan en cuanto tales por parte de las personas que interactúan.
En la discusión de este punto es relevante también tener en cuenta que, en el caso particular de
actos de habla explícitos, Searle consideró inicialmente (1969) que la forma realizativa “[Yo]
prometo que p” hacía explícita la fuerza de la proferencia. Green (2014: sec. 2.3) observa
críticamente que esta consideración parecería caracterizar un estado de cosas independiente, y
de ese modo la explicación de Searle parecía presuponer que quienes hablan “pueden dar a sus
palabras la fuerza de una degradación o una excomunión”; pero esto era, precisamente, lo que
había que explicar. En trabajos posteriores, Searle y Vanderveken (1985) caracterizaron a los
actos de habla explícitos (o realizativos) como declaraciones o actos declarativos. Finalmente,
Searle (1989) ha replanteado el problema como una pregunta por el modo en que determinadas
proferencias adquieren la fuerza de declaraciones, para defender que, cuando la persona
hablante emite una proferencia con un prefijo realizativo, está manifestando su intención de
realizar un acto de un tipo determinado; y ha considerado que manifestar la intención de realizar
un acto de habla es condición suficiente para la realización de ese acto, pues, si el resto de las
condiciones del acto de habla se satisfacen, “la intención manifestada es constitutiva de esa
fuerza” (Searle, 1989: 556), sin requerir otro efecto que el reconocimiento de la audiencia.
Recapitulando, en el modelo de Searle, en la realización de un acto ilocutivo es condición
necesaria que la persona hablante tenga la intención de producir un determinado efecto
mediante el reconocimiento, por parte de su oyente, de que tiene esa intención de producir ese
efecto; y, si está usando las palabras literalmente, ha de tener la intención adicional de que el
reconocimiento de su oyente se logre en virtud del hecho de que las reglas para el uso de la
expresión lingüística que ha emitido asocian, convencionalmente, esa expresión con ese efecto
(Searle, ([1975] 1979a: 45). Por tanto, el éxito ilocutivo está determinado por que la persona
hablante tenga la intención de realizar un acto de habla de un determinado tipo, y por que logre
realizar su intención de que su oyente reconozca su intención de realizar ese acto de habla, con
un determinado significado y fuerza. Los medios o instrumentos son convencionales, pero no en
todos los casos el efecto ilocutivo. En este sentido, el modelo comunicativo de Searle es, como
anticipábamos, convencional en cuanto al procedimiento, pero internista: el contenido de las
reglas constitutivas remite a las actitudes y, en particular, las intenciones de la persona hablante.
Esta posición es diferente de la línea de tratamiento de las fuerzas ilocutivas que han seguido
otros modelos de enfoque griceano, donde el acto ilocutivo se hace equivaler a la expresión
(con una intención reflexiva y compleja) de determinados estados psicológicos, y el éxito
comunicativo depende del reconocimiento de estos estados y actitudes. Estas propuestas
adoptan un enfoque fundamentalmente inferencialista para explicar la comunicación. A
13
continuación vamos a ver los principales elementos de algunas de ellas, por su relevancia y
vigencia en el marco de los debates recientes.
6. La aproximación intencionalista a los actos de habla
6.1. Intenciones comunicativas y convenciones. Uptake en los actos de habla no esencialmente
convencionales
En su ensayo Intention and convention in speech acts (1964), Strawson cuestiona la tesis de
Austin según la cual el acto ilocutivo era un acto realizado en conformidad con un
procedimiento convencional y cuyo efecto era así mismo convencional. Utilizando el ejemplo
de las advertencias (como la proferencia “El hielo ahí es muy fino”, emitida en circunstancias
apropiadas), argumenta que, si bien todo acto de habla ha de conformarse a las convenciones
lingüísticas, no necesariamente a todo acto de habla le subyace un procedimiento convencional
(distinto de esas convenciones) al cual ha de conformarse y del que depende su efecto
(Strawson, 1964: 443). Propone, frente a Austin, diferenciar dos tipos de actos de habla: los
esencialmente y los no esencialmente convencionales. Los primeros corresponderían a actos de
habla del tipo de los estudiados por Austin. Están ejemplificados por la sentencia judicial o
arbitral, la legación testamentaria o el nombramiento para un cargo. Estos actos no tendrían
existencia fuera de los procedimientos o las prácticas de los que forman esencialmente parte, y
que están a su vez gobernados por reglas o convenciones (p. 457).
En contraposición, los actos de habla no esencialmente convencionales no requieren de otras
convenciones distintas de las propias convenciones lingüísticas. El acto puede considerarse
realizado siempre que se logre el primero de los efectos identificados por Austin: el
aseguramiento de la comprensión (uptake) del significado y la fuerza de esa proferencia. En
estos casos, el acto de habla no es, esencialmente, un acto convencional, un acto realizado
conforme a una convención (1964: 456). En estos actos no esencialmente convencionales,
Strawson admite que podría decirse que son convencionales los recursos empleados para su
realización, en la medida en que hayan de entrar en juego las convenciones lingüísticas. Pero
rechaza considerarlos esencialmente convencionales, podemos interpretarlo así, porque no hay
un procedimiento convencional que tenga un efecto convencional, en el sentido del segundo de
los efectos indicados por Austin.
En el caso de estos actos de habla no esencialmente convencionales, Strawson apela a Grice
para defender que, para que se logre la comprensión o captación (uptake) del significado y la
fuerza del acto de habla, es condición necesaria “que la audiencia le considere [al hablante, CC],
al emitir su proferencia, en posesión de una intención compleja de un tipo determinado, a saber,
la intención de que la audiencia reconozca (y reconozca la intención de que se reconozca) su
14
intención de inducir una determinada respuesta en la audiencia” (1964: 454). Con esta
aproximación, Strawson está aplicando la definición de Grice de significado del hablante, y
haciendo equivaler el efecto del acto de habla (en estos casos no esencialmente convencionales)
al logro de la comprensión (uptake) así analizada. A su vez, para la suficiencia de las
intenciones comunicativas en la producción del uptake Strawson considera preciso modificar en
parte la definición original, añadiendo una cuarta cláusula que exige reflexividad también en
relación con la tercera. En última instancia, este requisito ha podido formularse como una
exigencia de transparencia de intenciones o conocimiento mutuo (common knowledge) en un
sentido fuerte (cf. Schiffer, 1972). Pero para nuestro objetivo de considerar el modelo de
interacción comunicativa resultante, es importante tener en cuenta que, para Strawson, en el
caso de los actos de habla no esencialmente convencionales el acto de comunicación se realiza,
tiene efecto, siempre que la comprensión (uptake) se haya podido asegurar, es decir, siempre la
proferencia se haya podido considerar emitida con la intención abierta y compleja con la cual se
ha emitido.
