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Cartografías argentinas : políticas indígenas y formaciones provinciales de alteridad / compilado por Claudia Briones - 1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2005. 330 p. ; 22x15 cm. ISBN 987-1238-03-7 1. Etnografía Argentina. I. Briones, Claudia, comp. CDD 305.809 82 Queda hecho el depósito que marca la ley 11 723. No se permite la reproducción parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmisión por cualquier medio sin el permiso de los editores. 1 ra. edición: 2005, Editorial Antropofagia. www.antropofagia.com.ar

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Cartografías argentinas : políticas indígenas y formacionesprovinciales de alteridad / compilado por Claudia Briones -1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2005.330 p. ; 22x15 cm.

ISBN 987-1238-03-7

1. Etnografía Argentina. I. Briones, Claudia, comp.CDD 305.809 82

Queda hecho el depósito que marca la ley 11 723.No se permite la reproducción parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmisiónpor cualquier medio sin el permiso de los editores.

1ra.

edición: 2005, Editorial Antropofagia. www.antropofagia.com.ar

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ÍndicePrefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Capítulo 1:Formaciones de alteridad: contextos globales,procesos nacionales y provinciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Claudia Briones

Capítulo 2:El “estado del malestar”. Movimientos indígenasy procesos de desincorporaciónen la Argentina: el caso Huarpe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41Diego Escolar

Capítulo 3:Trayectorias de oposición.Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut . . . . . . . . . 73Ana Ramos y Walter Delrio

Capítulo 4:Tierras, indios y zonasen la provincia de Río Negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109Lorena Cañuqueo, Laura Kropff,Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

Capítulo 5:La “mística neuquina”.Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven . . . . . 139Laura Mombello

Capítulo 6:Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente . . . . . . . . . . . . . 167Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez y Andrea P. Szulc

Capítulo 7:Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambioen identidades y moralidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207Paula Lanusse y Axel Lazzari

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Capítulo 8:Política indigenista del estado democrático salteño entre 1986y 2004 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237Morita Carrasco

Capítulo 9:Neoindigenismo de necesidady urgencia: la inclusión de los Pueblos Indígenas en la agendadel Estado neoasistencialista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273Diana Lenton y Mariana Lorenzetti

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305

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Prefacio

Este libro reúne las investigaciones realizadas entre enero de 2001 y abril de2004 por el GEAPRONA, Grupo de Estudios en Aboriginalidad, Provincias

y Nación, con lugar de trabajo en La Sección Etnología y Etnografía del Insti-tuto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras de la Universi-dad de Buenos Aires. Como toda obra colectiva se ha ido entramando a partirdel cruce tanto de historias institucionales y circunstanciales, grupales y perso-nales, como de reuniones periódicas para la discusión colectiva de los trabajosrealizados y las condiciones en que los realizamos. Aunque nuestros intercam-bios sistemáticos nos permitieron precisar intereses, delimitar agendas de in-vestigación y abrir nuevas perspectivas, cada capítulo refleja las inquietudes,experiencias de trabajo y perspectivas particulares de autores y coautores, endiálogo con las peculiaridades de los casos y/o problemas abordados. En talsentido, apostamos a mantener abierta la tensión resultante de circunscribirpreguntas comunes y generalizar debates, sin forzarnos a uniformar ni los en-cuadres ensayados ni las vías de exploración o interpretaciones enfatizadas.

Una de las peculiaridades de los integrantes del equipo es que todos prove-nimos de trayectorias de investigación y colaboración vinculadas a los PueblosOriginarios que habitan lo que hoy se conoce como República Argentina, a susreivindicaciones y reclamos, a sus derechos, producciones culturales y procesosorganizativos. Como antecedentes inmediatos de la formación del GEA-

PRONA, algunos de nosotros formamos en 1997 el GELIND (Grupo de Estu-dios en Legislación Indígena), para sistematizar un abordaje antropológico dela actualización de los marcos jurídicos desde los cuales se empezó a abordardesde los 1980s en el país y en el mundo la especialidad de los derechos indí-genas.1 Otros veníamos también trabajando desde 1996 con el GEADIS (Grupode Estudios en Antropología y Discurso) apuntando a dar cuenta de prácticasdiscursivas de pertenencia y exclusión desde una perspectiva metapragmática.2

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1 El GELIND ha venido trabajando con financiamiento del CONICET desde 1997 bajo la di-rección de la Dra. Alejandra Siffredi, y con financiamiento UBACYT bajo mi dirección entre1998 y 2001. Originalmente, el equipo estuvo además integrado por Morita Carrasco, Die-go Escolar, Diana Lenton, Axel Lazzari, Juan Manuel Obarrio, y Ana Spadafora.

2 Entre 1995 y 1998, esta labor quedó enmarcada en el UBACYT FI020, “Discurso y Meta-discurso como procesos de producción cultural en el área mapuche argentina.”, que dirigícon la colaboración de la Dra. Lucía Golluscio y la participación de Silvia Calcagno, Corina

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En el marco de estos y otros espacios de reflexión, comenzamos a visualizar lanecesidad de trabajar co-construcciones contextuadas de aboriginalidad y na-ción desde lo que inicialmente llamamos distintos estilos provinciales de cons-trucción de hegemonía cultural.

A modo de reseña, las investigaciones previas y en curso de los integrantesdel equipo sobre procesos de alcance nacional o de más inmediata y efectiva re-percusión en las provincias de Chubut, Neuquén, Río Negro, Salta y San Juan–mayormente con los Pueblos Mapuche, Wichí y Huarpe– nos llevaron a con-verger al menos en dos constataciones que, a la par de hacer visibles inquie-tudes comunes, fueron configurando los puntos teóricos y metodológicos departida:

– A pesar del peso e incidencia uniformante de las políticas del estado fe-deral y de las construcciones de alteridad hegemónicas en arenas nacio-nales, distintos estados provinciales parecían ir “copiando condiferencias” esos lineamientos, desde formas históricamente específicasde inscribir no sólo la relación provincia/nación, sino también la rela-ción provincia/alteridades internas.

– Así como era dable advertir variaciones en la organización de un mismopueblo indígena según las distintas provincias en que se encuentra radi-cado, también se podían observar semejanzas entre las produccionesculturales y procesos organizativos de distintos pueblos indígenas queforman parte de una misma provincia.

En tanto ambas constataciones nos persuadían de que la explicación de lasdiferencias que veíamos tanto en las prácticas políticas del activismo indígenacomo en las políticas provinciales requería algo más que un trabajo de contex-tuación en ocurrencias jurídico-políticas de alcance federal, decidimos rede-finir focos previos de investigación, para analizar cómo las provincias en las quetrabajamos recrean otros internos “heredados” de las geografía simbólica hege-mónica de nación desde estilos provinciales de “ser argentino” históricamentegestados. Esto es, nos propusimos reconstruir diferentes estilos de provincia-lidad para ver cómo cada cual matiza procesos generales de alterización segúnformas igualmente matizadas de anclar la pertenencia nacional. Entendiendoentonces que las fronteras provinciales (económicas, sociales, políticas, identi-

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Claudia Briones

Courtis, Diego Escolar, Diana Lenton, Ana Ramos y Vivian Spoliansky. Entre 1998 y2001, continuamos esta línea de investigación desde el UBACYT FI059 “Construcciones dealteridad. Discursos de pertenencia y exclusión.”, dirigido por la Dra. Lucía Golluscio, alque se sumaron Walter Delrio, Yun Sil Jeón, Laura Kropff, Claudia Oxman, Mariela Rodrí-guez, Susana Skura y Alejandra Vidal.

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tarias) emergen, se resignifican y se disputan en y a través de prácticas com-plejas de incorporación/subordinación de la “provincia” y sus “sujetos” a la na-ción-como-estado, postulamos la “provincia” –cada “provincia”– comoconstrucción histórica problemática que, yendo más allá de una mera instanciajurídico-administrativa y una geografía naturalizada, devenía nivel crítico delectura de aboriginalidades situadas. Concibiendo a su vez que los reclamos in-dígenas dialogan y reinscriben críticamente construcciones e imaginarios hege-mónicos de distintos órdenes, asumimos incluso que el análisis de las formasque han ido tomando las demandas indígenas es una vía de acceso privilegiadapara mapear tanto los conflictos entre el estilo nacional y los estilos provincialesde imaginación de otros internos, como la efectividad residual de condicionesmateriales de existencia de larga duración, acuñadas en esa tensión entrelineamientos de orden nacional y provincial.

Presentamos por tanto aquí los resultados de nuestros primeros años de tra-bajo. Los entendemos y compartimos como articulación de diagnósticos y des-cripciones densas sobre las cuales amarrar algunas explicaciones provisionales,para profundizar de aquí en más nuevos interrogantes surgidos a partir tantode los desempeños en curso de los agentes y agencias evaluadas, como denuestro propio trabajo. Si no es sencillo sostener en el tiempo la conformaciónde un equipo de investigación en contextos que no contemplan retribucionespara integrantes sin inserción institucional rentada, la pasión y dedicación delos integrantes han suplido las insuficiencias provenientes de financiamientosexiguos. En tal sentido, agradecemos a la Universidad de Buenos Aires la li-bertad que nos diera para conformar un colectivo interdisciplinario –con ma-yoría de antropólogos, pero también un abogado y un historiador– tan diaspó-rico como diverso en su composición y afiliaciones institucionales. Esto es, unequipo integrado por personas con residencia permanente en Buenos Aires,pero también en Neuquén, Río Negro o en lugares transitorios de perfecciona-miento; todos nosotros docentes e investigadores formados y en formación, ensu mayoría de la propia UBA, pero también de la Universidad Nacional delCOMAHUE y del CONICET, algunos como becarios y/o tesistas de licenciatura,maestría y doctorado en la institución patrocinante o en otras instituciones na-cionales y del extranjero.

Claudia BrionesMarzo 2005

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Prefacio

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Capítulo 1:

Formaciones de alteridad:contextos globales, procesosnacionales y provinciales

Claudia Briones1

Aun trabajando sobre coyunturas, localidades y agentividades sociopolíticasespecíficas, quienes acompañamos los movimientos indígenas de organiza-

ción y reclamo, debemos contextuar nuestras explicaciones en dos marcos pro-blemáticos de referencia que también atraviesan explícita o implícitamente loscapítulos de este libro.

Por un lado, venimos asistiendo desde fines de los 80 a un proceso de juridi-zación del derecho indígena a la diferencia cultural, ligado a que se lo empieza aver como parte de los derechos humanos, aunque con especialidad histórica ypráctica propias. Este reconocimiento, que no casualmente ha ido de la manode lo que en lenguaje cotidiano se denomina “avance del neoliberalismo”, hatendido a transnacionalizarse. No obstante, cada país signatario de acuerdos yconvenciones programáticas internacionales y productor de políticas indige-nistas ha ensayado con mayor o menor compromiso operativizaciones dis-pares. Esas operativizaciones dicen mucho en verdad de las formas en que cadapaís ha venido “hablando” (Corrigan y Sayer, 1985) a sus ciudadanos –indí-genas incluidos– y administrando históricamente las relaciones con los Pue-blos Originarios. En tal sentido, el desafío explicativo radica en posicionarnosdentro de un marco que nos permita explorar y dar cuenta de la tensión entreprocesos de larga duración y transformaciones epocales recientes.

Por otro lado, tienen razón los indígenas cuando sostienen que las fronterasque se han impuesto sobre los pueblos originarios son para su devenir una ocu-rrencia tan tardía como arbitraria, que ha dejado incluso a varios de ellos inex-plicablemente separados en distintos países y provincias. No obstante, en tantodispositivos de territorialización de soberanías correspondientes a distintos ni-veles de estatalidad, las fronteras tienen capacidad performativa en lo que hace

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1 Profesora de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET. Sección Etnolo-gía y Etnografía del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras.

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a inscribir subjetividades ciudadanas. Para explorar por ende la materialidad desus efectos substancializadores y diferenciadores, todo marco explicativo re-quiere no sólo temporalizar sino también espacializar las prácticas que lasestructuran y que quedan por ellas estructuradas.

En este capítulo introducimos algunos conceptos, discusiones y posiciona-mientos respecto de ambas cuestiones y efectuamos algunas consideracionessobre las repercusiones y superficies de emergencia que los procesos mencio-nados han mostrado en nuestro país. Muchas de las precisiones que realizamosforman parte del acervo de discusión compartido por los autores de este libro,por lo que de alguna manera sirven de marco introductorio a los capítulos su-cesivos. Sin embargo, ciertos desarrollos, nociones y lecturas de la situación na-cional responden a un enfoque más bien personal, por lo que sólo caberesponsabilizarme a mí de su autoría.

I. Entre la historia y los tiempos recientes,tan paradójicos como interesantes…

En las últimas décadas, la transformación de los escenarios de lucha indígenaha estado en lo inmediato vinculada a los factores posibilitadores y los efectosde un proceso que Russel Barsh (1994) llama de pasaje de los indígenas de ob-jetos a sujetos del derecho internacional, y que Willem Assies (2004) definecomo el pasaje de minorías a pueblos. Se alude con esto a las complejas circuns-tancias que llevan a la aprobación del Convenio 169 de la OIT en 1989, a lapreparación del Borrador de la Declaración Universal de los Derechos Indíge-nas de las Naciones Unidas –primera versión estabilizada en 1994, año de ini-cio del decenio de los Pueblos Indígenas (PIs) que terminara en 2004–, a la dela Declaración Americana de la OEA y de otros marcos legales que parecen co-ronar movilizaciones y demandas indígenas entramadas a escala planetaria. Noobstante, la explicación de esas transformaciones y sus efectos debe buscarse encambios a ser analizados simultáneamente desde dos tipos de procesos genera-les que han ido de la mano de la llamada fase flexible de acumulación capitalis-ta, procesos que se empiezan a entramar en los 70, se instalan en los 80, y ad-quieren visibilidad social particularmente en los 90. Nos referimos a la que seengloban bajo denominaciones como transnacionalización, globalización omundialización, por un lado, y a lo que propondríamos enfocar como guber-namentalidad neoliberal, por el otro.

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Claudia Briones

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Si por transnacionalización entendemos una re-territorialización de prác-ticas económicas, políticas y culturales que, reconfigurando el “orden inter-na-cional”, resultan en el aumento y la diversificación de los flujos de población,productos, información, etc., las luchas indígenas han quedado enmarcadas eny por una serie de peculiaridades. Primero, por la internacionalización de la re-tórica de la diversidad como derecho humano y valor, lo cual ha derivado en loque Susan Wright (1998) llama politización de la cultura. Segundo, por unamultiplicación de agencias y arenas involucradas en la gestión de la diversidad(agencias multilaterales, organismos internacionales, estados, organizaciones ycomunidades indígenas, ONGs) que ha derivado en que incluso los emprendi-mientos más localizados operen como caja de resonancia de aconteceres glo-bales (Mato, 1994). Tercero, por la posibilidad de entramar alianzas supra-na-cionales entre pueblos indígenas, sea porque un mismo pueblo como el Inuit oel Saami se organizan por encima de distintos estados; sea porque se creanalianzas panétnicas como la COICA o la alianza de los pueblos de los bosquestropicales que reúnen pueblos distintos de distintos países (Iturralde, 1997;Morin y Saladin D’Anglure, 1997). Pero también por el surgimiento dealianzas entre indígenas y ONGs globales y locales (Conklin y Graham, 1995).

En este marco y como señala Joanne Rappaport (2003), la globalización arti-cula a escala global, regional y nacional diversas zonas de contacto, entendidascomo un conjunto de contextos históricos, geográficos y sociales cuyo análisispermite ver cómo los procesos globales se sedimentan en prácticas locales –con-junto de contextos cuyo análisis requiere considerar desde la naturaleza culturaldel capitalismo y las tensiones entre modernidad y tradición, hasta el campo in-ternacional dentro del cual circulan ideas que afectan las construcciones de iden-tidades nacionales e indígenas–. Emergen además lo que Daniel Mato (2003)llama “complejos transnacionales de producción cultural”, como las distintasredes de comercio alternativo o justo, la producción y comercialización interna-cional de productos “tradicionales”. Aquí la paradoja inherente a estos procesoses que, aunque el sentido común entienda que la globalización tiene un poten-cial homogeneizador que genera localización, los movimientos supuestamenteparticularistas como el indígena también se trans-nacionalizan, y apuntan a ins-cribir sentidos globales (Briones et al., 1996).

En el plano sociopolítico, la acumulación flexible del capital viabilizada porla llamada “globalización” ha ido de la mano de formas peculiares de entenderla racionalidad gubernativa y la conducción biopolítica de las conductas (Fou-cault, 1991b), formas cuya peculiaridades llevan a Gordon (1991) a hablar deuna gubernamentalidad neoliberal.

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Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y provinciales

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A niveles macro, esta nueva gubernamentalidad ha quedado mayormentecaracterizada por la privatización de responsabilidades estatales vía la terceriza-ción de servicios sociales claves –lo que se llama una retirada del Estado– o víauna descentralización entendida menos como aumento de autonomías regio-nales que como desconcentración –y, en Argentina, como ajuste y desorganiza-ción–. A niveles micro, la gubernamentalidad neoliberal ha comportado unaredefinición de los sujetos gobernables (Rose, 1997 y 2003), de modo que losantes “pobres” y “subdesarrollados” han pasado a ser “poblaciones vulnerablescon capital social”. En este marco, los organismos multilaterales e internacio-nales vienen paralelamente promoviendo lo que yo llamaría una neoliberaliza-ción de los estándares metaculturales hegemónicos. Me refiero a que, si hasta haceno tanto tiempo las culturas indígenas eran vistas como lastre del desarrollo la-tinoamericano (Ribeiro, 2002), en la era lo que Charles Hale define como“multiculturalismo neoliberal” (Hale, 2002) o lo que Donna Van Cott definecomo “multiculturalismo constitucional” (Van Cott, 2000) se las piensa y pos-tula como derecho (Taylor, 1992), como capital social (Doménech, 2004),como recurso político (Turner, 1993) y/o como recurso económico (Yúdice,2002).

En conjunto y más allá de anclajes particulares según los casos, los nuevosordenamientos multiculturales que estas redefiniciones vienen proponiendo–sobre todo en contextos como el latinoamericano– han estado siempre en diá-logo y reinscribiendo al menos tres de las paradojas principales que parecenpropias de la era.

Primero, el reconocimiento de derechos especiales o sectoriales va de lamano de la tendencia a la conculcación de los derechos económico-socialesuniversales. Por una parte, esta habilitación de derechos especiales en un con-texto de quebrantamiento de los derechos universales lleva a que –a pesar de losreconocimientos retóricos– los PIs sigan formando mayoritariamente parte delas poblaciones nacionales que peor ranquean en términos de Necesidades Bá-sicas Insatisfechas. Por la otra, a que los restantes componentes no indígenas deestas poblaciones muchas veces recepcionen desfavorablemente la “particula-ridad” de sus reclamos, concurriendo con interpretaciones hegemónicas queestigmatizan las demandas y demandantes indígenas como encarnación demeras instrumentalizaciones identitarias para “sacar provecho” de circunstan-cias difíciles “para todos”.2

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Claudia Briones

2 Algunas contextuaciones y contra-argumentos que rebaten lecturas sociales y académicasinstrumentalistas pueden verse en Briones (1998a; 2001b; 2005a).

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Segundo, se viene dando una curiosa convergencia entre las demandas indí-genas de participación y la manera en que la gubernamentalidad neoliberaltiende a auto-responsabilizar a los ciudadanos de su propio futuro, en tanto su-jetos definidos como consumidores autónomos y con libertad de elección(Rose, 2003). Evelina Dagnino (2002a, 2002b y 2004) define esta conver-gencia como “confluencia perversa”, en tanto las justas demandas de participa-ción activa que se realizan desde la sociedad civil se ven potenciadas por una re-configuración de la sociedad política que viene promoviendo el repliegueestatal al momento de atender responsabilidades sociales básicas. Los espososComaroff (Comaroff y Comaroff, 2002) identifican esta paradoja como la quelleva a promover una politización de las identidades en contextos de despoliti-zación de la política. En otra parte, sugerimos cómo la misma opera en el paísalentando cambios sobre las políticas de la subjetividad y las concepciones de lapolítica (Briones, Cañuqueo, Kropff y Leuman, 2004).

Tercero, los pueblos indígenas vienen denunciando que las retóricas com-placientes de las agencias multilaterales e incluso las de algunos estados rara vezson acompañadas y avaladas por medidas conducentes a una redistribución derecursos que sea paralela a la de reconocimientos simbólicos. Más allá de estaspunzantes y acertadas imputaciones, lo paradójico es que a veces las objecionesformuladas acaben reiterando los fundamentos del mismo orden capitalistaavanzado del que se sospecha, en tanto llevan a debatir soluciones que ter-minan también postulando la diversidad como bien de mercado (Segato,2002; Zizek, 2001). Me refiero con esto a que defender prácticas y saberesdesde nociones de patrimonio y propiedad intelectual conlleva para los PIs elriesgo de aceptar transformar también su espiritualidad en mercancía.

Ahora bien, el punto que me interesa destacar es que, a pesar de tendenciasgenerales y paradojas compartidas, estas redefiniciones no han operado en elvacío. Por el contrario, historias y trayectorias particulares de inserción en elsistema-mundo han llevado a que, en cada país y región, las agendas multilate-ralmente fijadas para la adecuación de marcos políticos y legales de gestión dela diversidad se fuesen procesando desde agendas propias. En cada país, en-tonces, esa apropiación de agendas se realiza desde y contra ordenamientos se-dimentados que ejercen sus propias fricciones al nuevo sentido común de laépoca, dando por resultado lo que podríamos llamar neoliberalizaciones de losestados y las culturas “a la argentina”, “a la ecuatoriana”, “a la chilena”, etc. Pa-ralelamente y como señala Fabiola Escárzaga (2004), si la constitución de losPIs en sujetos políticos y actores sociales ha avanzado a ritmo dispar en los dis-tintos países de América Latina, ello se debe a la interacción de una serie de va-

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riables, que requieren pensar comparativamente factores dispares que vandesde las dimensiones demográficas y el emplazamiento territorial de la pobla-ción indígena, hasta el carácter de las relaciones interétnicas, la vinculación delas organizaciones políticas con los sujetos étnicos, y la maduración del o losmovimientos indígenas en cada país; desde la capacidad hegemónica de cadaEstado-Nación para garantizar la gobernabilidad del país y para el ejercicio dela soberanía, hasta los contextos políticos, económicos y sociales que cadaEstado promueve y regula, incluyendo en ello la presencia de entidadesinternacionales como complemento o sustituto de estados débiles.

No siendo éste el lugar para examinar las peculiaridades de las políticas dediversidad que se dan a partir de los años 80 en América Latina,3 me gustaríasobre estas bases de problematización y contextuación de la época, compartiralgunos conceptos que he/mos venido desarrollando para leer “las peculiari-dades nacionales” como parte de ordenamientos más vastos que no se acotan alo político. Articulando de maneras sui generis los recursos económicos endisputa, los mecanismos políticos para asegurar esos recursos y las concep-ciones sociales legitimadoras de lo que en cada momento se pueda definircomo statu quo (Cornell, 1990), sostuvimos en otra parte que esos ordena-mientos han resultado en co-construcciones situadas de aboriginalidad y na-ción (Briones, 1998a). Postulamos ahora que los mismos también son marcopara explicar procesamientos nacionalmente diferenciados de los cambios deracionalidad gubernativa y directrices económicas ligados a transformacionesglobales pero epocalmente específicas, en términos de políticas indigenistas yde reclamos indígenas. A este último respecto, nos interesa también operacio-nalizar algunos conceptos que permitan particularmente entender cómo laconfiguración de ordenamientos de larga duración –que incluso hunden susraíces en disparidades registradas durante la estructuración colonial de Amé-rica Latina– ha ido anclando distintas movilidades estructuradas y sensibili-dades afectivas (Grossberg, 1992) para los PIs al interior de cada Estado-Na-ción de la región. Entendemos que esas movilidades y sensibilidades son clavespara explicar las diferencias en las demandas y en las formas de plantearlas enlos diversos foros que se hacen patentes entre PIs radicados en distintos países oincluso en distintas provincias de un mismo país, a pesar de las huellas deconvergencia posibilitadas tanto por visiones culturales compartidas, comopor la transnacionalización de la política indígena.

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Claudia Briones

3 Para obtener un panorama en esta dirección, consultar por ejemplo Escárzaga (2004); Gros(2000); Sieder (2002 y 2004).

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II. La materialidad de las fronteras nacionalesy provinciales

Remedando tal vez las discusiones y divisorias de los movimientos sociales denuestro continente, los cientistas latinoamericanos hemos insumido demasia-das energías buscando dirimir la materialidad de las adscripciones indígenas através del debate sobre la posible precedencia y relaciones entre clase y etnicidaddesde aproximaciones generalistas a ambas realidades/conceptos. Sostuvimosen otra parte (Briones, 2005a) que esas discusiones hubiesen sido más produc-tivas de habernos concentrado antes en identificar contextos y procesos pro-ductores de etnicidades específicas, o mejor dicho, contextos y procesos de for-mación de grupos alterizados en base a marcaciones selectivamente racializadasy etnicizadas desde lugares de poder –como el de la mayoría sociológica de laNación-como-Estado– que reproducen desigualdades no sólo a partir de la im-bricación de diversos clivajes, sino también a partir de la invisibilización de loque se define como “norma” (Williams, 1989).4 En este marco inscribimos ini-cialmente la noción de aboriginalidad (Briones, 1998a) como tipo de alteridadcuya particularidad ha pasado en todo caso por sublimar las dinámicas y efec-tos de la relación colonial como distancias culturales, temporales y espacialesrespecto de la autoctonía de algunos. Pero como otras alterizaciones, la aborigi-nalidad también ha conllevado jerarquizar horizontal y verticalmente al con-junto de ciudadanos “normales”/normalizados y a los definidos como otros in-ternos (en este caso, indígenas, aborígenes, indios, etc.), en base a dispositivosde totalización e individuación que inscriben campos de visión diferenciadospara cada cual (Corrigan y Sayer, 1985), según estrategias de espacialización,temporalización y substancialización (Alonso, 1994) que atribuyen disparesconsistencias, porosidades y fisuras a los contornos (auto)adscriptivos tanto del

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Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y provinciales

4 Para evitar caer en la sustancialización que implica hablar de “grupos étnicos” y “grupos ra-ciales” o “razas” –perdiendo la posibilidad de entender cómo lo que aparece “sustancial” essociohistóricamente sustancializado y cómo un mismo sector puede ser individualizado apartir de marcas de distinto tipo– definimos la racialización como forma social de marcaciónde alteridad que niega la posibilidad de que cierta diferencia/marca se diluya completamen-te, ya por miscegenación, ya por homogenización cultural, descartando la opción de ósmosisa través de las fronteras sociales, esto es, de fusión en una comunidad política envolvente quetambién se racializa por contraste. Definimos como etnicización, en cambio, a aquellas for-mas de marcación que, basándose en “divisiones en la cultura” en vez de “en la naturaleza”,contemplan la desmarcación/invisibilización y –apostando a la modificabilidad de ciertasdiferencias/marcas– prevén o promueven la posibilidad general de pase u ósmosis entre cate-gorizaciones sociales con distinto grado de inclusividad (Briones, 2002b).

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“nosotros” desmarcado como de los contingentes sociales selectiva y explícita-mente etnicizados y/o racializados.

Ahora bien, la necesidad de poner “la cuestión indígena” en una matriz máscompleja de alterizaciones y normalizaciones, nos fue llevando a introducirotros conceptos. Sostuvimos que la posibilidad de explicar la re-producciónmaterial e ideológica de grupos selectivamente racializados y etnicizados desdeun abordaje materialista dependía de prestar atención no sólo a la economíapolítica, sino a la economía política de la producción cultural (Briones, 2001a).Partiendo de ver a la cultura como un hacer reflexivo, como un medio de signi-ficación que puede tomarse a sí mismo como objeto de predicación (Briones yGolluscio, 1994), advertimos no sólo que la cultura es un proceso disputado deconstrucción de significado, sino que toda cultura produce su propia metacul-tura (Urban, 1992), esto es, nociones en base a las que ciertos aspectos se natu-ralizan y definen como a-culturales, mientras algunos se marcan como atributoparticular de ciertos otros, o se enfatizan como propios, o incluso se desmarcancomo generales o compartidos. Al convertir explícita o implícitamente a lascultura “propia” y “ajena” en objetos de la representación cultural, esas no-ciones metaculturales generan su propio régimen de verdad (Foucault, 1980)acerca de las diferencias sociales, jugando incluso a reconocer la relatividad dela cultura como para reclamar universalidad y vice-versa (Briones, 1996 y1998b).

En este marco, la idea de trabajar sobre economías políticas de la produccióncultural remite centralmente a ver cómo ponderaciones culturales de distin-ciones sociales rotuladas como “étnicas”, “raciales”, “regionales”, “nacionales”,“religiosas”, “de género”, “de edad”, etc., proveen medios –como señala (Hall,1986)– que habilitan o disputan modos diferenciados de explotación econó-mica y de incorporación política e ideológica de una fuerza de trabajo –nomenos que de una ciudadanía– que se presupone y re-crea diferenciada. Enotras palabras, el punto es ver cómo se reproducen desigualdades internas –yrenuevan consensos en torno a ellas– invisibilizando ciertas divergencias y te-matizando otras, esto es, fijando umbrales de uniformidad y alteridad que per-miten clasificar a dispares contingentes en un continuum que va de “inapro-piados inaceptables” a “subordinados tolerables” (B. Williams, 1993).

Ahora bien, ese continuum no obsta que se identifiquen “tipos” de otros in-ternos en base a marcas particulares –por ejemplo, “indígenas”, “afrodescen-dientes”, “inmigrantes”, “criollos”, en países latinoamericanos, o los cincotroncos racializados que conforman el modelo del pentágono étnico en losEE.UU.–. Inicialmente, convergimos con la idea de Segato (1991, 1998a, y

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1998b) de hablar de “matrices de diversidad”. Con el tiempo, postulamos queel juego históricamente sedimentado de marcas va entramando formaciones na-cionales de alteridad cuyas regularidades y particularidades resultan de –y evi-dencian– complejas articulaciones entre sistemas económicos, estructuras so-ciales, instituciones jurídico-políticas y aparatos ideológicos prevalecientes enlos respectivos países (Briones, 2004).

Nuestra noción de formaciones nacionales de alteridad surge entonces de re-significar la noción de “formación racial” de Omi y Winant (1986) ya que, sibien nos negamos a ver sólo la raza como eje central de las relaciones sociales, síapuntamos a dar cuenta del doble proceso por el cual fuerzas sociales, econó-micas y políticas que determinan el contenido y la importancia de las catego-rías sociales –así como el interjuego de distintos clivajes de desigualdad– son, asu vez, modeladas por los significados y significantes categoriales mismos, devi-niendo por ende factor constituyente tanto de las nociones de “persona” y delas relaciones entre individuos, como también componente irreductible de lasidentidades colectivas y de la estructura social. Entendemos por tanto que talesformaciones no sólo producen categorías y criterios de identificación/clasifica-ción y pertenencia, sino que –administrando jerarquizaciones socioculturales–regulan condiciones de existencia diferenciales para los distintos tipos de otrosinternos que se reconocen como formando parte histórica o reciente de la so-ciedad sobre la cual un determinado Estado-Nación extiende su soberanía. Así,aun cuando tales contingentes son construidos como parcialmente segregadosy segregables en base a características supuestamente “propias” que portaríanvalencias bio-morales concretas de “autenticidad”, los mismos van quedandosiempre definidos por una triangulación que los especifica entre sí y los(re)posiciona vis-à-vis con el “ser nacional” (Briones, 1998c).

Paralelamente, aún cuando las formaciones nacionales de alteridad tienenuna notable eficacia residual por la forma en que se entraman desde lo que he-gemónicamente se erige como mito-motor de la “identidad nacional”, con eltiempo se transforman –como ilustran algunos estudios de caso que se pre-sentan en este libro– tanto las valencias o valorizaciones relativas de los diversoscontingentes, como las políticas que, de forma siempre contextual y temporal-mente contingente, buscan fortalecer o debilitar los distintos contornos(auto)adscriptivos. En este marco, la puesta en proceso de las formaciones na-cionales de alteridad no es una cuestión menor para dar cuenta de su histori-cidad y de las emergencias –en verdad, re-articulaciones– identitarias queciertos contextos posibilitan, al tender a desestabilizar o desmantelar instala-ciones estratégicas previamente disponibles.

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Por otra parte, dichas formaciones y su transformación –vale enfatizarlo–nunca son efecto de prácticas estatales solamente. Sin embargo, por ser losEstados-Nación puntos de condensación de un vasto conjunto de tecnologías,dispositivos e instituciones que inscriben lugares de autoridad –socialmenteabstractos, impersonales, soberanos y autónomos, pero siempre territorial-mente basados– desde donde hablar en nombre de la sociedad como un todo ymantener un orden basado en la ley (Parekh, 2000), ni las prácticas estatalesson secundarias en el entramado de las formaciones nacionales de alteridad, nitampoco es una cuestión menor entender la lógica espacial en y a través de lacual los estados actualizan las formaciones de alteridad en que su ejercicio deregulación se apoya.

Para dar cuenta entonces de esa lógica es que propusimos ver cómo se vantransformando las geografías estatales de inclusión y exclusión, esto es, las articu-laciones históricamente situadas y cambiantes mediante las cuales niveles ani-dados de estatalidad5 ponderan y ubican en tiempo y espacio “su diversidad in-terior” (Briones, 2001a). Llegamos por esta vía a lo que es cometido central deeste libro, esto es, no sólo pensar cartográficamente (de Souza Santos, 1991),sino también tomar en cuenta niveles provinciales de estatalidad. Según lovemos, porque los estados provinciales también operan como instancias funda-mentales de articulación que generan representaciones localizadas sobre el es-tado-como-idea (Abrams, 1988) y sobre la política, administrando a su vez suspropias formaciones locales de alteridad para especificarse en relación a “laidentidad nacional” desde formas neuquinas, salteñas, chubutenses, etc., de“ser argentinos”. En términos de efectos, son precisamente estos niveles los quepermiten explicar variaciones en la organización y demandas de un mismopueblo indígena según las distintas provincias en que se encuentra, así comosemejanzas entre organizaciones y reclamos de distintos pueblos indígenas queforman parte de una misma provincia. Y en este sentido es que decíamos que, apesar de su arbitrariedad, las fronteras estatales, tanto federales cuanto provin-ciales, portan su propia materialidad.

En líneas generales, el esfuerzo por hacer “cartografías” está inspirado en lostrabajos de Lawrence Grossberg y en su propuesta de contrarrestar las políticasmodernas y posmodernas de la diferencia, viendo cómo los tres planos princi-pales de individuación –sujetos con subjetividad, self con identidad y agentes

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5 Concretamente, Estado federal y estados provinciales –incluso municipales– como forma-ciones pluricentradas y multidimensionales que condensan discursos y prácticas políticas dediferente tipo en un hacer sistemático de regulación y normalización de lo social (Hall,1985).

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con capacidad de agencia– pueden ser entendidos no sólo desde un sentidotemporal sino dentro de una lógica espacial. Es que la idea de que las identi-dades se construyen por diferencia es, según este autor (1996), legado típico deuna modernidad que siempre se ha construido a sí misma diferenciándose deotro –como “tradición” en sentido temporal, o como “los primitivos”/“los ét-nicos” en tanto otros espaciales transformados en otros temporales– en unjuego que confina a los/sus “otros” a responder por inversión. Para escapar en-tonces a esta idea de diferencia y a los efectos ideológicos de la misma moder-nidad, Grossberg propone empezar a notar que la peculiaridad de lo moderno–aunque se construya a sí mismo en clave temporal, haciendo de la subjeti-vidad una conciencia del tiempo interno, de la identidad una construccióntemporal de la diferencia, y de la agencia un desplazamiento/diferimiento tem-poral de la diferencia– pasa por postularse como diferencia siempre diferentede sí misma a lo largo del tiempo y el espacio. En consecuencia, sostiene elautor, esos tres planos de individuación también pueden y deben ser enten-didos desde su lógica espacial.6

En lo concreto, la propuesta de ver cómo el Estado federal y los estados pro-vinciales ponen “su diversidad interior” en coordenadas témporo-espaciales através de geografías de inclusión y exclusión retoma la propuesta de Grossberg(1992 y 1993) de analizar los modos por los cuales los sistemas de identifica-ción y pertenencia son producidos, estructurados y usados en una formaciónsocial, a través de la articulación de maquinarias –organizaciones activas depoder– tanto estratificadoras y diferenciadoras, cuanto territorializadoras. Enesto, si las maquinarias estratificadoras dan acceso a cierto tipo de experiencias yde conocimiento del mundo y del sí mismo –produciendo la subjetividadcomo valor universal pero desigualmente distribuido–, las maquinarias dife-renciadoras se vinculan a regímenes de verdad responsables de la producción de

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6 Desde esta mirada, la subjetividad se nos revela como experiencia del mundo desde posicio-nes particulares que, aunque sean “direcciones” temporarias, determinan el acceso al conoci-miento y devienen lugares de apego construidos como “hogares” desde cuya geografía habla-mos. En similar dirección, el self o la identidad remite a diferentes vectores de existencialigados a espacios tanto regionales como nacionales y globales que –pudiendo estar enclava-dos, o permitir mucha movilidad, o excluirnos de otros– involucran un sistema complejo demovilidades superpuestas y en competencia, e incluso condicionan las alianzas que se pue-den realizar entre distintas identidades o mapas de existencia espacial. La agencia, por su par-te, emerge como una cuestión de distribución de agentes y de actos dentro de espacios y lu-gares que no son puntos de origen pre-existentes, sino producto de sus esfuerzos pororganizar un espacio limitado. Remite así a instalaciones estratégicas posibilitadas por movi-lidades estructuradas que definen y habilitan ciertas formas de agencia y no otras para pobla-ciones particulares (Grossberg, 1996).

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sistemas de diferencia social e identidades –en nuestro caso, sistemas de catego-rización social centralmente ligados a tropos de pertenencia selectivamente et-nicizados, racializados, o desmarcados–. Por su parte, las maquinarias territo-rializadoras resultan de regímenes de poder o jurisdicción que emplazan oubican sistemas de circulación entre lugares o puntos temporarios de perte-nencia y orientación afectivamente identificados para y por los sujetos indivi-duales y colectivos.

Alrededor de estos puntos –sostiene Grossberg– los sujetos articulan suspropios mapas de significado, deseo y placer, aunque siempre condicionadospor la movilidad estructurada que resulta de estructuras ya existentes de circula-ción y acceso diferencial a un determinado conjunto de prácticas históricas ypolíticamente articuladas. Emergiendo entonces del interjuego estratégicoentre líneas de articulación (territorialización) y líneas de fuga (desterritoriali-zación) que ponen en acto y posibilitan formas especificas de movimiento(cambio) y estabilidad (identidad), esa movilidad estructurada habilita formasigualmente específicas de acción y agencia. Más aun, según Grossberg, el aná-lisis de tales líneas es un campo central para identificar la capacidad de agencia,pues las mismas determinan qué tipos de lugares la gente puede ocupar, cómolos ocupa, cuánto espacio tiene la gente para moverse, y cómo puede moverse através de ellos. Por tanto, distintas formas de acción y agencia resultan no sólo ala desigual distribución de capital cultural y económico, sino también de la dis-ponibilidad diferencial de diferentes trayectorias de vida por medio de lascuales se pueden adquirir esos recursos.

En este marco, si la Nación-como-Estado opera como territorio simbólicocontra la cual se recortan y en el cual circulan distintos tipos de “otros internos”,las geografías estatales de inclusión –que son simultáneamente geografías de ex-clusión– remiten a la cartografía hegemónica que fija altitudes y latitudes dife-renciales para su instalación, distribución y circulación. Entre otras cosas, estasgeografías de inclusión/exclusión intentan inscribir por anticipado en el “sentidode pertenencia” de esos contingentes la textura de las demandas que vayan a rea-lizar (Balibar, 1991). Si su peso efectivo para regular luchas políticas por habilita-ción resulta de cómo la distribución de lugares, uniformidades y diferencias ha-bilita y afecta la producción, circulación y consumo de argumentaciones yprácticas idiosincráticas de pertenencia, podemos decir que estas geografías de-vienen tanto proveedoras de anclajes respecto de los lugares de enunciacióndesde los cuales el activismo indígena plantea sus demandas, como objeto prefe-rente de contra-interpelación, una vez que los sujetos identifican las desigual-dades fundantes que operan semejante distribución (Briones, 2004).

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En suma, vemos las economías políticas de producción cultural, las formacionesnacionales de alteridad y las geografías estatales de inclusión/exclusión como re-cursos teórico-metodológicos para entender las peculiaridades de los distintospaíses. También, como puntos de inflexión para analizar el peso e interjuegode ocurrencias supra y sub-estatales. Por un lado, porque esas nociones de-vienen lugares desde donde pensar la dispar receptividad y digestión que encada lugar tienen ciertas modas e imposiciones globales para la gestión de la di-versidad, tanto por parte de sus bloques hegemónicos como de los pueblos in-dígenas que en ellos habitan. Por el otro, porque asimismo nos permiten, en undoble movimiento homólogo, explorar las digestiones por parte de PIs, eliteslocales y estados provinciales de los criterios de gestión de la diversidad promo-vidos por el Estado federal, así como la recepción e impacto de las propuestasemanadas de distintas provincias en el ámbito nacional.

III. La formación nacional de alteridaden Argentina

No resulta sencillo hablar de todo un país cuando se parte de la idea de que lasprácticas y discursos hegemónicos centrales no subsumen de manera perfectalos de las formaciones provinciales de alteridad, con estilos locales propios deconstrucción de hegemonía que van siendo afectados tanto como los primerospor ocurrencias globales. Aun así, si Hall (1985) tiene razón en sugerir que losestados nacionales pueden verse como puntos de condensación que revelanuna cierta regularidad en la dispersión, sería tan posible como lícito identificarciertas operaciones medulares –encuadres de interpretación, diría Yúdice(2002)7– de sus formaciones de alteridad, operaciones que van siendo normali-

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7 George Yúdice ha aportado recientemente una idea de performatividad cultural de peculiarrelevancia para entender dinámicas nacionalmente diferenciadas de recreación y procesa-miento de marcaciones y reclamos, de políticas de estado y luchas por reconocimiento. Conel concepto de performatividad, Yúdice alude a encuadres de interpretación que encauzan lasignificación del discurso y de los actos, no sólo desde la perspectiva de los marcos concep-tuales y pactos interaccionales, sino también de los condicionamientos institucionales delcomportamiento y de la producción de conocimiento. Generados por relaciones diversa-mente ordenadas entre las instituciones estatales y la sociedad civil, la magistratura, la poli-cía, las escuelas y las universidades, los medios masivos, los mercados de consumo, etc., esosencuadres permitirían explicar –según el autor– por qué distintos estilos/entornos naciona-les promueven una absorción o receptividad diferente ante nociones como la de “diferenciacultural” que poseen vigencia y aceptación mundial, y ejercen de manera también diferenteel mandato globalizado de reconocer el derecho a la diferencia cultural que imponen institu-

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zadas a través de distintos dispositivos y se encuentran también sedimentadasen el sentido común. Por ende este sentido común siempre es un buen lugarpara examinar algunos de esos encuadres de una manera expeditiva, con el pro-pósito central de poner en contexto algunas peculiaridades contemporáneas ytener un piso para pensar Argentina no sólo en relación a otros países, sinotambién –como es el sentido de este libro– desde las superficies de emergenciaque esos encuadres muestran en distintas provincias.

Si la versión dominante del “crisol de razas” a la argentina predica que “losperuanos vinieron de los incas; los mejicanos, de los aztecas; y los argentinos,de los barcos”, las implicancias de semejante aseveración inscriben al menos undoble juego.8 A la par de trazar distancias nítidas respecto de ciertos otros ex-ternos (los “aindiados hermanos” de ciertos países latinoamericanos) en base aun ideario de nación homogéneamente blanca y europea, se secuestra y silenciainternamente la existencia de otro tipo de alteridades, como la de los pueblosindígenas–supuestamente, siempre pocos en número y siempre a punto de ter-minar de desaparecer por completo–y también la de los afro-descendientes,pues las poblaciones asociadas a un remoto pasado africano ligado a la escla-vitud no encuentran cabida alguna en un “venir de los barcos” que parece aco-tarse a los siglos XIX y XX.9

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ciones intergubernamentales y agencias multilaterales (Yúdice, 2002: 60-61 y 81). En esto,el argumento de Yúdice de que todo entorno nacional está constituido por diferencias que–recorriendo la totalidad de su espacio– “son constitutivas de la manera como se invoca y sepractica la cultura” (Yúdice, 2002: 61) muestra notable cercanía a las preocupaciones y pro-puestas que venimos reseñando, y amplía a la vez el campo de observación para trabajar ra-cializaciones y etnicizaciones desde un contextualismo radical.

8 Las ideas presentadas en este acápite han sido progresivamente desarrolladas en distintos tra-bajos, pero estas páginas guardan muchas afinidades con uno en particular (Briones, 2004),que fue escrito casi en paralelo. Aquí el propósito es trazar una acuarela que enfatice los ras-gos preponderantes en las imágenes y prácticas propiciadas desde los centros de poder mate-rial y simbólico que, en Argentina y como reza el dicho sobre Dios, a menudo vienen aten-diendo en/desde Buenos Aires y/o se instalan en una lugar porteño de enunciación. Loscapítulos sucesivos mostrarán los no pocos matices y desafíos que se realizan desde distintasprovincias o sectores y en diferentes épocas sobre estas narrativas maestras de nacionalidad yestatalidad.

9 Así, la supuesta extinción de las personas de color y sus cofradías acontece en los imaginariosnacionales de manera tan subrepticia como misteriosa y silenciosa. A través de los actos esco-lares, por ejemplo, los niños aprenden que sólo para el festejo del 25 de Mayo de 1810, por elinicio de la independencia nacional, les toca a algunos disfrazarse de caballeros patriotas ydamas de sociedad, mientras que a otros y otras le corresponde ennegrecer sus caras con cor-cho, para representar a serenos, candileros, mazamorreras, vendedoras de empanadas, jabo-neros heredados de la sociedad colonial. Ninguna otra representación de la historia patria re-quiere volver a usar los corchos ennegrecidos, como si la presencia de negros en esa historia

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Segato (1998b) destaca que distintos países pueden echar mano a un mismotropo, aunque para realizar operaciones cognitivas diversas. Señala entoncesque, aun partiendo de la metáfora del “crisol de razas”, las ideologías nacionaleshegemónicas de Estados Unidos, Brasil y Argentina han administrado de ma-nera dispar la tensión entre la homogenización de ciertas poblaciones comonúcleo duro de la nacionalidad, y la heterogeneización de otras como distintostipos de otros internos diferencialmente posicionados respecto de las estruc-turas de acceso a recursos materiales y simbólicos clave. Así, explicita Segatoque, en Argentina, la metáfora del crisol usada para construir una imagen ho-mogénea de nación ha ido inscribiendo prácticas de discriminación generali-zada respecto de cualquier peculiaridad idiosincrática y liberando en el procesoa la identificación nacional de un contenido étnico particular como centro arti-culador de identidad (una nación uniformemente blanca y civilizada en base asu europeitud genérica). Tales prácticas habrían propiciado además una vigi-lancia difusa de todos sobre todos que, basándose en reprimir la diversidad, sehabría acabado extendiendo a diversos dominios de lo social (Segato,1991:265).

Sobre esta base, diría que la formación maestra de alteridad en Argentina fueresultando de una peculiar imbricación de maquinarias diferenciadoras, estra-tificadoras y territorializadoras, habilitantes de un conjunto de operaciones ydesplazamientos que, para sintetizar el argumento, agruparía en torno a tres ló-gicas principales. Una de incorporación de progreso por el puerto y de expul-sión de los “estorbos” por las puertas de servicio, primera lógica que se liga auna segunda de argentinización y extranjerización selectiva de alteridades, es-tando a su vez ambas lógicas en coexistencia con una tercera de negación einteriorización de las líneas de color. Veamos.

En Argentina, como en otros países, la espacialización de la nacionalidad haoperado en base a metáforas que jerarquizan lugares y no-lugares. Al menosdesde la Generación de 1837, el país se autorrepresenta con una cabeza pe-queña pero poderosa –el puerto de Buenos Aires– destinada como centro ma-terial y simbólicamente hegemónico tanto a ordenar y administrar las “limita-ciones” de un cuerpo grande pero débil –el “Interior”– como a llenar los vacíos

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no se extendiese más allá de los momentos iniciales de conformación de un país indepen-diente. En consecuencia, no sorprende que quienes hoy puedan ser “a simple vista” clasifi-cables como “negros” –“negros mota” o “negros negros”, diría Frigerio (2002), para recupe-rar la diferencia que hace el sentido común entre afro-descendientes y los “cabecitas negra”–queden vinculados a migraciones más o menos recientes, producidas supuestamente no yadesde África sino desde Uruguay, Brasil o los EE.UU.– puesto que tampoco está demasiadovisibilizada la inmigración caboverdiana (de Liboreiro, 2001).

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circundantes, la tierra de indios o tierra adentro sintomáticamente concebidacomo desierto.10 Esa cabeza ha oficiado de entrada principal que diseña y posi-bilita un “venir de los barcos” destinado a fortalecer y embellecer la contexturadel tronco y poblar las extremidades. Aún hoy, esa puerta se piensa ancha y ge-nerosa en lo que hace a dar cabida a “todos los hombres del mundo que quieranhabitar el suelo argentino”, como reza el preámbulo de la constitución. Ha ad-ministrado y administra empero los flujos en base a una circulación de manoúnica. Mientras que para algunos oficiaba de entrada triunfal a promesas demovilidad ascendente, para elementos europeos indeseables devino con eltiempo puerta giratoria que los devolvería a sus lugares de procedencia.11 Así, elhábito que se inaugura a principios de siglo XX de identificar “elementos ét-nicos inconvenientes” incluso entre migrantes europeos sospechados de anar-quistas o comunistas muestra cómo el crisol argentino va deviniendo un cal-dero con restricciones de ingreso que responden tanto a consideracionesraciales, como de clase y político-ideológicas (Briones, 1998c). En este marco,los contingentes internos que se consideran inaceptables no sólo se piensandeambulando por caminos periféricos, sino que tienden a ser eyectados por la

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10 En verdad, si ya la generación del 37 instaura como tropo dominante de la geografía nacio-nal la idea de que el país es un “desierto”, lo interesante es cómo esa imagen permite encarnarun mandato para sucesivas generaciones de elites morales –mandato canonizado por JuanBautista Alberdi con el axioma “gobernar es poblar”–. Aunque en términos de políticas pú-blicas ese axioma se inscribe estatalmente de manera explícita hasta mediados del siglo XX(Lazzari 2004), en términos de imaginarios persiste hasta ahora, tras el dicho de sentido co-mún de que “hay que poblar la patagonia”.

11 Me refiero a la sanción en 1902 de la Ley de Residencia –que autoriza la deportación de “ele-mentos indeseables”, mayormente sospechados de anarquistas y comunistas– complemen-tada en 1910 por la Ley de Defensa Social, que permite encarcelar a disidentes políticos delpaís. En el marco del debate para la aprobación de esta ley, el Diputado Ayarragaray buscarámatar varios pájaros de un tiro al momento de enumerar una lista de “indeseables”. Ademásde los anarquistas, propone también excluir “...la inmigración amarilla que estamos amena-zados de recibir (…) En este sentido, debemos proceder con sentido científico. Nosotros nonecesitamos inmigración amarilla, sino padres y madres europeas, de raza blanca, para supe-riorizar los elementos híbridos y mestizos que constituyen la base de la población del país yque posiblemente son de origen amarillo (en Lenton 1994).” La novedad de este testimoniorespecto de otros es menos la racialización que abarca y ordina aquí a los mestizos respecto de“la raza blanca”, que la claridad con que muestra una lógica hipogámica (Harrison 1995).Retomaremos luego la operatoria de esta lógica. Baste decir aquí respecto del razonamientode Ayarragaray que los mestizos o criollos deben ser “superiorizados” porque son fruto deuna mezcla hispano-indígena donde el componente indígena racialmente subvaluado–aquí, además, en base a la atribución de orígenes transpacíficos prehistóricos también“amarillos”– contaminó y arrastró hacia abajo al que por sí mismo estaba un poco mejor va-luado (el español).

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trastienda. Esta idea de que los argentinos vinimos de los barcos se refuerza conla propensión especular a expulsar fuera del territorio imaginario de la nación aquienes se asocian con categorías fuertemente marcadas, mediante una comúnatribución de extranjería que ha ido recayendo sobre distintos destinatarios a lolargo de la historia nacional, según distintos grupos fuesen adquiriendo sospe-chosa visibilidad.12

A este respecto, es por ejemplo sugestiva la perseverancia con que desde finesdel siglo pasado se viene reiterando el aserto de que los Tehuelche (siempre apunto de total extinción) son los verdaderos “indios argentinos” de la Pata-gonia, a diferencia de los más numerosos (y por ende conflictuantes) Mapuche,pasibles siempre de ser rotulados como “chilenos” –por ende, indígenas “inva-sores” o “visitantes”, sin derechos según las versiones más reaccionarias a re-clamar hoy reconocimientos territoriales (Briones, 1999; Briones y Díaz,2000; Cañuqueo, Kropff, Rodríguez & Vivaldi en este volumen; Lazzari yLenton, 2000; Ramos & Delrio en este volumen; Rodríguez, 1999; Rodríguezy Ramos, 2000)–. En similar dirección y mostrando la eficacia residual de estalógica, he escuchado a conciudadanos salteños y jujeños denunciar el trato dis-criminatorio al que estaban siendo sometidos cuando se los estigmatizabacomo “bolitas” o bolivianos –es decir, cuando se los desnacionalizaba por su as-pecto– durante la irrupción de xenofobia que acompañó el fin de la era mene-mista. En este marco, tampoco sorprende tanto un acontecimiento que tomóestado público más recientemente, hecho vergonzoso que algunos considerananacrónico y otros vemos como síntoma preocupante de la formación de alte-ridad que todavía es propia del país. Brevemente, funcionarios de migracionesacusaron a la Sra. María Magdalena Lamadrid de utilizar un pasaporte falso,basándose también en su aspecto. En lo que califican como un gesto de indis-criminación del nosotros nacional, Natalia Otero y Laura Colabella (2002) ex-plican los criterios en que tales funcionarios apoyaban su “brillante deduc-ción”: como no hay argentinos negros, toda persona de aspecto afro debe serextranjera.

A su vez, estas formas de territorializar y diferenciar pertenencias se im-brican con una segunda lógica de substancialización (Alonso, 1994) que en-trama “la gran familia argentina” en base a maquinarias diferenciadoras queaplican de manera asimétrica los principios de jus solis y el jus sanguinis para ar-gentinizar o extranjerizar selectivamente distintas alteridades. Por ejemplo,

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12 Agradezco a Ricardo Abduca un comentario que, realizado hace varios años al pasar, me in-vitó a prestar atención a este punto y me llevó a empezar a hacer un mapa de “recurrencias”en esta dirección.

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mientras idealmente la ciudadanía argentina se adquiere por el principio de jussolis –principio que permitió argentinizar a la descendencia de la inmigracióneuropea– otras alteridades son permanentemente extranjerizadas en base a laaplicación asimétrica del principio del jus sanguinis. Así, la chilenidad impu-tada a habitantes mapuche suele corresponderse no con su lugar de nacimientosino con el lugar de procedencia se sus antepasados remotos (Briones y Lenton,1997).

Paralelamente, las dos lógicas anteriores se articulan con una que, adop-tando en lo explícito la ideología racial propia de los EE.UU. –ideología quetoma la negritud como epítome de lo racial– lleva simultáneamente a negar laexistencia de racismo en el país y a interiorizar las líneas de color. Esta terceralógica preside complejamente la vigencia de dispares requisitos para la argenti-nización de distintos tipos de otros internos, a la par de propiciar una peculiarracialización de la subalternidad (Guber, 2002; Margulis, Urresti et al., 1998;Ratier, 1971), para dar cuenta de quienes no pueden ser ni eyectados ni extran-jerizados, a riesgo de perder una masa crítica de subalternos que hegemonizar.Pero vayamos por partes.

Una vez que la nación argentina se postula (desea ver o proyectar) como ho-mogéneamente blanca y europea –hallando en esto un criterio de diferencia-ción fundamental respecto de otros países de Latinoamérica– no queda lugarpara dos movimientos que han sido ensayados por otras ideologías nacionales.El primer movimiento se liga a que el precepto de homogeneidad desaconsejatrazar –como en EE.UU., por ejemplo– líneas de color que dividan una entidaddiscreta e introduzcan un diagrama de mosaico. Posiblemente, el deseo de eu-ropeizar la nación en todo sentido estuviese en la base de una irrestricta admi-ración por ciertos países europeos como Francia y Gran Bretaña, cuyo libera-lismo y trayectorias coloniales les permitían practicar ultramarinamente unracismo que –a diferencia de los EE.UU.– tendían a enmascarar “puertasadentro”. En este sentido, la admiración hacia los EE.UU. parecía ya desde Sar-miento expuesta a cierta cautela, entre otras cosas por la forma de hacer de laslíneas de color un principio estructurante de la nación. Obviamente, esta auto-definición por contraste lejos está de impedir la ocurrencia de racismo. En todocaso, lo alimenta en base a otro tipo de prácticas de racialización. Así, la recu-rrente posibilidad de sostener al menos desde la década de 1870 que ya nohabía negros argentinos (de Liboreiro, 2001) no pasa simplemente por no que-rerlos ver –como veremos, el color se ve y toma en cuenta, pero para interpre-tarlo de otra manera– sino por teorías sociales de la raza que operan en base aideas sui generis o bien de extinción o bien de paulatina asimilabilidad. Esas

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teorías alimentan a la vez hipótesis distintivas respecto de las posibilidades,operatoria y consecuencias del “mestizaje” y el “blanqueamiento” –lo que nosremite al segundo movimiento particularizador del caso argentino que me in-teresa explicitar.

El mito del desierto a ser poblado (europeizado) mediante políticas de inmi-gración se basa en una valoración no sólo de los indígenas sino de las masas his-pano-indígenas o criollas que tempranamente muestra que el discurso hege-mónico de la nacionalidad argentina va a adoptar una ideología de mestizajemuy distinta a la vigente en otros países de Latinoamérica, donde la hibrida-ción opera como tropo maestro de la conformación nacional (Briones, 2002b).En términos de espacialización del país, Villar (1993) sostiene que el hinter-land portuario a ser domesticado reconoce dos grandes áreas en tensa oposi-ción y complementación: la “tierra adentro” bajo control indígena, y la “fron-tera”, como lugar de interfase con la ocupación criolla. Sarmiento es ejemplopionero de la barbarización de los indios de “tierra adentro”y, por extensión,de la de gauchos, montoneros y paisanos de la “frontera” (Svampa, 1994;Briones, 1998c). No obstante y como muestra Diego Escolar (2003) para lazona de Cuyo, incluso para el mismo Sarmiento los límites entre ambos colec-tivos son mucho más ambiguos de lo que el discurso hegemónico quierereconocer de manera explícita.

A este respecto, es muy ilustrativa la forma en que el Ministro de Guerra yMarina Benjamín Victorica trata de apaciguar la preocupación del senadorAristóbulo del Valle, atribulado por definir si y en qué proporción era lícita lapolítica del Poder Ejecutivo de incorporar indígenas sometidos al ejército na-cional, como recurso apto para “civilizar” –extender el control social sobre–estas poblaciones luego de su derrota militar. En verdad, del Valle está inquietofrente a la doble paradoja de incorporar a quienes hasta hace poco eran ene-migos del país proveyéndolos de armas y, más aún, haciéndolos custodios de laseguridad nacional. Para explicar que, en verdad, no son tantos los “indios detropa” como el legislador supone, Victorica proporciona una respuesta queejemplifica la coexistencia conflictiva de criterios adscriptivos de que ha-blamos, así como teorías de lo racial muy diferentes a las vigentes por ejemploen EE.UU. Dice Victorica:

“El señor senador se equivoca tomando por indios de la Pampa a individuosdel país, que indios parecen por su color trigueño” (Lenton, 1992:34-5).

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En suma, la postura que sostiene el Ministro para fijar la identidad de al-gunos contingentes sociales en ciertas direcciones y no en otras parte de que nose puede confundir “ser” con “parecer”. Así, si en EE.UU. no hay forma de quequien “parece” negro no lo sea, en Argentina se puede “parecer” indígena porel color de la piel pero no serlo. Sugestivamente, empero, si proponer que lasmarcas corporales no permitirían establecer lindes inequívocos entre indígenasy (ciertos) criollos parece etnicizar la aboriginalidad, paralelamente nosmuestra que el “color” no se abandona como medio para describir/signi-ficar/predicar sobre la realidad de la membresía de ciertos contingentes des-marcados como “individuos del país”, en pro de consolidar una hegemonía portransformación que, para reforzar las posiciones de los grupos dominantes,apuesta a una pronta homogenización cultural de la heterogeneidad (Briones,1998a). En este marco, no sorprende que muchas décadas después el “interior”aparezca “asaltando” el puerto de Buenos Aires a través de contingentes de “ca-becitas negras”. Pero antes de desarrollar este punto, bien vale explorar en quédirecciones sí se racializa la aboriginalidad y, por contraste, a la NaciónArgentina, una Nación supuestamente sin otro color más que el puro blanco.

Sostuve en otra parte que, en términos de incorporación al “nosotros na-cional”, se habilitaron distintas trayectorias para alteridades construidas sobrediversas marcas, etnicizadas para los inmigrantes europeos –a quienes cabía re-correr la senda de “argentinización”–, racializadas para los PIs, para quienes unproceso equivalente se definía como “blanqueamiento” porque, a diferencia delos primeros, no eran “ya blancos”. En relación a esto y a diferencia de otrospaíses latinoamericanos, en Argentina el mestizaje ha tendido a quedar defi-nido por una lógica de hipodescendencia, que hace que la categoría marcada(en este caso,“lo indígena”) tienda a absorber a la mezclada y que el mestizoesté categorialmente más cerca del “indígena” que del “no indígena” (Briones,1998c). En este marco, el punto a destacar es que, a partir de un opaco perosostenido distanciamiento entre “mestizos” (categorialmente más cerca de losindios por provenir de una mezcla reciente) y “criollos” (conciudadanos prove-nientes de una mezcla de mayor profundidad, pero pasibles de ser “mejorados”por matrimonios con inmigrantes europeos que habilitan movilidad ascen-dente en términos de capitales culturales y sociales), la formación maestra dealteridad en Argentina ha apuntado a inscribir sus dos movilidades estructu-radas fundacionales, apoyándose ideológicamente en la operatoria de dos mel-ting pot simultáneos y diferentes. Mientras uno de esos crisoles ha promovidoel enclasamiento subalterno de algunos apelando a la potencialidad hipogá-mica de ciertas marcas racializadas, el otro por el contrario ha enfatizado la po-

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tencialidad hipergámica de la europeitud en el largo plazo. Poniendo no obs-tante límites discrecionales a quienes tenían habilitado el ingreso (criollos másque mestizos), este segundo caldero ha apuntado a evitar que la proliferaciónde parejas mixtas desde época colonial y sobre todo la propiciada por el desba-lance de género vinculado a las inmigraciones masivas de fin de siglo XIX(Geler en prensa) pusiese en tela de juicio tanto la blanquitud paradigmática dela argentinidad deseada, como el mito de la movilidad ascendente. Entonces, sidel primer crisol salen “cabecitas negras”, pobres en recursos y cultura, del otroemergen “argentinos tipo”, esto es, mayormente blancos, de aspecto europeo ypertenecientes a una extendida “clase media”.13

En esto, pareciera que la articulación de raza y clase opera en sentido inversoa los EEUU. Sin importar la clase social, en el país del norte una gota de sangrenegra o india ha llevado a establecer pertenencia dando relevancia genealógicaal antecesor más subvaluado. En Argentina, en cambio, el blanqueamiento hasido posible –y muchas veces, compulsivo– para indígenas y afro-descen-dientes. Así, la posibilidad de una movilidad de clase ascendente facilitó y fue ala vez facilitada por la posibilidad complementaria de “lavar” pertenencias yelegir como punto de identificación al abuelo menos estigmatizado.

Con esto, no quiero significar que raza y clase respectivamente predominanen EE.UU. y Argentina como ordenadores de desigualdad.14 Tampoco estoysosteniendo que a ciertos indígenas y negros les haya sido totalmente imposible“pasar” por blancos en EE.UU., ni negando que en Argentina el color de la pielno cuenta en absoluto. Antes bien, apunto a llamar la atención sobre la exis-tencia en Argentina de un melting pot paralelo al crisol de razas que se hace ex-plícito y se toma como fundante de la argentinidad europeizada, un espaciosimbólico de reunión/fusión tanto de indígenas y de afro-descendientes, comode sectores populares del interior –tempranamente pensados como gauchos,paisanos, montoneros, criollos pobres– y eventualmente inmigrantes indesea-bles. Es la operatoria de este melting pot encubierto lo que ha conducido a con-vertir en con-nacionales –aunque de tipo particular– a los conciudadanos queno podían ser ni extranjerizados, ni eyectados de los contornos geosimbólicosde la nación, ni alterizados en un sentido fuerte, a riesgo de perder masa críticapara imaginar la posibilidad de una nación independiente. Y así como el mel-

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13 Esta lectura encuentra un interesante contrapunto en el capítulo 7 de este volumen, dondeLanusse y Lazzari identifican y analizan distintas matrices de mestizaje en una provinciacomo Salta que, como otras “añejas” del país, se cuenta desde un pasado colonial que habríadejado como herencia poblacional la temprana y extendida mezcla de españoles e indígenas.

14 Cfr. Frigerio (2002).

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ting pot explícito ha europeizado a los argentinos argentinizando a los inmi-grantes europeos, este otro lo ha hecho produciendo “cabecitas negras”, esdecir, ha trabajado en base al peculiar movimiento de racializar la subalter-nidad, internalizando parcialmente una línea de color anclada en el “Interior”(Ratier, 1971). En este doble sentido –destacaría– cabe hablar de “interioriza-ción de las líneas de color”. En otras palabras, el oscurecimiento parcial de unacondición genérica de subalternidad epitomizada en los “cabecitas negra” hapermitido recrear y explicar la estructuración de clase, sin poner en entredichoni el presupuesto de la blanquitud como atributo de toda una nación, ni laspromesas de progreso y movilidad ascendente que la perfilaban como promi-sorio país de inmigración. Esta racialización de los sectores populares en tanto“subordinados tolerables” (Williams, 1993) ha ampliado el repertorio de lasmarcas que los particularizan, ampliación que sin embargo ha operado ele-vando el umbral visual a partir del cual se es considerado “negro mota” o “indí-gena”.

En este marco, la argentinidad del “cabecita negra” siempre ha sido embara-zosa a los ojos hegemónicos, en términos de aspecto, de adscripción de clase, depráctica cultural y de actitudes políticas (Briones, 1998c). Esos ojos los vencomo la cara “vergonzante” de la nación porque, siendo parte de ella, danmuestra de inadecuaciones ya de somatotipo (rasgos indígenas o afro, porejemplo, heredados de poblaciones supuestamente extinguidas), de actitud(falta de “cultura” en el sentido de pulimiento), de consumo y estética (chaba-canería), de espacialidad (villeros, “ocupas” ilegales),15 de hábitos de trabajo(desocupados, criminales, cartoneros) y convicciones políticas (peronistas porpropensión clientelar, piqueteros).

Lo destacable es que la obvia racialización que este rótulo connota no ad-mite fáciles equivalencias con construcciones de negritud propias de otros con-textos. A diferencia de los EE.UU., jamás el “cabecita negra” ha sido procla-mado como categoría completamente separada o segregable medianteapartheid –como los afro-americanos hasta mediados de siglo– ni digna de res-peto y de expesar y recrear “su” diferencia –como los afroamericanos en la ac-tualidad–. Tampoco es como el “white trash” o el “red neck” pues, además de

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15 Como reseña Guber (2002: 363) a partir de los trabajos de Hugo Ratier, “con la caída del se-gundo gobierno peronista, el mote de ‘cabecita’ dio lugar al de ‘villero’. Si aquél había co-rrespondido al de un actor social en avance [los ‘descamisados’ peronistas], el segundo se re-fería a otro en retroceso.” Agregaría que al día de hoy lógicas de desplazamiento semejantesestigmatizan por ecuación a los sujetos de espacializaciones modernizadas, como los “ocu-pas” de las “casas tomadas” y los “gronchos” (“negros” culturalmente hablando) de los con-ventillos devenidos “pensiones baratas” u “hoteles familiares”.

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estigmatizaciones de clase, pesan sobre el “cabecita” otras marcas de alteridadde origen que lo construyen como anomalía respecto del “argentino tipo”,como si fuese un producto incompleto o fallado (en el sentido “civilizatorio”)del crisol de razas que emblanqueció y europeizó la argentinidad. A su vez, si locomparamos con la lectura que hace Segato (1998b) de la negritud en Brasil, el“cabecita negra” tampoco impregna al “argentino tipo” ni le infunde una cuotade ambigüedad, porque éste se asume como irremediablemente “blanco”–aunque no precise automarcarse explícitamente en estos términos por elsimple hecho de que “en Argentina no habría negros-negros”. Por el contrario,el “cabecita negra” es más bien el entenado vergonzante que se interpela comotal dentro de la familia, pero del que no se habla frente a terceros. Ante éstos, haoperado más bien como el esqueleto a esconder en el ropero (Briones, 1998b).

En síntesis, tiene razón Frigerio (2002) al insistir que los “cabecitas negras”en Argentina no se explican meramente por cuestiones de clase, aun cuandosean estos los vocabularios que priman en el país. Es en este marco que el autoraconseja no minimizar la incidencia en la construcción de dicha categoría deprácticas de racialización que explícitamente siguen modelos antes usados parasubalternizar a los afro-descendientes. Por mi parte, más que intentar ver quégrupo subalterno funciona como parámetro de la racialización de la subalter-nidad en Argentina, me parece importante enfatizar dos cosas. Por un lado,existen prácticas de racialización y etnicización que recortan alteridades dife-renciadas. No creo –aunque éste aún es un punto a examinar y discutir– que lashipótesis de mestizaje y blanqueamiento hayan operado y operen de manerasemejante para indígenas, afro-descendientes, y quienes hoy se consideran des-cendientes de inmigrantes “indeseables”.16 Por el otro, están activas otras prác-ticas de racialización que han posibilitado la reunión en una misma categoría–la de “cabecitas”– de integrantes de algunas de esas alteridades –específica-mente, indígenas y afro-descendientes– sin poner en cuestión la perduraciónde las mismas, y sin que sólo ellas basten para dar cuenta de todo lo que cabe alinterior de la subalternidad racializada. Porque así como es cierto que muchos

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16 Y no estoy pensando solamente en clasificaciones nacionales como las de “peruanos” y boli-vianos”, que tienden a asumir muchos de los atributos estigmatizados con que se define a“cabecitas” y “villeros” (Grimson 1999). Pienso también en una categoría nacional como lade “coreano” cuya racialización comporta una estigmatización distinta (Courtis 2000).Además de tender a aplicarse el principio de jus sanguinis para presuponer la ciudadanía co-reana de los descendientes argentinos de inmigrantes de ese origen, pesa sobre ellos un estig-ma que los desprecia por una movilidad ascendente sospechada de ilícita. Es al menos curio-so que el mismo éxito económico que lleva a postular en los EE.UU a los coreanos comominoría modelo resulte en Argentina un elemento para discriminar a la colectividad.

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indígenas y afro-descendientes alzan su voz para denunciar el haber sido im-procedentemente fusionados en un estigma de “cabecitas” que no les perte-nece,17 otros conciudadanos afectados por el mismo estigma no se sienten niuna cosa ni la otra.

En todo caso, si nos concentramos en los efectos particulares que esta forma-ción de alteridad ha ido dejando como impronta en las construcciones de abo-riginalidad prevalecientes en Argentina, resulta interesante destacar una seriede cuestiones con fines comparativos. A pesar de la recurrente tendencia a nin-gunear lo indígena en el país, percepciones diferenciadas del potencial de con-versión/civilización atribuido a distintos PIs fueron dando por resultado diver-gentes geografías estatales de inclusión/exclusión. Me refiero concretamente ala implementación de prácticas diversas de radicación, que fueron desde lamayor tendencia a “arraigar” indígenas a través de la figura de misiones reli-giosas en Tierra del Fuego y zona chaqueña (supuesto reducto de los contin-gentes más móviles y más “salvajes”) que en Pampa y Patagonia, hasta la nega-ción explícita de permisos a ciertos grupos en estas últimas regiones, lacolocación de algunos en Colonias agropastoriles o la extensión para otros depermisos precarios (Briones y Delrio, 2002; Delrio, 2003).

Si lo pensamos en relación con algunas de las ocurrencias analizadas en estelibro, el punto a destacar es que, paralelamente a esta diversidad de percep-ciones y evaluaciones por parte del estado central respecto del potencial de “asi-milación” de distintos pueblos indígenas, otros dos factores tuvieron enormegravitación en la política de dar “respuestas estatales puntuales a casos pun-tuales” que ha sido distintiva del indigenismo nacional desde los momentosclaves de consolidación del estado argentino, cuando se verificara y completarael avance militar “sobre tierra de indios”: las distintas maneras de escenificar ydisputar las marcas indígenas por parte de la agencia aborigen y, sobre todo, laforma en que capitales privados, agentes evangelizadores y funcionarios localesprocuraron poner en marcha sus iniciativas, intereses y visiones particulares, aveces resignificando y a veces interfiriendo con los proyectos federales de colo-nización y de argentinización de los pueblos originarios. En todo caso, trata-

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17 Incluiría en esto las experiencias y reflexiones de un dirigente Mapuche, las cuales constitu-yen un acabado ejemplo de la asimetría que rige tanto las desmarcaciones hegemónicas de laaboriginalidad, como las re-marcaciones racializantes y estigmatizadoras de los sectores po-pulares. En el “Festival DERHUMLAC” (Derechos Humanos en América Latina y el Caribe)que se hiciera en el Centro Cultural Recoleta durante 1997 y para denunciar prácticas queapuntan a la pérdida forzosa de adscripciones indígenas, este panelista sostuvo que “muchosde los que ustedes llamaban cabecitas negras éramos nosotros, los indígenas que vinimos aBuenos Aires. Pero nosotros siempre fuimos y seremos Mapuche.”

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mientos contingentes a distintos pueblos y a distintos segmentos de un mismopueblo irán desembocando en una multiplicidad de trayectorias de gran in-fluencia en las posibilidades indígenas de auto-organización y de redefiniciónde estrategias de comunalización (Brow, 1990) para mantener límites grupalese intereses consistentes, así como en la inscripción del tipo de demandas que seirán efectuando por parte de esta agencia diversificada.

A su vez, economías políticas más o menos localizadas de producción cul-tural irán también tensando las relaciones entre representaciones colectivas yafiliaciones sociales. Aludo, por ejemplo, a cómo la experiencia de trabajo enlos ingenios azucareros del norte del país –reclutadores de mano de obra indí-gena temporaria entre distintos pueblos indígenas radicados en Argentina perotambién en Bolivia y Paraguay– coadyuvará a una peculiar estratificación depertenencias. Los cazadores-recolectores chaqueños –que siempre hacían lostrabajos menos calificados y peor pagos– fueron quedando localizados en lospeldaños más bajos de la jerarquía, y vinculados a una distancia y exotismo má-ximo respecto por ejemplo de pueblos vallistos y puñeños, más prontamenterotulados como campesinizados o campesinizables (ver Carrasco y Lanusse &Lazzari en este volumen). Fue operando aquí –aunque a pequeña escala– unjuego de distinciones y jerarquizaciones entre pueblos de tierras altas y bajas se-mejante al que se ha dado en Perú y Bolivia, aunque ese juego fuera tercerizadoen el contexto argentino por la ubicación siempre más ambigua de contin-gentes Ava-Guaraní (Gordillo y Hirsch, 2003). Todo esto en el marco de unageografía simbólica de nación que –como vimos– dejó improntas en las repre-sentaciones y afiliaciones de ciudadanos indígenas y no indígenas al construircomo “desiertos” las regiones con población indígena (región patagónica, cha-queña y noreste), y heredar de la colonia una tendencia invisibilizadora en pro-vincias viejas de Cuyo y particularmente del Noroeste, donde en una mismaprovincia como la de Salta se ha apuntado a campesinizar a los Kollas y aexternalizar (chaquenizar) a los “silvícolas” del Pilcomayo.

Un país que –más allá de los proyectos iniciales– tendió a consolidar latifun-dios en distintas partes del país, sin llegar nunca a realizar, como otros países la-tinoamericanos, una reforma agraria que posibilitara la titularización de la pe-queña propiedad rural y/o un reparto más justo de la tierra, y que generalizaraentre campesinos indígenas y no indígenas las prácticas de auto-organización.Un país que, a diferencia de México, ni aceptó ni reconoció la persistencia deinstituciones coloniales como los sistemas de cargo en la re-organización máscontemporánea de las comunidades indígenas, ni convirtió al indigenismo enpolítica de estado y empresa del campo intelectual –país que, menos aún, ofició

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como México de defensor de un modelo de nación mestiza basado en la idea deuna “raza cósmica”, y que lejos está de empezar a discutir regímenes de auto-nomía (Bartolomé, 1996 a y b). Un país que, como Brasil, interpeló a los indí-genas como sujetos relativamente incapaces, necesitados de su función tutelar,y los ha responsabilizado de un subdesarrollo siempre preocupante, objeto po-tencial además del accionar de agitadores dispuestos a usar la causa de los pri-meros para sus propios fines.18 Pero, en definitiva, un país que –a diferencia deBrasil– jamás planeó la “domesticación” de los indígenas basándose en una es-trategia sistemática de “atracción” (Ramos, 1998), ni pudo nunca definir unaagencia estatal indigenista como la SPI/FUNAI, que perdurara en el tiempo, tu-viera un lugar inamovible en el organigrama estatal, y fuera dando progresivacabida a los indígenas como funcionarios (Ramos, 1995 y 1997b). Por el con-trario, Argentina se caracterizó tanto por una azarosa creación de organismosindigenistas –21 entre 1912 y 1980 (Martínez Sarasola, 1992:387-9)– que ex-perimentaron frecuentes cambios de jurisdicción ministerial, como por la ine-xistencia de organismos de este tipo durante ciertos períodos. También poruna nula producción de leyes indigenistas integrales hasta los 80 (GELIND,2000a y 2000b), por la persistencia hasta hace una década de una oprobiosacláusula constitucional que consideraba atribución del Congreso de la Naciónasegurar “el trato pacífico con los indios y su conversión al catolicismo” (ex art.67 inciso 15), y por realizar un único censo indígena nacional en 1965 quequedó inconcluso (Lenton, 2004).19

Desde estas trayectorias el país se suma a la sucesión de reformas constitu-cionales que se dieron en América Latina. Incorpora así el reconocimiento delos derechos de los PIs mediante la reforma constitucional de 1994 (GELIND,1999a), que estuvo mayormente centrada en habilitar reformas de estado pro-pias de la gubernamentalidad neoliberal y, de paso, la re-elección del entoncespresidente Menem (Carrasco, 2000). Si el multiculturalismo constitucional(Van Cott, 2000) que se extendió por América Latina y otras convergenciascontinentales han confrontado a los PIs de estos países con desafíos compar-

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18 Además de haber experiencia y análisis acumulados respecto a “sospechas” y “acusaciones”de este tipo para Brasil y Argentina (Ramos 1991 y 1997a; Briones y Díaz 2000), cabe men-cionar que tendencias similares se observan en Venezuela y otros países de América Latina(Hill 1994; Iturralde 1997).

19 En esto, también es un dato revelador que Argentina no disponga de cifras oficiales sobre lacantidad de ciudadanos indígenas, vacío a ser supuestamente llenado cuando se procesen losdatos del censo nacional de población de 2001 –el primero en incluir una variable de autoi-dentificación indígena– y la encuesta complementaria cuya realización está en curso desde2004.

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tidos muy bien reseñados (Iturralde, 1997), el background esbozado afectó el“aggiornamiento” de Argentina al neoliberalismo y a las políticas de diversidadpropias de la época. Menciono someramente aquí ciertas particularidades deArgentina para apuntar a mostrar de qué pisos ha partido la nueva moviliza-ción indígena orientada a garantizar el reconocimiento y efectivización de susderechos especiales, y en qué variados contextos se inscribe esa movilización.Además de permitir ponderar los logros en función de esas condiciones, esperoque esta somera caracterización sirva de marco para lo que se desarrolla en capí-tulos posteriores. Comencemos por los pisos para la movilización.

Por lo pronto, Argentina ha sido un país tan negador que la lucha indígenamás sostenida ha pasado y pasa por lograr visibilidad y por vencer estereotiposque no sólo asumen la desindianización en contextos urbanos (ver por ejemploEscolar; Falaschi, Sánchez & Szulc; y Ramos & Delrio, todos en este vo-lumen), sino que instalan severas sospechas sobre la autenticidad de intelec-tuales indígenas cuya escolarización o capacidad política los distancia de laimagen del “indígena verdadero”, tan pasivo e incompetente, como sumiso yfácil de satisfacer desde políticas asistenciales mínimas. En términos de movili-dades estructuradas, mientras la permanencia en comunidades ha conspiradohistóricamente contra las posibilidades de escolarización y de una readscrip-ción de clase ascendente, la migración a los centros urbanos lejos está de garan-tizar la profesionalización de una intelligentzia indígena. Cuando esa profesio-nalización acontece, las presiones desadscriptivas propias de los mediosurbanos son tan fuertes que muchos invisibilizan su pertenencia. Aunque eseproceso ha comenzado a revertirse y varias organizaciones surgidas en las ciu-dades pero con trabajo de base o comunitario han sido formadas por activistasculturales que han tenido posibilidades de estudiar o están estudiando, es justa-mente sobre estos cuadros donde se depositan mayores cuestionamientos y re-querimientos que operan en base a estándares dobles en términos de autenti-cidad, legitimidad y representatividad (Briones, 1998a). Por eso son tansostenidas las luchas para dar visibilidad a la presencia y derechos indígenas engeneral, pero particularmente para convertir el reconocimiento de los pro-blemas afrontados en situaciones urbanas en tema de agenda pública, ya quemuchas legislaciones y políticas aún confinan la cuestión y las incipientessoluciones esbozadas al ámbito rural. En este marco también se comprende porqué son altas las demandas de proyectos que apunten al fortalecimientoinstitucional y organizativo (Carrasco, 2002; Briones, 2002a y 2005b).

A su vez, el hecho de que el paternalismo estatal hacia la ciudadanía indígenase concentrara fundamentalmente en la provisión periódica de bienes de con-

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sumo básicos y en la extensión de servicios elementales ha comportado, entreotras cosas, que una escasísima parte de las comunidades llegara con título depropiedad de las tierras tradicionalmente ocupadas a la reforma constitucionalde 1994 y a la discusión de la noción de territorio que progresivamente se ins-tala. Paralelamente entonces a la búsqueda de una visibilidad basada menos enprejuicios de larga data que en una ajustada apreciación de las dispares condi-ciones de vida al interior de un mismo PI, buena parte de las demandas y es-fuerzos de las bases se concentran en regularizar la precariedad de las respec-tivas situaciones dominiales y los atropellos que –al día de hoy– esa precariedadsigue permitiendo. Es en este marco que ciertos formadores de opinión sesienten aún habilitados a seguir pasando por alto el mandato constitucional deasegurar a los PIs “la posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmenteocupan” y “la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano”, ytratan de construir los reclamos de tierras y territorios como amenaza a la pro-piedad privada.20 Paralelamente, aunque la autonomía todavía no pasa de seruna reivindicación discursiva, su planteamiento se toma como excusa para ins-talar fortísimas sospechas de “politización intolerable” (Briones, 1999), ya seasegún algunos a manos de agitadores falsamente autoproclamados indígenas, oya sea según otros por obra de “organizaciones pseudo ambientalistas y pseudoindigenistas asociadas sinérgicamente”.21 En todo caso, aun cuando por

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20 Dijo recientemente Daniel Gallo, comentarista de temas militares del diario conservador decirculación nacional La Nación, el domingo 4 de julio de 2004: “El indigenismo se hacefuerte en su relación con la tierra: en la mayoría de los casos, las comunidades se autosostie-nen con el trabajo agrario de nivel de supervivencia. El conflicto se ocasiona con el cruce deintereses entre quienes están en un lugar que dicen les pertenece por herencia de sangre yaquellos que exhiben títulos de propiedad con sellos aceptados en cualquier tribunal del si-glo XXI.” Nada ingenuamente, cita las palabras del intelectual Marcos Aguinis quien fijó suposición en una nota publicada por el mismo diario en el mes de marzo pasado: “La reinvin-dicación indigenista se basa en mitos, confunde, distorsiona y contiene la trampa de conmo-ver nuestros sentimientos de solidaridad. Así como el marxismo conmovía con su promesade poner fin a la explotación del hombre, y sólo llevó a nuevas formas de explotación y trage-dia, el indigenismo promete acabar con las injusticias padecidas desde los tiempos de la colo-nia y sólo conseguirá profundizar su marginación.” En todo caso, la nota que se llama “Laprotesta de la tierra” explicita en su copete: “La corriente de indigenismo que en los últimostiempos ha sacudido al continente y derrocado a gobernantes en Bolivia y Ecuador se en-cuentra a las puertas de la Argentina, donde –aunque aislados– ya han estallado conflictospor posesiones de tierras. Qué hay detrás de estos reclamos y la estrategia de confluir con lasprotestas piqueteras.”

21 Verbatim de Bustos, Ricardo 2004 “Columna Abierta: Un atropello a las ideas…” Diario ElOeste, Esquel. Versión electrónica. 30 de septiembre. (Bajado el 2 de octubre y disponibleen http://www.diarioeloeste.com.ar/EdicAnt/300904/opinion.htm).

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ejemplo la propuesta mapuche de la zona de Pulmarí en Neuquén como “terri-torio indígena protegido” haya servido de base para el programa de “Desarrollode Comunidades Indígenas” que cuenta con financiamiento del Banco Mun-dial para trabajar en tres áreas indígenas piloto (comunidades mapuche de Pul-marí en Neuquén, comunidades diaguito-calchaquí y quilmes de Amaycha delValle en Tucumán y comunidades kolla de Finca Santiago en Salta), no se hainstalado aún ningún proyecto concreto que ensaye modelos de reconoci-miento ni de territorios continuos, ni de territorios no territorializados.22 Másaún, el único reclamo específico en esta dirección –el de reconocimiento de unterritorio unificado por la Asociación Lhaka Honhat que reune a más detreinta comunidades integradas por cinco pueblos en el chaco centro-occi-dental salteño (Carrasco y Briones, 1996)– ha sido continuamente saboteadopor un gobierno provincial que incumple todos los acuerdos que viene fir-mando desde fines de los 80 y por sucesivas administraciones federales que, in-vocando la autonomía provincial, se rehúsa a intervenir activamente parahonrar sus responsabilidades y demandar el efectivo cumplimiento de la cons-titución nacional. Por ello, este caso ha llegado a la Comisión Interamericanade Derechos Humanos, donde igualmente transita un estancado proceso desolución amistosa (Carrasco, 2004).

A su vez, políticas estatales de invisibilización y fragmentación de la ciuda-danía indígena y recrudecimientos cíclicos de picos de represión a la actividadpolítica han generado dispares dependencias entre los distintos PIs respecto deequipos de apoyo confesionales, partidocráticos o técnicos (Carrasco, 2002) y,consecuentemente, conspirado contra la emergencia a nivel nacional de orga-nizaciones pan-indígenas fuertes, con una visión y retórica compartida y concapacidad de perdurar en el tiempo. A su vez, las circunstancias por las queatravesó la conflictividad del país en torno a la crisis de Diciembre de 2001 ge-neraron una inusitada caída e invisibilización de la cuestión indígena en lostemas de agenda nacional. No obstante, a partir de fines de 2003 especial-mente, los PIs y algunas de sus organizaciones vienen realizando distintos es-

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Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y provinciales

22 El principal objetivo del DCI para las tres áreas indígenas piloto es “establecer las bases para eldesarrollo comunitario y la protección y gestión de recursos naturales en las tierras de lascomunidades indígenas. Ello incluye el fortalecimiento social y cultural de las comunidadesindígenas, la mejora de las capacidades indígenas para una gestión sustentable y el aumento dela capacidad de gestión al interior de las comunidades y en relación a la articulación con todoslos niveles de gobierno y otros actores involucrados en las ár eas piloto y respecto a los pueblosindígenas en general. Ver Banco Mundial (2004) Lecciones aprendidas en el Proyecto deDesarrollo de las Comunidades Indígenas (DCI) en Argentina. (Disponible enwww-wds.worldbank.org/servlet/WDSContentServer/WDSP/IB/2004/06/03/00016001-6_20040603162434/Original/292000wp0span.doc. Bajado el 10/09/2004).

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fuerzos de convergencia para recrear un campo de interlocución común a nivelnacional. Al día de hoy, tales intentos quedan atravesados por la explicitaciónde diversos debates, mayormente centrados en la conveniencia o no de integrarrecursos humanos propios en los organismos estatales para “empujar” la polí-tica indígena, aceptar o no financiamiento de agencias multilaterales paramover proyectos de desarrollo, y dirigir los reclamos fundamentalmente alpoder ejecutivo o a los tres poderes de la república (Briones, 2005b).

