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PSICOKILLERS
Perfiles de los asesinos en serie más famosos de la historia
JUAN ANTONIO CEBRIÁN
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Colección: Investigación abiertawww.nowtilus.com
Título: PsicokillersSubtítulo: Perfiles de los asesinos en serie más famosos de la historiaAutor: Juan Antonio Cebrián
© 2007 Ediciones Nowtilus S. L.Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 Madridwww.nowtilus.com
Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Rodil&HerraizIlustraciones: Josué Maguiña SánchezDiseño y realización de interiores: JLTV
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por laLey, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientesindemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren,plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte,una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación oejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travésde cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-410-6
Libro electrónico: primera edición
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Este libro está dedicado a mis hermanos y compañeros de la Tertulia Zona Cero:
Carlos Canales, Jesús Callejo y Bruno Cardeñosa, con ellos sería capaz de explorar
el misterioso infinito y aún más allá.
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Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .011
John KetchEl verdugo cruel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .017
Catherine HayesLa cabeza misteriosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .027
Burke y HareLadrones de cadáveres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .039
Alexandre PearceUn canibal irlandés en Australia . . . . . . . . . . . . . .057
John Wesley Harding Cuando la muerte se instaló en el Oeste . . . . . . . .071
Brynhylde Paulsetter SorensonBelle Gunnes, la viuda negra . . . . . . . . . . . . . . . . .083
Jeanne WeberLa estranguladora de París . . . . . . . . . . . . . . . . . .097
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Henry Desideré LandruUn Barba Azul seductor de viudas . . . . . . . . . . . .109
Fritz HaarmannEl carnicero de Hannover . . . . . . . . . . . . . . . . . . .125
Peter KürtenEl vampiro de Düsseldorf . . . . . . . . . . . . . . . . . . .137
Albert H. FishEl ogro de Nueva York . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .149
Ed GeinLa mansión de los horrores . . . . . . . . . . . . . . . . . .167
Ted Bundy El depredador de Seattle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .178
Daniel CamargoLa bestia de los Andes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193
ChikatiloLa bestia de Rostov . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .201
ApéndiceLos otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .219
Bibliografías para saber más . . . . . . . . . . . . . . . . .251
Páginas web sobre asesinos . . . . . . . . . . . . . . . . . .253
JUAN ANTONIO CEBRIÁN
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Introducción
Bienvenidos queridos lectores a mi quinta obraliteraria. Como pueden comprobar, y si no utili-cen la imaginación, me encuentro escribiendo es-
tas líneas desde mi despacho estilo victoriano. Sí, ya séque está algo vetusto y recargado, pero créanme que estosdetalles son los que más me gustan. Acabo de apagar elenésimo cigarrillo, luego pasaré a la pipa, pero antesdéjenme que les confiese que este es sin duda el libro másextraño al que me he enfrentado.
Todo sucedió en una mañana de hace algunos meses,recuerdo que ese día la temperatura había bajado osten-siblemente, me levanté tarde como siempre, y tras haberpasado la hora de rigor en el baño bajé las escaleras queconducían desde mi dormitorio hasta la cocina –lo mejorpara inaugurar una jornada es desayunar a placer lo que
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el cuerpo pida–. Sin embargo, esa mañana fue distinta,algo estaba a punto de ocurrir y yo permanecía ajeno aello dando buena cuenta de una tostada cubierta pormermelada de melocotón. Justo en el momento de hin-car el diente sobre el pan sonó el teléfono –mi reacción ylos improperios que solté será mejor que me los reserve–,cogí el auricular dispuesto a proclamar mi sed de vengan-za, pero la voz que llegó del otro lado calmó cualquierimpulso criminal. Sí amigos, era él, con su voz profunday entrañable, era él, mi querido amigo Fernando Jiménezdel Oso. Este es un extracto de la conversación que seprodujo entre los dos:
Fernando: Hola Juan Antonio, ¿te interrumpo?Juan Antonio: No, no, ¡que alegría!, ¿cómo estás
querido Fernando?F.: Bien. Te llamó porque se me ha ocurrido una
cosa.J.A.: ¿Ah, sí?, ¿y qué es ello? –dije con la habitual iro-
nía simpática utilizada en nuestras conversaciones.F: Pues que escribas un libro para una colección que
estoy preparando.J.A.: Pero Fernando, un libro, me pillas muy mal,
estoy terminando la Cruzada del Sur y me tengo queponer con la segunda entrega de Pasajes de la Historia.Estoy muy agobiado, no me hagas esto.
