Revue Nerudiana N° 12, Diciembre 2011 - Febrero 2012

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Fundación Pablo Neruda Santiago Chile 12 Diciembre 2011 - Febrero 2012 Director Hernán Loyola nerudiana Silvia Aguilera Miguel Ángel Asturias Gunther Castanedo Pfeiffer Jaime Concha María Luisa Fischer Laura Hatry Enrique Inda Goycoolea Iris Largo Farías Miguel Lawner Hernán Loyola Félix Martínez Bonati Elena Mayorga Marnich Ennio Moltedo Gabriele Morelli Carlos Orellana Darío Oses Jaime Pinos Paulo Slachevsky Mario Valdovinos Adriana Valenzuela P. escriben:

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1NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Fundación Pablo Neruda Santiago Chile nº 12 Diciembre 2011 - Febrero 2012 Director Hernán Loyola

nerudiana

Silvia AguileraMiguel Ángel AsturiasGunther Castanedo PfeifferJaime ConchaMaría Luisa FischerLaura HatryEnrique Inda Goycoolea

Iris Largo FaríasMiguel LawnerHernán LoyolaFélix Martínez bonati Elena Mayorga MarnichEnnio MoltedoGabriele Morelli

Carlos orellanaDarío osesJaime PinosPaulo SlachevskyMario ValdovinosAdriana Valenzuela P.

escriben:

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2 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Sumario

nerudiananº 12 diciembre 2011 - febrero 2012

director y editor Hernán Loyola

secretaria de ediciónAdriana Valenzuela P.

[email protected]

diseño y diagramación Juan Alberto Campos

FUNDACIóN PAbLo NERUDA Fernando Márquez de la Plata 0192

Providencia. Santiago Chile

Ilustración de portada: Hone, William. Hone’s Everyday Book, 1826.

Los juicios y opiniones vertidos en los artículos y demás materiales aquí publicados, son responsabilidad de sus respectivos autores.

DoSSIER: JoSÉ MIGUEL VARAS (1928-2011)José Miguel ya no está, pero siempre estará 4IRIS LARGo FARÍAS

Varas y Neruda 7JAIME CoNCHA

José Miguel Varas, el amigo 9CARLoS oRELLANA

Compañía de José Miguel 12FÉLIX MARTÍNEZ boNATI

Despidiendo a José Miguel ... 151.- MIGUEL LAWNER

2.- SILVIA AGUILERA / PAULo SLACHEVSKY

DoSSIER: HACE 40 AÑoSUn Nobel para Chile. Neruda en la... 17 MARÍA LUISA FISCHER

1971: dos españoles con Neruda en Estocolmo 19GUNTHER CASTANEDo PFEIFFER

La antropología poética de Neruda 22HERNÁN LoYoLA

Neruda y Rosales 1971-1973 ... 23GAbRIELE MoRELLI

Neruda y Rosales (a propósito de las cartas) 25HERNÁN LoYoLA

Neruda, el Vate: poesía y vaticinio 27DARÍo oSES

DoSSIER: 50 años de “LA SEbASTIANA” 29Un marinero en tierra. 30 JAIME PINoS

La Sebastiana: una casa en el aire 32ELENA MAYoRGA MARNICH

Celebrando a Rolando Rojas: REGALAR EL MUNDo. 34JAIME PINoS

El recado 35ENNIo MoLTEDo

La Sebastiana por Calycanto 36ADRIANA VALENZUELA P.

En el centenario de Matta 37ENRIQUE INDA GoYCooLEA

La génesis de Ardiente paciencia ... 42LAURA HATRY

Fray Camilo y Neruda: Aurora de Chile 45HERNÁN LoYoLA

PUbLICACIoNES 47ADRIANA VALENZUELA P.

RESEÑASPablo Neruda, Arte de pájaros 48Diego Muñoz, De repente 49Aída Figueroa, A la mesa con Neruda 50Pablo Neruda, La rosa separada 51MARIo VALDoVINoS

Pablo Neruda vivo 52MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS

nerudiana 12

blades, William. Pentateuch of Printing with a Chapter on Judges, Chicago, 1891.

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ESTE NÚMERO

Ya no está José Miguel Varas (1928-2011) en el escenario de la literatura chilena. Hay quienes

recuerdan con mayor fervor al precoz narrador de Cahuín (1946) y de Sucede (1950) que fue madurando a través de Porái (1963), de Chacón (1967) y sobre todo de Lugares comunes (1968). Para otros el Varas inolvidable es una voz de barítono que durante quince años de exilio sostuvo la esperanza y la resistencia en Chile desde los micrófonos de Radio Moscú. Y hay quienes prefieren al escritor del regreso, al autor de El correo de Bagdad (1994), de Exclusivo (1996), de Los sueños del pintor (2005) y de Milico (2007). Nosotros, naturalmente, rendimos especial homenaje al nerudiano imprescindible de Neruda y el huevo de Damocles (1991), Nerudario (1999), Neruda clandestino (2003) y Tal vez nunca (2008). Y al amigo del poeta.

Por ello inauguramos este número con testimonios de amor, de saber y de amistad hacia José Miguel. Su compañera, Iris Largo Farías, ha aceptado recordar para nosotros anécdotas y episodios de la amistad de ambos con Neruda, pero en el trasfondo de esos recuerdos lo que palpita y revive es el amor que la unió a su marido.

Jaime Concha enseñó en universidades del sur nerudiano (Valdivia, Concepción), en Clermont-Ferrand (Francia) durante la primera fase de su exilio, luego en Seattle por breve tiempo al transferirse a los Estados Unidos, radicándose después, hace ya algunos años, en la sede La Jolla de la Universidad de California, San Diego. Jaime, que siempre fue un gran admirador de la narrativa de Varas, en 1971 me sugirió espontáneamente reeditar Porái, con un prólogo suyo, en una colección que yo dirigía para Nascimento. Su profundo conocimiento de la obra del amigo resplandece en el artículo que publicamos.

Carlos orellana y Félix Martínez bonati, así como

Lawner y los Slachevsky (LoM) en las exequias del Parque del Recuerdo, testimonian el enorme cariño que supo inspirar José Miguel en sus amigos. Carlos, que actualmente reside en Viña del Mar, fue editor de Universitaria antes de 1973, editor factual de la mítica revista Araucaria de Chile en París y en Madrid du-rante la dictadura y luego, al regresar a Chile, editor del sello Planeta. Félix es un muy prestigioso teórico de la literatura a nivel mundial, enseñó en Valdivia y en Nueva York (Columbia University) y actualmente vive en bremen, Alemania.

Hace 40 años, otro Nobel de Literatura para Chile. Le dedicamos un dossier que inaugura María Luisa Fischer –una chilena en Nueva York, estu-diosa del contexto histórico-cultural de la literatura hispanoamericana– con una breve radiografía de las reacciones en el país frente al Nobel otorgado a Neruda. Las de españoles como Rafael de Penagos, Teodulfo Lagunero y Luis Rosales, son contadas por nuestros fieles Gunther Castanedo y Gabriele Morelli en sendas crónicas.

Tras la nota de Darío oses sobre el poeta vati-cinador, celebramos los 50 años de La Sebastiana con notas del director Jaime Pinos y de la arquitecta Elena Mayorga, y el centenario de Roberto Matta (11.11.1911) visto por Enrique Inda, completan el denso cuerpo de este número especial de nerudiana, coronado por Laura Hatry con un estudio comparativo entre el filme Il Postino de Troisi y la novela original de Skármeta, y por el recuerdo del bicentenario de la Aurora de Chile de Fray Camilo (1812), asocián-dolo al de la segunda Aurora, la de Neruda (1938). Sigue Mario Valdovinos con un póker de reseñas (dos singulares publicaciones de Neruda, una reedición de Diego Muñoz y otra de Aída Figueroa). Al cierre, un poco difundido poema de Miguel Ángel Asturias en homenaje al compadre Pablo en su muerte.

– El Director

[email protected]

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El 23 de septiembre de cada año, desde 1973, tenía para nosotros un significa-

do triste o nostálgico. En Moscú se recorda-ba a Pablo Neruda en la radio y en nuestro hogar había una alusión o se lo escuchaba en alguna grabación, igual que los días 12 de julio. Ya en nuestra patria siempre había un recuerdo para el poeta que partió para siempre aquel 23 de septiembre de 1973.

Este año, 2011, en que nos prepará-bamos para juntarnos con unos amigos, se convirtió en el peor día de mi vida. Un hecho terrible, brutal, equivalente al peor terremoto, cayó sobre nosotros como un rayo fulminante. José Miguel, el com-pañero, el amor, el cómplice, el amante, el pilar de nuestra familia que mantenía siempre en alto el optimismo y la esperanza abandonaba esta tierra inesperadamente.

El dolor está muy fresco, lacerante y profundo, cuesta expresarlo. Tampoco es necesario, pero he querido recordarlo en esta publicación porque a lo largo de nuestra vida en común de casi medio siglo,

Pablo Neruda estuvo presente. De repente, en medio de las cosas más simples o com-plicadas recordaba José Miguel alguna anécdota, un chiste, algún encuentro casual o programado con él, en Praga, en Moscú, en Valparaíso, en Santiago o en otros lugares del planeta; los libros de Neruda siempre estaban a mano profusamente.

Recuerdo la primera vez que me pro-puso ir a Isla Negra porque Neruda quería hablar con él. Nos quedaríamos en su casa en la piecita del 2º piso. Yo estaba ansiosa y feliz, comenzaba el año 1965, había regresado hacía poco de México donde había trabajado tres años en la Universidad Autónoma de baja California, en Mexicali. En algún momento la conversación derivó hacia mi experiencia en ese país que tanto amaba él, conté que entre los tesoros que había llevado estaba Canción de gesta que pronto se convirtió en el epicentro de los encuentros con los alumnos mexicanos; la efervescencia y el interés por la Revolución

José Miguel ya no está, pero siempre estará

IRIS LARGo FARÍAS

José Miguel Varas fue integrante del Comité Asesor de la Fundación Pablo Neruda, junto a otras importantes figuras del mundo cultural, como María Maluenda. Fue autor de algunas de las más memorables crónicas sobre Pablo Neruda. Su primer libro en esta línea fue Neruda y el huevo de

Damocles, de 1991, que después amplió en los libros Nerudario, de 1999, y Tal vez nunca, de 2008.Una de las investigaciones más acabadas sobre la vida clandestina de Neruda, y de su fuga a través de la cordillera, en 1949,

constituye la materia del volumen Neruda clandestino, de 2003.También dictó conferencias y escribió muchos artículos sobre Neruda, su época y los personajes que lo rodearon, como Delia del

Carril, Matilde Urrutia, Rubén Azócar, Acario Cotapos y Ángel Cruchaga Santa María. Algunos de esos artículos enriquecieron la revista Cuadernos de la Fundación Pablo Neruda, a la que además entregó valiosos materiales documentales, como el cuaderno en que Víctor bianchi relata la fuga de Neruda por la cordillera, y que es uno de los testimonios directos más completos sobre ese episodio.

Con sus crónicas ágiles, directas, en las que el rigor documental se combina con la amenidad, José Miguel Varas consiguió, como nadie, hacer de Neruda un personaje cercano a los lectores. Y eso fue lo que el poeta siempre buscó: la cercanía con el hombre sencillo.

Darío oses

Dossier: JoSÉ MIGUEL VARAS 1928-2011

Cubana entre los jóvenes era inmensa. De tanto escucharlos y reproducirlos casi nos sabíamos de memoria sus apasionados versos. Todo ello le produjo gran alegría a Pablo. Cuando José Miguel le contó del huachinanguito relleno cuya receta Aída Figueroa reprodujo en su libro A la mesa con Neruda, él dijo: –«Mañana mismo partimos a San Antonio a comprar todo lo necesario».– Así fue. Matilde, él, nosotros dos partimos al día siguiente en el auto de un amigo cuyo nombre, desgraciadamente, olvidé. En el almuerzo de aquel domingo en Isla Negra estuvo México presente con sus sabores, el humor de Pablo y José Miguel creó el grato ambiente fraternal que se res-piraba siempre (o casi siempre) en su casa.

Pasó el tiempo. A fines de 1966, José Miguel hacía un programa semanal con el poeta en la Radio Magallanes y había un

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espacio para breves encuentros. Un día me pregunta Pablo: –«¿Y cómo le vas a poner a esa guagua?».– «José Miguel si es hombre, si es mujer aún no lo decidimos: José Mi-guel quiere que le ponga Iris, yo Ana, como mi mamá».– Pablo dice muy decidido con su voz nasal: –«¿Y por qué no le pones Anaíris?». Así fue, solo que el oficial civil separó los nombres, falta que se sub-sanó cuando nació nuestra nieta Anaíris.

En Moscú, entre los años 1969 y 1970, hubo encuentros bilingües animados con vodka con amigos rusos como Vera Kutiéichikova, Lev ospovat y nuestra entrañable y amada Ella braguínskaia.

Durante el gobierno de la Unidad Popular los encuentros se fueron espa-ciando por la intensa actividad política y laboral que cada uno cumplía con frenesí (al decir de Joaquín Gutiérrez) y esperanzas. Pero, siempre hubo un contacto telefónico entre José Miguel y Pablo hasta el 11 de septiembre de 1973.

Recuerdo de ese tiempo un encuentro en que –como ellos tenían que hablar de trabajo– yo decidí irme con las niñas a dis-frutar del viento, las olas y la arena de esa maravillosa playa de Isla Negra. Cuando supo Pablo que estábamos allí nos mandó a buscar en seguida para que almorzára-

mos con ellos. Matilde nos recibió gentil, como siempre, con su enorme sonrisa. Mientras almorzábamos, Ana Iris, de 5 años, me preguntó en voz baja: –«Mamá, ¿él es el rey de esta isla?».– José Miguel le repitió la pregunta a Pablo, quien con gran entusiasmo y sonriendo satisfecho exclamó: –«¡Qué niñita tan inteligente!».– Por cierto, todos reímos de buenas ganas.

Yo diría que el respeto y afecto mutuo que se sentía entre ellos era casi palpable, como una corriente invisible de clara simpatía.

Releo estas líneas y pienso qué diría José Miguel si las leyera. Talvez movería la cabeza como reprobándolo o sonriendo pero no podría desmentirme porque, como ya dije, él mismo siempre estaba mencio-nando a Pablo y sus ocurrencias, o reven-tones como alguna vez le contestó el poeta.

Se nos desplomó encima el 11 de septiembre de 1973 con su golpe mal-dito y sus malditos gestores. Esa misma mañana tenía que partir José Miguel con Fernando Alegría a casa de Pablo en Isla Negra. Entre otras importantes cosas tenía que entregarle los primeros ejemplares de Canción de gesta reeditada por Quimantú. No pudo partir José Miguel pues el golpe estaba ya en plena marcha. Lo último que

le dijo Pablo Neruda fue: «Talvez nunca» cuando José Miguel le comentó que ten-drían que dejarlo para otra vez. Esto lo relata José Miguel en el libro ¿Qué hacía yo el 11 de septiembre de 1973? editado por LoM. Y, posteriormente, en el libro Tal vez nunca de la Editorial Universitaria.

Los 20.000 ejemplares de Canción de gesta –«primer libro poético en castellano dedicado a la Revolución Cubana», como recordará el poeta mismo– hechos con pasión por los trabajadores de Quimantú fueron picados por la dictadura. El único ejemplar que llevé escondido a Moscú y que José Miguel regaló a la biblioteca de Literatura Extranjera, desapareció posteriormente. La fotocopia del mismo, regalada a un chileno en Moscú, nunca fue recuperada. Durante años tuvimos la infructuosa obsesión de encontrar un ejemplar, una hoja, un rastro. Nada.

Se sucedieron los horrorosos aconteci-mientos, los días siniestros que afectaron a millones de chilenos. Pablo Neruda estaba profundamente afectado y preocupado por la suerte de nuestro pueblo. El día domingo 23 de septiembre, alrededor de las dos de la tarde, fui hasta la Clínica Santa María para saber de él y poder informar a José Miguel. Me recibió Matilde acompañada por Laurita, llorosa, y otra persona. Detrás de un biombo yacía Pablo, se escuchaban sus roncos quejidos y alguna palabra inin-teligible. Matilde me dijo: –«Está muy mal».– Le pasé anotado en un papel el teléfono de la casa de los amigos que nos estaban hospedando por si necesitaba algo.

Poco después de las nueve y media de la noche, suena el teléfono, contesto, me dice Matilde con voz ahogada: –«Iris, Pablo se nos fue. Hay que avisarle a todo el mundo para que estos militares no vayan a hacer algo.»– Me puse a llamar a los compañeros de Quimantú, a los miembros de la Comi-sión de Cultura cuyos números conocía, a muchos amigos. Cuando a las dos de la mañana me disponía a dormir, en el dor-mitorio mi hija Cristina, de 4 años, lloraba a mares. Le pregunto: –«¿Por qué lloras, mijita?».– «Porque se murió el poeta», res-pondió. Terminamos llorando abrazadas.

El 23 de septiembre de este año se acabaron los recuerdos y las anécdotas

José Miguel, Iris y Pablo en Isla Negra, años sesenta. Foto: Archivo Fundación Pablo Neruda.

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del poeta en nuestro hogar. Se nos fue José Miguel inesperadamente. Imposi-ble describir el dolor que se mantiene fresco como la sangre recién derramada. Imposible imaginar la vida sin el amor, sin el compañero de las comidas, de los sueños, las luchas y las esperanzas, de las alegrías y los pesares, de la cotidianeidad.

Talvez sea posible gracias a las innu-merables expresiones de pesar, de ternura y

de amistad, a los cientos de brazos que nos apretaron con cariño. Nos tendrá que sos-tener el recuerdo de más de mil personas acompañándonos en Michoacán, donde hablaron Joan Jara, Poli Délano y Aída Figueroa; y en el Parque del Recuerdo, las intervenciones de Miguel Lawner, Paulo Slachevsky, Mónica González, Guillermo Teillier y Marcelo Castillo; el canto de Pa-tricia Largo y de Manuel García, la magní-

fica conducción de José Secall y la Canción Nacional. Cómo podría olvidar a tantos hombres jóvenes y viejos llorando al ami-go, al compañero, al escritor, y el dolor de las mujeres que lo admiraron y quisieron.

Tendremos que recordar también el acto de homenaje en la Feria del Libro (que José Miguel tanto disfrutaba cada año) con la sala repleta de gente entristecida, con la música de Patricio Manns y Rebeca Go-doy, con las palabras emocionadas de José Leandro Urbina, con el esfuerzo sobrehu-mano de Cristina para enfrentar el desafío que la vida nos puso por delante, con los discursos de Arturo Infante y Andrea Palet. Y la cita, como sello de oro, de Darío oses:

«Aquí se queda la clara, la en-trañable transparencia de tu que-rida presencia… José Miguel».♦

Feria del Libro de Santiago, 2006. Foto: Adriana Valenzuela.

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Neruda y Varas pertenecen a genera- ciones sucesivas. Uno nace en 1904,

otro en 1928. La disparidad cronológica no los separa, más bien los une en una clara y rara continuidad. Esta se debe en parte a la evolución histórica del país y, más que nada, a la comu-nidad de ideas y de posiciones sociales que sustentaron de por vida. Experiencias nacio-nales y mundiales moldearon la personalidad de cada uno, incorporándose en sus obras respectivas. Al poeta le tocó vivir dos grandes derrotas, la de España en 1939 y la de Chile en 1973. El triunfo del Ejército Rojo entre Stalin-grado y berlín restableció de algún modo su confianza en un destino histórico mejor para Europa y otros pueblos. De ahí que expandiera España en el corazón con los poemas finales de Tercera residencia, varios de ellos dedicados a la reciente guerra mundial. Varas, por su parte, empieza a narrar en los albores de la guerra fría; más tarde, ya en plena madurez biográfica y creadora, verá instalarse una nueva dictadura en su país. Ambos, tanto el poeta como el no-velista, conocerán el exilio político, uno desde 1949 hasta 1952, otro del 73 al 88.

El segundo texto narrativo de Varas debe su nombre a un poema y verso de Neruda situados hacia el fin de la Resi-dencia II. “No hay olvido (Sonata)” figura completo en la apertura del libro, después de un prólogo algo belicoso. Sucede mar-ca en su título una deuda con la visión temporal del poeta, en que el espectáculo caótico de las cosas convive con una tensa voluntad de resistencia. Es el doble sentido del verbo durar, que Neruda percibe y poetiza con intensidad.

En Varas, en un texto que tiene mucho de experimento vanguardista, el tiempo nerudiano que sucede irreparablemente cuaja en acontecimiento concreto, en no-ticia política y en hecho social de alcance nacional o internacional. Es su operación Dos Passos. La influencia del gran nove-lista norteamericano, que llegará tarde a América Latina en general (La región más

transparente, de Fuentes, es de 1958), da un giro significativo a la intuición poética de Neruda. La duración se transversaliza, abriéndose de par en par a lo que ocurre en el mapa de un presente colectivo. Si no por otras razones, vale la pena subrayar el detalle, porque muestra bien que al Neruda actuante hacia mediados de siglo, por lo menos entre escritores de izquier-da, se lo veía en unidad y como un todo, sin distinguir al poeta residenciario del poeta político posterior. Lo sombrío de la metafísica en las Residencias echaba luz sobre las tinieblas dictatoriales del Canto general, prolongándose en ellas1.

Hace tiempo comenté el notable escrito

de Varas, Neruda clandestino (2003). Con una perspectiva de más de medio siglo, el narrador podía seguir bien lo que fueron los días y noches del poeta en clandestini-dad, en refugios del puerto y de la capital, y su viaje posterior a través de la cordillera. Se narraba así, casi paso a paso, la inmer-sión progresiva del poeta perseguido en lo hondo del pueblo y de su tierra, a la vez que la génesis y creación de las secciones que dan forma al poema monumental. observaba en esa ocasión un detalle cu-rioso, el que a las 15 grandes divisiones del Canto respondieran quince capítulos en la glosa narrativa de Varas –13 unidades propiamente tales, más la “Introducción” y un “Epílogo”. Este extraño pitagorismo (sepa Moya si consciente o no) me parecía un indudable homenaje al gran libro de base que funcionaba como intertexto y, a la vez, cual hipertexto. Con ello, Varas escribía algo que sin duda representa una destacada contribución a la bibliografía sobre la vasta epopeya americana.

Los textos explícita y específicamente dedicados a Neruda no son pocos en la obra de Varas. Ya he dicho que Neruda clandestino me parece el mejor y más sobresaliente. Entre los demás, se cuentan

por lo menos tres, que se entrelazan y superponen a través de varias décadas. El núcleo es obviamente Neruda y el huevo de Damocles, de 1991, que incluye tres cuentos y una posdata escritos entre co-mienzos de los 70 e inicios de los 90, los que se multiplicarán en las colecciones si-guientes: 10 textos en Nerudario, de 1999, y una docena de crónicas definitivamente agrupadas en Tal vez nunca (2008).

Alguna vez sería interesante estu-diar con pormenor la lógica con que se imbrican y barajan estas piezas. Por el momento, señalo sólo un par de hechos significativos. En el último volumen la selección adquiere una inusitada simetría. El primer texto es ahora “Ho perduto la Formica”, nuevo que yo sepa; el final no es otro que “La Patoja”, que ya venía en el Nerudario previo. Con esto, las dos mujeres de Neruda, Delia y Matilde, fijan los contornos de la serie, dejando en me-dio al poeta y a sus amigos (“Juvencio”, “Acario”), superando así cierto desequi-librio en favor de los amores de una que se había filtrado en libros anteriores (véase especialmente “Aquellos anchos días”). Justicia de gender, podríamos decir, tardía si se quiere, pero que permite rehacer el pendant entre las musas conyugales del autor. Junto a esto, y de un modo harto sugestivo, la “Posdata” que aumenta o se achica según las circunstancias, adquiere un poder inusitado. El origen del texto, ligado a un proyecto de publicación por la revista Hechos Mundiales, contenía ya la tensión entre vida y muerte, porque en 1971 se trataba de preparar un número en

Varas y NerudaJAIME CoNCHA

University of California at La Jolla

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el caso de un deceso eventual del poeta, al que por esa fecha se sabía enfermo. Con la frase final de despedida, «Talvez nun-ca», que el poeta pronuncia por teléfono el mismo día del golpe militar, la tensión se descarga en tragedia real, incluyendo también al director de la revista, Guiller-mo Gálvez, que desaparecerá luego de ser detenido por la dictadura en 1976. Varas narra todo esto con impecable e implacable economía de medios, haciendo vívidas las circunstancias que rodean la muerte de sus dos amigos.

Es posible que la mejor definición de

esta materia nerudiana (una docena de tex-tos, en total) la dé el mismo autor, cuando define su proyecto como una «especie de choapino de colorido abigarrado» con que intenta retratar al poeta. Las hebras son muchas, pero el hilo y tema principal es el del humor. Comicidad, risas, ambiente de dicha en el amor y en la amistad permiten vislumbrar un sentido entrañable de la compañía humana, difícil de hallar en la experiencia de todos los días. Es su isla de poesía y felicidad.

El folclor circulante sobre Neruda –repertorio de dichos, boutades, ocurren-cias, etcétera– lo recoge y enriquece Varas en un tour de force que casi siempre resulta eficaz. No es fácil hacer pasar el humor oral a un texto impreso: gestos, subenten-didos, sonrisas se escabullen y escapan de la transcripción verbal. Sólo maestros de valía internacional, como García Márquez, son capaces de trasladar, a un cuento como “Me alquilo para soñar” de Doce cuentos peregrinos, la simpatía y bonhomía que solía exhibir el poeta. Las historias que contaba Mario Céspedes, y que eran para morirse de risa, difícilmente pasarían al papel: perderían necesariamente parte de su gracia inolvidable. La anécdota, el juego de palabras, lo ingenioso, la frase viva e imprevista se dejan transcribir; no así el chiste, que es cosa de improvisación, pues irrumpe en situaciones imprevisibles. De ahí la eximia artesanía de Varas al tras-mitirnos, por ejemplo, la famosa salida de Neruda con ocasión del poema “Al difunto pobre”. Aquel acaba de leerlo y transcribir-lo, y no puede dejar de expresar su sorpresa

del público lector. Y es evidente que, en este tránsito entre prehistoria local y el nuevo rostro internacional de Varas, los textos nerudianos se insertan y cumplen un papel, reforzando la articulación. Lo chile-no, de círculo estrecho y limitado, se hace sudamericano en “Aquellos anchos días” por la amistad del poeta con el arquitecto uruguayo Alberto Mántaras; y en “Conver-sación de Praga” se anuncian ya los cuentos que a mí me gusta llamar eslavos por su tema ruso, soviético o checoeslovaco.