En cuanto a los contextos de la lucha indígena, no es un dato menor que,hasta hace relativamente pocos años, el supuestamente satisfactorio perfil eco-nómico del país (en términos de PBI y PBI per capita) no pusiera a la Argentinaen la lista de países prioritarios para diversas ONGs de apoyo. Esto es, aúncuando el grueso de la ciudadanía indígena en Argentina se ubicase entre lossectores más afectados por el peor coeficiente de NBI, los guarismos seguíanplanteando a Argentina como un país de excepción respecto de otros países la-tinoamericanos. Similar razonamiento primaba entre las agencias multilate-rales,23 lo que dio como resultado un país escasamente “onguizado” en compa-ración a otros países de Latinoamérica.

Aunque estas tendencias comenzaron a revertirse de manera sorda a me-diados de los 70 y acelerada en los 90, parecieran haberse hecho socialmente in-sufribles recién en Diciembre de 2001. Entonces, el país una vez aspirante a serel “granero del mundo” encontró a muchos de sus ciudadanos en las calles,confrontando con la realidad de haber dejado caer a la mitad de la poblaciónbajo la línea de pobreza, y trepar el desempleo a casi el 20% –guarismo querondaba el 40% de incluirse el sub-empleo o los empleos precarios y en negro–.Esta agudización de los malestares sociales impactó los escenarios analizados yal GEAPRONA mismo, que estaba en sus tramos iniciales de conformación. De-vino inevitable empezar a abordar algunas de las superficies de emergencia de“la debacle”.

Como lo muestran Lenton & Lorenzetti (en este volumen), tal vez lo desta-cable es cómo semejante contexto sirvió para convertir las propensiones neoin-digenistas que se venían manifestando por parte del Estado federal –propen-siones apoyadas en impulsar estilos restringidos de consulta y participación(Briones y Carrasco, 2004:229)– en lo que las autoras acaban llamando un“neoindigenismo de necesidad y urgencia”, esto es, una forma de gestión de la

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Claudia Briones

23 El Banco Mundial por ejemplo considera a la Argentina un país de “ingreso alto medio porexportaciones”, aunque “severamente endeudado”. Si la primera rotulación relaciona al paíscon Hungría, Arabia Saudí, Botswana, Turquía, Croacia, Estonia, Omán y Venezuela entreotros, la segunda lo vincula con Etiopía, Mozambique, Guinea, Burundi y Burkina Faso(Mastrángelo 2004).

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diversidad neoasistencialista, que se concentra en extender a la ciudadanía in-dígena políticas focalizadas de asistencia diseñadas para la ciudadanía en ge-neral, implicando a los “asistidos” en su propio auto-cuidado y responsabili-zándolos en lo que hace a afrontar inusitados índices de pobreza e indigencia.Pero ésta y otras cuestiones propias de la coyuntura así como sus repercusionesen distintas formaciones provinciales de alteridad ya son temas que los capí-tulos sucesivos desarrollan en detalle.

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Capítulo 2:

El “estado del malestar”.Movimientos indígenasy procesos de desincorporaciónen la Argentina: el caso Huarpe

Diego Escolar1

“Si estamos acostumbrados a repetir aquello de ‘Argentina crisol de razas’, ‘elaluvión migratorio’, ‘la cultura europea’ y otras frases más o menos felices, valela pena pensar también que –sin disminuir el valor y el impacto que ha tenidola inmigración en la sociedad argentina–, nuestro país es también fruto de losmovimientos internos de población. Desde 1895 han entrado al país entre 5 y6.000.000 de migrantes externos, pero en el mismo lapso se han movilizadono menos de 7.000.000 de argentinos dentro de las fronteras de su país.

“Atlas Demográfico de la República Argentina”.En: Atlas Total de la República Argentina (1982:110).

Los huarpes de la región de Cuyo eran considerados hasta hace pocos añosatrás un pueblo extinguido en los primeros tiempos de la conquista españo-

la, según consensos refrendados por historiadores, arqueólogos y otros intelec-tuales regionales. Desde mediados de la década de 1990, sin embargo, en lasprovincias de Mendoza y San Juan una pequeña pero activa militancia huarpeurbana promovió el reconocimiento de su identidad étnica y sus derechos indí-genas a través de diversas acciones, estimulando un debate regional en torno ala existencia de los huarpes. Hacia fines de la misma década, el movimientohuarpe había trasladado su epicentro desde las capitales provinciales a áreas ru-rales económicamente marginales, particularmente al denominado “desierto”,la llanura árida que se extiende al sureste de San Juan y noreste de Mendoza.

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1 Investigador del CONICET en el CRICyT: Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológi-cas (Mendoza) y docente del Doctorado en Ciencias Sociales - UNCuyo.

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Si inicialmente los promotores huarpes eran pequeños intelectuales, artistas,artesanos, maestros, exponentes en general de una pequeña burguesía urbana,en la actualidad los principales protagonistas del movimiento huarpe son cam-pesinos de escasos recursos y baja visibilidad política y social. Mientras el obje-tivo principal de los primeros fue y continúa siendo instalar la idea de la exis-tencia de una identidad huarpe vigente con base en tradiciones, característicasbiológicas y esencias inmateriales, el accionar de los segundos está centradopreponderantemente en la preservación y recuperación de su acceso a la tierra,el agua y de patrones ecológicos históricos –hoy degradados– del hábitat queocupan.

Sin embargo, mientras los militantes huarpes urbanos instalaron el debatesobre la identidad huarpe y lograron el reconocimiento oficial (provincial, na-cional y eventualmente municipal) a su existencia, fueron los rurales quienesterminaron obteniendo, a la postre, mayor aceptación social como legítimos oauténticos referentes de la “huarpidad” en detrimento de los primeros.

Este peso específico que adquiere la ruralidad en el movimiento huarpe esconcordante con un conjunto de experiencias históricas y, específicamente,con imaginarios raciales y metaculturales selectivamente elaborados y reprodu-cidos a partir de las mismas. Dentro de los estándares culturales de autenti-cidad aborigen (Jackson, 1995; Briones, 1998a) operantes en Cuyo, uno de lostópicos principales es el que considera a los pobladores rurales como reales opotenciales “verdaderos indios” –o descendientes de indios– en detrimento delos urbanos, siempre devaluados en su autenticidad y sospechados o percibidoscomo “indios truchos”. Esta diferenciación no sólo es planteada por aquellosque descalifican al movimiento huarpe, sino por puesteros rurales para legiti-marse como “verdaderos” frente a los militantes urbanos; pero también, para-dójicamente, por éstos últimos, quienes remiten su autenticidad huarpe al ar-gumento de ser oriundos del “desierto” o bien provenir de allí sus ancestroscercanos.

En este capítulo analizo dos aspectos significativos del emergente huarpeque de algún modo parecen replicarse en otros movimientos de afirmaciónaborigen en Argentina y que considero relacionados entre sí. Me refiero alvínculo entre la representación “rural” –y específicamente rural-marginal– dela autenticidad aborigen, y las experiencias de incorporación y desincorpora-ción estatal de las poblaciones rurales subalternas de la región como cuerpobiopolítico y ciudadanía durante la mayor parte del siglo XX.

Para el sentido común de los sanjuaninos y mendocinos, el campo o el de-sierto (la montaña y la llanura árida) en oposición a la ciudad (las capitales pro-

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vinciales) continúan siendo el locus posible de la aboriginalidad provincial aun,paradójicamente, para aquellos que niegan la existencia de aborígenes en la re-gión. Desde el período tardo-colonial, argumentos e imaginarios de perte-nencia indígena se han proyectado sobre la población rural subalterna, almismo tiempo que las áreas urbanas y oasis centrales han sido representadascomo ámbitos de poblaciones “desmarcadas” de identificaciones indígenas(Escolar, 2003). El epítome de esta –parafraseando a Boaventura de SouzaSantos (1991)– “cartografía simbólica” de los imaginarios étnicos en la regiónes el área de las hoy desecadas lagunas de Guanacache, antigua zona de refugioy supervivencia de huarpes a los rigores de la colonia hispana, ubicadas en elnorte de Mendoza y sur de San Juan (Escolar, 1999).

Sin embargo, como he dicho, las memorias que hacen referencia a un paisajesociocultural rural asociado a lo indígena y huarpe no sólo son rescatadas entrelos pobladores de áreas rurales, sino también por activistas huarpe urbanos,quienes suelen remitir a un origen rural su prosapia huarpe “auténtica”. Prácti-camente todos los militantes huarpes y otros actores urbanos que se identificancomo descendientes de tales, basan dicha identificación en un origen ruralpropio o de sus parientes directos. Casi siempre, estos parientes han vivido enel campo o el desierto a principios del siglo XX y han tenido una experiencia demigración a medios urbanos o periurbanos en sus dos o tres primeras décadas.Las historias de vida que articulan estas memorias tematizan la diáspora de susancestros hacia áreas urbanas en las primeras décadas del siglo, desde un terri-torio rural de donde son oriundos sus troncos familiares.2 Esta “concienciadiaspórica” gira en torno a la pérdida del acceso a la tierra y el agua, la proletari-zación forzada y la fractura de valores adjudicados a la vida campesina como lareciprocidad, la limitación de las necesidades de consumo, la solidaridad y au-toridad corporativa familiar centrada en el prestigio y conocimiento de los ma-yores.

Como refiere la cita que inaugura este acápite, las migraciones internas en laArgentina han sido una realidad dominante en la demografía del siglo XX, alritmo de una creciente demanda de mano de obra industrial bajo la dinámicade sustitución de importaciones y la intensificación de desequilibrios econó-micos regionales desde la década de 1930.

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El “estado del malestar”

2 Estos territorios originales se sitúan en áreas rurales de Cuyo, y sus destinos finales han sidolas capitales provinciales de San Juan, Mendoza, y en menor medida Córdoba, o la ciudad deBuenos Aires. Calingasta es uno de estos territorios expulsores, como lo son también pobla-dos y parajes rurales como Caucete, Los Berros, Pedernal, Cochagual y Media Agua, el áreade las ex Lagunas de Guanacache y otras áreas rurales del árido noreste mendocino.

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Ya desde el último cuarto del siglo XIX, las economías mendocina y sanjua-nina se habían orientado progresivamente hacia la industria vitivinícola engran escala, generando un creciente proletariado rural impulsado por el incre-mento masivo de la demanda de fuerza de trabajo para el ciclo viñatero y bode-guero (Bragoni y Richard, 1998). La obtención de la mano de obra recayótanto en la inmigración europea y chilena como, preponderantemente, en lapoblación rural autóctona, presionada por un sordo proceso de expropiaciónde tierras y agua que se agudizó dramáticamente hacia la década de 1930. Elcaso paradigmático, nuevamente, es el desecamiento del complejo palustre deGuanacache por la apropiación masiva de los caudales de los Ríos Mendoza ySan Juan en los oasis centrales y la tala y extracción indiscriminada de leña.3 Laconcentración del control sobre tierras, agua y fuerza de trabajo fue posibili-tada, en gran medida, por la coerción extraeconómica y el control político delos aparatos de estado (fundamentalmente la policía y administración de jus-ticia). Pero también, en términos de historia cultural, por el terror inscripto enla memoria colectiva durante la represión de formas de resistencia campesinaen el siglo XIX, en particular de las montoneras “tardías” de 1860-1870 –quetuvieron una fuerte connotación de resistencia rural (Escolar 2003).

Hacia la década de 1920 en Cuyo (anticipándose a lo que ocurriría en elplano nacional en la del ‘40), estos cambios fueron acompañados por transfor-maciones clave en la relación entre el estado (y su representación cultural) y lossujetos populares (y su representación cultural). Bajo los gobiernos populistas(escindidos del Partido Radical) de “el Macho” Federico Cantoni y el “Gau-chito” Lencinas, el estado asumió nuevas atribuciones de regulación econó-mica y de bienestar social, promoviendo legislación sobre condiciones de tra-bajo, salario mínimo, seguridad social, y postulándose como árbitro de lasrelaciones entre capital y trabajo.4 Paralelamente, estos gobiernos expresaron ypromovieron nuevas formas de incorporación política y ciudadana de los sec-tores subalternos, alentando la legalización e institucionalización de la fuerzade trabajo a través de un movimiento obrero sancionado y regulado por elestado (Collier y Collier, 1991).

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3 Esta área se había constituido desde la época hispana en una zona de refugio para huarpes yotros grupos indígenas, que habían mantenido una importante economía basada en la gana-dería, la pesca, la caza y la agricultura (Rusconi 1961, Prieto 2000) y un beligerante grado deautonomía política hasta la década de 1870 (Escolar 1999 y 2003).

4 Los populismos cuyanos de Lencinas en Mendoza y Cantoni en San Juan quebraron duran-te la década de 1920 la hegemonía conservadora, anticipando con sus actos de gobierno y elestilo de movilización de los sectores subalternos muchas de las medidas y estrategias de in-corporación política que implementaría Perón a nivel nacional en la década de 1940.

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Mi argumento es que el triple proceso de incorporación política y laboral,5

expansión de derechos y desarrollo de estado de bienestar que afectó a los sec-tores populares durante la mayor parte del siglo XX constituyó tanto la maqui-naria clave de la invisibilización de las identificaciones y marcas indígenas hastala década de 1980, como el principal referente de los parámetros culturales ypolíticos de la emergencia indígena en la actualidad.

El cuerpo huarpe o la inscripción feno-míticade la biopolítica

En las historias de vida narradas por aquellos que se identifican como huarpes oindios, el disciplinamiento estatal efectivo de áreas rurales marginales, así comola incorporación política, proletarización y masiva emigración a áreas urbanasde sus pobladores están sugestivamente asociados al momento narrativo en quelas identificaciones indígenas o bien los mismos indios aparentemente “desapa-recen” del mapa cuyano. En el mismo movimiento, estos eventos propios de laconsolidación del Estado y el mercado capitalista modernos son resignificadoscomo parte de una experiencia histórica indígena de larga duración que los ha-bilita a identificarse como tales en la actualidad.

Sixto Jofré nació en las Lagunas hace más de setenta años y parece mantenerun completo recuerdo de la vida lagunera de las décadas de 1930 y 1940.Adscribe a los habitantes de la época como indios y huarpes, reteniendo abun-dantes detalles sobre cómo los pobladores transmitían sus memorias huarpes alos más jóvenes. Recuerda a su abuelo Rosario Jofré como un “cacique” local,un “indio muy entero”, rico y generoso, que había desarrollado una finca bajoriego en el “desierto” en que se estaban convirtiendo las Lagunas de Guana-cache a principios del siglo pasado, y había conseguido mensurar y legalizar lapropiedad de la tierra de su grupo familiar –algo que añoraban los lagunerospero que muy pocos lograban. Ya muerto su abuelo, en plena sequía de las La-gunas, Sixto emigró muy joven a localidades del centro-sur de la provincia deMendoza y se hizo contratista de viña. Luego ingresó como obrero en una granbodega donde comenzó una carrera en el sindicato vitivinícola, del cual llegaría

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El “estado del malestar”

5 Me refiero a la incorporación masiva en un mercado de trabajo capitalista asalariado, me-diando la simultánea pérdida de acceso a recursos económicos domésticos de subsistencia.Por cierto, en este caso hasta el día de hoy uno y otro proceso distan de ser absolutos en lasáreas rurales.

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a ser secretario gremial por el importante distrito industrial de Godoy Cruz.Sixto era peronista y de tradición familiar lencinista.

Según narra una joven estudiante sanjuanina del profesorado de historia, suabuelo de apellido Pelaytay (nacido en 1895 y fallecido hace más de treintaaños) también tenía un origen lagunero y auténtico descendiente de indios ohuarpes. Como Rosario Jofré, Pelaytay parece haberse beneficiado de cierto es-plendor económico de Guanacache hacia fines del siglo XIX y principios delXX, el cual se apoyó principalmente en la explotación triguera. Este abuelo seradica luego en la localidad sanjuanina de Caucete donde compra una pro-piedad y, al igual que Sixto Jofré, se hace viñatero, cantonista y luego militanteperonista.

El padre de una importante dirigente huarpe de San Juan nació en 1900, enun medio rural, y se radicó en las primeras décadas del siglo XX en el área pe-riurbana de San Juan, donde trabajó como agricultor en los viñedos. Sus obse-siones eran las historias de los arrieros, ocupación que tuvo de joven, y su amora Martina Chapanay (una heroína popular del siglo XIX, bandolera social ymontonera)6 y Julia Vega (una cantante de tonadas) definidas ambas por su hijay por extendidas tradiciones orales como huarpes. Según esta dirigente, supadre contaba siempre la historia del “territorio huarpe” defendido por Cha-panay y su ejército, y le transmitía el conocimiento sobre los lugares indígenascomo el “camino del indio” –que según él atravesaba las cercanas sierras deZonda y llegaba hasta el Perú– y las epopeyas del Gobernador Federico Can-toni, de quien el padre de Argentina fue ferviente militante y guardaespaldas.

Relatos de migraciones rurales e incorporación laboral y política son habi-tuales entre ancianos adscriptos como huarpes y radicados en áreas urbanas.Giran en torno al éxodo, ingreso al mercado de trabajo o a la pequeña bur-guesía de los viñateros, militancia o adhesión sindical o partidaria con Cantoni,Lencinas y más tarde el peronismo y, finalmente, añoranza de sus tierras origi-narias y necesidad actual de recuperación (o elaboración) de una memoriaaborigen.

La atribución de sentido huarpe a las experiencias de diáspora rural, sin em-bargo, no es privativa de quienes vivieron dichas experiencias, sino que se pro-duce también entre adscriptos de mediana edad o jóvenes, nacidos en áreas ur-banas, que rescatan el origen (épico) rural de sus padres y abuelos comoargumento de su propia condición huarpe. De hecho, puede afirmarse queexisten ciertos estándares de memoria colectiva que habilitarían a determi-nados actores a identificarse o ser identificados como indios, huarpes o descen-

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6 Ver entre otros antecedentes Chertudi (1971) y Estrada (1961).

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dientes de tales, aunque no siempre emerjan como un argumento étnico cons-ciente o explícito. Como he mostrado en otro lugar (Escolar, 2003), lasidentificaciones huarpes o indígenas están apoyadas en naturalizaciones bioló-gicas y culturales que se traducen en categorías automáticas de percepción, pesea que no exista un límite étnico claramente establecido en el sentido de Barth(1976), es decir, aunque las marcas ligadas a un sentido huarpe no siempresean diacríticas ni conformen una distinción permanente entre grupos.

En el Departamento sanjuanino de Calingasta, por ejemplo, incluso aque-llas personas menos dispuestas en aceptar un posible ascendiente aborigen de lapoblación se muestran entusiastas al afirmar que algunos individuos o gruposson “descendientes” de indios, a juzgar por su aspecto físico. Rasgos faciales,color de piel, tipo y color de cabellos o un conjunto que no se desglosa en deta-lles –“tiene una buena pinta”, “basta mirarlos”, “es negro, fiero”, “se le cae lajeta de indio”– pueden ser considerados prueba inapelable y automática de serindio.

Un propietario minifundista, de tez blanca y una posición relativamenteacomodada para los estándares locales, no tuvo empacho en admitir espontá-neamente que “todavía quedan indios”. Luego de que mencionara como tales auna serie de pobladores locales, la mayoría viejos arrieros, le pregunté por quélos calificaba de indios. Su principal argumento es el de que poseen “cara deindio”. Posteriormente, se refirió como indios e indiecitos a la mayoría de la po-blación local: “son todos indios, basta verles las caras”. Por el contrario, un ve-cino suyo, de igual posición social pero poseedor de tez oscura y otros rasgosconnotados como indios, elude afirmar cualquier resabio indígena y toda con-versación relacionada con el tema. A pesar de poseer un fenotipo supuesta-mente “indígena”, forma parte de la elite local; es propietario de tierras y desa-rrolla exitosos cultivos exportables. Ha sido un ejecutivo vitivinícola fuera desu poblado natal, al que volvió en edad madura.

Existe, más bien, una percepción racializada que puede tener tanto signo ne-gativo como positivo. Entre activistas huarpes urbanos, por ejemplo, “tenercara de indio” u otros rasgos somáticos constituye uno de los puntos princi-pales sobre el que se elabora la “autoconciencia” aborigen y se decide la adscrip-ción huarpe, aunque también sean la base de poderosos sentimientos devergüenza o resentimiento.

K es un joven de treinta años, estudiante de artes y músico de su propiabanda de Blues. Es miembro de la Comunidad Huarpe del Cuyum, la promo-tora histórica de las identificaciones huarpe en San Juan. Al momento de cono-cerlo, en 1998, me comentó que hacía un año se identificaba como huarpe,

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aunque “siempre tuve esa idea pero no le daba pelota”. Según él, su interés re-ciente en identificarse públicamente como huarpe fue una reacción a prejuiciosdiscriminatorios cotidianos que sufrió durante toda su vida, particularmenteen ciertos espacios que, como aprendió, podrían estarle vedados a causa de suaspecto físico. Como ejemplo, cuenta que en los supermercados habitualmentelo vigila de cerca un agente de seguridad “porque soy negro, fiero, tengo el pelolargo y por ahí tengo cara de tránsfuga”. K posee algunos de los diferentesrasgos faciales característicos de muchos sanjuaninos, que suelen ser atribuidosa un “fenotipo” indígena. Su percepción de la inconveniencia de tener “cara deindio” se hizo crudamente patente cuando intentó formarse profesionalmenteen la Escuela de Enología (típica carrera y proyecto de ascenso social de jóvenesde clase media), y al cabo de unos meses dejó sus estudios a causa de la discrimi-nación. La adscripción huarpe provocó también resistencias en su entorno ín-timo. En un almuerzo familiar unos primos se sintieron avergonzados porqueK dijo que su apellido era de origen indígena y, más aún, porque realizó com-plejos trámites para adoptar dicho apellido, adscripto por vía materna. En elcaso de sus amigos, la negación o sorpresa inicial por su identificación huarpese tradujo rápidamente en aceptación. K explicó que en todos los casos, la re-nuencia de quienes no aceptan su identificación radica en el temor a la sos-pecha sobre sus propias ascendencias indígenas. Sin embargo, la interpelaciónracial puede reciclarse, como en su caso, transformándose en un blasón hon-roso, en un argumento positivo de identificación. De modo complementario,la posterior aceptación de sus amigos revela para K que existe una suerte dediscriminación inversa, no aceptada socialmente, hacia los “blancos”. Haymucho resentimiento. “Hay odio al gringo”.

La racialización positiva a partir de rasgos fenotípicos funciona sin dudacomo un poderoso efecto de verdad para “visibilizar” lo indígena. Pero contra-riando a muchos sanjuaninos o mendocinos, los “rasgos” que pueden ser consi-derados indígenas o huarpes –tanto por los adscriptos como por quienesniegan cualquier ascendencia– no son unívocos, ni las marcas fenotípicas sonacotadas o corresponden a una tipología nítida. Y lo que es más “inquietante”,no se corresponden sólo con las características de la porción “correcta” de po-blación que desde la perspectiva de las elites locales podría ser marcada comoindígena. Muchos rasgos biológicos observables que localmente pueden estarvinculados al imaginario de lo indígena son compartidos por buena parte de laclase media y de la burguesía sanjuanina y mendocina, incluyendo personasque se adscriben orgullosamente como descendientes de italianos o españoles.

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La poderosa naturalización y a la vez central ambigüedad de los argumentosbiologizados de la condición indígena, se evidencia en una práctica discursivade gran performatividad y, muy frecuente, en la articulación de adscripcionesindígenas y huarpes: la exhibición de fotos de ancestros cercanos oriundos deáreas rurales.

En el conurbano de Mendoza, Sixto Jofré señaló a su hija con ceremonia:“¿Y a usted le parece que esta chica es huarpe? ¿Qué dice usted?”. Ella, de unos50 años y también militante huarpe, mostró unas fotos de laguneros de princi-pios del siglo XX. Posan vestidos para una fiesta, con traje y sombrero negro, encaballos oscuros, con algunas prendas de plata. Luego otra de un sobrino suyo,rubio y de ojos celestes. “¿Cómo hará ese chico para ser huarpe?”, inquiere consorna.

En la capital sanjuanina, una mujer de aspecto someramente “blanco” deunos cuarenta años, clase media, académica formada en Europa, se mostrabasorprendida de que “lo huarpe” no se hubiera extinguido. Pero abandonó re-pentinamente la conversación para volver con una fotografía de su abuelo conpiel oscura, pómulos salientes, cabello y ojos negros, rasgos que, señaló concierta emoción, mostrarían que su abuelo era indio. También afirmó que ellasería descendiente de huarpes por cierta marca corporal secreta y su color de ca-bello, que probarían su pertenencia al linaje del cacique huarpe Angaco.7

Durante una conversación en Barreal8 con un grupo de jóvenes, uno trajodos viejas fotografías para demostrar que su abuelo era indio, al igual que laabuela de un cuñado. “¿No ves las caras?”, me dijo, señalando a una anciana detez morena, arrugada y con trenzas renegridas y a un anciano alto, moreno, conbarba y bigote.

La fotografía produce tan vigoroso efecto de verdad que inclusive el sólohecho de ser fotografiado por un “gringo de la ciudad” puede articular pragmá-ticamente el debate sobre la identidad aborigen. Estando en Las Lagunas, toméuna fotografía de un puestero y su mujer. Aunque prácticamente no habíamosmencionado la cuestión indígena, en el momento de la foto el lacónico pues-tero acotó, irónicamente: “¡La foto del cacique!”.

Sin embargo, casi todos los testimonios o comentarios referidos al carácterbiológico de lo indígena “observable” en las fotos muestran que los rasgos te-nidos en cuenta no se agotan en el fenotipo, sino que incluyen un conjunto

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7 Cuya hija, según tradiciones locales que se remontan al menos a la literatura sarmientina(Sarmiento 1966 [1850]), trabó enlace con el pelirrojo capitán español Juan de Mallea, apoco de la fundación de San Juan.

8 Departamento de Calingasta, en San Juan.

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más general de manifestaciones que suponen determinadas interpretacionescompartidas.

Las fotos de abuelos o bisabuelos que traen los entrevistados de Calingasta,San Juan, Mendoza o Las Lagunas, muestran mujeres y hombres con sus ros-tros curtidos, arrugados, jinetes aperados en plata y tejedoras con largas trenzasy vestidos largos de telas rústicas. A veces se observa con claridad el paisaje, losútiles de labranza, viejos ranchos de adobe, tapia o caña. Y sobre todo, los foto-grafiados presentan cierta actitud y aspecto corporal que los observadores lo-cales automáticamente asocian a lo indígena pero también, de un modo ge-neral, a la vida en el campo. Cuerpos nudosos y fuertes, deteriorados por elpaso del tiempo y el rigor climático, manos callosas, miradas tímidas, descon-fiadas, arrobadas –aunque puedan tener un sutil sesgo desafiante. Pero sus fe-notipos no son en rigor distintos de los de aquellos jóvenes que sostienen las fo-tografías, aunque estos se consideren a sí mismos generalmente sólo como“descendientes” de indios mientras definen a sus abuelos como “indios pu-ros”.9

La circunscripción de categorías raciales de lo indígena parece recaer, másque en la mera existencia de caracteres biológicos marcados, en una narrativasubyacente que habilita que ciertos rasgos observables (biológicos o no) natu-ralizados, señalen o permitan imaginar, a un determinado público, contextoshistóricos, sociales o culturales que rodearon o moldearon a aquellos cuerpos.Estas categorías raciales incorporan subrepticiamente representaciones de prá-cticas y procesos sociales cuyas marcas pueden ser inferidas por un observadorculturalmente competente a partir de determinadas imágenes visuales –porejemplo, a partir de marcas somáticas producto de la edad y condiciones devida de las personas, la ropa, el gesto, los arreglos corporales, el entorno–.

Con base en un recorrido etnográfico e histórico sobre la construcción depercepciones étnicas y raciales en Cuyo (Escolar, 2003), he propuesto que estasrepresentaciones biológicas de alteridad, declaradamente “fenotípicas” peroque codifican culturalmente circunstancias históricas, sociales y culturales,pueden ser mejor denominadas fenomitos. Las racializaciones fenomíticas natu-ralizan y eventualmente desplazan simbólicamente los contextos culturales,circunstancias sociales o experiencias históricas que las habilitaron, constru-yendo al rasgo fenomítico como un fetiche de la historia y el conflicto social. O

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9 Esto es semejante a lo que señala Cowlinshaw (1988) para el caso de los aborígenes australia-nos, y lo que diferencia este caso de aquellos en los que la vara para calificar el grado de “mez-cla” es un abstracto quantum de “sangre” independientemente del aspecto, como por ejem-plo en el análisis de la etnogénesis indígena en Canadá de Rossens (1989).

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sea, la historicidad y condición social de dichos rasgos se oblitera en el mismoproceso que las inscribe como rasgos fenotípicos, pero no desaparecen de suhermenéutica popular.

Sin embargo, no siempre estas representaciones biológicas se instituyencomo marcas fácilmente visibles, sino que incorporan diversos planos de repre-sentación y niveles de abstracción. Una informante de la localidad calingastinade Barreal que definía a sus abuelos maternos sólo como “descendientes de in-dios”, cambió radicalmente su opinión al describir el estado de conservacióndel cuerpo de su abuelo muerto, hallado luego de muchos años a la intemperieen la precordillera.

“Pero… ¿Usted sabe? ¡Él…él es verdadero indio, porque no se deshacía comose deshace uno cuando es muerto! ¿No ve que cuando uno se muere, ya está co-mido… de gusano, que sé yo, la calavera?… Pero el abuelo, lo fueron a traer alos seis años. El abuelo estaba contactamente… [por “intactamente”] amarilloasí, y tenía toodo así sequito, y la dentadura, ¡y lo único que le habían comidolos pájaros! [Hace un gesto juntando los dedos de sus manos.] … las manitosy… las piernas, a los deditos… Pero él… ¡Estaba contacto! Como una…porque yo decía: “¿por qué él…?” ¡Y usted ve que un cadáver se deshaceentero!”

En otro tramo de su relato, la narradora explicaba esta especial constituciónfísica indígena por el tipo de comida “natural”, autoabastecida y sin procesa-miento industrial, que consumían. La alimentación es en efecto la base sobre laque se elabora uno de los fenomitos indígenas más frecuentes. Z, un hombre deunos cuarenta años que vive en Barreal, es muy reacio a marcarse como indio odescendiente, aunque muchos vecinos lo señalen como tal. Sin embargo, su dis-curso puede quebrarse momentáneamente para establecer un vínculo positivocon los antiguos.10 En una entrevista, por ejemplo, reaccionaba a potenciales in-terpelaciones indígenas describiendo negativamente “la vida de antes”. Con-traponiéndola a su vida actual, describía carencias de su infancia como la so-ledad, la ignorancia, la falta de bienes de consumo, la exposición a laintemperie y las dificultades para tener sexo. Pero cuando le pregunté si creíaque la vida de antes era mala, su valoración cambió enfáticamente y comenzó aloar al pasado. Destacó entonces la alimentación sana, con base en la recolec-ción de vainas de algarrobo o en cultivos familiares de porotos, trigo, maíz, za-pallo y pimiento, con los cuales se producían, entre otras, comidas como el

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10 Término utilizado a menudo como eufemismo por indios.

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cocho, el locro, la tutuca, el apis, la chichoca, el arrope, el patay y la aloja. Tam-bién, que la gente disponía de mucha carne, proveniente del abundante ga-nado semi-cimarrón que supuestamente poseían y de las especies de caza comoel guanaco y el choique o ñandú. Por el contrario, en la actualidad la gente co-mería preponderantemente mercadería comprada, como fideos y alimentosenlatados, siendo ésta la causa directa, según Z, de su debilidad actual, su“flojera” o falta de voluntad para trabajar y su vida más corta.

Coincidiendo con Z, varios informantes asocian explícita o implícitamenteel paso a la dependencia de alimentos y artículos de consumo masivo a la trans-formación de los “antiguos” o “indios” en los actuales pobladores locales des-marcados. Pero recíprocamente, este marco narrativo puede servir también,según las circunstancias, para marcar como indios o descendientes a muchos delos habitantes actuales, que aún consumen con asiduidad productos de la caza,recolección o cocina tradicional. En Tamberías, el propietario “blanco” que se-ñalaba a la mayoría de sus vecinos como indios apoyaba tal aseveración (entreotros argumentos) en la continuidad culinaria de recetas como las mencio-nadas más arriba, basadas en charque de guanaco, verdura deshidratada y maíz,zapallo y porotos.

Como he dicho, así como la realización fenomítica puede implicar diversosniveles de visibilidad de los rasgos marcados, también habilita distintos gradosde abstracción, desplazamiento y sublimación en éstos de la propia histori-cidad implicada en su formación y fijación simbólica. En el “mitema” de la ali-mentación de los antiguos/indios, la mitologización biológica puede tanto re-ferir explícitamente a –e historizar parcialmente– transformaciones sociocultu-rales, como elidir todo rastro de causalidad u origen del rasgo fenomítico,obviando cualquier referencia a las condiciones o argumentos sociales y cultu-rales que lo constituyen. En el relato de la preservación inusitada del cadáver desu abuelo, la informante ya citada suponía como causa del fenómeno la ali-mentación de los antiguos, aunque este argumento sólo se manifestó en untramo posterior de la conversación y en referencia a otros hechos narrados.Uno de los jóvenes de Barreal que mostraba la foto de su abuelo recordabacomo evidencia de su condición indígena la dentadura “completamente gas-tada, aplanada, como muelitas”, rasgo que hacía extensivo a otros ancianosconsiderados indios. Sin embargo, por otra información sabemos que estas de-formaciones pueden deberse a técnicas de procesado de alimentos generali-zadas en el área hasta mediados del siglo XX. Muchos informantes recuerdan eluso de conanas de piedra para majar y moler maíz, vainas de algarrobo o trigo.Según Rusconi (1961), un tipo de desgaste dentario similar se aprecia en mu-

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chos esqueletos precoloniales, y sería resultado de la masticación de pequeñaspartículas de roca desprendidas habitualmente de los morteros y conanas en elproceso de molienda de maíz y algarrobo.11

¿Qué cuentan estos fenomitos? Para los objetivos de este análisis alcanza conseñalar que constituyen mitologizaciones/historizaciones en el sentido de Te-rence Turner (1988), como símbolos y narrativas utilizados para construir sen-tido sobre procesos de cambio y conflicto social percibidos como estructurales,o como impuestos desde fuerzas trascendentes, fuera del alcance de la propiaagencia social. Las marcas fenomíticas, en estos términos, contribuirían a ins-cribir como naturaleza biológica de los actores el resultado de experiencias,procesos de cambio y conflicto social, racializando por ende posiciones declase, status, estructuras de dominación y jerarquía resultantes de los mismos.La discontinuidad racial de los antiguos/indios con los actuales habitantes (esta-blecida a menudo por los propios actores que luego se adscriben como indí-genas) a partir del cambio en la alimentación está asociada en este sentido aprocesos tales como la pérdida del control sobre los medios de producción, larestricción de la caza, la dificultad para mantener animales de cría o ganado acampo y el quiebre de la producción hortícola doméstica por falta de agua.También, a la mercantilización de alimentos y la dependencia de un mercadode consumo capitalista, la compulsión a la venta de la fuerza de trabajo en de-trimento del trabajo autónomo y el reemplazo o devaluación –tanto econó-mica como cultural– de los procesos de trabajo, saberes y técnicas de produc-ción tradicionales.

En síntesis, las marcas racializadas parecen apoyarse, más que en rasgos fe-notípicos, en las disposiciones y efectos de condiciones particulares de vida. La“inscripción” de experiencias colectivas e individuales plasmadas o no enmarcas observables son adscriptas a la constitución biológica. Así, por ejemplo,si en general los viejos en las fotos de los jóvenes sanjuaninos “parecen” más in-dios, esta apariencia está ligada a las condiciones de vida en zonas rurales, al ha-bitus vinculado a ciertas prácticas, procesos de trabajo, la exposición al rigorclimático y el tipo de alimentación ingerida.

Esto no implica, por cierto, que en tanto racializaciones puedan ser conside-radas más verdaderas o “legítimas” aquellas que se basen en rasgos fenotípicosque las fenomíticas. Más bien nuestro análisis llama la atención primero sobreel hecho de que las dos son culturalmente construidas –incluyendo sobre todo

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11 Carlos Rusconi afirmó haber observado un particular desgaste de las coronas dentales en crá-neos de aborígenes que se encontrarían “desprovistas de los tubérculos molares o bien pre-sentando una superficie lisa y rebajada hacia un costado (1961: 263).”

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su imagen de “naturaleza”. En segundo lugar, que ambas operan fetichizandoexperiencias y memorias históricas, por lo que probablemente sea muy difícil,sino imposible, encontrar casos de racializaciones puramente “fenotípicas” queno sean producto también de procesos fenomíticos.

Si los fenomitos de algún modo representan la historia, en tanto símbolos–decididamente no arbitrarios– cargan también con su propia historicidad.Por lo tanto, un paso fundamental para reconstruir la historia de las percep-ciones raciales y étnicas indígenas en Cuyo consiste en indagar los procesos ma-teriales y simbólicos por los cuales estos fenomitos se articularon en el pasado,cómo se construyeron y eventualmente transformaron sus subsumidas argu-mentaciones, y qué coyunturas propiciaron su emergencia. Aunque este pro-yecto excede sin duda los alcances del presente capítulo, bastará a la argumen-tación que aquí desarrollamos aproximarnos a las percepciones raciales de loindígena que se articulaban en el período referencial de lo huarpe/indígena au-téntico según el discurso y percepciones fenomíticas actuales. Es decir, el mo-mento previo a las transformaciones socioecómicas y políticas de lo hemos de-nominado siguiendo a Collier y Collier (1991) “período de incorporación”.¿Existía en ese período una propia percepción indígena o huarpe, en términosbiológicos, de los pobladores rurales subalternos en Calingasta, Guanacache,etc.? ¿Existía –y, en todo caso, cómo argumentaba y operaba– una tal percep-ción desde otros sectores sociales, particularmente aquellos con poder parainstaurar las agendas y sentidos hegemónicos?

Entre la década de 1930 y la de 1940, el naturalista y antropólogo CarlosRusconi (1961) realizó una serie de entrevistas y registros fotográficos de no-venta y ocho habitantes rurales y periurbanos de Mendoza y parte de San Juan,que consideraba de origen indígena.12 Para obtener datos y formar “un álbumiconográfico de esos seres”, Rusconi emprenderá una serie de viajes a Guana-cache y otras áreas rurales de Mendoza, encontrándose con que no sólo los

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12 La tarea fue encarada a raíz de un hecho que aparentemente conmocionó a parte de la socie-dad mendocina, cuando en 1937 un centenar de laguneros fueron traídos por el gobernadorde Mendoza a conocer la ciudad capital, ocasión en que peticionaron al gobierno provincial“algunas mejoras para esas regiones olvidadas”; “…algunas personas”, dice Rusconi, “…cre-yeron ver a los aborígenes puros y cuando no a los representantes de la típica nación huar-peana” (Rusconi 1961: 111-112). La cuestión de demostrar que estos campesinos no eranaborígenes o “huarpeanos” preocupó a Rusconi, quien había llegado de Buenos Aires paradesempeñarse como director del Museo de Historia Natural de Mendoza. Muchos viejos la-guneros que he entrevistado guardan un vívido recuerdo del evento donde participaron suspadres. Durante una semana hombres y mujeres fueron “regalones” del gobierno, alojadosen “buenas camas”, excursionando por la ciudad y protagonizando bailes y banquetes queincluían, para su sorpresa, culinarias hasta entonces desconocidas.

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“huarpeanos” amenazaban la europeidad de la comunidad imaginada mendo-cina, sino también abundantes indígenas supervivientes a las “Campañas delDesierto” incorporados como “criollos”.13 Rusconi no fue el único, sin em-bargo, interesado en desarrollar una iconografía de los atributos corporaleshuarpe, sino que pareció coincidir en esta tarea con la insistencia de parte de laintelectualidad provincial de la época en circunscribir la raza huarpe. Duranteel mismo período, por ejemplo, el pintor de origen catalán Fidel Roig Matónsdesarrolló también su principal serie pictórica “Vestigios Huarpes”, consistenteen retratos figurativos de puesteros de Guanacachey pocos años más tarde, Sal-vador Canals Frau –desde fines de la década de 1930 director del Instituto deEtnología Americana de la Universidad Nacional de Cuyo– determina en1946 el tipo huárpido. Basándose principalmente en fuentes coloniales tem-pranas y una “antigua tradición Cuyana”, Canals Frau determinará que loshuárpidos eran “longilíneos”, comparativamente más altos y delgados queotros aborígenes vecinos (araucanos, pampas, capayanes, etc.), su cabeza y caraalargadas y la bóveda craneana alta, un tono de piel más oscuro y una mayor pi-losidad (Canals Frau, 1946).14

Pero los esfuerzos etnográficos de Rusconi, contrastando con la postura tí-pica de académicos e historiadores locales como el propio Canals Frau de ex-pulsar hacia el pasado los resabios huarpes (fundamentando su estudio sólo endocumentos coloniales y restos arqueológicos), permitieron rescatar parcial-mente el discurso de los propios actores fotografiados. Aunque esto no se re-flejó, sin embargo, en las categorías raciales elaboradas por Rusconi –las cualesa menudo contrastan con la ascendencia huarpe autoatribuida por sus infor-mantes, sí dieron parcialmente cabida a éstas, ya que aceptaron la pervivenciacontemporánea de rasgos e identificaciones huarpe– en el mismo período ycontexto intelectual en que se articulaba la narrativa de su temprana extinción(Escolar, 2003).

La frontera entre el indio y el criollo se presenta como un nudo problemá-tico tanto en la actualidad como en aquella época. Rusconi caracterizará a lossujetos según una clasificación que incluye desde el “indio puro” hasta el

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13 Éstos habían sido trasladados desde distintos campos de concentración militares de Pampa yPatagonia y el sur de Mendoza por el coronel y luego gobernador de la provincia RufinoOrtega, siendo repartidos como peones rurales o sirvientas urbanas entre familias de la oli-garquía mendocina.

14 Canals Frau arriba a la conclusión de que los huárpidos habrían constituido un “tipo racialindependiente”, emparentado sin embargo con el de los comechingones de Córdoba, lospuelches de Cuyo y los “pehuenches antiguos” al sur del Río Diamante y Neuquén (CanalsFrau 1946, especialmente: 50-52).

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“criollo”, pasando por tipos tales como el “criollo con pocos rasgos indígenas”,“mestizo con muy poca mezcla”, “huarpeano”, “tipo puro puelche”, “tipopuro pehuenche”, etc. El principal criterio de decisión operante en las deci-siones de Rusconi sobre el carácter indígena o criollo de los actores es su edad.Todos los niños o jóvenes son “criollos”, aunque sus padres tengan apellido in-dígena y sean considerados indígenas por el propio Rusconi. Pero, las descrip-ciones de unos y otros no permite inferir cuáles son los rasgos por los cuales loshijos son más criollos o mestizos que los padres o los jóvenes que los viejos.

La teoría de Rusconi es que los indios se convierten en criollos de acuerdo alimpacto del medio social, cultural, geográfico y psicológico en que se insertan,cambios que no sólo modelan su psiquis y su conducta, sino también sus carac-teres somáticos, aunque no medien “cruzamiento” de sangres o modificacionesgenéticas. Es decir, los caracteres biológicos indígenas se pierden en el pasoentre generaciones, a veces en un lapso muy corto y sobre todo sin mediarintercambios o mezclas de “sangre”.

Pero esta teoría parece haber sido disputada entonces por los propios lagu-neros. Frecuentemente, la falsa inmanencia fenotípica –que por un lado lleva aRusconi a ver “criollos”– choca con la información proporcionada por los pro-pios fotografiados respecto de su cercana ascendencia huarpe.

Toribio Guaquinchay ha nacido en el departamento de San Martín, Men-doza, en 1909. Trabaja hace 16 años en el ferrocarril y es encargado de unaestación del Departamento de Las Heras. La foto está tomada en 1943, juntoa un moderno edificio, rodeado de enredaderas. Mira la cámara sonriente yconfiado. Es de mediana estatura y complexión robusta. Está vestido de im-pecable traje oscuro con chaleco, corbata clara y pañuelo blanco al cuello,perfectamente afeitado y peinado, con el cabello corto y sin sombrero. Noimporta que Toribio reconstruya su genealogía huarpe hasta cuatro genera-ciones, o que mencione que los Guaquinchay, junto con los Talquenca,Allaime, Guayama, Lencinas, Jofré y otros forman parte de “una extensa fa-milia de sus antepasados”. Toribio es un trabajador “incorporado”, un mo-derno empleado de servicios públicos; actúa, se viste y habla en forma civili-zada. Tránsito Tagua también está fotografiada en 1943, a los 35 años deedad. Nada nos dice Rusconi de su actividad, o dónde vive. Pero la foto estátomada en plena ciudad de Mendoza, junto al Museo de Historia Natural.Tránsito está sonriente, con un bebé en brazos, de sobretodo oscuro, con elcabello hasta los hombros, suelto y peinado con raya al costado. También esdefinida como “criolla”, aunque sus padres son huarpes, tal vez puros, diceRusconi –seguramente por información de la propia Tránsito. La fotografía

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de Mateo Talquenca, de 19, está tomada junto a un puesto de las Lagunas.Pero su porte es erguido, su cutis no está agrietado, su sombrero negro estáaún en buen estado y lleva saco con camisa abotonada hasta el cuello. Está de-finido como “criollo”, aunque su madre sea catalogada como “mestizohuarpe” y él mismo se asemeje más que ningún otro al tipo “huarpano” deCanals Frau: alto, flaco, desgarbado.15

Al comentarme las fotos de Rusconi y las reproducciones de cuadros de RoigMatóns,16 el septuagenario Sixto Jofré no sólo reconoció a la mayoría de los re-tratados, contemporáneos de su infancia en las Lagunas, sino que asumió esasimágenes como prueba incontrastable de su identidad huarpe: “Era un indiomuy entero”, “mire este huarpe”. Realizando un breve experimento, mostré adistintos entrevistados las fotos y reproducciones de cuadros sobre lagunerosde la década de 1930. Tanto activistas huarpes como personas que sólo seasumen “descendientes” señalaron como “indios” o “huarpes” puros a todos losfotografiados, aunque la mayoría de los retratados habían sido caracterizadosexplícitamente por sus realizadores como tipos “criollos”, salvo una minoríaconsiderada “con rasgos indígenas”.

Los ancianos arrugados, con la piel reseca por los agentes climáticos, los ojoshundidos u oblicuos, sus cuerpos nudosos, las uñas partidas, cabellos desgre-ñados, vestimentas raídas, miradas desconfiadas, parecen abonar el estereotipovisual de los “indios”. Mientras tanto, la mayoría de los observadores, al igualque Rusconi y Roig Matons, percibe como “criollos” a los jóvenes, niños y enmenor medida personas de mediana edad que en las fotos aparecen erguidos,con la piel más tersa, sus huesos menos visibles y en especial cuando los rodeaun entorno urbano y están vestidos con ropa “de la ciudad”. Se proyecta enellos una disposición más “cosmopolita”, cierto glamour civilizado.

Tal vez cabría preguntarse por qué modos de percepción, discursos e imá-genes de larga duración como aquellos que nutren a los fenomitos huarpeshan podido perdurar y reelaborarse pese a la férrea y secular imposición delparadigma de la extinción indígena en Cuyo. ¿Por qué casi todos los infor-mantes ven indígenas donde Rusconi quería ver criollos, o por qué inclusomuchos de quienes niegan la existencia o ascendencia indígena puedenaceptar como tales a sus propios abuelos? Más allá de la longevidad de las per-cepciones étnicas o raciales vinculadas a lo huarpe, ¿por qué emergen o se ins-

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15 Ver nota número 14.

16 Reproducidas con gran calidad de impresión en un libro recientemente editado por sus hijos(Roig, Fidel A, Arturo Roig y Hnos. 1999)

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talan como debate público en determinadas coyunturas históricas, particu-larmente en la actualidad?

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El postulado de que la crisis del estado del bienestar y las reformas del Estadoimpuestas en el marco de la hegemonía neoliberal han alterado drásticamentelos movimientos, prácticas y subjetividades políticas, constituye ya un lugarcomún en la teoría social argentina. Sin embargo, poco se ha ponderado el im-pacto que este proceso ha tenido sobre las representaciones colectivas de identi-dad, no sólo a raíz de transformaciones en las prácticas sociales y políticas, sinoen las representaciones culturales del vínculo entre Estado, ciudadanía y subje-tividad por los cambios producidos en la “idea del estado” (Abrams, 1988).Considero que éste es uno de los factores cruciales (y prácticamente ajeno delos análisis académicos), tanto de la histórica invisibilización como de la sor-prendente visibilización o “emergencia” actual de identificaciones indígenas enla Argentina.

El énfasis en la relación entre representaciones del estado y de identidadcomo factor crucial del emergente huarpe no niega otros tópicos habitual-mente señalados como causas de la reetnización indígena en el país: una agendaindigenista transnacional en abierta expansión, la instalación “políticamentecorrecta” de discursos exegéticos de la diversidad cultural o de emancipación através de políticas de la diferencia y la expansión de derechos a través de la pro-ducción de legislación indígena (GELIND, 1999a y 2000a). Ciertamente, esteescenario coadyuvó al crecimiento de los movimientos aborígenes al otorgarmayor legitimidad a demandas sociales formuladas como tales (particular-mente en plena retracción del mercado de trabajo y aumento de la margina-lidad socioeconómica) y habilitando a sujetos definidos como indígenas a re-cibir un inédito flujo de programas asistenciales o de desarrollo desde elEstado, organismos multilaterales u ONGs (Isla, 2002). Sin embargo, mi aná-lisis del caso huarpe permite apreciar que la coyuntura de la emergencia o ree-mergencia de identificaciones indígenas excede la eficacia de aquello que concierto reduccionismo suele ser señalado como su principal causa: el mero opor-tunismo, fruto de una racionalidad política instrumental de coyuntura degrupos que se “disfrazan” de indios para acceder a recursos. Sin negar el im-pacto de estos factores, puede señalarse que esta perspectiva no agrega dema-siado a la comprensión del fenómeno. Por un lado, en términos analíticos su-

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pone casi una verdad de perogrullo, ya que difícilmente pueda encontrarsealgún caso actual o histórico de etnogénesis –sea la proliferación, creación, fi-sión y fusión o invisibilización de identidades y grupos étnicos– en el que nohayan estado involucrados, en distintos períodos, factores políticos y socioeco-nómicos coyunturales (Escolar, 2003). Por el otro, el aspecto instrumental delas identificaciones étnicas no difiere sustancialmente del que puede detectarseen la historia o la actualidad de otros grupos o identidades colectivas, como porejemplo las identidades regionales, nacionales o de clase modernas, grupos destatus o corporativos, las cuales, más allá de su definición en términos cultu-rales, tradicionales o sentimentales son siempre (en tanto derivadas o articula-doras de relaciones económicas, de poder o autoridad) “identidades políticas”.

En efecto, poco aportaría el postulado conceptual de instrumentalidadcomo causa sin cotejo etnográfico de las prácticas sociales a la comprensión deaspectos cruciales de nuestra problemática. Por ejemplo, cómo y por qué elmovimiento indígena en la Argentina se articula sobre determinadas identifi-caciones y significados y no otros, qué factores habilitan que para mucha gentesea natural y legítimo identificarse como indígenas, cómo los actores de identi-dades emergentes o invisibilizadas consiguen rápidamente revisar y naturalizarsu historia colectiva en términos de historia indígena, cómo y por qué muchostópicos de tales historias involucran memorias que remiten a eventos suma-mente distantes (doscientos o cuatrocientos años). En este sentido, resultaajustado el reclamo de Briones (1998) de resistir estructurar nuestro análisis dela aboriginalidad desde un estéril debate en torno a la “autenticidad” cultural y,en cambio enfocarla más como proceso de larga duración que como circuns-tancia, tanto en su carácter construido en el presente como en términos de his-torias de formación de grupo de larga duración. Por ello, un correcto estudiode estos fenómenos debería comenzar por complementar el análisis de la co-yuntura y las prácticas pragmáticas de los actores con respecto a sus identifica-ciones colectivas, con el de los procesos político-culturales, demandas y argu-mentos de larga duración en los cuales se insertan (Escolar, 2001 y 2003).

En mi tesis doctoral (Escolar, 2003) he intentado demostrar que dichos pro-cesos de larga duración involucran sobre todo el modo en que durante el pro-ceso de construcción del Estado Nación los estados provinciales y el nacionalconstruyeron soberanía variando periódicamente sus estrategias de control so-cial, disciplinamiento y representación cultural o “modos de estatidad”, im-pactando de forma particular en las subjetividades colectivas en tanto campocrucial de producción de hegemonía (ver también Escolar, 2001). Este pro-ceso, considero allí, fue y es tan importante para la dinámica moderna de abori-

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ginalidad como el proceso de formación y deliberación de las “comunidadesimaginadas” nacionales o los “preceptos del nacionalismo” –este último privi-legiado como eje en estudios de los últimos años (Williams, 1993; Briones,1998).

Rastrear este vínculo en el caso cuyano constituye un buen ejemplo paraproyectar un análisis semejante en contextos o escalas más amplios.

En San Juan y Mendoza, desde la década de 1920 hasta la de 1980 –comoen muchas regiones del país luego del primer gobierno de Perón en la décadade 1940– el modelo hegemónico de “estado de bienestar” se cristalizó cultural-mente en torno a una imagen relativamente benigna del Estado. Este modelorepresentaba la idea del Estado (Abrams, 1988) como garante de la equidad ojusticia social y el consumo de las masas, como árbitro entre los intereses cor-porativos y conflictos de clase y como promotor de la incorporación política yciudadana de sectores sociales subalternos.

Esquemáticamente, el “modo de producción” de soberanía del período sebasó, más que en el disciplinamiento coercitivo del Leviatán (perspectiva pre-ponderante entre los sectores populares hasta las primeras décadas del sigloXX), en la primacía del “poder pastoral” (Foucault, 1991a) para la regulaciónpositiva de la existencia biológica y vida cotidiana, la extensión de prestacionessociales, servicios de salud y la formación moral de las poblaciones subalternascomo ciudadanos y trabajadores. Esta etapa coincide con el advenimiento delmodelo secular de sujeto “homo laborans” (Arendt, 1990 [1958]) y la extensiónmasiva de la esfera del consumo, la comunicación masiva, la burocratización(Mouffe, 1988), la seguridad social y la ampliación de derechos a sectores po-pulares, que permitió una intervención y regulación social sin precedentes, quehabilitó la producción de una soberanía biopolítica práctica, “intersticial”, másque meramente disciplinaria y jurídica, sobre esferas de la vida previamenteajenas a su ingerencia. Este modo de control social remite a un ethos consagra-torio de un amplio abanico de relaciones materiales y simbólicas, figurada-mente reciprocitarias entre el Estado y los sujetos bajo su pretendida soberanía.El Estado “daba” beneficios y prestaciones sociales, derechos, desarrollo; elpueblo “devolvía” trabajo, lealtad y canalización pacífica de los conflictos polí-ticos al Estado y la Nación. Este vínculo reciprocitario entre el Estado y elpueblo tendió a instalarse bajo una representación análoga a lo que MarshallSahlins (1977) denominó reciprocidad generalizada. Esto es, un modo de in-tercambio altruista, eventualmente gratuito, ajeno al cálculo interesado y ba-sado en relaciones de amor, protección y contención, cuya obligatoriedad estáfundada básicamente en la lealtad.

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Esta “reciprocidad” estatal constituyó a mi modo de ver uno de los aspectosclave, durante buena parte del siglo XX, de lo que Philip Abrams (1988) con-ceptualizara como la –históricamente cambiante– idea del estado, que permiteque el conjunto heterogéneo de agencias, prácticas, instituciones y estructuraspolíticas de gobierno y administración que forman el “sistema de estado” seapercibido como una totalidad estructurada, un macro agente con volición,proyecto e incluso destino propio. Abrams propuso en una sugerente hipótesisque la representación del estado como una unidad coherente o incluso comoun actor, dotado de una racionalidad propia y animado de propósitos trascen-dentales y legítimos por encima de intereses sectoriales, tiene consecuencias di-rectas en la articulación de los sujetos en su propia sujeción. Sugiero que en losestados nación modernos, la modalidad que adquiere la noción de una recipro-cidad existencial entre el estado y sus sujetos es fundamental en la estructura-ción y desestructuración de representaciones identitarias, además de creencias,motivaciones y eventuales demandas, al punto en que también lo son los estilosde formación de comunidad imaginada e interpelaciones nacionales.

La imagen de reciprocidad estatal característica de lo que globalmente lla-mamos estado de bienestar no sólo codificaba ideológicamente la “contraparte”de la sujeción popular como un determinado flujo e intercambio de bienes y ser-vicios materiales y simbólicos, sino que otorgaba sentido a la vida a través de de-rroteros de crecimiento individual y colectivo, bitácoras de experiencia social,destinos previsibles e identidades, desde la cuna hasta la tumba. Desde su naci-miento, asistido por obras sociales u hospitales públicos subvencionados por elEstado, un individuo veía garantizada su educación gratuita a cargo del Estadocomo un derecho inalienable. Al enrolarse como trabajador, el Estado le garanti-zaba un abanico de derechos laborales y sociales, al mismo tiempo que la obten-ción de empleo se encontraba en la práctica “garantizada” por un cierto nivel de“desarrollo económico”, eje prioritario declamado en la agenda estatal. En elmismo sentido, un importante nivel de representación política y protección so-cial a los trabajadores estaba implicado en el papel explícito del Estado como me-diador de conflictos de clase y corporativo. También la salud, las vacaciones, elocio, los riesgos de invalidez, eran cubiertos por el Estado o por sindicatos en loscuales el Estado delegaba dichas funciones y garantizaba su financiamiento. Fi-nalmente, una vez retirado de la actividad laboral, los ex-trabajadores veían cu-bierta por el Estado una jubilación o pensión que les permitía vivir decorosa-mente hasta la hora de su muerte. Aunque las prácticas y el control estatal nuncaalcanzaron de manera pareja o similar a todos los habitantes, la vida de la genteamanecía y anochecía con el sol del Estado.

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Este poderoso rol atribuido al estado-mundo-de-vida fue uno de los ejesprincipales del modelo de incorporación nacional argentino de sectores popu-lares o subalternos como ciudadanos-trabajadores culturalmente “homogé-neos” y étnicamente descaracterizados, cuyas identidades diferenciales al inte-rior de la nación se definían más en términos sociales y eventualmenteregionales o provinciales, que de especificidad étnica o racial. Pero la crisis deeste modelo –y de la “idea del estado” preponderante hacia fines del siglo XX–va a constituir en mi opinión el principal impulso a la re-subjetivación abo-rigen de ciertos colectivos populares, incluso o sobre todo en el seno de re-giones y provincias consideradas absolutamente “libres de indios” o carentes deuna historia indígena moderna.

Para muchos sanjuaninos, como para el resto de los argentinos, la década de1990 pareció marcar el fin de este acendrado “destino estatal”. En coincidenciacasi puntual con la crisis del modelo de reciprocidad estatal del “estado de bie-nestar” sanjuanino, y especialmente con el desarrollo de una percepción colec-tiva sobre esta crisis, emergieron y se articularon las identificaciones, demandasy organizaciones huarpe en la provincia. Rastrearemos este proceso parailustrar nuestro argumento.

En el caso sanjuanino, como en otras provincias, paradójicamente el papeldel Estado como proveedor y garante de la incorporación se mantuvo o incre-mentó a través de la oferta masiva de empleo público. Mientras que por unlado abandonaba áreas de regulación económica y social, la administración pú-blica provincial se transformó en una suerte de último bastión de la contenciónsocial a través del empleo público masivo y precario. En cierto modo, entonces,consolidada la hegemonía neoliberal, el “estado empleador” provincial per-duró –además de como un resabio excéntrico del estado del bienestar– comoícono tardío de la moral reciprocitaria generalizada que vinculaba al Estado ylos sujetos estatizados en el imaginario del período de incorporación. Duranteel período, el estado sanjuanino absorbió el excedente de mano de obra gene-rado por la fuerte crisis de la vitivinicultura. En plena hegemonía neoliberal,aún con la reforma del estado y drásticos ajustes en las estructuras estatales de lanación, la planta de empleados creció prácticamente al doble (Muro et. al.1999: 76), llegando a incorporar en 1999 como asalariados aproximadamenteal 7,8 % de la población absoluta de la provincia. En el gran San Juan, donde seconcentra el 78,1 % de la población, los empleados del estado provincial eranel 23 % de la población ocupada durante el año 1999.17 A estos guarismos hayque sumarle el empleo generado por los municipios, sobre todo en los departa-

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17 Proyección propia en base a datos proporcionados en Muro et. al (1999).

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mentos más pobres.18 La incidencia de los salarios en el presupuesto provincialse elevó del 38 % al 64% entre 1986 y 1996, siendo mayor también en los de-partamentos pobres, en especial los dos fronterizos (Calingasta e Iglesia),donde el empleo público, jubilaciones y pensiones nacionales o provincialesson la principal fuente monetaria, alcanzando, como en Iglesia, al 90% de lapoblación económicamente activa (Pastor, 1999).19 A través del empleo o lapasantía en las estructuras estatales municipales, provinciales (servicios eléc-tricos, hidráulicos, vialidad, educación), o nacionales (Gendarmería Nacional)o bien jubilaciones y pensiones, la mayoría de la población está incorporada ala esfera estatal –paradójicamente y a menudo, no sólo como “objeto” sinocomo “sujeto” estatal. Las fronteras entre “Estado”, “sociedad” y “subjeti-vidad” no podrían ser más borrosas en este tipo de contextos, donde la mayoríade alguna manera forma parte del “Estado”. La alta dependencia del Estadocomo proveedor de empleos y pensiones impactó en las propias representa-ciones de estructura social local, como afirmaba un informante,

“[…] vos encontrás dos clases, o tres clases de gente… los del servicio eléctrico,que tienen un sueldo determinado, tienen su círculo. Los municipales, que sonmás ordinarios… tienen su círculo, y el pobre que se la gana por el otro lado,bueno ese… ese es el que va y viene, es el clásico del lugar […].”

Sin embargo, lejos estuvo este creciente número de “puestos de trabajo” deremitir, como antaño, a estrategias de promoción de “desarrollo” económico.Este “estado empleador” generó cada vez más puestos de escasa o nula producti-vidad que en la práctica funcionaron como subsidios de desempleo encu-biertos, pero que distribuían de algún modo los recursos monetarios de la na-ción constituyendo, si no la locomotora, al menos el alicaído “pulmotor” de laeconomía local.

Un dato significativo para entender la emergencia de identificaciones, orga-nizaciones, demandas y acciones políticas huarpes en áreas urbanas y rurales esque el despegue del incipiente proceso de emergencia étnica se da precisamentecuando el ejecutivo provincial declara en 1994 un default en el pago de las

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18 El masivo incremento del empleo público, como otras erogaciones del estado sanjuanino, esfinanciado por el Estado Nacional quien –a través de fondos de Coparticipación Federal oATN (Aportes del Tesoro Nacional) – aportó recursos para solventar más del 90% del presu-puesto de San Juan, que raramente supera el 10% en recursos propios.

19 En Iglesia, por ejemplo, de los $230.000 que se repartirían por Coparticipación Federal,$210.000 se destinarían a sueldos, mientras que sólo los $20.000 restantes se aplicarían aservicios (Pastor 1999: 2.3).

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cuentas públicas, incluyendo los salarios al personal, y se genera una grave crisisde legitimidad del modelo de reciprocidad estatal. En 1994 se verifica tambiénel mayor déficit del estado provincial desde el restablecimiento del sistema de-mocrático, alcanzando el 32% del presupuesto, y al año siguiente se registra elmayor pico de desempleo, un 20%. La crisis se atenuará con aportes nacio-nales, cuyo porcentaje sobre el presupuesto se incrementa al 58% en 1994 yllegará al 80% en 1996 (Muro et al., 1999). La falta de pago es acompañadapor la reducción masiva de salarios a los empleados estatales, lo cual desembocaen el movimiento de protesta denominado Sanjuaninazo, motorizado por gre-mios de empleados públicos. “Las principales manifestaciones de protesta –se-ñala un informe del PNUD– han surgido de sectores vinculados al Estado, his-tóricamente principal proveedor de empleo, tales como docentes, profesio-nales de la salud y empleados públicos, que han sido fuertemente afectados porel proceso de reforma (PNUD-BID, 1988:292-293).”

El período inicial del emergente huarpe urbano o su toma de estado públicose produce también en 1994. Primero, con la participación de representanteshuarpes en la elaboración del artículo 75 inciso 17 de la reforma constitucionalnacional. Luego, con la adhesión de San Juan a la ley indígena nacional 23.302y, posteriormente, con la declaración de la Legislatura como de interés provin-cial el proyecto “Educar para la Vida” de la Comunidad Huarpe del Territoriodel Cuyum. En este período comenzará a producirse la participación e interéscreciente de adherentes a esta última organización.

A raíz de las reformas de la administración pública, entre 1995 y 1996 el es-tado provincial realizará masivos retiros voluntarios u obligatorios de personal,en el marco del amplio plan de privatizaciones que implicó su retiro de áreasclave de la economía local,20 pero también extenderá las “pasantías” aumen-tando los puestos de trabajo improductivos en forma exponencial. En conse-cuencia, el crecimiento del número de empleados estatales absorbió parte deldesempleo generado en otras áreas de la economía, pero aumentó la preca-riedad del empleo, reduciendo drásticamente también los niveles de ingreso.21

Algo similar sucede para la misma época en áreas rurales, donde la inci-dencia del empleo público y las pensiones en los ingresos monetarios de la po-blación es aún mayor. Pero además, en los departamentos rurales parecen

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20 Se privatizan los Servicios Eléctricos Sanjuaninos, Banco de San Juan, Bodegas Regionales yBodega del Estado, Caja de Jubilación, Casino Provincial, Terminal de Ómnibus y un con-junto de hoteles provinciales.

21 Entre 1984 y 1997 el sueldo correspondiente a la categoría 22 de la Administración pública,por ejemplo, cayó un 78% (de $1.378 a $297); el de la categoría 16 el 58% (de $562 a$233). Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares (Muro et. al 2000:108-109).

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haber impactado en la emergencia de identificaciones indígenas otros dos pro-cesos que se traducen en expropiación de recursos de uso tradicional de las po-blaciones locales subalternas que tienen también a los estados provincial y na-cional como sus protagonistas o promotores directos.

Por un lado, el desarrollo de los emprendimientos agrícolas privados bajo elsistema denominado diferimientos impositivos y por el otro la creación o am-pliación de reservas de biodiversidad que afectaron enormes superficies detierra.

Hacia 1994 comienza a aplicarse en gran escala en las áreas rurales de la pro-vincia la Ley nacional 22.973/83 de “Régimen de Promoción y DesarrolloEconómico” que favorece la inversión de capitales en emprendimientos turís-ticos, industriales y especialmente agrícolas a cambio de una prórroga del pagode impuestos en el nivel nacional durante cinco años (Ver Muro et al.,1999:52). Realizados en general en tierras consideradas de poco valor econó-mico o fiscales, los llamados “diferimientos” han sido percibidos por los pues-teros y pastores trashumantes que generalmente las ocupan y utilizan comouna renovada presión expropiadora sobre sus recursos. Caballito de batalla delas políticas neoliberales en el campo, los diferimientos comenzaron a ser pu-blicitados como la principal política para el desarrollo y la creación de empleoen ámbitos rurales, contando con amplio apoyo oficial para regularizar la pro-piedad de la tierra y expulsar a eventuales ocupantes. Sin embargo, observa-dores locales apuntan a que la mayoría de ellos generó muy poca demanda demano de obra, constituyéndose a menudo, en la práctica, como grandesmáquinas de lavado de capitales y evasión impositiva.

La resistencia al avance de los diferimientos –el cual en algunos casos apeló amedios como la matanza del ganado y otras acciones intimidatorias– parecehaber tenido consecuencias importantes en la creciente afirmación huarpe.Desde 1997 puesteros del Encón y otras áreas del este sanjuanino resistieron laexpropiación de sus tierras, aunque varias familias fueron expulsadas y en al-gunos casos relocalizadas en “barrios” construidos ad hoc, pero sin acceso a latierra –como el caso de los miembros de la actual Comunidad CorazónHuarpe, en Cochagual.

El antagonismo con los diferimientos “huarpizó” la autoconciencia de pues-teros que no estaban constituidos como “comunidades”, o incluso que no se ma-nifestaban previamente como huarpes o descendientes, tendiendo inclusopuentes con organizaciones urbanas. En Guanacache,22 una movilización po-

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22 No se trata en este caso de las Lagunas de Guanacache, sino de una localidad sanjuanina pró-xima, ubicada cerca del límite interprovincial con Mendoza.

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pular impidió que un diferimiento culminara la destrucción de un añoso bosquede algarrobos, impidiendo la tala final de uno de los árboles sindicado como an-tiguo lugar de descanso de Martina Chapanay. Frente a la inminencia del hecho,los pobladores reclamaron con urgencia la presencia de la Comunidad Huarpedel Cuyum, la primera en activar el movimiento huarpe en San Juan.

Como otros adscriptos huarpes rurales, uno de los líderes de la ComunidadCorazón Huarpe de Cochagual afirmaba que “acá somos todos huarpes”, quesu presencia en esa tierra databa de tiempo inmemorial y que “los puesteros sonindios”. Asimismo, vinculaba su expulsión de un puesto en el Encón23 a una ex-periencia colectiva de conflicto por la tierra y el agua, referida en eventos recor-dados y contados por sus mayores, que se remonta a la época colonial. Comoexplicó un profesor de historia de la Universidad de San Juan, “la encomiendase reproduce en el diferimiento”.

Junto al avance de los diferimientos, las agencias estatales se mostraron cadavez más directamente involucradas en políticas agresivas que implicaban laalienación de recursos de los pobladores rurales subalternos. A mediados de ladécada de 1990, enormes superficies de los departamentos periféricos de laprovincia pasaron a revestir como áreas protegidas de conservación de la biodi-versidad bajo la Administración de Parques Nacionales24 u ONGs ambienta-listas.25 Aunque algunas estaban constituidas como tales desde la década de1970, en la práctica el acceso de hecho a pequeños ganaderos trashumantes quelas utilizaban históricamente como zonas de caza y pastoreo comunal era tole-rado dado el papel central que cumplían en su economía de subsistencia(Escolar, 1997). Pero las nuevas administraciones aplicaron férreamente laprohibición de caza y pastoreo, echando o incluso matando el ganado. Delmismo modo, castigaron la caza furtiva, invocando normas legales de veda que,si bien existían, no eran en general aplicadas en la práctica a los cazadores desubsistencia.26

Mientras la recuperación del acceso a esas tierras se convirtió paulatina-mente en una de las mayores demandas de las poblaciones subalternas locales–si bien no generaron movimientos o acciones organizados– las identifica-ciones indígenas se articularon sobre una revalorización de las prácticas tradi-

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23 En las proximidades de la ruta que une San Juan con San Luis y Buenos Aires.

24 El Leoncito en Calingasta, San Guillermo en Iglesia e Ischigualasto en Valle Fértil.

25 Los Morrillos en Calingasta, bajo la supervisión de la Fundación Vida Silvestre Argentina.

26 Esta política afectó gravemente la economía de pobladores locales de escasos recursos que enuna importante proporción se abastecían de carne a partir de la caza del guanaco. Un guana-co proporciona aproximadamente la carne para un mes a un grupo familiar pequeño.

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cionales de uso del espacio y producción cazadora ganadera en esas áreas, ame-nazadas en su continuidad. La caída de las relativas garantías oficiosas respectodel acceso a dichos recursos generó entre los subalternos rurales, e incluso entre“sectores medios” locales, una percepción de las reservas y (por derivación) delestado como enemigo expropiador de recursos tradicionales de las economíasdomésticas, en general básicos para la subsistencia.27

En este sentido, tanto las demandas huarpes o indígenas rurales como las ur-banas parecen estructurarse como contradictorias demandas al Estado y a unadeterminada idea del estado. Por un lado, se reclama una “retirada” formal delEstado y la recuperación del acceso a la tierra y otros recursos. Por el otro, concierta perpleja nostalgia y despecho de trabajadores “desincorporados”, se de-manda el “retorno” del Estado como dador, garante de derechos, benefactor,protector o empleador a través de demandas de trabajo, educación pública o “pa-santías”. Especialmente, son los hombres de mediana de edad, los que han na-cido y vivido en el paradigma ideológico y material de la incorporación, quienesreclaman “la vuelta del estado” y su recuperación del status de homo laborans.Entre actores rurales, es habitual que las demandas de “retirada” del estado o di-ferimientos de tierras comunales (de hecho más que de derecho) se reclame para-lelamente que el estado o el municipio “ponga una fábrica” o “traigan máquinas”para trabajar. Al mismo tiempo, son los miembros de este grupo de edad los másreacios a identificarse como indios huarpes, o descendientes.

Estas redefiniciones en el papel del Estado y sus contradictorias presionesy “ausencias” no sólo han impactado en la población sanjuanina en unplano estrictamente económico, sino también en las representaciones queamplios sectores populares tenían sobre sí mismos, su pasado y en especialsu destino.

Como vemos en el libro Los Nuevos Perdedores (Grillo Padró S. y C. de laVega, 2000) las percepciones de la clase media urbana sanjuanina sobre su es-trepitosa caída en la década de 1990 incluyen una fuerte crisis de identidad. Ensu Epílogo, la sociedad provincial previa a la reforma del estado es descriptacomo utópicamente armónica, equilibrada y sin conflictos.

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27 Este sentimiento está gráficamente expresado en el poema de un intelectual-baqueano local.“Dedicado con mucho respeto a la comunidad Huarpe”, los versos de Plegarias para Atahualpa(Herrera, mimeo) representan al Inca como espíritu redentor de la naturaleza mancillada,que resiste escondida bajo las piedras el embate de “doctores”, “legisladores”, “ecologistas” y“guardafaunas”, para terminar invocándole que restituya los valores por los que “aquí relu-cía” el Imperio incaico.

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“San Juan siempre fue una sociedad provinciana, tradicional y tranquila enla que, si bien existían diferencias de clase, la magnitud de la franja cubiertapor los sectores medios, atenuaba las diferencias entre los ricos y los pobres.

[…] La somnolienta siesta atravesaba estas relaciones […] los vecinos sacabanuna silla y se sentaban en la vereda” (Grillo Padró y De la Vega, 2000:151).

La caída posterior de la clase media y su paraíso ilusorio de seguridad econó-mica y social es vivida como “una total crisis de certeza que se cierne sobre el ciu-dadano común y su familia… [énfasis nuestro]”. “La inestabilidad laboral, lavulnerabilidad es lo que reina entre todos (153).” Frente a esto, se demanda elretorno del estado, ahora “ausente”, como “el único que puede proteger al másdébil y equilibrar los tantos cumpliendo funciones de control social y regula-ción… (154).”

La sensación de precariedad y vulnerabilidad de la existencia vinculada a la“retirada del estado” no se dio solamente en un plano económico, sino con re-lación a la confianza y previsión general del futuro. El “abandono” estatal espercibido como crisis de un destino, en función del cual se fundaban identi-dades y autopercepciones colectivas. “La total crisis de certeza que se ciernesobre el ciudadano” es una crisis de la subjetividad. Parafraseando a Fukuyama,el “fin de la historia” es un sentimiento presente, no sólo como ficción neoli-beral de una era superadora de “auténticos” conflictos políticos, sino como va-ciamiento del sentido de la vida presente y futura. Pero también, esta “crisis decerteza” implica cierta mutilación de las autopercepciones colectivas e indivi-duales, las propias imágenes de sujeto y autovaloraciones. Grillo Padró y De laVega por ejemplo reclaman, para sortear el abismo en ciernes de este estado delmalestar, no sólo acciones que satisfagan demandas económicas o sociales, sinomedidas político-psicológicas como la “elevación de la dignidad del trabajador”,su reorientación en el “camino de la “frente alta” y la restauración de su“orgullo” (Grillo Padró y De la Vega, 2000:153-154).

Ana María Alonso (1996) ha señalado el papel crucial del sentimiento delhonor en los procesos de articulación étnica. Los sanjuaninos de clase media,según describen Grillo y de la Vega, parecen encontrarse en un punto análogoal que se encontraban los serranos de la frontera norte de México a fines delsiglo XIX. Desposeídos materialmente y “abandonados” por el estado luego desiglos de haber sido interpelados como guerreros y adalides de la civilizacióncontra los bárbaros apache, progresivamente fueron interpelados ellos mismoscomo salvajes semi-apaches. Su último capital era el honor, el cual sólo podía

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afirmarse traduciendo su posición marginal y despreciada en un blasón hon-roso, como una identidad étnica específica, autointerpelándose a su vez comosemi-indios.

En nuestro caso, bajo la amenaza de una definitiva desincorporación estatal,los sectores populares sanjuaninos –durante casi 70 años prestigiados por elethos y políticas del estado benefactor como trabajadores y ahora traicionados–caen bajo la amenaza cierta de volver a ser indios. Pero si el estado “no cumplió”su pacto –y la honra ya no está adscripta a las subjetividades de la incorpora-ción como trabajadores– el honor puede ser aún preservado merced a una con-mutación simbólico-histórica. Si el Estado (o la estatidad) no cumple ya supacto de incorporación, también el pueblo puede hacer lo propio. Recupe-rando positivamente la fantasmagoría del sujeto popular previa al pacto hege-mónico de reciprocidad-subjetividad estatal, los sanjuaninos pueden volver aauto-interpelarse como huarpes o indios. Lo cual no impide, precisamente, de-mandar el “retorno” del estado amenazando con volver a ser indios.

Epílogo

Los sentidos inscriptos en las interpelaciones huarpe e indio en Cuyo parecenremitir directamente al proceso secular de incorporación estatal, política, capi-talista y ciudadana de poblaciones y territorios, en particular de las áreas ruralescon un déficit secular de control social por parte de las elites urbanas regionaleshacia la segunda mitad del siglo XIX.

Por un lado, los eventos que representan dicho proceso –fundamentalmentelos proyectados a las primeras décadas del siglo XX, con la incorporación bajo elmodelo de “reciprocidad estatal” benigna– son directamente vinculados a la“desaparición” de las identificaciones indígenas o de los mismos indios o anti-guos. Esta representación cultural está gráficamente expresada en los discursosy percepciones fenomíticos que inscriben lo indígena como una “naturaleza”biológica supuestamente monolítica, pero paradójicamente variable, de a-cuerdo a la transformación del “modo de producción de soberanía” hacia unobasado en la sujeción mediante incorporación política, ciudadana y generaliza-ción del asalariamiento.

Pero esta aparente maleabilidad de los argumentos y representaciones feno-típicas de la condición indígena, sin embargo, no es meramente coyuntural nies explicable por simples invenciones instrumentales. Como hemos visto, enprimer lugar, los fenomitos indígenas y huarpes son auténticos productos so-

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ciales compartidos por grupos antagónicos, tanto por aquellos marcados étnicao racialmente como potenciales “indios”, como por quienes se consideran a símismos genuinamente “no-indios”, y tanto por aquellos sospechados de mani-pulación como por quienes los acusan de tales prácticas. En segundo lugar,estos fenomitos –como otros aspectos de memorias huarpe o indígenas que nohemos analizado en este trabajo (Escolar, 2003, 2001, 1999, 2004)– parecentener una profundidad histórica muy superior al actual período de “emer-gencia” étnica huarpe o indígena y estaban plenamente vigentes, por ejemplo,en las primeras décadas del siglo XX. Como hemos analizado en la primeraparte de este artículo, si bien se constituyen como codificadores históricos queresignifican la noción de naturaleza indígena de acuerdo a transformaciones enlas condiciones sociales y políticas, los argumentos fenomíticos mantienen elsentido racializante o de-racializante atribuido a un tipo de experiencia histó-rica específica, básicamente la que hemos denominado en sentido amplio in-corporación estatal.

Mientras el discurso de Rusconi y otros en la década de 1930 evidenciancómo la representación de esta proceso subyace a la construcción de sujetos ra-cialmente “no indios” o “no-huarpes”, actores actuales inmersos en una expe-riencia de desencantamiento y frustración (en lugar de una de fe en el progresoy el desarrollo del estado-mundo-de vida) respecto de las promesas reciprocita-rias de la incorporación, proyectan o habilitan una naturaleza indígena yhuarpe sobre los mismos íconos fenotípicos y además de sobre los sujetos ante-riores a dicho período histórico. En esta situación, experiencias y memorias co-lectivas de larga duración que exceden la creación por parte de los actores son elnúcleo de la rearticulación de subjetividades aborígenes. Así, mientras que elproceso de incorporación puede haber sido el principal factor de invisibiliza-ción de la diversidad étnica y cultural en Argentina, los actuales adscriptoshuarpe o “descendientes” lo historizan, situándolo en un marco que excede a lacoyuntura. El proceso de incorporación estatal ligado al ethos del “estado bene-factor” –y aún el proceso civilizatorio de construcción e institucionalizacióndel Estado Nacional argentino durante la segunda mitad del siglo XIX– pasa aser representado durante el “estado del malestar”, para algunos colectivos, nocomo refundación de su historia, sino como etapa dentro de una experienciaindígena de larga duración.

Esta proyección contribuye a explicar también por qué las demandas indí-genas y huarpes en Cuyo emergieron recientemente en el marco de una expe-riencia colectiva de crisis de legitimidad estatal vinculada a la percepción de

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incumplimiento de las garantías materiales y simbólicas de reciprocidad(atribuidas al estado) del período de incorporación.

La emergencia indígena en San Juan, vinculada a un conjunto de interpela-ciones al estado en clave de desincorporación, parece ser en gran medida expre-sión de un proceso más general de “vaciamiento” de relaciones materiales ysimbólicas ya tradicionales entre el sistema de estado y las poblaciones sujetasque es decodificada como un vacío de ciudadanía. Si atendemos al discurso deocasionales voceros y actores de la protesta social que sacudió el país desde me-diados de la década de 1990, podemos apreciar incluso en algunos contextosprovinciales la autointerpelación indio condensando demandas y críticas a larelación entre pueblo, estado y ciudadanía.28

Indicios de este tipo nos sugieren la posibilidad de confrontar estas hipótesismás allá del caso cuyano, explorando hasta qué punto la emergencia o creci-miento de interpelaciones indígenas durante la década de 1990 no se apoyan,además de otros factores, tanto en memorias étnicas, como en experiencias delarga duración de incorporación y desincorporación estatal en otros contextosprovinciales.

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El “estado del malestar”

28 En una asamblea de protesta por el cierre del enclave minero de Río Turbio, Hernán Vidal(1997) recoge el siguiente discurso “[Reclamamos] el respeto que nos merecemos como san-tacruceños argentinos (…) [Queremos] ser ciudadanos de primera, no de cuarta, ni Kelpers(…) no somos indios y nos quieren engañar con plazas y lucecitas de colores; no somos in-dios, ni bestias salvajes, somos seres humanos (Vidal 1997: 16).” El mismo año, una pique-tera jujeña explicaba que “Todos creen que somos indios; que no sabemos pensar ni hablar(…) sólo pedimos trabajo; ni limosna ni subsidios (…) Que nos den la posibilidad de tenerun trabajo digno (La Nación 28/5/1997).”

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Capítulo 3:

Trayectorias de oposición.Los mapuches y tehuelches frentea la hegemonía en Chubut

Ana Ramos1 y Walter Delrio 2

Através de una historia provincial y de las políticas oficiales dirigidas a los

indígenas, nos proponemos en este capítulo identificar los sistemas de per-tenencias en los cuales se enmarca la movilidad aborigen en la provincia deChubut. Entendemos el espacio social hegemónico, por un lado, como resulta-do de las prácticas destinadas a producir y explicar las diferencias sociales deacuerdo con determinadas economías de valor y, por el otro, como productode las prácticas territorializadoras que delimitan y distribuyen lugares, distan-cias, orientaciones y accesos (Grossberg, 1992 y 1996). Estas geografías hege-mónicas construyen el espacio dentro del cual la gente vive sus vidas, define lasalianzas y orienta su acción. Las correspondencias naturalizadas entre determi-nados lugares y las construcciones estereotipadas de sus ocupantes –versioneshegemónicas de aboriginalidad (Beckett, 1988; Briones, 1998a)– son el puntode partida para comprender cuándo los sujetos indígenas devienen en agentescapaces de cambiar el rumbo de la historia.

Nos centraremos a continuación en cuatro de los conflictos que, en los úl-timos años, han mantenido algunas comunidades de la provincia con terrate-nientes no indígenas. En todos ellos, el recurso en disputa es la tierra, pero en elmismo proceso han ido adquiriendo sus propios matices, transformándose enlos “casos” desde los cuales los mapuches-tehuelches reflexionan sobre su mo-vilidad por el espacio. Los casos tomados en este trabajo –Huisca Antieco, FutaHuau, Pilláñ Mawiza, Curiñanco y Vuelta del Río– han ido transformando,desde la praxis indígena, las relaciones sociales con el estado provincial y na-cional, y los modos de habitar afectivamente los lugares sociales disponibles.Consideramos, siguiendo los planteos de Williams (1977) y Grossberg (op.

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1 Becaria de postgrado del CONICET, Instituto de Lingüística, FFyL, UBA.

2 Investigador del CONICET, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA.

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cit.), que la subjetividad es la forma singular que adquiere la hegemoníacuando encarna en la vida cotidiana de los sujetos sociales, es decir, el modo enque la gente experimenta las ideologías dominantes en sus propias prácticas.Las experiencias afectivas y las prácticas conjuntas, en cada uno de los casos se-leccionados, tienen poder real sobre las construcciones hegemónicas de abori-ginalidad, en tanto éstas sólo se realizan cuando son apropiadas y sentidas porlos sujetos. Experiencias y prácticas que, por otra parte, también participan enla creación de mapas de territorialización, puesto que, en determinados mo-mentos históricos, activan el interjuego estratégico entre circular por un es-pacio preconfigurado y/o impugnar las líneas establecidas de movilidad.

En suma, nos interesa analizar las distintas voces que intervienen en la cons-trucción de aboriginalidad en Chubut más allá de las definiciones hegemónicasde la “diferencia”, reflexionando en torno a las políticas de la otredad y sus ca-pacidades diferenciales para afectar y ser afectadas. Sin embargo, considerandoque la negación del otro y su reducción a diferente constitutivo (u otro interno)es un acto de poder (Briones 1998a), el análisis de la praxis indígena comienzapor la historia de las ideologías dominantes.

I. Chubut, “una personalidad diferenciada”

“Diversas localidades de la provincia cuentan con museos que guardan testi-monio del pasado aborigen […] Se exponen en el museo, piezas de la industrialítica de los aborígenes de la Patagonia: puntas de flechas, cuchillos, raspa-dores, boleadoras, morteros, como así también objetos de plata y trabajos ac-tuales de tejeduría indígena. Pueden observarse, asimismo, más de cincuentaespecies de aves embalsamadas pertenecientes a la fauna regional […] En loque respecta al material histórico, debe destacarse una carabina que pertenecióa los rifleros del Chubut” (AA.VV., 1996:113-115).

Los fragmentos del pasado, fijados en los más diversos materiales –puntas deflecha, pipas, el cráneo de un machi, restos fósiles y “material histórico”– yreorganizados en las vitrinas de los museos provinciales, constituyen una de lasformas que adquiere la narrativa fundacional de la provincia. Con el propósitode describir esta “puesta en intriga” (Ricoeur, 2001) e identificar las matricesde diversidad que son escenificadas para contar los orígenes de una “identidadprovincial”, nos hemos dirigido a la Casa de la Provincia de Chubut, en Bue-nos Aires. Por consiguiente, el corpus de este apartado está conformado por la

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bibliografía, los folletos y las páginas de internet que fueron seleccionados porla provincia como textos oficiales sobre su historia.

En dicho corpus se destaca que el contexto patagónico está definido por“problemas comunes”. Sin embargo, se aclara que emerge un perfil particularde una identidad chubutense: “En las primeras décadas del siglo XX, las nuevasunidades adquieren, poco a poco, una personalidad diferenciada (www.Pata-gonia.com.ar).” Por lo tanto, los diversos relatos, aun cuando incorporan suspropios énfasis y acentos, presuponen una misma selección y combinación deacontecimientos. La historia comienza con la descripción socio-económica delos tehuelches, “los primeros pobladores”; prosigue con la incursión del ca-ballo, la “invasión araucana”, los contactos “pacíficos” con las primeras agen-cias colonizadoras, los padres salesianos y los inmigrantes galeses, y los con-tactos “bélicos”, cuyo hito es la “campaña al desierto”; y finaliza con la sociedadde inmigrantes, la “punta boliche” y la “civilización”.

Los tehuelches constituyen, en estas narraciones, el componente aborigenidealizado y mítico de los orígenes (Rodríguez 1999). Así, estos “primitivos ha-bitantes” de la Patagonia –quienes “desarrollaron formas de vida simples, encompleta armonía e integración con su medio” (AA.VV., 1994:7)– no forma-rían parte de los tiempos de la historia y el cambio; copiándose a sí mismos através de los siglos: “dependían de la caza de guanacos y avestruces”, “recorríansu extenso territorio”, “utilizaban el arco y la flecha”, “se alimentaban de carnede guanaco” y “confeccionaban toldos”. La construcción ahistórica del te-huelche, su pasividad frente a los acontecimientos, y su escasa o nula participa-ción en la historia conforman el estereotipo hegemónico que lleva a afirmar,por ejemplo, que los tehuelches han tenido “una incidencia casi nula sobre elmedio, en el que se comportaban como un elemento más del ecosistema na-tural (AA.VV., 1996:83).”

