Revista de creación literaria La Ira de Morfeo - Especial Eva Medina Moreno

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EVA MEDINA MORENO ESPECIALES LA IRA DE MORFEO

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Número especial de la Revista de creación literaria La Ira de Morfeo dedicado a la escritora española Eva Medina Moreno.

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Revista

de creación literaria

La Ira de Morfeo

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EVAMEDINAMORENO

ESPECIALES LA IRA DE MORFEO

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La Ira de Morfeo

Revista de creación l iteraria

Especial Eva Medina Moreno

Marzo 201 2

http: //revistalairademorfeo.net

Editores:

Javier Flores Letel ier

Camila Vieyra Di Silvestre

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Miro un escaparate. Los objetos parecen

desnudarse, darme su verdadero rostro.

Las fotografías enmarcadas, puñales de

acero oxidado, que han esperado tanto

para saborear el interior de un cuerpo;

atravesar piel, venas, órganos cerrados,

vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos,

para no ver los objetos transformándose,

ni sentir mis órganos intentando respirar

bajo la mirada de esa hoja cierta.

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Fotografía de la autora

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BIOGRAFÍA

Eva María Medina Moreno. Escritora española (Madrid, 1971). Licenciada en Filología inglesa y diplomadaen Profesorado de Educación General Básica, por la Universidad Complutense de Madrid. Con el título delCiclo Superior en Inglés de la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, y The Certificate of Proficiency inEnglish, por la Universidad de Cambridge. Tras el Período de Docencia del Doctorado en Filología Inglesade la UNED, investiga en el campo de la Literatura Inglesa del siglo XX y Contemporánea. Trabajo quecompagina con la escritura de su primera novela.

Premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós por su relato «Tan frágil como una hormiga seca»(Editorial Iniciativa Bilenio S.L. 2010). Seleccionada en el V Premio Orola, en cuya antología se incluyó sucuento «Mi bodega» (Ediciones Orola S.L. 2011). También han publicado sus relatos en revistas literariasde España e Hispanoamérica, como Letralia, Cinosargo, Almiar, Groenlandia, Narrativas, o Solaluna.

Su narrativa mira a través de las grietas de la realidad, se adentra en el sufrimiento de los verdugos,juega entre los límites de lo posible e imposible, saca a Sartre de su «náusea» e intenta hacerla suya, y aKafka lo vemos levantar la cabeza mientras escribe un cuento, ¿una erre?

Locura, alcoholismo, afectividad mal concebida, frustración, anhelos, inmovilidad, muerte, recorren susrelatos, quedando siempre un espacio para que el lector reinvente lo escrito. La autora nos espera enmedio del puente entre existir y no‐existir, en un simple parpadeo. La multiplicidad del yo es vista através de un imaginario de sombras. Lo cotidiano crece en dos migas de pan. Hay una bodega donde seguardan retazos de vida. La escritora intenta gritar como lo hace esa gota.

«Dejad que el silencio os atrape y escuchad los ruidos nocturnos», nos dice. «Esperad a que el relojmarque las cuatro. Ved más allá de un cuadro; de esas olas rompiendo en un acantilado». Y las cosas,¿son lo que son o aparentan ser lo que creemos que son? Una capa de irrealidad cubre los objetos, quemudan, dándonos otra cara. Una redada, los opresores se sienten oprimidos y matan. La muerte, como siespiase a través de unas cortinas ficticias tan reales.

Te espera, sí, pero al otro lado.

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ABURRIMIENTO

Acaban de comer. Él pasea su mirada por la habitación. Su fláccida y pálida barriga asoma por losbotones mal abrochados del pijama. Ella mira por la ventana. Entre ellos, una mesa camilla con restos decomida. Al fondo, la televisión encendida.

Ella sigue mirando a la calle. Su melena es bicolor; castaño oscuro y rubio platino. Su cara, sinlavar, muestra la opacidad de un maquillaje mal aplicado. Unos labios extremadamente rojos, pintadoscon un carmín barato. Colillas impregnadas de bermellón saliéndose de un cenicero de cristal.