Con Neruda, con Teitelboim, con Varas, se está yendo un doble grupo gene-racional que ha sido parte viva de nuestra historia intelectual y política. Poesía, cul-tura, inteligencia, un sentido lúcido de la acción colectiva y una tenaz voluntad de participación cívica quizás sean su legado incuestionable. Han contribuido, cada uno a su modo pero en completa convergencia, al desarrollo democrático del país: al de una democracia real, incluyente, orgánica, activa y crítica. Sin ellos, sin su aporte que cruza todo el siglo XX, el país sería más pobre de lo que es y de lo que siempre ha sido. Ellos lo enriquecen, pues sus obras intentan dar dirección a la experiencia de una sociedad que se obstina en marchar a la deriva.

*****Vi a Varas por última vez el año pasado.

Quedamos de encontrarnos en Providencia, a la salida de una estación de Metro. Llegó con solo un libro. «Libro en ristre» le dije. «Sí», me dijo, y me pasó Los tenaces. Es lo último suyo que he leído. Colección de seis textos magníficos, que abarcan desde los días de Recabarren hasta el asesinato de Carmelo Soria en julio de 1976, com-prenden un vasto período de resistencia y tenacidad y dan testimonio sobre el crecimiento de las fuerzas populares, de su organización laboral y de sus luchas sociales. Empalman y entroncan perfec-tamente con secciones afines del Canto general, “La tierra se llama Juan” además de otras. Es una visión desde abajo, sin hojarasca ni hojas muertas, pero con las raíces palpitantes del bosque. Su fuerza aún

bólico, y tiene mucho de fraternal, porque a Varas siempre se lo ha visto como a un es-critor representativo del umbral oscuro de este siglo. Ello, a pesar de volúmenes pre-vios, que en esta óptica constituirían algo así como su prehistoria literaria: Cahuín, el ya mencionado Sucede, su memorable Porái, el testimonio relativo a Chacón, los cuentos de Lugares comunes. No son pocos. Por sí mismos, compondrían la obra válida y darían mérito a cualquier autor. La fuerza de las cosas, sin embargo, que hizo entrar al país en dictadura y el fracaso no-torio de la democracia posterior, han hecho que resulte ser el novelista prototípico de tres narraciones importantes (entre ellas, El correo de Bagdad y Milico) y el autor de una catarata de cuentos que escribió en la parte final de su vida. Narran estos en su mayoría experiencias de exilio o jirones de un país que ya se fue. En la actualidad es ese sector de su obra el que adquiere relieve y proyección, suscitando el interés

y admiración ante el poeta. Para romper la tensión así creada, este exclama: «Sí, es que yo a veces tengo mis reventones».

Neruda se fue en septiembre de 1973,

Varas casi cuarenta años después. Este comienza a dar forma a sus recuerdos nerudianos en 1971. El enlace es casi sim-

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nos dura: viene desde lejos y llega hasta las movilizaciones de hoy.

Esa vez conversamos largamente en torno a un café. Acababa de estar en el norte para escribir una crónica sobre el campamento cercano a la mina donde estaban enterrados los mineros. Hablamos de ellos, y también de los mapuches del sur, en huelga de hambre por esos días y de los cuales nadie hablaba ni quería hablar. Norte y sur: geografía de un país constantemente dividido.

Al separarnos, se alejó por Providen-cia abajo, perdiéndose en la estación del Metro.♦

NOTA1 Un pequeño aparte. «Si me preguntáis en

dónde he estado…»: así se abre “No hay

olvido”, en condicional; «Preguntaréis: Y

dónde están las lilas?» prorrumpe “Explico

algunas cosas”, en futuro frontal. Más allá

del cambio, la reiteración de la pregunta

pareciera encadenar dos etapas mayores de

la poesía nerudiana. La interpelación común

a un lector plural y la firme localización del

tiempo son los signos visibles. Era su forma

de estar en el mundo.

Lo conocí una tarde en que Félix Martínez bonati y la inolvidable

Teresa Delpino me convidaron a que visi-táramos un par de exposiciones de pintura. Apenas me atrevo a decir que esto debe haber sido hacia 1949 o 1950, cuando los tres éramos estudiantes de Castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Había un cuarto invitado, estudiante de Leyes, José Miguel Varas, a quien yo no conocía. Sólo recuerdo lo esencial de aquel encuentro: estuve riéndome toda la tarde. José Miguel andaba con esa cuerda que rara vez lo abandonaba pero que sólo en contadas ocasiones afloraba sin freno a la superficie: el ejercicio constante del humor, la ocurrencia y el gracejo inago-tables, siempre incisivos, pero sensible-mente ajenos a la mofa gratuita o a la pura malignidad.

Vinieron después muchos años de encuentros que anudaron una amistad en la que si hubo intermediarios que ayuda-ron a enriquecerla, hubo alguien, Yerko Moretic, que fue capítulo importante en esto. Fuimos juntos a una velada, una cena organizada para despedir a José Miguel. Viajaba a Praga, si no recuerdo mal, a hacerse cargo de la corresponsalía del diario El Siglo. Creo que esa noche logré de verdad comprender, no leyéndolos sino escuchándolos, algunos de los resortes se-cretos que explican la magia de sus relatos. A la hora de los discursos leyó un texto que, como muchos en ocasiones semejantes, desconcertaban inicialmente al oyente, quien no lograba darse cuenta clara si se trataba de un discurso propiamente tal o de una ficción literaria. Comenzó contando que eran sus últimas horas en Santiago, ya que pronto debía partir. Y nos habló de su padre, y de cómo ambos habían ido esa mañana a una lechería cercana a comprar y del encuentro que tuvieron allí con un viejo militar retirado amigo de su padre, y de lo que habían conversado y comi-

do, riéndose todo el tiempo. Los amigos intercambiaban bromas y el narrador no deja escapar la oportunidad para ironizar amablemente sobre lo triste pero también ridícula que puede ser la decadencia de un coronel en retiro. En la vuelta de tuerca final hay, sin embargo, un giro radical en el tono jocoso del relato. El humor se ha ido desplazando paulatinamente, casi sin que el auditor lo advierta, la atmósfera se torna melancólica y se van definiendo los perfiles de un hondo drama íntimo que no tiene nada de divertido ni de gracioso. Así lo subraya el desenlace. Fui testigo en aquella velada de cómo más de alguien había ocultado el rostro para no poner en evidencia su emoción. Varas acababa en verdad de leernos su cuento “Quesillos”, inédito entonces. El cuento es una notable muestra –una más entre muchas otras– de uno de los rasgos fundamentales de la narrativa de José Miguel: el viaje de ida y vuelta entre el jolgorio y la congoja, el drama instalado apenas traspasada la barrera del humor.

Por aquellos años mi cercanía con la

literatura apuntaba ya a un encuentro in-minente con el oficio de editor, que partió con la publicación de El relato de la pampa salitrera, el ensayo nacido de la memoria de título de Yerko. Aparecieron enseguida los libros El caballo que tosía, de Edesio Alvarado, y Agua de arroz de Enrique

José Miguel Varas, el amigoCARLoS oRELLANA

Editor

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Lihn, y no tardó en surgir la idea de con-vencer a José Miguel de que ya era hora que comenzara a romper su empecinado silencio. Habían pasado más de diez años desde la aparición de su segundo libro, Sucede, y a sus amigos nos constaba que a pesar de su mutismo su vocación literaria seguía viva. La cultivaba en las escasas horas libres que la labor como periodista le dejaba; las aprovechaba escribiendo sus relatos, haciéndole el quite –como siempre lo hizo– al culto por el buen pasar de la bo-hemia que ha consumido tantas preciosas horas de muchos de nuestros escritores. Entre un no querer y queriendo, un día se dio por vencido con mi insistencia y apareció con el manuscrito de una novela corta, que no tuve dudas en aceptar. Se trataba de Porái, un texto inolvidable en el que volvía a asomar ese juego maestro suyo entre el drama y el humor.

Porái apareció con el sello Ediciones del Litoral, y del mismo modo que los títu-los de Lihn y Alvarado, intentaba, desde el punto de vista de su presentación gráfica, ser una suerte de imitación criolla de la bi-blioteca breve de la editorial española Seix barral. Réplica que, por cierto, no podía ir mucho más lejos que la adopción en cada uno de estos volúmenes de una sobrecu-bierta en papel couché, ilustrada en todos ellos con fotografías en blanco y negro del eximio maestro Antonio Quintana.

Este detalle no dejó de llamar la aten-ción y hubo alguien a quien en concreto el hecho le despertó una cierta curiosidad por conocerme. Fue el caso de Pablo Neruda. Me hizo llegar con José Miguel una in-vitación para ir a verlo en La Sebastiana. Fue una visita memorable para mí. Una cena para tres en una mesa arrimada al ventanal extendido a todo lo largo de la habitación del piso superior de la mágica morada, desde la cual nada estorbaba la vista de la bahía de Valparaíso, que lucía todo el esplendor de su miríada de luces de ensueño. No recuerdo el detalle de lo que se conversó aquella noche, pero tengo pre-sentes las variadas expresiones de amistad de Neruda por Varas, y su sincera alegría porque alguien hubiera conseguido por fin romper su obstinada ausencia del cotejo

humildad que tenía para entender las fallas de los demás que pudieran afectarlo.

La pesadilla de las erratas siguió acosándome en el exilio. Fue uno de los precios que tuve que pagar por la escasez crónica de recursos con que me enfrenté siempre en mi tarea, entre los cuales, desde luego, uno de los más flagrantes fue la au-sencia de un corrector de pruebas. La plaga se ensañó con no pocos artículos de Arau-caria y los de José Miguel, por supuesto, no escaparon a la calamidad. Fue autor en la revista de una cincuentena de textos –ensayos, crónicas, reportajes, entrevistas, reseñas de libros–, notable testimonio de que él sí supo convertir «el disvalor del exilio», conforme al consejo de Cortázar, en una experiencia creadora.

Muchos de estos trabajos sufrieron la carencia de un prolijo trabajo de co-rrección. En uno de ellos, el elogio que dedicaba a una «generación de cuentistas chilenos», pasó a ser una inconcebible condena al aparecer con el grueso cali-ficativo de «degeneración». No menos grave, aunque mucho más visible, fue el maltrato que sufrió el artículo “El humor en la poesía y en la vida de Neruda” (Arau-caria nº 26), uno de los varios trabajos que el escritor le dedicó al poeta en la revista. En éste el cronista cuenta que el poeta, enfurecido por la maledicencia echada a correr en 1953 por diversas personas contra su recién publicitada unión con Matilde Urrutia, escribió una proclama cargada de venenoso humor que denominó Monstruo de Capri. El diagramador de la revista propuso y el editor aceptó que el texto de este curioso documento se reprodujera en forma facsimilar, ya que disponíamos de un ejemplar del panfleto; pero los duendes de que hemos hablado hicieron lo suyo y en la imprenta pasaron por alto la instrucción, no procesaron el fotograbado a pesar de haber previsto el espacio, y la página apareció… en blanco. Los lectores que quisieron satis-facer su curiosidad y conocer el misterioso texto, debieron esperar hasta el número siguiente de Araucaria.

Restablecido en el país lo que tenemos

de democracia, pude reanudar mis tareas de editor y también mi relación profesional

con el lector que ofrecen los libros, nexo indispensable para que siguiera floreciendo el gran talento que el poeta notoriamente le reconocía.

A Neruda, exigente como era con la belleza gráfica de los libros, debe haberlo desilusionado la pobreza pueblerina de las Ediciones del Litoral, apenas disimulada por la esplendidez de las fotos de las so-brecubiertas. A su mirada de buen catador no podía escapar, además, aparte de la mala calidad del papel y la precariedad de la diagramación de las páginas interiores de Porái, la cantidad de erratas que se habían deslizado en el texto.

En Porái había debutado desgracia-

damente el editor a quien de por vida las erratas habrían de perseguirlo. En la prime-ra página del libro, ¡la primera página!, el narrador cuenta que su protagonista «mató a la madre en el parto», lo que en la vida diaria suele no ser de ocurrencia infrecuen-te. Los duendes de la linotipia –hoy, con la computación, son duendes virtuales pero siguen siendo igualmente perversos– le torcieron la nariz al texto, dejándolo del siguiente modo: «mató a la madre en el patio». José Miguel no me lo reprochó; prevaleció como siempre esa suerte de

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con José Miguel, que vivía con una suerte de frenesí (con el silencio y el recato, sin embargo, que eran tan propios de su personalidad) la necesidad de revivir pú-blicamente su tarea literaria. En los largos quince años de ostracismo, es cierto que su participación en el programa Escucha Chile de Radio Moscú convirtió su voz en una referencia nacional casi legendaria, pero el escritor necesitaba recuperar su presencia en el espacio propiamente litera-rio. En un período muy breve aparecieron una buena cantidad de libros suyos, y yo tuve la suerte de publicar algunos de ellos mientras trabajé en la editorial Planeta. Me sentí muy gratificado y hoy siento que, en particular, fue un honor lanzar la novela El correo de Bagdad, cuya rara calidad la ha instalado con el tiempo en un primerísimo sitial entre sus pares. Publiqué también Nerudario, una selección de crónicas y ensayos dedicados al poeta, y Exclusivo, su más notable libro de cuentos y, sin lugar a dudas, uno de los mejores de la cuentística chilena de cualquier tiempo.

En el lanzamiento público de este último título, conté que en alguna antigua crónica había yo escrito sobre su rara predilección por el laconismo en los títulos de sus libros: Cahuín, Sucede, Chacón, Porái. La inter-pelación no ocultaba, por cierto, un margen poco pertinente de reproche. Agregué que haciendo uso de un derecho quizás abusivo como editor de Exclusivo, era yo en la pre-sente ocasión quien había forzado a revivir la afición por el vocablo único, cuando rebauticé con ese título el nuevo volumen de cuentos. Él prefería rotularlo El ojo de la papa, pero fue quizás por una recóndita, no confesada y un poco ridícula pudibundez que le propuse el cambio. Lo aceptó, ratifi-cando un rasgo notorio e importante de su carácter: su ductilidad de trato, la extrema sencillez y afabilidad con que aceptaba sugerencias. Varas no tenía dudas sobre su propio talento, pero la vanidad, inevitable siempre en el escritor, no era nada enfren-tada a su sorprendente modestia.

En nuestros años de exilio tuve muchas oportunidades de conocerlo mejor. En algún tránsito suyo más o menos fugaz por París, pero sobre todo en Madrid, donde en alguna oportunidad, en casa de

Antonio benedicto –con quien él había trabajado muy cercanamente en comuni-caciones durante los años de la Unidad Popular– tuve la oportunidad de escucharlo hablar extensamente sobre su trabajo en la Radio Moscú. Satirizó con ese humor suyo carente de maldad, las prácticas bu-rocráticas de los funcionarios soviéticos y aprovechó para abordar otros temas de la vida de su país de acogida. En lo esen-cial, le estaba agradecido por el amparo que le había ofrecido, pero lamentaba el corte cultural que significaba para él estar tan largos años sin poder leer tanto libro importante de los autores occidentales (más lamentable para alguien que leía con fluidez en inglés, francés e italiano), sin ver las películas de esa procedencia; sin vivir, en suma, el cotejo crítico con tantos y tan variados acontecimientos que jalonan la cultura y el acontecer cotidiano de los países capitalistas. Le pesaba el aislamien-to cultural que se vivía en la que Volodia calificaba, refiriéndose a Moscú, como «la aldea más grande del mundo».

En esa aldea nos encontramos en numerosas ocasiones. Yo viajaba en el cumplimiento de la rutina que me imponían las entrevistas con el director de Araucaria, y mis visitas entonces al mítico equipo de trabajo de Radio Moscú eran ineludibles. Sostuvimos allí largas conversaciones que es difícil ahora reconstruir. Recuerdo sí, con mucha nitidez y no poca emoción, las veladas en su departamento de la calle Vtoráia Frúnzeskaia, que me permitían verlo presidir un mundo de calidez poco sospechada en alguien de apariencia tan severa como Varas: el de su entorno fami-liar, gozando de la compañía de su esposa Iris Largo, una de las mujeres más bonda-dosas y discretas que yo haya conocido, y de sus hijas, que suman a esa bondad y discreción la inteligencia y el laconismo del padre; todo ello en un ambiente en-trañable, bebiéndonos una copa de vino blanco –el único brebaje con alcohol que recuerdo que fuera del gusto del dueño de casa–, cuyo placer ni siquiera era capaz de arruinar el estrépito de los ascensores o de no sé qué diabólicas maquinarias que se ocultaban tras las febles paredes del edificio moscovita.

Cuando se publicó Neruda clandesti-no, yo había pasado a retiro. Jubilado de Planeta, solía sin embargo atender algunos requerimientos ocasionales. La editorial Alfaguara, por ejemplo, me pidió que me hiciera cargo de la edición del libro de Va-ras. Fue mi última contribución al trabajo del escritor. Es un texto notable y además necesario. No sé si José Miguel pensó o no en ello –seguramente no–, pero lo cierto es que su aparición salió al paso de la espesa malevolencia que por esos días regaban en los mentideros literarios los sempiternos denostadores de Neruda, que batían palmas porque se había develado un tenebroso secreto ‘clandestino’ del poeta, el de su hija Malva Marina. El libro dejó en claro que un examen mínimamente serio de la biografía de Neruda tendrá que abandonar esas fobias irracionales –invariablemente contaminadas con el veneno tenaz de la envidia y del anticomunismo– y asumir el episodio de clandestinidad que sí tiene alcance dramático verdadero en su vida y su obra.♦

Viña del Mar, noviembre 2011

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Ésta es una brevísima y fragmentaria historia de una larga amistad.

Casi exactamente un año mayor que yo, estaba José Miguel en el Sexto A, yo en el Quinto A, del mediopupilaje del Instituto Nacional cuando lo conocí. No en el patio de los recreos: los cursos eran comunidades exclusivas y distantes, y de los otros sólo identificábamos a los que se destacaban en los deportes o por alguna singularidad llamativa. Los encuentros de los “inte-lectuales” de todos los cursos tenían lugar en la Academia de Letras, que se reunía periódicamente, con la ayuda paternal y nunca interventora de Ernesto boero Lillo, en la biblioteca del establecimiento, que éste dirigía.

En medio de la sólida pobreza del Instituto –macizo, colonial y con aire de convento estrictamente clausurado, como si para protegernos mediante un régimen de orden no poco intimidante del desorden y las distracciones de la ciudad–, la sala de la pequeña biblioteca era el único espacio un tanto acogedor y con aspiraciones de fino, gastados muebles de estilo vetusto, madera oscura e incierto brillo, abierto a invitados ilustres, a corrientes del pen-samiento no incluidas en los apolíticos programas de las asignaturas clásicas, a las discusiones formales, a la creatividad literaria, al razonado protagonismo de los alumnos. Allí presentaba José Miguel sus primeros cuentos, con su perfecta dicción y un característico tono de indiferencia correcta, como si estuviese cumpliendo con leer una obra ajena y no fuese suyo el mérito del escrito. Que era celebrado con ocasionales risas y gran aplauso. Mi contribución a esas reuniones, algunas de las cuales presidía, eran principalmente sonoros comentarios abstractos, que a José Miguel tienen que haberle parecido gene-ralidades no bien ajustadas a una captación

exacta del caso. Lo colijo por mucho de lo que nos decíamos en las innumerables conversaciones de los años siguientes a nuestro egreso del colegio.

Recuerdo que a una observación humo-rística, como comprendí después inofensi-va, relativa a los judíos que hizo él en una de esas reuniones de la Academia (habrá sido en 1944), contesté con reprobación inapropiada. No me lo tomó a mal. Al con-trario, creo que entonces comenzó nuestra amistad. Junto con estudiar Leyes, él había empezado a trabajar como locutor de radio. Cuando supo de una vacante en su emisora de entonces (la Radio El Mercurio), me incitó a presentarme. Compartimos unos años en esas tareas, ligeras, que no eran incompatibles con nuestros estudios, pero que para José Miguel, por su creciente prominencia en el medio radiofónico, se fueron convirtiendo en un trabajo de horario más exigente. No mucho más tarde constituyó la base económica de su existencia personal y luego familiar.

En ese período de su juventud fue cristalizando su convicción política. En lo cual alguna influencia tuvieron nuestras conversaciones, porque, aunque la activi-dad de partido nunca me atrajo, desde los últimos años del colegio tenía para mí la concepción comunista el carácter de una evidencia absoluta, la pura expresión de la racionalidad en materia de economía y sociedad. Me costaba creer que una per-sona inteligente y honesta pudiese negarse a reconocer la forzosidad y belleza de lo que yo veía, al igual que tantos otros, como consecuencia de una ley del progreso uni-versal. Dentro de ese marco de profesión periodística y actividades e ideales partida-rios se desarrollaba la labor literaria de José Miguel. Cuando terminábamos los turnos locutoriales –en la noche ya– dábamos no

pocas veces largos paseos por la ciudad intercambiando ideas, reflexiones y anéc-dotas. Los temas incluían libros recién leídos, sus trabajos literarios, algún artícu-lo mío, la actualidad teatral, la vida de la entonces pequeña comunidad radiofónica, películas, el destino del mundo, mujeres atrayentes cuyos cuerpos describíamos con metáforas extravagantes, las experiencias suyas en la Escuela de Derecho y mías en el Pedagógico, e innumerables otros asuntos. Caminábamos desde el Centro en dirección hacia la Quinta Normal, hasta su casa, y luego, para seguir conversando, volvíamos y a veces íbamos hasta mi casa, en el sector de Vicuña Mackenna y, al llegar, tornábamos en dirección al Centro, sin término fijo –horas y horas de departir alegre, de carcajadas, breves silencios e ilimitada libertad.

La compañía de José Miguel daba motivos de constante admiración, que en mí nunca se extinguió. Sus talentos eran muchos. Dibujaba con originalidad y acierto expresivo, su musicalidad y sus dotes de lenguaje eran sorprendentes. Absolvía óptimamente los estudios a que se aplicaba. No hacía alarde de sus cuali-dades y pocos sabían de su extraordinario dominio del inglés, su manejo del francés, más tarde el italiano, el checo, el ruso. Su agudeza le despejaba los vericuetos gramaticales, y su finísimo oído, los ma-tices de la pronunciación. Nos hacía reír imitando, con la exactitud cómicamente sobreactuada de su ingenio paródico, el

Compañía de José MiguelFÉLIX MARTÍNEZ boNATI

Columbia University, New York

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hablar de profesores, colegas de la radio y amigos. Exteriorización menor todo ello de una amplia capacidad perceptiva y una ávida y rápida apropiación de medios expresivos, determinantes de su imagina-ción. Su entusiasmo verbal –a primeras no aparente, pues no era locuaz, más bien reservado– se manifiesta con controlada soltura en algunos escritos de su primera época, y, muchos años más tarde, en el jue-go de lenguajes, de incomparable gracia y sutileza, del epistolario del profesor checo de su El correo de Bagdad.

Esencial, sin embargo, para el carácter de su obra me parece ser que no se aban-dona a una expansión lúdica de la ilimitada fluencia discursiva de que disponía, o a figuraciones de fantasía desarraigada. La disciplina de su intención dominante, en el fraseo como en los sujetos y acciones de la ficción, opera en contra de la exuberan-cia imaginativa, se inclina mayormente, no siempre, a una objetividad sobria –lo escueto, propio, la palabra justa, la mirada lúcida, el humor sabio–, a un estilo que no quiere marcarse como estilo. En el fondo arde una contienda entre el desborde gozoso y a veces caricaturesco de la ima-ginación y el imperativo tanto ético como artístico de una visión realista, de medio transparente, que impone consecuencias. Sus libros del género biográfico-periodís-tico me dan la impresión de ejercicios de purificación imaginaria, contriciones exi-gidas por una voluntad ascética y estoica, que se prohíbe lo que en ciertos momentos le parecerían excesos de un vanguardismo frívolo. De la variable fusión de estas fuerzas contradictorias proviene la rica diversidad de estilos y mundos de sus cuentos y novelas.

Además de insistentemente la poesía de Neruda, leía José Miguel con ágil penetración una gran variedad de textos. En aquellos años, recuerdo, los de Freud, Faulkner, Kafka, Joyce, Martin du Gard, Vasily Grossman, Hemingway, Virginia Woolf, Thomas Wolfe y muchos otros, a veces casuales. También, naturalmente, narradores chilenos. Entre los de enton-ces destacábamos a José Santos González Vera, Nicomedes Guzmán y Hernán del

Solar. Era notoria su preferencia por la novelística inglesa y angloamericana, que, me parece, conservó. De los comentarios que él hacía fui aprendiendo a entender las nuevas técnicas de la novela. Me ayudó decisivamente a entrar en el universo de las inagotables formas de la imaginación literaria, con las que él se familiarizaba sin dificultad. Fue así mi maestro en la comprensión de la prosa narrativa –como lo fue, también en esos años, mi compañe-ro del Pedagógico, Sergio Villegas, en lo relativo a la poesía lírica. Afortunado el que tiene amigos de sensibilidad superior y sabe escuchar.

Más notable aún que su bien celebrado fino humor y creativa comicidad me pare-ció siempre su extraordinaria inteligencia y su extensa y profunda cultura literaria. Era chocante ver a una mente como la suya distraída en la locución de avisos comerciales y otras trivialidades. Pero talvez hizo bien José Miguel en desechar el camino de una profesión letrada –que, por cierto, habría desempeñado con gran distinción– y preferir, con previsibles y duros sacrificios materiales, la libertad de escoger según sus imperativos íntimos lo que leía y escribía, libertad que le daba

precisamente la simplicidad intelectual de sus ocupaciones profesionales. Más tarde pasó al periodismo escrito y creativo, y, aunque anímicamente comprometedor éste y mucho más absorbente, también esa conexión con lo concreto cotidiano sirvió a su constante evolución literaria.

A partir de los años sesenta y hasta principios de los noventa, nuestra amistad sufrió, no una ruptura, pero sí un prolonga-do enfriamiento. La causa principal fueron las inhibiciones al diálogo impuestas por el distanciamiento ideológico, la pérdida de un fundamento común de visión del futuro de la sociedad y de los sentimientos y esperanzas que la acompañan. Habría sido menos difícil superar esta distancia espiritual si no hubiese coincidido con una variada, pero continua y extrema distancia geográfica. En 1952 fui a estudiar a Ale-mania. Los cinco largos años tudescos ge-neraron un paulatino, resistido y finalmente radical quiebre en mi pensamiento político. Todavía en los primeros años de mi regreso a Chile tuve que seguir viviendo la callada lucha interior entre lo que habían sido mis convicciones marxistas, hondamente senti-das, y las evidencias empíricas masivas de

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la realidad europea, además de los efectos de la extensión de mis lecturas filosóficas –inclusive las de Marx– y la sistemática y no siempre transitoria inseguridad y reserva del juicio que depara ese estudio.

