Presentación de "Asalto a Sonora. Curso intensivo de corrupción, 2009-2015", por Carlos Moncada...
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Lo primero que destaca en “Asalto a Sonora” es la
minuciosidad del trabajo. No es la obra del maestro Carlos
Moncada una ocurrencia o una improvisación. Hay oficio,
profundo oficio periodístico y perspectiva de historiador, en
“Asalto a Sonora. Curso intensivo de Corrupción 2009-2015”.
En México, en general, y en Sonora, en lo particular, la
escritura de crítica y denuncia política suele, por limitaciones
de cultura política y, a veces aun peor, por falta de valor
cívico, ser profusa en abstracciones y vaguedades. No es
tampoco el caso de “Asalto a Sonora”.
En el libro del maestro Moncada quedan, para el presente y
para la historia por venir, los nombres, las circunstancias
precisas del despojo.
No es un libro que arrasa con todos. Sin caer en
generalizaciones, es detallado en la exposición de los
quiénes, de los qué, de los cómo.
El poder en México tiene garras y las muestra cuando los
ciudadanos olvidan el dicho del Marqués de Croix, virrey de
la Nueva España en 1767, año de la expulsión de los jesuitas
en los territorios entonces españoles.
Esta máxima ha imperado durante buena parte de nuestra
historia desde entonces: “Deben saber los súbditos del gran
monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para
callar y obedecer, y no para discurrir ni opinar en los altos
asuntos del gobierno”.
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Del Marqués de Croix a Peña Nieto y, en general, a los
depositarios del poder público en todos los espacios
geográficos de México, hay un cordón umbilical que se
empeña en hacer del silencio y la obediencia la base de la
relación entre el gobierno y los gobernados.
Este ataque a la libertad de expresión, que se expresa en
una mezcla perversa de censura y autocensura, no ha tenido
éxito en el caso de Carlos Moncada.
No escribe el maestro Moncada desde la cómoda seguridad
de un tiempo en el que los asaltantes son ya parte del
pasado. Es común que así sea. Nuestra historia política está
llena de denunciantes a destiempo, aquellos que en su
momento se plegaron interesada o servilmente al poder en
turno.
No es el caso de Carlos Moncada.
Él denuncia hoy y aquí, en el momento mismo del asalto,
cuando sus autores, envueltos en la tradicional embriaguez
del poder, se creen intocables.
Este valor cívico, este compromiso con los valores
democráticos por parte de Carlos Moncada es, sin duda, para
mí, el punto más destacado de “Asalto a Sonora” y creo que
debiera serlo para todos aquellos que tengan el acierto de
leerlo.
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En las circunstancias actuales, electorales, de Sonora habrá
quienes sin leerlo piensen que “Asalto a Sonora” es un libro
de coyuntura cuyo fin es denigrar al PAN y aupar al PRI. No
es así.
Por supuesto es el PAN y su gobierno los que son sometidos
a la mirada crítica y la investigación detallada del maestro
Moncada, tal es el tema del libro. Pero precisamente como
parte de esa acuciosa investigación aparece en el libro lo
que los estadounidenses llaman “the elephant in the room”,
que en español quiere decir “el elefante en la habitación”.
Con ello los estadounidenses se refieren a un cuarto donde
la gente charla animadamente de todo, menos de un elefante
que allí se encuentra y que ocupa, por supuesto,
prácticamente todo el espacio, dejando apenas aire para
respirar.
No habla la gente del elefante por temor, no habla de él
porque no es de buen gusto, y las formas, aun cuando vayan
contra el más elemental sentido común, deben ser
preservadas a toda costa.
En la habitación sonorense, documenta con perspicacia el
maestro Moncada, el papel de este elefante le corresponde a
Manlio Fabio Beltrones.
Carlos Moncada aborda con ojo sensible las circunstancias
de la peculiar relación entre Guillermo Padrés y el actual
diputado Beltrones, relación que, tal como lo expone “Asalto
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a Sonora”, ha jugado un claro papel en el ascenso y la
protección del gobierno panista de Sonora y de quien lo
encabeza.
Quizá por ello, diría yo, los priistas no se pueden llamar a
fiesta con la publicación de “Asalto a Sonora”. El
desgobierno es una criatura con más de un padre. Digamos
que pareciera ser un asunto de familia, esa familia política
en la que, a nivel nacional, las fronteras no existen.
Es curioso ver en Sonora a PAN y PRI hablando de
diferencias entre ellos al calor del actual proceso electoral.
Uno pensaría, con ingenuidad, que son demócratas y que
son distintos.
Hablan de “Nuevo Sonora” y de “Otro Sonora ya” con una
candidez realmente enternecedora.
Pero resulta que muchos de los protagonistas de este
proceso electoral en el PAN y en el PRI han apenas dejado
los escaños y las curules que ocupaban en el Poder
Legislativo a nivel federal. Es el caso, por ejemplo, de
Claudia Pavlovich y de Damián Zepeda.
Y ahí, en las Cámaras, no hubo diferencia alguna entre ellos.
