Revista de Santander (Colombia) 2a. Época, No. 4 (Marzo, 2010).

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S antander REVISTA U N I V E R S I D A D I N D U S T R I A L D E S A N T A N D E R Dossier Regional LOS PARQUES DE BUCARAMANGA NÚMERO 4 - MARZO 2009 SEGUNDA ÉPOCA

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Revista cultural del Departamento de Santander (Colombia), pubicada por la Universidad Industrial de Santander (UIS). Originalmente publicada a mediados de siglo XX, ésta 2a época pretende recuperar en los albores del siglo XXI el hábito de la reflexión erudita en la sociedad santandereana.

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santanderr e v i s t a

u n i v e r s i d a d i n d u s t r i a l d e s a n t a n d e r

d o s s i e r r e g i o n a l L O S PA RQU E S DE BU C A R A M A NG A

cultura es el aprovechamiento social

de la inteligencia humana

Gabriel García Márquez

dossier regional

Los parques de Bucaramanga

Los parques: ¿elemento fundamental del espacio público en Bucaramanga?

Adiós a las plazas.

El imaginario civilista en los parques del centro de Bucaramanga.

El Parque de los Niños: un verdadero bosque natural para Bucaramanga.

Actualidad y perspectivas de los parques en Bucaramanga.

Historia

Carta al estudiante que ha lapidado unos edificios.

Filosofía

Homenaje póstumo a Ramón Pérez Mantilla

Heidegger y Nietzsche.

El nacimiento de la tragedia.

Puebla y pueblo.

El discurso de Alfonso López Michelsen.

Maestros supremos

Homero: Fragmento de La Ilíada

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Una perspectiva comparativa: los parques de Bogotá.

nuevas corrientes intelectuales

Burocracia.

Terrorismo y guerra justa.

artes y literatura

La música de la época de la Independencia.

Gustavo Gómez Ardila: un maestro de la música santandereana.

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“cultura es el aprovechamiento social de la inteligencia humana”Gabriel García Márquez

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r e v i s t a D e

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R e v i s t a d e s a n t a n d e Rsegunda época

Universidad Industrial de SantanderBucaramanga, Colombia

Número 4

1o de marzo de 2009

Comité de dirección

Jaime Alberto Camacho Pico, rector

Álvaro Gómez Torrado, vicerrector académico

Sergio Isnardo Muñoz Villarreal, vicerrector administrativo

Oscar Gualdrón González, vicerrector de investigación y extensión

Johanna Delgado Pinzón, directora de comunicaciones

Director Armando Martínez Garnica

Comité editorial

Serafín Martínez GonzálezLuis Álvaro Mejía ArgüelloErnesto Rueda Suárez

Diseñadora Marta Ayerbe PosadaFotografías Citu Experiencia Local, Foto Ariza, Fotografía Quintiliano Gavassa, Pedro Alonso Cadena.Corrector de textos José Bernardo Mayorga Rodríguez

Comité asesor

Sergio Acevedo GómezAlicia Dussán De Reichell DolmatoffLucila González ArandaElsa Martínez CáceresAída Martínez Carreño

Impresión División de Publicaciones UIS2.000 ejemplares

La responsabilidad intelectual de los artículos es de los autores

DIRECCIÓN Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander, A. A. 678, Bucaramanga, Colombia. Teléfono (7) 645 1639.E-mail: [email protected]

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“Cultura es el aprovechamiento social de la inteligencia humana”

Gabriel García Márquez

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Presentación 8

Dossier regional: Los parques de Bucaramanga 10

C a t a l i n a RODR ÍGUE Z ESP inEl los parques: ¿elemento fundamental del espacio público en Bucaramanga? 14

J U a n F R a n C i S C O SP inEl lUna adiós a las plazas 24

S E b a S t i á n MaRt ÍnE Z bOtERO el imaginario civilista en los parques del centro de bucaramanga 44

M a R Í a F E R n a n D a RE YES RODR ÍGUE Z el parque de los niños: un verdadero bosque natural para bucaramanga 66

a l E J a n D R O MUR illO SalGUERO actualidad y perspectivas de los parques en bucaramanga 80 C l a U D i a CEnDalES PaREDES una perspectiva comparativa: los parques de bogotá 92

nuevas cor r ientes in te lec tua les

l O R D aC tOn burocracia 106

M i C h a E l Wal ZER terrorismo y guerra justa 118

ar tes y l i ter a tur a

a R M a n D O MaRt ÍnE Z GaRniCa ( C O M P . ) la música de la época de la independencia 132

R a F a E l á n G E l SUESCÚn MaR iÑO gustavo gómez ardila: un maestro de la música santandereana 138

h is tor ia

a l b E R t O llER aS CaMaRGO carta al estudiante que ha lapidado unos edificios 152

F i losof ía

homenaje póstumo a ramón pérez mantilla 158

heidegger y nie tzsche 162

el nacimiento de l a tragedia 173

puebl a y pueblo 183

el discurso de al fonso lópez michel sen 185

Maes t ros supremos

hOMERO fragmento de la ilíada 186

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Presentación

Hace ya tres años que iniciamos la segunda época de la Revista de Santander, un esfuerzo de muchos profesiona-les y escritores por mantener viva una tradición cultural que la intelectualidad santandereana del decenio de 1940 puso en marcha. La calidad de las entregas de la primera

época motivó el ánimo de ofrecer de nuevo al público ilustrado de nuestra región y del país una revista de calidad con el moderno y bello diseño que las artes gráficas modernas permiten. En esta nueva época el presente es el número 4.

Manteniendo esta tradición, el dossier de esta cuarta entrega se ha dedicado a los parques de la ciudad de Bucaramanga, un elemento signifi-cativo del mobiliario urbano que la Sociedad de Mejoras Públicas, motivada por don Ricardo Olano en los años cuarenta del siglo pasado, sostiene hasta nuestros días. No por azar el ingeniero Roberto Jaimes Durán, insigne rec-tor de nuestra Universidad entre 1974 y 1975, rindió su vida durante el año pasado al frente de esta benemérita institución.

La Sección de nuevas corrientes intelectuales ha acogido en esta ocasión dos ensayos críticos de gran actualidad. El primero, leído en pú-blico por el pensador de la política y catedrático del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Michael Waltzer, nos sitúa en el tema urgente del terrorismo y de las supuestas guerras justas, precisamente cuando asistimos atónitos al violento conflicto de la Franja de Gaza y a la manifestación de mejores esperanzas mundiales en la posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos. El segundo, pese a su añejamiento, nos abre los ojos ante los peligros de la burocracia estatal, tal como lo expresó en su momento político Lord Acton, un liberal inglés que combatió sin concesiones por la garantía de los derechos del ciudadano moderno.

La Sección de Artes recoge un balance de la música de la época de la Independencia plenamente identificada, buena parte de ella recogida en el cuaderno personal de la señorita Carmen Caicedo por su maestro de guitarra, probablemente un músico originario de la provincia del Socorro. También un ensayo biográfico de Rafael Ángel Suescún sobre el maestro

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presentación

Gustavo Gómez Ardila, cuyo nombre fue por décadas emblema de la Coral de nuestra Universidad. La Sección de Historia ofrece a los lectores una vieja carta del estadista colombiano Alberto Lleras Camargo a un estudiante que había lapidado unos edificios en Bogotá: sus brillantes argumentos pueden aplicarse a esos estudiantes que esconden su rostro para lesionar con sevicia los edificios de nuestra Universidad, tal como tuvimos que comprobar con indignación al final del pasado año.

La Sección de Filosofía se ha dedicado en su totalidad a Ramón Pérez Mantilla, una de las mentes nativas de Bucaramanga más cosmopo-litas, cuyo deceso ocurrió el pasado año. Su magisterio en la Universidad Nacional y su esfuerzo por dar a conocer en nuestro país, desde la revista Eco, la mejor producción cultural europea, permanecen en la memoria de los científicos sociales de la segunda mitad del siglo pasado. Manteniendo la advocación del lema de Gabriel García Márquez –“Cultura es el aprovecha-miento social de la inteligencia humana”–, esta cuarta entrega de la Revista de Santander ha escogido como maestro supremo de las letras a Homero, la figura paradigmática de la poesía épica de tradición oral en la tradición cultural de Occidente.

Es así como en este año vuelve esta publicación a presentarse ante la sociedad ilustrada del Departamento y del país como un medio institucional de promoción de la dignidad, la autonomía y la solidaridad de la inteligencia humana en esta orgullosa región que nos legaron nuestros ancestros. Deseo sinceramente que la disfruten.

Jaime Alberto CAMACHO PICORector UIS

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Dossier regional

Los parques de Bucaramanga

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Los parques de Bucaramanga

Parque García Rovira

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Don Ricardo Olano, distinguido líder cívico de Medellín, vino a Bucaramanga

durante el mes de junio de 1937 para visitar la ciudad y actuar como liquida-

dor de la Compañía de Fomento Urbano de Santander. El jueves 24 ofreció en

los salones del Club del Comercio una conferencia sobre urbanismo y civismo

ciudadano, así como sobre “muchos asuntos relativos al

progreso de Bucaramanga”. Entusiasta de la arboricultu-

ra, sembró en los bumangueses de ese tiempo el interés

por los parques y por la arborización de las calles. Fue

así como muy pronto este escenario local fue conocido

en el país como “la ciudad de

los parques”, y la Sociedad de

Mejoras Públicas pudo contri-

buir con uno de ellos al embe-

llecimiento de la ciudad. Esta

tradición de amoblamiento

urbano es examinada en este

dossier por un grupo de jóve-

nes arquitectos e historiadores

que se han congregado en

un Laboratorio de proyectos

urbanos titulado CITU Expe-

riencia Local. Como comple-

mento comparativo, una joven

restauradora de monumentos

públicos y prometedora his-

toriadora del arte nos ofrece

una visión histórica de los

parques de la capital del país.

Dossier regional

Parque Romero

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c a t a l i n a roDrÍGUez esPineL

Los parques: ¿elemento fundamentaldel espacio público en Bucaramanga?

D esde tiempos inmemorables civilizaciones como los egip-cios, chinos, asirios, griegos, romanos, así como las cultu-ras americanas precolombi-

nas, se distinguieron y a veces caracterizaron por una notoria tendencia a rodearse de vastos jardines. Escenarios que buscaban, por medio de la exaltación de la belleza y la buena disposición, dotar de bienestar y cali-dad de vida a aquellos que los frecuentaban. Todas estas civilizaciones tuvieron algo en común: el disfrute exclusivo de estos lugares por parte de las altas esferas de la sociedad.

En el renacimiento los jardines sufrieron los primeros cambios sustanciales y empezaron a hacer parte del que hacer del arquitecto. La geometría se toma el diseño y son las líneas rectas, los ángulos, los círculos y las elipses correctamente trazadas las que colaboran con los jardineros en la domesti-cación de la naturaleza. Las elites siguieron siendo los beneficiarios de estos espacios, pues eran quienes poseían villas de amplios terrenos y podían costear el trabajo de los arquitectos.

En los siglos siguientes al Renaci-miento, Italia pierde su primacía en la crea-ción de los espacios verdes, y es Francia la que domina la estética de los jardines. Estos espacios verdes se trasladaron a los grandes palacios, entre los que se destacan los jar-dines de Versalles. Extensos bosques desti-nados a la caza fueron diseñados alrededor de la edificación principal. La dimensión de estos bosques es tal que en medio de ellos se construyen áreas de descanso o pabellones de caza, de maravillosa arquitectura, y como conexión entre las diferentes edificaciones se diseñan senderos que atraviesan el terre-no y convergen unos con otros en glorietas ajardinadas. El paisaje es dominado por la geometría.

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XIX los medios de producción industrial y el desarrollo económico provocan un cambio profun-do en el pensamiento del hombre, que trae como consecuencia una transformación de su modo de habitar. La revolución indus-trial y el crecimiento de las ciudades dejan de lado las actividades agropastoriles, para contemplar los fenómenos de masificación y densificación desordenados de las ciudades. Los aspectos negativos de la industrialización se dejan notar poco a poco. La población urbana se da cuenta de que está habitando en ambientes poco sanos con un acelerado deterioro. Pensadores y seguidores de las teorías de Rousseau, entre otros, contribuyen dedicando su tiempo a despertar el interés del público en general por las condiciones de salubridad, a fin de ejercer presión sobre los legisladores y el gobierno para la creación de políticas que mejoraran esas condiciones. La

Roma, jardines del

Vaticano (abajo y

pág. enfrente).

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propagación del cólera en Francia e Inglate-rra en 1831 contribuye, como prueba, para entender con claridad la estrecha relación entre los problemas sociales y las condiciones físicas ambientales.

Como consecuencia de la presión ejercida por el pueblo aparece el parque o paseo público. El placer por los espacios abiertos se traslada a las calles. Los nuevos bulevares son engalanados con árboles y las avenidas rematan en plazas dotadas de enor-mes monumentos en donde se enaltece algún evento histórico o algún personaje público. Esta idea del parque o paseo público no es nueva: asirios, griegos y romanos tuvieron elementos de este tipo; sin embargo la inno-vación está en que el centro de su concepción

está dado por el ideal de salubridad y no por el estético, es decir, el bien general predomi-na en la construcción de ciudad. Una de las ventajas de los nuevos parques públicos es que estos acogen a personas de todas las es-feras sociales. Es en este momento cuando se da con mayor fuerza la transición del carác-ter privado al público de los espacios verdes urbanos. Por otro lado, en términos estéticos la corriente inglesa muestra un rompimiento con los cánones estéticos italianos y fran-ceses. En contraposición a la naturaleza domesticada de estos últimos, los ingleses retornan a una naturaleza menos elaborada, característica de las civilizaciones antiguas, y deciden regresar a la naturalidad tanto en las formas físicas como en las de pensamiento. Esta corriente buscaba introducir la naturale-za a la ciudad para beneficio de todos, mante-niendo la estética de la naturaleza “tal cual”. Así, el parque no sólo cumple funciones productivas en cuanto a salubridad, sino que es también un hecho decorativo. El jardín privado convertido definitivamente en un parque público acaba con la hegemonía del uso privilegiado sobre estos espacios, y debi-do a las malas condiciones sanitarias de las ciudades esta corriente se difunde por toda Europa y sus colonias con rapidez.

Hasta el siglo XIX el parque pú-blico tomará la forma y la esencia del parque tal como lo conocemos en la actualidad: como un terreno de uso público, inmerso en medio de desarrollos esencialmente ur-

Jardines de

Versailles, París. ©Dragoneye /Dreamstime.com

Panorámica de

lo jardines de

Versailles, París.

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banos. Adicionalmente al entendimiento de su concepto y funciones físicas, el parque fue entendido en su dimensión simbólica, es decir, el parque público fue aceptado como una institución unificadora, un catalizador en la creación de una cultura democrática homogénea. La sociedad estaba segura de que el parque ejercía un poder reformador en las personas, un poderoso efecto en la pro-moción de la civilización y en el desarrollo de la industria. El jardín evolucionó desde una forma elitista, reservada y monumental hasta una forma popular, abierta y a escala humana.

El siglo XX trae consigo una nueva era urbana y el consumo masivo del espacio. Los espacios verdes como jardines y parques son declarados parte fundamental del cam-po de los urbanistas, y las zonas verdes son declaradas una necesidad pública. La planifi-

cación de estas zonas no puede relegarse a un segundo plano y se da la planificación como producto de las demandas sociales, económi-cas y culturales desde el orden moral y cívico hasta las sanitarias. En el transcurso del siglo XX las condiciones ganadas con la revolución industrial claramente se deterioraron. El alto

los espacios verdes como jardines y parques son

declarados par te fundamental del campo de los

urbanistas, y las zonas verdes son declaradas una

necesidad pública. la planif icación de estas zonas

no puede relegarse a un segundo plano y se da

la planif icación como producto de las demandas

sociales, económicas y culturales.

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Jardines del

Campo de Marte,

París.

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los parques: ¿elemento fundamental del espacio público en bucaramanga?

precio del suelo urbano y su comercialización en función de los usos rentables perjudica-ron notoriamente las áreas verdes, ya que estas no representaban un valor canjeable. Esto trajo como consecuencia un descenso en los niveles de vida, sobre todo en cuanto a condiciones sanitarias de la población más vulnerable. Bajo esta perspectiva el movi-miento moderno, con los Congresos Inter-nacionales de Arquitectura Moderna, abogó por encontrar un equilibrio entre los espacios y sus usos en el ámbito urbano. Los parques, las zonas verdes dedicadas al ocio y la re-creación y en general el espacio público se convierten en parte fundamental del habitar urbano. Para Le Corbusier, gran propulsor de los congresos de arquitectura, las ciudades son entes biológicos que poseen un corazón, pulmones y demás órganos. El corazón de la gran ciudad es el centro o city, donde se encuentran las instituciones públicas y priva-das, la administración y los centros de la vida espiritual y artística, ubicadas en rascacielos

en medio de extensas zonas verdes. En pala-bras de Le Corbusier, “gigantescos pabellones del trabajo bellamente articulados, expuestos al sol en espacios verdes”. En torno al cora-zón o city se organizan los demás órganos. Para las viviendas, Le Corbusier prefiere la ciudad-jardín vertical, que tiene unidades de vivienda situadas en medio de un gran parque. Esto no ocurre exclusivamente en el exterior: las zonas verdes son introducidas a las viviendas. Le Corbusier propone como uno de los cinco punto básicos de la arquitec-tura los techos-jardín, es decir, las cubiertas planas se aprovechan para jardín, solárium o piscina. Estos espacios verdes, propuestos por los congresos mencionados, no son sólo re-guladores ambientales o simples lineamien-tos estéticos, sino que son espacios que sirven para suplir las necesidades de encuentro de la comunidad. Con el pasar de los tiempos el área dedicada al “verde” pasó de ser un espacio puntual a ser el gran elemento conte-nedor de la ciudad.

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Río Sena, París.

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CONSOLIDACIÓN

DE UNA NACIÓN

En los siglos XVIII y XIX el con-cepto de parque público inglés se expandió rápidamente por toda Europa y las colonias anglosajonas en América, mientras que las colonias españolas, en contraposición al Im-perio Británico, se alejaron de esa noción. No es sino hasta mediados del siglo XIX, con la independencia de España, que la idea de par-que público entendido bajo la corriente in-glesa tomó fuerza en nuestro país. Este sirvió a las elites locales como eje propulsor de las transformaciones urbanas que nos alejaban del legado colonial español y a la vez como símbolo de progreso y libertad, los dos es-tandartes de la nueva identidad nacional. Es indiscutible, entonces, la doble función que el parque cumplió en nuestro país: por un lado, una función estética, sanitaria y transforma-dora; y por el otro, una función simbólica, cívica y cultural.

Bogotá siempre fue la capital de la República, y por ello, se convirtió en el escenario donde aparecieron las primeras manifestaciones del culto a la patria. En el decenio de 1870, afirma el historiador Ger-mán Mejía, algunas de las más importantes plazas bogotanas fueron convertidas “en ob-jeto de adorno de los símbolos patrios”. Las modificaciones hechas a estos espacios, como los enrejados que rodeaban los jardines, ena-jenaron a las plazas el carácter de escenario que tuvieron durante siglos. La multiplicidad de actividades que se realizaban en las plazas fueron trasladadas a otros escenarios, y los nuevos parques se convirtieron en instru-mentos de culto a la patria y a las institucio-nes civiles, así como ornamentación de la ciudad. La conversión de las plazas en par-ques fue, sin duda alguna, uno de los signos más claros de la transformación del paisaje urbano en el siglo XIX.

El parque como elemento de culto a la nación fue rápidamente difundido por todo el país. En la segunda mitad del siglo XIX Bucaramanga desarrolló una fuerte

economía de comercialización y exportación. Productos como el café, la quina y el tabaco llevaron a la ciudad a convertirse en un cen-tro económico regional, por encima de Soco-rro, San Gil, Girón y Pamplona, ciudades que ejercieron durante años control sobre la vida económica y política bumanguesa. Paralelo

Es indiscutible la doble función que el parque

cumplió en nuestro país: por un lado, una función

estética, sanitaria y transformadora; y por el otro,

una función simbólica, cívica y cultural.

a este desarrollo económico floreció en la ciudad una elite de pobladores, en su mayoría comerciantes nacionales y extranjeros. Este puñado de habitantes, influenciados por las transformaciones ocurridas en la capital y en el exterior, se encargó de impulsar los cam-bios urbanos en Bucaramanga. Las plazuelas, herencia colonial de la ciudad, fueron los espacios elegidos para dar inicio al proceso de conversión. Estas plazuelas carecían de valor estético. El parque-jardín Reyes Gon-zález, antigua plazuela de Santa Rosa, hoy parque Centenario, fue la primera experien-cia de transformación y re-significación de estos escenarios en Bucaramanga. Estos pro-cesos cívicos iniciados en la segunda mitad del siglo XIX se prolongan hasta mediados del siglo XX. Esto llevó a que en el decenio de 1920 surgieran instituciones destinadas a preservar la belleza y memoria urbana de Bucaramanga, entre las que se encuentran la Sociedad de Mejoras Públicas y la Academia de Historia.

El proceso de transformación de plazas y plazuelas en parques fue paulatino y estuvo sujeto a los cambios políticos y a la disponibilidad presupuestal de las adminis-traciones locales, o a donaciones particulares.

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Así mismo, ya que estas transformaciones no fueron de iniciativa popular, el proceso de aceptación y respeto por los nuevos espacios fue lento. Finalizada la primera mitad del siglo XX el centro de Bucaramanga ya con-taba con los parques García Rovira, Romero, Centenario, De los Niños, Santander, An-tonia Santos y finalmente Bolívar. Durante todo este tiempo las plazuelas y los parques cumplieron la función de ordenadores del crecimiento de la ciudad. Aún hoy estos siete parques siguen estando presentes en el ima-ginario colectivo como símbolos y espacios estructurantes de la ciudad.

Durante buena parte del siglo XX Bucaramanga fue conocida a nivel nacional como “la ciudad de los parques”, nombre recibido gracias a la importancia del proceso de resignificación de los elementos del espa-

cio público por parte de un selecto grupo de ciudadanos que permeó su trabajo cívico al resto de los bumangueses y a las diferentes administraciones locales que los sucedieron. No obstante, hoy, tras un recorrido por la ciudad, se puede dudar de la validez de ese apelativo. Como lo hicieran en su momento nuestros antepasados, hace ya casi dos siglos, parece que es tiempo de revaluar estos espa-cios y redefinirlos colectivamente para dotar-los de un nuevo significado de acuerdo con las necesidades del casi millón de habitantes del Área Metropolitana de Bucaramanga. Es el momento de entender los parques como un componente fundamental del espacio públi-co, y a la vez entender la espacialidad pública como un elemento integrador de ciudad.

SIGLO XXI: REDEFINICIÓN

DEL ESPACIO PÚBLICO

Para entender la importancia del papel que juega el espacio público en la ciu-dad es indispensable entender primero su naturaleza. De esta forma, el concepto de es-pacio público ha sido definido por diferentes autores, entre ellos Martin Heidegger, quien se refiere a lo público como aquel espacio en donde todos los seres humanos tienen un acceso cotidiano a lo colectivo y donde todos son partícipes, gracias a que este es un espa-cio accesible, pero al mismo tiempo no es de nadie; por otra parte, Jürgen Habermas se extiende un poco más, resaltando que la ciu-dad es el espacio público donde lo “común” se vuelve material, y no sólo se materializa en infraestructura, sino que también se hace vi-sible mediante el poder colectivo. Este poder se refleja de dos maneras: desde la dimensión jurídica y legal, y desde el poder de la masa social. Podría llegarse a generalidades dicien-do que el espacio público está compuesto por dos elementos: uno tangible y el otro intangi-ble, que depende el uno del otro. El primero de estos conforma el componente físico, la infraestructura de la ciudad; en otras pala-bras, ciclorrutas, andenes, parques, plazas, alamedas, bibliotecas públicas, mercados pú-

Parque Santander

y Catedral de la

Sagrada Familia,

Bucaramanga.

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blicos, vías, parqueaderos, etc. Este elemento representa una estructura concreta, mientras que el elemento intangible es subjetivo y re-fleja, al relacionarse con otros individuos en el elemento físico, los valores, creencias, ni-veles de educación cívica y cultura ciudadana de cada individuo. El espacio público en sus dos dimensiones es un espacio de todos, ra-zón por la cual necesita de reglamentación colectiva, para que indiscutiblemente el bien común sea el que prime en este tipo de espa-cios. Como complemento podrían añadirse las palabras de Jordi Borja, para quien com-prender el espacio público actual es entender-lo bajo tres aspectos: el dominio público, es decir, ¿qué tantos ciudadanos tienen acceso a él?; el uso social colectivo, que se traduce en ¿cómo es la calidad del espacio público y de las relaciones que allí se forjan?; y por último, su multifuncionalidad: ¿cuál es la capacidad del espacio público de integrar los diferentes grupos sociales y culturales?

Es sólo en el espacio público donde lo diferente logra convergir, y esto es lo que de alguna manera logra poner de manifiesto las dos dimensiones del espacio público, la física y la simbólica. Es claro decir que el componente tangible, que suele estar más presente en la mente de todos, no debe ser el que predomine. Los sentimientos, las di-ferencias, los argumentos y en general todos los procesos de socialización, reunidos en un solo componente convertido en una cultura ciudadana común que le dé cabida a las dife-rencias, cumple una labor importante y sin ella no es posible el mantenimiento y desa-rrollo del componente físico.

El espacio público se entiende como el espacio común donde todos los ciu-dadanos hacen uso de su razón, por lo cual la comunicación y el discurso deben ser las he-rramientas seleccionadas para que cada indi-viduo marque sus diferencias y encuentre sus libertades políticas. El objetivo del espacio público siempre debe estar dado en función de lo colectivo, aunque este esté compuesto por una mezcla de intereses individuales.

La deliberación es otro factor esen-cial del espacio público. Esta tiene que ver con la capacidad de los ciudadanos de reali-zar acciones colectivas. Solo bajo la delibe-ración de elementos comunes los individuos como grupo pueden –como lo dice Haber-mas– ejercer el poder de la masa social. Este poder es tan fuerte que puede llegar a afectar positivamente el desarrollo económico de la sociedad que lo ejerce, ya que en la medida en que se consolide una cultura ciudadana se consolidarán paralelamente unos vínculos de confianza que tendrán como fin el buen ma-nejo de los bienes colectivos.

Plaza Cisneros,

Medellín.

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Sólo las sociedades unidas com-puestas por ciudadanos activos políticamente que entiendan la ciudad como propia darán uso adecuado de los bienes públicos, tanto de los elementos de infraestructura física como del dinero colectivo, basándose en la noción de bien común. El buen uso de estos bienes públicos, sin lugar a dudas, sólo puede influir de forma positiva sobre el ámbito político y económico de una sociedad. La ética cumple, entonces, un papel fundamental. Ella invo-lucra moralmente los actos que los hombres realizan consigo mismos y entre sí. Estos actos, a su vez, deben estar enmarcados en principios y normas que rigen la vida en so-ciedad y que, por ende, regulan todas las ac-tividades humanas. El espacio público, como contenedor de esos actos y lugar de expresión de diferencias y similitudes, debe estar de-finido por principios éticos que establezcan límites al comportamiento individual y co-lectivo y establezcan claramente la primacía de lo público sobre lo privado. De esta forma los conceptos de ética y espacio público están íntimamente ligados. Solamente cuando se logra la primacía de lo público sobre lo priva-do, y esa idea permanece fija en la mente de

los parques: ¿elemento fundamental del espacio público en bucaramanga?

cada uno de los individuos que conforma la sociedad en particular, volviéndose una ética común que es parte de la cultura ciudadana, será posible garantizar el bien común como pilar del espacio público. La ética, como fundamento de la democracia, permite la prevalencia del consenso logrado bajo la ar-gumentación racional y la deliberación, por encima de las circunstancias basadas en el uso de la fuerza.

Bajo la óptica ética, podría hablar-se de las responsabilidades que como ciu-dadanos y a su vez como sociedad colectiva tenemos, ya que el espacio público es el lugar de encuentro ciudadano necesario para que cada sujeto, como ser político, se exprese y vaya construyendo su propia identidad a par-tir del otro. Es indiscutible que todos y cada uno de los individuos que habitan una comu-nidad tiene responsabilidades frente al buen mantenimiento y uso del espacio público. No obstante, esas responsabilidades varían dependiendo de las funciones que cada uno cumple dentro de la sociedad. Podría divi-dirse en primera instancia la responsabilidad entre gobernantes y gobernados. En tal caso, la responsabilidad de los gobernantes debe ser la de procurar el buen mantenimiento de la infraestructura física, es decir, el ele-mento tangible del espacio público, y a la vez, encaminar las políticas públicas hacia la construcción satisfactoria de una cultura ciudadana basada en los valores cívicos que potencialice el empoderamiento de la ciu-dadanía, es decir, políticas públicas que for-talezcan el componente intangible. Por otro lado estarían los gobernados, cuyo compro-miso con la ciudad, tanto individual como colectivo, debe ser explícito. Este compromi-so debe manifestarse mediante la participa-ción en auditorías, veedurías ciudadanas y control público en general, de forma que el deber se consolide y se evite el deterioro de los componentes físicos de la ciudad. Mien-tras que el fortalecimiento y mantenimiento del componente simbólico se asegura con el compromiso de los ciudadanos con la ciudad.

Plaza Luis Carlos

Galán, marcha

20 de julio 2008,

Bucaramanga.

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Desde esta perspectiva de las res-ponsabilidades podría decirse que solamente la convergencia de las acciones individuales y colectivas, enmarcadas en un comporta-miento ético basado en principios morales, puede llevar a una óptima redefinición del espacio público, en la cual sus dos elementos estén en constante mejoría. Por otro lado, si alguno de los actores (gobernantes o go-bernados) no asume sus responsabilidades, entonces el espacio público estaría en peligro. Aunque si bien es cierto que es necesaria la unión de ambos actores, también es cierto que la sola iniciativa de los ciudadanos no es suficiente para generar un escenario donde el espacio público sea la prioridad o al menos cumpla un papel protagónico en la ciudad; vale decir que son los gobiernos o adminis-traciones locales los que poseen mayor poder para hacer posible este escenario, ya que son ellos quienes tienen acceso a los recursos y a las posibilidades de promover, motivar y es-timular encuentros ciudadanos y de políticas públicas para generar el verdadero empode-ramiento ciudadano; claro que esto requiere del concurso voluntario y consciente de los gobernados en la esfera de la sociedad civil.

El espacio público se construye e interviene a diario. Tanto su componente tangible como el intangible necesitan una constante intervención, tanto para darle mantenimiento y reafirmar su importancia, como para crearlo o redefinirlo. La continui-dad de las políticas públicas permite contra-rrestar el paso del tiempo y las diferencias sociales y culturales. Las ciudades de países

en desarrollo, entre ellas las de América Lati-na, padecen un atraso estructural del espacio público, y sólo la continuidad de las políticas de redefinición les da verdaderas posibilida-des de lograr transformaciones de calidad en corto tiempo.

El éxito que han tenido algunas ciudades colombianas como Bogotá y Me-dellín en cuanto a espacio público se debe al entendimiento que han logrado de los dos componentes del concepto, pero sobretodo a la continuidad de las estrategias utilizadas para consolidar el sistema de espacio público físico y la cultura ciudadana. Bucaramanga parece tratar de entenderlo, pero ha fallado en el cálculo de la dimensión del problema y en la solución, así como en la continuidad de políticas públicas que lo conviertan en un medio indispensable para el buen desarrollo de la ciudad.

Es tal vez el momento de reflexio-nar sobre nuestro acontecer local, así como lo hicieran nuestros antepasados hace ya algunos decenios. Debemos preguntarnos acerca de la accesibilidad de los bumangue-ses al espacio público, de su calidad y de las relaciones que allí se forjan, de su capacidad para integrar los diferentes grupos socia-les, pero sobretodo debemos preguntarnos sobre nuestro papel como ciudadanos en la construcción de la Bucaramanga soñada. Es necesario, entonces, que dejemos de ser los ilotas de la antigua Grecia y comencemos a comportarnos como ciudadanos verdaderos, ciudadanos que dejaron de lado sus sueños individuales para buscar la utopía colectiva.

Carrera 27,

marcha 20 de

julio 2008,

Bucaramanga.

Parque Bolívar,

Bucaramanga.

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j u a n f r a n c i s c o sPineL LUna

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Los parques son un patrimonio sentimental de los buman-gueses, orgullosos de que la capital santandereana se haya ganado en el ámbito nacional

el apelativo de “la ciudad de los parques”, convirtiéndose en un referente que hoy nos llama a la reflexión. Su valor patrimonial no lo constituye ni el bronce ni el mármol que en ellos se erigen, ni su valor simbólico se reduce a la calidad del personaje que los representa. Cada uno contiene el significado de una época, las aspiraciones de una gene-ración sobre el porvenir de una ciudad que se hacía con el trasegar de los años, después de medio siglo de guerras civiles y pobreza general.

El parque como tal otorgó estatus a los espacios, es un tributo a la libertad y dignificó las cualidades del buen ciudadano y con ello del verdadero patriota. Es una rup-tura con el pasado colonial y la apuesta por fundar una sociedad basada en los principios nobles de aquellos que por ser los padres de

la patria, los primeros ciudadanos, estaban llamados a servir de guía en aciagos tiempos de tempestad, donde las rencillas partidistas habían retrasado el futuro de una nación que necesitaba construirse.

Era incuestionable que, si bien las guerras civiles habían hecho mella en el de-venir histórico de una precaria población que se estaba redefiniendo a sí misma, se había logrado constituir en la villa de Bucaraman-

Mulas con bultos

de café.

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ga, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, una base social con el capital suficiente para pensar en la posibilidad de ofrecer un mejor aspecto al entramado urbano, que se ajustara a las pretensiones de una incipiente elite local que vio de suyo hacer de su terru-ño un lugar digno y a la altura de su nueva condición.

La Bucaramanga de vida parro-quial y campesina se había trasformado en

un centro de actividad comercial. A partir de 1870 la Villa alcanzaría su primacía regional gracias al café y en alguna media al auge de la quina, lo que le permitió la independencia política de Pamplona, Socorro y San Gil, que habían ejercido un control sobre su destino desde el período colonial y los primeros años republicanos. Las necesidades generadas por la nueva economía cafetera impusieron un desafío sin precedentes para Santander, que

Parque García

Rovira, 1930.

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en el decenio de 1880 exportaba cerca de las dos terceras partes del café colombiano. Era necesario el mejoramiento sustancial del sistema de transporte, de modo que les permitiera a los comerciantes acceder rápido y a bajo costo a los puertos del Caribe, poner sus productos en el mercado internacional y surtir de vuelta sus almacenes con pro-ductos y artículos importados. Pero, si bien tuvo sus réditos en los periodos de bonanza, esta dependencia del mercado internacional también jugó en contra de los intereses regio-nales en épocas de baja cotización del grano, lo que unido al enfrentamiento político entre radicales y regeneracionistas, con sus conse-cuentes guerras civiles de 1885-1886, 1895 y la de Los Mil Días, terminaron por eclipsar al Gran Santander y replegarlo del escenario nacional, mientras comenzaba a observarse irremediablemente el despegue Antioqueño1.

El café hizo ricos a muchos hacen-dados y la guerra a un contado número de generales, quienes paulatinamente establecen sus casas comerciales y de habitación en Bu-caramanga. Pronto comienza a surgir en el escenario una nueva elite local que, gracias a sus relaciones comerciales y afectivas con los inmigrantes europeos, alcanza una impor-tancia social que reñirá hasta el límite de lo trágico con una capa de vocación artesanal que veía cómo perdía terreno, tanto en el plano económico como político. Esta elite creó su propio club, sus bancos y compañías comerciales, y exigió un papel mucho más activo del Estado en las obras de infraestruc-tura que se requerían, cuando no fueron ellos mismos quienes emprendieron la tarea por medio de contratos, convenios y privilegios obtenidos del propio Estado ante la inestabi-lidad fiscal reinante en el país.

Simultáneamente venían ocu-rriendo transformaciones sociales mucho

1) PALACIOS Marco. Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994. 1ª Reimpresión, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1998 [1995].

más amplias y de un marcado acento urbano, las cuales impondrán sus propios ritmos. Tanto la guerra como el desarrollo comercial habían propiciado un lento pero progresivo proceso de migración de familias campesinas desarraigadas y en busca de un mejor por-venir, que servirán como empleados en las casas comerciales, almacenes, tiendas y en las labores domésticas; en múltiples oficios que podían ir desde barrenderos, celadores, aguateros o sacristanes, pero también como obreros en las obras de fomento público em-prendidas por la administración municipal, o en las faenas de construcción de nuevas casas lideradas por los empresarios de la finca raíz, sin olvidar a quienes entraban a engrosar las filas de mendigos y desposeídos que vagaban por las calles de Bucaramanga.

Era una ciudad lo que se estaba formando, y junto a ella una nueva forma de pensar en su orden y funcionalidad, dirigida por esta nueva elite que estaba embriagada con ese espíritu burgués de combatir la feal-dad, la suciedad y la insalubridad reinantes. La demanda de vivienda confina y desplaza a este campesinado a los límites más inme-diatos del casco urbano, ya que los mejores predios habían quedado en manos de mu-chos comerciantes y militares que habían asegurado su capital en la compra de lotes o solares en zonas colindantes a la ciudad. Son ellos quienes marcan la dinámica del creci-miento urbano a fines del siglo XIX y buena parte del XX, la cual exigió la prolongación de las calles existentes, la apertura de nuevas y la construcción de puentes, pero sobretodo el hacer estos barrios suficientemente atrac-tivos para que algunas familias acomodadas pudieran vivir en ellos; en esto último la idea del parque ejerce una fuerza seductora.

El caso de la Compañía Comercial Reyes González & Hermanos ilustra como ninguna la forma en que operó este mecanis-mo. Lideraron y financiaron la construcción de la Casa de Mercado Cubierto y compraron los terrenos de la plazuela de Santa Rosa en una zona donde eran dueños de un gran nú-

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mero de predios. La reconversión de la pla-zuela en parque-jardín constituyó la primera experiencia en Bucaramanga de hacer de esos terrenos, además de un sitio para el recreo y esparcimiento de los bumangueses, un lugar que ofreciera al barrio un aspecto distintivo y pudiera hacer frente al malestar que implica-ba en toda la sociedad el traslado del sitio del mercado semanal, que por más de un siglo se venía desarrollando en la plaza principal2.

Para fines del siglo XIX Buca-ramanga contaba con la plaza principal, el parque-jardín Reyes González, la plazuela Waterloo y la reciente plaza de Belén. En construcción se encontraba el primer parque que, concebido como tal, era un homenaje al mártir Custodio García Rovira, frente al Cementerio y el Hospital de Caridad, en una plazuela que allí había. Todas ellas, excep-tuando la plaza principal, son muestras de un crecimiento del poblado hacia sus fronteras más inmediatas y posibilitaron su expansión gradual, al punto de romper sus límites his-tóricos e iniciar el proceso de incorporación del suelo rural a la estructura urbana, que vendría a consolidarse en la primera mitad del siglo XX.

Es importante tener en cuenta que estos primeros espacios, tales como la plazuela de Santa Rosa (luego parque-jardín Reyes González y finalmente parque Cente-nario), junto con la plazuela Waterloo (luego de Santander y actual parque Antonia San-tos), así como la plaza de Belén (hoy parque Santander), fueron claves en la dinámica expansionista y marcaron el ritmo de su crecimiento. Las dos primeras son producto de la espontaneidad propia de este proceso, y la de Belén es consecuencia de la creación de la parroquia de la Sagrada Familia, en la cual ni la administración gubernamental ni

2) JOHNSON David C. “Reyes González Hermanos: la formación del capital durante la Regeneración en Colombia”. Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXIII, N° 9, Banco de la República, 1986.

tampoco las elites locales jugaron un papel significativo para su formación. Sin embargo, el interés que despertarán estos escenarios, tanto para el municipio como para los ricos empresarios, quedará constatado con el pasar de los años y con la idea de convertir estas plazuelas en parques para la ciudad.

El parque cumplió una doble fun-ción de enorme significación en la sociedad bumanguesa de las postrimerías del siglo XIX, y marcó una ruptura en la manera de interpretar el espacio público. En primer lugar como elemento estético, lo que hacía referencia al deseo de dotar a la ciudad de lugares bellamente construidos, como mani-festación del desarrollo cultural de una clase pudiente que ve en los temas de ornato, aseo y salubridad la expresión de una nueva forma de pensar la ciudad, y por qué no, de una nueva forma de ciudadano. La otra función es simbólica, tanto por el sentido patriótico con que originalmente se concibió el parque, como por la exaltación de un espíritu de pro-greso, de un pueblo, en el sentido amplio del término, llamado a consolidar su importan-cia nacional; lo cual solo se lograría dotando a la población de todos los elementos propios de una ciudad de primer orden, que la hiciera merecedora de su puesto como capital del Departamento de Santander.

Después de la guerra civil de 1885 las fuerzas regeneracionistas lideradas por Rafael Núñez triunfan en el país, lo que significó la derrota definitiva del Olimpo Radical. Establecido el orden hubo un aire de tranquilidad que generó un ambiente pro-gresista en la ciudad, máxime si se tiene en cuenta que se le devuelve la dignidad de ca-pital del Departamento. Una de las primeras disposiciones del gobierno departamental fue la formación de un parque para Bucaraman-ga. Era el año de 1886, y el lugar escogido para esta noble empresa fue la plazuela que había frente al Hospital y el Cementerio, el cual serviría para hacerle un homenaje al ilustre hijo de la ciudad Custodio García Ro-vira. Este sector adquirirá una importancia

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singular, y concentrará la atención tanto de la administración pública como de la Iglesia y de algunas familias acaudaladas. En el marco de las renovadas relaciones entre el Estado y la Iglesia le es devuelta la administración del Cementerio a la parroquia, que empieza la construcción de una nueva capilla; se inicia la reconstrucción del antiguo Hospital de Ca-ridad que implicó la demolición del antiguo edificio para hacer uno de mayor capacidad y comodidad, y ocurre la donación de un gran terreno aledaño a la plazuela por parte de doña Trinidad Parra de Orozco y don An-selmo Peralta, lo que sin duda dará un nuevo estímulo para la empresa del parque que por más de dos años se había visto frustrada. Todas esas obras se encontraban en ejecución bien entrado el decenio de 1890 3.

En lo que al parque respecta, es importante señalar que en este primer mo-mento no se pensó más que en un asunto meramente ornamental, que consistía en adecuar la plazuela a mejores condiciones. Pero la asociación del mártir de la Patria con el asunto estético implicó un enorme desafío a la sociedad de ese entonces. Y la correlación con su función simbólica será seguramente una de las consideraciones que más adelan-te llevarían a trasladar el parque a la plaza principal. La plaza es un espacio orgánico de la ciudad indiana. Representaba el elemento originario de las poblaciones españolas, y su modelo fue aplicado en los pueblos de indios y parroquias que se iban constituyendo du-rante los tres siglos coloniales. Era el punto en torno al cual se trazaban las manzanas y delineaba el sentido de las calles. Era un símbolo de poder y prestigio, donde se le-vantaban los edificios gubernamentales y la

3) GARCÍA José Joaquín (Arturo). Crónicas de Bucara-manga. Talleres Gráficos del Banco de la República, Bogotá, 1982 [1896]. Véanse los capítulos XLVIII, L y LV, que van de los años 1886 a 1893. CDIHR, Semanario El Posta, Serie II, N° 27, Bucaramanga, 23 de junio de 1894, p 5.

iglesia principal, así como las casas de ha-bitación de las familias más representativas de la población. Pero al mismo tiempo fue el escenario por excelencia donde se verificaba una vibrante actividad social, por ser sitio de mercado, escenario de las celebraciones reli-giosas, del tormento público y del encuentro cotidiano. Así lo fue durante el primer pe-ríodo republicano hasta fines del siglo XIX, cuando las condiciones políticas y económi-cas de Bucaramanga entraban en un momen-to de profundos cambios socio-culturales.

Esta doble función estética y sim-bólica de los parques entra en contradicción con la función social y económica de la plaza de origen colonial. El lento pero progresivo proceso de trasformación de la idea de plaza en la de parque no significó un cambio en la importancia que, como espacio público por excelencia, tenía en la primera. Sin embargo, el ímpetu estético chocaría con ciertas prác-ticas propias de estos lugares, malográndose

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cualquier intento por otorgarle algún atribu-to. La construcción de la Casa de Mercado Cubierto en el barrio de la Laguna de San Mateo, a poca distancia de la Quebrada Seca, que para ese entonces era el límite natural del poblado hacía el norte, había sido con-cluida a mediados de 1895, celebrándose el primer mercado el 3 de junio de ese año4; esta circunstancia fue un hecho de gran sig-nificación en el propósito de quienes desean trasladar el parque. En este sentido se expide el 11 de septiembre de 1896 un Acuerdo del Concejo que habla ya explícitamente de la erección de una estatua de Custodio García Rovira en la plaza principal5.

Tal vez el antecedente más inme-diato y el primero en el país con que se buscó rendir culto a la patria sea el de la estatua de Bolívar en la plaza mayor de Bogotá, que por

4) GARCÍA José Joaquín. Op. Cit., pp. 443-445.

disposición del presidente Tomás Cipriano de Mosquera se ubicó allí y fue inaugurada el 20 de julio de 1846. A diferencia de ese entonces, a tan solo tres lustros de la muerte del Libertador y con algún malestar en cier-to sector político de la capital, en el caso de Bucaramanga, cinco décadas después, fue un momento de gran regocijo y admiración6. Indiscutiblemente fue necesario el paso de

Parque García

Rovira, 1929.

5) Acuerdo N° 15 del Concejo Municipal, Bucaramanga, 11 de septiembre de 1896. Cfr. Recuerdo de la inaugu-ración de la estatua del preclaro general Custodio García Rovira. Tipografía La Perfección, Bucaramanga, Enero 20 de 1907, pp. 2-3.

6) MEJÍA PAVONY Germán Rodrigo. “Los años del cambio: Historia urbana de Bogotá 1820-1910”, CEJA–Instituto colombiano de Cultura Hispana, Bogotá, 1999, p 175, 198 y ss.; CDIHR, Recuerdo de la Inauguración… (Op. Cit.)

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medio siglo con sus guerras civiles para que los primeros mártires de la Independencia y los padres fundadores de la República adqui-rieran la sustancia necesaria que le dio forma al imaginario nacional en los albores del Centenario.

Las ciudades republicanas estaban en mora de construir sus propios referen-tes nacionales. Por ello el asunto simbólico adquiere especial atención a partir de 1886, cuando parecía que el país alcanzaba cierto clima de paz y tranquilidad que hacía más que nunca urgente que esos referentes dieran forma al nuevo sistema político que se habría de imponer. Dos guerras civiles faltarían para cerrar este ciclo de inestabilidad insti-tucional que afectarían directamente a Bu-caramanga y Santander. La de Los Mil Días dejaría heridas abiertas hasta 1910, cuando comienzan a cicatrizarse en medio de un espíritu de reconciliación propiciado por los festejos del Centenario.

Por otro lado es de anotar que este deseo patriótico no fue una exclusividad de los gobiernos conservadores, ni sus motiva-ciones se reducen a simples fines partidistas. La recomposición del país y en especial de cada localidad era una tarea estatal que im-plicaba crear vías de entendimiento nacional. En muchos casos estas iniciativas fueron lideradas y financiadas por las clases pudien-tes, principalmente por las de vocación con-servadora, que tenían una fuerte influencia en la administración pública, cuando no eran ellas mismas quienes directamente osten-taban el control político de la ciudad. Y no era exclusivamente un espíritu conservador, porque no hay duda de que las familias libe-rales de clase acomodada también vieron con buenos ojos coadyuvar financiera y emocio-nalmente a este propósito, porque entendía que estas empresas eran un deber patriótico a que también tenían derecho, y además esto les permitía obtener cierto reconocimiento social que eventualmente les serviría de capi-tal político en su oposición al gobierno muni-cipal y departamental.

En este punto hay que hacer una consideración de suma importancia, que terminará por definir el valor real que se le debe atribuir al parque en una población que, como la de Bucaramanga de fines del siglo XIX y de los primeros decenios del XX, intentaba dibujar los referentes locales que animaran los vínculos de identidad, o por lo menos proporcionar elementos básicos con sentido nacional, tan necesarios para hacer patria por encima del sectarismo político, en lo cual el parque ejerce una fuerza simbólica que debe ser entendida en su contexto.

Los “padres de la patria” resurgían en el imaginario político y social en momen-tos de recomposición nacional. Eran figuras incólumes que estaban llamadas a servir de faro moral a una nación disoluta que hacía urgente honrar la memoria de los fundadores de la República para salvar el Estado. Por ello no deben de extrañarnos los pomposos discursos que sobre ellos se pronunciaron, exaltando sus ornamentos de gran patriota y ejemplar ciudadano; acá no importaba la semblanza del hombre si esta no contribuía a denotar aquellas cualidades que se que-rían resaltar. Era la pedagogía del Estado para construir valores nacionales, en la que participó activamente una clase privilegiada política e intelectualmente, que estaba com-prometida en la consolidación de una insti-tucionalidad perdurable que se requería para no abandonar el camino del progreso inicia-do en el periodo radical –el cual se encontra-ba en su etapa inicial– y muchas obras, como el ferrocarril, en el plano de las aspiraciones inaplazables.

Era innegable que cualquier monu-mento que en honor a ellos se levantara me-recía reunir los mejores atributos artísticos, que sólo podían ser posibles encargando su obra a un taller europeo. La voluntad política y los deseos sociales estaban signados por la precariedad de los erarios y presupuestos que desafiaba la cristalización concreta de la esta-tua, pero jamás hubo un argumento de peso para excusarse de tal responsabilidad. De allí

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los ingentes esfuerzos que muchos ciudada-nos pusieron en tal empresa y fueron muestra de inestimable gratitud por quienes vieron en ellos la resolución de hacerlo posible.

Es por ello que en ese mismo año de 1896, cuando definitivamente se decide levantar una escultura de bronce en honor de Custodio García Rovira en la plaza prin-cipal de Bucaramanga –y no en la plazuela que se venía remodelando en el sector del Cementerio y el Hospital–, el Gobernador de aquél entonces, don Aurelio Mutis, autoriza por decreto ejecutivo a don César Hoffmann para hacer las gestiones del caso en todo lo referente a la contratación de la hechura de la estatua en el continente europeo. Se des-tinaron en ese primer momento $20.000 del presupuesto departamental, a los que se le sumarían $10.000 más que saldrían del Te-soro Nacional, como se dispuso en una ley expedida por el Congreso Nacional cuando era su presidente don Alejandro Peña Solano, santandereano a quien cabría en suerte inau-gurar la estatua el 20 de enero de 1907 como Gobernador del Departamento7.

Ahora, como tenemos dicho, la estatua era tan sólo uno de los elementos que componían el parque. La plaza principal, que ya no servía para el odioso mercado semanal, estaba dispuesta para hacerle los arreglos y mejoras requeridas para engalanar el monu-mento. La Guerra de los Mil Días vendrá a postergar su realización definitiva diez años más, cuando en noviembre de 1904 se tuvo noticia de que los 13.203 kilos que pesaban los bultos que contenían la escultura y el pe-destal se encontraban en las Bocas del Rosa-rio (río Magdalena). Mientras el Gobernador contrataba al señor Félix Alvarado para traer el cargamento de Bocas a Puerto Santos, en el río Lebrija, y a otras personas para hacerlo

7) Decreto de la Gobernación, Bucaramanga, 5 de octubre de 1896, y Ley N° 81 del Congreso Nacional, Bogotá, 9 de noviembre de 1896. Cfr. Recuerdo de la Inaugura-ción… (Op. Cit.), pp. 4-6.

llegar hasta Bucaramanga con un costo que pudo ascender a $1.500, también se compro-metió a sufragar los gastos del arreglo del parque en la plaza principal a cuenta de las rentas departamentales8.

El 19 de mayo de 1906 se inicia-ron oficialmente las obras con la colocación de la primera piedra en el centro de la plaza donde iría el monumento, con un solemne acto religioso oficiado por el párroco de San Laureano Juvenal Quiroz9. Era el principio del fin de la plaza de la época colonial, térmi-no que perdurará por más de treinta años en el imaginario colectivo. En el transcurso de los decenios siguientes el tema de los parques adquiere una importancia que imprime su sello en la sociedad bumanguesa de la prime-ra mitad del siglo XX; en la otra mitad es un incuestionable referente de la memoria local y una melancólica añoranza en las generacio-nes del siglo XXI.

La inauguración del parque García Rovira fue la oportunidad para organizar la realización una Exposición Industrial y Ar-tística de alcance nacional, evento que no se sucedía en la ciudad desde 1895. Era el feliz momento de exhibir los progresos económi-cos de la región y de renovar el compromiso, tanto público como privado, en las aspiracio-nes de posicionar al Departamento en la sen-da perdida en los últimos años del siglo XIX. Un mes antes de los actos ceremoniales de la colocación de la primera piedra se había ins-talado la Junta Encargada de la Exposición. Esa Junta estaba conformada por el general Alejandro Peña Solano, como gobernador del

8) CDIHR, Ordenanzas expedidas por la Asamblea del Departamento de Santander en sus sesiones ordinarias de 1904, 1913, 1914 y 1915. Ordenanza Departamen-tal N° 22, Bucaramanga, 23 de junio de 1904, p 36.; VALDERRAMA BENÍTEZ Ernesto. Real de Minas de Bucaramanga, Imprenta del Departamento, Bucara-manga, 1947, p 311.

9) Ibíd., p 316.

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Departamento, y sus secretarios de Gobier-no, Hacienda e Instrucción Pública, y varios vecinos de primer orden en el campo econó-mico e intelectual de la ciudad: don Chris-tian P. Clausen, don José María Phillips, don Phil Hakspiel, los doctores Aurelio Mutis y Enrique Sánchez, don Luis Jesús Galvis y don José Joaquín García, el primer cronista de Bucaramanga10.

En los meses que van de mayo a diciembre de 1906 se llevan a cabo los traba-jos de remodelación y adecuación del lugar, que consistió en formar un frondoso jardín. Varias plantas y árboles se dispusieron alre-dedor de donde se instalarían el pedestal y la escultura en el centro de la plaza. En esta transición la plaza no desaparece del todo, sino que persiste para contener en su marco el nuevo parque, el cual fue resguardado por una verja que lo rodeaba e hizo parte del paisaje urbano por cerca de veinte años hasta 1928, cuando se retiró para ser reemplazada por dos leones tallados en piedra de tamaño natural, que en actitud soberbia acompaña-ron al monumento otros tanto años más11.

La inauguración del parque el 20 de enero de 1907 fue una verdadera fiesta cí-vica en la ciudad. Ese día la programación se inicia a las ocho de la mañana, engalanados los edificios públicos y las casas particulares con la bandera tricolor, con un desfile de las bandas del Batallón 4° de Infantería por las principales calles de Bucaramanga. El acto central tuvo lugar a primeras horas de esa tarde en presencia de las principales autori-dades civiles, eclesiásticas y militares del De-partamento y de la municipalidad, así como de los representantes enviados de todos los

10) Ibíd., pp. 314-315. Con relación a la transición de pla-za colonial a parque republicano, ver: MEJÍA PAVONY Germán Rodrigo, Op. Cit., pp. 207 y ss.

11) RIVERA M. José del Carmen. Bucaramanga: parques/estatuas/símbolos, Contraloría General de la Repúbli-ca, 1984, pp. 42-43.

departamentos colombianos, los miembros de la alta sociedad y una nutrida muchedum-bre, como nunca antes se había visto en la ciudad.

El general Peña Solano, en su cali-dad de Gobernador del Departamento, tomó la palabra y exhortó a los concurrentes a re-cordar este día como un momento de júbilo nacional que marcaría el derrotero de un porvenir próspero y en paz, bajo la mirada vigilante de un patriota y mártir de la Inde-pendencia que se rescataba del olvido que por muchos años lo creyó oriundo de otro lugar12:

“… pocas vueltas ha dado el sol desde que se dio principio a la grandiosa la-bor, y hoy puede esta Sección de la República presentarse satisfecha y orgullosa a realizar la apoteosis de un héroe congregando sus hijos y agrupándolos al pie de este monumento, sin odios ni rencores; trabajando por la pros-peridad y engrandecimiento del País; y liga-dos por los lazos de una concordia profesada con honradez y practicada con sinceridad, formando un todo homogéneo de fraterni-dad cristiana. Estos levantados sentimientos son la ofrenda que hoy venimos a depositar

12) «Fue en esa población naciente, residencia temporal del Libertador Bolívar en 1828, y en uno de los pri-meros días del mes de marzo de aquel año de 1780, donde vio la luz el Dr. Custodio García Rovira, anti-guo Presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, patriota y mártir de nuestra independencia nacional, como se dijo por primera vez en el Papel Periódico Ilustrado (1884, número 58, corrigiendo así el error del docto autor de la Historia de la Literatura en la Nueva Granada, que lo da por nacido en Carta-gena)» MUTIS DURÁN F. “Reseña Biográfica del Sr. Custodio García Rovira, Antiguo Presidente de las Provincias Unidas de Nueva Granada”. En: CDIHR, Recuerdo de la Inauguración… (Op. Cit., p 14). Por si quedaba alguna duda, se insertó en dicha edición especial la trascripción de la partida de bautizo del prócer, certificando resueltamente la paternidad de su lugar de nacimiento.

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al pie de esta estatua, junto con la satisfacción que gobernantes y gobernados experimentan al ver nuestros campos fecundados de nuevo por el trabajo remunerador; respetados los derechos de los asociados; firmemente apo-yada la autoridad; los caminos existentes de-bidamente atendidos; no pocos ferrocarriles en vía de desarrollo; diversas empresas é in-dustrias adquiriendo prometedor resultado; nuestras comarcas atrayendo la atención del mundo civilizado; la administración pública funcionando correctamente; la criminalidad restringida en más de dos tercios de lo que denotaban anteriores estadísticas, y 15.000 alumnos recibiendo en Escuelas y Colegios competente educación, fundada en el temor de Dios que es el principio de la sabiduría”13.

Posteriormente si dio apertura oficial a la Exposición Industrial y Artística. A las cuatro de la tarde se rindieron hono-res militares frente a la estatua del general Custodio García Rovira, que en pose altiva, mirada gallarda, espada desenvainada y se-ñalando con su índice un nuevo horizonte lleno de prosperidad y refundado en el com-promiso de un pueblo en la construcción de la nación, dominaba desde el centro de la antigua plaza el paisaje urbano de la ciudad. Al caer la noche se cerrarán estos actos inau-gurales con una retreta de gala y un espec-táculo de fuegos artificiales que sirvieron de preámbulo a los festejos cívicos programados por la municipalidad.

Hay que mencionar que en los festejos públicos que se llevaron a cabo en los días que siguieron al evento del parque Gar-cía Rovira se inauguró una nueva plaza en la ciudad, que fue la de la Concordia, en el ba-rrio Siglo XX y en una parte del terreno que, años atrás, había donado el señor Hermann Trebert al Municipio para la formación de un Mercado Público en la zona. En 1908 el Gobierno departamental hace negociacio-nes para adquirir el parque-jardín Reyes

González, a fin de formar allí el parque del Centenario, que junto con el parque Romero (iniciado en 1897) fueron inaugurados en julio de 1910. Y el 6 de septiembre de 1909 se inician los trabajos del Parque de los Niños, en un terreno en parte donado y en parte comprado al general Eliseo Camacho, al oriente de la ciudad 14.

Esta “fiebre” por los parques sus-citada en las dos primeros decenios del siglo XX debe entenderse por el deseo de la clase dirigente y de la elite local de cimentar los imaginarios sociales, dirigidos a honrar a los padres de la patria para garantizar la lega-lidad, así como de exaltar a los ciudadanos ejemplares que por sus virtudes son dignos de imitación y ofrecer espacios estéticamente construidos al servicio de la ciudad. En tal sentido una de las acciones consiguientes por parte de la municipalidad fue la compra de la plaza de Belén a la Diócesis de Nueva Pam-plona, y una serie de cambios en los nombres seculares que algunas plazuelas tenían en la ciudad. De igual forma quedaba manifiesto tras cada nuevo parque, ya bien por adquisi-ción de viejas plazuelas o por la cristalización de otros completamente nuevos, el nuevo signo del desarrollo urbano. De “ciudad pro-mesa” en los años veinte y treinta, pasó a ser la ciudad “de Nuestra Señora de los Parques” y “de las Cigarras” en los del cuarenta, título justo para una población que había logrado construir un referente de identidad a nivel nacional que aún hoy sentimos legítimo proclamar, y que fue un elemento sustancial en los nuevos barrios que se formaron en las décadas de expansión territorial, costumbre que parece haber perdido su razón de ser en la “fiebre” de la construcción que se vive en la ciudad actualmente.

14) VALDERRAMA BENÍTEZ Ernesto. Op. Cit., pp. 319 y 326; Decreto Departamental N° 374 bis, Bucaramanga, 18 de julio de 1908 (Publicado en la Gaceta de Santan-der, Año I, N° 3, 18 de noviembre de 1908).13) Ibíd., pp. 11-12.

