Revista ocio nº 4

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1 R Re ev vi i s st t a a O OC CI I O O Diciembre 2014 M R R e e v v i i s s t t a a O O c c i i o o Número 4 Diciembre 2014

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Creación artística, literaria y crítica. Tiempo para hincarle el diente a la vida, desmenuzándola, celebrándola. Imaginar, sentir y pensar gritando.

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EN PORTADA:

AMANECER DEL SOLSTICIO DE INVIERNO DESDE LA SIERRA DE GUADALUPE

FOTOGRAFÍA CORTESÍA DE FERNANDO A. SIERRA

CONSEJO EDITORIAL:

HÉCTOR J. GONZÁLEZ

ERICK C. FLAVIUS

ROMÁN VILLANUEVA

ADRIANA MEJÍA

ENCUÉNTRANOS EN:

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RRRRRRRREEEEEEEEVVVVVVVVIIIIIIIISSSSSSSSTTTTTTTTAAAAAAAA OOOOOOOOCCCCCCCCIIIIIIIIOOOOOOOO ES UN PROYECTO DIGITAL, DE PUBLICACIÓN MENSUAL Y SIN FINES DE LUCRO, CUYO OBJETIVO ES LA LIBRE

EXPRESIÓN MEDIANTE LA CREACIÓN ARTÍSTICA, CRÍTICA Y LITERARIA.

PROTEGIDO BAJO UNA LICENCIA CREATIVE COMMONS: SE PERMITE LA LIBRE DISTRIBUCIÓN CON EL RECONOCIMIENTO DEL AUTOR PERO SIN UN USO COMERCIAL DE LA

OBRA ORIGINAL NI LA GENERACIÓN DE OBRAS DERIVADAS.

MÉXICO, D. F., DICIEMBRE, 2014

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ÍÍNNDDIICCEE

EDITORIAL

UN CONTAR HISTORIAS 4

PROSA

VIDA LITERARIA Creonte Zagholz 6

RESEÑA

EL ARTISTA FUERA DE LA LEY Elías Lux 8

POEMA

LA CALLE NEGRA Fernando A. Sierra 11

MINIFICCIÓN

FENG SHUI E. V. C. 14

CUENTO

SOLO RECUERDO EL AZUL DEL CIELO El Xastle 15

RESEÑA

LA CLÁSICA LECTURA Héctor J. González Sierra 22

ILUSTRACIÓN

A VIDA CRUDA DA RUCA DIVA Sr. Zurita 25

CUENTO

EL AMOR Y SUS PUTAS Alexis Pérez 26

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UUnn ccoonnttaarr hhiissttoorr iiaass

Editorial

“Creo que uno escribe básicamente para dos personas: para uno mismo, tratando de hacerlo absolutamente perfecto; o si no, maravilloso. Después uno escribe para la persona a quien ama, lo mismo si ella puede o no puede leer o escribir, y si está viva o muerta.”

Ernest Hemingway, Sobre el oficio de escribir

legamos al cuarto número de la revista, y en

este breve lapso de tiempo hemos tratado, a

nuestra manera, de llamar la atención de un

público improbable (que no inexistente), ese que se

mantiene ocupado preguntándose sobre sus sueños,

derivando conversaciones infinitas acerca del significado de

una palabra y encontrándole formas audaces a las nubes.

Oscilamos entre la expresión irreverente y la correcta

redacción; la transcripción libre de vivencias y la ensoñación

por aquello que solo hemos palpado indirectamente con los

órganos caprichosos de la imaginación. Hemos bebido del siempre amargo vino de la

presuntuosidad y callado a la vez sobre lo que no sabemos cómo expresar, en espera de poder

aventajarnos la siguiente noche, acaso en la creencia de la pronta posesión de una lucidez tal

que nos permita llegar al justo medio.

Todos los textos e imágenes publicados hasta ahora cuentan historias. Algunos lo hacen a la

manera de las leyendas populares, esas que sabían nuestros abuelos y que les habían sido

transmitidas a su vez por sus ancestros. Otros prefieren utilizar la subjetividad, y narran sus

impresiones sobre lo que les rodea: emociones, vivencias, pensamientos y sueños. También

están quienes poseídos por una imagen de un libro o película, tratan de contagiarnos de esa

experiencia individual por medio de la palabra.

Da gusto encontrar personas que a pesar de su distinta formación e intereses de vida

persiguen el interés común de testimoniar mediante la creación artística, sin miedo a exponerse

LLLLLLLL

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a que los demás contemplen los resultados de esas obras. Al contrario, asumiendo

gustosamente ese “riesgo” como un acto enriquecedor que llena un aspecto más de sí mismos.

Bueno, al menos eso pensamos. Después de todo, nadie ha sido coaccionado a participar en

Ocio, sino que las voces llegan solas cuando se les invita, si bien a veces la labor de

convencimiento ha sido requerida.

Amparados por las bondades de un siglo inmerso en nuevas tecnologías, hemos querido

aprovechar la oportunidad para lanzar el reto. Ofrecer el espacio que no es material, pues Ocio

no se imprime ni tiene una oficina. Espacio virtual, donde puede reunirse igual un amigo

radicado en Sudamérica que en México para discutir sobre libros, cine y describir como es la

vida diaria en su ciudad. Queremos creer que estas “inofensivas” tentativas pueden generar, a

la larga, amistades duraderas e intercambios capaces de generar algo más que un mero

entretenimiento entre colaboradores y lectores. Gracias a todos por acompañarnos en la difícil

labor de construir ese espacio, no exento de dudas y defectos todavía por perfeccionar.

Ya tenemos el medio, los primeros ociosos; la confirmación de que el proyecto genera el

interés suficiente como para tener su público y recibir en cada ocasión sus colaboraciones. Lo

anterior puede satisfacer a todos los que participamos durante estos cuatro últimos meses,

pues indica que están a la vista los primeros frutos de un árbol sembrado en otoño. Se acerca

la primavera. Los invitamos a seguir visitándonos, pues estas hojas cuentan la historia de un

follaje que se antoja perenne

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VViiddaa ll ii tteerraarr iiaa

Creonte Zagholz

Poesía. Leer poesía. Tratar de escribir algo parecidoalgo parecidoalgo parecidoalgo parecido a la poesía. “¿Qué se necesita para escribir

algo relevante?”, te preguntas. “Pinche chamaco aficionado”, te dicen. “Respetable escritor de

buenos versos”, sueñas que te digan. Carencia de técnica, palabras lanzadas a lo pendejo. Una

voz propia, oficio de escritor. Te falta leer mucho todavía. Dominio de autores, de temas y

del lenguaje. Erudito literario, además de todo. Plagias a los maestros. “¿Cuáles son tus influencias

al escribir?”, te preguntan continuamente antes de siquiera molestarse en leerte. Conoces al

ambiente literario de hoy en día. ¿Lo conoces? Tus talentosos colegas también te conocen,

incluso te respetan. Círculos bohemios que frecuentas constantemente. “Ya casi termino

mi novela”, les presumes cuando te preguntan “¿en qué andas?” La mayoría ha publicado ya,

por lo menos una antología en editorial independiente. Ligas mayores: “NO SE ADMITEN

