Si Fueras Mia

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Cuando Ana Orozco cruzó la puerta del salón de literatura no se imaginó que ese era el inicio de una importante historia. No se imaginó que estaba a punto de enamorarse, ni siquiera alcanzó a sospechar que pronto sería víctima de una de las más crueles bromas del destino.Marcela Navarro era hermosa, inteligente y decidida. La clase de mujer que cualquiera podría desear… si no la conocen lo suficiente.

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Allá, donde estas, sabes que soy tuya… que tú eres mía.

Este libro es para ti

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Contenido

Sinopsis ................................................................................................................................................ 4

Capítulo 1: Mi Nueva Profesora De Literatura .................................................................................... 5

Capítulo 2: Inesperadamente… ......................................................................................................... 14

Capítulo 3: El Primer Indicio .............................................................................................................. 23

Capítulo 4: En La Biblioteca ............................................................................................................... 31

Capítulo 5: En El Baño ....................................................................................................................... 39

Capítulo 6: No Somos Nada ............................................................................................................... 48

Capítulo 7: Es El Amor Que Pasa ....................................................................................................... 56

Capítulo 8: Es Sólo Una Amiga .......................................................................................................... 63

Capítulo 9: Necesito De Ti ................................................................................................................. 71

Capítulo 10: Y Entonces Lo Supe ....................................................................................................... 79

Capítulo 11: Ganas De Ti ................................................................................................................... 86

Capítulo 12: Ella Juega Contigo ......................................................................................................... 96

Capítulo 13: No Me Imagino Sin Ti .................................................................................................. 106

Capítulo 14: Deseo .......................................................................................................................... 117

Capítulo 15: ¡Es tan hermosa! ......................................................................................................... 129

Capítulo 16: El Último Beso ............................................................................................................. 141

Capítulo 17: ¿Fin? ............................................................................................................................ 151

Mía Por Siempre .............................................................................................................................. 163

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Sinopsis

Cuando Ana Orozco cruzó la puerta del salón de literatura no se imaginó que

ese era el inicio de una importante historia. No se imaginó que estaba a punto

de enamorarse, ni siquiera alcanzó a sospechar que pronto sería víctima de

una de las más crueles bromas del destino.

Marcela Navarro era hermosa, inteligente y decidida. La clase de mujer que

cualquiera podría desear… si no la conocen lo suficiente.

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Capítulo 1: Mi Nueva Profesora De Literatura

“Prof. Marcela Navarro”

La caligrafía perfecta trazada con marcador negro brillaba llamativamente sobre la pulcra superficie de una pizarra blanca. Eso fue lo primero que atrajo mi atención al ingresar al salón de clases.

Vero caminaba justo detrás de mí por lo tanto se estrelló contra mi espalda cuando me detuve a contemplar la segunda cosa que llamó mi atención ese día. Todos los asientos estaban ocupados. Nuestras únicas opciones eran esas dos bancas que ningún estudiante quiere. Esas que se ubican justo frente al escritorio del profesor. Ahí no es un buen sitio si olvidaste hacer la tarea, no es un buen sitio cuando el profesor pregunta algo, no es un buen sitio a la hora de los exámenes. Y en el colegio persiste la tradición de que el lugar que ocupas el primer día pasa a ser de tu propiedad por el resto del año. Afortunadamente, y al parecer la única buena noticia del día, es que no había rastros de la profesora. Y sin ánimos de retar nuestro breve lapso de buena suerte mi amiga yo corrimos a ocupar nuestros lugares.

—Genial, realmente sublime, ahora tendremos que ponerle atención todo el ciclo escolar—me quejé sacando mi libreta y poniéndola sobre mi escritorio ocupando más fuerza de la necesaria — ¿Realmente tenías que ir al baño?

Vero me dedicó una mirada de reojo asesina.

—Cállate que tendrás todo un hermoso año para quejarte y amargarme —dijo mientras hurgaba entre sus cosas.

La conocía tan bien que me era sumamente fácil adivinar que había olvidado llevar un lápiz el primer día de clases.

—Marcela Navarro —susurré mirando las letras perfectamente alineadas sobre el pizarrón.

—Es una pesadilla— aseguró sin dejar de buscar entre sus cosas— y yo no pude traer un puto lápiz el primer día.

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Sonreí.

—Tiene bonita letra —ese fue un pensamiento que se me escapó en voz alta.

—Y un carácter de mierda —completa Vero.

— ¿Qué sabes de ella? —pregunto extrañada, era raro que mi amiga hablara mal de un profesor.

—Es su primer año aquí. Le dio clases a mi hermano en la universidad y él dijo que era una pesadilla.

— ¿David dijo eso?

De pronto me importaba un comino la profesora, cualquier plática dejaba de interesarme cuando el nombre del hermano mayor de mi mejor amiga aparecía, ya sea en medio de la conversación (como en esta) o en mis pensamientos (allí entraba él a menudo).

—No. En realidad cuando supo que la profesora Navarro me daría clases lo que me dijo fue que saliera de aquí con dignidad y pasara el resto de mi vida cantando en el metro.

— ¿Y al él como le va? —pregunté fingiendo que no me interesaba.

—No me importa. Es un pesado, engreído y…

Se calló de inmediato, instintivamente seguí sus ojos que estaban clavados en la puerta del aula. Allí estaba una mujer rubia, recorrió a todo el grupo con una severa mirada antes de ingresar al aula. Era alta, andaba lejos de los cuarenta pero sin menos de treinta. Su cabello caía elegantemente sobre sus hombros y brillaba como en los comerciales de shampoo. No pude pasar por alto su bien torneada figura, que también me recordó a los anuncios publicitarios, pero esta vez a los que muestran lencería.

Me regañé por ese último pensamiento y de inmediato dejé de mirarla.

—Buenos días jóvenes —su voz era fuerte y autoritaria.

Respondimos al unísono.

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Observé de reojo como caminaba hacia el escritorio, y después se sentaba justo frente a mí.

Ella dijo de donde venía, como habitualmente hacían todos los profesores nuevos. Habló un poco de haber estado dando clases en una universidad y luego pasó lista para irnos conociendo. Pero nada de hacer bromas ni contar chistes como la mayoría de los maestros hacen para romper el hielo. Ella fue directo al punto, expuso su sádico plan de clases ante bufidos de desacuerdo por parte de unos cuantos, pero la profesora los ignoró por completo y entró de lleno al primer tema.

“Gilgamesh” Escribió en el pizarrón, justo debajo de su nombre, con su caligrafía perfecta.

De nuevo dirigió su atención a los alumnos.

— Señor Aguirre ¿conoce la obra?

Mi compañero miró a ambos lados como si quisiera estar seguro de que la profesora se estaba dirigiendo a él.

— ¿Eso con qué se come? —pregunto tratando de hacerse el gracioso y hubo quienes le celebraron el chiste.

Pero la expresión severa de la profesora Navarro poco a poco fue apagando las risas.

—Lo va a averiguar muy pronto y no lo olvidará en mucho tiempo. Quiero que se documente y me traiga un ensayo de 3000 palabras donde me expliqué según su criterio si el hallazgo de esta obra fue relevante o no para la literatura moderna.

El pobre chico tiene la boca ligeramente abierta y una sonrisa nerviosa curva sus labios.

— ¿Está bromeando?

Todos guardan silencio. En la expresión de la profesora no hay un chiste.

—Para la próxima semana —agrega.

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— ¿¡Una semana!?

Al parecer mi compañero no se da cuenta que la profesora Navarro no conoce de bromas ni juegos.

—Señor Macía, ¿Qué información me puede proporcionar sobre Gilgamesh?

Apunta hacia Jonathan, él se queda de piedra sin saber que decir.

— ¿Lo del ensayo no iba enserio verdad? —Insiste mi compañero— digo, no puede esperar a que nosotros respondamos a cosas que aún no nos ha enseñado.

Marcela Navarro lo fulmina con la mirada.

—Señor Aguirre, ¿Cómo llegó usted hasta este punto?

Él chico frunce el ceño sin poder entender de qué le está hablando la profesora.

—No le entiendo…

— ¿No fue a la secundaría?

—Claro que si… pero….

—En todos los libros de literatura de la secundaria hay información sobre esta obra, si jamás revisó esos ejemplares me hace el favor de salir de mi salón de clases y no volver hasta que tenga el grado de conocimiento que se le exige a los alumnos de este nivel educativo.

No se movió.

—Haré el ensayo —dijo al fin.

—El miércoles sobre mi escritorio.

—Había dicho que la próxima semana.

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—Señor Aguirre si le sigue robando tiempo a mi clase el ensayo será para mañana y sobre el escritorio del director.

De nuevo mira a Jonathan, esté simplemente niega con la cabeza.

—Quiero el ensayo en una semana, a menos que tenga algo que alegar.

El chico de nuevo hace un gesto negativo sin decir nada.

La profesora Navarro se mueve entre los escritorios y va formulándole la misma pregunta a un par de alumnos más sin obtener respuestas.

Vero me golpea la rodilla con pánico al ver como la profesora camina despacio hasta nosotras.

—Señorita Hernández algo que decir —pregunta antes de estar lo suficientemente cerca.

Yo dirijo los ojos al pizarrón, donde se encuentra la palabra “Gilgamesh” me llevo la mano a la boca, como si me estuviera rascando el labio y escribo rápidamente sobre un cuaderno las palabras “Mitología Sumeria”

—Es una obra perteneciente a la mitología sumeria —responde mi amiga con voz temblorosa.

La profesora llega hasta nosotras y disimuladamente yo pongo mis manos sobre el cuaderno para que no pueda ver lo que hay escrito.

Me aventuro a mirarla. Grave error. Nos ha pillado, no sé cómo, no sé por qué lo sé, pero ella se ha dado cuenta, su forma de mirarme es bastante elocuente.

— ¿Algo más que recuerde? —pregunta en un tonito irónico que me pone de nervios.

Mi amiga niega con la cabeza.

—Yo sé que recuerda algo más —insiste ella.

—Es todo lo que sé —responde Vero.

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—Gilgamesh es un personaje legendario de la mitología sumeria —comienza a explicar poniéndose al frente de su clase— En esta obra, el primer poema épico que se conserva, se cuentan sus aventuras junto a su amigo Enkidu y su búsqueda de la inmortalidad tras la muerte de este. Es la obra literaria más antigua de la especie humana encontrada hasta el momento…

Cuando empezó a impartir el primer tema de clases deje de prestarle atención a sus palabras y me dediqué a estudiarla a ella. Mi nueva profesora tenía algo peculiar, indudablemente era una mujer hermosa, pero tenía algo más, y fue casi al final de la clase cuando descubrí que era aquello que tanto me intrigaba. ¡Sus ojos! Por las gafas no lo había notado pero cuando nuestras miradas se encontraron por unos cuantos segundos descubrí que sus ojos eran grandes y negros, y brillaban de tal forma que parecía tener el cielo y el infierno juntos en una mirada. Era tal la oscuridad que al contemplarlos uno tenía la impresión de que caería por el borde del mundo.

Cuando terminó la clase supe que por fin tendría una profesora de literatura capacitada, pero al resto de mis compañeros no les cayó en gracia enterarse que tendría que trabajar en una materia para la que ya se habían acostumbrado a no hacer nada. Al final todos, excepto Vero, teníamos que hacer el jodido ensayo, aunque la mayoría contábamos con una semana para prepararlo.

Cuando la clase terminó todos se apresuraron a guardar sus cosas. La profesora se sentó detrás del escritorio, estoy de espaldas a ella metiendo las libretas a mi mochila pero siento su jodida mirada.

—Señorita Orozco —me llamó.

Mi pulso se detuvo momentáneamente, allí estaba, lo que tanto temía.

Me giro despacio. Vero que también guardaba sus cosas se queda muy quieta y otros más voltean a mirarme.

—Dígame, profesora —ocupo mi tonito de voz más inocente para dirigirme a ella.

—Está castigada.

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Nadie comprende muy bien lo que pasa, incluso Vero parece un poco confundida.

Yo me limito a mirarla evitando el contacto directo con sus ojos.

—Espere a que todos se vayan.

Mis compañeros entienden la indirecta y caminan rápido hacia la salida, temiendo resultar castigados también.

Vero duda un par de veces antes de marcharse.

—Siéntate —susurra peligrosamente.

Obedezco demasiado rápido, como un maldito títere.

Ella me observa en silencio por unos segundos demasiado largos desde mi perspectiva. Como no sé qué diablos hacer me miro las uñas como si fueran la cosa más interesante sobre la tierra.

— ¿Por qué la estoy castigando señorita Orozco? —pregunta de pronto.

No es buena idea mentir, podría empeorarlo todo, ignoro los motivos pero esa mujer me resulta sumamente intimidante.

—Por ayudar a mi compañera —susurro con un hilo de voz.

Me atrevo a mirarla, luce sorprendida.

—Eso nos ahorra tiempo —dice y se pone a ojear unos papeles— Ya que está más preparada que el resto de sus compañeros no se me hace justo que tenga que hacer su misma tarea. Qué tal 5000 palabras para mañana.

No era una pregunta.

Ni siquiera puedo hablar.

Ella me estudia con sus tenebrosos ojos. Puedo escuchar como la oscuridad de su mirada me habla. Está esperando que le ruegue por un poco más de tiempo.

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— ¿Es todo? —pregunto tratando de sonar indiferente.

Ella arquea las cejas sin poder ocultar su sorpresa.

—Puede retirarse.

Camino hasta la salida sintiendo sus ojos clavados en mi nuca.

En el pasillo me encuentro a todos mis compañeros discutiendo.

— ¿Es que quién se cree que es? —reclamó Stephanie.

— ¿Por qué nos toma? ¿Acaso no sabe que tenemos otras 6 materias? —alegó alguien más.

—Esa piensa que sigue en la universidad. No puede exigirnos lo mismo que a unos universitarios.

—Es el primer día y ya pasaré toda la noche haciendo su tarea.

—Yo digo que deberíamos ir a quejarnos a la dirección —soltó de pronto Vero.

Le di un puñetazo en el hombro.

—Shhh.

—Tienes razón —Stephanie la apoyó de inmediato.

Los demás alumnos hicieron lo mismo.

—Un momento —alcé la voz para que todos se callaran y me escucharan— No digan tonterías. ¿Qué van a alegar en la dirección? ¿Qué la nueva maestra les cayó mal? Ese ni siquiera es un motivo, lo que conseguirán será un regaño y si la profesora cumple sus amenazas y nos hace la vida imposible entonces no nos creerán y tocara aguantarla.

Nadie tuvo un argumento contra eso.

—Bien, pero a la primera la acabamos —sentenció Vero.

El grupo poco a poco se fue dispersando.

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— ¿Qué quería contigo? —se apura a preguntar Vero.

No le respondo enseguida.

—¿Para qué quiso que te quedaras? —Insiste—¿Por qué te castigó?

—Supo que te ayudé a responder.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Yo que sé…

—Es una maldita bruja. ¿Cuál fue tu castigo?

—Quiere el ensayo para mañana.

Vero se me queda mirando boquiabierta.

—Está loca…

—Es lo justo.

—Claro que no, no puedo creer que la hayas defendido, deberíamos estar hablando con el director ya mismo.

—Fue mi culpa, no debimos tratar de verle la cara.

Vero no parece muy contenta pero el profesor de Física ya está en el salón así que no puede seguir discutiendo.

—Solo te diré una cosa, esa mujer está en la cuerda floja y cualquier día de estos…

Deja la oración a medias, para mantener el misterio. Le encanta saber cosas que yo no.

Pero no tengo intenciones de insistirle, no me siento de humor para escuchar chismes.

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Capítulo 2: Inesperadamente…

Lanzo mi mochila a una esquina y regreso sobre mis pasos hasta la cocina. Mi

estómago exige comida rápida. En la ciudad la comida rápida está en tu

puerta tres horas después de haberla ordenado y completamente fría. No

creo sobrevivir a tanta espera así que elijo preparar una sopa de dudosa

reputación, pero que está lista para ser devorada tan solo tres minutos

después de estar dentro del microondas.

Estoy mirando impaciente la cuenta regresiva en el horno cuando Europa se

acerca a mí y comienza a frotarse en mis pies.

—Tú no puedes tener hambre —la regaño.

Como mis padres nunca están en casa y yo pasó la mitad del día en el colegio

siempre le dejo la comida a su alcance. Es una gata horrible, malhumorada y

con sobrepeso.

Maúlla con cierta exigencia. Como si estuviera muriendo de inanición. La

miro por unos segundos e inevitablemente me dejo manipular por ella. Busco

en la alacena algo para darle. No hay mucho de donde escoger, termino

ofreciéndole unas bolitas de cereal que mi madre ama sobre todas las cosas.

Cuando la sopa está lista decido comer en mi recamara. Debo empezar el

jodido ensayo de una vez.

No hay mucho sobre que escribir. Gilgamesh es la obra literaria más antigua

que se ha encontrado, indiscutiblemente es de gran relevancia, no sólo para

la literatura, si no para todas las áreas de la humanidad. Pero eso se decía

con 20 palabras, ¿de dónde iba a sacar las otras 4980 que me faltaban? Me

gustaba leer, pero no era escritora, no se me daban bien las palabras. Miro a

mi alrededor, hay una pintura a medio hacer sobre un caballete, la única cosa

que se me daba en la vida era pintar, y poco a poco sentía como se me

estaba yendo de las manos. Esa pintura tenía cerca de dos meses habitando

en mi cabeza pero hasta ahora me había resultado imposible plasmarla sobre

ese lienzo para que alguien más la contemplara.

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De nuevo miro el documento de Word en blanco. Paso varios desesperados

minutos escribiendo y borrando oraciones. Pero nada, es hora del plan B.

Internet.

Reviso varias decenas de páginas. Cuando más lo necesitas Google no te da

los resultados esperados. Golpeo el teclado con frustración.

Es hora de dejar de perder el tiempo.

Empiezo a escribir todo lo que recuerdo de la obra. La mayoría son oraciones

sueltas, cuando está todo capturado voy buscado la manera de unir las ideas

y poco a poco dirigirlas hacia mi fin que es señalar la importancia del hallazgo

de esta Epopeya.

Cuando pongo el punto final dejo caer la cabeza sobre el escritorio. Una

fracción de segundo después suena la alarma.

Con el andar de un zombi me dirijo al cuarto del baño. El agua helada es

como una inyección de adrenalina.

(…)

—Hay que ir a comprar la despensa —está diciendo mi madre mientras revisa

la alacena —puedo jurar que había cereal…

Instintivamente bajo la vista a Europa que ronda cerca de los pies de mi papá.

—Buenos días —digo entrando a la cocina.

—Buenos días princesa —me saluda mi padre.

—Deja te sirvo el desayuno… ¿Qué tal tu primer día?

Suelto un gruñido muy parecido a los que hace Europa cuando no la dejan

entrar a la cocina.

—¿Tan malo?

Mi padre lo interpreta de prisa.

—No del todo… —susurro mordisqueando el tocino— Es que… hay una

maestra nueva.

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—¿Te está dando problemas? —pregunta mi padre muy serio.

Lo miro extrañada. Creí que esa etapa del papá policía ya la había superado

cuando terminé la primaria.

—No, para nada —respondo enseguida— está muy capacitada… Voy a

aprender mucho de ella.

Continúa haciendo un par de preguntas sobre la profesora que yo respondo

con monosílabos, estoy más atenta en devorar de prisa el desayuno, no

quiero llegar tarde y darle motivos para que me vuelva a castigar.

El colegio a esa hora es un ir y venir de alumnos adormitados que se

acurrucan detrás se sus escritorios a dormir cinco minutos más, o lo que

tarde el profesor en llegar.

Por desgracia, cuando yo entro al aula la profesora ya está sentada en su sitio

leyendo. Hay un par de alumnos al fondo del salón platicando en voz muy

baja.

—Buenos días —digo sentándome en mi lugar.

—Buenos días —responde sin alzar la mirada.

Miro de reojo el libro que sostiene entre sus delgadas manos de largos

dedos. Se titula “Mujeres” de Charles Bukowski. Ni el titulo ni el autor me

resultaron familiares.

El salón no tardo en llenarse de alumno, cuando dieron las siete la profesora

dejó su libro sobre el escritorio y comenzó a dar la clase.

Un nuevo tema, hubo que tomar muchos apuntes. Eso y la dosis de anoche

acabaron con mi mano.

La clase se alargó monstruosamente hasta que al fin la propia profesora nos

ordenó retirarnos, consulté el reloj, aún quedaban cinco minutos.

Busqué el folder donde había guardado mi ensayo para entregárselo. Pero

ella me tuvo con la mano extendida hasta que el último alumno salió del

salón.

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—Espero que no se repita, o la próxima vez no seré tan clemente con usted

—me amenazó cogiendo el folder.

—Entiendo.

—Si el trabajo no está bien hecho lo tendrá que hacer de nuevo.

—Entiendo.

—Si lo sacó de internet, más le vale que lo confiese ahora.

—No fue así —le garantizo cortante.

Sostengo su mirada, cinco segundos es todo lo que puedo soportar.

—¿Puedo retirarme?

Ella me indica con un gesto que lo haga.

Vero me esperaba recostada en la pared.

—¿Qué te dijo la loca esa?

No le respondo.

—Vamos Ana, reacciona, andas toda perdida.

—Por si no lo recuerdas tuve que pasar toda la noche haciendo un ensayo. No esperas que me ría del primer mal chiste que sueltas —le digo alejándome de ella.

—Oye, no te enojes conmigo por culpa de esa maldita gárgola.

Me abraza por la espalda.

—Te invito a almorzar a mi casa. Le pedí a mi madre que te preparara lasaña no te puedes negar.

Tengo dos opciones, seguir enojada o comer lasaña.

—Vale.

Vero me planta un beso en la mejilla.

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—Das toda tu alma por una lasaña.

—Toda mi alma por un almuerzo decente.

—Tú siempre puedes venir a mi casa. Mi mamá te adora. La clase es arriba, por cierto —dice viendo que nos estamos alejando de las escaleras.

—Ve tú, quiero descansar cinco minutos.

Mi siguiente clase era historia. Consulté el horario y supe que sería impartida por la misma profesora del año pasado. Era una anciana que siempre entraba tarde y los primeros días no decía nada de importancia así que tenía tiempo para ir al patio.

Afuera del edificio unos cuantos chicos correteaban una pelota, nunca le había encontrado el chiste al soccer, me parecía un deporte estúpido. Reconocí a uno de los jugadores, era un año mayor e intentó ser novio de mi amiga. Él alzó el brazo para saludar y yo me limité a sonreírle y apartarme. Lo que menos quería era ser acribillada con sus preguntas sobre Verónica, sobre sus gustos con los hombres, sobre sus flores preferidas y esas tonterías para las que Diego siempre me buscaba.

Mi parte favorita de la escuela era un lugar apartado del bullicio habitual, donde estaban unos cuantos troncos actuando de bancas bajo la sombra de un árbol gigantesco. Ese lugar era usado por los estudiantes que fumaban a escondidas en el turno vespertino, pero durante la mañana no había nadie rondando cerca.

Me acosté en un tronco alargado, era el lugar perfecto para que nadie me viera. Busqué en mi móvil la lista de reproducción y deje que la música superara el volumen de seguridad a través de los auriculares.

Respiré profundo disfrutando mis cinco minutos de libertad y dejando que las canciones de Pignoise suprimieran el sonido de mis pensamientos.

(…)

Cuando abrí los ojos supe dos cosas.

1) Me había quedado dormida.

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2) Me habían descubierto.

Una mujer rubia me miraba fijamente. Me levanté de un salto y guardé el móvil.

—Profesora lo lamento yo…

¿Qué le digo? ¿Qué le digo?

Ella arqueó las cejas y me estremecí ante su mirada que tenía una mezcla de desaprobación y burla.

—Me sentía mal —dije lo primero que se me vino a la mente.

— ¿Enserio? ¿Necesitas ayuda? —lo dijo en un tonito que más bien daba a entender, “que pretexto más estúpido”.

Sentí el calor subir por mis mejillas seguido de un ligero mareo.

—Tengo que ir a clases —murmuré tomando mi mochila que había caído a un lado.

— ¿Estudias también por la tarde?

— ¿Qué?

Ella miró el elegante reloj que llevaba en la muñeca.

—Son las dos, señorita Orozco.

—No puede ser —dije llevándome las manos a la cabeza— no pude haber dormido tanto.

Saqué el teléfono del bolsillo trasero de mis jeans y consulté la hora.

—No puede ser.

Nuestras miradas se encontraron. En sus ojos estaba el borde el mundo, y yo me encontraba mirando hacia abajo. A tan solo un suspiro de caer dentro de su mirada. Inesperadamente todo comenzó a girar muy rápido. Quise

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interrumpir el contacto visual, pero me sentí atrapada, en sus ojos había más infierno que cielo esta vez, la parte del brillo había desaparecido convirtiéndolos en dos farolas de enfermiza oscuridad.

Finalmente ella parpadeo liberándome del suplicio, rápido baje la vista.

Me costaba formular un pensamiento coherente, tenía el corazón acelerado, al igual que la respiración, como si hubiese estado corriendo un maratón, y poco a poco todo mí alrededor comenzó a girar, primero despacio pero luego la velocidad aumento convirtiendo las cosas en una mancha borrosa.

— ¿Te encuentras bien? —escuché que preguntó una voz lejana.

Di un paso atrás y mis piernas temblaron amenazando con no poder sostener mi peso durante mucho tiempo más. Finalmente algo me sostuvo, y de alguna manera mi cuerpo dejo de ser una carga para mí.

(…)

Por segunda vez en un día desperté sin la puta idea de cómo me había quedado dormida. Pero una jaqueca terrible me hizo recordar la sensación de vértigo y el hecho de que cierta rubia me estuviera mirando con preocupación me confirmó que lo que alcanzaba a recordar realmente había pasado.

Hice un ademán de levantarme pero ella me lo impidió poniendo su mano sobre mi pecho, su inocente gesto paralizó mi respiración.

—No tan rápido —murmuró.

—Estoy bien…

—Espera aquí, iré a traer a la enfermera, no te quise dejar sola…

—Estoy bien —repetí e intente ponerme de pie nuevamente.

Esta vez me ayudo en lugar de detenerme y atravesó su brazo detrás de mis hombros, temerosa de que volviera a desmayarme.

—Te tiene que ver una enfermera.

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—Le juro que estoy bien.

—Uno no se desmaya así porque sí. Si te has estado sintiendo mal lo mejor es que alguien te revise.

—Es la primera vez que me pasa —susurré, mi voz sonaba muy débil.

Ella suspira.

Esta tan cerca de mí que el suave aroma de su perfume se mezcla en el oxígeno que inhalo. Muero de ganas por recargar mi cabeza en su hombro, después de todo estoy enferma, eso se vale.

—No seas necia y ven conmigo.

Pero no me muevo y lo mejor es que ella no me suelta.

—No puedo ir, le avisaran a mis padres y…

— ¿Y? —Me cuestiona y se pone muy seria de pronto— ¿Estas embarazada?

Lejos de ofenderme o confundirme su conclusión me causa gracia.

—Claro que no —le digo sonriendo y entonces acomodo mi cabeza en su hombro— no quiero que se preocupen.

Me doy cuenta muy tarde de lo que hice y me quedo de piedra pensando en cómo dar marcha atrás, pero ella suspira e inclina ligeramente su cabeza hacia la mía. Cierro los ojos por un par de segundos. Aquello me gusta de una manera que de momento no quiero analizar.

— ¿Qué tan segura estas de ello?

—No estoy embarazada —le digo con firmeza— Estoy totalmente segura de ello.

La siento sonreír.

—Tal vez sólo necesitas comer algo —sentenció al mismo tiempo que me soltaba y entendí que era momento de bajar de mi nube.

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Nos separamos.

—Iré a casa —digo desanimada.

— ¿Almuerzas conmigo?

La invitación fue tan sorpresiva que creí que volvería a desmayarme.

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Capítulo 3: El Primer Indicio

—¿Qué te gusta?

Me quedó toda tonta mirando la larga hilera de autos frente a nosotras

mientras que me exprimo el cerebro por encontrarle el sentido y la respuesta

a su pregunta.

—Señorita Orozco… ¿está aquí?

—Dígame.

