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Robert Schnerb, “El Siglo XIX” Historia General de las Civilizaciones Ediciones Destino, Barcelona, 1982 CAPITULO V LA REACCION ROMÁNTICA Y LA RESTAURACION EN EUROPA El espíritu romántico entre siglo y siglo ¿De cuándo data el romanticismo que encontramos inevitablemente en el umbral del siglo xix? ¿De 1777, ya que fue en este año cuando Klinger emprendió el combate contra el racionalismo con su tragedia Sturm und Drang, cuyo título define bien la impetuosidad de la nueva corriente?, o ¿quizá de 1773, año que vio la llegada de Gluck a París? Gluck, abandonando el estilo italiano y siguiendo a Rameau, se proponía subordinar la música a la poesía e introducir la naturaleza en el drama musical. En cuanto a Rameau, en Les Indes galantes anuncia a Berlioz. Y se ha podido demostrar cómo las óperas de Mozart dejan adivinar ya el gusto que había de prevalecer. Es preciso buscar inmediatamente después de la tormenta revolucionaria y napoleónica, la expresión de una inquietud, al propio tiempo que la repulsa hacia una existencia prosaica y aburguesada. También aparece esta generación como pesimista, aristocrática, impregnada de religiosidad y de nostalgia tradicionalista. Pero hereda del cosmopolitismo la atracción hacia un orden europeo. Se la ve atormentada entre un individualismo arrebatado y la exclusiva exaltación del yo, por una parte, y por el deseo de defender una jerarquía social, por otra. Después, la juventud burguesa, dejándose seducir y atraer, reacciona según sus propias preocupaciones: el espíritu llega a ser liberal y nacional. En fin, siempre bajo el impacto emocional, se deslizará hacia un ideal de fraternidad democrática, en nombre del cual serían aliviados los sufrimientos del proletario. De esta manera, el idealismo acabará por enlazar con el optimismo del siglo precedente. «Agente sordo y ciego de algún oscuro destino»: así califica Stendhal a su época. Clasicismo y romanticismo: el caso de Goethe y el de Beethoven Delécluze, en su Journal, sostiene que el romanticismo es un «caos». Sin embargo, ha irrumpido en un molde clásico y es en el seno de la tradición donde se desarrolla. David e Ingres no son casos aislados. El público que admira La apoteosis de Homero y que aplaude a Talma, otorgará su 1

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Robert Schnerb, “El Siglo XIX” Historia General de las Civilizaciones

Ediciones Destino, Barcelona, 1982

CAPITULO VLA REACCION ROMÁNTICA Y LA

RESTAURACION EN EUROPA

El espíritu romántico entre siglo y siglo¿De cuándo data el romanticismo que encontramos inevitablemente en el umbral del siglo xix? ¿De 1777, ya que fue en este año cuando Klinger emprendió el combate contra el racionalismo con su tragedia Sturm und Drang, cuyo título define bien la impetuosidad de la nueva corriente?, o ¿quizá de 1773, año que vio la llegada de Gluck a París? Gluck, abandonando el estilo italiano y siguiendo a Rameau, se proponía subordinar la música a la poesía e introducir la naturaleza en el drama musical. En cuanto a Rameau, en Les Indes galantes anuncia a Berlioz. Y se ha podido demostrar cómo las óperas de Mozart dejan adivinar ya el gusto que había de prevalecer.Es preciso buscar inmediatamente después de la tormenta revolucionaria y napoleónica, la expresión de una inquietud, al propio tiempo que la repulsa hacia una existencia prosaica y aburguesada. También aparece esta generación como pesimista, aristocrática, impregnada de religiosidad y de nostalgia tradicionalista. Pero hereda del cosmopolitismo la atracción hacia un orden europeo. Se la ve atormentada entre un individualismo arrebatado y la exclusiva exaltación del yo, por una parte, y por el deseo de defender una jerarquía social, por otra. Después, la juventud burguesa, dejándose seducir y atraer, reacciona según sus propias preocupaciones: el espíritu llega a ser liberal y nacional. En fin, siempre bajo el impacto emocional, se deslizará hacia un ideal de fraternidad democrática, en nombre del cual serían aliviados los sufrimientos del proletario. De esta manera, el idealismo acabará por enlazar con el optimismo del siglo precedente. «Agente sordo y ciego de algún oscuro destino»: así califica Stendhal a su época.

Clasicismo y romanticismo: el caso de Goethe y el de BeethovenDelécluze, en su Journal, sostiene que el romanticismo es un «caos». Sin embargo, ha irrumpido en un molde clásico y es en el seno de la tradición donde se desarrolla. David e Ingres no son casos aislados. El público que admira La apoteosis de Homero y que aplaude a Talma, otorgará su favor a Rachel1. Con todo, la idea que se forma de lo antiguo se hace menos convencional; una visión más histórica de las civilizaciones griegas y romana arrincona poco a poco la concepción ética de una humanidad eterna.Es significativo el descubrimiento de Shakespeare, saboreado ya por Voltaire, elogiado por Lessing, traducido por Schlegel y por Tieck, introducido por Karamzin en Rusia, donde hace las delicias de Puchkin. Puesto en otro tiempo en escena por Marlowe, contemporáneo de Shakespeare, el asunto del Fausto tienta a Lessing, antes de llegar a ser la inquietud de Goethe.Los avatares del Fausto indican la evolución del pensamiento de Goethe: desde el Fausto primitivo, impetuoso Prometeo del Sturm und Drang, hasta la última encarnación panteísta, pasando por el Fausto que lucha y sucumbe. Busca de la libertad, primero por la rebelión, luego por el desarrollo armónico de las facultades. Su creador se convierte en el Olímpico para dominar lo contingente Y poner de acuerdo sus convicciones con sus funciones en la corte de Weimar. Racionalista por la investigación científica, la meditación enciclopédica y el optimismo humano, Goethe exalta la libertad por la cual sus héroes se sacrifican -Goetz, Egmont, Faust- y cree en la misión del poeta; por lo demás, queda como el gran clásico de la lengua alemana por su magnífico estilo.

1 Elisa Félix, conocida por Rachel (1820-1858), célebre trágica francesa cuyo talento contribuyó a hacer triunfar en el teatro la tragedia clásica. (Nota del Traductor.)

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«Este Beethoven es un personaje indómito», decía Goethe. No faltan rasgos comunes entre los dos genios. El mismo ardor juvenil que deja sitio a una misma aspiración hacia la grandeza serena; la misma concepción de la obra de arte entendida como una redención de la obsesión amorosa, una misma búsqueda de la unidad más allá del antagonismo entre las fuerzas del Bien y del Mal; aunque aristócrata, el uno, y plebeyo, el otro, que recuerda a J. J. Rousseau por su insociabilidad, ambos son devotos de la forma clásica. Pero el verdadero clasicismo musical se sitúa alrededor de Bach y Haendel. El milagro beethoveniano reside en el hecho de que, sin modificar la estructura de los géneros, el maestro de Bonn renueva el alma de los sonidos. Por la amplitud de la orquestación, por el empleo del plano corno confidente, por lo patético de la expresión personal, abre decididamente el camino a la escuela romántica. La perfección de Mozart podía desalentar a los jóvenes; la grandeza de Beethoven, que se sacude más el yugo de la tradición, suscita la emulación renovadora.

El romántico y su sueño interiorLe gusta hacerse notar por cualquier rareza en su aspecto, sus gustos y su carácter. Su modo de vestir, admite Théophile Gautier, está «profundamente meditado». Léon Gozlan lo dibuja así: «un traje negro, abotonado desde el epigastrio hasta las carótidas maxilares, un cuello flojo»; además: «la tez pálida, escuálida y opalina ... », una tez que debe revelar la angustia de una muerte próxima. Debe vivir intensamente o desaparecer. De hecho, Byron, lord desengañado, a la vez amargo e insolente, muestra el tipo narcisista que no espera nada de los hombres antes del sacrificio altivo en Missolonghi; Sandor Petöfi caerá en el campo de batalla de Segesvar en 1849; los duelos abrevian la vida de un Puchkin a los 37 años, de un Lermontov a los 27; de un Galois a los 21; Kleist mata a su amante, y luego se pega un tiro sobre el cadáver; Gérard de Nerval se cuelga en una callejuela; el actor Nourrit se precipita por una ventana, y, si algunos como Lenau, Schumann, Poe, se hundían en la locura o el alcoholismo, otros, Novalis, Shelley, Keats, Leopardi, Schubert, Chopin, Delacroix, Abel, son arrebatados por la enfermedad, las privaciones y las decepciones. ¡Cuántos desequilibrios entre los príncipes de la época: un Carlos-Alberto, un Federico-Guillermo IV, un Luis I de Baviera, mientras que Luis Napoleón, sonámbulo, vive en su sueño y cree en su estrella!Cada uno es su propia ley y la rebelión le levanta contra las costumbres corrientes. La trivialidad del lenguaje, como «el pincel ebrio» de Delacroix o el efecto «terrible, espantoso, volcánico» que debe producir la música de Berlioz, son otros tantos medios para deslumbrar a los burgueses. Byron se subleva contra el cant,2 hipocresía del lenguaje; Puchkin hace ostentación de sus propios vicios; Aurora Dupin, baronesa Dudevant, bebe punch, y fuma cigarros, vestida de dandy o de bohemia. «Yo amo los caracteres excepcionales; yo soy uno de ellos», confía Balzac a George Sand.Los que no pueden sembrar «el espanto» musical, como Berlioz, o, como Gericault, amontonar los cadáveres en un taller para componer un Radeau de la Méduse, caen en un estado puramente contemplativo. Es el oleaje del alma, el Gemüt de Novalis, la alucinación en Hoffmann y Tieck, el olor de la niebla en los cementerios que busca Gaspar-David Friedrich; López Soler goza «al pie de un sepulcro, de algún monasterio silencioso o de un castillo antiguo y solitario», a la vaga claridad «de una luna amarillenta». El diseño de Hugo expresa la dilección por las pesadillas. El paisajista Corot adora el «ligero velo de niebla plateada» que lo deja todo «indeciso». Algunos viajan, curiosos, desengañados. No faltan los que prefieren las escenas tranquilas de la vida familiar. La mayor parte busca en la naturaleza un consuelo; si Vigny teme la impasibilidad de esta madrastra, si Leopardi parece odiarla por su indiferencia a la vista de la humanidad desgraciada, Lamartine se sumerge con delicia en su seno y Michelet la toma tal como es: «nada de la naturaleza me es indiferente: yo la odio y la adoro como haría con una mujer». Puesto que implica una sujeción, el matrimonio burgués es objeto de desprecio ya que la unión debe estar fundada solamente en la pasión que tiene necesidad de libertad.

