reportaje sobre retórica parlamentaria en España

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¿Es la democracia española realmente “parla-

mentaria”? ¿Tiene sentido la inversión de tiem-

po y esfuerzo que se hace en unas cámaras donde

impera la disciplina de voto? ¿Quiénes son los

mejores oradores del Congreso y del Senado?

Estas páginas reúnen las respuestas de ochenta

parlamentarios, que hablan de su relación con la

retórica, del sentido que les ven a los debates y de

los dudas de conciencia que a veces les asaltan.

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Patricia Sáinz de Robredo [Com 08] Yago González [Com 08] Sonsoles Gutiérrez [Com 04] Javier Marrodán [Com 89]Fotografía Marisa Flórez

Las Cortesa examen [oral]

—Un lenguaje propio. Antes de cada votación, el grupo acuerda su voto: tres dedos significa no, uno, sí y dos, abstención.

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—El líder del cambio. “Felipe es uno de los mejores oradores que han pasado por el hemiciclo”, afirma uno de los encuestados.

el 30 de noviembre de 1982, arropado por los diez millones de votos que su partido acababa de obtener en las elecciones generales, Felipe González subió a la tribuna del Congreso de los Diputados dispuesto a inaugurar la legislatura del “cambio”. Buena parte del país estaba pendiente de un modo u otro de sus palabras, y él lo sabía. “Imagino que ahí –explicó-, en el centro del hemiciclo, unos cuantos ciudadanos han penetrado hoy desde la calle. Me esfuerzo por verlos. Por mirarlos. ¿Quiénes son? Pueden ser un ama de casa camino del mercado, un empleado de banca, un botones de hotel o un uni-versitario. Les veo y me pregunto: ¿Qué piensan de nosotros? ¿Siguen nuestros debates? ¿Les ilusionamos o les desencantamos? ¿Hacemos lo mejor para su futuro, que es el de nuestros hijos?”.

No todas esas preguntas son fáciles de responder, pero hay algunas que sí. El pasado 12 de mayo, 946.000 espectadores (un 7,7% de share) siguieron el Debate sobre el Estado de la Nación, una cifra que algunos comentaristas calificaron de “buena”, pero que se quedó lejos de los 2,9 millones de espectadores que cosechó House, de los 2,7 de Hos-pital Central o de los 2,5 de Los Simpson, por citar otros espacios emitidos aquel mismo día, aunque a horas diferentes. Lo llamativo no es tanto el mayor o menor número de ciudadanos interesados por el debate de las Cortes como el hecho de que cualquiera de esos 946.000 televidentes podría haber adelantado con bastante precisión el desenlace de la cita. En general, casi todo lo que ocurre en el Congreso y en el Senado es bastante previsible. Iñaki Anasagasti, el incansable parlamentario del PNV, lo resumió de forma gráfica el 5 de febrero de 2003, con ocasión de un debate sobre la situación en Irak. “Me imagino, señor presidente –le dijo a José María Aznar, entonces máximo responsable del Ejecutivo–, que usted habrá estado en Hyde Park durante alguna visita a Londres. Allí cualquiera puede decir lo que le apetezca, gesticular lo que crea necesario, subirse a un cajón de cerveza e improvisar una tribuna, pero también sabe que lo que diga no ten-drá ninguna repercusión, es simplemente un aliviadero”. Y añadió: “Desgraciadamente,

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en cifras

los mejores

33,8%

43,4%

13,3%

lo defiendo, pero no lo comparto. Es el tanto por ciento de los encuestados que han defendido en algu-na ocasión posturas que no compartían.

el mejor orador actualPío García escudero [PP] La mayoría de los ochenta parlamentarios encuestados lo sitúan por delante de Alfredo Pérez Rubalcaba, Ramón Jáuregui o Josu Erkoreka.

el mejor orador de la Transiciónfelipe González [Psoe]El ex presidente socialista es considerado el orador más brillante de la etapa demo-crática. También destacan Herrero de Miñón, Roca y Alfonso Guerra.

lo apoyo pero no lo voto Es el porcentaje de senadores y diputados que reconocen haber cambiado de opinión al escuchar los argumentos de sus contrarios.

no a la disciplina de voto Es el porcentaje de senado-res y diputados que están en contra de la disciplina de voto. El restante 86,7% la con-sidera indispensable y nece-saria en un sistema de listas cerradas como el actual.

—En el punto de mira. La democracia dio paso a una nueva retórica.

este Parlamento se parece cada vez más a Hyde Park, incluso pueden hasta convencer los argumentos, pero no se cambian las políticas y menos aún el voto”.

Las afirmaciones de Anasagasti las comparten muchos ciudadanos de a pie y algunos políticos, pero quizá no acaban de hacer justicia al trabajo de sus señorías. Luis Arroyo, que ha trabajado para varios ministros socialistas y que hoy es el responsable de una empresa de asesoría en comunicación pública, cree que tanto en el Congreso como en el Senado hay todos los días decenas de parlamentarios trabajando y “negociando apoyos”. Eso sí, cuando le preguntan por el nivel retórico de las Cortes, Arroyo elige sus adjetivos con cuidado y contundencia: “Bajo, tecnócrata, burócrata, tacticista”. Álvaro Matud, autor de diversas publicaciones sobre comunicación y propaganda política, también tiene un diagnóstico preocupante: “Actualmente, el Parlamento se ha conver-tido en un plató de televisión en el que se prefieren las frases cortas, las ideas sencillas y las imágenes efectistas. Es una retórica más eficaz que brillante”.