El cambio habría sido producido, entonces, por otros sujetos históricos; eldevenir de la historia comienza cuando la Patagonia: “[…] habría de sufrir undoble proceso de aculturación, europeo-criollo y araucano, mucho antes deque en su ámbito se establecieran inmigrantes blancos o indígenas araucanos(Museo Leleque).”

Los araucanos, primero, y las campañas militares, después, protagonizaríanel desenlace de este primer capítulo. Es entonces cuando la historia oficial irádefiniendo el modelo de diversidad de la provincia y procurará reunir las reso-nancias del pasado tehuelche con el progreso y la civilización de los pioneros:“estancias patagónicas que llevan nombres de cálidas resonancias que se en-raízan en el capítulo del ocaso de los indígenas tehuelches y en el auge de los

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pioneros de todas las procedencias, como Pilcañeu o –precisamente– Leleque(lülük en la vieja lengua tehuelche)” (Museo Leleque).

Si bien en la mayoría de estas narraciones los “araucanos” también tienen unpapel importante, las características con las cuales se los define son diferentes.El mapuche es señalado como extranjero y como uno de los agentes delcambio. En la matriz de diversidad hegemónica, representa al “otro interno”por excelencia, puesto que la legitimidad del mapuche en “territorio argen-tino” es permanentemente puesta en discusión.

Primero, la “extranjería araucana” es subrayada a través de verbos deícticosde movimiento –“ingresaron”, “incursionaban”, “penetraron”, “cruzaron”,“llegaron”–, en conjunción con localizaciones específicas para indicar proce-dencias y destinos -“de la región chilena comprendida entre los ríos Bio-bio yToltén”, “de la actual Chile”, “del sur de Chile”, “hacia estas tierras”, “ennuestro país”, “en tierra argentina”, “en nuestro territorio patagónico”, “al ac-tual territorio del Chubut”-. El “nosotros” desde el cual se narra la historia sedesplaza ahistóricamente hacia el pasado y, de este modo, los límites nacionalesdevienen primordiales. En breve, la narrativa oficial concluye: “los mapuchesno fueron los habitantes originarios” (www.patagonia.com.ar).

Segundo, la agencia mapuche aparece como la responsable de los cambiosnegativos que fueron introducidos en la historia. Se subraya que fueron losmapuches quienes “vencieron”, “presionaron” o “dominaron a los tehuel-ches”, “situación que habría culminado –se anuncia– con la casi desapariciónde la cultura tehuelche”. Por otra parte, también suele contraponerse la ini-ciativa mapuche con la pasividad tehuelche, ya que estos últimos habríansido “absorbidos por la cultura araucana”.

Tercero, se reitera que su inclusión efectiva en el Estado-Nación argen-tino –y específicamente en la provincia del Chubut– habría sido tardía ypasible de ser fechada. Así, los tehuelches (Güanun-a-küna) del sur delLimay: “sólo se fusionaron con los araucanos después de la avanzada militardel General Villegas en 1886”, “en cuanto a los araucanos sólo habrían deradicarse familias o individuos aislados, a partir del fin de la conquista deldesierto, hacia los años 1885-90”, “en cuanto a los araucanos, propiamentedichos, en ese proceso llegaron algunos –muy pocos– descendientes de losvorogas pampeanos; otros –la gran mayoría– vinieron de Chile a partir de laúltima década del pasado siglo” (Museo Leleque). La selección de las fechaspone en relieve la supuesta preexistencia del Estado-Nación frente a la lle-gada tardía de los araucanos “propiamente dichos”. En definitiva, los ma-puches no sólo son definidos como foráneos y como causa de la “desapari-

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ción” del tehuelche, sino también como los últimos “inmigrantes” en llegara la provincia.3

La idea del desplazamiento de los mapuches sobre los tehuelches niega com-plejas comunalizaciones entre estos pueblos originarios que se venían dando si-glos antes de la conquista militar, a través de largos desplazamientos de losgrupos para establecer relaciones de intercambio, ocupación y explotaciónmultiétnica de los espacios, matrimonios y alianzas interétnicas. La noción dedesplazamiento junto con la cronología propuesta por el discurso nacionalista–que identifica a la década de 1880 y a las campañas militares como momentodel inicio del contacto– operan hacia la negación de una historicidad propia delos pueblos originarios, a los cuales se los consideraría hasta dicho momentocomo unidades discretas que sólo interactúan superponiéndose una sobre otra.

En cambio, en la narrativa fundacional, la relación entre aborígenes yblancos es organizada en dos etapas diferentes; una que relata los “aspectos pa-cíficos” y otra que describe los “aspectos bélicos” (Museo Leleque). Los “con-tactos armoniosos” son parte de los sentidos de pertenencia que, desde el pre-sente, construyen una “comunidad imaginada” chubutense:

“los primeros intentos de colonización y evangelización en la Patagonia (…) noalteraron la forma de vida habitual del aborigen, como tampoco lo hizo la lle-gada de los galeses. Las comunidades aborígenes y galesas mantuvieron una rela-ción armoniosa y de intercambio, tanto de habilidades como de productos.Incluso el cacique Juan Chiquichano ayudó a los recién llegados para que no pe-recieran de hambre por el desconocimiento de la región” (AA.VV., 1996:84).

La relación interétnica entre aborígenes y galeses fija los sentidos de la his-toria en dos direcciones diferentes. Por un lado, crea una jerarquía de valoresdiferenciales, puesto que la inmigración europea inaugura la historia del pro-greso en la provincia, mientras que los indígenas, a partir de entonces, irán per-diendo protagonismo, en tanto representarán el atraso y el primitivismo:

“si hay una impronta cultural que se nota en la mayoría de las ciudades deChubut, ella es la galesa. Más aún, casi en ninguna otra provincia del paíshan formado colonias tan grandes como en esta. […] los colonos de la europea

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3 Lecturas y explicaciones como éstas pueden encontrarse en otros contextos provinciales y enciertas producciones académicas. Véase Briones (1999), para el caso de Neuquén y Río Negro;Lazzari y Lenton (2000), en su análisis del discurso etnográfico de la escuela histórico-cultural;y Rodríguez y Ramos (2000), en los medios de comunicación de Chubut y Santa Cruz.

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Gales abrieron el terreno a la ‘civilización’ en esta parte del mapa argentino,allá por 1865, buscando nuevos terrenos para poder trabajar” (www.Pata-gonia.com.ar).

Por otro lado, esta armonía interétnica es construida como el hito central enel que se funda la soberanía argentina en Chubut. La historia define, entonces,el plebiscito del 30 de abril de 1902 –actualmente feriado provincial– como eldía en que trescientos habitantes, entre indígenas y galeses, decidieron ser ar-gentinos y no chilenos. Después de aquella “respuesta unánime” de “lealtad ala patria”, “el maestro Owen Williams izó la bandera argentina en el mástil dela escuela y se cantó nuestro himno” (www.Patagonia.com.ar).

Por el contrario, los “aspectos bélicos” o negativos del “contacto interétnico”aparecen como ajenos a la provincia en un doble sentido. La narrativa adju-dica, primero, el inicio del “sometimiento total” (AA.VV 1996: 84) o la “reduc-ción casi hasta la extinción” (www.Patagonia.com.ar) de los aborígenes al go-bierno nacional, específicamente, a las expediciones del general Julio A. Roca,“conocidas como la Conquista del Desierto”. Segundo, la responsabilidad delas consecuencias posteriores –“procesos de debilitamiento físico y cultural delaborigen”, “despojo de sus territorios y recursos de vida”, “desarticulación delos pueblos de la Pampa y la Patagonia”– se desdibujan en ciertas nominaliza-ciones4 –“circunstancias históricas”, “la expansión de la actividades ganadera”,“las enfermedades contraídas”, “el comienzo de la explotación ovina” (AA.VV.,1994). Éstas aparecen como causas externas y, desde la lógica del progreso,como inevitables. Entre las nominalizaciones utilizadas para ocultar procesoshistóricos de desigualdad estructural, se destaca en los relatos el “endeuda-miento”: “el endeudamiento en las casas de ramos generales, llevaron a las fa-milias de la colonia a la pobreza” (AA.VV., 1996:87).

Por otra parte, la “pobreza” y “la pérdida de las tierras”, explicadas por el“endeudamiento”, son presentadas como el resultado de prácticas indígenasinapropiadas –en el marco de una racionalidad de mercado– y, en conse-cuencia, como responsabilidad de los mismos aborígenes. Vinculado con estaconstrucción “racional” de las relaciones entre los aborígenes y las casas deramos generales, la historia ha seleccionado “el boliche” como uno de los sím-bolos que transportan los sentidos y emociones de una identidad común. Las

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4 Fenómeno discursivo por el cual ciertas acciones son reemplazadas por construcciones no-minales –sustantivas–, borrando las huellas temporales y de agentividad. De este modo, lanominalización no sólo desdibuja la responsabilidad del agente, sino que también define loshechos como algo dado y fuera de debate.

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casas de ramos generales son recuperadas por la narrativa oficial como “lugaresde encuentro” y “punto de arranque de la inserción productiva de inmigrantescon distintos orígenes”.5 La expresión “punta boliche” transforma ciertas prác-ticas económicas –negocio, cobro de deudas con hacienda, “arreglos” y obten-ción de tierras– en acontecimientos folklóricos, primordiales y representativosde los orígenes de la “civilización”.

La narrativa oficial culmina con la descripción de los tehuelches y los mapu-ches en la actualidad. Las cifras estadísticas y su ubicación geográfica crean elefecto de la “desaparición”, mientras que la transformación de las prácticas in-dígenas en folklore y objetos de exotismo, confirma el lugar temporal –el pa-sado– en el que se los coloca.

Así, los “últimos tehuelches” son localizados y contados: ellos eran 200 en1967. La “desaparición tehuelche” es subrayada tanto a partir de las hipótesisestadísticas –se estima que esta cifra debe haber disminuido, en los últimosaños, por la pobreza, el alcoholismo y las enfermedades– como a través deciertos epitafios –“con la desaparición de los últimos ancianos se perdió lalengua junto con sus tradiciones y creencias” (Museo Leleque).

Por el contrario, la narrativa oficial implica que la mayor parte de los mapu-ches no pueden ser ya identificados –contados–, puesto que han emigrado a lasciudades, donde forman parte de la población más pobre de la provincia –“rea-lizando trabajos no calificados y, en general, con necesidades básicas no satisfe-chas” (www.Patagonia.com.ar). En estos textos, los mapuches que aún vivenen las comunidades rurales –el aborigen visible– también se encuentran “encondiciones de marginalidad, extrema pobreza y pérdida de la identidad”.

El turismo provincial ofrece, entonces, la posibilidad de “encontrar”, en al-gunos espacios específicos, los vestigios o “manifestaciones culturales del pa-sado aborigen de la provincia” (AA.VV., 1996:87). Las culturas mapuche ytehuelche, convertidas en un recurso escaso y en un bien estético, se materia-lizan en el camaruco, las artesanías del tejido, los instrumentos musicales, elquillango, los abalorios, la comida, los juegos infantiles y las leyendas. El “pa-sado aborigen” se exhibe en los museos, “donde se testimonia a través de di-versos objetos”, en el paisaje (“el mismo entorno que siglos atrás veían los indí-

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5 Los folletos del Museo Leleque describen sus instalaciones: “se está trabajando sobre la ideade recuperar este boliche, como ‘lugar de encuentro’ tal como lo fue en la antigüedad”, “eledificio anexo, con funciones de tienda y cafetería, recrea el ambiente y las instalaciones deun negocio de ramos generales patagónico de los que se establecieron en las décadas de 1920y 1930”. “El negocio de ramos generales fue el punto de arranque de la inserción productivade inmigrantes con distintos orígenes. Primero el boliche, luego venían los lanares y, por úl-timo, la propiedad de la tierra (Museo Leleque).”

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genas” ), o a través de una nueva “tendencia en materia de turismo: la visita acomunidades indígenas, y la convivencia con personas que tienen costumbresun poco diferentes a las del común que vive en la ciudad” (www.Pata-gonia.com.ar). A pesar de la anunciada desaparición de los aborígenes en laprovincia: “existen reservas o comunidades donde todavía […] se los puede verconservando sus costumbres […]” (www.Patagonia.com.ar).

II. Tiempos de “diversidad”

Lejos de poder considerar a los pueblos originarios como extintos, y más allá delas narrativas hegemónicas sobre la historia de la provincia, las políticas estata-les han incluido la “cuestión indígena” en el contexto de Chubut. Así, observa-mos que en los últimos 15 años han habido cambios en el marco jurídico-polí-tico en relación con los llamados “pueblos originarios” de la provincia. Estoscambios están relacionados con las tendencias que, tanto en el nivel nacionalcomo en otros contextos provinciales, han reconocido derechos a los pueblospreexistentes a la presencia estatal en el territorio. Este movimiento constituyeuna estrategia de reconocimiento de la “diversidad cultural”. De este modo, elestado provincial de fines del siglo XX se ha colocado también como el garantede un “orden multicultural”.

Este proceso tiene algunas instancias significativas. En 1991, se dicta la Leyprovincial 3657, sobre el mejoramiento de las condiciones de vida de las comu-nidades aborígenes, la cual crea el Instituto de Comunidades Indígenas (aúnsin reglamentación debido a motivos presupuestarios). En 1994 la constitu-ción provincial reconoce la existencia de los pueblos indígenas en su territorio(Art. 34°) y garantiza el respeto a su identidad. A partir de este cambio en la le-gislación6 se ha operado la creación de distintos programas que han tenidocomo objetivo el llevar a la práctica una política de “reconocimiento”. Sin em-bargo, es aquí donde el corpus legislativo mencionado se manifiesta sólo comouna concesión retórica, considerando la distancia que existe entre lo sostenidopor estas normativas y las prácticas efectivas de gestión, encaradas por los pro-gramas que se han venido implementando. Nuestro análisis, por lo tanto, está

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6 Existen otras leyes y decretos específicos. En los últimos 15 años, con marchas y contramar-chas, la provincia de Chubut ha elaborado un importante cuerpo jurídico sobre la cuestiónindígena (ver Hualpa 2003). Para un análisis más amplio sobre la legislación indígena en elcontexto nacional ver Carrasco (2000) y Gelind (2000a y 2000b).

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centrado, a continuación, en estas prácticas implementadas en la provincia deChubut en la última década.

Hasta el año 1987, se trabajó con el Programa de Comunidades Aborígenesdesde la Dirección de Promoción Social, promoviendo especialmente la elabo-ración y comercialización de artesanías. En el año 1987 se crea una Asesoría delAborigen que se constituye en Dirección sin estructura orgánica. En el año1990, y por renuncia de su titular, no se reactiva la citada dirección trabaján-dose nuevamente, a partir de 1991, desde las áreas de Promoción Social, Polí-ticas Sociales Comunitarias y Programa Federal de Solidaridad, con las comu-nidades aborígenes.

Cuando en 1996 se conformó el Programa Integral de Comunidades Aborí-genes, se destacaba que estos intentos previos no habían contado con un pro-grama específico como el que se pretendía implementar por entonces. El nuevoPrograma Integral era llevado adelante por el Ministerio de Salud y Acción So-cial de la Provincia, en el marco del Convenio 1269, celebrado entre la Secre-taría de Desarrollo Social y el Gobierno de la Provincia del Chubut el 27 demarzo de 1996. Este programa, se postulaba como una “propuesta provincial”,“en forma participativa y conjunta con la población indígena” y en “el marcode referencia de la política nacional” respecto de los pueblos indígenas llevadaadelante por la Secretaría de Desarrollo Social y el INAI.

En sus objetivos, el programa era presentado como un proyecto integral através de subprogramas y proyectos puntuales, para ir dando respuesta a las“necesidades manifiestas más urgentes”. Estas medidas concretas consistían en“mensurar la totalidad de las Comunidades Aborígenes, alambrar los predios ygestionar los respectivos títulos de propiedad”; “propiciar un relevamiento”para obtener “datos precisos respecto a totales de comunidades existentes”;“dotar de la infraestructura social básica” a las comunidades”; “rescatar el patri-monio cultural promoviendo la creación de un Mercado artesanal”; y capacitaren la comercialización e incentivar emprendimientos productivos.

El nuevo signo del multiculturalismo no modificó en lo medular ciertasconstrucciones del espacio de los “otros” al interior de la matriz local de diver-sidad. Por el contrario, los cambios jurídico-políticos reforzaron territorializa-ciones de larga data.

En efecto, las políticas de reconocimiento tienden a fijar la residencia de las“comunidades aborígenes” y de los sujetos indígenas en ámbitos rurales.Cuando el Programa integral de Comunidades Aborígenes señala que su destina-tario son las “comunidades aborígenes de toda la provincia” se aclara que la“población objetivo” está constituida por: la “población aborigen organizada

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en comunidades o agrupaciones” y la “población aborigen dispersa asentada enzona rural”.

El ámbito rural es concebido como el espacio de la comunidad aborigen, ellugar donde se considera, en consecuencia, debería producirse el manteni-miento de la tradición cultural: “teniendo en cuenta que las comunidades abo-rígenes afirman constantemente su identidad y trabajan para preservar su cul-tura”. Por lo tanto, constituye también un objetivo del Programa “rescatar elpatrimonio cultural” comprendido por artesanías, prácticas herbolarias y téc-nicas de curación ancestral, entre otras actividades “tradicionales”.

Esta “posición tradicional” del aborigen está constituida y reforzada tam-bién por un estereotipo que lo coloca en la marginalidad económica. Este lugaren las relaciones sociales de producción es concebido como parte de la “tradi-ción” y, por lo tanto, resulta de una explicación ahistórica. Esta condición espresentada como resultado de lógicas económicas o modos “tradicionales” devida, más que como resultado de procesos históricos de sometimiento e impo-sición. Así, se considera que la “pobreza estructural” que define al aborigen esproducto de su “mal manejo” de los recursos agropecuarios y de su “carencia”para adaptarse a nuevas alternativas, lo que ha llevado a dicha población a tras-ladarse a los centros urbanos. En las ciudades “su situación empeora debiendoser asistidos por organismos oficiales”. Para los discursos hegemónicos, estosnuevos sujetos urbanos inauguran nuevos problemas sociales, pero sugestiva-mente dejan de ser “tema” en el marco de las construcciones de aboriginalidadque estamos describiendo aquí.

La construcción estereotipada del aborigen implica simultáneamente untipo de relación entre el gobierno provincial y las comunidades aborígenes.Es este un proceso en el cual también existe una continuidad en el tipo deperspectiva, ésta es, la mirada inaugural con respecto a la población origi-naria. En distintos contextos históricos, tanto autoridades locales como na-cionales han referido a la carencia de información con respecto a la realidadde la población aborigen en la Patagonia. En 1996, con la puesta en marchadel Programa Integral –y como en muchos otros momentos del siglo XX– semencionó el desconocimiento, la falta de información, la escasez de antece-dentes, en el presente “contexto de urgencia.”: “Llegando al punto de nosaber exactamente qué cantidad de comunidades aborígenes existen en estemomento en nuestro territorio.” Por lo tanto, la primera etapa del programaconsistía en “propiciar un relevamiento gradual y progresivo que permitacontar con datos precisos respecto a totales de comunidades existentes y otrosque resulten necesarios”.

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Por ende, constituyen objetivos oficiales, por un lado, contabilizar a la po-blación aborigen y organizar, describir, sistematizar y configurar el espacio,mediante “la inscripción de las comunidades aborígenes en el registro nacionaly provincial de comunidades indígenas”. Por otro lado, se propone elevar a lasmasas al nivel requerido por las relaciones de producción para “promover el de-sarrollo integral de las comunidades de la provincia”.

De este modo, la territorialización del indígena es llevada adelante comouna política de reconocimiento, la cual está planteada como una nueva ins-tancia de “progreso”, ahora bajo el signo del respeto por la diversidad cultural.No obstante, este procedimiento permite mantener en el nivel de lo “cultural”las condiciones que definen el estatus de subalternidad y como “tradicional” suposición de “pobreza estructural”. Así, la construcción de dicha estructura sepresenta como ahistórica.

El estereotipo hegemónico del aborigen de la narrativa histórica oficial y el“derecho indígena” que han cristalizado en esta última década poco parecentener en común. No obstante, es en las prácticas –tanto de gestión del PoderEjecutivo Provincial como de la justicia– donde el estereotipo “tradicional” sehace presente. Allí, en los modos de interpelar, abordar y resolver cuestiones re-feridas a los aborígenes es donde han sido denunciadas continuidades y perfec-cionamientos de prácticas de diferenciación que reafirman límites en el accesoa los recursos y perpetúan la subordinación estructural.

Como veremos a continuación, tampoco los procesos judiciales tienen encuenta una revisión de los procesos históricos por los cuales los indígenas han idoperdiendo sus tierras y se ha producido el “endeudamiento”. Así, el proceso deconstrucción de aboriginalidad está caracterizado por una naturalización de con-diciones de vida a las cuales se denuncia pero que se consideran “tradicionales” y“culturales”. En consecuencia, el estado “multicultural” es presentado como lasolución de un problema que le es ajeno; es posicionado como árbitro, como ins-tancia neutral y conciliadora de las diferencias –ahistóricas y apolíticas.

III. Breve descripción de los “casos”

Con el propósito de describir el conjunto de cuestionamientos a la matriz pro-vincial de diversidad que el accionar indígena ha planteado en los últimos años,comentaremos, en primer lugar, algunas particularidades que hacen al marcoprovincial y a los casos puntuales sobre los cuales desarrollamos nuestro análisis.

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Una peculiaridad de la provincia de Chubut es que no han existido institu-ciones gubernamentales que hayan centralizado las cuestiones relativas a lospueblos originarios. Tampoco se ha conformado una organización indígenaúnica que reuniera en su representación a las distintas comunidades. Esto, en elpresente, es visto por algunos militantes como un aspecto positivo, en tantoimplica tanto un distanciamiento con el estado como el mantenimiento decierta independencia en las decisiones de cada comunidad.

“La particularidad que tiene Chubut, y que no tiene Río Negro y el Neuquén,es que nunca jamás hemos permitido al estado que nos venga a instituciona-lizar la lucha. […] Existen comunidades, comunidades que actúan de ma-nera autónoma, y que coordinan acciones de lucha” (Comunidad PillanMahuiza, 2003a).

A menudo, esta carencia de una estructura en el nivel provincial es presen-tada por las autoridades gubernamentales como producto de una imposibi-lidad de auto-organización por parte de los indígenas. A la cual, precisamente,suele hacérsele responsable de la imposibilidad del gobierno por “resolver” efi-cazmente los problemas que plantea la “cuestión indígena”.

“El gobierno utiliza este tema y trata de descalificarnos […] ¿Por qué enChubut no pueden avanzar y siempre el problema es el problema mapuche?Entonces, dice el gobierno, ‘lo que pasa es que en Chubut los mapuches estándesorganizados’. Y es mentira, son 65 comunidades, es una de las provinciasque más comunidades mapuches tiene, y no estamos desorganizados, sino queno estamos organizados como ellos quieren. Ellos dicen ‘en Chubut no estánorganizados y no sabemos con quién hay que dialogar’. Y eso se traduce ‘enChubut no lo pudimos amontonar y no sabemos a quién comprar’” (Comu-nidad Pillan Mahuiza, 2003a).

La Organización de Comunidades Mapuche-Tehuelche 11 de Octubre(OCMT), creada en 1992 representa uno de los primeros intentos por reunir ycoordinar las acciones que cada una de las comunidades de la provincia veníadesarrollando por separado. También ha promovido la participación de laspersonas que han experimentado la diáspora y que han debido abandonar el es-pacio de sus comunidades. De este modo, en la última década, constituye unreferente ante los conflictos que han involucrado a la población originaria, di-fundiéndolos a través de medios de comunicación nacionales e internacionales

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y brindando apoyo y asesoramiento a los involucrados en dichos casos. Porotra parte, al posicionarse por fuera y distante del estado provincial se ha cons-tituido en un referente no deseado para este último.

En ese proceso de construcción y articulación entre las comunidades y laOCMT, se dan recuperaciones de tierras por parte de mapuches y tehuelchesque, si bien habían nacido en las comunidades, fueron desplazados a las ciu-dades por los recurrentes desalojos o la búsqueda de oportunidades laborales.La participación en el espacio de la OCMT y el trabajo conjunto de afianza-miento de la identidad resultaban en la empresa colectiva de retornar a los lu-gares de origen. En el marco de este proceso, la comunidad Pillan Mahuizasurge como el proyecto de algunos militantes mapuches quienes, nacidos en laciudad, evaluaron que la única manera de seguir avanzando en el fortaleci-miento de una identidad propia y del kimún mapuche debía partir del conoci-miento y la experiencia de “vivir en la tierra”. En 1999, entonces, se constituyela comunidad Pillan Mahuiza en tierras recuperadas como otro centro de arti-culación de comunidades. Las diferencias entre la OCMT y Pillan Mahuiza noserán objeto de discusión en el presente trabajo, donde nos interesa focalizar enel modo en que las acciones de unos y otros se superponen, dando fuerza a lasimpugnaciones del discurso hegemónico.

Otra característica general a tener en cuenta es la presencia del Estado Na-cional a través de sus instituciones –especialmente el Instituto Nacional deAsuntos Indígenas (INAI)– que, en la última década, han operado políticas na-cionales (vinculadas al nuevo discurso multiculturalista y de reconocimiento)en la provincia; y, por último, el aumento de la “judicialización” de la demandaindígena y la protesta social. Esto se evidencia en el alto número de casos en loscuales se han consustanciado procesos y causas judiciales a quienes han llevadoa cabo manifestaciones como corte de rutas, desalambrado de campos y recu-peraciones de tierras.

En este marco general, los casos de los cuales haremos especial referencia sonlos siguientes:

– Huisca Antieco, donde hacia 1993 una sentencia judicial determina eldesalojo de la comunidad. Se realizaron, entonces, una serie de movili-zaciones hacia los tribunales de Esquel. Como resultado de las mismas,la jueza detuvo el desalojo por unos meses. Las movilizaciones conti-nuaron, decidiéndose también la toma indeterminada del edificio delInstituto Autárquico de Colonización (IAC). A partir de esta medida, seabrió un canal de diálogo con el gobierno nacional. Finalmente, se esta-bleció una negociación directa con el Ministro de Trabajo y Justicia y

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con funcionarios tanto de la provincia como de la Nación. Allí surge lapropuesta de la Nación de comprar los terrenos a la empresa madereraque tenía los títulos de propiedad para ser entregados a la comunidad.

– Füta Huao (Cañadón Grande), la comunidad está ubicada en el oestede la provincia, a 150 km de Esquel. En 1979 se construyó un nuevoedificio escolar que debía reemplazar a la vieja escuela. En 1980 la es-cuela fue cerrada. En 1981, Said Bestenne, comerciante del lugar, alam-bra el terreno de la escuela y otros anexos (unas 1.000 has),utilizándolos como parte de su propiedad. En 1997 miembros de ésta yotras comunidades toman el edificio del IAC, obteniendo el compromi-so de las autoridades provinciales de dar una inmediata solución al con-flicto, lo que no se cumple. En marzo de 1998, la comunidad deciderecuperar el edificio de la escuela para realizar tareas comunitarias, ins-talándose en ella una familia. En septiembre de ese año, nuevamentecon el apoyo de otras comunidades se decide cortar el alambre y recupe-rar las tierras. Poco después llega la policía con una orden de desalojofirmada por el juez de Instrucción José Colabelli. Se inicia entonces elprocesamiento de 12 indígenas acusados de usurpación. El gobiernoprovincial, luego de estas acciones, finalmente reconoce los derechos dela comunidad.

– Pillán Mahuiza, donde la comunidad ocupa 250 ha. de tierras recupera-das el 24 de diciembre de 1999 a 10 kilómetros de la localidad de Corco-vado. Estas habían sido expropiadas en 1939 mediante el desalojo defamilias mapuche y se encontraban en manos de la policía de la provinciade Chubut. Desde entonces, la comunidad viene luchando contra el aco-so de la policía, y demanda la entrega de un título comunitario.

– Curiñanco, caso en el cual la Compañía de Tierras del Sud Argentino(perteneciente al grupo Benetton) demanda por usurpación a la familiacompuesta por Atilio Curiñanco y Rosa Rua Nahuelquir. Ambos, pro-vienen de familias que por motivos económicos debieron trasladarse desus comunidades a la ciudad de Esquel. En la ciudad formaron familia ynuevamente por motivos de la crisis económica deciden retornar alcampo para lo cual solicitan información al IAC sobre el lote SantaRosa, el cual se encontraba abandonado hacía 50 años. Allí se les infor-ma –según siguen sosteniendo hasta el día de hoy Rosa y Atilio– que lastierras eran fiscales, con lo cual se trasladan con sus pertenencias a dicholugar en agosto de 2002. Una vez instalada la familia es desalojada, el 2de octubre de 2002 por la fuerza policial, debido a una orden del juez

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José Colabelli (Juzgado de Instrucción de Esquel) motivada ante la de-nuncia del gerente de la estancia Leleque, Ronald Mac Donald, quienreclama que dicho lote es parte de la mencionada estancia.

– Vuelta del Río, comunidad mapuche ubicada en la región Noroeste dela provincia, en lotes pertenecientes a la Colonia Aborigen Cushamen–colonia creada por decreto presidencial de 1899, firmado por JulioRoca ante el reclamo llevado adelante por el cacique Miguel ÑancucheNahuelquir, y que respondía a lo establecido por la ley 1501, llamada“Ley Argentina del Hogar”.7 Allí, luego de la creación del Estado Pro-vincial del Chubut, el comerciante Abraham Breide se instala en las tie-rras a partir del desalojo de pobladores que se habían endeudado con ély comienza a cercar una enorme superficie. En 1963, obtiene el títulode propiedad sobre varios lotes y en 1973 transfiere sus títulos de pro-piedad a Haikel El Khazen, quien ya poseía otros lotes en la colonia. En1994, sus sucesores entablan una demanda de desalojo judicial contraalgunas familias de la Comunidad Vuelta del Río, la cual fue resuelta enfavor de la comunidad. Esta obtuvo también el reconocimiento de suPersonería Jurídica por parte de los gobiernos nacional y provincial. En2000 la familia El Khazen realizó una denuncia penal contra los pobla-dores de la comunidad por usurpación de inmuebles, denuncia que tra-mita ante el juzgado de Instrucción del Dr. José Colabelli. Ese mismoaño, el 4 de octubre de 2002, se pide una medida cautelar consistenteen la expulsión de la familia Fermín y de todo otro ocupante del predio,medida que se intenta llevar a cabo el 15 de marzo del 2003, derrum-bándose la casa de la Familia Fermín por parte de la policía de El Mai-tén, ante una orden del juez Colabelli. La comunidad logra evitar eldesalojo en aquella oportunidad. El 7 de noviembre, el juez subroganteen la causa Penal que se sigue contra el Sr. Fermín por delito de usurpa-ción dictó su sobreseimiento definitivo. De acuerdo con la posición dela comunidad, la causa retornó a la Sede Civil y la Magistratura de Chu-but pidió el enjuiciamiento del juez Colaballi. El 4 de mayo de 2004 unTribunal de Enjuiciamiento destituye al juez de su cargo por “mal de-sempeño de sus funciones” y “por desconocimiento del derecho”.

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7 Esta norma estaba dirigida a ubicar a los “argentinos sin tierra”, de bajos recursos, y estipula-ba que se subdividieran lotes de 625 has, los que serían entregados a colonos, quienes luegode 5 años de ocupación, y luego de realizar ciertas mejoras recibirían el título definitivo depropiedad.

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La diversidad de casos es en extremo muy amplia y en cada uno debe ser te-nido en cuenta el proceso histórico de enajenación y radicación de los pueblosoriginarios en Patagonia luego de la conquista militar. Proceso en el cual no haexistido una ley general, sino que ha sido operado a través de distintas normasespecíficas que o bien no referían a la población indígena o lo hacían sólo demanera tangencial (Briones y Delrio, 2002). Así, la radicación de quienes so-brevivieron a las campañas y no fueron deportados y trasladados a otras re-giones del país fue en las áreas que habían quedado libres del reparto de tierrasal gran capital. En estas tierras fiscales se crearon pocas colonias (como el casode Cushamen) destinadas a localizar indígenas; se establecieron algunas re-servas para futuras colonias; o se hicieron concesiones temporarias y condicio-nales a algunas familias en tierras fiscales reservadas. Sin embargo, la mayorparte de la población originaria pasó a constituirse en pobladores o “intrusos”de tierras fiscales de las cuales han sido reiteradamente desalojados.8

A partir de estos casos, describiremos tres modos de cuestionamiento de lamatriz provincial de diversidad desde las prácticas de los mapuches y tehuel-ches de Chubut. Desde ellos, los Pueblos Originarios transforman, reemplazany ocupan de modos distintos los lugares sociales que se les obliga a transitar.

IV. Habitar los lugares de modo distinto

La construcción hegemónica del espacio social señala ciertas instalacionescomo los sitios apropiados para ser ocupados por los aborígenes. Al mismotiempo, establece los medios políticos y los mecanismos legítimos para accedera ellos. Así, aquellos que viven en comunidades rurales deben obtener sus per-sonerías jurídicas para autorizar sus reclamos y, en el mejor de los casos, la ob-tención de los títulos de propiedad será el resultado de este proceso. Sin embar-go, este mecanismo ha sido obstaculizado por los conflictos de tierras existentesentre mapuches y winkas,9 encontrándose los primeros transitando tribunales,realizando notas y completando burocracias interminables.

En este apartado, los casos seleccionados plantean una nueva orientaciónpara definir tanto las movilidades indígenas como las estructuras legales. El ca-rácter performativo de los “casos” reside, entonces, en su capacidad para poneren discusión los límites temporales del derecho indígena y la práctica judicial.

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8 Para mayor información sobre las políticas de radicación luego de las campañas militares verBriones y Delrio (2002).

9 Término del mapudungun que refiere a los no mapuches.

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Como punto de partida, plantean el “agotamiento de la vía judicial” ofrecidapor el Estado, para afirmar luego la necesidad de reformular el aparato jurídicodesde sus cimientos.

IV.1 De las “notas” a la “lucha”

“…habíamos dejado de hacer notas para transformarlo en la lucha y la pro-testa.” (2003)

Cuatro de los conflictos que hemos descripto en el apartado anterior comenza-ron su desarrollo por la vía judicial. Actualmente, estas primeras experienciasson leídas por los pueblos originarios como caminos truncos o estrategias equi-vocadas. En sus discusiones no sólo plantean haber agotado estas instancias ju-rídicas sino también la ineficacia de operar a través de lugares sociales impues-tos que, por definición, silencian los mismos procesos históricos que dieron lu-gar a esta imposición.

Al respecto, uno de los werkén de las comunidades mapuches y tehuelchesde la provincia refería así al conflicto de la comunidad Huisca Antieco:

“[…] había una sentencia firme por parte de la justicia para que esta comu-nidad sea desalojada, jurídicamente era imposible revertir esta situación, eramedio complicado pensar que a través de la ley se podía llegar a revertir”(2003).

Del mismo modo, comentaba también sobre la comunidad Futa Huau:

“[…] y se empezó a gestionar el tema de la tierra, o sea, gestionar a través de lacuestión que habitualmente nos imponen que es a través de las notas de esto ode aquello, al gobernador […] pero llegamos ahí y bueno, y la gente ya propusode que estaban cansados de peticionar y que no hubiera respuesta, entonces, sedecidió recuperar” (2003).

En el II Parlamento Mapuche realizado en la provincia, la discusión sobrelos mecanismos legales y la relación con el estado fue central. En aquella opor-tunidad, decía uno de los jóvenes de Vuelta del Río que era una equivocacióncontinuar hablando de las leyes que siempre los habían relegado y planteabacomo única solución “luchar como mapuches que somos y dar la sangre por

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nuestro territorio”. La lucha, como forma de hacerse respetar y de defenderconjuntamente el territorio, comenzó a reemplazar al discurso jurídico.

Los hechos que se sucedían en el conflicto Vuelta del Río confirmaban la ur-gencia de replantear la orientación de la acción colectiva, es decir, había queimpugnar el “terreno” mismo en el que se desarrollaba la disputa. En octubrede este año, la Cámara de Apelaciones del Noroeste del Chubut ratificaba lamedida cautelar impulsada por el juez de instrucción de Esquel, José Colabelli,y el desalojo de la familia Fermín volvía a ser una amenaza real. En un comuni-cado de prensa, llamado “Chubut: la injusticia es ley”, la OCMT expresaba:“Una vez más reafirmamos: ‘el estado muestra que el reconocimiento denuestra preexistencia y nuestros Derechos Fundamentales no es más que un in-tento por desviar nuestra lucha hacia el terreno que mejor conoce: sus le-yes”(6-10-03).

Miembros de la comunidad Pillan Mahuiza, en una conferencia realizada enla Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, explicabanque eran los hijos de los terratenientes quienes ocupaban los cargos legislativosde la provincia. Por lo tanto, la posibilidad de rehabilitar los lugares socialesdisponibles comienza a ser percibida como el resultado de otra lucha, aquéllaque se lleva a cabo desde “afuera” de los mismos: “…por eso es que no somoslegalistas, no creemos para nada que los derechos van a ser alcanzados con estosmecanismos legales, los derechos se van a alcanzar con la lucha. Los derechos,el derecho a la autodeterminación, al territorio, no se mendiga, se ejerce” (Pi-llan Mahuiza 2003a).

Paralelamente a estas lecturas sobre la realidad social de la provincia, las or-ganizaciones y los miembros de estas comunidades comenzaron a percibir laimportancia de adquirir una nueva visibilidad. Las acciones colectivas de-vienen también “puestas en escena” de la presencia aborigen –tantas veces ne-gada–, ante la sociedad civil en general, el gobierno nacional y la arena interna-cional.10 El caso Huisca Antieco es construido como el primero que, en laprovincia, adquirió “este tipo de perfil”, puesto que inaugura la movilizaciónde los mapuches en la ciudad (“era la primera vez que la gente mapuche estabaen Esquel, que salía a la calle con su kultrun”, “nunca los mapuches habíanreaccionado de esa forma”, OCMT 2003). En este marco, se realizaron las pri-meras movilizaciones frente a los edificios públicos –p.e., el Palacio de Tribu-nales– y la toma de otros, como el Instituto Autárquico de Colonización y Fo-

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10 “La cuestión es que, producto de esta toma, se generó un gran escándalo y despertó la admi-ración de la gente de Esquel, se empezaron a dar cuenta de que todavía existe un pueblo yque su gente tiene fuerza (OCMT 2003).”

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mento Rural (IAC). Por un lado, esta nueva praxis tuvo el efecto de revertir lossupuestos provinciales de “desaparición” o “sumisión” de los Pueblos Ma-puche y Tehuelche, por otro, la selección de los edificios públicos y del espaciourbano se transformaron en índices de la postura asumida ante el Estado, susleyes y sus territorializaciones.

Un tiempo después, los mapuches toman la escuela en conflicto de la comu-nidad Futa Huau, donde se alojan por varios días realizando ollas populares.Esta modalidad de lucha y la gran cantidad de participantes llaman la atenciónde los medios de comunicación y los mapuches de Chubut se convierten en elcentro de las miradas nacionales e internacionales. Éstas y otras experienciascolectivas les permiten confirmar la eficacia del nuevo modelo de comunica-ción que se estaba gestando: la “presión” al gobierno provincial a través de unnuevo modo de actuación (performance) política y la búsqueda de nuevos inter-locutores para sus mensajes.

La ausencia de lugares efectivos para encausar el diálogo con el gobiernoprovincial11 desembocó, entonces, en la ampliación espacial de los conflictospor parte de los mapuche-tehuelches. En otras palabras, sus denuncias a la re-gionalización del caso (comunidad versus terrateniente) y a la participación in-teresada del gobierno provincial los llevaron a ampliar la definición de laspartes involucradas en cada uno de los conflictos (Pueblo Mapuche-Tehuelcheversus Estado). El gobierno nacional fue interpelado, entonces, como uno delos destinatarios centrales de sus denuncias.

IV.2 La reconfiguración del espacio

“El estado no tiene contemplado adentro de su sistema de gobierno la forma deresolver estos conflictos, porque requieren un cambio tremendamente pro-fundo.” (2003)

Para los mapuches y tehuelches de la provincia, el criterio legal de la pro-piedad privada a partir del cual se dirimen las distintas legitimidades sobre lastierras se ha convertido en el símbolo de un silenciamiento. La historia de com-plicidades entre las elites locales, el gobierno y la justicia en el otorgamiento delas tierras, los desalojos indígenas y las maquinarias estatales que legitiman estas

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11 “Acá no es posible generar espacios de diálogo ni con los funcionarios provinciales ni con losmunicipales. Hay un racismo institucional que hoy se expresa en su más alto grado, porqueparece no importar si gendarmería o la policía desalojan o reprimen. Sólo nos queda que lagente común mapuche y no-mapuche se entere y de alguna u otra manera pueda reaccionar(Comunidad Vuelta del Río 11-11-02).”

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prácticas permanecen ocultas en la discusión presente en torno a la realizacióno no de una venta efectiva de las tierras en conflicto (“el que vendió, vendió”).Silencios que, por otra parte, encuentran sus ecos en la historia oficial de la pro-vincia donde la folklorización del “boliche” representa tanto la “civilización”como una de las formas celebradas del poblamiento. En los casos seleccionadosaquí, los mapuche-tehuelches buscan abrir estos expedientes históricos y plan-tear “un cambio tremendamente profundo para el estado”.

El Estado nacional es interpelado por los indígenas para desempeñar elpapel de árbitro frente a la falta de imparcialidad y el “racismo institucional”del estado provincial. Esta práctica, que ha formado parte de los modelos tradi-cionales de relación interétnica (Ramos, 2003; Ramos y Delrio, 2003), ad-quiere, sin embargo, nuevas características. Por un lado, el gobierno nacionalconfirma esta posición de aparente neutralidad y se construye a sí mismo comoparte desinteresada, imparcial y sin responsabilidades históricas frente a losconflictos.12 Por otro lado, los mapuches aceptan su rol de intermediario, perocuestionan el modelo propuesto de imparcialidad.

El Estado nacional propuso como resolución del caso Huisca Antieco la “ex-propiación” de la tierra reconociendo el derecho indígena de ocupación ances-tral, por un lado, y el derecho de propiedad sobre las mismas que poseía la em-presa, por el otro. Las discusiones sobre el monto que el Estado pagaría alterrateniente y el modo de obtener el dinero fueron, entonces, los temas cen-trales de las mesas de negociación. El Estado compró las tierras para la comu-nidad Huisca Antieco y el conflicto fue resuelto. Sin embargo, hoy en día, elcaso Huisca Antieco es resignificado por los indígenas como “el peor acuerdo”logrado; éste era uno de los primeros casos que enfrentaban colectivamente yno habían tenido en cuenta aquello que hoy sí perciben: la expropiación es sólouna manera de “blanquear con el dinero una situación de abuso”. La “discu-sión sobre los ceros” planteada por el gobierno olvidaba, para los mapuches,que el tema era “la situación de persecución y de opresión del estado sobre unacomunidad”:

“Se blanquea el abuso con la plata y nosotros estamos hablando de justicia, es-tamos hablando de territorio, estamos hablando de libertad y el territorio, lajusticia y la libertad no se pagan” (OCMT 2003).

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12 Carta del presidente del INAI ante los sucesos de Vuelta del Río: “...a pesar de la responsabili-dad de la provincia que en fecha 17 de septiembre de 1963 extendió el título de propiedad a‘Hijos de Abraham Breide sociedad colectiva comercial y ganadera’ sin tener en cuenta laocupación ancestral de los pobladores indígenas, renuevo mi disposición para la búsquedade soluciones conjuntas y que tengan en cuenta los derechos indígenas (24-3-03).”

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Fruto de estas evaluaciones, unos años después, el caso de Vuelta del Río ad-quiere una nueva orientación. En un comunicado de prensa del año 2002, lasdemandas de la comunidad se centran en el pedido de un título comunitariosobre las tierras ancestralmente ocupadas y la anulación de todo título de pro-piedad otorgado a estancieros o particulares no aborígenes sobre esas tierras re-servadas por la nación (Comunidad Vuelta del Río, 13/11/02). El desembolsodel dinero del Estado, a favor de la empresa privada, no sólo se contrapone conla falta de fondos para la educación intercultural, la capacitación y los pro-yectos productivos de las comunidades aborígenes, sino que también impli-caría una distribución arbitraria y desigual de los recursos del Estado que perte-necen a toda la sociedad argentina. Éste último argumento fue esgrimido porlos miembros de la comunidad Vuelta del Río en el II Parlamento ma-puche-tehuelche.

En 2003, José Vicente El Khazen, su abogado y el interventor del InstitutoAutárquico de Colonización se reunieron con los abogados del INAI y pi-dieron 2.000.000 de pesos por los 9 lotes de la comunidad Vuelta del Ríosobre los cuales el primero de ellos tiene título de propiedad. Este hecho rea-brió el debate sobre el arbitraje del Estado nacional. Los puntos centrales deesta discusión giran, en principio, en torno al proceso histórico que preexistea los títulos de propiedad en cuestión. La comunidad Vuelta del Río exige alEstado una investigación profunda sobre estos hechos: “antes del estadoofrecer plata tendría que investigar a esta gente, desde dónde empieza ahí,cómo obtuvieron el título de propiedad, quiénes estuvieron primero”, “dedónde vinieron los Breide, los bolicheros, quiénes somos los que estamos enla tierra”. El punto siguiente de la discusión ha sido la violencia que ha su-frido la comunidad por parte del Estado y los privados –en nombre de la ley–,desde el momento en que se judicializó el conflicto: “[…] en qué sentido levan a pagar a ellos, cuando ellos vinieron a hacer ¡cuántas cosas! Hundierontodos los capitales que había de los nuestros abuelos, de los nuestros padres”.En definitiva, la postura de la comunidad consiste en no aceptar la expropia-ción de las tierras como una solución neutral del conflicto y plantear una re-visión de los fundamentos del Estado nacional en su desempeño como ár-bitro.

En segundo lugar, y en relación con lo tratado hasta aquí, el caso Vuelta delRío ha puesto en relieve la naturalización hegemónica de la noción de “pro-piedad privada”. En los comunicados de prensa, en las conversaciones perso-nales que hemos mantenido con algunos de ellos y en las discusiones del Parla-mento, los mapuche-tehuelches han ido proponiendo, en torno a este conflicto

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específico, la deconstrucción de la noción de “propiedad” y la puesta en primerplano de su génesis histórica.

Por un lado, se describe y denuncia un modelo tradicional de operatoriaprovincial, esto es, la complicidad y el manejo corporativo entre gobierno,elites y justicia. De esta forma, los indígenas desnaturalizan las nominaliza-ciones hegemónicas –endeudamiento, progreso, explotación ganadera– que lahistoria y los documentos oficiales proponen como causas del traspaso de tie-rras. En esta misma línea argumental, la “firma” aborigen que aparece en lospapeles y documentos que portan los terratenientes deja de tener valor legalpara los mapuche-tehuelches. La firma no es tanto la representación de unaidentidad, como el signo de una relación asimétrica y un engaño (“no le cuestanada a un bolichero obtener una firma”). La OCMT afirma, al respecto, que enla cultura mapuche no hay ninguna palabra que quiera decir “propiedad pri-vada”; la idea de ser “dueño de todo” resulta incomprensible para este pensa-miento, por lo tanto, la “firma” no puede ser otra cosa que la huella de un en-gaño (2003).

Por otro lado, el discurso indígena plantea la contradicción de unEstado que reconoce los derechos de los pueblos originarios pero resuelvelos conflictos sobre tierras indígenas en el marco del derecho penal. La ile-gitimidad del indígena en las tierras que ocupa –y su penalización como“usurpador”– son actualizadas por el gobernador, el juez y los represen-tantes de los terratenientes, anteponiendo la propiedad privada sobreotros derechos.

Con respecto al lote 134 de Vuelta del Río, perteneciente a MauricioFermín, decía el juez de la causa:

“el lote 134 nunca perteneció a la denominada comunidad Vuelta del Río yen el expediente está demostrado que los sucesores de Heinkel El Khazen son suslegítimos dueños […] Mauricio Fermín no puede alegar derechos anterioresporque, como está documentado, el primitivo ocupante, Julio Marinao, levendió todas las mejoras del lote a Abraham Breide. Daría la pauta de queMarinao, quien sería abuelo de la mujer de Mauricio Fermín y ocupó esas tie-rras, había cuidado ovejas de Breide, como mediero. Luego en el año 1958ante Policía y escribano público reconoce los derechos de ocupación a favor delos Hijos de Abraham Breide, respecto a las mejoras y animales […] en rea-lidad los derechos humanos afectados en este caso son los de El Khazen" (Juezde Esquel Sr. José Oscar Colabelli, citado por el Diario El Chubut,9/5/03).

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Los mapuche-tehuelches ponen en evidencia la contradicción del estado, es-pecíficamente del sistema jurídico, que no ha articulado los derechos políticosde los indígenas como Pueblo con aquellos que defienden la propiedad pri-vada, y denuncian la hipocresía que reside en conceder retóricamente unos yaplicar en la práctica los otros.13

La ocupación tradicional de las tierras y el trabajo casi ininterrumpido en lasmismas adquiere, entre los pobladores, tanta fuerza como prueba de un de-recho inalienable, que la contradicción entre “realidad” y “legalidad” debieraser transparente para cualquier interlocutor. Así lo expresa una de las ancianasde Vuelta del Río:

“¿Quién escribió la función para que digan que hoy esas tierras no nos corres-ponden a nosotros? Pero yo sé bien que a nosotros nos corresponde, por un de-recho de una madre o de un padre. Si nosotros nacimos y criamos ahí, hastaahora. Lo tengo bien en cuenta que el año 56 los tipos agarraron y tiraronalambre, lo cerraron todo con la gente adentro, con todos adentro nosotros. Ydespués ahora ellos dicen que ellos tienen derechos ¿De qué manera no esnuestro?” (Comunidad Vuelta del Río 2003, II Parlamento).

Finalmente, el discurso indígena, de acuerdo con sus distintos ejes de debate–el desempeño interesado de los árbitros, el silenciamiento estratégico de lasrelaciones sociales asimétricas, la naturalización hegemónica de la “propiedadprivada”, el escaso valor de la “firma” como prueba de transparencia y las hipo-cresías jurídicas del Estado– impugna el modo en que, en la práctica, se ha en-tendido la noción de “reparación histórica”. Para este discurso, la expropiaciónde la tierra al estanciero o la igualdad de derechos no implican “reparar” la ten-dencia histórica de los procesos, sino que es una manera de hacer “borrón ycuenta nueva”. Entiende, por el contrario, que “reparar” implicaría reconocerlos derechos políticos de un Pueblo –devolución de tierras con anulación de losderechos de propiedad contraídos por los winkas sobre tierras aborígenes–,aplicar leyes diferenciales reconociendo una política de la otredad, revisar lahistoria y asumir responsabilidades en los engaños y despojos de las tierras, endefinitiva, re-acomodar los códigos del Estado con el fin de llevar a la práctica

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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut

13 “La comunidad mapuche Vuelta del Río nuevamente está en la mira. La nueva orden de de-salojo firmada por el juez de instrucción de Esquel José Colabelli, contra la familia Fermíndeja al descubierto la hipocresía del estado que dice reconocer nuestros derechos fundamen-tales como pueblo originario. Argentina continúa su política de despojo y exterminio(OCMT 5-7-03).”

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un reconocimiento concreto de sus derechos como Pueblos Originarios (IIParlamento, 2003).

V. Nuevos modos de identificación nuevosmodos de circular por el espacio

Como hemos venido señalando, el cuestionamiento de los Pueblos Originariosa la matriz de diversidad y al estereotipo de aboriginalidad de la provincia radi-ca, en gran medida, en el intento por dar historicidad a dicha construcción. Esdecir, en dar cuenta de los procesos por los cuales se ha producido un modelode marginalidad y en refutar los supuestos que lo sostienen. Por un lado, comohemos visto en el caso de la pérdida de tierras, la visualización del endeuda-miento de los pequeños productores como resultado de fuerzas económicas yde su propia “imprevisión” y, por el otro, el concebir a las migraciones del cam-po a la ciudad como la instancia final de “disolución” de la “identidad étnica”.Así, la agencia de los pueblos originarios lleva adelante una lucha tanto en elfrente de la Historia, describiendo y denunciando estas nominalizaciones,como en el devenir, reivindicando la identidad mapuche-tehuelche de indivi-duos y comunidades urbanas y señalando que la Historia no ha terminado, queotras movilidades, como de la ciudad al campo, también son posibles.

Sin embargo, esta movilidad implica enfrentarse con fuertes estereotipos re-lacionados, en primer lugar, con la discriminación de los indígenas en los cen-tros urbanos y la interpretación hegemónica que establece que “el indígenafuera de su comunidad no es objeto de una reivindicación histórica”.

V.1 De la cultura a la tierraPara la interpretación hegemónica, la migración del campo a la ciudad es vistacomo condicionante de dos procesos: la pérdida progresiva de la cultura abori-gen y el aumento de la población marginal de las ciudades. En muchos casos, laagencia de los pueblos originarios ha sido llevada adelante como estrategia derecuperación/ mantenimiento de la cultura. Desde estas acciones, se establecenresonancias con las políticas de reconocimiento que, desde agencias guberna-mentales, han estado presentes en la última década. En sus inicios, la OCMToperaba en un galpón prestado del Ferrocarril, donde realizaban ferias artesa-nales y muestras culturales; con el transcurrir de las reuniones comenzarían lasasambleas y el debate en torno al devenir de las comunidades mapuche-tehuel-che.

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Por lo tanto, a diferencia de ciertos proyectos “ajenos”, en estos “espaciosculturales” trabajados por la población originaria en los ámbitos urbanos hasido la Historia la materia fundamental de la política identitaria. Las migra-ciones son explicadas, entonces, como resultados históricos de relaciones so-ciales asimétricas y no por las fuerzas invisibles del mercado. La pobreza esfruto de la enajenación de los recursos, principalmente la tierra. Por lo tanto, lasalida consiste en el retorno a ella:

“la mayoría estaba viviendo en la ciudad porque no tenían un lugar territo-rial, más que nada. Como te decía que este señor, Said Bestenne, agarró yalambró, no le importó que la mayoría de la gente se quede sin lugar […] lamisma gente, los mismos pobladores que vivían anterior fueron tomando unadecisión de decir ‘bueno, nos vamos a empezar a organizar’. La idea de noso-tros era volver de vuelta al lugar donde estábamos antes, porque no era laforma estar viviendo en la ciudad” (Comunidad Futa Huau, 2003).

La tierra, a través de la recuperación de la Historia, es colocada como el ele-mento clave de la cultura. Se presenta entonces como incompatible cualquierpolítica de reconocimiento que no aborde la cuestión. La recuperación de latierra es la recuperación de la cultura: “lo fundamental que nosotros veíamosera que dentro de todo ese marco había que recuperar la parte ceremonial másque nada y después empezar con las diferentes recuperaciones” (ComunidadFuta Huau, 2003).

Así, el programa de acción introduce fuertes disonancias con el espacio he-gemónicamente concebido para los indígenas urbanos. El recuerdo de los an-cianos y las construcciones idealizadas del pasado –que, entre los jóvenes ur-banos, actualizaban sentimientos de unidad– comenzaron a corporizarse através de prácticas concretas. El proceso de comunalización se fue gestando enla ciudad –recuperando las formas tradicionales de organización– hasta que la“comunidad” comenzó a intervenir en el acontecer de su propia historia:“cuando la comunidad se empezó a organizar fuimos eligiendo nombre pornombre y autoridad por autoridad, a cada cuál la función que iba a cumplirdentro de la comunidad” (Comunidad Futa Huau, 2003).

Al tensionar el estereotipo del “indígena urbano” y refutar el lugar social demarginalidad, dispersión y pérdida cultural en el que se los había posicionado,las relaciones con el Estado también se ven transformadas. Desde esta nuevaposición, se plantea un tipo de movilidad que desestructura las maquinarias te-rritorializadoras hegemónicas, puesto que se incorporan tópicos que otrora no

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estaban presentes en las políticas sociales y de reconocimiento, como ser el de-recho a la representación política, el derecho a controlar los espacios sagradosy, principalmente, la posibilidad de reversión de las corrientes migratorias: elretorno a la tierra como derecho y justicia histórica.

V.2 Desandando la Historia: “a desalambrar”El nuevo espacio y los reclamos planteados desde allí constituyen verdaderasdisonancias para las autoridades y grupos de poder de la provincia. Especial-mente para el sector terrateniente, ya que el regreso a la tierra constituye unapolítica de “recuperación” que, en muchos casos, implica el “desalambrado” delas tierras expropiadas y una denuncia histórica: “cansados de peticionar […]se decidió el desalambre” (Comunidad Futa Huau 2003).

Así, el caso de Futa Huau se presenta como emblemático de esta decisión co-lectiva de recuperar lo que se denuncia como injustamente expropiado. La ac-ción de desalambrar el campo implica, entonces, un modo de llevar a la prác-tica la deconstrucción histórica y una crítica concreta hacia los procedimientoslegales que favorecieron los despojos de tierras. En esta práctica, los sujetosafectivos se transforman en agentes que intervienen en el curso de la historiaexigiendo, con los hechos, un derecho preexistente de propiedad.

Al mismo tiempo, estas nuevas formas de movilidad modifican los valoresafectivos de la subjetividad mapuche-tehuelche. La “fuerza” de la participacióncolectiva y la decisión comunitaria operan como un nuevo patrón de perte-nencia. Por lo tanto, la experiencia de “estar en lucha” (Briones, 2002c yBriones, Fava y Rosán, 2004) deviene en sí misma en una posición social. Estaúltima, definida por el lonko de la comunidad Futa Huau como “la fuerza de lapalabra especial del mapuche”, resignifica el lugar social desde el cual inter-pretar la realidad y orientar las acciones.

“yo sabía que era mapuche pero no sabía que en un momento iba a estar enuna lucha tan así tan amplia, una lucha donde el mapuche tiene que hacersevalorizar con su propio derecho, o sea más que nada ver los derechos que tieneel pueblo mapuche por ser mapuche, porque no estamos en la tierra sino quesomos parte de ella” (werken de la comunidad Futa Huau 2003).

La lucha trajo como resultado tanto la recuperación de la escuela y loscampos como la consolidación de la conciencia grupal de la comunidad. Laidentificación en la lucha como Pueblo Mapuche constituye un modo signifi-cativo de desestructurar el molde hegemónico utilizado para encauzar los re-

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clamos indígenas. En el lugar del demandante se constituye una comunidadtoda y, en consecuencia, el conflicto deja de estar reducido al caso específico deuna familia, un lote o un “engaño” en particular.

“[…] recuperamos la escuela allá, se vinieron de todos lados, juntaron muchos[…] toda la comunidad, por todos lados vinieron a la comunidad para cortarel alambre, uno agarró la tenaza, otro agarró la piedra, otro agarró paracortar el alambre, otro agarró el cuchillo […] firme nomás en esa escuela, todala comunidad mía” (Comunidad Futa Huau, II Parlamento Mapuche).

Los “indígenas urbanos” revierten el estigma de la disolución étnica y comu-nitaria. Por un lado, historizan las razones económicas y políticas de su condi-ción material. Por el otro, cuestionan los supuestos de “extinción” (que la mo-vilidad campo-ciudad suponía) a partir de desandar la historia y fortalecer laidentificación comunitaria y étnica. Finalmente, procuran ampliar los límitesde los lugares disponibles, más allá de las territorializaciones del Estado: “Laidea es que cada comunidad esté organizada y tome decisiones independizadasdel gobierno” (Comunidad Futa Huau, 2003).

V.3 Nuevos sujetos históricos: el desocupado mapucheEl estereotipo del “indígena urbano”, entendido como el emergente de un pro-ceso de dispersión e invisibilización, trae aparejado el supuesto de marginali-dad. Esta última implicaría una cultura de la pobreza, la pasividad y la tenden-cia simultánea hacia el asistencialismo y el clientelismo. El caso Curiñanco,centrado también en el “retorno” al campo, irá disputando estos sentidos hege-mónicos y conformando un nuevo sujeto histórico: el desocupado mapuche.

La recuperación de la historia del proceso migratorio del campo a la ciudadexpuso también los procesos de constitución de una clase obrera en la pro-vincia, y ya no sólo del sector urbano-marginal (como sostiene el prejuicio he-gemónico). A través de los usos del pasado, el caso Curiñanco emerge en lasarenas públicas subrayando la posición estructural de los indígenas en las rela-ciones de producción. Desde este nuevo lugar, la “población marginal” nosería aquella que “vive a costa del estado” y que debe recibir “ayudas especiales”sino los miembros de una clase que ha sido privada de sus medios de produc-ción, primero, y del trabajo asalariado, después. Los comunicados de prensasubrayan la identidad entre desocupados urbanos y mapuches a través de la uti-lización de estadísticas (p.e. “el 90% de los mapuches vive en las zonas más em-pobrecidas de Esquel”) y denuncian el interés del estado provincial en man-

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tener esta situación para sus intereses clientelísitcos –propiciados por elasistencialismo– y económicos –favorecidos por la oferta de mano de obra ba-rata. En este marco, la decisión aborigen del “retorno” es construida como unmodo de enfrentar y contraponer estos intereses: “la familia mapuche Curi-ñanco; el lofche que había retornado a la tierra antes de ser azotado por la mi-seria y de convertirse en presa del clientelismo político” (OCMT, 28/02/03),quienes “plantearon volverse a la tierra para trabajar, para generar una eco-nomía autónoma y descomprimir la situación de hacinamiento” (OCMT,23/03/03).

En consecuencia, el relato del caso se ha ido construyendo alrededor dedos ejes centrales. Por un lado, la identificación con una clase obrera y con laactual coyuntura nacional de desempleo. Por el otro, la pertenencia al PuebloMapuche y a una historia de desalojos y diásporas. Atilio Curiñanco, quiennació en las proximidades de la estación ferroviaria Leleque, es el protago-nista en esta reconstrucción histórica. Sus padres vivían en la comunidad ma-puche Ranquil Huau, pero debieron abandonar el lugar en busca de sus-tento. Su esposa, Rosa Rua Nahuelquir, nació en la comunidad mapucheCushamen y de niña también tuvo que dejar su tierra. Se conocieron enEsquel y allí formaron familia. Curiñanco “actualmente vive en Esquel y esempleado del frigorífico que lleva el nombre de la ciudad […] [Su esposa]trabajó varios años en la fábrica textil Texcom, hasta que esta cerró el 27 defebrero pasado. Desde entonces Atilio es el único sostén de la familia. Anteesta situación surgió la alternativa de instalarse en Santa Rosa” (OCMT,14/09/02). La familia solicitó información en el IAC sobre dicho lote, campoconsiderado como fiscal por los viejos pobladores de Leleque debido a que enlos últimos 50 años había permaneció abandonado. Allí se les habría infor-mado que el lote no pertenecía a la estancia Leleque y que se trataba de tierrafiscal. “La indemnización cobrada por Rosa, tras el cierre en febrero de la fá-brica donde trabajó 15 años, sirvió para comprar algunas plantas, semillas,animales y herramientas” (Scandizzo, 2002). Entonces, es cuando se produceel enfrentamiento directo con el grupo Benetton.

En este caso la postura crítica también consiste en “desandar la historia”desde el punto de vista mapuche y la pertenencia a un Pueblo “en lucha” porsus derechos indígenas. Pero su articulación con una historia nacional de de-sindustrialización y desocupación es lo que le ha dado un perfil particular. Esteúltimo es el que han retomado los distintos medios de comunicación, incorpo-rando el caso Curiñanco en una crítica más generalizada al poder económico ypolítico. Por ejemplo, en un programa televisivo (Punto Doc, América TV) se

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hace especial referencia a la familia mapuche y su condición de obreros que venamenazada su situación económica. En el programa televisivo se remarca elhecho de que el grupo italiano no ha establecido ningún tipo de factoría en elpaís, exportando lana cruda, principalmente, para su manufactura en el extran-jero, mientras que, por otro lado, Rosa Nahuelquir es una de las tantas cesantesa raíz del cierre de la industria textil nacional.

La doble determinación entre las identidades en juego y la construcción pú-blica del caso, estaría dando lugar a una nueva subjetividad: el “desocupadomapuche” como articulación de experiencias y procesos específicamente indí-genas de subordinación, y aquellos que son compartidos con otros grupos de lasociedad civil. Algunos werken, incluso, sostienen que la mayor concientiza-ción y profundización histórica revelaría una superposición entre ambos colec-tivos –mapuches y desocupados.

Sin embargo, la legitimidad de este nuevo lugar social es negada por los sec-tores de poder afectados, quienes ponen de manifiesto la des-estructuraciónque plantea una demanda de tierras por parte de aborígenes a los que se consi-dera “urbanos”. Estos sectores denuncian como “inauténtica” la condiciónaborigen de los trabajadores o desocupados de la ciudad y definen sus usos cul-turales como “pantallas”. Por ejemplo, la Sociedad Rural de Esquel difundióun comunicado en octubre de 2003 donde sostenía que la proliferación decasos como el de Curiñanco, al que se define como “una violación a la pro-piedad privada”, podría desatar una ola de violencia. Por su parte, los abogadosde la firma Benetton presentaron un escrito al Procurador Fiscal en el cual sesostiene: “pues, que no se traigan con la excusa o pancarta a las muy queridas yrespetables culturas aborígenes, culturas que incluso mi mandante ha promo-vido y preserva incluso más que las propias comunidades, para justificar la ili-citud y desconocimiento de la ley.”14 De esta forma, las “muy queridas culturasaborigenes” aparecen como ajenas y sin relación directa con la familia Curi-ñanco.

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14 La promoción y preservación de estas culturas, que menciona la nota, están referidas a laconstrucción del Museo Leleque en tierras de la estancia homónima, propiedad de la empre-sa Benetton. Este hecho fue también motivo de crítica por parte de los indígenas, quienes,por su parte, acusan a dicha firma de ser ella quien utiliza como pantalla a las culturas aborí-genes: “Benetton tiene que explicar de dónde salieron los objetos mapuche y tehuelche queexhibe en su museo. También tiene que explicar por qué en el folleto de promoción del mu-seo incorporó algunas palabras del lonko Foyel pronunciadas en 1870: “Acá hay lugar de so-bra para todos” ¿Quiénes son ‘todos’ para la corporación? El Pueblo Mapuche seguro que no(OCMT 28/02/03).”

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En breve, constituye este caso un nuevo modo de circular por el espacio so-cial por parte de los pueblos originarios, identificando nuevas señales paraorientar su marcha e impugnar los modos establecidos de transitar y ocuparciertos lugares:

“Cuando se plantea ese tipo de salida el gobierno hace todo lo posible para im-pedir que esto no se transforme en un faro, en una luz para la gente que estádesesperanzada en los barrios” (OCMT, 23/03/03).

VI. Nuevas alianzas: “refundar la nación”

“Cuando éramos chicos, la escuela, una escuela que nos ha colonizado desdesiempre, nos enseñó que un 25 de Mayo llovía en el Cabildo y el pueblo habíasalido a la calle porque se quería independizar. Nosotros, los pueblos originariosestábamos dando batalla y resistencia por no perder nuestro territorio, los argen-tinos tienen memoria de esa fecha, de esa lluvia, de ese día, como el día en quenació la patria. Hoy empieza una nueva historia [está lloviendo en ese momentoen la Plaza de Mayo], para todos los argentinos, para todos los pueblos origina-rios, hoy vamos a nacer, compañeros, vamos a nacer desde la diversidad cultural,desde los nuevos derechos, desde la identidad desdibujada, siempre eurocentrista,siempre mirando hacia el otro lado del mar. Hoy vamos a nacer un nuevo país[…] con todos ustedes” (Comunidad Pillan Mahuiza, 2003b).

Los sucesos nacionales de diciembre del 2001 han modificado sustancial-mente las demandas de la sociedad civil. A partir de los mismos se ha generali-zado, con distintos matices, un reclamo colectivo de “refundación de la nación”(Briones, 2002c; Briones et. al., 2003). En este contexto, las organizaciones y co-munidades indígenas de Chubut han enfatizado una tendencia provincial haciaotros modos de articulación, donde la especificidad de los derechos indígenasoperan como el “significante” (Laclau 1996) de una “comunidad” más amplia–mapuches y no mapuches– en las denuncias contra el poder político.

Los mapuche-tehuelches de Chubut comenzaron a plantear en distintosámbitos públicos la necesidad de enmarcar la lucha indígena en una “nueva re-lación con el pueblo argentino”. Para ellos, las bases de esta alianza deben serdefinidas en el marco de la “filosofía mapuche”, puesto que sostienen su valorinmanente y antagónico con respecto a los valores económicos de la elite na-cional. Específicamente, la comunidad Pillan Mahuiza ha puesto en palabras la

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lógica de esta nueva articulación: “en este proceso que vive nuestro país, detanta desconfianza, de tanta fragmentación, de repente hay algo que es incues-tionable: la lucha de los pueblos originarios, el pensamiento de los pueblos ori-ginarios” (Pillan Mahuiza, 2003a).

Este antagonismo –que lleva a los mapuches a tener que replantear concep-ciones del mundo y proyectos de sociedad en el seno del espacio nacional por elque circulan– busca, al mismo tiempo, instalar y ampliar el debate. A este forode discusión son invitados a participar las organizaciones y la “gente común”que, al igual que ellos, “plantean un mañana diferente”. La asamblea, como elícono central de estos procesos, es el agente de estos cambios y la promotora delos nuevos rumbos y orientaciones. “Los que están arriba” –principalmente elpoder político– se verían obligados a “hacerse eco” de las demandas colectivasde un pueblo organizado.

En el año 2003, tres fueron los hitos de este proceso de articulación: el ple-biscito del municipio donde triunfa el “no” a la construcción de una mina enEsquel, las manifestaciones en repudio a los desalojos a la comunidad Vueltadel Río, y la marcha nacional, realizada en Buenos Aires, que encabezaron losmapuche-tehuelches de Chubut bajo el slogan “No al Remate de la Patagonia yen Defensa de los Pueblos Originarios en Lucha”.

La comunidad Pillan Mahuiza, organizadora de esta marcha nacional, res-cata de estas experiencias la posibilidad de plantear una reorganización del es-pacio social orientada a construir la “unidad en la diversidad”. Es decir que, te-niendo en cuenta la heterogeneidad poblacional de los grupos sociales queintegran la Argentina, ellos reflexionan sobre las formas de un nuevo pensa-miento. Este pensamiento en construcción, orientado por la filosofía ma-puche, sería el marco posible para articular identidades campesinas, obreras eindígenas respetando y resguardando los parámetros culturales de cada una deellas que no se superpongan con los objetivos a alcanzar.15

Paralelamente, los comunicados de prensa difundidos por la OCMT en losúltimos años comenzaron a dar forma a esta alianza con la sociedad civil no in-dígena, ya sea incorporando sus demandas, anticipando su apoyo o destacandola participación conjunta en una lucha común.16 En la práctica, los vecinos de

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15 Este no es tema del presente trabajo, por lo tanto, nos limitamos a presentar aquí muy bre-vemente algunas de las ideas que hemos intercambiado con miembros de la comunidad.

16 Por ejemplo, en uno de los comunicados de la OCMT escribían: “queremos destacar que estaacción del pueblo mapuche contó con la solidaridad de compañeros no mapuche que seacercaron desde diferentes puntos del noroeste del Chubut, especialmente de la asamblea devecinos auto-convocados de Esquel, con quienes estamos llevando adelante la lucha contrala minera canadiense Meridian Gold Inc. (OCMT 14-2-03).”

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Esquel, las organizaciones y comunidades mapuches han compartido marchas,manifestaciones y reuniones, conformando, en el 2002, el “Foro –o Asamblea–del NO a la Mina”. Tanto sus protagonistas como algunos observadores ex-ternos definieron las experiencias de Esquel como “un caso emblemático”, “unsímbolo a analizar”, y “un ejemplo a seguir” por “todo el pueblo argentino” ouna demostración del “poder civil”.17

En el marco de estos acontecimientos y discursos –presentados muy sucinta-mente en este trabajo–, los casos Vuelta del Río y Curiñanco constituyen, en lapraxis política de los indígenas, el punto de partida para ensayar nuevos mapassociales y reflexionar sobre los escenarios nacionales e internacionales emer-gentes.

VI.1 Identificando enemigos comunesHace más de una década que la articulación con la sociedad no indígena ha for-mado parte de los objetivos de las comunidades en conflicto. Específicamente,el caso Vuelta del Río implicó numerosas reuniones con la gente de localidadescercanas –Epuyén, Cholila, El Bolsón–, buscando la participación y el com-promiso de los winkas. Este trabajo de concientización consistía en ampliar elmarco interpretativo sobre el conflicto, es decir, “entender que no es simple-mente un conflicto de tierras, sino el conflicto de una cultura sometida por unestado” (Comunidad Vuelta del Río 2003). Si bien hace unos años que se vie-nen realizando tareas conjuntas, los emprendimientos mineros –específica-mente los de la empresa Meridian Gold– y sus amenazas ecológicas sobre laciudad de Esquel permitieron profundizar estas alianzas:

“cuando la impunidad y la prepotencia llegó también a la sociedad esquelense,se dejó de mirar de afuera los reclamos mapuches” (OCMT 2003).

La denuncia de nuevas prospecciones mineras realizadas en varias comuni-dades no sólo pone en evidencia los intereses del Estado y de las empresas sobrelos recursos de la zona, sino que estrechó aún más los lazos entre indígenas y noindígenas. En el marco de ese “NO conjunto”, Vuelta del Río devino en unode los principales emblemas en contra de los intereses económicos y multina-cionales sobre las tierras de la Patagonia. Articulando con discursos ecologistasy turísticos, el discurso mapuche sobre el territorio planteó sus propias aristas:el derecho a decidir usos alternativos –no meramente económicos– sobre las

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17 Hemos reunido aquí expresiones utilizadas en los discursos públicos de los mapuches, loscomunicados de prensa y los medios de comunicación nacionales.

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tierras, y otros marcos para interpretar la relación con la naturaleza donde nohabría lugar para la negociación y los precios de mercado.

El punto de vista mapuche afirma una unidad de identificación entre lagente y la tierra; ésta es una relación cargada de historia y sentimientos de per-tenencia donde el afecto determina el modo de habitar los espacios y de pelearpor ellos. El énfasis en los componentes afectivos también motiva, en los nomapuche, sentimientos locales o nacionales sobre el territorio que habitan. Así,los discursos públicos mapuches yuxtaponen con frecuencia distintas “comu-nidades” y sentidos de pertenencia, para especificar las alianzas posibles e iden-tificar a los “otros”. Estos últimos son, principalmente, terratenientes “extran-jeros” que, aún cuando hayan nacido en esta tierra, sus intereses y afectos sonforáneos (ver el uso irónico, “made in Argentina”).

“Cuando hablamos de usurpación de nuestro territorio no sólo nos referimos alas compras de miles y miles de hectáreas que están haciendo los extranjeros.Los terratenientes ‘nacionales’, made in Argentina, son cómplices de estas com-pras y del saqueo de los recursos” (OCMT, 23/03/03).

Esta tendencia hacia la articulación –indígenas y no indígenas–, y el distan-ciamiento complementario de los “otros” –los extranjeros–, se profundizó apartir del conflicto de la comunidad Curiñanco. El grupo Benetton, con quienellos disputan las tierras, adquiere un valor metonímico, y representa “el podermundial, los grupos empresariales y los grupos mineros”. Benetton es parte deuna narrativa indígena de injusticias, usurpación y despojos, en versión “globa-lizada” (OCMT, 07/02/03), pero también de una narrativa nacional de des-preocupación y sumisión a los intereses económicos extranjeros.

VI.2 La triangulación Estado-Nación, multinacionales y mapuchesEn la inauguración del Museo Leleque, los indígenas de Chubut denunciaron,ante los medios nacionales e internacionales, tanto al Estado argentino –“y suhistórica política colonialista y represiva” hacia el Pueblo Mapuche– como alos grupos económicos como Benetton.El conflicto en Vuelta del Río ya había planteado dos frentes de lucha en la formaen que se seleccionaban y organizaban las prácticas políticas y las descripcionesdel caso. Por un lado, la denuncia a la violencia policial, con “legitimación” judi-cial, en la cual el estado fue el responsable de la destrucción de la vivienda y laspertenencias de una familia, compuesta por ancianos y niños. Por otro lado, la si-guiente marcha por el NO a la Mina terminó con la toma del edificio de Tribu-

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nales, exigiendo –en conjunto con la Asamblea de Vecinos Auto-convocados deEsquel– una pronta solución estatal al conflicto de Vuelta del Río. Los comuni-cados de prensa, como mencionamos antes, comenzarían a denunciar interesescorporativos entre el Estado y los grupos mineros internacionales.Para algunos indígenas de Chubut, el conflicto Curiñanco permitió clarificaresta triangulación entre el Pueblo Mapuche, el Estado y las Multinacionales(“[…] Benetton de alguna manera despejó la duda que tienen muchos sectores,incluso de izquierda, sobre la lucha del Pueblo Mapuche.” OCMT, 2003).Veamos en qué consiste.18

Primero, el Pueblo Mapuche es considerado sin fronteras provinciales y na-cionales; los mapuches se sienten parte de una lucha permanente y continua,de un Pueblo que diariamente produce hechos significantes.19 La especificidadde cada conflicto repercute y se enmarca en una praxis mapuche más amplia,aún cuando no se articulen las acciones. El espacio interaccional en el que seinscribe la comunicación señala, entonces, nuevos rumbos en la lucha ma-puche. Los últimos conflictos pusieron de manifiesto esta nueva modalidad dehacer sentido: un “millón y medio” de mapuches producen permanentementemensajes al mundo.

En segundo lugar, esta trayectoria conjunta ha tenido como premisa central“el cuestionamiento al sistema estatal”. Partiendo de una construcción históricade estado, como institución “racista”, denuncian su hacer represivo y respon-sable en la imposición de un idioma, una religión y un sistema jurídico. Algunosactivistas indígenas interpretan que el hecho de haber operativizado sus denun-cias y reclamos al estado a partir de agencias internacionales –ONGs, porejemplo– podría ser leído como una estrategia errada que los coloca en el papelde ser un “instrumento del capitalismo” en el “desmembramiento del estado”.

En tercer lugar, entonces, ellos responden estas voces críticas hacia el movi-miento mapuche a través de los usos simbólicos que hacen de los conflictos lo-cales. Los “enemigos”, definidos como empresas multinacionales son los quehan fijado el rumbo del Estado y de las políticas multiculturalistas, y son estossentidos hegemónicos los que Vuelta del Río y Curiñanco intentan impugnar.

Los comunicados de prensa denuncian fundamentalmente un estado “corpo-rativo” y reclaman por “un estado más justo” que “renuncie a los intereses econó-

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18 El argumento planteado a continuación se basa en conversaciones mantenidas con miem-bros de la OCMT.

19 “…hoy es acá mañana en Neuquén, pasado es en Temuco, pasado es más al sur, y recuperartierras y se pelean contra los carabineros, y nos enfrentamos con la gendarmería, contra la fe-deral, contra los pacos allá, es un pueblo que está ahí, está intentando buscar un poco de li-bertad (OCMT 2003).”

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micos” del sistema capitalista internacional; que empresas como Meridian Goldy Benetton dejen, por ejemplo, de ser “asistidas por la expeditiva y obsecuentejusticia provincial”. Este nuevo estado debe estar basado en una práctica real dereconocimiento de la diversidad cultural y de defensa del interés de la sociedadcivil en contra de las multinacionales. Desde este ángulo, la retórica publicitariacon la que el grupo Benetton se presenta internacionalmente constituye un refe-rente central en los comunicados mapuches: “¿Nos hablará del hambre quien de-salojó a la familia mapuche Curiñanco?” (OCMT, 28/02/03).

Los mapuches-tehuelches de Chubut han orientado sus prácticas para de-construir la retórica multiculturalista de los grupos económicos y del Estado,denunciando a estos últimos como partes interesadas en los conflictos por latierra. El reconocimiento de una historia silenciada de relaciones asimétricas, elcuestionamiento de un sistema jurídico que los ha relegado como pueblo, lasdenuncias a una desigual distribución económica y la redefinición de “cultura”en términos materiales y políticos forman parte de las discusiones que los indí-genas incluyen en sus definiciones de diversidad. Las empresas y el gobierno noaceptan estas redefiniciones y defienden otro piso conversacional: la prioridadde la propiedad privada y un uso más folklórico de la “diversidad cultural”,aquel que puede inscribirse en las salas de un museo.

Como toda síntesis de un proceso, este trabajo implica un recorte. A partirde las prácticas sociales –discursivas y no discursivas– que se encuentran rela-cionadas con los “casos” seleccionados, hemos puesto nuestros énfasis y cons-truido nuestras generalizaciones. Además, la historia sigue su curso; en el úl-timo año varios fueron los sucesos que ameritan una nueva reflexión sobre laconstrucción de aboriginalidad en la provincia de Chubut, pero por respeto asus protagonistas consideramos que todavía es más prudente callar y esperarque los procesos señalen, con el tiempo, las nuevas tendencias. Hasta aquí, noshemos limitado a pensar el espacio social hegemónico de la provincia a la luz delos cuestionamientos mapuches y tehuelches.

Fuentes utilizadas

Oficiales:AA.VV. 1994. Trelew. Cultura e Identidad, Municipalidad de Trelew, Dirección de

Cultura.

AA.VV. 1996. Chubut, Turismo, Hábitat y Cultura, Facultad de Ciencias Económicas,Universidad Nacional de la Patagonia.

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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut

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Museo Leleque. Folletos y documentos varios sobre el Museo Leleque. “Patagonia,13.000 años de historia”.

www.Patagonia.com.ar

Programa Integral de Comunidades Aborígenes, Junio 1996, Rawson–Chubut. Secre-taría General de la Gobernación, Dirección General de Información de Gestión.

Mapuche-tehuelcheOCMT, 14-09-02. Benetton acusa a mapuche de usurpación. Comunicado público.

Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 11-11-02. Comunicado del LofVuelta del Río.

Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 13-11-02. Ola de desalojos. Peligroen territorio mapuche”, comunidad mapuche-tehuelche Vuelta de Río. Comuni-cado de prensa.

OCMT, 07-02-03. No al saqueo de nuestro Territorio. Folleto repartido por las comu-nidades mapuche en el corte de ruta, febrero 2003.

OCMT, 14-2-03. Reafirmamos la lucha por nuestros derechos ancestrales y contra lausurpación del Wallmapu”. Comunicado de prensa.

OCMT, 28-02-03. Benetton: la corporación de la Impostura, los colores de la simula-ción. Comunicado de prensa.

OCMT, 18-3-03. Aumenta la solidaridad contra el desalojo en Vuelta del Río. Comu-nicado de prensa.

OCMT, 23-03-03. Entrevista realizada por H. Scandizzo a un miembro de la OCMT,Revista Caldenia, La Pampa.

OCMT, 5-7-03. Frenemos la mano de los verdugos. Comunicado de prensa.

OCMT, 6-10-03. Chubut: la injusticia es ley”. Comunicado de prensa.

Scandizzo, Hernán 2002. La ambición Benetton, la resistencia mapuche, en PeriódicoVasco Egunkaria (10-11-02).

Comunidad Pillan Mahuiza, 2003a. Conferencia realizada por miembros de la comu-nidad en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (14-04-03).

Comunidad Pillan Mahuiza, 2003b. Discurso pronunciado en la marcha del 24 deabril del 2003, Ciudad de Buenos Aires. “No al Remate de la Patagonia y en De-fensa de los Pueblos Originarios en Lucha”. Organizadores: comunidad PillanMahuiza y Asamblea de Vecinos por el No a la Mina (Esquel).

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Ana Ramos y Walter Delrio

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Capítulo 4:

Tierras, indios y zonasen la provincia de Río Negro

Lorena Cañuqueo,1 Laura Kropff,2

Mariela Rodríguez3 y Ana Vivaldi4

De los estados provinciales que se toman en consideración en este libro, el rio-negrino es uno de los que más tempranamente generó un marco jurídico

propio y espacios de participación indígena. Sin embargo, es también el que másfragmentación en el activismo mapuche evidencia y menos resultados concretospresenta, al menos en lo que hace a la regularización del dominio de las tierras fis-cales, que es una de las principales demandas del movimiento mapuche. Esta es,quizás, una de las paradojas más interesantes, tanto para la comparación conotros estados provinciales, como para la evaluación del funcionamiento de los es-pacios de participación en las políticas sobre la cuestión indígena en Argentina.

Por otra parte, en este caso encontramos sugestivos paralelos entre discursosoficiales respecto de lo mapuche y discursos mapuches disidentes. Primero,más allá de su fragmentación, algunas organizaciones mapuche locales pre-sentan estructuras de funcionamiento isomorfas con la concepción hegemó-nica del espacio provincial. Estas estructuras tienen que ver con la concepciónde una provincia estrictamente dividida en “zonas”, cuya administración cen-tralizada se encontraría obstaculizada por la “distancia” y el “aislamiento” entrelas distintas regiones. Encontramos, entonces, que la Coordinadora del Parla-mento del Pueblo Mapuche de la provincia se encuentra, en la actualidad, sub-dividida en “mesitas” correspondientes a la Zona Andina, la Línea Sur, la ZonaAtlántica y el Valle, y que la misma estructura tuvo y tiene el Consejo AsesorIndígena. Pareciera entonces que el estilo provincial de organización política

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1 Estudiante de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional del Comahue e in-tegrante de la Campaña de Autoafirmación Mapuche Wefkvletuyiñ.

2 Becaria doctoral de la UBA e integrante de la Campaña de Autoafirmación MapucheWefkv-letuyiñ.

3 Becaria del CONICET y candidata doctoral de Georgetown University.

4 Profesora en Enseñanza Media y Superior en Ciencias Antropológicas y Tesista de Licencia-tura (UBA).

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mapuche se encuentra atravesado por una concepción particular del espacioque es también propia del discurso hegemónico provincial.

Segundo (y a diferencia de Neuquén y Chubut), en Río Negro han sido pre-ponderantes las organizaciones mapuche que proponen una articulación pro-nunciada entre el clivaje étnico y el de clase, a partir de una concepción de lomapuche que está fuertemente asociada a la problemática del pequeño pro-ductor de ganado lanar. Esta asociación también recurre en los discursos ofi-ciales.

En suma, entendemos particular de Río Negro en el campo de la política in-dígena y la lucha indígena el construir y disputar hegemonía en base tanto auna determinada espacializacion de lo mapuche como a su interpelación entanto pequeños productores rurales. Por ello, en este capítulo emprendemos ladoble tarea de reconstruir los mapas de alteridad que resultan de la relaciónentre aboriginalidad (Briones, 1998a) y distribución geográfica de otros in-ternos en la provincia de Río Negro, y de analizar estrategias discursivas apa-rentemente encontradas. Nos referimos, por un lado, a las de un discurso ofi-cial que transforma el proceso histórico de distribución de la tierra en unasituación natural y, por otro, a las de las organizaciones mapuche que dialogancon este discurso, reproduciendo algunas concepciones y cuestionando otras.

Realizamos esta reconstrucción teniendo en cuenta el principal objeto deconfrontación de intereses: la política de tierras. El corpus que hemos confor-mado para dar cuenta de los discursos hegemónicos está, sobre todo, com-puesto por artículos y publicaciones ofrecidas al público en la casa de la pro-vincia de Río Negro en Buenos Aires. Sumamos a esto los proyectos sobreregularización de tierras propuestos por legisladores. Confrontamos ambasproducciones con las discusiones entabladas por las organizaciones mapuchesque antagonizan con ellas.

I. Una visita a la casa de Río Negroen Buenos Aires

Para ponernos en contacto con la producción de documentos oficiales del go-bierno provincial que dieran cuenta de las formas locales de construcción dehegemonía nos acercamos, una mañana de agosto, a la casa de la provincia deRío Negro situada en una esquina céntrica de la ciudad de Buenos Aires. Loprimero que vimos, desde lejos, fueron dos afiches que decoraban la vidriera.En uno de ellos se desplegaba una imagen de Bariloche cubierta por la nieve, en

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Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

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el otro un paisaje montañoso en el que se podía leer el título “Bolsón”. El pasodel tiempo había impactado en estos afiches, ajando los bordes y haciendo per-der intensidad a los colores. Esa falta de mantenimiento dominaba también lafachada del edificio y el interior de las oficinas.

Apenas entramos, un portero nos preguntó qué deseábamos, y al responderque necesitábamos información general sobre la provincia, nos indicó que con-sultáramos en “Cultura”. El mobiliario de la sección estaba conformado por unescritorio, desde el cual se atendía al público, que se encontraba junto a otro co-rrespondiente a la sección “asuntos legales”. La encargada, que tejía a crochet (aconciencia) y tomaba un café mientras conversaba con su compañero, manifestósorpresa ante nuestra presencia. Le comentamos que necesitábamos informaciónpara hacer un paneo general sobre Río Negro, y, tras estas palabras, nos mostróun informe mecanografiado que presentó como síntesis general de la provinciamientras nos explicaba: “Tenés aspectos poblacionales, productivos y breves re-ferencias históricas. Lo hicimos hace poco”.5 Notamos que no aparecían losnombres de los autores y al preguntarle por esta ausencia respondió: “Lo hicimosnosotros, la Sección Cultura de la Casa de la Provincia, es un informe”. Le co-mentamos, luego, que estábamos buscando datos sobre los aspectos sociales de laprovincia y entonces nos recomendó que revisáramos la biblioteca y el archivo deestadísticas situado en un cuarto a sus espaldas. Sin embargo, inmediatamente searrepintió y nos recomendó, en cambio, que fuéramos al INDEC, explicándonosque “ellos tienen todo lo nuevo, acá se llega hasta principios de los noventa nadamás”. Su comentario dio pie para preguntarle si conocía el trabajo de los investi-gadores locales, a lo cual respondió “acá no llega nada”, y sugirió que nos dirigié-semos a la Universidad Nacional del Comahue.