F.: Ya, pero a mí me gustaría.J.A.: Y si aceptara ¿qué temática abordaríamos?F.: No sé, algo de eso que tú haces sobre los psicópa-
tas asesinos. ¿Qué te parece?J.A.: Bien, pero ten en cuenta que son personajes
muy complicados y que será difícil plasmar en papel todolo que soy capaz de contar verbalmente en la radio.
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F.: Estoy convencido que tú lo harás muy bien, deahí mi llamada. ¿Puedo contar contigo?
J.A.: Sí, Fernando sí, eres único para hacerme enten-der qué es lo mejor para mí. Cuenta conmigo. ¿Algomás?
F.: Nada más, solo haz lo que tú sabes hacer y entré-galo rápido que Santos, el editor, tiene prisa.
J.A.: Pero si te acabó de decir que sí, cómo puede serque tenga prisa.
F.: Es que le dije que ibas a decir que sí, ¿me perdo-nas?
Desde luego que las dotes de seducción de mi amigoFernando son innatas y poco explotadas, pero conmigosiempre han funcionado. Con presteza prusiana comen-cé a seleccionar a los especímenes adecuados para confec-cionar este trabajo.
Como saben buena parte de los lectores, dirijo haceunos años un programa de radio cuyo nombre es La Rosade los Vientos. En la temporada 2001-2002 aparecieron losPasajes del Terror, hijos ilegítimos y oscuros de los Pasajesde la Historia, si no recuerdo mal conté vida y crímenes detreinta y cuatro psicópatas asesinos. La sección fue unauténtico éxito de audiencia con casi trescientos mil oyen-tes en la noche de los martes. Este espacio se convirtió sinpretenderlo en un lugar de culto para los aficionados algénero: caníbales, destripadores, ogros, bestias infernales,estranguladores y sangre, sobre todo mucha sangre, perso-najes de difícil evaluación. Las mentes más perversasengendradas por humanos. Un cóctel explosivo que sabo-rearon los aterrorizados oyentes nocturnos de onda cero.
He seleccionado quince perfiles que no le dejarán indi-ferente en su butaca del salón. Por favor procure leer este
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libro con luz tenue y siempre a solas, lea con detenimiento,disfrute de cada página, notará como al poco algunas som-bras empiezan a introducirse por las habitaciones de sucasa, no se preocupe, son ellos, y ya no pueden hacer dañoa nadie, han pagado sus culpas terrenas en el infierno yahora sienten curiosidad por todo lo que se escribe o sehabla sobre ellos. En el fondo no eran tan malos, pero lascircunstancias, las humillaciones, las provocaciones losimpulsaron a cometer toda suerte de actos delictivos. Eranpsicópatas, pero no enfermos mentales, siempre supierondiscernir entre el bien y el mal. ¿Por qué eligieron el ladooscuro de la vida?, supongo que este libro ofrece algunasclaves para entender su comportamiento anómalo y antiso-cial, y si conocemos al enemigo tendremos la oportunidadde combatirlo.