Él se levanta de la silla, y, antes de sentarse en el sofá, aparta unas revistas viejas. Gotas de sudorresbalan en su calva, deslizándose por pelos grasientos de la nuca. Con la manga del pijama se quita elsudor y coge el mando de la tele, pasando de un canal a otro. Mira hacia la pared, donde un relojredondo, de fondo blanco, cuyas manillas y números son del color del metal, está parado a las cuatro. Ledivierte imaginar que funciona. Todos los días se pone frente a él antes de la hora, y siente el minuto quetranscurre desde las cuatro como el único real en su vida.

Ráfagas de un aire cálido mueven las cortinas. Ella retira platos y cubiertos con el antebrazo, ysaca del bolsillo de la bata unas cartas desgastadas. Empieza su solitario. Él fija la vista en un ventiladorque está en el suelo; las aspas metálicas giran lentamente.

El hombre le pregunta a la mujer por la llave. La mujer le contesta, con desgana, que la busque.El hombre se levanta con pereza del sofá y se acerca a la mujer. Le vuelve a preguntar por la

llave. Ella le dice que busque, y le canta: «¿Dónde está la llave matarile, rile, rile?». Él, «Si no me dicesdónde está…». «¡Qué! ¡Qué vas a hacer! ¡Qué coño vas a hacer tú!». «Dime dónde está», dice él. Ella seríe, lo insulta. Él vuelve a preguntar. «Busca, busca», se oye. Las manos de él sobre sus hombros. «¿Quépasa? ¿Acaso me vas a estrangular? ¡Anda aprieta! ¡Aprieta cobarde!». Unos dedos gordos agarran sucuello. «¿Me lo vas a decir?». Las manos presionan con fuerza. «¿Dónde está?». «Adivina», dice ella convoz apagada. El hombre aprieta más fuerte. «¡Me lo vas a decir, hija de puta, me lo vas a decir!».

El cuerpo de la mujer cae al suelo, inerte. Él se sienta en el sofá. Imágenes en la pantalla. Mira elreloj. Espera a que sean las cuatro.

ABURRIMIENTO

Acaban de comer. Él pasea su mirada por la habitación. Su fláccida y pálida barriga asoma por losbotones mal abrochados del pijama. Ella mira por la ventana. Entre ellos, una mesa camilla con restos decomida. Al fondo, la televisión encendida.

Ella sigue mirando a la calle. Su melena es bicolor; castaño oscuro y rubio platino. Su cara, sinlavar, muestra la opacidad de un maquillaje mal aplicado. Unos labios extremadamente rojos, pintadoscon un carmín barato. Colillas impregnadas de bermellón saliéndose de un cenicero de cristal.

Él se levanta de la silla, y, antes de sentarse en el sofá, aparta unas revistas viejas. Gotas de sudorresbalan en su calva, deslizándose por pelos grasientos de la nuca. Con la manga del pijama se quita elsudor y coge el mando de la tele, pasando de un canal a otro. Mira hacia la pared, donde un relojredondo, de fondo blanco, cuyas manillas y números son del color del metal, está parado a las cuatro. Ledivierte imaginar que funciona. Todos los días se pone frente a él antes de la hora, y siente el minuto quetranscurre desde las cuatro como el único real en su vida.

Ráfagas de un aire cálido mueven las cortinas. Ella retira platos y cubiertos con el antebrazo, ysaca del bolsillo de la bata unas cartas desgastadas. Empieza su solitario. Él fija la vista en un ventiladorque está en el suelo; las aspas metálicas giran lentamente.

