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Prof. Pedro Godoy P.Prof. Gustavo Galarce M.

Walter Bilbao VilchesGuillermo Sepúlveda Castro

NICOLAS PALACIOSpasión y doctrina

Centro de Estudios ChilenosCEDECH

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Centro de Estudios Chilenos [email protected] _blogspot.com

Tercera Línea [email protected]

cNICOLAS PALACIOS PASION Y DOCTRINA Varios autoresRegistro de Propiedad Intelectual N°: 210.459

Derechos reservados para todos los países.

Se terminó de imprimir esta ediciónen el mes de noviembre del 2011

Impreso por B&J ImpresoresNataniel 1295 - SantiagoF.: 5514229

Edición a cargo de Editorial Tiemponuevo

Se prohíbe la reproducción parcial o total de este libroen Chile o en el exterior.Ninguna parte podrá ser transmitida o almacenada por ningúnmedio mecánico, químico, óptico, electrónico o fotocopiado,sin autorización previa de los autores.Impreso en Chile / Printed in Chile.

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PRESENTACION

«Yo he conocido cantoresque era un gusto escucharmas no quieren opinary se divierten cantando,pero yo canto opinandoque es mi modo de cantar».

José Hernández: «Martín Fierro»

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NICOLÁS PALACIOS1858 - 1927

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ste egregio chileno fallece el 11 de juniode 1911. Con motivo del centenario de sudesaparición física CEDECH y Tercera Línea, dosagrupaciones que lo exaltan como precursor, lohacen objeto de homenaje ente monumento eregidopara exaltar su obra magna, en la ladera del cerroSanta Lucía. La conmemoración incluye tambiénincorporar, a la Biblioteca de Autores Malditos,debidamente digitalizada, la obra “Raza chilena”1.Se inserta nota biográfica en órganos de prensainternos y externos2. Amén de lo expresado se progra-ma republicar el presente estudio que adscribe, además,piezas documentales y fotográficas y la disertaciónsobre el deterioro de nuestra identidad que dicta en elSalón de Honor de la Universidad de Chile.Resulta necesario hacer presente que ya el 2007 sepublican, con el nombre de “Día de sangre”, losreportajes de Palacios que figuran en prensaporteña. Datan de febrero de 1908, apenas un mesdespués del genocidio conocido a través de la“Cantata de Santa María” de Luis Advis.1. www.autores malditos.cl2. www.premionacionaldeeducacion.blogspot.com/2011.nicolaspalacios.html

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A Nicolás Palacios –en nuestras descastadasaulas que viven de rodillas ante Europa y EEUU y deespalda a lo criollo- no se le menciona. Ello suponemayor compromiso para divulgar su vida y obra. Consuerte se le ubica por “Raza chilena” y a renglónseguido siempre hay quien lo denosta comoprecursor del nazifascismo y formulador deextravagante teoría que exhibe al roto comoempalme de lo gótico y lo mapuche. Sin embargo, setrata de un insigne compatriota que integra la legióndel Centenario. Al aprestarse el establishment afestejar los 100 años de vida republicana brotancontestatarios. Uno de ellos –quizás el adelantado–es el ideólogo que motiva este texto. Expresa lasangustias de un hombre de la mesocracia. Es undestacado “autoflagelante” del Centenario. En esapromoción sobresalen Guillermo SubercaseauxPérez, Tancredo Pinochet Le-Brun, FranciscoAntonio Encina, Julio Saavedra, Luis Galdames,Alberto Edwards, Alejandro Venegas, Pedro Allende3.Estos “aguafiestas” las emprenden contra el festejo.Enjuician el desgobierno propio del parlamentarismoy la desmoralización de la clase política. Estimacorrupta a la elite dirigente. Denuncian la miseria de“los de abajo” y el lujo insultante de la “la gente linda”.Critican la decadencia moral de la administración3. Su prematuro deceso le impide integrar el equipo fundadordel efímero Partido Nacionalista, constituido en 1913.

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pública, en la que menudean los desfalcos,sustracciones de documentos, falsificacionese incompetencia. Los inquieta la desnacionalizaciónde la economía y el eurocentrismo de la elite así comola pauperización de las clases populares.

Su biografía exhibe tres datos que sonclaves: provinciano, de clase media y productodel Estado docente. Nace en Santa Cruz, Colchagua–riñón de la chilenidad- en 1854. Cursa básica en loque entonces es un aldeón de casas de adobe y teja.Luego en Santiago estudia en el Instituto Nacional.Ingresa, con posterioridad, a la Facultad de Medicinade la Universidad de Chile. Contribuyen a plasmar susconvicciones Francisco Bilbao, Diego Barros Arana,Manuel A. Matta y, de modo particular, José V.Lastarria. Sus estudios médicos lo empujan a la doc-trina darwinista y se hace devoto de Spencer. Alestallar la Guerra del Pacífico se incorpora a lacampaña. En 1890 obtiene el título de médicocirujano. Sobre la marcha analiza a Gobineau, Ammon,Lapouge y Chamberlain. En esos años se sumergeen las obras de biología, etnología, psicología, filolo-gía e historia de España y Chile. Apoyado en talesestudios se entrega a la dilucidación del origen delpueblo chileno. Se afirma que es la etapa en que segesta “Raza chilena”. De estos afanes nos ilustra eltestimonio de su hermano –Senén Palacios– en textoincluido en esta obra.

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En la contrarrevolución de 1891 simpatiza conlos principios jurídicos enarbolados por losadversarios de Balmaceda: libertad electoral ypreponderancia del Poder Legislativo. A poco andar–después de Concón y Placilla– y ya radicado en Iquique,suscribe el programa del Presidente mártir propiciandola nacionalización de las salitreras, de la ferrovía y dela banca. Ello lo empuja a una postura nacionalista.Al capitalismo británico y a la oligarquía criolla lasvisualiza como enemigos. Combate la denominada"Combinación Salitrera" cuyo manejo es londinense.De allí que los británicos residentes lo aíslenetiquetándolo de “boxer”. Equivale ayer a “vietcong”y hoy a simpatizante de Al Qaeda. Brega por dar alEstado un mayor protagonismo económico y esproteccionista, es decir, se adscribe al nacionalismoeconómico. No obstante, sorprende que –entre suslecturas– esté ausente Federico List el autor de“El sistema nacional de economía política”. Pese aello se opone al liberalismo que, desde la Universidadde Chile y el Ministerio de Hacienda, difunde elfrancés Juan Gustavo Courcelle Seneuil, quien es elprecursor del modelo impuesto por los Chicago Boysy perfeccionado por la Concertación.

Su trabajo de médico en los campamentos lepermite conocer in situ al pueblo trabajador que vesometido a duras condiciones de vida. Su permanencia

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en Tarapacá se traduce en adhesión apasionada alas clases populares. Sus estudios los complementacon la observación directa "conversando con jornaleros,mayordomos y artesanos". Allá, en el norte, preparasu obra tan magna como controvertida: "Raza chilena".Este texto –recientemente reeditado– posee carácterpatriótico. Se equivoca en aquella parte donde exponesus teorías raciales. Sin duda, el chileno medio no esun espécimen mixto tudesco-mapuche. No obstante,es tan lúcido como irreverente al dar señal de alarmaante los problemas económicos y sociales de Chile.Su publicación es patriótica protesta frente alcolonialismo económico, las injusticias imperantesy el lujo insultante de la elite. Así lo reitera en lascrónicas de prensa en que denuncia la masacre depampinos en huelga. Eso que el "roto" es un mestizogóticomapuche es doctrina con la cual no se coincide.El chileno legítimo –sostiene– es ajeno a la latinidad,aunque sus apellidos indiquen lo contrario. No obstante,su defensa del mestizaje como fenómeno es un aporteque contribuye a superar el afán euroblanquistaimpuesto al país por la casta dominante.

Palacios, en una sesión del Ateneo, con elpatrocinio de la Asociación de Educación Nacional,expone su trabajo "Decadencia del espíritu denacionalidad” que hoy se republica. Es difícil definirlocon esa precisión reduccionista tan difundida de

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“izquierda” o “derecha”. Lo cierto es que escapa a tanestrecha y afrancesada clasificación. Ubicarlo dentrode una filiación ideológica precisa es imposible.Defiende la democracia social y condena al socialismo.Denuncia las miserables condiciones de vida decampesinos y mineros. Las conoce empíricamentepor ser oriundo del Chile central y por vivir tres lustrosen el norte salitrero, ejerciendo su apostolado encontacto con los pampinos. Es crítico de la clase do-minante y, en cambio, reivindica a la masa popular.La exalta en lo biológico, en lo psíquico y en lo social.La estima postergada enjuiciando como torpe traerinmigrantes europeos para la colonizaciónagraria. Igual que el ilustre Simón Rodríguez exigecolonizar con criollos. Estos se ven obligados amigrar a Argentina. Sin embargo, no abre fuegossobre la política inmigratoria del siglo XIX cuyopromotor es Vicente Pérez Rosales. Aun más, haceuna venia a la inmigración alemana. Condensa lasopiniones expuestas en la dicha conferencia.Imposible con glosarla.

Con notable clarividencia promueve aplicar unimpuesto especial a los inversionistas extranjeros. Esel royalty que hoy es algo novedoso en Chile. No sóloeso, también denuncia que el monopolio nuestrosobre el nitrato de sodio está amenazado por lafabricación de salitre artificial que ya comienza a

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comercializarse. Urge a la autoridad a nacionalizarlos yacimientos de caliche. Aun más invita a reflexionarsobre el desdén colectivo que hay en la ciudadaníapor quien propicia prescindir de los empresariosextranjeros. En esa idolatría por lo exótico cuyocorrelato es el desprecio por lo autóctono visualiza lasemilla del complejo de inferioridad que abre la puertaa los imperialismos. Enjuiciará la doctrina –aun hoyen boga– de favorecer la inmigración europea queapunta, de modo solapado a desplazar al criollo y aimaginar representa la “barbarie” y los que arriban,la “civilización” 4. Con el agravante que permanecencomo quistes ajenos a la nacionalidad y algo peor,su descendencia se siente tributaria del terruñonativo de sus progenitores y con el peligro derivado quepor el ius solis los habilita para el desempeño decargos públicos. Enjuicia el capitalismo parasitarioforáneo que utiliza el país como un “paraíso fiscal”

4. El siglo XIX iberoamericano padece la autodenigraciónque empalma con el desprecio por lo criollo. Se enciendecon la Independencia. Las oligarquías lugareñas legitimanla ruptura con la Corona recurriendo a la Leyenda Negrahispanofóbica. Añaden a esta postura el desprecio por loaborigen. No sólo lo anotado; también devaluan –o niegan–el mestizaje, proclamándose europeos. Ver de Godoy yGalarce “Bicentenario e identidad”: www.limanorte.com/docs/bicentenario_identidad.pdf y consultar www.pensamientonacional.com.ar/contenedor.php?idep.g=/gullo 012_que_festeja_la_uba.html

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y promueve el fomento fabril interno, es decir, unapolítica de sustitución de importaciones para evitar“el desplazamiento de artesanos y operarios chilenos”.Insistirá en favorecer la marina mercante por “razoneseconómicas y de seguridad”. Un análisis minucioso delas tesis palacianas y, en particular de su conferenciadel 2 de agosto de 1908, retratan el nacionalismolibertador –a 100 años– conserva vigencia. Imposibleno añadir que su nacionalismo está restringido aChile. No es irradiante como el expuesto un deceniomás tarde, entre otros, por Joaquín Edwards Bello.

Lo social es tan potente como lo nacionalen su concepción. Colabora en la prensa firmando no-tas como Justo Pérez o “Un Roto”. Su temaprincipal, aunque no único: la explotación padecida porlos obreros salitreros. Esta inquietud –sereitera– es permanente en toda la obra palaciana.Volverá a actualizarse con fuerza en variosreportajes a la masacre de la Escuela SantaMaría. Los remite a Valparaíso. Constituyen ladenuncia más contundente del genocidio. Los publicael diario “El Chileno” sostenido por el Arzobispado dedicho Puerto. Es rescatado por Pedro Godoy y GustavoGalarce al conmemorarse el centenario de aquellahecatombe. En brega con los microfilms de laBiblioteca Nacional se logra publicar “Día de sangre”entregada –con el auspicio de la Universidad Arturo

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Prat– al juicio ciudadano en 2007. Es testimonio delcompromiso de Palacios con el Pampino Desconocidoy, en general, con el mundo pobre lo cual verificaque el ideólogo imbrica el nacionalismo con suafán de justicia social. Vale la pena que tal publicaciónse dedica a nuestro colaborador el Dr. Diego WhitakerRojas quien –amén de padecer incomprensiones demontescos y capuletos- es un apóstol de la medicinasocial en Santiago surponiente y –sin anhelarlo- esun fiel discípulo del autor de “Raza chilena” por sudevoción patriótica y afán de servicio a los humildes.