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Evidentemente el tema de los par-ques hará parte de la agenda municipal entre 1910 y 1915. Más allá de los atributos señala-dos anteriormente, la administración pública había entendido que estos sitios eran propi-cios para sacar beneficios que redundaran en ingresos adicionales para el fisco. Las aglo-meraciones en algunos de ellos los domingos y días de fiesta hacen plantear la posibilidad de utilizar esos escenarios para rematar en algún particular los derechos para organizar juegos públicos en estos lugares. De hecho algunas de estas iniciativas habían surgido del propio interés de comerciantes en obtener del municipio el monopolio de los juegos de suerte y azar en las fiestas cívicas. En 1912 se pensó incluso en la posibilidad de adecuar un terreno dentro de la ciudad, que a manera de plaza sirviera para que allí se desarrollara este tipo de actividades en los festejos con-memorativos del 20 de julio de este año.

Las discusiones entre los conceja-les de ese entonces en la elección de un lugar que ofreciera las condiciones de espacialidad para la infraestructura de los juegos, como tarimas y tiendas, así como para garantizar la concurrencia de numeroso público que hiciera llamativo el negocio a los comercian-tes, terminan por plantear la posibilidad de comprarle a la parroquia de la Sagrada Fa-milia la plaza de Belén, frente al templo que se encontraba en construcción, pues era en últimas el sitio que reunía a cabalidad los re-querimientos pretendidos. Las negociaciones con la Diócesis tardaron más de lo debido, lo cual, si bien planteó al Concejo la urgencia por buscar otro sitio, dejó abierta una puerta para semanas después cristalizar las negocia-ciones.

La plaza de Belén había sido con-secuencia de la creación de la parroquia de la Sagrada Familia a fines del año 1895, gracias al generoso terreno dispuesto para la cons-trucción del nuevo templo. La plaza pronto adquirió su dinámica propia, convirtiéndose en uno de los lugares más concurridos. El vínculo con este espacio estuvo marcado ini-

cialmente por el fervor religioso que despertó el hecho fortuito de haberse encontrado una imagen de la Virgen de Belén en las faenas de adecuación del terreno, a la cual se le atribu-yeron facultades milagrosas. La imagen fue venerada en una gruta rudimentaria en la plaza que toma su nombre, y durante algunos años se celebró cada 13 de enero una fiesta en retribución por los favores cumplidos. Aun cuando el fervor desaparece del todo, y sin duda jugó un papel determinante en la consolidación de la nueva parroquia, la re-currencia habitual de muchos bumangueses termina por convertirse en un gasto oneroso para la Diócesis. Pero su preocupación no sólo comprometía grandes costos para su mantenimiento en momentos en que se nece-sitaban recursos para la continuación de las obras de construcción del templo. Más grave aún, porque se había desdibujado el carácter privado de la plaza.

Como una reafirmación de su de-recho patrimonial sobre la plaza, el Obispo de Nueva Pamplona había tomado hacía 1910 la determinación de encerrarla con un muro, dejando una entrada por la Calle del Comer-cio. Dos años más tarde, cuando el Muni-cipio piensa en la posibilidad de comprarla, tanto la parroquia como la Diócesis ven la oportunidad para librarse con ello de un pre-dio problemático y así “evitar servidumbres perjudiciales” y obtener por la transacción recursos suficientes para culminar el templo. Vale la pena mencionar que la finca fue ava-luada en $1.700 oro, pero el negocio se transó por el valor de $700, asumiendo que lo fal-tante debía ser reconocido como donación de la Iglesia a la ciudad15.

Una vez la plaza deviene bien mu-nicipal, se inician algunas obras menores de adecuación; pero la idea de convertirla en parque comenzará a tomar forma partir de

15) VALDERRAMA BENÍTEZ Ernesto. Op. Cit., p 327; CDIHR, Notaría Primera de Bucaramanga, Año 1912, Tomo V, Instrumento N° 1.020.

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1914. La determinación de cambiarle el nom-bre obedeció al deseo patriótico de enaltecer la figura de Francisco de Paula Santander. De hecho, desde 1910 existía en la ciudad una plaza con su nombre en un barrio en conso-lidación. En ese entonces varios ciudadanos habían conformado una Junta Patriótica con el único fin de rendir tributo al Hombre de las Leyes mediante la erección de un bus-to suyo, que fue colocado en la plazuela de Waterloo. La pobreza artística del monumen-to dio motivo a críticas en algunos círculos sociales, que incluso llegan a calificar la obra de indigna y un delito de lesa belleza para honrar a un prohombre de la patria. Pocos meses después de su inauguración el busto sufrirá un atentado en extraños hechos que lo dejan mutilado, despertando el rechazo de toda la sociedad. Y será este hecho el que venga a relucir en 1914 para impulsar el cam-bio de nombre de la plaza y colocar en ella el nuevo busto que reemplazaría al mutilado. La elección del nombre se logró después de acalorados debates en el seno del Concejo, ya que había quienes veían innecesario e injusti-ficado hacer el cambio, y sí una oportunidad por convertirla en la Plaza del Libertador. En esto jugaron a favor varios factores: la exis-tencia del busto, el deseo de protegerlo, de no permitir que volviera a quedar expuesto fuera del alcance policivo, y la idea de que era Belén el escenario idóneo y seguro, y no Waterloo, por lo despoblado del lugar y la poca proporción de una plaza irregular, que

adiós a las plazas

Parque Santander.

le restaba en dignidad y no hacía justicia con el general Santander16.

A partir de entonces se inicia un proceso que dura más de diez años en la trasformación de la plaza en un verdadero parque. Sin embargo, el busto del prócer que fue inaugurado en 1914 no significó una rup-tura de la relación entre la plaza y el parque-jardín, que al igual que en la experiencia del García Rovira mantuvo contenida en el mar-co de la primera la innovación que daba lo segundo. Pero cuando en 1926 se inaugura el parque Santander, se observará que el nuevo

16) Archivo del Concejo de Bucaramanga (ACB), Libro de Actas 1912-1913 y 1914.

Parque Santander,

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Club del Comercio,

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diseño elimina esta relación y el parque ter-mina por sobreponerse a la idea de la plaza, donde lo simbólico y estético se conjugan arquitectónicamente y sirven de modelo para la remodelación del parque principal, con sus diagonales de esquina a esquina que se cruzan en el centro –donde se encuentra el pedestal con la estatua– a manera de cla-ve ideológica del periodo de la Hegemonía Conservadora, de un marcado y profundo centralismo con que pretendió el control re-gional y un Estado capaz de garantizar la paz que posibilitara el progreso material y espiri-tual de la nación.

La doble dimensión estético-simbólica hace que la relación con el mo-numento, compuesto por el pedestal y la estatua, adquiera un papel paradigmático en la formación de los primeros parques. En 1886 la calidad artística de la escultura que se pensaba erigir en la ciudad en honor de Cus-todio García Rovira impone la elección de la plaza principal, y no la plazuela del Hospital, como el lugar indicado. Y por otro lado, la iniciativa de algunos connotados ciudadanos, a fines del decenio de 1910, por sustituir el pequeño busto de Santander por una estatua a la medida de la dignidad del personaje que lo representa, es clave para entender este pro-ceso de transformación en el uso del espacio público, que se explica en el profundo proce-so que señala el fin de la aldea parroquial.

La historia de la estatua de San-tander es la demostración del esfuerzo soli-dario de una sociedad que logra vencer las adversidades. La pobreza artística del busto y pedestal de Santander en una plaza de gran importancia en la ciudad, y que por sus di-mensiones hacía ridículamente insignificante el monumento, llevó a varios ciudadanos a conformar una nueva Junta Patriótica para conseguir los fondos y contratar con un escultor de fama internacional una estatua en bronce de gran factura, como justo re-conocimiento de un pueblo “a quien todo lo sacrificó por la Patria, a quien honró en grado superlativo el jirón de tierra que lo vio nacer, a quien nos legó un nombre gloriosí-simo y a quien ocupa el primer lugar entre los próceres que fundaron esta República”17. Tanto conservadores como liberales con-formaron esta Junta, entre los que vale la pena destacar a Víctor M. Ogliastri, Enrique Lleras, Antonio Barrera, Isaías Cepeda, Juan Moreno Díaz, Carlos D. Parra, Alejandro Galvis Galvis, José Celestino Mutis, Eduardo Martínez Mutis y José A. Escandón. Pero en este primer momento el optimismo pecó por confiado, pues el anhelo de inaugurar el mo-numento en un tiempo récord para las cele-

17) CDIHR, Interdiario El Debate, Serie III, N° 114, Bu-caramanga, 12 de agosto de 1919, p 2.

Posesión de

Alejandro Galvis

Galvis como

Gobernador, 1930.

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braciones del 7 de Agosto de 1920 no se pudo cumplir. En esa oportunidad se abrieron sus-cripciones públicas para recaudar los fondos, esperando la colaboración de los acaudalados miembros de la sociedad bumanguesa, in-cluidos especialmente los miembros de las colonias de inmigrantes extranjeros residen-ciados en la ciudad. En efecto, se recaudan $790 de los particulares, el Departamento asignó la suma de $5.000 y otro tanto de los municipios de Rionegro, Molagavita, Tona y Jordán; el Municipio aportó $600, que sólo fue posible incluirlos en los presupuestos de gastos de los años fiscales de 1922 y 192318.

El pedido es formalmente oficia-lizado el 2 de agosto de 1922, año en que fi-nalmente es retirado el busto de la plaza. Una vez superado el escollo de la contratación, la sociedad en general habría de enfrentar uno más para hacer traer la escultura y el material

del pedestal a su destino final. A principios de 1924 se tiene noticia de que el encargo se halla varado en Puerto Santos, después de su largo viaje por el océano y el Río Magdalena. Las condiciones en que se encontraba las piezas del monumento, expuestas a la intem-perie y a la acción destructora de las recuas y hombres en su tránsito por el puerto, exigió de los miembros de la Junta una acción deno-dada para conseguir los fondos a fin de hacer efectivo su traslado. Se acudió al gobierno

Posesión de Galvis

Galvis, 1930.

18) Ibíd., N° 115, Bucaramanga, 14 de agosto de 1919, p 2; CDIHR, Ordenanzas Expedidas por la Asamblea del Departamento de Santander: Sesiones ordinarias 1910 y 1920, Imprenta del Departamento, Ordenanza Departamental N° 31, Bucaramanga, 8 de abril de 1920, pp. 86-87; CDIHR, La Vanguardia Liberal, Bu-caramanga, 6 de enero de 1926, p 26.

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departamental y se abrió una nueva suscrip-ción pública. La prensa local, especialmente La Vanguardia Liberal, asumió esta causa como un deber ineludible para evitar esta profanación, y durante algunos meses invitó por intermedio de sus páginas a sus lectores apelando al sentimiento patriótico: “¡Sea Ud. patriota, Contribuya al transporte de la esta-tua del Gral. Santander!”19.

Se lograron recaudar cerca de $250 por concepto de contribuciones particulares y el Departamento destinó a mediados de 1924 la cantidad de $1.000. Los trámites lega-

19) Ibíd., Año V, junio–julio de 1924.

les para este desembolso demoran el traslado del monumento prácticamente seis meses más. A fines de ese año se llega a un acuerdo con don Marco Gómez, quien se comprome-te a tener la estatua el 22 de diciembre en la ciudad, situación que motivó a los miembros de la Junta a programar su inauguración en las ferias y fiestas de enero del año de 1925. La travesía entre Puerto Santos y Bucara-manga duró cerca de una semana y requirió de una logística muy compleja de recuas y peones, que tuvo sus escalas en Cáchira, el corregimiento de Palmas, el Tambor y Bocas. Finalmente el día de Navidad en horas de la tarde llega a las puertas de la capital, en medio de un aguacero campal que frustró su

Parque Santander.

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entrada triunfal, haciéndose presentes para su recibimiento el batallón del Regimiento Ricaurte y uno que otro curioso que siguió el cortejo por las calles de la ciudad20.

En el transcurso de los cuatro de-cenios que corren de 1886 a 1926, el concepto de parque había evolucionado radicalmente; la idea de jardín ya no responde al querer estético-simbólico característico del quiebre del siglo, lo que exige a la Junta posponer la inauguración del monumento hasta tanto la plaza fuera completamente reformada. En

20) Ibíd., Año VI, Bucaramanga, 17-31 de diciembre de 1924 y 2 de enero de 1925.

ese proceso se observa claramente cómo el concepto de parque, que originalmente era entendido como un atributo de la plaza, se impone plenamente y con absoluta inde-pendencia, eliminando cualquier vínculo significante que existiera. Es decir, la idea del parque como elemento constitutivo de la pla-za desaparece y con ello un vestigio de origen colonial, donde la pedagogía del Estado re-publicano venía actuando para imponer sus propios referentes nacionales.

Al arquitecto italiano Pedro C. Monti coni, quien era además el encargado de ensamblar los mármoles del pedestal, le son confiados el diseño del plano del parque y la dirección general de la obra, que estará lista

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a fines de 1925. Pero confirmada la visita del Presidente de la República para enero del año siguiente, se decide aprovechar su presencia para la inauguración oficial. La disposición de todos los elementos fue pensada en fun-ción de la estatua erigida en el centro del par-que, donde confluían las ocho avenidas que surcan el parque con tres nichos temáticos: al occidente, con el escudo de Colombia; en el norte para un surtidor; y hacia el oriente se deja el espacio para la construcción de un kiosco para las retretas ejecutadas por la ban-da departamental21.

El acto inaugural se desarrolla finalmente el 6 de enero, como el evento central de las ferias y fiestas del año de 1926, contando con la presencia de Pedro Nel Ospina y su Ministro de Obras, Laureano Gómez Castro. El parque fue engalanado con banderolas que tenían impreso el nombre de cada uno de los municipios que consti-tuían el Departamento, y se depositaron al pie del pedestal las ofrendas florales de los departamentos del Atlántico, Boyacá, Cundi-namarca, Magdalena y Norte de Santander. Además del Gobernador, sus Secretarios, el Alcalde de Bucaramanga, el pleno del Con-cejo Municipal, los Prefectos de las diferentes provincias, los representantes de todos los municipios, los Magistrados del Tribunal Su-perior y los jueces, hicieron presencia el cuer-po consular con representación en la ciudad, los miembros más influyentes e importantes de la sociedad y una nutrida muchedumbre, lo que convierte a este acontecimiento en uno de los momentos más importantes de la vida local hasta ese entonces22.

El período que va desde la idea original de formar el parque García Rovira en 1886 hasta la inauguración de la estatua y el Parque de Santander en 1926, nos mues-tra la evolución que sufrió el concepto de la plaza de origen colonial, pasando por el

parque-jardín, hasta su transformación plena en parque republicano. Curiosamente estas fechas marcan los límites del medio siglo de la hegemonía conservadora, que mal que bien sentó las bases de la institucionalidad colombiana, pero fue incapaz de resolver los problemas fundamentales de la nación. La ambivalencia entre los conceptos de plaza y parque, con que indistintamente se nombra-ban estos lugares en este momento de transi-ción, deja de ser problemático en el trascurso de los años treinta. El adiós a las plazas no es más que el fin de un vestigio colonial, y ahora la idea del parque domina el imagina-rio social y se convierte en un paradigma de nuestra singularidad cultural y en una cuali-dad distintiva con el resto de las ciudades del país.

Hace un siglo las celebraciones y festejos del Centenario marcaron una época donde se volvía al pasado para rescatar a los héroes olvidados de los tiempos de la Inde-pendencia, a fin de convertirlos en símbolos nacionales y locales, inmortalizados en már-mol y bronce, que altivos y bellos vencerían el tiempo para convertirse en el testimonio mismo de la libertad, en momentos cuando la guerra había trastornado la vida republi-cana y exigía de sus nombres para retornar a la senda perdida por los odios sectarios, los intereses mezquinos y las rencillas provin-ciales. Sus monumentos, erigidos con gran pompa en las antiguas plazas de la ciudad, fueron inaugurados con pomposos festejos, sirvieron para la reconciliación social y para cimentar valores y referentes de identidad, no solo con la historia y el ideario republicano, sino también para crear solidaridades locales y futuros compartidos. Hoy, en vísperas del Bicentenario, tras otro siglo trasegado, tras otro tipo de guerras y violencias, estamos lla-mados a volver nuestras miradas al pasado. No ya para reinventar el mito del héroe fun-dador de la República, ni buscar los excesos o errores, sino para refundar en su nombre un porvenir postergado, que tanto ayer como hoy, es anhelado y necesario.

21) Ibíd., Año VIII, 6 de enero de 1926, p 26.

22) Ibíd., 13 de enero de 1926, p 1.

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s e b a s t i á n martÍnez botero

el imaginario civilistaen los parques del centro de Bucaramanga

Aquí limpiaremos estos muertos que dejáis abandonados en eterno olvido; destruiremos esta infección que os hace temblar, y volveremos a la industria estos campos que el odio de los hombres vino a empapar en sangre inocente; estas tierras, a donde habéis conducido seres en su mayor parte inconscientes e inofensivos, que ayer no más cultivaban estos árboles de café y eran la riqueza, el consuelo y la única esperanza de lo que llamáis Patria. ¡Avergonzaos y seguid vuestro camino! ¡Habéis empobrecido al más industrioso de los pueblos de Colombia, que se cansó de daros frutos para vues-tras tropas! ¡Mañana seréis también presa nuestra, en otro Palonegro, o si acaso no os confunde el cataclismo, quedaréis tan muertos como estos vuestros amigos que en vano queréis reconocer hoy! 1

1) ARBOLEDA Enrique. Palonegro. Imprenta del Depar-tamento, Bucaramanga, 1953, pp. 79-80 (reproducción de la edición de 1900 de la Imprenta Nacional).

2) Las cifras oficiales de muertes son de cerca de 4.000 entre liberales y conservadores. MOLANO SANTOS Enrique. “La Guerra de los Mil Días”. En: El Siglo XX Colombiano. Credencial, Historia: Bogotá, 2005.

1. El legado del Padre Romero

Así hablaba un ave de rapiña en la pluma del jefe de ambulancias del ejército del Norte, Carlos E. Putman, quien informaba al general Enrique Arboleda Cortés sobre los destrozos y perjuicios que dejó la batalla de Palonegro. Para Bucaramanga esta batalla significó la desdicha, una pausa en el apre-surado desarrollo al que la ciudad se había abocado desde los tiempos en que comenzó a servir como sede de gobierno del territorio santandereano.

La crueldad del combate, la du-ración de los hechos y su cercanía con la población2, serían las causas del trauma que se estampó en los destinos de la ciudad. Una

de las consecuencias que quedó tras la con-clusión de la Guerra de los Mil Días fue la del establecimiento en el poder de la ideolo-gía conservadora durante casi treinta años, lo cual terminó de borrar el legado liberal que había dejado el periodo federal del siglo anterior, del que Santander había sido aban-derado.

La pesadilla de la guerra en Bu-caramanga debía quedar atrás; había que inaugurar el siglo con un nuevo comienzo que trajera tiempos más prometedores para la ciudad. El 14 de julio de 1910 un acto simbólico concretó este hecho. Desde muy temprano, ante una considerable concu-rrencia asombrada pero aún incrédula por la solemnidad del acontecimiento3, se llevó a cabo la inhumación de los restos de los com-batientes de la batalla. Comenzó con esto una

3) “Homenaje”, por Sansón, del Semanario Popular. En: Revista Lecturas, dirigida y redactada por la Sociedad Pedagógica de Santander. Año IV, Bucaramanga, julio 20 de 1911, p. 287.

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Ejército conservador en vísperas de la batalla de Palonegro, 1900. Fotografías de Quintilio Gavassa.

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era que se iniciaba tardíamente con el siglo en la ciudad. La inhumación de los restos de Palonegro fue el primer acto de las activida-des para la conmemoración del Centenario de la Independencia, lo cual demostraba que Bucaramanga quería expurgar ese episodio oscuro y comenzar de nuevo.

El acto fue un punto de inflexión y reconciliación en la historia de la ciudad. Ese jueves marcharon por la calle Quinta4, en medio de guirnaldas funerarias y pendones nacionales, el Regimiento Ricaurte, represen-tantes del gobierno de Santander, el cuerpo consular, la Prefectura de la Provincia, los representantes de la alcaldía, representantes del Concejo, de las sociedades obreras, del gremio mercantil y demás colectividades de la ciudad, así como innumerables ciudadanos

4) Hoy calle 35 o Pasaje del Comercio.

que, ambientados por el coro que entonaban los niños de las escuelas oficiales con el canto de “maldita sea la guerra, que solo da luto y sangre”, seguían las cuatro carrozas fúnebres que transportaban los restos mortales de los caídos en batalla5.

El cortejo fúnebre se detuvo, des-pués de pasar por el Parque García Rovira, frente al atrio de San Laureano, templo prin-cipal de la ciudad, para recibir la bendición del sacerdote. Posteriormente se entonó un solemne de profundis y se continuó con la marcha en dirección al cementerio. Al inter-narse la concurrencia al amparo de la espesa frondosidad de los árboles del Parque Ro-mero, dice el cronista que se vieron resbalar

5) Revista Lecturas, dirigida y redactada por la Sociedad Pedagógica de Santander. Año IV, Bucaramanga, julio 20 de 1911.

Banquete en

tiempos de guerra,

Bogotá, 1900c.

Fotografía Henri

Duperly.

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Carroza del Club del Comercio (arriba) y desfile cívico (abajo) con motivo de la celebración del Centenario, Bucaramanga, 1910. Fotografías Quintilio Gavassa.

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muchas lágrimas por las mejillas femeninas, arrancadas por la tristeza de ingratos recuer-dos, mientras los semblantes de los barones empalidecieron al intuir la presencia del ce-rro tutelar de Palonegro, que –sombrío, des-de occidente– vigilaba la ciudad entera.

Fueron tiempos aciagos para Bucaramanga. La población debía reconciliar sus viejas contradicciones, y lo hizo en el sitio que aparecía como un nuevo escenario para construir el imaginario civilista, un parque consagrado a la memoria de uno de los habitantes más sobresalientes de la ciudad en todos los tiempos: el presbítero Francisco Romero. Para las actuales generaciones probablemente su nombre diga poca cosa; pero no cabe la menor duda de que para las de la segunda mitad del siglo XIX y los primeros decenios del XX, su nombre era sinónimo de lo que se entendía por entonces como progreso.

Romero llegó Bucaramanga en las vísperas de lo que sería el periodo del libe-ralismo radical en 1861, y él, que venía del exilio y de servir en las tropas conservadoras del general Leonardo Canal, no despertó de entrada simpatía entre la población liberal que tenía el control político en ese momento. A pesar de ello y de las contradicciones que en principio pudo tener, el mérito del sacer-dote estuvo en que supo interpretar la socie-dad y el momento histórico en el cual vivía, y usó lo único que tenía, que era su investidura sacerdotal, para enseñarle a un pueblo recio, campechano y pragmático como el de la Bu-caramanga de aquel entonces, que se podía pensar en grande, pues hacia allá era donde estaba su futuro.

A Romero se le atribuye el impulso económico que despertó la fiebre cafetera en Santander, porque tenía por costumbre incluir en la penitencia correspondiente al sacramento de la confesión la siembra de un cafeto. Pero lo que sus contemporáneos real-mente admiraron, y a lo que atribuyeron su verdadera impronta, fue la gran facilidad y la resolución con que pudo levantar un templo

de considerables magnitudes para la época, en una población que se veía a sí misma inca-paz y tímida. Algo que entre otras cosas aún hoy no supera y continúa aplazando.

El templo parroquial de Chiquin-quirá y San Laureano, que se levanta frente a lo que algún día fue la plaza principal de Bucaramanga y hoy se conoce como Par-que García Rovira, es en gran parte el que en 1872 inauguró el párroco Romero luego de un arduo trabajo de convencimiento a la comunidad y de consecución de recursos. Esta iglesia, que durante mucho tiempo fue la principal, es la tercera de una serie que se construyó en el mismo lugar desde finales del siglo XVIII, cuando Bucaramanga apenas alcanzaba a ser un caserío.

José Joaquín García, en su obra más célebre, dejó plasmadas sus impresio-nes sobre este acontecimiento: “Él [Romero] comprendió que la reedificación del templo era, por lo pronto, lo más apremiante para su pueblo, y desde los primeros días de su llegada emitió la idea con entusiasmo; la que acaso fue reputada como de muy difícil rea-lización, por la absoluta falta de fondos y por el temor de que una vez derribado el templo viejo, no se pudiera reconstruir y el pueblo quedara peor que antes. El doctor Romero, que a todo se atrevía cuando se trataba de una buena empresa, y que se sentía con alien-to suficiente para vencer cualquier obstáculo, no vaciló un momento y adoptó cierta táctica para realizar su propósito”6.

Pensar en grande y progresar sin detenerse en los obstáculos parece haber sido la consigna del cura. Para ilustrar esta ca-racterística existe una peculiar anécdota na-rrada por uno de sus contemporáneos, José Joaquín García, cronista por excelencia de Bucaramanga. “Durante los sucesos políticos que agitaron al país en 1867, el doctor Rome-

6) GARCÍA José Joaquín. Crónicas de Bucaramanga [1896]. Reimpresión. Talleres Gráficos del Banco de la República, Bogotá, 1982, pp. 233-235.

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ro dio alguna muestra que revelaba simpatía por el partido que sostenía la causa del Presi-dente; y al manifestar algún amigo cómo era posible que se inclinara al lado del dictador Mosquera, él le contestó sin vacilación: “Eso se explica fácilmente: Mosquera es un gran hombre, un gran general, un gran político, como es también un gran pícaro; y su gran-deza en todo me hace perdonarle la grandeza de sus bribonadas; yo siempre he sido amigo de lo grande, y solo me repugnan las ruinda-des y las pequeñeces”7.

Esta forma de pensar fue la que llevó a Romero a convertirse en el gran im-pulsador de San Laureano, y a demostrarle

7) GARCÍA José Joaquín. “El doctor Francisco Romero”. En: Revista Estudio, Bucaramanga, 1905.

a sus contradictores que desde lo pequeño y lo poco se puede construir. La semilla que el sacerdote plantó dio fruto, y aquellos años fueron fértiles para el territorio bumangués y santandereano. Con el café llegaron muchas personas que empezaron a cubrir la oferta

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laboral que el cultivo del grano motivó, mu-jeres y hombres se hicieron a los empleos de despasilladoras, recolectores y arrieros que ofrecían las principales haciendas cafeteras de la región. Según el historiador Armando Martínez Garnica, entre dichas haciendas estaban la de David Puyana, propietario de la Cabecera del Llano; la de Reyes González, propietario de las vegas del río Playonero; la de los hermanos Sinforoso y Tirso García, terratenientes de Rionegro; la de los herma-nos Jorge y Julio Ogliastri, propietarios de la hacienda “El Aburrido”, así como las de otros terratenientes como la familia Mutis y doña Trinidad Parra de Orozco8.

El impulso que tomó la producción de café en Santander quedó evidenciado por el crecimiento de la actividad en los años venideros. La economista e historiadora Susana Valdivieso expone que de ochenta y dos firmas comerciales registradas en un directorio comercial e industrial publicado en Bucaramanga en 1919, treinta declararon como una de sus actividades la exportación de café. Entre ellas están las de Julio Ogliastri y hno., Antonio Castro, Eleuterio González, Eliseo Serrano, Cadena D’Costa & Cía., Hijos de David Puyana, Ricardo y Clímaco Silva, Parra hnos., y algunos extranjeros como los

8) MARTÍNEZ GARNICA Armando. “El Grano Salva-dor”. En: 50 días que cambiaron la historia de Colombia, edición especial de la Revista Semana, No. 1152, 2004, p. 111.

alemanes Larsen, Hansen y Haupt, y los liba-neses Barbur, Chedraui y Korgi9.

La nueva población y la hacienda como unidad de producción, comenzarían a demandar a su vez un sinnúmero de pro-ductos que animaron la economía local de manera muy significativa. La nueva pobla-ción comenzó a consumir cigarros que eran elaborados en los fabriquines, al igual que alimentos como fríjol, arroz y huevos, que se incorporaron a la dieta básica de carne orea-da y yuca. Quien no podía vestirse con telas importadas, usaba pantalones de dril y cami-sas de pacotilla que las costureras confeccio-naban en talleres domésticos y apenas daban abasto para cumplir con los pedidos.

La expansión del café arrastró también la de los trapiches y las haciendas de caña que producían panela, alimento funda-mental para todo jornalero. Impulsó la pro-ducción de la artesanía doméstica como la de costales de fique, cuerdas y aperos de mulas que servían para las recuas que movían toda la producción que se exportaba a los puertos en el Magdalena. Para que esto fuera posi-ble, los talabarteros vendieron sillas, frenos, zamarros y zurriagos, se activó la cría de equinos y mulares, se abrieron trochas, se trazaron nuevos caminos y se reabrieron antiguos puertos, en los cuales reaparecieron actividades como las de los leñateros y de los bogas10.

Como se ve, fueron muchas las actividades que se desprendieron de la pro-ducción cafetera, al punto que pronto se vio en Bucaramanga un taller de fundición de piezas para las máquinas beneficiadoras montado por los hermanos españoles Eu-genio y Mariano Penagos; los carpinteros comenzaron a esmerarse cada vez más en las

9) VALDIVIESO Susana. Bucaramanga, historias de 75 años. Cámara de Comercio de Bucaramanga; Bogotá, 1992, p. 14.

10) MARTÍNEZ GARNICA Armando. Op. Cit.

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tallas de puertas y ventanas para adornar las casas de los ricos, que ya no escatimaban en gastos y comenzaron un proceso de refina-miento de sus rudimentarias viviendas, pues hasta entonces casi no habían sufrido modi-ficaciones11.

Por otro lado, hay que resaltar un hecho muy importante, y es que en el marco de la reestructuración político-administrativa que se llevó a cabo en el país con la constitución de 1886, se expidió la Ley del 16 de febrero de 1887 que restituyó a Bucaramanga como la capital del nuevo ente territorial denominado “Departamento de Santander”, título que ya había ostentado por cuatro fugaces años tiempo atrás, durante el experimento federal. Esta particularidad en la historia de la ciudad también dejaría con-secuencias en su futuro desarrollo.

En general, los tiempos en que vivió Romero en Bucaramanga (1865-1874) fueron de bonanza, marcados por un buen ambiente económico y el ideario liberal que gobernaba. Por eso, junto con el legado ma-terial que dejó en la ciudad, tuvo una buena recordación en la sociedad del momento. Pa-sados estos años la ciudad se sumerge nueva-mente en la incredulidad y la desesperanza, pues llega la guerra con todas sus consecuen-cias humanas, que se suman al estancamien-to de la industria y el comercio, la ruina del erario y la baja de los precios internacionales que sufre el café por esos años, lo que termi-na por golpear económica y moralmente a todo el territorio santandereano.

Fue como efecto de ello que ese 14 de julio, cuando la población bumanguesa avanzó detrás de los féretros mortuorios de los héroes de Palonegro, se sintió que la som-bra proyectada por la frondosidad de los ár-boles del Parque Romero era un manto azul y oscuro que se precipitaba sobre la multitud. Pero más allá de la rencilla partidista que aún tendría muchos capítulos que vivir en la his-

11) Ibídem.

toria nacional, lo que la ciudadanía allí con-gregada expresó fue el rechazo a la violencia, a las armas y a la milicia que Palonegro les recordaba.

2. Los parques

Nació entonces el imaginario ci-vilista que se replicaría en los parques cons-truidos por esa generación de bumangueses. El filósofo y psicoanalista francés Cornelius Castoriadis explica, en su obra la Institución imaginaria de la sociedad, que el concepto de “imaginario social” no es la representación de ningún objeto o sujeto, sino la incesante y esencialmente indeterminada creación socio-histórica y psíquica de figuras, formas e imá-genes que proveen contenidos significativos y lo entretejen en las estructuras simbólicas de la sociedad12.

Siguiendo los anteriores argumen-tos, nos atrevemos a decir que el concepto usado reiteradamente por el imaginario social para concebir los primeros parques de Bucaramanga fue el de “civilismo”, en-tendido como la actitud de rechazo hacia lo militar y de aceptación de la disposición cívica que emerge desde el estamento civil. Si bien los parques del centro de Bucaramanga han cumplido con el papel propio de articu-ladores de la vida y conformación urbana, durante una porción del siglo XX encarnaron simbólicamente los deseos y aspiraciones de una generación signada por la guerra. Son ellos, y no las estadísticas, los que mejor ha-blan de la herida que dejó la batalla de Palo-negro en Bucaramanga, hecho que llevó a sus habitantes a erigir representaciones simbóli-cas más cercanas a lo civil que a lo militar.

12) CASTORIADIS Cornelius, “The Imaginary Institu-tion of Society”, The MIT Pres, Cambridge: 1998. En: ALMÉRAS Diane. “Lecturas en torno al concepto de imaginario: apuntes teóricos sobre el aporte de la me-moria a la construcción social”. Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, Santiago: 2002. p. 6.

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Esta idea no contradice la tesis de la profesora Susana Valdivieso, quien sos-tiene que si bien la guerra deterioró la pro-ducción artesanal de Santander y debilitó la economía agrícola, terminaría por favorecer la movilidad de tierras y capitales13. Por el contrario, aquí se muestra que la mayor afec-tación estuvo en el plano psicológico, donde el impacto producido generó la vocación que se le otorgaría a los nuevos espacios públicos que se construirían en la ciudad. Es más, en algunos casos como el del Parque Centena-rio, se vio que este espacio fue posible gracias a la acumulación de tierras que el empresario Reyes González tendría en el sector, y a su posterior especulación con la aparición allí de una zona de expansión urbana de la cual se lucraría. Negocios semejantes los pudie-

13) VALDIVIESO Susana. Op. Cit. p. 13.

el imaginario civilista en los parques del centro de bucaramanga

ron realizar quienes habían quedado con riquezas y poder una vez concluyera la gue-rra, lo que se traduce en ricos terratenientes y comerciantes conservadores como Reyes González, Nepomuceno Cadena o David Puyana14.

El antecedente de los parques del centro de Bucaramanga fueron la plazas y las plazuelas. Gracias al impulso económico y político que ya hemos mencionado y que se desarrolló en la ciudad durante la segunda mitad del siglo XIX, Bucaramanga inició un periodo de crecimiento y expansión urbana. El traslado del mercado de la plaza principal a una Casa de Mercado desvió la actividad y naturaleza que se tenía para este espacio, al tiempo que originó otros, especializando el uso de los mismos. Aunque la plaza principal continuó concentrando la actividad pública de los bumangueses, las plazuelas que surgie-ron a la par de los nuevos barrios y núcleos de vivienda tomaron cada vez mayor perso-nalidad y uso.

Es así como surgen la plazuelas del Hospital, de Santa Rosa, de Belén, Waterloo, y más tarde el Parque Bolívar, espacios que generan nuevos focos en torno a los cuales se desarrolla la vida urbana. La estructuración de estos espacios públicos se da por medio de dos modalidades básicas que poseen las co-munidades para interactuar en el territorio: desplazamiento y permanencia. Cuando las plazuelas aparecen en Bucaramanga como satélites de la plaza principal, se evidencian las tensiones propias del sistema urbano: la direccional, manifestada en la calle, como eje entre un punto de origen y otro de destino (recorrido), y la de centralidad como expre-sión del espacio conformado alrededor de

14) Según la misma autora, en las listas de contribuyentes bumangueses de 1896, de mil personas que declaran renta por poseer una fortuna certificada mayor de cien pesos, sesenta y dos aparecen con más de diez mil, y David Puyana, Reyes González y Nepomuceno Cadena superan los ochenta mil. En: Ibídem. p. 13.

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un imaginario eje vertical, propia de plazas y parques (permanencia)15.

Si en un principio las plazuelas no fueron más que un descampado en medio de algunas viviendas y edificaciones, lentamen-te, al ser incorporadas al mapa mental y a la subconsciencia colectiva de los pobladores, fueron tomando cada vez mayor significa-do, al punto que se iniciaría un proceso por llenar de contenido esos espacios. Es sabi-do, por ejemplo, que a principios de siglo la plaza de Belén se convirtió en un lugar muy concurrido por la población, a pesar de los esfuerzos de la parroquia por demostrar que este era un espacio privado cuando decidió hacerle un cerramiento con una verja16; pero aun así, seguía constituyendo un núcleo muy importante para los ciudadanos, razón que motivó al Concejo Municipal a comprarla para desarrollar en ella las festividades del 10 de julio de 1912, en las que se venderían en subasta pública los juegos de suerte y azar17.

Otro ejemplo es el de la plazuela Santa Rosa, en la cual, al pasar a pertenecer al señor Reyes González, se construyó un “parque-jardín” que por varios años fue el atractivo de la ciudad, dada su vocación bur-guesa que lo disponía para actividades con-templativas, en las que era muy importante el mantenimiento del orden y la limpieza que por aquel entonces se convertiría en el anhelo rector de la vida urbana.

Existe un referente común en la primera expansión urbana de Bucaramanga hacia el occidente, basado en creencias reli-giosas populares. Tanto la plazuela de Belén

15) PÉRGOLIS Juan Carlos. La plaza: el centro de la ciu-dad. Universidad Católica de Colombia-Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2002, p. 14.

16) VALDERRAMA Ernesto. Real de Minas de Bucara-manga. Imprenta del Departamento, Bucaramanga, 1947, p. 327.

17) Archivo del Concejo de Bucaramanga (ACB), Libro de Actas 1912-1913, Sesión del 5 de junio de 1912, p 61.

(actual parque Santander) como la plazue-la Santa Rosa (actual parque Centenario), tomaron sus nombres de acontecimientos similares relacionados con imágenes repre-sentativas de la fe católica. Cuando la Iglesia compró la casa de propiedad del médico Eusebio Cadena para construir en el sitio un oratorio que más tarde se convertiría en la parroquia de la Sagrada Familia, los obreros que se ocupaban de desmontar los linderos aledaños encontraron el 14 de diciembre de 1895 una imagen de la Virgen de Belén, lo cual llevó a que ese espacio comenzara a re-conocerse en el común de la gente como Be-lén. La imagen no tardó en empezar a hacer milagros, motivo que llevó a los fieles, lide-rados por el vecino del sector Miguel Jaimes, a organizar una fiesta anual que se celebraba en honor a la virgen cada 13 de enero. Esta celebración duró hasta la muerte del señor Jaimes, pues con los tiempos cambió también el entusiasmo, al punto que este referente, que para entonces se encontraba tan arraiga-do en la población bumanguesa, terminó por perderse18.

En los tiempos en que el padre Romero aún vivía en Bucaramanga, hacia 1870 el sector tradicional del actual Parque Centenario no pasaba de ser un amplio llano poblado con un número menor de chozas de campesinos pobres, sobre el margen de lo

18) VALDERRAMA Ernesto. Op. Cit. pp. 327-328.

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que para entonces se consideraba como “las afueras de la ciudad”. Lentamente este sector fue tomando más interés de los bumangue-ses, pero lo que despertó su popularidad de súbito fue la “aparición” de la Virgen de San-ta Rosa a Remigia Ortiz, una humilde mujer a quien la santa se le hizo presente por medio de un trozo de madera. De todos los rincones de la ciudad comenzó a llegar gente a venerar la imagen, hasta que la devoción cruzó los límites de la superstición y el párroco, pre-ocupado por el fenómeno, ordenó el traslado de la imagen a la iglesia de San Laureano, dejando claro que el único lugar de culto en la ciudad era el templo19.

Partiendo de este acontecimiento simbólico en el imaginario de la población, se creó un sector que se conocería a partir de ese momento con el nombre de Santa Rosa20, hasta que el señor Reyes González lo com-pra y cambia por completo la esencia que se había generado popularmente. Pero antes de que esto ocurriera, por un tiempo las com-pras de predios del sector estuvieron motiva-das por creencias religiosas relacionadas con la aparición de la santa, y este primer impul-so fue el que dio origen a la conformación de la plazuela, embrión del futuro parque.

La plazuela de Santa Rosa fue una manera de generar un polo de desarrollo urbano en la frontera del casco urbano, que junto a la Casa de Mercado se convertiría en un nuevo centro de actividad y concurren-cia para los habitantes de Bucaramanga. En este proceso participó la sociedad comercial Reyes González & Hermanos, quienes perci-bieron la potencialidad de la zona y estaban interesados en invertir en finca raíz, pues en tiempos de inestabilidad política se perci-bía que esta era una manera de asegurar el capital. En efecto tuvieron razón, y la gran fortuna que habían amasado con el negocio

19)

20)

del café en Rionegro se vio comprometida en Bucaramanga en el mercado de especulación de tierras.

Los González compraron pro-piedades en los barrios Filadelfia, Charco-largo, El Volante, Payacuá y Cabecera del Llano, mostrando especial interés por la zona nororiental de la ciudad, en los barrios circunscriptos a Quebrada Seca (Laguna de San Mateo y Santa Rosa) de los que espe-raban sacar el mayor provecho económico, procurando hacer más atractivo el sector a los potenciales compradores. Esta es una característica que se continuaría usando en la historia urbana de Bucaramanga para va-lorizar los terrenos, y para este caso puntual se hizo por medio de la construcción de la Plaza de Mercado, concesión ganada por la sociedad anónima cuyos principales accio-nistas eran los hermanos Reyes y Eleuterio González en 1889; así como por medio de la redefinición de la plazuela Santa Rosa en un parque-jardín.

El proceso de conversión de pla-zoleta o plaza a parque significó también un cambio en la concepción y en el imaginario que tenía la población sobre este espacio, así como también la implantación de un modelo diferente de espacio público que aún no se estrenaba en ciudades como Bucaramanga. Este modelo estaba más orientado hacia ac-tividades de ocio que a lugares de encuentro comercial o político, como hasta entonces habían funcionado las plazas en las ciudades de origen hispano. Así pues, que para llevar a cabo tal empresa, que fue puesta al servi-cio público en 1892, los hermanos González debieron invertir una suma que ascendió a más de $10.000 papel moneda (unos $1.000 oro). La adecuación del Parque-jardín Reyes González, nombre con que empezaría a ser conocido, consistió en la siembra de variados árboles y flores, así como el trazado de varios senderos y la instalación de una cerca que rodeaba todo el parque con la intención de preservar y controlar el espacio con mayor facilidad21.

21) Ibídem.

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Sin lugar a dudas que fue esta determinación, que tuvo una orientación netamente privada y no pública, la que hizo de este sector uno de los más exclusivos de Bucaramanga durante muchos años. Nada tiene que ver ese pasado con el reducto en el que está convertido en el presente cuando se escribe este artículo. La construcción en su costado oriental del colegio jesuita San Pedro Claver, cuya primera inauguración se hizo en 1911, así como la aparición de un teatro de considerables dimensiones en 1932, como lo fuera el Teatro Santander, llevó a que la Avenida Eliseo Camacho (hoy carrera 19) se constituyera en la más prestigiosa, sobre la cual se construirían importantes edificios públicos y residencias privadas.

Fue precisamente hacia el segundo decenio de siglo XX cuando Bucaramanga tomó con renovado impulso un nuevo pro-yecto progresista, que sustentado sobre el imaginario civilista buscaba superar de una vez por todas el trauma de la guerra. Se reto-maron muchos proyectos aplazados desde los florecientes y entusiastas tiempos del proyec-to liberal del Estado Soberano de Santander, entre los que estaba el ferrocarril de Puerto Wilches, que se lograría cristalizar años más tarde. De igual manera surgen proyectos urbanos en los barrios de la Mutualidad y el adelantamiento de mejoras en la infraes-tructura vial de la ciudad, con la ampliación y prolongación de varias calles. Hubo un interés por la implementación de campañas

de salud pública y por el embellecimiento de la ciudad, que se materializó en la creación de una Junta de Ornato. En 1922 llega el pri-mer avión a la ciudad, el famoso Espíritu de San Luis, piloteado por el francés monsieur Machaux; florece nuevamente el comercio y la proliferación de almacenes con productos importados del exterior, como la famosa tienda en la Calle del Comercio de Pieter Clausen, se abren nuevos hoteles, pensiones y cantinas; surge la comunicación radial y el nacimiento de varias revistas y órganos de difusión cultural y política entre los que se encuentran los periódicos Vanguardia Libe-ral y el conservador El Deber.

La sensación de desarrollo de estos años, cuando ya se empieza a intuir el re-greso al poder de las ideas liberales, también traerá consigo la materialización en algunos parques del imaginario civilista que se vierte sobre el espacio público para erigir un hito que busca resaltar las virtudes y valores “ideales” de la sociedad. En virtud de la Ley 49 de 1923 que expide el Congreso Nacional, se designa el Parque Centenario como el lu-gar que acogería el monumento del presiden-te santandereano Aquileo Parra, con motivo del primer centenario de su nacimiento, que se celebraría el 12 de mayo de 1925. Este día se tenía previsto descubrir una estatua del eximio ciudadano en una fiesta cívica orga-nizada para la fecha.

La ocasión no estuvo libre de tropiezos y suspicacias. La contratación del maestro Fidel Cano, un escultor colombiano que cobró la suma de 4.500 dólares por la ela-boración del monumento, así como algunas características de la pieza artística como tal, fueron fuente de debate y controversia. Una vez superadas estas desavenencias y gracias a las gestiones del doctor José Vicente Parra, la estatua fue descubierta el 1 de mayo de 1930 en el marco de las celebraciones de la fiesta del trabajo que tradicionalmente se celebraba en la ciudad. El acto contó con la presencia de ilustres invitados que iniciaron la conme-moración en la gobernación departamental,

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para posteriormente dirigirse en desfile al Parque Centenario, donde residiría el mo-numento. Hicieron presencia el gobernador Alfredo García Cadena, representantes de la familia Parra, del municipio de Barichara, de las Asambleas Departamentales de Santan-der y Caldas, del Club del Comercio, del Club de Gremios Unidos, las autoridades militares y una cantidad aproximada de 3.000 espec-tadores.

Muy importantes fueron las pala-bras que ese día se escucharon en el parque. Como oradores estuvieron el joven alcalde de Bucaramanga don Antonio Barrera Parra, a nombre de la Asamblea Departamental el doctor Emilio Pradilla y en representación del directorio liberal de Santander el doctor Humberto Gómez Naranjo22. Los discursos reiteraron los valores del servicio y patrio-

22) ESPINOSA Carlos. Crecimiento Urbanístico de Bu-caramanga 1850-1900 (trabajo de grado). Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 1996.

tismo que se condensaban en el presidente santandereano, pero lo que hay subrayar más allá de lo que aparece como simple apología, es la ruta que los dirigentes políticos y socia-les de la época querían proyectar, una donde el sendero era a veces estrecho y pedregoso, pero al final estaría la satisfacción del deber cumplido, el coraje y la valentía, el honor y la dignidad, la paz y la libertad; todos, valores que no se andaban por las vías militares, sino de la concordia civil, en la cual el diálogo y la argumentación eran las principales armas.

Sin desconocer que en cada agru-pación y tendencia de ordenamiento social existen errores, hay que decir que esas fueron las características que se quisieron resaltar en la figura de Aquileo Parra, que los dirigentes de entonces pretendieron convertir en un faro rector de los valores que a los ojos de los más viejos ya aparecían como decadentes. Lo propio ya había ocurrido con el monumento que se erigió en la memoria del padre de la patria Francisco de Paula Santander. Luego de las naturales dificultades que existieron con la concepción, producción y ejecución

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de la obra, el relato que se quiso contar con el monumento a Santander encarnó la aspi-ración de la conducta civilista. Santander ya había tenido su espacio en la antigua plazuela Santander, conocida anteriormente como Waterloo y en la actualidad como Parque Antonia Santos, en la cual había sido objetivo de un atentado que resquebrajó un busto de su persona. No son extraños este tipo de epi-sodios en la historia del presidente Santan-der, pues hasta el día de hoy su nombre sigue siendo mancillado injustamente por quienes desconocen los verdaderos valores en los que se asentó el “Hombre de las leyes”, por man-tenerse firme en los cuales le han ocasionado tantas controversias.

Además de otorgarle su apellido como nombre al territorio en que habitamos, Santander dejó un legado de tal magnitud que parece imperceptible para la despreve-nida mirada. Se opuso firmemente a la dic-tadura que implantó Bolívar al boicotear la Convención de Ocaña e intentar implantar en Colombia la Constitución boliviana; im-puso la tradición legalista e institucional en el país, que más allá del vericueto leguleyo como muchos lo han querido ver, dio orden y sustento a las instituciones democráticas que se encargaron de regular la distribución del poder; y por último y entre muchas cosas que quedarían por nombrar, dio cabida en el país a las ideas liberales en las que se discutiría

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el papel del Estado en la nación, el voto uni-versal, la libertad de los esclavos, las políticas económicas librecambistas y la educación laica opuesta a la adusta dogmatización cul-tural que la iglesia católica había impuesto hasta el momento.

Es por eso que en 1926, cuando se inaugura su estatua en el parque que años antes había tomado su nombre, se hace con la presencia del presidente de la República, con-siderándose como un gran logro de la pobla-ción, la que venía trabajando ordenadamente por medio de juntas cívicas en la consecución de los fondos necesarios para que la repre-sentación estuviera a la altura del personaje que se quería homenajear, en las manos de

un maestro francés como Raoult Verlet23. La Junta que impulsó inicialmente el monumen-to a Santander se llamó “Junta Patriótica”, y entre otras personalidades estuvo compuesta por los ilustres ciudadanos Víctor M., Oglias-tri, Carlos D. Parra, Antonio Barrera, José C. Mutis, José A. Escandón, Juan Moreno Díaz, Isaías Cepeda y Eduardo Martínez Mutis; también estuvieron comprometidos con el proyecto personajes como Alejandro Galvis Galvis, Enrique Lleras y Víctor F. Paillié, que

23) ACB, Libro de Acuerdos 1918-1921, Acuerdo 1 de 16 de marzo de 1921, h 2. (y Acuerdo 8 del 17 de marzo de 1922, h. 4).

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acogieron con entusiasmo la idea e iniciaron una campaña para completar los fondos para que se concluyera24.

3. El triunfo del civilismo

Los anteriores son sólo algunos ejemplos de cómo se activó el civismo en Bucaramanga, mediado por una conducta civilista que buscó representar sus imagina-rios en manifestaciones artísticas monumen-tales que transmitieran un relato de “buenos valores y de identidad nacional”. Pero no hubiera sido posible que las generaciones de los años veinte desarrollaran esta empresa, si años atrás la sociedad no hubiera reconci-liado sus viejas culpas de la guerra de los Mil Días, lo cual ocurrió, como ya se mencionó, con la Celebración del Centenario de la Inde-pendencia. Es para esto que han servido las efemérides y conmemoraciones públicas du-rante la historia: para hacer pausas, reflexio-nes, marcar hitos y puntos de inflexión y así continuar con la construcción de un nuevo imaginario social que conecte e interprete los deseos y aspiraciones de la comunidad a la que pertenece.

La semana de actos cívicos que se inició el 14 de julio de 1910 con la ex-humación de los cadáveres de la batalla de Palonegro –acerca de la cual ya hablamos al principio de este escrito– llegó a su clímax el día 20, fecha en que se celebró formalmente

24) CDIHR, Ordenanzas expedidas por la Asamblea del Departamento de Santander, Sesiones Ordinarias 1910 y 1920, Imprenta del Departamento, Bucaramanga, s.f., pp. 86-87. (Ordenanza 31 del 8 de Abril de 1920).

el primer centenario de la Independencia y de la creación de la nación colombiana. Gracias a un decreto dictado el 18 de julio de 1908 por el gobernador del Departamen-to general, Alejandro Peña Solano, se pudo dar vía libre a la compra del Parque-jardín Reyes González para que, llegada la fecha de celebración, este espacio se convirtiera en un parque público que honrara la memoria de los padres de la patria25.

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Parque Garcia

Rovira, 1923.

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La programación del día se inició con un te deum llevado a cabo a las ocho de la mañana en el templo de San Laureano, que había sido decorado con gallardetes, festones y banderas tricolores alusivas a la ocasión.

El gobernador del departamento, Antonio Barrera, recibió a las comitivas de todos los gremios, corporaciones y entidades públi-cas para la gran parada cívica que, reunida en la plaza de García Rovira, culminaría en el Parque que ese día empezaría a llamarse “Centenario”26.

26) Revista Lecturas, Op. Cit. pp. 263-266.

25) CDIHR, Gaceta de Santander, Año I, N° 3, Bucara-manga, lunes 18 de noviembre de 1908, p. 24. (Decreto N° 374 bis del 18 de julio de 1908).

Parque Garcia

Rovira, 1928.

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El desfile tomó la calle Quinta y fue encabezado por la Cabalgata del Honor, compuesta de 21 jinetes uniformados de ca-saca roja y pantalón blanco, seguidos por una inmensa muchedumbre que ocupaba cerca de ocho cuadras, haciéndose gala de “la más alta nota de cultura y patriotismo” nunca antes vista en la ciudad. Una vez ubicados en el Parque, tomó la palabra el representante de la Colonia Siria, Julio J. Chalela, quien hizo entrega oficial al Gobernador de un kiosco construido para que la Banda De-partamental tuviera un lugar para ejecución de las retretas. A nombre del Departamento tomó la palabra el doctor Marcos S. Cadena, quien agradeció el gesto y disertó sobre otros asuntos, para finalmente regresarse todos en marcha por la calle Sexta. En la noche lo más selecto de la sociedad asistió a la fiesta lírica y literaria en los salones del Club del Co-mercio, y el pueblo disfrutó de los regocijos públicos que con corridas de toros, juegos de pólvora, música y baile se prolongaron hasta el 24 de julio27.

Dos días antes de la inauguración del parque Centenario se había celebrado otro acto que sobresale por su contenido cívico. El 18 de julio se inauguró el obelis-co que reposa en el parque Romero, el cual fue erigido en memoria de este sacerdote y del ilustre cura y botánico Eloy Valenzuela, quien también había sido párroco de Buca-ramanga entre los años 1786 y 1834. Este es un buen ejemplo para entender el imaginario civilista que se difunde en esta época, pues el nombre que se le da al monumento habla por sí mismo de esta noción: Al clero progresista. Es una reivindicación que la sociedad hace a estos dos ciudadanos ilustres que dejaron huella por su vocación pedagógica y progre-sista en la ciudad.

Como había ocurrido el 14 de julio, la comunidad se reunió en el Parque Romero para descubrir el obelisco levantado

27) Ibid. pp. 281-286 y 315-316.

por iniciativa de la Junta de Embellecimien-to. “El monumento está construido todo en piedra finamente labrada de colores gris, rosado y blanco, y lleva en las cuatro caras del tercer cuerpo las inscripciones que indi-can su objeto. Resguarda el monumento una bonita verja de hierro. Alrededor de ésta se colocaron las alumnas del Instituto Santan-der y un gran número de señoras y señoritas ataviadas de fiesta, el venerable Vicario y Pá-rroco señor Peralta, algunos R. R. Padres de la Compañía de Jesús, el señor Gobernador del Departamento y sus secretarios y multi-tud de caballeros espectadores de todas clases sociales”28.

Al igual que se habían pronun-ciado los señores José María Ruiz y Emilio Pradilla la tarde triste en que se recordaron a los muertos de la batalla, este día lo hizo el médico Gregorio Consuegra, quien en re-presentación de la Junta de Embellecimiento fue el encargado de descubrir y presentar el monumento. Por su parte y en representación del género femenino y del Instituto Santan-der, la señorita Ana Francisca Barón ofreció una ofrenda floral en forma de corona ador-nada con tarjetas diseñadas por las damas de la ciudad, así como flores y frutos de café que hacían alusión a la memoria del Padre Rome-ro. También fueron ofrecidas y colocadas en la verja del monumento otras coronas ofre-cidas, entre ellas una del Semanario Popular, que registró este evento así como los demás ocurridos durante el resto de la celebración que se llevó a cabo toda la semana.

La retrospectiva de los personajes homenajeados estuvo a cargo del represen-tante del Concejo Municipal, señor Andrés Gómez, quien habló de las grandes virtudes civilistas de los memorables párrocos, dejan-do constancia de que el reconocimiento era consensuado socialmente porque había sido discutido en el concejo. Esta es una muestra más de cómo se operó para lograr resultados

28) Ibídem. pp. 275-277.

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que estaban orientados a lo público: las ins-tituciones democráticas de representación ciudadana, así como los gremios, las aso-ciaciones y las juntas de vecinos, fueron los principales gestores del espacio público que contenía la noción civilista. La vocación que desde siempre tuvo la concepción del espacio que se transformaría en Parque Romero, da testimonio de ello.

Ya se ha mostrado cómo en el centro de Bucaramanga se vivió un proceso de transformación de algunos espacios a par-ques, de los cuales su principal antecedente fue lo que comúnmente se conocía como pla-zuela. Pues bien, el parque Romero no fue la excepción, y por el contrario se encontró in-serto en el primer proceso de aparición de un parque para Bucaramanga. Es interesante ver cómo una vez Bucaramanga retomó la posi-ción de capital del territorio santandereano en 1886, el gobierno departamental concibe la idea de darle un parque propiamente di-cho a la ciudad. El lugar elegido sería la que para entonces se conocía como “plazuela del hospital”, un descampado de medianas dimensiones ubicado frente al hospital de la Caridad San Juan de Dios; y el motivo, ho-menajear a un ilustre hijo de Bucaramanga, el general Custodio García Rovira.

Antes de que esto ocurriera este lu-gar ya había tenido una vocación conmemo-rativa. El 18 de mayo de 1875 se registraron en la región varios movimientos sísmicos que tuvieron graves consecuencias, sobre todo en Cúcuta y en ciudades fronterizas de Venezue-la, donde ocurrieron los mayores estragos. En Bucaramanga las mayores consecuencias fueron psicológicas. La población entera quedó atemorizada y esperaban en cualquier momento del 19 de mayo que ocurriera un terremoto, dado que al gran sismo del 18 lo habían precedido varias sacudidas los días 16 y 17, por lo cual, según razonaban en aquella época, el 19 “le tocaría” a Bucaramanga. Fue por eso que frente a la parte occidental de la plazuela del hospital se levantó un templete para oficiar en él una misa, ya que se consi-

deraba imprudente realizarla dentro de un templo. Ese mismo día se levantó una colum-na de piedra en la que se inscribió la fecha del sismo, recordando así la fragilidad humana y las drásticas consecuencias que pueden pro-ducirse en cualquier momento29. En efecto, en esa fecha los sacerdotes no dieron abasto confesando y casando gente, pues todos que-rían estar preparados para el fin30.

Durante este periodo ocurrirán varios cambios estructurales en el sector. Al retornar el gobierno conservador al poder, regresan algunas prebendas que durante el periodo de gobierno liberal se le habían cancelado a la iglesia católica, por lo cual en Bucaramanga el cementerio vuelve a ser administrado por la diócesis, que de inme-diato inicia la construcción de una capilla que quedará situada en las inmediaciones del cementerio y el hospital. Este último sería reconstruido también por esos años31, y tras paulatinas mejoras es inaugurado el 14 de ju-lio de 189532. Ya en 1883 las señoras Trinidad Parra de Orozco y Zoila Blanco de González habían regalado una verja de hierro que fue instalada entre el hospital y la plazuela, y que una vez se iniciaron los trabajos de remo-delación del hospital, sería ubicada frente al cementerio33.Desde hacía algunos años venía rondando la idea en las altas esferas públicas y sociales de hacer en Bucaramanga un par-que que consagrara la memoria del ilustre hijo de esta localidad Custodio García Rovi-ra. Contagiados por este espíritu, la señora Trinidad Parra de Orozco, que ya en múlti-

29) SERPA Felipe. Golpes de Bombo. Recopilación, pre-sentación y anexos de Lumar H. Quintero Serpa. SIC; Bucaramanga: 2007.

30) GARCÍA José Joaquín. Op. Cit. Pp. 286.

31) CDIHR, Semanario El Posta, Serie II, N° 27, Bucara-manga, 23 de junio de 1894, p 5.

32) GARCÍA José Joaquín. Op. Cit. p. 447.

33) Ibíd. p. 347.

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ples ocasiones había demostrado su civismo, y el señor Anselmo Peralta, decidieron donar al municipio unos predios de su propiedad que estaban contiguos a la plazuela del hos-pital para que tal iniciativa se pudiera llevar a cabo. Fue así como nació la primera versión del Parque García Rovira; con los predios donados la plazuela del hospital creció en una extensión de dos porciones más de lo que era, se sembraron árboles, se trazaron los senderos y los bumangueses lentamente comenzaron a incorporar este espacio dentro de su haber cotidiano34; de alguna manera fue el primer parque con que contó la ciudad, pues antecede al Parque-jardín Reyes Gonzá-lez y al de los Niños.

El proceso de cambio en la forma de vida urbana que se vivió en Bucaraman-ga, una vez se acercaba el siglo XX, condujo a creer que la mejor opción para un espacio que consagrara el nombre del ciudadano más ilustre que hasta entonces haya tenido merecía un espacio más importante. Fue así como nació la idea de trasladar el Parque García Rovira al espacio que ocupaba la pla-za principal, para que desde entonces esta comenzara a conocerse con tal apelativo. Las condiciones estaban dadas para que esto ocu-rriera, pues lentamente se habían desterrado las actividades propias de la plaza, como el mercado semanal que a partir de 1895 se llevaría a cabo permanentemente bajo un espacio cubierto que se conocería como Casa de Mercado.