En estas páginas, 83 diputados y senadores responden a diversos aspectos relacio-nados con su actividad retórica y eligen a los mejores oradores de la legislatura actual y de la historia reciente. Las entrevistas se hicieron por escrito, a través del correo elec-trónico, a lo largo del mes de mayo. Se envió el mismo cuestionario a los 350 diputados y a los 264 senadores, y lo respondió el 13,5% de sus señorías. Entre los parlamentarios que contestaron había 43 del PSOE, 24 del PP, seis de CiU, tres del PNV, tres de IU/ERC, dos del Grupo Mixto, dos del Bloque y uno de IPC. Casi todos asumen de buen grado las características del sistema y se muestran partidarios de la disciplina de voto. Sin embar-go, bastantes de ellos admiten que alguna vez han cambiado de opinión al escuchar las razones del portavoz del partido contrario, aunque después su voto se haya ajustado a lo previsto. Todos cierran filas con sus respectivos partidos y, salvo excepciones, piensan que la española es una democracia realmente parlamentaria. Este el resumen de sus aportaciones.

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1. ¿QUiÉnes son a sU jUicio los mejores oraDores De la cÁmara?

La “contundencia y rigurosidad” o el “convencimiento” son algunos de los rasgos que dos de los políticos encuestados atribuyen a Pío García Escudero, valorado como el mejor orador de la cámara. De él también dicen que “argumenta muy bien y dice cosas contundentes sin crispación alguna”, que “siente lo que dice y transmite muy bien lo que siente”, aunque hay quien destaca las intervenciones del diputado del Partido Po-pular “por lo duro e incluso hiriente que puede llegar a ser”. Una compañera de partido señala: “Es un señor hablando, muy locuaz, buen discurso. No se altera en absoluto pero es muy contundente y puede dejar fuera de juego al adversario”.

El segundo mejor considerado procede de la bancada contraria: Alfredo Pérez Rub-alcaba ha cosechado elogios como “brillante, agudo, preciso, culto pero sin abusar de las citas, siempre desborda a su rival dialéctico y además con sentido del humor”. Del ministro del Interior dicen que “elige bien los hilos argumentales y es capaz de trans-mitir su mensaje a la vez que desmonta el del adversario” y destacan su capacidad de improvisación y su “dominio del tiempo, estilo contenido y retórica precisa e incisiva, tanto en las críticas como en la articulación de los contenidos propositivos”. Un compa-ñero de partido lo resume con estas palabras: “Tanto su léxico, amplio y elegante, como su capacidad de sintetizar argumentos le confieren una poderosa dialéctica”.

Ramón Jáuregui ocupa el tercer puesto del ránking gracias a su “dominio de los contenidos, corrección en las formas y sobriedad”. Para otro de los encuestados, sus intervenciones “transmiten seguridad y, sobre todo, credibilidad”.

Los discursos de Josu Erkoreka –en el cuarto puesto de la clasificación– destacan por “la puesta en escena, los contenidos ajustados a la agenda política nacional, la ironía, la fluidez y la vehemencia”. Un diputado de IU le reconoce además un mérito añadido: “Siendo el euskera su lengua materna, domina perfectamente el castellano y lo pone al servicio de sus propuestas, de forma incisiva, con un sentido del humor que a veces se convierte en ironía”.

— Diálogo de opuestos. Juan María Bandrés [izda], diputado de Euskadiko Ezkerra, conversa con Blas Piñar [Fuerza Nueva].

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—Banco azul. Francisco Fernández Ordóñez y Fernando Abril Martorell ocuparon sendos ministerios con UCD.

Precisamente otro diputado regionalista es el orador mejor valorado, eso sí, “cuando argumenta”: Durán i Lleida “traslada plena convicción sobre los mensajes que emite”, aunque otro de los encuestados reconoce: “Me interesa bastante, más que por su calidad oratoria, por los contenidos, que suelen ser muy sensatos y propositivos”.

Junto a las contestaciones que aportan nombres propios, y otras muchas que eluden la cuestión por considerar que no hay suficiente nivel en la cámara como para destacar a ningún político, un diputado socialista ofrece su visión particular sobre el asunto: “Creo que la oratoria ha cambiado mucho en estos años. Hoy, los discursos son todos leídos y con un espacio mínimo para la improvisación. Probablemente, el rigor de los contenidos y la elaboración previa es mucho mayor y más sólida que al inicio de la etapa democrática. Pero, ciertamente, se ha perdido espontaneidad y se ha renunciado a una buena oratoria. En este sentido, nada tiene que ver nuestra dinámica parlamentaria con la británica, sin duda la mejor y más ágil del continente”.

2. ¿QUiÉnes son a sU jUicio los mejores oraDores De la eTaPa DemocrÁTica? ¿Por QUÉ?

A la hora de echar la vista atrás, los diputados y senadores señalan un nombre con abru-madora mayoría: Felipe González. “Es a mi juicio –explica uno de los encuestados– la figura política que más ha brillado. Todavía ahora, cuando interviene consigue mantener la atención del auditorio. No fija sus posiciones para adaptarlas a la opinión pública, sino que defiende lo que cree con el objetivo de generar opinión pública. Y eso es política”. Su opinión es similar a la de otro encuestado: “Es, sin duda, uno de los mejores oradores que han pasado por el hemiciclo. A su carisma personal hay que sumarle su capacidad para conectar con los problemas de los ciudadanos, es decir, su empatía y también su amplitud de recursos dialécticos”. En esa facilidad de conexión con sus interlocutores inciden calificativos como “cautivador”, y, de manera más rotunda, “encantador de

manUel azañaPresidente de la II República.

“Ningún credo político, venga de donde viniere, aunque hu-biese sido revelado en una zar-za ardiente, tiene derecho, para conquistar el poder, a someter a su país al horrendo martirio que está sufriendo España”.