Sorprende la penetrante visión que exhibe. Susradares perforan la cortina ideológica de losimperialismos. Desde el villorrio salitrero –en aquelNorte Grande convertido en factoría británica– y lacapacidad de leer entre líneas lo empujan a simpati-zar con la insurgencia boxer que conmueve a China,con la resistencia nacionalista de la India al coloniajebritánico y se siente interpretado por el Sinn Féin,movimiento insurreccional antibritánico de Irlanda. Noobstante, no advierte la manipulación de Londres enla Guerra del Pacífico ni menos en la Contrarrevolu-ción de 1891. Tampoco visualiza entonces ya vigoro-so peligro yanqui que se expande sobre México (1838)y cubre el Caribe (1898). Lo anotado expresa sudistancia respecto al anarquismo y al socialismo queson tendencias mundialistas, pues su fe la deposita

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en la fuerza de la nación oprimida ante lasmegapotencias. Por tal motivo el autor de “Raza chi-lena” se emparenta con esa variopinta galería en queentremezclan caudillos como Grove y Albizú Cam-pos, Ho Chi Minh y Perón, Gandhi y Mandela.

La educación pública es motivo de inquietud paraPalacios. Insiste que constituye un escándalo que 70de cada 100 chilenos sean analfabetos. Informaque el Congreso rechaza el proyecto de instrucciónbásica obligatoria. Como todos los representantescontestatarios del Centenario impulsa ese texto legalque dos decenios después logra imponerse durantela Presidencia de Juan Luis Sanfuentes. Argumenta:“la escuela es una fábrica de fuerza social y la ilustraciónun arma de triunfo en la lucha por la vida. Nodebemos omitir ningún esfuerzo hasta obtenerlapara todo chileno. No nos detengamos ante el dilemaque las escuelas sean laicas o conventuales. Loimportante es que existan. Todo roto sabe de loimportantes que son y si quedan ignorantes esporque no han tenido una en cuatro leguas a laredonda a donde matricular a sus hijos”. Sin embargo,insiste en que impartan una educación tecnológica yno palabrera. En ello antecede a Francisco AntonioEncina que un lustro más tarde replantea esta doctrinapedagógica con mayor fundamento en “Nuestrainferioridad económica” y en “La educación económicay el liceo”.

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Al analizar la ocupación de los espaciosvacíos estima que la agricultura todavía poseefuturo. Sin embargo, nuestro territorio debe ser,a su entender, poblado en forma sistemática porchilenos y no por emigrantes extranjeros. Alvincularse al suelo, en debidas condiciones,prospera y produce. Condena la estrategia decolonización cuyo móvil es generar un nuevolatifundio vía remate de predios fiscales. Susueño es plasmar de clase media rural de granjeros tipofarmers de EEUU con afán modernizador del agro ycuya labor genere chilenidad rural. Es defensorapasionado de los mapuches, víctimas de la omino-sa expropiación de su terruño no por España, sinopor la administración del Presidente Domingo SantaMaría. Problema –como sabemos– con solución aún pen-diente. Aboga también por otros damnificados: los co-lonos criollos de cuyas hijuelas son desalojados –igualque los araucanos– por tinterillos venales, juecescorruptos y la fuerza pública. No escapande cuestionamiento las concesiones a empresasextranjeras de vastas extensiones en la Patagonia parala explotación ovina. Siempre, alega, “se privilegia alextranjero y se perjudica al paisano”.

El programa de Nicolás Palacios –sereitera– es un vigoroso nacionalismo constructivista.Sus puntos esenciales tienden a generar justiciasocial, obligatoriedad de la educación tecnológica,

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nacionalización de la minería y, en particular, del salitre,establecimiento de la industria pesada, fomento de laproducción agropecuaria, protección de losemprendimientos fabriles internos, desarrollo de unaflota mercante y pesquera. Un siglo ha transcurridodesde que formula este programa así como esosreportajes reeditados sobre la masacre de pampinosen Iquique el 21.12.1907. Son contribución al rescatede la memoria colectiva. El ideario posee actualidad,porque representan la fe en lo que somos y combatenla siutiquería de imitar lo foráneo y de vivir en laimpostura de creernos europeos. Ya no se repiteaquello de que “somos los ingleses de América delSur”, pero perdura en nuestro ADN. Advierte ademásacerca del cosmopolitismo que hoy se denomina“globalización”. Constituye un hálito de entusiasmo enun país –que al igual que otros de nuestra América–padece de complejo de inferioridad, es decir, deautoestima deprimida por la sostenida campaña dedesprestigio de sus raíces indindoibéricas. En esasecular empresa de desinformación que apunta a ero-sionar la imagen de los ancestros cuaja la manidafrase “la raza es la mala”. Ello mientras se cubre deelogios al euroinmigrante y se rinde pleitesía a suprogenie. Desde el fondo de la historia este médicoapostolar invita al orgullo de lo que denomina “razachilena” y que, por sobre la genético, es lo étnico, esdecir, lo social y –contrariando la blancocracia de laelite– exalta como motivo de orgullo el mestizaje.

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RETRATO DE MI HERMANO

Senén Palacios1

1. Hermano menor del autor de “Raza chilena”. Nace en 1858y fallece en 1927. Pertenece a la Generación delCentenario. Obtiene premio por su novela de costumbre“Hogar chileno” en concurso de 1910. Destaca también comomemorialista con la obra “Otros tiempos” publicada en 1923.

«Triste cosa es no tener amigos... Más triste aún es carecerde enemigos, porque quien enemigos no posea es señalque está privado de talento que haga sombra,de coraje queteman, de honra que envidien o bienes que codicien».

Baltasar Gracián

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ace el autor de “Raza chilena” en 1854,Santa Cruz, aldea colchagüina, y fueron sus padresFaustino Palacios y Jesús Navarro, ambos chilenos, sien-do Nicolás el mayor de seis hermanos, tres de ellos mu-jeres. Cobijó su cuna un modesto hogar donde canta-ban los grillos en el sosiego de una mansión campesina.Era digna de respeto la casa paterna y grande como unsolar antiguo, con delicioso huerto a orillas del esteroGuirivilo. El padre dedicábase al comercio y a trabajosagrícolas de escasa importancia, cultivaba su viña y elpotrero de siembra.

Fue un niño sano y muy rubio. A los 10 añosmuda el color de su cabello que pasa a negrísimo comoel ala de un cóndor de nuestras montañas. Era el pre-dominio racial en su primera infancia de la herenciapaterna, de estirpe goda casi pura. Más tarde comienzaa predominar la herencia materna, más rica en sangrearaucana. Representaba, por consiguiente, el tiponetamente chileno, mestizo, producto étnico de la fu-sión de dos ramas, la conquistadora con la conquistada.

A los 15 descollaba por su gentil apostura y unaprecoz inteligencia. Con desbordante alegría de niño

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travieso y sin miedo entregábase a mil ejercicios temera-rios, saltando acequias, trepándose a los árboles másaltos, montando potrillos indómitos o toreando vacasbravías, con grave peligro y riéndose. A veces, a campotraviesa, rompiendo cercos y corriendo por los potreros,llegaba a las márgenes del caudaloso Colchagua. Se des-nudaba al instante, arrojábase desde algún barranco alo más profundo y ancho para cruzarlo a nado.

Aquella vida libre como el viento, en pleno am-biente campesino, desarrolló su temperamento vigoroso,haciendo germinar, en su alma juvenil, un amor entu-siasta por las bellezas de su propia tierra, a las que tri-buta. en seguida ese culto noble y grande que los hom-bres de sentimiento rinden a la naturaleza, trocándosemás tarde en amor a su patria. Su imaginación inquietale arrastraba a oír con interés, expresando la más vivaemoción en el semblante, los cuentos relatados alrededordel brasero, gustando de aquellas relaciones en que apa-recía la Calchona, Pedro Urdemales o el Diablo.

Aprendió el silabario e hizo sus primeras letrasen la escuela del pueblo. Salía siempre victorioso en aque-llas famosas luchas entre Roma y Cartago. Durante losrecreos nadie jugaba mejor a la chueca, en cuyo ejercicioera diestro como un araucano, ni nadie daba un saltomás atrevido, una carrera más rápida, ni una bofetadamás fuerte... Por esa época murió nuestra madre, tandulce y tan buena, dejando a sus hijos en la

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semiorfandad. Tan triste circunstancia influyópoderosamente en Nicolás, privándole del calor del re-gazo materno.

Queda desde entonces bajo la exclusiva direccióndel padre, que siendo hombre dominante y severo, educa-do a la antigua, y del tiempo en que los hijos tratabande su merced al propio padre, besándole la mano enseñal de vasallaje, excluía del trato familiar las intimida-des cariñosas, creyéndolas halagos mujeriles. Exigía, acambio, obediencia y respeto absolutos. No obstante,sus hijos vivía seguros de su cariño, viéndolo palpitaren el fondo de sus penetrantes ojos zarcos cuando ensilencio los contemplaba. Por lo demás, era persona ins-truida y gustaba, al oscurecer, explicar a Nicolás el movi-miento de los astros, enseñándoles el nombre de lasconstelaciones y acostumbrándole desde niño a leer, enese gran libro que es el cielo, durante la noche. A su ladoy bajo ese régimen comenzó a ejercitar la atención, ele-vando su pensamiento a meditaciones de orden superior.

Llega por fin el día en que fue necesario mandar-le a estudiar a Santiago. Entraba en sus 14 años yhabía aprendido en la escuela cuanto allí podíanenseñalarle. Ese viaje fue la realización de un deseolargo tiempo acariciado. Partió a la capital como a unmundo maravilloso, lleno de alegría, pero llevándose enel alma el cariño de los suyos y en el fondo de sus ojosla imagen de su pueblo. Ingresa al Instituto Nacional,

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regentado a la fecha por Diego Barros Arana, el famo-so e inolvidable maestro. Desde el primer día sentó pla-za de guapo, poniendo a raya, gracias a sus puños, a losmuchachos diablos que intentaron tomarle el pelo.

Cuando regresó por vacaciones trajo los certifi-cados de sus exámenes. Fue grande el gusto que tuvo mipadre al estrecharlo entre sus brazos, no fué menor elnuestro, sus hermanos y hermanas. Enorme, la alegríaruidosa de Nicolás al verse entre los suyos, respirando apulmones llenos el aire del terruño. A nuestras pregun-tas de como era Santiago, se puso a contarnos cosas pro-digiosas, diciéndonos que la torre de San Francisco eragigantesca y el Portal Sierra Bella era una casa más grandeque la Plaza de Santa Cruz. ¡Qué vacaciones aquéllas ytodas las de su adolescencia dichosa! Con cuanta ale-gría regresaba cada año, escalando los cerros de la co-marca y nadando en el río. Todo iluminado por el ra-diante sol del verano. Siempre recordaba con alegría lospañuelitos blancos de las hermanas, agitados desdelejos en señal de bienvenida o de adiós.

Por esa época, comenzó a dar señales de algo in-usitado. Su alegría locuaz se trocó por instantes en silen-cioso recogimiento y se quedaba mustio y pensativo,mirando al suelo. al mirar, entre risueño y triste, aTeresa, una jovencita vecina nuestra, siguiéndola em-belesado con la vista. Un día, a la caída de la tarde, lesvi con las manos enlazadas. Otra vez les sorprendíabrazándose debajo de los naranjos. Al notar mi pre-

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sencia, ella huyó veloz llena de vergüenza y él me mirócon enojo. En otra ocasión los encontré solos tumba-dos de espaldas sobre el césped. Aquello que a mí meparecía un mal extraño, llenándome de temor, era lainquietud del adolescente al sentir los primeros ensue-ños de amor.

Por la misma época despertósele el gusto por loslibros de imaginación, devorando cuanto encontrabaa mano y lo que pudo conseguir en la Biblioteca Nacio-nal de Santiago. Ello bajo la escrutadora mirada de sudirector que autorizaba de preferencia obras de divulga-ción teológica. Ruidosa fue su vida de estudiante en elInstituto, establecímiento que tuvo influencia perdura-ble en su educación. Allí adquirió cierto espíritu positivoy científico y el germen de un escepticismo religioso quelo hizo libre pensador, sin que nunca, empero, fuera secta-rio, porque siempre se manifestó respetuoso de las creen-cias ajenas. No fue de esos alumnos regalones o distin-guidos que se llevaban todos los premios. Impedíaselo sualtivez casi montaraz incapaz de adular.