34) Ibíd. P. 377.

Todo esto llevó modificar el signi-ficado del espacio social de uso tradicional, y se dio un importante cambio en la forma de vida urbana de la comunidad, el cual afectó también las conductas e imaginarios que unos años más tarde se verían influenciados igualmente por las miserias de la guerra. De alguna manera se comenzaría a creer que, para progresar y dejar atrás el tortuoso cami-no vivido, habría que dar el salto simbólico de las antiguas plazas y plazuelas a parques ornamentados con imágenes de hombres sobresalientes que señalaran un camino, una vía como la que aparentemente apunta con el índice la escultura de Custodio García Rovira, para ser recorrido y llegar a un mejor destino.

Fue así como comenzaron a nacer los parques en Bucaramanga, vertiendo en ellos el contenido simbólico del imaginario civilista que por esos años parecía ser un ca-mino moral. Cuando la antigua plazuela del hospital quedó sin nombre al ser este usado para enunciar la plaza principal, se pensó en otro personaje de similar estatus para que remplazara al anterior; fue así como se eligió el nombre del párroco Francisco Romero, cuyo recuerdo aún permanecía reciente en la memoria de la mayor parte de los ciudada-nos. Es de esta manera como se incorporó en 1897 el nombre de Parque Romero a la me-moria urbana de Bucaramanga.

Desde este momento se inició un progresivo proceso de construcción de par-ques contenidos en la idea del imaginario civilista: en la antigua plaza principal nació el parque Custodio García Rovira (1895) en memoria del prócer bumangués, único en la historia de la ciudad al ser uno de los prime-ros hombres ilustrados educado en el Colegio de San Bartolomé, aficionado a la filosofía y uno de los miembros del triunvirato que gobernara a la nación en sus primeros años. En la plazuela del Hospital el Parque Romero (1897), consagrado a la memoria del sacer-dote que trajo el progreso con el café y dejó un legado material con la tercera reforma del

Como se ve, bucaramanga homenajeó, en lo que

aparentemente es un orden intencional, la figura local

(García Rovira, Romero), departamental (Santander,

antonia Santos, Galán) y nacional (bolívar).

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templo de San Laureano. La Plaza de la Con-cordia (1907) en el barrio Siglo XX, que con su nombre muestra los deseos y aspiraciones de una generación víctima de las guerras civiles. El Parque de los Niños (1909), que con la idea de hacer un espacio salubre y bien dispuesto a la recreación, marca un hito, y años más tarde recibe el monumento a José Antonio Galán del maestro Gómez Castro, símbolo de la lucha por los derechos y liber-tades civiles. El Parque del Centenario (1910), que después de ser plazuela Santa Rosa y Parque Jardín Reyes González, se transforma para consagrar la memoria de los próceres de la independencia, y más tarde la del presiden-te Aquileo Parra, hombre trascendental en la historia del territorio santandereano por su aporte a las ideas liberales en la nación. El Parque Santander (1914), que nace de la plazuela de Belén y que tuvo un antecedente en la plazuela Waterloo, resalta los valores civilistas del principal prócer del territorio santandereano y define claramente la voca-ción que tendrán estos espacios. Por su parte el Parque Antonia Santos entra a reemplazar a la plazuela Waterloo para honrar la memo-ria de la heroína santandereana. Por último se encontraría el Parque Bolívar (1950), que legitima los deseos civilistas con un monu-mento del maestro Gómez Castro en el que el Libertador aparece de manera anómala sen-tado en posición pacifista como un senador con la patria a sus espaldas, y no como en los monumentos tradicionales, en los que nor-malmente está en actitud guerrerista monta-do en su caballo.

Como se ve, Bucaramanga home-najeó, en lo que aparentemente es un orden intencional, la figura local (García Rovira, Romero), departamental (Santander, An-tonia Santos, Galán) y nacional (Bolívar). Igualmente resulta interesante ver que cada uno de estos espacios negaron la actividad militar y se volcaron a homenajear el carácter civilista de los personajes. Cabe la pena pre-guntarse por el destino que tuvo esta confor-mación simbólica de los espacios públicos en

Bucaramanga. Es difícil entender que el im-pulso de la primera mitad del siglo XX que le mereció a Bucaramanga el título de “Ciudad de los Parques” terminara por desecharse, como ocurrió igualmente con la mayor parte de estos espacios que en la actualidad se en-cuentran olvidados. Si bien la administración pública debe orquestar las iniciativas para su recuperación, para que cualquier medida tenga éxito debe partir de la voluntad ciuda-dana, que es, como aquí queda demostrado, la que finalmente llena de contenido simbóli-co los espacios que habita. Parque Bolívar.

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m a r í a fe r n a n d a reYes roDrÍGUez

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L a categoría de área verde urbana no sólo incluye la existencia de bosques, sino que debe enlazar también los árboles, plantas y jardines que

se despliegan en la ciudad. Se ha discutido mucho la importancia y cuidado que merece cualquier espacio verde, un asunto que ame-rita reflexión, y más aún tratándose de una ciudad que ha portado con honor el título de “ciudad de los parques”, otra categoría que también vale la pena revisar.

Los parques no aparecen de la nada, y tampoco son producto de un desa-rrollo lineal o de los retazos que quedan de la ciudad construida; son en algunos casos el resultado de la transición que sufrieron las plazuelas y jardines, y en otros, escenarios nuevos que se implantan y proyectan en dis-tintos puntos de la ciudad; se trata, en cada

caso, de experiencias diferentes a las que se llega después de múltiples esfuerzos. Inapro-piado es, por tanto, determinarlos como un conjunto homogéneo en el que se pueden identificar los mismos elementos constituti-vos, y aunque traza, estatua, pedestal, fuente, jardín y banca son elementos generalmente presentes en un parque, también podrían serlo de una plaza o plazuela, que son en realidad tres cosas bien distintas. Las diferen-cias no son sólo morfológicas, sino también sociales; su tamaño y uso difieren considera-blemente, así como el valor atribuido por los habitantes de la ciudad a cada uno de ellos.

Fácilmente se puede caer en la arbitrariedad si se los mide y compara con los bosques parisinos o se pretende que ellos sean el reflejo del Central Park neoyorquino. Es preciso guardar las proporciones y enten-der, así algunos lo pongan en duda, que sí hemos desarrollado parques, aunque estos no tengan las dimensiones de los europeos o norteamericanos. El historiador inglés Pe-ter Burke advierte que el problema consiste en “forzar la historia de otros pueblos para insertarlos en categorías occidentales”1; esa mala costumbre que se tiene cada vez que se mira la propia realidad urbana con los ojos cerrados y la de tierras lejanas sin parpadear, es “tratar a Occidente como una norma de la que otras culturas se desvían”2.

Parece que nadie es tan crítico como nosotros mismos; nuestra mirada de

1) BURKE Peter. Historia y teoría social. Instituto de Inves-tigaciones José María Luis Mora, México, 2000, p. 38.

2) Ibíd., p. 38.

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las cosas generalmente es pesimista y en el peor de los casos destructiva. Con frecuen-cia repetimos que la nación colombiana no existe, que aquí no hay ciudades, y mucho menos parques; bajo esta óptica, todo resulta primitivo, perverso y carente de identidad, y vamos creando imágenes bastante desespe-ranzadoras de la realidad nacional, cuadros en donde no existe nada nuevo, sólo modelos copiados de otras partes, porque aun en el ámbito académico, lo único que hemos reco-nocido propio es una violencia que atraviesa transversalmente el país. ¿Cómo es posible comparar en forma útil sociedades que di-fieren entre sí de tantas maneras diferentes? ¿En qué espejo nos estamos mirando? Y, ¿qué hallamos cuando nos vemos?

Del jardín al parque

Gracias a las notas, escritos y crónicas de viajeros e historiadores, se tiene noticia de los adelantos humanos en todos los rincones del mundo: los rasgos carac-terísticos de cada pueblo, las creencias que incluyen prácticas y rituales, la construcción de ciudades, canales de riego y otras obras de ingeniería y arquitectura desarrolladas a través de los tiempos. Estos escritos eviden-cian la relación directa entre seres humanos y naturaleza; en ellos descubrimos que, en la práctica de la arquitectura, desde la an-tigüedad el hombre mantuvo un equilibrio entre los elementos y el uso constante de la vegetación, las arboledas y los jardines en su desarrollo urbano.

En el primer libro del Antiguo Testamento se habla de un jardín que plantó Dios en la región del Edén, donde puso al hombre y a la mujer que había creado. Allí hizo crecer toda clase de árboles que daban frutos buenos para comer. En medio del jar-dín plantó el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios dijo a hombre y mujer que podían disfrutar de aquel bello lugar y comer todos los frutos que brotaban de los árboles, menos los del árbol

del bien y del mal. Eva y Adán desobedecie-ron los mandatos de su Dios y fueron expul-sados del jardín de las delicias.

Se atribuye la creación de los primeros jardines a las culturas egipcia y mesopotámica. Las pinturas y los frescos hallados en las excavaciones arqueológicas han permitido establecer la forma en que fueron construidos y comprobar el desarrollo y la presencia de espacios verdes en las pri-meras civilizaciones. En septiembre de 1899 el arquitecto y antropólogo alemán Robert Koldewey, comisionado por la Dirección de Museos de Berlín, realizó en Mesopotamia los primeros hallazgos de las ruinas de Babi-lonia. Las tareas de excavación que se desa-rrollaron en los años siguientes permitieron descubrir una construcción urbana de la antigüedad de grandes proporciones y obte-ner un testimonio real de la existencia de los jardines colgantes de Babilonia, atribuidos al rey Nabucodonosor II como regalo a su espo-sa Amytis3.

En la literatura griega también se encuentran alusiones a jardines; los poemas homéricos presentan los mejores ejemplos en los que se describen grutas de verde selva con álamos y cipreses olorosos, viñas férti-les, jardines de altos y florecidos árboles de donde pendían peras, naranjas, higos dulces y aceitunas verdes. Egipcios, griegos, roma-nos y persas, por mencionar sólo algunos, desarrollaron estos escenarios en donde se mezclaron armónicamente elementos arqui-tectónicos y vegetación natural como pérgo-las, pórticos, estanques, canales para riego, escalinatas, plantas trepadoras y árboles frutales.

La literatura y la pintura contie-nen un gran número de representaciones de jardines y paraísos. En la historia del tercer

3) Centro Superior de Oriente próximo y Egipto. Cua-dernos del Seminario Walter Andrae, No. 1, Madrid, 1999-2000. Universidad Autónoma de Madrid. http://www.uam.es

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Saaluk de Las mil y una noches encontramos una bella descripción:

Y abrí la segunda puerta con la segun-da llave. Cuando abrí esta puerta, mis ojos y mi olfato quedaron subyugados por una inmensidad de flores que llenaban un gran jardín regado por arroyos numerosos. Había allí cuantas flores pueden criarse en los jardines de los emires de la tierra: jazmines, narci-sos, rosas, violetas, jacintos, anémonas, claveles, tulipanes, ranúnculos y todas las flores de todas las estaciones. Cuan-do hube aspirado la fragancia de todas las flores, cogí un jazmín, guardándolo dentro de mi nariz para gozar su aro-ma, y di las gracias a Aláh el Altísimo por sus bondades” 4.

Para los chinos el jardín tenía una carga eminentemente simbólica, en la que se mezclaban el equilibrio y la belleza. En Europa en los monasterios y conventos se plantaron jardines sencillos en sus diseños, pero de una complejidad asombrosa en su contenido botánico. Vemos cómo los jardi-nes están presentes en todas las culturas: en una primera etapa, generalmente ligados a la arquitectura doméstica, al espacio íntimo y privado, de donde salen para insertarse en el mundo público, para el goce y deleite de todos los hombres.

El jardín oasis llega a España desde Persia a través de los árabes, hacia el siglo XIII. Los tradicionales paseos del rey por sus jardines, la lectura de libros bajo la sombra de los árboles, la visita de los príncipes a las doncellas en los remansos florecidos de los palacios, los misteriosos y enigmáticos labe-rintos que se levantan en los jardines de los castillos, son una constante de las monar-quías europeas en el esplendor del Renaci-miento. Aquí los jardines franceses tienen un

4) ANÓNIMO. Las mil y una noches (libro de cuentos). “Historia del tercer Saaluk”. http://www.ciudadseva.com

Jardines de la

Alhambra en

Granada, España.

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protagonismo absoluto: el jardín sale fuera de los palacios y ocupa ahora grandes extensio-nes de terreno. Es frecuente encontrar en ésta época, plazas ajardinadas, avenidas arboladas y bulevares como reflejo de los jardines de la corte5. El jardín clásico europeo que siguió los modelos del Renacimiento italiano y posteriormente las innovaciones francesas, comienza a adaptarse a las condiciones y di-mensiones donde sería implementado; se de-sarrollaron modelos originales, manteniendo inalterada su concepción básica.

Lo que en principio era privilegio de las clases dominantes se convirtió en una aspiración muy difundida en toda la socie-dad, hasta llegar a establecerse, casi como una constante, el desarrollo de áreas verdes o refugios reparadores, con mayor intensi-dad en un mundo que empezaba a volverse industrializado. Vemos con el desarrollo de los jardines un interesante proceso de adap-

5) OCHOA de la TORRE José Manuel. La vegetación como instrumento para el control microclimático. Tesis doctoral, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Barcelona, 1999.

tación, una necesidad que empieza a tornarse fundamental para los hombres, cada uno de los cuales los proyecta y desarrolla de acuer-do con su conocimiento, su cultura y sus necesidades, aspectos que los convierte en piezas originales.

El parque público como tal surge en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, ligado a los múltiples cambios urba-nos que trajo consigo la revolución indus-trial. Ya hemos dicho que lo que en principio era un elemento suntuoso se transforma en una necesidad de esa vida urbana que em-pieza a desbordarse. Las propuestas del siglo XIX están relacionadas con la salubridad, con la búsqueda de filtros naturales purifi-cadores del aire que puedan contrarrestar la contaminación que producen las industrias.

Desde el siglo XIX los planes de desarrollo urbano de las ciudades contem-plan la existencia de grandes zonas verdes para uso público. A lo largo de este siglo sur-ge un sinnúmero de propuestas en las cuales se transforman antiguos parques privados en espacios públicos, ya sea por donación de los terrenos o porque se crean otros nuevos a cargo de las municipalidades. Consciente de que el hombre no puede vivir alejado de la naturaleza, John Ruskin propone el diseño de ciudades rodeadas de campo libre, con cintu-rones de jardines y vegetación abundante, es decir, de la “ciudad verde”; en 1898 Ebenezer Howard formula la idea de ciudad-jardín, la superación de la oposición campo-ciudad ne-cesaria en la conformación de asentamientos urbanos; y como ellos, otros hombres empie-zan a desarrollar masivamente este tipo de propuestas, adaptándolas a las necesidades de cada urbe, un aspecto por el cual no dejan de ser originales, y más bien les imprime el sello del tiempo y de la sociedad bajo la cual se da este proceso adaptativo.

El debate no debe girar, entonces, en quién fue el primero en implementar estos escenarios, sino en observar cómo estos es-pacios han sido adaptados a las necesidades de cada sociedad, dejando de lado las preten-

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siones de superioridad y concentrándonos en la manera en que cada uno los ha construido. Ya tenemos suficientes posiciones fragmen-tarias e irreconciliables y hemos recalcado en extremo nuestras diferencias y contra-dicciones: va llegando la hora de empezar a sentirnos complemento, y no copias difusas, de otras sociedades.

La herencia colonial

América recibió de España la forma de construir ciudades, un proceso que comenzaba con la elección de lugares adecuados en cuanto a clima y recursos na-turales, incluyendo también la traza de la ciudad, el establecimiento de la iglesia y la repartición de los solares aledaños a la plaza, entre otros aspectos. La plaza mayor era el sitio en donde empezaba la población; dentro de sus lineamientos es preciso mencionar la forma en cuadro o damero, cuyo tamaño debía estar de acuerdo con el número de ve-cinos; las dimensiones se mantuvieron en un rango no menor de 200 pies de ancho y 300 de largo, ni mayor de 800 pies de largo y 500 de ancho; de allí saldrían cuatro calles prin-cipales, cada una paralela a cada uno de los cuatro costados de la plaza y en dirección de los cuatro vientos6. En Bucaramanga, se tiene

noticia que el 16 de julio de 1778 don Nicolás de Rojas trazó a cordel las 32 cuadras que conformarían el casco del poblado, partiendo de la plaza situada frente a la parroquia de Chiquinquirá y San Laureano7.

En la ciudad la idea de mejorar la plaza hasta convertirla en un lugar de espar-cimiento toma fuerza hacia 18868, pero sólo dos años más tarde, gracias a la donación de un terreno por parte de doña Trinidad Parra de Orozco y de don Anselmo Peralta, pudo llevarse a buen término hasta conseguir su inauguración en 1897. Por medio del Acuer-do número 15 del 11 de septiembre de 1896 se quiso perpetuar la memoria de uno de los hijos ilustres de la ciudad, el General Custo-

6) LEYES DE INDIAS 1680. Libro IV. Título VII: De la población de las ciudades, villas y pueblos. Ley IX: Del sitio, tamaño y disposición de la plaza.

7) MARTÍNEZ GARNICA Armando y otros. Pueblos de Santander. Terpel-Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 1996, p. 39.

8) En 1886 Bucaramanga recupera el rango de capital del Estado, que había sido otorgado al Socorro en 1861; un motivo que da para pensar que estas iniciativas de construir parques responden a la necesidad de man-tener dicho estatus.

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dio García Rovira, planeándose la erección de una estatua en su honor en el centro de la plaza principal9. El 20 de enero de 1907 se cumple este ideal cuando se inaugura, en medio de un jardín, la estatua del General, fundida en Múnich por el escultor Xavier Arnold; desde entonces la sociedad buman-guesa se da a la tarea de implementar estos escenarios, llevados a buen término, aunque con mucha dificultad y a costa de muchos esfuerzos, tanto públicos como privados.

Nuestros primeros parques, a di-ferencia de los europeos, fueron el resultado de la transformación de plazas y plazuelas en parques como tal. La plazuela Santa Rosa, ubicada en el barrio del mismo nombre, había pasado a ser propiedad de los señores Reyes González, quienes resolvieron estable-cer allí un parque que pudiera servir de lugar de paseo y recreación, por lo cual hicieron plantar y cultivar muchos árboles y plantas, estableciendo varios caminos que recorrían el terreno en diferentes direcciones. Para preservar el desarrollo de los sembrados cer-caron de tapias la manzana, y en 1892, una vez terminados los trabajos, el parque fue abierto al público, convirtiéndose en un lugar bastante concurrido en el que se celebra-ban retretas bajo la sombra de los árboles10. La plazuela Santa Rosa se transforma en el parque-jardín de Reyes González, adquirido por la municipalidad en 1908 e inaugurado dos años más tarde (1910) con el nombre de parque Centenario.

En 1910, la plazuela Waterloo cam-bia su nombre por el de plazuela Santander,

9 Acuerdo Número 15 del 11 de septiembre de 1896. To-mado de: “Recuerdo de la inauguración de la estatua del preclaro General Custodio García Rovira”. Tipografía La Perfección, Bucaramanga, enero 20 de 1907.

10) GARCÍA José Joaquín. Crónicas de Bucaramanga. Primera edición: Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1896; reimpresión: Talleres Gráficos del Banco Bogotá, Bogotá, 1982, pp. 413-414.

y posteriormente, en 1914, por el de Parque Antonia Santos; la plaza Belén, vendida por el médico Eusebio Cadena a la parroquia de la Sagrada Familia en 1895, fue adquirida por la municipalidad en 1912, y en 1914 cambió su nombre por el de parque Santander, que fue inaugurado en 1926.

Desarrollo histórico

del Parque de los Niños

de Bucaramanga

Antes de 1908, fecha en la que el Concejo de Bucaramanga establece el de-sarrollo del Parque de los Niños, la ciudad no contaba con un parque de grandes di-mensiones que cumpliera al mismo tiempo funciones de ornato, salubridad, recreación e higiene. Nuestros primeros parques fueron concebidos con el propósito de honrar la me-moria de héroes y mártires nacionales y loca-les, además de servir de sitio de recreo; eran espacios de regular tamaño, en cuyo centro se erigía la estatua del héroe en imponente pedestal. Sólo tres había en la ciudad para la época, siendo el más grande y de mayor área verde el parque Centenario. El de los Niños surge en un contexto diferente, ya no para exaltar la memoria de un héroe, sino pen-sando en dotar a la ciudad de un verdadero bosque natural que sirviera de sitio de paseo y lugar salubre y provechoso para la salud de niños y ancianos. La erección de una estatua en este caso fue posterior, y no como solía hacerse a finales del siglo XIX y principios del XX.

El General Eliseo Camacho poseía en la parte oriental de la ciudad un terreno conocido hasta entonces como Llano Cama-cho, de cinco manzanas de extensión, una de las cuales el propietario ofreció en 1908 ceder gratuitamente al municipio, vendiendo las restantes para proyectar allí el primer y único parque público con verdadera vocación infantil en la ciudad, en un ambiente natural de grandes proporciones11. La negociación de los terrenos se llevó a buen término, y el

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alcalde don Sinforoso García cerró el nego-cio, quedando el área de construcción del parque con una extensión de 278 metros por el Oriente, 208 metros por el Occidente y 163 metros por el Norte y por Sur12.

Los señores Ambrosio y Enrique López ofrecieron sus servicios para dirigir los trabajos, nombrándose como director del proyecto a Ambrosio López, en cuyas manos quedaba la realización del plano y la construcción de los camellones interiores, así como la selección de las especies a plantar; en calidad de tesorero se designó a Enrique Ló-pez. El Concejo de Bucaramanga estableció que los trabajos serían adelantados por los reclusos y por aquellos detenidos que solici-taran la conmutación de sus penas por ejecu-ción de las obras públicas13.

Varios recursos fueron destinados a la realización del parque, entre ellos, los recaudos sobre almacenes y tiendas; el cin-cuenta por ciento del aumento del impuesto directo; el producto de las multas por infrac-ciones de policía; las suscripciones volunta-rias que pudiera obtener el alcalde municipal y el impuesto sobre las riñas de gallos. El 6 septiembre de 1909 se dio inicio a la cons-trucción del Parque de los Niños, cumplien-do de esta manera lo dispuesto por medio

del Acuerdo número 13 del año anterior14; se sembraron pomarrosos y sarrapios que em-bellecían el parque (los mismos que en 2007 fueron motivo de preocupación por parte de los bumangueses –porque corría el rumor de su tala– cuando se anunció la renovación del parque bajo la administración del Goberna-dor Hugo Aguilar Naranjo).

Los diarios de Bucaramanga man-tuvieron una campaña activa, informando a la comunidad los problemas que en la ciu-dad debían ser mejorados. El 18 de marzo de 1918 el semanario El Debate, antecesor de Vanguardia Liberal, informaba que el camellón del Parque Centenario que termi-naba en el de los Niños, una de las calles más concurridas de la ciudad, estaba convertido en un camino de herradura, pues desde su construcción por parte de los soldados del Regimiento Ricaurte en 1908 no había sido reparado15. El diario denuncia en mayo que el parque, a pesar de ser el más bello sitio de paseo de la ciudad, se encontraba sin luz16. Estas quejas buscaron despertar el interés de las autoridades municipales por la pronta solución de los problemas en la ciudad, que ya empezaba a tener una cultura en torno a sus parques.

En noviembre de 1937 los Repre-sentantes Arturo Regueros Peralta y Gilberto Vieira presentaron ante la Cámara un pro-yecto de Ley por el cual se honraba y reivin-dicaba la memoria de José Antonio Galán, destinando para ello siete mil pesos para eri-gir una estatua del Comunero en una de las plazas de Bucaramanga. Fueron integrantes de la Comisión de estudios del proyecto Car-los Arturo Díaz, José Noguera Grecco, Luis H. Villegas, José E. Otálora, Juan Federico

14) Ibíd., p. 326.

15) CDIHR, Semanario El Debate, Serie I, No. 25, Buca-ramanga, marzo 18 de 1918, p. 3.

16) Ibíd., Serie I, No. 33. Bucaramanga, mayo 11 de 1918, p. 3.

11) Recuérdese que en junio de 1925, por iniciativa de don Víctor Manuel Ogliastri, se inauguró un sitio para la recreación y el deporte conocido con Luna Park o Mutual Park, ubicado en el barrio La Mutualidad, que contaba con un lago en el que los bumangueses pasea-ban en botes de remo y pedal; pero esta iniciativa fue posterior, siendo de esta manera el Parque de los Niños el primer espacio público destinado a la recreación y el deporte en Bucaramanga.

12) Concejo de Bucaramanga, Acuerdo número 13 del 1 de julio de 1908: “Sobre ornato de la ciudad”. Tomado de: VALDERRAMA Ernesto. Real de Minas de Bucara-manga. Imprenta del Departamento, auspiciado por la Cámara de Comercio de Bogotá, 1947, p. 322.

13) Ibíd., p. 324.

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Hollmann y Antonio M. Echeverry, quienes rindieron un informe aprobando el proyec-to17.

No es de extrañar que la propuesta viniera de Regueros y Viera, en un momento para Colombia en donde ya se habían dando grandes pasos en la búsqueda de las reivin-dicaciones obreras y de la legitimidad de los sindicatos por iniciativa del gobierno liberal. Arturo Regueros Peralta, presidente de la Cámara de Representantes en 1939, era hijo del médico piedecuestano Fidel Regueros y hermano de Jorge Regueros, fundador este de la prensa comunista y quien en compañía de Gilberto Vieira y Luis Vidales instauraron el 17 de julio de 1930 el Partido Comunista Co-lombiano (PCC) bajo la égida de la Interna-cional Comunista; éstos jóvenes combinaron sus funciones políticas con el trabajo perio-dístico y buscaron una expresión política distinta de la de los dos partidos tradiciona-les. Verdad obrera, Tierra (1932), El Bolchevi-que (1934) y El Diario Popular (1942) fueron

17) CDIHR, Revista Santander, Año I, No. 2. Bucaraman-ga, noviembre 11 de 1937, p. 23.

algunos de los periódicos dirigidos por estos hombres que abogaron por los derechos de los obreros y trabajadores colombianos18.

De esta manera, gracias a la pro-puesta inicial de Arturo Regueros y Gilberto Vieira avanzó en el Congreso Nacional la ley que dio vida a la iniciativa de honrar y enal-tecer la memoria de José Antonio Galán y sus compañeros de martirio, Isidoro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz, declaran-do sus nombres beneméritos en grado sumo para la nación, en diciembre de 1937. La ins-titución destinó siete mil pesos para erigir la estatua del comunero en Bucaramanga, la cual llevaría sobre el pedestal la inscrip-ción “A José Antonio Galán, encarnación y símbolo del pueblo colombiano, el Congreso Nacional de 1937”19. Pero esta iniciativa no sólo contemplaba la exaltación del héroe en la ciudad de Bucaramanga; se estableció que en Guaduas, en el mismo lugar en donde fue

18) VALLEJO Mary Luz. “Prensa comunista y su lucha a martillazos”. En: A plomo herido: una crónica del periodismo en Colombia, 1890-1990. Bogotá, Editorial Planeta, 2006.

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exhibida en una jaula de madera la cabeza de José Antonio Galán en febrero de 1782, se erigiera un busto del comunero, y que el trayecto comprendido entre el sitio en donde se colocó la cabeza y la plaza principal de Guaduas se denominara en adelante Avenida Galán, para lo cual la Nación destinó la suma de quince mil pesos. En Socorro, San Gil y Bogotá se colocarían placas de mármol en los sitios en donde fueron exhibidas las cabezas de Isidoro Molina, Lorenzo Alcantuz y Ma-nuel Ortiz, con leyendas alusivas al hecho, para lo cual se destinaban trescientos pesos.

La erección del monumento a Ga-lán en Bucaramanga debía estar lista en 1940, pues la ciudad se preparaba para la celebra-ción de los V Juegos Nacionales, evento para el cual se venían ejecutando obras de gran importancia. El Hotel Bucarica surgió bajo el impulso de los juegos que se celebrarían en la ciudad en 1941, gracias a las aspiraciones y deseos de un grupo de santandereanos, secundado por una serie de leyes emitidas por la Nación que impulsaron la construc-ción y establecimiento de hoteles modernos en Colombia desde finales de la década del treinta. Luego de muchos esfuerzos, el hotel se inaugura el 10 de diciembre de 1941, dos días antes de la apertura de la V olimpiada nacional que congregó a deportistas de todo el país. A pesar de este esfuerzo, la Ley 138 de 1937 no pudo cumplirse a cabalidad, pues en Bucaramanga, aunque se desarrolló el parque como escenario deportivo invirtiendo para ello grandes recursos, sólo en 1944 se decide que el destino de la estatua de Galán sería el parque de Los Niños, y dos años más tarde se encomienda la obra al escultor santande-reano Carlos Julio Gómez Castro, la cual es inaugurada finalmente en 1949.

Grandes esfuerzos hizo la Sociedad de Mejoras Públicas para convertir el parque de Los Niños en un escenario deportivo. En abril de 1939 ya habían sido construidas dos canchas de tenis y dos de baloncesto, y se estaban construyendo dos pabellones desti-nados a los baños públicos, que en mayo del mismo año estuvieron terminados. Las obras fueron proyectadas por el doctor Luis Carlos González y vigiladas por un inspector oficial de la Sociedad de Mejoras, don Ángel Puente. Los bancos para el parque, los bebederos de agua, la proyección de los escenarios depor-tivos, entre ellos una cancha de voleibol, las pistas para el lanzamiento de disco y jabalina y los lugares para la práctica de salto alto y salto largo, estuvieron a cargo de la Sociedad de Mejoras Públicas, institución que mantu-vo un guardaparques encargado de la con-servación de los escenarios deportivos y del orden del parque en general20.

Es interesante ver que la idea ini-cial de erigir la estatua a Galán fue propuesta por hombres de izquierda, y percatarse des-pués de que la pavimentación de la avenida central del parque y de las pistas de carreras sería desarrollada con asfalto líquido donado a la Sociedad de Mejoras por la Tropical Oil Company; la misma compañía contra la que mantuvo una postura crítica Raúl Eduardo Mahecha, quien además de fundar el perió-dico Vanguardia Obrera creó el 12 de febrero de 1923 la Unión Obrera, el antecedente in-mediato de la Unión Sindical Obrera (USO), de la cual fue Secretario general y líder indis-cutible. Un asunto que seguramente hubiera causado duras críticas entre los promotores de la idea de erigir la estatua del comunero, en el mismo parque que años más tarde sería intervenido con aportes de una compañía norteamericana.

20) ASMP, Revista Cultura Cívica, Año I, No. 1. Buca-ramanga, abril de 1939, p. 12-13, y No. 2, mayo de 1939, p. 8.

19) Ley 138 de 1937 (16 de diciembre) Por la cual se honra y enaltece la memoria de José Antonio Galán y la de sus compañeros de martirio. En: Leyes expedidas por el Congreso Nacional en las sesiones ordinarias y extraordinarias de julio a diciembre de 1937. Bogotá, Imprenta Nacional, 1937, pp. 114-115.

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En 1945 la pavimentación de la pista de carreras del parque pensaba hacerse con la donación de 6.250 galones de asfalto líquido que ofreció la Tropical gratuitamente a la Sociedad de Mejoras; pero la iniciativa “comunista” salió triunfante, ya que el asfalto líquido ofrecido por la Tropical jamás se uti-lizó por falta de maquinaria especial, y tuvo que ser vendido para comprar otro tipo de asfalto para la obra de pavimentación21. Tres años más tarde aún quedaban en depósito 21 tanques, y ya se habían dado a la venta 8422.

El miércoles 12 de octubre de 1949, a las once de la mañana y con moti-vo de la celebración del “día de la raza”, el Gobernador de Santander, Hernando Sor-zano González, inauguró la estatua de José Antonio Galán en una ceremonia bastante sobria y sencilla, por la delicada situación de orden público que se desarrollaba en el

21) Ibíd., Año VI, No. 32. Bucaramanga, diciembre de 1945 p. 49.

22) Ibíd., Año VII, No. 42. Bucaramanga, marzo de 1947 p. 13.

país23. Al acto asistieron representantes del gobierno, algunos miembros del ejército y unos cuantos colegios que, congregados en el parque, escucharon las elocuentes palabras del escritor santandereano Juan Cristóbal Martínez, de las cuales al parecer no queda registro escrito, por tratarse de un discurso improvisado que el diario local registra como acertado y feliz, y que a nombre de la Acade-mia de Historia expresaron en forma acabada y perfecta el sentimiento nacional24.

Años después, en el costado orien-tal del parque, sobre la carrera 27, se levanta un imponente clavijero, obra del maestro Guillermo Espinoza, en homenaje al compo-sitor José Alejandro Morales. En la plazoleta del Instituto Municipal de Cultura, de la Biblioteca Pública Gabriel Turbay, reposa la escultura en hierro de Luis Eduardo Estupi-ñán García.

En junio de 2007 la malla verde anuncia el cierre del parque por remodela-ción adelantada por la administración del gobernador Aguilar Naranjo, en la cual la Gobernación de Santander invirtió 2.500 millones de pesos. El proyecto contempló la realización de una plazoleta de acceso sobre la carrera 27; una plaza central y de banderas, acondicionada para resaltar el monumento de Galán; plaza cívica; ciclorruta; pantallas de juegos infantiles; canchas múltiples y parqueaderos. Y para asombro de los buman-gueses, una fuente en forma de hormiga cu-lona como símbolo de la santandereanidad, un elemento arquitectónico que afortunada-mente no fue desarrollado, pues se hubiera convertido en un desatino histórico. Aunque la hormiga sea un manjar para la mayoría de los santandereanos y un producto de ex-portación, no representa lo que somos, pues la escogencia de un símbolo tan importante

23) CDIHR, Vanguardia Liberal, año XXXI, No. 9306, Bucaramanga, octubre 12 de 1949, p. 3 y 8.

24) Ibíd., No. 9307, octubre 14 de 1949, p. 3.

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para todos los santandereanos debe pasar primero por un riguroso estudio histórico y un proceso de diálogo continuo con la co-munidad, además de muchas socializaciones que puedan recoger el sentir colectivo. Somos más que hormigas, bocadillos, sombreros y hojas de tabaco. Estos son sólo algunos pro-ductos que se dan en nuestra tierra gracias al empuje de nuestros campesinos; sin duda, son elementos importantes, pero no son todos. Cada pueblo y rincón de Santander produce algo, y más que objetos, somos hom-bres, somos pueblo, somos santandereanos, no para sentirnos distintos de los demás colombianos, para fragmentarnos más, pero sí quizás para aprender a conocernos y res-

petarnos, y para empezar desde nuestra geo-grafía a construirnos como personas, como departamento y como país.

José Antonio Galán

La figura de José Antonio Galán ha inspirado a pintores, escultores, poetas y novelistas; pero si vamos más lejos en busca de información, encontramos que algunas organizaciones guerrilleras lo toman por bandera. En 1962 se conformó en Cuba la brigada pro liberación José Antonio Galán, del grupo guerrillero ELN. Las expresiones y tributos al comunero se desarrollan en la red a través de blogs creados por movimientos

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estudiantiles y grupos sindicales en todo el país. La pintura en manos de autores san-tandereanos también ha hecho lo propio. El maestro Oscar Rodríguez Naranjo pintó al óleo la figura de Galán, que fue entregada por la Gobernación de Santander al Concejo municipal de Charalá en los primeros días del mes de noviembre de 1937; en 1950 Ro-dríguez Naranjo desarrolló una escultura de José Antonio Galán, monumento que tenía por destino la ciudad del Socorro y que hoy engalana la plaza de esta bella ciudad san-tandereana25; el maestro Domingo Moreno Otero también pintó al comunero; Carlos Gómez Castro desarrolló la estatua de Galán Comunero para el parque de Los Niños, y un busto, ubicado en el Museo de la Inquisición en Cartagena, encargado al diestro escultor por Mario Galán Gómez como regalo que ECOPETROL haría a la ciudad para ser colo-cado frente al cuartel26.

Galán nació en Charalá, un pue-blo tabacalero de la provincia del Socorro,

25) ASMP, Revista Cultura Cívica Año IX, No. 59. Buca-ramanga, Mayo de 1950, sin numeración.

26) Carlos Gómez Castro Escultor. Banco de la República, Museo de Arte Moderno de Bucaramanga. Santafé de Bogotá, Banco de la República Departamento Editorial, 1993.

hacia 1749. Dedicó gran parte de su vida a trabajar como agricultor, y tal vez por eso su persona está asociada con la imagen de San Isidro labrador, patrono de los jornaleros. Galán es conocido en Colombia como uno de los líderes del movimiento comunero, manifestación de resistencia popular contra los impuestos que debían pagarse en Nueva Granada hacia 1780. En las provincias de Santafé, Tunja, Popayán, Pasto y el Socorro se produjeron las primeras manifestaciones de la resistencia popular contra los nuevos tributos; el 21 de octubre de 1780 hubo mo-tines, alborotos y protestas en Mogotes, Si-macota, Barichara, Charalá, Onzaga y Tunja; y como se sabe, el 16 de marzo de 1781 en la ciudad del Socorro Manuela Beltrán rasgó el edicto que informaba el pago de las nuevas contribuciones. Estos episodios de la historia colombiana son recordados por la famosa consigna popular de Viva el Rey y muera el mal gobierno, y porque la memoria de estos hombres y mujeres se ha perpetuado en nues-tro país como símbolo de los grupos sociales más débiles. José Antonio Galán es quizás la figura más recordada; su origen humilde, su rebeldía y coraje, y la forma violenta en que murió, han quedado registradas en la mente de todos los colombianos; pero es necesario un estudio más detallado de su vida y su per-sona. Galán también tuvo sus contradictores, entre los que se cuentan no sólo aquellos que estudian su vida, sino sus propios contem-poráneos, que lo catalogaron de traidor, “Sa-tanás”, jefe vulnerable, monstruo, bandido, usurpador de los poderes públicos, patrañero y ladrón.

El Galán de Gómez Castro

Podría decirse que el maestro bu-mangués Carlos Julio Gómez Castro se con-virtió en el escultor de los valores nacionales, pues buena parte de su obra está dedicada a representar el paso por la vida y el legado de importantes personalidades colombianas; ejecutó más de 110 obras que se encuentran

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en sitios estratégicos de Bucaramanga y otras regiones del país.

En 1947 Gómez Castro fue encar-gado por el Concejo de Bucaramanga para realizar la escultura del prócer charaleño, y emprende en su taller la elaboración de los bocetos y maquetas de las obras “Galán comunero” y “Bolívar civil”. Posteriormente se radica en Lima por dos años, pues allí se encuentra el taller del italiano Bruno Cam-pagnola, que es escogido por el maestro para fundir la escultura en bronce. La estatua representa al gran charaleño en actitud ram-pante, y en ella se aprecia la figura legendaria de José Antonio Galán esbelta, arrogante y vigorosa; en su mano derecha sostiene una antorcha simbólica, y la izquierda la tiene cerca del corazón. El Comunero, en gesto de mando, pide a las juventudes colombianas, según palabras del propio autor, ir siempre

adelante en su titánica y bizarra empresa por la democracia y la grandeza de Colombia27.

El Parque de los Niños de Buca-ramanga recibe en la actualidad a cientos de niños, jóvenes y adultos, un aspecto que ha-bla muy bien del significado y valor que estos escenarios tienen para los bumangueses. Una mañana de domingo resulta acogedor ver la afluencia masiva de personas que hacen uso de un espacio que no ha perdido, aún con el pasar de los años, su importancia. Civismo, respeto, orgullo por nuestras costumbres, valoración de la historia, amor por la ciudad y por los ciudadanos, el legado de nuestros antepasados que no puede apagarse jamás.

27) Carlos Gómez Castro, escultor. Banco de la República y Museo de Arte Moderno de Bucaramanga. Banco de la República, Departamento Editorial, Bogotá, 1993.

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a l e j a n d ro mUriLLo saLGUero

actualidad y perspectivasde los parques en Bucaramanga

Dentro de la configuración de las ciudades, los parques representan uno de los com-ponentes fundamentales para posibilitar altos índices de

calidad de vida urbana, traducidos en espa-cios de encuentro ciudadano y aproxima-ción con el medio ambiente natural. En este elemento vital del espacio público, también aparecen escenarios de expresión cultural y puesta en consideración de los simbolismos y rasgos evolutivos de los contextos donde se implanta. A pesar de las anteriores premisas y de la clara diferenciación con el carácter político, monumental y vociferante de las plazas urbanas, el universo de posibilidades

de los parques es cada vez más amplio en la contemporaneidad. Una profunda y crecien-te conciencia para la valoración del medio ambiente, junto con detallados cuestiona-mientos sobre la planificación y el futuro de las ciudades, los convierten en una ficha estratégica de estructuración del porvenir de las comunidades. Si bien el reto es claro, su concepción, diseño, ejecución y sostenibili-dad deben atravesar por múltiples relaciones sociales, plataformas económicas, especula-ciones presupuestales, atributos culturales, reflexiones históricas y diálogos interinsti-tucionales. Esta travesía, para el contexto nacional, luce fuera de control suficiente, demostrando inexperiencia en la coordina-

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ción de factores que conduzcan a proyectos exitosos relacionados al mantenimiento, recuperación, integración, transformación y generación de parques en las ciudades.

En Colombia, los parques, plazas y plazoletas están dentro de la normatividad como los componentes del espacio público efectivo, diferenciándolos de las circulaciones vehiculares y peatonales. Proveniente de allí, surge el promedio de espacio público por persona, al cual se aspira dentro de los planes de ordenamiento territorial en un rango de diez metros cuadrados por habitante, in-crementándose para el índice internacional a quince metros cuadrados. Bucaramanga no supera los cinco metros cuadrados por

habitante, a pesar de ser uno de los mejo-res consolidados del país. Estas considera-ciones sugieren una honda reflexión en la cotidianidad nacional y mundial, en donde la tendencia de migración a las ciudades es exponencial y donde la mayor parte de las dinámicas humanas se presentarán en conglomeraciones urbanas para el futuro. Si se cruza esta información y prospectiva de crecimiento poblacional con la escasez de la tierra urbanizable, la especulación económi-ca de la construcción, la densificación verti-cal de las ciudades y el ideal contemporáneo del máximo beneficio económico mediante la mínima inversión de tiempo y recursos, el panorama del espacio público –y en con-

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secuencia el de los parques– se enfrenta a incertidumbres profundas de recodificación, planeación y generación.

Bucaramanga se inserta dentro de las condicionantes contemporáneas con su propio abanico de particularidades. La extensión de su territorio, su dinámica polí-tica, su marcha económica, su movimiento social y sus actores de pensamiento y acción han determinado a lo largo de la historia diferentes coyunturas para la creación de espacios públicos. Diferentes momentos en el desarrollo del país y la región han dado como resultado la unión de esfuerzos entre grupos humanos para adquirir terrenos y construir parques dentro de la estructura que se va consolidando como “la ciudad”. Donaciones, gestiones gubernamentales y compras de aporte común, fueron el mecanismo espon-táneo de implantación de los parques para Bucaramanga, lejos de hacer parte de un sistema integrado y planeado de generación de espacios públicos. En la mayoría de los casos los parques fueron producto de gran-des esfuerzos altruistas de algunos círculos cerrados, que bajo un ideal de reivindicación social, aporte comunitario y deseo de honrar

los valores particulares de cada una de las épocas y determinados personajes históricos fueron poco a poco consolidando el panora-ma mayoritario de los parques, actualmente arraigados dentro de un mínimo –pero existente– sentido de pertenencia desde la ciudadanía. De esta manera se gestaron los parques Santander, Antonia Santos, Rome-ro, Bolívar, De los Niños, Centenario, en el marco de influencia de la zona céntrica de la ciudad. En el Parque García Rovira, en un proceso de transformación de plaza al parque de la actualidad, se experimentó un proceso particular, dadas las influencias y antece-dentes de lo que implicó geográfica y social-mente el punto de partida de la construcción de la ciudad y la ubicación del núcleo de los poderes locales y regionales.

Complementariamente a este proceso y con un alcance mayor dentro de la cobertura territorial, también surgen los parques San Pío, Gabriel Turbay, La Flora, De las Palmas, De las Cigarras, De la Loma y similares de escalas mediana y reducida, dis-tribuidos a partir de gestiones de acción co-munal, proyectos de gobierno recientes para la afectación positiva de barrios y por proce-sos correspondientes a diferentes momentos históricos de los sectores oriental y sur de la ciudad. El sentido de pertenencia para cada uno de ellos está mediado en gran parte por su relación directa con las actividades coti-dianas, cercanías poblacionales y dinámicas propias de las zonas en donde existen estos componentes vitales del espacio público.

Es aquí en donde empieza a notar-se el abismo entre la gran existencia cuantita-tiva de espacios de este tipo en Bucaramanga y la calidad de los mismos, integrados a un sistema de administración, mantenimiento, reflexión permanente e inclusión progresiva de experiencias urbanas ambientales y cul-turales. La acción valiosa proveniente de la historia lejana y reciente de la ciudad en ma-teria de gestación de parques se limitó a po-sicionar este tipo de lugares indistintamente a lo largo de la estructura urbanística, en la

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Panorámica

Parque Bolívar.

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mayoría de los casos también espontánea e improvisada. La precaria cultura de pensa-miento y construcción de ciudad integral, que sólo hasta la actualidad empieza a abrirse a otras corrientes de pensamiento y fuerzas sociales, fragmentó drásticamente el sistema coherente de relaciones de espacio público en Bucaramanga, condenando a los parques a un escenario de abandono, ausencia de responsabilidad pública visible y efectiva, indiferencia y resignación comunitaria. La fragmentación tangible e intangible de la inserción de los parques a ese sistema digno de relaciones los confronta además a una incertidumbre mayor, proveniente del nuevo estado de ánimo contemporáneo de la po-blación y de los retos de sostenibilidad de las ciudades del futuro.

Cultura mediática, detrimento ambiental, construcción de infraestructuras genéricas de ciudad, tendencias globalizantes y prevalencia del capital como el principio y fin de todos los procesos, amenazan el siste-ma integrado de espacio público, en donde, para el caso de Bucaramanga, los parques se encuentran abandonados a las ocurrencias inerciales en un círculo vicioso de mitiga-ción de problemas básicos (deterioro físico, dinámicas sociales patológicas, manejo de residuos, mantenimiento de especies de fau-na y flora) y especulación en torno a lo que las grandes influencias del capital puedan afectar positiva o negativamente sobre ellos. Lo más crítico podría ser el rompimiento del vínculo social fundamental que contienen implícitos los parques; que aparece como una amenaza latente ante la dicotomía de vivir en una ciudad con una gran cantidad de ellos, pero viendo cómo se alejan cada vez más de un verdadero proceso de integración y rei-vindicación urbana, humana y ambiental.

Las oportunidades perdidas

y la incertidumbre del futuro

La condición cuantitativa y se-guramente cualitativa de los parques en el pasado posicionó a Bucaramanga dentro de

las ciudades con altos índices de calidad de vida, a partir de los indicadores de un ima-ginario nacional de bienestar, que condujo a ubicar una impronta social fuerte, propi-ciando apelativos como “ciudad bonita” y principalmente “ciudad de los parques”. Tal apelativo no ha sido lo suficientemente va-lorado y reflexionado en la actualidad, dado que hace parte de los patrimonios simbólicos de los habitantes y visitantes de Bucaraman-ga y su puesta en controversia propositiva no ha alcanzado mayores efectos. La dinámica local sigue su marcha, y en el ámbito colom-biano el nombre aún tiene gran vigencia. Sin embargo, es posible que en medio de la costumbre y a través de una ceguera crónica, el apelativo esté quedando relegado de la rea-lidad y empezando a nutrir los atributos de un pasado.

Las exigencias de la planificación y diseño de las ciudades, actualmente con altas vocaciones de reivindicación para la integración con el medio ambiente, genera-ción de experiencias culturales significativas y espacios públicos formadores de sociedad, ubican a los parques en un escalón superior de estudio y proyección, con múltiples retos para afrontar la contemporaneidad de las relaciones urbanas y humanas.

Por estos motivos, la sociedad de Bucaramanga requiere detener el camino ansioso y acelerado de la densificación indis-

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criminada, y articular estratégicamente las acciones privadas de desarrollo por medio de una plataforma clara de políticas y planes provenientes de la administración municipal y regional; porque es posible que en medio del movimiento de tantos recursos, y en el afán de sobrevivir, las aspiraciones de sos-tenibilidad en materia de espacio público queden indefensas en medio del fuego cru-zado de la política, la academia, la industria y la sociedad, cuarteto que aún no ha podi-do consolidar un diálogo permanente que afronte de manera conjunta los retos de la complejidad de la ciudad.

Los parques principales de la ciu-dad atraviesan por una época de crisis en relación con diferentes vertientes patológicas. El Parque García Rovira estuvo enfrentado a dos procesos de intereses disímiles para su transformación, que en ambos casos res-

pondía a proyectos concebidos sin los rangos de tiempo mínimo para su análisis, estudio, diseño y socialización, refiriéndose a un ejer-cicio de pensamiento y reflexión profunda por tratarse del parque que convoca las ideas de la ilustración, la lucha por la libertad, los orígenes municipales y la concentración de los poderes. Recientemente se le hizo una intervención superficial para curar algunas de sus heridas físicas, mediante el cambio de pisos y la adecuación básica de alguno de sus elementos. El reto necesario por pensar y proyectar este lugar en un nivel realmente beneficioso para la condición contemporánea de este parque sigue aplazado.

El Parque Santander tiene un pro-yecto de transformación sobre unos estudios y diseños responsables, dado que algunas instituciones locales decidieron aportar para su proyección por el alto grado de deterioro

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manifiesto que tiene uno de los espacios más representativos para la ciudad. Sin embargo, la falta de coordinación de un verdadero plan de renovación del centro de la ciudad aleja el proyecto de la asignación de recursos sufi-cientes para su ejecución, contando solamen-te con el presupuesto acumulado destinado al mantenimiento de las zonas verdes y obras de reparación de bajo impacto. La importan-cia del parque, las presiones de los desarro-llos aledaños al mismo y una creciente voz de inconformismo de la comunidad condu-cirán a intervenirlo en términos básicos de recuperación, perdiendo la oportunidad de generar nuevas experiencias urbanas en lu-gares significativos. Una avanzada de gestión esencial y voluntad interinstitucional puede hacer cobertura presupuestal para el Parque Santander, ya que tanto para este como para los parques Centenario y Antonia Santos

debe gestarse un marco digno de relaciones de espacio público y sociedad en el centro de la ciudad, siendo este proceso uno de los mayores retos de Bucaramanga, en el cual la administración, la ciencia, la técnica, los presupuestos suficientes y la integración de actores no deben escatimar esfuerzos. Este proyecto de integración requerido contiene además la exigencia de posibilitar alterna-tivas de mejoramiento de la calidad de vida de un sector de la población, representado en núcleos de desprotección, delincuencia e informalidad.

El Parque Romero, también urgi-do por proyectos que exalten su verdadero contenido y valor intrínseco, está a la espera de las condicionantes de los macroproyectos viales que pasarán por su área de influencia. El Parque Bolívar está fuera de los planes de desarrollo cercanos, y se limita a los gritos

Plaza Luis Carlos

Galán.

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desesperados de sus dolientes comunitarios que ven cómo la inseguridad, el deterioro y la indiferencia colectiva se imponen ante uno de los espacios potenciales más representa-tivos de la ciudad. Algunas intervenciones básicas serán el destino de mantenimiento de este parque, que ni siquiera cuenta con una plataforma digna de soporte para una de las esculturas más importantes del país: el “Bolí-var sentado”, de Gómez Castro.

El Parque de los Niños fue recien-temente objeto de una gran intervención, atendiendo principalmente al alto deterioro físico que padecía. No obstante, quedaron muchos interrogantes en la comunidad, que no vieron inclusión, socialización ni los es-tudios urbanísticos, ambientales, sociales, históricos y arquitectónicos requeridos para la puesta en común, a pesar de ser un pro-yecto proveniente de esferas institucionales, visibles y representativas. La dimensión del parque y su importancia metropolitana no fueron suficientemente valoradas, y por me-dio de un cerramiento inesperado y de un proyecto silenciosamente ejecutado se generó el nuevo espacio, que desencadenó en varios debates y polémicas, terminando como en la mayoría de los casos: en medio de la inercia cotidiana y la muda aceptación.

La actualidad de los parques

locales luce únicamente por su referencia permanente en el mínimo debate que a ellos corresponde. Las ideas, proyectos y comen-tarios aislados sin visibilizar, son el estado permanente de evolución de los mismos. Mientras se espera el incremento del nivel de debate frente al abordaje básico de los parques principales de Bucaramanga, surgen nuevas expectativas y horizontes que aspiran a superar un escenario digno y legítimo para el tratamiento de estos componentes funda-mentales del espacio público, y ponen sobre la bandeja de proyecciones urbanas la duda sobre los mecanismos de generación de nue-vos parques que respondan al sentir local de la contemporaneidad. Surge la duda de poder leer adecuadamente en la realidad cotidiana del momento histórico las dimensiones fun-cionales, comunitarias, culturales y simbóli-cas que posibiliten, mediante la creación de nuevos parques, plasmar y exaltar el espíritu de la época, para aportar dentro de la cons-trucción del desarrollo ciudadano.

El paralelo entre las necesidades básicas insatisfechas en materia de parques y la duda sobre la generación de nuevos patri-monios ambientales obliga a la sociedad de Bucaramanga a crear una agenda permanen-te de visión, mejorando las instancias y los mecanismos de atención desde la responsabi-

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Palacio de

Justicia.

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lidad pública y creando alianzas estratégicas con cuerpos científicos especializados que apoyen el progreso temático de los parques. Para esto hay que invertir en recursos y tiempos suficientes para poder establecer posiciones claras y generar proyectos signifi-cativos de aporte concreto a la vida urbana y humana de la ciudad. La academia, los equi-pos interdisciplinarios independientes y los laboratorios de pensamiento relacionados al desarrollo de los parques, requieren abrir un espacio autónomo y de respeto en las diná-micas de gestación de proyectos públicos de este tipo.

El abanico de particularidades espaciales de Bucaramanga y su portafolio de requerimientos por recuperación, trans-formación y mantenimiento de parques, se fuga hacia consideraciones conceptuales de retejido humano, en las cuales se conjugan elementos sociales, ambientales, urbanos, culturales y patrimoniales para sumar dentro de la consolidación de un escenario colectivo integral. Se abandona la idea de intervencio-nes aisladas, buscando consolidar un sistema coherente de relaciones entre los parques y sus entornos inmediatos, como parte de un andamiaje más amplio que responda a una plataforma de posibilidades y experiencias de índole estructural. Surgen planteamien-

tos como valores agregados, en los cuales la visión para posibilitar el encuentro de la ciudadanía con el medio ambiente y su cul-tura debe provenir de la inclusión de grandes áreas de reserva natural existentes, muchas veces abandonadas a la idea de la protección tímida y cerrada, sin estrategias de aprove-chamiento y goce por parte de las personas. Muchos de estos patrimonios naturales se encuentran en zonas de influencia directa de las dinámicas urbanas. Estos patrimonios están representados por zonas de montañas, quebradas, cañadas y bosques, que deben ser integrados a la vida de la ciudad como atri-butos urgentes para incrementar la calidad de vida. El manejo adecuado de estos recur-sos naturales está ampliamente determinado por la normatividad ambiental, y no debe temerse su intervención, siempre y cuando sea proyectada mediante planes sustentables y de primacía hacia la defensa y conservación de estos núcleos.

La necesidad de no seguir expan-diendo la ciudad indiscriminadamente, en contrapartida del proceso necesario de reno-vación urbana de sectores construidos que por factores de alto deterioro, descontextua-lización o grandes potencialidades de interés colectivo puedan ejecutarse, permite también una oportunidad de creación de nuevos par-

Parque de

Las Palmas.

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ques dentro del sistema integrado de espacio público requerido. Esta oportunidad luce como uno de los grandes retos de la sociedad actual. Generar nuevos espacios públicos vitales para la ciudad no puede seguir siendo una empresa imposible por la baja rentabili-dad económica que representa. Los alcances deben superar los mínimos rangos que la norma exige, y mediante acuerdos públicos y privados de voluntad y responsabilidad social deben fortalecerse estrategias que con-duzcan a crear nuevos espacios de encuentro ciudadano, en donde además de ganar el dinero que los espacios inmobiliarios gene-ran, se ganen atributos intangibles de ciudad, provenientes de un objetivo común para la comunidad. La construcción de las urbes es una responsabilidad de todos los actores de la sociedad.

Un paradigma que requiere ser entendido y superado mediante acciones de-mostrativas de resultados y acuerdos sociales es el que indica que sólo los parques urbanos cerrados tienen un panorama favorable de mantenimiento y sostenibilidad. Si bien son ciertos la realidad nacional y los profundos problemas humanos que padece el país, la proyección del futuro de las ciudades no pue-de basarse en preceptos de restricción, miedo y aislamiento. Precisamente la construcción de la ciudad debe sumar positivamente en la recuperación del tejido social, en donde el concepto de lo público se valore como el patrimonio fundamental de expresión y ca-lidad de vida de la población. La creación y administración de parques en la contempo-raneidad deben estar sujetas a responsabili-dades múltiples, de presencia permanente y decidida de los agentes de relación directa o indirecta desde lo público hasta lo privado, pasando por la inclusión de responsabilida-des provenientes de una ciudadanía educada. Hay parques en Bucaramanga que demues-tran la necesidad de encerramiento para que sean exitosos, como en los casos de los par-ques de la Sociedad de Mejoras Públicas, el de La Flora y el Del Agua. Si bien son inicia-

tivas privadas que tienen el derecho y el de-ber de velar por sus intereses, y que además son buenos ejemplos de desarrollo urbano y ambiental para la región, invitan a la socie-dad a proponerse el reto de romper con ma-llas y cercas, promoviendo el acontecimiento vital de lo público y gratuito con calidad.

Necesidad de

una nueva dinámica

Los parques en Bucaramanga, dentro del reto de la proyección de la ciudad latinoamericana contemporánea, requieren iniciar un camino de reestructuración de sus procesos de concepción, estudio, diseño y ejecución sostenible. La lenta historia recien-te ha dejado atrás muchos elementos de pri-mera necesidad que son fundamentales para el éxito de la vida de los parques. Simbolis-mos, integraciones urbanas, agenda cultural y disfrute directo del medio ambiente, son factores aplazados en un margen establecido de atención permanente.

Dentro de la búsqueda del me-joramiento en el panorama nacional de acontecimientos, el espacio público surge como uno de los caminos fundamentales para el diálogo y el fortalecimiento comuni-tario, premisa básica para los inicios de una puesta en escena de relaciones constructivas de una sociedad legítima. Los lugares de encuentro de calidad proporcionarán herra-mientas que sustenten la evolución mental de la población, a partir de una conciencia por la educación y la ciudadanía, mediada por la exploración sincera de los anhelos y competencias de las personas que habitan el momento histórico y que por medio de esfuerzos comunes trabajan para materiali-zarlos. De esta manera, los parques existentes en Bucaramanga están llamados a revisión y reflexión, para reinterpretar y resignificar muchos de los contenidos que reposan allí, ajustando los discursos y posibilidades a una vigencia y proyección para afrontar los retos actuales y del futuro. De esta conside-ración deben surgir necesariamente nuevas

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Parque Mejoras Públicas.

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experiencias humanas y urbanas para los parques, a través de la disposición de nuevas programaciones de uso básico y agregado, dependiendo de los contextos de los lugares en donde están implantados, creando una red de posibilidades primarias zonales e inte-grando un sistema general de acontecimien-tos públicos, planeados y espontáneos. Es importante además que los parques no sean desnaturalizados, que tengan sus atributos propios, evitando las amenazas de la ciudad genérica, brindando diversidad y flexibilidad a la marcha de la ciudad.

Estos escenarios sólo pueden ser concebidos a partir de la presencia efectiva de nuevos actores creativos, que provengan de grupos humanos especializados en el tema y con la voluntad de integrarse a procesos pú-blicos de construcción de sociedad. La iner-cia de los círculos cerrados de pensamiento, de los proyectos sin socialización ni debate, así como la injerencia de los especuladores economicistas en medio de estos importantes temas, merece ser contrarrestada con una práctica renovada en temas de planeación urbana, diseño, investigación y generación de conocimiento. La generación de conoci-miento como la prenda fundamental para obtener el criterio necesario de abordaje de las problemáticas locales, para que mediante

su resolución se promueva el sentido uni-versal de calidad y sea una expresión fiel de la particularidad del contexto bumangués para integrarlo con dignidad al diálogo con el mundo.

Los grupos humanos de primera responsabilidad sobre los parques de Buca-ramanga serán los encargados de afianzar los puentes comunicativos entre la admi-nistración pública y la comunidad, que gra-dualmente debe ilustrarse sobre el tema para poder exigir, debatir, analizar e incluso pro-poner alternativas en la generación de nuevos componentes de espacio público significativo. Esta dinámica requiere la voluntad política para afianzar lugares dentro de la toma de decisiones para los especialistas independien-tes, que están empezando a estructurar otro tipo de procesos en Bucaramanga y que junto con dependencias cada vez más científicas y rigurosas dentro del ámbito administrativo gocen de presupuestos, ambientes y tiempos suficientes para estructurar propuestas. Un factor fundamental para el mejoramiento de las plataformas que posibiliten proyectos de parques de calidad es el integrar defini-tivamente esfuerzos interdisciplinarios que soporten la cobertura completa de las pro-blemáticas, abandonando la costumbre de ejecutar las ideas preliminares que surgen

Parque San Pio.

