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1 SOBRE Y DESDE LA TRANSFERENCIA Cada uno lleva la antorcha del conocimiento sólo un tramo, hasta entregársela a otro (Jung C. G., 1929, pág. 72 par. 157) Justificación: Cuando me vino a la mente la idea de investigar y hacer un trabajo sobre el fenómeno de la transferencia, de inmediato me asaltó una sensación de extrañeza; como una de esas cosas que uno tiene que justificarse a sí mismo. Si estuviera en formación en una escuela ortodoxa probablemente no sería el caso, pero para un estudioso de las enseñanzas de Jung este interés parece alejarse un poco, sacarme, si se quiere, de lo que naturalmente me definiría como un junguiano. Si bien esta idea se me presentaba con claridad cristalina, no me era evidente el porqué de la sensación de contradicción. Parte de este trabajo ha sido precisamente la búsqueda de una justificación, así que, parece lógico comenzar por eso precisamente. Como esa mosca que se para sobre la frente aparece la duda del “¿y por qué el interés en este tema?”, la primera reacción y la más natural es echarle el manotazo del “!porque me da la gana!”, pero igual que la mosca que hace una pirueta corta para posarse de nuevo y dentro del mismo segundo del manotazo exactamente en el mismo lugar que estaba antes, permanece incólume en el fondo el “¿pero por qué?”. Una premisa existencial es que uno está obligado a ser libre (Yalom, 1998), es decir, necesariamente tiene que escoger y además está también obligado a hacerse responsable de esas escogencias. Por aquí también va la ética del deseo: tenemos que hacernos cargo de las consecuencias de nuestros deseos, de los caminos por los que nos llevan, de las cosas a las que nos enganchan. Un poco así entiendo el mensaje del pergamino que el Dr. Sanz tenía en su consultorio, sacada, por cierto, del libro de Jung “La Psicología de la Transferencia”: “El sentimiento es siempre lo que nos une con la realidad y el sentido de los contenidos simbólicos y éstos, a su vez, imponen exigencias insoslayables de conducta ética.” (Jung C. G., 1946, pág. 261 par. 489) 1 Los sentimientos están ahí mucho antes que el resto de uno mismo en todas las situaciones, y nuestro entendimiento no puede sino seguirlos de lejos tratando de darles alcance. Así, en realidad la vida es un poco el intento de llegar con el intelecto y la consciencia al lugar que desde antes habitan nuestros deseos, o como diría un analista: tratando de “hacer conscientes nuestros deseos inconscientes”. -(Segundo manotazo, pirueta corta y el “¿y por qué?”, que empieza a metamorfosearse un poco por un “¿y para qué?”)- 1 Ésta es una traducción libre de la versión de las obras completas en inglés que reza: “Feeling always binds one to the reality and meaning of symbolic contents, and these in turn impose binding standards of ethical behavior”. La traducción como aparece en las obras completas en español es: (el sentimiento) “nos liga a la existencia y al sentido de los contenidos simbólicos, que obtienen así un poder sobre el comportamiento ético

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SOBRE Y DESDE LA TRANSFERENCIA Cada uno lleva la antorcha del conocimiento sólo un tramo,

hasta entregársela a otro (Jung C. G., 1929, pág. 72 par. 157)

Justificación: Cuando me vino a la mente la idea de investigar y hacer un trabajo sobre el fenómeno de la transferencia, de inmediato me asaltó una sensación de extrañeza; como una de esas cosas que uno tiene que justificarse a sí mismo. Si estuviera en formación en una escuela ortodoxa probablemente no sería el caso, pero para un estudioso de las enseñanzas de Jung este interés parece alejarse un poco, sacarme, si se quiere, de lo que naturalmente me definiría como un junguiano. Si bien esta idea se me presentaba con claridad cristalina, no me era evidente el porqué de la sensación de contradicción. Parte de este trabajo ha sido precisamente la búsqueda de una justificación, así que, parece lógico comenzar por eso precisamente. Como esa mosca que se para sobre la frente aparece la duda del “¿y por qué el interés en este tema?”, la primera reacción y la más natural es echarle el manotazo del “!porque me da la gana!”, pero igual que la mosca que hace una pirueta corta para posarse de nuevo y dentro del mismo segundo del manotazo exactamente en el mismo lugar que estaba antes, permanece incólume en el fondo el “¿pero por qué?”. Una premisa existencial es que uno está obligado a ser libre (Yalom, 1998), es decir, necesariamente tiene que escoger y además está también obligado a hacerse responsable de esas escogencias. Por aquí también va la ética del deseo: tenemos que hacernos cargo de las consecuencias de nuestros deseos, de los caminos por los que nos llevan, de las cosas a las que nos enganchan. Un poco así entiendo el mensaje del pergamino que el Dr. Sanz tenía en su consultorio, sacada, por cierto, del libro de Jung “La Psicología de la Transferencia”:

“El  sentimiento es  siempre  lo que nos une  con  la  realidad  y el  sentido de  los contenidos  simbólicos  y  éstos,  a  su  vez,  imponen  exigencias  insoslayables  de conducta ética.” (Jung C. G., 1946, pág. 261 par. 489)1 

Los sentimientos están ahí mucho antes que el resto de uno mismo en todas las situaciones, y nuestro entendimiento no puede sino seguirlos de lejos tratando de darles alcance. Así, en realidad la vida es un poco el intento de llegar con el intelecto y la consciencia al lugar que desde antes habitan nuestros deseos, o como diría un analista: tratando de “hacer conscientes nuestros deseos inconscientes”. -(Segundo manotazo, pirueta corta y el “¿y por qué?”, que empieza a metamorfosearse un poco por un “¿y para qué?”)-

1 Ésta es una traducción libre de la versión de las obras completas en inglés que reza: “Feeling always binds one to the reality and meaning of symbolic contents, and these in turn impose binding standards of ethical behavior”. La traducción como aparece en las obras completas en español es: (el sentimiento) “nos liga a la existencia y al sentido de los contenidos simbólicos, que obtienen así un poder sobre el comportamiento ético”

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El deseo de pensar sobre ciertos asuntos, de darle forma, es tratar de hacer sentido, hacer sentido para la consciencia, que logra así, reunirse nuevamente con los contenidos inconscientes que perdió; de esta forma trasciende. Así, podemos decir que, de alguna manera, la historia de nuestros deseos es la historia de nuestra búsqueda de trascendencia. A estos deseos y a esta búsqueda de trascendencia la llamamos también en el lenguaje clínico transferencia cuando estos aparecen en el espacio de la consulta y dirigidos a la figura del terapeuta. Las transferencias son precisamente esos deseos inconscientes que van a parar por medio de la proyección en esos otros que van a servir como vía de objetivación. Lo que llamamos análisis de la transferencia, es entonces, en nuestro contexto, el proceso de hacernos responsables de estos deseos, de darles sentido, de manera que la conciencia pueda integrarlos, que trascienda, que nos encaminen a la individuación. Les dejo entonces desde ahora una primera definición de transferencia, como la entenderé en este trabajo: La transferencia es la manifestación de uno o varios complejos, que aparecen proyectados en el terapeuta que sirve entonces de ese “otro” necesario para objetivar aquello que pertenece al inconsciente personal o arquetipal.

Historiademideseo Cuento un poco la historia del deseo que dio lugar a este trabajo: Pocos días después de la muerte del Dr. Alejandro Suarez, tuve un sueño bastante corto en el que el Dr. me entregaba un libro, era un libro grueso, de lomo de cuero, parecido a una edición del Quijote que hay en la casa de mis padres, pero de un color verde oscuro. En mi sueño no cabía en mi alegría y sentía un gran alivio de tener acceso a todas las enseñanzas contenidas en el libro. En el afecto, el libro de mi sueño venía a representar todo aquello que me había faltado todavía recibir de mi maestro interior y que a través del sueño vine a hacer consciente que estaba proyectado en el Dr. Los días posteriores a su muerte había tenido una fuerte sensación de haber sido abandonado y de haber perdido la oportunidad de recibir “el secreto”, el libro es el símbolo de una fuente segura e imperecedera de los conocimientos, el lomo de cuero simboliza algo que está vivo, igual que el verde de las tapas. Me encontraba entonces en menuda transferencia con mi maestro. Cuento un poco más atrás: Estando en el postgrado de psicología clínica, ya estaba yo bastante claro que continuaría mi formación en el sentido de la psicología analítica junguiana, bajo la tutela de mis mentores en el hospital. Durante ese tiempo hicimos un grupo de estudio con el Dr. Suarez que pretendía darle continuidad a las clases que estábamos viendo en el hospital; éstas se suspendieron en una oportunidad en que tuvo que ser hospitalizado y ya no pudimos retomar, ¿cuál era el tema que revisábamos en ese entonces con el Dr. Suarez?, por supuesto, el de la transferencia. Después de graduarnos del hospital, seguimos teniendo reuniones por lo menos dos veces al año el grupo de los turrones en casa del Dr. Sanz. En cada ocasión, le preguntaba al Dr. Sanz sobre el instituto y cuando tendría la posibilidad de formarme en él. El Dr. relataba un poco por encima los avances en la fundación del instituto y terminaba con un “pero hay que esperar un poco”, yo iba haciendo conceptos básicos en