AFICIONADOS”, como un letrero en tipografía Arial Black color roja. Pertenecen a la élite

por derecho propio. “Te lo has ganado”, te dices a solas en el espejo. Joven promesa;

las letras mexicanas no se han equivocado en escogerte. Una generación que poco a poco se

hace de renombre. ¿Era este tu sueño? ¿Todo va bien? “Aun falta mucho”, sabes que persigues una

obra maestra en gestación. Ambicioso. “El mejor escritor mexicano del Siglo XXI”,

imaginas en las críticas literarias futuras. Poeta, cuentista, ensayista, novelista e incluso

dramaturgo. No hay género que tu pluma no pueda dominar. Quieres abarcarlo

todo, y tienes la madera que se necesita para lograrlo. Estilo y temas propios; aportas algo

nuevo a la literatura. No es mera contemplación estética, vanos divertimentos del ingenio. El tuyo

es un arte comprometido con su tiempo y sociedad: problemáticas filosóficas, crítica, reflexión

cotidiana. Porque no se trata de solo contar historias, sino de pensar y de hacer pensar a los

demás. No en balde estudiaste humanidades. ¿Algo más? En las entrevistas de las

publicaciones prestigiadas, siempre recuerdas tus años de juventud, cuando eras un mar

de dudas. Tus primeros textos, plagados de erratas. Pero ya tenías, desde entonces, hambre.

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Ambición, ganas de sobresalir. Lo lograste, ¿no es así? Homenajes, premios. Conferencias.

Invitado de honor en festivales culturales. Apareces por fin, después de tantos años de trabajo,

listado junto a “los grandes de la literatura mexicana”: Paz, Pacheco, Reyes,

Rulfo, Villaurrutia, Altamirano, Leñero, Del Paso, Huerta, Fuentes, Ibargüengoitia, Pitol,

Agustín, Garibay, García Ponce, Arreola, Díaz Mirón, Gorostiza, López Velarde, etc., etc. Tus

obras se leen dentro y fuera de México. Dejarás en ellas un legado para la posteridad

largo tiempo después de irte. Valió la pena el esfuerzo, los sacrificios, ¿no lo crees? Ese fue

siempre el propósito: perdurar. A pesar de la continua inconformidad, la falta de apoyos, las relaciones

interpersonales fragmentadas. Hiciste mucho con poco, pero siempre lo que amabas, pues nunca

fuiste coaccionado en tu búsqueda. “Pocos hombres en la vida lo logran”, dice una

voz en tu cabeza. Pusiste toda tu vida en la literatura, lo demás vino por añadidura. Receta

infalible: trabajo y más trabajo. Poesía- leer poesía, cuento- leer cuento, novela- leer novela,

filosofía- leer filosofía. También vivir, asimilar lo experimentado. Mentir, porque no basta con

las propias vivencias. Le llaman imaginación. Toda tu vida, y aún así te faltará tiempo

suficiente. No podrás agotar la inmensidad de lo escrito por la humanidad. Por si fuera poco, cada día la

cantidad aumenta. Fin de siglo con más literatura que la existente en el principio. Tus compañeros

de generación, los intelectuales brillantes, comienzan a morir a tu alrededor. Aunque devoraras libro

tras libro, abandonado en la imperturbabilidad de tu estudio, aunque no tuvieras otra cosa

más que hacer en todo el día que leer lo que no has leído todavía. Tus pesadillas

son acerca de lo que no podrás leer nunca, esos libros que te serán siempre

desconocidos. La obra literaria más importante del siglo XXII que aún está por

escribirse, en donde no obstante ya está cifrado de alguna manera todo lo que se ha

publicado hasta entonces, y que aparecerá treinta años después de que mueras. Piensas en el

adolescente que te leerá, pero que también leerá aquella obra. Afortunado, te llevará una

gran ventaja. Que dominado por un fervor casi místico anhelará una tarde cualquiera,

encerrado en su habitación, con ser escritor. Que como tú comience el camino, a la vez tortuoso

y placentero, de la literatura. Tu sucesor que nunca podrás conocer, pero que empieza

a vivir junto con este verso, a punto de ser vertido en el papel. Lo escribes para él,

como algún día alguien, en algún lugar, fingiendo que no lo sabía, escribía poesía para ti

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EEll aarrtt iissttaa ffuueerraa ddee llaa lleeyy

Elías Lux

“El hecho de que la actividad en el alambre esté enmarcada por la

muerte… es genial, porque entonces tienes que tomarla muy en serio”

Philippe Petit, en Man on Wire

Man on Wire (2008) es un documental que revive uno de los mayores crímenes artísticos del

siglo XX, ocurrido el 7 de agosto de 1974 cuando un grupo de jóvenes franceses puso en

marcha un plan para llevar a Philippe Petit a ejecutar su número artístico en lo más alto, a ese

lugar en el que ha soñado durante años y que se le ha vuelto una obsesión: las Torres

Gemelas del World Trade Center, Nueva York. Philippe no es un pintor, tampoco un músico. Es

un alambrista: ese tipo de artista que camina sobre una cuerda en tensión sujetada por ambos

extremos a varios metros de altura del suelo, sin ningún tipo de arnés que lo sujete o de red

que amortigüe una posible caída. Philippe quiere caminar sobre un alambre de 200 kilogramos

que sus amigos y él extenderán entre la Torre Norte y la Torre Sur, a 450 metros de altura. Es

un temerario o un suicida, según se quiera ver.

Debemos recordar que antes de que existieran las naves espaciales, los aviones supersónicos

y los submarinos atómicos, la imaginación ya se encontraba como medio de transporte para

llevar al poeta a lugares que de otra forma no podían ser conocidos por hombre alguno. La

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exploración de nuestro mundo y de lo que existe fuera de él se inició con hombres que

empuñaban una pluma desde la tranquilidad de una habitación, cuyos textos posteriormente

azuzarían las mentes de niños que al leerlos crecerían maravillados con imágenes que

necesitaban convertir en realidad.

Así se formaron los exploradores del siglo XX: extraños artistas de empresas imposibles que

dejaban la vida en expediciones polares; escalando montañas cuyas cimas permanecían

ocultas por densas nubes; cruzando el océano en frágiles avionetas o sumergiéndose con

pesados trajes de buzos en las profundidades abismales; movidos todos ellos por una

convicción de acero capaz de acallar las voces propias del instinto de autopreservación, mismo

que se vale del miedo, del dolor y la desesperación para detenernos cuando llevamos al límite

nuestras fuerzas.

En Man on Wire se nos recuerda que el artista es poseído por esa imaginación desbordante, sí,

pero que también el artista puede llevar a su público a admirar lugares o actos hasta ese

momento nunca antes vistos. Como el mismo Philippe menciona en el documental, “empecé

como joven alambrista autodidacta para

soñar no tanto con conquistar el

universo, sino como poeta, conquistando

hermosos escenarios”

Sabemos que para llevar a cabo su obra,

el artista encontrará, a la manera del

héroe, obstáculos que deberá vencer. El

arte se muestra como subversivo, pues

muchas veces pone el dedo en la llaga

sobre convenciones sociales largo tiempo ha establecidas. En el caso de Philippe encontramos

que su arte, el querer caminar sobre el alambre, es algo ilegal, máxime cuando no se decide a

hacerlo dentro de una carpa de circo, como sería “lo habitual”, sino en altas construcciones

alrededor del mundo, como por ejemplo: las torres de la catedral de Notre Dame, en Paris.

