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SOBRE LA PENITENCIA DE DON QUIJOTE (1, 26) Alberto Sánchez Los dos caras de la moneda El capítulo 26 del primer Quijote lleva un epígrafe que anuncia sencillamente la continuación del anterior: «Donde se prosiguen las finezas que de enamo- rado hizo don Quijote en Sierra Morena». En efecto, el precedente 25 (para uno de los más importantes de toda la historia y así lo he defendido en otro lugar) razona con morosa delectación el proyecto de la penitencia de don Quijote, a imitación de la de Amadís de Gaula por desdenes de Oriana, o de la furiosa de Roldán por la «vileza» de Angélica la Bella. No voy a detenerme ahora en este dilema que implica una deliberación consciente, incompatible con la verdadera locura, pues ya lo comenté en reciente ocasión. De momento, empezaré por señalar que el tema de la penitencia, anun- ciado con irónico eufemismo como finezas de enamorado, solamente comprende el primer tercio del capítulo, mientras que en los dos restantes se nos cuenta lo que le avino a Sancho Panza en su viaje al Toboso, interrumpido por su encuentro en el camino real con el cura y el barbero, ante la venta de Palome- que el Zurdo. Lo cual contraviene el propósi to enunciado al final del capítu- lo 25, de que ya no se volvería a tratar de Sancho hasta su regreso a la sierra. Se cerraba el capítulo exactamente con estas palabras: «y así, le dejaremos ir su camino, hasta la vuelta, que fue breve». Por primera vez desde que salieron, se separan el caballero y el escudero, aunque por poco tiempo (dos o tres días). La despedida, con lágrimas de San- cho y bendición de don Quijote, llena de emoción el final del capítulo 25. El 26 presenta la acción escindida, en correspondencia al protagonismo dual de la historia: primero, la de don Quijote en el escenario abrupto de su decantada penitencia; después, la del escudero Sancho Panza, camino del Toboso. Pero esta segunda línea narrativa duplica en la exposición a la prime- L Cfr. mi trabajo "El cap. XXV del primer Qui¡ole (1605), clave sinóptica de toda la obra», en prensa (Critica Hispánica, USA). 17

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SOBRE LA PENITENCIA DE DON QUIJOTE (1, 26)

Alberto Sánchez

Los dos caras de la moneda

El capítulo 26 del primer Quijote lleva un epígrafe que anuncia sencillamente la continuación del anterior: «Donde se prosiguen las finezas que de enamo­rado hizo don Quijote en Sierra Morena».

En efecto, el precedente 25 (para mí uno de los más importantes de toda la historia y así lo he defendido en otro lugar) razona con morosa delectación el proyecto de la penitencia de don Quijote, a imitación de la de Amadís de Gaula por desdenes de Oriana, o de la furiosa de Roldán por la «vileza» de Angélica la Bella. No voy a detenerme ahora en este dilema que implica una deliberación consciente, incompatible con la verdadera locura, pues ya lo comenté en reciente ocasión.

De momento, empezaré por señalar que el tema de la penitencia, anun­ciado con irónico eufemismo como finezas de enamorado, solamente comprende el primer tercio del capítulo, mientras que en los dos restantes se nos cuenta lo que le avino a Sancho Panza en su viaje al Toboso, interrumpido por su encuentro en el camino real con el cura y el barbero, ante la venta de Palome­que el Zurdo. Lo cual contraviene el propósi to enunciado al final del capítu­lo 25, de que ya no se volvería a tratar de Sancho hasta su regreso a la sierra. Se cerraba el capítulo exactamente con estas palabras: «y así, le dejaremos ir su camino, hasta la vuelta, que fue breve».

Por primera vez desde que salieron, se separan el caballero y el escudero, aunque por poco tiempo (dos o tres días). La despedida, con lágrimas de San­cho y bendición de don Quijote, llena de emoción el final del capítulo 25.

El 26 presenta la acción escindida, en correspondencia al protagonismo dual de la historia: primero, la de don Quijote en el escenario abrupto de su decantada penitencia; después, la del escudero Sancho Panza, camino del Toboso. Pero esta segunda línea narrativa duplica en la exposición a la prime-

L Cfr. mi trabajo "El cap. XXV del primer Qui¡ole (1605), clave sinóptica de toda la obra», en prensa (Critica Hispánica, USA).

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ra, anunciada como única pero suficientemente planteada en el capítulo ante­rior. Tanto es así que algún eminente editor del Quijote, como Avalle-Arce, en el título complementario, sobrepuesto al del capítulo, reduce el contenido a la segunda parte, bajo la escueta mención de "Sancho con el Cura y el Barbe­ro».2 Por las mismas fechas, una buena edición alemana adoptó análoga de­cisión, si bien eliminando del capítulo todo lo referente a la penitencia del caballero. De esta forma, el epígrafe del capítulo 26 no traduce el de Cervan­tes y se limita a dar noticia del viaje de Sancho:

Sechsundzwanzigstes Kapitel welches be richtet, wie Sandlo eine Reise tat. 3

Una solución mixta es la que adoptó hace un tercio de siglo el polígrafo hispanista Walter Starkie en su traducción al inglés del Quijote, abreviado y convertido en ágil novela moderna de atractiva lectura, con semejante criterio al que adoptaría después la germánica indicada. El extenso capítulo 25 del original se convertía en el 15 de la traducción de Starkie, con un texto com­pendiado; y el 26 (juntamente con el 27) se refundía en el que llevaba el nú­mero 16. Rehecho el título, hacía referencia a la dualidad de la acción presen­tada por Cervantes: «XVI The penance Don Quixote performed in the Sierra Morena, and the plan oi the Curate and the Barber».4

Más que la dualidad de acciones, nos ha interesado vivamente en este capítulo la doble intencionalidad con que ha sido interpretado por muchos exegetas y escoliastas, concentrándose aquí la dúplice consideración suscita­da por toda la obra. Cara y cruz de la historia, anverso y reverso de la misma moneda.

Como bien se sabe y el mismo libro nos advierte, «los sucesos de don Quijote, o se han de celebrar con admiración o con risa" (II, 44). John J. ABen ha ilustrado esta enfrentada estimación del libro en la meritoria monografía Don Quixote: hero or tool?, bien como un relato puramente cómico y bur­lesco (Auerbach, Close, Russell), bien como la representación simbólica de un idealismo que pone de relieve el choque de las aspiraciones más nobles de la humanidad con las rastreras experiencias de cada día. Esta segunda in­terpretación, vitalmente trágica, que tiene sus orígenes en el temprano ro­manticismo alemán, es la sustentada actualmente con variados enfoques por la mayoría de los comentaristas e investigadores de la obra cervantina (Una­muno, Madariaga, Castro, Casalduero, Avalle-Arce, Riley y un prolongado et­cétera).

