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    Ciudad e historia en la Europa meridional. Algunas reflexiones sociolgicasSalvador Giner

    I. INTRODUCCIN

    En los pueblos del Mediterrneo la fuerza del pasado incide de manera especial en la confi-guracin del presente. Este ensayo contempla el marco histrico del comportamiento urbanocontemporneo en la Europa meridional, con especial atencin a la funcin que desempe-an sus ncleos centrales tradicionales, con frecuencia llamados hoy centros histricos.

    Mis reflexiones giran en torno a pases que han sido considerados, durante demasiadotiempo, anclados en el pasado, como si, de ser cierto, ello pudiera explicar por s solo elitinerario particularmente tortuoso que han seguido hacia alcanzar modernidad. Partiendode esta idea, mis observaciones consideran el pasado (remoto o reciente) desde una dobleperspectiva: como freno o escollo para la mudanza modernizadora, por un lado, y comopotenciador suyo, por otra. Cualquier consideracin sociolgica de la Europa meridional aprincipios del siglo XXI, por fuerza, tiene que tomar en consideracin ambas perspectivas ala vez, y aceptar la historia del flanco Sur del continente en toda su complejidad y ambiva-lencia que le son propias.

    Aunque aqu se analizan diversas categoras y haces de fenmenos, no se incluye una perio-dizacin de la historia de la regin. Ello se debe a que mi atencin se concentra, ante todo,en el resultado acumulado de un pasado urbano extenso, rico y complejo. Examino aqu lafuerza contempornea de estructruras histricas en cuanto que no han sido heredados comosimples reliquias o vestigios, sino como poderosas fuerzas que poseen su propio impulso.No slo su inercia. En las ciudades del Sur la historia es, o puede ser, como se ver, unmotor de mudanza y progreso. No es, necesariamente, una rmora.

    El marco elegido para suministrar coherencia a los distintos elementos que he tenido quetomar en cuenta es el de la relacin variable entre las ciudades y su marco poltico. Se con-

    templan y comparan, asimismo, la relacin poltica entre las ciudades de la regin con susmercados respectivos, las zonas tnicas alejadas, y su tensin o identificacin con el estadoterritorial. Asimismo, la cambiante situacin de la Europa meridional dentro de la economapoltica de la zona circundante y sus efectos sobre las estructuras polticas, de patronazgoy de clase de sus ciudades. Todo ello ayuda a reunir los aspectos principales de la vidaurbana mediterrnea en una nica reflexin comparativa.

    La historia del Mediterrneo es la historia de sus ciudades. En el ncleo de todas las civiliza-ciones e imperios ha habido siempre ciudades. Sin embargo, sus rdenes polticos, econ-micos y culturales no siempre han dependido tan por completo de stas como en la regin

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    mediterrnea. Siglo tras siglo, los pueblos que la habitaban construyeron su mundo sobresus ciudades y en torno a ellas. Los estados occidentales ms antiguos fueron ciudades-estado mediterrneas. Los imperios ms antiguos Tartessos, Tiro, Sidn, Cartago, Atenas,Roma- se construyeron sobre una polis o una urbs, de la cual recibiran su nombre. La plenaparticipacin en la vida del estado signific para sus gentes, ante todo, poseer ciudadana,es decir, ser miembro pleno, con todos los derechos, de la ciudad. El invento europeo de la

    ciudadana, crucial para la vida democrtica, es una innovacin introducida por las ciuda-des mediterrneas clsicas.

    Tras la cada de Roma como capital poltica -aunque no como ciudad sagrada o eterna-otras ciudades mediterrneas heredaron sus caractersticas, especialmente Constantinopla,que, para los pueblos del imperio bizantino, se convirti en la Ciudad, hasta hoy as lla-mada por los griegos, la Polis. De manera muy similar, los otomanos la transformaron enuna ciudad santa, Estambul, y a su gobernante en el supremo sultn del Islam, guardinde los lugares sacros, es decir, otras ciudades: La Meca, Medina y Jerusaln. En la mitadoccidental de la regin, ms tarde, surgi algn centro urbano de igual calibre, como laciudad de Crdoba, que alcanz plenas caractersticas metropolitanas poltica, econmicay culturalmente. Durante la Edad Media, el Renacimiento e incluso en pocas posteriores,algunas ciudades -Gnova, Barcelona, Venecia- forjaron unidades polticas ms extensas

    apoyndose sobre sus respectivos imperios martimos. Otras - Npoles, Miln, Florencia-aprovecharon su situacin geoestratgica para la prosperidad de sus respectivos estados.

    En el Mediterrneo, poltica y civilizacin vinieron a ser sinnimo de ciudad. En un momentocrucial, algunas vinieron tambin a ser sinnimo de gobierno republicano y, como digo,cuna de la institucin poltica y cultural de la ciudadana.1Sin ella, la civilizacin modernaes inconcebible.2

    La aparicin de la moderna nacin estado dificult la supervivencia de tal identificacin, yhasta la hizo imposible. No obstante, todava a mediados del siglo XIX quedaba un pas,Italia, que era un mosaico de ciudades estado. All, estado y nacin tuvieron que crearseen su contra, por as decirlo: Italia tuvo que abolir el particularismo y el localismo de sus

    ciudades, sin excluir el de la propia Roma, cuyo gobernante vaticano se escudaba en sunaturaleza de ciudad santa. En Turqua, el nacimiento del nuevo estado en el siglo siguientetuvo que imponerse, tambin, y de modo bastante explcito, en contra de la antigua ciudadcelestial del Bsforo, la que con el nombre de Sublime Puerta legitimaba la autoridad oto-

    1 Sobre la vinculacin entre republicanismo, ciudadana y ciudades medievales europeas hay abundante literatura. Las obrasde Maquiavelo y Guicciardini en Italia y las de Francesc Eximenis en Catalua y Valencia vinculan la ciudad tardomedieval orenacentista explcitamente a una concepcin republicana de la politeya.2 Para la relacin entre ciudad y civilizacin, las tres fuentes clsicas son Fustel de Coulanges, Simmel y Weber, en sus respectivosy conocidos ensayos. N o obstante, cf. Peter Hall (1998) que logra componer su masivo estudio sin ayuda alguna de estos autores.(Hay una cita casual de Weber!) Hall no trata el rea mediterrnea como unidad de observacin urbana, e ignora por completola Pennsula Ibrica.

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    mana. Es decir, en nombre de nacin, territorio, secularismo y modernidad: fue as como laprovinciana y pequea Ankara asumi, en 1923, desde la remota meseta de Anatolia, porpura voluntad poltica, la rebelin contra la santa tradicin de un imperio hundido.

    El mundo moderno, pues, debe sus orgenes, en gran medida, a las ciudades mediterrneas.Dichas ciudades no slo incluyen las aqu evocadas sino tambin un nmero de emporios,

    en otro tiempo prsperos y expansivos -Sevilla, Cdiz, Lisboa- vinculados desde finales delRenacimiento a las colonias ultramarinas de Castilla y Portugal. Sin embargo, a medida quela iniciativa de la era modernizadora iba desplazndose hacia la Europa noroccidental, elSur fue quedndose estancado y, ms tarde, atrasado3. En algunos aspectos importantespareca incapaz de seguir la lgica de la propia civilizacin que l mismo haba puesto enmarcha. Fue esto lo que llev a Max Weber a afirmar, errneamente a mi entender, que fueslo al norte de los Alpes donde la ciudad occidental se desarrollaba en su estado mspuro?4La respuesta debe permanecer abierta, ya que las proverbiales dificultades de lospases sureos de Europa para desarrollarse hasta conformar sociedades totalmente moder-nas nunca se extendieron a toda la zona. En primer lugar, algunas de sus ciudades estado,como Venecia, consiguieron mantener su prosperidad durante el largo perodo histricode estancamiento y declive del Mediterrneo. Por otro lado, algunas zonas -al principio, yde manera sealada, Catalua y el Piamonte, en torno a sus capitales Barcelona y Turn-

    evolucionaron hasta convertirse en sociedades burguesas, para luego avanzar hacia uncapitalismo industrial por as decirlo, con la mayor naturalidad.

    Quede claro: contra todo tpico, ni la acumulacin de capital ni el trnsito al industrialismofueron siempre importados ni impuestos a la fuerza en los pases del Mediterrneo. Sinembargo, su desarrollo histrico como sociedades occidentales parece haber tenido algndefecto de base: muchas de ellas adoptaron una actitud de resistencia u hostilidad hacia elavance del liberalismo, la industrializacin y la difusin del pensamiento secular y cientficodurante una etapa, larga y decisiva, de su evolucin moderna. Poderosos, privilegiados yclases dirigentes, hicieron frente por lo general a esos acontecimientos como si de merasamenazas para sus intereses creados se tratara, como si no fuera posible sacarles partido.En consecuencia, sus habitantes privilegiados se atrincheraron, las ms de las veces, tras

    actitudes arcaicas y empedernidas.

    Una vez ms: en los pases del Mediterrneo la fuerza del pasado incide intensamentesobre la configuracin del presente. Dirase que sus ncleos monumentales, con frecuenciade insuperada belleza, les abruman ms que en otras partes del mundo, las convierten en

    3La negligencia del concepto de atraso en ciencia social es escandaloso. Se prefiere el de subdesarrollo, dependencia y dems,por razones iedolgicas a veces inconfesables.4.M.Weber (1958).

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    objetos de contemplacin y no en estmulo hacia el porvenir5. Esa peligrosa sensacin sedebe en parte, al largo intervalo histrico que se inici con el estancamiento y declive poste-rior al siglo XVI. Las corrientes de la modernidad comenzaron a fluir con mpetu en direccinseptentrional. El reflujo dej a los pases del sur en una situacin de desamparo. Cuandola corriente retorn, dichos pases slo estaban preparados para afrontarla con una granfalta de confianza en s mismos. La batalla librada en esa parte del mundo entre tradicin

    y modernidad fue arriesgada y su resultado, azaroso: como veremos ms adelante, granparte de esta batalla se libr tantoenlas ciudades como entreciudades.

