Revue Nerudiana N° 7, Agosto 2009

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1 NERUDIANA – nº 7 – 2009 nerudiana Fundación Pablo Neruda Santiago Chile nº 7 Agosto 2009 Director Hernán Loyola De la envidia y sus alrededores Mélina Cariz Gunther Castanedo P. Greg Dawes María Luisa Fischer Pedro Lastra escriben Cristián Montes Capó Enrique Robertson Alain Sicard Mario Valdovinos José Miguel Varas antinerudismo

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1NERUDIANA – nº 7 – 2009

nerudianaFundación Pablo Neruda Santiago Chile nº 7 Agosto 2009 Director Hernán Loyola

De la envidiay sus alrededores

Mélina CarizGunther Castanedo P.Greg DawesMaría Luisa FischerPedro Lastra

escriben

Cristián Montes CapóEnrique RobertsonAlain SicardMario ValdovinosJosé Miguel Varas

antinerudismo

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2 NERUDIANA – nº 7 – 2009

Sumario

De la envidia y sus alrededores 4ALAIN SICARD

El antinerudismo iconográfico deJavier Marías 10ENRIQUE ROBERTSON // ALAIN SICARD

El antinerudismo delirante:Pablo de Rokha 13MARIO VALDOVINOS

Neruda ante la «New Criticism»anglosajona 16 GREG DAWES

Un recado para Santí 20HERNÁN LOYOLA

Larrea / Neruda: itinerario de unaenemistad 21GUNTHER CASTANEDO PFEIFFER

¿De qué murió César Vallejo? 24ENRIQUE ROBERTSON

Ricardo Paseyro, el profesional 26MÉLINA CARIZ

Navegaciones y anclajes delantinerudismo 30MARÍA LUISA FISCHER

CRÓNICA 33

ADIOSES:Jorge Enrique Adoum(1926-2009)Recuerdo de Adoum 34JOSÉ MIGUEL VARAS

PUBLICACIONES 35

TESTIMONIONerudiana personal 40PEDRO LASTRA

nerudiananº 7 Agosto 2009

director y editorHernán Loyola

secretaria de ediciónAdriana Valenzuela

diseño y diagramaciónJuan Alberto Campos

FUNDACIÓN PABLO NERUDAFernando Márquez de la Plata 0192

Providencia. Santiago-Chile

Los juicios y opiniones vertidos en los artículos ydemás materiales aquí publicados, son responsa-bilidad de sus respectivos autores.

nerudiana 7

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3NERUDIANA – nº 7 – 2009

ESTE NÚMERO

Premisa necesaria: el antinerudismo no es un delito. Nuestro dossier

dedicado a algunos casos de antinerudismo no se propone denun-

ciar ni demonizar a quienes no aman a Neruda, o están en desacuerdo

con su figura y/o con su escritura, o tienen frente a él reservas de cual-

quier tipo, o que derechamente lo odian. Neruda eligió ser un personaje

público y exponer, por lo tanto, su trayectoria personal y su obra al aba-

nico de divergentes cuanto legítimas opiniones, a exámenes, a críticas

en favor y en contra, a valoraciones y rechazos, a simpatías y denuestos.

Ni falta que le hace a Neruda, por lo demás, que alguien lo defienda

de los infinitos ataques o agresiones de que fue y sigue siendo objeto (y

que han alcanzado niveles verdaderamente extraordinarios, y únicos en

Chile, por cantidad, ferocidad y mezquindad: basta hojear el reciente

volumen El Bacalao para tener una idea de ello). Lejos de nuestra inten-

ción, por lo tanto, la de defender al poeta. Nos atenemos a su lema: «Yo

respondo con mi obra». Nos guía sólo el propósito de dar un toque de

atención hacia un fenómeno histórico-cultural que, no siendo raro en los

itinerarios de las literaturas occidentales, adquiere en el de la literatura y

de la cultura de los países que hablan español (y de Chile con particular

relieve, por supuesto) características y formas dignas de notar por su

volumen, virulencia y vitalidad en el tiempo — dura al menos desde el

11 de noviembre de 1932 (fecha de la primera agresión pública de Pablo

de Rokha en el diario La Opinión) hasta hoy, a casi 36 años de la muerte

de Neruda.

El dossier se abre con un texto contextualizador de Alain Sicard,

“De la envidia y sus alrededores”, versión abreviada de uno de los más

penetrantes ensayos del estudioso de Poitiers. Siguen artículos sobre al-

gunos “clásicos” como Juan Larrea, Ricardo Paseyro, Pablo de Rokha,

más una curiosidad antinerudista del español Javier Marías. Incluimos

también una nota de Greg Dawes sobre algunos representantes de la New

Criticism norteamericana en sus análisis de Neruda.

Nuestra aproximación al tema del antinerudismo no quiere ser dra-

mática o indignada sino, en lo posible, humorística. Porque sus numero-

sas manifestaciones constituyen en su conjunto, desde nuestro punto de

vista, un desmesurado cuanto involuntario homenaje al revés dedicado

a Neruda. Lo tragicómico del asunto reside justamente en que sus princi-

pales actores no son conscientes del significado real de sus afanes y fati-

gas. Paseyro y de Rokha, los antinerudistas ‘profesionales’ por excelen-

cia, despilfarraron penosamente muchos años de sus vidas, energías in-

mensas y hasta dinero (Paseyro) en intentar sin ningún éxito el derrumbe

de Neruda. Un triste modo de quemar incienso ante el altar del odiado

enemigo.

La compilación antinerudista El Bacalao, publicada en 2004 con

ocasión del centenario del nacimiento de Neruda, constituye el más em-

blemático de los ejemplos recientes. El volumen es una importante cuanto

pintoresca recolección de documentos (diatribas antinerudianas según

el subtítulo), hoy difícilmente accesibles en su mayoría, que cabría leer

sólo como el resultado de una recherche científica de gran utilidad para

la nerudología, si no fuera por el prólogo del compilador que declara una

intención combatiente. Pero aunque su verdadera intención haya sido

sólo la de ganar algún dinero, lo cierto es que su realización no habría

sido posible ni tanto menos exitosa —porque la publicación misma del

volumen no habría interesado a ningún editor— sin la derrota de los

textos compilados (o sea, sin el fracaso de las tentativas demoledoras

que ellos representan). Es por eso que El Bacalao, visto al trasluz, fue un

importante acto de reconocimiento al Bacalao mismo durante su cente-

nario: el homenaje del enemigo.

En esta ocasión consideramos en particular algunos casos históricos

de antinerudismo declarado y militante, pero también ciertas formas de

un nerudismo que podríamos llamar ‘reticente’ porque fundado sobre

reservas de orden ideológico que, legítimas por cierto en ese específico

nivel, en el de la exégesis literaria terminan por debilitar las mejor inten-

cionadas tentativas. El resultado es una suerte de nerudismo perdonavi-

das en cuanto salva al poeta a pesar de su tenaz adhesión al comunismo.

Por supuesto que no se trata de compartir la ideología política del

poeta y de sus textos, pero sí de examinarla desde la óptica de Neruda

mismo, teniendo en cuenta su perspectiva. Es lo que NO hace, por ejem-

plo, el crítico italiano Giuseppe Bellini, amigo de Neruda además de

estudioso, traductor y difusor de su obra, cuando escribe con evidente

buena fe: «Neruda ha sido efectivamente el intérprete de un siglo. Nin-

guno como él lo ha vivido con tanta intensidad y pasión. Podemos decir

todo lo que parezca en torno a su ‘humanidad’, criticarlo por sus equivo-

caciones políticas, de las que a veces, con bastante torpeza, intentó jus-

tificarse o rescatarse, pero nadie puede negarle función de intérprete de

toda una época.» (epígrafe a J. C. Rovira, Neruda, testigo de un siglo,

Madrid, Atenea, 2007). Pasando por alto la implícita presunción de que

las propias ideas políticas son las justas (por lo cual constituyen el indis-

cutible parámetro que autoriza a Bellini a declarar o decretar equivoca-

das las de Neruda), es como si un crítico agnóstico o protestante salvara

el alto valor literario de la poesía mística de san Juan de la Cruz, pero

precisando: a pesar de sus equivocaciones religiosas.

En suma, digamos que nuestra propuesta podría reconocerse en

sintonía con el propósito de un reciente libro de María Luisa Fischer:

«La historia de la constitución de “Neruda” como unidad reconocible

sería la historia de cómo realidad, ficciones textuales y lectores se

interconectan estrechamente, hasta el punto de que aquello que nombra-

mos como “Neruda” se constituye en el resultado complejo de esa inter-

conexión» (Neruda: construcción y legados de una figura cultural, San-

tiago, Universitaria, 2008). A los factores que Fischer señala como cons-

titutivos de la figura “Neruda” querríamos agregar aquí el antinerudismo,

vale decir la contrarrecepción.

—El Director

[email protected]

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4 NERUDIANA – nº 7 – 2009

Tengo en el Sur tantos amigos

como los que tengo en el Norte,

y no se puede poner el sol

entre mis amigos del Este,

y cuántos son en el Oeste?

No puedo numerar el trigo.

— Neruda, OC, II: 738.

Sin que fueran, como el trigo y como sus amigos, innumerables, Neruda tuvo mu-

chos enemigos. Sus nombres son conocidos de todo lector de las biografías del poeta

[v.gr. las de Rodríguez Monegal, Teitelboim, Schidlowsky...], aunque habría que esta-

blecer jerarquías, dentro del odio, entre Juan Ramón Jiménez, Juan Larrea, Vicente

Huidobro, Octavio Paz, Pablo de Rokha, Ricardo Paseyro, para citar los más destaca-

dos.

Mi propósito no es explorar los antros del antinerudismo. El antinerudismo perte-

nece al contexto biográfico, y mi propósito no será biográfico. La envidia en cambio,

en la obra de Neruda, pertenece al texto poético.

Su corpus es abundante y abarca la casi totalidad de la poesía escrita por el chi-

leno [a comenzar por el violento “Aquí estoy” de 1935]. No hay escritor que no haya

tenido sus enemistades: el mundo literario es muy propicio a generar polémicas y

rivalidades. Pero no es frecuente —si es que existe— el caso de una obra donde la

envidia se haya convertido en un tema poéticamente autosuficiente.

Esto significa, para empezar, que no nos interesará el punto de vista de los envi-

diosos, no nos importará sino marginalmente su identidad, y aún menos las justifica-

ciones estéticas, éticas, o ideológicas que esgrimen. Tampoco se tratará de analizar el

fenómeno desde un punto de vista psicológico — punto de vista que ha dañado tanto

al examen que se suele hacer del yo poético nerudiano, cerrando las puertas a una

verdadera comprensión del proyecto nerudiano.

1Al contemplar en su globalidad este cor-pus, una constatación se impone: si la polé-mica no está ausente, incluso violentísimacomo en el “Aquí estoy” contra Huidobro yDe Rokha, o acerbamente satírica como enla “Oda a Juan Tarrea” contra Juan Larrea,no es ella la que domina. Ante los ataquesde la envidia —o ante su veneno insidioso–lo que Neruda expresa principalmente esuna dolorosa incomprensión: es que, las másveces, los envidiosos han sido seres ama-dos. Antes de encarnar el odio, han encar-nado la amistad: antes de disimularse en lasombra, han compartido con el poeta el rei-no de la transparencia [el caso más doloro-so: los amigos cubanos que firmaron laCarta abierta de 1966] :

De uno a uno saqué a los envidiosos

de mi propia camisa, de mi piel,

los vi junto a mí mismo cada día,

los contemplé

en el reino transparente

de una gota de agua:

los amé cuanto pude: en su desdicha

o en la ecuanimidad de sus trabajos:

y hasta ahora no sé

cómo ni cuándo

substituyeron nardo o limonero

por silenciosa arruga

y una grieta anidó donde se abriera

la estrella regular de la sonrisa.

Aquella grieta de un hombre en la boca!

Aquella miel que fue substituida!

[“Para la envidia”, OC, II: 1286]

De la envidia y sus alrededores*ALAIN SICARDUniversité de Poitiers, CRLA

Alain Sicard

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Como se sabe, la sustitución es un con-cepto importante en el pensamiento deNeruda porque toca a un problema esen-cial de su personalidad poética que es laidentidad. La enajenación de la identidad—bien sea la suya propia o, como aquí, lade otro ser humano— hunde al poeta enuna perplejidad dolorosa, crea en él unahínco casi patético. ¿Cómo entender estaconstante persecución de los envidiososque, según lo cuenta en la “Oda a la envi-dia” (OC, II: 93), acompañó todas y cadauna de sus sucesivas vidas? ¿Cómo expli-car la envidia?

Neruda acude a diferentes tipos de ex-plicaciones. Primero —pero no son lasmás frecuentes ni las más interesantes—a las explicaciones sociohistóricas, formu-ladas al margen del texto poético: en en-trevistas o en sus memorias. Así, en Con-fieso que he vivido Neruda considera quela envidia, a pesar de ser una plaga uni-versal, es un fenómeno que cobra parti-cular relevancia en los países latinos: «Su-pongo que los conflictos de mayor o me-nor cuantía entre los escritores han exis-tido y seguirán existiendo en todas lasregiones del mundo. / En la literatura delcontinente americano abundan los gran-des suicidas. En Rusia revolucionaria,Mayakovski fue acorralado hasta el dis-paro por los envidiosos. / Los pequeñosrencores se exacerban en América Lati-na. La envidia llega a ser a veces una pro-fesión. Se dice que ese sentimiento lo he-redamos de la raída España colonial. Laverdad es que en Lope y en Góngora en-contramos con frecuencia las heridas quemutuamente se causaron.»

En la misma página extiende su re-flexión a la literatura actual y a los escrito-res del boom, y ve en la envidia la princi-pal causa del exilio voluntario de muchosde ellos lejos de su continente de origen:«Yo los he conocido a casi todos y los ha-llo notablemente sanos y generosos. Com-prendo —cada día con mayor claridad—que algunos hayan tenido que emigrar desus países en busca de un mayor sosiegopara el trabajo, lejos de la inquina políticay la pululante envidia.» (OC, V, 719).

Esas explicaciones de tipo sociohis-tórico, por interesantes que sean, alumbran

desde fuera el tratamiento poético de laenvidia, el cual, fundamentalmente, poneen el centro de la reflexión la inseguridaddel envidioso. Sirva un ejemplo, sacado deEl mar y las campanas para introducir eltema.

Viajando en un barco, el poeta, aregañadientes, acepta encontrar y conocera un pasajero –designado en el poema porsus iniciales H.V. [Hernán Valdés]. Se im-pone finalmente este deber a causa, dicemaliciosamente Neruda, de su mujer «altay bella, con frutos y con ojos». Más tardeleerá con tristeza en una revista el relatomalintencionado que hace su compañerode viaje de aquellos momentos, y conclu-ye (OC, III: 925):

Fui generoso provincianamente.

No creció su mezquina condición

por mi mano de amigo, en aquel barco,

su desconfianza en sí siguió más fuerte

como si alguien pudiera convencer

a los que no creyeron en sí mismos

que no se menoscaben en su guerra

contra la propia sombra. Así nacieron.

Tal vez haya en este «Así nacieron» unasomo de psicologización de la envidia querefleja de modo inexacto —o, por lo me-nos, incompleto— el modo nerudiano decontemplar la envidia. La desconfianza ensí mismo no se puede abstraer de una re-lación en la que están igualmente implica-

dos el envidioso y el envidiado. Hay, en elmecanismo mismo de la envidia, algo queobliga al envidiado, si quiere tratar de en-tender su secreto, a volcarse hacia sí mis-mo para buscarlo dentro de su propia idio-sincrasia.

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Ahora bien: existe una configuraciónmuy particular del yo nerudiano, y ellava a determinar los contornos, la temáti-ca de la envidia. Destacaré dos rasgosesenciales.

El primero es la relación original queinstaura el pseudónimo entre poesía ybiografía.

El yo poético nerudiano está profunday definitivamente afectado por la decisiónque tomó un adolescente, en una casa demadera de La Frontera, de ser poeta y dellamarse Pablo Neruda. «Yo creíinaugurarme» dirá, años más tarde (OC,III, 676). De esto, en efecto, se trataba: elpseudónimo tiene, en la vida y en la poe-sía de Neruda, una función fundacional. Elsujeto poético se autofunda simultánea-mente como sujeto de la escritura y sujetode la biografía.

Otro rasgo del yo poético nerudiano essu carácter expansivo. También deriva delpseudónimo. Perder sus nombres verdade-ros fue para el poeta adolescente un modo

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de darse todos los nombres a la vez («Yome llamaba Reyes, Catrileo...», en OC, III,911): el pseudónimo es la señal de que, des-de su origen, el sujeto poético nerudiano tra-baja en ensanchar sus propios límites, conla perspectiva utópica de borrarlos para con-fundir su desarrollo con el crecimiento ma-terial: «estoy unido / al crecimiento» (OC,II, 1261). Esta noción de crecimiento(homóloga, dentro de la poética nerudiana,a la noción de canto) ocupará un puestoesencial entre las causas de la envidia.

La señalada confusión entre el yo dela escritura y el yo de la biografía tienecomo primera consecuencia que Nerudarecibe y enjuicia los ataques de los envi-diosos desde su estatuto exclusivo de poe-ta. Cuando él trate de entender el porquéde la envidia, la referencia decisiva serásu propia poética —por eso sus textossobre la envidia suelen tener un trasfondometapoético—, al extremo de considerarla envidia como inseparable de su propiotrabajo poético y al envidioso como su pro-pia sombra:

Donde voy van detrás de mí pasos amargos,

donde río una mueca de horror copia mi cara,

donde canto la envidia maldice, ríe y roe.

Y ésa es, amor, la sombra que la vida me ha

dado:

es un traje vacío que me sigue cojeando

como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.

Tal vez haya en estos versos (son delSoneto LX, en OC, II, 892) un lejano re-cuerdo de un tema clásico de la literaturafantástica que Neruda apreciaba tanto. Y escierto que la solidaridad del envidiado conel envidioso a veces bordea la temática deldoble. «Existen porque existo», dice Nerudade los envidiosos en la “Oda a la envidia”(OC, II, 96). Es preciso darle a la frase susentido completo: no solamente los envidio-sos –sus escritos, sus declaraciones– sa-can su única importancia de la existenciadel envidiado, sino que la envidia, como lohace el vampiro –¡otra imagen sacada delo fantástico!–, se sustenta de la sangre, dela vida del envidiado.

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No sólo hay una solidaridad del envi-diado y del envidioso, sino que la envidiamisma se inscribe dentro de una dinámi-ca que es la dinámica objetiva del creci-miento poético. Es cuando interviene lasegunda característica que hemos desta-cado del Yo nerudiano cuyo destino natu-ral es ser parte del movimiento irreprimi-ble que habita todas las manifestacionesde lo viviente.

Cuando en “Conducta y poesía”, suprólogo al tercer Caballo Verde para laPoesía (1935), Neruda se yergue contra lasmezquindades de la envidia literaria, no lo

hace a partir de consideraciones éticas ni,aún menos, ontológicas, sino a partir de laexperiencia que en aquel momento –aca-ba de terminar y publicar Residencia en latierra– estructura todo su pensamientopoético: la experiencia del tiempo. Frenteal trabajo frío del tiempo la envidia revelasu rasgo esencial que es la incapacidad desuperar los límites del «miserable tesorode persona preferida» (OC, IV, 382) y dealzarse a ese nivel donde el poeta participade los grandes movimientos cósmicos. Lanoción de crecimiento —que luego va aser la piedra angular de la reflexión sobrela envidia— está ya presente en la evoca-ción que sigue (ibídem), aunque la pala-bra no esté pronunciada:

Ay, el tiempo avanza con ceniza, con aire y

con agua! La piedra que han mordido el

légamo y la angustia florece de pronto con

estruendo de mar, y la pequeña rosa vuelve

a su delicada tumba de corola. El tiempo

lava y desenvuelve, ordena y continúa.

Y entonces, qué queda de las pequeñas

podredumbres, de las pequeñas cons-

piraciones del silencio, de los pequeños

fríos sucios de la hostilidad? Nada, y en la

casa de la poesía no permanece nada sino

lo que fue escrito con sangre para ser

escuchado por la sangre.

En la participación del yo al crecimien-to hay incidencias contradictorias con lapercepción que tiene el sujeto de la envi-dia.