El hombre le pregunta a la mujer por la llave. La mujer le contesta, con desgana, que la busque.El hombre se levanta con pereza del sofá y se acerca a la mujer. Le vuelve a preguntar por la

llave. Ella le dice que busque, y le canta: «¿Dónde está la llave matarile, rile, rile?». Él, «Si no me dicesdónde está…». «¡Qué! ¡Qué vas a hacer! ¡Qué coño vas a hacer tú!». «Dime dónde está», dice él. Ella seríe, lo insulta. Él vuelve a preguntar. «Busca, busca», se oye. Las manos de él sobre sus hombros. «¿Quépasa? ¿Acaso me vas a estrangular? ¡Anda aprieta! ¡Aprieta cobarde!». Unos dedos gordos agarran sucuello. «¿Me lo vas a decir?». Las manos presionan con fuerza. «¿Dónde está?». «Adivina», dice ella convoz apagada. El hombre aprieta más fuerte. «¡Me lo vas a decir, hija de puta, me lo vas a decir!».El cuerpo de la mujer cae al suelo, inerte. Él se sienta en el sofá. Imágenes en la pantalla. Mira el reloj.Espera a que sean las cuatro.

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REDADA

Íbamos con palos a terminar con el ruido traidor. Vimos a un niño escondido detrás de loscontenedores de basura, con un reloj pequeño en su mano.

−Dame el reloj −le dije.−Es mío, yo lo encontré.−Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con ellos, nos están

contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos, las horas nos ahogan. Créeme, tú erespequeño y sabes menos de la vida, yo ya he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas queahora estarán oxidadas.

−¡Libertad, libertad! −gritaban los aliados−. ¡Abajo los relojes, muerte a los relojes, muerte altiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!

Mis manos se acercaron al niño, hacia sus manos, luego subieron al cuello. El niño gritaba. Rodeésu cuello con suavidad. Gritos más profundos. Las manos se desligaron de la mente, y ya no sabía sipresionaba o no. La voz débil de su garganta infantil me contestó. No la escuché, seguí, seguí, hasta oírun cuerpo contra el suelo. Cogí el reloj, lo tiré, lo pisé, oyendo mi grito: ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!

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LA ERRE

Un hombre escribe. Una hora, cuatro. En la pantalla, una «r». Sigue escribiendo. Las cinco, lassiete. En la pantalla, una «r». Llega la noche. El cuello le duele, los músculos de los hombros tiran.Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía, noche. Sólo oye el ruido de sus dedos enlas teclas de plástico. «La historia fluye», piensa y sonríe. En la pantalla, una «r». La mira, desafiante.«Levantarme, huir». Pero el hombre sigue; sigue escribiendo.

LA ERRE

Un hombre escribe. Una hora, cuatro. En la pantalla, una «r». Sigue escribiendo. Las cinco, lassiete. En la pantalla, una «r». Llega la noche. El cuello le duele, los músculos de los hombros tiran.Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía, noche. Sólo oye el ruido de sus dedos enlas teclas de plástico. «La historia fluye», piensa y sonríe. En la pantalla, una «r». La mira, desafiante.«Levantarme, huir». Pero el hombre sigue; sigue escribiendo.

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RUIDOS NOCTURNOS

Me duermo. Los pensamientos flotando en una materia extraña, algo pegajosa, que va cerrandoposibles salidas a nuevas ideas. La madera de los muebles se estira, se oye la carcoma, el cemento entrebaldosas se dilata, las cucarachas salen de los desagües, aplastan su cuerpo, metiéndose por debajo de laspuertas. La televisión, que parece dormir, hace el ruido del descanso, respirando lo trabajado. Algúnpapel se abre, desperezándose. Las bombillas se liberan del calor acumulado. Y una gota cayendo, el grifomal cerrado de la cocina, se une a otra del lavabo. El ruido metálico del fregadero, junto con una caídamás suave, algo más acuosa. Cerámica del lavabo, acero de la pila, cerámica lavabo, acero pila. Melevanto. Cierro grifos. Al acostarme, los ruidos cesan, hasta que ese papel que parecía desperezarseahora cruje, liberándose de esa forma que le he dado.

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UNA CAPA DE IRREALIDAD CUBRE LOS OBJETOS

Miro un escaparate. Los objetos parecen desnudarse, darme su verdadero rostro. Las fotografíasenmarcadas, puñales de acero oxidado, que han esperado tanto para saborear el interior de un cuerpo;atravesar piel, venas, órganos cerrados, vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos, para no ver los objetostransformándose, ni sentir mis órganos intentando respirar bajo la mirada de esa hoja cierta.