    La valoracin de la fuerza con que el pasado incide sobre el presente es siempre tareaardua. En la Europa meridional el pasado ha sido considerado, con excesiva frecuencia,vestigio del mundo preindustrial. Tambin se le ha considerado freno endmico al progreso,principalmente en algunas zonas vastas de la cuenca mediterrnea, que son precisamentelas que a menudo son vistas como su quintaesencia. Sin embargo, los hechos histricosnos demuestran que el pasado debe ser entendido como algo cuyos efectos no son desdeluego unidireccionales. En la teora de la modernizacin, el pasado se nos presenta muya menudo como freno o control sobre lo que la mentalidad occidental ha dado en suponerque debera haber sido la evolucin presuntamente normal del desarrollo para cualquiersociedad de la zona. No obstante, tendr la oportunidad de demostrar en diversas oca-

    siones cmo, en algunos casos crticos, ste se nos presenta tambin como su contrario,como facilitador del camino hacia la modernidad. Ciertas presunciones generalmente ad-mitidas acerca de supuestas vas de desarrollo proceden claramente de prejuicios carentesde fundamento. (Sobre todo elaborados por observadores que conocen poco el terreno obien por quienes, conocindolo, se hallan sujetos a algunas interpretaciones del desarrolloeconmico y poltico preponderantes en los pases anglosajones y que son inoperantes paraotros lugares).

    El peso o fuerza del pasado no se puede precisar con facilidad. En primer lugar aparececomo un nico haz o factor global, en el que se entremezclan acontecimientos sucedidosanteriormente. En tal caso la importancia que tiene cada proceso evolutivo por separadopara el presente slo se percibe de manera confusa. Adems, las variedades de lugar y las

    caractersticas histricas especficas son tan decisivas como todo aquello que fuera comnpara amplias zonas o incluso para la totalidad de la regin. Teniendo presentes todas estasominosas advertencias, examinar los distintos haces de acontecimientos comprendidos enla amplia diversidad de perodos histricos sealados en la historia urbana del Sur. Esos

    5 Excepcin importante y muy a tener en cuenta por quienes desean desarrollar econmica y culturalmente las ciudades sureases el caso de aquellas cuyos centros histricos estn en abandono o mantenidas en la decadencia (Palermo, a causa de redesmafiosas), o destruidas por guerras recientes, como Ragusa. La desgtruccin del centro histrico palermitano data del bombardeoaliado de 1943. Tiene la trgica ventaja de mostrarnos lo que sucedera a las ciudades euromeridionales si perdieran sus centroshistricos. La destruccin de Bucarest por el stalinismo de Ceaucescu es otro caso ilustrativo, aunque de diversa ndole. Lasreconstrucciones de Rotterdam o Varsovia (fuera de la regin que nos ocupa) muestran la necesidad moral de recuperar siempreel ncleo de la ciudad.

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    perodos histricos forman un poso que contina ejerciendo presin y define en gran me-dida la situacin actual. Hay que remitirse a las pocas y perodos, pero las distincioneshan de ser slo analticas, pues el presente, muy a menudo, los engloba en un nico einextricable conjunto.

    Una primera poca -ya de por s extremadamente larga y llena de acontecimientos- pre-

    senci la formacin de la civilizacin urbana mediterrnea, europea, de hecho. A pesardel largo tiempo transcurrido desde su desmoronamiento, aquel mundo dej algo ms quesimples huellas para la localizacin de ciudades y metrpolis. (Roma y Atenas, en virtudmeramente de su antiguo y carismtico legado se convirtieron de nuevo en capitales nacio-nales en pocas recientes.) Una segunda poca -la de la Europa medieval- presenci el augede nuevos centros mercantiles y unidades polticas que ni mucho menos han desaparecido,y los cuales, como ya veremos, han experimentado en la actualidad una notable revitaliza-cin. El principio de la poca moderna fue tambin un perodo de gran cambio y expansinurbana, y presenci el auge de un nico sistema urbano para la mayor parte de Europa;sistema en el cual vivimos actualmente. Despus de esta tercera e importante fase, hubo unacuarta, la revolucin industrial, que trajo consigo una oleada decisiva de acontecimientos,que ya han concluido. La situacin a principios del siglo XXI es testigo de la llegada de unanueva etapa, la cual posee sus rasgos especficos, aunque viene muy determinada por todo

    lo acaecido con anterioridad.

    Objetivo de este ensayo es examinar acontecimientos y aspectos generales de esos pero-dos en cuanto que han influido en la sociologa urbana y la economa poltica de la Europameridional. Para ello va a ser necesaria cierta dosis de flexibilidad en las interpretaciones.As pues, los cambios en la situacin geopoltica y geoestratgica de la zona han ido acon-teciendo de manera irregular a lo largo de la historia, sin influir en todas partes por igual.La misma situacin en la distribucin mundial del poder vara evidentemente de un pas aotro, y de una regin a otra. En la era moderna, y dentro de ese reparto, algunas zonas hansido claramente perifricas mientras otras han sido caractersticamente semiperifricas, masotras mantenan incluso vnculos estrechos e ntimos con el ncleo interno del capitalismo in-dustrial y la cultura racionalista, secular y liberal europea. Fueron precisamente los defectos

    estructurales y las interrupciones producidas por las relaciones cambiantes entre las distintasesferas mencionadas, dentro del mismo territorio, lo que confiri a la zona gran parte de losrasgos que an hoy la distinguen.

    II. LAS CIUDADES ANTIGUAS Y SUS CIUDADANIASLas ciudades del Mediterrneo han mantenido su singularidad hasta la fecha con mayorahnco que las de otros lugares del mundo. Todo aquello que tienen en comn la mayorade esas ciudades, a pesar de su relevancia, se esconde bajo la manifiesta diversidad de suspersonalidades individuales. Tales personalidades deben prcticamente todo a la historia.Ni los siglos transcurridos ni el mundo moderno -a pesar de su inusitado poder de erosin y

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    homogeneizacin6- han sido capaces de borrar los vestigios de la ci t ant iqueque todavaperduran en las ciudades meridionales de Europa. La cuenca del Mediterrneo no es tanslo la cuna de algunas de las ciudades ms antiguas del planeta, ininterrumpidamentehabitadas hasta hoy -Jeric, Cdiz- sino que es tambin el lugar en el que, de algn modo,y como ya Fustel de Coulanges nos lo describiera7, todava perdura algo de la ciudadantigua en el seno de la modernidad. Sus ecos son dbiles, pero quien los escucha no es

    vctima completa del engao.

    La singularidad de cada ciudad importante del Mediterrneo plantea serios problemasde comparacin y generalizacin. Las mejores tipologas estn destinadas a resultar defi-cientes. Ya en el siglo XVI, y tan slo para un nico pas, un historiador pudo distinguir entreciudades burocrticas, comerciales, industriales, militares, artesanas, agrcolas y las dedica-das a la ganadera lanar8. Podramos aadir, para el resto de la regin, otros tipos ms: ciu-dades universitarias, martimas, dedicadas a la banca y a las oficinas de contabilidad; esosin mencionar los muchos casos mixtos posibles, lo cual alargara cualquier clasificacinhasta privarla de sentido. Tal vez sea mejor examinar ciertos rasgos que hayan llegado aser histricamente relevantes en el desarrollo de las ciudades as como en sus formas degobierno en la regin, aun cuando no puedan ser asignados a determinadas categorasde ciudad. El simple ascenso y descenso en las fortunas de cada ncleo urbano -verdadera

    constante en la historia mediterrnea- habra de ser suficiente para disuadir a cualquieraque intentara abordar este tema con rgidos criterios de clasificacin urbana.En la regin mediterrnea, no slo el estado territorial contemporneo, sino otras fuerzasms amplias en juego (econmicas, tecnolgicas, polticas) se ven obligadas a luchar contrapoderosas circunstancias urbanas y locales, profundamente arraigadas en el pasado: sonlas tenaces variables independientes histricas a las que cualquier estudio de comportamien-to social en la zona debe atenerse. Si bien estas circunstancias heredadas varan en intensi-dad de una poblacin a otra, de una ciudad a otra y de una metrpolis a otra, e l c on j un to de toda s el las, se presenta como algo muy especfico de la Europa meridional. No sin ciertaarbitrariedad, nos va a ser til agruparlas bajo diversos encabezamientos:

    (a) La ciudad parcialmente destribalizada. La ciudad mediterrnea surgi en con-

    traposicin a la tribu. La formacin de ciudades estado trajo consigo el fin de sus antiguoscomponentes tribales y el triunfo paralelo de la ciudadana. En Atenas, antes del siglo V a.de J.C., la extincin de la vida tribal condujo a la ciudadana. Fue all donde la palabrademos empez a adquirir el significado de arrondissemento distrito en lugar de ser elnombre genrico para una tribu tica. Mudanza similar, como paso de identificacin tnicaa identificacin espacial, tuvo lugar en Roma y en otras ciudades. La importancia de estesuceso para la creacin de la democracia y (andando el tiempo) de la modernidad, no pue-

    6Cf. S. Giner (1979).7N.D. Fustel de Coulanges (1864).8F. Ruiz Martn, citado ampliamente por F. Braudel (1975), Vol. I, p. 232.

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    de exagerarse. Como suele ocurrir, se cumple una ley sociolgica: las primeras estructurasque efectan cambios o introducen innovaciones son precisamente aquellas que ms tardemantienen algunos de los aspectos arcaicos que en su momento se propusieron suprimir.Las antiguas ciudades mediterrneas han mostrado siempre una obstinada resistencia ala conclusin del proceso de destribalizacin que ellas mismas iniciaron al inventar la ciu-dadana. Los procesos medievales de segregacin urbana y de formacin de ghettosy barri-

    os gremiales vinieron a reforzar este rasgo meridional. En el pasado, para su supervivenciay expansin demogrficas, las ciudades del Sur fomentaron la inmigracin, creando zonasespeciales para los recin llegados. En el extremo opuesto, algunas de ellas establecieronsus propias colonias en otras ciudades para el comercio, o como guarnicin, o como mediopara hacer frente a su propio desbordamiento demogrfico.

    Todo esto, ms que debilitar, fortaleci el carcter microcsmico, entraable y cerrado delquart iereo del barrio y la vehemente lealtad pueblerina que sus moradores sienten por l,y ello en grandes ciudades comon Sevilla, Barcelona, Roma o Salnica. Es en tales barriosdonde en muchas ciudades todava moran los dioses menores y espritus guardianes de laci t ant ique, bien alejados de las cmaras del poder y las plazas pblicas de la urbe, secu-lares y cosmopolitas. Los santos y vrgenes que bendicen y adornan las esquinas napolitanasson dioses lares de sus barrios antiguos.