El ambiente y los medios de expresión2 Afectación exagerada de pudor o de respeto a las conveniencias que los franceses suelen achacar a los ingleses. (Nota del Traductor.)

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El cosmopolitismo ilustrado, aristocrático y gran burgués, al que Francia servía de hogar, no se ha desvanecido. Ni las guerras ni las revoluciones han podido hacer desaparecer los salones y cenáculos de la sociedad culta y el mecenazgo de los príncipes y de los ricos. Por lo demás, parece indudable que si Francia ha perdido una gran partida, su hegemonía intelectual no ha sufrido todavía con la aventura. El consentimiento universal escoge siempre París como capital del buen gusto y como juez de las grandes reputaciones. Pero las circunstancias han cambiado; ha habido una tormenta y el porvenir se dibuja mal; por otra parte, lo desmesurado de la empresa napoleónica, así como el movimiento jacobino, han determinado una reacción contra el espíritu francés; otro tanto perdido por el racionalismo.También en los estilos se ha roto el encanto «filosófico» del siglo xviii. Cuando se construía a la moda de Versalles, arquitectos, escultores, pintores y decoradores armonizaban sus efectos. Ahora bien, no hay arquitectura romántica; el aristócrata y el burgués que edifican, copian lo que ven, cuando no se esfuerzan en resucitar el gótico. La anglomanía aclimata en el continente el jardín insular, intimo y adornado con pseudo-ruinas. Por lo tanto, la escultura monumental desaparece -Rude es una excepción- y los escultores se vuelven hacia los temas que los pintores tratan de ordinario: tales, Barye, el animalista, el «Miguel Ángel de las fieras;» David d'Angers, el retratista; y Dantan el Joven, caricaturista. Pero mientras que la pintura decorativa sufre un eclipse análogo, se asiste a un desarrollo asombroso de la pintura de caballete, género que conviene mejor a la fantasía y a las exposiciones de los salones y de los museos, que describe perfectamente el barullo extravagante, el «pícaro y caprichoso desorden» (que según Balzac «revela la felicidad»), las fealdades humanas, la angustia o también un mundo ya íntimo, ya lírico, solitario o que expresa lo confidencial. Arte personal que lo pide todo al color (Ingres cuida más el dibujo, porque le parece que así compensa mejor «el pincel ebrio»).Por lo mismo, la música ofrece riquezas prodigiosas para traducir las emociones y herir las imaginaciones; se renueva en las combinaciones de timbres, en las reglas de la armonía, en el plano de las composiciones; busca la variedad, apunta al corazón más que a la razón. Se entra de lleno en la era del plano, que tiene resonancias más profundas que el clavecín; los grandes constructores, los Érard y los Pleyel, lo han puesto en todos los hogares a disposición de la joven burguesía; es el instrumento de Schumann, de Chopin y de Liszt. Virtuosismo, he aquí lo que Paganini reclama al violín, y otros al violoncelo o a la flauta; Sax, el «genio del cobre y del bronce sonoro,» -como decía Meyerbeer-, renueva los instrumentos de viento y añade su creación: el saxofón.Sin embargo, la música de cámara, que se dirigía a un público restringido, cede terreno a un teatro lírico cuya edad de oro empieza y para el cual trabajan numerosos libretistas y compositores; este teatro, con el bel canto y la danza, tiene el don de ser comprendido por la muchedumbre, ¿Fechas?: el Freischütz de Weber, 1821, La muerte de Portici de Auber, 1828, Roberto el Diablo de Meyerbeer, 1831, y La Judía de Halévy, 1835.El drama romántico es de la misma vena; haciendo una llamada a la acción, al adorno ostentoso, al enternecimiento, complace al mismo tiempo la emoción colectiva y el propio escrito: Hugo desencadena la batalla de Hernani que gana en 1830, y el fracaso de los Burgraves, en 1843 revela que las grandes horas del romanticismo han pasado ya. Es notable que en el mismo momento en que declina el predominio de las grandes tiradas de versos, la poesía lírica haya producido la mayor parte de sus obras maestras: este género que funde la elegía amorosa con el poema filosófico, que va desde la confidencia al relato épico, es a la literatura lo que la pintura a las artes plásticas, infinitamente variado tanto en la forma como en los asuntos, pero siempre muy subjetivo tanto si expresa los sentimientos íntimos como si exalta cualquier idea elevada.Demasiado enfático para perseguir de cerca la verdad, tanto si embellece como si afea, el romántico, sobre todo cuando no es poeta, utiliza decididamente las nuevas técnicas que le allanan el camino para vaciar sus sarcasmos, La litografía asegura la fortuna de la caricatura permitiendo a Charlet y a Rafet promover la boga del regañón y del Petit Caporal, a Celestin Nanteuil ilustrar a Hugo, Gautier y Alexandre Dumas, y a Delacroix el Faust de Goethe.Mientras el humor británico, bajo la pluma de Dickens, hace de Pickwick un tipo tan célebre como Robert Macaire, y el humor americano, bajo la de Washington Irving, crea el personaje de Knickerbocker, Balzac

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presenta personajes antitéticos y flagela a los hombres de dinero; Sainte-Beuve organiza el campo de la crítica contemporánea gracias a la cual la escuela cree mirarse en un espejo fiel.

Un romanticismo retrospectivoEl sentido de la historia actúa poderosamente para unir el presente y el pasado. Ciertamente el siglo xviii había concebido una explicación racional de la evolución humana; pero Vico y Herder, sin recurrir al punto de vista agustiniano de Bossuet, habían hecho hincapié en la fuerza que guía el mundo, panteísta en el primero, orgánica y peculiar de cada pueblo -el Wolksgeist- en el segundo; en suma, un retorno ofensivo de lo irracionalista. Entonces se produjo la conmoción de 1789 que tanto dio que pensar; Burke, y después Maistre y Bonald, invocan el principio de la continuidad, consubstancial a las Iglesias y las aristocracias. Puesta al servicio de la Providencia y de los poderes tutelares, demostrando la ficción del contrato social y la impotencia de la inteligencia por sí sola, la Historia se apega a lo tradicional y vuelve a las fuentes profundas.La erudición y la búsqueda de lo pintoresco hacen el resto. No es necesario rechazar la herencia de los griegos y de los romanos. A decir verdad, el humanismo se estremece: mientras Niebuhr muestra en Tito Livio la fuerza de la tradición popular oral, el filohelenismo arrastra a la acción. Sin embargo el orientalismo, las «turquerías»,3 el descubrimiento de Egipto, del Irán y de la India indican un singular ensanchamiento del horizonte cultural; sobre los hipotéticos orígenes arios de los pueblos de occidente, trabajan las imaginaciones a las que no satisface la certidumbre de la herencia mediterránea clásica. Una sabiduría más contemplativa, un sentido innato de la tradición, he aquí lo que Asia y África ofrecen como enseñanza. ¿No se inclina Delacroix a ver en el islam el continuador de la civilización helenística, el fruto de una feliz unión entre Oriente y Occidente?El gran hallazgo es la Edad Media. Schlegel sigue a Lessing cuando exclama: «Admitamos la noche del Medioevo; pero es una noche resplandeciente de estrellas.» Época misteriosa, apasionante, ingenua y virtuosa, fértil en prodigios, de los cuales no es el más pequeño, ciertamente, el fervor cristiano. Cuando en El genio del cristianismo Chateaubriand parece saludar la restauración de la fe por el soldado de la Revolución, hace sobre todo obra de esteta aristocrático; pero los nazarenos, pintores enamorados de la belleza religiosa, adoptan la vida del convento: pertenecen a esta Alemania que Mackintosh llama «metafísicamente loca», donde, en todo caso, el pietismo ha hecho rápidos progresos. Y las leyendas: sagas escandinavas, romances españoles, Los Nibelungos, epopeya de los Burgundios, la Chanson de Roland, tienen o tendrán una popularidad inmensa hasta tal punto que los textos apócrifos abundan. Simultáneamente, la novela histórica alcanza un éxito resonante: Walter Scott produce con una sorprendente regularidad novelas que dan la pauta, y cuenta con imitadores en todos los países: novelas de rico colorido, heroicas y generalmente respetuosas con las tradiciones sociales. Esta historia novelada proporciona amplio material al teatro inspirado en Shakespeare, Calderón y Lope de Vega. Reina un clima favorable para el historiador erudito, ya que la pieza de archivo o de arqueología es la base del relato; y nacen en todas partes sociedades para organizar la recensión, el descifrado y el cotejo de textos: Sociedad para el estudio de la historia alemana que Stein funda en 1819, Escuela de Archiveros paleógrafos; que abre sus puertas en 1822; sabias creaciones de Guizot. Así se elabora la historia medieval bajo la pluma de un Augustin Thierry, de un Michelet, aliando el calor y el detalle exacto, uniendo el respeto a las fuentes con el calor comunicativo. Esta Edad Media, cada uno la ve a su manera. Para Sismondi es la autonomía de las ciudades y para Villeneuve-Bargemont la jerarquía que el propio Sismondi detesta. Pronto cada pueblo podrá descubrir en la Edad Media nuevas razones para mantener esperanzas. Este romanticismo retrospectivo, instintivamente, tiende a ser reaccionario, política, social e incluso económicamente. En ninguna parte el cosmopolitismo racionalista y el liberalisino burgués fueron más difamados que en Alemania, donde un verdadero misticismo de los orígenes medievales rechazó la Aufklärung en provecho de un nacionalismo mesiánico. Novalis planteó en 1799 el dilema Europa o cristiandad resolviéndolo en favor de un nuevo

3 Turqueries. El autor alude a las obras literarias o pictóricas de asunto turco, tan en boga en la época. (Nota del Traductor.)4

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Sacro Imperio bajo el dominio de la Iglesia «tan bienhechora, tan adecuada a la naturaleza humana»; y detrás de él, la corriente se lanzó impetuosa hacia la restauración de la jerarquía y de la monarquía. Aunque la escuela poética de Inglaterra haya evolucionado rápidamente hacia la revuelta y la exaltación amorosa, Wordsworth la había marcado con el sello del conservadurismo moralizante y Scott se complugo en hacer revivir una Gran Bretaña de antaño, idílicamente tory. El Hugo de las primeras odas y baladas es legitimista, igual que el Lamartine de las Meditaciones (los dos celebran en 1825 la consagración de Carlos X): el mismo Balzac derivará también, en 1830, hacia el legitimismo. Aunque ardientes patriotas italianos, Manzoni escribe Himnos sagrados y polemiza con Sismondi a propósito del papel desempeñado por la Iglesia en Italia, y Silvio Pellico cuenta su detención en páginas llenas de resignación cristiana. Todos huyen o afectan huir de una burguesía, sometida al culto del becerro de oro.