El protagonista lleva a cabo un acto desde la clandestinidad, por ello la forma narrativa que

adopta el documental es la de Heist Film, subgénero donde vemos con lujo de detalles la

planificación, ejecución y lo que sucede después de un robo [Véase: The Italian Job, (1969)].

Así, asistimos a la recreación ficticia del golpe que dieron Philippe y sus colaboradores, mismo

que fue planeado durante meses, donde el más mínimo error puede tirarlo todo por la borda,

alternando con los testimonios de los involucrados acerca de lo que sintieron y pensaron en

aquellos momentos. Ambos elementos: recreación del pasado y testimonios presentes se

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complementan a la perfección, todo ello logrado por un montaje meticuloso como punto clave

para que el ritmo de la película nunca decaiga.

Contagiados por el carácter extrovertido de Philippe, cuyo sueño de caminar entre esos dos

rascacielos se apodera más y más de su psique, exigiéndole su cumplimiento, nosotros

deseamos que nada le suceda a ese hombre y a sus compañeros, cada vez más convencidos

de su cordura, empáticos con su rol de jóvenes criminales, porque si bien no planean hacer

daño a nadie ni sustraer propiedad ajena alguna, lo que harán estará al margen de lo permitido

por la ley. También por el riesgo latente de que el alambrista falle en su intento y caiga cientos

de metros en el vacío.

Es en este punto cuando se decide de qué está hecho el artista: saber el precio que está

dispuesto a pagar con tal de llevar a cabo su obra. William Faulkner describe perfectamente lo

que vemos en pantalla, cuando décadas antes mencionaba que “el artista es responsable sólo

de su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese

sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo

por la borda: la felicidad, todo, con tal de escribir el libro [o realizar cualquier otro tipo de arte].

Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo.” Y añade “será capaz de […]

tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal

de realizar la obra.”1

Como el mismo Philippe lo admite después, su hazaña no tuvo ningún

propósito, fue inútil, un instante ahogado por el flujo del tiempo. La imagen de

un hombre rodeado por la nada, como si levitara en las alturas, apenas

sostenido al mundo y a la vida por un delgado hilo, es bella como pocas.

Punto. Más aún si tomamos en cuenta que se enmarca en la urbe más

cosmopolita y neurótica: la Nueva York donde millones de hombres se

pierden anónimamente tras miles de edificios, calles y automóviles.

En ese espacio donde rige la rutina y todos sus habitantes cumplen con un rol en específico,

Philippe se atrevió a realizar algo que nadie había hecho hasta ese entonces, obligando a

quienes estuvieron presentes en ese momento a distraer sus ocupaciones y prestarle atención;

un acto que después de la caída de las Torres Gemelas adquiere una dimensión nostálgica,

por ser completamente imposible de repetirse. Aquellos rascacielos, en su tiempo la

construcción más alta hecha por el hombre, han desaparecido. Pero el acto de Philippe, “el

hombre en el alambre”, perdurará por largo tiempo en la memoria humana

1 Jean Stein, Una conversación con William Faulkner, Editorial Corregidor, 1974, citado por Delia Juárez G., en Gajes del oficio. La

pasión de escribir, Ediciones Cal y Arena, México, 2007.

Man on Wire

Dir. James Marsh,

2008, Reino

Unido// EEUU

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LLaa ccaall llee nneeggrraa

Fernando A. Sierra

Tengo en la nuca el cañón de tu escopeta,

pero tu mujer abajo te apunta con mi Beretta.

¡Hey, chico! Piénsalo un poco y quédate vivo,

ésta es mi noche y la suerte yo decido.

Hay ojos que rondan tras nosotros, muy alertas,

sigilosos a cada movimiento en que se acerca

el hombre de negro con su maletín de droga

a vendernos una dosis de esperanza acogedora.

Cuando borracho despierto en un callejón sin salida

No imagino un cielo claro detrás de la sucia cortina;

mas no cierres los ojos para soñar lo mismo cada vez,

este puto destino no podemos reescribirlo en un papel.

Mejor dame un cigarrillo y abre otra cerveza,

que esta noche no apetezco volarme la cabeza.

Ya están las chicas impacientes por subir al auto

que ayer robamos sin desperdiciar un solo disparo;

retira ya del parabrisas el llanto de toda tu vida

y pon a tu cara esa mueca estúpida que te caracteriza.

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Dicen que nacimos despiertos en el siglo de las mentiras,

y debemos pensar en colectivo para vivir de rodillas.

Yo no me trago patrañas que fomenten al miedo

de vivir sumido en la mierda como un cerdo.

La soledad es una vieja puta que fortalece mis palabras

y corona con clavos y cuchillos mi cabeza rapada.

En mis botas negras el diablo ha tatuado su signo,

para no perderme donde la muerte seduce con guiños.

Esta semana tengo reservada una plancha en la morgue,

Solo falta etiquetar el cadáver de tu padre con mi nombre.

¡Apunta a mi corazón, muñeca, apunta a matar!

Tendrás que ser muy perra para poderme atrapar,

aunque juntos corramos desnudos bajo la tormenta

no será con sexo ni dinero como me retengas.

Porque no conseguimos calor en este infierno

ya hemos perdido: la ilusión, el culo y hasta el aliento.

En los muros del dolor, en el miedo destilado de las calles

quiero verte grafitear mi leyenda oscura con tu sangre.

Crecimos como ratas en las cloacas de la desilusión

condenados a robar puñados de libertad, a puro valor.

Pero me gusta la suciedad de estas tierras malas

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y el sabor de la sangre en la boca, más que el del agua.

y ese es un placer que no podrán gozar.

Tu hombre viene por ti con todas sus armas,

yo guardo siempre, mi mejor as bajo la manga;

y esta noche podremos demostrarnos

cuál de los dos es el hijo de puta más malo

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FFeenngg SShhuuii

E. V. C.

Tomó el libro y leyó: “para crear un ambiente positivo en tu estado físico y mental, date un baño

de tina agregando medio kilo de sal gruesa al agua. Es excelente para limpiar y purificar el aura

del cuerpo”.

Incrédula, la langosta arrojó el libro a la basura

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SSoolloo rreeccuueerrddoo eell aazzuull ddeell cciieelloo

El Xastle

Un parpadeo inevitable, en breve el tronido acaba en la mañana que apenas comienza. Me

tomó por sorpresa, distrayéndome; volviendo a mis pasos frente al jardín del kiosco olvidé que

estaba pensando.

Fidel sujetaba el cuete prendiéndolo con el cigarro; brincaron las chispas, el humo. Antes del

chiflido suelta el tubo de cartón. Al verme pidió a otro viejo que siguiera echando al aire los

cuetes, avisando con ello que en Xochitlán de Todos los Santos comenzaba la feria.

- Dejé a mi muchacho allá, cuidando.

Rezumbó la plataforma arrastrada por la camioneta al pasar y detenerse bajo el techado de

lámina donde ponían los juegos mecánicos.

- En la noche va a la casa; ahí con el José vamos a matar unas cuatro reses para

mañana.