En la interacción comunicativa, esto tiene consecuencias importantes para el tipo de
responsabilidad que cabe atribuir a la persona hablante en cada uno de los dos tipos de actos
considerados, unas consecuencias que Strawson mismo señala. En los dos tipos de actos, la
persona hablante se hace responsable de haber manifestado abiertamente sus intenciones. En el
caso de los actos de habla realizados conforme a un procedimiento convencional, la persona que
ha empleado explícitamente la expresión realizativa correspondiente también resulta
responsable del efecto convencional al que el procedimiento convencional dé lugar. Sin
embargo, en el caso de los actos no esencialmente convencionales, la persona que habla no
puede considerarse responsable del efecto al que su acto de habla haya dado lugar. Strawson
argumenta que, en estos casos, no hay condiciones que garanticen de manera convencional la
efectividad de esa intención abierta que tiene la persona que habla: “Que sea efectiva o no es
algo que depende de [rests with] su auditorio” (1964: 459). Aunque Strawson no detalla más el
alcance de esta reflexión, cabe tratar de verla ejemplificada en dos ejemplos concretos. Una
sentencia judicial hace a la magistratura responsable no sólo de su veredicto, sino también de las
consecuencias que se sigan de él en el contexto jurídico y social. Una recomendación informal
hace a quien la emite responsable de sus intenciones manifiestas, incluida la intención de
orientar de una manera determinada la conducta de su oyente; pero su responsabilidad no
alcanza, en la consideración de Strawson, la efectividad de la recomendación, la influencia
efectiva que esta tiene en el oyente.
Esta consideración, que sin duda es consecuente con el análisis griceano de la fuerza que
Strawson ha introducido, tiene incidencia también cuando se consideran otros usos del lenguaje.
J. Hornsby (2003) ha observado que, en el caso del lenguaje del odio (un lenguaje dirigido a
15
transmitir odio o desprecio de una forma visceral y directa), los defensores de una libertad de
expresión irrestricta alegan la falta de responsabilidad de quien habla con respecto a los efectos
negativos que este lenguaje puede tener en la persona destinataria; de acuerdo con esta tesis, los
efectos de las palabras de la persona hablante están mediados por la psicología de su oyente, lo
que no permite hacer a quien habla responsable de esos efectos. Esta cuestión está conectada en
general con las consecuencias interpersonales y sociales de los actos de habla en tanto que
acciones, y tiene relación también con el fenómeno que se conoce como silenciamiento
ilocutivo5.
6.2. El acto ilocutivo como expresión de una actitud. Un modelo griceano del intercambio
comunicativo
Como acabamos de ver, Strawson inicia un tratamiento griceano del acto ilocutivo. De acuerdo
con su análisis, la fuerza ilocutiva de una proferencia es esencialmente un elemento componente
del significado del hablante, que quien habla tiene la intención de que se capte o comprenda. Y
la captación de la fuerza de una proferencia necesita, en todos los casos, del reconocimiento de
una intención dirigida al auditorio y del reconocimiento de esta intención como una intención
abierta, que la persona que habla tiene la intención de que se reconozca.
Este enfoque griceano en el tratamiento del acto ilocutivo fue proseguido después por K. Bach y
R.M. Harnish. En Linguistic communication and speech acts (1979) proponen un modelo
inferencial de la comunicación, en cuyo marco elaboran una concepción del acto ilocutivo en
tanto que acto realizado con la intención de que el auditorio identifique el acto mismo que se
está realizando, y consideran que el éxito comunicativo requiere que esta intención se satisfaga.
A partir de un análisis del proceso inferencial de producción y comprensión de los actos de
habla, que se inicia con la proferencia de una expresión lingüística, proponen un esquema del
acto de habla (SAS por sus siglas en inglés) que incluye tanto el acto ilocutivo como el acto
locutivo en el sentido de Austin. Para su análisis, introducen también la noción de creencias
contextuales recíprocas (mutual contextual beliefs, 1979: 5-6), entendidas como creencias
relevantes en el contexto que las personas participantes han de poder atribuirse mutuamente, y
atribuirse que se atribuyen. Así mismo, enuncian dos principios que forman parte del SAS: la
presunción lingüística (LP) y la presunción comunicativa (CP). LP introduce la creencia mutua
de que se comparte el lenguaje o la lengua empleados; CP exige la creencia recíproca de que,
5 Aunque la discusión en torno al problema del silenciamiento ilocutivo (illocutionary silencing) tiene una
importancia e interés extraordinarios, no será posible abordarla aquí. Se ha estudiado en relación con la
pornografía, y también en general en relación con formas de opresión por motivos de raza, de género y
otras. Pueden tenerse en cuenta varios trabajos, entre los que cabe citar: McKinnon (1993), Hornsby and
Langton (1998), McGowan (2009) y Anderson, Haslanger y Langton (2012).
16
siempre que la persona hablante dice algo a su oyente, lo está haciendo con alguna intención
ilocutiva reconocible.
A partir de estos elementos, Bach y Harnish caracterizan el acto de habla como un proceso
inferencial en cuatro pasos, que la persona hablante tiene la intención de que su oyente lleve a
cabo (pp. 20-24). El primer paso (L1) incluye la proferencia de una expresión lingüística e por
parte de la persona hablante, y requiere de su oyente el reconocimiento de que la hablante ha
emitido una determinada expresión lingüística. El segundo paso (L2) requiere que la persona
oyente determine lo que la hablante ha significado mediante e, lo que puede incluir procesos de
desambiguación y, en general, supone dar un significado a la proferencia seleccionando, en ese
contexto, uno de los posibles significados que esa expresión lingüística puede tener en el
lenguaje o lengua a la que pertenece. Bach y Harnish llaman a este significado el significado
operativo de e. El tercer paso en el proceso inferencial intencionado (L3) debe conducir desde el
significado operativo de e a lo que la persona hablante está diciendo a su oyente. Este tercer
nivel corresponde, de acuerdo con la declaración de los autores, al nivel del acto locutivo en el
sentido de Austin.