Anthony Close, inclinado a ver en el libro de Cervantes una cima genial

2. Don Quijole de la Mancha (edición, estudio y notas de J.B. Avalle-Arce), t. l. Madrid. Alhambra, 1979, pp. 315-321.

3. M. de Cervantes, Lebcn und Talen des Scharfsinnigen Ritters DOl1 Quixote de la Mancha, con 134 dibujos del profesor RE. Kahler, Eltville am Rhein, Rheingauer Verlagsgesellschaft, 1978, p. 15 t.

4. M. de CeI'Vantes, Don Q¡¡ixoíe of la Mancha (<<An abridged version ... Tmnslated and edited with a bíogmphícal prelude by Walter Starkíe. With decorations from lhe dmwings by Gustavo Dorés»l, Lon­dres, Macmíllan, 1954.

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de lo cómico, ha seguido atentamente la huella romántica en las interpreta­ciones del Quijote y la expone en un manual muy consultado y debatido, sobre todo por la crítica británica y norteamericana.' Vaya por delante nues­tra primera deducción de que el texto del capítulo 26 no contiene, al pare­cer, las ambigüedades que no escasean en otros lugares de la narración. Todo aquí me parece claro y unívoco en una línea humorística bien trazada. La explicación literal no ofrece dificultades importantes. Tanto la finezas amoro­sas del caballero como las ingenuas pretensiones del escudero Sancho, unidas a sus divertidas trabucaciones lingüísticas, obedecen a una intención marca­damente festiva. No obstante, abundan las opiniones de autorida9- reconoci­da que difieren de esta afirmación y leen o adivinan entre líneas un mensaje bastante serio. Quizá obligados por un contexto general más severo. Cabe analizar ahora con serena objetividad y demorada atención los dos pasajes del capítulo.

Cambio de penitencia

Se abre el capítulo 26 con la decisión de don Quijote de seguir la peniten­cia melancólica y sosegada de Amadís de Gaula y abandonar las <<locuras des­aforadas» de Roldán, iniciadas al final del capítulo anterior con las dos zapa­tetas y "tumbos de la cabeza abajo y los pies en alto». No debemos insistir acerca del fundamento razonable -sin asomos de locura auténtica- en la determinación de este cambio, pero sí en la chistosa forma en que el propio don Quijote nos la declara. Después de todo, Roldán enloqueció al enterarse de que su amada Angélica «había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enrizados». Aparte de las muy concretas y sabrosas referencias a la siesta y al pelo ensortijado del «morillo», don Quijote añade con el mayor desparpajo: "Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en todos los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su mismo traje, y que se está hoy como la madre que la parió».6

Desde los tiempos de Clemencín se viene discutiendo este párrafo. En pri­mer lugar, se ha considerado que hay una sátira encubierta contra los vecinos del Toboso, moriscos en su mayoría a finales del siglo XVI. Por eso Dulcinea no ha visto «moro alguno, ansí como él es, en su mismo traje», ya que los habría visto con trajes a la manera cristiana, por obligación legal en el mo­mento. Admitiendo una posible alusión histórica en el pasaje, yo creo que la inusitada afirmación tiene su origen literario en el episodio del Orlando furio­so de Ariosto, con referencia al "morillo» Medoro.

5. Cfr. Jolm 1. Allen, Don Quixole: llera or Pool? A Study in Narralive Technique (Gaínesville, Univer­sj¡y of Florida Press, 1969), Part Two (Gainesville, 1979); y Anthony Close, The Romanlic Approach lo Don Quixote. A Crilical History 01 Ihe Romanric Tradítion in Quixole's Criticism), Cambridge, L'niversity Press, 1978.

6. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (prólogo y notas de Alberto Sánchez), Barcelona, No­guer, 1976, p, 282. Todas las citas que se hacen del gran libro cervantino en el presente trabajo proceden de la misma edición.

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Pero lo más notable es la obstinada condena por algunos comentaristas de la frase final, cuando se nos dice en equívoco chiste que Dulcinea «está hoy (sobreentendido, doncella) como la madre que la parió". En las ediciones de Bruselas y de Máinez se sustituyó la expresión coloquial por la siguiente: como su madre la parió. Con lo cual se adecentó el sentido, pero a costa de la comicidad buscada por medio de una extendida locución popular emplea­da a contrario sensu.

Clemencín anotó con una severidad impropia del contexto y del humor cervantino: «Me parece imposible que no esté viciado el texto. Como se halla es una chocarrería contra el honor de Dulcinea en materia grave, incapaz de salir de la boca de don Quijote y absolutamente incompatible con su carácter serio y sincero. Cervantes había usado de la misma expresión en el capítu­lo IX de esta primera parte; pero allí tiene oportunidad y gracia, y aquí ni una ni otra». No estará de más, reproducir el párrafo aludido: «[ ... ] amparar doncellas, de aquéllas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; que si no era que algún follón ... o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido» (1, 9).

La conclusión así tenía que coincidir con la corrección del texto, de acuerdo con la edición de Bruselas, aunque nuestro Clemencín no se atreviera a llevar a cabo su ingenua hipótesis: «Es forzoso creer que en la imprenta se trastocó el original, y que éste diría que se está hoy como su madre la parió. La altera­ción de pocas letras vicia o corrige el texto, produciendo sentidos contradicto­rios; y por lo mismo es más verosímil que fue cosa del impresor, y que la lección verdadera es conforme a la expresión del romance viejo de don Gal­bán, donde la Infanta, reconvenida por la reina su madre, le decía así: Tan virgen, estoy mi madre, I como el día en que nací [ ... ]».7

Es curiosa y desconcertante la posición de Rodríguez Marín en este pun­to. Después de rechazar, muy cuerdamente, la enmienda «moralizadora» de Bruselas, reconoce con buen tino la intencionalidad de la frase hecha y en el mismo sentido que se usó en el capítulo 9. Pero esa intencionalidad, para el erudito comentarista, no es cómica simplemente, sino que encierra un dar­do satírico. Preocupado siempre por encontrar modelos vivos a los personajes de la creación cervantina, duda ahora de la integridad de la persona histórica que pudo inflamar el corazón del ingenioso hidalgo. El trastrocado elogio de la doncellez de la dama le hace exclamar con sarcasmo totalmente infundado: «¡A saber quién y cómo sería, en realidad de verdad, Dulcinea del Toboso, mi­rada sin la mágica lente de la generosa y romántica locura de don Quijote! ».s

7. M. de Cervantes. Don Quijote de la !"Iancha (Edición IV Centenario, adornada con 356 grabados de Doré, enteramente comentada por Clemencín y precedida de un estudio crítico de Luis Astmna Ma· rin, más un Índice resumen de los ilustradores y comentadores del Quijote por Justo Garda Morales), Madrid, Castilla, 1947, p. L265.

8. Don Quijote de la Mancha (nueva edición crítica de Francisco Rodríguez Marin), t. 1I, Madrid, Atlas, 1947, pp. 289·290.