    El orgullo cvico y la identificacin colectiva con la ciudad no han eliminado la vitalidadde los antiguos barrios, con sus intrincadas redes de clientela y la lealtad que todava con-siguen imponer como medio ambiente urbano, en algunos casos deteriorado, abandonadoe incluso polticamente corrupto o refugios del hampa, ahora dedicada a la especulacininmobiliara. El rasgo particularista del barrio, y hasta del barrio semiindependiente de supropia ciudad, ha sido a menudo reforzado por la la propia ecologa urbana, como noslo demuestran Scutari, en Estambul, y Triana, en Sevilla. (Scutari y Triana nunca fueron enrealidad, ni son, segundas ciudades al otro lado de la orilla: sus habitantes siempre hansabido que deban su existencia a la ciudad grande, quiz ms bien, lo que saban era quela gran ciudad dependa de su desvelos y trabajo).

    Puede que los acontecimientos recientes no hayan alterado demasiado esta situacin. Lainmigracin, por ejemplo, ha obedecido con frecuencia a pautas preestablecidas de adap-tacin al medio ambiente que la acoge. En muchos casos, el nuevo barrio de inmigrantesva cortando los vnculos que le unen a su anterior regin o pas de origen, a la vez quese convierte en un nuevo foco sealado de localismo urbano. En otros, los inmigrantesconservan su idioma, dialecto o religin, como lo han hecho los armenios en Jerusaln, ycomo en gran medida hacen hoy los andaluces en las ciudades de Catalua. Por su parte lainmigracin norteafricana, centroafricana o ultramarina que ha empezado en gran escalaen la Europa sur al alcanzar sta el nivel de vida de los pases avanzados no parece igual-mente asimilable o acomodable. Todo ello intensifica el aspecto de mosaico que ofrecen las

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    ciudades del sur de Europa, as como las levantinas y otras del Mediterrneo. Una vez ms,el oido avezado puede escuchar el dbil eco de esa tribu sedentaria que es el barrio, tantoel tradicional como el de nuevo cuo, sobre todo si ste est compuesto por inmigrantes opor sus descendientes.

    (b) La brecha entre la ciudad y el campo. Hasta pocas muy recientes, la ciudad

    mediterrnea haba estado llena de recuerdos de sus relaciones ambivalentes con el mundorural. Tras la Segunda Guerra Mundial hubo capitales polticas e industriales que se vieroninvadidas por multitud de campesinos inmigrantes. Casi de la noche a la maana, losjornaleros sin tierra (bracc ian t i , braceros ) se transformaron en proletarios urbanos, habi-tantes de barriadas de chabolas o b idonv i l l es de creciente e irregular expansin. Duranteun tiempo, los nuevos suburbios semejaban las ciudades campesinas de Latinoamrica yreproducan algunos rasgos de los primeros centros de la revolucin industrial en Inglaterray otros lugares. Esto, junto con la fuerte influencia ejercida por todas las ciudades sobre laszonas rurales ms alejadas de los ncleos urbanos, debera bastar para evitar cualquierutilizacin ingenua de la dicotoma entre campo y ciudad. (Ello ha sido ya debidamentecriticado por los socilogos urbanos, y no es menester que aadamos nada). No obstante,la naturaleza particularmente cerrada de la ciudad mediterrnea tradicional y la insistenciade sta en mantenerse separada de las zonas alejadas de las que obtena su sustento -y

    gran parte de su riqueza- exige que se conserve la vieja dicotoma, si bien con todas laslimitaciones necesarias.

    El moro andaluz exiliado Abn Jaldn, poseedor de un profundo conocimiento de las ciu-dades andaluzas (Sevilla, de primera mano) y mogrebes, adems de El Cairo, fue uno delos primeros tericos sociales en sealar la importancia de la brecha existente entre la vidadentro y fuera de los muros de la ciudad. No consideraba que ambos mundos fueran sloantagnicos y opuestos. Sus universos eran tambin mbitos complementarios, concepcio-nes alternativas de la vida, con su respectiva dignidad, que se necesitaban mtuamente. Loque el sabio Abn Jaldn viera con lucidez no fue siempre entendido por los gobernantesde las ciudades. La creacin de emporios martimos, tribunales territoriales del estado, ciu-dades industriales tradicionales, puso en gran medida a esos ncleos urbanos a merced

    del campo, que era el que produca los cereales y otras materias primas, mientras ellasactuaban al margen de l y hasta en su contra. Las insurrecciones plebeyas y los disturbiosurbanos a lo largo de toda la historia del Mediterrneo (levantamientos cordobeses contrael Califa) van unidos al doloroso, y con demasiada frecuencia, inesperado descubrimientode ese divorcio. En la era preindustrial, el continuo decomiso de barcos de cereales (unaforma institucionalizada de piratera) con destino a otras ciudades refleja el hecho de questas haban vuelto la espalda a sus propios y cercanos entornos campesinos.

    Este fue el caso de Gnova en su apogeo. Otras ciudades, como Lisboa a principios delsiglo XVI, tomaron diversas vas de desarrollo sin mantener una armona con su entorno:

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    se volcaron sobre el comercio, el trfico de esclavos, o el gasto suntuario para la nobleza.Descuidaron de manera peligrosa la agricultura o dejaron la industria en manos de extran-jeros9. A pesar de que el vnculo entre campo y ciudad nunca pudo romperse del todo, lasciudades meridionales fueron desarrollando un mundo propio que se apartaba a menudodel ambiente rural. Bien fuera por la existencia de latifundios en el sur de Italia y Espaa10oporque todo el imperio otomano sostuviera la capital (cada provincia del modo que le haba

    sido prescrito), al campo y al mundo del campesino se les mantuvo siempre bien alejados.A la simbiosis econmica se la diferenciaba cuidadosamente de la simbiosis social. Cuandoel hambre o la peste azotaban las zonas rurales, en su huida, los desesperados campesinosque en ellas habitaban se encontraban con que las murallas de la ciudad les haban cerradosus puertas. En cambio, si el caso era a la inversa, el modo de proceder era huir al campo.Incluso la p lebecu la urbana ,por hablar como los patricios romanos, se senta arrogantemen-te superior a la gente del campo e intrnsecamente diferente. Hasta tiempos recientes el hom-bre de la ciudad ms pobre ha mirado al campesino, al contad ino, al p a g s , con irrisin ydesprecio. No en vano la palabra catalana p a g s proviene de pagano, no cristianizado,primitivo. Un terico de la libertad cvica tardomedieval, como fuera Francesc Eiximenis,mostraba en su Regim ent de la cosa p bl icapoco cario por los payeses.

    Los nobles y patricios urbanos sureos fueron los primeros en levantar casas de campo y

    palacios en las zonas rurales. (No todo son centros histricos, la Ruzafa cordobesa y Medi-na Azahara estn fuera del centro pero son parte esencial de su identidad.) Sin embargo,a diferencia de algunos de sus predecesores romanos de la poca clsica, de mentalidadagrcola, su opinin al respecto era totalmente buclica, despreocupada y pastoral: desdeel punto de vista humano, dicho movimiento no condujo -como a la larga ocurrira en laEuropa septentrional- hacia una reconciliacin con el mundo rural y la mejora de ste. Porsupuesto que las cosas, finalmente, han cambiado. Ahora el sur considera el campo demanera distinta. No siempre es para mejorar, ya que, como en otros sitios y debido al ex-tendido afn de poseer una rs idence scondaire, est siendo invadido por imponentes yhorribles urbanizaciones negacin de lo urbano- destruido por las autopistas, los camposde golf, las colonias de vacaciones, los coches y motos todo terreno y la incuria especulati-va, amn de su deterioro industrial, no menos grave que en otras partes de Europa. En todo

    caso, se han hecho esfuerzos para que el campo llegue a la ciudad: se estn creando zo-nas verdes protegidas, espacios abiertos y grandes parques en el interior de las ciudades.(La transformacin del lecho del Turia en Valencia en tal parque es ejemplo de esta corrienteinversa). Algunos de estos esfuerzos forman parte de las promesas de los polticos, a menu-do presionados por los movimientos ambientalistas y ecologistas urbanos. La tardanza conque las actitudes modernas hacia la naturaleza en general y el ambiente rural en particularhan echado races en el Sur de Europa, y las dificultades con que tropieza en la actualidad

    9J. Caro Baroja (1966),p.29.10Ibid. p 32.

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    el desarrollo de un nuevo planteamiento en esos asuntos, son en gran parte debidos a laprofunda brecha antao existente entre campo y ciudad. En algunas zonas, este vaco hasido colmado, aunque de modo imperfecto. En otras, no ha sido cubierto en absoluto11.

    (c) Sociedades clasistas incompletas.Tras sus murallas, las ciudades preindustrialesdel sur fueron innovadoras, tanto en sus tentativas jurdicas, polticas y financieras como en

    el campo de la literatura, el arte y la tecnologa. A medida que iban especializndose, susrdenes sociales se iban diferenciando. Era como si las variedades surgidas de la experien-cia poltica griega se repitieran de nuevo mil aos ms tarde, aunque de modo distinto, y nopor ello en menor grado. A pesar de las diferencias, existan semejanzas importantes entreciudades, muchas de las cuales participaron en un proceso histrico comn que las llev deun rgimen popular a otro oligrquico o tirnico a lo largo del perodo que va desde el finaldel Medioevo al Renacimiento. Pero las generalizaciones son poco menos que imposibles.

    En Gnova, por ejemplo, el popo l o no consigui nunca el poder. La ciudad, por tanto,sigui siendo una repblica mercantil en manos de la aristocracia. Su vida cvica era tanslo incipiente si se la compara con la de Florencia12o la de Barcelona, su gran rival al otrolado del golfo. En contraste con ellas, Npoles y Constantinopla -y ms tarde Estambul- conmucho las mayores urbes de la Europa preindustrial, fueron siempre ejes de estados terri-

    toriales. Otras ciudades como Ragusa, Miln y, de nuevo, Barcelona, alcanzaron un nivelsocial intermedio por cuanto que estaban vinculadas a otras unidades polticas ms exten-sas: el imperio otomano, el Sacro Imperio romano germnico, la corona de Aragn. Anas, conservaron una autonoma econmica, jurdica y militar considerable. Salvo Venecia,que siempre fue un caso excepcional, con su proverbial estabilidad y su lite formalista yexclusiva13, ninguna ciudad consigui nunca estar en paz consigo misma. La distribucin delpoder y los privilegios se vio muy a menudo desbaratada por las constantes redistribucionesde riqueza y honor que los avatares del comercio, la industria y la guerra trajeron consigo.Las pugnas entre las diversas facciones y estamentos sociales eran endmicas, y a la largadestruyeron las libertades de los ciudadanos; libertades que haban sido establecidas porla misma civilizacin urbana.