Volteo a verla. Grave error. ¿Será que nunca me acostumbraré a sus

condenados ojos?

Ella mueve la cabeza despacio y me mira con cierta preocupación.

— ¿Qué clase de comida te gusta? —Pregunta impaciente— No sé si estas

enferma o sólo me estas ignorando.

—Estaba distraída —comento mientras finjo que veo mis manos— En realidad

hay un establecimiento de comida rápido muy cerca de aquí. Sólo hay que

doblar en la siguiente calle… y se evita el tráfico hacia el centro.

—Perfecto —murmura ella.

Llegamos al sitio 10 minutos después.

Al verme entrar Hugo, que está detrás de la caja, comienza a mover los brazos

en el aire efusivamente para llamar mi atención. Mi mano temerosa le regresa

el saludo.

Hay unas cuantas mesas ocupadas, al ver que es la profesora Navarro quien

me sigue la conduzco hecha un manojo de nervios hasta el lugar que yo ocupo

habitualmente cuando voy a comer ahí.

Enseguida una muchachilla con mechas azules se acerca a ofrecernos el menú,

si mal no recuerdo se llama Gabriela. Yo estoy segura de lo quiero, en cambio

mi profesora, ante mi mirada perpleja, es excesivamente amable con la chica

e incluso hace un par de bromas mientras pide pollo frito. Y le sonríe, le sonríe

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a esa niña extraña que ni siquiera conoce. Su primera sonrisa no fue para mí…

repentinamente ya no tenía hambre.

Me sentía molesta y triste a la vez, no podía decir los motivos exactos. Era

como si una fuerza oscura me estuviera oprimiendo el pecho. Respiré hondo y

trate de invocar mentalmente un colorido paisaje, donde había flores, verdes

valles, una pequeña granja… era la descripción del dibujo a medias que

permanecía sobre el caballete en mi habitación. Pero los colores, las sombras,

todo lo demás que las palabras no pueden capturar era lo que tanto me

costaba plasmar con pintura. Necesitaba atrapar la paz de esa imagen sobre

un lienzo.

—Vaya… de nuevo me estas ignorando —la escucho decir.

—Perdón… me quedé pensando…

— ¿En él?

Descaradamente señala hacia Hugo, quien en esos momentos veía hacia

nuestra mesa. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos el bajó la vista

muerto de vergüenza.

Niego rápidamente con la cabeza.

—No.

—Es muy guapo —declara.

—Sí, lo es… —susurro sin saber exactamente qué decir.

— ¿Te gusta? —pregunta levantando una ceja.

De nuevo niego rápidamente.

—No.

Era una charla casual propia de un almuerzo en un restaurante de comida

rápida, pero ella seguía siendo mi profesora, la que me castigó el primer día,

la que me mantuvo despierta toda la noche trabajando en un bendito ensayo

y ciertamente me intimidaba.

—Pues llevaba mucho rato mirándote… definitivamente le gustas a él.

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Me encojo de hombros.

—No creo…

Ella de nuevo mira hacia donde está Hugo.

— ¿Vienes aquí muy seguido?

—Si. En realidad vengo todos los fines de semana a almorzar. Queda un poco

lejos de casa pero en el camino hay un parque muy bonito, y me distraigo por

ahí un rato. Es muy aburrido estar sola.

— ¿Tus padres trabajan los fines de semana?

—Todos los días. Son detectives de policía. Como se imaginará no tiene mucho

tiempo libre.

—Policías —repite sorprendida —pudiste ahorrarte el ensayo si lo hubieras

dicho antes.

Ambas nos reímos.

—No creo que usted se dejara intimidar por mi padre.

Ella suspira.

—No quiero problemas con la policía —es todo lo que dice.

En ese momento la chica regresa con la comida.

—Fue bastante bueno tu trabajo —soltó de pronto cuando llevaba mi

hamburguesa a la mitad.

Me apresuro a tragar.

— ¿Ya lo leyó?

Asiente.

—Escribes como alguien que lee.

Me encojo de hombros.

—Es lo que hago cuando muero de aburrimiento en casa. Mi mamá tiene una

habitación llena de libros, imagino que era una ávida lectora… pero ya no más,

trabaja mucho—le explico.

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—Qué lástima. Leer es una bonita costumbre que no se debería perder y

vuelve a las mujeres más interesantes.

De nuevo volvemos al silencio. Observo de reojo sus delicados movimientos al

comer, es una mujer de clase y yo la he metido a un restaurante de

hamburguesas y pollo frito.

Estoy mordisqueando las papas cuando alguien se para a mi lado.

—¿Cómo te va Ana?

De inmediato me levanto a saludar a Hugo, supongo que había estado toda la

comida debatiéndose entre ir hasta la mesa o quedarse en su puesto, y no

quería hacerlo sentir incómodo. Era él quien se sentaba a comer conmigo los

fines de semana con todo y el riesgo de que lo echaran.

Me planta un sonoro beso en la mejilla y me abraza cariñoso.

—Hola.

— ¿Qué tal el colegio? —pregunta sin dejar de abrazarme.

—Genial.

El lanza un bufido de incredulidad.

—No trates de engañarme… yo puedo ver atreves de ti… —lo dice en un tonito

bastante insinuante.

Le doy un puñetazo en el hombro.

—¿No tienes que trabajar?

El ríe.

—Ayer vino Vero con una chica bastante mona —alza las cejas varias veces

seguidas.

Le encantaba inventarse cuentos morbosos alrededor de mi amiga.

—Lárgate a trabajar —le suelto en tono de broma dándole ligeros empujones.

—Dijo que te las apañaste para que te castigaran el primer día…

Mi profesora nos mira descaradamente, siento sus ojos penetrantes sobre mí.

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—Hugo, te están llamando…

—Dicen que hay una vieja bruja dándote problemas.

Siento el color rojo trepar por mi mejillas.

La profesora Navarro carraspea.

—Largo de aquí Hugo.

Cuando parece que estoy convenciendo a mi amigo de que se marche mi

profesora de literatura dice:

— ¿No me vas a presentar a tu amigo?

La sangre en mis venas se congela.

“Trágame tierra” pienso suplicante.

—Hummm Hugo… ella es… —cuando volteo a ver sus ojos oscuros me cortan

el aliento, continuo casi sin voz— la profesora Marcela Navarro.

Ella extiende su mano y mi amigo la saluda desconcertado por la repentina

tensión que impera entre nosotras.

—Un placer Hugo —murmura mi profesora con un tonito bastante agrio.

—Igualmente. Voy a… voy a mi trabajo…

“¿Ya estarás contento? Me has metido en un lío, pedazo de bestia” le digo todo

esto con una mirada.

En cuanto él se va vuelvo a ocupar mi lugar y finjo beber la soda que me queda

mientras pienso como disculparme.

Navarro me mira fijamente.

—El segundo día y ya soy la vieja bruja que te da problemas —no puedo

interpretar los sentimientos detrás de su susurro— creo que acabo de

establecer un record.

—Yo nunca dije eso…

—También escuché la conversación… fue tu amiga quien lo dijo.

Niego con la cabeza.

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—Hugo es un borde, fijo lo inventó todo… Vero no suele expresarse de esa

manera… —miento— Igual lamento mucho que haya escuchado todo eso,

quiero que sepa que lo del ensayo fue justo y por ningún motivo usted me ha

fastidiado.

—Tranquila que no te volveré a castigar por lo que ha pasado aquí… no

estamos dentro de mis dominios.

Hay algo raro en ella.

Paga la cuenta siendo de nuevo bastante amable con la mesera.

Y en el camino me pide un par de indicaciones para llegar hasta mi casa.

Cuando el auto se detiene no salgo de inmediato.

—Gracias por el almuerzo —murmuro.

Ella no agrega nada.

—Y de nuevo disculpe por lo que dijeron de usted…

— ¿Siempre tienes esa costumbre? —pregunta en voz baja y pensativa.

La miro extrañada.

— ¿qué costumbre?

—Disculparte por cosas que tú no hiciste.

No sé cómo responder a eso. Ella es demasiado directa y yo demasiado tímida

para que entre nosotras puedan fluir con normalidad ese tipo de

conversaciones.

— ¿Sabes que me molesta? —Pregunta derrumbando el incómodo silencio

dentro del auto. Volteo a verla. Es un suplicio pero me dejo atrapar por sus

ojos —No le dijiste a tu amigo que estaba equivocado.

Algo se hace añicos en mi interior.

Estoy furiosa conmigo.

(…)

—¡Me plantaste! —gritó Vero cuando entré a la cocina.

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A veces olvidaba que ella tenía una copia de la llave y la mala costumbre de

entrar cuando menos lo esperaba para darme sustos de muerte.

Trato de entender de qué rayos está hablando pero mi mente permanece en

blanco.

—¿Qué te ocurre?

—¿¡Esa era Marcela Navarro!?

—¿Qué haces aquí?

—¿Dónde te metiste toda la tarde?

Nos gritábamos en medio de la cocina como una matrimonio disfuncional, y

Europa comía de una lata de atún en medio de las dos ignorando por completo

la riña.

—Ana respóndeme.

—Mejor dime tú ¿qué haces aquí?

Abre los ojos como platos.

—Lo olvidaste.

Su mirada de desilusión me recuerda la invitación a almorzar en su casa.

—¡Joder! Vero lo lamento, fue un día muy… raro, loco… se me pasó…

—Estuve retrasando el almuerzo y te mande una docena de mensaje.

—Lo lamento.

—¿Era Marcela Navarro? —cambia la conversación bruscamente.

—Si… me dio un aventón —miento.

—¿Cómo te metes al carro de esa loca? ¡Es tu profesora!

—Por Dios Vero, solo me trajo un par de calles y tú lo has dicho, es mi

profesora… no una secuestradora ni traficante de órganos…

—Pues tiene la pinta.

—No la conoces.

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—Tu tampoco.

—Y por eso no ando por ahí hablando mal de ella. Ni siquiera te tocó hacer el

ensayo porque respondiste bien… si quieres seguir así ponte a estudiar y a leer

y verás cómo se llevan bomba.

— ¿Así como tú?

Pongo los ojos en blanco.

—Sabes que hablamos mañana.

Doy media vuelta y camino hacia mi habitación dejándola sola en medio de la

cocina.

De nuevo el dolor de cabeza y el mareo habían regresado. Me dejo caer sobre

la cama y cierro los ojos.

—Yo no esperaba que Hugo dijera eso —murmuré agachando la cabeza— no

supe reaccionar.

Ella suspira.

—No me importa que hablen mal de mí. Estoy muy acostumbrada a ello.

—Voy a aclarar las cosas con Hugo y con Verónica… usted solo está haciendo

su trabajo, y bastante bien a mi parecer.

Sonríe, una sonrisa triste y hermosa. Traté de grabar ese gesto en mi memoria,

necesitaba dibujar a esa mujer así, tal como estaba en ese momento,

mostrando la vanidosa belleza de un dolor pequeño y silencioso.

—Me ha encantado almorzar contigo. Qué tengas un buen día Ana.

Mi nombre jamás fue tan bonito como cuando ella lo pronunció.

Pese a que dormí toda mañana el sueño me atrapo en ese momento y mi

último pensamiento fue directo hasta ella. ¿Habrá alguien esperándola en

casa?

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Capítulo 4: En La Biblioteca

Cuando despierto no ha amanecido del todo.

Mis padres aún duermen. No sé a qué hora llegaron pero es evidente que alguien se tomó la molestia de arroparme.

Busco el móvil para revisar mis redes sociales antes de que llegue la hora de arreglarme, al encenderlo soy acribillada por 15 mensajes de Vero, todos peguntando a donde me había metido.

Admito que fui una grosera con ella, aparte de plantarla le había gritado… y no se lo merecía, Verónica no solo era mi mejor amiga, era la única, desde siempre. Ya me disculparía con ella, llegando al colegio.

Sus mensajes me trajeron el recuerdo del almuerzo, de Marcela Navarro, y sonreí tontamente al pensar en ella.

Pero me equivoqué al pensar que esa comida de alguna manera había establecido un lazo entre nosotras. Las dos semanas siguientes no dio la más mínima señal de recordar el almuerzo, incluso empezaba a dudar que hubiese estado con ella es ese restaurante, tal vez tenía una hermana gemela… o tal vez el cansancio me había hecho alucinar. No le tomó mucho hacerse muy mala fama en el colegio. Pronto se convirtió en la profesora más odiada, tanto por sus alumnos como por aquellos que habían escuchado las aterradoras narraciones de sus clases, de sus complicados interrogatorios, de los insufribles exámenes orales y por supuesto de nuestra más grande pesadilla, los ensayos. Y peor parte es que el resto de los maestros trataban de imitarla, no les hacía gracia que una profesora recién llegada se hubiese ganado el respeto absoluto de todos los estudiantes o el temor, como se le quiere ver a lo que Marcela Navarro inspiraba en sus pupilos, que se paseaban de un lado a otro con el rostro detrás de un libro o garabateando las líneas de algún ensayo que tenían pendiente. Honestamente a mí me intimidó desde el principio pero a medida que avanzaban los días la profesora Navarro iba despertando otras cosas en mí. Aparte de ser una mujer indudablemente hermosa, también era inteligente, ingeniosa y elegante. Mientras hablaba en las clases yo no podía hacer nada más que contemplarla con fascinación. Ella

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tenía un poder especial para atrapar toda mi atención y mantenerme embobada, aun cuando no estaba frente a mí.

—Pero si ayer conté 100 más… —le gritó Vero a su libreta después de contar por quinta vez el total de palabras que llevaba hasta ese momento.

—Tal vez se te quedaron en el salón —me burlé.

—ja-ja-ja ¿Cuántas llevas tú?

Me encojo de hombros.

—Pasaré toda la noche trabajando en eso.

—Es una reverenda estupidez —se queja.

La vieja bibliotecaria carraspea molesta.

— ¿qué? —pregunto en un susurro mientras ojeo unos libros que alguien ha dejado sobre ese escritorio.

—Este ensayo a mano ¿Cuál es el caso?

—Revisar la ortografía —respondo con obviedad.

—Para joder diría yo.

La bibliotecaria vuelve a carraspear molesta, al mismo tiempo que mi amiga lanza un furioso bufido y vuelve a su labor de contar palabra por palabra. En lugar de estar contando debería ponerse a escribir, pero prefiero guardarme mis pensamientos. No anda de muy buen humor, últimamente nunca trae humor. Me he percatado que Marcela Navarro le jode hasta un punto que no puedo comprender. Jamás ha parecido que trae nada en su contra, la profesora le ha dado a mi amiga el mismo trato que a todos.

Inesperadamente comienza a guardar lapiceros, cuadernos y libros en su mochila.

—¿Ahora qué? —pregunto confundida.

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Ella ha guardado todo pero continua sentada frente a mí.

—No soporto esta idiotez ni un segundo más.

—El trabajo es para mañana —le recuerdo.

—Y tú ni siquiera lo has empezado.

—Ya te dije que he decidido no dormir esta noche y terminarlo…

—No importa… si decides hacerlo o no… tendrás la calificación más alta, como siempre…

—Se me da bien la escritura —le digo encogiéndome de hombros. Hay una rara sombra en sus ojos pero no logro interpretarla.

— ¿Segura que es por eso?

Desde que discutimos en medio de mi cocina no habíamos vuelto a mencionar que la profesora Navarro me había llevado a casa, pero algo me decía que en esos momentos Verónica quería conducir la conversación hasta ese punto

—¿Qué tratas de decirme? —pregunto a la defensiva.

Ahora es ella quien se encoje de hombros.

—No sé… solo he pensado mucho… tú la defiendes menudos, justificas todas sus locuras, me he dado cuenta no soy tonta… Y luego ella te favorece en la notas…

—¿Qué estas tratando de decirme? —vuelvo a preguntarle alzando la voz más de lo necesario.

Ella evita mirarme.

—Me da la impresión de que se traen un acuerdo… como un rollo raro…

— ¿Un rollo? —Pregunto entre asqueada y molesta —Ella no me favorece en nada, estudio mucho y trabajo duro para entregarle tareas más o menos decentes, pongo el mismo empeño en todas mi materias… pero la literatura se

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me da. Y si la defiendo es porque tú la juzgas por todo, de loca y bruja no la bajas y te cuesta reconocer que en estas semanas has aprendido con ella más de lo que pudiste aprender en la primaria y la secundaria. Estas siendo muy egoísta Vero.

Ella niega con la cabeza varias veces, parece que quiere decir algo pero no encuentra las palabras correctas.

—Justo lo que te digo, nunca te quedas sin argumentos si se trata de la profesora Navarro… pero un día no tendrás justificaciones que valgan, para defenderla...

—Señoritas —dice una ronca detrás de mí— me hacen el favor de ir a discutir en la cafetería.

Sin esperar a que respondamos la vieja bibliotecaria me toma del hombro para que me levante. De inmediato tomamos nuestras mochilas.

—Acaba de interrumpir una buena telenovela.

Alguien aparece entre los estantes hablándole a la anciana.

Este es un sueño, tiene que ser una pesadilla.

—Buenas tardes profesora Navarro —saluda la vieja— creo que necesito un cartel de guardar silencio un poco más grande.

—Castigaré a un par de alumnos y se los enviaré para que encarguen de ello —sus ojos negros se mueven directo a Vero —Señorita Hernández venga conmigo.

No espera una respuesta y comienza a alejarse, mi amiga duda unos segundos antes de seguirla y me quedo como estúpida viéndolas marcharse. Ahora si Vero estaba en problemas. Salgo de la biblioteca convertida en un manojo de nervios. Camino despacio hasta el salón de literatura, cerca de allí está una pizarra con las actividades extraescolares, finjo verla mientras trato de percibir algún sonido que se escape de esa puerta.

—¿Ya te anotaste?

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Me giro. Evelyn una muchacha medio gótica está detrás de mi mirando las múltiples actividades.

—No, todavía no me pongo de acuerdo con Vero para matricularnos en una… siempre estamos juntas.

—¿La estas esperando?

—No debe tardar ¿tú ya te anotaste en algo?

—Está en problemas —dice ignorado mi pregunta.

—¿De qué hablas?

—No te hagas, la vi entrar a ese salón y la profesora tenía una cara… ¿andaba alzándole la falda a las de primero o qué?

Me alejo molesta escuchando su risa divertida.

Siempre han molestado a Vero. Mi amiga es un tanto ruda y muy poco femenina por lo que han corrido varios chismes en los pasillos del colegio. Incluso en primer año todo creían que ella y yo teníamos una especie de romance.

Estoy alejándome del pasillo cuando escucho que alguien azota una puerta, me giro de golpe.

Mi amiga camina furiosa hasta mí y la chica gótica la mira intrigada.

— ¿Qué pasó? —le pregunto.

—Me soltó uno de sus tontos sermones.

— ¿Y…?

— ¿Y qué?

—¿De qué será tu ensayo? Te puedo ayudar, enserio…

—No me pidió ningún estupido ensayo.

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—Entonces te fue bastante bien.

Mi amiga se encoje de hombros.

—Es una imbécil. Ya verá quien ríe a lo último.

No importa cuánto le insista ella no dice nada más de Marcela Navarro por el resto de día. Me da la impresión de que sabe algo de nuestra profesora, pero no consigo que diga nada. Lo único que suelta es una inquietante frase “Aléjate de ella” y eso hace que mi curiosidad se multiplique.

No solo quería, si no que necesitaba saber de ella. Saber las cosas que conocía Vero y más, pero en esa escuela nadie había estado lo suficientemente cerca de la profesora Navarro como para tener información personal.

Voy hasta mi lugar favorito, bajo la sombra de un enorme árbol, y saco mi móvil.

Pasando los dedos sobre la pantalla abro el WhatsApp, en medio de mis contactos está el número de David, casi no le enviaba mensajes y cuando lo hacía era para preguntarle sobre Vero, porque su hermana no atendía el teléfono.

¿Qué se supone que tenía que escribirle?

“David necesito información sobre la profesora Navarro porque tu hermana no quiere decir nada”. Si ponía algo así él como mínimo iba a dejarme en visto y luego me agregaría como “La loca” en su lista de contactos. Si no es que ya lo tenía así.

Paso un buen rato pensando y otro más mirando embobada su foto de perfil. Finalmente me decido a teclear.

>>Hola

Envío el mensaje antes de pensarlo dos veces y arrepentirme. Paso un buen rato esperando que dé señales de vida

>> ¿Cómo te va?

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Leo su respuesta un millón de veces, ¿y ahora qué?

>> Genial y a ti.

Esa clase de conversaciones jamás conducían a nada.

>>Descansando, acaba de terminar el entrenamiento. Jugaré el sábado en contra de tu escuela.

>>Enserio. Qué bien! Mucha suerte.

>> ¿Irás al partido?

>> No lo sé, no sé mucho de soccer.

>>Va a ser muy divertido.

Esa conversación cada vez estaba más lejos de Marcela Navarro.

Tenía que encontrar la manera de llegar hasta mi punto sin encender los focos de alerta en David para que luego le contara a su hermana que anduve indagando.

>>En realidad tengo mucha tarea. Mi nueva profesora de literatura es medio bruja.

Apareció una palomita al lado de mi mensaje, luego dos y al instante se volvieron azules.

>> Ya Vero me habló de ella.

>>Si, tengo que hacer su tarea, ya sabes cómo es, escuché que te dio clases ¿no?

>>Tuve que volver a cursar su materia. Pero no creo que tú tengas tantos problemas con ella…

>> ¿Por qué? Ella es igual de cruel con todos.

Mis dedos tiemblan al enviar el mensaje.

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>>No creas, siempre tiene sus prioridades...

Espero que siga escribiendo, pero no añade más.

>> ¿A qué te refieres?

Su respuesta es corta, contundente...

>>A ella le van bien las jovencitas.

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Capítulo 5: En El Baño

Cuando llegué a mi casa pasaban de la 8, entré sin hacer ruido, aun sabiendo que ahí dentro no había nadie salvo Europa. No había que ser muy listilla para saber que mis padres seguían en el trabajo. Pero aun así nunca había llegado tan tarde del colegio sin avisarles. La plática con David fue muy reveladora no tanto por lo que dijo si no por el efecto que tuvieron en mí sus palabras, leí millones de veces esa corta frases donde ponía que a la profesora Navarro le iban bien las jovencitas mientras que un enorme y devastador tornado se formaba en mi cabeza. Había tantas cosas que necesitaba preguntar y sin embargo me despedí de él diciendo que tenía que ir a clases por miedo a que sospechara algo.

Respiré hondo antes de revisar el teléfono de casa para comprobar que ninguna llamada había entrado. Pese a que tenía el celular mi papá conservaba la costumbre de llamar al fijo por las tardes para comprobar que estaba allí y que todo se encontraba en orden.

Había sido un día bastante raro. La conversación con Vero, Marcela espiando, y luego el dato que David me dio. Casi inconscientemente busqué el móvil para leer de nuevo ese mensaje y me sorprendí suspirando.

La profesora Navarro ni siquiera me volteo a ver cuando estuvimos en la biblioteca, no recordaba haber dicho nada malo de ella. Incluso la defendí de Verónica pero con eso no me gané ni una fugaz mirada. Realmente extrañaba verme en sus ojos, por muy tortuoso que esto fuera.

El estómago se me encogió.

Tenía mucho que pensar, pero el remolino en mi cabeza no me dejaba concentrar, succionaba mis ideas y me las devolvía transformadas en pensamientos absurdos.

Sin un ápice de hambre fui a mi recamara dispuesta a expresar en cinco cuartillas mi opinión sobre unas obras del siglo de oro.

Era muy de noche cuando dieron ligeros golpes en la puerta de mi recamara.

—Creí que dormías —susurró mi madre entrando.

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—Tengo mucha tarea —dije con un bostezo.

Ella miró las hojas sobre el escritorio.

— ¿Literatura de nuevo?… creo que esa maestra se está excediendo.

—Encargó esto hace días —le explico rápido— yo lo dejé para última hora.

Mis palabras no parecen convencerla.

—Considero que tu maestra es muy exigente…

—Está muy preparada, solo pide que estemos a la altura.

Ella se rasca los ojos, se le nota mucho más cansada que a mí.

— ¿Todo está bien? —pregunta de pronto.

— ¿Por qué?

—Ana necesito saber si hay alguien dándote problemas, si te hacen sentir incomoda, si te han ofrecido alguna sustancia extraña o…

— ¿Tienes un caso de traficantes o algo así? —le pregunto al mismo tiempo que niego con la cabeza.

—No hay que ser traficante para tener acceso a drogas o para ofrecérselas a alguien más. Por eso te pido que confíes en mí —me toma de la mano— sé que nunca estoy en casa, pero siempre voy a velar por tu bien y cualquier problema que tengas … ahí voy a estar, poniendo todo lo que esté en mis manos para ayudarte.

—Lo sé mamá —susurro— no te preocupes por mí, sé decir que no. Y hasta ahora lo peor que he consumido son las sopas instantáneas.

Ella sonríe.

—Escribes como alguien que lee —susurra devolviéndome la hoja.

— ¿Esa frase está en un libro o algo así?

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— ¿Por qué?

—Mi profesora dijo exactamente lo mismo.

Veo los músculos de su cara tensarse.

—Debe ser… pero francamente ya no recuerdo cual.

—Mejor ve a descansar.

Ella sale de la habitación después de darme un beso.

Pasaban de las tres cuando puse el punto final, con el andar pesado me alejé del escritorio para tirarme sobre la cama muerta de cansancio y al instante entré en un profundo sueño. Cuando sonó el despertador y abrí los ojos me encontré con las sabanas hechas un nudo, los cojines habían ido a para al piso y Europa caminaba sospechosamente sobre mi escritorio. Al notar que yo había despertado corrió fuera de mi habitación dejando pequeñas huellas azules en la alfombra.

Me levanté de un salto. Mis ojos fueron hasta las latas de pintura que tenía en una esquina donde desde hacía varios días estaba intentando capturar un paisaje, luego vi las huellas azules que había dejado Europa, y luego finalmente las hojas sobre mi escritorio.

— ¡Maldito Gato! —Solté furioso.

Mi tarea se encontraba espantosamente decorada con las patas de mi mascota.

La profesora Navarro había sido muy atenta conmigo, y me había cuidado e invitado a comer y luego llevado a mi casa, pero los últimos días ella había dejado bien claro que seguía siendo mi profesora y cuando viera lo que Europa había hecho yo estaría en problemas, y justo eso era lo que menos quería.

Me bañé lo más rápido que fue posible. Hice de mi largo cabello castaño una trenza para no perder el tiempo pasando el peine una y otra vez, y ni siquiera me moleste en maquillarme para cubrir mis pecas y mis terribles ojeras (ya se ocuparía Vero de mí más tarde.) Ni mucho menos tenía tiempo de desayunar, necesitaba llegar al colegio y pasar toda la tarea a limpio.

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(…)

Me paré de puntillas en la esquina para mirar si no venía el autobús.

Era media hora de viaje, tiempo suficiente para trascribir la tarea y entregarle un trabajo impecable a la profesora Navarro.

“La profesora Navarro” dijo una vocecita en mi cabeza al mismo tiempo que un Ford fiesta blanco, extrañamente familiar, aparecía en la esquina.

Bajé la vista con el pulso acelerado y problemas de respiración.

— ¿Un aventón?

Fingí sorpresa.

—Profesora, buenos días.

—Buenos días, Ana —dijo mi nombre despacio como acariciándolo con sus labios rojos— anda sube al auto, me gusta llegar temprano.

Le obedecí.

— ¿Vive cerca de aquí? —pregunté cuando ella puso el auto en marcha.

Dudó unos segundos.

—Me queda de paso —eso no respondía a mi pregunta.

No le insistí porque estaba más interesada en algo más: su trabajo. No podía sacar las hojas y ponerme a hacer la tarea frente a la profesora. A como estaban las cosas tenía tres opciones.

1) Pasaba todo a limpio justo en sus ojos.

2) Le entregaba la desastrosa tarea y le explicaba mi descuido.

3) No le presentaba ningún trabajo.

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El final de los tres caminos era un regaño y un terrible castigo, pero había algo mucho peor, se molestaría conmigo. Y yo no quería eso, no quería que se enojara, que me dejara de ver como su más destacada alumna.

— ¿Tengo algo en la cara?