Estas agonías, que, sospecho, por lo general se tiende a silenciar, no son me-ramente crisis intelectuales. El derrumbe subjetivo de una fe omnicomprensiva es una catástrofe de la personalidad, que hay que reestructurar parte por parte. Casi todos mis viejos y más cercanos amigos seguían participando entusiastamente en el movimiento comunista, en el cual, y bien conociendo el idealismo que los movía, no podía en modo alguno acompañarlos ni compartir sus diarias preocupaciones, esfuerzos y esperanzas. Así también se meten los conflictos ideales de la Historia en nuestra pequeña vida y dejan heridas que, aunque muy menores comparadas con las del destierro forzado, las privaciones y las torturas de la persecución política, no cicatrizan del todo.

A José Miguel lo vi muy poco en esos más de tres decenios. Él en Santiago o en Checoslovaquia, yo en Valdivia o en Ale-mania; más tarde, y por un buen número de años, él en Moscú y yo en Nueva York –lo que parece simbólico sin serlo. Paseando solitario por las calles de Manhattan me lo habré imaginado alguna vez en la Plaza Roja con un grueso gorro de piel. Por todo ese tiempo no nos carteamos. En cuanto fue posible un reencuentro, ya en los años noventa, lo busqué en Santiago. El primer intercambio de miradas llevaba una carga de extrañeza que se disipó pronto. Nos vi-mos desde entonces cada vez que nuestras andanzas lo permitían y mantuvimos una correspondencia, de papel y electrónica, bastante frecuente. Como antaño, me daba nuevamente a leer manuscritos de sus cuen-tos y novelas en elaboración para –muy menores– observaciones y sugerencias mías. En mis venidas anuales a Santiago siempre nos encontrábamos, hasta abril y mayo pasados, con paseos más cortos y sesiones de té más largas.

Hablamos, como antes, mucho de lite-ratura y rara vez de política. Sólo una vez mencionó, con un mínimo gesto de hastío, que había renunciado a la militancia del

Partido. Guardé silencio. Quise dejar por el momento intocado el tema, tan complejo como delicado, de los embates y sacudidas que habrán sufrido sus creencias en tantos años de su óptima observación del desa-rrollo nacional e internacional, hacia el fin de los cuales el quehacer revolucionario se había convertido centralmente en la lucha contra la dictadura y por la defensa de los derechos humanos. Estoy cierto de que, si hubiésemos podido proseguir sin premura nuestros diálogos, habríamos desarmado también esos grandes paquetes de expe-

una comunidad inexplícita o formulable en vagas, pero no vacías, expresiones de una humanidad sensible. Nunca dudé que nuestra amistad tenía un fondo bastante más substancial –intelectual, afectivo y ético– que las hipótesis doctrinales. Me emocionó la dedicatoria que puso al ejem-plar que me dio de uno de sus últimos li-bros: «Para Félix, amigo de toda la vida».

Pienso que, a través de una existencia de duro sacrificio, infatigable trabajar y rectitud inconmovible, sostenida también por la fortaleza transeúnte de su hogar de largo exilio, el destino de José Miguel ha sido finalmente muy feliz. Los últimos decenios de su vida fueron fecundísimos en lo literario, le permitieron completar sus principales proyectos y dejarnos una obra impresionante por su riqueza y variedad. Alcanzó a experimentar un reconocimiento amplísimo, entusiasmo y respeto por su obra, que, a mi ver, sólo ha comenzado a ser aquilatada y deberá ocupar una y otra vez a los estudiosos de la literatura narrativa.

¿Cómo volver a vivir el infinito de las conversaciones de nuestros recorridos por el viejo Santiago? Se necesitaría, si no la memoria de Funes, la llegada de la correspondiente estación del eterno retor-no. Pero éste es un paraíso ambiguo, no cabalmente pensado, y, de todos modos, inaccesible. La obra de José Miguel, en cambio, ha transfigurado y substraído a la erosión del tiempo aquellas experiencias, y tantas otras, y está a la mano, para nuestra claridad y alegría.♦

Bremen, noviembre de 2011.

riencia acumulada. Lo que sí me quedó muy claro, por inequívocas implicaciones de lo que me decía sobre ese tiempo, fue su firme lealtad al programa allendista y su solidaridad con sus múltiples compañeros de esa empresa epocal.

Desde los años juveniles he conocido íntimamente el fundamento de su conducta política: su sentido de justicia, su vocación de libertad, su sentimiento imperativo de una vida digna para todos. Algunas de las tragedias de la vida política no derivan tanto de discrepancias acerca de los fines como de la diversa concepción de los me-dios para alcanzarlos. Por eso, bajo la red de las ideologías razonables, que son, en su mayor parte, teorías –endurecidas– acerca de los medios, hay una utopía compartida,

Paulo Slachevsky, Luis Alberto Mansilla, Miguel Lawner, su esposa Ana María barrenechea y José Miguel Varas. Feria del Libro de Santiago, 2006. Foto: Adriana Valenzuela.

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Sacando cuentas serían al menos 68 los años en los cuales compartimos la

amistad y los ideales. Nos conocimos a comienzos de los cuarenta en el viejo Ins-tituto Nacional, donde ambos recibimos la admirable formación entregada entonces por la educación pública chilena.

Además de las aulas, nuestras inquie-tudes juveniles se canalizaron en institu-ciones como la Academia de Letras, cuyas reuniones tenían lugar en la biblioteca del Liceo, recinto donde un lote de audaces adolescentes osaba leer sus primeras creaciones literarias.

Tú llegabas a cada sesión siendo por-tador de un nuevo relato, que leías con el rostro imperturbable de siempre, desatando invariablemente un coro de carcajadas.

Dejaste un recuerdo tan imborrable en esa Academia institutana, que ayer llegó a la casa de la Hormiga una delegación de sus actuales integrantes, muchachos que hi-cieron un alto en la lucha, para testimoniar su gratitud por tu legado que se identifica con sus actuales demandas.

Al egresar del colegio te iniciaste muy joven en el periodismo, sin aban-donar tu precoz carrera literaria que combinabas con el trabajo de locutor de radio, sacando partido a tu fino timbre de voz barítono.

Son los años en que comenzó a tejerse el grupo de amigos que caminaríamos tan estrechamente unidos a lo largo de la vida, compartiendo la amistad y los ideales por construir una sociedad más justa. Algunos como tú ingresaron a las filas del Partido Comunista. otros no militaron, pero ninguno escatimó esfuerzos en la tarea de construir paso a paso el movimiento popular que desembocó en el triunfo de Salvador Allende como Presidente de la República.

En ese proceso jugaste un rol relevante. Desde las trincheras del diario El Siglo y

la revista Vistazo, orientaste la dirección de los misiles contra las injusticias, las discriminaciones y el sometimiento a los dictados del gran capital. Nunca hiciste concesiones, por lo cual sufriste más de algún carcelazo y relegación.

El periodismo nutrió tu obra literaria. Te alimentó con el conocimiento del mun-do popular. Nos hiciste amar a un faquir, a un vendedor de tren, a la dama del balcón, al cabro que aseguraba haberle visto el ojo a la papa, a la Huachita, ese quiltro aban-donado en Calama, o a un Gato muy dado a su idea. Caminaste por los barrios popu-lares, nos hiciste amar las casas en ruinas de calle Matucana o la humilde caleta de pescadores que inventaste en Varazón. Tu obra enriqueció la identidad de los chilenos y nuestra diversidad cultural.

El golpe militar te llevó hasta la Unión Soviética, donde asumiste la dirección del programa radial Escucha Chile, emitido por dos horas, cada día mientras la dicta-dura se mantuvo en el poder.

Tu voz junto a la de Volodia, Katia y otros compañeros, acompañó a millones de chilenos dentro y fuera de Chile. A hurtadillas siempre fue posible oírte en Isla Dawson, como en Puchuncaví o Tres Alamos. Escucha Chile nos trajo la ver-dad, sistemáticamente tergiversada por la dictadura, infundiéndonos fuerza y ánimo para soportar tantos crímenes y vejaciones. No hay metro que pueda calibrar la colosal contribución de ese programa, del cual fuiste un conductor abnegado y ejemplar.

Retornado a Chile, pudiste dedicar más horas a la creación literaria sin abandonar del todo el periodismo. Empezaste a hurgar en los recuerdos para entregarnos con un humor más maduro, relatos tan atractivos como Las pantuflas de Stalin o diversos episodios vividos junto a Neruda, que nos permitieron conocer una suerte de lado b de nuestro ilustre vate.

Despidiendo a José Miguel en el Parque del Recuerdo

1.- MIGUEL LAWNER

Aguardábamos con ansiedad el lan-zamiento de un nuevo libro. El evento carecía de su habitual solemnidad porque como de costumbre partías tomándonos el pelo, al relatarnos, con absoluta seriedad, tu encuentro casual en la víspera con un viejo condiscípulo del Instituto Nacional, que te enrostraba tus presuntas ingratitu-des. Así hasta el próximo lanzamiento, cuando reaparecía el mentado compañero de curso, con una nueva andanada de reproches.

En los últimos años creció tu renom-bre. Se multiplicaron las invitaciones a encuentros, entrevistas, seminarios y presentaciones de libros. Podría decirse que estabas acosado y te costaba rehusar tantas solicitudes. Este cuadro era un reflejo del prestigio originado por tu obra literaria.

Tu hogar junto a Iris, fue el lugar de los encuentros. El sitio natural para congregarnos en torno a algunos tragos, sabrosas especialidades culinarias caseras y pláticas, siempre condimentadas con tu humor infinito. Así fue en Moscú como en Santiago.

Has tenido una despedida multitu-dinaria como debía ser. El hogar de la Hormiga se hizo estrecho para acoger a todos quienes deseaban decirte adiós. Paulo y Silvia, tus incondicionales editores de LoM, adornaron la casa con un retrato de gran tamaño desde el cual nos miras esbozando una leve sonrisa, algo irónica. Se multiplicaron las ofrendas florales y los mensajes de despedida.

Difícil reemplazarte, tovarich Varas. ♦

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No es fácil despedir esta mañana a uno de los grandes de nuestra literatura, un Chéjov entre nosotros. Sí, es necesario ponerlo de esta manera para dimensionar de quién hablamos. Varas, un maestro de la narración en Chile. Agudo y sutil ob-servador de la condición humana, de los pequeños hechos, de los cotidianos aconte-cimientos, de la gran aventura humana.

¿A quién miraremos leer un texto con tanta seriedad, para luego hacernos saltar la carcajada intempestivamente? ¿Dónde encontraremos, tan vívidamente, los re-latos de la experiencia cotidiana de este tiempo?

Leerlo ha sido un privilegio y un ho-nor para quienes –como editores– hemos trabajado con él. José Miguel fue un autor cuya humildad posibilitaba un bellísimo encuentro con los otros actores del mun-do del libro, construyendo en el tiempo Amistad.

Lo conocimos también como editor periodístico. Durante varios años José Mi-guel Varas fue editor general de la revista Rocinante. Tal maestro, junto a Faride Zerán, dirigió a nuevas generaciones de periodistas que por allí pasaron.

Era también la expresión de lo que po-demos llamar un caballero, un gentleman-

compañero. Junto a Iris Largo, su esposa, armaron uno de esos espacios abiertos de amor, amistad y acogida, lugares impres-cindibles en todos los tiempos, y más aún en los tiempos del horror.

Como señala Albert Camus en La peste: ¿qué hemos «ganado en el juego de la peste y la vida? Sólo haber conocido la peste y recordarla, haber conocido la amistad y recordarla, conocer la ternura y tener que recordarla algún día. Todo lo que el hombre podía ganar en el juego de la peste y de la vida era el conocimiento y la memoria».

Hombres como José Miguel nos ayu-dan a ganar la partida doblemente: su obra, sus páginas, están vivas y se quedan junto a nosotros; ellas nos posibilitan, hoy y mañana, develar la peste y enfrentarla.

Su vida, la de un tenaz, es un ejemplo.Su amistad, su entrega, su humor, que-

dan en nuestra memoria.Aun así, nos hará falta. José Miguel, ¡hasta siempre!♦

2.- SILVIA AGUILERA y PAULO SLACHEVSKY

¿Cuál es el camino?

La subida más ardua e interminable.

Y dime: ¿Yo solo he de salvar la tierra entera?

¿Adónde vamos? ¿Alguna vez venceremos?

No preguntes: ¡combate!

Esta cita de Nikos Kazantzakis rondó por mucho tiempo a José Miguel, tra-

tando de recordar en qué texto estaba. Con esta cita encabeza el último libro que pu-blicara: Los tenaces [2010]. Hoy, al volver sobre ese volumen, al releer esos retratos de personas reales «que unen la tenacidad con un sentido ético de la existencia», no podemos dejar de pensar en el mismo José Miguel como uno de los admirables tenaces a quien hoy venimos aquí a honrar.

Asistentes al funeral de José Miguel Varas cantando a coro el himno del Instituto Nacional. Al micrófono M. Lawner. Parque del Recuerdo, septiembre 2011.

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17NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Por el año 1995, cuando empezaba la in- vestigación para mi libro Neruda:

construcción y legados de una figura cul-tural (2008), me pasé semanas revisando las cajas de recortes de la Sala de Referen-cias Críticas en la biblioteca Nacional de Santiago. A pesar de sus cielos altos y el frío del invierno, era una sala acogedora, donde se podía imaginar que esos pedazos de papel amarillándose y acumulando polvo guardaban una especie de memo-ria azarosa de las generaciones literarias nacionales. Allí acudían regularmente poetas y escritores que, además de cumplir una cita o consultar al siempre paciente e informado Justo Alarcón, llegaban como quien se da una vuelta por su casa para ver cómo anda la parentela y renovar lazos que de otro modo se irían debilitando. Ahora me la vuelvo a imaginar como el cruce de caminos de la literatura chilena, en el que se podía buscar el lugar que habría tenido Neruda para sus contemporáneos cuando lo leyeron bien, cuando lo malinterpretaron de manera creativa o cuando simplemente lo leyeron mal. A Neruda se lo puede ras-trear en la poesía y en la literatura chilena en general, cuando se lo emula, imita, cuando señala una ruta, incluso al perseguir la distancia y la diferencia con respecto a sus poéticas. Neruda fue, como recuerda Parra, la unidad de medida que se aplicaba a cada nuevo libro de poesía1 .

Pero a mí me intrigaba y me sigue in-trigando conocer y describir el sitial que ha ocupado en la imaginación del ciudadano de a pie, no solamente de los letrados, esa figura en expansión permanente que es Neruda, un lugar identitario que se confun-

de con un reconocerse como chileno. Por supuesto que a ese lugar no se tiene acceso directo y no mediado. Cuando se pretende tenerlo, se adscribe a generalizaciones o a vocerías fantasmas y se termina apelando a un sentir sustancial pretendidamente compartido, que muchas veces no es más que una forma de mitificación o estereoti-pamiento. Habría que imaginarlo, al revés, como un sitio cambiante, un espejismo, múltiple y en transformación, pero no por eso con menos presencia o menos influyen-te. Una historia de las maneras en que una comunidad va trazando los contornos de sus autores más destacados permitiría ob-servar el reflejo de textos y figuras en el es-pacio social, pero el establecerla presenta, sin duda, enormes desafíos metodológicos y documentales. Puede muy bien ser una historia inaccesible porque de ella apenas quedan rastros, o a la que acaso habría que acercarse a través de la imaginación. Pero pienso también que ciertos episodios centrales de la trayectoria de una figura literaria de la dimensión nacional que tuvo Neruda se prestan para un examen más cercano a ese sitial privilegiado.

El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura constituye un momento clave en que se expresa el vínculo del poeta con los chilenos. Al revisar ahora notas y fotoco-pias de esos días de acopio e investigación me doy cuenta de que en los recortes de la Sala de Referencias Críticas se perfilaban, además de la recepción de la república de las letras, los contornos de cómo el país no literario había recibido la noticia y proce-sado la significación del evento. ofrezco

algunos aspectos necesariamente parciales de esa instancia clave. Sin duda que los pormenores y la repercusión del Nobel se encuentran ampliamente documentados en fuentes biográficas y autobiográficas, libros de memorias, reportajes y la crítica especia-lizada de la época. Selecciono aquí los aspec-tos diferenciadores que apuntan a esbozar ese sitial elusivo al que me refiero arriba.

En una nota anónima de un periódico rural, el regocijo por el premio es moti-vo de comparación «con las pobrísimas actuaciones que en los diversos torneos internacionales cumplen nuestros depor-tistas»2 . En contraste con esas victorias efímeras (y escasas), el triunfo del espíritu que representa el premio es perdurable y Neruda, «el peón de esta victoria... desde donde Chile irradia una luz brillante como el sol y eterna como la vida misma». Me interesa el lenguaje de la nota –en el que quizás se deja entrever una pluma de rota-rio o masón3 – porque ilustra a cabalidad la idea del orgullo nacional que subsume al poeta mismo convertido repentinamente en peón de una tarea superior, la de enaltecer a la patria.

Patria y premio, aunque en retóri-cas menos espiritualistas y metafísicas, aparecen hermanados repetidamente en las entrevistas callejeras que recogen el impacto del evento4 . Algún transeúnte afirma que aunque no lo ha leído, se siente orgulloso porque es chileno; otro arguye modestia y declara que no va a referirse a su poesía, pero que está tan conmovido como cuando escucha el Himno Nacional. En el titular del diario Puro Chile del 22 de octubre del 71, al día siguiente del

Un Nobel para Chile:Neruda en la imaginación popular en 1971

MARÍA LUISA FISCHERHunter College of The City University of New York

Dossier: HACE 40 AÑoS

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18 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

anuncio nórdico, se resume bien la idea de representar un sentimiento común de unidad: Desde el Cardenal a patipelados vibraron con Pablo. Todos sienten como propio el premio.5 Curiosamente, al cele-brar el evento, en diversos testimonios se insiste en la noción de que «no es necesario referirse a la obra nerudiana como tal»6 , mientras que en otros tantos se parafrasean con naturalidad los pasajes más conocidos de la obra, como lo hace la presentadora de noticiero de televisión Mirella Latorre cuando dice que «pued[e] escribir los versos más alegres esta tarde. Neruda es Nobel»7 . Con los versos, se reactiva una memoria compartida, mientras que con la apelación al orgullo patrio se lo eleva al tamaño de la nación y sus símbolos, polos que señalan el lugar entrañable y la abstracción patriótica.

La reacción al premio se enmarca, además, en el contexto político específico de una etapa de auge de la Unidad Popu-lar, a cuyo gobierno Neruda representaba en París en 1971. Mientras Puro Chile menciona a los patipelados, aludiendo a los pobres que tuvieron entonces un lugar en los titulares más allá de la crónica roja, un artículo de La Nación indica que «de nada habrían valido sus admirables dotes poéticas si se hubiera marginado de la naturaleza de las relaciones sociales de Chile y América Latina»8 lo que, aparte de ser una variante de la noción de que no es imprescindible referirse a la poesía al tratar de un poeta, exhibe lo que de acuerdo al análisis materialista de la izquierda debían ser las funciones de éste.

La futura crispación política se adelan-ta, asimismo, en la exigencia de un grupo de profesores de la Universidad de Chile, sede osorno, que le piden a Neruda que rechace el Nobel «por venir de una insti-tución burguesa. Esto significaría morir allí para el pueblo, para renacer en los brazos de la burguesía, vestida de etiqueta».9 Re-sulta interesante subrayar que en el lengua-je de la petición se escuchan los ecos del Canto general, cuando el poeta fustiga a los poderosos, afirmando que incluso quienes plantean una demanda insólita y extrema han sido moldeados en horma nerudiana.

Un último testimonio resulta profunda-mente revelador del Zeitgeist de entonces. En él se encarna el vínculo que mantenían los pobladores de la zona norte de la capital con el poeta, que en 1970 emprenden una toma de terrenos y la nombran Pablo Neru-da. Con ocasión del premio, embanderan las casas de lo que era ya una población y envían su plano a París con la siguiente dedicatoria personal, que se recoge en un periódico de la época: «porque te debemos tanto... y porque nada tenemos fuera de este trozo de geografía humana, te lo entregamos simplemente. Sus calles llevarán el nombre de tus obras y canciones. Andaremos por ellas, viviremos en ellas en amor y vida, en afanes y trabajos, en la entraña de tu obra, que es el grito más revolucionario de Amé-rica».10 otra vez se hace palabra propia la palabra de la poesía, que traspasa las tapas de los libros para nombrar calles.

En la última frase de la dedicatoria se reconoce la retórica del periodo de la UP, pero también lo que muchas veces esca-paba de ella: la noción de estarse forjando una realidad transformada y propia a la que se podía nombrar con autonomía e independencia, un país que escapara quizás a nociones patrioteras heredadas. En el discurso de aceptación del Nobel, Neruda reelabora la escena del cruce cordillerano cuando a principios de 1949 huye de Chile con el Canto general terminado, e imagina su poesía como «signos de reunión donde se cruzaron los caminos». Al revisar hoy algunos signos de la historia particular de esa reunión y constatar que en una zona de la ciudad todavía están los nombres de esas calles [ver plano actual adjunto], se constata la permanencia del cruce de caminos entre poesía y gente que Neruda quiso encarnar.♦

NoTAS

1 Así lo propone Nicanor Parra en 1990, al

evocar el proceso de publicación de su

Poemas y antipoemas (1954): «cada libro

de poesía que aparecía en Chile se medía

con un solo metro: Neruda. Así como en la

Física se habla de un ohm o de un newton,

en poesía se hablaba de un neruda y se tra-

taba de ver cuántos nerudas había en cada

poeta nuevo». José Andrés Piña, «Nicanor

Parra: La antipoesía no es un juego de sa-

lón». Conversaciones con la poesía chilena

(Santiago: Pehuén, 1990), 25, énfasis mío.

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19NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

En 1971 coincidieron en Estocolmo va- rios españoles: Rafael de Penagos

con su esposa y Teodulfo Lagunero con su compañera Rocío, que habían viajado específicamente a Suecia para estar con Pablo Neruda en el momento de su triun-fo. Francisco Uriz y su mujer, que eran amigos de Artur Lundkvist, vivían allí y estuvieron junto a Neruda en diversas ocasiones durante la estancia del chileno. Por último, el embajador de España en Suecia era entonces Alfonso de borbón y Dampierre, heredero del trono de Francia, quien luego se casaría con Carmen Mar-tínez bordiú, nieta del dictador Francisco Franco. Aquí nos ocuparemos sólo de Penagos y Lagunero.

Rafael de Penagos* tiene dos testimo-nios escritos sobre su amistad con el poeta chileno: “Con Neruda frente al báltico” en su libro Memoria de doce escritores (1956-1982), Ed. Agualarga, Madrid, 1999, pp. 55-71; y “Premio Nobel a un embajador del Parnaso” que encontramos entre sus Retratos testimoniales, Ed. Agualarga, Madrid, 2006, pp. 123-131, y que se pu-blicó por vez primera en Sábado Gráfico el 30.10.1971 al anunciarse el premio sueco. Penagos grabó también una selección de poemas de Neruda (Aguilar, 1972).

Penagos conoció a Neruda en Chile, 1953, según nos cuenta en su libro de 2006 (p. 128). Luego volvieron a encontrarse en París en octubre de 1965 (el mismo libro trae dos fotografías de Penagos toman-do del brazo a Pablo, pp. 129 y 135). El tercer encuentro acaeció en Francia, abril de 1971: «Lo primero que hice al llegar a París –a comienzos de abril de este año– fue llamar a la Embajada de Chile y preguntar por el nuevo embajador» (2006, p. 123). Neruda estaba en Tolón recibiendo al buque-escuela Esmeralda. Se vieron en

París durante la recepción a los marinos y cenaron juntos dos días después. En tal ocasión Rafael le pidió a Pablo que le dedicara su ejemplar de los Primeros poemas de amor que imprimió Manuel Altolaguirre en Madrid (Ediciones Héroe, 1936). Neruda confesó al español que la más alta muestra del cariño que le tenía era que no le robara su ejemplar de esa edición inhallable, que él había perdido al estallar la guerra en España.

Penagos decide ir a Estocolmo por una semana y alojar, con Teodulfo y Rocío, en el mismo Grand Hotel donde se prevé la permanencia de Neruda (2006, p. 136). El poeta chileno aún no ha llegado, aunque ese día lo esperan sobre las cinco de la tarde. El poeta español le deja una nota en la recepción.

Se encontrarán en la suite bernardotte que ocupan los premios Nobel de forma tradicional. Penagos entrega a Neruda unos dibujos a pluma que por su intermedio le envía José Caballero y que recuerdan los encuentros entre Federico y Pablo en el Madrid de los años 30. Neruda le explica a su esposa: «Mira, Matilde, así éramos. Federico aparece aquí vestido con aquel mono de La barraca». Pablo se emociona, nostálgico «Qué lejos queda todo eso» (2006, pp. 138-139).

1971: dos españoles con Neruda en Estocolmo

GUNTHER CASTANEDo PFEIFFERSantander, España

2 Anónimo. “Neruda”. Tribuna de San Javier

24 de oct. 1971: 3.3 Una nota de El Heraldo de Linares recoge las

palabras de un rotario que celebra a Neruda

como poeta de la amistad, prometiendo

«que en su honor y con su orgullo abriremos

las alas de nuestro espíritu y juntaremos

nuestras manos para hacer [sic] cada día

mejores rotarios y por encima de todo No-

bles y Sinceros Amigos». 29 de oct. 1971: 2.4 Además, con el premio se tocaba Suecia, que

quedaba muy lejos entonces. Chile sufre

de verse remoto y aislado, y lo era más

entonces. «Lo podremos ver en la tele»,

titula la nota periodística que informa que

la transmisión vía satélite de la premiación

«será la efectuada desde el punto geográ-

fico más distante de Chile, exceptuando la

transmisión desde la Luna”. La Prensa 9

de dic. 1971: 16.5 A este respecto, constato que hay varios tes-

timonios que, luego de apuntar la alegría

y el honor que se experimentan, pasan a

alegar por la tardanza del premio, con un

tono quejoso, como si se hubiera subsanado

en consecuencia una afrenta. ¿Es apenas

una curiosidad que apunta a rasgos de un

indeterminable carácter nacional la reacción

de, por ejemplo, el garzón Luis Sepúlveda

cuando expresa que «se lo merecía hace

tiempo, por lo menos hace cinco años»?

