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E scuela de E scritores: LF – Relato Breve Tema 1 Ejercicios de desbloqueo Un folio que era blanco El bloqueo literario Cuando le comenté a Alfonso Fernández Burgos que estaba escribiendo un tema sobre el bloqueo literario, me miró de arriba abajo, se acomodó las gafas, y con esa media sonrisa que le sale siempre que habla sobre escritura, me repitió eso que le encanta afirmar ―y con lo que yo, en parte, estoy muy de acuerdo―; y es que Alfonso siempre dice que el bloqueo literario no es más que pereza. Pereza. Simple y llana pereza. Alfonso, además de clases de relato, suele dar clases de novela. A sus alumnos de novela les aplica su conocida "teoría del desánimo", que resume con un par de fórmulas estrambóticas, y que básicamente dice que está prohibido desanimarse hasta llegar a un número mínimo de páginas; pongamos, seiscientas páginas. Novelistas y fórmulas aparte, esta afirmación de Alfonso me permite abordar el tema desde ese punto de vista, el de la pereza. Vamos a ver por qué esto funciona así, dónde empieza esa pereza ―porque empieza en algún sitio, os lo aseguro― y dónde tenemos que ir para acabar con ella. Las expectativas y la pereza Empezamos pues por el principio. Estamos sentados al pie del cañón ―frente a la hoja en blanco, sea un procesador de textos o un folio de los de papel de toda la vida― y con una idea estupenda en la punta de la lengua. Se nos acaba de ocurrir, hemos corrido a escribirla. La tenemos ahí, le hemos dado vueltas de camino a casa, hemos encontrado esa primera frase, sabemos qué pasa luego...; pero no podemos: somos incapaces de empezar. Lo hemos intentado, claro, para que luego no digan... Pero la hemos borrado porque nos parece una frase de lo más fea, cacofónica, sin sentido; o peor, la hemos oído antes y, claro, ¡no es original! No vamos a escribir un cuento que no sea original. Seguro que esta lista de insultos os suena familiar. Más de una vez se los hemos escupido ―en silencio, claro― a ese cuento que aún no está escrito, ese cuento que no ha tenido ni la oportunidad el pobrecito de convertirse en palabras. Que es solo una idea. Y, si seguimos así, como es normal, el cuento no será nunca un cuento. No será ni siquiera un intento de cuento, lo que es incluso peor que no ser un cuento. Preguntádselo a cualquiera, ya veréis. ______________________________________________________________________________________________________________ www.escueladeescritores.com C/ Francisco de Rojas, 2, 1º dcha. 28010 Madrid Teléfono: 91 758 31 87 LF – Relato breve - Tema 1 © Mariana Torres página 1

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Ejercicios de desbloqueoUn folio que era blanco

El bloqueo literario

Cuando le comenté a Alfonso Fernández Burgos que estaba escribiendo un tema sobre el bloqueo literario, me miró de arriba abajo, se acomodó las gafas, y con esa media sonrisa que le sale siempre que habla sobre escritura, me repitió eso que le encanta afirmar ―y con lo que yo, en parte, estoy muy de acuerdo―; y es que Alfonso siempre dice que el bloqueo literario no es más que pereza. Pereza. Simple y llana pereza.

Alfonso, además de clases de relato, suele dar clases de novela. A sus alumnos de novela les aplica su conocida "teoría del desánimo", que resume con un par de fórmulas estrambóticas, y que básicamente dice que está prohibido desanimarse hasta llegar a un número mínimo de páginas; pongamos, seiscientas páginas.

Novelistas y fórmulas aparte, esta afirmación de Alfonso me permite abordar el tema desde ese punto de vista, el de la pereza. Vamos a ver por qué esto funciona así, dónde empieza esa pereza ―porque empieza en algún sitio, os lo aseguro― y dónde tenemos que ir para acabar con ella.