Importa observar aquí que para Bach y Harnish algunos marcadores de la fuerza típicos, como
el modo oracional y el tipo de oración, o el verbo realizativo (en los casos explícitos y literales),
forman parte del acto locutivo. Este tratamiento aproxima, efectivamente, el análisis de Bach y
Harnish a la noción de Austin, y les aleja de Grice. Puede recordarse que, para Grice, la noción
de lo que se dice (what is said), en tanto que contenido proposicional, se identificaba con el
contenido semántico veritativo-funcional (cf. [1975] 1989d). Sin embargo, como vamos a ver a
continuación, el tratamiento de Bach y Harnish del acto ilocutivo les aleja de Austin y les sitúa
en el marco de la teoría de la comunicación de Grice. Ello va a permitir poner de manifiesto
algunas dificultades de su planteamiento.
Pues un cuarto paso en el proceso inferencial de la comunicación (L4), en tanto que
intencionado por la persona hablante, es el que ha de conducir al acto ilocutivo. Bach y Harnish
consideran que un acto ilocutivo tiene éxito si la intención comunicativa de la persona hablante
es reconocida por su oyente. Entienden las intenciones comunicativas como intenciones
reflexivas y complejas de tipo griceano y, si bien consideran que la explicación original de
Grice no ha tenido suficientemente en cuenta el papel de la presunción comunicativa (CP)
cuando la comunicación es lingüística, asumen que el efecto ilocutivo consiste en el
reconocimiento de la intención comunicativa reflexiva y compleja, de tipo griceano, que tiene
la persona hablante de producir ese efecto (1979: 14-15). El contenido de la intención
comunicativa, a su vez, es el pensamiento, la intención, el deseo o en general la actitud o estado
psicológico que resulta expresado; pues comunicar consiste en expresar una actitud. Definen
17
esta noción del siguiente modo: que H (la persona hablante) exprese una actitud consiste en que
H tenga la intención reflexiva de que su oyente tome la proferencia de H como una razón para
creer que H tiene esa actitud (cf. p. 15).
A partir de estas tesis centrales, diferencian los actos ilocutivos literales (1979: 10-11, 60-65) de
los no-literales (pp. 65 ss.), elaborando la idea de que el prefijo realizativo se genera como una
forma estandarizada de dar expresión a determinadas intenciones comunicativas griceanas
expresadas mediante esa forma lingüística (pp. 191-195). Diferencian además dos grandes tipos
de actos ilocutivos, los convencionales y los comunicativos. En el caso de los actos ilocutivos
convencionales, su producción y captación no se ajusta al esquema SAS, sino a la expresión de
una intención convencional cuya satisfacción sólo depende de que el acto sea conforme a una
convención (pp. 108 ss.) En contraste, los actos ilocutivos comunicativos, que responden al
esquema SAS y al análisis que los autores han presentado, pueden clasificarse a su vez teniendo
en cuenta el tipo de estado mental o actitud expresados (pp. 39 ss.).
Desde el punto de vista de la interacción comunicativa, por tanto, realizar un acto ilocutivo
consiste en emitir una proferencia lingüística con una determinada intención comunicativa y
expresando una actitud. En el caso de los actos ilocutivos comunicativos, no hay ningún efecto
convencional que haya de tenerse en cuenta, más allá de que la actitud se haya expresado del
modo apropiado. El reconocimiento por parte del auditorio de la actitud expresada, unido al
reconocimiento de la intención comunicativa que acompaña a esa expresión, es lo que determina
el éxito comunicativo. Esta concepción, como ya hemos visto también en el caso de Searle,
contrasta marcadamente con el punto de vista de Austin, para quien el acto ilocutivo sólo se
podía considerar logrado si daba lugar a un efecto convencional conforme al procedimiento
seguido. No sólo los medios, sino también el efecto había de ser considerado convencional. De
este modo, el contexto en el que se sitúan las acciones que resultan de los actos de habla
pertenecen para Austin al contexto social objetivo y tienen efecto sobre él; en el caso de Bach y
Harnish, el contexto en el que se sitúa el efecto ilocutivo es el contexto cognitivo de estados
psicológicos (creencias, intenciones y otros) de las personas interlocutoras.
6.3. Otros modelos de la comunicación de enfoque griceano
Una propuesta teórica muy influyente en el ámbito del estudio de la comunicación es la Teoría
de la Relevancia, propuesta originalmente por D. Sperber y D. Wilson en Relevance:
Communication and Cognition ([1986] 1995) y proseguida en un gran número de trabajos
posteriores. Su teoría de la comunicación se sitúa en el ámbito de la pragmática cognitiva de
tradición griceana para revisar críticamente el modelo de Grice y defender, con carácter general,
que la comunicación humana es una actividad inferencial basada en la expresión y el
reconocimiento de intenciones, que se orienta por la búsqueda de relevancia óptima. A su vez, el
18
concepto de relevancia se entiende, para un individuo, como una relación de equilibrio entre los
efectos cognitivos positivos que genera un input (i.e. una manifestación ostensiva, que en la
comunicación lingüística será típicamente una proferencia de la persona hablante) y el esfuerzo
de procesamiento que requiere su interpretación (cf. Wilson y Sperber, 2004: 252). Asumiendo
que todo estímulo ostensivo comunica, al mismo tiempo, su propia relevancia óptima (esto es lo
que establece el principio comunicativo de relevancia), el proceso de comunicación lingüística
requiere que la persona hablante tenga la intención de comunicar un contenido, y tenga la
intención de que su oyente reconozca esta intención; el éxito comunicativo dependerá de que su
oyente, guiándose por la búsqueda de relevancia (más los significados lingüísticos y la
información contextual disponible), pueda identificar esas intenciones. El contenido
explícitamente comunicado, o explicatura, será una proposición comunicada (con condiciones
de verdad completas) que la persona oyente ha podido recuperar a partir de una combinación de
decodificación (del significado codificado lingüísticamente con la forma lógica y el léxico) más
esfuerzo inferencial (2004: 260, n.15). Esta caracterización básica del proceso de la
comunicación lingüística se refiere, por tanto, a la comunicación de una proposición completa,
que corresponde a la noción de lo que se dice y está también en correspondencia con el acto
locutivo.