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el centro, mitología con Magaly, grupos de estudio y supervisión con Luis Caldera. Esto siguió así hasta el 2009 cuando después de un desayuno-almuerzo-cena en casa del Dr. Sanz nos informó que ya todo estaba listo con el instituto y que pronto comenzarían las entrevistas para los candidatos. Ya entrada la noche sacó un papelito donde tenía anotados los requisitos para comenzar la formación. A la emoción primera le siguió la desilusión horrenda de darme cuenta de que estaba a unas 200 horas de análisis para poder optar como candidato. La semana siguiente fui a entrevistarme con el Dr. Suarez, quería que me diera un poco de guía. Después de hacerle el planteamiento de mi situación me dio su negativa para las dos propuestas que le traía. La primera, reiniciar el grupo de estudio que habíamos mantenido hasta el momento en que la enfermedad le hizo abandonar, a cambio me ofreció que participara en el grupo de sombra que estaba por comenzar. La segunda negativa vino con respecto al hecho de comenzar análisis con él. Me dijo en ese entonces que si yo estaba bien en mi análisis, no tenía sentido interferir con él solo para cumplir un requisito, me dijo que eso sería desvirtuar mi proceso, que la transferencia no se obliga, se escucha. A cambio me invitó a postularme en la EVPP. Acepté sus dos invitaciones y tuve la oportunidad de pasar un año en el grupo de Sombra con él. Ya para cuando logré entrar en la EVPP él había muerto. Me dejó incompleto. Una vez en la escuela y para el momento en que finalmente veríamos las clases de desarrollo con el Dr. Sanz, nos comunicó que él había incorporado el “abuelito saltarín” así que no daría más la clase de desarrollo, me molesté mucho con él, se dio cuenta y me invitó a reiniciar las sesiones de supervisión (yo había supervisado con él durante los años del hospital). Poco tiempo después el Dr. Sanz cae enfermo y finalmente muere, la sensación esta vez fue de devastación. En ese entonces la EVPP perdió su sentido, mis transferencias estaban malogradas, desenganchadas de forma que la escuela se me presentaba como un desierto. Por recomendación de una de mis tutoras seguí asistiendo a clases y finalmente me encontré con la necesidad de empezar a hacer un trabajo para presentar. Para el momento del grupo de estudio del hospital estábamos revisando con el Dr. Suarez, su trabajo de ascenso, llamado “La Transferencia de Freud a Jung”. Desde el sueño del Dr. Suarez, me era muy claro que mi trabajo versaría precisamente sobre la transferencia, partiendo de la concepción freudiana y recontextualizándola dentro del sistema junguiano. Simbólicamente sentía esto como una continuación, ahora en solitario, del trabajo de mi maestro. Siendo este trabajo el aspecto objetivable, concreto de un complejo, es también el aspecto objetivable de una transferencia, y como vine a descubrir prontamente, lo es con todas sus complicaciones. De la misma forma en que la transferencia de un paciente con su analista, eso que el paciente quisiera que pasara, por ejemplo que su analista le dijera “la verdad” sobre lo que pasa con él o que respondiera a sus avances eróticos, no resuelve en la realidad la falta, este trabajo también me frustra y “no quiere” volverse ese libro inmenso de tapa verde de cuero que contiene el “secreto”. Este trabajo es solo un pedazo de la historia de mis investigaciones en el tema de la transferencia y será entonces solo un capítulo en la elaboración de mis transferencias a nivel personal con mis maestros y a nivel arquetipal con el “sabio”, “él portador del secreto”. Es decir, en parte este trabajo es también un trabajo de duelo.

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También sobre este punto de la transferencia hay una deuda pendiente que este trabajo trata de empezar a saldar en lo que se refiere a mi quehacer profesional. Mi formación como psicólogo ha sido principalmente en clínica y dentro de esta, en psicodiagnóstico, así que una parte de mi trabajo, la forma que he conseguido para poder mantener un trabajo con pacientes psiquiátricos ha sido cumpliendo el rol de evaluador, ayudando a los psiquiatras (y en ocasiones a otros especialistas médicos) a arribar a un diagnóstico diferencial que permita estructurar un plan de tratamiento ajustado a cada caso. Esto hace que hoy por hoy mi interés se mantenga orientado precisamente a la clínica del paciente psicológicamente enfermo y la revisión de la transferencia y la contratransferencia es un factor indiscutiblemente esencial de ese proceso. Desde un punto de vista clínico y de diagnóstico, es muy clara la ventaja del análisis del fenómeno transferencial. Como les presenté hace un tiempo a mis compañeros de la clase de clínica, en la entrevista estructural diagnóstica de Kernberg (Kernberg, 1975/1979) se aprovechan los aspectos transferenciales y contratransferenciales de la relación como elementos que resultan más informativos a la hora de establecer un diagnóstico que el mismo cuadro sintomático del paciente. Así, mi interés está también relacionado con la práctica, me interesa pensar sobre la transferencia, ¿cómo fue que apareció el concepto? Comencé entonces por averiguar sobre el origen de la concepción del fenómeno de la transferencia.

Definición de Transferencia Tan temprano como en la comunicación preliminar de los estudios sobre la histeria de 1895, que es la primera publicación psicoanalítica, Freud hace uso del término Übertragung que significa: comunicación, traslado, transmisión, traspaso, endoso, contagio, trasplante, y que en español fue traducida como transferencia. En ese entonces Freud utilizará el término para referir el proceso de “transferir” a un objeto actual sentimientos que el individuo tenía originalmente (y que sigue teniendo inconscientemente) hacia un objeto infantil. Solo después quedará restringido el fenómeno referido como transferencia a los sentimientos de este tipo dirigidos específicamente a la figura del médico, pero poco a poco el fenómeno fue pasando de ser concebido como un obstáculo resistencial al trabajo analítico, que entorpecía el proceso de asociación libre del paciente, a convertirse en la principal fuente de información sobre el inconsciente del paciente. En 1900 Freud publica su trabajo “La interpretación de los sueños”, lo que refleja el papel central que en su teoría tiene la producción onírica en ese momento. Sin embargo ya para el año 1907, fecha en la que Freud y Jung se conocen por primera vez en persona, en el análisis de la transferencia se encuentra ya la vía regia al inconsciente y esto no cambiará en el resto de la historia del movimiento psicoanalítico freudiano. El diccionario de psicoanálisis de La planche y Pontalis nos da la siguiente definición actual del fenómeno:

“[Transferencia]  Designa,  en  psicoanálisis,  el  proceso  en  virtud  del  cual  los deseos  inconscientes  se  actualizan  sobre  ciertos  objetos,  dentro  de  un determinado  tipo  de  relación  establecida  con  ellos  y,  de  un modo  especial, dentro  de  la  relación  analítica…Se  trata  de  una  repetición  de  prototipos infantiles, vivida con un marcado sentimiento de actualidad…La transferencia se 

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reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la problemática de  una  cura  psicoanalítica,  caracterizándose  ésta  por  la  instauración, modalidades,  interpretación  y  resolución  de  la  transferencia.”  (Laplanche  & Pontalis, 1967/1996, pág. 439)  

Pareciera, entonces que la conceptualización del fenómeno de la transferencia no ha sufrido muchos cambios dentro del psicoanálisis desde Freud, tanto en su definición como en la importancia que comporta dentro del tratamiento. Etchegoyen (1986) en su libro Los Fundamentos de la Técnica Psicoanalítica la define de la siguiente manera:

La transferencia es una peculiar relación de objeto de raíz infantil, de naturaleza inconsciente (proceso primario), y por tanto irracional, que confunde el pasado con el presente, lo que le da su carácter de respuesta inadecuada, desajustada, inapropiada.  La  transferencia,  en  cuanto  fenómeno  del  sistema  inconsciente, pertenece a  la  realidad psíquica, a  la  fantasía y no a  la  realidad  fáctica. Esto quiere  decir  que  los  sentimientos,  impulsos  y  deseos  que  aparecen  en  el momento actual y en relación con una determinada persona (objeto) no pueden explicarse en términos de los aspectos reales de esa relación y sí en cambio si se los refiere al pasado (Etchegoyen, 1986, pág. 99) 

Así que en líneas generales tenemos que por transferencia se entiende entonces por aquellos sentimientos e ideas que el paciente tiene hacia su analista que no pertenecen a la realidad, que solo se entienden en relación a la historia del sujeto, y que son de carácter irracional e infantil. La transferencia no va a perder su carácter de elementos resistencial, defensivo, anclado en la infancia y en la fantasía en perjuicio del ajuste a la realidad, pero por su valor informativo sobre el inconsciente del paciente mantiene hasta hoy en el psicoanálisis la mayor importancia. Siendo tan importante para el psicoanálisis, naturalmente puede uno preguntarse, ¿y qué importancia tiene la transferencia para un analista junguiano?. Al momento de comenzar este trabajo tenía la impresión de que dentro del círculo de los junguianos el tema de la transferencia estaba más bien ausente. Fue solo cuando empecé a revisar sobre el tema que me enteré que en realidad en la escuela junguiana evolutiva desarrollada por Michael Fordham en Inglaterra se le presta gran atención al análisis de la transferencia (Samuels, 1985). Aun así en el libro Analistas Junguianos el mismo Fordham (1988/1990) se queja de que en ocasiones se le considera poco junguiano precisamente por la posición que en su trabajo tiene el análisis de la transferencia. Su posición queda explicitada en el libro pero en realidad parece ser una percepción más bien generalizada, y que encuentra en lo inmediato por lo menos dos razones:

1. el análisis de la transferencia en el esquema psicoanalítico de corte freudiano tiene una centralidad tremenda, lo que hace que por diferenciación, entonces todo lo que sea transferencia parece de pronto no tener lugar en lo junguiano.

2. El mismo Jung se comportó de manera ambivalente frente al tema de la transferencia. Sus aseveraciones con respecto a este punto están llenas de contradicciones con respecto a la necesidad o no del análisis de la transferencia y

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su mismo uso del término en distintos momentos parece referir a diferentes fenómenos, desde la transferencia en el sentido estrictamente freudiano, en otros momento refiere a su elemento arquetipal y en ocasiones para indicar simplemente la relación del paciente con su analista en general (Wiener, 2010)

Jan Winer (2010) refiere que existen tres convicciones que permiten a los analistas definirse como junguianos:

1. La creencia en un inconsciente cuyo poder es mucho mayor que la capacidad del ego para comprenderlo

2. La existencia de un Self organizador y unificador, centro de la psique, que atrae y media la tensión entre opuestos

3. La capacidad simbólica y el desarrollo de la función trascendente como los facilitadores del proceso de individuación.

