Stephen King - POPSY

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  • 8/14/2019 Stephen King - POPSY

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    POPSY

    Por : Stephen King

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    Sheridan conduca con lentitud frente a la larga fachada lisa del centro comercial cuando vi al

    chiquillo salir por las puertas principales, situadas bajo el cartel iluminado. Era un nio, de tal

    vez algo ms de tres aos, aunque, sin duda, no pasaba de los cinco. En su rostro se lea una

    expresin a la que Sheridan se haba tornado muy perceptivo. Estaba intentando contener las

    lgrimas, pero no tardara en echarse a llorar.

    Sheridan se detuvo un instante mientras le acometa la familiar sensacin de disgusto..., aunque

    cada vez que se llevaba a un nio, la sensacin se haca menos acuciante.

    Sheridan estacion la furgoneta en unas de las plazas mas cercanas al centro comercial y

    reservadas a los invlidos. En la parte trasera de la furgoneta llevaba una matrcula especial que

    el estado concede a los invlidos. La matrcula vala su peso en oro, porque impeda que los

    guardias de seguridad sospecharan y, adems, porque esas plazas resultaban muy prcticas y casi

    siempre estaban vacas.

    Se ape de la furgoneta y camino hacia el nio, que miraba en derredor con una expresin de

    creciente pnico. S, seor, pens Sheridan, unos cinco aos, tal vez seis, pero muy menudito.

    Bajo las estridentes luces fluorescentes que emanaba el interior del edificio, el nio apareca

    blanco como la nieve, no solo asustado, sino realmente enfermo. Sheridan supuso que su aspecto

    se deba al miedo. Por lo general, reconoca aquella expresin cuando la vea, porque haba visto

    un gran terror reflejado en su propio espejo durante el ltimo ao y medio.

    El nio alz los ojos esperanzado hacia las personas que pasaban junto a l, personas que

    entraban en el centro comercial ansiosas por comprar, que salan cargadas de paquetes, con el

    rostro soador, casi como drogado, impregnado de algo que probablemente tomaban por

    satisfaccin.

    El nio, enfundado en vaqueros Tuffskin y una camiseta de los Penguins de Pittsburgh, buscaba

    ayuda, buscaba a alguien que le mirara y comprobara que algo andaba mal, buscaba a alguien

    que le formulara la pregunta adecuada.

    Aqu estoy yo -pens Sheridan mientras se acercaba-. Aqu estoy yo.

    Cuando estaba a punto de alcanzar al nio, divis a uno de los guardias del centro comercial.

    Avanzaba despacio por el pasillo central en direccin a las puertas principales. Tena la mano

    metida en un bolsillo, sin duda buscaba un paquete de cigarrillos. Dentro de un momento saldra

    y al diablo con el golpe de Sheridan.

    Sheridan retrocedi unos pasos y fingi rebuscar en sus bolsillos para asegurarse de que todava

    llevaba las llaves. Su mirada pas del nio al guardia de seguridad y otra vez al nio. El pequeo

    se echo a llorar. No a aullar, todava no, pero gruesas lgrimas, que parecan rosadas, empezaron

    a rodar por sus mejillas.

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    Al fin Sheridan decidi ir hacia donde el chiquillo estaba.

    Has perdido a tu padre? pregunto Sheridan.

    Mi papito- repuso el nio mientras se secaba las lagrimas. No lo encuentro.

    De pronto el nio estallo en sollozos, y una mujer se volvi con una expresin de vaga

    preocupacin.

    La mujer sigui su camino. Sheridan rode los hombros del chico en ademn de consuelo y tir

    de l hacia la derecha... en direccin a la furgoneta. A continuacin ech otro vistazo al interior

    del centro comercial.

    Quiero a mi papito- Solloz el pequeo

    Claro que s- Lo consol Sheridan. Y lo encontraremos.

    Empez a dirigirse a la entrada principal, olvidadas ya las lgrimas, y Sheridan tuvo que hacer un

    gran esfuerzo para no agarrar al plido chiquillo en aquel preciso instante.

    Primero tena que conseguir que subiera a la furgoneta.

    Llevo al chico a la furgoneta, que tena cuatro aos y estaba pintada de un desvado color azul.

    Abri la portezuela y dedic una sonrisa al nio, quien lo mir con expresin de duda. Los ojos

    verdes parecan nadar en su pequeo rostro plido, ojos tan grandes como los de un nio

    extraviado de una de esas fotos que anuncian en los semanarios sensacionalistas baratos.

    Sheridan sali del estacionamiento principal del centro comercial, se detuvo para comprobar que

    no venan coches. El nio estaba sentado en el borde del asiento, con las manos sobre las rodillas

    de los tjanos y los ojos completamente atentos.

    Por que vamos por detrs?- Quiso saber el nio.

    Hay que dar la vuelta para ir a las otras puertas- Explic Sheridan.

    La expresin atormentada del pequeo se transformo en otra de sublime alivio, y por un instante,

    Sheridan sinti compasin por l. Al fin y al cabo, no era un monstruo ni un manaco, por dios.