Si quisiéramos encontrar una explicación de cómo tiene lugar la comunicación de la fuerza
ilocutiva (en el sentido de Austin o Searle), cabe constatar que tampoco el acto de habla puede
considerarse una acción que tenga un efecto convencional. En general, el acto de habla se
caracteriza siempre como la comunicación de una proposición, donde el contenido
proposicional comunicado en un nivel básico aparece integrado en una explicatura de segundo
orden, la cual a su vez aclara o especifica el modo en que el contenido de primer nivel se
presenta o califica. Para ver esto con más claridad, en el caso de la proferencia de una oración
en modo imperativo, lo que el modo imperativo comunica es “una explicatura que describe un
determinado estado de cosas como siendo, al mismo tiempo, alcanzable (o ‘potencial’) y
deseable (hasta cierto grado x), para hablante u oyente o, quizá, para una tercera persona
destacada [en ese contexto, CC]” (Carston, 2002: 120). El contenido que queda indeterminado
ha de determinarse pragmáticamente en el contexto dado. Así, por ejemplo, la emisión de una
proferencia como “Ve a comprar leche” por parte de la persona hablante (H) dirigida a su
oyente (O) puede estar comunicando alguna de las siguientes proposiciones: “H está diciendo a
O que vaya a comprar leche”, o bien “Es moderadamente deseable para H (y alcanzable) que O
vaya a comprar leche”, o “H está pidiendo a O que vaya a comprar leche” (ibíd.) Importa
observar que, con este tipo de análisis, la comunicación consiste siempre en comunicar una
proposición, que puede ponerse en correspondencia con una declaración de tipo enunciativo.
Con ello, el efecto que tenga el habla en ese contexto ha de permanecer como algo externo a la
19
comunicación misma. La interacción comunicativa, a su vez, es una cuestión de comunicación
de intenciones (reflexivas y complejas de tipo griceano) y de captación o comprensión de esas
intenciones.
Otras posiciones teóricas con un enfoque inferencial y griceano de la comunicación presentan
consecuencias similares para la interacción comunicativa. El contextualismo más reciente
(Carston, 2002; Recanati, 20404 y 2010) estudia la comunicación como comunicación de una
proposición, que puede identificarse con el contenido de lo dicho (what is said). Pero no
identifica esta proposición comunicada con el contenido proposicional de la proferencia en tanto
que acto de habla literal y explícito (lo que Searle podía hacer a partir del principio de
expresabilidad6). El contextualismo asume la tesis (que también es posible encontrar, en una
versión más moderada, en la teoría de la relevancia original de Wilson y Sperber) de la
infradeterminación semántica (cf. Carston, 2002: cap. 1; Recanati, 2004: cap. 4.3). De acuerdo
con esta tesis, el significado lingüísticamente codificado en la forma lógica de la oración
empleada en un contexto de habla no comunica, por lo general, un contenido proposicional
completo con condiciones de verdad completas. Por ello, la recuperación de la proposición
completa que la persona hablante tiene la intención de comunicar (la cual puede incluir
explicaturas de segundo orden, en el sentido más arriba visto) requiere de un esfuerzo
inferencial por parte de su oyente que complete ese contenido proposicional con condiciones de
verdad completas.
Desde el punto de vista de la atención al intercambio comunicativo, tiene interés tener en cuenta
una tesis formulada por Recanati a la que denomina el principio de disponibilidad (availability
principle). De acuerdo con este principio, lo que se dice al proferir una oración debe analizarse
en conformidad con las intuiciones que comparten aquellos que entienden completamente la
proferencia, típicamente hablante y oyente, en un contexto conversacional normal (Recanati,
2004: 154). Esto entraña que, a pesar de que la noción de lo que se dice procede de la
concepción intencionalista de Grice, para Recanati esta noción ha de remitirse a las intenciones
públicamente reconocibles de la persona hablante. Con ello, en la propuesta de Recanati (que
presenta como una pragmática de las condiciones de verdad), son las intuiciones que pueden
atribuirse a hablantes competentes las que proporcionan la información empírica relativa a las
condiciones de verdad de las proferencias en contexto, las cuales la teoría tiene que poder
acomodar.
6 Searle enuncia el principio de expresabilidad al asumir que “lo que puede quererse significar [be meant]
puede decirse” (1969: 19 y ss.) Este principio ha sido puesto en cuestión, precisamente, por la pragmática
de orientación griceana y, en particular, el contextualismo. V. e.g. Recanati, 2003.
20
No obstante lo anterior, el conjunto de propuestas teóricas que hemos tomado en consideración
comparten un enfoque intencionalista que puede considerarse sujeto, conjuntamente, a algunas
objeciones.
7. Algunas objeciones a la aproximación intencionalista
Como hemos estado viendo, la noción de Grice de significado del hablante ([1957] 1989a) se
articula y define a partir de la intención de inducir una determinada respuesta en el auditorio
(cambio en sus creencias o en sus intenciones o propósitos). En la teoría original de Austin, un
efecto inducido de este tipo (sobre los estados psicológicos del auditorio) se conceptualizaba
como efecto perlocutivo. En la medida en que esta misma noción griceana de significado del
hablante permite explicar aspectos de la ilocución (pues permite diferenciar modos de la
comunicación, vinculados al uso de los distintos modos oracionales), puede considerarse que, en
el modelo de Grice, la explicación de la fuerza ilocutiva depende conceptualmente del efecto
perlocutivo del habla. Este mismo enfoque estaría presente en otros tratamientos de tipo
griceano. En el modelo de Bach y Harnish, en cambio, el único efecto ilocutivo reconocido
como tal es el de inducir la comprensión (uptake) por parte del auditorio, es decir, el efecto
ilocutivo se identifica con la captación del significado y la fuerza intencionados por quien hace
la proferencia. Cualquier efecto convencional que el acto de habla pueda tener,
consiguientemente, ha de tipificarse como efecto perlocutivo. De este modo, el modelo se aleja
también de la idea original de Austin. Lo mismo ocurre en el caso de la teoría de la relevancia y
el contextualismo, donde la comunicación se explica primariamente como expresión y
transferencia de contenidos, que incluyen la proposición comunicada (explicatura, lo que se
dice) y otras proposiciones que pueden comunicarse en tanto que significado del hablante que se
comunica y recupera inferencialmente.