Durante la visita también hicimos consultas sobre los aspectos económicosde la provincia. Nos remitió entonces al documento que nos había entregadoseñalando una página, mientras comentaba:

“La zona más productiva es el Valle, toda producción agrícola, de exportación.Son todos migrantes en esa zona, europeos. Últimamente hay muchos ucra-nianos, son muy trabajadores, pero algunos no hablan castellano. El resto esturismo. Podés consultar en esa sección. Tenés toda la zona andina que ahoraestá con todo, esta es una buena temporada por la cantidad de extranjeros.”

Ante nuestra pregunta sobre la existencia de bibliografía histórica se recom-puso, se desplazó hacia atrás en su silla impulsada por rueditas y de un armario

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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro

5 Reconstruimos estos diálogos a partir de notas de campo.

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con carpetas polvorientas sacó un libro negro: “Acá está todo, todo lo que nece-sites de la historia de la provincia, es específica de Río Negro”, detalló. Se tra-taba de “Historia de Río Negro”, un volumen de varios autores coordinado porHéctor Daniel Rey y Luis Vidal, editado en 1974 (AA.VV., 1974), que consti-tuye la única publicación oficial del gobierno de la provincia y se utiliza, hoy endía, como texto escolar.6

Luego de agotar la ayuda de la encargada del área de cultura nos dirigimos ala sección de turismo localizada en la sala contigua. Esta sala, la más grande yluminosa, denotaba un mayor cuidado que la sección anterior. En todos losrincones proliferaban folletos que miramos mientras esperábamos ser aten-didas. Éstos promocionaban “Cabañas en la Cordillera”, “Turismo aventura”,“Toda la nieve” y una “Estancia patagónica” que nos llamó la atención porqueel folleto utilizaba como logotipo un kulxug7 mapuche con la iconografía tradi-cional, a la vez que proponía pasar días de campo en una de las estancias másantiguas de la Patagonia. Cuando la empleada de turismo –prolijamente ves-tida con una camisa y pañuelo al cuello– nos atendió y escuchó nuestras in-quietudes comenzó a contarnos sobre las dos áreas fundamentales para el tu-rismo: la Zona Cordillerana y la Costa:

“Para la primera tenés principalmente todo lo que es San Carlos de Barilochey alrededores, ahí hay actividad todo el año. En la costa tenés actividad en latemporada de verano.”

Al preguntar por la importancia del turismo para la provincia su respuesta fue:

“La zona productiva es el valle, también va el turismo en verano, es muy pin-toresco y todo a lo largo del río uno puede ir a bañarse. Hay muchos campings,vida agreste, tenés los frutales, podés visitar los establecimientos. No es paraquedarse pero siempre hay gente que está dando vueltas y pasa unos días.”

Hizo una pausa antes de hablarnos de lo que ella conocía mejor:

“Lo que vive del turismo es la zona de cordillera: tenés Bariloche, Bolsón es unaárea hermosa. Todos buscan ir por la belleza de los paisajes. Tenés muchas ex-cursiones para hacer en la ciudad, pero lo más impresionante son los parques na-

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Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi

6 La provincia ha apoyado, con posterioridad, publicaciones de autores que escriben en este libro.

7 Se trata de un instrumento de percusión que tiene una gran importancia ceremonial para losmapuche.

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cionales. Acá a todo el que viene se le dice que recorra los parques… –nos dijocon entusiasmo mientras sacaba un folleto con información sobre los parques.”

Luego, retomando su exposición, aclaró:

“En Bariloche y Bolsón todo lo que se desarrolla en lo productivo tiene que vercon el turismo. En Bariloche tenés muchos pequeños emprendimientos, fa-bricas de chocolate, de dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales, velas,jabones y otras cosas que se llevan los turistas.”

En ese momento desplegó folletos y mapas de Bariloche mientras nos indi-caba los principales sitios de interés: la “fabrica de productos regionales”, quenos había mencionado, “la excursión del circuito chico… imperdible. Encambio en Bolsón el perfil es más de artesanos, un estilo rústico, muy bonito,cosas en madera, muebles. Se trabaja en cultivo de frutos especiales, frutillas,frambuesas y de todo eso. Tenés dulces pero, como te digo, es todo para el tu-rista”.

Preguntamos entonces por el sur de la provincia y la respuesta fue inme-diata: “No, ahí no hay nada. Todo oveja. Es una zona con un clima hostil,mucho calor en verano y mucho frío de noche, cambia mucho el clima y en in-vierno te congelás, es muy seco, todo polvareda.” Se quedó unos segundos pen-sando y nos dijo que lo que hay para hacer en esa zona es tomar La Trochitaque es un tren histórico de trocha angosta. “Inclusive viene gente de Europapara hacer el recorrido. Es muy pintoresco, atraviesa toda la zona sur. Muy secapero va de largo hasta Esquel, otra zona preciosa para recorrer, con mucholago”.

Otras personas esperaban en el recinto para ser atendidas, pero antes deirnos dejamos caer una última pregunta; un tema que nadie había mencionadohasta el momento: los indígenas. Comentó entonces:

“Están todos en la Línea Sur, crían ovejas… pero hay mezcla con los criollos.Todos viven parecido en el campo. Los pueblos son muy precarios… eso no estápara el turismo, no hay infraestructura. La gente pregunta si se puede ir a unacomunidad, pero por ahora no hay nada. Habría que prepararlo.”

Luego de esta breve experiencia con los empleados de la casa de la provincianos volvimos y comenzamos a analizar los materiales que nos habían dado, re-cordando los detalles de la interacción.

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El informe elaborado en 1994 por el Área de Información General es untexto desordenado –cuya estructura general resulta difícil de determinar en lamaraña de subtítulos y acápites– y genera la misma impresión de abandonoque el aspecto total de la casa de la provincia. Este documento subdivide a laprovincia en cinco zonas: Alto Valle, Valle Inferior, Zona Andina, CostaAtlántica y Región Sur (también denominada “Línea Sur” en referencia al tra-zado del ferrocarril).8 En la descripción de cada zona prima el eje económico,aunque se incluyen también aspectos histórico-culturales y demográficos.

Entre las distintas zonas, la del valle es presentada como la más próspera.Aunque el texto hace hincapié en el aspecto económico, más precisamente enel sistema de riego que permite la fruticultura y ha convertido a la región en un“emporio de riqueza y de esfuerzo creador”, también menciona que la ciudadde Chimpay (en el valle medio) fue “la cuna de Ceferino Namucurá”. Al refe-rirse al “punto de vista poblacional”, explica que “la Campaña del desierto, consus guardias y fortines, al fusionar al indio permitió intentos de colonización yaen 1884 [Área de Información General de la Casa de Río Negro 1994:3].” Laelección léxica el indio utilizada en este enunciado corresponde a una categoríageneral que desconoce la diversidad étnica de los pueblos originarios. Por otrolado, parecería que sólo los indígenas son fusionados, lo cual remite a la idea deun grupo sin agencia, cuya “esencia” puede ser perdida en el contacto con otrosgrupos humanos. El acápite termina con un párrafo que continúa la idea de fu-sión-mezcla en la que el desarrollo de la región queda ligado a iniciativas degrupos ajenos a la provincia, personas provenientes de otras provincias argen-tinas o de países extranjeros; una categoría que, implícitamente, remite a las mi-graciones transoceánicas. Veamos la cita:

“Ella se ha nutrido de contingentes llegados de otros lugares de la Argentinacon experiencia en cultivo bajo riego de inmigrantes extranjeros, complemen-tándose con la de los centros urbanos de la región” [A.I.G.C.R.N., op. cit.:5].

La Zona Andina, por otro lado, incluye únicamente la descripción de las be-llezas naturales de San Carlos de Bariloche y una breve nota acerca del surgi-miento del turismo atribuido al ingenio de los empresarios barilochenses antela reducción del intercambio con Chile en 1920. En el acápite dedicado a ElBolsón, también se resalta la diversidad de la composición poblacional:

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8 El informe describe marginalmente también dos zonas en el norte y en el noreste, pero se tra-ta de regiones que no son contempladas en ninguno de los otros materiales de la misma casa.

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“Colectividades originarias de más de diez naciones europeas, residentes chi-lenos, oriundos de numerosas provincias argentinas, artesanos, artistas e inte-lectuales de todo el país eligieron en El Bolsón una alternativa de vida alejadadel ajetreo de los grandes centros urbanos” [A.I.G.C.R.N., op. cit.:9].

Tal como hemos mencionado más arriba, a lo largo del texto prima una mi-rada que pone énfasis en la descripción de los recursos naturales de acuerdo a suvalor económico. Mientras que en la Costa Atlántica los aspectos culturales odemográficos son considerados como recursos secundarios de la industria delturismo, éstos no son contemplados como tales para la Línea Sur, aunque sí loson los salmónidos que abundan en sus cursos de agua y los pejerreyes introdu-cidos, así como “los troncos petrificados, vestigios arqueológicos e inesperadasy enigmáticas pinturas rupestres” que despiertan la “curiosidad” y poseen “in-terés científico”. Inesperados y enigmáticos vestigios que en nada parecen rela-cionarse con su población actual, es decir, con el 13% de la población total dela provincia que el documento describe como población “con claro predo-minio indígena” que se dedica a la cría de ovinos [A.I.G.C.R.N., op. cit.:7]. Tanbaja densidad demográfica se explica por el hecho de tratarse de una meseta deuna altura media de 200 a 300 mts. de clima muy árido, con vientos fuertes ypersistentes, heladas durante casi todo el año, poca agua, suelos que sufren laerosión eólica e hídrica y con vegetación herbácea o arbustiva [A.I.G.C.R.N., op.cit.:7].

Si bien la información acerca de la distribución de la población está salpi-cada a lo largo de todo el texto, cuenta, además, con un apartado propio titu-lado “Conformación étnica”. A partir de una mirada organicista, la diversidad–que el texto presenta con los términos “razas y nacionalidades”– parece inte-grarse, sin conflicto, en una cartografía diversa en cuanto al valor productivode sus recursos naturales. Veamos la cita completa:

“Con la conquista del desierto, la población indígena se recluye en reserva en lazona centro-sur, fundamentalmente. Así la zona del Valle recibe una a-fluencia de españoles e italianos a partir de 1915. Obviamente, el fenómenomigratorio en esta zona incluye ingleses, yugoslavos, checoslovacos, rusos, etc.Este fenómeno también se repite en el Valle Inferior (zona de Viedma). En lazona Centro-Sur aparece la mayor concentración de habitantes con ascen-dencia árabe de la provincia. En cambio, en la Zona Andina este fenómeno seda con población de origen alemán, suizo, austríacos, etc., que buscaron en lazona de los lagos y los bosques un paisaje y clima similar al de su país natal.

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Obviamente, en todos los casos, la presencia española e italiana también es im-portante. En resumen, Río Negro puede decir que, a pesar de su reducida po-blación, posee una variada gama de razas y nacionalidades que conviven enarmonía” [A.I.G.C.R.N., op. cit.:11].

Es la inserción como productor frutícola experto en “cultivo bajo riego”,como criador de ovinos o como “ingenioso” empresario de turismo lo quedefine a los pobladores. Cuando no hay una referencia a la inserción econó-mica, las características de la población se explican por el determinismo na-tural: los alemanes, suizos y austríacos tienden a elegir paisajes naturales queles recuerden su tierra natal, mientras que la baja densidad poblacional de la“región sur” se explica por la aridez del clima, la erosión eólica y la escasez deagua.

Europeos e indígenas son presentados como agentes que llevan adelanteuna elección racional para ocupar la geografía. La diferencia radica en quemientras que los primeros “buscaron en la zona de los lagos y los bosques unpaisaje y clima similar al de su país natal”, la población indígena, en con-traste, “se recluye en reserva”. La construcción discursiva impersonal se re-cluye omite el rol que el Estado desempeñó en esta “reclusión” la cual, a suvez, se presenta como una situación necesaria para la “afluencia” de los mi-grantes europeos. En ningún momento se hace referencia al extenso y vio-lento proceso de enajenación y redistribución de tierras (Briones y Delrío,2002), a los conflictos actuales en torno a la propiedad de la misma ni a lascondiciones económicas para su explotación. La mención a la conquista deldesierto que inicia la explicación se neutraliza con la elección léxica “ar-monía” que cierra el párrafo.

La única referencia a la población chilena la localiza en la Zona Andina,cerca de la frontera, otorgándole un lugar marginal en la composición pobla-cional de la provincia.9 Hay solamente dos referencias a las migraciones prove-nientes de otras provincias argentinas, una en el valle inferior y otra en la zonaandina. La población de origen árabe queda circunscripta en la región sur (sinmayores comentarios acerca de su convivencia con la auto-recluida poblaciónindígena), los europeos del norte en el Valle y los de origen alpino en la cordi-llera. Españoles e italianos “obviamente” son los únicos que aparecen en todaslas regiones, contribuyendo a la amalgama del “ser provincial” y, sobre esta

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9 Para un análisis de la rearticulación de identidades estigmatizadas como la de “chileno” o“indio” en la ciudad de Bariloche ver Kropff (2001).

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base mínima, todos conviven en una “armonía” garantizada por la estricta se-paración en zonas.

A grandes rasgos, el discurso hegemónico presente en los materiales de lacasa de la provincia de Río Negro sostiene, por un lado, que las zonas en las quese divide la provincia son producto de condicionamientos naturales y, por elotro, que esta diversidad interna imprime características específicas a la diná-mica de las relaciones sociales, políticas y económicas, al mismo tiempo queobstaculiza las posibilidades de integración regional (Núñez, 2003). Esta hipó-tesis ha sido aceptada por diversos actores sociales, entre los que se encuentranla prensa, los políticos y las diferentes organizaciones civiles. Se trata de una ex-plicación que se puede hallar también en la producción de los historiadores,antropólogos y otros científicos sociales que abordan problemáticas relacio-nadas con la provincia.10 A este planteo se suma la adjudicación de subjetivi-dades diferentes a cada una de las zonas circunscribiendo la presencia indígenaa la denominada “Línea Sur” y articulando la marcación étnica con la insercióneconómica como “pequeño productor” de ganado lanar.

II. La construcción del indígena rionegrino

La cuestión indígena aparece en el informe de la Casa de la Provincia a tra-vés de la imagen de la asimilación que representa Ceferino Namuncurá(hijo del cacique Manuel Namuncurá que fuera entregado a la orden sale-siana), mientras se recurre a alegorías metalúrgicas cuasi nucleares (“fusio-nar al indio”) para explicar la ausencia de indígenas en el Valle. Como con-secuencia, solamente hay población indígena en la (despoblada) zona sur.Las condiciones naturales de esa zona (“todo polvareda”, en palabras de lafuncionaria de la casa de la provincia) hacen que los indígenas, desprovistosya de toda relación con sus producciones culturales –que se consideran cu-

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10 Esta hipótesis se repite tanto en los análisis de los investigadores como en el sentido comúnde políticos y activistas mapuche. En su libro de divulgación histórica para escuelas, Nico-lletti y Navarro Floria (2001) señalan que los intentos de unificar y conectar estas diversaszonas fueron siempre de la mano de emprendimientos estatales; y a la vez destacan que estaprovincia, tan disgregada, es fruto de la manera en que se pensó y se organizó la administra-ción de los Territorios Nacionales después de la conquista militar. Según los mismos auto-res, los intentos de “homogeneización” provincial se advierten en la política educativa (áreaque el Estado se disputó tempranamente con los salesianos), en la creación de vías de comu-nicación y medios de transporte, en la evangelización temprana y en la política de tierras quefavoreció el latifundio y preservó grandes extensiones con la categoría de “tierra fiscal”.

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riosidades “de interés científico”– continúen su lento pero inexorable cami-no hacia la extinción.

En el libro compilado por Rey y Vidal, varios autores aportan informaciónespecífica sobre la situación de los indígenas desde la etapa previa a la campañadel desierto. La preocupación de algunos de estos investigadores ha radicado,principalmente, en establecer la aloctonía o autoctonía de los diferentes gruposindígenas. La siguiente cita de Rodolfo Casamiquela sintetiza esta corriente depensamiento sustentada en una clasificación racializada de la diversidad en laque se superponen categorías disímiles tales como la etnicidad, la provincia-lidad y la nacionalidad:

“la práctica extinción de la sangre fuéguida y láguida, y su reemplazo por lapámpida: se trata, culturalmente, de tehuelches, emparentados íntimamentecon los cazadores del interior de la Patagonia y del sur de Buenos Aires […] Enese grupo ha de buscarse el entronque de viejos linajes locales, como los Linares,Entraigas y otros; esto obviamente en la segunda mitad del siglo pasado. Es du-rante él que se notan las influencias araucanas, arribadas al sur del Neuquénhacia comienzos del siglo XVII y a la pampa a mediados de ese siglo. Es duranteél que los indígenas dichos de la costa se transformaron en amigos y colabo-raron continuamente -y decisivamente- en la defensa de Patagones contraaquellos, los indios chilenos (vorogas y pehuenches) de Calfucurá y Reuque, deNamuncurá después. Es durante él que arribaron al interior de la provincia lacerámica pintada, las raederas de cueros dobles y otros elementos (arqueoló-gicos) de origen araucano, neuquino o chileno, junto con la ropa tejida”[AA.VV., 1974:45].

El concepto de araucanización de las pampas, que sustenta el planteo ex-puesto, refiere a la supuesta expansión de los indios “chilenos” (araucanos agri-cultores) sobre territorio “argentino”, generando la aculturación de los indios“argentinos” (pampas o tehuelche cazadores y recolectores) y su degeneración,por adoptar el caballo y dedicarse al saqueo de los pueblos y las estancias de lapampa. Este concepto tiene sus orígenes en producciones intelectuales vincu-ladas a la construcción de una narrativa nacional y, específicamente, en losaportes de los intelectuales orgánicos del roquismo, como Estanislao Zeballos,para justificar la conquista militar de los territorios de Pampa y Patagonia(Lenton, 1998). Estos aportes fueron introducidos en el pensamiento antropo-lógico académico por investigadores como Salvador Canals Frau, en la décadadel 1930, y desarrollados por Marcelo Bórmida y Milcíades Vignati (entre

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otros) en la década del 1960, siendo uno de sus exponentes actuales el mismoRodolfo Casamiquela.11

Por su parte, Lazzari y Lenton (2000) señalan que la construcción de losaraucanos como esencialmente “chilenos” se contradice con el criterio de “iussolis” que propone la Constitución de 1853 para establecer la nacionalidad. Lacondición alóctona inmodificable los construye en términos étnicos como alte-ridad indígena externa y no forman parte del proceso de construcción de abori-ginalidad preexistente a la nación argentina y, por lo tanto, opera aún hoycomo un poderoso argumento para deslegitimar los reclamos de las organiza-ciones mapuche (Briones, 1999).

En el párrafo que citamos anteriormente, Casamiquela establece una conti-nuidad entre los linajes locales (“amigos” que defendieron Patagones del ataquede los “indios chilenos”) y los tehuelche originalmente argentinos. Según estaexplicación, la difusión de la cultura araucana llega a la provincia en el sigloXVII proveniente de Chile y de Neuquén. El cuadro de la construcción del te-rritorio nacional como preexistente al Estado mismo se completa aquí con laproyección de las fronteras interprovinciales dos siglos antes de la conquistaefectiva de los territorios y dos siglos y medio antes de su constitución comoprovincias. Neuquén y Río Negro constituyen, en esta concepción, dos espa-cios diferenciados que recibieron la difusión araucanizante en etapas, siendoNeuquén un territorio aculturado antes y, por lo tanto, más profundamente.

A pesar de que esta construcción presenta una provincia poblada en el sigloXVII no sólo por los tehuelches (los “originales”) sino por algunos araucanos(los “recién llegados”), la campaña al desierto parece constituir un período devaciamiento poblacional y, por lo tanto, esa población anterior es presentadade un modo desvinculado respecto de la población actual de la provincia. Elautor dice que después de 1885 se produjo un desbande hacia Chubut de las“auténticas” tribus tehuelches cuyos “restos” se radicaron en diferentes lugaresde la Patagonia. Según esta teoría, en el territorio de Río Negro quedaron sola-mente algunas familias dispersas en Valcheta, Viedma y Conesa:

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11 Lazzari y Lenton (2000) analizan las connotaciones políticas de esta noción y deconstruyenlas concepciones de cultura y sociedad que la sustentan, exponiendo el carácter difusionista yescencialista de la argumentación y su imbricación con los fundamentos que dan basamentoa la construcción de la naturaleza de lo nacional. “En síntesis, los enunciados referentes a lasentidades participantes de la ‘araucanización’ predican unidad, autenticidad y originalidadétnicas, semejantes a la unidad, autenticidad y originalidad nacionales que se construyen enfiligrana en los colectivos de identificación y en el de las modalizaciones. Esta mímesis se re-vela necesaria para desarrollar este discurso que supone la transformación superadora y laconservación, a la vez, de las particularidades de cada patrimonio cultural [op.cit.: 132].”

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“Algunos individuos en los alrededores de la meseta de Somoncurá y sureste ycentro-sur de la provincia. En la misión del Limay, y a lo largo del Negro,prácticamente nada… Y habría que esperar a la venida de los grupos arauca-nizados del sur de Buenos Aires (tribus de Catriel y Maicá), de la pampa cen-tral (Namucurá, etcétera), del sur del Neuquén, y por fin -ya en este siglo- detoda una neo-migración araucana-chilena, para que el territorio adquirierasu fisonomía indígena actual” [AA.VV., op. cit.:46].

A partir de la obra de sus intelectuales, Río Negro se presenta a sí mismacomo una provincia sin “aborígenes” que fue repoblada después de la campañapor “grupos” ya “araucanizados” (es decir, chilenizados) de otras provincias yde araucanos chilenos de corrientes migratorias aún más nuevas y, por lo tanto,más extranjeras. La siguiente cita de Casamiquela sintetiza esta posición:

“De una manera o de otra, los pobladores del ámbito rural de Río Negro, deorigen predominantemente aborigen en la primera capa del poblamiento, o sus-trato, estaban todos identificados por un rasgo cultural fundamental: el de serposeedores de una economía de pastores nómadas o seminómadas […] Con estosantecedentes el antropólogo, por lo menos, no esperaría que los cultivadores bro-taran por generación espontánea en el interior mesetario de la provincia… Elloshabrían de aparecer después en las porciones superior y media del río Negro, o enEl Bolsón, y naturalmente fueron europeos en mayor medida. No sucedió lomismo en el valle inferior, en donde el predomino de la mentalidad ganadera semantuvo hasta prácticamente nuestros días. Es explicable, claro […] en Bari-loche, en fin, el poblamiento moderno habría de hacerse a expensas de pionerosvenidos de fuera, argentinos o europeos, y ellos -a falta de un verdadero sustratoindígena, deshecho allí- fueron directamente los ganaderos, en general grandesganaderos. Después, razones ecológicas trajeron a los suizos, a los alemanes pro-cedentes de similares climas, beneficiarios de otras culturas. Así se explica, arasgos muy grandes, el mosaico racial y cultural que presenta nuestra singularProvincia de Río Negro” [AA.VV., op. cit.:46-47].

La hipótesis de la relación entre las zonas y las subjetividades –que sostiene laidea de que la provincia constituye un “mosaico racial y cultural”– es explicadapor Casamiquela a partir de un despoblamiento fundamental ocurrido en lacampaña del desierto (aquí con un particularmente poderoso efecto desertifi-cador). Los argumentos complementarios tienen que ver con los condiciona-mientos naturales y también con la composición étnica que resulta de las dife-

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rentes corrientes migratorias que se ubican en cada zona, generando unmosaico. A partir de allí, es claramente la estrategia económica desarrollada porcada una de las corrientes migratorias –portadoras, a su vez, de una cultura es-pecífica– la que define el carácter de cada una de las zonas.12 No resulta extraño,entonces, que la construcción de lo indígena a nivel provincial esté fuerte-mente situada en la zona de la Línea Sur y que se plantee en términos de de-mandas de los “pequeños productores” de ganado lanar.

Otro de los resultados del proceso de construcción de subjetividades provin-ciales es que la articulación económica se imponga sobre el clivaje étnico, par-tiendo de la naturalización del mestizaje como forma progresiva de extinción delos indígenas y de la consecuente construcción de la figura del “paisano” comoprotagonista principal de las demandas. Es desde ese lugar legitimado que, para-dójicamente, se articulan agencias que apuntan al reconocimiento indígena:

“¿Por qué una Ley para los paisanos? Los españoles, al llegar a estas tierras,traían consigo un sistema de vida diferente al que se practicaba aquí, pero sintomar en cuenta nada crea un sistema de documentación que daba la pro-piedad de las tierras a quienes ellos elegían, que jamás fueron sus verdaderosdueños: los paisanos. Aún hoy se sigue desplazando al paisano de su tierra, desus derechos. Aún mucha gente sigue pensando que el único destino de un pai-sano es ser peón rural y el de su mujer, empleada doméstica. Es por todo estoque la Ley del indígena se hace absolutamente necesaria para comenzar a solu-

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12 El escenario social construido por el discurso hegemónico en la subregión Alto Valle está ca-racterizado por el protagonismo de la figura del “chacarero” y la presencia claramente subal-terna del “paisano” o “peón”. En su etnografía de los chacareros, Ferreyra (2002) señala quela marcación étnica de los paisanos como “indios” ocurre cuando se les atribuye conductasnegativas en el trabajo de la chacra y que las diferencias entre chacareros y paisanos son expli-cadas por los chacareros en términos de diferencia cultural. Por otra parte, la presencia chile-na en la región es omitida por los discursos oficiales. La autoadscripción en términos nacio-nales por parte de estos migrantes y sus hijos emerge como resultado de una disputa conprácticas y discursos fuertemente discriminatorios y su legitimidad se construye a partir de lainserción económica como trabajador frutícola (Trpin 2004) apelando, de este modo, a unargumento claramente “rionegrino” según la matriz que estamos analizando. El protagonis-mo del chacarero es producido también por las representaciones generadas por los museosde la región, cuyo relato épico nombra a los primeros chacareros emigrados de Europa con lacategoría sufrida y gloriosa de “pionero”. Esta misma categoría es utilizada en otras subre-giones para colocar en el centro de la escena a otros actores siempre llegados de allende losmares. Los indígenas en los museos del Alto Valle se colocan en un estadio primario anteriora la llegada de los “pioneros”, enfatizando la idea de extinción y asimilación. En el museo deGral. Roca llama la atención que la figura de Aimé Painé, una referente mapuche que vivió amediados del siglo XX, aparezca en la sala de “Primeros Pobladores” (Kropff N.d.).

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cionar algunas de las injusticias que nuestros antepasados pusieron sobre loshombros del paisano.” [Gente de la tierra, 1990:2].

III. El debate legislativo

El estado rionegrino reconoce por primera vez que tiene población indígena enel año 1987, cuando sanciona la “Ley Integral del Indígena” N° 2287, cuyoobjetivo central es la regularización de la propiedad de la tierra (aunque tam-bién incluye acápites sobre “educación y cultura”, “seguridad social, el trabajoy la salud”, “vivienda” y “comunicación social”). El antecedente legislativo másimportante referente al tema de la propiedad de la tierra es la Ley N° 279 san-cionada en 1962, que considera como destinatarios de las políticas a los “ocu-pantes” de tierras fiscales, “siempre que acrediten condiciones de moralidad,idoneidad y capacidad técnica.”13

En 1988 la Constitución Provincial también plantea un reconocimiento al“indígena rionegrino como signo testimonial y de continuidad de la culturaaborigen preexistente”. Entre la Ley 279 –que no considera a los pobladores delas tierras fiscales en términos étnicos, pero los construye como subalternosdesde el momento que les exige demostrar su moralidad, idoneidad y capa-cidad técnica– y la Constitución de 1988 que lo hace explícitamente, sucedió anivel provincial un proceso político específico del que surgieron organiza-ciones y demandas indígenas que modificaron el discurso jurídico provincial,modificación cuyo hito fundamental fue la Ley 2287 (sancionada en 1987 ypromulgada en 1988).

Para contextualizar ese proceso es necesario describir brevemente la coyun-tura política del momento. Desde la provincialización de Río Negro, el partidoen el gobierno ha sido la Unión Cívica Radical (UCR). Salvo el breve períodoperonista entre 1973 y 1976, el gobierno se alternó entre radicales y militares.14

En 1975, Miguel Hesayne es nombrado obispo de Viedma. Su gestión estuvomarcada por una confrontación pública con el gobierno de facto. En particularse destacan las cartas que el obispo enviara a Videla, defendiendo los Derechos

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13 Ley 279 artículo 3°: Serán instrumentos esenciales para la ejecución planificada de la políticade promoción agraria; F) facilitar a la mayor cantidad posible de actuales ocupantes de lastierras fiscales, la obtención del título de propiedad, acordándoseles seguridad jurídica y ex-pansiones que garanticen su estabilidad y estimulen su trabajo e inversiones, siempre queacrediten condiciones de moralidad, idoneidad y capacidad técnica.

14 El único intento de creación de un partido provincial tuvo su génesis entre los militares y noprosperó.

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Humanos y denunciando los abusos del régimen. A partir del retorno demo-crático el obispado comienza a desarrollar actividades en las áreas rurales, y allíes donde comienza el período que analizaremos.15

A mediados de los 80, en la coyuntura política del comienzo del gobiernodemocrático después de la dictadura, cobra un lugar central en la arena públicala cuestión de la defensa de los derechos humanos en general y de las minoríasmarginales en particular, dentro de las que se incluye a los indígenas. La grannevada de 1984 generó la mortandad de muchos animales en las áreas ruralesde la provincia y puso en evidencia las condiciones precarias en las que vivía lagente, originando acciones organizativas tanto en el campo como en la ciudad(Kropff, 2001). En este contexto, el obispado de Viedma lanza un plan deayuda a los pequeños productores de la Línea Sur basado en la recuperación delganado perdido durante la nevada. Al mismo tiempo, hace efectivo un pro-yecto surgido de un funcionario del gobierno, que consiste en crear un plan depromotores sociales que brindaría apoyo técnico a los productores.16

El Plan –para el que luego el Obispo Hesayne obtiene financiamiento inter-nacional de la organización católica alemana Misereor– recluta voluntades,apoyo y personal en una convocatoria amplia. No sólo los curas párrocos de lasdiversas localidades de la Línea Sur se hacen cargo del proyecto y del Centropara el Desarrollo de Comunidades (CEDEC), organización ligada a la Iglesiaque llevaba a cabo una tarea de promoción en la región desde el año 1975. Lapropuesta del Plan tiene la capacidad de incorporar al recientemente creadoCentro Mapuche Bariloche (Gutiérrez, 2001:293).17

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15 Los 80 y 90 están marcados por las protestas de los empleados estatales, sobre todo por lossectores involucrados en la educación y la salud. La privatización de los ferrocarriles deja alos productores de la Línea Sur con menos posibilidades de transportar la producción lanera.Por ende, la aplicación de políticas neoliberales caracteriza el período cuando surgió másfuertemente la organización indígena en la provincia (Navarro Floria y Nicolletti 2001).

16 Según un ex consejero del CODECI proveniente del CAI, esta decisión del obispado impide laentrada de ENDEPA en la provincia.

17 En su análisis del surgimiento del CAI, Fuentes (1999) otorga un papel protagónico al Parti-do Intransigente que, a principios de los 80, estaba estrechamente vinculado al movimientode defensa de los Derechos Humanos en Bariloche. Según esta perspectiva, que surge de unainvestigación de historia oral que retoma testimonios de activistas del Centro Mapuche Ba-riloche (CMB), el CMB habría surgido de la apertura política del PI y “El CAI surgió como ini-ciativa de algunos integrantes del Centro Mapuche que consideraban prioritario profundi-zar el rumbo de toda organización popular en dirección a las luchas sociales más ambiciosasy, además, pretendía la formación de un cuerpo de delegados rurales (op. cit.: 25).” Lo queestas diferentes interpretaciones permiten entrever es que se trató de una organización que,efectivamente, logró nuclear con alto grado de protagonismo a diferentes sectores que hoynarran la historia reclamando agencia sobre su creación.

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Ante las demandas y la presión política de este movimiento, el gobierno pro-vincial responde con un proyecto de ley para regular la situación de la pobla-ción indígena. La propuesta original incluía la creación de un Consejo AsesorAborigen con delegados de los parajes nombrados por el gobierno. La gente,que ya estaba comenzando a organizarse en cooperativas a través del plan depromotores, logra imponer sus propios delegados, cambiando también elnombre del Consejo por el de Consejo Asesor Indígena. El CAI surge entoncescomo organización indígena que, sin embargo, también nuclea y representa alos pequeños productores184 no aborígenes y está estrechamente vinculada alObispo Hesayne (Mombello, 1991).

Finalmente, luego de tres años de negociaciones, la ley 2287 se sancionacomo resultado de un proceso conflictivo entre el Estado, la iglesia y el CAI(Mombello, op. cit., Gutiérrez, op. cit. y Menni, 1996). Luego de esta fuertedisputa en la que el CAI se fortaleció como organización –recibiendo el res-paldo tanto de partidos políticos como de sindicatos y organizaciones de dere-chos humanos, entre otras agrupaciones– se logró que la ley incluyera la pers-pectiva de la organización. En la misma ley se dispone la creación del Consejode Desarrollo de las Comunidades Indígenas (CODECI) que debe encargarse deejecutar la ley y debe estar compuesto por tres representantes del CAI y dos delpoder ejecutivo provincial.

A pesar de la importancia que la 2287 otorga al problema de la tierra y la cla-ridad con que define que la tierra ocupada por población indígena debe ser ad-judicada a sus ocupantes, nada se ha avanzado en este sentido y el debate legis-lativo continúa.19 El objeto de este debate es regular el dominio de aproximada-mente cuatro millones de hectáreas de tierras fiscales ocupadas, en gran parte,por pobladores con permisos precarios.

Hoy en día circulan cuatro proyectos de ley para la regularización de tie-rras fiscales en la legislatura de la provincia, correspondientes a los legisla-dores Bolonci (PJ), Muñoz (Alianza: UCR), Jañez y Costa (PJ) y Barbeito yGiménez (Alianza: UCR). Los dos primeros proyectos (Bolonci y Muñoz) sebasan en la necesidad de ajustar la legislación provincial a las nuevas disposi-ciones nacionales y tratados internacionales con respecto a los derechos de losPueblos Indígenas, mientras que los otros dos (Jañez-Costa y Barbeito-Gi-

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18 Por pequeños productores para esta zona se entiende a los que poseen menos de 1000 cabe-zas de ganado.

19 “Capítulo III. De la propiedad de la tierra. Artículo 11: Dispónese la adjudicación en pro-piedad de la tierra cuya actual posesión detentan los pobladores y/o comunidades indígenasexistentes en la Provincia.”

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ménez) se preocupan por la situación indefinida de las tierras fiscales y por suadministración racional, siendo, quienes las ocupan, uno más de los pro-blemas a resolver.20

De acuerdo a estos diferentes objetivos, mientras que en los primeros dosproyectos encontramos referencias a “Pueblos Indígenas”, “nuestros hermanosaborígenes”, “indígena rionegrino”, “cultura aborigen preexistente” e incluso“pueblo Mapuche” y “comunidades mapuche”, en los otros solamente se hacereferencia a “tenedores y/o ocupantes de las tierras”, “habitantes” y “pobladorrural”. En el caso del proyecto de Barbeito y Giménez, se hace una referenciamarginal a eventuales “ocupaciones indígenas”.

A partir del marco del artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional, elproyecto de Muñoz habla de “pueblo Mapuche”, de propiedad comunitaria,etc.21 Su propuesta es adaptar la legislación orientada al “indígena argentino” al“indígena rionegrino”. Retomando la ley provincial 2287, propone que elConsejo de Desarrollo de las Comunidades Indígenas (CODECI) sea el órganode aplicación de la regularización.

El proyecto de Bolonci va más allá y no sólo cita la Constitución, las leyesnacionales y la ley provincial, sino también los convenios internacionales sobrelos derechos de los pueblos indígenas. Realiza una encendida defensa del reco-nocimiento adeudado a “nuestros hermanos aborígenes” en términos de “repa-ración histórica” y sostiene que, para lograrlo, se debe articular el estado pro-vincial con las organizaciones indígenas. Incluso cita el Acta Acuerdo de laCoordinadora del Parlamento del Pueblo Mapuche (que fuera refrendada porel decreto 310/00 del Poder Ejecutivo Provincial), por la cual se cuestiona elproceso de titularizaciones individuales en favor de la propiedad comunitaria.En su argumentación, Bolonci incluye varias distinciones en la población afec-tada por el problema de tierras.22 Por un lado, distingue a la “población étnicamayoritaria” (aproximadamente un 82%, según Bolonci) de los pobladores no

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20 El proyecto de Jañez y Costa apunta únicamente a la necesidad de municipalizar el manejode las tierras, respondiendo a una norma impuesta por la Constitución Provincial de 1988.En este caso, el manejo “racional” pasa por la descentralización.

21 Define a las comunidades mapuche como “conjunto de familias que se reconozcan como ta-les, con identidad, cultura y organización social propia, concentradas o dispersas, autócto-nas o de probada antigüedad de asentamiento en el territorio de la Provincia o cuyas formasde vida se hallen regidas total o parcialmente por sus propias costumbres o tradiciones.” (art.11) Basa su definición en la ley nacional 23.302 y provincial 2287.

22 Según Bolonci, el problema se basa, en parte, en que “hay 11 comunidades (reservas), distri-buidas en una superficie aproximada de 380.000 has. y que sin embargo la ocupación desdesiempre por nuestros paisanos en la geografía provincial es de aproximadamente 4.000.000has. fiscales”.

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indígenas con o sin título de propiedad. Por otro lado, establece también unadistinción entre población de reservas indígenas y “ocupantes históricos” detierras fiscales, haciendo referencia indirectamente a las diferentes formas enque la población indígena fue radicada luego de la conquista militar del terri-torio.

El proyecto de Barbeito y Giménez, en cambio, supone criterios de raciona-lidad vinculados al desarrollo económico “eficiente” amparados en la retóricaambientalista.239 Para conseguir resolver los problemas derivados del “uso irra-cional del recurso” es necesario, según estos legisladores, realizar la mensura,catastro y relevamiento de las tierras, así como la resolución del problema de lapropiedad.240 En este proyecto, el estado provincial aparece como perjudicadopor la situación actual que le impide cobrar los impuestos correspondientes alas tierras. Los pobladores, “actuales y legítimos ocupantes”, también se pre-sentan como perjudicados por el hecho de que su status de tenencia les impideacceder a créditos y avances tecnológicos.251 En la fundamentación ni siquierase menciona a los indígenas, que sólo aparecen en el artículo 7 y no en calidadde pueblo o comunidad sino como “ocupaciones indígenas”. De esta manera,se niega discursivamente toda agencia por parte de los mapuches como sujetosactivos y organizados. La cuestión indígena se presenta como un problema to-talmente marginal en el plan de regularización. La cita textual dice: “En caso detitularizar ocupaciones indígenas estos [sic] se considerarán con el ConsejoAsesor Indígena”.

El proyecto de Barbeito y Giménez es el único que avanza proponiendo unPlan Piloto a ser aplicado en la “región andina”, determinada en la Ley ForestalProvincial como “Zona Forestal Andina”. Este Plan Piloto está fundamentadoen un informe que incluye, además de un mapa, costos de titularización segúnel área, recaudación actual y potencial para el estado provincial, y una pro-puesta de distribución de ingresos en diferentes instancias de administraciónestatal. Teniendo en cuenta la trayectoria radical en la provincia y la composi-ción de la legislatura (24 de los 42 legisladores son de la Alianza ConcertaciónPara El Desarrollo-UCR), es bastante probable que sea éste el proyecto que fi-

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23 Es así que encontramos términos como “potencialidad agroforestal” y “agroindustrial”, “ex-plotación racional”, “estabilidad socioeconómica”, “uso sostenido y sustentable” y “mante-nimiento del recurso” para las “futuras generaciones”.

24 Dice textualmente: “[…] el fundamento vicioso de la baja rentabilidad sólo podrá romperseen la medida en que se legitime la tenencia-propiedad de unidades de explotación racionalesy viables, con adopción de tecnologías apropiadas”.

25 De hecho, se propone subsidiar por parte del Estado a la población que acredite 15 años deantigüedad y pobreza “justificada”.

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nalmente sea aprobado.26 Sin embargo, no deja de llamar la atención que esadecisión política aún no haya sido tomada. Independientemente del proyectolegislativo que se apruebe, a los efectos de reconstruir el discurso hegemónicoprovincial sobre la cuestión indígena, nos interesa compararlos destacando trespuntos de contraste: la forma en que es representado el rol del estado provin-cial, la forma en que es construida la alteridad indígena y los interlocutores quese consideran representativos de los indígenas.

Mientras que en el proyecto de Barbeito y Giménez el estado provincial apa-rece como perjudicado por la situación, en el de Bolonci aparece como respon-sable en cierta medida. Hay que entender el planteo del legislador justicialistaen el contexto de una provincia históricamente radical para sopesar los efectosde este discurso en términos de política legislativa efectiva. Por un lado, Bo-lonci critica las acciones de otorgamiento de permisos precarios de la Direcciónde Tierras por considerarlas “viciadas de nulidad e inconstitucionalidad” y, porotro, rescata el acuerdo que el Ejecutivo Provincial habría hecho con el BancoMundial para contar con recursos para el proceso de regularización de tierras.

En cuanto a la construcción discursiva de alteridad, mientras que la Ley2287 utiliza principalmente la categoría “indígena” (aunque incluye tambiénla categoría de “indio mapuche” y hasta la de “pueblo mapuche”273) para de-finir a sus referentes, los proyectos de Muñoz y Bolonci incorporan otras cate-gorías, como “aborígenes” y “mapuche” (“comunidad”, “pueblo”, “ocupa-ciones”) sin eliminar la anterior. De esta manera constituyen discursos ricos enreferencias intertextuales que ponen en evidencia el dinámico proceso y eldenso entramado de relaciones sociales y representaciones que les dio origen.En este sentido, se destacan las referencias a los debates jurídicos y políticossobre la cuestión indígena a nivel nacional e internacional además del provin-cial. En los otros dos proyectos el problema de la tierra se presenta aislado de lacompleja textura sociológica que se cita en los anteriores. En estos últimos, lasreferencias a eventuales “ocupantes” son marginales y, en este sentido, vemosactualizado el discurso hegemónico provincial que coloca en primer plano loscondicionamientos naturales y subordina el poblamiento a esas condiciones,negando toda agencia a los procesos sociales y políticos. Los pobladores serían,como podría decir Casamiquela, recién llegados a la discusión.

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26 Un dato que suma a favor de a esta hipótesis es que el legislador Barbeito es, hoy en día, mi-nistro del ejecutivo provincial.

27 Capítulo I, Artículo 2: “[…] Se considera ‘indio mapuche’, a todo aquel individuo que, in-dependientemente de su lugar de residencia habitual se defina como tal, y sea reconocidopor la familia, asentamiento o comunidad a la que pertenezca en virtud de los mecanismosque el pueblo mapuche instrumente para su reconocimiento.”

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La cuestión de los referentes que se consideran representativos en los dife-rentes proyectos es particularmente contrastante, porque cada uno de ellostoma como referente a una organización distinta. Mientras Muñoz consideraque la aplicación del plan debe estar a cargo del CODECI, Bolonci cita el ActaAcuerdo de la Coordinadora del Parlamento Mapuche de Río Negro y Bar-beito y Giménez toman como referente al Consejo Asesor Indígena. Para com-prender esta diversidad de interlocutores, es necesario continuar con la histori-zación del proceso político.

IV. El movimiento indígena rionegrinodesde mediados de la década de 1990

En los años 1995, 96 y 97, se va dando un proceso de división del CAI. Mien-tras una rama rompe relaciones con el obispado, la línea que sigue vinculada alél (y a fuentes de financiamiento como la Misereor) está compuesta en su ma-yor parte por gente no mapuche que conforma la Federación de Cooperativasdel Sur y trabaja en la creación y soporte del Ente de Desarrollo de la Línea Sur(conformado por los ejecutivos municipales de la región desde 1992). La otralínea del CAI continúa la relación con el estado y en 1997 se integra a la Coordi-nadora del Parlamento Mapuche de Río Negro (CODECI 2001) que incluye,además de delegados del CAI, delegados de los Centros Mapuche urbanos y decomunidades rurales. En consecuencia, el CAI ya no es la única organizaciónrepresentativa ante el estado, como lo era en el primer momento.28

A través de los comunicados de prensa del año 2000, se identifican tres lí-neas del CAI: el CAI Atlántico, el CAI Línea Sur (vinculado al CODECI) y el CAIZona Andina. En el 2001, el CAI anuncia su ruptura con la Coordinadora delParlamento y el CODECI (Comunicado de Prensa de septiembre de 2001 fir-mado por delegados de “Zonas del Valle, de Viedma, de Ñorquinco, Andina ySur”), órgano al que critica por “su inacción e inoperancia” que resultan fun-cionales a las políticas de “usurpación” de “Territorio” (CAI 15/4/02). Sin em-bargo, no deja de exigir la puesta en vigencia de la Ley 2287.

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28 La situación de ruptura con el obispado genera la dependencia económica directa de la Coor-dinadora con el estado provincial. Esta dependencia se pone de manifiesto en los graves pro-blemas de infraestructura que se producen cuando se intenta hacer frente a la aprobación de laley de Fondo Fiduciario que establece que las tierras pueden ser utilizadas como respaldo por elEstado para pedir créditos (ley 3230, boletín oficial n° 3620, 29 de octubre de 1998).

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La multiplicidad de organizaciones mapuche que encontramos hoy en díaen la provincia29 es producto de un proceso complejo que se dio en las últimasdos décadas. Esta multiplicidad implica el entramado de objetivos y estrategiasdiferentes con distintas posiciones ante agencias nacionales, internacionales,provinciales y locales. No profundizaremos aquí en ese debate porque lo quenos interesa indagar es de qué manera este proceso, que tuvo consecuencias enla arena jurídica, influye en las formas hegemónicas de producción de sentido anivel provincial. Para ello analizaremos la construcción discursiva del estadoprovincial y de la alteridad indígena en dos documentos: el convenio entre elCODECI, la Coordinadora del Parlamento del Pueblo Mapuche y el Poder Eje-cutivo provincial del mes de noviembre de 2000 y un documento de prensa del18 de junio de 2003, donde el CAI establece su posición ante los proyectos le-gislativos que citamos antes.

El convenio entre el Ministerio de Coordinación y el Ministerio de Go-bierno provincial, el CODECI y la Coordinadora establece que la situación jurí-dica, económica y social de las tierras fiscales “ocupadas por Comunidades ofamilias Indígenas” será analizada en conjunto entre las partes firmantes delconvenio. De esta manera, el Ejecutivo de la provincia se compromete a no in-novar con respecto a la situación de las tierras sin previa consulta. Asimismo, elCODECI es reconocido, por este convenio, como órgano de aplicación de la Ley2287 y la Coordinadora como “instancia máxima de representatividad de lasorganizaciones indígenas de la provincia de Río Negro”. Ambas instancias seconsideran representativas del “pueblo indígena”.

El convenio deja claro que las políticas que tienen que ver con las tierrasfiscales habitadas por comunidades indígenas implementadas a través delCODECI se complementan con políticas implementadas por otras instanciasdel ejecutivo provincial como el Ministerio de Coordinación que está a cargodel proceso de regularización y titularización de tierras fiscales. En definitiva,el estado provincial es construido, en este documento, como una instanciaabierta a la consulta y a la elaboración conjunta de políticas con las organiza-

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29 Entre las organizaciones mapuche con visibilidad pública encontramos, por un lado, dife-rentes comunidades y centros mapuche urbanos nucleados en la Coordinadora del Parla-mento Mapuche de Río Negro y representados en el CODECI. La estructura actual de laCoordinadora se basa en “mesitas” que corresponden a las diferentes “zonas” de la provincia.Por otro lado está el CAI que a veces aparece como “CAI andino” en los comunicados deprensa. También trabajan con temas relacionados a la cuestión indígena la Federación deCooperativas y Ente de la Línea Sur. A esto se debe sumar un movimiento mapuche urbanocompuesto por jóvenes, que comenzó a ocupar la arena pública a partir del año 2001 en Ba-riloche y Gral. Roca principalmente. La especificidad de este movimiento está dada por untrabajo de base en comunicación y arte (Kropff 2004).

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ciones consideradas “representativas” del “pueblo indígena” de Río Negro.En cuanto a los destinatarios de estas políticas, el convenio nombra a los indí-genas en plural (“comunidades”, “pobladores” y “familias”) en su calidad de“pequeño(s) productor(es) y criancero(s)”. Explicitando como una de suspreocupaciones fundamentales la de “evitar las migraciones de estos pobla-dores a los centros urbanos”, afirma de esta manera la condición rural de lapoblación indígena.

En un documento de prensa del 18 de junio de 2003, el Consejo AsesorIndígena sostiene que todos los proyectos legislativos se basan en el interés de“poner en manos de las empresas privadas de ‘inversores’ extranjeros y nacio-nales, no sólo las tierras sino todo lo que ellos llaman ‘recursos naturales’.”30 Elcai se posiciona activamente en contra de estos proyectos, considerándoloscomo parte de una política global; denuncia la alianza del estado provincial conestos intereses y su conducta obsecuente con los lineamientos del Banco Mun-dial que posibilitan la entrada de las grandes empresas terratenientes.31 En estemarco, el codeci es incluido dentro del Estado y definido como “su oficina para‘indígenas’”. En el mismo comunicado, el CAI se autodefine como “organiza-ción mapuche mayoritariamente campesina” perteneciente a un “Pueblo Ori-ginario”, que se posiciona junto al “pueblo trabajador” que es víctima de unaconquista en términos de despojo económico al igual que los mapuches. Setrata de una articulación étnica fuertemente entrelazada con un posiciona-miento de clase (geaprona, 2001).32

Mientras en el convenio el estado provincial aparece como una instanciaabierta a la consulta y a la colaboración con las organizaciones indígenas, en elcomunicado del CAI se lo presenta como obsecuente a los intereses de las trans-nacionales y de los terratenientes, definiendo estos espacios de consulta comoparte de una estrategia de “cooptación” de dirigentes.

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30 Y continúa: “Basta con leer en el último mes las declaraciones públicas de la Secretaria de Mi-nería (Wagner) cuando acompaña a una empresa alemana interesada en la explotación petrolí-fera en su recorrida por la meseta de Somoncura, área que fue solicitada por esta empresa.”

31 En este terreno, denuncia al estado provincial y a las ONG´s como generadores de proyectoseconómicos que permiten la cooptación de organizaciones y dirigentes, con lo cual se neu-traliza toda oposición y resistencia. Como fundamento de su posición, el comunicado deprensa señala la concordancia del decreto de regularización de Tierras de 2001, impulsadopor el gobernador Verani, con los proyectos legislativos referidos, las declaraciones de repre-sentantes de la Secretaría de Minería, el Proyecto Patagonia XXI y el Proyecto Provincias II.

32 Este planteo se concreta en estrategias políticas que pasan por la articulación con organiza-ciones campesinas de Argentina y latinoamérica (Valverde 2001).

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En cuanto a la construcción de la alteridad indígena, en el convenio resultasignificativa la ausencia de referencias a lo “mapuche” en favor de la utilizaciónde la categoría “indígena”. Si bien la Coordinadora utiliza la categoría “ma-puche” en otros documentos (incluyendo frases y palabras en mapuzuguncomo la fórmula de cierre utilizada por casi todas las organizaciones mapuche:“Marici weu!!!”), no lo hace en el marco de este convenio de negociación con elestado provincial, lo cual es un indicio de los términos hegemónicos en la arenade disputa institucional. También resulta significativa, en el convenio, la refe-rencia a la idea de “pueblo” cuando se define a las organizaciones representa-tivas, mientras que los destinatarios son definidos en plural, dando una idea deatomización que contrasta con la organicidad con la que se presentan las orga-nizaciones. A través de esta construcción discursiva se refuerza la naturaliza-ción y legitimidad de la representatividad.

A través de la utilización de categorías como “Pueblo Originario” y “ma-puche” y de palabras y frases en mapuzugun en sus documentos públicos, el CAIse enmarca en la producción discursiva del movimiento indígena de la décadade 1990 en Latinoamérica y, en particular, del activismo político cultural ma-puche (Briones, 1999). Esto se manifiesta también en la ausencia, en sus co-municados públicos del 2000, de categorías como “paisano” que fueran tansignificativas en sus primeras producciones. Sin embargo, la articulación entrelas identificaciones étnica y de clase, lejos de abandonarse, se reformula discur-sivamente a través de la combinación de fórmulas relacionadas a la demandamapuche con fragmentos que provienen del discurso sindical.33 Paralelamente,se re-centran conceptos mapuche que son definidos de manera diferente enotras provincias cuya demanda principal no es la regularización dominial, seaque se equipare el concepto de Wallmapu con la noción de “tierra” en tanto unespacio geográfico concreto que se encuentra en disputa, o el de newen con “laorganización y la lucha”.34

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33 Como por ejemplo cuando se afirma “El Wallmapu no se vende, se defiende!! MARICI WEU!!(diez veces estamos vivos, diez veces venceremos)” [CAI 13-7-01].

34 “Desde la Comunidad Kom Kiñe Mu y el CAI estamos decididos a seguir siendo lo que so-mos y eso significa no entregar nuestro Wall Mapu. Los Mapuche contamos con nuestro ne-wen (fuerza), que es la Organización y la lucha. Nuestro Rakizuam (pensamiento) y nues-tras decisiones en los Traum (asambleas), nos unen en ese camino que, desde hace tiempo,construimos junto a tantos otros explotados y marginados de este sistema que nos imponen(CAI Zona Andina 29/7/00).”

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Palabras finales

En este capítulo presentamos diferentes discursos que disputan la representa-ción de lo indígena en la provincia de Río Negro. Por un lado, presentamoslos documentos oficiales de la casa de la provincia y la voz de algunos intelec-tuales. Por otro lado, introdujimos el debate legislativo sobre el problema dela propiedad de la tierra y, por último, presentamos documentos firmadospor tres instancias organizativas mapuche: el CODECI, la Coordinadora y elCAI. Para cerrar este análisis, retomaremos tres ejes que atraviesan estos dis-cursos: la zonificación, la definición de la población indígena a partir del ejeeconómico y su circunscripción geográfica al ámbito rural de la Línea Sur.Luego dejaremos planteadas dos discusiones que nos parecen significativas:la cuestión de las categorías que construyen aboriginalidad y el problema dela representatividad.

El principio determinista del aislamiento geográfico se puede observar enlos documentos oficiales y la producción de los intelectuales a partir de la es-tricta distribución de la población en zonas. Este aislamiento se fundamenta apartir de las características naturales que, combinadas con las característicasculturales intrínsecas de las corrientes migratorias que se asientan en cada zona,acaban produciendo sistemas económicos diferentes. Estos documentos no re-conocen grupos humanos preexistentes que tengan continuidad en el presente,ya que la conquista militar parece haber tenido un efecto “desertificador”.Luego llegaron diversas corrientes migratorias que se pueden clasificar entreextranjeros deseables y extranjeros indeseables. Entre los deseables, se encuen-tran las corrientes europeas que se caracterizan por su potencial de trabajo.Entre los indeseables se encuentran los chilenos que quedan circunscriptos alárea cordillerana. También los indígenas acaban siendo, en el relato, extran-jeros indeseables debido a la atribución de chilenidad (mediada por neuqui-nidad en algunos casos). Los “verdaderos indios argentinos” fueron despla-zados por los “indios chilenos”, haciendo que la provincia se “extranjerice”completamente.

Aunque la Ley 2287 y los proyectos legislativos refieren a “tierras fiscales”sin circunscribirlas a subregiones, en el proyecto de Barbeito y Giménez elmapa del plan piloto corresponde a la “Zona Andina” y en el de Bolonci semenciona únicamente parajes y entidades de administración de la “RegiónSur”. En cuanto a las organizaciones, la zonificación se ve reproducida en di-ferentes momentos de la historia política del CAI con sus diferentes “zonas”:Atlántica, Línea Sur, Andina y Valle. También la Coordinadora funciona en

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el presente con mesas que representan esas mismas zonas, a pesar de que hayatenido, en su conformación, un énfasis de tipo sociológico al estructurarse enbase a representantes de centros mapuche urbanos, de comunidades y delCAI.

En el eje económico, los indígenas son definidos en los documentos ofi-ciales por su influencia negativa sobre el ser nacional-provincial y, por opo-sición a los inmigrantes, como gente que carece de “cultura” y conoci-mientos generales para aplicar las tecnologías que los inmigrantes sísupieron aplicar. De esta manera se demuestra que son agentes de su propiamarginación así como lo fueron de su reclusión en reserva. La presencia delos extranjeros deseables en las zonas más productivas, como el valle y lacordillera, y la circunscripción de los indígenas a las tierras más pobres ymarginadas, aparece solamente enunciada y nunca cuestionada o explicadaen esos materiales. Los burócratas no problematizan que en la zona sur sea“todo oveja… todo polvareda” ni relacionan esto con la política nacional dereemplazar a los “indígenas bárbaros” por “inmigrantes trabajadores”. Enesta operación, los indígenas son homogeneizados y “blanqueados”(Briones, 1998a) en una amalgama que liga mestizaje y marginalidad(“todos viven parecido”) mientras que los europeos son caracterizados apartir de la diversidad.

La inquietud de la Casa de la Provincia de Río Negro en Buenos Aires seconcentra, aparentemente, en el turismo. Ninguna de las otras “secciones”se encontraba tan ordenada y prolija ni contaba con materiales actuali-zados. La provincia se presenta como un producto turístico que coloca a losindígenas en el patio trasero; en el espacio oculto a los ojos de las visitas queesperan su chocolate caliente junto a los esquíes. En los comentarios de laencargada del área de turismo subyace la idea de que, dada las condicionesactuales, los indígenas no tienen el nivel adecuado para ser exhibidos juntoa los paisajes, “chocolate, dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales,velas y jabones” que se llevan los viajeros como souvenir. No obstante, su-giere que “habría que prepararlo” –es decir, producirlo como show de “ob-jetos exóticos”– una exhibición en la que la iniciativa indígena parecería noestar contemplada.

En el debate legislativo, la inclusión de la cuestión indígena dentro de la pro-blemática del “pequeño productor” que “ocupa” tierras fiscales es clara. Nohay legislación provincial que tome como destinataria a la subjetividad indí-gena que no esté vinculada al problema de la tierra. Río Negro, a diferencia deChubut y Neuquén, presenta un cuadro en el que dos organizaciones distintas

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se centran en el mismo objetivo principal: la regularización de la propiedad dela tierra.35 Si bien la Coordinadora del Parlamento Mapuche de Río Negro tra-baja también en el proyecto provincial de educación bilingüe y participa deldebate del censo indígena nacional, sigue siendo la cuestión de la tierra –quefue el fundamento principal de su creación (Informe CODECI, 2001)– el obje-tivo básico de las políticas que implementa a través del CODECI y cuyo destina-tario es el “pequeño productor y criancero” (Gob. de Río Negro 2000). Encuanto al CAI, desde el momento en que se presenta como organización ma-puche-campesina, la base económica del planteo es explícita. Esto se comple-menta con las constantes afirmaciones sobre la articulación de clase trabajadoradel pueblo mapuche.

La circunscripción geográfica de la presencia mapuche se advierte, en losdiscursos oficiales que hemos analizado, en la localización de los indígenas es-trictamente en la Línea Sur, sin considerar su presencia en otras zonas. Se trata,también, de una circunscripción rural, ya que no se toma en cuenta la pre-sencia mapuche urbana. Esta distribución forma parte de un discurso que en-trelaza localización y mestizaje, una unidad en la que la “mezcla” es leída como“extinción” debida a la pérdida o desaparición de la “pureza racial”. Si relacio-namos esta posición con el estilo rionegrino de construcción de subjetividadesa partir del sustrato material, es decir, de la inserción económica, no resulta ex-traño que los reclamos de las organizaciones indígenas se articulen con los re-clamos de los pobladores rurales de la zona.36 Sin embargo encontramos unprincipio de cuestionamiento a esta circunscripción en el hecho de que, tantola Coordinadora como el CAI, tengan (o hayan tenido en su historia) represen-tantes de otras zonas: Valle, Zona Andina y Zona Atlántica.37 Entonces,

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35 En Neuquén, por ejemplo, la demanda mapuche incluye reivindicaciones diversas entre lasque se encuentran los problemas de tierras, pero también –fuertemente enfatizadas por eldiscurso público de las organizaciones– demandas en el campo de la justicia y la educación.

36 No debemos dejar de tener en cuenta que, a lo largo de su historia, algunas organizacionesintentaron estrategias que se despegaban de esta articulación. Entre ellas se destaca la partici-pación del Centro Mapuche Bariloche (que ahora forma parte de la Coordinadora del Parla-mento Mapuche de Río Negro) en la experiencia de la Tayiñ Kiñe Getuan (para volver a seruno), un intento político de coordinar organizaciones en base a su pertenencia mapuche quereunió, entre 1992 y 1995, organizaciones de Neuquén y Río Negro (Briones, 1999).

37 Los grupos de jóvenes mapuche que surgieron a partir del año 2000 en Bariloche y Gral.Roca no reproducen estructuras zonificadas en su funcionamiento. De hecho tampoco re-producen una estructura provincializada, ya que tienen fluidos intercambios y proyectos encomún con organizaciones de Chubut, Neuquén e incluso Temuco. En cuanto a la ruraliza-ción de la demanda, estos grupos no sólo plantean la legitimidad de la presencia mapucheurbana, sino la situación urbana como un objeto específico de activismo. En este sentido re-

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aunque el activismo se oriente a la problemática de la Línea Sur, la conforma-ción de las organizaciones denota presencia mapuche en zonas que, según eldiscurso oficial, carecen de población indígena.

Como producto del proceso rionegrino de construcción de aboriginalidad apartir de la naturalización del mestizaje, la categoría de “paisano” es el primerespacio legitimado para presentar demandas marcadas étnicamente en la arenajurídica provincial a mediados de la década de 1980. Como producto del de-bate de la ley 2287 del que participaron el Estado, la iglesia y el CAI, la categoría“indígena” se impone sobre la de “aborigen” propuesta inicialmente por el go-bierno (Mombello, op. cit.). En consecuencia, ambas categorías, “indígena” y“paisano”, coexisten en los primeros documentos del CAI. Los debates sobre losderechos indígenas en Latinoamérica y Argentina en los 90, además del acti-vismo político cultural de las organizaciones mapuche, introduce las categoríasde “Pueblo Originario” y “Pueblo Mapuche” (que conforman un campo se-mántico con las categorías de “comunidad”, “territorio”, “reparación histó-rica”, “preexistencia”, etc.), además de palabras y frases formulaicas en mapu-zugun y castellano. Ninguna categoría es eliminada de los discursos públicos,ya sean legislativos o políticos, sino que se superponen generando discursosdensos en referencias intertextuales que otorgan especificidad a la discusión dela cuestión indígena en la provincia.38

Asimismo, los diferentes momentos del debate legislativo llevaron a reco-nocer distintos referentes representativos del “indígena rionegrino”. En la Ley2287 queda claro que la organización considerada representativa es el ConsejoAsesor Indígena, mientras que en los proyectos que se encuentran en la legisla-tura se reconoce al CODECI (Muñoz), a la Coordinadora del Parlamento Ma-puche (Bolonci) y al CAI (Barbeito y Giménez), dando cuenta de distintos mo-mentos del proceso de negociación-confrontación entre los mapuche y elestado rionegrino. En todo caso queda claro que, mientras la Coordinadoraapuesta a los espacios de cogobierno que han sido creados a lo largo de estadisputa, el CAI –en su evolución– opta por la confrontación. Esta superposi-ción desordenada de categorías que refieren intertextualmente al proceso polí-tico a través del cual se instaló la cuestión indígena en el debate provincial secomplementa, entonces, con la superposición de instancias consideradas re-presentativas, haciendo estallar el ordenado “mosaico racial y cultural” a través

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sultan planteos innovadores con respecto al discurso de las organizaciones de la provincia(Cañuqueo 2003; Kropff 2004).

38 A esto se suman categorías nuevas que dan cuenta de procesos recientes vinculados a la legiti-mación de la presencia mapuche urbana: “mapurbe”, “wariache” y “mapunky”, entre otras.(Cañuqueo op. cit.; Kropff op. cit.).

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de múltiples vías de negociación y argumentación. Es a través de estas vías quelas grandes resoluciones –como la política de tierras– quedan estancadas, a lavez que proliferan escenarios y actores que pugnan por obtener diferentes rei-vindicaciones menores orientadas a la resolución de conflictos puntuales, yasea–entre otras–la resolución jurídica de disputas territoriales llevadas adelantepor el CAI, o la constitución y reconocimiento de comunidades con personeríajurídica impulsada por la Coordinadora. Las razones por las cuales se produceesta dinámica particular quedan para ser exploradas a futuro.

Fuentes utilizadas

AA.VV. 1974. Historia de Río Negro. REY, Héctor Daniel y VIDAL, Luis (comps.).Viedma, Gobierno de Río Negro, Ministerio de Asuntos Sociales, Consejo Provin-cial de Educación y Centro de Investigaciones Científicas.

CAÑUQUEO, Lorena. 2003. Inche mapuche ngen. Azkintuwe Periódico Mapuche, Kolek-tivo periodístico Azkintuwe (eds.), Temuco, Octubre, 1:19-20.

Casa de la Provincia de Río Negro1994. Informe del Área de Información General:2-11.

Consejo Asesor Indígena13/7/01 Comunicado de prensa

15/4/02 Comunicado de prensa

18/6/03 Documento de prensa

Consejo Asesor Indígena zona Andina29/7/00 Comunicado de prensa

Consejo de Desarrollo de las Comunidades Indígenas de la Provincia de Río Negro,2001. Síntesis de los hechos más sobresalientes desde la puesta en marcha del Con-sejo de Desarrollo de las Comunidades Indígenas de la Provincia de Río Negro,Informe 7/9.

Gente de la tierra1990. Gente de la tierra. Órgano oficial de la comisión para el estudio del problema in-

dígena compuesta por cinco legisladores y Consejo Asesor Indígena, Legislatura deRío Negro 1 (1), noviembre.

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Gobierno de la Provincia de Río Negro1998. Ley 3230, Boletín Oficial N° 3620, 29 de octubre.

2000. Convenio entre el Ministerio de Gobierno, el Ministerio de Coordinación, laSecretaría de Planificación de Políticas Públicas, el CODECI y representantes de laCoordinadora del Parlamento del Pueblo Mapuche, noviembre.

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Capítulo 5:

La “mística neuquina”.Marcas y disputas de provincianíay alteridad en una provincia joven

Laura Mombello1

Adiferencia de otras provincias como Salta y San Juan, en Neuquén la con-formación de la identidad local no es un proceso de tan larga data. Sus an-

tecedentes no obstante deben al menos rastrearse hasta la etapa territoriana. Lointeresante es que, más allá de las continuidades y resignificaciones a ser releva-das en esa conformación a partir del estudio de su devenir histórico, apareceuna fuerte impronta fundacional en los relatos de la neuquinidad esgrimidospor distintos actores sociales. Efectivamente, los actores locales re-presentan aNeuquén como una provincia joven en un doble sentido, de modo que sus re-presentaciones se apoyan, por un lado, en la tardía provincialización producidaen 19552 y, por el otro, en un proceso demográfico caracterizado como diná-mico, tanto por el crecimiento como por la composición de la población.3 Así,en las narrativas de la neuquinidad tienden a establecerse rupturas con el pasa-do inmediato, más que continuidades. Se generan por tanto relatos de identi-dad que, anclándose en hechos históricos concretos –como el de la provinciali-zación, por ejemplo– se pretenden fundacionales de una forma de ser. Al mis-mo tiempo, la referencia al mundo mapuche como herencia de origen es parteconstitutiva y fundamental de estos relatos fundacionales de identidad provin-ciana.

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1 Núcleo de Estudios de la Memoria del IDES.

2 Neuquén pasa a integrarse a la república como “una provincia más” el 15 de junio de 1955,mediante la ley 14.308. Para conocer el proceso de provincialización y los antecedentes de laetapa territoriana puede consultarse Bandieri y otros (1993).

3 Para tener un parámetro, el crecimiento demográfico anual entre 1980 y 1991 alcanzó enNeuquén el 45 por mil, mientras que la tasa de crecimiento anual del país para el mismo pe-ríodo fue del 15 por mil (Colantuono, 1995). Según los datos del censo de 1991, el 47 porciento de la población es menor de 20 años y el 71 por ciento menor de 35 años (DirecciónProvincial de Estadísticas y Censos, Anuario 1991).

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Pero es en la referencia local a la “mística neuquina” donde estos relatos fun-dacionales de la identidad aparecen sedimentados. Esta idea de existencia deuna “mística neuquina” que está extendida en la trama sociopolítica local4 seactiva a partir de la recomposición de elementos diversos a los que se le otorgadispar profundidad histórica, tales como los recuperados del mundo mapuche,del mundo inmigrante de principio del siglo XX (los “pioneros”), los relacio-nados al descubrimiento y explotación del petróleo, o a una activa participa-ción ciudadana a favor de los derechos humanos –participación constituidacomo un importante elemento de la tradición local-. De acuerdo a los grupos ya las coyunturas, estos elementos son reordenados configurándose nuevas sig-nificaciones. Así, es la novedad del ordenamiento más que los elementos en sílo que produce un efecto de “fundación” que opera de modo diferenciado deacuerdo al actor social de que se trate.

Lo que en este capítulo nos interesa mostrar es que, esas diversas ideas de“mística neuquina” y los mapas de alteridad que supone condensan marcas deidentidad, de origen y de originalidad que hacen que los distintos actores queintervienen en la arena política local expresen sus desacuerdos en torno adisputas sobre cuáles son las marcas de identidad legítimas, dónde ubicar la de-terminación y significación del origen, y cómo se expresan los “auténticos”rasgos de originalidad. Nos interesa no obstante también mostrar que, a la horade la auto-definición y auto-proyección por parte de amplios sectores socialesque no intervienen activamente y de forma orgánica en las distintas agrupa-ciones políticas locales, las apropiaciones y reordenamientos de las marcas y losrelatos maestros que articulan pertenencia, territorio y modos de acción colec-tiva suelen ser complejos y eclécticos.

Los modos de auto-identificación y participación considerados legítimospor parte de estos otros sectores sociales se ponen de manifiesto en el espaciopúblico en momentos de crisis en los que se activa la “mística neuquina” y sereponen mapas de alteridad. Es en momentos de emergencia de la acción co-lectiva cuando se hace explícita la compleja trama semiótico-política que daentidad a la especificidad de lo local.

Proponemos entonces, desentramar esta urdimbre semiótico-política a par-tir de un doble movimiento analítico que nos lleva a recorrer primero algunos

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4 La “mística neuquina” es un concepto emic ampliamente utilizado por los actores sociales dela provincia, que inclusive se ha hecho extensivo al sentido común. Favaro, en su artículo re-ferido a la historia política neuquina, da cuenta de cómo a partir de la profundización deldiscurso federalista del Movimiento Popular Neuquino, “se articularon los rasgos básicos dela llamada ‘mística neuquina’, asegurando las legitimaciones regulativas de la organizaciónsocial de este espacio (1999: 24).”

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de los procesos político-institucionales implicados en la conformación local dehegemonía, para analizar luego la Pueblada de Cutral Co, momento crítico yparadigmático para entender tanto los límites de esa hegemonía como las múl-tiples y diversas formas en que se pueden concebir y jugar las pertenencias. Endefinitiva, apuntamos a comprender cómo se enhebra en estos procesos laconstrucción de provincianía y alteridad de la cual –argumentamos– la pro-puesta contra-hegemónica también es constitutiva.

I. De asentamiento petrolero a “la cunadel dinosaurio más grande del mundo”

Las ciudades de Plaza Huincul y Cutral Co se encuentran en la zona centro dela provincia de Neuquén, a unos 100 km. de la ciudad capital. Estas localidadescontiguas, separadas por una calle, conforman un solo conglomerado urbano,aunque jurisdiccionalmente se trata de dos localidades diferentes, cada una consu municipio. En el ingreso a la ciudad de Plaza Huincul (la primera en apare-cer sobre la ruta yendo desde la ciudad de Neuquén), hay una pequeña rotondadonde se encuentra emplazado el escudo distintivo de la ciudad. En su icono-grafía se observan referencias a la extracción petrolera, signo indicativo por ex-celencia del origen de estas ciudades asentadas en la meseta patagónica. Ade-más, sobre uno de los márgenes se erigen a modo de monumentos una torre desondeo y una bomba inyectora (a la que vulgarmente se denomina cigüeña).Continuando el camino hacia Cutral Co, la entrada a esta ciudad está indicadamediante un monumento que representa a los trabajadores del petróleo traba-jando a los pies de una torre de sondeo.

Agregados a estas marcas de origen, se encuentran otros monumentos de he-chura más reciente, muñecos que representan dinosaurios. Así, del mismomargen en que se encuentra la torre emplazada en el ingreso a Plaza Huincul,unos metros antes, se halla un dinosaurio de cuello largo, representado a ta-maño natural, hecho de una estructura metálica. Alrededor del escudo seubican unas figuras de tamaño mediano, que representan a dinosaurios de dis-tinto tipo. En el puesto de información turística, también ubicado en el in-greso a la ciudad, se le ofrece al visitante una serie de folletos en los que se pre-senta al lugar como “la cuna del dinosaurio más grande del mundo”. En esosmateriales se muestran dibujos varios y a todo color de los famosos y atractivosanimales prehistóricos; ya dentro del folleto y a manera de complemento, seofrecen algunas fotografías viradas al sepia en las que se muestran íconos del

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mundo petrolero: torres, cigüeñas, pozos, barrios petroleros. Sugestivamente,la aparición de los dinosaurios como protagonistas de la escena local y nuevamarca identitaria coincide con la desestructuración de la vida de estas ciudadescomo comarcas petroleras, producto de la privatización de la empresa estatalYacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), llevada a cabo durante los años 1991 y1992. La representación de la vida petrolera, tal como es presentada por los fo-lletos, aparece efectivamente anclada en un pasado al que solamente se puede“conservar” como a una pieza de museo. La razón de ser de Plaza Huincul yCutral Co puesta en jaque por las implicancias del proceso de privatización in-tenta ser suturada a partir de la recuperación de la vida simbólica y económicade la zona, ahora explotando a los dinosaurios como recurso natural, con finestanto turísticos como identitarios. Paradójicamente, la recuperación de losrestos de los dinosaurios definitivamente extintos busca inyectar “vida” en lu-gares que agonizan como pueblos petroleros, a pesar de que la explotación delrecurso se encuentra en pleno desarrollo.

El traspaso de la empresa nacional a manos privadas coincidió en Neuquéncon el primer gobierno del Sr. Jorge Sobisch, quien a fines de los 80 fundarauna línea interna (denominada “línea blanca”) en el partido provincial de sos-tenida incidencia en la vida provincial: el Movimiento Popular Neuquino(MPN). La “línea blanca” vino así a quebrar la hegemonía que, desde que co-menzó la puja de intereses al interior del partido, se constituyó como “líneaamarilla” en torno a la familia Sapag, gravitante en la vida política desde los ini-cios de Neuquén como provincia y principal referente político del partido y laprovincia a lo largo de los treinta y cinco años de vida institucional.5 Es que elMPN dirigió los destinos del Estado provincial, prácticamente de sus inicios yhasta la actualidad, casi sin interrupciones.6 En todo caso, la ausencia de una al-ternativa política y de la conformación de una oposición significativa dancuenta del peculiar proceso de construcción local de hegemonía, en el que elEstado y el partido se encuentran fuertemente imbricados.

Así, la propuesta que impulsó en su momento de aparición de la “líneablanca” –y que logró crear un consenso importante tanto hacia adentro comohacia fuera del partido– estaba fuertemente basada en horizontalizar y demo-cratizar al MPN. Se presentaba como alternativa al “caudillismo” que se repu-taba como propio de la forma sapagista de hacer política. Se trataba también de

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5 Sobre la influencia de la familia Sapag en la política provinciana y la consolidación del parti-do provincial, puede consultarse Favaro (1999).

6 Salvo un primer gobierno radical (1958) y las interrupciones propias de las distintas dicta-duras que atraviesan la historia argentina del siglo XX.

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plantear a la línea blanca como “moderna”, frente a la política tradicional de lalínea amarilla, a la que se acusaba de “antigua” y “obsoleta”. Esa propuesta demodernidad se tradujo, durante el primer gobierno sobischista (1991-1995),en un modelo de gestión ajustado al impulso político-económico neoliberalque dominó en la Argentina de los 90, de modo que la gestión apoyó la políticade privatizaciones y se alineó con el menemismo.

De la mano de la línea blanca, el MPN se distanció del discurso histórico delpartido provincial, fuertemente anclado en el federalismo, la autonomía y ladefensa de los intereses locales sobre los recursos naturales. Estos ejes de cons-trucción político-identitaria, comenzaron a ser gravitantes a partir de los años60, cuando los reclamos al gobierno nacional por la explotación de los recursosnaturales se convirtió en una de las dimensiones narrativas en la que apareciófuertemente la referencia al “nosotros” neuquino. Por aquellos años, los dipu-tados locales, por ejemplo, expresaban argumentos como el siguiente:

“Durante setenta años, los neuquinos, extranjeros en la propia patria, sin de-rechos cívicos, ni representantes en el Congreso, quedamos postergados en elconcierto nacional. La República está en deuda con nuestra Provincia, que laha suministrado por largos años y sigue haciéndolo, ahorro de divisas, por elabastecimiento de petróleo, gas y materias primas exportables como lana,cuero, frutas y minerales. No ha recibido, en cambio, ninguna de las obrasfundamentales para su desarrollo; solo la herencia de vivir pobres en unatierra rica” (Diario de Sesiones, 1963, tomo I, p.2.).

Así, desde el discurso oficial, la explotación de los recursos naturales –espe-cialmente del petróleo– trascendió la dimensión estrictamente económica ypasó a ubicar un lugar de privilegio en la construcción identitaria. La cigüeña yla torre devenidas en monumentos colocados en plazas y escuelas apareceráncomo emblemas del progreso, del bienestar y de la lucha por la defensa de lo“nuestro” frente al Estado Nacional. Estas representaciones se irán encar-nando, objetivando y resignificando en los discursos proferidos históricamentepor el MPN que, desde su fuerte apelación a la autonomía y al federalismo, con-denaba el centralismo de Buenos Aires.

Ahora bien, aunque la lucha por la defensa de los intereses provinciales sobrelos recursos naturales fue uno de los ejes de sentido que, con una importantefuerza simbólica, ayudaron a visualizar la peculiaridad del MPN, lo cierto es quelas actividades extractivas comenzaron en la etapa territoriana. Un 29 de oc-tubre de 1918 surgió petróleo por primera vez en lo que hoy es el tejido de la

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ciudad de Plaza Huincul. El lugar de afloración fue denominado “Pozo Nº1”.A su alrededor fue construido el Barrio Uno. Ambos– Pozo y Barrio– se eri-girán como el emblema del progreso y la prosperidad en medio de un paisajedominado por la aridez, el frío y el viento.

Cuando fueron iniciadas las explotaciones petrolíferas en la zona, nació laciudad de Plaza Huincul. La cantidad de gente que arribaba a la región por laoferta de trabajo y las posibilidades de prosperidad económica llevó a la ciudada crecer lo suficiente como para que, 15 años más tarde, tal crecimiento pobla-cional diera origen a la ciudad de Cutral Co, llamada por los pobladores de en-tonces cotidianamente como “Pueblo Nuevo”. Cutral Co y Plaza Huincul cre-cieron como ciudades gemelas y desarrollaron no solo su vida económica sinotambién su vida política, social y cultural en el marco de la explotación petro-lera, que le otorgaba sentido a su existencia. Los centros educativos y sanitarios,las proveedurías y talleres, la actividad del comercio y la industria estaban aso-ciadas directa e indirectamente al petróleo.

Junto al bienestar y la organización social se destacó la organización políticade los habitantes del lugar. Felipe Sapag –primer intendente de Cutral Co– go-bernó la ciudad desde 1945 hasta 1955, coincidiendo con el segundo gobiernode Perón a nivel nacional. Durante los últimos años de su gestión (entre 1953 y1955), la ciudad pasó a llamarse “Eva Perón”. Con la caída del gobierno pero-nista y la proscripción del partido, se retomó la denominación “Cutral Co” ycomenzó a organizarse allí mismo el Movimiento Popular Neuquino comofuerza política. Así, a lo largo de las décadas siguientes, la ciudad de Cutral Cose constituiría en uno de los polos más significativos a nivel provincial, en tantolugar de concentración de importantes niveles de recursos económicos y de or-ganización política.

Cuando se lleva a cabo el proceso de privatización de YPF, en el marco delproceso de desestructuración del Estado impulsado por el gobierno nacional,la mayor parte del capital de la empresa estatal pasó a manos de Repsol-YPF(Colantuono y Vives, 1997; Abeles s/f; Muscar Benasayagan, 2000). La priva-tización de YPF no sólo afectó negativamente a las poblaciones de Cutral Co yPlaza Huincul, en Neuquén, sino que desarticuló la vida económica, social ypolítica de todas aquellas ciudades y pueblos del interior del país en los cualesse asientan las explotaciones petroleras.

En el caso específico de Cutral Co y Plaza Huincul, la privatización de YPFtrajo como consecuencia directa la reducción de personal, que pasó de 4000 a400 empleados. De los cesanteados e indemnizados, alrededor de 1700 inicianmicro emprendimientos que en general fracasaron (Favaro y Bucciarelli,

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1994). Como consecuencia indirecta pero no menos desestructurante, mermódrásticamente la actividad comercial y la demanda de servicios de la cual sub-sistía el resto de la población local, en directa relación con los ypefeanos. Así, enun lapso de 4 años, el número de desempleados en ambas localidades alcanzó a5000 personas, esto es, casi el 20 % de la población económicamente activa.Mientras las indemnizaciones amortiguaron en lo inmediato los efectos devas-tadores de semejante golpe a la economía local, la crisis se dejó sentir con todasu crudeza cinco años más tarde, cuando comenzaron a cerrar una cantidadimportante de locales comerciales y la población subsidiaria de los ex-ype-feanos (servicio doméstico, changarines, maestros de oficios) se vio rápida-mente sumida dentro de la población de desocupados.

El quiebre en la vida económica se hizo sentir en primera instancia en el de-venir de los ex ypefeanos, acostumbrados a recibir ingresos superiores a lamedia provincial y nacional. Al mismo tiempo, la actividad comercial prepa-rada para un público consumidor con un alto poder adquisitivo experimentóuna brusca caída de la actividad. Se estima que, al dejar de circular por el mer-cado local los ingresos mensuales provenientes de los sueldos de los empleadosde YPF, alrededor de un millón de pesos dejaron de ingresar al circuito comer-cial. Esto se tradujo directamente en los puestos de trabajo que este sector dejóde ofrecer, pasando de 1.200 trabajadores a 480 personas afectadas a la acti-vidad comercial en 1995.7

La dimensión económica de la vida local no fue la única que se vio desarticu-lada a partir de la privatización de YPF. La empresa del Estado había llevadoadelante un plan de desarrollo de los lugares en los cuales se asentaban los ba-rrios petroleros, dedicándose a desarrollar toda la infraestructura necesaria paratransformar a estos lugares inhóspitos en los cuales se instalaba, en espacios po-sibles para llevar a cabo el ritmo propio de la vida cotidiana. La construcción debarrios con sus correspondientes tendidos de electricidad, redes cloacales y degas –servicios brindados en forma gratuita a sus empleados– hacían que lugarespoco atractivos como Cutral Co y Plaza Huincul –de paisaje desértico y climariguroso– se convirtieran en un polo de atracción para mano de obra de la pro-vincia, de otras provincias, y de países limítrofes. Es que la organización ype-feana de la vida no se limitaba a crear condiciones de confort; muy por el con-trario, la empresa también atendía y garantizaba la salud, la educación y larecreación de sus empleados. La construcción del cine teatro y el club depor-tivo YPF no son más que una muestra del grado de penetración que tenía el ac-cionar de la empresa en la vida de estas comunidades. De allí la sensación de

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7 Fuente: Diario La Mañana del Sur: marzo, 1996.

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brusca conmoción ante un proceso de privatización que, en menos de dosaños, terminó con un sistema que se había definido y asentado a lo largo de casisetenta años.

En lo que respecta a la lógica de ese proceso, las empresas privadas que se hanhecho cargo de la extracción petrolera en la zona se rigen por un principio deeficiencia que no contempla el rol social que jugó YPF en épocas anteriores. Lasmismas adoptan una forma de funcionamiento del tipo “enclave”, lo cual im-plica una baja retención del excedente producido por la explotación petroleraen la zona, ya que las empresas a cargo son privadas y/o extranjeras y sus casasmatrices se encuentran en Buenos Aires o el exterior. En cuanto al régimen decontratación, suelen ocupar mano de obra que mayoritariamente no es dellugar; tienen además un alto nivel de rotación que no genera asentamientos po-blacionales importantes y duraderos y promueve un escaso arraigo de capitalesy una mínima redistribución de ingresos a nivel local.

El punto es que –con la vida social, económica y política totalmente desarti-culada– los habitantes de estas ciudades comenzaron a buscar alternativas. Laspromesas incumplidas por parte del Estado provincial y las sucesivas frustra-ciones alrededor de la reconversión productiva de la zona desembocaron en elCutralcazo de 1996.

II. La Pueblada: relatos de identidad provinciana

Una vez finalizado el mandato del dirigente emepenista de la línea blanca, en1995, la continuidad del MPN en el Estado provincial se produjo de la mano dela ortodoxia del partido, quedando Felipe Sapag a cargo del Poder Ejecutivouna vez más. En Cutral Co, la intendencia recayó en un “amarillo” que, segúnafirman referentes de ambas líneas, había sido anteriormente “blanco”. Estepasaje de una línea a otra y la pérdida de la intendencia por el referente de los“blancos” habían hecho que la lucha facciosa se expresara con toda crudeza enla comarca (Domínguez, 2003). En un clima generalizado de alto descontentosocial, no fue difícil inducir a la protesta colectiva. El detonante fue la paraliza-ción por parte del Gobierno provincial de un proyecto productivo generadopor la gestión anterior, que era percibido como una fuente promisoria de tra-bajo.8 El 20 de junio de 1996, desde la radio local FM Victoria, partidarios de la

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8 Durante la primera gestión de Sobisch se generó el proyecto de instalación de una Planta deFertilizantes en la comarca petrolera. A este proyecto debía afectarse la explotación de “ElMangrullo”, el yacimiento de mayor importancia económica de los que la provincia había

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línea blanca comenzaron a convocar a la gente a cortar la ruta en señal de pro-testa. Los “blancos” tomaron esta iniciativa en contra de la decisión del gobier-no de Sapag de frenar el proyecto productivo, y también en contra del inten-dente a cargo en ese momento. Luis,9 un militante que se autodefinió como“blanco y cutralquense”, afirma:

“nosotros fuimos los que iniciamos la pueblada… trajimos gomas en un ca-mión y las tiramos sobre la ruta… yo encendí la primer goma” (Luis, CutralCo, febrero 2002).

Tanto la prensa como la policía federal identificaron al ex intendente de Cu-tral Co como el referente principal de la manifestación de protesta.10 Los mili-tantes emepenistas afirman que fue necesario impulsar esta medida comoforma de lucha para lograr ser escuchados por el gobierno provincial, aunque ladeuda con la comarca petrolera se sigue atribuyendo a la Nación. Juan, otropartidario de la línea “blanca”, relata:

“nosotros encendimos la primera goma en la entrada de Plaza Huincul;éramos un grupito de compañeros convocando por la radio para que participeel pueblo… no podíamos seguir aceptando ser postergados. De acá sale el pe-tróleo y la energía para casi todo el país” (Juan, Cutral Co, noviembre 2001).

Este intento de la línea blanca de constituirse en referente de la protesta fue rá-pidamente abortado por los pobladores que cuestionaron su liderazgo. Los pro-tagonistas extra partidarios de la protesta sostienen que el pueblo no reconocíacomo legítima la representación de los políticos, quienes fueron objeto de abu-cheos e insultos por parte de la población manifestante. El ex intendente de Cu-tral Co, si bien instó a continuar con las medidas de fuerza, ya no se perfilabacomo líder de la protesta. Los pobladores, al darse cuenta de que el conflicto es-taba siendo manipulado por la internas emepenistas, decidieron distanciarse.

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logrado que se le transfirieran durante el proceso de privatización. El Mangrullo fue entrega-do a la empresa COMINCO-AGRIUM para la puesta en marcha de la Planta de Fertilizantes.