    Pero las deudas iban aumentando un poco mas cada vez. Y era la nica forma que tena para

    pagarlo.

    Sheridan extrajo unas esposas de la guantera sin que el nio lo notara.

    El chico se inclin por un momento, Sheridan se acerc a l y cerr una de las esposas sobre la

    mano extendida del nio con toda la facilidad del mundo, y entonces empezaron los problemas.

    El cro peleaba como un lobezno, retorcindose con una fuerza a la que Sheridan nunca habra

    dado crdito de no estar experimentando sus consecuencias en aquel mismo instante.

    Sheridan agarr al nio por el cuello redondo de la camiseta y tir de el hacia dentro. Intent

    cerrar la segunda esposa en torno a la riostra especial que haba junto al asiento del copiloto, pero

    fall. El nio le mordi la mano dos veces hasta hacerle sangrar. Dios, tena los dientes como

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    cuchillas de afeitar. Le acometi un intenso dolor que le ascendi por el brazo. Asest al nio un

    puetazo en la boca. El nio cay sobre el asiento, medio atontado, con la sangre de Sheridan

    sobre los labios, la barbilla y el cuello de la camiseta. Sheridan cerr la esposa sobre la riostra y

    se hundi en su propio asiento mientras se succionaba la sangre de la mano.

    El dolor era terrible. Se sac la mano de la boca y observ las heridas a la mortecina luz del

    salpicadero. Distingui dos hileras de orificios superficiales, de unos cinco centmetros de

    longitud, que avanzaban hacia la mueca desde los nudillos. la sangre brotaba en pequeos

    hilillos. Pese a todo no senta deseos de volver a golpear al muchacho, y eso no tena nada que

    ver con daar la mercanca.

    -Se arrepentir- Anunci el nio.

    Sheridan mir en derredor con impaciencia.

    -Mi papito es muy fuerte, seor.

    Me encontrar.

    aj- dijo Sheridan

    Puede olerme

    Sheridan no lo dudaba. El mismo poda oler al cro. El miedo despeda un olor con el que se

    haba familiarizado en sus expediciones anteriores, pero el olor de este nio era irreal, una

    mezcla de sudor, barro y cido sulfrico hervido. Cada vez estaba mas convencido de que al nio

    le pasaba algo grave.

    Siete kilmetros mas adelante, Sheridan tom un camino de tierra apisonada que rodeaba el lado

    norte de una laguna. Ocho kilmetros mas adelante y hacia el oeste, tomara la carretera 41.

    Ech un vistazo a la laguna, una extensin plateada a la luz de la luna... y de pronto la luna dej

    de brillar. Desapareci.

    Sobre la furgoneta se oy un ruido parecido al que producen las sbanas al ondear al viento.

    Abuelito! grit el nio.

    -Cierra el pico- es un pjaro.

    Pero de pronto sinti que un gran escalofro le recorra el cuerpo. Un escalofro tremendo. Mir

    al pequeo. Haba vuelto a abrir los labios, mostrando todos los dientes. Tena dientes blancos,

    muy blancos y grandes.

    Algo aterriz sobre el techo de la furgoneta con un gran golpe sordo.

    Papito! Volvi a gritar el pequeo, casi loco de alegra.

    De pronto Sheridan dejo de ver la carretera... una enorme ala membranosa, sembrada de venas

    palpitantes, cubri toda la extensin del parabrisas.

    El abuelito sabe volar.

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    Sheridan lanz un grito y pis el freno con la esperanza de que aquella cosa saliera despedida del

    techo.

    Me ha raptado abuelito.

    De pronto, una mano, que pareca mas una garra que una autentica mano, atraves el vidrio de la

    ventanilla y le arrebat dos dedos. Al cabo de un instante, el abuelito arranc toda la portezuela

    de cuajo, convirtiendo las bisagras en brillantes birutas de metal intil.

    El abuelito sac a Sheridan del coche de un solo tirn, y sus garras se le clavaron en la chaqueta,

    despus en la camisa y a continuacin, en lo mas profundo de la carne de sus hombros. De

    repente los ojos verdes del abuelito adquirieron un color rojo oscuro como la sangre.

    Hemos ido al centro comercial para comprar juguetes articulados- susurro el abuelito.

    El aliento le ola a carne plagada de cresas.

    Todos los nios los quieren. Debera haberlo dejado en paz.

    Zarande a Sheridan como si de un mueco se tratara. Cuando el hombre grit, lo zarandeo un

    poco mas. Sheridan oy que el papito le preguntaba al nio con toda amabilidad si todava tena

    sed; oy al nio responder que s, que tena mucha sed, que el hombre malo lo haba asustado y

    que tena la garganta muy seca. Vi la ua del pulgar de su abuelito una fraccin de segundo

    antes de que desapareciera bajo su barbilla; una ua mordida y gruesa que le reban el cuello

    antes de que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, y lo ltimo que vi antes de sumergirse

    en las tinieblas fue al nio, con las manos formando un cuenco para recoger en ellas el ro de

    sangre.

    FIN.