Dicen los expertos en criminología que la infancia essumamente importante a la hora de moldear nuestra per-sonalidad; según esas mismas investigaciones, existe unatríada homicida que con frecuencia aparece en las pautasde conducta de los niños candidatos a psychokillers. Loprimero sería la micción nocturna en la cama hasta másallá de los doce años, lo segundo la obsesión por infrin-gir daños a los animales domésticos o a los amiguitos ypor último una gran atracción hacia el fuego. Como venson asuntos que todos hemos vivido más o menos decerca, porque ¿quién no ha provocado alguna vez unpequeño incendio?, ¿quién no ha clavado una mariposaen un cartón o ha metido insectos destripados en un fras-co?, ¿quién no se ha hecho pipi alguna vez de pequeño?¡Caramba!, intuyo que usted está en el grupo. No se sien-ta culpable, a veces estos pronósticos fallan, no necesaria-mente tiene que ser un psicópata por cumplir algunos de
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los requisitos establecidos. Ahora déjenme que atiendauna visita inesperada, qué raro, quién podrá llamar a lapuerta a estas horas de la madrugada, pero si es Santos, eleditor, a lo mejor se ha enfadado porque no entregué ellibro a tiempo:
J.A.: Hola Santos, ¿qué haces por aquí? Demoniosque mal aspecto presentas, tienes los ojos inyectados ensangre y ese cuchillo. ¡Dios mío!, no lo hagas Santos,piensa en Nowtilus. No, Santos, no…
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John KetchInglaterra, (1630 - 1686)
EL VERDUGO CRUEL
Número de víctimas: De 100 a 300 ejecuciones legales.Frase favorita de Ketch:“Yo soy el mejor remedio para curar el mal detraición, limpiaré Inglaterra de traidores”.
Durante siglos los verdugos han ejecutado su lúgu-bre trabajo con la complacencia de una dudosalegalidad. Han sido cientos de miles las víctimas
de estos personajes de variado pelaje. Diríase, observandola biografía de alguno de ellos que, posiblemente, nosencontremos ante el perfil de un psicópata. No olvidemos,y en este libro los conoceremos un poco más, que lospsicópatas no son, en contra de lo que se pueda pensar,enfermos mentales. El psicópata sabe discernir perfecta-mente entre el bien y el mal, por eso disfruta mucho máscon la consumación de sus terribles actuaciones. En efecto,estos seres abominables son los más peligrosos del catálogocriminal, auténticos embajadores del infierno en la tierra.Sus fechorías, por inusitadas y crueles, conmovieron a lasociedad que los padeció en diferentes épocas.
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Richard Jacquet es un fiel ejemplo de ello, su perfil psi-cológico sin duda cumple los cánones más escrupulosos dela psicopatía universal. Su solo recuerdo hoy en día en elReino Unido sigue aterrorizando a jóvenes y mayores, loscuales denuncian ante los tribunales a todo aquél que searriesgue a insultarles llamándolos con cualquier nombrepor el que se conoce al verdugo más sanguinario de Ing-laterra, en ese sentido: “John o Jack Ketch”, “Jack Catch” oel mismo “Richard Jacquet” son insultos considerados másgruesos y humillantes que otros exabruptos comúnmenteutilizados. En 1926 un tribunal británico condenó por difa-mación a un ciudadano que había llamado a otro simple-mente “Jack Ketch”, eso fue suficiente para que el juez locondenara a una multa seguida de un pequeño escarmientopopular que consistió en arrojar a un estanque al difamador.
Existiendo en la historia miles de verdugos ¿por quése hizo tan conocido Richard Jacquet? Momento es paradescubrir su horrenda existencia teñida por la sangre deun número indeterminado de pobres ajusticiados. Nuncasabremos cuántos.
Las primeras noticias sobre Richard Jacquet se pro-ducen en 1663, hasta entonces nada se supo sobre estehombre marcado por un peculiar aspecto físico. Su cuer-po era diminuto y, en consecuencia, de escaso peso, elrostro horadado por la viruela no disimulaba el odio vis-ceral que manaba de los vivaces ojillos de Jacquet. Sí ami-gos, Richard odiaba a la humanidad y eso no hay queperderlo de vista. Su pequeño tamaño y las huellas que laenfermedad había dejado en él, provocaban sin duda unpésimo sentimiento hacia esos congéneres que, a buenseguro, se habían mofado de él en la infancia y juventud.