Era arrebatado en sus actos y temerario en suspalabras.Desde muchacho quiso tener la independenciade un hombre. Sin más guía que la voz vigilante de suconciencia, se negó a serle útil a los poderosos, lo que lecerró más tarde las puertas de la fortuna fácil. No cedíajamás ante lo que creyera una injusticia. Enemigo de losintrigantes, no sabía de dobleces ni disimulos. Acudíacon entusiasmo a las riñas que se trababan entre ban-

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dos de colegios rivales. Se le encendía toda la sangrearaucana que llevaba en las venas, esa sangre del rotobelicoso que bulle a borbotones cuando tocan a pelea.No le tenía miedo a nada ni a nadie. No era díscolo nipendenciero, mas, lo seducían por raza aquellosentreveros que aquilatan el coraje. Sus compañeros leidolatraban y juntos hacían la cimarra largándose enalegres excursiones por los alrededores de Santiago.Hacían mil diabluras, escalando tapias y merodeandohuertos.

No perdían fiesta pública. En el 18 de septiembreera de los primeros en llegar al Campo de Marte. Erael día del fogueo de las tropas. Se enardecía con elestruendo de las armas, el olor a pólvora: el fiero aspec-to de los soldados rompiendo cartuchos con los dientes.Sentiase electrizado con la famosa carga de caballería,cuando los jinetes galopaban chivateando como losaraucanos, blandiendo sus lanzas de coligue y haciendoretemblar el suelo. “¡Viva la Patria!”, gritaban los cole-giales lanzando sus gorras al aire.

A 18 años de edad era un arrogante mozo deespaciosa frente reflexiva y escaso bigote negro, siendoel rasgo dominante la amplitud y firmeza de su mandí-bula, signo de voluntad enérgica e impulsiva. Cursabasus últimos años de humanidades haciendo vida de es-tudiante en casa de pensión. Con aquellos jóvenesprovincianos como él y sus condiscípulos vivió diversiones,

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amoríos y polémicas. Estas ardían por cualquier moti-vo, discutiendo, con la exageración propia de la edad,sobre ciencia, religión, política, arte.

Terciaba en ellas con vehemencia. Nunca fue hom-bre de fácil palabra capaz de improvisar mediana-mente en público, supliendo su falta de elocuenciacon el gesto enérgico, la expresión mordaz y el aco-pio de ideas de que tenía bien nutrido su cerebro. Casitodos eran librepensadores, discípulos de las ideas deBilbao en política y de Darwin en ciencias naturales. Pa-triarcas en Santiago eran Matta y Barros Arana. Algu-nos se hicieron espiritistas con Basterrica o positivistascon Lastarria.

En ese tiempo comenzó a ejercitarse en las letras,escribiendo verso o prosa, producción que destruyó porparecerle carente de mérito literario. En 1874 obtuvo sutítulo de bachiller, acontecimiento al cual se daba granimportancia, creyéndose que aquel pomposo diplomaabría las puertas poco menos que a la celebridad. Con-forme a las ideas de esa época, mi padre le insinuó siguie-se una carrera profesional, dejándole libertad de elec-ción. Optó por la medicina. No encontró en ella lo ima-ginado, siendo, en aquellos años empírica y rutinaria,con muchas de las añejeces y aforismos en latín, pues lanueva escuela bacteriológica no había aun llegado.

A medida que su talento maduraba ibaseleccionando las obras de su lectura. Las ideas atre-

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vidas de Darwin sobre el origen de las especies lo apa-sionaron. “El Quijote” se lo sabía casi de memoria y lohacía reír a carcajadas. De “La Araucana” recitaba en altavoz las estrofas viriles que cantan los hechos heroicosde la raza indómita. La Academia Literaria, de la queno perdía sesión, organizó certámenes literarios en loscuales obtuvo varios premios. Uno de ellos es una nove-la científica en boga con Julio Verne. Su actividad eraasombrosa: estudios de medicina, lecturas intermina-bles, pintura, escultura, trabajos literarios en prosa y enverso, partidas de ajedrez y de billar, amoríos... que fue-ron infinitos pues no se casó nunca. Era hombre des-arreglado para vivir, haciéndolo todo al escape o a ladiabla. Se rapaba en medio minuto, de dos pasadasrápidas de la navaja, muchas veces sin jabón y en seco,le daba lo mismo. Iguales eran sus hábitos en el arreglode su persona.

Tampoco era de los que llevan cuenta prolija deldinero. Gastaba con generosidad lo poco que tenía. Ca-balleroso siempre, solía usar formas delicadísimas y ori-ginales para ayudar con dinero a sus amigos. Uno deestos, joven muy pobre y pundonoroso, andaba en gran-des apuros. Lo supo y en el acto se fue a verlo y le dijo:“¿podría prestarme unos 20 pesos?” El otro clavó losojos al cielo y con sonrojo le confesó que no tenia nipara cigarros, pero que si los tuviera, gustoso se los presta-ría. “Acéptemelos entonces a mí, porque ando con fondos”,

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le dijo sonriendo, y le pasó el dinero. Así era. La avari-cia y la cobardía fueron los vicios que más detestó.

Una desgracia de familia, la muerte de unahermana en la primavera de la vida, lo hizo pasar poruna terrible crisis que lo dejó en un estado vecino alsonambulismo. Era una sombra y ocultándose parallorar. Mi padre, temeroso de una doble desgracia, selo llevó a Santa Cruz. Aproximábase 1879. Pronto esta-lló la Guerra del Pacifico, sacudiendo a Chile enteroen una explosión de patriotismo que corrió comoreguero de fuego, encendiendo el alma nacional de ar-dor bélico, que pronto se tradujo en una campaña me-morable. Era una efervescencia con algo de locura quecirculaba en una ciudadanía impaciente. La poblaciónentera en las calles, una multitud enorme frente a LaMoneda o en las puertas de los cuarteles, aplaudiendolas gloriosas banderas.

Nicolás, enfermo y débil, asistía al espectáculoconmovedor de la nación en guerra, oía los toques delclarín llamando a los chilenos y vio partir de Santiagoa las primeras tropas que a tambor batiente desfilaronpor la Alameda en medio de multitud delirante. Gentedel pueblo las acompañaba les daban sus adiosesdiciendoles “¡Hasta luego, hermanitos! ¡Más rato nosvamos nosotros!” Quiso partir de los primeros. Mas selo impidió mi padre, viéndole aún enfermo.

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En el episodio que voy a referir hay algo provi-dencial por la forma que mi hermano me salvó la vida.Partí a la guerra sin avisar a mi familia. Sólo cuandoestuve en el campamento escribí que formaba parte delbatallón Atacama. Poco faltaba para que se librara labatalla de Tacna y vivía mi padre con la ansiedad consi-guiente, pensando en la suerte que pudiera correr elmenor de sus hijos. Rogábalo a fin que lo dejara partiry oponíase aduciendo toda suerte de argumentos parahacerlo desistir. Un día, medio en serio, medio en bro-ma, le manifestó “¿Qué vas a hacer tu a la guerra? Alláno necesitan tísicos” a lo que respondió Nicolás, “¿Ysi hieren a Senén quien lo cuidará?” Palideció mi pa-dre, y en silencio se puso a liar un cigarrillo. Dio en se-guida, pausadamente, algunos paseos por el corredor,pensativo, mirando al suelo. Se detuvo y dijole: “Maña-na mismo te vas. El corazón me avisa que has de llegara tiempo”.

Partió Nicolás. Se libra la batalla de Tacna y unahora después de empezada, una bala me hiere en la mi-tad del pecho, dejándome tendido de espaldas sobre laarena. A lo lejos escuchaba ruidosos vivas anunciaban eltriunfo de los nuestros. No obstante, allí estuve toda lanoche en medio de silencio pavoroso y habría exhaladomi último aliento si no me auxilia oportunamente mihermano. Había llegado la víspera de la batalla, tomaparte en ella como cirujano del Cazadores del Desierto.

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Terminada la acción y cumplido sus deberes profesiona-les con los heridos, corre al vivac del Atacama. Supo demi mala suerte por el comandante del cuerpo. Prorrum-pió en gritos de dolor y sale en mi búsqueda resuelto aencontrarme en aquella noche oscura, envuelto en lastinieblas de la camanchaca, que como sudario, cubríaaquel extenso campo. Llámame por mi nombre y oyeestertores de agonía y tropezando con muertos y extra-viado. Sin encontrarme. Ya medio enloquecido al disi-parse las tinieblas y apareció por fin radiante el sol. Sinembargo, para mí fue más espléndido que el cielo ilumi-nado el rostro de mi hermano. Nos miramos un ins-tante. Imposible describir aquella escena. Mi emociónfue tan intensa como la dicha suya de encontrarme y lapena de ver mi rostro desfigurado con una máscara desangre. Después de recogerme en camilla y de prestarmecuidados, se embarcó conmigo hacia el sur, entregán-dome en los brazos de mi padre, como lo había prome-tido.

Cumplida su misión regresó al norte, toma parteen las batallas de Chorrillos y Miraflores y entró a lacapital del país vencido a celebrar el triunfo. Terminadala guerra, volvió a Chile con el ejército victorioso, el quehizo su entrada triunfal por la Alameda de Santiago,conduciendo en alto estandartes que fueron testigos dela bravura de los soldados. Las insignias venían acribi-lladas a balazos y teñidas de sangre. Atronando el aire

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los bronces sonoros y las músicas marciales, en mediode la multitud que, llorando de alegría, arrojaba flores asu paso.

Vivió luego un largo período de dos o tres años deextraño agotamiento. Parecía falto de un aliciente pode-roso, hastiado de la vida y era su humor sombrío,viviendo de recuerdos, con crisis de tristezas y sin áni-mo ni para terminar sus estudios. Así siguió hasta 1886,fecha en que un amigo le propuso que se fuese demédico al mineral de Las Condes. Aceptó el puesto, ycomo aquel servicio era muy extenso para un solomédico, me invitó a que fuésemos juntos. Una maña-na nos largamos de a caballo cuesta arriba a ejercer laprofesión en plena cordillera, a 4 mil metros de altura,seguro de ganarnos una fortuna, según nos informa-ban. Aquella vida llena de peligros entre nevascas, ven-davales y abismos que daban miedo. No obstante, paraNicolás fue un estímulo que despertó la energía adorme-cida. Pronto se acostumbró a esa vida agreste y le tomóel gusto a la minería. Yo aguanté un año aquella vida deperros, en cambio él, se quedó cuatro. Se hizo un mine-ro y hasta dueño de una pertenencia que explotó conlas ilusiones propias del oficio, creyendo hacerse millo-nario con un golpe de suerte.

No tuvo éxito y en 1890 regresó desengañado. Ainstancias de mi padre, optó por recibirse de médico.Mas, no quiso ejercer la profesión y volvieron jornadas

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de abatimiento. Comenzaba a extinguirse su juventud yya enteraba 36 años. Pese a estar en la mitad de la vida yen el vigor de sus fuerzas físicas y en la plenitud de sutalento, como sin encontrar su camino, sin que de nadale sirvieran su experiencia, el claro juicio y la cordura.Alma que no sabía doblegarse a las exigencias de unconvencionalismo práctico, no integraba ninguna so-ciedad, logia o agrupación, con cuyo apoyo saben abrir-se paso tantos mediocres y audaces. Buscaba o esperabano sé qué desconocido y más alto que el mundo real.Quizás soñaba en algún ideal elevado y noble. Leíamucho, meditaba cada vez más y fue adquiriendo unenorme caudal de cultura intelectual. De esa época datasu admiración por el filósofo Spencer, autor que tuvoinfluencia poderosa sobre sus ideas, haciéndolo un con-vencido individualista, enemigo del socialismo. No obs-tante, por estimar que la supervivencia de los más aptoses la ley fundamental biológica del progreso humano,sentíase arrastrado hacia las clases proletarias, interesán-dose por la suerte y el destino de los desheredados de lafortuna. Eran síntomas de una nueva pasión que iríacreciendo con el tiempo y echando raíces muy hondas.En nuestro pueblo encontraba grandes cualidades yvirtudes.

Pronto se vio envuelto en los trastornos de 1891.Desde el primer día hizo causa común con los revolu-cionarios, convencido de que en aquella lucha la ra-

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zón y el bien público estaban de parte de quienes bre-gaban por un gobierno parlamentario y la libertad elec-toral, base de toda democracia. No pudo embarcarsepara el Norte, pero trabajó para levantar la opinión pú-blica en Santiago, exponiéndose a ser víctima de su im-prudencia temeraria. Una noche que en la estacióntomaban el tren tropas gobiernistas, custodiadas por nu-merosos agentes, lanzó un sonoro “¡Viva la revolución!”,que heló de espanto a los que lo rodeaban. Triunfante elpartido del Congreso volvió a sus lecturas favoritas, en-cerrado en su cuarto. No era hombre para sacar partidode aquella lucha entre hermanos que había ensangren-tado el suelo de la patria2.