- ¿Ya vas a traerlas?

- Voy pa’ allá.

Me despedí de Fidel recordándole que fuera a la casa en la noche, y sirvió, pues no lo olvidará.

Mataron las cuatro reses, y Gloria cumplió con recibir en casa la procesión de la Virgen,

aunque los de la mayordomía de esta vez no habían querido en un principio.

Arrojé la colilla debajo de la camioneta. Dejando atrás la plaza del pueblo trato de hacer

memoria.

- ¡Ora “Chilango”! ¿Dónde dejaste el caballo?

- Lo dejé descansar, — No quiso salir de la casa. — ¿Por qué Alfredo?- Mantuve la

vista fija en sus ojos hasta que los bajó.

En la esquina de la calle, con el canal, cuelgan adornos de poste a poste tanto la señora de piel

morena y floja como sus dos hijas que le ayudan; ellas sacaron lo chaparro de Alfredo.

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Caminar baja el dolor de la rodilla, mientras más lejos mejor. Más allá de las parcelas subiendo

el cerro, por el carril que va al rancho, sigo el ahogado repique de los cencerros y ladridos.

Estas son las tierras que me dejó mi abuelo Porfirio cuando falleció. Se extienden desde la

punta del cerro y llegan al otro lado, donde el tepetate se asoma entre la arena suelta, y la

mayoría de lo que hay ahí es zacate y espinas.

Los perros corrieron a encontrarme, y después Jony se asomó desde el corral, donde colocaba

los bósales a las reses, pues parecía ya saber que le pediré bajarlas a la casa. Le di

trescientos pesos y así el muchacho de unos catorce años llegó con dinero a la feria.

Arrea los animales. Las costillas se les marcan en los costados, el cuero bofo cuelga desde el

cuello. Junto a ellos se encuentra el Jony, gritándoles mientras agita el chicote. Toda su vida

aprendió esto, pues desde niño Fidel lo enseñó a andar en el campo. Le gustaba trabajar aquí

y siempre le agradecí por eso. Pero de tantas veces de preguntarme cómo era la Capital, un

día contrariando a su padre se fue para allá.

No hablé mucho con él. Tenía prisa por marcharse, y yo, por quedarme sólo, entonces tome las

pinzas, unos clavos, el alambre, y seguí subiendo al cerro. Acabando de cercar el terreno hasta

la parte que va a la punta comenzó la lluvia.

Veo los rayos cayendo en los bordos del llano, en los cerros de alrededor. Uno ilumina la

carretera que va a Tecamachalco. El cielo se recoge en tonalidades desde dónde el sol baja

hasta donde los nubarrones son empujados por el viento, sobre el Valle de Xochitlán. La nube

cargada de lluvia pasó un rato, las gotas frías dejaron de caer en las palmas secas.

Un ladrido llegó de muy lejos, otra vez el silbar del aire remueve el monte, pero no de la

manera en que acabo de escuchar. No le hago caso porque ya estoy acostado en los costales

y las maderas que hacen de cama. Es el mismo ruido; deberían ladrar los perros si es que algo

se acerca tan rápido.

Hace tiempo soñé con ojos medios abiertos, manos temblando y una voz callándose, que

Antonia apretaba mi cuerpo podrido lleno de gusanos queriendo defenderse de la lumbre.

Desperté de un salto.

A punto de pararme me cayó de arriba, y apretó mis hombros abriendo pecho y panza. Caí

contra las tablas, todo tieso, lleno de frío. El zarape cae, la lluvia vuelve a caer. Tendido no dejo

de mirar que está entero el techo. Quiero apretar y no aprieto nada. De alguna manera llegué a

casa, no creo que alguien haya ido por mí al cerro, solo que fueran varios días en los que no

aparecí.

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Gloria espantada de lo blanco que estoy, coloca un vaso de agua en mis labios. No entiendo

que me dice. No he intentado hablar, tampoco he sabido qué decir. Podría preguntar: “¿Qué

pasó? o ¿Cómo llegué?”, pero antes debo acordarme y moverme. Sé que puedo.

Engarrotado en la cama se pasa el día, de nuevo la noche; perdí la cuenta, sin dormir por

miedo a que algo brinque sobre mí, arrancándome las vísceras de una mordida. Respiraba,

sentía mis pies descubiertos, el hambre, el cansancio de la espalda.

Gloria trajo a varias personas, eran doctores, quienes me revisan por un rato, y luego se

marchan para ya no regresar. Obstinada como es, buscaba a otro, ninguna de las medicinas

me curó. Gastaba en balde; hay algo de cansancio en ella al darme de comer.

Ximena se me quedó mirando. Deben ser varios días los que llevo en la cama si ella vino al

pueblo. Sus ojos están fijos, son los mismos de Antonia, grandes, con pupilas hechas de miel.

No sé en qué momento puso junto a la cabecera una bandeja con agua. Exprimió la toalla

tallando mi rostro, el cuello. Quita el zarape; siento el frio erizándome los cabellos. Abre mi

camisa sacándola de los brazos flojos. Desabrochó el cinturón, de un jalón saca el pantalón.

Encuentra casi un muerto, sin color y en los huesos; acto seguido lo limpia pasando la toalla

hasta por los dedos de los pies. Está tan fría como yo.

Se dio cuenta que mis ojos buscaban fijarme en su cara. Trato de enfocarlos, se mueven.

- Papá, nos tienes que decir que fue lo que pasó, por favor.

Cuando los contuve noté los suyos mojados de tristeza.

Abrí y cerré los dedos de un pie. Me percato que lleva la bandeja con ella al salir, y es el

momento en que siento las tripas, no solo por el hambre; también mi pecho y espalda, no solo

por el dolor y el cansancio. Cerré los puños, clavando la mirada en la puerta. Aventé el zarape

al suelo, y me levanté de la cama. Al primer paso se me descompuso el equilibrio, mientras a

mi alrededor tiembla el cuarto, que no para de dar vueltas. Trato de ubicarme en el mareo y las

sombras, sin dejar de caminar; sujeto lo que hallo, fuerzo la concentración en cada movimiento.

Al abrir la puerta caigo a la barranca. Sacudo la mirada, estoy frente a la puerta. Ahora sé que

ha sido real el sonido de la perilla girando, recorriendo el pasador, la luz que entra por la

ventana del cuarto tras la puerta me deslumbra; entre ella busco distinguir las formas,

acostumbrar la vista a los destellos y a la mirada del niño que me observa desde uno de los

sillones. Llega el ruido de la televisión.

El niño se levantó colocándose bajo mi brazo, cargando parte del tembloroso bulto que soy. No

pregunta nada y camina junto conmigo, yo no sé a dónde dirigirme; apoyado como estoy en

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sus hombros y espalda en cuanto llego al patio me dejo caer sobre el tronco tirado bajo el

zapote. Terminándose la tarde me llevan a la cocina, pues Fidel había ido a verme. No lo

reconocí, y tampoco puse mucha atención a la conversación que tenía con Gloria y Ximena.