Por una parte es, como acabamos deverlo, un estatuto que lo sitúa en un planodonde el odio deja de tener sentido, lo apar-ta de la tentación individual de la vengan-za. Está condenado a la bondad, a unabondad que no pertenece al campo de lasvirtudes morales, y aun menos cristianas—«no se trata de cristianismos» (OC, II,734)–, sino que es el corolario de esa per-tenencia suya a la universal fecundación,a la fertilidad. Hace del poeta un indefen-so, pero un indefenso dotado de una de-fensa inexpugnable que es la evidencia desu propio canto y del irreprimible movi-miento material que en él se encarna: «Ven-gan a deshacerse en mis dominios», excla-ma en un poema del Canto general, «mor-

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derán sombra y sangre de campanas / bajolas siete leguas de mi canto» (OC, I, 825).

A la vez que hace del poeta ese inde-fenso invencible, la participación al creci-miento parece que exonera al Yo —ini-cialmente al menos— de toda responsabi-lidad : «Qué puedo hacer para restituir / loque yo no robé?» (OC, II, 1289). ¿Quiénpuede abolir el crecimiento? El sujeto poé-tico declara su inocencia: su única culpafue cantar, crecer, cantar.

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Pero el crecimiento solamente abstraeen apariencia al sujeto del proceso envi-dioso. En realidad lo coloca ante una dia-léctica en la que la envidia deja de teneruna existencia separada y separable paraconvertirse en el producto fatal de su con-dición de poeta. Su propio crecer al uníso-no con el universo revela al envidiado lafaz oscura del crecimiento, la negatividadengendrada por la dinámica de lo positivo.Era inevitable, entonces, que la temáticade la envidia entroncara con los grandestemas dialécticos de la poesía nerudiana,y utilizara como vehículo algunos de sussímbolos predilectos como el árbol o lasemilla. Así en Canto general (OC, I, 825):

no fui a la plaza a buscar enemigos

acechando con mano enmascarada:

no hice más que crecer con mis raíces,

y el suelo que extendió mi arboladura

descifró los gusanos que nacían.

Ya están aquí presentes el tema de lapoesía como partícipe del crecimientomaterial y el de la inocencia del poeta, quees su corolario: «no hice más que crecer».Pero la referencia a los gusanos, da al pa-saje un resabio satírico que estará ausentede las seis páginas de “Para la envidia” delMemorial de Isla Negra (OC, II, 1286-1291), donde esta naturalización de la en-vidia va a alcanzar toda su dimensión. Enesas seis páginas el poeta en ningún mo-mento eleva la voz, excluyendo de su dis-curso toda alusión circunstancial suscepti-ble de abrir la puerta a lo polémico: preva-lece hasta el final el puro anhelo explicati-

vo. La naturalización de la envidia favo-rece este distanciamiento reflexivo. La gé-nesis de la envidia, en efecto, imita los pro-cesos naturales de la fecundación y de lagerminación:

El grave viento de la edad

volando

trajo polvo, alimentos,

semillas separadas del amor,

pétalos enrollados de serpiente,

ceniza cruel del odio muerto

y todo

fructificó en la herida de la boca,

funcionó la pasión generatriz

y el triste sedimento del olvido

germinó, levantando la corola,

la medusa violeta de la envidia.

Ni un verso separa las «semillas se-paradas del amor» y los «pétalos enrolla-dos de serpiente». El crecimiento ha reve-lado su envés negativo, su producción abe-rrante. Esta dialectización del fenómeno dela envidia reintroduce una decisiva cues-tión: la reponsabilidad del poeta en la pro-liferación de los envidiosos.

Entonces es cuando el tema adquieresu verdadera complejidad. Reaparece laimagen del poeta-árbol y de su sombra,ya en Canto general, pero ahora sin la fi-gura del gusano. La reemplaza otra, deconnotación positiva: la semilla. El envi-

dioso es una semilla hambrienta que nopudo nacer y quedó sepultada por la som-bra ajena:

Talvez el hombre crece y no respeta,

como el árbol del bosque, el albedrío

de lo que lo rodea,

y es de pronto

no sólo la raíz, sino la noche,

y no sólo da frutos sino sombra,

sombra y noche que el tiempo y el follaje

abandonaron en el crecimiento

hasta que desde la humedad yacente

en donde esperaban las germinaciones

no se divisan dedos de la luz:

el gratuito sol le fue negado

a la semilla hambrienta

y a plena oscuridad desencadena

el alma un desarrollo atormentado.

La reflexión sobre la envidia acaba deentrar en una fase nueva que es la de laautocrítica. El árbol, al crecer, no se con-tenta con descifrar a los envidiosos quepululan en su sombra sino que se designacomo la causa de su proliferación. Notarla diferencia que establece Neruda entre elárbol del bosque y el árbol-poeta: este úl-timo se ha apartado de la ley ecológica querige la convivencia de las especies dentrode la naturaleza: no ha respetado «el albe-drío / de lo que le rodea». Por más atenua-da que esté por el tan nerudiano talvez, laautoacusación tiene un peso considerable.

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Alguien podrá juzgar insuficiente esteesbozo de autocrítica que, al fin y al cabo,no mella la estatua del poeta e incluso larealza, pero no se puede discutir la sin-ceridad de este esfuerzo de reflexiónsobre sí mismo que es visible desdeEstravagario y que será intensificado endos libros tardíos: Fin de mundo (1969)y Defectos escogidos (1973).

“El enemigo” es el título de un poemade la nona parte de Fin de mundo.

«Hoy vino a verme un enemigo».Imaginamos que fue una entrevista comoésta, «en la claridad de un mediodíapululante», la que reunió a Neruda con suviejo enemigo Vicente Huidobro pocoantes de su muerte en 1948. Nerudadejó de ese encuentro dos versionescontradictorias entre sí, una en “Búsquedade Vicente Huidobro” de 1968 (OC, V,156) y otra en Confieso que he vivido (estaúltima parece más fiable por la menciónde un testigo, el editor Losada). El retratodel enemigo también podría contribuir ala confusión :

Miré los años en su rostro,

en sus ojos de agua cansada,

en las líneas de soledad

que le subieron de las sienes

lentamente, desde el orgullo.

Los dos hombres conversan, pero de-bajo de las palabras está el silencio queno se puede compartir. A pesar del de-rroche de luz marina en torno, cada unode los interlocutores queda encerrado ensu propia sombra: «Allí estábamos cadauno / con su certidumbre afilada / y en-durecida por el tiempo / como dos cie-gos que defienden / cada uno su oscuri-dad». Como si la ceguera del envidiosoprisionero de su verdad mezquina hubie-ra encontrado en el envidiado su réplicasimétrica. Ya no hay vencedor ni venci-do. La luz de la verdad, si es que un díalos habitó, ha desertado los combatien-tes: está allá, fuera de ellos, en el sol ju-gando con el viento, en el movimientoincansable de las olas. Aquí no quedamás que esta yuxtaposición de dos sole-

dades y de dos oscuridades: una inco-municación amargamente compartida.

La punta extrema de esta igualaciónenvidiado = envidioso la encontraremos enun libro póstumo: Defectos escogidos(1973), donde el poeta se propone archi-var los defectos de algunos de sus contem-poráneos, sin olvidar en su colección lossuyos propios: «las culpas mías sin cesardesnudas / que al entrar en el baño cadadía / salieron más manchadas a la luz»(“Repertorio”, en OC, III, 875).

Atención a dos poemas: “AntoineCourage” y “El otro”, inseparables y com-plementarios. La tonalidad de ambos con-trasta, por su vehemencia explicativa, conel tono satírico-jocoso del resto del libro.Y, pesar de tratarse de «gente con nom-bres y con pies / con calle y apellido», laidentidad de los retratados es enigmática.Antoine Courage: la elección de unpseudónimo francés, así como el as-pecto histriónico y exhibicionista delpersonaje, orientan la búsqueda haciaVicente Huidobro.

Simplificando mucho, el complejodíptico se justifica por la contraposición de

dos actitudes contradictorias ante el personajealudido: la condena y la envidia. En AntoineCourage, cuyo retrato ocupa la mitad delprimer poema, coexisten dos hombres : «claroy evidente... cristalino... enseñando la verdad»el uno; «impuro», orgulloso, desquiciado,exhibicionista el otro. Es fácil ante semejantepersonaje, arrogarse la calidad de juez ycondenarlo. El poeta supera esta tentación yprefiere la interrogación. Se pregunta quién,entre el hombre impuro y el cristalino, era elverdadero, y sobre todo «si fue aquel artesanodel desprecio / esperando el amor deldespreciado / como tantos mendigosiracundos».

En otros términos, se pregunta si de-trás de aquella arrogancia no se escondíauna carencia, una búsqueda del reconoci-miento o del amor ajeno. Juzgar supone,de parte del juez, ignorar la contradicción:la propia y la del otro, postularse a sí mis-mo como norma de la homogeneidad, y,desde esta norma, enfocar negativamentelas contradicciones del otro. Juzgar al so-berbio nos remite a nuestra «secretísimasoberbia», a nuestra cómoda ceguera antelas propias contradicciones.

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A explorarlas dedica Neruda la segun-da parte del díptico, “El otro” (OC, III, 877-878), donde realiza un desplazamiento dela focalización desde las contradicciones deAntoine Courage hacia las propias. Y des-cubre, no como un siniestro espantapájarosatado a sus pasos sino como una compo-nente de su propia personalidad, a su viejaenemiga: la envidia.

Ayer mi camarada

nervioso, insigne, entero

me volvió a dar la vieja envidia, el peso

de mi propia substancia intransferible.

Te asalté a mí, me asalta

a ti, este frío de cuchillo

cuando te cambiarías por los otros,

cuando tu insuficiencia se desangra

dentro de ti como una vena abierta

y quieres construirte una vez más

con aquello que quieres y no eres.

De la serie de tres calificativos que re-tratan al envidiado —nervioso, insigne,entero— el último es esencial. La enterezadel personaje —su courage— es lo que elpoeta envidia en su insigne camarada, su«seguridad independiente» que lo sitúa fren-te a su propia inseguridad, a ese sentimien-to de insuficiencia que es el rasgo comúnde los envidiosos. Pero ahora la envidia elpoeta la examina desde su propia experien-cia de envidioso, y se le aparece como eldeseo natural de dejar de ser el mismo:

Eso es tal vez lo que yo quería

como destino, aquello

que no soy, porque

constantemente cambiamos de sol,

de casa, de país, de lluvia, de aire,

de libro y traje,

y lo mío peor sigue habitándome,

sigo con lo que soy hasta la muerte?

¿Qué maldición, dentro del universalcambio, me condenaría a ser el mismo? Laenvidia ahora se inscribe dentro del rechazode aquello mismo que desde Estravagariose ha vuelto para el poeta —recordemos“Cierto cansancio”— la esencia misma de

lo viviente. «Muerte a la identidad, dice lavida», leemos en Geografía infructuosa(1972). La envidia habita a todos los hom-bres porque, como lo enuncia el mismo poe-ma, “Hombres: nos habitamos mutuamen-te”. Regresemos a “El otro” y a su confron-tación extraña. El envidioso —el propio poe-ta— mira una última vez al envidiado:

Mi camarada, antiguo

de rostro como huella de volcán,

cenizas, cicatrices

junto a sus ojos encendidos

(lámparas de su propio subterráneo)

y lo mira alejarse

llevándose lo que quise ser

y tal vez meláncolico

de no ser yo, de no tener mis ojos,

mis ojos miserables.

La envidia como un bien amargamentecompartido. La envidia por fin aceptada, yrehabilitada. La envidia como el envés deesa nueva forma de solidaridad entre loshombres que el poeta acaba de descubrircuando ya lo envidia la muerte.

NOTAS

(*) Versión abreviada. En su forma integral este

ensayo va incluido en Alain Sicard, El mar y la ceni-

za. Santiago, LOM, 2009.

OC = Neruda, Obras completas, 5 volúmenes,

edición de Hernán Loyola. Barcelona, Galaxia

Gutenberg & Círculo de Lectores, 1999-2002.

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”.Javier Marías representa para mí una for-

ma especial del antinerudismo: la for-ma alevosa (vale decir, perpetrada sobreseguro, sin riesgo de réplica). En 2007,bajo el título Miramientos (Barcelona,Random House, prólogo de ÉlidePittarello), el novelista español ha publi-cado nuevamente, ahora en edicióneconómica, quince textos breves que en-tre marzo 1995 y septiembre 1997 habríaescrito para la sección “Contrafiguras” deuna cierta revista, Cuadernos Cervantes.Quince retratos de escritores españoles ehispanoamericanos, libremente (o arbitra-riamente) elaborados a partir de dos o másfotografías de los elegidos. Entre ellos, unasaz mal intencionado texto en el que de-sarrolla el ‘miramiento’ al que sometió ados fotografías de Pablo Neruda.

¿Cuáles? La primera es unaconocidísima fotografía de estudio(Temuco 1919) en que aparecen NeftalíReyes y su hermana Laura (a ella, por su-puesto, el buen Marías le ahorra su ‘mira-miento’). Ambos adolescentes posan, abu-rridos quizá por una larga espera, para unno muy avispado fotógrafo temuquenseque —un instante antes del fogonazo demagnesio— no atinó a advertirles quepusiesen mejor cara y esbozasen una son-risa que talvez hubiera dado la chance deun mejor ‘miramiento’ al pobre Neftalí.Que en cambio sólo merecerá de Maríasperlas del tipo siguiente:

«No me gusta señalarlo, pero eserostro lo hemos visto todos en el colegio,cada uno en el suyo, y si responde a algu-no de los prototipos que se repiten siem-pre en todas las aulas de todos los países yde todos los tiempos, es al del soplón, aldel chivato. Es la cara de un muchachonada agraciado, nublado y no resignado aello. La mirada se ve estrábica malamente

y no puede ser diáfana, pero es que ade-más denota maquinación y resentimien-to, ambas cosas aumentadas por las cejascon tendencia a juntarse y con una rarainsinuación de calvicie por sus extremos.El pelo surge a poca distancia de ellas yno permite asomo de nobleza en la fren-te (piel rugosa, como de naranja), ni tam-poco las orejas de soplillo ni la narizaviesa... Y así son los labios lo más tole-rable, bastante bien delineados y con unafirmeza que contrasta con el resto, algoinestable, yuxtapuesto, poco fiable: todaslas facciones parecen estar bailando...»(pp. 79-81).

Sobran los comentarios, salvo que atri-buirle al pobre Neftalí incluso las deficien-cias de la reproducción fotográfica (causade la «piel rugosa, como de naranja») meparece francamente un exceso.

El antinerudismo iconográfico de Javier Marías

La segunda fotografía propone a unNeruda maduro, sesentón. «Hay que reco-nocer [bondad del miramientador] que elaspecto ha mejorado algo por contraste,pero sigue sin inspirar confianza ni resul-tar muy noble. El antipático pelo ha des-aparecido del todo y las cejas se han sepa-rado... La nariz es ahora lo más conspicuo,un narigón innegable, y la barbilla... sefunde con la reinante papada, logrando conello un conjunto carnoso... en el que lasorejas siguen desentonando. La que se vees enorme, como de animal, de no huma-no. La mirada ya no maquina, pero... esosojos saltones y un poco despreciativos, lacara ensanchada, confieren al hombre re-miniscencias del batracio... ese brazo seenseña demasiado, es impúdico... Hay enla expresión ensimismamiento y puede queun retazo de padecimiento, pero yo diríaque ambas cosas son momentáneas, talvezuna expresión ensayada para el retrato, sóloa éste destinada. En el fondo está alerta,aguardando el clic de la cámara para vol-ver a dominar la escena y la charla.» (pp.81-82).

Esta segunda fase del ‘miramiento’ secomenta por sí sola quizás más que la prime-ra, lo que no es poco decir. Veamos en cam-bio algunos antecedentes de la operación.

En su introducción a MiramientosMarías declara: «La única condición queme impuse para la elección de los retrata-dos fue que no entrara gente cuyo aspectome resultara antipático o desagradable...,ni de la que tuviera tan mala opinión per-sonal o literaria que pudiera influirme a lahora de describir y comentar su rostro» (pp.15-16). Menos mal que Neruda no le eraantipático, si ya el miramiento benévoloque le practicó debe haber suscitado pro-testas al aparecer en la revista. Al puntoque, líneas más abajo, Marías parece sen-

1 / MARÍAS Y ALEVOSÍAS

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tirse obligado a agregar que las circuns-tancias hicieron que «en una sola ocasiónincumpliera la condición que me habíaimpuesto y maltratase al fotografiado, conel que tuve miramiento sólo en una acep-ción de la palabra: ruego que me discul-pen los chilenos en general y los devotosde Neruda, pero aquella vez no tenía otrasimágenes de las que echar mano, y pordesgracia veo en las suyas lo que digo queveo» (p. 16).

Muy pobre idea debe tener JavierMarías de «los chilenos en general y [de]los devotos de Neruda» para que se permi-ta propinarles esta tomadura de pelo comoañadidura a su incalificable miramiento alpoeta. Porque no otra cosa que unatomadura de pelo es pedir que te discul-pen por tu maltratamiento al fotografia-do en el momento mismo en que reinci-des en ello, en que estás por volver a mal-tratarlo (ahora en formato económico, conbuena distribución y porcentaje asegura-dos).

— Enrique Robertson

Bielefeld, Alemania

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2 / ¿UN ANTINERUDISMO DEL FACIES?

«Y fui yo, delgado niño cuya pálidaforma / se impregnaba de bosques vacíosy bodegas». ¿Quién no recuerda esos ver-sos del Canto general al contemplar al jo-ven Neftalí Reyes retratado, «flaco, páli-do y ausente», con su «corbata de poe-ta» , en compañía de su hermana Laura?

No esperen semejantes reminiscen-cias bajo la pluma del novelista espa-ñol Javier Marías. Otro es su alimento.Su «miramiento» :

«No me gusta señalarlo, pero ese ros-tro lo hemos visto todos en el colegio, cadauno en el suyo, y si responde a alguno delos prototipos que se repiten siempre entodas las aulas de todos los países y detodos los tiempos, es al del soplón, al delchivato ».

No me gusta señalarlo, pero este tipode prosa lo hemos leído todos en algúnmomento de nuestra vida, de nuestra his-toria. Los de mi generación —y también,creo, los de la actual, confrontada con lasconsecuencias policiales de laimmigración— algo sabemos de esos«prototipos». Conocemos [los franceses]ese momento peligroso en que el ojo hu-mano convierte un rostro en facies.

Después de tantos años de codearmecon el antinerudismo pensaba conocertodas sus variantes: la literaria, laanecdótica, la ideológica, la generacional.Javier Marías acaba de inventar otra queno sé cómo llamarla sin ceder ageneralizaciones apresuradas y al fin y alcabo injustas. Pongámosle «iconográfica».

No es discutible en principio. O lo sería,con el mismo título, el fervor con que elnerudismo (de cuya medalla el antinerudismoes la otra cara) rodea la figura del poeta.Además: es legítimo comentar una foto,buscar en el retrato —con o sinmiramientos— la verdad del retratado.

¿Cómo explicar entonces el malestarque he sentido a la lectura de aquel par depáginas que Marías dedica al poeta? ¿Lamaldad? Sin ella el antinerudismo pierdesu principal encanto. ¿Las exageraciones?La veneración también tiene las suyas. ¿Lamala fe [o mala leche]? Es la ley del género.

No. Se trata de otra cosa. El anti-nerudismo ordinario suele descansar enjuicios políticos o literarios. Porescandaloso que sea el tratamiento al cualsu ardor iconoclasta somete escritos,hechos, o comportamientos, de ellos senutre. No ocurre así con Javier Marías. Alenemigo combatido frente a frenteprefiere el símil callado, indefenso. Lapolémica no es su arma sino aquellasagujas que los brujos plantabanrabiosamente en muñequitos de cera.

No conozco la edad de Javier Marías,pero dudo que su camino haya podidocruzar el del poeta chileno. Es posible—aunque nada permite afirmarlo— queconozca su obra más que de oídas, y quesepa algo de su biografía. Pero son

elementos que el «miramientador»deliberadamente desdeña. Probable-mente para que no empañen la«objetividad» de la mirada, la «verdad»que sólo las fotos evidencian.

En el aspecto físico del acusadodescansa el acta de acusación: elmentón, «tembloroso» (no se sabe side miedo o de indignación) esevidentemente «autoacusatorio». Elpelo, «antipático», «no permite asomode nobleza en la frente (piel rugosacomo de naranja)» (¡uy qué asco !…).La oreja (tendré que medir la que eljoven Marías ostenta en el par deretratos suyos que nos regalacomplacientemente en su libro) esmonstruosa, «enorme, como de animal,de no humano». El brazo que lacamiseta de verano imprudentementedeja entrever es «impúdico». En cuantoa la mirada «bizca» (la foto es antiguay su reproducción mala) «denotamaquinación y resentimiento».