Iba a transitar una nueva etapa en el camino dela vida, donde dejaría hondo surco y rastro luminoso.Cerca de 40 años contaba cuando abandonó Santiago,yéndose de médico a las oficinas salitreras, con residen-cia en el Alto de Junín. Aquella nueva vida, en un me-dio social de aspecto exótico cuyo escenario era el desier-to, exigía salud de hierro, la afrontó con entusiasmoque recordaba sus mejores días. Se convence que traba-jar es vivir. Esa fuerza lo engendra todo. Lo inunda elardiente anhelo de ir más allá en sus investigaciones.Con el alba, oscuro a veces, ya estaba en pie tomando su

2. Resulta interesante constatar que, a posteriori, abraza elprograma de Balmaceda. Algo parecido ocurre con Luis E.Recabarren y Arturo Alessandri.

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caballo para la abrumadora jornada diaria. Visita las ofi-cinas salitreras a su cargo, ubicadas a largas distanciasen la pampa. Andaba siempre afanado, corriendo al sol,envuelto en nubes de polvo y bajo una reverberante luzde fuego. Jamás dejaba de llevar algún libro o revistas.Pronto fue popular entre los trabajadores y se hizo que-rer de todo el mundo, jefes y empleados, extranjeros yrotos. Siempre sintió como su igual al pampino del cualadmiró la rudeza y el porte altivo.

Era el alma de aquella sociedad cosmopolita yel iniciador de fiestas sociales y deportivas. Cualquiergrupo se animaba con su charla. Practicaba el ingléscon ellos, idioma que alcanzó a hablar, como el fran-cés y podía traducir el italiano y un poco el latín. Siem-pre había interés en escucharlo. Sus exclamaciones, susgestos animados y su estampa de buen muchachotrasparentaba el alma de un hombre de bien. Eso pre-disponía en su favor, invitando a confidencias íntimas,en la certidumbre de encontrar refugio y consejo preci-so. Cuando disertaba de ciencias, de arte, de heroísmo,lo que fuera conmovía por la sinceridad y vehemenciacon que se expresaba. En su charla familiar usaba ellenguaje del pueblo, gustando de los chascarros en queel roto luce su gracia picaresca. El dinero que ganaba loprodigaba, sosteniendo escuelas, sociedades obreras, apar-te de sus dadivas secretas. Si un empleado caía en desgra-cia o un jornalero se inutilizaba por accidente del traba-

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jo, dejando su familia en la miseria, allá estaba corrien-do para socorrerla. Poseía un elevado concepto de justi-cia. Siempre rechazó los convencionalismos, la ostenta-ción, la frase cortesana y las adulaciones que satisfacenla vanidad humana. Prefirió siempre la franqueza ruday eso lo apartó de los círculos elegantes. Sus hábitos lle-vaban el sello de su carácter y de un hombre de traba-jo, modesto, sencillo y sobrio.

Así fueron transcurriendo los primeros años depermanencia en la pampa, adquiriendo gran prestigio,debido a su vasta ilustración y a la originalidad de sucarácter y de sus ideas expresadas con independencia deopinión poco común. Contribuyeron a esa nombradíamuchos actos realizados por él, que acusaban su bellezamoral y su grandeza de alma. Un libro pudiera llenarsecon estas acciones. Apenas algunas. Un día, el vapor enque regresaba del Sur choca contra una roca, quedandoen peligro de naufragar. El pánico es enorme y se oye el“¡Sálvese quién pueda!” sugerido por el miedo. Nicoláscorre a la cubierta y grita:“¡Las mujeres y los niños a losbotes!” y armado con lo primero que encuentra a manoy con resolución se opone al paso de los hombres, consi-guiendo hacerse respetar. Conjurado el peligro se encie-rra bajo llave en su camarote, huyendo de manifestacio-nes de adhesión.

Estando de visita una noche en los altos de unacasa, en Pisagua, repentinamente se hunde el piso del

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comedor con estrépito arrastrando a dos muchachasde la servidumbre. A los gritos despavoridos que dan,pidiendo socorro, Nicolás no vacila un segundo y de losescombros amenazados por el fuego las saca al poco ratoen sus brazos. Otro día lee en los diarios de Valparaíso lanoticia que un guardián ha ejecutado un acto de arro-jo, exponiendo su vida por salvar a compañero. Acos-tumbrado de niño a admirar el heroísmo como virtud,apresurase a enviarle, junto con sus felicitaciones, sumade dinero. Tal gesto lo destaca la prensa con frases elo-giosas para el autor de aquella generosidad poco co-mún. En otra ocasión le muestran en los cerros deValparaíso el sitio desde el cual O'Higgins, vió partir laEscuadra Libertadora y pronuncia aquella frase: “De estascuatro tablas penden los destinos de América” Inme-diatamente concibe la idea de consagrar aquel lugar his-tórico con algún signo que perpetúe su recuerdo en lasgeneraciones futuras. Hace tallar una placa conmemo-rativa, que con el nombre de Mirador de O'Higginscoloca allí, inaugurándola con fiesta costeada de subolsillo.

Su actividad la dedicó también al estudio del pro-blema industrial del salitre, viendo modo de abaratar sucosto de producción y aprovechar los saldos estimadosde baja ley. Inventó al efecto, asociado a un amigo, pro-cedimiento para el que hizo traer de Inglaterra las má-quinas necesarias. Se estrelló con los hábitos rutinarios

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de los salitreros, que no quisieron prestarle su apoyo.Más tarde escribió en la prensa una serie de artículos deardientes de patriotismo, encaminados a nacionalizarla industria, resguardándola del monopolio que, con elnombre de Combinación Salitrera, asociaba a los pro-ductores que ahogaban iniciativas propuesta contrarian-do así los intereses del Estado. Quería defender esta ri-queza, decía, de la voracidad de los extranjeros que ahíllegan como los amos, desalojando a los criollos, ocu-pándolos de bestias de carga y arrebatándoles lo que con-quistaron con su sangre y legitimamente les pertenececomo premio a su heroísmo. En esos escritos sensacio-nales iba apareciendo el defensor de su patria y el pala-dín de su raza. Frutos de meditaciones y estudios, surgíalentamente de su cerebro una idea genial y se acentuabael perfil de apóstol de una causa nacional.

Hacía años que venía ocupándose de un proble-ma: el origen de la chilenidad. Sus lecturas prodigiosashabíanle preparado el terreno. El contacto diario conlos trabajadores de la pampa y la observación del carác-ter de los chilenos en general y, en especial, del roto, suaspecto fisonómico, costumbres y psicología, en todo tandiverso del tipo, modo de ser, de pensar y de sentir delos demás trabajadores de otras nacionalidades que ahícompartían: sudamericanos y europeos. Esto le generóun concepto original respecto de los chilenos, quienes, asu juicio, formaban una entidad racial bien definida yúnica.

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Convencido de la verdad de aquellas observacio-nes pasa a explicarlas y comprobarlas. Se echó entoncesa rastrear con paciencia de benedictino los orígenes denuestra sangre, leyendo a todos los historiadores de Chile,desde sus fuentes primitivas, como las cartas de Pedro deValdivia, las actas del Cabildo de Santiago, a los cronis-tas. Hizo traer de Europa cuanto libro de antropología,etnología, biología, psicología, lingüística, filología, comoasimismo las historias de los pueblos que habitaronEspaña desde época remota: íberos, celtas, fenicios, vas-cos, romanos, godos, árabes, bereberes… Había tomadocon tal apasionamiento aquellos estudios que eran comouna obsesión. Cuando nos veíamos, que era con frecuen-cia, no me hablaba de otro tema. A medida que estudia-ba, una luz aparecía ante sus ojos, llenándolo de orgulloy alegría, porque iba convenciéndose que éramos unaraza aparte, llamada a grandes destinos por las virtudesy el heroísmo de sus progenitores. La madre de la razaera la araucana, hija de la tierra como la flor del copihuey botín preciado del conquistador en aquella luchahomérica. Así pudo explicar el tipo tan común en nues-tro pueblo, principalmente en los campos, rucioscarantones y patilludos, de mostachos colorines y ojoszarcos, que parecen germanos con poncho y ojota. Y asípudo explicarse también muchos rasgos de la psicologíadel chileno. Su energía moral, carencia de modales cor-tesanos, que le impiden ser sonriente y zalamero, pare-

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ciendo, por el contrario, arisco y terco. También sus ap-titudes militares y su genio belicoso, herencia ancestralde sus mayores, el godo y el araucano, que en viril con-tienda esmaltaron nuestra historia de hechos memora-bles y episodios cantados por la poesía épica.

Sus convicciones a este respecto fueron compro-badas con razones y argumentos sacados hasta del modode hablar de nuestro pueblo. Su admiración por laraza se trocó en amor intenso, ligándose para siempreal destino del roto con un lazo más fuerte que la muer-te. Le denominó “El gran Huérfano”. Expresa que esdesheredado y paria dentro de su propia patria, a laque tanto ama, cuyas glorias han sido adquiridas al pre-cio de su sangre, y por la cual está en todo momentopronto a dar la vida. Y !o amó con cariño fraternal ycompasivo al verle sudar sangre en aquel desierto soñan-do, sin esperanzas, en adquirir un pedazo de suelo delos fértiles campos de Chile, y viviendo resignado a sumala suerte entre aquellos extranjeros. Apenas si espe-rando, paciente, el mendrugo de pan que le arrojan delas sobras del banquete colosal.

Entonces emprendió campaña en favor del pue-blo con toda la fe que ardía en su alma, sembrandosus ideas a los cuatro vientos. Se puso en corresponden-cia con el Congreso Social Obrero de Santiago, con di-putados y dirigentes del Partido Demócrata, con direc-tores de diarios, sin distinción de colores políticos, con

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numerosas per- sonas de reconocido patriotismo, gol-peando a todas las puertas, pidiendo cooperación y ayu-da en bien de los intereses nacionales y de la clase prole-taria que defendía. Leía cuanto se publicaba en el país yestaba atento al rumor de la opinión pública. Pocosrespondieron a su llamado. Estaba triste. Así lo encon-tré un día que fui a visitarlo. Hallábase a la caída de latarde, de pie y sin sombrero, sobre el promontorio derocas en el Alto de Junín, al borde de una profunda ba-rranca. El sol, ocultándose con resplandores de incen-dio iluminábale la faz mientras meditaba en el porve-nir de su raza y en la suerte del roto.

AI comenzar el siglo emprendió viaje a Europa,estudiando en las fuentes mismas cuanto pudiera servir-le para reforzar la tesis que sostenía. En Londres escribeartículos en defensa de Chile. A su regreso volvió a sutarea de médico. Asimismo, y con mayor apasionamientoque nunca, a su tema favorito, el origen del pueblochileno y de su represente más genuino, el roto. Notoleraba palabra o concepto ni veladamente ofensivoa Chile, irguiéndose en el acto como un quisco espinudo.Y cuando le tocaban a su roto gruñía, brincando comoun tigre en su defensa. Los extranjeros, entre quienesvivía, tan dados a maldecir el país que explotan (y delcual los ingleses se creen los amos) tenía que refrenar sulenguaje. Un día a un inmigrante buhonero que le ofrecióen venta un libro pornográfico lo molió a bofetadas.

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Entretanto, su orgullo de chileno estaba pasando pordura prueba. La desmoralizacion y el desgobiernohabían comenzado en los dirigentes del país, y lacorrupción en las clases llamadas superiores, debido, sinduda, a la intromisión de una casta de advenedizos sinescrúpulos. Había ansia de dinero fácil, vida socialescandalosa y un lujo desconocido en nuestras austerascostumbres: síntomas inequívocos de una profundadecadencia moral, de que la prensa venia informando adiario al dar cuenta de desfalcos, falsificaciones, sustrac-ción de documentos oficiales y otros crímenes perpetra-dos por personas de apellidos nuevos. Para muchosaquello era la consecuencia inevitable de la riqueza delsalitre, colosal presente griego que estaba corroyendolas conciencias y perturbando la tradicional probidadde la Republica, tan varonil y tan sana hasta entoncescon su pobreza espartana.

Nicolás estaba lleno de indignación y de vergüen-za. Indignación que se trocó en asombro al ver la cam-paña emprendida en nuestro desprestigio por algunosdiarios de Santiago. Y la que era aun más grave, porpublicaciones oficiales enviadas a profusión al extranje-ro. Los Anales de la Universidad de Chile publicabanun texto encaminado a probar que los araucanos eranuna horda de salvajes cobardes. La Estadística Carcelarianos presentaba ante el mundo civilizado como un paísde criminales. Sanidad informaba de tasas horrorosas

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de mortalidad. Los diarios hablaban del “roto inmun-do y degenerado” sugiriendo la conveniencia de arrojar-lo del país reemplazándolo por inmigrantes extranjeros.