La Prensa 22 de oct. 1971: s/p.6 Sabino Riffo Ketchum en “Cosmorradiografía

de Pablo Neruda”. Suplemento de El Siglo

26 de dic. 1971: 6.7 En la misma veta, el titular de la nota del

periódico Puro Chile al día siguiente de

la ceremonia de aceptación del premio en

Estocolmo: “Neruda habló claro como una

lámpara”. 9 de dic. 1971: 15.8 “Los olvidados de la tierra”, 12 de dic.

1971: 4.9 “Que rechace el Nobel”. La Prensa 14 de

nov. 1971: 9.10 “Neruda: bautizaremos nuestras calles con

tu poesía para vivir en ellas en amor”. El

Siglo 24 de oct. 1971: 1.

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20 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Los españoles asisten ese día 8 al recital de Neruda en el Museo de Arte Moderno, presenciado por unas 400 personas. El acto comienza con la presentación de Paco Uriz, director del Club de los Cronopios, que con la Sociedad de Escritores de Suecia y la Asociación de Estudiantes de Letras ha organizado el recital. Paco Uriz lee un es-crito del académico sueco Artur Lundkvist, que está también entre el público.

El día de la entrega de los premios, a las tres y cuarto de la tarde en el hall del hotel, Penagos encuentra por segunda vez a Neruda, quien lo saluda: «bueno, don Rafael, aquí estamos, por fin, hechos unos pingüinos» (2006, p. 141). La premiación está programada para las cuatro y media. A las cuatro y veinticinco unas largas trompetas anuncian la entrada del rey, que lo hace con el público de pie y con las notas del himno nacional sueco de fondo. Minutos después las trompetas vuelven a sonar para dar entrada a los laureados. Los premios se entregan con música de Mozart, la obertura de Las bodas de Fígaro. Rafael cuenta que han conseguido invitaciones para el banquete de los Nobel, por cierto muy difíciles de obtener y conseguidas gracias a la mediación de Neruda y a una feliz casualidad (la entrada les costó 120 coronas, unas 1700 pesetas de la época). La cena comienza a las seis y media y se desarrolla de forma solemne y ceremo-niosa. Pablo lee un pequeño discurso o brindis que Penagos transcribe, así como describe el baile posterior. También estará presente el día 13 para escuchar el discurso de recepción del Premio, pronunciado en el edificio de la bolsa ante 300 personas.

Después del cóctel ofrecido por la em-bajada el día 14, Pablo y Matilde les han invitado a cenar con un reducido grupo de personas: Lundkvist y su esposa, Uriz y la suya, Lagunero y su esposa Rocío. Regre-san al hotel a las once y media de la noche. Cuando Rafael se va a despedir, Pablo le dice: «No, no; no quiero despedirme. No me gustan las despedidas. No quiero decir adiós a los amigos, Rafael...» (2006, p. 149).

Pasemos al testimonio de Teodulfo La-gunero, curioso personaje nacido en 1927 y procedente de una familia de izquierdas.

Siendo muy joven es encarcelado por re-partir unas octavillas contra Franco. Eran los años duros del régimen, pero la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial hace que la dictadura ablande las penas de aquellos días. Así Lagunero es condenado a cárcel y no a muerte. Durante su encierro estudia Derecho. Cuando salga de la cárcel aprobará las oposiciones a una cátedra de Derecho Mercantil. Se hará millonario con negocios inmobiliarios y es el creador de un eslogan famoso en España: Un minuto para comprar. Una vida para pagar.

Su dinero lo empleó en financiar al Par-tido Comunista y en especial una oficina del CISE (Centro de Información y de Soli-daridad con España), presidida por Picasso y dirigida por Marcos Ana en París. Tras la muerte de Franco, fue el encargado de introducir a Santiago Carrillo, presidente del Partido Comunista de España, un hito en la historia de la transición democrática española.

En 2004 Lagunero publicó su libro Una vida entre poetas (Editorial La Esfera de los Libros, Madrid), cuyo primer capítulo se titula “Pablo Neruda” (pp. 23-53), y al-gunos años después un volumen de Memo-rias (Editorial Umbriel, Madrid 2009).

Su testimonio nos informa que acom-pañó a Penagos durante su viaje a Francia, abril 1971. En esa ocasión Neruda escribió

una dedicatoria en el ejemplar de Tercera residencia que el empresario español había conseguido clandestinamente en 1949 y que le había causado honda impresión. Cuenta Lagunero que, dada su amistad con Alberti y con Asturias, Neruda le acogió con simpatía. En uno de sus encuentros en la embajada les sirvieron unas cerve-zas, pero como la de Neruda iba en una inmensa copa helada el chileno comentó: «Este poeta comunista tiene caprichos que en definitiva no afectan a sus ideas» (2004, p. 32).

Luego, como Teodulfo lo había invi-tado a cenar con Matilde, Neruda habría dicho:

–Lagunero, yo sé que el que invita es el que elige el restaurante, pero, si hoy no te importa, lo elegiré yo aunque pagues tú.

–¡No faltaba más, Pablo, cenamos donde tú quieras!

–El restaurante no es caro, pero el vino que me tienen reservado sí lo es: te va a costar una fortuna.

Fueron a un pequeño restaurante donde Pablo pidió al encargado la botella que tenía reservada. Pablo insistió en que el vino era excepcional, creando tal expecta-ción que cuando trajeron la botella, Rafael de Penagos la cogió quizá con energía y Neruda riñó a Rafael:

–Rafaelito, tú serás un buen poeta, pero de vinos no entiendes. Esta botella ya no sirve, pues la has agitado y ahora Lagune-ro tendrá que pagar una segunda botella» (2004, p. 32).

El libro trae varias fotografías de Neru-

da y los dos españoles: a la entrada del hotel, Neruda y Lagunero, ambos de traje y corbata; otras junto a Miguel otero Silva con los fracs, a la entrada del museo que alojaba el Vasa, en el recital de los Crono-pios, en el discurso del Nobel, acariciando el mascarón de proa del Vasa...

En abril del 71 tuvieron también alguna cena junto a Miguel Ángel Asturias, en la que ambos literatos le firmaron un ejemplar del libro Comiendo en Hungría. También nos cuenta Lagunero que Pablo y Matilde llegaron hasta su residencia señorial en Cannes, el día antes de recibir al buque escuela Esmeralda. Neruda aprovechó la

Neruda y Lagunero, Estocolmo, 1971. Foto: Archivo T. Lagunero.

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21NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

ocasión para invitarlo a la recepción que ofrecería en París al día siguiente a los oficiales del buque chileno. Teodulfo acu-dió con su hija Paloma, quien no soportó al parecer la conversación insulsa de los guardiamarinas.

Teodulfo y Rocío marcharon a Esto-colmo el 7 de diciembre con los dibujos de José Caballero. El testimonio trae una anécdota interesante. Teodulfo poseía un libro especial. Se lo había regalado Marcos Ana. Era un ejemplar facsímil del Canto general, que había estado en las cárceles de Franco. Para eludir la férrea censura, el libro tenía unas tapas falsas en cuya portada había un bello dibujo de unos barcos y una casa, el título Texto de versificación y el nombre de Fernando Macarro (verdadero nombre de Marcos Ana). En la primera página se leía: «censurado y autorizado por los señores Capellán y Maestro oficial, sus firmas y el visto bueno del Director».

Teodulfo explicó a Pablo que el libro había estado en el penal de burgos y que cientos de presos lo habían tenido en sus manos la noche antes de ser fusilados. Parece que Neruda se encaprichó de tan singular ejemplar y lo apartó mientras seguía dedicando otros libros. Teodulfo insistía en que le firmara el libro del penal, incluso hizo ademán de cogerlo. Pablo le hizo un gesto con la mano y subió al dormitorio de su suite. Al cabo salió con una primera edición del Canto general: «Mira, Lagunero, este libro vale muchos dólares. Te lo cambio por el facsímil del Canto general». Teodulfo defendió su posición como pudo, explicando que era su intención donarlo a un Museo de la Resistencia del Pueblo Español contra el Franquismo, a lo que Neruda repuso: “Me parece muy bien, pero mientras llega ese día, que espero que sea pronto, puedo ser yo su depositario”. Teodulfo se negó otra vez y Pablo volvió a entrar en su dormi-torio, saliendo esta vez con tres libros y explicando que eran de valor incalculable porque jamás llegarían a España y propuso de nuevo el trueque.

A estas alturas intervino Penagos, quien le explicó a Neruda, que si Teodulfo no le regalaba el libro era porque tenía un alto va-lor sentimental para él. Neruda, simulando

un enfado, dijo: «bueno, está visto que no es posible hacer negocios con Lagunero. Me quedaré con el libro y le diré al repre-sentante del Ministerio de Exteriores sueco que me lo fotocopien. Luego te lo devolveré dedicado». Pasaron los días y el libro no re-gresaba a sus manos y Lagunero insistió en la devolución, así que Pablo se lo devolvió: «No hay manera de llegar a un acuerdo con-tigo, así que me quedo sin el libro». El libro contenía una dedicatoria: «A Lagunero, su amigo Pablo Neruda. Stockholmo. 1971. Dic. 9.» (2004, pp. 34-38).

Cuenta Lagunero que al recital en el Mu-

seo de Arte Moderno acudió mucha gente de los diferentes cuerpos diplomáticos, menos el embajador español. Lagunero sacó centena-res de fotos y parece ser que el escandaloso flash llamó la atención, pensando algunos que era un policía de la embajada que quería tener una relación de los asistentes al acto. Pablo tranquilizó a Uriz diciéndole que no sólo no era policía, sino que era amigo y colaborador del Partido Comunista, lo que hizo que muchos le estrecharan la mano y recibiera muchos besos.

Neruda había encontrado una invi-tación solamente, para la entrega del galardón, con lo que Penagos tenía ase-gurado su asiento, pero no así Lagunero que estaba muy disgustado. Al final, un representante del Ministerio de Exteriores de Suecia le dio la solución: si conseguía

una acreditación como fotógrafo, entra-ría. Fue la revista Sábado Gráfico la que mandó la credencial. Lagunero se situó con su pequeña cámara de aficionado entre los fotógrafos con poderosos zooms y entre ellos destacaba también por portar un frac. Cuando sonó el himno nacional sueco, cantó en voz baja los compases de La Internacional.

Asistió a la recepción en la embajada y a la cena organizada por Paco Uriz y su mujer Marina Torres. Cuenta Lagunero que al enchufar su cámara fotográfica a la co-rriente eléctrica se produjo un cortocircuito que dejó a oscuras la casa. En la oscuridad, mientras intentaban arreglar el desaguisa-do, sonó la gangosa voz de Neruda, dicien-do: «Este Lagunero nos va a matar con sus miles y miles de fotografías» (2004, p. 47). Así, en la posterior recepción en el Hotel Anglais, Pablo le regaló dos libros suyos en sueco, dedicados, a condición de que no le sacara más fotos.

Neruda se marchaba antes que Lagune-ro pero con una diferencia de horas. Cuenta el español que el aeropuerto ponía a dispo-sición de los viajeros unos patinetes. Pena-gos y él se lanzaron a la carrera, teniendo la mala fortuna Lagunero de arrollar a una persona, que resultó ser Neruda, quien dijo: «¿Me veré por fin libre de Lagunero?». Y cuando éste sacó su cámara Pablo se puso a gritar: «¡No, no, por favor, más fotografías no!» (2004, pp. 50-51).♦

Teodulfo Lagunero, Miguel otero Silva y Rafael de Penagos, Estocolmo, 1971. Foto: Archivo T. Lagunero.

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22 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

*A Rafael de Penagos lo conocí en Madrid. Se

presentaba en la Residencia de Estudiantes el Álbum

Neruda del catedrático José Carlos Rovira [Univer-

sidad de Alicante]. Acudí a la cita, a pesar de que me

obligó a despertar a media noche y conducir en la

oscuridad castellana. A la entrada de la Residencia un

anciano se quejaba al acomodador, que lo obligaba

a sentarse en las sillas dispuestas para el público en

general. Las palabras que le oí fueron: «Hombre, no

soy Pablo Neruda, pero soy Rafael de Penagos». Al

escucharlo, lo saludé y le manifesté mi admiración

por su poesía y por sus trabajos. Le cambió el rostro.

De repente, dejó de ser un don Nadie, para darse

cuenta de que era recordado y reconocido. Penagos

fue Premio Nacional de Poesía hace muchísimos

años (yo sería un niño). Me dedicó una sonrisa y

otra cuando hablé al acomodador y conseguí por

algún milagro (San Pablo Neruda) que lo pusieran en

primera fila, en unos butacones reservados para las

autoridades. Conversamos al final del acto, mientras

yo intentaba robar un ejemplar del Álbum, lo que

estuve a punto de lograr si no fuera porque apareció

Enrique Robertson con alguien de la organización en

el mismo momento que iba a deslizar el ejemplar en

mi cartera. La señora, furiosa, porque se apercibió

claramente de mis intenciones, me lo arrebató y tuve

que esperar meses para conseguirlo. Pero Penagos

fue extraordinariamente cariñoso y me confidenció

cosas sobre Pablo. Aunque no más de lo que puso

por escrito. Hace poco murió. –G. C. P.

© ® The Nobel Foundation.

El discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1971, comenza-

do por Neruda apenas supo la noticia en forma oficial pero privada, fue trabajado y completado en París poco después de una severa intervención quirúrgica en conexión con su ya avanzado cáncer de próstata, y fue leído en Estocolmo (diciembre) durante una sucesiva crisis de la enfermedad. Esta dramática circunstancia confiere enorme valor adicional a un discurso en sí mismo extraordinario por su carga de humanidad y esperanza.

Al redactar un texto de tanta importan-cia la dificultad inicial fue sin duda la elec-ción del tema central. Reacio a discursos teóricos, Neruda prefirió retomar el relato de su fuga hacia Argentina, a través de la cordillera, que puso término en febrero de 1949 a la clandestinidad de todo el año an-terior, forzada por la persecución y el arres-to decretados por el entonces presidente González Videla en clave anticomunista de Guerra Fría. Dentro del mismo clima político, pero, claro, en opuesta clave, Neruda había tratado ese episodio en el poema “Sólo el hombre” de Las uvas y el viento (1954), y posteriormente como simple anécdota en una de las crónicas au-tobiográficas de O Cruzeiro Internacional (1962). En 1971 eludió el contexto político inmediato del episodio (acontecimientos ya olvidados en sí mismos) para potenciar un significado poético (y a la vez histórico y antropológico) más trascendente.

Ese significado máximo tiene que ver con la solidaridad entre los seres humanos. La base fundadora de la antropología poé-tica de Neruda es la implícita e irreducible afirmación de que todos los seres humanos pertenecemos a la misma especie y, por lo tanto, la solidaridad que es natural a los miembros de las especies animales subyace

también a nuestra más auténtica condición. Esto parece obvio y comúnmente aceptado, pero de hecho no es así. Nuestra segunda naturaleza –la Historia– ha sufrido hasta ahora, bajo el creciente dominio de inte-reses enajenados y enajenantes, un desa-rrollo institucionalizado en contradicción con, y hasta en negación de, nuestra más profunda vocación solidaria. Lo demuestra el actual horror urbano y bélico que reina en las noticias de prensa y televisión. Y la desigualdad generalizada y en aumento. Y el miedo.

La denuncia de esta deformación o perversión innatural (y en última instancia falsa, porque inducida) ha atravesado el curso histórico de la literatura de todos los tiempos, en particular durante sus fases «románticas». Pero a la obra de Pablo Neruda no le bastó reproponer esa denuncia bajo formas diversas a lo largo de su evolución. Ella fue más allá y se ca-racterizó por insistir, contra toda evidencia visible, en la tenaz y laica afirmación de la solidaridad tan negada y, a la vez, tan inconsciente y profundamente deseada por toda la especie humana. Tal afirmación fue la base de su elección y comportamiento políticos, hasta su muerte.

Por eso Neruda centró su discurso de Estocolmo en una personal experiencia de solidaridad, vivida en un momento de gran

La antropología poética de Neruda

HERNÁN LoYoLA

Sobre el Discurso de Estocolmo

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23NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Contra los sostenedores de la ideolo- gía a ultranza que dividen el mundo

en dos bandos, los buenos y los malos, y para los cuales resultan difícil, incluso a la altura de nuestro tiempo, conciliar por ejemplo la figura de Pablo Neruda con la de Luis Rosales, en cuanto representantes de una dicotomía imposible de acordar, hay que rebatir que los dos poetas, que se frecuentaron con asiduidad en los años treinta durante la residencia madrileña de Pablo, fueron buenos amigos y se estima-ron recíprocamente hasta lo último, como muestra el texto autógrafo que Neruda

Neruda y Rosales 1971-1973 reencuentro y cartas inéditas

GAbRIELE MoRELLI Universidad de bérgamo, Italia

envía de París en 1972 para el homenaje que la revista Cuadernos Hispanoameri-canos dedica a Rosales. Así lo saluda su amigo Pablo:

Qué decir de Luis Rosales a quien yo conocí naranjo, recién florido en aquellos años treinta, y que ahora es gran poeta, exacto definidor, señor del idioma. Ahora lo tenemos lleno de frutos, exigente y fecundo. Atravesó este mortal antipolítico el momento desgarrador en Andalucía y se ha recuperado en silencio y en palabra. Salud! buen compañero.

Anteriormente, durante y después de la contienda civil, la relación humana y literaria entre los dos poetas había sufrido cierta distancia, mientras que la recupera-ción de sus vínculos muestra su culmen en 1971, año de la entrega a Neruda del Premio Nobel de Literatura. No se conoce ninguna declaración oficial de Rosales, aunque –¡bien podemos imaginarlo! – la noticia fuera para él de gran satisfacción y alegría, como lo fue para su amigo Luis Felipe Vivanco, quien, con satisfacción personal (no exenta de una sutil vena crítica contra el régimen), comenta de este modo el acontecimiento en su Diario (1946-1975): Copyright © Nobel Foundation 1971. Artista: Gunnar brusewitz. Caligrafía: Kerstin Anckers.

riesgo que pudo superar con la ayuda de otros seres humanos desconocidos, vale de-cir, no identificados a sus ojos por el amor o por la amistad. La abierta explicitación de este motivo (que incluso Residencia en la tierra manifiesta, pero con modulación críptica) no era nueva en su escritura. Re-cuérdese, por ejemplo, el intercambio de dones entre dos niños (que no se conocen ni se ven siquiera) al cierre de “Infancia y poesía” (1954).

El rito de la danza «sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada» con-densa todos los símbolos y mensajes del discurso de 1971, así como su carácter origi-nario, primitivo y primigenio, por encima de tiempos y espacios, y su conjunción de vida y muerte: «Comprendí entonces de una ma-nera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo». ♦

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24 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

¡Qué triunfo para la España de Franco! Le han dado el Nobel a Pablo Neruda. Mañana, Pablo Casals, a sus noventa y cinco años, estrena la música del himno de la onu, y pasado mañana Pablo Picasso cumple noventa años.

El 21 de noviembre de 1972 Neruda regresa a Chile definitivamente. Su avión hace escala en el aeropuerto de barajas, a donde Vivanco y Rosales acuden a salu-darlo. El primero anota en su Diario: «Me alegro de haber bajado a barajas y haberle dado un abrazo, a su paso por Madrid». Gonzalo Menéndez Pidal, hijo del gran filólogo, inmortaliza el encuentro en una fotografía en que se ve a Neruda sonriendo satisfecho entre los dos antiguos amigos españoles. Poco después, Rosales empieza a escribir el libro La poesía de Neruda –en parte anticipado en el “Prólogo” de su se-lección–, publicado por la Editora Nacional en 1978, donde analiza las coordenadas esenciales que caracterizan la producción del vate chileno. Se trata, apunta, de «una poesía con argumento, una poesía total que asume en su expresión los contenidos propios de la expresión lírica y la expre-sión narrativa». Ninguna expresión más adecuada para definir su propia experiencia poética. El proceso de identificación, y al mismo tiempo de diferenciación, entre los dos poetas es evidente, como lo es la gran deuda que Rosales, renovador de la poesía española de posguerra, le reconoció a su amigo y maestro chileno.

En cambio, poco se sabe que Rosales, a partir de 1973, prepara una gran antolo-gía de la poesía nerudiana –que en 1974 será publicada por la editorial Noguer–, en torno a la cual se cruza un tríptico de cartas entre los dos poetas, cuyo asunto es la exclusión de poemas de asunto políti-co, que el propio Neruda, a causa de las numerosas dificultades encontradas para publicar su obra en España (y no sólo), decide eliminar, actuando una especie de autocensura preventiva. La reciente cele-bración del centenario del nacimiento del Premio Cervantes, cuyo éxito mucho se debe a la generosa colaboración prestada por Luis Rosales Fouz, hijo del poeta, ha permitido volver a examinar la gran cose-cha de documentación dejada por Rosales,

conservada en el Archivo Histórico Nacio-nal, de donde procede esta correspondencia inédita (Luis Rosales, Leg. 15, n. 56) que aquí presento.

Se trata de un tríptico epistolar que empieza con una misiva urgente del gra-nadino (13.02.1973), quien pide a Pablo que confirme su autorización para elimi-nar «toda la poesía que tenga un carácter definitivamente político». La respuesta de Neruda desde Isla Negra (15 de febrero) ilustra las numerosas dificultades encon-tradas para publicar su Obra Completa en España por la presencia de poemas polí-ticos nacionales, por lo cual ha decidido quitar todos «aquellos textos o fragmentos que contengan temas de la Guerra Civil que imposibilitarían la edición»; pero –declara con fuerza– no quiere eliminar los demás de contenido ideológico. La carta se cierra con la alusión, entre otras, a las obras del conde de Villamediana, autor por el cual, como es sabido, se interesan ambos: ya en julio de 1935, Neruda presentaba en la revista Cruz y Raya su entrega Poesías de Villamediana (En manos del silencio), y Rosales, en 1969, su libro Pasión y muerte del conde de Villamediana. La predilección del chileno por el autor barroco es criticada por Juan Ramón Jiménez, quien a este pro-pósito escribe: «Y ya en los años 30, y esto es lo más peregrino, ¿no cayó Neruda, casi, en el goloseo gongorino de Villamediana, según moda del momento en cierta España otramente barroca?».

Con la contestación de Rosales se cierra el breve epistolario: Luis expresa al amigo Pablo su satisfacción por la aclara-ción recibida, mostrándose perfectamente de acuerdo con sus indicaciones; ya que, comenta, «eliminar de una selección muy completa de tu obra los poemas políticos carecería de sentido». En efecto, además de la conocida “oda a Federico García Lorca” (donde entre los compañeros de Pablo aparece también Rosales), escrita en la primavera de 1935, alrededor de la fecha del cumpleaños de Federico (5 de junio), entran en la antología varios poe-mas del Canto general, en que se exalta esa América de los «ríos arteriales» frente a la de «la peluca y la casaca» impuestas por los colonizadores; lo mismo están

presentes textos del libro Las uvas y el viento, como la composición “El Viento en el Asia”, un himno a la nueva sociedad comunista china de Mao Tse-Tung; y tampoco faltan poesías de contenido social de la última época. En fin, Rosales ha sido fiel al compromiso tomado con el amigo Pablo, respetando en todo su voluntad, es decir, expurgando la antología de los textos políticos de referencia española, pero al mismo tiempo incluyendo los otros poemas de tema ideológico que, según Neruda (y la alusión a la particular situación del país sujeto a la censura de Franco es evidente), «pueden publicarse entre vosotros».♦

Rosales-Neruda: las cartas

1

Madrid, 13 de febrero de 1973

instituto de cultura hispánica

lr/pa.

Querido Pablo:Te escribo unas letras de urgencia y no la

carta que desearía escribirte. Ya hace muchos años que no hago nunca lo que quiero.

Como recordarás, pues en alguna oca-sión he hablado contigo de ello, me han encargado que haga una selección de tu obra y la prologue. Tengo la ilusión, dispo-sición y casi necesidad de escribir sobre tu poesía, pero quisiera aclarar contigo estas palabras con las cuales termina su carta José Pardo, Director de la Editorial Noguer, al invitarme a hacer esta edición:

«A todo lo expuesto debo añadir, querido Luis, que por deseo expreso de Neruda se eliminará de esta selección de su obra toda la poesía que tenga un carácter definidamente político».

No puedo ponerme a hacer una antolo-gía tuya sin aclarar contigo este punto, pues ya estoy muy acostumbrado a las artimañas de los editores. Si estás de acuerdo con ello, pondré manos a la obra inmediata y alegremente.

Un abrazo para Matilde, y deseando verte pronto aquí o allí, se despide tu buen amigo

Luis Rosales

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25NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

2

Isla Negra, febrero 15 de 1973

Señor

Luis Rosales

Instituto de Cultura Hispana [sic]

Madrid. –

Querido Luis:Contesto tu carta recién llegada. No sé

si ella se refiere a Ediciones autorizadas por Carmen balcells, de barcelona, que es mi Agente Literario.

Suponiendo que así sea, tengo algu-nos antecedentes que darte: mi obra para publicarse en España encontró variadas dificultades y acuerdos que estaban a punto de cumplirse se echaron atrás a última hora por temores políticos de varios Editores.

Por último se llegó a acuerdo con una Editorial para que publicara una especie de obras Completas en dos tomos. No recuerdo quién fue el Editor. Para evitar los inconvenientes referidos estuve de acuerdo para que partes que harían peligrar la edición se eliminaran de estas obras. Naturalmente que se trata de aquellos textos o fragmentos que contengan temas de la Guerra Civil que imposibilitarían la edición. De ninguna manera puedo elimi-nar mis poemas políticos que no guarden relación con tales temas, y que por lo de-más, por lo que veo, puede publicarse entre vosotros. Eliminar mis poemas políticos en general sería un disparate.

También en la edición de Obras Com-pletas de Losada no están tomados en cuen-ta obras políticas como Canción de Gesta. Mi punto de vista es que estas obras que por un motivo u otro encuentran obstáculos insalvables, pueden publicarse en otro sitio y en otras condiciones. Mi obra es dema-siado espaciosa para que todo el mundo pueda encontrar allí lo que quiera y no me importa que tal o cual cosa no le guste a la gente, la objete o no la encuentre: siempre se contentarán con alguna parte de lo que he hecho. No tengo gran amor propio ni he sido nunca un intransigente político.