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Ya don Ramón Menéndez Pidal disertó sesudamente contra la ilusión de buscar en los archivos notariales un documento sobre la existencia real de un Quijada o Quijano enloquecido por las lecturas de los libros caballe­rescos, pues nada ayudaría a la íntima comprensión del libro,9 Y si es ocio­so buscar modelo vivo a don Quijote, presentado como hombre "de carne y hueso», mucho más lo será indagar la ascendencia histórica de Dulci­nea (¿sería más útil pensar en la de Aldonza Lorenzo?), puesto que se tra­ta del mito poético de la mujer ideal, forjado por la imaginación de don Quijote, con relevantes mutaciones y claroscuros en el transcurso de la historia, 10

Cortázar y Lerner en su anotaciones a una excelente edición del Quijote se manifiestan sobre el particular (<<parece intencionado» el trastrueque en lo de la doncellez de Dulcinea), aunque sin decidirse a matizar si la intención es satírica o puramente cómica, Incluso nos remiten "a la misma expresión con análogo sentido irónico» en el repetido capítulo 9 del Quijote, a lo que añaden otro ejemplo con el mismo chiste en la novela ejemplar de El Celoso extremeño, donde la dueña Marialonso afirma con desenfado: "somos donce­llas como las madres que nos parieron»,

Tampoco debemos olvidar que, en el anterior capítulo 25 (Madariaga nos lo recuerda con acierto), don Quijote revela a Sancho la verdadera identidad de su dama: "la figura de Dulcinea, sea cualquiera la persona real que le sir­ve de soporte humano, es una criatura de su propia imaginación, perfecta e impecable»,lI

Sobre la penitencia amorosa y el deliberado cambio en su práctica re­sueIto por don Quijote, todavía cabe responder a esta pregunta que se hace a sí mismo el propio caballero al celebrar la memoria de Amadís y abando­nar los iniciados desvaríos que remedaban los de "Roldán el furioso»: ,,¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión dellas?», Es decir, que si Dulcinea no ha «cometido desaguisado» (pese a las aprensiones gratui­tas de Rodríguez Marín), ¿ cómo puede imitar a Roldán, enloquecido con cau­sa? Pero éste es el mismo argumento que esgrimió Sancho Panza en el capítu­lo anterior para disuadir a su amo de la proyectada penitencia, sin lograr

9. Ramón Menéndez Pida!. Un aspecto en la elaboración del «Quijote», Madrid, Cuadernos Litera­rios, 2.a ed. aumentada, 1924, p. 90.

10. El mito de Dulcinea ha empezado a estudiarse con especial interés en nuestro siglo, y todavía espera una monografía con aITlbiciones exhaustivas. Pueden consultarse, entre otras, las atinadas apro~ ximaciones de La Dulcinea de Cervantes, conferencia pronunciada en el Colegio Mayor Santa Teresa de Jesús, de la Universidad de Madrid, por Armando Cotarelo y Valledor, el 6 de mayo de 1947 (Ma­drid, Imp. Ed. Magisterio Español, 1947, 47 pp,); Alvaro Fernández Suárez, Los milOS del Quijote (Madrid, Aguilar, 1953. Cfr. Il, «Dulcinea o el mito de la amada oculta», pp. 68-92); Lázaro Montero, «Dulcinea«, Anales Cerval!lírlOs, IX (1961-62), pp. 229-246, con esta afirmación difícilmente impugna­ble; «Dulcinea es una entera creación del amor de don Quijote»; y Lúdovik Osterc, Dulcinea y otros ensayos cervantillos, México, Joan Boldó i Climent, Editores, 1987 (cfr. «Dulcinea y sus metamorfosis., pp. 193-250)_

11. Don Quijote de la Alancha (edición y notas de Celina S. de Cortázar e ¡saías Lerner, prólogo de ",,1arcos A. ilustraciones de Roberto t. I. Buenos Aires, Ed_ Universitaria, 1969, pp, 206-.207. Salvador Madariaga, GUl'a de/leclOr «Quijole». Ensayo psicológico sobre el «Quijo-te», Madr.d, Aguilar, 1926, p. 125.

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convencerle. Así lo vio Clemencín y en nuestros días lo comenta Donatella Moro en sus anotaciones a una magnífica edición de Don Chisciotte, con sus­tanciosa introduzione de Cesare SegreY "Cosas de locos», concluye Clemencín. 0, más bien, de muy sensato: «Sapientum est mutare consilium». De todas for­mas, resulta difícil y artificiosa la interpretación de este pasaje sin apreciar sus valores cómicos. Me parece muy sensata la estimación de Carlos Fuentes al opo­nerse radicalmente a una lectura única del Quijote: "Cervantes ha vencido a la épica en la que se apoyó, ha puesto a dialogar Amadís de Gaula con Lazarillo de Tormes y en el proceso ha disuelto la normatividad severa de la escolástica y su lectura unívoca del mundo».13 En la línea desmitificadora, será Howard Mancing el de la posición más extrema, ya que no tiene en cuenta el entusiasmo de don Quijote y lo toma quizá como un simulador que sigue en su penitencia más bien el modelo de Cardenio que los de Roldán o Amadís: «Now don Quixote is merely playacting out of frustration with the harsh encounters he has had with reality; he has ceased to be a knight-errant and has become a jesten,.14

Religiosidad y prácticas devotas

En abierto contraste, la máxima exaltación de la penitencia de don Quijo-­te la encontramos en Unamuno, que potenciaba su alta significación religioso­psicológica y le traía a la memoria a san Ignacio en la cueva de Manresa y en el monasterio de Santo Domingo (según el hagiógrafo P. Rivadeneira, li­bro 1.0, capítulo IV), sin olvidar el capítulo XIII del libro de la Vida de Santa Teresa. Es un pasaje rebosante de entusiasmo, del que suprimió un párrafo al imprimir su Vida de don Quijote y Sancho, pero que podemos hoy restituir al texto original, gracias a la espléndida edición que últimamente nos ha ofre­cido Alberto Navarro de la obra unamuniana: « ¡Admirable aventural ¡Aventu­ra del género contemplativo más bien que del activo! Hay gentes, don Quijote mío (que comprenden tu ascética pero no tu mística), ciegas al valor de estas aventuras de suspirar y dar sin más zapatetas al aire. Sólo el que las dio o es capaz de darlas puede dar cima a grandes empresas. Desgraciado del que a solas consigo mismo es cuerdo y cuida que los demás le miran».15

Con todo, las referencias a la práctica devota de don Quijote en su peni­tencia son humorísticas o equívocas, hasta el punto de su eliminación o susti­tución en algunas ediciones. En efecto, como bien se sabe, la La edición de Juan de la Cuesta decía como sigue: «venid a mi memoria, cosas de Amadís, y enseñadme por dónde tengo que comenzar a imitaros. Mas ya sé que lo que más que él hiw fue rezar y encomendarse a Dios; pero, ¿qué haré de

12. Don Chisciolle della Matlcia (edición de Cesare Segre y de Donatella Moro Pin;, traducción de Ferdínando Carlesi), Vícenza, Amoldo Mondadori Editore, 1974, p. 1.282: "Tale contraddízione mostra che Don Chisciotte non e preoccupato del fondamento dell'imitazione (Dulcinea), ma dell'imitazione a se stessa».