Bajé la vista avergonzada. Me había quedado mirándola como una idiota.

—Perdón yo… estaba pensando.

Me miró de reojo.

—Me da la impresión de que quieres decirme algo.

—No —contesto al momento— en realidad sí, pero…hum, creo que mejor no.

—Ok, ya no entendí —susurró y se detuvo en un semáforo, entonces aprovecho para mirarme fijamente— ¿Qué ocurre Ana?

—Es sobre su trabajo —murmuré dudosa.

Y ocurrió lo que tanto temía, su mirada se endureció.

—Señorita Orozco quiero ese ensayo sobre mi escritorio a las 8 de la mañana sin excusas —puso su mirada en el camino a pesar de que aún no era momento de avanzar.

Mierda. Ahora de nuevo era la señorita Orozco. Alguien iba a cenar gato esa misma noche.

—Hice el trabajo pero… bueno, lo terminé en la madrugada y me quedé dormida… lo dejé en el escritorio a salvo, pero Europa entró a mi habitación… nunca lo hace porque odia estar allí, pero ahora sí lo hizo y se manchó las patas de pintura y arruino el trabajo… a propósito.

—No entendí nada —confesó poniendo el auto en marcha— para empezar ¿Quién es Europa?

—Mi gato.

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—Qué alivio que no fue tu perro —dijo con sarcasmo como quien lleva años escuchando excusas estúpidas de estudiantes irresponsables.

—Digo la verdad —me defiendo sintiendo una punzada de enojo.

—Claro —susurra cortante.

Abro la mochila y busco entre mis cosas la carpeta con sus hojas.

—Sé que es un asco —admito mostrándole— pero la pasaré a limpio y a las 8 le entregaré un trabajo impecable.

Ella no dijo nada, estaba siendo injusta.

Bien.

Saqué mi libreta y empecé a copiar todo.

Cuando aparcó el auto frente al estacionamiento ya iba por la mitad. Guardé mis cosas y abandoné su carro.

—Gracias profesora —murmuré y me alejé lo más rápido que pude.

En el enorme edifico unos cuantos alumnos recorrían los pasillos bostezando mientras arrastraban las mochilas totalmente desanimados.

Me senté en las escaleras para poder seguir copiando la tarea.

—Eres un desastre —murmuró Vero al llegar, cinco minutos más tarde.

La ignoré mientras deslizaba el lápiz lo más rápido posible sobre las hojas. Ella se sentó a observarme, me dolía la mano pero no dejé de escribir hasta que puse el punto final.

—Y aún faltan tres minutos —me celebró mi amiga.

—Vamos al salón.

—Hay que ir al baño antes.

—No otra vez —me quejé— la profesora ya llegó, debe estar en el salón.

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—Necesitas maquillaje, solo serán dos minutos, anda.

La seguí desanimada.

— Ayer de nuevo te desapareciste —susurró mientras me delineaba los ojos.

Estaba recostada a la pared de brazos cruzados dejando que ella hiciera su trabajo.

—Fui al parque a dar una vuelta, y ahí se me fue toda la tarde.

Me mira fijamente, siempre he envidiado sus ojos almendrados. Verónica me saca unos cinco centímetros de altura, es pelirroja y muy hermosa… no me extraña que tenga tantos pretendientes, lo raro es que no le interese ninguno.

—Pudiste haberme llamado —me reprocha— a veces simplemente olvidas que existo.

—Yo no te olvido, tu ayer andabas de mal…

Me tengo que callar por que empieza a ponerme labial.

—Te queda muy bien este color —susurra con los ojos clavados en mi boca— ¿notas que pasamos muy poco tiempo juntas últimamente?

Estoy atrapada entre la pared y su cuerpo. La situación no me hace sentir muy cómoda.

—Tenemos mucho trabajo. Pero sigues siendo mi mejor amiga.

—Soy tu única amiga —se burla.

Sonrío.

—Mi hermano tiene un partido el sábado… —comienza a decir— que tal si vamos, le echamos porras y cuando pierda tu entras a los vestidores y lo consuelas.

Estoy suficientemente cerca del lavabo para meter mi mano bajo el chorro de agua y mojar a mi amiga.

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Ella me mira sorprendida y me devuelve el ataque, por unos treinta segundos estamos como dos chiquillas jugando con el agua hasta que caigo en la cuenta que no tenemos tiempo para eso.

—Literatura.

Es todo lo que digo, y funciona, Vero deja de atacarme.

—Maldición.

Ambas nos miramos al espejo y salimos del baño, ocupamos el camino para acomodarnos el cabello e intentar secar la ropa con las manos.

Nos detenemos una fracción de segundo en la puerta hasta que Vero se decide a llamar.

Al abrir todos nos están mirando y la profesora tiene una cara de que más me valdría haberme reportado enferma.

Mira a Vero, después a mí, de nuevo a Vero… consulta su reloj. Como máximo tenemos cinco minutos de retraso, eso no amerita un reporte, ni siquiera puede sacarnos de la clase, pero nada nos salvará de un castigo.

—¿Podemos pasar profesora… ?

Ella le dirige a mi amiga una mirada fulminante.

—Es tarde —solo eso dice.

Me siento como una tonta parada en la puerta.

—Tuvimos que ir al baño —dice Vero en voz baja.

Pero clase entera está sumida en tan profundo silencio que hasta se puede escuchar el vuelo de una mosca y al enterarse que mi amiga y yo venimos en del baño en semejante estado algunos valientes dejan escapar risitas estúpidas.

La profesora arquea las cejas ignorando a sus alumnos.

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Tiene la vista fija en Vero, como si yo no existiera.

— ¿Y alguna de las dos señoritas tuvo la gentileza de avisar que hay una fuga en las tuberías?

Hay más risas.

—No hay una fuga en las tuberías…—murmura Vero.

—Entonces no entiendo la razón de…

—Estábamos jugando—digo sin pensarlo.

Grave error. La clase entera ya no puede seguir disimulando las risas burlonas. Es demasiado evidente lo que todos ellos se están imaginando en ese momento. Pero lo peor es que mi profesora me está mirando, y el frio de sus ojos me hace estremecer.

—Pues la próxima vez que vayan a “jugar” que no sea en los baños de la institución— cuando dice jugar con ese tonito enfático estallan más carcajadas— o que no sea a la hora de mi clase— con un gesto indica que vayamos a nuestro sitio— o traigan ropa para cambiarse —cuando voy pasando por su lado grita en mi oído— o como mínimo traigan un peine.

Me sigue con la mirada, y no hace ni el más mínimo intento por callar las risas burlonas de sus alumnos.

Armándome de valor busco sus ojos.

Lo más probable es que esté pensando que mantengo una especie de relación con Vero y eso no me gusta. Lo que los demás crean me da igual… pero ella, bajo el escudriño de sus ojos caigo en la cuenta de que ella me importa. Y necesito decirle que Vero es mi amiga, y nunca será nada más que eso.

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Capítulo 6: No Somos Nada

Durante la mitad de la clase revisó los ensayos con un humor de perros. La mayoría los regresaba no sin antes hacer comentarios ácidos sobre los errores de redacción en ellos. Sólo admitió dos trabajos y ambos se llevaron la calificación mínima, uno era el de un muchacho de rasgos asiáticos (no pude recordar su nombre) y el otro era el mío.

Nadie estaba muy contento. Pero ella hizo lo que mejor le salía en el mundo, ignorar la indignación de sus alumnos.

Finalmente el timbre que marcó el final de la clase se escuchó, dejando a la profesora a mitad de una frase. Todos se levantaron y guardaron sus cosas antes de que ella lo ordenara.

—Señorita Orozco tengo que hablar con usted.

Vero me miró preocupada y al final fue la última en salir del salón. La conocía perfectamente como para saber que no le hacía gracia dejarme sola con la maestra.

Me sentí pequeña en mi asiento y aún más cuando sus ojos me acorralaron.

—Veo que es muy sobreprotectora —dice mirando la puerta por donde había salido Vero.

—Es mi mejor amiga —se lo digo despacio para que le quede claro.

—Tu trabajo fue muy bueno.

Cambió el tema bruscamente.

—Gracias —solo eso se me ocurrió decir.

—Solo quiero pedirle, por favor, que se evite dar ciertos espectáculos dentro de esta institución.

Volvemos al punto. Tenía una forma baste extraña de conversar.

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—No pasó lo que usted está pensando.

Arquea las cejas.

—¿Sabe lo que pienso?

—Es fácil adivinarlo. Es lo mismo que se imaginan todos…

—Deben tener motivos para que su imaginación se aventure tan lejos.

Me apuro a negar con la cabeza.

—Pues no los tienen. Vero es solo mi mejor amiga… yo no tengo nada con ella y lo del baño, ya le dije que fue un jueg…

Levanta la mano indicándome que me calle.

—Francamente me da igual, a mí no tiene que explicarme como conduce su vida, al fin y al cabo no somos nada.

Y lo sentí, sentí la hoja fría y filosa atravesar mi carne y penetrar lentamente en mi órgano vital. No había un arma en sus manos. Ella me destrozó con sólo una frase.

“No somos nada”

El terrible eco de la verdad dicha a la cara me ensordecía.

Me levanté y puse la mochila en mis hombros. Cuando ya estaba girando el pomo de la puerta ella se acercó a mí y volvió a hablar.

—Ana, perdón si me moleste contigo por lo del trabajo. No me gusta la gente irresponsable ni quiero que pienses que vas a hacer lo que quieres en mi clase porque eres una alumna destacada.

Sus repentinos cambios de humor me revolvían el estómago.

—Fue un descuido terrible lo de mi gato, pero finalmente logré terminar el trabajo a tiempo y bueno yo me tengo que ir a clases…

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Me tomó del brazo para impedir que me fuera.

Sentir el tacto suave y tibio de su mano fue como caer a un mar de nuevas sensaciones… y yo no sabía nadar.

—Espera un momento.

— ¿Qué ocurre profesora? —mi voz sonó todo indiferente que me fue posible.

—No quiero que te molestes conmigo porque te llamo la atención. Lo hago porque me importas, como todos mis estudiantes. A pesar de que ahora mismo estén planeando como hacer que me echen.

—No la van a echar. Hemos tenido maestros peores, es cuestión de costumbre.

— ¿Peores?

—No quise decir eso —murmuré de nuevo estaba metiendo la pata—perdón.

—Me molesta que haya profesores peores que yo, en ese aspecto siempre me gusta ganar —dijo sonriendo.

¿A qué estaba jugando conmigo?

—Pues en lo que a mí respecta usted lleva la delantera —me atreví a decirle.

Ella arqueó las cejas.

— ¿Quieres saber que opino de ti?

Mi corazón se aceleró, de nuevo la tenía cerca.

—No estoy muy segura.

—Aun así te lo diré, promete antes que me guardaras el secreto.

La miro desconfiada.

“Está loca” susurró una vocecita en mi cabeza.

“Y te enloquece a ti” dijo otra voz.

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—Hummm, lo prometo… —susurro confundida.

—Eres mi alumna favorita.

Siento como mis mejillas se encienden.

—Tiene una rara forma de demostrarlo.

Sonríe.

Me derrito.

—Me preocupa que tus romances vayan a afectar tu desempeño. Es todo. Pero como dije, es tu vida, y no me voy a entrometer. Aunque eso no quita que me encanta como escribes.

— ¿Enserio? —mi voz tímida apenas es audible.

—Tú estilo al redactar, las palabras que empleas, el tamaño y la forma de tu letra, la tinta de tu lapicero… es una combinación peligrosa, adictiva y que revela mucho sobre ti, todos esos elementos no hacen más que mostrarme quién eres.

— ¿Y quién soy?

—Si almuerzas conmigo esta tarde te lo digo.

No estaba segura de haber escuchado bien.

— ¿Almorzar?

—Bueno si tienes otros planes…

—No, para nada. Me encantaría —hice lo posible porque mis palabras no delataran mi emoción.

—Bien — susurró — una cosa más — se acercó y de nuevo pude aspirar el suave aroma de su fragancia —si te vuelves a desmayar uno de estos días que sea cerca de mí.

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— ¿Qué?

Pero ella no añadió nada más y me llevó fuera del salón, cerrando la puerta en mis narices.

— ¿Qué? — pregunté de nuevo.

— ¿Con quién hablas? —Vero apareció a mi lado y se quedó mirando la puerta cerrada.

—Con la puerta —digo sarcástica y me alejo.

Durante la clase de historia el profesor nos ordena sentarnos en lugares separados pero aun así soy bombardeada por decenas de pequeñas bolas de papel donde ella formula un montón de preguntas tontas sobre lo que quería conmigo Marcela Navarro.

—Estas siendo muy histérica —le digo cuando salimos del salón.

—Solo quiero saber que es lo quería…

—No te interesa.

—Claro que me interesa eres mi amiga y estoy preocupada por ti.

—Se cuidarme sola —respondo cortante.

—Yo sé que sí, sólo necesito que sepas una cosa... —dice susurrando y me toma de la mano para camine tas ella.

Prácticamente a base de jalones de lleva hasta el baño.

Una vez a dentro revisa cada uno de los cubículos para cerciorarse que estamos sola y al comprobar que no hay nadie dentro cierra la puerta. La situación difícilmente podría ser más extraña, no sé si reírme o salir corriendo.

— ¿Ahora qué?

—Hay algo que debes saber sobre Marcela Navarro —susurra mirándome fijamente.

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Me cruzo de brazos y pongo los ojos en blanco.

—Vero…

—Marcela Navarro es…

—Ya lo sé —le suelto de pronto, no puedo seguir en ese juego— No le veo nada de malo, es su vida y yo no tengo que entrometerme…

— ¿Lo sabes?

Asiento.

— ¿Quién te lo dijo? ¿Fue ella?

Estaba a punto de soltar el nombre de David, afortunadamente recapacité a tiempo. Si le contaba mi charla con su hermano ella querría saber qué interés tenía en Marcela Navarro y esa pregunta ni yo misma podía responderla.

—Tengo mis fuentes —le respondí con el mismo tonito de misterio que ocupaba ella cuando quería hacerse la interesante.

— ¿Te lo dijeron tus padres?

—A ellos no les importa la profesora Navarro en cuanto no me fastidie…

Vero se recarga en la pared.

—Es un asco cierto…

Miro a mi amiga extrañada, Marcela podía ser todo lo pesada que quisiera… pero ¿un asco? Estaba segura que jamás en mi vida había visto a una mujer tan hermosa.

—¿Lo dices por sus preferencias? —pregunto extrañada.

—¿Por qué mas va a ser?

—Es raro que precisamente tú la estés juzgando —las palabras salen de mi boca sin que las hubiese meditado.

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—¿Por qué lo dices? —pregunta entrecerrando los ojos y acercándose.

Me encojo de hombros. Una voz en mi cabeza me grita que corra.

—Porque no hay que juzgar a nadie por sus preferencias, cada quien tiene derecho a…

—No me compares con Marcela Navarro —susurra amenazante.

—No lo estoy haciendo yo nunca…

—He notado como la ves… como la defiendes de todos… como te desvelas haciendo una y otra vez sus trabajos para que te queden perfectos… —continua susurrando de una forma que me eriza la piel— ¿Te gusta ella?

Finjo reírme para disimular mis nervios.

—No digas tonterías…

— ¿Te gusta a pesar de lo que es?

—Vero basta, lo digo enserio…

—No me has respondido si te gusta…

—Claro que no me gusta.

Se pone muy seria, está peligrosamente cerca de mí.

—¿Y te gusto yo?

Esa pregunta no me la esperaba. Vuelvo a reír nerviosa y me hago a un lado pero Vero me toma del brazo y nuevamente me acerca a ella.

—¿Te gusto Ana?

Nada en mi vida me había preparado para ese momento.

—Eres mi mejor amiga —susurro despacio, midiendo mis palabras.

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Me estaba llevando a un terreno peligroso. A un campo minado donde cualquier paso en falso nos podría destrozar a ambas.

—Si yo te gusto sería diferente —dice casi en mi oído— soy tu mejor amiga, ambas nos conocemos.

Desliza su dedo despacio sobre mi mejilla.

Cada vez que se acercaba yo la sentía más lejos. Estaba cruzando una línea invisible y a partir de ese momento nada sería igual entre las dos.

Inhalé su perfume que tan bien conocía, el olor a cereza de su brillo labial, sentí la suave piel de su rostro hacer contacto con la mía. Cuando sus labios estaban a una pulgada comencé a sentir el estómago revuelto y unas ganas terribles de vomitar.

—Ana —susurra casi sobre mi boca.

En ese momento la puerta del baño se abre escandalosamente, ambas nos giramos sobresaltadas, hay casi una docena de personas apretujadas en la entrada mirándonos boquiabiertos, los de adelante contienen la respiración, los que están atrás se paran de puntillas para ver mejor.

Yo no lo resisto más y ahí, sobre la ropa de mi mejor amiga, comienzo a vomitar.

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Capítulo 7: Es El Amor Que Pasa

El director se pasea de un lado a otro como león enjaulado.

Vero y yo estamos sentadas una al lado de la otra pero mientras ella mira el techo yo me contemplo las uñas. Habíamos evitado hasta el más mínimo contacto desde que salimos del baño. El bullicio que se había armado en el pasillo era tal que atrajo la atención de los maestros, “dos chicas besándose en el baño”, el maldito chisme se regó como polvo, obviamente terminamos ahí, en la oficina del director y nuestros padres se encontraban en camino.

— ¿Hay algo que quieran decirme? —preguntó el directo con su característica voz ronca.

Verónica y yo seguimos cada una sumidas en nuestros propios pensamientos.

— ¿No van a negar los rumores? —insiste él.

Para defendernos teníamos que estar del mismo lado y eso de momento era imposible, una enorme muralla crecía a cada segundo y a pesar de tenerla sentada junto a mí la sentía cada vez más lejos.

—Muy bien —dice el director sentándose detrás del escritorio— esperemos a sus padres.

Los detectives no tardaron en llegar, ambos haciendo gala de prepotencia. ¿A quién rayos se le podía ocurrir darle problemas a su pequeña? La madre de Verónica también entró casi detrás de ellos y fue directo hasta su hija poniéndole las manos sobre los hombros para hacerle saber que no estaba sola.

El director explicó lo ocurrido ante mi madre que tenía las manos en la cintura y resoplaba molesta y mi padre que se había convertido en el nuevo león enjaulado dentro de la oficina.

— ¡Pruebas! —Escandalizó papá poniéndose detrás de mí— a mí hija se le va a expulsar de esta escuela con evidencias suficientes…

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—Detective Orozco tenemos el testimonio de una docenas de estudiantes que las…

—El testimonio de niños hormonados no es una razón de peso para acusar a dos personas de… de lo que usted está tratando de acusar a mi hija y a su amiga.

El director suspira rascándose la frente.

—Detective necesito que se calme. Las señoritas actuaron mal, no sé qué tan ciertos sean los rumores, pero estos están allí, y si yo paso por alto este evento todos van a creer que tienen permitido andar de romance por los baños.

Mi padre está fuera de sí.

—Déjeme hablar con sus estudiantes y verá como los rumores se apagan en dos segundos… tranquilo, no le cobraré por hacer su trabajo…

Esas palabras fueron como una bofetada para el director.

—No puede intimidar a los alumnos —dice arrastrando las palabras.

— ¿Al menos ya escuchó a las señoritas?

El viejo suspira y niega despacio con la cabeza.

— ¿Ana que estaban haciendo en el baño? —pregunta de pronto.

Me quedo de piedra.

Inesperadamente mi padre gira la silla sobre la que estoy para que lo encare.

— ¿Se estaban besando en el baño?

Niego rápidamente, era verdad, no nos estábamos besando… aún. Pienso en lo que pudo haber pasado si esos chismosos no hubiesen estado cotilleando, ¿Besar a Verónica? Jamás hubiera querido besarla. Todo eso me trastornó, fue más de lo que podía soportar y por eso le vomité encima… aún escuchaba las risas estridentes de todos cuando comencé a vomitar sobre mi amiga.

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— ¿Ve?

El director suspira de nuevo, evidentemente cansado.

—Quiero que sepa que hay antecedentes —murmura señalándonos son un regordete dedo índice— desde primer años han corrido rumores sobre sus hijas que yo he pasado por alto porque consideré que se trataba de una muy buena amistad. Pero hoy en la mañana ambas llegaron tarde a la primera clase, estaban despeinadas y con las ropas mojadas por haber estado, según ellas mismas “jugando” en el baño.

Las respiraciones de mi papá cada vez son más escandalosas.

Marcela Navarro se había ido de la lengua con el director. Esa era la única forma de que él estuviera muy bien enterado sobre lo acontecido esa mañana.

Mi padre y el director de nuevo se enfrascan en una discusión sobre nuestro destino. Lejos de preocuparse por mí sé que él está defendiendo su propio ego, no va a perder contra un profesorsucho de quinta. Es un experimentado policía, ha tratado con delincuentes de la peor calaña por eso no me sorprende que el director, un tanto arto de darle vueltas al asunto, le ponga fin a la discusión.

—Tiene razón detective, carezco de pruebas para hacer de la expulsión de las señoritas algo justo, pero creo que está de más advertirle a ambas que no volveré a tolerar una escenita como la del baño en ningún rincón de esta institución.

—Bien —es todo lo que dice mi padre y sale de la oficina.

—Hablaremos con las chicas —garantiza la madre de Verónica.

Ella y mi mamá habían estado en silencio observando como los hombres discutían, pero ahora que mi padre se había marchado la calma poco a poco regresaba a la oficina.

—No dude que este incidente tendrá severas consecuencias —le dijo mi madre estrechándole la mano— y una disculpa por el comportamiento de mi marido.

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Al salir de la oficina ella y la mamá de Verónica intercambian un par de palabras amables. Luego cada una toma a su hija y la arrastra en dirección opuesta.

—Mamá… —comienzo vacilante mientas ando a su lado.

—Hablaremos en la casa —es todo lo que dice mientras se pone sus gafas tipo aviador.

Suspiro. Estoy en problemas. Era la primera vez que mandaban a llamar a mis papás de la escuela y no sabía cómo iban a reaccionar una vez que estuviéramos tras las paredes de nuestro hogar.

— ¿A qué hora llegas a la casa? —preguntó cortante.

—Pues termino clases a las dos…

—A las dos nos vemos en casa entonces.

Asiento. Pero entonces recuerdo algo y me detengo en seco.

—No creo que llegue a las dos —dudo— es que tengo que ir a la biblioteca a buscar unos libros y luego pedirlos prestados… es un lío.

— ¿A qué hora llegas a la casa? —pregunta de nuevo irritada.

Esta molesta, pero tengo una cita y no la pienso perder ni aunque tenga que lidiar con los gritos de mi padre por toda la noche.

—Yo les aviso cuando vaya en camino… —susurro con timidez.

Puedo notar que hay alumnos que comienzan a cuchichear al verme pasar y lo que menos quiero es que vean una escenita con mi madre.

Ella no parece muy convencida pero al parecer se percata de mi incomodidad y se acerca a mí.

— ¿Quieres que te lleve a casa ahora?

Niego rápido.

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—Voy a estar bien —susurré mirando al suelo, nada convencida de mis palabras.

Me observa por unos segundos. Tengo 17 años pero aún no está preparada para lidiar con eso, para que su hija ande de romance... y menos aún con una chica. En ninguna academia revelan que hacer en semejante situación.

—Cualquier cosa me llamas —fue todo lo que dijo y se giró de golpe.

Pero en ese momento alguien más estaba de paso y prácticamente se estrellaron.

Mi madre se quitó las gafas dispuesta a echar bronca pero se encontró con una mirada fulminante.

Mis ojos van de una a la otra, da la impresión que quieren reducirse a cenizas con el poder de su mente.

Marcela Navarro no pierde una batalla de miradas pero la detective Michelle Orozco tampoco. La guerra se prolonga por lo que parece una eternidad.

—Mamá —me acerco a mi madre tomándola del brazo— ella es la profesora Navarro de literatura…

Una última mirada asesina antes de levantar el brazo y estrechar su mano.

Tenía lo suficientemente medida a mi profesora para saber que todavía traía el humor de perros de en la mañana.

—Un gusto —susurro mi madre con un tonito de desprecio nada conveniente.

—El gusto es mío.

Vaya, las dos mujeres tenían una forma de hablar que lastimaba sin necesidad de gritos ni insulto.

—Nos vemos en casa Ana —dijo mi madre.

La profesora sin añadir nada continuo con su camino como sin nada y mi madre se despidió de mí con mala cara.

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¿Qué demonios acababa de pasar ahí?

No tuve mucho tiempo de pensar en el encuentro de mi madre con la profesora, que distaba mucho de ser el primero. Esas dos se conocían de algún lado y no bajo términos amables. Pero había algo más complicado en mi situación, de pronto era el blanco de miradas y señalamientos… mi historia se estaba repitiendo, aunque la vez anterior Verónica estaba a mi lado, nosotras dos contra el resto del colegio y ahora parecía ser yo sola contra el mundo.

Abochornada comencé a caminar a ningún sitio en particular, solo me moví por los corredores donde parecía haber menos alumnos y sin darme cuenta fui a parar a la biblioteca. Tal vez era un buen escondite, en lo que planeaba como superar lo ocurrido, como hacer que todos lo olvidasen y yo misma borrarlo de mi cabeza.

Verónica había intentado besarme.

No podía creerlo. Ni siquiera podía recordar desde cuando éramos las mejores amigas y en todo ese tiempo ella jamás demostró tener sentimientos… “extraños” hacia mí.

La cabeza me da vueltas. Voy hasta los estantes y comienzo a sacar libros al azar, paso las hojas rápido y al no encontrar ilustraciones los coloco en su sitio. Para esta nueva actividad ocupo toda mi atención, necesito olvidar lo ocurrido ese día tan loco. Debí haberme reportado enferma, quizás lo que hizo Europa era una especie de señal para advertirme que no debía salir de mi cama ese día. Durante mi tarea una página salió volando. Corrí a recuperarla antes de que la bibliotecaria se diera cuenta y quisiera echarme bronca pero llegué al mismo tiempo que alguien más.

— ¿A sí que Bécquer? —murmuró cuando nos pusimos de pie.

— ¿Qué?

—Bécquer — repitió y puso la hoja en mis manos.

La miré.

Era la Rima X y justo debajo el nombre del autor “Gustavo Adolfo Bécquer”

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—Estoy buscando un libro.

Doble la hoja para guardarla entre las páginas.

—Ese poema me gusta mucho —susurró encogiéndose de hombros.

Desdoblé la hoja y me recargue sobre el estante.

—“Los invisibles átomos del aire, en derredor palpitan y se inflaman…”

Leí despacio y ella se acercó más a mí para escuchar mejor. Inhale su exquisito aroma antes de continuar.

—“El cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada”

Tragué saliva despacio, era consciente de su mirada atenta y de sus labios ligeramente entreabiertos.

—“Oigo flotando en olas de armonías, rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?”

—Es el amor que pasa.

Mi profesora susurró el final del poema tan cerca de mi oído que sentí el roce de sus labios.

Ninguna se movió, nuestros rostros estaban tan cerca que nos repartíamos el poco oxigeno que se colaba por el escaso espacio. Sentí una suave mano acariciar mi mejilla, alcé el rostro despacio para encontrarme con sus ojos…

Esta vez no sentí nauseas.

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Capítulo 8: Es Sólo Una Amiga

Estábamos a un movimiento de vencer la distancia entre nuestros labios, a un segundo de que yo cayera por el borde de su mirada, a un suspiro de perder el control.

Ya no tenía el dominio de mis propios pensamientos, ni de mi cuerpo, ni de nada en absoluto, yo era un jodido títere cuyos hilos se enredaban entre sus dedos.

— ¿Qué te pareció? —preguntó soltando mi mejilla y apartándose un poco.

Su expresión no había cambiado y aun podía oler su perfume pero entendí que ya estaba muy lejos. Y el frio de su distanciamiento me heló los huesos.

—Me ha gustado. Pero no conozco mucho de poesía así que no puedo darle una opinión inteligente —mi voz suena alterada, pero trato de controlarme.

—Lo sabrás, yo te voy a enseñar después de todo soy tu profesora —lo dijo acompañada por esa sonrisita suya que me ponía como un cubito de hielo en el infierno.

