Sapienciales 2008. La Angustia (John Edison Alonso)

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“La Angustia” Sapienciales 2008 Seminario Mayor de San José John Edison Alonso Pulido Segundo de Filosofía Ensayo sobre un Tema de los Sapienciales 05 de Noviembre de 2008 LA ANGUSTIA, EN LOS LÍMITES DE LA EXISTENCIA, COMO NECESIDAD PROFUNDA DE DIOS Invócame en los días de angustia, te libraré y tú me darás gloria. Sal 50, 15 En el transcurso cotidiano de nuestra vida, nos vemos avocados a vivir situaciones de angustia, producidas por realidades que nos tocan y nos conmueven en lo más profundo de nuestra vida; son situaciones límite como la enfermedad, el peligro, la amenaza de algo que puede perjudicarnos, el posible riesgo de alguno de nuestros familiares y amigos, la soledad, la muerte… Decimos simple y duramente: “¡estoy angustiado por!, ¡no quiero vivir más esta angustia!” Son situaciones que ciertamente nadie querría vivir, que nos sacan de la tranquilidad y pasividad a las que nos habituamos en la cotidianidad y el transcurso del tiempo. Sin embargo, con poca frecuencia nos hemos detenido a pensar qué es eso de la angustia, de dónde nos viene, cuáles son sus efectos; y pocas veces le podemos dar una respuesta –si no es acertada– que al menos nos tranquilice. Simplemente la vivimos y esperamos (como los autores de los sapienciales), que algún día pase tal angustia y por tanto la terrible situación que la produce. Este fue el motivo por el cual escogí este tema: quiero saber qué nos dicen los libros sapienciales respecto de la angustia, 1

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“La Angustia” Sapienciales 2008

Seminario Mayor de San JoséJohn Edison Alonso PulidoSegundo de FilosofíaEnsayo sobre un Tema de los Sapienciales05 de Noviembre de 2008

LA ANGUSTIA, EN LOS LÍMITES DE LA EXISTENCIA, COMO NECESIDAD PROFUNDA DE DIOS

Invócame en los días de angustia, te libraré y tú me darás gloria.

Sal 50, 15

En el transcurso cotidiano de nuestra vida, nos vemos avocados a vivir situaciones de angustia, producidas por realidades que nos tocan y nos conmueven en lo más profundo de nuestra vida; son situaciones límite como la enfermedad, el peligro, la amenaza de algo que puede perjudicarnos, el posible riesgo de alguno de nuestros familiares y amigos, la soledad, la muerte… Decimos simple y duramente: “¡estoy angustiado por!, ¡no quiero vivir más esta angustia!” Son situaciones que ciertamente nadie querría vivir, que nos sacan de la tranquilidad y pasividad a las que nos habituamos en la cotidianidad y el transcurso del tiempo. Sin embargo, con poca frecuencia nos hemos detenido a pensar qué es eso de la angustia, de dónde nos viene, cuáles son sus efectos; y pocas veces le podemos dar una respuesta –si no es acertada– que al menos nos tranquilice. Simplemente la vivimos y esperamos (como los autores de los sapienciales), que algún día pase tal angustia y por tanto la terrible situación que la produce.

Este fue el motivo por el cual escogí este tema: quiero saber qué nos dicen los libros sapienciales respecto de la angustia, cómo debemos asumir esta experiencia y qué papel (que en realidad es magnífico y necesario) juega Dios en nuestras más oscuras situaciones de angustia.

La palabra angustia aparece treinta y dos veces en los libros sapienciales (32). En los salmos, el lugar donde más aparece, se encuentra veintitrés (23) veces; en Job se encuentra siete (7) veces; y en Proverbios dos (2) veces. En los libros Qohelet, Sirácida, Sabiduría y Cantar de los Cantares no aparece la palabra como tal, aunque sí aparecen algunos sinónimos como desesperación, desgracia, aflicción, etc.

La palabra “angustia” aparece por primera vez en la biblia en el capítulo 32 del Génesis en el pasaje en el que la vida de Jacob corría peligro, pues se aproximaba su hermano Esaú con cuatrocientos hombres para asesinarlo. “Jacob se asustó mucho y se llenó de angustia […] Líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque lo temo”. (Gn 32, 8– 14).