Mi hermano comprobó que todas esas historiasy estadísticas eran falsas, absolutamente falsas, plagadasde errores y escritas con mala fe. En esas publicaciones,costeadas con fondos de la nación, sus autores, que noparecían chilenos, se habían dado un trabajo de cuer-vos rebuscando cuanto pudiera degradar a la razaaraucana, con la villanía de quien reniega de su sangrey envilece a su propia madre. Infamias que mi hermanosentía como puñaladas en su entraña. Adquirió el con-vencimiento de que se trataba de una campaña mercan-til emprendida por agentes extranjeros de colonizacióncon el fin de apropiarse de los terrenos de la nación, sopretexto que sobraban tierras, faltaban brazos y era be-neficioso para el país reemplazar al araucano cobarde yal roto vicioso por europeos.

En efecto, en ese momento se comienza la usurpa-ción de suelo a los araucanos por la fuerza de las armas.Luego siguió el éxodo de miles de chilenos que se expa-triaban conduciendo de la mano a sus esposas e hijos. Senecesitaban sus tierras para entregárselas a losinmigrantes que iban llegando: andaluces, napolitanos,calabreses, bohemios y gitanos. Y con ellos iban llegan-do también usureros, vagos cubiertos de llagas, crimina-les contratados en las puertas de las cárceles, rufianes de

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toda calaña y patologías desconocidas en el país como lalepra, el tracoma, la bubónica, todas plagas repugnan-tes de las multitudes famélicas del Viejo Mundo. Los cón-sules chilenos del Neuquén y de San Luis comunicabanque millares de chilenos con sus familias trasmontabanla cordillera pidiendo una nueva patria a la Argentina.

En su guarida del Alto de Junín, como felino enacecho, pasaba Nicolás con el oído atento pareciéndoleoír el ruido de las armas y las voces pidiendo auxilioante aquella cacería de araucanos y chilenos. De súbito,con rugidos de león que defiende a sus cachorros, saltóen defensa del roto. Acude a la prensa de Iquique anun-ciando el peligro, arrancando máscaras, despertando lasconciencias, sacudiendo los egoísmos, soplando en loscorazones en una serie de artículos. Los firma “Un roto”.En ellos expresaba la exasperación digna de los profe-tas bíblicos. Conciente de su fuerza, de su derecho y dela misión que le corresponde en aquella causa, como após-tol convocado por el destino, fustigó a los detractores dela raza y de su patria, asestando golpes de maza a lahipocresía de aquellos fariseos que traficaban con lo mássagrado de la nación. Fueron sensacionales esos artícu-los. El elemento extranjero de Tarapacá sintióse alar-mado y el chileno profundamente conmovido, porquea ellos les hablaba el lenguaje del sentimiento. En esaépoca publica el folleto “¡Alerta, chilenos!” 3 en el cual3. No ubicable. Quizás esté refundido en la reedición póstu-ma de “Raza chilena” (1918).

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reitera su tesis de colonizar el país con criollos y protestapor el despojo de la tierra que padecen los araucanos.Sufre la marginación y la calumnia, pero continúa la brega.

Recogió en silencio aquellos apuntes. Añadió otrosy en Valparaíso hizo imprimir el libro que tituló “Razachilena” con subtítulo Libro escrito por un chileno ypara los chilenos... Y sin firmarlo siquiera, porque nobuscaba gloria personal, lo entregó al puúblico. Regresóa Alto de Junín. Venía ya enfermo y con su sombrero,hundido hasta las cejas y sus ojos opacos. Reanudó, sustareas de médico en el desierto, sin querer aceptar ayudade nadie. Le quedaba aún voluntad indomable. El ofi-cio de decir la verdad ha sido siempre ingrato y hastapeligroso. Había puesto el fierro candente sobre mu-chas llagas, provocando gritos de dolor y se le juzgó un“conflictivo”. Los potentados y aristócratas lo vieroncomo una amenaza y lo tacharon de “anarquista”. Supatriotismo exaltado fue motivo de alarma para los ex-tranjeros dueños del salitre quienes lo miraban de reojo,tratándole de “boxer”4. Gustosos le hubieran expulsado

4. La propuesta de Nicolás Palacios es de unpopularnacionalismo sin proyección iberoamericana, pero–también y vale la pena enfatizarlo- ajena a esa patrioteríaque implica fobia a las patrias limítrofes. La acusación de“boxer” de que es objeto –imposible entonces denunciarlode “bolchevique” o “maximalista”- es adecuada porque lo iden-tifican con la revolución nacionalista china de 1900, queconcita la agresión de los colonialismos contra el CelesteImperio.

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de la provincia y del país, a fin de no tener quien develarasus abusos. Se contentaron con arrebatarle el puesto demédico de las sa!itreras. Y quedó sin empleo, enfermo,abatido, desilusionado, perseguido de burlas, tratadocomo un demente. Su libro no pasaba de ser la obra deun visionario iluso, el romance en prosa de unmistificador.

Quedaba en la miseria, sin más bienes que suslibros y una bandera chilena que, oculta en la maleta,llevaba consigo, rogando a sus amigos que al morir en-volvieran su cuerpo en ella, como mortaja. Cuantohabía ganado con su trabajo lo había repartido a desta-jo entre sus paisanos menesterosos. No soportaba ver-los sufrir. Huyendo de sus perseguidores, se refugió enun hotel de Iquique, viviendo encerrado en su cuartocomo un anacoreta.

Mas, no había recorrido aún todo su calvario, niapurado todo el cáliz de amargura que el destino lereservaba. El 21 de diciembre de 1907 lo apuró hasta lasheces viendo fusilar en masa a los pobres trabajadoresde las salitreras reunidos en una plaza pública de Iquiquepara exponer sus justas peticiones a sus patrones, los mi-llonarios dueños del salitre. Oye el horrible estrépito delas ametralladoras sembrando la muerte entre aquellosinfelices. Constata que centenares quedaron palpitandoagónicos. Dio un grito y se cubrió el rostro con las ma-

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nos... Y ya su alma desgarrada queda triste hasta lamuerte5.

Su libro, quizás el más audaz que se hubiese pu-blicado en Chile, supo crear una agitación que repercu-tió en todo el país como anhelo patrio. Sus ideas tuvie-ron influencia poderosa en la orientación del criteriopúblico. Hubo otra manera de apreciar muchas cuestio-nes de vital importancia. Abrió nuevos horizontes a nues-tro orgullo colectivo, dándole una base de nobleza ética.Su atrevida concepción marcó una nueva era, porque supensamiento arraigó muy hondo alumbrando con vas-tas proyecciones. Desde entonces se comienza a conside-rar a nuestra raza. Y vive y vivirá siempre su influencia,despertando nuestro espíritu cívico. Aquel autor creíaque un pueblo que tiene motivos para enorgullecerse desus progenitores, debe velar porque no se bastardee susangre, debe respetar sus tradiciones y seguir el ejemplode probidad de sus mayores. Ello es la semilla de lagrandeza de una nación.

Se podía admitir que hubiese exageraciones en suobra y que no se la pueda aceptar en su integridad, sinobajo beneficio de inventario. Sin embargo, es forzoso

5. El autor de esta evocación no aquilata lo suficiente lapostura de su hermano ante la hecatombe de Iquique. Nosólo la padece, sino la analiza en crónicas que remite aldiario “El Chileno” de Valparaíso. Rescatadas originan la yacitada obra “Día de sangre” de Pedro Godoy y GustavoGalarce.

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reconocer en Nicolás a un gran escritor, que con sustestimonios cumple con una misión: conferir a los chile-nos un alto concepto de nacionalidad y de un elevadodestino que cumplir. Su estilo personalísimo, impregna-do de sentimiento conmovedor, a veces irónico, su granerudición, la exactitud de sus observaciones, la lógica desu argumentación y el calor de sus convicciones, lo exhi-ben como un regenerador con algo de caballero erran-te, iluso y temerario, blandiendo su fama en defensa desu pueblo, demoliendo a quienes son los detractores dela patria. Culminaba fustigando vicios, apuntando erro-res, siempre preocupado por la infeliz suerte del roto. Sedice que al leerlo Eusebio Lillo, exclamó: “¡Hacía faltaeste libro en Chile!”.

Pocos años más vive en Santiago. Se retira en me-dio de sus libros y manuscritos. Lleva una vida modestay ocultándose de todo el mundo, salvo de contadosamigos que le habían permanecido fieles. La enferme-dad que le minaba el corazón habíale dado una sensibi-lidad extrema. Marchaba con la marca de su incurabledesconsuelo y era su vida atormentada, sin otras alegríasque la paz de su conciencia y la amistad disfrutada enel seno de una familia de la Maza, que había tenido lagentileza de ofrecerle apacible hogar. Su paseo favoritoera el cerro Santa Lucía. Lo subía fatigosamente, conalgún libro en la mano, aspirando el húmedo aroma delas hierbas, que le traían el recuerdo remoto de su infan-

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cia dichosa y de su juventud ya distante. En su ascensodeteníase siempre frente al Caupolicán, aquel bronceque tan admirablemente simboliza la fiereza araucana.Casi en la cumbre, sentábase a descansar frente al mo-numento de Pedro de Valdivia, el otro progenitor de laraza. Un día le solicitan que leyese algún trabajo enuna sesión del Ateneo. Le costó decidirse. Finalmenteaccede y diserta sobre “Decadencia del espíritu de nacio-nalidad”. Su intervención se cierra con ovaciónestruendosa. La concurrencia, de pié lo aplaude, procla-mándolo el más chileno de los chilenos, emblema vivodel patriotismo. Por esa época escribe otros textos quepublica en revistas especializadas. En esos, vigoriza susteorías sobre etnología y refuta críticas formuladasa“Raza chilena”. Prepara también una nueva edición dela obra.

Sus días estaban contados. La muerte lo seguía decerca. Algo sospechaba. Hacia tiempo que lo afligía unasensación de ahogo y andaba taciturno. Sentía frío enel cuerpo y una inquietud particular del alma, una sedde afecto, un deseo de consuelo para su tristeza, que ibaa buscar refugiándose en el seno de las personas de sufamilia, que tanto le querían. No creíamos que su finestuviese tan cercano. La implacable muerte, al derribar-lo de golpe súbito, le engañó dándole apariencia de sa-lud. Aquel día fatal -11 de junio de 1911- después de visi-tar a una hermana, lo pasó conmigo todo el día. Estu-

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vo contento, retirándose después de comida, sin quereraceptar nuestra invitación a quedarse a alojar en mi casa.Abrazó a mi esposa, me estrecho la mano y se despidió.

Se acostó a las diez y una hora más tarde seescucharon, en el silencio de la noche, sus angustiadosgritos pidiendo socorro. En un instante y a medio vestiracuden las personas de la casa. ¡Qué cuadro más desga-rrador fue el que presenciaron!. Casi exánime y soste-niéndose trabajosamente en el marco de una ventana,arrojaba sangre a borbotones por la boca. Luego se em-pañó su vista exhalando su último aliento. Se le habíaroto un vaso arterial paralizando las palpitaciones de sugran corazón.

¡Ah, la tristeza de sus pobres funerales en aquellafría y nebulosa tarde de invierno! Media docena de pa-rientes, otros tantos fieles amigos, algunas palabras deadiós y desapareció para siempre envuelto en la banderade su patria, abrazándola como su único bien. En lanoche obscura de la tumba yacen sus despojos en aban-donado rincón del cementerio, azotado por el viento ypor las lluvias, como si lloraran el triste fin de los buenos.

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DECADENCIA DEL ESPIRITUDE NACIONALIDAD1

1. Conferencia en el Salón de Honor de la Universidad de Chile28.04.1908

«Cada cual mueve el patriotismo a su manera. El míocomienza con el grito de dolor. ¡La patria no existe!Precisamente por ello hay que ser patriota para convertirla patria en cosa tangible. Hay que edificarla como unacabaña sobre el desierto. Si la mía existiera podríadesentenderme de ella, pero no la hay. Ese es el motivoque me empuja a acentuar mi patriotismo para, al menos,en forma de anhelo, de aspiración, de tensión del alma,exista».

José Ortega y Gasset

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Prof. Pedro Godoy P.& Prof. Gustavo Galarce M.

día de sangreNicolás Palacios

y el genocidio de Iquique21.12.1907

UNIVERSIDAD ARTURO PRAT

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omo epílogo al estudio del pro-blema salitrero, publicado en El Ferroca-rril y La Unión, había prometido escribirpara esos mismos diarios un artículo so-bre el tema de la presente conferencia.

En aquel estudio demostré, valiéndomede documentación incontrovertible: que laindustria salitrera, cuyas rentas formanla base económica de la nación, está seria-mente amenazada por la producción delsalitre artificial, que ya se vende en Eu-ropa a menos precio que el nuestro; 1º quees de urgente necesidad el que nuestrogobierno tome en sus manos la dirección deaquellas fuente de recursos, pues a la fe-cha están dirigidas por industriales ex-tranjeros, cuyos intereses no son armóni-cos con los de nuestro país.