Desde el ámbito del análisis del discurso, M. Haugh ha discutido los problemas que surgen
cuando se trata de incorporar la noción de intenciones comunicativas griceanas para explicar
datos empíricos relativos a interacciones comunicativas reales. Identifica tres usos de la noción
de intención en pragmática. El primero, operativo en la noción de significado del hablante de
Grice, serviría para analizar esa noción sin que conlleve un compromiso con su realidad
psicológica, y en ese sentido podría verse como un constructo teórico. El segundo uso de la
noción de intención sería específicamente cognitivo, y estaría operativo como constructo
analítico en las explicaciones teóricas de los procesos cognitivos que acompañan a la
interacción comunicativa. Haugh defiende un tercer uso de la noción, que tiene carácter
normativo y no es reducible a los otros dos: se trata de un constructo discursivo, que resulta de
la propia interacción comunicativa cuando las personas que interactúan se vuelven
evaluativamente sobre las implicaciones de lo que la persona hablante está diciendo o haciendo
21
a través de lo que dice (Haugh, 2012: 168, 2013: 42). Esta noción normativa de intención se
introduce cuando el análisis de la interacción se centra, desde el punto de vista de quienes
interactúan, en aquello a lo que la persona hablante se está comprometiendo, o puede
considerarse que se está comprometiendo, en la interacción.
La noción discursiva de intención, en tanto que noción normativa, se pone de manifiesto en
particular en casos en los que el auditorio considera responsable a la persona hablante por un
significado que cabe atribuir a sus palabras en un contexto particular, aunque ese significado no
corresponda, o no plenamente, con las intenciones comunicativas de la hablante7. Esta noción
normativa se ha podido tratar en términos de significado conjunto (Carassa y Colombetti, 2011)
o introduciendo una noción de significado del hablante revisada (Haugh, 2013). En todos los
casos, se entiende que esta noción normativa de significado, más allá de las intenciones
comunicativas individuales, sólo puede aclararse si se tiene en cuenta el modo en que las
personas que interactúan se atribuyen derechos y obligaciones, y reclaman a la persona hablante
que asuma la responsabilidad y rinda cuentas (accountability) del significado que puede
atribuírsele.
Hacer entrar en juego una dimensión normativa de la interacción, que tiene que ver con
obligaciones y derechos (y otras posiciones normativas similares) de las personas que
interactúan comunicativamente, no es algo a lo que el enfoque intencionalista sea
completamente ajeno. Sin embargo, para este enfoque y como hemos podido indicar ya, muy en
particular en el caso de Searle, la persona hablante se considera responsable de haber expresado
determinadas intenciones y estados psicológicos, pero no del efecto de sus palabras más allá de
la expresión de estos contenidos, incluido el efecto convencional en el sentido de Austin. Una
segunda objeción que cabe dirigir al enfoque intencionalista es la de que no puede dar cuenta
del modo en que el intercambio comunicativo tiene incidencia en el mundo social e
interpersonal de quienes participan en él, afectando a sus obligaciones y derechos mutuamente
reconocidos.
Incluso una posición como la de Searle, para quien puede las reglas constitutivas son
instituciones determinantes de la creación y atribución de estados normativos de este tipo (v.
Searle, 2010), hace depender la efectividad del acto de habla de la intención comunicativa de la
persona hablante de realizar ese acto. Una segunda objeción que puede hacerse a este
planteamiento es la de que este enfoque no tiene en cuenta el modo en que el efecto ilocutivo
está determinado no sólo por las intenciones de la persona hablante, sino por el modo en que su
oyente recibe y acepta (o, en otro caso, adopta una posición evaluativa o crítica) la proferencia.
En casos de desacuerdo respecto a la intención comunicativa original de la persona hablante, se
7 Para un estudio de caso, puede verse Corredor, 2016.
22
abre con frecuencia un proceso de negociación del significado, en el que la fuerza del acto de
habla solo queda determinada tras un proceso de interacción, cuando las personas que
interactúan alcanzan un acuerdo (posiblemente tácito) sobre el significado y la fuerza del acto
de habla que ha sido realizado. En mi consideración, los tratamientos teóricos de la interacción
comunicativa debería tomar en consideración esta dimensión normativa.
Una última observación crítica tiene que ver con el efecto convencional de los actos de habla.
Desde la perspectiva griceana, la respuesta de la persona oyente es un efecto inducido que
parece caer bajo la categoría de efecto perlocutivo en el sentido de Austin. En el plano
intersubjetivo de la interacción, y desde un punto de vista normativo, permanece sin explicar,
precisamente, la fuerza del habla para crear un vínculo normativo interpersonal: para que una
promesa cree una obligación intersubjetivamente reconocida, o para que una petición dé lugar a
una responsabilidad o un deber asumidos por la persona interlocutora. La responsabilidad o el
derecho mutuamente reconocidos no pueden reducirse a las intenciones individuales y otros
estados psicológicos expresados, y tampoco parecen correctamente explicadas si han de verse
como efectos perlocutivos.
Este conjunto de objeciones justifican dirigir la atención a otros tratamientos teóricos que, en el
ámbito de la pragmática contemporánea y del estudio de la interacción comunicativa, tienen en
común un enfoque convencionalista y normativo.
8. La aproximación convencionalista al estudio de la interacción comunicativa
De acuerdo con la propuesta original de Austin ([1962] 1975), los actos de habla son acciones
que dan lugar a efectos de un determinado tipo en el mundo social e interpersonal de las
personas que participan en la interacción, y estos efectos son convenionales. Las propuestas
teóricas a las que nos vamos a referir en este epígrafe son convencionalistas no solo porque
aceptan que los medios para la realización de los actos de habla son convencionales, sino porque
asumen la tesis de que también el efecto del acto de habla ha de poder considerarse
convencional. Vamos a tener en cuenta dos posiciones, las de M. Sbisà y M. Witek, no idénticas
entre sí, pero que comparten un núcleo de tesis básicas que, conjuntamente, permiten
caracterizar a esta aproximación.
Ha sido Sbisà quien en primer término ha defendido el punto de vista de que la
convencionalidad de los actos de habla reside, ante todo, en el carácter convencional de los
efectos a que dan lugar (Sbisà, 2009: 33-34). Si bien esta aproximación acepta que la
comprensión (uptake) es una condición necesaria para que pueda decirse que un acto de habla
ha sido realizado correctamente y con éxito, considera que no es por sí misma una condición
suficiente, y su necesidad no permite respaldar la tesis opuesta de la naturaleza intencional de
23
los actos ilocutivos como algo opuesto a su convencionalidad. Una tesis fundamental de esta
aproximación convencionalista es la de que para que una proferencia lingüística dé lugar a los
efectos convencionales pretendidos por la persona hablante, o a los efectos que cabe esperar
socialmente en ese contexto, tiene que haberse reconocido por las personas interlocutoras como
dando lugar a esos efectos, en un sentido que es preciso detallar.