13. Carlos Fuentes, Cervantes o la critica de la lectura, Mé"ic(~ Joaquín Mortiz, 1976, p. 83. 14, Howard Mancing, The Chiva/ríe World 01 Don Quijote. Style, Structure, and Narrative Technique,

Columbia & Londres, Universiry 01' Missouri Press, 1982, pp. 83·84. 15. Miguel de Unamuno, Vida de don Quijote y Sancho (edición de Alberto Navarro), Madrid, Cátedra,

1988, p. 267.

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rosario que no le tengo? -En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías».

Ya en la 2.a edición de Juan de la Cuesta, publicada dos o tres meses después, en el mismo año de 1605, se suprimieron dos frases del texto trans­crito: la primera, "y encomendarse a Dios», y la final, con el rezo hiperbólico del millón de avemarías. Por otro lado, la del centro se cambiaba por esta otra: «sirviéronle de rosario unas agallas grandes de alcornoque, que ensartó, de que hizo un diez». En 1624, la Inquisición portuguesa, más rigurosa que la castellana, censuró lo de los nudos de la camisa, pero mantuvo el exorbi­tante número de oraciones, que Hartzenbusch, en su edi<::ión del siglo pasado, redujo por su cuenta del millón original a un millar, que le pareció más lleva­dero (¿!).

Clemencín admite la segunda versión sin explicar el cambio, aunque se detiene en ilustrar el uso del rosario por los caballeros andantes y el origen mahometano de la camándula. Schevill y Bonilla y Rodríguez Marín se refie­ren a las dos versiones, pero no se detienen ante los motivos ni la autoría del nuevo texto. Martín de Riquer y Murillo señalan la variante y sostienen que "nada justifica la opinión de que fuera el propio Cervantes quien enmen­dara aquellas palabras por poder parecerle irreverentes».16 Allen no se mani­fiesta al respecto, ni tampoco Avalle-Arce, aunque éste anote la diferencia, sin atribuirla específicamente al autor: "Por parecer irreverente este pasaje se sus­tituyó en 2.a edición de Juan de la Cuesta por este otro».

La opinión de Américo Castro sobre las ideas religiosas de Cervantes, ex­puesta en su libro ya clásico, El pensamiento de Cervantes, ha influido no poco en la apreciación contemporánea de este pasaje. Pero creo que sus argu­mentos y citas cervantinas vienen a reforzar lo contrario de lo que sospecha (aunque sin total convicción): "Se le fue la pluma a Cervantes. Ni Lope ni Quevedo se habían atrevido a tal profanación. Alguien debió advertirlo, y Cuesta o, probablemente el mismo Cervantes, quitaron más que aprisa el escandaloso pasaje»Y En primer lugar, debemos admitir que no hay profanación, ni si­quiera escándalo grave, en el párrafo incriminado. De haberlos habido, las con­secuencias habrían sido más rigurosas. Me permito suponer que solamente el olvido de ciertos matices recurrentes en el humor cervantino, es decir, el examinar este capítulo con toda seriedad -pese a la letra explícita- ha con­ducido a estas desviaciones en su análisis. No hay aquí profanaciones, ni nada que atente contra la pura doctrina cristiana, sino algunas bromas acerca de la exageración y ostentación pública de ciertas prácticas devotas. Lo cual se

16. Cfr. las edicioncs del Quijole señaladas en notas anteriores (Clemencín, Rodríguez Marín, Avalle­Arce), a las que sumamos ahora las de Schevill y Bonilla (l. I. Madrid. Gráficas Reunidas, 1928, pp. 375 Y 507), Martín de Riquer (Barcelona, Planeta, 1962, p. 274), Allen (t. l. Madrid, Cátedra, 1977, p. 307) Y Luis Andrés Murillo (t. 1. Madríd, Castalia, 1978, p. 320).

17. Américo Castro, El pensamiet!w de Cervantes, Madrid, RFE, Anejo VI, 1925, p. 264. Hay 2.' edi· ción, ampliada con notas de Rodríguez Puértolas (Barcelona, Noguer, 1972) y una facsímil de la l.', en la Ed. Crítica, dirigida por Francisco Rico (Barcelona, 1987).

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corrobora en otros textos cervantinos, aducidos también por Castro y otros in­vestigadores. Por ejemplo, la Inquisición portuguesa de 1624, que ya hemos di­cho que transigió con el millón de avemarías, aunque tachó lo del rosario im­provisado en los nudos de la camisa, también había suprimido la paródica ceremonia de la bendición del caballero para obtener el bálsamo de Fierabrás: «Luego dijo sobre la alcuza más de ochenta pater nostres y otras tantas avema­rías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz a modo de bendi­ción» (1, 17). La misma Inquisición también hizo quitar la calificación de santísi­mo aplicada al bálsamo maravilloso, hacia el final de ese capítulo. En la traducción francesa del Quijote, presentada últimamente por Canavaggio, se aso­cian en una nota los dos pasajes aducidos (capítulos 17 y 26) para concluir que una vez más en la obra cervantina se presentan las plegarias religiosas hechas a la ligera o en circunstancias triviales y burlonas. 18 Pueden añadirse al respecto, como lo hace Castro, el rosario descomunal de Montesinos (II, 23) de cuentas «mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz»; o el del Persiles, cuyos padres nuestros eran mayores que «algunas bolas de las con que juegan los muchachos a la argolla»; o el gran rosario que lleva consigo don Quijote en la 2.a parte de su historia (capítulo 46); y el «rosario de sonadoras cuentas» de los maleantes en el Rinconete. Todos ellos como alar­des superfluos y pintorescamente descritos se relacionan con una práctica de­vocional, desligada del sentimiento religioso en sÍ. Por eso nunca fueron censu­rados por la Inquisición.

En cuanto al millón de avemarías, ultracorregido en la edición 2.a de la Cuesta (¿por quién?), mas no por la rígida Inquisición de Lisboa, permítasenos asociar­lo a la maliciosa descripción de Constanza, La ilustre fregona, en boca de la Ga­llega, pícara moza del mesón del Sevillano: «es una tragaavemarías; labrando está todo el día y rezando».

Marcel Bataillon examina atentamente el pasaje cambiado del capítulo 26 y también lo relaciona con el referente al benditísimo bálsamo de Fierabrás y otros textos cervantinos; a pesar de lo cual, piensa -como Américo Castro- en la Íntervención directa del propio Cervantes: «no bien se ha impreso el libro (Don Quijote) y ya nuestro autor lamenta haberse dejado llevar por su vena satírica. Espontáneamente, o dejándose guiar por la opinión de algún censor, discurre una manera más decente de improvisar un rosario [ ... ]».