9 Los nombres de los entrevistados son ficticios.

10 La intervención inicial de la línea “blanca” en la pueblada es mencionada también en los tex-tos de Auyero sobre el tema. Según este autor, “los esfuerzos organizativos del (ex intenden-te de Cutral Co) y sus aliados no terminan allí (...) indican que él también envió camionescon cientos de gomas utilizadas en las barricadas y topadoras para interrumpir el tránsito. (Elex intendente) está detrás de la distribución gratuita de comida, nafta, leña y cigarrillos, du-rante los primeros días de la protesta (Auyero 2002: 9).”

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Diluido todo liderazgo y con más de 20.000 personas cortando las rutas de ac-ceso a los pueblos de Cutral Co y Plaza Huincul, tuvo lugar lo que se denominóluego la primera Pueblada. De esta manera, se terminó constituyendo un movi-miento nuevo, con referentes surgidos en el mismo escenario del conflicto, ele-gidos mediante asambleas populares que se organizaban in situ. En pocas horas,todos los accesos a los pueblos de Cutral Co y Plaza Huincul habían sido inte-rrumpidos; también se obstruyeron las “picadas” internas dentro de loscampos.11 Ambas ciudades permanecieron sitiadas por los propios habitantes dellugar y durante una semana la gente permaneció en la ruta.

La primera decisión fue reorganizarse para poder “aguantar” la medida defuerza, ya que la primera reacción masiva y espontánea fue la de desconocer laautoridad de los dirigentes partidarios (tanto la de los de la línea blanca, quehabían instigado la movilización, como la de los de la amarilla), de los líderessindicales, o de cualquier otro tipo de organización con algún grado de institu-cionalidad. Nació así la figura de “los piqueteros”, en referencia a aquellos que seapostaban en los diferentes puntos de intersección de caminos, detrás de losneumáticos encendidos. José recuerda:

“el viernes por la noche el ex intendente (de Cutral Co) se puso frente a la pro-testa… nos convocaron a todos los piqueteros a una asamblea en la Torre YPFpero no nos dejaron hablar. Ellos tuvieron siempre el micrófono… entoncesnos fuimos de ahí. Nos dimos cuenta de que nos estaban usando. Fuimos a laradio y convocamos a nuestra propia reunión en el otro extremo de la ciudad,pero pedimos que los políticos se abstengan de venir… el pueblo ya no queríasaber nada de los políticos. Nos decían que nosotros (los piqueteros) éramos susrepresentantes” (José, Cutral Co, noviembre 2001).

Por cada corte realizado, había un grupo de piqueteros12que se hacía cargo desostenerlo; por cada piquete también había un representante que se desplazaba

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11 Las picadas son caminos de tierra abiertos en plena meseta por las mismas empresas petrole-ras, para circular entre los pozos y demás instalaciones propias de la explotación. Así, si porcualquier motivo las rutas quedan inutilizadas, existen una cantidad de picadas que ocasio-nalmente pueden funcionar como caminos alternativos.

12 Uso el masculino como genérico por una cuestión práctica, lo que no implica que este traba-jo esté dando cuenta de un movimiento exclusivamente masculino. Muy por el contrario lasmujeres de Cutral Co tuvieron un papel muy importante en la protesta; una cantidad im-portante de delegadas de los piquetes eran mujeres. Las mujeres de distintas clases socialesdiscutieron en las asambleas, representaron a los diferentes piquetes en muchos casos, y fueuna mujer (Laura Padilla) la que firmó el primer acuerdo con el Gobernador. Este protago-

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hasta la “Torre Uno”, emplazada en la entrada principal a las ciudades, paraparticipar de las asambleas a cielo abierto que allí se realizaban. Estos delegadosiban llevando “el mandato”, esto es el resultado de lo acordado en cada piquete.En las asambleas se discutían los problemas de las localidades, las posibles solu-ciones, las demandas que se visualizaban como más urgentes, las acciones a se-guir en caso de represión.

En aquellas asambleas participaban los piqueteros, pero también la mayoríadel pueblo que se congregaba en la Torre Uno y que estaba compuesta por unamultitud heterogénea. Lo significativo de este conflicto fue que se constituyóen una verdadera pueblada que reunió masivamente a gente de distintas trayec-torias, clases sociales, y pertenencias. Por lo que si tantos participantes venidosde horizontes tan diversos se sintieron convocados por la pueblada, no pudodeberse solamente a la incitación producida por algunos agitadores intere-sados. Por el contrario, se trata de que la pueblada logró proponer a aquellosque se reunían “cierta cosa en común, un objetivo, sin duda, pero todavía más,un lenguaje que se elabora en el corazón del acontecimiento y que da a cadauno las razones de su propia acción” (Farge y Revel, 1998:67).

A su vez, desde la ciudad de Neuquén se organizaron diversas medidas deapoyo al corte. Entre ellas se destacó la presencia de los principales referentes delos gremios estatales, de los organismos de derechos humanos y de la IglesiaCatólica. Durante la última dictadura, estos sectores junto a otras organiza-ciones de base se ampararon bajo el paraguas de los derechos humanos y aco-gieron en el seno de la Iglesia Católica, re-organizándose según sus intereses eidentificaciones específicas a partir de 1983. Conformadores de la multisecto-rial, esos sectores adquirieron un protagonismo importante en la esfera públicalocal durante los 80 y los 90. Sin embargo, en el relato de sus protagonistas, ladinámica de la multisectorial tiene también su historia. Recordando las ac-ciones llevadas adelante por los grupos de la sociedad civil neuquina duranteotro período crítico, el Choconazo,13 Mirta dice:

“[…] además nosotros nos uníamos, teníamos coordinación con grupos so-ciales interesantes, como siempre, como es Neuquén […] Es decir, había

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nismo no las condujo a dejar de ocuparse de todos aquellos aspectos que, naturalizadoscomo propios de la condición femenina, tienen que ver con el cuidado y la protección de laspersonas, como la alimentación, el abrigo, la salud, el cuidado de los niños y los rezos.

13 En 1970, durante la dictadura del Gral. Onganía, los obreros que trabajaban en las obras dela represa del Chocón (localidad que dista 70 km de la ciudad de Neuquén) protagonizaronuna huelga en reclamo por sus derechos que se conoce como el choconazo. Para una referen-cia detallada sobre este conflicto, puede consultarse Quintar (1998).

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grupos sociales que trabajaban en las comunidades cristianas de distintos lu-gares, grupos de defensa del patrimonio de la Patagonia” (Mirta, Neuquén,agosto, 1999. El resaltado es propio).

Con más de treinta años como militante de agrupaciones gremiales y de or-ganizaciones de derechos humanos, esta mujer construye en su discurso unaforma de “ser Neuquén” que toma distancia de la que propone el oficialismo.En su relato, al igual que en el de otros dirigentes de la oposición, se mencionarecurrentemente a grupos barriales organizados por las parroquias, agrupa-ciones políticas de izquierda y otras agrupaciones independientes. Este con-junto heterogéneo de organizaciones sociales de base serán identificadas comola simiente de lo que actualmente se llama la “multisectorial”. La multisectorialrepresenta el único frente opositor de envergadura al MPN y, por lo tanto, algobierno. Se trata de una asociación de asociaciones cuya estrategia políticaestá basada en su capacidad de conformar alianzas estratégicas entre sí, produ-ciendo rápidas y efectivas articulaciones coyunturales. Gremios y sindicatos,organismos de derechos humanos, organizaciones indígenas, las iglesias (cató-lica y evangélicas), sectores de la Universidad Nacional del Comahue, centrosde estudiantes secundarios y terciarios, sectores del progresismo político parti-dario y de la izquierda, se articulan y nuclean ante situaciones de conflicto conel Estado provincial. Esto no quita que cada sector plantee, además, sus pro-pios reclamos y estrategias de lucha, pero cuando un sector (cualquiera deellos) logra socializar el conflicto –lo que es bastante habitual– e instalarlo en laesfera pública, cuenta con el apoyo del resto de las organizaciones que, a travésde la conformación de la multisectorial, presionan conjuntamente al poderprovincial. El tipo de organizaciones enumeradas son las que se articularon his-tóricamente (se puede constatar desde tiempos de la última dictadura aunque,como se muestra, los protagonistas remontan esta forma “propia” de acción atiempos aún anteriores); sin embargo la conformación de la multisectorial esmuy dinámica. En ella se van incluyendo las nuevas organizaciones sociales14

que se forman con intereses afines y van desapareciendo otras que dejan detener protagonismo en la arena política local. Así, la fuerza simbólica de la mul-tisectorial se asienta en aparecer en la arena política local como expresión de losreferentes históricos de la lucha por la democracia y la justicia y, al mismotiempo, por proponer estos baluartes como elementos constitutivos de la iden-tidad provinciana. Desde este sector, uno de los elementos que se refiere como

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14 Como la Coordinadora del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, que nuclea a grupos de de-socupados y de la fábrica tomada “Zanon”.

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característico de la neuquinidad es la movilización social, expresada especial-mente a través de la “costumbre” de la sociedad civil de participar de las mani-festaciones callejeras (Mombello, 2003 a y b). Con estos antecedentes, se com-prende mejor por qué, con su arribo a Cutral Co, los dirigentes de lamultisecorial otorgaron un plus de legitimidad a la pueblada, a la que respal-daron con su adhesión explícita. Sin embargo, tampoco ellos se erigieron comoportavoces de los reclamos locales. El espacio de debate y toma de decisiones,mientras duró el evento, fue la asamblea con participación colectiva en la ruta.

A partir de las discusiones que se generaban en las asambleas y ante la diver-sidad de demandas, la cantidad y disparidad de necesidades que expresaban losdiferentes participantes, comenzó a tomar fuerza la idea de convocar al Gober-nador para comunicarle personalmente el estado de la situación local y las dife-rentes demandas que circulaban entre la gente. Así se consensuó un reclamobásico que unificó a los presentes: “¡Que venga Don Felipe!”. La figura del Go-bernador aparecía como el vehículo más apropiado para canalizar los reclamos.Se trataba del líder histórico del Movimiento, que había construido su legiti-midad sobre la base del discurso federalista, lo cual –como fue señalado– impli-caba la defensa de lo local frente a los intereses de “los de afuera”. Pero tambiénse trataba de un personaje cercano, ya que –como ha sido mencionado– fue elprimer intendente de Cutral Co, vecino y comerciante del lugar con anterio-ridad a su gestión política, deviniendo una figura que desarrolló como diri-gente político a cargo de la función pública fuertes vínculos clientelares con loshabitantes. Así, mientras se desarticulaban viejas concepciones sobre las formasde representación política que llevaban a desconocer a dirigentes intermedios,se recuperaban los repertorios históricos de los modos más personalizados deconcebir la política.

De hecho, “Don Felipe” representaba (de alguna forma encarnaba para loslugareños) el Estado de Bienestar perdido. Habiendo sido quien en los 70 y los80 llevó adelante los proyectos político-económicos que consolidaron y sostu-vieron la calidad de vida de los neuquinos y defendió los intereses propiamenteprovinciales, su figura aparecía como la de quien en otros tiempos había “efec-tivamente” dado soluciones a los problemas de la gente.15

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15 F. Sapag, durante su primer gobierno (1963-1966) estructuró una serie de políticas socialestendientes a cubrir necesidades básicas de la población, poniendo en evidencia la ampliaciónde las funciones del Estado. Los años 70 y 80 –tiempos de apogeo del desarrollismo– fueronlas épocas de esplendor económico de la provincia, debido al aumento de los ingresos del fis-co por las regalías, producto de la intensificación de la producción del petróleo, del aumentosostenido de la producción gasífera, y del funcionamiento a pleno de las centrales hidroeléc-tricas. Esta situación económica permitió al Estado provincial realizar una fuerte y sostenida

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Durante la Pueblada, Felipe Sapag se encontraba otra vez a cargo del go-bierno y se esperaba de él (y no de sus ministros, ni de los dirigentes partidarioso gremiales) que resolviera la situación. Si Sapag se construyó a sí mismo comoun caudillo, ahora la gente esperaba de él que se comportara como tal, y estoimplicaba, primero, ir a verlos a su lugar, escucharlos y tomar las decisiones ne-cesarias para resolver los problemas.16 Se esperaba también que volviera aasumir el papel de defensor de los intereses locales frente a la Nación, porque alfin y al cabo lo que había sumido a la comarca petrolera en el estado actual dedepresión, pobreza y desocupación –desde la perspectiva local– había sido ladecisión tomada desde Buenos Aires de privatizar YPF.

En este contexto, la participación de los integrantes del MPN en el procesode privatización era invisible para los participantes de la Pueblada. En ese mo-mento, se trataba de recomponer el vínculo con el líder y de reconstruir el bie-nestar perdido. Estas eran las urgencias.

De hecho, la primera actitud de F. Sapag fue negarse a ir a Cutral Co.Diego, un allegado a él, ex funcionario de su última gestión, relata que:

“en ese primer piquete el Gobernador pensaba que era un problema federal,entonces que lo arregle Corach (el Ministro del Interior en ese momento), quelo arregle Menem, los jueces federales” (Diego, Neuquén, noviembre 2002).

Desde la lógica del poder provincial, YPF había sido una empresa nacionalque desde el Estado central se había decidido desarticular mediante su venta a“extranjeros”. Reflexiona años más tarde F. Sapag:

“¿Qué podíamos hacer nosotros? Salvo levantar nuestra voz ante la Nación se-ñalando los efectos nocivos de sus decisiones, y esto lo veníamos haciendo desdeque se empezó a hablar de la privatización de YPF sin ningún resultado. Otracosa no podíamos hacer” (F. Sapag, reportaje televisivo, Neuquén 1999).

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inversión en salud, educación y vivienda, haciendo de estos servicios sistemas modelo en elpaís. A esta política de desarrollo se sumó la redistribución de bienes y servicios a través deuna extendida red articulada desde el partido.

16 Esperar la presencia de F. Sapag en Cutral Co “hacía sentido” en el marco de una dinámicapolítica propia y tradicional del MPN, consistente en la realización sistemática de giras prose-litistas encabezadas por el dirigente principal. Durante estas giras ha sido posible para los ha-bitantes entablar una relación directa con el líder, manifestarle sus necesidades y expectati-vas, y recibir de él algún tipo de respuesta.

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Pero durante la Pueblada, los manifestantes insistían, desde una lógica dife-rente, en reclamar la presencia de F. Sapag. En la expresión “que venga Don Fe-lipe” quedaron encerradas una serie de complejidades. Concretamente esta ex-presión condensó sentimientos y sentidos encontrados en relación a losvínculos que los pobladores habían establecido históricamente con la política,la dirigencia y el partido gobernante en Neuquén.

Sin embargo, esto no implicaba necesariamente un reconocimiento de la re-presentatividad del gobernador. Es que el hecho de que para lograr una acciónorganizada sea necesario compartir ciertos significantes no conlleva necesaria-mente a una aceptación o adhesión incondicional a los supuestos significadosimplícitos. De hecho, el dirigente estaba fuertemente cuestionando; existíaentre los presentes un alto nivel de descontento con su líder y al mismo tiempola relación directa con él aparecía como la manera “posible” de reconstituir larelación con el poder. En todo caso, el vínculo clientelar fue el repertorio apartir del cual se logró canalizar y reactivar el proceso de negociación de signifi-cados y recursos entre partes con intereses encontrados.

En esta Pueblada, los modos históricos de relacionarse con la dirigencia ecle-sial también formaron parte del repertorio con el que contaban los cutral-quenses, teniendo un grado importante de impacto en el devenir de los aconte-cimientos (Properzi, 2003). A través del Obispo de Neuquén, el Gobernadorrecibió un papel firmado por el pueblo de Cutral Co en el que se le solicitaba suintervención en el conflicto. En este documento se expresaba lo siguiente:

“Al Obispo del NeuquénEn base a lo que se habló anoche y hoy a la mañana nos autodeclaramos en es-tado de emergencia socio económica.Solicitamos soluciones inmediatas.Por lo tanto requerimos su intervención entre el pueblo y el Gobernador.Le garantizamos (al Gobernador) que hablará con 50 vecinos como él lo pidióy con los medios de comunicación presente y abierto.Lugar: acá en Cutral Co y Plaza Huincul.Mensaje:Estamos dispuestos al diálogo. Responsabilizamos al gobierno de lo que estáocurriendo.Pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul (Archivo del Obispado, s/c).”

Ese domingo la misa fue celebrada por el mismo Obispo en el piquete cen-tral. La mediación del Obispo es la consecuencia de la activación de los reper-

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La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven

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torios político-identitarios que definen la especificidad de lo local. Es que elobispado neuquino, creado en 1962, acompañó los reclamos de los distintossectores sociales frente a cada uno de los gobiernos de facto que se fueron suce-diendo entre los años 60 y 80. Las actuaciones de Jaime de Nevares, primerobispo de la diócesis, se destacaron por denunciar las situaciones de injusticia ybregar por el correcto funcionamiento de las instituciones. De su amplia tra-yectoria, dos hitos paradigmáticos que traslucen el peso político de su actua-ción religiosa son su participación como cofundador de la Asamblea Perma-nente por los Derechos Humanos en el año 1975 y su participación comoconvencional por la provincia de Neuquén en la Asamblea Constituyente de1994, habiendo sido votado por una abrumadora mayoría. Al amparo de deNevares, se fueron nucleando aquellos grupos sociales que confrontaban conlas estructuras de poder. Durante la última dictadura, el movimiento de dere-chos humanos se articuló alrededor de su persona y en la sede del obispado.Este movimiento no sólo acogió a los afectados directos y personas comprome-tidas en la búsqueda de los desaparecidos, sino que también fue el espacio quecobijó a sindicalistas y a militantes políticos y sociales cuyos espacios políticosde referencia fueron clausurados. Al mismo tiempo, una política activa alre-dedor de la promoción de sectores sociales con una escasa o nula visibilidad po-lítica convirtió a la Iglesia católica en la usina de organizaciones que luego to-maron forma y contenido propio, como las de los migrantes y PueblosOriginarios.

En suma, durante la Pueblada se articularon prácticas político-identitariasque provenían tanto de la experiencia política del partido provincial, como delespectro de la multisectorial, dentro de la cual la Iglesia Católica es un actorgravitante. En ese momento, se retomaron fragmentos de los relatos de iden-tidad esgrimidos por los distintos sectores que componen la arena política neu-quina. Así, el reclamo unánime “que venga Don Felipe” circuló entre la mul-titud junto a la carta abierta que reivindicaba el “grito que volaba en cadapiedra”, la “fuerza de la raza mapuche” y decía retomar “la lucha de los 30.000desaparecidos” (Carta abierta de los Piqueteros, junio 1996, Cutral Co).

Estas alusiones y sus sentidos durante la Pueblada fueron leídos como “con-tradicción”, “oportunismo” o “falsa conciencia” por los actores políticos que–abroquelados en su capacidad de agencia y en sus disputas históricas– no lo-graban encontrar la lógica de la Pueblada. Los cutralquenses, por su parte, des-conociendo de hecho el juego de posiciones y oposiciones, proponían unmodo de interpretar los sentidos hegemónicos y contra-hegemónicos que per-mitiera dar cuenta de la realidad que les tocó vivir. Crecieron con y por el pe-

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tróleo, no se resignaban a desaparecer sin más, apelaban a “Don Felipe”, que“es de acá, era el carnicero del pueblo, nos conocemos bien”. Se jugaban en la ruta“defendiendo a Neuquén” de “Buenos Aires que se lleva todo para allá” y de “losextranjeros expropiadores de lo nuestro”. Esto es, se jugaban recuperando el dis-curso históricamente federalista de Sapag. Y lo hacían movilizándose porque“así somos los neuquinos, salimos a las calles” (Notas de campo, junio 1996, Cu-tral Co), es decir, se jugaban apropiándose también de la representación deNeuquén propuesta por la multisectorial.

En todo caso, F. Sapag respondió que:

“iría sólo si levantaban los cortes de rutas, que se estaba cometiendo un delito ypidió a los habitantes que no se dejen llevar por la agitación de un grupo de 5 o6 dirigentes del MPN, que guardaban resentimiento por haber perdido las elec-ciones internas” (Diario La Mañana del Sur 24/6/96).

Los manifestantes indignados expresaban a viva voz: “nos vamos a desafiliaren masa” (del MPN). Esta advertencia, que corrió por los piquetes con tantafuerza como lo hizo por los medios de comunicación, iba dirigida tanto al Go-bernador y su facción –que no accedía a acercarse hasta Cutral Co– como a lalínea opositora –que había querido ponerse al frente de la protesta, descono-ciendo los reclamos más acuciantes de los pobladores.

Por fin, el Gobernador se hizo presente en la ruta y allí se encontró con laverdadera dimensión de la Pueblada. A partir de su llegada al lugar de los he-chos, el Gobernador transformó radicalmente su discurso. En primer lugar, losfelicitó por la “patriada”, afirmando que “Cutral Co se ha puesto de pie despuésde 6 años de que se produjo el vaciamiento de YPF” (Discurso de F. Sapag, CutarlCo, junio 1996). Acto seguido, comunicó a los presentes que se instalaría en laMunicipalidad de Cutral Co durante el tiempo que fuera necesario, paraatender los reclamos de los vecinos. Sus palabras fueron recibidas con airadosaplausos, mezclados con gritos que lo increpaban:

“por fin te diste cuenta la p… que te p…”,“¿te acordaste de nosotros?, ¿te acordaste de donde saliste vos?”,“ésta es su casa Don Felipe, mire cómo estamos”. (Notas de Campo, junio de1996, Cutral Co.)

Lo cierto es que el gobernador declaró a la comarca en estado de emergenciasocial y económica, y felicitó al pueblo por haber logrado captar la atención del

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gobierno nacional. Estas decisiones y apreciaciones descomprimieron el con-flicto. De allí en adelante, una gran cantidad de gente desfiló por el despachodel Gobernador, instalado en Cutral Co, presentando sus demandas. Si biendurante las asambleas se habían acordado algunos reclamos colectivos, el puntoes que a la hora del encuentro personal con F. Sapag la gente reclamaba por susnecesidades más inmediatas y acuciantes, como por ejemplo, la re-conexión delsuministro del gas, una bolsa de alimentos, los medicamentos necesarios parasortear alguna dolencia. Algunos de los pedidos colectivos fueron atendidos, eincluso la ley 1821 de otorgamiento de subsidios a desocupados fue resultadode esta Primera Pueblada, para contener la conflictividad social en Cutral Co(Nagel, 2003).

Julio, miembro del gabinete de entonces que estuvo presente durante las se-siones entre los pobladores y F. Sapag en Cutral Co, relata:

“los pedidos eran de lo más insólitos, desde fondo para el desarrollo, porqueellos habían hecho el petróleo y ahora no había nada, y el desarrollo del Man-grullo… un hospital de alta complejidad… un ex ordenanza de Hidronor queera líder de un piquete, creo el punto 16 o 17, planteó que cuando trabajabaen Hidronor en la parte de proyecto estaba desarrollando Chihuidos I y II, yChihuidos II podía servir para hacer un embalse aparte de dar energía, traerriego a Cutral Co. Cualquier cosa que se propusiera (desde las demandas de lospiqueteros) era proyecto de gobierno, se pide la reconexión de gas, de la luz ysubsidios… conceden cuestiones globales y cuestiones públicas, se accede a todoslos puntos y se logra destrabar el conflicto, no por negociación sino por sesióntotal” (Julio, Neuquén, febrero 2003).

Con una fuerte decisión de atender todas las demandas, el veterano gober-nador que históricamente rigió Neuquén con la premisa “primero están los neu-quinos” pareció considerar que el gobierno Nacional debía contribuir a la repa-ración histórica del pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul. Asumiéndose unavez más como el intermediario entre el pueblo y el Estado Nacional, se puso alfrente de los reclamos de la comarca petrolera.

Ante la situación de euforia y los aires de triunfo que se respiraban en la rutadel desierto, los grupos de apoyo y de solidaridad (dirigentes de la multisecto-rial) emprendieron la vuelta a la ciudad de Neuquén, reflexionando acerca delos efectos devastadores del clientelismo. Por su parte, la facción opositora delMPN se sintió traicionada por los piqueteros, ya que les bastó que el Gober-nador los escuchara, firmara un petitorio y repartiera algunos beneficios para

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irse a sus casas conformes, sin pedir la destitución del mismo. Los distintos ac-tores que se encontraban ocupando el lugar de opositores interpretaron queesta actitud de los cutralquenses significaba apoyo y/o adhesión a F. Sapag y lalínea interna del MPN que lideraba, no advirtiendo la complejidad semióticacomprendida en la expresión “que venga Don Felipe”. Esta era una consignaque “encerraba más un modo de intervención reconocible que la identificaciónde algún grupo particular” (Farge y Revel, 1998:62).

La línea del MPN oficialista y en el poder entendía que “esta pobre gente”había sido manipulada por la facción opositora que además había avalado elproceso de privatización. Desde su perspectiva, a esto se sumaban los “oportu-nistas” (conformadores de la multisectorial), que trataban de adelantar posi-ciones en el cuadro político local, a costa del fracaso de la reconversión produc-tiva del lugar; minimizando así la capacidad de agencia de los cutralquenses ydesconociendo la búsqueda obstinada de sentidos (Farge y Revel, 1998) implí-cita en las prácticas de la Pueblada.

Los cutralquenses –quienes habían gozado en otros tiempos de un bienestarimportante no solo en términos económicos, sino también en el haber disfru-tado del privilegio de pertenecer al nosotros provincial y al de la empresa YPF–no se resignaban a adaptarse sin más al nuevo estado de cosas. La pertenencia ala familia ypefeana, a Cutral Co, había sido el eje de anclaje sobre el cual seconstruyó y se desarrolló su sentido de comunidad. Los lazos sociales y polí-ticos, culturales y económicos, se entretejieron a partir de la comunalizaciónlograda alrededor de YPF. Varias generaciones se formaron entramadas en lasmatrices de sentido que este proceso produjo; así crecieron, desde allí se pro-yectaron. Ahora veían desarmadas sus vidas, sus proyectos. No lograban en-tender por qué debían resignarse a la exclusión habiendo todavía tanto pe-tróleo para explotar, y estando este recurso disponible en su suelo. Levantaronla Pueblada con las promesas hechas por aquel que para ellos seguía siendo unreferente, simplemente porque estaba cerca (en términos estrictamente simbó-licos) del mundo de vida de los lugareños.

Que esta apelación a “Don Felipe” estaba lejos de ser una recurrencia faci-lista a los vínculos clientelares como manera de sortear una coyuntura compli-cada, quedó demostrado con los acontecimientos que se sucedieron luego enCutral Co: la segunda Pueblada y la pérdida de las elecciones municipales porparte del MPN en 1998.17 Efectivamente, el MPN pierde por primera vez en su

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17 Recordemos que hubo una segunda Pueblada, una año más tarde, cuyas implicancias, diná-micas y consecuencias fueron muy diferentes. Para una referencia de este segundo episodio ysus interrelaciones con la primera Pueblada puede consultarse Mombello (2003).

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historia la intendencia del lugar en el cual nació como movimiento político yno logra todavía recuperarla.

Esta primera Pueblada aparece como emblemática para la población local ytambién para la opinión pública en el país. Es la que se recuerda y a la cual sehace referencia cuando en los medios y en otras localidades se toma a Cutral Cocomo punto de partida del movimiento piquetero. Es este acontecimiento alque se referencia como inaugural de una forma de protesta con la metodologíadel corte de ruta. Los cortes de ruta resultan un importante elemento de pre-sión y, al mismo tiempo, producen un efecto mediático notable, garantizandola instalación del problema en el espacio público, no solo local sino tambiénprovincial y nacional.18

En la Pueblada se manifiesta con crudeza tanto la crisis económica como lacrisis de identidad y de soberanía, de ahí su alto contenido simbólico. Cuandorecurrentemente los pobladores de Cutral Co expresan que se participó de laspuebladas para “defender lo nuestro” y por eso “todos vivimos una semana en laruta”, lo que se está afirmando es que lo que se intentaba defender no sólo era elbienestar económico perdido sino que, al mismo tiempo, se estaba asumiendola defensa del patrimonio nacional ante lo que se vive como una expoliación delas empresas extranjeras. La venta de la explotación petrolera por parte delEstado Nacional y el consecuente traspaso de esta actividad a manos privadas(empresas transnacionales) es uno de los hitos, no sólo económicos sino fuerte-mente simbólicos, que caló hondo en la sociedad local. Así durante la Puebladael grito que unía a los pobladores de la comarca petrolera: “¡¡Cutral Co, CutralCo!!”, condensó algo más que un sentimiento localista. Se trataba de una perte-nencia que, trascendiendo la identidad ypefeana, la contenía. Representaba, almismo tiempo, el reclamo por la defensa de lo que los lugareños consideran pa-trimonio nacional.19 “¡¡Cutral Co, Cutral Co!!” significaba la recuperación delsentimiento nacional expresado como defensa de la soberanía y de la identidadypefeana simultáneamente.

Estos desplazamientos, en los que se pasa de defender lo propio frente a lonacional y lo nacional frente a lo extranjero, reenvían a la construcción local de

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18 Con esta medida se busca impactar en el normal desarrollo de la vida cotidiana del conjunto,del mismo modo que en épocas anteriores, dominadas por el pleno empleo, se hacía con lashuelgas generales.

19 En cuanto a la identidad ypefeana, es importante destacar que, a diferencia de cómo se desa-rrollaron los sistemas de jerarquización en otras zonas de explotación, si bien en Cutral Coexiste la diferencia entre ypefeanos y no ypefeanos, las relaciones se han construido de modomás horizontal. Para un detalle de este proceso en ésta y otras localidades petroleras puedeconsultarse Svampa (2002).

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hegemonía en la que el referente nacional jugó históricamente un papel ambi-valente. Si por un lado la apelación al federalismo implicaba una búsqueda dela propia especificidad y liderazgo en un contexto de intereses definidos, por elotro se trataba de conseguir un lugar destacado de inclusión en el seno de la na-ción y la nacionalidad. La encendida defensa de lo local en la construcción deuna “mística neuquina” fue ubicada desde el inicio en su justo lugar por las au-toridades provinciales:

“Jamás ha pasado por ninguna mente el menor planteo separatista. Al con-trario […] (lo que se pretende es) exigir un lugar junto al total de la argenti-nidad para eliminar las condiciones de colonia absurda en que se mantiene aeste sector (Diario Sur Argentino: 1970, citado por García” (Favaro, 1999,177).

También los sentidos contra hegemónicos insuflan la “mística neuquina” decara al escenario nacional. Se presentan a sí mismos como ejemplo de luchapara el país y, en este sentido, la Pueblada de Cutral Co será otro hito funda-mental que se suma a la larga lista de “eventos” en los cuales quedó demostradala capacidad de reacción y movilización de la sociedad local.

La preeminencia de la neuquinidad por sobre otras pertenencias posibles–preeminencia sostenida por las agencias con mayor peso político y culturalde la provincia– conlleva una relación problemática con la pertenencia na-cional. Desde Neuquén, “lo nacional” no es necesariamente una identidadinclusiva. Más bien, actúa a la manera de un espejo: la neuquinidad se pro-yecta en el espacio nacional como forma de reafirmarse a sí misma. La Na-ción puede ser identificada (dependiendo de las circunstancias y de los ac-tores) como el actor con el cual confrontar, al cual apelar como modo dereafirmar la propia identidad local, o como plafón de identificación con ununiverso que trasciende los límites de la provincia y con el cual, en ocasionesmuy especiales, se activa un sentimiento de pertenencia. Esta pertenencia a laNación aflora con fuerza ante situaciones en que la soberanía es puesta encuestión, como ocurrió en el caso de Cutral Co con relación a la explotacióndel petróleo.20

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20 Existen antecedentes de la reacción neuquina ante situaciones en que las instituciones, elEstado de derecho y/o la soberanía son amenazadas, como por ejemplo la masiva manifesta-ción de la población de la ciudad de Neuquén durante la asonada militar de 1989, conocidacomo “levantamiento cara pintada” (Mombello 2003a).

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III. Alteridad y provincianía

Más allá del énfasis y los matices que se pueden encontrar a lo largo de los cua-renta años de vida institucional, la narrativa identitaria local desde una pers-pectiva hegemónica se ha ido construyendo a partir de su confrontación explí-cita con el Estado Nacional, y, paralelamente, con la integración forzada o per-suasiva de los “otros internos”. En este sentido, el “mapuche” es una de lasfiguras emblemáticas de lo local, adoptado como marca indexical más quecomo sujeto de derecho. Las representaciones que refieren al mundo indígena–ya sea que tomen la forma de monumentos o pinturas– son fuertemente este-reotipadas, basadas generalmente en una figura masculina, semidesnuda, convincha, (a veces también con plumas), portando una lanza o un par de bolea-doras. Este tipo de representación, utilizada como marca de identidad, apela acrear en el imaginario colectivo la idea de que el mundo indígena es una etapapasada y superada, a la que sin embargo se venera, ya que hace a la especificidaddel lugar. Lo mapuche constituye en la “mística neuquina” la referencia a la fi-jación del origen en un pasado remoto, en un tiempo mítico, cuya superviven-cia se trasluce en la reapropiación estetizada y folklorizada de lo indígena (muypresente en ciertos materiales de difusión para el turismo),21 que está allí paraafirmar la legitimidad de las raíces de la neuquinidad.

Es importante tener en cuenta que la referencia al mundo indígena comomarca de identidad tiene en la construcción de provincianía un lugar de privi-legio, sobre todo en el pasado, que por lo mismo implica negarle un sitio prota-gónico en el presente. Además, la apelación al mestizaje, tal como aparece en li-bros de texto de difusión en las escuelas y es entronizado por el himnoprovincial, aparece como recurso de identificación para afirmar la operación deintegración de lo distinto en un todo que (por mezclado) se pretende homo-géneo.22 En esta operación de integración es posible identificar un proceso deetnicización del componente mapuche a nivel local, es decir, una forma demarcación social basada en supuestas divisiones en la cultura que, sin embargo,“contempla la desmarcación/invisibilización y prevé o promueve la posibilidad

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21 En los que puede observarse elementos de platería, tejido, instrumentos musicales-religiososoriginarios, y/o la fotografía de alguna anciana preferentemente vestida con trajes típicos,exhibida como un elemento “pintoresco”, con el mismo criterio de exotización con el que seexponen los elementos materiales.

22 El himno provincial, instituido como tal en 1982, reza entre otras glosas las siguientes:“Neuquén es compromiso, que lo diga la Patria; porque humilde y mestizo, sigue siendoraíz. Del árbol esperanza, maná cordillerano, que madura en Nguilleu el fruto más feliz. Y sutahiel mapuche hoy es canto al país. Neuquén, país, país.”

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general de pase u ósmosis entre categorizaciones sociales con distinto grado deinclusividad” (Briones, 2002b:66). Cuando el Estado pretende convertirse enProvincia es que se preocupa por homogeneizar una realidad multiétnica bo-rrando, con una mezcla de coerción y persuasión, todas las culturas menos laque pretende constituir como dominante (Llobera, 1997). Así, la marca-ción/desmarcación de “otros internos” es también constitutiva del proceso deconformación de la identidad neuquina –proceso en el que se desarrolla unapolítica muy activa basada en un “pluralismo tolerante” (Briones y Díaz,2000) que busca la incorporación subordinada del “otro interno”, a partir deuna operación de reconocimiento superficial de su distintividad.

Más allá de esto, las referencias al mundo mapuche como marca de iden-tidad lograron un grado de sedimentación importante en la sociedad local. Losactores sociales que pugnan por la construcción de un entramado contra-hege-mónico retoman esta cuestión incluyéndola en su propio marco interpretativo.En las significaciones que se han ido construyendo en la acción colectiva deestos actores locales, la noción de “derecho” jugó un papel fundamental. Efec-tivamente, bajo el concepto de “derecho” (ampliamente legitimado en los dis-tintos niveles de la sociedad, local y nacional, por el paradigma de los derechoshumanos) se logró reorganizar a las agrupaciones que fueron desarticuladas du-rante el estado de sitio imperante en dictadura. A partir de la reapertura demo-crática, la cuestión de los derechos se constituyó en Neuquén en un marcomaestro (Gamson, 1998) que resultó ampliamente inclusivo. La noción de de-recho como marco de movilización logró captar solidaridades y movilizar am-plios consensos, encontrando su síntesis en la consigna “Neuquén, la Capitalde los Derechos Humanos” altamente significativa para un sector importantede la sociedad local.23 Es precisamente a partir de este marco que la alteridad esresignificada y devuelta como elemento primordial de la “mística neuquina”,ahora con un contenido nuevo.

En efecto, desde la multisectorial, el significado de lo mapuche entra de lamano de las reivindicaciones necesarias para la profundización de la demo-cracia. En el marco amplio de los derechos, la alteridad es contenida y apoyadaen sus reclamos por el reconocimiento de su especificidad, por su derecho a laautonomía, al territorio, a la gestión de sus recursos naturales, por la legiti-midad de su lengua.

Aun así, los modos que tienen las principales agencias provinciales de confi-gurar las representaciones del mundo indígena son también retomados por otros

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23 Para una referencia sobre la importancia de esta consigna como acto de identificación y de suincidencia en la subjetividad colectiva, puede verse Mombello (2003).

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sectores sociales. Aunque durante la Pueblada la referencia a la fuerza de la razamapuche constituyó un lugar legítimo desde el cual otorgar sentido, lo indígenacomo significante no pierde su sesgo peyorativo.24 Retomada o negada, la refe-rencia al mundo indígena no deja de estar fuertemente estigmatizada.

El siguiente diálogo con una referente cutralquense del gremio estatal revelael modo complejo en que se incorpora la alteridad en la conformación de lapropia identidad:

“¡Ah! ¿Así que ustedes son las que andan preguntando por la pueblada? Sí en elverano vinieron unos chicos de la UBA también, les dimos alojamiento. Y yo lesexplicaba a ellos, porque antes acá venían siempre buscando indios y ahoravienen buscando piqueteros, y yo les digo que los piqueteros no son una raza”.Preguntamos: ‘¿Y hay muchos indios?’; nos responde: ‘Acá somos todos indios,este es un lugar muy duro y si sos de acá o si venís de afuera pero te empecinasen quedarte y haces tuyo este lugar es porque algo de indio tenés. Sí, somos todosindios y con mucho orgullo’. Volvemos a preguntar: ‘¿Y piqueteros tambiénhay muchos?’ Afirma decidida: ‘No, acá los piqueteros no existen, acá hubo yhay un pueblo que cuando tiene que salir, sale y se defiende. Pero como te digo,no son una raza, si querés piqueteros organizados, violentos, con pasa mon-tañas, tenés que ir a Buenos Aires. ¡¡Yo estuve en la ruta, todos estuvimos en laruta!! Pero no somos violentos, simplemente defendemos lo nuestro’” (Notas decampo, agosto 2002, Cutral Co, fragmento).

De lo anterior se desprende que el lugar de lo indígena en la construcción dela neuquinidad es por cierto controvertido. Como vimos, desde el discurso ofi-cial se apela a esta representación como modo de legitimar la propia identidadneuquina. En este sentido hay una fuerte operación de apropiación de ele-mentos asociados al mundo mapuche. Al mismo tiempo, es el mismo Estadoprovincial el agente más reticente al reconocimiento de la diferencia, negán-dose sistemáticamente a establecer políticas públicas específicas para este sectorde la población.

Desde la perspectiva del sentido común, el mundo indígena es portador devaloraciones contradictorias que sostienen alternativamente tanto procesos demarcación como de desmarcación. La “raza” como modo concebir la perte-nencia propia y ajena perdura con mayor o menor grado de explicitación, atra-vesando distintas coyunturas y marcos referenciales. Tal perdurabilidad es po-

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24 En el sentido común, la cadena significativa “mapuche”-“indio”-“primitivo”, sigue tenien-do una importante vigencia.

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sible porque, más allá de que produzca un efecto esencializador de laspertenencias, la raza no constituye algo concreto y objetivo, como apuntanOmi y Winant (1986). Más bien se trata de una forma de clasificación socialinestable, descentrada, y cuyo significado social se transforma constantementede acuerdo a los cambios políticos. Así, los procesos de racialización como pro-cesos ideológicos e históricamente específicos emergen ante los distintos pro-yectos políticos. Articulando elementos diferentes, neutralizando los conflictospropios que devienen a partir de una clasificación social que otorga lugares de-sigualmente ventajosos a diferentes sectores sociales, es posible comprender laperdurabilidad de la “raza” en tanto modo de marcación, como elemento ex-plicativo de la realidad en este contexto. Para los pobladores del lugar, desde elmomento que comenzaron a ser interpelados desde el centro (ubicado desde laperspectiva nativa preferencialmente en Buenos Aires, aunque este “centro”–visto desde Cutral Co– también puede referirse en situaciones específicas algobierno provincial), la “raza” actuó (y continúa actuando) como un principioorganizador fundamental de las relaciones sociales. Esto en un escenario en quelos actores, las políticas y los marcos referenciales de Nación y provincia son al-tamente dinámicos y fluctuantes.

Los “piqueteros” representan una identidad fuertemente indeseada y colo-cada, como todo lo considerado dañino o perjudicial, en el lugar de la otredadradical que, desde una perspectiva local, es ubicada en Buenos Aires. Para lasdinámicas de la neuquinidad Buenos Aires es ese espejo que, como expresaAuge, se construye desde el sí mismo para recibir el espectáculo de la propiaimagen como radicalmente otra, en tanto la devuelve invertida. El autor ex-plica que la construcción de este espejo se corresponde con “la negativa de re-conocerse en el otro, por lo que atenta contra el sentimiento de seguridad de laidentidad” (1996:86). Si bien la construcción de identidad/alteridad y provin-cianía en Neuquén tienen una densidad y especificidad propias, ni una ni otrapueden comprenderse o relevarse obviando la relación con la Nación, tanto entérminos estructurales como culturales. En este sentido, es fundamental eljuego de fronteras (Auge, 1996) que tiende tanto a incluir al otro nacional (es-pecialmente porteño) y a producir de nuevo la dinámica interna de la dife-rencia, como a expulsarlo para marcar los límites de la propia identidad.

Es el juego de fronteras el que abre la posibilidad de fijar o articular los sen-tidos de las pertenencias locales posibles, poniéndolas en relación con deter-minadas nociones de “historia”, de “tradición”, de “continuidad” y de “au-tenticidad”. De estas nociones entran y salen alteridades y provincianías,entramando animales prehistóricos con ideas de progreso, registros etnici-

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zados con ideas de derecho y/o autenticidad, acciones colectivas con pro-yectos de bienestar.

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Capítulo 6:

Políticas indigenistas en Neuquén:pasado y presente

Carlos Falaschi O.1, Fernando M. Sánchez2 y Andrea P. Szulc3

I. Introducción

Apesar de la inclusión de algunos elementos de la cultura mapuche en el

cuadro de la “neuquinidad”, la población mapuche –con una profundidadhistórica y una presencia actual innegables– no ha recibido un cabal reconoci-miento político-cultural ni del Estado ni de la sociedad en general en esta pro-vincia. Siguiendo un modelo de pluralismo basado en la subordinación tole-rante (Briones y Díaz, 2000), el Estado provincial ha delineado la política deintegración de este sector y respondido a sus demandas desde el ámbito de laAcción Social, implementando relaciones clientelares y estrategias de capta-ción, a la vez que desechando los planteos de fondo. Este modo de procesar losreclamos indígenas se vincula estrechamente con el estilo provincial de cons-trucción de hegemonía, consistente en las operaciones paralelas de confronta-ción con el nivel nacional (denunciado por su “centralismo”) y de “construc-ción de la provincia” a través de estrategias desarrollistas y políticas de integra-ción sociocultural, acompañadas por un fuerte asistencialismo.

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1 Docente e investigador en la Facultad de Ciencias de la educación, Universidad Nacionaldel Comahue, y abogado. Referente en la Facultad de Ciencias de la Educación del Conve-nio-marco Universidad Nacional del Comahue- Asamblea por los Derechos Humanos so-bre Derechos Indígenas. Asesor jurídico de la Confederación Indígena Neuquina (CIN) y devarias comunidades mapuche desde 1993 hasta 2001. A cargo del análisis del Decreto pro-vincial Nº 1184 del 10/07/2002.

2 Lic. en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Aires), docente e investigador en laFacultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue, Neuquén. A cargo del aná-lisis histórico de las políticas indigenistas neuquinas.

3 Lic. en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Aires) - Becaria Doctoral (CO-

NICET). Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA. A cargo del análisis del actual pro-yecto provincial de enseñanza de lengua y cultura mapuche.

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El presente capítulo apunta entonces a caracterizar dicho estilo provincial deconstrucción de hegemonía a través de un análisis de las políticas implemen-tadas por el Estado neuquino en el proceso de incorporación y administraciónde la población indígena.

En atención a la dimensión histórica que atraviesa tanto la significación del“problema indígena” así como los discursos y prácticas sociales e institucio-nales, observaremos las variaciones y continuidades en el largo proceso de inte-gración subordinada de los indígenas a la organización sociopolítica del Neu-quén, a partir de las campañas militares de fines del siglo XIX en norpatagonia.Así, se desarrolla en primer lugar una reseña de las políticas indigenistas du-rante la etapa territoriana y la etapa de provincialización iniciada hacia me-diados del siglo XX.4 A continuación, se hace foco en la situación más caracte-rística de la última década, a partir del análisis de dos iniciativas del Estadoprovincial. Mientras una refiere a la política de regulación y control de la orga-nización comunitaria a través de la figura de “personería jurídica”, la otra se re-laciona con el proyecto oficial de incorporación de la enseñanza de la lengua ycultura mapuche en las escuelas de comunidad –escenarios ambos en los que sereactualiza el particular modo en que el Estado neuquino tiende a procesar losreclamos mapuche.

II. Reseña histórica de las políticasindigenistas en Neuquén

II.a. La cuestión indígena en el Territorio Nacionaldel NeuquénSi la diversidad socio-cultural presente e histórica en el espacio neuquino estárepresentada de forma preponderante por población chilena y mapuche, sutratamiento –tanto en el plano de la representación como en el de las prácticas–asumió distintos modos a lo largo del tiempo. Durante el período en que Neu-quén fue Territorio Nacional –últimos años del siglo XIX y primera mitad delsiglo XX– primó el énfasis en la integración nacional y la demarcación de fron-teras, concordante con el desarrollo de un discurso que evidenciaba una fuertepreocupación por el “peligro chileno” (Cerutti et al., 1996).

La consolidación de la jurisdicción argentina sobre el territorio pam-peano-patagónico incorporado por medio de sucesivas campañas militares se

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4 Con la ley 14.408 de 1955 se otorga a Neuquén el estatus de Provincia, después de algo másde setenta años de existencia como Territorio Nacional.

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efectuó en un doble movimiento. Por un lado, mediante la ocupación efectivade las zonas de frontera con el país trasandino a través del asentamiento de po-blados, cuarteles militares y otras instituciones estatales que operarían a modode freno de las intenciones expansionistas chilenas, salvaguardando especial-mente la franja cordillerana. Por el otro, aspirando a la nacionalización de lapoblación residente en el Territorio, ya sea que se tratase de indígenas o de po-bladores de nacionalidad o ascendencia chilena. En este caso, el objetivo era eli-minar la tradicional ambigüedad que caracterizaba a esta zona (Briones y Díaz,2000), ambigüedad que alcanzaba tanto al manejo del espacio cordillerano–que pese a las estribaciones naturales no operaba como límite sino como unavía de flujo de personas y productos– como a la adscripción étnica y nacionalde los habitantes. Pero la relativa indefinición e incluso indiferencia que en lavida de los pobladores rurales tenían categorías tales como “argentino”, “chi-leno”, “indígena” y “criollo” –entre otras– resultaban difícilmente aceptablespara un Estado nacional que se proyectaba sobre “territorios nacionales” edifi-cados sobre la base de un imaginario de unidad en el que convergían territorio,nacionalidad y cultura.

En este marco, el Estado nacional –tanto en las provincias más añejas comoen los Territorios nacionales recientes– no sólo debía garantizar la seguridad desus fronteras, sino también forjar a partir de una multiplicidad de contingenteshumanos, una ciudadanía disciplinada y culturalmente homogénea. En el casoneuquino, el tratamiento de la población indígena sobreviviente a la conquistaconjugó la representación inferiorizante de la concepción evolucionista y unapráctica asimilacionista desplegada a través de varias instituciones. En esta di-rección pueden citarse la política de “colonización indígena” de la década del1930, en el marco de una política de tierras más amplia que incluía tambiénotros sectores sociales y otras modalidades de acceso, como eran las denomi-nadas “colonización sistematizada” y “colonización de emergencia”.5

La “colonización indígena” se distinguía de las otras dos por las particulari-dades de la población de destino, tales como el modo comunitario de vida y deacceso a la tierra, así como las prácticas culturales tradicionales. Además, laconcesión de tierras a las comunidades indígenas tenía como objetivo su fija-ción a la tierra como parte de una estrategia más amplia de control político y

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5 La “colonización sistematizada” era la política oficial de entrega de tierras para explotacionesagrícolas de pequeña escala, a cambio del pago de una renta por hectárea y un canon de rie-go. La “colonización de emergencia” se refería a los asentamientos espontáneos en tierras fis-cales, que el Estado aspiraba a regularizar en el futuro a través de la mensura y el cobro depermisos de ocupación. Los tres tipos de colonización fueron propuestos por el Gob. CarlosH. Rodríguez en 1932 y mantenidos por el Gob. Pilotto hasta 1942.

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aculturación. En este sentido, la política de sedentarización y el fomento de laagricultura se proponían como pasos en el camino de civilización frente a lastradicionales prácticas de nomadismo y caza-recolección, que eran evaluadaspor la elite gobernante de la época como frenos para el desarrollo económicoprevisto.6 El fomento de la colonización y explotación de las tierras siguió crite-rios diferenciados según distintas categorías de pobladores, dando lugar a ladistinción entre “colonización sistematizada”, “colonización indígena” y “co-lonización de emergencia”.

También es de destacar el peso dado a la instrucción pública –con un clarosesgo patriótico y religioso– como agencia privilegiada de formación cultural ycontrol social (Juliano, 1993) dirigida tanto a nativos como a extranjeros. Estatendencia puede ilustrarse con el discurso del Gobernador Peri en 1945 alinaugurar una escuela en Neuquén capital:

“Con profundas y patrióticas esperanzas, puntualizo la impostergable nece-sidad de prestar atención y solución a los edificios escolares que son, diré, las in-cubadoras de nuestra nacionalidad, porque en ellos se adquieren las primerasinspiraciones de amor a la Patria y a las reglas que regulan la conducta indivi-dual y colectiva.”7

Unos años después, en la Memoria de su gestión de 1947 elevada al P.E.N.,el Gobernador Belenguer se justificaba por haber seguido con la costumbre deinsertar en el informe anual un capítulo con datos sobre las tribus existentes enel territorio, el nombre de sus jefes y la ubicación de las tierras que ocupan.8

Casi en tono de disculpa, aclaraba que ese detalle de la demografía indígenaneuquina no implicaba un desconocimiento de:

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6 Persistía el problema que observaba el Gobernador Rawson hacia fines del siglo XIX: “la po-blación es nómade en su casi totalidad, porque les falta el estímulo del arraigo, la facilidad deadquirir pequeños lotes de tierra, y en estas condiciones es un elemento transitorio que nadade provecho deja en pos de sí… Estas y otras cuestiones (…) plegan las alas al progreso del te-rritorio y aún no han sido resueltas.” Nota publicada en el diario Neuquén de Chos Malal, enel año 1893.

7 Citado en Ríos, Carlos A. (1980): Gobernadores del Neuquén 1884-1980, op. cit.

8 Gobernación del Neuquén. Memoria anual del año 1947. La mayoría de las veces en queaparecen mencionados los indígenas en estas Memorias, es desde un tratamiento estadístico(cantidad de “tribus”, nombre del “cacique”, cantidad de miembros, hectáreas que cultivan,cantidad de ganado que poseen, estado legal de las tierras que ocupan). Esta informaciónestá consignada en forma de cuadro, seguido de un mapa del Territorio con la ubicación decada “tribu”.

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“la nueva política indigenista seguida por las autoridades de la materia, en elsentido de no reconocer en adelante la autoridad de caciques de tribus o reduc-ciones, con el propósito –muy loable por cierto– de incorporar al indio de ma-nera definitiva a la civilización, haciendo que cada indígena actúe por sí solocomo simple ciudadano, y no por intermedio de representantes tribales.”

Aun cuando se tolerara o incluso fomentara su modo de asentamiento y or-ganización comunitarios, fundamentalmente por cuestiones prácticas de fija-ción y control, la tendencia de las distintas instituciones y políticas nacionalesera desplazar la identificación primaria del nivel grupal o “tribal” en tanto indí-gena, al nivel de la pertenencia a la Nación en tanto ciudadano argentino. En lamedida en que estos individuos asumieran su identidad como “indígenas ar-gentinos” diferentes de los “indígenas chilenos”, se estaría concretando su inte-gración subjetiva a la Nación que antes los incorporó físicamente por la fuerza.

En esta dirección apuntaba también la creación en 1937 de una EscuelaGranja Hogar en la ciudad de Neuquén, a la que concurrirían chicos de las co-munidades para su formación. En qué y para qué serían formados lo explicitasu impulsor, el Gobernador Pilotto:

“Esta escuela, que se ocupará de la instrucción general de la niñez indígena delTerritorio, tendrá por especial objeto enseñarles un oficio o profesión para queal egresar de ella, vuelvan a sus antiguos hogares educados y capacitados para,no sólo servirse a sí mismos, sino para orientar a los demás e infiltrarles, porreacción natural, mejores normas de vida, haciendo desaparecer la inercia ydespreocupación que hoy les domina. Funcionará en principio, como ensayo,con sólo 30 alumnos. Podrá no obstante, llegar a albergar un importantísimonúcleo de jóvenes indígenas, que –encariñados con el trabajo, instruidos inte-lectualmente por la escuela del internado, con un espíritu renovado completa-mente, con principios sanos de moral y de higiene, y con sentimientos defraternidad, sin odios ni rencores– al volver a sus tribus de origen no podríanadaptarse a vivir en la indigencia y que, por el contrario, reaccionarían ensentido favorable para levantar el nivel de vida de sus congéneres; o, fracasadosen su intento, se apartarán para mezclarse con la civilización, procurandomantener ese bienestar que les ha brindado su paso por la escuela, bajo la tu-tela del Estado. Todo hace pensar, pues, que con este establecimiento se hadado ya un importantísimo paso, en lo que respecta al problema indígena.”9

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9 Gobernación del Neuquén. Memoria anual de 1936.

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Esta institución funcionó por algo más de una década, recibiendo y devol-viendo algunos cientos de jóvenes de distintos puntos del Territorio. En 1951,la Escuela Granja Hogar Ceferino Namuncurá se convirtió en una escuelacomún abierta a los niños del vecindario. Desaparecía así uno de los más clarossímbolos de la política asimilacionista en la historia de la Educación en Neu-quén (Teobaldo et al., 2000), importante –para nuestro análisis– no sólo por lafunción específica que desempeñó, sino por ser una referencia que condensaba,año tras año, la representación de los gobernadores y otros agentes del Estadoacerca de la Nación, el territorio, los indígenas y la cultura, así como las rela-ciones entre estos y otros aspectos.

En cuanto al discurso de los gobernadores –anualmente documentado ensus informes de gestión– el tratamiento de la cuestión indígena se mantuvo sincambios hasta la Memoria de 1954 correspondiente a Pedro Luis Quarta, el úl-timo gobernador territoriano, que tuvo la tarea de organizar la transición haciala provincialización del Neuquén.

Al igual que quienes lo antecedieron, informaba al Ministerio del Interior dela Nación que las “tribus indígenas” seguían allí, que totalizaban en el Terri-torio un número de 5.863 individuos, y que realizaban, en los campos que lesfueron concedidos por el Estado, una variada aunque exigua producción agrí-cola y ganadera. También consignaba, como en años anteriores, la informa-ción provista por la Dirección General de Tierras, acerca de cantidad, ubica-ción y situación legal de las tierras ocupadas por cada tribu.

La política seguida con la población indígena en Neuquén durante su etapade Territorio Nacional10 puede sintetizarse por tanto mencionando dos líneasde acción paralelas. Por un lado, la inclusión de la población indígena en pro-gramas de colonización rural, con políticas de administración de tierras fiscalesy fomento de la producción agrícola, que afectaban al sector rural en general.Por otro lado, las instituciones encargadas de la formación de ciudadanía (másconcretamente, la formación de la subjetividad de los individuos como argen-tinos, cristianos, trabajadores y respetuosos de la autoridad) apuntaban alreemplazo de los modos tradicionales de vida –evaluados como atrasados– conla mira puesta en un horizonte de modernización e integración (Martínez Sara-sola, 1992), aunque en un modelo de sociedad fuertemente jerarquizado.

Las tierras fiscales y su administración fueron transferidas al Estado provin-cial a partir de su institucionalización, pasando por lo tanto la cuestión de la“colonización indígena” también a la órbita del gobierno provincial. En este

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10 Un análisis de las políticas asimilacionistas durante la etapa territoriana puede verse en Sán-chez, Fernando 2003.

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plano no hubo cambios significativos hasta que en 1964 el Gobernador FelipeSapag iniciara una política de regularización de la tierra de las comunidadesbajo la figura de “reserva”, que implicaba ciertos derechos y obligaciones. Seiniciaba así una nueva etapa en la que el gobierno provincial confrontaba con elpoder central, al tiempo que iniciaba una política de tipo desarrollista y clien-telar (incluyendo el acercamiento y cooptación de las comunidades), tornandoambos gestos en pilares de su estrategia de acumulación de poder (Palermo,1988). En este contexto histórico y político debe situarse el desarrollo de laspolíticas indigenistas en Neuquén en la década de los 60.

II.b. El proceso de provincialización y la construcciónde la identidad neuquinaLa administración de la tierra pública en general, y su relación fundamentalcon la vida de la población indígena, fue una preocupación recurrente de losGobernadores territorianos. Pero este tema tomó una centralidad especial enlos años iniciales del proceso de provincialización, al punto de estar incluido enla Constitución Provincial de 1957.

En este texto fundacional, el problema de la tierra también aparece tratadodesde una doble perspectiva, prefigurando dos destinatarios diferentes: inver-sores o productores en general por un lado, y “agrupaciones indígenas” por otro.

Esta distinción no está libre de paradojas, dado que la misma Constituciónseñala en la sección Derechos y Garantías, que: “Todos los habitantes tienenidéntica dignidad social y son iguales ante la ley, sin distinción de sexo, origenétnico, idioma, religión, opiniones políticas y condiciones sociales…” (Cap. I,Artículo 12). Pero este mismo artículo continúa diciendo: “Deberán remo-verse los obstáculos de orden económico y social que, limitando de hecho la li-bertad y la igualdad de los habitantes, impidan el pleno desarrollo de la personahumana y la efectiva participación de todos los habitantes en la organizaciónpolítica, económica y social de la Provincia”.

Por su parte, el derecho especial de acceso a la tierra previsto por la Constitu-ción neuquina para las comunidades indígenas está contemplado en el Artículo239 que establece: “Serán mantenidas y aún ampliadas las reservas y conce-siones indígenas. Se prestará ayuda técnica y económica a estas agrupaciones,propendiendo a su capacitación y la utilización racional de las tierras conce-didas, mejorando las condiciones de vida de sus habitantes y tendiendo a la eli-minación progresiva de esta segregación de hecho”.11

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11 Este artículo está ubicado en la Quinta Sección, titulada “Régimen económico”, junto aotros ítems referidos a la población en general, como por ejemplo el que sostiene que “La tie-

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Estos postulados constitucionales parecen encerrar una ambigüedad encuanto al trato diferencial de los indígenas, ya que son visibilizados como talesno para reafirmar su organización y “origen étnico” sino en la medida en que–con el auspicio y las políticas del Estado– se están alejando de ese origen paraintegrarse en el contexto demográfico provincial, a cuyo fin es precisamentenecesaria la remoción de los obstáculos socioeconómicos.

De más está decir que la “diferenciación positiva” hacia las comunidades in-dígenas no contemplaba en aquella coyuntura ningún reconocimiento políticoo de “derechos fundamentales”, que harían su aparición en los años 80 y 90,tanto a nivel de organismos internacionales como en reivindicaciones de orga-nizaciones indígenas en toda América. De todos modos, la década del ’60 seinició con un giro en la representación acerca de los indígenas en Neuquén.Comenzaban a perder su carácter de “población-problema” para la organiza-ción de la sociedad a medida que eran revestidos con una retórica exotizante,enviados simbólicamente al tiempo inmemorial de los ancestros y, en este caso,rescatados como antecedentes y raíces de la neuquinidad. Esta nueva conside-ración hace aparición en el Primer Congreso del Área Araucanista Argentina,realizado en la localidad de San Martín de los Andes en febrero de 1961, apartir de una convocatoria del gobierno provincial. El objetivo expreso del en-cuentro era el siguiente:

“La finalidad del Primer Congreso –que será de carácter técnico-científico– esordenar, sistematizar y documentar todo lo referente al patrimonio material yespiritual, relacionado con los valores del pueblo araucano, que habitó el sueloargentino para reconstruir ese período de nuestra historia patria…”12

En relación a su realización, además de resaltar la participación de estu-diosos del tema, autoridades y medios de prensa, el Gobernador Asmar seña-laba la importancia de contar con “la presencia serena y evocativa de los caci-ques mapuches del Neuquén”.13 En este sesgo mistificador de la imagen de lasautoridades mapuche, puede notarse también el cambio en su valoración, espe-cialmente si la contrastamos con la forma en que era evaluado el “ethos indí-gena” unas décadas antes.

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rra es un bien de trabajo y la ley promoverá una reforma agraria integral”. Constitución de laProvincia del Neuquén, 1957

12 Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.

13 Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso del Gobernador Asmar, 1º demayo de 1961.

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Por ejemplo, hacia 1936 el gobernador Pilotto proponía la intervención di-recta en la organización de las comunidades para transformar sus modos devida tradicionales:

“Este Gobierno cree indispensable la creación de un organismo local, que tomea su cargo el asesoramiento y dirección de las reducciones o agrupaciones indí-genas, con suficientes recursos para el normal desarrollo del trabajo y elimina-ción de la vida contemplativa e indolente que ahora llevan.”14

La nueva valoración de lo nativo, el relato en tiempo pasado de lo que seguíaestando presente –y muy especialmente “presentado”15 en este evento de1961– empezaría a conformar un modo de reconocimiento folckorizado, unanueva estereotipación y una nueva versión de “integración subordinada” carac-terizada por un fuerte paternalismo. Según Briones y Díaz, la historia del trata-miento de los pueblos indígenas puede caracterizarse en Neuquén como “el pa-saje de ‘inapropiados inaceptables’ (cuya inadecuación justificara la Conquistadel Desierto como cruzada nacional), a ‘subordinados tolerables’ forjadores deidentidad provincial…” (2000:48).

En 1962, otra propuesta oficial abonaba este camino de redescubrimientocognoscitivo de los nativos de la Provincia del Neuquén. En este caso reapareceel interés por la demografía indígena, presente en la mayor parte de la etapa te-rritoriana,16 ahora vinculado a una finalidad práctica. Por Ley Nº 306 sancio-nada por la Legislatura Provincial se establecía la realización de un “censo, es-tudio e inspección de las reservas indígenas existentes en la Provincia”, cuyafinalidad será “considerar el mejor uso y distribución de las tierras conforme alas reales necesidades de las familias indígenas”.

En la misma ley se establecen como objetivos del censo los de relevar el nú-mero de tribus existentes y el de personas que integran cada una; calidad y ex-tensión de las reservas de tierras que “cada tribu tiene asignada”; cantidad deindígenas que viven “fuera de la reducción”; nivel de instrucción; cantidad de

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14 Gobernación del Neuquén. Memoria anual de 1936.

15 La participación de un puñado de representantes indígenas fue central y de variado tenor.Ellos fueron los destinatarios de las palabras de apertura efectuadas por el Dr. Gregorio Álva-rez. Mientras algunos fueron co-presentadores de ponencias junto a especialistas huincas,otros polemizaron entre sí, en público, acerca de la conveniencia o no de integrarse con la so-ciedad blanca. Finalmente, todos ellos posaron para las fotos con los especialistas y las auto-ridades, conjunta y separadamente. El evento se cerró con el traslado de los participantes auna comunidad cercana, donde se realizó una “tradicional ceremonia” mapuche.

16 Ver nota 4.

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“animales y especies” que poseen; etc. Finalmente, se mencionaba que, en fun-ción de los resultados, se entregarían parcelas individuales, de acuerdo a las po-sibilidades económicas.

Los Decretos de reserva de 1964 hacen mención a este censo, como fuentebásica de información sociodemográfica de la población mapuche de la zonarural provincial. En el primero de estos decretos, que llevó el Nº 737, se seña-laba la utilización de los resultados de dicho censo para “establecer a favor delos integrantes determinados por el mismo, la reserva de las tierras que ocupanen comunidad…” En el decreto se menciona la participación del Ministerio deAsuntos Agrarios, tanto en lo que refiere a la formulación de este decreto,como a la potestad de actualizar, en caso de ser necesario, la información apor-tada por el censo de 1962.

Uno de los primeros ítems del Decreto 737/64 anunciaba otras medidascomplementarias a la reserva de tierras, ya que el Poder Ejecutivo reconocíaque su acción sería insuficiente para mejorar la situación de los indígenas si selimitara a esta operación, y por lo tanto, disponía acciones tendientes a ase-gurar “su asistencia inmediata mediante la instalación de escuelas y puestos sa-nitarios, que coordinada con la realización de campañas de extensión agrícola yde desarrollo y aprovechamiento de sus evidentes y naturales aptitudes, permi-tirán elevar las condiciones en que se desenvuelve la vida de estas familias…”17

Si bien en 1964 hay una evidente atención de los problemas y necesidadesde la población indígena, no existe aún ninguna repartición provincial desti-nada especialmente a atender a este sector social. Los programas o acciones di-rigidos a ellos, como a los demás pobladores del área rural, pasan principal-mente por el Ministerio de Asuntos Agrarios, y los destinados a la poblacióncon graves carencias económicas –sean indígenas o no– están a cargo del Mi-nisterio de Acción Social.

Por su parte, desde el primer gobierno del Movimiento Popular Neuquino,encabezado por Felipe Sapag en 1964, se asumirá la tarea del desarrollo provin-cial, paralelamente a la construcción discursiva de la neuquinidad (Favaro yMorinelli, 1993) desde una retórica fuertemente anticentralista, y en conse-cuencia, antiporteña. La confrontación con el Estado nacional, denunciadocomo responsable del abandono y estancamiento de Neuquén, tendrá comocontracara un énfasis provincialista basado en la unidad y cohesión social más

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17 Un amplio análisis histórico, jurídico y económico del modo de acceso a la tierra previstopara las comunidades mapuche, así como de los conflictos pasados y presentes derivados deesta situación, puede verse en UNC-APDH: Informe Final del Proyecto Especial “Defensa yReivindicación de Tierras Indígenas”. Neuquén (1996).

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allá de las diferencias existentes. En este sentido, el discurso político de partidosprovinciales como el Movimiento Popular Neuquino (MPN) interpela a lospartidos nacionales y se propone “constituir el interés común en términos deun conflicto primordial: el de la provincia frente al poder central” (Palermo,1988:11).

En el discurso de apertura de las sesiones legislativas de 1964, el mismo go-bernador anunciaba la política de regulación de tierras para las agrupacionesindígenas como un primer paso del “Operativo Araucano”, que incluiría unaserie de programas tendientes a “asimilarlos al resto de los habitantes del Neu-quén, sin distingos de ninguna naturaleza…” Se preveía la extensión del sis-tema de salud y del sistema educativo provinciales a todas las comunidades,para lo cual existían “reservas dentro de las reservas”, o sea, espacios destinadosa la escuela, el puesto sanitario y, ocasionalmente, un destacamento policial.Finalmente, aunque de un peso central, se encaraba la situación general de ca-rencia a través de la asistencia en alimentos, ropa, leña, insumos agrícolas yotros recursos.

En su discurso del 1º de mayo del año siguiente ante la Legislatura provin-cial, Sapag se refería a la política en marcha del siguiente modo:

“La situación peculiar de nuestros aborígenes ha sido, por primera vez, tra-tada con criterio racional y altruista, otorgándoles la posesión y título de lastierras que ocupaban procurando capacitarlos mediante la instalación de es-cuelas de artesanía rural, para procurarles un oficio y propendiendo a la eleva-ción de su nivel de vida, mediante la entrega de implementos y maquinariaspara la labranza.”18

El sesgo paternalista y asistencialista que se evidencia en los pasajes rese-ñados anteriormente –y condensados en el último párrafo transcripto– será elblanco central de las críticas del activismo mapuche en los años 90, que recla-mará al Estado su reconocimiento político como Pueblo Originario, y no sutratamiento como una clase social o población rural pobre. Pero antes deabordar ese punto, pasemos revista a las principales propuestas y reparticionesoficiales encargadas de atender los “asuntos indígenas” durante la etapa de fun-dación y consolidación del proyecto de desarrollo provincial.

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18 Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso de apertura de sesiones delGobernador Felipe Sapag. Neuquén, 1º de mayo de 1965.

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II.c. Genealogía de las políticas y organismos indigenistasen la Provincia del NeuquénEl primer organismo provincial destinado específicamente a tratar la problemá-tica de la población indígena fue el Comité Coordinador Interministerial deAsuntos Indígenas (CCIAI), creado por Decreto Nº 1171 de 1967. El mismo es-taba presidido por el Ministro de Asuntos Sociales e integrado por los secretariosde los demás Ministerios provinciales. Como principal competencia del CCIAI seestablecía “…estudiar la aplicación de un programa relacionado con la promo-ción, asistencia, organización, y desarrollo de las comunidades indígenas…” Eldecreto mencionaba la “necesidad de poner en marcha un Plan de Acción dePromoción Económico-Social, Cultural y de Integración de las tribus indígenasen la Provincia del Neuquén, conforme a los lineamientos del Programa Andino,elaborado por el Comité Nacional Interministerial y Organismos Internaciona-les…” En los considerandos de ese Decreto se señalaba que:

“en Neuquén existe un grupo étnico netamente diferenciado de raza arau-cana que se distribuye en distintas reservas indígenas; que si bien constituyeuna minoría dentro de la población total del Neuquén, no por eso deja detener importancia como problema humano, en cuanto significa la supervi-vencia de comunidades que, viviendo en una economía de subsistencia,vienen perpetuando a través del tiempo una marcada situación de subdesa-rrollo, incompatible con el grado de desarrollo que aspira alcanzar la pro-vincia del Neuquén” (Resaltado nuestro).

Además de la proliferación incongruente de modos de nombrar a la pobla-ción de referencia –sin duda mucho menos cargados valorativamente que losepítetos descalificadores de unas décadas antes– puede notarse la persistenciade su evaluación negativa en las referencias a sus prácticas como “supervi-vencia”, “subsistencia” y “subdesarrollo”, aludidos como obstáculos para el ca-mino de progreso encarado por la provincia.

En todo caso, este organismo es disuelto al año siguiente y sus funciones sontransferidas al Instituto de Promoción Social (IPS), definido como “órgano es-pecializado en los problemas de desarrollo comunitario”, ya existente en elseno del Ministerio de Bienestar Social, aunque hasta el momento no abordabala problemática indígena. Un año después, por Decreto 775/69 es creado elServicio Provincial de Asuntos Indígenas (SPAI) dentro del Instituto de Pro-moción Social del Ministerio de Bienestar Social. Se consignaba como compe-tencia del SPAI “intervenir en la protección e integración de los grupos aborí-

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genes, ejecutando las medidas que contemplen los problemas específicos de sucondición social.” Y como funciones se establecían: “Ejecutar los programas deprotección integral al aborigen”, así como también realizar “estudios de inves-tigación sobre los grupos aborígenes que contemplen el sistema de valores dadopor costumbres, creencias, factores económicos, grado de cultura y zona geo-gráfica de residencia”

Al frente del SPAI, cuya sede se establece en Junín de los Andes, es designadoel Padre Oscar Barreto. En su primer discurso como Jefe de este organismo, co-menzaba afirmando:

“Al medio, entre nosotros y el indígena corre el río de la Desconfianza. Tenemosque tender el puente, y pienso, que el puente somos nosotros, con el SPAI. Nuestraprioridad no es la promoción socio-económica, sino la promoción humana.”

Un poco más adelante sostenía que “quien realizará la promoción humana,romperá la desconfianza, y se constituirá en el puente entre estas dos orillas[…] y ese puente, tiene que apoyarse sobre la otra valla, en los líderes naturalesde la comunidad”.19 El discurso finalizaba con una expresión de deseo: que estainstitución no sea una nueva frustración para “nuestros hermanos, los indí-genas, […] que son más Argentinos que nosotros y que tienen más derecho quecualquiera de las otras comunidades que puedan estar integradas, incorporadasal quehacer y al deber de la Provincia y de la Nación.”

Sin duda las mejores intenciones presentes en su vocación misional por lapromoción del modo de vida de los indígenas –fuertemente atravesadas por eldiscurso de la integración y el desarrollo que en la época aparecían como polí-ticas progresistas– impidieron vislumbrar lo que un análisis crítico retrospec-tivo permite: la ambigüedad de una política asistencial que, por no cuestionarla asimetría constitutiva de la relación Estado-indígenas, a la vez que propor-ciona paliativos a la situación de penuria y marginación, la reproduce, gene-rando a lo sumo una integración subordinada que profundiza la dependencia.

En tanto estrategia hegemónica del Estado, el tema de la detección y forma-ción de “líderes indígenas” que menciona Barreto como paso hacia el fomentodel protagonismo de las mismas comunidades en el mejoramiento de sus con-diciones de vida (un paso que a la postre fue efectivamente importante) consti-tuyó un modo de vehiculizar las demandas de las comunidades por carriles aco-

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19 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social, Instituto de Promoción Social. Do-cumento nº 8: “Discurso pronunciado por el Padre Oscar Barreto en la primera reunión detrabajo del Sistema Provincial de Promoción Social”. Zapala, 7 de agosto de 1969.

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tados, disciplinando los procedimientos de acuerdo a la “burocracia huinca”, ala vez que demarcando claramente los límites de los reclamos permisibles. Estacuestión aparece en estos años con mucha fuerza, aunque con auspicios y ten-dencias políticas variadas. Por ejemplo, en ocasión del primer “Cursillo para lí-deres indígenas” convocado por el Obispado del Neuquén, y llevado a cabo enjunio de 1970, se constituyó la Confederación Indígena Neuquina, que de-sempeñaría un papel importante en la comunicación y articulación de las co-munidades dispersas en el territorio provincial (Falaschi, 1994). Como se verá,la capacitación indígena reaparecerá con un sentido diferente en la segundamitad de la década del ‘80, con la realización de una serie de “Cursos de Capa-citación de líderes indígenas” con ingerencia del gobierno provincial, financia-ción y cuerpo docente de Nación, y respondiendo a lineamientos de orga-nismos internacionales.

En todo caso, durante la década de los años 70 siguió funcionando el SPAI,con la mira puesta en la promoción y asistencia social de las comunidades. Undocumento de 1975 reseña las acciones llevadas a cabo durante ese año por elSPAI en el marco de un “Programa Integral de Desarrollo” dirigido a “las co-munidades rurales marginadas”, que incluía desde realización de mensuras,mejoramiento de viviendas y construcción de infraestructura comunitaria,hasta proyectos de reactivación económica de tipo agropecuario y forestal.20

En 1978, durante la última dictadura militar (1976-1983) –que en el con-texto neuquino revistió la particularidad de no desplazar al MPN del gobiernoprovincial–, el Consejo Federal de Inversiones (CFI) elaboró un informe deno-minado “Análisis socio-económico, aspectos culturales y tipología de las co-munidades aborígenes del Neuquén”, donde se incluye un capítulo en el que seaborda la “implementación de programas y/o proyectos” por parte del Go-bierno provincial, evaluando la atención prestada a las distintas comunidadesexistentes en la provincia.21 El informe consigna, además de cuántos y cuálesfueron los proyectos elaborados, cuántos y cuáles fueron ejecutados. El resul-tado es de 44% sobre el total de los proyectos, correspondientes en su mayoríaa ejecución de mensuras, construcción de escuelas y puestos sanitarios. De los

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20 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social. Documento del SPAI titulado “Pro-gramas provinciales de desarrollo social integrado para agrupaciones indígenas”. Neuquén,1975.

21 En el período 1969-1977 se contabilizaron alrededor de 164 programas y/o proyectos, quese presentan en este informe discriminados en doce rubros, entre los que se destacan: proyec-tos agropecuario-forestales (42), proyectos referidos a aspectos legales (29), educación (24) ysalud pública (23). Siguen en orden decreciente rubros tales como vivienda y urbanización;provisión de agua potable; promoción de artesanías; y otros.

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proyectos específicamente económicos se llevó a cabo sólo un 14% de lo pre-visto. El informe establece también una tipología de las comunidades deacuerdo al grado alto, medio o bajo de atención recibida, dato que evidencia laarbitrariedad en el manejo de estos programas de acuerdo al tipo de vínculo es-tablecido con las autoridades de las distintas comunidades.

II.d. La Dirección de Asuntos Indígenas a partirde la reapertura democrática de 1983La estructura del Ministerio de Bienestar Social sufrió nuevos cambios a partirde diciembre de 1983. Por Decreto 066 se modificó su anterior conformación,creándose dentro de la Subsecretaría de Acción Social, la Dirección de AsuntosIndígenas (DAI). Entre las funciones de este organismo se mantienen algunasestablecidas anteriormente, como elaborar proyectos para “elevar las condicio-nes de vida de los grupos de población aborigen”, y también se agregan ele-mentos nuevos como ser la propuesta de abrir esos proyectos a la “participa-ción de organizaciones de los grupos de población aborigen”. También aparececomo un objetivo explícito el de “propender a mantener la vigencia de rasgosde la cultura indígena y contribuir a su conocimiento y divulgación.”

Es interesante destacar aquí una serie de cambios en el modo de considera-ción y el lugar asignado a los indígenas en los programas. Por un lado, aparecepor primera vez un atisbo de lo que Bonfil Batalla (1987) caracterizó como “in-digenismo de participación”, habilitando –aunque de forma subordinada– laincorporación de organizaciones indígenas en el diseño de los programas quelos afectarían. En Neuquén, esa incorporación pasó casi exclusivamente por ladesignación de un mapuche como responsable de la DAI. Este funcionario, de-signado por el Poder Ejecutivo provincial, operaba como nexo entre el go-bierno y las comunidades, atendiendo las demandas de los “paisanos” y vehicu-lizando la respuesta estatal, consistente las más de las veces en algún tipo deasistencia material por la cual generalmente se sentían –y virtualmente que-daban– políticamente endeudados.

En 1988 es reestructurado nuevamente el Ministerio de Bienestar Social. Enesta ocasión –además de otros cambios– la Subsecretaría de Acción Social pasóa llamarse “Subsecretaría de Acción Social y Asuntos Indígenas”. La DAI man-tiene su denominación, pero sufre modificaciones significativas en sus atribu-ciones, que según el decreto 1085/88 son:“a) Intervenir en la elaboración de proyectos intersectoriales para elevar las

condiciones de vida de los grupos de población Mapuche, en coordina-ción con la Dirección de Promoción Social;

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b) Coordinar con los sectores previstos en la Programación y asignar la parti-cipación de las organizaciones Mapuches, para la implementación de losProyectos;

c) Estimular la organización de la población Mapuche según sus pautas cul-turales, en torno de objetivos de mejoramiento de sus condiciones de vida;

d) Propender a mantener la vigencia de rasgos de la Cultura Mapuche y con-tribuir a su conocimiento y divulgación.

e) Participar en la elaboración de las normas jurídicas que regulen el accionarde las Organizaciones de las Comunidades Mapuches”.

En este cambio de redacción de los incisos más que en las funciones, es no-table el reemplazo casi mecánico de los términos “aborigen” e “indígena” delDecreto 066/83, por el término “Mapuche” en el Decreto 1085/88. Estecambio de denominación seguramente se relaciona con la coyuntura históricay la revitalización de las demandas de organizaciones indígenas, en este caso delactivismo indígena en Neuquén, que desde la reapertura democrática –y cadavez más insistentemente– reclama de la sociedad en general y del Estado pro-vincial en particular, su reconocimiento como Pueblo Mapuche, al tiempo querechaza las denominaciones tradicionalmente usadas por los ‘winka’.

Paralelamente –y más allá de los lineamientos normativos– en un informeelaborado en 1986 por la Subsecretaría de Acción Social para dar cuenta de lasituación de las comunidades indígenas del Neuquén, se detallan los objetivosy políticas “en materia de atención a la población mapuche” a cargo de la DAI.Se expone una amplia gama de aspectos de la vida de las comunidades en losque el Estado, a través de esta dirección, se propone intervenir. En el primerode los objetivos, aparece una cierta ambigüedad o tensión entre el reconoci-miento de las diferencias y la propuesta de integración: “Mejorar el nivel devida de la población indígena, estimulando su integración al contexto so-cio-cultural de la Provincia, sin desmedro de la cultura Mapuche, fortale-ciendo su vigencia”.

Resulta significativo señalar otros dos objetivos declarados por la DAI. Unode ellos dice: “Revitalizar la cultura Mapuche, manteniendo el uso de lalengua, estimulando el desarrollo de las actividades artesanales, respetando elejercicio pleno del culto y sus creencias religiosas, aprovechando su difusión enlos ámbitos Provincial y Nacional.” Aquí se evidencia el tipo de abordaje queserá especialmente cuestionado por las organizaciones mapuche unos años des-pués, por tratarse de un reconocimiento meramente cultural, incluso folkló-rico de las diferencias, omitiendo cuestiones políticas centrales como territorio,

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autonomía, derecho consuetudinario, etc. El otro ítem propone: “Capacitar alos líderes naturales y jóvenes de las Agrupaciones Indígenas, para que incen-tiven la participación activa de los pobladores en la realización de acciones ten-dientes al logro de un mejor nivel de vida.” Como se señaló anteriormente, ladetección y formación de líderes comunitarios que comienza a insinuarse afines de la década del ‘60 se concreta en una serie de Cursos de Capacitación delíderes indígenas, durante los años 1986 y 1988.

Si a primera vista esta iniciativa aparece como un aporte a la capacidad degestión de mejoras por parte de los miembros de las propias comunidades (ysin duda tuvo ese efecto), un análisis detenido permite ver su funcionalidaddentro de un conjunto más amplio de estrategias de construcción de hege-monía por parte del poder estatal provincial. La capacitación también cumplióun papel de regulación de los procedimientos y demarcación de los límites delos reclamos permisibles, tendiendo a la canalización de las demandas de las co-munidades por carriles institucionalmente definidos. También fue una estra-tegia de cooptación de referentes indígenas, que en instancias posteriores se de-sempeñarían a su vez como capacitadores o funcionarios en distintos niveles dela política indigenista. Como sostiene Serbín (1981), las Direcciones deAsuntos Indígenas provinciales –incluida la de Neuquén– habrían cumplidouna función de control político en dos sentidos: “atemperar los conflictos quese presentasen con las comunidades indígenas a través de donaciones y pre-bendas limitadas”, a la vez que “asegurar, a través del control de los meca-nismos de poder de las comunidades, el caudal elector aborigen” (Serbín,1981:417). En todo caso, el objetivo general declarado de estos cursos era:

“Capacitar a jóvenes mapuches que reúnan condiciones y capacidad de lide-razgo para promover la participación de los miembros de sus comunidades yllegar a ser Nehuen-Hueche (Fuerza- Joven)”.

Por su parte, entre los objetivos específicos se mencionaban:

“Que el líder-alumno reconozca la situación general que afecta a las comuni-dades aborígenes” y “movilice a grupos de trabajo para la toma de concienciadel sentido de pertenencia a un grupo étnico, conociendo deberes y derechosque como argentino le corresponde.” (Resaltado nuestro).

El último objetivo es claramente ilustrativo de la política de ciudadaniza-ción ya mencionada, que en esta etapa no negaría la validez de la pertenencia

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étnica, pero la reconocería como subordinada a la adscripción nacional/ pro-vincial, basando en ésta última la determinación de “deberes y derechos”. Estarelación de asimetría es consustancial a la posición de los indígenas en el pro-ceso histórico de conformación de los estados nacionales, al que ingresaron nocomo co-partícipes sino subsumidos por la fuerza a un proceso que les era ex-terno (Diez y Falaschi, 1995b).

Un ejemplo de “equiparación simbólica” como medio de incorporación po-lítica (Briones, 1998a) de lo indígena en la matriz dominante de la naciona-lidad puede verse en el documento que resume las actividades de los Cursos de1988, donde consta que en el acto de apertura “…se reciben las BanderasArgentina y Mapuche acompañadas por los sonidos del cultrum y el aplauso delos presentes…”22

II.e. El indigenismo en cuestión y las reivindicacionesdel Pueblo MapucheLa relación entre el Estado provincial y el sector indígena en los ’90 estuvo carac-terizada por disputas de distinto tenor. A partir de la conmemoración del Quin-to Centenario en 1992, se produjo una irrupción de lo mapuche en la esfera pú-blica neuquina, irrupción caracterizada por reclamos político-culturales. Una delas alteraciones en la vida cotidiana –especialmente en Neuquén capital– fue laeclosión de unos discursos, símbolos y cuerpos que ya no coincidían con las re-presentaciones sociales tradicionales: “nuestros aborígenes” se presentaban ahoracomo Pueblo Nación Mapuche, un Pueblo Originario preexistente a los límitesprovinciales y nacionales impuestos hace algo más de un siglo.

La presentación de una bandera propia, la reivindicación del mapuzugun yla afirmación de su estatus de Pueblo único extendido a ambos lados de la Cor-dillera –anterior y más allá de las estructuras estatales– generó inmediatamenteuna ola de reacciones que, del mismo modo que a principios de siglo alertabansobre el “peligro chileno”, veían ahora una amenaza separatista y una inmi-nente disgregación del territorio nacional y patagónico.

La auto-afirmación como Pueblo, más los reclamos de territorio y auto-nomía como derechos fundamentales,23 conformaron el eje del discurso polí-

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22 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social, Dirección de Asuntos Indígenas.“Curso de capacitación de líderes indígenas” (tercera etapa), Junín de los Andes, Neuquén,julio de 1988.

23 Precisamente con este temario, la Coordinación de Organizaciones Mapuche organizó enNeuquén en 1995 el Primer Seminario Regional “El Derecho Internacional y los PueblosOriginarios”, del que participan representantes de la OIT, dirigentes mapuches locales y tra-sandinos, y asistentes no mapuches vinculados a la problemática en cuestión.

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tico de las organizaciones mapuche, en concordancia con la tendencia globalde reconocimiento de derechos a los grupos indígenas (Briones, 1999). Aquípuede observarse cómo “la legislación internacional, nacional y provincial estáoperando como factor poderoso en lo que hace a re-construir y re-constituir alos indígenas (y por consiguiente a los no indígenas) como sujetos políticos detipo particular” (Briones, 1998a:244). El Convenio 169 OIT (1989) y la re-forma de la Constitución Nacional (1994) resultaron referentes importantí-simos en este sentido.

Mientras tanto, desde el Estado provincial, se intenta restaurar el modo his-tórico de hegemonía que estaba siendo cuestionado, denunciando la politiza-ción de la dirigencia mapuche, a la vez que tratando de reencauzar los reclamosal ámbito de la acción social. Por otro lado, durante la última década se dictanvarias Leyes Orgánicas de Ministerios (en los años 1995, 1999, 2000, 2002),24

que modificaron total o parcialmente el organigrama de las reparticiones ofi-ciales. En la mayor parte de este lapso, ya no existía ninguna oficina –ni si-quiera de tercer o cuarto nivel como fueron las Direcciones en años anteriores–abocada a tratar específicamente la problemática indígena.

Por ejemplo, en la Ley de Ministerios Nº 2292 de 1999, dentro de las com-petencias del Ministerio de Desarrollo Social25 –un listado de 16 ítems de lomás variados– aparece sólo uno relacionado tangencialmente con el sector in-dígena (y bastante ambiguo):

“Promover la elaboración de planes y programas sociales de preservación de laidentidad provincial, fomentando la complementariedad étnica y el desarrollopoblacional en la diversidad”.

El mismo texto figura en la Ley de Ministerios Nº 2347 de 2000 y en la Leyde Ministerios Nº 2396 de 2002.26

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24 Corresponden al tramo final del último mandato del gobernador Sapag y al del actual gober-nador Sobisch, reelecto en 2003 para un nuevo periodo de gobierno.

25 El tradicional Ministerio de Bienestar Social es reemplazado en 1995 por el Ministerio deSalud y Acción Social, y nuevamente en 1999, por el Ministerio de Desarrollo Social, vigen-te hasta la actualidad.

26 En esta última hay otra expresión similar a la anterior, casi redundante: “Intervenir en el di-seño de políticas culturales que promuevan la identidad provincial, afianzando sentimientosde pertenencia y rescatando las diversas manifestaciones y patrimonios culturales.” Apareceasí claramente enfatizado que el Estado propiciará que la balanza entre identidad provincial(hegemónica) y diversidad se incline hacia la primera.