Hegel y el absolutismo de EstadoEl idealismo filosófico aporta su tributo a la causa de la legitimidad. Kant y Fichte han manifestado al mismo tiempo que Goethe su desaprobación por el curso que ha tomado la Revolución francesa, aunque Kant por lo menos permaneció fiel al ideal republicano. Fichte ha elaborado ya una teoría sobre el Estado que admite una sujeción «bajo el yugo del derecho». Por lo tanto, del dualismo kantiano -el entendimiento alcanzando los fenómenos y no las cosas en sí- se pasa con él a un monismo puramente subjetivista.Luego viene Hegel que llega a proponer un idealismo absoluto, en oposición con toda la filosofía del siglo xviii: según una lógica dinámica que es la dialéctica, el movimiento de las ideas crea lo real e impulsa al ser a superar incesantemente su modo de existir; de esta manera lo absoluto es la Idea que tiene por sí sola una realidad propia y que tiende a realizarse gracias al concepto superior del Estado, monárquico por esencia, la única forma capaz de asociar la libertad a la autoridad. El individuo, abstracción sin consistencia, no existe, pues, por sí mismo. El Estado, encarnación terrestre de Dios, tiene derecho a la soberanía absoluta.Hegel, llamado en 1819 a la Universidad de Berlín, demuestra que el tipo característico de este Estado es el prusiano. «Profeta vuelto hacia el pasado», justifica a su modo la Restauración tradicionalista. Pero, por inversión de los términos, su sistema debía engendrar más tarde un neto radicalismo. A romanticismo retrospectivo, hegelianismo conservador; a romanticismo de cara al futuro, hegelianismo revolucionario.

La restauración del orden europeoEl inmenso conflicto que opone, de una parte, el Antiguo Régimen europeo y sus apéndices coloniales, y de la otra, las nuevas fuerzas, burguesas y hasta populares, prosigue. Afecta a la América ibérica que se ha sublevado a su vez y a la misma Europa donde los partidarios de la libertad no han abandonado la partida. La victoria alcanzada por los reyes en los campos de batalla hubiera sido, pues, inútil, y el Estatuto del Congreso de Viena habría muerto al nacer si un orden permanente no fuera organizado e impuesto por los hombres de la contrarrevolución, un orden religioso, monárquico, aristocrático.

La restauración religiosaLa existencia de una religiosidad romántica atestigua un despertar religioso. Después de las conversiones de un Federico Schlegel y de un Stolberg, la de un Haller y de ciertos judíos, -los Ratisbona al catolicismo, Stahl al protestantismo - señalan la atracción del cristianismo. Los círculos de Münster y de Munich hacen adeptos.Un gran grito de alarma ha sido dado en Francia por La Mennais4 en su Ensayo sobre la indiferencia en materia dc religión, y Joseph de Maistre en su libro Del papa exalta el eminente papel que puede y debe desempeñar el Soberano Pontífice. Si los católicos vuelven tardíamente a los estudios bíblicos, abandonados a los círculos protestantes o racionalistas, el esfuerzo de la propaganda en la enseñanza y entre los grupos selectos es patente desde el regreso a Roma de Pío VII con el restablecimiento de la Compañía de Jesús.

4 Lamennais (ambas formas son correctas). (Nota del Traductor)5

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En otro campo de actividad multiplícanse las congregaciones religiosas docentes, contemplativas o de caridad, especialmente las de mujeres. Se asiste a una floración de sociedades de buenas obras, de buenos libros de buenos estudios, de asociaciones de san José para la defensa religión. Más ostentosas, las misiones levantan o plantan sus cruces, distribuyen rosarios, escapularios e imágenes santas y van predicando de pueblo en pueblo.En Roma, la Curia, aun reconociendo la necesidad una administración secularizada, cede ante los zelanti, que obtienen la vuelta a la antigua legislación, a la «jurisdicción de los barones», a la Inquisición y al Santo Oficio, que se imponen en el cónclave de 1823 y que en 1830 hacen elegir al austero monje camaldulense Gregorio XVI. Este, al renovar las condenas dictadas contra las doctrinas filosóficas y las sociedades secretas, no deja de reprochar a los jefes de Gobierno su tibieza religiosa, ni de reclamar su ayuda, ni de procurar que el altar se apoye en el trono. Pero la negociación de Concordatos, siempre delicada, a menudo difícil, no siempre termina a satisfacción de las pretensiones ultramontanas.A la Santa Sede le es incómodo recabar para la Iglesia católica las ventajas que se sentiría tentada a negar a las demás confesiones. Admite que se restablezca el ghetto en Roma y descuida a los judíos, que sufren la arbitrariedad de los Estados y son perseguidos en los países de la Europa central (por más que en Rusia tampoco los católicos fuesen favorecidos); pero lo que el catolicismo invoca en Suiza, en los Países Bajos o en Prusia, es la libertad; en su nombre se lucha contra el Bill de Test en Inglaterra o contra los privilegios del anglicanismo en Irlanda; es a un clima de tolerancia al que O'Connell y la Asociación Católica deben su victoria de 1829, primera etapa en el camino del disestablishment (separación de la Iglesia y del Estado); y los católicos liberales de Francia hacen de la libertad de enseñanza una reivindicación conforme al ideal de 1789. ;Qué decir por otra parte de los creyentes y de los sacerdotes que en Italia, en Croacia, en Hungría y en los principados rumanos, participan en la lucha abierta o sorda en pro de la causa de las nacionalidades? El secretario de Estado, Albani, ¿no ha calificado de «monstruosa» la alianza de los liberales y los católicos contra el rey protestante Guillermo I, en la víspera de la revolución belga? Las aclamaciones que, en las proximidades de 1848, llegan hasta Pío ix -de quien Metternich habría dicho: «lo había previsto todo, menos un papa liberal»-, salen de muchedumbres que creen en la opinión de la religión, la patria y el liberalismo. Esperanza engañadora, pero explicable. Mientras que un «despertar» protestante trabaja las comunidades calvinistas de Francia, un Vinet, pensador suizo de primer orden, recomienda para Europa el ejemplo de los Estados Unidos: ello encuentra eco en Guizot, en ciertos grupos franceses, en Ginebra y, sobre todo, en Escocia. Por lo demás, Montalembert y Tocqueville, aristócratas cristianos, admiran la democracia americana, donde, a favor de la separación entre la Iglesia y el Estado, todas las confesiones religiosas rivalizan en emulación. En Inglaterra, de una parte, siguiendo a Wesley, los Wilberforce y los Ashley, Thomas Arnold y los latitudinarios (Broad Church) preconizan las reformas liberales; de otra parte, igualmente opuestos a la Alta Iglesia (High Church) privilegiada, los tractarianos, fervientes de un ritualismo depurado, derivan hacia la repulsa de la tutela del Estado, protector de la Iglesia establecida, y aun hacia el retorno, velado en Pusey, total en Newman al catolicismo. La combatividad de ciertas sectas disidentes (la de los metodistas, sobre todo) se traduce en un antipapismo cuya virulencia es casi tan grande como la del antirracionalismo.De esta manera, siempre desgarrada, incapaz de resistir la seducción liberal, la cristiandad europea no puede asegurar a largo plazo un orden conservador.

La paz europea mediante la legitimidad monárquica¿Acaso no soñaba el zar Alejandro nada menos que en unir a todos los cristianos, cuando proponía

a sus aliados colocar el pacto de la Santa Alianza bajo la advocación de la «Muy santa e indivisible Trinidad»? En realidad, poco importa que las aprobaciones, igual que la iniciativa, provengan de los círculos pietistas y místicos; que Goethe haya creído ver en ella «la cosa más bienhechora que jamás haya sido ensayada en interés de la humanidad». El «momento vacío y sonoro», según Metternich, no revelaba, a los ojos de los políticos, más que designios ambiciosos de hegemonía y de cruzada contra el Turco.Pero el enemigo que no hay que perder de vista, es la «hidra revolucionaria»; el bien esperado, prometido por el pacto de Chaumont en 1814, es «la tranquilidad de Europa por el restablecimiento de un justo

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equilibrio». Como sea que los vencedores no pueden ni quieren restablecer territorialmente la Europa de 1789, el derecho público resulta de sus intereses, o, dicho de otro modo, de una legitimidad que es a la del Antiguo Régimen, lo que la nobleza de nuevo cuño es a la nobleza reputada auténtica. Cuestión de inteligencia entre las cuatro potencias victoriosas que se asocian a la Francia de los Borbones para imponer el respeto al orden verdadero, o sea, un equilibrio provechoso a esta «pentarquía moral».Los poderes del Directorio europeo resultan tan imprecisos, que cada vez que la situación lo requiere, es necesario ponerse de acuerdo. Por esto Metternich es el hombre de los Congresos que, de Viena a Verona, y, más tarde aún en Münchengrätz, trabajan para reafirmar un amplio y sólido acuerdo entre los reyes.