Discurso “Paz, piedad y perdón”Barcelona, 18 de julio de 1938.

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aDolfo sUÁrezPresidente del Gobierno [1976-1981].

“Somos un país viejo que no tiene sus nuevas fronteras fuera de sí, sino dentro de lo que a lo largo de los siglos ha sido la difícil y terca voluntad de convivencia entre lenguas y culturas diferentes”.

Discurso de investidura como Presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados. 30 de marzo de 1979.

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serpientes”. Un diputado del Partido Popular reconoce que el ex-presidente del Go-bierno “tenía capacidad de convencer hasta de lo imposible, aunque la mayoría de las veces no compartiera su tesis” y una diputada socialista lo explica así: “Ha sido el mejor porque tenía la enorme cualidad de ser profundo con palabras sencillas. Llegaba igual al ilustrado que al que carecía de estudios”.

Ese talento para divulgar ideas complejas es otro de los rasgos que han merecido más elogios para Miquel Roca: “Su facilidad para explicar fácilmente cuestiones complica-das está al alcance de muy pocos”, recalca un diputado. Otros no dudan en situarle como “el mejor orador en castellano” o describir sus discursos en estos términos: “Limpios como una patena”.

De él y de otro de los padres de la Constitución de 1978, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, afirma un encuestado: “Sencillamente eran brillantes”. De Rodríguez de Miñón se han destacado además su “capacidad explicativa, sus conocimientos y su verbo”, así como su “brillantez estilística y su agilidad argumentativa”.

En las respuestas a esta pregunta aparecen recurrentemente otros nombres conoci-dos, como Alfonso Guerra, Santiago Carrillo y Manuel Fraga, este último “por sus conocimientos y amor a España”, pero resultan llamativas las alusiones a dos políticos regionalistas, pertenecientes además al mismo partido: Coalición Canaria. José Carlos Mauricio es recordado por “articular discursos brillantísimos sin ningún apunte ni, aparentemente, preparación previa”, testimonio que coincide con este otro: “Es, tal vez, quien más me ha impresionado. Su retórica limpia, sin artificios, hecha sin apoyarse en un papel, recuerdan a la oratoria de los años treinta y del parlamentarismo anterior a la guerra, y le convierten en uno de los mejores oradores de la etapa democrática”.

Sobre Luis Mardones, un senador confiesa que “era una delicia oírlo hablar. Sin papel alguno”, y otro llama la atención sobre su “facilidad como orador siguiendo un simple guión”.

—Momento de receso. González conversa con Fraga, de quien un encuestado alaba “su amor a España”.

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Luis Arroyo “Un buen discurso debe reunirvalores, principios, historias y metáforas”

¿Quiénes son a su juicio los mejores oradores de las cortes actuales?En las Cortes actuales no hay un nivel retórico comparable al de la Transición. Los discursos son más previsibles, me-nos vibrantes y más tácticos que estraté-gicos o de valores.

¿Quiénes le parecen los mejores ora-dores de la españa democrática?Por el contexto, el momento decisivo, los principios, etcétera., Carrillo, Fraga, Herrero de Miñón, el propio Suárez y, por supuesto Felipe... Pero, de hecho, no hay ni un solo discurso que haya pasado a la historia. Se recuerda buen nivel dia-léctico, pero ninguna pieza memorable. Para encontrarlas hay que remontarse a la República y la preguerra: Pasionaria (“Señores de las derecha...”), Azaña (“Paz, piedad y perdón...”), etcétera.

¿Qué características debería reunir un buen discurso de carácter político?Que esté lleno de valores, de principios, que cuente historias, que use metáforas, que remita a nuestros orígenes míticos y a nuestro destino como comunidad. Ni un dato. Todo principios y valores.

¿Qué opinión le merece el nivel retó-rico de las actuales cortes españolas?Bajo, tecnócrata, burocrático, tacticista.

¿se puede hablar de “democracia parlamentaria” en un sistema dondehabitualmente impera la disciplina de voto?Por supuesto: el nuestro es un sistema de partidos fuertes como el del resto de la Europa continental. Tan democrático

como un sistema mayoritario anglo-sajón, en el que la disciplina de partido es sustituida por la presión de los poderes fácticos, las empresas, etcétera.

¿Qué opina de la disciplina de voto?No me parece mal. Es un sistema que prima el trabajo colectivo sobre el trabajo individual. No creo que tengamos nada que envidiar a Estados Unidos o al Reino Unido en materia de democracia.

¿merece la pena tratar de convencer a los miembros de otro partido?Sí, y se hace cada día en las negociaciones para lograr apoyos a las iniciativas legis-lativas. De esto el Gobierno actual sabe mucho, porque lleva aplicándolo cinco años.

¿favorece el escenario político actual el intercambio sincero de argumen-tos y opiniones?Por supuesto, como he dicho. Es impres-cindible. Cada día hay decenas de diputa-dos y senadores y diputadas y senadoras negociando apoyos. No se sabe y no se conoce bien, pero así es.

¿existe el riesgo de que los políticos hablen para la prensa y no para los otros políticos o para la ciudadanía?También se habla a otros políticos y a la ciudadanía a través de los medios. El ries-go es trivializar el debate. No todo puede decirse en veinte segundos...

iñaki anasagasti dijo en una ocasión que las cortes españoles se parecen a Hyde Park, en el sentido de que cual-quiera puede exponer sus ideas, pero con muy pocas posibilidades de que alguien le escuche de verdad. ¿cree que es cierto?Si él lo dice... Anasagasti es muy crítico con todo. Yo creo que él sabe muy bien que muchas cosas se pueden negociar y se negocian en los escaños y en los pasi-llos y los despachos.