Que esta carta [quede] entre nosotros y tú procederás de acuerdo con lo que creas mejor bastándome ya el placer de que te hayan encargado a ti esta Antología. Me he

Luis Rosales, Pablo Neruda y Luis Felipe Vivanco, aeropuerto de barajas, noviembre de 1972.

Neruda y Rosales*(a propósito de las cartas)

Entre 1934 y 1936 Luis Rosales fue uno de los escritores más estimados

por Neruda en España, como lo demuestra su inserción en el catálogo de amigos y familiares (más Delia, su amante entonces) incluido en la “oda a Federico García Lor-ca” en 1935, que concluye: «… Manolo Altolaguirre, / Molinari, / Rosales, Concha Méndez, / y otros que se me olvidan». Ro-sales era miembro, como Lorca, de una muy conocida familia en Granada.

A mediados de julio de 1936, aterra-do por la creciente violencia política en Madrid, Federico decidió –a pesar de las muchas advertencias de sus amigos (en particular la de Luis buñuel)– viajar a Granada con el pretexto de no faltar a la promesa hecha a su madre de festejar en familia su onomástico. Para su desgracia, el día de San Federico fue precisamente el día elegido por los «cuatro generales» que sabemos, vale decir el 18 de julio. Y para el poeta, caído en trampa, no hubo escapatoria. Su más calificado biógrafo, Ian Gibson, en su reciente volumen Lorca y el mundo gay (Planeta, barcelona 2009) relata así la captura:

quedado esperando las obras de Villame-diana impresas que publicaste, así como las copias de [Códices] que también me prometiste.

Te abraza fraternalmente Pablo Neruda

3

Madrid, 21 de febrero de 1973

instituto de cultura hispánica

lr/pa.

Sr. D. Pablo NerudaIsla Negra (Chile)

Querido Pablo:Me alegra haberte comunicado mis

temores y que me hayas aclarado tu posi-ción en el asunto. Te daré los detalles que conozco de esta edición.

Coincide efectivamente con las indica-ciones que tú me das de publicar dos tomos de mil páginas cada uno. La editorial es Clásicos Noguer, S.A., y la edición está autorizada por Carmen balcells, con la que me puse en contacto y con quien tengo buena amistad. A mí me han encargado que haga una selección de dos mil páginas. Te acompaño fotocopia de la carta de Noguer.

Desde luego, creo como tú, que elimi-nar de una selección muy completa de tu obra los poemas políticos carecería de sen-tido, por eso te escribí. Aclararé este punto con la editorial antes de comprometerme a nada. Por lo demás, querido Pablo, te repito que estoy encantado de hacer este trabajo de selección y estudio de tu obra.

En caso de aceptar el encargo, te tendré puntualmente al corriente del desarrollo del trabajo. Como de todas formas habrá que suprimir unas mil páginas, en su momento te haré las consultas necesarias:

Recuerdos a Matilde y un cordial abrazo de

Luis Rosales

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26 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

«Todo el mundo sabe que, ante las ame-nazas que se fueron acumulando, Lorca pidió ayuda a Luis Rosales, algunos de cuyos hermanos eran ‘camisas viejas’ de la Falange, y que Luis y su familia tuvieron la magnanimidad de aceptarlo en su casa. Y todo el mundo sabe también que de allí lo sacaron elementos del Gobierno Civil capitaneados por Ramón Ruiz Alonso, el fanfarrón ex diputado de la CEDA [Con-federación Española de Derechas Autóno-mas], enemigo de la Falange y enemigo del poeta. […] Quiero dejar constancia también de que, según Miguel Rosales, Ruiz Alonso le dijo, cuando le preguntó qué había contra el poeta, que ‘hizo más daño con su pluma que otros con su pis-tola’. Desde su punto de vista, claro, Ruiz Alonso tenía razón» (p. 369).

Pero el fanfarrón y su amigo Juan Luis Trescastro, terrateniente de la zona, con saña machista torturaron y vejaron atroz-mente a García Lorca antes de asesinarlo, no tanto por razones políticas sino por su condición homosexual. Trescastro murió en 1954 atormentado por los remordimientos y «sus restos yacen en una tumba familiar del cementerio de Santa Fe, sin inscripción alguna que lo recuerde» (p. 372).

Ahora bien, el profesor Morelli –máxi-mo experto sobre la vida y obra de Rosa-les– me confirma por teléfono desde Milán que la familia Rosales (según testimonios del hijo de Luis y de otros parientes) cayó en desgracia frente al régimen y pagó muy cara su tentativa de proteger a Federico, en primer lugar con una enorme multa en dinero y también con la marginación social y política (incluso por parte de la Falange). El mismo Luis Rosales, en par-ticular, debió afrontar por largo tiempo la marginación cultural a que lo sometió el aparato franquista.

Nada se supo de esto durante los primeros años de la dictadura, y Neruda mismo se fue enterando con lentitud de las informaciones que muchos años des-pués condensará Félix Grande en su libro La calumnia. De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte (Madrid, Mondadori Ensayo, 1997).

Neruda, cauteloso, por prudencia se

distanció de Rosales por años, pero nunca, hasta donde sé, dirigió contra él las invecti-vas que en cambio no vaciló en propinar a otros intelectuales españoles: «Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo, / que no será borrado tu mar-tirio…» (“A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España”, Canto general, XII, v); «y el pobre Federico asesinado / por los medioevales malhechores, / por la caterva infiel de los Paneros» (Canción de gesta, XLII).

Por eso, cuando Félix Grande llegó a París en 1972 para anunciarle que la revista Cuadernos Hispanoamericanos preparaba un número especial de homenaje a Rosales, Neruda le manuscribió de inmediato y con gusto las líneas que Morelli reproduce, y más tarde con sinceridad lo abrazó en barajas junto a Vivanco.

Eso explica también, para volver a las cartas, la aprobación de Neruda a excluir de la antología que preparaba su amigo recobrado los textos relativos a la guerra civil española, al fin de hacer posible la edición que de otro modo habría sido blo-queada. A mí me parece que, a esas alturas de su trayectoria y sin duda presintiendo la proximidad del fin, la argumentación de Neruda en su respuesta a Rosales es legítima desde todo punto de vista, no sólo políticamente comprensible. Lo de España,

bien, pero no acepta que se excluya el resto de sus textos políticos.

¿Quién puede reprocharle a Neruda que al final de su vida, y orgulloso de su Nobel, haya hecho una concesión a su intransi-gente actitud frente al franquismo –nunca desmentida– para que una abundante selección de su obra circulara por fin, y sin trabas, entre los habitantes del país que más amó en su vida, aparte Chile? ¿Quién se atreve a objetarle en buena fe al Neruda ya anciano que, en 1970, se haya concedido descender de la nave en barcelona para pisar esa tierra tan añorada y caminar discretamente algunas cuadras de la ciudad, y hasta almorzar con García Márquez, quien ha incluido el encuentro en uno de sus Doce cuentos peregrinos?

¿Es que Neruda necesita aún demostrar a alguien su fidelidad a la causa comunista y su oposición al franquismo, cuyo fin des-graciadamente no alcanzó a vivir? Lo que en verdad sus enemigos ideológicos nunca lograrán digerir es, no tanto que Neruda haya sido comunista en vida (circulan tantos arrepentidos y ya absueltos de tal pecado), sino que haya sido tozudamente comunista hasta su muerte –e incluso hasta después de su muerte a través del impacto político de su funeral. De ahí los reiterados esfuerzos por encontrar fallas o grietas en su coherencia de vida y poesía.♦

–Hernán Loyola

Santiago, 20.01.2012.

* Texto integral del comentario a las cartas Neruda-

Rosales (rescatadas y presentadas por Gabriele

Morelli) que el diario El Mercurio de Santiago, por

problemas de espacio, publicó incompleto en su

edición del domingo 22.01.2012.–H.L.

Luis Rosales.

Various. Atalanta Magazine, 1888.

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27NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

La poesía se usó durante siglos como un instrumento de adivinación. La

Roma pagana recurría a la obra de Virgilio como oráculo. El joven Adriano encontró en La Eneida el vaticinio de que iba a con-vertirse en emperador. Posteriormente, en la Roma cristiana, Constantino creyó hallar en una de las églogas virgilianas el anuncio del nacimiento del Mesías redentor.

Una de las potencias más misteriosas de la poesía es ésta, la del vaticinio. Por eso vate se usa como sinónimo de poeta. Aunque sea sólo como un juego, entre las múltiples lecturas posibles de Neruda, está la de leerlo como un vate. Su “oda a Fe-derico García Lorca”, escrita en la primera mitad del 1935, parece anunciar la guerra civil que se desataría al año siguiente y la muerte del poeta granadino:

me moriría por los cementerios / que como cenicientos ríos pasan / con agua y tumbas, / de noche, entre campanas aho-gadas: / ríos espesos como dormitorios / de soldados enfermos, que de súbito crecen / hacia la muerte …

Hay muchos otros ejemplos.Entre 1963 y 1964 Neruda escribió

estos versos, que expresan una preocupa-ción por el futuro del país. Es como si el poeta adivinara lo que iba a ocurrir diez años más tarde:

En medio de la noche me pregunto,/ qué pasará con Chile? / Qué será de mi pobre patria oscura?

Siento que ahora / apenas cruzado el año muerto de las dudas, / cuando el error que nos desangró a todos / se fue y empezamos a sumar de nuevo / lo mejor, lo más justo de la vida / aparece de nuevo la amenaza / y en el muro el rencor enar-bolado.

–“Insomnio”, Memorial de Isla Negra

En unos versos del poema “El que can-tó cantará”, de Las manos del día (1968), hasta podría atisbarse la borrosa figura del todopoderoso Pinochet de los años 80:

...cuando quise hablar con Dios / o con un general, para entendernos…

Y en estos versos del poema “El tonti-vuelo”, de su libro Arte de pájaros (1966), Neruda construye un perfil que podría ser el del dictador que aseguró que en Chile no se movía una hoja sin que él lo supiera:

Nació sentado el tontipájaro.

Creció sentado y nunca tuvo / este triste pájaro implume / alas ni canto ni volar.

Pero dictaba el dictador.

Dictaba el aire, la esperanza, / las sumas del ir y venir.

Y si se trataba de arriba / él era nacido en la altura, / él indicaba los caminos, (…) / El tontipájaro feroz / se sienta sobre sus colmillos / y acecha el vuelo de los otros: / «Aquí no vuela ni una abeja / sin los decretos que estipulo».1

En el libro Fin de mundo, de 1969, hay versos que parecen aludir a las situaciones trágicas que ocurrirían bajo el gobierno de ese general. Ahí está, por ejemplo, el poema “Los desaparecidos”, que en su parte final dice:

Oh silencio! Oh terror! Adiós! / No queda nada, ya lavaron / las gradas del crimen. Se fueron. / Fueron secretas las condenas / y los verdugos invisibles.

Y en el poema “El pueblo”, del libro Plenos poderes (1962), se lee este verso:

Basta de pálidos desaparecidos.

El poema “Prensa”, de Fin de mundo, parece describir lo que serían los medios de comunicación en el tiempo de la dictadura, cuando habla de «un periodismo matorral» que «propagó desodorantes / o confitó las tiranías». Y agrega:

Cada periódico propuso / las leyes de su propietario / y se vendieron las noticias / rociadas con sangre y veneno.

El poeta parece describir también algo que quedó flotando en el aire espeso de nuestro país en la época de la transición: el sentimiento de culpa colectiva:

…me costó aprender a morir / con cada muerte incomprensible / y llevar los remordimientos / del criminal innecesario: / porque después de la crueldad / y aún después de la venganza / no fuimos tal vez inocentes / puesto que seguimos viviendo / cuando mataban a los otros.

–“Las guerras”, Fin de mundo.

En el poema “Por qué, señor?”, del mismo libro, con motivo de la guerra de Viet Nam, Neruda les hace a los norte-americanos algunas preguntas que podrían seguírseles haciendo con ocasión de las invasiones a Irak y Afganistán:

Neruda, el Vatepoesía y vaticinio

DARÍo oSESFundación Pablo Neruda

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28 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Por qué tenían que matar / a los lejanos inocentes / cuando hacen nata los delitos / en los bolsillos de Chicago? / Por qué ir tan lejos a matar? / Por qué ir tan lejos a morir?

Más acá de la dictadura, la poesía de Neruda describe no sólo el mundo posmo-derno en el que hoy estamos viviendo, sino algunas de sus exacerbaciones y excesos, impensables en los años 60 del siglo XX, cuando se escribió esta poesía. Así, en el poema “El llanto”, de Las manos del día, Neruda hace un retrato tan elocuente como escueto de ese consumidor vacío y extra-viado que ha pasado a ser parte de nuestra infructuosa geografía humana de hoy:

Dice el hombre: en la calle he padecido / de andar sin ver, de ausencia con presen-cia, / de consumir sin ser, / del extravío, de los hostiles ojos pasajeros.

Antes de eso, en el poema que titula “El ciudadano”, de Estravagario (1958), el poeta describe a un consumidor compulsi-vo de ferreterías y termina diciendo: «Estoy perdido para ustedes. / Yo soy ciudadano profundo,/ patriota de ferreterías». Éste podría ser un vaticinio que se ha cumplido cabalmente en nuestro tiempo, cuando el consumo ha pasado a ser la forma más activa de la participación del hombre en la sociedad, hasta convertirse en el sucedáneo de la ciudadanía.

Neruda parece aludir a otros de nues-tros más recientes vicios sociales, como el exitismo, cuando en el poema “Suburbios”, de El corazón amarillo, escrito entre 1971 y 1972, dice «…porque así nos parece que es el mundo: / una pista infinita de campeones…».

En otro poema, “Qué pasó?”, habla de los progresos deslumbrantes del siglo XX: se acortaron las distancias entre los continentes, ya podemos comprar «en el almacén venidero, pulmón recién re-construido, / corazón de segunda mano», y hemos dejado huellas terrestres en la luna. Pero enseguida se pregunta: «son victorias o amenazas? / son amarguras

o dulzuras?». Probablemente sean las dos cosas, por lo tanto, el poeta propone que «las celebremos llorando».

El vate toca aquí un tema que se hace cada vez más dramático en nuestro tiempo: el de la tecnología que entrega muchas dulzuras, pero al hacerlo crea amarguras infinitas. Actualmente vivimos acechados por amenazas apocalípticas como el cam-bio climático global o el recalentamiento del planeta, que son subproductos del pro-greso. Se prolonga la vida pero no sabemos qué hacer con los viejos. Las emisiones de

¿No es eso lo que nos está pasando? Hasta los más conservadores y puritanos se han visto sobrepasados por la «ola de desnudos». Los canales de televisión, desde los más liberales a los más píos, la publicidad, las portadas de los diarios, las gigantografías callejeras, la propaganda de los malls y de las multitiendas, están sobresaturadas de sexualidad. Esto porque el sexo vende y se usa para vender. En ese mismo poema Neruda dice: «Luego el comercio estableció / con libros, pan-tallas, revistas / el imperio inmenso del culo / hasta inundar las poblaciones / con esperma industrializada...».

En efecto, la exacerbación y la sobreac-tuación del deseo se han multiplicado con el apogeo del mercado. Es difícil escapar «hacia el amor o tus trabajos» como dice Neruda, porque siempre te persiguen «los ladridos / del sexo desencadenado».

El poema “Los materiales”, del libro póstumo 2000 habla del agotamiento de los minerales de los combustibles fósiles. «No hay duda que la tierra / entregó a duras penas otras cosas / de su baúl que parecía eterno: / muere el cobre, solloza el manga-neso, / el petróleo es un último estertor». En tanto en “[Desde que amaneció con cuántos hoy]”, del libro póstumo El mar y las campanas, parece anunciar un fenó-meno tan específico como la lluvia ácida: «Hora por hora con una cuchara, / cae del cielo el ácido / y así es el hoy del día…».2

Para terminar este inventario de va-ticinios, cito parte del poema “Se llenó el mundo”, de Fin de mundo. Habla de procesos como la artificialización de todo: de los alimentos y los paisajes, y de un mundo lleno de desperdicios técnicos y de autos:

…conocí un planeta desnudo/ que poco

a poco se llenó / con los lingotes triturados, / con los limones de aluminio, / con los intestinos eléctricos / que sacudían a las máquinas / mientras el Niágara sintético / caía sobre las cocinas. (…) las penosas motocicletas, / los fracasados automóviles, / las barrigas de los aviones / invadieron el

las industrias que nos entregan tanto pro-ducto deslumbrante, barato e inútil, abren agujeros en el cielo, por donde cae la ducha letal de radiación ultravioleta. Lloramos la contaminación, pero vivimos en la fiesta del consumo, que la produce: lloramos con alegría, «celebramos llorando». En el Libro de las preguntas, hay una que puede leerse como un vaticinio de esta misma situación: «De qué ríe la sandía/ cuando la están asesinando?».

En el poema “Sex” –también de Fin de mundo– Neruda describe la invasión del sexo que salta por puertas y ventanas: «y una inmensa ola de desnudos / sobrepasó las catedrales».

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29NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

fin del mundo: / no nos dejaban transitar, / no nos dejaban florecer (…).

A veces, el vaticino se encuentra en el adjetivo inesperado: «los fracasados automóviles», con el que parece aludir al espectáculo urbano de todos los días: filas interminables de automóviles mag-níficos, tristemente estancados. Unos pocos versos más adelante en este mismo poema leemos: «y Chicago llegó tan alto / que se desplomó de improviso / como un cubilete de dados». Finalmente, como todos sabemos, no fueron las alturas de Chicago, sino las de Nueva York las que se desplomaron de improviso y «como un cubilete de dados».

Me hubiera gustado leer la poesía de Neruda como vaticinio allá en los años 60 y principios de los 70 para saber lo que nos esperaba y arrancar. Ya es demasiado tarde y sólo me quedan pendientes algunas preguntas: ¿Es la sensibilidad del poeta la que le permite advertir lo que sólo está en germen en su propio tiempo? ¿Por eso es que puede dejar advertencias de lo que vendrá, en algunos versos perdidos entre muchos otros versos?♦

NoTAS 1 y 2 Colaboración bibliográfica de Adriana Valenzuela.

y mano que golpea, oscilaréis de nuevo abriendo el alma, custodiaréis el sueño de Matilde con vuestras alas que volaron tanto».

Entonces la pinturallegó también lamiendo las paredes, las vistió de celeste y de rosado para que se pusieran a bailar. Así la torre baila, cantan las escaleras y las puertas, sube la casa hasta tocar el mástil, pero falta dinero:faltan clavos, faltan aldabas, cerraduras, mármol. Sin embargo, la casa sigue subiendo y algo pasa, un latido circula en sus arterias:es tal vez un serrucho que navega como un pez en el agua de los sueñoso un martillo que pica como alevoso cóndor carpintero las tablas del pinar que pisaremos.

Algo pasa y la vida continúa.

La casa crece y habla, se sostiene en sus pies, tiene ropa colgada en un andamio, y como por el mar la primavera nadando como náyade marina besa la arena de Valparaíso,

ya no pensemos más: ésta es la casa:

ya todo lo que falta será azul,

lo que ya necesita es florecer.

Y eso es trabajo de la primavera.

A “La Sebastiana”

Dossier: 50 AÑoS DE “LA SEbASTIANA”

Años ’60. “La Sebastiana” hoy.

Yo construí la casa.

La hice primero de aire. Luego subí en el aire la bandera y la dejé colgadadel firmamento, de la estrella, de la claridad y de la oscuridad.

Cemento, hierro, vidrio, eran la fábula, valían más que el trigo y como el oro, había que buscar y que vender, y así llegó un camión:bajaron sacosy más sacos,la torre se agarró a la tierra dura–pero, no basta, dijo el constructor,falta cemento, vidrio, fierro, puertas–,y no dormí en la noche.

Pero crecía, crecían las ventanas y con poco, con pegarle al papel y trabajary arremeterle con rodilla y hombro iba a crecer hasta llegar a ser, hasta poder mirar por la ventana, y parecía que con tanto saco pudiera tener techo y subiría y se agarrara, al fin, de la bandera que aún colgaba del cielo sus colores.

Me dediqué a las puertas más baratas, a las que habían muertoy habían sido echadas de sus casas, puertas sin muro, rotas, amontonadas en demoliciones, puertas ya sin memoria, sin recuerdo de llave, y yo dije: «Venida mí, puertas perdidas:os daré casa y muro

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30 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Neruda y Valparaíso. La historia de un amor profundo que aúna vida y

poesía. La historia de unos lazos secre-tos y públicos, como dijo el poeta al ser distinguido como hijo ilustre de la ciudad en 1970: me unen muchos lazos, muchos secretos y públicos vínculos a esta ciudad extraordinaria, tumultuosa, histórica, tan importante en la vida de Chile. A esta ciudad, a este puerto, que también, sin duda, es el conjunto –no diré ciudad ni diré puerto– el conjunto extraño de vidas humanas, abigarrado y magnífico, más impresionante de nuestro territorio.

Esa relación de amor, la historia de esos lazos públicos y secretos, se inicia en su juventud temprana. Un joven provincia-no, instalado recientemente en Santiago luego de su arribo desde el sur lejano, que viaja a este puerto buscando esa materia insondable de melancolía y de ensueño. Un estudiante pobre, casi un adolescente, que aborda un tren hacia la costa e inicia un viaje interminable que, entre idas y regresos, durará toda su vida: esa materia insondable de melancolía y ensueño la en-contrábamos en el camino de Valparaíso. Y ese tren, ese coche de tercera clase en que a los dieciséis, diecisiete y dieciocho años hacíamos el viaje cantando y bebiendo, entre Santiago y Valparaíso, estudiantes primaverales, ese viaje es todavía memo-rable en la historia de mi poesía.

Asimismo, en cuanto a los inicios de su trayectoria literaria, es significativo que haya sido aquí, en Valparaíso, donde se publicaran por primera vez sus versos fuera del Temuco natal.

Neruda y Valparaíso. Vida y poesía. La historia de un amor largo y profundo.

Desde luego, es imposible abordar aquí, en forma exhaustiva, toda esa historia. Sin embargo, me gustaría recordar algunas

Un marinero en tierra. Una nave con todas sus velas

JAIME PINoSDirector de “La Sebastiana”

tiones intrincadas y dramáticas en su favor. Finalmente, contra viento y marea, logra embarcar en un viejo carguero francés a más de dos mil refugiados. Hombres, mu-jeres y niños que salvan la vida o escapan de la prisión gracias a su esfuerzo. Una verdadera odisea inspirada en el huma-nismo, la valentía y la solidaridad. El 3 de septiembre de ese año, el Winnipeg atraca en el puerto de Valparaíso. La relevancia de esa empresa para el poeta queda re-frendada en estas palabras: Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.

1948. Después de pronunciar en el senado el discurso Yo Acuso, en contra de González Videla, Neruda es desaforado y los tribunales ordenan su detención. Per-seguido, vivirá clandestino en Valparaíso

escenas, dos o tres momentos que reflejan el afecto, la identidad biográfica y literaria, entre Pablo Neruda y esta ciudad.

Es junio de 1927. Tiene veintitrés años. Desde la calle Deformes número 2810, en la esquina con Victoria, parte Neruda a tomar el tren para combinar con el Ferrocarril Trasandino y cruzar la frontera. Va rumbo a buenos Aires para embarcarse en el Baden. El barco que lo llevará a Rangoon para asumir su primer destino diplomático. Ese viaje, cuyo punto de partida fue Valparaíso, cambiará su vida y su poesía. Durante su estadía de varios años en oriente (birmania, Ceylán, Malasia) escribirá la que, unánimemente, es considerada una de sus obras mayores: Residencia en la tierra.

1939. La guerra civil española ha terminado. Los derrotados sufren la per-secución y la muerte. Nombrado cónsul para la emigración española, con sede en París, Neruda realiza contra el tiempo ges-

Matilde y Pablo en La Sebastiana, 1963. Foto: Antonio Quintana.

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durante varios meses. Durante ese tiempo difícil, escondido en una casa de Cerro Lecheros, escribirá gran parte de esa obra cumbre, de ese gran poema americano que es Canto general. Escondido en esa casa del puerto, asomado con cautela a la ventana, la visión de Valparaíso será para él una metáfora de la libertad:

Fui a la ventana: / Valparaíso abría sus mil párpados / que temblaban, el aire / del mar nocturno entró en mi boca, / las luces de los cerros, el temblor / de la luna marítima en el agua, / la oscuridad como una monarquía / aderezada de diamantes verdes, / todo el nuevo reposo que la vida /

me entregaba. // En mi día solitario el mar / se alejaba: miraba entonces / la llama vital de los cerros,/ cada casa colgando, el / latido de Valparaíso

El último momento, la última escena que me gustaría recordar en este recorrido somero, es justamente la residencia de Neruda en esta casa, La Sebastiana. El gesto de arraigo que implica su decisión de construirla o inventarla. Adquirida en esta-do de obra gruesa en 1958, inaugurada tres años después, La Sebastiana representa la firme voluntad del poeta por vincularse con Valparaíso. De ser parte de su paisaje y de su vida. De izar en este puerto su

bandera. Como lo dirá más tarde en su libro Plenos poderes: Yo construí la casa. // La hice primero de aire. / Luego subí en el aire la bandera / y la dejé colgada / del firmamento, de la estrella, de / la claridad y de la oscuridad.

Vuelvo a las palabras de Neruda al ser

nombrado hijo ilustre de Valparaíso: Valpa-raíso fue para nosotros una nave con todas sus velas, un movimiento de la vida, una ciudad llena de susurros, llena del olor a mar, del canto antiguo de los mares, llena de imponderables voces nuestras, de anti-guas voces de tripulaciones que pasaron, de gente que pasó un minuto, pero que dejó colgado en el aire de Valparaíso una palabra extraña, un sonido extranjero, una canción misteriosa que sólo tenía abierto su misterio para nosotros, sedientos de sueños y de sombra.

Una nave con todas sus velas. Un mo-vimiento de la vida.

En este día, cuando iniciamos la con-memoración de los cincuenta años de La Sebastiana, la casa de Pablo Neruda en Valparaíso, imagino al poeta como un marinero en tierra. Un marinero que sigue cantando, hasta el día de hoy, su largo y profundo amor por este puerto. Un mari-nero que sigue navegando a bordo de una nave al mismo tiempo real e imaginaria. Esa nave, con todas sus velas desplegadas, que es Valparaíso. ♦

Matilde y Pablo en La Sebastiana, 1963. Foto: Antonio Quintana. Vista de Valparaíso desde “La Sebastiana”. Foto Archivo Fundación Pablo Neruda.