    En todas partes, a la postre, la estructura social de la ciudad, a modo de estado y de gremio,qued erosionada por la voluntad poltica de los gobernantes de los estados territorialesemergentes. En algunos casos, el final de esa estructura fue brusco, como cuando el empera-dor Carlos V aplast los derechos y privilegios de ciudades castellanas, en nombre de unnuevo absolutismo real. Pero tambin lo erosion la misma civilizacin burguesa que habaemanado de la ciudad: la sociedad de clases, antes de lograr propagarse a travs del mun-do rural, apareci como enclave urbano; no obstante, en la Europa meridional no lleg a

    11P.A. Allum (1973) pp. 42-43.12D.O. Hughes (1978) p. 130; L. Martines (1980).13P. Burke (1974).

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    alcanzar su madurez, salvo en unos pocos lugares. Nunca fue lo suficientemente fuerte parainvadir el conjunto de la sociedad. En las ciudades, adems, las clases se hallaban sumergi-das en una tupida red de corporaciones y jerarquas que, a principios de la era moderna,consiguieron resistir las innovaciones y amortiguar, por tanto, el avance en el desarrollodel capitalismo y la industrializacin14. (Incluso en la Europa septentrional, dicho desarrollotuvo lugar a menudo en ciudades nuevas, libres de los poderes mono y oligopolticos de las

    corporaciones y los patricios de las antiguas). Las ciudades anquilosadas del Mediterrneose volvieron tan hostiles hacia el libre movimiento de capital, mano de obra y mercancascomo la mayora de los dems ncleos urbanos venerables. Con todo, a excepcin de unospocos casos de enclaves capitalistas e industriales pujantes (Barcelona, Miln), no surgieronncleos industriales rivales frente a las viejas capitales, como ocurriera, por ejemplo, en In-glaterra. Las esclerticas y recalcitrantes ciudades del Sur lograron as una lgubre victoria,y, por consiguiente, la sociedad urbana slo se abri all a la reestructuracin moderna, enforma de clases sociales, de manera muy lenta e insegura, durante el siglo XIX.

    Es en el Mediterrneo donde los aspectos corporativistas premodernos han logrado per-durar mejor, rodeadas por otras pautas de desigualdad, ms concordes con la modernidad.En consecuencia, muchos han considerado que los lazos creados por la lealtad personal yel parentesco, el patronazgo y el clientelismo son hoy ms fuertes que los creados por los

    intereses e ideologas de clase. Ello es cierto en ciudades como Palermo y Npoles15. Lasataduras de la reputacin personal y la deshonra pblica, tan caractersticas de la regin16,no deben confundirse con su tradicional gremialismo, ms ligado en ciertas ciudades a her-mandades (a veces religiosas, como en Sevilla y otras ciudades andaluzas) y fraternidadesque a cualquier forma de asociacionismo moderno. Adems, ciertas asociaciones crimi-nales (las germanas de Sevilla, en el siglo XVI; o la camorra de Npoles, en el XIX y hastael XXI) no dejan de estar influidas, en un principio, por las corporaciones. Las germanassevillanas se establecieron a imitacin exacta de los gremios de artesanos17.

    Los esquemas y simbologa de la vieja organizacin corporativista de la vida ciudadanafue ampliamente utilizada por idelogos reaccionarios y fascistas en busca de una nuevaarmona poltica entre clases sociales, muy desiguales y radicalizadas, fruto del capitalismo

    perifrico y la modernizacin tarda de sus pases. Mas quienes urdieron tales doctrinas ul-traconservadoras en el Mediterrneo no se encontraban precisamente solos en su nostalgiamedievalista, como as lo demuestran Austria y otros pases del Norte.

    La historia posterior a 1945 intensific la erosin de estos rasgos. Con todo, todava afinales de los aos 60 y principios de los 70, los analistas continuaban poniendo de relieve

    14M. Olson (1982) pp. 14, 121, 123-124.15J. Chubb (1982).16J. Caro Baroja (1966) pp. 63-130.17Ibid. p.28.

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    la arcaica estructura de clases de la regin y su naturaleza incompleta en comparacin conlos modelos de desigualdad caractersticos, en aquel tiempo, de la Europa septentrional18.Es digno de mencin que aqullos no limitaran sus observaciones al mundo rural, y que lashicieran claramente extensivas a las numerosas ciudades no industriales o semi-industrialesde la orilla sur del Mediterrneo.

    (d) La cultura societaria y la ciudad.Una capital indiscutible es el reflejo de su socie-dad a la vez que su centro moral. Pueden existir fuertes tensiones con su periferia nacional,pero stas no logran menoscabar este hecho elemental. Algunos pases de la regin hanalcanzado esa situacin paradigmtica -caracterstica de Londres y Pars- desde el principio.Lisboa en Portugal, la nacin estado tnicamente homognea ms antigua de Europa, es elejemplo ms representativo del Sur. Tal vez sea el nico. Atenas y Grecia son las que ms sele acercan, si bien Atenas slo fue establecida como capital de los helenos en la poca dela revuelta contra la Puerta, con todo el poder de movilizacin, simblico y evocador, quesu nombre tena para los nacionalistas de corte occidental. Naturalmente, para la mayorade los griegos, Constantinopla continu siendo la capital espiritual de su identidad cristianay tnica. Fue as como las vanas esperanzas de recuperar la Ciudad se convirtieron, con eltiempo, en parte de un mito peligroso, la megal i i dea, cargado de potencial hipernaciona-lista y hasta protofascista. Roma tuvo la misma fuerza evocadora de recuperacin para los

    italianos que deseaban la unificacin, y el mito result til para menoscabar el estado papalsituado entre ellos y el reino de Npoles. Con todo, los habitantes del Norte pronto empeza-ron a experimentar un sentimiento de hostilidad hacia Roma. Turn ya haba experimentadoese mismo sentimiento hacia Florencia cuando sta se convirti temporalmente en la capitaldel nuevo reino, ya que aquella ciudad piamontesa sufri casi inmediatamente un decliveeconmico y demogrfico. Fue entonces cuando todas las regiones de Italia se resintierona su vez del piamontesismo(la ocupacin de cargos oficiales por parte de piamonteses).Poco despus, los norteos empezaron a quejarse del control ejercido por los sureos sobrela administracin del estado y el gobierno de Roma. Esas tensiones son anlogas a las exis-tentes entre Estambul y Ankara, Barcelona y Madrid, que ilustran los problemas que surgendebido a la dimensin que adquieren las ciudades como iconos colectivos y autoimgenesnacionales. As pues, Ankara simboliza una ruptura trascendental con un pasado encarna-

    do por Estambul; pasado del que, sin embargo, no puede hacerse caso omiso, ya que otor-ga dignidad y sentido a la nacin turca. En cuanto a Barcelona, ciudad burguesa, prsperae industrial, ha sido, y sigue siendo, considerada por los habitantes de Catalua como sucap i casa l , cabeza y hogar, sea cual sea la capital poltica y administrativa de Espaa.Prcticamente todas las ciudades importantes a ambos lados de la regin que circunda almar Mediterrneo -Argel, Tel Aviv, Jerusaln- necesitaran una explicacin detallada acercade su importancia simblica y cultural para el orden general de la sociedad, la nacin o

    18M.S. Archer y S. Giner (1971): vanse los captulos sobre Italia, Grecia, Espaa y Portugal.

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    la fe. Dicha zona abarca, adems, una impresionante cantidad de ciudades santas19paraalgunas de las principales religiones del mundo -la Santa Sede del Vaticano, Jerusaln, yConstantinopla, sede de la Iglesia Ortodoxa del Este- y de creencias universales de menoralcance -Haifa para los Bahais- as como lugares sagrados nacionales e internacionales,algunos de los cuales fueron creados muy recientemente y su situacin est, de maneraasaz significativa, alejada de las ciudades corruptas y secularizadas. De hecho, Ftima y

    Lourdes, as como otros lugares milagrosos, surgieron en parte como reaccin contra el ur-banismo, cuando su expansin comenz amenazar gravemente piedad e integridad moralde campesinos y labradores20.

    La funcin que muchas ciudades desempean como capitales de identificaciones tnicas,religiosas, culturales y nacionales (a menudo en desacuerdo con las medidas oficiales pol-ticas y administrativas) es una razn poderosa, heredada del pasado, cuyas consecuenciasen la distribucin de los recursos, la movilizacin de las lealtades polticas y la dinmicageneral de la zona son ms que evidentes, an cuando su peso especfico en los aconte-cimientos, como ocurre siempre con esta suerte de cuestiones, nunca se puede determinarcon exactitud.

    Hasta aqu he identificado cuatro haces de fenmenos histricos: la fisura entre lo urbano

    y lo rural, las jerarquas verticales del patronazgo y la lealtad, el poder y la cohesin de lacomunidad local dentro del conjunto de la ciudad, y el significado colectivo de esta ltimapara el conjunto de la sociedad. Con ellos no se agotan todos los aspectos pertinentes allegado del pasado. Una quinta dimensin, dentro de esta amplia categorizacin de factoreshistricos determinantes del presente, la constituye la absoluta complejidad y riqueza del es-cenario fsico de las ciudades mediterrneas y su medio ambiente, y comprende el trazadode las ciudades, los monumentos, antiguas defensas, museos, palacios, templos, castillos,mercados y, por ltimo, los viejos barrios de las ciudades (algunos, como en Oporto, fcil-mente adaptables a la conservacin y renovacin urbanas)21; pero otros, como en Marsella,Palermo, Npoles, formando una casbahen la que la pobreza, el chabolismo y el hampase mezclan de manera caracterstica y peligrosa22. Algunos aspectos de este conjunto decaractersticas fsicas obstaculizan el funcionamiento, ms moderno y eficiente, de la vida

    poltica y econmica. Otros, en cambio, actan como potenciadores o tiles provechosospara la produccin de riqueza, puesto que el medio ambiente de las ciudades antiguas,lo que ha venido a llamarse su centro histrico (antes, casco viejo, parte antigua) ejerceuna fuerte atraccin sobre el turismo, el arte, los estudios superiores y dems formas de ex-presin cultural. Actualmente, sus palacios seoriales y edificios municipales adquieren unanueva dimensin: se celebran simposios cientficos en castillos, se establecen universidades

    19A. Toynbee (1970): captulos sobre las ciudades santas, pp. 153-172.20El episodio del Palmar de Troya, en Sevilla, aparte de sus aspectos cmicos, comparte estas caractersticas.21A. Williams (1980).22P.A. Allum(1973) pp. 28, 36, 58.