Pero nada pueden los Congresos si sus decisiones no están respaldadas por un aparato policíaco y aun militar. De hecho, «el perro de Terranova» de la monarquía austríaca es el conde Sedlnitzky: nombrado en 1817 para unas funciones que conservará durante 30 años, ejerce sobre toda Alemania e Italia una vigilancia quisquillosa, observando de cerca a los refugiados políticos en su destierro de Suiza y Francia. Florece la justicia de excepción; tribunales de prebostazgo bajo Luis xviii cuando la segunda Restauración, tribunales extraordinarios en Nápoles, en Módena, en Turín, después de las revueltas de 1820-1821 la horca levantada permanentemente en la corte del rey de España después de la reacción liberal de 1823-1824. Policía y censura impiden la libre expresión de la palabra, amordazan a las Universidades y a la prensa, y crean dificultades al teatro.En Francia entre 1815 y 1830, ni una sola obra llega a las tablas sin haber sido escrupulosamente examinada frase por frase; luego el régimen de julio utiliza la multa. En 1837 se prohíbe en Milán la representación de Polyeucte, aunque los cristianos hayan sido cambiados en parsis. Hasta Inglaterra tiene que soportar momentáneamente el régimen de las Six acts votadas en 1819 por el gobierno tory de Liverpool. A lo que hay que añadir las intervenciones militares de Austria en Italia, de Francia en España5, y de Rusia en Polonia.Sin embargo, el orden monárquico depende de la resignada o consentida pasividad de los campesinos; y se notará la gran solidez de los poderes conservadores en los países donde domina la gran propiedad rústica. En el momento en que el gran jurista alemán Savigny sostiene contra el derecho natural el derecho consuetudinario, en que los teólogos de la monarquía de derecho divino, hidalgos en su mayoría, encomian los méritos de la jerarquía social, el apoyo de la nobleza parece ganado por los soberano. No obstante, en la Gran Bretaña torys y whigs son igualmente enemigos del poder personal; en Francia se ve a los «ultras» defender los derechos de las Cámaras y al mismo tiempo declararse más realistas que el mismo rey; en toda la Europa central se prolonga el conflicto entre las burocracias monárquicas y las Stände o Dietas. En todas partes resiste el privilegio judicial, fiscal o militar. Aún más: ¿cuántos grandes señores que se titulan liberales sostienen la causa de las nacionalidades? Sin duda el temor a los desórdenes y el amor a la paz asocian a menudo la burguesía a la obra de la Restauración. Si el concierto de las potencias no tiene mejor aliado que la banca, la gran preocupación de los príncipes constitucionales es la de hacerse reconocer como legítimos: Luis Felipe busca con tenacidad el apoyo tradicional; sus orígenes permiten a Leopoldo de Sajonia-Coburgo entrar sin dificultad en la familia de los soberanos.Es cada vez más difícil a las fuerzas sociales conservadoras superar los antagonismos debidos a las rivalidades habituales entre los Estados. La pentarquía obliga a la inmovilidad si quiere subsistir pero el statu quo impuesto en Viena en 1815 tiene contra sí, aparte de las ambiciones de ciertos príncipes, la idea nacional que a pesar de todos los pesares continúa desarrollándose.

CAPITULO VIEL MOVIMIENTO DE LAS NACIONALIDADES Y EL PROBLEMA OBRERO

EN EUROPA. LIBERALISMO Y ROMANTICISMO PROGRESISTA

5 Se refiere ala expedición de los «Cien mil hijos de San Luis» que restableció el absolutismo de Fernando VII en 1823. (Nota del Traductor)

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BUONARROTI.- «La libertad no es otra cosa que la facultad ilimitada de adquirir.» (Considération pour l’egalité dite de Babeuf, 1828.)

Los liberalesAsegura Cournot que hasta 1830 el partido revolucionario estuvo apegado a las ideas del siglo xviii y Tocqueville dice «nuestra historia desde 1789 a 1830, vista de lejos y en todo su conjunto, no debe aparecer más que como el cuadro de una lucha encarnizada entre el Antiguo Régimen, sus tradiciones, sus recuerdos, sus esperanzas y sus hombres representados por la aristocracia, y la Nueva Francia conducida por la clase media». Este partido revolucionario es el liberal. Guizot define de esta forma a la clase media: «una clase que no vive de salarios, que tiene libertad y ocio en su vida y en su pensamiento, que puede dedicar una parte considerable de su tiempo a los asuntos públicos», igualmente alejada de los privilegiados y de la «clase dedicada al trabajo manual».Enemigo de la Restauración religiosa y monárquica, el liberalismo propone como el mejor de los regímenes y el fin de una historia casi milenaria, la monarquía constitucional que dirigen los notables escogidos entre los ciudadanos a los cuales la fortuna y la instrucción confieren la capacidad política. La República del virtuoso Washington tiene sus apologistas, pero la mayor parte de los liberales europeos cree preferible la realeza. «Si no hay monarquía -asegura Casimir Périer-, el régimen deriva hacia la democracia y entonces la burguesía no es la dueña de la situación; siendo así que es preciso que lo sea por razones de principio y porque es la más capaz.»Justificado de esta forma el advenimiento de la burguesía, ésta se considera como naturalmente liberal puesto que es lo bastante ilustrada para comprender que la felicidad del género humano tiende al goce de las libertades individuales compatibles con el desarrollo del cuerpo social y la seguridad de los bienes. A este respecto el ideal parece ser el régimen censitario, igualmente apto para combatir el motín popular y la contrarrevolución.Denunciando la monarquía de derecho divino, el espíritu liberal rechaza la supremacía de las Iglesias, las despoja del estado civil, hace laico el matrimonio y no consiente en solicitar el concurso del cura en la enseñanza más que para una tarea de orden moral. Este anticlericalismo corresponde, particularmente en los países católicos, a la propaganda religiosa. Entre 1817 y 1824 salen de las prensas 316 000 ejemplares de las obras de Voltaire y 240 000 de las de Rousseau. La rivalidad es dramática, engendra guerras civiles en Suiza y en los Estados ibéricos.Además, desde Adam Smith y Jean-Baptiste Say hasta Bastiat y John Stuart Mill, una economía política, que se considerará clásica, elabora las reglas de oro del interés personal bien entendido y de la libre competencia. Liberalismo económico por consiguiente, salvo para defender los intereses de la nación con la cual la burguesía se identifica.

El movimiento romántico de las nacionalidadesLa idea de la libertad tiene el don de emocionar. En Francia, Béranger habla de ella en sus canciones, Scribe en sus libretos, Auber en su música; cuenta no sólo con sus cantores y sus economistas, sino también con sus doctrinarios, sus filósofos, sus historiadores y sus soldados. Cuenta también con los votos del cuerpo electoral, con las sociedades secretas y, a veces, con las barricadas. Aquí significa la lucha contra el poder personal y allí contra el extranjero. En todas partes adquiere un acento nacional.Las revoluciones americanas y francesas han sido reacciones populares contra el antiguo derecho monárquico. Pero ¿basta la mística de los derechos del hombre para explicar el deseo colectivo que forma la nación, que le da un alma? La idea inmanente del llegar a ser ¿no coincide con la de libertad? Según Vico, esta fuerza está en el mundo, en la nación (el Volksgeist de Herder, y Fichte insiste sobre el Urvolk); según Hegel, en la Idea misma que la historia realiza. Por lo demás, ¿qué pensar del concurso ofrecido al movimiento por un Carlos-Alberto, supersticioso y calculador, perfecto discípulo de Joseph de Maistre, y por un Federico Guillermo IV, artista enfermizo, admirador del Sacro Imperio?

Además, por indudable que sea la fascinación ejercida por la conquista francesa y por las proezas del gran emperador cuya leyenda está en camino de difundirse -hay, mucho de maravilloso en esta

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historia-, no puede negarse que esta expansión no haya contribuido a la formación de nacionalismos divergentes. En 1830 Francia da todavía el tono, pero en 1840 Becker opone su Wacht am Rhein a La Marseillaise de la paix y resuena el Deutschland über alles en el que Hoffmann de Fallersleben exalta una Alemania unificada en plena expansión territorial.

Del Mosa al NiemenDel Adigio al Belt.