Huyo. Ahora son los objetos de la calle los que mudan, atenazándome. Se difuminan, mezclándoseunos con otros, cambiando de forma. La farola se une a la pared, la pared al suelo, el suelo al muro. Elsuelo se pega a mis zapatos, parece chicle. Tiro y tiro para despegarlo de mis suelas, pero no puedo. Y medoy cuenta de que las paredes de la calle van entrando por los dedos de mis manos. Después el pelo, quese pega al muro como si este fuera cepillo que arrastrase la electricidad estática. Y no puedo hacer nada.Nada para evitarlo. El cemento tira de mí y me dejo llevar. Ahora la pared se acerca al suelo, presiona;pared, suelo, pared, suelo, presionan fuerte, aplastándome.

UNA CAPA DE IRREALIDAD CUBRE LOS OBJETOS

Miro un escaparate. Los objetos parecen desnudarse, darme su verdadero rostro. Las fotografíasenmarcadas, puñales de acero oxidado, que han esperado tanto para saborear el interior de un cuerpo;atravesar piel, venas, órganos cerrados, vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos, para no ver los objetostransformándose, ni sentir mis órganos intentando respirar bajo la mirada de esa hoja cierta.

Huyo. Ahora son los objetos de la calle los que mudan, atenazándome. Se difuminan, mezclándoseunos con otros, cambiando de forma. La farola se une a la pared, la pared al suelo, el suelo al muro. Elsuelo se pega a mis zapatos, parece chicle. Tiro y tiro para despegarlo de mis suelas, pero no puedo. Y medoy cuenta de que las paredes de la calle van entrando por los dedos de mis manos. Después el pelo, quese pega al muro como si este fuera cepillo que arrastrase la electricidad estática. Y no puedo hacer nada.Nada para evitarlo. El cemento tira de mí y me dejo llevar. Ahora la pared se acerca al suelo, presiona;pared, suelo, pared, suelo, presionan fuerte, aplastándome.

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SOMBRAS

Camino. De noche. En una calle, frente a mí, dos sombras. La oscura, alta, arrogante;la clara, débil. Y yo, más sombra que ellas, detrás. Entonces pienso que deberían salir muchassombras para abarcar todo lo que somos.

Me imagino que algunas de ellas van mudando como lo hacen las serpientes con su piel.Veo que la sombra de la inocencia cambia de color, de un violeta claro a uno más oscuro, conmatices, con sombras dentro de sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor seendurece; opaca, con menos aberturas. La sombra del deseo, encogida, muda, añeja. Pero haymomentos en que besa sin saber qué pasará, se embrutece como antes, se aferra a un vínculo;soplo de vida, aliento.

SOMBRAS

Camino. De noche. En una calle, frente a mí, dos sombras. La oscura, alta, arrogante; la clara,débil. Y yo, más sombra que ellas, detrás. Entonces pienso que deberían salir muchas sombras paraabarcar todo lo que somos.

Me imagino que algunas de ellas van mudando como lo hacen las serpientes con su piel. Veo que lasombra de la inocencia cambia de color, de un violeta claro a uno más oscuro, con matices, con sombrasdentro de sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor se endurece; opaca, con menos aberturas.La sombra del deseo, encogida, muda, añeja. Pero hay momentos en que besa sin saber qué pasará, seembrutece como antes, se aferra a un vínculo; soplo de vida, aliento.

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LA FEROCIDAD DE UNA GOTA

Era una gota rápida, prematura. El ritmo, sofocado. Gota enfurecida que, tomando el papel delíder, se quejaba por la fugacidad de su vida. Pensé que si hubiera sido gota pausada, de ritmo lento,nadie la habría escuchado. Sin embargo, nadie parecía hacerle caso, nadie se acercaba allí y cerraba elgrifo, aunque eso significase acabar con ella.

Sólo yo había captado algo, al menos la había escuchado. Aunque no me acercase al grifo, vivíacon intensidad el desarrollo de esa gota. Hubo un momento de exterminio. Luego, el espacio seensanchó, para que no olvidase que ella seguía allí esperándome, cansada de repetirse, una y otra vez.