La colaboración con varios ministros y su trabajo como formador de portavoces han llevado a Luis Arroyo a presidir desde 2008 Asesores de Comunicación Pública.

en Pocas PalaBras

Don juan carlos de BorbónInstitucional. Sobrio. Funcio-na y punto.

adolfo suárezJoven, fresco, conciliador pa-ra el momento. En positivo.

felipe GonzálezUn mago, pero no recorda-mos nada de lo que dice.

josé maría aznarEficaz, castellano viejo, duro, sobrio.

josé luis rguez. zapateroVisionario, idealista, de prin-cipios.

mariano rajoyMuy bueno tácticamente, pe-ro falla en la estrategia.

alfonso GuerraMuy eficaz, popular y un pe-lín populista.

miquel rocaMuy CiU: pragmático y ele-gante.

manuel fragaThatcherista, carismático.

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—Un nuevo presidente. El carisma de Felipe Gon-zález dio paso al estilo más sobrio de Jose Mª Aznar.

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—Tedio e intensidad. El sopor de Manuel Fraga [arriba, a la izquierda] con-trasta con el gesto del dipu-tado de Euskadiko Ezkerra Francisco Letamendía.

—Recuperar el centro. Adolfo Suárez protagonizó una etapa crucial del parla-mentarismo.

—Abierto a todos. Figuras antagónicas como Santiago Carrillo [izquierda] y Blas Piñar tenían cabida en el hemiciclo.

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—Confidencias en el escaño. Jorge Verstrynge [dcha], escucha a Herrero de Miñón, valorado por su “brillantez estilística”.

3. ¿recUerDa alGUna inTerVenciÓn esPecialmenTe BrillanTe o reVelaDora? ¿PoDrÍa DescriBir el conTeXTo en el QUe se ProDUjo? ¿Por QUÉ le imPresionÓ?

No destacan aquí especialmente la ecuanimidad ni el justo reconocimiento de la brillan-tez con independencia de las siglas políticas, pues abundan los elogios de los parlamen-tarios a sus respectivos compañeros de filas. Muchos socialistas recuerdan la moción de censura de Felipe González al presidente Adolfo Suárez en 1980. “Representó un punto de inflexión en la naciente democracia”, asegura un diputado. “Allí ganó las elec-ciones que vendrían un año más tarde. El país entero le escuchó y todo el mundo supo que acababa de escuchar al futuro presidente”, afirma otro. De los miembros del PSOE actual, las intervenciones más dignas de alabanza corresponden a José Luis Rodríguez Zapatero, Ramón Jáuregui y, sobre todo, Alfredo Pérez Rubalcaba, cuyos discursos en la primera parte de la pasada legislatura “constituyen estupendos ejemplos para diseccionar en una clase de oratoria”.

Dentro del PP, aún resuenan los gritos de “¡Váyase, señor González!” que José Ma-ría Aznar dirigió a un Felipe González en el abismo de su mandato. Aquello “sonó a una rasgadura del intangible presidente del Gobierno”, según palabras de un diputado popular.

Otro encuestado valora la “tranquilidad que transmitía y la contundencia de los ar-gumentos” de Aznar, mientras que el orador del PP más estimado del Senado es, con diferencia, Pío García Escudero.

Varios diputados del PNV fijan dos momentos en su imaginario retórico: las palabras de Xabier Arzalluz en el debate sobre la amnistía de 1977 y Juan José Ibarretxe de-fendiendo su Plan en el Congreso en 2003. Un senador nacionalista elogia al primero por “solicitar la mano tendida y mirar adelante”, y un diputado del mismo grupo ca-lifica de “magnífica” la intervención del segundo. No obstante, dos situaciones clave

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feliPe GonzÁlezPresidente del Gobierno [1982-1996]

“Es más fácil la generosidad y la lealtad desde posiciones de fortaleza que desde la debilidad que necesita recurrir con frecuencia a las armas oblicuas de la astucia”.

Discurso de investidura como Presiden-te del Gobierno en el Congreso de los Diputados. 30 de noviembre de 1982.

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concitan la atención de gran parte de los encuestados por su trascendencia histórica, en un caso, y su altura dialéctica en el otro. La primera remite a 1981, cuando Adolfo Suárez, el general Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo permanecieron erguidos en sus escaños frente a los golpistas del 23-F. Un diputado de IU lo traduce así: “Con su actitud, mostraron la fuerza moral mancomunada del poder legislativo y del Gobierno frente a una fuerza militar irracional”. Por otro lado, muchos parlamentarios destacan la riqueza argumental que presentaron los debates sobre la Ley de Memoria Histórica de la pasada legislatura.

4. en las corTes esPañolas fUnciona HaBiTUalmenTe la Disci-Plina De VoTo, Pero, ¿Ha camBiaDo UsTeD alGUna Vez De PosTU-ra −aUnQUe no De VoTo− al escUcHar las eXPlicaciones Y los arGUmenTos De Un PorTaVoz De Un ParTiDo DisTinTo al sUYo?

Si bien la mayoría de los encuestados niega haber cambiado el sentido de su voto, muchos reconocen que escuchar otras argumentaciones contribuye a enriquecer los matices de un problema, a profundizar en el debate y a entender la postura del contrario. Tal y como dice una senadora del PP, “nadie es tan de piedra ni tan cerrado como para ignorar que ningún tema es hermético y que nadie tiene toda la razón”. Un miembro del mismo partido admite que se ha sentido inclinado a “premiar” con su pulsación digital a un compañero de otro grupo, “fuera por razones argumentales o a causa de la brillantez verbal esgrimida”. Un senador resume así el mismo sentimiento: “Ha habido ocasiones que al oír intervenciones de otros se me ha escapado ‘pues tiene razón’”. Y una diputada del PSOE en el Congreso va más lejos al reconocer lo siguiente: “No he cambiado de postura oyendo al adversario. Sí he cambiado o he estado en desacuerdo oyendo a mi propio portavoz”.