Pero, en general, Marías desconfíade la expresión cuando no repite esta«verdad» ignominiosa de la miradainfantil. Si el rostro de la edad adultadice ensimismamiento o padecimiento,se trata de «una expresión ensayada parael retrato, sólo a él destinada». Sin dudaalguna: la verdad verdadera la dice elfísico. Se objetará que, si un hombre esresponsable de lo que escribe y de loque hace, no lo es de su mentón o de suoreja (por los escrúpulos evocados arribame abstengo de citar la nariz que Pablotenía muy grande). Pero ¿qué puedenestas consideraciones ante la evidenciadel «miramiento»?

Creo haber entendido qué es lo queme hace sentir molesto mirando lamirada que Javier Marías pone en estosdos retratos de Pablo Neruda. Alhombre de carne y hueso con susdebilidades (que eran muchas), al poetacon su altos (altísimos) y sus bajos (aveces no tan bajos), sustituye unafigura moldeada por un odio irracional,un odio odioso por todo lo que nosrecuerda.

—Alain Sicard

Université de Poitiers, CRLA

Javier Marías: aquí maduro y abajojoven.

Imágenes aptas para eventuales“miramientos” del lector.

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Los antinerudianos —digamos los pro-fesionales— se dividieron en obse-

sivos, como Ricardo Paseyro, y delirantes,sin duda comandados por Pablo de Rokha.¿De dónde surgió ese, a primera vista, odioparido? ¿Esa virulencia desaforada? ¿Talrechazo absoluto? Detrás de tanta energíamalgastada están, a no dudarlo, la envidiay una indesmentible admiración. Creo quese atribuye a Napoleón una frase decisiva:«La envidia es una declaración de inferio-ridad».

Fiebres como las que padeció DeRokha por todo cuanto oliera a nerudianono son fáciles de hallar en la historia de laliteratura universal. Tal vez Góngora con-tra Quevedo, en el Siglo de Oro; Lope deVega contra Calderón de la Barca y Tirsode Molina contra Cervantes, en el Barro-co; Shakespeare contra Marlowe en losaños isabelinos, pero no llegaron al nivelde la fijación.

El apodo que recibió Neruda, mientrasvivía, sin duda ingenioso, no contribuyó ahumillarlo ni menos a destruirlo: el Baca-lao. Para sus adversarios o enemigos eracomo una cucharada sopera de aceite debacalao, remedio bárbaro que padecieronvarias generaciones de niños.

—Para fortalecerlos, se decía.En la otra punta, y con el mismo frene-

sí, están los chambelanes del Vate, secre-tarios, celestinos, trotaconventos, emisa-rios, recaderos, aduladores y acechantesvarios que lo orbitaban. Su personalidadmagnética generaba esos mundillos y dala impresión que atendía a unos y a otros.

Neruda fue sabio en no alargar la disputay el conflicto histórico con De Rokha y loenfrentó sólo hasta donde era prudentehacerlo, los años juveniles, dejando testi-monio también de su certeza e imagina-ción para insultar con estilo y elegancia,para dar la estocada donde debía darla, parapracticar el legendario arte de la diatriba,para derramar sobre el alterado De Rokhala respuesta vitriólica.

De Rokha captó temprano la fuerzahipnótica no sólo de la palabra poéticanerudiana, sino también de su personali-dad literaria. Ambos eran de egos monu-mentales, por lo tanto poseedores de per-sonalidades inseguras, criados bajo esque-mas familiares y sociales propios de lospatriarcas decimonónicos. En el caso de DeRokha con frailes de por medio. Fue ex-pulsado del seminario por sus lecturasanticlericales, en especial Nietzsche, ycomo en el caso del autor de Canto gene-ral poesía y vida resultan difíciles de se-parar. Biógrafos, exégetas y académicos lasrevisan con un afán incesante, las deNeruda, sin que ocurra lo mismo con suhistórico adversario.

La polémica entre los dos poetas hamerecido poco espacio dentro del comen-tario crítico que vaya más allá de las pági-nas de los diarios, salvo el libro de FarideZerán, La guerrilla literaria, tal vez por-que se la ha considerado como periférica yde escasa gravitación intelectual, toman-do en cuenta que el arte de impugnar aladversario, en nuestro país, tiene su máxi-ma expresión en la actitud disolvente del

chaqueteo criollo. De hecho, amboscontendores de esta más bien unilateralpolémica fueron chaqueteados hasta el pa-roxismo. Neruda se sobrepuso, pero no asíDe Rokha que murió ninguneado. Y lo si-gue estando post mortem.

En un rincón del ring algunas vecesestuvo Neruda, en el opuesto aparece DeRokha, desconocido, menospreciado, aun-que posee una obra y una propuesta quetienen excelentes momentos. No obstan-te, el conjunto de su legado, a pesar de lostextos de reflexión consagrados tanto a suvida como a su obra, donde se destacanlos de Antonio de Undurraga y de Fernan-do Lamberg, no logra no sólo crecer, sinoni siquiera despegar. Tal vez el más pene-trante estudio sobre el conjunto de su obrasea Una escritura en movimiento (1988)a cargo del crítico e investigador NaínNómez y merece destacarse la brillantetesis sobre el autor de Los gemidos, hechaen 2007, por Mauricio Gómez, de la Uni-versidad de Playa Ancha: El pensamientoestético en Pablo de Rokha. Aun así, DeRokha no alcanza al público, ni forma par-te del imaginario nacional, en tanto el mitoy la gravitación del Neruda real no cesande crecer.

El nombre del vate nacido en Licanténlo lleva una población popular, como élhubiera querido, y aparece en los letrerosde las micros que llegan a ese remoto sec-tor de la avenida Santa Rosa. Desconozcosi sus aporreados habitantes saben de lapasión rokhiana, de sus excesos, de su

El antinerudismo delirante:Pablo de Rokha

MARIO VALDOVINOSUniversidad Finis Terrae

Parten los trenes del destino, sin sentido,como navíos de fantasmas

— Pablo de Rokha

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suicidio, de su existencia llovida y desola-da, del trágico destino de dos de sus hijos,de la muerte de su mujer, Winétt, de laautoedición y autoventa de sus obras porlos campos y los barriales del sur chileno,cambiándolos en las cantinas y en las es-taciones de trenes por provisiones. Unhuaso épico y hambriento, de insaciablesed, devorador y trotamundos, desmesura-do y tierno, bonachón y bramador. Sinduda, todo un hombre.

Como puede, buena parte de la obrarokhiana se sustenta en el correlato ideo-lógico, en mayor medida que la del vatenacido en Parral. Su vaivén político fue ma-yor que el de Neruda. Abjuró del marxis-mo para después abrazarlo; adoró a Staliny a la Unión Soviética para, a continua-ción, repudiarlos y alinearse tras la gestamaoísta. Da la impresión que no podíano sólo vivir, sino ser, si no sentía trassuyo una estela de admiración y de dis-cípulos. Paradojalmente no hizo escue-la, y propuso, como pocos escritores chi-lenos, no sólo poetas, un credo estéticoy político a lo menos aceptable, desple-gado a todo pulmón en los años que ocu-pó. En él está el deseo de estructurar unapoesía nacional y popular bajo el alerode la escuela de su invención: El Barro-co Popular Americano.

Neruda siempre rechazó la reflexiónsobre el ser, el ethos de la poesía, tal vezpor considerarse más intuitivo que racio-nal, más cerca de la sangre que de la tinta,y cumplió su promesa de no dejar textossobre el modo de escribir poesía. Su artepoética la replanteó innumerables veces,in situ, repartida dentro de sus libros. Sibien, a lo menos en Residencia en la tierraasimiló, y de qué forma, el espíritu y ellenguaje de las vanguardias.

De Rokha, está claro, asumió comobuena parte de su generación —años másaños menos— la dialéctica de la vanguar-dia. Como lo hizo el Cholo Vallejo, comolo hicieron Huidobro y Oliverio Girondo.Los gemidos es de 1922 y fue recibido porla crítica como un libro nauseabundo, unauténtico cúmulo de horrores y barbarida-des. Desde allí empieza el choque del huasoque leía a Kant —como aparece De Rokhaenmascarado en Escritura de Raimundo

Contreras—, no sólo con la crítica sino concuanto pudiese contradecirlo. Embistió atodo lo que pudo. Nicanor Parra le hizo unaverónica y se salvó de los cuernos del poe-ta a quien llamó «toro furioso» en su céle-bre “Manifiesto”: Nosotros condenamos /—y esto sí que lo digo con respeto—, lapoesía de pequeño dios / la poesía de vacasagrada / la poesía de toro furioso…, aun-que la opinión de De Rokha sobre laantipoesía era tajante: «Es un pingajo des-prendido del zapato del Cholo Vallejo».

Nada de mal, después de todo.

El libelo acusatorio Neruda y Yo apa-rece con el sello de la editorial Multitud,de la que era dueño De Rokha, en 1955, yes un tomo farragoso y con la estética delrealismo socialista. Ha sido reeditado en2007 por Ediciones Tácitas, Santiago deChile.

Visto con la perspectiva del diseño ac-tual, una antiestética. Páginas duras, satu-radas, repletas de signos, reiteraciones yuna cháchara que cansa hasta al más enco-nado detractor de Neruda. Llama la aten-ción que encabece el libro con el título deNeruda y Yo, en ese orden, reconociendoexplícitamente la superioridad delcontendor. ¿Supo el residente de Isla Ne-gra de este horror? Es probable. ¿Lo leyó?Lo es menos. A la par, y en 1966, onceaños después, otro barquinazo —el odioseguía intacto—, un opúsculo editado bajoel mismo sello Multitud: Tercetosdantescos a Casiano Basualto. Tercetoscon rima, que le habrán costado no pocosdesvelos, destinados a repudiar al admira-do y exitoso Neruda.

Parte designándolo como: «Gallipa-vo senil y cogotero /de una poesía sucia,de macacos/ tienes la panza hinchada dedinero».

En el plano ideológico lo despachaasí: «¿Tú revolucionario? La pelota / Deltrotskismo te cuelga del hocico / Enmas-carándote. Y Lenin te azota».

En la comparación de los aportes decada uno, proclama: «La épica social ame-ricana / La escribo yo, rugiendo puebloadentro, / Con mi pluma-fusil (gran hachahumana)».

Y en lo biográfico desciende a lo soez:

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«Lo bautizaste como Guillermina / AlMascarón” que oculta tus ‘apremios’ / Debailarín de la Tía Carlina».

En el plano de las ideas políticas esuna disputa de la época el estalinismoversus el trotskismo, durante los añostreinta, cuando la actitud radical de Trotskifue considerada una traición, purorevisionismo, y el líder del ejército rojose exilió en México.

Los dos libros acusatarios de DeRokha contra Neruda constituyen unprontuario, para llevarlo acto seguido a unjuicio, emitir un fallo, condenarlo y, endefinitiva, ejecutarlo sin apelación posi-ble. Todo aquello desde una postura beli-gerante que hacía rato no encontraba res-puesta. Están destinados a demostrar su:oportunismo marxista, su condición depitutero, de panzista, de chanta y aprove-chador, de revolucionario de trasnoche, deburgués enmascarado, de mentiroso, decínico e hipócrita a la vez, de plagiario,de mediocre, de rastrero ante sus ami-gos ricos, de enemigo de los trabajado-res, etcétera.

En el capítulo más enconado, pues enesta carrera De Rokha se sobrepuja a símismo, “Bacalao y la Banda Negra”, apa-rece fustigado Alone —entre otras cosaspor cantinflesco—, quien, puesto que legustaron las Odas elementales, le perdo-na su comunismo. Por su parte, Nerudahabría alterado algunos poemas para nomolestar a sus amistades enquistadas enel poder y los negocios, todos conserva-dores, escribiéndolos dos veces o supri-miendo versos conflictivos para mostrar-se políticamente correcto. De Rokha ex-hibe pruebas, diarios, recortes, citas yvuelve una y otra vez sobre la pérfida yfalsaria condición humana y literaria deNeruda.

Más abajo se entrega, con su habitualfrecuencia majadera, al delirio narcisis-ta: «Cuando en 1949 yo planteé en Aren-ga sobre el Arte los términos categóricosdel Realismo en Hispanoamérica, comoconsecuencia natural y lógica de haber ve-nido yo realizándolo, yo venido experi-mentándolo, yo venido organizándolo enmis poemas durante cuarenta años…».

Por su parte Neruda, recatado y so-

brio, lo menciona de este modo en sus Me-morias: «No pocos torcieron por ese ata-jo su vida, hacia el delito o hacia la pro-pia destrucción. Mi legendario antagonis-ta surgió de ese escenario. Primero tratóde seducirme, de embarcarme en las re-glas de su juego. Tal cosa era inadmisiblepara mi provincianismo pequeñoburgués.No me atrevía y no me gustaba vivir delexpediente. Nuestro protagonista, en cam-bio, era un técnico en sacarles el jugo alas coyunturas. Vivía en un mundo de con-tinua farsa, dentro del cual se estafaba así mismo inventándose una personalidadamenazante que le servía de profesión yde protección. / Ya es hora de que nom-bremos al personaje. Se llamaba Pericode Palothes.» (Confieso que he vivido.Memorias. 1974).

De Rokha sigue siendo grandilocuen-te, retórico, furiosamente agramatical. Esposible rescatar fragmentos suyos de Losgemidos, del Canto del macho anciano,de Escritura de Raimundo Contreras, deEpopeya de las comidas y las bebidas deChile, de su credo estético estridente yanacrónico. El legado de Neruda gravitamucho más y resplandece en demasia-dos momentos y etapas.

Neruda lo dejó desgastarse, que corrie-ra solo, que luchara como un boxeadorcontra su sombra. Lo dejó autovictimarsey degradarse. Está claro que no lo perdonóy del mismo modo el rencor rokhiano tras-pasó la muerte. ¿Exigía Neruda sólo unaactitud reverencial? Da la impresión queno. Si bien sabía lo que pesaba.

Cuesta acceder al mundo lírico de Pa-blo de Rokha, a sus versos gigantescos, asus poemas ciclópeos, eternizados en undespliegue metafórico furibundo, a sutremendismo, y se le ve, dolorosamente sinduda, hundirse más en el olvido impune.

Ha pasado harto más de medio siglodesde el inicio de la polémica. De Rokhase suicidó el año 1968 y Neruda murió unlustro después, en 1973.

Ambos yacen bajo tierra, equidistantespara siempre.

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Desde sus orígenes en los años 20 hastafines de los años 50 y comienzos de los60, la llamada New Criticism (la NuevaCrítica) tuvo un impacto decisivo en elestudio de la literatura en Inglaterra y Es-tados Unidos. Sin proponerse comoideología ejerció, sin embargo, un podercomo ideología dominante que iba de lamano con el conservadurismo y el libe-ralismo y, muy a menudo, también conel anticomunismo. Ante la moderniza-ción galopante y contradictoria del capi-talismo y su exaltación de la tecnologíay las ciencias por un lado, y el desarro-llo del socialismo por otro, los new critics(nuevos críticos) buscaban un lugar y unarazón de ser para la literatura y para lacrítica (Eagleton, 40-46). Según estospioneros de la nueva crítica en el mundoanglosajón, la literatura debía ir más alláde los conflictos sociopolíticos para asíhallar y aportar valores morales huma-nistas y universales. Por un lado cavaríahondo en el alma al llevar a cabo una ex-ploración espiritual e individual, y porotro mostraría con el rigor de la formasu alta calidad. Así también la críticamostraría las virtudes éticas de la litera-tura para la sociedad y echaría mano deun método ostensiblemente científico.

El crítico haría caso omiso de las ob-servaciones del autor sobre su propia obra,como también de los aportes de los lecto-res; estudiaría el poema prácticamentecomo un objeto de laboratorio; se referiríaal autor únicamente en tanto figura litera-ria que entra en una pugna neorrománticacon sus precursores en la Tradición litera-ria (ideas que arrancan de T.S. Eliot yHarold Bloom); analizaría las tensiones,

Neruda ante la «New Criticism»anglosajona

GREG DAWESNorth Carolina State University at Raleigh

paradojas e ironías para luego ver cómo seresolvían en el texto poético; y haría todoello asumiendo que el análisis de la formaliteraria era primordial y que el contenidoera, a fin de cuentas, un reflejo de la for-ma. Este tipo de aproximación teórica cal-zaba muy bien con el escepticismo de losintelectuales liberales que, con el fin de laSegunda Guerra Mundial y el comienzo dela Guerra Fría, preferían perderse en la li-teratura y olvidar su contexto histórico,político y social. La poesía, siendo la for-ma más condensada del discurso literario, seprestaba muy bien para dichos propósitos.

Esta escuela teórica —pero sumamen-te práctica— surge en Inglaterra, enCambridge, con F.R. Leavis y I.A. Richards,pero poco después aflora en Estados Uni-dos, siendo la Universidad de Yale su sedeno-oficial. Durante treinta años reinarácomo método dominante de crítica en lasuniversidades. No es casual, por supuesto,que haya tenido éxito en Estados Unidospor lo que sugería como ideología liberal ya ratos conservadora. Se trataba de unaaproximación individual e individualista ala literatura que la desvinculaba de su con-texto pero sosteniendo, paradójicamente,que la literatura brindaba indispensablesvalores morales que, a la larga, nos mejora-ban como seres humanos.

Ahora bien, con los años 60 el métodode la New Criticism pasa por una metamor-fosis postestructuralista y deviene, concre-tamente, la deconstrucción, también consede en Yale. En rigor, la deconstrucciónlleva el escepticismo de la nueva crítica aun extremo al cuestionar de forma radicalla referencialidad del lenguaje y el discur-so, socavando así el potencial racional de

aproximarnos a la verdad. No se puedeinterpretar nada sin el discurso, dicen losdeconstructivistas, y, como el discurso seautosocava, no se puede depender de lainterpretación de obras históricas, econó-micas, políticas, psicológicas ni literarias.Y sin embargo, el método del críticopostestructuralista es parecido al del críti-co formalista: se trata de aislar el textocomo tal y demostrar cómo el significadose desmorona sin remitir al autor ni a loslectores ni al contexto sociohistórico(Eagleton, 123-130).

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Esta historia demasiado sucinta de la nue-va crítica y la deconstrucción viene a cuen-to porque el grueso de los estudios canó-nicos en inglés sobre Neruda que se hanescrito en Estados Unidos e Inglaterra lohacen en esta línea y desde una óptica li-beral o conservadora. La gran mayoría deellos se publicaron en los años 80, la épo-ca de restauración conservadora de Reagany Thatcher. The Poetry of Pablo Neruda,de René de Costa, se publica en 1979; lasignificativa colección de ensayos PabloNeruda, a cargo de Emir RodríguezMonegal y Enrico Mario Santí, en 1980;el estudio de Manuel Durán y MargerySafir, Earth Tones: The Poetry of PabloNeruda, en 1981; el de Santí, PabloNeruda: The Poetics of Prophecy, en 1982.Pero a este grupo se pueden sumar el libroprecursor de Rodríguez Monegal, El via-jero inmóvil: introducción a Pablo Neruda(1966) y el epigonal de Jason Wilson, ACompanion to Pablo Neruda: EvaluatingNeruda’s Poetry (2008). El uruguayo

Greg Dawes

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Rodríguez Monegal y el español Duránfueron profesores en Yale; Santí y Safir,estudiantes de doctorado en esa mismauniversidad. Wilson y de Costa se forma-ron durante el auge de la estilística y susestudios reflejan esa orientación teóricahacia la poesía del vate chileno. No sor-prende entonces que dichos críticos com-partan método y cosmovisión similaresrespecto a la obra nerudiana.

Es natural, podríamos decir, que losestudiosos de ese corte teórico y políticose sientan incómodos con las posturas po-líticas de Neruda. Después de todo, losnerudianos de izquierda también recono-cen las virtudes de la poesía de, digamos,Ezra Pound o T.S. Eliot, sin compartir paranada los postulados políticos de esos poe-tas. Por generosos que sean como críti-cos, siempre se enfrentan (y nos enfrenta-mos) con los límites de su (nuestra) ideo-logía. Es cierto que en determinados mo-mentos dicha crítica a contracorriente pue-de elucidar aspectos de la obra de unNeruda o un Pound que no se hayan apre-ciado hasta ese momento y que la izquier-da quiere explorar, hasta donde sea posi-ble, tanto en la obra como en el pensamien-to político del poeta. En cambio los estu-diosos liberales y conservadores hacenciertas referencias a lo extratextual pero nose ciñen a ello. Siendo así, éstos delimitanlos confines de la ideología liberal.