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PARPADEA

Unos párpados que se abren y se cierran. Pequeños trozos de carne, piel escurridiza que setensa y destensa. Si permanecen cerrados, desapareceré, desintegrándome en átomos diminutos. Lucho.Esos trozos de piel son mi única apertura.

Si al bajar los párpados cierro los ojos, me introduciré en ellos y dejaré de existir. Al cerrarlosdesapareceré, también los ojos. No quedará nada, sólo una mota de polvo; esencia de lo que fui. Esamota se desvanecerá, mezclándose con el entorno.

¡Parpadea, parpadea!

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TAN FRÁGIL COMO UNA HORMIGA SECA

La puerta de la habitación se abrió. «El desayuno», gritaron. Daniel, tumbado sobre la camadeshecha; sábanas y colcha en desorden. Se levantó con dolor de huesos y arrastró los pies hasta elcomedor. Tenía el vaso de leche sobre la mesa. Una enfermera le dio las pastillas. Mientras se las tomaba,clavó los ojos en el hule azul claro. Recordó la primera vez que vio el mar; un niño frente a ese azulimpenetrable. Por la noche, soñaba que su cuerpo y el de sus padres chocaban contra las rocas,despedazándose. La madre se quedaba con él hasta que se volvía a dormir; regustillo a melocotón entrelas sábanas. En el desayuno ella le guiñaba el ojo, como si lo ocurrido durante la noche fuera su secreto.

Por la tarde, la luz era tersa, acogedora. La madre le contaba historias en el porche. El aire, conolor a mar, impregnando su piel, y el cuento del gato con botas mientras lo acariciaba. «Mi señor elMarqués de Carabás», oía desde una distancia de treinta y cinco años.

Tras el desayuno, iba a la consulta del psiquiatra. Era un hombre pequeño, serio, ordenado. Lepedía que recordase. Daniel lo miraba desde unos ojos grandes en una cara consumida. Le costabaarticular palabra, como si algo en su interior se lo impidiese, una voz que le decía «no lo cuentes, si lohaces nunca saldrás de aquí».

Aquella tarde salió al jardín. Se sentó en un banco de madera y fijó la vista en el suelo. Habíahojas secas, piedras de distintos colores, unas grises, otras azules. Detrás de las hojas, distinguió unahilera de hormigas. En la fila, una de ellas arrastraba una hormiga muerta. Miró hacia la izquierda y vio elcadáver de otra. Lo cogió. La hormiga estaba seca y al tocarla se deshizo como si fuera polvo. Un olorextraño se apoderó de él; era una mezcla de aguas estancadas, árboles frutales y salitre. Olor que abrióuna herida que supuraba.

Recordó un domingo en el parque. Los padres le animaron a que jugase con chicos de su edad.Daniel se apoyó en un árbol, detrás de los columpios, y esperó a que el tiempo pasara. Unos minutos mástarde notó un picor. Miró al suelo y vio muchas hormigas. Algunas subían por las piernas; otras estaban enlos zapatos. Gritó con fuerza. Una de ellas había llegado al brazo. Tres bolas negras a punto de reventar yunas patas de hilo. Se imaginó que las aplastaba, triturando su ligero caparazón; el jugo gris bajo lassuelas. No se dio cuenta de que el padre estaba allí. «Están nerviosas porque has pisado el hormiguero»,le dijo mientras le quitaba los insectos del cuerpo. «Acuérdate, ve con más cuidado, es su territorio y lodefienden». Después, le cogió la mano y caminaron juntos.

Mientras Daniel se duchaba, las hormigas se adentraron en la retina. Esas figuras negras ahoracorrían por los azulejos. Brotó de nuevo aquel olor extraño. Un olor que, aunque lo aborrecía, lecautivaba. Cerró los ojos con fuerza y escuchó caer el agua. Ese ruido lo llevó a la bañera de patas de lainfancia. Le gustaba llenarla hasta arriba, con agua muy caliente; después llamaba a la madre para que leenjabonara el cuerpo o le frotase la espalda, pero ella, «ya eres mayor para que te bañe, tu padre está alllegar y no tengo la cena, termina pronto». Cuando ella se marchaba, cogía su esponja y la retorcía entrelas manos hasta dejar trozos muy pequeños flotando en el agua.