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    en antiguas abadas, y el teatro, la msica y la danza descubren sus nuevos escenarios enlos templos y plazas de antao. La ciudad antigua, percibida ahora como un monumento,otorga legitimidad y sentido a la esttica de la hipermodernidad. La monumentalizacin ymusicizacin del pasado encuentran en las nobles ciudades del sur un campo frtil de ac-tuaciones municipales o estatales. El peligro de la degradacin de la ciudad monumental enparque temtico acecha, pero poner coto a esa banalizacin depende de los ciudadanos

    responsables que la poseen y rigen.

    El urbanista de la rehabilitacin, expresin de la intensa arqueofilia del presente, ahoga enson et lumirela vida espontnea, si bien sucia y destartalada, de los barrios deteriorados.A su revalorizacin se incorpora la recuperacin del espacio por clases profesionales pu-dientes, que vuelve ahora a los barrios viejos en varias urbes importantes en busca de unaculta autenticidad a precio razonable.

    III. LA CIUDAD MEDITERRANEA EN EL ESTADO TERRITORIALEl orden tradicional de las ciudades preindustriales occidentales se vino abajo bajo losembates de la economa capitalista y el estado territorial, elementos ambos que son, enparte, fruto del mismo mundo urbano. Lejos de perecer, sin embargo las ciudades empe-

    zaron a desempear nuevas y decisivas tareas. A medida que las viejas murallas de lasciudades iban siendo derribadas y stas se convertan en ci t t ap erte, el mundo exterior fueresultando ms amplio y accesible: iba a surgir la metrpolis moderna. En las ciudades es-tado o en las viejas ciudades imperiales, ciertos estamentos haban gozado de la atribucinde privilegios; ahora, el acceso universal y competitivo a las condiciones del mercado y elderecho a participar en la vida de la politeya, se extenda en principio a todos los sbditosdel estado. En consecuencia, las ciudades -incluso las capitales- perdieron los privilegiosjurdicamente establecidos: stas y sus distritos pasaron a ser simplemente una ms de lasdivisiones, provincias o departamentos administrativos -supuestamente iguales a todas lasdems- dentro del orden del estado homogneo.

    El grado de aproximacin a esa situacin ideal vari segn las distintas sociedades occi-

    dentales, siendo las mediterrneas las que ms se alejaron de l. Polticamente, el procesode formacin de estados fue deficiente en el sur y, econmicamente, sus diversos estadossufrieron una fuerte periferizacin, convirtindose en zonas dependientes de los nuevosncleos industriales, sin llegar a ser colonias ni perder por entero un reducido grado -aun-que cualitativamente muy significativo- de autonoma y soberana. Esta situacin ambiguagener una larga serie de desrdenes y obstrucciones que con frecuencia condujeron a ladesintegracin poltica, la inestabilidad endmica, los conflictos civiles a gran escala, lasdictaduras y las revueltas populares. Todos esos trastornos sociales no se dieron de manerafortuita. En realidad, la historia de los pases mediterrneos, desde la poca de la Revolu-cin Francesa en adelante, posee una coherencia mayor de la que pueda parecer a simple

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    vista: se pueden distinguir sus diversas pautas y etapas, y establecerlas para toda la regin.Hay, por as decirlo, una lgica identificable en la evolucin de la Europa meridional haciala plena modernidad que hoy ha alcanzado23. Ese proceso histrico coherente -que nopuede ser analizado en este lugar- constituye el trasfondo que explica, en gran parte, la viday el comportamiento urbanos, recientes y contemporneos, de esa parte del continente.

    (a) La periferizacin econmica del sur. Cuando la iniciativa econmica tom rumbonorte, los pases del Mediterrneo quedaron en una situacin peculiar, la que les con-dujo ms tarde al fracaso de sus respectivas revoluciones industriales. Tal fracaso polticoy econmico, sin embargo, no fue completo. As, la ciudad estado de Venecia mostr unaresistencia extraordinaria a la adversidad desde el siglo XVI al XVIII y continu prosper-ando. Ya en el siglo XVII el imperio otomano dio muestras de esclerosis y Espaa, duranteese mismo perodo, experiment una rpida decadencia; a pesar de ello, el siguiente siglofue para Espaa una poca de renovacin, reforma y expansin. Por otra parte, los dosgrandes imperios ibricos de ultramar, fundados antes del declive del Mediterrneo, continu-aron prcticamente intactos e incluso creciendo hasta el siglo XIX.

    Tanto los propios procesos internos de decadencia de todos estos pases (a pesar de los no-tables esfuerzos de reconstruccin) como la tendencia de la revolucin industrial a adquirir

    un mayor desarrollo en el norte de Europa, hicieron que sufrieran fuertes desequilibrios.La integracin en el todava incipiente sistema econmico mundial significaba, a lo sumo,situarse en una posicin semiperifrica. Las capitales y otras ciudades, en cuanto que es-taban vinculadas a los estados existentes y sus colonias, consiguieron seguir gozando deprosperidad, aunque como entidades parsitas ms que otra cosa. As, hasta la prdida delBrasil, Lisboa percibi fuertes ingresos del erario pblico: las consecuencias del devastadorterremoto y maremoto de 1755 fueron superadas sin esfuerzo con la ayuda de los ingresosprocedentes de las colonias y, gracias a ello, pudo llevarse a cabo con xito uno de loscasos ms impresionantes de remodelacin urbana que se hayan emprendido jams24. Noobstante, en todas partes se empez a sentir con gran fuerza el peso de la incipiente redis-tribucin ecolgica de la economa occidental. En los pases otomanos, por ejemplo, se dioun desplazamiento de las ciudades hacia el oeste, particularmente en los Balcanes; en Siria,

    Palestina y la Anatolia occidental las ciudades empezaron a mudarse hacia los litorales,a modo de puestos avanzados para el comercio hacia occidente. La Anatolia oriental, encambio, permaneci prcticamente inaccesible al ncleo capitalista y sufri, por tanto, unamayor periferizacin25.

    Tanto debido a la implacable presin ejercida por la expansin capitalista e industrial -fun-damentalmente exgena a la regin en su versin avanzada- como a las exigencias del

    23S. Giner (1986).24A. Williams (1983).25I. Sunar (1980) pp. 563-564 y 570.

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    estado territorial moderno, extensas regiones de la Europa meridional dejaron de constituirun mbito de ciudades estado, relativamente autnomas y predominantemente autocfalas.Uno tras otro, los mercados y unidades econmicas ms reducidas se vinieron abajo. Nue-vas capitales polticas fueron estableciendo su autoridad, mientras que muchas ciudadesdecaan y algunas otras, aunque pocas, lograban convertirse en centros industriales. (Algu-nos, como Barcelona y Turn, nada despreciables.) La nueva morfologa urbana as surgida

    caracteriz a la regin hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y los dos decenisosiguientes. Tal morfologa consta de tres suertes de ciudad: c iudades estancad as , en decadencia o incluso cadas, que reflejan la cruel reali-

    dad de la periferizacin econmica y tambin, en algunos casos, la prdida deautonoma poltica;

    nuevas capi ta les pol t icas unidas al estado (desde la primera capital nueva, Ma-drid, fundada en el siglo XVI, hasta la ltima de ellas, Ankara, fundada en el XX);estas ciudades dependan en gran medida del aparato poltico, administrativo ymilitar; y

    un reducido nmero de enclaves merca nt i lesy burgueses, prsperas ciudades cuyabase era el comercio (Cdiz) o que eran precursoras de la revolucin industrial enla regin (Turn y Miln; Barcelona y Bilbao).

    (b ) C iuda des dom inada s por la po l i teya . 26. Tanto los viejos estados (Portugal, Espaa) comolos nuevos (Grecia, Italia y el caso intermedio de Turqua) eran dbiles. No existe ningunamedida de centralismo administrativo, ni solucin dictatorial, ni acumulacin de poderes porparte del gobierno que sea capaz de ocultar esa realidad fundamental. El centralismo defi-ciente, unido a la pura incompetencia de las nuevas clases compuestas por el funcionariadopblico, dice bastante acerca de la historia reciente de esos pases. Sus centros polticosno eran tan eficaces como aparentaban ser, y sta es la razn por la que la respuesta delgobierno a las exigencias populares fuera con frecuencia la represin violenta, y no hbilesconcesiones ni polticas de bienestar que no estaban en condiciones de poner en vigor27.El atraso econmico y las sociedades civiles dbiles o inmaduras prestaron especial fuerzaa los estratos sociales cuyos medios de vida o perspectivas de progreso dependan de laburocracia estatal, el ejrcito y la clase poltica. Las tendencias centrfugas de las diversas

    regiones, oligarquas locales y distintos grupos de intereses econmicos (algunos protec-cionistas, otros librecambistas) aumentaron la importancia de los nuevos centros nacionalespara la toma de decisiones. La imperiosa coordinacin que de ellos emanaba lleg a serdecisiva para el mantenimiento de un precario orden poltico. La economa no funcionabapor s sola como en los pases ms integrados del bloque capitalista. En el Sur, el estadoera, lo quisiera o no, intervencionista, aunque no en un sentido verdaderamente moderno.Por consiguiente, en opinin de las gentes, las capitales encarnaban ciertos rasgos nega-

    26 He tomado esta expresin del conceopto de polity dominated society tal como aparece en I. Sunar e S. Sayari (1982) p.15.27S. Giner (1984-A) para un anlisis de estas tendencias en el caso espaol.