Nada de esto lo carga Bataillon a la cuenta del posible erasmismo de Cer­vantes (con mejor criterio, a mi juicio), sino que lo incluye en una corriente de religiosidad íntima, ortodoxa, y sustentada por algunos de los más descollante s escritores españoles de la época: «Todos estos textos se refieren al campo de las ceremonias, en el cual. para Luis de León como para Erasmo, es el espíritu lo que da todo su valor a las acciones».19

18. Dotl Quichotte de la Manche (presentación de lean Canavaggio, traducción de César Oudin, revisión y notas de J ean Cassou). t. l, París, Gallimard, J 988, p. 625.

19. Mareel Bataillon, Erasmo y Espm1a: estudios sohre la historia espiritual del siglo X VI (trad. de Anto­nio Alatorre), México, Fondo de Cultura Económica, 2." edición en español, corregida y aumentada, 1966, pp. 788-789.

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Sobre la penitencia de don Quijote

Lágrimas, suspiros y versos

Don Quijote en la soledad fragosa de Sierra Morena, reza, medita y escribe. «Envuelto en suspiros y versos», dice la historia con gracioso giro; pero también se entrega al llanto de su tristeza amorosa. Casalduero magnifica la situación y la eleva en alas de la creación interpretativa: «El modelo a quien imitar es el caballero del amor puro; la amada tiene que ser Helena y Lucrecia a la vez, por su hermosura y honestidad. Don Quijote queda en el laberinto de la selva y San­cho va en busca de lo que no existe. Sancho se aleja cuando su amo empieza a dar volteretas en el aire. Duda seguir y viene la soledad amorosa. Con la peni­tencia de don Quijote se contempla la soledad en el Barroco. Soledad en pleni­tud, concentración espiritual. El hombre se siente más unido que nunca a su eternidad. Soledad bañada en esperanza frente a la desesperada soledad ro­mántica».20

Todo ello muy hermoso, aunque nos desvía un tanto de la situación original. Allí vemos que don Quijote compone muchos versos y los graba «por las corte­zas de los árboles y por la menuda arena», ocurrencia bastante difícil de llevar a cabo. No puede negarse a don Quijote su capacidad de creación poética. Pri­mero había pensado escribir en verso su carta a Dulcinea, pero luego desistió. Se sentía capaz de hacerlo, como continuador de los caballeros andantes que solían ser grandes trovadores y músicos, si bien <das coplas de los pasados caba­lleros tienen más de espíritu que de primor» (1, 23). Este pensamiento me parece más cervantino que quijotesco y puede aplicarse a las poesías del mismo Cer­vantes, que ya en La Galatea lo anticipó por boca del pastor Orfenio.21

En efecto, los versos de don Quijote penitente en Sierra Morena pertenecen más al talante del poeta ludens que al de un caballero enamorado. Son burles­cos y en nada recuerdan la emoción de Amadís de Gaula, el modelo escogido, que supo cantar la ingratitud de Oríana, en su retiro de Peña Pobre, con vibran­tes antítesis conceptuales: «Pues se me niega victoria I do justo me era debida, / allí do muere la gloria I es gloria morir la vida [ ... ]" (Amadís, libro 2.°, capítulo LI).

Ni tampoco pueden alinearse con otras composiciones de cierta dignidad estética que pueden atribuirse al despechado Cardenio y se nos muestran en otros capítulos del escenario de Sierra Morena: el soneto que comienza O le falta al amor conocimiento (1, 23), los tres ovillejos, y el soneto a la amistad (1, 27).

LDs versos de don Quijote en nuestro capítulo 26 son tres coplas reales (o quintillas dobles) de tradición cancioneril del siglo xv, con las rimas distribui­das según el siguiente esquema: a b a b a - e d e e d. Pero con la particularidad de repetir cada una como estrambote el verso de pie quebrado del Toboso, li­bre de rima. La intención puramente cómica queda respaldada por la observación del mismo historiador: «No causó poca risa en los que hallaron los versos referi-

20. Joaquín Cas;lduero, Se>J¡ido y forma del "Quijote» (1605.1615), Madrid, Ínsula, 1949, p. 123. Hay dos ediciones posteriores en Gredas (Madrid, 1966 y 1970).

2L Cfr. Alberto Sánchez. «Los sonetos de La Calatea». en Juan Bautista Avalle·Arce (ed.). La ('",latea de Cervantes -. cuatrocientos a;10S después (Cervantes y lo pastoril), Ne.wark, Deiaware. Juan de la Cuesta~ Hispanic Monographs, 1985, p. 31.

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Alberto Sánchez

dos el añadidura del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginar don Quijote que si en nombrando a Dulcinea no decía tam­bién del Toboso, no se podría entender la copla».

Según Navarro Tomás, la copla real fue muy usada por Cervantes,22 aun­que siempre sin el estrambótico y festivo remate de esta ocasión.

La primera de las tres coplas empieza con cierto empaque, mediante una correlación trimembre que abarca los versos 1.0 y 3.°; pero en su segunda parte se empiezan a intercalar modismos vulgares y léxico chabacano, forza­do en ocasiones por la ridícula rima en -ate:

Árboles, yerbas y plantas que en aqueste sitio estáis, tal1 altos, verdes y tantas, si de mi mal no os holgáis, escuchad mis quejas santas.

Mi dolor no os alborote, aunque más terrible sea; pues, por pagaros escote, aquí lloró don Quijote ausencias de Dulcinea

del Toboso.

Lo de pagar escote, como después, traer al estricote, ser de mala ralea, henchir un pipote, herir el amor con su azote o su blanda correa y tocar el cogote son expresiones que producen hilaridad -y no compasión ante la des­gracia del caballero que llora la ausenCÍa de su dama. Como ha estudiado muy finamente Francisco Márquez Villanueva, <da La Parte del Quijote (1605) nace y muere entre los paréntesis de dos series de poemas burlescos: los once del principio, con la profecía de U rganda y los elogios de los protagonistas, y los seis epitafios a los mismos por unos grotescos académicos de la Arga­masilla».23

Creo que las coplas reales de don Quijote deben alinearse junto a esas composiciones, a las que les unen algunas de las locuciones vulgares señala­das: traer «a la calva Ocasión al estricote" leemos en el soneto de Belianís al Caballero de la Mancha, y «gozar los gustos sin escote» es el pintoresco mensaje hedonista de Oriana a Dulcinea (los dos ejemplos en los versos preli­minares del Quijote); y no olvidemos que uno de los epitafios que cierran la P Parte del libro dice de la misma Dulcinea que «fue de castiza ralea", lo que no está muy en armonía con otras aseveraciones próximas.

Otro motivo de parodia cómica es el estribillo de las tres coplas reales: «aquí lloró don Quijote I ausencias de Dulcinea / del Toboso». Justo García

22. Tomás Navarro, Mélrica esparíola, Reseña histórica y descriptiva, Siracusa, Nueva York, Syracuse University Press, 1956, p. 249: "Con las combinaciones ababa:ccddc, la copla real fue abundantemente cultivada por Cervantes en La Galatea y en sus obras dramáticas. No parece que Cervantes se sirviera de la quintilla suelta»,

23. Francisco Márquez Villanueva, "El mundo literario de los académicos de la Argamasilla», La Torre, Revista de la Universidad de Puerto Rico, nueva epoca, l, enero-marro (1987), pp. 9-43.