Las expectativas y la pereza

Empezamos pues por el principio. Estamos sentados al pie del cañón ―frente a la hoja en blanco, sea un procesador de textos o un folio de los de papel de toda la vida― y con una idea estupenda en la punta de la lengua. Se nos acaba de ocurrir, hemos corrido a escribirla. La tenemos ahí, le hemos dado vueltas de camino a casa, hemos encontrado esa primera frase, sabemos qué pasa luego...; pero no podemos: somos incapaces de empezar. Lo hemos intentado, claro, para que luego no digan... Pero la hemos borrado porque nos parece una frase de lo más fea, cacofónica, sin sentido; o peor, la hemos oído antes y, claro, ¡no es original! No vamos a escribir un cuento que no sea original.

Seguro que esta lista de insultos os suena familiar. Más de una vez se los hemos escupido ―en silencio, claro― a ese cuento que aún no está escrito, ese cuento que no ha tenido ni la oportunidad el pobrecito de convertirse en palabras. Que es solo una idea. Y, si seguimos así, como es normal, el cuento no será nunca un cuento. No será ni siquiera un intento de cuento, lo que es incluso peor que no ser un cuento. Preguntádselo a cualquiera, ya veréis.

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¿Y por qué nos ponemos a destrozar un cuento antes de haberlo escrito? Porque eso no puede ser pereza, es más bien un desgaste de energía.

Pues lo destrozamos por un exceso de expectativas.

Queremos escribir el cuento más maravilloso de nuestra vida, queremos que quede perfecto ―desde el principio, además―, y sabemos que nunca en papel será tan perfecto como la idea que teníamos en la cabeza. Y para eso, claro, mejor no escribirlo. ¿No os suena un poco infantil? A mí sí.

No hay peor cuento que el que no se escribe. Escribir es una labor larga, que gana con los años ―como los vinos―, muy práctica. No se puede pretender escribir un cuento perfecto a la primera, ni siquiera después de muchísimos años de práctica. Ni siquiera entonces. Lo suyo, por tanto, es permitirse escribir lo que sea, aunque salga mal. ¿Qué importancia tiene? Si sale mal se tira a la papelera y se pasa al siguiente. Así de fácil. Es más: nadie, aparte de ti, tiene por qué saberlo.

La disciplina y la pereza

Ya lo hemos hecho: hemos puesto en la misma frase esos dos grandes contrarios: pereza y disciplina. ¿Qué vamos a hacer con ellas ahora? Pues primero, reírnos.

Ahora que nos hemos reído hablemos un poco más seriamente. Escribir, como decía antes, es una cuestión de costumbre. Me parece bien y estoy de acuerdo con la gente que dice que hasta que no tiene un cuento que le emocione lo suficiente, no se pone a escribir; porque, si no le motiva lo suficiente, pues no le sirve de nada. Bien, eso puede ocurrir y es tan factible como lo otro.

¿Qué es lo otro? Crear un hábito. Acostumbrarse a escribir a menudo. Convertir el hecho de escribir en una parte importante de nuestra vida. Hacerlo continuamente, necesitarlo. Y esto no ocurre solamente al sentarse a escribir, un escritor es escritor las veinticuatro horas del día y, si ve una escena desde su terraza que es un cuento, la escribe. No se puede evitar.

Porque para escribir utilizamos herramientas, igual que para hacer pan o para correr maratones. Cuanto más utilicemos esas herramientas, más entrenadas estarán y menos las notaremos. Es como cuando empiezas a hacer footing a diario, al cabo de unos días las agujetas desaparecen, y las piernas cada vez responden mejor; hay un momento hasta que corren solas. Eso hay que conseguir con la escritura: que el teclado, la pluma, el papel o lo que sea, no nos impida que las ideas salgan de manera fluida, que la herramienta no sea un obstáculo. Y para eso hay que acostumbrarse: si escribís a

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ordenador, pues hay que lograr que el teclado sea un apéndice de vuestra cabeza, que no os haga falta pensar dónde está cada tecla, que todo sea una sola cosa.