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frente a cada proyecto, muchas veces prove-nientes de la especulación, el afán, el balance mínimo de recursos, las opiniones aisladas y las ocurrencias cerradas. La experimentación y confrontación de alternativas es uno de los componentes más ausentes, pero necesarios, dentro de los procesos de concepción para la transformación o el nacimiento de nuevos parques.

La inserción de los proyectos inte-grales de estudio y diseño en Bucaramanga requiere también el incremento de la cultura de la documentación y el registro. Tanto en aspectos de memoria histórica, con nuevos enfoques y análisis, como de valoración y atención permanente a las dinámicas de la actualidad, el espacio público local debe ser socializado a través de libros, revistas, medios digitales y foros incluyentes. Los debates deben ser cada vez más visibles, y la conceptualización merece estar cada vez más desarrollada. Este interés por elevar el nivel científico y técnico de las considera-ciones frente al particular en Bucaramanga, aspira también a abandonar la acostumbra-da exigencia de capturar fotográficamente los maquillados y engañosos ángulos de los parques, que son insertados en libros de tu-rismo, ciudad y folletos institucionales. La realidad contrastada posteriormente por ha-bitantes, visitantes y turistas es lamentable en algunos casos.

El tratamiento de los parques en Bucaramanga debe ser revolucionado en cuanto a su manejo administrativo y científi-co. Las intervenciones y los acuerdos huma-nos tendrán que provenir de vocaciones para el beneficio común, de la trascendencia de la responsabilidad histórica como sociedad y de los correspondientes manejos respetuosos para la proyección de una ciudad ambien-talmente sostenible. El esfuerzo por integrar adecuadamente los múltiples factores que fundamentan la complejidad nacional y local para crear parques de reivindicación ambien-tal, urbana, simbólica, cultural y social, es el indicador primordial de la aspiración huma-

na por evolucionar y disfrutar dentro de las particularidades de su contexto.

Bucaramanga merece tener un sistema vital de parques urbanos y relaciones óptimas de espacio público. El objetivo se puede alcanzar a partir de un reconocimiento sincero de los aplazamientos y tratamientos ligeros que se le han dado al tema. Con bases fortalecidas desde la esencia temática se pue-de iniciar un camino verdadero que posicione la ciudad como epicentro de pensamiento y acción. El mito, que es en lo que se ha conver-tido el apelativo de “ciudad de los parques”, puede tomar un rumbo benéfico, aprovechan-do los cuestionamientos profundos del mun-do contemporáneo y exigiéndose retos mucho más altos como comunidad. El resultado dependerá de la insustituible unión de esfuer-zos para rescatar, reinterpretar y proyectar el escenario de vida de los bumangueses.

Parque de

La Loma.

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c l a u d i a cenDaLes PareDes

Los parques de Bogotá: 1886-1938

Para ofrecer al lector de este dossier una perspectiva com-parada del tema de los parques urbanos se ofrece este artículo sobre los parques de la capital del país. Su autora es historiadora del Arte de la Ludwig-Maximilians-Universität de Múnich, maestra en res-tauración de monumentos de la Technische Universität de Berlín y actualmente candidata a doctora en Historia del Arte por esta misma universidad.

E n el año de 1897 Genaro Val-derrama, administrador de parques y jardines públicos de Bogotá, denunciaba: “Aquí se ha creído que con mantener

aseadas las calles y algunas casas, esto basta para mantener la salubridad en la ciudad […] una vez que se sabe que la vegetación es el agente más poderoso que obra sobre la salubridad pública, deben hacerse todos los esfuerzos posibles para aumentar la vege-tación en la ciudad, pues la que hay en los parques y jardines públicos y privados no es suficiente para una población como la de esta capital”1. Esta exigencia contradice algunas

1) Carta de Genaro Valderrama al Ministro de Hacienda del 04.04.1897, en: “Bogotá, parques, plazas y jardines varios 1887-1916”, Archivo Ge-neral de la Nación, Ministerio de Obras Públicas (a continuación AGN, MOP), Tomo 823, Folio 114. El Ministerio de Fomento y Hacienda era el encargado de administrar y construir los parques y jardines públicos de Bogotá a finales del siglo XIX. Las actas de su trabajo se encuentran pre-servadas en el Archivo General de la Nación en Bogotá. La primera acta encontrada, que relata el trabajo en los parques y jardines públicos de la ciudad, data del año 1889.

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Pabellón de la Industria y estatua ecuestre de Bolívar en el Parque de la Independencia, Bogotá, 1912.

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alrededores (la sabana de Bogotá, los cerros orientales y los ríos), que durante siglos la habían abastecido, se empezaba a deteriorar. Valderrama, así como otras personas en la ciudad, expresaban la importancia de la apa-rición de parques, que serviría para resolver algunos de estos problemas.

Desde finales del siglo XIX habían sido convertidas numerosas plazas coloniales de la ciudad en jardines o parques4. Entre ellas estaban la Plaza de Bolívar, la Plaza de los Mártires y la Plaza de Santander5. Des-pués de su conversión en parques o jardines, las antiguas plazas coloniales tenían una apariencia similar. Contaban con una estatua de uno de los héroes de la Independencia, Simón Bolívar, Francisco de Paula Santan-der, etc., o con un monumento relativo a las guerras de la Independencia, como el Monu-mento a los Mártires, que se encontraba loca-lizado centralmente y constituía el elemento principal. El monumento estaba rodeado por un jardín o parque, diseñado geométrica-mente y protegido por una verja, que en la mayoría de los casos había sido elaborada en Europa. Los parques tenían numerosas espe-cies de árboles y flores, entre ellas araucarias, sietecueros, amarrabollos, aralias, es decir, principalmente plantas autóctonas. También se contaban algunas especies extranjeras, entre ellas el Eucalyptus globulus, importado de Australia, que según Casiano Salcedo fue introducido por él mismo por primera vez en la ciudad6.

los parques de bogotá: 1886-1938

descripciones de Bogotá hechas por numero-sos viajeros europeos a finales del siglo XIX, que describen la ciudad como una pequeña aldea. A pesar de que Bogotá no alcanzaba la extensión y la población de otras ciudades suramericanas, sí padecía, aunque en menor escala, muy lamentables condiciones higiéni-cas a finales del siglo XIX.

Esta situación resultaba por la alta densidad de la ciudad y por el precario abas-tecimiento de servicios públicos: en 1801 Bo-gotá contaba con 21.000 habitantes y en 1912 con 117.000 2; sin embargo, el área de la ciu-dad permaneció casi igual, y en 1890 la den-sidad alcanzó 413 habitantes por hectárea, la cifra más alta en su historia3. Otro gran pro-blema era que la relación de la ciudad con sus

2) MEJÍA Germán. Los años del cambio, historia urbana de Bogotá 1820-1910, Bogotá, 1999, p. 230.

3) ZAMBRANO Fabio, VARGAS Julián. “Santa Fe y Bogotá: Evolución histórica y servicios públicos (1600-1957)”, en: IFEA Foro Nacional por Colombia (Ed.), Bo-gotá 450 años, retos y realidades, Bogotá 1988, p. 20.

4) En las fuentes de la época no existe un consenso ge-neral en cuanto a la definición de los términos jardín y parque. En este texto se denominarán en general parques.

5) Además de estas plazas también fueron jardinizadas otras plazas coloniales, entre ellas la plazuela de la Capuchina.

Torre de La

Tercera y Parque

Santander,

Papel Periódico

Ilustrado.

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El primer parque concebido como tal, y no como resultado de la transformación de una plaza colonial, fue el Parque Centena-rio. Construido a raíz de la conmemoración del primer centenario del nacimiento de Si-món Bolívar en 1883, debía “perpetuar la gra-titud del pueblo colombiano al Libertador”7. Para la construcción del parque, que sería destruido en 1957, se destinó un terreno localizado, en ese entonces, en el extremo norte de la ciudad, entre las carreras 7ª y 13 y las calles 25 y 26. Se trataba de un terreno triangular, cuyo diseño se caracterizaba por una rígida simetría. Un eje lo atravesaba en dirección oriente-occidente. En la mitad del parque se encontraba un área circular, cuyo centro fue destinado a erigir un templete de piedra diseñado por el arquitecto Pietro Can-tini, que debía alojar una estatua de Bolívar8. El parque debía ser encerrado por una verja y tener acceso por cuatro portales, uno a cada uno de sus lados9. Tenía como mobiliario

6) Casiano Salcedo (?-1918) es una de las figuras más importantes en el arte de la jardinería de Bogotá a finales del siglo XIX. En un artículo de 1918 expresa haber introducido el Eucalyptus globulus en Bogotá, que tendría una expansión masiva en los siguientes años en la ciudad. En: Ortiz Williamson G., “Casiano Salcedo”, en: Cromos, Nº 106, 16.03.1918, pp. 138-139.

7) PALAU Lisímaco. Guía histórica y descriptiva de la ciudad de Bogotá, Bogotá 1894, p. 69.

8) El templete no fue inaugurado hasta el 20 de julio de 1884 (véase CANTINI Jorge, Pietro Cantini, Semblanza de un arquitecto, Bogotá 1990, p. 266). El centro del templete permanecería vacío hasta 1926, año en el cual fue erigida allí una réplica de la estatua de la Plaza de Bolívar (véase CORTÁZAR Roberto, Monumentos, estatuas, bustos, medallones y placas conmemorativas existentes en Bogotá en 1938, Bogotá 1938, p. 49).

9) Ibídem, p. 44.

unas fuentes de bronce y un lago circular artificial.

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los parques de bogotá: 1886-1938

Es precisamente después de la construcción del Parque Centenario en 1889 cuando Valderrama solicita la creación de un verdadero parque para la ciudad, que realmente supliera sus necesidades. En este sentido agregaría “lo que aquí llamamos con el nombre pomposo de parques no lo son, ni pueden serlo por lo reducido del espacio de

esas plazas, en donde solo existe una monto-nera de árboles colocados sin gusto, sin arte y sin reglas ningunas de jardinería”10. Su crítica no se limitaba a la apariencia de los parques, sino también a su función: “En todas las ca-pitales civilizadas del mundo hay un centro que atrae en los días de descanso a las gentes, en donde encuentran diversiones honestas y apropiadas para ellas y sus familias, que aleja de ciertos focos de corrupción especialmente a la juventud, tales como el Central Park en New York, el High Park en Londres y el Bois de Boulogne en París. La mayor parte de los habitantes de estas felices poblaciones se tras-ladan allí en busca de expansión y alegría, y vuelven, al empezar la semana al trabajo o al estudio, sin que un pesar les acompañe. Nuestra capital, ya un poco populosa, nece-sita de un canto y de algo que aleje a nuestra

10) AGN, MOP, “Bogotá, parques, plazas y jardines varios 1887-1916”, Tomo 823, Folio 66-67.

Ubicación Antiguo

Parque Centenario.

Pabellón de las

Bellas Artes.

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juventud de los clubs o casinos”11. Valderrama mismo se ofrecería en 1899 para diseñar un parque, que, según las fuentes, ya se estaba planeando, pero que sin embargo en ese mo-mento no se llegaría a construir12.

En 1910 se concibió un nuevo parque, el Parque de la Independencia, en el marco de las celebraciones del primer cen-tenario de la Independencia de Colombia. Para celebrar este suceso se planeó una serie de festividades en todo el país. El principal evento era una exposición industrial y agrí-cola, que tendría lugar en Bogotá y en la que deberían estar representados los principales productos elaborados en el país, entre ellos productos agrícolas, manufacturas, maqui-naria, etc.13 Después de una larga búsqueda del sitio adecuado para la exposición, se eligió un terreno resultado de la unión de dos lotes: el antiguo Bosque Reyes y el lote continuo hacia el norte, donado por Anto-nio Izquierdo. El terreno definitivo para el parque se encontraba al extremo norte de la ciudad, justo al frente del Parque Centenario, y tenía forma trapezoidal. El diseño del Par-que de la Independencia estaba marcado por un eje central, que lo atravesaba en dirección occidente-oriente y que constituía su camino principal. Este camino retomaba el eje del

11) AGN, MOP, “Bogotá, parques, plazas y jardines A.C. 1888-1905”, Folio 432-433.

12) “Además, si como se ha pensado, se quiere llevar a efecto la formación de un parque positivo en las inme-diaciones de esta capital, yo me encargo de establecerlo tal como debe serlo, adoptando un plano por el estilo del que presento con las modificaciones necesarias para semejarlo al de Monceau en Paris, que es el más bello que conozco” (carta de Genaro Valderrama al Ministro de Fomento, 16.04.1889, en: AGN, MOP, “Bogotá, parques, plazas y jardines varios 1887-1916”, Tomo 823, Folio 5).

13) Para una reseña de las obras planeadas ver Revista del Centenario, Bogotá, 1910. El Parque de la Independen-cia existe hoy solo en forma parcial.

Parque Centenario, continuándolo hasta la salida del de la Independencia en dirección oriental, hasta el Paseo Bolívar. A ambos costados del camino fueron construidos los diferentes pabellones para la exposición. En-tre los pabellones erigidos estaban el pabellón industrial, el de bellas artes, el egipcio y el kiosco de la Luz, único edificio sobreviviente hasta hoy de aquella exposición14. Ellos se orientaron en su lenguaje arquitectónico a las exposiciones universales europeas, con sus edificaciones de carácter eclecticista. Sin embargo, se diferenciaron de estas en la decoración de algunas fachadas, en las que fueron integrados algunos símbolos nacio-nales como el cóndor o el escudo nacional, e incluso un reloj diseñado en Colombia. Aparte de los pabellones fueron erigidos al-gunos monumentos, entre ellos una estatua ecuestre de Bolívar, diseñada por el escultor francés Manuel Fremiet, y un monumento a los soldados desconocidos, donado por la Sociedad de Caridad15. Además se reubicaron

14) La exposición contaba en el momento de su inaugu-ración con el Kiosco de la Música, el Pabellón Egipcio, el Pabellón de la Industria, el Kiosco de la Luz, el Pabellón de Bellas Artes, el Pabellón de las Máquinas y el Pabellón Japonés, así como con algunos establos para animales y pequeños pabellones donados por algunas industrias.

15) Revista del Centenario, 16.04.1910, Nº 12, p. 90.

Pabellón Egipcio y

Estatua ecuestre

de Bolívar.

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los parques de bogotá: 1886-1938

en 1910 dos estatuas precolombinas de San Agustín traídas por Rafael Reyes en 1907 para la exposición que había tenido lugar en este terreno.

El Parque de la Independencia tuvo desde su aparición, al igual que los parques y jardines públicos construidos anteriormente en la ciudad, un carácter re-presentativo, que se manifestó no solamente en el mobiliario y los monumentos erigidos, sino también en su vegetación. Juan A. Ger-lein, administrador de los parques y jardines públicos de la ciudad, aseguró en 1915 haber sembrado en el parque varios árboles con-memorativos, entre ellos “un hermoso cedro,

centenario de Cartagena. Un vigoroso roble, centenario de Antioquia. Una robusta palma de cera del Quindío, centenario de Cundina-marca. Un eucalipto amigdalina, centenario de Barranquilla. Un precioso tíbar, centena-rio de Boyacá”16. De esta manera el parque se convirtió, con su mobiliario, diseño y vegeta-ción, en un digno símbolo en la celebración de la Independencia nacional, en el ámbito de una exposición nacional con un alto sentido patriótico. La aparición de numerosos artí-culos, después de su creación, confirman su carácter: “El Bosque de la Independencia con sus frescos jardines, con ese grupo de esbel-tas edificaciones erigidas para albergar las obras más notables que nuestra industria y nuestro arte producen, […] constituye la nota de última novedad que inicia una época de mayor auge para el embellecimiento urbano […] y de más amplio estímulo para la labor progresista del país en general”17.

El Parque de la Independencia per-tenece de esta manera también a los primeros parques y jardines públicos que surgieron en la ciudad, cuya función principal era re-presentar a la nación y civilizar. Se trataba de sitios que debían acoger y salvaguardar estatuas de los héroes y símbolos de la pa-tria, y que se orientaban en su diseño a las plazas europeas, en una época en la que se trataba de consolidar una imagen de nación civilizada y en capacidad de estar a la altura de otros países. El concepto de civilización ocupará un importante lugar en la discusión de la época en el país. Bogotá como capital de la República debería ser su representante máximo. La intención de la Bogotá republi-

16) GERLEIN Juan, “Relación de los árboles, arbustos y principales plantas ornamentales que el infrascrito ha sembrado en dicho parque, desde que se hizo cargo de él”, informe del 13.12.1915, en: AGN, Bogotá, Parque de la Independencia 1910-1922, Tomo 824, Folio 87.

17) Revista El Gráfico, No. 2, Serie I, 03.17.1910, Bo-gotá.

Ubicación

Parque de la

Independencia.

Quiosco de la Luz.

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Templete de la

Música.

cana era entonces sentirse y verse como una ciudad civilizada y progresiva18. Sin embargo existía una discrepancia entre la función pu-ramente representativa de estos parques y la situación real de la ciudad.

En el contexto de Bogotá ya se ha-bía reconocido en los parques, desde finales del siglo XIX, un antídoto para los problemas higiénicos de la ciudad. Además, en los pri-

18) En otras ciudades del país también se convertirán pla-zas coloniales en jardines y parques, o se construirán parques con carácter representativo; entre ellos el Bos-que de la República en Tunja en 1918, la plaza y parque de la Pola en Riosucio (Caldas), el Parque la Libertad en Pereira, y en Bucaramanga la Plaza de García Rovira, el Parque Romero y el Parque de Santander.

meros decenios del siglo XX los parques se concebirán también como un instrumento de control del tiempo libre de los obreros. Entre las costumbres de estos últimos, sobre todo la del consumo de chicha, se creía ver un impe-dimento para alcanzar el anhelado progreso del país. Algunas instituciones intentaron regularlas mediante normas o condenas morales. Igualmente, empezó a verse que el contacto del ser humano con la naturaleza, así como también la práctica de deportes y de la educación física al aire libre, ejercían una influencia positiva. Ya desde el siglo XIX algunos habitantes de la ciudad practicaban algunos deportes en clubes privados, con exclusivo acceso, entre ellos el tenis y el polo. La práctica del deporte se veía como un even-to de distinción social. Así mismo, algunos

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los parques de bogotá: 1886-1938

habitantes pasaban sus vacaciones en una de las poblaciones cercanas a Bogotá, o tenían una quinta en uno de los barrios suburbanos, en los que recibían aire puro.

En este contexto es que se pide un parque para la ciudad, no sólo con un fin contemplativo y representativo, como se menciona en un artículo de revista que describe el Parque de Santander en 1918: “Si algo, a la verdad, necesitan las ciudades an-chas, frías, melancólicas […] cuando llega la noche, es un sitio con árboles, con bancos, con viento, con música […] un sitio, en fin, a donde puedan ir unos y otros, sin boleta de entrada, sin traje de etiqueta, en busca de un rato de paz, de reposo o de olvido, en busca de un poco de aire para los pulmones y de un poco de música para el espíritu”19.

La función representativa de los parques pasa a un último plano para dar paso a una función más social, como se rela-ta, entre otros, en un artículo de 1913: “Tam-bién es tiempo y es indispensable fundar en un predio rural inmediato y ligado a Bogotá por buenas y baratas vías de comunicación, el Gran PARQUE-BOSQUE de 200 ó más hectáreas de extensión, con abundantes aguas y distracciones populares, a fin de que concurra allí con gusto los días festivos el pueblo, a pasar el necesario rato de solaz, y principalmente para fortificar su organismo, respirando aire bien oxigenado, tan distinto del contaminado con que funcionan diaria-mente sus pulmones en la ciudad. No sólo en las principales capitales del globo existen es-tos bosques, sino también en las de segundo y tercer orden, y hasta en las poblaciones de menos de 100.000 habitantes, de manera que Bogotá, por ser capital y con 119.012 almas, según el censo de este año, está obligada a no demorar la fundación de tal parque”20.

A pesar de las numerosas peti-ciones de la creación de un parque con esas

19) “Por esos parques”, en: Boletín de la Sociedad de Embe-llecimiento de Bogotá, Año I, No. 7, 10.08.1918, p. 1.

características para la ciudad, este no será construido. Las razones para esto son nu-merosas. Por un lado existían problemas de presupuesto, de manera que hasta el mante-nimiento y cuidado de los parques existentes se veía en peligro. Por otra parte no existía aun en la ciudad una planeación y regulación urbanística. Las discusiones sobre la nece-sidad de la planeación de la ciudad, en las que también se hablaba sobre la necesidad de la creación de parques, eran numerosas, pero no llegaban a la concreción21. Durante los años veinte se modificaron algunos de los parques ya existentes, entre ellos el Par-que Santander y el Parque del Centenario. El cambio principal consistió en el retiro de las verjas, así como en la modernización de los parques. Esta ocurrió por medio de la inclusión de algunos elementos como balaus-tradas, terrazas y fuentes, como en la remo-delación general del Parque Santander o en la del Parque del Centenario, en la que se erigió “La Rebeca” en 1926. También se levantaron algunos bustos en el Parque de la Indepen-dencia, como el busto de Carlos Martínez Silva en 1926 y el de Joaquín Vélez en 1927. Aparte de estas modificaciones a parques existentes, se crearon nuevos parques. Algu-

20) “Árboles que debemos aclimatar”, en: Anales de Ingeniería, Serie 2, Año 25, Vol. XX, Nos. 239 y 240, enero-febrero 1913, p. 225.

21) Para un resumen de las leyes urbanísticas durante los años veinte, véase DEL CASTILLO Juan Carlos, Bogotá: el tránsito a la ciudad moderna 1920-1950, Uni-versidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003. En las revistas aparecían artículos que referían la necesidad de parques y el estado en otros países: “En general, el área de los parques y jardines públicos no debe ser nunca inferior a un décimo del área total de la población; así, Viena tiene un área de parques igual a 14 % del área total; Londres tiene cerca de 11 %; París está por debajo del término medio con cerca del 8 %” (en Boletín de la Sociedad de Embellecimiento de Bogotá, 2ª. época, No. 32, noviembre 1923, p. 111-114).

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nos resultaron de la transformación de plazas coloniales, como la Plaza de Caldas en 1918, mediante la inclusión de vegetación y mobi-liario. Además se construyen algunos nuevos parques, entre los que se destacan el Parque de Chapinero y el Parque de las Cruces. El diseño de los parques seguirá respondiendo a esquemas regulares y geométricos, con ca-minos rectos. Tendrán variado equipamien-to, entre el que se cuentan algunos puentes, kioscos, balaustradas, terrazas y fuentes y que, a diferencia de las primeras plazas, como la Plaza de Bolívar, no tendrán verjas. En los años veinte se construyeron también por iniciativa privada dos parques de recreo, el Luna Park, al sur de la ciudad, y el Parque Gaitán, al Norte, que sin embargo no llega-ban a suplir las necesidades de la ciudad y quedarían arruinados unos años después.

Varios hechos sucedidos durante los años treinta vendrían a afectar positi-vamente la política de parques de Bogotá. En 1930 se posesionó como presidente de la República Enrique Olaya Herrera, y en su saludo le solicitó la Sociedad de Mejoras y Ornato de la ciudad “la creación de un par-que público de extensión suficiente para que allí gocen de aire y distracción los obreros y niños pobres que hoy no tienen distracción en los días festivos, que contenga un hipó-dromo y un estadio para los juegos deporti-vos del público”22. Será bajo el Gobierno de Olaya Herrera cuando se construirá el Par-que Nacional, principal intervención urbana del Ministerio de Obras Públicas durante los años treinta23. En agosto de 1932 se aprobó el proyecto para su construcción. Alfonso

Araújo, Ministro de Obras Públicas y gestor de la obra, definió el carácter del futuro par-que en el mismo año: “El parque no se trata de construirlo en Bogotá para que lo gocen las gentes acomodadas. Por el contrario, se busca con esto que los hijos de los obreros, las gentes que no tienen donde pasar un día de solaz y de reposo, a quienes se niega el acceso a las fincas cercanas que rodean a Bogotá, encuentren lugar apropiado, sano, atractivo, donde reposar los días de vacacio-nes, donde permitir que sus hijos respiren aire puro”24.

Después del estudio de numerosas ofertas de terreno para el parque, se decidió su construcción en Julio de 1933 en un terre-no constituido a su vez por tres lotes: Quinta de las Mercedes, Arzobispo y Tejar de Alcalá. El terreno final para el parque en su inaugu-ración en agosto de 1934 abarcaba un área de 47 Hectáreas desde la calle 36 hasta la calle 40 y desde la carrera 7ª. hasta la falda de los cerros orientales. Tenía una topografía va-riada, por abarcar zonas planas y parte de la falda de los cerros, así como fuentes de agua, como el río Arzobispo. Su topografía influen-ció su posterior diseño. Su principal creador, el arquitecto Pablo de la Cruz, consignó en

22) Actas Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, Acta No. 21 de 24.07.1930, F. 103-108: “Saludo al nuevo presidente Enrique Olaya Herrera”.

23) NIÑO Carlos, Arquitectura y Estado, Bogotá, 1993, p. 212.

24) El Tiempo, 03.08.1932: “Ayer se aprobó el contrato para otro parque en Bogotá”.

Parque de la

Independencia hoy

con el Kiosco de

la Luz.

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un artículo de 1934 la idea del parque: “Para mí el principal objeto de un parque no es el de darle pulmones a la ciudad y demás pala-brerías, sino que debe tener un fin educativo. Por eso mi empeño y mi lucha, que al fin la gané, para que no se cercara el lote y mucho menos para impedir que se le pusiera verja en su frente de la carrera 7ª. El parque es para el pueblo y el pueblo debe enseñarse a cuidarlo como se cuida su propiedad”25.

El Parque Nacional debería, pues, desde su concepción, diferenciarse de los parques anteriores. Debería ser un parque abierto para todo el público, tener un fin

25) DE LA CRUZ Pablo, “El Parque Nacional”, en: Registro Municipal, Tomo IV, julio-diciembre 1934, Bogotá, pp. 54-56.

pedagógico y ofrecer espacio y mobiliario para actividades deportivas. En el diseño del Parque Nacional fueron considerados estos aspectos desde su etapa de planeación. Uno de los principales elementos, que irían a im-primir su diseño general, sería la creación de una avenida circunvalar para autos, que debería recorrer todo el parque entrando en la parte sur del parque por la Cra. 7ª con calle 36 y abandonando éste mismo en la Cra. 7ª en la parte norte, a la altura de la calle 39. La parte occidental de parque, sobre la Cra. 7ª tenía un diseño geométrico, mientras que la parte oriental, hacia los cerros, debería con-servarse lo más natural posible. La entrada al parque, conservada hoy casi completamente en su estado inicial, estaba marcada por un eje sobre la carrera 7ª. Hacia la parte sur de este eje se encontraba una zona denomina-da el abanico, que presentaba un esquema geométrico: en el centro se encontraba una fuente redonda, en la que estaban agrupados de manera radial 10 parterres, así como va-rios bancos de cemento. El eje conducía hacia una pérgola, hecha en piedra y que estaba decorada en sus esquinas con dos jarrones con motivos indígenas, y en cuya mitad fue erigida una fuente colonial, proveniente del Claustro de Santo Domingo. Delante de la pérgola fue ubicado un reloj, obsequiado por la colonia suiza a la ciudad en la conmemo-ración del Cuarto Centenario en 1938. En la parte sur oriental del parque se hicieron varias canchas de tenis, “para que en ellas jueguen los pobres que no pertenecen a nin-gún club de deportes, por un derecho que será mínimo”26, así como un minicampo de golf, una zona para juegos de niños y –en los años posteriores– una pista de patinaje. En 1936 construyó Carlos Martínez en esta zona el Teatro Infantil, edificio reconocido como uno de los primeros ejemplos de arquitec-

26) AGN, Edificios Nacionales, Correspondencia, Bogotá, Parque Nacional 1932-34, Tomo 293, Folio 268, Carta de Guillermo Nannetti, 14.03.1934.

Parque de la

Independencia en

la actualidad.

los parques de bogotá: 1886-1938

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tura moderna en Bogotá. Como mobiliario contaba el parque con lámparas y bancos de cemento y con algunos elementos rústicos, como puentes y casetas para los paseantes.

Con el objeto pedagógico de bus-car que el Parque Nacional se erigiera como una especie de museo natural de la Nación, jardín botánico y jardín zoológico, en el que se encontraran representados su flora y parte de su fauna, se planeó que gran parte de la vegetación fuera nacional y que representara la inmensa flora del país. Cada una de las plantas debería llevar su nombre corriente y su nombre científico, así como su sitio de procedencia27. Con este sentido pedagógico se plantó también un Jardín Internacional en 1938, hacia la parte sur del eje principal sobre la carrera 7ª. En este se sembraron plantas representativas de 60 países con sus nombres y banderas respectivas, e incluso se planeaba la creación de una selva tropical en una de las zonas del parque, que finalmente no se llegaría a realizar28. Cerca de la zona del Jardín Internacional se construyó con fines pedagógicos en 1939 un mapa en relieve de Colombia, hecho en concreto de cemento, cuyo fin era ser “como un horóscopo para predecir la suerte de la patria […] y una clave para iniciarse en el estudio de lo colombia-no”, subrayando que “en el centro del país, en Bogotá, en su Parque Nacional, los obreros admiran un mar que acaso no lograrán ver nunca, en su destino de mediterráneos”29. En la planeación inicial del Parque Nacio-

27) Ibíd., Carta del Administrador del Parque Nacional a G. Nannetti, 14.03.1934: “Es la intención que el 99 % de los árboles que se siembren en el parque sean árboles colombianos; lo natural es que en un parque nacional esté representada profusamente nuestra inagotable flora”.

28) AGN, Edificios Nacionales, Correspondencia, Bogo-tá, Parque Nacional 1935-36, Tomo 284, F. 547-548. Informe de los trabajos en los parques Nacional, In-dependencia y Centenario, noviembre de 1936, Pedro León Bernal Herrera, 30.11.1936.

Uno de los aspectos más importantes con

respecto al Parque nacional es que se intentará,

por primera vez en la historia de bogotá,

integrar los cerros orientales y sus hoyas

hidrográficas en la estructura de la ciudad.

La Rebeca hoy,

antes en el antiguo

Parque Centenario.

29) CANAL RAMÍREZ Gonzalo, “Reflexiones ante un mapa de Colombia”, en: Revista Estampa, 19.08.1939, pp. 41-43.

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nal no estaba previsto el levantamiento de monumento alguno; incluso de la Cruz lo rechazaba con vehemencia30. Sería después de la inauguración del Parque Nacional que se erigirían monumentos en él, entre los que se encuentran el monumento en Honor de la Bandera, situado en 1938 en la parte oriental del parque, y el monumento a Rafael Uribe Uribe en 1940, sobre la Cra. 7ª.

El Parque Nacional iría a suplir en gran parte la necesidad de un parque para la ciudad. Uno de los aspectos más importantes con respecto al Parque Nacional es que se intentará, por primera vez en la historia de

30) DE LA CRUZ Pablo, “El Parque Nacional”, en: Registro Municipal, Tomo IV, julio-diciembre 1934, Bogotá, pp. 54-56: “bustos no, por la Virgen”. En referencia a este tema algunos artículos de la época criticaban los parques existentes, por ejemplo en el artículo “Los parques”, en: Registro Municipal 1-6, 1933, p. 63: “Unas manzanas de jardín que el puritanismo colonial encarceló en rejas tupidas, las sociedades de embe-llecimiento constelaron de pilas monumentales y las academias erizaron de estatuas conmemorativas para aleccionamiento de futuras generaciones y regocijo de jilgueros es cuanto tenemos. Verdad que las rejas han ido desapareciendo […] Pero nuestros pequeños ‘bosques’ están casi completamente ‘urbanizados’ por pabellones y monumentos”.

Bogotá, integrar los cerros orientales y sus hoyas hidrográficas en la estructura de la ciudad. Este tema lo retomó Karl Brunner dentro de su plan urbanístico para Bogotá, realizado casi contemporáneamente con la aparición del Parque Nacional, en el marco de la celebración del Cuarto Centenario de Bogotá en 193831. El urbanista austriaco Karl Brunner había llegado al país en 1933, con-tratado por el Gobierno Nacional para dirigir el recién fundado Departamento de Urbanis-mo y para realizar la planeación de la ciudad. Dentro del Acuerdo 34 de 1933, que crearía el departamento de Urbanismo, se contemplaba también un plan de mejoras de obras públi-cas en el marco de las celebraciones del Cuar-to Centenario. Dentro de esta planeación, y también en proyectos posteriores de Brunner para la ciudad, los parques desempeñarían un papel muy importante. Brunner intentó la distribución sistemática de parques por toda la ciudad. De esta manera propuso la creación de parques diferenciados por su ta-maño y equipamiento. Algunos, los de mayor tamaño, deberían tener una escala de ciudad, entre ellos el forestal del Salitre y el Paseo Bolívar. Otros representaban ensanches a nivel sectorial, como los de Ciudad Jardín, y los últimos debían tener importancia a escala de barrio32.

Uno de los proyectos más impor-tantes de Brunner en lo que respecta a par-ques fue el saneamiento del Paseo Bolívar, zona marginada de Bogotá, localizada en las faldas de los cerros. Brunner planeó para esta zona la reubicación de sus habitantes en

31) Para ampliar el tema de la planeación urbanística en el marco de la celebración del Cuarto Centenario de Bogotá, ver, entre otros: DEL CASTILLO Juan Carlos, op. cit., y HOFER Andreas, Karl Brunner y el urbanismo europeo en América Latina, Bogotá, 2003.

32) CORTÉS Fernando, “Karl Brunner arquitecto urba-nista, 1887-1960”, Exposición Museo de Arte Moderno de Bogotá, mayo de 1999, p. 8.

los parques de bogotá: 1886-1938

El templete del

antiguo Parque

Centenario, hoy en

el Parque de los

Periodistas.

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barrios obreros, su posterior saneamiento y la realización de un parque forestal de gran extensión. Este debería tener por un lado un fin recreativo, razón por la cual debería con-tar con cierto equipamiento, entre el que se encontraban casetas, piqueteaderos, mirado-res y amplios jardines. Por otro lado debería contribuir a la protección de las hoyas hidro-gráficas, formando un límite que detuviera el crecimiento de este sector de la ciudad. El Pa-seo Bolívar debería unirse, según la planea-ción de Brunner para Bogotá en 1950, con el Parque Centenario, el Parque de la Indepen-dencia, el Bosque Izquierdo, el Bosque de los Vegas y el Parque Nacional, para lograr así la formación de un gran cinturón verde en las faldas de los cerros de la ciudad33. Esta idea estaba presente mucho antes de la aparición del Parque Nacional, incluso en el momento de la creación del Parque de la Independencia en 1910. Sin embargo es solo bajo Brunner cuando se llegará a su realización, aunque fuera de una forma parcial.

Para la planeación de los parques se estudió, según Brunner, “en cada caso la región, la clase de habitantes y sus necesi-dades o costumbres, y se definió el carácter básico del trazado y arreglo en general de acuerdo con las condiciones del lugar”34. La preocupación de la formación de parques para la ciudad no se reducía solamente a esta, sino también pretendía que los parques se constituyeran en un momento estructural de la ciudad. De tal suerte, con la planeación de Brunner se hace por primera vez un estudio de un sistema de parques para Bogotá.

Al cierre de los años treinta Bogotá contaba con la mayor estructura verde y re-

33) BRUNNER Karl, “Bogotá en 1950”, en: Registro Municipal, Homenaje del cabildo a la ciudad en el IV Centenario de su fundación, 1538-1938, Bogotá 1938, p. 177.

34 ) BRUNNER Karl, “Parques Urbanos”, en: El Espectador 05.10.1944.

creativa de su historia. Esta formaría la base para la gran cantidad de parques que existen hoy en la ciudad. Entre ellos está el Parque del Renacimiento, que había sido previsto de una manera similar por Brunner en 1938, al planear “la transformación del Cementerio Central en un jardín conmemorativo y en un parque”35, que finalmente fue realizada a principios del siglo XXI.

En el año 2008 se decide la cons-trucción del “parque más grande” de Bogotá, en el Cantón Sur, actual sede de la Escuela de Artillería. Las obras tardarán más de 3 años y el parque deberá contar con áreas de recreación y espectáculo, lagos y zonas de deporte36. Hoy, 70 años después del IV Cen-tenario de Bogotá y más de 100 años después de que Valderrama exigiera parques, sus pa-labras siguen haciendo eco.

Monumento a

los soldados

desconocidos,

originalmente en

el Parque de la

Independencia,

hoy cerca al

Museo de los

Niños.

35) BRUNNER Karl, “Bogotá en 1950”, etc.

36) El Tiempo: “Construirán el parque más grande de Bogotá en el Cantón Sur, actual sede de la Escuela de Artillería”, 27.11.2008.

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l o rd acton y r i c h a rd simpson

Burocracia

John emerich edward dalberg-acton nació en Nápoles en 1834, y por recomendación del primer ministro inglés, William E. Gladstone, fue elevado en 1869 a la categoría de Barón Acton de Aldenham, la propiedad familiar en Shropshire. Después de estudiar en la Universidad de Munich (1850-1857) regresó a Inglaterra y jugó un importante papel como vocero del catolicismo liberal en la era victoriana. Entre 1895 y 1902 fue profesor Regius de historia moderna en la Universidad de Cambridge. Mientras escribía una Historia de la Libertad publicaba sus observaciones en varias revistas (Rambler, Home and Foreign Review, Chronicle y North British Review), desarrollando su preocupación central: la libertad individual y los medios por los cuales debía ser asegurada. En esencia, Lord Acton fue un liberal en el clásico sentido de la palabra. Aunque este artículo fue firmado en la revista Rambler (febrero de 1859) por uno de sus principales colaboradores, Richard Simpson, se trata de un producto colectivo de la época de su más productiva colaboración, al punto que J. Rufus Fears lo incluyó en el primer volumen de los Escritos selectos de Lord Acton (Indianapolis, Liberty Fund, 1985, p. 518-530). En estos tiempos de burocratización rampante conviene leer esta denuncia liberal de uno de los atributos del estado mo-derno, pues podría inspirar una mejor comprensión de las instituciones burocráticas que siempre están amenazando las libertades del ciudadano. La versión castellana de este artículo fue realizada por Amelia Acebedo Silva para esta entrega de la Revista de Santander.

P uede parecer paradójico a algunos de nuestros lectores que mientras profesamos una gran hostilidad a la burocracia, o a la interferencia

de un gobierno centralizado en asuntos fami-liares y de la vida privada de los individuos, al mismo tiempo debamos salir en defensa de una encuesta gubernamental realizada sobre nuestra educación por una Comisión espe-cial, la cual probablemente resultará en una mayor interferencia del gobierno.

Esto es más valedero en el caso de este tema, si consideramos que podríamos arreglárnosla del todo en la educación sin la intervención del Gobierno, algo que debería-mos preferir absolutamente; pero resulta que todas nuestras mentes más sensatas ya han llegado a la conclusión de que esto es impo-sible, tanto por nuestra pobreza y debilidad personales, como por el poder y la voluntad

del Gobierno. El problema, por lo tanto, es hacer lo mejor que esté a nuestro alcance, y nuestra recomendación de cooperar con la Comisión se basa totalmente en esta conside-ración.

Para empezar, consideramos que cualquier sistema general de educación tiene una tendencia peligrosa, dado que tiende hacia la burocracia que tanto tememos y fo-menta los principios burocráticos tanto entre los maestros como entre los estudiantes. La burocracia reside en las facultades, no en las clases. No es posible que exista una burocra-cia de los agricultores, de los hacendados o de los comerciantes, porque la simple simili-tud de estos oficios no es suficiente para que llegue a existir. Tampoco son suficientes la organización, la mutua dependencia y un su-ficiente entendimiento mutuo. Un gobierno militar no es una burocracia. Los hombres

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nuevas corrientes intelectuales

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de una burocracia deben poseer suficiente cultura literaria y científica que los ponga en capacidad para erigirse en críticos y guías de vida de los otros, y en consecuencia en capa-cidad para conducir la vida de una nación. La burocracia no es algo ficticio, algo que se impone desde fuera, sino un desarrollo natu-ral producido por la creación y organización de una masa de empleados públicos educados. Es la expresión de su vida social.

En todos los gobiernos puede exis-tir una tiranía odiosa, monopolios, exaccio-nes y abominables abusos de prácticamente toda índole, pero la idea de una burocracia no se realiza hasta tanto no se agregue el pe-dante elemento de la pretensión de conducir nuestras vidas, de querer saber qué es lo me-jor para nosotros, de medir nuestro trabajo, de supervisar nuestros estudios, de prescribir nuestras opiniones, de hacerse responsable por nosotros, de decirnos cuando hay que ir a la cama, abrigarnos, ponernos nuestro gorro de noche y administrar nuestra comi-da. Este elemento no parece posible sin una argumentación persuasiva proveniente del poder gobernante, según la cual éste se en-cuentra en posesión del secreto de la vida y tiene un verdadero conocimiento de la cien-cia política total, al punto que debe dirigir la conducta de todos los hombres, o al menos de todos los ciudadanos. Es por esta razón que cualquier gobierno que reconocidamente pone ante sus ojos el sumo bien de la huma-nidad, que procede a definirlo y dirige todos sus esfuerzos hacia este fin, tiende a conver-tirse en una burocracia.

El mundo ha conocido muchas realizaciones y muchos intentos de realiza-ción de toda suerte de burocracias: la de los abogados, de los clérigos, de los médicos, de los economistas políticos, de los maestros de escuela, de los filósofos o de los administra-dores paternales, todas las cuales han tenido su nostrum especial, su panacea para la hu-manidad sufriente, y todas se han sentido llamadas a obligar a la humanidad, quiéralo o no, a tragársela.

La burocracia de los abogados es el modelo universal de todas. La ley, de acuerdo con la definición griega, romana y clásica restaurada, se extiende a toda acción del hombre: los derechos legales de los legislado-res incumben a toda acción humana posible; cualquier cosa que haga el sujeto puede ser cuestionada; pueden abusar, pero nunca ex-ceder, su poder. La autoridad del gobierno es ilimitada hasta tanto no se le ponga límite. “Cualquier cosa que la ley no manda, está prohibido”, dijo Aristóteles, y “las leyes se pronuncian sobre todos los temas posibles”. Aún más, “la ley debe gobernar todas las co-sas”. Este principio fue llevado tan lejos que en una sociedad donde la ley no se desarrolló de esta manera no se la consideraba mere-cedora del nombre de estado. Por ejemplo, Inglaterra habría sido considerada bárbara, indigna de un estadista y poco científica, al considerar todas las acciones legítimas, y la libertad del sujeto ilimitada, antes de que se generase una ley que las prohibiese. En Gre-cia y Roma la ley fue lo primero, y el hombre tenía que demostrar su derecho. En cambio, en Inglaterra el hombre fue lo primero, y la prueba de la ilegalidad de sus acciones le correspondía a la ley; allí no hay derecho administrativo, ningún poder en absoluto que pertenezca al gobierno como tal, excepto aquel que le concede la ley; no existe personi-ficación del estado, no hay sacrificio del cons-tituyente concreto al todo ideal. Inglaterra no tiene XII Tablas para declarar que “la salud del pueblo es la suprema ley”, pero se ciñe al principio medieval y cristiano jus cujusque suprema lex; la ley suprema se fundamenta en los derechos de los individuos, no en la supuesta conveniencia del Estado.

Pero la ley civil toma al hombre en su totalidad bajo su tutela y presume de ser la Providencia Mundana. Por ello es que los abogados, imbuidos de su espíritu, son la verdadera encarnación de la burocracia. Nunca se ha demostrado esto con mayor cla-ridad que en la Convención de los leguleyos franceses, donde Robespierre declaró: “Ten-

burocracia

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nuevas corrientes intelectuales

dremos un orden de las cosas donde todas las pasiones bajas y crueles serán encadenadas, y todas las pasiones benéficas y generosas serán estimuladas por las leyes”. Allí también Saint Just pretendió cambiar con una violen-ta dosis de legislación las costumbres y los modales de una nación, y hasta reformar el corazón humano.

Felizmente libre de esta exasperan-te plaga de abogados, Inglaterra, en cambio, ha sufrido mucho por la burocracia de los clérigos, tal como acaeció con el espionaje re-ligioso establecido por las leyes penales, con la pretensión puritana de identificar iglesia y estado, de deducir las relaciones iglesia-esta-do únicamente de las Sagradas Escrituras, y de abolir las leyes canónica, civil, de procedi-miento y común, así como los tribunales de justicia, en favor de su más antigua disciplina y tribunales de escritura y conciencia, una pretensión que fue ejecutada con espionaje inquisitorial y con el más severo esmero por los más poderosos clérigos, llevada incluso al terreno del más ínfimo detalle del ornamento femenino y de la diversión masculina. Así ocurrió en el Califato de Carlos I, con sus visires Laud y Juxon, y Spotswood, con sus cortes de la Alta Comisión y de la Cámara de la Estrella, y con sus cientos de actos gu-bernamentales motivados únicamente por el deseo de fijar a cada hombre pasivamente en su lugar, y de mantener en cada uno la sen-sación de que estaba bajo el cuidado paternal de personas que podrían juzgar mejor que él mismo lo que debería comer, beber y dejar de hacer.

Esto es más bien la burocracia fisiológica, tal como la soñó Bacon en su Nueva Atlántida. Baste decir que la mayor característica de la verdadera burocracia es la íntima convicción de sus conductores de que sus provisiones cubren adecuadamente el área total de la vida y del pensamiento hu-mano, o al menos la parte más importante de ésta; por tanto, todas las otras provisiones son superfluas y, en el caso de ser contrarias a sus ideas son nocivas, y como tales deben

ser abolidas tan pronto como sea posible para dejar libre el campo a la acción regeneradora de su benéfica influencia. De aquí resulta el intolerante, monopolizador e intruso ca-rácter de toda verdadera burocracia, y su distinción respecto de la vulgaridad natural de la tiranía militar, o del mando del policía, pues éstas en principio sólo miran el exterior de las cosas, los actos expresos; en cambio la burocracia, cuando ha sido totalmente desa-rrollada, investiga los corazones y los pensa-mientos por medio de su policía secreta. Pero tomemos al soldado o al policía y eduqué-moslo para que vigile nuestras costumbres, para que denuncie nuestras opiniones y para que interfiera en nuestras disposiciones fa-miliares, y pronto le habremos enseñando a ser un burócrata. No hay burocracia en los burdos y fáciles expedientes de una patrulla de reclutamiento, o en el sargento reclutador que engatusa al mozo de labranza borracho para que se aliste en el ejército. Pero cuando se lleva un registro escrito de toda la pobla-ción, de sus empleos y de sus conocimientos, y una reseña de sus capacidades corporales, y se le somete periódicamente a la maquinaria del reclutamiento militar, entonces comen-zamos a percibir la presencia de una agencia burocrática que se confunde con la familia y dirige la vida nacional.

Pero esta agencia no se torna muy intolerable hasta que adquiere mayor desarrollo y comienza a inmiscuirse con la movilidad, la comunicación, la asociación, la opinión y la fe. Entonces se convierte en una especie de tutelaje minucioso aplicable a los niños pequeños, pero aplicado a los hombres y las mujeres adultas. Todo su tipo es peda-gógico; su símbolo es el maestro, por supues-to que no el maestro de los viejos tiempos, cuando la palmeta se convirtió en el refugio de mayordomos fracasados, de arruinados harapientos, de inútiles que habían fracasado en cualquier otra ocupación, y de haraga-nes perezosos que no tenían crédito para disponer de capital para ninguna empresa superior. En una masa de tales materiales no

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había ni organización, ni ambición, ni incon-formidad, y por lo tanto ningún embrión de burocracia.

Pero este tipo de maestro de es-cuela está desapareciendo rápidamente bajo la influencia del Gobierno, pues considerada tanto interna como externamente la vía del “preceptor” es ahora algo diferente de lo que fue antes. Considerada en sí misma la voca-ción de un maestro, pueden distinguirse en ella tres elementos: importancia de la respon-sabilidad –de formar un intelecto en ciernes y dirigir la adquisición de nuevos hábitos–; fastidio de la operación, por sus aburridoras repeticiones, contradicciones de estudiantes insolentes, enfados y decepciones; y por últi-mo la insignificancia del material con el que hay que trabajar, la mente infantil, no en sus manifestaciones amables sino en la rutina tan desagradable para sí misma como para el maestro: alfabetos, rudimentos, ideas simples y palabras, aritmética elemental y otras cosas tan carentes de interés para la mente más simple como para la más extraordinaria. En-tonces, en relación con su posición externa, la trivialidad de los conocimientos necesa-rios es lo que mantiene el mercado docente abundantemente, aunque no bien provisto, y disminuye el valor de mercado aun de la mejor clase de maestros. Todas estas cosas tendían a mantener bajo el promedio de co-nocimientos de los profesores de primaria, o a confinar la profesión a la clase de hombres que si no eran aptos para ésta, tampoco lo eran para ninguno otro. Hay una contradic-ción en los elementos de carácter requeridos: la religiosa importancia de la responsabilidad requiere un alma desarrollada o religiosa que la aprecie; pero una mente desarrollada es demasiado apta y tiene que mantenerse total-mente asqueada tanto con la molesta y tedio-sa rutina del trabajo como con los pequeños detalles de alfabetos, lecciones de ortografía y sumas. Y una mente que podría fácilmente permitirse ser absorbida por estos asuntos muy difícilmente podría tener una opinión inteligente sobre la grandeza de su vocación.

En consecuencia, el buen profesor de escuela era usualmente un personaje oscuro de prin-cipios elevados que trabajaba duro porque era su deber, y era capaz de aferrarse a su trabajo porque no tenía inteligencia para sentir el tedio del eterno círculo de la rutina que esta-ba condenado a recorrer. Entre tanto, el mal profesor de escuela era, con frecuencia, el individuo sórdido que acabamos de describir, que ingresaba a la profesión sin ninguna con-ciencia, sin pensar en el magnífico ideal de la profesión, impulsado sólo por la necesidad de conseguir comida y techo, e invitado por el fácil y elemental carácter de las bajas exigen-cias para el ingreso al oficio.

Pero los días de esta rutina siste-mática fueron contados cuando el Gobierno comenzó a proveer escuelas y a pagar a los maestros conforme a los resultados de un examen de competencias. Este examen sólo prueba la agudeza o capacidad de los maes-tros, pero no su paciencia o su voluntad para economizar aquellas capacidades. Para un maestro de primaria modelo la paciencia, más que la agudeza, constituye el requisito fundamental. En efecto, los maestros de pri-maria pierden a sus estudiantes tan pronto como éstos superan los rudimentos y tienen que empezar otra vez con un nuevo grupo. Sus posibilidades de tener una oportunidad legítima de demostrar sus brillantes conoci-mientos son muy pocas; en corto tiempo está agotado, aburrido a morir, y con la paciencia perdida. Entonces comienza a probar nuevas teorías y a ensayar nuevos esquemas, a me-nos que compense su agotador esfuerzo men-tal mediante una apasionada complacencia; al menos rechaza la idea de entregar su vida a esta desagradable disciplina. Ansía la eman-cipación, o superarse a sí mismo, si no en su profesión, por lo menos a través de ella. Entra en relación con otros de la misma clase, con quienes agita teorías y esquemas. Cada día se aliena más y más por la árida y simple tarea de instruir en los mismos rudimentos a sucesivos grupos de niños. Comienza a desagradarle esta vocación casi religiosa que

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constituye la vida ascética de tantas devotas personas religiosas, y se apega más y más al Gobierno que despertó su ambición intelec-tual mediante sus exámenes de competencias y el cual sostiene la bolsa de la cual depende. Entonces comienza a verse a sí mismo como un miembro de la clase de funcionarios, como un empleado público, y pasa a menos-preciar toda autoridad, excepto aquella que premia su ambición. Aquí, entonces, hay una organización amplia, influyente, pedante, una herramienta disponible de interferencia gubernamental, si llegara a surgir algún Le-dru Rollin que quisiera utilizarla.

Y los muchachos formados en el principio de competencias constituyen otro elemento de peligro en la misma dirección. El maestro naturalmente desea presentar al inspector una escuela digna de ser acredi-tada. Ha hecho todo lo posible para despa-bilar a sus estudiantes e imbuirlos con una especie de entusiasmo por “las letras”, y los jóvenes han alcanzado las nociones de una educación que los hace inconformes con el trabajo no intelectual y les genera la expec-tativa de algún empleo de oficina. El hijo del albañil que ha aprendido el latín y el uso de las esferas desdeña entonces el arte artesa-nal de su padre y decide no ser un artesano: busca un lugar como oficinista, mensajero, funcionario de ferrocarril, policía, cartero, algo “literario”, o algo en el gobierno, donde su competencia escrita y conocimientos li-brescos pudieran valer algo. Entonces la in-

fluencia del sistema de competencias mismo cambia el respeto y los sentimientos afables que hacían del maestro una especie de padre para sus alumnos, por la ambición, y lleva a los estudiantes a valorar sus conocimientos no por alguna excelencia sustancial de sí mismos, sino por el poder que confieren para triunfar sobre otros y superar su nivel social original. Además, las materias en las cuales la competencia tiene lugar son materias sin valor intrínseco de mercado, improductivas respecto de la generación de alimentos o de vestidos, pues simplemente son prepara-ciones para ayudar a la mente en la futura empresa de la vida. Pero estas preparaciones elementales hasta ahora han sido tratadas en las escuelas como el asunto sustancial de la vida, y en efecto hay una vida en la cual ellos son el asunto sustancial, es decir, la vida del buró. La educación competitiva, por tanto, está formando gradualmente una gran cla-se de hombres jóvenes cuyo interés es el de remodelar la sociedad sobre una base buro-crática y multiplicar oficinas de forma tal que pudieran ganarse la vida con lo que habían aprendido en la escuela.

Ahora, en un país como el nues-tro, donde un poder en la Constitución es el elemento democrático, el desarrollo de la inteligencia del pueblo tiene que traer con-tinuamente más y más de ellos al número de aquellos quienes son investidos con el ejercicio del poder político. Y la sola multipli-cación de los miembros de un Estado es un paso hacia la burocracia; y ésta casi requiere tanto la multiplicación de los empleados como el aumento de su poder para fisgonear las acciones de cada ciudadano. Por ejemplo, cuando la Revolución Francesa concedió el derecho al sufragio universal fue por supues-to necesario tener cuidado de que el mismo hombre no fuera fraudulentamente a votar varias veces en la misma o en diferentes ur-nas. De aquí que a cada elector –todo varón adulto– se le tuvo que proporcionar una es-pecie de pasaporte y tarjeta de identificación, documentos con los cuales la policía tenía

Nunca estaremos protegidos de la burocracia hasta que

hayamos exorcizado de nuestros hombres públicos aquel

espíritu doctrinario que impera en revolucionarios como

Jeremy Bentham, Buckle y Bright, aquel positivismo que

trata al hombre estadísticamente y como masa, no como

individuo; aritméticamente, no de acuerdo a sus intereses.

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que certificar todos los cambios de domicilio y por último todo desplazamiento. Las señas del hombre eran entonces descritas en el documento que portaba y quedaba expues-to a que en cualquier momento o lugar se le pidiera presentarlo. Vemos entonces que el abominable sistema de pasaporte fue un resultado lógico del sufragio universal y del voto; y queda probado que la burocracia es una secuela natural tanto de la multiplicación e intensificación del elemento democrático de la sociedad como de la autocracia. Y cuando este grupo numeroso de empleados se com-pone de hombres jóvenes educados en escue-las competitivas, ellos deben corresponder al tipo que se espera que tales escuelas pro-duzcan. Un conocimiento atiborrado y una noción de todas las ciencias no es una reserva de la que se pueda depender: su resultado real es una engreída ignorancia, una agudi-zación de las facultades lógicas comunes de la mente que la adaptan para el más común de los procesos lógicos, el desarrollo de los principios hasta sus últimas consecuencias, pero que la deja bastante desprovista para la ocupación real de la razón: sopesar probabili-dades, permitir la interferencia de principios contrarios y apreciar todos los hechos que dan base a la inducción. La juvenil, ardiente y desprovista mente insiste en principios a priori. Los derechos del hombre, de un lado, el derecho divino de los reyes, del otro, dividen entre sí a los intelectos sin formación.

Las cabezas maduras en edad o en juicio registran con prontitud la absoluta inutilidad del intento de aplicar métodos matemáticos y metafísicos a los asuntos prác-ticos de la moralidad y de la política. Pero desafortunadamente el método a priori tiene grandes atractivos: su resuelta infalibilidad, su segura universalidad, su total desprecio por todos los contradictores y la facilidad de su adaptación; todos éstos cautivan al joven estudiante pues están al mismo nivel de sus capacidades, dado que la lógica requiere poca ayuda externa. Ésta es interna, sus principios son innatos y es tan perfecta en la juven-

tud como en la edad madura. Rápidamente aprendida, fácilmente utilizada: dado un prolífico principio general, y, como la piel de la vaca tiriana, la lógica pronto la corta en tiras suficientes para rodear una ciudad. Pero el aprendizaje, ese vacilante deseo cauto de estar en lo correcto y ese temor a estar equi-vocado que prueba la validez de cada paso por medio de ejemplos y experimentos, es un camino largo, difícil y desagradable; es por ello que se le recomienda al joven estudiante seguirlo por algo distinto a su atractivo, pues lleva en su rostro la huella del tedioso trabajo prosaico.

Sin embargo, es la característica de todos los grandes hombres de estado. Selden declaró que él y sus asistentes no dejaron documento sin revisar cuando preparaban el texto de la Declaración de los Derechos. Bur-ke, pese a sus vastas capacidades filosóficas y a la facilidad y brillantez con que discutía sobre los principios generales, es el gran pro-feta de la política prosaica. Todos los grandes estadistas y juristas se caracterizan por tal amor a los hechos, por tal examen cuidadoso de las autoridades, por tal argumentación especial, al punto que parecen ser cínica-mente indiferentes al desarrollo lógico de los principios, a la oratoria, a la filosofía, a las más grandes y admirables explosiones de la naturaleza y del sentimiento. En la esfera de la ley y de la política el hombre de juicio frío y razón informada acaba con tales rasgos, desprecia al retórico y solamente respeta los hechos.

Esta consideración nos permitirá apreciar en su justo valor la alabanza recla-mada por los franceses y que se les concede por todas las mentes justas. “Nosotros somos lógicos”, dicen ellos; “nosotros realizamos los principios hasta su completo desarrollo y sacrificamos los hechos a la razón; nosotros somos predominantemente racionales”. Por el contrario, “los ingleses son más prácticos pero menos sensatos”, no piensan o realizan sus principios; están en una duda perpetua respecto de los sistemas racionales, y nunca

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llegan a una conclusión pura y simple; la fortuna los favorece, pero sus mentes son de un orden inferior.” Podemos observar la característica francesa en la mente irlandesa. Sin olvidar que el irlandés Burke está a la pura cabeza de los representantes del espíritu inglés, no podemos ocultarnos a nosotros mismos que un espíritu muy similar rige en Irlanda y en Francia, y con las mismas consecuencias políticas. Estas dos naciones son conducidas a una personificación del gobierno, a considerarlo como un gobernan-te personal, animado por su propia razón y voluntad, que actúa según sus sentimientos e impulsos; y a esperar que él guíe, dirija y gobierne todo. En vez de considerarlo como un comité temporal –una especie de junta administrativa nacional elegida para dirigir los asuntos nacionales por un tiempo de acuerdo con el sentimiento nacional, hasta que un cambio en el humor público lo sus-tituya por otro equipo que represente otra política– consideran al gobierno como una providencia, omnipotente, y por tanto como el responsable de todos los males. Como el gobierno es para ellos el gran señor de las provisiones, no codician nada tanto como un lugar en él. La ambición nacional es la de ser un empleado público, sin considerar como es que va a funcionar el Estado si todos llegasen a estar empleados en él, si todos recurren a él y si todos esperan que los sostenga.

Ellos resuelven de manera lógica la primera y la más simple idea de gobierno, no vuelven sobre la noción para analizarla y modificar sus sentimientos respecto de ésta; esto es ser lógico, esto es ser medianamen-te educado en un gran sistema nacional de aprendizaje superficial y ostentoso. Haber agudizado intelectos sin juicios experimenta-dos: esto es ser cualificado casi naturalmente para periodistas, como brillantes y parciali-zados ensayistas, corresponsales especiales, reporteros, escritorzuelos, así como todos los empleos secundarios de las letras. Pero no por ello apto para una gran visión imperial de las cosas, para el mando, para la asocia-ción, para la justicia, para las más elevadas divagaciones filosóficas, hasta que el defecto haya sido erradicado gracias a un trabajo real y mucho y paciente pensamiento. La jactanciosa superioridad de nuestros vecinos intelectuales es realmente una inferioridad, porque la educación práctica del iletrado inglés es en sus resultados mucho más cer-cana al aprendizaje más desarrollado que la cultura literaria a medias de Francia, la que sólo hace a un hombre lógico y consistente en tomar la parte por el todo, en usar trilladas verdades a medias, y en no ver el límite de su propia capacidad. No es que tal manera de ver las cosas sea peculiar al francés. Demos al analfabeto inglés la educación del francés y pronto tendrá las ideas francesas.