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En este pasaje, el uso de la palabra “angustia” es realmente iluminador, pues muestra de una manera muy precisa el sentido de la angustia y la manera como el hombre la experimenta. Aquí Esaú juega el papel del mal que se acerca pero que Jacob ya está viviendo y frente al cual no puede hacer otra cosa sino recurrir a Dios. En efecto, si se mira detalladamente el pasaje en su totalidad, Jacob duda de que ni siquiera sus riquezas logren conmover el duro corazón de su hermano Esaú. Es por eso importante mostrar que la angustia es una situación existencial que toca las fibras más íntimas de la persona. No es la angustia el mal, pero es el producto de éste. Ya no es miedo, porque el miedo es el sentimiento previo a la vivencia de algo que se aproxima amenazadoramente; el mal ya se ha experimentado, por eso es angustia la situación que se vive, en este caso Jacob vive una situación amenazadora que compromete lo más suyo que no son sus posesiones, sino su vida propia. Con esto se puede decir que la angustia es el producto de una situación existencial adversa que viene como efecto del mal vivido en la actualidad o presente de la persona: “Socorro en la angustia, siempre a punto” (Sal 46, 2). No es necesariamente el mal en su forma de pecado, sino es un mal existencial que involucra todas las formas posibles de mal que puedan dañar la existencia. Así la angustia nos viene a nosotros como producto de una enfermedad actualmente vivida, la muerte reciente de un ser querido, la soledad que se experimenta en algunas ocasiones, etc.

“¡No te alejes de mí, que la angustia está cerca, que no hay quien me socorra!” (Sal 22, 12). La angustia es algo que nos toca a todos. No es sólo una vez sino la cantidad de veces que experimentamos situaciones adversas en nuestra propia vida, pues como ya se había dicho, es el producto de un mal y no es algo anterior a éste1. Un vivo ejemplo de la vivencia de la angustia es Job, quien al vivir esa situación tan difícil de perderlo todo y sufrir enfermedad, llevado por la angustia, comienza a maldecir el día de su nacimiento y a reprochar a Dios la injusta situación en que se encontraba (Jb 3, 3 – 26). En este sentido la angustia se equipara con la desesperación (“hablaré llevado por la angustia” (Jb 7, 11)) y la ansiedad que terminan en la aflicción del angustiado; de hecho irrumpe en la vida de la persona con fuerza y violencia: “Cuando os llegue, como huracán el terror, cuando os sobrevenga la desgracia como torbellino, cuando os alcancen la angustia y la aflicción”. La angustia viene entonces compuesta por esos sentimientos de desolación, desánimo, sin sentido, sin sabor y aflicción que provoca una dura experiencia vital que conmueve lo más profundo del ser de la persona.

Si la angustia no es un sentimiento anterior, sino que viene a la par con la desgracia, entonces tiene la particularidad que se puede prever e incluso anticipar, suscitando en la persona una reacción “esquivadora” (miedosa) que busca protección frente a una situación 1 Es esta una primera importante iluminación que nos hacen los sapienciales para nuestro sentido común acerca de lo que creemos que es la “angustia”; de la cual pensamos que es anterior a cualquier mal, pero que en realidad viene en el mismo momento de tal mal. Lo que se siente antes del mal que se aproxima como amenazador y muchas veces desconocido es “miedo” o pavor. Cuando llega este mal ya no es miedo el sentimiento que nos embarga, sino “angustia”, desánimo, aflicción.

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que no se conoce, pero que se sabe que vendrá pues acompaña la vida del hombre. Sin embargo, para aquel que está junto al Señor, aquel que lo ama y confía en él, le será más llevadero este encuentro con la angustia, pues Dios mismo saldrá en su auxilio; así nos lo muestran algunos pasajes de los sapienciales: hablando del que ama al Señor, “Llegada la hora de la angustia, y aunque las aguas caudalosas se desborden, jamás le alcanzarán” (Sal 32, 6); “La salvación del honrado viene de Yahvé, él es su refugio en tiempo de angustia” (Sal 37, 39); “No ocultes de mí tu rostro el día de la angustia” (Sal 102, 3); “Aunque me alcancen angustia y opresión, tus mandamientos hacen mis delicias” (Sal 119, 143).

La angustia es entonces el “tiempo de” sufrimiento, y con tiempo me refiero a situaciones concretas de las cuales, quien las ha vivido puede dar testimonio, es decir: puede “narrarlas”, hace historia con ellas; ya sea para comunicar, ya sea para enseñar, o en su sentido más positivo, para interpretarla como historia de salvación evocando la paz posterior que se da con la partida de la angustia y la presencia de Dios que ha acompañado incluso con más fuerza e intensidad los momentos más duros de la vida. “En mi angustia grité a Yahvé, pedí socorro a mi Dios” (Sal 18, 7); “Porque de toda angustia me has librado” (Sal 54, 9); “Has sido un baluarte para mí, un refugio el día de la angustia” (Sal 59, 17b); “En mi angustia grité a Yahvé, me respondió y me dió respiro” (Sal 118, 5); “a Yahvé en mi angustia grité y me respondió” (Sal 120, 1).