Para lograr esto solo hay una manera: la práctica. Diaria, si es posible. Si alguien conoce otra forma, que me la diga. Y para esto sí que no vale la pereza. Es más. A la larga la disciplina logra aplastar la pereza. Nos hemos acostumbrado tanto a escribir a diario que casi lo hacemos sin querer. ¿Quién dijo pereza?

El juego y la pereza

Podemos comparar al escritor con un niño que se sienta a jugar con sus personajes favoritos en un mundo creado a medida. Si el niño se deja llevar por el juego, llegará un momento en que esté tan metido en su dinámica que no recuerde que está jugando. Eso es lo que debe hacer el escritor: dejarse llevar por su historia, divertirse con ella y olvidarse de las expectativas.

¿A algún niño le da pereza jugar? No suele ocurrir.

A mí me gusta poner el ejemplo del niño y su coche de policía. Imaginad un niño de unos siete años. Está en el salón de su casa con un cochecito azul. No es un coche de policía siquiera, es tan solo un pequeño coche azul. El niño recorre el salón a grandes zancadas, hace volar el coche por todas partes. Con la boca produce un ruido parecido a una sirena de policía y con las manos hace movimientos bruscos, hacia arriba y hacia abajo. Para ese niño ese coche ―de policía, por supuesto― puede volar. Y seguramente los agentes que viajan dentro están preparados para teletransportarse sin problemas a la estación principal...

Para el niño todo ese mundo es tan real como cualquier otro. Es un escritor escribiendo un cuento.

A su vez, al otro lado del salón, está su hermano mayor, que tiene unos quince años, y está ―probablemente con razón― un poco cansado de todos los ruidos y carreras del pequeño. El hermano, para fastidiarle, le quita el coche, se lo tira por la ventana y le dice con brusquedad que deje de hacer el tonto, que los coches no vuelan. Nuestro niño, en cambio, como imaginación no le falta, le da una patada al hermano en las espinillas y se escapa corriendo. Bien, pues ese hermano mayor, el que nos golpea con juicios críticos para devolvernos "a la realidad", es nuestro crítico interno. Hablemos de él.

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El crítico interno

Muchas veces nos sentamos a trabajar con el peor de los críticos subido a un hombro y mirando de reojo todo lo que vamos escribiendo en la hoja, para tachar, borrar y hacernos dudar de todo. Y, lógicamente, nos bloqueamos.

Que cada uno ponga a su crítico la imagen que más vaya con él... El mío, por ejemplo, es un duende de color verde ―con ropa ajustada, que le queda corta y pequeña―, y con una cara de susceptible que no puede con ella. Lleva un gorro con cascabeles, y cada vez que pongo una línea mueve la cabeza de un lado a otro, negando todo, y el ruido de los cascabeles se me mete en los oídos... En fin, un fastidio, como podéis imaginar. ¿Qué hago con él? Pues le entretengo. Se distrae muy fácilmente, como cualquier duende que se precie, así que le levanto del gorro y lo pongo en una de las macetas con flores del balcón. Ahí ya me deja escribir en paz: es un alivio.

Pues eso mismo tenéis que hacer con vuestro crítico interno, pasar de él por un rato. Porque no es cierto que no nos valga de nada ―es muy útil, porque tiene criterio―, el problema es que es un impaciente. Se empeña en juzgar los textos antes de que estén acabados y, claro, nos pone a parir. Así que lo suyo es, en una primera escritura, ignorarle totalmente; y ya en la tercera o quinta, cogerle del gorro y darle la oportunidad de hablar. Solo entonces será de ayuda.