(Wiener, 2010, págs. 78-79)

Sin embargo refiere también la autora que en lo tocante a la teoría de la transferencia y en los métodos de trabajo con la misma el mundo junguiano encuentra grandes divisiones, aun cuando nadie niega que exista como un proceso arquetipal. Mario Jacoby dice en su libro El encuentro analítico:

Hay elementos de la transferencia que son más difíciles de detectar en el marco analítico  junguiano  que  en  el  psicoanálisis  clásico,  por  lo  que  en  el  primero existe  la  tendencia  a  pasarlo  por  alto…es  preciso  evitar  que  la  transferencia oculta  y  no  reconocida  se  convierta  en  uno  de  sus  puntos  débiles  (Jacoby, 1984/2005, pág. 127) 

De hecho, puedo decir que en todos mis procesos de supervisión, independientemente de la corriente de mi supervisor, el tema de la transferencia (junto al de la contratransferencia) es uno de los primeros en ser abordados, lo que valida, por lo menos desde el punto de vista de la práctica, la importancia de la transferencia, siendo este otro punto más que hace extraño el que casi no se hable de ella dentro del círculo junguiano. Una de las razones que consigo para esto, es que Jung cuando habló de la transferencia, en su libro Psicología de la transferencia (1946) hizo una tremenda amplificación en la que se refirió exclusivamente al proceso de la transferencia a nivel arquetipal, sin tocar lo relacionado al manejo clínico del fenómeno en la práctica. De hecho en el prólogo de su libro dice expresamente:

 El  lector  echará  de  menos  en  este  libro  una  exposición  de  los  fenómenos clínicos de  la  transferencia. Pero este  libro no  se dirige al principiante, al que habría  que  proporcionarle  el  conocimiento  del  fenómeno,  sino  únicamente  a quienes  han  adquirido  ya  mediante  su  propia  práctica  una  experiencia suficiente (Jung C. G., La Psicología de la Transferencia, 1946, págs. 160 ‐ 161) 

Y con esto pareciera aceptar la transferencia, y su manejo a nivel técnico y clínico, tal como la definiría Freud en su momento, por lo menos en su aspecto personal. En realidad la sensación que deja es que el asunto de la transferencia personal es algo que trata más bien de pasada, como quien evade un tema, encargándose de él de forma tangencial y desentendiéndose rápidamente del asunto aunque, por otra parte, podemos

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decir también que en estricto lo que hace es quitarle la centralidad abrumadora que el fenómeno transferencia tiene para él dentro del proceso analítico2. Hay muchas ideas del porque la ambivalencia y contradicciones de Jung frente al tema de la transferencia. Una de estas idea refiere precisamente a las vicisitudes de las transferencias motorizadas por los complejos paternos mal elaborados tanto de Freud como de Jung, lo que explica la relación tan intensa entre ambos, tanto en sus aspectos creativos como defensivos (Byington, 2005), también a las dificultades que encontraba Jung para manejar las transferencias personales de sus pacientes y a la sensación de vulnerabilidad frente a la transferencia erótica tras la experiencias vivida con su primera paciente analítica Sabina Spielrein (Wiener, 2010) y hasta se incluyen en la lista razones unas que están más relacionadas con elementos de orden práctico. La mayoría de los pacientes de Jung eran personas que no vivían cerca del maestro, sino que se trasladaban, desde su país de origen, para someterse a análisis con Jung específicamente. Esto hacía que los procesos que llevaba Jung no fueran muy largos, con una duración cercana a los 3 meses en promedio, lo que no daba espacio para la instauración de una transferencia demasiado intensa (Wiener, 2009). Una razón más, es que en principio Jung no estaba especialmente interesado en los aspectos técnicos del proceso analítico, siendo el análisis de la transferencia un problema principalmente relacionado con la técnica, y habiendo sido correctamente elaborado por Freud bien podía Jung dedicarse a amplificar otros temas. De esa forma creo yo que se puede entender muy bien la cita que leí hace un momento del prólogo de Psicología de la Transferencia. Freud y Jung se restaron mucho en lo tocante a su relación personal y emocional, pero en realidad a nivel teórico, es mi impresión, en todo momento Jung suma, enriquece y amplifica a Freud3. La actitud de Jung frente a la técnica en general, sobre la que escribió muy poco, parece quedar bien explicada en el hecho de que para Jung cada proceso es particular y tiene necesidades particulares, y que la técnica en último término debía adaptarse más a bien a lo que resultara mejor con ese paciente en particular (Jung C. G., 1929, págs. 42-43 par 68-74). Si me aventurara a dar una razón práctica que 2 Jung dice en Sobre la Psicología de lo Inconsciente: “Yo no estoy seguro de que la «transferencia» sea un fenómeno regular e imprescindible para que el tratamiento llegue a buen puerto. La transferencia es una proyección, y la proyección puede tanto darse como no darse. Necesaria, desde luego, no es, y en ningún caso puede ser «fabricada», ya que surge, per definitionem, debido a motivaciones inconscientes. El médico puede resultar adecuado o inadecuado para la proyección…la ausencia de la proyección sobre el médico puede incluso facilitar en gran medida el tratamiento, porque en tal caso los valores personales reales ocupan con mucha más claridad el primer plano.” (Jung C. G., 1942, pág. 73 nota al pie en par 94) 3 En Psicología de la Transferencia (1946), Jung coloca un pie de página que deja saber que en realidad entiende el carácter complementario de la obra de su maestro Freud y la suya: “Freud contempla el problema de la transferencia desde el punto de vista de una psicología personalista y pasa por alto los contenidos colectivos de naturaleza arquetípica, característicos de la esencia de la transferencia. Esto se explica a partir de su harto conocida actitud negativa hacia la realidad psíquica de las figuras arquetípicas, que Freud rechaza como “ilusión”. Este prejuicio cosmovisivo le impide ejecutar estrictamente el principio fenomenológico, sin el cual es imposible investigar la psique con objetividad. A diferencia de Freud, mi tratamiento del problema de la transferencia incluye su aspecto arquetípico, con lo cual surge una imagen esencialmente diferente del fenómeno. El tratamiento racional del problema por parte de Freud es completamente lógico hasta donde alcanza el presupuesto de una orientación puramente personalista, pero es insuficiente tanto en la práctica como en la teoría, pues esa orientación no hace justicia a la presencia patente de elementos arquetípicos” (Jung C. G., La Psicología de la Transferencia, 1946, pág. 178)

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justificara que el análisis de la transferencia personal no fuera tema en Jung me basaría también en lo que él mismo dice al respecto en su trabajo Metas de la Psicoterapia:

El material de los enfermos que tengo a mi disposición tienen una composición peculiar…la  mayor  parte  de  mis  casos  tienen  tras  sí  alguna  forma  de tratamiento  psicoterapéutico,  con  resultado  parcial  o  negativo. Aproximadamente  la  tercera  parte  no  padece  ningún  tipo  de  neurosis determinable  clínicamente,  sino de  falta de  sentido  y objeto de  vida…las dos terceras partes de mis pacientes se encuentran en  la segunda mitad de  la vida (Jung C. G., 1929, pág. 46 par. 83) 

Es decir, que bien puede que la población con la que trabajaba Jung no estuviera signada en su mayoría por “problemas de adaptación” que Jung entiende como más propios de la primera mitad de la vida y para los que el método freudiano le impresionaba ajustado, es decir, no son casos en los que el análisis de la transferencia fuera un elemento prioritario (Jung C. G., 1929). Por otra parte, Jung le dedica un libro entero al aspecto arquetipal de la transferencia. En la introducción de ese libro, Psicología de la Transferencia, cuenta que en su encuentro con Freud en 1907, éste le pregunta qué piensa de la transferencia y Jung le contesta que es “el alfa y el omega del método analítico” (Jung C. G., 1946, págs. 166-167 par. 358). Luego se va a desdecir de esto que dijo, pero a continuación, en el resto del libro hace un desarrollo en el que equipará la transferencia nada más y nada menos que con el proceso de INDIVIDUACIÓN!!!. Es decir, Jung no está de acuerdo en que el análisis de la transferencia defensiva sea el objetivo de un proceso analítico, la transferencia ya no es el principio y el fin del método analítico, pero de acuerdo al desarrollo en este libro podemos decir que la transferencia (arquetipal) es para Jung el alfa y el omega del proceso analítico (orientado a la individuación). Ahora, si el mismo Jung entiende su noción como complementaria a la Freudiana en lo tocante a la transferencia, y parece indicarnos que el manejo del “fenómeno clínico de la transferencia” (y con él el relacionado con el manejo técnico) ya está atendido desde la teoría freudiana, ¿por qué se mantiene esa sensación de vacío?, ¿Cómo de que nos falta algo?, ¿por qué parecen incompatibles?. Cuando nos asalta una sensación como esta en el discurso de nuestros pacientes, esa sensación de que hay como un salto, como algo que no tiene sentido, un quiebre, no tendríamos problema en detectar que hay un conflicto, y que ese punto probablemente requiere de nuestra mirada. Quizá eso es lo que hay aquí, y detrás de esa complicación que podemos sentir, pero a la que nos cuesta ponerle palabras podemos conseguirle una razón histórica-emocional más que teórica o técnica. Carlos Byignton (2005) plantea que ambos, Freud y Jung, fueron presa en su encuentro de unas transferencias muy intensas que estaban signadas por los complejos paternos negativos de ambos, de manera que Freud se quedó fijado en el senex y Jung en el puer, lo que les impidió ver los aspectos complementarios de sus obras, una que apuntaba a los elementos defensivos y el otro, Jung, a los elementos creativos de un mismo proceso. Freud lidiaba en la transferencia con un padre sin suficiente poder, y se había quedado, tras destronarlo, con algunos aspectos Cronos en la transferencia. Preocupado de no perder su autoridad, se tragaba a sus hijos4. Jung que tenía un padre 4 En Recuerdos, Sueños, Pensamientos, Jung cuenta de una experiencia en ocasión de un viaje que hacían a EEUU en 1909: “Freud tuvo un sueño cuyo contenido no estoy autorizado a exponer. Lo interpreté lo mejor que supe, pero añadí que se podían deducir muchas más cosas si quería

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demasiado dogmático5, estaba presto a la rebeldía y al desconocimiento de lo que entendiera como obligación institucional o cualquier postura dogmática. Así, como toda transferencia complicada, el punto de fijación se vuelve una especie de punto de honor, en que deben repartirse las alianzas, de manera que “o estás conmigo o estás contra mí”, en una fijación defensiva que no nos permite integrar. En los puntos de contacto de las teorías nos encontramos con esta sensación de confusión. Entendiendo el carácter complementario de las creaciones de estos dos grandes de la psicología es que pude entender que, cuando se acercan al nivel técnico o clínico las concepciones del fenómeno de transferencia de autores junguianos se hagan tan similares a las de un psicoanalista freudiano. Como por ejemplo en esta definición de Michael Fordham:

Un  número  indeterminado  de  percepciones  (inconscientes)  del  analista  por parte  del  paciente,  causadas  por  la  proyección  de  partes  escindidas  o  no integradas del paciente en o dentro el analista6 (1963) 

Esta definición de por sí parece bastante kleiniana y tiende a sugerir una orientación, por lo menos a nivel de la técnica, bastante similar a la ortodoxa. Mario Jacoby, por otra parte, en su libro El encuentro analítico (libro de referencia obligada cuando se toca el tema de la relación transferencial dentro del contexto junguiano) se acerca a una definición más sencilla que solo deja en claro el asunto de la proyección:

…el término transferencia se refiere específicamente a  las proyecciones que se dirigen  al  analista;  en  todos  los  demás  contextos  hablamos  simplemente  de proyecciones.  En  forma  semejante,  la  contratransferencia  es  un  término utilizado  para  describir  aquello  que  el  analista  proyecta  inconscientemente sobre el paciente (Jacoby, 1984/2005, pág. 123) 

No se detiene mucho a definir el fenómeno. De la misma manera que con Jung, se entiende que ya la definición está dada y de esta forma se acepta la freudiana. Luego de trabajar el fenómeno y su manejo en la práctica, tomará como referencias principalmente a Fordham, que como acabo de referir mantiene una definición del fenómeno desde una perspectiva reductiva y a Kohut, que no es un analista junguiano, aunque a veces lo parece.

comunicarme algunos detalles de su vida privada. A estas palabras, Freud me miró extrañado —su mirada estaba llena de desconfianza— y dijo: «El caso es que no puedo arriesgar mi autoridad.» En este instante la perdió. Esta frase se me grabó en la memoria. En ella estaba escrito el final de nuestra relación. Freud colocaba la autoridad personal por encima de la verdad. (1964, pág. 191) 5 Jung tiene una visión de su juventud en la que Dios defeca sobre la catedral de Basilea y la destroza, lo que interpreta como una protesta frente a la actitud dogmática de su padre frente a la religión (1964, pág. 56). Byington (2005) refiere que esto es lo que después Jung transfiere a su maestro Freud. 6 Traducción mía. El texto original en inglés es: “an unspecified number of (unconscious) perceptions of the analyst by the patient, caused by the projection of split-off, or unintegrated parts of the patient onto or into the analyst”

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Según la cita que referí hace un momento en la que Jung anuncia que su libro no tiene que ver con el fenómeno clínico de la transferencia, como si ese asunto ya estuviera resuelto y no tuviera más que agregar y por su uso por momentos del término de una forma que resulta indistinguible del de Freud, y dado que luego los continuadores de su obra, cuando se proponen trabajar sobre el tema de la transferencia desde su costado clínico y su abordaje en la práctica parecen tener que recurrir a definiciones como las planteadas por Freud o sus seguidores parece indicar que efectivamente, por lo menos en lo que se refiere al aspecto clínico y del manejo de la transferencia no hay mucho más que los junguianos podamos decir. Pero la mosca aún no se ha ido, sigue revoloteando: ¿Y entonces?, ¿dónde queda la transferencia para los junguianos? Finalmente, creo que la consideración de la transferencia dentro del proceso analítico junguiano tiende a desaparecer por la forma misma en la que Jung concibe el encuentro analítico. Dentro del discurso junguiano, comenzando por el mismo Jung, el analista ya entra a formar parte del proceso. Ya no es más como con Freud, un observador “no participante”. Con Jung, el caso es muy distinto, el factor curativo ya no está tanto en la intervención consciente del analista, sino en su propia personalidad:

…el desarrollo reciente de  la psicología analítica conduce a  la gran cuestión de los factores  irracionales de  la personalidad humana y sitúa en primer plano  la personalidad  del médico  como  factor  curativo  o  como  su  contrario,  lo  cual vuelve  necesaria  la  transformación  del  médico,  la  autoeducación  del educador…El médico  no  puede  escaparse  a  su  propia  dificultad  tratando  las dificultades de los otros como si él mismo no tuviera problemas (Jung C. G., Los Problemas de la Psicoterapia Moderna, 1929, pág. 76 sigs par 172).  

Y con esto entra también la dimensión ética del trabajo del analista (elemento con el que justamente abrí este trabajo). Esta forma de concebir las cosas obliga a que el analista salga de su lugar de invisibilidad; él es, ahora, uno de los compuestos dentro de ese tercero trascendente que conforma la relación analítica, él es también parte de la dinámica que dará lugar a la función trascendente. Esto obliga al analista a volcar la vista sobre sí mismo dentro del proceso y es la razón de que junto a la poca cantidad de trabajos sobre la transferencia que existente en el universo junguiano (salvo los generados desde la escuela desarrollista de Fordham) si exista en cambio una gran producción relacionada al tema de la contratransferencia y la relación analítica. Jung, al abordar el tema de la transferencia, coloca desde un primer momento a ambos elementos de la relación analítica, paciente y terapeuta, cada uno con sus aspectos conscientes e inconscientes, dentro del proceso y estableciendo una influencia recíproca cada elemento hacia el otro.

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Con este cambio en la concepción, se pierde la noción de la transferencia como una proyección sobre la “pantalla en blanco” que representa el analista freudiano. El terapeuta ya no es más solo una pantalla de proyección sino que es tan participante del proceso como el paciente. En estas ideas, Jung fue un pionero, el primero en hablar sobre contratransferencia y el primero en sugerir que el analista también debe ser analizado. En sus inicios, Jung se refería al tema de la contratransferencia en un lenguaje más bien clínico, y a lo largo del tiempo fue pasando poco a poco a elaborar la compleja relación entre el paciente y su analista como un proceso arquetipal de transformación mutua (Sedgwick, 1994, p. 9). Jung usó múltiples imágenes para amplificar sobre el fenómeno arquetipal recurriendo a analogías y ejemplos de la química, la antropología, alquimia, medicina (infección y contagio), mitología (el curador herido), shamanismo, religión oriental (el taosimo-el hacedor de lluvia), etc. Sus seguidores, a lo largo del tiempo, se han colocado en algún lugar del espectro que va desde una noción más cercana al de la “pantalla en blanco,” que se centra mayormente en el paciente, hasta la visión introspectiva de “el hacedor de lluvia”7 imagen a la que Jung era muy afecto y que se centra mayormente, entre otra cosas, en el analista dentro del proceso. (Sedgwick, 1994, p. 23). Mientras más nos acercamos al costado arquetipal y se

7 La historia de el hacedor de lluvias de Jung es así: Una gran sequía desolaba la región de Kiautschau y los habitantes estaban desesperados. Los católicos hicieron procesiones expiatorias; los protestantes, por su parte, elevaron el domingo su rogativa para la lluvia; y los chinos, en fin, no vacilaron en ofrendar unos fuegos artificiales. Pero todo fue en vano; el Consejo Provincial decidió entonces llamar a un experto, «hacedor de lluvia», de una provincia del interior, de Shantung. Éste respondió a la invitación. Le fueron a recibir a las puertas de la ciudad, donde le preguntaron: «Maestro, ¿qué podemos hacer por ti? ¿Qué deseas?» Respondió: «Procuradme, fuera de la ciudad, una casita en la que no me molesten.» Se retiró a la casita, rodeada de un pequeño jardín, y en ella estuvo encerrado durante tres días. A la mañana del cuarto día, cayó nieve a grandes copos, lo que, en aquella estación, superaba todas las esperanzas de los más optimistas. El entusiasmo fue grande y la multitud gritaba por las calles: «¡Es el hacedor de lluvia, es el hacedor de lluvia!». Richard Wilhelm, que estaba de paso en la ciudad, fue a visitar a este hombre y le preguntó si le quería explicar cómo había logrado la lluvia. El chino le respondió con cortesía: —No la he logrado yo . —¿Por qué te llaman entonces el «hacedor de lluvia»? —¡Oh! Puedo decírtelo, es muy sencillo: yo vengo de Shantung, donde llovía normalmente, como debe llover, y donde todo estaba en orden; por consiguiente, yo también estaba en el orden. Pero yo vengo a Kiautschau, donde reina la sequía, cosa que no está dentro del orden, lo que hace que esta tierra no esté en orden y que yo, que llego a ella, no esté tampoco en el orden. Por eso necesito una casita donde pueda estar tranquilo, donde me pueda hundir en el Tao. Durante tres días y tres noches he trabajado sobre mí mismo, hasta que, al fin, he vuelto a alcanzar el Tao; entonces, naturalmente, una vez restablecido el Tao, ha empezado a llover. (Jung C. , 1969, págs. 305-306)

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alejan los autores del aspecto clínico, la atención se va desplazando del fenómeno de la transferencia hacia el de la relación analítica como un todo. Un desarrollo más amplio de este tema escapa de los objetivos de este trabajo, uno que debería versar sobre el tema de la contratransferencia y que prometo concretar en el futuro. En lo relacionado específicamente con el tema de la transferencia, el trabajo intitulado “la Transferencia: de Freud a Jung” del Dr. Suarez (1996), aparece como una contribución muy importante ya que, sin salir del tema de la transferencia y dando muestras de un conocimiento profundo de ambas concepciones, logra establecer un puente entre ambos marcos conceptuales dentro los cuales entender el fenómeno de la transferencia. Mi trabajo, si bien comienza por éste del Dr. Suarez, no tiene la pretensión de ser una continuación. El mío es, tan solo, un reporte, un cuento que versa sobre los caminos que he recorrido al pensar sobre el fenómeno de la transferencia, partiendo, por supuesto de las ideas del Dr. Suarez y su comparación de la visión freudiana y junguiana. Esto no es más que un reporte de mitad de camino, donde intento dejar ver el estado de las cosas como las pienso en este momento y posiblemente como se manifiestan en mi trabajo en el consultorio, en lo relacionado al tema de la transferencia. Retomando lo dicho al inicio de este apartado, recordaremos que la transferencia, desde Freud, ha quedado definida como una relación “irreal”, como una proyección, una repetición irracional de patrones infantiles, es decir, como un sucedáneo de la compulsión a la repetición y por ende como una resistencia. Freud trabajó siempre desde un modelo causal-reductivo, y la transferencia como fenómeno ha quedado anclada a ese modelo, por lo que revisaré ahora algunos de los elementos prospectivos que es posible encontrar en ella.

Transferencia como falso enlace Cuando Freud habló por primera vez del fenómeno de la trasferencia se refería a este como un "enlace falso" (Freud, 1894) (1895) donde en lugar de aparecer en el paciente el recuerdo de un deseo, aparecía este último actualizado pero en acto, en una referencia directa al analista. El paciente, según esta concepción, encuentra en el analista a otro que en realidad corresponde con una figura de su pasado, se trata del remanente de una relación infantil que no ha madurado, que por formar parte del inconsciente casi enteramente, no es posible integrar a la consciencia y ser reconocida como una proyección, de manera que lo que se ve en la relación transferencial es algo que por definición no es genuino. Freud, partiendo desde un modelo médico, tenía un trabajo muy orientado a la técnica, le interesaba de la transferencia, lo que estrictamente estaba relacionado con la intervención, de hecho la transferencia es un elemento técnico, no teórico. Dado su enfoque positivista, no le interesó llegar más allá de lo estrictamente necesario con respecto a este tema, y desde su sistema queda perfectamente explicada la transferencia como un elemento resistencial, el paciente entra en transferencia actuando algo que no quiere recordar y hace un "falso enlace" en el sentido de que lo que aparece no es propio de la relación consciente médico/paciente. Se configuran así los contenidos de la transferencia como una violación de la realidad y en ese sentido como un aspecto regresivo del paciente.