La aproximación convencionalista a los actos de habla que aquí se toma en consideración
(Sbisà, 2006, 2009, 2016; Witek, 2013, 2015) defiende la tesis de que el efecto de estos actos es
convencional debido a que tiene lugar en virtud de una acuerdo, posiblemente tácito (y
posiblemente institucionalizado), entre quienes interactúan. Además y siguiendo a Gazdar
(1981), los actos de habla se consideran acciones sociales que cambian el contexto social e
interpersonal de las personas participantes. Una tesis común fundamental es la de que, mientras
los actos locutivos dan lugar a representaciones de estados de cosas en el mundo, los actos
ilocutivos dan lugar a cambios en las posiciones y relaciones normativas de las personas
participantes: cambios que afectan a sus obligaciones, compromisos y responsabilidades, así
como a sus derechos, habilitaciones y poderes, y otros estados normativos análogos.
La tesis común fundamental de esta aproximación, por tanto, defiende que los actos ilocutivos
modifican los compromisos y habilitaciones, y otros estatutos normativos de las personas que
interactúan comunicativamente. De aquí se sigue que la función central de los actos ilocutivos
es dar lugar a cambios en la estructura normativa de la realidad social e interpersonal, cambios
que afectan a las posiciones recíprocamente reconocidas de las personas participantes. Desde
este punto de vista, la condición necesaria de lograr la comprensión (uptake), ya requerida por
Austin, no es en sí misma una condición suficiente para que un acto de habla se pueda
considerar realizado de forma afortunada y correcta. Lo que se requiere adicionalmente es, en
primer lugar, que la locución dé lugar a un efecto convencional: el de un reconocimiento o
acuerdo entre las personas que interactúan acerca de que un determinado acto se ha realizado,
un acto que tiene un significado y una fuerza determinados. En relación con esta condición
adicional, en la propuesta de Sbisà se enfatiza que los cambios de carácter normativo a que dan
lugar los actos de habla se caracterizan por una propiedad esencial, que es su anulabilidad
(defeasibility) (Sbisà 2013: 33) Esto quiere decir que la creación de una obligación (o de un
derecho) puede quedar anulada, si las personas que interactúan llegan a la conclusión de que el
acto ha sido realizado de forma desafortunada o incorrecta, y ha constituido así lo que Austin
llamaba un desacierto (misfire).
Una segunda condición adicional tiene que ver con el tercero de los efectos que ya Austin había
tomado en consideración. Como ya habíamos visto, el acto de habla, si se realiza correctamente
y con éxito, puede invitar a una respuesta convencionalmente asociada con ese acto, lo que
24
posibilita que la interacción continúe en una de las varias formas posibles previamente
determinadas. Por ejemplo, una pregunta invita a darle respuesta, y una petición invita a que se
la atienda. En este punto, Sbisà interpreta que Austin sólo consideraba este posible efecto como
una propiedad opcional de los actos ilocutivos (ibíd.) A su vez, Witek ha adoptado una tesis más
fuerte, al defender que la fuerza de los actos de habla depende de la respuesta que,
convencionalmente, invita a dar o trata de invitar a dar. El carácter convencional de la conexión
entre el acto inicial y la respuesta es esencial aquí. Pues, de acuerdo con esta tesis, realizar un
acto ilocutivo es equivalente a iniciar la reproducción de un patrón que incluye la proferencia de
la persona hablante y la respuesta cooperativa de su oyente.
En lo que sigue, trataremos de caracterizar brevemente ambas posiciones antes de concluir con
algunas ideas finales.
8.1. La propuesta austiniana de M. Sbisà
A partir de una lectura fiel de la obra original de Austin (lo que puede permitir tipificar su
propuesta como austiniana), y en el marco de las tesis que acabamos de enunciar, Sbisà ha
ofrecido una caracterización de varios tipos de actos de habla explícitamente en términos de los
cambios que introducen en las posiciones normativas respectivas de las personas que
interactúan. El punto de partida es la clasificación original de Austin de tipos de actos
ilocutivos: verectivos, compromisorios, ejercitativos, comportamentivos y expositivos.
En el caso de los actos de habla veredictivos, Austin los había tipificado como actos
consistentes en emitir un veredicto o resultado, formal o informal, final o provisional, “sobre la
base de pruebas o razones relativas a valores o hechos” (1975: 150, 152) Ejemplos arquetípicos
son una sentencia, una descripción o una hipótesis. En su reelaboración, Sbisà asume esta
caracterización y la completa con el siguiente análisis (Sbisà, 2006: 167): quien realiza un
veredictivo en una situación de interacción, por ejemplo un debate público, se presenta ante las
personas interlocutoras como alguien dispuesto a asumir la responsabilidad de la corrección de
sus declaraciones, y así mismo como alguien cognitivamente competente y fiable; con ello, su
acto le compromete a proporcionar las pruebas, razones, etc. de que dispone; y su audiencia, a
su vez, en caso de aceptar el acto de habla, no solo aprehende y hace suyo el veredicto o
resultado enunciados, sino también, al menos en parte, las pruebas o razones que los respaldan y
con ello parte de la competencia de la persona hablante, lo que permite que quede autorizada a
emitir otros veredictivos análogos sobre el mismo tema.
Con carácter muy general, para el conjunto de tipos dentro de la tipología original de Austin
cabe extender el análisis en términos análogos (Sbisà 2006, 2014). Así, en el caso de los
veredictivos y como acabamos de ver, estos actos autorizan al auditorio a actuar a partir del
25
juicio expresado, al tiempo que comprometen a la persona hablante con la verdad o corrección
de lo dicho. En el caso de los compromisivos, Austin los había caracterizado como actos que
“comprometen al hablante a un determinado curso de acción” (1975: 156), como en el caso
paradigmático de las promesas; Sbisà precisa que, con ello, conceden al auditorio el derecho a
esperar una determinda forma de conducta. Los actos de habla ejercitativos eran para Austin
aquellos que consisten en “emitir una decisión a favor de un determinado curso de acción, o
abogar por ello” (1975: 154), como en el caso de las recomendaciones o las peticiones. En la
reelaboración de Sbisà, los ejercitativos asignan una obligación o (posiblemente) determinados
derechos y poderes al auditorio; y comprometen a la persona hablante a respaldar esa posición
normativa alcanzada por su auditorio. Los actos de habla comportamentivos, para Austin, tienen
que ver con “una reacción a la conducta o la suerte de otras personas”, así como con “las
actitudes y la expresión de actitudes ante la conducta pasada o inminente de otros” (1975: 159).