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En función de lo desarrollado hasta aquí, y a modo de síntesis del decursoseguido por el tratamiento de la “cuestión indígena” en Neuquén a lo largo delsiglo XX, puede notarse que a pesar de un cambio en el modo de construcción yvaloración de la diferencia, persiste hasta la actualidad una relación asimétricaentre la sociedad global y la población mapuche, rubricada y potenciada desdelas políticas del Estado provincial. En este sentido, la retórica más “tolerante”instalada en las últimas décadas, debido en parte a la propia presión de las orga-nizaciones indígenas, no logra ocultar la perpetuación de una relación de so-metimiento de profundas raíces históricas, que se manifiesta actualmente enun modelo de integración subordinada de la población mapuche.

Como se verá en los análisis realizados en los acápites siguientes, la falta deun reconocimiento político cultural pleno viene acompañada de una políticade concesión de ‘derechos a la diferencia’ sumamente acotados y fiscalizadosdesde el Estado, como ocurre con el intento de regulación de la organizacióninterna de las comunidades y con el modo de implementación de la enseñanzade la lengua mapuche en escuelas de comunidad.

III. La Personería Jurídica de las ComunidadesMapuches en Neuquén, según el DecretoProvincial Nº 1184 del 10 de julio de 200027

III.a. Antecedentes y comentarios generalesDesde un enfoque político y jurídico, es preciso subrayar de antemano la signi-ficatividad de este tópico de la personería jurídica de las comunidades mapu-che, como indicador emblemático de las políticas indigenistas provinciales. Enefecto, refleja la mirada que tiene el Estado (o Gobierno) de un pueblo-nacióndiferente; si es que lo considera tal, o lo trata simplemente como una minoríamás, objeto a lo sumo de medidas asistencialistas, tal como quedó evidenciadocon la supresión en la última década de la Dirección de Asuntos Indígenas(DAI) y su pasaje a un área de Acción Social.

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27 Este acápite retoma una comunicación presentada por su autor, Carlos Falaschi, al Encuen-tro de más de 30 Comunidades Mapuche neuquinas, auto-convocadas sobre el tema, en Za-pala, el 30 de noviembre de 2002, con copia a cada Comunidad. Antes de esa fecha y pese ala gravedad del Decreto, los dirigentes urbanos de la Coordinación de Organizaciones Ma-puche (COM) no habían reaccionado aún y estaban en el Encuentro “Construyendo capaci-dades para la Auditoría Social”, realizado en la Mutual de la Universidad Nacional del Co-mahue, el 20 de noviembre de 2002. El membrete de tal convocatoria llevaba el logo delBanco Mundial junto a los de la COM y la Fundación Nehuén.

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Para una comprensión cabal de este análisis, cabe señalar también que el de-creto de referencia hace su aparición ‘entre gallos y media noche’, sin anuncios,debates previos ni la consulta debida al pueblo indígena interesado; así comocon ocultamiento y demora en su publicación oficial, lo cual da cuenta del her-metismo con que se maneja el partido gobernante en esta provincia.

Un tercer elemento de juicio consiste en destacar que nada ha sido hechopara adecuar la normativa provincial en esta materia –Ley Provincial Nº 77s/personerías jurídicas, que data nada menos que de 1959– a los principios delConvenio Nº 169 de la OIT y de la reforma constitucional de la Nación de1994. Finalmente, parece obvio expresar que la aplicación o no aplicaciónefectiva de estas normas jurídicas de nivel superior se hallan interferidas con –ycondicionadas por– las políticas económicas oficiales y su “alianza estratégica”con intereses económicos sectoriales y privados, las prácticas administrativasconnotadas por una ‘no-decisión’ constante en el área indígena, y las prácticasjudiciales inveteradas y sin aggiornamento a la citada normativa y su nueva her-menéutica.

En cuanto a los antecedentes, cabe destacar que, desde hacía tiempo, la ase-soría y representación legal de la C.I.N y de varias comunidades28 venía exi-giendo la adecuación de la legislación provincial a la Carta Magna y a los tra-tados internacionales, demandando la modificación de la Ley Provincial N° 77y la creación de un registro específico de comunidades, así como también laadecuación de otras leyes provinciales referidas por ejemplo a la cuestión de tie-rras y su registro.29 Ante la imposibilidad tanto de continuar postergando tal re-forma como también de realizarla por decreto, así como por el uso que las co-munidades mapuche estaban haciendo de la resolución N° 4811 de laSecretaría de Desarrollo Social de la Nación –que desde 1996 había recono-cido como tales, otorgando personería jurídica nacional, a numerosas comuni-

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28 También como resultado de los trabajos de campo, estudios y propuestas, realizados en elmarco de: (1) Proyecto de Investigación y Extensión “Defensa y Reivindicación de Tierras Indí-genas”, Neuquén y Río Negro, 1994-1996, FDCS-UNCo, Gral. Roca-Neuquén, InformeFinal de mayo 1996; y (2) “Evaluación del Impacto Socio-Ambiental de la Actividad Hidro-carburífera en el Territorio de las Comunidades Mapuche Paynemil y Kaxipayiñ de LLL”,Acta-Acuerdo entre Comunidades Paynemil-Kaxipayiñ y Repsol-YPF, Neuquén, Informede julio 2001 (en internet: www.ecoportal.net/articulos/lomalata.htm); con dirección ycoordinación general a cargo del Dr. C. Falaschi, respectivamente.

29 Ante funcionarios de la Dirección de Personas Jurídicas y Simples Asociaciones (DPJ y SA), yde otros organismos provinciales de aplicación (Dirección General de Tierras, DirecciónProvincial de Catastro, Registro de la Propiedad Inmueble, Dirección Provincial de Mine-ría, Dirección de Medio Ambiente, Dirección Provincial de Hidrocarburos, etc.)

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dades a las cuales a nivel provincial se les negaba tal reconocimiento–30, el go-bierno provincial opta por lanzar este decreto como “reglamentación” a la LeyNacional N° 23302. Así, el Decreto Nº 1184 sobre Personería Jurídica de Co-munidades Mapuche hace su aparición con fecha del 10 de julio del 2002 conun número de registro que, por ironía del destino, viene a ser como un reversoantitético de la Resolución de la Secretaría de Desarrollo Social Nac. Nº 4811de 1996. Aunque invoca en sus considerandos y parte dispositiva la Ley Na-cional 23.302 –a la cual Neuquén adhirió formalmente por Ley Provincial N°1800– e incluso apela a las “facultades concurrentes entre la Nación y las pro-vincias” sancionadas en el artículo 75, inciso 17 de la reformada ConstituciónNacional, el mismo no respeta los principios de la reforma sustancial habida enmateria de derechos indígenas a partir de la inclusión de dicho artículo en laConstitución Nacional en 1994 y del Convenio Nº 169 de la OrganizaciónInternacional de Trabajo (O.I.T.) de 1989, ratificado por Ley Nacional Nº24.071 en 1992 e internacionalmente exigible a partir de julio de 2001–ambos instrumentos con neta jerarquía superior a las leyes ordinarias, entreellas la propia Ley Nº 23.302. En otras palabras, a pesar de que el Decreto enexamen menciona e inclusive cita los dos instrumentos legales de primer nivel,éstos no son tenidos realmente en cuenta, y actúa o dispone como si no exis-tieran.

Resulta paralelamente llamativo el modo en que la Dirección de PersonasJurídicas y Simples Asociaciones (DPJ y SA) tanto como otros organismos pro-vinciales pueden facilitar los trámites en la provincia de firmas y filiales comer-ciales –con inscripción y sede ‘nacionales’ (generalmente en Buenos Aires), ymuchas con casa-matriz en el exterior– que desarrollan en ella actividades eco-nómicas diversas (petróleo, gas, minería, turismo, supermercados, etc.), y almismo tiempo ponen tanto empeño en ignorar, dilatar o entorpecer aquellosque atañen a las comunidades indígenas, con territorios y antecedentes ances-trales en la zona, inquietud que se extiende a las autoridades de aplicación ho-mólogas de las provincias de Río Negro y Chubut. Igual contraste se advierteen lo relativo a los trámites de adquisición y titularización de tierras por partede empresas o de “ricos y famosos”, nacionales y extranjeros –algunos de loscuales luego se descubren evasores y/o morosos en el pago por ejemplo del im-puesto inmobiliario sobre construcciones y/o mejoras–31 frente a la parsimoniay dificultades burocráticas de los órganos de aplicación cuando se trata de Co-

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30 En relación con la Resolución 4811/96, ver una interesante y analítica mirada antropológicasobre la significación y performatividad de las normas legales en GELIND (1999a).

31 Cfr. Falaschi (1999).

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munidades y familias indígenas o criollas, cuyos únicos recursos básicos son sutierra y sus brazos.

En todo caso, en el tema específico de la personalidad jurídica que nosocupa, y habiendo comunidades con personería reconocida e inscripta a nivelnacional en el Registro público del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas(I.N.A.I.), como se admite en los considerandos, es preciso preguntarnos porqué no tuvo curso y ejecución un convenio al respecto suscripto entre Nación yProvincia, el cual hubiera ahorrado fastidios y problemas a las comunidades.La pregunta resulta más que pertinente, teniendo en cuenta que la provinciadel Neuquén no cuestiona otras inscripciones nacionales, por ejemplo de so-ciedades anónimas inscriptas en el Registro Público de Comercio de BuenosAires, lo cual constituye una clara muestra de la utilización diferencial y discri-minatoria de criterios.

En tanto la forma comunitaria –en el statu quo normativo actual– permiteun mejor ejercicio y defensa de los derechos fundamentales de los Pueblos Ori-ginarios, los obstáculos “fabricados” de facto por los funcionarios en jurisdic-ción de ésta y de otras provincias (como la de Salta en el caso Llaka Honhat)llevan a pensar no sólo en un simple déficit de voluntad política, sino más bienen una intencionalidad patente o latente de coartar y limitar al máximo aque-llos derechos (de personería y de tierras, especialmente) frente a conflictos ac-tuales o eventuales derivados de su reconocimiento, en los que subyacen inte-reses económicos, hoy dominantes sobre lo político y lo social.32

El Decreto en cuestión, asimismo, nace con vicio o “pecado original”, entanto su proyecto –que interesa y concierne a las Comunidades– se dicta como“acto del príncipe”, sin ser sometido a debate ni a la obligatoria consulta de lospueblos y comunidades por él afectadas, tal como lo establecen el artículo 75,inciso 17 de la Constitución Nacional (CN) y el Convenio Nº 169 de la O.I.T33

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32 Cfr. los casos pasados y presentes de las Comunidades Kallfucura, Kaxipayiñ, y las que cir-cundan el Cerro Chapelco en Neuquén; o el de las Comunidades Com Kiñé Mu, MallínAhogado, Vuelta del Río, Huisca Antieco, y de las familias Curiñanco-Nahuelquir y M. Fer-mín en Río Negro y Chubut, entre otras. Cfr. También con otros conflictos de familias y co-munidades mapuche vs. intereses de Cerámica Zanón S.A., del Proyecto Mega, del Comple-jo Invernal Chapelco; de la sucesión Sede e Inmobiliarias en Arroyo Las Minas, de PatagoniaAndina Golf Club, de Benetton Hnos., de minera Meridian Gold, etc.

33 Se compromete la constitución argentina ante los Pueblos Originarios a “asegurar su partici-pación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten”. Esta-blece el artículo 6 del Convenio 169 de la OIT que “los gobiernos deberán: a) consultar a lospueblos interesados, mediante procedimientos apropiados y en particular a través de sus institu-ciones representativas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptiblesde afectarles directamente.” Si recursos naturales básicos son para los Pueblos Indígenas sus

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–citas ambas omitidas en los considerandos del Decreto.34 Este incursionaademás oblicuamente en otras áreas y en perjuicio de otros derechos indígenas,como por ejemplo en lo que hace a la “posesión y propiedad comunitarias” desus tierras-territorio, amparadas por la C.N. y el ya citado convenio interna-cional.

III.b. Análisis en particular

1. La personalidad jurídicaa) En primer lugar, cabe comentar una cuestionable concepción de “persona

de derecho privado conforme al inc. 2, párr. 2, del art. 33 del Código Civil”,tal como reza la norma del Decreto en su reglamentación al artículo 2 de laLey Nacional 23.302, en la cual esta definición sin embargo no aparece–salvo el reenvío del art. 4 sobre relaciones internas35– como sí lo hace enel artículo 19 de su Decreto Reglamentario Nº 155 /89. La Provinciaadopta esa hermenéutica discutible, que evidentemente avanza ultra legem(más allá y por encima de la ley) y viene preñada de consecuencias. Enefecto, la caracterización de la naturaleza jurídica de la personalidad quecorresponde a los Pueblos-Comunidades originarios en base a la doctrinainternacional y a los principios de Pre-existencia Étnico-Cultural y de Au-tonomía debería ser la de personas de derecho público no-estatales –con-forme a la fundamentación brindada por el Dr. Germán J. Bidart Campos(2002) y otros autores,36 y a la que adherimos, esto es, derecho públicocomo eran los Municipios (entes estatales excluidos por Ley Nº 17.711)–o de derecho público no-estatal, como sigue siendo la Iglesia Católica.

b) En segundo lugar, esta personería no puede ser “otorgada” –término en elque insiste el Decreto– sino que debe ser “reconocida” por el Estado, envirtud de la norma constitucional. En el mismo sentido y según juristascon los que coincidimos, el acto administrativo que resuelve su inscrip-

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tierras-territorio y otros como el agua, el aire y la integridad de su medio ambiente, el primerinterés que los afecta y demanda su participación consiste en su Autonomía y en el respetodebido del Estado a sus propias instituciones y a su derecho consuetudinario. Ver Falaschi,Caputo y Monte (1994).

34 Lo mismo ocurre con el Decreto Nº 1181, dictado en materia educativa también sin debatepúblico ni consulta con los integrantes de la comunidad educativa (ciudadanos padres de fa-milia y docentes), y con derogación anunciada ahora por el gobernador —suerte que asimis-mo deseamos al Decreto Nº 1184.

35 Ver punto 2 más abajo.

36 v. Diez. y Falaschi. 1995ª; Sánchez, 1999 y Falaschi y Ramos, 2000.

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ción en el Registro no es “constitutivo” de dicha personalidad, sino mera-mente “declarativo”. Y si las comunidades son “reconocidas” por la C.N.es porque pueden pre-existir y organizarse libremente como tales. Sin em-bargo el Decreto analizado se constituye en ‘padre y partero de la criatura’,disponiendo que “la inscripción determinará el nacimiento (no la fecha deéste o de su ‘presentación en sociedad’) de la persona jurídica de derechoprivado”.37 Para mejor comprensión del tema, decimos que un paraleloanálogo lo da el art. 75 de la misma C.N., cuando expresa: “[…] Reconocer[…] la posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan”; esdecir una personalidad y una posesión o propiedad que pueden existirdesde antes de su reconocimiento, óptica poco común en la formación enlas facultades de Derecho.

c) En tercer lugar y en cuanto a las exigencias previas para el registro, la LeyNacional Nº 23.302 enumera en su artículo 3 las de: Nombre y domiciliode las Comunidades; Integrantes; Actividad; Pautas de organización (cul-turales): Antecedentes de su preexistencia y reagrupamiento; y finaliza conuna ‘zona gris’ y elástica en extremo, que se presta a la arbitrariedad: “losdemás elementos que requiera la autoridad de aplicación”. El Decreto Regla-mentario Nº 155 de 1989, a su vez, trata el tema en los arts. 16 al 20, yprevé (además de la coordinación y convenios con las Provincias) un cen-so de los integrantes de las comunidades “cuando sea posible”. Las encua-dra en el art. 33-2º del Código Civil y, en particular, requiere de maneradiscreta –establece que “podrán tenerse en cuenta”– identidad étnica, len-gua autóctona actual o pretérita, cultura y organización propias, tradicio-nes esenciales, convivencia actual o pasada en hábitat común y laexistencia de un núcleo de al menos tres familias.

d) El Decreto provincial38 sobreabunda, en cambio, requisitos, muchos deellos polémicos e incluso peligrosos. Incluso ya antes de enunciarlos esta-blece: “y los que surjan a partir del trabajo de campo a realizarse con todas ycada una de las Comunidades mapuches”. Aquí entramos en la ‘dimensióndesconocida’. No se sabe quién llevará a cabo, ni sobre qué, ni por qué, nipara qué, ni cómo, ni siquiera cuándo será practicable y cuándo finalizaráese nebuloso trabajo de campo, en el que además no habría participaciónni control de la Comunidad, sino por hipótesis del órgano de aplicación ycon un alcance que se ignora; máxime cuando las comunidades son con-minadas a acogerse a este régimen en el plazo de 12 meses. ¡Qué mayor pa-

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37 “de carácter privado”, dice el Código; v. regl. del art. 2).

38 Reglamento de los arts. 2 y 3.

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radigma de inseguridad jurídica y de abuso normativo en un Decreto quepasa por encima de la Ley!

Citamos los restantes recaudos incluidos en el decreto 1184. Identidad ét-nica –sin atender al principio aceptado de la auto-adscripción–, lengua autóc-tona, cultura y organización propias, tradiciones esenciales, hábitat común,núcleo de por lo menos 10 familias –más que triplicando el mínimo del de-creto reglamentario Nº 155 /89. Añade luego el decreto provincial al regla-mentar el artículo 3: Domicilio real y/o topónimos o referencias; descripcióndel territorio;39 nómina, datos personales y parentesco de integrantes –exi-giendo firma y aclaración, cuando puede haber quienes no sepan leer, escribir ofirmar– un posterior registro de los fines y pautas de organización, forma dedesignación y remoción de autoridades así como mecanismo de integración yexclusión de miembros; libro de actas habilitado sobre decisiones, libro de in-gresos-egresos patrimoniales; reseña histórica de origen y agrupamiento, mani-festación sobre personería en otra jurisdicción (que sería la nacional). Añade,además, que “la autoridad de aplicación puede requerir”, en cualquier mo-mento, “todo otro dato o documentación adicional”.

Esto no es todo. Continúa finalmente: “La personería jurídica en sede na-cional: – no habilita a peticionar – ni a acogerse a la Ley40 – ni a este Decreto pro-vincial mientras la Comunidad no esté inscripta según el régimen provincial”. Nó-tese cómo se desconocen aquí actos “legales” de la jurisdicción nacional,pudiendo producirse conflictos de carácter público, a la vez que se subestima alas comunidades inscriptas sólo en el registro nacional como nonatas, inviableso civilmente “muertas”. Se suman asimismo las exigencias de identidad demiembros e identidad de autoridades, con lo cual se momifica a los miembrosy a las autoridades y se desconoce cualquier posible modificación. La redacciónes más que confusa, reforzando por último las exigencias ya mencionadas al re-querir “que se cumplan todos los requisitos”.

e) Respecto de la “Descripción del territorio con acreditación de pro-piedad”, el Decreto introduce otra exigencia no sólo insólita sino también con-flictiva, en posición muy diferente a la del decreto reglamentario de 1989.41 Re-quiere de previo, junto con la descripción del territorio y datos catastrales,acreditar “la propiedad de los respectivos lotes mediante certificados de dominio ex-pedidos por el Registro de la Propiedad Inmueble”.

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39 Ítem que merece una atención especial; ver acápite (e) más adelante.

40 Se refiere a la Ley Nacional 23.302.

41 Cfr. art. 5, incs. (g) y (h) sobre atribuciones del INAI.

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El Poder Ejecutivo provincial no ignora que puede haber y hay en efecto co-munidades con largos reclamos pendientes por el conjunto o parte de sus tie-rras (frente a un Estado indolente o connivente con linderos usurpadores o em-presas intrusas); que hay o puede haber tierras de ocupación ancestral aún nomensuradas ni titularizadas ni inscriptas; que él mismo debiera promover deoficio la adjudicación y registro de las tierras indígenas –“bien de trabajo” atenor de la misma Constitución provincial, de la C.N. y de la Ley Nº 23.302que está pretendiendo reglamentar. En el contexto ya descripto aquí y en la pri-mera parte, resulta aberrante y constituye una verdadera traba requerir ‘certifi-cados de dominio’, previamente y como condición sine-qua-non para el reco-nocimiento de la personalidad jurídica. Nunca más oportuno, en relación conlas Comunidades, el axioma de los viejos civilistas franceses: “La possession vauttitre”, la posesión equivale al título.

2. Disposiciones aplicadas a las Comunidades reconocidasLa Ley Nacional Nº 23.302 dispone en su artículo 4 que “las relaciones entre losmiembros de las comunidades (indígenas reconocidas) […] se regirán de acuerdoa las disposiciones de las leyes de cooperativas, mutualidades u otras formas de aso-ciación contempladas en la legislación vigente”. Al no consignarse siquiera su ca-rácter de normas de reenvío o “en subsidio”, esto es evidentemente contradic-torio tanto con la autonomía, el derecho consuetudinario (Convenio OIT Nº169) y la propia C.N., como con el “discurso” sobre respeto a sus valores y pau-tas culturales. Este criterio es citado pero felizmente no receptado en forma ex-presa por el Decreto en cuestión, que se remite a la normativa de los artículos 5y 8 del Convenio Nº 169 de la OIT. Este último artículo 8 se refiere explícita-mente a la obligación de “tomar en consideración sus costumbres o su derecho con-suetudinario […] e instituciones propias” (de los pueblos indígenas) “al aplicar lalegislación”; o sea en el típico encuadre de un decreto reglamentario.42 Sin em-bargo, en el contexto y en los hechos, el Decreto N° 1184 dispone lo contrario.

3. El recurso obvio a la JusticiaEn su inciso c, el artículo 6 de la Ley nacional prevé un posible recurso de ape-lación dentro de los 10 días ante la Cámara Federal y contra las resoluciones delórgano de aplicación, el INAI. El Decreto analizado guarda silencio al respecto,lo que no impide, naturalmente, los recursos judiciales pertinentes ante la ju-

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42 Ver antecedente piloto del “Estatuto Autónomo” de la Comunidad Kallfukura, Neuquén,1995.

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risdicción provincial y/o federal (según el caso), más la ‘reserva federal’, y aún elde amparo en los supuestos previstos por la C.N.43

Otra muestra de la arbitrariedad del Decreto está dada in fine por su art. 2,cuando impone la adecuación de las Comunidades inscriptas en la Provinciabajo la forma de ‘asociación civil’, “dentro del plazo de doce (12) meses a contardesde la entrada en vigencia”. Declarado “improrrogable”, este plazo pasado elcual la Comunidad “quedará definitivamente encuadrada en los términos de laLey Nº 77” (sic) “arresta” manu militari a las Comunidades y las encierra sin suanuencia en un “club de presos voluntarios”, habida cuenta de que las demáspersonas jurídicas, como Asociaciones Civiles o Simples, Fundaciones, etc.,surgen de contratos libremente concertados, que son “ley para las partes”.Además no las encuadra ‘en los términos del Decreto’ –lo que hubiera sido almenos lógico– sino en los de una Ley Provincial que no contempla ni la iden-tidad ni los derechos comunitarios indígenas; ley que elíptica e ilegalmente seestá ampliando o modificando por decreto, complicando innecesaria, gratuitay lamentablemente las cosas. Va sin decir la litigiosidad de todos estos aspectos.

Hasta aquí, las consideraciones surgidas de una primera aunque atenta lec-tura del Decreto provincial en cotejo con otros instrumentos legales, aunqueeste Decreto –verdadero “chaleco de fuerza” para las Comunidades– da to-davía para más y para “hilar más fino”. Por lo pronto, bien merecería otros es-tudios puntuales la incidencia indirecta pero efectiva (por nociva) de este ins-trumento –sólo formal o aparentemente legal– en lo concerniente a losderechos de las Comunidades mapuche sobre sus tierras-territorio.

IV. Aprendiendo a ser neuquinoen mapuzugun: el proyecto provincialde enseñanza de lengua y cultura mapucheen escuelas de comunidad

Entre las acciones destinadas a la población indígena, resulta interesante anali-zar aquéllas vinculadas al sistema educativo, pues la escuela –como agencia in-tencionalmente formativa, privilegiada en el campo de los significados y la cul-tura (Díaz, 1997), e históricamente encargada de la inscripción de la ciudada-nía– constituye una de las agencias clave en la construcción de la identidadprovincial neuquina. A su vez, en tanto espacio dialéctico en el que se encuen-

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43 Art. 43, párr. 1 y 2.

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tran el Estado y las clases subalternas (Ezpeleta y Rockwell, 1985), la institu-ción escolar materializa en el área rural provincial la presencia efectiva del Esta-do, desplegando articulaciones más o menos conflictivas con el sector mapu-che mediante su accionar sobre el contingente infantil de dicha población.

Este acápite se centra por tanto en el programa de enseñanza de idioma ycultura mapuche puesto en marcha por el gobierno provincial a mediados delaño 2000, tomándolo como otro de los escenarios en que se hace explícita unaeconomía política de la diversidad (Briones, 2001a) en su versión neuquina.Nuestro análisis se basa en la documentación oficial a la que fue posible teneracceso,44 en fuentes periodísticas regionales y en materiales originales, productodel trabajo de campo en comunidades mapuche del centro y sur de la provinciadel Neuquén.

IV.a. Breve descripciónEl proyecto, aplicado en escuelas primarias a partir de marzo de 2001, se ha im-plementado mediante resoluciones del Consejo Provincial de Educación(CPE)45 y decretos del Poder Ejecutivo. Sus características fundamentales ha-bían sido ya definidas en mayo de 1995, a través de la resolución 0349 del CPEque incorporó “con carácter optativo la enseñanza de lengua y cultura mapu-che en escuelas primarias insertas en agrupaciones indígenas”, pautando la car-ga horaria a cumplir por el Maestro Especial de Lengua y Cultura Mapuche en10 hs semanales. De éstas, cuatro deberían destinarse al trabajo de “rescate cul-tural” con la comunidad y las restantes seis se distribuirían entre las seccionesde cada establecimiento. Dicha resolución instauró también la elección comu-nitaria del maestro en cuestión entre el personal idóneo –sin que la falta de títu-lo fuese un impedimento–, correspondiendo a la misma comunidad el segui-miento de su planificación y desempeño, en conjunto con la dirección de la es-cuela. Entre sus fundamentos, dicha norma enunciaba “la necesidad de lascomunidades indígenas de preservar su lengua y su cultura”, el carácter privile-

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44 Es de destacar que este programa no sólo no fue consultado con las organizaciones mapuche,sino que se ha manejado desde la Dirección de Programas Educativos e Idioma mapuchecon extremada reserva, sembrando nuevas dudas respecto del supuesto carácter público delos actos de gobierno.

45 El Consejo Provincial de Educación, si bien depende del Poder Ejecutivo Provincial, consti-tuye un organismo colegiado, en el que están representados también el gremio docente(ATEN) y los consejos escolares. Es importante tener en cuenta la iniciativa lanzada en 2003por el gobernador Jorge Sobisch, luego de ser reelegido para otro período en su cargo, en tor-no a la creación de nuevos ministerios del poder ejecutivo, entre ellos el Ministerio de Edu-cación, Cultura, Deportes y Juventud, área que pasaría entonces a depender íntegramentedel ejecutivo provincial (ver Río Negro On Line 11-10-2003).

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giado de la lengua como “vehículo de expresión de la cultura”, y el hecho deque es “responsabilidad del estado y de la institución educativa velar por la pre-servación de la cultura indígena”.

Dos meses después de la sanción de esta resolución, el poder ejecutivo provin-cial creó por Decreto N° 1413/95 el cargo de maestro especial de lengua ma-puche, modificando el anexo IX de la Ley de remuneraciones y definiendo lacarga horaria y el puntaje en base al cual se asignarían las remuneraciones. Du-rante lo que resta del año 1995, el CPE asignó a las plantas funcionales de doce es-tablecimientos el cargo de Maestro Especial de Lengua y Cultura Mapuche, me-diante sucesivas resoluciones.46 Resulta llamativa la concentración de dichasdesignaciones –nueve sobre un total de doce– en el Distrito Regional IV, hechoque remite una vez más a la discrecionalidad con que se aplican este tipo de pro-gramas en función de la relación de los funcionarios a cargo con los referentes delas distintas comunidades. Sin embargo, dichos maestros se desempeñaron sólodurante 1996, luego de lo cual el cargo fue “desactivado” (Díaz, 2001).

En gran medida como medio para contener las demandas de intercultura-lidad que por ese entonces cobraban consenso en la sociedad civil,47 el proyectooficial fue retomado en el año 2000, bajo la órbita de la Dirección de Pro-gramas Educativos e Idioma Mapuche –nueva dependencia del CPE a cargo deun funcionario mapuche– que pasó a concentrar las pequeñas decisiones y lainformación correspondiente, interviniendo en la selección de los maestros, sucapacitación y la evaluación de su desempeño.48 Esta Dirección se reservó tam-bién la facultad de renovar (o no) año a año los nombramientos, con lo cual laelección dejó de estar en manos de la comunidad exclusivamente, tornándoseen muchos casos en un beneficio más –equivalente por ejemplo a los planesjefes y jefas de hogar– a distribuir según mecanismos clientelares.

El proyecto recibió fuertes críticas desde la Coordinadora de Organiza-ciones Mapuche y su Centro de Educación.49 Las propuestas de este centro50

fueron ignoradas por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Ma-puche que, incumpliendo con lo establecido por la Constitución Nacional ensu artículo 75, inciso 17, no sometió su proyecto al debate con las organiza-

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46 Resoluciones N° 0800 (28-09-95), N° 0930 (07-11-95) y N° 1052 (28-11-95).

47 Nos referimos en particular al Proyecto de Educación Intercultural elaborado por la COM(Coordinación de Organizaciones Mapuche). Neuquén, Octubre 2000. m.i.

48 Resolución 1741 del 22 de diciembre de 2000.

49 Para un análisis de los cuestionamientos y propuestas formulados por organizaciones mapu-che, ver Briones (2002d).

50 COM (2000), op.cit.

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ciones mapuche interesadas. Una vez más, la política provincial redujo la “par-ciones mapuche interesadas. Una vez más, la política provincial redujo la “par-ticipación indígena” a la designación de un funcionario mapuche al frente delorganismo en cuestión.

Por otra parte, el proyecto también ha sido cuestionado “desde centros espe-cializados de la Universidad Nacional del Comahue, […] que advierten en elPrograma una maniobra del partido gobernante para entremezclarse junto conlas cajas de alimentos y los planes trabajar en las comunidades” (CEPINT 2003).

En todo caso, el lanzamiento oficial –objeto de una significativa coberturapor parte de la prensa local–51 introdujo en la documentación sancionada por elCPE un vocabulario aggiornado respecto del de 1995, más políticamente co-rrecto, que reemplazó por ejemplo el término “cultura indígena” por “culturade los pueblos Originarios” y sumó a los fundamentos ya enunciados en 1995el fin de “mejorar la calidad de vida de la población, en un marco de igualdadde oportunidades y posibilidades”.

Paradójicamente, dicha igualdad se postula como resultado de programasespeciales o compensatorios, de acuerdo con una particular concepción delsector indígena, circunscrito por definición al ámbito rural.52 Se trata de unapolítica focalizada, enmarcada en tendencias más amplias de descentralización,segmentación y focalización de las políticas sociales que caracterizan a las trans-formaciones del neoliberalismo conservador (Gras, Hintze y Neufeld, 1994).

IV.b. Análisis del proyecto en la prácticaTeniendo en cuenta que la experiencia escolar cotidiana comunica interpreta-ciones sobre la realidad y orientaciones valorativas no necesariamente explícitasen los programas oficiales (Rockwell, 1995), el análisis del proyecto en cues-tión no se reduce a lo enunciado en la documentación oficial, sino que com-prende las prácticas observadas en establecimientos educativos en los cuales seaplica el citado proyecto, así como también los pareceres manifestados por fun-cionarios, directivos, docentes no mapuche, maestros especiales de lengua ycultura mapuche, miembros de organizaciones mapuche, niños y padres.

En primer lugar es preciso señalar que, a pesar de la afirmación oficial de quemediante este programa “se cubre la necesidad educativa de intercultura-lidad”,53 lo que en realidad se plantea es el bilingüismo. Sin embargo, tampoco

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51 Río Negro On line, 18-06-2000, 10-03-2001, 13-03-2001 y La Mañana del Sur, 11-03-2001.

52 La reducción de lo mapuche al ámbito rural ha concentrado las críticas de organizaciones deNeuquén, Buenos Aires, Río Negro y Chubut (ver Szulc 2002).

53 Consejo Provincial de Educación, Dirección de Prensa y Comunicación, 09-03-01: “Desig-narán a 39 maestros bilingües mapuches”.

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se trata de una educación bilingüe, pues el mapuzugun –que en gran parte delalumnado no es la lengua materna– no pasa de ser un área de aprendizaje (asig-natura) circunscrita a una o dos horas de clase semanal, al igual que sucede enotras experiencias de este tipo desarrolladas en Chile (Chiodi, 1997).

El maestro mapuche trabaja como un maestro especial, haciéndose cargo decada sección durante un período determinado (por lo general dos horas sema-nales), e impartiendo su clase al grupo en su conjunto. La pertinencia del cono-cimiento está dada por el contexto, es decir, porque se trata de una escuela si-tuada en una comunidad mapuche. A pesar de las declaraciones formuladaspor el director de Programas Educativos e Idioma mapuche respecto del tra-bajo coordinado e interdisciplinario con los docentes no-mapuche,54 tal articu-lación no se halla contemplada en la normativa vigente –que se limita a de-signar a los maestros mapuche y a pautar la carga horaria y su distribuciónsegún el número de secciones de cada escuela– ni ha sido operacionalizada,quedando en la práctica librada a la “buena voluntad” y a las posibilidades pe-dagógicas de unos y otros docentes.

En algunos establecimientos, el maestro mapuche se ha integrado a las prác-ticas de disciplinamiento y a los rituales escolares cotidianos, participando acti-vamente en la ceremonia diaria de izar y bajar las banderas argentina y neu-quina, así como también en los intercambios de saludos entre cada docente y elconjunto del alumnado durante la formación. La particularidad en este caso esque el saludo se formula en mapuzugun, aunque “a coro” y con entonaciónidéntica a la tradicional en el ámbito escolar.

Del mismo modo, la transmisión de conocimientos asume frecuentementelo que Chiodi (1997) denomina “lógica escolar”, que implica un fuerte énfasisen la escritura y la descontextualización de las palabras e ideas presentadas porel docente. Tanto padres como niños de comunidades en las que se imple-menta este proyecto se refirieron críticamente a la reducción de la cultura eidioma mapuche a la enseñanza de “palabras sueltas”.

Es preciso señalar que este tipo de enseñanza suele resultar poco estimulantepara los niños, a diferencia de lo observado en otro tipo de propuestas –como elespacio formativo del Centro de Educación Mapuche Norgvlamtuleayiñ, de laCoordinadora de Organizaciones Mapuche de Neuquén, y la OrganizaciónMapuche “Puel Pvjv” para niños mapuche de la ciudad de Neuquén, denomi-nado “Tukulpazugun”– donde el aprendizaje del idioma forma parte de unproyecto político más amplio que resignifica la recuperación del mapuzuguncomo parte de la disputa por la autodeterminación. Al desplegar estrategias di-

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54 Río Negro On Line 18-06-2000 “Enseñarán mapuche a jóvenes indígenas”.

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dácticas más participativas y vivenciales, se genera en los niños una activa rea-propiación y puesta en práctica del conocimiento que allí circula, como com-ponente relevante de su auto-identificación como mapuche.

La descontextualización observada en la puesta en práctica del programa ofi-cial se vincula a su vez con un particular uso escolar de la “cultura indígena”,consistente en la selección de elementos culturales que resaltan la alteridad y supresentación o recreación en el espacio escolar, aislándolos de su contextosocio-histórico. Usos semejantes han sido advertidos en otros contextos en quese ensayan programas de educación intercultural bilingüe.55 La orientación delcurrículum hacia el “rescate cultural” supone una selección de contenidos to-mados del pasado, de la “tradición”, deslegitimando a su vez manifestacionesculturales contemporáneas (Chiodi, 1997). El temario del 7° Encuentro deEducación y Cultura Mapuche –coordinado por la Dirección de ProgramasEducativos e Idioma Mapuche en el paraje Ñireco, departamento de Zapala,en agosto de 2002– constituye un claro ejemplo de la reducción de la culturamapuche a elementos y hechos del pasado, de acuerdo con una noción esencia-lista, ahistórica y restringida de la cultura, como ámbito simbólico, desvincu-lado de las condiciones de vida y trayectoria histórica de esta población.

El resultado es el fortalecimiento de una perspectiva “armonicista”,56 queconfluye con un estilo provincial de construcción de hegemonía que ha incor-porado lo mapuche de manera subordinada, neutralizando su conflictividadmediante una reducción al pasado pre-hispánico, al área rural y al ámbito de latradición.

El esfuerzo por instaurar y transmitir a los niños mapuche esta visión armó-nica tan cara a la “neuquinidad” quedó de manifiesto en una de las actividadespromovidas por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche. Lamisma consistió en la traducción de las estrofas del himno provincial neuquinoal mapuzugun, realizada en los encuentros de capacitación por el “consejo deancianos” y por los maestros que se desempeñan en el programa. Según mani-festaron varios de los participantes de dicha actividad, una vez traducido al ma-puzugun, el himno –que fue interpretado por el conjunto de maestros ma-puche en diversos eventos oficiales– quedó instituido como contenidofundamental a enseñar a los niños mapuche de las comunidades, hecho que

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55 Ver Chiodi (1997) en referencia a la EBI en Chile y Hecht, A. (2004) para la provincia deFormosa.

56 Esta forma de incorporación de lo mapuche nos recuerda los insistentes llamados que se ha-cen a la “reconciliación”, ante toda iniciativa de juzgar y penar a los responsables del terroris-mo de estado, pretendiendo que “aquí no ha pasado nada”, como si el pasado pudiera supri-mirse.

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evidencia el compromiso del programa en cuestión con la economía política dela diversidad imperante a nivel provincial –economía que, a la vez que reco-noce una cierta validez a la adscripción mapuche, la subordina a la pertenenciaprovincial.

Se procede como si la escuela estuviera aislada del contexto histórico y socio-cultural, omitiendo la inferiorización y subordinación que hasta la actualidadsufre el grupo social de pertenencia de los niños, de acuerdo con un modelo depluralismo basado en la subordinación tolerante que, a pesar de reconocer encierta medida la heterogeneidad “no cuestiona el primado de tendencias ho-mogeneizadoras (Briones y Díaz, 2000:51).”

La perspectiva a-conflictiva se extiende asimismo a las relaciones entre elpueblo mapuche y el histórico accionar de la iglesia. Tal armonía es construidapoéticamente en la letra del himno provincial,57 y es políticamente reforzadamediante la articulación promovida en la práctica –si bien no reconocida ofi-cialmente– por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche coninstituciones privadas de carácter religioso, tanto católicas como evangélicas.No sólo los docentes de lengua y cultura mapuche de dichas instituciones par-ticipan en los encuentros de perfeccionamiento, sino que algunos de dichos en-cuentros se han desarrollado en instalaciones de dichos establecimientos.58

A partir de los primeros encuentros de capacitación y perfeccionamiento, sefijó un particular modo de escritura del mapuzugun, cuya castellanización esconsiderada “una nueva forma de subordinar lo mapuche a lo wigka o no ma-puche” (Briones, 2002d:403) por parte de organizaciones mapuche que tra-bajan en cambio con el grafemario Ragileo, “un sistema de signos que utiliza elalfabeto hispano pero reasigna sus correspondencias fonéticas para evitar caste-llanizar la pronunciación además de la escritura” (idem). La utilización dedicho grafemario ha sido rechazada por el director de Programas Educativos eIdioma Mapuche y por varios de los maestros mapuche entrevistados en virtudde su origen “chileno”. Dicha argumentación remite al “problema chileno”como mito en base al cual no sólo se ha implementado y ejercido la soberanía

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57 Una de las estrofas del himno neuquino expresa“Un presagio de machile corre por la sangremultiplicando panesigual que el nguenechen”

58 Esto se da fuertemente en la zona de Junín de los Andes, donde se integran a las actividadesdel programa provincial tres establecimientos católicos (Ceferino Namuncurá, María Auxi-liadora, Laura Vicuña) y uno evangélico. Ver Río Negro On Line, 18-06-2000: “Enseñaránmapuche a jóvenes indígenas”.

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nacional en zonas de frontera, sino también erigido la “justificación identitarianeuquina para la provincialización del ‘desierto’” (Briones y Díaz, 2000:45).

La estandarización de la grafía del mapuzugun surgida de la Dirección deProgramas Educativos e Idioma Mapuche no sólo se aplica dentro del ámbitoescolar, sino también en el marco de la Dirección General del Registro deEstado Civil y Capacidad de las Personas. Tomando como parámetro dicha es-tandarización, tal organismo ha negado la inscripción de varios niños connombre mapuche escrito según el grafemario Ragileo, anteponiendo dicha re-solución administrativa a normas de jerarquía constitucional, como la Con-vención Internacional de los Derechos del Niño.59

A su vez, se tiene conocimiento acerca de un extenso proyecto –en estadopreliminar por el momento– de capacitación y práctica ocupacional para bene-ficiarios mapuche adultos. Los fondos solicitados para tal fin serían adminis-trados por esa Dirección del CPE, lo cual supone una ampliación de su inje-rencia hacia el ámbito de las políticas sociales. Considerando la actual ausenciaen el organigrama del Estado provincial de un organismo que concentre el di-seño, desarrollo y seguimiento de las políticas sociales y de reconocimientopara el pueblo mapuche, lo antedicho podría interpretarse como una tendenciahacia el progresivo desempeño de dichas funciones por la Dirección de Pro-gramas Educativos e Idioma Mapuche, lo cual pone en escena una vez más elreconocimiento folklorizante que históricamente ha desplegado esta provincia,tendiente a inhibir la discusión en torno a cuestiones políticas centrales a la re-lación entre el pueblo mapuche y el Estado provincial, tales como la cuestiónterritorial y los márgenes de autonomía.

V. Comentarios finales

El análisis de la historia de la política indigenista neuquina, del reciente decretoprovincial sobre personería jurídica de las comunidades mapuche y del proyectooficial de enseñanza de lengua y cultura mapuche en escuelas de comunidad, nospermiten señalar que la política indigenista neuquina se ha caracterizado desdeun comienzo y hasta el presente por su aspiración de “integrar” a la poblaciónmapuche al “cuerpo de la Nación” en primer término, y particularmente al“cuerpo de la Provincia” a partir del inicio de la hegemonía del MPN. En esto, se

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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente

59 Algunos de estos casos han sido llevados al ámbito judicial por la Defensoría de los derechosdel Niño y el Adolescente, obteniendo un fallo favorable que ha sentado precedente. (VerRío Negro On Line, 04-04-2004: “Permiten que escriba su nombre con grafía mapuche”.)

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desplegó una política de ciudadanización con fuerte énfasis en la identidad pro-vincial, siempre construida como prioritaria frente a la pertenencia indígena deeste sector –primacía aún vigente en el ámbito educativo-. Por otro lado, nos en-contramos con un Estado provincial que ha intervenido variada y continuada-mente mediante políticas de carácter fuertemente asistencialista, paternalista yclientelar, aunque presentadas como tendientes al “desarrollo” socioeconómicode las comunidades. La desigual distribución de los beneficios y programas socia-les entre las diversas comunidades en función del alineamiento político y el gradode relación de sus autoridades con los funcionarios estatales constituye una arbi-trariedad presente hasta el día de hoy, al igual que el hermetismo con que se ma-neja la información respecto de dichos programas.

En ambos sentidos, se ha tratado de una integración que, material y simbóli-camente, ha subordinado a este pueblo. Los reclamos de la población mapuchepor un verdadero reconocimiento político–cultural suelen ser deslegitimadosdesde el gobierno, o neutralizados mediante programas que, tras una retóricaconcesiva, reproducen la folklorización y la reducción de la problemática ma-puche al plano de la asistencia social y al ámbito rural. En este sentido, el re-clamo de reconocimiento como Pueblo y la reivindicación de derechos funda-mentales como territorio y autonomía que acompañan el proceso de revitaliza-ción de la identidad y las organizaciones mapuche de las últimas décadasrepresentan una disputa con el modo históricamente asentado de construcciónde hegemonía en la provincia del Neuquén.

Fuentes

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Consejo Federal de Inversiones (CFI) 1978: “Análisis socio-económico, aspectos cul-turales y tipología de las comunidades aborígenes del Neuquén”.

Consejo Provincial de Educación de la Provincia del Neuquén:

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Resolución N° 0800 (28-09-95)

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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

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Resolución N° 0930 (07-11-95)

Resolución N° 1052 (28-11-95)

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Consejo Provincial de Educación de la Provincia del Neuquén, Dirección de Prensa yComunicación, 09-03-01: “Designarán a 39 maestros bilingües mapuches”, dispo-nible en http://www.cpeneuquen.edu.ar/ con acceso el 5-11-03.

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Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso de apertura de sesionesdel Gobernador Felipe Sapag. Neuquén, 1º de mayo de 1965.

Legislatura de la Provincia del Neuquén

Ley Provincial Nº 77 de 1959.

Ley Provincial N° 1800, 1989.

Ley Provincial Nº 306, 1992.

Ley Orgánica de Ministerios Nº 2156, 1995.

Ley Orgánica de Ministerios Nº 2292, 1999.

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Ley Orgánica de Ministerios Nº 2396, 2002.

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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente

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Ministerio de Bienestar Social de la Provincia del Neuquén, Instituto de PromociónSocial. Documento nº 8: “Discurso pronunciado por el Padre Oscar Barreto en laprimera reunión de trabajo del Sistema Provincial de Promoción Social”. Zapala, 7de agosto de 1969.

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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc

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Capítulo 7:

Salteñidad y pueblos indígenas:continuidad y cambioen identidades y moralidades

Paula Lanusse1 y Axel Lazzari2

A Benigno Erazo (1917- 2003)

Introducción

En la provincia de Salta, bajo los auspicios del retorno democrático, los pue-blos indígenas volvieron al foco de las preocupaciones oficiales (desde el go-

bierno a las universidades, desde la educación a la iglesia) y al discurso socialmás amplio (desde los medios a la “cultura”). Los resultados del censo indígenapublicados en 1984, la ley aborigen de 1986 y la constitución provincial delmismo año, sostuvieron el portal que enmarcó este retorno del indio. Acompa-ñaron este proceso “programas de desarrollo”, “relevamientos culturales”, “in-vestigaciones sociales” y una “corriente de opinión indigenista” que se ensan-chaba y se angostaba según la geografía provincial y los ritmos del calendariopolítico. En 1998 se producen otros sucesos de importancia. La segunda refor-ma de la constitución provincial en tiempos democráticos incorpora los nue-vos derechos indígenas, ya reconocidos en la constitución nacional de 1994,recortando, no obstante, sus alcances prácticos (Gelind, 1999b). Siguió a estouna nueva ley de desarrollo indígena modificatoria de la de 1986, aprobada enel año 2000, en la que el estado salteño mantenía la misma política restrictiva.Estos procesos registrados en el mundo oficial fueron causa y efecto de una cre-ciente actividad política de los indígenas. Entre sus hitos –que se cuentan, so-bre todo, a partir de mediados de los noventa– cabe mencionar la expropiación

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1 Tesista de Licenciatura de la Universidad de Buenos Aires, Facultad Latinoamericana deCiencias Sociales.

2 Universidad de Buenos Aires, Columbia University.

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de Finca Santiago, las protestas contra el Gasoducto Norandino, la toma delpuente en la frontera argentino-paraguaya, el proceso constituyente de1997-1998 y, actualmente, la resistencia contra los desalojos en San Martín deTabacal.

Estos hechos, brevemente enumerados, trajeron aparejado un cambio en elrégimen de visibilidad de los indígenas en Salta. La visibilización se ha vueltointensiva, extensiva y reflexiva. Hoy en Salta se ve con más atención a los ya fa-miliares “indios del Chaco”; también la mirada se extiende de a poco “fuera delChaco”, registrando la presencia indígena en Puna, Valles Calchaquíes e, in-cluso, Salta capital. Y, además, se alteran las propias coordenadas para deter-minar lo indígena. De este modo, aparecen “nuevos” indios (v.g. los “Kolla”que se desprenden de lo “colla/coya”) y nuevos atributos ligados a lo indígena(v.g. indios militantes, indios dirigentes, indios técnicos de programas asisten-ciales, indios maestros bilingües, etc.). Estos cambios están afectando las pro-pias narrativas y matrices de identidad de la provincia y plantean desafíos a pre-supuestos básicos de la “salteñidad” tales como el mestizaje hispanizante o lacriollización.

El relato identitario provincial busca comprender, poner en acto y moralizarun conjunto de identidades y diferencias colectivas. Opera como una matriz deidentificación y diferenciación construida por varios actores sociales a lo largodel tiempo. Esa matriz es un sistema históricamente contingente de permisos yprohibiciones que se inscribe en prácticas, modos de cognición y sensibili-dades. Edifica un centro en base al cual pueden verse “afueras” y “adentros” dela comunidad provincial y establecerse vínculos moralmente deseables. “Haciaafuera”, este relato demarca los límites del ser salteño frente a la nacionalidadargentina y, “hacia adentro”, distingue un paradigma de salteñidad frente alcual se determinan formas internas de ser salteño. En este sentido, la salteñidadconstituye la “provincialidad” de Salta –“otro interno de la Nación”– altiempo que establece la “etnicidad” y “regionalidad” de ciertos “otros internosde la provincia”.

Creemos necesario un abordaje detenido de los discursos de salteñidad a losfines de contar con elementos sustantivos para analizar, en otra oportunidad,los desafíos provenientes del campo de la política indígena en Salta. Nuestroobjetivo será, entonces, describir la narrativa de lo salteño, concentrándonosen los modos en que aparecen imaginados los indígenas como “otros internosprovinciales”.

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Paula Lanusse y Axel Lazzari

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I. “Salta, nuestra Salta”: el registro históricode la narrativa de provincialidad

Abordaremos en esta sección el registro histórico del relato identitario salteño.Para ello contamos con materiales provenientes fundamentalmente del discur-so escolar (manuales escolares), pues consideramos que las representaciones allídesplegadas expresan los criterios autorizados de la educación moral del “buensalteño”

El análisis de los manuales consultados (González de Cattáneo y González,1986; Damin et al., 1987; y Valeriano de Niz, 2000)3 permite establecercuatro registros relevantes en los cuales se monta el discurso de la comunidadprovincial: la historia, la geografía, la población y la cultura. Pasemos a ocu-parnos de la historia de Salta, identificando en ésta las clasificaciones que seponen en juego y sus características. A grandes líneas, los manuales reconocenla siguiente periodización histórica: (1) “los primeros habitantes”, “Salta indí-gena”, “aborígenes del noroeste argentino”; (2) “conquista y colonización” ;(3) “época virreinal”, “vida colonial”, “de colonia a nación”; (4) “Salta desde laDeclaración de la Independencia”, “Salta criolla”, “revolución y guerras de laindependencia”; incluso “Martín Miguel de Güemes”.4

En este plano del relato histórico resaltan dos núcleos con potencial identifi-catorio. El primero refiere a los hechos de la conquista y la colonización, desta-cándose en él la fundación de la ciudad de Salta y el papel protector de la reli-gión católica en los terremotos y las guerras de “defensa” contra los indios. Elhéroe aquí es el español en lucha contra los indígenas, sobre todo, de los VallesCalchaquíes y, en menor medida, “los del Chaco”. En el segundo núcleo, seabarcan los hechos de la independencia y se tematiza la figura de Güemes. Elterritorio se amplia y coincide imaginariamente con las “fronteras de la na-ción”. Aquí se presenta la “guerra gaucha”, la lucha entre los gauchos patriotasy el invasor español. Es este último núcleo el que hoy predomina en el discursode la provincialidad, no obstante la importancia que, como veremos, sigueasignándose en él a “lo colonial”.

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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades

3 Estos son manuales de cuarto grado y segundo ciclo de EGB que circulan en la escuela salteñadesde hace veinte años. Es en este nivel de la escolaridad donde se trata específicamente eltema de las “provincias”.

4 Sólo uno de los manuales (Damin, et al., 1987) continúa el relato más allá de la muerte deGüemes (1821), enfatizando temas como “luchas civiles hasta 1852”, “organización nacio-nal hasta 1880” y “los últimos cien años”.

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Veamos ahora en detalle las narrativas de la fundación de Salta, del Señor yla Virgen del Milagro y de la gesta de Güemes, prestando atención a sus corres-pondencias éticas: la hidalguía, la devoción católica y el patriotismo. Intenta-remos mostrar en base a qué discursos y de qué modo puede el “carácter sal-teño” explicar y justificar la jerarquía moral que traza entre sí mismo y lasidentidades colectivas indígenas que reconoce en su interior.

I.a. La fundación de SaltaDentro de las variantes de la ideología oficial ejemplificada en los manuales, lafundación de esta ciudad de Salta se inscribe en un carácter cuasi necesario, noaccidental. Salta es parte de un plan civilizatorio que se impone por su propialógica. Se habla así de que la ubicación estratégica de la ciudad (a medio cami-no entre Buenos Aires y Lima) y la fertilidad de sus valles hacían indefectible elasiento colonial. Esta razón providencial asoma incluso en la cuestión del nom-bre y los patronos religiosos. Originalmente bautizada “Lerma en el Valle deSalta” en honor a su fundador, la ciudad pasa a llamarse “Salta” por desavenen-cias de los vecinos con Hernando de Lerma. El nombre “Salta”, según la ver-sión escolar, proviene de “una tribu del lugar: los indios saltas” (González deCattáneo y González, 1986:30). La página web oficial de la gobernación deSalta, en cambio, afirma que “el nombre de la ciudad proviene de la lengua ay-mará “sagta”, cuyo significado sería ‘muy linda’”, explicando de paso por quéla ciudad aún antes de existir estaba predestinada a ser “Salta, la linda”. San Fe-lipe y Santiago debieron ser los santos patronos, pero el “cabildo abierto” de-terminó que fuera San Bernardo, quien hizo honor a la elección cumpliendoen repetidas veces con su papel protector.

Las anécdotas de nombres y patronos explican de paso por qué Salta nacecon un espíritu democrático –la voluntad popular, los vecinos y el cabildoabierto– aunque éste sólo pueda entenderse como parte de una sacralidad cris-tiana que lo trasciende. También es importante el valor que se otorga a la Saltacolonial como marco histórico del auge de la sociedad salteña (producto delcomercio mular) y molde étnico de la sociedad contemporánea: “la influenciahispánica en toda la tradición salteña está permanentemente presente. Elidioma, el estilo de las construcciones y el concepto de señorío están aún vi-gentes” (González de Cattáneo y González, 1986:31).

¿Cómo se imagina a los indios frente a los fundadores? La fundación de Saltadetermina el “antes” y el “después” de la historia indígena en Salta. El episodioconcreto de la fundación reitera un modelo indeleble de comprensión de lo in-dígena que ayuda a explicar el carácter heroico de aquélla. Uno de los manuales

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Paula Lanusse y Axel Lazzari

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determina la ausencia indígena, ya que Salta se funda en “tierra virgen”. Peroen el resto de los textos escolares, los indios de los “alrededores” de la ciudad deSalta aparecen como “guerreros”, “rebeldes”, “destructores” y “atacantes”, un“peligro” ante el cual los conquistadores no hacen la guerra, sino que se “de-fienden”, “sobreviven” y buscan “protección” en sus ídolos religiosos.5 A estosindios atacantes se los identifica especialmente como “calchaquíes” y “cha-queños”.

Pero la narrativa de la fundación no se detiene en el texto escrito. El reco-rrido por el centro histórico –“el más relevante a nivel país, nadie lo pone enduda” (Ashur, 1999)– es una actividad inseparable de la vida escolar. Los ma-nuales proponen visitar la Plaza 9 de julio, antigua plaza matriz,6 prestandoatención al cabildo, las imágenes coloniales dentro de la catedral y la estatua delVirrey Toledo. Por otra parte, todos los 13 de abril las autoridades de la ciudady la provincia se reúnen frente al monumento de Hernando de Lerma, dondese entona el himno nacional, se hace un discurso alusivo, se celebra una invoca-ción religiosa y se realiza un desfile cívico-militar.

En síntesis, la identidad salteña se explica y afirma a través de la narrativa dela fundación de Salta y sus rituales. Se dibuja una identidad de origen hispanoque se corresponde con una moral señorial basada en las virtudes del honor, laausteridad y el sentido de jerarquía. Frente a estas identidades étnico-morales,lo indígena se ubica en un escalón inferior, pues es una amenaza a la civiliza-

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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades

5 Casi un siglo antes, el literato y primer gobernador radical Joaquín Castellanos ya expresabaque en este “peligro” se fundaba un rasgo de la psicología salteña. Explicaba que el “salteñoes precavido” porque “la necesidad de guerrear desarrolló energías activas, y la de precaversecontra la emboscada o el asalto enemigo, la de prudencia y maña en la población salteña deentonces. Y, como ocurre siempre en el mecanismo orgánico del hombre, que los órganossobreviven algún tiempo a la función, los instintos defensivos subsisten en la psicología sal-teña después de dos centurias que ha desaparecido el amago del indio” (Castellanos, 2000[1903] ).

6 Recientemente ha aparecido en El Tribuno un artículo que lleva por título “La odisea de losfundadores”. El autor comenta la relación intrínseca entre la basura y la plaza matriz: “El si-tio comunitario por excelencia -sino el único- sería la plaza de la picota, [...] convertido lue-go en Plaza 9 de Julio, sería un basural donde los vecinos arrojaban todo aquello que les es-torbaba. Porque es probable que los antiguos, al fin y al cabo abuelos de los salteños actuales,no habrán sido muy distintos de sus descendientes en materia de picardías. La única diferen-cia es que la basura de los fundadores sería algo más discreta que la de sus biznietos, porque almenos no contendría botellas vacías de plástico, bandejas de cartón con restos de pizza o en-volturas de polietileno no degradable (Zamora, 2003).” Este relato se inscribe en una típicaretórica populista que nos habla del sacrificio de los primeros pobladores de la ciudad lla-mándolos “pobres mujeres” y “superhombres”, pero también “pícaros”, compensando asílas imágenes de “hidalguía” de los conquistadores.

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ción que sólo se puede domeñar con la conquista y la evangelización. Pasemosa ver ahora cuál es el papel de la fe cristiana en la identidad salteña.

I.b. El Señor y la Virgen del MilagroEl 13 de septiembre de 1692 fuertes temblores azotaron a la ciudad de Salta.7

Creyendo que se trataba de una “secreta advertencia y un aviso de Dios”, losnotables junto a la plebe (el “pueblo todo”) buscaron apaciguar la catástrofe sa-cando en procesión por las calles la imagen de un Santo Cristo que había sidodonada por un obispo español un siglo atrás.8 Este Cristo, continúa el relato,había permanecido “olvidado” en la sacristía de la iglesia matriz. En la proce-sión lo acompañó la imagen de la Inmaculada Concepción de María, que lospropios temblores habían derribado de su pedestal sin que por ello se rompiese.Las procesiones y ruegos lograron su propósito y los estremecimientos cesarondos días después. Renacida la calma, comenzó a hablarse de un milagro, “elMilagro”. Sin embargo, la denominación “Señor y Virgen del Milagro” reciénse establece a mediados del siglo diecinueve (en 1844), cuando un sismo con-mueve a Salta por segunda vez y, por segunda vez, Cristo y la Virgen la prote-gen. En aquel entonces, como señala el historiador catamarqueño ArmandoBazán:

“El sacerdote Cayetano González expresó la alianza entre el Señor y el pueblode Salta en los siguientes términos que todos aceptaron: ‘Tú eres nuestro y noso-tros somos Tuyos’” (Bazán, 1992:52. Cursiva nuestra).

A partir de ese momento, el pacto entre los fieles salteños y su Dios miseri-cordioso es renovado cada año en los rezos y la procesión que tienen lugar enlos “días del milagro”, celebrados en la ciudad de Salta en el mes de septiembre.

Está fuera de duda, como señala Caro Figueroa (2001a), “el papel cohesio-nador e integrador en estas sociedades fuertemente jerarquizadas y exclu-yentes” que juega esta festividad, pero a nosotros nos interesa el impacto de la

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Paula Lanusse y Axel Lazzari

7 En esta zona geológica ocurren muchos sismos, aunque sólo adquieren carácter de “prueba”los que sucedieron en la ciudad de Salta. Entre otros, cabe mencionar los de la ciudad de Sal-ta en 1844 y 1858, el de Orán de 1871, el de la Poma en 1930, el de Salta ciudad en 1948,San Andrés en 1959, Salta ciudad en 1973 y Orán en 1974.

8 Caro Figueroa, en línea con la heterodoxia de Castellanos, explica el papel del miedo y la in-seguridad en los orígenes religiosos de Salta. “[Salta] sentía también la amenaza de agrietarsepor espasmos de la tierra o perecer por la furia de un cielo que castigaba con sequías o amena-zaba diluvios. Peligros que provocaban miedos; miedos que buscaban conjurarse (Caro Fi-gueroa, 2001a).”

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repetición ritual en la construcción de la tradición identitaria. En este sentido,la re-oficialización del culto durante los años de “Salta, provincia de la Confe-deración” no es un dato menor. Indica los esfuerzos por construir una iden-tidad provincial después del “movimiento tectónico” liderado por Güemes. Locatólico no sólo “armoniza” diferencias entre “ricos y pobres” sino que tam-bién explica la presencia de los “ricos y pobres” de la Salta ya “provincia”, comola continuación de los “ricos y pobres” de la Salta colonial. Así, la “sociedad decastas” contra la cual se levanta Güemes queda “recuperada” históricamente yredimida desde el punto de vista moral.

Pero lo católico puede ir incluso más allá, hacia la comunidad universal cen-trada en el fiel cristiano. Justamente porque la moral de la fidelidad y la devo-ción afirmada en la liturgia del Milagro se abre a tradiciones y comunidadesmayores, se hace preciso “salteñizar” la religión. La reproducción constante entextos oficiales de las fiestas del Milagro como “marca de identidad” suponeeste trabajo de delimitación de la comunidad de fieles dentro del ámbito pro-vincial. El Milagro permite mostrar a Salta como una provincia especial dentrodel concierto nacional, ya que “estas fiestas son conocidas en toda la Repúblicay a ellas asisten peregrinos de distintas partes del país” (González de Cattáneo yGonzález, 1986:50). A su vez, el Milagro “salteñiza” a las distintas poblacionesdel interior provincial que, acudiendo a la capital con sus promesas y peniten-cias, también comulgan con el relato de Salta ciudad como eje de la identidadprovincial, y aprenden su lugar de “regionales”.

¿Cómo aparece el indio en la narrativa del Milagro? Tal como indica CaroFigueroa (2001a), a través de “la masividad y capacidad de inclusión”, el Mi-lagro permitió a lo largo de la historia incorporar a los indígenas como “fieles”,“devotos” y “promesantes” en la últimas filas de las procesiones. “Hasta la dé-cada de 1930 –agrega en otro trabajo– fue, además, [el acontecimiento] en elque más abiertamente pudo expresarse el sincretismo de las creencias indígenascon el culto católico dejado por los españoles (Caro Figueroa, 2001e).”9

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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades

9 Hasta cierto punto, según dice Caro Figueroa, el Milagro fue parte de una estrategia evangé-lica destinada a aplacar la posible resistencia indígena en los primeros tiempos de la colonia.“[El Obispo] Victoria reparó en las limitaciones que imponían el medio y la pobreza. Advir-tió también la importancia de utilizar imágenes para evangelizar, asimilando así la lecciónque se desprendió del culto que los indígenas mexicanos comenzaron a rendir a partir de1530 a una Virgen (Guadalupe) pintada en la colina de Tepeyac donde, antes de la Con-quista, rendían culto a una divinidad indígena. Denunciado como escandaloso en 1556, elculto a la Virgen fue asumido por el clero en 1648”. En la segunda mitad del siglo XVI, “a laimagen franciscana que se dirigía prioritariamente a los indios, la sucedió una imagen queexplotaba el milagro y trataba de reunir en torno de intercesores comunes a las etnias quecomponían la sociedad colonial: españoles, indios, mestizos, negros y mulatos”. Fue tam-

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El motivo del “sincretismo” pone de relieve la fuerte religiosidad indígena,su “necesidad de creer” satisfecha por el cristianismo, aunque con otros me-dios. Los textos escolares hacen alusión a este sincretismo:

“Gran cantidad de ritos y costumbres heredados de los pueblos aborígenes semantienen en nuestra provincia y por cierto dentro de la región del noroesteargentino. Una de ellas es la ofrenda a la Pachamama (la madre Tierra).Otras se mezclaron con las costumbres españolas como la Danza de los Surisjunto a la veneración a la Virgen o a los santos y los coloridos misachicos” (Va-leriano de Niz, 2000:16).

La inclusión de los indígenas como “fieles” propiciada por la fiesta del Mi-lagro justifica finalmente la de “evangelizados”:

“Con su labor evangelizadora, los misioneros suavizaron el trato a los indí-genas. Con dulzura y paciencia les enseñaron a conocer y a practicar la reli-gión católica. Los agrupaban en misiones, o sea poblaciones de indiosdedicados a trabajar la madera con arte, cultivar la tierra, aprender el caste-llano y adaptarse a las costumbres de la nueva civilización” (Valeriano deNiz, 2000:20).

La historia del Milagro también puede interpretarse como la domesticaciónde fuerzas telúricas que de ahí en más laten al ritmo de la voluntad del Dioscristiano. El relato provincial establece la idea de un pueblo elegido por Diosque al salvar a Salta de una destrucción segura reafirma la sacralización de laempresa fundadora y colonial. Las luchas por la “protección de las fronteras”de la ciudad y la civilización contra los indios adquiere, entonces, tintes de sa-crificios y obligaciones religiosas. Las fuerzas telúricas y los indígenas com-parten el mismo campo simbólico. Ambas son fuerzas afines que provienen delfondo de la historia y de las entrañas ctónicas de la tierra, cuyo poder destruc-tivo sólo puede ser controlado con la ayuda de los oficios conjuntos de Cristo,la Virgen y los patronos de Salta.

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bién entonces que comenzaron a desplegarse como motivos de fe y de culto a los milagros.Ellos servían “para excitar y afianzar la fe sobrenatural”. La esperanza en el milagro reducía elmiedo provocado por la amenaza de catástrofes (Caro Figueroa, 2001a).

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I.c. La gesta de GüemesLa gesta de Güemes es el tópico de la salteñidad de mayor impacto en el restode la nación. Para los argentinos, Salta es Güemes, el “poncho salteño” de Güe-mes. Así como los anteriores relatos mostraban a una Salta arraigada en el ho-nor señorial y la fidelidad religiosa, el culto a Güemes pone en juego otros cua-tro valores: patria, americanismo, pueblo y federalismo. A través del relato de laguerra gaucha conducida por Güemes, que es el de la sangre salteña derramadaen pos de la patria, Salta exhibe sus méritos para pertenecer a la nación. Peroantes de devenir “gesta”, la historia de Güemes tuvo que vencer una fuerte opo-sición de las élites locales. En efecto, dadas las resistencias mostradas por unsector importante de la sociedad salteña durante la guerra de independencia yla decadencia económica y política de Salta que le sigue a ésta, Güemes simbo-lizó, para la élite local, la pérdida de la posición de privilegio mercantil que Sal-ta guardó durante la colonia. Desde esta visión, Güemes empobrece y debilita aSalta. Recién a partir de la alianza de la oligarquía salteña con el roquismo, perosobre todo en la década del 1920 con la experiencia yrigoyenista y el impactocreciente del revisionismo, la gesta de Güemes se provincializa y nacionaliza,venciendo los reparos de la vertiente mitrista de la historiografía local. Desdeentonces, la figura de Güemes se transforma: se hace patriota y sus signos debarbarie y montonera retroceden al olvido. Su patriotismo, y el de todos los sal-teños, proviene de la “guerra gaucha” contra el español y, ahora, Güemes “de-fiende las fronteras de la nación”. Por eso mismo, se vuelve “héroe nacional”,“la historia lo coloca en igualdad con Belgrano y con San Martín, con Dorregoy con Arenales, en el fortalecimiento de la idea de Mayo en el Norte” (Gonzálezde Cattáneo y González, 1986:72).

Al nacionalizarse, Güemes también se americaniza (Caro Figueroa, 1998).Los defensores de su figura sostienen que Güemes no pensaba ni en Salta ni enlas Provincias Unidas, sino en la Patria Grande de Bolívar, Artigas y SanMartín (Colmenares, 1997). Reniegan, así, de la historia “mitrista” en la queéste aparece como un balcanizador, como el hombre que tiene un ejército ocu-pado en meras acciones defensivas y traza la frontera norte de la patria.

Güemes es pueblo cuando se pone de manifiesto que, al organizar al gau-chaje en guerrillas contra el “invasor” español,10 planteó una amenaza a lasbases del orden social. En efecto, su ejército de milicianos atraía gauchos en lamedida en que se los liberaba de los impuestos y tributos a los señores de la

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10 En esto se diferenciaba de Belgrano, cuya actitud magnánima con los derrotados de la Bata-lla de Salta sigue siendo un motivo local para recordar la filiación a lo hispánico. “Ni vence-dores ni vencidos” –proclamó Belgrano ante el comandante español Pío Tristán.

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tierra –el llamado “sistema Güemes”-.11 Sin embargo, al hacerse gaucho, el hijodel alto funcionario colonial no se vuelve un hombre común sino un “caudillo”“entre” gente del pueblo. Con esto alcanza para que el relato adquiera un sesgopopular y populista al revelarse que en las fuentes del poder de Güemes está lasociedad campesina y no la “política” de la ciudad (Bazán, 1992:111).

Finalmente, Güemes reaparece bajo la retórica del federalismo cuando sedenuncia, por ejemplo, la intervención nacional en los asuntos internos pro-vinciales, o la falta de apoyo económico, como ingratitud nacional al sacrificiode Salta. La disputa en los años 30 por el petróleo entre el Estado nacional ymultinacionales ligadas a intereses locales (Hollander, 1976), o los reclamos dedesarrollo del Norte Grande en la actualidad, son ejemplos de ello.

Todavía hoy es posible rastrear en el centro histórico de Salta las huellas de laresistencia a Güemes. Su monumento, en el que se lo representa varios metrospor encima de “sus gauchos”,12 no se encuentra en el centro de la plaza matriz–donde se erige la estatua ecuestre de Arenales– sino en una zona de la ciudadde Salta que, si bien hoy es el sector más aristocrático, al momento de la cons-trucción era apenas un descampado. No obstante, Güemes está presente frentea la plaza central de un modo particular: sus cenizas descansan en la Catedralbajo la protección del poder conciliador de la Iglesia.

Todos los 17 de junio, las autoridades cívicas y eclesiásticas junto al puebloconmemoran la muerte del prócer a los pies de su estatua y en cada rincón pro-vinciano. Hombres y mujeres repartidos en “fortines” desfilan a caballo y “ves-tidos de gaucho” frente al monumento. La mayoría de los salteños participa delespectáculo desde los márgenes, acompañando la vigilia de los “gauchos” en lanoche previa al desfile cuando los asistentes, frente a fogones encendidos, re-viven el drama del prócer agonizante.

Lo indígena se introduce en la narrativa güemesiana bajo los títulos de“gaucho” y “poncho”. La interpelación popular de Güemes implica el borra-miento de los estigmas que pesan sobre lo indio; pero, con ellos, se esfuma tam-bién la propia identidad indígena. Así, el lugar de los indios destaca por su re-pentina ausencia en el relato, pasando a formar parte del “hombre de campo”que se entrega a la causa de la patria. Como “gaucho patriota”, el indio “se in-digna” y “corre […] de opresores la Patria librar” (Himno a Güemes). El efectode la figura de Güemes sobre las representaciones del indígena muestra unacoincidencia interesante. En la década de 1930, cuando se oficializa el culto aGüemes, el gobierno salteño adopta un nuevo escudo provincial con el “sol in-

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11 Para una crítica de la visión populista de este “sistema”, ver Mata, 1999.

12 Existe una réplica de esta estatua en Buenos Aires.

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caico”, descartando el viejo emblema donde figuraba un indio lanzando unaflecha a un español.

Los colores del “poncho salteño” –que se repiten en la bandera de Salta–contienen, también, un relato en clave del destino indígena en la provincia.Según el historiador Romero Sosa, el paño rojo con la lista negra es un diseñoque remite a los “ponchos enlutados [que] aparecen en varios países andinos,como homenaje dolorido a Atahualpa cruelmente ejecutado, por parte de susdescendientes vencidos en la conquista (Romero Sosa en Caro Figueroa,2001d).” Fue “Martín Güemes [quien] impuso a sus milicianos el uso delponcho con tonos en rojo con guardas negras”. Y explica Caro Figueroa que“esa medida de Güemes resulta coherente con su respetuosa actitud para conlos indios, para los que mandaba a distribuir sus proclamas en quichua (CaroFigueroa, 2001d).” Por otra parte, tras la muerte de Güemes, “sus gauchosañaden un segundo luto, esta vez en el corbatín del poncho” (Caro Figueroa,2001d). El poncho deviene un texto que habla de indios (andinos), mestizos yblancos. En él, un caudillo blanco reconoce la legimitidad del duelo del indioante el Inca y luego los “gauchos” (el pueblo) abrazan a los indios reconociendola justicia del reconocimiento del caudillo.

En el registro histórico podemos observar que lo salteño aparece como una“tradición” –el arraigo en un tiempo lento– que conserva las esencias éticas deun pasado glorioso: el honor señorial de los fundadores, la religiosidad católicay el patriotismo del pueblo provincial. La importancia de cada uno de estos re-latos varían según los contextos de enunciación e identificación.

Según la lógica expositiva de los manuales, los indios aparecen represen-tados de un modo peyorativo o subsidiando las narrativas centrales. En la“prehistoria” y “tiempos precolombinos”, se enfatizan las formas de vida y“modos de subsistencia” de las sociedades indígenas (caza y recolección o agri-cultura y pastoreo). Mientras en algunos casos se señala que estas actividadescorresponden a diferentes grados evolutivos de los “indígenas o aborígenes”(Valeriano de Niz, 2000), en otros se las califica como “diferencias culturales”(Damin et al., 1987). Luego del relato de la fundación, los manuales planteanlos ejes de la historia colonial, destacando sobre todo la evangelización y, en al-gunos casos, la encomienda y la sociedad de castas, en las que se hace mención alos indios dentro de una jerarquía que incluye blancos, mestizos y negros. En elpresente, lo indígena reaparece adjetivando los “restos arqueológicos”, “artesa-nías”, “toponimia”, “ritos sincréticos”, “comida”, “creencias”, “turismo”, etc.;en otras palabras, “supervivencias culturales” devenidas patrimonio identitariode la provincia. Cuando se alude a grupos indígenas vivos, aparecen única-

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mente en el Chaco, encuadrados en un discurso de supervivencia física y misio-nización católica. Es de notar que esta supervivencia indígena se ve como pa-siva y transitoria.

La diferencia indígena es doblemente expulsada de la historia, hacia laprehistoria y hacia la naturaleza. Esto se debe a que la historia sólo puede serconcebida como la disolución de dicha diferencia en procesos de unificación yhomogeneización. Esto queda evidenciado en el mestizaje, en tanto funda-mento ideológico de dicha historia. Para comprender los efectos de este presu-puesto en la constitución de lo salteño, pasamos a considerar las representa-ciones dominantes de la población y el territorio.

II. “Salta, tierra de contrastes” y “diversidadhumana”: registros étnicos y geográficos delrelato de mestizaje provincial

Los manuales escolares nos permiten, una vez más, identificar la importanciade la relación entre Salta y sus regiones, por un lado, y entre Salta y su “gente”,por otro. Salta se muestra como una provincia orgullosa de su “diversidad declimas y paisajes” y rica en “manifestaciones culturales” de distintos orígenes.¿Cuáles son esos paisajes y regiones? En los mapas y textos se mencionan las si-guientes “regiones naturales”: la “puna” y el “chaco”, por una parte, y los “va-lles y sierras centrales” por la otra. Algunos textos subdividen esta última regiónen dos: “sierras” y “valles”. Otros, subdividen la zona de “valles” entre los Cal-chaquíes y el de Lerma. En lo que todos los textos coinciden es en tratar separa-damente la “ciudad de Salta”.13 Estos parámetros de divisibilidad del territorioy el paisaje marcan procesos de construcción de fronteras identitarias en ciertasdirecciones y no en otras. Se advierte que la zona que registra mayores disensosrespecto a su clasificación es, también, la de mayor “temperatura histórica”, esdecir, donde transcurren los relatos épicos de la salteñidad. La “puna” y el“chaco”, en cambio, presuponen una homogeneidad territorial y paisajísticaque no es ajena a la presunción de cierta inercia de la historia.

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13 Estos sistemas de clasificación tienen su correlato –y, en buena medida, fuente de autori-dad– en la literatura regionalista salteña. Alicia Chibán señala en Juan Carlos Dávalos el fun-dador de este gozo ante la variedad del paisaje: “¿No es maravilla habernos trasladado en treshoras de la ciudad al desierto, del clima templado al frío, de la región del tabaco, de los na-ranjos y chirimoyas a la zona de la yareta y de la fauna andina?” (Dávalos en Chibán et al.,1982:147).

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En correspondencia con esa diversidad en el paisaje, la diversidad de “tiposhumanos” identificados, al siglo veinte, son: el gaucho, el colla, los indios delChaco –para algunos, el negro y el mulato–,14 el inmigrante y la gente decentede estirpe hispana. Este campo clasificatorio se sostiene en el presupuesto delmestizaje como un proceso histórico y geográfico que fusiona rasgos raciales,étnicos y morales de origen disímil en el nuevo tipo salteño.

A continuación, exploramos dos modelos étnico-geográficos de la salte-ñidad que hemos denominado “hispanizante” y “criollo-americanista”. Des-cribiremos sus variadas formas de abordar el mestizaje, los arquetipos identita-rios que proponen y el modo en que se articulan diferencialmente con lasnarrativas antes tratadas. De este manera, podremos calibrar con más detallelos lugares morales de lo indio en el “ser salteño”. Releemos aquí en fuentes li-terarias y académicas.

II.a. Modelo hispanizante: el gaucho como transfiguracióndel hidalgo hispanocolonialEl modelo hispanizante fue articulado por la élite política y moral local en elmarco de la hegemonía conservadora que se dio entre fines del siglo XIX y me-diados del siglo XX. Bernardo Frías, Juan Carlos Dávalos y Ernesto Araóz, ensus escritos históricos y literarios, sobresalen como los artífices más acabados deeste modo de imaginar la provincia.

Para que Salta hubiera de constituirse en algo más que una ciudad-estadocon su hinterland, fue preciso purificar los términos de mestizaje heredados delimaginario colonial de las castas. De las tres formas básicas de lo mestizo–gaucho, colla y mulato– sólo el gaucho adquirirá connotaciones positivas quelo acercarán al eje civilizatorio reservado a la raza blanca, española, católica y“vecina”. Los otros quedarán como signos de identidades estigmatizadas. Eneste modelo se edifica, así, una reparación del gaucho por vía de la hispanidad,la cual no es ajena al reposicionamiento de las élites salteñas frente a la ca-pital-puerto y a sus propias supersticiones identitarias, entre las cuales desco-llaba la del gaucho como nuevo símbolo nacional. Dávalos lo explica bien:

“Gaucho fue -en la ciudad- sinónimo de guaso o mal hablado, de ignorante ybárbaro […] Para que amenguara un tanto el valor despectivo de la vozgaucho, fue preciso que la gente norteña otorgase mayor crédito a las corrientesideológicas de Buenos Aires y que de allá nos viniese, con la Revolución pri-

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14 Dejamos de lado en esta oportunidad el tratamiento de las categorizaciones de mulato y denegro en el imaginario salteño.

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mero, con la consolidación de la nacionalidad más tarde, el prestigio militar,histórico y literario de esa palabra en su acepción genuinamente argentina”(Dávalos, 1937:22).

Si “gaucho” es el idioma con el cuál Salta se “entiende” con la nación-puerto,también es el lenguaje con el cual mide su propio valor y diversidad interna.¿Qué representa el gaucho salteño? Se trata de lo mestizo adornado con los va-lores de honestidad, hombría, lealtad, hospitalidad, amor a la tierra, respeto a lasjerarquías, docilidad y altivez. ¿De qué mezcla étnica proviene este productomoral? El gaucho surge de la unión entre los “soldados conquistadores” y las in-dias “convertidas y bautizadas” con quienes “no era pecado casarse” (Dávalos,1937:20). Estas indias vivían, sobre todo, en las áreas del primer asentamientoespañol: el Valle de Lerma y los Valles Calchaquíes. Es en estas zonas y en la fron-tera con el Chaco donde se distribuyen los típicos gauchos:

“De oriente a poniente, desde las selvas chaqueñas hasta los límites con las punas,la población rural de Salta, en su totalidad pertenece a dos razas gauchas, his-pano-hablantes, pastoras, criadoras de toda clase de ganado y cuyo imprescin-dible medio de movilidad es el caballo y el mulo” (Dávalos, 1937:26-27).

Lo anterior nos lleva a plantear dos ejes de diferenciación en el modelo de logaucho: uno étnico-geográfico y otro de clase. En relación al primer eje, surgela distinción entre “gaucho vallisto” y “gaucho fronterizo”. Ambos, según Dá-valos, son igualmente mestizos, pero en distintos grados, ya que provienen dezonas afectadas por desiguales ritmos de mestización (Dávalos, 1937:20). Elgaucho de los Valles Calchaquíes conserva más marcas indias, por lo tanto, estámenos hispanizado y blanqueado que el gaucho fronterizo de la zona de las sie-rras subandinas y el umbral del Chaco –el típico “gaucho de Güemes”-.

Ya antes que Dávalos, hacia la década de 1900, Bernardo Frías había sentidola necesidad de distinguir dos formas sociomorales del gaucho. De este modo,y en relación al segundo eje, vemos que “gaucho” puede referir tanto a loshombres que provienen de los estratos altos de la sociedad salteña –la “gentedecente” o “latifundistas”– como así también a sus subordinados –“peones”,“arrenderos” o “puesteros”-. Para Frías, “gauchos decentes” eran “casi todos loshombres distinguidos de la época. Hombres de ciudad y educados, hijos debuena casa, doctores muchos de ellos y casi todos de familia acaudalada” (Fríasen Alvarez, 2003:11). La rústica vida rural iguala a los gauchos decentes consus peones en tanto “hombres de campo” pero, a diferencia de sus sirvientes,

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los “gauchos decentes” pueden hoy estar “pialando y enlazando en sus fincas” yal otro día “vistiendo smoking en el club de la ciudad” (Dávalos, 1937:25). Elmodelo hispanizante pone en primer plano esta diferencia “de clase” en tantoestamento o “casta”, pues los “gauchos latifundistas” no son otros que los des-cendientes de los “españoles puros”, encomenderos por real merced (Dávalos,1937:20). “Decencia” es, para Frías, la herencia de costumbres caballerescas dela nobleza hispanocolonial –virilidad, destreza ecuestre, honor– que acom-pañan la propiedad de la tierra. Así, dentro del discurso del mestizaje delgaucho nos reencontramos con la jerarquía civilizatoria. Patrones y peones in-tercambian desigualmente estilos de vida en “paternal familiaridad”, “ambiguarelación marcada por la distancia social formal y por una proximidad de hecho,dada a través de infinidad de gestos” (Caro Figueroa, 2001c). El patrón se“agaucha” generosamente y el peón de “adecenta” por imperio de la civilidad yel blanqueamiento.

La fuerza mediadora de lo gaucho depende de su amplia referencialidad–geográfica, étnica, de casta-. En el centro del modelo de mestizaje se sitúa elgaucho decente, el patrón latifundista de putativo origen hidalgo. En un se-gundo círculo, encontramos al otro más íntimo, el gaucho-peón, leal y obe-diente. Dentro de este margen, se ubica el gaucho fronterizo, con mayorescuotas de “sangre hispana”, y, un poco más allá, el gaucho vallisto de memoriacalchaquí. Claramente, podemos observar que este juego de aproximaciones yrechazos se justifica en la épica de la fundación de Salta.

En este modelo, a su vez, lo gaucho se distingue y antagoniza con lo colla. Siel gaucho es el mestizo con disposiciones hacia la apertura –de arriba abajo y deabajo a arriba, del interior al puerto y del puerto al interior– el colla es lo mes-tizo que se cierra. En otras palabras, el gaucho es puro mestizo, el colla, mestizoimpuro. ¿Por qué? Los que se han propuesto explicitar el modelo de mestizajesalteño abordaron la cuestión del colla distanciándose del significado que ésteadquiría en el “saber popular” o la “gente despreocupada”, a saber, el de ser untérmino que se refiere a la “gente de campo”, preferentemente aquella que viveen los cerros. Para la gente de la ciudad, “todo el que no usa gomina y llevabombacha es colla” (Yañez, en Chibán et al.,1982:170). Mientras que elgaucho como “gente de campo” pudo remontar el estigma de incultura, el colla–apunta Dávalos– siguió encerrado en los epítetos de “bribón, solapado y mez-quino” (Dávalos, 1937:22). Por esta razón, Caro Figueroa (2001c) comentaque el ennoblecimiento de la palabra gaucho fue de la mano del refuerzo de locolla como término despectivo. Incluso, en espejo con el tema del gaucho, semuestra lo que sucedía con la imagen de Salta frente a la mirada estigmatizante

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de Buenos Aires. Natalio Botana rescata una frase de Lisandro de la Torre en laque acusa al ex presidente Victorino de la Plaza –oriundo de los Valles Calcha-quíes– de “coya hipócrita y traidor por naturaleza” (Botana, 1986:331). Dá-valos, en su larga estadía porteña, confesaría con resignación: “Ahora el collasoy yo, ciertamente” (Dávalos, en Chibán et al.,1982:174).

Ahora bien, la bajeza moral de lo “colla” también deriva de su aproximacióna lo indio, principalmente, al puneño aislado. Ernesto Aráoz, gobernador con-servador a principios de los años 40, considera al colla como un ser que “se re-pliega sobre sí mismo para cultivar en su alma el fermento de la sordidez y delegoísmo engendrados en el corazón de sus antepasados por el dolor y la tra-gedia de la conquista española, que los obligó a buscar en los valles, en las serra-nías [..] y en el altiplano, la soledad y el aislamiento propicios a su dispersión yderrota” (Aráoz, en Figueroa, 1986:214-215). Dávalos afirma, en similar vena,que los collas constituyen una “raza indígena pura, atacameña, que puebla laaltiplanicie del extremo noroeste de la provincia” y, añade, “raza y comarca quecomenzaron a ser argentinas no ha muchos años, cuando a raíz del tratado delímites, el Territorio de los Andes, originariamente boliviano, se incorporó a lajurisdicción nacional” (Dávalos, 1937:26).15 Así, el colla, además de indio, esun indio extranjero (de Bolivia) o un argentino neófito. Como canta la copla:

“Son muchos los extranjeros / que vienen a la Argentina. / Los coyas nos traenla ruina / dándolas de caballeros./ Y son viles, traicioneros, / de borrachos sonenfermos / y flojos, ya lo sabemos. / Son la mayor indecencia, / ellos son, por ex-periencia, / la peor gente que tenemos.” (Carrizo, 1987:80).

Por esta razón, Dávalos se preocupaba por criticar a aquellos que llaman co-llas –es decir, insultan– a los habitantes de los Valles Calchaquíes, quienes, paraél, no son sino “gauchos vallistos”. Y agrega que los collas y los calchaquíeseran, desde tiempos prehispánicos:

“[…] dos naciones enemigas, invasora, nómade, hambrienta la una; organi-zada, laboriosa, rica en reservas agropecuarias la otra. Y rasgo típico del colla,rasgo que en vano buscaríamos entre los montañeses de Salta: el colla perma-nece fiel a su estructura prehistórica [ya que] mantienen vigente su jefe de

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15 La puna es el espacio de refugio del colla. En el imaginario de la literatura de Castilla o Dáva-los, la puna emerge como la “contrapartida del mundo, un dominio señoreado por la muer-te”. Con su carga de “silencio” y “tiempo quieto” juega simbólicamente como la diferenciaradical que “permite entender la vida”, esto es, la variedad paisajística y étnica salteña (Chi-bán et al., 1982:148-149).

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tribu, sus autoridades y justicia propia, no obstante su acatamiento de la sobe-ranía nacional.” (Dávalos, 1937:26).

De este modo, collas y gauchos (vallistos y fronterizos) se vuelven entidadesopuestas:

“El gaucho, al recibir una visita en su rancho, entrega a su húesped su cama,su comida o su recado, mientras el colla le niega o le escatina el hospedaje o elauxilio auyentándolo con su indiferencia o su desprecio” (Aráoz, en Figueroa,1986:216).

Estas especificaciones antropológicas no evitan, aun en estos mismos au-tores, seguir utilizando el término “colla” o “coya” –justificable en orígenes in-dígenas aún no disueltos del todo– para denunciar lealtades dudosas dentro dela misma comunidad, sea ésta nacional, provincial, política o de “la casa”. Jus-tamente, la peligrosidad de lo colla proviene de que, a diferencia de los “indiosdel Chaco”, conoce las mañas de los civilizados y, en contraste con los gauchos,no ha consentido con la intimidad del dominador. “Colla”, de este modo, sim-boliza el fracaso del orden provincial mestizo. En este sentido, no es casual que,en el año 1937, Dávalos, a título de autoexpiación, profetice el retorno delindio:

“Bajo la blanda tierra del pucará desierto / como un embrión parásito de lamaterna entraña / sentado en sus talones aguarda el indio muerto / quizá elmilagro de una palingenesia extraña” (Dávalos, 1937: s/n).