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Desde su enfoque, el analista es un instrumento limpio, como un bisturí para el cirujano, el analista se concibe en un principio como un observador no participante, que se mantiene limpio de la relación que se está dando. Por eso mismo los temas de la contratransferencia y la transferencia del analista no fueron aspectos que le preocuparan, ni le parecieran importantes, debiéndole a Jung su consideración y posterior inclusión dentro del esquema de lo analítico. Jung, por otra parte plateó desde un principio que en realidad el analista está tanto en análisis como su paciente y que más que en la interpretación de la transferencia, el factor curativo estaba en la personalidad del analista, que entra en la relación con todo su ser (1929, pág. 74 sigs par 163 y sigs). Para Freud la contratransferencia fue siempre una reacción producto de los conflictos inconscientes del analista, por lo que teóricamente, con un analista bien entrenado no habría contratransferencia (ni mucho menos transferencia del analista). Tuvieron que ser sus seguidores quienes volvieran a colocar en la contratransferencia el gran valor que hoy por hoy tiene dentro del contexto del trabajo psicoanalítico. Los junguianos tenían desde el principio el camino aplanado para aceptar la contratransferencia y la transferencia del analista como elementos naturales en todo contexto de relación humana, sin que fuera una excepción la relación analítica. A esta razón histórica se debe también la facilidad de los analistas junguianos para aceptar con contratransferencia como una herramienta dentro del análisis. Cualquiera que haya tenido la posibilidad de tratar un paciente que haga transferencias cargadas de identificación proyectiva, analizándose un poco a sí mismo, podría darse cuenta cómo estas proyecciones dan una carga impresionante a los complejos del terapeuta y nos hacen descubrir en nosotros mismos unas potencialidades en el lado oscuro de la psique que nos resultan sorprendentes y vergonzosas. Podemos tranquilizarnos a nosotros mismos diciendo que eso es algo que el paciente proyecta en nosotros y que no tiene nada que ver con quienes somos en realidad, pero la verdad es que tenemos que asumir que si bien es verdad que no pertenece esto a nuestra personalidad más consciente, en la relación con nuestro paciente, estas proyecciones no se están enganchando en algo irreal, están levantando algo muy real, aunque muy inconsciente y arcaico. En la ocasión en la que les presenté el caso Valeria, una paciente limítrofe y de difícil manejo, les comenté la rabia que me producía en ocasiones con sus ataques, la vergüenza que tuve que confrontar porque luego me acusaba de sentir odio hacia ella y despreciarla y esto coincidía perfectamente con mi sensación de ese momento, les decía como mi trabajo se concentraba en algunas sesiones en ocuparme en contener mi propia rabia para no hacer un acting. ¿Ese no era yo?. La insistencia de los freudianos en mantener el ascetismo en la relación, está orientada precisamente a poder observar estos elementos proyectivos con mayor facilidad, y gracias a ese método, han conservado durante tanto tiempo la noción de que se trata de una relación cargada de algo “irreal”. Solo ahora empieza uno a escuchar que los ortodoxos hablan de una realidad construida entre las dos personas, idea que ya viene con los junguianos desde el mismo Jung, quien proponía que en la relación analítica ambos elementos y sus inconscientes participan del proceso y evolucionan juntos. No podemos mantener con tanta facilidad la idea de que todo lo que proyecta el paciente y que todo lo que aparece en la transferencia es producido por el paciente nada más y que nosotros no tenemos nada que ver. Durante un tiempo en la supervisión con el Dr. Sanz, nos encargamos de revisar un par de casos de transferencia erótica de mi práctica. No habíamos avanzado mucho en el

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trabajo cuando el Dr. me dijo que en realidad él no había pasado por ninguna experiencia parecida a lo que yo le llevaba, que ninguna paciente había pasado por un enamoramiento con él ni le había hecho jamás ninguna propuesta amorosa. Claramente la situación no puede haber sido que el Dr. Sanz no recibió nunca una paciente como las mías, tenemos que asumir que en la alquímica de la relación el Dr. Sanz no producía transferencias eróticas. De hecho, también me di cuenta luego que entre los casos que le llevaba podíamos establecer un orden cronológico donde las transferencias de mis pacientes más antiguas se presentaban más intensas y defensivas y los casos que había recibido hace pocos años presentaban transferencias más positivas. Algo había cambiado en mí y en lo que aporto a la relación terapéutica. Entender la transferencia solamente como un “falso enlace”, como algo irreal, es no entenderla en su sentido simbólico. Esta forma de definir el fenómeno de la transferencia corresponde estrictamente con el contexto en el que fue creado, siguiéndose por lo criterio del saber empírico, la objetividad y la razón. Quedándonos dentro de este marco interpretativo podemos hablar de un falso enlace y al hacerlo, el fenómeno transferencial aparecerá entonces como un elemento raro y contaminante para nuestro trabajo. Sin embargo, negar simplemente el fenómeno parece algo peligroso, lo más acertado sería reubicarlo dentro del marco teórico contextual propio de un analista junguiano, apropiándonos de su sentido simbólico, lo que suponer una redefinición de lo objetivo y de lo que es “real”. Dentro del modelo casualista freudiano, la causa era la falta del recuerdo, el yo no contaba con un contenido que había sido repelido al inconsciente, y luego lo encontraba afuera, proyectado, estableciendo una relación que “no es real”, pero en realidad diremos otra vez, ¿y qué es real?. Con un poco de observación podemos darnos cuenta que en verdad nos comportamos de manera mucho más disimiles de lo que en principio creemos cuando estamos frente a nuestras parejas o nuestros padres o nuestros amigos o nuestros pacientes. Nadie puede decir que es la misma persona frente a cada cual, la persona finalmente es una relación, ¿cuál de esas soy yo en realidad?. El yo es en estricto una relación, no existe en el vacío, sino en contraste con un “tú”. Lo que nos aporta el paciente en la transferencia es un papel, un rol de un elemento de su inconsciente con el que necesita entrar en relación consciente. Lo que quiero reflejar aquí, que a momentos siento que no lo logro, es la “veracidad” y lo genuino detrás del fenómeno transferencial, que solo es posible ver cuando la entendemos como una manifestación de la psique objetiva, arquetipal. Lo transferencial en nosotros tiene en ocasiones mucho de sombrío, porque remite a nuestros complejos y a aquello de nosotros que no es consciente y por eso, creo yo, se comporta como una carga penosa para la consciencia racional que solo consigue desembarazarse de ella cubriéndola de un manto de irrealidad. No podemos olvidar que Freud al establecer su sistema de la psique redujo todo a tan pocos elementos que tendemos a quedarnos con un yo vacío que se comporta únicamente como un hacedor de supervivencia y seguridad, es un yo meramente acoplador y defensivo que reduce algunos procesos universales y de naturaleza espiritual a la biología y su manifestación patológica (Vethencourt, 2009).

proyección – defensa - resistencia La transferencia es, en sí misma, un tipo especial de proyección (Jung C. G., 1935). El fenómeno de la proyección fue entendido, desde su concepción en el psicoanálisis como un mecanismo de defensa. Se trata de elementos intolerables al yo que son expulsados de la consciencia y colocados afuera. Hablando en un lenguaje un poco más junguiano diremos que los elementos de sombra son proyectados en los otros, pero esto no

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comporta muchas diferencias con relación a la visión ortodoxa hasta aquí. En realidad, esa semejanza alcanza solo a la concepción del fenómeno llamado proyección defensiva. Con Jung tenemos la entrada de un elemento más, la proyección en su aspecto prospectivo o creativo. Si asumimos que existe un inconsciente no personal, que no está formado por contenidos adquiridos, es decir, que hay elementos de la psique que el yo nunca ha conocido, asumimos que también tienen que haber procesos en ese no-yo como acontecimientos arquetípicos espontáneos. Estos elementos en principio solo pueden ser percibidos por la conciencia a través de proyecciones (Jung C. G., 1946, pág. 271 par 501). Y es que es precisamente gracias al fenómeno de la proyección que un proceso, que es en sí mismo trascendental, puede hacerse real para la psique consciente y personal (Jung C. G., 1946, págs. 270-271 par 500). El fenómeno de la proyección desde el punto de vista freudiano, es estrictamente defensivo, el yo expele de la consciencia un contenido que le resulta desagradable y lo coloca afuera, no se trata más que de la actuación de mecanismos orientados a mantener la represión. Al entender el fenómeno en su sentido prospectivo podemos leer también en las proyecciones de nuestros pacientes elementos que se resisten a volver de nuevo a su lugar de irrepresentabilidad, porque necesitan actualizarse. Como nos dice Jung, el proceso de individuación tiene dos aspectos, por una parte es un proceso interno o subjetivo de integración, pero por otra es un proceso objetivo de relación que es igualmente importante (Jung C. G., 1946, pág. 222 par 448). Es decir, no solo con la elaboración interna de imágenes se da el desarrollo de la consciencia, ésta necesita de la relación objetiva con otros, con el afuera; de hecho esa es la única forma de desarrollar el arquetipo de la alteridad. El yo se define al relacionarse con el no-yo, solo así establece sus límites, y la única forma que tiene el yo para entrar en contacto con ese no-yo es a través de la proyección. Este elemento por sí mismo explica el carácter resistencial de la transferencia; se trata de una relación necesaria que busca actualización y que se resiste a quedarse sin vida en el inconsciente8. Es decir, que aquello que llamamos resistencial de la transferencia si bien puede deberse a la presencia de mecanismos defensivos, puede también estar asociada a mecanismos creadores. Lo mismo se puede decir de la proyección en general. La proyección si bien se puede presentar como un mecanismo de defensa, es en principio un mecanismo creador de mundo, que da lugar a la posibilidad de entrar en la psique elementos que de otra forma serían inaprehensibles. En este sentido, cuando ayudamos a un paciente a hacer consciente la proyección transferencial, nuestro objetivo no es necesariamente ayudarlo a superar una resistencia (como es el objetivo desde la perspectiva de un freudiano) sino tratamos de ayudarlo a entender los símbolos que lo conectan con eso que por su carácter nouménico9 consigue esta vía, la de la proyección, 8 “si la proyección se retira, el vínculo…causado por la transferencia puede desmoronarse momentáneamente, de modo que en apariencia no queda nada más que la cortesía de una relación profesional. En este caso no se puede reprochar a nadie que suspire aliviado, aunque sabemos que tanto para el uno como para el otro el problema sólo ha sido aplazado: reaparecerá más tarde o más temprano, aquí o en otro lugar, pues tras él se encuentra el impulso a la individuación, que nunca descansa. (Jung C. G., 1946, pág. 222 par 447) 9 Noumeno es un término introducido por Immanuel Kant para referir un objeto no fenoménico, la “cosa en sí”, que no pertenece a una intuición sensible sino a una intuición intelectual (Abbagnano, 1989)