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Es sólo entre tal gente que la bu-rocracia, en su forma más pura e intensa, es posible; cuando el mecanismo de gobierno es considerado como el último fin de todas las cosas, el principal bien del hombre, cuando el hombre es solamente un disponible animal gobernable, destinado a ser manejado por el profundo arcano de reportes, órdenes, admo-niciones y regulaciones policiales. El hombre medianamente educado nunca es consciente de su ignorancia, piensa que todo lo sabe; en otras palabras, cree que lo poco que sabe equi-vale a todo. Sea este poco una familiaridad con los procedimientos administrativos, y estos procedimientos seguramente se presen-tan ante su imaginación como las cosas más importantes y más grandes del mundo. Ellos serán su religión y más que su religión: cuan-do su función le provee alimento y vestido en-tonces se alcanzan todas las pasiones dignas de interés, y los administradores se reunirán en busca de protección y defensa mutuas, y para exaltar su función dentro de la gran pro-fética y social institución del mundo.

Y gente con esta admiración de sus funciones son siempre los mejores funciona-rios; se ocupan de sus deberes con un apa-sionado y religioso fervor que garantizan la más entusiasta actividad. En consecuencia, el espíritu burocrático conquista el favor de los secretarios de estado, el celo de sus subordina-dos facilita y simplifica su trabajo. Es maravi-

llosa la facilidad de movimiento que imprime a las ruedas de la política. Los administrado-res conocen tan bien su propio departamento que el pesado mecanismo de nuestros estúpi-dos viejos aficionados integrantes de juntas, supervisores, sheriffs, jueces y legisladores no tienen la menor posibilidad de resistirlos. Pensemos en el poder con que un mediocre comisario judicial se abalanza sobre una tes-taruda junta de guardianes que ordena dar ayuda al pobre en su propio domicilio en vez de destruir su hogar. Llega con el triple pres-tigio de un lugar superior, un conocimiento superior de la ley y una perfecta familiaridad con los detalles de la práctica administrativa. Se echa encima como un experto sobre un conjunto de aprendices, como un marinero de agua dulce, como un viajero en un grupo de patanes que no ha viajado. Toda persona tiene derecho a respeto en asuntos de su pro-pio oficio. La división de departamentos ha permitido a nuestro comisario reunir en sus manos todas las riendas de todas las subdivi-siones de su ramo; conoce sus estadísticas de memoria; logra con rapidez entenderse con el oficial de la junta o con cualquier otro oficial pago y permanente, y con muy poca habili-dad se las arregla para que las cosas marchen como lo desea. Nada se le opone, excepto de vez en cuando el erudito conocimiento científico de algún filósofo retirado, quien además de asumir una perspectiva general de

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todos los departamentos políticos, y reducir las pretensiones del comisario a sus justas dimensiones, es capaz de enfrentarlo en su propio terreno y sostener sus argumentos aun en contra de la competencia especial del otro; entonces se origina el debate y la publi-cidad, pudiéndose enmendar los detestables procedimientos.

Pero, a medida que el Estado crece, y sobre todo entre las clases que requieren ser administradas, igualmente la adminis-tración tiene que incrementarse; el número de empleados debe crecer más y más, deben organizarse, y la clasificación de la gente cuyos asuntos tienen que administrar debe marchar al mismo ritmo de crecimiento de tal organización. En cada departamento se formará gradualmente una poderosa frater-nidad para preguntar, registrar, reportar o denunciar, primero que todo, simplemente acerca de nuestras capacidades para contri-buir a la carga de impuestos; luego acerca de nuestros nacimientos, fallecimientos y matri-monios; pronto los tendremos averiguando acerca de nuestra religión y podemos estar seguros de que se inmiscuirían en aquello sobre lo que indagan, si se atrevieran, pues así lo hacen siempre que se atreven. Pre-guntan acerca de la religión de un soldado, de un pobre o de un prisionero tan pronto ingresa al cuartel, al asilo o a la prisión. ¿Es ese hombre realmente libre en adelante para cambiar de religión según le plazca, confor-me a nuestra constitución y a nuestras leyes, o es administrado por el empleado público que puede obligarlo a mantenerse como era al ingresar, antes que tomarse la molestia de cambiar el registro? Las clases más pobres ya son administradas burocráticamente. Se ha dado un paso adelante y un hombre de esta-do, sistemático y especulativo, puede en cual-quier momento encontrar la ocasión para ir más lejos.

Es un gran error suponer que un sistema burocrático solamente es posible allí donde existe un gobierno monárquico; éste puede surgir gradualmente bajo cualquier

sistema político y hacer despótica a cualquier forma de gobierno. Un hombre investido de autoridad es lo que es, cualquiera sea la for-ma como la haya adquirido: por título he-redado, por las bayonetas de sus soldados, o por el sufragio universal. La vía de su ascen-so es accidental, su posición es el elemento positivo, su esencia es que él es un dirigente. Cualquier salvaguardia necesaria para al-gunas autoridades es necesaria para todas. No es menor el riesgo ante el engrandecido demócrata que ante el monarca o ante el aristócrata: es la naturaleza humana de todos ellos por igual entrometerse, y unir tanto como fuese posible el control con el poder ejecutivo, así como para no tener a nadie que pueda interferir con su intromisión. ¿Qué puede ser más claro que el hecho de que con-trolar es el poder supremo? ¿Qué más lógico que el que un poder supremo debe imponer activamente su supremacía? Un pueblo lógi-co, es decir, semiculto, transferirá el poder nominal al lugar donde éste realmente existe, y acumulará su totalidad en el pueblo o en el monarca. Así, mediante la burocracia el pueblo o el monarca adquiere carácter igual-mente despótico. Ésta otorga poder despótico a cualquier gobierno que sirve. Las repúblicas suizas y las constituciones germana y sarda son tan despóticas en su administración como el Imperio Francés, porque en todas ellas su administración es burocrática.

Cuando es poderosa, la burocracia es esencialmente revolucionaria porque es lógica, es decir, porque sigue un desarrollo libresco de principios generales, no el camino práctico de las experiencias y los hechos, y es por lo tanto, llevada a introducir cambios radicales inconsistentes con los hábitos de la gente para quienes legisla. En intereses y en condición, los funcionarios forman una clase aparte, cuya ocupación es clasificar al resto de la sociedad de la forma que les ocasione el menor problema, y al mismo tiempo multi-plicar sus deberes hacia ellos de tal manera que tengan más derechos sobre ellos por el salario que reciben y una excusa para mul-

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tiplicar sus efectivos. Se mantiene siempre cambiando a la gente según los lineamientos arbitrarios de una clasificación artificiosa, o aritmética, pero no según los principios humanos; no tiene en cuenta la historia y los hábitos de la gente ¿qué debería saber ella de hábitos o de historia? Su única meta es descubrir perpetuamente nuevos modos de interferencia, proveer más trabajo al buró, y someter a la gente siempre más completa-mente a su modo de hacer las cosas.

Es revolucionaria hacia la cabeza del gobierno porque su poder no reside en una persona en particular sino en el sistema, el buró, el cuerpo complejo; es suprema y marcha bien con o sin una cabeza. La cabeza depende de ella, pero no al contrario; cae una y otra se levanta en su lugar, pero cualquiera que surja tiene que utilizar la organización que ya está lista. No puede gobernar sin ésta, no dispone del tiempo para formar un nuevo sistema, y está obligada a adoptar aquel que tiene a mano. Por lo tanto, la cabeza que ma-nifiesta algún síntoma de una tendencia re-formista hostil tiene que temer la burocracia como su más terrible, su más revolucionario enemigo.

Ahora, cómo evitar las aproxima-ciones insidiosas a este vil sistema. Primero, tenemos que restringir tanto como sea po-sible la esfera de intromisión del gobierno y mantener nuestra independencia en tantas áreas de la vida como sea posible; nunca consentir que el gobierno tenga un poder sobre una clase que no deseamos que tenga sobre otra. Nunca aplaudir una ley injusta en contra de otros, por temor a que algún día se vuelva contra nosotros. Ser paciente bajo la necesaria falta de preparación y torpeza de un sistema independiente donde cada parte es equilibrada mediante controles; y oponernos firme y consistentemente a cada gran intento de centralización, tal como una igualación de las cifras diferenciadas de la pobreza y una administración central de los deberes de los consejos de guardianes, cual-quiera que sean las ventajas o conveniencias

que se nos prometan a cambio. La clase de los funcionarios debe mantenerse baja. Por esta razón, lamentamos la prueba de compe-tencias como herramienta que alienta cono-cimientos que no encuentran una legítima posibilidad de empleo en el trabajo que habrá de realizarse, y que nos provee un inquieto e intruso cuerpo de pedantes jóvenes. Por el contrario, el antiguo sistema nos dejaba en paz con la certeza de que no teníamos nada que temer de la garantizada incapaci-dad y contenido no ambicioso de aquellos a quienes les fueron confiados los constantes deberes rutinarios del Estado. Los funciona-rios deben estar siempre sujetos al público, y ser castigados por cada falta de cortesía o incumplimiento de funciones hacia aquellos cuyos asuntos tienen que administrar. Y en caso de disputas, la ley debe siempre suponer prima facie que el funcionario está equivoca-do, o por lo menos debe mantener la balanza perfectamente equilibrada. Ellos tienen, por supuesto, que ser responsables ante sus supe-riores oficiales, pero no en cuestiones entre ellos y el público, ya que el público no tiene la capacidad para proceder contra el funcio-nario, excepto cuando cuenta con el consen-timiento de su superior; entonces es cuando se sientan las bases de una verdadera buro-cracia. Repetimos: todas las quejas, todas las acciones contra ellos, debe ser públicas. Mientras a los funcionarios no se les permita adquirir la francmasonería de una sociedad secreta, no pueden hacer mucho daño.

Finalmente, nunca estaremos pro-tegidos de la burocracia hasta que hayamos exorcizado de nuestros hombres públicos aquel espíritu doctrinario que impera en re-volucionarios como Jeremy Bentham, Buckle y Bright, aquel positivismo que trata al hom-bre estadísticamente y como masa, no como individuo; aritméticamente, no de acuerdo a sus intereses. En consecuencia, tenemos que abrigar siempre sospechas respecto de cual-quier escuela que trate a los hombres como cifras para sumar, restar, dividir, multiplicar y reducir a fracciones comunes.

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Esta conferencia fue leída por su autor en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el 3 de junio de 2004, como parte del ciclo titulado “En guerra”. Fue traducida por Tomás Fernández Aúz y Bea-triz Eguibar Barrena, y publicada en la entrega 147 de la revista Claves, en noviembre de 2004. En el año 2008 fue publicada de nuevo en Barcelona por Katz Editores, acompañada de la entrevista concedida por el autor a Da-niel Gamper Sachse el día siguiente de la conferencia.

m i c h a e l walzer

Terrorismo y guerra justa

Inocentes e implicados

Comenzaré argumentando que la teoría de la guerra justa nos ayuda a entender la injusticia del terrorismo y a continuación haré dos cosas con este argumento: en pri-mer lugar, examinaré la elección del terror como estrategia política y, en segundo lugar, me ocuparé de algunos de los problemas que plantea combatirlo: ¿qué es lo que puede salir mal en la “guerra” contra el terrorismo?

El terrorismo es el asesinato alea-torio de personas inocentes impulsado por la esperanza de producir un temor generaliza-do. El temor puede contribuir a muchos ob-jetivos políticos diferentes, pero ninguno de ellos, tal como expondré más adelante, tiene por qué figurar necesariamente en la defi-nición (es fácil imaginar una organización terrorista descrita al modo en que la pintaría Kafka, esto es, carente de todo propósito). La aleatoriedad y la inocencia son los elementos cruciales de la definición. La crítica de este tipo de asesinato se asienta especialmente en la idea de la inocencia, una idea que es deudora de la teoría de la guerra justa –y

que con frecuencia se comprende mal–. La “inocencia” opera en la teoría como un tér-mino técnico: describe al grupo de los no combatientes, de los civiles, de los hombres y las mujeres que no se hallan materialmente implicados en el esfuerzo bélico. Estas per-sonas son “inocentes” con independencia de lo que estén haciendo su gobierno y su país, y al margen de si están o no a favor de lo que se está llevando a cabo. Lo contrario de “ino-cente” no es “culpable” sino “implicado” Los civiles no implicados son inocentes sin que en ello influya su moral ni su opción política personal.

Pero, ¿por qué los civiles han de ser todos inmunes a un atentado mientras que los soldados se encuentran colectivamente expuestos al peligro? De acuerdo con las re-glas del ius in bello1, una vez que la contien-da ha comenzado es enteramente legítimo

1) Véase Michael Walzer, Guerras justas e injustas, trad. de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar, Barcelona, Paidós, 2001, cap. 2, pp. 51 y ss. [N. del T.]

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matar soldados de manera aleatoria, o, por así decirlo, a medida que vayan poniéndose a tiro, y resulta legítimo intentar aterrorizar a los que en ningún caso habrán de situarse a nuestro alcance. Y, sin embargo, hay un gran número de soldados que de hecho son no combatientes: sirven tras las líneas de fuego, colaboran en los transportes, en el suministro de alimentos o en el almacenaje de pertrechos; trabajan en las oficinas y rara vez llevan armas. Además, ningún soldado es siempre un combatiente: descansan y juegan, comen y duermen, leen periódicos o escriben cartas. Algunos de ellos están en el ejército por propia voluntad, pero otros se hallan en él de mala gana. Si se les hubiera dado a ele-gir, habrían hecho otra cosa. ¿Cómo puede obligárselos a atacar simplemente porque se los llame soldados y vayan uniformados como tales? ¿Por qué el término “inocencia”, en tanto que término técnico, no define a algunos de ellos, en alguna ocasión?

Por otro lado, silos soldados son, con justicia, objeto de los ataques –todos ellos, y constantemente–, y se encuentran colectivamente en situación de riesgo, ¿por qué no es posible entonces que los civiles, considerados como clase, constituyan igual-mente objetivos legítimos? Pongamos por caso que un determinado grupo de civiles está compuesto por miembros de una comu-nidad política. Han elegido por clara mayoría a un gobierno que libra una guerra injusta o que se halla implicado en una política de opresión y, por consiguiente, comparten la responsabilidad de los actos inmorales, y tal vez delictivos, que se cometan. ¿Por qué no tienen razón los terroristas cuando dicen que su ciudadanía y su responsabilidad hacen que los civiles sean colectivamente susceptibles de sufrir un atentado?

Pese a mi escepticismo respecto de la seriedad de algunas de las personas que la plantean, voy a tomarme en serio esta pregunta. La respuesta guarda relación con el significado de la pertenencia a un ejército y a una sociedad civil. El ejército es un colectivo

organizado, disciplinado, entrenado y muy resuelto. Todos sus miembros contribuyen a la consecución de sus fines. Incluso los solda-dos que no llevan armas han recibido la ins-trucción que los capacita para manejarlas, y se hallan estrechamente vinculados, a través de los servicios que proporcionan, con quie-nes de hecho las utilizan. No importa que se trate de voluntarios o de reclutas: lo que está en cuestión no son sus preferencias morales individuales; han sido movilizados con un único objetivo, y lo que hacen permite que ese objetivo progrese. Para que éste pueda alcanzarse, se los aísla de la generalidad del público, se los aloja en campamentos y bases, y el Estado atiende todas sus necesidades. En tiempos de guerra se plantarán como un solo hombre.

La sociedad de los civiles no es en modo alguno así. Los civiles persiguen muchos objetivos diferentes, han sido ins-truidos para realizar muy diversos empeños y profesiones, participan en un conjunto muy heterogéneo de organizaciones y asociaciones cuya disciplina interna, comparada con la de un ejército, es por lo común muy laxa. Los ci-viles no viven en barracones sino en sus pro-pias casas y apartamentos, no viven con otros soldados sino con sus padres, esposas e hijos, no son todos de una edad similar sino que entre ellos hay personas muy mayores y muy jóvenes y el gobierno no atiende sus necesida-des sino que las asumen por sí mismos y en mutua colaboración. Como ciudadanos, per-tenecen a partidos políticos diferentes, tienen distintos puntos de vista sobre las cuestiones públicas, muchos de ellos no participan en modo alguno en la vida política, y, de nuevo, algunos de ellos son niños. Ni siquiera una levée en masse sería capaz de transformar a este grupo de personas en algo remotamente similar a un colectivo militar organizado.

Sin embargo, forman un colectivo de otro género: constituyen, junto con sus hijos e hijas, que pueden servir en el ejército, un pueblo. El hecho de que su condición de pueblo tenga carácter étnico o nacional, o sea

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de naturaleza completamente política, esto es, determinada únicamente por su ciudada-nía, carece aquí de importancia. Se identifi-can a sí mismos como franceses o irlandeses o búlgaros; por lo general, comparten una lengua y una historia y también, en el sentido prosaico del término, un destino. Como in-dividuos, sus futuros se hallan estrechamente entretejidos, y este vínculo se vuelve par-ticularmente sólido cuando su país está en guerra: de esto depende fundamentalmente

el modo en que los concebimos en tiempo de guerra.

La teoría de la guerra justa lleva implícita una teoría de la paz justa: suceda lo que suceda a los dos ejércitos, con inde-pendencia de cuál de ellos gane o pierda, sea cual sea la naturaleza de las batallas o el al-cance de las víctimas, los “pueblos” de ambos bandos han de ser, al final, reconciliados. El principio central del ius in bello, esto es, que los civiles no pueden constituir un objetivo

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ni ser eliminados deliberadamente, significa que estarán presentes –o, hablando en tér-minos morales, que deberán estarlo– cuando todo concluya. Éste es el significado más pro-fundo de la inmunidad de los no combatien-tes: no sólo protege a los individuos que no combaten, también protege al grupo al que pertenecen. Del mismo modo que la destruc-ción del grupo no puede constituir un objeti-vo legítimo de la guerra, tampoco puede ser una práctica legítima en la guerra. Los civiles

son inmunes en tanto que hombres y muje-res corrientes, carentes de implicación en el asunto de la guerra; y también son inmunes como miembros de una comunidad humana que no es una organización militar.

Hay una excepción parcial a esta regla de la inmunidad que también sugiere su solidez general. Si un país libra una guerra injusta, y es derrotado, puede obligárselo a ofrecer reparación a sus víctimas, y la carga se distribuirá mediante el sistema fiscal entre

Guernica,

Pablo Picasso,

1937.

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todos los ciudadanos, con independencia de cuál haya sido su papel en la guerra o su opi-nión sobre ella. No obstante, esta carga eco-nómica colectiva es la única que admitimos. No impondríamos trabajos forzados a los ciudadanos del Estado derrotado, y cierta-mente no los mataríamos por el simple hecho de su ciudadanía. Únicamente los individuos sobre los que pesen acusaciones de crímenes de guerra concretos pueden ser llevados a juicio y, tal vez, ejecutados. Todos los demás conservan sus inmunidades individuales y de grupo: es a un tiempo justo y bueno que sus vidas prosigan y que sobreviva su comunidad política o nacional.

concreto de personas. El mensaje que trans-miten va dirigido al grupo: no los queremos aquí. No los aceptaremos ni haremos las paces con ustedes. No los admitiremos como conciudadanos ni como socios en ningún proyecto político. Ustedes no son candidatos a la igualdad, y ni siquiera lo son para la co-existencia.

Éste es el mensaje más obvio del terror nacionalista, dirigido contra una na-ción rival; y también el del terror religioso, orientado contra los infieles o herejes. El terror de Estado se centra con frecuencia en un colectivo –unas veces es un grupo étnico, otras una clase socioeconómica– que se con-sidera opuesto o potencialmente opuesto: los turcos, los kurdos, los kulaks, la clase media urbana, cualquiera que tenga una educación superior, etc. No obstante, las instancias esta-tales recurren a veces a la matanza aleatoria, a las “desapariciones”, a los arrestos y a la tortura para aterrorizar a toda la población de su país. Ahora bien, lo que aquí señala-mos no es la masacre ni la eliminación, sino la tiranía, esto es, la subordinación radical. De hecho, la tiranía y el terror están siempre estrechamente vinculados. Los tiranos go-biernan por medio del terror, como indicara por primera vez Aristóteles. Y si los terroris-tas que no están en el poder se hacen con él, es probable que gobiernen del mismo modo: con la intimidación, y no la deliberación, como modus operandi. Edmund Burke se equivocaba en su opinión de conjunto sobre la Revolución Francesa, así como en relación con las doctrinas políticas que la inspiraron, pero no hay duda de que tenía razón respecto de algunos de los revolucionarios, los que pu-sieron en marcha el Terror: “En los sotos de sus liceos, y al fondo de sus alamedas, nada sino cadalsos puede verse”.

Ahora bien, ¿no es el terror, en ocasiones, una estrategia más modesta, di-rigida únicamente a lograr la modificación de la política de un gobierno? Las personas inocentes convertidas en blanco son las per-sonas a las que, supuestamente, debe proteger

Los terroristas atentan contra ambas inmunidades. No

sólo devalúan a los individuos a quienes matan sino

también al grupo al que pertenecen los individuos.

Muestran la intención política de destruir, desplazar o

subordinar de manera radical a esas personas en tanto

que individuos, y a ese “pueblo” en tanto que colectivo.

Por consiguiente, aunque todos los terroristas son

asesinos, no todos los asesinos son terroristas.

Los terroristas atentan contra ambas inmunidades. No sólo devalúan a los individuos a quienes matan sino también al grupo al que pertenecen los individuos. Muestran la intención política de destruir, desplazar o subordinar de manera radical a esas personas en tanto que individuos, y a ese “pueblo” en tanto que colectivo. Por con-siguiente, aunque todos los terroristas son asesinos, no todos los asesinos son terroris-tas. La mayoría de los asesinos trata de matar a personas concretas. Los terroristas matan de manera aleatoria en el seno de un grupo

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ese gobierno, y el mensaje consiste en que se encontrarán en peligro hasta que el gobierno se rinda, se retire o conceda un determinado conjunto de exigencias. Cuando eso suceda, la matanza cesará –eso dicen los terroristas– y las personas inocentes, las que aún sigan con vida, no se verán obligadas a abandonar sus casas ni a someterse a un régimen tirá-nico. Pensemos en la utilización, por parte de los Estados Unidos, de armas nucleares contra el Japón en 1945: se trató sin duda de un acto de terrorismo. Se mató a hombres y a mujeres inocentes para difundir el miedo en toda una nación y forzar la rendición de su gobierno. Además, esa acción vino acom-pañada de la exigencia de una rendición incondicional, lo que constituye una de las formas que adopta la tiranía en tiempos de guerra. Al final, los Estados Unidos no se empecinaron en la rendición incondicional, y la ocupación del Japón no constituyó una subordinación permanente del pueblo japo-nés a la potencia estadounidense. Sin embar-go, esto sólo significa que el mensaje que los terroristas envían no siempre es llevado des-pués a efecto. No existe ninguna duda de que en el momento en que se arrojaron las bom-bas la destrucción de Hiroshima y Nagasaki implicó una devaluación radical de la vida de los japoneses y una amenaza generalizada contra el pueblo japonés.

A veces, tal vez, los terroristas tengan efectivamente objetivos limitados, pero sus víctimas tienen siempre buenas razones para mostrarse escépticas respecto de esos límites. Desde su punto de vista, que es moralmente muy importante, el terror es una práctica total. El asesinato aleatorio implica una vulnerabilidad universal, y es frecuente que esta implicación se verifique en la práctica. El terror estalinista, por poner un ejemplo obvio, no fue concebido “para vencer” amenazando a los kulaks, “en la lucha de clases que se libraba en las zonas rurales”; fue concebido para eliminar a los kulaks. Probablemente, los terroristas argeli-nos se proponían realizar lo que lograron: la

expulsión de los europeos del suelo argelino (dispusieron de considerable ayuda por parte de los europeos). Los terroristas palestinos han sido notablemente honestos respecto de sus intenciones: no pretenden tener objetivos limitados, pese a que a veces se esgrima esa reivindicación en su favor. Quizá los terro-ristas vascos constituyan una excepción a la regla general, aunque no sé lo suficiente sobre ellos para poder hablar con cierta seguridad. Puede presumirse que crearían un Estado propio, que no pretenden la destrucción de España. Pero muy bien podrían proponerse la limpieza étnica (e ideológica) del País Vas-co. De manera similar, podemos suponer que los terroristas revolucionarios pertenecientes a los diversos “ejércitos rojos” de la década de 1970 habrían dejado de matar a los capitalis-tas una vez que el sistema capitalista hubiera caído. Por otro lado, podrían haber tratado de purgar a su país de la burguesía corrupta, ahora de tendencia contrarrevolucionaria. Parece que es mejor tomarse en serio el men-saje que envían los terroristas.

Desde luego, los terroristas no quieren que se los identifique y se los juzgue por el mensaje que envían sino más bien por los objetivos que anuncian: no por la destrucción, la expulsión o la subordinación radical de unas personas, sino por su victoria en una guerra justa, o de liberación nacional, o por el triunfo de su religión. ¿Y por qué no debemos identificarlos principalmente en función de los fines que afirman en vez de por los medios que utilizan? He oído decir con frecuencia que la guerra contra el terro-rismo no tiene sentido, ya que el terror es un instrumento, no una política plenamente desarrollada, como, digamos, el comunismo o el radicalismo islámico. Sin embargo, no hay duda de que una de las razones más im-portantes (aunque no la única) para oponerse al comunismo y al radicalismo islámico es que esas ideologías han servido, en la vida real, para inspirar y justificar el terrorismo. Los instrumentos que se escogen son con fre-cuencia moralmente definitorios, como su-

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cede en el caso del sindicato del crimen, por ejemplo, o de la mafia, cuyo fin a largo plazo (hacer dinero) es compartido por muchas otras personas y es enteramente aceptable en una sociedad capitalista. Sin duda, los obje-tivos de las bandas criminales son incapaces de justificar los medios que eligen, pero hay algo de igual importancia: que sus objetivos no sirven para identificar a los actores. Los miembros de la mafia pueden considerarse hombres de negocios pero con razón los llamamos bandidos. De manera similar, los hombres y las mujeres que ponen bombas en las zonas residenciales urbanas, o que orga-nizan masacres, o que hacen “desaparecer” a las personas, o que se hacen saltar por los aires en cafés atestados, pueden considerarse militantes políticos o religiosos, o emplea-dos públicos y funcionarios, pero con razón los llamamos terroristas. Y nos oponemos a ellos, o deberíamos oponernos a ellos, debido a que son terroristas.

Si calificamos a los terroristas por sus acciones en lugar de por sus supuestos objetivos, quedamos libres para respaldar los objetivos –si los consideramos justos–, e in-cluso para tratar de alcanzarlos activamente por medios no terroristas. Podemos respal-dar el esfuerzo bélico de los Estados Unidos contra el Japón a pesar de que nos oponga-mos al bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Podemos trabajar por la independencia de Argelia a pesar de que nos opongamos al terrorismo del FLN. Podemos hacer un lla-mamiento en favor de un Estado palestino y condenar al mismo tiempo a los grupos que atentan contra los civiles israelíes. Una política decente requiere con frecuencia una campaña con dos frentes: contra la opresión y la ocupación, como en los dos últimos ca-sos, y también, simultáneamente, contra el asesinato.

No creo que el terrorismo pueda justificarse en ningún caso. Pero tampoco quiero abogar por una prohibición absoluta. La de “Hágase la justicia aunque perezca el mundo” nunca me ha parecido una posi-

ción moral plausible. En algunos casos raros y muy determinados quizá sea posible no justificar, pero sí hallar excusas para el terro-rismo. Personalmente, puedo imaginarme una situación así en el hipotético caso de una campaña terrorista lanzada por militantes judíos contra civiles alemanes en la década de 1940; y suponiendo que hubiera existido la probabilidad de que los atentados contra los civiles (en realidad, habría sido altamente improbable) hubiesen podido detener el ase-sinato en masa de los judíos. El argumento para el extremismo podría funcionar en cir-cunstancias verdaderamente extremas, pero aquí hemos de ser muy cuidadosos, ya que el terrorismo, como he venido señalando, representa una amenaza de asesinato genera-lizado incluso en el caso de que no llegue tan lejos. De hecho, no sé de ninguna campaña terrorista concreta que pueda ser excusada de este modo a pesar del habitual argumento de la desesperación. Las excusas normales no valen. Los terroristas concretos amenazan con cometer un asesinato en masa para opo-nerse, o, mejor, con la pretensión de oponerse a algo que no le es equiparable. Y en la mayo-ría de los casos tienen las intenciones totali-taristas que sus acciones indican.

Esta es la injusticia del terrorismo: el asesinato del inocente y la creación de un colectivo devaluado, de un grupo de hom-bres y mujeres que se ha visto privado del derecho a la vida, o, en su caso, del derecho a vivir donde viven. Se les ha negado la que bien pudiera ser la más importante de las cuatro libertades que proclamaran Roose-velt y Churchill en 1943: la de estar libre del miedo. La característica esencial del terro-rismo estriba en que extiende la violencia o la amenaza de violencia y la hace pasar de los individuos a los grupos. Los hombres y las mujeres son transformados en objetivos por el hecho de su pertenencia a un grupo: por el hecho de ser japoneses, o protestan-tes en Irlanda del Norte, o musulmanes en Gujerate, o judíos en Israel. Lo que nos hace vulnerables emana de quienes somos, no de

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lo que hacemos: identidad equivale a respon-sabilidad. Éste es un vínculo al que estamos moralmente obligados a oponernos.

Decisión prudencial y

justificación moral

El terror es una estrategia que ha de elegirse de entre una gama bastante am-plia de estrategias posibles. Siempre es una elección. Durante muchos años he venido argumentando que al analizar esa elección tenemos que imaginar a un grupo de per-sonas que se hallan sentadas en torno a una mesa y que discuten acerca de lo que es pre-ciso hacer. No tenemos las actas de esas re-uniones, pero disponemos de su descripción, y sabemos que se han producido en todos los casos de actividad terrorista. También sabe-mos que algunas de las personas sentadas en torno a esa mesa han argumentado en contra de la opción del terror. El terrorismo no re-presenta la voluntad general de los irlandeses católicos ni la de los argelinos, los palestinos o los estadounidenses (en 1945 hubo figuras

destacadas del gobierno y del ejército estado-unidenses que se opusieron a la utilización de la bomba atómica); no es el producto necesario de una cultura religiosa o política. Del mismo modo que los “valores asiáticos” como ha señalado Amartya Sen, no ordenan oponerse a los derechos humanos, tampoco los valores irlandeses, argelinos, palestinos o estadounidenses exigen la aceptación del te-rrorismo. Se trata de una decisión que suscita el respaldo de unos y la oposición de otros.

Supongo que en la mayoría de los casos los argumentos obedecen más a la pru-dencia que a la moral, pero no creo que las personas que se sienten en torno a esa mesa sean “realistas” que simplemente se limiten a aprovechar las oportunidades políticas o se vean empujadas por las necesidades mili-tares. este es el punto de vista habitual de la ciencia política, y tal vez de la política en ge-neral, y desde esta perspectiva la justificación moral no es más que una fachada levantada apresuradamente después de que las decisio-nes cruciales ya han sido tomadas. A veces,

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de la guerra,

Goya, 1810.

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quizás, el “realismo” es una descripción certera de lo que sucede en el “mundo real”, pero yo deseo sugerir -de manera provoca-tiva, espero, aunque también realista- que en ocasiones lo cierto es lo contrario: los argumentos estratégicos relacionados con lo que es posible o necesario son una fachada tras la cual los militantes y los oficiales hacen cobrar vida a sus más profundas conviccio-nes políticas y morales. Hay veces en que la estrategia es un disfraz de la moralidad (o de la inmoralidad).

Pensemos en la decisión británica de bombardear las ciudades alemanas. A principios de la década de 1940, los políti-cos y los generales británicos, sentados en torno a una mesa, discutieron la política de los bombardeos estratégicos. ¿El objetivo de la RAF debía consistir en matar a cuantos civiles fuera posible, a fin de aterrorizar al enemigo y colapsar la economía, o debían los pilotos ocuparse únicamente de objetivos militares? Hasta donde he podido saber por las memorias y las historias de que dispo-

nemos, el debate se efectuó enteramente en el lenguaje de la estrategia. Nunca se men-cionó el principio de la inmunidad de los no combatientes. Dados los dispositivos de que entonces se disponía para volar y apuntar las armas a su blanco, ¿cuáles eran las probabi-lidades de alcanzar objetivos militares? ¿Qué pérdidas sufriría la fuerza aérea si volaba durante el día a fin de apuntar con (un poco más de) precisión? ¿Cuáles serían los efectos probables del bombardeo de las zonas resi-denciales urbanas sobre la moral civil y sobre la producción y el suministro de pertrechos militares? Fuera del gobierno, pocas eran las personas que planteaban cuestiones morales sobre la política de los bombardeos; en su interior, todo sucedía como si se hubiera pro-hibido hablar de moral: ¡aquí no hay nadie excepto nosotros, los realistas! Ahora bien, si uno examina los años posteriores a la guerra, resulta que las personas que estaban a favor del bombardeo de las zonas residenciales –digamos, en el año 1943– fueron después asesores y funcionarios de los gobiernos

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conservadores británicos, y que, desde esos puestos, siguieron defendiendo una toma de decisiones dura y “realista”, mientras que la gente que se había opuesto se encontraba en las filas de la izquierda y trabajaba para gobiernos laboristas o en favor de la Cam-paña para el Desarme Nuclear, planteando con frecuencia los argumentos morales que no habían esgrimido durante la guerra. Sin duda, sus argumentos estratégicos de 1943 venían dictados en parte por la represión de sus convicciones políticas y morales; es decir, no surgían únicamente de sus puntos de vista sobre la “necesidad” de matar a civiles, sino también de sus opiniones sobre la justicia o la injusticia de esa matanza. A fin de cuentas, es habitual que los estrategas operen sobre la base de informaciones inadecuadas e insegu-ras; sus predicciones se plasman en probabi-lidades muy toscas; es fácil que se decanten por una u otra decisión, y parecen adoptar –o hacerlo frecuentemente– aquellas decisiones que las personas que realizan las prediccio-nes (o las personas para quienes se hacen esas predicciones) quieren que adopten.

Por tanto, cuando los terroristas nos dicen que no tenían elección, que no podían hacer otra cosa, que el terror era su último recurso, debemos recordar que había gente en torno a la mesa que argumentaba contra todas y cada una de esas propuestas. Y también debemos reconocer que las con-sideraciones estratégicas no constituyen el único factor que configura esos argumentos y que posiblemente ni siquiera sea el más importante. El conjunto de las ideas políticas y morales de los participantes, su cosmovi-sión, también es un factor. En realidad, están respondiendo a preguntas como éstas: ¿Reco-nocen el valor humano de sus enemigos? ¿Es-tán dispuestos a alcanzar un acuerdo de paz? ¿Pueden imaginar un futuro Estado en el que compartan el poder pero no gobiernen? Esto es de hecho lo que está en juego en torno a la mesa; y podemos ver la injusticia del terroris-mo reiterada en las respuestas negativas que salen de la boca de sus defensores.

Daños colaterales

y asesinatos selectivos

Una vez que se ha tomado la de-cisión y que los terroristas se ponen manos a la obra, ¿cómo debemos combatirlos? Voy a asumir el valor de hacerlo, y no voy a con-siderar aquí los esfuerzos encaminados a hacer algo distinto so pretexto de la “guerra” contra el terrorismo (como el hecho de librar una guerra en Irak). No existe ninguna causa política digna que no sea susceptible de ser explotada en beneficio de objetivos indignos y carentes de relación con ella; pero el tema que aquí trato es el de la causa, no el de su explotación. También voy a tratar de descri-bir la necesaria respuesta política al terror. Doy por supuesto que es necesaria una res-puesta política, pero “combatir” también es necesario. La primera respuesta a la pregunta de cómo combatir es simple en su principio, aunque a menudo difícil en la práctica: no hay que hacerlo por medios terroristas. Esto significa que hay que hacerlo sin convertir en blanco a hombres y mujeres inocentes. Voy a centrarme en este principio, que se despren-de de la teoría de la guerra justa. La segunda respuesta a la pregunta de cómo combatir sostiene que debemos actuar sin rebasar las restricciones impuestas por la democracia constitucional. Éste, sin embargo, como el de la política considerada en términos más ge-nerales, es tema para otra ocasión.

Para combatir, es preciso identi-ficar al enemigo, así que es muy importante decir desde el principio que las personas a

La primera respuesta a la pregunta de cómo

combatir es simple en su principio, aunque a menudo

difícil en la práctica: no hay que hacerlo por medios

terroristas. Esto significa que hay que hacerlo sin

convertir en blanco a hombres y mujeres inocentes.

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las que los terroristas pretenden representar no son cómplices del terror. Sea cual sea su vínculo o su falta de vínculo emocional (y sabemos que con frecuencia tienen sólidos vínculos), no procuran respaldo material: se ajustan a la descripción que acabo de hacer del colectivo civil. Los terroristas tienen de hecho respaldo material, pero quienes los respaldan son hombres y mujeres concretos, no la gente en general. Al final de la “guerra” contra el terrorismo, como al final de cual-quier otra guerra, será preciso brindar aten-ción a la gente en general.

Los terroristas hacen del enemigo un colectivo y enfatizan que todas y cada una

pudo haber evitado el atentado. Esto podría ser cierto en algunas ocasiones, pero es con frecuencia falso (con independencia de lo que la familia se vea obligada a decir después del trance). En la sociedad nacional, no se permite que la policía actúe de ese modo y destruya, por ejemplo, los hogares de los pa-rientes de los mafiosos por el hecho de que vivan de los negocios de la familia. Tampoco se permitiría que los ejércitos o las “fuerzas especiales” hicieran otro tanto. Si un pariente determinado es cómplice del delito, entonces los antiterroristas han de encontrar algún modo de detener y castigar a esa persona, no a la familia ni al pueblo ni al vecindario de la ciudad. El castigo colectivo trata a las per-sonas como a enemigos pese a que podrían ser tan diferentes unas de otras (por sus ideas políticas, por ejemplo) como lo eran las personas del café o el autobús contra el que atentó el terrorista suicida. Y para los antite-rroristas, la ventaja viene de que esas diferen-cias (políticas) sean expuestas abiertamente, no de que sean suprimidas.

Los terroristas sostienen que no hay nada parecido a los daños “colaterales” (o secundarios, como dice el diccionario). Para ellos, todos los daños son primarios, y quieren hacer tanto daño como les sea posi-ble: a más muertes, mayor miedo. Por tanto, los antiterroristas tienen que diferenciarse resaltando la categoría del daño colateral y produciéndolo en la menor cantidad posible. Las mismas reglas que rigen en el ius in bello se aplican a la “guerra” contra el terrorismo, además de a la guerra en general: los solda-dos deben actuar únicamente contra objeti-vos militares y han de minimizar el daño que causan a los civiles. No creo que la doctrina del “doble efecto”, tal como se la suele enten-der, describa adecuadamente lo que aquí se requiere. No basta con que el primer efecto, el daño causado a los objetivos militares, sea intencionado y que el segundo, el producido a los civiles, no lo sea. Los dos efectos requie-ren dos intenciones: primero, que el daño se produzca y, segundo, que el daño se evite. Lo

Es por tanto un error moral y político implicarse en

castigos colectivos que destruyen, por ejemplo, el

hogar familiar en el que vivía un terrorista suicida,

como han hecho los israelíes, basándose en la

suposición de que la familia apoyaba al suicida o pudo

haber evitado el atentado. Esto podría ser cierto en

algunas ocasiones, pero es con frecuencia falso.

de las personas del otro bando están implica-das en la guerra o en la opresión. Los antite-rroristas deben individualizar al enemigo y enfatizar la inocencia de la gente en general. Tal como hace la policía en una sociedad na-cional decente, los antiterroristas han de bus-car a los individuos concretos que planean las acciones terroristas, les proporcionan respaldo material o las realizan.

Es por tanto un error moral y po-lítico implicarse en castigos colectivos que destruyen, por ejemplo, el hogar familiar en el que vivía un terrorista suicida, como han hecho los israelíes, basándose en la suposi-ción de que la familia apoyaba al suicida o

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que la justicia exige es que el ejército adopte medidas concretas, que acepte riesgos para sus propios soldados a fin de evitar dañar a los civiles. La misma exigencia pesa sobre los antiterroristas con mayor fuerza aun, creo yo, en la medida en que la “guerra” contra el terrorismo es (o debería ser) sobre todo una labor policial y no una guerra propiamente dicha, y es claro que a los agentes de policía les imponemos unos criterios de atención a los civiles mucho más elevados que los que exigimos de los soldados.

Esta exigencia de atención también rige la práctica que ha dado en llamarse “ase-sinato selectivo” Son los israelíes quienes han hecho célebre esta práctica, pero voy a exa-minar un ejemplo estadounidense. Antes, no obstante, permítanme una reflexión general. La teoría de la guerra justa excluye el asesi-nato de los dirigentes políticos del Estado enemigo, como también lo excluye el derecho internacional, porque se asume que la guerra terminará, y deberá terminar, mediante un acuerdo de paz negociado con esos mismos dirigentes, a los que se considera persona-lidades representativas. No habrían sido muchas las personas dispuestas a oponerse al asesinato de Adolf Hitler, pero esto se debió (en parte) a que no teníamos intención de ne-gociar con él. Ahora bien, este argumento se aplica únicamente a los dirigentes políticos, a los jefes del colectivo civil. No se aplica en modo alguno a los oficiales del ejército, que forman parte de un colectivo militar.

Probablemente, deberíamos tratar de conservar esta distinción incluso en las organizaciones terroristas, donde con fre-cuencia es borrosa o inexistente. En Irlanda, el partido político Sinn Fein se las arregló para separarse de manera bastante convin-cente del IRA, un “ejército” compuesto por elementos cuya exposición a las detenciones o los atentados difería de la exposición de los miembros políticos a esos mismos peligros. Si la separación era un pretexto, como afir-maron los británicos durante mucho tiempo, era un pretexto útil, como al final reconocie-

ron al negociar con los dirigentes del Sinn Fein (que se hallaban entonces en una tensa relación con los militantes del IRA). Resulta algo más difícil imaginar cómo ha de bregar-se con organizaciones que apenas se preocu-pan de simular que posean “brazos” políticos y militares separados, como hace Hamas en Palestina, donde la reivindicación de la sepa-ración se realiza únicamente tras un atentado israelí y después se olvida. Con todo, podría ser prudente respaldar la simulación con la esperanza de que un día pueda adquirir una cierta realidad y abrir una vía para la nego-ciación. Pero se trata de prudencia, me pare-ce, no de una exigencia moral (excepto en la medida en que los dirigentes políticos están obligados a ser prudentes). En cualquier caso, la vulnerabilidad de los dirigentes militares es clara. Si durante la Segunda Guerra Mun-dial un par de comandos británicos hubiese cruzado las líneas alemanas del norte de África (o si un par de comandos alemanes hubiese cruzado las líneas británicas), se hu-biesen abierto paso hasta el cuartel general del ejército y asesinado a un coronel, a un brillante estratega que estuviese planeando el próximo ataque de sus tanques –pero no fuese a participar en él–, estaríamos ante un “asesinato selectivo”, pero no ante un asesi-nato injusto.

Ahora examinemos el caso de los cinco militantes de Al Qaeda (así los cata-logaron los funcionarios estadounidenses) que viajaban en una furgoneta por el desierto yemení y que fueron víctimas de un misil Hellfire a fines de 2001. De haberse produci-do en Afganistán, ese mismo ataque habría constituido un acto de guerra. Si diésemos por supuesto que se identificó correctamente a los muertos, no pensaríamos que el ataque fuese injusto, ni siquiera que fuese proble-mático. Parte del horror de la guerra estriba en que es legítimo matar sin previo aviso a las personas del otro bando que tengan im-plicación activa en ella. A veces es posible darles la oportunidad de rendirse, pero con frecuencia, en las incursiones nocturnas, en

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las emboscadas yen los ataques aéreos, por ejemplo, no resulta posible hacerlo.

Ahora imaginemos que ese mismo ataque con misiles Hellfire, dirigido contra las mismas personas y contra la misma fur-goneta, no se hubiera producido en Afga-nistán sino en una calle de Filadelfia. No sería un acto de guerra y no sería legítimo. Quedaríamos horrorizados: el ataque consti-tuiría un crimen político, y buscaríamos a los máximos responsables. Sería preciso arrestar en Filadelfia a los (presuntos) terroristas, acusarlos, proporcionarles abogados y llevar-los ante un tribunal. No se los podría matar a menos que fuesen condenados, y muchos estadounidenses, contrarios a la pena capital, dirían: ni siquiera entonces.

Yemen se encuentra en alguna parte entre Afganistán y Filadelfia. No es una zona de guerra, pero tampoco es una zona de paz, y esta descripción resultaría adecuada para muchos de los “campos de batalla” de la “guerra” contra el terrorismo, aunque no para todos. Hay grandes porciones de Yemen en las que el mandato del gobierno es ino-perante; no hay policía que pueda realizar las detenciones (catorce soldados resultaron muertos en las tentativas de captura de los militantes de Al Qaeda), ni tribunales en los que los prisioneros puedan albergar la expectativa de un juicio justo. El desierto yemení es una tierra sin ley, y la ausencia de leyes ofrece un refugio para los delincuentes

políticos que llamamos terroristas. El mejor modo de abordar la cuestión de este refugio sería ayudar al gobierno yemení a extender su autoridad a la totalidad de su territorio. Éste es, sin embargo, un proceso largo, y las urgencias de la “guerra” contra el terrorismo pueden requerir una acción más inmediata. En los casos en que esto sea cierto, si es que es cierto, no parece moralmente injusto con-vertir directamente en blanco a los militantes de Al Qaeda para capturarlos, si es posible, pero también para matarlos. En este sentido, Yemen está más cerca de Afganistán que de Filadelfia.

Pero hay dos límites morales y po-líticos para este tipo de políticas y son límites de una importancia capital, ya que, una vez que aprenden a matar, es probable que los gobiernos maten demasiado y con demasiada frecuencia. El primer límite está implícito en la expresión “convertir en blanco” Hemos de estar tan seguros como sea posible, sin juez ni jurado, de que las personas a las que esta-mos convirtiendo en blanco son realmente militantes de Al Qaeda o, de modo más gene-ral, debemos asegurarnos que están implica-das en la planificación y la realización de los atentados terroristas. Los blancos deben ser identificados, y la labor de identificación ha de realizarse de manera cuidadosa y precisa.

El segundo límite es aun más im-portante. Hemos de estar tan seguros como sea posible de que tenemos la capacidad de alcanzar a la persona convertida en blanco sin matar a las personas inocentes que se encuentren en las proximidades de él (o ella). Aquí creo que tenemos que seguir criterios que nos acerquen más a Filadelfia que a Afganistán. En una zona de guerra no es posible evitar los daños colaterales, sólo es posible minimizarlos. En una guerra, la cues-tión más difícil consiste en determinar qué grado de riesgo estamos dispuestos a aceptar que asuman nuestros propios soldados a fin de reducir los riesgos que imponemos a los civiles enemigos. Sin embargo, cuando la po-licía persigue a los delincuentes en una zona

Lo mismo ocurre en la sociedad nacional cuando la

línea que separa a la policía de los delincuentes queda

desdibujada por la brutalidad o la corrupción de la policía.

Sin embargo, es importante destacar que cuando esto

sucede defendemos lo mejor posible la existencia de esa

línea sometiendo a la policía a críticas y reformas: no nos

ponemos de parte de los delincuentes.

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de paz, es justo que no le dejemos margen para la generación de daños colaterales. En el más estricto sentido, ha de procurar no herir a los civiles incluso en el caso de que eso haga que su operación sea más difícil, o posibilite la huida de los delincuentes.

A mi juicio, ésta ha de ser, grosso modo, la norma justa que deben seguir las personas que planeen realizar asesinatos selectivos. Al igual que la policía, tampoco ellas libran de hecho una batalla. Pueden planear su ataque, y pueden suspenderlo si descubren, por ejemplo, que su objetivo lleva a un niño sobre el regazo (como en la obra de Camus Los justos) o se ha mezclado con la muchedumbre o se encuentra sentado en un departamento que no está vacío como se es-peraba que estuviera. No pueden evitar hacer recaer un cierto grado de riesgo sobre perso-nas inocentes, y los riesgos serán ciertamente más elevados que los que impone la policía en una ciudad en paz, pero hemos de insistir en que debe realizarse un tenaz esfuerzo para minimizarlos. El ataque realizado por los Es-tados Unidos en el desierto de Yemen tal vez haya satisfecho este criterio. No tengo sufi-ciente información sobre las personas muer-tas ni sobre otras personas de los alrededores ni sobre las decisiones tácticas que fue preci-so tomar para establecer un juicio firme. Al-gunos de los asesinatos selectivos realizados por Israel se han ajustado a estos criterios; otros, casi con toda seguridad, no. Un coche que transita por una calle concurrida no es un objetivo permisible, no más de lo que lo sería una mesa concreta de una cafetería abarrotada. Si los terroristas se escudan de-trás de otras personas, entonces los antite-rroristas han de saber abrirse camino entre los escudos, tal como deseamos que haga la policía. El caso de la bomba de una tonelada que se arrojó sobre un bloque de viviendas de Gaza, donde el objetivo era una persona pero murieron más de veinte, es un ejemplo paradigmático de lo que no debe hacerse. No creo que puedan justificarlo siquiera las nor-mas de “definición de objetivos” que rigen en

tiempo de guerra. Sin embargo, puede que este ataque no fuese un caso de asesinato “se-lectivo”: al leer los relatos de los periódicos, es difícil evitar la sensación de que su propó-sito era aterrorizar a la población civil, cuyos integrantes fueron considerados, de manera colectiva, como apoyos del terrorismo.

Cuando el asesinato tiene prio-ridad sobre la selección, los antiterroristas adquieren un aspecto demasiado parecido al de los terroristas, y la distinción moral que justifica su “guerra” queda en entredicho. Lo mismo ocurre en la sociedad nacional cuando la línea que separa a la policía de los delincuentes queda desdibujada por la brutalidad o la corrupción de la policía. Sin embargo, es importante destacar que cuando esto sucede defendemos lo mejor posible la existencia de esa línea sometiendo a la poli-cía a críticas y reformas: no nos ponemos de parte de los delincuentes. De manera similar, todo lo que salga mal en la “guerra” contra el terrorismo no afecta a la injusticia del terror. De hecho, confirma esa injusticia: lo que aprendemos es que tenemos que condenar el asesinato de gente inocente dondequiera que se produzca, en cualquiera de los lados de la línea.

Esa condena resulta más eficaz, me parece, si empezamos por la teoría de la guerra justa y su reconocimiento de la inmunidad del no combatiente. Pero, como debería haber quedado claro, no podemos limitarnos únicamente a la teoría de la gue-rra justa: al contrario, hemos de movernos entre nuestro concepto del combate y nuestro concepto de la labor policial, entre el conflic-to internacional y el delito nacional, entre las zonas de guerra y las zonas de paz. El ius in bello constituye una adaptación de la moral a las circunstancias del combate, al calor de la batalla. Tal vez necesitemos adaptaciones adicionales a las circunstancias del terror. Pero podemos seguir guiándonos, incluso en estas nuevas circunstancias, por nuestra comprensión fundamental de cuándo es jus-to combatir y matar y cuándo es injusto.

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La mejor fuente

El 28 de diciembre de 1818 nació, en la casa santafereña que estuvo alguna vez situada frente al Palacio de la Carrera, doña María del Carmen Caicedo Jurado. Era la segunda hija del matrimonio formado hacía casi cuatro años por don Domingo Caicedo y Sanz de Santamaría, primogénito del acauda-lado hacendado del Saldaña don Luis Caice-do, y por doña Juana Jurado Bertendona, una de las diez hijas que había traído de España el oidor Juan Jurado. Pese a las vicisitudes que dejó la guerra libertadora, con la ruina de todas las haciendas, esta niña recibió una educación esmerada. Al fin y al cabo, se tra-taba de la hija de un general republicano que llegó a ser el último vicepresidente del fallido experimento colombiano, pero a la vez el pri-mer granadino que pasó revista a las tropas conjuntas que hicieron posible el destierro de los oficiales venezolanos que acompañaron la aventura política del general Rafael Urdaneta cuando murió el Libertador.

Una de las actividades educativas aconsejadas para esta niña por su abuela materna –la sevillana doña Concepción Bertendona– antes de su partida hacia la isla de Cuba para acompañar a su marido, fue el aprendizaje de la guitarra española. Los maestros de este instrumento musical disponibles en la capital durante la época en que esta niña contaba con diez años eran dos: don Mariano de la Hortúa (1792-1851), natu-ral de la provincia del Socorro, y don Fran-cisco Londoño (1800-1854), proveniente de la provincia de Antioquia. Pobres de solem-nidad, los músicos de este tiempo alternaban en las bandas de los regimientos de todos los bandos y en algunos casos daban clases

La música de la época de la Independencia

a r m a n d o MARTÍNEZ GARNICA (c o m p.)

a señoritas de familias acomodadas. Uno de éstos fue quien encabezó la primera página del cuadernito de pasta azul, en el que fueron dibujados pentagramas a mano en cada hoja, con la siguiente frase: “Música de Guitarra de mi Señora Doña Carmen Caycedo”.

No son más que 14 páginas de a seis pentagramas llenos cada una, pero es la fuente documental más antigua conser-vada hasta ahora de la música de la época de la Independencia: valses, contradanzas, pasodobles, bailes, marchas y un bambuco desfilan por estas páginas cuidadas amoro-samente por el hijo menor de su afortunada propietaria, don Pedro Antonio Herrán Cai-cedo (1859-1891). Redactor del periódico La Regeneración e historiador, fue el custodio de este cuaderno de música hasta su muerte. Pasó después por manos incógnitas hasta llegar a las del prolífico historiador bogotano don Guillermo Hernández de Alba, quien lo cedió a su actual custodio, el Patronato Co-lombiano de Artes y Ciencias.

Los valses que aparecen en este cuaderno de música son once, titulados El Colegial, El Arias, El Filósofo Caucano, El Ciego, El Retozo de los Frailes, El Aguinal-do, El Clavel, El Paje, El Descontento, Los Pollitos y uno sin nombre. Las contradanzas son cinco, tituladas La Negra, La Cojera, La Libertadora, La Florita y La Vencedora. Los pasodobles del cuaderno son dos, uno titulado el Pasodoble de las Cornetas y otro sin nombre. Los bailes son tres, titulados El Ondú, Baile Inglés y Allegro. Las marchas no tienen nombre y son dos, de las cuales una se tocaría con la 6ª en Re, y un bambuco titulado El Aguacerito completa las 24 piezas musicales del cuaderno. A solicitud del Pa-

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Partitura de

La Libertadora,

reproducida en el Papel

Periódico Ilustrado.

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tronato, el maestro Gabriel Trujillo escribió los arreglos de todas estas piezas para guita-rra, los cuales fueron publicados en 1990 por esta fundación bajo el título de La guitarra en la Nueva Granada y la Gran Colombia.

Otras fuentes dispersas ya habían traído en el siglo XIX las noticias de otras obras de la época de la Independencia, tales como la contradanza La Trinitaria, la Mar-cha compuesta para el funeral del Libertador en Santa Marta (1830), el bambuco La Gua-neña y el pasodoble marcial titulado Guardia Nacional.

Las contradanzas

Hoy en día se cuenta con arreglos orquestales para seis contramarchas, titula-das La Vencedora, La Libertadora, La Cojera, La Negra, La Trinitaria y La Florita. Según alguna versión, La Vencedora fue eje cutada en el campo de batalla de Boyacá por una fanfarria que integró el coronel José María

Cancino. El maestro José Rozo Contreras fue encargado por la Cancillería de Colombia para hacer un arreglo para banda sinfónica con base en la partitura que fue publicada en el Papel Periódico Ilustrado y en una copia manuscrita que el autor de la Historia de la Música colombiana, José Ignacio Perdomo Escobar, aportó para tal efecto. Fue así como a comienzos del año 1955 el maestro Con-treras dirigió su arreglo en la sala de ensayos de la Banda Nacional de Bogotá, la cual fue grabada e incluida en las Obras selectas del Cancionero noble de Colombia (Bogotá: Emi-sora HJCK, 1960).

La Libertadora, de autor anónimo, fue compuesta para el agasajo ofrecido al ge-neral Bolívar después de su entrada triunfal a Bogotá, pasada la batalla del campo de Bo-yacá. Según José Ignacio Perdomo Escobar, fue interpretada repetidas ve ces, alternándola con La Vencedora, en el baile ofrecido a los generales en el Palacio de gobierno y en las fiestas populares que se organizaron en la plaza. En 1955 el maestro Oriol Rangel hizo el arreglo para piano que fue editado en los discos de la emisora HJCK y en el Cancione-ro Noble de Colombia. Posteriormente, una versión para orquesta de cuerdas fue dirigida por el maestro Blas Emilio Atehortúa.

La Cojera es una contradanza instrumentada para cuerdas y guitarra que se ejecuta como una obra graciosa, pues se baila imitando a personas cojas. La Negra fue originalmente dedicada a doña Manuelita Sáenz, a quien cariñosamente llamaban con el apodo de “la negra”, y es una contradanza para flauta y orquesta de cuerdas. En cambio, la Trinitaria es una contradanza con aire de polka, con partitura de autor anónimo, que según la tradición perteneció al Liberta-dor presidente. Éste se la regaló a la familia Grisolle, oriunda del Perú y establecida en Cartagena a principios del siglo XIX, como testimonio de su aprecio personal. Según relata el historiador Gabriel Porras Troco-nis, en 1827 Eduar do Grisolle, el jefe de la familia, ofreció a Bolívar —que marchaba de

Partitura de

La Vencedora,

reproducida en el

Papel Periódico

Ilustrado.

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Caracas a Bogotá— una espléndida cena en su casa de la calle Curato de Santo Toribio, en la cual posiblemente se oyó esta compo-sición, pues fue una velada rica en expresio-nes artísticas. Emilia, la mayor de las tres señoritas Grisolle, le pidió al Libertador que posara para ella mientras los demás invitados se recreaban en el jardín de la residencia. El ilustre huésped elogió el retrato a pluma que su amable amiga había ejecutado y, en prenda de amistad, dejó a sus anfitriones la partitura de esta contradanza, en papel con borde de fino encaje, y una copa de cristal en la que bebía durante sus viajes. En 1932, descen-dientes de los Grisolle le regalaron al maestro Miguel Sebastián Guerrero la partitura re-ferida, la copa y una carta que Bolívar había escrito al coronel Lafayette en Chiriguaná, durante la campaña del Bajo Magdalena.

Bambucos y pasodobles

El bambuco El Aguacerito era in-terpretado en los salones santafereños de la década de 1820 y se ha usado desde entonces como música infantil. La tradición histórica cuenta que el antiguo bambuco La Guaneña, originario de la provincia de Pasto, fue in-terpretado por el Batallón Voltígeros cuando el general José María Córdoba dio la carga decisiva para la liberación de la Audiencia de Charcas. Según los Recuerdos históricos del coronel Manuel Antonio López, ayudante del Estado Mayor General Libertador entre 1822 y 1826, este bambuco fue interpretado en el campo de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, por las bandas de los Batallones Vencedor y Voltíjeros, integradas por corne-tas, cornetines, pitos y tambores: “rompió el bambuco, aire nacional colombiano con que hacemos fiesta de la misma muerte”. Esta pieza se mantuvo incorporada a la vida fes-tiva de los pastusos por todo el siglo XIX, y el maestro Lubín Mazuera le dio una versión para orquesta.

El pasodoble Las Cornetas era in-terpretado en Bogotá por las bandas militares durante las ceremonias de cambio de la guar-

dia del Palacio de San Carlos. El pasodoble sin nombre que se encuentra en el cuaderno de guitarra de doña Carmen Caicedo es una danza en ritmo de seis por ocho, para gui-tarra y orquesta de cuerdas. Y el pasodoble marcial titulado Guardia Nacional también era de uso corriente durante el cambio de guardia en el Palacio presidencial. Se trataba de una fanfarria para trompetas, trombones y percusión.

Las marchas

La Marcha para los funerales del Libertador-Presidente tiene carácter fúne-bre y fue compuesta por el maes tro samario Francisco Seyes en la circunstancia del falle-cimiento del general Bolívar en Santa Marta (17 de diciembre de 1830). Fue ejecutada por

El corneta,

grabado Papel

Periódico Ilustrado.