Desde el campesino eslavo que expresa en sus cantos y en sus danzas su apego a un pasado glorioso, hasta el erudito germánico que encuentra, clasifica e interpreta los documentos que prueban la perennidad de una cultura nacional, se efectúa toda una labor gracias a la cual se fijan poco a poco los caracteres, los contornos y el lugar de estas colectividades que aspiran a darse a conocer o a lo mejor a manifestar su fuerza. Esta causa enrola los talentos más diversos, inspira la musa y la ambición política, utiliza la música, el canto, el lápiz, el pincel y aun el cincel, y pone también a contribución el derecho y la economía política. Pero cada pueblo tiene su embriaguez particular.La Pasión afecta mucho menos a las naciones que no han tenido que lamentar los reglamentos de 1815: el orgullo de John Bull, de buen grado galófobo, no puede sufrir las pretensiones de la joven Irlanda, del mismo modo que Suecia no tolera un separatismo noruego ni Dinamarca un irredentismo alemán en el Slesvig-Holstein; tampoco los holandeses se inclinarán de buen grado a la separación belga. Italia está agitada por el carbonarismo, pero la presencia del papado plantea casos de conciencia y el romanticismo nacional afirma en la península la fórmula Italia fara da se, orgullosa pero ineficaz, fecunda en dolorosos mañanas. Partido entre Prusia, Austria y las Cortes secundarias, entre el protestantismo y el catolicismo, entre el Zollverein y el mercado austríaco, el movimiento alemán, impregnado de tradicionalismo jurídico, sueña en convertir un Bund impotente en un Reich, que todavía ignora si corresponderá a una Grande o a una Pequeña Alemania. Al contacto de la ciencia alemana y como reacción contra el germanismo invasor, se manifiesta erudito y artista a la vez, el renacimiento eslavo poniendo en juego la filosofía y la poesía, particularmente vibrante en sus manifestaciones musicales. Nadie ha sabido ser mejor que Chopin el embajador emocionante de un pueblo desgraciado. Pero, sometidas a varias dominaciones, las naciones eslavas de la Europa central no saben si deben responder a la llamada de un paneslavismo que, zarista o revolucionario, les conduciría a reconocer como tutora a su inquietante hermana mayor, Rusia.Temida o deseada, la joven Europa, con rasgos imprecisos, atormenta a los políticos, preocupa a los diplomáticos, invade las literaturas e inspira el arte. Tiene sus mártires, sus héroes y sus emigrados. París los acoge de buen grado: un Mickiewicz, tan ardiente para exaltar las gestas de la Polonia gloriosa, como para describir las costumbres de la Polonia oprimida e indomable; un Heine, dichoso de poder cultivar la amistad de la ciudad que le comprende a él, el humanista a quien asustan los instintos guerreros de más allá del Rin. Confraternidad por la «santa alianza de los pueblos» cuyo advenimiento saluda Béranger y en la que Quinet y Michelet reservan para la Alemania de Herder una plaza escogida. ¡Oh poder de la Idea!¿Quién no amaría a la Gran Nación, tal como la canta Michelet? Típica en todo caso, esta Historia de Francia, cuyo personaje central es el pueblo, nada más que el pueblo, con sus cóleras siempre generosas, sus luchas, su trabajo cotidiano, sus alegrías y sus recompensas. Inolvidable resurrección que respetuosa con el documento, basada incluso en él, debe atestiguar la paciente y meritoria ascensión de la patria, dulce para todos sus hijos.

Los hombres del taller y de la fábrica: la miseria del proletariadoAhora bien, algunos empiezan a preguntarse si la patria le preocupa de la suerte de aquellos que no tienen más que sus brazos para vivir. Existen en el campo, además de los pequeños oficios de los cuales no puede prescindir, multitud de industrias que exigen tiempo, cuidado y práctica, en ellas el salario bajo es la regla general, pero el campesino suele considerarlo como un complemento apreciable. Se constata, no obstante, que la condición de los obreros textiles, desparramados por los pueblos, es a menudo más penosa que la de

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los artesanos que, agrupados desde siglos en las ciudades, perpetúan las bellas tradiciones del trabajo de artesanía -ebanistería, bronce, cerámica, cristalería de lujo, tipografía- y forman una verdadera selección. No hay nadie más miserable que el tejedor a domicilio en Gran Bretaña, Flandes o Silesia. Pero allí donde empieza ya a manifestarse cierta concentración, como en las minas, las fábricas de paños o las empresas metalúrgicas, el obrero que no cuenta más que con su salario industrial sufre muy pronto de la concurrencia de la máquina y de una mano de obra abundante. El economista liberal Adolphe Blanqui observa en 1848 que: «la industria se organiza en fábricas inmensas que se parecen a cuarteles o conventos (y que) los obreros se amontonan por centenares, algunas veces por millares, en estos laboratorios severos donde su trabajo, sometido a las órdenes de las máquinas, está expuesto como ellas a todas las vicisitudes que resultan de las fluctuaciones de la oferta y de la demanda».Aunque las condiciones de vida varían considerablemente de un lugar a otro o de un oficio a otro, lo cierto es que, de una manera general, no mejoran durante la primera parte del siglo. El gasto anual de una familia obrera aumenta en Francia hasta 1825, después se para y hasta desciende. El índice del coste de la vida se eleva más que el del salarlo real. En las minas, por un salario de 100 en 1892, se percibía uno de 36 en 1805, de 42 en 1830 y de 49 en 1850. Pero el hundimiento no tiene réplica en el ramo textil: 80 en 1800, 65 en 1820, 40 en 1827 y 45 en 1850. Hay testimonios que prueban la regresión en este sector: el canut6 de la Croix-Rousse7 ve disminuir su paga por mitad durante la fase de depresión que va desde 1824 a 1830; en Ruán los precios de una docena de pañuelos oscilan según el tamaño entre 5 y 30 francos en 1815, entre 1,50 francos y 4,50 en 1830. En Inglaterra, hacia 1840, el tejedor a domicilio no cobra más que de 7 a 9 chelines por semana, contra 30 en 1820; el index-number de Sauerbeck indica durante este período una disminución del precio de las mercancías (índice 93 para los años 1838-1847, contra 111 en los años 1818-1827): el obrero en cuestión puede comprar la misma cantidad de harina de porridge, pero la mitad menos de harina de trigo y mantequilla; en cuanto a la carne y a la cerveza, desaparecen de su mesa.Además, es significativo que a partir de 1830 aparezca toda una literatura consagrada a la miseria de la clase trabajadora. Para el obrero de Nantes «vivir... es no morir», escribe el doctor Guépin en 1835. Los relatos insisten sobre las penosas condiciones en que se realiza el trabajo: altas o bajas temperaturas, falta de luz, estrechez y humedad de los locales, influencia nociva de los productos tratados, promiscuidad de edades y sexos. «En la Croix-Rousse» -constata Adolphe Blanqui-, las obreras ganan 400 francos cada año trabajando 14 horas diarias sobre telares donde están sujetas mediante una correa para que puedan usar a la vez manos y piernas, cuyo movimiento continuado y simultáneo es indispensable para tejer el galón.» En la hilatura de Annecy, dice una súplica de 1848, «infames vigilantes tratan a los anudadores y anudadoras con una obscena crueldad y muchos de ellos sucumben bajo sus golpes».Pero ¿qué alojamiento encuentran al salir del taller? Raros son los patronos que se preocupan de hacer construir viviendas decentes para su personal. Lo que priva es, pues, la cueva de Lille o de Liverpool, las chozas de Whitechapel, de Reims, de Ruán, las altas casuchas lionesas con sus patios nauseabundos. En el interior, jergones a veces sin ropas ni cobertores, donde se acuestan dos o tres personas, las «literas indescriptibles» que Adolphe Blanqui ha visto en Ruán, Martin Nadaud en casa de los albañiles de la Creuse en París, tal juez instructor en los pisos de los tejedores flamencos. Durante el hambre de 1845-1846, estos últimos desentierran los caballos, se disputan los perros y los gatos. Muchos viajeros notan que la obrera inglesa tiene la cara hinchada por la ginebra, y el cabello grasiento. Adolphe Blanqui encuentra en Ruán niños «inválidos precoces... desmirriados hasta el punto de causar extrañas sorpresas sobre su edad», y en Lille, «adelgazados, gibosos, contrahechos, la mayor parte casi desnudos». Escrofulismo, raquitismo y tuberculosis causan estragos en estas poblaciones en el seno de las cuales aumenta el consumo del alcohol y se considera la prostitución de las hijas como un recurso casi normal. En París nace un niño ilegítimo de cada tres; uno de cada cinco en Mulhouse, en 1827; antes de los cinco años mueren uno por cada tres en ciertas calles de Lille; y Aquiles Pénot nota que «la mayor parte de los obreros ven perecer a sus hijos por indiferencia y a veces con alegría». Muchos se consideran dichosos por tener aún trabajo; pero otros huyen de cualquier ocupación.6 Nombre específico de los obreros de las industrias sederas de Lyon. (Nota del Traductor)7 La gran factoría sedera lionesa. (Nota del Traductor.)

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En todo caso, mendigos y vagabundos sin profesión pululan como en el pasado. Sólo el departamento del Eure-et-Loire cuenta, en 1833, 17.566 indigentes, de los cuales 8.861 mendigos; en 1839 son 11.677 los que piden limosna; en 1846, es preciso socorrer a 1.143 personas de las 6.852 que viven en la pequeña ciudad de Nogent-le-Rotrou. En 1828, 63.000 obreros del Norte sobre 224.000 están inscritos en las oficinas de la beneficencia. En su Pasado y Presente, Carlyle muestra una Inglaterra que rebosa de riquezas con dos millones de individuos en los work-houses y 1 400 000 indigentes. «Un espectro obse-siona a Europa, el espectro del comunismo», proclama Marx en su Manifiesto; no menos el del pauperismo.