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Sobre la penitencia de don Quijote

Soriano cree que encierran una alusión a Lope de Vega, ya que Góngora puso de moda el motejar a Lope de llorón, con motivo de sus borrascosos amores con Camila Lucinda, a quien también podrían apuntar las bromas de don Qui­jote sobre la doncellez de Dulcinea. Incluso se cita otro pasaje del Quijote (H, 2), pues "de don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso, y de su hermano que fue llorón».24

A mi juicio, en esta última cita, se reitera la apreciación que de Amadís nos ofrece el barbero maese Nicolás al comienzo de la historia, al ponderar los méritos del Caballero del Febo: «si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condi­ción para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su her­mano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga» (1, 1).

El llanto de don Quijote, imitando al de Amadís, tiene una resonancia, pocas líneas más adelante, al evocar a las mitológicas divinidades campestres (faunos, silvanos y ninfas), entre ellas a la "dolorosa y húmida Eco». Ninfa en verdad húmeda, por la abundancia de lágrimas que hubo de derramar al ser desdeñada por el presuntuoso Narciso. Hartzenbusch no entendió la bro­ma y en su segunda edición del Quijote (Argamasilla, 1863) calificó gratuita­mente de tímida a la llorosa ninfa.

Por si todo el contexto no bastara para la evidencia cómica de la escena, cierra el historiador su descripción de la penitencia del caballero con un fes­tivo juego de palabras. Desmerece su semblante con la falta de sustento ade­cuado antes de la vuelta de Sancho, "que, si como tardó tres días, tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no lo conociera la madre que lo parió'" Inmediatamente detrás del artificio mitológico, la figura desfigurada y la repetición de una frase coloquial (ahora sin equívoco posible) acentúan el tono burlesco del conjunto.

Aquí se deja a don Quijote, "envuelto entre suspiros y versos», para con­tar lo que le sucede a Sancho.

Sancho con el cura y el barbero ante la venta de Palomeque

El cura y el barbero de] pueblo de don Quijote, fautores del acto general o auto de fe de los libros del hidalgo, encuentran a Sancho junto a la venta donde había sido manteado, por lo que no se atreve a entrar, pese a su deseo de comer algo caliente. Reconoce enseguida a sus convecinos lugareños, que le impedirán seguir el iniciado rumbo al Toboso y le asociarán a su propósito de ir en busca de don Quijote para hacerle abandonar su penitencia.

Al principio les sorprende ver al escudero no caballero asnalmente como se dijo con graciosa expresión en el capítulo 7, sino montado sobre Rocinante, identificado al punto como el «caballo de nuestro don Quijote», Les dice que su amo queda haciendo penitencia «muy a su sabon), es decir, entregado pla-

24, Justo García Soriano, Los dos "doH Quijotes>!. Invesrígaciones acerca de la génesis de "El 11-lgenio~ so Hida.lgo» de quién pudo ser Avellaneda, Toledo, Tip. Rafael Gómez-Menor, 1944, p. 91.

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Alberto Sánchez

centeramente a unas mortificaciones voluntarias y gratuitas en recóndito pa­raje de la montaña, mientras el escudero lleva una carta a Dulcinea del Tobo­so, hija de Lorenzo Corchuelo, de quien está enamorado "hasta los hígados». Rústica ponderación del sentimiento del caballero, superfluamente explicada por algún comentarista (hasta las cachas), siguiendo la línea vulgar de la frase sanchopancesca. También el barbero amenaza a Sancho con armar la morena o marimorena si no les informa de todo lo concerniente a don Quijote.

¿Por qué viene Sancho a lomos de Rocinante? La respuesta es bien lacó­nica: «y con esto, les contó la pérdida del asno». Ni una alusión al hurto del asno por Ginés de Pasamonte, pasaje introducido anticipadamente en el capítulo 23 de la 2.a edición de Juan de la Cuesta, ya que la desaparición del rucio se plantea por primera vez en el 25. Si Cervantes hubiera escri­to el fragmento intercalado a destiempo, quizá hubiera matizado algo más esta segunda mención del asno perdido. Las palabras con que lo explica en la 2.a Parte (capítulos 3 y 4) no están muy de acuerdo con la página añadida en la 2.a edición de Cuesta. Para mí no está claramente dilucidado si fue Cer­vantes el autor de las nuevas líneas, aunque su estilo sea parecido.25

Respecto al capítulo 26, resulta pintoresca la reacción desmesurada de Sancho al darse cuenta de que no lleva consigo el librillo donde venían escri­tas la carta a Dulcinea y la cédula de pollinos: la primera en parodia retórica de las epístolas amorosas de los libros de caballerías26 y la segunda para re­sarcir a Sancho con creces (tres pollinos por el rucio perdido) en burlesco remedo de los documentos mercantiles (libranza, letra de cambio, pagaré): "Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro; y tomándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tomó a echar de ver que no le hallaba, y, sin más ni más, se echó entrambos puños a las barbas, y se arrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se dio media do­cena de puñada s en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre».

Es muy ajustada la pintura de tales extremos, a la que debemos agregar como adecuada al talante del escudero y a la situación reflejada la que lee­mos algunos párrafos más adelante, cuando Sancho se esfuerza por recordar los elevados términos de la amorosa carta de su señor: "Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza, para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo [ ... ]».

Clemencín, tan quisquilloso con los que estima como deslices gramatica­les de Cervantes, no regatea elogios al comentar la propiedad con que apare­cen registradas en la historia estas dos viñetas del escudero. Dice de la segun­da: «Otra pintura muy feliz de la situación, figura y gesticulaciones de Sancho,

25. Cfr. Thomas A. Lathrop, "Por qué Cervantes no incluyó el robo del rucio», Anales CervanLÍllos, XXII (1984), pp. 207-212,

26. Sobre el tema, puede consultarse con fruto un reciente trabajo de María del Carmen Marín, «Las cartas de anl0r cabaJlerescas como lnodelos epistolares}), en La recepción delcexlv literario. Zarago­za, Secretariado de Publicaciones de la Universidad. 1988, pp. 11·24.

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Sobre la penitencia de don Quijote

queriendo y no pudiendo acordarse de la carta de su amo [ ... ]. No parece sino que se le está viendo».27

En cuanto a lo de tirarse de las barbas por momentánea desesperación es un gesto que ya vimos anteriormente, al terminar la desdichada aventura de los rebaños, convertidos en aguerridos ejércitos por la fantasía de su se­ñor. Ante el caído caballero, machacado por las pedradas de pastores y gana­deros, se yergue en un altozano la figura gesticulante del escudero, percatado de la gravedad del caso: «estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que su amo hacía, y arrancábase las barbas, maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le había dado a conocer" (1, 18).