-… Cándido se perdió en ese cerro y nunca se supo de él, hasta empezaron a decir

que se hizo de esos terrenos por haber ido al cerro del tentzón a pedirle un favor al diablo de

allí, por lo que vino a cobrarle, llevándoselo con él…

Estoy entretenido en darle sorbos a la cuchara. Regreso a la cama recargado en la espalda de

Fidel. Había anochecido.

- En México lo atenderían mejor.

- Eso en tanto se supiera de que está enfermo. Ya viste como ninguno ha dicho que

tiene, nada más revisan y revisan sin atinarle a algo.

- Bueno; aunque por lo menos allá le podrían hacer mejores estudios o algo para

saber qué le pasa.

- Es que no creo que sea cosa de doctores.

Afuera seguía lloviendo, por eso quedó lodoso. Al amanecer salgo a perderme en el azul del

cielo que sostiene un pedazo de Luna opacada, es lo que sigue detrás de cada cerro.

El cansancio no me puede detener. Hace años no importó qué tan difícil fue caminar por donde

no hay vereda, por cada puya, cada espina, cada piedra filosa blanca reflejando el mediodía,

las cuales me arañaron desde el pie descalzo hasta las piernas. Con la vista empañada por el

sudor busqué el pueblo entre el llano. Sentía un ansia por alejarme, sin saber bien de dónde.

Agitado, escapando: no hallaba dónde lavar la peste de mis manos.

Tomé aire frente al maguey seco: de sus hojas quebradizas desapareció el verde, mostrando el

hueco donde estuvo el quiote. Sus fauces abiertas hacia arriba amenazan como una trampa

colocada aquí y allá; escondiendo los cascabeleos, sonó el aire, las ramas, graznidos. El

cascabeleo: no nos vemos, sabemos que estamos allí; si trató de morderme lo más seguro es

que la hubiera matado.

Al ver mis pies me doy cuenta del lodo: el Sol aun no secaba por completo la tierra. Apenas

había salido del pueblo cuando me detuve. No voy cargando nada en los hombros. El mareo y

lo cansado es por lo que ando cayendo a ratos.

- Papá, hay que regresar ya a la casa.- Gloria se acercó, agarró mi brazo, y me jaló

para que pueda ponerme de pie. Así, agarrado del brazo, me llevó de vuelta.

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Yo sigo sin hablar. No les respondía del porqué había caminado a ese lugar. No es que no

pueda hablar, es que no hallo ninguna respuesta, ni siquiera podría decir que no sé.

- Al principio vinieron varios doctores a verlo, pero ninguno dio con lo que tenía. A cada

uno Xime le enseñó un bote anaranjado de pastillas que encontró entre las cosas de papá, en

el cajón de un mueble arrumbado. Ya no se le alcanzaba a ver que decía la etiqueta, las pudo

haber tomado antes, pero le dijeron que eso no tenía nada que ver. Lo que si preguntaron

mucho era que si bebía.- Dijo Gloria a los dos.

- Y como no tomaba comenzaban los problemas.

- ¿Entonces cuando llega? - pregunta Fidel.

- Mañana temprano hay que ir a recogerlo a Teca. ¡Pepe!- Gloria llamó al marido

sentado en el sillón frente a la tele.

Había salido de casa, no importaban hacia donde había caminado, el ir rengueando o las

caídas. Pude dormir. El resplandor en la tierra pasa entre los carrizos del jacal en hilos que

cortan la oscuridad, brillando en la hoja del cuchillo, donde está clavada una tuna. Lo sostiene

el abuelo, que sentado frente a la entrada ríe a carcajadas. Cándido le observa desde una

esquina en silencio, cabizbajo, con sangre en la frente. Bajo la camisa enterregada, la luz no

puede tocarlo.

Pude soñar, con el mismo cuchillo que tengo entre mis manos, con un viejo parecido a mi

abuelo, como la última vez que lo vi, cuando me fui a México a traer dinero para las tierras que

me dejó. Cándido en cambio era el mismo que había conocido en los días en que regresé a

Xochitlán, antes de que desapareciera.

Sentado bajo la sombra del zapote me quedaré horas. Los ladridos de los perros de la casa

amenazando a otros perros que pasan, llamaron mis ojos. Por un momento dejo de tratar de

recordar sin querer.

- ¿Cuánto tiempo has estado así?

Volteo buscando quién me hablaba. Debe haber sido el anciano.

- No habla para nada.- Tiene razón Gloria: no tengo nada que contestar.

Dijo más cosas el anciano, le obedecieron. Me levantan del tronco, él observa. Quitaron el

cuchillo de entre mis dedos, Ximena se lo entrega al niño, me doy cuenta de que es su hijo.

Conocerá a mi abuelo por el nombre grabado en la hoja.

- Yo sé dónde está el rancho- Respondió Gloria.

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- Vamos a llevarlo al cerro donde le cayó el mal. Señor Filemón: vamos a ver que le

cayó.- Toma mi mano y comienza a rezar en murmullos.

José arranca la camioneta. No podían aceptar que el viejo ya se fuera a morir, cada día más

blanco y sin cabello, tan acabado. Al verme, Alfredo rio para sus adentros.

- Pues dios quiera ya lo curen.- Dijo fingiendo interés.

Algo debía mostrarle que no estoy tullido; me le quedo viendo. Lo dejamos atrás al avanzar la

camioneta por la terracería que pasa entre el ejido, subiendo y bajando los bordos hechos con

las lluvias.

- Aquella persona le tiene mucha envidia.

- ¿El tío “Concho”?

Eso lo sé desde que me casé con Antonia. Andando borracho él dijo que yo tuve la culpa de

que su hermana muriera tan joven, aun tan linda. Aquella vez le partí la cara de un golpe.

Como su padre, nomás sabe tener envidias y fregar a los demás, aunque con la diferencia de

que Cándido apuntaba con un rifle, mientras este se la pasa hablando.

Tiemblo, el amargo sabor me dobla. Lo escupo, y me quedo así, escurriendo sudor. Voltean a

verme; sujeta más fuerte mi mano. Del otro lado Ximena se apresura a poner una bolsa frente

a mí. Veo sus rostros mojados, van callados, el calor nos va deslumbrando.

- Tú siempre nos decías que peleaste por estas tierras, hasta con mamá peleaste

porque ella odiaba el cerro.

Ximena toma mi otra mano, quería que ya reaccionara. El zumbido del motor dejó de oírse

entre los cerros, los llanos o las barrancas, nos escucharon llegar al rancho de carrizo y palma.

Doy un par de pasos asustado, sin el cuchillo, nadie vio cuando tomé la piedra. Al estrellarla en

el tepetate blanquizco empeño todas mis fuerzas, tantas que se van. Sostenido en sus brazos

entro al jacal, y me sientan en donde el anciano les ha ordenado, frente a la cama de tablas.

- Vean, — le señala las patas de la cama — están hundidas.

Me acuestan en el piso sobre un petate, mientras las patas permanecen a un lado. No dejo de

mirarlas.

- Por favor salgan y retírense lo más que puedan, no los vaya a seguir ustedes.

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Salieron del jacal. Entre sombras se ve la flama de la vela, la detiene encima de mí. Reza en

voz baja. Cuando dejo de verlo su voz es más lejana. Vuelvo los ojos a las patas de la cama

que están hundidas.