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la banda del Ba tallón militar de Santa Marta durante la ceremonia oficiada en la catedral. Como la partitura original desapareció, fue reproducida de memoria en una diligencia judicial ante el juez municipal del distrito de Santa Marta, en enero de 1891, por el señor José C. Alarcón, padre del destacado pianista Honorio Alarcón. Este episodio fue rescatado por Jorge Luis Arango en sus Hojas de Cultu-ra, quien encontró el siguiente expediente en el Museo Nacional:

Señor Juez Municipal del Distrito: Yo, José C. Alarcón, colombiano y mayor de edad, a Ud. pido se sirva recibir declaración jurada a los señores Manuel J. Guardiola, María Dolores Barranco, Luis Elías y Domingo Machado, sobre los siguien tes puntos: 1. Si conmigo los comprenden los generales de la ley; 2. Digan los primeros (Sr. Guardiola y Sra. Barranco) si saben de una manera cier-ta que el Sr. Luis Santrich, antes del ataque que lo ha conduci do de gravedad a la cama, me cantó y yo escribí la marcha que sirvió para el entierro del Libertador Simón Bo-lívar. Así mismo dirán, la edad que sepan, cuenta el Sr. Santrich; 3. Digan los otros dos (Srs. Elías y Machado) si la notación mu-sical que a continuación se inserta, la cual haré que oigan ellos ejecutar, corresponde exactamente a dicha marcha, si saben que la ejecutó en el entierro la música del batallón milicias de esta ciudad; y si saben que ella fue impuesta expresamente para igual acto (20 de diciembre de 1830) por el director Francisco Seyes. 4. Si saben si además de dicho señor Elías y del señor Juan de Dios Prado, haya vivo algún otro de los que com-ponían aquella banda. Espero que al fin se servirá Ud. certificar sobre la idoneidad de estos cuatro testigos. Y que concluidas que sean estas diligencias me las d volverá ori-ginales. Santa Marta, enero 7 de 1891 (Fdo) José C. Alarcón. Otro sí digo: Que en lugar de la declaración del Sr. Domingo Machado sirva Ud. pedir certificación firmada al Sr. Doctor José Antonio Granados, presidente

del Tribunal Superior del Distrito Judicial del Magdalena, sobre las palabras que oyó a dicho Sr. Machado en su propia casa, el día 4 del presente cuando, por un acto de honrosa condescendencia, dicho doctor Granados ejecutó en la flauta la clave de sol de la pieza de música q corre inserta en estas diligencias. Fecha ut supra (Fdo) José C. Alarcón. Presentado en su fecha y puesto al despacho (Fdo.) Avendaño, Secretario.

Una de las más aplaudidas ver-siones instrumentales de esta marcha fue el arreglo que para banda hizo el maestro Dio-nisio González, director de Banda de la Poli-cía Nacional, incluido en el Cancionero Noble de Colombia, bajo la batuta del maestro José Rozo Contreras.

Valses y bailes

Los once valses son el grupo de obras más numerosas de cuantas aparecen en el cuaderno de doña Carmen Caicedo: El Filósofo Caucano y El retozo de los frailes se interpretan regularmente como valses para flauta, guitarra, violoncello y contrabajo. El Colegial es un valse para flauta y guitarra. El Arias, que es un valse para guitarra y or-questa de cuerdas, deriva su nombre de un personaje que era muy conocido en las tertu-lias de Bogotá. El Aguinaldo se convirtió en un valse que un músico callejero interpretaba por el barrio de La Candelaria de Bogotá, con un organillo de cilindro, durante la época navideña. Hoy en día se oye en versión para flauta, guitarra, cuerdas y cajas de música. El Clavel también es un valse de época na-videña, interpretado con flauta, guitarra, cuerdas y cajas de música. Los Pollitos, como indica su nombre, es música para entretener a los niños. El Baile Inglés es una danza de cuadrillas de caballeros y señoras, en versión para cuerdas con solos de violín y con efectos de bombo a contratiempo. Finalmente, el Allegro también es un baile para cuadrillas de caballeros y señoras, en versión para cuer-das, trompeta y trombón.

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Ediciones fonográficas

Don Joaquín Piñeros Corpas, fundador del Patronato de Artes y Ciencias, incluyó la contradanza La Vencedora y la Marcha fúnebre en su compilación musical titulada el Cancionero noble de Colombia (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, Antares y Fonotón, 1962). Esas interpreta-ciones fueron arregladas y dirigidas por el maestro José Rozo Contreras, e interpretadas por la Banda Nacional de Bogotá. Hoy en día pueden oírse en este Cancionero noble que corre en dos discos compactos editados por el mismo Patronato.

En 1977, don Joaquín Piñeros Cor-pas editó una nueva compilación bajo el títu-lo de Música de la época del Libertador Simón Bolívar, con el sello del Patronato Colombia-no de Artes y Ciencias. Fueron incluidos en este disco compacto 23 piezas, de las cuales 18 provienen del cuaderno de doña Carmen Caicedo, pero esta vez con arreglos y direc-ción del maestro Blas Emilio Atehortúa. Es-tos mismos arreglos fueron incluidos en un disco de 33 rpm bajo el título de Confidencias de una guitarra del siglo XIX, y don Joaquín Piñeros Corpas incluyó en 1966 tres de esas piezas en el primer disco de 33 rpm (con el sello de Almacenes Bambuco) que compiló bajo el título de Fotosíntesis colombiana: el sonido de la historia patria.

En el año 2003, el Consulado General de la República Bolivariana de Venezuela en Bucaramanga editó un disco compacto titulado La música del Libertador. Con arreglos y dirección del maestro Blas Emilio Atehortúa, fueron incluidas 11 piezas del cuaderno de doña Carmen Caicedo, a las cuales se agregaron tres más: El pasodoble Guardia Nacional, la Marcha fúnebre y la contradanza La Trinitaria.

Lo que vendrá

La conmemoración bicentenaria de la Independencia dispone de una nueva oportunidad ofrecida por el Patronato Co-lombiano de Artes y Ciencias, actualmente dirigido por la señora María Cortés de Piñe-ros Corpas. Se trata de los nuevos arreglos para orquesta de buena parte de las piezas mencionadas, realizados por el maestro Gustavo Lara. Son 18 arreglos orquestales en busca de interpretación. Los Conciertos del Bicentenario que se pondrán en escena el 20 de julio del año 2010 en muchos municipios del país son la oportunidad para que una nueva generación de ciudadanos pueda acce-der, bajo la batuta de maestros experimenta-dos, a la audición de la música de la época de la Independencia.

Paseo de una

familia a los

alrededores de

Bogotá. Del Álbum

de la Comisión

Corográfica.

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Gustavo Gómez Ardila:Un maestro de la música Santandereana

r a f a e l á n ge l suEsCúN*

El presente artículo pre-tende ampliar algunos aspectos de la vida y obra del maestro Gusta-

vo Gómez Ardila, dentro de un tratamiento informativo y anecdótico, sin pretender con esto hacer un amplio estudio de historia de vida. Sólo se han tomado algunos apartes importantes de su cronología para destacar-los en informaciones obtenidas a través de diversas fuentes documentales, que sustentan los diversos momentos que hicieron parte del contexto socio- histórico de este destacado personaje de la música colombiana.

La importancia de conocer el contexto en el cual se desarrolló la vida de Gómez Ardila es determinante para acceder a su particular forma de hacer música, y la forma como una persona de origen humilde forja su proyecto de vida en medio de una sociedad que pocas oportunidades ofrecía, con pocos espacios de motivación para crear una escuela de amor al canto y a la vida. Pese a tantas vicisitudes, este hombre de gran disciplina y amor a su música logró vivir col-mado de grandes satisfacciones personales y profesionales que trascendieron las fronteras de su amada tierra natal, Zapatoca, para con-vertirse en uno de los personajes que mayor renombre dio al canto coral de Colombia en diversos escenarios del mundo.

Vida familiar

Son múltiples historias las que se tejen alrededor de Gustavo Gómez Ardila y de sus padres, doña María de los Ángeles Ardila y don Eliseo Gómez, quienes se dedi-caban al cultivo de la tierra, única fuente de sustento para una familia conformada por quince hermanos. El maestro Gustavo era el

* Licenciado en Música de la Universidad Industrial de Santander. Durante 8 años recibió la orientación y enseñanza del maestro Gustavo Gómez Ardila, de quien aprendió la rigurosidad y sensibilidad en la interpretación de repertorios corales. Ha participado en diversos eventos nacionales e internacionales de pedagogía musical, técnica de dirección e interpretación coral y técnica vocal. Se ha desempeñado como coordinador de la Facultad de Música de la Univer-sidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), codirector de la Sinfónica de la UNAB, capacitador en el área de Dirección Coral del Ministerio de Cultura, profesor del Énfasis en Dirección Coral y director del Coro UNAB desde hace 13 años. Actualmente cursa la Maestría en Musicología Latinoamericana con línea de investigación en música coral latinoamericana del siglo XX, en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Dentro de esta línea investigativa se inscribe su tesis, que tiene como objetivo la edición crítica de la obra coral del maestro Gustavo Gómez Ardila.

El autor agradece esta oportunidad para compartir con toda la sociedad santandereana y colombiana parte de su investigación en el campo de la mu-sicología, dentro de sus estudios de Maestría en la UCV con el apoyo de la Dirección de Investigaciones y la Facultad de Música de la UNAB. [email protected]

Fotografía del

maestro Gustavo

Gómez Ardila

tomada en

1943, a los 30

años de edad.

Suministrada del

archivo personal

de Mario Gómez

(sobrino del

maestro).

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duodécimo de los miembros de esta familia y llegó a este humilde hogar el 8 de septiembre de 1913.

Un hecho lamentable dentro de esta gran familia fue el fallecimiento de don Eliseo Gómez en 1920, es decir cuando el maestro Gustavo tan sólo tenía 7 años de edad1. Dice el mismo maestro al respecto:

Fui huérfano de padre, quien murió cuan-do yo tenía 7 años […] mi madre me hacía cuarto porque mi hermano mayor, quien era mi padrino, odiaba que yo fuera músico; no lo quería de ninguna manera, y había un señor que daba clases de piano en San Vi-cente y mi mamá me daba los centavos2.

Su época infantil transcurrió en su ciudad natal, en cuyo Jardín Infantil de las Reverendas Madres Betlehemitas, Gómez cursó sus primeros años de escolaridad. Sus estudios primarios los realizó en una es-cuela pública donde empezó a participar de manera activa en diversos actos culturales, demostrando sus destrezas musicales como cantante, así como también sus habilidades para el teatro y la declamación. Posterior-mente continuó sus estudios de bachillerato en el Colegio Salesiano de Santo Tomás, donde sólo alcanzó a cursar tres años. Luego ingresó al Seminario del Socorro y San Gil, lugar donde culminó sus estudios de secun-daria, y de esta manera dio inicio a su forma-ción como sacerdote. Es allí donde conoció a su primer maestro de música, don Pedro V. Landazábal3, quien le infundió no sólo

Tomada de Vanguardia Liberal, “Santander en la historia”, domingo 28.09.2007, p. 2D. La leyenda dice: “En la foto la familia del maestro

Gustavo Gómez Ardila, distinguido director de los coros de la Universidad Industrial de Santander, quien ha sido muy galardonado en

estos días, en reconocimiento a su laudable labor. De pies, de izquierda a derecha: sus hermanos Trinidad, Agripina (más tarde ingresó

a la comunidad de las Dominicas Terciarias y recibió el nombre de la Madre Soledad), Luis Ambrosio, Eliseo, Lastenia, Rafael, Sofía y

Constantino; sentados: Juan Francisco, el maestro Gustavo, su señora madre María de los Ángeles Ardila con Aníbal en sus piernas, el

padre Eliseo Gómez Díaz, Alicia y su abuelita materna Marcelina Rueda. En la gráfica faltan sus hermanos gemelos Roberto y Hernando,

Carmen y Gilberto, el menor de todos”.

1) VALDIVIESO Julio. Visión histórica en la música de los dos santanderes. Editorial Sistemas y Computadores, Bucaramanga, 2005, p. 154.

2) Transcrito de entrevista para el programa de televisión Ciudad Cultural, Canal 1, septiembre 14 de 2002.

3) Según autobiografía escrita por el maestro Gustavo Gómez Ardila en octubre de 1992.

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el amor por este bello arte, sino que trabajó junto a él asignaturas como la teoría y el sol-feo, órgano, canto gregoriano y flauta traver-sa, obsequio que obtuvo de su hermana4.

De niño estudiaba en el Colegio Santo To-más en Zapatoca y descubrieron que tenía buena voz para el canto y me ponían a cantar en todos los eventos culturales que se organizaban. Yo estudié en el seminario tres años y medio con un maestro que se llamaba don Pedro Landazábal, y aprendí flauta y armonio, y con él hice todo el curso de canto gregoriano muy bien, y la liturgia5.

Luego de haber transcurrido tres años y medio de formación sacerdotal, con-trajo fiebre tifoidea. Lamentablemente Gó-mez se vio afectado seriamente en su estado de salud al contraer esa infección bacteriana y, luego de haber sido puesto al cuidado mé-dico, decidió regresar al Seminario con el fin de dar continuidad a sus estudios como sacerdote. Pero se encontró con nuevas deter-minaciones y condicionamientos por parte de las directivas de esta institución respecto a su reintegro, por lo cual decidió retirarse

formalmente del Seminario Mayor y dejar su sueño de continuar su formación sacerdotal.

Afortunadamente este joven ha-bía explorado la música como un recurso más para forjar su proyecto de vida. Inició entonces sus prácticas musicales como or-ganista en la iglesia de San Vicente, donde el padre Helí Herrera, quien había sido profesor suyo en el seminario y había conocido las capacidades como cantante y organista, de-cidió llevárselo al municipio de Jordán Sube y posteriormente al de Aratoca, para que fuera corista de la iglesia de esta población. Allí Gómez se dio a la tarea de estudiar el armonio y practicar de manera constante los diversos cantos propios del ordinario del rito católico, que para ese entonces se hacían completamente en idioma latín.

Posteriormente el padre Herrera fue trasladado al municipio de San Vicente de Chucurí, y de nuevo se llevó consigo a su músico predilecto. Es allí donde el maestro funda la primera banda de músicos del mu-nicipio, y a la vez continúa recibiendo clases de piano y flauta. Viviendo Gómez en esta población, se le encomienda la tarea de dar la bienvenida al municipio al señor gobernador de ese entonces, Pedro Alejandro Gómez Naranjo. Asumiendo de manera responsable este reto, Gómez creó su primera composi-ción instrumental en ritmo de pasodoble: “Rayito de luna”. Estamos hablando del año 1934. En este mismo año decidió enviar esta partitura a la emisora La voz de Pereira, donde continuamente presentaban compo-siciones inéditas de diversas partes y de los nuevos creadores de Colombia.

Una historia muy hermosa que gira en torno a esta, su primera creación, es la que nos cuenta su sobrino Mario Gómez de la siguiente manera:

Gustavo en ese entonces estaba enamorado de Abigaíl, y ella vivía en una finca, en el campo. Entonces él se la pasaba dándole serenatas a la usanza de ese tiempo, para cortejarla…Los recorridos que Gustavo

4) VALDIVIESO Julio, op. cit.

5) Extraído del video “Coral UIS 30 años, un canto a la vida”, entrevista al maestro Gustavo Gómez, 1992.

Gustavo Gómez

Ardila con sotana

del Seminario

Mayor del Socorro

y San Gil.

Foto suministrada

del archivo

personal de Mario

Gómez (sobrino del

maestro).

gustavo gómez ardila: un maestro de la música santandereana

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revista de sANTANdER

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hacía eran a lomo de mula o caballo, y en una noche de luna llena, cuando iba a su serenata, fue que se inspiró y compuso “Ra-yito de luna”6.

Y en palabras del mismo maestro Gustavo: “En una noche en la que iba cabal-gando a darle una serenata a Abigaíl, hoy mi esposa, se me ocurrió ponerle nombre a esa danza que me inventé inspirado en esas no-ches de luna”7.

Esta composición le significó su primer reconocimiento a nivel nacional, ya que por ese entonces la emisora de mayor sintonía nacional era precisamente la Voz de Pereira, la cual presentaba en vivo una gran cantidad de artistas que empezaban a proyectarse con sus primeras creaciones. Al respecto el maestro cuenta:

Yo había compuesto una pieza, cuando estaba en San Vicente; yo dirigía la banda también, y compuse un pasillo-bolero por-que iba el gobernador de visita y gustó… y se tocó el pasillo, y en esas había mucha propaganda de la radio de Pereira, para los músicos que mandaran música nueva co-lombiana; yo mandé la partitura, y cuando salió de pieza oficial, abría la programación de la emisora con la audición de mi mar-cha y terminaba con mi marcha; eso le dio creencia a ellos, los de Pereira, de que yo era una persona ya de edad8.

Julio Valdivieso nos cuenta en su ya citado libro Visión histórica en la música de los dos santanderes la siguiente anécdota:

Dice el mismo maestro que una noche oyó cuando dijeron: “… en seguida, del maestro

Gustavo Gómez Ardila el pasodoble “Rayito de luna”. Y anota: “Esa es la emoción más grande que puede sentir uno en la vida; oír por la radio mi obra, un “pelao” que era yo, y sobre todo por La Voz de Pereira, que fue famosa en aquellos días.

En 1934 regresó a Zapatoca y contrajo matrimonio con Abigaíl Navarro, cuando tan sólo tenían 21 y 22 años de edad, respectivamente. Su matrimonio perduró durante 69 años, y su esposa fue el motivo de inspiración de muchas de sus hermosas creaciones musicales, en especial el bolero “Ni más ni menos”, del cual más adelante hablaremos.

Estudios musicales

Deseoso de dar continuidad a sus estudios y en búsqueda de nuevos rumbos, en 1935 Gómez Ardila y su esposa decidieron viajar a la ciudad de Ibagué, motivados por el alto nivel musical que se vivía en ese momen-to en esa ciudad, debido a la llegada de diver-sos e importantes maestros venidos del viejo continente, muchos de ellos exiliados, y que a través de compañías de ópera se refugiaron en muchos centros de formación musical de nuestro país.

Hubo en hecho definitivo para tomar la decisión de irse a esas tierras. Dice Gómez:

Fotografía tomada

en 1935 en

Ibagué, recién

casado con doña

Abigaíl Navarro.

Suministrada del

archivo personal

de Mario Gómez,

sobrino del

maestro.

6) En entrevista realizada al señor Mario Gómez, sobrino del maestro, el 23.06.2007.

7) Extraído del video “Coral UIS 30 años, un canto a la vida”, ya citado.

8) Véase cita 3.

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Maestro Gustavo

Gómez Ardila en

1933, a los 20

años de edad.

Foto suministrada

del archivo per-

sonal de Mario

Gómez, sobrino del

maestro.

Se sabía que en Ibagué había ya el Conser-vatorio, y sin saber cómo, vi un aviso en el periódico El País de Bogotá: que en Ibagué solicitaban un organista para la Catedral. A través de telegramas ofrecí mis servicios, y fui aceptado. Es así como partimos para tierras desconocidas, por unas carreteras horribles; […] estaba un derrumbe tremen-do, kilómetros de derrumbe, entonces tocó devolvernos ese día y luego sí irnos por Barbosa, pero lo mismo…unos barrizales tremendos… casi no llegamos a Bogotá. Ya de Bogotá para allá sí fue más fácil, y llegamos el 24 de mayo de 1936 a Ibagué. Cuando yo llegué a Pereira [ciudad no muy lejana de Ibagué] me le presenté al director de la emisora también, y le dije: “Doctor, tengo un telegrama que usted me mandó”. Se quedaron mirándome: yo de 23 años, a dirigir una radio…estaba el maestro…y tenían una orquesta con dos violines, flauta, contrabajo y yo iba al piano. Ensayábamos todos los días en la mañana de once a una de la tarde… aprendí muchísimo y trabajé muchísimo, y dimos unos programas ex-celentes: el lunes de ópera, el martes era música colombiana, el miércoles no se qué y hubo muchísima gama9.

9) Igual que cita 3.

En la ciudad de Ibagué tuvo la oportunidad de dar continuidad a sus estu-dios en el Conservatorio Superior de Música, y conoció a famosos maestros colombianos como Daniel Zamudio y Guillermo Queve-do, entre otros, y a los profesores italianos Demetrio Haralambis y Alfredo Squarcetta, convirtiéndose este último en su máxima guía e influencia musical como profesor de armonía, piano, composición y dirección coral10.

Tal acercamiento formativo fue muy significativo para Gómez, quien cada vez que hacía mención de su maestro, refleja-ba inmensa gratitud en las palabras, al decir orgullosamente:

Me hice amigo de Garzón y de Collazos, y con ellos ingresamos al coro del Conserva-torio que dirigía el maestro italiano Alfre-do Squarcetta, quien me aceptó con gran cariño y me dedicó muchos ratos a darme instrucciones especiales hasta llegar a con-fiarme unas clases de canto en la Normal de Señoritas, y posteriormente nombrarme profesor del Conservatorio. Todo lo que sé de la belleza de la música y de la música misma se lo debo a mi gran amigo y maes-tro Squarcetta11.

Vida Profesional

A partir de este momento, inició su carrera musical profesional, siendo orga-nista y cantor de la Catedral de Ibagué. Así mismo fue nombrado profesor de teoría y solfeo del Conservatorio del Tolima, profesor de canto gregoriano del Seminario Mayor y director de coro de varias instituciones edu-cativas juveniles, entre las cuales se destacan el Colegio San Simón, el Colegio del Rosario y la Normal Nacional de Ibagué. Estando allí en esta importante ciudad musical, logró

gustavo gómez ardila: un maestro de la música santandereana

10) VALDIVIESO Julio, op. cit.

11) Dato suministrado por el maestro Gustavo Gómez en entrevista realizada en el mes de octubre de 2005.

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plasmar sus más bellos sentimientos a través de varias composiciones que llegaron a ser su mejor carta de presentación en el ámbito na-cional y son parte importante del patrimonio musical de Colombia.

En 1946 viajó con su esposa a Bogotá para buscar nuevos ámbitos profe-sionales, y desde su llegada empezó a ser reconocido por la sociedad como uno de los mejores ejecutores del órgano en las diversas iglesias. Conoció a importantes músicos, con quienes estableció grupos de diversos formatos. Así mismo empezó su ardua labor como profesor de música en importantes y reconocidos colegios de la capital, como el Gimnasio Moderno, el Nuevo Gimnasio el Colegio Nuestra Señora del Rosario12, en los cuales forjó el amor al canto coral y arregló y adaptó un importante repertorio para vo-ces juveniles, aunque de estos trabajos no se encuentran muchos dentro de su archivo personal.

Uno de los eventos históricos que el maestro más guardó en su memoria fue la muerte del caudillo político Jorge Elié-cer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Por este tiempo se desempeñaba como organista de la catedral de Bogotá, y en medio de todo este conflicto de violencia fue sacado de su casa para que, junto con su grupo musical, fuera a interpretar los cantos respectivos en el sepelio del ilustre personaje de la política colombiana.

Así narró esta experiencia para el programa de televisión Ciudad Cultural el 14 de septiembre de 2002:

Yo me desempeñé en el papel de director de coros en Bogotá en varias partes; incluso, entre mi haber está el haber cantado el en-tierro de Jorge Eliécer Gaitán. Veinte días después del asesinato de Gaitán llegó un sacerdote, uno de esos sacerdotes carmeli-tas… yo estaba acostumbrado a verlos con su vestido carmelita, pero ese día se puso corbata y llegó y me tocó a la ventana; nadie podía abrir la puerta, yo abrí así la ventana por una hendija me dijo: “Gustavo, yo soy el

El maestro Gustavo

Gómez Ardila

dirigiendo un

coro juvenil en el

Gimnasio Moderno

en Bogotá.

Foto suministrada

por Mario Gómez,

sobrino del

maestro.

12) Dato encontrado en una de hoja de vida del Maestro Gustavo Gómez Ardila, suministrada por la ex corista y licenciada en música Hilda Jaimes.

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padre no sé qué” –no me acuerdo del nom-bre del padre–; luego entró: “Vengo a que pongamos el coro para cantar el entierro de Gaitán”. Yo le dije: “No padre, yo no me meto por allá, es un peligro, yo no”. Enton-ces me dijo estas palabras: “Si no cantamos el entierro me queman la iglesia, así que a usted le toca ir”. Y así fue. Conseguí per-sonal, compañeros que cantábamos, y nos fuimos y cantamos el entierro de Gaitán. 200.000 personas lo bajaron, llevaron, lo sacaron…desde la casa, los padres habían mandado un armonio y cantamos las exe-quias ahí y luego salimos en carrera13.

El profesor de la Escuela de Inge-niería Mecánica de la Universidad Industrial de Santander UIS, José Iván Hurtado Hidal-go, uno de los ex coristas que más admiraba la labor del maestro Gómez y quien hoy en día es uno de los más importantes cultores de la música colombiana, menciona otros hechos destacados en la vida del maestro cuando estuvo en Bogota. Dice en su artículo “Gustavo Gómez Ardila, fugaces recuerdos de un verdadero Maestro”, publicado en el periódico Cátedra Libre de junio de 2006:

“Por aquel entonces, el Maestro Gustavo Gómez Ardila, quien residía en la capital de la república y gozaba allí de reconocido prestigio […] había sido presidente funda-dor de la Sociedad de Autores y Composi-tores de Colombia, director de la Orquesta de Planta del Palacio de los Presidentes y profesor de canto del Gimnasio Femenino, avales que lució siempre con orgullo y dis-tinción”.

En 1961, en medio de una vida de arduo trabajo musical en Bogotá, se incorpo-ró como profesor de la Universidad Pedagó-gica Nacional, y allí recibió la invitación por parte de la Asociación Colombiana de Uni-

13) Ver cita 3.

versidades para trabajar junto con el maestro Alfred M. Greenfield (delegado de la fun-dación Fulbright) para fundar los llamados Clubes de Estudiantes Cantores (CEC).

Proyecto de vida musical

El 1 de febrero de 1964 fue llamado por el Doctor Juan Francisco Villareal, rector en ese momento de la Universidad Industrial de Santander, para continuar en la estructu-ración y dirección del CEC de la UIS, trabajo que venía realizando el maestro Artidoro Mora Mora, conformado hasta ese momento en formato de voces iguales masculinas. Este movimiento musical fue determinante para el desarrollo y fortalecimiento del género coral en Colombia.

Respecto de esta citación y en-cuentro, podemos decir que permitió iniciar de manera formal y estructurada la segunda etapa de lo que se constituyó en una de sus mejores creaciones y sueños musicales, como lo fue la consolidación del coro de la Univer-sidad Industrial de Santander. Al respecto el maestro hace ciertas precisiones, desconoci-das hoy en día por muchas personas, y hasta por la misma institución dentro de su recons-trucción histórica:

Yo estaba en Bogotá, allí trabajé 20 años, y trabaja en colegios, en las iglesia. Tenía mis centavos y me fui para los Estados Unidos. Allá viven unos familiares y me habían invitado, y una tarde recibí un llamado del doctor Juan Francisco Villareal, quien me dijo: “Gustavo, necesitamos quien dirija un coro; ¿quiere hacerse cargo?” Me sorpren-dió, porque yo no había pensado en eso; sin embargo, le dije: “Yo me voy pasado maña-na para Estados Unidos y duro un mes por allá; luego hablamos”. Y así fue: al mes re-gresé y me llamó otra vez, y me dijo: “Venga y le hago una entrevista con el Vicerrector”. Y me fui, y a los ocho días recibí un telegra-ma con firma y sello de la universidad, con-firmando mi nombramiento, y me vine.

gustavo gómez ardila: un maestro de la música santandereana

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Pero en medio de todo el entorno social que envolvía a la UIS en esos momen-tos estaba el hecho de la poca motivación encontrada para continuar el trabajo hasta ahora desarrollado por el maestro Artidoro Mora, creador del Club de Estudiantes Can-tores en esta institución. El maestro narró en la entrevista para el programa de televisión Ciudad Cultural el 14 de septiembre de 2002:

No encontraba a nadie, el coro había estado en Cartagena y allá no había ganado, había ganado el coro de los Andes y se desilusionaron, y todo mundo se fue y se desbarató todo, y nadie quería saber nada de nada. A los 15 días yo le dije al doctor Villareal: “Me da mucha pena, doctor, yo me devuelvo para Bogotá pues no veo nada aquí, nadie quiere colaborar”. Y él me dice: “Si yo lo encontré a usted no es para que dirigiera el coro. Funde un coro si quiere y empiece de nuevo”. Y así lo hice. Me paré en frente de un auditorio que hay ahí y pasaban los muchachos y toqué el piano varias veces. Cuando veo diez o doce personas que empezaron a vocalizar y empezaron a ir y a volver libremente, y el 22 de noviembre hice el primer terceto masculino de Bucaramanga14.

Otro aparte que nos permite tener otra versión de lo ocurrido dentro del proce-so de conformación del CEC, pero que a la vez es complementaria, es lo comentado por Luis Carlos Villamizar, ex corista de esta época respecto a la llegada del maestro Gó-mez a la UIS:

Los integrantes de este grupo no podían entender el cambio de director, más aún cuando se habían mostrado unos resultados muy importantes dentro del campo musical con el maestro Artidoro Mora. Es por esto que a manera de protesta este primer grupo, lamentablemente, decidió retirarse15.

Este hecho hizo que Gómez Ardila tal cual como él lo recordaba lo contara en la entrevista:

Tuve que salir salón por salón, y hasta me hice a la entrada de la Universidad por va-rios días, preguntando a todo el que pasaba si querían pertenecer al coro. Esa tarea fue muy difícil, muy difícil, y a la semana me fui adonde el Rector y le dije que eso era imposible, y él me dijo: “Mire Gustavo, yo lo contraté para que forme otro coro, no para que dirija el que ya estaba”. Desde ahí me propuse a sacar adelante el coro16.

Al respecto el profesor Hurtado comenta:

En efecto, el primer grupo de cantores que había actuado bajo la batuta de Artidoro Mora se retiró del coro en señal de protes-ta y solidaridad con su primer maestro, y Gómez Ardila, libreta en mano y sin arre-drarse, se instaló durante varias semanas a la entrada del campus y preguntó a cuanto estudiante ingresaba para iniciar las activi-dades académicas del período si gustaría de hacer parte de la coral. Algunos acogieron la insólita invitación que a otros los dejó indiferentes, y hasta algunos de los antiguos integrantes regresaron a las filas al verificar la competencia del nuevo maestro17.

El maestro definitivamente fue uno de los pioneros de la música coral en Santander, como quiera que cimentó y desa-rrolló toda una escuela de formación de can-to en una Universidad que se destacaba en el ámbito nacional por ser un centro de pensa-

14) Ver cita 3.

15) Entrevista realizada a Luis Carlos Villamizar en el mes de octubre de 2007.

16) Dato suministrado por el maestro Gustavo Gómez en entrevista realizada en el mes de octubre de 2005.

17) HURTADO José Iván. Artículo mencionado de Cátedra Libre.

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miento de izquierda. En medio de este con-flicto Gómez pudo despertar la sensibilidad hacia la práctica del canto coral. Al respecto, el mismo maestro comenta: “Es que yo em-pecé a enseñar aquí la música coral. Cuando yo llegué no había música, ni cantores18.

Pero en medio de todo este pro-ceso hay un fenómeno socio-histórico que es importante resaltar, ya que es allí donde Gómez Ardila dio inicio a su más importante misión profesional como maestro, director, arreglista y adaptador de música coral, gra-cias a su arrojo y a la vez a su sutileza.

Álvaro Acevedo afirma que el movimiento estudiantil en la UIS, en los años referidos, ha sido tal vez uno de los más importantes del país, ya que estas organiza-ciones generadoras de grandes protestas estu-diantiles fueron capaces de influir en la caída del presidente Rojas Pinilla, así como de tener la capacidad de ser agentes motivantes de un proceso democrático para promover un proceso de desarrollo técnico, científico e industrial a nivel nacional19.

En uno de sus apartes Acevedo comenta:

En esos momentos la mayoría del estudian-tado consideraba que la universidad debía solucionar las dificultades de diverso orden del país, en especial en el aspecto produc-tivo, a través del desarrollo científico y tecnológico y del ascenso social individual del egresado; por esta razón, sus moviliza-ciones siempre incluían la adjudicación de presupuesto, sin el cual muchos de ellos no podrían culminar su carrera. En todo caso,

algunos estudiantes a título personal pasan de la consigna a la acción y se inician en la violencia contraestatal, haciendo parte de grupos guerrilleros como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL). En este perío-do la polarización se agudizó, tanto dentro del gremio estudiantil como por parte de la represión del gobierno. La UIS entró en una etapa de violencia que agotó toda po-sibilidad de concertación, al punto que los radicalismos fueron protagonistas de pri-mera mano. Por un lado, el vandalismo se apoderó de las manifestaciones estudianti-les cuando la represión de la fuerza pública fue extremadamente violenta, y de otro el abuso y violación de los derechos civiles y constitucionales por parte de las acciones gubernamentales alcanzó exabruptos no sólo contra los estudiantes sino, contra di-rectivos y profesores universitarios.

Pero a pesar de este duro momento de la sociedad universitaria de la UIS Gómez Ardila supo sortear loe escollos, y es allí don-de de nuevo sacamos buen provecho de lo expresado por el profesor Hurtado:

Gómez Ardila era un enérgico líder, porta-dor de una amplia cultura humanística, con la apariencia de un corpulento y rubicundo campesino Zapatoca y una energía desbor-dante que sabía controlar con férrea disci-plina. Su hermosa voz de barítono, formada en las exigencias del canto eclesiástico gregoriano que practicó desde sus primeros estudios de música en su pueblo natal, Za-patoca, y posteriormente en el prestigioso Conservatorio del Tolima, sonaba impo-nente e irresistible. Su acento sereno pero firme fue su mejor arma de seducción para cultivar el arte del canto coral entre estudiantes que apenas si llegábamos a la condición de simples canto-res aficionados, y aun en algunos casos, de incrédulos aprendices de un arte que ni tan sólo llegábamos a imaginar que existiera.

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18) Transcrito del video “Homenaje el Maestro Gustavo Gómez Ardila”, Club del Comercio, septiembre de 2006.

19) ACEVEDO Álvaro. “Conflicto y violencia en la uni-versidad en Colombia, el proyecto modernizador y el movimiento estudiantil universitario en Santander, 1953-1980”. Revista Reflexión Política (UNAB), año 2 (2000), N° 4, pp. 1-10.

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Un aspecto determinante en esta investigación era el poder fijar el momento en el cual el CEC de la Universidad Industrial de Santander pasó de ser un coro de formato masculino a uno de formato mixto. La im-portancia de este dato yace en la trascenden-cia que tuvo en su momento, ya que es allí donde el maestro Gómez realizó su máximo ejercicio creativo como arreglista, adaptador y compositor de música coral, y en el cual se centra este trabajo de edición crítica.

Para tal fin se logró rescatar, de un videocasete en formato beta que hace parte del archivo personal del maestro, un fragmento de una entrevista que nos relata la historia real de este proceso:

Yo estuve ocho años en la Universidad, donde era coro masculino únicamente, y del año 70 para adelante ya empezamos el coro a 4 voces mixtas, que es el coro clásico del mundo. Con ese coro hemos triunfado muy bien en muchas partes20.

Y en el video ya mencionado:

El coro fue hombres únicamente hasta el 70, pero en el 68 fuimos al Salem College de Winston- Salem [Carolina del Norte, Estados Unidos]. Allá era una universidad femenina y aquí era una universidad mas-culina; nos mandaron las partituras de 10 obras para coro mixto, las ensayé, las par-tes de los hombres sin oír las partes de las mujeres. Ellos viajaron aquí, llegaron ellos y toda una mañana duramos ensayando y cantamos aquí como 8 ó 10 conciertos en distintas partes. En agosto u octubre fui-mos nosotros a Winston Salem e hicimos lo mismo, cantamos allá en un coro, fue la primera salida nuestra21.

20) Transcrito del video “Homenaje el Maestro Gustavo Gómez Ardila”, ya citado.

21) Ver cita 3.

A partir de allí, el “Maestrito”, ape-lativo que con gran aprecio siempre se utilizó para referirse a esta gran figura por parte de sus pupilos, logró impulsar su gran produc-ción en el campo de la composición (97 en total), que se distribuye entre arreglos, adap-taciones y composiciones de diversos géneros folclóricos, populares y sacros, todos con una gran exploración de recursos vocales.

Con su magia pedagógica, su en-trega total y una gran paciencia, Gómez logró desde 1969 (año en que se inicia su trabajo coral con formato de voces mixtas, debido a la integración entre la Universidad Industrial de Santander y Universidad Femenina de Santander) consolidar uno de los proyectos corales de mayor producción musical coral del País. Hurtado comenta:

Con paciencia y fe de carbonero, Gómez Ardila enseñaba de memoria, compás por compás, nota por nota, las líneas de intrin-cadas polifonías del Renacimiento a los coristas, y al mismo tiempo nos hacía sentir en el alma los ritmos del cancionero tradi-cional colombiano y los cantos populares de todo el mundo22.

Es importante resaltar que gracias a su disciplina y claros objetivos musicales,

Gracias a su disciplina y claros objetivos musicales, cinco

años más tarde el coro UIS, fue seleccionado entre

los tres mejores coros universitarios de Latinoamérica,

para participar en el Lincoln Center for the Performing

Arts en el encuentro mundial de coros universitarios

en Nueva York en 1974.

22) HURTADO José Iván, op. cit.

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cinco años más tarde el coro UIS, fue selec-cionado entre los tres mejores coros universi-tarios de Latinoamérica, para participar en el Lincoln Center for the Performing Arts en el encuentro mundial de coros universitarios en Nueva York en 197423. Esta experiencia mu-sical, según el mismo maestro, fue la puerta de oro para desarrollar la trayectoria y reco-nocimiento internacional del coro, pero más aún del trabajo interpretativo que siempre fue destacado por diversos jurados y críticos corales del mundo.

A nosotros nos invitaron a la celebración del Lincoln Center en Nueva York, que era cada dos años. El primer año fue el Coro de los Andes y el segundo año nos propusieron que si queríamos, y dijimos que sí; pues vino el director del concurso y nos oyó en la capilla del Colegio de la Presentación, y el 19 de julio de 1963 escribió un telegrama que decía: “Ha sido elegido usted para par-ticipar en el Lincoln Center”. Nos dedica-mos a trabajar tremendamente, montamos 11 obras que nos mandaron a 40 voces, eran 8 coros a 5 voces. Nos pusimos a trabajar como locos y fuimos a Miami, fuimos a la Florida, cada día nos llevaban a distintas partes, y en Nueva York cantamos un con-cierto con todos los coros. Había diez coros de todo el mundo, entre ellos el coro de los Estados Unidos. Fue así como cantamos en el Lincoln Center con los coros, y luego can-tamos un concierto nosotros solos. Nos fue muy bien, quedó la gente muy encantada, les gustó muchísimo y trabajamos muchísi-mo, y nos vinimos, trajimos los certificados, hicieron el disco y todo eso…Y después nos invitaron y nos fuimos para España, y cuando llegamos me dijeron: “Maestro, usted está aquí por la presentación del Lin-coln Center”.

23) Dato suministrado por Gilberto Ramírez, ex corista UIS y actual Vicerrector Administrativo de la UNAB, abril 16 de 2007.

Frente a este importante logro Hurtado nos comenta:

Sus méritos inconfundibles e insuperables fueron la infinita paciencia y la perseveran-cia, pues se comprende que no es tarea fácil lograr, con cantores aficionados, muchos de ellos verdaderos analfabetas musicales, ensamblar las afiligranadas polifonías de un motete de Palestrina, un coral de Bach o de Händel o un madrigal de Monteverdi, para no hablar de logros aún más asombro-sos que vendrían posteriormente, como el montaje del motete Spem in Alium (nada menos que a 40 voces) de Thomas Tallis, el trozo expresionista Friede auf Erden (Paz en la Tierra) de Arnold Schönberg, los Chichester Psalms de Leonard Bernstein o la Misa Criolla de Ariel Ramírez, parti-turas erizadas de dificultades armónicas, inextricables polifonías, alucinantes ritmos quebrados y dificilísimas tesituras para la emisión de la voz, que fueron entonadas por la Coral UIS en el Lincoln Center for the Performing Arts en el encuentro mundial de coros universitarios en Nueva York en 1974, oportunidad en que tan sólo dos coros latinoamericanos fueron convocados, uno de ellos el de la UIS24.

Desde ese entonces comentaba el maestro Gustavo:

Lo mejor del mundo que nosotros hemos cantado fue en Nueva York en el Lincoln Center en un festival extraordinario, ex-traordinario, de donde salió la invitación para ir a Europa. Porque nos fue muy bien en el Lincoln Center, y de ahí nos invitaron a Europa y entonces fueron 15 viajes al ex-terior del coro. Fue innumerable la cadena de eventos a los que fuimos invitados, pues así fue que nos invitaron a España después, pues gracias a Dios nos fue muy bien, y

24) HURTADO José Iván, op. cit.

gustavo gómez ardila: un maestro de la música santandereana

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cada día sabíamos con los nuevos inte-grantes que debíamos trabajar, tanto en lo musical como para conseguir la platica; era muy difícil, pues año a año salía y entraba gente; pero siempre he contado con la suerte de tener hombres y mujeres que quieren cantar, y gente muy dispuesta a cantar con el corazón. Eso es lo más bello25.

Desde allí, la vida de este hombre giró alrededor de ese grandioso proyecto musical que hoy por hoy sigue dando gran-des frutos, la Coral Universitaria UIS, la cual estuvo bajo su dirección durante 38 años.

Cuántas anécdotas entre lágrimas, desvelos, alegrías y muchas otras emociones se vivieron de la mano del “Maestrito”. Es imposible saber cuántos alumnos de precoro y coro pasaron por las manos de este hombre sembrador de sueños y fantasías, con un alto grado de visión y de deseo de triunfar. Pero lo más hermoso fue que a través de sus en-señanzas muchos hombres y mujeres apren-dieron a cantar, a sentir la música, lograron romper grandes fronteras durante quince giras internacionales e innumerables salidas nacionales, demostrándole a todo el mundo que el canto coral es el pretexto más bello para engrandecer el alma, el corazón y el espíritu de quienes son sensibles ante la vida.

Es preciso mencionar que una vez el maestro terminó su ciclo con la Coral UIS, en medio de muchos conflictos adminis-trativos y personales, surgió la iniciativa de muchos ex coristas de acompañar a su guía musical, quien en ese entonces cumplía 90 años de edad, en un nuevo reto: conformar el Coro Gustavo Gómez Ardila.

Esta iniciativa surgió a los pocos meses de la muerte de su inseparable compa-ñera, doña Abigaíl Navarro, quien falleció el 23 de diciembre de 2003. Para quienes lo co-nocimos fue conmovedor ver cómo el maes-

25) Datos suministrados por el maestro Gustavo Gómez en entrevista realizada en el mes de octubre de 2005.

tro mencionaba la muerte de su fiel esposa y amiga inseparable durante 67 años. En medio del dolor, el maestro Gómez asumió la dirección de un gran grupo de ex coristas que llegaban de todas partes a rendirle un tributo musical a quien en muchas ocasiones asumiera el papel de madre adoptiva de to-das y cada una de las experiencias en las que se veía involucrado el grupo y que tanto le significaba a su Tabo, como ella le decía cari-ñosamente.

No es de la presente investiga-ción, reitero nuevamente, hacer un trabajo de historia de vida, pero resultaría un poco superfluo no dejar plasmado en este trabajo muchos de los apartes más determinantes de la vida de este personaje que supo sem-brar la energía inmersa en el canto coral. Así mismo es de imperiosa necesidad hacer a posteriori una recopilación de todas las múltiples experiencias por las cuales transitó la Coral Universitaria UIS de la mano del maestro Gustavo Gómez en sus 38 años de permanencia como director, a fin de dejar un documento histórico que represente su tradi-ción, dado que es una de las agrupaciones de mayor estabilidad y duración en la historia del canto coral colombiano.

Hablar de Gustavo Gómez es ha-blar de sus hijos de la coral UIS, es hablar de la gran cantidad de horas de trabajo trans-cribiendo cada una de las voces, como buen editor natural de música, pasando a tinta china y en papel pergamino cerca de 1300 obras del repertorio universal y de Colombia. Hablar de Gustavo Gómez es reconocer su incondicional trabajo de comprar el papel para que en su casa de Zapatoca, a través de un heliógrafo, imprimiera cada partitura marcada con el número de lista de cada co-rista. Hablar de Gustavo Gómez era tener los listados anuales de coristas con sus cédulas, fecha de cumpleaños, año de ingreso y de retiro. Así mismo, listados interminables de los repertorios que año a año trabajaba con su coro.

La vida de Gustavo Gómez era

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fijarse metas, sueños, anhelos de traspasar las fronteras de su patria chica, Zapatoca, para ir por diversos escenarios del mundo mos-trando con altivez y calidad las bellas obras de arte interpretativo del canto coral colom-biano y universal. La vida al lado de Gustavo Gómez era compartir regaños, exigencias de lealtad, llamados de atención, todo con el fin de lograr un natural sentido de pertenencia y orgullo de estar en la coral UIS. Era tam-bién disfrutar de un habano después del al-muerzo, degustar un buen whisky o un buen brandy antes de salir al escenario. Era hacer chistes y apuntes anecdóticos, era viajar con su esposa tomado de la mano, era sentarse o dormir con su coro en buses o estaciones de tren o aeropuertos. Era una picada de ojo en el escenario y una leve sonrisa para tranqui-lizar al coro en momentos de competencia; era sorprender a sus coristas a cada momen-to con su elegancia, diplomacia y maestría, afrontando a todo tipo de público y jurados.

La obra de Gustavo Gómez Ardila es la gran cantidad de grupos corales creados por él, pero desde luego sus dos últimos sue-ños musicales, la “Coral Aires de mi Tierra”, que fundó a sus 85 años en su tierra natal con habitantes de su municipio, y la “Coral Gustavo Gómez Ardila”, fundada en noviem-bre de 2002 y conformada por ex coristas y amantes del canto coral. Hoy por hoy estas dos agrupaciones son orgullo musical que perpetúa el buen nombre de este bello legado coral que nos dejó este ilustre personaje san-tandereano.

Vivir con Gustavo Gómez era via-jar todas las semanas a su tierra natal, disfru-tar de su casa, sacar el jeep Willys, del cual orgulloso decía que era uno de los primeros carros de este modelo llegados a Colombia. Era ir a su finca “Segobia”, era aguantarse la risa cuando se cometía un error al cantar, era olvidar el nombre de los solistas y las obras al momento de presentarlas, era aceptar retos grandes y pequeños, como disfrazarse para una cantata con tal de enriquecer el ambiente y la atmósfera de la presentación, era llegar

media hora antes a toda actividad como per-sona comprometida y disciplinada con su imagen y profesión.

Era Gustavo Gómez, en últimas, un ser humano como cualquier otro, con te-mores, anhelos, desconfianza, celos, alegrías, tristezas, enojos, soledades, pero indudable-mente un gran formador, un pedagogo con una sólo metodología: el amor a su vida y a su profesión como director, guía, papá, con-sejero, amigo fiel, noble, sencillo, dinámico. Todas estas cualidades lo hicieron acreedor del título de Maestro.

Para culminar este escrito sobre este personaje tan importante en la vida de muchos santandereanos y del país, narraré uno de los hechos más significativos en la biografía del maestro Gómez Ardila en su ca-rrera de compositor, hecho del cual siempre estuvo orgulloso, ya que con este logro con-solidó su nombre en el ámbito de la música coral de Colombia y del mundo.

Este logro tuvo lugar en 1979, cuando participó en una convocatoria hecha por el Ministerio de Educación Nacional y Colcultura con el fin de celebrar el denomi-nado “Año Internacional del Niño”. En esta oportunidad estas dos entidades guberna-mentales hicieron dos concursos, el primero de ellos para seleccionar el poema que sería la base para la inspiración musical. Cabe re-saltar que entre cerca de dos mil letras envia-das a esta convocatoria, la seleccionada por el jurado calificador fue el poema escrito por Liliana Cadavid titulado “Canto a la vida”26.

Luego de esta selección vino la segunda convocatoria dirigida a los compo-sitores colombianos deseosos de presentar su creación musical para que esta canción representara a nuestro país en el Concurso internacional de la nueva canción infantil a realizarse en Ginebra (Suiza) en el mes de

26) El Espectador, miércoles, 08.08.1979: “Cuando las palabras brotan fácilmente”, de María Antonieta de Cano.

gustavo gómez ardila: un maestro de la música santandereana

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septiembre de este mismo año, bajo los aus-picios de la UNICEF27.

En esta oportunidad fueron envia-dos dos poemas de manera muy prematura, lo que hizo que el maestro Gómez sólo pu-diera trabajar solo el poema “Canto a la ida”, como lo podemos corroborar en su carta de julio 1 de 1979 dirigida al Ministerio de Edu-cación Nacional, en la cual expresa:

Acompaño a la presente cinco (5) copias de la partitura para canto y piano y cinco (5) particellas de la voz de la canción “Canto a la vida”. La premura del tiempo desde la distribución de la letra, elemento básico para empezar a trabajar, no me permitió terminar oportunamente la música para la segunda letra. Espero que esta circunstan-cia no impida participar en el concurso, ya que creo no exige la presentación de las dos obras, sino que sea opcional para elegir el texto entre los dos aprobados28.

En este concurso se presentaron 90 obras en total, las cuales fueron estudiadas y deliberadas por un jurado calificador confor-mado por María Isabel Reyes, profesora del departamento de música de la Universidad Pedagógica; la periodista Terecita Macías, vinculada a la TV; el maestro de música de la Universidad Nacional de Colombia Justo Pastor García; Charles Gabor, director de los coros de la Casa de la Cultura, y Clemencia Torres, en representación de Colcultura29. En esta oportunidad se otorgaron dos premios, de los cuales el maestro Gómez fue acreedor al primer puesto, notificado a través de un telegrama enviado por María Eugenia Llore-da, presidenta del comité Año Internacional del Niño, Sector Educativo del Ministerio de Educación Nacional, el 19 de julio de 1979:

“Notificándole que su melodía ha resultado ganadora en el concurso de la canción in-fantil punto ruégole comunicarse teléfono 2449901-2695826 Bogotá lunes 23 con Hil-da Gutiérrez fin acordar detalles premia-ción que se realizará jueves 26 hora 11:30 en el despacho del Ministro de Educación30.

Pero algo muy bello de resaltar, es la forma en que el maestro Gómez cuenta cómo surgió esta bella melodía en cortas y sencillas palabras, tal vez haciendo del ejer-cicio creativo del compositor algo que fluye de manera natural, cuando existe un motivo lo suficientemente inspirador para proyectar los más sublimes sentimientos a través de los sonidos. Según sus palabras, leídas en el acto de premiación en el Ministerio de Educación,

Toda inspiración viene de Dios, por eso el hombre es sólo un ejecutor de la obra divi-na. Las grandes ideas, los grandes inven-tos que continuamente están llenando de admiración a la humanidad sobrepasan la capacidad intelectual del hombre y hay ne-cesidad de buscar su fundamento en el que es principio y fin de todas las cosas31.

Espero con este escrito haber lo-grado dar a conocer todo lo que encierra la vida y obra del inolvidable y querido maestro Gustavo Gómez Ardila, quién me dio la posi-bilidad de amar el arte de la música, de amar la dirección coral, de amar el mundo del canto coral, de sentir respeto por la música y su práctica delicada, sensible, fundamentada y coherente.

No ha sido tarea fácil recordar su vida y mucho menos plasmarla en tan pocas líneas. Desde luego que muchos de los lecto-res desearán hacer muchos y valiosos aportes que pueden enriquecer este trabajo.

30) Ver cita 29.

31) Ibídem.

27) Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 27.07.1979.

28) Extraído de la copia original de la carta. Archivo personal maestro G.G.A., CEDIM, UNAB.

29) Vanguardia Liberal, ídem.

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Carta al estudiante que ha lapidado unos edificios

a l b e r t o lleras camargo

Publicada originalmente en el periódico bogotano La Tarde, edición del día 21 de abril de 1930, bajo el seudónimo de Ayllus, esta carta no solamente es un testimonio de la fina pluma de su autor sino una brillante argumentación contra la violencia de algunos universitarios de todos los tiempos. Fundador y director de la revista Semana, “una revista de hechos y gentes de Colombia y el mundo”, la tarea periodística de Alberto Lleras Camargo (1906-1990) se extendió entre 1925 y 1982 a buena parte de la prensa liberal de la capital del país: El Liberal, La Tarde, El Independiente, El Tiempo y El Espectador. Esta carta pertenece a los tiempos en que se iniciaba en la actividad política, cuando apenas el Partido Liberal saboreaba el mando ejecutivo de la Nación bajo la Administración Olaya, después de muchas décadas de destierro del poder. Sus cualidades le llevaron dos veces a la silla presidencial, en 1945 y en 1958, justamente en circunstancias de graves crisis políticas. El texto se ha tomado de la antología que Otto Morales Benítez recientemente publicó en Villegas Editores (tomo 2, 2006).

Estimable amigo:He tenido conocimiento indirecto

de que usted ha atacado nuestras oficinas rompiendo sus vidrios, más con el empuje de sus gritos que con la violencia de la la-pidación. Más tarde, y el mismo día, pude observarlo en un grupo pequeño, agresivo e inocente que se paseaba por las calles, descargando su ira sin solemnidad sobre la sombra de los periodistas nocturnos que transitaban despreocupadamente a aquella hora. Y yo que he debido sentir indignación martirizada por la manera como corres-pondía usted a la afección intelectual que le tengo, sentí un turbulento regocijo que hoy me reprocho. Pero en aquel momento, me-tido entre esta ciudad de cemento y piedras antiguas, yo no veía los trastornos que con su actitud provocaba usted entre un grupo respetable de ciudadanos encanecidos en el magisterio, clásicamente iracundos y dueños de centenares de conocimientos y pequeños secretos que usted y yo ignoraremos por mu-cho tiempo. Yo veía apenas el cumplimiento de una regla de psicología que había tenido el

que estas líneas escriben la pretensión de ir aislando, con una paciencia curiosa. Y enton-ces me convencí más que nunca de que este país adolece de un defecto primordial, casi bárbaro en su sencillez, defecto que consiste en no tener una arquitectura interior que ordene nuestros actos, en ir creando simultá-neamente con la realización la idea que va a realizarse.

A la mañana siguiente tuve opor-tunidad de hacer una excursión a nuestro medio trópico, que llenó de sol y de tranqui-lidad mis nervios abrumados por los adjeti-vos de traidor y otros tanto o más mordaces con que se me calificó en el pequeño grupo de revoltosos de boina. Usted perdonará esta disquisición casi íntima sobre la influencia del medio trópico aludido, en las ideas que quiero hacerle conocer. Pero he aquí que tendido bajo un cielo perforado por estrellas, como si estuviese bajo la gran tienda de un circo, me di cuenta de que los hombres de este país copiamos de la naturaleza nuestra, únicamente la parte externa, desorganizada en apariencia, resquebrajada, vehemente,

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obra al parecer de una inspiración y no de una creación metódica. Debajo de todo aquel movimiento caliente que animaba la selva menuda de los tallos entre ese ruido pro-vocado por toda la agitación fervorosa del bosque tropical, en ese murmullo cósmico que parecía venir desde el ritmo de los astros hasta la ondulación de las culebras tácitas, yo descubría una conexión ordenada, una regla, un sistema, un método, un órgano, como lo hubiese llamado Aristóteles. La sensación de mi contacto con la tierra era limitada, pro-funda y arraigada.

En estos tres días en que los sama-ritanos y los fariseos buscaron su unión con lo eterno bajo la selva de piedra de las igle-sias, yo conecté mi magro ser con el mundo de una manera tan saludable que amén del sol que me ha tostado el cuerpo de ladrillo y yodo, completé una pequeña filosofía tra-dicionalista y respetuosa que usted no ha tenido nunca, mi querido estudiante de alma insular y dislocada.

Nacemos en nuestra tierra en me-dio de una indolencia general, y la llegada de un nuevo ciudadano a Colombia apenas si trastorna domésticamente, sin llegar nunca a perturbar la marcha solemne de un estado descriptivo. Jamás a los tres días de nacido el nuevo homúnculo aparecerá por la casa olorosa aún a pañales y llena de vaguidos, un representante del Estado a tomar nota

de la adquisición humana que ha hecho en su grave inconsciencia. Crecerá el párvulo a tontas y locas, tropezando apenas su volun-tad salvaje contra la cristalización sentimen-tal de la familia. El Estado, indiferente a su crecimien to, como lo hubiera sido a su muer-te, ya fuese víctima de una epidemia o de un fracaso de tráfico urbano, no vigilará porque al llegar a determinada edad tome hábito de ciudadano ciñéndose a una disciplina inci-piente de lectura y escritura. Lo dejará seguir en su esmirriada vagancia, y se le importará una higa verde el que sea su cuerpo torcido, sarmentoso, endurecido de vértebras, o ágil y amenazante de fortaleza. El Estado no quiere atletas a su futuro servi cio. Y tiene razón. Como institución, el Estado nuestro necesita únicamente oficinistas, y pareceríale cruel-dad anticristiana forjar un hombre griego para consumirlo en una ratonera burocráti-ca. Seguirá así, y el adolescente, que si apren-dió a leer hízolo más por castigos paternos o por voluntaria curiosidad, que por disciplina nacional, entrará a la primera enseñanza. Salto, sin menearla, tan grave etapa. Pero dejo la comprensión de todo el trastorno que ocasionara en un hombre que no es ciuda-dano porque no ha tenido ningún contacto con su nación, cualquier enseñanza de mala voluntad o de perversa y maleante doctrina. Y helo después en la universidad, a los die-ciocho años, todavía virgen de relaciones con el Estado. Pagará sus matrículas, y con ellas el primer tributo a la Nación. Y luego, dejo también a su inteligente discurrir las conse-cuencias de la libertad sin límite, sin medida, sin traba alguna, que toma el hombre que se ciñe una boina en la cabeza acalorada y se emboza en capa salmantina para recorrer turbulentamente las calles donde a la noche se encienden unas luces de juerga dura, sin matices, de trancazos, chirlos y bronca.

Mientras tanto el Estado reposa bajo la nariz de algún gobernante. La esta-dística no desvelará el rumiar de sus meta-físicas. Esa ciencia menuda y discreta que reduce a cifras todo el proceso evolutivo de

Y así va creciendo el país, monstruosamente,

impulsado por el instinto de las multitudes, mal

enderezado por los conductores distraídos, creando

indus trias, agriculturas y filosofías para el minuto

contemporáneo, sin una visión de continuidad,

como si la nación fuese algo tan transitorio, frágil y

menudo como la vida de un hombre.

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un pueblo, será desdeñada por el gramático, el abúlico o el necio que dirija los destinos de la república. Allí, en cuadros de precisión hubiese encontrado la manera de ejercer tu-telaje directo sobre el estudiante, el profesor, el maestro rural, el zapatero, el hortelano, el agricultor, el mercader. Hubiese averiguado exactamente el número de niños sin cono-cimientos elementales. Hubiese sabido que la cavidad torácica del colombiano da un porcentaje de inválidos para los servicios de guerra o para los ejercicios de destreza muy superior, casi monstruosamente superior a la de todos los países de clima apacible. Hubiera vigilado, casi espiado diariamente la lucha de los hombres contra una naturaleza absor-bente, cruel, desvencijadora. Hubiese sabido cómo cada día que transcurre, los genios maléficos de la selva van quebrando células humanas a su paso devastador, como grandes ejércitos de hunos. Y en un momento deter-minado, al dictar una ley o res tringir una libertad, o favorecer una industria, o reco-brar un derecho estatal hubiese obrado sobre un terreno firme, con un conocimiento mi-nucioso del bloque humano sobre el cual gira su máquina poderosa y peligrosa, sin hacerlo, como ahora, sobre el vago dato de un censo aproximado de ocho millones de habitantes, en el cual se ignora si son ellos blancos, ne-gros, rojos, amarillos, mulatos, cuarterones, o simplemente si hay en ese grupo de pobla-ción más ancianos, mujeres y niños –signo de debilidad aparente y tradicional– que hom-bres maduros para el servicio de la república.

Eludió usted seguramente –me acuerdo al mentar esa palabra de servicio–, su única obligación con la patria, que hubiera consistido, de llevarla a cabo, en fraternizar con un centenar de mulatos y mestizos tris-tes en un cuartel mal aireado y en saludar con desgaire a los oficiales superiores del regimiento. Esa disciplina, que Sócrates en-contraba saludable para formar al ciudadano, en otros países tiempla el espíritu en una serie de ideas sobrias, diminutas y sencillas, que no ofrecen resistencia, y que habría que

llamar redondas por su capacidad para rodar entre las multitudes. Son ellas fervorosas, buenas y discre tas. Si a mí no logran entu-siasmarme, comprendo que son ellas conve-nientes para formar una arquitectura general de pensamiento nacional. Y ya que no todos los ocho millones de ciudadanos de Colom-bia están en capacidad de poseer un sistema filosófico perfecto, ya sea el de santo Tomás o el materialista de los “cerdos de la piara de Epicuro”, convendría que ante determinados actos reaccionaran de una manera similar, para dar unidad a la nación. En Chile, en la Argentina, en Estados Unidos, en Francia, no son doctos todos los hombres, y aún me atre-vería a juzgar que hay menos proporción de filósofos ambulantes que la que se encuentra en alguna de nuestras calles y mentideros. Pero, en cambio, por cualquier circunstan-cia, por cualquier espectáculo, por cualquier acto mínimo puede apreciarse que todos los hombres poseen un sentimiento que los co-necta, que los traba y unifica para una acción ordenada.