En primer lugar, esos estudiosos esta-blecen una periodización de las obras deNeruda que obedece a sus propios(pre)juicios políticos, pero sosteniendo almismo tiempo que sus estudios son objeti-vos. Las fechas empiezan con los prime-ros poemas del poeta adolescente y llegana 1936, momento en el cual Neruda ingre-saría a una etapa de dogmatismo que durahasta 1958. Según varios de ellos —perono todos— desde esa fecha en adelante elpoeta asume su autenticidad propia, ya sinla influencia imponente y destructora delmarxismo.

En Residencia en la tierra, según laargumentación «no-partidaria» de René deCosta (1979, ix), Neruda luciría la voz poé-tica y profética que lucha con los límitesdel lenguaje en una suerte de tendenciametapoética (64). Se formaría una tensión

entonces entre la desesperación del hablan-te y su empeño en escribir sus versos (66).Pero en la fase siguiente, desde la épocade la Guerra Civil Española hasta la de-fensa de la URSS y del antifascismo, evi-dente en Tercera residencia, de Costa con-sidera que sus poemas son «como panfle-tos escritos casi con fervor de misionero».El libro tendría valor literario —desde elpunto de vista de la forma— pero sería engran parte «propagandístico» (90-91). Enel caso de Canto general —y en “Canto alos ríos de Alemania”— «el mensaje essimple, incluso simplista. Pero es podero-so y persuasivo debido a la forma litera-ria» (101). Así también para de CostaEstravagario —escrito después del XXCongreso del PCUS de 1956— sería un«volumen exquisitamente preparado»(175) que mostraría la «liberación indivi-dual» de Neruda (188). Tendría valor elpoemario «no tanto por su revisión políti-ca o personal del pasado cuanto por suexitosa asunción del tono y estilo de lo quese ha dado en llamar antipoesía» (180). DeCosta no menciona siquiera el XX Con-greso del PCUS y el impacto que tuvo enNeruda a la hora de escribir Estravagario.Aferrándose al análisis estilístico, conclu-ye que con Estravagario Neruda no sóloliberó a su escritura de su propia tradiciónliteraria sino que al mismo tiempo se libe-

ró, en cuanto persona, de su propio pasa-do social, político y literario (199).

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Para Rodríguez Monegal el primer hito desingular importancia sería 1937, momen-to en el cual Neruda proclamaría su «nue-va fe» (1966: 94). Desde ese momento enadelante, dice el crítico uruguayo, «el poetaNeruda y el combatiente Neruda serán in-separables» (96). Esta fusión de personay punto de vista político se consolidaría,señala Rodríguez Monegal, a partir de1945. De ese momento en adelante «serámuy difícil el esfuerzo de objetividad crí-tica que permita juzgar [sus libros] en tér-minos estrictamente imparciales» (115).Difícil sobre todo para los críticos que nocompartan su cosmovisión. Al igual quede Costa, Rodríguez Monegal rescata yelogia la parte lírica de la obra de Neruda,pero excluye o critica los versos políticos.Así, por ejemplo, cree que para valoraradecuadamente el ciclo residenciario «espreciso excluir por completo toda la partebélica y políticamente comprometida deTercera residencia» (204), lo que equival-dría, como bien lo saben los lectores deNeruda, a eliminar la mitad de los poemasdel libro. Volveremos sobre el tema de lapolítica, pero por ahora basta señalar que

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En un principio el libro de Santí pareceser más ambiguo en cuanto a su presenta-ción de etapas en la obra nerudiana. Comoel crítico empieza ya con un modelo teó-rico de corte postestructuralista pero quedista poco del enfoque estílistico al fin decuentas, y se propone analizar la poesíade Neruda por medio de ese punto de vis-ta, no parecería haber épocas bien defini-das en su estudio. Sin embargo, los pos-tulados postestructuralistas (decons-tructivistas de hecho) advierten ya unapreferencia por Residencia en la tierra,en que se supone que el poeta muestra unescepticismo con respecto de la palabrapoética y la referencialidad como tal. Estoes, ve en Neruda la figura profética y ro-mántica que es a su vez un individuo so-litario que lucha por un lugar en la Tradi-ción literaria —à la T.S. Eliot o HaroldBloom (Santí 1982: 14-19). Sus versosllegan a ser metapoéticos desde siempre,subrayando así esta lucha titánica entreel poeta y la Tradición, y sus propias ca-pacidades proféticas de abarcar la reali-dad. Pero ese fin profético, según la lec-tura de Santí, se socava, muestra la impo-sibilidad de captar sus deseos en el len-guaje. Siguiendo el hilo del pensamiento

deconstructivista (de Paul De Man y deJacques Derrida), el lenguaje poético en,digamos, las Residencias refleja esa im-perfección; constata la insuficiencia dellenguaje como tal (19, 35). Así, la ten-sión que se produce entre los deseos delvate y el objeto de su conocimiento sólopuede manifestarse de forma alegórica. Elanálisis de Santí, entonces, coincide conlos otros libros a que nos hemos referidoporque destaca el carácter formal del actopoético en un espacio ahistórico.

En cuanto a periodización, el análisisde la obra tardía de Neruda que hace Santícoincide con el liberalismo del crítico. Enesta última fase el poeta se volvería másamargado en relación con el futuro de lahumanidad (225), y criticaría por igual ala derecha y la izquierda por el caos des-atado en los años 60 y 70 (221). Al anali-zar y valorar La espada escendida y Finde mundo, y no otras obras tardías del poe-ta, Santí sugiere a su vez que para Nerudala humanidad se estaría encaminando ha-cia el apocalipsis. Esta lectura es par-cial y reductiva. Si bien es cierto queNeruda se vuelve más crítico de Stalin yde ciertos aspectos del socialismo real en

la periodización que establece el críticouruguayo juzga politizada la obranerudiana de 1945 a 1958, momento en elcual halla nuevamente su «equilibrio» (enRodríguez Monegal & Santí, 88).

El estudio de Durán y Safir parece re-conocer la evolución natural de la obra delvate y quiere entenderla desde la óptica deNeruda, pero los autores se atienen tam-bién a una periodización parecida. Nerudadeviene poeta público con la publicaciónde España en el corazón (1937), obra que«es una mezcla excepcional de poesía líri-ca y política», porque si bien «el tema esideológico, el tono y la pasión son líricos»(Durán & Safir, 79). Lo que da valor allibro es el dominio de lo lírico que ayuda amitigar la presencia de la postura políticade Neruda. Según los autores, a esta fasepública sucedería, a partir de 1958, otrapersonal. Esto no quiere decir, sostienen,que lo político desaparezca de la obranerudiana tardía, sino que ella privilegiala autocontemplación y la introspección.Vemos que también Durán y Safir confir-man la aserción de Rodríguez Monegal:analizar la obra nerudiana del período1937-1957 pone a dura prueba la objetivi-dad de esos críticos.

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Memorial de Isla Negra, Elegía e, indi-rectamente, en Estravagario y Canción degesta, se trata de un giro hacia un marxis-mo más fresco, más autocrítico y no delabandono de esa postura política.

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Como lectores de estos libros de crítica,entonces, nos enfrentamos con las demar-caciones de su ideología liberal y conser-vadora. En su biografía reciente deNeruda, Adam Feinstein comenta que«Neruda fue uno de los grandes poetas enla lengua española en el siglo veinte, y labelleza de su obra, unida a su pasión porla justicia social y su amor por la vida sontan vitales como nunca». Y agrega: «lasconvicciones políticas de Neruda —fueun estalinista por mucho años, aunque leincomodaron los acontecimientos de 1956en adelante— no tendrán vigencia ya,pero su humanismo subyacente siguesiendo vigente a medida que nos acerca-mos a su centenario en julio del 2004»(Feinstein, 1). Se trazan en estas citas losmárgenes del pensamiento liberal del bió-grafo que reconoce y comparte el huma-

nismo en la obra nerudiana hasta ciertogrado, pero no indaga en la complejidaddel marxismo, del socialismo como hu-manismo del cual se hablaba en los años60 y que formaba parte integrante, y enmodo central, de la cosmovisión deNeruda. Muy bien, habría que decir: elestalinismo, o el socialismo real, influen-ciaron el pensamiento político y la vidadel poeta, pero ¿hasta qué grado? ¿Cómocambió después del 56? ¿Hasta qué gra-do compartió los valores literarios y polí-ticos soviéticos? ¿Y los chinos? ¿Por quélo atrajeron esos pensamientos políticos?En la biografía de Feinstein, como en laobra crítica de Rodríguez Monegal, deCosta, Santí, Safir y Durán, Wilson, esaspreguntas asoman indirectamente pero nose contestan. Se recurre más bien a sacarconclusiones predispuestas y rápidas,como cuando Feinstein dice que Nerudafue «el más grande de los guerreros lite-rarios de la Guerra Fría» (319). Al elo-giar el dominio que tiene Neruda de laforma y de la poesía como tales, pasanpor alto la riqueza del contenido.

REFERENCIAS:

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En el número 94 de la revista EstudiosPúblicos (Santiago, Otoño 2004),

Enrico Mario Santí comenta mi edición delas Obras Completas de Pablo Neruda en5 volúmenes (Barcelona, 1999-2002). Sibien le reconoce algunos méritos a mi tra-bajo (y hasta excelencia a las notas), poneénfasis en lamentar la ausencia de algunostextos menores (unas «280 lagunas»). Lalamento yo también. Y me excuso por nohaber podido llenar sino dos volúmenes(cada uno con más mil páginas) con textosdispersos de Neruda, muchos de ellos di-fícilmente accesibles. Trataré de compo-ner un tercero para redimir las 280 lagu-nas (en verdad el número es menor porqueno pocas están, pero con otro título).

De todos modos, quiero dar satisfac-ción al profesor Santí declarando que laúnica laguna (o ausencia) que lamento deveras es también la única que realmenteimporta al académico cubano-norteame-ricano: “Saludo a Batista. Palabras de Pa-blo Neruda en la Universidad de Chile”(en El Siglo, Santiago, 27.11.1944). Perocréame Santí que no «se trata de una de-cisión» mía por motivos políticos, ni tam-poco de descuido, sino (peor) de simpleignorancia. Confieso que antes de leerloen el libro de Schidlowsky yo desconocíaese discurso, se me había escapado. Asíde simple. Lástima que me haya sucedi-do precisamente con este texto. CréameSantí que me habría gustado incluirlo enObras completas. Y tengo autoridad paraser creído porque allí incluyo textos deNeruda aún más lamentables desde supunto de vista político, como el artículo“Sobre Teherán de Browder” (OC, IV,537-540), elogiosa reseña de un libro deEarl Browder (secretario general del Par-tido Comunista de Estados Unidos, queserá ingloriosamente expulsado poco des-pués por ‘revisionista’) publicada en enero1945 nada menos que en Principios, ór-gano del Comité Central del PC chileno.Un artículo, éste sí, que Neruda habría

dado cualquier cosa por no haberlo escri-to nunca.

No me reconozco, caro Santí, en esoque llamas mi torpeza. Ni en mi ediciónde Obras completas ni en mi biografía delpoeta me interesa «salvar una supuestacoherencia política y ética de Neruda antelos vaivenes de su tiempo». Ni falta que lehizo ayer, ni le hace hoy a Pablo Neruda,que alguien lo defienda en ese terreno. Tan-to menos yo, figúrate. Y a propósito de tor-peza, déjame señalarte que algunas de las«lagunas» que me atribuyes en Obras com-pletas no sólo NO son lagunas sino queson textos incluidos justamente en el vo-lumen I que tú mismo prologaste en 1999.

Cualquier buen lector de Neruda sabe que“Morena la Besadora” (OC, I, 115-116) y“Playa del Sur” (OC, I, 144-145) son poe-mas de Crepusculario (1923). Y que tanto“Almería” (OC, I, 379-380) como “Los gre-mios en el frente” (OC, I, 385) figuraban yacon esos títulos en la edición 1937 de Espa-ña en el corazón. Por lo que concierne alpoema “Es así”, una rápida ojeada a misnotas (OC, I, 1198) te habría ahorrado acu-sarme de una ‘laguna’ decididamente im-posible: porque “Es así” es el título originalde un poema que después fue rebautizado“Explico algunas cosas”, archiconocidopoema de España en el corazón. Puedo sertorpe, a veces, pero no a tal punto.

— Hernán Loyola

Un recado para Santí

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Juan Larrea, poeta y ensayista español(Bilbao, 1895—Córdoba, Argentina,1980), fue uno de los íntimos amigos deVicente Huidobro: no es de extrañar quetambién fuera uno de los mayores ene-migos de Pablo Neruda. Pero no siem-pre fue así.

Establecido en París, en 1926 publicacon César Vallejo los dos números de larevista Favorables-París-Poema. El segun-do número (octubre 1926) incluye el poe-ma 11 de Tentativa del hombre infinito(«admitiendo el cielo profundamente»),primera publicación de Neruda en Euro-pa. Sucesivamente viaja a Perú, donde re-úne una importante colección arqueológi-ca que será expuesta como Exposición J.L. en París 1933 y en Madrid 1935. En su“Oda a Juan Tarrea”, veinte años después,Neruda dirá que el bilbaíno saqueó las tum-bas incaicas y que «al indio andino / el pro-tector Tarrea / dio la mano, / pero la retirócon sus anillos» (OC, II, 405).

En los años 34 al 36, Neruda y Larreacoinciden en Madrid, fraguándose en es-tos años su enemistad. En la Navidad de1934, José Bergamín edita su almanaqueAviso de escarmentados del año que aca-ba y escarmiento de avisados para el queempieza de 1935, en el que convivirán porúnica vez, como creadores, los nombres deNeruda (traduciendo “Pasto en llamas” deWhitman) y Larrea con una prosa.

A las acusaciones de plagio y a otrasagresiones que desde 1932 le dirigen Vi-cente Huidobro y Pablo de Rokha, Nerudaresponde y contra ataca en 1935 con el poe-

Larrea / Neruda: itinerario de una enemistadGUNTHER CASTANEDO PFEIFFER

Santander, España

ma “Aquí estoy”, que no incluye ningunareferencia a Larrea (texto y notas en OC,IV, 374-380 y 1247-1249). La segunda res-puesta de Pablo será a través del Homena-je de los poetas españoles, probable ini-ciativa de García Lorca. Hubo que prepa-rar dos textos. Al parecer, el primero in-cluía algún ataque directo o indirecto aHuidobro, por lo que varios poetas no qui-sieron firmarlo. Se preparó entonces unsegundo texto donde se excluía todo tipode ataques personales y que fue firmadopor una nómina impresionante de poetasde primera fila, precediendo a la ediciónde los Tres cantos materiales: «este grupode poetas españoles se complace en mani-festar una vez más y públicamente su ad-miración por una obra que sin disputa cons-tituye una de las más auténticas realidadesde la poesía de lengua española».

Los no firmantes más sonados fueronJuan Larrea y Juan Ramón Jiménez. En unacarta de noviembre 1935 a José MaríaSouvirón (Neira, 19), Neruda le escribe que«el pelotas de Huidobro viene a Madriden enero. Por muchas razones creo que seacordará toda su vida de su rentrée enMadrid. El imperio de Gerardo Diego hacemucho tiempo que no existe. Su otro dis-cípulo, Juan Larrea, muy buen amigo mío,vive completamente alejado del ambienteliterario. Sólo se encontrará conAleixandre, Altolaguirre, Cernuda, Fede-rico, etc., todos ellos indefectibles amigosmíos» (el subrayado es mío). Vemos quePablo se equivocó, tanto al creer que Larreaseguía siendo amigo suyo (a pesar de no

haber firmado el Homenaje) como al sub-estimar su fidelidad hacia Huidobro (alrespecto, ver Larrea 1967).

Meses antes, sin embargo, en carta del13 de junio del 35, Larrea había pregunta-do a Huidobro: «¿qué graves consideracio-nes te han impulsado a emprender campa-ña contra Neruda, buen muchacho inofen-sivo?» (en Morelli 2008: 226). La contes-tación de Huidobro (5 de julio de 1935) escontundente: «[Neruda] no es tan buenmuchacho como aparenta sino un admira-ble hipócrita», y lo acusa de propalar infa-mias en su contra mediante anónimos en-viados a Buenos Aires. En sucesivas car-tas del 15.11.1934, del 01.04.1936, del08.06.1937 y del 29.05.1938 (todas reco-gidas en Morelli, ed., 2008), Huidobro in-sistirá en su rol de víctima de las manio-bras de Neruda.

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Durante los años de la guerra civil se en-cuentran los tres (Larrea, Huidobro yNeruda) en el mismo lado: el republicano.En su “Carta a un escritor chileno...” [RaúlSilva Castro] Larrea afirma que la relaciónentre Neruda y él se habría ido rompiendomás si no hubiera sido por la guerra (Larrea1967). La Asociación Internacional de Es-critores para la Defensa de la Cultura, encarta del 01.05.1937 dirigida a Huidobroy a Neruda (y firmada entre otros por Tzara,Bergamín, Carpentier, Vallejo y Larrea) lesruega que depongan toda hostilidad entre

Gunther Castanedo Pfeiffer

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ellos en beneficio de la causa común: elcongreso de escritores de Valencia y Ma-drid. Huidobro comunicará a Larrea (8 dejunio) haber contestado favorablemente adicha carta. Neruda no responderá.

En su nota “César Vallejo ha muerto”(Aurora de Chile, nº 1, Santiago, agostode 1938), Neruda menciona a Larrea es-cribiéndole que el peruano «rindió tribu-to a sus muchas hambres», lo que pareceindicar una relación no rota. Larrea afir-mará no recordar la carta, pero la consi-dera posible.

El 13 de marzo de 1939 (la guerra ci-vil acaba oficialmente el 1º de abril) seconstituye la Junta de Cultura Española,presidida por Bergamín, Carner y Larrea,siendo secretario Eugenio Imaz. Esta juntacolaborará al esfuerzo de Neruda comocónsul para la inmigración española (elWinnipeg desembarcará 2000 refugiadosen Valparaíso, septiembre de 1939).Larrea lo confirma diciendo que comie-ron juntos y se vieron repetidamente, se-gún consta en su agenda.

En los años en que Neruda es cónsulen México (1940-1943) y a raíz de la po-lémica con Bergamín, éste afirma queNeruda y Larrea se han hecho grandesamigos. No parece ser cierto, sino que sóloexistieron contactos antes de la rupturadefinitiva. Bergamín sí que había roto conLarrea. Cuenta Max Aub en sus diarios quecuando llegó a México a casa de PabloNeruda en octubre de 1942, WenceslaoRoces le advirtió: «No veas a Bergamín,es un traidor. Es un traidor.» (Aub 1998:388). Bergamín había salido en defensa deMargarita Nelken que había sido expulsa-da del Partido Comunista. Más adelanteAub (486) adjudica las mismas frases aNeruda. Bergamín se molestaba con quie-nes hablaban a Larrea (cuenta éste), lo quesucedió a Neruda en agosto de 1940, aúnno rotas las relaciones entre ellos dos.

Aunque el vasco intenta una ciertamoderación, su carta a Silva Castro afirma(entre otras falsedades) que Neruda consi-guió que la embajada comprara un lujosoOldsmobile en el que paseaba por toda larepública. Sabemos que el auto pertenecíaa César Godoy Urrutia, con quien hizo unviaje a Guatemala aprovechando la suspen-

te de Larrea, ya inaugurado en sus Cua-dernos, y sobre el cual Neruda volverá ensu “Oda a Juan Tarrea” («Ha ‘descubierto’/ el Nuevo Mundo / ... / en todas partes /sale con su discurso, / con su berenjenal /de vaguedades / ... / su baratillo viejo / desaldos metafísicos, / de pseudo magia /negra / y de mesiánica / quincallería»).

Es la ruptura definitiva, que Larrea san-cionará con la publicación de su ensayo Elsurrealismo entre viejo y nuevo mundo (entres números sucesivos de Cuadernos Ame-ricanos, entre mayo y septiembre de 1944),que incluye en su parte final el célebre pa-rangón Darío / Neruda. Entre otras muchaslindezas: «La voz de Neruda, opaca ypurulenta, como de negro engrudo, gustade redundar en oscuridades de cripta queahueca cuanto puede para que giman lentay lúgubremente»; su «sensibilidad, redimi-da en parte de aquel estado de gangrenagaseosa en que por entonces se encontra-ba...». Para terminar con un párrafo quebien ilustra el berenjenal de vaguedades aque aludirá la “Oda a Juan Tarrea”: «Pron-ta está a superarse la etapa representada porla poesía sub-realista y antimítica deNeruda, en cuyo fértil limo sobresaturadoy descompuesto sepulta ya sus raíces elrosal luminoso de la Conciencia. Esto estraspuesto el actual diluvio de cieno y po-dredumbre ha de entrar en vigor el con-cepto inmarcesible de Realidad.»