Volviendo a nuestro capítulo 26, un crítico moderno califica de acto gro­tesco el de Sancho arrancándose las barbas a puñetazos «sin más ni más» (como se dice alegremente en el libro). Lo sitúa en un contexto general, en el que aprecia lo grotesco, quizá exageradamente, como elemento básico en el estilo de la gran novela. 28

Quijotización de Sancho

La gradual aproximación de Sancho a la imaginación caballeresca de don Quijote, creo que comienza en este capítulo; alcanza un nivel superior en el 35 (aventura de los cueros de vino tinto) y llegará a la cima de sus más fecun­das posibilidades artísticas en la 2.a Parte de la historia.

Esta quijotización de Sancho, que descubría Madariaga en la 2." Parte solamente, es un proceso lento e irregular (de acuerdo con la complejidad del ser humano) y comienza indudablemente en la P Parte.

Así lo ha estimado recientemente Daniel Eisenberg en su sustancioso es­tudio del Quijote, donde nuestro capítulo 26 tiene demorada atención en sus variadas facetas. 29

Los primeros en advertir la transformación de Sancho fueron el cura y el barbero al escuchar sus razones ante la venta de Palomeque el Zurdo: «Los dos se admiraron de nuevo considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre». Pero no por eso intentan disuadirle, pues les divierte con sus disparates; aquí la intención del cura y el barbero no tiene nada de caritativa ni piadosa: «No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades».

Claro que el comienzo de la quijotización de Sancho no implica el asimi­lar los vastos conocimientos del caballero, sustentados por largas lecturas. San-

27. Don Quijote, en la citada edición de Clemencín. p. 1.269. 28. Cfr. Henryk Ziomec, Lo grotesco en la literatura española del Siglo de Oro, Madrid, Alcalá, 1983,

pp, 109-120. 29. Consúltese A Sludy 01 "Don Quixole» por Daniel Eisenberg, en el cual se examinan los objetivos

de Cervantes con el Quijote; con índices y abundantes notas «Con privilegio en" Kewark, Delaware, «por Juan de la Cuesta, año 1987».

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Alberto Stinchez

cho es un humilde analfabeto y así lo reconoce: «No sé la primera letra del A B C". (Algún ultracorrector se ha permitido rectificar, afirmando que por lo menos ya sabe las tres primeras.)

Consecuencia inmediata: las chuscas tergiversaciones de la carta de don Quijote a Dulcinea, que Sancho pretende restaurar inútilmente, apelando a una memoria que le traiciona. El saludo majestuoso de «alta y soberana se­ñora» se degrada en discutida trabucación maliciosa a lo de «alta y sobajada señora}). Rodríguez Marín no corrigió aquí las ediciones de Juan de la Cuesta, pero intentó explicar un supuesto desliz: puesto que la "desinencia» de soba­jada se parece bien poco a la de soberana, «puede sospecharse que Cervantes quisiera hacer decir a Sancho sobeja na, voz equivalente a sobrada, excesiva, extremada. Entre sobejana y soberana hay poca diferencia para el oído». Se limita a especular acerca del sonido de la palabra, prescindiendo del marcado sabor festivo (casi hasta chocarrero) del contexto cervantino.

Gaos, con mejor criterio, a mi juicio, atendiendo a la intención general del libro, relaciona el descalificador epíteto de sobajada (sobada o manoseada) con las «tocadas honradas» del posterior capítulo 46 en la edición principe, corregi­das por Rodríguez Marín, que las deja en la frase hecha de tocas honradas, como lo hicieron otras muchas ediciones. Todas ellas sin advertir un juego humorísti­co cervantino, que empieza en la tergiversación del ama de don Quijote cuando reduce el nombre de la sabia Urganda y la deja en «esa urgada» (1, 5).

Después de alterar cómicamente otros términos de la repetida carta, San­cho se recrea en imaginar el magnífico futuro que le espera cuando don Qui­jote por el valor de su persona y la fuerza de su braw llegue a ser emperador o, por lo menos, «monarca". Nótese cómo esta segunda parte del capítulo 26 nos lleva de la mano a repasar la segunda mitad del 21, en la que don Quijo­te, eufórico por la ganancia del yelmo de Mamb ri no, explaya ante el asombra­do escudero un dilatado y luminoso porvenir de palacios y grandezas: el ca­ballero llegará a ser rey y el escudero, por lo menos, conde. Desbocado ya por la pendiente de su quijotización, Sancho sueña en el 26 que quedará viu­do, y don Quijote «le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería».

Llama aquí la atención (después de comprobar que Sancho ya sabe la diferencia existente entre isla y territorio continental, siempre mayor que aqué­lla), el modo popular de negación española por masculino y femenino, bien estudiado por el hispanista alemán Werner Beinhauer (t 1983) en un libro sobre El humorismo en el español hablado, remitiéndonos en el presente caso al Cervantes vindicado de don Juan Calderón, distinguido cervantista del si­glo XIX. 30

30. Cfr. Wemer Weinhauer, El humorismo español hablado (Improvisadas creaciones espománeasj, con prólogo de Rafael Lapesa (Madrid, Gredos, 1973, p. 129) Y Cervallfes vindicado en ciento y quince pasajes del texto del Ingenioso Hidalgo don QuijOle de la Mancha, «que no han entendido o han entendi­do mal, alguno de sus comentadores o críticos, por Don Juan Calderón, Profesor de Humanidades» (Ma­drid, Imp. Martín Alegría, 1854, pp. 173-174).

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Sobre la penitencia de don Quijote

Calderón define con toda exactitud: «Hay una cierta fórmula del estilo fa­miliar, con que a veces se demuestra el enojo o despecho que alguna cosa nos causa, o la poca importancia de que la suponemos, que consiste en cambiar la terminación de la palabra que la representa, dándole la terminación masculina sí tiene la del género femenino, o la terminación femenina cuando tiene la del género masculino [ ... ]. Cuando se hace uso de la fórmula de que hablamos, la palabra desfigurada en su terminación hace par con la palabra propia: ¡qué Ín­sulas ni qué Ínsulas! no me vengas a mí con cuentas ni cuentos». Añade en nota, que Sancho recurre a esta fórmula en varias ocasiones y cita ejemplos de la 2.a Parte de la historia donde se emparejan distintos vocablos con el mismo fin. No menciona el caso en que el ama de don Quijote se enfrenta con Sancho y le amonesta con la misma locución, aunque invirtiendo el orden de los vocablos, con lo que resulta más natural y corriente: «dejaos de pretender ínsulas ni ínsu­las)} (II, 2). Ni tampoco se cita el ejemplo del capítulo que venimos examínando, del que únicamente se comenta la sintaxis del epígrafe titular.

A las sugerencias del cura acerca de lo que sucedería si don Quijote no lle­gase a ser emperador, sino arzobispo u «otra dignidad equivalente)}, pregunta el quijotizado Sancho: «¿Qué suelen dar los arzobispos andantes a los escuderos?».