—La poesía no es mi fuerte, me cuesta mucho entenderle.

—No tienes que entenderla, tienes que sentirla, vivirla con tanta intensidad que al escuchar un verso tu piel entera ardera consumida por las pasiones del autor.

Me quedé boquiabierta, mirándola como una idiota. Esta vez sus ojos no me torturaron, ni me encadenaron, en ese momento estar bajo su mirada se sintió como una suave caricia.

—Me gustaría experimentar eso —confieso.

—Ya verás que un día la vida misma te va a encarnar un poema tan hondo que sentirás que tú lo has escrito —murmuró poniéndose seria pero con la mirada iluminada— ¿Nos vamos a comer?

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Registré el libro para llevármelo antes de salir. En el colegio sólo quedaban unos cuantos chicos jugando y una pareja despidiéndose acaloradamente lo cual me hizo recordar cuan cerca había estado de besar a mi profesora. El recuerdo coloreó mis mejillas. Realmente desearía tener poderes telepáticos y conocer lo que ella pensaba con respecto al suceso.

Me abrió la puerta del auto y condujo en silencio hasta un pequeño restaurante bastante rustico a unos 15 minutos. El sitio estaba lleno de gente pero fuimos recibidas por una chica pelirroja de ojos azules que le dio un fuerte abrazo y un sonoro beso en la mejilla a mi maestra de literatura y no tardó más de dos minutos en prepararnos una mesa.

—Marce me encanta tenerte aquí.

Jaló una silla para sentarse en nuestra mesa exageradamente cerca de mi acompañante.

—Es un gusto verte Lissette —respondió muy seria.

— ¿Cómo te ha ido? —preguntó mirándola como si no hubiera nada más interesante en el mundo que la mujer rubia frente a ella— realmente me molesta que desaparezcas así como así.

—Mi madre enfermó, tuve que viajar.

En la pared estaba colgada la horrible pintura de una montaña que recibía más atención que yo en ese momento.

—Te he extrañado mucho guapa —comentó la mesera con ternura.

“Estúpida, ponte a trabajar y déjanos en paz” pensé dedicándole una mirada asesina de la que ella ni se percató.

Mi maestra se limitó a sonreírle.

—Podemos quedar cuando terminé mi turno —insistió.

Tosí.

Ambas se giraron hacia mí.

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—No sé si pueda…

Comentó la profesora Navarro mirando de nuevo a su amiguita.

—Entiendo si tienes otros planes —comentó la pelirroja tonta.

—Nada de eso, tengo mucho trabajo pero yo te llamo en un rato, vale —suspiró y de nuevo puso sus ojos en mí— Ahora queremos almorzar, si no te importa.

La chica se fue dejando tras ella un incómodo silencio.

Miré el menú. No tenía hambre, ni ganas de hablar con la profesora, ni ganas de estar en un sitio rodeada de gente. Un horrible pensamiento cruzó mi mente diciéndome que Marcela preferiría tener frente a ella a su amiga y no a su tonta alumna. Me sentía furiosa, de esa furia que sólo se va cuando rompes algo, por ejemplo: la bonita cara de la mesera.

— ¿Qué van a ordenar?

La tonta regresó con su vocecita chillona y una risita estúpida en la cara.

— ¿Ana?

Dudé.

—No tengo mucha hambre —comenté mientras apretaba los puños— sólo quiero un refresco.

La profesora me dedicó una mirada desaprobatoria e ignorando por completo lo que había dicho ella se otorgó el derecho de ordenar por las dos.

—No tengo hambre —dije de nuevo cuando la pelirroja se fue.

—Ya había escuchado eso —ella recargó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia mí— Ana tu aceptaste almorzar conmigo, y ahora te niegas a comer… eso me hace pensar que te arrepientes de estar aquí.

—No —suelto de inmediato— sólo que me siento un poco mal.

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Suspiró y me miró fijamente. Concentré mi atención en el cuadro que adornaba la pared a sus espaldas.

— ¿Pintas solo por hobby o es algo serio?

Fue tan repentino el cambió de tema que yo miré a todos lados con la sensación de que la pregunta había sido formulada por alguien más.

— ¿Qué?

— ¿Pintas solo por hobby o es algo serio? —repite impaciente.

—De momento es solo un hobby, pero realmente creo que me gustaría hacerlo de manera profesional —me encogí de hombros— no quiero decidir eso aún; pero, ¿Cómo lo supo?

—Ya te había comentado sobre mis habilidades en el campo de la grafología.

—Lo recuerdo y dijo que sabía mucho sobre mí…

—Así es.

La miro interrogante.

— ¿Qué tan buena es?

En ese momento se aparece la tal Lissette con la comida, pero Marcela la ignora.

—Eso me lo respondes tú, después de que hayas oído mis observaciones en tu escritura.

—Bien, impresióneme.

Ella me dedicó esa sonrisita que tanto me acaloraba.

—Eres más bien reservada, tienes problemas de confianza, y sólo cuentas con una amiga, para el resto de la gente adoptas una postura fría, no te interesan más relaciones que las que ya tienes. Además sé que eres buena para los

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números y que por lo menos sabes tocar dos instrumentos: El bajo y la batería, si mis conocimientos no me fallan.

Me quedé boquiabierta. Ella continúo:

—No te gusta ver la tele ni disfrutas del cine como la mayoría, tú eres más bien una chica de caminar por el mundo con los auriculares puestos. Eres pésima con los idiomas, odias el deporte, detestas a los animales pero tienes una mascota y pese a que no la soportas fuiste tú quien la compró y eres tú la que se hace cargo por el simple hecho de que estarías sola en casa si no fuera por ese gato, ¿cómo dijiste que se llamaba? ¿Francia? ¿Venecia?

—Europa —digo con un hilo de voz.

—Europa —repite ella.

—No puede ser —susurro anonadada.

— ¿Y? ¿Cuál es mi porcentaje de aciertos?

— ¿Está jugando conmigo?

Ella arquea las cejas en un gesto de franca coquetería.

—Si dices que soy un fraude demando a mi profesor.

—Acertó en todo.

— ¿Qué me dices de tus habilidades musicales?

—Fue una etapa de metalera durante mi adolescencia.

Ella me estudió con la mirada.

—No te imagino con perforaciones ni mechas rojas.

—Pero los tuve —admití.

Sonríe.

—Entonces soy realmente buena en grafología.

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— ¿Hay algo que no le haya dicho la forma de mi letra?

—Si.

La miré interrogante.

—Tu número de teléfono —dijo haciendo un gesto de frustración— supongo que me dormí durante esa lección.

—Pues entonces tendrá que repetir el curso.

—No lo creo —y al decir esto sacó de su bolso un móvil idéntico al mío.

Revisé el bolsillo de mis jeans, no era un teléfono igual al mío. Era el mío.

— ¿En qué momento…?

—Es mi secreto —dijo mordiéndose el labio.

Cerré los ojos intentando hacer memoria. El teléfono lo guardaba siempre en mis pantalones y no había forma de que ella llegara ahí, excepto por… me ruborice.

—En la biblioteca.

Ni siquiera había sentido sus manos en esa parte de mi cuerpo.

Recuperé mi celular.

— ¿Consiguió desbloquearlo?

—Por supuesto.

— ¿Me dirá como o es un secreto?

—Si te lo diré, pero luego. Quiero dejar una conversación pendiente.

—Tenemos tiempo para conversar ahora.

Ella niega y me sonríe.

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Es tan raro verla sonreír de esa manera después de que había estado haciéndome la vida cuadritos en clases.

—Tienes muchos problemas como para llegar tarde a casa, creo que te espera una larga conversación con tus padres.

Instintivamente comienzo a tomar refresco para pensar que me toca decir. ¿Sabrá lo que ocurrió con Verónica en el baño? Por supuesto que tenía que saberlo, toda la puta escuela se había enterado.

—No hay mucho que hablar… fue un chisme es todo.

Ella me mira de una forma que no me gusta para nada. Es obvio que no me cree.

—Un chisme bastante sólido si me lo preguntas. Realmente me sorprende que el director no las hubiese echado a puntapiés del colegio.

Estaba casi segura de que mi padre fue la razón por la que no lo hizo.

—No tenía pruebas.

—No hacen falta pruebas cuanto los hechos te acusan.

Me resultaba increíble lo voluble que era el estado de animo de mi profesora. Hablábamos de mi etapa metalera y de un rato a otro ya me estaba juzgando por el chime que recorría los pasillos del colegio. No sé si era bueno o malo pero resultaba evidente que no se andaba por las ramas, ella creía ciegamente en los rumores sobre mí y no se molestaba en disimularlo.

—Y había bastantes hechos en mi contra —me atrevo a decirle— de alguna forma lo que ocurrió en la mañana también llegó a oídos del director.

—Yo se lo dije —declaró sin inmutarse— no me pareció adecuado su comportamiento con la señorita Hernández, creo que para cada cosa hay un lugar y en una institución de aprendizaje no caben noviazgos de motel.

¿Qué diablos estaba queriendo decir y por qué me dolían tanto sus palabras? Tuve el impulso de gritarle, de abofetearla, de soltarle que era una metida chismosa, pesada, odiosa… pero de todo había algo que me importaba más.

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—No estaba besando a Vero, es mi mejor amiga pero solo eso —le digo, porque realmente es lo único que quiero decirle— jamás la he besado, no tengo ningún romance con ella… ni lo tendré.

Mi profesora me escudriña con la mirada por un largo rato.

— ¿No te van las mujeres?

—No me va la señorita Hernández.

Le respondo sin pestañear, sin ruborizarme, sin bajar la vista. Tengo medidas mis palabras y el sentido de mi oración. Por primera vez es ella quien desvía la mirada.

Vaya, lo ha pillado a la primera. Es tarde para arrepentirme.

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Capítulo 9: Necesito De Ti

No puedo mover mi cuerpo, o más bien no quiero. Siento que estoy en una nube demasiado alta como para arriesgarme a caer. Tengo miedo pero también estoy feliz. Es una combinación absurda. Pero si uno lo piensa bien, todo en este mundo es absurdo, las razones de nuestra propia existencia son demasiado ridículas para ser tomadas enserio y contra todo pronóstico aquí estamos, flotando en un universo sin fin.

Paso el resto de la tarde suspirándole a mi habitación vacía recordando el almuerzo junto a mi profesora, recordando sus gestos, su sonrisa, su mirada… Dios, era demasiado perfecta para ser real.

Y saldría esa noche, no quiero ni pensar en qué plan, con la estúpida meserita de pacotilla. Mis pensamientos comenzaron a dirigirse por un camino que me trastornaba.

Como mi único escudo busqué mis auriculares y dejé que las canciones me envolvieran, era imposible que la profesora saliera de mi mente, pero al menos me deshice de su amiguita.

Cerré los ojos, escuché dos álbumes enteros de Melendi antes de que se abriera la puerta de mi habitación con la fuerza de un tornado.

—… tengo un buen rato llamándote —alcancé a escuchar su reprimenda mientras me quitaba los audífonos.

—Perdón yo…

Ella se sentó en la cama a mi lado.

—Necesito saber qué pasa con Verónica.

Vaya, otra que no se andaba por las ramas.

—Nada mamá. Ya lo dije en la oficina del director, yo no la besé.

Ella suspira tratando de apaciguarse.

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—No hay nada malo si lo hiciste…

—No la besé.

—Confía en mí…

—No, mejor tu confía en mí, no la besé… ella y yo… somos amigas, nada más. No me interesa de otra forma.

—Bien, te voy a creer, solo quiero que sepas que tu padre y yo te apoyamos, incondicionalmente en cualquier cosa. Vamos Ana, tu puedes contarme lo que quieras…

Una fugaz visión de Marcela Navarro me nubla la vista.

—Ya lo sé mamá.

Ella no se va, me mira en silencio, hay algo en su forma de verme que no me gusta para nada.

— ¿Qué tienes? —se decide a preguntar.

—Nada —respondo rápido.

Se levanta y comienza a caminar por mi habitación, ni siquiera pone mala cara al ver manchas de pintura sobre la alfombra, por lo que concluyo que está buscando algo, algo que le diga lo que yo me niego a confesarle.

Contempla la pintura sin terminar.

—Llevas mucho tiempo con esté ¿no?

Asiento.

—Casi no he tenido tiempo de pintar… ya sabes, mucha tarea.

—La profesora de literatura—lo dice como si esa fuera la explicación a los problemas del mundo entero.

Asiento y recuerdo el extraño encuentro en el colegio.

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—¿Ya la conocías? —pregunto casi sin pensar.

Ella continúa mirando el cuadro, como si no me hubiese escuchado. Estoy a punto de formularle la misma pregunta cuando me responde.

—No.

Hay tantas cosas dichas en ese “no” que me pongo nerviosa. ¿De dónde conoce a mi profesora? Y ¿Por qué lo niega?

—Hace rato me dio la impresión de que no era la primera vez que se veían.

Ella se gira hacia mí.

—La gente se pone nerviosa cuando ve a un policía, y más los criminales…

¿Qué estaba tratando de decirme? De cualquier forma lo que menos me pareció Marcela Navarro era nerviosa, más bien las dos se miraban con el mismo nivel de intenso odio.

Cada vez que conversaba con alguien sobre mi profesora de literatura surgían nuevas dudas. Esa mujer era un completo misterio.

—Recuerda lo que dijo el director… no más escenitas de esas con nadie. Ya hablaré personalmente con Verónica para que se ande con cuidado.

Iba a salir de la recamara cuando me atreví a preguntarle:

—¿Qué pasa si resulta que me gustan las chicas? —las palabras salieron atropelladas.

Pero ella lo entendió y volvió sobre sus pasos para sentarse de nuevo junto a mí.

—¿Quieres hablar de alguien en particular?

Bajé la vista avergonzada, tal vez era demasiado pronto para formular esa pregunta, pensándolo bien ni yo misma sabía lo que quería.

Me encojo de hombros.

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—Solo pregunto.

Ella suspira.

—Ana. Si tuvieras una relación con una chica tu padre y yo tendríamos exactamente el mismo conflicto que si fuera un chico —me toma de la mano— No estamos preparados para verte con alguien. Sea hombre o mujer. Pero tu felicidad siempre va a estar por encima de todos nuestros prejuicios.

Tengo el impulso de volver a dirigir la conversación hacia Marcela Navarro. Me invade la necesidad de saber más sobre ella, durante todo el almuerzo habíamos hablado de mí, como la vez anterior. Pero insistir con mi profesora encendería los focos rojos en mi madre, después de todo era detective, tenía un sexto sentido que la hacía atar cabos con suma facilidad.

Se despidió plantándome un beso y de nuevo volví a fijar la vista en el techo, me sentí flotar hasta muy tarde en la madrugada cuando el sueño me atrapó, al día siguiente, sin embargo, fui la primera en despertar, y no tenía una pizca de hambre.

Quería ir lo antes posible al colegio pero la idea de reportarme enferma también me tentaba. ¿Cómo reaccionaría Marcela Navarro al verme? Ayer evidentemente había quedado en shock cuando le dije que no me interesaba Verónica con una mirada bastante significativa, ni siquiera sé por qué lo hice, me sentía envalentonada, ella hablaba sin tapujos y quise, por un instante, ser igual de directa, pero el tema no fue el más indicado ¿cómo tenía que reaccionar yo al verla? ¿Fingir que nada paso para que sus pensamientos sobre mí y mi declaración perdieran fuerzas? ¿acaso eso quería? ¿Retroceder? ¿Volver al principio?

De nuevo sentía nauseas.

Miedo, cariño, ansiedad, deseo, rencor… yo era un manojo de emociones incontrolables que irremediablemente terminaban posándose sobre mi profesora de literatura.

Pero fue ella la que fingió que nada había pasado, durante su clase estuvo igual de fría y calculadora, apenas y me miraba lo necesario para hacerme preguntas, como si fuera cualquiera dentro de ese salón y no pude evitar

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cuestionarme ¿a cuantas chicas de mi clase ya se ha llevado a almorzar? El estómago se me encogió y apreté los puños, inexplicablemente rabiosa.

Cuando la clase finalizó fui la primera en salir. No esperé a nadie, a grandes zancadas me dirigí al baño y una vez adentro golpee la pared con fuerza. Iba a estallar, de pronto sentía que mi vida entera estaba de cabeza por cuestiones que se escapaban de mi entendimiento.

—¿Qué estás haciendo conmigo Marcela Navarro?

Una chica de primero se acercó a lavarse las manos y me miró de reojo con cierto temor, como si fuera una cucaracha parlanchina que había salido de las cañerías.

Genial, ahora sería la lesbiana loca del colegio.

Bufé malhumorada al pasar por su lado y volví sobre mis pasos hasta quedar frente a la puerta de literatura.

Golpeé con los nudillos antes de ponerme a pensar que estaba haciendo ahí.

“Solo quiero verla” me dije interiormente “Saber que ayer almorcé con ella… que no fue un sueño. Quiero que me mire”

Pero adentro nadie respondió, había notado antes que cuando lee se queda ensimismada, como si el libro se la hubiese tragando.

Llamé con más fuerza, de nuevo sin resultados.

Respirando profundo empujé la puerta y tímidamente me asomé al interior. No estaba ahí.

Sin medir mis acciones entré al salón cerrando la puerta tras de mí. Caminé directo al escritorio.

Allí estaba ese libro que tanto leía.

Lo tomé entre mis manos y me senté en su silla. Era bastante cómoda y tenía su aroma, respiré profundo y cerré los ojos dejando que la sensación de su cercanía creciera.

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Me estaba convirtiendo en una desquiciada fetichista.

— ¿Qué estás haciendo conmigo Marcela Navarro?

Repentinamente la puerta se abrió, me levanté como impulsada por una descarga eléctrica, pero ella me vio, aunque sólo de rojo. Estaba más atenta al director que era quien había abierto sin dejar de mirarla mientras le gritaba.

—¡… creí que eras más lista!

Me aleje temblorosa del escritorio sin perderme detalle.

El director no se había dado cuenta que yo estaba ahí y mi profesora lo miraba impasible.

—Discutí con toda la junta para tenerte aquí —siguió gritando con un pie adentro del salón y otro en el pasillo.

La profesora de literatura arqueó las cejas y clavó sus ojos en mí. El director siguió la ruta de su mirada y de pronto ambos me dedicaron su total atención. Yo estaba de pie en medio del salón, con la boca ligeramente abierta, temblando de pies a cabeza y mirándolos como una idiota.

— ¿Señorita Orozco que demonios hace aquí?

Ahora yo era el blanco de su furia.

—Yo estaba… —mi mente no funcionaba del todo bien—Estaba buscando… un libro… yo creí que lo había dejado aquí, pero, pero no está por ningún lado…

La profesora Navarro caminó despacio hasta su escritorio manteniéndose totalmente inexpresiva.

—Le envíe su libro con la señorita Hernández —comentó sin mirarme mientras se sentaba en el lugar que yo había usurpado dos segundos atrás.

—Entonces iré a… a buscarla… a Vero.

No podía creerlo, Marcela Navarro me había seguido la mentira.

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Pasé junto al director que me obsequió su peor mirada y cerré la puerta detrás de mí.

Me recargué en la pared y respiré profundo varias veces. Últimamente yo era una imprudencia tras otras. Estaba a punto de marcharme cuando la voz ronca del director se volvió a escuchar.

—De eso estoy hablando… No soy un hombre de segundas oportunidades y tú no te merecías ni la primera…

Hubo un silencio. Supuse que la profesora estaba hablando, pero como ella no se encontraba exaltada su voz me resultaba inaudible.

—Es hija de policías…

Mi corazón volvió a latir acelerado ¿hablaban de mí?

De nuevo el silencio que indicaba que ella estaba hablando.

—Te traen entre ceja y ceja. Un solo movimiento estúpido de tu parte y nada te salva. Estas en la cuerda floja, desde que se supo lo de…

—Podemos hablar después —la escuché decir— cualquiera podría estar cotilleando detrás de la puerta…

Salí corriendo del pasillo sin pensármela dos veces. ¿Sabía que yo estaba ahí o lo dijo al azar? Cada día eran nuevas preguntas sobre Marcela Navarro y cada vez estaba más lejos de responder al menos una. ¿Hablaban de mí? ¿De mis padres?

Necesitaba pensar, al menos todos estaban muy concentrados en sus aulas y no tenía que soportar miradas inquisidoras sobre mí.

Salí al patio cuidando que nadie me descubriera de ociosa en horas de clases y me regalara una nueva visita de mis padres. Iba en camino a mi refugió detrás de un árbol gigantesco cuando el móvil, en el bolsillo trasero de mis jeans, comenzó a vibrar. Al consultarlo descubrí que había entrado un mensaje de un número desconocido.

Curiosa lo abrí.

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>> ¿Vienes? Ya estoy sola. Marcela Navarro.

El corazón me dio un vuelco.

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Capítulo 10: Y Entonces Lo Supe

Presiono responder.

Escribo y borro mensajes con manos temblorosas y el corazón latiéndome de prisa.

“¿Vienes?” esa fue una pregunta “Ya estoy sola” ¿acaso era ese un ofrecimiento? No parecía molesta por haberme sorprendido hurgando en su aula, incluso había participado en mi mentira al director. ¿Qué es lo que quería? Tratándose de Marcela Navarro era imposible adivinar, esa mujer era un misterio dentro de otro.

¿Qué tenía que responderle? Tal vez lo más indicado era mentirle, decirle que estaba en clases o de plano ignorar su mensaje y fingir que nunca fue leído.

Respiré hondo. ¿A quién trataba de engañar? Moría por verla.

Mi respuesta fue dicha en dos letras.

>>Ok.

Mientras caminaba a su salón me sentí como un estúpido muñeco vudú, allí estaba. Posiblemente me gritaría, me reportaría, me castigaría con un jodido ensayo, tal vez me bajaba puntos o mandaba a llamar a mis padres… me podía llamar para un millón de cosas y ninguna debería buena, sin embargo respondí “Ok” por el simple hecho de que cualquier castigo valdría la pena si saciaba mi necesidad de verla.

Apenas iba a golpear la puerta cuando esta fue abierta dejándome con la mano en el aire.

Ella me escudriña con sus desquiciantes ojos negros por una fracción de segundo e inesperadamente me jala y cierra la puerta del salón.

Yo tengo un mini infarto, todos mis sentidos cayeron presas de su arrebato.

—Tú no sales de un problema y ya estás buscando meterte en otro.

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Aquello es un regaño a todas luces pero ella no parece molesta en lo absoluto. Qué mujer tan extraña.

Abrí la boca con la intención de disculparme pero ella me dio la espalda para caminar hasta su escritorio. Dudé unos segundos antes de seguirla.

—Usted me pidió que viniera… —comienzo a dudar que el mensaje hubiese sido para mí.

Tal vez cometió un error, tal vez el texto iba dirigido a otra alumna. Sentí como mi estómago era rociado por ácido y de nuevo tuve el impulso de alejarme.

—Yo te lo propuse —dijo con un falso tonito de inocencia

En mi cerebro se dibuja un enorme signo de interrogación.

— ¿No quería que viniera?

—Me inquieta saber ¿Qué no tienes más clases?

Con esos arranques bruscos que tiene se gira y mediante una seña me indica que me siente en su silla. Ella se pone sobre el escritorio y sus ojos me bombardean.

No le obedezco. Me quedo de pie, a su lado, mirándome las uñas.

—Algebra —susurro dudosa— pero iba a llegar tarde así que…

— Ha claro, que perdiste un libro ¿Ya lo encontraste?

—No estaba buscando un libro…

Era mejor dejar de mentir.

— ¿Perdón? Es que no te escuche bien…

Me había oído perfectamente. Bien, yo había entrado a su salón motivada por un impulso estúpido y ahora pagaría caras las consecuencias, ella estaba jugando conmigo. Me torturaría antes de matarme. No esperaba menos de Marcela Navarro.

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—No estaba buscando un libro —le digo en voz alta y enfrentándome a sus ojos.

Ella arquea las cejas interrogante.

— ¿Qué buscabas entonces?

Le había mentido al director, no podía retractarse y decir que yo andaba husmeando en sus cosas. Así que el asunto solo era entre nosotras dos, nada me salvaba de un ensayo pero preferiría eso a una nueva visita de mis padres. Estaba claro que mi mamá y la profesora no se soportaban y no quería ser la causa de un altercado entre ellas, estaba visto que ambas tenían un carácter bastante explosivo.

—La estaba buscando a usted.

Vuelve a indicarme con un gesto que me siente. Pero me quedo como una estatua de mármol en mi lugar.

— ¿A mí?

Podía percibir el arduo trabajo de mi cerebro buscado excusas coherentes.

—Quería invitarla a almorzar.

Levantó más las cejas

—Usted me ha invitado dos veces —continúe— me parece correcto que la tercera corra por mi cuenta.

Allí estaba, la odiada profesora de literatura, completamente muda. Llevaba muchos años trabajando en la docencia, se sabía todos los pretextos, pero nunca se esperó que una excusa viniera cargada de tan buenos argumentos ni una actitud tan decidida.

No planee mis palabras, pero cuando estas salieron de mi boca entendí que lo que le había dicho era verdad. Desde el principio esas fueron las intenciones de mi subconsciente.

—Siéntate.

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El tono de su voz me advirtió que era mejor obedecer.

Ocupé su lugar. Se necesitaba más valor para sentarse ahí cuando Marcela Navarro te estaba mirando del que ocupe para hacerlo en su ausencia.

—Ana no puedo salir contigo —para nada me gustó la forma en que lo dijo.

—Entiendo si tiene otros planes… —me apuro a decir— puede ser cualquier día…

Suspira.

—A muchas personas no les parece adecuado que regularmente esté saliendo a almorzar con una alumna… entenderás que hay normas en este colegio —empieza a contar con los dedos— No besuquearse en los baños, no faltar a clases, no entablar una relación que vaya más allá de lo profesional con los alumnos, no hurgar en las pertenencias privadas de un profesor, no…

—Vale, ya entendí —la corto— ¿eso tenía furioso al director? ¿Qué no me pudo expulsar? Porque si es por eso yo misma me doy de baja...

—Tú no lo molestaste, fui yo.

—Porque salió conmigo —comprendo.

—Hubiese tenido el mismo lio por cualquier otra.

—Yo soy la hija de policías…

Se quita los lentes y cierra los ojos, en un movimiento casi inconsciente comienza a tallarse el puente de la nariz. Por primera vez la veo agobiada. Después de todo mi profesora de literatura era humana.

—Escuchar detrás de las puertas es otra falta al reglamento.

— ¿Por qué no me acusó? —pregunto con timidez.

Ella se encoje de hombros.

—No quiero meterte en problemas.

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Solo ella podía plantearme mil dudas en una respuesta.

—Entonces me está bateando —bromeo.

Ella curva sus labios en una sonrisa cansada.

—Sigues siendo mi alumna favorita.

—Y por lo visto la más problemática ¿Tampoco almorzará con las otras?

Expreso en voz alta la duda que me estaba carcomiendo el alma.

Pero ella vuelve a ponerse sus anteojos y me mira como si quisiera leer mis pensamientos.

— ¿Cuáles otras?

—Con las que almuerza —le explico encogiéndome de hombros— Tiene un montón de grupos y no creo que yo sea la única que se lleva a…

Ella ríe con ganas interrumpiéndome y mis mejillas se encienden.

— ¿Estas celosa?

Se estaba burlando de mí.

—Para nada —me apuré a decir y desvié mis ojos.

—Si te digo que eres mi alumna favorita deberías intuir que eres la única a la que he llevado a almorzar. No salgo con otra mujer.

Primero me dice que debemos alejarnos y luego prácticamente me coquetea. Esa mujer que volvía loca y no la forma agradable, realmente cada palabra provocaba un hervidero en mi cerebro y cualquier día de estos acabaría con una camisa de fuerzas, en una habitación de paredes acojinadas susurrando “¿Qué estás haciendo conmigo Marcela Navarro?” una y otra vez.

—Ok —era lo más inteligente que podía decir en esos momentos.

—¿Ok?

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De nuevo me miro las uñas.

—Tal vez deba irme, antes de que alguien vea que estoy aquí y el director… ya sabe… piense mal…

Estaba a punto de abrir la puerta cuando ella dice:

—Fue un placer haberte conocido.