Como usted no leerá dos párrafos más de esta carta, explicaré a usted cómo su acto de romper los vidrios de un diario, ad-virtiendo que lo hace “sin distinción de colo-res políticos”, responde a ese criterio huidizo, frágil y lleno de recovecos que tenemos todos los colombianos. Si yo hubiese sido estudian-te, si en lugar de andar buscando tradición a qué aferrarme, para sentirme prendido a

El árbol, el animal, la piedra, crecen al menos bajo

una ley cósmica que los hombres de nuestro país

violamos, gracias a la impetuosidad de nuestra

inteligencia. Y cuando quebrantando las leyes de la

naturaleza nos acumulamos en ciudades hediondas y

tristes, o nos amontona mos en guaridas camperas.

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mi tierra, si en cambio de ahondar el suelo de mis muertos para echar en él una raíz que me sostenga, estuviera como usted en ese período agresivo de celo, diríamos así, en que se desconcierta el espíritu en la busca de la verdad por todos los senderos tapados, y en que la falta de una brújula mental torna en inquietud azarosa lo que hubiera sido marcha segura, habría venido también a gritar una indignación inconsciente ante las puertas de la prensa, que cumple con buena voluntad su deber de opinar todas las mañanas con más o menos consecuencia. ¡Qué quiere usted! La reforma universitaria por la cual venimos clamando desde los días en que ese hombre grande, membrudo y bueno de Germán Ar-ciniegas movilizaba todas nuestras energías procurando encauzarlas hacia una sola di-rección está en peligro de ahogarse entre el polvo que levantan los zapatos de corredores impetuosos, de atletas indisciplinados. Tor-nan contra un profesorado que está robando horas a una profesión mediocremente lucrati-va, en proporción con el lucro internacional, todas sus vehemencias y sus iras. ¿Por qué no formar primero en asamblea plena, si se deduce, la fórmula democrática o en consejo hermético, si les place, la manera venecia-na, un plan riguroso de reformas? Porque mi teoría psicológica se cumple, a pesar de ser mía, y muy a mi pesar, ya que me gusta conservar la teoría en el plano astral de lo no realizado. Porque la idea crece simul-

táneamente al acto, tal vez con un poco de retraso a la acción. Y así va creciendo el país, monstruosamente, impulsado por el instinto de las multitudes, mal enderezado por los conductores distraídos, creando indus trias, agriculturas y filosofías para el minuto con-temporáneo, sin una visión de continuidad, como si la nación fuese algo tan transitorio, frágil y menudo como la vida de un hombre.

¿Quién tiene la culpa de todo este caos creador? Indudablemente el Esta do. Yo culpo directamente al Estado, mi querido amigo, de todo accidente imprevisto, de toda revolución, lo mismo que de la caída modesta de un ciudadano, que ha resbalado en una cáscara arbitrariamente tendida en el piso de las ciudades. La formación de Colombia, in-telectualmente se sucede en el más organiza-do de los desbarajustes, y no podemos exigir cinco minu tos de reflexión a un estudiante que considera que su libertad no debe tener límite, porque jamás lo tuvo por la parte donde debe limitarse: por la acción del Esta-do. Arcádicamente se resbala nuestra vida, inocente, como si la única misión que tuvié-ramos fuera la de permanecer en la tierra donde el destino tuvo la picardía de echar-nos. El árbol, el animal, la piedra, crecen al menos bajo una ley cósmica que los hombres de nuestro país violamos, gracias a la impe-tuosidad de nuestra inteligencia. Y cuando quebrantando las leyes de la naturaleza nos acumulamos en ciudades hediondas y tristes, o nos amontona mos en guaridas camperas, no tenemos una regla del Estado que nos domine, nos vigile y nos violente. Tal vez mi espíritu sea gregario y sometido, pero nunca encontré mayor satisfacción que, al entrar en los países de tradición venerable y de orden moderno, ver por todas partes, en alemán, en inglés, en español, en todas las lenguas, el letrero que indicaba a mi paso que había alguien, algo reemplazando la misión pasto-ral de los dioses antiguos sobre los hombres con indicaciones perentorias de que estaba prohibido transitar por la izquierda, o salivar el suelo, o fumar, o gritar, o tirar guijarros

Allí estaba la moral del Estado, la ética de la

colectividad pesando sobre mis hombros de cédula

mínima, de ciudadano pequeño y aislado, que no

podía perturbar a mi antojo la vida de los hombres

con mi impertinencia, o mi descuido, o mi alegría,

o mi dolor excesivos.

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contra los vidrios de las casas. Allí estaba la moral del Estado, la ética de la colectividad pesando sobre mis hombros de cédula mí-nima, de ciudadano pequeño y aislado, que no podía perturbar a mi antojo la vida de los hombres con mi impertinencia, o mi descui-do, o mi alegría, o mi dolor excesivos.

Ciudadano estudiante: someterse a una regla resulta difícil. Más fácil que crear una vida es destruirla en un antojo primi-tivo. Pero yo propondría a la consideración revolucionaria de los estudiantes mi tesis de traidor, que aban donó las filas de la destruc-ción sistemática por las del regimiento dócil. No se hacen revoluciones de estudiantes, ni de soldados, ni de civiles rompiendo la orde-nación suave de los acontecimientos creados. Una revolución militar que degollara a todos los jefes para colocar a los sargentos en ese puesto jerár quico, tendría como consecuen-cia mediata el asesinato de los sargentos por los soldados. Una revolución civil que destruyera los principios legales llevaría a la dictadura o a la anarquía. En el fondo, cada cosa, cada hombre, cada ser tiene una regla prendida a su constitución, a su esencia, para emplear el tér mino grato a la escolástica. Allí está la moral, en esa breve fórmula de líneas. Así lo comprende el hindú que esta-blece el dharma. Obrar como periodistas en un consejo secreto, es inmoral como regla de caballerosidad y es moral y diestro como periodismo. Obrar como estudiante es por definición amor a la sabiduría, es decir filoso-fía. Cuando el estudiante quiere decidir de la suerte de una república, por el solo capricho de su juventud, habrá siempre espíritus con-servadores que den la voz de alarma, y que los llamen a la disciplina de las aulas. El gesto del discípulo que se aira contra el profesor es noble hasta un momento, y tórnase torpe de cierto límite en adelante. Una sed de sabi-duría que se hubiese justificado con un an-helo vehemente y sereno de transfor mación, llevado a la calle, bajo el cielo de las ágoras bulliciosas, y mezclado a intereses extrauni-versitarios se vuelve para mi espíritu en un

bullanguero espectáculo de falsa democracia. Y ¿cómo concebiría yo –el traidor a vuestras agitaciones– que la cabeza que quiere cul-tura, amplitud, aire diáfano entre los muros eruditos, fuera la misma que ordenaba el acto ruin de la lapidación a casas donde al menos, con buena voluntad si acaso no con pericia, se busca eso mismo por una ruta distinta pero no contradictoria?

Pero yo sé que usted no tiene nin-guna responsabilidad en ese acto frívolo, que corresponde en los salones a la gaffe social. El Estado sí que la tiene. Mientras el deporte favorito del colombiano sea aporrear y zama-rrear a los vigilantes del orden público, reírse en las barbas de una autoridad aterrada y confusa, jugar con todas las cosas venerables, y escapar, como contrabandistas, a la acción del Estado, es justo, es lógico y es perfecta-mente aceptable que usted tire piedras en las calles, en su calidad de estudiante. Lamento que sea usted el mismo muchacho de los días gloriosos de la nacionalidad, aquellos en que colaboró tan eficazmente al triunfo de cier-tos conceptos. Y en lugar de creer que allí procedió usted con el mismo espíritu de bu-llanguería, yo respeto como consciente y de-terminada su actitud de entonces, y seguiré lamentando indefinidamente la que inauguró estos días santos con la lapidación de unos edificios.

Suyo afectísimo,Allius

Una revolución militar que degollara a todos los

jefes para colocar a los sargentos en ese puesto

jerár quico, tendría como consecuencia mediata el

asesinato de los sargentos por los soldados. Una

revolución civil que destruyera los principios legales

llevaría a la dictadura o a la anarquía.

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E l doctor Ramón Pérez Manti-lla nació en Bucaramanga en 1926 y se graduó en 1952 como abogado en la Facultad de Ju-risprudencia del Colegio Ma-

yor de Nuestra Señora del Rosario. Su tesis se tituló Ensayo sobre los orígenes y la crisis del estado de derecho. Contra este malogrado destino profesional fue profesor de filosofía por más de 25 años en la Facultad de Cien-cias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Estuvo casado con doña Carla Rossi y dejó un hijo. Hermano de Luisa e Ida Pérez Mantilla, fue hijo del médico Salvador Pérez Martínez y doña Ana Luisa Mantilla Labastida (Piedecuesta, 03.07.1887), quienes contrajeron matrimonio en Bucaramanga. Su madre era hija de don Marcelino Mantilla López, quien murió en Piedecuesta en 1920, y de doña Vicenta Labastida Ordoñez, a su vez hija del venezolano don Juan Bautista de Labastida Briceño y de doña María Blasina Ordoñez y Orbegozo.

Infatigable lector, tradujo para los lectores de Eco, la revista de la Cultura de Occidente que en la Bogotá de la década de 1960 publicaba la Librería Buchholz, un selecto grupo de artículos originalmente es-critos en alemán, francés e italiano. Tradujo primero el estudio de Thomas Mann sobre “La filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia” (Eco, tomo 10/6, 1965) y el ensa-

In memoriam

Ramón Pérez Mantilla(Bucaramanga, 11.11.1926 - Bogotá, 02.03.2008)

yo de Italo Calvino sobre “La antítesis obre-ra” (Eco, tomo 10/6, 1965). Dos años después publicó el difícil ensayo de Martin Heidegger sobre “La tesis de Kant sobre el ser” (Eco, Nºs 90 y 91, 1967) y el ensayo de Robert Musil “Sobre la estupidez” (Eco, Nº 91, 1967). Con-tinuó con la aproximación de Henri Broch a “James Joyce y la época actual” (Eco, Nº 97, 1968) y la propuesta de P. Chiarini sobre “La interpretación marxista de Nietzsche” (Eco, Nos. 113-115, 1969).

En la entrega 113-115 (1969) de Eco tradujo el ensayo de Martin Heidegger sobre “La voluntad de potencia como arte” y el de F. Masini “Por una filosofía de los extremos”. En la revista del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, titulada Ideas y valores, publicó sus tra-ducciones de textos de Gianni Vattimo, “El problema del conocimiento histórico y la for-mación de la idea niezscheana de la verdad” (Nº 35-37, 1970), y de Louis Althusser, “¿Es fácil ser marxista en filosofía?” (Nos. 42-45, 1975). Tornó a Eco (Nº 195, 1978) para incluir sus traducciones de dos autores alemanes: la correspondencia de Hermann Hesse relativa a “El juego de abalorios” y el comentario de Hans Mayer sobre “El juego de abalorios de Hesse o el reencuentro”.

Sus traducciones de la lengua italiana fueron hechas en colaboración con Nicolás Suescún y versan sobre textos de

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Elías Canetti. En la entrega 245 (1982) de Eco aparecieron los títulos “El calientalágrimas”, “El lamenombres”, “La tentada” y “El testi-go oyente”. Finalmente, en 1986 publicó en la imprenta de la Universidad Nacional de Colombia el ensayo de Gyorgy Lukacs sobre “El desarrollo filosófico del joven Marx”, una traducción del texto alemán realizado en co-laboración con Gerda Westendorf de Núñez.

Pasando a sus propios escritos fi-losóficos, que inició publicando en la revista Ideas y Valores (Nº 27-29, 1967) una reseña sobre las “Nuevas tendencias del pensamien-to francés”, saltó al reconocimiento nacional en 1969 con su edición y presentación de una entrega especial de la revista Eco (nos. 113-115) dedicada a los 125 años del natali-cio de Friedrich Nietzsche (1844-1900), cuya importancia fue refrendada con su reedición en 1977 por la Editorial Temis. En 1975 dejó ver su inclinación política al publicar en la revista Pluma (Nº 2) su ensayo sobre “Althu-ser entre Stalin y Mao”, seguida en 1978 de su primera colaboración con la revista Alter­nativa (Nº 189) sobre “La filosofía en Yalta”. Durante el siguiente año publicó en esta revista dos columnas de opinión sobre dos temas de actualidad política: la Conferencia del Episcopado Latinoamericano realizada en Puebla y un discurso sobre el liberalismo pronunciado por el expresidente Alfonso López Michelsen en Caracas.

En 1978 se ocupó de la obra de Hermann Hesse (Eco, no. 195) y al año si-guiente comenzó a publicar los resultados de sus investigaciones sobre la obra de Hegel y sus relaciones con Marx y Heidegger. En la revista Pluma (no. 24, 1980) publicó por ese entonces su ensayo sobre “El origen de la dialéctica en los escritos del joven Hegel”, y de la década de 1980 provienen varios de sus textos sobre la obra de Nietzche: “Nietzs-

che en la filosofía francesa contemporánea” (1981), “El origen de la tragedia en Nietsz-che” (Awará, Pasto, Nº 6, 1983) y “El arte en Nietzsche y en Platón” (1984).

Durante la última década del si-glo pasado mantuvo su interés en la obra de Heidegger y Nietsche. Publicó un ensayo sobre estos dos filósofos en la revista Texto y contexto (Nº 21, 1993) y en 1999 participó en el ciclo “Nietzsche vivo”, organizado en la Universidad Nacional de Colombia, con una conferencia sobre “El nacimiento de la tragedia”, cuya trascripción fue publicada en el año 2004. De sus relaciones personales con buena parte de los filósofos, escritores e in-telectuales europeos de la segunda mitad del siglo XX da cuenta su “Entrevista con Gianni Vattimo”, publicada en 1994 por la Revista Foro (Nº 24).

Su magisterio en el Departamen-to de Filosofía de la Universidad Nacional y en otras universidades del país dejó una impronta aún no evaluada, así como su fina conversación en las tertulias de los cafés céntricos de la capital del país. Durante el segundo semestre de 1994 ofreció a la Primera Generación de la Maestría en Historia de la Universidad Industrial de Santander un ciclo de conferencias sobre “Nietzsche y la Historia”.

Como memoria de su paso por este mundo, la sección de Filosofía de esta entrega de la Revista de Santander se dedica en su to-talidad a este destacado santandereano. Se han seleccionado dos de sus textos filosóficos más representativos: Heidegger y Nietzsche, escri-to en 1993, y El nacimiento de la tragedia, pronunciado en 1999. En cuanto a su criterio político, se presentan las dos columnas de opinión que publicó en la revista Alternativa durante el año 1979: “Puebla y pueblo” y “El discurso de Alfonso López Michelsen”.

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Esta ponencia fue presentada por el autor ante la segunda reunión del Coloquio Alemán-Latinoamericano sobre Heidegger, realizada en Bogotá entre el 29 y el 31 de marzo de 1993. Fue publicada originalmente en la entrega 21 (jul.-sep. 1993) de la revista Texto y contexto (Bogotá, Universidad de los Andes, p. 89-104). Se publica aquí de nuevo como muestra de la meditación del filósofo bumangués recientemente fallecido.

Heidegger y Nietzsche

r a m ó n PÉreZ MantILLa

E sta exposición versará sobre la relación existente entre Hei-degger y Nietzsche: un tema cuya extensión y complejidad no se compadecen con la bre-

vedad de este ensayo. Me voy a limitar por ello a hacer, en un primer momento, una presentación general del problema, para pa-sar después a tratarlo más concretamente, a la luz de la doctrina del eterno retorno de Nietzsche y de la interpretación que de ella hace Heidegger.

I

Aspectos generales de la

relación Heidegger-Nietzsche

Lo que más llama la atención en esa relación es la inmensidad de la obra que Heidegger dedica a desentrañar el pensa-miento de Nietzsche. Están en primer lugar, como es bien sabido, los cursos dictados sobre él en la Universidad de Friburgo de Brisgovia, durante cinco semestres, de 1936 a 1940, y publicados en 1961, junto con algu-nos anexos de 1940 a 1946, en dos grandes tomos de cerca de mil doscientas páginas que, en la nueva edición de las obras com-pletas, abarcan cuatro volúmenes1. Para

Gadamer, ellos deben considerarse por su importancia, como la contra partida de Ser y tiempo, su obra mayor. Posteriormente Hei-degger con sagra a la discusión con Nietzs-che toda la primera parte de ¿Qué significa pensar?, de 1954, correspondiente a un curso del semestre de invierno 1951-1952, más la célebre conferencia pronunciada en 1953, “¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?”, publicada en 1954 en Conferencias y ensa­yos, libro en el que abundan las referencias a Nietzsche. No puede olvi darse que en 1950 había aparecido en Sendas perdidas, con el título de “La frase de Nietzsche: Dios ha muerto”, un famoso ensayo proveniente del año de 1943, que es como una síntesis de las ideas principales conte nidas en los cursos de 1936 a 1940.

Ahora bien, ¿por qué este interés extraordinario de Heidegger por Nietzsche?

1) Martin Heidegger, Nietzsche, Pfüllingen: Günther Neske, 1961, 2 tomos. En la reedición incluida en las Obras Completas (Gesamtausgabe, Francfort: Kloster-mann, 1975 ss.) forma los tomos 6,1 y 6,2. La traducción castellana de Juan Luis Vermal fue publicada en dos tomos, en Barcelona, por Ediciones Destino (2000). Nota del editor.

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Para mí una de las características que vale la pena destacar en Heidegger es el que su filosofía no sea una meditación solita-ria, al calor de la famosa estufa de Holanda, sino, y en esto similar a Hegel, en diálogo con toda la historia de la filosofía occidental.

La pregunta por el sentido del ser con que se inicia la meditación de Heidegger en Ser y tiempo va adquiriendo cada vez más el aspecto de una pregunta histórica, que no puede formularse por fuera de la historia del ser. Y dentro de esa historia, que es en buena parte la historia de la metafísica como olvido del ser, Nietzsche aparece filosóficamente como la ultima etapa, la de la consumación y cumplimiento, convirtiéndose así en motivo obligado de atención para un pensamiento que, como el de Hei degger, pugnaba por encontrar un nuevo comienzo. Así escribi-rá Heideg ger: “La figura más próxima en el tiempo a nosotros, y por eso la más apasio-nante para la discusión dentro del pensar hasta ahora existente, es la de Nietzsche”2. Y en el primer curso sobre Nietzsche dirá:

Si es cierto que en el pensamiento de Nietzsche se recoge y perfecciona desde un punto de vista decisivo la tradición hasta ahora existente del pen samiento occidental, entonces la discusión con Nietzsche se con-vierte en una discusión con todo el pensa-miento occidental hasta ahora existente3.

Por otra parte, existen innegables afinidades y puntos de contacto entre ambos pensadores. ¿Cómo no ver en la noción me-tafísica del nihi lismo nietzscheano algo que

2) Martin Heidegger, ¿Qué significa pensar?, Buenos Aires, Nova, 1964, p. 57.

3) Nietzsche I, Günter Neske, Pfullingen, 1961, p. 13. De ahora en adelante los Cursos sobre Nietzsche serán cita-dos entre paréntesis en el texto con N, la indicación del tomo en números romanos y la página correspondiente en arábigos.

tuvo que impresionar desde muy temprano a Heidegger? La metafísica en Nietzsche como nihilismo y éste como el movimiento secreto de toda la historia occidental. ¿No se halla ya ahí en ciernes la historia de la metafísica como olvido del ser y destino de toda la cul-tura occidental de Heidegger?

Y ¿qué decir de la importancia que la nada cobra en la pregunta por el ser en Heidegger? No en vano éste dicta un curso en 1940 con el título de “El nihilismo euro-peo”, dedicado a analizar minuciosamente el concepto de nihilismo de Nietzsche. Quién sabe si desde este punto de vista no tiene toda la razón un estudioso inglés del pro-blema cuando sostiene que es muy posible que Ser y tiempo, más allá de la importante referencia que en él se encuentra, con motivo del problema de la historicidad a la Segunda Intempestiva de Nietzsche, se halle dominado íntimamente por una inspiración de origen nietzscheano4.

En 1981, Müller Lauter, en un ensayo sobre la interpretación heideggeria-na de Nietzsche, afirmaba que ningún otro pensador –se refería a Nietzsche– había determinado de manera tan profunda el ca-mino de pensamiento de Heidegger5. Prueba de la verdad de este aserto la daría el mismo Heidegger cuando en el prólogo a la publica-ción en 1961 de los cursos sobre Nietzsche ya mencionados considera que ellos permiten una ojeada sobre el camino de pensamiento por él recorrido desde 1930 hasta 1947, época de la publicación de la Carta sobre el huma­nismo6. Es una clara alusión de Heidegger al “giro”, “vuelta” o “vuelco” (Kehre) sufrido

4) David Farrel Krell, “Heidegger/Nietzsche”, en Cahiers de l’Herne, París, 1983, número dedicado a Heidegger, dirigido por Michel Haar, p. 202.

5) Wolfang Müller-Lauter, “Der Geist der Rache und die ewige Wiederkehr”, en Festschrift für Gerd­Günter­Grau, herausgegeben von E W. Korff, 1981, p. 92.

6) N., tomo I, p. 10.

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por su pensamiento después de Ser y tiempo, y en el que, por lo visto, Nietzsche habría te-nido que ver. Naturalmente no es fácil deter-minar con precisión la parte que Nietzsche habría podido tener en un acontecimiento tan complejo. Pero es posible pensar, por ejemplo, que una frase como la de Dios ha muerto, que se encuentra por primera vez en el discurso de rectorado7 de 1933, pudo muy bien haber influido, dada la violenta crítica a la metafísica que ella implica en el paso dado por Heidegger de una ontología fundamen-tal, que todavía creía en la posibilidad de una nueva fundación de la metafísica, a la proble-mática de su superación y al abandono de la palabra ontología, tal como lo ha interpreta-do Pöggeler8.

Pero Nietzsche suscita además el interés de Heidegger, con motivo de su ad-hesión al nacional-socialismo. Hemos visto cómo en el discurso de rectorado de 1933 ya aparece el nombre de Nietzsche. Y en 1945, en una carta a la rectoría de la Universidad de Friburgo, afirma que su confrontación con la metafísica de Nietzsche es la explicación con el nihilismo, en tanto que éste se mani-fiesta de manera cada vez más clara bajo la forma política del fascismo9.

Lo que no me parece tan claro en esa declaración es cuál sería en tonces para Heidegger la relación de Nietzsche con el fascismo.

Lo importante en todo caso es ver cómo, también aquí, Nietzsche es para Heidegger algo decisivo. Se podría decir que Nietzsche está siempre presente en su pensa-miento, en una aproximación singular que es

7) Martin Heidegger, La autoafirmación de la universidad alemana, Madrid, Tecnos, 1989, p. 11 final.

8) Otto Pögeler, El camino del pensar de Martin Heidegger, Madrid, Alianza, 1986, pp. 111 y 112.

9) Martin Heidegger, “Carta a la rectoría académica de la Universidad Albert Ludwig”, en Cahiers de l’Herne, París, 1983, p. 102.

tam bién distancia y diferencia, y que confiere a su relación con él un carácter ambiguo y tormentoso. Así lo reconoce el mismo Hei-degger en un ensayo famoso en homenaje a Ernst Jünger: “Nietzsche a cuya luz y sombra hoy, todos nosotros, sea a su favor o en su contra, pensamos y escribimos”10.

Ahora bien, ¿qué dice Heidegger de Nietzsche, cuáles son las líneas generales de su interpretación?

Oigámoslo:

La expresión voluntad de poder en cuanto nombre para el carácter funda mental de todo ente es una respuesta a la pregunta por lo que el ente es. Esa pregunta es desde antiguo la pregunta de la filosofía (…). El pensa miento de Nietzsche se mueve por el largo camino de la antigua pregunta direc-triz de la filosofía: “¿Qué es el ente?” (N., tomo I, p. 12).

La tarea de este curso es mostrar con claridad la posición fundamental dentro de la cual Nietzsche desarrolla y responde a la pregunta directriz del pensamiento occi-dental (N., tomo I, p. 13.).

¿Qué posición metafísica fundamental corresponde a la filosofía de Nietzs che, con base en su respuesta a la pregunta directriz dentro de la filosofía occidental, o sea, den-tro de la metafísica? (N., tomo I, p. 464).

Como se ve, lo que a Heidegger le interesa es saber cuál es el puesto que la filo-sofía de Nietzsche ocupa dentro de la historia de la filosofía occidental como metafísica. La pregunta de Nietzsche –eso no se discute nunca– es, como corresponde a un filósofo, a un gran filósofo comparable a Aristóteles, la pregunta propia de toda la metafísica por el ser del ente. Lo único que nos quedaría por aclarar es qué respuesta da a esa pregun ta, para así determinar la posición fundamen-

10) Martin Heidegger, “Sobre la cuestión del ser”, en Revista de Occidente, Madrid, 1958, p. 74.

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tal que le corresponde den tro de la historia de la metafísica. Pues bien, Heidegger con-cluye que de acuerdo con los dos términos fundamentales con los que Nietzsche res-ponde a esa pregunta, la voluntad de poder y el eterno retorno, considerados en íntima relación el uno con el otro, Nietzsche lleva a cumplimien to consumándola, a toda la his-toria de la metafísica occidental que se había iniciado con Platón, abriendo las puertas a su realización final en el reino de la civilización técnica mundial, caracterizada por una abso-luta organización y racionalización de la rea-lidad. Por este camino Hei degger llega hasta el extremo de sostener que la máquina mo-triz de nues tro tiempo no es sino una confi-guración del eterno retorno de lo mismo.

Es ante todo sorprendente en esta interpretación el que contra la opinión común y corriente según la cual Nietzsche pasaba por ser un antimetafísico, un filósofo que había destruido la metafísica, Heideg-ger no sólo considere que sigue siendo un metafísico, sino el metafísico más extremo, el que lleva a la metafísica a sus últimas po-sibilidades. Nietzs che, que se veía a sí mismo como el antiplatónico por antonomasia, había escrito en su juventud: “Mi filosofía es un platonismo invertido: cuanto más lejos se está del ente verdadero, más puro, más bello, mejor es. La vida es la apariencia como fin”11.

Heidegger se permitirá decir, en cambio, que Nietzsche es “el pla tónico más desenfrenado de la historia de la metafísica occidental”12. Y agrega: “El pensamiento de Nietzsche es, de acuerdo con todo el pensa-miento occidental desde Platón, metafísica” (N., tomo II, p. 257).

Ahora bien, ¿qué pensar de esta interpretación que Heidegger lleva a cabo, como hemos visto, a partir del supuesto fun-damental de que la filosofía de Nietzsche es

ontología? Si es verdad que sería ridículo ne-gar la grandiosidad y la profundidad de una interpretación como esta de Heidegger, capaz de unir coherentemente todas las palabras claves de la filosofía de Nietzsche: la voluntad de poder, el eterno retorno, el nihilis mo, el superhombre y la transmutación de todos los valores, no por ello podemos considerarla como la única posible y mucho menos como algo indiscutible. Sería necesario, por el contrario, examinar la validez no sólo de sus supuestos sino de algunos de los argumentos con que se sustentan sus tesis principales.

Voy a hacer brevemente algunas observaciones, se diría margina les, respecto a la cuestión de la no superación de la meta-física platónica por Nietzsche y al carácter presuntamente ontológico de su filosofía, y luego, con ocasión del eterno retorno, una discusión más detallada.

Uno de los argumentos utilizados por Heidegger para defender su opinión de que Nietzsche no supera la metafísica de Pla-tón es el de que Nietzsche pese a invertirla no la supera, ya que se limita a colocar lo sensi-ble donde estaba lo suprasensible, dejando in-tacto el plano de la división de la realidad en dos mundos, distintivo de la metafísica plató-nica. Nietzsche sólo cambiaría la jerarquía de valores que ello implicaba, pero no su estruc-tura. El argumento se halla desarrollado en el primer curso sobre Nietzsche que lleva por título “La voluntad de potencia como arte”, con motivo del cambio que Nietzsche opera en la relación estable cida por Platón entre verdad y belleza o, lo que es lo mismo, entre verdad y apariencia, al colocar al arte como apariencia por encima de la verdad.

Existe sin embargo un texto que parecería impugnar semejante manera de ver Heidegger el problema. Se trata del famoso capítulo del Crepúsculo de los ídolos intitu-lado “De cómo, al fin, el mundo verdadero se convirtió en una fábula”, que lleva como subtítulo “Historia de un error”. En ese texto, que es un resumen magistralmente hecho de toda la historia de la filosofía, Nietzsche

11) K. S. A., 7 (156), p. 199.

12) Martin Heidegger, Platons Lehre von der Wahrheit, Francke Verlag Bern, 1954, p. 37.

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termina con las palabras siguientes: “Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado? ¿Acaso el aparente? … ¡No!, al eliminar el mundo verdadero ¡hemos elimi-nado también el aparente!”13.

Heidegger, por cierto, se ocupa de este capítulo dedicándole un estudio bastante minucioso en el que pregunta: “¿Qué queda cuando junto con el mundo verdadero es suprimido el aparente?” (N., tomo I, p. 241). La respuesta de Heidegger, muy hábil, es en pocas palabras la de que dado que el mun-do verdadero, lo suprasensible, y el mundo aparente, lo sensible, integran ambos lo que se opone a la pura nada, o sea el ente en su totalidad, la supresión de ambos equivaldría a caer en el vacío de la nada, y eso no puede quererlo Nietzsche que es enemigo del nihi-lismo en todas sus formas. Pero ¿cómo negar que para Nietzsche “el mundo aparente es su-primido”? “Ciertamente –replica Heideg ger– pero el mundo sensible es el mundo aparente sólo según la in terpretación del platonismo. Precisamente mediante su supresión se abre el camino para poder afirmar lo sensible” (N., tomo I, p. 242). Lo sensible no es más lo aparente, lo confuso, sino lo verdadero. Es decir, que la desaparición de lo suprasensible, su conversión en fábula, no nos deja en la nada, sino en el mundo de lo sensible pero no ya como lo aparente, sino como la realidad, como lo que es en verdad, a diferencia de lo que pensaba Platón.

La lectura de estas páginas de Hei-degger no es convincente. Cabría más bien pensar que Nietzsche ha hecho de la aparien-cia, entendida de una manera diferente a la de Platón, la única realidad, si es que puede seguirse hablando en estricto rigor de rea-lidad. En todo caso ya a ella no le compete la calificación de verdadera o falsa. Contra Heidegger esto equivaldría a afirmar que Nietzsche sí es nihilista, pero en el sentido

13) Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza editorial, 1973, pp. 51 y 52.

de un nihilismo “consumado”. En él, como sucedía ya en el Origen de la tragedia, con la relación de Dionisos y Apolo, no puede haber diferencia entre esencia y apariencia, de tal suerte que la dualidad platónica entre los dos mundos no es simplemente invertida sino superada.

Pero hay sobre todo un punto en el que la interpretación de Hei degger pone al descubierto todos sus límites y se ve real-mente amena zada. Me refiero al hecho de la importancia que el problema del valor o de los valores tiene en Nietzsche, y que hace que en él todas las cuestio nes filosóficas re-lativas al ser o a la verdad sean reducidas a una dimen sión axiológica o valorativa. Hei-degger, que tampoco puede desconocer lo, ve sin embargo en ello no la posibilidad de una mutación fundamental en la manera de con-cebir la filosofía y las tareas del pen samiento, que sacarían a Nietzsche del círculo de hierro en que lo habían encerrado los supuestos de su interpretación, en especial el supuesto ontológico, sino por el contrario una prueba de la verdad de sus asertos. Para él el que Nietzsche haga esa interpretación moral de la metafísica, como la llama, es la consecuencia última de una línea que se inicia con Platón, al hacer éste de la idea de Bien la esencia de todas las ideas, prefigurando así, a través de la noción de condiciones de posibilidad de Kant, la metafísica del valor de Nietzsche, como culminación de la me tafísica de la sub-jetividad que convierte al ser en mero objeto de mani pulación de la voluntad de poder.

Podría incluso decirse que este es el argumento fundamental de Heideg-ger contra la posibilidad de que Nietzsche, al destruir el mundo de valores propios de la metafísica platónica, logre con la trans-mutación de valores, por él propuesta, su superación. El rechazo de Heidegger a esta pretendida filosofía de los valores de Nietzs-che alcanza un extraño patetismo como se ve en esta cita de Sendas perdidas:

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El pensar en términos de valor es el asesina-to radical. Derriba al ente en cuanto tal, no sólo en su ser en sí, sino que deja totalmente al margen al ser. Este sólo puede valer si todavía se necesita como valor. El pensar según valores de la metafísica de la volun-tad de poder es mortífero en un sentido extremo porque no deja brotar al ser mismo en la vitalidad de su esencia14.

Contra esta manera de Heidegger de quitarle fuerza al intento ge nealógico de Nietzsche, con su enorme carga de subver-sión que lleva has ta a poner en duda el valor de la verdad, está toda la nueva lectura de Nietzsche, tanto la francesa encabezada por Deleuze, como la italiana de Vattimo. Vale la pena recordar, a este respecto, cómo Vattimo le ha quita do a la reducción del ser a valor, de que habla Heidegger, todo carácter nega-tivo, aplicándosela al mismo Heidegger para producir una lectura más moderna y menos devota de su concepción del olvido del ser15.

II

La interpretación del eterno

retorno de Nietzsche en

Heidegger

Heidegger le concede a la doctrina del eterno retorno de Nietzsche una impor-tancia excepcional. Para él es la doctrina fundamental de su filoso fía que, sin ella, se-ría como un árbol privado de sus raíces (N., tomo I, p. 256). Esta doctrina encierra una afirmación sobre el ente en su totalidad, y desde este punto de vista compite con otras

14) Martin Heidegger, “La frase de Nietzsche <Dios ha muerto>”, en Sendas perdidas, Buenos Aires, Losada, 1960, p. 219.

15) Gianni Vattimo, El fin de la modernidad, Gedisa, 1986, pp. 23 a 32. En el mismo sentido, Al di lá del soggeto, Feltrinelli, Milano 1984, pp. 51 a 74.

doctrinas análogas que han contribuido a configurar la historia de Occidente, y no so-lamente la de su filosofía, como por ejemplo la doctrina de las ideas de Platón, o la de la creación del mundo por un dios personal, propia de la Biblia y del cris tianismo. Ambas doctrinas, tanto por separado como en sus amalgamas, se han convertido, tras un domi-nio dos veces milenario, en formas habi tuales de la representación occidental, que conti-núan prevaleciendo aun allí donde la filosofía platónica original ha desaparecido, o donde la fe cristiana ha muerto, siendo remplazada por la idea de un soberano del uni verso o de una providencia que rige el curso de la histo-ria (N., tomo I, p. 257).

Me interesa especialmente en este texto, traducido con bastante libertad, la importancia que Heidegger le confiere a las ideas como mo deladoras de la historia, y la referencia que en él se hace al gran papel que la secularización del cristianismo ha desem-peñado en la suerte de la cultura occidental. Es así como ha bastado que, en nuestros días, un funcionario japonés haya vaticinado el fin de la historia, o sea, de ese cris tianismo secu-larizado, para que cunda el desconcierto. Por lo demás la doctrina nietzscheana del eterno retorno de lo mismo, agrega Heidegger, no es una doctrina cualquiera entre otras, sino que ha nacido como resul tado de una áspera con-frontación con el modo de pensar platónico-cris tiano, considerado por Nietzsche como el rasgo fundamental del pensa miento occiden-tal y de su historia (N., tomo I, pp. 257, 258).

Tal vez convenga retener desde ahora este hecho que aquí señala Heidegger, a saber, la oposición radical de la doctrina al platonismo y a lo que éste significa como una metafísica que para Nietzsche se confundía con el nihilismo.

La dificultad mayor de la doctrina del eterno retorno de lo mismo está en deter-minar su relación con el tiempo. Podría de-cirse que es éste el punto alrededor del cual giran las distintas interpretaciones, innume-rables desde que después de haberla secretea-

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do al oído de Lou, Nietzsche decide hacerla pública en el aforismo 341 de La Gaya Cien­cia, valiéndose de un demonio que Klossows-ki ha comparado a un genio de Las mil y una noches para revelarla poco más o menos con las siguientes palabras: “Es ta vida tal como la vives ahora y la has vivido tendrás que vivirla una vez más e innumerables veces más...”

¿Cuál es el tiempo del eterno retor-no? ¿De qué eternidad se trata en él? ¿Acaso de la eternidad intemporal propia de la ma-nera de concebir el ser la metafísica platóni-ca? ¿O de la eternidad del Dios cristiano? ¿O es que nos hallamos ante un tiempo cíclico en el sentido del mito arcaico de la eterna repetición de lo mismo, con Ave Fénix y todo incluido?

¿O estaremos ante una nueva ma-nera de establecer las relaciones entre el tiem-po y la eternidad, distinta de la que parece darse en aquel soneto a Orfeo, de Rilke, en el que todavía la eternidad aspira a librarnos de los estragos del tiempo? El soneto dice en sus primeros versos:

¿Existe de verdad el tiempo, el des-tructor?

¿Cuándo sobre el monte en paz, se derrumbará el castillo?

Heidegger se plantea también, claro está, este problema pero lo hace dentro de las coordenadas de su interpretación, es decir, preguntán dose por la posición meta-física fundamental de Nietzsche que, como vi mos atrás, se deriva de la respuesta dada a la pregunta tradicional de la metafísica por el ser del ente. Según Heidegger, Nietzsche responde a esta pregunta, como ya lo sabe-mos, con dos términos claves de su filosofía: la voluntad de poder y el eterno retorno, que Heidegger considera que se hallan en una íntima relación.

La voluntad de poder y el eterno retorno de lo mismo dicen la misma cosa y piensan el mismo carácter fundamental del ente en su totalidad. El pen samiento del eterno retor-no es el cumplimiento interior y no simple-

mente complementario del pensamiento de la voluntad de poder (N., tomo I, p. 481). El ente es el ente en cuanto voluntad de poder, en la modalidad del eterno retorno de lo mismo (N., tomo II, p. 337). ¿Qué y cómo es la voluntad de poder misma? Respuesta: el eterno retorno de lo mismo (N., tomo I, p. 27). La volun tad de poder es en su esencia y en su más íntima posibilidad eterno retorno de lo mismo (N., tomo I, p. 467).

Pero ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene qué ver todo esto con el problema de es-clarecer cuál es el tiempo del eterno retorno? Pues bien, Heidegger se encargará él mismo de decírnoslo, al sostener que la volun tad de poder es fundamentalmente devenir. Escribe Heidegger: “Todo ser es para Nietzsche un devenir, y este devenir tiene el carácter de la acción y de la actividad del querer. Pero la voluntad es en su esencia voluntad de poder” (N., tomo I, p. 15). Y todavía más explícita-mente: “El carácter fundamental del ente es voluntad de poder, querer, o sea, devenir” (N., tomo I, p. 27).

¿Quiere decir esto que Nietzsche piensa al ser en relación con el tiempo? ¿Qué significa exactamente esto? Heidegger nos lo va a decir al polemizar con Alfred Baeumler, filósofo del nacional-socialismo, al que de-bemos una obra importante sobre Nietzsche, aparecida en 1931 con el título de Nietzsche el filósofo y el político. Para Baeumler ese deve-nir de Nietzsche expresado en la voluntad de poder tenía una proveniencia heracliteana y suponía un flujo incesante de todas las cosas (panta rei), que Baeumler veía negado por la doctrina del eterno retorno, entendida como una egiptización de Heráclito. Baeumler se hacía de esta manera vocero de una opinión muy corriente en la antigua interpretación de Nietzsche, en la que era usual pensar que la voluntad de poder y el eterno retorno se excluían en cuanto contradictorios, tomando partido por la primera y relegando el segun-do a no ser más que una fantasía o delirio senil del Nietzsche tardío. A Heidegger para

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el que, como acabamos de ver, se daba en-tre ambos una estrecha dependencia, se le planteaba por el contrario el problema de unir el devenir de la voluntad de poder con el eterno re torno, que parecía negarlo. ¿Qué clase de devenir es éste que se vuelve sobre sí mismo, sin dejar por ello de ser devenir, pero sin confundirse con el flujo incesante de la interpretación vulgar, según Heidegger, de Heráclito?

Heidegger recurre para aclararlo a un fragmento, del que echará mano más de una vez para resolver el problema. Se trata del fragmento 7(54) correspondiente al legado póstumo de los años de 1886 y 1887. El fragmento lleva como epígrafe la palabra “Recapitulación”, lo que auto riza a Heideg-ger para ver en él como una gran síntesis del pensamiento de Nietzsche. Ahora bien, ¿qué dice el mencionado fragmento? “Imprimir al devenir el carácter del ser –ésta es la más alta forma de la voluntad de poder”. Lo difícil naturalmente ahí es saber qué significa el ser, en esa frase por tantos aspectos extraña. Heidegger va a responder trayendo a colación otro pasaje del mismo fragmento: “El que todo retorna, esta es la máxima aproxima-ción de un mundo del devenir a un mundo del ser: cumbre de la meditación”.

Según esto tendríamos que el ser de que se habla en la primera parte del frag-mento no es otra cosa que el eterno retorno: el eterno retor no como ser del devenir, y la máxima voluntad de poder coincidiendo por completo con el eterno retorno, como la per-sistencia en que la voluntad de poder se quie-re a sí misma, y asegura su propia presencia como ser del devenir. El tiempo del eterno retorno no como una eternidad intemporal, ni como un puro fluir incesante o devenir infinito, sino como un devenir al que el eter-no retorno daría consistencia y ser, al hacerlo volver sobre sí mismo permanentemente.

¿Estaría Nietzsche de esta manera superando no sólo la vieja opo sición meta-física entre ser y devenir sino, lo que es más, estableciendo una nueva e insólita relación

entre ambos, con base y a partir del deve nir? Digo esto porque después de la oposición tajante de Parménides en tre el ser y el deve-nir, el ser comenzó a ponerse en movimiento cada vez más hasta llegar a ser en Hegel un absoluto que sólo puede realizarse en un proceso progresivo de toma de conciencia de sí mismo. Pero de todos modos siempre es el ser el que lleva la dirección del movimiento y predo mina, conservando su identidad en medio del cambio.

Pues bien, Heidegger, empeñado como está en mantener a Nietzs che ence-rrado dentro de la metafísica, va a sostener que no hay el esta blecimiento de una nueva relación entre los dos opuestos: ser y deve-nir. Si bien afirma que por ser la filosofía de Nietzsche el final de la metafí sica, ella une en ese final las dos grandes determinaciones iniciales sobre el ser, la de Parménides y la de Heráclito: el ser como presente perma nente y el ser como devenir, niega tajantemente que eso signifique algo distinto de cerrar el círculo de toda la historia de la filosofía como olvido del ser. Para reafirmarlo Heidegger recurre una vez más al famoso fragmento 7(54) cuyo significado va a quedar ahora de-finitivamente fijado en el sentido de la inicial determinación parmenideana del ser como presen cia permanente. Escribe Heidegger:

“Recapitulación: imprimir al devenir el carácter del ser –esta es la forma suprema de la voluntad de poder”. Nosotros pregun-tamos: ¿Por qué es esta la forma suprema de la voluntad de poder? Respuesta: porque la voluntad de poder en su más profunda esencia no es otra cosa que la estabilización del devenir en la presencia (die Beständi­gung des Werdens in die Anwessenheit) (N., tomo I, p. 656).

La interpretación del ente y de su en-tidad es la consolidación del devenir en la presencia incondicionada (N., tomo II, p. 19). El pensamiento del eter no retorno de Nietzsche piensa la permanente estabili-zación del devenir de lo que deviene, en la

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presencia del repetirse de lo idéntico (N., tomo II, p. 11).

Me parece que ante este desenlace realmente paradójico de la in terpretación de Heidegger que acerca al eterno retorno, de manera muy poco justificada, a la repetición de lo mismo propia de la doctrina de los ci-clos, es evidente, como dice Gadamer,

que el comercio del pensamiento heidegge-riano con la historia de la filosofía perma-nece atado al poderío de un pensador que, llevado por sus propias preguntas, busca encontrarse a sí mismo en todas partes16.

III

Esbozo de una crítica a la

interpretación heideggeriana:

eterno retorno e “inocencia del

devenir”

Lo notable de la interpretación de Heidegger es que pese a reconocer que en Nietzsche se da, a diferencia de la antigua contraposición de origen platónico entre el ser y el devenir, una unión entre ambos: es más, que para Nietzsche el ser, en cuanto vo-luntad de poder es devenir, termina por con-siderar que esa unión no es otra cosa que la manera como al final de la metafísica Nietzs-che conserva, no obstante todas las modi-ficaciones que le hace sufrir, la concepción del ser como presencia permanente co mún a toda la historia de la filosofía occidental des-de sus comienzos en Parménides.

Es precisamente el eterno retorno, según Heidegger, el encargado de cumplir esa función: la de darle estabilidad y perma-nencia, o sea, ser al devenir de la voluntad de poder, ofreciéndole así a ésta la posibilidad de realizarse. Vimos que no otro era para

16) Hans-Georg Gadamer, «Heidegger et l’histoire de la philosophie», en Cahiers de l’Herne –ya citado–, p. 176.

Heidegger el sentido del tan citado fragmen-to 7(54), que habla de imprimir al devenir el carácter del ser como la más alta forma de la voluntad de poder, identificándola con el eterno retorno como máxima aproximación de un mundo del devenir a un mundo del ser. Habría que decir, forzando un poco las cosas, que, como lo veremos más adelante, Heidegger se las ingenia para encontrar en pleno devenir una especie de eternidad, una permanencia cuya única diferencia con la de Parménides o de Platón es que ella no se dice ahora del ser sino del devenir.

Con el ánimo, por una parte, de profundizar en el problema tal como lo ha planteado Heidegger y, por otra, de buscar apoyos para una crítica de su interpretación, quiero que estudiemos los dos últimos escri-tos de Heidegger dedicados a su discusión con Nietzsche, y que hasta ahora no han sido tenidos en cuenta por nosotros.

Se trata de la primera parte de ¿Qué significa pensar? y de la con ferencia “Quién es el Zaratustra de Nietzsche”17. En ellos el eterno retor no es abordado por Hei-degger con base en Así hablaba Zaratustra y prin cipalmente en el discurso De la Reden­ción. Heidegger se mueve en torno a dos fra-ses: “Esto sí, esto solo es la venganza misma: la aversión de la voluntad contra el tiempo y su ‘fue’, y “Pues que el hombre sea redimido de la venganza: ese es para mí el puente hacia la suprema esperanza y un arco iris después de prolongadas tempestades”18.

El tema del eterno retorno está claramente presente, ya que para Heidegger, y también para Nietzsche, es el eterno retor-no el que puede redimir de la venganza como aversión contra el tiempo.

17) Véase ¿Qué significa pensar?, obra citada, a la cual se hará en adelante referencia, mediante paréntesis dentro del texto, con la sigla Qu, y “Wer ist Nietzsches Zarathustra?”, en Vorträge und Aufsätze, Pfullingen, 1954, también citado entre paréntesis dentro del texto con la sigla V. A.

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ahora, el presente, que pronto dejará de ser (Qu, pp. 95, 99 y 100).

La redención, esto es clave, no es del tiempo, sino de la venganza contra el tiempo, y tendría que consistir en librar al tiempo de la incri minación a que lo ha some-tido una voluntad resentida, devolviéndole su inocencia, “la inocencia del devenir”19. ¿Qué es el eterno retorno de todas las cosas, sino esta afirmación inmensa del tiempo, que confiere ser al devenir, lo deja ser?

Ahora bien, Heidegger va a repetir, en la interpretación de estos textos, su con-cepción del eterno retorno como predominio del ser sobre el devenir, si bien en medio del devenir.

En Quién es el Zaratustra de Nietzsche, Heidegger hace rápida mente, ya al comienzo, una alusión al tiempo del eterno retorno, cuando tras presentarnos a Zaratustra como el portavoz de la vida, del sufrimiento y del círculo, nos dice que “el círculo es el signo del anillo, cuyo girar en redondo (Ringen) corre de nuevo hacia sí mismo, y alcanza así siempre lo idéntico, que retorna” (V. A., p. 103). Más adelante Heideg-ger recurre al discurso de Zaratustra titulado El gran anhelo, en el que se escuchan estas palabras: “Oh alma mía, yo te he enseñado a decir ‘hoy’ como se dice ‘alguna vez’ y ‘en otro tiempo’ y a bailar tu ronda por encima de todo aquí y ahí y allá”. Según ellas, para Heidegger las tres fases del tiempo convergen en lo mismo, en un presente único, en un ahora cons tante. Y concluye: “La metafísica llama al ahora constante, la eternidad. Tam-bién Nietzsche piensa las tres fases del tiem-po desde la eternidad como constante ahora. Pero la constancia no se basa para él en un estar fijo, sino en un retornar de lo mismo” (V. A., p. 109). Pero entonces ¿en qué consis-

El punto de discusión estaría, sin embargo, en determinar la forma como el eterno retorno lleva a cabo esa redención.

El espíritu de venganza surge por el hecho de que la voluntad no puede do-minar el tiempo, que en su pasar termina consolidándose en un pasado irrevocable. La impotencia de la voluntad ante el tiempo fugaz y destructor la lleva a vengarse de toda la existencia, condenándola a pe recer, a ser devorada por el tiempo. “Y como en el vo-lente hay el sufri miento de no poder querer hacia atrás, por ello el querer mismo y toda vida deberían ser castigo”. “Y ahora se ha acumulado nube tras nube sobre el espíritu: hasta que por fin la demencia predicó: ¡Todo perece, por ello todo es digno de perecer!” (Z., tomo II, p. 205). O sea, que como en los orígenes de la filosofía, en Anaximandro, la existencia, en cuanto caída del ser originario en el tiempo, aparece también aquí como una culpa que debe pagarse con la muerte, regresando a la unidad primigenia y resta-bleciendo así el orden violado del cosmos: “Y la justicia misma consiste en aquella ley del tiempo según la cual éste tiene que devorar a sus pro pios hijos: así predicó la demencia” (Z., tomo II, p. 205). Es la actitud típica de la metafísica que desvaloriza el tiempo, frente a un ser intemporal e inmutable.

La noción del tiempo como mero pasar, como algo pasajero, es la concepción propia de la metafísica platónica, en la cual sólo es lo eterno, y el tiempo es en cambio precisamente lo que no es. Si el ser es lo perma nente y lo estable, el único ser del tiempo sería el ahora. Pero entonces el tiem-po sería una sucesión de momentos que están siempre dejando de ser. Un venir de lo que todavía no es, el futuro, para ir a lo que ya no es, el pasado, atravesando un estrecho filo, el

18) Friedrich Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, Madrid, Alianza, 1977, tomo II, pp. 205 y 151. Citado entre paréntesis con la sigla Z.

19) Véase Crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza, 1973, p. 68.

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tiría para Heidegger la redención da la ven-ganza en cuanto aver sión contra el tiempo y su “fue”? En afirmar lo que niega la aversión del espíritu de venganza, o sea el tiempo, el pasar.

Este decir sí al tiempo es la voluntad de que permanezca el pasar, de que no sea rebajado a lo nulo. Pero ¿cómo puede permanecer el pasar? (…) So lamente si el pasar y su pasado retornan como lo mismo. Pero este retorno sólo es permanente si es eterno. El predica-do ‘eternidad’ pertenece, según la doctrina de la metafísica, al ser del ente (V. A., pp. 117, 118 y Qu, pp. 101 y 102).

Heidegger termina preguntándose si de esta manera el espíritu de venganza está realmente superado.

¿No se esconde en este colocar el devenir bajo la protección del eterno re torno de lo mismo, una aversión contra el simple pasar, y con ello un espí ritu de venganza altamen-te espiritualizado? (V. A., p. 121).

Nos parece que Heidegger para sostener su tesis fundamental de la inserción del pensamiento de Nietzsche, en este caso de la doctrina del eterno retorno de lo mismo, dentro de la metafísica, ha desplegado aquí al máximo su proverbial habilidad y destreza intelectuales. Son, sin em bargo, muchos los puntos problemáticos de esa interpretación. El más importante es el de que precisamente la venganza como aversión de la voluntad contra el tiempo lleva a la concepción meta-física del ser como independiente del tiempo, eterno. Es esa manera de ver las cosas la que reduce el tiempo a ser mero pasar, destinado a perecer. Para Nietzsche, en cambio, que con su doctrina del eterno retorno quiere rom-per la con cepción tradicional del tiempo, la

redención de la venganza no puede ser la de hacer de ese pasar algo permanente y eterno. Ello equivaldría a continuar moviéndose dentro de la concepción metafísica del ser como mera presencia, y como bien lo sospe-cha el mismo Heidegger no redimiría de la venganza.

La argumentación de Heidegger se mueve en un círculo vicioso: el ser como voluntad es, según Schelling, citado por Hei-degger, “el ser origi nario, y a él convienen todos los predicados de éste: carencia de fundamen to, eternidad, independencia del tiempo, autoafirmación” (V. A., p. 113).

Luego si a la voluntad de poder de Nietzsche se opone el tiempo como lo con-trario de lo eterno, la solución tiene que ser la de eternizar el tiempo, dándole consistencia a su pasar en el eterno retorno, salvando así la idea de que la eternidad pertenece, según la metafísica, al ser, o sea al eterno retorno, y permitiéndole a la voluntad de poder, de acuerdo con la cita de Schelling, quererse a sí misma eternamente en cuanto ser ori ginario (Qu, pp. 101 y 102).

Para Nietzsche, por el contrario, la venganza contra el devenir, su inculpación y su intento de reabsorberlo en el ser, son el producto del resentimiento del nihilismo propio de la metafísica.

En él no se trata de darle ser al devenir en el sentido de paralizarlo, sino de aceptarlo y dejarlo ser como devenir, en un acto de afirmación suprema, en donde el ser se dice del devenir en tanto que devenir.

La interpretación de Heidegger, por otra parte, al hacer del eterno retorno una repetición de lo mismo, no sólo le per-mite compararlo con la esencia de la técnica moderna como un permanente y reiterativo rotar de lo mismo (Qu, p. 106), sino que lo acerca de manera realmente absurda a la con-cepción cíclica del tiempo del mito primitivo.

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Este texto es una trascripción de la conferencia que el autor pronunció en Bogotá el día 20 de mayo de 1999, como parte del ciclo “Nietzsche vivo” que organizó en la Universidad Nacional de Colombia el profesor Germán Meléndez Acuña. Fue publicada origi-nalmente en Bogotá por Carlos Eduardo Sanabria en la compilación titulada Estética: miradas contemporáneas, editada por la Fundación Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano en el año 2004.

El nacimiento de la tragedia

r a m ó n PÉreZ MantILLa

Introducción

El libro que voy a comentar ante ustedes, El nacimiento de la tragedia en el espí ritu de la música, es un libro extraor-dinariamente difícil e intrincado al que el propio Nietzsche calificaba de extraño y pro-blemático20. Por otra parte, o tal vez por lo mismo, es sin duda su primera gran obra de importancia filosófica, en la que según la ma-yoría de sus comentadores se encuentran ya, por lo menos en germen, todos los grandes problemas de su filosofía posterior. Es, dijo Eugen Fink21, el primer intento balbuciente de Nietzsche por expresar su concepción fi-losófica del mundo. Más tarde, en 1888, en El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche hará suya esta tesis al afirmar que El nacimiento de la

20) Esta calificación se encuentra en el “Ensayo de autocrí-tica” que Nietzsche agregó en 1886 a la tercera edición de El nacimiento de la tragedia (1872). Traducción española de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza Editorial, 1973, 1, p. 25. En adelante esta obra será citada como NT.

21 Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, 6 ed., Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 25.

tragedia fue su primera “transvaloración de los valores”22. ¿Qué podemos entender por ello con respecto a El nacimiento de la trage­dia? Nietzsche nos lo dirá en el “Ensayo de autocrítica”, con estas palabras:

En verdad, no existe antítesis más grande de la interpretación y justificación pura-mente estéticas del mundo, tal como en este libro se las enseña, que la doctrina cristiana, la cual es y quiere ser sólo moral, y con sus normas absolutas, ya con su veracidad de Dios por ejemplo, relega el arte, todo arte al reino de la mentira, –es decir, lo niega, lo reprueba, lo condena. Detrás de semejante modo de pensar y valorar, el cual, mientras sea de alguna manera auténtico, siempre tiene que ser hostil al arte, percibía yo tam-bién desde siempre lo hostil a la vida, la rencorosa vengativa aversión contra la vida misma: pues toda vida se basa en la apa-riencia, en el arte, en el engaño, en la óptica,

22 Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza Editorial, 1996, “Lo que debo a los antiguos”, 5, p. 136.

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en la necesidad de lo perspectivístico y del error (NT, p. 32).

Es claro que aquí Nietzsche está haciendo una contraposición valorativa muy importante, nada menos que entre moral y arte, determinándola en la medida en que el arte estaría del lado de la apariencia, del engaño, de la óptica, del perspectivismo e incluso del error, mientras que la moral pa-recería estar muy cercana a la veracidad de Dios. El parecido con lo que Nietzsche escri-birá en 1887 en La genealogía de la moral23 es evidente:

…–el arte, en el cual precisamente la menti­ra se santifica, y la voluntad de engaño tiene a su favor la buena conciencia, se opone al ideal ascético [que es precisamen te el ideal moral más reprobado por Nietzsche en La genealogía de la moral] mucho más radi-calmente que la ciencia: así lo advirtió el instinto de Platón, el más grande enemigo del arte producido hasta ahora por Europa (p. 176)24.

¿Estaríamos, entonces, frente a un libro en el cual la ya tradicional distinción y oposición metafísica entre la verdad y la apa-riencia empezaría a desdibujarse, y en el cual el deseo temprano de Nietzsche de ir más allá de Platón comenzaría a realizarse? Al menos es lo que Nietzsche nos dice en un fragmento inédito de 1870-1871, es decir, cercano en el tiempo a la obra de que estamos hablando: “Mi filosofía, un platonismo al revés; entre más lejos se está del ente verdadero, es más puro, más bello y mejor. La vida en la apa-riencia como fin”25.

Pero si, como decíamos atrás, es verdad que todo esto se halla de algún modo en esta obra, también es cierto que se halla apenas en germen, en un estado equí-voco y a menudo contradictorio, como se desprende del famoso pasaje del “Ensayo de autocrítica”, en donde Nietzsche, al volver su mirada retrospectivamente, en 1886, sobre su ya lejana obra de juventud, se lamenta de no haber podido encontrar entonces el lenguaje adecuado para exponer sus pensamientos, viéndose obligado por ello a “expresar peno-samente, con fórmulas schopenhauerianas y kantianas, unas valoraciones extrañas y nue-vas, que iban radicalmente en contra tanto del espí ritu de Kant y de Schopenhauer como de su gusto” (NT, p. 33-34)26.

Es decir que, tal como lo deno-minaba Nietzsche en la carta dirigida a su amigo Erwin Rohde en el mes de febrero de 187027, nos hallamos ante un libro centauro, revestido de una fundamental ambigüedad, en el que habría que distin guir la existen-cia de por lo menos dos textos: uno visible y explícito, que estaría como socavado por otro oculto e invisible a primera vista. La existencia de estos dos textos daría pie así a la posibilidad de dos interpretaciones diferentes e incluso contrapuestas de El nacimiento de la tragedia.

En lo que sigue, me propongo hacer salir a la superficie el texto de abajo, el sepultado, presentando así una interpreta-ción de El nacimiento de la tragedia con traria a la que ha imperado hasta hoy.

25) Kritische Studienausgabe, Munich, Deutscher Taschen-buch Verlag, 1980, Vol. 7, 7[156], p. 199.

26) Esta aseveración de Nietzsche es la base tal vez más importante de mi lectura de El nacimiento de la trage­dia, aquí expuesta.

27) Nietzsche dijo a Rohde: “Ciencia, arte y filosofía crecen ahora tan juntos dentro de mí, que en todo caso pariré centauros”. Ver Friedrich Nietzsche, Correspondencia, Madrid, Aguilar, 1989, p. 140.

23) Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Ma-drid, Alianza Editorial, 1972.

24) Esta exaltación de la apariencia tiene para mí una gran significación. Para la condena del arte por Platón, ver también NT, 14, p. 120, y el escrito preparatorio al NT, Sócrates y la tragedia, incluido en NT, p. 223.

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La relación entre Apolo

y Dioniso como fundamento

de la tragedia

Desde el comienzo de El nacimien­to de la tragedia hacen irrupción las figuras de dos grandes divinidades antiguas, Dioniso y Apolo, como dos figuras antagónicas que nos permiten, mejor que cualquier concepto, comprender el desarrollo del arte. Dada la importancia de este pasaje inaugural, me voy a permitir citarlo:

Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguri-dad inmediata de la intui ción de que el de-sarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco; de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos, entre los cuales la lucha es constante y la reconciliación se efectúa sólo periódicamente. Esos nombres se los tomamos en préstamo a los griegos, los cuales hacen perceptible al hombre inte-ligente las profundas doctrinas secretas de su visión del arte, no, ciertamente, con con-ceptos, sino con las figuras incisi vamente claras del mundo de sus dioses. Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme en cuanto a origen y metas, entre el arte del escul tor, arte apolíneo, y el arte no escultó-rico de la música, que es el arte de Dioniso (NT, 1, p. 40).