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El enano Richard comenzó en ese tiempo de su vidaa gestar inconscientemente una particular venganza con-tra la sociedad que le repudiaba. No es de extrañar que seempleara como verdugo de alquiler para realizar algunostrabajillos sin importancia.
En el siglo XVII era muy frecuente que pueblos yciudades contrataran los servicios de verdugos para loscastigos de baja monta: narices amputadas, orejas sesga-das, lenguas arrancadas de cuajo, latigazos y azotes com-ponían la macabra oferta de unos hombres acostumbra-dos a la sangre y el horror. El oficio de verdugo, como esobvio, estaba mal visto, no obstante, muchos marginalesvivían espléndidamente a costa del sufrimiento ajeno.Pocos deseaban pasar a la historia como asesinos, sinembargo, en estos siglos de oprobio algunas familias
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En una época donde religión y superstición iban de la mano, JohnKetch se convirtió en un asesino cruel, de quien ni siquiera las
brujas con sus supuestas “artes mágicas” pudieron escapar.
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europeas implantaron en su seno la tradición de matarlegalmente. Tenemos casos extendidos por buena partede la geografía europea: Francia, Italia, Alemania o lapropia Inglaterra pagaron magníficas sumas a estosnegros linajes, lo que les permitió vivir por encima de lamedia y eso, en el siglo XVII, era vivir muy bien. Ademásde este importante factor económico, también existía laparte de espectáculo que cada verdugo aportaba.
En el siglo XVII los reos condenados a muerte eranejecutados siguiendo curiosas y diferentes parafernalias:decapitación, tortura, ahorcamiento, –tengamos encuenta que los que morían lo hacían por traición a lacorona, asesinato, robo…–; es decir, hechos supuesta-mente terribles que merecían el más severo castigo a finde ejemplificar en aras a mantener un estricto orden
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El hacha fue la herramienta de trabajo preferida de John Ketch.Dada su baja estatura, jamás la utilizó con facilidad para desgracia
de los condenados.
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social. Por tanto, cuánto más vistosa fuera la ejecución,mayor ejemplo se daba a la sociedad sobre la fortaleza delsistema.
Richard Jacquet desde 1663 se convirtió en el armamás mortífera del gobierno inglés. Sus escandalosas eje-cuciones recorrieron el país durante más de veinte años.Los cadalsos donde actuaba eran los más frecuentadospor el populacho, nadie se quería perder las payasadas deaquel enano tan sádico y odioso.
En los días previos a la ejecución se podía ver aRichard paseando por las calles de la ciudad que le habíacontratado anunciando “el distinguido evento”. AJacquet le gustaba la música, él mismo componía dulcescancioncillas donde contaba con profusión las lindezasque iba a cometer próximamente. Se podían escuchar
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En aquella época, hombres lobo, brujas y otros seres supuestamente infernales eran los candiatos propicios para pasar
bajo la hoja del despiadado Ketch.
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estrofas como esta: “oídme, ha llegado la mejor medicinapara la traición, soy John Ketch, el que limpia de traido-res a nuestra querida Inglaterra”. Así cantaba mientrasdistraía a la concurrencia con volteretas y saltitos grotes-cos. No me nieguen que, al margen de las vísceras, eratodo un showman.