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    tivos: eran distantes, temibles y culpables de muchos de los males nacionales28. Al mismotiempo, eran tambin poderosos polos de atraccin: generaban empleo, poder y prospe-ridad. La relativa autonoma de la que gozaban los nuevos estados frente a las estructuraseconmicas de las sociedades que controlaban se reflej en lejana de sus capitales conrespecto a su mundo circundante. La extraordinaria acumulacin en ellas de personal po-ltico y administrativo, civil y militar, fue expresin, tambin, de esta anomala. En Atenas,

    Roma, Madrid, Lisboa y, ms tarde, Ankara, se produjo en este perodo una fuerte inflacinburocrtica29. Con relacin al volumen total de poblacin, y en comparacin con otrassociedades europeas, la hipertrofia estatal y administrativa no pareca excesiva. S lo era,en cambio, con relacin a lo reducido de aquellos sectores que en cada pas constituan elcomponente social realmente moderno. En algunos casos tal componente sola concentrarseen enclaves burgueses (a veces progresistas), lejos de la capital poltica, agravando conello las tensiones y desequilibrios interregionales.

    (c) Polaridades metropolitanas y desarrollo nacional y estatal.El crecimientode los emporios comerciales e industriales, lejos de la capital poltica, ilustra el divorcio queexista entre sociedad poltica y civil en algunos pases de la Europa meridional. Podemos in-cluso decir, con la debida precaucin, que en algunos pases del Mediterrneo tuvo lugar laproverbial leyenda de las dos ciudades (ta le of two c i t ies), que reproduca esta importante

    dicotoma. Hasta pocas muy recientes (y, en menor grado, todava hoy) muchos observa-dores consideraban a Espaa e Italia como pases bicfalos, cada uno con dos metrpolis.Miln y Barcelona, Roma y Madrid, vinieron a ser ejemplos paradigmticos de industriay sociedad burguesa por un lado, y poder poltico y administrativo por otro. La cultura yactitud de las dos ciudades burguesas se basaba en el florecimiento de sus sociedadesciviles, en el culto a la iniciativa privada, la competencia, el progreso y la confianza en simismos, sin necesidad de otro apoyo estatal que, en algunos casos, el proteccionismo. Encambio, en las capitales polticas la mentalidad de las clases privilegiadas las arrastrabaal acaparamiento del aparato del estado y al fomento del estatalismo (tatisme) y el para-sitismo burocrtico, con su correspondiente incomprensin frente a una interpretacin msindividualista de la vida, que era la que prevaleca en las capitales fabriles y burguesas.La dicotoma urbana, metropolitana, que, con relativa pero notable nitidez, fue desarrolln-

    dose en Italia y Espaa durante la mayor parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX30podra fcilmente hacerse extensible a Turqua, con la polaridad representada por Estambuly Ankara, y, aunque en menor grado, a Portugal, donde Oporto y Lisboa responderan aella aunque de una manera ms vaga. Con respecto a sto, a pesar de la importancia deSalnica, las caractersticas macroceflicas de Atenas hacen que las comparaciones sean

    28Para la nocin de culpa con respecto a la capital espaola, J. Salcedo (1977).29Para la inflacin burocrrtica en el nuevo estado griego, N . Mouzelis (1978) pp. 14-32 y 134-149.30Que la dicotoma es relativa se ve en seguida al considerar la vecina de Miln, Turn, y Gnova no pueden excluirse del casoitaliano, mientras que Barcelona es un caso imperfecto ya que no consigui desarrollar un poderoso sistema finaciero y bancario(R. Ferras, 1977 y S. Giner, 1984-B), lo cual ocurri en Bilbao. El hecho de que Barcelona y Bilbao poseen (junto a Valencia) bolsasde valores, ilustra la fragmentacin del poder econmico espaol en las fases cruciales de la modernizacin.

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    ms difciles y acaso rebuscadas31, aunque es significativo que la ciudad macedonia recibacortsmente el nombre de segunda u otra capital helena. En todo caso, en ciertos pasesdel sur, la bipolaridad de las capitales no parece haber sido un fenmeno de un valor pura-mente metafrico: las histricas rivalidades y tensiones existentes entre Madrid y Barcelona,Roma y Miln, han sido demasiado serias como para desechar a la ligera este interesantetema dentro de la relacin entre esfera poltica y metrpolis en la historia moderna del

    Mediterrneo32

    .

    El destino de cada uno de los focos metropolitanos de cada pas ha variado considerable-mente de un pas a otro. La comparacin entre Turn, capital del reino de Savoya, y Barcelo-na, capital de Catalua sirve para poner de relieve de manera patente estas diferencias. Lassociedades catalana y piamontesa, en contraste con un trasfondo social, cultural y poltico-ya sea hispano o italiano- histricamente ms atrasado, se nos presentan como regioneshistricamente capaces de haber entrado a formar parte del mundo moderno, de llevar acabo las revoluciones capitalista e industrial, y de desarrollar -y no tan slo adoptar- lasideas del liberalismo, el socialismo, el anarquismo, el constitucionalismo y el racionalismoal unsono con el resto de la Europa occidental. Precisamente por ello hay que concluir quesus sociedades respectivas, si bien eran en un principio perifricas a las culturas centrales delos estados a los cuales pertenecen en la actualidad, aunque eran asimismo centrales para

    ellos por cuanto se convirtieron en poderosas regiones industriales y esencialmente urbanas,de cuya prosperidad dependa en gran medida toda la economa nacional.

    Las diferencias entre el Piamonte y Catalua, a pesar de ser considerables, no distorsionanla situacin sino que, por el contrario, son extremadamente ilustrativas. En algunos casosse trata tan slo de una diferencia de nivel: Catalua no es slo una regin, sino tambinuna nacin, as reconocida en la Constitucin espaola de 1978; el Piamonte, a pesar desu fuerte personalidad lingstica y cultural dentro de Italia, est voluntaria y expresamentedefinido como una regin. El idioma cataln es claramente una lengua romance, al igualque el francs, el italiano o el rumano. Puede que el capitalismo cataln, y de hecho la mo-dernidad de la estructura social de Catalua, sea ms antiguo o histricamente precoz queel del Piamonte pero, con todo, el capitalismo e industrialismo piamonteses alcanzaron altos

    niveles de internacionalizacin y modernizacin a los cuales Catalua lleg tan slo de unmodo incompleto. Mientras que ambas son en la actualidad importantes regiones industria-les, el desarrollo cataln parece haber ido rezagado con respecto a los logros obtenidospor el Piamonte y la Lombarda. Polticamente, los marginales y perifricos turineses despla-zaron sus ambiciones polticas del mundo transalpino a la pennsula italiana, convirtindosecon ello en los principales artfices de una Italia unida como nacin.

    31L.Leontidou (1990).32Sobre las deventajas histricas de que existan demasiodos polos urbanos, F. Braudel (1975) p. 351.

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    Los barceloneses, por su parte, atrincherados durante largo tiempo en su Principado, de-fendieron celosamente su relativa independencia dentro de la corona espaola y su imperio,teniendo que luchar a veces contra ellos por pura supervivencia. No tenan ningn mundoque unificar: todo el peso de la realidad de la Monarqua Hispana -torpe y arcaica y cas-tellanizadaera su importante realidad poltica. Mientras los piamonteses conquistaban yconstruan el estado italiano, los catalanes tuvieron que amoldarse al preexistente estado

    espaol y sobrevivir como comunidad nacional. Por lo que se refiere a esto, el hecho de quelas expresiones catalanismoy piamontesismotengan significados diametralmente opuestoses sumamente revelador. Catalanismo quiere decir, claro est, nacionalismo cataln, e in-cluso puede significar a veces separatismo e independentismo. Como ya he sealado an-teriormente, piamontesismo es un trmino que fue ampliamente utilizado durante los aosposteriores a la creacin del reino de Italia, despus de 1861, para denotar la tendenciaa construir el nuevo estado con arreglo a los criterios del estado sardo. Dicha expresin re-flejaba tambin el resentimiento de lombardos, toscanos y, especialmente, sureos contra latemprana penetracin piamontesa en la administracin del estado y el ejrcito. En el estadoespaol jams se dio una penetracin catalana de ese tipo: su representacin insuficienteen los cargos polticos y administrativos -al menos hasta el advenimiento de la democraciaen 1976- fue siempre la norma.

    IV. LA URBANIZACION MERIDIONAL DEL PROGRESOEs difcil no entender las tres dcadas que presenciaron el auge del fascismo, la dictadura,la guerra civil espaola, la segunda guerra mundial y la guerra civil griega como verdaderalnea divisoria en la historia de la Europa mediterrnea. Estos acontecimientos concatena-dos influyeron en la vida y la evolucin del mundo urbano, alterando sus relaciones con lascircunstancias polticas y econmicas en que se movan. Tal influencia no fue, sin embargo,tan radical como en un principio pudiera parecer. Algunos ritmos y tendencias en la ur-banizacin, el xodo rural, la secularizacin, el transporte y otros fenmenos relacionadoscon la ciudad, que se dieron en aquella poca, tuvieron su origen en perodos anteriores.Si trazamos una grfica de dichos fenmenos veramos que a menudo siguen pautas pre-viamente establecidas, aunque los sucesos y trastornos de la poca o bien los aceleraron

    o bien, en algunos casos notables, impidieron su desarrollo durante un espacio de tiempo.Un anlisis de tendencias presentes y futuras debe juzgar las implicaciones de los ritmosde esos procesos, incluyendo aquellos que se hayan desatado de repente, habiendo sidoantes demorados por medios polticos y de otro gnero.

    (a) Los urbanizadores tardos. Algunos pases de la Europa meridional no tan slohan sido de industrializacin tarda sino que tambin han sido urbanizadores tardos. Haycasos extremos como, por ejemplo, Lisboa, que a mediados del siglo XIX tena menos de200.000 habitantes; y Oporto, que tan slo tena algo ms de 85.000. Para 1970 ambasciudades contaban con una poblacin de 782.266 y 310.437 habitantes respectivamente,

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    aunque la magnitud de sus respectivas reas metropolitanas era mucho mayor: 1.596.406y 837.610.

    El censo de 1981 indicaba que, en Portugal, el predominio de las dos reas metropolita-nas se haba fortalecido, sin que ninguna otra ciudad o poblacin, cualquiera que fuerasu importancia (Coimbra, Braga, Setbal, sta ltima prcticamente dentro del conjunto

    urbano lisboeta) pudiera competir con las dos nicas grandes c iudades 33

    . En otros pasesmeridionales, en cambio, haba ciudades secundarias, nuevas y viejas, que estaban yaponiendo a prueba el predominio urbano de la metrpolis reconocida como tal. No obs-tante, es probable que en Portugal se presenciara un proceso que ya haba cumplido sucurso en otras partes, especialmente en aquellos pases que no fueron industrializadores tantardos como el lusitano.