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En la siguiente década Neruda y Larrea novuelven a encontrarse, pareciendo calma-dos los ánimos y apagados los incendios,hasta que en julio de 1954 El Nacional deCaracas publica una entrevista de RafaelPineda a Juan Larrea en Nueva York, en laque el bilbaíno reafirma su opinión de queDarío es el gran poeta de América. Decla-ración nada alarmante, pero cuando Pine-da le pregunta si no cree que lo es Neruda,él responde tajante que desde luego no. (Eltexto de la entrevista y sucesivas reaccio-nes de Larrea, en Díaz de Guereñu, editor,2004: 37-42 y 101-115.)

La “Oda a Juan Tarrea”, escrita en no-viembre 1954 y publicada a comienzos de

sión de empleo y sueldo sufrido por causade la concesión de la visa a Siqueiros. Tam-poco es creíble que Neruda le haya mani-festado su propósito de abandonar la poe-sía para dedicarse a la política y la mal-acología.

En 1942 Larrea y Jesús Silva Herzogfundan la revista Cuadernos Americanos,donde Neruda publicará sus poemas “Elcorazón magallánico” (nº 2, 1942) y “Me-lancolía cerca de Orizaba” (nº 2, 1943),después recogidos en Canto general. Se-gún Larrea, Neruda se ofreció para inte-grar la dirección de la revista, pero el bil-baíno sutilmente no contestó. Tal desaireexplicaría algunas líneas del prólogo deNeruda al libro Muerte al invasor de IlyáEhrenburg (México 1943): «En estas pá-ginas de soberanía acongojada, los fusilesy los panes de un nuevo mundo —no elNuevo Mundo que ciertos fakiresparadisíacos y mesiánicos nos quieren re-galar— brillan como centellas en la no-che negra» (en OC, IV, 487). Evidente es-tocada contra el «americanismo» deliran-

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1956 en Nuevas odas elementales(154-158), es una explícita réplica a laentrevista (incluso menciona con simpa-tía a Rafael Pineda). Ya vimos cómo acu-sa a Larrea de que en «el desamparado /Perú, saqueó las tumbas». En relación aCésar Vallejo, añade: «Después / se col-gó de Vallejo, / le ayudó a bien morir / yluego puso / un pequeño almacén / de pró-logos y epílogos». Luego se refiere –conrazón— a la prosa de Larrea: «Nadie pue-de leer / lo que repite, / pero incansable /sube / a las revistas, / se descuelga / entrelos capitolios, /... / en todas partes / salecon su discurso, / con su berenjenal / devaguedades, / con su oscilante / nube / detontas teorías», para terminar rechazan-do su charlatanería: «y no te necesito, /vendedor / de muertos, capellán / de fan-tasmas, / pálido sacristán / espiritista, /chalán de mulas muertas, / yo no te doy /vasija / contra baratijo: / yo, para tu des-gracia, / he andado, he visto, / canto».

Neruda no volverá a ocuparse deLarrea. Éste, en cambio, el 16 y el 29 deagosto de 1962 escribe a David Bary (verDíaz de Guereñu, ed., 2004: 31-36 y 42-44) contándole la entrevista con Pineda yanticipando los argumentos que dos añosdespués desarrollará para Raúl Silva Cas-tro en su “Carta a un escritor chileno inte-resado por la ‘Oda a Juan Tarrea’ de PabloNeruda”, texto fechado en Córdoba, Argen-tina, mayo de 1964 (recogido en Larrea1967: 101-130).

El itinerario del largo y farragosoantinerudismo de Juan Larrea culmina conla escritura de “Machupicchu, piedra detoque” (1966), extenso ensayo que,agregándose como novedad a sus ya cono-cidos “El surrealismo entre viejo y nuevomundo” y “Carta a un escritor chileno...”,justificará la publicación del volumen Delsurrealismo a Machupicchu (México, Edi-torial Joaquín Mortiz, 1967). Los tres en-sayos aparecen unidos en el tiempo por elodio a Neruda. En el último de ellos Larreareorganiza fuerzas y lanza el ataque final,que comienza con un breve preámbuloanunciador del tono general: «Antes de quea resultas de la guerra española rompieraNeruda su compromiso con la poesía para

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1999-2002.

comprometerse con la política, era él mis-mo un poeta deshuesado y crepuscular, debajo fondo y suburbio, dotado en el cam-po del lenguaje con una extraña retinacomo de carcoma, despierta a las descom-posiciones, que le había permitido reuniren su Residencia algunos acentos de ex-tremada oquedad y enrarecida lentitud, sinduda impresionantes» (139).

Siguen cincuenta páginas destinadas ademoler una de las obras maestras deNeruda, Alturas de Macchu Picchu. Losresultados de tan patético cuanto mezqui-no esfuerzo, cuyos ‘argumentos’ no mere-cen siquiera ser resumidos, están a la vis-ta. El poema de Neruda sigue siendo unode sus textos más leídos y celebrados, unode los pilares más sólidos del prestigiomundial de su autor.

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En nerudiana 6 (diciembre 2008) seconmemoró el 70° aniversario de la muertede César Vallejo. El gran poeta peruanomurió durante la mañana del viernes 15 deabril de 1938 en la Clínica del BoulevardArago de París, donde había ingresado muyenfermo tres semanas antes, sin que elequipo de cinco médicos encabezados porel afamado Dr. Lemière hubiese podidoestablecer el diagnóstico del misterioso malque lo mató lentamente. Los resultados delas pruebas de sangre y otros análisisclínicos y radiográficos resultaron inútilespara aclarar la causa de su enfermedad.Según Georgette Vallejo, esposa del poeta,el Dr. Lemière le dijo: «veo que estehombre se muere, pero no sé de qué». Afalta de un diagnóstico médico, paraexplicar la causa de su prematura muerteabundaron otros diagnósticos establecidospor amigos, poetas, escritores, músicos ehistoriadores. Unos dijeron saber que habíamuerto de tuberculosis, otros que de sífilissecundaria, o fiebre amarilla, o malaria opaludismo, diagnósticos que la ClínicaArago había descartado en los 23 días queestuvo hospitalizado allí. Entonces ydespués, se aseguró repetidamente:murió en cumplimiento de su célebreprofecía «Me moriré en París conaguacero, / un día del cual tengo ya elrecuerdo» (del soneto “Piedra negrasobre una piedra blanca”).

Neruda dijo: Vallejo murió de hambrey asfixia: murió del aire sucio de París,del río sucio de donde han sacado tantosmuertos. Juan Larrea inculpó a Neruda dehaber contribuido indirectamente a que

A propósito de la acusación de Larrea contra Neruda

¿De qué murió César Vallejo?Dr. ENRIQUE ROBERTSON

Médico en Bielefeld, Alemania

Vallejo muriese de sus muchas hambres,por no haberlo ayudado a conseguir ciertotrabajo remunerado que le habría permitidoganar dinero para comer. Según Georgette:el señor Larrea está mal informado, casino hay informe de él que no contengaalguna inexactitud leve o grave. Otrosdijeron: la muerte de Vallejo es unparadigma, una página heroica, unaepopeya como la más grande de los fastosuniversales, murió por consunción yagotamiento, en batalla contra el mal y lamuerte, en defensa de la dignidad, el bieny la nobleza. Vallejo murió de España.Hace veinte años, el alemán Hans MagnusErzensberger dictaminó: las enfermedadesde que sufrió Vallejo eran desconocidas enla medicina. Una se llamó España, y la otra,una enfermedad muy vieja y muyvenerable: el Hambre. Antes y ahora, lamayoría coincide en asegurar que Vallejomurió de hambre.

Hay mucho de verdad en ello, estabacrónicamente desnutrido. A más tardardesde 1923 la pobreza lo había obligado aacostumbrarse a comer muy poco: «enParís tendremos que vivir de piedrecitas»,dijo a un amigo. En octubre de 1923, desdela Sala Boyer del Hospital de la Charité, leescribe a otro amigo: acabo de ser operadode una hemorragia intestinal. Después deesa operación, alimentarse le fue difícil nosólo por falta de dinero. Privado de buenaparte de su estómago, ya no pudo comer ybeber —carne y vino, es un decir— sinsufrir las consecuencias. Lo que el restode su estómago toleraba era probablementela dieta ovo-lacto-farinácea. Pero nunca se

supo que bebiese leche, era más cara queel vino. También los huevos.

Se alimentaba de patatas, de papas —originarias del Perú, como él—, según estáindesmentiblemente documentado porArturo Serrano Plaja. Recordando lallegada a París (1935) de la delegaciónespañola al I Congreso Internacional deEscritores Antifascistas —grupo proce-dente de Madrid, al que se sumaron Neruday González Tuñón—, Serrano Plajaescribe: «para prolongar la estancia enParís cuanto fuese posible, con el no muchodinero que teníamos (la mayor parte loponía Neruda), decidimos hacer un plan deausteridad o algo por el estilo. Y como enParís encontramos a Vallejo (alimentado decasi exclusivamente patatas cocidasmañana y noche, como cuando le conocíen España) el plan parecía sobrevenir delmodo más natural.»

Algo menos de tres años después moríaCésar Vallejo, de un modo que evidente-mente no parecía natural. ¿De qué muerenlos poetas? La ventaja es que mueren paraseguir viviendo, como Vallejo. La señoraOyarzún —esposa del chileno CutoOyarzún, que en la víspera de su muertepasó toda la noche velando junto a sucabecera— cuenta que a las cinco de lamañana del 15 de abril César Vallejo llamóa su madre y poco antes de expirar, ya enpresencia de su esposa y varios amigos,pronunció estas palabras: «España. Me voya España.» Murió poco después de haberescrito su testamento: el poema dedicadoa exaltar la lucha del pueblo español en eltrance de la guerra civil, que tituló como

Enrique Robertson

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una oración al vislumbrar su martirio yfinal inmolación.

«Murió —escribió Juan Larrea, estavez con exactitud— sin aspaviento alguno,dignamente, con la misma dignidad conque había vivido». El músico peruanoGonzalo More, que estaba en el grupo deamigos del poeta junto a su lecho demuerte, escribió: La expresión de su rostromuerto era verdaderamente maravillosa.No te imaginas qué belleza interior y quéluz sobrehumana en la frente del cholo. Sugesto de dolor desapareció para dar vidaa una expresión de serenidad y bondadinfinitas.

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Pero ¿de qué murió? ¿Quizá envenenado?Me lo pregunté porque, hace poco tiempo,la extraña enfermedad de César Vallejodespertó también el interés y laimaginación de Roberto Bolaño. En sunovela Monsieur Pain (Anagrama, 1999)el escritor fabuló sobre la muerte del poetaperuano en un ambiente en el que aparecenformas marginales de la ciencia y supuestasconspiraciones fascistas para asesinarle.Bolaño explicó que tuvo noticia de PierrePain por las memorias de GeorgettePhilipart, viuda de Vallejo, quien contaríaen ellas que pidió los servicios de MonsieurPain, curandero que trataba enfermosaplicando fenómenos mesméricos(doctrina del magnetismo animal delmédico alemán Mesmer), para que curasede un nefasto ataque de hipo que hacíasufrir mucho a su moribundo esposo.Bolaño me contagió su interés.

Considerando aspectos anamnésticos yotros, en cuanto médico —y en cuantoaficionado a investigar misterios litera-rios— me atrevo a sostener un diagnósticoque hasta ahora nadie ha emitido: CésarVallejo falleció a consecuencias de unaintoxicación crónica por solanina,agudizada en sus últimas cuatro semanasde vida. El Dr. Lemière habría debidoconsiderar esa posibilidad. Que se sepa, nolo hizo, no obstante una publicacióncientífica de su país, fechada veinte añosantes —publicación que todavía hoy secita—, había tratado detalladamente la

causa de muerte de unos soldados francesesque saciaron sus muchas hambres —desemanas, que no de años— con patatasenverdecidas y con brotes. Consumidas,además, sin pelar y mal cocidas; esdecir, muy tóxicas por su alto contenidode solanina. Los brotes de la patataenverdecida (porque conservada enambiente húmedo y expuesta a la luz) sonmuy venenosos. En tal condición, una solapatata puede contener una dosis peligrosade solanina.

Hay suficiente información en Internetacerca de este veneno, cuya ingestión nomata hoy a muchos adultos porque lasvariedades comerciales de patata estáncontroladas. Sí a niños, por lo que siguemereciendo especial mención en el capítulode las intoxicaciones alimentarias. Simulauna infección —que el laboratorio noaclara— con fiebre, progresivo mal estadogeneral, síntomas gastrointestinales,neurológicos y psiquiátricos, etcétera.Causa la muerte —no siempre, afortuna-damente— sin que se sepa por qué: no eshabitual pensar en la papa como causante.

Pocos acumularon nunca tantosfactores para devenir víctima de unaintoxicación letal con solanina comoCésar Vallejo, «alimentado de casiexclusivamente patatas cocidas mañanay noche». Seguramente estaba acos-tumbrado a soportar bien el veneno, perola acumulación de éste en su organismodebió —en el transcurso de muchosaños— haber llegado a niveles críticos.No pocas veces se sintió al borde de lamuerte. Al sentirse muy enfermo, siguióalimentándose de lo que a él y su mujerles parecía que era lo único que podíatolerar. Los jugos gástricos se encargande neutralizar parcialmente la toxina. Aél, le habían extirpado parte del estómago;y seguramente neutralizaba los queproducía con bicarbonato de sodio.Además, en su pobreza, las patatas quecompraba en 1938 en París eranseguramente las más baratas que podíaconseguir. Enverdecidas.Y éstas había queaprovecharlas al máximo, pelarlas pocoo nada; cocerlas, bien cocidas, significabaun gasto adicional.

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E l 5 de febrero de este 2009 murió en París un poeta y escritor fran-

co-uruguayo de extrema derecha y ex-comunista: Ricardo Paseyro. Murió, qui-zás, con poca gloria en cuanto poeta, perosin duda con mucha pena en cuanto perso-na porque había verificado el fracaso delproyecto al que dedicó al menos la mitadde su vida: destruir a Pablo Neruda. Fueun profesional del antinerudismo, con unavirulencia y una tenacidad sólo compara-bles a las de Pablo de Rokha, pero al mis-mo tiempo muy diversa porque era, diría-mos, abstracta, no fundada sobre razonesde rivalidad personal dentro de un territo-rio común. En cierto modo quedan miste-riosas las motivaciones psicológicas quesostuvieron a Paseyro durante decenios ensu infatigable tarea. ¿Sólo ganar dinero es-cribiendo y publicando sobre un tema quevendía, que tenía buena cotización en elmercado de la Guerra Fría? No parece

suficiente como explicación. Tampoco suproclamado amor reverencial hacia la poe-sía (pero sólo hacia el tipo de poesía que élpracticaba), sospechosamente machacón. Lotriste de este asunto, y todo parece indicar-lo, es que Ricardo Paseyro será recordadosólo o principalmente por sus escritos y ges-tiones antinerudianos, vale decir, por su es-téril odio al poeta chileno.

Paseyro nace el 05.12.1925 en Merce-des, Uruguay. Desde niño viaja a varios paí-ses de América Latina bajo un nombre fal-so por la expatriación de su padre, diputadoque, tras el golpe de estado reaccionario del31 de marzo de 1933, llamó a la insurrec-ción y marchó al exilio. De retorno a Uru-guay, murió en 1937. El hijo se apasionapor la literatura, la poesía y la política ex-tranjera, y es iniciado al marxismo por dospersonajes famosos en el país: el doctorEmilio Troise, amigo de la familia, y el doc-tor Augusto Bunge, traductor al español delFaust de Goethe. En el aspecto literario ypoético, Paseyro dice haber sido influen-ciado en su juventud en particular por RubénDarío, Juan Ramón Jiménez, Miguel deUnamuno y José Bergamín.

Adhiere en su juventud al Partido Co-munista de Uruguay y viaja con la delega-ción uruguaya al Congreso Mundial de Par-tidarios de la Paz (París 1949). Durante esecongreso conoce a Pablo Neruda (Paseyropretende, sin embargo, haberlo conocido enagosto de 1945, supuestamente en Uruguay)y trabaja durante un mes como factótum delpoeta. De aquel período las memorias dePaseyro evocan algunos momentos seleccio-nados a través de un prisma malintenciona-do y unívocamente denigrador: Neruda alo-

jando el lujoso Hotel Georges V (el poetale había explicado que era para eludir a lapolicía francesa y la expulsión del país,lo que era verdad); su relación con una«mujer vieja», Delia del Carril, «nacidade la aristocracia argentina más afortu-nada» (Paseyro 2007: 62); como primerregalo de aquel benévolo secretariado,Neruda le presenta a un cliente habitualdel hotel, Ilyá Ehrenburg; en calidad dechofer, Paseyro acompaña a Neruda a unacita con Louis Aragon y Elsa Triolet; yen otra ocasión a una cita con Picasso, aquien Neruda solicita infructuosamenteuna ilustración para su Canto general, yPaseyro se complace en relatar el viajede vuelta: «El espectáculo de su vanidadmortificada era deleitable, en el autorumiaba su rabiosa decepción» (Paseyro2007: 65).

Durante un viaje a Praga, al cual soninvitados todos los delegados sudameri-canos, Paseyro toma conciencia de lasfallas del socialismo real: «la ideologíaen la que abstractamente creía me pare-ció, de repente, horrible» (ibídem, 75).Puesto que Francia e Italia se niegan aacoger al comunista Neruda (por razonesde Guerra Fría y por presiones del gobier-no chileno), temiendo ser reconocido elpoeta pide a Paseyro ir al Consulado bri-tánico, haciéndose pasar por su secreta-rio, para pedir una visa, trámite que noresultó. Naturalmente Paseyro le dirige laconsabida crítica de querer vivir en occi-dente y no en un país socialista: «el másestalinista de los poetas estaba obligadoa vivir en URSS o en cualquier ‘demo-cracia popular’» (ibídem, 80).

Ricardo Paseyro, el profesionalMÉLINA CARIZ

Université de la Sorbonne Nouvelle – Paris III

Mélina Cariz

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Su primer libro de poesía Plegaria porlas cosas es publicado en 1950, de vueltade su viaje a Europa, en Buenos Aires, condedicatoria a su «maestro y amigo» JoséBergamín, escritor y poeta español exilia-do en Uruguay. El Partido Comunista des-aprueba su libro, y es la ocasión para queel poeta abandone su poco convencidamilitancia.

Paseyro se instala en Francia en 1951y en 1953 contrae matrimonio con Anne-Marie, la hija menor del poeta francés JulesSupervielle, de conocida familia de ban-queros franco-uruguayos. La pareja eligeEspaña como destinación para el viaje debodas y pasan allí varios meses. La activi-dad literaria y de traductor de RicardoPaseyro se desarrolla sobre todo en co-nexión con España, a donde viaja a menu-do. Allí publica poemas y escribe para larevista Índice a partir de 1952.

Tras su fugaz militancia de izquierda ysu contacto con Neruda (objeto sólo de crí-ticas y veneno en sus memorias), Paseyrose desplaza de pronto, y con gran solturade cuerpo, hasta el otro extremo del table-ro político y se convierte así en unanticomunista activo y militante, polemis-ta infatigable, ligado a los más radicalesgrupos de derecha en España y Francia.

Cumple funciones diplomáticas enHavre y Rouen desde 1960 a 1973, año enque viene destituido por Juan MaríaBordaberry, presidente de facto tras el ‘gol-pe’ militar de junio 1973. Paseyro obtieneentonces la nacionalidad francesa. Devieneredactor de Contrepoint, trimestral políti-co-literario de circulación confidencial(1970-1976), propiedad de PatrickDevedjian, ex-ministro y presidente delConseil Général de Hauts-de-Seine. Lacolaboración en Contrepoint es el apogeode un período muy político, precedido porel ensayo L’Espagne sur le fil (Laffont,1976), uno de los primeros libros sobre latransición española, donde curiosamente sedenuncia el peligro rojo que amenazaría aEspaña tras la muerte de Franco.

Paseyro colabora también en la revistaL’Aurore, que se interesa en política exte-rior. Enviado como corresponsal por estarevista, vive en Irán durante casi un año, yviaja también a Afganistán, Estados Uni-

dos y Taiwán. Fue igualmente, hasta pocoantes de su muerte, colaborador del diarioMinute y de Radio Courtoisie, ambos me-dios de la extrema derecha francesa.

Paseyro evocará sus reticencias haciaNeruda desde el primer encuentro, acusán-dolo retrospectivamente incluso de simu-lar su condición de perseguido político porparte del presidente González Videla (loque evidencia su mala fe). «Monótona, pro-saica, estancada —le debo este último yjusto epíteto a Juan Ramón Jiménez—, lapoesía nerudiana me interesaba menos quesu mito. Inventando un falso peligro, debi-do a la situación política de su país, viajóa Francia, donde el partido le preparó unaestrepitosa publicidad.» (Paseyro 2007:62).