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Tener una casa, es tener un lugar en el mundo. Más allá del espacio cons-

truido, la casa proporciona un soporte existencial a su morador. En nuestra casa somos realmente, lo que no somos en nin-gún otro lugar.

Neruda fue un gran coleccionista. Su afición era reunir las más variadas cosas de su interés: caracolas, libros, botellas, mascarones y… casas. Neruda tuvo la gran necesidad de ir consolidando su existencia en donde estaba y hacia donde iba. Su vida estuvo referenciada siempre en torno a una morada: la casa de infancia en Temuco, la pensión de calle Maruri en su juventud en Santiago, su casa “Michoacán” en Los Guindos junto a Delia del Carril, “La Chascona” junto a Matilde, “La Manquel” en la Normandía francesa, “La Sebastiana” en Valparaíso y su casa definitiva y total: la casa de Isla Negra. Sin embargo, como todo buen coleccionista, estableció que una colección nunca se debe cerrar, y al momento de fallecer, se encontraba en construcción una casa –que no llegó a habitar– en Lo Curro, Santiago.

“La Sebastiana” fue buscada a partir de la necesidad de apartarse de Santiago. Era 1959. Pablo y Matilde viajan a Venezuela, residiendo allí por cinco meses. De regreso a Chile, Neruda se encuentra inmerso en una ardua producción literaria, comple-tando sus libros Navegaciones y regresos y los Cien Sonetos de Amor. Asediado por un gran trabajo de creación literaria y can-sado de la vida de la gran ciudad, Neruda decide buscar una casa en el puerto, pues

este representa para él un lugar asociado a una apacible y entretenida vida de provin-cia. Su topografía caprichosa le confería además encanto y fascinación:

Valparaíso es secreto, sinuoso, recode-ro. En los cerros se derrama la pobretería como una cascada. Se sabe cuánto come, cómo viste ( y también cuánto no come y cómo no viste) el infinito pueblo de los cerros. La ropa a secar embandera cada casa y la incesante proliferación de pies descalzos delata con su colmena el inex-tinguible amor.

… Las escaleras parten de abajo y de arriba y se retuercen trepando. Se adelgazan como cabellos, dan un ligero reposo, se tornan verticales. Se marean. Se precipitan. Se alargan, retroceden. No terminan jamás...

Para comenzar esta búsqueda Neruda escribe a su amiga, Sara Vial:

Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita

para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse.

Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica. Lejos de todo pero cerca de la movi-lización. Independiente, pero con comercio cerca. Además tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?

Sara Vial encontró finalmente la casa para su amigo Pablo, con las característi-cas por él requeridas. Había pertenecido al constructor español Sebastián Collado, y a su muerte había sido heredada por sus hijos, quienes la habían puesto en venta. Constaba de cuatro pisos y estaba aún inconclusa. Neruda y Matilde compraron los dos pisos de arriba. Sus amigos, el matrimonio Velas-co Martner, los dos pisos de abajo. Neruda comienza a terminar la vivienda a partir de 1959. Dos años más tarde, ya lista para ser habitada, “La Sebastiana” es inaugurada el 18 de septiembre de 1961. Treinta y cuatro personas, que de alguna manera habían permitido hacer de «la casa abandonada» la casa de los Neruda, recibieron una invita-ción artesanal, con ilustraciones de grabados antiguos y un poema, además de una lista de cada una de las personas invitadas y el mérito por estas realizadas, que había hecho posible habitar la vivienda.

La vivienda, en su totalidad, se presenta como una unidad que se desarrolla dentro

La Sebastiana: una casa en el aireELENA MAYoRGA MARNICH *

Arquitecta – Concepción

Sin embargo, la casasigue subiendo

y algo pasa, un latidocircula en sus arterias …

– Pablo Neruda

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33NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

de un paralelepípedo: dos de sus lados se mantienen inalterables, pues correspon-den a los medianeros, los otros dos lados restantes del volumen presentan una carac-terística de sustracción de sus partes en la medida que el volumen asciende, buscando con ellos la individualización del espacio y la función, para ir estableciendo un diálogo biunívoco con el paisaje.

Debido a la división de la vivienda en dos, los accesos se plantean de manera independiente para cada casa. A la de Neruda se accede desde el segundo piso de la vivienda a través de una escalera caracol, que conduce nuevamente a otra escalera, que nos lleva al tercer piso de la vivienda o a la primera planta de la casa de Neruda. En este nivel encontramos que destaca el área más pública de la casa, co-rrespondiendo a un estar-comedor separa-do por una chimenea circular. Este espacio enfrenta grandes ventanales que permiten una estrecha relación visual con la bahía de Valparaíso. En el piso siguiente se sitúa el dormitorio de los esposos, y los espacios empiezan a disminuir sus proporciones en la medida que la vivienda asciende. De una forma casi aérea los recintos se super-ponen, unos sobre otros, finalizando en lo que –en sus inicios– su primer dueño había concebido como una pajarera. Espacio que Neruda finalmente destinó a que fuera su biblioteca. Este corresponde al espacio más sensorial de la vivienda: los aspectos visuales potenciados al máximo, dada su condición de mirador espacial permitido por su particular altura, se combina con el deleite auditivo que provoca constan-temente el ulular del viento que afecta al espacio, tanto, como afectaría al punto más alto de un mástil.

Como en todas las casas de Neruda, se debe destacar el rol que juegan los objetos en el espacio. Donde el espacio parece con-cebido para valorizar el objeto, y viceversa. El objeto, aparece como mediador entre la arquitectura y el hombre, humanizando el espacio. Por ello la casa está contenida de atmósferas, definidas por formas, colores, brillos y transparencias que se entrelazan con el paisaje aportado por los ventanales,

matéricas y formales, mientras que el ca-rácter–cielo estaría constituido cualitativa y cuantitativamente por la condición lu-minosa. Estas dos categorías en el caso de “La Sebastiana” se funden, ya que por sus singulares características el espacio-tierra se sitúa en el cielo: lo concreto y limitado se desmaterializa por encontrarse en una situación aérea. El cielo de Valparaíso determina la casa de Neruda a trascender desde su propia condición corpórea. Lo permanente se transforma en inestable porque el cielo es cambiante en su luz y en su sonido, y la casa cambia con él.♦

______________________

* La arquitecta Elena Mayorga Marnich se

graduó en la Universidad del bío bío con una

tesis sobre las casas de Neruda. Es Master P.

Territorial IUAV – Venecia.

lo que determina que esta vivienda, más que ninguna otra, no tenga sentido si no es a partir de su entorno.

“La Sebastiana” fue saqueada después del golpe militar de 1973, y restaurada en 1991, constituyéndose en una casa-museo que forma parte del circuito arquitectóni-co-biográfico del poeta junto con la casa de Isla Negra y “La Chascona”: lugares fundamentales que visitar para lograr la comprensión del Universo Nerudiano.

Christian Norberg-Schulz, teórico e historiador de la arquitectura, establece que la estructura de un lugar, sea este natural o construido, está compuesta por dos catego-rías: el espacio (tierra) y el carácter (cielo), que siendo analizadas por la percepción y por el simbolismo permitirán la capacidad de habitar del hombre. El espacio-tierra, estaría determinado por sus cualidades

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REGALAR EL MUNDODiscurso inaugural

Inicio estas palabras recordando el relato de Sara Vial sobre la escena del

encuentro entre Pablo Neruda y Rolando Rojas. Su casual aparición en una sesión del Club de la bota.

En el momento mismo, solo Neruda, fervoroso de los documentos fotográficos como era, pudo captar esa necesidad de que la Bota dejara un recuerdo visible de su existencia. Cuando Rolando, luego de asomar su cabeza por la puerta del reservado, captó la simpatía de todos con su sonrisa y su espontaneidad, apenas le oyó decir: ¡Caramba, ando sin la máqui-na!, pero Neruda le tomó al vuelo la frase: ¡Anda a buscarla! Rolando partió como un rayo. Y desde ese momento, junto a pasar a integrar la plana porteña de los mejores amigos del Club de la Bota, pasó también a convertirse en el fotógrafo indispensable de Neruda y sus actividades, de los escritores amigos que llegaban de ultramar.

En el contexto de los cincuenta años de La Sebastiana, hemos querido relevar el testimonio de aquellos que estuvieron con Neruda en su residencia porteña. De

sus amigos, de sus cómplices. De hecho iniciamos estas celebraciones con un diá-logo donde participaron algunos de ellos, incluido Don Rolando. La realización de esta muestra fotográfica se inscribe en el mismo espíritu de reconocimiento y memoria.

Rolando, que no sólo ve el mundo sino que lo regala de nuevo. Así se titula esta exposición cuyo nombre proviene de una dedicatoria que le hiciera el poeta a Rolando Rojas. Un nombre que me parece significativo en varios sentidos.

Celebrando a Rolando RojasEXPoSICIóN DE FoToGRAFÍAS

En el marco de la celebración de los 50 Años de La Sebastiana, que se cumplieron el pasado 18 de septiembre, la Fundación Pablo Neruda inauguró el sábado 8 de octubre, en esa sede, una exposición itinerante denominada: Rolando, que no sólo ve

el mundo sino que lo regala de nuevo, con parte de la colección fotográfica de Rolando Rojas, fotógrafo y amigo de Neruda.La exposición, con imágenes inéditas de Pablo Neruda en La Sebastiana e Isla Negra, viene a reparar el injusto olvido de

quien formara parte del círculo íntimo de Neruda en Valparaíso, como fotógrafo oficial del Club de la bota y como uno de los fotógrafos más requeridos por la comunidad porteña con los famosos retratos firmados Rolando.

Tanto Rolando Rojas como su esposa Edda Morales fueron muy amigos de Neruda y compartieron muchos de los festejos que Neruda realizó en La Sebastiana. Algunas de sus fotografías resultan conmovedoras a la distancia, pues muestran la coti-dianeidad del poeta, la relación con su gente, sus festejos y otras son impactantes, como aquellas que muestran La Sebastiana tras el terremoto de 1965, o la relación que establece con Enrique Segura, un niño de Isla Negra a quien Neruda quiso adoptar.

La exposición de fotografías de Rolando Rojas estuvo en exhibición en La Sebastiana desde el sábado 8 de octubre hasta el domingo 4 de diciembre de 2011.

Desde luego, todo regalo implica un gesto de generosidad. Una de las cuali-dades de un fotógrafo, sobre todo para registrar escenas íntimas, es desaparecer. Hacerse invisible. Sólo así, cuando los fotografiados se olvidan de la cámara, cuando ya nadie recuerda su presencia y no hay pose alguna, el lente de la cámara puede retratar lo cotidiano, lo sentimental, lo biográfico. Rolando Rojas, como el gran fotógrafo que es, se hizo maestro en este arte. En gran medida, la calidad y el valor documental de sus fotos proviene de ese

Neruda y su locomóvil. Foto de Rolando.Rolando Rojas

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¿Cuál será el hito visual de Valparaíso? ¿Qué construcción o alegoría corporativa

lo distingue? Cada vez se adentra más la visión física

o el sentido conceptual de la casa de Neru-da, La Sebastiana, que se alza en lo alto del cerro Florida.

Reproducida una y otra vez por los medios –fotografías, dibujos, pinturas–, sin duda es ya una estructura característica que cubre de asociaciones poéticas a un volumen real.

De estilo indefinido, por agregación, la construcción se superpone y crece hasta al-canzar una altura de varios pisos enlazados de trecho en trecho por una tupida enredadera.

Se aprecian planos rectos seguidos por ventanales curvos como puente de mando de un barco. A medida que trepa, la casa se esti-liza y nos transmite la intención semioculta de un posible castillo y de nuevos anexos que se destacan contra el cielo.

Esta altura se corona con algún cubo blanco y chimenea o astas y ya no sabemos bien si la imagen se transforma configurando el tope de una factoría en pleno trabajo o el remate para una bandera ausente.

La casa va dando cuenta externa de la conformación funcional interior que dirigía el poeta y todo ello redunda en un conjunto que delata tanto el pensamiento literario como aquel constructivo-espontáneo que convivían en él.

El recadoENNIo MoLTEDo

Escritor

arte, el arte de desaparecer. Como recuer-da la misma Sara Vial, a Neruda le gustaba observar la maestría con que Rolando instalaba, sin que nadie se percatara, su trípode, para luego incorporarse al grupo, como era lo propio.

Desde otra perspectiva, la generosidad de Rolando Rojas se verifica en una ac-titud mantenida en el tiempo. Renunciar a todo protagonismo personal, dejar que las imágenes se impongan por su valor artístico y documental, antes que arrogarse méritos como su autor. Ello explica que algunas de estas imágenes hayan perma-necido inéditas por mucho tiempo. o que respecto a algunas imágenes históricas del poeta, como por ejemplo la foto para su candidatura presidencial, se haya descono-cido por largos años la autoría. Lejos de la vanidad, Rolando Rojas, como todo artista mayor, comprende el arte como un juego del cual él es uno más de los participantes. Lo importante no son los jugadores, es el juego. En palabras de Sara Vial: Rolando jugaba con el arte de su cámara como un duende lúdico, del cual Neruda, en todo caso, no podía prescindir.

Finalmente, creo que las palabras de Neruda que sirven de nombre a esta expo-

sición, encierran un sentido fundamental. Rolando Rojas no sólo ve el mundo. Lo regala de nuevo. Esto es, participa como figura central en la reinvención de ese mundo imaginario que fueron la vida y la obra nerudianas. Creo que en ello radica la fuerza poética de estas imágenes. En la reafirmación del sentido más profundo de la poesía. Imaginar el mundo. No sólo verlo. Regalarlo de nuevo.♦

– Jaime Pinos

Jaime Pinos, Rolando Rojas, Marisol Rojas, Sergio Muñoz y María Antonieta Collado. La Sebas-

tiana, octubre de 2011.

Edición 2006. Edición 2008.

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El año 2002, el grupo argentino-chileno de música latinoamericana Calycanto, creado en 1998, ganó el FoNDART Chile, Fondo Nacional de las Artes, para grabar el cd Música para las casas de Neruda, con composiciones de Carla Giannini (chilena, compositora, cantante) y con arre-glos musicales de Damián D. Alessandro (argentino, guitarra, voz, arreglos), en el cual se destacan las dedicadas a Valparaíso y a La Sebastiana. Transcribimos la letra de esta última.

La Sebastiana

Encallada está en un cerro está, lirá lirámarca cuatro vientos y mira eterna la maremblemática y firme ella espera el temporaly los movimientos que esta tierra quiere darLa Sebastiana, ¡ay, Sebastiana!

En cada rincón un verso cantará, liracomo un buque va navega y va, lirá liraviaja en sus recuerdos llevando pluma y papelcomo el arquitecto loco, que la vio nacerLa Sebastiana, ¡ay, Sebastiana!

Estalla en septiembrebailando la cuecacon colores de la paleta del puertocolgada en el aire el sol busca asomarsevuela alada y queda firme anclada al mar

Con su casa va, el poeta va, soñando va,sus caballos son pegasos de algún carruselde su faro ve el mundo infinito que da al mar de este disparatado puerto sin timonelLa Sebastiana, La Sebastiana

Estalla en… (bis)

Yo construí la casa la hice primero de aireluego subí en el aire la banderay la dejé colgada del firmamentode la estrellade la oscuridad y de la claridad… (bis)

Esperamos que esta imagen habitacional, diseñada por el mismo Neruda, no sufra cambios el día de mañana y no la conviertan en un rentable bloque de departamentos con vista al Pacífico.

El mercado suele realizar sus trucos in-conscientes. Y la autoridad de turno también. Ya hemos experimentado en la zona –en modesta escala– una línea de arquitectura hollywoodense: el estadio de ben-Hur. Me refiero al Congreso Nacional que luce en su frontis lucarna o jaula elevada que no ofrece luz alguna y de donde un posible pájaro también ha volado. Sin embargo, incluye otros símbolos clásico-modernos de fácil traducción: el arco de Tito y un techo ceremonial o visera sujeta por un cordón de cañerías que deja ver el cielo y permite que pase la lluvia cuando los festejos invernales y la cuenta de mayo.

La estructura se mantiene firme e inalte-rablemente constitucional-binominal gracias a unas colosales columnas huecas.

Anotamos, asimismo, para que destaque la creatividad de La Sebastiana, el complejo en altura donde funciona el gobierno regio-nal: la conocida torre rematada por dos orejas rectas de concreto armado –iba a decir «con-greso armado»– emulando la escafandra de batman. Quien visite estas dependencias puede intentar la aventura de subir algunos pisos a pie. Corredores y pasillos oscuros repletos de desechos acumulados como en subsuelos de ciudad gótica o en las quebradas al aire libre de nuestro puerto. Realidades iguales y distintas rescatadas de la imagina-ción folletinesca puesta al día.

Por cierto que la obra de Neruda no sólo merece la preocupación de ser difundida por los «agentes oficiales» designados para ello y por otros espontáneos «dirigentes del arte» de dudosa procedencia. La razón poética de la obra debe darse como ejemplo de una conducta desinteresada y puesta al servicio de los valores fundamentales del ser: liber-tad y verdad. Sin éstos no hay lenguaje ni palabras posibles.

Este es el hito y recado invisible que enarbola la casa del poeta sobre el Cerro Florida.♦

–Del libro Neruda: poeta del Cerro Florida, Valpa-

raíso, Universidad de Valparaíso, 2006.

La Sebastiana por Calycanto

Carla Giannini.

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37NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

CELEBRACIONES EN CHILE

Las celebrac iones de los c ien años transcurridos desde el 11 del 11

de 1911, día, mes y año del nacimiento de Roberto Sebastián Matta Echaurren, han ocupado buena parte de los escasos espacios que los medios de comunicación dedican a la cultura. Debemos consignar que nuestros dos principales museos han montado formidables exposiciones. El Museo Nacional de bellas Artes exhibe por primera vez su colección de pintu-ras, dibujos y grabados del artista con el título Matta 100, y el Centro Cultural Palacio de La Moneda ha montado, la que según los expertos es la mejor exposición de este artista que se haya realizado en Chile: Matta Centenario 11.11.11. Ambas muestras cuentan con excelentes catálogos. Lamentablemente el de nuestro Museo Nacional solo podrá

MATTA 100

En el centenario de MattaENRIQUE INDA GoYCooLEA*

Arquitecto / Fundación Pablo Neruda

llegar a manos de los clientes y amigos de un banco internacional que financió el diseño e impresión, acogiéndose a la Ley de Donaciones Culturales, lo cual impide que dicho catálogo pueda venderse al público. El del Centro Cultural Palacio de La Moneda sí puede ser adquirido en la librería de dicho lugar por quien lo desee.

A estas dos exposiciones se suma-ron otras menores, entre las que vale la pena mencionar la de la galería A. M. S. Marlborough, donde además se lanzó un libro extraordinario (financiado por una empresa de telecomunicaciones, también acogido a la Ley de Donaciones Culturales y por lo tanto inaccesible para el público general): la edición facsimilar de Matta Notebook 1943, cuyo ejemplar original es de propiedad de Ramuntcho Matta, hijo del artista. Pocos meses antes había salido al mercado otro libro interesantísimo: Matta /

Cartas a Ramuntcho, que afortunadamente se encuentra disponible en las principales librerías del país. otra exposición es la realizada en la pequeña Sala de Arte AIEP, en la que se exhiben grabados de la serie El Gran Burundun-Da ha muerto junto con una interesante colección de catálogos de exposiciones y libros relacionados con el artista. Finalmente cabe destacar los dos lanzamientos del hermoso libro El Quijote de Matta de Germana Matta Ferrari, viuda del artista: el primero en una emotiva cere-monia en la Municipalidad de La Granja, lugar donde se había restaurado El primer gol del pueblo chileno, mural que Matta realizara hace 40 años junto a un grupo de jóvenes artistas de la brigada Ramona Parra de las Juventudes Comunistas de Chile; el segundo en el marco de la Feria Internacional del Libro realizada en la Estación Mapocho, que contó con la par-ticipación de Antonio Skármeta.

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38 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Como toda celebración que se precie de tal, no faltó la nota discordante que en este caso se vistió de chambonada. Corrió por cuenta de Codelco, la empresa estatal más importante de nuestro país a cuyo logoti-po los publicistas han agregado la frase: Orgullo de Todos. En su Galería Cultural se montó la muestra Matta un Universo de 100 años 11.11.11. Ramuntcho Matta declaró que varias de las obras allí ex-puestas eran tan falsas como burdas. Para evitar que la situación tuviera ribetes de escándalo Codelco clausuró la exposición a los pocos días de inaugurada.

MATTA ILUSTRADOR DE LIBROS

A lo largo de sus más de setenta años de trabajo, Matta realizó una gran cantidad de exposiciones individuales y otras tantas colectivas. Su obra se paseó por las prin-cipales galerías y museos del mundo, de preferencia en Europa y Estados Unidos. Los catálogos de dichas exposiciones, los artículos y las críticas especializadas que han acompañado dichas muestras dan cuenta de un enorme caudal de información

referida a su amplia obra: pintura, dibujo, grabado, escultura, cerámica e incluso diseño de muebles y de orfebrería.

Sin embargo los especialistas no han destacado una faceta más desconocida pero no menos importante de este artista: su ca-lidad de gran lector, su amor por los libros y las muchas ilustraciones que realizó para ediciones de variados autores.

Según los datos de que dispongo, y am-parado en la colección de libros ilustrados por Matta que he logrado reunir a lo largo de pacientes veintitantos años, las primeras ilustraciones datan del año 1938. Ambas a pedido de André breton y también ambas para la editorial G. L. M. sigla que corres-ponde al nombre y apellidos del editor: Guy Lévis Mano1. La primera ilustración (La nuit que j´étais soleil) es del mes de marzo y sirvió para dos publicaciones iguales de contenido pero distintas de for-ma. Me explico: son tiradas con portadas y portadillas diferentes, pero con el mismo colofón, los mismos textos e ilustraciones en las páginas interiores. Esto no debiera extrañarnos porque se trata de una publica-ción del grupo surrealista. La tirada menor y por lo tanto más escasa lleva por título

Trajectoire du Réve, documents recueillis par André Breton2 y la otra Cahiers G. L. M. septieme cahier mars 1938 3. La se-gunda que ilustra el Canto Tercero de Los Cantos de Maldoror, es para una cuidada edición de las Obras Completas del Conde de Lautréamont (Comte de Lautréamont Oeuvres Complétes) publicada en el mes de agosto. Cabe destacar que ambas ilustra-ciones llevan la firma de Matta Echaurren y no son las únicas que ilustran ambas obras. Al joven artista chileno, que para esa fecha tenía veintisiete años, lo acompañaron ilustradores de la talla de Max Ernst, René Magritte, Joan Miró, Man Ray, Giorgio de Chirico y Salvador Dalí, entre otros.

De ahí en adelante muchas son las obras ilustradas por Matta, labor que desarrolló hasta el final de sus días. Entre las publicaciones aparecidas en la primera mitad del siglo pasado podríamos destacar Arcane 17 (1944) y Les Manifestes du Surréalisme suivis de Prolegomènes à un Troisième Manifeste du Surréalisme ou non (1946), ambas de André breton y L´Emploi du Temps (1956) de Michel butor. También en aquellos años Matta realizó ilustracio-nes para destacadas revistas vinculadas a

Ilustración a revista Araucaria Nº 1, año 1978.

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los surrealistas como Minotaure, Rixes en París y VVV en Nueva York.

Por la cantidad de ilustraciones, la be-lleza de los diseños y la esmerada elección de las tipografías y formatos, cabe separar aquellas obras que libreros y bibliófilos cla-sifican como Libros de Artista. Entre ellos destacaría Attulima (1954) y L´abolition de l´art (1968), ambas por Alain Jouffroy, Vigies sur Cibles (1959) y Droites Liberées (1971), ambas por Henri Michaux, Les Voix (1964) y Sur Matta (1970), ambas por Michel Fardoulis-Lagrange, La fin et la manière (1965) por Jean Pierre Duprey, Les Damnations (1966) por Joyce Mansour, Un soleil un Viet-Nam (1967) por Jean Paul Sartre, Grecité (1968) de Yannis Ritsos, el Primer Canto de La Araucana (1978) de Alonso de Ercilla y Ubu Roi (1982) de Alfred Jarry. Capítulo aparte merece el Libro de Artista que los especialistas han consagrado como el más importante de todos los realizados por Matta: Come detta dentro vo significado (1962)4. Esta obra contiene veintiséis aguafuertes y aguatintas en colores que acompañan textos y poemas del propio Matta.

Hasta ahora he logrado consignar a tres poetas chilenos, con ediciones ilustradas por este artista: La chambre noir (enero de 1972) de Enrique Lihn5, Instructions for undressing the human race (1979) de Fernando Alegría6 y algunas obras de Gon-zalo Rojas entre las que habría que destacar 50 poemas (1982), El alumbrado (1986) y Duotto canto a dos voces (2005), edición al cuidado de Germana Matta Ferrari.

MATTA POETA Y POLÍTICO

Matta era un gran conversador y man-tuvo una relación estrecha con la palabra. Jugó con ellas e incluso varios de sus óleos y dibujos se complementan con frases. Para darles título a sus obras jugó tanto con el lenguaje como con los pinceles. Unió y desmenuzó frases y verbos, para darles un nuevo sentido sin respetar normas gramati-cales. Dominaba a la perfección el francés, el italiano, el inglés7 y, por supuesto su idioma natal –que toda su vida habló con marcado acento y modismos chilenos. Fue un gran creador de neologismos8, inventó

palabras-frases de alto vuelo poético, en el que inteligentemente mezclaba la política, la ironía, la sensualidad y el desparpajo. Fue creador de una prosa-poética enma-rañada, risueña y alucinante. Aprovecho de recordar que una de las varias deudas que tenemos con Matta es reunir en una publicación su prosa y poesía.

El lenguaje que Matta empleaba en las entrevistas9 refleja el buen manejo idiomático que le permitía transformar sus conversaciones en juegos prodigiosos, donde en cualquier momento podía estallar una granada de cuyos racimos multicolores se aferraba para invitarnos a recorrer otro paisaje imprevisto, y así sucesivamente. También nos sorprendía cuando con mano de cirujano disecaba la realidad social y política. No sólo la presente sino la in-mediatamente pasada. Las descripciones críticas que hacía de sus recuerdos del Chile de comienzos del siglo pasado eran agudas y precisas. El retrato de nuestra burguesía y sus costumbres se asemejaba a los mejores pasajes de la pluma de Joaquín Edwards bello. Sin embargo, detrás de esas aparentemente divertidas evocaciones, anécdotas o fugaces cavilaciones, además del artista que siempre estaba presente, se asomaba el Matta crítico, y sobre todo el Matta político.