Dejé de sudar, y comencé a respirar hondo, esperando. Mueve la cama, luego escarba con las

manos donde quedaron sumidos el par de palos. No pierdo los movimientos de sus manos

sacando puños de tierra arenosa, moviéndome para quedar de rodillas en el petate. Extendí las

manos y puso en ellas lo último que sacó de la tierra, un cráneo con la frente partida.

- ¡Cándido!

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LLaa cclláássiiccaa lleeccttuurraa

Héctor J. González Sierra

“Pues no habrá entre tanto ni siquiera el más mínimo descanso, sino la noche, que al llegar separará la furia de los guerreros. Sudará alrededor del pecho el tahalí del broquel, que cubre entero al mortal, y se fatigará la mano de empuñar la pica; y sudará el caballo por el esfuerzo de tirar del pulido carro.”

(Homero, Ilíada, Canto II, 385-390)

La Ilíada nos cuenta una historia cuyo desenlace todos nosotros,

lectores de la postmodernidad, conocemos de sobra. De relatar el gran

spoiler se han encargado diversas baratijas de la multimedia, desde

adaptaciones en la pantalla chica hasta grandilocuentes producciones

cinematográficas cuya obsesión por trasladar a imágenes burdas lo

finamente narrado a través de la palabra escrita no conoce fronteras.

En la Ilíada se enfrentan los ejércitos aqueos, prestos a cumplir un

juramento a favor del rey Menelao contra el reino troyano, y en sus

páginas leemos: sobre como la guerra coquetea alternativamente con

cada bando; conocemos a los generales que lideran a sus ejércitos, las

descripciones de las gestas, donde abundan la violencia y muerte;

también al colérico Aquiles, quien permanece emberrinchado durante

casi la totalidad del poema y cuya inclusión final será la que incline la balanza del lado aqueo.

Pues bien, si sabemos que los troyanos perderán finalmente la guerra ante la coalición de

pueblos aqueos después de diez años de guerra, momento que ni siquiera aparece en el libro,

¿en dónde reside entonces el interés por leer esta obra de la Antigüedad? Quizá sea por la

mirada que su autor: Homero, nos legará para siempre de los hombres, en un tiempo lejano en

que los dioses se aliaban con los mortales.

Sobre los primeros, la raza de “inmortales” dioses olímpicos, sabemos que para entretener su

tediosa condición de imperturbable naturaleza se divertían a placer con las vicisitudes de los

otros seres: los “mortales”, cuyas acciones precipitaban su gloria o desgracia, juguetes de la

Homero, Ilíada.

Trad. Emilio Crespo,

Gredos- RBA, 2008

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contingencia de sus deseos; seres de un día que avanzaban inevitablemente hacia al Hades,

ante lo cual quedaba el único consuelo de ser recordado por una vida honorable.

Conforme pasamos adelante por los veinticuatro cantos que componen la obra, nos

percatamos que los combatientes de una guerra propiciada por el rapto de la más bella de

entre las mujeres por cierto pastor cobarde, son más que empuñadores de picas, espadas,

lanzas y arcos que se matan unos a otros de las formas más sangrientas posibles.

Si bien con el surgimiento de la novela moderna llegamos a las descripciones profusas de la

interioridad humana y su deleite casi obsesivo en desmontar el lenguaje a capricho en la

historia de la literatura, ya desde Homero la figura humana se nos muestra inagotable. A pesar

de que no sabemos qué piensan sus personajes, sino solo lo que hacen, el lenguaje poético

con que el poeta logra trazar a sus guerreros aqueos y troyanos, es suficiente para abordar la

condición humana en su funesta belleza.

En la inminencia de la muerte, guiados por sus pasiones hacia el cumplimento de un destino;

sumergidos entre el estruendo de los metales, la confusión de cuerpos frenéticos y la caótica

sucesión de combates… Homero elije de entre los miles de hombres anónimos a uno en

específico, y al abordar su linaje, la descripción de su figura y actos en la fugacidad del instante

donde la vehemencia da la victoria o pierde a su víctima en la oscuridad de la noche según sea

el caso, logra destacarlo de entre ese escenario multitudinario para capturar su esencia como

en una fotografía.

Al mismo tiempo que leemos las circunstancias de ese personaje, por ejemplo cuando se relata

su muerte, también hay un discurso en un nivel más abstracto: se habla de la muerte como

algo que sucede a todos los demás hombres, y lo mismo con otros temas fundamentales de la

vida humana como la amistad, la traición y el amor, complejidad universal pertinente al hombre

tanto de una edad lejana o contemporánea a nosotros.

Y esto aplica no solo para los grandes héroes protagonistas como Ulises, Aquiles o Héctor,

sino también en personajes que aparecerán una sola vez en la historia, así sea para añadir las

últimas palabras de quien fue atravesado y muerto por una lanza en diálogos de admirable

fuerza dramática. Y en cuanto a los otros actores, los dioses Olímpicos, uno podría pensar que

lo más interesante del relato es cuando ellos aparecen en escena, ayudando a tal o cual

combatiente para llevar la honra a su bando, es decir al elemento mitológico del poema. No

obstante, las apariciones de los Olímpicos funcionan más como herramientas narrativas del

autor para poner en marcha o detener ciertos eventos en que toman parte los contrincantes

mortales para no centrarse exclusivamente en un solo grupo de hechos y personajes.

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La idea de la predeterminación puede que fastidie a más de un lector interesado en leer la

Ilíada, habituado a las vueltas de tuerca narrativas de las novelas actuales donde el autor

postula a un personaje totalmente libre, enfrentado a su medio adverso sin más ayuda que sí

mismo. Pero quien piense así se está perdiendo el verdadero atractivo del poema: la épica, ese

género donde se exalta a más no poder como el héroe es capaz de enfrentar hazañas

sobrehumanas y sortear grandes obstáculos a fuerza de sus habilidades físicas y espirituales,

de morirse en la raya con dignidad, donde valores como el honor y el coraje están por encima

de otros como el amor y la piedad.

Es por esa exaltación que los hombres de la

Ilíada nos parecen a nosotros de una especie

distinta, ya extinta; gigantes perdidos en su

carácter majestuoso, capaces de proezas

inimaginables, resistentes a todo tipo de

adversidades. Podríamos decir que los personajes de nuestras sociedades (retratados en las

novelas actuales), somos a comparación de aquellos, unos tipos blandengues y escuálidos que

a pesar de “estar en control de nuestro destino”, ya no digamos incapaces de pelear en una

guerra, sino inmersos en complicaciones de carácter insignificante; seres angustiados, llenos

de mil y un complejos internos ocasionados por la ansiedad de la vida diaria.