La organización y la agitación obreras espontáneasEl sentimiento de inseguridad y los terrores de la miseria, no condenan al obrero a la inercia resignada. En Alemania, donde la corporación ha permanecido viva, sirve de marco a una resistencia que el artesanado de tipo antiguo opone a la dura ley de la libre concurrencia en el mercado del trabajo. En Francia sobreviven las hermandades o compagnonnages8 («hijos de Salomón» o gavots9, «del maestro Jacques» o duendes, «del padre Soubise, o camaradas, «compañeros del deber» o «de la Vuelta a Francia») que, aunque divididos por el espíritu particularista, albergan, guían y socorren a sus adheridos.La fórmula sindical madura en el seno de las mutualidades. Estas pretenden poner remedio a los males profesionales, accidentes de trabajo, enfermedades e incluso las huelgas, con ayuda de cajas alimentadas por las cotizaciones. En París, bajo la Restauración, existen 132 mutualidades de este tipo que agrupan 11.000 adheridos, entre los cuales 2.600 tipógrafos. Sin embargo, estas asociaciones se adaptan sobre todo a los trabajadores calificados o tienen un cierto grado de instrucción y espíritu de economía. Por la misma razón las primeras cooperativas que aparecen en los Estados Unidos, en Inglaterra, en el surco del owenismo, con los Pioneros Equitativos de Rochdale, o en Francia, bajo la iniciativa de la escuela bucheziana, suponen una gestión muy prudente. El gran sindicato (National Consolidated Trades Union) en el que Owen cifra su esperanza, tiene ambiciones demasiado vastas para no disgregarse muy pronto. Los tiempos del sindicalismo, incluso los de sindicalismo utilitario y pacífico, no han llegado todavía.Por el contrario, artesanos y obreros están persuadidos del maleficio de la máquina, considerada por muchas razones como el enemigo principal de Inglaterra, donde su empleo está más generalizado, viene el ludismo, del nombre de Ned Ludham: instintivamente el hombre que no tiene para vivir más que su fuerza personal, se vuelve contra esta otra fuerza que denuncia como una competidora responsable de los salarios bajos. Las destrucciones de máquinas se multiplican en Francia, en Bélgica y en la misma Suiza. La revolución estalla en Verviers, en agosto de 1830, al grito de «destrozad las máquinas». Los obreros tipógrafos, que se han sublevado contra Carlos X en el mes de julio de 1830, reclaman un año más tarde la supresión de las prensas mecánicas.La época está, pues, caracterizada por una efervescencia crónica, que afecta tanto al campo como a las ciudades. Los viñadores se unen a la manifestación que tiene lugar en Besanzon contra los «derechos reunidos»10, en septiembre de 1830; los motines flamencos de los años 1845-1846 se producen tanto en las localidades rurales como en las principales aglomeraciones como Gante. Las huelgas, que son muy frecuentes, no estallan solamente entre los mineros de Anzin, de Loira y de los valles ingleses, sino también entre los jornaleros agrícolas: es así como los bracchianti paran el trabajo en el Piamonte, en Lombardía y en Venecia durante los primeros meses del año 1848. Pero se nota la tendencia a la insurrección callejera al estilo de las «jornadas» de la Gran Revolución. Los obreros y los artesanos se

8 Antiguas asociaciones más o menos secretas de obreros del mismo oficio o de oficios análogos, con fines de asistencia mística. La tradición hacía remontar su origen a la época de la construcción del templo de Jerusalén. El compagnonnage francés sobrevivió a la Revolución y se reorganizó en la primera mitad del siglo xix (Nota del Traductor.)9 Gavot o gaveau, miembro de un compagnonnage. (Nota del Traductor)10 «Derechos reunidos», nombre que la ley de 5 ventoso del XII (25 de febrero de 1804) dio a la administración encargada de la percepción de todos los derechos de consumo. Con Luis XVIII se convirtió en la administración de impuestos indirectos (Nota del Traductor.)

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unen a los tenderos y a los burgueses en 1832, en 1834 y en febrero de 1848; se sublevan por su propia cuenta en 1831 y en junio de 1848.Se ha podido sacar partido de la revuelta lionesa de 1831. Los contemporáneos tuvieron conciencia de la gravedad del acontecimiento. «La sedición de Lyon -escribe Saint-Marc Girardin en el Journal des Débats- ha revelado un grave secreto, el de la lucha interna existente en la sociedad entre la clase que posee y la que no tiene nada»; pero denuncia los «bárbaros» de una nueva especie que «amenazan» a la sociedad y que «están en los arrabales de nuestras ciudades manufactureras». Palabras de las que se hará eco Marx en su Miseria de la filosofía: «La barbarie reaparece, pero esta vez es engendrada en el seno mismo de la civilización y forma parte integrante de la misma». No es una ideología lo que mueve a los canuts o tejedores de seda -estos «parias» como dice Lamartine. Es una mutualidad fundada por los jefes de taller para resistir a las exigencias de los comerciantes de seda lo que arrastra a los camaradas, pero estos artesanos, tradicionalistas, no desean más que una mejora de jornales. «Combatimos por el pan y el trabajo», declaran. Y como asustados de las consecuencias de su gesto, retroceden y la tropa puede volver a tomar posesión de la ciudad que ellos controlaron un momento. Hay un millar de muertos o de heridos, pero dos saqueadores detenidos in fraganti han sido fusilados por los insurrectos y no se ha cometido la más pequeña violencia contra las propiedades públicas y privadas.Engels podrá afirmar más tarde que «la lucha de clase entre el proletariado y la burguesía pasaba al primer plano de la historia de los países más avanzados de Europa...»

La libertad y la protección del trabajoTemiendo ser acusado de debilidad, el prefecto del Ródano escribe en su informe: «El sufrimiento era real para 60.000 a 80.000 obreros. A menos de adoptar la cruel decisión de matarlos a todos, no se podía responder a tiros a la pacífica exposición de sus necesidades». El miedo no ha sido menor entre los ricos en 1834; en París, Thiers ordena: «No hay que dar cuartel» y Bugeaud exclama: «Hay que matar... ; nada de dar cuartel, sed implacables... Es preciso hacer un picadillo con los 3.000 facciosos»; y entonces tiene lugar la matanza de la calle Trannonain. En 1848 la represión se cierne todavía con mayor vigor.La conservación del orden significaba la prohibición de todo atentado contra la libertad de trabajo. En todas partes la legislación asimilaba las coaliciones a un delito y la menor infracción de las reglas que aseguraban la protección de la propiedad era susceptible de prisión o de trabajos forzados. Las condenas de este género se contaban cada año por millares.La sociedad no está obligada a socorrer al indigente permitiéndole vivir sin hacer nada. Es por esta razón que Inglaterra conserva la institución de la workhouse; la reforma de estas «Bastillas de los pobres» en 1834, obra de los benthamistas, de las sectas no conformistas, de los whigs, de la Broad Church y de ciertos torys socializantes, hace aún más rigurosa la opción entre el trabajo forzado, la contrata en la ciudad y la emigración. Se comprende el apego de los conservadores alemanes a la antigua corporación: había resistido en Prusia las reformas de 1807-1812 y varias veces se trató de hacerla obligatoria.Como el régimen corporativo no podía resucitar en Francia, los católicos, lamentando la insuficiencia de las instituciones de caridad, recomiendan el desarrollo del arbitraje, la organización de cámaras sindicales mixtas y la creación de cooperativas. En todas partes se predica el ahorro. Pero en Prusia, el ministro Von der Heydt imagina cajas regionales que distribuirán bonos a los mineros y a los obreros de la metalurgia, con participación obligatoria de asalariados y patronos. Esta idea está destinada a abrirse un largo camino.Sin embargo, Inglaterra se enorgullece de haber entrado en el camino de las Factory acts, gracias a las cuales los trabajadores pueden elevar recurso a la autoridad pública contra los excesos del laisser-faire. Todos aspiran a proteger a los niños; pero, aunque se crea un cuerpo de inspectores de trabajo, las prohibiciones referentes a la edad del contrato y a la duración de la jornada de trabajo (en particular la prohibición del trabajo nocturno) no son muy observadas; los sheriffs cierran los ojos ante las infracciones. Una nueva ley reduce, en principio, la jornada a seis horas y media para los niños y para las mujeres -que, desde 1842, son apartadas de las minas- y el temor del cartismo facilita la propaganda en favor de un Ten hours act (las diez horas) para el conjunto de la clase obrera. Prusia adopta las primeras medidas, ineficaces en un principio, en favor de la mano de obra infantil; y aunque las cámaras francesas la imitan,

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los patronos, faltos de inspección, no se dan por enterados. La segunda República deberá contentarse con la jornada de doce horas.Reemplazar el taller por la escuela: en este punto están de acuerdo la técnica y la moral; el protestantismo de un Guizot, coincidente con el de los anglicanos y de las otras sectas británicas, proponía, en el mismo año 1833, una enseñanza escolar patrocinada por los notables laicos y eclesiásticos. «Para mejorar la condición de los hombres, ante todo hay que depurar, afirmar e ilustrar su alma.» Pero otro cristiano, Montalembert, afirma en 1848: «Hay una cosa que ha aumentado en Francia con el mayor grado de instrucción: la criminalidad».

El romanticismo social y los profetas de una colectividad más justaVerdaderamente, la injusticia social conmueve a los hombres de buen corazón. El vacío espiritual truécase poco a poco en efusión humanitaria y el romanticismo nacional se estremece al pensar que la llamada de la Patria puede encontrar ciudadanos indiferentes. Abundan las sectas innovadoras. Tienen sus cánticos, sus órdenes, incluso sus ritos; se autoconsideran brotadas del cristianismo, pero hacen descender a Dios sobre la tierra y representan a Jesús como un descamisado, un proletario. La Buena Nueva debe ser otra vez anunciada en espera de un gran acontecimiento.Después de la Declaración de derechos del hombre, después del Manifiesto de los Plebeyos y el de los Iguales, vienen la profesión de la fe sansimoniana, el Manifiesto furierista de la Democracia pacífica, sin contar el ¿Qué es la propiedad? de Proudhon que, con respecto al Cuarto Estado, recuerda el ¿Qué es el Tercer Estado? de Sieyés; todo en espera del Manifiesto comunista, el Manifiesto de los Sesenta y el mani-fiesto de la Primera Internacional.Poetas y artistas creen en la misión del Cuarto Estado. Olinde Rodrigues, el banquero sansimoniano, reúne en 1841 las Poesías sociales de los obreros, las de Claude Desbeau el sombrerero, de Louis Festeau el relojero, de Lapointe el zapatero, de Élise Fleury la bordadora; Béranger les dedica su Hada de las rimas; Hugo les felicita y asegura: «Todos nosotros somos obreros, Dios comprendido, y en vosotros el pensamiento trabaja aún más que la mano». Leconte de Lisle publica varios poemas en La Phalange; Liszt compone para el piano una pieza que titula Lyon y que dedica a los tejedores de seda revolucionarios; Lamartine les consagra una de sus Armonías y se jacta en la Cámara de ser el único representante de los desheredados. Varios escritores de la joven Alemania, un Börne, un Freiligrath, expresan las reivindicaciones populares. La miseria obrera inspira a Thomas Hodd El canto de la camisa, a Elliot sus Corn law Rhymes, a Dickens las escenas más tiernas de sus Tiempos difíciles, a Disraeli, en Sibyl, páginas inspiradas en el deber de la gentry, que es el de sostener al pobre contra el burgués sin entrañas, Herzen decide a Bielinski a la renuncia del arte por el arte y a amar al Pueblo «a lo Marat». Eötvös predica la emancipación de los judíos y la supresión del régimen feudal en Hungría. La pintura de ambientes miserables se hace trágica, precisamente cuando las costumbres de los trabajadores acababan de ser idealizadas por los primeros románticos, por Heine aun en su Viaje al Harz. No debemos pedirles un programa de reformas; pero ponen el dedo en la llaga.La mujer, adulada pero socialmente oprimida, precisa con mayor claridad sus reivindicaciones. La hipocresía de las Convenciones es ásperamente denunciada por las hermanas Brontë; el ejemplo de una existencia fracasada, es descrito por Flora Tristan, hija bastarda y mujer mal casada. Los sansimonianos insisten sobre la liberación de la compañera del hombre. Desdeñando los sarcasmos, George Sand y Daniel Stern reivindican los derechos de la mujer a la instrucción y los derechos de la mujer ciudadana. En 1848, los clubes de mujeres piden la igualdad en los sexos y la unión basada en el amor.Para liberar al hombre se juzga necesario organizar la sociedad. De esta manera la reacción contra el liberalismo natural aparece en las doctrinas de solidaridad: los sansimonianos utilizarían el Estado despojándolo de su forma política, Louis Blanc se serviría de él para llevar a cabo la asociación de los obreros; en cambio Owen aconseja a los proletarios asumir la suerte en sus propias manos, la escuela furierista preconiza exclusivamente la agrupación espontánea de los socios y Proudhon se funda en el cambio de servicios. La mayor parte de las escuelas o bien no dan importancia a las máquinas o bien reflejan con bastante exactitud el temperamento del artesanado. En general, aspiran a una tranquila