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como mejor representación posible. Lo ayudamos a hacer consciente su tema, aquel mitologema que rige su destino. Nos dice Jung “El objeto real ofrece a la energía una pendiente más apropiada que la de cualquier otra actividad, por filantrópica que sea” (Jung C. G., 1942), la fantasía por sí sola nunca es tan eficiente como el complejo encarnado en ese otro sobre el que proyectamos. Restablecer y potenciar esta relación consciente-inconsciente es el objeto del análisis.10 Cuando actúa la proyección en este contexto, en su sentido prospectivo, estamos frente a una solución creativa del inconsciente que está trabajando en la búsqueda de la totalidad de la psique, y para eso va a hacer uso de su analista entre otras cosas, no solo como una defensa para evitar la emergencia de contenidos reprimidos, sino con un sentido finalista y prospectivo (Suarez, 1996, pág. 11). Viendo las cosas así, no es extraño que Freud se encontrara con estas transferencias tan “resistentes” al trabajo que se estaba proponiendo, cuando la respuesta del analista implicaba esta violencia a los elementos del inconsciente, desvirtuando todo su sentido de comunicación, de necesidad de vinculación y búsqueda de trascendencia. Tampoco es para nada extraño que el carácter de estas transferencias fuera de carácter tan claramente sexual. Freud trabajaba desde el principio en la idea de que existía algo que había sido reprimido, una situación traumática que por ende no había sido correctamente tramitada por el yo. Este trauma tenía a su entender siempre una causa sexual y por esto su interés estaba directamente centrado en los aspectos sexuales del relato, lo sexual oculto, latente bajo lo manifiesto del síntoma. Si la atención está solo centrada en este aspecto, ¿no sería simplemente lógico que entonces la relación entre la paciente y su analista se cargara de sexualidad?, ¿Cuándo es a este aspecto al que se le presta atención?, ¿Cuando son los elementos sexuales los que reciben el reforzamiento (“!aja!”) del otro tras el diván?. Los elementos sexuales en la transferencia también pueden ser leídos como una concretización de la coniuctio que la transferencia está tratando de establecer con su analista y que no ha encontrado otras vías porque ha sido reducida hasta la concreción. Un paciente me comentó de una vez que estaba con una persona que me conoce y que lo invitó a ver unas publicaciones del Facebook de mi esposa. Mi paciente me decía que él se sintió muy nervioso con eso y le dijo a nuestro amigo en común que no le mostrara nada, que yo era “como un Dios”, que estaba en otro lugar especial que no pertenecía al del común de la gente, algo así como que no tenía una existencia más allá de las paredes de mi consultorio. Esto asustó un poco a su interlocutor y una vez haberlo dicho un poco a mi paciente también, y la situación se convirtió en una buena ocasión para revisar en consulta algunos elementos transferenciales que refería con estos acontecimientos. Justo después y al preguntarle a mi paciente por las razones que encontraba a su reacción me dijo “yo no quiero saber nada de lo que tú puedas tener en el Facebook, me da un poco de miedo ¿sabes?, porque ¿y si terminara consiguiendo una foto tuya en Cuyagua en la arena desmayado de la pea?, ¿cómo quedo yo?”.

10 Con Freud quedamos en el callejón sin salida de la misteriosa sublimación, concepto raro, y contrahecho, aquel mecanismos de defensa que permite la satisfacción total del deseo por un mecanismo de “caja negra”.

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Aprovecho este evento para ejemplificar el punto que vengo tratando e introducir uno nuevo. Primero, desde una perspectiva Freudiana podríamos decir a grosso modo, y entre otras cosas, que esa proyección de mi paciente de Dios, en realidad refiere a una proyección del padre en un momento arcaico de la psique (en la que los padres son infinitamente poderosos, como Dioses), esta interpretación por cierto viene como anillo al dedo a mi paciente, que tuvo un padre bastante maltratador y que desde muy temprana edad lo abandonó a él, a su hermana y a su madre. Pero otra lectura, más en el sentido junguiano, podría ir en la dirección exactamente contraria. Diremos que mi paciente hacía una transferencia del Self, omnipresente y regulador, como un arquetipo con necesidad de manifestación, y que para hacerse “carne” y que la consciencia pueda relacionarse con él se proyecta sobre el objeto que mejor le sirva de “gancho”. Este objeto suele ser el padre biológico para la mayoría de los niños pequeños, que es la primera persona con la que hacen relación en el mundo y que es efectivamente mucho más poderoso. Entonces, no es que el paciente me transfiere a su padre, me transfiere al Self, el Self que no pudo transferir adecuadamente a su padre. Probablemente lo hace porque ese proceso que debía desarrollarse más temprano se vio interferido por la inadecuación del padre biológico para recibirla, por lo menos en sus aspectos positivos. Efectivamente mi paciente espera que lo contenga y que le explique las cosas y en algunas ocasiones yo me he sentido con él como un padre que enseña a un hijo. Valga aquí un inciso sobre el trabajo con la transferencia. Un punto de discusión, que hoy por hoy se mantiene vivo entre los analistas junguianos con respecto al tema de la transferencia es el lugar que el análisis y la interpretación de la transferencia debe ocupar en el espacio analítico (Wiener, 2004). A este momento yo me encuentro en el punto en el que hago en general pocas interpretaciones de la transferencia pero trato de mantenerme consciente con respecto a ella (tanto cuando se trata de la transferencia de mi paciente, como las mías, que solemos llamar, aunque a veces no corresponde, contratransferencia). Es decir, me parece claro que siempre trabajamos en y desde una transferencia, pero eso no significa que el trabajo del terapeuta sea interpretarla constantemente y hacérsela ver conscientemente al paciente, sobre todo en los casos en que esta es positiva. Pienso que cuando una transferencia es resistencial o defensiva se puede manejar interpretándola, pero cuando se presenta como un elemento que aporta a la elaboración y fomenta el crecimiento creo que la conciencia gana y se amplía con lo que vive en la transferencia, no por entenderla intelectualmente. El modelo freudiano es causal-reductivo, porque traduce el fenómeno a la linealidad de la consciencia y porque reduce el evento a la razón y al intelecto para que pueda ser asimilado a la consciencia. El modelo junguiano es sintético-prospectivo, porque tiende a la integración del fenómeno, de manera que la consciencia no es capaz de asimilarlo sino que se requiere por el contrario un proceso de acomodación de la consciencia, que llamamos técnicamente “ampliación”. Una forma de ejemplificar esto es precisamente valiéndonos de un concepto central de la teoría Freudiana, el Edipo. En la conferencia inaugural del I congreso de psicoanálisis de Venezuela, Byington (2005) nos ofrece una mirada genial del fenómeno donde deja ver como Freud se identifica con Edipo y su tragedia y la vuelve una tragedia universal e inevitable para todo ser humano en su infancia, haciendo una interpretación personal, unilateral y reductiva del mitologema, y pasando por alto otras cosas que ejemplifica el Edipo. Edipo, al encontrarse con la efigie, a la entrada de Tebas, escucha el enigma que ésta le plantea: “¿cuál es el ser que camina en cuatro a la mañana, en dos al medio día, y en tres a la tarde?”, y de inmediato da con la respuesta como siendo el ser humano en la infancia,

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la adultez y la vejez. Así Edipo obtiene su victoria sobre la efigie, representante del incesto, para ir de inmediato a caer en el incesto. Esta extraña paradoja es bastante saliente y exige una búsqueda de sentido. Freud se identifica completamente con esta imagen, de manera que queda atrapado en ella y la identifica como un problema de la humanidad toda. Lo que sucede con Edipo es que hace una resolución completamente intelectual del problema y no entiende su sentido existencial. Si Edipo hubiera sido capaz de detenerse un momento, escuchar a la sombra, y en lugar de salir huyendo de Corintios y de su destino hubiera explorado sus propios sentimientos, ¿no hubiera ganado más?. La respuesta de Edipo al enigma existencial que le plantea la vida es de tipo meramente intelectual, y desde ahí, orientada al poder. Esto por supuesto representa un irrespeto al inconsciente, un hybris, que es castigado haciendo que en cada paso que Edipo da tratando de alejarse de su destino, y a cada intento de resolución del enigma desde el poder, más rápidamente caiga en el parricidio y el incesto. “La gloria del intelecto es seguida por la tragedia existencial” (Byington, 2005). Este definitivamente no es un Edipo sabio. El objetivo de la terapia junguiana es un cambio de la actitud de la conciencia frente a los contenidos del inconsciente, este cambio no refiere a un fenómeno mental, o a una acción de la razón, sino a un valor emocional, moral y existencial. La cualidad emocional es la que le da eficacia a la actitud e impone un valor ético (Jung C. G., 1946, pág. 261 par 489). La razón es solo una entre todas las funciones espirituales, es sólo la que finalmente nos ayuda a reducir el fenómeno, la experiencia, para que pueda ser “explicada” a la consciencia (Jung C. G., 1942, pág. 83 par. 110), desoír las demás funciones comporta muchos peligros. Esta lectura del Edipo es totalmente pasada por alto por Freud, que identificado con Edipo se lanza a la “batalla” contra la transferencia, arrancando sus contenidos al inconsciente con la herramienta de la razón, desvirtuando su sentido prospectivo y existencial último. Byington también refiere como Jung, por otro lado, tendió a entender estos procesos, el de la individuación en general y la aparición de los arquetipos formadores del yo como pertenecientes a la segunda mitad de la vida, lo que interpreta Byington como una actitud fóbica frente a Freud, de modo que se repartieron la vida, Freud la primera mitad y Jung se encargó de la otra mitad. En realidad parecía más coherente que se dieran cuenta de que ambos hablaban de un mismo proceso, Freud se refirió a estos en sus aspectos defensivos, fijados y patológicos, y Jung en su sentido arquetipal, general y creativo. En el caso que refiero de mi paciente, no “interpreté” esta transferencia, no me pareció que el trabajo debía estar orientado en ese sentido por dos razones: la primera es que me pareció que lo que me mostraba mi paciente era precisamente la comprensión de que lo que estábamos trabajando era algo sagrado; husmear el Facebook hubiera sido como metérsele debajo de la sotana al cura. Esa actitud reverencial a su espacio terapéutico, cuidándose de preservar el vaso que lo contiene, me pareció una indicación positiva. En segundo lugar, y quizá más importante que lo que les comento hasta ahora, después de conversar con él me quedó muy claro que la impresión que él había tenido es que yo era “como” Dios, es decir, que su impresión de estar ante un Dios mi paciente la entendía perfectamente como una expresión simbólica, yo era para mi paciente en ese momento un buen gancho para proyectar sobre mí elementos del Self con los que la consciencia no tiene otra forma de relacionarse. Precisamente algo que atestigua el buen funcionamiento de su yo es la noción de que existe la posibilidad de que si se ponía a averiguar podría encontrarse con elementos míos muy humanos que no le permitirían sostener su