Como si nunca más nos fuéramos a ver.

Y la realidad me golpeo de esa forma nada gentil que tiene para hacerlo, fue como esa sensación de caer cuando estas dormido. Por una fracción de segundo imaginé no volver a ver a Marcela Navarro. Todo el terror, la tristeza, la rabia, la frustración… todo el remolino de emociones tenían un solo fundamento y fue entonces cuando supe, cuando comprendí que la quería. Mi cerebro no podía racionalizar nada de momento, solo la quería y punto. De todas las formas en que se puede querer a una persona, tanto en cuestión de sentimientos, como de posesión… y más de posesión.

Vuelvo sobre mis pasos hasta ella.

—Allá afuera ya no es mi profesora.

Esta perpleja, esa es la palabra correcta para describir su expresión.

—Ana…

—Todavía me debe un almuerzo y el director no puede saber lo que pase allá, es lo justo —y entonces ocupe una táctica de manipulación que había aprendido de ella— ¿o acaso no quiere almorzar conmigo?

Una vez más consigo que ella desvié la mirada.

Cuando vuelve a poner sus ojos en mi entiendo que he ido demasiado lejos.

—Señorita Orozco la conversación ha llegado a su fin. Quiero para la próxima semana un ensayo de 3000 palabras con el tema: La manía de reincidir en acciones ilícitas.

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—¿Me va a castigar? ¿Eso responde?

—Que sean 5000 entonces.

—¿Qué?

—A mano.

Abro la boca para seguir insistiendo pero con una mirada bastante dura me dice que deje de fastidiar.

¿Yo la fastidio?

Atravieso el salón dando grandes zancadas.

—Una cosa más. La próxima vez que vaya a hurgar en mis cosas espero que realmente haya olvidado un libro o habrá consecuencias mucho peores.

No me importa. Doy un portazo al salir del aula.

Lo he arruinado. No éramos nada, pero con mis estúpidos impulsos ya había arruinado ese “Nada” que había entre ella y yo.

— ¿Cómo pude ser tan imbécil?

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Capítulo 11: Ganas De Ti

— ¿Qué hizo qué? —Hugo tenía los ojos como platos y varias personas se

giraron hacia nuestra mesa.

—No me hagas repetirlo.

—Ya te lo había dicho yo —dice con una sonrisita de autosuficiencia— si es

que eso es algo que se nota a todas luces, tú eras la única ciega que no se daba

cuenta…

—Ya basta. Cambiemos de tema.

— ¿Y qué hiciste tú? —pregunta ignorándome.

—Se lo conté a un gilipollas morboso que trabaja en un restaurante de comida

rápida.

Ambos reímos.

— ¿Qué hiciste? —insiste él.

—Ya déjalo. No me sacaras ni una palabra más.

—Ana, por Dios, no puedes soltar una bomba así y luego dejarme con la duda…

mínimo una bofetada en cada mejilla, con lo loca que eres…

—Por supuesto que no…

— ¿Entonces si te besó?

— ¡Por supuesto que no!

—Entonces como te libraste de su libido ¿saliste corriendo?

Respiro profundo antes de responder.

—Vomité.

Tal y como lo había previsto mi amigo se destornilla de risa frente a mí.

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—Eres increíble, la pobre babea por ti hace años y cuando por fin se arma de valor tu vomitas… eso sí que debió ser épico, yo no volvería a hablarte si me hicieras algo semejante eh.

Me encojo de hombros

—De hecho no habla desde entonces…

—Un tonto impulso mató una gran amistad.

Recuerdo a Marcela Navarro y mi estómago se encoje. Terminó la semana y ella siguió con la misma actitud, remarcando que todo había terminado… antes de empezar. No sé qué me dolía más, si no verla o su indiferencia.

— ¿Qué hay de tu profesora? —pregunta adivinando mis pensamientos.

— ¿Qué hay con ella?

Frunce el ceño.

—Eso es lo que te pregunté, andas toda despistada…

Intento disimular mis nervios con una risa.

— ¿A qué viene tu pregunta?

Hugo se ha terminado su hamburguesa y empieza a pellizcar la mía que está casi entera.

—Fue raro verte con ella —dice restándole importancia— ¿desde cuándo te da clases? ¿Son muy amigas?

Ese hombre tenía la jodida curiosidad de una mujer.

—A ti como que te encanta el chisme zopenco. Cualquier día de estos tú y Verónica se fugan juntos a esas marchas del orgullo.

—Si claro, ese día tú nos acompañas… que no te quedas atrás.

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— ¿¡Yo!? —Pregunto tirándole en la cabeza una papa frita— Por si no lo recuerdas vomité encima de Verónica. No hay espacio para mí en esas marchas…

Mi traicionera mente dibuja los labios de mi profesora de literatura sobre un lienzo imaginario. Me ruborizo frente a Hugo, como si él hubiese podido ver lo mismo que yo.

—Yo no estaría tan seguro —susurra entrecerrando los ojos.

Finjo reírme para disimular mi repentino ataque de nervios. No me gusta para nada estar bajo el escudriño de su mirada, afortunadamente en ese momento mi teléfono comienza a sonar.

Lo saco de mi bolsillo y miro el número.

Me siento palidecer.

— ¿Hola?

Aún cabe la posibilidad de que me esté llamando por error.

— ¿Dónde están metida Ana?

No es un error, es ella. ¡Es ella! Marcela Navarro me está llamando.

Los ojos de Hugo me hacen millones de preguntas y yo no puedo evitarlo, no puedo contenerlo. Respondo a todas sus dudas con mi más grande sonrisa.

—Yo vine a almorzar— contemplo la hamburguesa entera sobre mi plato— pero ya terminé ¿Me necesita para algo?

Silencio.

—Estoy terminando de revisar unos trabajos y tengo el resto de la tarde libre, así que pensé que sería buena idea verte y hablar… Creo que nos quedaron algunos asuntos por discutir.

No sé si me está regañando o si está izando la bandera de la paz.

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—Si —respondo con un hilo de voz y después de reparar profundo me atrevo a preguntar— ¿Dónde nos vemos?

—Pues no puede ser un lugar público. Ya sabes...

—¿Qué tal mi casa? —ofrezco sin pensarlo.

Hay un silencio sepulcral al otro lado de la línea.

—No creo que a tus padres les parezca buena idea recibirme en…

—Mis padres no están. Avisaron que llegaran tarde porque tienen un caso.

Ella duda unos segundos, que me parecen eternos.

—Nos vemos allá —concede al fin.

Y la llamada muere.

(…)

Cuando doblo la calle descubro que hay un Ford fiesta blanco frente a mi casa.

Mis piernas tiemblan mientras me acerco. Está dentro del auto revisando unos papeles tan concentrada que ni siquiera se percata que la estoy viendo. Mi deseo de pintarla crece, por lo menos quisiera tener una foto.

Me acerco despacio y golpeo el cristal, ella tiene un ligero sobresalto.

—Ana —me saluda saliendo de su auto— ¿Dónde estabas?

Sus labios se posan en mi mejilla obsequiándome un fugaz beso. Tengo que hacer un enorme esfuerzo para contener un suspiro.

—Yo… estaba almorzando en…

— ¿Con tu amigo Hugo?

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La miro interrogante.

— ¿Cómo lo supo?

Se encoje de hombros.

—Tú me lo dijiste, que ibas a almorzar con él todos los fines de semana.

—No con él, más bien en el lugar donde trabaja —le digo— ¿Necesita algo?

— ¿Me invitas a pasar? —pregunta mirando mi casa.

Soy un manojo de nervios ambulante y mis manos tiemblan mientras busco la llave correcta.

La siento sonreír a mi lado. Lo que me faltaba, se burla de mí.

—Tienes una linda casa —dice cuando por fin logro abrirle.

Aterrada veo como dirige su atención a los cuadros que adornan las paredes.

—Mi madre insiste en exhibirlos… ya sabe cómo son los padres con sus hijos, ella ve esas pinturas mejores que las de Picasso…

— Eres bastante buena —murmura— realmente tienes talento.

Agradezco que esté de espaldas y no pueda verme enrojecer.

Camina despacio. No puedo creer que esté allí y no puedo entender que es lo que quiere. Se aparece de pronto como sin nada, después de haberme ignorado.

—Es pequeña. Pero prácticamente estoy sola aquí, eso la hace parecer muy grande a veces.

Me adelanto para llevarla hasta la biblioteca de mi madre.

—Tiene buen gusto —dice mirando algunos títulos.

—Yo solo me he leído unos cuantos.

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—Es increíble lo parecida que eres a tu madre.

—Sí, todos me dicen eso…

De verdad que éramos idénticas. Pero mi madre era alta y de cuerpo atlético mientras que yo era una enana debilucha.

Aprovecho que está ensimismada mirando a su alrededor para contemplarla con mayor detenimiento, necesito guardar su imagen en mi mente. Así como está ahora, sin fingir ser nadie más, sin estar presionada por el sistema, agobiada por sus alumnos o cansada del trabajo.

No puedo entender como puede ser tan perfecta.

Se lleva las manos a los bolsillos de sus jeans.

— ¿Cómo va ese ensayo?—pregunta caminando hacia mí.

Es increíble lo complicado que se vuelve respirar cuando ella está cerca.

—Lo empezaré en cualquier momento… —me encojo de hombros— estaba esperando el fin de semana para dedicarme a ello.

—No tienes que hacerlo. Por eso vine hasta aquí, estaba un poco alterada por mi encuentro con el director yo… no tengo motivos para castigarte.

—Entré a su salón sin permiso, el castigo está bien fundamentado.

Ella niega con la cabeza.

—Tú fuiste a buscar un libro. Esa es la declaración oficial.

Me sonríe.

Es increíble como puede ser una verdadera pesadilla y luego simplemente se vuelve tan encantadora.

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Pasa por mi lado y sale de la biblioteca, voy detrás de ella, la miro curiosear por ahí como una niña dentro de una juguetería.

Tengo el impulso de caminar a su lado, de decirle que no quiero separarme de ella, que me gusta su compañía, de al menos invitarla a ver una película, pero no me atrevo, siempre que quiero dar un paso hacia ella término alejándome 20. No podía seguir más a mis tontos impulsos, tenía que ser inteligente y paciente… muy paciente.

Se detiene frente a mi habitación. La puerta está abierta por lo que tiene una clara visión del trabajo sobre el caballete, una montaña de latas de pintura, una guitarra eléctrica en una esquina, el escritorio sobre el que están varios bocetos a medias y la alfombra que todavía tiene manchas de pintura.

—Tu hábitat natural —susurra mirando a su alrededor.

Se detiene a mirar, en la pared junto a mi cama hay dos posters uno de Txus Di Fellatio y otro de Till Lindemann.

—Eso nunca lo hubiese imaginado —dice señalándolos— En cuestión de hombres tienes mal gusto.

—Los de Justin Bieber se habían terminado —le digo sarcástica.

Ella sonríe.

—Creí que la etapa metalera había muerto.

—No están como para tirarlos a la basura —me defiendo— de hecho me gustan mucho.

—Si te van esa clase de hombres, el chico del restaurante no tiene la más mínima oportunidad.

—A mí no me van ninguna clase de hombres.

Muy tarde me doy cuenta lo que acabo de decir, otro estúpido impulso que podía arruinarlo todo.

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Pero mi profesora prefiere fingir que no me ha escuchado y continúa paseándose por la habitación.

—Vaya, me he encontrado con tu doppelganger

— ¿Mi qué?

—Tu gemela malvada.

Sostiene una foto donde estoy yo. La reconozco, fue una instantánea que me saqué antes de entrar a un concierto de Mago, allí tenía alrededor de doce años, la mitad de mi cabello era de un rojo encendido, tenía un piercing en el labio y otro en la ceja, aparte de llevar una camisa negra con una estrella invertida y unos jeans rasgados.

Voy hasta ella para quitársela pero en un fugaz movimiento se aparta de mi camino.

—Eso es horrible.

Extiendo la mano para que me la de, pero permanece inmóvil y sonríe con malicia.

—Creo que la voy a conservar.

—Nada de eso.

De nuevo me acerco a quitársela y ella se hace a un lado.

—Puedo regalarle otra…

Ella la mira de nuevo.

Quiero que la tierra me trague.

—Me ha gustado esta.

Salto para arrebatársela pero es muy hábil.

— ¿La quieres de vuelta?

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Prácticamente me abanica con la foto.

—No me puede robar eso. Soy hija de policías —la amenazo.

—Bastante torpe si me lo preguntas —se burla— hagamos un trato, si consigues quitármela te la devuelvo.

Voy hasta ella. Primero todo mi empeño está en recuperar esa foto, pero durante el forcejeo percibo la cercanía de su cuerpo y mis objetivos se nublan.

Finalmente la acorralo en un rincón.

Inesperadamente ella guarda la foto en el bolsillo trasero se sus jeans.

—No crea que no me atrevo a quitársela…

— ¿Te atreves?

Ambas dejamos de reír ante la insinuación. Pero no di un paso atrás, al contrarió me acerque más a ella. La agarré de las caderas para separar su cuerpo de la pared, no era nada fácil. Para conseguir esa foto tenía que ser más brusca, y me invadía el terror de echarlo todo a perder, otra vez.

Busqué sus ojos, pero al hacer contacto con los suyos estos me acorralaron.

Entonces me di cuenta que había algo en su mirada, algo que logró despertar de un tirón hasta la más recóndita de mis emociones, porque me di cuenta que en sus ojos también había deseo.

Cerré los ojos.

¡Qué clase de puñetero juego era ese! si ella quería besarme porque no lo hacía. Y lo que menos podía explicarme, si yo misma quería besarla, por qué diablos permanecía inmóvil.

Dejamos de forcejear. Ella puso su mano en mi vientre y sentí como emprendía un lento y enloquecedor ascenso. Percibí su pulgar en mi pecho y un débil gemido escapo de mis labios.

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Ese sonido fue el disparo que marcó el inició de la carrera, fue el grito con el que se declaraba una guerra, fue una explosión que derrumbo las últimas losetas de cordura que aún quedaba entre nosotras.

En un brusco movimiento mi profesora invirtió los papeles.

Con excesiva fuerza me puso contra la pared.

Su mirada le hizo mil cosas a mis labios. Me quedé inmóvil, esperando sus besos, con la respiración entrecortada, el pulso acelerado y mis sentidos por las nubes.

Pero entonces ella hizo lo que menos hubiese imaginado en ese momento.

Dio media vuelta y se fue.

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Capítulo 12: Ella Juega Contigo

— ¿Es una daga esto que veo ante mí con la empuñadura hacia mi mano? Ven, déjame tomarte. No te tengo y aun así te estoy viendo. Visión fatal, ¿acaso no eres tan perceptible al tacto como a la vista? ¿O no eres más que una daga del sueño, una falsa invención producto de una mente febril?

Se pasea entre las hileras de escritorios con un libro abierto en las manos. Lee, pero he notado que muchas veces se queda mirando a sus alumnos sin dejar de hablar, por lo tanto estoy convencida de que aquel texto lo conoce de memoria.

Este día ha hecho lo que mejor le sale. Fingir que nada pasó.

Ella me confunde al punto de enloquecerme.

La sombra de un beso que nunca llegó aún está adherida en mis labios… y sabe a deseo.

Suspiro y desvío mis ojos. De nuevo, sin darme cuenta, me había quedado mirándola hipnotizada, tengo que aprender a controlarme o todos se darán cuenta de eso que yo misma me he negado a admitir.

El tiempo que dura la clase es ridículamente corto.

Guardo mis cosas despacio, cuando me llevo la mochila a los hombros todos se han marchado.

La profesora Navarro está en el pizarrón borrando las anotaciones de la clase, no puedo creer lo cerca que estuve de ella, incluso que cuesta creer que sea real. Dios, es demasiado perfecta.

Se gira y por un segundo mi presencia la perturba, así como ella hace conmigo tan a menudo.

— ¿Desea? —pregunta alzando la ceja y con un tonito despectivo.

A usted.

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Respiro profundo.

—Me gustaría saber cómo quedamos —digo titubeante.

Me mira como si fuera una tonta, mientras mi ser se debate entre golpearla o besarla.

Gira sus ojos hacia la puerta que permanece abierta.

—Hablaré con usted después.

Entiendo su preocupación y también volteo a ver la salida, algunos alumnos cruzan veloces el pasillo para llegar a tiempo a sus respectivas clases.

—Nadie va a venir…

Me muevo despacio hacia ella.

—Hablaré con usted después.

—Nadie va a venir —repito cada vez más cerca.

—Señorita Orozco por favor, salga de aquí.

Me mira fijamente. En sus ojos hay nervios, preocupación, deseo, incluso miedo… pero ninguna emoción que sea acorde a sus palabras, no hay nada en su mirada pidiéndome que la deje, así que no lo haré.

De nuevo sus ojos van hasta la puerta, el pasillo ya está casi desierto. Es muy temprano para que la energía de los alumnos se propague afuera de las aulas.

—Nadie va a venir —y lo repito una y otra vez porque sé que eso es lo que ella necesita escuchar.

De nuevo nuestros ojos hacen contacto.

— ¿Qué quieres Ana? —susurra, porque no hace falta más que eso para que yo la escuche. Estamos demasiado cerca una de la otra.

A usted.

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Una vez más ahogo mis pensamientos.

—Ya le dije que quiero saber cómo quedamos. Si nos vamos a ignorar, o si vamos a seguir siendo…

¿Qué éramos? Una alumna y su profesora almorzando, coqueteando, viéndose a escondidas, forcejeando… apunto de besarse… ¿Con que palabra se explica todo eso?

— ¿Seguir siendo qué con exactitud?

Su mirada me reta. Me acorrala. De pronto me siento pequeña. Ella ha tomado el control de nuevo y siempre que lo hace un muro aparece entre nosotras.

Me encojo de hombros.

—Amigas…

Pone los ojos en blanco.

Allí estaba, el puto muro.

—Usted y yo no somos amigas…

—Tiene razón —la interrumpo— considerando que el sábado estuvo a punto de besarme y luego salió huyendo, creo que hay que buscar una palabra más adecuada…

Los papeles se invirtieron, ahora era ella la corralada.

—Ana, siento que te diera esa impresión, forcejeamos un poco y eso es todo lo que pasó…

— ¿Trata de decirme que aluciné? ¿Eso mismo se dijo usted todo el fin de semana?

—Señorita Orozco…

Bajo la vista, no soy tan fuerte para seguir, para ganarle en su juego. Si continuo presionándola pronto me quedaré sin nada.

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Me muevo dispuesta a alejarme de ella cuando siento que su mano atrapa mi brazo y con brusquedad me obliga a mirarla.

— ¿Ahora quien huye? —dice en un susurro.

La oscuridad de su mirada encadenando mi alma, sus manos suaves y frías enredándose en mi cintura, su pecho subiendo y bajando al mismo ritmo acelerado que el mío.

Ese era el infierno. Porque ninguna de las emociones que se estaban despertando en mi podían ser dignas del paraíso.

Nunca la había visto fumar pero mezclado son su perfume había un ligero aroma a tabaco. Cerré los ojos y aspiré la deliciosa fragancia de su cercanía, completamente embrujada por ella. Si antes creía que ella era la dueña de mi muñeco vudú ahora estaba segura, yo haría cualquier cosa que Marcela Navarro me pidiera.

La distancia nos estorbaba, estábamos lejos de dar un paso atrás, habíamos cruzado un punto sin retorno y yo no podía esperar. Un sólo movimiento fue suficiente para travesar los universos que había entre nuestros labios. Ni siquiera sé quién había gemido al sentir el primer roce. Sólo sé que aquel beso nos había hecho tanta falta como el agua para quien muere de sed.

Sus manos me sostuvieron de la cadera con fuerza y tiraron de mi cuerpo para acercarlo más. Al mismo tiempo que su lengua experta se adentraba en mi boca.

Cada segundo que pasaba sobre sus labios me alejaba más de la cordura y ella parecía tan ansiosa como yo, pero se detuvo repentinamente y sus ojos fueron hasta la puerta.

—Aquí no —susurró sin soltarme.

Mis manos acariciaron su mejilla y con suavidad la hice girar para depositar otro beso sobre sus labios.

—Ana… por favor…— implora sobre mi boca— Hablemos luego…

— ¿Hablar de qué? —Pregunto con suavidad— dirá que alucine de nuevo.

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Se pone muy seria.

—No esta vez. Pero por favor sal de aquí…

Se aleja pero la tomo de las manos.

— ¿Cuándo es luego?

—Entra a clases, y en cuanto termines me buscas…

De nuevo camino hasta ella para besarla pero una voz me detiene como si hubiesen puesto una pared invisible en mi camino.

—Ana.

Ambas giramos hacia la puerta.

Allí está ella.

La conozco tan bien que casi puedo ver el veneno burbujeando en su interior.

—Vero —mi voz suena rara.

Camino hacia mi amiga sintiendo que me va a dar un ataque. Crucé la línea, su mirada recriminatoria me lo dice a gritos.

—La profesora de Historia te está buscando.

Mira por encima de mi hombro, hacia la profesora Navarro. Comienzo a caminar lejos del aula para hacer que Verónica me siga, bastante nerviosa debe estar Marcela para todavía aguantarse a mi amiga.

—No voy a entrar a su clase —susurro mientras ella camina tras de mí cabizbaja— No tuve tiempo de hacer la tarea.

—Ni siquiera yo tengo tareas atrasadas aún —su voz suena como si me estuviera hablando desde el otro extremo de un túnel.

—He tenido problemas para adaptarme este nuevo curso…

Ella hace un sonidito raro.

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—No en literatura.

Mi corazón da un vuelco.

¿Qué tanto pudo haber visto o escuchado?

— ¿Por qué lo dices? —esa pregunta es la más difícil que he formulado en la vida.

—No sé —de pronto se detiene— me doy cuenta que tú y la profesora son muy amigas.

Me la pienso dos veces antes de girarme hacia ella.

En su mirada hay rabia contenida.

—No somos muy amigas. No sé de qué hablas…

— ¡Deja de fingir! Si aquí hay una estúpida, te garantizo que no soy yo.

Doy un paso atrás. Mi amiga es diez centímetros más alta que yo, va al gimnasio desde hace dos años y ya la he visto enojada antes. Aún que nunca conmigo, no de esa manera.

— ¿Qué rayos te pasa? Actúas como si yo hubiera hechos algo malo

— ¿Y no fue así?

—No te estoy entendiendo. Ve al grano.

— ¿Qué hacías con ella?

—No te tengo que dar explicaciones.

—Soy tu mejor amiga.

—Y ahora mismo te estas comportando como una loca.

Puso los ojos en blanco.

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—Has estado saliendo con ella —sentencio— te estaba tomando de las manos frente a mis ojos —tiene los dientes apretado y la mirada encolerizada— y… alguien vio que… que…

Parece demasiado horrorizada con las palabras como para decirlas en voz alta.

— ¿Qué vieron? —la cuestiono impaciente.

—Estuvo en tu casa el sábado.

Lo dijo como si fuera un delito, un pecado. Habló con tal expresión de horror que más bien parecía haberse enterado que estaba consumiendo drogas o que participé en una orgia. Aunque de alguna manera me aliviaba que no hubiese visto otra cosa.

—No tengo por qué darte explicaciones.

— ¿No lo vas a negar siquiera?

Respiré profundo. La conocía perfectamente, sabía que pensamientos estaban cruzando por su cabeza y lo que más me aterraba era que la metiera en problemas por mi culpa.

—Vero, déjame en paz, lo digo enserio, no tengo por qué darte explicaciones de nada.

— Ana si se supone que soy tu mejor amiga entonces debes confiar en mí.

—Y confió en ti —le digo— pero últimamente no te conozco. Te has estado comportando muy raro…

—Me pasa lo mismo contigo —confiesa— pero te quiero y quiero recuperarte.

—No sé de qué hablas.

Se acerca a mí y me sostiene de los hombros.

—Aléjate de Marcela. Ella no es quien tú crees.

Su contacto me da nauseas.

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La miro sin entender nada, actúa como si estuviera ebria o enloqueciendo. Y empezaba a creer más en la segunda opción.

—Te juro Verónica que ignoro el problema que tuvo tu hermano con ella o los motivos que te hacen odiarla, pero es una persona sensacional, me agrada y lo que yo haga o no con ella a ti no te incumbe.

— ¿Ya hicieron algo?

—Si. Almorzamos juntas —le suelto— Fue a mi casa por unos libros de mi madre. Ahora lo sabes ¿contenta? Pues largo.

—Me parece que ella tiene segundas intenciones.

— ¿Qué?

—Dime lo que sabes de ella —exige sin soltarme.

No sé a dónde quiere llegar pero esa es una buena pregunta, durante los almuerzos hablamos de libros, de mí, de mis padres, de mis habilidades artísticas, de mis gustos musicales, de mi desempeño escolar, incluso de mi gato. Pero yo solo sabía que se llamaba Marcela Navarro, que daba clases de literatura y que había trabajado en una universidad.

Doy un paso atrás alejándome antes de volver a vomitarle encima.

—Yo no te debo explicaciones de nada Verónica...

— ¿No te ha dicho que es una zorra?

Eso es más de lo que puedo soportar

—No aguanto tus estupideces, cuando te controles me buscas…

Doy media vuelta para alejarme.

— ¿Te dijo que estuvo en la cárcel?

La ignoro.

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Pero ella corre hasta mí y me sostiene del brazo como minutos antes lo había hecho Marcela. Aunque esta vez intenté soltarme, pero el agarre de Verónica era firme y tenía las uñas enterradas en mi carne.

—La querida profesora de literatura está jugando contigo. Como lo ha hecho siempre con sus alumnas, ¿No te ha dicho por que perdió su trabajo en la universidad?

—Déjame en paz —susurro amenazante y esta vez Verónica entiende que ha llevado mi paciencia al límite.

Camina alejándose de mí pero repentinamente se gira y suelta la última gota de veneno que tenía en la lengua.

—Puedes no creer, pero busca en internet…

La conocía desde siempre. Ha tenido una copia de las llaves de mi casa desde la secundaria. Era mi mejor amiga y ahora la estaba odiando.

¿Qué rayos le sucedía? Uno puede odiar a un profesor, por ser flojo o demasiado exigente, pero no al grado de inventar una historia absurda sólo para que tu amiga lo odie también.

El resto de la mañana fue una tortura, ni siquiera tenía el valor de caminar por el pasillo que daba al aula de literatura por temor a que Verónica anduviera husmeando. Marcela ya la tenía sentenciada por el director, yo lo había oído perfectamente, una sola falta y quien sabe qué suerte correría. No quería ser la alumna buscona que puso una mancha negra en su expediente y menos quería verla enfrentándose a mis padres.

Un millón de catástrofes pasaban por mi cabeza, no me pude concentrar en ninguna materia y al final salí regañada por más de un profesor. Al concluir la última clase hice lo más prudente que se me ocurrió. Irme a casa.

Seguía molesta por mi altercado por Verónica, pero ahora que había dejado a mi profesora a salvo, lejos de mí, podía escuchar más allá de los reproches de mi amiga.

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Siempre había alardeado sobre saber cosas de Marcela Navarro, pero ahora prácticamente me había gritado que la profesora había hecho algo realmente malo para que la echaran de la universidad. Dijo que había jugado con sus alumnas… que estuvo en la cárcel.

Veneno, te quiere envenenar en su contra eso es todo. Me advirtió la voz de mi conciencia.

Pero al llegar a casa movida por un impulso desconocido caminé dando grandes zancadas hasta mi habitación y encendí mi laptop.

Tardó una eternidad en cargar la página principal de google y otra más en generar resultados de la búsqueda con los términos “Marcela Navarro”

La información que Verónica tenía estaba en la página web de un periódico, más específicamente en la sección policiaca.

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Capítulo 13: No Me Imagino Sin Ti

Leo toda la noticia una, dos… más veces de las que puedo recordar pero las necesarias para saber de memoria al menos la mitad del reportaje.

No sé cuánto tiempo paso mirando la pantalla, esperando que todo eso desaparezca de pronto, descubrir que estoy alucinando, que es una mala broma, que es un sueño.

Pero la noticia sigue ahí, las palabras que el reportero usó hacen eco en mi habitación. Y lo que siento no se puede resolver apretando los puños.

