Reportaje Nuevo Periodismo - Cambalache

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Comunidad Basura de unos, sustento de otros Cambalache, el lado oscuro de Puerto Ordaz Las horas del día transcurren rápidamente, el olor de la basura se hace cada vez más insoportable, y aunque el catire este en su máximo esplendor, el paisaje siempre está gris, triste, sin vida. Cambalache se ha convertido en el territorio de nadie. Erika López Gimón. No debe existir peor trabajo que la labor que realizan centenares de personas en el vertedero de basura. Niños, jóvenes y adultos trabajan día y noche en un ambiente hostil rodeado por cerros de basura y zamuros a granel. Carolina Moreno, era una de esas mujeres que diariamente se levanta temprano para ir a ganarse la vida. Su trabajo solo le queda a pocos metros de distancia, detrás su casa, se encuentra la otra realidad llamada Cambalache. Carolina, de piel morena, delgada y ojos claros, es otra más. Una madre, esposa, amiga. Alguien que lleva once años viviendo en el sector de Cambalache y durante nueve estuvo trabajando en el basurero. Quien conoce muy bien el refrán popular que reza: “la necesidad tiene cara de perro”, porque fue esa misma necesidad que llevó a trabajar en “el bote”. “¿Quién lo diría? ganamos más en el

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Comunidad Basura de unos, sustento de otros

Cambalache, el lado oscuro de Puerto Ordaz

Las horas del día transcurren rápidamente, el olor de la basura se hace cada vez más

insoportable, y aunque el catire este en su máximo esplendor, el paisaje siempre está

gris, triste, sin vida. Cambalache se ha convertido en el territorio de nadie.

Erika López Gimón.

No debe existir peor trabajo que la labor que realizan centenares de personas en

el vertedero de basura. Niños, jóvenes y adultos trabajan día y noche en un ambiente

hostil rodeado por cerros de basura y zamuros a granel. Carolina Moreno, era una de

esas mujeres que diariamente se levanta temprano para ir a ganarse la vida. Su trabajo

solo le queda a pocos metros de distancia, detrás su casa, se encuentra la otra realidad

llamada Cambalache.

Carolina, de piel morena, delgada y ojos claros, es otra más. Una madre, esposa,

amiga. Alguien que lleva once años viviendo en el sector de Cambalache y durante

nueve estuvo trabajando en el basurero. Quien conoce muy bien el refrán popular que

reza: “la necesidad tiene cara de perro”, porque fue esa misma necesidad que llevó a

trabajar en “el bote”. “¿Quién lo diría? ganamos más en el bote, que cuando mi esposo

trabajaba en San Félix”, recordaba.

Miedo. Desesperanza. Incertidumbre. Son algunos de los adjetivos que definen

el estado en que se encuentra Carolina en este momento, luego de que la gobernación

del estado Bolívar ordenará la clausura definitiva del vertedero, tras varios años de

promesas incumplidas.

Su caso, es el mismo que padecen aproximadamente 500 familias. Rosa

Monzón, alta, de contextura gruesa y piel canela, relata con un tono de voz fuerte, que

ella siente que su trabajo es digno. Luego gritó enfurecida: “si no tengo trabajo, tendré

que ir a robar”, quien asegura estar de acuerdo con el cierre del basurero, pero a su vez

le exige al gobierno un trabajo decente, con el que pueda darle de comer a sus hijos. Y

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por eso se encontraba allí, junto a muchos de los que trabajaban en “el bote”,

trancando la calle de acceso, la única entrada y salida a la comunidad.

División en casa

Mediodía. Calor infernal. Dos protestas en el mismo sector, pero con petitorios

distintos. Unos impiden el paso de los camiones de basura al botadero, otros a pocos

metros de distancia imposibilitan el tránsito vehicular a la comunidad. Los primeros

están un poco más tranquilos, toman refrescos mientras celebran el haber logrado su

cometido, la clausura de Cambalache. Los segundos, enardecidos de rabia, con un

bullicio ensordecedor y una hilera de cauchos que utilizaron como muro de

contención, piden a gritos que sea reabierto el vertedero y otros sencillamente claman

por trabajo.

Yajaira Martínez, habitante del sector 3 de Cambalache. Con un peculiar

sombrero tejido que le ayuda a protegerse del sol, camisa roja, blue jeans y zapatos

deportivos, relata que lleva tres días de protesta. Ella realiza turnos junto con los

demás vecinos para informar a los transeúntes y conductores la clausura del botadero,

“aquí no entra una gota de basura más”, aseveró con firmeza.

Nada nuevo. La humareda blanca se ha convertido en una pesadilla. Todos los

días Martínez sale con una toz seca a trabajar. Sin embargo, antes de comenzar su

jornada alista a su hijo para llevarlo a la escuela ubicada fuera del sector, “no puedo

inscribir a mi hijo en este colegio, aún cuando me queda cerca”, su mayor

preocupación, que su pequeño se enferme de la garganta, como ella.