Votaron al unísono, como miembros de una misma y unida
familia, por las mismas cosas. Las mismas cosas que, en el
fondo, tienen a Sonora y a México como los tienen. El voto
por las llamadas reformas hermana a PAN y PRI y
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desmienten las invenciones de los publicistas en la campaña
electoral.
En todos los temas trascendentes del presente, aquellos que
han significado un retroceso en los escasos niveles de
bienestar de los mexicanos y de los sonorenses, sea en
materia laboral, educativa, fiscal, energética y, seguramente,
próximamente en materia de privatización del agua, votaron
por aprobarlas.
Allí no hubo ni “Nuevo” ni “Otro” Sonora, sino lo mismo de
siempre. Un país en el que un puñado decide por todos sin
consulta y sin conocer, la mayoría de las veces, lo que
votan.
Es penoso que los partidos progresistas en Sonora no hayan
sido capaces de presentar una alternativa real y con garra a
este bipartidismo de rostros gemelos. Pero la verdad sea
dicha, es que desgraciadamente en la izquierda no se
abandona la vocación por los rincones, que nada tiene que
ver con la decisión de darle a Sonora la transformación de
fondo que le urge.
Se llegó, en estos tiempos del “Asalto a Sonora”, al
lastimoso caso de un partido de izquierda en el que un grupo
se asumió como triste víctima del autoritarismo por habérsele
impedido colocarse alegremente la correa panista.
Finalmente, quisiera recordar aquí un paralelo que me
despertó la lectura del libro del maestro Moncada.
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La noche del 2 de julio del año 2000 tuve la oportunidad de
acompañar a Alfonso Durazo al Ángel de la Independencia
en el Distrito Federal.
Se llevaba a cabo ahí un mitin improvisado al calor del
triunfo de Vicente Fox. Los asistentes no eran, en su
mayoría, panistas. Se trataba de ciudadanos de procedencia
plural, emocionados al calor del momento en que parecía que
se abrirían, finalmente, las puertas del cambio democrático
en México.
No recuerdo las palabras allí de Vicente Fox. Seguramente
fueron intrascendentes, para variar. Pero sí recuerdo muy
bien la consigna coreada espontáneamente por la gente:
“¡No nos falles!”.
Hoy, casi quince años después, Vicente Fox les dice a los
padres de los jóvenes de Ayotzinapa, palabras más, palabras
menos, que está bien que los extrañen, pero que ya no
hagan olas. A ese tamaño se ha reducido quien aquella
noche, en el Ángel de la Independencia, prometía cambiarlo
todo.
El problema fundamental de la alternancia mexicana en el
año 2000 y de la frustrada posibilidad de abrir con ella una
transición a la democracia, fue la escasa estatura moral e
intelectual de quienes la encabezaron. No vinieron a ver qué
podían cambiar, sino a ver cuánto se podían llevar.
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En un mar de ignorancia, desvergüenza y cinismo se perdió
uno de los momentos más valiosos en la historia de México,
un momento irrecuperable.
Tengo para mí que el derrumbe moral reciente del país
comenzó allí, en esa esperanza frustrada, que terminó por
convertirse pocos años después en un estallido de violencia
ciega alimentado por el abandono y la pobreza, alimentado
por el rencor social, alimentado por el cierre de las puertas
institucionales y democráticas para transformar a México.
Este evento tuvo un paralelo aquí en Sonora en 2009 y en
los años que vivimos.
Llegó Padrés al gobierno bajo una esperanza social que
desbordaba lo partidista; llegó, lo que es más delicado aún,
impulsado por la trágica muerte de los 49 pequeños de la
Guardería ABC.
Prometía Padrés un gobierno con los pies en la tierra y de
carácter plural y ciudadano; prometía justicia; prometía
honestidad y transparencia; prometía democracia.
Los resultados del incumplimiento están a la vista de todos, y
de ello nos habla el maestro Moncada con detenimiento y
sustancia, mediante un estilo que es ágil y elegante, directo,
claro, minucioso.
El costo, el enorme costo moral de esas dos farsas, a nivel
nacional y en Sonora, es impagable. El desaliento social ha
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sido su resultado. No puede hacerse transición a la
democracia desde una alternancia política sin estadistas. Y,
hay que decirlo, a Fox y a Padrés les quedó grande el papel.
Pero se equivocan quienes creen que todo está perdido.
La sociedad, en Sonora y en México, golpea una y otra vez
los cauces mediocres que insisten en contenerla. No podrá
sujetarla la grisura de sus corruptos e ignorantes
gobernantes en lo nacional ni en lo local.
Más temprano que tarde, como lo expresara en otras
circunstancias el presidente chileno Salvador Allende,
vendrán hombres y mujeres que superarán este momento
oscuro, y se abrirán nuevos, mejores caminos para el
transito colectivo hacia la libertad y la justicia.
A esa corriente pertenece el maestro Carlos Moncada.
En esa vertiente se inscribe su libro “Asalto a Sonora”.
Léanlo.
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