El presente epílogo supone, para sercomprendido en todo su alcance, la lecturaprevia del anterior o, por lo menos, laconvicción de que lo afirmado por mí sobreese problema es perfectamente exacto.

NOTA PRELIMINAR

CCCCC

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Destinado a la publicación el presen-te escrito está redactado en vista de esacircunstancia.

Persuadir al público de que es conve-niente para los intereses económico gene-rales de la nación el que la riqueza de lasprovincias chilenas, que contienen aque-lla preciosa sustancia, quede en Chile enlugar de marchar al extranjero como hoysucede, es tarea fácil de llenar porqueestá la conciencia de todos; mas convencera los chilenos de la justicia que los asisteen procurar que sea suya aquella riqueza,legítimo botín de una obligada y cruentaguerra de cuatro años no es tan sencillocomo pudiera creerse.

Hay muchas personas en quienes lasola palabra «chilenización», tratándosede esa industria, despierta sentimientosde rechazo, ideas repulsiva, antipáticas,como si se tratara de un acto incorrecto,fraudulento aun. ¿Por qué? ¿Hay algo másnatural y justo que el pueblo que conquis-tó el salitre en franca lid, merced a supatriotismo y a su superior organizaciónrespecto de sus enemigos, disfrute del úni-co premio obtenido a costa de su esfuerzo,de sus virtudes cívicas y de su sangre?

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Antes de exponer algunas ideas sobrela chilenización de dicha industria me hevisto, por lo tanto, forzado a inquirir lacausa de esa errada manera de sentir y depensar, problema que conozco por haberlededicado muchos años de estudio y de medi-tación, pues lo considero de altísima im-portancia nacional.

Ingrata tarea es la de censurar sen-timientos, y más aún cuando ellos son co-lectivos, inconveniente que arrostro por-que estimo una necesidad el hacerlo.

En mis apreciaciones no deben versetendencias políticas de ningún género,porque no las hay. Creo en la sinceridadde los hombres y de las doctrinas que meveré en el caso de impugnar.

Al establecer que atraviesa nuestrapatria por uno de los más peligrosos esta-dos sociales que pueden afligir a una na-ción, adoptaré la calma aparente de que sereviste el médico que diserta sobre unagrave dolencia de su propia madre.

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Portadilla de «RAZA CHILENA»Edición de Fundación Cardoen.

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no de los fenómenos más extrañosque pueden observarse en nuestro país esel escaso desarrollo de su instinto de con-servación nacional, de ese egoísmo tan ló-gico y necesario a la vida de toda nación.

Como esta tesis es fundamental en elpresente análisis, he de recordar, aunquesea a la ligera, algunos de los principiosgenerales que le sirven de base, especial-mente el relacionado con el elemento ex-tranjero y su papel en la sociedad.

El hermoso código político de Chileacuerda a los extranjeros mayores garan-tías que cualesquiera de las constitucio-nes modernas; pero esa liberalidad era sólola manifestación de los sentimientos hos-pitalarios de este pueblo, pues los mismoshombres que lo redactaron dieron elocuen-tes muestras de estar adornados de vivossentimientos de nacionalidad, tanto en lasdisposiciones de organización interna comoen el rumbo impreso a las relaciones in-ternacionales. Sólo en el último quinto desiglo empezó a manifestarse esa decaden-

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TEXTO DE DISERTACION

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cia del instinto primordial de toda na-ción, acentuándose a medida que han corri-do los años.

La causa de este fenómeno social es ala fecha bien conocida, pues ha preocupadoen los últimos años a los más eminentespensadores, los cuales la han estudiado enla historia de los diversos países en quese ha presentado, constatando la uniformi-dad siempre fatal de sus resultados.

Un estudio particular de él en Améri-ca Latina y especialmente en Chile, ha he-cho el historiador estadounidense UrielHancock en su History of Chile, y uno gene-ral y luminoso sobre el mismo tema ha de-sarrollado Broock Adams, también estado-unidense, en su reciente y ya famoso libroLey de la Decadencia de las Naciones. EnEuropa, este interesante problema ha sidotratado por lo más esclarecidos talentosdedicados al estudio de la evolución histó-rica de las naciones.

El más importante de los factores quecontribuyen a la decadencia de esa virtudsocial es el representado por el comer-ciante extranjero, tema que ocupa la mayorparte de la obra del filósofo Broock Adams,y que es el pertinente en esta ocasión dadoel fin principal de mi tema. De su obra

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citada son la mayor parte de las ideasaquí expuestas.

Es en realidad el mercader extranje-ro, por el hecho mismo de la internaciona-lidad del gran comercio el que emprendela tarea de minar el sentimiento de nacio-nalidad, que contraría sus cálculos mer-cantiles. Las doctrinas humanistasigualitarias ejercen su influencia desmo-ralizadora análoga a la del mercader, peroen escala relativamente insignificante, yen Chile es, puede decirse, nula.

El comercio propaga sus doctrinasdisolventes apoderándose de una parte delos diarios, los cuales viven así mismo deaquél; y por medio de los millares de in-cansables mensajeros que día a día partende las prensas recorriendo el país de unextremo al otro, las doctrinas disociadorasvan lentamente abriéndose camino en laopinión.

La dirección que en su desvío tomanlas nuevas ideas, indica claramente suorigen: no es la felicidad del pueblo suincremento numérico, su progreso moral ypolítico lo que preocupa al inmigrantemercader; ni lo desvelan la seguridad pre-sente ni el porvenir de la nación en quese hospeda. No ve una sociedad, un pueblo

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organizado moral y políticamente en elpaís en que se especula, sólo ve sus rique-zas explotables, y su sola preocupación esla de apropiárselas con el menor sacrifi-cio de su parte. La idea de nación estáreemplazada por ellos por la de territo-rio más o menos rico, más o menos poblado;sus habitantes son factores de produccióny de consumo, e instrumentos vivos de ex-plotación, a los cuales creen justo y lógicoreemplazar por otros más apropiados a susintereses, si los indígenas no les convienen.

Aparecen como triunfantes en el cam-po de la filosofía social las doctrinaseconomistas, tales como las de Starck, Marx,etcétera.

La felicidad de un país es aquilata-da por el monto de las importaciones yexportaciones, y por los balances de losbancos, siendo para ellos tan próspero a lafecha el pueblo esclavo del Congo como elde Suiza o el de Dinamarca, cuyos balancesgenerales son semejantes. Así hemos visto alos diarios de alto comercio, que es aquí elcomercio extranjero, exhibir en el primermes de este año los magníficos balancespresentados por los bancos extranjerosestablecidos en el país y el de algunos delos nacionales como prueba evidente de la

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próspera y feliz condición del pueblo deChile a la fecha, lo cual está muy distantede la verdad.

Esta misma prensa es la que aconsejala inmigración en escala sustitutiva delelemento étnico nacional, la que bate pal-mas a los grandes presupuestos fiscales,la pregonadora de la absoluta quietudpolítica con el pretexto de administra-ción, doctrina cuyo triunfo ha traído eldebilitamiento y la desorganización de lospartidos históricos de Chile.

Cuando el criterio utilitarista delmercader invade las clases dirigentes deun país, se ven trastornadas las bases mo-rales de la Constitución de los estados.Aquel amor a su pueblo, manifestado por elJefe de una nación, y que sirve de normasegura al historiador para aquilatar sutalla de gobernante, queda relegado al ol-vido. Por poco que el pueblo resista laexplotación a que las ideas utilitariasdesean someterlo, en vez de aquel amor, lapauta que sirve para distinguir la clasegobernante es, al contrario, primero laindiferencia, luego el desprecio y, en loscasos graves, el odio por el pueblo cuyosdestinos están encargados de dirigir.

Broock Adams se detiene especialmenteen este punto de su tesis al delinear lascausas de la caída del Imperio Romano.

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Olvidan las doctrinas sociales econó-micas que una nación es antes que todo unaentidad moral y jurídica, no es una asocia-ción mercantil.

El apotegma «no sólo de pan vive elhombre», es aún más exacto aplicado a lasnaciones que a los individuos. Una naciónpuede soportar los más extremos rigoresde la pobreza sin desorganizarse y sucum-bir, pero ni rica ni pobre podrá conservarsu existencia si pierde los sentimientosfundamentales de toda sociedad. En mediode la más colosal opulencia cayó Roma, cuan-do sus hijos perdieron sus ideales de pa-tria y sus virtudes domésticas y cívicas.

Pero el comerciante extranjero sabesacar provecho de las vicisitudes, de losespasmos y de la agonía de los pueblos endisolución, con tal que su muerte sea tran-quila. Las convulsiones violentas que elsentimiento de su ruina produce en el sersocial, perturban los cálculos mercanti-les; por esa causa es siempre partidario dela represión más enérgica de toda manifes-tación de malestar social.

«El comerciante europeo, ha dicho UrielHancock, ha sido siempre en la América es-pañola el sostenedor de todas las tira-nías”.

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Las antisociales doctrinas utilitariashan abierto ya una amplia brecha en elsentimiento de patria del pueblo chileno;felizmente el mal aún está limitado a losque permanecen más directamente vincula-dos con el comercio extranjero. Sus conse-cuencias son muy visibles en todas las ma-nifestaciones de la vida del Estado, espe-cialmente en lo que se relaciona con sufaz económica como es natural.

Al avance de las ideas del mercaderinmigrante en las esferas de gobierno debeculparse el que se hayan verificado enestos últimos tiempos hechos que no tienenotra explicación plausible ni se han vistoen ninguna otra nación bien organizada.

A esos hechos pertenece la existenciaen Chile de una larga serie de institucio-nes mercantiles que extraen del país grue-sas sumas de dinero sin haber introducidojamás en él un gramo de oro ni cosa que lovalga. Les ha bastado establecer bancos oinstalar un escritorio, abrir libros y pu-blicar anuncios sobre seguros u otros gi-ros semejantes para iniciar su pingüe ne-gocio. Gozando aquí de positivas ventajas,pagando una contribución irrisoria, mu-chas de ellas ni siquiera tienen en Chilesu domicilio legal. Los capitales que de

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aquí se llevan van a pagar a Europa, aEstados Unidos y al Canadá el impuesto queles corresponde y del que Chile les hizogracia.

Otro hecho también privativo de Chi-le e hijo de la misma perturbación de ideases el auxilio prestado a bancos extranje-ros con dinero fiscal. El gobierno estado-unidense depositó fondos de la nación aplazo limitado y al interés corriente enalgunos bancos nacionales durante la pa-sada escasez mundial de capitales. Peroaquí esos depósitos han sido hechos en lascajas de algunos bancos extranjeros, per-diendo el Estado tres o cuatro por ciento,de lo que le cuesta ese dinero, y a un plazoindefinido, tal vez eterno, dadas las ideasreinantes sobre esta materia. Esto equiva-le a regalar a extranjeros el dinero delpueblo chileno para que aquéllos lo pres-ten al mismo pueblo al grueso interés co-rriente.

Como dato sugestivo he de recordarque, según los estatutos de uno de esosbancos, ningún chileno puede formar partede su directorio.

A la misma categoría de los hechosanteriores, y más directamente relaciona-do con nuestro tema, pertenece la creaciónde la Caja de Crédito Salitrero, mediante

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una ley votada por el Congreso en agostodel año último. El reglamento por el cualesa institución debe regirse está calcula-do para que sus beneficios los reporten ensu totalidad o poco menos las oficinas per-tenecientes a extranjeros, puesto que sólopodrán optar a los préstamos fiscales aque-llas oficinas que hayan elaborado salitrey tengan cuota fija por la Constitución, loque acontece con la gran mayoría de lasempresas salitreras nacionales.

Respondiendo al espíritu que creó lainstitución recordada se prestaron poradministración fuertes sumas de dineronacional a una empresa extranjera de sa-litre, hecho demasiado conocido del públi-co y que ha dado origen a manifestacionespolíticas en el Congreso, manifestacionesque habrían seguramente adquirido lasproporciones de una tempestad si una lar-gueza semejante hubiera sido otorgada auna empresa nacional.

Se han aducido en justificación deaquella extraordinaria generosidad elimpedir que el fracaso de aquella empresa;lógico por la desproporción entre sus vas-tas ambiciones y sus limitadas facultadesfinancieras y directivas produjera per-juicios a terceros, y los irrogara asimis-

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mo a la principal industria del país.Pero hay razones para creer que la

causa primordial de esa largueza, y la queha hecho tolerable ante la opinión, no fueel temor de que los perjudicados no fueransólo fallidos y la industria del salitre,sino su condición de extranjera; pues quemuy poco antes se dejó cerrar sus puertasa un banco chileno sin prestarle ayudaeficaz y sin protesta, siendo que a dichainstitución estaban vinculados cuantiososintereses, todos nacionales, y numerososindustriales salitreros, también nacio-nales.