Pasado innegable

El vertedero ahora descansa. Antes, personas de diversos sitios y una gran

cantidad de indígenas, subsistían en un ambiente hostil y contaminado, husmeando los

desechos en búsqueda de algo para comer o vender.

“Aquí yo he visto de todo, hasta han parido mujeres, traen a sus hijos al mundo

rodeados de basura y mal olor, eso sí da tristeza” comentó con nostalgia Carolina.

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Muchas madres que trabajan allí traían consigo a sus hijos y los enseñaban a buscar

también entre la inmundicia.

El suelo del vertedero tiene una alfombra que forma cúmulos de basura por

doquier, desperdicios quirúrgicos, empresariales e industriales generan una hediondez

indescriptible. Los zamuros son los únicos pájaros que adornan los cielos y una nube

negra, las moscas, revolotean por todos lados sin parar.

Desde 2004. El gobierno ha podido atacar realmente la problemática. En ese

tiempo, fue publicada la Ley de Residuos y Desechos Sólidos que establecía la

clausura de los vertederos cielo abierto. Eso no ocurrió. Diez años más tarde, la

problemática es evidente, insostenible. Por otro lado, Santa Mendoza, quien está a

favor de la clausura del vertedero y trabaja en la cantina del colegio de Cambalache,

brindó su apoyo a las familias del sector que se quedaron sin trabajo.

Parece contradictorio, que el máximo representante del tango, el cantante y

compositor, Carlos Gardel, con su canción Cambalache, sin saberlo, hace una ligera

invocación de lo que sería el infierno de insalubridad y escoria que viven los

habitantes de la comunidad: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el

quinientos seis y en el dos mil también (…) Siglo veinte Cambalache problemático y

febril”, recita una parte de su canción.

Oscuro escenario

Mientras tanto, este sector olvidado. Casi extinto. Subyace en el escepticismo.

De allí que la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 2011 declarará

estado de emergencia, referente a la deplorable situación que vive en el vertedero.

Algunos jóvenes, no todos, aseguró Carolina que trabajan en el bote portan

armas y roban a los carros particulares o personas que no sean del sector. Señala que

ellos no le hacen nada a la gente de su propia comunidad, sino a todos “los de afuera”.

Ellos se esconden en los cerros de basura que están a la entrada del botadero.

Silenciosamente aguardan escondidos entre escombros de basura. Un carro “no

conocido” se acerca. Silencio total. Los sospechosos, “los de afuera” ven el panorama

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tranquilo. Orillan el carro y el conductor se baja rápidamente, traía unos escombros

por algún trabajo de reparación en su casa. Sin que se pueda dar cuenta, cuatro

hombres de forma sorpresiva salen de su escondite. El miedo se apodera de cada

centímetro del cuerpo de la víctima. A su mente vienen todas las recomendaciones de

sus amigos que no fuera a Cambalache. Pero a los atracadores solo le interesa el dinero

y los objetos de valor que su víctima lleve consigo. Luego lo dejan ir “con su carro y

todo”.

La delincuencia y la droga se han convertido en el pan de cada día. Moreno

relata que muchos jóvenes para calmar el hambre consumen droga. Pero después que

entran a ese mundo, no encuentran la luz al final del tunel. Ellos se enlodan, caen en

un hueco negro cada vez más profundo: la adicción.

Política ineficiente

Las disputas nunca terminan. Ahora la política se hizo sentir en un tema en el

que solo debe existir unión y trabajo en equipo para generar la mejor solución.

Lastimosamente, la política en Venezuela solo sabe de colores y de echarle la culpa al

otro. Tal cual, fue lo que hicieron el gobernador del estado Bolívar, Francisco Rangel

Gómez y el alcalde del municipio Caroní, José Ramón López.

Habladuría e ineficiencia. Rangel le tira el muerto a López y López le responde

–tirándole el muerto– a Rangel. En esos derechos a réplicas continuos, se escapa un

precioso tiempo que podría ser utilizado productivamente para el bien de la región, esa

es la postura de José Prat, concejal de la parroquia Unare enfatizó que

“la improvisación, falta de planificación e inversión” han ocasionado un colapso en

materia ambiental y de recolección de desechos sólidos.

Lo cierto es que en 2014 las autoridades actuaron. Rangel, dio la orden de

cerrar el vertedero de cielo abierto. En tanto, López aseguró que trabajará en mejorar

la recolección de basura en la ciudad. El pueblo de Cambalache, ruega porque esta vez

las promesas sean cumplidas, que no sigan volteando la cara o tapando el sol con un

dedo para no ver la realidad.