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Características de Seres Racionales e Irracionales:

Los humanos somos seres (suficientemente) racionales. Quizá no somos los únicos seres racionales; incluso, aunque de hecho seamos los únicos, quizá sea técnicamente realizable construir artificialmente seres racionales no humanos. En todo caso, nosotros somos, por el momento, los únicos ejemplos claros conocidos de (aproximada) racionalidad.

Las características de los seres racionales son capacidades como las siguientes:

*obtener información del entorno a través de la percepción, del pasado por medio de la memoria y de los informes lingüísticos por medio del conocimiento del lenguaje;

*inferir nuevo conocimiento a partir del adquirido a través de procesos como los descritos;

*evaluar e inferir preferencias concretas con que guiar la acción a partir de evaluaciones y conocimientos.

Todas estas capacidades cognitivas son esencialmente representacionales y todas ellas involucran significados, aunque no se trate de significados lingüísticamente expresados. Racionalidad y apreciación de significados están indisolublemente unidas.

La investigación científica de las capacidades constitutivas de la racionalidad, desde diferentes perspectivas, es lo que se entiende como ciencia cognitiva. Disciplinas tradicionales muy diferentes entre sí en lo que respecta a presupuestos teóricos, objetivos explicativos o técnicas de investigación, como por ejemplo la biología, la psicología, la lingüística, las ciencias de la computación o la filosofía tienen aportaciones que hacer a la ciencia cognitiva. Pues, contrariamente a lo que una etiqueta así pueda sugerir, la ciencia cognitiva no es una nueva materia de investigación en que convenga formar especialistas. La investigación en los aspectos psicológicos, computacionales, lingüísticos o filosóficos de la racionalidad sólo pueden llevarla a cabo especialistas bien familiarizados con las técnicas y presupuestos teóricos de esas disciplinas (en rigor, de subdisciplinas de esas disciplinas); y una competencia suficiente para estar en posición de realizar alguna contribución significativa a las mismas es incompatible con el dominio de las otras.

Aún más, es muy probable que familiarizarse con alguna de esas disciplinas impida el desarrollo de la motivación o la curiosidad que lleva a encontrar personalmente atractivo el tipo de trabajo necesario para progresar en las otras. Al lingüista entrenado le puede resultar poco comprensible que alguien pueda ocupar su tiempo en la selección de las variables a controlar y en los análisis estadísticos sin los que los experimentos del psicólogo no pueden establecer efectos interesantes. Al psicólogo le parecerá que las sutiles distinciones conceptuales sin las que el filósofo no puede proporcionar clarificación alguna son «hiperrizar» el rizo, bizantinismos que es difícil imaginar puedan atraer a alguien. El filósofo, por su parte, sentirá que la consideración de intuiciones respecto de una gran variedad de oraciones, cruciales para que las hipótesis del lingüista tengan valor alguno, supone dedicar tiempo a minucias superficiales, irrelevantes para ver en el lenguaje lo que realmente importa. Y el tecnólogo de vocación encontrará todas esas ocupaciones excesivamente teóricas, excesivamente alejadas de lo práctico.

Ahora bien, la convicción que anima la ciencia cognitiva es que la comprensión cabal de los fenómenos distintivos de la racionalidad y el significado requieren aportaciones de todas esas disciplinas; y, por ello, que el estudio llevado a cabo, desde cada una de ellas, se ha de beneficiar sustancialmente del conocimiento (no al nivel del especialista, pero sí al menos del aficionado interesado) de las aportaciones de las demás. A juzgar por los datos que tenemos, esta convicción es eminentemente razonable. Por consiguiente, y pese a los muy reales obstáculos que se han mencionado, parece más que conveniente que los científicos en los ámbitos mencionados se propongan emplear parte de su tiempo en comunicarse; es decir, que destinen parte de su tiempo a presentar sus trabajos en forma lo suficientemente divulgativa como para que resulten accesibles a sus colegas, y a exponerse a las presentaciones con esas características de otros. Parece igualmente conveniente que, en su etapa de formación, los investigadores en ciernes reciban los suficientes conocimientos de las otras disciplinas como para que la interacción comunicativa con los investigadores en las otras sea fluida.