Cuando llegaba el momento de la verdad, el verdu-go pequeñito se enfundaba en unas ajustadísimas mayasnegras que solo dejaban al descubierto la reducida cabe-za salpicada de viruela. Los condenados contemplabanestupefactos a su futuro ejecutor; sospecho que, más deuno, se fue al otro mundo con una agria mueca de diver-sión. Y es que no era para menos. La multitud presa deldelirio aplaudía cualquier gesto de Richard, este les mos-traba sus hachas, cuchillos y cuerdas, utensilios impres-cindibles para consumar aquella salvajada. Situaba porejemplo el filo del hacha sobre la nuca o cuello del con-denado sin llegar a cortar la carne, luego se dirigía alvulgo como si aquello fuera un mitin político, el acto sepodía prolongar todo lo que el capricho de Jacquet qui-siera. Finalmente, con el visto bueno de las autoridadesallí presentes, terminaba la sangrienta faena, y esto últi-mo llegó a ser un molesto problema, dado que comohemos advertido, Richard Jacquet o John Ketch, no eraprecisamente una mole humana, sino, todo lo contrario,este asunto fue penoso, pues su pequeño tamaño le impe-día asestar golpes de hacha certeros. Por si fuera poco, susarmas no eran de buena calidad, muchas de ellas seencontraban melladas por el mal uso, y eso impedía uncorrecto afilado. Se pueden ustedes imaginar lo dantescode aquellas ejecuciones y lo mal que lo debieron pasar loscondenados que caían en manos del diminuto verdugo.
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Aún así, nuestro personaje consiguió la popularidadnecesaria para trabajar sin descanso durante algunosaños. Pero a todo cerdo le llega su San Martín.
En 1679 Richard Jacquet alcanzó la cúspide de suinfernal gloria cuando masacró en una sola jornada a 30hombres condenados por traición. Lo hizo sin ayuda,provocando consternación y odio entre los asistentes, loscuales ya no reían las gracias de aquel psicópata conven-cido. En esos años John Ketch –recordemos que este erasu nombre artístico– había diezmado la población debrujas, conspiradores y delincuentes de Inglaterra. Loshierros candentes, las sogas y el acero integraban su espe-cial elenco del horror. Además, su afán por amasar fortu-na lo impulsaba a cometer todo tipo de expolios sobre lasvíctimas llegando a robar los ropajes y las escasas joyasque portaban en ese instante final de sus vidas. JohnKetch era un auténtico carroñero humano.
En 1683 aconteció una de sus más famosas anécdo-tas. En ese año, Lord Russell había sido condenado amuerte por diseñar un plan para secuestrar al rey CarlosII. Conocedor de la terrible fama que rodeaba al patéticoverdugo, ajustó un precio con este para que realizase eltrabajo con precisión quirúrgica. Qué nadie se extrañe,pues esto era práctica habitual en aquella época donde lascabezas nobles rodaban por doquier. En consecuencia, elLord británico indicó a su secretario particular que entre-gase a Jacquet diez guineas si el resultado era el conveni-do. El verdugo cruel aceptó el difícil reto de cortar lim-piamente a cambio del dinero. Sin embargo, todo fallóuna vez más, y tras dar el primer hachazo la cabeza siguióunida al cuerpo de Lord Russell. Este movido por la eter-na flema inglesa, volvió su rostro para espetar irónica-
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mente al enano: “Oye, cabrón, ¿te he dado diez guineaspara que me trates tan inhumanamente?”. Jacquet, son-rojado por la humillación del mal trabajo, tuvo que gol-pear tres veces más hasta conseguir separar la cabeza deltronco. Fue horrible y sangriento. Casos como este serepitieron constantemente en la vida de Richard Jacquet.En 1685 el duque de Monmouth ofreció seis guineas aJacquet por idéntico esfuerzo, en esta ocasión fue peor,dado que el noble recibió cinco hachazos y, finalmente,su cuello tuvo que ser cortado con un cuchillo. JohnKetch estaba tocando fondo, pocos querían contratarlo ysu afición a la bebida le mantenía borracho la mayorparte de los días. En 1686 fue a la cárcel por una deuda;cuando salió del presidio lo celebró matando a golpes auna prostituta, lo que motivó su condena a muerte en
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Sin lugar a dudas, todosquienes han oído el nombre de John Ketch,tienen guardada en lamemoria la terrible imagen del hacha desdentada, cayendosobre la víctima.
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noviembre de ese mismo año. El ahorcamiento deJacquet fue lamentable como su vida. Su escaso peso hizoque estuviera pataleando durante diez minutos hastamorir. Nadie lloró por él, y ahora le sufren en el infierno.
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