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transferencia, que esta transferencia es algo que tenía que proteger. Si las cosas no hubieran sido así estaría mi paciente en una transferencia psicótica. Otro elemento importante al que llegué con mi paciente, fue a la noción de la importancia que comportaba también el vaso dentro del que estaba contenida nuestra relación. La relación terapéutica es una relación social, pero con sus particularidades, siendo una de ellas, quizá la principal, el que en ésta se coloca el acento más que en ninguna otra, en los aspectos inconscientes de ambos elementos de la relación (aunque se discutan principalmente los del paciente). Este evento con mi paciente, nos sirvió para darnos cuenta que yo, el terapeuta, era para mi paciente (y él también era para mí) más parte de su inconsciente que de su vida consciente. En el espacio terapéutico, lo inconsciente es a veces más “real” que lo propiamente consciente, las fantasías pueden ser más importantes que la realidad “objetiva”. Si bien en todas las relaciones hay transferencia, como un aspecto inconsciente, el foco de atención está puesto, en la relación terapéutica, en esos elementos precisamente. La relación entre un paciente y su analista se da en un lugar que creo puede ser descrito usando la noción de espacio transicional de Winnicot. La relación se ubica en ese lugar que está justo entre la realidad y la fantasía, pero que no es completamente ninguna de las dos. Lo que tengo de Dios para mi paciente, lo tengo solo en el espacio del consultorio, y en su hora de consulta, y en ese espacio que compartimos y en el que yo no soy David, sino soy más ese otro objeto del inconsciente de mi paciente, con el que se puede relacionar objetivando algunos elementos de su complejo en mi persona. Que aquello que se proyecta corresponda con la “realidad” del objeto que recibe la proyección, como dije párrafos atrás, no parece tener mucha importancia. Parece más importante, la fijeza con la que se da esta proyección, la irreductibilidad de lo transferido. Mientras más carga tiene un complejo, mayor es su sensibilidad, de manera que más situaciones se hacen adecuadas para su manifestación. Llegado un punto, casi cualquier evento tendrá una interpretación teñida por el complejo. En una ocasión, me consultó una mujer joven con un fuerte complejo de exclusión, al llegar a mi consulta estaba pasando por una situación económica complicada. Era una odontóloga que arrancaba en la práctica y un grupo de colegas le habían hecho una “jugada” de manera que la dejaron fuera del equipo que estaba haciendo un consultorio y ella aun no encontraba como iniciar su práctica. Dada la situación, acordamos unos honorarios reducidos hasta que ella consiguiera trabajo. Poco tiempo después de iniciar nuestro trabajo psicoterapéutico, mi paciente empezó a presentar diferentes quejas, cuando la confronté con la realidad de que el monto de su molestia conmigo no parecía corresponder con las inatenciones de las que me había estado acusando, terminó por confesar que sentía que yo la trataba como una paciente “de segunda” porque le cobraba honorarios bajos. Mis indagaciones me permitieron conocer una cantidad asombrosa de fantasías de mi paciente. Ella se imaginaba como trataba yo a mis otros pacientes con amor y respeto, sin hacer ningún silencio y conversando más animadamente que desde la posición “fría” en la que me percibía. Tuvimos que asumir que el complejo de mi paciente era realmente potente y que si nos descuidábamos terminaría por “volcar” echando el proceso por la borda, terminarían nuestros encuentros y ella se iría con una historia más de exclusión a cuestas, ahora sería que ni los terapeutas pueden con ella y la botan. En este caso mi gesto, que podía ser interpretado como amoroso y contenedor, el de reducir sus honorarios, resultó la hendija por la que se coló el daimon del complejo de mi paciente. Ahora, el que mi paciente fuera capaz de comentarlo, nos dice también que está en cierto lugar al que todavía se puede alcanzar, es parte de un “como sí”, todavía se

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permite dudar de eso que siente, aunque podemos ver que la intensidad de este complejo es un poco mayor que la de mi paciente que me ve como un Dios. Así, aun cuando es más verdadero decir que soy antipático que decir que soy Dios (como el caso que les referí anteriormente), el paciente que me proyectaba a Dios estaba en una transferencia que le produce menos interferencia que la odontóloga a que le parecía antipático. Lo importante es la intensidad de la proyección y cuanto el yo es capaz de diferenciarla, cuanto conserva el yo su capacidad para conectarse con los elementos simbólicos que le traen sus transferencias sin dejar de diferenciarse de esos contenidos. Aun cuando en el caso de mi paciente odontóloga su grado de certeza era alto, existía la posibilidad de cuestionarlo, esto hace que mi paciente, si bien estaba muy tomada por el complejo, no estuviera psicótica en el sentido de que todavía había un yo que bajo la fascinación del contenido inconsciente, se mantenía a flote, es decir, podía diferenciarse de los contenidos inconscientes, de manera que no es que eso “es”, sino que se “siente de una particular forma”. Cuando estaba en el hospital trabajé en una ocasión con un paciente paranoide, que después de nuestro segundo encuentro, de pronto se convenció de que yo era el diablo. Lo que sentía este paciente no es que yo era “como un diablo” sino que me veía como que si yo fuera literalmente el mismísimo diablo en persona. Cuando me escuchaba llegar al servicio se metía debajo de las sabanas de su cama temblando y cuando iba a verle, murmuraba “contras” aterrorizado. En este caso, mi paciente tenía una transferencia psicótica, el complejo tiene una carga tal que supera totalmente al complejo del yo y la transferencia se manifiesta con características mucho más arcaicas, de forma que empieza a parecerse a un cuento de hadas o un mito. Muchas de las transferencias que reporta Freud con sus pacientes, son en realidad transferencias que al día de hoy tendríamos que llamar psicóticas, donde como mi paciente que me creía el diablo, no hay posibilidad de trabajo y elaboración simbólica. El yo está completamente superado y el paciente entiende como necesidad la actuación concreta de la fantasía. En este sentido me parece acertado revisar la transferencia de mis pacientes, evaluando la capacidad del analisando para diferenciar la personalidad de su analista de sus proyecciones. Me parece que la cosa está en la capacidad del paciente para conservar la duda y poder mantener la tensión del “como sí”. Esto es, que el yo no se infle y pueda mantenerse humilde, sin identificarse con los contenidos del inconsciente. Mientras estas condiciones se preservan la transferencia se mantiene como una ayuda en la relación analítica.

La transferencia como una satisfacción de deseos La idea de que los sueños son sólo una satisfacción de deseos inconscientes parece haber sido superada sin ningún problema por Jung y sus seguidores, sin embargo, el hecho de que la transferencia sea sólo un falso enlace, una resistencia y una repetición de patrones infantiles de conducta no parece haber corrido la misma suerte aun cuando la fórmula que subyace al mecanismo transferencial es esencialmente la misma que la de los sueños desde la concepción freudiana (un yo que accede a la satisfacción de un deseo inconsciente, manteniendo el velo represivo sobre la pulsión, de manera que se mantenga inconsciente y no se levante un dilema moral desde el Super Yo). Podríamos aplicar en lo inmediato los avances que ya teníamos con respecto al tema de los sueños

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para adelantar el camino en nuestra reconceptualización de la transferencia. Podemos partir en primer lugar de la idea de que la transferencia es una “resistencia” y una satisfacción de deseos para empezar a entenderla en su sentido compensador de la psique. El mismo caso con el que Freud ejemplifica por primera vez el fenómeno de la transferencia parece indicado para explicar este punto. Cuenta Freud que el origen de cierto síntoma histérico de una paciente estaban asociados a una situación en la que ella deseaba que un hombre se aprovechara de ella y le estampara un beso, este deseo fue rápidamente remitido al inconsciente. Tiempo después, ya en tratamiento con Freud, su paciente tuvo el mismo deseo de que su analista se propasara con ella. Ante el espanto que le produjo la irrupción de este deseo la paciente pasó una noche de insomnio y luego a la siguiente sesión se encontraba muy indispuesta para trabajar. Freud lee este fenómeno como que la paciente, ante el deseo incompatible con la consciencia, de ser besada por un hombre, remite éste al inconsciente de manera que ya no lo recuerda, y luego éste se reactualiza, pero esta vez sobre la persona de Freud, sin que la paciente recuerde que en realidad este deseo pertenece a este hombre del pasado (Freud, 1895). Así el deseo aparece como “no genuino” porque pertenece a otra persona. Ahora, otra lectura podría ser la siguiente: la paciente de Freud, una mujer bien educada, había recibido una formación que le impide dejar saber sobre estos deseos con respecto a los hombres, ya que la consciencia desecha cualquier deseo erótico por su incompatibilidad con la máscara. Debe haber también una identificación de la paciente con la máscara, lo que supone una dificultad para relacionarse con sus contenidos de sombra. Ahora, la irrupción en la consciencia de estos deseos es una manifestación genuina de un complejo entrando en conflicto con la personalidad consciente. Esta transferencia está apareciendo aquí como aparecería un sueño, como un elemento compensatorio de una consciencia que se ha unilateralizado hasta el punto de no permitir la emergencia del deseo sexual, deseo por demás absolutamente genuino. No hay entonces en realidad un “falso enlace”, por el contrario, es la manifestación de un aspecto en sombra que está suficientemente cargado como para constelarse y aparecer proyectado en la figura de su analista o de cualquier otra persona que tenga “gancho” suficiente para esa proyección. El sueño es un intento de solución que mira hacia adelante echando mano de los recursos que tiene atrás, la transferencia es también esto mismo. Quizá el asunto con los sueños es que al suceder mientras dormimos nos resulta más fácil de entender como elaboraciones de nuestro inconsciente, lo que ocurre en la transferencia se nos hace más difícil de discriminar por la activación de la vigilia.