    Hubo otros pases meridionales que no siguieron el mismo ejemplo. Aunque por largo tiem-po el crecimiento de la poblacin rural mantuvo el porcentaje entre habitantes de la ciudady del campo en una proporcin preindustrial (a pesar de la emigracin masiva), las grandesciudades pronto empezaron a crecer con mayor ritmo. Mientras tanto circunstancias polti-cas y de otra suerte, a las que ya me he referido, produjeron a la sazn urbanizacin sinindustrializacin en lugares como Atenas y Madrid. En estos casos el xodo rural gener un

    proletariado urbano al que no corresponda un desarrollo industrial parejo.(Este, no obstan-te, vino luego). El temprano crecimiento comercial e industrial pronto hizo que Miln, Bar-celona, Marsella, Gnova, Bilbao, el Pireo, Setbal, Salnica y otras ciudades crecieran sinorden ni concierto. Npoles y Estambul, por su parte, heredaron sus inmensas poblacionesdel pasado, si bien a veces sus estructuras sociales no correspondan exactamente a las deuna ciudad verdaderamente moderna. As Npoles, la ciudad ms grande de Italia hasta elfinal del siglo XIX, podra muy bien describirse como si de un pueblo gigantesco se tratara34,especialmente despus de haber dejado de ser corte real y capital estatal. La metfora deMadrid como poblachn manchego obedece a algo parecido35.

    Ya he hecho hincapi en la importancia que la poca preindustrial tuvo en la configuracinactual del paisaje y entramado urbanos. La explosin urbana llegada tardamente al Sur tras

    1850 increment y modific ese entramado histrico subyacente, sobreimponindose de di-versas maneras a la slida estructura desarrollada por proceso de urbanizacin europeo des-de el siglo XVI a finales del XVII36. Dicha explosin dej algunas antiguas ciudades medievalesprcticamente intactas (vora, vila), pasando de largo, y por lo tanto hoy sin centro histrico,porque todas ellas son monumentales. Mientras tanto, los barrios antiguos de casi todas lasdems fueron pronto absorbidos por ciudades nuevas y mucho ms grandes.

    33 Para la inflacin burocrrtica en el nuevo estado griego, N . Mouzelis (1978) pp. 14-32 y 134-149.34P.A. Allum (1973) p. 20.35S Giner Madrid El Pas (1).36H. Capel (1981) p. 9; J. de Vries (1984).

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    Las ulteriores oleadas urbanizadoras posteriores a 1945 extremadamente intensas- crearonun hbitat urbano completamente nuevo cuyas proporciones sobrepasan con mucho las delos ncleos de las antiguas ciudades. Estos ltimos son a menudo visualmente, claro est, lomejor de cada ciudad y su principal foco de atencin, de modo que el perfil popular de sta-su duomo, castillo, ayuntamiento, casbaho barrio gtico- puede todava ser proyectadopor la ideologa urbana predominante de manera que transmita el espritu de la ciudad y

    afirme su singularidad. Los bloques impersonales de viviendas o factoras que la rodean pormuchas leguas sin interrupcin ni distincin alguna son as adheridos al centro simblico porarte de tal incorporacin cvicoideolgica al perfil de cada una de esas ciudades, dotadasde trascendencia a travs de sus monumentos histricos. Por lo general hay pocas tentativaspara que la carga simblica y emocional que se halla en los centros histricos se hagaextensible a las barriadas ms deprimidas que circundan las urbes y ciudades. No siemprequienes se hallan al margen de la sociedad, como suele ocurrir con el Lumpenproletar iat ,o hasta con los componentes ms populares de la ciudad, son objeto de integracin ide-olgica por parte de los privilegiados. Las excepciones son notables: las Olimpiadas deBarcelona, en 1992, por ejemplo, generaron una sustancial revalorizacin de la periferia,no falta de ligamen con la administracin socialista de la ciudad, revalorizacin en laque entr un esfuerzo por monumentalizar esa periferia con estadios, torres, rascacielos,parques, autovas y hasta viviendas de mayor calidad, aunque no siempre al alcance de los

    ciudadanos menos prsperos. La celebracin de un dudoso foro mundial cultural -ignoradoen el extranjero- sirvi como pretexto para repetir al poco tiempo, en 2004, otra operacinsemejante.

    Ms all del enorme y ejemplar e i xample barcelons de mediados del siglo XIX, de lamadrilea c iudad l i nea l o incluso de los fascistas sventramentide Roma y otras ciudadesitalianas, se extendi, tras 1945, la urbanizacin y suburbanizacin galopante del reamediterrnea que situara el tema de la vida urbana, en su totalidad, a otro nivel discursivo.(La conurbacin malaguea hacia Torremolinos y ms all, o el contnuo Atenas-Pireo, sondos de los mltiples ejemplos posibles.)

    Con estos procesos urbanizadores (esttica y ambientalmente perversos) surgi la cuestin

    acerca de la posible, y siempre problemtica, convergencia del Sur de Europa con lascaractersticas econmicas, polticas y de clase del Norte. Empiezan ya a entrar en juegonuevos y poderosos factores en la transformacin y creacin del espacio urbano: el estado,sobre todo, pero tambin la corporacin multinacional, as como grupos de inters recinorganizados. Las sociedades mediterrneas, siempre fieles a s mismas, mezclaron esasnuevas aportaciones con las condiciones previamente existentes: las nuevas fuerzas de laposguerra, por muy poderosas que fueran, rara vez consiguieron erradicar viejas redes deintereses, o erosionarlas hasta hacerlas totalmente irreconocibles. A la luz de esta obser-vacin general pueden establecerse unas cuantas proposiciones ms acerca de la relacinespecfica que existe entre lo antiguo y lo nuevo en la regin meridional.

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    (b) Aparicin del rea metropolitana. La nueva rea metropolitana o regin fueel primer terreno en el que se encontraron las antiguas y nuevas fuerzas, ya enzarzadas enuna larga pugna, ya conviviendo en simbiosis. Como en otras partes, en el sur las regio-nes metropolitanas surgieron a partir de la formacin de constelaciones de poblaciones yciudades interdependientes situadas alrededor de un ncleo urbano ms grande. Miln yBarcelona son casos paradigmticos, pero no lo es menos la recin mentada Mlaga o Sa-

    lnica37

    . Dadas las circunstancias histricas de la zona, dichas regiones experimentaron undesarrollo tardo. Su aparicin vino precedida por un crecimiento urbano extremadamenterpido en cada pas que ocasion a veces el surgimiento de importantes nuevas capitalesprovinciales o regionales. En el Mediterrneo, esta forma de transicin (precedente a la for-macin de las reas metropolitanas) queda ilustrada de manera representativa a travs delcaso de Turqua, el cual resulta tambin significativo porque comprende una metrpolis quees an mucho ms grande que la capital poltica as como la aparicin de un nuevo centroen la liga de sus grandes ciudades:

    Crecimiento de la poblacin en las cuatro ciudades ms grandes de Turqua, 1959-196538

    1950 1955 1965Estambul 983.041 1.268.771 1.742.771Ankara 288.536 451.241 905.660

    Izmir 227.578 296.559 411.626Adana 76.642 168.628 289.919

    Una tasa de crecimiento como sta es la que condujo a la formacin de regiones urbanaso megalpolis, an cuando stas tan slo pueden surgir cuando se hallan presentes ciertascaractersticas cualitativas. Lo que contribuye a crear una verdadera megalpolis es, sobretodo, una constelacin bien trabada de ciudades con sociedades civiles desarrolladas msgrupos de intereses organizados ms un nivel avanzado de tecnologa ms una culturasecular o laica. Segn tales criterios -que excluiran megalpolis desordenadas tales comoCiudad de Mxico desde fines del siglo XX o hasta la vieja Npoles, a cuya condicin depueblo gigantesco ya hice alusin- en la Europa occidental haba diecisiete regiones deeste tipo, o megalpolis, en los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial:

    Zonas europeas de crecimiento megalopolitano 1950-1970 (tasa>32)

    Tasas de crecimiento 1. Madrid 99,13 2. Litoral Vasco (espaol) 75,85 3. Turn 65,90 4. Lorena 63,69

    37Para el caso de Barcelona, S. Giner (2003).38H. Capel (1981) p. 9; J. de Vries (1984).

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    5. Miln 57,39 6. Roma 56,79 7. Barcelona 52,49 8. Provenza-Costa Azul 52,14 9. Londres Norte 49,90 10. Lin-Grenoble 44,18

    11. Randstadt Este (Alemania, Blgica, Holanda) 41,66 12. Ginebra-Lausana-Annecy 40.59 13. Pars 39,25 14. Alto Rn 38,90 15. Mnich 38,27 16. Estocolmo 35,03 17. Valencia 32,29

    Del total de las 17 regiones megalopolitanas de la Europa occidental que se indican en lalista39cerca de la mitad (ocho) se hallan en el Mediterrneo, mientras que toda la mitadsuperior (a excepcin de Lorena) se encuentra en esa zona durante los dos decenios encuestin. En el caso de Madrid, tuvo lugar un crecimiento verdaderamente excepcional, deun nivel tal vez sin precedentes en Europa y que slo es comparable a casos anteriores como

    Chicago y algunas otras ciudades americanas de Texas. El paso hacia el Mediterrneo delgran crecimiento urbano es muy elocuente en Francia, dada su situacin geogrfica, conuna parte integrada en la Europa del Noroeste: el siglo XX presencia all el protagonismodel crecimiento sureo: mientras que Pars crece un 3,5 % entre 1930 y 1960, Marsella lohace un 66,5% y Toulouse un 27,5%40. Durante los aos posteriores a 1970, en las nue-vas megalpolis del sur continu aumentando la poblacin, aunque finalmente su tasa decrecimiento empez a disminuir, a menudo de manera dramtica. Pronto las periferias delas reas metropolitanas empezaron a crecer al doble de velocidad que los centros: sonellas las que recientemente han dado cuenta de todos los aumentos netos de poblacin yespacios construidos41.