El escritor y la imaginación

Una de las preguntas más frecuentes que se hace al escritor es la siguiente: "¿De dónde saca usted sus ideas?". Las respuestas suelen ser variadas. Desde "las ideas vienen solas, no sé cómo explicarlo, simplemente llegan" o "las ideas están en todas partes, basta con observar el mundo con los ojos bien abiertos y el bolígrafo en la mano" hasta "me baso en los recuerdos de infancia" y "todo empezó cuando me vino una imagen muy fuerte a la cabeza".

Un reciente Nobel de literatura comentaba que ya no tenía ideas nuevas, pero que por fortuna guardaba bajo llave sus cuadernos de ideas, escritos durante la juventud, y que seguía tirando de ellos para sacar nuevas historias.

Ahora es cuando traemos al ruedo esa palabra con la que siempre tratamos de etiquetarnos para defender nuestra afición a la escritura: "Yo es que tengo mucha imaginación, muchísima". ¿Y qué es entonces la imaginación? ¿Por qué estamos tan seguros de tenerla o de no tenerla? Pues, simplemente, la imaginación es una fuerte capacidad de asociación: no es algo tangible tampoco, surge al dejarse llevar por las palabras ―más bien por los conceptos en sí mismos―, para crear uniones de significado.

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¿Ha pensando alguien antes la relación que puede existir entre una bomba atómica y un patito de goma? Pues puede que sí, pero lo que es seguro es que la mirada que aplique yo a esa unión será diferente a la que aplique cualquier otra persona. Para mí un patito de goma puede ser algo pequeño, parecido a una esponja y cubierto de sales de baño; mientras que para otra persona puede ser un flotador, de estos que usan los niños en la playa. O, para otra, puede ser incluso un animal real cubierto de caucho, con sus ojos y su pico de pato.

Las motivaciones y la escritura

Escribir, a veces, es muy agradable. Para algunos. Para otros escribir, a veces, no es bonito, ni placentero, y cualquier adjetivo amable quedaría fuera de esa sensación. Para otros. Y, para algunos más, escribir es a la vez ambas cosas. Es una montaña rusa. A veces estamos arriba y lo vivimos con toda la energía del mundo, a veces estamos abajo y nos rodea un abismo y medio pantano intransitable. Y es que a veces, para qué vamos a engañarnos, nos pasamos de dramáticos y exagerados.

Seguramente todos, en algún momento, habéis sentido un escalofrío leyendo un poema. O comiendo un helado de arándanos, o escuchando reírse a un niño de tres años; tanto me da. Esa sensación ―ese escalofrío― nos mantiene ahí, en la línea fronteriza. Y esa es la sensación que perseguimos escribiendo ―o leyendo, o fabricando pan―; podéis ponerle el nombre que más os guste.

Ray Bradbury habla de "La Musa", en un ensayo del libro Zen en el arte de escribir, titulado "Cómo alimentar a la Musa y conservarla".

Dejo aquí un extracto:

Es mi opinión que para "Conservar a una Musa", primero hay que ofrecerle comida. [...] A lo largo de nuestra vida, ingiriendo comida y agua, construimos células, crecemos y nos volvemos más grandes y sustanciosos. Lo que no era, ahora es. [...] De modo parecido, a lo largo de la vida nos llenamos de sonidos, olores, sabores y texturas de personas, pasajes y acontecimientos grandes y pequeños. Nos llenamos de las impresiones y experiencias y de las reacciones que nos provocan. Al inconsciente entran no sólo datos empíricos sino también datos reactivos, nuestro acercamiento o rechazo a los hechos del mundo.

De esta materia, de este alimento, se nutre "La Musa". Ése es el almacén, el archivo, al que hemos de volver en las horas de vigilia para cotejar la realidad con el recuerdo, y en el sueño para cotejar un recuerdo con otro, y exorcizarlos si hace

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falta. Lo que para todos los demás es "El Inconsciente", para el escritor se convierte en "La Musa". Son dos nombres de lo mismo. [..]