La racionalidad es una capacidad humana que permite pensar, evaluar y actuar de acuerdo a ciertos principios de optimidad y consistencia, para satisfacer algún objetivo o finalidad. Usando la razón, el ser humano intenta elegir para conseguir los mayores beneficios, de forma "económica", desde las variadas limitaciones del cerebro, y las limitaciones de acción sobre el entorno. El ejercicio de la racionalidad está sujeto a principios de optimidad y consistencia. Cualquier construcción mental llevada a cabo mediante procedimientos racionales tiene por tanto una estructura lógico-mecánica distinguible.

El ser humano tiene otras formas para tomar decisiones o idear comportamientos donde la racionalidad no parece el principal factor. Estas decisiones o comportamientos, adjetivadas a veces como "irracionales" en realidad esconden frecuentemente aspectos de racionalidad limitada y aspectos de imitación social otras veces. Algunas conductas humanas parecen completamente "irracionales" (desde la perspectiva de la maximización de la satisfacción a corto plazo), y muy pocas son completamente "racional" (en el sentido de maximizar la consecueción de un objetivo).

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irracional

adj. Que carece de la facultad de razonar:

animal irracional.

Opuesto a la razón o fuera de ella:

decisión irracional.

Llamamos irracionales , es decir, que no razonan, a todos los animales con exclusión del hombre, de manera que este término es equivalente a no-hombre.

En sentido amplio, se entiende por razonamiento la facultad humana que permite resolver problemas.

En un sentido más restringido, se llama razonamiento al proceso mental de realizar una inferencia de una conclusión a partir de un conjunto de premisas. La conclusión puede no ser una consecuencia lógica de las premisas y aún así dar lugar a un razonamiento, ya que un mal razonamiento aún es un razonamiento.

El razonamiento en tanto actividad mental se corresponde con la actividad lingüística de argumentar. En otras palabras, un argumento es la expresión lingüística de un razonamiento. El estudio de los argumentos corresponde a la lógica, de modo que a ella también le corresponde indirectamente el estudio del razonamiento.

Es posible distinguir entre varios tipos de razonamiento. Por ejemplo el razonamiento deductivo, el razonamiento inductivo y razonamiento abductivo, entre otros.

La razón es la facultad en virtud de la cual el ser humano es capaz de identificar conceptos, cuestionarlos, hallar coherencia o contradicción entre ellos y así inducir o deducir otros distintos de los que ya conoce. Así, la razón humana, más que descubrir certezas es una capacidad de establecer o descartar nuevos conceptos concluyentes o conclusiones, en función de su coherencia con respecto de otros conceptos de partida o premisas.

Los mecanismos de la razón

Para su cometido, la razón se vale de principios, que por su naturaleza tautológica (se explican en si mismos), el humano asume íntima y universalmente como ciertos. Éstos son descritos por la lógica que es la disciplina encargada de descubrir las reglas que rigen la razón. Los principios lógicos son básicamente:

El principio de identidad, que evidencia que un concepto es ese mismo concepto (A es A).

El principio de no contradicción, que evidencia que un mismo concepto no puede ser y no ser a la vez (A no es negación de A).

El principio del tercero excluido, que evidencia que entre el ser o no ser de un concepto, no cabe situación intermedia (o A es, o no lo es).

Utilizando estos principios, la razón humana es capaz de otorgar coherencia o contradicción a las proposiciones, atendiendo no tanto a su contenido como a sus relaciones lógicas. Así por ejemplo, la proposición "Si todos los mangulibrios tienen el mango corchado; y los manguletes son mangulibrios; entonces todos los manguletes tienen el mango corchado" sería una proposición coherente a los ojos de la razón, con independencia del significado de sus palabras, porque de las premisas se sigue necesariamente la conclusión.

Si por el contrario decimos, "Si todos los mangulibrios tienen el mango corchado; y los manguletes son mangulibrios; entonces ningún mangulete tiene el mango corchado", entonces la razón determina, con independencia de los significados, que nos encontramos ante una contradicción; la razón entiende que la proposición es absolutamente falsa porque atenta contra el principio universal de no contradicción.

Diremos pues que la primera proposición es relativamente cierta (relativa a la validez de las premisas y al significado de las palabras), mientras que la segunda es absolutamente falsa o falsa de necesidad. La razón, pues, forja el pensamiento no estableciendo verdades absolutas (casi ninguna verdad lo es), sino descartando falsedades absolutas que la razón identifica inequívocamente por contradictorias.