Aunque las horas se detuvieran, el tiempo pasaba rápido. Daniel fue al comedor y se sentó a lamesa. El blanco de la leche lo repugnó. Fijó la vista en el cristal de una de las ventanas. Las esquinas deabajo tenían vaho. La imagen de una noche muy fría. Nadie probó bocado. El padre gritaba a la madre.Ella intentaba calmarlo, pero él no quería escuchar. Se levantó bruscamente y dio un portazo almarcharse. «A la taberna», dijo la madre, «eso es, vete a la taberna», y salió de la cocina llorando.Pasaron minutos hasta que Daniel subió las escaleras. Se quedó junto a la puerta del dormitorio de lospadres, y, tras su respiración entrecortada, oyó sollozos. Vio la figura de una mujer que en ese momentose le hacía pequeña, indefensa. Un cuerpo encogido sobre la cama. Se acercó, le acarició el pelo y le dijo«no te preocupes mamá, es un borracho». Ella se irguió mostrando un rostro severo. «¡Hablar así de tu

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padre!». Él se quedó inmóvil. Cuando salió, no sentía el peso de los zapatos. Parecía un personaje deficción desdibujado. Entró en su cuarto y clavó los ojos en la fotografía que estaba frente al cabecero: lamadre con un vestido de lino azul claro. Su estómago comenzó a girar y girar. «¿Por qué me haces esto?»,le dijo. Notó pinchazos y olor a peces muertos; como si tuviera larvas de insectos en los intestinos ysegregasen un líquido ácido. Los pinchazos eran agudos, su cuerpo se retorcía formando un ovillo. «¿Porqué me tratas así?», decía mientras se acunaba. Cuando los mordiscos de la tripa cesaron, se acercó a laventana. Apoyó la cara en el cristal helado y sintió que su piel quemaba.

«Las peleas eran cada vez más frecuentes», se escuchó decirle al psiquiatra, «él estaba menos encasa, y mi madre empezó a beber. No quería verme, como si mis ojos la delataran». ¿A quién llamaría?,pensó. Siempre que la madre hablaba por teléfono, sentada en el sofá del salón, él vigilaba recelosodetrás de la puerta. ¡Cómo le dolía ese tono de voz tan falso, tan ingrato! Cuando salía, ella seinquietaba, ruborizándose como si la hubiera descubierto. «¡Déjame en paz! ¡Déjame!», y esas palabras,cuñas en el cerebro.

«Algunas noches iban juntos a la taberna y volvían a casa borrachos», le dijo al psiquiatra. Él veía,desde la ventana del cuarto, como los padres se tambaleaban. Luego, las risas al subir las escaleras;latigazos en su piel desnuda.

Al terminar la consulta fue a la habitación y cayó en la cama. El sueño lo abrazó. Ahora seencuentra en un lugar árido. Está en el suelo, boca abajo. Arrastra un cuerpo roto. Las piedras rasgan supiel, pero no siente nada. Sigue adelante. Las vértebras dibujan el camino como anillos de gusano. «No tepares», le dice una voz débil, ahogada. Trozos de arena se incrustan entre las uñas. El polvo se mete ensus ojos; una capa fina los nubla. Sigue recto. Se adentra en unos arbustos. Avanza despacio. Lospantalones quedan enganchados en unas ramas. Tira de ellos con fuerza, pero no logra desprenderse.Impulsa el cuerpo hacia delante. «Inútil, es inútil». Huele a sudor y sangre. Las ramas lo oprimen.«Quiero salir», grita. Al abrir los ojos, dos enfermeras lo sujetaban. Notó un pinchazo dulce.