¿Qué se debe hacer frente al angustiado según la interpretación sapiencial? Es importante recordar que lo que hace la angustia con la persona es deprimirla “La angustia deprime al hombre” (Pr 12, 25a), es decir, le quita la paz, pone en duda el sentido de su vida, lo desanima y lo aflige. Frente al angustiado debe ponerse aquello que carece y que en realidad necesita: “Una palabra amable lo pone alegre” (Pr 12, 25a). El afligido necesita ser contagiado de alegría, de amabilidad. En este sentido las palabras sobran, porque la idea no es ser chistoso, sino ser presencia de alegría, amabilidad y esperanza para aquel que sufre, siendo palabra viva con el propio testimonio de vida. En fin de cuentas, lo importante es acompañar, pero una compañía fundada en la “alegría amable”.

Desde lo que nos ofrecen los sapienciales, hemos hecho a grandes rasgos la distinción de la angustia y del miedo, pues este último es un sentimiento anterior al mal que se avecina. Hemos mostrado el momento de la angustia, que es el instante mismo del mal vivido. Hemos especificado que la angustia siempre tocará a todo hombre en lo más profundo de su existencia por ser producto de cualquier clase de contrariedad que se experimenta en la vida. Hemos dicho que en los sapienciales la angustia es algo que se prevé con un sentimiento “esquivador” (que nadie querría vivir) y “temeroso”, pero que también para el que la ha vivido es algo que se “narra” como historia de salvación realizada por el mismo Dios que acompaña y libera. Hemos mostrado que lo que produce la angustia en la persona es una profunda “depresión” casi que “desesperadora”. Frente a esto hemos mencionado la manera

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en que, según la interpretación que se ha hecho de algunas citas de los sapienciales, deberíamos actuar frente a un hermano que vive en angustia; la cual, por ser una situación de depresión, más que pedir una palabra o un consejo, pide una compañía (cercanía) de esperanza y “alegría amable” con la palabra viva de la vida. Con estos elementos me puedo dar paso para abordar la parte final del ensayo en donde me parece está la enseñanza más importante que nos hacen los libros sapienciales acerca de la angustia y que muchos no hemos visto con la suficiente claridad.

Con lo dicho hasta ahora, ¿Qué es entonces la angustia para los sapienciales? La angustia para los sapienciales y por tanto lo central de este escrito el lo siguiente: La angustia es la más intensa e interior necesidad de Dios en una situación adversa de la vida. Ésta (la angustia) lleva al hombre a los límites de su existencia, allí, en lo más hondo, donde sólo encuentra a Dios como luz en medio de la oscuridad. Esta es la tesis central que me parece sostiene la concepción sapiencial sobre la angustia.

Si se mira detalladamente, la gran mayoría de las citas que hacen referencia a la angustia en los sapienciales, incluso las citas usadas durante todo este escrito, relacionan profundamente la angustia con la necesidad de Dios “Él es su refugio en tiempo de la angustia” (Sal 37, 39b); si él no está en los momentos de oscuridad (angustia) le sería casi que imposible al hombre sobrellevar esa situación y fundar su esperanza en algo o Alguien que lo llene de confianza y que le dé la certeza que esa situación de desesperación pasará. Es de esta manera que incluso en la actualidad, la mayoría de personas que viven situaciones límite tienen la necesidad y la oportunidad de vivir una profunda experiencia de fe y de confianza de Dios. En el límite de su propia experiencia se encuentran solos, a sí mismos, frente a Dios.

Los sapienciales han visto lo que nuestra sociedad actual se ha negado a ver: que Dios es la única salida total de la angustia y que la presencia de la angustia evoca la profunda necesidad que el hombre tiene de Dios hoy. La angustia viene inhabitablemente con los males y enfermedades, pero más fuerte y claro que ella es el resplandor de la presencia cálida, salvadora y protectora de Dios. Él está siempre disponible en la angustia pues nunca dejaría sola a su creatura, siempre salvando, siempre liberando “Te libra seis veces de la angustia y una séptima te evita el dolor” (Jb 5, 19). Nosotros debemos aprender a reconocer su presencia y a aceptar su ayuda dándole paso a su acción en nuestras vidas invocándolo desde lo más profundo de nuestro ser “Por eso quien te ama te suplica llegada la hora de la angustia y aunque aguas caudalosas se desborden, jamás le alcanzarán” (Sal 32, 6). Así para terminar, me gustaría evocar el pasaje que puse en el encabezado, pues dice mucho más de lo que yo he expresado con estas palabras y que a mi modo de ver es aquella llamada que hacen los sapienciales al hombre necesitado de paz que es al fin de cuentas la necesidad de Dios “Invócame en los días de angustia, te libraré y tú me darás gloria” (Sal 50, 15).

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