Otro aspecto que refuerza la belleza de la Ilíada, es su composición como obra

primordialmente oral, que se declamaba de memoria en eventos públicos y privados en la

Antigua Grecia. Hay vestigios de este carácter vital cuando el lector inevitablemente se

contagia y lee en voz alta numerosos pasajes, como por ejemplo aquel en donde Héctor, jefe

de los ejércitos troyanos, hace arrestos de valor al despedirse de su afligida esposa

Andrómaca para marcharse a la batalla donde seguramente habrá de morir, diciéndole:

“¡Desdichada! No te aflijas demasiado por mí en tu ánimo, que ningún hombre me precipitará al

Hades contra el destino. De su suerte te aseguro que no hay ningún hombre que escape, ni

cobarde ni valeroso, desde el mismo día en que ha nacido.” (VI, 486-490)

La Ilíada es una obra a la que puede sacársele mucho jugo, y es inagotable por sus

enseñanzas al lector contemporáneo, que en su mayoría se encuentra perdido en las imágenes

ya masticadas de los “Best- Seller épicos” actuales, meros placebos cuya resonancia en el

alma es pasajera. Leer la Ilíada sería como paladear un vino de cosecha fina, donde las

texturas subyacen ocultas una debajo de otra, nuevas sensaciones e imágenes mentales en

cada ocasión, en cuya comparación esos nuevos libros épicos son como tomar alcohol de 96º

rebajado con agua

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EEll aammoorr yy ssuuss ppuuttaass

Alexis Pérez

La vi de frente y el tiempo se detuvo; el aire pegaba con más fuerza en mi cara, su cabello se

movía de lado a lado y el vaivén de sus caderas era pronunciado. Estaba impresionado con su

belleza, y pareciese que había pasado una hora de haberla visto pasar a un lado de mí, cuando

solo habían transcurrido unos cuantos segundos de que se había cruzado en mi camino.

Después de aquel suceso llegue a mi casa sorprendido, abrí el refrigerador y saque una

cerveza de raíz. La destapé y me senté en el sofá a pensar; estaba extasiado, ninguna mujer

me había atraído tanto a simple vista como ella. Después de unas horas me decidí pasar por

ese lugar a la misma hora todos los días, para ver si lograba verle y acercarme a preguntarle

su nombre y sostener una conversación.

Llegó el siguiente día; eran las siete treinta de la noche y yo me vestía, me perfumaba y le

hacia el nudo a mi corbata. Traía puesto un traje de seda negra, camisa de manga larga blanca

y la corbata era color rojo sangre, pues quería que me notara cuando nos cruzáramos por el

camino. A las ocho treinta de la noche ya estaba caminando justo por el lugar donde la había

visto, mas ella no se encontraba ahí, así que sentí que había perdido mi tiempo arreglándome,

ya que a mi parecer no la volvería a ver, que solo había sido una coincidencia de la vida aquel

día.

Me recargué en la pared de una cafetería que se encontraba sobre esa misma avenida y en el

mismo lugar donde volteé a verla, saqué un cigarro del bolsillo de mi saco y lo encendí.

Fumaba despacio, como nunca lo había hecho en mi vida y pensaba como habría sido si me la

hubiera encontrado de nuevo. Arrojé la colilla del cigarro, bajé mi mirada al piso y la pisé con la

suela de mi zapato; al regresar la mirada hacia el frente la vi pasar lentamente, como buscando

algo dentro de su bolso. Me quedé tan impactado de haberle visto de nuevo que me dejó atrás.

Reaccioné después de unos segundos y fui a perseguirle; cuando finalmente logré alcanzarla

me le emparejé, lo cual notó, devolviéndome una sonrisa de soslayo. Fue ahí cuando le pedí

que detuviera su paso y con una voz tenue le dije:

- Hola, qué tal. Buenas noches.

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Ante lo cual no tardó en responderme:

- Hola, buenas noches. ¿Lo conozco?

Obviamente la respuesta era no, no me conocía, y ni yo a ella. No tenía porque enterarse que

la había visto pasar ayer a mi lado, tampoco que al hacerlo me había dejado anonadado; no

obstante lo cual traté de hablarle bien y enterarme de quién era.

- No, por desgracia. Pero podemos conocernos- le dije.

Me vio de pies a cabeza; alzó la ceja, sonrió y me miró fijamente a la cara para responderme.

- Tiene razón – dijo- ¿Cuál es su nombre señor?- y enseguida le respondí.

- Raymundo. ¿Y usted?

- Carolina; mi nombre es Carolina.

Después de habernos presentado seguimos una conversación de lo más amena. Platicábamos

sobre donde vivíamos y la inseguridad que rodeaba la colonia; pasado de un rato y de hablar

de muchas cosas me preguntó a qué me dedicaba, y le respondí que era encargado de una

librería a dos calles de ahí y que mi pasión más grande era escribir. Al decirle eso sonrió y me

dijo que tenía que irse pero que le había agradado haberme conocido y platicado. Sacó una

tarjeta de su bolso y me la dio, me dijo que le marcara por las mañanas alrededor de las once

por si algún día quería ir desayunar con ella y que si buscaba algo más divertido le marcara en

las noches como a las ocho. Cuando me dijo eso la mire, le sonreí, le di las gracias por

detenerse a platicar conmigo y me despedí dándole un beso en su mano, lo cual le hizo reír

bastante, y cada quien tomó su camino.

Al llegar a mi casa me sentí un fracaso por mi modismo de besar las manos, aunque era una

cortesía habitual en mi carácter, un detalle que consideré un hombre normalmente hacía

cuando se despedía de una mujer. Saqué la tarjeta que me había dado y me sorprendió

bastante cuando la vi y la empecé a leer: era la tarjeta de un burdel que se encontraba en la

esquina de la calle donde la conocí, la cual contenía su número de teléfono personal.

No era nada más que una puta de burdel, pero a decir verdad no fue de mi interés enterarme

que era una puta, pues estaba más enfocado en recordar su belleza, su cabello lacio y negro,

sus ojos grandes y azules, sus labios medianos de rojo, sus mejillas chapeadas, su piel

bronceada, su cuerpo estilizado; cada parte era proporcional según mi vista. Aunque sus

piernas eran largas ella no lo era tanto, y jamás olvidaría la textura de sus manos, suaves y

tersas. Me pasé toda la noche pensando en ella como era de costumbre desde la primera vez

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que la vi, solamente que esa noche la imaginaba con más ganas, y estaba dispuesto a volverla

a ver a toda costa.

Al siguiente día me desperté cansado ya que se me había ido toda la noche en pensar en ella.

Se me hacia tarde para ir abrir la librería, así que tomé lo primero que encontré; luego me vestí

y caminé. Ese día resultó ser muy laborioso, debido a que mucha gente fue a comprar libros;

otros más a preguntar por autores que no teníamos y unos cuantos tan solo a perder el tiempo,

hasta que finalmente dieron las seis de la tarde, la hora de cerrar.

Me retiré de la librería para llegar a mi casa. Al llegar ahí me tome un baño, hice café y me

senté en mi sofá como cada tarde. De reojo vi la tarjeta que me había dado Carolina, dejada

sobre la mesa de cristal frente al sofá. La tomé y pensé en marcarle, pero después de un rato

de pensarlo, mejor opté por arreglarme e ir al lugar donde trabajaba. Esperé a que se hiciera

de noche ya que sabía muy bien que en esos lugares la vida era nocturna, y al dar las diez salí

a toda prisa, desesperado como estaba por verla otra vez. Acudí vestido de la misma forma

que en nuestro primer encuentro para que me reconociera.

Llegué al burdel, no era la primera ni la última vez que

habría de entrar en uno, solo que esta vez era diferente

porque tenía un motivo más allá que el de pagar por sexo;

así que entré caminando despacio y un poco tímido, hasta

hallar una mesa sola, y me senté en ella. Se me acerco un

mesero ofreciéndome mujeres por copas, a lo cual no

accedí y le pedí que me trajera una botella de whiskey

con agua mineral.