Mucho menos sorprendente es la censura que Dávalos hace de la acción po-lítica de los collas cuando el “milagro de la palingenesia” amaga anunciarse,nueve años después, durante el peronismo. En “Viejo Cuento” (1946) satirizael reciente Malón de La Paz:

“[…] estos son los pobladores / tramontanos de la andina / tumba de collasquiscudos / cuna de genta entendida / de código en el sobaco / e in-mente la leyno escrita […] Estos que ahora al gobierno / militar piden justicia / son losmismos que a Irigoyen / igual demanda le hacían; / son los eternos llorones /que aprovecha la política / y a sabiendas / por chicana / joroban y despotrican./ Ya Hipólito calabazas / les dio cuando la medida / de su paciencia colmaron /y al fin mandó la justicia / a favor de antiguos dueños / contra su mala doc-

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trina: / Pues que vayan a bañarse / en su arroyo sin sardinas!” (Dávalos,1997b: 313-315).

Concentrémonos ahora en los tipos de indígenas sometidos a la clasificaciónde la mirada mestiza hispanizante. ¿Cómo se relacionan los indios con gauchosy collas? Si, frente al gaucho decente, el colla está aún más allá que los gauchosfronterizos y vallistos –pero se mantiene “dentro” de las fronteras de la civiliza-ción–, “indio”, sea como realidad antropológica o como mero denuesto, de-marca el afuera del orden mestizo.

Así, se traza un contraste entre las poblaciones indígenas que viven en elChaco y aquellas asentadas en sectores aislados de la Puna, el cual radica, porun lado, en su grado de aproximación a la comunidad provincial y nacional.Federico Gauffin, quien en los años 30 aporta al canon de la salteñidad lostextos sobre la frontera chaqueña, describe a los indios del Chaco (chiriguanos,matacos, tobas, chorote) como “hermosos ejemplares de una raza que aún nohabía degenerado” (Gauffin, en Chibán et al., 1982:164). Admiración y com-pasión se alternan en la obra de este autor con el desprecio a un indio que esvisto como resistiendo el avance de la civilización en un estado de lucha cons-tante, tanto contra el blanco usurpador como también entre ellos mismos.Estos indios no son todavía ni argentinos ni salteños, aunque la convivenciacon gauchos bravíos y desalmados –el “gaucho fronterizo”– vuelva inminentesu integración o, en el peor de los casos, su extinción (Gauffin, 1975). Los pu-neños (collas “puros”), en cambio, habitan en un territorio bajo un control es-tatal débil –con pocas escuelas y puestos de gendarmería– que aún precisa sergenuinamente nacionalizado, de ahí que suela adscribirse a estos collas a los“indios de Bolivia” (Dávalos, 1997a, 1937).

Desde la perspectiva del gaucho decente/hidalgo, indios chaqueños y pu-neños pueden, por otra parte, ubicarse en distintos lugares de la escala evolu-tiva: cazadores-recolectores organizados en bandas nómades y beligerantes, losunos y –en un piso superior– pastores trashumantes con restos de autoridad ca-cical, los otros. En este sentido, los indios del Chaco son los “verdaderos in-dios” de este imaginario, en la medida que muestran los rasgos más extremosde salvajismo y naturaleza. La pureza de los indios del Chaco es “originaria”,debida a un déficit de contacto, mientras que en los de la Puna nos encon-tramos con una especie de “pureza” reactiva que se traduce en impenetrabi-lidad. En ambos casos, la pureza define una diferencia externa con lo salteñoque se dispone a ser prontamente fundida en el crisol, tal como sucedió en el“ejemplo calchaquí”. En esa área, los “indios” –si se visibiliza la estirpe abo-

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rigen del gaucho vallisto– ya no conservan formas sociales cohesivas y viven enel marco de las relaciones de patronazgo tradicionales (Dávalos, 1937). Son,por ello, los más argentinos de los indios, aquellos que supuestamente apor-taron su sangre a la gesta güemesiana. Por último, cabe señalar que la purezaatribuida a los indios del Chaco contrasta con el núcleo de sangre limpia his-pana que define y preserva la distinción en el marco de la mestización.

Al igual que el resto de las categorías, la pragmática de “indio” excede refe-rentes antropológico-históricos y se expande como tipificación negativa refe-rida a orígenes plebeyos en poblaciones urbanas y rurales. Así, tanto colla ygaucho-peón, en el campo, como las “chinas” y la “chusma” de la ciudad deSalta, pueden devenir indios (ver Dávalos, 1926). Incluso, el poder oligárquicoha sido denominado “indiada” durante el irigoyenismo, con el doble propósitode denunciar su poder feudal sobre los indios y de criticar su accionar político“tribal” (Caro Figueroa, 1970).

Por último, nos referimos ahora al lugar del inmigrante extranjero en la ma-triz provincial salteña. Aquí, Salta se afirma nuevamente contra el modelo ét-nico nacional de base inmigratoria que afecta, sobre todo, a Buenos Aires y ellitoral. Dávalos ve en Salta una “provincia no transformada aún por la inmigra-ción, por el aumento de explotaciones agrícolas y forestales, por el refina-miento de los ganados y por el progreso que europeíza al resto de la República”(Dávalos, 1937:24). Los relativamente pocos italianos, españoles y tambiénárabes que recibe la provincia son asimilables dentro de las jerarquías altas omedias del mestizaje según su estirpe y clase social. El deseo del inmigrantecomo figura de progreso sufre, no obstante, las estigmatizaciones típicas de ex-tranjería y conflictividad social. El miedo al inmigrante se expresa como pre-vención a las “influencias foráneas” de tipo ideológico, la civilización maqui-nista y la bajeza pequeña burguesa (Aráoz en Caro Figueroa, 1970:225). En elcontexto de frontera, se le opone como contrapeso la noción de criollo, signifi-cando lo nativo mestizo. Son en esta zona los gauchos quienes mejor ejempli-fican lo criollo, no sólo frente al pionero extranjero sino también frente al na-tivo no mestizado, es decir, el indio. En este sentido, se revela también en losinmigrantes una gran capacidad adaptativa:

“[…] y los extranjeros son hoy los únicos capaces de crearse hogar confortableen pleno monte, por lo que en definitiva, serán ellos los patrones gauchos delporvenir” (Dávalos, en Chibán et al.,1982:167).

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II.b. El modelo criollo-americanista y sus descontentos:el pueblo mestizo y más alláEste modelo de salteñidad se construye como heterodoxia frente al modelo his-panizante. ¿En qué condiciones históricas se configura y quiénes lo sostienenhoy en día? Se esboza en Salta con Joaquín Castellanos (gobernador durante elIrigoyenismo),16 primero y, más tarde, con los gobiernos peronistas de los años50, que propiciarion mejoras en las condiciones laborales del campo y la sindi-calización de proletarios rurales (Estatuto del Peón). La “reacción oligárquica”pos-1955, como dice Caro Figueroa, vuelve a levantar “el pendón de la culturay de la pureza familiar” y termina con “el peligro de la democratización de lacultura” (Caro Figueroa, 1970:173). En los años 60, con la politización de jó-venes sectores profesionales y “bohemios” contra el Onganiato, se hace visibleel entronque del neo-regionalismo literario –que venía desde los años 40 (gru-po La Carpa)– con discursos latinoamericanistas reavivados por la experienciarevolucionaria cubana.

En este contexto, surge la versión sociopolítica del modelo de salteñidad,identificable, para nosotros, en el libro “Historia de la Gente Decente” (1970)de Gregorio Caro Figueroa. Al objetivar, por vez primera, al sector social queconstruyó la matriz hispanizante –la “oligarquía”– Caro Figueroa critica el ar-quetipo del gaucho decente.

“Sería un error imaginar [que] el gaucho […] define y agota la llamada perso-nalidad o identidad de Salta” (Caro Figueroa, 2001c).

Desde un “revisionismo socialista”,17 Caro Figueroa rescata la subtrama dela narrativa de Güemes en la que éste se niega como gaucho hidalgo y decente,se opone a los de su clase y desplaza hacia el gauchaje plebeyo el centro axioló-gico de la comunidad. Ese movimiento reparador, sin embargo, no se despojade los términos de valor oligárquicos y repone, para un gaucho que no puedequedar guacho, la figura providencial y autosacrificial del “caudillo”.

El mestizaje es, en este discurso, nacionalista, latinoamericanista y popular,en tanto se opone a la oligarquía hispanocolonial “cipaya”, “balcanizadora” y“elitista”. Se reivindican las identidades estigmatizadas, denunciándose “el des-

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16 Castellanos proyectó una embrionaria política social con el intento de creación del Departa-mento Provincial de Trabajo y la regularización del canon de riego.

17 Según Abelardo Ramos, prologuista del libro, este revisionismo es socialista porque lee lahistoria simultáneamente desde la patria americana y desde la irrupción de las masas popula-res en la esfera pública.

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precio vomitivo hacia el mulato” que “se completa con la subestimación delcoya” (Caro Figueroa, 1970:206). Pero el autor queda preso de los estereotiposheredados sobre lo indígena –sea colla o del Chaco– como ajenidad de lo sal-teño:

“¿[…]debe comenzarse a elaborar una cultura a fojas cero? No, lo que sabemoses que allí mismo, donde los sectores retardatarios permanecen enmudecidospodemos encontrar valiosos elementos para llevar adelante la continuidad cul-tural” (Caro Figueroa, 1970:210).

Los “sectores retardatarios y enmudecidos” –mulatos, coyas e “indios delChaco”– siguen siendo considerados como complemento de la “continuidadcultural”, es decir, de la salteñidad aún enclavada en la identidad hispanocolo-nial. Esta visión, que ya venía anunciada en cierta novela social e indigenistalocal de autores como Barbarán, Yañez y Nella Castro, de algún modo pervivehasta hoy en los escritos periodísticos y ensayísticos de Gregorio Caro Fi-gueroa.18

El trabajo de Corbacho y Adet (2003), “La Historia contada por sus prota-gonistas”, retoma esta línea de abordaje sociopolítico de la salteñidad desdeuna “historia popular”. Aún más, tematizan explícitamente el tópico, reve-lando sus usos políticos por parte de los sectores dominantes:

“[…] la palabra salteñidad, tal como ha sido manejada, es un concepto pro-fundamente reaccionario porque ha servido y sirve para encubrir otras tradi-ciones perdurables: pobreza y desigualdades, autoritarismo e injusticia, faltade salud y educación, desocupación, todos esos males que, hoy como ayer, si-guen siendo el pan de cada día […] útil al poder porque promueve la unifor-midad y el conformismo, deja toda crítica de lado y cierra el camino hacia unaverdadera toma de conciencia de la realidad” (Corbacho y Adet, 2003).

A semejanza de Caro Figueroa, consideran que la salteñidad constituye “unaceguera voluntaria para no ver la diversidad étnica y aceptarla sin discrimina-ciones”, así como también desconoce que “no existe una, sino varias Saltas. Las‘Saltas urbanas y las Saltas del interior’” (Corbacho y Adet, 2003).

Hay una segunda vertiente criollo-americanista que transita por un registrofilosófico de tendencias existencialistas y fenomenológicas. En muchos sen-

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18 Ver, entre otros, los trabajos de Caro Figueroa en “El portal salteño en Internet” (www.red-salta.com) y en la revista Claves de Salta.

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tidos, ésta es la matriz actualmente hegemónica, la cara oficial de Salta avaladadesde el saber literario y humanista. Sus orígenes pueden rastrearse en la gene-ración literaria de los años 40 y el neofolklorismo que rompe con el pintores-quismo regional y la descripción de tipos humanos, para adentrarse en la expe-riencia de geografías metafísicas y sentires íntimos donde se recupera lo localdesde lo regional, lo regional desde lo americano y éste desde lo universal.Buena parte de este sedimento ideológico se advierte en el “Estudio Socio-Eco-nómico y Cultural de Salta” (Boasso et al., 1981; Chibán et al., 1982) y en “Losprimeros 4 siglos de Salta. Una visión multidisciplinaria” (Puló de Ortiz et al.,1982), cuyos autores son profesores de la Universidad Nacional de Salta conexperiencia en la educación, las letras y el periodismo.

En contraste con el hispanizante, este modelo identifica el parámetro delmestizaje en lo criollo y no en lo español y, a la vez, se desplaza de un registroracial a otro cultural/espiritual. En el “Estudio”, el mestizo criollo –del cual elgaucho es sólo una de sus formas– es el punto de fusión cultural de hispanos,indígenas y, más recientemente, de inmigrantes. Donde la mezcla de sangres yde culturas coinciden, tenemos al criollo más “puro” y éste habita en las áreascentrales del mestizaje: el Valle de Lerma y aledaños. La “vertiente andina” –in-cluida aquí no sólo la Puna sino también los Valles Calchaquíes– y el Chacoofrecen tipos humanos menguados en términos de criollización.

Desde el arquetipo criollo, los aportes étnicos son resignificados. “Los espa-ñoles de pura sangre […] se sienten y viven como criollos” y, se agrega, “estemodo de ser criollo es patrimonio del español de pura sangre recién al prome-diar el siglo XX” (Boasso et al., 1981:249), tiempo en que simultáneamente co-mienza a declinar el modelo hispanizante. Similar argumento se aplica a los ex-tranjeros.

¿Qué efectos tienen estos cambios en la imaginación de los indios? El pu-neño y calchaquí devienen “indios acriollados”:

“El indígena, especialmente en la zona andina, que no ha sufrido un mesti-zaje en la sangre, lo ha sufrido en la cultura, y es un criollo” (Boasso et al.,1981:249).

Los “andinos” demuestran una “ciencia y tecnología” adaptada al medio yde gran tradición. En comparación, el indio del Chaco está menos abierto almestizaje debido a su “cultura primitiva” reacia al cambio, lo que no impidecierta valoración positiva de sus conocimientos y de sus prácticas de recipro-cidad, elevadas a ejemplo moral para todos los salteños. Pero tanto los “indios

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acriollados” como los indios del Chaco revelan una religiosidad que confluyecon el carácter trascendente y creativo que estos autores otorgan al proceso decriollización:

“En esta bifurcación de creencias [indígenas y católicas] no hay competenciasensible entre uno y otro dios; ambos caen en su cielo significativo. Se mezclan,como pueden confundirse dos licores en el continente de un vaso” (FigueroaAráoz, en Chibán et al., 1982:190).

Se insiste en el “contexto religioso […] como factor de unificación de dis-tintos grupos humanos provinciales: blancos y mestizos, campesinos y ciuda-danos, y habitantes de diferentes niveles socioculturales”, o “denominadorcomún de salteñidad” (Chibán et al., 1982:186). El acento en lo religiosoacerca este modelo de mestizaje con la narrativa del Señor del Milagro y su cele-bración de la comunidad moral.

Puede advertirse en estos enunciadores de lo salteño un discurso disyuntivoen el que, por una parte, se reconoce la subalternidad y la injusticia social, paraluego sumergirse (¿o elevarse?) en una suerte de resignación metafìsica que, porvía transitiva, se imputa al “sentir” de los sectores populares. Muchos de estoscríticos señalan en Manuel Castilla al paradigma de esta posición. En su poesíahay una distancia del pintoresquismo y un compromiso con la denuncia social“cristiana”, pero también hay un preguntarse por el “misterio del hombre”americano con su “sólo estar”, su silencio y la aceptación de la circunstancia talcual se da. Aquí se anticipa la reflexión de Rodolfo Kusch –alma mater de mu-chos de estos estudiosos– quien señalaba en el término aymara “utcatha”(“estar sentado”: quietud, amparo, matriz) la clave de comprensión de lo ame-ricano.

El “ser salteño” deviene, entonces, una espiritualidad compartida debido auna experiencia histórica y geocultural en común que se desborda al Noroestetodo y se enraíza en la América esencial, trascendiendo las dimensiones socio-políticas de la realidad. Este americanismo construye al “hombre autóctono”,el criollo, como un “otro radical” con el cual entra, contradictoriamente, enuna suerte de diálogo silente. Los indios se vuelven aún más ajenos –de una aje-nidad positivada– producto del “misterio de un alma rica pero casi insondable,difícilmente abordable desde nuestro pensar y sentir” (Chibán et al.,1982:199). La mayoría del corpus etnológico sobre áreas indígenas del Chacose inscribe en esta línea reflexiva (ver Arancibia, 1973; Gordillo, 1996).

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En la última década, se atisba a su vez en el horizonte intelectual provincialotra forma de abordar la salteñidad. Es un modelo que se sitúa contra el ameri-canismo clásico y cuestiona el tropo del mestizaje como integración de las dife-rencias. Zulma Palermo, también profesora de la Universidad Nacional deSalta, expresa que:

“[…] esta propuesta [la americanista] se vuelve sobre sí misma y homogenizala complejidad cultural latinoamericana cerrándose en una especie de ‘nacio-nalismo’ defensivo, un ‘nacionalismo latinoamericano’” (Palermo, 2000).19

Aunque no hemos identificado discursos semejantes que se apliquen anuestro problema, el hecho de abrazar una concepción diversificante de laidentidad como la que plantea Palermo implicaría la posibilidad de pensar lasregiones y tipos humanos antedichos en una relación no necesaria con elcentro, sugiriendo de esta forma una constante negociación de la diferencia yde la identidad regional y provincial. Este pensamiento, de raíz constructivistay pluralizante, podría llevar a ensayar sensibilidades nuevas hacia lo indígena,lo negro y otras identidades subalternas, en el ámbito del derecho, la educacióny la política. Pero no sólo allí. La letra “K” que hoy viene a reemplazar a la “C”de “colla” es un claro símbolo de la emancipación de la identidad indígena delmagma mestizo y estigmatizante.

Conclusiones

En este artículo, hemos descrito y analizado las nociones de salteñidad con elfin de situar las permanencias y cambios en la imaginación de los indígenascomo “otros internos”. Abordamos la salteñidad como una matriz identitariaque se desdobla en tres narrativas históricas –la Fundación, el Señor y la Virgendel Milagro y la gesta de Güemes– con sus correspondientes calendarios y espa-cios rituales. A su vez, exploramos los modelos de mestizaje –el hispanizante, elcriollo-americanista y cierta heterodoxia– implicados y reforzados por estas na-

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19 La autora cita a Castro-Gómez: “‘El latinoamericanismo en tanto que conjunto de discursosteóricos sobre ‘lo propio’ elaborados desde la ciencia social e incorporados al proyecto deci-monónico de ‘racionalización’ jugó como un mecanismo panóptico de disciplinamiento so-cial’ (1998: 200). A mediados del XX, ‘se va delineando […] desde la letra un mito que toda-vía nos asedia (y nos construye) sin quererlo: el mito de la ‘América mágica’ […] que ha sidoapropiado por grupos (no letrados) de todos los colores para legitimar y defender sus aspira-ciones políticas’ (Ibid.: 202) (Palermo, 2000).”

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rrativas. En dichos modelos, identificamos las categorías identitarias de tipo ét-nico-geográficas elaboradas como arquetipos morales, y en torno a las cuales seordenan grados menguantes de salteñidad. Si bien estas matrices se articulanen momentos históricos diferentes, no operan en estado puro y suelen encon-trarse combinadas situacionalmente.

Del análisis de las narrativas, se desprendió la imagen de un sujeto provincialideal cuyas notas morales incluían la hidalguía, el honor, la virilidad, la devo-ción religiosa y el patriotismo. El “gaucho decente”, en el modelo hispanizante,es la figura que condensa estos valores y frente a él se ubican, en orden descen-diente, el inmigrante (en tanto patrón), el gaucho-peón, el colla, los indios sal-vajes, el mulato y el negro. El correlato geográfico de estas identidades moralesdetermina un eje central en la ciudad de Salta y el Valle de Lerma y, más allá,periferias como el umbral del Chaco (“La Frontera”), los Valles Calchaquíes ymárgenes como la Puna y el Chaco. En el modelo criollizante latinoamerica-nista, sea en su vertiente sociopolítica como en la “metafísica”, lo mestizo ple-beyo en tanto “criollo” (nativo o “naturalizado”) se vuelve el paradigma de sal-teñidad, desplazándose la anterior preeminencia del gaucho decente y susotros. Es importante destacar que estos cambios son posibles a la par de un co-rrimiento de paradigmas físico-morales a otros culturales en el entendimientode lo social. La valoración del espacio regional en el modelo criollizante se ase-meja al anterior, aunque se notan intentos de zonificar con más detalle el mapadel mestizaje. Por otra parte, este modelo propone una reimaginación de Saltadentro de unidades geohistóricas más amplias como la región noroeste y Lati-noamérica.

Se desprende del análisis que, en su forma más simple, el juego de las identi-dades y diferencias se despliega entre las categorías de gaucho, colla e indio.Tanto en el modelo hispanizante como en el criollizante, los indios son identi-ficados en el pasado y, como tales, sólo sobreviven en el presente en la regiónchaqueña. La continuidad de este rasgo en las narrativas y modelos evidencia alos “indios del Chaco” como la diferencia interna más irreductible de la salte-ñidad. Espacio ideológico de salvajismo y de esencias puras inalcanzables aso-ciado a estilos “salvajes” de explotación capitalista y misionización cristiana, el“indio del Chaco” simboliza el “afuera” que reclama el proyecto civilizatorioprovincial. El “colla” opera de un modo diferente. En el modelo hispanizante,connota un término de mestizaje impuro o fracasado (a diferencia del gaucho),regionalmente distribuido “fuera” del Chaco y ligado a las clases bajas. El“colla” está “dentro” del sujeto provincial que, no obstante, lo vomita constan-temente cuando percibe en él las huellas de la indianidad genérica y/o la india-

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nidad extranjera (boliviana). En el modelo criollizante, el “colla” es positivadocomo “criollo” (nativo) de origen indígena y, en tal sentido, se alinea con elgaucho. Es mejor digerido por un ser salteño que ahora se proyecta en una di-rección integradora y democratizante, por un lado, y reparadora del espírituautóctono de la tierra, por otro. Entre las prácticas que desafían estos imagina-rios, como dijimos, está la reciente reemergencia indígena en zonas “mesti-zadas” tales como las de Puna y Valles Calchaquíes, justamente aquellas dondelo “colla” y lo “gaucho” daban la medida justa de la salteñidad. La aparición deltérmino “Kolla” con “K” es algo más que una convención lingüística; consti-tuye un acto contra-hegemónico que pone en duda los mitos locales del mesti-zaje como proceso ineluctable que desembocaría en una salteñidad única y ho-mogénea, sea ella aristocrática, plebeya o metafísica.

Sin duda, una de las posibilidades que abre nuestro trabajo es la de analizarcómo inciden las continuidades y cambios en los modos de imaginar a los “in-dios de Salta” sobre los debates políticos que orientan las políticas públicashacia los pueblos indígenas. En este sentido, podría compararse el modelocriollo de lo salteño presente en la política indigenista y la militancia indígenade los años 80 –basada en apelaciones a la “democracia social integradora” y lareparación verticalista– con el modelo supuestamente pluralista de los años 90que intenta regular las disputas políticas desde una retórica de “democraciamultiétnica y multicultural” y mecanismos “participativos”. Otra posibilidades la de indagar cómo operan estos modelos de identidad y moralidad en lasimágenes recíprocas de “indios del Chaco” y “kollas” que construyen los pro-pios indígenas para legitimar sus reclamos y acción política. Hasta entonces,esperamos que este trabajo pueda contribuir a una mejor comprensión de la re-lación entre matrices de identidad provincial y política indígena en Salta.

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Capítulo 8:

Política indigenista del estadodemocrático salteño entre 1986y 2004

Morita Carrasco1

Introducción

En un momento en que se cumplen diez años de la reforma de la Constitu-ción Nacional que consagrara el reconocimiento de los derechos especiales

de los pueblos indígenas, realizar una atenta lectura del tratamiento jurídi-co-político dado por la provincia de Salta a la “cuestión indígena” resulta unatarea imprescindible. Discutir aquí la manera en que una provincia de “antiguaraigambre” imagina a “sus” aborígenes, a la par de pensarse a sí misma, puedeservir para entender por qué, pese a ensayar una retórica política de lo correctoen materia de derechos indígenas, Salta no resuelve, y en consecuencia, agravala situación de irregularidad jurídica en que se encuentran las comunidadesasentadas en la provincia en cuanto a la propiedad de sus territorios.

En este capítulo se da por tanto cuenta de la “política indigenista” del estadosalteño llevada a cabo entre 1986 y 2004. La primera de estas fechas corres-ponde al año de inclusión en la constitución de la provincia de un artículo cuyodestinatario son los “aborígenes” y al comienzo de un estilo político caracteri-zado por la construcción y re-construcción continuas de relaciones clientelaresentre el Poder Ejecutivo, con cabeza en el gobernador, y una cadena de media-dores cuyo eje es el Poder Legislativo de la provincia. Con fines ilustrativos, elcapítulo rastrea la evolución de algunas demandas territoriales de los indígenasy las transformaciones que se producen en la política indigenista, pues éste es ellugar donde es posible observar tanto las prácticas políticas de los agentes esta-tales para conservar la hegemonía, como el creciente poder desafiante de los in-

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1 Docente-Investigadora de la Sección Etnología y Etnografía del Instituto de CienciasAntropológicas (FFyL – UBA).

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dígenas. Se priorizan dos momentos en la política indigenista; el primero,cuando se despierta el interés del legislador salteño por la producción de polí-ticas dirigidas a los indígenas como un sujeto pobre y necesitado de asistenciapara integrarse social y culturalmente a la ciudadanía de los salteños; y el se-gundo cuando, haciéndose eco de las transformaciones globales en materia dereconocimiento a la singularidad del sujeto indígena, el legislador indigeniza alaborigen, apuntando a alcanzar su integración a través de “un desarrollopleno”.

En el período transcurrido entre 1986 y 2001, el sistema político de Salta seocupó de llevar adelante una política de transformación normativa en materiaindígena, manteniendo más o menos constante una estructura administrativa(agencias estatales, funcionarios, procedimientos) que, aún con algunos cam-bios coyunturales, es utilizada como instrumento de control de los sujetosindígenas.

En 1986 se promulgó la ley 6373 “de promoción y desarrollo del abo-rigen” y se juró la Constitución Provincial reformada que incluía, entre otrasnovedades, la incorporación del artículo 15 de clara orientación indigenista.2

Más de una década después, fueron debatidos dos proyectos jurídicos. El pri-mero de ellos, en el ámbito de la Legislatura, comenzó en 1997-98 con unproyecto de reforma de la citada ley que culminó con su implementación en2001; el segundo tuvo lugar en 1998, en el marco de una nueva enmiendaconstitucional que derivó en una significativa modificación de aquel ar-tículo. Entre medio algunos hechos dramáticos, como la epidemia de cólera yla judicialización de la protesta social, y otros hechos reivindicativos –comola ocupación indígena de la plaza del Congreso de la Nación en Buenos Airesy la toma del puente internacional entre Argentina y Paraguay en el chaco sal-teño– hicieron visibles las contradicciones de un Estado que pretende ma-nejar la diversidad cultural con retóricas de reconocimiento y prácticas polí-ticas de clientelismo y cooptación.

El corpus de materiales recogido en todos estos años incluye debates de le-gisladores y constituyentes; proyectos y textos legales; comunicados de prensa,diarios locales y nacionales, actos administrativos; entrevistas; documentos ofi-ciales; cartas; planes y programas de gobierno. Sin hacer un análisis exhaustivode todos ellos, presento aquí algunas conclusiones y no pocas intuiciones, conla esperanza de ampliarlas en el futuro.

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Morita Carrasco

2 Esto es, combinando tutela e integración sociopolítica con desarrollo económico.

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I. Antecedentes

En un manuscrito previo del Grupo de Estudios en Legislación Indígena(GELIND, 1999b), nos ocupamos de revisar el estilo de la política indigenistasalteña entre 1986 y 1999. Retomaré en forma abreviada algunas de las conclu-siones de aquel trabajo, buscando a la par hacer foco en el tratamiento dado alas demandas indígenas de titulación de tierras. Tomaré como base algunos ca-sos que han adquirido cierta visibilidad en la esfera pública, poniendo de relie-ve el interjuego de tensiones entre el estilo clientelar de gestión del indigenismoprovincial y el movimiento indígena que no se subordina a los marcos en quepretende encuadrarlo aquél. El argumento que busco desarrollar es que las po-líticas sociales se emplean como instrumentos para neutralizar posibles resis-tencias de las bases y lograr el consenso necesario para los planes gubernamen-tales. En estos casos, y como intentaré demostrar, las políticas sociales se cons-tituyen en aparatos ideológicos del Estado a través de las cuales ejercer elliderazgo moral necesario para el mantenimiento de la hegemonía.

Frente al fracaso de las políticas de integración sociocultural de camuflar loindígena bajo una sociedad concebida como entidad homogénea, los legisla-dores y el poder ejecutivo salteño ensayarán diversas estrategias de circunscrip-ción del sujeto indígena codificando sus demandas, para que puedan acomo-darse a los planes políticos. Aunque no deja de recrearse un estilo degobernabilidad clientelar –más o menos populista, según el estilo personal delgobernante de turno– las políticas indigenistas del estado democrático salteñose fueron adaptando a los contextos políticos cambiantes, buscando mantenerel control de la población indígena.

Si hasta 1983 el político salteño había negado cualquier especificidad étnicay cultural en su población, en 1986 predomina una ideología enmascaradorade la diferencia que pretende que el indígena es “uno más de nosotros” –ciuda-danos–. En 1998, en cambio, bajo una retórica aggiornada a una política de re-conocimiento, en boga en el mundo, la diferencia se vuelve repentinamente unvalor a resaltar, indigenizándose al ciudadano “aborigen”.3

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3 Ludovico Incisa (1986:1282) acierta bastante al afirmar que “en algunos países donde no seha terminado el proceso de integración étnica y donde el elemento popular es el que presentacaracterísticas heterogéneas, como en Argentina y en Brasil, los populismos no invierten latendencia a la fusión étnica sino que la aceleran, favoreciendo la integración de los elementosétnicos marginales contraponiéndolos a los estratos dominantes aunque en estos últimos loscaracteres tradicionales aparecen marcados o exaltados.” Sus comentarios serían aplicables alcaso de Salta.

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Luego de años de proscripción durante la dictadura, los partidos políticosprecisaban restaurar la institucionalidad dañada y sus bases. Para ello los polí-ticos de profesión comenzaron por ofrecer al ciudadano –a cambio de legitima-ción y sostén electoral– toda clase de recursos públicos de los que pudieran dis-poner (cargos, empleos, donaciones, licencias, proyectos, etc.). Esta clase dedones y favores contribuyó a cimentar un estilo de gobernabilidad basado enrelaciones clientelares que, como bien señala Mastropaolo (1986:273), no traecomo resultado una forma de consenso institucionalizado pero aporta una redde fidelidades personales a través del uso personal de los recursos estatales porparte de la clase política. Partiendo de éstas fidelidades, aunque en términosmás mediatos, se consolida el sistema clientelar a través de la apropiación derecursos “civiles” autónomos.

En la provincia de Salta, las políticas sociales nacionales implementadas apartir de la recuperación de la democracia permitieron al sistema político localindividualizar al sector indígena como “pobre”, necesitado de protección yayuda para crecer. A partir de este recurso pionero desplegó una política socialpropia –focalizada, primero, y con participación de los actores directos en la fasede implementación, después-. Es que cuando los movimientos indígenas y susprotestas fueron haciéndose muy visibles y los recursos nacionales dejaron deproveerse, la provincia de Salta optó por una estrategia de neo-indigenización delaborigen que incorpora en el discurso una política de reconocimiento de la dife-rencia cultural, pero les transfiere a los indígenas la responsabilidad de gestionarla asistencia que les estaba dirigida, dejando así intacto o, mejor aún, reforzandoel sistema clientelar que se había creado. Se suma a ello el agravante de provocarel surgimiento de desigualdad entre las bases, que pasarían a depender en formadirecta ya no del político salteño, sino del dirigente indígena.

Las dos reformas de la Constitución provincial son los marcos ideológicosdel indigenismo salteño que se incorpora en 1986 como política pública con lasanción de la ley 6373 y se redefine en 2001 con la implementación de la ley7121, proceso éste a partir del cual desarrollaré el argumento propuesto arriba.

II. Grado de aculturación y relevamientopoblacional: preludio del interés indigenistadel legislador salteño

Pocos días antes de las elecciones nacionales que restablecieron el sistema de-mocrático en el país, el gobernador de facto de la provincia de Salta declaraba

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de interés provincial un proyecto emanado de la Dirección de Integración delAborigen dependiente del Ministerio de Bienestar Social. Su objetivo era de-terminar la cantidad de población existente en la provincia y la situación enque se encontraba, “a fin de promover una política destinada a lograr su incor-poración al desarrollo provincial”. No debe llamar la atención este emprendi-miento, pues aún en los gobiernos dictatoriales ha prevalecido la concepcióndel Estado de bienestar que debe garantizar a la ciudadanía servicios socialesuniversales (salud, educación, seguridad social). Lo extraño aquí es que esa in-formación comprendía la “evaluación del grado de aculturación faltante” paracompletar la “ansiada” integración sociocultural del indígena (Carrasco, 1991;Carrasco y Briones, 1996) a la ciudadanía salteña, algo que no se exigía paraotros casos. Esta concepción y estilo político persistirán, con no pocos cambiosideológicos, en los tempranos años de la vuelta a la democracia, pero se irántransformando progresivamente en las siguientes décadas por exigencia de losorganismos internacionales y agencias de cooperación económica que sonquienes especifican las nuevas condiciones a las que deben ajustarse las políticaspúblicas (Gómez, 2004).

El proyecto de Censo Aborigen Provincial se concretó en 1984 y sus resul-tados fueron publicados en noviembre de ese año, cuando la ciudadanía argen-tina inauguraba un nuevo ciclo de su vida política,4 prologada por el discursouniversal de los derechos humanos y la ansiada participación política de losciudadanos en la vida democrática –y comprendiendo, entre otras cuestiones,su involucramiento en la creación de políticas públicas-. Nada más obvio en-tonces, que la responsabilidad del legislador como representante del pueblo defomentar la integración de un sector de la ciudadanía salteña –el indígena–visualizado como ignorante, incapaz, atrasado, etc.

III. La política indigenista oficial salteña

III.1. Patronazgo estatal, pseudo participación y cooptaciónindígenasA comienzos del período ordinario de sesiones del año 1986, se discute en laLegislatura provincial un proyecto de ley que rechaza el estilo autoritario y pa-ternalista de gobiernos anteriores, pretendiendo establecer un modelo de igual-dad de oportunidades que, en definitiva, conllevaba poner en duda la necesi-

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4 Ministerio de Bienestar Social, Secretaría de Estado de Seguridad Social, Dirección Generalde Promoción, Departamento Integración Aborigen, 1984 Censo Aborigen Provincial.

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dad de reconocer derechos especiales a los indígenas. Así, este proyecto de “leypara los indígenas” tiene como objetivo principal promover su desarrollo eco-nómico “superando la miseria mediante su incorporación en el mercado producti-vo…” En los fundamentos se alude a la historia de muchas comunidades ame-ricanas que no han podido resistir los procesos de “desculturación” y se resaltael privilegio de la provincia de contar con 17.800 habitantes aborígenes. Nohay sin embargo una sola mención a los procesos de sometimiento encaradospuertas adentro.

Por esta época, los reclamos indígenas se canalizaban a través del Ministeriode Bienestar Social y estaban fuertemente orientados a dar respuesta a necesi-dades materiales –sobre todo en materia de vivienda-. De allí que la propuestade una ley indígena se presentara teñida de intenciones de elevación de la con-dición social del indígena a la de los “otros” ciudadanos. En el orden nacionaltambién se instalaban paliativos asistenciales como el Plan Alimentario Na-cional (PAN)5 para atender las necesidades de la población.

La importancia de programas de asistencia de este tipo en la práctica políticase expresa en el medio o estrategia de que se sirven para alcanzar a la poblaciónobjeto: una cadena de relaciones sociales, vínculos partidarios, amistades,clientelismos pre-existentes, etc. Estas mediaciones ayudaron a cimentar un es-tilo de gestión que probaría su eficacia mientras hubo recursos económicospara distribuir y más tarde también, aunque con una retórica diferente y mu-chos costos políticos. El medio es en sí mismo eficaz; aunque para mantenersesea necesario hacer concesiones a la base y sostener otras argumentaciones quejustifiquen su persistencia.

Así, mientras duró la política de asistencia alimentaria y atención primariade la salud, los reclamos indígenas no alcanzaban a trascender del ámbito local,tomando recién fuerza en términos de denuncia de violación de derechos hu-manos cuando, por los sucesivos ajustes a la economía nacional, dejaron deproveerse tales recursos.

En nuestro sistema federal de gobierno, y ante la implementación de polí-ticas sociales de supuesto contenido universal, los estados locales (a su tiempo:provincial y municipal) se ubican a mitad de camino en una cadena de media-

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5 Desde mediados de los años 80 se van aplicando en toda América Latina políticas socialesque tienen como objeto a la población considerada pobre o vulnerable. En este contexto, du-rante 1984, cuando la inflación alcanzaba al 700% anual, el gobierno nacional resuelve laimplementación del Programa Alimentario Nacional (PAN), consistente en la entrega deuna caja PAN conteniendo algunos productos de la canasta básica de alimentos a toda la po-blación que, según informes previos, se encontraba por debajo de la línea de pobreza. Mayo-ritariamente esa población se situaba entre los indígenas de zonas rurales.

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ciones de la acción benéfica del Estado central. En esa posición, los gobiernoslocales aparecen respecto de los beneficiarios de las políticas sociales en una po-sición de superioridad, como patrón que provee y protege a los actores sociales,que en una posición de inferioridad deben comportarse como poblacióngobernada y clientes del patrón.

La participación civil en el manejo de las políticas públicas (y, hasta ciertopunto la participación política) es una acción voluntaria de los sujetos que, alexigirse como un requisito, queda convertida en una obligación que los trans-forma en obedientes y disciplinados ciudadanos encargados de la implementa-ción de la política que les está dirigida. Justamente con la sanción de la ley6373 se plantea la siguiente paradoja: se dice a los indígenas que sean libres yautónomos para decidir y participar, pero se los predispone a cumplir con elmandato del legislador, quien, al referirse a la creación del Instituto Provincialdel Aborigen (IPA), les dice: “Esta institución está destinada a los aborígenes ydebe ser de ellos”.

Estatutariamente el directorio se integra con un presidente elegido por elgobernador; los vocales (uno por cada etnia mayoritaria) representan los inte-reses de los pueblos indígenas y son “elegidos” por sus bases. Pero la ley indí-gena no prevé regla alguna para el proceso eleccionario: integración de pa-drones, requisitos para ser candidato o elector, publicidad, etc. Entonces, dadoque siempre es preciso proceder con urgencia para integrar un organismo deesta naturaleza y debido a que nunca hay tiempo para cumplir con procedi-mientos ordinarios, el mecanismo privilegiado por el ejecutivo salteño para laconstitución del directorio del IPA fue siempre, de manera abierta o solapada, elde cooptación.6

Aun cuando sea difícil de probar, incluso en 2001 cuando por primera vezse realiza una elección ajustada a un procedimiento reglamentado, solapada-mente, la cooptación seguiría –como se demuestra más adelante– vigente. Enese año se contó con un padrón, se hizo una campaña proselitista, se dijo que serealizarían asambleas comunitarias para que cada comunidad presentara suscandidatos a electores, los cuales fueron reunidos luego por los interventoresnormalizadores del IPA en un gran cónclave donde se eligió de entre todos losternados un representante por cada pueblo indígena mayoritario. Pero la deci-sión estaba ya en parte pre-ordenada por los propios interventores, responsa-bles directos de las campañas proselitistas, de las presiones para obtener perso-

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6 “El término cooptación denota un sistema de integración de un cuerpo colegiado –directivoo consultivo– por el cual uno o más miembros son elegidos bajo designación de los miem-bros ya en funciones (Sani, 1989:430).”

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nería jurídica por comunidad bajo un modelo estatutario genérico, y de otrosrecursos para influir de un modo decisivo en la selección de los candidatos.Esta forma de cooptación es muy difícil de identificar porque en apariencia lasnormas habrían sido formalmente respetadas y los acuerdos ocultos son difí-ciles de probar. Sin embargo, en 2003 un fallo judicial dictamina la existenciade manejos improcedentes e irregularidades en el proceso, como se verá másadelante.

Ahora bien, en estos escenarios se fueron despertando entre los indígenas al-gunas vocaciones políticas. En Salta, como en otras provincias del país, mu-chos dirigentes comenzaron su activismo político como empleados de pro-gramas sociales como el PAN. La información de que disponían (lugar deasentamiento de las comunidades, composición y cantidad de integrantes, etc.)era vital para poder ejecutar los planes oficiales. De a poco se convirtieron en“mano derecha” de los coordinadores y funcionarios políticos que tenían a sucargo la entrega de alimentos. Simultáneamente con estas actividades fueronadquiriendo mayores responsabilidades y destrezas; con el correr del tiempo,de informantes claves pasaron a ser traductores culturales de las aspiraciones ynecesidades de las comunidades donde realizaban su tarea. Sería muy intere-sante detenerse a analizar la trayectoria de algunos de estos dirigentes del indi-genismo oficial para comprender la dinámica política del movimiento indí-gena y su articulación o no con el estado-como-sistema (Abrams, 1988). Entodo caso, lo que importa aquí es que tales redes de cooperación fueron paramuchos indígenas con vocación de políticos la oportunidad para insertarse enel Estado, a veces como asesores informales de los políticos tradicionales (legis-ladores, secretarios de estado, funcionarios), y otras como primer paso de aspi-raciones personales de llegar a ser ellos mismos representantes oficiales. Fue asíque se formó un cuerpo, bastante reducido por cierto, de dirigentes indígenasquienes sin requerir el consenso de sus bases comenzaron a aparecer en las listasde los partidos políticos como candidatos a concejales municipales e incluso adiputados provinciales, en tercer o cuarto lugar. Tal es el caso de un integrantedel pueblo tupí guaraní que fuera primero asesor de la Dirección de Integra-ción del Aborigen del Ministerio de Bienestar Social, luego vocal del directoriodel IPA, y finalmente diputado provincial por el Partido Justicialista. O el deuna mujer del pueblo wichí, Octorina Zamora, quien fue primero empleadadel PAN, luego asesora indígena del senador del PJ autor del Proyecto de la Ley6373 y, finalmente, fundadora del primer partido político indígena salteñoque compitió en 1989 por el Municipio de Santa Victoria Este en el departa-mento Rivadavia Banda Norte.

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Parece un contrasentido pero –así creada la trama de relaciones clientelaresentre el sistema político salteño y una naciente dirigencia indígena– el IPA seconvierte en mediador necesario de la política indigenista que los dirigentescooptados se encargarán de hacer llegar a una masa de supuestos beneficiariosde la ley, como clientes cautivos de un sistema indigenista estatal perverso.

III.2. Escenas en el recinto de la Cámara de Diputados de Salta.Se debate el Proyecto de la Ley 6373 “Promoción y desarrollodel Aborigen”7

Hablan los representantes del pueblo. Los sujetos indígenas miran desde la tri-buna; en última instancia su opinión cuenta apenas, pues son los legisladoresquienes interpretan los deseos y crean, en consecuencia, las necesidades indíge-nas sobre las cuales legislar. Disponen para ello de información básica: el Censode 1984.

En el recinto, se exhibe el capital partidario, se escenifican las contradic-ciones entre partidos y facciones; se discute y se aprueban las decisiones adop-tadas en la intimidad de las reuniones de bloque. Para convalidar sus empeños,los legisladores se dirigen a la tribuna en lo alto. Abajo predominan las no-ciones de reparación, reivindicación histórica, deuda, devolución, subsanarerrores del pasado, culpas por un mal heredado; arriba se responde conaplausos.

El informante del dictamen de mayoría de la Comisión Especial de AsuntosIndígenas pinta un cuadro de necesidades “patéticas, alucinantes” donde reinala frustración, el alcoholismo y la promiscuidad. Compasivo, el legislador pro-pone “devolvámosles la dignidad a nuestros hermanos aborígenes que claman ylloran por una ley que beneficie el desarrollo de su comunidad, que beneficie a suspueblos y los integre al ámbito productivo de la región, de la provincia y de la na-ción” (p.100).

En clave legislativa, los referentes de los tres partidos provinciales (Justicia-lista, Radical, y Renovador Salteño) acuerdan en el sentido y alcance de la de-volución: “las leyes sólo sirven como rasgos generales para el desarrollo; las leyes am-paran jurídicamente pero su desarrollo debe ser por la activa participación…”(p.101). Pero el sujeto interpelado por ellos es principalmente aquel que se-ñorea en el pasado, un sujeto ausente, partícipe necesario, sí, expresándose enla palabra autorizada de los representantes, para quienes la ley “más que una rei-

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7 Las citas textuales de este acápite fueron tomadas de la versión taquigráfica del debate legis-lativo publicado en el Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de Salta el 6 de mayo de1986, bajo el título “Promoción del desarrollo pleno del aborigen y sus comunidades”.

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vindicación es un homenaje” (p.107). A ese “primigenio hombre argen-tino-americano a quien perteneció la tierra en el pasado” se dirige la ley; “a esoshombres que nacieron en esta tierra, nos dieron ejemplo cabal de su lucha de suesfuerzo y de su grandeza”. No sorprende entonces que –constituida así la sub-jetividad aborigen– el debate sobre la propiedad de las tierras no requiriese de-masiado tratamiento, porque “la intención de la ley salta a la vista, lo que pare-ciera que está mal son los términos que estamos usando” (p.129). Sin embargo,esta confusión no es poca cosa, ya que la cuestión de fondo que se plantea esacerca de la propiedad de las tierras, y esto no es simplemente una fórmula re-tórica, sino jurídica. Es por ello que sólo ocupa una parte del debate para res-tringir las medidas de garantía de inembargabilidad a diez años, en lugar de losveinte que inicialmente se habían propuesto. Con una salvedad expresa que “sino están dadas las condiciones en cuanto a la preparación del aborigen y su toma deconciencia de lo que realmente va a significar ser dueño de la tierra, el plazo puedaalargarse a otros diez años” (p.131).

El debate aporta otro dato curioso: la intensidad de la disputa entre legisla-dores por el lugar de emplazamiento del futuro IPA; aquí lo que cuenta es el nú-mero. La cantidad de indígenas que convergen en Tartagal o en Embarcaciónparece ser el nudo de la preocupación por una distribución balanceada de dis-tritos electorales. De allí la necesidad de uno de los legisladores de aclarar queno se trata de un cuestión de caprichos ni una defensa de intereses políticos,sino tan sólo de “una cuestión de números”. De manera semejante, la composi-ción y elección de representantes indígenas en el Directorio del IPA concentrauna parte importante del debate. ¿Quiénes integran este directorio, cuál es elperfil requerido y cuáles sus facultades? Es interesante advertir que, a la par quese acepta el saber técnico, se aclara que, dada la magnitud de la institución, parasu dirección es más importante el conocimiento “real del manejo político”,pues “una persona que no sepa manejarse políticamente va a fracasar en estainstitución”.

Para concluir esta primera escena en el teatro del recinto, un último cuadroilustra con toda claridad el significado que la ley tiene para los legisladores: “si aestas comunidades, pretendemos a través de este proyecto, integrarlas, es porque endefinitiva queremos que el día de mañana sean unos ciudadanos argentinos más,porque…son tan argentinos como nosotros, porque fueron los primitivos dueños dela tierra y estas comunidades pueden y deben manifestarse” (p. 125. Énfasispropio).

La ley se promulga el 6 de mayo de 1986, cuando faltaban pocos días paraque se reuniese la Convención Constituyente que reformaría la Constitución

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Provincial. El 21 de mayo, el convencional Juan Carlos Romero convoca al tra-tamiento del artículo 15 bajo el título Aborígenes.

III.3. Escenas en la Convención Constituyente de 1986. LaAsamblea debate el Artículo 15 “Aborígenes”8

El clima que reina es el de los derechos humanos, el foco del debate es la ciuda-danía y, en este aspecto, el dilema que enfrentan los constituyentes es: “si todaslas personas son iguales, si todos somos ciudadanos ¿por qué discriminar a algunosllamándolos aborígenes?” (p. 408).

Más aún, “si son tan seres humanos como nosotros” (p. 408) comprovincianossalteños, hermanos nuestros como cristianos, entonces, concebirlos como dife-rentes, especiales, conlleva crear una ciudadanía de segunda. Por ende, si lapretensión de la Comisión Declaraciones, Deberes y Garantías es la creaciónde condiciones mínimas para lograr una sociedad democrática con igualdad deoportunidades para todos, y a tal fin ya se dispone de una Ley del Aborigen, esprocedente la reforma constitucional “para darle al indio la genuina herra-mienta para que por sí solo pueda ser artífice de un destino mejor, no se discute ladignidad de la persona y de ciudadano aborigen” (p. 410).

El reconocimiento de las identidades diferentes es para los constituyentes si-nónimo de lo que no debe hacerse. Como lo expresa uno de ellos, la cuestiónaquí es hacer una constitución, no “tirar una gran capa de maquillaje sobre la so-ciedad salteña” (p. 412) para ocultar lo feo. Reconocer, discriminar, apartar “noes la solución, si lo que se pretende es darle un lugar digno en la sociedad” (p. 411),para que “estos hermanos aborígenes se vean en un estado mucho mejor” (p. 411);he aquí el propósito de la creación de modificaciones normativas en materia deindígenas, meramente la igualación de oportunidades, sin considerar el pisodesde el cual partir ni los resultados que se alcancen.

III.4. Escenas del movimiento indígenaEl gobernador R. Romero (1983-1987), conciente de la importancia de man-tener encendidas las promesas electorales, encara en los albores de su gestiónun programa de distribución de tierras en la zona “caliente” del chaco salteño,pobladas por indígenas y ganaderos criollos. La propuesta consiste en entregarun título de propiedad a cada comunidad indígena y a cada familia criolla, perolos criterios en que se basa para el reparto no contemplan la forma de uso de la

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8 Las citas textuales de este acápite provienen de la versión taquigráfica de la ConvenciónConstituyente de Salta publicadas en el Diario de Sesiones de la Convención el día 21 demayo de 1986.

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tierra por parte de los cazadores-recolectores indígenas. Esto motiva a un grupode líderes a enfrentar el desafío de pedir al gobierno un territorio único bajo unsolo título para todos (Documento Indígena, 1984).9 Pero el gobernador sigueadelante y, en base a un estudio técnico realizado por el Consejo Federal deInversiones (CFI) en 1987, sanciona la Ley 6469 que establece el principio de launidad de explotación como criterio para regularizar la situación jurídica de losocupantes indígenas y criollos del lote fiscal 55. Si bien la unidad de explota-ción no es definida en la ley, queda implícito que se trata de la ganadera, que-dando afuera de toda consideración la forma de aprovechamiento de los recur-sos por parte de los indígenas (Carrasco y Briones, 1996; Carpinetti y Maran-ta, 2001; Gordillo y Leguizamón, 2002; Trinchero, 2000) y herido de muerteel pedido de un espacio territorial. De aquí en más la conflictividad por los re-clamos de tierras indígenas se constituirá en el principal motivo de confronta-ción y lucha contra hegemónica, conflictividad que recrudecerá cíclicamente,condicionando el mantenimiento de la hegemonía a las concesiones que serealicen.

IV. Contexto donde tornar posible lo deseado.Estilos y dinámica política del indigenismosalteño entre 1986 y 1997

IV.1. Esperanza democrática y estilo campechano depopulismo ruralLa nueva constitución se publica el 16 de junio de 1986, cuando el IPA llevabaya algunos meses de gestión. En la Nación era “el tiempo de los radicales”, delauge de los derechos humanos y la ansiedad de la sociedad civil por participaractivamente en la vida política. Mientras tanto, en Salta, gobernaba un viejocaudillo: Roberto Romero; en la Legislatura iniciaba su carrera política un“viejo conocedor de los indígenas”, Fausto Ponciano Machuca, quien habíasido maestro rural en el Departamento Rivadavia Banda Norte. Estas dos figu-ras fueron claves en la primera hora del indigenismo salteño. Para crear alianzasy restaurar el tejido dañado por los años de dictadura, nadie mejor que estosdos personajes cuyas simpatías y estilos facilitaban el contacto con las bases yaseguraban la aceptación de sus proyectos.

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9 Más adelante me detengo en el análisis de este caso de reclamo territorial.

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El “viejo” Romero, haciendo uso de su personalidad carismática, forjó unaamplia red de simpatizantes a partir de los cuales ampliar el espectro de parti-darios incondicionales que le permitieran sustentar un poder centrado en supersonalidad. De origen humilde, decía representar a las clases vulnerables,marginadas: obreros, campesinos, ganaderos pobres, trabajadores rurales; de-fendía el estilo de vida autóctono y tradicionalista del gaucho salteño, por loque era bien visto por la oligarquía güemesiana. Sin embargo, ligaba su interéspersonal con el desarrollo del capitalismo industrial, lo que le permitió esta-blecer una fortuna y poder considerable.10 Como buen caudillo populista, ope-raba en los sectores rurales a la manera de un padre o patrón que bendice yprovee de recursos al necesitado. Su estilo personalista y paternal despertaba se-guidores en cualquier parte de la provincia. Aunque los arreglos políticos quecelebrara estuvieran lejos de satisfacer las demandas de los más pobres, creabaadhesión simpática entre ellos; recordaba los nombres de los caciques de ciertascomunidades, les preguntaba por la salud de sus familias, el estado de la comu-nidad y su necesidades. Se sentaba en sus casas y tomaba mate con ellos, algoimpensable para la mayoría de los personajes de la oligarquía salteña, e inclusopara muchos integrantes de su propio partido.

La segunda de estas dos figuras trascendentes en las etapas inaugurales delindigenismo democrático salteño se parece mucho a la de un “broker cultural”(Bartolomé, 1971), un mediador entre el gobierno y sus gobernados, a la ma-nera de un intérprete de los deseos y necesidades de los indígenas y las institu-ciones estatales que proveen los recursos para satisfacerlos. Su función es máscompleja que la de un puntero político que mantiene un número estable dedeudores de favores políticos. Su misión es además la de un intelectual que, to-mando distancia de la encarnadura de las relaciones entre ambos, produce undiscurso que torna invisible los intereses espurios de la política y resalta el ladohumano de la acción de gobierno. Su desafío es el de articular retóricamente lacabeza del partido y el gobierno con una base siempre difusa y ambigua de po-tenciales clientes, y está capacitado para hacerlo debido a su condición demaestro. Su trayectoria es paradigmática de la carrera política de cualquierpuntero político11: comienza como encargado de una escuela rural de frontera,lo cual facilita su relación íntima, personal, cara a cara con aliados y posibles se-

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10 Entre ellas el monopolio del diario local El Tribuno.

11 Similar es la carrera de la convencional Laura Bonazzi que es quien se encarga de la distribu-ción de los bolsones para jubilados en la zona de Santa Victoria Este, del Departamento Ri-vadavia, banda norte.

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guidores;12 su primera actividad como funcionario de la administración es elmanejo y control de planes sociales,13 lo que le permitió reunir un número nodespreciable de deudores de favores que lo elegirían, posteriormente, como Se-nador provincial por el Departamento Rivadavia. Fue el autor del proyecto deley que crearía el IPA; obtuvo su re-elección por un nuevo período; propuso lareforma de la ley en 1997 y fue convencional constituyente en 1998. Duranteel régimen de Juan Carlos Romero, fue Secretario de Derechos Humanos de-pendiente de la Secretaría de Bienestar Social por dos períodos.

Dos figuras ejemplares de un modo de gestión menos moderno que feudal:el último cumple su función articulando deseos, expectativas y necesidades conrecursos que el primero pone a su disposición para el tendido y mantenimientode un séquito de agradecidos beneficiarios. Es el encargado de dejar bien enclaro cuál es el origen de los recursos, quién es el benefactor y en nombre de quéloables propósitos se realiza la acción política de dar y recibir. El gobernadorencarna el prototipo del pater familias que en la sociedad feudal brindaba pro-tección a una variedad de sujetos, esclavos libertos, familias campesinas de es-tatus bajo, o extranjeros de reciente inmigración, todas las cuales no encon-traban solución más adecuada que la de buscar la protección de las personasimportantes que poseían la tierra y cumplían las funciones políticas centrales,ofreciendo a cambio sus propios servicios (Mastropaolo, 1985). Uno y otroson eslabones igualmente imprescindibles en el entramado de las relaciones po-líticas que se irá armando en la primera etapa del indigenismo democrático sal-teño y se mantendrá en los años sucesivos mientras existan recursos econó-micos para distribuir a través de una cadena de mediaciones, aunque no seránpocas las concesiones que deberán hacer ante las demandas crecientes y cadavez más visibles en la esfera pública, de sus clientes indígenas.

IV.2. Reconocimiento sin consecuencias políticas. Semillasde indigenismo no estatal: ONGs, académicos, prensaEn 1987 y frente al temor de un fracaso, el gobernador Romero cauteloso antela posibilidad de un retiro de apoyo indígena a su proyecto opta por dejar ensuspenso la implementación de la Ley 6469 de regularización de la situacióndominial en el lote fiscal 55. La presión social produjo el efecto esperado –pa-

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12 No hay que olvidar que en esta etapa, inaugural de la redemocratización tras ocho años dedictadura, la fragmentación política y social era de tal magnitud que una parte importantede las actividades de la dirigencia política estaba dirigida a la creación de bases partidarias.

13 Como vimos, tuvo a su cargo la distribución de las Cajas del Programa Alimentario Nacio-nal (PAN).

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rar la ley– y el Partido Justicialista logró mantener su hegemonía en el gobier-no, aunque la línea interna del gobernador Romero perdiera la elección.

Aprovechando el compás de espera, las comunidades del fiscal 55 obtu-vieron apoyo económico de la ONG inglesa Survival International para ela-borar un mapa de topónimos indígenas que identifica los lugares usados histó-ricamente por ellas. Con base en este mapa, pidieron al gobierno un solo título–jurídicamente fundado– de propiedad colectiva sobre la superficie total quecontiene los lugares de uso del conjunto de comunidades. A diferencia del do-cumento presentado en 1984, en éste los indígenas no ocultan su ira y denun-cian al gobierno por genocidio: “Si nuestro gobierno no nos devuelve la tierranos va a matar no con armas sino con hambre (Lhaka Honhat “Nuestro Pe-dido” [1991], transcripto en Carrasco y Briones, 1996). Entonces, subsidiaria-mente al objetivo de parar la ley, la demanda indígena y las manifestaciones deapoyo a su reclamo colocaron en el centro del debate la forma diferente de usodel espacio y los recursos que practican los cazadores recolectores; se confirmade este modo la existencia de un sujeto sociocultural específico en el contextode la ciudadanía salteña (Carrasco y Briones, 1996; Gordillo y Leguizamón,2002).

Por esta época y en la misma zona, se venía gestando un movimiento polí-tico que pretendía independizase de los partidos tradicionales. La joven mujerwichí que había colaborado con el senador, artífice de la ley indigenista fundala agrupación política municipal Tewok Nechaiek para competir por la inten-dencia en Santa Victoria Este. Si bien no estaba claro quien/es, o qué faccióndel partido Justicialista sostenía/n la iniciativa, era a todas luces evidente quelos políticos tradicionales no veían con agrado que los indígenas eligieran can-didatos propios por fuera del partido. Y no es por casualidad que, justamenteese año, se incorpora a la provincia el sistema de Ley de Lemas, que lleva a com-petir al Tewok Nechaiek con trece sub-lemas justicialistas, perdiendo en conse-cuencia la elección.14

Sea como fuere, la actividad desafiante de estos activistas indígenas y sus aso-ciaciones estratégicas con ONGs provocaron su impacto15 y no menos costos a

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14 En un distrito electoral con mayoría indígena, comparecieron otras razones para que el par-tido indígena no llegara al poder. Entre ellas, no debe menospreciarse el retiro de apoyo delSenador Machuca (autor de la ley indigenista), la presión de sectores no partidarios queveían con desconfianza las ambiciones políticas de la mujer wichí,, y los propios indígenasque no estaban preparados y resueltos a encarar el gobierno municipal, aunque algunos deellos tuvieran alguna experiencia, al lado de los dirigentes de los tres partidos principales.

15 En 1989 Survival le escribe una carta al Gobierno de Salta advirtiéndole sobre la ilegitimi-dad de la ley 6469 y sobre la grave violación de Convenios internacionales (107 de OIT; De-

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los partidos tradicionales, los que de aquí en más se verían obligados a integrarcandidatos indígenas a sus listas de lemas y sub-lemas –algunos de los cualesquedaban incorporados a la municipalidad como concejales– y a hacer lugar alas demandas indígenas en sus plataformas. Un ejemplo de ello es que, ha-biendo perdido el Justicialismo la elección y faltando apenas cinco días paraalejarse del manejo de la administración provincial, el gobernador saliente ac-ceda a la petición del territorio que hacen las comunidades del fiscal 55 fir-mando con los caciques un acta acuerdo, por la que se compromete a unificarlos lotes 55 y 14 a fin de entregar un único título de propiedad a las comuni-dades, asegurando también la propiedad de parcelas de tierra a las familias crio-llas (Carrasco y Briones, 1996; Gordillo y Leguizamón, 2002; Trinchero,2000). Este compromiso –que fuera ratificado por un decreto del Ejecutivoprovincial, y nunca cumplido– es un ejemplo perfecto de la manera en que losreconocimientos constitucionales y legales se reducen a expresiones huecas, sino existe voluntad política de aplicarlos (Gómez, 2004).

Las crecientes demandas y protestas de actores indígenas exigiendo el cum-plimiento de la ley y los compromisos electorales pondrán en estado de alerta alindigenismo salteño, y aunque prevalecerá la concepción de ver a los indígenascomo objetos de asistencia más que como sujetos de derechos, muchos es-fuerzos y concesiones deberán hacer los legisladores y el poder ejecutivo parapoder mantener el control de la estructura clientelar montada para sostén de lahegemonía.

IV.3. Catástrofe y visibilidad internacional de la persistenciaindígena en la comunidad nacionalLa corrupción, el desorden en la administración y el incumplimiento de laspromesas electorales de los gobiernos justicialistas fueron determinantes paraque la mayoría de la ciudadanía salteña resolviera apoyar al “hombre fuerte”del partido Renovador Salteño, el Capitán Ulloa. Le tocaría ahora gobernar laprovincia a quien había conducido el timón de la política local en los años deplomo de la última dictadura, en medio de la celebración por la llegada de Co-lón a América y el afianzamiento del movimiento indígena a nivel continental.

Aparte de eso, en 1992 Salta aparecerá en la primera plana de diarios nacio-nales e internacionales debido a una sucesión de acontecimientos que tenían alos indígenas como protagonistas. Mientras en Río de Janeiro la Cumbre dePresidentes de las Américas creaba el Fondo de Desarrollo para los PueblosIndígenas de América Latina y el Caribe en señal de reparación por los dañosproducidos por la conquista, en Buenos Aires una masiva manifestación de ko-

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llas y wichí colmó durante veinte días la Plaza de los Dos Congresos para re-clamar los títulos de propiedad de sus tierras en la provincia de Salta. Presti-giosas figuras del mundo de la cultura y la política aparecían en las fotos junto alos dirigentes indígenas apoyando sus demandas (el escritor Ernesto Sábato, yel Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel).

Prologando estas producciones políticas indígenas, algunas escenas más dra-máticas habían dado ya la vuelta al mundo en febrero de ese año, a raíz de laepidemia de cólera desatada en el lote fiscal 55. En versión cruda y dura, el paísadvirtió la existencia viva de los indígenas, y la elite salteña se aprovechó de lasituación para resignificar sentidos que asocian lo indígena a la miseria, la inca-pacidad, el salvajismo y la brutalidad. A pesar de que la singularidad culturaldel sujeto indígena ya se había hecho visible de múltiples maneras y se habíainstalando en el resto de América Latina,16 a pesar de que ya estaba en vigenciael Convenio 169 de OIT que consagra sus derechos “especiales” y de que estastransformaciones habían provocado cambios sustantivos en el discurso indige-nista clásico para dar voz y protagonismo a los indígenas, la intromisión vio-lenta del cólera favoreció el rebrote del paternalismo estatal salteño y actualizóel campo donde sembrar recursos y cosechar agradecidos seguidores.

La campaña de lucha contra el cólera se transformó en vehículo para el flujode toda clase de representantes políticos: presidente, gobernador, senadores,diputados, secretarios de estado, ministros, directores y su nutrida corte deasistentes (asesores, informantes, punteros). Ninguno de ellos quería apareceral margen de la situación del horror indígena. Día a día se sucedían en la zonadel lote fiscal 55 los aterrizajes de aviones y helicópteros con su carga de ayudahumanitaria. Sin un plan racional, estos recursos y funcionarios provocaban lasensación de vivir en el continuo tiempo de la política (Carrasco, 1993) en quese renuevan las redes de recursos y favores a cambio de apoyo electoral.17 Noobstante, algo había cambiado, aunque los artífices del entramado clientelís-tico que antecedió a las movilizaciones indígenas no lo advirtieran.

La visita en este mismo año de la dirigente indígena Quiché y Premio Nóbelde la Paz, Rigoberta Menchú Tum y su comentario “estos son los indígenasmás pobres de la tierra” contribuyeron a aumentar aquellas percepciones delindigenismo oficial salteño. Pareciera que su breve estancia no alcanzó paraque pudiera percatarse de la potencialidad política que escondían esos indí-genas –bajo un velo de aparente inmadurez– como quedó demostrado a travésde la persistencia de sus luchas y los apoyos que fueron consiguiendo.18

El supuesto eficientismo del hombre fuerte de la dictadura comenzó a mos-trar sus debilidades, en medio de movilizaciones indígenas demandando dere-

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chos más que prestaciones sociales ante una reforma del Estado y la Constitu-ción Nacional que se anunciaba desde dos años antes al menos (Carrasco,2000).16 Por su parte, el Congreso de la Nación hacía lugar al pedido de expro-piación de las tierras indígenas de la Comunidad Kolla Tinkunaku en el depar-tamento de Orán, de propiedad del Ingenio San Martín de Tabacal.

El abundante álbum de fotos indígenas de la época muestra al presidenteMenem y al capitán Ulloa dando explicaciones del por qué de la postergaciónde la entrega del título de propiedad a los indígenas del lote fiscal 55 a la cúpulade la diócesis de la iglesia anglicana del norte argentino. Eran otros tiempos, lassemillas de la incertidumbre de la política se habían echado y había que cam-biar de estrategias para recuperar la hegemonía.

Dos hechos contrapuestos ilustran esta preocupación. Por un lado el Ca-pitán Ulloa crea una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuestade distribución de tierras entre indígenas y criollos en el lote 55 integrada porlos afectados directos, los asesores de los indígenas, académicos de las Universi-dades Nacional de Salta y Católica, funcionarios y asesores técnicos del go-bierno, además de representantes de las fuerzas de seguridad. Por otro lado,mientras esta comisión estaba desarrollando su labor, se resuelve sorpresiva-mente la construcción de un puente internacional en la zona demandada porlos indígenas, poniendo en riesgo el desarrollo de la negociación. Una vez más,a poco de finalizar su mandato, el gobernador emite un decreto enviando a laLegislatura provincial el resultado de las deliberaciones de la Comisión Ase-sora, a fin de que se dicte una ley de entrega de tierras, sin tomar en cuenta queel estado provincial ya se había expedido respecto a este punto mediante el de-creto emitido en 1991. Pero el Partido Renovador Salteño no renueva sumandato, y el proceso queda inconcluso.

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16 En 1990, con una amplia participación de indígenas y ONG´s, se conformó en Buenos Airesel Foro Permanente para los Derechos de los Pueblos Indígenas. En 1992 la Asamblea Per-manente por los Derechos Humanos realizó con especialistas, organizaciones y dirigentesindígenas unas Jornadas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, preparatorias de la re-forma del Artículo 67 inciso 15 de la Constitución Nacional sobre el mantenimiento del tra-to pacífico con los indios y su conversión al catolicismo.

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V. Régimen y reivindicaciones. El peligrode la (in)certidumbre de la política

V. 1. El régimen político del “joven” RomeroEn 1996 inicia su gestión el Gobernador Juan Carlos Romero, hijo del viejocaudillo. Fue gobernador en dos períodos sucesivos, para lo cual tuvo que reali-zar una reforma constitucional; fue candidato a Vicepresidente de Menem en2002; y reelegido gobernador en 2003 luego de una segunda reforma constitu-cional, esta vez sin debates en asamblea de constituyentes.

El estilo político del “joven” Romero difiere bastante del populismo campe-chano de su padre. Si aquél se vinculaba personalmente con el pueblo raso, éstese distanciará de las clases populares, de los indígenas, de los marginados. Su es-tilo se parece más al de un gerente que preside un directorio de cumplidoresfuncionarios encargados de implementar sus decisiones. Quizás donde habríaque intentar buscar las diferencias es en las maneras en que estos dos estilos degobernabilidad interpelan a los sujetos que conforman su base. Aunque nodeja de ser paradójico, el “pueblo” salteño era para el viejo Romero un grupo,más bien antagónico; afirmaba su poder en la masa de pobres, asalariados,campesinos, indígenas y obreros peronistas, pero lo consolidaba en base aalianzas estratégicas con los sectores de poder económico locales. El “joven”Romero basa en cambio su poder en las corporaciones económicas extra terri-toriales: agencias multilaterales de cooperación, financistas internacionales,empresas multinacionales de servicios, para lo cual precisa de una red deagentes que puedan crear en los ciudadanos deseos imaginarios de progreso. Ellema de su gestión es “Salta para los salteños: Progreso y Producción”. Su estilono es populista, aunque algunas modalidades de ejercicio del poder se instru-menten a partir de estrategias de ese tipo: la relación dones/favores-recursosinstrumentada desde una cadena de mediaciones; la cooptación de dirigentesindígenas, la realización de “arreglos” por fuera de las reglas. Donde el “viejo”Romero desplegaba su carisma en relaciones interpersonales con las bases, el“joven” se preserva del contacto personal; en público le habla al pueblo, peroactúa a través de un ejército de funcionarios de primera y segunda línea quetorna difícil saber de quién o cómo emergen las decisiones que contradicen lodicho por él. Nadie más que él está habilitado a hacer propuestas; en sugobierno no hay lugar para la diversidad de estilos. Su modalidad consiste encontrolar todas las formas de ejercicio del poder.

Ahora bien, el mismo año en que Romero (h) inaugura su administración,la organización indígena del lote fiscal 55 Lhaka Honhat vuelve al ruedo para

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exigir una respuesta a su reclamo territorial y, a modo de protesta, ocupa elpuente internacional en construcción durante 23 días, recibiendo la adhesión yel apoyo de legisladores nacionales, ONGs, Universidades, medios de prensanacional e internacional, etc. Solicitan la presencia del gobernador en la zonapara que les diga si va a aceptar o no su pedido de título, el cual nunca llega,pero la protesta se suspende con la aparición del Ministro de Gobierno quefirma con los manifestantes un acta comprometiéndose al dictado de un de-creto de entrega de tierras a los 30 días –acta que no se cumple. Por ende, en1998, Lhaka Honhat acudirá a la Comisión Interamericana de Derechos Hu-manos para denunciar al Estado argentino por la violación de sus derechos hu-manos. En este contexto, tiene lugar una segunda reforma de la constituciónprovincial que aportará entre otras novedades nuevas estrategias de control delos indígenas, como se verá en el siguiente acápite.

V.2. La incorporación del sujeto pueblos indígenasen la segunda reforma de la Constitución ProvincialEn 1998 se impulsa la adecuación de la provincia a los cambios globales que sevenían instalando hacía varios años, a través de una reforma de su carta magnaque incluye, entre otros cambios, la modificación del artículo 15, para hacerloconcordar con la constitución nacional. Propicia subsidiariamente el cambiodel término “aborígenes” por “pueblos indígenas de Salta”. El clima social ypolítico que domina la escena de esta segunda reforma constitucional es de res-peto por la diversidad cultural. Aunque legitima los conceptos de “reclamo in-dígena”, “autosuficiencia cultural y económica” y “distinciones legítimas”, eseclima no impide ni el predominio político del proyecto oligárquico clásico,17 nila reaparición en los debates constituyentes de conceptos decimonónicos comoel de “pureza”, o de proyectos de raigambre civilizatoria, ligados a la idea deque “se deben poner al alcance de ellos los elementos necesarios para que se de-sarrollen en un medio favorable”. Dice, por ejemplo, la Diputada Laura Bo-nazzi (P.J.):

“Aborigen, en la concepción terminológica y en uso actual, implica quecualquiera que provenga de un lugar determinado es un aborigen. Las comuni-dades que tienen una etnia preexistente a la nuestra, y que continúan en la pu-reza de la misma, entienden, con acierto, que algún término debe ser inequí-voco y por sí solo comprensivo de la distinción sobre el resto de los nativos. Esetérmino es indígena. Nuestro bloque ha entendido que ese reclamo debe ser es-

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17 En la constitución reformada en 1998 los derechos territoriales indígenas se restringen a“tierras fiscales” y se protegen los intereses de “terceros”.

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cuchado. Nuestra posición política no avanza sobre las distinciones legítimas,sino en la búsqueda del bienestar general, respetando las diferencias que com-ponen la sociedad argentina […] El idioma, la educación, la religión las cos-tumbres, la idiosincracia de todo tipo y tantos aspectos más, merecen reconoci-miento, respeto y, a veces, hasta medidas de acción positiva que puedanalcanzar el nivel de la discriminación inversa. […] El fundamento de los pue-blos indígenas es la preexistencia, la cual no es sólo preexistencia al Estado ar-gentino, sino que es vigente en todo momento de vida de evolución de los pue-blos indígenas que esgrimen un argumento indio. Nosotros creemos quedebemos sancionar un artículo que permita la autosuficiencia cultural y econó-mica de los indígenas. No nos inscribimos en el paternalismo o tutelaje. Condecisión principista, sostenemos que se deben poner al alcance de ellos los ele-mentos necesarios para que se desarrollen en un medio favorable, desde elpunto de vista general de sus necesidades y proyecciones […] Por nuestro amoral pasado y por amor a nuestros hermanos indígenas, estamos consagrando unagarantía para que las comunidades indígenas perduren en el tiempo, pero esosí, en otras condiciones.” 18

Si en 1986 los reclamos indígenas aparecían relativamente articulados su-pralocalmente y sin especificidad en términos de juridización de lo indígena,en 1998 en cambio los reclamos adquirieron mayor consistencia y articulaciónestratégica entre organizaciones indígenas y el apoyo de agentes externos (na-cionales e internacionales) se tornó factor sistemático y visible.19

En términos de los horizontes de significación en base a los que los políticosproducen sentidos, se advierte un desplazamiento simbólico que lleva a resigni-

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18 Esta y las demás citas de este acápite fueron tomadas de la versión taquigráfica publicada porla provincia de Salta bajo el título “Convención Constituyente de la provincia de Salta. Reu-niones de Comisiones 1998”.

19 Las manifestaciones de organizaciones locales fueron acompañadas por organizaciones indí-genas nacionales como la Asociación Indígena de la República Argentina (AIRA). Se confor-mó una Mesa Coordinadora con representantes indígenas de nueve zonas de la provinciapara la redacción de un único proyecto de reforma del artículo 15, que luego de ser discutidoy consensuado se elevó como propuesta indígena a la Comisión de Declaraciones, Derechosy Garantías. Se conformó a su vez un Equipo de Asesores y Apoyo a la iniciativa indígena,integrado por el Centro Para Investigaciones en Historia y Antropología de la UniversidadNacional de Salta, ASOCIANA (Asociación Social de la Diócesis de la Iglesia Anglicana delNorte Argentino), FUNDAPAZ (Fundación para el Desarrollo en Paz), ADE (Asociación parael Desarrollo), ENDEPA (Equipo Nacional de Pastoral Aborigen), el Centro de Estudiantesde la Universidad Nacional de Salta, y periodistas locales. Fueron también adherentes extra-territoriales personalidades como el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, la Her-mana Marta Pelloni, varios Obispos y académicos de las Universidades de Buenos Aires, Na-cional de la Patagonia, Nacional de Misiones, entre otras.

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ficar nociones como las de “integración” y “pobreza”. La integración a la co-munidad nacional queda mayormente vinculada a la creación de un marco deprotección de la diversidad, sin que en la práctica se emprendan transforma-ciones sustantivas en la operatoria de la sociedad envolvente (GELIND, 1999b).El presidente de la comisión define la coyuntura como un:

“[…] proceso encaminado a acabar con el olvido y la postergación de lasmismas [comunidades indígenas], encaminadas bajo la idea conceptual rei-vindicatoria del respeto por las minorías, por los sectores menos beneficiadosdel sistema, y en particular, el respeto por las minorías étnicas y la búsqueda desu integración […] el derecho humano fundamental a la diversidad, de serdistintos; de que se respete el ser distintos; y que se interprete ello sin pretenderimponerse ni analizar sus valores culturales tras el prisma de una cultura dife-rente, derecho a ser como uno es y no como los demás pretenden [...] Para ello esmenester conocer desde el otro su cultura e incorporarlo como un valor –dife-rente– pero que enriquece la propia cultura” (p. 52 y ss).

En suma, no se renuncia a “la búsqueda de su integración”, pero la mismaparece reducida a una “incorporación simbólica” que lo que mayormente hacees enriquecer “la propia cultura”. La constituyente aliancista Alba Chapaktambién destaca la participación y aporte indígena, definiendo la coyunturacomo umbral de reparación en definitiva más programática que pragmática, alafirmar que “…se deja atrás una etapa signada por el desconocimiento del indí-gena, pasando a otra que aspira a la construcción de una provincia diversa yunida en su multiplicidad” (p. 55). Si vemos como Chapak sigue argumen-tando el marco legal, se advierte una declamada adopción de los principiosprogramáticos de la C.N. en los distintos aspectos (preexistencia, personeríajurídica, educación bilingüe, tierras comunitarias, participación). Por su-puesto, esta constituyente también se embarca en la retórica de diversidad,pero no dice nada de la cláusula 2 que es clara huella de la no voluntad de reco-nocer plenamente el derecho a la tierra si ello afecta la propiedad privada deterceros (p. 56 y ss.).

El signo “diversidad” se convierte en clave para nivelar desigualdades, peroen la práctica se desatienden las causas profundas de esas desigualdades. La po-breza de los indígenas no es un factor que se enfatiza, pero sobrevive como sig-nificante flotante que puede eventualmente investirse de connotaciones parti-culares, como el de considerarla un efecto de las “diferencias culturales”.Buscando distinguir diferencia de desigualdad, sostiene Machuca que “….sus

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condiciones materiales de vida, que efectivamente son inferiores como pro-ducto del sistema económico impuesto” no significan, como se tiende a creer,que pertenezcan “…a una ‘raza inferior’ […] [por vivir] de acuerdo a normas yvalores de una ‘cultura inferior’” (p. 65).

Así, las formulaciones de reconocimiento de la especificidad jurídica del su-jeto indígena son sólo aparentes y no hay duda de que el motivo de la apariciónde estas regresiones está vinculado al temor que generan la creciente claridadque exhiben los proyectos indígenas que se instalan y disputan también en laarena nacional e internacional,20 el fortalecimiento de la dirigencia y de losapoyos externos que consiguen –todo lo cual va instalando la percepción deque incluso los reclamos de máxima pueden ser llevados a la práctica con éxito.

Podría postularse, asimismo, que la retórica de los DDHH tiene algo de“contagioso” que invita a una adopción superficial en todos los campos delejercicio político, sin considerar el costo político o las consecuencias que ellopuede acarrear. La forma en que Machuca hace una defensa de la reforma cons-titucional es un interesante ejemplo de cómo se adopta la nueva retórica de ladiversidad que plantea a nivel de discurso explícito la promesa de un mundoenteramente novedoso y promisorio, mientras la interpretación de sus alcancesqueda subordinada desde concepciones indigenistas clásicas –lo que en con-junto enmascara los aspectos regresivos del artículo aprobado. En este sentido,las restricciones se indexan mediante comentarios indirectos que ponen límitesal declamado “pluralismo jurídico” y a la radical participación que se pro-meten. Por ejemplo, respecto de la participación que la C.N. asegura operativa-mente, Machuca baja su nivel de derecho especial cuando circunscribe: “Ase-gurar la participación de los pueblos indígenas en los temas que les afecten noes otra cosa que garantizar el derecho que tenemos todos los ciudadanos de par-ticipar en la gestión de los intereses que los afecten” (p. 76). Del mismo modo,Machuca abre el juego cuando introduce el concepto de derecho consuetudi-nario como práctica que se viene dando de hecho, pero inmediatamente encor-seta el alcance de ese derecho, cuando afirma la necesidad de: “…admitir lo quese desarrolla en la realidad dándole legitimidad jurídica a esa situación dehecho (siempre que no contraríe a las leyes)” (p. 77-8).

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20 En 1995, la comunidad Kolla de Finca Santiago (Iruya) se movilizó a Buenos Aires para re-clamar por la ejecución de la ley de expropiación que le otorgaba la propiedad de la tierra. Alsiguiente año la comunidad Kolla Tinkunaku de Orán hizo lo propio para reclamar lo mis-mo. En 1998 los principales diarios de Europa (Le Monde, Observatorio Romano, The Ti-mes, entre otros) publican una solicitada del Pueblo Wichí en contra del presidente Menempor la falta de justicia frente a su reclamo de titulación de tierras en el lote fiscal 55. Los prin-cipales diarios nacionales (Clarín, La Nación, Página 12) replican estas noticias.

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En este sentido y aun tomando en cuenta las restricciones introducidas, pa-rece que los legisladores salteños (como en su momento los constituyentes na-cionales) fueron flexibles a seguir el buen discurso de los DD.HH., sin ser plena-mente concientes de los recursos que ellos mismos habilitaban para la luchapolítica y jurídica indígena con el establecimiento de los nuevos marcos legales.

Más allá de lo señalado, un punto de inflexión en el tratamiento del artículo15 fueron las discusiones acerca de la propiedad colectiva de la tierra. Luego deirregularidades en el funcionamiento de la comisión y dilaciones injustifi-cadas,21 la cuestión terminó precipitadamente en un pasillo de la Legislatura(no en la sede de la Asamblea Constituyente), con una comunicación telefó-nica del gobernador J. C. Romero imponiendo la inclusión de la controvertidacláusula II que restringe el derecho que dice reconocer.22 Por una parte, se li-mita el reconocimiento del derecho a la posesión y propiedad a la tierra fiscaluna vez que sean saneados los derechos de terceros, y, por la otra, se somete elejercicio del derecho al arbitrio de eventuales acuerdos de partes con pobla-dores no indígenas. Esto equivale a dejar en manos de los afectados directos la

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21 La Comisión de Declaraciones, Derechos y Garantías estaba integrada por una mayoría deconvencionales del Partido Justicialista (7) y una minoría de la Alianza Salteña (UCR–Reno-vador Salteño). Durante dos semanas no realizó ninguna sesión, ya que se trabajaba en losbloques de los partidos políticos. Los representantes indígenas y las organizaciones de apoyoeran recibidos por separado en los bloques. La primera sesión comenzó el 10 de marzo antela presencia de 150 indígenas, con la lectura de los proyectos ingresados y las expresiones deapoyo recibidas. Cuando la sesión se levantó, las organizaciones de apoyo fueron convocadaspor el presidente de la Convención (no de la Comisión) y convencionales de ambos bloquespara manifestarles que, si bien no estaba en contra de la presencia de los indígenas “…me dalástima que estén acá, sin poder brindarles comodidades…., convénzalos ustedes de que sevayan tranquilos, porque no está en el ánimo de los convencionales perjudicarlos...” Al rea-nudarse la sesión no se analizaron los proyectos presentados sino sólo los de los bloques.Aunque el proyecto de la Alianza no satisfacía las expectativas indígenas, los dirigentes consi-deraron que podía ser modificado; luego de una discusión dilatoria y un cuarto intermedio,pasó a debatirse el proyecto justicialista, el que se convertiría –por simple imposición numé-rica– en Dictamen de Mayoría. Los representantes indígenas fueron privados de una copiapara analizar su contenido, por lo cual se retiraron del recinto a los gritos reclamando justiciae interpelando a los Justicialistas como “Hijos de Roca”, luego de lo cual realizaron variasnotas de prensa. Curiosamente, el diario “El Tribuno”, propiedad del gobernador, publicauna nota donde presenta este dictamen como un logro del lobby indígena y los convencio-nales justicialistas.

22 Dice la cláusula II del artículo 15 de la Constitución Salteña reformada en 1998: “El Go-bierno Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los pobladores indígenas comono indígenas, con su efectiva participación, consensuar soluciones en lo relacionado con latierra fiscal, respetando los derechos de terceros.”

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responsabilidad de autogestionar el goce de su derecho, desentendiéndose elEstado de su responsabilidad.

V.3 Otra vuelta de tuerca: del IPA al IPPIS o la estrategiade convertir la política del indigenismo clientelar en políticade participación indígenaComo decíamos en un anterior trabajo (GELIND, 1999b), si en 1986 imperabaun contexto de pobreza donde poder instalar una política de integración del su-jeto indígena a la vida civilizada, en 1998 se declama el reconocimiento a la di-versidad pero, en lo concreto, para el legislador el problema continúa siendo lafalta de integración socioeconómica, por el fracaso de ciertas políticas generales.De ahí que se plantee en el Senado la necesidad de reformar la Ley 6373, a fin degarantizar a aquél un “desarrollo pleno”. El proyecto, que no casualmente es deautoría del Senador Machuca, muestra como tendencia justamente, la tensiónno resuelta entre el reconocimiento de la diversidad y la implementación de polí-ticas que limitan la capacidad de concreción de los objetivos manifestados en di-cho reconocimiento.23 Se distancia así de la Ley 6373, propiciando la “indigeni-zación” del IPA al estipular que las autoridades de la entidad deben acreditar sucondición de indígenas elegidos por indígenas. Al mismo tiempo, lo margina dela esfera del ejecutivo, lo que conlleva una “desestatización” –relativa– de la cues-tión y política indigenistas. Tras la aparente ampliación del margen de autono-mía indígena, se esconde una retracción de la responsabilidad estatal. En el ima-ginario estatalista de la política predominante aún en la época, se restaría al orga-nismo de aplicación de la política indigenista la capacidad de lograr los objetivospregonados de “desarrollo” de los “pueblos indígenas”.24

Se suscita aquí una línea de interpretación que viene a complementar la pri-mera. En el plano de los marcos y procedimientos de regulación y control so-cial, la rápida aparición de interpelaciones jurídicas centradas en el discurso dela diversidad cultural está orientada primordialmente a propiciar consenti-mientos en ciertas zonas sociales (auto) exhibidas y detectadas como “pueblosindígenas”, en tanto que la fijación simultánea de cláusulas restrictivas pare-cería vinculada a una estrategia de búsqueda de asentimientos en el “funcio-nario público” (gobernante, legislador, juez, etc.) y en otros sectores de la “so-

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23 Entre otras modificaciones, el proyecto incluye las siguientes sustituciones: a) Ley de Pro-moción y Desarrollo del Aborigen (1986) por Ley de Desarrollo de los Pueblos Indígenas deSalta; b) Miseria (86) por pobreza (98); c) La sede Tartagal (86) por Salta (98).

24 Por imaginario estatalista aludimos a concepciones que ven al estado como artífice e instru-mentador central de las acciones “propiamente políticas”.

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ciedad” (empresas agroindustriales, mineras, viales, etc.), temerosos de lacreciente capacidad logística de los proyectos políticos indígenas –capacidadque lleva incluso a la suposición de que algunos reclamos de alta prioridadpodrían disputarse en arenas extraterritoriales.

Sin duda, la tensión manifiesta entre normas “regresivas” y formulaciones“progresistas” indexa a su vez una serie de tensiones políticas en dos direc-ciones. Por un lado, la intencionalidad de dar continuidad a remozados meca-nismos clientelares que aseguren control de reclamos indígenas a través de lamanipulación de una dirigencia indígena supuestamente corruptible y co-rrupta. Por el otro, que ni las presiones indígenas ni el avance jurídico dado porel marco de la C.N. pueden ser directamente negados. Al menos a nivel de prác-ticas discursivas, ya no es posible tampoco en Salta ser “políticamente inco-rrectos” (GELIND, 1999b).

Aunque las reformas se aprobaron en el último día de sesiones del año 1997,la nueva Ley 7121 se promulga en diciembre del 2000 y se implementa en 2002.

V.4 Desarrollo y capacitación: la inclusión de pasantesindígenas al IPPIS como agentes neoindigenistas del EstadoTras el lema “juntos podemos hacerlo”, el programa de gobierno de J. C. Ro-mero pone el acento en el progreso y desarrollo local y regional (creación de laRegión del Norte Grande; Corredor Biocéanico; ZICOSUR, Zona de Integra-ción del Centro Oeste de América del Sur) con base en la puesta en marcha deobras de infraestructura (rutas, ferrocarriles, gasoductos, electrificación rural,entre otras), el fomento al turismo y la promoción de la producción agrícola.25

Pero los conflictos estallarán apenas comenzado el año 2000, como efecto deun modelo económico signado por la concentración de la riqueza y la flexibili-zación laboral, que profundizará la pobreza y exclusión, sobre todo en los de-partamentos San Martín y Rivadavia donde explotarán los cortes de ruta pordesocupados en demanda de Planes Trabajar –que en la práctica funcionabancomo subsidios de desempleo-. Los reclamantes serán reprimidos con violenciapor las fuerzas de seguridad, generándose una seguidilla de actos de furia porparte de los piqueteros, así como muertes y procesamientos de manifestantes(CELS, 2001:175-6).