Aquí, como ustedes ven, Nietzsche ya parte aguas, por así decirlo, entre Dioniso y Apolo, desde el punto de vista del arte. En seguida, Nietzsche sostiene que estos dos ins-tintos, que casi siempre están en abierta lucha y discordia entre sí, van a unirse por último para engendrar la obra de arte a la vez dio-nisíaca y apolínea de la tragedia griega. Esto para mí es de una importancia suma, pues no se está tomando partido por lo que represen-

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cia; fuerza pura que, rompiendo con todas las formas definidas, nos pondría en contacto con lo Uno originario. Como ya veíamos en la cita anterior, a Dioniso correspondería, en el terreno del arte, la música en cuanto arte desprovisto de imágenes.

Pero es indudable que la con-traposición entre Dioniso y Apolo es una transposi ción de la oposición establecida por Schopenhauer entre voluntad y repre-sentación, la cual se originaba, a su turno, en la distinción kantiana entre cosa en sí y fenómeno. La duplicidad de Dioniso y Apolo adopta así en Nietzsche la forma de la con-traposición tradicional entre el ser verdade-ro, el núcleo más íntimo de todas las cosas, “lo Uno primordial”, y la apariencia. Para Schopenhauer, tal como cita Nietzsche, “…la música [a diferencia de todas las demás artes] no es reflejo de la apariencia, sino […] reflejo de la voluntad misma, y por tanto representa, con respecto a todo lo físico del mundo, lo metafísico, y con respecto a toda apariencia, la cosa en sí” (NT, 16, p. 132).

No creo que sobre recordar, para subrayar esta relación de Dioniso con la ver-dad, el pasaje en el que Nietzsche, narrando el encuentro de estas dos divinidades en Grecia, escribe: “Las musas de las artes de la “apariencia” palidecieron ante un arte que en su embria guez decía la verdad […] La desme­sura se desveló como verdad… (NT, 4, p. 59)

¿Qué va a significar el que, como dirá Nietzsche más adelante, al lograrse la fusión y compenetración en la tragedia de las dos divinidades, Dioniso hable el lenguaje de Apolo y al final Apolo hable el lenguaje de Dioniso30? ¿En qué va a quedar la antigua contraposición entre verdad y apariencia?

Una primera aproximación entre los dos dioses, si bien todavía muy incipien te, va a comenzar a darse al tratar Nietzsche el problema de la serenidad griega31.

30) Cfr. NT, 21, p. 172.

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tan Dioniso ni Apolo como principios artís-ticos cada uno por separado, sino por el arte que va a surgir como resultado de la unión y la transforma ción de ambos. Si leemos con detenimiento la cita anterior, notamos cómo en ella empieza a traslucirse algo importante: la oposición que Nietzsche va a establecer en este escrito entre el arte y el conocimiento puramente teórico y conceptual; oposi ción que alcanzará su culminación más adelante en el tratamiento de decidido recha zo que Nietzsche adopta frente a Sócrates considera-do como el hombre teórico por antonomasia, responsable de la muerte de la tragedia28.

Tratemos de fijar mejor una carac-terización de lo que los dos dioses represen-tan. Apolo es el dios de las formas que delimitan las cosas en su individualidad. No en vano, siguiendo a Schopenhauer, Nietzs-che asocia a Apolo con el principio de indi-viduación. En cuanto a su raíz más honda, Apolo es también el dios del sol y de la luz, el resplandeciente. Nietzsche, influido de nuevo aquí por Schopenhauer, hace de Apolo el dios de las apariencias y del velo de Maya de los orientales, si bien transformándolo artísti-camente en el dios de las bellas apariencias propias de las artes figurativas, cuyo mundo estaría dominado por el sueño29.

Dioniso, en cambio, sería el dios de lo caótico y desmesurado, de la ebriedad y del éxtasis, del lado nocturno de la existen-

28) Éste fue uno de los motivos del escándalo que esta obra, y las conferencias que la precedie ron, produje-ron en el ambiente académico de Basilea, en donde Nietzsche había sido nombra do, en 1869, profesor de filología antigua.

29 Giorgio Colli –quien es con Mazzino Montinari coau-tor de la nueva edición crítica de las obras completas de Nietzsche– llama la atención, en su libro El nacimiento de la filosofía, sobre el cambio que Nietzsche le hace sufrir a Apolo, el cual de ser tradicionalmente, gracias a su cercanía al sol y a la luz, el dios de la sabiduría y el conocimiento, pasa a ser ahora para Nietzsche el dios de las apariencias, de las bellas apariencias.

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La imagen de la serenidad griega que imperaba en la época de Nietzsche –y que había sido elaborada por los nombres ilustres de Winckelmann, Schiller, Goethe y Hegel–, hacía de la cultura griega un mundo de armonía y serena belleza, algo así como un paradigma de humana perfección insu-perable. Pues bien, Nietzsche va a poner en cuestión esta visión tradicional de la Hélade, que, entre otras cosas, de ser cierta, haría imposible comprender la importancia y el papel que en ella había jugado la tragedia. Para Nietzsche, aquel modo tradicional de ver la cultura griega era unilateral e insufi-ciente en cuanto que sólo hacía referencia a las cualida des propias de Apolo, dejando de lado el otro aspecto constituido por el rostro no tan apacible de Dioniso32.

Nietzsche empieza por preguntarse en qué relación estaría esa serenidad grie ga con la sabiduría popular, que se expresaba, por ejemplo, en la leyenda del rey Midas y del sabio Sileno, dios de los bosques y secuaz de Dioniso. De acuerdo con la leyenda, Sileno, preguntado por el rey sobre lo que sería me-jor y más preferible para el hombre, responde rápidamente:

Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti –morir pronto (NT, 3, p. 52).

¿En qué relación está este lado oscuro y pesimista de los griegos con la lumi nosa serenidad del mundo apolíneo de los dioses olímpicos? Una de las cosas im-portantes de El nacimiento de la tragedia es la forma como Nietzsche, para resolver este problema, propone desmontar piedra por piedra la montaña encantada de los dioses del Olimpo (presididos por Apolo)33. Éste es ya un primer ejemplo de ge nealogía, la cual va a ser después el método propio de Nietzs-che para desenmasca rar el mundo de los ideales metafísicos, religiosos y morales. La conclusión de Nietzsche es que la montaña encantada del Olimpo se abre ante nosotros y nos muestra sus raíces, las cuales se hunden en el mundo terrible de Dioniso, simboli zado en el destino horroroso de los héroes de la tragedia: Edipo, Prometeo, Orestes.

Nietzsche termina esta parte de El nacimiento de la tragedia con la afirmación de que Apolo no podía vivir sin Dioniso. Pero esto no significa que desaparezca la imagen de Grecia como una cultura equili-brada y armoniosa; lo que Nietzsche quiere decir es que este equilibrio y esta armonía se logran precisamente gracias a lo otro, o sea que para poder vivir se hace necesario transfigurar esa realidad terri ble mediante las grandes y poderosas ilusiones del arte de Apolo. Es digno de notar que según esto Apolo está, en cierta forma, redimiéndonos de Dioniso, y no como sucede en otras par-tes del libro en las que es Dioniso el que nos redime de la individuación apolínea, unién-donos con la totalidad de lo Uno originario.

33) Véase NT, el inicio de la sección 3, p. 51.

31) Vale la pena anotar que Nietzsche cambió el título de El nacimiento de la tragedia, en la tercera edición. En su primera edición, el libro llevaba el título de El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, que Nietzsche cambió por el de El Nacimiento de la Tragedia o Grecia y el Pesimismo. Esto es algo muy importante, porque guarda relación con la nueva concepción que Nietzsche va a tener de la tragedia, en oposición por ejemplo a Schopenhauer. Ver NT, “Ensayo de autocrítica”, 6, p. 34.

32) “Reconocer en los griegos ‘almas bellas’, ‘estatuas armoniosas’ y la ‘noble simplicidad’ winckelmanniana –he sido preservado de esa bobería alemana gracias al psicólogo que llevaba en mí. He visto su instinto más fuerte, la voluntad de poder; los he visto temblar ante la violencia desenfrenada de este impulso”. En Kritische Gesatntausgabe Werke, Berlín, Walter de Gruyter, 1972, fragmento póstumo 24-9, tomo VIII, 3, p. 438.

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hable el lenguaje de Apolo y a su turno Apolo (que parecía ser lo contrario de Dioniso) termine hablando el lenguaje de Dioniso. La primera parte de la afirmación –es decir, que Dioniso hable el lenguaje de Apolo– se po-dría entender de la siguiente manera: Dioniso se vale de Apolo para presentarse. Al fin y al cabo Dioniso tiene que presentarse de alguna manera en escena y no puede quedarse en la parte puramente musical pri vada de imagen: necesita proyectar su presencia en el drama que se está represen tando, el cual es una par-te clave de la tragedia. Por otro lado, resulta muy difícil saber cuál es esa segunda figura de Apolo hablando el lenguaje de Dioniso, es decir, el que Apolo se identifique ya por com-pleto con Dioniso.

Para mostrarles estas dificultades, quiero que nos detengamos en las partes finales de El nacimiento de la tragedia (de la sección 21 en adelante), en donde Nietzsche da el paso a la fusión total entre Dioniso y Apolo, no dejando ya ningu na posibilidad de oponerlos de una manera rígida, como prin-cipios artísticos o filosóficos completamente diferentes. Va a comenzar a verse ese juego tremenda mente complejo que, en la tragedia, se va a entablar entre Dioniso y Apolo.

Nietzsche va a dirigirse a quienes están emparentados directamente con la mú-sica para preguntarles

si pueden imaginarse a un hombre que sea capaz de escuchar el tercer acto de Tristán e Isolda sin ninguna ayuda de palabra e imagen, puramente como un enorme mo-vimiento sinfónico, y que no expire, des-plegando espasmódicamente todas las alas del alma. Un hombre que, por así decirlo, haya aplicado, como aquí ocurre, el oído al ventrículo cardiaco de la voluntad univer-sal, que sienta cómo el deseo de existir se efunde a partir de aquí, en todas las venas del mundo, cual una corriente estruendosa o cual un delicadísimo arrollo [sic!] pulveri-zado, ¿no quedará destrozado bruscamente? (NT, 21, p. 168).

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En todo caso se vuelve muy significativa y difícil de interpretar esta primera reciproci-dad e interdependencia que surge aquí entre los dos dioses, y en la que Apolo monopoli-zaría el papel del arte como ficción engañosa, como espejo transfigurador que nos libraría del horror de la existencia representado por Dioniso.

Es importante entender esa ne-cesidad que tiene Apolo de sacar su espejo de apariencia o de belleza para transfigurar o hacer soportable la presencia de Dioniso; pero también que Dioniso, curiosamente, en tanto que va a estar unido a Apolo, no puede permanecer, por así decir, en su dimensión de verdad, sino que tiene que entrar en com-ponendas con la apariencia. Es decir, se trata del problema (que a mi parecer recorre todo El nacimiento de la tragedia) de que Apolo, más que velar a Dioniso, lo está de algún modo revelando o haciendo soportable. Em-pieza a sur gir, entonces, la relación verdad-apariencia en la pareja de Apolo y Dioniso, la cual, en cuanto deja de ser solamente una contraposición y empieza a entablar rela-ciones entre sus dos polos, indudablemente plantea problemas y cambios muy grandes frente a la contraposición filosófica tradicio-nal existente entre ambas.

La relación entre Dioniso y Apolo es compleja. Uno podría pensar que Apolo simplemente está negando por completo a Dioniso, separándose de Dioniso, libe-rándose de Dioniso, en cuanto que Dioniso sería lo horrible. Pero de esa manera no se podría explicar la tragedia, pues lo único que tendríamos ante nuestros ojos sería el arte de lo bello y de la apariencia armoniosa. Preci-samente Nietzsche nos dice que lo trágico no puede confundirse con el arte considerado como el dominio exclusivo de la apariencia y la belleza (cfr. NT, 16, p. 137).

El problema de fondo –y que no es, ni mucho menos, fácil de resolver– es en-tender qué quiere decir, como lo va a señalar Nietzsche en las últimas partes de El naci­miento de la tragedia, la idea de que Dioniso

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La respuesta está en que la fuerza apolínea, dirigida al restablecimiento del casi triturado individuo, irrumpe con el bálsamo saludable de un engaño delicioso:

…es la imagen simbólica del mito la que nos salva de la intuición inmediata de la Idea suprema del mundo, y son el pensa-miento y la palabra los que nos salvan de la efusión no refrenada de la voluntad incons-ciente (NT, 21, p. 169).

Y más adelante sigue diciendo Nietzsche:

¿Qué no logrará la imagen terapéutica de Apolo, si incluso en nosotros puede suscitar el engaño de que realmente lo dionisíaco, puesto al servicio de lo apolí neo34, es capaz de intensificar los efectos de éste, más aun, de que la música es incluso en su esencia el arte de representar un contenido apolíneo? (NT, 21, p. 170).

En seguida, en el párrafo donde se va a enunciar la famosa frase de que Dioniso habla el lenguaje de Apolo y Apolo el de Dio-niso, se complican aun más las cosas: surge la superioridad del uno sobre el otro y, no obs-tante, no se pueden separar el uno del otro:

Si con nuestro análisis se hubiera llegado al resultado de que aquello que de apolíneo hay en la tragedia ha conseguido, gracias a su engaño, una victoria completa sobre el elemento dionisíaco primordial de la músi-ca, y que se ha aprovechado de ésta para sus propósitos, a saber, para un esclarecimiento máxi mo del drama, habría que añadir, des-de luego, una restricción muy importante: en el punto más esencial de todos aquel engaño queda roto y aniquilado. El drama,

34) Esta idea no había surgido antes: que Apolo tenga tanta fuerza como para suscitar la ilusión que lo dionisíaco musical este puesto al servicio de lo apolíneo.

que con ayuda de la música se despliega ante nosotros con una claridad, tan ilumi-nada desde dentro, de todos los movimien-tos y figuras, como si noso tros estuviésemos viendo surgir el tejido en el telar, subiendo y bajando —alcan za en cuanto totalidad un efecto que está más allá de todos los efectos artísticos apolíneos. En el efecto de conjunto de la tragedia lo dionisíaco recobraba la preponderancia; la tragedia concluye con un acento que jamás podría brotar del reino del arte apolíneo. Y con esto el engaño apo-líneo se muestra como lo que es, como el velo que mientras dura la tragedia recubre el auténtico efecto dionisíaco: el cual es tan poderoso, sin embargo, que al final empuja al drama apolíneo mismo hasta una esfera en que comienza a hablar con sabiduría dionisíaca y en que se niega a sí mismo y su visibilidad apolínea. La difícil rela ción que entre lo apolíneo y lo dionisíaco se da en la tragedia se podría simboli zar realmente mediante una alianza fraternal de ambas divinidades: Dioniso habla el lenguaje de Apolo, pero al final Apolo habla el lenguaje de Dioniso… (NT, 21, p. 172).

En el capítulo 22, Nietzsche termi-na diciendo:

De qué podemos derivar este milagroso autodesdoblamiento, esta rotura de la púa apolínea [esta autonegación, esta ruptura del punto más alto alcanzado por lo apolí-neo], si no de la magia dionisíaca, que exci-tando aparentemente al sumo las emociones apolíneas, es capaz, sin embargo, de forzar a ese desborda miento de fuerza apolínea a que le sirva a ella. El mito trágico sólo re-sulta inteli gible como una representación simbólica35 de la sabiduría dionisíaca por me dios artísticos apolíneos (NT, 22, p. 174).

35) Una representación simbólica: una Verbildlichuug o transposición en imágenes.

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nueva luz transfiguradora, para mantener con vida el animado mundo de la indivi-duación. Si pudiéramos imaginarnos una encarnación de la disonancia –¿y qué otra cosa es el ser humano?–, esa disonancia necesitaría, para poder vivir, una ilusión magnífica que extendiese un velo de belleza sobre su esencia propia. Ese es el verdade-ro propósito artístico de Apolo: bajo cuyo nombre re unimos nosotros todas aquellas innumerables ilusiones de la bella aparien-cia que en cada instante hacen digna de ser vivida la existencia e instan a vivir el ins-tante siguiente (NT, 25, p. 190-191).

Incluso en la siguiente cita va a hacerse aun más evidente que la conciencia del individuo humano no resiste la revelación total de Dioniso, y que es necesaria una me-diación para poder salir ileso de ella.

A la conciencia del individuo humano sólo le es lícito penetrar a aquella parte del fun-damento de toda existencia, a aquella parte del substrato dionisíaco del mundo que puede ser superada de nuevo por la fuerza apolínea transfiguradora, de tal modo que esos dos instintos artísticos están constre-ñidos a desarrollar sus fuer zas en una rigu-rosa proporción recíproca, según la ley de la eterna justicia (NT, 25, p. 191).

Me parece que esta lectura que he-mos hecho ha servido para mostrar la com-plejidad de la relación de Dioniso y Apolo: no basta con creer que la apariencia es algo totalmente engañoso, de lo que uno debería prescindir, o creer que, a su turno, la verdad se basta por sí misma, que es autosuficiente, cuando lo que hay aquí es un juego recíproco y permanente de lo uno a lo otro.

❖ ❖ ❖

Para terminar quiero hacer una referencia –para mostrar precisamente el proble ma de cómo Nietzsche sí es contradic-

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Aquí se trata de que Apolo y Dioniso, en su confrontación y gracias a ella, alcanzan cada uno el mayor grado de realización. Para seguir mostrando el carácter de esta lucha entre los dos dioses, dice Nietzsche:

Entre los efectos artísticos peculiares de la tragedia musical hubimos de destacar un engaño apolíneo, el cual está destinado a salvarnos de una unificación inme diata con la música dionisíaca, mientras nuestra ex-citación musical puede des cargarse en una esfera apolínea y a base de un mundo inter-medio visible interca lado36 (NT, 24, p. 185).

Y más adelante aparece la idea de que Dioniso estaría debajo tanto de la música como del mito trágico:

Música y mito trágico son de igual manera expresión de la aptitud dionisíaca de un pueblo e inseparables una del otro. Ambos provienen de una esfera artística situada más allá de lo apolíneo; ambos transfiguran una región en cuyos placen teros acordes se extinguen deliciosamente tanto la diso-nancia como la imagen terrible del mundo; ambos juegan con la espina del displacer, confiando en sus artes mágicas extraordi-nariamente poderosas; ambos justifican con ese juego incluso la existencia de “el peor de los mundos”. Aquí lo dionisíaco, com-parado con lo apolíneo, se muestra como el poder artístico eterno y originario que hace existir al mundo entero de la apariencia37: en el centro del cual se hace necesaria una

36) Aquí está muy clara la idea de un espacio intercalado entre los dos dioses que permite que ambos jueguen sin destruirse y sin destruirnos.

37) Fíjense que esto es fundamental: nosotros creíamos al comienzo que la apariencia era de Apolo, quien la usa-ba además para liberarse de Dioniso; aquí en cambio es el mismo Dioniso el que pone la apariencia.

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torio o por lo menos aparentemente contra-dictorio, y cómo eso es lo fascinante de él– a una famosa sección de El nacimiento de la tragedia, la sección 18, que precisamente ha puesto a los comentadores de Nietzsche en grandes aprietos para interpretarla. Es un capítulo muy hermoso que recuerda El malestar en la cultura, de Freud; pero sobre todo es impresionante cómo en esta sección Nietzsche vuelve ilusión lo dionisíaco, colo-cándolo en el mismo plano de lo apolíneo y lo socrático. Dice Nietzsche:

Es un fenómeno eterno: mediante una ilusión extendida sobre las cosas la ávida volun tad encuentra siempre un medio de retener a sus criaturas en la vida y de for-zarlas a seguir viviendo. A éste lo encadena el placer socrático del conocer y la ilusión de poder curar con él la herida eterna del existir, a aquél lo enreda el seductor velo de belleza del arte, que se agita ante sus ojos, al de más allá, el consuelo metafísico de que, bajo el torbellino de los fenómenos, continúa fluyendo indestructible la vida eterna [que se supone que es Dioniso]: para no hablar de las ilusiones más vulgares y casi más enérgicas aun, que la voluntad tiene preparadas en cada instante. Aquellos tres grados de ilusión están reservados en general sólo a las naturalezas más nota-blemente dotadas, que sienten el peso y la gravedad de la existencia en general con hondo displacer, y a las que es preciso librar engañosamente de ese displacer mediante estimulantes selecciona dos. De esos esti-mulantes se compone todo lo que nosotros llamamos cultura: según cuál sea la propor-ción de las mezclas, tendremos una cultura preponderantemente socrática, o artística, o trágica; o si se nos quiere permitir unas ejemplificaciones históri cas: hay, o bien una cultura alejandrina, o bien una cultura he-lénica, o bien una cultura budista (NT, 18, p. 145-146).

Lo curioso en esta sección 18 es que Dioniso (que era antes el depositario de la verdad) es ahora en la misma medida que Sócrates38 y Apolo, representante de la ilusión, no habiendo entre los tres desde este punto de vista más que una diferencia gra-dual y no esencial. Aquí sale a relucir el gusto que tiene Nietzsche por la ilusión, cosa que ya podíamos ver en las citas que habíamos hecho al comienzo de la exposi ción, en las cuales aparecía el arte como ilusión y engaño. En la sección 18, todos los protagonistas son ilusión, incluso los no artísticos como Sócra-tes. Sin embargo, Nietzsche es fiel a su com-plejidad: en una de las páginas en donde está hablando de Sócrates, habla de la posibilidad de que Sócrates termine tocando la flauta y se con vierta en un Sócrates artista. Además, Nietzsche sostiene que esa ciencia que repre-senta Sócrates y que pretende distinguir entre verdad y apariencia, descorrer todos los velos del ser y conocer las causas más profundas de la realidad, con lo cual nos daría la felicidad (con el famoso paralelo entre virtud, saber y felicidad), termina por “morderse la cola” ella misma al comprobar que no puede conocer toda la realidad39.

La cuestión que esta sección plan-tea a los intérpretes es si ese cambio en el papel de Dioniso puede considerarse sim-plemente como una contradicción en que Nietzsche hubiera caído accidentalmente, o si sería una muestra de incoheren cia interna de

38) Sócrates es el otro personaje que aún no hemos sacado a relucir. Es un personaje que en realidad presenta problemas, pese a su simplicidad; porque ¿quién no sabe quien es Sócrates? Nietzsche no niega quién es Sócrates; sin embargo, no le gusta el modo de ser del hombre puramente teórico que está pidiendo expli-cación de todo, razones de todo. Precisamente eso es lo que Nietzsche dirá que hace Eurípides: quitarle a la tragedia el pathos trágico y dar razones de la acción desde el comienzo. Con preámbulos ya le dicen a uno, como en una especie de crónica de una muerte anunciada, qué va a pasar.

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dias; iba al teatro y veía la tragedia. De hecho Nietzsche, al final del libro, habla de un grie-go que invita a que ya no se hable más y a que más bien se vaya a la tragedia: ¡Sígueme a la tragedia y ofrece conmigo un sacrificio en el templo de ambas divinidades!

Por otra parte, Maudemarie Clark42 –que no forma parte de quienes si-guen en este caso a Jacques Derrida y a Paul de Man– trata de resolver este problema re-velando las dificultades que le trae a Nietzs-che la utilización de lo que esas dos figuras (Apolo y Dioniso) simbolizan. Por ejemplo, Clark dice que el motivo por el cual Nietzs-che renuncia a seguir con esa oposición entre Dioniso, Sócrates y Apolo, es que Dioniso sería una verdad horrible que niega la vida, que conduce al ascetis mo, esto es, al ideal ascético como en Schopenhauer, lo cual es una de las cosas que Nietzsche más rechaza. Por ello, al no poder ver claramente cómo Dioniso podría afirmar la vida, lo convertiría en ilusión: si Dioniso representara la verdad o siguie ra representando la verdad, tendría que negar la vida, cayendo en una especie de budismo pesimista.

Éste es también un punto impor-tante, porque casi siempre Dioniso había sido visto como el gran salvador y redentor. Aquí, en cambio, aun con Dioniso las cosas se ponen bastante difíciles y no es simple-mente un liberador sin más ni más; contra la interpretación usual de Dioniso, Clark llama la atención sobre el hecho de que Dioniso no siempre salva y redime.

42) Véase, por ejemplo, Maudemarie Clark, Nietzsche on Truth and Philosophy, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, y su artículo “Deconstruct-ing The Birth of Tragedy”, en International Studies in Philosophy. Vol. XIX, No. 2, 1987, p. 67-75.

Nietzsche. Para un autor como Paul de Man40 (y en general para los que siguen a Derrida y su planteamiento sobre la deconstrucción), es gracias a esas contradicciones como Nietzs-che superaría el logocentrismo implícito en El naci miento de la tragedia. Es decir, la autocontradicción de Nietzsche le serviría para superar el logocentrismo propio de la preeminencia dada, en El nacimiento de la tragedia, a la verdad en la figura de Dioniso.

Es un poco el problema que yo anotaba al comienzo: cómo pretende Nietzs-che escribir sobre el arte, cuando nos está diciendo desde el primer párrafo de El naci­miento de la tragedia que no va a recurrir a conceptos o a teorías para poder descu brir los secretos del arte, sino que precisamente va a hacer uso de figuras de carác ter divino (Dioniso y Apolo), que sirven mucho más que cualquier enfoque con ceptual para expli-carnos los fenómenos del arte, y, no obstante, Nietzsche escribe todo un libro sobre ello. En esto hay una autocontradicción, de la cual yo creo que Nietzsche es consciente: en El dra­ma musical griego41, ensayo preparatorio a El nacimiento de la tragedia, Nietzsche se queja de eso y dice que la mayor parte de nosotros estamos condenados a tener contacto con la tragedia sólo a través de los libretos, a través de la lectura de los libros en donde están las tragedias de Sófocles o de Esquilo, pero sin que se dé ese contacto directo que con ellas tenían los grie gos. El griego no leía trage-

39) Es interesante que Nietzsche ponga aquí, como ejemplo de esa autodestrucción del ideal socráti co, a Kant y Schopenhauer. En una determinada época en Alemania Kant produjo ese efecto: como no se podía conocer la cosa en sí, esto fue interpretado como si no se pudiera conocer ya nada importante, con lo cual se despertó un sentimiento de crisis que llevó a muchos incluso al suicidio.

40) Paul de Man, Alegorías de la lectura. Barcelona, Lu-men, 1990, capítulo 4.

41) Ver NT, p. 197.

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Esta columna fue publicada en la página 27 de la revista Alternativa No. 199, correspondiente a la semana del 12 al 19 de febrero de 1979, con ocasión de la realización de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en la ciudad mexicana de Puebla. Monseñor Alfonso López Trujillo, arzobispo auxiliar de Medellín, actuó en ella como secretario, y la difusión de una carta privada que había dirigido al arzobispo de Aracajú (Brasil), monseñor Luciano J. Cabral Duarte, produjo un pronunciamiento público de los grupos SAL (Sacerdotes para América Latina) y ORAL (Organización de Religiosas para América Latina) en defensa de los avances que en la anterior Con-ferencia de Medellín (1968) habían obtenido los obispos partidarios de la Teología de la Liberación. Los aportes de Camilo Torres Restrepo, Dom Helder Cámara, Gonzalo Arroyo SJ y Paulo Freire habían configurado esa singular teología latinoamericana que fue del interés de la prensa durante la Conferencia del CELAM en Puebla.

No compartimos el entu-siasmo, patético por tantos aspectos, de que han hecho gala los liberales –jóvenes y viejos–, con motivo de la

reunión de la Iglesia católica en Puebla.No es que desconozcamos la

importancia de la religión, que precisa-mente con Marx deja de ser solamente la invención de unos sacerdotes astutos, para convertirse en la expresión necesaria de una determinada situación social. Pero habría que hacer una diferencia que, los obispos y los funcionarios en cargados de organizar el acto, olvidadizos ya del arte maestro de las distincio nes escolásticas, no han hecho. La que media entre el cristianismo como movi-miento y fermento, muchas veces positivo en la historia de Occidente, y la Iglesia como institución casi siempre al servicio del orden establecido. Es un viejo problema que surge ya en los tiempos del Imperio Romano, con Constan tino, y alcanza su perfecta expresión literaria en la leyenda del Gran Inquisi dor, de Dostoyewski.

Puebla y pueblo

r a m ó n PÉreZ MantILLa

Puebla gira todavía en torno a esa contradicción que las intervenciones del Papa Wojtyla, tendieron a encubrir y desfigurar. Tal vez el Papa ha sido mal informado por sus más cercanos colaboradores sobre la si-tuación de la Iglesia en América Latina, hasta el punto de podérsele aplicar el viejo adagio: “De Roma viene lo que a Roma va”.

En todo caso, como lo ha señalado el New York Times, a “diferencia de los edi-toriales elogiosos de nuestra prensa liberal, la posición asumida por el Papa ha sido “de-cepcionante”. Al no decidirse a sacar las con-clusiones que los tiempos exigen, la Iglesia ha caído en ambigüedad, por decir lo menos. Una contraposición como la establecida por el Papa, entre salvar almas o reafirmar el carácter no político de la Iglesia. Lo cual, si bien podría aceptarse en prin cipio y en líneas generales, dicho en el contexto de Puebla, no tiene otro sen tido que el de detener a quienes militan en las filas de la teología de la libera-ción. La verdad es que son estos últimos quienes precisamente frente a una Iglesia oficial politizada, apoyada en la complici-

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dad con los poderes de la tie rra, propugnan por un regreso a una Iglesia auténticamen-te evangélica. Resul ta muy curioso que en cambio los jerarcas de la sagrada burocracia, que tan to insisten en que su reino no es de este mundo, no renuncien a hacer uso de los tribunales del Estado, ni abandonen sus ri-quezas o se abstengan de bende cir fábricas o ejércitos.

De esta manera, las pretensiones de situar a la Iglesia en un punto neutro, por encima de la pugna entre el capitalismo y el marxismo, se demuestran co mo vanas, dan-do por el contrario la razón a Marx cuando escribía: “La reli gión no es más que el sol ilusorio que se mueve alrededor del hombre hasta que éste no se mueva alrededor de si mismo”.

El discurso de López

r a m ó n PÉreZ MantILLa

Esta columna fue publicada en la página 23 de la revista Alternativa No. 206, correspondiente a la semana del 2 al 9 de abril de 1979.

E l discurso que con motivo del Foro de antiguos mandatarios de América pro nunció en Caracas López Michelsen ha merecido los elogios del expre-

sidente Alberto Lleras. Si los conservadores, es decir, Álvaro Gómez Hurtado, creían que el liberalismo no tenía ideas nuevas, afirma irónicamente Lleras, ahí están para desmen-tirlos las ahora propuestas por López en ese evento. Se justifica, pues, ha cer un comenta-rio del citado discurso que nos permita ver cuáles son esas novedades.

López comienza por afirmar la ideología liberal y el Estado democrático que a ella corresponde, con sus libertades formales de carácter político, económico y religioso, y “la participación popular en la formulación de las orientaciones del Estado”. Se trataría, según él, de conquistas definiti-vas de la humanidad, que habrían entrado a formar parte del acervo de nuestra democra-cia. De dónde la ne cesidad de buscar nuevos temas políticos que justifiquen la superviven-cia de los partidos y reaviven la mística de-mocrática. ¿Cuáles podrían ser esos nuevos territorios de discusión e interés? No la lucha por el mantenimiento de unas libertades ya consagradas, ni tampoco, según el orador, el problema del crecimiento económico, sino la distribución, “el reparto no tanto de la propiedad sino del ingreso”. Algo que, si no

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estoy equivocado, ya había sido intentado por su padre, con la reforma tributaria del año 36 y las normas de ese entonces, relativas a la intervención del Estado en la economía.

Aparte de la falta absoluta de no-vedad, llama la atención en estos teóricos de la supervivencia de las viejas ideologías el desenfado con que avanzan por entre la falta de consistencia de sus razonamientos. En primer lugar, no parece preocupar para nada a estos señores el origen del Estado, que, semejante a un ente de razón se hallaría por encima de las vicisitudes de la historia, en concreto, de los antagonismos de clase pro-pios de una determinada sociedad. La idea de Hobbes de que el Estado surge para poner orden en la lucha a muerte que se entabla entre los hombres sigue vigente, sobre todo si se piensa que con él la lucha no termina, sino que se organiza y se ordena en beneficio de la clase dominante.

El Estado liberal y democrático de que habla López es también, cosa que él parece olvidar, el Estado del capitalismo. De ahí sus deficiencias, que ya habían sido advertidas por Carlos Marx a mediados del siglo pasado señalando el carác ter abstracto y meramente formal de las libertades liberales y, sobre todo, de la igualdad de la democra-cia burguesa. Es ahí donde debe buscarse el origen de la vieja y tediosa fórmula de que la democracia política debe ser completada por una democracia económica y social.

Eso de que el Estado de los pro-pietarios intervenga en la distribución del in greso, con miras a lograr la igualdad social de los que tienen y de los que no tie nen, es lo mismo que subir el precio del bus a cifras tan absurdas, que hacen ne cesario luego copiosas emisiones de monedas de cinco centavos.

El razonamiento de López parece-ría ser el de que siendo la propiedad un tema cuya discusión podría poner en peligro el consenso de las democracias, es me jor reem-plazarlo por el de la distribución del ingreso, menos radical y delicado. Una posición, coma se ve, completamente conservadora; y además inexacta, ya que el consenso propio de las democracias liberales se rompió desde el siglo XIX en el mundo con la aparición en la escena política de un huésped que no estaba programado: el movimiento revo-lucionario del proletariado. El verdadero proble ma político para un Estado liberal es hoy, por eso, encontrar la manera de convi vir con las fuerzas enemigas que cada vez más numerosas crecen en su seno, sin recurrir al fascismo, abjurando de sus principios. Es el dilema al que alude López al comienzo de su discurso: seguir el experimento democrático con todas sus consecuencias sociales, lo que implicaría estar dispuestos a apoyar la llega-da del comunismo al poder por la vía electo-ral, o ponerle fin al experimento mediante la represión por medio de las armas.

Como la burguesía se obstina en defender sus privilegios y su propiedad, lo más probable, por desgracia, es que tome partido por la segunda alternativa. Le jos entonces de que el telón haya caído, como pretende López, sobre el drama de las liber-tades y de los derechos humanos, su defensa se hace de nuevo urgente en el mundo. Y to-davía más entre nosotros, en donde el libera-lismo ha sido siem pre un liberalismo utópico, en contradicción con la práctica política. Que ello es así lo prueba el Foro por los Derechos Humanos, al que seguramente López no asistirá por considerarlo inútil y pasado de moda.

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“A menudo se reniega de los maestros supremos; se rebela uno contra ellos; se enumeran sus defectos; se los acusa de ser aburridos, de una obra demasiado extensa, de extravagancia, de mal gusto, al tiempo que se los saquea, engalanándose con plumas ajenas; pero en vano nos debatimos bajo su yugo. Todo se tiñe de sus colores; por doquier encon-tramos sus huellas; inventan palabras y nombres que van a enriquecer el vocabulario general de los pueblos; sus expresiones se convierten en proverbiales, sus personajes ficticios se truecan en personajes reales, que tienen herederos y linaje. Abren horizontes de donde brotan haces de luz; siembran ideas, gérmenes de otras mil; proporcionan motivos de inspiración, temas, estilos a todas las artes: sus obras son las minas o las entrañas del espíritu humano” (François de Chateaubriand: Memorias de ultratumba, libro XII, capítulo I, 1822).

L os maestros supremos son los escasos escritores –genios nutricios, dicen algunos– que satisfacen cabalmente las necesidades del pen-samiento de un pueblo, aquellos que han alumbrado y amamantado a todos los que les han sucedido. Homero es uno de ellos, el genio fecundador de la Antigüedad, del cual descienden Esquilo, Sófocles,

Eurípides, Aristófanes, Horacio y Virgilio. Dante engendró la escritura de la Italia moderna, desde Petrarca hasta Tasso. Rabelais creó la dinastía gloriosa de las le-tras francesas, aquella de donde descienden Montaigne, La Fontaine y Molière. Las letras inglesas derivan por entero de Shakespeare, y de él bebieron Byron y Walter Scott. Y las letras castellanas siempre saben remitirse a Miguel de Cervantes. La originalidad de estos maestros supremos hace que en todos los tiempos se los re-conozca como ejemplos de las bellas letras y como fuente de inspiración de cada nueva generación de escritores. Esta sección de la Revista de Santander solamente estará abierta para ellos, para permitirles que continúen inspirando la voluntad de perfeccionamiento constante de los nuevos escritores colombianos.

Esta cuarta entrega acoge el fragmento inicial del Canto segundo de la Ilíada, la obra inmortal del poeta griego antiguo que llamamos Homero, en la ver-sión castellana que debemos a Emilio Crespo Güemes y José Manuel Pabón. Los cantos de la Ilíada fueron compuestos hacia finales del siglo VIII antes de Cristo, inaugurando el género de la epopeya en la tradición literaria europea. Su autor he-redó la obra de una larga serie de poetas de oficio que componían según las técnicas de la oralidad memoriosa y con él terminó la poesía épica de tradición oral, un arte anterior a la introducción de la escritura. Nada más se sabe de este autor, aunque siete antiguas ciudades griegas se disputan su cuna.

Homero.

Aquiles,

Museo de Louvre, París.

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homero

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Canto II

Los demás dioses y hombres, due-ños de carros de guerra, durmieron toda la noche, mas el grato sueño no dominaba a Zeus, que dudaba en su mente cómo honrar a Aquiles y aniquilar a muchos sobre las na-ves de los aqueos. Y he aquí el plan que se le reveló el mejor en su ánimo: enviar sobre el Atrida Agamenón al pernicioso Ensueño. Y, dirigiéndose a él, le dijo estas aladas palabras: “Anda, ve, pernicioso Ensueño, a las velo-ces naves de los aqueos, y entra en la tienda del Atrida Agamenón y declárale todo muy puntualmente como te encargo: ordénale que arme a los aqueos, de melenuda cabellera, en tropel; ahora podría conquistar la ciudad, de anchas calles, de los troyanos, pues los due-ños de las olímpicas moradas, los inmortales, ya no discrepan, porque a todos ha doblega-do Hera con súplicas, y los duelos se ciernen sobre los troyanos.”

Así habló, y partió el Ensueño al oír este mandato. Con presteza llegó a las veloces naves de los aqueos y marchó sobre el Atrida Agamenón. Lo encontró durmiendo en la tienda; el inmortal sueño se difundía alrededor. Se detuvo sobre su cabeza, toman-do la figura del hijo de Neleo, Néstor, a quien de los ancianos más honraba Agamenón. A él asemejándose, le dirigió la palabra el divino

Ensueño: “Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos. No debe dormir toda la noche el varón que tiene las decisiones, a quien están confiadas las huestes y a cuyo cargo hay tanto. Ahora atiéndeme pronto, pues soy para ti mensajero de Zeus, que, aun estando lejos, se preocupa mucho por ti y te compadece. Ha ordenado que armes a los aqueos, de melenuda cabellera, en tropel: ahora podrías conquistar la ciudad, de an-chas calles, de los troyanos, pues los dueños de las olímpicas moradas, los inmortales, ya no discrepan, porque a todos ha doblegado Hera con súplicas, y los duelos se ciernen sobre los tróvanos por obra de Zeus. Guar-da esto en tus mientes, y que el olvido no te conquiste cuando el sueño, dulce para las mentes, te suelte.” Tras hablar así, se marchó y lo dejó allí mismo imaginando en su ánimo cosas que no se iban a cumplir: estaba seguro de conquistar la ciudad de Príamo aquel día, ¡insensato!, no conocía las acciones que Zeus estaba tramando, pues aún iba a causar dolo-res y gemidos a troyanos y dánaos a lo largo de violentas batallas.

Se despertó del sueño; la divina voz aún se difundía alrededor. Se sentó in-corporándose, se puso la suave túnica, bella y recién fabricada, y alrededor se echó el gran manto. En los lustrosos pies se calzó unas bellas sandalias y se colgó a hombros la es-pada, tachonada de clavos de plata. Cogió el paterno cetro, siempre inconsumible, y con él fue por las naves de los aqueos, de broncíneas túnicas. La diosa Aurora subió al vasto Olim-po, para anunciar la luz a Zeus y a los demás inmortales. Él, por su parte, a los heraldos, de sonora voz, ordenó convocar a asamblea a los aqueos, de melenudas cabelleras. Aquéllos fueron pregonándola, y éstos se reunieron muy aprisa.

Mas antes citó a sesión al consejo de magnánimos ancianos junto a la nestórea nave del rey nacido en Pilo. A éstos convocó y les expuso su sagaz plan: «¡Oídme, amigos! El divino Ensueño me ha venido en sueños durante la inmortal noche; sobre todo a

Zeus, sentado

en su altar.

íliada

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Néstor, de casta de Zeus, en aspecto, talla y naturaleza muy de cerca se parecía. Se ha detenido sobre mi cabeza y me ha dirigido estas palabras:

“Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos. No debe dormir toda la noche el varón que tiene las decisiones, a quien están confiadas las huestes y a cuyo cargo hay tanto. Ahora atiéndeme pronto, pues soy para ti mensajero de Zeus, que, aun estando lejos, se preocupa mucho por tí y te compadece. Ha ordenado que armes a los aqueos, de melenuda cabellera, en tropel: ahora podrías conquistar la ciudad, de an-chas calles, de los troyanos, pues los dueños de las olímpicas moradas, los inmortales, ya no discrepan, porque a todos ha doblegado Hera con súplicas, y los duelos se ciernen sobre los troyanos por obra de Zeus. Guarda esto en tus mientes.”

Tras hablar así, ha marchado vo-lando, y a mí me ha soltado el dulce sueño. Ea, veamos cómo logramos que los hijos de los aqueos se armen. Primero yo los probaré con palabras, como es debido, y les ordenaré huir con las naves, de muchas filas de reme-ros; vosotros procurad por separado retener-los con vuestros consejos.”

Tras hablar así, se sentó, y entre ellos se levantó Néstor, que era soberano de la arenosa Pilo. Lleno de buenos sentimientos hacía ellos, tomó la palabra y dijo: “¡Ami-gos, de los argivos príncipes y caudillos! Si algún otro de los aqueos hubiera relatado el sueño, afirmaríamos que es mentira y nos alejaríamos con más razón. Mas lo ha visto quien se jacta de ser el mejor de los aqueos. Ea, veamos cómo logramos que los hijos de los aqueos se armen.” Tras hablar así, fue el primero en salir del consejo, y se levantaron e hicieron caso al pastor de huestes los reyes, portadores de cetro.

Se precipitaron detrás las huestes. Como las tribus de las espesas abejas salen de una hueca roca en permanente procesión, vuelan en racimos sobre las primaverales flores y en multitud revolotean, unas aquí y

otras allá, tan numerosas tribus de guerreros desde las naves y las tiendas delante de la profunda costa desfilaban en compactas es-cuadras hacia la asamblea. En medio ardía la Fama, mensajera de Zeus, instándolos a acu-dir, y ellos se reunieron. Estaba alborotada la asamblea, la tierra gemía debajo al sentarse las huestes, y había gran bullicio. Nueve he-raldos pugnaban a voces por contenerlos, por ver si al fin el clamor detenían y podían es-cuchar a los reyes, criados por Zeus. A duras penas se sentó la hueste y enmudecieron en los asientos, poniendo fin al griterío.

Y el poderoso Agamenón se levan-tó empuñando el cetro, que Hefesto había fabricado con esmero. Hefesto se lo había dado al soberano Zeus Cronión; por su parte, Zeus se lo había dado al mensajero Argici-da. El soberano Hermes se lo dio a Pélope, fustigador de caballos, y, a su vez, Pélope se lo había dado a Atreo, pastor de huestes. Atreo, al morir, se lo había dado a Tiestes, rico en corderos, y, a su vez, Tiestes se lo dejó a Agamenón para que lo llevara y fuera el soberano de numerosas islas y de todo Argos.

Máscara funeraria

de Agamenón.

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En él apoyándose, dijo entre los argivos estas palabras:

“¡Amigos, héroes dánaos, escu-deros de Ares! Zeus Crónida me ha atado fuertemente con pesada ofuscación, ¡el cruel!, que antes me prometió y garantizó con su asentimiento que regresaría tras saquear la bien amurallada Ilio, y ahora ha decidido un pérfido engaño y me ordena regresar a Argos sin gloria, tras perder numerosa hueste. Así parece que va a ser grato al prepotente Zeus, que ha demolido las cumbres de numero-sas ciudades y aún destruirá otras, pues su poder es el más excelso. Vergonzoso es que se enteren de esto los hombres venideros: de que tal y tan numerosa hueste de aqueos en vano está combatiendo y luchando en ineficaz combate contra menos hombres, y que el final aún no está a la vista. Pues si los aqueos y los troyanos deseáramos sancionar

con sacrificios leales juramentos y contar ambos bandos, y seleccionáramos a cuantos troyanos hay en sus hogares, y nosotros, los aqueos, nos distribuyéramos en grupos de diez y cada grupo escogiéramos un troyano para escanciarnos vino, muchas décadas ca-recerían de escanciador. Tanto más numero-sos aseguro que somos los hijos de los aqueos que los troyanos que habitan la ciudad. Mas tienen aliados venidos de muchas ciudades, guerreros que blanden la pica, que me hacen vagar a gran distancia y que me impiden muy a mi pesar arrasar la bien habitada ciudadela de Ilio. Nueve son los años del excelso Zeus que han transcurrido, y la madera de las na-ves está carcomida y las sogas sueltas. Nues-tras esposas e infantiles hijos están sentados en las salas aguardando, y la empresa por la que vinimos aquí se halla incumplida. Mas, ea, como yo os voy a decir, hagamos caso todos: huyamos con las naves a nuestra tierra patria, pues ya no conquistaremos Troya, la de anchas calles.”

Así habló, y en el pecho se les con-movió el ánimo a todos los de la multitud que no habían asistido al consejo. Se agitó la asamblea como las extensas olas del mar –del ponto icario–, que tanto el Euro como el Noto alzan al irrumpir impetuosos desde las nubes del padre Zeus. Como cuando el Zéfi-ro al sobrevenir menea la densa mies, soplan-do pujante por encima, y cae sobre las espigas y las comba, así se agitó toda la asamblea. Entre alaridos se lanzaron a las naves, y bajo sus pies una nube de polvo se iba levantando y ascendiendo. Unos a otros se ordenaban echar mano a las naves y remolcarlas a la límpida mar, y limpiaban los canales. Al cielo llegó el clamor de aquéllos, ávidos de regresar a casa. Y quitaban las escoras de las naves.

Entonces se habría producido el regreso de los argivos contra el destino, si Hera no hubiera dicho a Atenea: “¡Ay, vásta-go de Zeus, portador de la égida, indómita! Así a casa, a su tierra patria, se disponen ya a huir los argivos sobre los anchos lomos del mar y dejarían como galardón para Príamo y

Atenea.

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para los troyanos a la argiva Helena, por cuya causa muchos de los aqueos han perecido en Troya lejos de la tierra patria. Ve ahora por la hueste de los aqueos, de broncíneas túnicas, y con tus amables palabras retén a cada hom-bre y no los dejes remolcar al mar las manio-breras naves.” Así habló, y no desobedeció Atenea, la ojizarca diosa.

Descendió de las cumbres del Olimpo presurosa, y con presteza llegó a las veloces naves de los aqueos. Encontró en seguida a Ulises, émulo de Zeus en ingenio, parado; no había tocado la negra nave, de bellos bancos pues la tristeza le invadía el ánimo y el corazón. Deteniéndose cerca, le dijo la ojizarca Atenea: “¡Laertíada del linaje de Zeus! ¡Ulises fecundo en ardides! ¿Así a casa, a vuestra tierra patria, os disponéis ya a huir cayendo en las naves, de muchas filas de remeros, y dejaríais como galardón para Príamo y para los troyanos a la argiva Hele-na, por cuya causa muchos de los aqueos han perecido en Troya lejos de la tierra patria? Mas ve ahora por la hueste de los aqueos, no cejes todavía y con tus amables palabras retén a cada hombre y no los dejes remolcar al mar las maniobreras naves.” Así dijo, y él comprendió que la voz de la diosa había ha-blado.

Echó a correr y tiró la capa, que le recogió Euríbates, el heraldo itacense que le acompañaba. El, por su parte, yendo al en-cuentro del Atrida Agamenón recibió su an-cestral cetro, siempre inconsumible, y con él fue por las naves de los aqueos, de broncíneas túnicas. A cada rey y sobresaliente varón que encontraba, con amables palabras lo retenía, deteniéndose a su lado: “¡Infeliz! No procede infundirte miedo como a un cobarde; sé tú mismo quien se siente y detenga a las demás huestes. Pues aún no sabes con certeza la intención del Atrida. Ahora nos prueba, mas pronto castigará a los hijos de los aqueos. ¿No hemos escuchado todos en el consejo qué ha dicho? Cuida de que su ira no cause daño a los hijos de los aqueos. Grande es la animosidad de los reyes, criados por Zeus.

Su honra procede de Zeus, y el providente Zeus lo ama.” Mas al hombre del pueblo que veía y encontraba gritando, con el cetro le golpeaba y le increpaba de palabra: “¡Infeliz! Siéntate sin temblar y atiende a los demás, que son más valiosos. Tú eres inútil y careces de coraje: ni en el combate nunca se le tiene en cuenta ni en la asamblea. De ninguna manera seremos reyes aquí todos los aqueos. No es bueno el caudillaje de muchos; sea uno solo el caudillo, uno solo el rey, a quien ha otorgado el taimado hijo de Crono el cetro y las leyes, para decidir con ellos en el consejo.” Así recorrió como caudillo el campamento.

A la asamblea de nuevo se preci-pitaron desde las naves y las tiendas entre ecos, como cuando la hinchada ola del fra-goroso mar en una gran playa brama, y el ponto retumba. Todos se fueron sentando y se contuvieron en sus sitios. El único que con

Hermes.

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desmedidas palabras graznaba aún era Tersi-tes, que en sus mientes sabía muchas y desor-denadas palabras para disputar con los reyes locamente, pero no con orden, sino en lo que le parecía que a ojos de los argivos ridículo iba a ser. Era el hombre más indigno llegado al pie de Troya: era patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba te-nía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba. Era el más odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises, a quienes solía recri-minar. Mas entonces al divino Agamenón injuriaba en un frenesí de estridentes chilli-dos. Los aqueos le tenían horrible rencor y su ánimo se llenó de indignación. Mas él con grandes gritos recriminaba a Agamenón de palabra:

“¡Atrida! ¿De qué te quejas otra vez y de qué careces? Llenas están tus tiendas de

bronce, y muchas mujeres hay en tus tiendas para ti reservadas, que los aqueos te damos antes que a nadie cuando una ciudadela sa-queamos. ¿Es que aún necesitas también el oro que te traiga alguno de los troyanos, do-madores de caballos, de Ilio como rescate por el hijo que hayamos traído atado yo u otro de los aqueos, o una mujer joven, para unirte con ella en el amor, y a la que tú solo reten-gas lejos? No está bien que quien es el jefe arruine a los hijos de los aqueos. ¡Blandos, ruines baldones, aqueas, que ya no aqueos! A casa, sí, regresemos con las naves, y dejemos a éste aquí mismo en Troya digerir el botín, para que así vea si nosotros contribuimos o no en algo con nuestra ayuda quien también ahora a Aquiles, varón muy superior a él, ha deshonrado y quitado el botín y lo retiene en su poder. Mas no hay ira en las mientes de Aquiles, sino indulgencia; si no, Atrida, ésta de ahora habría sido tu última afrenta.” Así habló recriminando a Agamenón, pastor de huestes, Tersites.

A su lado pronto se plantó el di-vino Ulises y, mirándolo con torva faz, le amonestó con duras palabras: “¡Tersites par-lanchín sin juicio! Aun siendo sonoro orador, modérate y no pretendas disputar tú solo con los reyes. Pues te aseguro que no hay otro mortal más vil que tú de cuantos junto con los Atridas vinieron al pie de Ilio. Por eso no deberías poner el nombre de los reyes en la boca ni proferir injurias ni acechar la ocasión para regresar. Ni siquiera aún sabemos con certeza cómo acabará esta empresa, si volve-remos los hijos de los aqueos con suerte o con desdicha. Por eso ahora al Atrida Agamenón, pastor de huestes, injurias sentado, porque muchas cosas le dan los héroes dáñaos. Y tú pronuncias mofas en la asamblea. Mas te voy a decir algo, y eso también quedará cumpli-do: si vuelvo a encontrarte desvariando como en este momento, ya no tendría entonces Ulises la cabeza sobre los hombros ni sería ya llamado padre de Telémaco, si yo no te cojo y te arranco la ropa, la capa y la túnica que cu-bren tus vergüenzas, y te echo llorando a las

Apolo.

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veloces naves fuera de la asamblea, apaleado con ignominiosos golpes.” Así habló, y con el cetro la espalda y los hombros le golpeó.

Se encorvó, y una lozana lágrima se le escurrió. Un cardenal sanguinolento le brotó en la espalda por obra del áureo cetro, y se sentó y cobró miedo. Dolorido y con la mirada perdida, se enjugó el llanto. Y los demás, aun afligidos, se echaron a reír de alegría. Y así decía cada uno, mirando al que tenía próximo: “¡Qué sorpresa! Ulises es autor de hazañas sin cuento por las buenas empresas que inicia y el combate que apresta; mas esto de ahora es lo mejor que ha hecho entre los argivos: cerrarle la boca a éste, un ultrajador que dispara palabrería. Seguro que su arrogante ánimo no le volverá a impulsar otra vez a recriminar a los reyes con injurio-sas palabras.” Así decía la multitud, y Ulises, saqueador de ciudades, se levantó con el cetro en la mano. Al lado, la ojizarca Atenea, tomando la figura de un heraldo, mandó a la hueste callar, para que los hijos de los aqueos, desde el primero al último, escucharan su proyecto y meditaran su consejo.

Lleno de buenos sentimientos hacia ellos, tomó la palabra y dijo: “¡Atrida! Ahora a ti, soberano, quieren los aqueos dejarte como el más desmentido entre los míseros mortales, y pretenden no cumplir la promesa que te hicieron cuando aún estaban en ruta hacia aquí desde Argos, pastizal de caballos: regresar sólo tras haber saqueado la bien amurallada Ilio; pues he aquí que como tiernos niños o como mujeres viudas, unos con otros se lamentan de que quieren regre-sar a casa. Cierto que es dura tarea regresar a casa lleno de tristeza; cualquiera que per-manece un solo mes lejos de su esposa con la nave, de numerosos bancos, se impacienta, si los vendavales invernales y el mar encrespa-do lo acorralan. Para nosotros este que pasa girando es ya el noveno año que aguantamos aquí. Por eso no puedo vituperar a los aqueos por impacientarse junto a las corvas naves. Pero, aun así, es una vergüenza aguantar aquí tanto tiempo y volver de vacío. Resistid,

amigos, y permaneced un tiempo, hasta que sepamos si el vaticinio de Calcante es verí-dico o no. Lo recordamos bien en nuestras mientes, y de ello sois todos testigos, excepto a quienes las parcas de la muerte llevaron. Parece que fue ayer o anteayer cuando las naves de los aqueos Se unieron en Áulide para traer la ruina a Príamo y los tróvanos, y nosotros estábamos alrededor del manantial en sacros altares sacrificando en honor de los inmortales cumplidas hecatombes bajo un bello plátano de donde fluía cristalina agua. Entonces apareció un gran portento: una serpiente de lomo rojo intenso, pavorosa, que seguro que el Olímpico en persona sacó a la luz, y que emergió de debajo del altar y se lanzó al plátano. Allí había unos polluelos de gorrión recién nacidos, tiernas criaturas sobre la cimera rama, acurrucados de terror bajo las hojas: eran ocho, y la novena era la

Zeus.

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madre que había tenido a los hijos. Entonces aquélla los fue devorando entre sus gorjeos lastimeros, y a la madre, que revoloteaba alrededor de sus hijos llena de pena, con sus anillos la prendió del ala mientras piaba al-rededor. Tras devorar a los hijos del gorrión y a la propia madre, la hizo muy conspicua el dios que la había hecho aparecer; pues la convirtió en piedra el taimado hijo de Crono. Y nosotros, quietos de pie, admirábamos el suceso. Tan graves prodigios interrumpieron las hecatombes de los dioses.”

Calcante entonces tomó la palabra y pronunció este vaticinio: “¿Por qué os que-dáis suspensos, aqueos, de melenuda cabelle-ra? El providente Zeus nos ha mostrado este elevado portento, tardío en llegar y en cum-plirse, cuya gloria nunca perecerá. Igual que ésa ha devorado a los hijos del gorrión y a la madre, los ocho, y la novena era la madre que había tenido a los hijos, también nosotros combatiremos allí el mismo número de años y al décimo tomaremos la ciudad, de anchas calles. Eso es lo que aquél proclamó, y todo se está cumpliendo ahora. Mas, ea, perma-neced todos, aqueos, de buenas grebas, aquí mismo hasta conquistar la elevada ciudad de Príamo.” Así habló, y los argivos gritaron –las naves alrededor resonaron pavorosa-mente a causa del griterío de los aqueos– elo-giando la propuesta del divino Ulises.

También tomó la palabra Néstor, el anciano conductor de carros: “¡Qué sorpre-sa! Realmente habláis en la asamblea como niños chiquititos a quienes nada importan las empresas guerreras. ¿Por dónde, decid-me, se irán convenios y juramentos? En el fuego ojalá ya estuvieran consejos y afanes de hombres, pactos sellados con vino puro y diestras en las que confiábamos. Inútilmente estamos porfiando con palabras, y ningún remedio somos capaces de hallar después del tiempo que llevamos aquí. ¡Atrida! Tú, igual que antes, con inquebrantable decisión sigue mandando sobre los argivos en las vio-lentas batallas y deja a éstos, que sólo serán

uno o dos, que sin los aqueos proyecten por su cuenta –nada se les cumplirá– ir a Argos, incluso antes de cerciorarse sobre si es o no mentira la promesa de Zeus, portador de la égida. Afirmo con seguridad que asin-tió el prepotente Cronión aquel día en que partieron en las naves, de ligero curso, los argivos para traer a los troyanos la matanza y la parca, cuando relampagueó a nuestra derecha dando buenos auspicios. Por eso, que nadie se apresure aún a regresar a casa antes de acostarse con la esposa de alguno de los troyanos y cobrarse venganza por la brega y los llantos por Helena. Si alguno quiere con terrorífica ansia regresar a casa, que ponga la mano en su negra nave, de buenos bancos: así alcanzará antes que los demás la muerte y el hado. Traza, soberano, un buen plan y acata el consejo de otro. No va a ser desdeñable la advertencia que te voy a hacer: distribuye a los hombres por tribus y clanes, Agamenón, de modo que el clan defienda al clan, y la tribu a la tribu. En caso de que obres así y te obedezcan los aqueos, pronto sabrás quién de los jefes o huestes es cobarde, y quién es va-leroso, pues lucharán por grupos separados; y sabrás si por deseo divino no vas a asolar la ciudad o por la cobardía e impericia de los hombres en el combate.”

En respuesta le dijo el poderoso Agamenón: “Otra vez, anciano, has superado a los hijos de los aqueos en la asamblea. ¡Zeus padre, Atenea y Apolo, ojalá tuviera yo diez consejeros así entre los aqueos! Entonces pronto se combaría la ciudad del soberano Príamo, bajo nuestras manos conquistada y saqueada. Mas me ha causado dolores Zeus Crónida, portador de la égida, que es quien me arroja entre ineficaces disputas y que-rellas. También ahora Aquiles y yo hemos reñido por una muchacha con enfrentadas palabras, y yo fui el primero en irritarme. Si una vez llegamos a coincidir en una decisión única, ya no habrá para los troyanos ni la más mínima demora en su ruina. Ahora id a comer, para que luego trabemos marcial

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lucha. Bien cada uno afile la lanza, bien colo-qúese el escudo, bien dé cada uno el pienso a los caballos, de ligeros cascos, e inspeccione bien los lados del carro con miras al combate, porque todo el día tomaremos como arbitro al abominable Ares. Pues no habrá entre tan-to ni siquiera el más mínimo descanso, sino la noche, que al llegar separará la furia de los guerreros. Sudará alrededor del pecho el ta-halí del broquel, que cubre entero al mortal, y se fatigará la mano de empuñar la pica; y sudará el caballo por el esfuerzo de tirar del pulido carro. Al que yo vea que por su volun-tad lejos de la lucha trata de quedarse junto

a las corvas naves, no habrá para él medio de librarse de los perros y de las aves de rapiña.”

Así habló, y los argivos prorrumpieron en gritos, como el oleaje cuando el Noto viene y lo encrespa contra un elevado acantilado, saliente atalaya que nunca dejan en reposo las hinchadas olas que diversos vientos levantan al soplar aquí y allá. Y, levantándose, partieron y se dispersaron por las naves. Ahumaron con el fuego las tiendas y tomaron la comida. Cada uno hizo un sacrificio a uno de los sempiternos dioses, implorando huir de la muerte y del fragor de Ares.

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