Zen en el arte de escribirBRADBURY, Ray

En este mismo ensayo Ray Bradbury recomienda algunos trucos, que le han funcionando bien a él, para mantener despierta y activa a "La Musa". Os lo resumo aquí y añado alguno más de mi propia cosecha.

Leer poesía. "La poesía es buena porque ejercita los músculos que se usan poco". Yo, cuando empecé a escribir, no leía nada de poesía. No me gustaba (o eso decía), me aburría que hicieran esas estructuras raras con las líneas, y me parecía que escribir poesía era un desperdicio de papel... ¡Qué grave error! Hay que investigar, leer poesía, buscar la que nos guste, la que nos ponga los pelos de punta. Aunque no la entendamos, qué más da, la poesía es para sentirla, no para buscarle explicaciones.

Leer ensayo. "De un eco leve puede nacer una idea. De un eco grande puede resultar un cuento". Hace años tampoco leía mucho ensayo (si es que empecé a trompicones...); ahora, poco a poco, me voy aficionando. Y es que hay ensayos de todo lo que uno pueda imaginarse, y muy interesantes, ya sean sobre cría de abejas o trucos mágicos del siglo XVIII. Para gustos hay colores, nunca se sabe cuándo vamos a necesitar saber por qué a los pingüinos no se les congelan las patas al andar por el ártico.

Leer cuentos y novelas. "Lea a los autores que escriben como espera escribir usted, que piensan como le gustaría pensar. Pero lea también a los que no piensan como usted ni escriben como le gustaría, y déjese estimular así hacia rumbos que quizá no tome en muchos años." Ahí estamos, tratando de leer un poco de todo. Y de disfrutarlo, claro. También se puede leer "como escritor", sobre todo en una relectura. Es como cuando vas al cine y te dejas atrapar por la película, te has olvidado completamente de que estabas viendo una proyección, de que esos que hablaban era actores... Y, al ver por segunda vez la película, ya vas dándote más cuenta de cómo está todo construido. Lo mismo con los libros y la relectura.

Como veis todo se puede resumir en un solo consejo: leer. ¿Dónde se ha visto un escritor al que no le guste leer? Leer es casi, casi, lo que le mantiene con vida.

Y también por supuesto, vivir. Con los cinco sentidos, por supuesto. Como dijo Isabel Cañelles hace algunos años en uno de los prólogos del taller: "Pero vámonos a bailar de una vez. Ahora la literatura está ahí, divirtiéndose ―señalé la pista de baile―. ¿La ves?".

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Alimentarse bien es crecer. Trabajar bien y constantemente es mantener en condición óptima lo que se ha aprendido y se sabe. Experiencia. Labor. Son las dos caras de la moneda que cuando gira de canto no es ni experiencia ni trabajo sino el momento de la revelación. Por ilusión óptica, la moneda se vuelve redonda, brillante, un arremolinado globo de vida. Es el momento en que la hamaca del porche cruje levemente y una voz habla. Todos contienen el aliento. La voz se eleva y cae. Papá habla de otros años. De sus labios surge un fantasma. Agitándose, el inconsciente se restriega los ojos. "La Musa" se aventura a los helechos que hay bajo el porche, desde donde, dispersos en la hierba, escuchan los muchachos del verano. Las palabras se vuelven poesía y a nadie importa, porque nadie ha pensado llamarla así. He aquí el tiempo. He aquí el amor. He aquí el cuento. Un hombre bien alimentado guarda y serenamente da cauce a su infinitesimal porción de eternidad. En la noche estival parece grande. Y lo es, como lo fue siempre en todas las edades, cuando hubo un hombre con algo que contar y otros, tranquilos y sabios, que escucharan.

Zen en el arte de escribirBRADBURY, Ray

Ejercicios de desbloqueo

Hay tantos como escritores: cada uno debe encontrar el suyo propio. Bradbury, ya que hemos hablado tanto de él, tenía la costumbre de nada más levantarse cada mañana escribir una lista de palabras ―siempre sustantivos― sin pensar, dejando que salieran solos; desayunar y a continuación releerla para ver cuál de todos le daba un cuento. Así durante varios años.