De estas protestas participan también los indígenas de la zona y, entre otrosreclamos, vuelven a la carga con sus pedidos de tierras. El título de propiedad

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25 Cfr. “Cinco años de desarrollo. Plan Quinquenal Salta al 2000” (Gobierno de la Provinciade Salta 1999).

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de Finca Santiago estaba en vías de ser entregado a sus dueños,26 pero el con-flicto del lote 55 seguía su trámite bajo la supervisión de la Comisión Interame-ricana de Derechos Humanos. A su vez, la Comunidad Kolla Tinkunaku seenfrentaba con la nueva propietaria del Ingenio San Martín de El Tabacal, laCorporación Seabord de EE.UU., paralelamente a que nuevos conflictos y de-mandas se hacen más visibles en esos departamentos. En noviembre de 2000,unas 300 personas se plegaron a las protestas de los desocupados para exigir algobierno la entrega de la totalidad de las tierras del lote fiscal 4 (36.000has)ubicado en la ruta 86, a unos veinte kilómetros de la ciudad de Tartagal, el cual–según denuncian los indígenas– estaba siendo explotado por una empresamaderera. En Santa Victoria Este un grupo de indígenas tomó la Municipa-lidad para protestar por una obra que el intendente local deseaba llevar a caboen la Comunidad de Santa María.

En su intento por desactivar la protesta indígena, el gobierno apura la im-plementación de la nueva ley, básicamente a través de dos estrategias: el otorga-miento de personerías jurídicas a toda agrupación indígena que lo solicitase; yuna intensa campaña de promoción de la participación indígena para llevar acabo las elecciones que marca la Ley 7121 a fin de conformar el Directorio delIPPIS. Una y otra acción están indisolublemente ligadas en el marco de un planpara desalentar la conformación de alianzas entre organizaciones y comuni-dades que pudiesen actuar como actor político unificado frente al Estado,como habían demostrado que eran capaces de hacerlo en oportunidad de la re-forma constitucional del 1998.

Para ilustrar este punto, basta con leer comparativamente los procesos de re-clamo de los lotes 4 y 55. El pedido del lote 4 lo encara un dirigente Wichí conun importante peso político en el contexto provincial, no una organización debase. La mayoría de las comunidades que reciben el título no viven en el lote;11 de las 16 mencionadas en el decreto son comunidades periurbanas, sinningún antecedente de ocupación, posesión o tenencia del fiscal 4. Más aún,una de las comunidades mencionadas expresó su voluntad de no ser titular deldominio y, sin embargo, queda incluida en el decreto de entrega. Este decretoestablece que la entrega se encuadra en la Ley 6570 de Colonización de TierrasFiscales; sin embargo, no se respetaron los requisitos que marca la ley para seracreedor a la tierra. Por el contrario, la demanda del fiscal 55 se formula desdeuna organización de base que nuclea a cuarenta comunidades que ocupan tra-dicionalmente las tierras que reclaman; estas comunidades hicieron entrega al

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26 En 1999, en medio de un despliegue espectacular, el presidente Menem y el gobernador Ro-mero entregaron la posesión de las 125.000 hectáreas, pero no el título definitivo.

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gobierno de Salta de toda la documentación probatoria (censos, croquis de losasentamientos, mapa territorial, historia de la ocupación y fundamentaciónlegal) para acreditar la legitimación de su pedido. En la negociación que se rea-liza en el marco del proceso de solución amistosa ante la CIDH, actúa como unaasociación política de jefes de todas las comunidades legalmente constituida–sin que el gobierno acepte reconocerla– ajustando su accionar al procedi-miento legal (Carrasco y Rossi, 2003). Sin embargo, su demanda continúairresuelta mientras soporta el continuo hostigamiento del gobierno para rom-per con la organización.27 Como dijo un dirigente de la zona, el título de pro-piedad del lote 4 es un “título de piqueteros” porque se otorgó bajo presión28 eintereses políticos espurios, sin el cumplimiento de los requisitos legales exi-gidos por el mismo decreto de adjudicación (Palmer, 2004).

Finalmente el 15 de noviembre de 2002 queda conformado el Directoriodel IPPIS bajo la presidencia de un dirigente del pueblo Chorote y con la incor-poración de representantes de los pueblos diaguita y kolla que no fueran consi-derados inicialmente. Además de esta inconcebible exclusión –después de la vi-sibilidad de la protesta kolla nadie podía negar ya su existencia en la provincia–todo el proceso eleccionario estuvo plagado de irregularidades, como se evi-dencia en un fallo de la justicia local que hace lugar al amparo presentado por elPresidente del IPPIS en octubre de 2003 en defensa de su cargo y solicitando lahomologación de las representaciones kolla y diaguita.

Cuando los mecanismos clientelares no responden y la cooptación no puedehacerse efectiva, acota Sani (1989), por los medios habituales, se recurre a lacoacción. En 1999 el gobernador Capitán Ulloa dispone la intervención delIPA aduciendo incapacidad de los indígenas para comprender la importanciade la Ley 6373 y desorden administrativo. Extrañamente la medida va acom-pañada de la designación como interventor de la misma persona que se veníadesempeñando como presidente del Instituto, pero también de la cesantía deempleados aborígenes y su reemplazo por profesionales no indígenas –a pesarde que la ley da preferencia a la designación de indígenas-.

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27 En 1999, encontrándose en marcha la denuncia ante la CIDH, el gobierno hizo entrega de 5parcelas de tierra a familias criollas y 4 a familias indígenas, como si se tratara de comunida-des. Esta adjudicación ha sido objetada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por laimprocedencia y no respeto de la legislación vigente.

28 El mismo diario El Tribuno (22/10/02) menciona que, según la justicia, el título se entregóbajo “extorsión agravada”, ya que los indígenas amenazaron con sacrificar a una mujer wichíy a su hijo si el gobierno no entregaba el título.

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Una vez más, en octubre de 2003 el gobernador J. C. Romero resuelve la in-tervención del IPPIS por “graves irregularidades” en el manejo de los fondos29

detectadas por la Sindicatura General de la provincia. Lo más asombroso deesta última intervención es que ella se resuelve en el contexto de la campaña porla tercera gobernación de J .C. Romero, al día siguiente (7/10/03) de emitidoel fallo judicial (6/10/03) arriba citado, por violación del debido proceso antelo resuelto por cuatro de los ocho vocales del IPPIS (Resolución 28/03). Se dis-pone, sin motivo alguno, que la presidencia estaría a cargo de uno de estos vo-cales, destituyendo así al presidente, y negando la designación de los vocales delos pueblos kolla y diaguita, quienes no figuraban inicialmente como inte-grantes del Directorio del IPPIS. En el decreto de intervención, el ejecutivohace un sucinto descargo respecto de la designación de los representantes kollay diaguita, argumentando que la Inspección General de Personas Jurídicas noha participado ni avalado ni controlado los plenarios correspondientes a estasetnias, habiendo entonces sido la incorporación efectuada por el IPPIS de vo-cales no legitimados –vocales electos sin la presencia ni el control del TribunalElectoral de Garantía previsto por el decreto 768/02. Por ende, el Gobernadordecreta la designación de una Comisión Interventora y Normalizadora, nom-brando entre sus integrantes a un dirigente que había sido ya presidente del IPAen otra gestión del Partido Justicialista, quien es además vocal firmante de laresolución que destituye al Presidente del IPPIS que solicita el amparo.

Entre las funciones a cumplir por la intervención figuran las siguientes: (a)elaboración de una propuesta que prevea la reestructuración y funcionamientodel IPPIS en un todo de acuerdo a las políticas implementadas por el poder eje-cutivo; (b) coordinar con la Secretaría de la Gobernación de Desarrollo Socialla elaboración y puesta en funcionamiento de las acciones tendientes a la im-plementación de programas conjuntos para la atención de la población indí-gena de la provincia; (c) proponer las modificaciones a la Ley 7121 que se con-sideren necesarias para adecuarla a las actuales y reales necesidades de lapoblación asistida por la citada norma. Dada la magnitud de la población in-dígena de la provincia, su dispersión geográfica y la variedad de necesidadesque presentan –y considerando la necesidad del IPPIS de contar con agentes enlas diferentes comunidades aborígenes que oficien de nexo entre la institucióny sus componentes– la gestión 2004 creó para lograr estos fines un sistema de

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29 “El contrato de alquiler de la oficina no se encuentra sellado, los gastos de taxis no se encuen-tran autorizados ni justificados, no se adjuntan órdenes de pago a las rendiciones de cuentas,los recibos de sueldos incluyen conceptos como compensaciones de gastos y gratificaciones.”(Extraído del expediente judicial.)

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pasantías rentadas para aborígenes que acabará restaurando en la práctica polí-tica el mismo estilo clientelar que la retórica de reconocimiento de la diver-sidad y el protagonismo indígena contradicen.

Palabras finales

Hemos visto en las páginas precedentes la manera en que Salta ensaya una retó-rica de enmascaramiento del sujeto indígena primero y de reconocimiento des-pués, mientras implementa, en la práctica, un estilo de gobernabilidad que–valiéndose de una batería de estrategias de cooptación y clientelismo– niega ladiversidad cultural. Desde este marco de interpretación, entonces, la políticaindigenista aplicada por el estado democrático salteño entre 1986 y 2004 seconstituye en recurso para mantener el control de los sujetos a los cuales estádirigida y para la re-codificación de sus demandas.

De ello se derivan dos consideraciones. Por una parte, los funcionarios delsistema político salteño y su extensa cadena de mediaciones siguen conside-rando al indígena como un sujeto necesitado de ayuda para lograr una ciuda-danía plena. Por la otra, tales estrategias son parte de los esfuerzos que se venobligados a hacer por los cuestionamientos de un actor indígena que se plantafrente a ellos para impulsar reivindicaciones y demandas de una política deidentidad propia.

Hemos visto también la contradicción existente entre reconocer la especia-lidad jurídica del sujeto “pueblos indígenas” y las estrategias de gestión políticaque lo vuelven a configurar como sector social vulnerable necesitado de aten-ción. En esto, pareciera que –aun con sus particularidades– el estado salteño seanticipa a la política que el estado federal hará explicita a partir de 2001 (verLenton y Lorenzetti en este mismo volumen).

Sin embargo, si los derechos reconocidos a los indígenas son significativa-mente distintos a los derechos universales de todos los ciudadanos es porquetienen por objeto permitirles un mayor grado de desarrollo autónomo. Este de-sarrollo no debe ser controlado, modificado o conjurado para alcanzar unavida social integrada a la sociedad nacional, sino todo lo contrario, porquecuando se poseen facultades plenas para adoptar las decisiones que les in-cumben, los ciudadanos, y en este caso los pueblos indígenas, no necesitan par-ticipar en la sociedad de otra manera más que ésta (Carrasco, 2004).

En una primera etapa, la política indigenista se concibe como una políticasocial focalizada que imagina a los indígenas como un sector social débil, de-

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bido a su condición de pobre miserable y, consiguientemente lo interpelacomo “beneficiario” pasivo de las acciones del estado proveedor. En una se-gunda etapa, el estado descentralizado requiere de ciudadanos responsablesque puedan hacerse cargo de la implementación de los beneficios que la leypone a su disposición. En esta etapa la política indigenista interpela al indígenacomo protagonista, pero dado que sigue siendo un ciudadano incompleto, laparticipación esperada es menos una decisión autónoma que una obligación.Aunque cambien algunas instancias de funcionamiento, en esta etapa el indi-genismo salteño continúa como en la anterior interpelando al indígena como“beneficiario” conformista de la política que debe ejecutar, un rehén cautivoque intensifica la cultura clientelar impuesta por el sistema político (Pratesi,2002). Pero dado que la política indigenista se constituye en relaciones depoder hegemónicas que implican desde el comienzo el juego de la aceptación yla resistencia, cuando el activismo indígena siembre incertidumbre en la polí-tica, se intentará reducir la contra-ofensiva indígena. Metamorfoseando la par-ticipación en pasantías en el interior de la institución indigenista, se propen-derá a que –en tanto agentes internos– sean los sujetos mismos los responsablesde implementar el proyecto indigenista (clilentelar) del sistema político sal-teño.

Apéndice

Cronología de hechos salientes en materia de indígenasen la provincia de Salta (1983-2004)1983. En el marco de la campaña electoral el candidato del partido Justicialista Sr. Ro-

berto Romero promete la regularización jurídica de las tierras fiscales en el lote fiscal55. Dpto. Rivadavia.

1983, Octubre. Se emite el decreto 1698 declarando de interés provincial el Proyecto“Determinación del grado de aculturación y relevamiento poblacional aborigen”para la realización del primer censo indígena de la provincia.

1983. La resolución 1269/83 otorga los recursos financieros para realizar el releva-miento.

1984, Junio. Un grupo de líderes de comunidades del lote fiscal 55 emite el docu-mento –Pensamiento indígena y declaración conjunta– por el cual se oponen a la pro-puesta oficial de parcelamiento del fiscal y reclaman la titulación de un territorio sinsubdivisiones internas.

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1984, Noviembre. Se publica el Censo Aborigen Provincial, realizado en los departa-mentos de Rivadavia, San Martín, Orán Anta y Metán.

1986, Mayo 6. Se discute en la Legislatura provincial el proyecto de ley del SenadorMachuca “Promoción del desarrollo pleno del aborigen y de sus comunidades”.

1986. Se promulga ese proyecto como ley provincial 6373.

1986, Mayo 21. Asamblea Constituyente. La Comisión Declaraciones, derechos y ga-rantías discute la incorporación de los derechos de los aborígenes salteños.

1986, Junio 16. Se publica en el Boletín Oficial N° 12484 la Constitución (refor-mada) de la Provincia de Salta.

1987. Se promulga la Ley 6469 sobre Regularización de la situación ocupacional dellote fiscal 55.

1989. Survival Internacional dirige al gobernador Hernán Cornejo (P.J.) una carta so-licitándole no seguir adelante con la Ley 6469, dado que ésta viola derechos de losindígenas.

1991. Un dirigente indígena del Departamento San Martín llega como Diputado Pro-vincial a la Legislatura.

1991. Se forma el partido indígena “Tewok Nechaiek” que compite en las elecciones ge-nerales provinciales en el Municipio de Santa Victoria Este.

1991. El gobernador de la provincia firma con los pobladores indígenas de los lotes fis-cales 55 y 14 un Acta Acuerdo con el propósito de convenir los presupuestos bá-sicos para la regularización jurídica dominial de los espacios ocupados por lascomunidades aborígenes en los mencionados lotes.

1992, Febrero. Se desata la epidemia de cólera en el Departamento Rivadavia, afec-tando especialmente a las comunidades indígenas de la zona.

1992. El Ministerio de Economía emite el Decreto 2609 ratificando los términos delacta acuerdo de 1991, definiendo la forma de titularizar las superficies fiscales anombre de indígenas y criollos de los lotes 55 y 14.

1992. Protesta de indígenas Kolla y Wichí en la Capital Federal, por la falta de cumpli-miento oficial en materia de derechos territoriales. Organismos de Derechos Hu-manos y personalidades de la cultura apoyan públicamente los reclamos. Elpresidente de la Nación recibe a los dirigentes y escucha sus reclamos.

1992. Se concreta la ley de expropiación

1992. La dirigente indígena Rigoberta Menchú Tum (Premio Nobel de la Paz) visita lalocalidad de Santa Victoria Este y declara a la prensa mundial “que estos son los máspobres…”

1993. El gobernador Ulloa (P. Renovador de Salta) emite el decreto 18 por el cual secrea una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta de entrega detierras que satisfaga a los pobladores indígenas y criollos.

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1993, Marzo. Lhaka Honhat se reúne con el presidente Menem para solicitarle su me-diación en el conflicto que mantiene con la provincia por la titulación de las tierrasen el fiscal 55.

1994, Julio. Un delegado de Lhaka Honhat denuncia al Gobierno de la Provincia deSalta ante la 12° Sesión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas deONU por incumplimiento de sus compromisos en la entrega de tierras en el fiscal55.

1994. Se reforma el artículo 67 inciso 15 de la Constitución Nacional y se incorporanlos “Derechos de los pueblos indígenas argentinos”, como una materia que requiere tra-tamiento especial del Congreso de la Nación.

1996. La Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat hace una toma pací-fica del puente internacional Misión La Paz-Pozo Hondo para demandar el cumpli-miento de los compromisos asumidos de titulación de las tierras del fiscal 55.

1997, Noviembre. Bajo el título “Pregunte al pueblo Wichí, Sr. Menem” se lleva acabo una campaña internacional en diarios internacionales de España, Francia eItalia (El Mundo, Le Monde, Il Corriere della Sera), cuando se estaba realizandouna visita del presidente a Europa.

1997. Los principales diarios nacionales levantan la noticia de los diarios internacio-nales en que se acusa al gobierno argentino de “engaño, saqueo y destrucción de unpueblo milenario”

1997. Diciembre 4- Se trata y aprueba sobre tablas en Diputados un proyecto de re-forma de la Ley 6373.

1997. ONGs, iglesias, universidades, organizaciones indígenas emprenden una cam-paña de reclamos para parar el tratamiento del proyecto de ley en la cámara de Sena-dores.

1997, Diciembre. Se aprueba en Senadores el proyecto de ley “Desarrollo de los pueblosindígenas de Salta”.

1997, Diciembre 9. La legislatura provincial sanciona la ley.

1998, Febrero. Lhaka Honhat acude a la Comisión Interamericana de Derechos Hu-manos para denunciar al Estado argentino de violación de sus derechos a la tierra.

1998, Febrero a Abril. Se reúne la Asamblea Provincial Constituyente y se debate la re-forma del artículo 15 “Aborígenes”.

1999. El Estado argentino contesta a la CIDH admitiendo la denuncia presentada porla Lhaka Honhat y recomendando entregar la propiedad de la tierra en las condi-ciones previstas en el art. 75 inc. 17 de la Constitución Nacional.

1999. Los Pueblos y comunidades indígenas del Chaco boliviano, argentino y para-guayo se reúnen en Santa Cruz de la Sierra y emiten una declaración conjunta diri-gida a los Gobiernos de los tres países, a la cooperación financiera internacional y alas iniciativas empresariales privadas.

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1999, Diciembre. Decreto de Adjudicaciones de parcelas de tierras en el lote fiscal 55.

2000 Mayo– Se desata una fuerte manifestación de desocupados en la localidad deMosconi, Departamento San Martín de la provincia. Algunos grupos de aborígenesse pliegan a la protesta reclamando la urgente entrega de los títulos de propiedad delas tierras.

2000, Noviembre. La CIDH se reúne en la Capital Federal con el gobierno de la pro-vincia de Salta y los peticionarios del caso Lhaka Honhat. Se abre un proceso de so-lución amistosa para resolver el conflicto de la titulación de las tierras en los lotesfiscales 55 y 14.

2001. Ley 7121– Decreto del IPPIS

2001. Primer Congreso la integración de los pueblos indígenas al MERCOSUR.¿Cambio de estrategia en la política indigenista salteña?

2002. Decreto de Personería Jurídica de la Comunidad Indígena.

2002. Elecciones para autoridades al IPPIS.

2003. Intervención del IPPIS.

2003. Desalojo y represión policial contra la comunidad La Loma en Hipólito Iri-goyen.

2003. Marcha a Salta y posteriormente a Buenos Aires de integrantes de la comunidad.

2004. Desalojo de la comunidad de Río Blanco. Protesta en Buenos Aires de miem-bros de la comunidad.

2004. Presentación en la Capital Federal ante la Comisión de Población y RecursosHumanos de la Cámara de Diputados de la Nación de los casos de comunidades in-dígenas de Salta en conflicto por la titulación de sus tierras (Río Blanco y La Loma).

2004. Entrega del título del lote 4.

2004. Desafectación de la reserva provincial de Pizarro y venta de los lotes 32 y 33.

Textos legales que dan tratamiento especialal sujeto indígena (1986-2004)

Ley 6373 de Promoción y Desarrollo del Aborigen, año 1986

Artículo 15 de la Constitución Provincial año 1986:“La provincia protege al aborigen por medio de una legislación adecuada queconduzca a su integración en la vida nacional y provincial, a su radicación en latierra, a su elevación económica, a su educación y a crear la conciencia de sus

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derechos, deberes, dignidad y posibilidades emergentes de su condición de ciu-dadano.”

Artículo 15 de la Constitución Provincial Año 1998:I. “La provincia reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indí-genas que residen en el territorio de Salta. Reconoce la personalidad de sus pro-pias comunidades y sus organizaciones a efectos de obtener la personería jurídi-ca y la legitimación para actuar en las instancias administrativas y judiciales deacuerdo con lo que establezca la ley. Crease al efecto un registro especial. Reco-noce y garantiza el respeto a su identidad, el derecho a una educación bilingüee intercultural, la posesión y propiedad comunitaria de las tierras fiscales quetradicionalmente ocupan, y regula la entrega de otras aptas y suficientes para eldesarrollo humano. Ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni suscep-tible de gravámenes ni embargos.

Asegura su participación en la gestión referida a sus recursos naturales ydemás intereses que los afecten de acuerdo a la ley.

II. El Gobierno Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los pobla-dores indígenas como no indígenas, con su efectiva participación, consensuarsoluciones en lo relacionado con la tierra fiscal, respetando los derechos de ter-ceros.”

Gobernaciones1983-87 Roberto Romero (P.J.)

1987-91 Hernán Cornejo (P.J.)

1991-95 Roberto Ulloa (P. Renovador Salteño)

1995-99 Inicio de El régimen de Juan Carlos Romero (h) (P.J.)

1999-03 Juan Carlos Romero (P.J.) continúa

2003-07 Juan Carlos Romero (P.J.) continúa

Fuentes documentales citadas

Convención constituyente de la provincia de Salta. 1998. Reuniones de Comisiones.Salta, Víctor Manuel Hanne editor, t I (Transcripción de las versiones taquigrá-ficas.).

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Cámara de Diputados de Salta, Diario de Sesiones del 6 de mayo de 1986, Promociónde Desarrollo Pleno del Aborigen y sus Comunidades, pp. 97-144.

Convención Constituyente de Salta, Diario de Sesiones del 21 de mayo de1986:407-415.

Ley 7121 de Desarrollo de los Pueblos Indígenas de Salta – Año 2001

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Capítulo 9:

Neoindigenismo de necesidady urgencia: la inclusión de losPueblos Indígenas en la agendadel Estado neoasistencialista

Diana Lenton1 y Mariana Lorenzetti2

El año 2002 se abre en medio de una crisis económica y política en la que seplantea una ruptura explícita en la relación entre sociedad civil y política.

Cacerolazos y piquetes, montados sobre formas preexistentes de protesta,forman el marco y el objeto de referencia con mayor presencia en los discur-sos políticos y sobre la política.

Sobre este telón de fondo nos proponemos rastrear las intervenciones esta-tales que contribuyeron a problematizar la cuestión indígena durante el go-bierno de transición que sucedió a la crisis desatada en diciembre de 2001,hasta la normalización institucional en el 2003. Para ello analizaremos al-gunos de los pronunciamientos que se efectuaron desde distintas agencias es-tatales nacionales. Trabajaremos con los documentos públicos oficiales como“casos testigos” de las orientaciones que predominaron en la política nacionalrespecto al colectivo que se recorta como “indígena”. Incluiremos, asimismo,en el análisis, material periodístico referente a las argumentaciones, prácticasy acciones que la gestión política nacional realizó durante dicho período enmateria indígena.

I. La racionalidad neoliberal en Argentina

Percibida localmente como punto de inflexión del modelo neoliberal ennuestro país, la crisis económica y política de fines de 2001 se inscribe en un

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1 Docente de la UBA y becaria del CONICET.

2 Profesora en Enseñanza Media y Superior en Ciencias Antropológicas y Tesista de Licencia-tura (UBA).

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proceso más amplio de profundas transformaciones consolidadas en los 90–en y a través de las cuales se fueron modificando las reglas de juego que go-biernan las relaciones entre el Estado y la sociedad civil. Durante dicho perío-do, la metamorfosis de los ámbitos y modalidades de intervención de una yotra esfera han tornando más complejas las relaciones entre lo público y loprivado, entre lo estatal y no-estatal (Ozlak, 1997; De Marinis, 1999).

Como señala Ozslak (1997), un “nuevo tratado de límites” ha sido deli-neado entre los dominios legítimos de la sociedad y el Estado, lo cual acarreano sólo un profundo replanteo del rol y la agenda estatal, sino también una“reforma de la sociedad civil”. Asistimos, pues, a una modificación de laagenda de cuestiones socialmente problematizadas, paralela a una reformula-ción del papel del Estado en su resolución.

Durante los años 90, la consolidación del pensamiento hegemónico neoli-beral había logrado imponer una imagen “demoníaca” del Estado, asentadaen ubicuas argumentaciones acerca de la burocratización y descontrolada ex-pansión del gasto público, que se tradujo en una denuncia general y absolutade toda intervención estatal. Esta concepción –que, compartida en arenas in-ternacionales, dio lugar al desmontaje de las instituciones de protección so-cial– fue la que activamente contribuyó a la construcción de un sentidocomún tributario de la idea de una simple retracción del Estado, de su merodesvanecimiento o retirada. Sin embargo, esta representación comúnmenteaceptada solapa el complejo entramado entre Estado-Sociedad Civil, en y através del cual el Estado interviene de un nuevo modo, conformando polí-ticas y prácticas de signo y orientaciones diferentes respecto a épocas ante-riores aunque, no por ello, menos incisivas (Danani y Lindemboim, 2003).

En este sentido, si bien el Estado deja de ser, aparentemente, el principalagente de desarrollo social y económico –constriñéndose el lazo social a lasrelaciones de mercado– se instauran y fomentan vínculos pretendidamente“innovadores” a fin de lograr que “la sociedad civil” recupere “protago-nismo” en áreas que antaño eran de exclusiva responsabilidad estatal. De allíque, a partir de los ‘90s, se inauguren diversas estrategias que van desde laadopción de prácticas de gestión propias del sector privado y la apelación a lasONGs como “genuinas” representantes de los “intereses generales” de la ciu-dadanía (Petras, 2000; Dagnino, 2002b), hasta el involucramiento de los“asistidos” en programas sociales, mediante prácticas de responzabilizaciónde los mismos en la implementación de tales programas (Grassi, 2002;Raggio, 2003).

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Desde las agencias estatales, el discurso sobre políticas que legitiman susobjetivos según criterios de “eficacia y eficiencia” ha logrado afianzarse en losdiferentes terrenos de actuación. En función de estos criterios, la política so-cial asume un nuevo carácter. El estigma que configura el recibir beneficiosno ganados, y la impugnación que de ello deriva sobre el Estado de bienestar,han llevado a una reformulación de la asistencia con la cual garantizar el con-trol de los asistidos, utilizando –en términos de Rose (1997)– su mismaenergía para gobernar. De este modo, el modelo neoasistencialista gestado enlos años 90 se expresa en prácticas que persiguen la responsabilización del be-neficiario mediante el involucramiento de éste en algún tipo de contrapresta-ción. En dicho modelo, el involucramiento “activo” de los propios asistidosse basa en una “gestión social del conflicto” donde la cuestión social se tras-muta en cuestión moral: los fenómenos vinculados con la pobreza son leídosen términos de comportamiento. A través de este proceso, se individualizanlos problemas de la pobreza –negando su carácter social– y se los desvinculade los procesos políticos económicos de los cuales emergieron (Alvarez Uría,1998).

En nuestro país, la dificultad de conformar las bases de legitimación paraun ordenamiento social construido sobre un campo minado de exclusión so-cial se ha tornado más evidente en los últimos años. Encontrar caminos posi-bles desde donde afianzar un proyecto político capaz de garantizar y sostenerla dirección de los cambios sociopolíticos y económicos señalados se ha con-vertido en una cuestión prioritaria. Como señala Lechner, el Estado-naciónviene desde hace una década enfrentándose a un doble desafío: “integracióneconómica a los mercados mundiales e integración social de la comunidadnacional” (1992: 90). El problema consiste, pues, en construir una nueva le-gitimidad para un ordenamiento social en el que se acrecientan las tendenciasde disgregación y fragmentación (Grassi, 2003), en tanto, las argumenta-ciones que pretenden justificar en términos de pura eficacia económica las re-formas “necesarias para sacar al país de la crisis” tienen cada vez más dificul-tades para legitimar políticamente el costo social de tales medidas.

En este sentido, los pronunciamientos a favor de las modalidades de parti-cipación, presentes en la agenda de toda política, parecen constituirse en untipo de estrategia desde donde fundamentar una nueva legitimidad. En estacoyuntura, la participación recobra fuerza, en tanto dispositivo que logra en-cubrir prácticas de gobierno propias de la racionalidad neoliberal, prácticasque consiguen comprometer el ejercicio activo de los gobernados responsabi-lizando, al mismo tiempo, a los sujetos interpelados.

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Respecto a la cuestión indígena, tal situación parece emerger como ten-dencia, más claramente, a partir de estos últimos años. Asistimos también, eneste terreno, a una suerte de “confluencia perversa” entre el proyecto neoli-beral y el participativo democratizante (Dagnino, 2002b).3 Esta confluenciase daría entre el requisito de participación fijado desde las agencias estatales ylas demandas de dominios autónomos de decisión propulsadas por el acti-vismo indígena. El malentendido semántico que habilita la subordinación delas segundas a la primera se constituye así en el centro de la puja hegemónica.

En el marco de estas consideraciones, analizaremos la política indígena delperíodo elegido en términos de un proceso de construcción de hegemonía.Construcción que, apelando al discurso de “la crisis” y la “pauperización cre-ciente”, legitima la subsunción de la problemática indígena a la ejecución deplanes sociales que revisten un carácter peculiar. Intentaremos mostrar, en-tonces, cómo el Estado ha procurado encapsular la cuestión indígena en pro-gramas de asistencia a la pobreza, suturando los puntos de conflictividadentre el Estado argentino y los Pueblos indígenas. En este sentido, políticos yfuncionarios estatales, bajo el paraguas de la grave crisis que vivía el país, pa-recieron encontrar la excusa perfecta para legitimar estas prácticas políticascomo las únicas posibles, anulando avances o reduciendo el reconocimientode los derechos indígenas a ciertos lineamientos políticos de carácter neoindi-genista que adquirieron un nuevo matiz. Si hasta ese momento las prácticasneoindigenistas se circunscribían a promover estilos restringidos de consultay participación (Briones y Carrasco, 2004:229), a partir de la crisis estas prác-ticas adquirieron un nuevo giro. Valiéndose del activismo recobrado por elsector indígena en las últimas décadas y fundamentadas en una retórica concapacidad de encapsular las demandas efectuadas, tales prácticas comenzarona patrocinar estilos activos de subsunción mediante el involucramiento de losmismos indígenas en políticas sociales autorresponsabilizantes.

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3 Con esto Dagnino hace referencia a “la complementariedad, por así decir, instrumental entrelos propósitos del Estado y de la sociedad civil, la cual parece otorgar a algunos encuentrosun grado razonable de éxito y estabilidad (...) Ella se ha constituido (...) en una estrategia delEstado para la implementación del ajuste neoliberal que exige la restricción de sus responsa-bilidades sociales. En este sentido, forma parte de un campo marcado por una confluenciaperversa entre el proyecto participativo, creado en torno a la extensión de la ciudadanía y laprofundización de la democracia, y el proyecto de un Estado mínimo que se exime progresi-vamente de su papel de garante de derechos. La perversidad está ubicada en el hecho de que,apuntando hacia direcciones opuestas y hasta antagónicas, ambos proyectos requieren una so-ciedad civil activa y propositiva (2002b: 370-371. Énfasis en el original).”

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II. La intervención estatal en la cuestiónindígena en los tiempos previos a la crisisinstitucional de 2001

En el transcurso del año 2001, y como resultado de procesos locales e inter-nacionales, la “problemática indígena” alcanzó momentos de alta visibilidadpública. Entre las coyunturas que instalaron la cuestión indígena como obje-to específico de intervención, debe señalarse en primer lugar la entrada en vi-gencia del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo(OIT), a partir del 3 de julio de 2001.

El Convenio 169 dispone que la conciencia de su identidad indígena debeser considerada como criterio fundamental para determinar los grupos a loscuales es aplicable; dicha noción de identidad determina que hablemos dePueblos y no ya de poblaciones de valor meramente estadístico. Esto implica elreconocimiento de su propia historia, cultura e instituciones.4 Si bien no dis-minuye la responsabilidad correspondiente a los estados nacionales, el en-foque con que el nuevo Convenio Internacional aborda la participación indí-gena destaca el derecho de los pueblos originarios a participar en el diseño desu propio destino y a evaluar los programas de desarrollo regionales y/o na-cionales que les atañen. Además, se desarrolla con mayor profundidad el con-cepto de territorio, contenido fugazmente en el Convenio 107 de 1957, con-cepto en el cual se incluyen los recursos naturales y el entorno (Dandler,1994:41).

La ratificación del Convenio 169 venía siendo insistentemente reclamadapor los pueblos indígenas de Argentina, ya que si bien el Convenio había sidoadoptado en el año 1992 mediante la Ley N° 24.071, su plena vigencia estabasupeditada al depósito de la firma del Estado Argentino. Situación suma-mente relevante en tanto que, hasta el momento, es la única norma de ca-rácter internacional vinculante que reconoce la especificidad de los derechosde los pueblos indígenas (CELS, 2001), y prescribe la obligatoriedad de laconsulta a los Pueblos sobre las políticas que los afecten.5

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4 Efectivamente, mientras su antecedente directo –el Convenio 107 de la OIT suscripto en1957– se denominaba “Convenio sobre poblaciones indígenas y tribuales”, este nuevo Con-venio redactado en 1989 adopta el título de “Convenio Internacional sobre pueblos indíge-nas y tribales en países independientes”.

5 Sin embargo, a pesar de su entrada en vigencia, algunas agencias del Estado Argentino se handemorado en aprehender las connotaciones del concepto de “Pueblos Indígenas” al que seha suscripto, especialmente Cancillería que en enero de 2001 fue demandada por la Comi-

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En segundo lugar, puede señalarse la realización de la reunión en Ginebradel Estado Argentino frente al Comité de Derechos Humanos de la ONU. ElEstado Argentino concurrió a este evento, producido en el primer semestrede 2001, representado entre otros por Leandro Despouy como responsabledel área DD.HH. de la Cancillería; por Eugenio Zaffaroni, como interventordel Instituto Nacional contra la Discriminación [INADI]; y por Ana Gon-zález Montes, como coordinadora general del Instituto Nacional de AsuntosIndígenas [INAI]. En esta ocasión, y ante la presentación de un contrain-forme por parte del Centro de Estudios Legales y Sociales [CELS], el EstadoArgentino se hizo cargo –parcialmente– del debate interno, reconociendo laprecariedad e incompletitud de las instituciones nacionales en cuanto a la im-plementación de políticas para con los Pueblos indígenas.

Asimismo, el Estado Argentino participó de la Conferencia Mundialcontra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas co-nexas de Intolerancia que se llevó a cabo en Durban, Sudáfrica, en sep-tiembre de 2001. Sin embargo, las reuniones preparatorias recibieron pocaatención por parte del gobierno argentino, que se limitó a cumplir con el pro-tocolo, contrastando con el interés depositado en el evento por numerosasONGs (CELS, 2001).

En cuarto lugar, entre las acciones que dieron visibilidad a la política indi-genista nacional, puede mencionarse la restitución de los restos del caciquePanghitruz Güor al pueblo Rankülche. Si bien pertenece a un orden marca-damente diferente, incluimos esta acción en el panorama trazado por variasrazones. Primero, porque le permitió al Estado presentarse ante la opiniónpública como promotor de acciones con alto valor simbólico y publicitadasen términos de “reparación histórica”. Luego, porque constituye un prece-dente interesante para las futuras relaciones entre el Estado y los pueblos ori-ginarios. Finalmente porque movilizó iniciativas legislativas tendientes a re-parar situaciones similares.6

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sión de Juristas Indígenas en la República Argentina (CJIRA) por su insistencia en seguir lla-mándolos Poblaciones desconociendo así este carácter de Pueblos a los indígenas (Carta de laCJIRA al Presidente de la Nación F. de la Rúa del 4/1/2001; carta de la CJIRA al Defensor delPueblo de la Nación E. Mondino del 11/1/2001).

6 Especialmente la Ley Nacional 25.517 de restitución de restos sancionada el 21 de noviem-bre de 2001, que establece que “Los restos mortales de aborígenes, cualquiera fuera su carac-terística étnica, que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán serpuestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo recla-men”; que “Los restos mencionados en el artículo anterior y que no fueren reclamados porsus comunidades podrán seguir a disposición de las instituciones que los albergan, debiendoser tratados con el respeto y la consideración que se brinda a todos los cadáveres humanos”; y

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Una quinta cuestión que movilizó esta arena fue el inicio de una convoca-toria desde el INAI para implementar la participación indígena en dicho orga-nismo estatal. Esta convocatoria tenía como antecedente la demanda judicialque en agosto de 2001 la Asociación Indígena de la República Argentina[AIRA] ganó frente al Estado Nacional por el incumplimiento de la Ley23.302, en razón de que el Decreto 1667/91 sancionado por el Poder Ejecu-tivo no respetó la estructura jurídica prevista en dicha ley en lo que hace a laconformación de su órgano de ejecución. La convocatoria no logró su obje-tivo, principalmente por motivos administrativos y económicos que, detodas formas, encuentran su raíz en el exiguo lugar que la política indígenaocupa en los sitios de decisión macroeconómica.

No menos importante, se realizó en el 2001 el Censo Nacional de Pobla-ción, en el que por primera vez la “variable de autorreconocimiento indí-gena” fue incluida como materia censable. Esto ocasionó la protesta de las or-ganizaciones indígenas y ONGs, quienes a pesar de la ronda de consultasiniciada en 1999 por el Instituto Nacional de Estadística y Censos [INDEC]para calibrar la única pregunta destinada a evaluar esta “variable” (Urquía yGoldztein, 1999:6) consideraron insuficientes las instancias de participacióndisponibles en la planificación del Censo, así como la difusión del tema y lacapacitación de los agentes censales. La tensión llegó a su pico máximo en oc-tubre de 2001, cuando representantes indígenas solicitaron la postergacióndel Censo por seis meses. En repetidos Manifiestos, diferentes voces indí-genas dieron a conocer su decisión de desconocer los resultados del Censoque finalmente se realizó los días 17 y 18 de noviembre de 2001.

Consecuencia directa de esta coyuntura –aunque no limitada a ella en losreclamos que se hicieron– fue la ocupación del INAI el 26 de octubre de 2001,por dirigentes indígenas y ciudadanos de otros sectores que adhirieron a sureclamo. En el petitorio que un grupo de dirigentes indígenas confeccionó enesa oportunidad, se demandaba:

“la efectivización del acuerdo firmado entre el Estado argentino y las Na-ciones Unidas, referido al tema de desarrollo de los programas especiales detrabajo para Comunidades y Organizaciones Indígenas, atendiendo su par-ticularidad y su especificidad en el marco del Encuentro de Durban; poster-gación del censo solicitado por los Pueblos Originarios. Rediagramación del

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que “Para realizarse todo emprendimiento científico que tenga por objeto a las comunidadesaborígenes, incluyendo su patrimonio histórico y cultural, deberá contar con el expreso con-sentimiento de las comunidades interesadas” (Ley 25517, art. 1º a 3º).

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mismo con la participación de nuestras comunidades […]; pronta y efectivaacción de parte del Estado Nacional, para mejorar las precarias condicionesde salud en las cuales se encuentran nuestros pueblos; urgente aumento delpresupuesto para atender el conjunto de nuestras demandas y la participa-ción efectiva en el INAI; inmediato cumplimiento de los acuerdos que con-tiene el Convenio 169 de la OIT, en su totalidad; mejorar los mecanismos departicipación y consulta en toda política que nos involucre, cumpliendo deesta manera con la legislación nacional e internacional que así lo dispone;una educación pluricultural basada en el respeto a las diferencias, queatienda a las particularidades y necesidades propias de los Pueblos Origina-rios; solución de todos los conflictos territoriales, mantenidos con empresastransnacionales, Ejército Argentino, policías provinciales y terratenientes”(En Boletín de Pueblos Indígenas, 27/10/01).

En cada una de las coyunturas planteadas, las demandas (especialmentepor garantía jurídica y participación) que los Pueblos Indígenas realizaron alEstado Argentino durante el 2001 (IWGIA, 2001:177) encontraron cierta re-sonancia pública. En todos estos pronunciamientos significativos a nivel na-cional, la reivindicación indígena de participación atendiendo a los compro-misos jurídicos enmarcados en el artículo 75º inc.17 de la ConstituciónNacional y el Convenio 169 de la OIT se convirtió en el punto de mayor rele-vancia en los debates suscitados entre las agencias estatales involucradas y elactivismo indígena.7 Sin embargo, estas circunstancias que apuntaban a ins-talar en la agenda el tema de la participación en consonancia con los límites y

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7 Ante la crisis del 19 y 20 de diciembre, la Mesa de Trabajo de los Pueblos Originarios difun-dió el día 28 una “Declaración Pública” titulada “Posición de los Pueblos Originarios ante lacoyuntura actual”, en la que expuso una interpretación posible de la coyuntura desde losPueblos Originarios. Con esta declaración, se intentaba fortalecer una acepción de su parti-cipación en procesos sociales e históricos más amplios. Tal participación parte tanto de unsentimiento común –con el resto de los argentinos– de indignación y hastío, como del reco-nocimiento de la continuidad esencial entre las modalidades extractivas e inhumanas de lapolítica imperante y la acción genocida de los colonizadores europeos. La Declaración ad-vertía también que “el gobierno actual” –en ese momento encabezado por el Presidente inte-rino Rodríguez Saá– proyectaba “soluciones económicas momentáneas que no resuelven el pro-blema de fondo”, problema que por el contrario merecía atenderse con un nuevo “proyecto desociedad” (Mesa de Trabajo de los Pueblos Originarios 2001). De esta manera, la Mesa exi-gía acordar una concepción de la justicia social en los términos que describe Mary Douglas(1997; cit. en Grassi, 2003: 163), como “la constitución establecida por una comunidadpara regular los compromisos individuales de sus miembros”, superando la vieja noción decosa que puede ser otorgada o solicitada.

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alcances del derecho indígena internacional tomarán un giro diferente en el2002.

III. Redireccionamientos de la intervenciónestatal durante el 2002

En el escenario instaurado a fines del 2001 y principios del 2002, las discu-siones generadas en torno a los tópicos que tenían como eje la temática de losderechos específicos indígenas y la participación política de los mismos sefueron diluyendo, dentro de un proceso de reconocimiento público de pau-perización masiva y de contención de la protesta social. En conjunto, todoesto conllevó el desdibujamiento de la cuestión indígena.Los programas sociales implementados por la nueva gestión política subsu-mieron dicha cuestión en la problemática compartida “por todos los pobres”.Estos programas, que desde los últimos años de la década del 90 han ido ad-quiriendo una importancia creciente, son financiados por organismos inter-nacionales (BID, BM), como complemento y salvaguarda de las medidas deajuste económico y –cada vez más explícitamente– en prevención del “des-borde social” (Raggio, 2003:207).

En consonancia con la subsunción que apuntamos, se produjo un giromuy importante en torno a la noción de “participación”. En el 2002, esteconcepto, que durante el 2001 sintetizó una fuerte demanda por parte de lospueblos indígenas y dominó todas las instancias de visibilidad que mencio-namos anteriormente, se convirtió en el centro de la puja, entre organiza-ciones indígenas y gobierno, pero también entre Poder Ejecutivo y Poder Le-gislativo para hegemonizar su significación y, a partir de allí, acotar y definirla “buena” política. Efectivamente, el discurso político es el campo en el quese dirimen los alcances y límites de este concepto (participación) y donde seperciben los límites de la construcción de los indígenas como sujetos de de-recho (GELIND, 1999a). Así pues, mientras en las agencias estatales se abríael debate sobre la participación indígena, al mismo tiempo se preparaba el te-rreno donde se circunscribiría la problemática indígena, proyectando a lamisma dentro del horizonte de los programas sociales que serían implemen-tados para “sacar al país de la crisis”.

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IV. La conformación de la problemáticaindígena dentro de la agenda estatal

Analizaremos la sesión especial que la Comisión de Población y Desarrollodel Senado realizó el 29 de enero de 2002,8 pues en ella se advierte el tono ge-neral que adoptaría en la agenda estatal la cuestión indígena –particularmen-te en torno a los alcances de la participación– durante el año 2002.

Dicha reunión tuvo por objeto discutir el “Proyecto de Ley sobre pueblosindígenas”, presentado técnicamente como una iniciativa de reforma integralde la Ley Nacional 23.302.9 Contó con la presencia de algunos represen-tantes y organizaciones indígenas (AIRA, CJIRA), el presidente del INAI JorgePereda, la presidenta de la comisión, senadora Sonia Escudero, y las sena-doras Luz Sapag y Marcela Lescano, representantes de las provincias de Salta,Neuquén y Formosa respectivamente.

No obstante, dada la reacción adversa y conjunta expresada con anterio-ridad por varios dirigentes indígenas a este proyecto10 y al particular mo-mento de reacomodamiento en que se discutía –inmediatamente luego delestallido social de diciembre de 2001 que obligó a renunciar al entonces pre-sidente de la nación Fernando de La Rúa–, la reunión se canalizó hacia el tra-tamiento intensivo de dos puntos: el presupuesto del INAI –cuya acostum-brada exigüidad refleja mejor que cualquier discurso el peso real de la políticaindígena en la agenda estatal– y cómo efectivizar la participación indígena en

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8 Registro taquigráfico de reunión de la Comisión de Población y Desarrollo. Honorable Se-nado de la Nación. En el Salón Auditorio del H. Senado de la Nación a las 18:21 horas delmartes 29 de enero de 2002 (pp. 1-30; m.s.).

9 Proyecto de ley sobre Pueblos Indígenas de Salvatori y otros. Senado de la Nación Argenti-na; Exp. 1788/01 Fo. 110; m.s. Dicho proyecto ingreso a la Cámara de Senadores el 21 dediciembre de 2001, con la firma de los senadores neuquinos Luz María Sapag y Pedro Salva-tori y del salteño Ricardo Goméz Diez. Cabe señalar que los artículos propuestos en el pro-yecto no modifican la ley de referencia –ley 23.302– en términos de “actualización” jurídi-ca/ideológica. Sólo se concentra en unos pocos puntos referidos en su mayoría a laorganización interna del INAI, órgano de aplicación creado por la ley 23302, especialmenteen relación a la participación indígena en su gobierno.

10 La oposición indígena a este proyecto de ley estimuló la conformación de una entidad for-mada por dirigentes de organizaciones de diversos niveles de representación, llamada Coor-dinadora de Organizaciones Indígenas. Esta entidad mantuvo reuniones frecuentes desdediciembre de 2001 con quien estaba entonces a cargo del INAI, Ana González Montes, y apartir de enero de 2002 con su reemplazante, Jorge Pereda. Entre los temas a tratar, estabanla continuidad de proyectos evaluados o adjudicados durante la gestión anterior y, especial-mente, el tema de la participación indígena en la estructura del INAI.

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el mismo, en consonancia con lo que dispone la incumplida ley vigente.Estos puntos cobraban especial relevancia en función de delinear qué seríafactible realizar y qué no durante el 2002 en materia “indígena”, prefijandode este modo los rumbos y lineamientos políticos tendientes a atender dichaproblemática. Se visualizó así un esfuerzo por parte de los legisladores por de-finir el lugar ocupado por la “cuestión indígena” dentro de la más amplia“cuestión social”. De este modo, la presidenta de la comisión consignaba:

“Me parece que en este momento en el que la preferencia para la Argentina esel tema social, es muy importante que las flamantes autoridades de la Na-ción tengan especial conciencia de que no se va a cumplir cabalmente con laprioridad de atender a los temas sociales si no se da una especial importanciaal tema aborigen. Caso contrario, va a ocurrir lo de siempre: la distribuciónno va a llegar realmente a las comunidades, que es donde tiene que llegarprioritariamente” (Registro taquigráfico: 1).

Así, el tratamiento del presupuesto del INAI –ligado a los medios con loscuales garantizar la participación indígena en este órgano estatal– se consti-tuía, en palabras de la presidenta de la Comisión, en uno de los puntos cen-trales desde donde pensar en: “una agenda de trabajo conjunto para poderllevar, en lo que queda del año y con las dificultades económicas actuales, lo-gros que sean posibles” (Registro taquigráfico:3). En todo caso, después dereconocer que el tratamiento de un proyecto acorde al artículo 75º, inciso 17de la Constitución Nacional y al Convenio 169 de la OIT exigiría una rondade consultas más extensivas e intensivas con representantes indígenas y espe-cialistas de otros campos en el tema, las intervenciones de los representantesestatales se focalizaron en los mecanismos con los cuales efectivizar la partici-pación indígena en el INAI para cumplimentar con lo prescripto en la Ley23.302 que, aunque sancionada en el año 1985 y reglamentada en 1989, to-davía no tiene plena vigencia. Todas las aristas acerca de esta cuestión estu-vieron atravesadas por diversas consideraciones, quedando supeditadas a unsolo punto: los recursos financieros disponibles.

En este marco, el presidente del INAI proponía convocar a un “Consejotransitorio” conformado por indígenas que fijara “las pautas para el llamado yla convocatoria, con el fin de que no sea sólo una acción del Estado…” (Re-gistro taquigráfico:4). No obstante, este Consejo no sólo sería transitorio,sino que debía ser pequeño “…porque no va a haber recursos para convocar aconsejos grandes. Y de nada servirá convocar consejos si después no se puede

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atender los gastos necesarios para el traslado de los hermanos que hayan sidodesignados y la atención de sus gastos de permanencia en Buenos Aires o en ellugar que se elija para la reunión” (Registro taquigráfico:5). Todo esto su-mado a la advertencia de que el presupuesto a ser asignado “es absolutamenteinsuficiente y quizá no nos permitiría ni siquiera convocar al consejo provi-sorio…” (Registro taquigráfico:5).

Planteado de este modo el problema, se agregaban otros dos aspectos deimportancia: quiénes conformarían el consejo provisorio y cuáles serían loscriterios a adoptar para la convocatoria más amplia y definitiva.

Respecto al primer aspecto, las propuestas consistían en volver a la confor-mación del consejo provisorio del año 1998 (formado luego del Programa deParticipación Indígena de 1997); y/ o convocar a aquellos partícipes de lasrondas iniciadas por la gestión anterior del INAI; o realizar una nueva convo-catoria. El planteo de estas posibilidades ponían de manifiesto los continuosfracasos y dilaciones de la agencia estatal en efectivizar la participación indí-gena en dicho instituto, constituyéndose el tema en un nudo problemáticode creciente tensión entre los representantes estatales e indígenas.11

Respecto de los criterios para la estructuración del consejo definitivo, seabrían a su vez varias alternativas a ser ponderadas quedando, sin embargo,también determinadas por las consideraciones señaladas. La discusión girabaen torno a si se realizarían asambleas por provincias o por pueblos o, tal comolo dispone la reglamentación de la Ley 23.302, un representante por pueblo ypor región (Noroeste, Noreste, Sur y centro). El presidente del INAI señalaba:

“la enorme dificultad que […] significa convocar una representación porpueblos. Hay algunos pueblos que son numéricamente pequeños y hay otrosque son mucho más importantes” (Registro taquigráfico: 4).

“Además sabemos que hay pueblos que están en varias provincias y otros queestán en una sola provincia. De ahí la dificultad para determinar esto […]Creo que muchos de los elementos que deben servir para el ejercicio de los de-rechos concretos de los pueblos indígenas […] hoy son resorte, por obra de ladescentralización ejercida por el gobierno nacional, de las provincias. La

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11 Cuando en la reunión se dio voz a los representantes indígenas, en reiteradas oportunidadesfueron marcando que el estado nacional se encuentra en flagrante incumplimiento de suscompromisos nacionales e internacionales, y que debía por ende destrabar la participaciónindígena en la política nacional. En esta ocasión muchos reprocharon a la Comisión no ha-ber realizado consultas previas a la redacción del propio proyecto de modificación de la ley23.302 en cuestión.

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educación, la salud y las tierras, en su mayoría, son propiedad de los estadosprovinciales […] De ahí que me parece que una representación sólida porprovincia va a servir para que las comunidades indígenas puedan resolver,peticionar y exigir, cuando sea necesario, la solución de sus problemas en elámbito donde se generan las decisiones respecto de su vida” (Registro taqui-gráfico: 5).

La discusión acerca de la forma y el carácter de la participación indígenaquedaba diluida por parte de los representantes del poder legislativo en lapromoción de una forma de “participación a bajo costo”. De este modo lapresidenta de la Comisión argumentaba:

“la primera cuestión concreta a resolver sería analizar si queremos cambiar(la) reglamentación, atento a los exiguos recursos y las limitaciones que te-nemos, a fin de elegir en forma transitoria una representación más rápi-damente para que ya este año haya una presencia efectiva de representantesaborígenes (Registro taquigráfico:6) […] Si nosotros vamos a las asambleasen cada provincia para que cada etnia elija su representante, se nos va a ir elaño y algunas provincias lo harán y otras no. Por eso, tal vez, haya quebuscar un mecanismo más rápido, que esté en manos del INAI, por ahora,con la consulta a las organizaciones más importantes y después sí, entretodos, avanzar hacia un sistema que nos vaya acercando cada vez más a larepresentación […] Como la nación está atravesando una situación de crisis,hay que acortar caminos y buscar canales de representación, aunque nosean perfectos pero sí rápidos” (Registro taquigráfico:6. Énfasis nues-tros).

Tal como se trasluce de estas expresiones, la preocupación estaba más li-gada a convalidar una mera “presencia indígena” que a efectivizar una “parti-cipación” con poder de intervención en los asuntos que atañen a los PueblosIndígenas. El alcance y la significación de la “participación indígena” fueronsocavados al quedar ella supeditada al discurso de la crisis desde donde se legi-timaban los “atajos” ofrecidos por los representantes estatales. La preponde-rancia otorgada al INAI –poniendo en sus “manos” la búsqueda de meca-nismos para la participación indígena e incluyendo en esto la arbitrariedad dela determinación de organizaciones “más importantes” que otras– acentúa elcarácter unidireccional de las decisiones. Tal unidireccionalidad se torna aunmás controvertida al tratarse justamente de dicha cuestión.

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Cabe aclarar, sin embargo, que estas propuestas –presentadas como solu-ciones de carácter “transitorio” dada la coyuntura de crisis– coinciden agrandes rasgos con el articulado del Proyecto de Ley modificatorio de la23.302 presentado por los senadores de la comisión. En él se proponía reem-plazar el actual INAI por un Consejo Federal Indígena conformado por un di-rector, tres consejeros representantes del PEN y tres consejeros indígenas. Lostres miembros indígenas se elegirían la primera vez “por sorteo” y en adelante“en forma rotativa”, sin indicar la amplitud ni la calidad de la muestra sobrela que se sortearían o designarían los tres miembros (Proyecto de Ley sobrePueblos Indígenas de Salvatori y otros, art. 24º). Además de poner en cues-tión el carácter transitorio/precario de esta clase de iniciativas que quedaríanasí plasmadas en una ley nacional, la propuesta avasalla cualquier considera-ción de la diversidad, capacidades y formaciones especializadas de los diri-gentes indígenas.

La jerarquización de los problemas llama la atención en una democracia re-presentativa como la Argentina, en la que gran parte del juego político se re-fiere particularmente al posicionamiento respectivo y a la carrera de las indivi-dualidades. Sin embargo, las individualidades no se consideran importantes enla representación política indígena porque, en realidad, se descree de las capaci-dades de los políticos indígenas en general. En tal sentido, la tan declamada“participación indígena” en las instituciones no se corresponde con la elabora-ción de un proyecto alternativo y concreto de reforma de los mecanismos decirculación del poder. Más bien, constituye para las elites políticas un ritualdiscursivo o, en el mejor de los casos, un difuso deber moral. De este modo, eldebate prefiguraba el panorama desde donde las agencias estatales definiríansus políticas e intervendrían respecto a la cuestión indígena. El carácter queasumiría la preocupación por la cuestión social desde el Poder Ejecutivo Na-cional tendrá eco tanto en la Comisión de Población y Desarrollo del Senado,como en el INAI. A través de dichas agencias estatales, alineadas en el discursode la crisis, se harán extensivas las acciones que procurarán alcanzar a la pobla-ción indígena en tanto sector más postergado entre los “pobres”.

V. La inclusión del colectivo “indígenas” enel Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados

En abril de 2002, el Gabinete Social anunció la inminente puesta en marchadel Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados que, bajo el lema “Ningún hogar

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sin ingresos”, subordinaría a todas las demás agencias de acción social. Enuna de las primeras notas periodísticas del diario Página 12 (30/03/02), elPresidente Duhalde se refirió a este Programa –presentado en público por latitular del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, Hilda“Chiche” Duhalde, junto con la ministro de Desarrollo Social, Nélida Doga,y el entonces ministro de Trabajo, Alfredo Atanasof– como:

“la mayor transferencia de riqueza de la historia argentina […] una trans-ferencia directa de los sectores de mayores ingresos a los de menor ingreso, quevan a ver duplicada su capacidad de consumo.”

En notas posteriores, Chiche Duhalde puntualiza que los pilares de este Pro-grama son la descentralización y la participación, expresadas en la creación yconformación de los “consejos consultivos” o “consejos económico-sociales”,“que tienen que ser muy participativos” (Página 12, 06/04/02), siendo, en-tonces, una cuestión clave en el diseño del Programa, el “control” por parte dela “sociedad civil” mediante su participación (Página 12, 06/04/02).

Sobre el acuerdo generalizado de que las arcas del Estado estaban vacías yel convencimiento de que era urgente canalizar cierta cantidad de efectivopara las numerosas familias con Necesidades Básicas Insatisfechas (comomedio de asegurar su supervivencia básica y de iniciar un proceso de recupe-ración del mercado interno), el Poder Ejecutivo impulsó la reconversión desu estructura de asistencia social en pos de un solo Programa. Así, el personalde muchas áreas del PEN, especialmente de los Ministerios de Trabajo y De-sarrollo Social, quedó afectado a la inmensa cadena burocrática que este Pro-grama implica, suspendiendo sus funciones en otras áreas de trabajo. De lamisma manera, el Ministerio de Economía recortó aún más las escasas par-tidas del tesoro que ya habían sido asignadas a principios de año a otras de-pendencias estatales –cerrando inclusive programas de acción social comuni-taria– para poder cubrir el compromiso de asignar a cada jefe/jefa de hogardesocupado 150 Lecops/Patacones mensuales, en lo que restaba del año2002 (Resolución 82/2002). El omnipresente discurso estatal, de este modo,logró legitimar la circunscripción de su intervención en la “solución” de losgraves problemas sociales, en un único Plan que, según paradójicamente ase-guraba, se proyectaba cancelar el 31 de diciembre de 2002 (Ministerio deTrabajo 2002:1).

El programa fue objeto de críticas y demandas desde los inicios de supuesta en marcha, debido a las falencias en la implementación fundada en un

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criterio “universal” y a la falta de respuesta oficial y de claridad en los procedi-mientos, originando además un sinfín de denuncias sobre actos de corrup-ción (Pautassi et al., 2003:31 y ss.). En esta situación se manifiestan dos ten-siones. La primera se presentó entre el carácter universal del derecho aludidoy la real partida presupuestaria que el Poder Ejecutivo Nacional estaría dis-puesto a destinar para este fin, lo que convertía al Programa –según opinaronalgunos sectores– en un sistema de “cupos” que iba en contra de la universa-lidad declarada (Página 12, 16/06/02). La segunda tensión que atravesó lacoyuntura política se localizaba entre el declamado traspaso de la responsabi-lidad en la adjudicación del beneficio a la “sociedad civil” y la gravitación de lapráctica administrativa que determinó que, en los hechos, la decisión perma-neciera en el campo de la “sociedad política”, ya sea a nivel de los Municipios odel Ministerio de Trabajo.

Otras líneas de discusión en torno a dicho Programa han tenido que vercon el sentido y las definiciones que tanto actores estatales como no estatalesrealizan del “clientelismo político” y la “cultura política”, así como de la “au-tenticidad” de desocupados y/o piqueteros (Clarín 21/06/02). No obstante,en un nivel mayor de profundidad, el Programa presenta una tensión básicaentre la propuesta neoasistencialista12 que se plantea como única salida po-sible a la crisis derivada de la falta de trabajo, y la negativa de muchos sectoresa aceptar una política que desestima una capacidad de los ciudadanos presta adesplegarse con sólo contar con los elementos mínimos para sostener algunaactividad. La demanda efectuada por la comunidad Wichí en Sauzalito esclara al respecto:

“Agradecemos el subsidio para desocupados, pero queremos palas y hachaspara trabajar, ya que eso es lo que hemos hecho durante siglos…” (Página12, 26/05/02).

Estas tensiones fueron adquiriendo mayor preponderancia cuando dife-rentes esferas estatales procuran “la extensión” del plan a una población ex-plícitamente reconocida como indígena. Así, a mediados de abril, la Comi-

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12 Neoasistencialista porque procura que, por “la ayuda recibida”, el beneficiario brinde algúntipo de “contraprestación”. El programa neoasistensialista pretende así responder a las críti-cas efectuadas a las políticas sociales que, de acuerdo a esta perspectiva, no hicieron más quegenerar la pasividad y apatía de los “sectores más vulnerables”, atrapándolos en un ciclo re-currente de dependencia e irresponsabilidad personal. Sin embargo, la unidireccionalidaddel diseño de las redes y modalidades de prestación y contraprestación implica, como vemos,que no se logre resolver aquella tensión básica.

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sión de Población y Desarrollo del Senado presentaba un Proyecto de Leycuyo objetivo era:

“flexibilizar los requisitos y condiciones establecidos en el Programa Jefes deHogar creado por decreto 565/02 y su reglamentación a fin de permitir lainclusión en dicho Programa de todo jefe/a de familia argentino/a indígenadesocupado/a” (Proyecto N° 544/02).

Los argumentos esgrimidos en la fundamentación del proyecto expre-saban la necesidad de contemplar ciertas “particularidades”, con el propósitode hacer extensivo dicho programa de “inclusión social”. En ellos se trasluceuna interpelación al sujeto indígena que reduce su reconocimiento como su-jeto de derecho, mediante la utilización retórica del principio de respeto a la“diversidad”, que deriva a su vez en la construcción de un “sujeto de asis-tencia”. Así se pronunciaba la Comisión:

“En su estado actual, lamentablemente y con seguridad debido a la urgenciacon que se lanzó el programa, el derecho familiar de inclusión social sigue sinalcanzar a segmentos especialmente vulnerables, desprotegidos y olvidados denuestra población. Aquellos que, por la marginación social […] como es elcaso de muchos miembros de la población aborigen, no pueden siquiera cum-plir requisitos de inserción social, como son los requisitos de vacunación, do-cumentación, escolaridad, entre otros. Se cae así en la paradoja de que paragarantizar el derecho de inclusión social se exige precisamente poseer a prioriun cierto grado de inclusión. […] De mantener la estructura de requisitosactual, dejaremos de promover la inclusión de los más excluidos.

No podemos olvidar que la Constitución Nacional en su artículo 75, inciso17, las leyes 23.302 y 24.071, y los tratados internacionales firmados por laNación que atienden cuestiones de las comunidades indígenas, imponenprestar especial consideración a las necesidades de las mismas. El presenteproyecto de ley busca corregir el sinsentido aludido, flexibilizando los requi-sitos para acceder al derecho familiar de inclusión social a los miembros decomunidades aborígenes del país […] El reconocimiento de la idiosincrasia yde la cultura de las comunidades aborígenes impone la consideración de susparticularidades, especialmente desde la esfera pública. Consideramos lapresente propuesta, corolario necesario al reconocimiento y respeto de esa di-versidad” (Senado de la Nación, Proyecto N° 544/02).

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Desde esta perspectiva, son las carencias las que definen las “particulari-dades”. Éstas, así definidas, ofician la circunscripción del colectivo indígenacomo objeto de asistencia. “Particularidad” asociada a “vulnerabilidad” cons-tituye un binomio que legitima el carácter de una intervención política ten-diente a naturalizar tal situación más que a problematizarla. Esta concepciónparece estar cercana a aquella que, apelando a la “cultura de la pobreza”(Lewis, 1961), explica a la misma como un estado dado por comporta-mientos culturales y no como condiciones emergentes de relaciones socialesentramadas en procesos histórico-políticos.

El respeto “a la idiosincrasia y la cultura de las comunidades” queda di-luido en la mera consideración de aquellas “particularidades” que prefiguranal indígena “necesitado de asistencia”. De esta manera, si bien las carenciasque justifican la inclusión al plan deben ser contempladas, al mismo tiemposon ignoradas, en tanto, el objetivo del plan se restringe a otorgar 150 pesosmensuales, desatendiéndose de promover los medios para garantizar el accesoa esos “requisitos básicos” exigidos. A su vez, la supeditación del ordena-miento jurídico referido al derecho indígena a necesidades determinadas deese modo diluye el alcance del mismo, y opera en desmedro de la consolida-ción de un “sujeto de derecho”, a través de una política de asistencia que in-tenta emular una política de reconocimiento.

Como organismo estatal, el INAI, no escapó a esta corriente. La mayorparte de su personal quedó afectado de una u otra manera a la ejecución delPrograma Jefes y Jefas, que se definió como prioritaria por encima de los ob-jetivos específicos del Instituto. La participación del INAI en el Plan Jefes yJefas requirió al principio del establecimiento de un acuerdo ad hoc entre elMinisterio de Desarrollo Social y el de Trabajo, para aceitar los procedi-mientos entre el INAI y ambos ministerios y así salvar ciertas “especificidades”de modo que las comunidades indígenas pudieran efectivamente acceder aeste derecho paradójicamente definido por su universalidad.

En junio del 2002, la Comisión de Población y Desarrollo del Senado pro-movió un proyecto de comunicación (Nº 1282/02) orientado a este objetivo.Sancionado el 23/10/2002, este proyecto solicitaba:

“al Poder Ejecutivo nacional, que a través del Ministerio de Trabajo,Empleo y Seguridad Social flexibilice los requisitos y condiciones establecidosen el Programa Jefes de Hogar a fin de permitir la inclusión en dicho pro-grama de todo jefe/jefa de familia argentino/a indígena desocupado/a exi-miéndolo del cumplimiento de los requisitos establecidos en al artículo 5º del

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decreto 565/02 e incorporándolos con la sola constancia de iniciación deltrámite de identificación ante las autoridades competentes. Esto es insosla-yable, ante la gran cantidad de aborígenes indocumentados carentes de di-nero suficiente e indispensable para obtener su documentación o porqueviven alejados de los centros urbanos, olvidados en medio de los montes, sinmedios de comunicación que los acerque a las delegaciones del Registro Na-cional de las Personas por lo que terminan sus vidas siendo nada más y nadamenos que simples NN” (Exp. Senado de la Nación 1282/02).

De este modo, la intervención del INAI como organismo habilitante parala inscripción de beneficiarios fue presentada ante propios y extraños comouna oportunidad de extender los “beneficios” de un Estado –nuevamente de-finido como dador de bienes– a las poblaciones que nunca acceden a ellos.Más allá de la veracidad de las argumentaciones a su favor, interesa destacarque el abocamiento casi exclusivo del INAI en esta actividad resultó no sólo enla aceptación de la dilución de la problemática indígena ejercida desde el PENcomo cuestión compartida por todos los “pobres”, 13sino también en la dis-continuidad de algunas actividades y relaciones que el INAI había logradoconstruir y/o mantener, a pesar del exiguo presupuesto y de los consabidosdefectos de ambigüedad y desorientación crónicos en la gestión estatal de lapolítica hacia indígenas.

En este sentido, vale observar que desde la fecha de su creación y de su re-glamentación en 1989, el INAI ha sido progresivamente desjerarquizado y va-ciado de sus funciones específicas. Esta agencia estatal, que tendría como ob-jetivo generar políticas de derecho en relación a los Pueblos Originarios, nose ha caracterizado por mantener proyectos y programas de acción continua,

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13 En su carácter de titular del Gabinete Social, Chiche Duhalde realizó numerosas visitas a lo-calidades del interior del país marcadas por la pobreza. En algunos casos, estas localidadescuentan con población mayoritariamente indígena. Dichos viajes tuvieron gran repercusiónen los medios. En la cobertura periodística realizada por los diarios, la apelación a la catego-ría indígena como “marco” de la nota refuerza la idea de la vulnerabilidad de la poblaciónque depende de la asistencia del Estado para su subsistencia, concurriendo a la fijación de ca-racterísticas esperables en la población que es objeto del plan. Así, Clarín eligió ilustrar unanota sobre las generalidades del Plan Jefas y Jefes con una foto donde se ve a Chiche Duhaldesaludando a una mujer “aborigen del Impenetrable” (Clarín, 21/6/2002). El 25 de agosto de2002, Clarín informa de una modalidad del Plan especialmente diseñada “para comunida-des aborígenes y pequeños pueblos”, que contempla la ayuda del Ejército para la construc-ción de huertas, utilizando la mano de obra reunida por los beneficiarios. Nuevamente, lailustración de la nota incluye una fotografía en la que la Sra. Duhalde abraza a una “aborigenwichi” en ocasión de su visita en mayo “al Nordeste” (Clarín 25/8/02: 7).

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siendo éstos reemplazados frecuentemente por acciones aisladas que moto-rizan a la institución en un sentido y que no siempre mantienen continuidad.Durante el 2002, esta tendencia se profundizó, al quedar el INAI subsumidoa una política social de carácter neoasistencialista que marchaba a contrapelode una política pasible de ser enmarcada en términos de reconocimiento yafirmación de los Derechos Indígenas. Nos referimos especialmente a fun-ciones de aserción de derechos en función de su reconocimiento constitu-cional como pueblos preexistentes, funciones que no tienen que ver con“ayudas”, ni con representación de grupos subordinados.

No obstante todos los pronunciamientos oficiales efectuados, en agosto de2002 organizaciones representativas de distintos sectores sociales (entre ellasorganizaciones indígenas) se manifestaban frente al Instituto Nacional contrala Discriminación, Xenofobia y Racismo (INADI) por la falta de entrega de3500 planes sociales. Planes que, otorgados en diciembre de 2001, habían sidoreconvertidos para unificarlos en los Planes Jefes y Jefas de Hogar. Los re-clamos realizados en esa oportunidad hacían evidentes las tensiones ya mencio-nadas: la presidenta de la Comisión de Mujeres Indígenas (Isabel Condori) ex-presaba:

“por primera vez en diciembre, la comunidad indígena logró un plan sociala través de las resoluciones 899 y 992. Estaban destinados a proyectos pro-ductivos. Con ellos se pensaban desarrollar y apoyar microemprendimientos.Pero, ahora, este plan se canalizó en uno sólo: el de Jefas y Jefes de Familiapor lo que muchos de los que habían sido asignados quedan afuera” (Clarín21/08/02).

Por su parte, frente al cuestionamiento de otras dependencias estatales (Se-cretaría de Coordinación del Ministerio de trabajo) recibido por el INADIpor la forma de otorgar planes, su presidente (Enrique Oteiza) señalaba:

“Nos dicen que las organizaciones nos encarguemos de hacer la reconversiónde las planillas de otorgamiento anteriores a las actuales de Jefas y jefes, igno-rando que para informar a nuestros hermanos que viven en las comunidadesa veces se necesita tiempo y dinero. Hay lugares que no tienen teléfono y haceruna fotocopia cuesta más de 10 centavos. Tiene que bajar en mula o caballopor horas hasta el pueblo, gastar en comida y eso nadie lo considera” (Clarín21/08/02).

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En esta coyuntura, los sucesivos viajes de Chiche Duhalde como Coordi-nadora de Políticas Sociales a distintas localidades provinciales –muchas deellas con población mayoritariamente indígena– parecían buscar un efecto desentido tendiente a revertir los cuestionamientos manifestados por diferentessectores. En la difusión que el Poder Ejecutivo Nacional efectuaba de lasgiras, el acento estaba puesto en mostrar a un Estado que, frente a la crisis, seautoasignaba el papel de reconstruir las redes sociales devastadas, resaltandodicha imagen mediante un plus simbólico: la inclusión del sector indígena.Al presentar a éste como el más excluido entre los excluidos, se procuraba re-forzar la universalidad de un plan que toma en consideración “incluso a losdiferentes”.14 De tal modo, se buscaba contrarrestar las denuncias sobre elfuncionamiento del programa que efectuaban los distintos sectores impli-cados. El marco de la contienda se tornaba complejo y, frente a las críticascrecientes al plan de asistencia, el Estado pretendió “blanquear” su acción po-lítica, presentándola como una acción “fuera de la política”, que se poníabajo el control de la “sociedad civil” y que, a pesar de todas las dificultades,intentaba llegar a “todos”, incluso a los más desamparados: los indígenas.

En este marco, el gobierno endilgaba a los sectores piqueteros hacer un“uso político” de la asignación de los planes.15 En varias oportunidadesChiche Duhalde había manifestado :

“Vengo recibiendo denuncias que dicen que los programas no son bien entre-gados, que no son genuinas las familias desocupadas, o que los invitan a par-ticipar de piquetes y para eso les pagan” (Página 12, 06/04/02).

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14 Vale anotar que, dada la exigencia de una “contraprestación” a los beneficiarios del Plan, lainclusión entre ellos de indígenas a través del INAI tuvo como efecto imprevisto y secunda-rio, por ejemplo, la estimulación de la formación de talleres de lengua y cultura aborigen yenseñanza de producción de artesanías. Paradójicamente, una contracara del efecto cotidia-no del Plan en las comunidades indígenas aparece retratada en el informe brindado por Cla-rín en abril de 2004, según el cual un equipo de pediatras constató el aumento de las tasas dedesnutrición entre los pueblos kollas del área de San Antonio de los Cobres a partir de 2002.En la versión de los agentes sanitarios locales, “desde que empezaron los Planes Jefas y Jefesde Hogar, las mamás han tenido que salir a prestar servicios y han descuidado un poco a loschicos (Clarín, 11/4/2004).”

15 Los medios de comunicación y el discurso público trataron esta cuestión especialmente enrelación a dos tópicos: el de la constitución de los planes sociales como objeto de la disputapor el poder, y el de la corrupción que anida en sus mecanismos. Sin embargo, preferimoscomo Grassi (2003: 109) enfocar a la corrupción no como un “resto” no deseado y externo ala práctica de que se trate, sino considerarla en sí misma como un proceso activo de produc-ción sociocultural.

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“Si una organización piquetera trae auténticos jefes y jefas de hogar desocu-pados, se los recibe como cualquiera. El tema es que no pidan cupos para uti-lizarlos en los cortes de ruta y haciendo política” (Clarín 21/06/02).

La puja por el control de las redes clientelares subyacía al conflicto con lospiqueteros. De la misma manera, desde el principio el gobierno nacional ex-cluyó a los gobiernos provinciales del control de las asignaciones, acusán-dolos de corruptos e instalando la idea de una mayor transparencia vía la rela-ción directa estado nacional-municipios. En este sentido, se apeló a lasONGs, tratando de incorporarlas en los consejos consultivos municipales conun doble objetivo: aliarlas al Poder Ejecutivo Nacional en su carácter degrupos de presión y, a la vez, constituirlas como representantes genuinas de lasociedad civil. De esta manera, la convocatoria a las ONGs intentaba dar porrealizada la participación de la sociedad civil en la política estatal.

Sin embargo, estas líneas de la política social no estarían exentas de pro-blemas. Muchos intendentes veían con agrado los criterios adoptados, desta-cando el “gran avance en la coparticipación de los fondos sociales”, ya que“en algunas provincias, los gobernadores tenían la costumbre de apropiarsede la ayuda social que la Nación enviaba a los municipios (Página 1206/04/02).” Sin embargo, se mostraban reticentes en incorporar en los Con-sejos Consultivos –también llamados Consejos Económicos Sociales– a lasONGs, organizaciones barriales, cámaras empresariales e industriales, y a lossectores religiosos, tal como se disponía oficialmente para la instrumentacióndel programa social.

El Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados –que en principio fue presen-tado por el gobierno de transición como una solución temporaria de conten-ción social– continuó vigente durante el 2003, incluso luego del recambiopresidencial.16

En los primeros meses del año 2003 se sucedieron una serie de reunionesentre distintos representantes de organizaciones indígenas y el Presidente de

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16 El 7 de enero de 2003, el decreto 39/03 prorrogó hasta el 31 de diciembre de ese año laEmergencia Ocupacional Nacional y la vigencia del Programa Jefas y Jefes de Hogar Deso-cupados (Pautassi et al., 2003: 5). Según datos provistos por el Ministerio de Trabajo en di-ciembre de 2003, para entonces existían 1.827.388 beneficiarios en todo el país, que repre-sentarían el 18,9 % de los hogares –si se respetara la paridad de un plan como máximo porhogar-. En algunas provincias como Formosa, Chaco, Jujuy y Catamarca, esta proporciónalcanzó entre el 45 % y el 49 % de los hogares dependientes de la ayuda monetaria directa. Elpresupuesto de 120 millones de dólares anuales fue cubierto en un 50 % con un préstamodel BM (Clarín, 4 de enero de 2004).

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la Nación Eduardo Duhalde. Los medios de comunicación y el discurso pú-blico tematizaron dichos encuentros realizados en plena campaña electoral,relacionándolos a la política social nacional donde una vez más se ponía demanifiesto la voluntad de poner en marcha mecanismos que hicieran posiblela integración de la población indígena en los programas sociales de asis-tencia. En este escenario de campaña electoral, los encuentros auspiciadospor el PEN estaban sobre todo abocados a demostrar y distinguir frente a laopinión pública a “los pobres no merecedores de asistencia” (e.g. piqueteros)de los “pobres merecedores” (por ejemplo, los indígenas). De este modo, sebuscaba diluir las presiones que la gestión de gobierno venía recibiendo dedistintos sectores sociales y seguir enarbolando un programa político que ha-bría “pacificado un país en llamas”.

En marzo de ese año, el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Socialdisponía mediante una resolución que lleva la firma de la titular de la carteralaboral, Graciela Camaño, la creación de los “Consejos Consultivos de lasComunidades Indígenas”, para favorecer la inserción de ese segmento de lapoblación en los beneficios del plan (Dirección de Prensa y Comunicacióndel Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, 7/3/2003). Apelandoa la Constitución Nacional y a la Ley 23.302, la Resolución 121/03 esta-blecía:

“Que atento al reconocimiento de su preexistencia, el Estado Nacional se en-cuentra obligado a considerar a las comunidades indígenas como entidades te-rritoriales diversas de los municipios y comunas, con su propia organización ytradiciones, corresponde incorporarlas al circuito de evaluación y aprobaciónde los proyectos a ejecutarse en el marco del PROGRAMA JEFES DEHOGAR. […] A los fines de garantizar el status jurídico correspondiente a lascomunidades indígenas, y propender a la diversidad cultural en la ejecuciónde la política pública de empleo, es conveniente su inserción en el citadoPROGRAMA JEFES DE HOGAR como CONSEJOS CONSULTIVOSDE LAS COMUNIDADES INDIGENAS, con funciones y atribuciones si-milares a la de los CONSEJOS CONSULTIVOS MUNICIPALES OCOMUNALES…” (Resol. 121/03. Énfasis en el original).

De este modo, operaba el reconocimiento de un status jurídico diferentepara incorporar a la población indígena al Programa. Según esta Resolución,las facultades de los Consejos Consultivos Indígenas se circunscribían a pro-mover en sus comunidades el programa Jefes/as de hogar y

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“recibir denuncias de irregularidades en el desarrollo y ejecución del PRO-GRAMA y tramitarlas con el CONSEJO CONSULTIVO MUNICIPALcorrespondiente (…); ejercer el control sobre la participación de los beneficia-rios de sus comunidades (…), y el desarrollo de los proyectos aprobados en suseno, informando a la GERENCIA DE EMPLEO Y CAPACITACIONLABORAL de cualquier irregularidad que hubiera detectado a su respecto”(Resolución 121/03, art. 2º. Énfasis en el original).

De esta forma, el “status especial” otorgado a los Consejos ConsultivosIndígenas se encontraba íntimamente relacionado con extender funciones“policíacas” a fin de custodiar el buen funcionamiento del plan, evitando lasposibles distorsiones o abusos que se pudieran ocasionar. De esta forma, nosólo se consigue afianzar un involucramiento “activo” de los propios asis-tidos, sino reforzarlo mediante las tareas de control y monitoreo. En conso-nancia, los continuos pedidos realizados desde el activismo indígena en rela-ción al reconocimiento de un status jurídico –status con el cual disponer deinstrumentos para la adquisición de títulos de propiedad comunitaria de tie-rras y de capacidades decisorias sobre los recursos naturales– son diluidos poresta resolución a la administración de un plan de asistencia en donde la “par-ticipación” política se equipara a tareas de control en resguardo de las inicia-tivas estatales.

A mediados de marzo de 2003, en la Quinta de Olivos, el PEN auspiciabael que se denominó “Primer Parlamento Indígena”, un encuentro entre unadelegación de representantes indígenas y el entonces presidente de la NaciónEduardo Duhalde junto con su esposa Chiche como representante del Gabi-nete Social, la ministra de Trabajo Graciela Camaño, la ministra de Educa-ción Graciela Giannettasio y la ministra de Desarrollo social Nélida Doga.En el discurso pronunciado por el Presidente, el carácter del lineamiento po-lítico neoindigenista se expresa con nitidez. Allí se instaba a los indígenas aorganizarse a fin de “romper con [la] exclusión”. Se anunciaba que tanto elotorgamiento de becas como la inclusión efectiva a los programas sociales–particularmente el de Jefas y Jefes de Hogar– sólo sería posible en tanto lascomunidades indígenas se “ordenaran” activamente en su consecución. Enpalabras del presidente Duhalde:

“recién… firmamos, que todo joven indígena que vaya a un colegio secun-dario va a tener ayuda del Estado mediante becas, útiles, libros y cuadernos.Esto es lo que hemos firmado recién. Pero estas cosas que se firman luego es

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difícil llevarlas a cabo si las comunidades indígenas por sus propios medios,organizándose en consejos en cada provincia o en cada área de una provinciadonde se encuentren, no están enteradas […] Entonces hoy también vamos aver de qué manera formamos los consejos consultivos indígenas para que seanlos propios indígenas los que nos digan a qué familias les corresponde el temasocial […] Por lo tanto es importante que se organicen en la organizaciónque ustedes mismos se dan pero sepan que de alguna manera tienen que estarconectados con la Secretaría de Asuntos Indígenas para poder tener los lis-tados” (Discurso del Presidente Duhalde, 17/3/2003).

Arribamos pues a la ejecución de un programa que no se limita a otorgaruna ayuda social distribuida mecánicamente a los beneficiarios sino que, ape-lando a una sensibilidad por “los diferentes” distinguidos como “los ex-cluidos de toda exclusión”, interpreta el marco jurídico referente al derechoindígena en la dirección de incluir la “problemática indígena” desde ciertascoordenadas políticas donde “los beneficiarios de la asistencia social tienen ‘o-bligaciones’, no derechos” (Handler, 2003:173). A la vez, el impulso oficial a laconformación de los consejos consultivos indígenas aparenta abrir un mediopara canalizar las demandas de participación que el activismo indígena vieneefectuando.

VI. Consideraciones finales

Durante el lapso temporal que analizamos, el apelar a “la crisis en que vive elpaís” constituyó un arma privilegiada en la lucha hegemónica que permitiólegitimar ciertas prácticas políticas descriptas como “las únicas posibles”. Lapobreza fue tratada como deus ex machina desvinculada de los procesos socia-les que promueven sus condiciones de emergencia, poniendo en evidencia elvacío respecto de una política indígena tendiente a reconocer a los pueblosindígenas como “sujetos de derecho” en vez de como “sujetos de asistencia”.En dicha coyuntura, la intervención política respecto a la problemática indí-gena se mostró eficaz como medio desde donde reafirmar una gestión de go-bierno que, aunque de transición, se “acordó” de los comúnmente “olvida-dos” de la historia, al mismo tiempo que contorneaba una vez más aquellopasible de ser demandado, diferenciándolo de lo que constituye un exceso in-tolerable (Briones, 1999).

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En la Resolución 121 de creación de Consejos Consultivos de las Comuni-dades Indígenas emitida por el Ministerio de Trabajo, Empleo y SeguridadSocial parece cristalizarse –retomando la expresión de Dagnino (2002b)–una especie de “confluencia perversa”: se habilita la participación indígena,pero en términos acotados a administrar, controlar y regular los Planes Jefas yJefes de Hogar. Ahora bien, si bien no renuncian a una “incorporación sub-ordinada” del indígena mediante la extensión de planes sociales focalizadosque se pretenden revestir de un carácter universalizador, las intervencionesestatales analizadas lo hacen de un nuevo modo. Investidas de un “aura de-mocratizante”, “abiertas” a las demandas formuladas, “sensibles” a los pro-blemas sociales, incentivan la asunción activa por parte de los llamados “be-neficiarios” de su autocuidado, con el fin de que éstos adhieran con sucompromiso a la “resolución” de su propia exclusión.

Lo que parece abrirse paso en materia de política indígena a partir de estosúltimos años es una nueva forma de intervención que tiene como pilar la par-ticipación –estrategia que permite legitimar los corrimientos sucesivos de lasagencias estatales en determinados asuntos, poniendo el acento en las respon-sabilidades que, en todo caso y según esta perspectiva, deben asumir los indí-genas a fin de concretar los propósitos definidos de antemano por ellasmismas. Así es como comienzan a proliferar los discursos estatales que ex-plican “el estado de exclusión” del sector indígena atribuyéndolo a su falta decapacidad organizativa, tanto para efectivizar su participación en el gobiernodel Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, como para conseguir el finan-ciamiento de becas o la adjudicación de programas sociales. Se consolida asíun proceso de construcción de hegemonía en el cual “lo que comienza siendouna norma que debe ser implantada en el interior de los ciudadanos puede serreformulada como una demanda que los ciudadanos pueden hacer a las auto-ridades” (Rose, 1997:39).

Sobre este telón de fondo, en los días 16 y 17 de agosto de 2002 se produjoun hecho que puso en evidencia los límites de la política indigenista guberna-mental. Nos referimos al conjunto de hechos denunciados en Lote 68, en lasafueras de la capital de Formosa donde, según se denunció públicamente,una fuerza policial amparada por el prejuicio racial cometió graves abusos enperjuicio de familias Qom.17 Ante los hechos consumados –que expusieron

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17 “Un indio debe pagar…” fue el lema que movilizó a más de 100 policías para ingresar a lacomunidad, detener y torturar a ciudadanos Qom, incluyendo menores de edad, en supues-ta venganza por un hecho delictivo no aclarado. El hecho fue difundido, denunciado y repu-diado por ENDEPA, APDH Formosa, SERPAJ, INCUPO, Equipo Pueblos Indígenas y EquipoNizkor –entre otras instituciones– y mereció en esos días la visita al Lote 68 de la Comisión

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dramáticamente la vulnerabilidad de los ciudadanos indígenas en una so-ciedad construida en base a la legitimación política de la desigualdad– el go-bierno nacional, interpelado por el Relator Especial sobre la Tortura de lasNaciones Unidas, Theo Van Boven, inició una cadena de “pase de consultas”que fue de la Dirección de DD.HH. del Ministerio de Relaciones Exteriores ala Secretaría de DD.HH. del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Hu-manos y al INADI (Ministerio del Interior) y, de estas dos agencias al INAI(Ministerio de Desarrollo Social). El presidente del INAI pidió entonces uninforme al presidente del Instituto de Comunidades Aborígenes de Formosa,Roberto Vizcaíno, y reenvió la respuesta de éste a los anteriores. De esta ma-nera, cada agencia gubernamental nacional eludió dar una respuesta por símisma, localizando la responsabilidad en otra parte de la estructura, y los he-chos quedaron finalmente relegados a un asunto que competiría a la justiciaordinaria provincial.

El reclamo de los Qom no fue atendido con la misma premura y forma-lidad –más allá de una carta de J. Pereda disculpándose por no haber concu-rrido al lugar durante su visita a Formosa en la semana de los hechos denun-ciados–, pese a que entre los denunciantes se encontraban algunos de quienesen el 2001 habían sido llamados provisoriamente a integrar la participaciónindígena en el Consejo Provisorio del INAI. Es decir, el gobierno en su con-junto y cada una de sus instituciones no se hicieron cargo de que entre los fac-tores que intervinieron en este hecho se contaba no sólo la violencia policial–que en verdad, afecta a sectores más amplios de la población y que semuestra como “coletazo” de estilos y relaciones de poder cimentados durantela última dictadura militar y aún no desmantelados– sino especialmente laconflictividad interétnica que se dirime siempre en favor del sector hegemó-nico y que no se soluciona con la instalación de Consejos Consultivos locales.La declamada participación de dirigentes en las cadenas de distribución de fa-vores gubernamentales no alcanzó para enfrentar la impunidad de los vio-lentos.

De esta manera, el gobierno nacional –y especialmente el INAI comoagencia específica, a través de su Presidencia– se negó a asumir la oportu-nidad de encarar la política indígena como algo más que la inclusión de indí-genas en listas de beneficiarios de asistencia de necesidades elementales, pro-fundizando el carácter fragmentador de su lectura de la realidad social ydesoyendo la experiencia de décadas de historia.

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de DDHH de la Cámara de Diputados de la Nación representada en la Diputada NacionalM. Bordenave.

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