—La izquierda recuperada. Dolores Ibárruri, Pasionaria, y Rafael Alberti entran en la cámara baja en 1977.

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josÉ mª aznarPresidente del Gobierno [1996-2004].

“Después del 11 de septiembre sabemos que no nos movemos en el terreno de la fantasía; lo que sí sabemos es que los lamentos, por profundos que sean, por dolidos que sean, no devuelven las oportunidades perdidas; los lamentos no devuelven la vida a la gente; los lamentos no eliminan los riesgos; los lamentos no de-vuelven el tiempo perdido y las oportunidades que no se han aprovechado”.

Debate en el Congreso de los Diputados sobre la situación en Irak. 5 de febrero de 2003.

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Otros, sin embargo, se identifican por completo con las directrices ideológicas de su partido y niegan tajantemente haber sucumbido a razonamientos ajenos. “Escucho todos los debates y argumentos y, aunque coincida con algunas visiones particulares, la postura general de mi partido me parece la correcta”, dice un senador popular. “Tengo el compromiso y el convencimiento de que nuestras propuestas son las adecuadas”, asegura un compañero de cámara socialista. Convicciones aparte, son muchos los que se acogen al principio de la disciplina de voto, resumida en esta frase de Churchill citada por un par de diputados: “Aunque me hayas convencido, no cambiaré el sentido de mi voto”. Un encuestado respeta esa disciplina porque “viene marcada por el programa electoral” con el que concurre a las elecciones. Aunque no es ningún secreto que las posiciones de los grupos se consensúan antes de las pulsaciones, un encuestado del PNV se muestra implacable al sentenciar que la disciplina de voto supone “la muerte del parlamentarismo”.

Aun así, y aunque no sea práctica habitual, sí se han dado casos de votos rebeldes. Una senadora del PP admite que su grupo cambió de postura y de voto en un tema de lingüismo ante las explicaciones del PSOE. Tras un debate sobre política interior, un diputado socialista recuerda que el grupo votó sí cuando Antonio Hernando, también del PSOE, había defendido el no. Otro encuestado de la bancada popular señala que modificó su posición y su voto tras escuchar la intervención de José María Barreda en defensa del Estatuto de Castilla-La Mancha. “Fue un continuo ataque a mi región y a la Constitución”, sentencia.

5. ¿QUÉ oPina De la DisciPlina De VoTo?

Es infrecuente que una votación en el Congreso o en el Senado depare sorpresas. En la mayoría de los casos, sus señorías se limitan a pulsar el botón de acuerdo con la postura fijada previamente por su partido. En los temas relevantes, las posturas de unos y otros ya han sido adelantadas en comisión, en el debate plenario o en la prensa.

“La disciplina de voto hace imposible la esencia de una discusión democrática”, asegura uno de los diputados más veteranos de la cámara alta. “Es un mal necesario”, se resigna otro. “Es la consecuencia de la astucia de mentes cerradas y bloqueadas”, se queja un tercero. Sin embargo, la inmensa mayoría de los parlamentaros entrevistados la considera “coherente”, “necesaria” y aun “imprescindible”. Creen que es una medida lógica en un sistema de listas cerradas y afirman que garantiza el cumplimiento de lo programas y evita las disidencias y los oportunismos.

Eso sí, varios de los diputados y senadores consultados aseguran que el ejercicio de la disciplina de voto debería estar limitado por la conciencia. Uno de ellos, miembro del PP, lo resume en los siguientes términos: “Yo lo tengo muy claro: en política hay unos pocos principios que son fundamentales y que son los que hay que defender. Por eso, cuando se entiende que el sentido del voto choca con alguno de ellos, a la hora de elegir yo me quedaré con mis principios, guste o no guste al resto del grupo, guste o no guste a la dirección de este o del partido en el que milite”. Y añade: “En política, como en la vida, lo fundamental es meterse a la cama con la conciencia tranquila y esa norma yo no la quiebro ni por un voto o por el qué dirán o por qué consecuencias puede tener para mí en el futuro”. El resto, en general, se muestra más sumiso con las decisiones de sus respectivos partidos.

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Con motivo del trigésimo aniversario de la Constitución Española, el Senado recopiló en un CD los debates que se produjeron en la Cámara en aquellos compases iniciales de la transición. Hace unos días, durante una sesión de varias horas en las Cortes, bus-cando un poco de aire fresco y algunos estímulos periodísticos, opté por echarle un vistazo al CD.

Descubrí al senador Camilo José Cela, entonces parlamentario por la Agrupación Independiente, que intervino en sucesivas ocasiones para defender enmiendas al proyecto constitucional. En la mayoría de los casos, mostraba más interés en corregir la forma que el fondo de los artículos. El escritor se dirigía a sus compañeros de tarea como senadores y senatrices, reconocía ante ellos ser “poco proclive a la divagación” y los daba por “su-ficientemente informados”, por lo que les ahorraba la pesadez de tener que escuchar argumentos ya leídos en los textos de las enmiendas. Y se despedía así, tras muchos días de debate: “Mi sabiduría se ha terminado antes que la paciencia de ustedes”.

Poco queda hoy de este estilo en los debates del Congreso y del Senado, pero es justo añadir que poco queda también de las crónicas periodísticas que entonces se publicaban. Si el estilo de los parlamentarios se ha vuelto árido y son muchos los que no se expresan con corrección, tampoco creo que haya mejorado la forma de hacer periodismo desde las Cortes, donde se han infiltrado lentamente los modos de otras facetas de la profesión: titular, minuto y resultado, previa persecución del político por un pasillo como si fuese un personaje ‘rosa’.