Transferencia como una compulsión a la repetición La transferencia es entonces, con Freud, una repetición mecánica y una resistencia al recuerdo, esto queda perfectamente claro y parece muy coherente desde la teoría Freudiana. Pero ahora debemos preguntarnos ¿es solo eso?. Cuando decimos que es una repetición, asumimos con Freud que entonces en esa relación con su analista, el paciente “repite para no recordar” (Freud, 1914), pero ¿y nada más?. Lo que hace que Freud vea en la transferencia una enfermedad es que entre sus datos toma los procesos enfermos y luego los generaliza, proceder muy científico y claramente apegado a sus esfuerzos, conseguir una solución para la psique enferma desde un modelo de trabajo médico, pero con la limitación de éste. La transferencia al ser una repetición de formas de relación pasadas ahora en la figura del médico queda definida

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dentro de la compulsión a la repetición de la psique, lo que hace a la transferencia neurótica, o con más precisión enferma. Pero esta repetición no nos indica sino la forma que tiene la psique para trabajar los contenidos del inconsciente. El funcionamiento normal de la psique, arquetipalmente es en espiral. La psique, en la búsqueda de solución, de pronto hace circular su funcionamiento, pero eso no dice que todo movimiento, si bien parece repetitivo y circular deba por ende ser neurótico. Como dice el Dr. Himiob en su trabajo Alquimia y Psicoterapia (1998) “la neurosis está en la repetición no trascendente”. La transferencia, así como cualquier complejo, se ven en su manifestación patológica o defensiva como una repetición no trascendente, como un castigo a la consciencia en Hybris, que se desentiende del inconsciente, y que en su repetir no hay un acto ritual de tributo, una búsqueda de contacto. Cuando la consciencia desconoce, deja de oír y pretende seguir sus propios designios, el inconsciente la destina a repetir una y mil veces, hasta la eternidad, el mismo patrón de conducta del que se ufana. En últimas esto significa entonces que para la “resolución” de la transferencia, el trabajo no consiste en empezar a recordar para dejar de repetir, sino aprender una forma de relación de la consciencia con su inconsciente. Esto en estricto significa que la consciencia acepte los mensajes del inconsciente y que aprenda a leerlos a través del contacto con lo simbólico, y ese en definitiva es el trabajo de la individuación, que es el sentido final de la transferencia. Una paciente con la que llevo un trabajo psicoterapéutico de un año, viene de dos procesos psicoterapéuticos anteriores en los que ella misma interrumpió el tratamiento de una forma abrupta y en un tiempo relativamente breve. Cuando le pregunté por las razones para abandonar sus otros tratamientos lo que apareció fue la idea de que en realidad “no la escuchaban”, o ella los percibía de alguna forma como abandonantes. Siendo que los dos tratantes que me antecedieron son personas de un muy buen nivel profesional (ambos analistas certificados), tuve la sospecha desde un principio que esto podía tener que ver precisamente con un elemento transferencial. De hecho rápidamente comenzaron a aparecer excusas para faltar a la consulta, y aunque lo discutimos en las sesiones que sí se daban, esto no tenía ningún efecto por lo menos en el sentido de sus inasistencias. El material que traía a consulta refería a un problema que aparecía como un patrón que se repite de una forma impresionantemente regular: se enamora de un hombre, se acerca a él y se hacen amigos, pero por la gran habilidad que ha desarrollado para no dejar ver sus sentimientos, y el gran temor a ser rechazada, nunca pasa en la relación con ellos más allá de una profunda y bonita amistad. Eventualmente estos hombres se consiguen otras parejas y ella queda de confidente tanto de su amigo como de la pareja de este. Esto la mantiene muy frustrada y molesta. Cuando le refiero la presencia de este patrón, lo acepta, pero bajo la idea que se trata de “mala suerte” y de que ella no tiene nada que ver con esa situación porque no hay nada que ella pueda hacer. Pronto empieza nuevamente a faltar a sus sesiones. En una ocasión parecía que había abandonado su proceso, dejó de venir por más de dos meses, tras los cuales me llamó de pronto para solicitar una cita. Una vez en consulta dice que en realidad había pensado que no debería venir más, porque le parece que está todo el tiempo repitiendo el mismo cuento una y otra vez, de manera que me iba a terminar por aburrir a mí y que de una forma o de otra se imaginaba que yo la rechazaría y terminaría con la terapia (es decir la abandonaría). Sin embargo en esta ocasión dice que se vio pensando en eso y le pareció que era un poco raro, de manera que quiso venir a hablarlo conmigo. He aquí un claro ejemplo de un patrón de funcionamiento circular que

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se le repite a mi paciente cuando trata de hacer cualquier relación significativa, esta situación provocaba el síntoma de tristeza que la llevaba a consulta, la dificultad para concretar una relación de pareja y a la vez obstaculizaba y ponía en peligro constantemente la relación terapéutica también. En este caso sí le referí directamente lo que me parecía una complicación transferencial, lo que nos permitió revisar también ese “aburrimiento” que ella colocaba en mí y que en realidad yo no había llegado a sentir en ningún momento. Esta intervención abrió la puerta a la posibilidad luego de que lo que le pasara no tuviera que ver tanto, o solo, con la “mala suerte” sino que estaba asociado a una dificultad de ella que se manifestaba principalmente por una marcada incapacidad para reclamar a los demás las cosas que necesitaba, con mucho temor a verse rechazada. Pudimos ver como en su intento por no hacer conscientes algunas cosas, se le estaban haciendo destino, por su temor a ser rechazada, estaba siendo rechazada. Más adelante hemos podido ver como esto está relacionado con complejos familiares que al día de hoy seguimos elaborando en consulta.

La repetición de patrones infantiles Freud da sentido a los datos que obtiene desde una teoría asociacionista, como un resultado mecánico (Etchegoyen, 1986, pag 95). Su método lo obtiene del modelo médico, muy bueno para el trabajo con los problemas del cuerpo, pero con sus deficiencias para el trabajo del alma. Por otra parte también trabaja, como un buen médico, apegado a un modelo positivista, siguiendo un principio de parsimonia, incluyendo en su teoría la menor cantidad necesaria de elementos explicativos. Al establecer una relación entre aquello consciente con eso otro inconsciente, entiende que los materiales no conscientes que aparecen tienen que corresponder con vivencias o deseos que deben haber pertenecido al pasado del paciente, así Freud tiene una explicación sin necesidad de postular más elementos dentro del inconsciente. Esto efectivamente se perfila como el proceder más parsimonioso. Sólo recurre a la idea de las fantasías y los deseos, cuando comprueba por vía empírica que mucho de lo que reportan sus pacientes como hechos traumáticos nunca pasó, se trataba de falsos recuerdos. En realidad, los elementos que aparecen como más infantiles de la transferencia son “partes de la personalidad capaces de desarrollarse que se encuentran en estado infantil” (Jung C. G., 1935, pág. 12 par 9). Lo que Jung plantea en definitiva al dejarnos ver los aspectos arquetípicos de la transferencia es que en última:

No  se  trata de  un  intento  de  repetir  en  el  presente  las  fantasías  incestuosas infantiles del pasado, correspondiente a  la movilización de  los complejos, sino de acceder por  la vía simbólica a  la experiencia del sí‐mismo del hombre total en el que los opuestos psíquicos conviven (Galán, 2006) 

Si entendemos el elemento transferencial como un intento de elaboración, como una vía para la conexión simbólica con el sí-mismo, como una relación necesaria, entonces no es solo repetir, es una búsqueda de trascendencia lo que hay finalmente detrás de cada transferencia. Con estas premisas podemos entender que el paciente en realidad no está solo repitiendo, está buscando. (Suarez, 1996).

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CONCLUSIONES

• La visión junguiana completa y amplifica la freudiana, de manera que los contenidos de la segunda quedan incluidos y complementados por la primera

• La transferencia con Jung deja de ser un fenómeno que corresponde únicamente al paciente dentro del proceso, sino que involucra a la diada terapéutica y al inconsciente de ambos.

• La transferencia tiene un aspecto personal e individual y una raíz arquetipal y universal.

• La transferencia es en sí misma una manifestación de un complejo, y como todo complejo, está orientado a la realización del inconsciente, que es decir, la trascendencia de la consciencia y la individuación.

• Podemos hablar de resistencia en el caso de la transferencia sin tener que asumir que es una “resistencia al recuerdo”, como en Freud. Lo que tiene de resistencial la transferencia refiere a la actitud del yo frente a todos los contenidos de los complejos inconscientes. El yo se protege de la intensa fascinación de los contenidos inconscientes esforzándose por mantenerse fuera del influjo de estos contenidos so pena de quedar sumergido en el inconsciente.

• El análisis de la transferencia en Freud tiene el objetivo de vencer la resistencia, de manera que se recuerde aquello que se está viviendo en acto y se rompa el círculo vicioso de la compulsión a la repetición. Con Jung en análisis de la transferencia está orientada a dilucidar la constelación arquetipal poniendo el acento en la vivencia emocional y entendiendo su carácter prospectivo como vivencia necesaria.

• La transferencia no es un falso enlace que coloca en acto lo que debería estar en el recuerdo, es un complejo activo, que aparece, como todo complejo, en proyección y cuyo objetivo es la compensación de la psique.

• Lo que en Freud es una compulsión a la repetición en la transferencia, para evitar el recuerdo, es en Jung parte de un proceso normal de funcionamiento en espiral de la psique. Hay que establecer la diferencia entre la repetición no transcendente o neurótica y la repetición trascendente.

• El fenómeno transferencial puede o no remitir a eventos del pasado o de la infancia del paciente, lo que en realidad supone es un intento de hacer objetivo, mediante la proyección, aquellos elementos del inconsciente que requieren manifestación y que tienen un fin compensador de la consciencia.

• Cuando la consciencia del paciente no es capaz de establecer una relación de simbolización con los contenidos de su inconsciente, el análisis de la transferencia (que cabe esperar sea más potente e intensa) puede convertirse en el hilo de Ariadna que permita orientar los procesos del paciente hacia un encuentro con el sentido simbólico de sus contenidos inconsciente.

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