«Un día —recordará un amigo— aRicardo Paseyro le dio la ventolera de es-cribir una crítica acerba, feroz, de la poe-sía y de los escritos y actividades políticasde Pablo Neruda, el gran tótem de la poe-sía hispanoamericana del siglo XX. Dar ala imprenta aquella crítica constituyó unsuicidio literario, juzgó Mario Parajón, di-rector de la Editorial Verbum, de poesía.»(Fernando-Guillermo de Castro, en Dia-rio de Ibiza, 20.03.2009). Alusión al pan-

Paseyro poco antes de su muerte.

fleto La palabra muerta de Pablo Neruda,publicado en Madrid por el editor H. E.Munuesa, 1958 [y reproducido en El Ba-calao, Santiago 2004]. El ensayo es tradu-cido más tarde al francés por su amigoDominique Roux y publicado en 1965 y1972 bajo el título de Le mythe Neruda.Paseyro elige, para prologar su ensayo, elfamoso texto en que Juan Ramón Jiménezcalifica a Neruda como un «gran mal poe-ta» (en Españoles de tres mundos, BuenosAires, Losada, 1942). Al desentenderse dela —también conocida— rectificación delescritor español en su “Carta pública a Pa-blo Neruda”, escrita en Florida en enerode 1942, Paseyro exhibe una nueva pruebade su mala fe.

El panfleto se divide en dos partes. Enla primera, “Sobre dos fundaciones de sumito: la americanidad y la política”,Paseyro sostiene que «Neruda y elNerudismo tuercen la poesía sudamerica-na» y que el poeta chileno no es realmenteun comunista sino un oportunista, un «poe-ta burgués». Según Paseyro, la poesía deNeruda no sigue ni contiene huella algunade filosofía, de pensamiento ni de visiónmarxista del mundo, y se limita sólo a aca-tar las órdenes del partido. Y a seguir susintereses particulares. Así, en su libro Las

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uvas y el viento (1954) ataca a todos losgobernantes hostiles a Moscú, salvo a uno:Juan Domingo Perón. Y esto porque suprincipal editor, Losada, tiene asiento enBuenos Aires.

En la segunda parte, “El mito litera-rio”, el nivel de la crítica es aún más pe-noso. Condena en particular comoapoética la «enumeración amorfa» en lasOdas elementales y en Las uvas y el vien-to. Luego subraya y critica el carácter he-roico, triunfalista y egocéntrico del yopoético. Más adelante condena la «vul-garidad», la «grosería», la «indecencia»de la poesía amorosa en Los versos delcapitán (refiriéndose a los poemas “El ti-gre”, “El cóndor” y “El insecto”). Termi-na su ‘investigación’ con esta sentencia:«Al fin de este periplo ya sabemos quédestino da Neruda a las palabras que leprestó la lengua para inventar mundosnuevos. No las cuida, las corrompe... Supalabra muerta es hojarasca de la tierra.»(Paseyro 2004: 158-159). Condena total,absoluta. Ni siquiera el buen gusto, porparte de alguien que se autodefine «poetadecadente» (ibídem, 148), de intentar almenos la ‘comprensión’ de un poeta dife-rente, o del fenómeno histórico-cultural-literario que Neruda innegablemente en-carnó durante el siglo XX.

A principios de los años 60, Paseyroanimó una encarnizada campaña de pren-sa para impedir que le otorgaran el Nobel

de literatura a Neruda, a través de virulen-tos artículos y citas de textos del poeta (so-bre Stalin) en Le Figaro, o de intervencio-nes radiales. En sus memorias Neruda mis-mo refiere las fatigas y afanes de su ene-migo: «Más inconcebible y más aventura-do aún fue el viaje a Estocolmo de estemismo uruguayo, en el año de 1963. Serumoreaba que yo obtendría en aquellaocasión el premio Nobel. Pues bien, el tipovisitó a los académicos, dio entrevistas deprensa, habló por radio para asegurar queyo era uno de los asesinos de Trotski. Conesa maniobra pretendía inhabilitarme pararecibir el premio.» (Confieso que he vivi-do, en OC, V, 722-723).

Si bien los esfuerzos de Paseyro —su-mándose a los de la CIA— alcanzaron unéxito transitorio en 1963 y 1964, en defini-tiva no lograron impedir que la academiasueca otorgara finalmente a Neruda el Pre-mio Nobel de Literatura en 1971.Despechado, como si lo hubieran ofendi-do personalmente, Paseyro escribirá enton-ces: «La consagración del señor Nerudainstituye la irresponsabilidad como normade la vida intelectual» (Le mythe Neruda,edición 1972, trad. mía).

La campaña personal de Paseyro con-tra Pablo Neruda se prolongó hasta el finalde sus días, según lo manifiesta su libro dememorias publicado en 2007. Sus motiva-ciones aparentes revelan una compleja ycuriosa mezcla de ojeriza política y enco-no personal. Acaso la envidia no haya sido

ajena a la animadversión que el uruguayoprofesó infatigablemente a Neruda.

REFERENCIAS

Ricardo PASEYRO, “La palabra muerta de Pa-

blo Neruda” [1957], en L. Sanhueza, ed., El Baca-

lao. Diatribas antinerudianas y otros textos (Santia-

go, Ediciones B, 2004), 135-159.

Ricardo PASEYRO, Toutes les circonstances

sont aggravantes. Mémoires politiques et littéraires.

Paris, Éditions du Rocher, 2007. [Trad. de citas:

Mélina Cariz.]

Pablo NERUDA, Obras completas, 5 vols., edi-

ción de Hernán Loyola. Barcelona, Galaxia Gutenberg

& Círculo de Lectores, 1999-2002.

El inefable Paseyro

«Distinguido señor Bellini: ... Es inútil re-calcarle que si usted no se acuerda conmi-go en casi nada, a propósito de Neruda, yono me acuerdo con usted en nada, prácti-camente en nada, de sus opiniones favora-bles a él. Ello no impide que podemos ha-blar tranquilamente del tema, como se ha-bla entre gente bien educada, es decir, nocontaminada por la vulgaridad, la soecia,el fanatismo y la megalomanía que com-parten —¡Fuenteovejuna, todos a una!—Neruda y la unanimidad de sus adictos—salvo usted, honrosa y sola excepciónque yo conozca. Pues usted, seria y ra-zonablemente, se refiere a mi ensayo,me atrevo a mi turno, sin ánimo agresi-vo alguno, y porque la poesía es lo úni-co que me interesa en la vida, me atre-vo a decirle que si no estuviese yo cura-do de espanto, su texto sobre Neruda meafligiría. Que un hispanista de su cultura,de su agudeza y de su calidad pueda citar aNeruda a la altura de Góngora o de Darío(¡de Rubén, Señor, de Rubén, el Dios de lapoesía, de Rubén, ese artista incompara-ble, esa alma religiosa, ese corazón asom-brado de la música astral, ese espíritu im-pregnado del sentimiento de lo infinito!),

De izq. a der.: Paseyro joven, Jorge Guillén y Fernando-Guillermo de Castro en Ibiza, 1958.

Fragmentos de una carta de Ricardo Paseyro

al profesor Giuseppe Bellini (Universidad de

Milán), estudioso, editor y amigo de Neruda

en Italia, fechada en Roma el 17.08.1967.

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que pueda usted colocar a la vera del me-tafísico Machado ese pedazo de materiabruta y mimética a la vez a que se reduceNeruda, sobrepasa mi imaginación...

«Usted se preguntará, y yo también melo pregunto, por qué me explayo así anteun adversario. Que somos adversarios,aun si usted no se considera mi adversa-rio: yo lo soy, irreductiblemente, de to-dos aquellos que, como usted, contribu-yen al mito vergonzoso de Neruda, bus-cón de la poesía, angurriento de premios,bufón de honores...

«Para nueva y última muestra de con-tradicción perpetua, propia de todadémarche intelectual honesta, aquí le en-vío “En la altamar del aire” y “Mortal amorde la batalla”. No me placería que estospoemas le pareciesen malos, pero si legustaren, me desconsolaría. Porque si loque yo hago es poesía, no lo es lo que haceNeruda. Una cosa excluye la otra. Le agra-dezco que me considere usted un poeta devalor, y le agradeceré más aún si mi librolo confirma en ese juicio. Pero no puedoaceptarlo, porque aceptarlo implicaría queel amor del coro y la búsqueda del infinitoson compatibles entre sí.»

— de Quaderni Ibero-Americani nº 99,

Torino (junio 2006).

Neruda sobre Paseyro

Se irán los crueles dioses con anteojos,

los peludos carnívoros con libro,

los pulgones y los pipipaseyros.

Y cuando esté recién lavado el mundo

nacerán otros ojos en el agua

y crecerá sin lágrimas el trigo.

— Cien sonetos de amor, soneto XCVI

Tan insana, e igualmente persistente, hasido la folletinesca persecución literario-política desatada contra mi persona y miobra por cierto ambiguo uruguayo de ape-llido gallego, algo así como Ribeyro. Eltipo publica desde hace varios años, enespañol y en francés, panfletos en que medescuartiza. Lo sensacional es que susproezas antinerúdicas no sólo desbordanel papel de imprenta que él mismo costea,sino que también se ha financiado costo-sos viajes encaminados a mi implacabledestrucción.

—Confieso que he vivido, en OC, V, 722.

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¿Qué motiva el activo antinerudismo quepersiste hasta hoy? O, mejor, ¿qué nosmuestra acerca de los requerimientos a quedebían responder poetas, poesía, intelec-tuales, ciudadanos? Los antinerudismosson de larga y variada estirpe. En el ámbi-to nacional, la guerrilla literaria de los años30 a 50 enfrentó a personalidades en ex-pansión que se disputaban una estrechaesfera pública enfocada en la literatura. Seenfrentaban visiones de la poesía entendi-das como únicas y excluyentes: si habíavanguardismo y surrealismo de marca se-llada y registrada, no podía existir unNeruda; si contábamos con un fundadorde la poesía latinoamericana en vigencia,el otro debía extinguirse; si un poeta po-día mediar entre la política, el mundo po-pular y el proyecto de modernidad litera-ria en el país, el otro tenía que ser un ad-venedizo y un plagiario a la moda. Hayuna larga historia de rencillas, infidelida-des y fidelidades enceguecedoras, antipa-tías personales, chisme y cahuineo, envi-dias y susceptibilidades que vincula losnombres de Neruda, el grupo Mandrágora,Pablo de Rokha, Huidobro, Teófilo Cid,Rosamel del Valle, Tomás Lago, y un lar-go etcétera que incluye a un grupo de pa-res vinculados por publicaciones, antolo-gías, casas, bares, calles de la capital, bal-nearios y la provincia, en un tiempo cuan-do la literatura era también, y de maneraimportante, un asunto de grupos y capi-llas. Con la mala leche y peleas contras-tan amistades y afectos profundos que for-jaron prólogos, poemas, iniciativas com-partidas. Más tarde, cuando el poeta ciu-dadano y hombre público alcanza relevan-cia nacional e internacional en un mundomarcado por la guerra fría, surge un fé-rreo antinerudismo en el que se conjugael rechazo a sus posiciones y compromi-sos políticos, con un juicio parcializadode su obra que encuentra en ella tantas fal-

tas como las que se identificaban en elCominterm, el mundo socialista, o el Par-tido Comunista chileno. Hay polemistasdestacados y reflexivos (Octavio Paz, JuanRamón Jiménez) y otros mucho menos (unincansable Ricardo Paseyro que dedicatoda su energía a campañas en contra desu odiado ante la Academia Sueca; un Jor-ge Délano, Coke, que habla del “oro deMoscú” y, aludiendo a Stalin, de «la musabigotuda» que inspiraría Canto general1 ).

En los sesenta, erigido en símbolo re-volucionario, el nombre de Neruda se uti-liza para ventilar las diferencias de orien-tación que la dirigencia cubana manteníacon el PC chileno respecto al carácter dela lucha por el cambio social en AméricaLatina. La carta abierta de julio de 1966,firmada por más de 100 escritores y artis-tas, conocida como la “Carta de los cuba-nos”, acusaba con retórica retorcida aNeruda de haber abandonado sus principiosy lo convocaba, con un tuteo fraternal quepretendía ser amistoso, a reconocer que laúnica línea correcta estaba marcada por elenfrentamiento con el imperialismo en elámbito internacional, y por la violenciacomo método de lucha en América Lati-na2 . Con la misma lógica que se observaen las explicaciones conspirativas paranoi-cas, se llamaba a considerar, a partir del he-cho de haber obtenido el visado a losE.E.U.U, por qué se lo habrían otorgado aNeruda y quién sacaría ventajas con su pre-sencia en el país. No hay détente ni comien-zo del fin de la guerra fría, se afirma en ellibelo, sino un “programa de castración”que intenta neutralizar a los intelectualesde izquierda más influyentes; los EE.UU.“[e]stán a la búsqueda de quienes, preten-diendo hablar a nombre nuestro, presentanla revolución y la violencia como algo demal gusto. Y encuentran, pagando suprecio, a esos sensatos, a esos colabo-racionistas, a esos traidores.” (5: 1395). La

implicación es durísima, hasta insultante.El lenguaje, de una agresividad pasiva quese oculta en el género íntimo de la cartapara hacer públicos el dogma y una conde-na radical. Se ha establecido que a travésdel ataque a Neruda se expresaba una dis-puta por la orientación de los movimientosde transformación social en el continente(la línea guevarista vs la de profundizaciónde la democracia), pero resulta reveladorque se considerara apropiado apelar a la fi-gura de un poeta para la misión3 . Demues-tra, por una parte, el escrutinio al que esta-ba sometido el accionar de Neruda y la exi-gencia de que cada uno de sus actos repre-sentara algo más, mejor y mayor. En unsentido más amplio es, por otro lado, de-mostración del papel central que se le asig-na a la poesía y los poetas en un momentoen que predomina, paradójicamente, un dis-curso antiinte-lectualista (al cual el propioNeruda no se sustraía), que rechaza la ex-perimentación formal y la noción de auto-nomía del ámbito de lo social, enfatizandoformas artísticas que se asimilan al trabajomanual y aporten a la causa. Desde una trin-chera ideológica opuesta a la que motivabalas diatribas de Coke, la “Carta de los cu-banos” propone una lógica basada en lacontinuidad sin fisuras entre la persona pú-blica, el ciudadano comprometido y las per-sonas de los libros. Por eso, no es casualque ambos mencionen al poeta de Cantogeneral, un volumen cuya ficción se sos-tiene, precisamente, en la fusión intrincadade estas categorías.

Con ocasión del centenario se publicaEl Bacalao: diatribas antinerudianas yotros textos que, recordando el apodo que

Navegaciones y anclajes delantinerudismo

MARÍA LUISA FISCHERHunter College of the City University of New York

María Luisa Fischer

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31NERUDIANA – nº 7 – 2009

le dedicaba Huidobro a Neruda, recogeuna prosa en ocasiones desafortunada. Elcompilador Leonardo Sanhueza arguyeque la antología busca ser una respuesta alo que se estima una excesiva exposiciónpública y mediática del poeta, y un inten-to de mirar críticamente el sitial que le co-rrespondería en una historia de la poesíachilena demasiado regida por la presenciade los 4 grandes de la lírica nacional. ElBacalao parece identificar con justeza elagotamiento de una forma de aproxima-ción a Neruda que privilegia repetiti-vamente su personalidad, pero no logra si-tuarla en contextos que la hagan compren-sible más allá de un afán de figuraciónapabullante que resulta, en el caso que nosocupa, a todas luces insuficiente. Consi-dero más certera la observación de SergioMissana quien, apuntando algunos efec-tos negativos de su elevación en ícono na-cional, señala que «resulta difícil una mi-rada fresca . . . sobre Neruda, que se hatransformado en símbolo, en póster y tam-bién en marca. Es difícil entablar un diá-logo íntimo con un monumento. . . . Suedificación siempre tiene algo de arbitra-rio (los centenarios, por ejemplo, son oca-siones dudosas, homenajes al sistema mé-trico decimal) y conlleva un obligado fer-vor nacionalista. Celebramos a las figurasliterarias como íconos patrios.» (“Apun-tes sobre la poesía política de Neruda”).Como ilustra El Bacalao, es posible iden-tificar en la actualidad una extendida re-acción de disgusto-pataleta entre escrito-res y animadores culturales jóvenes que,sin embargo, fallan a la hora decontextualizar para comprender el fenó-meno Neruda, historizándolo, y fallantambién a la hora de leer de manera re-novada y cuidadosa su poesía, más alláde las nociones estereotipadas que circu-lan, sobre todo con respecto de los libroscapitales.

En el contexto de la dificultad dehistorizar la figura del poeta que detectoentre los jóvenes antinerudianos, puede re-sultar particularmente significativo un tes-timonio de la historia reciente delantinerudismo. Me refiero a las páginas deldiario personal de Hernán Valdés de 1970incluidas en el número especial con que

la revista Anales de la Universidad deChile rinde homenaje al Nobel de Litera-tura de 1971. Como un aporte a la cele-bración, el texto pone en el tapete los re-paros de intelectuales y escritores que bus-can desplegarse bajo la sombra amplia delpoeta, en un entorno de acelerados cam-bios sociales que exigen definiciones ycompromisos. El número especial de Ana-les acoge una mirada conflictuada sobreel homenajeado lo que, a mí entender, re-presenta un gesto revelador de indepen-dencia y distancia críticas. En “Navega-ción con Neruda y conflictos de la admi-ración”, el autor de Apariciones y desapa-riciones (1964), Tejas verdes (1974) y Apartir del fin (1981) analiza el significadode su interacción cotidiana con el poeta,con quien coincide durante una larga tra-vesía por barco desde puertos europeos aValparaíso. Valdés apunta las pequeñecesy mezquindades propias y las de Neruda,de quien anota sus estrategias para preser-var la intimidad y observa, tanto sus sus-ceptibilidades a la crítica, como sus res-puestas a las formalidades y exigenciassociales. Hacia el final del fragmento deldiario se entrega la evaluación más com-pleta sobre “[e]l fenómeno Neruda . . . enla sociedad contemporánea. (299)” El mar-co de la reflexión lo provee el bloqueocreativo que enfrenta el autor durante lacomposición de la novela Zoom (1971),es decir, a la fertilidad nerudiana se oponela parálisis temporal de un sujetohipercrítico que no se permite salidas fá-ciles a conflictos internos y externos. Loque explica el prestigio excepcional deNeruda es que, con él, la poesía rompe «sucírculo de transmisión elitivo», quien bienpodría ser “el último caso de un individuoque, a través de [ella], establece una co-municación con la sociedad” (ídem). Elyo nerudiano de la poesía social “trascien-de la naturaleza y la historia”, asume per-sonalmente los conflictos sociales, cons-truye “un discurso moral revolucionariodel vate del pueblo”, en fin, se instala comouna renovación y sobrevivencia del roman-ticismo.

En el texto de Anales se incluye una“Nota final” en la que el diarista relee yrevisa sus impresiones que a todas luces son

más conflictivas que admirativas4 . Vale lapena citar en extenso esta sección que to-davía hoy ilumina los porqués y los cómode los antinerudismos. En un país «medio-cre en personalidades culturales», Valdésdetecta en su propia actitud crítica,

una exigencia aberrante de que las perso-

nas sean una cosa distinta de lo que objetiva-

mente son. . . . [L]a sobresaliente situación in-

telectual de Neruda conduce a que uno exija de

su conducta una coherencia y una lucidez su-

periores. Debido a esa situación . . . uno hace a

Neruda responsable de representarnos en sus

actos. Uno exige que Neruda actúe exactamen-

te como lo habría hecho uno si ocupara su lu-

gar. De ahí el conflicto y los reproches. De ahí

la enorme cantidad de desencantamientos que

ha producido en su vida y las opiniones contra-

dictorias que existen sobre él. . . . Neruda ten-

dría que haber sido un prodigio para responder

afortunadamente a tantas exigencias . . . (301)

Enfrentado a la incomodidad o recha-zo ante el Neruda-símbolo, Valdés descu-bre tardíamente una respuesta alternativaen la poesía: “sus versos son la única po-sibilidad de encontrarlo y de reconocerloen su verdadera grandeza” (301).