Quería hacer esta precisión porque la tentación es fortísima. Me refiero a la tentación de dedicar estas líneas a contar cómo los periodistas arreglamos buena parte de las declaraciones y discur-sos de los parlamentarios para redactar frases con coherencia; a la tentación de contar cómo una buena parte de los diputados y los senadores se expresan mal. Los hay que no llegan a aclarar si votarán en contra o a favor de una iniciativa, cuando emplean un turno para ello. Incluso alguna señoría ha reconocido con orgullo ante el hemiciclo que en castellano no sabe hablar bien.

Me asalta también la tentación de relatar únicamente cómo en los momentos más importantes de la vida parlamentaria -ha vuelto a suceder en el último Debate sobre el estado de la Nación-, el presidente del Gobierno y los portavoces leen sus intervenciones; y que también lo hacen en el Senado aunque allí el Reglamento de la Cámara no se lo permita “en ningún caso” (artículo 84). Ellos leen.

También tengo que superar la tentación de dedicar estas líneas a recordar cómo algunos parlamentarios se equivocan al votar en

algún pleno al que bastantes de ellos se presentan sólo para votar; y a contar cómo pasan los meses sin que algunos hayan registrado ni una sola iniciativa. Al parecer, los socialistas Txiki Benegas o Alfonso Guerra no han necesitado interesarse aún por nada en esta legislatura; el ex secretario de Estado Ignacio Astarloa, del PP, ha registrado 87 preguntas por escrito, pero desmenuzando sólo dos asuntos hasta alcanzar esa cifra.

Ellos son los nombres conocidos. Es cierto que una parte de los miembros de los dos grupos mayores de las Cortes, PSOE y PP, tiene menos tiempo comprometido por el Parlamento y compatibiliza su actividad política con otra. En el Senado, casi la mitad de sus señorías son alcaldes, concejales, miembros de Diputación o de Cabildos insulares; en el Congreso esta duplici-dad de cargos públicos es menor, pero se da de otro tipo porque bastantes diputados mantienen despachos profesionales, tra-bajan en fundaciones, participan en consejos de administración u otras tareas.

Todo lo ampara en teoría la ley, pero este asunto de las incompa-tibilidades está en revisión desde hace unos meses; en España no se ha llegado al grado de escándalo del Reino Unido, pero parece necesario reflexionar sobre si una persona que cuenta con una declaración de invalidez permanente puede ser alcalde de su pueblo y diputado a la vez, o si resulta razonable que los políticos cobren por ejercer de tertulianos en los medios de comunica-ción, donde no dejan de representar a unas siglas.

Se argumenta que, si los alcaldes llegan a las Cortes, podrán acer-car la realidad territorial al Parlamento. Y se añade que aquellos que mantienen una actividad privada podrán defender mejor los intereses de los distintos sectores sociales en la legislación. Es bueno que convivan diputados de prestigio -aunque poca ac-tividad-, con jóvenes hiperactivos, porque aquellos aportan una reflexión y un poso del que quizá carecen estos. Por otra parte, ya se sabe que la política requiere tiempo de lectura y reflexión: el que los diputados y senadores tienen mientras no asisten a comisiones o plenos, es decir, entre dos y tres de cada cinco días laborables.

Con todo, pienso que el sistema, al menos en teoría, puede funcionar. Creo que puede aún recuperar los planteamientos de la vida parlamentaria que imaginaron los constituyentes al redactar y aprobar la actual Constitución Española. En fin, mi sabiduría también se ha terminado, y perdonen que me compare con Cela; sólo espero que también, como en su caso, haya sido antes que su paciencia.

María José Artuch [Com 95] es redactora de Europa Press.

un PaRlamEnto mEjoRablE

María José Artuch

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En portada Retórica parlamentaria

—Compañerismo. Rafael Arias-Salgado y José Pedro Pérez-Llorca, sentados, charlan con Alfonso Guerra.

6. ¿cÓmo PrePara sUs inTerVenciones? ¿DÓnDe se DocUmenTa? ¿PiDe consejo? ¿a QUiÉn? ¿UTiliza ciTas? ¿BUsca las ciTas De manera DeliBeraDa? ¿De DÓnDe las oBTiene?

Los diputados y senadores disponen de muchos medios para preparar sus intervencio-nes. Algunos grupos cuentan con un asistente parlamentario, y todos pueden acudir a los expertos de sus respectivos partidos para pedir orientación y consejo en los temas más complejos. “Si he de hablar sobre un tema del que no tengo datos, me pongo en contacto con quien me los puede aportar y pido toda la información que crea necesaria”, explica una senadora, y en parecidos términos se expresan sus compañeros de las dos cámaras.

Todos preparan personalmente sus discursos. Un diputado asegura que a la hora de hacerlo le parece “especialmente importante” construir “intervenciones argumenta-das”. Y añade: “Me interesa menos la polémica que la posibilidad de alcanzar acuerdos, o al menos de no impedir acuerdos en el futuro”.

Muchos acuden a Internet para documentarse y también para buscar antecedentes parlamentarios: “Es una buena herramienta para revisar, reforzar y recuperar o plan-tear las contradicciones de quien decía digo y ahora dice Diego”, explica un diputado socialista que ya va por su segunda legislatura. La bibliografía convencional, los diarios de sesiones, los informes del propio partido, los “recortes de periódicos”, los programas electorales, “equipos de asesores”, los buscadores de las versiones on line de los perió-dicos, la lesgislación o las disposiciones de la Unión Europea son otras de las fuentes citadas por sus señorías.