Transcurrió el tiempo y los minutos se me hacían eternos porque buscaba a Carolina con la

mirada por todo lo amplio y ancho de aquel lugar, sin éxito. Así paso una hora muy larga, hasta

que el animador del lugar voceo por el micrófono que era la hora del espectáculo estelar, para

lo cual bajaron la luz a media vista y pusieron una pista de jazz mezclada con blues.

En el escenario empezó a caminar una mujer espectacular con un vestido corto, de la manera

más sensual que jamás había visto. Cuando se quitó el vestido subieron el tono de la luz y

pude ver que era Carolina la que se encontraba en el escenario acaparando la mirada de todos

los hombres, e incluso se encontraba una que otra mujer buscando lo mismo que los hombres.

Se fue desasiendo lentamente de cada una de sus prendas hasta que por fin quedó

completamente desnuda.

Toda ella era sublime, una sublime mujer que no le pertenecía a nadie, una belleza solamente

en renta. Terminó su acto, y al irse caminando todos los hombres le chiflaban y gritaba cual

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cantidad de obscenidades que les causaba el deseo de tenerla en una cama. Esperé un rato

con la ilusión de que diera su paseo por todo el lugar buscando el mejor postor. Siguió

muriendo el tiempo y ella no salía; las demás mujeres del lugar se me acercaban y se sentaban

en mis piernas buscando que les pagara por algún baile o por una relación, a lo cual me negué,

hasta que en un acto de desesperación llamé al mesero y le pregunté por Carolina.

Me dijo que era muy cara y que ningún hombre del lugar había podido llegarle al precio, pero

yo estaba tan desesperado que terminé pagando lo que me dijo, ante lo cual me llevó a una

habitación muy grande, donde había una cama queen size, un sofá de descanso, un baño

grande lo cual lo protegía cristales, y un ventanal grande que rodeaba toda la habitación en el

cual podías ver todo lo que pasaba en el burdel pero nadie del burdel podía ver lo que pasaba

adentro de aquella habitación. Era el lugar perfecto para hacer el amor o tener sexo; era la villa

del deseo y la lujuria.

Esperaba ansioso a Carolina de pie junto al ventanal, cuando de pronto entró arropada

solamente por una bata roja, y al verme me reconoció enseguida, me sonrió y se acercó a mí.

Muy segura de sí misma, me vio a los ojos y me dijo

- Segundo día que nos encontramos. Ahora veo que me equivocaba: decidiste no

llamarme pero si venir.

Me quedé como si estuviese congelado al ver lo hermosa que se veía en esa bata roja, y

pasados unos minutos le conteste:

- Tenía que volver a verte- le dije. Me contestó enseguida con algo que todas las

mujeres en burdeles me habían dicho:

- Es algo extraño verte aquí; sé que no te conozco pero se reconocer el morbo del

hombre a simple vista, y tú no te ves de esos hombres que asistan a estos tipos de lugares.

- Hay distintos tipos de morbo. - le dije- El morbo de casi todos los hombres es aquél

de no respetar ni gustos ni mujeres, y el mío es solo de la adicción a sentir piel. La diferencia

es que ellos no lo hacen por placer, sino que lo hacen por machismo, pues no les llena la piel

de una sola mujer y yo, yo estoy buscando la piel que me llene.

Soltó una carcajada de lo más escandalosa y me contesto:

- Eso jamás lo encontrarás, nunca te llenará una piel, porque cuando algo ya te llenó

entonces te gusto, y lo disfrutaste. Después de un tiempo te hace sentir vacío, lo cual ya no

llenará la misma persona, e irás en busca de alguien que te llene la piel como dices tú… Todo

es como el sistema digestivo, hombre. Lo comes, lo digieres y lo desechas.

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Su explicación me pareció de lo más normal, dicha por una mujer que trabajaba en hacer eso,

pero se me hizo algo real. Después de haberme dicho eso quiso empezar a quitarse la ropa, y

le dije que no lo hiciera, que yo solamente quería conocerle bien. Me mencionó que era mi

dinero, y que podía hacer lo que quisiera con ella por el tiempo acordado. Se acercó a una

parte de la habitación donde había una pequeña cantinita de madera, y en ella vinos. Me sirvió

una copa y me dijo que qué quería saber de ella, a lo cual no conteste y me quedé callado por

unos minutos hasta que rompí el silencio.

- Tal vez llenaré mi piel cuando ame la piel que toque y no solo sea sexo- le dije.

- Tal vez tengas razón, pero de igual manera el amor no dura para siempre - me

contestó.

- Es verdad, pero el sexo dura un orgasmo, mientras que el amor tarda años antes de

siquiera poder disiparse.

- Si estas buscando amor en este tipo de lugares, entonces te estás equivocando. -

Me dijo, y continuó: - Aquí se viene a ser libre y a olvidarse del amor; sencillamente a ser

realista.

Después de eso le pregunté que si nunca había tenido algún tipo de relación o se había

enamorado de alguien, a lo que me contesto que no, que ella era libre ofreciendo su cuerpo por

placer, que el amor era perder tiempo, ganar kilos, derramar lagrimas, sacrificar la libertad y

guardar recuerdos que simplemente te atormentan de por vida.

Jamás le creí su argumento de libertad, ya que para mí las putas son prisioneras de cada cama

en las que están, y comprendí que la cobardía se refugia en el supuesto realismo. Ella una

mujer tratando de evitar el dolor a toda costa y yo buscaba matarme.

Siguieron trascurriendo las horas hasta que ella se hartó, y me preguntó del porqué solo ir a

hablar cuando ya había tenido relaciones cotidianas con otras prostitutas, así que le contesté

con nada más que la verdad:

- Eres con la primer mujer con la que he hablado sabiendo que me voy acostar con

ella; con ninguna otra habría de pasar, y eso me hizo pensar que tú me podrías ayudar en

saber cómo entender al amor, y como una puta el sexo.

Me volteó a ver con una mirada fija y no dijo nada más. Terminaron mis tres horas que le

pagué; me insistió que aprovecháramos lo que había pagado, que ella me obsequiaba una

hora más, pero me negué a ello y solo me despedí de ella para irme.

De camino a casa pensaba en todo lo que habíamos platicado Carolina y yo. Se me hacía

difícil el hecho de pensar que había ido a malgastar mi dinero con una puta solo para platicar,

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hasta que valoré la calidad de la conversación, ya que me hizo llegar a dos conclusiones. La

primera, de que “el amor es poesía y suicidio a la vez”, y la segunda de que “la belleza engaña,

el sexo encubre y el amor llena”

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“Hay horas en que las palabras se alejan, dejando en su lugar unas

sombras que las imitan. Los rumores articulados acuden a beber un

poco de vida, y se agarran a nuestra pulpa espiritual con voracidad de

sanguijuelas. Sedientas formas transparentes, como las evocadas por

Odiseo en el reino de los cimerios, rondan nuestro pozo de sangre y

emiten voces en sordina. Quien nunca ha escuchado estas voces, no

es poeta.”

Alfonso Reyes, La experiencia literaria

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