En una amarga ironía final, Neruda re-acciona al diario de navegación con“(H.V.)”, un poema de ocasión que se re-coge en El mar y las campanas (OC 3:924-925). En él, un sujeto poético “fati-gado de rostros” que persigue, a pesar detodo, la comunicación, fustiga al compa-ñero de barco, acusándolo de mezquindade inseguridad, y de menoscabarse en “unaguerra / contra la propia sombra”. Al co-tejar poema y diario se descubre quesubyace en ellos una temática común queacaso no se explicitó a tiempo: el deseode ambos de escapar a sujeciones y obli-gaciones sociales (desde la figura símbo-lo con su generosa sombra, hasta la máspedestre de la buena educación) que res-tringen la comprensión e impiden relacio-nes menos mediadas y más libres. Asimis-mo, pienso que la réplica del poema do-bla y reitera los puntos ciegos del propioNeruda y de sus detractores de hoy, queno consiguen dirimir y distinguir las mu-chas capas que componen una complejafigura.

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32 NERUDIANA – nº 7 – 2009

OBRAS CITADAS

“Carta abierta a Pablo Neruda”. Obras Com-

pletas de Pablo Neruda. Vol. 5. Ed. Hernán Loyola.Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,2002. 1390-1396.

DÉLANO, Jorge (“Coke”). Yo soy tú. Santia-go: Zig-Zag, 1956.

FERNÁNDEZ Retamar, Roberto. Recuerdo a.

La Habana: Unión de Escritores y Artistas de Cuba,1998.

LOYOLA, Hernán. “La otra escritura de PabloNeruda II”. Prólogo. Obras Completas de PabloNeruda. Vol. 5. Ed. Hernán Loyola. Barcelona: Ga-laxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2002. 9-36.

MISSANA, Sergio. “Apuntes sobre la poesíapolítica de Neruda”. 30 jun. 2005 <http://w w w . c o n s e j o d e l a c u l t u r a . c l /index.php?op=articulo&artid=1404>.

NERUDA, Pablo. “(H.V)”. Obras completas.Ed. Hernán Loyola. Vol. 3. Barcelona: GalaxiaGutenberg-Círculo de Lectores, 2000. 924-925.

SANHUEZA, Leonardo, ed. El Bacalao:Diatribas antinerudianas y otros textos. Santiago:Ediciones B, 2004.

—.“Neruda, vivo o muerto”. Prólogo. El Baca-lao: Diatribas antinerudianas y otros textos. 11-15.

VALDÉS, Hernán. “Navegación con Neruda yconflictos de la admiración”. Anales de la Univer-sidad de Chile 157-160 (1971): 297-301.

—.“1970. Navegación con Neruda”. Fantasmas

literarios. Una convocación. Santiago: Aguilar,2005. 181-185.

NOTAS

1 El periodista y dibujante publica su Yo soy tú,mezcla de autobiografía, crónica y libelo con un largosubtítulo que alude al interés por el cine del autor:“Argumento de Jorge Délano F. Dirección de ‘Coke’.Los episodios que aparecen en esta película sonauténticos y no una mera coincidencia. Norecomendable para señoritas”. Se ilustra, entre otrosmateriales, con caricaturas de Neruda.

2 La “Carta de los cubanos” se puede consultarbajo “Carta abierta a Pablo Neruda” en ObrasCompletas de Galaxia Gutenberg-Círculo deLectores, Tomo 5, 1390-1396, edición por la que cito.

3 Ver las notas de H. Loyola que acompañan eltexto de la “Carta” y su prólogo “La otra escritura dePablo Neruda II” que explica el contexto de la misma,(OC: 5, 12-16). También en las memorias de uno desus redactores, Roberto Fernández Retamar, Recuerdo

a (1998).4 Para otra interesante reelaboración del episodio

del viaje en barco, ver en las memorias literarias delmismo autor Fantasmas literarios. Una convocación

(2005), “1970. Navegación con Neruda”. Allí seconsigna, por ejemplo, que Neruda facilitó lapublicación de la novela Zoom en la editorial

mexicana Siglo XXI.

Apostilla del Director

La publicación del testimonio de Hernán Valdés (aquí aludido por M. L. Fischer)tiene una pequeña historia que quiero contar en el ámbito del antinerudismo. Pocos

meses después de la asignación del Nobel a Neruda (octubre 1971) el secretario generalde la Universidad de Chile, Raúl Bitrán, me encargó la edición de un número de homena-je en la revista Anales de ese ateneo, que aparecerá a comienzos de 1973 pero fechado1971 (nº 157-160). Valdés era un escritor en ascenso que yo estimaba mucho, por lo cualle solicité aquel testimonio cuyas «observaciones», como él las llamará en su libro Fan-tasmas literarios (2005), me sorprendieron por lo que entonces juzgué, tratándose de unhomenaje al Nobel de Pablo, inoportuna desmesura o iconoclastia de un escritor joven.

La publicación de aquel texto de Valdés no fue un gesto mío de independencia crítica(como M. L. Fischer generosamente supone) sino el difícil resultado, a contrapelo, delduro e inesperado conflicto que me fue impuesto. Hoy no lo publicaría en el contexto deun homenaje a Neruda. Lo sentí entonces como una respuesta poco amistosa de Valdés ami petición, pues él no podía ignorar (aunque hasta ahora finge lo contrario) que sutestimonio suscitaría irritación en Pablo. Más aún, ahora creo que era precisamente loque buscaba. Y lo logró.

La responsabilidad es mía, sin embargo, porque por un falso sentido de independen-cia crítica no fui capaz (no tuve el coraje) de rechazar un texto no exento de méritos perotan ajeno al espíritu del volumen. Falso porque, en verdad, de lo que no supeindependizarme (y rechazar) fue de la violencia que Valdés ejerció sobre mí al enviarmeESE texto. Obviamente no era la única cosa que él podía (y sabía) escribir acerca deNeruda en ESA ocasión, e incluso aquélla, la elegida, habría podido escribirla en otraclave menos insidiosa y más equilibrada o más dialéctica. Y sobre todo más generosa.Motivaciones no le habrían faltado, a comenzar por la publicación de Zoom que le debíaa Neruda, como el mismo Valdés —y no el poeta— declarará mucho después, en susFantasmas literarios de 2005, y no entonces como habría podido… y debido, quizás.Porque fue durante esa navegación que Neruda ofreció su intervención ante Orfila paraque la novela que Valdés estaba escribiendo entonces, Zoom, destinada a la modesta Zig-Zag chilena, fuera publicada en cambio por la muy prestigiosa —a nivel internacional—editora mexicana Siglo XXI. Lo que puntualmente había ocurrido ya (1971).

Sin embargo Valdés prefirió hacerme llegar un testimonio en antipatía, cuyo títuloalude a «conflictos de la admiración». Pero ninguna real admiración se advierte en eltexto: su brillante escritura oculta una gélida distancia, una mirada oscura y unilateral,sin empatía ni ánimo de ecuanimidad. Pablo no me dijo nada esta vez (habíamos tenidootras discrepancias), pero la publicación le dolió mucho a juzgar por el poema “H. V.”incluido, póstumo, en El mar y las campanas. Sólo muchos años más tarde el libro Fan-tasmas literarios —testimonio de una época que leí, yo sí, con auténticos «conflictos dela admiración»— me aclaró la reacción de Pablo. Con respecto a varios de los fantasmasevocados Valdés se comporta como con Neruda. Al cierre del libro, y a pesar del tiempotranscurrido, Valdés vuelve sobre aquella navegación con Neruda, y sobre aquel testimo-nio suyo, con la misma mezquindad de treinta años antes y fingiendo no comprenderaún: «Qué opiniones sobre él, qué imagen de su persona, o qué capítulo de la noveladesataron su ira, como para dedicarme después unos versillos resentidos y enconados,fueron un enigma que entonces no pude resolver.» Cuando leí estas líneas comprendífinalmente que Pablo no había exagerado al dedicarle esos ‘versillos’ (y hasta llegué apensar, por primera vez, que tras esas líneas y otras de su libro se esconden las razonesúltimas que han impedido a Valdés devenir, de hecho y de reconocimiento, el gran escri-tor que en potencia es).

— Hernán Loyola

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CRÓNICA

La Cátedra Neruda en laUniversidad de Chile

Un acuerdo firmado en junio 2009 entre la Universidad de Chile (Facultad de

Filosofía y Humanidades) y la Fundación Pablo Neruda puso en marcha el funciona-

miento de la Cátedra Neruda. Su primera actividad será (en octubre) el curso del profesor

visitante Greg Dawes (North Carolina State University at Raleigh, USA), autor del recien-

te libro Verses Against the Darkness / Pablo Neruda’s Poetry and Politics (2006), quien

dictará también conferencias en las tres Casas de la Fundación (La Chascona, Isla Negra y

La Sebastiana). El Departamento de Literatura ofrecerá cursos de magíster y doctorado

sobre Neruda y la poesía chilena, y habrá becas para estudiantes interesados en el tema.

El convenio fue firmado en La Chascona por el presidente de la FPN, Juan Agustín

Figueroa, y por el profesor Jorge Hidalgo, Decano de la Facultad de Filosofía y Humani-

dades de la UCh, en presencia del Vicerrector Académico del ateneo, profesor Íñigo Díaz.

Ambos firmantes recordaron las relaciones que el poeta Pablo Neruda mantuvo, durante

toda su vida, con la principal universidad del país.

La biblioteca del Departamento de Literatura formará una sección especial dedicada a

la bibliografía nerudiana, a comenzar por las Obras completas del poeta, nueva edición de

H. Loyola en 5 volúmenes (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999-2002). La Cátedra, coor-

dinada por Manuel Jofré, propiciará también un número monográfico nerudiano de la Re-

vista Chilena de Literatura, que aparecerá en 2010 con ocasión del Bicentenario.

El 105º cumpleaños de Pabloen La Chascona

El viernes 10 de julio, a las 19:00 horas, en la Casa-Museo La Chascona hubo una

sesión literaria para celebrar el 105º cumpleaños del poeta. En ella participaron:

— Cynthia González (estudios de postgrado en España y de Doctorado en Literatura

Chilena e Hispanoamericana en la Universidad de Chile) sobre el tema “El tiempo en la

obra de Pablo Neruda”.

— Brenda Müller (escritora, concluye su Magíster en Literatura Chilena e Hispano-

americana en la Universidad de Chile) con un “Examen de La espada encendida”.

— Juan Manuel Silva y Simón Villalobos (poetas, editores de la revista Contrafuerte,

ambos con grado de Magíster en Literatura) con lecturas de poemas de Neruda.

— Manuel Jofré (profesor de la Universidad de Chile y miembro del Directorio de la

Fundación Neruda) dirigió la ceremonia y explicó su significado.

H . V .H . V .H . V .

Me sucedió con el fulano aquélrecomendado, apenas conocido,pasajero en el barco, el mismo barcoen que viajé fatigado de rostros.Quise no verlo, fue imposible.Me impuse otro deber contra mi vida: ser amistoso en vez de indiferentea causa de su rápida mujer, alta y bella, con frutos y con ojos.Ahora veo mi equivocación en su triste relato de viajero.

Fui generoso provincianamente.

No creció su mezquina condiciónpor mi mano de amigo, en aquel barco,su desconfianza en sí siguió más fuertecomo si alguien pudiera convencera los que no creyeron en sí mismosque no se menoscaben en su guerracontra la propia sombra. Así nacieron.

–Pablo Neruda

El mar y las campanas, 1974

Cynthia González yBrenda Müller

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El notable escritor, político y diplomá- tico ecuatoriano Jorge Enrique

Adoum falleció en Quito el viernes03.07.2009, a los 83 años, a causa de unparo cardíaco en la clínica donde se en-contraba hospitalizado.

Nacido en 1926 en Ambato, 120 kiló-metros al sur de la capital de Ecuador, esrecordado por una obra que apela al cora-zón más fiel de los amantes de la palabraescrita, pero también por ser uno de losrepresentantes de una generación de inte-lectuales que rechazaron con la fuerza deun huracán las injusticias sociales en supaís y en América Latina. Y dentro de sufuerte compromiso social brindó su apoyoa la Revolución cubana.

El Turco, como lo llamaban cariñosa-mente, fue el autor de Entre Marx y unamujer desnuda, El amor desenterrado yotros poemas, Notas del hijo pródigo, Noson todos los que están y Postales del tró-pico con mujeres, entre otras muchas obras.En sus años juveniles estudió Derecho yFilosofía primero en la Universidad Cen-tral del Ecuador y, más tarde, en la Uni-versidad de Santiago, Chile, país dondetuvo el honor de ser, por cerca de dos años,el secretario privado de Pablo Neruda.

Luego de un golpe militar que tuvo lu-gar en Ecuador, Adoum residió en Parísdonde se desempeñó como lector de lite-ratura en diferentes lenguas para las edi-ciones Gallimard, al tiempo que ejercíacomo periodista de la Radio y Televisiónde Francia, traductor de la ONU y la OIT.[Michel Hernández, Cuba.]

Recuerdo de AdoumJOSÉ MIGUEL VARASPremio Nacional de Literatura

La noticia de su muerte en la prensa nacional fue breve y errónea. No

completó, como dicen, sus estudios en la

Universidad de Santiago de Chile, que enlos años 40 no existía, sino en laUniversidad de Chile.

Lo conocí en aquellos tiempos, muyjoven y muy flaco, con unos ojos negros yprominentes que escudriñaban sin piedada hombres y mujeres. Sobre todo a mujeres.Eran los años de la represión de GonzálezVidela, el tiempo de la Guerra Fríachilena, al decir de Carlos Huneeus. Melo presentó Joaquín Gutiérrez en la LibreríaNascimento. También estaban presentes elpintor Julio Escámez y el escritor AlfonsoAlcalde. Los tres vivían en el mismo cuartode una casa de pensión paupérrima yatravesaban pellejerías inauditas.

Según los relatos verbales de JulioEscámez, a veces el hambre los despertabaa medianoche. Juntaban las chauchas,atravesaban la Alameda y llegaban a lafuente de soda “El Negro Bueno”, uno delos pocos locales de Santiago quefuncionaban toda la noche. Allí tomabanuna taza de café o de chocolate con leche,acompañada de unas tostadas. Sólo lesalcanzaba para una taza que compartíanentre los tres.

A veces los visitaba Pepe Cases, unespañol extravagante, amigo de Alcalde, quecompartía con ellos exiguas provisiones.La verdad es que su principal aporte era elingenio. Los mantenía en vela nochesenteras con el chisporroteo de su portentosaimaginación. Reían de tal manera que losvecinos daban golpes en la muralla parahacerlos callar. Pepe Cases sostenía porejemplo que la dueña de la pensión era unadietista, que tenía su laboratorio en elsótano. Allí medía, con rigor en una balanzade precisión, los gramos de alimentos

necesarios para proporcionar a suspensionistas las calorías indispensables paraque pudieran levantarse, ir hasta el comedory tomar desayuno: unas tostadas conláminas translúcidas de dulce de membrilloy una taza de té muy pálido. La científicacalculaba luego en gramos los nutrientespara generar la energía que les permitieratomar el tranvía, llegar a sus centros deestudio y llegar de vuelta casi arrastrándosea la comida, una sopa clara de cabellos deángel, que les daba exactamente la fuerzaadecuada para levantarse de la mesa ydejarse caer en las camas. Si alguna veztenían que correr tras el tranvía, sedesmayaban. Si por un golpe de suerteextraordinario surgía la posibilidad de echarun polvo, iban a dar al hospital. Los sábadoscon la infaltable sopa de letras fueronbautizados por Cases “los sábadosliterarios”.

La hambruna sólo tenía tregua cuandoAdoum recibía su mesada desde Ecuador.Venían entonces dos o tres díaspantagruélicos. Después se retornaba a lapenuria anterior. La persecución políticaarreciaba. La policía buscaba a Neruda,entonces senador comunista, por todo elpaís. El Presidente González Videlapretendía procesarlo por “traición a laPatria”. En la Universidad de Chile losestudiantes organizaron un mitin deprotesta. Uno de los oradores más fogososfue Jorge Enrique Adoum. Logró a duraspenas escabullirse de los carabineros quellegaron a interrumpir el acto y luego tuvoque pasar a la clandestinidad. Algo despuéspidió asilo en la Embajada de Ecuador yen 1949 regresó a su país.

En los años del exilio leímos su famosanovela Entre Marx y una mujer desnuda(1976) llevada con éxito al cine. Unaestremecedora visión de vidas juvenilesazarosas en Ecuador. Es autor de otrasnovelas notables, pero seguramente loprincipal de su obra es su abundante yvaliosa producción poética, muy influidaen sus primeros tiempos por el Neruda delas Residencias. Citamos de su poema “Eldesenterrado”:

Si dijeras, si preguntaras de dóndeviene, quién es, en dónde vive, no podría

ADIOSES

Jorge Enrique Adoum(1926-2009)

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hablar sino de muertos, de substanciashace

tiempo descompuestas y de las que sóloquedan los retratos…

Sin embargo, pronto descubre yafianza su propio estilo, su voz, su tono,que contiene un curioso sentido del humor.Su obra poética es caudalosa. Destacansus Cuadernos de la tierra. He aquí unamuestra de su libro Yo me fui con tunombre por la tierra, de 1964:

LA VISITA(Capítulo de novela)

Llamo a la puerta.—Quién es, pregunto.

—Yo, contesto.—Adelante, digo.

Yo entro.Me veo el que fui hace tiempo.

Me espera el que soy ahora.No sé cuál de los dos está más viejo.

En 1990 lo vimos y lo escuchamos porúltima vez leyendo sus versos en el Centrode Extensión de la Universidad Católica,en compañía de Gonzalo Rojas, HumbertoDíaz Casanueva y Nicanor Parra. Nadamenos. Frente a ese estado mayor de lapoesía chilena, la de Adoum no desmereció,antes bien brilló con luz propia.

Santiago, julio 2009.

jofré

Manuel JOFRÉ, Pablo Neruda / De los mitos

y el ser americano. Santo Domingo (República

Dominicana), Ediciones Ferilibro, 2004.

Con el fin primero y último de develar el seramericano y caribeño en la poesía de Neruda,este libro imbrica y hace dialogar perspectivasteóricas de distintas y variadas matricesepistemológicas. Por ejemplo, para dar cuentade la inscripción y evolución del mito en algu-nos momentos de la obra nerudiana, Jofré re-curre al modelo actancial estructuralista deAlgirdas Greimas (Semántica estructural. In-vestigación metodológica, Madrid, Gredos,1976). Ello le permite, por ejemplo, visualizarcómo el sujeto residenciario se concentra enlas diversas expresiones de la materia, al tiem-po que el objeto se expresa en que dicha mate-ria llegue a alcanzar la categoría de existencia.

Pero el esquema actancial deja de serle ope-rativo a Jofré para dar cuenta de una caracterís-tica fundamental de la creación nerudiana: labúsqueda de una obra global, que se expresa enla renovación constante de estilos. Apela enton-

PUBLICACIONES

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36 NERUDIANA – nº 7 – 2009

ces a los postulados de Northorp Frye(Anatomy of Criticism, Princeton, PrincetonUniversity Press, 1973), quien, desde la po-sición de la Nueva Crítica, postula que elmito central de toda obra literaria es el fe-nómeno de la búsqueda. Específicamente,Jofré remite a Frye en lo que refiere aldevelamiento de las relaciones entre la Na-turaleza y los procesos psicológicos activa-dos en el discurso poético nerudiano. Esto lepermite constatar cómo a cada período deldía (amanecer, atardecer) y a cada estacióndel año se adscriben determinadas signifi-caciones. En el caso del verano, por ejem-plo, dicha temporada se vincula a los esta-dos de plenitud, de integración de lo mas-culino y lo femenino, etcétera.

Sin embargo, para develar la dualidadluz / oscuridad, eje de significación pre-sente en toda la obra de Neruda, Jofré abrenuevamente su caja de herramientas y re-curre a las propuestas que ofrece lamitocrítica y en especial Gilbert Durand(Estructuras antropológicas de lo imagina-rio: Introducción a la arquetipología gene-ral, Madrid, Taurus, 1982), estudioso queha organizado los mitos discursivos desdeel punto de vista de la relatividad de la luz.Sus postulados ayudan a Jofré a entenderel proceso de la luz en el discursonerudiano, cómo en una primera etapa(desde 1915) la presencia de lo luminosoy lo solar poseen una activa presencia que,sin embargo, irá desdibujándose en unaatmósfera crepuscular.

Sobre los conceptos de mito y héroe serecurre a la semiótica de Juri Lotman (“Myt-Name-Culture”, in Soviet Semiotics, DanielP. Lucid, Editor, 1973), quien define el mitocomo «el cruce por parte del héroe del lími-te de un estrecho espacio cerrado y su pasa-je a un mundo sin límites». Jofré aplica taldefinición al proceso que va desde Residenciaen la tierra hacia el Canto general, donde«el héroe parte del espacio cerrado, estre-cho y oscuro de la subjetividad, (...) hacia unpasaje a un mundo externo sin límites, estoes, a una realidad abierta donde no hay res-tricciones que detengan el desenvolvimien-to de los diversos sectores».