Creo que no han entendido el ánimo burlón del texto los comentaristas que en este punto (Pellicer el primero) ilustran a los lectores del Quijote con un des­file de eclesiásticos guerreros, míticos o históricos, desde el arwbispo Turpín o don Opas, hasta don Gil de Albornoz o el propio cardenal Cisneros ...

Aquí, el bueno de Sancho se inventa una mezcla del clérigo y el caballero, presentados como opuestos en los debates medievales. Para mí, lo del arzobispo andante es otra divertida invención para regocijo de los lectores, comparable a la palabra baciyelmo que el mismo Sancho crea más adelante (1, 44). Se trata así de una imposible simbiosis de los dos estamentos enfrentados en el tópico esquema de las armas y la.'i letras. Para corroborar esta interpretación, el barbe­ro dice más abajo que será más fácil a don Quijote ser emperador y no arzobis­po, puesto que es «más valiente que estudiante». En efecto, la valentía se presu­pone a los hombres de armas, al par que el estudio es inclinación distintiva de los consagrados a las letras.

Michel Moner examina con jugosa amplitud en un libro reciente los múlti­ples acordes del tópico de las armas y las letras en la obra cervantina.31 En el Quijote de 1605 tiene su máxima resonancia en el «curioso discurso» que hizo el caballero sobre el tema clásico (1. 37-38) yen la 2.a Parte se diversifica con matices innumerables.

Quijotesca invención del cura

Como dice el refrán vulgar de que un loco hace ciento, nuestro cura Pero Pérez urde una fábula caballeresca para sacar a don Quijote de su "inútil

31. Cfr. Michel Moner. Cervantes: deux {hemes majeurs (L:Amour Les Armes el les Lettres), Toulouse. France·lberie Recherche. 1986.

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Alberto Sánchez

penitencia» y llevarle a su lugar, "donde procurarían ver si tenía algún reme­dio su extraña locura». Con el anuncio y primeros rasgos de la trama, conclu­ye el manoseado capítulo 26.

Como advierte Vicente Gaos con agudeza en su magistral edición,32 <dos que se burlan de don Quijote -el cura Pero Pérez, Sansón Carrasco o los du­ques de la 2.a Parte- han de entrar en el mundo de su locura y aceptar sus leyes de juego, seguirle el gusto, poniéndose, a su vez, en ridículo. Así, el cura ha de fingirse ahora doncella andante y remedar el arcaico lenguaje caballe­resco: demandar, preguntar; facienda, asuntos; facer derecho (lo contrario de facer tuerto o agravio), hacer justicia».

Con la maquinaria cahalleresca ideada por el cura (que cristalizará al fin en la transfiguración de Dorotea, la avispada moza de Osuna, en princesa Micomicona), se adelanta el planteamiento de casi todas las aventuras de la 2.a Parte, en las que el bachiller o los duques pretenden dirigir la acción de don Quijote al servicio de sus propias fantasmagorías.

El historiador Cide Hamete atribuye al cura en estilo indirecto la quijo­tesca invención y el remedo de la lengua arcaica. Pero en la página anterior le asigna un vocabulario bien distinto, más culto y refinado: "Le dijeron [(el cura y el barbero a Sancho)] que rogase a Dios por la salud de su señor; que cosa contingente y muy agible era venir, con el discurso del tiempo, a ser emperador, etc.».

El neologismo culto agible (de agere, hacer) por hacedero o factible, ya llamó la tendón de Clemencín, muy erudito en lecturas clásicas españolas, que anotó: «es palabra nueva, y dudo que entre los escritores castellanos ten­gan otra autoridad que la de este pasaje». Rodríguez Marín, que suele corre­gir con fruición a un antecesor a quien tanto debía, rectifica en esta ocasión para dar cuenta de la existencia de agible en otros escritores, si bien solamen­te da una cita del libro de Antonio Obregón, Francisco Petrarca con los seys triunfos, "de toscano sacado en castellano con el comento que sobre ellos se hizo» (1512). También añade que Cervantes vuelve a emplear el término en la jornada 2.a de su comedia El laberinto de amor. Por mi parte, puedo añadir un ejemplo posterior a Cervantes, procedente del Oráculo manual y Arte de prudencia (1647) de Baltasar Gracián en la máxima CCXXXII (<<Tener un pun­to de negociante»).

De todas formas, hay que concluir que si es errónea la presunción de Clemencín, lo cierto es que el cultismo agible es muy raro en el léxico del Siglo de Oro. No aparece en el Vocabulario de Góngora reunido por Alemany ni entre los cultismos estudiados por Dámaso Alonso en La lengua poética de Góngora, donde se cotejan numerosos cultismos del Quijote con otros del léxico de su tiempo.

"y con la gran polvareda, perdimos a don Beltrán [ ... ]».

32. Cfr. Don Quijote de la Mancha (edición crítica y comentario de Vicente Gaos) (t. l. ~Iadrid. Gre­das. 1987, p. 537). Creo que es la mejor de todas las ediciones del Quijote publicadas cn el siglo xx, con haberlas tan meritorias como las mencionadas en otras notas del presente estudio,

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Sobre la penitencia de don Quijote

Para mí, la atención casi exclusiva a la palabra agible ha desviado la aten­ción de los comentaristas respecto al cultismo que le precede, peculiar del lenguaje filosófico; me refiero al término contingente (en este caso "lo que puede acontecer», posible). Contingente y agible podrían ser un ejemplo más de la patente afición de Cervantes a las parejas de sinónimos, analizados me­ticulosamente por Ángel Rosenblat (que los considera como los «sinónimos voluntarios» a que se refería Avellaneda) en un buen estudio sobre La lengua del «Quijote».33 Se les consideraba como ornato estilístico por tratadistas con­temporáneos de la categoría de Alonso López Pinciano o el P. Granada. Abun­dan en todo el Quijote. Entre los muchos ejemplos señalados en el de 1605, pueden mencionarse dentro de un vocabulario más sencillo: «monda y desnu­da», «poltrón y perezoso» en el Prólogo; «afición y gusto»,«nombre y fama» en el capítulo 1; «contento y alborozo» en el 2; «llagas y heridas», «alevosos y traidores», "brío y denuedo», «quietud y sosiego» en el 3, etc.

Colofón

Al llegar al fin de nuestra expOSlClon, hemos de insistir en los peligros de extravío a que puede conducir la interpretación de un libro (máxime, de la complejidad del Quijote) desviándose del texto según ideas preconcebidas. En el capítulo 26, predominantemente festivo, pretender explicar las frases hechas o intentar a fortían «moralizar» las equívocas, significa sencillamente dar al traste con la intención cómica del texto, anulándola del todo.

En el capítulo examinado queda bien patente, por otra parte, la riqueza del lenguaje cervantino en sus distintos planos y registros, desde el más culto y elevado hasta el popular y coloquial. Que no en balde se conoce hoy en el ancho mundo al idioma español como la lengua de Cervantes.

33. efe Ángel Rosenblat. La lengua del "Quijote». Madrid. Gredas, 1971. pp. 116·130,

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