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felicidad en el seno de la naturaleza. Estos profetas pacíficos quieren salvar la humanidad del desorden, del desperdicio de fuerzas, y también de la fealdad: Saint-Simon censura «la explotación del hombre por el hombre» -expresión que hará fortuna- e invita al ingeniero, al banquero y al obrero a cooperar estrecha-mente para vencer la miseria; el comunismo de Owen y de Cabet es tan sonriente como la Democracia pacífica de los furieristas enemiga de la violencia. A las Armonías poéticas de Lamartine y a las Armonías económicas de Bastiat, se unen las armonías sociales de estos creadores de sistemas. Se les ha podido tachar de utópicos, ya que, según Engels, «se limitaban a invocar a la razón para poner los cimientos del nuevo edificio». La línea que siguen ha pasado por Thomas More y los filósofos del siglo xviii.

La reacción particular de MarxDe todos aquellos llamamientos, el que había de tener más resonancia en el futuro, sería el Manifiesto del Partido comunista redactado en 1847 por Carlos Marx y Federico Engel, dos renanos, dos miembros de los grupos revolucionarios alemanes en el destierro. El segundo, hijo de un fabricante textil, había publicado ya La situación de la clase trabajadora en Inglaterra, fruto de una estancia en Manchester para estudiar la organización industrial británica. «Se advierte -escribe- que los hechos económicos, a los cuales hasta entonces la historia no atribuía más que un papel nulo o inferior, constituyen por lo menos en el mundo moderno una potencia histórica decisiva y es indudable que forman el fundamento de la lucha de clases». Marx, procedente de una familia burguesa de origen judío, filósofo hegeliano, pasa de la crítica del idealismo de Hegel a la crítica de la economía política. Conservando del hegelianismo el método dialéctico que da cuenta de la realidad cambiante, concluye en un materialismo ya no moral, individual -como los utilitarios- sino histórico, es decir, dando cuenta de las relaciones sociales consideradas en función de las necesidades y de los medios cambiantes de la humanidad. Sosteniendo que «no es la conciencia del hombre la que determina su modo de existencia, sino su modo de vivir el que determina su conciencia» afirma, con la izquierda hegeliana, que el hombre ha creado a Dios y no Dios al hombre. Concluye en la noción de la alienación del hombre, una alienación que sólo puede rectificar superando las contradicciones que nacen de su lucha con la naturaleza y dejando incesantemente atrás las condiciones de vida que le son propias. Si lanzado por este camino, Marx tiene que concluir proclamando, en su Manifiesto, que «la historia de toda la sociedad hasta nuestros días no ha sido más que la historia de la lucha de clases», es porque éstas corresponden a los grupos sociales que luchan entre sí por la posesión de los medios de producción. En la sociedad moderna es la lucha de la clase burguesa contra la clase feudal, cada una apoyándose sobre una economía particular. Al apoderarse de la propiedad, la burguesía crea necesariamente una clase antagonista, el proletariado, que para liberarse debe destruir ante todo y necesariamente la organización de la cual resulta la condición proletaria. Marx ve en el Estado moderno un instrumento de la clase dominante; destruirlo es liberar al hombre; pero el individuo no puede emanciparse más que en su clase y por su clase. Hay ahí una finalidad humanista por la esperanza de una mayor expan-sión del ser humano en una sociedad sin clases; pero es el proletariado el que lleva consigo esta esperanza. Así pues, rechazando la primacía de la justicia, el marxismo no se despojó de todo idealismo.El pensamiento de Marx, por original que sea, une los puntos de vista de Ricardo sobre la renta, el beneficio y el salario; los de Sismondi sobre la explotación del asalariado por el capitalista; recuerda la opinión de Pecqueur para quien la máquina empuja hacia la concentración industrial y, ésta hacia la socialización de los instrumentos de trabajo. En presencia de los contrastes de opulencia y de miseria creados en los países que más han evolucionado por el camino de la economía de cambio liberal, se exalta además de pasión revolucionaria en contacto con los medios democráticos, radicales, jacobinos y cartistas. Es inseparable del movimiento internacional que trabaja contra el orden establecido, del cual Londres, Bruselas y, sobre todo, París, son los focos. A este respecto, la estancia de Marx: en París contribuye mucho a su formación política.

Los demócratas y los revolucionarios; radicalismo y cartismo«La rueda industrial, cada vez más rápida, irresistible» (Michelet, 1834), arrastrará a las fuerzas democráticas sobre las cuales el liberalismo se apoya contra el Antiguo Régimen con todo y temer su

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advenimiento. De esta manera la burguesía ha hecho despertar al Cuarto Estado y nadie sabe si es posible una conciliación entre estos dos elementos ni la forma en que podría producirse en el sello de los regímenes representativos.En apariencia un demócrata no es más que un liberal que admite el sufragio universal. Vox populi, vox Dei proclama el poeta, y Lamartine por mucho que hable del salto a lo desconocido tiene que aceptar el alea jacta est. Cormenin habla del «dogma de la soberanía del pueblo». Aristócratas avisados, como un Chateaubriand o un Tocqueville, reconocen la potencia de esta mística que tiene la lógica a su favor. Se aspira a que el voto popular, educado e instruido, sea una garantía contra las violencias y se incline ante las capacidades.Por impreciso que sea el contenido de una República, sus impugnadores evocan instintivamente el precedente tremendo de 1793. En Italia, en Alemania, la República tiene sus probabilidades en la medida en que uniría a la nación; y los que atribuyen las guerras a rencillas entre los reyes invocan en sus súplicas a la República universal.En Francia el confusionismo es aún mayor por el prestigio de una forma muy particular de democracia, la napoleónica. Robespierre y Saint-Just tienen sus adeptos, pero Napoleón goza de un culto todavía más extendido entre las gentes humildes. En caso de desorden, el heredero de la prodigiosa leyenda11 aparece como el salvador del orden, de un orden que él anuncia como innovador. Hasta el equívoco le servirá: «Napoleón, vuelve a tu palacio, Napoleón sé buen republicano», dice la canción de 1848.Si en la Gran Bretaña nada conmueve el sentimiento de fidelidad monárquica que el reinado de Victoria acaba de consolidar, el malestar social opone ocho millones de indigentes al medio millón de ricos que los radicales designan como privilegiados. Existe, efectivamente, un temperamento radical que se une al puritanismo, al laborare est orare de una democracia de iguales ante Dios. A favor del creciente pauperismo, la idea de la lucha social abierta gana terreno, defendida por Fergus O'Connor y Bronterre O'Brien, irlandeses los dos; el segundo, traduciendo el libro de Buonarroti sobre Babeuf, enlaza la Carta del pueblo, que comporta el sufragio universal y la abolición de la dignidad de Par, con la Declaración de derechos de 1793, Pero el choque sangriento no tiene lugar: los jefes del cartismo deben admitir que Cobden y Peel, ganando la batalla por el pan barato, han demostrado que el capitalismo tiene aún una gran etapa a llenar. Engels, que por aquel entonces escribe su libro sobre la clase obrera inglesa, y Marx, miembro de la Liga de los comunistas, meditan las lecciones de esta experiencia y su Manifiesto será un llamamiento a la solidaridad proletaria de todos los países. Les es necesario el concurso de los revolucionarios del continente. Si los radicales franceses a lo Ledru-Rollin y los de Alemania rechazan vivamente el socialismo (este término aparece por primera vez en 1830), no dudan en hablar de la República democrática y social, En todo caso están en París Auguste Blanqui y los suyos que, comunistas y ateos, creen en la conspiración libertadora. Y en todas partes, hasta su muerte, sobrevenida en París en el año 1837, Filippo Buonarroti desempeña el importante papel de enlace entre el carbonarismo, el blanquismo y el cartismo, entre la generación jacobina y babuvista12 de la Revolución francesa y la neojacobina, neobabuvista, que tiene una más clara conciencia del divorcio entre la burguesía y el proletariado.