Cierro la laptop con fuerza y la lanzo contra la pared. Me levanto y de un manotazo tiro el caballete donde estaba a medio el hacer el dibujo de un paisaje en calma. Pateo las latas de pintura salpicando con mil colores la alfombra. Golpeo la pared con fuerza hasta que mi mano enrojecida y ensangrentada es incapaz de seguir respondiendo a mi furia. Pero el dolor físico no es suficiente para aplacar mi rabia, salgo de casa azotando la puerta y comienzo a correr, en algún lado leí que el ejercicio era bueno para apaciguar la ira. Pero esta me persigue hasta un pequeño parque a seis cuadras, necesito calmarme, me siento cansada, adolorida, con ganas de asesinar a alguien y mi mano clama por atención.

Intento levantarla, mover los dedos y revisar los daños. Pero es inútil, una lagrima se escurre por mi mejilla, duele como el infierno, y no es lo único que me está torturando. Me siento sobre el pasto a espaldas de un viejo árbol. Ahora solo quiero llorar, levanto las rodillas y recargo mi frente en ellas adoptando una posición fetal. Necesito calmarme, alejar mis pensamientos de todo aquello que me lastima, pero parece imposible, el dolor en mi mano es un recuerdo latente de aquel reportaje sobre Marcela Navarro.

Ella me dolía. Me dolía haber flotado en su nube, que no era más densa que el humo de un cigarrillo y ya se había disipado, tal y como llegó, sin que yo tuviera tiempo para meter las manos o intentar defenderme. Aunque siendo realistas, allí, a miles de kilómetros sobre la tierra, era imposible hacer nada por mí misma.

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No quería definir con palabras porque Marcela Navarro me afectaba de esa manera. No quería exponer la realidad ni siquiera ante mi misma porque podía escucharse ridículo y también en gran medida por que todas las expresiones que conocía para hablar de lo que sentía por mi profesora me parecían demasiado pequeñas, huecas.

Solo sé que hay personas que no son para ti, personas que sencillamente no son para nadie, y la profesora Navarro era una de ellas.

— ¿Ana? —una voz que acaricia las letras de mi nombre cada vez que lo pronuncia llegó hasta mis oídos.

Primero creí que era un sueño, una maldita pesadilla. Así que decidí ignorarla.

—Ana, ¿qué ocurre? —insistió.

Levante la cara, con los ojos ardiendo y mis mejillas húmedas.

Ella se quedó petrificada una fracción de segundo, pero inmediatamente después se inclinó a mi lado. Intentó tocarme pero rápido me hice a un lado y no volvió a intentarlo de nuevo, se limitó a estudiarme con la mirada y sus ojos no tardaron en localizar mi mano amoratada y temblorosa.

— ¡Por Dios…!

Por primera vez la veía con el pelo recogido, unas gotas de sudor resbalaban por su largo cuello y vestía con ropa deportiva que acentuaba más su perfecta figura. Era más que evidente de dónde provenía su talento para engatusar a chicas que tenían casi la mitad de su edad.

Ella se sentó cerca de mí. Quiso tocarme pero de nuevo la evadí.

— ¿Qué pasa Ana? —susurró con tanta ternura que por un segundo creí que le importaba la respuesta.

Pero la voz en mi cabeza volvió a recitar las partes más dolorosas del reportaje.

—Quiero estar sola.

—Claro que no, nadie quiere eso. Déjame ayudarte.

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Me miraba fijamente. Sus ojos me habían parecido el cielo, el inferno, y mundo planos con extremos peligrosos. Pero ahora, justo en ese momento yo no podía ver en ellos más que una inmensa oscuridad que succionaba todo a su paso.

—Ana habla conmigo, por favor.

Intenté levantarme para huir lejos de ella, de su belleza, de sus endemoniados ojos, pero me detuvo sosteniéndome de los hombros.

—Tiene que verte un médico.

Clave mi vista en unos niños que perseguían mariposas.

—Ana ¿Qué pasa? —Insistió acercándose a mí y acariciando mi mejilla— Si tienes problemas déjame ayudarte.

La miré, pude percibir en ella preocupación y…. ¿dolor?

—Déjeme en paz…

—Te estuve buscando a la salida ¿Por qué no me esperaste como quedamos?

Siento sus manos recorrer con ternura mi rostro. ¿Por qué no la busqué? ¿Por qué no me fui con ella? Hubiese pasado esa tarde disfrutando sus caricias, sus besos que tanto anhelaba. Sin sospechar la verdad, sin imaginármela, sin el más mínimo interés por saberla. Flotando en ese punto donde solo ella me podía elevar.

Así como había hecho con tantas otras…

— ¿Por qué ya no trabajas en la universidad?

Apartó sus manos de mí y por su expresión parecía que alguien le había lanzado un balde de agua fría. Esta vez fue ella quien dirigió sus ojos lejos de los míos. Tardó un par de minutos en responder, y tuve la sensación de que en esos dos minutos cabían varias eternidades.

— ¿Lo preguntas porque te interesa saberlo o porque ya lo sabes?

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Mi silencio fue elocuente.

—Es cierto —parece avergonzada— me relacioné con algunas de mis alumnas.

Habló despacio, como si midiera sus palabras y si de alguna forma yo esperaba estar preparada para su respuesta me había equivocado, en alguna parte de mí aún conservaba la esperanza de que todo hubiese sido un mal entendido, un chisme, pero ella lo estaba confirmando todo.

Apreté los puños, imaginar a Marcela Navarro con alguien más me convertía en presa fácil de una furia cegadora.

—Yo te respondí, ahora tengo derecho a que tú me respondas ¿qué te pasó en la mano?

Me debatía entre gritarle, fracturarme la otra mano dándole una bofetada o salir corriendo lejos de ella. Al final decidí responderle.

—Me golpee accidentalmente la mano con la pared —susurré.

— ¿¡Qué!? Esta loca, ¿Por qué…?

—Es mi turno de preguntar —la interrumpí con frialdad— ¿Cuántas alumnas?

Ahora era ella la que parecía querer abofetearme. Pero también se contuvo y me respondió.

—No lo sé —comentó pensativa— honestamente no puedo decirlo… pero eso no importa… termino…

— ¿Cuántas? —tengo los dientes apretado para no gritar.

—No lo sé.

— ¿Tantas eran que no puedes recordar?

Cierra los ojos y respira profundo, está perdiendo la paciencia, pero yo no tengo fuerzas para contenerme.

—No tiene caso hablar de eso…

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—Tranquila, tomate tu tiempo para contarlas a todas… —era consciente del filo en mis palabras.

—Por Dios Ana, trabajé en la universidad mucho tiempo… fueron 15 las que declararon pero…

—Se trataba de muchas más —termino su frase con la misma frialdad.

Realmente deseaba abofetearla.

— ¿Cuántas veces te golpeaste accidentalmente?

Miré mi mano que parecía un pedazo podrido de carne.

—También más de 15.

Cerré los ojos. Me sentía sin fuerzas y el dolor no hacía más que crecer.

—Déjame llevarte al doctor —suplicó.

Sentí sus manos atrapar mi cuerpo, su calor envolverme, su aroma hipnotizándome, sus labios besando mis mejillas bañadas por las lágrimas. No dije nada, ella me ayudó a levantarme y de nuevo me abrazó por la cintura. Tomamos un taxi y cuando estuvimos dentro recargué mi cabeza en su hombro, dejando que su apacible respiración me tranquilizara. Lo sabía, estaba tomando la mano del diablo, vendiéndole mi alma por un contrato lleno de huecos donde terminaría por hundirme de un momento a otro.

Mis padres entraron al consultorio con paso firme y hablando con un nivel más elevado del necesario.

Primero me miraron a mí con preocupación, pero luego dirigieron su atención al doctor que calificaron de incompetente y al final se percataron de la presencia de Marcela. Mi mamá la miró como si fuera un gusano asqueroso

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que se arrastraba sobre sus botas y mi papá parecía dispuesto a sacarla a patadas de allí.

Al parecer todos en el lugar estaban actuando una película y yo era la única que no tenía la jodida de lo que pasaba a su alrededor.

— ¿Qué te pasó Ana? —preguntó mamá cuando mi padre saco a Marcela para hablar afuera.

— ¿No me digas que van a interrogar a mi profesora porque yo tuve un accidente?

—Déjaselo todo a tu padre.

—No hay nada qué él tenga que hablar con Marcela.

— ¿Sabías que ya la había detenido?

— ¿Mi papá fue quien la metió a la cárcel?

—No estuvo en la cárcel —me corrigió— se metió en muchos, problemas, y fue detenida mientras se hacían las averiguaciones, pero al final salió bien librada.

—Porque era inocente, no pueden estarla acosando…

—Si podemos y más si estaba contigo —volvió a corregirme— ella salió libre no porque fuera inocente, sino porque era lista. Sabía cubrir sus huellas, mentir, manipular. Toda mi vida he tratado con criminales. Marcela Navarro se mantenía en la raya, pero a fin de cuentas todos en esa línea terminan perdiendo el equilibrio y caen hacía un lado. La minoría se corrige pero los que no un día terminan esposados y hundidos hasta el cuello.

— ¿Eso qué significa?

—Que más le vale alejarse de ti ¿Si sabes por qué estuvo presa?

Bajé la vista.

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—Por tener relaciones con algunas de sus alumnas —murmuré despacio repitiendo no solo sus palabras si no también su forma de decirlo.

—Así es, y a tu padre no le gustan mucho las personas que juegan con otras —comentó amenazante —hace tiempo que está buscando un motivo para encarcelarla y más cuando supo que entraría a trabajar en tu escuela.

Tragué saliva.

—Ella no ha hecho nada malo.

Sus ojos van hasta mi mano.

—Ella no me hizo esto…

—No estaría respirando si así fuera —dijo mi padre entrando de nuevo al pequeño consultorio.

— ¿Dónde está?

Pero en ese momento el doctor comenzó con su insoportable parloteo. Me dió algo para el dolor, me mandó a hacer una placa y me puso una venda. Intentó averiguar cómo había pasado, al regresar a casa mis padres también lo intentaron, como no tuvieron éxito decidieron hacer la investigación por separado. No les dije una sola palabra. Pero al ser detectives dedujeron que algo me había enfurecido. Vieron el desorden en mi habitación y marcas en la pared. Supieron que yo misma me había provocado las lesiones, y llegaron a varias conclusiones, la que menos les gustó fue la que implicaba a mi profesora.

La había metido en problemas y lo sabía, después de todo ella nunca había intentado propasarse conmigo, nunca demostró tener segundas intenciones, ni mucho menos me dio motivos para que me encariñara. Yo fui quien la buscó. Todo había sido culpa de una gama de pensamientos y sensaciones que se mezclaron, creando accidentalmente una emoción para la que yo no estaba preparada, una emoción que me tomó por sorpresa y que dio señales de vida, no cuando la besaba si no mientras pasaba las letras del jodido reportaje.

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Llorando, imaginándola con alguien más, viendo la culpa en su mirada. Lo entendí todo, entendí mi necesidad de ella, entendí mi deseo, entendí mis ansias… entendí que la amaba.

Eso era a lo que me había negado, tal vez llegó desde el primer momento que la vi entrar al salón, tal vez llegó desde mucho antes de conocerla. A fin de cuentas era amor, en eso no cabían explicaciones.

Mis padres se cansaron de preguntarme y me dejaron sola pero los conocía lo suficiente como para saber que tenía que alejarme de Marcela Navarro.

Las pastillas que me recetó el medico no sólo tuvieron éxito con el dolor, sino que además me dejaban medio atontada, por lo que esa noche no me costó quedarme dormida. Y ese sueño realmente fue reparador, al despertar mi único dolor era físico y en escala del uno al diez podía darle un tres, en cuanto a todo lo relacionado con mi profesora, ahora podía pensar con claridad. No había razones para culparla de nada, y si mis padres lograban implicarla en cualquier cosa yo podía alegar su inocencia y lo haría, si era necesario lo gritaría ante ellos, lo gritaría ante los abogados, lo gritaría en la corte y a los periódicos y a todo aquel que se atreviera a acusarla. Para empezar, como primer acto oficial en su defensa tendría que alejarme de ella. El sólo pensamiento aplastó mi corazón como a una hoja de papel y me di cuenta de que pese a lo firme de mi empeño estar lejos de mi profesora sería insufrible.

Busqué mi móvil para poner música y me encontré con cinco llamadas perdidas de Marcela Navarro, respiré hondo y las borré todas. Conecté mi teléfono al estéreo donde empezó a sonar "No Me Imagino Sin Ti" de El Tren de Los Sueños, la canción difícilmente podía ser más adecuada.

Cuando salí de la ducha el reloj me señaló justo el tiempo que necesitaba para desayunar rápido y salir a tomar el autobús. Era un día realmente terrible, densas nubes negras se arremolinaban en el cielo y amenazaban con dejar caer su ira sobre la ciudad en cualquier momento.

— ¿Vienes conmigo?

Un Ford blanco se detuvo frente a mí, ni siquiera lo había visto llegar, era como si de pronto se hubiera materializado en la calle.

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Di un paso atrás.

—Esperaré el autobús —susurré.

Ella me miró sin poder creer que la hubiese rechazado.

—El día pinta fatal...

—Llegaré puntual a clases si eso es lo que le preocupa —dije cortante mirado a todos lados para cerciorarme de que mis padres no estuvieran espiando.

—No, eso me da igual lo que me preocupa es que no llegues nunca —dijo y salió de su auto— los autobuses ya de por si son peligrosos, pero lo son aun más en días como este.

—Lo dice porque no conoce a los conductores.

—Ni me interesa conocerlos, lo único que me importa es que estés bien.

Mientras lo decía se acercó a mí. Demonios, ¿cómo es que no podía notar lo mal que me ponía tenerla tan cerca? ¿Por qué no se daba cuenta que yo la ponía en peligro?

—No quiero meterla en problemas.

Me observa atenta. Su mirada penetrante parece traspasar mi mente y leer mis pensamientos.

—No me asusta tu padre —me confiesa como si de verdad hubiera leído mi mente.

—Debería. Él quiere que vaya a prisión.

—Tampoco me asusta la cárcel.

Me acaricia la mejilla y yo tiemblo como una maldita hoja seca que está apunto de desprenderse de su árbol.

—Mi único temor es que te pase algo malo —susurra y besa suavemente mi mejilla—quiero protegerte y sé que tu harás lo mismo por mi ¿Me equivoco?

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Muevo la cabeza de un lago a otro.

—Yo no voy a dejar que la lleven a la cárcel.

—Entonces ven conmigo.

Subí a su auto con una sensación extraña en el estómago, como si estuviera montándome en otra nube, una más alta que la anterior.

—Lamento no haberte dicho.

— ¿Decirme que? —le pregunté confundida.

—El lío legal en el que estuve implicada.

—Ha claro —solté nerviosa.

— ¿Fue un arranque de celos?

—Para nada —mentí— forma parte de su vida privada.

—Así es —me espetó— pero aun así lamento que te hayas enterado por otro medio que no fuera yo misma. Por supuesto que hubo oportunidades para que te lo dijera pero no soy muy de andar pregonando mi vida privada.

—Entiendo. No estaba molesta por eso, quizá un poco confundida pero es todo… — mentí de nuevo.

El semáforo cambió y tuvo que detener el auto.

—No quiero que me odies por lo que sabes de mí —murmuró — y menos que nada quiero que te alejes.

Sus palabras detuvieron mis latidos, mi respiración y cambiaron el curso de mis pensamientos, que se estamparon directo en sus labios.

De nuevo puso su atención en el camino y avanzó lentamente detrás de una larga hilera. Pero yo no pude quitarle mis ojos de encima.

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Ayer descubrí que la amaba, hoy no tenía dudas, la estaba deseando como nunca. Así, tal y como estaba todo, con lo complicada que era la situación, la estaba deseando a ella, pese a ser mi profesora de literatura, pese a que me llevaba varios años en edad y un millón de eternidades en experiencia. La deseaba y no me importaba en lo más mínimo que ella fuera una mujer... y yo también.

Cuando finalmente logré dejar de verla y miré al frente me di cuenta que conducía sobre unas calles que no llevaban al colegio...

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Capítulo 14: Deseo

— ¿A dónde vamos?

Sonríe. Como si mi pregunta fuera un chiste que solo ella podía entender.

—Olvidé unos papeles en mi departamento.

Miro el reloj en mi móvil, hay tiempo para llegar puntual al colegio pero no el suficiente como para desviarnos.

—No te preocupes será rápido —dice sorprendiéndome de nuevo con su habilidad para adivinar mis pensamientos.

Giro mis ojos hacia ella, no quiero distraerme de nuevo ni quedarme como estúpida mirándola. Pero es que contemplarla así, conduciendo, concentrada y con el aire alborotando su pelo, definitivamente puedo nombrarlo uno de mis paisajes favoritos sobre la tierra. Y no merece menos, es toda una obra de arte. Una pintura exquisita expuesta solo para mí.

"Por Dios Ana tranquilízate" me regaña una vocecita muy parecida a la de Verónica.

"Es perfecta" alega otra voz.

"¿Qué pasó con eso de quedarte lejos para protegerla?"

"Fue ella la que me buscó"

"Y eso lo hace más peligroso todavía"

— ¿Qué tanto me miras Ana? —pregunta sonriendo de nuevo por ese chiste que yo desconozco.

Bajo la vista muerta de vergüenza.

— ¿Son muy importantes esos papeles? —dije lo primero que me vino a la mente.

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Ella suspira.

—No es que sean importantes, es que yo los tenía que haber entregado desde hace mucho y no lo hice.

De nuevo dirijo mi atención al camino, no puedo seguir mirándola de esa forma. Estábamos en un lío, lo que sea que tuviéramos la ponía en peligro, ya había estado envuelta en una situación semejante y ahora conmigo, las cosas empeoraban considerablemente. Yo era menor de edad, era hija de policías, los mismos policías que la arrestaron antes…

La trama quedaba perfecta para una novela. Una de esas novelas que no tienen final feliz.

—No puedo estar con usted —tengo la sensación de que las palabras fueron dichas por alguien más— deberíamos dejar de vernos.

Ella no dice nada, su atención sigue en la calle sobre la que conduce, pero conozco las reacciones de su cuerpo, veo como sus manos aprietan con fuerza el volante.

—Mis papás la vigilaran de cerca… cualquiera podía estar siguiéndonos justo ahora —instintivamente busco entre los conductores que nos rodean a algún colega de mis padres.

“Estas paranoica” me regaño.

Ella continua muda, pero las arrugas en su frente me indican que está pensando. Piensa en lo que le he dicho, en alejarse de mí, en dejar de vernos… tal vez eso era lo mejor, había otras mujeres a su alrededor. El rumbo que estaban tomando mis pensamientos me torturaba.

Respiro hondo varias veces antes de que una idea definitiva y al mismo tiempo dolorosa entre a mi cabeza: Marcela Navarro sencillamente no es para mí.

— ¿Dijiste que vivías cerca de mi casa?

Comento al darme cuenta que disminuye la velocidad en uno de esos sitios donde mis padres jamás podrían siquiera soñar con rentar un departamento. Y honestamente era la primera vez que yo estaba en esa parte de la ciudad.

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— ¿Enserio dije eso? —preguntó saliendo del auto.

—Si.

Se encoje de hombros.

—Tal vez te mentí —dice como si fuera algo irrelevante— acompáñame.

Pasamos por la recepción sin que ella le dirija la más mínima atención a un chico con granos que la saluda.

—Mi humilde hogar.

Es lo primero que dice al entrar a su departamento.

¿Humilde? mi padre no podría pagar un departamento como aquel ni aunque fuera el mejor agente de la interpol. El pasillo principal era muy grande y sobre las paredes blancas se encontraban pinturas auténticas, me había colado muchas veces a las exposiciones de arte como para saber que una obra de esas no cae del cielo, ni te llega envuelta como regalo de navidad.

— ¿Te gusta?

—Es muy...

Ni siquiera tenía una palabra para describirlo. ¿A quién demonios no le iba a gustar ese lugar? donde sea que mirara había una pieza bellísima y evidentemente costosa.

— ¿O los maestros ganan mejor de lo que imagine o te dedicas al tráfico de órganos en la Deep Web?

—Ninguna de las anteriores —afirma—resulta que mi madre murió y pues, me saque la lotería genética.

—Lo lamento —fue lo único que se me ocurrió decir.

Ella suspira.

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—Eso es porque no la conociste —dice con frialdad— por personas como ella uno agradece que la muerte exista.

Me giro de golpe, no muy segura de haber escuchado bien.

—No se llevaban.

—Decir que no nos llevábamos es demasiado —me aseguró— Éramos unas completas extrañas.

No entró en detalles, pero yo quería saber más. Quería saberlo todo.

—A su amiga de la cafetería le dijo que había viajado a visitar a su madre enferma.

—Mentí —murmuró.

Al parecer eso se le daba muy bien.

—Por lo que veo viene de una muy buena familia —comenté intentado llevar mi propia atención lejos de su facilidad para mentir.

—Mis padres eran médicos en un lugar donde nadie más lo era —dice y sus ojos se mantiene fijos en un punto en la pared, lo cual me hace pensar que está recordando esa etapa de su vida— de ahí viene la fortuna que hicieron.

— ¿Hija única?

Asiente.

—Después de mí, mi madre estuvo embarazada un par de veces, pero no salió bien.

Me quedo callada. Tratando de comprender sus palabras, de leer entre líneas datos importantes de su infancia.

— ¿También eres hija única cierto?

Ahora soy yo quien asiente.

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—Pero no es porque mi madre no haya podido si no porque no quiso. Mis padres son las dos personas más entregadas a su trabajo que puede haber.

—Tenemos mucho en común —susurra— La diferencia es que tú sabes perdonar y los amas, en cambio yo los aborrecí hasta el día en que olvidé que tenía familia. Pero no me veas así, que ellos compartían el mismo sentimiento hacia mí.

—Pero la heredaron. Tal vez no la odiaban en realidad.

Una sonrisa triste curvó sus labios. Moría por abrazarla, pero estábamos solas en su departamento y tal vez no fuera lo más correcto.

—Por supuesto que me odiaban —afirma sin darle importancia— mírame, una mujer como yo en un pueblo tan pequeño que cada vez que das un paso hay media docena de ojos tras de ti. Fui la gran vergüenza de mis padres.

— ¿Porque era...?

La palabra no pudo salir de mis labios.

—Si, por que era lesbiana.

—Entiendo —es todo lo que se me ocurre decir.

—No les di el gusto de que me enviaran lejos. Al cumplir 15 años me escapé con el dinero justo para tomar un autobús.

—No me imagino haciendo eso —comento—Debió ser difícil.

—Una verdadera pesadilla —me confesó y una fugaz sombra atravesó su mirada—pero al final me fue bien en la vida.

— ¿Y cómo fue que terminó heredando?

—Mi padre murió primero y cuando mi madre recordó que tenía una hija ya estaba muy vieja para gritarme. Ella creía que el peor y más grande castigo para mí sería heredarme todo sin decirme una sola palabra, sin mirarme si quiera. Creyó que me iba a doler de algún modo el que ella no me quisiera. No era muy brillante para mi suerte.

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Lo decía como si estuviera hablando de cualquier anciana loca de la calle y no de su madre.

— ¿Realmente no le importó su indiferencia?

—Claro que no. Sin presumir pero, yo tenía a muchas mujeres que me querían en ese momento.

Siento que algo me araña el estómago.

— ¿Las quince universitaria? —pregunto con un nudo en la garganta.

—No te aferres a ese número, además en ese tiempo yo aún no trabajaba en la universidad.

Sentí como si un boxeador me lanzara un gancho al hígado.

No era psicóloga pero en sus palabras podía entender más de lo que me gustaría. Dejaba muy claro que siempre había habido muchas mujeres a su disposición y por egoísta que sonara esa parte era la que más me dolía de su pasado.

—Ven conmigo —me apremia al notar que me había quedado pensativa.

Sentir que me tomaba del brazo produjo en mí una descarga eléctrica que recorrió mi cuerpo y de nuevo todos mis pensamientos se centraron en la mujer que estaba a solas conmigo en ese departamento.

Nos dirigimos a una habitación que resultó ser la biblioteca, solo era un poco más grande que la de mi madre pero sin duda se hallaba en mejores condiciones. Las estanterías eran de cristal y los libros se encontraban perfectamente encuadernados y clasificados.

—Necesito que me ayudes a encontrar una carpeta... —dudó unos momentos —azul.

El escritorio se hallaba bajo montañas de hojas sueltas y carpetas de todos los colores.

—Necesito más información. Aquí hay mucho azul.

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—Es un documento oficial de la escuela, tiene el escudo y está sellado.

Miro el desorden de papeles y de nuevo consulto la hora en mi móvil.

—Creo que ya es muy tarde —le informo— no nos dejaran entrar.

—Yo trabajo ahí. Puedo entrar.

—Pero yo no —alego.

—Deja eso en mis manos. Además solo es un poco tarde.

—¿Llegaremos al mismo tiempo?

Casi puedo escuchar la voz ronca del director gritándole a ella y llamando a mis padres.

—Déjalo todo en mis manos —dice de nuevo.

Parece muy confiada. ¿Qué rayos se trae entre manos? Quiero repetir lo que le dije en el auto pero al verla tan concentrada en su búsqueda prefiero no discutir y me apuro a revolver entre las hojas para buscar el dichoso documento, aunque con la mano derecha sin funcionar al 100 no voy tan rápido como me gustaría, ni soy tan ágil, accidentalmente un folder se escapa de mis manos y las hojas salen regadas en todas direcciones.

—Maldición.

Corro a recuperar las hojas. La profesora Navarro se agacha para ayudarme.

"Estúpida" "Estúpida" "Estúpida" es lo único en lo que puedo pensar.

Por no poner atención mi profesora y yo llegamos al mismo tiempo a recoger la última hoja, como ocurrió tiempo atrás en la biblioteca. Y de nuevo estamos en esa cercanía peligrosa donde solo existen nuestros labios y el miedo.

Pero esta vez ella no se levanta, ni se mueve. Y yo me siento incapaz de tomar la iniciativa para hacer cualquier cosa que mate ese pequeño instante donde somos dos seres humanos, compartiendo el aliento y el calor que mana de

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nuestros cuerpos. En ese momento, en la privacidad de esa biblioteca, nadie señala, nadie juzga y no es delito tenerla tan cerca.

Nuevamente estaba ahí. A pocos centímetros de sus labios, pero a una eternidad de sus besos.

Finalmente se puso de pie y yo la imité con una mezcla de emociones muy variadas. Mareo, tristeza, deseo, y miedo.

Tenía que calmarme. Le di la espalda y fingí buscar las hojas mientras ella miraba el papel que acababa de levantar del piso.

—Ana —susurró.

— ¿Qué ocurre? —le pregunté sin mirarla, temiendo que su capacidad para interpretarme la llevara a darse cuenta que me estaba enloqueciendo.

Ella se acerca, siento de nuevo el calor de su cuerpo y me vuelve a tomar del brazo obligándome a girar despacio. .

La mano con la que me sostenía el brazo desciende lentamente hasta mi cintura.

—Necesito probar algo.

Mis latidos iban tan rápido que tuve la sensación de que ella podía oírlos. Levanté la vista y mis ojos se detuvieron en sus labios, esos labios tan adictivos. Necesitaba desesperadamente de ella, necesitaba su calor, sus manos, sus besos, necesitaba que fuera mía.

Leyendo mis pensamientos me acercó más a ella, me envolvió con sus brazos y mi débil empeño por mantenerme lejos se esfumó.

Ella me dominaba.

Yo era suya.

—¿De verdad quieres poner distancia? —preguntó en un susurro.

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Su aliento caliente se estrelló directo en mis labios y cegada por el deseo tomé la iniciativa. Reclamé ese beso que tanto anhelaba.

Esa era una respuesta. No quería alejarme de ella, de una forma casi egoísta no podría mantenerme lejos, aun cuando era consciente del peligro en el que la ponía.

Llevé la cabeza hacia atrás, dejando el cuello accesible para su boca. Lo recorrió entero con besos hasta llegar de nuevo a mis labios. Sentí su cuerpo apretarse contra el mío. Percibí su necesidad contagiándome. Y la electricidad nos sacudió a ambas, me costaba entender esas reacciones en mí, pero ella no me dio el tiempo de analizar nada.