Ejemplos típicos son la expresión de condolencias, las felicitaciones o los agradecimientos. En
su análisis, Sbisà propone que, aunque no comprometan a la persona hablante a proporcionar
razones, pueden comprometerla a algún tipo de conducta futura si han creado en el auditorio una
expectativa legítima en ese sentido. Finalmente, los actos de habla expositivos se usan para
Austin con el fin de aclarar el modo en que se presenta el habla, y conciernen a “la exposición
de puntos de vista, la conducción de argumentos, y la clarificación de usos y referencias” (1975:
160). Sbisà propone caracterizarlos como actos que asignan derechos, obligaciones y otros
estados normativos que afectan a las relaciones internas o relevantes para el discurso o la
conversación.
Desde mi punto de vista, esta reelaboración de Sbisà permite tener en cuenta y dar respuesta a la
crítica de Strawon y Searle, para quienes la caracterización del acto ilocutivo debida a Austin
estaba orientada a (y condicionada por el modelo de) los actos de habla insertos
institucionalmente o esencialmente convencionales. La aproximación teórica de Sbisà tiene en
cuenta las posiciones normativas de las personas interlocutoras y el modo en que estas
posiciones cambian con el acto de habla, en virtud del reconocimiento o acuerdo que se
establece entre ellas acerca de que ese cambio ha tenido lugar. Esta dependencia del efecto del
acto de habla con respecto al reconocimiento o acuerdo de las personas participantes es lo que
permite considerarlo un efecto convencional. De esta forma, el tratamiento teórico de la fuerza
ilocutiva puede extenderse al conjunto de los actos de habla, sin requerir una institución o un
procedimiento institucionalizado explícitos.
Desde el punto de vista del enfoque intencionalista, cabría objetar que, en primer lugar, el
reconocimiento o acuerdo a que apela el análisis presupone procesos cognitivos de los que no se
da cuenta. En segundo lugar, desde este enfoque intencionalista todo efecto que vaya más allá
de lograr la captación o comprensión por medio del reconocimiento de las intenciones de la
26
persona hablante ha de tipificarse como perlocutivo. En respuesta a estas objeciones, cabe
introducir la distinción debida a C. Gauker entre el contexto cognitivo de una proferencia y su
contexto objetivo. De acuerdo con esta distinción, nos referimos al contexto cognitivo cuando
nuestro propósito es explicar e interpretar la conducta de la persona hablante atribuyéndole
determinadas creencias e intenciones; pero cuando tratamos de evaluar la acción de la persona
hablante, tenemos que referirnos al contexto objetivo de su proferencia: el conjunto de estados
de cosas con respecto al cual puede evaluarse la corrección o adecuación de la proferencia
(Gauker, 1998: 153) En mi consideración, y en conformidad con el punto de vista de Austin, la
peculiar normatividad que subyace a la interacción comunicativa requiere esencialmente de su
formulación en términos del contexto objetivo, sin que esto excluya la posibilidad de ofrecer
también un tratamiento cognitivo.
8.2. La propuesta interaccionista de M. Witek
Como ya anticipábamos, en una serie de trabajos recientes Witek ha propuesto y desarrollado un
modelo de la práctica ilocutiva de carácter esencialmente interaccionista. A partir del marco
convencionalista común que ya hemos presentado, defiende adicionalmente dos tesis
interrelacionadas: (i) que la fuera de un acto de habla depende de la respuesta que
convencionalmente invita a dar o trata de producir, y (ii) que realizar un acto ilocutivo significa
iniciar la reproducción de un patrón de interacción que incluye la emisión de la proferencia de la
persona hablante y una respuesta cooperativa a ella por parte de su oyente. El concepto de
patrón de interacción procede de R. Millikan (1998, 2005), de acuerdo con cuyas tesis la mayor
parte de las convenciones lingüísticas consisten en patrones hablante-oyente que sirven para
resolver problemas de coordinación lingüística y, con ello, ayudan a las personas que
interactúan a alcanzar objetivos extra-lingüísticos. La reelaboración de Witek (2015) asume que
la interacción comunicativa se estructura conforme a patrones de interacción hablante-oyente, y
así mismo que las convenciones lingüísticas pueden explicarse en términos de linajes de
soluciones a problemas de coordinación: pues, según defiende, las convenciones o patrones
surgen localmente, entre dos personas interlocutoras y su historia común de interacciones
comunicativas (en el caso más simple). En general, los patrones de interacción hablante-oyente
se crean y refuerzan o convencionalizan por sucesivas interacciones entre las mismas personas
participantes, y pueden describirse a partir de los previamente elaborados por Asher y
Lascarides en el marco de la Teoría de la Representación del Discurso (SDRT por sus siglas en
inglés) (cf. Asher and Lascarides, 2003).
De este modo y con carácter general, la reproducción de un patrón hablante-oyente
normalmente incluirá: (i) que la persona hablante se encuentre en determinados estados
mentales, uno de los cuales es el requerido por la sinceridad de su acto, y el otro es una
27
intención comunicativa; (ii) que la persona hablante profiera una determinada forma lingüística;
(iii) que su oyente reconozca los estados mencionados en (i); y, finalmente, (iv) la respuesta
cooperativa de la persona oyente (Witek, 2015: 47). La tesis fundamental de esta propuesta
defiende que la fuerza de un acto ilocutivo puede definirse por referencia a la condición (iv),
que es el efecto interactivo del acto llevado a cabo por la persona hablante, y que puede
considerarse, siguiendo a Austin, la respuesta a la que convencionalmente invita el acto. Este
efecto del acto ilocutivo se reinterpreta, por tanto, considerando que tanto el acto ilocutivo como
la respuesta a que invita son los elementos componentes (ii) y (iv) del mismo patrón
convencional de interacción lingüística. Puede decirse entonces que la función de un acto
ilocutivo es motivar un efecto interactivo que puede explicarse en términos de la respuesta
cooperativa por parte de la persona interlocutora.