Como una ironía del destino llegó aIquique por aquellos mismos días en que senegociaba dicho préstamo, la Memoria deldelegado en España de la Combinación Sali-trera, don Juan Gavilán, en la cual estecaballero anuncia que en Guadalajara, amedia hora de Madrid, se han iniciado lostrabajos de implantación de la primerafábrica de salitre artificial, entrandoaquella nación en el concierto europeotramado para arrebatar a Chile su princi-pal industria y procurar su ruina.

Sólo como fruto de este mismo extra-vío puede explicarse otra serie de hechosadministrativos de que no hay ejemplo enotras naciones cultas como v. gr., el de que

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el colono extranjero goce ventajas cuatroo cinco veces superiores al colono nacio-nal; que reciban subvención fiscal algu-nas compañías extranjeras de navegación,cuando las nacionales deben pagar impues-tos, el escaso interés con que se miran lafalta de instrucción y de educación en laclase pobre del país, su carencia de habi-taciones apropiadas y su envenenamientopaulatino por lo quince mil o más taberne-ros inmigrantes establecidos en Chile; elhecho de esa preferencia oficial, que estácontaminando al público, por la manufac-tura europea en igualdad o inferioridadde fabricación a la producida en el país;el de ese desplazamiento forzado y generaldel artesano y del operario chilenos enlas pocas industrias existentes y en lasfaenas a cargo del Estado, desplazamientoque se inicia ya en las tareas agrícolas,etcétera.

Una de las manifestaciones más gra-ves de esa sustitución del criterio delgobierno de un pueblo por el de su explota-ción es lo que sucede a propósito de lastierras llamadas del Estado y su manerade poblarlas.

El dueño de las tierras de una naciónes el pueblo de que está formada. El Estado

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es sólo administrador de ellas y adminis-trador en beneficio de su mandante y ver-dadero dueño. Eso es elemental e inamovi-ble en derecho público. Pues bien, aquí seha entronizado poco a poco y sin resisten-cia la doctrina de que los ciudadanos queocupan transitoriamente altos puestos ad-ministrativos, tienen derecho a regalarlas tierras del pueblo chileno a extranje-ros de cualquier parte y de emplear en quese las acepten los dineros del mismo pue-blo despojado.

Fue, según Tito Livio, el desplazamien-to del labrador romano libre por el escla-vo importado lo que dio origen a loslatifundia cuando la explotación del sue-lo y demás riquezas de Italia reemplazó enlos cónsules el papel de gobernantes deaquel pueblo, fenómeno al que dicho histo-riador atribuye la decadencia de su pa-tria, como es bien sabido.

En Chile esta doctrina, que está lle-vándonos con premura al terreno de lapráctica, es incompresible dada la fuerteemigración de su pueblo por la carencia deun lote de tierra en que fundar un hogar.

A la emigración de agricultores des-poseídos por colonos extranjeros en lasprovincias del sur, y a la de los jornale-ros, se ha seguido la de los artesanos na-

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cionales, desplazados por la inmigraciónforzada.

Es también elemental en demografíaque cada hombre que sale de su país deja enél una mujer de su edad. Esos jóvenes queemigran de Chile son siempre hombres enla plenitud de la vida los que emigranvoluntariamente; representa, pues, cada unouna familia perdida para la nación. Si adetenerlos ofreciéndoles un lote de tie-rras baldías se destinara siquiera la mi-tad de lo que se gasta en traer extranje-ros, el país se poblaría totalmente de chi-lenos en menos de una generación, ahorrán-donos, además, esas misiones suplicantes eimpropias ante soberanos extranjeros paraconseguir envíen a sus súbditos a tomarposesión del suelo chileno.

A igual fin contribuiría la cesión deun lote de tierras y los adelantos acorda-dos para los colonos extranjeros a los cen-tenares de artesanos y de operarios chile-nos que han quedado cesantes con el parode varias maestranzas de los ferrocarri-les del Estado, debido al encargo al ex-tranjero del material rodante.

Los cincuentas y tanto millones depesos invertidos en dicho encargos en lostres últimos años y en el corriente produ-cirán unos dos o tres millones de pesos en

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primas a los que han efectuado esos encar-gos. Si este dinero lo percibiera el erarionacional, al cual de derecho pertenece,podría emplearse en convertir en colonosa dichos artesanos, evitándoles que se veanen la necesidad de abandonar a su país,pues los numerosos emigrantes que llegancontinuamente ocuparán su puesto, si esque aquellos talleres reabren sus puer-tas.

En todas partes se considera como des-tinadas al bajo pueblo, al ciudadano desva-lido, como el llamado a ocupar las tierrasfértiles del Estado, pero el criterio deexplotación de las riquezas sustituido alde gobierno del pueblo, no tiene que vercon la clase o raza de sus habitantes ni elcomercio hace cálculos para muchos añosdespués.

Así se explica la urgencia manifesta-da porque este territorio esté luego llenode elementos de producción y de consumo,sean ellos de cualquier continente y decualquier color.

Con su criterio particular el merca-der no hace distinciones entre habitantesy ciudadanos. Para la marcha de sus espe-culaciones tanto o más le da la invasiónde un país por un ejército extranjero de

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cien mil hombres como el incremento natu-ral de sus pobladores en una cifra delmismo monto. Para él gobernar una naciónes llenarla de gentes. El antiguo prover-bio «la fuerza de las naciones no se midepor el número de sus habitantes, sino porel de sus ciudadanos», no reza con sus cál-culos.

Es también muy elocuente a este res-pecto lo que acontece con el comercio decabotaje, servido en todos los países media-namente organizados por marina nacionalprotegida eficazmente no sólo por razoneseconómicas sino, también, de seguridad. Lascompañías chilenas de navegación, que endiversas ocasiones se organizaron con esepropósito, han fracasado por falta deprotección oficial, sujetas, además, a con-tribuciones en su calidad de chilenas ydomiciliadas en el país.

Para apreciar en todo su valor elfenómeno psicológico a que vengo refirién-dome, y la buena fe con que se aceptan susconsecuencias, aun en contra de los inte-reses pecuniarios, ha de saberse que laúltima compañía chilena de navegación,disuelta por falta de protección, habíasido formada por personas que ocupabanaltos puestos en el gobierno, a los que

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habría sido fácil hacer valer sus influen-cias políticas para obtener auxilio a quetenían derecho.

En cambio, se han enviado agentes es-peciales a otras naciones a conseguir quese organicen compañías de navegación paraentregarles el acarreo marítimo de lospuertos chilenos, ofreciéndoles ventajasque se han negado a los nacionales. Una deestas empresas de navegación se ha forma-do con la base de unos treinta millones depesos valor de los pasajes acordados por elgobierno a las treinta mil familias ex-tranjeras que tiene derecho a introduciren el país un empresario de inmigración.

La introducción de esas ciento trein-ta o ciento cincuenta personas, de las queya se anuncia la primera partida, produ-cirá en Chile el grave daño, pues la emi-gración de los chilenos será mucho másactiva.

Las crisis económicas se traducen endemografía por la disminución de los ma-trimonios y, en consecuencia, por la de losnacimientos. La población de los países enmalas condiciones económicas se ve dismi-nuir tanto por la emigración como por lafalta de la renovación natural de sus ha-bitantes. Con la tremenda crisis que hoy

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azota al país y la llegada de un tan exce-sivo número de inmigrantes, el reemplazodel pueblo chileno por extranjeros de va-rias razas y nacionalidades avanzará ungran paso en su marcha invasora.

A los que reciben beneficios con eldesplazamiento de los chilenos les bastauna somera reflexión para comprender losresultados finales de ese rápido procedi-miento de reemplazo, pero la clase baja delpaís, que sufre directamente las consecuen-cias, no necesita raciocinar para compren-derlos. De ahí su resistencia, y de la in-utilidad de ésta, la depresión de su volun-tad, su escepticismo moral, que empieza amanifestarse, y su ansiedad patriótica.

Al reemplazo de las clases popularesde Chile por individuos de razas exóticas,ha seguido de cerca, como era natural espe-rarlo, el de la reducida clase media de lasociedad tanto en el comercio como en loscargos administrativos mejor rentados, enel profesorado nacional, en las profesio-nes liberales y demás esferas de la activi-dad dónde los chilenos de esa escala socialpueden adquirir un puesto que los habili-te para establecer un hogar en armoníacon la clase a que pertenecen.

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Por las publicaciones de la prensaindependíente se ha probado hasta el can-sancio que todo ese exotismo no tiene abso-lutamente razón de ser, salvo para la in-troducción de algunos profesores y espe-cialistas contratados en el extranjero. Laprotesta de los ingenieros como la solici-tud de los médicos chilenos, que han vistola luz pública, han establecidofehacientemente que su condición de infe-rioridad impuesta por los poderes públi-cos respecto de sus colegas extranjeros encuanto a rentas, consideraciones y facili-dades en el ejercicio de sus profesionesrespectivas, sólo obedece a ese mismo ex-traño espíritu de injusticia que hiere ala fecha todo lo que es chileno.

Como se sabe, las grandes construccio-nes públicas en proyecto serán explotadaspor las compañías extranjeras que las cons-truyan y por una larga serie de años, he-cho que reforzará sobre manera las in-fluencias de toda especie que el elementoexótico ejerce en la dirección del Estado.

El extranjero goza entre nosotros dela exención casi completa de contribucio-nes, que la riqueza fiscal hace innecesa-rias, sin embargo, es muy manifiesta en laactualidad la disminución del aprecio que

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antes sentía por nosotros, como se colige,entre otros hechos del cuidado que muchosponen en inscribir a sus hijos en los re-gistros de sus respectivos cónsules, con elfin de conservar su nacionalidad extran-jera y eludir los deberes del ciudadanochileno.

A propósito del servicio militar, elauditor de guerra don J. Santa Cruz Ossa,decía en una vista pública pocos días ha,con mucha razón: «El país ha hecho y conti-núa haciendo sacrificios de todo géneropor fomentar la inmigración y lo naturales esperar que esos sacrificios sean com-pensados, por lo menos, con el crecimientode nuestra población nacional».

No es posible suponer que la mente denuestros gobernantes haya sido formardentro del territorio colonias extranje-ras, que permanezcan desvinculadas en ab-soluto de nuestra nacionalidad y en lascuales los que forman parte de ellas selimiten a usufructuar de todos los benefi-cios que a los ciudadanos chilenos, concedenuestra legislación a los extranjeros.A los extranjeros y sus hijos nacidosal amparo de su suelo, es imposible exigir-les las cargas que las mismas leyes lesimponen.

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Idéntica situación atravesaron losEstados Unidos antes de la ley de naciona-lización que rigen a la fecha en ese país.A mediados del siglo pasado los inmigrantesformaban una gran parte de la población,lo que hizo decir a Mr. Banks en el seno delCongreso de su país, como lo recuerda elseñor Santa Cruz: «Si esta porción de nues-tro pueblo, si más de veinte millones de losnuestros son súbditos de los Estados deEuropa, entonces los Estados Unidos no tie-nen independencia. Pueden tener número,industria, comercio, letras, ciencia, perono son independientes».

En Estados Unidos se alarmaban conmucha razón de la condición civil privile-giada, sin equidad, injusta, en una pala-bra, de que gozaban los extranjeros allídomiciliados. Entre nosotros sucede hoy todolo contrario: a las múltiples ventajas deque ya gozan, se añadirá pronto, según seespera, el derecho de intervenir en la po-lítica activa de la República. Pende de laconsideración del Congreso un proyecto deley de origen oficial en el que se acuerdaa los extranjeros el derecho de formarparte de las municipalidades, las cuales,según sus atribuciones, ejercen acción pre-ponderante en el régimen electoral vigente.

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Sé que una de nuestras colonias ex-tranjeras, la de psicología más opuesta ala nacional, se prepara, por consejo de susoberano europeo, para tener un represen-tante propio en nuestro próximo Congreso.No sin razón ha dicho recientemente unestimado escritor nacional comparando anuestra patria de hoy con la de veinticin-co años atrás: «¡Y hubo entonces brújulacon norte que determinaba el rumbo delpresente y del futuro de este Chile, cuan-do Chile era país!».

En aquella época que formaron y sir-vieron nuestros padres, los chilenos go-bernaban a Chile que era de ellos, y lasleyes se dictaban en su bien; y como sedictaban se cumplían, porque eran buenas,eran sanas y sus propósitos propendían, depalabra y de verdad, a necesidades genera-les de la tierra.

Y los extranjeros, que venían de otrastierras a buscar en ésta su fortuna, desa-rrollaban al mismo tiempo la fortuna nues-tra, y no hicieron entonces ni directa niindirectamente nuestras leyes y gobiernos.

Es fácil comprender que, si a una sus-titución sistemática de las dos clases deciudadanos que forman la base de toda so-ciedad, se añade que el dinero de éstos se

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entregue a los llamados a reemplazarlos yse le confiere derechos políticos, el fin deese pueblo no se dejará esperar mucho tiempo.Tanto más grave será esto en Chile, país decorta población y en el que el fisco poseecuantiosas entradas, si ellas han de serpuestas al servicio de esa destrucción dela nacionalidad.