Con un tirón me llevó hasta el escritorio, me levantó y se colocó entre mis piernas. Los besos entonces se tornaron salvajes y se llenaron de jadeos.

Pero hubo un sonido, algo que se escuchó como el eco de un grito emitido en el infierno y me trajo de vuelta a la realidad. Donde éramos dos mujeres, y donde ella era mi profesora.

Interrumpí el beso, Marcela quedó tan confundida que ni siquiera se movió cuando me escurrí fuera de su alcance.

Respiraba con dificultad y aún temblaba. Pero ese sonido en mi móvil sólo lo tenía programado para un número en específico.

Respire profundo antes de contestar.

— ¿Qué pasó papá?

Escuché extraña mi propia voz.

— ¿Dónde estás? —pregunta alterado —y Ana quiero que te quede muy claro que si pregunto dónde estás es porque ya sé dónde no estas"

Voltee a ver a Marcela que había palidecido de pronto.

Engañar a tus padres es fácil, engañar a la policía es sencillo. Pero juntar ambos elementos y mentir resulta una pésima idea, algo así como el ingrediente secreto para un desastre.

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—Voy para la casa—fue lo único que se me ocurrió.

Del otro lado de la línea se escuchaban varias voces.

—Por supuesto—dice con fingida amabilidad—ven a casa.

Cuelgo el teléfono.

—Tengo que irme.

Es lo único que digo y me apresuro a salir.

Marcela corre detrás de mí y me detiene.

—Espera —me ordena muy seria.

Ella pasa los dedos por su pelo que se encuentra alborotado.

—Era mi padre —le digo —no puedo quedarme aquí ni un segundo más.

—Espera —repite y va al teléfono.

Tiene una pequeña charla con alguien y cuando cuelga luce más pálida que antes.

— ¿Qué ocurre?

—Hay dos patrullas afuera.

Me siento prisionera justo en el sitio que segundos atrás me pareció el paraíso. Y lo peor es que sentía que había echado a los lobos a una mujer que en esos momentos me importaba más que yo misma.

—Debe haber otra forma de salir —mi voz suena débil

Ella regresa al teléfono y hace una llamada que me resulta inadecuadamente larga.

Unos minutos después alguien golpea la puerta. Al abrir resulta ser el chico con granos de la recepción.

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—Él te va a sacar de aquí.

Ralamente luce asustada, yo misma estoy aterrada.

—Tu padre va a querer saber dónde estuviste...

—Tranquila —le digo poniendo mi dedo en sus labios— yo sé que les voy a decir.

Ella suspira y me abraza.

—Sólo no digas mi nombre —murmura en mi oído.

—No soy tan tonta.

Marcela me da un beso, es rápido y tan inesperado que cuando se aparta mi pecho clama por más.

Pero no hay tiempo. El muchacho me apremia para que lo siga y en silencio me conduce hasta una parte del estacionamiento que están remodelando. Allí hay una cinta que indica que es peligroso y que nadie pude pasar. El único sitió libre de policías según me aseguró el propio chico que parecía de lo más aburrido, como si eso fuera algo de todos los días.

—A la señora Navarro le gusta meterse en problemas —comenta como si estuviera hablando consigo mismo— Mira que enrollarse con la hija de un policía.

Pongo los ojos en blanco.

—Estoy detrás de ti —le recuerdo— te puedo escuchar.

—Vaya que tendrá problemas graves —continua como si yo no hubiera hablado— ahora su “Juego” es diferente… hay más piezas.

—Sospecho que quieres decirme algo.

—Para nada —me asegura —ya estas a salvo, sigue derecho y te toparás con una estación de taxis.

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—Creo que estas demente —le digo con la mayor amabilidad que me es posible —pero muchas gracias por ayudarnos.

Él sonríe.

—Al menos tú si tienes modales…

Doy media vuelta y me alejo rápido temiendo que un policía aparezca de repente.

Moría de nervios, pero no podía apartar de mi cabeza la idea de los que pudo haber pasado si mi papá no hubiese llamado, si la policía no estuviera detrás de Marcela.

Pero ahora realmente estaba decidida. Yo la defendería de todo.

"Marcela Navarro te meterá el problemas" dice una vocecita en mi cabeza mientras tomo un taxi para ir a casa.

—Ella lo vale— le respondo con un arrebato de orgullo.

El conductor me mira preocupado por el espejo retrovisor.

No me importa.

En mi cabeza solo hay espacio para dos cosas, y ambas tenían que ver con mi profesora de literatura. Una era un deseo desmedido, algo que nadie más había despertado en mí y la otra el miedo. Miedo a que mi padre supiera que estuve con ella, miedo a verla en la cárcel, miedo a perderla.

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Capítulo 15: ¡Es tan hermosa!

Nunca tuve tanto miedo como esa tarde, cuando esperaba que mis padres llegaran y luego cuando tuve que enfrentarlos. Decirles que no había tenido ganas de ir al colegio y que había ido a dar un paseo al parque.

Obviamente no me creyeron, sabían que había estado con Marcela, aún no había manera de demostrarlo pero ellos no descasarían hasta encontrarla, y lo harían si yo seguía actuando como una estúpida y dejaba que ella me llevara a su departamento.

Dios, cómo rayos iba a alejarme de ella si de tan solo pensar en lo que pudo haber pasado si mi padre no hubiese interrumpido era como invocar a todos los demonios que habitaban el mí. No tenía sueño, resultaba imposible dormir con esas ansias que se habían mezclado con mi sangre y viajaban por todo mi cuerpo.

Era de madrugada cuando golpearon la puerta de mi habitación. La persona al otro lado no espero mi respuesta para entrar. Pero yo sabía muy bien quien era. Cerré los ojos, confiando en que al verme dormir me dejara en paz pero en lugar de ello se sentó en la cama a observarme por un largo rato.

—Ana —susurró finalmente.

No me moví.

—Ana, por favor.

Suspire.

—Ahora toca el turno a la policía buena. Vas a fingir ser mi amiga, te vas a identificar con mi situación, me prometerás un caballete nuevo y querrás que te diga la verdad. Pero no hay más que decir, ya saben lo que hice por la mañana y lo único que hace falta es que me crean.

—Tienes que confiar en mí. Soy tu madre.

—Si va a continuar el interrogatorio entonces llamaré a mi abogado.

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—Tú no vas a necesitar uno —murmuró con cariño— pero ella sí.

Sus palabras detuvieron un milisegundo mi corazón.

— ¿Y de qué se le acusa si se puede saber?

Esta vez es mi madre quien suspira. Parece cansada y da la impresión que en un solo día ha envejecido escandalosamente.

—Jugar contigo es delito suficiente para mí.

—Ella no ha jugado conmigo. No sé de qué hablas.

—Claro que no lo sabes —dice— tu no la conoces como yo.

—La conozco muy bien, es mi profesora. Es muy inteligente, preparada y más que nada respetuosa… tal vez cometió errores en el pasado, como mucha gente, pero ella aprendió la lección y eso es lo que ustedes no entienden.

—Eres tu quien no entiende Ana. No viste a esas chicas, no sabes…

—Claro que lo sé mamá, lo sé todo. Sé que eran muchas, que sé la querían, conozco a la perfección ese cuento. Te puedo recitar toda una nota periodística referente al acontecimiento. No hay nada sobre ese incidente que yo no sepa.

—Ana tu no estuviste allí —me suelta, al parecer la policía buena ya se había ido—esas niñas la adoraban. Niñas hermosas, con un futuro brillante, que no hubieran dudado ni un segundo en ir a la cárcel por ella.

—Para empezar eran universitarias —le recuerdo— no tenían nada de niñas. Y Marcela no es una bruja ni nada por estilo como para manipular la voluntad de las personas, lo que sea que sus novias hayan dicho lo hicieron por propia voluntad.

Cierra los ojos y se levanta. Al parecer quiere gritarme, pero se contiene.

—Tanto tu padre como yo sabemos que estuviste con ella.

— ¿Son adivinos? —pregunto molesta.

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—Hablas igual que esas chicas —susurra—Ni siquiera llevas mucho de conocerla, Ana, por Dios. Imagina que tu padre la atrapa con las pruebas suficientes para llevarla a la cárcel. Y que cabe la posibilidad de que tú puedas tomar su lugar. Solo imagina ese escenario y pregúntate algo ¿Lo harías?

—Mamá…

—No me digas nada. Tú respóndete e interpreta la respuesta. Eres lista.

Fue imposible dormir. No con esa pregunta ni mucho menos con la respuesta. ¿Qué me estaba pasando?

Entré a la ducha muy temprano. No había dejado de pensarla ni un segundo, cuando el cansancio me venció soñé con ella. Estaba en todas partes, a donde mirara ahí la llevaban mis pensamientos. Aquello no podía ser normal. Tan sólo se trataba de un capricho, de una ilusión. Un día iba a despertar y seguiría siendo la joven inexperta y callada que babeaba por el hermano universitario de su mejor amiga. Una persona del género masculino que le gustaba desde hacía más tiempo del que podía recordar. Eso sí parecía real, ir a la cárcel por un chico que le gustaba desde siempre era lógico y sin embargo no concebía esa idea y lo más curioso era que ni podía recordar su nombre. Traté de imaginarme en sus brazos, traté de imaginar que él me ponía contra la pared y me besaba, pero fue imposible, nauseabundo, ridículo.

— ¿Qué me has hecho Marcela Navarro? —murmuré ordenando mis libretas en la mochila.

Era temprano y necesitaba arreglar mis cosas. Casi podía imaginar lo atrasada que estaba con mis materias, no había hecho trabajos, ni repasado, ni nada. Y fue hasta ese momento, hurgando en mi mochila, cuando vi el libro que había sacado de la biblioteca. Ni siquiera lo recordaba, pero tenerlo en mis manos fue suficiente para que lo ocurrido ese día regresara a mi memoria y lo vi todo como si se tratase de una película.

Pasé las páginas para buscar el poema y lo leí de nuevo. Era mágico, sentí a Marcela tan cerca que pude percibir su aroma, su calor y sus labios húmedos. Miré la página que había quedado abierta, y el poema en ella también me la recordó.

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¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,

Es altanera y vana y caprichosa;

Antes que el sentimiento de su alma,

Brotará el agua de la estéril roca.

Sé que en su corazón, nido de sierpes,

No hay una fibra que al amor responda;

Que es una estatua inanimada pero,

¡Es tan hermosa!

Ahí estaba descrita. Marcela Navarro era un poema de Bécquer.

Era mi poema favorito, mi obra predilecta. Mi inferno, mi cielo y mi abismo. Llegó de repente y se alojó en mí para siempre, así de simple, sin explicación, ni complicadas teorías que me respalden. Porque las cosas importantes de la vida no tienen que tener un jodido nombre, ni una explicación, ni mucho menos leyes absurdas que las limiten. Porque el oxígeno era oxígeno y había estado aquí y era fundamental para vivir, mucho antes de que las personas fueran capaces de darle un nombre. Porque los latidos del corazón nos mantenían vivos desde mucho antes de que nosotros mismo supiéramos que llevábamos dentro semejante órgano. Por qué las estrellas brillaban incluso antes de que hubiese ojos que las contemplaran.

Mis labios habían sido probados por otras bocas pero mi profesora de literatura me enseñó lo que era un beso, mi cuerpo había sido tocado por otras manos pero solo las suyas despertaban el deseo que dormía en él, yo era mujer antes de conocerla pero hasta que percibí su aliento sobre mí me sentí como una.

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Y ahora venían las leyes, mis padres y la puta sociedad a decirme que debía renunciar a todo eso. Porque no estaba bien, porque es pecado lograr ser feliz en un mundo donde la gran mayoría no lo es.

—Ana, hagas lo que hagas lo sabré —me dijo mi padre mientras salía de la patrulla.

Lo ignoré y camine hacia Vero que se encontraba cruzada de brazos en la entrada del colegio y no dejaba de mirarme.

—Creo que es la primera vez en mi vida que veo a tu padre trayéndote a la escuela —murmura como si nada hubiera pasado entre nosotras.

—De pronto cree que soy un bebé que no sabe nada del mundo —le digo con amargura mientras caminamos al salón de algebra, la primera clase del día— muy parecido tu punto de vista, por cierto.

Ella carraspea.

—Lo lamento Ana, me preocupé por ti —susurró avergonzada— tú no eres así.

— ¿Así como?

—Como ella.

Pongo los ojos en blanco.

— ¿Lesbiana?

—No quise decir eso.

—Pero lo pensaste y quiero entender qué hay de malo en ello ¿Te preocupa que vaya al infierno? ¿Te preocupa que la gente me apedree? Oh, no, ya lo tengo. Lo que te molesta es que me haya negado en besarte en el baño...

Me he pasado, lo sé.

—No digas estupideces Ana —exclama molesta y se detiene— lo único que me preocupa de todo esto eres tú.

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—Yo puedo cuidarme sola.

— ¿Si ella te lanza un golpe te vas a defender, vas huir o dejarás que te lastime?

La miro con el ceño fruncido entendiendo que su preocupación y la de mi madre iban por el mismo rumbo. Demasiada coincidencia.

— ¿Esa pregunta la formulaste tú solita o mi madre te la envió por WhatsApp?

—No has respondido.

Evita mis ojos y eso me lo dice todo.

—Eres una imbécil Vero. Fuiste tú la que alertó a mis padres —le grito sin importar que unos cuantos jóvenes se me quedan viendo.

—Ana por Dios, sólo quiero que pienses un segundo ¿Si ella te lanza un golpe te vas a defender, vas huir o dejarás que te lastime?

Volvió a formular su estúpida pregunta.

—Hazle saber a mi madre que yo no soy un títere de Marcela ni de nadie. Y para que les quede bien claro ella nunca hará nada para lastimarme. Me quiere, jamás podrán entender cómo ni porque, pero ella me quiere.

Me alejó de Vero furiosa.

—El chico de la recepción es un asco y me parece que le falta un tornillo. Pero no está ciego, ni es mudo.

Me detengo. Sé de quién habla.

— ¿Qué quieres decirme?

Mi corazón se aceleró esperando la respuesta. Ese era un testigo valioso para mis padres, había hablado con Marcela, había visto que nos besamos y me había ayudado a escapar. Pero entonces ¿Por qué el colegio no se encontraba rodeado por patrullas?

—Le sonreí y me habló de la profesora Navarro.

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Contengo la respiración.

—Ve al grano…

—No quiso decirme si estuviste allí esa mañana. Pero definitivamente dijo algo más interesante para ti y para mí… para quitarte la venda de los ojos y ponerle fin a todo este lío de una vez por todas.

—Si vas a decir algo dilo ahora, no tengo tu tiempo.

—Se llama Eric…

—Me importa un carajo su nombre.

—Eric dijo que la profesora Navarro vive ahí desde antes que él consiguiera ese trabajo hace cinco años...

—No me interesa.

—Dijo que vive con alguien más, una mujer…

Es pecado lograr ser feliz en un mundo donde la gran mayoría no lo es y es un pecado que se paga muy caro.

—Deja de decir tonterías —mi propia voz me resulta extraña.

—Marcela Navarro tiene esposa.

—Lo lamento. Pero tenías que saberlo y tienes que saber que tal vez Marcela Navarro te quiere, pero es cierto que también quiere a muchas otras.

Vero se acerca a mí y me abraza, yo permanezco inmóvil. Tantos pensamientos cruzaban por mi mente que no era capaz de concentrarme en uno solo.

—Estas mintiendo —digo sin fuerzas.

La rabia despierta de pronto y aparto a mi amiga de mí dándole un empujo que casi la hace caer. Está mintiendo, no hay otra explicación.

—Ana…

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—Déjame en paz —le suelto— eres una maldita envidiosa, ¿Cuál es tu problema? ¿Estas enamorada de mí o… lo estas de ella?

Camino en dirección opuesta al edificio.

—Solo recuerda que dijiste que no eres su títere. Tú tienes una vida propia, libérate de sus hilos, te garantizo que no los necesitas.

Dejo de escucharla, de pensar y mis piernas me llevan automáticamente a mi lugar preferido detrás de un árbol gigantesco.

Allí tengo que respirar profundo muchas veces. No debo dejar que la ira me controle, si lo hago primero iré hasta Vero y le romperé la nariz y luego hasta Marcela y… mis ganas de asesinarla eran equivalentes a mi ganas de hacerle el amor.

Cerré los ojos y puse mi música favorita a todo volumen, pero no sirvió. Ya eso no era suficiente para distraerme.

Busqué en mi mochila el libro de poemas y abrí una hoja al azar. Este mundo se rige por casualidades tan sorprendentes que parecen haber sido colocadas allí por un Dios sádico.

Cuando me lo contaron sentí el frío

De una hoja de acero en las entrañas,

Me apoyé contra el muro, y un instante

La conciencia perdí de dónde estaba.

Cada letra escrita dentro de la Rima 16, penetro tan profundamente en mí que entonces comprendí como se siente un corazón roto, y fui consiente de mi vista cristalizándose.

Cayó sobre mi espíritu la noche,

En ira y en piedad se anegó el alma.

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¡Y entonces comprendí por qué se llora!

¡Y entonces comprendí por qué se mata!

No se sentía como si estuviera siendo engañada o traicionada por alguien más, sentí que yo misma me había hecho daño. Que yo sostenía el cuchillo que entraba una y otra vez allí, donde una vez hubo un corazón rebosante de vida.

Pasó la nube de dolor, con pena

Logré balbucir breves palabras

¿Quién me dio la noticia? Un fiel amigo.

Me hacía un gran favor, le di las gracias.

Leí el poema de Bécquer incontables veces y pese a ser las mismas palabras, cada vez que lo leía me decía algo completamente nuevo. Pero el significado de todos los mensajes era el mismo “eres una imbécil”

Alguien se acercó. Sentí su presencia, pero no alcé la vista y el recién llegado tampoco habló. Sé quedo en silencio, recostado al tronco y fumando un cigarrillo. Nos ignoramos por completo, éramos invisibles a los ojos del otro, dos personas en un mismo espacio pero en diferentes dimensiones. Hasta que terminó su cigarro y lanzo la colilla aún humeante al libro abierto sobre mis rodillas.

— ¿Así que Bécquer?

Permanezco callada fingiendo que no percibo su presencia junto a mí. Fingiendo que no quiero matarla y besarla con la misma intensidad.

—Es un sueño la vida, pero un sueño febril que dura un punto; Cuando de él se despierta, Se ve que todo es vanidad y humo...

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Recita el poema y se acerca a mí despacio.

Como sigo sin mirarla ella se arrodilla y busca mis ojos.

— ¡Ojalá fuera un sueño muy largo y muy profundo; Un sueño que durara hasta la muerte! Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

Me levanto de golpe e intento correr pero me detiene.

—Perdóname —susurra.

Forcejeo para liberarme de su agarre pero ella es más fuerte.

—Ana hablemos…

— ¿Hubo tiempo de hablar?

— ¿Cuándo? ¿Ayer? —Sigo tratando de alejarme pero ella me sostiene del brazo con tanta fuerza que me hace daño— llegó la policía y no hubo tiempo de aclarar nada.

—Antes de eso…

—Antes de eso yo sólo pensaba en hacerte el amor.

Sus palabras detuvieron a todo mi organismo una fracción de segundo.

—¿No contabas con que me enterara?

—Claro que no. Yo no quería lastimarte ni que creyeras que juego contigo. Pero el niño estúpido de la recepción abrió la boca…

— ¿Lo sabias?

—Me pidió dinero para contarme que tu amiga lo había interrogado y que él le dijo todo.

—No lo vas a negar entonces.

Su silencio es demasiado elocuente.

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De nuevo intento escapar.

—Las cosas no son como te las imaginas, vivo con alguien y tuvimos una relación—me mira a los ojos— hay otras mujeres pero tu…

No sabe cómo continuar. No puede expresarlo en voz alta sin que suene a una canallada así que la ayudo.

—Me quieres, pero también quieres a muchas otras —repito con amargura las palabras de Vero.

Ella desliza sus dedos por mi mejilla.

—No tengo absolutamente nada con esa mujer ¿crees que después de lo pasó en la universidad seguiría conmigo como sin nada?

—¿Esperas que crea que vives con tu ex?

—Somos amigas.

—No soy tan tonta.

—Teníamos una relación abierta, ese escándalo fue más de lo que pudo soportar, prefirió quedar como mi amiga. Ana, créeme, tal vez quiero a muchas otras…pero a ti te amo.

—Eres una imbécil— le suelto.

Entonces y sin previo aviso ella me besa.

Ese beso se sintió como un golpe. Y en lugar de defenderme o huir, yo deje que me lastimara. Y me entregue al placentero sufrimiento que sólo conoce aquel que ha decidido amar con la certeza de que jamás será correspondido de la misma manera.

Enrede mis dedos en su cabello y ella dibujo un camino de besos hasta mi cuello, su boca cada vez parecía más ansiosa y me enredó los brazos en la cintura por debajo de la blusa. Nuestros cuerpos estaban apretados y desprendían tanto calor que en cualquier momento terminarían fundiéndose.

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—Ana —murmuró en mi oído mientras atrapaba una de mis piernas entre las suyas.

En respuesta busqué su boca y deje que nuestras lenguas comenzaran una erótica danza, moviéndose al ritmo de un mismo deseo.

Marcela se aparta.

—Maldita sea. Vámonos de aquí —susurra y antes de que yo le responda toma mi mochila y la pone en mis hombros.

—Intenta que nadie te vea salir, yo voy por mi auto, te veo en la esquina —murmura.

De nuevo somos atrapadas por beso que se niega a morir.

Con gran esfuerzo ella se aparta de nuevo.

—Te voy a demostrar lo que siento por ti.

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Capítulo 16: El Último Beso

Nos encontramos de nuevo, en la esquina del colegio, tal como lo habíamos acordado y al subir al auto me atrajo hacia ella para besarme.

No fuimos hasta su departamento si no rumbo a una pequeña casa bastante lejos del colegio. Casi al otro lado de la ciudad. Fueron 45 minutos de viaje, pero cada vez que un semáforo lo permitía nos entregábamos a una nueva sesión de besos hambrientos.

— ¿Aquí traes a tus novias? —pregunté saliendo del auto.

Ella sonríe y camina hacia mí.

—Ninguna de ellas ha sido hija de policías —responde con sus labios en los míos— eres la primera.

No me da tiempo de discutir, su boca se apodera de la mía con desesperación y deseo, en uno de esos besos que solo pueden darse cuando tienen la cama por escenario y nosotras seguíamos en plena vía pública.

—Marcela.

Giro el rostro para detenerla, pero ella no se aparta en lugar eso sus dientes aprietan ligeramente el lóbulo de mi oreja.

Me estremezco. ¡Por Dios ella realmente me desea!, allí mismo, en ese momento. Y yo estoy a punto de perder la voluntad, el control y muchas otras a la vista de cualquiera.

—Nos miran —susurro sin fuerzas.

Me abraza y me conduce a la casa. Sus manos tiemblan y le cuesta abrir la puerta, cuando finalmente lo consigue descubro que el sitio no es tan grande ni elegante como su departamento, pero sin duda es mejor que la mía.

No me da tiempo de hacer más observaciones. Una vez que cierra la puerta me pone contra la pared y de nuevo nuestros labios se buscan ansiosos. Allí ardiendo en el deseo mi profesora de literatura me enseña todo el catálogo de

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besos disponibles en el mundo. Probé besos tiernos y húmedos, apasionados y dolorosos, mordiscos placenteros. La fuerza sobrenatural que estábamos invocando dotó de vida propia nuestras lenguas. Percibí su mano tanteando mi intimidad y yo misma frotándome contra su cuerpo. Al recorrer mi cuello sus dedos índices y pulgares atrapaban mis pezones, dolía de esa forma que sólo te hace desear más.

No sé cuánto duró, en ese instante el tiempo era un concepto trivial que bien podía irse al carajo.

—Vamos arriba —ordena.

Subimos las escaleras retando a la suerte. Entre besos, abrazos y manoseos que hacían temblar mis piernas.

Finalmente caímos encima de la cama. Marcela apartó los cojines de un manotazo y empezó a desnudarme, intenté despojarla de su ropa pero ella escapaba de mis manos temblorosas con agilidad.

—Déjame tocarte —le suplico.

Ahoga mi petición con uno de sus besos y luego me da la mano para que me levante. Se aparta para contemplar mi cuerpo desnudo con esa mirada que parece estar estudiando una compleja ecuación.

—Eres perfecta —susurra haciéndome ruborizar.

—Ven aquí —le pido extendiendo los brazos.

Ella se acerca despacio y pone su mano en mi vientre, me estremezco al sentirla descender, sus dedos exploran mi intimidad con pericia y me es imposible contener un gemido.

—Esto es mío —susurra en mi oído.

Luego de nuevo su mano asciende y dibuja un círculo alrededor de mis pezones.

—Y esto es mío.

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Sube hasta mi boca, acaricia mis labios e introduce en ella sus dedos haciéndome probar mi propio sabor.

—Esto es mío.

Ahora el viaje de su mano es en retroceso y no va muy lejos, sólo se mueve allí a la altura de mi pecho, justo donde mi corazón desesperado late como nunca antes. Consiente de no haberse sentido nunca tan vivo ni al borde de la muerte en un mismo instante.

Allí detiene su mano y me mira a los ojos.

—También es tuyo —le digo sin un ápice de duda.

Marcela se abalanza sobre mí haciéndome caer de nuevo en la cama. Mientras me besa sus manos y las mías trabajan para despojarla de su ropa.

Sentí su cuerpo desnudo sobre mí y luego ella se dedicó a besar cada centímetro de mi piel. Llegó a lugares que ni yo misma me había atrevido a tocar, se apodero de mi cuerpo a tal grado que no sólo me sentí de su propiedad, si no también parte de ella. Compartimos las mismas emociones, emociones que en Marcela despertaban pero que en mí nacían. El placer habló llenando la habitación de sonidos y de humedad. Llegué al orgasmo entre convulsiones y… fue increíble. Fue darme cuenta que en la oscuridad de mi profesora, que en ese vacío al que me había lanzado su mirada, también había vida.

Exploré de su mano un universo de sensaciones, hasta que Marcela se desmoronó encima de mí con la cabeza sobre mis pechos, respirando fuerte y sudando.

Nadie habló. Hubo tantos hechos que las palabras sonarían ridículas en ese instante. Cerré los ojos enredando mis dedos en su largo cabello rubio.

No era la mujer de mis sueños, ni la de mis pesadillas. Era la mujer de mi vida. Y al entender esto supe porque no había amado y no amaría nunca a nadie más.

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Fue un breve lapso de felicidad. Ya había comprobado que la felicidad era un pecado que se pagaba caro, pero por ese momento, por esos minutos sintiendo su cuerpo desnudo sobre el mío yo estaba dispuesta a pagar con mil eternidades en el infierno.

Mi teléfono sonó. Y los latidos de Marcela que ya se habían apaciguado de nuevo aumentaron su ritmo. Pero no se movió ni yo tampoco y la llamada entró al buzón. Dos segundos después regresó el escándalo y dejamos que de nuevo el silencio llegara sólo. Insistieron una tercera vez obteniendo el mismo éxito de antes. Pero no hubo más llamadas después de esa.

—¿De quién es esta casa?

—Yo viví aquí por mucho tiempo —murmuró con voz ronca— Tranquila, te traje aquí porque es seguro.

Ella se levantó y comenzó a buscar su ropa, me lo pensé dos veces antes de imitarla. Porque no quería irme, no tan pronto. No había atendido el móvil, si mi padre aún no sabía que yo no estaba en el colegio ahora posiblemente ya lo había investigado y también era consiente que Marcela se había retirado de su trabajo antes. Por lo tanto, volver a estar juntas, volver a repetir ese día, resultaría casi imposible.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunté y me acerqué a ella para besarla.

Me abrazó con fuerza.

—Tengo que localizar a mi abogado —respondió un rato después— Espero que esté en el país.

Iba a alejarse pero la detuve.

—Todo va a estar bien —le prometí— Mi padre no te hará nada, yo no lo permitiré nunca.

Suspira.

—Eso no depende de ti.

—Voy a pelear —le aseguro— Yo iría a la cárcel por ti.