Varios de los entrevistados aseguran que, cuando se da el caso, tratan de ponerse en contacto con los sectores afectados para conocer de primera mano sus problema y sus demandas. “Pienso que un diputado es ‘la voz del pueblo en el Parlamento’, por lo que deberá contar con el asesoramiento de aquellos grupos que se verán afectados por alguna ley que emane del mismo”, explica un entrevistado.

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GasPar llamazaresPortavoz del Grupo Parlamentario Federal de IU.

“Aquí hay una diferencia, se-ñor Aznar, respecto a Moby Dick. No sé si recuerdan al Capitán Achab, que podría ser el señor Bush, el señor Blair, el señor Aznar. En Moby Dick no comprenden la realidad, se obsesionan con la ballena por intereses económicos, por afán de venganza, y terminan con todo el barco y su tripulación en el fondo del mar. La diferencia es que la tripulación no les ha seguido. La gran mayoría de los ciudadanos del mundo y de los españoles no les siguen en esta locura de la guerra”.

Debate en el Congreso de los Diputados sobre la situación en Irak. 5 de marzo de 2003.

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Con respecto a las citas, un condimento habitual en muchos discursos, los plan-teamientos de los parlamentarios son distintos e incluso opuestos. Hay algunos que no las utilizan por sistema. “Introducen un estilo político decimonónico que ya no se corresponde con los usos parlamentarios del siglo XXI”, afirma un diputado del PP de 43 años. “Procuro no utilizarlas, ya que creo que, más que aportar riqueza al debate, tratan de generar una competición de conocimientos”, explica un senador socialista que ya va por su cuarta legislatura. Otro parlamentario emplea argumentos similares: “Creo que hay una cierta tendencia en algunos políticos con proyección a utilizar un lenguaje algo cursi y cargado. Abusan de las citas, metáforas y frases hechas. Yo, deliberadamente, trato de evitarlo”.

Otros las buscan de forma expresa y detallan con naturalidad sus fuentes: Diccionario de citas, de Luis Señor, o El gran libro de las citas y frases célebres, de José Ignacio de Be-nito. Y por supuesto, Internet. “Entiendo que, muchas veces, una frase de alguien que sabe más que yo puede servir para el guión de mi discurso”, indica una parlamentaria socialista.

Y hay quien las emplea cuando la ocasión se presenta. “Me agrada utilizarlas, pero exentas de ridícula petulancia”, dice uno de los entrevistados. “No soy muy amiga de las citas, pero a veces he utilizado algún proverbio africano”, señala una diputada socialista que afronta su primera legislatura. “No las busco deliberadamente, si me viene alguna a la mente la utilizo”, añade un tercero. “No soy amigo de las citas, si bien Ortega y Gasset me ilustra”, reconoce un cuarto. Un diputado que procede del mundo sindical admite que las ideas y las frases ajenas pueden ser muy útiles, pero él las emplea con una cierta denominación de origen: “No me interesan mucho las citas de personajes históricos, prefiero la lógica de la gente normal, los refranes, las frases hechas, el estilo coloquial, los símiles más cercanos...”. Otro indica que las suyas sólo corresponden al “recuerdo de lecturas propias”.

—El relevo de la derecha. Muchos encuestados recuerdan el “¡Váyase, señor González!” de un Aznar a un paso de La Moncloa.

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josÉ lUis roDrÍGUez zaPaTeroPresidente del Gobierno [2004 - ].

“No hay razón en el terrorismo, no hay sentido en el terrorismo, no hay política en el terrorismo. Sólo hay terror, muerte, chantaje. Sólo hay voluntad de someter, de sojuzgar, de destruir la moral de los hombres, de eliminar sus convicciones”.

Discurso de investidura como Presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados. 15 de abril de 2004.

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En portada Retórica parlamentaria

7. ¿alGUna Vez Ha TeniDo QUe DefenDer alGUna PosTUra QUe no acaBaBa De comParTir?

“Es ley de vida”, asegura un parlamentario cuando le preguntan si alguna vez ha tenido que defender una postura con la que no estaba de acuerdo. Y no es el único que lo admi-te. Quienes se han visto en esa tesitura argumentan que “la unidad del partido” está por encima de los matices y las diferencias que a veces plantea la actividad parlamentaria.

Una senadora del Partido Popular asegura que es necesario “aplicar el criterio de equipo y el ‘hoy por ti, mañana por mí’”. Sin embargo, sostener un principio no com-partido crea situaciones conflictivas. Ella misma lo reconoce: “La verdad es que no es plato de gusto. Como soy abogada, creo que he utilizado una toga ficticia, como cuando se defiende un caso de esos que no dan ninguna alegría”.

El balance de esas pequeñas o grandes incoherencias son un conjunto de anécdotas difíciles de digerir. Una parlamentaria socialista recuerda un debate concreto: el que se produjo al hilo de la invasión de Afganistán, en el otoño de 2001. Ella acabó defendiendo una postura diferente a la de su partido. “Pensé que la dirección tendría más informa-ción que yo y me equivoqué”, explica. Por su parte, un diputado del PP recuerda que había preparado un discurso “demoledor” para el debate sobre el hermano de Alfonso Guerra, y que a última hora tuvo que “bajar el tono” porque lo había pedido Txiki Be-negas. Y desvela la razón: “Había una negociación estatuaria en el aire”. Un miembro de CiU aporta un tercer ejemplo: “Aunque mi voto en el trasvase del río Ebro no era lo que yo opinaba, tenía que votar a favor por la disciplina de voto. Por suerte, ahora mi partido tiene la misma tesis que yo”.