Sin duda alguna que el pueblo de Chi-le estaría llamado a desaparecer si unareacción nacionalista no viniera pronto adetener su marcha a la extinción. Chile, elterritorio así llamado, subsistiría contodas sus propiedades físicas, tal vez, consu propio nombre, probablemente con dis-tintas fronteras; pero la nación chilena,las familias organizadas en entidad polí-tica, fundadoras de una patria y creado-ras de su corta, pero honrosa historia,habría desaparecido para siempre.

Sólo la atenta observación de numero-sos hechos convergentes y luego su contem-plación en conjunto pueden traer a nues-tro espíritu la percepción sintética y cla-ra de uno de esos estados de transiciónhacia su ocaso, a menudo de marcha lenta,porque atraviesan las naciones. La inmen-sa mayoría de las personas no tiene elhábito de ese trabajo mental. Además, sus

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ocupaciones de la vida diaria absorbengeneralmente toda su atención, no dejándo-les tiempo ni voluntad que dedicar ageneralizaciones de esa especie. De ahí quehechos de aquella naturaleza, evidentespara algunos, pasen desapercibidos parala opinión pública.

Cuando algunas de estas perturbacio-nes en la marcha regular de una sociedadempieza a causar perjuicios de varias ór-denes que alcancen a una porción conside-rable del público, las quejas de los lesio-nados vienen de todas partes, varían eltono, en el motivo, desarmónicas, incongruen-tes al parecer. Cada uno aprecia su propialesión sin encontrar ni buscar relaciónque pueda tener con las demás.

En la atmósfera moral de Chile flotaa la fecha un vago presentimiento de malesfuturos, de intranquilidad por el porve-nir, de presagios siniestros; algo como laconciencia de un mal interno indefinidoque royera sordamente los centros mismosde la vida nacional. Esta alarma de losánimos ha traspasado ya los límites de lainquietante duda y el pueblo chileno em-pieza a perder la antigua fe en sus desti-nos. El lazo que une los mil motivos parti-culares de descontento es pues, el senti-

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miento de nacionalidad, el instinto magní-ficamente desarrollados de patria.

Los prejuicios materiales de cada uno,ni sus injustas postergaciones, ni la sumade todos ellos bastan para explicar la do-lorosa alarma de los corazones chilenos:no es el presente ni el futuro económico desu país lo que en primer lugar los inquie-ta, es su porvenir orgánico, su existenciade nación, de entidad política, de patrialo que sienten amagado por su base; notanque Chile empieza a descender la pendien-te de la desorganización en cuya sima vencon espanto su disolución final.

Las perturbaciones del alma colectivahan sido estudiadas por Bossuet, Gobineau,Spencer, Mommsen, Taine, Ribot, Le Bon y otrossabios europeos, y ellas tienen siempre comocausa natural la alteración étnica de lospueblos en que se presentan. Desde el Agui-la de Meaux, fundador de la doctrina en suinterpretación de la caída de Roma, se haestablecido la influencia desquiciadora delextranjero sobre los ideales religiosos,morales, políticos y demás cuyo conjuntoarmónico forma el alma de una nación. Bastauna corta proporción de raza de psicologíadiversa en un pueblo, dice Le Bon, paraacarrearle las más graves perturbaciones.

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En Chile, como hemos notado, el exotis-mo ha invadido las esferas oficiales y ad-quirido una preponderancia por todo ex-tremo peligrosa. La prensa del poderosocomerciante extranjero y el periodistainmigrante con su tenaz campaña de bur-las, de censuras, de reproches y hasta deinjurias a todo lo genuinamente chileno,renovada día a día, sin perder oportuni-dad, sin descanso, durante años y años,produciendo primero el rechazo, luego elsilencio y más tarde la duda en los mismoschilenos, ha traído por fin el desaliento asu alma cuando ha visto traducirse en he-chos innumerables de flagrante injusticialo que empezó como simple doctrina de des-prestigio.

La perturbación en los sentimientosfundamentales de la moral familiar de unpueblo producida por una excesiva intro-ducción de extranjeros de moral diversa,llama con especialidad la atención de losautores, pero aquí no debemos sino recor-darla.

La presencia de extranjeros que hanadquirido la ciudadanía en la nación aque llegan sin haberse adaptado al modo depensar y de sentir de ese pueblo, sin haberhecho suyos sus ideales, constituye un

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gravísimo factor de perturbaciones, porla circunstancias de que su exótica psico-logía es considerada como la de un ciuda-dano de esa nación, como las de un indivi-duo de su pueblo. Con mayor razón es funes-ta la persistencia de esa falta de adapta-ción en los descendientes de aquellos ex-tranjeros, puesto que su ciudadanía de na-cimiento los habilita para el desempeño detodos los cargos públicos.

De tan extrema gravedad es el hechoapuntado que Bossuet no vacila en culpar-lo de la decadencia de la Ciudad Eterna yde su imperio. El Senado y demás gobernan-tes de sangre latina fueron sustituidospaulatinamente por ciudadanos romanos desangre exótica cuando los bienes de fortu-na habilitaron a los ciudadanos de cual-quier procedencia para ocupar los cargosdel Estado. La igualdad social que desdeCanuleyo había autorizado el bastardea-míento de la raza latina primitiva permi-tiendo su unión con los pueblos indígenasde Italia, terminó su obra destructora dela nación romana en las postrimerías dela República, cuando Italia se llenó deinmigrantes venidos de todas las provin-cias del vasto imperio, a todos los cualesse había hecho extensiva la ciudadanía

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romana, sin que los ligaran a los antiguosfundadores de la grandeza de Roma ni losvínculos de la sangre, de la tradición, desu culto, de sus glorias. El romano perdiósus virtudes porque había cambiado de raza.

Esa genial manera de comprender laevolución del Imperio Romano ha sido com-probada minuciosamente más tarde por losmás sabios investigadores, con Gobineau yMommsen a la cabeza, y es a la fecha la basede la metodología histórica.

El gran filósofo inglés Herbert Spenceraconsejó a los japoneses no permitir inmi-gración occidental ni mezclar con los eu-ropeos su raza, so pena de degeneración ypérdida de su nacionalidad.

Roosevelt, hoy el más ilustre de losestadistas, penetrado de la gravedad queentraña la presencia de inadaptados en-tre los ciudadanos de la Gran República,en su hermoso libro El Ideal Americano,expresa que el extranjero que adopte lanacionalidad estadounidense ha de estardispuesto, llegando el caso, a empuñar lasarmas a favor de Estados Unidos y en con-tra de su patria de origen. Su tesis lailustra a la vez con razonamientos y ejem-plos prácticos tomados de su propianación.

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Los antiguos gobernantes de Chile exi-gieron la obtención de la ciudadanía a losprimeros colonos extranjeros, y el jura-mento de adhesión y de fidelidad a su nue-va patria prestado por los primeros colo-nos alemanes de Valdivia fue muy hermosoy lleva implícita la condición exigida porel sabio presidente de la Gran República.

El colono inmigrante Karl Andwanter,tomando la palabra a nombre de todos suscompañeros, dijo antes de firmar su títulode ciudadano chileno: «Prometemos ser ciu-dadanos honrados y laboriosos como el quemás lo sea, amar a nuestra nueva patriacomo sus propios hijos la aman, y formarcon ellos en las filas contra cualquierenemigo extranjero».

A la fecha se estimula y protege porlos poderes públicos chilenos la rotula-ción de colonias extranjeras que hacenalarde de conservar su primitiva patria,que perseveran en su fidelidad a un sobe-rano extranjero de quien reciben protec-ción y auxilios pecuniarios, constituyen-do verdaderas provincias extranjeras, comolo manifiestan sin ambages, dentro de nues-tra nación, hiriendo con ello profunda-mente los sentimientos de nacionalidad desus ciudadanos.

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Dada la inconsciente perturbación delespíritu nacionalista imperante hoy enChile, es posible que muchos no acierten aexplicarse las modernas doctrinas y en-cuentren exagerada la manera de llevar-las al terreno de los hechos por el sabiopresidente de los Estados Unidos; pero esconveniente que sepan los empeñados enllenar de extranjeros a Chile y entregar-les sus riquezas que es la destrucción desu patria lo que están llevando a cabo.

No se engaña, por lo tanto, el pueblochileno al sentirse inquieto por el porve-nir de su nación.

Hay personas que confunden, por faltade estudio y de meditación ordinariamen-te, al ser social con el ser universal, atri-buyendo a ambos iguales pasiones y senti-mientos, siendo que muchas veces son hastaopuestos. Tal sucede, por ejemplo, con esesentimiento de conservación que aquí he-mos contemplado.

El hombre es un ser incomparablemen-te más perfecto que el ser social; su indi-vidualidad está tan sólidamente consti-tuida que sin peligro de ella puede dedi-car una parte de su energía a otros finesque al de conservarla, estando, además, susinstintos reemplazados en gran parte por

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la inteligencia. Por el contrario, una so-ciedad, por más fuertemente constituidaque se encuentre es, aun, un ser rudimen-tario de formación reciente al cual le esindispensable, para conservar su débil eimperfecta trama orgánica, emplear en símismo todas sus aptitudes y energías vita-les, esto es, necesita ser egoísta, como loson todos los seres inferiores y como lo esel niño de corta edad.

Ejemplo muy elocuente a este propósi-to nos los presenta los Estados Unidos: entrelos hombres más generosos del mundo seencuentran los estadounidenses, y la na-ción que han constituido es precisamenteuna de las mejor dotadas de ese instinto deconservación, una de las más egoístas. Aese sentimiento de solidaridad nacional, aesa conciencia de su individualidad comonación en frente de otros individuos co-lectivos o naciones deben los Estados Uni-dos su poderosa vitalidad como pueblo. Sa-bido es que crearon sus industrias cerran-do puertas a toda manufactura extranjera.No habrían sido extranjeros los explotado-res del salitre si ellos hubieran conquis-tado la tierra que lo produce como hanimpedido que extranjeros posean minas enlas tierras conquistadas a España. Estados

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Unidos es para los estadounidenses; allíno hay empleados públicos extranjeros, nisiquiera el más insignificante contratode obra fiscal puede pretender uno que nosea ciudadano de la Gran República.

Presentado está al Congreso de aque-lla poderosa nación un proyecto que seráluego ley y donde se impone una fuertecontribución a toda heredera americanaque se case con extranjero y pretenda sa-car del país la fortuna que en el país seha formado, lo cual parecerá un insensatoegoísmo a los que no saben explicarse estaclase de fenómenos sociales. De aquella ricay sabia República tenemos mucho que aprender.Ella debería ser nuestro espejo, nuestroguía, nuestro mejor amigo, en vez dealejarnos de ella dejándola relegada alolvido y en condición desventajosa respectoa algunas naciones europeas con las cualescelebramos tratados de comercio, haciendocon esa conducta una política contraria alos intereses permanentes del continenteamericano.

Conocido el papel desempeñado por elperiodista extranjero entre nosotros, nodebe hacerse caso de sus doctrinas, pues sucampaña es interesada y, además, perfecta-mente falsa en su misión de desprestigio.

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No hay viajero observador, entre losque han visitado el país, que no confíe enel porvenir que le está reservado, y suconfianza la fundan, no en el clima ni ensu riqueza del suelo, sino el carácter desu pueblo, de su raza autóctona, no delinmigrante de Europa o del Asia con el quese pretende reemplazarlo.

Ser chileno es una recomendación enlos países que algunos conocen, salvo enlos que tienen motivos particulares parano querernos.

Cinco repúblicas americanas nos hanpedido maestros para su ejército, para sumarina o para sus planteles de educación.

En Estados Unidos, patria de la elec-tricidad, un chileno dirige una gran usinaeléctrica. En Inglaterra, patria de mari-nos, otro chileno, el único extranjero queha merecido el honor, dirige la construc-ción de uno de los grandes acorazados quereforzarán la escuadra de nuestros her-manos brasileños.

A esos periodistas descomedidos quehan dado en apostrofar de Boxer a loschilenos que manifiestan de algún modo suamor a su patria, es conveniente recordar-les lo que el ministro chino en Berlíncontestó a un reportero pocos meses ha: “elgobierno del Celeste Imperio está empeñado

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en apropiarse de la Civilización Occiden-tal, como lo ha hecho Japón, para hacersuya la campaña de los Boxer, que hoy se veforzada a reprimir, pues esa campaña estádirigida por la juventud más ilustradade China, contra la infiltración delmercader europeo que pretende tratarnoscomo pueblo en decadencia y fácilmenteexplotable».

11.06.2011, Cerro Santa Lucía.Se efectúa homenaje al ilustre chileno

ante monumento a su obra.

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