Sala de televisión. Imágenes en la pantalla. Daniel miraba al techo. El sol se filtraba a través de lacortina. Como aquel día, pensó. Se vio tumbado en el sofá, apoyando la cabeza en las piernas de lamadre. Notó la calidez de los muslos. Ella lo empujó irritada. Daniel se levantó con brusquedad. Subió lasescaleras con gangrena en la boca y mordeduras en la tripa. Los insectos lo invadían. Sintió que lashormigas se apoderaban del hígado, recubriéndolo de una capa negra. Las chinches despedazaban losintestinos. Tarántulas venenosas sobre los pulmones. Le costaba respirar. Las patas de un ciempiés salíanpor la nariz. Supuraba los olores fétidos de la putrefacción.

Llevaba tres días sin dormir. La cabeza le pesaba como si las distintas partes del cerebro fuesende acero y no se comunicaran. Ansiaba el vacío, la nada. Las palabras «a levantarse, el desayuno» loviolentaron. No quería desayunar, pero le obligarían. Tardó en incorporarse; los músculos se aferraban ala cama, como si estuvieran atados al colchón con cuerdas transparentes. Se levantó a coger la ropa, queestaba encima de una silla, junto a la ventana. Miró tras el cristal. El jardín estaba sereno. Su vistaempezó a nublarse.

Se vio con catorce años en la cocina. No estaba solo. La madre, sentada en una silla, con lacabeza hacia delante, dormía. En el suelo, botellas vacías. Daniel la miraba con desprecio, con odio. Fuehacia la llave del gas, la abrió y cerró la puerta al salir. El golpe de la puerta se unió al silbido de alas deinsectos. Se tapó la cabeza con los brazos, pero el ruido era cada vez más fuerte. Abejas y hormigasvoladoras zumbaban en sus oídos. El crujido de alas se adentró en el tímpano hasta llegar al cerebro. Olíaa pantano, melocotón y mar. Olor que hizo brotar esas olas que engullían unos cuerpos descuartizados.«No me dejes aquí, no me dejes aquí», gritó golpeando la puerta hasta caer al suelo. «Ese olor nosseparó, mamá, ese olor nos separó».

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UNA REVELACIÓN

Cuando entré en la galería, una sala pequeña, bastante oscura, había poca gente. El pintor noestaba. Sobre un taburete, folletos. Cogí uno. Me lo guardé, dirigiéndome al primer cuadro con el mismorecogimiento con el que se comulga. En cuanto Xaime llegó, viéndome frente a su «Costa da Morte», medijo que lo había pintado en cabo Touriñán, el más occidental de la península ibérica, y no el deFinisterre como se decía.

Me acerqué al cuadro. Eran brochazos despreocupados que, cuando te alejabas, cobrabanrealidad. Me confesó el toque impresionista, y algo expresionista, que algunos críticos de arte habíanvisto en su obra.

Yo sólo veía la fuerza, la rabia, de ese mar contra las rocas. Le pregunté sobre ello. Sincontestarme, siguió con los críticos. Miré el cuadro alejándome un poco a la izquierda. En segundos,atrapé el significado simbólico. Trascendía detrás de esa luz sobre la ola más cercana; la espuma tanblanca. Reflejaba la lucha de dos poderes. Aunque uno de ellos fuese desgastando, poco a poco, al otro, ypareciese el más fuerte, no lo era, porque roca y mar eran la misma cosa; el hombre luchando contra lasinrazón de su propia existencia. Xaime me contaba cuanto tardó en pintarlo, la vida tan dura del artista.La «náusea» nos acechaba, pensé, sin poder escapar, porque formábamos parte de ella; nosotros éramosla «náusea». Me acordé de Kafka, de ese pobre K. de El proceso, que éramos todos nosotros, buscandouna explicación en un mundo inexplicable. Me vi formando parte de ese mar y esas rocas. Nada se podíahacer. El mar era la humanidad luchando contra un muro; su propia existencia.

«Hay pocos genios», continuó, mientras yo me imaginaba a Van Gogh, saliendo de madrugada alcampo, con sus lienzos volteados por el aire, y a Kafka, de regreso del trabajo, escribiendo en una mesapequeña frente a una pared gris.