Sin embargo, el planteamiento del “uno para todos y todos para uno” no conven-ce a los más idealistas. Un congresista de 49 años se muestra tajante: “Hay siempre posibilidades de renunciar a defender una posición si no se comparte”. Un senador socialista insiste de manera rotunda: “Mi sentido de la disciplina no está por encima de mi conciencia”. Y lo mismo un parlamentario popular: “No soy como algunos, que los hay, que cuando van a intervenir, como los abogados de parte, preguntan: ¿A favor o en contra?”.

--Hay otros, más pragmáticos, que cambian de rumbo y acaban nadando a favor de la corriente. “Suelo dar la vuelta a lo que no comparto para acabar haciendo como que defiendo eso que me han pedido, pero con argumentos distintos”, comenta un parla-mentario del partido en el Gobierno. “Busco argumentos para estar convencido; si no, sería imposible”, señala un miembro de la oposición.

De todos modos, los senadores y diputados distinguen los asuntos nucleares, como los de conciencia, de otros menos relevantes. Son muchos los que alegan que “en cuestiones esenciales” no apoyarían algo en lo que no creen. Pero tal y como dice un cargo del PSOE, “en cuestiones localizadas y sobre todo en momentos políticos en que mi partido está en el Gobierno, no puedes utilizar cuestiones que en ese momento ‘no convienen’”.

Las explicaciones recogidas revelan que la disciplina de voto también tiene algunas fisuras. Un parlamentario socialista confiesa que, hace unos años, cuando estaba en la oposición, renunció a intervenir porque no estaba de acuerdo con el enfoque que su partido había dado a un tema determinado. “Pero no es lo frecuente, porque la mayoría de las cosas no son blancas o negras”, añade. Sus palabras son muy similares a las que emplea otro diputado para resumir la cuestión: “Nunca he defendido una postura en la que no creo totalmente. Pero la realidad nunca es blanca o negra”. nt

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Hubo un tiempo en España en el que las gentes cuidaban y aun mimaban las herramientas que les permitían ejercer su oficio: los labradores sus aperos, cocineros y matarifes, sus cuchillos; los escritores, el lenguaje y los políticos , la retórica. Era un tiempo en que la palabra de un político empeñada en el espacio público era un compromiso firme con sus votantes, el instrumento de su contrato con ellos.

Había excesos, claro. Emilio Castelar, que arrastraba alguna herencia del barroco, pronunció el que quizá sea su más famoso discurso en abril de 1869: “Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios más grande, más grande todavía…”. Demasiados efectos especiales, diríamos hoy ante una prosa semejante, y con razón.

El orden de los fenómenos meteorológicos en el discurso revela que el diputado gaditano no tenía su fuerte en lo que hoy llama-ríamos Conocimiento del medio. La velocidad de transmisión de la luz y el sonido dejan claro que es siempre el rayo el que precede al trueno y no al revés. En cualquier caso, la pirotecnia verbal de Castelar no encajaría bien en estos tiempos .

Debemos tener en cuenta que los usos parlamentarios sólo arraigan y florecen en épocas de libertad y éstas han sido excep-ción más que norma en la historia de España. Sin libertades, el juego parlamentario se convierte en una sombra de sí mismo y la conversación en cháchara. Después de la dictadura de Primo de Rivera, la República hizo del Parlamento un ágora para los intelectuales de la época. Hoy sería impensable la repetición de un debate como el que enfrentó a Ortega y Gasset con Manuel Azaña en mayo de 1932, a propósito del Estatuto catalán que se había de aprobar en septiembre de aquel año.

La democracia asentada en la Constitución de 1978 tuvo una interesante etapa constituyente y algún periodo de sesiones en el que la clase política dio lo mejor de sí misma. Los debates protagonizados por Felipe González, Suárez, Carrillo, Fraga, Arzalluz o Roca dejaron grandes momentos, pero la oratoria se fue apagando desde entonces. Hay, ciertamente, diputados y senadores capaces de enhebrar un buen discurso. Ha habido algunas grandes intervenciones de Rubalcaba, Rajoy, Durán i Lleida y Erkoreka, por ejemplo.

La partitocracia inaugurada entonces fue probablemente una ne-cesidad de unos partidos débiles, de reciente creación o salidos de la clandestinidad en que los había sumido la dictadura fran-quista. Era preciso apuntalarlos para que cumplieran el esencial cometido que les asignaba la Constitución en su artículo 6º.

Treinta y un años después, los partidos y los aparatos que los go-biernan siguen siendo la piedra angular del sistema. La mayoría de los diputados acaba la legislatura sin haber tomado la palabra en un pleno y reducidos a la mera condición de votantes. Así debe de ser si quiere ganar un puesto apropiado en listas cerradas y bloqueadas. No es el elector quien selecciona a su representante. Se limita a sumar su apoyo a la máquina gregaria y a quien sus responsables hayan dispuesto que se vote. A los efectos, tanto daría que los portavoces se reunieran en un café con un voto ponderado al número de diputados que tiene cada grupo.

Nadie trata de brillar en el escaño y es lógico que la oratoria haya languidecido. En general, ha perdido tanto que parece un valor de otro tiempo. La retórica no es disciplina que se cultive ni tenga vigencia y el propio término ha caído en desuso. Su empleo lleva asociado hoy un toque despectivo. Se llaman retóricas a las razo-nes que no vienen a cuento.

Los debates parlamentarios no son el ámbito en que los repre-sentantes confrontan ideas en defensa de los intereses de sus representados. Con los mismos mimbres se hacen todos los cestos, sin embargo. La pérdida de calidad de los parlamentarios está a juego con el retroceso de nuestro sistema educativo y, ¿por qué no decirlo? también de nuestro periodismo.

Santiago González [Com 95] es columnista político del diario El Mundo.

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Santiago González