    Lo interesante desde nuestro punto de vista y ste es otro rasgo caractersticamente medite-

    rrneo, es que el crecimiento tiende a no darse en lugares nuevos o sin historia, a excep-cin quiz de las capitales polticas que en otro tiempo fueron fundadas por decreto. Turn,Roma, Barcelona, Toulouse, Marsella, Bilbao eran todo menos nuevas. La ltima en entrar aformar parte de este grupo, Valencia, es tambin una ciudad con un pasado muy considera-ble. Significa todo eso que debido a que sus lites parecen no perder nunca el control deredes de poder ms amplias las ciudades antiguas de la regin cumplen con mayor xitoque otras ciudades de la sociedad occidental la tarea de no permitir que el crecimiento se

    39P. Hall y D. Hay (1980) p. 155.40M. Romanos (1979) p. 7.41P. Hall y D. Hay (1980) p. 227.

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    les vaya de las manos? Si ello fuera as, cmo se explican entonces las diversas ciudadescadas de la zona? Ms an, la continua vitalidad de muchas de la viejas ciudades y lareciente resurreccin de muchas otras, aparentemente inactivas, no ponen acaso en tela dejuicio la teora expuesta alguna vez acerca de que todas las ciudades mediterrneas estnpredestinadas a alzarse, decaer, e incluso morir?. Este punto de vista42, no revela acasouna extrapolacin pesimista por parte de la sociologa urbana contempornea de pautas de

    evolucin acontecidas en el pasado y que ya no tienen validez?

    (c) La despolarizacin urbana de la Europa meridional. La expansin de la in-dustrializacin, el capitalismo y el territorialismo poltico produjo una distorsin de los siste-mas urbanos de la regin. Como hemos visto, los pases con una capital econmica y otrapoltica se tornaron bicfalos, aunque algunos (Portugal y Grecia) se inclinaron tambinhacia la macrocefalia. Los acontecimientos posteriores a 1945 (migraciones, mayor concen-tracin de riqueza y poder en las capitales) aumentaron la polarizacin urbana. Adems,la profunda distorsin de los sistemas urbanos de la Europa meridional se hizo inseparablede las asimetras fundamentales entre Norte y Sur (Italia), Este y Oeste (Turqua), centro yperiferia (Espaa) que hacan que los pases de la zona acusaran un marcado desequilibriodesde el punto de vista del desarrollo regional y la distribucin de bienes y recursos43.

    No todo se acab con el desarrollo de las regiones metropolitanas. A tal desarrollo le siguiel crecimiento de zonas megalopolitanas, al menos en aquellos pases que registraron tasasde urbanizacin relativamente altas como, por ejemplo, Espaa, con una tasa del 74%en 1980. (Portugal, con una tasa de slo el 31% se encontraba todava en una etapa deformacin metropolitana. En Italia, la tasa de 1980 fue del 69%; en Grecia, del 62%;en Turqua, del 47%; la de Yugoslavia, del 42%)44. A su vez, hacia finales de los aos 70,la etapa megalopolitana, a base de infundir nueva vida en el crculo de ciudades de cadaregin, estaba empezando a cambiar la situacin general. Asimismo, hacia esas fechas, sedio un fenmeno inesperado: la revitalizacin de las viejas ciudades provinciales en deca-dencia. Se reaviv un antiguo modelo tpicamente europeo: la ciudad de paso entre doscapitales alejadas y la pequea ciudad industrial con un mercado de mediana importancia.La red de autopistas que se extiende de un extremo a otro en Italia y Espaa y las muy per-

    feccionadas carreteras de todas partes, junto con los adelantos conseguidos en todas lasramas de los transportes y las comunicaciones, al hacer que provincias fcilmente accesiblesresultaran menos sospechosas para las fuerzas centralistas, pronto comenzaron a favorecerla descentralizacin.El caso de Zaragoza, equidistante entre Bilbao, Barcelona y Madrid, esparadigmtico, aunque la conexin por autova con esta ltima ciudad no se realiz hasta1992. La potenciacin de otras ciudades intermedias, como Ciudad Real y Crdoba conla llegada (tambin en 1992) de ferrocarriles veloces es otro ejemplo del posible inicio de

    42F. Ferrarotti, Intervento en IRER (1982) pp. 274-276.43J. Gaspar (1983) p. 2.44Estas son cifras slo indicativas, ya que los criterios para las tasas de urbanizacin varan. Cf. ibidem pp. 2-3.

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    la ruptura de la lgica megalopolitana.

    La disminucin de las distancias ha permitido, contra lo que pudiera pensarse, la reafir-macin de algunos localismos. Perpin (y toda Cartalua Norte) han podido en ciertamedida reencontrar Barcelona, mientras que los catalanes al sur de los Pirineos accedanmasivamente anticipndose a la abolicin aduanera de 1993) a los productos ms baratos

    de los mercados franceses, amn del redescubrimiento cultural realizado. El regionalismopoltico y las tendencias al autogobierno (con la manifiesta excepcin del caso de Turqua,a causa de la crispacin antikurda y la tradicin centralista kemalista) han desempeadoun cierto papel en la aparicin del neolocalismo. No es ste el momento de analizar lasconsecuencias que tal neolocalismo entraa ni de examinar sus relaciones con los nuevosmodelos polticos que van configurndose en la zona: la propia novedad del fenmeno losita fuera de los intereses especficos de estas observaciones. Sin embargo, ste es un con-texto adecuado para recordar que tanto las tradiciones como los emplazamientos histricosy las identificaciones tnicas juegan un rol crucial y legitimador en el vigoroso auge contem-porneo de la ciudad de dimensiones intermedias, la gran capital regional o provincial y,evidentemente, en la determinacin del escenario y el lugar del conflicto de clases y de lasbatallas polticas del nuevo universo corporativista y neolocalista, en cuanto que ste se vaconfigurando conforme a unos lmites regionales, antes que nacionales, o de mbito estatal

    o supraestatal. (Los xitos electorales de las Ligas norteas italianas -la lombarda, la vnetay otras- en torno a 1992, participaban plenamente de ese neolocalismo y giraban alrededorde ciudades, aunque se debieran tambin a otros factores). Florencia, Valencia, Valladolid,Oporto, Salnica, Venecia, Bari, Sevilla, podrn diferir muchsimo entre s, pero en cuantoa su reafirmacin como centros que exigen autonoma (una cierta neocapitalidad) se lespuede intuir una estrategia y objetivo comunes. Lo que resulta interesante es que a menudodicha reafirmacin se manifiesta a travs de una alianza entre la ciudad y la regin a la questa pertenece, como parte de la extendida repolitizacin regionalista, nacionalista o tnicaque hoy en da viene advirtindose en muchos pases europeos y, de manera muy patente,en la regin mediterrnea45. La afirmacin poltica de las ciudades (junto con sus respectivasregiones) se realiza a travs de parlamentos locales, autoridades regionales, autonomafiscal, y exigencias de estudios universitarios y centros de comunicaciones. Suele ir acom-

    paada de una descentralizacin de la cultura. El desarrollo seguido por las universidades,nuevas y antiguas, la prensa y televisin regionales son ejemplos de tal descentralizacin. Elreciente acceso de esas regiones a la industria y las finanzas y, en algunos casos, como enel Pas Vasco y Catalua, la creacin de un cuerpo de polica local autonmico, ilustran msampliamente esas tendencias, que en el decenio de 1990, ya no son tan incipientes.

    La despolarizacin de las antiguas diferencias que el industrialismo y el capitalismo, ms

    45C. Trigilia (1980) ha presentado el neolocalismo como alternativa al neocorporatismo. Tal vez sean ms compatibles de lo quea primera vista parece.

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    que atenuar, agravaron en su momento, no se ha reducido al importante desarrollo de larevitalizacin de las capitales de dimensiones intermedias. sta est presente en la propiatransformacin de la situacin con respecto a la metfora de la historia de dos ciudadesempleada anteriormente. Aunque en algunos aspectos, incluso de la misma Roma podemosdecir, por ejemplo, que fue marginada y se la releg a una situacin ms perifrica den-tro de Italia46por un perodo de tiempo -al menos hasta alrededor de 1970- ms tarde las

    cosas han cambiado. As pues, desde hace ya algn tiempo no cabe la posibilidad de decirque Roma es el nico centro de poder poltico mientras que Miln (con sus considerablesvecinos Turn y Gnova) la nica capital industrial y financiera47. La esfera poltica y laeconoma han ido instalndose, por as decirlo, la una en los otrora dominios urbanos dela otra. Tambin en otros lugares la esfera poltica y la economa han ampliado sus reasde dominio. Tal vez lo que mayor asombro y fascinacin ejerce sobre todo el mundo sea elhecho de que Italia est empezando a ser de nuevo lo que proverbialmente fue antao, i lpaese del le cento citt.

    A la luz de estas y otras transformaciones -como la del desarrollo en el sur del mundo neoin-dustrial e hipermoderno- parece como si tuviramos que considerar casi todos los procesosevolutivos de la regin como eminentemente transitorios. A menudo se ha dicho que en al-gunos pases meridionales la situacin actual refleja lo ocurrido con bastante anterioridad al

    norte de los Alpes y los Pirineos. Quiz sea ms acertado decir que lo que est ocurriendohoy en algunos pases mediterrneos haba ocurrido antes en otros, pero que, adems, hayfenmenos nuevos, que tienen lugar por igual en el norte y el sur: inmigracin extraeuropea,terciarizacin de la economa, desarrollo de las neotecnologas y las comunicaciones. Lascantidades enormes de colonos y ocupantes ilegales de casas que, en pocas recientes,invadieron Atenas y Estambul parecan estar repitiendo un fenmeno ocurrido anteriormenteen el Miln de postguerra, antes de que dicha ciudad emprendiera, con gran xito, suprograma de suministro de viviendas. El nuevo proceso de suburbanizacin y de colo-nizacin de ciertas periferias urbanas por parte de la clase media (Venecia) sigue los pasosde acontecimientos similares en otros lugares. A medida que las zonas rurales y aquellasalejadas de los centros urbanos van perdiendo su base econmica, se las convierten enbarrios residenciales de un nuevo sistema metropolitano ms extenso48. Lo que en otros

    tiempos fueran municipios rurales o industriales situados en las afueras de la ciudad sonde este modo transformados: su recin adquirida morfologa urbana se convierte en algosumamente complejo que combina elementos del antiguo pueblo, la poblacin perifricadel