Para ver con alguna concreción el modo en que este planteamiento puede aplicarse a algunos
tipos de actos de habla, en el caso de una afirmación directa, literal y sincera de que p, el patrón
correspondiente incluye: (i) la creencia de la persona hablante de que p, así como su intención
de lograr que su oyente comparta esta creencia mediante, en parte, su reconocimiento de esta
intención; (ii) la proferencia de la oración en modo indicativo “p” por parte de la persona
hablante; (iii) el reconocimiento de su oyente de los estados mentales indicados en (i); y,
finalmente, (iv) que la persona oyente llegue a creer que p. En el caso de un acto de habla
directivo directo, literal y sincero llevado a cabo mediante una emisión imperativa como “Haz
A”, el patrón correspondiente normalmente incluye: (i) el deseo de la persona hablante de que
su oyente haga A, así como su intención de lograr que su oyente haga A mediante, en parte, su
reconocimiento de esta intención de la persona hablante; (ii) la proferencia de la oración
imperativa arriba indicada por parte de la persona hablante; (iii) el reconocimiento de su oyente
de la intención de la persona hablante; y, finalmente, (iv) que la persona oyente realice A.
Una objeción inmediata a esta propuesta es la de que muchas de las interacciones lingüísticas no
son cooperativas. Para responder a ello, Witek observa que la noción de cooperación que entra
en juego no debe entenderse en todos los casos como una actitud de confianza y aquiescencia
directas, e introduce una distinción adicional entre efectos y patrones primarios y secundarios.
La idea central aquí es la de que los mecanismos a través de los cuales se construye la fuerza
efectiva de una proferencia incluyen un proceso discursivo que puede caracterizarse como de
negociación del significado8. Este proceso puede ser tácito o explícito en la interacción, y tiene
como resultado que la fuerza finalmente atribuida por las personas participantes a la proferencia
inicial sea el resultado del reconocimiento o acuerdo que han alcanzado en ese proceso. Cabe
concluir que los procesos de negociación del significado y la fuerza de los actos de habla pasan
8 La idea de que la interacción incluye con frecuencia un proceso de negociación del significado está
vinculada al marco teórico del análisis del discurso; véase también Sbisà, 2013.
28
a ser así fundamentales en la interacción comunicativa, en tanto en cuanto de ellos dependen los
actos de habla efectivamente realizados.
8.3. Otro enfoque normativo: Alston
Antes de concluir, importa mencionar que ha habido otras propuestas teóricas que han hecho
uso de categorías normativas para dar cuenta de la fuerza ilocutiva de los actos de habla. Una
posición destacada es la de W. Alston (1964, 2000), quien ha propuesto dos tesis alineadas con
un enfoque convencionalista y normativo. De acuerdo con la primera tesis, el significado
oracional puede analizarse como potencial ilocutivo (1964: 36). De acuerdo con la segunda,
cuando la persona hablante usa una oración, tiene que reconocer que el acto de habla que la
oración está diseñada a realizar está gobernado por determinadas reglas, y que,
consiguientemente, determinadas condiciones deberían satisfacerse (2000: 54-55). Con ello, al
realizar un acto de habla, la persona hablante está asumiendo la responsabilidad de que
determinadas condiciones se den. De este modo, el efecto convencional del acto de habla es
idéntico a la asunción de responsabilidad por parte de la persona hablante. Desde un enfoque
convencionalista y normativo, sin embargo, puede objetarse que con ello se identifica el efecto
convencional del acto de habla con la actitud intencional de la persona hablante, lo que sitúa
este efecto en un contexto interno y lo hace depender de las actitudes intencionales.9
9. Conclusión
Hemos presentado algunas posiciones centrales para el estudio contemporáneo de la pragmática
del lenguaje, teniendo en cuenta su afinidad con dos grandes enfoques que hemos caracterizado
como intencionalista y convencionalista. En ambos casos, el problema que ha centrado nuestra
atención ha sido el de la caracterización que ofrecen de la interacción comunicativa. Para la
aproximación interaccionista a los actos de habla, la comunicación se explica fundamentalmente
como una transmisión de intenciones comunicativas (reflexivas y complejas, de tipo griceano),
y los actos ilocutivos pueden considerarse con éxito cuando la persona hablante logra la
captación o comprensión (uptake) de su oyente en relación con esas intenciones. La
aproximación convencionalista (en el sentido de Austin) considera que la fuerza de los actos de
habla ha de explicarse por referencia al efecto convencional a que dan lugar, y que puede
caracterizarse teniendo en cuenta el modo en que el acto de habla introduce cambios en el
contexto social e interpersonal, en particular en las posiciones normativas de quienes
interactúan.
En mi consideración, la noción de acto de habla que resulta de la aproximación convencionalista
y austiniana permite dar cuenta, mejor que otras aproximaciones, de la peculiar fuerza del habla
9 En línea con esta crítica, puede verse: Navarro-Reyes, 2010: 146 y 163, n. 18, y Sbisà 2013: 50.
29
para instituir obligaciones y responsabilidades, así como habilitaciones y derechos, y otros
estatutos normativos; con ello, ilumina el modo en que el habla establece relaciones
interpersonales y afecta al mundo social y humano de las personas que interactúan. En contextos
institucionales y socialmente institucionalizados, estos estatutos normativos pueden estar
integrados en procedimientos explícitos o estar colectivamente aceptados, y son como tales no
elegibles. En otros contextos de interacción más informales, sin embargo, la fuerza del habla
para instituir una obligación o deber, o un derecho o habilitación, puede explicarse si se tiene en
cuenta el reconocimiento o acuerdo de las personas participantes acerca de que esos estatutos
normativos han quedado establecidos, lo que puede verse como un nuevo estado de cosas
instituido en el mundo social de sus relaciones interpersonales. Este reconocimiento o acuerdo
puede permanecer tácito o implícito, pero ha de estar disponible y ser accesible para quienes
participan en la interacción. De este modo, cuando se produce algún problema o desacuerdo, es
posible hacer explícito lo implícito y discutir o negociar acerca de ello.
De este modo, la aproximación convencionalista a la interacción comunicativa permite explicar
la fuerza del habla para coordinar las acciones sociales. También permite explicar su especial
normatividad: el hecho de que consideremos a quienes participan en la interacción responsables
por lo que significan sus palabras, más allá de lo que puedan declarar que estaba en su intención
comunicar. Este aspecto cobra especial importancia ante determinados usos del lenguaje, como
los usos despectivos y el lenguaje del odio, que sin embargo no han llegado a tratarse aquí. El
modo en que la aproximación convencionalista permite dar cuenta de ese tipo de interacción
social es, por tanto, una tarea aún pendiente.
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