Inventarios caóticos y concretos

Un inventario caótico es el ejercicio que proponemos como toma de contacto un poco más abajo. Se trata de escribir un inventario caótico sobre aquello que nos gusta y lo que no nos gusta. Un buen consejo a la hora de abordarlos suele ser evitar todo lo genérico y decantarse por la concreto. Manuel Vicent, en una columna publicada hace algún tiempo, en lugar de decirnos que le gustaba leer decía: "[me gusta] releer algún fragmento de los principios metafísicos de Spinoza en el sillón de orejas tomando un Oporto". Es decir: concreción, detalles.

Este cuento de Truman Capote —"Un recuerdo navideño"— está repleto de inventarios y listados detallados que perfilan muy bien los gustos del personaje y lo marcan con unos rasgos característicos para situarlo como alguien único en la cabeza del lector. Aquí

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tenemos cómo el narrador, Buddy, describe a su tía; y en el siguiente párrafo, describe sus regalos de Navidad.

[...] Aparte de no haber visto ninguna película, tampoco ha comido en ningún restaurante, viajado a más de cinco kilómetros de casa, recibido o enviado telegramas, leído nada que no sean tebeos y la Biblia, usado cosméticos, pronunciado palabrotas, deseado mal alguno a nadie, mentido a conciencia, ni dejado que ningún perro pasara hambre. Y éstas son algunas de las cosas que ha hecho, y que suele hacer: matar con una azada la mayor serpiente de cascabel jamás vista en este condado (dieciséis cascabeles), tomar rapé (en secreto), domesticar colibríes (desafío a cualquiera a que lo intente) hasta conseguir que se mantengan en equilibrio sobre uno de sus dedos, contar historias de fantasmas (tanto ella como yo creemos en los fantasmas) tan estremecedoras que te dejan helado hasta julio, hablar consigo misma, pasear bajo la lluvia, cultivar las camelias más bonitas de todo el pueblo, aprenderse la receta de todas las antiguas pócimas curativas de los indios, entre otras, una fórmula mágica para quitar las verrugas.

[...]

Después de trenzar y adornar con cintas las coronas de acebo que ponemos en cada una de las ventanas de la fachada, nuestro siguiente proyecto consiste en inventar regalos para la familia. Pañuelos teñidos a mano para las señoras y, para los hombres, jarabe casero de limón y regaliz y aspirina, que debe ser tomado "en cuanto aparezcan Síntomas de Resfriado y Después de salir de Caza". Pero cuando llega la hora de preparar el regalo que nos haremos el uno al otro, mi amiga y yo nos separamos para trabajar en secreto. A mí me gustaría comprarle una navaja con incrustaciones de perlas en el mango, una radio, medio kilo entero de cerezas recubiertas de chocolate (las probamos una vez, y desde entonces está siempre jurando que podría alimentarse sólo de ellas: "Te lo juro, Buddy, bien sabe Dios que podría..., y no tomo su nombre en vano"). […]

"Un recuerdo navideño"CAPOTE, Truman

El uso de los sentidos

A primera vista, escribir con los cinco sentidos no parece esconder ningún secreto: se trata de darle importancia a cada uno de los sentidos. Pero, normalmente, nos olvidamos de los sentidos a la hora de escribir o, al menos, de cuatro de ellos. ¿A qué huele nuestra escena del restaurante, qué textura tiene el mantel, cómo sabe ese postre que toma el protagonista, qué tocan esos violinistas del fondo...? Utilizar los sentidos nos acerca de una manera muy efectiva al texto. Porque nos trasladaremos, como

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lectores, a vivir allí, a ese restaurante con el mantel rugoso manchado de tarta de queso...