No cabe duda que la política estuvo siempre presente en la obra de Matta, así como tampoco cabe duda que fue un hom-

bre de izquierda. Los hechos hablan por sí solos. Conocer a Federico García Lorca10, vivir de cerca la Guerra Civil Española y estar en el taller de Pablo Picasso cuando éste se encontraba trabajando en una enor-me tela que más tarde sería mundialmente conocida como Guernica, fueron expe-riencias que marcaron a Matta de por vida. basta recordar lienzos como Les roses sont belles11, Los poderes del desorden12, Burn, baby, burn13, entre otros. o la participación que le cupo en el Congreso del Partido Co-munista Italiano en 1966, donde comienza a elaborar el tema de la guerrilla interior que dos años más tarde expondría en el Primer Congreso de Cultura realizado en La Habana. o su defensa de la Revolución Cubana así como el apoyo a los movimien-tos de mayo del 68 en París, o la solida-ridad con el pueblo argelino en la lucha por liberarse del dominio francés y con el pueblo vietnamita cuyo suelo era invadido y bombardeado por tropas de Estados Uni-dos, o su decidido apoyo al gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende14 y, tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, su activa participación en Europa en diversos mítines, foros, char-las y exposiciones dedicadas a repudiar el golpe de Estado, denunciar las violaciones a los derechos humanos cometidas por los órganos represivos chilenos y solidarizar con los exiliados. Y a propósito de Matta ilustrador de libros, cabe recordar las

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40 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

colaboraciones artísticas y entrevistas que realizó para Araucaria de Chile, revista político-cultural editada en Madrid por chilenos en el exilio.

MATTA Y NERUDA

Es muy conocida una fotografía de Matta con Neruda en Isla Negra, sin embar-go poco se sabe de la relación entre ambos. Me atrevería a decir que la hubo, pero que fue inconstante y esporádica. Volodia Teitelboim en cambio dice que Neruda quería a Matta y Matta quería a Neruda15. Quizás se encontraron en Madrid antes de la Guerra Civil cuando Matta conoció a García Lorca, y talvez en la residencia de Morla Lynch. Lo que sí podemos asegurar es que a mediados del año 1939, antes de embarcarse rumbo a Nueva York, alojó una breve temporada en la Roche-Guyon donde Neruda vivía con Delia del Carril. También que hubo un proyecto para una edición de lujo de un poema de Neruda, que se realizaría en París y que contaría con ilustraciones de Picasso, Dalí, Tamayo, Miró, Matta, Portinari, Siqueiros, Lam, Zañartu y otros. El dinero recaudado por la venta de los ejemplares se destinaría a los damnificados del terremoto ocurrido en Chile el año 196016. Ya dijimos que Matta visitó a Neruda en Isla Negra el año 1970. También sabemos de su visita a la Embajada de Chile en París para participar en una cena para celebrar la obtención de Neruda del Premio Nobel de Literatura el año 197117.

Sobre la interpretación de la obra de Matta hay una anécdota, que no recuerdo si la leí, la escuché o fue un sueño. Trata de un encuentro de Pablo Neruda con Matta. Sucede que estando ambos en el taller de éste último, el poeta, más amigo del arte figurativo que del abstracto, se habría de-tenido a contemplar una de las telas que allí se encontraba. Tras un largo silencio y después de ver el rostro inexpresivo del poeta, el pintor se la habría «explicado» con el entusiasmo propio de su labia. Tras otro silencio, un poco más breve que el anterior, Neruda habría dicho con su ca-racterística voz nasal: «Me gustaba más antes de que me la explicara». Aunque

* Enrique Inda Goycoolea, arquitecto, empre-

sario, director de la Fundación Pablo Neruda y

de la Sociedad de bibliófilos Chilenos.

suene un tanto pedestre, coincido con el poeta, porque la obra de Matta hay que vivirla, hay que leerla, hay que soñarla, hay que recorrerla jugando, hay que entrar en ella con todos los sentidos muy abiertos, y sobre todo hacerlo completamente libre de prejuicios.♦

Ilustración a Fernando Alegría. Instructions for Undressing the Human Race, San Francisco, Published by Kayak.

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41NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

NoTAS

1 Guy Lévis Mano, tipógrafo, poeta, editor y traductor

(tradujo poemas de Pablo Neruda y Federico

García Lorca al francés). Era muy cuidadoso

en sus ediciones y estableció estrechos vínculos

con escritores y artistas plásticos. buena parte

de sus ediciones están ilustradas por artistas de

gran renombre como Picasso, Miró, Magritte,

Giacometti, Ernst, Lam y Dalí, entre otros.2 Trayectoria del Sueño, documentos recopilados por

André breton.3 Cuadernos G. L. M., séptimo cuaderno marzo 1938.

Corresponde al número 7 de esa publicación

cuyo primer número databa de mayo de 1936.

La colección completa es de 9 números, y como

una curiosidad cabe destacar que en el número

5 se incluye el poema “Juntos Nosotros” (“Nous

Réunis”) de Residencia en la tierra de Pablo

Neruda.4 El título corresponde a una frase de La divina co-

media de Dante Alighieri.5 La pieza oscura. Edición bilingüe. La primera data

de 1963.6 Instrucciones para desnudar a la raza humana. Es

edición bilingüe.7 Matta viajó a Nueva York en octubre de 1939,

coincidiendo con el inicio de la Segunda Guerra

Mundial y regresó a Europa a fines de 1948.

Gracias al dominio del idioma se convirtió

en el principal interlocutor de los surrealistas

franceses con artistas, galeristas y editores es-

tadounidenses.8 Uso de giros o vocablos nuevos.9 Recomiendo las entrevistas publicadas por Eduardo

Carrasco: Matta / Conversaciones (Ediciones

Chile y América, 1987) y Autorretrato / Nuevas

conversaciones con Matta (LoM Ediciones,

2002).10 Matta reconocía que una de las impresiones inolvi-

dables de su vida fue conocer a Federico García

Lorca. Dicen que el poeta andaluz le entregó uno

de sus libros para que Matta lo llevara a Salvador

Dalí, quien por esos años estaba radicado en Pa-

rís. En la dedicatoria que escribió en dicho libro,

Federico incluyó una recomendación para que

Dalí orientara y contactara a este joven artista en

esa ciudad. Dalí le presentó a breton, quien tras

ver los dibujos que Matta le exhibiera, lo incor-

poró de inmediato al grupo surrealista.11 Las rosas son bellas (1952), en alusión a Julius y

Ethel Rosenberg, matrimonio judío que fuera

condenado sin pruebas y ejecutado en la silla

eléctrica. El Gobierno de Estados Unidos a través

del Comité de Actividades Antiamericanas del

Senado los acusó de vender información a la

Unión Soviética, en el marco de la Guerra Fría

y amenaza del «peligro comunista».12 obra de 1964 realizada en homenaje al dirigente

comunista Julián Grimau, asesinado por el

franquismo.13 Arde, niña, arde (1967) obra que alude a los

horrores causados por el uso del napalm en la

guerra de Vietnam.14 Matta viajó a Chile en 1970 para asistir a la asun-

ción al mando de Salvador Allende y brindar su

apoyo a la Unidad Popular. Regresó en 1971 y

trabajó junto a los jóvenes de la brigada Ramona

Parra de las Juventudes Comunistas de Chile en

la realización del mural El primer gol del pueblo

chileno y una serie de serigrafías alusivas al

proceso político chileno.15 Volodia Teitelboim, Neruda (Libros del Meridion,

Ediciones Michay, 1984), pág. 359.16 Volodia Teitelboim, Neruda (Libros del Meridion,

Ediciones Michay, 1984), pág. 325.17 Pablo Neruda Confieso que he vivido / Memorias

(Losada, Cristal del Tiempo, 1974), pág. 410.

Ilustración a Gonzalo Rojas. 50 poemas, Santiago, Ediciones Ganymedes, 1982.

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la participación de Massimo Troisi, actor principalmente cómico y con gran fama en su país natal5 , y por otra, en su muerte, que sucedió justamente doce horas después de rodar la última toma de Il Postino. Antes de empezar el rodaje ya sabía que estaba enfermo, pero «mai, neanche per un is-tante, gli era venuto in mente di lasciare il set e interrompere il film. Anche perché Il postino era veramente il suo film. Si era innamorato del romanzo di Skármeta alla prima lettura»6 [Fusco 1994, 6]. Así, cuando su amigo y director de la película le propuso detener la filmación por su salud, la respuesta fue un rotundo «no». Radford cuenta, diecisiete años después:

[...] at the end, when I had finished shooting, he told me [he] had an appoint-ment at Harefield hospital for a new heart the following day. Then he said to me: «You know, I don’t really want this new heart. You know why? because the heart is the centre of emotion, and an actor is a man of emotion. Who knows what kind of an actor I’m going to be with someone else’s heart beating inside me?»

He never made it: I heard of his death on the radio the next day.7 [Radford 2011, 4]

Su trágica muerte, por tanto, influyó en el revuelo periodístico del que fue objeto el filme, sus seguidores acudieron fielmente al cine, y este éxito aseguró el éxito en Estados Unidos (y en todas las Américas), donde fue recibida con grandes elogios, mientras que la producción independiente de Skármeta ni llegó a tener la oportunidad de recibir críticas allí. Para la industria del entretenimiento la película tenía todo lo necesario: amor, amistad, poesía, un poco de Historia y un final trágico. Los paisajes

Imagínate que naciste en un país

infinitamente largo y flaco

extendido entre una tajante cordillera

y un mar vivaz que azota sus miles

de kilómetros. Imagínate ahora

que este país tiene un poeta.

Es decir, un poeta.

[...] Yo tuve la suerte de nacer en ese país

que ahora te imaginas. En Chile.

La tierra de Pablo Neruda.

– Skármeta 2004, 7-8

Cuando Skármeta esbozó allá a princi-pios de los años 70 una novela épica

de quinientas páginas sobre su admirado poeta, no se imaginaba la larga génesis que le esperaba a su obra Ardiente paciencia. Exiliado en berlín, retomó unos trece años después la labor y redujo el volumen –quedando sólo un cuarto de la versión primigenia– , manteniendo, según él, sólo lo esencial, porque «when you look at reality from a distance, you can see things much more clearly and that enabled me to write such a novel»1 [Skármeta 1991, 35]. Tomó esta decisión porque anteriormente le habían propuesto adaptar precisamente la parte reducida al cine. Una vez cumplida la empresa, se estrenó efectivamente en la televisión alemana en 1983 [Skármeta 2004], aunque todavía lejos del éxito po-pular que tendría la versión italiana con tintes hollywoodienses –promocionada por Miramax– en 1994, que ya arrasó en numerosos festivales de cine (Huelva, París, biarritz) y recibió buenas críticas. Cuando el británico Michael Radford diri-ge la segunda versión, ahora bajo el título Il Postino, con Massimo Troisi haciendo de cartero, también se reedita la novela

original, con el nuevo título El cartero de Neruda. En el ínterin de las dos películas, así como después de la última, las interpre-taciones teatrales abundaron –y lo siguen haciendo– por varios continentes2 .

Todas las variantes versan sobre la amistad que Pablo Neruda forja con un car-tero, que, a raíz del acercamiento al poeta, descubre la poesía, el amor y la política. La versión skarmetiana no es, en realidad, una adaptación de la novela al cine puesto que, a pesar de que Skármeta toma la idea de su novela, escribe un guión para poste-riormente reconvertirlo en novela. Aunque la novela tiene lugar en Chile y la película se rueda en Portugal –con actores chilenos exiliados–, el espacio ficcional sigue sien-do el país natal de Skármeta.

Por eso vamos a concentrarnos en la adaptación ítalo-franco-belga, en la que destacan diversos cambios en relación a la obra original. La novela en sí ya adap-ta –traslada– los poemas nerudianos de su soporte original a otro, y con el filme se readaptan. En este proceso, se pierde gran parte de la esencia del libro y, a mi parecer, hasta se podría hablar de cierta degradación, ya que la película termina siendo mucho más comercial a expensas de, sobre todo, conciencia política3 . El gran éxito que trajo consigo la película no se debería vincular solamente a la calidad fílmica, sino también a múltiples factores externos. Para empezar, la promocionó una gran distribuidora –la mencionada Miramax– con una campaña extensa que incluyó hasta discos con la poesía de Neruda grabada por estrellas del pop4 . Sin embargo, sólo empezó esta repercusión después de un triunfo inesperado en Italia. Este, a su vez, se basó, por una parte, en

La génesis de Ardiente paciencia y cómo se convirtió en Il Postino

LAURA HATRY Universidad Autónoma de Madrid

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43NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Il Postino permite cierta amnesia histórica y el recuerdo de un momento feliz del poe-ta –justo cuando podía volver a su país–.

Para que todo ello fuera posible, tam-bién tuvieron que cambiar la ambientación cronológica. Mientras que el libro se desa-rrolla desde 1969 hasta 19739 ; la película trascurre de 1949 a 195210 con un epílogo varios años después, cuando Neruda vuelve a visitar la isla. Los productores eligieron esas fechas porque les permitían llevar la acción a Italia, dado que en efecto, Neruda se refugió en Capri durante su exilio. Esta alteración de la cronología real cubre, cier-tamente, la interesante cuestión del exilio. Se introduce, por ejemplo, la noticia de la difusión clandestina de su Canto general por amigos chilenos, que le envían una cin-ta en la que le cuentan los acontecimientos a Neruda: se podría ver cierta identificación entre Skármeta en 1985 y Neruda en 1950 cuando los dos escriben desde Europa en contra de la dictadura.

Sin embargo, hay aspectos que sólo pierden en la adaptación, como la amistad con el cartero, que en el libro parece creí-ble, pero aquí resulta un tanto inverosímil, y da hasta la sensación de que Neruda se aprovecha, en primer lugar, de Mario, puesto que a su vuelta a Chile, ni siquiera le envía personalmente una carta, sino que su secretario le encarga al cartero que man-de las pertenencias del poeta. El intento desolado de Mario de grabar impresiones

idílicos de Sanini transmitieron el encanto mediterráneo, y aunque Mario, el cartero, tiene que morir, con la vuelta de Neruda sobrevive –aparentemente– la idea de la amistad imperecedera.

Sin embargo, ese idilio eclipsa la faceta más interesante y más visceral de la novela en su correlato fílmico: el golpe de Estado de Pinochet y con él, el final de la poesía con Neruda como poeta por antonomasia. La muerte del cartero en la película –duran-te una manifestación comunista en la que iba a leer un poema dedicado a Neruda–, es poco verosímil, mientras que su muerte en el libro –desaparece acompañado por la policía– tiene un profundo significado si pensamos en los miles de personas que ‘desaparecieron’ durante la dictadura chi-lena8 . La desaparición de la opresión de la dictadura de Pinochet, y la denuncia del mismo, les vino muy bien a las industrias estadounidense y chilena, ya que hubiese generado un conflicto no querido: un ejem-plo es La muerte y la doncella (1991), obra teatral de Ariel Dorfman llevada al cine por Roman Polanski con los conocidos actores Sigourney Weaver y ben Kingsley, que sí denuncia abiertamente –en este caso– la posdictadura, y tuvo un éxito mucho menor en Chile a pesar de los halagos de la crítica [McClennen 2000]. Esta obra, de ubicación indeterminada, deja al espectador conster-nado ante la situación política mientras que

de la isla –y, por tanto, de la amistad de los dos– para hacerle recordar a Neruda sus tiempos en aquel idilio isleño, todavía puede convencer al espectador; no así la vuelta de Neruda después de tantos años sin haber dirigido ni una palabra a su en-tonces tan querido amigo11 . La alteración de la linealidad temporal también elimina necesariamente la entrega del premio Nobel a Neruda. El origen del título del libro está tomado de un verso de Rimbaud que Neruda cita precisamente en su discur-so de recepción:

‘Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades’. Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una os-cura provincia de un país separado de los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso he llegado hasta aquí con mi poesía y mi bandera. [cito por Skármeta 1985, 106]

En la película, en cambio, el poeta sólo dice que no cree que le vayan a dar el premio Nobel porque hay otros aspirantes con más posibilidades. El ‘cambio’ de título ha creado cierta polémica entre los críticos, así por ejemplo cita McClennen a Skármeta diciendo que «the original title was too abstruse: ‘Burning Patience is a beautiful concept (it comes from Rimbaud and Neruda) but it is a confusing title.’ [...] It would venture that at some level Skármeta is hinting the inability of con-temporary mass culture to appreciate the title’s reference»12 [McClennen 2000]. Sin embargo, puesto que ni siquiera aparece la escena que dio título a la obra original, me parece que el cambio no se basa en esta razón. Además, no se debería olvidar que el libro se tradujo al italiano justamente con el título Il Postino.

Sin duda, Troisi y Noiret llevan a cabo su papel con excelencia, sobre todo Troisi enterneciendo al público sentimental con su carisma napolitano, y también se logra transmitir la enseñanza de cómo escribir poesía, haciendo especial hincapié en

Il Postino: Massimo Troisi (Mario) y Philippe Noiret (Neruda).

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44 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

su belleza. Por tanto, la idea de la melancolía

por la esencia etérea-poética que nos transmite

Skármeta –alguien que sabe cómo tiene que

ser estar exiliado– se pierde en la versión

cinematográfica. 12 «El título original era demasiado abstruso:

‘Ardiente paciencia es un concepto hermoso

(viene de Rimbaud y de Neruda) pero un título

que desorienta’. [...] Significaría que hasta

cierto punto Skármeta insinúa la incapacidad

de la cultura contemporánea de masas de

apreciar la referencia del título».13 «Ignorando este aspecto [el discurso de la entre-

ga del premio Nobel] de la vida de Neruda, la

película enfatiza en exceso la descripción de

Neruda como un hombre sensual y romántico,

interesado en su propio placer. El hombre que

conectó poetas con trabajadores y creyó que la

poesía era un acto político está ausente en la

película de 1995. Su sustituto es frívolo y ca-

rece del sentido de solidaridad que caracteriza

el sueño nerudiano de un lugar en el que todos

pueden encontrar dignidad –con la ayuda de la

poesía–. En este sentido, la película representa

un Neruda neoliberal cuya poesía ha pasado de

política a pop mediante el mercado de masas

y la sustitución del compromiso social con un

aura artístico».

4 «La elaboración de un CD con lecturas de su

poesía por artistas como Sting y Madonna,

fueron elementos de la campaña al Óscar

que crearon cierto culto alrededor del filme»

[Rob 1999, 30].5 Uno de los indicios es que según un estudio de

la Federación Psicológica Italiana en 1997

ya conformaba un mito para los jóvenes ita-

lianos (publicado en “Falcone, un mito per i

giovani”, La Repubblica, 15-VI-1997, p. 21,

sezione: Cronaca).6 «Nunca, ni siquiera durante un instante se le había

ocurrido dejar el set e interrumpir la película.

También porque Il Postino era realmente su

película. Se había enamorado de la novela de

Skármeta con la primera lectura».7 «Al final, cuando había terminado el rodaje, me

dijo que tendría una cita el día siguiente en

el hospital Harefield para que le dieran un

corazón nuevo. Entonces me dijo: ‘Sabes, en

realidad no quiero ese corazón nuevo. ¿Sabes

por qué? Porque el corazón es el centro de las

emociones, y un actor es un hombre de emo-

ción. ¿Quién sabe qué tipo de actor seré con el

corazón de otro latiendo dentro de mí?’ – No

llegó a experimentarlo. Supe, por la radio, de

su muerte al día siguiente».8 Skármeta logra que esta acusación no se encuen-

tre en un primer plano, sino que introduce el

tema con sutileza; el lector no atento podría

incluso pensar que al final simplemente se tra-

ta de un interrogatorio policial. Sin embargo,

el autor nos da la pista en el prólogo, en el que

cuenta que almorzó con beatriz –la mujer de

Mario– «varias veces durante sus visitas a los

tribunales» [Skármeta 1985, 12]. 9 Estas fechas comprenden el intervalo de tiempo

desde que nombran a Neruda candidato a la

presidencia de la República –aspiración a la

que renuncia para dejar paso a la candidatura

de Allende– hasta el golpe de Estado de

Pinochet.10 Aquí se trata del tiempo que Neruda pasa exi-

liado en países diversos.11 Aquí asistimos, además, a un cambio de roles

de la novela a la película: mientras que en

aquella es Neruda quien pide, y por tanto,

instruye, a Mario que le grabe sonidos de su

patria porque él, lejos en París, siente tanta

melancolía por sus olas, su viento, sus cam-

panas, etc.; en la segunda es el cartero quien

busca convencer de alguna manera al poeta de

que su isla merece ser recordada y promociona

las metáforas, al igual que en el libro. Pero, desafortunadamente, la industria ha corrompido esta novela chilena, y ahora gana el mercado. Sin embargo, yo no iría tan lejos como McClennen, que critica con dureza el filme de la siguiente manera:

by ignoring this aspect [the Nobel price speech] of Neruda’s life, the film overemphasizes Neruda as a sensual and romantic man interested in his own plea-sure. The man who connected poets with workers and believed that poetry was a political act is absent from the 1995 film. His replacement is frivolous and lacks the sense of solidarity that characterizes Neruda’s dream of a place where all can find dignity – with the help of poetry. In this sense, the film represents a neo-liberal Neruda whose poetry has gone from politi-cal to pop through mass marketing and the replacement of social commitment with artistic aura.13 [McClennen 2000].♦

NoTAS

1«Cuando miras la realidad con distancia, puedes

ver las cosas mucho más claras y eso me

permitió escribir una novela como esta» [La

traducción es mía].2 La más reciente que merece la pena destacar

fue estrenada en 2010, en la ópera de Los

Ángeles, por Daniel Catán. En ella Plácido

Domingo encarna a Neruda, y como dice el

propio actor: «La historia que él [Skármeta]

creó, de un ficticio joven cartero que se hace

amigo del gran poeta se ha convertido en una

de las óperas más exitosas y poderosas en

épocas recientes» (“Antonio Skármeta recibirá

el premio Plácido Domingo en Los Angeles”,

El Mercurio, 20-XI-2011).3 No así lo ve el propio Skármeta que, en cambio,

alaba la versión radfordiana: «Muchas veces

los periodistas me han preguntado cuál es la

principal diferencia entre mi película Ardiente

Paciencia e Il Postino [...]. Mi respuesta están-

dar es: ‘La mía es la obra de un escritor que

hace un filme; la de Radford, la de un director

que sabe lo que está haciendo’» [Skármeta

2004, 53].

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45NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

1812-2012: el bicentenario de la primera Aurora

El 13 de febrero de 1812 apareció el primer número de la Aurora de Chile,

periódico fundado y dirigido por Fray Camilo Henríquez, considerado por ello el padre del periodismo chileno. Un siglo des-pués, los festejos del centenario pusieron en circulación la leyenda del entusiasmo callejero con que «las gentes se arrebataban y leían la hoja impresa con una alegría casi infantil, como si presintieran, sin compren-derlo perfectamente, que aquellas líneas traerían una desconocida fortuna para esta patria, cuyo concepto comenzaba a desper-tar en los cerebros y en los corazones» (El Mercurio, 13.02.1912).

Galloway que traía, junto a la soñada im-prenta, a los tipógrafos norteamericanos Samuel burr Johnston, William burbidge y Simon Garrison. Ellos hicieron realidad el proyecto de Fray Camilo.

1938: la segunda Aurora

Al regresar a Chile durante la primave-ra de 1937, Pablo Neruda traía en la mente y en su voluntad un proyecto político y cultural de gran ambición personal. En el plano literario, ese proyecto comenzó a realizar, a través de la publicación del volumen España en el corazón (Edicio-nes Ercilla, 1937), su línea antifascista vinculada al espacio europeo: a la Guerra Civil Española y más tarde a la Segunda Guerra Mundial. otra orientación, en cambio, vinculada al espacio chileno y después americano, comenzó a tomar forma en 1938 con la publicación de los primeros poemas del Canto General de Chile, embrión del futuro Canto General (México, 1950).

En el plano político y colectivo Neruda aplicó su talento organizador (y lo que aprendió de Louis Aragon y de su equipo

en París, durante los preparativos del re-ciente Congreso de junio en Valencia) a la fundación y puesta en marcha de la Alianza de Intelectuales de Chile, a través de la cual logró dos proezas mayores: (1) hacer de la guerra civil española y de la solidaridad con la República una cuestión nacional en Chile, lo que no ocurrió en ningún otro país de América salvo México; (2) galva-nizar a los intelectuales y al pueblo chileno en torno a la candidatura presidencial de Pedro Aguirre Cerda, candidato del Frente Popular.

Ahora bien, la vía maestra para su proyecto fueron la organización de la Alianza de Intelectuales y la publicación de su vocero público, la revista Aurora de Chile, que Neruda dirigió efectivamente hasta su partida hacia México a mediados de 1940. No sólo el título de Fray Camilo, Neruda adoptó su espíritu patriótico inau-gural y asumió, en las nuevas condiciones de la batalla electoral por la presidencia de Chile, la bandera del destacamento político-cultural. Nunca se subrayará bas-tante cuánto encarnaron tales actividades la nueva fase del desarrollo cívico y literario de Neruda, y cuánto ellas demostraron su –hasta entonces– inédita capacidad organizadora de movimientos y manifes-taciones de masas.

Signo de su renacer fue que el poeta proclamó su revista como la prolongación del periódico original de Fray Camilo, y lo hizo marcando su primer número, del 1º de agosto 1938, con las referencias «Nº 1 – Tomo 3», ya que la Aurora de Fray Camilo había durado hasta el tomo 2 de sus entregas. Lo que podía aparecer presuntuoso fue en cambio la más eficaz indicación del carácter renovador, incluso revolucionario, de los cambios políticos y culturales que la revista propiciaba a tra-vés del apoyo a Aguirre Cerda y al Frente Popular. El editorial sin nombre, pero sin duda escrito por Neruda, no pudo ser más explícito al respecto:

Fray Camilo y Neruda: Aurora de Chile – 1ª y 2ªHERNÁN LoYoLA

Más concretamente, aquel primer nú-mero de 1812 los santiaguinos pudieron adquirirlo en la oficina de Correos y en el Almacén de don Roque Allende. La suscripción semestral costaba 6 pesos en la capital y 9 en las provincias.