Salí de allí con la sensación de que el descubrimiento de ese acantilado alegórico no podíarevelarlo a nadie. Sería como destapar una olla exprés antes de que se enfriase. Sufriré por todos, medije, sonriendo a San Manuel.

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DETERIORO

Acabábamos de cenar. Hacía tiempo que lo notaba raro. Lo miré. Observaba la televisión condesidia, como si no le interesase pero necesitara esas imágenes ficticias. Bajé los ojos. Me fijé en unamiga de pan que había en su plato. Al caer sobre el líquido de la lombarda se había hinchado. Junto a estahabía otra; seca, más pequeña. Me pareció estar en un cuarto oscuro; revelaba una fotografía y la imageniba apareciendo. Éramos nosotros. Él, el trozo pequeño, seco, había perdido esponjosidad y grosor. Lahinchada yo, que parecía haberme nutrido con el agua violeta. Éramos dos migas de pan que se ibanconsumiendo, cada una a su manera.

Cogí el plato y lo llevé a la cocina. Tiré las migas a la basura y encima las cáscaras de plátano,pero seguía viéndolas. Saqué restos de comida que puse sobre ellas. Al levantarme, él me miraba desde elmarco de la puerta. Se iba a dormir.

Sentada en el sofá imaginé cómo íbamos transformándonos. Ahora era yo la pequeña, la que habíaperdido esponjosidad y grosor, y él, el trozo hinchado, nutrido con el agua violeta. Luego, yo volvía a serla hinchada, y él la reseca. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera.

DETERIORO

Acabábamos de cenar. Hacía tiempo que lo notaba raro. Lo miré. Observaba la televisión condesidia, como si no le interesase pero necesitara esas imágenes ficticias. Bajé los ojos. Me fijé en unamiga de pan que había en su plato. Al caer sobre el líquido de la lombarda se había hinchado. Junto a estahabía otra; seca, más pequeña. Me pareció estar en un cuarto oscuro; revelaba una fotografía y la imageniba apareciendo. Éramos nosotros. Él, el trozo pequeño, seco, había perdido esponjosidad y grosor. Lahinchada yo, que parecía haberme nutrido con el agua violeta. Éramos dos migas de pan que se ibanconsumiendo, cada una a su manera.

Cogí el plato y lo llevé a la cocina. Tiré las migas a la basura y encima las cáscaras de plátano,pero seguía viéndolas. Saqué restos de comida que puse sobre ellas. Al levantarme, él me miraba desde elmarco de la puerta. Se iba a dormir.

Sentada en el sofá imaginé cómo íbamos transformándonos. Ahora era yo la pequeña, la que habíaperdido esponjosidad y grosor, y él, el trozo hinchado, nutrido con el agua violeta. Luego, yo volvía a serla hinchada, y él la reseca. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera.

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MI BODEGA

Descolocadas, algunas rotas, el líquido derramado y seco; botellas de muerte y olvido. Otras, conmoho por fuera, cerradas con tapón de corcho y plástico duro. Selladas, bien selladas, el vino picadodesde hace tantos años. Unas, llenas de horas vacías, de palabra afónica, embrutecida.Algunas, las limpio, las coloco en el mejor sitio, donde nada las dañe, para quitarles el tapón y oler; olercreyendo que volveré a enamorarme.

Botellas, cada una con su etiqueta, cambiada o superpuesta; la del amor por la del hastío, encimala del odio. Las del dolor, tristeza y rabia, tumbadas boca abajo. Muchas, sin tapones, abiertas, y ellíquido mezclándose: pena, miedo, placer.

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Me imagino que algunas de ellas van mudando como lo

hacen las serpientes con su piel. Veo que la sombra de

la inocencia cambia de color, de un violeta claro a uno

más oscuro, con matices, con sombras dentro de

sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor se

endurece; opaca, con menos aberturas. La sombra del

deseo, encogida, muda, añeja. Pero hay momentos en

que besa sin saber qué pasará, se embrutece como

antes, se aferra a un vínculo; soplo de vida, al iento.

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