Escribir con los cinco sentidos ayuda al lector a vivir la historia, porque el escritor, en lugar de explicarla, la está mostrando. Si utilizamos el sentido de la vista, el lector verá la historia como si estuviera delante de una pantalla de cine, pero, si además añadimos los otros cuatro sentidos, la experiencia será más completa. El lector quiere vivir dentro de la historia, y para ello es necesario no solo verla en su cabeza, sino que la sienta en todo su interior. El uso de los cinco sentidos y, en especial de los cuatro que solemos dejar atrás, nos ayuda a transmitir en toda su plenitud.

Podemos describir un escenario utilizando los cinco sentidos: “Recuerdo que la cocina de la abuela olía a pan recién hecho, era una mezcla ruidosa de canciones mal sintonizadas de la radio y de gorjeos de los canarios, y tenía el sabor de las pipas de girasol que comía sentado en la mesa de piedra, una tabla fría con asientos tan duros que me dormían los muslos”. O bien, podemos describirlo limitándonos a contar lo que vemos: “La cocina de la abuela tenía un horno de leña donde cocinaba pan, una radio mal sintonizada, una jaula de canarios y una mesa de piedra donde yo solía comer pipas”. El lector se trasladará más fácilmente al primer escenario porque esa cocina le llega a través de un abanico más amplio de sensaciones.

El binomio fantástico

Gianni Rodari, escritor y educador italiano, creó el concepto "binomio fantástico", apoyándose en lo que mucho tiempo antes los surrealistas llamaban "el juego de lo uno en lo otro". Consiste en unir dos palabras de universos diferentes en un mundo propio, a través de la acción y la oposición, para crear un cuento, huyendo de los tópicos y de las primeras asociaciones simples que se nos ocurran.

Rodari parte de la base de la fuerza de la oposición: la capacidad que tienen los contrastes de significado para crear historias. Para que nazca una historia fantástica debemos partir de dos conceptos que se enfrenten entre sí, como dos polos eléctricos, para que salte la chispa. Nos habla también de la imaginación, de los recursos de algunos escritores para hablarnos de conceptos muy conocidos (un sofá, un armario) como si nunca los hubieran visto en su vida.

Busca dos palabras (mejor si son sustantivos concretos escogidos al azar) que sean de dos universos distintos: lagartija y lámpara, gramófono y desierto, margarita y coche de carreras, ratón y enciclopedia, etc. Es muy conveniente que sean dos palabras con significado concreto e intenso (preferiblemente sustantivos) y distantes en sus significados.

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Cuando las tengas, estudia varias posibilidades de relación entre esas dos palabras: un coche de carreras decorado con margaritas, una margarita como premio a la carrera, una conductora de coches de carreras que deshoja una margarita continuamente, un padre que regala a su hija una margarita y a su hijo un coche de carreras, un chaval que se sube al coche de carreras después de beber unas margaritas en un restaurante mexicano... Escribe un relato a partir de ese binomio fantástico. Una vez construido el binomio, no debes abandonarlo, sino abandonarte tú a él, haciendo trabajar a la imaginación, y huyendo de lo fácil y de lo inmediato.

Bibliografía

BRADBURY, Ray: Zen en el arte de escribir (trad. Marcelo Cohen). Barcelona: Minotauro, 1995.

CAPOTE, Truman: Tres Cuentos. Barcelona: Anagrama, 2003. RODARI, Gianni: Gramática de la fantasía. Barcelona: Bronce, 2006. Varios autores: Nada normal (pról. Isabel Cañelles). Madrid: Taller de Escritura

de Madrid, 2002.

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Propuesta de trabajoMe gusta, no me gusta... de la fantasía

El ejercicio que te proponemos en este tema es un clásico en las primeras sesiones de talleres de escritura, porque ayuda a soltar las ideas y escribir sin el crítico interno del que hemos hablado antes. También sirve muy bien de presentación personal como primer contacto con el grupo. Eso sí, lo hemos modificado un poco: le hemos añadido la pizca de canela necesaria para que la receta salga del color de la fantasía.