Para ver de qué manera se fundan losmitos posicionales en la obra de Neruda,Jofré dialoga específicamente con Mircea

Eliade (Patterns in Comparative Religion,New York, Meridian Books, 1974). De éltoma algunas reflexiones acerca del senti-do de lo mítico y la morfología de lo sagra-do. En la obra de Neruda este espacio cen-tral se condensa en el sujeto poético y enla vegetación, expresión de la naturalezaque representa la fertilidad.

Finalmente, para visualizar las metá-foras de lo masculino y lo femenino ins-critas en el imaginario nerudiano y en elser americano y caribeño en general, lainvestigación apela a la fenomenología dela percepción de Gastón Bachelard (Psi-coanálisis del fuego, Madrid, Alianza Edi-torial, 1996). Jofré plantea que «el ser ame-ricano y caribeño, al haber perdido el fue-go iniciático, por el colonialismo que se leimpuso, quedó amputado del tiempo míti-co, sagrado, circular, propio de las cultu-ras nativas».

Una vez aclarado esto, Jofré se sumer-ge en la tarea de organizar el complejo en-tramado de la obra de Neruda, proponien-do tres grandes etapas que se suceden demanera dialéctica. La primera de ellas cu-bre los años 1915-1935 y se caracterizapor ser una poesía eminentemente «sub-jetiva» y centrada en el yo, con un clarodominio de la función expresiva. Dichaetapa se define además por «la búsquedade un lenguaje poético propio», la aven-tura amorosa, «la presencia de la palabrapoética» y el despliegue del primer térmi-no de la dualidad agrario / mineral. La se-

gunda gran etapa se inicia en 1936 y seextiende hasta 1957. Es el momento de laconversión de Neruda, producto de su vi-vencia en España: poesía «objetiva» ycomprometida con las circunstancias so-ciales. Por último, en 1958 se abre unaetapa que concluye en 1973, tiempo en quese produce un equilibrio entre lo subjeti-vo y lo objetivo, y con ello la integraciónde lo social y lo individual, lo luminoso ylo oscuro, la política y la poesía.

Según Jofré, en la primera etapa lapoetización del sur chileno implicó unavisión luminosa de esa realidad. Posterior-mente, la experiencia amorosa del hablan-te parece requerir de una atmósfera másbien crepuscular. Desde comienzos de 1920la oscuridad comienza a insinuarse paulati-namente y a intensificarse en la segundaetapa. El tipo de subjetividad activada y lapresencia de los procesos materiales acen-túan la atmósfera gris que define el templede ánimo del hablante residenciario. Perodesde la conversión de Neruda en España,en 1936, vuelve a reinar la luz sobre la os-curidad. El descubrimiento del otro y losvalores de solidaridad que esto conlleva,hacen de la luz un portavoz del cambiosocial que el mundo espera. Por último, enOdas elementales se produce lo que Jofrédefine como la «victoria definitiva de laluz» y la alegría de vivir, aunque advierteque posterior a ese libro se inicia una «ex-periencia de otoño crepuscular» donde lamelancolía y la nostalgia es lo que prima.

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La división en unidades de sentidocomo etapas, fases, etc., no anula la exis-tencia de un continuum responsable delcarácter unitario y articulador de las par-tes. Y el proyecto que regula ese continuumes justamente la indagación del espacioamericano y caribeño. Dicha matriz co-menzó a proyectarse tímidamente en laprimera etapa (con el motivo de la búsque-da amorosa), se acentuó en la segunda (conel tema de la subjetividad) y alcanza su máxi-ma expresión en la tercera y, específi-camente, en el Canto general, que «puedeser leído como una apertura entre la luz yla oscuridad» y como el libro donde con-vergen todas las líneas de sentido que vanconfigurando el ser americano y caribeño.En consecuencia, el ser americano ycaribeño en la obra de Neruda se define enprimer lugar por ser un dispositivo de bús-queda y creación transversal a todas susépocas. En segundo lugar el ser americanoy caribeño es una forma de existencia don-de se debate y se gestiona la esencia de lacultura en sus múltiples expresiones: es-tructuras sicológicas, identidades genéri-cas, etc. En tercer lugar el ser americanoes una praxis, una acción sostenida en tor-no y desde la cual se generan las relacio-nes discursivas que el sujeto establece conel género humano y con la naturaleza. Alconstituirse en la historia y al proponersecomo una argumentación es a la vez unmito, es decir, un «dispositivo estructuralarticulador del discurso».

El corpus nerudiano se erige así comoagente de reivindicación de un sujeto co-lectivo preparado para la gesta liberadora.En Canto general se condensa el impulsode reescribir poéticamente la historia vol-viendo la mirada hacia el origen intocado.De esta forma en la obra poética de Nerudase recupera el mito para dar cuenta de unanueva forma de bautismo, o, en palabras deManuel Jofré, un «nuevo rito redentor».

— Cristián Montes CapóUniversidad de Chile

fischer

María Luisa FISCHER, Neruda: construcción

y legados de una figura cultural. Santiago:

Editorial Universitaria, 2008. 231 páginas.

«Pero cuando pido al intrépido / me sale elviejo perezoso, / y así yo no sé quién soy, /no sé cuántos soy o seremos», decía Nerudaen “Muchos somos”, Estravagario. Sesabe que todo el mundo representa una fa-ceta diferente de su personalidad públicay privada según el contexto social. Somos,por naturaleza, seres sociales. Nada máslógico entonces que explorar las dimensio-nes variadas de la personalidad del vatechileno. Y sin embargo, si bien es ciertoque la crítica ha solido ver al menos doscaras del poeta, no ha ido más allá de ladicotomía Neruda auténtico versus Nerudadogmático (sus obras hasta 1936 y a partirde 1958, serían las del auténtico; las obrasescritas entre esas fechas, las del dogmáti-co). El poeta desatado con sus plenos po-deres poéticos contrasta con el que estuvoaltamente comprometido con el marxismo.Una exploración más fructífera de las fa-ses en la vida y obra de Neruda la haceHernán Loyola al describir al poeta mo-derno y posmoderno, este último siendoel que despliega varios aspectos de su per-sonalidad y su pensamiento poético y po-

lítico a partir de 1958.1 Este muy valiosolibro de María Luisa Fischer se proponeexplorar precisamente los muchos Nerudasque se generan incluso antes de la consoli-dación de su figura en el Canto general.

Su objetivo, dice la autora, es «lograrexplicar la contradicción entre imagenestatuaria y mutabilidad poética y (…)poner a circular otros Neruda, construidosahora conscientemente de tinta, en un es-pacio cultural específico» (30). Se tratade ver las personas poéticas que se inventael poeta, así como datos biográficos, y lasinterpretaciones de críticos, amigos, y delos medios de comunicación, para así su-perar la imagen monumentalizada tanto envida cuanto en obra poética.

En el primer capítulo, “Autobiografíasy memorias” el prisma consiste en lasMemorias del poeta, la biografía de su que-rido amigo Volodia Teitelboim, Nerudaclandestino de José Miguel Varas, Mi vidajunto a Pablo Neruda de Matilde Urrutia,y Adiós poeta de Jorge Edwards. Si elCanto general establece una imagen pú-blica del poeta que afirma su seguridadsobre su relación con la marcha de la his-toria, Confieso que he vivido solidifica sucerteza en el relato de su vida y su lugar enla historia. A manera de ver de Fischer,Neruda se vuelve estatua que proyecta unaimagen dominante que se asocia ineludi-blemente con Chile y la lucha contra lainjusticia social. La conocida biografía deTeitelboim sostendría y no cuestionaría esapercepción canonizada. Su libro es «ga-rante de la cara más pública y oficial delpoeta» (36). El de Varas enfocaría alNeruda anterior a la «oficialización de [su]proyección mundial». El autor de Nerudaclandestino hilvana los diálogos y pone enorden las versiones distintas del cruce sim-bólico de la cordillera de los Andes. Loque sobresale, entonces, es un Neruda decarne y hueso inmerso en un ambiente ymomento sociohistórico (1948) y no elpoeta mítico. Así también, sostieneFischer, en general «contrariando imáge-nes estereotipadas, en la organización dela clandestinidad hay lugar para el humor,la flexibilidad, el error y la precariedad enlas soluciones» (45). En cambio, MatildeUrrutia resulta ser una «fidelísima herede-

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ra de Neruda», defensora de su marido ynarradora que representa a los silenciadospor el régimen de Pinochet. Finalmente,el libro de Edwards (al que da demasiadopeso en mi opinión) narra ante todo suspropios recuerdos personales del poeta,queriendo así descubrir, dice Fischer, una«imagen nueva de quien es su objeto» (62).Si bien la autora reconoce que el libro delnarrador chileno estriba en muchas anéc-dotas antinerudianas, no lo critica a sufi-ciencia para mi gusto. Hay que dependerdemasiado del punto de vista subjetivo deEdwards, que, en rigor, logra recrear unNeruda binario: el que se aferra ‘ciega-mente’ al Partido Comunista y sin embar-go ‘subvierte’ la supuesta postura estéticadel Partido. No se trata, entonces, de unavisión fresca y múltiple que le permitieraa Fischer explorar las caras distintas deNeruda, y por eso sorprende que la autorano lo critique abiertamente.

En el capítulo 2, “Muertes y reapari-ciones literarias”, Fischer sostiene que laimagen de Neruda se consolidó y se vol-vió más monolítica durante la dictadura,cuando el poeta llega a ser el símbolo dela resistencia. Basándose en comentariosde Edwards y de José Donoso, en estaépoca, dice, Neruda deviene figura icónicaaunque su obra misma no se leía (69-70).Fischer busca, entonces, la manera deaproximarse a la figura del poeta de unaforma más realista, más íntima, al anali-zar Ardiente paciencia de AntonioSkármeta, “Carnet de baile” de RobertoBolaño, y La desesperanza de Donoso. Serefiere en primer término al desfase entreIl Postino —la versión fílmica de la no-vela— y el libro de Skármeta, señalandoque se descontextualiza la riqueza geográ-fica e histórica de la época de la UnidadPopular tan palpable en la novela, la cual,en cambio, logra asociar al poeta con elChile del pre-golpe en una suerte de des-pedida nostálgica (75-79). El ensayo deBolaño resulta ser para la autora —si-guiendo las ideas de Harold Bloom— unrechazo a los padres literarios y una «em-bestida contra la biografía conocida» deNeruda (85). El libro de Donoso, publi-cado durante la dictadura, cuestiona lacultura política y los postulados de la iz-

quierda chilena. El novelista logra hacereso, de manera parecida a Edwards, almismo tiempo que quiere recobrar aNeruda como persona (su afán coleccio-nista, sus casas, etcétera). Si es cierto queLa desesperanza desmonta la «recepciónahistorizada de la figura de Neruda», lohace al desarticular la síntesis entre el poetay su cosmovisión política (92-93). Y estapostura refleja la desilusión con la izquier-da que sufre Donoso a la par que permiteguardar una imagen particular del poeta.

Algo similar sucede en el caso delcuento de García Márquez “Alquilo parasoñar”, según Fischer. El cuento del Pre-mio Nobel colombiano nos permite co-nocer a Neruda, la persona de carne yhueso, cotidiano, sólo que en este caso nopercibo la desilusión que la autora creever. Por añadidura, no hay esa bifurca-ción —evidente en los libros de Edwardsy Donoso— entre la persona de Neruday su pensamiento político.

El segmento más largo de ese capítulo,que versa sobre Fin de mundo, saca con-clusiones a base de la obra tardía del poetaque guardan semejanzas con los estudiosde Enrico Mario Santí (101-113). Se pre-senta una visión de la totalidad de las obrastardías apoyándose sobre un análisis de Finde mundo. Se sugiere así que Neruda quie-re completar el ciclo profético con ese li-bro siguiendo una “modalidad apocalíp-tica”. Según esta intepretación el fin demundo sería el apocalípsis y no, como sos-tiene Hernán Loyola, el fin del mundo capi-

talista y del ‘socialismo real’2 . De ahí elpeligro de enfocar un solo libro como sifuera el representante de la obra tardía ensu totalidad. Si en cambio enfocáramosotros entre los muchos libros publicadosa partir de 1958, como Canción de gesta,Memorial de Isla Negra e Incitación alnixonicidio y alabanza a la revoluciónchilena, podríamos concluir que sigue la-tente una nueva formulación no-apocalíptica del socialismo en la obra tar-día del poeta.

Aunque esa parte del capítulo no re-sulta tan convincente, sí logra darnos unaidea de una paradoja fundamental en lavida del vate: que en los últimos años desu vida Neruda gozaba de una populari-dad irrefrenable pero no se lo leía (108).Su personalidad y su postura política, diceFischer, ya se había institucionalizado paraesa época, dificultando así el entendimientodel poeta canónico (113). Ese tema se en-laza con el siguiente capítulo, “Los libros,el libro”. El Canto general consolida laimagen del «yo poético, autobiografía y es-critura de la historia» de una manera insó-lita que perdura aún, y especialmente, du-rante los años de la dictadura.

A continuación, Fischer pasa a obrasde Raúl Zurita y Enrique Lihn, que procu-ran reescribir y reelaborar la imagen pro-yectada en el Canto general. Anteparaíso,de Zurita, no ofrece una resurrección delos oprimidos y muertos —como elpoemario nerudiano— sino en las mentesde los sobrevivientes. Esta interpretaciónde la obra de Neruda, sugiere la autora,convalidaría la mitificación del poeta (128-32). En cambio, El paseo Ahumada, deLihn, «no es profética ni menos instrumen-to para la salvación de nadie». El Pingüi-no percibe a la gente aplastada por la his-toria en época de la dictadura. El discursodel Canto general, parecería decirnos Lihn,ya no puede tener el mismo alcance histó-rico y político. Sólo se puede recurrir a un«canto particular» (134-35). De 1973 a1989, asevera Fischer, una de las pocasarmas que le queda al escritor es esa ópti-ca desde lo que Adolfo Sánchez Vázquezha llamado el socialismo posmoderno.3

El capítulo siguiente, “Los libros, el li-bro II”, uno de los más interesantes en el

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estudio de Fischer, se concentra sobreEstravagario y el trayecto de la obranerudiana a partir del XX Congreso delPCUS. Dada la fragmentación del sujetoy la «crítica a las convenciones sociales»,este poemario reanuda un lazo, diceFischer, con las Residencias. Nerudaretomaría ciertos principios vanguardistas—neovanguardistas a estas alturas— paraafrontar otra crisis personal y política. Sinembargo, como apunta acertadamente laautora, Neruda no abandona sus convic-ciones políticas ni el Partido, ni tampocose desahoga en público (aunque sí en Me-morial de Isla Negra, Elegía, e indirecta-mente en Canción de gesta) a la hora delas revelaciones de Jruschov. Se trata en-tonces de la coexistencia del compromisopolítico, por un lado, y una poética experi-mental, por otro en Estravagario. Fischerpresenta un análisis muy valioso de los di-seños y su relación intertextual con lospoemas, la tipografía y el diseño de la so-brecubierta, elementos que no se destacanen las ediciones posteriores a la primera.Este experimento poético, afirma la auto-ra, es una manera de reconfigurar el com-promiso entre el poeta como individuo yel proyecto colectivo (172).

“Figuraciones fotográficas”, en cam-bio, a mi ver, es menos persuasivo. Al verlas identidades diferentes que asumeNeruda a lo largo de los años, pero en par-ticular en la estadía en el Oriente, en lasfotos, Fischer buscaría una figura másmultifacética y menos estatuesca (177).Interpreta las fotos de corte vanguardistaque revelarían los disfraces y los trajes quemostrarían el intento del poeta de integrarsey simultáneamente alejarse de la multitud.Ya para Estravagario Neruda intentaríadisolver su identidad, así como seautorrepresentó, mutatis mutandis, en Re-sidencia en la tierra. Habría que añadirque si es así su auto imagen se va consoli-dando —a veces a pesar suyo— a partirde este momento con una nueva modali-dad autobiográfica que incorpora tambiéna su compromiso político.

Esto último lo aborda Fischer en el su-gerente epílogo del libro. Después delgolpe y de la muerte de Neruda, la «ima-gen del escritor político que revela la his-

toria americana y anuncia un futuro me-jor», sostiene la autora, «va quedando re-legada a un segundo plano...» (199). Y secelebra una «excesiva exposición públicay mediática del poeta» que resalta sobretodo los aspectos biográficos a expensasde su propia obra (la lectura de ella) y desu pensamiento político (200). Basta pen-sar en el desfase entre Il Postino y Ardien-te paciencia —que, notoriamente, se titu-la ahora El cartero de Neruda— y el mar-keting que desata, así como en la venta detodo tipo de objeto con la imagen del poe-ta. Se ha creado, entonces, un monumen-to en la sociedad de consumo a Neruda,haciendo de su biografía, mercancía (200-203). Irónicamente, como muy bien seña-la Armando Uribe, esto se da en el mo-mento en que la sociedad queda corta delos ideales y de la sociedad a que aspirabael vate. «Hoy somos ordinarios», dice,«porque el Chile que Neruda representabano está a la vista» (cito por Fischer, 202).Se corre el peligro de que Neruda repre-sente un pasado ya caduco sin dejarle unlegado siquiera a los poetas de la actuali-dad. Pero ahí Fischer toma el caso de JoséEmilio Pacheco —poeta eminente delneovanguardismo— que, antes de la pu-blicación de Estravagario, se había aleja-do de la obra de Neruda, pero que la vuel-ve a encontrar. Es más: afirma el poetamexicano que sin Neruda «no hay poesíani narrativa hispanoamericana del sigloveinte” (206). Por eso hay que buscar enesa «sombra de un porfiado ausente» quees el poeta, las lecciones de la historia y lainspiración para el futuro. Y el libro deFischer nos ayuda a dar un paso importan-te en esa dirección.

—Greg Dawes

North Carolina State University

NOTAS1 Ver “Modernidad/Posmodernidad como pro-

puesta de periodización histórico-cultural”, A contra-

corriente, vol. 4, No. 3 (primavera del 2007): 69-85.

http://www.ncsu.edu/project/acontracorriente/

spring_07/Loyola.pdf2 Ver las notas de Loyola en Pablo Neruda, Fin

de mundo (Buenos Aires: Debolsillo, 2004), 143-

45; y en OC, III, 978-985.3 Adolfo Sánchez Vázquez, “Radiografía del

posmodernismo”, Nuevo Texto Crítico, segundo se-

mestre (1990): 14.

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Nerudiana personalPEDRO LASTRAUniversidad Católica de Chile

¿Cómo empieza esta relación? Lo prime-ro fue el fulgor de una poesía que los adoles-centes que fuimos encontramos de pronto eincorporamos a nuestras vidas de un modocasi natural. Hernán Castellano-Girón rese-ñó alguna vez esa experiencia en una notatitulada «El Neruda que nos trajo al mun-do». Así fue, y yo me apresuro a suscribirese título. Vuelvo a verme en un colegio deinternos en Chillán, a fines de los años cua-renta, leyendo y releyendo los escasos poe-mas de Neruda que la avaricia del Estadoponía a disposición de los estudiantes. Fuientonces, por obra de una circunstancia queya no siento como negativa, lector y relectorde Neruda. Entre sus muchas enseñanzas devida verdadera le debo ese hábito, intensifi-cado por los años hasta convertirse en unaamada costumbre. Apetencia de poesía, po-dría llamarla, de toda la poesía a mi alcance,y al comienzo sin más discernimiento entrelo bueno y lo dudoso que la aplicación de laprecaria tabla de valores que me había fija-do: quería encontrar y vivir un deslumbra-miento parecido en todos los poemas que leía,y me ganaba una suerte de tristeza (no acier-to a describir de otra manera tal sentimiento)cada vez que la lectura frustraba esa expec-tativa. Me ocurre aún, y seguirá ocurriéndo-

me: la vivencia de un límite entre la exalta-ción suscitada por los poemas que admiro yel desencanto –nunca la indiferencia– queexperimento frente a los demás. No es queesperara oír la misma voz: buscaba voces dis-tintas, pero de algún modo tan intensas comoaquélla. Y así fue cómo, gracias a las que seoían en el vasto PAÍS NERUDA, sentí lle-gar las otras, las deseadas, que me abrieronel mundo y me fueron revelando que si elpersonaje de Rilke tenía razón al afirmar que«no existen trescientos poetas», la primeralección nerudiana, para mí, debía ser ésta:amar y honrar en sus palabras toda poesía, ybuscar las nuestras, pero no repetirlo.