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Me besa con ternura y sus manos me acarician despacio.

—No vuelvas a decir eso nunca —me reprende.

—Te amo.

Las palabras salen de mi boca. No es el momento ideal, ni el más romántico, pero simplemente es una verdad que ya no cabe dentro de mí. Y al decirla lejos de sentirme incomoda o muerta de vergüenza, me siento libre.

Marcela cierra los ojos y niega con la cabeza.

—No digas tonterías.

— ¿Tonterías?

—Un día indudablemente te vas a enamorar y será de alguien que lo merezca. No de mí —me dice con ternura.

— ¿Quién te dijo que el amor es un premio? —le suelto— El amor es un regalo, y cada quien puede dárselo a quien le plazca. Tú tienes el mío y a partir de ahora puedes hacer lo que quieras con él.

Me mira de una forma extraña, como si quisiera abrazarme pero hubiese un muro impidiéndolo.

—Sabes como soy, sabes cuantas mujeres han pasado por mi cama…

—El amor no tiene por qué ser correspondido —le suelto.

Mágicamente mis palabras derrumban ese extraño muro que la alejaba de mí y me braza con ternura, me envuelve en sus brazos, en su calor, en su perfume, en el mundo que hay dentro de ella.

—Ana.

—Marcela.

Y nos besamos. Fue algo diferente, completamente nuevo. No había pasión, ni miedo, ni desesperación. Fue como si nuestras bocas estuvieran dialogando

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sin hacer uso de las palabras, fue un beso en el que nos dijimos tantas cosas, donde se reveló todo el pasado, y se ofrendó todo el futuro.

Fue un beso que prometía durar para siempre y al mismo tiempo que advertía ser el último.

(…)

Llegué a casa. Estaba desierta y se respiraba demasiada calma. Eso no auguraba nada bueno. Entré a mi habitación donde había un pequeño y peludo intruso que lanzó un maullido infernal al verme y salió veloz de la recamara. No le hice mucho caso y me tumbe en la cama quedándome dormida casi al instante, tuve un sueño muy raro donde alargadas sombras se cernían sobre mí mientras yo trataba de escapar. Una canción de Pignoise me saco de la pesadilla. Al despertar supe que había dormido por mucho tiempo y que la música provenía de mi teléfono celular.

Miré el número, resultó ser Vero.

Dudé si contestarle o no. No tenía ganas de escucharla ofender a Marcela, si era capaz de decir una sola cosa en su contra podía dar por terminada una amistad de toda la vida. Aunque por otro lado estaba aliada con mis padres y contestarle tal vez me diera una pista de lo que ellos pensaban hacer en contra de mi profesora.

— ¿Qué pasa? —respondo desganada y cierro los ojos.

— ¿Ana? ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué pasó? — parece asustada.

—Vero tranquila, por Dios…

— ¿Cómo te sientes?

—Joder, Estoy bien. No seas absurda, el hecho de que falte un día a la escuela no quiere decir que…

— ¿Estuviste con Marcela?

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—Que te importa.

—Sólo necesito saber que estás bien…

—Ya te dije que lo estoy, ahora si me disculpas quiero descansar…

—Espera Ana.

Duda un momento.

— ¿Qué es lo que quieres?

—Necesito que me acompañes a un sitio.

Ahora soy yo la que dudo.

— ¿Qué?

—Por favor Ana necesito que vayas conmigo, es importante para mí.

Miro el reloj, es escandalosamente tarde.

— ¿No puedes esperar a mañana?

—No.

Hay una evidente suplica en su voz.

—Bien —cedí— vienes o voy.

—Espérame allí, llego en 15.

Suspiro y busco entre mi ropa, ni siquiera sé a dónde vamos pero no creo que dure mucho tiempo. Si acepté ir fue solo por ese viejo cariño que le tenía a Vero y por el sonido desesperado de su voz. Pero realmente lo que menos quería era estar fuera de casa.

Ya lista abandono mi recamara, mis padres como de costumbre no aparecen por ningún sitio. Pero ya sé dónde están así que no me preocupo. Un rato después llaman a la puerta.

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Vero luce unos jeans desgastados, una blusa blanca y lleva el pelo recogido. Tras ella hay un muchacho bastante guapo que me sonríe animado, semanas atrás me hubiese derretido allí mismo con esa sonrisa.

—Me quieres decir a dónde vamos.

Pero en lugar de responder me apremian a subir al auto.

Su hermano conduce hasta un barrio oscuro de poca monta donde la única señal de vida proviene de una discoteca al fondo.

— ¿Qué demonios hacemos aquí? —les reclamo asustada.

—Tienes que ver algo…

— ¿Aquí? ¿Estas loca? Pueden asaltarnos o… peor.

—Solo entramos y salimos, además para que crees que traje a mi hermano.

Por un segundo intenté ver a David agarrándose a golpes con unos pandilleros fornidos y tatuados hasta los dientes. No había manera de que el resultado de esa pelea fuera benéfico para nosotras.

—Hay que irnos.

Vero me tomó del brazo.

—Sólo camina.

Ingresamos con identificaciones falsas y después de que David tuviera una larga charla con un tipo musculoso y enorme que cuidaba la entrada

Al ingresar recibí el impacto cegador de luces color neón, que se arrastraban por todo el lugar. La música era estruendosa, era una especie de Rock pero en lugar de letras la música era acompañada por gritos y gemidos de tipo sexual. No sé podía ver mucho y era difícil caminar entre la apretazón de gente. Unos bebían, otros gritaban, algunas mujeres se paseaban por el lugar con el torso desnudo, otras más bailaban sobre las mesas sin prenda alguna, había parejas que se besaban apasionadamente y hacían otro tipo de cosas allí en medio de

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todos. Pero nadie parecía darse cuenta de nada. Todos estaban existiendo empleando un porcentaje mínimo de cada sentido, innegablemente drogados.

—Por Dios Verónica, no puedo estar aquí —me giré horrorizada— ¿A dónde me trajiste?

Ella se pone de puntilla y entrecierra los ojos como si estuviera buscando a alguien.

—Dos minutos.

Continua su búsqueda exhaustiva, estoy a punto de decirle que paso de estar allí un segundo más cuando parece encontrar lo que tanto quería y me agarra del brazo para llevarme hasta allí.

—Ahí la tienes —espeta y se cruza de brazos.

No entiendo exactamente de que está hablando. Hay mucha gente bailando en medio, hay mesas con personas que beben y gritan. Alguien encendió la máquina de humo y todo de pronto parece un sueño.

La miro.

No, un sueño no, una pesadilla.

Allí esta.

Esa mañana hicimos el amor, esa mañana le dije que mi corazón era suyo, que iría a la cárcel por ella. Que la amaba.

Había mujeres a su alrededor, un par bailaba sobre la mesa, otras más fumaban sabrá Dios que porquerías, y Marcela estaba entre dos chicas no mayores que yo en un intercambio nauseabundo de besos apasionados.

Algo se desplomó en alguna parte de mi alma. Lo sentí caer, vacío, frio, inevitablemente muerto.

— ¿A dónde vas?

Vero me tomó del hombro.

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—Tengo que hablar con ella.

Sus dedos seguían aferrados a mí.

— ¡Mírala! —me regaña— ¿De qué van a hablar? ¡Está drogada!

Me libero de la mano de Vero de un tirón y me acerco a la mesa de mi profesora de literatura.

De pronto quiero vomitar.

Las luces, el humo, el escandalo… todo eso es una distracción. Las mujeres sobre la mesa, las que fuman, incluso las que besan a mi Marcela. No están ni remotamente cerca de tener mi edad. Miro con más atención a mí alrededor. Hay otros hombres y mujeres, elegantemente vestidos y que disfrutan de las caricias de esas niñas. Porque no pueden ser más que eso, niñas, el exagerado maquillaje en sus caras y la forma en la que contorsionan sus cuerpos desnudos en sensuales movimientos las disfrazan para quienes las miran de lejos, ahora yo estaba lo suficientemente cerca de ellas como para querer vomitar y matar a golpes a Marcela Navarro.

Me acerco más, aparto a una de las chicas que ella besa, esta parece una débil hoja que responde de inmediato a mis órdenes. Fue entrenada para eso, para no oponer resistencia, para obedecer, para complacer. Está ebria, drogada y tiene la mirada muerta.

Finalmente me encuentro cara a cara con Marcela Navarro.

Ella me mira como si tratara con todas sus fuerzas de reconocerme.

Rodea mi cuello con sus brazos y se aproxima. Percibo su nauseabundo aliento alcohólico, se acerca aún más y la punta de su lengua moja mis labios buscando adentrarse en mi boca…

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Capítulo 17: ¿Fin?

Esa noche estuve frente a frente con Marcela Navarro, intentó besarme pero me aparté entendiendo que yo estaba enamorada de mi profesora de literatura y no la drogadicta que tenía frente a mí.

Hay un tipo de sufrimiento que te hace querer llorar, un tipo de sufrimiento que te hace odiar al mundo y te provoca romper cosas, y un tipo de sufrimiento que te destroza a ti.

Yo experimenté los tres en una sola noche.

Una escucha muchas veces la expresión “corazón roto”, en ese momento yo pude entenderla, pude definirla como el dolor que provoca una perdida a partir de la cual siempre te sentirás incompleto.

Durante varias semanas viví sin un reloj ni un calendario para medir el tiempo. Dormía cuando ya no podía soportar más el seguir consiente y despertaba justo en el momento en el que mis sueños me hacían regresar a esa noche, cuando Marcela intentó besarme. Me perdí, hui de mí, aún ante los esfuerzos de mis padres, y aun ingiriendo antidepresivos. Yo sabía perfectamente que estaba cayendo de una nube y que al final del camino o me encontraba con un milagro que amortiguara el golpe o moría.

¿Qué tanto más que yo podía valer Marcela Navarro?

—He pensado que hay que hacer cosas nuevas —murmuró Vero entrando a mi recamara.

Yo estaba sentada en mi sofá junto a la venta sosteniendo con fuerzas el libro de Bécquer. Como un náufrago aferrándose a la última tabla de su bote salvavidas.

Me quedé mirando de reojo como encendía su laptop e insertaba en ella un disco.

Todos los días venía a verme después del colegió, ella hablaba de cómo iba todo, de los profesores, de las tareas, del nuevo corte de Alice, de los

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esteroides que consumía Ricardo, de los pleitos en las horas libres, del horroroso álbum que había lanzado su banda favorita y más bla, bla, bla. Unas veces la escuchaba, otras sólo leía mis poemas ignorándola. Jamás le decía más de dos palabras juntas y a todo lo que preguntaba le respondía con monosílabos.

—Veremos una película —lo dijo emocionada acercándose y arrebatándome el libro de las manos.

—Hey…

—Lo siento amiga, pero ya he tenido que pagar este libro mínimo 10 veces su valor. La biblioteca también cobra multas.

No tuve ganas ni fuerzas de ir tras ella y pelear por el libro.

—Veremos una película —sentenció conectando las bocinas a su laptop.

Puse los ojos en blanco, al menos por hoy no tendría que lidiar con su cháchara.

Por casi hora y media clavé la vista en la pantalla mirando como la humanidad entera se zombificaba. Hasta donde podía recordar era la primera vez en mi vida que veía una película completa y realmente fue asquerosa.

—Por Dios, es muy buena —murmuró Vero.

La miré sin poder creerlo.

—Fue asqueroso —le solté— ¿Qué hay de bueno en ver a una persona comiéndose a otra?

Ella mi miró sorprendida era la primera vez en casi un mes que me escuchaba decir una oración completa.

—No puedes negar que ha sido muy entretenida. Ese es el punto del cine, entretener. Da igual si es bueno o malo el caso es tener al público con los ojos en la pantalla.

Me encogí de hombros. No estaba de acuerdo pero tampoco tenía ánimos de entrar en un debate sobre la industria cinematográfica.

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—Vamos al parque —solté de pronto.

Vero no esperaba eso, ni siquiera yo lo esperaba. Fue una necesidad que surgió de pronto.

—¿Al parque?

—Si no puedes, está bien… creo que…

—No digas tonterías, vamos.

Cualquier esfuerzo por evitar que Vero me maquillara fue inútil. Diez minutos le bastaron para eliminar cualquier rastro de la depresión y al mirarme al espejo me volví a sentir yo. Fue como si todos los pedazos rotos se hubiesen pegado en su sitio, excepto uno, uno que ya jamás volvería, y que yo tendría que aprender a no necesitar.

Caminamos despacio, sentí el sol, el aire. Me fijé en las personas que se mantenían ajenas a mi suplicio, realmente parecía que todos estaban bien. Miré mi rostro reflejado en los cristales alzados de un auto, cualquiera al verme creería que nada malo me pasaba. Y entonces entendí que cada quien habitaba en su propio infierno, pero salían adelante, porque al final de eso se trata, de salir adelante.

Llegamos al parque que yo había visitado tiempo atrás. Cuando también sufría, casualmente por la misma persona.

— ¿De verdad no extrañabas esto? —preguntó Vero dejándose caer sobre el pasto.

Me senté a su lado.

No podía seguir negándome a hablar de ella. Era como tener en la boca un veneno y no estar segura de sí escupirlo o tragarlo. Pero tenía que superarlo, seguir adelante, y dejar que ella me matara no era la mejor forma de conseguirlo.

— ¿Qué pasó con Marcela Navarro? —al pronunciar su nombre percibí un ligero sabor metálico en el paladar.

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Vero me miró preocupada.

—Eso no importa ya.

—Claro que importa.

— ¿No te bastó todo lo que viste? —Me regañó— termina con todo eso de una buena vez.

Cierro los ojos tratando de contener la rabia que de pronto se apodera de mí, Vero no entiende y no tiene por qué entenderlo. Pero después todo ha demostrado ser mi mejor amiga y si estoy dispuesta a explicarle podré contar con su apoyo.

—Necesito saber que ha pasado con ella, quiero salir de esto —confieso con la vista baja, tratando de comprenderme yo misma— Pero es más difícil seguir adelante si continuo con esta espina molestándome… te suplico que me ayudes.

— ¿Crees que sirva de algo? —preguntó después de un prolongado silencio.

— ¿Dónde está?

Vero suspira.

—Huyó —responde al fin.

— ¿Huyó? —Repetí incrédula— deje de verla, ¿mis padres continuaron detrás de ella?

Me mira preocupada.

—Te lo has negado a ti misma, cierto.

Entendí de qué estaba hablando.

— ¿Fuiste con la policía?

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—Ya no se trataba de ti… Viste lo mismo que yo esa noche… —parecía horrorizada con el recuerdo—A donde sea que pusiera los ojos había un delito grave. Obviamente fui con la policía.

Mi pulso se aceleró. Me había mentido, había jugado conmigo... pero me dolía lo que le había pasado. Los problemas en los que se había metido.

—La siguiente noche hubo todo un operativo… pero ella ya se había esfumado. Durante un par de semanas fue de lo único de lo que se habló en los noticieros.

—Espera un segundo. Si ella no estuvo allí la noche del operativo no tenían forma de ligarla a ese sitio, era una cliente es todo, como muchos otros millonarios que te apuesto a que salieron bien librados.

Vero sonrió amargamente.

—Ana, Marcela Navarro era la dueña de ese club.

Miedo era lo menos que podía sentir, un miedo estúpido e irracional. Temía por ella, por lo que le pudiera pasar si era detenida.

“Ana por Dios, ¡pena de muerte! Es lo mínimo que podrías desearle” me regañé.

Pero el solo pensamiento me torturaba.

— ¿Dueña? ¿De dónde sacaron eso?

—No lo sé, es asunto que la policía no divulgó.

Me quedé en silencio, procesando todo aquello. Tratando que el saber de Marcela no alentara un sentimiento que tenían que morir.

Nuestra pasión fue un trágico sainete en cuya absurda fábula

lo cómico y lo grave confundidos risas y llanto arrancan.

Pero fue lo peor de aquella historia

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que al fin de la jornada a ella tocaron lágrimas y risas

y a mí, sólo las lágrimas.

Seguía siendo un poema de Bécquer susurrado con pasión al oído. Yo la misma colegiala ingenua. Nos metimos a jugar ese juego donde pierde el que más da, pero aún en la más grande ruina yo tenía la fuerza suficiente para apostar que nunca nadie podría amarla como yo. Y ese algún día se convertiría en suficiente castigo para ella.

—Ana lo siento mucho, yo sabía que algo andaba mal, en la universidad de mi hermano se murmuraban cosas, pero no quería que lo supieras, no quería que sufrieras, yo creí que sería capaz de hacer que la odiaras para que cuando todo saliera a la luz, a ti no te importara su vida…

Me acosté sobre el pasto y cerré los ojos.

—Pero ella tenía otros planes —murmuré— enamorarme y hacer de mí un escudo humano que la protegiera de la policía.

—No creo que ella contara con que tú podrías librarla de sus negocios ilícitos…

—Yo no, pero mis padres sí.

—Pero ellos estaban detrás de ella…

—Estaban detrás de que no me rompiera el corazón —deduje— Verla en la cárcel me haría pedazos y ellos no tolerarían eso… lo sé, los conozco. Además yo jamás creería que Marcela era una… jamás creería en nada de lo que se le acusara si no lo hubiese visto esa noche. Incluso después de ese día me costó varias semanas asimilar que no había sido una pesadilla.

—Es una imbécil.

—La imbécil soy yo.

—Claro que no, tú te enamoraste, no había forma de que supieras quien era ella.

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—Fueron apenas unos pocos días de conocerla. Obviamente algo malo iba a salir de todo eso. Me faltaba mucho que saber de ella.

—Ana tu eres una víctima, como todas esas niñas que trabajaban en su club. Marcela usaba mascaras tras máscaras, ni siquiera sus padres imaginaban quien era ella.

Oculté mi cara con ambas manos, yo misma me daba vergüenza.

— ¿Sus padres?

—Los llamaron a declarar. Eso me dijo tu madre un día que fui a verte y estabas dormida. Creo que ninguno sabía la clase de fichita que era su hija, ambos están en un asilo y tenían varios años sin saber de ella.

—Realmente soy una imbécil —solté odiándome con la intensidad con la que debería estarla odiando a ella.

—Si te digo todo esto es porque me lo pediste. Te enamoraste de una Marcela Navarro que no conocías, ahora te tienes que olvidar de esta Marcela que estas conociendo. No va a ser fácil, pero podrás con ello —Vero atrapó una de mis manos con la suya— Eres mejor de lo que ella podrá ser nunca, para Marcela fuiste un golpe de suerte, en cambio para ti fue una piedra en el camino. Mereces algo mejor…

—Solo espero no volverme a topar nunca con otra piedra.

—Mírate, eres hermosa Ana. Las piedras se pelearan porque te tropieces con ellas.

Ambas reímos como estúpidas.

—Sólo ayúdame a esquivarlas, juro que esta vez cerraré los ojos y dejaré que me guíes.

—Esa es una buena idea.

Murió el tema de Marcela Navarro. Empezamos a charlar trivialidades como antes, como siempre. Al final me invitó a una fiesta que estaba organizando la novia de su hermano y me hizo jurar que iría. Le garanticé mi presencia con

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la condición de que me dejara sola en el parque y con la promesa de que no me arrojaría frente a un auto en movimiento. Ella aceptó solo después de que yo accedí a informarles a mis padres donde iba a pasar la tarde.

Cuando me quedé sola volví a pensar en la profesora Navarro. Iba a ser tremendamente difícil, pero un día, cuando recordara toda esa etapa, me reiría de mi misma.

Me ha herido recatándose en las sombras, sellando con un beso su traición.

Los brazos me echó al cuello y por la espalda partióme a sangre fría el corazón. Y ella prosigue alegre su camino,

feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué? Porque no brota sangre de la herida.

Porque el muerto está en pie.

Le susurré al viento el último poema que tenía para ella y dejé que este lo arrastrara lejos de mí.

Todo se terminaba…

—De nuevo Bécquer.

Esa voz me heló la sangre. Me levante de golpe.

Sus brazos capturaron mi cintura antes de que pudiera alejarme lo suficiente. Traté de zafarme pero ella era más fuerte que yo, no podía soportar tenerla tan cerca así que levanté el puño y asenté un golpe justo en su boca.

El dolor sumado a la incredulidad la llevó a soltarme y entonces me alejé corriendo.

—Ana —gritó.

“No, maldita sea, no”

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Intenté cruzar la calle pero los autos pasaban veloces y el semáforo parecía estar en mi contra.

—Ana —ella corrió hasta mí.

No la miré.

De nuevo me tomó por la cintura, pero esta vez también atrapó mis manos.

Una delgada línea de sangre se escapaba de su labio, y no pude evitar notar lo vieja que se veía. Había sido un mes realmente largo para ella.

—Tenemos que hablar —imploró mirándome a los ojos.

Su mirada seguía teniendo el mismo poder sobre mí, todo su cuerpo me controlaba. Me dominaba aún sin pretenderlo y me odie por eso. Porque yo seguía siendo suya aun cuando ya tenía claro que ella jamás sería mía.

—No hay nada de hablar.

—Ana escúchame…

—Ya lo hice y no dijiste nada.

—Te amo.

No era el momento ideal, ni el más romántico. Ni siquiera parecía que ella hubiese planeado decir algo así. Pero a diferencia mía, ese “te amo” estaba dicho demasiado tarde.

— ¿Enserio? —Pregunté con frialdad —Estas siendo tan honesta como cuando dijiste que tus padres habían muerto…

—No quería hablarte de mis negocios.

—Cierto… tampoco fuiste honesta con eso —le espete con desprecio— ¿de qué más quieres hablar? ¿Drogas? ¿Pedofilia? Quieres ayuda para no ir a la cárcel.

—Ana, por favor…

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—Por favor Marcela, deja de mentir. No hay nada de qué hablar. Lo mejor que te puedo desear es que te desaparezcas de aquí, vete muy lejos. Soy hija de policías, ellos serán los primeros en saber que estuviste aquí.

—No le tengo miedo a la cárcel —me aseguró— Decidí que, o me voy contigo o no me marcho nunca.

—Ya no se trata de la cárcel. ¿Sabes lo que hiciste? ¿Has oído hablar de la pena de muerte?

Mis palabras no la sorprendieron en lo absoluto.

—Nada de eso me importa.

—Suéltame.

—Confía en mí, vuélveme a querer… te pido una última oportunidad.

Parecía desesperada, parecía estar sufriendo. Quería ignorar a la razón, a mi propio instinto, y cerrar los ojos ante su pasado. Esa era la mujer que yo amaba, y lo único que deseaba era limpiar sus heridas, besarla, abrazarla y prometerle que todo estaría bien, que estaríamos juntas, que me olvidaría de todo y empezaríamos de cero.

—Marcela —mi voz sonó débil.

Esa era señal que necesitaba para acerarse. Me besó en la mejilla despacio y yo hundí mi rostro en su hombro. Deseaba creerle, necesitaba creerle. Porque la amaba, a pesar de todo, de todos, incluso a pesar de ella misma.

No sé en qué momento mi cuerpo dejó de luchar y decidió abrazarla. Ese abrazo fue reparador, fue como descansar después de haber corrido un maratón. Quería decirle tantas cosas, quería decirle que todo ese tiempo que estuve sin ella no deje de mirarla en todas partes, que no sólo le creía si no que aceptaba cada una de sus mentiras porque nadie es perfecto, que la amaba y que mi corazón ya era suyo. Pero mi boca permaneció cerrada, por algo muy simple y grande a la vez, algo que muchos cometen el error de hacer a un lado: Amor propio.

Nos soltamos y yo di un paso atrás.

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—Ven conmigo Ana —imploró— se acabaron las mentiras, sólo me importas tú.

—La policía te está buscando.

—Lo sé.

— ¿Hasta dónde crees que llegaríamos?

—Nada te pondrá en peligro.

Respiré profundo y me aleje de ella.

—Vete.

—No me voy sin ti.

Iba a cruzar la calle cuando lo vi.

Llevaba ropa deportiva y corría de prisa hasta Marcela.

No podía recordar su nombre pero estaba segura de una cosa, trabajaba con mi padre.

No era el único, otros dos hombres fornidos se acercaban a Marcela que continuaba con sus ojos fijos en mí, no reparó que estaba rodeada hasta que uno de ellos saco un arma y al mismo tiempo su placa.

En lugar de correr ella levantó las manos detrás de su cabeza, parecía muy calmada. Yo en cambio sentía que estaba a punto de sufrir un paro cardiaco.

A lo lejos oí la sirena de una patrulla.

El hombre seguía apuntándole a Marcela mientras otro se encargaba de esposarla.

Traté de correr hasta ella pero alguien me abrazó.

De pronto todo se apagó. Sólo era los ojos de Marcela y los míos, mirándose fijamente durante una fracción de segundo. Tiempo suficiente para que

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conversaran, para que se entendieran, para que yo lograra terminar de convencerme de dos cosas.

1) Marcela me amaba, ella en verdad me amaba.

2) Estaba siendo detenida… y por delitos que ameritaban algo mucho peor que la cárcel.

Fin?

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Mía Por Siempre

Contemplarla sin que ella lo note es de mis cosas favoritas sobre la tierra.

Tiene la mirada fija en la pantalla del ordenador, apenas y parpadea, apenas y

respira. Pasa un buen rato hasta que voltea a verme.

Sabía que yo la miraba, siempre lo sabe por más sigilosa que pretenda ser.

—Lo hiciste otra vez —me dice mientras que extiende los brazos hacia mí.

Camino despacio hasta ella, me siento entre sus piernas y sus brazos se

enredan en mi cintura.

—¿Hacer qué? —pregunto con fingida inocencia mientras enredo mis dedos

en su cabello.

—Matarme.

Veo las últimas líneas en el documento, las conozco de sobra.

—Yo no te maté.

—Pues a mí me lo parece… puedo leer entre líneas tu deseo reprimido por

deshacerte de mí.

Busco sus labios y la beso, primero despacio, palpando su boca como si

estuviera entrando a ella por primera vez. Cada beso que le doy se siente como

uno nuevo, no importa el tiempo que haya pasado ella continua

dominándome, es dueña de mis sentidos, de mi razón… mis manos acarician

su cabello, su rostro. Como si quisieran comprobar que es real.

—Por supuesto que quiero deshacerme de ti.

Su boca busca mi cuello lo llena de besos mientras comienza un lento y tortuoso descenso, instintivamente voy desabotonando mi blusa para dejar que vaya más allá. Fue su mano la que apartó el último obstáculo al liberarme del sujetador y finalmente su boca llegó hasta mis pechos. Los besó, aspiró profundo sobre ellos. Sus manos los acariciaron despacio y por turnos los llevó a su boca. Gemí cuando lamió uno de mis pezones y tiró con suavidad de él… Perdimos el control entre tantos besos y caricias haciendo eco en el pequeño estudio.

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Éramos un desastre.

Al terminar ella buscó mis brazos para refugiarse.

Un día me confesó que temía despertar y no encontrarme, descubrir que nada

había sido real. Mis temores eran los mismos, pero no se lo dije entonces.

Lo hago hasta ahora.

La primera vez que escribí nuestra historia no me di cuenta del daño que nos

hice al dejarla inconclusa. Para liberarnos tuve que encender de nuevo mi

laptop, escribir sobre las palabras ya dichas, a veces el pasado me envolvía y

terminaba escribiendo de más, perdí la cuenta de las veces que tuve que

borrar datos para protegerla. Siempre se ha tratado de eso. De protegerla. Mis

padres a cargo de la investigación se han propuesto en alejarla cada vez más,

pronto ella será un expediente empolvado en la interminable montaña de

casos sin resolver. Después de todo no es más que una víctima de sus propios

errores. Cuando se descubrió que la verdadera cabecilla de todo era su ex mi

padre tomó la decisión más difícil de su vida. La que implicaba mi felicidad por

encima de su deber. Nunca lo dirá, pero yo sé que todas las noches se

cuestiona si hizo correcto.

Ella está recargada en mi pecho y siento como su respiración recupera la

normalidad.

—¿Cómo nos salvo? —pregunto cerrando los ojos.

Ella suspira.

—Ya estamos salvadas. No hay nada más que añadir.

La abracé con más fuerza.

Tenía razón.

Éramos libres, yo era suya y la mejor parte es que ella era mía.

POR SIEMPRE

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