Es importante plantearse escribir esta primera propuesta sin ideas preconcebidas, y sin pararse a pensar durante el texto. No soltar el bolígrafo, no dejar de teclear en ningún momento. Las ideas se van asociando sin que nos demos cuenta, en un orden caótico particular. Así habla Bradbury de la escritura automática:

¿Qué podemos aprender los escritores de las lagartijas, recoger de los pájaros? En la rapidez está la verdad. Cuanto más pronto se suelte uno, cuanto más deprisa escriba, más sincero será. En la vacilación hay pensamiento. Con la demora surge el esfuerzo por un estilo; y se posterga el salto sobre la verdad, único estilo por el que vale la pena batirse a muerte o cazar tigres.

Zen en el arte de escribirBRADBURY, Ray

Así, pues, queremos que escribas una lista caótica de las cosas que te gustan y las que no te gustan de la fantasía (todo mezclado, tal y como te salga, sin separar lo negativo de lo positivo). Además, esperamos que sigas estos cuatro consejos:

Sé concreto. No hables de la fantasía épica, sino de las escenas de batalla entre orcos y elfos. No digas espada si quieres decir Tizona.

Usa los sentidos. Recuerda que hay más sentidos aparte de la vista. Que la tormenta se huele venir, los disparos retumban en los oídos, los cubitos de hielo se derriten en las manos y la sopa baja ardiendo por la garganta.

Personal y desordenado. Habla de detalles concretos de los objetos o actividades que te gustan: en el detalle está la diferencia. Di la verdad, no te escondas detrás de las afirmaciones de orden general. También debes ser desordenado y caótico, dejar que las ideas salten de una a otra aunque a simple vista no tengan nada que ver.

Escribe sin pensar, no te detengas. En la escritura automática el crítico interno no tiene tiempo de salir de su guarida, no incordia a la hora de escribir tu texto.

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No dejes que se pare la mano: las ideas saldrán solas por asociación. No te pares a pensar.

Te dejamos, como ejemplo, una lista caótica, por si te sirve de inspiración:

Me gusta la fantasía que me provoca mirar el falso jazmín de la valla que separa mi casa de la del vecino. El olor dulzón del jazmín al atardecer me lleva de viaje a los Acantilados del Sueño, donde suelo detenerme en el ágora de las mariposas; cuando te sientas en el centro y miras a tu alrededor, un fulgor de miles de millones de alas multicolores se te clava en la retina y te deja sin respiración.Me gusta lamer un helado de fresa mientras charlo con un silfo que ha aparecido revoloteando por la ventana de mi despacho. Pero odio que me interrumpa la lectura un enjambre de hadas revoltosas cuando estoy en el salón de mi casa, a la lumbre de la chimenea, escuchando a Billie Holiday.Una de mis sensaciones favoritas es la de pasear a la luz de la luna por una senda de tierra y encontrarme con una dríada que asoma la cabecita por una de las ramas de su árbol. Las dríadas de los nogales son las que mejor me caen; las de los castaños me dan un poco de miedo.Las ciudades de los pájaros me ayudan a desenfadarme cuando he discutido con alguien. Me siento en alguna piedra (si hay un muro, mejor) y los escucho piar de un árbol a otro. Si cerca hay algún riachuelo, lo agradezco, porque así puedo disfrutar del consejo melodioso de las ondinas.Odio que me quieran convencer de que la fantasía no existe. Me irritan aquellos que no ven a los hombres grises, pero me enfurecen mucho más los propios hombres de gris. Adoro a Casiopea.

Ahora te toca a a ti. ¿Qué te gusta de la fantasía? ¿Y qué es lo que no te gusta?

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LF – Relato breve - Tema 1 © Mariana Torres / Adaptación de la propuesta Inés Arias de Reyna página 12