La época de las sociedades secretas, de los complots y de las barricadas en la Europa continentalDurante el dominio de la Santa Alianza los grupos que se proponen derribar los poderes establecidos se organizan en la clandestinidad; pero su acción subterránea busca el efecto de la sorpresa y el motín, cuando no el «pronunciamiento»13, estalla repentinamente. Necesidad, sin duda, pero también temperamento: el romanticismo adora lo tenebroso y el golpe teatral.Si es improbable que un complot masónico haya sido el punto de origen de los acontecimientos de 1789, todavía es menos aceptable pretender que la masonería haya fomentado las revueltas que se produjeron 40 o 60 años más tarde. La masonería mantiene relaciones correctas con los gobiernos del día, a los que no

11 Luis Napoleón, luego Napoleón III. (Nota del Traductor.)12 De Babeuf. (Nota del Traductor)13 En castellano en el original. (Nota del Traductor.)

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pide más que una tolerancia de hecho. Sólo es verdaderamente revolucionaria en el sur de Europa, frente a las monarquías clericales, allí donde los, absolutistas la proscriben. En Rusia el iluminismo la hace conservadora; con todo, la revuelta decembrista de 1825 está sin duda relacionada con el cierre de las logias en 1822. Igual que en el siglo xviii, el papado condena violentamente el espíritu y la acción masónica: continúa la guerra entre la Iglesia católica y las organizaciones que Clemente XII y Benedicto XIV habían calificado de «nocivas no solamente para la tranquilidad de los Estados, sino también para la salud de las almas».

En su Carta apostólica de 1826, León XII señala que «de estas viejas sectas masónicas, cuyo ardor nunca se ha enfriado, han salido otras varias mucho más detestables»; y, designa a los carbonari «que tienen por fin derribar los poderes legítimos y la ruina de la Iglesia». Nacido en el reino de Nápoles, el carbonarismo ha cubierto efectivamente Italia entera con su red de «ventas» y se ha extendido por Francia y por España; recluta muchos de sus adeptos entre los soldados de los ejércitos napoleónicos. En 1820-1821 el carbonarismo intenta un movimiento revolucionario de carácter militar contra la Restauración; en Francia provoca nueve complots entre 1821 y 1822 y en España su influjo es patente en el «pronunciamiento» de Riego de 1820. Paralelamente, desarrolla su propaganda en los medios análogos de Rusia y Polonia; y en ocasión de la muerte de Alejandro I se produce la sublevación decembrista. Con todo, a partir de 1830 la práctica del «pronunciamiento» apenas se mantiene más que en España; en Francia, en dos ocasiones, el pretendiente bonapartista intenta en vano una nueva vuelta de la isla de Elba.El carbonarismo sobrevive en las sociedades republicanas que se dan en abundancia. El fin de una conspiración es siempre el golpe de mano, pero, mientras el elemento militar se va esfumando -a medida que desaparecen los «viejos» de las guerras gloriosas- los intelectuales, los miembros de las profesiones liberales y hasta los trabajadores manuales se adhieren cada vez en mayor número a la idea de la República democrática y social.Si sólo es una minoría de privilegiados la que detenta la autoridad, el asalto del poder por sorpresa parece estar alcance de la mano. La «jornada» -pues todo sucede en pocas horas- consiste en una guerra callejera en la ciudad donde reside el Gobierno ya que la topografía urbana se presta al combate contra el ejército regular, obligado a maniobrar entre las manzanas de altos edificios que impiden el despliegue y la utilización eficaz de la artillería. Los insurgentes transforman estas manzanas de casas en fortalezas improvisadas, y disparan a mansalva desde las ventanas y los tejados.Lo que cuenta es la barricada. De cómoda construcción, ofreciendo un abrigo seguro a sus defensores, poco menos que invulnerable a la fusilería y por ende reorganizable con suma facilidad, la barricada quiebra la marcha de la columna que intenta reducir el barrio sublevado y permite a la insurrección rodear los edificios públicos que quiere ocupar. Para que pierda la partida es preciso que la fuerza armada pague un tributo de sangre muy elevado o bien que su defensa no sea muy resuelta: en el primer caso se produce la hecatombe parisién de junio de 1848; en el segundo, la jornada frustrada del 13 de junio de 1848 y los combates de Viena en octubre de 1848. La haussmanización14, ayudada por el cañón, acabará, finalmente, con la barricada. En cuanto al motín, las pérdidas son escasas y la matanza termina al cesar la lucha; pero los reveses pueden ser pagados con mucha sangre y la represión subsiguiente llena las prisiones y aumenta el número de los individuos arrastrados a los caminos del destierro.

Vous quittez avant nous une terre mauditeOù Dieu même est toujours du parti le plus fort,Où le pauvre est esclave, où sa race est proscrite,Où la faim n'eut jamais qu'un remède, la mort.15

LOUIS MÉNARD, Hommage aux insurgés (ceux de juin 1848).

14 Alude a las reformas urbanísticas adoptadas en París bajo la égida del prefecto del Sena, E. G. Haussmann, durante el segundo Imperio. (Nota del Traductor).15 Vosotros dejáis antes que nosotros una tierra maldita / Donde Dios mismo está de parte del partido más fuerte, / Donde el pobre es esclavo, donde su raza es proscrita, / Donde el hambre sólo tuvo un remedio: la muerte. – LOUIS MÉNARD, Homenaje a los sublevados (los de junio de 1848).

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Las sacudidas europeas de 1830 y 1840En el fondo, la época de las revoluciones, abierta en 1789, no se cierra con la derrota de Napoleón.La primera grave alerta para el estatuto de 1815 se produce a partir de 1820-1821. De momento afecta, sobre todo, a los países meridionales poco evolucionados: las intervenciones armadas triunfan pronto de las revoluciones ibéricas e italianas, suscitadas por minorías poco numerosas. No obstante, la revolución griega se prolonga y acaba por triunfar, favorecida por las ambiciones opuestas de Rusia, Inglaterra y Francia.

Pero en 1830-1831 y en 1848-1850 el movimiento se extiende a la mayor parte de la Europa continental. Solamente perdona al Imperio ruso y todavía no conmueve al Imperio turco; es verdad que éste debe solamente a los designios de las Grandes Potencias el poder escapar a las ambiciones de un Mohammed Alí. De todas formas, la sincronización no es perfecta: España y Portugal, cuya inestabilidad es permanente, tienen sus propios momentos de guerras civiles; la Confederación helvética ahoga sus antiguas oligarquías sin esperar la gran sacudida de 1848.«Y he aquí la Revolución francesa que vuelve a empezar -observa Tocqueville en 1848-, pues es siempre la misma.» En efecto, estas sacudidas se parecen a las de 1789 y de 1792-1793. Pero la ideología pacífica prevalece los conflictos internacionales son limitados y la dictadura de la salvación pública no resucita más que por excepción, siempre fugaz, en Roma, Venecia y Budapest. Sucede que la exaltación romántica, cayendo tan rápidamente como subió, produce una desilusión que malogra el esfuerzo; en todo caso, «termidor» no está al acecho, las llamadas son breves, las Constituciones están condenadas a compromisos engañosos, las Bastillas tomadas son pronto perdidas y rápidamente sofocadas las nacionalidades en marcha.Cuando nace Bélgica, Polonia desaparece. En el Oeste prevalece una burguesía experimentada e influyente; en el Este las aristocracias terratenientes no pueden combatir de frente la prerrogativa monárquica: Mickiewicz debe contar con Czartoryski. La revolución belga debuta antes de 1789 frente a José II; la desaparición de la República de Cracovia, en los albores de 1848, consagra las particiones de Polonia que habían empezado en el siglo xviii.Seducida por el liberalismo, la burguesía sólo entra en la corriente de las reformas sociales en tanto que éstas respetan, y aun mejor, consolidan la propiedad privada, Ciertamente que la abolición de la esclavitud es una de las grandes medidas de este tiempo: la Convención nacional había dado el ejemplo, Gran Bretaña lo sigue y la segunda República francesa confirma la decisión de la primera. La tradición de 1789 quiere que el campesino sea liberado de las servidumbres feudales y la revolución de 1848, al hacer retroceder la servidumbre y las prestaciones señoriales hasta las fronteras de Rusia, estrecha más los lazos entre la Europa central y la occidental. Pero el temor que inspira el obrero echa en brazos de la reacción a todos aquellos que ven en él el furriel de la anarquía y del colectivismo. La oleada de pánico de 1789, en el transcurso de una grave crisis de subsistencias, había permitido al campesino y al burgués francés derribar el Antiguo Régimen; la crisis económica de 1826-1832 asocia primero y opone después a burgueses y proletarios, sin que el campesino se mueva; la crisis de los años 1845-1848, aun favoreciendo la emancipación de los campesinos en la Europa central, no logra levantar allí un Tercer Estado capaz de derribar de una vez el Antiguo Régimen y en Francia suscita un nuevo gran pánico, el pánico de los «repartidores», y de los «rojos». «Todo está perdido», estima Balzac, el 24 de febrero. «Usted jamás ha tenido hambre, señor Arago -dice a éste un insurrecto de junio-, usted no sabe lo que es la miseria.» Y Bugeaud a Thiers en 1849: «¡Qué bestias brutas y feroces! ¿Cómo permite Dios que las madres alumbren semejantes seres? ¡Ah!, ¡he aquí los verdaderos enemigos, no los rusos ni los austríacos!» Pero el mismo obrero vacila siempre que quiere hacer valer sus derechos; no es que un seguro instinto no le conduzca a exigir una seguridad inmediata -el derecho al trabajo que inscribe con brío en sus banderas; pero, frente al burgués que le deslumbra, no sabe cómo hacer caer sus cadenas; y no tiene más remedio que morir o someterse.«Prefiero el 93 al 48 -declara Hugo, que figura entre los emigrados-. Prefiero ver chapotear los titanes en el caos que los bobos en el lodazal.» Juicio severo, pero revelador de la amargura que embarga a los idealistas «cuarentiochistas» después de su derrota. Dura lección también para los que habían creído poder

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fundar pacíficamente una Europa más fraterna, para los demócratas y los socialistas a los cuales el porvenir impone un examen más riguroso de las posibilidades, para la misma Iglesia católica que deberá definir mejor su misión. Sin embargo, ciertas hipotecas parecen levantadas; en el futuro las ilusiones del romanti-cismo social y político no podrán ser ya mantenidas.

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