Los esfuerzos del gobierno por adquirir una imprenta a través de la Junta de buenos Aires habían fracasado, pero en cambio tuvieron éxito las gestiones de Mathias Arnhold Höevel (Gotenburgo, Suecia, 1973 - Santiago, Chile, 1819). Este idea-lista partidario del gobierno independiente había logrado que el 24.11.1811 atracara en Valparaíso la fragata estadounidense

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46 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

CoNTINÚA. Reaparece esta Aurora. Es el espíritu de la Independencia que reapa-rece, que continúa, que quiere rehacer su espaciosa labor de libertad en una nueva época chilena parecida a la época de la primera Aurora. Parecida época nocturna, las tinieblas se agrupan para ahogar la vida de la patria, y en un mundo más despia-dado, más descarado por la violación de todo fundamento moral y acostumbrado al crimen fascista de cada día, sentimos más cruelmente amenazada a nuestra patria, desde fuera y desde dentro. Un pueblo desesperado y abandonado, una clase feudal de gobernantes aliados a la corrupción y a la violencia totalitaria, el comercio chileno y parte rica del territorio entregado a un país europeo culpable de los mayores crímenes contra la humani-dad, y culpable de sus más grandes dolores actuales, en fin, una nueva noche colonial palpitante de terrible fermento. Y contra esta oscura noche, nuestra nueva, clara Aurora de Chile.

Los intelectuales de Chile recogen de la tierra la ardiente rosa enterrada, la luminosa flor del espíritu de Camilo

Henríquez, el admirable fraile cristiano, es decir, patriota; es decir, hijo y defensor de su pueblo. Que su divino y humano perfil intelectual nos acompañe, que su insobornable e implacable sentido revolucionario nos guíe, hoy que como él, saltamos desde la helada página del libro para defender a nuestro pueblo desamparado y establecer nuestra fe viva en el futuro de la patria.

Ese primer número de la nueva Auro-ra de Chile incluyó otros dos escritos de Neruda: la prosa elegíaca “César Vallejo ha muerto” (p. 9) en recuerdo del gran poeta peruano fallecido ese 1938 en París; y la “oda de invierno al río Mapocho” (p. 8), poema que inauguró de hecho la compo-sición (que se prolongará hasta 1949) del épico Canto General, cuya publicación original tendrá dos sedes: una en Méxi-co y otra en Chile, ambas en 1950. La edición chilena fue una proeza mundial en la historia de la tipografía, pues fue realizada clandestinamente por miembros y amigos del Partido Comunista, fuera de la ley durante el régimen del presidente

González Videla: editar en condiciones de real peligro un libro de casi 500 páginas en 5.000 ejemplares, con enormes difi-cultades y riesgos para recibir y reunir los originales, fue una hazaña que merece ser recordada y admirada. Lo hacemos aquí porque esa edición chilena de 1950 cerró la tarea que Neruda había iniciado en 1938 al publicar el nº 1 de su revista Aurora de Chile como prolongación de la anterior de Fray Camilo, y al incluir en él su poema “oda de invierno al río Mapocho”.♦

Portada nº 8 (04.02.1939), a pocos días del gran terremoto de Chillán (24.01.1939).

La segunda Aurora: portada del nº 1 (01.08.1938).

Portada nº 5 (12.10.1938): retrato de Pedro Aguirre Cerda, candidato del Frente Popular a la Presidencia de Chile.

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47NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Ediciones de Neruda

Veinte poemas de amor y una canción desesperada

– barcelona, Seix barral, enero 2010. Primera edición en este formato.

– New York, Knopf Doubleday Group (Random House), Vintage es-

pañol, enero 2010.

– Madrid, Alianza Editorial, 2010. Quinta reimpresión.

– barcelona, Seix barral, marzo 2010. Segunda impresión.

– barcelona, Editorial Sol 90, para venta conjunta con Diario Público,

Colección Premios Nobel, 2010.

– México, Editorial océano, 2010. Primera edición.

– Prólogo de Jorge Edwards. Madrid, Alianza Editorial, tercera edición,

2010. Primera reimpresión, nov. 2010.

– barcelona, Seix barral, octubre 2010.

– barcelona, Seix barral, febrero 2011.

– barcelona, Seix barral, octubre 2011. Primera edición en Colección

Austral.

Canto general

– barcelona, Seix barral, mayo 2010. Primera edición en Austral.

– Tomos I y II. México, Editorial océano, 2011. Edición especial para

Librería Gandhi.

– Alturas de Macchu Picchu. Ilustraciones y edición de Guillermo Núñez.

Santiago, 2007.

– Alturas de Macchu Picchu. Poemas ilustrados por Raquel Echenique.

Santiago, Editorial Amanuta, 2011.

Cien sonetos de amor

– barcelona, Seix barral, febrero 2011. Decimosegunda impresión.

– barcelona, Seix barral, junio 2011.

Arte de pájaros

– buenos Aires, Ilustraciones de Julio Escámez y Héctor Herrera, Edi-

torial Losada, 2010.

La rosa separada

– Santiago, Fotografías de Francisco bermejo, origo Ediciones, 2011.

Edición en español, inglés y Rapa Nui.

Confieso que he vivido

– barcelona, Seix barral, 2010 y 2011. Primera y segunda edición en

Austral.

– barcelona, Seix barral, junio 2011.

Publicaciones recibidas

Ediciones especiales, compilaciones y antologías

– Antología general. Edición conmemorativa, organizada por Hernán

Loyola. Madrid, Real Academia Española-Asociación de Academias-

Alfaguara, 2010.

– Antología poética. Prólogo de Rafael Alberti. Madrid, Espasa Calpe,

21-V-2010. Segunda edición.

– Cartas de amor. Edición, introducción y notas de Darío oses. bar-

celona, Seix barral, 2010. Segunda impresión.

– Cuadernos de Temuco. Edición y prólogo de Víctor Farías. barcelona,

Seix barral, marzo 2011. Primera edición en Austral.

– Discursos y recuerdos del Premio Nobel de Literatura de 1971. Edición

de Darío oses. Santiago, Fundación Pablo Neruda, 2011.

– Neruda y Bianchi en canciones. Edición privada de Vicente bianchi,

Santiago 2003. Poemas de Neruda y partituras de Vicente bianchi.

– Pablo Neruda-Claudio Véliz, correspondencia en el camino al Premio

Nobel, 1963-1970. Edición Abraham Quezada Vergara. Santiago.

Dibam – Centro de Investigaciones Diego barros Arana. 2011.

– Poemas de amor. Selección y prólogo de Jorge Edwards. barcelona,

Seix barral, octubre 2011. Primera edición en Austral.

– Poemas para recordar. Selección de óscar Hahn. Santiago. Fundación

Pablo Neruda, 2011.

– Residencias de Pablo Neruda. Selección de textos y fotografías de

Eugenio Hughes. Santiago. Singular Diseño Ltda., noviembre 2011.

Universo nerudiano – Casa de las Américas, nº 235, La Habana, abril-junio 2004. Dossier

“En el Centenario de Pablo Neruda”, varios ensayos.

Castanedo Pfeiffer, Gunther. Personario (Los nombres de Neruda)

Letra A. Logroño, Siníndice, 2011.

– Castanedo Pfeiffer, Gunther. Sobre Paloma por dentro. Colección

Página Suelta, Nº 1. Santander, 2011.

– Chile-México Restauración murales escuela México. Chillán.

Santiago. Noviembre 2009.

– Dawes, Greg. Poetas ante la modernidad. Las ideas estéticas y

políticas de Vallejo, Huidobro, Neruda y Paz. Madrid, Editorial Fun-

damentos, 2009.

– Duque Schick, David. Desde el silencio verso a verso. Aporte de los

inmigrantes del Winnipeg en la construcción de la obra política y

social de Salvador Allende. Santiago, Editorial San Marino, 2011.

– Figueroa de Insunza, Aída. A la mesa con Neruda. Santiago, Liberalia,

2011.

– García-Díaz, Eugenio. Tentativa de la palabra. Santiago. Ediciones

Zona Azul, 2011. Sobre Neruda, pp. 65-80.

– Hermosilla, Nurieldín. Fotografías de piezas escogidas: obras, ma-

nuscritos, objetos y fotos de Pablo Neruda. Fotos de Lily Robres.

Catálogo Colección Nurieldín Hermosilla, 2011.

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48 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Pablo Neruda

Pablo Neruda, Arte de Pájaros. Editorial Losada, 2ª edición. Buenos Aires, 2010.

La vocación pajarera del poeta fue temprana. Al parecer se originó en

su condición de niño contemplativo, sin duda preguntón e inquieto, pero también ensimismado. El Canilla, como lo llama-ban sus familiares, salía en el tren lastrero que conducía su padre, quien lo sacaba del sueño para que lo acompañara en sus incursiones por los enmarañados bosques sureños. Debían retirar peñascos de la vía, troncos, durmientes podridos por la lluvia y la humedad. Diluviaba y el frío penetraba la piel para instalarse en los huesos. Ahí estaban los madrugadores obreros que co-mandaba el padre, el padre brusco, quien los manejaba con la misma autoridad que ejercía sobre él y sus hermanos, Rodolfo y Laura, cuando los llevaba a la playa, en Puerto Saavedra, durante los veranos. Las órdenes las acompañaba con pitazos.

Neftalí era también lo que los adultos llaman un pajarón, algo torpe y un poco pasado a llevar por los demás, sin duda eficaz con sus libros y escritos, pero poco vehemente y mucho menos invasivo. Años

– Jofré, Manuel. Lo nuestro: Literatura latinoamericana y chilena.

Versiones y subversiones. Santiago. Editorial Universidad bolivariana,

2010. Sobre Neruda varios ensayos.

– Jofré, Manuel. Ed. Hombre del sur, poeta chileno, americano del

mundo. Actas del Congreso Internacional Pablo Neruda (Universidad

de Chile, Santiago 2004). Santiago, Universidad de Chile, 2007.

– Jofré, Manuel. Ed. Un mar en una gota de agua. Nuevas visiones

sobre la poesía chilena. Santiago, Universidad de Chile - Fundación

Pablo Neruda, 2010.

– Martínez Corbalá, Gonzalo. Instantes de decisión (Chile 1972-1973).

México. Editorial Grijalbo, 1998 (Fotocopia).

– Moltedo, Ennio. Neruda: poeta del Cerro Florida. Valparaíso.

Universidad de Valparaíso-Editorial, 2006.

– Muñoz Ryan, Pam. The Dreamer. Ilustraciones de Peter Sís. New

York. Scholastic Press, 2010.

– Navarrete orta, Luis. Trinchera de ideas. Pensadores y poetas de

nuestra América. Caracas. Edición Casa de Nuestra América José

Martí, 2010. Sobre Neruda, pp. 311-379.

– Pablo Neruda. Una vida escrita en verso. Catálogo exposición real-

izada en Palacio de la Isla, Cáceres. Logroño, Siníndice, 2009.

– Revista Chilena de Literatura, nº 79, Universidad de Chile, Dpto. de

Literatura, Santiago, septiembre 2011. Número especial dedicado a

Pablo Neruda.

– 70 años de memorias fotográficas. Santiago, Agrupación Winnipeg,

Gobierno de España, 2009.

– Sicard, Alain. El mar y la ceniza. Nuevas aproximaciones a la poesía

de Pablo Neruda. Santiago, LoM Ediciones, 2011.

– Skármeta, Antonio. Mein Freund Neruda. Traducción al alemán

de Petra Zickmann. München-Zurich. Editorial Piper, 2011.

– Urrutia, Matilde. Mi vida junto a Pablo. Santiago, Pehuén Editores,

Primera edición, octubre 2010.

– Valdivieso, Jaime. Identidad, latinoamericanismo y bicentenario.

Santiago, Editorial Universitaria, 2010.

– Vivanco Sáenz, Santiago. Mesa y mantel con Pablo Neruda. Santander,

Fundación Dinastía Vivanco, 2008

– Zhao Zhenjiang. Amores y revolución. Universidad de Pekín, 2004.

Estudio sobre Neruda en chino.

Adquisiciones recientes

– Neruda, Pablo. Alturas de Macchu Picchu. Ilustraciones de José

Venturelli. Santiago, Ediciones Librería Neira, 1948.

– Aurora, nº 1, Santiago de Chile, julio de 1954. Sobre Neruda: textos

de J. M. Varas y Edesio Alvarado.

–Adriana Valenzuela P.

RESEÑAS

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49NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

después, admitiría que el oficio del poeta es, en lo fundamental, pajarear, aunque su impulso ascendente no niegue en absoluto el registro oceánico ni la vocación telúrica. Así, en Arte de pájaros, dice:

Me quedo aquí, amarrado

A las raíces

A la madre magnética, a la tierra…

El firmamento de Temuco era carto-grafiado en todas direcciones, trazando estelas en la bóveda celeste, por bandadas de perdices, chucaos, pidenes, chirigües, zorzales, tiuques, que el niño Neftalí en sus viajes cotidianos al liceo contemplaba con asombro. o en sus variedades domésticas, con los nombres hermosos e ingenuos con que los identifica la gente: Dormilona, Tontita, Rara, Zarapito, Cometocino, Cole-gial, Tapaculo, Cachudito. El plumaje, los cantos, las migraciones, la organización del vuelo, el cuerpo fugitivo de las aves, sus alas, las patas, los ojillos vivaces, su manera de comer, de beber, de anidar.

¡Qué lecciones para un chico hipersen-sible! Hay abundantes alusiones al mundo alado, a las huellas de las gaviotas, en los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. También es muy expresivo un amargo verso en Residencia en la tierra, en el poema “Enfermedades en mi casa” dedicado a su hija, Malva Marina: «El mar se ha puesto a golpear por años una pata de pájaro…». No es raro que escribiera en sus memorias que la naturaleza en las tierras de La Frontera le proporcionaba una especie de embriaguez y es probable que las raíces de su futuro libro, Arte de pájaros (1966), estuvieran allí. De hecho, zoología y botánica ocuparon, en la arquitectura de su sólida obra posterior un lugar central, no sólo en lo relativo a la construcción y desarrollo de su yo poético, sino en el vínculo de ese yo con el entorno social.

El libro, en esta segunda edición de Losada, tuvo un largo trabajo de parto, de 1963 a su aparición, en 1966; también en lo referente a la gráfica. Pasó, en la idea original, de Nemesio Antúnez, quien quedó atrás, a Julio Escámez y Héctor Herrera. En él Neruda hace el catastro de los pájaros nacionales que le parecen significativos,

dividiéndolos entre los pajarintos, aves reales que sobrevuelan el territorio, y pa-jarantes, pájaros y pajarracos de su inven-ción, destinados a reverenciar a un amigo o a señalar objeciones a un adversario.

Es interesante destacar que en el poema “El Tontivuelo”, pajarraco ficticio en el que bosqueja la figura del dictador, de deplora-ble abundancia en las tierras americanas, el hablante profetiza casi al milímetro la amenaza con que el general Pinochet aterró al país, por los años ochenta, en lo más amargo de su cruel aleteo:

Aquí no vuela ni una abeja

Sin los decretos que estipulo…

Esta bipolaridad aparece periódicamen-

te en la propuesta nerudiana y responde tal vez a la órbita épica, que es con frecuencia segregadora. También se dirige a su noción de poeta que reverencia el canto por sobre el habla y se considera de utilidad pública. A parejas corre también la autorrepresen-tación del hablante de los textos, quien se define como provinciano, popular y paja-rero. Las aves son el símbolo de la vida y les dedica elogios, lo revitalizan y resucitan en sus momentos de decaimiento:

…el pequeño infinito

de la ventana desde donde busco,

interrogo, trabajo, acecho, aguardo…

A veces, cuando la carga cultural de algunas aves es muy intensa, consagra sus aspectos funestos. Por ejemplo, la noctur-nidad y la figura presagiante de Jotes y Cóndores; la alegría del Martín Pescador y del Cormorán; la despreocupación de bandurrias y Golondrinas; el misterio de la totalidad de los pájaros y particularmente de Garzas y Flamencos. Sobre este método de apologías y rechazos, dos de los poemas finales se llaman “Pablo Insulidae Negra” y “Matildina Silvestre”, en los que la voz poética define su inserción en el mundo pajarero, realiza el inventario del mundo, el catastro de las figuras volátiles, y reafirma un vuelo común.

El corolario de la lectura de Arte de pájaros estimula al lector a una actitud ascencional, desprovista de todo misti-

cismo, aquí no está el temple anímico de San Juan de la Cruz, tampoco el de Santa Teresa. Se trata sin duda de emprender un vuelo, de altura o rasante, los pájaros son emblemas del territorio patrio, guardianes de su oceanía, son los maestros, los peda-gogos del poeta, que si bien se queda en tierra, contemplándolos… y volando sólo dentro de mí, concluirá:

Aprendí de las aves

La sedienta esperanza

La certidumbre y la verdad del vuelo.

– Mario Valdovinos

Diego Muñoz

Diego Muñoz, De repente . Tercera edición. Santiago, Ta j a m a r E d i t o r e s , 2 0 1 1 .

La nouvelle De repente, de Diego Mu-ñoz, se publicó en 1933. Su segunda

edición suscitó en 1963 un elogioso pró-logo de Neruda, talvez porque el poeta vio en ella una atmósfera semejante a la de su única experiencia novelesca, El habitante y su esperanza (1926). La califica de fas-cinante, junto a La amortajada (1938),

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50 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Aída Figueroa

Aída Figueroa, A la mesa con Neruda. Santiago, Liberalia Ediciones, 2011.

Entre los muchos rasgos sobresalientes de la personalidad de Neruda, favora-

bles y desfavorables, destacan, entre los primeros, dos: viajero y pantagruélico. «Monumental de apetito», señaló en un di-vulgado texto de autodefinición. El viajero lo cumplió en su travesía desde Temuco al mundo; el segundo, lo vio evolucionar de famélico y taciturno a grueso y reconcilia-do con la buena mesa, asumido y sin culpa.

El sabroso libro de Aída Figueroa, amiga del poeta desde los años de la clan-destinidad de González Videla, en 1948, examina tanto la voracidad gastronómica de Neruda cuanto la telúrica y lírica. Lo mismo los ritos de la comida bajo la batuta de dos esposas, Delia y Matilde.

Aparecen en las páginas de su fiel amiga los deleites alimentarios del clan Reyes, la bárbara ceremonia del sacrificio

del cordero destinado al asado al palo, del que se bebía la sangre recién brotada de la estocada mortal. La carne, acompañada de apio y leche asada como postre, brilla en la mesa familiar presidida por la figura autoritaria del padre. Hay en la atmósfera doméstica olor a pan, a humedad, a leña quemada. Al niño Neftalí le hacen beber la copa de sangre. No lo olvidará jamás.

El itinerario poético/culinario que re-corre la autora se detiene en la obsesión nutricia de Neruda durante su juventud bohemia, la taza de té y la sopa de fi-deos de las pensiones estudiantiles, los pequenes acompañados de vinos que desgarraban la garganta en el restaurante Hércules del barrio chino de bandera con Mapocho, amenazado por una llovizna sanguinaria.

Como matiza el acto de tragar con la expresión poética, podemos leer las pági-nas de A la mesa con Neruda a dos bandas: la receta de cocina enjundiosa y picante y el poema no menor, por ejemplo “Apogeo del

de la bombal, ambas en el formato de narraciones de poca extensión, pero de gran intensidad.

Por su diseño argumental y estructura narrativa, De repente está en la línea de la literatura escrita por González Vera, Carlos León y Adolfo Couve; y por lo surreal de las situaciones y de la perspectiva del narrador protagonista, José Gilvo, en la ór-bita de los cuentos de Juan Emar. También corresponde al tipo de literatura donde los personajes están caracterizados más por su quehacer actual que sobre la pretérita causalidad sicológica.

El relato se asoma a un mundo incierto, parecido a una trampa, y evade la viga maestra de la narrativa chilena: el realismo, pero no uno de sus lugares predilectos: la casa de pensión. Como ocurrió en otros períodos literarios con el conventillo, el burdel y las nostálgicas mansiones. También cruza su palabra el viento de las vanguardias: lenguaje racional para dar cuenta de lo irracional, onirismo, episodios absurdos, ruptura temporal y espacial.

José Gilvo cuenta su peripecia y la de sus amigos, Pedro Cuenda y el violinista Pablo Serpa, muerto en un episodio y en otro posterior reincorporado a la vida; expulsado del regimiento donde tocaba y después, previa confesión de la mentira, re-integrado al mismo como músico. Mientras José Gilvo sostiene una hostil relación con la vieja Juana, demonio y ama de llaves de los cuartos alquilados, acepta las ilusiones de Ester, para irse a vivir a otra habitación con ella: es el amor loco y errático. Al mis-mo tiempo y con harta frecuencia, divaga y habla consigo mismo en voz alta.

El relato se enrarece y se vuelve una historia de aparecidos, a Gilvo lo expul-san de su cuarto y despierta tendido en la calle. Acto seguido está en la puerta de un templo, junto al violinista y a un viejo, los tres abrazados e imprecando al cielo.

A casi 80 años de su aparición, De repente conserva su fuerza y expresividad y logra traspasar al lector de hoy un clima de desconcierto.

– Mario Valdovinos

El Mercurio, 04.12.2011.

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51NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Pablo Neruda

Pablo Neruda, La rosa separada. Edición trilingüe: texto original y traducciones al pascuense y al inglés. Fotos de Francisco Ber-mejo. Notas de Marisol Galilea. Ediciones Origo, Santiago 2011.

La desbordante preocupación crítica sobre la poesía de Neruda parece haber

instalado un tipo de lectura que su biógrafo e intérprete más agudo, Hernán Loyola, consagró: la constante fundamentación autobiográfica en la creación del poeta. Así, 1971 es un año decisivo en sus afanes: se ha vuelto a enamorar, clandestinamente; está afectado de cáncer; lo nombran embajador en Francia, y obtendrá el Nobel. También lo solicitan para el programa televisivo, documental, Historia y geografía de Pablo Neruda, realizado por Hugo Arévalo, y Neruda pide expresamente visitar Isla de Pascua. De tal experiencia nace este libro, La rosa separada, editado magníficamente [en gran formato apaisado de 49 x 22,5 cm y con espectaculares fotografías de Francisco bermejo].

Son veinticuatro fragmentos o estrofas donde predominan los versos octosílabos y endecasílabos, sin rima, pero con abundan-tes aliteraciones. observamos al hablante escindido entre el viajero que arriba, como turista, a un lugar exótico, que deberá regresar pronto, y el vidente que indaga en el origen de la isla y, esencialmente, en su arquitectura y poblamiento. Al mismo tiempo, se interroga sobre el misterio de las estatuas y especula en torno a la oro-

grafía, geología y presencia humana en el territorio insular.

Este hablante se reconoce un intruso, pero no carece de autocrítica y despliega su prodigiosa capacidad verbal para describir y auscultar el portento que tiene ante sí, la cultura rapa nui, la ecología, los volcanes, expresados en un seductor lenguaje lírico. La lectura la complementan las fotos de Francisco bermejo y las reveladoras notas, de carácter histórico, sobre los lugares más significativos de la ínsula.

La conclusión poética, en definitiva, es que el gran constructor de Rapa Nui fue el viento y el hablante pide al fulgor isleño que no lo atrape, ya que es un observador en tránsito, pero alucinado.

Sobre el título del poemario, la rosa separada del continente, ¿se refiere a su madre, Rosa basoalto, a Rosía, el nombre mítico y en clave que el poeta le da a su amante, Alicia Urrutia, en la obra que le consagró, La espada encendida? Un enigma para nerudianos e intérpretes, lo mismo la dimensión mitológica del texto, que posibilita una lectura de ese tipo, tam-bién abierta a los enlaces con el entorno social de aquellos tiempos: el primer año del gobierno allendista.

El hablante es un aparecido, pero tam-bién el que recibe una revelación, como había ocurrido cuando se enfrentó a Machu Picchu: «De ti, rosa del mar, piedra abso-luta/ salgo limpio, vertiendo la claridad del viento:/ revivo azul, metálico, evidente».

– Mario Valdovinos El Mercurio, Santiago, 11.12.2011.

apio” y “Estatuto del vino” de Residencia en la tierra. Después, un libro completo dedicado al arte masticatorio: Comiendo en Hungría, y las abundantes referencias nutricias de la poética nerudiana salpimen-tadas aquí y allá, odas al pan, al vino, a la cebolla, al maíz, al caldillo de congrio…

Neruda, según se desprende de la lectura de este original abordaje a su vida y obra, bebió crepúsculos, comió arena y sardinas; absorbió lluvias y viajes; masticó sin tragar a enemigos. En suma, él lo dijo, aspiró a comerse toda la tierra y a beberse todo el mar.

– Mario Valdovinos

El Mercurio, Santiago, 15.01.2012.

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52 NERUDIANA – nº 12 – 2011 - 2012

Octubre destrozado en Guatemala,la traición del ejército frutero.Sobre tu pecho reclinó la frentemi pueblo acongojado,cuando el sabor del cielose nos aguó en la bocay una lluvia salobrenos inundó la cara…

Tu oído de poeta siempre atentoal sufrir de los hombres,percibió en ese juniodel muy 54 año del siglo,maizal y golondrinas,el martirio del trópicoal abrirse las venasde nuestras bananales…

Ahora,la cívica grandeza de Chilepisoteada por botas militares,persecución, fusilamientos, ruina,y el diástole y el sístolede un solo corazón,el diástole, Allende,el sístole, Neruda,que nadie se separe,la causa de su ejemplono es de réquiem a réquiem,es de súrsum a súrsum,y surgirá más alta la grandezade Chile,su cívica grandeza que era orgullode Américay cantará Neruda que yafuera del tiempo,encarnará mil añosde pájaros de espuma…

Pablo Neruda vivoMIGUEL ÁNGEL ASTURIAS

Premio Nobel de Literatura 1967

El 4 de octubre de 1973, en la Sala Pleyel de París, se realizó un acto de homenaje al poeta chileno Pablo

Neruda, fallecido poco tiempo antes. Escritores, artistas e intelectuales, latinoamericanos y europeos rindie-

ron tributo en esa ocasión al extraordinario creador convertido en símbolo de la terrible peripecia política de

Chile y de la democracia en el mundo. En esa oportunidad, el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias

–amigo personal de Neruda y Premio Nobel como él– leyó este poco difundido poema que aquí reproducimos.

El combate no acaba,en la sangre chilenase hizo luz tu destino,entréganos tus llamas,tu poesía de fuego,la que marcó tiranos,traidores y lacayos…

Que no hablen de tu muerte,yo te proclamo vivo,yo te proclamo vivo,y al reclamo de Chile,tú respondes: PRESENTE!